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David F. Burt
PUBLICACIONES ANDAMIO
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Ester
© David F. Burt, 2014
© PUBLICACIONES ANDAMIO ®
Septiembre 2014
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.
Contenido
Prólogo
Nota de los editores
Introducción
Vasti, repudiada (1:1–22)
Ester, elegida como reina (2:1–23)
La conspiración de Amán (3:1–15)
La reacción de Mardoqueo y Ester (4:1–5:8)
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Prólogo
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, sino por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristocéntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Porque el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.
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la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pie de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que esta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje, aunque hay pocos libros tan útiles como estos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicada por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante años. Para muchos, no hay duda de que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son de autores que consideramos “nuestros”, como
David F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.
La Palabra eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristocéntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que descubrirán
en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas entre uno y
otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del libro.
La publicación de estas obras nos da, en este sentido, un modelo de lo que debe ser
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un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva, puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia
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Introducción
El libro de Ester
Historicidad
El libro de Ester es una historia apasionante, bellamente narrada. Como relato
dramático es inmejorable. Los judíos lo leen cada año en la fiesta de Purim y lo tienen
en muy alta estima. No obstante, su veracidad histórica es altamente cuestionada hoy
en día y eso a pesar de que el libro no contiene ningún episodio inherentemente
inverosímil y que, por otra parte, es difícil imaginar cómo, si se tratara de una mera
leyenda, pudiera haber llegado a ser el origen de una celebración nacional anual.2
Desde luego, el libro pretende narrar hechos verídicos. Sin embargo, los escépticos
cuestionan incluso la existencia real de algunos de sus principales protagonistas: Vasti,
Amán, Mardoqueo y la propia Ester. Empecemos nuestro comentario, pues,
considerando quiénes eran estos personajes (¡o quiénes podrían haber sido!):
El rey Asuero
El nombre del rey, Asuero (o Ahasuero), es una adaptación al castellano de la
palabra hebrea Ajashverosh. Esta, a su vez, es un intento de reproducir el nombre persa
Khshayarsha, que resultaba tan difícil de pronunciar para los judíos como para nosotros.
También lo era para los griegos, quienes lo pronunciaban Jerjes. Resulta casi seguro,
pues, que el Asuero de la Biblia no es otro sino el famoso emperador Jerjes de la
historia secular, quien reinó sobre el imperio persa desde el año 486 a. C. hasta el 465.
La historia de Ester, entonces, se sitúa cronológicamente entre el primer retorno de los
judíos de Babilonia a Jerusalén bajo Zorobabel (Esdras 1 a 6) y el segundo retorno bajo
Esdras (Esdras 7 a 10).
Los capítulos siete al nueve de las Historias de Heródoto versan sobre los conflictos
entre Grecia y Persia en el reinado de Jerjes. Puesto que Heródoto escribía desde una
perspectiva griega, no es de sorprender que su mayor interés se centrara en las
campañas que el rey realizó contra Grecia, no mencionadas en Ester. Pero también nos
habla de la personalidad de Asuero, de algunas de sus grandes realizaciones (sus obras
de ingeniería y construcción, incluidos el gran harén de Persépolis y la conclusión del
palacio de Susa) y de su consolidación del imperio de su padre Darío. A través de esas
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La reina Vasti
Es probable que Vasti deba ser identificada con Amestris, hija de un general del
ejército persa, consorte de Asuero al principio de su reinado y madre de Artajerjes,
siempre según Heródoto. Si este es el caso, Vasti era una señora “de armas tomar”, tal y
como tendremos ocasión de ver; una mujer que llegó a ser famosa por su crueldad.12
Después de los primeros años del reinado de Asuero, ella desaparece de la historia
secular, para volver con creces durante el reinado de su hijo Artajerjes.
El valido Amán
Amán (el nombre deriva probablemente del dios Umman), gran visir en la corte de
Asuero, es el malo de la historia, arquetipo del tirano antisemita, un hombre arrogante,
iracundo y violento, pero finalmente un poco patético. No se ha hallado ninguna
referencia suya en documentos fuera de la Biblia.
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La reina Ester
Desde luego, la heroína del libro tiene dos nombres: “Hadasa” (mirto) era su
nombre hebreo y “Ester” (quizás “estrella”, o quizás derivado de la diosa babilónica
Istar) el nombre recibido probablemente en su coronación.
Todo lo que sabemos acerca de ella se encuentra en el libro bíblico. En los
documentos seculares hallados hasta aquí, su nombre no aparece. Ella destaca por su
recato y modestia, por su sumisión y valentía. El texto la muestra como una mujer de
juicio inteligente, de magnífico autodominio y de la más noble abnegación.
Así pues, aparte del rey Asuero, los demás personajes de este relato son
prácticamente desconocidos por la historia secular. Sin embargo, no debe
sorprendernos. Las crónicas reales de la dinastía aqueménida no han sobrevivido, por lo
cual nuestro conocimiento de la época depende de los historiadores griegos, cuya visión
de los hechos suele ser parcial, y de los restos arqueológicos que casualmente se han
encontrado. Con todo, el texto de Ester contiene numerosos detalles que sugieren que
el autor no se está inventando la historia, sino que es una narración plenamente
verídica y fidedigna. Veremos muchos de ellos sobre la marcha, pero las siguientes
opiniones resumen algunas de las evidencias principales a favor de la veracidad
histórica del libro:
El autor estaba familiarizado con varias peculiaridades del gobierno persa. Se
pueden identificar las siguientes: a. Los siete príncipes consejeros del rey (1:14);
b. El sistema de correos imperial (3:13; 8:10); c. La cortesía y el protocolo delante
de los oficiales de alto rango (3:2); d. La práctica de poner por escrito, recordar y
recompensar a los que ayudaban al rey (2:23; 6:8); e. La práctica de ahorcar a los
sentenciados a muerte (2:23; 5:14; 7:10); f. La creencia en días de buena suerte
(3:7); g. La forma en que preparaban los caballos reales (6:8); h. La práctica de
comer recostados en un lecho (7:8); i. La utilización de un manto de lino y
púrpura como parte de un adorno en la cabeza (8:15); j. El uso continuo de
palabras de origen persa.
El autor de Ester dice mucho que está en consonancia con lo que sabemos
acerca de Jerjes gracias a fuentes no bíblicas. Por ejemplo, el imperio de Jerjes se
extendió, efectivamente, desde la India hasta Etiopía… y Jerjes tuvo un palacio de
invierno en Susa (1:2), y la descripción del mismo no resulta incompatible con los
detalles arquitectónicos que nos ofrece 1:5–6. Jerjes era bien conocido por sus
excesos etílicos en sus banquetes (1:4–7) y sus extravagantes promesas y regalos
(5:3; 6:6–7), y en ocasiones poseía también un mal genio de lo más desagradable
e irracional (1:12; 7:7–8)… El autor de Ester demuestra tener un conocimiento
sobre ciertas características del gobierno persa, como pueden ser los siete
consejeros que eran los príncipes (1:14) y el sistema postal, tan efectivo (3:13;
8:10), estando también familiarizado con ciertas prácticas de la vida del palacio
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persa, incluyendo el mostrarse reverente con los altos oficiales del rey (3:2) y el
registrar y recompensar a los benefactores del rey (2:23; 6:8). El autor es también
plenamente consciente de los diversos detalles referentes a las costumbres
persas, entre ellas el hecho de que ahorcaban como forma de castigo capital
(2:23; 5:14; 7:10), la celebración de días llamados “de la suerte” (3:7), el hecho
de que los caballos reales llevaban una corona (6:8), que se tenía la costumbre de
comer reclinados sobre los divanes (7:8) y el aderezo que se llevaba sobre la
cabeza, conocido como “turbante” (8:15). Y para terminar, el autor usa una serie
de nombres persas, incluyendo los siguientes: partemîm, “nobles”, 1:3; bîtan,
“pabellón”, 1:5; karpas, “algodón”, 1:6; dat, “ley”, 1:8; keter, “turbante”, 1:11;
pitgam, “decreto”, 1:20; hasdarpenîm, “sátrapas”, 3:12; genazîm, “tesorería”,
3:9; patsegen, “copia”, 3:14; hasteranîm, “caballos reales”, 8:10.
Hay una cantidad de argumentos de peso a favor del carácter histórico del
relato: (1) La existencia de la fiesta de Purim, cuyo origen se explica en este libro,
constituye una prueba de la verdad del relato; (2) El carácter de Asuero, tal como
se describe aquí, concuerda estrechamente con el que describe Heródoto; (3) Las
alusiones a costumbres persas y a la vida en la corte son históricamente exactas;
(4) Las referencias específicas a las crónicas persas indican que el relato está
destinado a ser considerado literalmente como histórico.
El valor histórico del libro… es muy elevado. Creemos no exagerar cuando
afirmamos que en ninguna otra obra del Antiguo Testamento hay tal cantidad de
documentación histórica sobre una civilización ajena a los hebreos. Para el
Imperio Persa, Ester es una fuente de primera magnitud… Son muy válidas las
noticias que proporciona sobre la organización política, la administración central,
los palacios y la corte, el protocolo regio, la sociedad, la economía, el sistema
provincial, los correos, las carreteras reales, la filosofía de gobierno… Las
mayores críticas en contra de su carácter histórico se centran en detalles
puntuales, sobre la existencia real de los protagonistas o bien acerca de algunas
cifras que pueden resultar inverosímiles, pero son objeciones que podemos hacer
a la práctica totalidad de las crónicas y de los autores del mundo antiguo, sin que
por ello se llegue a descalificar la obra de los mismos. Creemos que es de justicia
aplicar el mismo criterio al libro de Ester.
Entre las evidencias existentes, no hay ninguna que demuestre que el relato
bíblico no sea digno de confianza.
Aun así, muchos comentaristas de hoy (incluso algunos autores evangélicos) tienden
a tratar el libro como si no fuera una narración realmente histórica, sino una “novela
histórica” o “historia novelada”. Según ellos, el autor ha basado su narración en figuras
y sucesos que pueden haber tenido una base histórica, pero se ha inventado ciertos
episodios y ha exagerado algunos detalles a fin de hacer que el relato sea más
emocionante y sirva mejor para exaltar la victoria y vindicación del pueblo hebreo.
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Las razones principales que aducen para sostener esta teoría (aparte del silencio a
estos eventos en los documentos persas descubiertos hasta ahora) son dos. Por un
lado, dicen que muchos detalles y números dan la impresión de ser exagerados: por
ejemplo, la fiesta de ochenta días de duración, los 10000 talentos de plata ofrecidos
para sobornar al rey, la altura de la horca preparada por Amán o la cifra de los
enemigos matados por los judíos. Trataremos cada caso al llegar al texto
correspondiente en el comentario, pero creer que estas cosas son exageraciones, quizás
sea por desconocer el fasto de la corte persa y las medidas políticas tomadas por los
reyes y gobiernos de aquel entonces. Las cifras que encontramos en Heródoto y otros
autores de la época aún son más “exageradas”.
Por otro lado, dicen que el libro contiene demasiadas “coincidencias” como para ser
creíble. Estas también las analizaremos sobre la marcha, pero digamos de inmediato
que las aparentes coincidencias son características de la providencia divina en la vida
del creyente. ¡Incluso podríamos cuestionar la inclusión en el canon bíblico de un libro
de narración histórica que no contuviera este tipo de marcas de la providencia! Dudar
de la historicidad del libro a causa de ellas es en realidad dudar de la existencia de un
Dios soberano que dirige los hilos de la historia.
Escépticos siempre habrá, no solamente en cuanto a la historicidad del libro de
Ester, sino en cuanto a la de todas las narraciones históricas incorporadas en la Biblia.
Pero, caso por caso, veremos que no hay ningún dato histórico en Ester que nos obligue
a dudar de su veracidad.
Espiritualidad
Pero pasemos a otra cuestión: ¿Por qué se encuentra Ester en el canon bíblico? La
pregunta es importante, porque el gran ausente del libro es Dios mismo, ¿y qué lugar
puede tener en “la Palabra de Dios” un texto que parece totalmente secular? Los
comentaristas suelen enfatizar mucho el hecho de que el nombre divino no es
mencionado ni una sola vez en todo el libro. Pero este silencio no se limita solamente al
nombre: incluso cuando el autor hace referencia a acciones que son claramente
providenciales o a prácticas piadosas de los judíos (el ayuno, por ejemplo), mantiene la
misma reticencia. Parece que el silencio es deliberado: no nombra nada que pudiera
sugerir explícitamente la presencia divina. Sin embargo, para cualquiera que tiene ojos
para ver, es evidente que Dios es el mayor protagonista de todos. Dios es como un
dramaturgo que escribe el texto para los actores y está continuamente presente entre
bastidores, pero que nunca sale él mismo al escenario. Esto también lo veremos al ir
comentando el texto.
De momento, observemos que el silencio sobre toda referencia explícita a Dios nos
lleva a dos cuestiones adicionales. En primer lugar, sin duda, esto fue lo que condujo a
algún judío bienintencionado a suplir esta deficiencia inventándose párrafos
adicionales, textos complementarios que añaden pensamientos piadosos y ponen en
labios de los protagonistas oraciones espirituales para rellenar esta “laguna”. Estas
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Sin embargo, los brotes de ira de Asuero, sus borracheras, su carnalidad y sus
decisiones impetuosas y arbitrarias sirven para marcar un contraste con la sensatez y
serenidad de Mardoqueo y Ester. Ellos también se ven sacudidos por fuertes emociones
humanas de angustia y de miedo, pero en todo momento actúan con la calma de
aquellos que confían en la soberanía de Dios.
Asuero puede ser el monarca más poderoso del mundo y vivir en una corte fastuosa
que siempre le rinde honores serviles, pero la suya es una majestad de apariencias, de
pompas, ceremonias, protocolos, riquezas y lujos. La triste realidad es que una sola
mujer, Vasti, pudo desinflar el globo de su autoexaltación. Si queremos saber cómo es
la auténtica dignidad humana, tenemos que mirar a los siervos de Dios, Mardoqueo y
Ester.
Estructura
El libro se divide claramente en dos partes: en la primera (capítulos 1 a 5), se nos
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cuenta cómo los judíos llegaron a ser amenazados por un genocidio que podría haber
significado la completa eliminación del pueblo de Dios; en la segunda (capítulos 6 a 10),
se narra la dramática secuencia de acontecimientos que invirtió completamente las
cosas y produjo la salvación de los judíos y la destrucción de sus enemigos. El punto de
inflexión entre estas dos partes, entonces, resulta ser aquel episodio en el cual vemos
con mayor claridad la intervención de la providencia divina: el insomnio de Asuero (ver
abajo).
A esta simetría básica, podemos añadir algunos detalles más. En cada mitad del
libro, el autor ha colocado temas y episodios similares. Por ejemplo:
• Banquetes y fiestas. En la primera parte, tenemos los banquetes de Asuero y Vasti
(1:5, 9), el de la coronación de Ester (2:18) y el primero ofrecido por ella a Asuero y
Amán (5:4); en la segunda, el segundo ofrecido por Ester (7:1–2), los banquetes de
celebración de los judíos (8:17) y los de la fiesta de Purim (9:17–19, 22).
• Ayunos. Entre medio de los banquetes montados en tiempos de celebración vienen
momentos de ayuno en tiempos de peligro (4:3, 16; 9:31).
• Lealtad al rey y lealtad a Dios. Otro tema bien repartido es la cuestión de lealtades
divididas. Vasti considera que su sumisión al rey no es incondicional, sino que tiene
límites. Mardoqueo, que ya había demostrado su lealtad al rey (2:19–23), por
razones de conciencia no está dispuesto a acatar la autoridad de Amán, aunque esta
sea exigida por decreto real. Dos veces, por lealtad a su pueblo, Ester está dispuesta
a desobedecer el protocolo cortesano (5:1–3; 8:3–4).
• Las crónicas reales. Estas aparecen hacia el principio de la historia (2:23) y al final
(10:2) y ocupan un lugar de protagonismo en el episodio central (6:1).
• Horcas. En la primera parte, encontramos el ahorcamiento (o empalamiento) de
Bigtán y Teres (2:23), y la preparación de una horca por Amán (5:14); en la segunda,
el ahorcamiento de Amán (7:9–10) y de sus hijos (9:13–14).
• Lamentaciones. El dolor público de Mardoqueo (4:1) contrasta con dolor privado de
Amán (6:12).
• Las valientes intervenciones de Ester. En dos ocasiones (una en la primera parte y
otra en la segunda), ella se atreve a entrar en la presencia del rey, acciones que
podrían haberle costado la vida.
Todos estos factores (y otros) no solamente conceden al libro cohesión y unidad,
sino que establecen una sensación de simetría que sugiere que los acontecimientos no
son casuales, sino que tienen un orden dispuesto por la providencia divina.
Varios autores han propuesto que la simetría del libro va a más y que el texto total
tiene forma de quiasmo:
A1 Inicio y trasfondo de la historia (1:1–22).
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administración de Mardoqueo.
B1 y B2 parecen, a primera vista, no tener nada en común, pero narran los dos
únicos episodios del libro que tuvieron lugar a escala imperial, en contraste con los
episodios restantes, limitados a Susa. Tanto la reunión de doncellas hermosas como la
lucha de los judíos contra sus enemigos implicaron a “todas las provincias del reino”
(2:3; 9:2). Además, el ajusticiamiento de los dos eunucos traidores hace contrapeso a la
matanza de los diez hijos de Amán.
C1 y C2, y D1 y D2, son similares en su acción: la exaltación de dos grandes visires,
Amán y Mardoqueo, y la promulgación de dos decretos reales, el primero en contra de
los judíos, el segundo a favor de ellos. Pero no solo eso, sino que el autor refuerza el
paralelismo empleando una clara repetición lingüística, tal y como se ve en el siguiente
cuadro (el texto repetido aparece en letra cursiva):
3:10–15 8:7–15
11. El rey dijo a Amán: Quédate… con el pueblo 7–8. Y respondió el rey… Escribid a los judíos
[judío], para hacer con él como bien parece como bien parece en vuestros ojos…
en tus ojos.
12. Entonces fueron llamados los escribas del 9. Entonces fueron llamados los escribas del
rey en el mes primero, el día trece, y fue rey… en el mes tercero… en el día veintitrés,
escrito conforme a todo lo que mandó y fue escrito conforme a todo lo que mandó
Amán, a los sátrapas del rey, a los Mardoqueo, a los judíos, a los sátrapas, a
gobernadores que estaban sobre cada los gobernadores y a los príncipes de las
provincia y a los príncipes de cada provincias… a cada provincia según su
provincia, a cada provincia según su escritura, y a cada pueblo conforme a su
escritura, a cada pueblo según su lengua, lengua, y a los judíos según su escritura y
lengua.
en nombre del rey Asuero fue escrito y 10. Se escribió en nombre del rey Asuero y se
sellado con el anillo del rey. selló con el anillo del rey, y envió cartas por
mano de los correos…
13. Y fueron enviadas cartas por mano de los 11–12. … para destruir y matar y exterminar a
correos a todas las provincias del rey para todo ejército… que los atacara, niños y
destruir, matar y exterminar a todos los mujeres, y saquearlos por botín, en un solo
judíos, desde el joven hasta el viejo, niños y día, el día trece del mes doce, que es el mes
mujeres, en un solo día, en el trece del mes de Adar.
doce, que es el mes de Adar, y para
saquearlos por botín.
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14. La copia del escrito que debía darse como 13. La copia del escrito que debía darse como
decreto en cada provincia fue publicada a decreto en cada provincia había de
todos los pueblos para estar preparados publicarse a todos los pueblos para que
para el día aquel. estuviesen los judíos preparados para el día
aquel…
15. Los correos salieron apresuradamente por 14. Los correos… salieron…
palabra del rey y el edicto fue promulgado apresuradamente por palabra del rey y
en Susa la ciudadela, el edicto fue promulgado en Susa la
ciudadela.
y el rey y Amán estaban sentados a beber, 15. Y Mardoqueo salió de delante del rey con
vestido real de azul y blanco, y una gran
corona de oro y un manto de lino fino y
púrpura;
El efecto de esta repetición hace resaltar aún más los contrastes en las escenas
finales: la borrachera de Amán y Asuero, y la dignidad real de Mardoqueo; la
consternación de Susa ante el primer edicto y su regocijo ante el segundo.
E1 y E2 son pasajes contrastados: en E1, Mardoqueo y los judíos en general se
dedican a un gran lamento a causa del genocidio planeado por Amán; en E2, Amán cae
estrepitosamente en sus propias redes, siendo matado en la horca que había preparado
para Mardoqueo.
F1 y F2 son evidentemente textos paralelos. Se trata de los dos banquetes
preparados por Ester. Los comensales son los mismos. La gran diferencia está en el
desenlace: el primer banquete termina con cierto anticlímax; el segundo, en el
momento más dramático del libro: la denuncia de Ester.
G1 y G2 son otros pasajes contrastados. En el primero, Amán está eufórico a causa
de su prestigio como valido, y hace planes para la destrucción de Mardoqueo. En el
segundo, Amán está avergonzado al tener que honrar públicamente a su enemigo.
Y en el centro del quiasmo (H), el rey sufre insomnio. Puesto que, en los quiasmos
semíticos, el episodio o la frase central suele ser lo más importante o la clave para
comprender el conjunto, entendemos que toda esta simetría viene a hablarnos de la
providencia divina. El punto de inflexión entre las dos mitades de la narración ocurre
cuando, “por casualidad” (o sea, “en la providencia de Dios”), el rey no puede dormir;
cuando, “por casualidad”, él pide que se le lea el libro de las crónicas; y cuando, “por
casualidad”, el texto leído versa sobre Mardoqueo. La consecuencia es que el rey
determina exaltar a Mardoqueo precisamente en el momento en que Amán ha
determinado destruirlo. ¿Coincidencia? No, sino la sabia mano de Dios. Las cosas no
ocurren solamente por iniciativa humana y a causa de factores sociopolíticos, sino
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también porque, detrás del escenario, hay un Dios que mueve los hilos.
Vasti, repudiada
Ester 1:1–22
explicación. No debemos confundir ni la India ni Etiopía con los países que llevan esos
nombres en la actualidad. La India se refiere a las tierras regadas por los afluentes del
río Indo, las cuales corresponden a la provincia del Punjab en lo que ahora es Pakistán,
no a la India peninsular. La palabra traducida como Etiopía es, literalmente, Cush. Este
nombre deriva del primer hijo de Cam, hijo de Noé (ver Génesis 10:7). Nuestra
traducción es desafortunada. La palabra Etiopía comunica la impresión de que los
límites del imperio persa alcanzaban las fronteras meridionales de la Etiopía actual e
incluían a pueblos negroides. No era así. Según muchos expertos, textos como Isaías
18:1 indican que el Nilo atravesaba la tierra de “Cush”; y, según Ezequiel 29:10, la
frontera meridional de Egipto se extendía hasta Sevene (Asuán, en la primera catarata)
y lindaba con “Cush”. Estas referencias demuestran con toda claridad que se trata de
Nubia, la región septentrional del Sudán, no de la Etiopía actual. En todo caso, nuestro
texto explica que el imperio de Asuero se extendía (aproximadamente) hasta la frontera
occidental de la India actual y hasta la frontera meridional de Egipto.
Estos límites, efectivamente, coinciden con lo que sabemos a través de las fuentes
seculares acerca de la extensión del imperio en tiempos de Jerjes. Tanto la “India” como
“Etiopía” estaban ya integradas en los dominios persas: el valle del Indo fue
conquistado por Darío el Grande (521–486 a. C.), y Cush por Cambises II (530–522 a. C.).
… sobre ciento veintisiete provincias… (1:1)
El texto de Ester insiste varias veces en el número de las provincias (ver 8:9; 9:30).
Dicho número ha sido cuestionado por algunos historiadores, porque, según los
documentos seculares, las satrapías del imperio persa nunca fueron más de treinta y
una, y sabemos que en tiempos de Darío solamente eran veinte. Suponen, por tanto,
que el autor ha exagerado deliberadamente el número para impresionar a sus oyentes
con el inmenso poderío del rey.44 En tal caso, debemos considerar que Daniel hizo lo
mismo, porque el número de ciento veintisiete coincide aproximadamente con los
ciento veinte gobernadores (sátrapas) que él dice fueron nombrados por Darío (Daniel
6:1). ¿No es más sensato reconocer que, a pesar de los muchos hallazgos arqueológicos
en torno al imperio persa y de los escritos contemporáneos que disponemos, nuestro
conocimiento de la época sigue siendo parcial y limitado? En todo caso, las satrapías
eran demarcaciones para cuestiones fiscales y para la recaudación de impuestos,
mientras que las provincias (hebreo medînâ) se refieren probablemente a unidades
raciales o gubernamentales, como en el caso de la provincia de Judá (Nehemías 1:3),
que parece haber formado parte de la satrapía “del otro lado del río [Éufrates]”.
… en aquellos días, estando el rey Asuero sentado en su trono real… (1:2)
A efectos informativos, la frase en aquellos días es una redundancia, pues ya se nos
ha dicho que la historia aconteció en los días de Asuero. Además, parece excesivo el que
por tercera vez en una misma oración se repita que el nombre del rey era Asuero. Pero
estas repeticiones son deliberadas y corresponden al estilo reiterativo de la narración
corta de aquel entonces.
La frase estando sentado en su trono real (literalmente, en el trono de su reino)
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… estando en su presencia los oficiales del ejército de Persia y Media, los nobles y
los príncipes de sus provincias (1:3)
Pero, además, había otros invitados. En primer lugar, los oficiales del ejército
imperial. Naturalmente, puesto que la misma supervivencia del imperio dependía del
poder y de la eficacia del ejército, este era un cuerpo privilegiado. Como acabamos de
decir, se trataba de uno de los ejércitos más numerosos y preparados que jamás se
había visto. Solamente el cuerpo de los guardaespaldas reales reunía diez mil hombres,
los famosos “Inmortales”; y los historiadores antiguos dan a entender que el ejército
persa que invadió Grecia incluía varios centenares de miles de hombres. Los altos
mandos del ejército eran, pues, personas escogidas que gozaban de inmenso respeto y
prestigio.
Los persas y los medos eran dos pueblos emparentados. Al principio del crecimiento
de su poderío, dominaban los medos, pero, a partir de Ciro el Grande (549 a. C.), los
persas encabezaron el imperio. En el Libro de Daniel, se suele hablar siempre de los
medos y los persas (como sería de esperar si el autor fuera ministro de la corte de
Babilonia), pero es natural que la corte de Susa diera precedencia a los persas.
En segundo lugar, estaban presentes los nobles y los príncipes de sus provincias. Al
hablar de “los nobles”, el texto hebreo utiliza un vocablo prestado al idioma persa. Si
los “príncipes” mencionados al principio de este versículo eran los gobernantes
encargados de la administración central, los de este segundo grupo provenían de los
diversos países conquistados y absorbidos dentro del imperio e incluían la aristocracia
de las naciones sometidas.
Y él mostró las riquezas de la gloria de su reino y el esplendor de su gran majestad
durante muchos días, ciento ochenta días (1:4)
El texto hebreo es continuo. Literalmente, reza: Hizo un banquete… cuando [en el
que] él mostró las riquezas…
Asuero, al llegar al trono, heredó no solamente el mayor imperio que el mundo
había conocido, sino también las riquezas derivadas de los impuestos y tributos de
ciento veintisiete pueblos sojuzgados. Además de los suntuosos palacios, Darío el
Grande dejó tras sí una tesorería repleta. Pero el texto sugiere (y la historia secular lo
confirma) que las riquezas de Asuero no se limitaban a las que heredó (cf. Daniel 11:2).
Su afán era deslumbrar a sus invitados con esplendores aún mayores que los de su
padre. Porque, además de lo heredado, podía hacer alarde del botín acumulado
durante sus campañas en Egipto y Babilonia, así como de los tributos conseguidos en
medio del proceso de consolidar su imperio.
Por supuesto, la intención del rey al organizar el banquete no era únicamente
entretener a sus súbditos leales, sino también impactar a los vacilantes con la grandeza
de su poderío. Esa clase de festividades no era una mera extravagancia caprichosa, sino
que obedecía a la necesidad de impresionar a los pueblos conquistados y asegurar así
su lealtad y sumisión; solo que, en vez de hacerlo con métodos violentos, los persas
sabían emplear recursos más elegantes. En vez de sojuzgar a la gente por medio del
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dado órdenes…
El rey, pues, decidió dejar de lado las normas protocolarias de la corte a fin de
complacer a sus invitados, sobre todo a los que, provenientes de otros pueblos y de
otras culturas (1:3b), no estaban acostumbrados a beber vino, ni mucho menos a
ingerirlo en las cantidades propias de los cortesanos. Aquí tenemos otro ejemplo más
de la costumbre persa de mantener su hegemonía no vulnerando las costumbres
locales, sino respetándolas y complaciendo así a los pueblos conquistados. Ya hemos
tenido ocasión de señalar que Asuero no era el más benigno de los reyes de Persia,
pero en esta ocasión se mostró magnánimo. Había convocado a representantes de
todos los pueblos de su imperio con la intención de deslumbrarlos con su magnificencia.
Las festividades habían sido un éxito. Estaba de buen humor. Y, por tanto, aunque el
banquete era suyo y se había previsto consumir grandes cantidades de vino, no quiso
que su liberalidad fuera motivo de coacción para los demás.
Lo que queda fuera de toda duda es, en primer lugar, que el rey dio a cada
comensal la libertad de beber conforme a su propio deseo y, en segundo lugar, que este
gesto de magnanimidad real se alejaba del protocolo habitual lo suficientemente como
para merecer ser incluido y explicado en la narración.
¿Pero a qué viene este detalle? ¿Para qué ha querido mencionarlo el autor? Parece
no añadir nada de importancia al significado de la historia de Ester. La respuesta, sin
duda, es que el autor lo narra sencillamente porque así ocurrió. Este pequeño detalle
proporciona verosimilitud a la narración. Tiene sentido solamente por cuanto las
festividades realmente se celebraron de esta manera. Sugiere que el banquete y el
modo de su celebración no son invenciones ficticias, sino hechos históricos. Por cierto,
la sorprendente exactitud del libro de Ester en sus descripciones de las costumbres
cortesanas y del ambiente palatino debería otorgarle un alto grado de respeto histórico
aun en aquellos datos que no son confirmados por la historia secular.
La reina Vasti también hizo un banquete para las mujeres en el palacio que
pertenecía al rey Asuero (1:9).
Aquí hace acto de presencia la reina Vasti. Ella presidió un banquete celebrado
simultáneamente para las esposas y mujeres de la corte (y quizás para otras mujeres
incluidas no por matrimonio, sino por derecho propio: Heródoto nos habla de al menos
una mujer, una tal Artemisia, que llegó a ser oficial en el ejército de Jerjes). No tenemos
ninguna evidencia para suponer que fuera habitual entre los persas entretener a las
mujeres con un banquete aparte del de los hombres. Quizás fuera el gran número de
invitados lo que hizo necesaria la segregación en esta ocasión, quedando los hombres
fuera en el pabellón del jardín y las mujeres dentro en el edificio del palacio real.
Al séptimo día… (1:10)
Es decir, el desvarío del rey tiene lugar en el último día de todos esos meses de
festividades. Asuero, embriagado tanto por el vino como por el éxito de su fabulosa
fiesta, comete una seria imprudencia que hará desplomarse estrepitosamente el acierto
de su banquete.
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del mundo no pueden compensar la ausencia de una verdadera felicidad conyugal que
solo las sencillas directrices de la Palabra de Dios pueden inspirar.
La historia bíblica comienza con un hombre y una mujer viviendo en armonía y
respeto mutuo, y ejerciendo el gobierno del mundo como virreyes de Dios. Termina con
otro Rey celebrando un banquete de boda con su novia resplandeciente, los dos
revestidos con aquella dignidad y caracterizados por aquel respeto mutuo que era la
intención de Dios para el matrimonio desde el principio. Pero, en medio, tenemos la
triste realidad de un mundo caído y fracasado, en el que todas las relaciones, incluida la
conyugal, están minadas por el egocentrismo (y la relación entre Asuero y Vasti
constituye un ejemplo especialmente patético de ello). Sirvan como contraste el amor,
la consideración y el sabio uso de la autoridad por parte de Mardoqueo y la sumisión, la
dignidad y el recato de Ester. El ejemplo de los héroes de esta historia servirá para
proponernos la clase de relación que debe existir entre personas temerosas de Dios,
rescatadas por su gracia de la miseria de los patrones mundanos.
Y el rey dijo a los sabios que conocían los tiempos… (1:13)
Ante el desplante de la reina, Asuero decidió consultar a sus consejeros. Algunos
comentaristas ven en esto otro síntoma más de la debilidad del rey, pero debemos
recordar que el comportamiento de Vasti tuvo implicaciones que aconsejaban una
reunión del Consejo de Estado.
En aquel entonces, cada nación tenía sus hombres sabios que ejercían funciones de
consejeros (Jeremías 10:7): recordemos a los sabios y adivinos de Egipto (Génesis 41:8)
o a los de Babilonia (Daniel 2:2, 27; 3:2–3; 5:12). Eran hombres a la altura de las
circunstancias políticas y sociales del momento: conocían los tiempos. Es decir, sabían
reconocer no solo el mejor curso de acción a emprender, sino también el momento más
propicio para ponerlo en marcha. Adquirían este conocimiento por medio de dos vías:
por su discernimiento y análisis del mundo contemporáneo; y por el estudio de las
estrellas, de los dados (ver 3:7) y de otras fuentes de adivinanza. Los “sabios” solían ser,
a la vez, personas experimentadas en la vida política y dedicadas a la astrología y a la
magia. Reunían en sí las cualidades de asesores políticos y de practicantes de las artes
ocultas. Se les tenía en mucha estima.72
… pues era costumbre del rey consultar así a todos los que conocían la ley y el
derecho… (1:13)
Aquí, el autor abre un paréntesis, que se extiende hasta el final del versículo 14, con
el fin de explicar el uso de consejeros en la corte persa. La necesidad de este paréntesis
sugiere que los primeros lectores no estaban familiarizados con el protocolo imperial y,
por tanto, que el autor escribía a cierta distancia (geográfica o temporal) de los hechos
narrados. Sin embargo, no es necesario suponer una distancia muy grande. Con solo
imaginar que los primeros lectores eran judíos acostumbrados a las costumbres
babilónicas, pero que habían regresado a Judá después del decreto de Ciro (Esdras
1:1–4), cualquier autor residente en Persia se vería en la necesidad de aclarar esta clase
de costumbres.
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(Salmo 17:15); Sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de mi Padre
(Mateo 18:10); Sus siervos le servirán; ellos verán su rostro (Apocalipsis 22:4). Estos
textos no están hablando de una visión beatífica en la cual quedamos anonadados por
la hermosura de las facciones de nuestro Señor. Al menos, este no es su significado
primario. Más bien, nos están hablando del alto privilegio, concedido por el evangelio,
mediante el cual tenemos el derecho a acceder al Señor, a morar en su presencia y a
disfrutar de la comunión con él.
Conforme a la ley, ¿qué se debe hacer con la reina Vasti, por no haber obedecido el
mandato del rey Asuero transmitido por los eunucos? (1:15)
Se cierra el paréntesis y volvemos a la consulta del rey. Pero, gracias al paréntesis,
estamos en condiciones de entenderla mejor. Asuero no puede tomar medidas contra
Vasti a su antojo. Tiene que respetar la legislación vigente y actuar “conforme a la ley”.
Por tanto, quiere saber qué opciones legales le quedan y qué precedentes pueden
servir como ejemplos a seguir.
Y en presencia del rey y de los príncipes, Memucán dijo… (1:16)
No sabemos si Memucán habla como el portavoz habitual de los príncipes o en
nombre propio. Tampoco sabemos cuáles eran sus intereses personales en el asunto.
Conviene recordar que, si Vasti era hija de una de las siete familias, alguno de los
príncipes podría haber sido pariente suyo; y, si no lo era, todos ellos quizás tuvieran
cierto interés en verla destituida.
La reina Vasti no solo ha ofendido al rey, sino también a todos los príncipes y a
todos los pueblos que están en todas las provincias del rey Asuero (1:16)
Memucán se revela como un consejero de gran astucia. Tiene la sabiduría de
transformar lo que es, en principio, un asunto íntimo del rey en una cuestión de Estado.
Así incita a Asuero hacia una venganza personal contra Vasti so pretexto de estar
defendiendo valores imperiales.
Sin embargo, no debemos apresurarnos a desvelar intenciones siniestras en las
palabras de Memucán, porque bien podríamos caer en el error de juzgarlas conforme a
los prejuicios de nuestro propio siglo. Detrás de la lógica maquiavélica de sus
argumentos, se revela una indignación que bien podría haber sido auténtica. Es del
todo posible que, además de proteger la imagen personal del rey, deseara cortar de raíz
un precedente que, de consentirlo con impunidad, podría llegar a causar estragos en la
fábrica social del imperio. El desacato al rey en una situación pública no es un asunto
meramente personal, aun cuando la ofensa procede de su propia esposa, sino una
cuestión política altamente significativa. Memucán hace bien en destacar que comporta
posibles repercusiones sociales de importancia. Políticamente, lo que por delicadeza él
no hace explícito, podría significar una merma de la autoridad del rey, justo cuando este
acababa de lograr consolidar su imperio. Socialmente, podría sentar un precedente
perjudicial a los valores matrimoniales que prevalecían en aquella sociedad y que los
príncipes tenían la obligación de defender.
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Porque la conducta de la reina llegará a conocerse por todas las mujeres y hará
que ellas miren con desdén a sus maridos, y digan: “El rey Asuero ordenó que la reina
Vasti fuera llevada a su presencia, pero ella no fue”. Y desde hoy las señoras de Persia
y Media que han oído de la conducta de la reina hablarán de la misma manera a
todos los príncipes del rey, y habrá mucho desdén y enojo (1:17–18)
Es interesante escuchar un comentario femenino sobre estas palabras: El
argumento de Memucán puede haber resultado convincente para los varones presentes,
pero no toma muy en cuenta la psicología femenina; pues, por regla general, las mujeres
no se solidarizan tan fácilmente como los hombres a la hora de llevar a cabo acciones
concertadas. Es decir, Memucán habla como si las mujeres persas fueran ovejas que
siguen ciegamente el ejemplo de su líder; pero, de hecho, ¡las mujeres no se dejan
llevar tanto como los hombres!
De acuerdo. Es probable que la actitud de Vasti fuera tan criticada por ciertos
sectores de la sociedad femenina persa como por la casi totalidad de la sociedad
masculina. Sin duda, Memucán exagera cuando habla de todas las mujeres. Sin
embargo, su argumento esencial es correcto: si no se toman medidas enérgicas para
neutralizar su efecto, el mal ejemplo de la reina les servirá de excusa a las mujeres de la
corte que ya están predispuestas a exteriorizar actitudes de rebeldía e insumisión hacia
sus maridos. Por tanto, no es únicamente cuestión de que el rey haga algo para sanear
su propia situación matrimonial, sino que todo el gobierno debe tomar medidas para
que el inoportuno precedente se convierta en una oportuna advertencia.
Si le place al rey, proclame él un decreto real y que se escriba en las leyes de Persia
y Media para que no sea revocado… (1:19)
Nuevamente, recordemos que así era el sistema legal del imperio persa. Una vez
proclamado un decreto, ni siquiera el rey podía revocarlo (Daniel 6:8). Este hecho
tendrá grandes consecuencias en la historia posterior de Ester (ver 3:8–15 y 8:3–14, y
especialmente el 8:8). Mientras tanto, el castigo de Vasti será ejemplar por su carácter
irrevocable y drástico.79
… que Vasti no entre más a la presencia del rey Asuero, y que el rey dé su título de
reina a otra que sea más digna que ella (1:19)
Aunque la intención del decreto que Memucán elabora se dirige en contra de la
potencial insubordinación de todas las esposas del imperio, sin embargo el príncipe
revela un nuevo ejemplo de astucia política al no hacer constar de una manera abierta
esa intención. Al contrario, las medidas explícitas que propone (1:19) contemplan
solamente la destitución de Vasti, pero la finalidad que persiguen es la de actuar como
escarmiento para mantener a raya a las demás mujeres (1:20).
El decreto contra Vasti consta de dos cláusulas: el divorcio y la pérdida de sus títulos
reales. En cuanto a lo segundo, cabe observar que, mientras que hasta aquí siempre se
nos ha hablado de la reina Vasti (1:9, 11, 12, 15, 16, 17, 18), el autor no volverá a
emplear el título real a partir del versículo 19, sino que dirá Vasti a secas (1:19; 2:1, 4,
17).
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Esta palabra pareció bien al rey y a los príncipes, y el rey hizo conforme a lo dicho
por Memucán (1:21)
De una manera genial, Memucán ha logrado poner el dedo en la llaga de la
vulnerabilidad masculina. Ha hecho que sus oyentes se vean implicados en la situación
de Asuero (puestos en ridículo por sus esposas) y que sientan el temor de no poder
controlar sus casas. Además, lo ha conseguido sin ofender la sensibilidad del propio
Asuero (no ha tenido que decir explícitamente que Vasti le ha puesto en evidencia).
Algún comentarista ha sugerido que el decreto real fue decidido de una manera
caprichosa que dista mucho de la seriedad habitual de la legislación persa: un solo
discurso lleva al rey, aún ebrio, a decretar una nueva ley designada para proteger los
intereses masculinos. Pero no debemos suponer que el debate se limitara al discurso de
Memucán ni que tuviera lugar solamente durante el mismo día del desplante de Vasti.
El texto bíblico suele resumir y concentrar la acción, y omite frecuentemente aquello
que no contribuye a la línea principal de la historia. En este caso, el mismo texto indica
que hubo un intercambio de pareceres y, si bien el discurso de Memucán constituyó el
momento decisivo de las deliberaciones, no hay que pensar que los demás príncipes y
consejeros no participaron en el debate, ni que este se llevó a cabo deprisa y con
liviandad.
Y envió cartas a todas las provincias del rey, a cada provincia conforme a su
escritura y a cada pueblo conforme a su lengua… (1:22)
El envío del decreto arroja luz sobre dos características importantes del imperio
persa: su sistema de correos y su respeto a las culturas minoritarias. En cuanto a lo
primero, lo mejor que podemos hacer es citar el testimonio de Heródoto:
No hay nada mortal que viaje con la velocidad que lo hacen los mensajeros
persas. El plan completo es una invención persa y he aquí el método que utilizan.
A lo largo de todo el camino hay hombres estacionados con caballos, en número
igual al número de los días que ha de durar el viaje, permitiendo un hombre y un
jinete por día, y nada impedirá a estos hombres llevar a cabo [la jornada] a la
mejor velocidad que les permita la distancia que hayan de cubrir, ni la nieve, ni la
lluvia, ni el calor, ni la oscuridad de la noche. El primer jinete hace entrega de su
despacho al segundo y este se lo pasa al tercero y, de ese modo, va pasando de
mano en mano, a lo largo de toda la línea, como la luz en las carreras de
antorchas que los griegos celebran a Ephaestus. Los persas dan a este correo a
caballo el nombre de “angareion”.
El Libro de Ester enfatiza con cierta insistencia el derecho de cada pueblo del
imperio a emplear su propia lengua (ver la última frase de este mismo versículo y
también 3:12 y 8:9). El arameo era la lengua oficial del imperio en las comunicaciones
internacionales, y la sola mención de este detalle sugiere que constituía una novedad o
que se trataba de casos excepcionales. Parece corresponder a la misma clase de
consideraciones que Asuero ya había manifestado al no esperar que sus invitados se
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honor:
Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor… Así como
la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en
todo (Efesios 5:22, 24; cf. Colosenses 3:18).
Tampoco erraron al considerar que el marido debe ser señor de su casa, porque las
Escrituras enseñan a las mujeres a respetar el señorío de sus maridos:
Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la
iglesia (Efesios 5:23).
Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos… Así obedeció Sara a Abraham,
llamándolo señor, y vosotras habéis llegado a ser hijas de ella (1 Pedro 3:1, 6).
Donde se equivocaron los príncipes fue al considerar que tenían el derecho a sujetar
a sus esposas por medio de la coacción producida por una legislación, tratándolas así
como seres inferiores a las que mandar y restándoles dignidad y honor. Las mismas
Escrituras que ordenan a las mujeres que se sujeten a sus maridos, nunca ordenan a los
maridos que obliguen a sus mujeres a sujetarse. En la Palabra de Dios, la sumisión de la
mujer nunca es una imposición masculina, sino un compromiso que la propia mujer
asume libre y gozosamente por amor al Señor. Por tanto, el comportamiento de Asuero
en el capítulo 1 de Ester no refleja la enseñanza bíblica, sino que es una caricatura de
ella, una pobre expresión de la imagen de Dios, ya deformada, en el hombre caído.
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(2:16). Contando con que ella tuvo que someterse a doce meses de preparación
cosmética (2:12), hay una laguna de al menos tres años entre la expulsión de Vasti y la
entrada de Ester en palacio. ¿Por qué Asuero tardó tanto tiempo en buscar una nueva
esposa?
La respuesta la suple la historia secular: en el espacio intermedio, tuvo lugar la
campaña persa contra Grecia (481–479 a. C.). Durante gran parte de los tres años,
Asuero estuvo fuera del país encabezando a sus ejércitos. No eran tiempos propicios
para emprender iniciativas matrimoniales serias (¡otra cosa son los amoríos del rey a los
que ya hemos hecho alusión!). Sólo pudo dedicarse a ellas después de su regreso.
A nuestro juicio, por tanto, es preferible suponer que la frase después de estas cosas
indica un espacio de varios años. Solo hacia el final de la campaña griega, al contemplar
el regreso a casa, Asuero empieza a acusar la ausencia de una consorte. Entonces, los
cortesanos toman medidas para encontrar una nueva reina.
Ahora que estamos considerando cuestiones de cronología, conviene recordar
también que, en algún momento de estos primeros años del reinado, empezó en Judá
la campaña de descrédito de aquellos judíos que habían vuelto del exilio con Zorobabel
y Jesúa (Esdras 4:6). Es importante saber esto, porque ayuda a comprender que el
antisemitismo de Amán no fue un brote aislado y porque quizás ayude a explicar las
instrucciones que Mardoqueo le dio a Ester (2:10).
… cuando el furor del rey Asuero se había aplacado, él se acordó de Vasti, de lo
que ella había hecho y de lo que se había decretado contra ella (2:1)
El verbo traducido como aplacarse es poco frecuente en el texto hebreo del Antiguo
Testamento. Vuelve a ser empleado cuando, después de hacer ahorcar a Amán, se
aplacó el furor del rey (7:10). Así se establece una resonancia verbal que refuerza la
vinculación estructural entre la destitución de Vasti y la de Amán, los dos personajes de
esta historia que ofenden al rey.
El hecho de que Asuero “se acordara” de Vasti puede sugerir cierto grado de
remordimiento o mala conciencia por haberla apartado de sus prerrogativas reales de
una manera tan radical; o puede significar solamente que Asuero empezó a recordarla
con cierto afecto;94 o que echó a faltar el compañerismo de una esposa. A favor de esta
última lectura está el hecho de que Vasti no parece haber vuelto a ocupar los
pensamientos del rey después de la aparición de Ester.
En todo caso, la situación de Vasti ha sido decretada, palabra emparentada con la
idea de cortar o dividir: a Vasti se le ha cortado el acceso al rey; la separación entre
ambos es definitiva; no hay nada que hacer.
Entonces los cortesanos al servicio del rey dijeron: Búsquense para el rey jóvenes
vírgenes y de buen parecer (2:2)
Nada que hacer excepto potenciar el plan de Memucán de conceder el título real a
otra mujer, plan largamente aplazado a causa de las guerras en Grecia. Los cortesanos
proponen hallar a la nueva reina mediante una especie de concurso de belleza
organizado a escala imperial.
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habrá un solo juez: el propio rey. Lo único que importa es complacerle a él.
Algunos comentaristas han querido establecer una relación entre el libro de Ester y
Las mil y una noches, relato en el que el rey duerme con una doncella diferente cada
noche y en el que la heroína se salva, es proclamada reina y ve cómo su padre es
nombrado visir. Sin embargo, el parecido es solamente superficial. Si acaso arroja luz
sobre Ester, es en el sentido de demostrar que el concurso de belleza no desencaja con
las costumbres de la cultura persa.
Y había en Susa, la capital, un judío que se llamaba Mardoqueo… (2:5)
Hasta aquí, el autor nos ha descrito el trasfondo histórico-social de nuestra historia.
Ahora, ha llegado el momento en que introduce a los protagonistas principales: el judío
Mardoqueo y su hermosa prima Ester.
Uno de los principales argumentos empleados en contra de la historicidad del Libro
de Ester es el hecho de que ni Mardoqueo, ni Ester, ni Amán aparezcan en ningún
documento de la época fuera de la Biblia. Sin embargo, los escépticos harían bien en
recordar que lo mismo se decía acerca del rey Belsasar en el Libro de Daniel, hasta que
se encontraron finalmente unas tabletas cuneiformes que mencionaron su nombre y
confirmaron su existencia. Si todo un rey puede desaparecer de los anales de la historia
secular, no debe sorprendernos que no existan noticias sobre una reina y dos ministros.
… hijo de Jair, hijo de Simei, hijo de Cis, benjamita,… (2:5)
Sin duda, el Cis de esta breve genealogía no es otro sino el padre del primer rey de
Israel, Saúl, el cual era un hombre de Benjamín como lo fue también Mardoqueo. De
hecho, Saúl aparece en el escenario de la historia bíblica cuando iba en busca de las
asnas de Cis, su padre (1 Samuel 9:1–3). Por supuesto, existieron muchas generaciones
más entre Cis y Mardoqueo, pero el autor selecciona los nombres a propósito,
incluyendo algunos y omitiendo otros, para que los que tienen oídos para oír oigan.
Puesto que, en 1 Samuel 9:1, Cis mismo es llamado un hombre poderoso e influyente,
Mardoqueo procede de una familia prestigiosa, de la misma casa del primer rey de
Israel.
De Jair sabemos muy poco, pero el nombre de Simei, además del de Cis, evoca
inmediatas resonancias en cualquier conocedor de las Escrituras. Se trata de una figura
destacada (aunque algo patética) en la historia bíblica. Fue él quien, por lealtad a la casa
de Saúl, vio en la sublevación de Absalón un merecido castigo divino sobre David.
Cuando este salió de Jerusalén camino a un breve destierro al otro lado del Jordán,
Simei le persiguió tirándole piedras y maldiciéndolo. Ante tal escarnio, Abisai quiso
matar a Simei, pero David se lo prohibió, reconociendo la posibilidad de que Simei
estuviera actuando en conformidad con la voluntad divina (2 Samuel 16:5–12). Después
de la muerte de Absalón, cuando David volvía a Jerusalén, Simei se postró ante él
reconociendo su pecado. Nuevamente, Abisai quiso matarlo, pero David le perdonó la
vida (2 Samuel 19:16–23). Sin embargo, estando en su lecho de muerte, David advirtió a
Salomón (de hecho, fueron sus últimas palabras) acerca del peligro que Simei seguía
representando para la casa real, por lo cual Salomón le hizo morir a manos de Benaía (1
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12) y su significado exacto ha sido motivo de debate entre los expertos. Algunos
suponen que se refiere a la vestimenta de las mujeres; otros, a sus adornos o afeites;
pero la mayoría se inclina a asociarla con el tratamiento cosmético, lo que encaja mejor
en el contexto del versículo 12.
Algunos comentaristas acusan a Ester de “mal testimonio” y afirman que tendría
que haber seguido el ejemplo de Daniel, negándose a contaminarse con los alimentos
“inmundos” de la corte gentil. Pero cabe hacer varias aclaraciones al respecto. En
primer lugar, Daniel no se negó contundentemente a comer los alimentos reales, sino
que pidió permiso para no comerlos en plan de prueba (Daniel 1:8–16). En segundo
lugar, las circunstancias de Ester son muy diferentes: ella está siendo preparada para
ser reina, no siervo del rey; si sale elegida, tendrá que compartir la mesa del rey. No le
queda más opción, pues, que comer lo que le ponen.
… le dio siete doncellas escogidas del palacio del rey, y la trasladó con sus
doncellas al mejor lugar del harén (2:9)
Con estos gestos, Hegai indica claramente que él, al menos, considera que Ester es
la mejor candidata a reina. Decide fomentar su candidatura. Le concede siete doncellas
para ayudarla en las tareas de preparación ¡y, seguramente, para darle instrucciones en
cuanto al protocolo de la corte, para que aprenda bien cómo comportarse ante el rey y
cómo complacerlo! Y le otorga un lugar preferente en el hospedaje del palacio.
Ester no dio a conocer ni su pueblo ni su parentela, porque Mardoqueo le había
mandado que no los diera a conocer (2:10)
Aunque Ester va avanzando en los escalafones y las costumbres de la corte, no se
olvida de sus obligaciones hacia aquel que es su padre adoptivo. Si Mardoqueo se
revela como respetuoso de la ley por su protección de la huérfana, esta se manifiesta
como igualmente temerosa de Dios por su respeto a la autoridad paterna de
Mardoqueo. Honra a su padre respondiendo a su mandato con gratitud y obediencia.
Existe entre ellos un firme vínculo de respeto y confianza. Ella se fía de la sabiduría y del
buen juicio de Mardoqueo, y se deja guiar por su superior experiencia.
El texto no explica por qué Mardoqueo recomendó que Ester no revelase su
nacionalidad y parentesco. Quizás Mardoqueo ya intuyera que se avecinaban en el
imperio brotes de xenofobia antisemita. Tal vez temiera la ascendencia de Amán y su
odio ancestral a los judíos. Posiblemente hubiera observado cierta reacción antisemita
en la corte cuando llegaron las acusaciones contra los judíos de Jerusalén (Esdras 4:6). O
acaso, conocedor de cómo son las malas lenguas y las intrigas de palacio, se lo
recomendara por pura circunspección:
El hombre prudente oculta su pensamiento, pero el corazón de los necios
proclama su necedad (Proverbios 12:23).
El que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios,
termina en ruina (Proverbios 13:3).
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La elección de Ester como reina ofrece la excusa para un nuevo banquete, un nuevo
derroche que servirá para distraer a la opinión pública de la derrota militar en Grecia. La
alta calidad del banquete es indicada por el hecho de que los invitados fueran los
mismos que en el caso del banquete del 1:3.
La adición de la última frase, el banquete de Ester, da la impresión de que el autor
está haciendo referencia a un evento ya conocido por sus lectores, algo de tal entidad
que causó impacto en la memoria colectiva del pueblo judío.
También concedió un día de descanso para las provincias y dio presentes conforme
a la liberalidad del rey (2:18)
Literalmente, el texto indica que el rey concedió descanso a las provincias, sin hacer
explícito de qué clase de descanso se trata. Esto ha conducido a diferentes
interpretaciones y traducciones. Para unos, se trata de un descanso del trabajo, o sea,
de un día de fiesta; para otros, de un descanso de la cárcel, o sea, de una amnistía para
los presos;128 y, para algunos, de un descanso de las cargas tributarias, o sea, de una
exención fiscal. Esta última lectura recibe cierto apoyo por lo que sabemos acerca de las
costumbres persas. Por ejemplo, Heródoto nos dice que el falso Esmerdis, al acceder al
trono, hizo una remisión de impuestos y de servicio militar durante tres años.130
Los “presentes” tomaron probablemente la forma de una distribución de alimentos
gratuitos a la población. Sin duda, pues, la coronación de Ester fue causa de regocijo en
todos los estamentos del imperio, no solo entre los afortunados invitados al banquete.
Cuando las vírgenes fueron reunidas por segunda vez… (2:19)
Evidentemente, la finalidad del versículo 19 es la de establecer el momento exacto
en que Mardoqueo empezó a ejercer funciones oficiales en palacio. Pero el sentido de
la primera frase es oscuro, porque no se nos ha hablado previamente de una primera
reunión de las doncellas. Como consecuencia, los comentaristas rizan el rizo buscando
explicaciones. ¿Se trata de un encuentro de las jóvenes que llegaron al palacio después
de que Ester ya hubiera sido elegida como reina? ¿Se trata de una nueva redada de
doncellas para ampliar el harén?
Quizás la explicación más sencilla sea la de enmendar el texto hebreo y leer: cuando
las distintas vírgenes estaban siendo reunidas. En este caso, el texto no hace más que
recapitular el versículo 8 y establecer que, aun antes de la promoción de Ester,
Mardoqueo ya gozaba de un puesto oficial como siervo del rey (cf. 3:2).
Otros comentaristas, sin embargo, suponen que la segunda concentración de
vírgenes se refiere a una especie de desfile ceremonial al final de las festividades del
banquete de Ester. En este caso, no se trata de recapitular nada, sino de establecer que
Mardoqueo no llegó a ocupar su posición como siervo del rey hasta después de la
coronación de Ester. Esto, a su vez, sugiere que Mardoqueo pudo haber debido su
promoción a la influencia de su prima.
… Mardoqueo estaba sentado a la puerta del rey (2:19)
En todo caso, lo más importante es comprender que la presencia de Mardoqueo en
el palacio no se debe a sus propias visitas personales (2:11), sino a que ha sido
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nombrado como oficial del rey con funciones de juez. El texto de Ester nos dice
repetidamente que Mardoqueo estaba “sentado a la puerta del rey” (ver 2:21; 3:2; 5:9,
13; 6:10, 12). Estar sentado a la puerta es significativo. La puerta era el lugar donde se
llevaban a cabo los asuntos administrativos de la ciudad: allí se realizaban negocios, se
sellaban pactos, se resolvían pleitos, litigios y contiendas, y se dispensaba justicia. Ahora
bien, los comerciantes y los litigantes quedaban de pie. Eran los jueces los que se
sentaban. Así pues, la frase establece no solamente el lugar físico donde se encontraba
Mardoqueo, sino también su posición social y administrativa. Por ambas razones,
Mardoqueo disponía de una buena posición para enterarse de los asuntos que se
estaban tramando en el palacio (2:21–22).
Ester todavía no había dado a conocer ni su parentela ni su pueblo, tal como
Mardoqueo le había mandado… (2:20)
La palabra todavía sugiere que ha pasado cierto tiempo desde la acción del versículo
10, lo cual confirma que el autor no está recapitulando, sino avanzando su historia. Aun
después de la coronación y de la segunda concentración de vírgenes, Ester sigue sin
revelar su identidad nacional.
Si, pues, Mardoqueo debe a la influencia de Ester su posición como oficial del rey,
hemos de entender que, al recomendarlo para la posición, ella calló el parentesco que
existía entre ellos.
… porque Ester hizo lo que le había dicho Mardoqueo, como cuando estaba bajo su
tutela (2:20)
Aunque ha escalado las más sublimes alturas de la sociedad persa y ahora ocupa la
posición más elevada a la que una mujer podía aspirar, y aunque ha estado separada de
Mardoqueo durante más de un año, Ester sigue obedeciéndolo. Esta insistencia en su
devoción filial es un testimonio elocuente acerca de su carácter y su temor de Dios. Ella
es leal en sus relaciones y fiel en sus obligaciones. La trascendente importancia de esto
se verá en el capítulo 4. Si Ester hubiera decidido emanciparse de sus obligaciones
filiales hacia Mardoqueo, nunca se habría atrevido a acercarse al rey sin ser llamada. Lo
hizo por obediencia a su primo (4:7–16).
En aquellos días, estando Mardoqueo sentado a la puerta del rey… (2:21)
La insistencia sobre el hecho de que Mardoqueo estuviera sentado a la puerta (cf.
2:19) sirve para enfatizar el carácter providencial de lo que el autor va a contarnos
ahora. El complot contra la vida del rey tuvo lugar precisamente en aquellos días,
estando Mardoqueo sentado a la puerta del rey. Si hubiera ocurrido antes o después, el
desenlace quizás hubiera sido otro y, en todo caso, no habría contribuido a los planes
de Dios para la preservación de su pueblo.
Ya hemos señalado que el nombre de Dios no es mencionado en todo el libro de
Ester. De hecho, una de las características del estilo literario de nuestro autor es que
narra solamente la superficie de la acción. Se limita a dejar constancia de los hechos
históricos. No se detiene a explicar el significado espiritual de lo que está ocurriendo, ni
para desvelar los sentimientos de los protagonistas, ni a enseñarnos explícitamente la
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mano providencial de Dios. Y, sin embargo, no nos quepa la menor duda de que, para el
autor, Dios es el gran artífice de la trama de esta historia y su mayor protagonista.
Solamente que esto se ve, no en lo que el autor dice explícitamente, sino en la manera
como ha estructurado su narración.
El incidente de los dos eunucos sirve muy bien para ilustrar lo que estamos
diciendo. Aquí, al final del capítulo 2, aprendemos que Mardoqueo se enteró de su plan
de asesinar al rey y se lo comunicó a Ester, quien se lo dijo al rey. El complot quedó
desarticulado, los eunucos fueron ajusticiados y la intervención de Mardoqueo quedó
en el olvido. Pero esta acción, que parece no tener mayor trascendencia (y eso debieron
pensar Mardoqueo y Ester en aquel momento), de hecho será pieza clave en el
desarrollo de la historia. Providencialmente, el rey recordará su deuda con Mardoqueo
justo en el momento en que Amán está preparando la horca para matarlo (5:14–6:10).
Al colocar el incidente de los eunucos al final del capítulo 2, pero sin revelar su
importancia en la vida de Mardoqueo hasta el capítulo 6, el autor subraya para
nosotros el carácter sorprendente de estas “casualidades” y nos invita así a reflexionar
sobre la providencia que las dirige. En otras palabras, las grandes casualidades de este
libro anuncian la presencia velada de Dios. En su soberanía, Dios se sirvió de la estancia
de Ester y Mardoqueo en la corte para impedir el genocidio de los judíos, como utilizó
el concurso de belleza para introducirlos en ella. Dios no hace acto de presencia en la
superficie de la narración, pero está siempre presente más allá de la misma.
Huelga decir que también suele ocurrir así en nuestras vidas. Dios no acostumbra a
aparecer en ellas mediante voces audibles o intervenciones incontrovertibles. Más bien,
detectamos su providencia de forma más velada. Pero podemos tener la plena
confianza de que, a pesar de las difíciles circunstancias que somos llamados a atravesar,
la mano providencial de Dios está obrando todas las cosas para nuestro bien (Romanos
8:28). A veces, nos cuesta ver su mano. De hecho, mientras estamos en medio de la
prueba, puede parecernos que Dios, lejos de intervenir para nuestro bien, se ha
olvidado de nosotros; pero, mirando atrás, podemos comprobar su sabia providencia y
comprender que siempre estaba presente, cumpliendo en nosotros sus propósitos.
… Bigtán y Teres, dos eunucos del rey, guardianes del umbral, se enojaron y
procuraban echar mano al rey Asuero (2:21)
Nada sabemos acerca de Bigtán y Teres excepto lo que se nos dice en este versículo.
Tampoco sabemos cuáles eran las causas de su “enojo”, ni de qué manera planeaban
deshacerse de Asuero (por supuesto, echar mano significa asesinar; la misma expresión
se empleará en 3:6 para describir el intento de Amán de matar a Mardoqueo). La frase
guardianes del umbral parece ser un título oficial de gran responsabilidad e
importancia, e indica que los eunucos eran oficiales que tenían acceso al apartamento
privado del rey. Se les había confiado la seguridad de la persona del rey, pero esta
misma posición les daba amplias posibilidades para conspirar contra él.
Lo que sí sabemos es que la corte persa estaba plagada de esta clase de intrigas. El
padre de Asuero, Darío I, consiguió subir al trono solamente después de liquidar a
varios rivales, entre ellos al usurpador Gaumata, conocido como el falso Esmerdis. El
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Esmerdis auténtico ya había sido asesinado hacía años por su propio hermano Cambises
II. El complot de los eunucos no iba a ser el último del reinado, pues catorce años
después, el propio Asuero iba a morir asesinado por un cortesano, Artabán (465 a. C.), y
su hijo Artajerjes solamente subiría al trono después de asesinar a su hermano Darío.
Así pues, el mundo en el que Ester y Mardoqueo se introdujeron y en el cual tuvieron
que servir al Señor no era solamente un mundo de sensualidad desenfrenada y de
sexualidad abaratada, sino también de violencia e intriga en el que el asesinato, la
deslealtad y la traición estaban al orden del día.
Un mundo, también, de enfado, frustración, desdén y malhumor. El tema de la ira
(“se enojaron”) es como un hilo conductor que podemos trazar a lo largo del libro.
Además de aquí, ya lo hemos visto en la reacción de Asuero ante Vasti (1:12; 2:1) y en
las repercusiones sociales temidas por los consejeros reales si el desplante de la reina
no es castigado (1:18). Será una de las principales características de Amán (3:5; 5:9, 13;
6:12) y, por supuesto, será la respuesta de Asuero cuando se entere de las intrigas de
Amán (7:7, 10).
Pero el asunto llegó a conocimiento de Mardoqueo… (2:22)
Si Ester no hubiera sido elegida como reina, posiblemente Mardoqueo no habría
sido nombrado oficial del rey. Si él no hubiera ocupado su nueva posición en la puerta,
quizás el complot no habría sido descubierto y el propio Mardoqueo no habría sido
exaltado (6:1–10). Con tales “coincidencias y casualidades” se confecciona el hilo de la
providencia divina, aparentemente un hilo muy frágil, pero fuerte e inquebrantable
porque Dios lo teje y lo sostiene.
… y él se lo comunicó a la reina Ester, y Ester informó al rey en nombre de
Mardoqueo (2:22)
Parece que Mardoqueo no vaciló en el momento de hacer llegar al rey la
advertencia acerca del complot. No se entretuvo en consideraciones acerca de la
legitimidad de las quejas de los eunucos.
Aunque el creyente es llamado a ejercer sus facultades críticas en torno a los
asuntos sociopolíticos que le toca vivir, las Escrituras reconocen un nivel primario de
lealtad a las autoridades constituidas, del cual no debe dejarse mover fácilmente
(Romanos 13:1–7; 1 Pedro 2:13–17). En esto, la acción de Mardoqueo, aunque desvela
un complot contra un tirano, es ejemplar para nosotros.
Y cuando fue investigado el asunto y hallado cierto, los dos fueron colgados en
una horca… (2:23)
Según los historiadores seculares, la forma habitual en que Asuero ajusticiaba a los
sentenciados a muerte era el empalamiento. Esto no significa que no pudiera emplear
otro método en ciertas ocasiones, pero la palabra traducida como horca es literalmente
árbol, y quizás sea la manera habitual como los judíos se referían al empalamiento.
… y esto fue escrito en el libro de las Crónicas en presencia del rey (2:23)
La costumbre de dejar constancia escrita de los acontecimientos importantes en la
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vida del rey parece haber comenzado durante el imperio babilónico, pero fue asimilada
por el persa y es ampliamente atestiguada por los historiadores. Además, en un
régimen caracterizado por el dominio de las leyes, todas las decisiones tomadas por el
rey y todos los asuntos importantes del estado debían ser registrados para la
posteridad. De ahí que los libros posexílicos hagan frecuentes referencias a los libros de
las Crónicas o de las Memorias (ver, por ejemplo, Esdras 4:15; 5:17; 6:1–2; Ester 10:2).
Aparentemente, a Mardoqueo no se le hizo justicia. Aunque el incidente fue escrito
en presencia del rey y, por tanto, no se trata del descuido de un funcionario menor,
Asuero no recompensó a Mardoqueo, sino que se olvidó de la fidelidad de su siervo.
Esto es sorprendente, porque el rey tenía fama de tomar buena nota de las muestras de
lealtad y recompensarlas generosamente. Heródoto nos dice que, cuando veía a
cualquiera de sus capitanes realizar alguna hazaña digna, preguntaba acerca del
hombre que la había realizado y su nombre era escrito por los escribas, junto con los
nombres de su padre y su ciudad.
Por tanto, más que la ingratitud humana, lo que debe llamar nuestra atención es la
providencia divina. El descuido del rey cayó dentro de los propósitos de Dios: Aquel en
cuya mano está la noche de insomnio del rey, se asegurará de que el servicio rendido por
Mardoqueo, aparentemente pasado por alto, se convierta en un beneficio que sirva para
libertar a su pueblo que está bajo su cuidado.
Recordemos, asimismo, que el Rey celestial también mantiene un libro de Crónicas
en el que apunta todos los actos de justicia y de fidelidad de sus siervos, y que no se
olvida de ninguno de ellos. Aunque el galardón no se vea de inmediato, no tardará en
llegar:
He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar
a cada uno según sea su obra (Apocalipsis 22:12).
No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos,
segaremos (Gálatas 6:9).
La conspiración de Amán
Ester 3:1–15
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La primera frase, después de esto, indica que transcurre un período de tiempo entre
la acción del capítulo 2 y la del 3. Ester fue hecha reina en el séptimo año del reino de
Asuero (2:16). Amán hizo sus planes contra los judíos en el año doce (3:7). En algún
momento de los cinco años intermedios, debemos situar su engrandecimiento.
No sabemos lo suficiente acerca de la corte persa como para evaluar
adecuadamente la promoción de Amán. Parece cierto que los “grandes” del imperio
solían proceder de las siete familias nobles de Persia y que estos constituían el círculo
más íntimo y poderoso de los consejeros reales (cf. 1:14). La sorprendente exaltación de
Amán, por tanto, podría parecer poco verosímil. Pero, antes de apresurarnos a
cuestionar su historicidad, tomemos buena nota de que encaja perfectamente con
cierto patrón psicológico que se repite vez tras vez en la historia mundial de las
monarquías. Allí donde un rey débil e inseguro se siente amenazado o dominado por el
poderío de sus nobles, existe la posibilidad de que intente contrarrestar y disminuir
dicho poderío exaltando a validos de su propia elección. La historia de las monarquías
europeas de la Era Moderna está llena de casos semejantes. A menudo, los favoritos del
rey son de origen oscuro o humilde, pero acaban infatuando al monarca y recibiendo de
él honores por encima de los de los grandes del país. El rey, entonces, se apoya en su
favorito en una malsana relación de codependencia, permitiendo así que este actúe a
su antojo, practique un gobierno arbitrario, tiránico e interesado, y cause ofensa a los
nobles y príncipes legítimos.
Es posible, pues, que el engrandecimiento de Amán, así como la posterior exaltación
de Mardoqueo (10:3), lejos de ser inverosímil, se corresponda con este patrón y
constituya otra evidencia más de la debilidad del carácter de Asuero. La promoción de
Amán, un evidente extraño y advenedizo, no puede haber sentado bien a las siete
familias nobles. No obstante, en lo sucesivo, el rey parece haber dejado el gobierno en
manos de su valido, hasta el punto de consentir políticas tan desaforadas y
contraproducentes como el genocidio de uno de los pueblos del imperio, sin
preocuparse en absoluto por informarse adecuadamente acerca de las víctimas.
… hijo de Hamedata agagueo… (3:1)
Puesto que el nombre de Hamedata no aparece en ninguna otra cronología bíblica,
podemos suponer que se trata del padre o de un antepasado inmediato de Amán. Lo
verdaderamente significativo, sin embargo, es que Amán sea descendiente de Agag,
algo en lo que el texto seguirá insistiendo (3:10; 8:3; 9:24). Esto explicaría la visceral
antipatía entre él y Mardoqueo. Pero, para entenderlo, tenemos que volver atrás en la
historia de Israel y considerar dos momentos cruciales en la relación entre los judíos y
los amalecitas.
El primero tiene lugar cuando los israelitas van camino de la Tierra Prometida desde
Egipto:
Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y Moisés dijo a Josué:
Escógenos hombres, y sal a pelear contra Amalec. Mañana yo estaré sobre la
cumbre del collado con la vara de Dios en mi mano. Y Josué hizo como Moisés le
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dijo, y peleó contra Amalec; y Moisés, Aarón y Hur subieron a la cumbre del
collado. Y sucedió que mientras Moisés tenía en alto su mano, Israel prevalecía; y
cuando dejaba caer la mano, prevalecía Amalec. Pero las manos de Moisés se le
cansaban. Entonces tomaron una piedra y la pusieron debajo de él, y se sentó en
ella; y Aarón y Hur le sostenían las manos, uno de un lado y otro del otro. Así
estuvieron sus manos firmes hasta que se puso el sol. Y Josué deshizo a Amalec y
a su pueblo a filo de espada. Entonces dijo el Señor a Moisés: Escribe esto en un
libro para que sirva de memorial, y haz saber a Josué que yo borraré por
completo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Y edificó Moisés un altar, y
le puso por nombre El Señor es mi Estandarte, y dijo: El Señor lo ha jurado; el
Señor hará guerra contra Amalec de generación en generación (Éxodo 17:8–16).
Los amalecitas eran descendientes de Esaú (ver Génesis 36:12; 1 Crónicas 1:36); es
decir, de aquel que era aborrecido por Dios (Malaquías 1:3; Romanos 9:13) porque
despreció su primogenitura (Génesis 25:34), prefiriendo los bienes materiales a los
valores espirituales. De hecho, la pugna entre amalecitas e israelitas comenzó
simbólicamente en el vientre de Rebeca, cuando los gemelos Esaú y Jacob luchaban
dentro de ella (Génesis 25:22). Esaú y Jacob se alzan ya como símbolos de dos actitudes
antagónicas ante los bienes espirituales: Jacob, embustero y antipático, sin embargo
tiene un corazón para Dios; en cambio, Esaú descuida su herencia espiritual y vive para
las cosas materiales. Y sus descendientes son una clara muestra de que de tal palo, tal
astilla.
En tiempos del éxodo, los amalecitas se habían convertido en un pueblo poderoso,
nada menos que en la primera de las naciones, según la profecía de Balaam (Números
24:20). Las Escrituras afirman que su agresión contra Israel no fue un acto legítimo de
autodefensa ante el temor de la hegemonía israelita, sino un ataque cobarde inspirado
por la incredulidad:
Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino cuando saliste de Egipto,
cómo vino a tu encuentro en el camino, y atacó entre los tuyos por la espalda a
todos los agotados en tu retaguardia cuando estabas fatigado y cansado; y él no
temió a Dios (Deuteronomio 25:17–18).
Amalec no temió a Dios. He aquí el quid de la cuestión. Los amalecitas se
endurecieron ante la evidencia fehaciente de la presencia de Dios con Israel,
prefiriendo creer que el universo y el destino de los pueblos están en manos de la
suerte y de la iniciativa humana. Detrás de la actuación de Amalec, había una siniestra
filosofía incrédula que negaba los derechos del Señor:
El acto de Amalec fue un desafío afirmado sobre la base de la negación de la
existencia de Dios y sobre el postulado de que solamente el azar domina el
universo… Esto mismo se ve en la acción de Amán mil años después.
Cuando Dios declara la guerra a Amalec y ordena su aniquilación, no es por meras
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Este tuvo lugar cuando el profeta Samuel instó al rey Saúl a que fuera a luchar
contra los amalecitas y su rey Agag. Ya antes, los israelitas habían hostigado a los
amalecitas (ver, por ejemplo, 1 Crónicas 4:42–43), además de ser atacados por ellos en
diferentes ocasiones, pero se ve que estos aún sobrevivían como nación. Así pues, el
mensaje de Samuel es contundente:
Así dice el Señor de los ejércitos: “Yo castigaré a Amalec por lo que hizo a
Israel, cuando se puso contra él en el camino mientras subía de Egipto. Ve ahora,
y ataca a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no te apiades de
él; antes bien, da muerte tanto a hombres como a mujeres, a niños como a niños
de pecho, a bueyes como a ovejas, a camellos como a asnos” (1 Samuel 15:2–3).
Sin embargo, Saúl, el hijo de Cis, obedeció aquellas instrucciones solamente de una
manera parcial:
Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila en dirección a Shur, que está al
oriente de Egipto. Capturó vivo a Agag, rey de los amalecitas, y destruyó por
completo a todo el pueblo a filo de espada. Pero Saúl y el pueblo perdonaron a
Agag, y a lo mejor de las ovejas, de los bueyes, de los animales engordados, de
los corderos y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir por completo; pero
todo lo despreciable y sin valor lo destruyeron totalmente (1 Samuel 15:7–9).
Si Saúl se hubiera dedicado de todo corazón a obedecer al pie de la letra la orden de
Dios, quizás Mardoqueo nunca hubiera tenido que enfrentarse con Amán. Pero, gracias
a aquella desobediencia, los amalecitas siguieron siendo una espina clavada en el
costado de Israel. Al enterarse Samuel de lo que había pasado, Saúl puso la pobre
excusa de haber salvado lo mejor de los animales a fin de ofrecerlos en sacrificio al
Señor, a lo cual Samuel contestó:
¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios como en la
obediencia a la voz del Señor? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el
prestar atención, que la grosura de los carneros. Porque la rebelión es como
pecado de adivinación, y la desobediencia, como iniquidad e idolatría. Por cuanto
has desechado la palabra del Señor, él también te ha desechado para que no seas
rey (1 Samuel 15:22–23).
Acto seguido, Samuel se fue a ungir como rey a David. El hijo de Cis fue desechado
porque no quiso acabar con Agag.
¿Acaso debe sorprendernos que ahora otro hijo de Cis no quiera hacer una
reverencia delante de un descendiente de Agag? La actitud que vamos a ver en
Mardoqueo viene determinada por largos siglos de enemistad entre Israel y Amalec y,
sobre todo, por la plena convicción de Mardoqueo de que Amán es vástago de un
pueblo maldito y contra el cual el propio Señor ha declarado una guerra permanente. La
historia se repite. Un segundo Saúl se enfrentará a un segundo Agag. Será una guerra a
muerte. Pero esta vez el siervo de Dios no capitulará ante el enemigo ni cejará hasta ver
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saliéndose con la suya, pero tiene la convicción supersticiosa de que necesita dar cauce
a su propia voluntad en el día más afortunado, más propicio o más favorecido por los
dioses. Debe ser el día señalado por los augurios, el “día de la suerte” óptimo para la
destrucción de Israel.
De hecho, el día señalado, el día trece del mes doce (3:13), no podía haber sido más
desafortunado para Amán. En su providencia soberana, el Señor hizo que la suerte,
echada a principios del año, indicara una fecha lo más lejana posible, a finales del
mismo. Así, Amán tenía que posponer su venganza, vivir en vilo y esperar casi un año
entero antes de llevar a cabo sus designios. Y, así también, Mardoqueo y Ester iban a
disponer de todo un año en el cual tomar medidas para la preservación de los judíos.
Amán cae en los enredos de su propia superstición.159 La sabiduría de Dios se sirve de la
necedad de los hombres. Todo aquel que no es siervo del Dios verdadero se convierte
en esclavo de sus propios humores, temores y fantasías.
Se ve que Amán se tomó muy en serio el proceso de las suertes. No fue cuestión de
echar el dado una sola vez, sino de un rito largo y solemne en el cual se estudiaba los
augurios para cada día del año: para cada día y mes hasta el mes doce. Podemos
suponer que fue un proceso que duró horas (y que resultó ser un interesante negocio
para los augures que participaron en él). Además, buscaron un buen momento para
echar a suertes: aunque el texto se limita a decirnos que fue en el mes primero, que es
el mes de Nisán, algunos comentaristas señalan que lo más probable es que lo hicieran
el día uno del mes, porque este era considerado el más propicio de todos. Es posible,
pues, que Amán dejara pasar un tiempo hasta principios del año nuevo antes de echar a
suertes. Ahora tiene que esperar casi un año más antes de poner su plan en acción.
La manera más habitual de referirse el Antiguo Testamento a los doce meses del
año es el sistema numérico, en el cual el mes primero caía a principios de la primavera.
A partir del cautiverio, los judíos empezaron a adoptar los nombres babilónicos para los
meses, aunque frecuentemente, como aquí, mencionaban también el orden numérico
para mayor claridad (cf. 2:16; 3:13; 8:9). El mes de Nisán (ver también Nehemías 2:1), el
primero según el calendario del mundo antiguo, correspondía a finales de marzo y
principios de abril. El mes de Adar (ver Esdras 6:15), el último, correspondía a finales de
febrero y principios de marzo.
Sin embargo, lo más curioso de este versículo no es el uso de los nombres
babilónicos para los meses, sino la referencia al pûr, palabra persa de origen asirio que
quiere decir suerte y que dio origen al nombre hebreo de la fiesta de Purim.
En unas excavaciones llevadas a cabo en Susa entre 1880 y 1890, se descubrió un
prisma cuadrangular con los números uno, dos, cinco y seis grabado en cuatro lados. Sin
duda, se trata de uno de los dados (o pûr) empleados por los augures al echar a suertes.
El descubrimiento del dado, juntamente con unas investigaciones sobre el uso de
“püru” en textos asirios y babilónicos, ha hecho que se callen aquellos que decían que
el libro de Ester se equivocaba al relacionar el origen de Purim con las suertes.
Y Amán dijo al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y diseminado entre los
pueblos en todas las provincias de tu reino… (3:8)
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judíos. La repetirá en 8:1; 9:10 y 9:24. Así servirá como estribillo para reforzar el
dramatismo de las palabras culminantes de Ester: ¡El adversario y enemigo es este
malvado Amán! (7:6).
Y el rey dijo a Amán: Quédate con la plata, y también con el pueblo… (3:11)
Puede parecer que el rey se niega a aceptar el dinero, pero quizás sea más probable
la lectura según la cual el rey estaría diciendo: Puedes guardar el dinero confiscado a
esta gente, para luego depositarlo en las arcas reales. Otros comentaristas176 prefieren
ver en las palabras de Asuero la débil protesta inicial que se esperaba en el regateo de
los negocios orientales. En todo caso, sabemos que el dinero estaba destinado a acabar
en el tesoro real (ver 4:7). El rey es generoso con su siervo, pero no a expensas de su
propia solvencia.
Tampoco Amán tiene gran interés en retener para sí el dinero. Su ambición es otra,
también concedida por el rey: hacer lo que quiera con el pueblo judío. Y lo que desea es
su aniquilación. Bien, le dice el rey; hagas lo que hagas con el dinero y con aquel pueblo,
para mí está bien hecho.
… para que hagas con él lo que te parezca bien (3:11)
Dios nos salve de lo que le “parece bien” a un tirano, porque el bien de alguien
como Amán suele ser el mal de muchos.
Algunos autores han encontrado inverosímil que el rey de un imperio tolerante
como el persa admitiera el genocidio de los judíos. Sin embargo, como ya hemos
sugerido, la benignidad de los persas solo era relativa; en ocasiones, cuando les
convenía, eran capaces de atrocidades semejantes. Por ejemplo, Heródoto da fe de que
llevaron a cabo genocidios contra los escitas en tiempos de Darío y contra los magos al
morir Esmerdis.
Entonces fueron llamados los escribas del rey el día trece del mes primero… (3:12)
Amán, una vez conseguido el permiso real, no pierde tiempo. Redacta el decreto
real y, acto seguido, convoca a los funcionarios encargados de copiar los documentos
oficiales y hacerlos llegar a todos los rincones del imperio.
La fecha de la convocatoria es significativa. Ya hemos dicho que Amán lo echó a
suertes en el mes de la Pascua. Ahora, los escribas son llamados en la misma víspera del
sacrificio del cordero pascual (Éxodo 12:6). Al día siguiente, muchas familias hebreas
celebrarían la fiesta, tal y como Dios les había mandado (Éxodo 12:24–27). La pregunta
que muchos se plantearían, por tanto, sería la siguiente: ¿Puede aquel Dios que salvó la
vida a los primogénitos hebreos en Egipto volver a intervenir para salvarnos del cruel
decreto de Amán?
… y conforme a todo lo que Amán había ordenado, fue escrito a los sátrapas del
rey, a los gobernadores que estaban sobre cada provincia y a los príncipes de cada
pueblo, a cada provincia conforme a su escritura, a cada pueblo conforme a su lengua,
escrito en el nombre del rey Asuero y sellado con el anillo del rey (3:12)
Por alguna razón, el autor parece explayarse cada vez que habla de los correos
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persas, como ya tuvimos ocasión de comentar al hablar del envío del decreto contra
Vasti (1:22). ¡A lo mejor había sido funcionario de correos antes de ponerse a escribir el
libro de Ester! Sea como fuera, ahora describe con todo lujo de detalles la confección, la
traducción y el envío del decreto.
Se hicieron suficientes copias del decreto como para enviarlas a cada uno de los
altos oficiales del imperio. Aunque la diferencia exacta entre las tres categorías de
oficiales mencionadas es motivo de debate, parece ser que los sátrapas eran los
virreyes que gobernaban las veinte satrapías imperiales; los gobernadores eran los
máximos responsables de las ciento veintisiete provincias; y los príncipes eran los
caudillos nativos de cada pueblo incorporado al imperio.
Nuevamente (cf. 1:22), el autor insiste en la traducción del decreto a cada uno de
los idiomas del imperio.
Puesto que las cartas tenían que ser enviadas en el mes primero, las instrucciones
reales para el exterminio de los judíos llegarían, aun a los lugares más remotos, con
tiempo de sobra como para hacer los necesarios preparativos para el 13 de Adar. Y,
aunque la redacción del decreto fue obra de Amán, al llevar el nombre y el sello de
Asuero llegaría con toda la fuerza de una orden del propio rey.
Y se enviaron cartas por medio de los correos a todas las provincias del rey para
destruir, matar y exterminar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres…
(3:13)
Los correos reales estaban organizados para llevar las comunicaciones
administrativas hasta los confines del imperio (ver comentario sobre 1:22). El texto del
decreto anticipa la eficiencia burocrática y la brutalidad diabólica de la “solución final”
nazi a “la cuestión judía”. El lenguaje es innecesariamente repetitivo (destruir, matar y
exterminar), pero esto es típico de la terminología administrativa de todos los tiempos y
sugiere que el autor está citando directamente del documento. Al menos, no puede
haber duda alguna en cuanto a las instrucciones del decreto.
Debe destacarse que el documento no parece haber mencionado siquiera el
supuesto crimen de los judíos. Si solo fue a duras penas cómo Amán logró convencer al
rey de que merecían morir, sabe muy bien que los demás oficiales del imperio no se
dejarían engañar. Mejor, pues, callar la acusación y publicar únicamente el veredicto
real.
… en un solo día, el día trece del mes doce, que es el mes de Adar… (3:13)
Ahora, finalmente, nos enteramos de la fecha para la matanza de los judíos. Sin
duda, el autor la ha reservado hasta aquí por dos motivos. Ambos tienen que ver con el
buen arte literario.
En primer lugar, sabe que, para cualquier lector judío, la sola mención de la fecha
anunciaría el desenlace de la historia, porque para los judíos, el 13 de Adar, fiesta de
Purim, es la celebración de la liberación de la nación bajo la poderosa mano de Dios.
Conviene, pues, por razones de dramatismo literario, callar la fecha hasta el final de
este episodio.
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Cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió
de saco y ceniza… (4:1)
En Occidente, solemos reprimir toda expresión pública de angustia y dolor.
Escondemos nuestras emociones y respondemos ante la tragedia con ecuanimidad
mesurada y resignación controlada. Como consecuencia, desde nuestra perspectiva, el
duelo y las lamentaciones de Mardoqueo pueden parecernos teatro melodramático,
ruidoso y exagerado. Pero, en realidad, ¿cuál de las reacciones es más artificial: la
represión o la exteriorización? Desde luego, debemos comprender que, en gran parte
del resto del mundo, el estoicismo de Occidente parece frío e inhumano.
No debe sorprendernos, pues, que, al enterarse del decreto real, Mardoqueo diera
rienda suelta a su dolor siguiendo las costumbres normales de su época y cultura. Pero,
de hecho, el texto no reza: cuando supo todo lo que decía el decreto, sino: cuando supo
todo lo que se había hecho, y ese “todo” incluía seguramente el soborno del rey por
parte de Amán (4:7). No sabemos exactamente de dónde habría recabado esta
información, pero, en aquel entonces, “las paredes tenían oídos”. Cualquier secreto de
Estado discutido en las cámaras oficiales dejaba pronto de ser secreto. Alguien había
espiado la conversación entre el rey y su valido, y la información había llegado a
Mardoqueo.
Su primera reacción fue la de rasgar sus vestidos. Esto era habitual en Israel en
tiempos de muerte, calamidad política, catástrofe natural o desastre militar. Es lo que
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hizo Jacob al enterarse de la supuesta muerte de José (Génesis 37:34), o David ante la
noticia de la muerte de Saúl y de Jonatán (2 Samuel 1:11), o Esdras ante la infidelidad
de los israelitas (Esdras 9:3). Pero también era una práctica normal entre todos los
pueblos de Oriente, incluidos los persas. Sabemos que, cuando llegaron a Susa las
noticias de la derrota de Salamina, los ciudadanos rasgaron sus vestiduras en señal de
dolor. Mardoqueo, pues, sigue una costumbre habitual tanto entre los judíos como
entre los persas.
Sin duda, su angustia natural ante la amenaza del genocidio se vio agravada por la
consideración de que él mismo había sido la causa inmediata de la enemistad de Amán:
había lesionado el orgullo del primer ministro y, además, le había revelado su identidad
nacional como hebreo. Aunque su negación a postrarse fue, en principio, un gesto
noble, y la venganza de Amán contra los judíos una reacción totalmente
desproporcionada y cruel, pesaba sobre Mardoqueo la terrible duda de si había actuado
bien o si su propia imprudencia sería la causa de la exterminación de su pueblo. Sentía
vivamente que, a causa de escrúpulos personales, toda la nación hubiera de sufrir.
En segundo lugar, Mardoqueo se vistió de saco y ceniza. Daniel hizo lo mismo al ver
las desolaciones de Jerusalén (Daniel 9:3). David y los ancianos lo hicieron cuando el
ángel del Señor amenazó Jerusalén (1 Crónicas 21:16); Tamar, después de ser violada (2
Samuel 13:19); Acab, ante las denuncias de Elías (1 Reyes 21:27); Ezequías, ante la
invasión de Senaquerib (2 Reyes 18:37–19:1). Se trata, pues, de otra costumbre bien
establecida en Israel, que expresa la idea de humillación y contrición ante la severidad
de la providencia de Dios, y de luto y dolor ante la aflicción.
… y salió por la ciudad, lamentándose con grande y amargo clamor (4:1)
Y, en tercer lugar, Mardoqueo bajó a la calle y paseó por la ciudad haciendo gran
lamentación. No sufrió en silencio ni en la intimidad de su hogar. Sus clamores indican
que quería que todos se dieran cuenta de su angustia. Son, pues, indicio no solo del
sufrimiento personal, sino también de una enérgica protesta a causa de la injusticia del
decreto. Desde luego, a pesar de su posición elevada como funcionario imperial, no se
avergonzaba de proclamar que era judío, llamado a compartir los sufrimientos de sus
compatriotas.
Y llegó hasta la puerta del rey, porque nadie podía entrar por la puerta del rey
vestido de saco (4:2).
Aunque no tenemos otra evidencia que atestigüe la existencia de una ley persa que
prohibiera vestir de saco en presencia del rey, el testimonio independiente de
Nehemías de que no procedía comparecer ante el rey con cara triste (Nehemías 2:1–2)
hace que nuestro texto resuene con verosimilitud histórica.
El hedonismo de la corte persa no consentía que nadie aguara la fiesta con
manifestaciones de dolor o luto. Ante toda consideración personal, el rey tenía que ser
complacido. Sus nervios no sufrirían la presencia del sufrimiento ajeno. No debía ser
molestado con los problemas personales de sus súbditos.
Y en cada una de las provincias y en todo lugar donde llegaba la orden del rey y su
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decreto, había entre los judíos gran duelo y ayuno, llanto y lamento… (4:3)
Después de describir la reacción de Mardoqueo, el autor nos cuenta la de la
comunidad hebrea en todo el imperio. Esencialmente, es la misma que la de
Mardoqueo. En todas partes, la consternación da lugar a manifestaciones públicas de
espanto y desesperación. Si acaso, lo nuevo es el ayuno, pero, aunque el texto no lo
dice explícitamente, es probable que Mardoqueo también ayunara.
Volvemos a ver que el gran duelo, el ayuno y el lamento son la manera habitual de
expresar un dolor extremado. Así reaccionaron Nehemías ante la noticia del derribo de
las murallas de Jerusalén (Nehemías 1:4) y el pueblo judío al reconocer sus pecados
(Nehemías 9:1–2). Lo que llama la atención, sin embargo, es que, en esos últimos
ejemplos, el ayuno y el saco solo son los signos externos que acompañan una actividad
espiritual interna: en el caso de Nehemías, la oración y la intercesión; en el de los
judíos, la confesión y el arrepentimiento. En cambio, no hay mención de oración o de
actividad espiritual alguna ni en el caso de Mardoqueo ni en el de los judíos del imperio.
Sin embargo, ya hemos comentado la reticencia del autor ante cualquier mención
explícita de lo interno y lo espiritual. Más bien, limita su narración a la descripción de
hechos externos. ¿Pero qué sentido tienen estos si no van acompañados por realidades
espirituales? Cualquier lector judío sobrentendería enseguida que el ayuno y el saco no
eran meras rutinas sociales, sino que tenían la finalidad de acompañar y estimular a la
oración; que el llanto y lamento del pueblo se dirigía no al aire ni a las autoridades
persas, sino al Dios de los cielos; y que los signos externos debían ser acompañados por
un auténtico retorno a Dios:
Examinemos nuestros caminos y escudriñémoslos, y volvamos al Señor;
alcemos nuestro corazón en nuestras manos hacia Dios en los cielos… Basura y
escoria nos has hecho en medio de los pueblos. Han abierto su boca contra
nosotros todos nuestros enemigos. Terror y foso nos han sobrevenido, desolación
y destrucción. Arroyos de agua derraman mis ojos a causa de la destrucción de la
hija de mi pueblo. Mis ojos fluyen sin cesar, ya que no hay descanso hasta que
mire y vea el Señor desde los cielos. Mis ojos causan dolor a mi alma por todas
las hijas de mi ciudad (Lamentaciones 3:40–51).
En las Escrituras, el ayuno tiene sentido solamente como vehículo de una auténtica
expresión de humillación ante Dios en preparación para la intercesión o la contrición
(ver, por ejemplo, 1 Samuel 7:6; Esdras 8:21; Joel 2:12 o Jonás 3:7–8). No tenemos
derecho a suponer que este no fuera cierto también en el caso de Mardoqueo y los
judíos. Las manifestaciones “exageradas” de su duelo son el reflejo fiel de la intensidad
con la que buscaron a Dios en oración en aquellos momentos de gran aflicción.
… y muchos se acostaban sobre saco y ceniza (4:3)
Leemos con frecuencia en las Escrituras acerca de personas que se vistieron de saco
y ceniza. No es tan normal encontrar referencias a quienes hicieron de ellos su lecho,
pero tampoco es inaudito. Isaías 58:5 habla de aquellos que extienden cilicio y ceniza
sobre el suelo para acostarse sobre ellos (cf. 2 Samuel 21:10; Job 2:8). Debemos
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suponer, pues, que muchos de los judíos que, durante el día, siguieron el ejemplo de
Mardoqueo y se vistieron de saco y ceniza, por la noche hicieron su cama sobre los
mismos.
Como ya hemos dicho, estas manifestaciones externas de dolor quizás nos dejen
fríos a los que somos de otras culturas, pero debemos entender que el autor nos las
cuenta para que veamos lo terrible que fue el dolor de la nación ante el decreto real y
lo mucho que sufrieron:
Para Amán y para el rey, el asesinato de toda una nación para la gratificación
de la vanidad de un príncipe pudo ser algo que les dejase indiferentes, pero para
este pueblo devoto era causa de escenas que partían el alma… Sabían que se
encontraban bajo sentencia de muerte, y sus corazones estaban embargados por
el dolor y la angustia.
Vinieron las doncellas de Ester y sus eunucos y se lo comunicaron, y la reina se
angustió en gran manera (4:4)
Naturalmente, en su condición de consorte real, Ester no pudo unirse a las
manifestaciones externas del duelo de los judíos. Si no era admisible que nadie se
presentara ante el rey vestido de cilicio o con el rostro triste, menos aún se toleraría
que la reina se vistiera de saco y ceniza. Pero el dolor interior de Ester no fue menor
que el de sus compatriotas y se angustió en gran manera.
Se enteró del decreto real contra los judíos por medio del cauce habitual de la vida
palaciega: el chismorreo. Como ya hemos tenido ocasión de ver, los palacios reales eran
auténticos hervideros de intrigas y habladurías, y una noticia como esta no tardaría ni
siquiera minutos en llegar a todos sus rincones. Por supuesto, ya que ningún varón
podía entrar en el palacio de las mujeres, Ester tiene que haber sido informada por sus
doncellas o por los eunucos.
Algunos comentaristas suponen que las preguntas de Ester del versículo 5 revelan
su desconocimiento de la existencia del decreto real, en cuyo caso las doncellas y los
eunucos solo le habrían comunicado el duelo público de Mardoqueo. Pero parece
inverosímil que el texto ya promulgado en la ciudad no hubiera llegado también al
palacio. Es mucho más probable que le informaran tanto acerca del decreto como
acerca del duelo de Mardoqueo, y que sus preguntas correspondieran a su deseo de ir
al fondo de la cuestión y saber las razones por las que el decreto había sido
promulgado. Recordemos que no se constataron en el texto emitido.
Y envió ropa para que Mardoqueo se vistiera y se quitara el saco de encima, pero
él no la aceptó (4:4)
Los que suponen que Ester ignoraba aún el decreto deducen que creía que el duelo
de Mardoqueo se debía a alguna desgracia material y, por tanto, le envió ropa para
ayudarle. Nos parece más probable que ella, conocedora del decreto y, por tanto,
consciente de la seriedad del duelo, sin embargo deseara facilitar las comunicaciones
con él. Puesto que el saco y la ceniza impedían el ingreso de Mardoqueo dentro del
recinto palatino, donde ambos podían comunicarse con relativa facilidad, quiso que él
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que ya hemos visto, era de orden legal; la segunda es personal. Por ley, ella no tiene
derecho a acercarse; y por el desprecio conyugal le resulta violento hacerlo.
Estas últimas palabras suyas son muy tristes y dejan entrever otro aspecto del
sufrimiento causado por la poligamia y por el sistema del harén. Bastaba con que
pasara una pequeña sombra sobre la relación entre la pareja real, o que el gusto del rey
se inclinara a la variedad, para que este dejara de lado a su esposa y buscara la
compañía de sus concubinas. La prueba de la fe de Ester llega justo en el momento que
parece menos propicio, cuando el afecto y la simpatía del rey hacia ella parecían
haberse enfriado.
Posiblemente, detrás de estas reflexiones de Ester, está el recuerdo de Vasti y su
suerte. Ella se atrevió a desobedecer el mandato del rey, negándose a comparecer ante
él cuando fue llamada. Como consecuencia, perdió su corona y nunca más pudo
acercarse al rey. Ahora, Mardoqueo propone que Ester haga lo contrario que Vasti:
comparecer sin ser llamada; pero las consecuencias podían ser aún más terribles. Vasti
se había opuesto a una orden puntual del rey; Ester contravendrá una ley firmemente
establecida.
Y contaron a Mardoqueo las palabras de Ester. Entonces Mardoqueo les dijo que
respondieran a Ester… (4:12–13)
Se ve que en esta segunda entrevista, Hatac no es el único mensajero. El uso del
plural sugiere que otros le acompañaron.
No pienses que estando en el palacio del rey sólo tú escaparás entre todos los
judíos (4:13)
Llegamos ahora a dos de los discursos más emocionantes del libro de Ester. El de
Mardoqueo revela su profunda confianza en la providencia divina y exige a Ester que
ejerza la misma confianza. La respuesta de Ester es asimismo una profesión de fe, unida
a una declaración que revela su valentía en estos momentos de supremo peligro.
Las palabras de Mardoqueo siguen tres líneas de argumento. En primer lugar,
establece la inutilidad de que Ester intente seguir escondiendo su identidad nacional,
buscando refugiarse en el palacio y en el anonimato mientras dure la matanza de sus
compatriotas. El decreto del rey la afecta también a ella, por mucho que sea la reina, y
no debe abrigar falsas esperanzas de quedar exenta. Además, el propio Mardoqueo,
quizás sin querer, ya ha delatado ante Hatac su procedencia racial (4:8). Este,
ciertamente, era de fiar mientras se tratara solo de entregar mensajes de tipo personal,
¿pero seguiría callado si su silencio contraviniera el decreto del rey?
Así las cosas, Ester no tiene nada que perder: si se presenta ante el rey, quizás
muera; si no, morirá con toda seguridad.
Porque si permaneces callada en este tiempo, alivio y liberación vendrán de otro
lugar para los judíos… (4:14)
El segundo argumento de Mardoqueo descansa firmemente en las promesas y en el
pacto de Dios. Aun a estas alturas, al llegar a las palabras de fe más sublimes de todo su
libro, el autor resiste la tentación de nombrar a Dios o de hacer explícita la base de la
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Y Ester les dijo que respondieran a Mardoqueo: Ve, reúne a todos los judíos que se
encuentran en Susa y ayunad por mí… (4:15–16)
La respuesta de Ester, igualmente, es la de una mujer de fe que asume, a pesar
suyo, el difícil papel que la providencia le tiene asignado. Y lo hace con todas sus
consecuencias, incluyendo la de tener que tomar la iniciativa de ahora en adelante. Ya
no es Mardoqueo quien da las instrucciones; es Ester la que emplea los imperativos: ve,
reúne, ayunad.
Pero, sobre todo, su respuesta pone de manifiesto su espíritu abnegado, su
compromiso de creyente y su magnanimidad como persona. Se expresa con la devoción
propia de una buena israelita. Sus palabras revelan que ella está inmersa en la lucha
moral y espiritual común a todo creyente que se encuentra en medio de circunstancias
angustiosas: por un lado, se ve bajo la sombra de la sentencia de muerte, por lo cual sus
circunstancias le inspiran temor, aprensión y un deseo de evasión; por otro, su fe le
conduce a afirmar su confianza en el Señor y a echarse sobre su protección.
Implícitamente, su respuesta indica que reconoce el acierto de las palabras de
Mardoqueo y asume las implicaciones para ella misma, pero a la vez siente su debilidad
y su indefensión y, por tanto, solicita la ayuda de los judíos de Susa. Si decide no buscar
egoístamente su propia seguridad, sino solidarizarse con los judíos, compartir su suerte
e interceder por ellos, pide a cambio que ellos se solidaricen con ella y la sostengan con
sus oraciones.
Nuevamente, la mención de la oración no es explícita. El autor sigue eludiendo toda
referencia a Dios o a la práctica piadosa, pero el ayuno carece de sentido si no va
acompañado por la oración. Todo su propósito consiste en preparar espiritualmente al
creyente para la intercesión y para la comunión con Dios. Ester, por tanto, está
reconociendo que necesita la asistencia divina para entrar en presencia del rey.
Nehemías, en una situación similar, oró al Dios del cielo y habló al rey (Nehemías 2:4–5).
Ester, con mayores posibilidades de prepararse adecuadamente, hace lo mismo
mediante tres días de ayuno e intercesión.
De hecho, en este ayuno, la vinculación con la oración es aún más clara que en otros
casos. Aquel ayuno anterior, que había sido la reacción unánime de Mardoqueo y de los
judíos ante la noticia del decreto real (4:3), quizás pudiera ser explicado en términos de
una natural pérdida de apetito por parte de personas angustiadas, sin que
necesariamente involucrara una relación intensa con Dios. Pero no este nuevo ayuno.
Persigue un fin sobrentendido en el texto: preparar a los judíos para la labor espiritual
de apoyar a Ester con su oración e intercesión.
… no comáis ni bebáis por tres días, ni de noche ni de día. También yo y mis
doncellas ayunaremos (4:16)
Los detalles de sus instrucciones son importantes. Revelan que este no ha de ser un
ayuno cualquiera, sino especialmente intenso:
• Requiere que todos los judíos de Susa (ya hemos dicho que constituían una gran
colonia) estén involucrados en él. Se trata de una calamidad nacional que reclama la
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solidaridad nacional.
• Pide que el ayuno dure tres días enteros. La duración normal era de un solo día.
• Pide que se mantenga durante las noches. En Israel, a excepción del ayuno
obligatorio del Día de la Expiación, ayunar era un acto voluntario que se realizaba
normalmente desde el amanecer hasta el anochecer. Como en el caso de los
musulmanes durante el mes de Ramadán, los judíos solían romper el ayuno al
anochecer.
• Pide que sea un ayuno de bebida, no solamente de comida. Esto siempre era
indicación de suma seriedad.
• Promete que no solo ella misma, sino también sus doncellas, participarán en él. No
sabemos exactamente cómo celebraban los judíos un ayuno colectivo, pero es
verosímil suponer que pasaban juntos cierto tiempo, dedicados a la oración pública.
Ester y sus doncellas, por supuesto, no pueden salir de palacio, pero se unirán en
espíritu a los demás. ¿Cómo ha de entenderse el ayuno de las doncellas, jóvenes
presumiblemente gentiles que no tenían por qué lamentar la suerte de los judíos si
no fuera por el afecto que Ester les inspira? ¿Significa esto que ellas participarán
también en la oración?212 Si este fuera el caso, tendríamos que suponer que el
testimonio de Ester entre ellas había sido notable.
Todos estos detalles indican la absoluta seriedad del ayuno, lo cual demuestra que
Ester había comprendido la extrema urgencia de la situación y había reconocido su
propia debilidad y necesidad de valentía sobrenatural ante el peligro.
Y así iré al rey, lo cual no es conforme a la ley; y si perezco, perezco (4:16)
Ester concluye su contestación con palabras que expresan claramente valentía y
resolución, aunque es difícil saber por el texto si su famoso “si perezco, perezco” fue
pronunciado con tono de resignación o de triunfo. ¿Se asemeja más a las amargas
palabras de Jacob cuando se vio obligado a enviar a Benjamín a Egipto: En cuanto a mí,
si he de ser privado de mis hijos, que así sea (Génesis 43:14); o a las palabras nobles de
Sadrac, Mesac y Abed-nego: Ciertamente, nuestro Dios a quien servimos puede librarnos
del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará; pero si no lo hace, has de
saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses (Daniel 3:17–18)? Se nos antoja que a estas
últimas.
En todo caso, para Ester, el tener que contravenir la ley real no era fácil. Como
tampoco lo ha sido para los muchos creyentes fieles a lo largo de los siglos que, a pesar
de querer ser ciudadanos leales y respetuosos, se han visto obligados, por razones de
conciencia, a practicar la desobediencia civil. Como ya hemos dicho, la lealtad del
creyente a las autoridades civiles nunca es incondicional, sino siempre supeditada a su
primera lealtad, la que se le debe a Dios. Por tanto, puede llegar el momento en que,
por causa de conciencia o de testimonio, tengamos que hacer como Ester o como
Mardoqueo (3:2–4) y tomar medidas no conforme a la ley.
En tal caso, tendremos que hacerlo como ellos: a sabiendas de que quizás tengamos
que atenernos a las consecuencias legales. En el caso de Ester, la ley prescribía la
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muerte. Iba a correr un alto riesgo. Pero, a pesar de sus reservas iniciales, estaba
dispuesta a asumir su responsabilidad moral, pasara lo que pasara. Decidió ponerse de
parte de Dios y de su pueblo, cualquiera que fuera el costo:
Al igual que les sucede a todos los seres humanos, Ester no estaba libre de
imperfecciones; pero, desde luego, nuestra heroína debe ser juzgada por la
acción valiente que realizó más que por los temores naturales contra los que tuvo
que luchar. El hombre temerario actúa sin miedo, pero el hombre valiente, a
pesar de él.
No podemos dejar de quedar conmovidos por la nobleza de las palabras de Ester, ni
de ver en ellas un anticipo de aquel mismo espíritu con que Jesús afrontó su cometido,
tomando la firme decisión de subir a Jerusalén para afrontar la muerte; en su caso, no
una muerte posible, sino una muerte segura, ya anunciada por los profetas conforme a
la predeterminada voluntad de Dios.
Asimismo, los que seguimos a Cristo nos hallaremos en situaciones de encrucijada
en las que tendremos que elegir entre nuestra propia comodidad y el cumplimiento fiel
de la voluntad de Dios. El hecho de que esta sea difícil, costosa o peligrosa, no justifica
nuestra cobardía o inhibición. Aunque tengamos que resolver finalmente nuestras
dudas, reservas o luchas internas, en realidad solo nos queda una opción viable: asumir
nuestro deber, confiar en el Señor y dejar en sus manos el desenlace.
Y Mardoqueo se fue e hizo conforme a todo lo que Ester le había ordenado (4:17)
Literalmente, el texto original dice que Mardoqueo cruzó e hizo… No queda claro si
lo que cruzó fue la plaza del mercado o el río que separa la acrópolis real de la ciudad
de Susa.
¿Ahora quién manda y quién obedece? Antes, Mardoqueo daba instrucciones a
Ester; ahora ella se las da a él. La relación que existe entre ellos es hermosa y ejemplar:
es una relación en la que ambos se sienten libres de expresarse con naturalidad, sin
rodeos y con franqueza. Pero esto es posible gracias al espíritu de sumisión y respeto
mutuos que la caracteriza.
Antes de dejar el capítulo 4, vale la pena observar que es un capítulo lleno de
ayunos, y esto contrasta con la nota dominante del ambiente del libro, que es de
banquete y de bebida. El libro comenzaba con un banquete, uno de los más fastuosos
del mundo antiguo, y terminará estableciendo la fiesta de Purim (9:19–22), una de las
más gozosas del calendario judío. En medio, están el banquete de la coronación de
Ester (2:18), la bebida del rey y de Amán (4:15), los dos banquetes organizados por
Ester para estos (5:5–6; 7:1–2) y el banquete de los judíos festejando el segundo
decreto real (8:17). Es como si la angustia del capítulo 4, reflejada en los momentos de
ayuno, pusiera de relieve el gozo y la celebración de la fiesta de liberación del capítulo
9, fiesta que, a su vez, supera en autenticidad e intensidad los ostentosos faustos de la
corte real; o como si la gloria de la liberación de los judíos fuera aún más hermosa a
causa de la oscuridad de los días de temor, lucha y fe que la precedieron.
La vida es una mezcla de luces y sombras, de unos momentos de aflicción y otros de
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bajorrelieve del rey Darío sentado en su trono, con el cetro real en su mano. Detrás de
él, está su hijo, el príncipe Asuero, de pie. La escena que Ester vio tiene que haber sido
muy similar.
El aposento del trono, efectivamente, estaba frente a la entrada del palacio. Sin
embargo, no queda claro si la última frase se refiere a la dirección de la mirada del rey o
a la orientación del aposento.
Y cuando el rey vio a la reina Ester de pie en el atrio, ella obtuvo gracia ante sus
ojos… (5:2)
Las columnas del atrio no impedían ver al rey, ni que el rey viera a los presentes. Sin
embargo, la pequeña conjunción que abre este versículo, y que nuestra versión traduce
como “y”, parece indicar que Asuero no vio a Ester enseguida, pues suele indicar el
paso del tiempo. La idea es, probablemente, que Ester tuvo que esperar un rato en el
atrio antes de que el rey se percatara de su presencia. En ese caso, podemos suponer
que la espera la mantuvo en vilo.
De todas maneras, con estas sencillas palabras, el autor pone fin a nuestra tensión y
nos prepara para lo que será el feliz desenlace de la historia. Curiosamente, en vez de
seguir su habitual costumbre de limitarse a narrarnos los hechos externos, empieza, no
con la extensión del cetro ni con las palabras del rey, sino con el significado profundo y
psicológico de aquellos gestos: Ester obtuvo gracia ante sus ojos.
El texto no nos dice cuál fue la causa de que Asuero concediera su gracia a Ester.
Algunos suponen que fue la belleza física de la reina, lectura que encaja con el carácter
sensual del monarca. Sin embargo, la línea del pensamiento del propio texto sugiere
que la actitud de Asuero refleja también la voluntad soberana de Dios actuando sobre
el corazón del rey. Los judíos habían orado y ayunado; ahora, el Señor contesta. El que
cambia los tiempos y las edades (Daniel 2:21), el que movió el espíritu de Ciro para que
concediera permiso para la reconstrucción del templo (Esdras 1:1), ahora abre el
corazón y los ojos de Asuero para hacerle responder con gracia ante Ester.
Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; él lo dirige
donde le place (Proverbios 21:1).
El Altísimo domina sobre el reino de los hombres (Daniel 4:25).
… y el rey extendió hacia Ester el cetro de oro que estaba en su mano (5:2)
La extensión del cetro hacía que los guardias imperiales no intervinieran para
arrestar a la intrusa y servía como señal a Ester de que podía acercarse sin miedo al
trono.
Así se despeja la negra nube que amenazaba la seguridad de Ester. Se desvanece su
temor. Asuero puede ser voluble en sus gustos sexuales y caprichoso en sus decretos,
pero Ester ha ganado un lugar inamovible en su afecto: la gracia inicial que halló ante él
(2:17) no ha variado. No tenía que haber temido la reacción del rey.
Ester entonces se acercó y tocó el extremo del cetro (5:2)
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que Amán construyera la horca que, preparada para Mardoqueo, sería, de hecho, el
instrumento de su propia destrucción.
Amán y Mardoqueo
Ester 5:9–6:13
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enseñado que…
Delante de la destrucción va el orgullo,
y delante de la caída, la altivez de espíritu.
Mejor es ser de espíritu humilde con los pobres,
que dividir el botín con los soberbios (Proverbios 16:18–19; cf. 18:12).
Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra;
pero con los humildes está la sabiduría.
La integridad de los rectos los guiará,
mas la perversidad de los pérfidos los destruirá (Proverbios 11:2–3).
Y Amán añadió: Aun la reina Ester no permitió que nadie, excepto yo, viniera con
el rey al banquete que ella había preparado… (5:12)
Al expresar en términos negativos la invitación de Ester: “no permitió (literalmente,
no causó) que nadie, excepto yo, viniera”, Amán se coloca medallas que no se merece.
Sin decirlo explícitamente, da la impresión de que muchos solicitaron asistir al
banquete, pero que la reina dijo: No, sólo Amán. Es un detalle pequeño, pero delata la
egolatría de Amán y revela la manera sutil como consigue su propia promoción.
… y también para mañana estoy invitado por ella junto con el rey (5:12)
Amán está tan pagado de sí mismo que no sospecha ninguna intención adversa en
la nueva invitación de Ester. Para él, es normal que sea honrado así, dadas su elevada
situación política, su amistad con el rey y, por supuesto, su alta valía personal.
Sin embargo nada de esto me satisface mientras vea al judío Mardoqueo sentado
a la puerta del rey (5:13)
Había una sola nube que ensombrecía su horizonte. A pesar de su determinación
inicial a no permitir que nada le estropeara sus celebraciones, el fantasma de
Mardoqueo le perseguía.
La palabra hebrea traducida como no me satisface tiene un significado amplio que
varía según el contexto. En 3:8, la misma palabra aparece como no conviene, y en 7:4,
como no se podría comparar. En cada caso, la idea es que, al sopesar lo positivo y lo
negativo, predomina lo segundo. Amán, por tanto, estaba diciendo que su felicidad
ante su promoción política y ante las invitaciones de la reina quedaba menguada y
amargada a causa de la presencia en palacio de Mardoqueo. Encontraba que, en la
práctica, en absoluto le servía de consuelo saber que a finales del año Mardoqueo sería
eliminado juntamente con los demás judíos. El judío no se doblegaba ante él a pesar de
saber que tenía en su mano el futuro de la raza. Actuaba como si el inmenso poder del
valido no significara nada para él. A Amán, la irritación que le producía este desprecio le
resultaba insoportable.
El texto no dice explícitamente que Amán contara a sus amigos la insolencia de
Mardoqueo al no postrarse. ¿Se lo dijo? ¿O es que el antisemitismo estaba tan
extendido entre su círculo de amistades que bastaba con decir que Mardoqueo era
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que revela el carácter siniestro de la proposición de Zeres y los amigos. Ya vimos que,
después de decretar el genocidio de los judíos, Amán y Asuero se dedicaban a beber.
Ahora, con el mismo espíritu, Amán espera celebrar el asesinato de Mardoqueo
asistiendo al banquete de Ester.
Hay personas que disfrutan del mal ajeno, especialmente si recae sobre alguien que
les resulta antipático. Son personas que no conocen el amor, la paciencia o la bondad,
sino que se caracterizan por la jactancia y la arrogancia; se portan indecorosamente;
buscan lo suyo, se irritan, toman muy en cuenta el mal recibido; se regocijan de la
injusticia y no se alegran con la verdad (cf. 1 Corintios 13:4–6). Así era Amán.
Y el consejo agradó a Amán, e hizo preparar la horca (5:14)
Probablemente, aquella noche Amán no se acostó. Pasaría la noche dando
instrucciones a los carpinteros y supervisando la construcción del patíbulo.
Aquella noche el rey no podía dormir… (6:1)
En el capítulo 6, nos encontramos con una serie de “coincidencias”, eventos que
sugieren una clara intervención de la providencia divina sin que por ello resulten en
absoluto inverosímiles. Al contrario, están en perfecta consonancia con el carácter de
los personajes y fluyen naturalmente de la acción anterior.
La primera coincidencia es que, justo en vísperas de aquel día en que Amán pensaba
solicitar permiso para ahorcar a Mardoqueo, el rey sufrió insomnio. No podía dormir o,
como dice literalmente el texto hebreo, el sueño del rey huía (cf. Génesis 31:40).
Si es el Señor quien da sueño a sus amados (Salmo 127:2), podemos suponer que
también es él quien se lo quita, cuando quiere, a los que se oponen a sus propósitos. El
texto no lo dice explícitamente, pero la inferencia es obvia.
… y dio orden de que trajeran el libro de las Memorias, las crónicas, y que las
leyeran delante del rey (6:1)
La segunda coincidencia es que, para llenar las horas muertas en las que Asuero no
podía dormir, sus siervos le leyeron el libro de las Memorias (cf. 2:23). El texto hebreo
indica una acción continua; o sea, los siervos leyeron durante largo rato, quizás la
mayor parte de la noche.231
Como acabamos de indicar, no hay nada excepcional en la selección de la lectura. Es
la que esperaríamos del carácter egocéntrico de Asuero. No pidió que le leyeran las
crónicas de sus antepasados. Su lectura preferida versaba sobre sus propias proezas y
su propia gloria.
Y fue hallado escrito lo que Mardoqueo había informado acerca de Bigtán y Teres,
dos de los eunucos del rey, guardianes del umbral, de que ellos habían procurado
echar mano al rey Asuero (6:2)
La tercera coincidencia, dirigida claramente por la soberana providencia de Dios, es
que los lectores escogieran precisamente aquella parte de las Memorias que versaba
sobre la intervención de Mardoqueo para salvarle la vida al rey (ver 2:21–23).
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Majestad que me conceda permiso para ahorcarlo inmediatamente, puesto que se niega
a acatar la orden expresa del rey, manteniéndose derecho cuando los demás se inclinan
ante mí. Pero, antes de que pueda comunicar su petición, el rey le dará instrucciones
muy distintas. La ironía de la situación es deliciosa: Amán ha hecho planes para la
destrucción de Mardoqueo; Asuero le mandará que sea el instrumento de su
exaltación.
Y los siervos del rey le respondieron: He aquí, Amán está en el atrio. Y el rey dijo:
Que entre (6:5)
Se ve que la presencia de Amán a horas tan tempranas asombró a los siervos del
rey, porque dicen he aquí, una expresión que suele expresar sorpresa. Además, Amán
estaba de pie en una posición que sugiere que esperaba expresamente poder
entrevistarse con el rey. Esta puede ser la fuerza del verbo (está) empleado en hebreo,
verbo flexible en su sentido exacto, pero con mayor fuerza que el verbo castellano. En
3:4, se traduce como ser firme y, en 7:7, como quedarse. Aquí sugiere la idea de estar
de pie esperando.
Al rey, la presencia de Amán le pareció sumamente oportuna. ¿Quién mejor que él
para dar un buen consejo en cuanto a premios y honores? Así pues, le mandó pasar.
Cuando Amán entró, el rey le preguntó: ¿Qué se debe hacer para el hombre a
quien el rey quiere honrar? (6:6)
La espléndida ironía de la narración sigue a lo largo de este capítulo. Debió
encandilar a los primeros lectores hebreos.
Asuero podría haber mencionado directamente el nombre de Mardoqueo o, al
menos, indicarle a Amán que el honor que quería conceder era para una tercera
persona y no para él. Pero, al emplear frases ambiguas, provocó en Amán los equívocos
que eran de esperar. ¿Acaso lo hizo Asuero a propósito? ¿Había llegado a cansarse de la
arrogancia de su valido? ¿Quiso ponerlo a prueba y ver hasta dónde llegaba su
vanagloria?
El verbo traducido como querer expresa un deseo intenso (en 2:14 se refiere al
deseo sexual), algo así como ¿qué se debe hacer para el hombre a quien el rey desea
honrar de una manera especialmente señalada?
Y Amán se dijo: ¿A quién desearía el rey honrar más que a mí? (6:6)
Contra su costumbre habitual, el autor revela el pensamiento íntimo de uno de los
protagonistas y nos cuenta lo que Amán dijo en su corazón. Pero notemos que se trata
del pensamiento del único protagonista de la historia que no puede haber hablado con
él para revelarle lo que estaba en su mente. ¿Debemos suponer, pues, que esta es una
invención del autor? Aunque lo fuera, no sería necesariamente evidencia del carácter
ficticio de la narración, pues no le habría resultado difícil imaginar cuáles debían ser los
pensamientos de Amán en aquellas circunstancias. Sin embargo, hay otra explicación
posible: Puede haber recabado la información, directa o indirectamente, a través del
rey. Nos parece más que probable que Asuero, cuando finalmente comprendió la
infamia de Amán, repasara las conversaciones con él y entendiera retrospectivamente
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sus motivaciones. Incluso podría ser que, en aquel mismo momento, algo en las
palabras o en la actitud de Amán hiciera comprender al rey la presunción, el egoísmo, la
soberbia y la peligrosa ambición de su valido. ¿Se dio cuenta entonces de que Amán
creía que él iba a ser el honrado afortunado y de que contestó pensando en sí mismo?
Desde luego, si ya se habían sembrado en la mente de Asuero semejantes semillas de
duda, eso ayudaría a explicar la prontitud con la que el rey iba a mandar su destitución
y su muerte (7:9). La caída de Amán será tan fulminante y precipitada que sugiere que
el rey había ya comenzado a abrigar serias dudas en cuanto a la honradez de su valido.
En todo caso, los pensamientos de Amán revelan su profundo engreimiento. No
puede imaginar que el afortunado sea otro sino él mismo y supone que el rey está
dándole discretamente la oportunidad de decidir la forma en que quiere ser honrado.
Su egolatría determina su respuesta: Piensa que está sacando tajada para sí mismo y se
sirve con toda generosidad.
Y Amán respondió al rey: Para el hombre a quien el rey quiere honrar, traigan un
manto real con que se haya vestido el rey… (6:7–8)
Creyendo, pues, que él mismo será el afortunado, Amán propone el honor más
extravagante imaginable, rayano en la impertinencia: Altivo, arrogante y escarnecedor
son los nombres del que obra con orgullo insolente (Proverbios 21:24).
Por tercera vez en sendas líneas se repite la frase el hombre a quien el rey quiere
honrar, o semejante. Es como si Amán mismo estuviera rumiando estas palabras,
deleitándose en ellas por considerar que él es aquel hombre. Se repetirá la frase tres
veces más en los versículos siguientes, convirtiéndose así en un estribillo que nos invita
a reflexionar sobre las diferencias de carácter y de motivación entre Amán y
Mardoqueo, y a plantear la pregunta: ¿Cuál de ellos es digno de ser honrado por el rey:
el favorito interesado o el siervo de Dios; aquel que acompaña al rey en sus banquetes y
borracheras, o aquel que está de luto?
¿Y cómo habrá recibido Asuero la recomendación de Amán, especialmente si
percibe que el valido supone que él mismo ha de ser el honrado? Una cosa es que el rey
comparta voluntariamente su gloria real con uno de sus siervos fieles y otra muy
distinta es que un siervo suyo quiera arrogarse esa gloria. Aquella nos recuerda el
espíritu de Cristo, deseoso de compartir con los suyos la gloria de su trono (Mateo
19:28; Apocalipsis 20:4; 22:5); esta, en cambio, encuentra su origen en la tentación
diabólica (Génesis 3:5). Pero esto es, precisamente, a lo que Amán aspira: a que el
honrado comparta la gloria del rey y sea percibido por la ciudadanía como revestido de
majestad. Vestir ropa del rey con el beneplácito real es un gesto que comunica
inequívocamente a todo el mundo que el afortunado es considerado por el rey como
alguien digno de compartir con él el gobierno y la majestad. ¿Acaso empieza Asuero a
ver que las ambiciones de Amán son desorbitadas y que, si no tiene cuidado, él mismo
será desbancado por su propio favorito? ¿Acaso aspira el propio Amán a compartir el
trono, no solamente en su calidad de ministro plenipotenciario y consejero predilecto
del rey, sino también recibiendo la aclamación pública de las multitudes?
Sea como fuera, lo que está claro es que a Amán le obsesionan las formas externas
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del prestigio social: los aplausos, la adulación y todos los aderezos públicos de la
majestad. Le fascina la idea de ponerse vestimentas regias y montar una cabalgadura
real. Podría haber pedido más riquezas, pero estas ya le sobraban y, como hemos
sugerido (3:9), no le interesaba el materialismo en sí. Lo que de hecho solicita es el
reconocimiento público de su casi igualdad con el rey.
… y un caballo en el cual el rey haya montado y en cuya cabeza se haya colocado
una diadema real… (6:8)
Existen esculturas de la época con representaciones de caballos “coronados”. La
diadema real se colocaba en las crines del caballo, las cuales eran atadas de forma que
la sujetaban.
Nuevamente, la idea de montar un caballo del rey sugiere que Amán aspiraba a
compartir honores reales. Cuando el anciano David quiso confirmar que su heredero
era Salomón, mandó que este montara públicamente en la cabalgadura real (1 Reyes
1:33).
… y el manto y el caballo sean entregados en mano de uno de los príncipes más
nobles del rey… (6:9)
Sin duda, al añadir esta nueva proposición, Amán esperaba completar y confirmar
su propia ascendencia sobre las viejas casas nobles de Persia. ¿Qué mejor manera de
hacerlo que conseguir que algún vástago de aquellas familias soberbias, que miraban
con recelo al valido advenedizo, fuera humillado públicamente debiendo proclamar la
grandeza de Amán por las calles de Susa?
… y vistan al hombre a quien el rey quiere honrar, le lleven a caballo por la plaza
de la ciudad y pregonen delante de él: “Así se hace al hombre a quien el rey quiere
honrar” (6:9)
El noble debe conducir al honrado hasta la plaza de la ciudad, es decir, no a la plaza
de la acrópolis, sino a la plaza principal de la población al otro lado del río. Así será visto
por un gran número de los habitantes de la capital. Todos tendrán que aclamarlo y
postrarse ante él.
En realidad, lo que Amán se propone es una caricatura grotesca (por inmerecida) de
aquel momento futuro en que el Señor Jesucristo será merecidamente homenajeado de
esta manera (Filipenses 2:9–11).
Entonces el rey dijo a Amán: Toma presto el manto y el caballo como has dicho, y
hazlo así con el judío Mardoqueo, que está sentado a la puerta del rey… (6:10)
Amán cae en sus propias redes. No solamente acabará muriendo en la horca que ha
preparado para Mardoqueo, sino que ahora sufre la humillación que había planeado
para las familias nobles de Persia. Él se contemplaba a sí mismo exaltado públicamente
por encima de la aristocracia más acreditada del imperio, pero, de hecho, sufre la
vergüenza que tenía pensada para ella. Él deseaba conseguir el homenaje y la
postración de Mardoqueo; ahora, tiene que concedérselos a él.
Y, para colmo de desgracias, la persona honrada no es otra sino el odiado judío
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Mardoqueo que está sentado a la puerta del rey. Esta última frase, que está sentado a la
puerta del rey, no es añadida por Asuero para informarle a Amán sobre dónde puede
encontrar a Mardoqueo, sino que equivale al título de funcionario real; es como si
Asuero dijera: Hazlo así con mi funcionario, el judío Mardoqueo. Amán ha llegado a
palacio con la intención de ahorcar a su enemigo; sale con la obligación de honrarlo.
… no omitas nada de todo lo que has dicho (6:10)
Esta insistencia del rey nos sugiere que ha empezado a sospechar el antagonismo
que existía entre Amán y Mardoqueo o que, al menos, ha percibido que la orden no era
del agrado de su valido. A lo mejor, Amán no pudo controlar sus emociones, sino que
registró en su rostro el fuerte disgusto que sentía. Y, desde luego, si el rey había llegado
a sospechar que Amán buscaba estos honores para sí y que su ambición estaba
resultando desorbitada, puede que hubiera una intencionalidad en sus instrucciones
dirigida hacia la humillación de su valido. Sea como fuera, no se apiadó de su ministro,
sino que insistió en el cumplimiento riguroso de todos los detalles. Incluso va a más.
Mardoqueo será conducido no por un vástago de alguna familia noble, sino por el
propio primer ministro.
Y Amán tomó el manto y el caballo, vistió a Mardoqueo y lo llevó a caballo por la
plaza de la ciudad, y pregonó delante de él: Así se hace al hombre a quien el rey
quiere honrar (6:11).
¡Con qué asombro tienen que haber visto los funcionarios la exaltación de
Mardoqueo a manos de Amán! Conocen bien el mortal antagonismo que existía entre
ellos (3:2–4). Ahora, de boca del propio Amán sale el anuncio: Mardoqueo es el hombre
a quien el rey quiere honrar. ¿Qué habrán pensado? Parece ser una clara indicación de
que Amán ha perdido puntos delante del rey; su fortuna está en declive, mientras que
la de Mardoqueo asciende. Esto les habrá parecido el comienzo de la caída del valido
(cf. 6:13). Seguramente, los funcionarios y otros ciudadanos tomaron buena nota y
determinaron ser más amables con el judío y distanciarse más del agagueo.
Especialmente, aquellos que habían acusado a Mardoqueo ante Amán tendrían que
rectificar posturas y desvivirse por ganarse la buena opinión del judío.
¡Qué amargura debió producir a Amán el cumplimiento de cada detalle de las
instrucciones del rey, dictadas por él mismo! Tuvo que rendir honores precisamente a
aquel odiado judío que se los había negado a él. ¡Qué hiel más amarga hubo de tragar a
cada paso! Sobre todo, ¡qué difícil le resultaría pronunciar las palabras de exaltación de
Mardoqueo! ¿Pero qué remedio le quedaba? No podía desobedecer las instrucciones
explícitas del rey, aun cuando sabía que el cumplimiento le ponía en ridículo ante las
multitudes.
Esta escena de la exaltación de Mardoqueo y la correspondiente humillación de su
enemigo nos evoca fuertes resonancias bíblicas. Nos recuerda a José, exaltado por el
Faraón (Génesis 41:39–44); a Daniel, librado del foso de los leones y vindicado de cara a
sus enemigos (Daniel 6:23–28); y, sobre todo, al Señor Jesucristo, Fiel y Verdadero,
exaltado por la mano del Padre, cabalgando sobre el caballo blanco, llevando muchas
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La caída de Amán
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Ester 6:14–8:2
Aún estaban hablando con él, cuando llegaron los eunucos del rey y llevaron
aprisa a Amán al banquete que Ester había preparado (6:14)
A partir de este momento, la acción de la narración se desarrolla de una manera
acelerada. Los malignos planes que Amán ha tramado se le vuelven en contra y se
precipitan sobre él de una forma imparable. Incluso los eunucos enviados a su casa le
llevan a palacio “aprisa”. El texto nos da la impresión de que Amán se ve impotente
para impedir el desenlace. Está siendo engullido por el ímpetu de aquellas
circunstancias que él mismo ha puesto en marcha, sin tener tiempo para ajustarse a las
nuevas realidades. Ya no controla los acontecimientos, sino que es controlado por ellos.
Su caída no solo es cierta, como le habían dicho sus amigos (6:13), sino también
repentina y fulminante.
Es posible que el lenguaje del texto también sugiera que Amán, en su perturbación,
se ha demorado excesivamente conversando con sus sabios y, como consecuencia, no
está dispuesto, ni física ni anímicamente, para el banquete. No ha hecho los
preparativos necesarios. Se le ha hecho tarde. Corre el peligro de hacer esperar al rey y
a la reina. Todo le está saliendo mal.
Y el rey y Amán fueron al banquete a beber vino con la reina Ester (7:1)
Apresuradamente y sin aliento, pues, Amán llega al palacio y acompaña al rey a las
habitaciones de Ester. Suponemos que el rey iba con buen espíritu, pero Amán, de mal
humor.
También el segundo día, mientras bebían vino en el banquete, el rey dijo a Ester:
¿Cuál es tu petición, reina Ester? Te será concedida. ¿Cuál es tu deseo? Hasta la mitad
del reino se te dará (7:2)
Una vez acabada la cena, cuando los tres comensales están bebiendo juntos unas
copas de vino, Asuero repite a Ester sus palabras del día anterior. Esta vez, sin embargo,
vuelve al uso formal, llamándola reina Ester, quizás con la intención de reforzar su
dignidad y así darle confianza para formular su petición. Nuevamente, el lenguaje es
elegante, casi poético.
Esta tercera repetición de la promesa (5:3, 6; 7:2) sirve para reforzar la
determinación de Asuero de conceder la petición. Aunque la fórmula que el rey emplea
es convencional, le resultará difícil no cumplirla después de pronunciarla enfáticamente
en tres ocasiones delante de testigos.
Respondió la reina Ester, y dijo… (7:3)
Ha llegado el momento de la verdad. Ahora no se puede posponer más la petición.
Está en juego el destino del pueblo de Dios. Todo depende de la intercesión de Ester.
¿Estará ella a la altura de la ocasión? ¿Sabrá expresarse con claridad y con inteligencia,
aun sintiéndose indefensa ante el poderío del rey y atemorizada por la presencia del
enemigo?
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En aquel momento crucial, el Señor fortaleció a Ester para que pudiera contestar
con dignidad, pasión, elocuencia y contundencia. Recibió fuerzas para poder hablar con
la autoridad de una reina, y por ello el autor insiste en su carácter regio en este
momento y vuelve a llamarla la reina Ester.
Si he hallado gracia ante tus ojos, oh rey, y si le place al rey… (7:3)
Ester sigue el ejemplo del rey e inicia su discurso repitiendo sus palabras deferentes
del día anterior (5:7–8). Son palabras de humildad, dignas de una suplicante que sabe
que no goza de derechos propios, sino que depende totalmente de la misericordia del
rey. Son palabras que devuelven al rey su dignidad, lesionada por la prepotencia de
Amán. La serena mansedumbre de Ester contrasta vivamente con la arrogancia de
Vasti, algo que el rey no puede haber dejado de percibir y apreciar.
En contraste con Amán, Ester no pierde el norte al hablar, sino que mantiene su
dignidad y su respeto al rey. Aquel, llevado por la emoción de creerse el honrado del
rey, se había olvidado de las frases obligatorias de deferencia (ver 6:6–7); pero Ester,
aunque seguramente la emoción la embargaba, no se desvió del protocolo esperado,
sino que se expresó con elegancia, refinamiento y cortesía. Pero, a la vez, sus palabras
se revisten de intimidad: Ester suele emplear la tercera persona al dirigirse al rey (si le
place al rey, etc.), pero aquí, al llegar al momento de la verdad, como la única excepción
en todo el libro, emplea la segunda persona: ante tus ojos. Su discurso combina
dignidad real e intimidad conyugal.
… que me sea concedida la vida según mi petición, y la de mi pueblo según mi
deseo… (7:3)
Incluso cuando llega a la culminación de su discurso, no abandona el lenguaje
cortesano. Con frases bellamente equilibradas, comunica al rey que su petición y su
deseo son la salvación de su vida y la de su pueblo.
Al no entrar en más detalles, por supuesto, sus palabras despiertan en el rey más
preguntas que respuestas. Así gana su máxima atención y curiosidad.
Ester se menciona a sí misma en primer lugar no por egoísmo, sino para impresionar
al rey con la gravedad del complot: va dirigido nada menos que en contra de la vida de
la amada esposa del emperador.
… porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo… (7:4)
Con suma discreción, evita toda referencia explícita a la culpabilidad del propio
Asuero en torno al triste decreto de genocidio. Pero la mención de que el pueblo ha
sido “vendido” quizás aluda indirectamente a los diez mil talentos de plata prometidos
por Amán y aceptados por el monarca. De hecho, el verbo traducido como vender no
tiene siempre el significado literal de una transacción económica, sino que puede
significar entregar o traicionar, pero, dados los antecedentes, en este caso parece
sugerir el intercambio de dinero.
Con las entrañables palabras yo y mi pueblo, Ester delata finalmente su origen
étnico y se identifica como mujer hebrea. Como tal, está sujeta al decreto de Amán y se
encuentra bajo sentencia de muerte. A juzgar por las reacciones posteriores del rey,
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que se centran exclusivamente en la indignación sufrida por la reina (y no por los judíos
en general), este énfasis del discurso de Ester, al identificarse tan plenamente con la
suerte de los judíos, es lo que causó más impacto en el monarca.
… para el exterminio, para la matanza y para la destrucción (7:4)
El hecho de que Ester emplee precisamente los tres vocablos utilizados en el
decreto real (3:13) indica que sus palabras se hacen eco deliberadamente del texto
oficial. No quiere acusar a Amán de nada que el documento no diga explícitamente. Por
otra parte, el rey probablemente no habrá reconocido la procedencia de los tres
verbos, pero Amán, sin duda, sí, en cuyo caso habrá empezado a intuir lo que Ester está
a punto de revelar.
Y si solo hubiéramos sido vendidos como esclavos o esclavas, hubiera permanecido
callada, porque el mal no se podría comparar con el disgusto del rey (7:4)
Con estas palabras finales, Ester vuelve a demostrar una suma sensibilidad hacia las
prerrogativas del rey. De ninguna manera quiere causarle molestia. Sabe que, según el
protocolo palaciego, la comodidad del rey prima ante cualquier consideración de tipo
personal. Ella y su pueblo estarían dispuestos a sufrir toda clase de indignidad e
injusticia, hasta la esclavitud, con tal de no molestar al rey. Si ha intervenido, solo es
porque se trata de un asunto de vida o muerte.
Pero estas palabras sirven también para subrayar el tamaño del agravio implícito en
el decreto de Amán. El rey sabe perfectamente que cualquier ciudadano normal
apelaría ante él si fuera víctima de una sentencia injusta de esclavitud. Al decir Ester
que no lo habría hecho, llama la atención sobre el carácter absolutamente desorbitado
del genocidio.
La última frase, el mal no se podría comparar con el disgusto del rey, aunque su
sentido general es claro, ofrece varias dificultades para los traductores. La palabra
hebrea traducida como mal puede significar también enemigo (así es traducida en las
demás ocasiones en las que aparece en el Libro de Ester), y, si significa mal, no queda
del todo claro en este contexto quién está sufriendo el agravio. Por otro lado, la palabra
traducida como disgusto aparece solamente aquí en toda la Biblia y es de significado
incierto, si bien algunos escritos rabínicos apoyan la traducción de nuestra versión. En
total, de las seis palabras que forman la frase en hebreo, tres son de interpretación
dudosa. Esto explica las grandes diferencias encontradas en las versiones modernas. Por
ejemplo: el enemigo no podría compensar el daño (LBLA, margen); esa calamidad no
perjudicaría tanto al monarca (CI); ahora el enemigo no podrá compensar al rey por tal
pérdida (BJ); nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable (RV60 y RV95). En
todo caso, parece evidente que Ester está empleando uno de los dos argumentos
siguientes: o que algo tan “trivial” como la esclavitud no habría justificado el haber
molestado al rey, pero la muerte de todo un pueblo, sí; o, más probablemente, que la
muerte de los judíos lesionaría tan seriamente la economía y el bienestar del imperio,
que ni siquiera el dinero ofrecido por el “enemigo” (Amán) compensaría la pérdida. En
ambos casos, Ester indica que solo el interés del rey y del imperio podría haberle
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inducido a intervenir, y que, para ella, la vida humana vale más que el dinero.
Entonces el rey Asuero preguntó a la reina Ester: ¿Quién es, y dónde está el que
pretende hacer tal cosa? (7:5)
Literalmente, el texto hebreo dice que el rey Asuero dijo y dijo a la reina Ester.
Quizás la repetición del verbo se deba a un error de copista. O tal vez se trate de un
modismo hebreo y signifique: el rey Asuero interrumpió dirigiéndose a la reina Ester. O
quizás debamos traducirla: Entonces el rey Asuero habló y dijo a la reina Ester. La
pregunta del rey también es idiomática; literalmente significa: ¿Dónde está aquel cuyo
corazón se ha llenado para hacer tal cosa?; y tiene la fuerza de: ¿Dónde está el hombre
que se atreve a hacerlo?253
La sorpresa ha sido tan grande y la acusación de Ester tan repentina, que el rey aún
no ha tenido tiempo para reflexionar y descubrir por sí mismo quién es el culpable. De
hecho, por supuesto, él mismo es parcialmente responsable y se asombra de la
perversidad de la que él era culpable al consentir en firmar el terrible edicto contra los
judíos.
Y Ester respondió: ¡El adversario y enemigo es este malvado Amán! (7:6)
Llega el momento de máximo interés dramático de todo el libro. Señalando a Amán
con el dedo (así lo deducimos por el uso de la palabra este), pronuncia palabras
sencillas, llanas, claras y contundentes. Acusar al primer ministro y favorito del rey en
términos tan fuertes (¡este malvado!) comportaba, por supuesto, un gran riesgo. Pero
es justo lo que hacía falta. Ahora, le resultará imposible al rey vacilar entre las dos
opciones o intentar hacer componendas. O Ester tiene razón y Amán es malvado de
verdad, o no la tiene y debe ser destituida.
Es posible que las palabras adversario y enemigo sean sinónimas, empleadas solo
para mayor énfasis. Pero también lo es que se refieran a dos matices distintos: Amán es
adversario del pueblo judío, pero también es enemigo de los intereses del imperio y,
finalmente, del propio rey. Busca conseguir sus propias ambiciones egoístas. Procura
congraciarse con el pueblo y recibir sus aplausos (6:9). Está en peligro de alzarse como
rival de Asuero. Y todo el dinero que promete no puede compensar el desajuste social
que causará el genocidio de los judíos (7:4).
En un instante, se abren los ojos del rey. Ahora, entiende que Ester ha estado
denunciando la crueldad del decreto de genocidio. Descubre que el pueblo que iba a
ser liquidado son los judíos y que su amada reina estará entre las víctimas. Ahora, ve las
terribles manipulaciones a las que Amán le ha sometido.
Entonces Amán se sobrecogió de terror delante del rey y de la reina (7:6)
Amán, aún sin reponerse del disgusto de su conversación con sus amigos, cede ante
Ester. No tiene fuerzas morales para defenderse ante el rey, ni para fingir indignación
ante las acusaciones de la reina. Sus ánimos le fallan. En el fondo, es un cobarde que no
puede aspirar a la valentía de Ester y se deja dominar por el terror.257
Y dejando de beber vino, el rey se levantó lleno de furor y salió al jardín del
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palacio… (7:7)
Ciego de furor, con los nervios crispados y totalmente aturdido por el desarrollo de
los acontecimientos, Asuero sale de la habitación dejando juntos a los dos rivales.
Necesita tiempo para pensar. Está furioso con Amán, ¿pero cómo condenarlo por un
decreto que él mismo ha autorizado y firmado? ¿Cómo, pues, debe actuar?
De momento, sin embargo, a Ester no le queda del todo claro contra quién se dirige
la ira del rey. Ella puede haber dudado si el rey no estaría enfadado al descubrir que su
reina era de sangre hebrea. ¿Y si comparte el antisemitismo de Amán?
… pero Amán se quedó para rogar por su vida a la reina Ester, porque vio que el
mal había sido determinado contra él por el rey (7:7).
Amán, por su parte, no tiene ninguna duda al respecto. Entiende que él mismo es el
objeto de la furia real, pero no sabe aún hasta dónde alcanza esta y cuáles serán las
medidas que el rey tomará. Intuye que Asuero ha determinado “mal” contra él y que su
vida puede estar en juego. Desesperado, acude a la única persona capaz de ayudarle en
esa situación, a la reina, miembro de la raza odiada y despreciada. Y, en eso, su
humillación toca fondo. Bastante amargura le había causado tener que proclamar los
honores del judío Mardoqueo. Ahora se postra ante la judía Ester rogándole por su
vida.
Sin duda, el protocolo palatino exigía que Amán saliera del aposento nada más
ausentarse el rey. Las leyes del harén eran sumamente estrictas: ningún hombre podía
tener entrada a la presencia de alguna concubina real, y mucho menos a la de la reina,
quedando a solas con ella. Ni siquiera podía permanecer allí estando presentes los
eunucos. Pero la desesperación hizo que Amán descuidara el protocolo y esto selló su
suerte.
Cuando el rey volvió del jardín del palacio al lugar donde estaban bebiendo vino,
Amán se había dejado caer sobre el lecho donde se hallaba Ester (7:8)
Después de un rato, Asuero logra dominar su furia. Se ha serenado suficientemente
como para poder hablar con dignidad real sin perder los estribos. Así pues, vuelve a
entrar en palacio para tomar medidas contra Amán.
Este, al interceder ante Ester, ha asumido la postura habitual del suplicante: se ha
postrado delante de la reina. Pero ha tenido la mala fortuna de inclinarse sobre el diván
en que Ester estaba reclinada, probablemente besándole los pies en señal de súplica. La
postura de Amán es ambigua y se presta a malentendidos. Si era impensable que un
hombre se quedase a solas con la reina, era absolutamente insólito que alguien se
atreviera a tocarla.
Entonces el rey dijo: ¿Aun se atreve a hacer violencia a la reina estando yo en la
casa? (7:8)
El rey, ya furioso con su valido, no está en condiciones de darle un margen de
confianza al verle en esa postura, ni de escuchar sus razones, sino que se apresura a
sospechar lo peor: Amán no solamente ha procurado la muerte de Ester, Mardoqueo y
los demás judíos, sino que está intentando violar a la reina.
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… y Mardoqueo vino delante del rey, porque Ester le había revelado lo que era él
para ella (8:1)
Ahora empieza la ascensión de Mardoqueo, que llegará a su culminación al final de
este capítulo. Debemos recordar que, la noche antes del segundo banquete de Ester y
del ahorcamiento de Amán, el rey se había acordado de la lealtad de Mardoqueo y
había ordenado su exaltación pública. Aunque solo había sido una exaltación temporal,
sin embargo había demostrado el alto aprecio que Asuero concedía a su siervo. Ahora
se entera de que el hombre al que acaba de honrar no es otro que el padre adoptivo de
su esposa. ¡Una sorpresa agradable!
Pero la frase lo que era él para ella indica aún más que el parentesco; sin duda, da a
entender que Ester le habló a Asuero acerca de las cualidades y el carácter de su primo
y guardián, de su alta valía como consejero, de su lealtad como amigo, de su sensatez y
sabiduría, y de sus motivaciones desinteresadas y limpias en el servicio al rey. Nada más
natural, pues, que el deseo del rey de volver a ver a Mardoqueo y de entrevistarse con
él.
Sin embargo, es probable que la frase vino delante del rey indique algo más que una
mera visita social para que Asuero pueda conocer a su suegro; significa que Mardoqueo
fue exaltado introduciéndolo en el grupo selecto de cortesanos que veían el rostro del
rey (1:14) y tenían derecho de acceso a su presencia.
Entonces el rey se quitó el anillo que había recobrado de Amán, y se lo dio a
Mardoqueo (8:2)
Además, en la providencia de Dios, Mardoqueo se presentó ante el rey justo en el
momento en que este acusaba el vacío en el gobierno dejado por Amán. A pesar de los
intereses creados del valido y su tendencia a utilizar el poder para sus propios fines,
Amán había asumido con eficacia el peso del gobierno, dejando al rey en libertad para
despreocuparse por los asuntos de Estado y para dedicarse a los placeres palatinos.
Ahora, Asuero se enfrenta a dos opciones: asumir él mismo las cargas del gobierno del
imperio o encontrar a otro valido. Optó por lo segundo, lo que era de esperar.
¿Y quién mejor para asumir las responsabilidades de Amán que el fiel funcionario
Mardoqueo, cuyo parentesco con la reina le vinculaba estrechamente con los intereses
de la corona y cuya lealtad al rey ya se había demostrado de una manera
incuestionable? A nosotros puede parecernos prematuro el nombramiento de
Mardoqueo e irresponsable esta segunda entrega del poder del imperio en manos de
un valido poco experimentado después del fracaso de la primera, pero, desde luego,
está en consonancia con lo que sabemos acerca del carácter del rey y, esta vez, al
menos, el valido es una persona íntegra que actuará lealmente en beneficio del rey y
del imperio. Además, el traspaso de poderes no fue necesariamente una cosa impulsiva
e inmediata, sino, más probablemente, la culminación de un proceso de encuentros y
conversaciones que duraron días, si no semanas. Lo que ocurre es que el autor resume
la acción mediante esta breve frase, como lo había hecho previamente al describir la
exaltación de Amán (ver 3:1 y 5:11).
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El decreto de Mardoqueo
Ester 8:3–17
Ester habló de nuevo delante del rey, cayó a sus pies, y llorando, le imploró… (8:3)
El enemigo ha sido destruido, pero no así los nefastos planes que había puesto en
marcha. Estos siguen en pie, tan irrevocables como las leyes de Media y de Persia (cf.
1:19; 8:8). A pesar de que Ester, durante el segundo banquete, había solicitado “la vida
de su pueblo” (7:3), el rey, aparentemente, no ha tomado ninguna medida para salvar a
los judíos, quizás por creer, erróneamente, que había resuelto ya el asunto haciendo
morir a Amán. Ha enfocado el asunto en términos del ultraje que representaba contra
la reina y ha procurado enmendar la situación dándole a Ester los bienes de Amán y
elevando a Mardoqueo al rango de primer ministro, pero estas cosas no solucionan la
amenaza contra los judíos. Por eso, era necesario que Ester siguiera intercediendo ante
él. No debía cejar en su empeño hasta ver invalidado el decreto de genocidio.
Desconocemos si emprendió esta nueva intercesión ante el rey por iniciativa propia
o a instancias de Mardoqueo. Tampoco sabemos por qué Mardoqueo mismo, como el
nuevo primer ministro, no tomó esta iniciativa en vez de Ester. Recibimos, si acaso, la
impresión de que fue un acto espontáneo de Ester, dictado por su genuina
preocupación por su pueblo. Tampoco sabemos si el hecho de que el rey extendiera su
cetro por segunda vez (8:4) implica que Ester volvió a presentarse en el atrio interior sin
solicitar de antemano una entrevista. Nuestro conocimiento de estas costumbres es
demasiado limitado como para poder aseverar nada con plena seguridad. Pero, si fuera
así, tendríamos que suponer que quiso comunicar mediante este acto la suma urgencia
y la gran trascendencia de su petición. Seguía tratándose de un asunto de vida o
muerte, por lo cual la reina debía actuar de una manera apremiante.
Aquí, la nobleza de la reina alcanza nuevas cotas. Su propia supervivencia personal
parece ya asegurada (ver 8:6); el rey tomará medidas para garantizar que no le pase
nada cuando llegue el día 13 de Adar. Si hubiera sido una persona egocéntrica, se
habría conformado con su propia salvación personal y con la muerte de Amán, y habría
dejado en manos del pueblo judío la supervivencia de la nación. Pero Ester es una
mujer leal y solidaria, comprometida firmemente con su propio pueblo a pesar de ser la
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reina de Persia.
Así pues, acude por segunda vez al rey no a causa de un sentimiento de necesaria,
pero ardua, obligación racial, sino por el amor profundo que sentía hacia los suyos. De
ahí sus lágrimas. A pesar de sus muchas tribulaciones, solo aquí, cuando se trata de
aflicciones ajenas, se nos dice que Ester lloró. De ahí también su postración, pues el
vocablo empleado en el texto original no es el habitual para indicar una sencilla
reverencia ante la majestad del rey, sino uno que se emplea frecuentemente para
indicar desmayo o fuerte emoción. Es el mismo vocablo empleado en el 7:8 cuando
Amán se desploma desesperado sobre el diván de la reina. La postración y el lloro de
Ester despertaron, ciertamente, la compasión del rey y le movieron a conceder poderes
para la resolución del genocidio; pero no debemos pensar que en aquellos momentos
Ester estuviera montando una escena teatral con el único fin de conmover al monarca.
Sus gestos son el resultado natural de una desesperación y un dolor profundamente
sentidos.
… que impidiera los propósitos perversos de Amán agagueo y el plan que había
tramado contra los judíos (8:3)
Otra consideración habrá influido, sin duda, en la decisión de intervenir
enérgicamente a favor de los judíos: el carácter notablemente voluble del rey. Asuero
se dejaba manipular fácilmente. Ahora mismo, siente un vivo resentimiento contra
Amán, a la vez que un avergonzado remordimiento a causa de su propia implicación en
el complot contra los judíos y una amorosa simpatía hacia la causa de Ester. Mejor
actuar, pues, sin demora alguna, no fuera que el rey cambiara de actitud. Además, la
enormidad del peligro que amenazaba a los judíos bastaba en sí para justificar una
nueva intervención de Ester sin dejar pasar más tiempo.
Extendió el rey hacia Ester el cetro de oro, y Ester se levantó y se puso delante del
rey… (8:4)
Por segunda vez, Asuero extiende su cetro en señal de aceptación, concediendo a
Ester el derecho a levantarse y hablar.
En el versículo 3, el autor ha resumido el contenido general de la segunda
intercesión de Ester. Ahora, en los versículos siguientes, entrará en mayores detalles,
citando las palabras exactas de la reina (8:5–6) y la respuesta del rey (8:7–8).
… y dijo: Si le place al rey, y si he hallado gracia delante de él, si el asunto le parece
bien al rey y yo soy grata ante sus ojos… (8:5)
Ester sigue dirigiéndose al rey con la debida humildad y respeto. Ni el triunfo moral
que ha conseguido sobre Amán, ni tampoco su nueva posición de poderosa
terrateniente dentro del imperio, alteran su habitual modestia y la deferencia que debe
al monarca.
De hecho, las frases deferentes son aún más complejas que en el 5:4, el 5:7–8 y el
7:3. Es como si, en la medida en que tiene que seguir insistiendo ante el rey, Ester
acusara cada vez más la sensación de estar causándole incomodidad y temiera el
peligro de extralimitarse, por lo cual se desvive por hacerle comprender que, lejos de
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contrariarlo, desea someterse a sus mejores criterios. Ahora, hace descansar su petición
sobre dos factores bien diferenciados: los intereses de Estado, de los cuales el rey es
árbitro (si le place al rey; si el asunto le parece bien al rey), y el afecto personal que él le
tiene a ella (si he hallado gracia delante de él; si yo soy grata ante sus ojos). Es decir,
Ester le está diciendo: “Por favor, hazlo por amor a mí, pero siempre que no vaya en
contra de tus intereses y de los del imperio”.
Por cierto, esas dos mismas condiciones valen en cuanto a nuestra intercesión ante
el Rey de reyes. Oramos siempre diciendo: Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y
oramos a sabiendas de que hemos alcanzado gracia ante sus ojos, porque hemos sido
hechos aceptos en el Amado.
… que se escriba para revocar las cartas concebidas por Amán, hijo de Hamedata,
agagueo, las cuales escribió para destruir a los judíos que están en todas las
provincias del rey (8:5)
Pedir la revocación de un decreto real era pedir algo imposible, porque, una vez
emitido, el decreto llegaba a tener categoría de ley persa irrevocable. Por tanto, Ester
no pide la revocación del decreto real, sino que da menor entidad al documento,
llamándolo las cartas concebidas por Amán. Pero, aun así, como veremos, lo dicho no
puede ser revocado; habrá que encontrar otra solución.
Si Ester menciona el parentesco y el linaje de Amán, posiblemente sea porque ya ha
explicado al rey la enemistad ancestral entre judíos y agagueos. Y la última frase, para
destruir a los judíos que están en todas las provincias del rey, vuelve a sugerir el
perjuicio que representaba para los intereses reales el complot de Amán. Además, cabe
notar cómo Ester sigue teniendo la perspicacia de absolver al rey de toda culpa,
colocándola sobre las espaldas del agagueo.
Porque ¿cómo podría yo ver la calamidad que caería sobre mi pueblo? ¿Cómo
podría yo ver la destrucción de mi gente? (8:6)
Si el versículo 5 ha revelado la inteligencia de Ester en su presentación de
argumentos persuasivos, el versículo 6 revela la profundidad de sus sentimientos.
Seguramente, fue la acongojada emoción de su esposa lo que conmovió a Asuero e hizo
que propusiera el segundo decreto (8:8).
Ester sigue expresándose mediante las frases elegantemente equilibradas que
aconsejaba el uso cortesano. Se sobrentiende que, si iba a ser testigo de la masacre de
sus compatriotas, ella misma estaría a salvo. Pero su exención de la matanza no es
ningún alivio si sobrevive solo para ver cómo su pueblo es destruido. Ella misma está
ahora en la cima de la gloria real: ha recuperado el pleno afecto del rey, recibe todos los
honores de su majestad y tiene riquezas suficientes como para satisfacer los gustos de
la joven más exigente. Pero está dispuesta a sacrificarlo todo por amor a otros. Tal es su
solidaridad con su pueblo.
Entonces el rey Asuero dijo a la reina Ester y al judío Mardoqueo… (8:7)
Evidentemente, Mardoqueo ha estado presente en toda esta escena y ha sido
testigo de la intercesión apasionada de su prima. El rey, pues, contesta a la petición de
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Ester dejando en manos del nuevo valido la resolución del asunto. Por eso se dirige a
los dos.
He aquí, he dado a Ester la casa de Amán, y a él le han colgado en la horca porque
extendió su mano contra los judíos (8:7)
Si no fuera por las palabras del versículo siguiente, podríamos leer esta primera
parte de la respuesta del rey como si fuera pronunciada con cierto tono de irritación o
molestia, como si dijera: “¿Qué más queréis? Os he dado riquezas y he hecho matar a
vuestro enemigo. ¿No he hecho bastante ya?” Pero, en realidad, expresan, no la
contrariedad del rey, sino su identificación con la petición.273 En señal de ello, les
recuerda lo que ya ha hecho a su favor. Las acciones hablan con más fuerza que las
palabras, y las del rey indican a Ester y a Mardoqueo su solidaridad con su petición y su
buena disposición hacia los judíos. Si ha tenido a bien conceder a Ester los bienes de
Amán y ha ahorcado a este por haber conspirado contra los judíos, evidentemente su
actitud hacia la protección de los judíos en lo sucesivo será positiva.
Vosotros, pues, escribid acerca de los judíos como os parezca bien, en nombre del
rey, y selladlo con el anillo del rey… (8:8)
Puesto que el rey no puede anular el decreto contra los judíos, concede poderes a
Mardoqueo y a Ester para publicar un nuevo decreto que sirva para contrarrestar los
efectos del primero. La ley no puede ser abrogada, pero sus consecuencias pueden ser
neutralizadas.
Las instrucciones del rey se hacen eco (seguramente con toda intencionalidad) del
lenguaje empleado en torno al decreto de Amán. También en aquella ocasión, Asuero
delegó en su valido la tarea de redactar el decreto, escribirlo en nombre del rey y
sellarlo con su anillo (3:11–12). Así, las nuevas instrucciones se ven aún más claramente
como la contrapartida de aquellas.
Los dos casos son similares a muchos efectos. En ambos, el rey delega en otros lo
que le incumbe a él: el vosotros es enfático en el texto hebreo: Yo, el rey, he hecho esto
y aquello (8:7); ahora vosotros escribid (8:8). En ambos, hay los mismos detalles acerca
de la redacción y el envío del decreto. Pero, en realidad, las similitudes no se pueden
comparar con los contrastes. En la primera ocasión, el rey sabía solo a medias lo que
estaba en juego. Ahora, aunque deja los detalles a Ester y Mardoqueo, indica
claramente cuál es el sentido en que deben actuar. En el primer caso se trataba del
genocidio de un pueblo. Ahora, se trata de su defensa y salvación.
Curiosamente, la solución que Asuero da al decreto de genocidio es similar a la que
Dios da al decreto de muerte eterna. La ley del pecado y de la muerte enunciada por
Dios proclama que el alma que peque, esa morirá (Ezequiel 18:4). Esa ley es irrevocable,
pues procede de un Dios inmutable cuya voluntad y cuya santidad son inamovibles.
Cualquier esperanza nuestra de salvación, por tanto, ha de depender no de la
abrogación de esa ley, sino de la promulgación de una nueva ley que neutralice sus
efectos. Y, efectivamente, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha libertado de la
ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Dios no revoca la primera ley (por eso, aun
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cuando Cristo está en vosotros… el cuerpo está muerto a causa del pecado; Romanos
8:10), sino que toma medidas para anular los efectos de aquella ley en todo aquel que
acuda a él pidiendo clemencia: ofrece a su Hijo para morir como nuestro sustituto,
redimiéndonos así de la maldición de la ley (Gálatas 3:13), y nos concede el don de una
nueva vida en el Espíritu, una vida exenta del pecado y, por tanto, de la condenación a
muerte.
… porque un decreto que está escrito en nombre del rey y sellado con el anillo del
rey no puede ser revocado (8:8)
Es difícil saber si el “decreto” al que el rey se refiere es el anterior de Amán o el
nuevo de Mardoqueo. ¿Quiere decir que no hay forma de revocar el decreto de
genocidio (por lo cual, Ester y Mardoqueo deben tomar medidas para neutralizar sus
efectos)? ¿O quiere decir que, puesto que el nuevo decreto saldrá en nombre del rey y
con su sello, será tan igualmente irrevocable como el anterior? No queda claro, pero en
cualquier caso el efecto es el mismo y ambas cosas son ciertas: el decreto de genocidio
no puede ser revocado, pero el nuevo decreto autorizando la defensa de los judíos
tendrá el mismo carácter irrevocable.
Y fueron llamados los escribas del rey en aquel momento en el mes tercero (es
decir, el mes de Siván), en el día veintitrés… (8:9)
No solo las instrucciones del rey se hacen eco de las seguidas por Amán, sino que la
descripción de las medidas empleadas para la redacción y el envío del nuevo decreto
imita el lenguaje empleado para los del anterior. En realidad, el texto de los versículos 9
y 10 es idéntico al del 3:12–15, con la adición o el cambio de los datos oportunos. Al
principio del versículo 9, lo que cambia, lógicamente, es la fecha. Han pasado dos meses
y diez días desde que Amán envió el primer decreto. Ahora, estamos en el mes de Siván
(mencionado aquí por única vez en la Biblia), es decir, en el mes de junio del año 474 a.
C.
… y conforme a todo lo que ordenó Mardoqueo se escribió a los judíos… (8:9)
Ahora, quien redacta el envío no es Amán, sino Mardoqueo. En política, ¡qué
rápidamente cambian las cosas!
La diferencia más notable entre ambos decretos es que este fue enviado, además
de a los oficiales del imperio, también a los judíos. Los más afectados por el decreto
serán los primeros en recibirlo.
… a los sátrapas, a los gobernadores y a los príncipes de las provincias que se
extendían desde la India hasta Etiopía, ciento veintisiete provincias… (8:9)
Aquí, el autor, además de citar las palabras del 3:12, añade frases procedentes del
1:11 (desde la India hasta Etiopía, ciento veintisiete provincias) a fin de refrescar nuestra
memoria en cuanto a la inmensidad del territorio que debe recibir el envío.
… a cada provincia conforme a su escritura, y a cada pueblo conforme a su lengua,
y a los judíos conforme a su escritura y a su lengua (8:9)
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Además de los idiomas oficiales de cada provincia y pueblo, esta vez se incluye la
traducción al hebreo. Es de suponer que la lengua oficial empleada en la provincia de
Judá era todavía el arameo y, por tanto, que no se empleó el hebreo en el primer
decreto. Pero ahora se incluye una traducción al hebreo en el envío a cada provincia
donde residían judíos.
Y se escribió en el nombre del rey Asuero y se selló con el anillo del rey… (8:10)
Siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Asuero (8:8), Mardoqueo empieza la
redacción diciendo que es un edicto dado por orden del rey, y la termina añadiendo el
sello real. Así, el documento se convierte en un decreto absolutamente vinculante y de
vigencia irrevocable.
… y se enviaron las cartas por medio de correos a caballo, que montaban en
corceles engendrados por caballos reales (8:10)
Por alguna razón no muy clara, el autor nos ofrece algunos datos adicionales acerca
de los caballos empleados por los correos reales. Algunos de los vocablos de esta frase
son oscuros: la palabra traducida como corceles, por ejemplo, es empleada en Miqueas
1:13 para referirse a los caballos de los carros del ejército, y en 1 Reyes 4:28 para los
caballos veloces importados por Salomón. Igualmente, la última frase se presta también
a ser traducida como nacidos de yeguas reales, o procedentes de los pastos reales. Pero,
sean cuales fueran los matices exactos de estas palabras técnicas, es evidente que el
autor mismo había quedado deslumbrado por la hermosura, vitalidad y velocidad de los
caballos utilizados por los correos. Posiblemente, también quiere indicar que
Mardoqueo cuidó mucho los detalles del envío del decreto a fin de asegurar que llegara
aun a los rincones más lejanos del imperio con la máxima rapidez.
En ellas el rey concedía a los judíos que estaban en cada ciudad el derecho de
reunirse y defender su vida… (8:11)
Las cartas con el texto del decreto otorgaban a los judíos el derecho de asamblea.
Podían “congregarse” (o “reunirse como congregación”) con el fin de organizar su
defensa.
Tal vez, esto significara que en cada ciudad se reunirían para evaluar los planes (si se
conocían) de sus enemigos o, como mínimo, para sopesar las probabilidades de ataques
enemigos y el poderío militar de sus adversarios. Luego tendrían que organizarse para
contrarrestar aquellas fuerzas y considerar cómo defender mejor a sus esposas y a sus
hijos.
… de destruir, de matar y de exterminar al ejército de cualquier pueblo o provincia
que los atacara… (8:11)
El lenguaje del decreto se hace eco del edicto de genocidio, hasta el punto de
repetir los mismos verbos (cf. 3:13; 7:4). Punto por punto, el nuevo decreto debe
corresponder y contestar al anterior.
El imperio persa se componía de un mosaico de pueblos, muchos de los cuales
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tenían sus propios reyezuelos (los príncipes del Libro de Ester) que rendían homenaje a
Asuero y tenían sus propios ejércitos. Evidentemente, los ejércitos imperiales bajo las
órdenes directas de Asuero no participarían en la matanza de judíos. Pero algunos de
los numerosos ejércitos nacionales o provinciales podrían hacer planes para participar.
… incluso a niños y mujeres, y de saquear sus bienes… (8:11)
Nuestra versión, como la mayoría, parece indicar que los niños y las mujeres fueron
incluidos en la orden de exterminio. Esto provoca la indignación de algunos
comentaristas (y la perplejidad de algunos lectores), porque parece indicar un
reprensible espíritu vengativo y una notable inhumanidad en el pueblo de Dios bajo el
antiguo pacto, que parece ansioso de asesinar a niños inocentes e indefensos. Pero,
antes de apresurarnos a juzgar en estos términos el decreto de Mardoqueo, debemos
tomar en consideración al menos cuatro factores.
En primer lugar, estas frases no hacen más que repetir palabras del decreto de
genocidio de Amán. Son textualmente iguales a las que encontramos en el 3:13. Es
decir, el rey concede a los judíos, punto por punto, las mismas prerrogativas que Amán
había conseguido para los enemigos de los judíos. Se trata de un acto de justicia, no de
una venganza sanguinaria. Además, el hecho de que el decreto real les conceda la
prerrogativa no significa necesariamente que los judíos fueran a valerse de ella (de
hecho, no iban a utilizar la cláusula que les concedía el derecho al botín; ver 9:10, 15,
16), sino solamente que podían salir a luchar en exactamente las mismas condiciones
que sus adversarios, sin estar en desventaja.
En segundo lugar, la inclusión de estas frases en este decreto puede haber tenido la
intención de servir más como escarmiento que como pronóstico de hechos reales. La
concesión a los judíos de este derecho contribuyó, sin duda, a frenar la participación en
el genocidio de muchas personas vacilantes que de otra manera habrían aprovechado la
ocasión para enriquecerse a expensas de los judíos, pero que ahora, ante el riesgo de
perder a sus familias y sus posesiones, decidirían quedarse en casa.
En tercer lugar, es necesario hacer justicia al lenguaje exacto del texto. La frase reza
literalmente: … a ellos [el ejército], con sus niños y sus mujeres; y depende, no del verbo
exterminar, sino del verbo atacar. La idea, pues, no es que los judíos entren en las casas
de sus enemigos para efectuar una matanza arbitraria de niños y mujeres (idea que, de
todas maneras, difícilmente habría sido aceptada por el rey), sino que tengan el
derecho a matar a todos los que les atacan a ellos, juntamente con sus niños y mujeres.
¿Atacarlos juntamente con sus niños y mujeres, o matarlos juntamente con ellos? La
primera idea no resulta inverosímil si tenemos en cuenta la costumbre persa de que los
soldados llevaran consigo a sus familias al campo de batalla.282 En todo caso, la frase es
suficientemente ambigua como para avalar las palabras de un comentarista: Sean
cuales fueren las objeciones éticas que se pueden alegar contra las acciones de los judíos
narradas en este libro, al menos no deben basarse en este versículo, porque ha sido
habitualmente malentendido.
Pero, en cuarto lugar, es posible que la referencia no sea a las mujeres y a los niños
persas, sino a los judíos. Uno de los comentaristas traduce este versículo de la manera
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siguiente: Por medio de estas cartas el rey permitió a los judíos, en todas las ciudades,
que se reunieran para destruir, matar y barrer a toda persona armada o a toda provincia
que pretendiera atacarlos a ellos, a sus hijos y esposas, con sus bienes como botín; y
luego puntualiza: Las cinco últimas palabras del texto hebreo del 8:11 no son una
paráfrasis del 3:13, dando permiso a los judíos para que se venguen de la misma manera
que planeaba hacerlo Amán, sino una cita del edicto original, contra el cual sus víctimas
pudiesen protegerse… por tanto, la única meta de los judíos era rechazar a los que
intentaran atacarlos a ellos, a sus mujeres y a sus hijos.
… en un mismo día en todas las provincias del rey Asuero, el día trece del mes doce
(es decir, el mes de Adar) (8:12)
Como en el caso del decreto de Amán (se ve que era una costumbre habitual de
aquel entonces), el de Mardoqueo fija una limitación temporal a la venganza (lo cual
obligará a Ester a pedir un día adicional para acabar con los enemigos de Susa). La
matanza suele engendrar una vendetta interminable (el odio entre Amán y Mardoqueo
es un buen ejemplo de ello). Con esta medida, los reyes daban rienda suelta a las
aspiraciones de venganza, limitando a la vez sus efectos dañinos para el reino. De
hecho, la limitación tiene al menos tres aplicaciones:
1. Hay una limitación temporal: al llegar la noche, los adversarios tendrán que deponer
las armas. Cualquier matanza posterior será castigada con todo el rigor de la ley
imperial.
2. Hay una limitación geográfica: no da tiempo a que los adversarios luchen en un
lugar en un momento y en otro lugar en otro. Casi son obligados a luchar allí donde
se encuentren y solo allí. Esto, a su vez, reduce la posibilidad de una concentración
de fuerzas en un lugar a expensas de otro.
3. Da la oportunidad a los que así lo deseen de esconderse durante la duración de la
matanza. Es difícil hacerlo indefinidamente, pero durante un solo día es más
factible.
Una copia del edicto que había de promulgarse como ley en cada provincia fue
publicado a todos los pueblos, para que los judíos estuvieran listos para ese día a fin
de vengarse de sus enemigos (8:13)
A Mardoqueo, le preocupa profundamente el hecho de que algunos grupos aislados
de judíos pudieran ignorar el nuevo decreto y, por tanto, no tomar medidas para
organizar su defensa. Le interesa que el decreto llegue a todos los pueblos del imperio,
aun a los más remotos. Por eso, utiliza los caballos más veloces. Y por eso, se asegura
no solo de que una copia del decreto llegue a cada pueblo, sino de que también sea
“publicado” (es decir, proclamado en voz alta por el pregón de cada pueblo) para que
todos se enteren.
Aquí, se nos dice explícitamente cuál es la finalidad de esta urgencia: dar tiempo a
los judíos para organizar su defensa, con el fin de que puedan hacer frente al enemigo
y, con la ayuda de Dios, vengarse de él. Notemos bien que los judíos no son los que van
a tomar la iniciativa, sino que van a defenderse contra aquellos que los ataquen a ellos.
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Aunque el texto nunca lo haya dicho de una manera explícita, la impresión que
recibimos es que, mientras que Amán era odiado por grandes sectores de la población
debido a su arrogancia, Mardoqueo era popular a causa de su integridad. Por tanto, fue
aclamado y aplaudido no solamente por los demás judíos, sino por toda la ciudad de
Susa. Sin embargo, es probable que el regocijo de la capital se debiera no únicamente a
la exaltación personal de Mardoqueo, sino también a las buenas noticias del nuevo
decreto (aunque este no sea mencionado). Los judíos y sus amigos ya podían respirar
con alivio.
Por supuesto, esta frase debe ser leída en contraste con la última frase del 3:15: La
ciudad de Susa estaba consternada. Mientras que el decreto de Amán había provocado
una perplejidad dolorosa, el de Mardoqueo es motivo de alegría.
El regocijo de toda la ciudad habla elocuentemente acerca del alcance del buen
testimonio de Mardoqueo y de los demás judíos. Habían adquirido fama de ser
ciudadanos rectos y amables. Como consecuencia, y a pesar de ciertas actitudes
antisemitas diseminadas por el imperio, el decreto inicial había suscitado una profunda
consternación entre la población en general, mientras que, ahora, el nuevo decreto
despierta sinceras felicitaciones y gozosas celebraciones.
Para los judíos fue día de luz y alegría, de gozo y gloria (8:16)
Pero, naturalmente, la celebración era aún mayor entre los judíos. Para ellos, los
largos días de oscuridad habían acabado; ahora, gracias a las valientes gestiones de
Ester y Mardoqueo, comenzaba a brillar una luz de esperanza. El resultado en su estado
anímico fue el de despertar una alegría y un gozo tales que se sentían rodeados de
gloria. En vez de ser el pueblo despreciado y humillado de hacía unas horas, ahora se
veían a sí mismos reflejados en la vestimenta majestuosa de Mardoqueo.
Cuando describía la aflicción de los judíos ante la noticia del decreto de Amán (4:3),
el autor empleaba cuatro sustantivos: duelo, ayuno, llanto y lamento. Ahora, Dios ha
cambiado su lamento en danza, ha desatado su cilicio y los ha ceñido de alegría (Salmo
30:11). Por tanto, el autor vuelve a emplear cuatro sustantivos, pero esta vez para
describir su alivio: luz, alegría, gozo y gloria.
Aquí encontramos otro de los grandes principios que subyacen en la revelación
bíblica acerca de los propósitos de Dios para su pueblo, principio que alcanzará su
máxima expresión en el Día del Señor: puede que sea necesario que atravesemos
lugares de gran oscuridad, pero, a la larga, siempre llegará el momento de la vindicación
y la salvación.
El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de
alegría (Salmo 30:5).
Considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser
comparados con la gloria que nos ha de ser revelada (Romanos 8:18).
Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más
duelo, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21:4).
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En cada provincia, en cada ciudad y en todo lugar adonde llegaba el mandato del
rey y su decreto había alegría y gozo para los judíos, banquete y día festivo (8:17)
A medida que los correos iban llegando a las diversas ciudades y provincias, la
celebración de los judíos de Susa se hacía extensiva a todos los rincones del imperio. A
lo que ya hemos visto en el versículo anterior, ahora se añaden dos aspectos adicionales
de esta celebración. Por un lado, hicieron día de fiesta (cf. 9:19, 22), lo cual sugiere que
los amos gentiles recibieron la noticia con simpatía y comprensión, y estaban dispuestos
a conceder a sus empleados judíos un día de descanso para la celebración. Y, por otro,
organizaron comidas festivas. Nuevamente, sale el tema del banquete que tanto
abunda en este libro, pero, esta vez, contrasta con el ayuno que caracterizaba la
recepción del primer decreto (4:3).
Y muchos de entre los pueblos de la tierra se hicieron judíos, porque había caído
sobre ellos el temor de los judíos (8:17)
Con este versículo llegamos a uno de los textos más sorprendentes y significativos
del Libro de Ester. Esta es la única vez en todo el Antiguo Testamento en la que leemos
acerca de la conversión de gentiles al judaísmo, si bien es cierto que en varias ocasiones
sobrevino en distintos grados y a diferentes pueblos gentiles el temor a Yahvé: por
ejemplo, a los cananeos en Josué 2:9–11; a los marineros en Jonás 1:16; o a los ninivitas
en Jonás 3:5–10. Sin embargo, hacerse judío implica algo más que eso. De lo que se
trata no es, por un lado, la adquisición de una nueva identidad racial o de ciertas
costumbres sociales, ni tampoco, por otro lado, cierto temor al Dios de los judíos, sino
la plena conversión a Dios, a sus leyes y ordenanzas, la apropiación de las promesas del
pacto y la declaración pública de esta conversión mediante una identificación formal
con su pueblo.
Puesto que es un caso único en las Escrituras, algunos comentaristas se muestran
escépticos en cuanto a su veracidad histórica. Sin embargo, hacemos bien en notar que,
en tiempos del Nuevo Testamento, eran muchos los “temerosos de Dios”, gentiles
convertidos al judaísmo que seguían fielmente las costumbres, las leyes y las
ceremonias prescritas por Dios (ver, por ejemplo, Lucas 7:3–5; Hechos 2:9–11; 6:5;
10:1–2; 13:43), y que los propios judíos eran celosos en su labor de llevar la revelación
divina a los demás pueblos (Mateo 23:15; Romanos 2:17–20). ¿Cuándo empezó este
celo misionero entre los judíos? ¿Y cuándo empezó a haber una entrada tan grande de
prosélitos gentiles en el judaísmo? La respuesta bíblica es: en tiempos de Ester y
Mardoqueo, cuando el imperio persa tomó nota del buen testimonio de los judíos de la
diáspora. Si esta explicación no satisface a los escépticos, ¡que busquen una mejor!
Casi cinco siglos después de esta conversión masiva de gentiles, unos magos persas,
descendientes de la casta sacerdotal del imperio de los Aqueménidas, iban a viajar a
Jerusalén en busca del Mesías. La narración de aquel acontecimiento que encontramos
en el capítulo 2 del Evangelio de Mateo parecería inverosímil si no fuera por el hecho de
que la esperanza mesiánica había arraigado en Persia hacía muchos años. Según el
testimonio de textos cuneiformes babilónicos, los astrólogos del país tenían puesta su
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mirada, desde hacía largo tiempo, en un futuro rey salvador que debía aparecer en
occidente. ¿Cómo se originó aquella esperanza mesiánica tan extendida por entonces en
todo el ámbito del mundo antiguo? Sin duda, se debió en parte a que, en tiempos del
nacimiento de Jesús, aún existía una gran colonia hebrea en Persia, asentada allí desde
el exilio babilónico. Aquellos judíos llevaron a cabo una activa y eficaz propaganda
religiosa… mediante la cual se extendió también por todas partes la creencia en la
venida del Mesías. ¿Pero no puede haber contribuido también a esta expectación
mesiánica una larga tradición de simpatía hacia el judaísmo que encontró su primera
expresión en las conversiones en tiempos de Ester y Mardoqueo?
Debe observarse que, aun a estas alturas, cuando se hace referencia a la conversión
espiritual, el autor no nombra a Dios. Habríamos esperado que dijese: Se hicieron
judíos, porque había caído sobre ellos el temor de Yahvé. Pero, como siempre, prefiere
mantener su narración en lo estrictamente humano sin hacer explícita referencia
espiritual alguna. Lo cierto, sin embargo, es que difícilmente te haces judío a no ser que
llegues a temer al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Con todo, es probable que las conversiones se debieran a una variedad de
motivaciones y que fueran más o menos duraderas. Sin duda, algunos se convirtieron
por un auténtico temor de Dios al ver cómo había velado por su pueblo y al escuchar el
testimonio de sus vecinos judíos. Pero otros se declararían judíos para salvar el pellejo
ante las represalias de los judíos el 13 de Adar (por el temor de los judíos), mientras que
habría quienes lo harían por interés político al ver la ascendencia de Mardoqueo y la
simpatía del rey hacia los judíos. Puede que otros lo hicieran por intereses económicos
al ver cómo prosperaba la comunidad hebrea bajo el gobierno de Mardoqueo (10:3).
Como en el caso de toda profesión de conversión, solamente el paso del tiempo es el
que confirma o no su autenticidad. Como indicó Jesús en la Parábola del Sembrador
(Mateo 13:3–9, 18–23), la gente responde al evangelio de muchas maneras y por una
variedad de motivos. Pero, sin duda alguna, aquí encontramos el comienzo de un largo
y glorioso proceso de proselitismo judío que dio sus mayores frutos en tiempos de
Jesucristo y que, de hecho, ayudó a preparar el terreno para la extensión del evangelio
cristiano al mundo gentil.
¡Qué importante es hacer justicia a las palabras finales del capítulo 8 antes de
proceder con el estudio del 9! El final de la historia de Ester nos introduce en un baño
de sangre en el cual los judíos se vengan de sus enemigos. Así, según el criterio de
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sociedades por medio de gobernantes, puestos entre otras razones para organizar la
defensa del país contra sus enemigos, y por medio de jueces, puestos para dar el pago
al delincuente. Ni los unos ni los otros son infalibles. Al contrario, ellos mismos caen
frecuentemente en comportamientos injustos y tendrán que afrontar la retribución
divina. Pero, en un mundo caído, es mejor aguantar la justicia mediocre de gobernantes
falibles que sufrir la franca injusticia de una sociedad sin ley ni orden. Es aquí donde
necesitamos situar la legítima defensa propia de los judíos, autorizada por el rey Asuero
y organizada por el primer ministro Mardoqueo. Ellos dos, en este caso, son las
autoridades constituidas por Dios como vengadoras que deben castigar al que practica
lo malo (Romanos 13:1, 4). No haber tomado medidas contra los enemigos de los judíos
habría sido consentir una persecución injusta preparada por una mente perversa,
racista y opresora; habría sido condenar al genocidio a miles de víctimas indefensas. En
cambio, haberlas tomado constituye, no una aberración, sino una acción legítima que
tenía como objeto acabar con una ley injusta y violenta, y salvar de la extinción a todo
un pueblo.
En el mes doce (es decir, el mes de Adar), el día trece cuando estaban para
ejecutarse el mandato y edicto del rey… (9:1)
El autor pasa directamente del tercer mes al duodécimo, de Siván a Adar, saltando
por encima de los ocho meses intermedios, meses que suponemos habrán estado
llenos de las frenéticas actividades preparatorias de los judíos. Nos encontramos, pues,
en el fatídico día 7 de marzo del año 473 a. C.
La mención del mandato y edicto del rey es ambigua (quizás deliberadamente), pues
el rey ha promulgado dos y los dos iban a ponerse por obra; pero, por la frase que
sigue, vemos que la referencia primaria parece ser al decreto de genocidio.
… el mismo día que los enemigos de los judíos esperaban obtener dominio sobre
ellos… (9:1)
La táctica literaria del autor en este versículo es palpable. Amontona frases para
crear tensión y expectación, recordándonos lo que ya sabemos de sobra: que esta es la
fecha, ya establecida en el 3:13 y el 8:12, anhelada por Amán y por todos los
antisemitas del imperio, la fecha en que los odiados judíos dejarían de existir, la fecha
de la venganza de los amalecitas y de todos los demás pueblos que acariciaban una
enemistad ancestral contra el pueblo de Dios.
… sucedió lo contrario, porque fueron los judíos los que obtuvieron dominio sobre
los que los odiaban (9:1)
El autor empieza resumiendo la acción (9:1) para luego proceder a exponerla con
detalle (9:2–19). El resumen consiste en esto: que “sucedió lo contrario” de lo
esperado. Dios volvió a poner las cosas patas arriba. Ya lo había hecho en torno a la
enemistad personal de Amán y Mardoqueo: aquel murió en la horca preparada para el
judío, y este ocupó la posición suprema que antes ostentaba el agagueo. Ahora, la
providencia divina conducirá a la frustración los terribles planes de los genocidas y a la
vindicación y salvación de su pueblo. Las víctimas salen ilesas, mientras que los
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fue el apoyo que estos recibieron por parte de los oficiales imperiales. Nuevamente, el
texto recoge las tres categorías principales: los príncipes nativos, los sátrapas que
gobernaban las veinte satrapías del imperio y los gobernadores encargados de las
ciento veintisiete provincias. Pero, esta vez, se añade una mención especial de otros
funcionarios del Estado encargados de diferentes delegaciones y departamentos en las
provincias; o sea, oficiales, probablemente, del mismo rango que había ocupado
Mardoqueo hasta su exaltación.
… porque el temor a Mardoqueo había caído sobre ellos… (9:3)
El texto no intenta disfrazar el hecho de que los oficiales prestaron ayuda a los
judíos por interés personal. Era lógico: si aquel que ejercía el mando práctico sobre
ellos, el primer ministro, era judío, y si el propio rey era partidario de la causa hebrea,
no les interesaba ofender a los judíos, sino favorecerlos. Cualquier noticia que le llegara
a Mardoqueo acerca de sus actitudes o acciones antisemitas podía provocar su
destitución. Así pues, sin duda, muchos de los gobernantes, que de otra manera no
habrían vacilado en cumplir el primer decreto y en liquidar a los judíos de su territorio,
decidieron que, dada la preeminencia de Mardoqueo, les sería más ventajoso
solidarizarse con la causa hebrea y prestar ayuda moral y material a los judíos.
Naturalmente, gozando del apoyo de las autoridades civiles, los judíos pudieron contar
también con la simpatía y la ayuda de grandes sectores de la sociedad en general.
… pues Mardoqueo era grande en la casa del rey, y su fama se había extendido por
todas las provincias, porque Mardoqueo se hacía más y más grande (9:4)
La fama de Mardoqueo sigue en línea ascendente. Una cosa es ganarse el favor del
rey, y otra muy diferente, lograr mantenerlo durante un tiempo y conseguir que su
buena opinión se haga extensiva a las autoridades provinciales. En cuanto a honores
políticos, Mardoqueo había llegado a la cúspide del poder al ser nombrado primer
ministro; pero, en cuanto a la popularidad y a la eficacia en el gobierno que conlleva,
seguía subiendo peldaños.
Muchas veces, ocurre que, durante la fase inicial de un nuevo gobierno, o cuando
alguien parece destacar como el nuevo favorito del rey, la suerte parece sonreírle.
Ahora que no es peligroso hacerlo, todos se dedican a criticar al valido caído, todos
halagan al nuevo favorito e intentan introducirse en su círculo más íntimo. Por
supuesto, aún no ha tenido tiempo para cometer aquellos atropellos o patinazos
políticos que le granjearían el resentimiento de sus subordinados. Todo le va bien. Eso
le había pasado a Amán. Ahora, le pasa a Mardoqueo.
Podemos suponer que, a causa de su carácter noble y su política sensata,
Mardoqueo había de durar más tiempo en el poder que su antiguo adversario, pero, sin
duda, finalmente acabaría alejado también del poder. Lo importante, sin embargo, es
que, mientras tanto, la providencia divina se serviría de su posición para llevar a cabo la
salvación de los judíos.
Y los judíos hirieron a todos sus enemigos a filo de espada, con matanza y
destrucción; e hicieron lo que quisieron con los que los odiaban (9:5)
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del cielo la memoria de Amalec; no lo olvides. Pero, sin duda también, tuvieron que
morir porque compartían los prejuicios antisemitas de su padre, salieron en contra de
los judíos y tenían la intención de perpetuar la enemistad ancestral de los amalecitas.
Naturalmente, querían vengar la muerte de su padre y recuperar sus posesiones y su
herencia, y, posiblemente, aspiraban a conseguir para su familia la posición
preeminente que Amán había ostentado en el imperio. Su muerte, pues, no refleja un
injustificado afán de venganza y crueldad por parte de los judíos, sino una medida
necesaria para la supervivencia del pueblo de Dios.
… pero no echaron mano a los bienes (9:10)
Nada menos que en tres ocasiones (9:10, 15 y 16), el autor enfatiza que los judíos
no quisieron apropiarse los bienes de sus enemigos. En esto se desviaron radicalmente
del ejemplo de sus contemporáneos, quienes no solían vacilar en capturar todo el botín
que podían. ¿Por qué tuvieron esas reticencias? ¿Cómo explicar su decisión, tomada a
pesar del permiso expreso del rey (8:11)? Podemos aducir al menos tres razones
diferentes. Posiblemente, cada una de las tres estuviera presente en el sentir de los
judíos.
En primer lugar, era cuestión de rectitud moral y de testimonio público. No querían
que nadie del imperio pudiera dudar de la pureza de sus motivaciones. No era en
absoluto por afán de lucro por lo que salían contra sus enemigos, sino solamente como
acción destinada a asegurar la continuidad de su pueblo ante las amenazas de sus
enemigos. Era una acción defensiva. La captura del botín podría haber dado otra
impresión a sus vecinos.
En segundo lugar, existían destacados precedentes bíblicos que quizás desearan
imitar. Cuando Israel entró por primera vez en la Tierra Prometida, Dios les había
prohibido que tomaran botín de las ciudades de Jericó y Hai (Josué 6:18–19). Aun antes,
Abraham no quiso tomar para sí nada del botín de los diez reyes (Génesis 14:21–23). Si,
pues, los judíos del reinado de Asuero siguen el ejemplo de sus antepasados, podemos
suponer que se debió a que vieron en su victoria otro ejemplo más de la providencia de
Dios en la protección de su pueblo y el castigo de sus enemigos. La vindicación de los
judíos y la fulminación de sus enemigos se debían, en última instancia, a Dios, quien se
había servido de ellos para eliminar a personas perversas y malvadas que se alzaban en
su contra. Se trataba de una guerra santa. Si, pues, la batalla y la victoria eran de Dios,
el botín también le pertenecía. Era sagrado e intocable.
Pero es posible, en tercer lugar, que los judíos tomaran en consideración otra
cuestión. Puede que pesara en su mente, aún más que estos casos sublimes de
Abraham y de los israelitas, el mal ejemplo de Saúl. Este, en su lucha contra los
amalecitas, en aquella misma lucha que había dado origen a la enemistad entre
Mardoqueo y Amán, había desobedecido las instrucciones específicas de Samuel,
escogiendo para sí animales selectos del botín, y después había intentado justificar su
acción ante el profeta aduciendo torpes excusas y mentiras (1 Samuel 15:17–23). El
comienzo de la enemistad entre judíos y agagueos, por tanto, se había caracterizado
por el desacato de las órdenes explícitas de Dios de no tocar los bienes del enemigo; los
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judíos entienden ahora que el ciclo debe cerrarse por su parte con una decisión
voluntaria de desagravio de la ofensa de Saúl, negándose a tocar los bienes de los
seguidores y herederos espirituales de Agag.
En todo caso, parece evidente que los judíos actuaron motivados por el temor de
Dios y por el deseo de dar buen testimonio ante sus vecinos. La decisión de no
enriquecerse a expensas de sus enemigos haría impacto, sin duda, en aquella sociedad
acostumbrada a que el triunfo militar fuera acompañado siempre por el saqueo de
bienes. Los persas tomarían nota de la abnegación y la rectitud moral de los judíos, y
esto muy bien puede que contribuyera a aquella conversión de muchos ya mencionada
en el 8:17.
Aquel mismo día comunicaron al rey el número de los que fueron muertos en Susa,
la capital (9:11)
Al concluir el día, los oficiales de Susa informaron al rey acerca del número exacto
de muertos en la capital. Naturalmente, la información proveniente de los lugares más
lejanos del imperio tardaría aún semanas en llegar.
Y el rey dijo a la reina Ester: En Susa, la capital, los judíos han matado y
exterminado a quinientos hombres y a los diez hijos de Amán. ¡Qué habrán hecho en
las demás provincias del rey! (9:12)
Muchos comentaristas suponen que Asuero pronunció estas palabras con una
mezcla de desesperación y de espanto. En tal caso, tienen que suponer que el rey
estaba dominado completamente por su esposa y por su primer ministro, y que la
matanza se había cumplido en contra de su voluntad.
A nosotros nos parece que el tono de voz con que Asuero se dirige a Ester no refleja
ni consternación ni entusiasmo, sino que se trata de una sencilla comunicación de
datos. Posiblemente, existiera en el ánimo del rey la intención de felicitar a la reina por
el gran éxito del día y por la salvación de su pueblo, además de una nota animadora de
asombro al imaginarse el gran número de muertos que habría habido en provincias.
Debemos recordar que, mientras siguieran en pie los dos decretos, la victoria de los
judíos no estaba asegurada. Sin duda, Ester y Asuero se pasaron el día en vilo, a la
espera de posibles malas noticias. Y todavía seguirían en vilo hasta recabar la
información de las provincias. El rey, pues, intenta calmar los temores de su esposa,
diciendo que, si los judíos se han defendido con tanto éxito en la capital, su victoria no
será menos contundente en el resto del imperio.
En todo caso, parece que el rey estaba tan identificado con la causa de su esposa
que asimiló la noticia sin contrariarse. Debemos recordar que los quinientos hombres
no son más que una gota de agua en comparación con el cubo de pérdidas que había
tenido que soportar en sus campañas militares, especialmente en las de Grecia.
¿Cuál es tu petición ahora? Pues te será concedida. ¿Qué más quieres? También te
será hecho (9:12)
De hecho, lejos de enfadarse, Asuero quiere saber si hay alguna medida adicional
que se pueda tomar a fin de adelantar la causa de los judíos. Por eso, empleando la
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misma clase de frases simétricas que ya utilizó en 7:2, ofrece a Ester la posibilidad de
hacer nuevas peticiones.
Entonces Ester dijo: Si le place al rey, que mañana también se conceda a los judíos
que están en Susa hacer conforme al edicto de hoy… (9:13)
Son muchos los comentaristas, incluso los evangélicos, que expresan desconcierto
ante la supuesta crueldad de Ester. Ya hemos dicho que la incorporación en los dos
decretos de artículos que circunscribían su validez a un solo día tenía la intención de
limitar el número de víctimas a fin de no perjudicar al imperio. Por tanto, ¿no es la
petición de Ester innecesariamente sanguinaria? ¿Y no es inverosímil que el rey,
defensor de los intereses del Estado, la dé por buena?
Por todo lo que sabemos del carácter de Ester, creemos que es necesario absolverla
de una acusación semejante. No es una mujer gratuitamente violenta (como pudo serlo
Vasti, por ejemplo), sino amable, generosa y sensata. Si, pues, hace esta petición, tiene
que ser porque comprende que los enemigos aún vivos en Susa representan un peligro
mortal para los judíos. Estos no podrán vivir en paz mientras aquellos sigan vivos, pues
constituyen una amenaza constante y, con cualquier cambio de fortuna política en el
futuro, volverán a sus actitudes genocidas. Si te encuentras rodeado por diez leones
hambrientos, no te conformas con que cinco sean liquidados; no estás a salvo mientras
haya uno que siga amenazándote. Así era la situación a la que se enfrentaba Ester.
Haber cejado en la persecución de sus adversarios habría sido dejarse llevar por un
peligroso sentimentalismo que podría sentenciar a muerte a su pueblo. Asuero
entiende muy bien el justificado temor de la reina, por lo cual accede a su petición.
… y que los diez hijos de Amán sean colgados en la horca (9:13)
La exhibición pública de los cadáveres era, evidentemente, símbolo de humillación y
oprobio. Más aún, para los judíos era señal de maldición divina (Deuteronomio
21:22–23). Por consiguiente, algunos comentaristas han considerado que esta segunda
petición de Ester también fue innecesariamente vengativa y cruel. Pero cabe
preguntarse si la intención de Ester, lejos de buscar una venganza degradante, no fue
más bien el llevar a cabo un gesto que sirviera en lo sucesivo de escarmiento para
cualquier posible enemigo de los judíos y, específicamente, para cualquier enemigo que
se levantara en armas contra los judíos al día siguiente. La gente, al ver los cadáveres
colgados, diría para sí: Esto es lo que les ocurre a todos aquellos que intentan destruir
al pueblo de Dios. De hecho, era una costumbre en Oriente Medio exponer los
cadáveres de los criminales a fin de que sirvieran como lección y advertencia ante los
demás, por lo que Ester solo pide lo que era habitual.
Pero aquí hay algo más. Ya hemos tenido ocasión de observar que, en cierto
sentido, la historia de Mardoqueo cierra el capítulo de la monarquía israelita en la
historia del Antiguo Testamento. Esta comienza con el reinado de Saúl, benjamita como
Mardoqueo. Y Mardoqueo, cuando sale vestido con vestiduras reales (8:15), se alza
como el último “rey de los judíos” en todo menos en el nombre (cf. 10:1–3). Además,
hemos visto que fue en tiempos de Saúl cuando comenzó la enemistad secular entre
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para demostrar su carácter inverosímil. Mientras escribo estas líneas, llega la noticia de
que las milicias serbias pueden haber hecho “desaparecer” a 225000 varones kosovares
en las últimas semanas, y esto en un país cuyo tamaño no equivaldría a más de una de
las 127 provincias del imperio persa. Con todo, conviene tomar nota de que la
Septuaginta dice que las bajas en provincias fueron de 15000, lo cual sugiere que el
texto puede haber sufrido algún error o manipulación.309
En cualquier caso, sea cual fuera el número exacto de víctimas, las cifras reflejan no
solo el terrible éxito de la venganza de los judíos, sino también la extensión espantosa
del antisemitismo asesino que existía en ciertos sectores del imperio. No son víctimas
inocentes, sino enemigos que salieron para luchar contra los judíos con la esperanza de
exterminarlos.
Por tercera vez, el autor insiste en que los judíos no quisieron sacar de la matanza
ninguna ventaja económica. No tocaron los bienes de sus enemigos. Su motivación era
la autodefensa y la justicia, no el interés material.
La fiesta de Purim
Ester 9:17–32
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provisión para los pobres en un día festivo. A Mardoqueo, sí. Siempre habíamos
sospechado que, además de caracterizarse por la rectitud y la lealtad, tenía buen
corazón (ver 2:7, 11). Ahora vamos viendo evidencias explícitas de ello. A Mardoqueo se
le pueden aplicar bien las palabras del Salmo 41:1–2:
Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día del mal el Señor lo librará.
El Señor lo protegerá y lo mantendrá con vida, y será bienaventurado sobre la
tierra; y no lo entregará a la voluntad de sus enemigos.
En esto también, Mardoqueo anticipa al Señor Jesucristo, otro gobernante cuyo
corazón se conmueve ante las necesidades de los pobres.
Así los judíos llevaron a cabo lo que habían comenzado a hacer, y lo que
Mardoqueo les había escrito (9:23)
La obediencia de los judíos a las primeras instrucciones de Mardoqueo (8:8–13) les
había salvado la vida. Ahora, no vacilan en poner por obra sus nuevas instrucciones en
torno a la fiesta. Al menos, fue así en el caso de la mayoría. Sin embargo, como veremos
más adelante, es posible que algunos sectores minoritarios no le hicieran caso.
Pues Amán, hijo de Hamedata, agagueo, enemigo de todos los judíos, había hecho
planes contra los judíos para destruirlos, y había echado el Pur, es decir, la suerte,
para su ruina y destrucción (9:24)
La tercera explicación de la fiesta (9:23–28; para algunos comentaristas se trata de
una continuación de la segunda, e incluso podría tratarse de citas literales del
documento enviado por Mardoqueo) tiene la particularidad de arrojar luz sobre el
origen del nombre Purim. Forzosamente, el texto tiene que repetir muchos de los
detalles que ya conocemos. Empieza recordándonos la escena en la que Amán echó la
suerte. De hecho, este versículo hace explícito lo que hemos deducido de 3:7: que la
finalidad de echarla era determinar cuál sería el día más oportuno para la ruina y la
destrucción de los judíos.
Pero cuando esto llegó al conocimiento del rey, este ordenó por carta que el
perverso plan que había tramado contra los judíos recayera sobre su cabeza, y que él y
sus hijos fueran colgados en la horca (9:25)
La primera frase de este versículo ofrece dificultades en cuanto a su significado
exacto. De ahí que las traducciones modernas propongan soluciones diferentes. El
problema estriba en que el texto hebreo se limita a decir literalmente: cuando ella vino
ante el rey. El pronombre ella tiene que referirse al último sustantivo o nombre propio
femenino. Pero, de hecho, Ester no ha sido nombrada en los versículos anteriores. Por
tanto, hemos de suponer o bien que la referencia a la comparecencia de Ester ante
Asuero es tan obvia que no hace falta mencionarla por nombre, o bien que debemos
suplir algún sustantivo (el asunto, el complot) que tenga forma femenina en hebreo. En
todo caso, se trata de una cuestión técnica que no afecta para nada al argumento del
texto, porque fue mediante la comparecencia de Ester ante el rey como el asunto llegó
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a sus oídos.
Si el autor está empleando aquí citas del documento redactado por Mardoqueo,
llama la atención el que haya callado la participación de Ester y la suya propia en la
caída de Amán y en la promulgación del segundo decreto. No aprovecha la situación
para exaltarse a sí mismo, sino que, como leal siervo del rey, atribuye a Asuero toda la
gloria.
Por eso estos días son llamados Purim, por el nombre Pur (9:26)
Durante muchos años, esta frase fue motivo de polémica entre los comentaristas,
puesto que no se conocía la palabra pûr. No faltaban los escépticos que sostenían que
se trataba de otro error textual o de una invención del autor. Pero, desde que se
encontró el llamado “dado de Iahali”, una piedra utilizada para echar a suertes que
lleva en uno de sus lados la inscripción persa pûru, los escépticos han tenido que
callarse. Es obvio que el autor hablaba con conocimiento de causa cuando identifica con
la suerte echada el origen del nombre de la fiesta.
Está claro también que el nombre tiene un toque irónico. Supuestamente, da a
entender que los judíos celebraban el pûr, el momento en que Amán echó la suerte
contra ellos. Pero, en realidad, el motivo de su celebración era el desbarajuste del pûr,
el hecho de que, en la providencia de Dios, la suerte señalara precisamente el peor
momento para acabar con los judíos y condujera a la caída de Amán y de su casa y a la
liberación del pueblo de Dios.
Y a causa de las instrucciones en esta carta, tanto por lo que habían visto sobre
este asunto y por lo que les había acontecido, los judíos establecieron e hicieron una
costumbre para ellos, para sus descendientes y para todos los que se aliaban con ellos,
para que no dejaran de celebrar estos dos días conforme a su ordenanza y conforme a
su tiempo señalado cada año (9:26–27)
Puesto que las instrucciones de Mardoqueo solo daban autorización oficial a lo que
los judíos ya habían empezado a practicar por su cuenta, y regulaban aquello que, hasta
entonces, había sido algo espontáneo y voluntario, es decir, puesto que las
instrucciones que se daban en esta carta coincidían plenamente con lo que habían visto
sobre este asunto y con lo que les había acontecido (9:26), no provocaron en general
ninguna reacción negativa, sino que los judíos de todo el imperio las aceptaron de
buena gana. En muy poco tiempo, la celebración de Purim vino a ser asumida como
fiesta de guardar.
Dos detalles de estos versículos llaman especialmente la atención. En primer lugar,
los judíos parecen haber aceptado sin titubeo que la fiesta se celebrara los dos días
consecutivos, lo cual sugiere que reconocían la autoridad de Mardoqueo y se sometían
gozosamente a su gobierno. Y, en segundo lugar, la mención de todos los que se aliaban
con ellos confirma la adhesión a la comunidad hebrea de muchos prosélitos (cf. 8:17) e
indica que, en lo sucesivo, las normas que regían la vida religiosa de Israel habrían de
tomar en consideración a los temerosos de Dios de entre los gentiles.
Y estos días debían ser recordados y celebrados por todas las generaciones, por
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cada familia, cada provincia y cada ciudad; y que estos días de Purim no dejaran de
celebrarse entre los judíos, ni su memoria se extinguiera entre sus descendientes
(9:28)
Las frases concluyentes de esta tercera explicación establecen el carácter
obligatorio, permanente y universal de las instrucciones: deben ser acatadas por todos
los judíos en todo lugar y en cada generación, y sin excepción. Si Amán era enemigo de
todos los judíos (9:24) y buscaba la eliminación de todos, era apropiado que todos ellos
celebraran la fiesta. Esa gran liberación no debía ser olvidada nunca.
De hecho, estas frases son tan contundentes que algunos comentaristas piensan
que constituyen la cita de la cláusula final de la carta enviada por Mardoqueo. Sin
embargo, conviene recordar que este texto no describe las órdenes de Mardoqueo,
sino las decisiones tomadas por los judíos después de leer su carta (9:26b–27). No
sabemos si esto significa que las instrucciones de Mardoqueo fueron aprobadas y
refrendadas oficialmente por algún consejo de ancianos de los judíos, o si el autor
quiere decir solamente que fueron acatadas tan amplia y calurosamente por todos los
judíos que se llegó a constituir entre ellos un consenso y una tradición inamovibles. En
cualquier caso, es obvio que el establecimiento y la organización de estas celebraciones
no fueron idea de un solo hombre, sino de todos los judíos de aquella generación.
Entonces la reina Ester, hija de Abihail, y el judío Mardoqueo escribieron con toda
autoridad para confirmar esta segunda carta acerca de Purim (9:29)
Parecería que, con lo ya dicho, el autor habría comunicado sobradamente las
razones por las que se estableció la fiesta de Purim y el carácter vinculante de su
celebración. Pero tiene más evidencias documentales que aportar para apoyar su tesis.
Ha guardado para el final, como broche de oro, el documento redactado nada menos
que por la heroína de su historia, Ester misma. Ella había desaparecido del escenario
desde el versículo 13, pero ahora vuelve a aparecer con una nueva función: la de
legisladora. Naturalmente, no sabemos cuánto tiempo pasó entre el envío de las cartas
de Mardoqueo y la redacción del documento de Ester; pero parece una sugerencia
razonable que no todos los judíos respondieron bien ante el primer envío y que, por lo
tanto, Ester añadió su propia autoridad a la de su primo a fin de ganar a los
recalcitrantes.322
Si bien el texto nos dice (aquí y en el versículo 31) que este nuevo documento fue
firmado por Mardoqueo, además de por Ester, el autor no vacila en llamarlo “el
mandato de Ester” (9:32), quizás para distinguirlo de la anterior carta de Mardoqueo.
Otro detalle que confirma lo que estamos diciendo es que, a pesar del sujeto plural del
texto (Ester, hija de Abihail, y el judío Mardoqueo), en hebreo el verbo tiene una forma
que indica un sujeto singular y femenino, como si rezara: Entonces escribió Ester, hija de
Abihail, y el judío Mardoqueo. Claramente, el autor quiere que entendamos que, si bien
el nuevo documento no salió sin el visto bueno y la colaboración de Mardoqueo, la
iniciativa para su redacción fue de la reina.
Lo más significativo del nuevo documento no era su contenido novedoso, pues no
hacía más que ratificar el contenido del documento anterior, sino el carácter
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Es preferible, pues, la segunda lectura, según la cual tanto la última frase del
versículo 30 como la primera del 31 indican las razones por las que la reina escribe.
Escribe en primer lugar para pacificar una situación en la cual sigue habiendo
contención entre los judíos (es de suponer que a causa de las fechas y las formas de la
fiesta de Purim). Otro matiz posible es que su intervención tiene intenciones pacíficas:
ella misma escribe en son de paz; de ningún modo quiere que sus lectores se tomen a
mal sus palabras.
Escribe, en segundo lugar, para explicar con toda claridad cuál era la verdad de la
situación: por qué surgieron las dos fechas para la fiesta y cuáles eran las razones de su
celebración. Es importante que tomemos buena nota de eso: la fiesta de Purim se
funda en la verdad histórica, no en tradiciones legendarias inventadas por los judíos.
Puede que también haya otro matiz detrás de estas palabras. La fiesta de Purim
celebra el final de unos meses de espanto y la introducción de una era de paz y
prosperidad. Conmemora la victoria de la verdad y la justicia sobre la mentira y la
injusticia. Por tanto, la finalidad última de las celebraciones es inculcar en el pueblo
hebreo valores que tienen que ver con la paz (el deseo de bienestar para todo el pueblo
y el fin de las contenciones sociales) y con la verdad.
… para establecer estos días de Purim en sus tiempos señalados, tal como habían
establecido para ellos el judío Mardoqueo y la reina Ester, según habían fijado para
ellos y sus descendientes con instrucciones para sus tiempos de ayuno y de
lamentaciones (9:31)
Por tanto, escribe para ratificar las fechas, las formas y la vigencia permanente de
las festividades según las anteriores instrucciones de Mardoqueo. Puesto que ya
conocemos bien el contenido de aquellas instrucciones, el autor no necesita entrar en
más detalle acerca del contenido de la carta de Ester.
No obstante, la última frase aporta una información nueva acerca de Purim. Además
de ser una ocasión de banquete y regocijo, debía tener un momento de ayuno y
lamentación. Es un tiempo de recordar no solamente la gloria del desenlace final, sino
también el ayuno y el llanto que la antecedieron (4:1, 3, 16). Aunque hasta aquí no se
ha dicho nada explícito acerca de este aspecto de la celebración, puede estar implícito
ya en las palabras de las instrucciones de Mardoqueo: de tristeza en alegría y de duelo
en día festivo.
No nos consta cuáles eran las instrucciones exactas en cuanto a este aspecto de la
celebración, pero parece razonable suponer que Ester y Mardoqueo querían que los
dos días de Purim fueran precedidos por un día de ayuno (el 13 de Adar) en memoria de
aquellos terribles meses cuando la amenaza del genocidio pendía sobre el pueblo.
El mandato de Ester estableció estas costumbres acerca de Purim… (9:32)
La palabra traducida como mandato es poco frecuente en la Biblia. De hecho, se
encuentra únicamente en el libro de Ester (cf. 1:15; 2:20). El hecho de que se trate de
una palabra inusual hace probable que aquí tenemos otro ejemplo más de aquellos
vocablos especiales empleados por el autor para dar cohesión interna a su narración. La
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historia de Ester empieza con un mandato (desacatado) del rey Asuero (1:15) y acaba
con un mandato (obedecido) de la reina Ester.
… y esto fue escrito en el libro (9:32)
No se nos dice de qué libro se trata. Algunos autores han supuesto que es el libro de
las leyes y ordenanzas del imperio, en cuyo caso la carta de Ester, al ser escrita en el
libro, habría adquirido la misma fuerza que las leyes irrevocables de Persia. Sin
embargo, no hay nada en la historia secular que indique que las reinas consortes
pudieran dictaminar decretos de esta entidad legal y vinculante. Para mantener esta
interpretación, pues, tendríamos que suponer aquello que el texto no dice: que Asuero
dio su respaldo oficial a las instrucciones de Ester.
Quizás sea más razonable considerar que o bien se trata de una “frase hecha” de la
época, que significa esto fue puesto por escrito, o bien se refiere a un libro conocido por
los lectores, pero no por nosotros: quizás el Libro de las Crónicas de los reyes de Media
y Persia (10:2), quizás algún libro compilado por los judíos con el fin de mantener vivas
su historia y sus tradiciones, o quizás el libro escrito por Mardoqueo (9:20) y que, sin
duda, sirvió de fuente para el libro de Ester.
La grandeza de Mardoqueo
Ester 10:1–3
El rey Asuero impuso tributo sobre la tierra y sobre las costas del mar (10:1)
La imposición de tributos era una de las principales facultades del emperador y una
de las principales cargas que los pueblos sometidos tenían que soportar. La palabra
traducida como tributo se refería originalmente a diversas obligaciones cívicas que los
pueblos subyugados tenían que asumir, como el servicio militar, los trabajos forzados o
la entrega al rey de cierto porcentaje de las cosechas. Es posible que aún retuviera
parte de ese significado original en tiempos de Ester (y, por tanto, en esta frase);333
pero, con la extensión del uso de monedas, el significado primario de la palabra vino a
referirse a los impuestos monetarios.
Durante el reinado de Asuero, ya hacía tiempo que Persia misma estaba exenta del
pago de impuestos, y que eran las demás provincias las que tenían que sufragar los
gastos del imperio. Parece probable, pues, que la frase la tierra y las costas del mar se
refiera a todas las provincias del imperio a excepción de Persia, con mención especial
de las tierras lindantes con el Mediterráneo (quizás porque estas eran propiedad
directa del rey; quizás porque eran de especial interés para los lectores judíos).
Como solía pasar en aquel entonces (ver, por ejemplo, 1 Reyes 4:7, 22–28), cada
provincia tenía que abastecer a la casa real durante cierto período del año. Estas cargas
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esta índole (cf. Daniel 8:20) y sugiriendo que las crónicas en cuestión cubrían la historia
de varios siglos.
Porque el judío Mardoqueo era el segundo después del rey Asuero, grande entre
los judíos y estimado por la multitud de sus hermanos… (10:3)
El libro acaba con los ojos puestos en Mardoqueo, hombre no solamente honrado
por sus hermanos en virtud de su eminencia, sino también amado a causa de la
sabiduría y bondad de su gobierno. Nuestro héroe aparece aquí como digno sucesor de
José y Daniel, y como anticipo del Rey que ha de venir.
La frase el segundo después del rey, más que una descripción de la posición de
Mardoqueo es su título oficial (la misma frase es empleada en 2 Crónicas 28:7). Indica
que era el primer ministro del rey y el oficial principal del imperio, y que rendía cuentas
únicamente al rey y recibía solamente de él sus órdenes.
… el cual buscó el bien de su pueblo y procuró el bienestar de toda su gente (10:3)
El interés de Mardoqueo se manifiesta ahora como muy diferente del de Amán o
incluso del de Asuero. No busca ventajas personales, sino el bien de todo su pueblo.
Con esto, no debemos pensar que manipulara el gobierno con el único fin de
enriquecer a los judíos a expensas de los demás pueblos, sino solamente que, sin
traicionar principios fundamentales de justicia, equidad e imparcialidad, hizo lo que
pudo para promocionar los intereses legítimos de los judíos.
En una importante monografía sobre la historicidad de Mardoqueo, se ha señalado
que, de acuerdo con ciertos descubrimientos arqueológicos, la comunidad judía
residente en Persia conoció una prosperidad sin precedentes durante la segunda mitad
del reinado de Asuero, y se la asocia con la ayuda que Mardoqueo prestó a su pueblo
desde los órganos de poder:
Uno se siente realmente tentado a ver en el puesto que ocupó Mardoqueo la
causa de este cambio, porque el libro de Ester no solamente le atribuye a él
“poder y autoridad” en el ámbito persa, sino una gran popularidad entre los
propios judíos, afirmando que él “procuró el bienestar de su pueblo” (10:2–3). Si
esta explicación resulta inaceptable o incorrecta, debemos buscar otra causa que
explique el modo en que los judíos, que hasta hacía poco habían vivido en
cautividad y esclavitud, de repente experimentaran un cambio tan extraordinario
en su situación social y económica en Babilonia, pero no en Egipto… Comoquiera
que no se conocen más sucesos de este período que pudieran haber sido
responsables de este cambio, es perfectamente natural ver en los relatos del libro
de Ester algo más que una ficción y no el resultado de la mente fértil de un
novelista judío del período de los macabeos.
Además de buscar el “bien” de los judíos, Mardoqueo “procuró su bienestar”.
Literalmente, esta frase reza: habló paz a todo su linaje. Nuestra traducción es fiel,
porque el concepto hebreo de paz va mucho más lejos que la mera ausencia de
conflictos y contempla el bien y la prosperidad en todos los sentidos. Sin embargo, es
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importante no perder de vista la traducción literal de la frase, por cuanto se hace eco
del texto del 9:30. Allí, Ester, en su carta a los judíos, pronunció palabras de paz. Ahora,
Mardoqueo hace lo mismo.
La “paz” que conocieron los hebreos gracias a la solicitud de Mardoqueo incluye,
por supuesto, el fin de la opresión y del conflicto. Mientras el judío fue primer ministro,
los protegió de sus enemigos e impidió cualquier clase de explotación o vejación. Pero
también significa que buscó activamente su bienestar global: su salud, su prosperidad,
su seguridad y sus buenas relaciones.
Nuevamente, las resonancias de la historia de José son fuertes: Israel vivió en la
Persia de Mardoqueo en medio de una prosperidad semejante a la de la casa de Jacob
en Egipto. Para ellos, el mandato de Mardoqueo constituyó una era dorada equiparable
a la vida en Gosén (Génesis 47:6, 27). No es de sorprender que Mardoqueo gozara de
una inmensa popularidad y del afecto de su pueblo.
Pero también son fuertes las resonancias mesiánicas. Por algo Zacarías, unos pocos
años antes, habló acerca del Rey venidero (de aquel Rey que vendría montado en un
asno, en un pollino, hijo de asna): Él hablará paz a las naciones, y su dominio será de mar
a mar (Zacarías 9:9–10; cf. también Salmo 85:8).
Así se cierra el libro de Ester. Empezaba con un rey que gobernaba a base de la
ostentación y del capricho. Termina con un gobernante temeroso de Dios y, por tanto,
justo y recto en su manejo de los asuntos de Estado. Comenzaba con arbitrariedades y
sufrimientos. Acaba con bienestar y justicia.
Así se cierra también el ciclo del cautiverio babilónico (los textos posteriores del
Antiguo Testamento: Esdras 7–10, Nehemías, Hageo, Zacarías… relatan la historia del
retorno de los judíos y de su restablecimiento en la Tierra Prometida después del
cautiverio). El ciclo había comenzado con el rey Jeconías en cadenas y los judíos bajo
esclavitud; ahora, acaba con estos viviendo prósperamente bajo la tutela de un primer
ministro hebreo. Y puesto que el texto da a entender que la prosperidad de los judíos
supone la bendición de todo el imperio, y que el justo gobierno de Mardoqueo influyó
no solamente en el bienestar hebreo, sino también en el de todos los pueblos, aquí
tenemos un pequeño cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham:
Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré, y en ti serán benditas
todas las familias de la tierra (Génesis 12:3). ¿Quién iba a decir que el cautiverio tendría
un desenlace tan feliz? Ciertamente, la providencia de Dios es grande.
Y en términos parecidos se cerrará también el ciclo de la historia universal: con un
Rey que gobierna en justicia y que trae el cumplimiento final y perfecto de todas las
promesas hechas a Abraham, y con un pueblo que vive en plena prosperidad, bajo la
paz y el reposo de su sabio gobierno.
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Apéndice 1
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