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Comentario Antiguo Testamento Andamio

ESTER

David F. Burt

Coeditado por PUBLICACIONES ANDAMIO® y LIBROS DESAFÍO®

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Ester
© David F. Burt, 2014

Las citas bíblicas están tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS


© Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO ®
Septiembre 2014

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

La imagen de portada es una obra de Joan Cots


Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito legal: B. 16423-2014

ISBN Andamio: 978-84-942845-1-9


ISBN Libros Desafío: 978-1-55883-190-2

Contenido

Prólogo
Nota de los editores
Introducción
Vasti, repudiada (1:1–22)
Ester, elegida como reina (2:1–23)
La conspiración de Amán (3:1–15)
La reacción de Mardoqueo y Ester (4:1–5:8)

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Amán y Mardoqueo (5:9–6:13)


La caída de Amán (6:14–8:2)
El decreto de Mardoqueo (8:3–17)
La destrucción de los enemigos de los judíos (9:1–16)
La fiesta de Purim (9:17–32)
La grandeza de Mardoqueo (10:1–3)
Apéndice 1
Apéndice 2
Bibliografía

Prólogo

Hay muchos cristianos que a menudo se sienten desorientados cuando leen el


Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Y su literatura muy diferente a
la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea leyes,
códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Porque bien visto, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10–12).
Los profetas indagaron acerca de esto; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
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después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, sino por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristocéntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Porque el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

¿Para qué sirve un comentario bíblico?


Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de no usar nunca un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Y no son pocos los que se
decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la
búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.
Conviene recordar en ese sentido, una vez más, que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo

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que, en un lenguaje bastante técnico, intenta aclarar el sentido de cada palabra en su


contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio, hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir estos dos tipos de comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?


Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de
principio a final —o sea, de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen
multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas…
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les malentienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, donde la complejidad se confunde con la erudición…
Basta leer los antiguos comentarios, para ver cómo es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad… Los que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio…
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de
aplicación alguna. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros
autores protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos, alguna
que tratan con más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que
algunos comentarios evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

La Biblia habla hoy


Es, por lo tanto, refrescante encontrarse con una serie de comentarios como esta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección, pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores, como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a

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la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pie de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que esta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje, aunque hay pocos libros tan útiles como estos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicada por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante años. Para muchos, no hay duda de que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son de autores que consideramos “nuestros”, como
David F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

La Palabra eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristocéntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que descubrirán
en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas entre uno y
otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del libro.
La publicación de estas obras nos da, en este sentido, un modelo de lo que debe ser

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un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva, puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia

Nota de los editores

Desde el momento en que planificamos esta serie de comentarios del Antiguo


Testamento, tuvimos la firme intención de que la mayor parte de los volúmenes
perteneciesen a la serie The Bible Speaks Today (La Biblia habla hoy), de Inter-Varsity
Press, sobre todo por su doble énfasis, que realizaran una buena exégesis y que esta
fuese acompañada de una aplicación relevante del texto bíblico.
Al mismo tiempo, queríamos integrar autores nacionales si era posible. En el fondo
editorial de Andamio contábamos con un comentario de Ester excepcional cuya parte
de comentario textual corrió a cargo de David F. Burt, que se ha incluido en este libro
de Ester, publicado por Andamio con esta referencia:
El cetro de oro. Ester: Más allá del poder humano, S. Stuart Park, David F.
Burt y David Pradales Ciprés. Publicaciones Andamio 2000.

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El autor del comentario ha realizado una revisión y la redacción de una nueva


introducción al texto original para este Comentario del Antiguo Testamento Andamio.

Introducción
El libro de Ester
Historicidad
El libro de Ester es una historia apasionante, bellamente narrada. Como relato
dramático es inmejorable. Los judíos lo leen cada año en la fiesta de Purim y lo tienen
en muy alta estima. No obstante, su veracidad histórica es altamente cuestionada hoy
en día y eso a pesar de que el libro no contiene ningún episodio inherentemente
inverosímil y que, por otra parte, es difícil imaginar cómo, si se tratara de una mera
leyenda, pudiera haber llegado a ser el origen de una celebración nacional anual.2
Desde luego, el libro pretende narrar hechos verídicos. Sin embargo, los escépticos
cuestionan incluso la existencia real de algunos de sus principales protagonistas: Vasti,
Amán, Mardoqueo y la propia Ester. Empecemos nuestro comentario, pues,
considerando quiénes eran estos personajes (¡o quiénes podrían haber sido!):

El rey Asuero
El nombre del rey, Asuero (o Ahasuero), es una adaptación al castellano de la
palabra hebrea Ajashverosh. Esta, a su vez, es un intento de reproducir el nombre persa
Khshayarsha, que resultaba tan difícil de pronunciar para los judíos como para nosotros.
También lo era para los griegos, quienes lo pronunciaban Jerjes. Resulta casi seguro,
pues, que el Asuero de la Biblia no es otro sino el famoso emperador Jerjes de la
historia secular, quien reinó sobre el imperio persa desde el año 486 a. C. hasta el 465.
La historia de Ester, entonces, se sitúa cronológicamente entre el primer retorno de los
judíos de Babilonia a Jerusalén bajo Zorobabel (Esdras 1 a 6) y el segundo retorno bajo
Esdras (Esdras 7 a 10).
Los capítulos siete al nueve de las Historias de Heródoto versan sobre los conflictos
entre Grecia y Persia en el reinado de Jerjes. Puesto que Heródoto escribía desde una
perspectiva griega, no es de sorprender que su mayor interés se centrara en las
campañas que el rey realizó contra Grecia, no mencionadas en Ester. Pero también nos
habla de la personalidad de Asuero, de algunas de sus grandes realizaciones (sus obras
de ingeniería y construcción, incluidos el gran harén de Persépolis y la conclusión del
palacio de Susa) y de su consolidación del imperio de su padre Darío. A través de esas
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páginas, aprendemos que Asuero no tuvo ni el espíritu tolerante y sensible de Ciro, ni


tampoco la previsión administrativa de Darío. De hecho, era un hombre malhumorado,
indisciplinado, débil y cruel. Es importante tomar buena nota de esto. Algunos autores
han encontrado difícil aceptar, por ejemplo, la historicidad del genocidio proyectado
contra los judíos por Amán con el visto bueno de Asuero, porque suponen que el
imperio persa se caracterizó siempre por la tolerancia, el respeto a los derechos
humanos y el pluralismo religioso. Pero esto es confundir los tiempos y el carácter de
Asuero con los de Ciro y Darío.8 La realidad es que el Jerjes descrito por Heródoto tiene
el mismo talante político y los mismos defectos que el Asuero del Libro de Ester. Fue un
hombre perfectamente capaz de maltratar a su reina, como en el caso de Vasti, o de
mandar eliminar a todo un pueblo, como en el caso de los judíos.10

La reina Vasti
Es probable que Vasti deba ser identificada con Amestris, hija de un general del
ejército persa, consorte de Asuero al principio de su reinado y madre de Artajerjes,
siempre según Heródoto. Si este es el caso, Vasti era una señora “de armas tomar”, tal y
como tendremos ocasión de ver; una mujer que llegó a ser famosa por su crueldad.12
Después de los primeros años del reinado de Asuero, ella desaparece de la historia
secular, para volver con creces durante el reinado de su hijo Artajerjes.

El valido Amán
Amán (el nombre deriva probablemente del dios Umman), gran visir en la corte de
Asuero, es el malo de la historia, arquetipo del tirano antisemita, un hombre arrogante,
iracundo y violento, pero finalmente un poco patético. No se ha hallado ninguna
referencia suya en documentos fuera de la Biblia.

El funcionario judío Mardoqueo


El nombre Mardoqueo es, sin duda, la versión hebrea del persa Mardukaya, que
aparece con frecuencia en documentos de la época. El caso más interesante para
nuestros propósitos, ya que existe la posibilidad de que se trate del Mardoqueo bíblico,
es el de un tal Mardukâ, contable de Susa mencionado en un documento sin fecha,
pero cuya datación probable es de finales del reino de Darío I o principios del de
Asuero.
Otro “Mardoqueo” se encuentra entre el primer grupo de desterrados que volvió a
Jerusalén con Zorobabel en tiempos de Ciro (Esdras 2:2; Nehemías 7:7), lo cual confirma
que era un nombre utilizado por lo judíos, a pesar de derivar probablemente de
Marduk, el dios principal de los babilonios. Cabe suponer que Mardoqueo tuviera otro
nombre hebreo, desconocido para nosotros, y que los persas le asignaran este nombre
de la misma manera que los babilonios dieron nuevos nombres a Daniel y a sus amigos.

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La reina Ester
Desde luego, la heroína del libro tiene dos nombres: “Hadasa” (mirto) era su
nombre hebreo y “Ester” (quizás “estrella”, o quizás derivado de la diosa babilónica
Istar) el nombre recibido probablemente en su coronación.
Todo lo que sabemos acerca de ella se encuentra en el libro bíblico. En los
documentos seculares hallados hasta aquí, su nombre no aparece. Ella destaca por su
recato y modestia, por su sumisión y valentía. El texto la muestra como una mujer de
juicio inteligente, de magnífico autodominio y de la más noble abnegación.
Así pues, aparte del rey Asuero, los demás personajes de este relato son
prácticamente desconocidos por la historia secular. Sin embargo, no debe
sorprendernos. Las crónicas reales de la dinastía aqueménida no han sobrevivido, por lo
cual nuestro conocimiento de la época depende de los historiadores griegos, cuya visión
de los hechos suele ser parcial, y de los restos arqueológicos que casualmente se han
encontrado. Con todo, el texto de Ester contiene numerosos detalles que sugieren que
el autor no se está inventando la historia, sino que es una narración plenamente
verídica y fidedigna. Veremos muchos de ellos sobre la marcha, pero las siguientes
opiniones resumen algunas de las evidencias principales a favor de la veracidad
histórica del libro:
El autor estaba familiarizado con varias peculiaridades del gobierno persa. Se
pueden identificar las siguientes: a. Los siete príncipes consejeros del rey (1:14);
b. El sistema de correos imperial (3:13; 8:10); c. La cortesía y el protocolo delante
de los oficiales de alto rango (3:2); d. La práctica de poner por escrito, recordar y
recompensar a los que ayudaban al rey (2:23; 6:8); e. La práctica de ahorcar a los
sentenciados a muerte (2:23; 5:14; 7:10); f. La creencia en días de buena suerte
(3:7); g. La forma en que preparaban los caballos reales (6:8); h. La práctica de
comer recostados en un lecho (7:8); i. La utilización de un manto de lino y
púrpura como parte de un adorno en la cabeza (8:15); j. El uso continuo de
palabras de origen persa.
El autor de Ester dice mucho que está en consonancia con lo que sabemos
acerca de Jerjes gracias a fuentes no bíblicas. Por ejemplo, el imperio de Jerjes se
extendió, efectivamente, desde la India hasta Etiopía… y Jerjes tuvo un palacio de
invierno en Susa (1:2), y la descripción del mismo no resulta incompatible con los
detalles arquitectónicos que nos ofrece 1:5–6. Jerjes era bien conocido por sus
excesos etílicos en sus banquetes (1:4–7) y sus extravagantes promesas y regalos
(5:3; 6:6–7), y en ocasiones poseía también un mal genio de lo más desagradable
e irracional (1:12; 7:7–8)… El autor de Ester demuestra tener un conocimiento
sobre ciertas características del gobierno persa, como pueden ser los siete
consejeros que eran los príncipes (1:14) y el sistema postal, tan efectivo (3:13;
8:10), estando también familiarizado con ciertas prácticas de la vida del palacio
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persa, incluyendo el mostrarse reverente con los altos oficiales del rey (3:2) y el
registrar y recompensar a los benefactores del rey (2:23; 6:8). El autor es también
plenamente consciente de los diversos detalles referentes a las costumbres
persas, entre ellas el hecho de que ahorcaban como forma de castigo capital
(2:23; 5:14; 7:10), la celebración de días llamados “de la suerte” (3:7), el hecho
de que los caballos reales llevaban una corona (6:8), que se tenía la costumbre de
comer reclinados sobre los divanes (7:8) y el aderezo que se llevaba sobre la
cabeza, conocido como “turbante” (8:15). Y para terminar, el autor usa una serie
de nombres persas, incluyendo los siguientes: partemîm, “nobles”, 1:3; bîtan,
“pabellón”, 1:5; karpas, “algodón”, 1:6; dat, “ley”, 1:8; keter, “turbante”, 1:11;
pitgam, “decreto”, 1:20; hasdarpenîm, “sátrapas”, 3:12; genazîm, “tesorería”,
3:9; patsegen, “copia”, 3:14; hasteranîm, “caballos reales”, 8:10.
Hay una cantidad de argumentos de peso a favor del carácter histórico del
relato: (1) La existencia de la fiesta de Purim, cuyo origen se explica en este libro,
constituye una prueba de la verdad del relato; (2) El carácter de Asuero, tal como
se describe aquí, concuerda estrechamente con el que describe Heródoto; (3) Las
alusiones a costumbres persas y a la vida en la corte son históricamente exactas;
(4) Las referencias específicas a las crónicas persas indican que el relato está
destinado a ser considerado literalmente como histórico.
El valor histórico del libro… es muy elevado. Creemos no exagerar cuando
afirmamos que en ninguna otra obra del Antiguo Testamento hay tal cantidad de
documentación histórica sobre una civilización ajena a los hebreos. Para el
Imperio Persa, Ester es una fuente de primera magnitud… Son muy válidas las
noticias que proporciona sobre la organización política, la administración central,
los palacios y la corte, el protocolo regio, la sociedad, la economía, el sistema
provincial, los correos, las carreteras reales, la filosofía de gobierno… Las
mayores críticas en contra de su carácter histórico se centran en detalles
puntuales, sobre la existencia real de los protagonistas o bien acerca de algunas
cifras que pueden resultar inverosímiles, pero son objeciones que podemos hacer
a la práctica totalidad de las crónicas y de los autores del mundo antiguo, sin que
por ello se llegue a descalificar la obra de los mismos. Creemos que es de justicia
aplicar el mismo criterio al libro de Ester.
Entre las evidencias existentes, no hay ninguna que demuestre que el relato
bíblico no sea digno de confianza.
Aun así, muchos comentaristas de hoy (incluso algunos autores evangélicos) tienden
a tratar el libro como si no fuera una narración realmente histórica, sino una “novela
histórica” o “historia novelada”. Según ellos, el autor ha basado su narración en figuras
y sucesos que pueden haber tenido una base histórica, pero se ha inventado ciertos
episodios y ha exagerado algunos detalles a fin de hacer que el relato sea más
emocionante y sirva mejor para exaltar la victoria y vindicación del pueblo hebreo.

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Las razones principales que aducen para sostener esta teoría (aparte del silencio a
estos eventos en los documentos persas descubiertos hasta ahora) son dos. Por un
lado, dicen que muchos detalles y números dan la impresión de ser exagerados: por
ejemplo, la fiesta de ochenta días de duración, los 10000 talentos de plata ofrecidos
para sobornar al rey, la altura de la horca preparada por Amán o la cifra de los
enemigos matados por los judíos. Trataremos cada caso al llegar al texto
correspondiente en el comentario, pero creer que estas cosas son exageraciones, quizás
sea por desconocer el fasto de la corte persa y las medidas políticas tomadas por los
reyes y gobiernos de aquel entonces. Las cifras que encontramos en Heródoto y otros
autores de la época aún son más “exageradas”.
Por otro lado, dicen que el libro contiene demasiadas “coincidencias” como para ser
creíble. Estas también las analizaremos sobre la marcha, pero digamos de inmediato
que las aparentes coincidencias son características de la providencia divina en la vida
del creyente. ¡Incluso podríamos cuestionar la inclusión en el canon bíblico de un libro
de narración histórica que no contuviera este tipo de marcas de la providencia! Dudar
de la historicidad del libro a causa de ellas es en realidad dudar de la existencia de un
Dios soberano que dirige los hilos de la historia.
Escépticos siempre habrá, no solamente en cuanto a la historicidad del libro de
Ester, sino en cuanto a la de todas las narraciones históricas incorporadas en la Biblia.
Pero, caso por caso, veremos que no hay ningún dato histórico en Ester que nos obligue
a dudar de su veracidad.

Espiritualidad
Pero pasemos a otra cuestión: ¿Por qué se encuentra Ester en el canon bíblico? La
pregunta es importante, porque el gran ausente del libro es Dios mismo, ¿y qué lugar
puede tener en “la Palabra de Dios” un texto que parece totalmente secular? Los
comentaristas suelen enfatizar mucho el hecho de que el nombre divino no es
mencionado ni una sola vez en todo el libro. Pero este silencio no se limita solamente al
nombre: incluso cuando el autor hace referencia a acciones que son claramente
providenciales o a prácticas piadosas de los judíos (el ayuno, por ejemplo), mantiene la
misma reticencia. Parece que el silencio es deliberado: no nombra nada que pudiera
sugerir explícitamente la presencia divina. Sin embargo, para cualquiera que tiene ojos
para ver, es evidente que Dios es el mayor protagonista de todos. Dios es como un
dramaturgo que escribe el texto para los actores y está continuamente presente entre
bastidores, pero que nunca sale él mismo al escenario. Esto también lo veremos al ir
comentando el texto.
De momento, observemos que el silencio sobre toda referencia explícita a Dios nos
lleva a dos cuestiones adicionales. En primer lugar, sin duda, esto fue lo que condujo a
algún judío bienintencionado a suplir esta deficiencia inventándose párrafos
adicionales, textos complementarios que añaden pensamientos piadosos y ponen en
labios de los protagonistas oraciones espirituales para rellenar esta “laguna”. Estas

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interpolaciones ocupan más de cien versículos y aparecen en la Septuaginta, pero no en


el texto masorético.24
En segundo lugar, este silencio ayuda a explicar por qué el libro de Ester fue
aceptado por los judíos como canónico solamente en fecha tardía y con cierta
reticencia, una reticencia compartida por algunos cristianos,26 especialmente Lutero.
Sin embargo, el libro de Ester difícilmente habría entrado a formar parte del canon si
los líderes espirituales de Israel no hubieran visto en él una obra que ayuda a sostener a
los creyentes en momentos de persecución y aflicción. Precisamente porque Dios no es
mencionado en él, porque el autor no interrumpe la narración de los hechos con
reflexiones moralizantes y tampoco nos da pistas claras en cuanto a la interpretación de
estos hechos, y porque ni siquiera nos introduce en la mente de los protagonistas para
hacernos saber lo que están pensando, todo el peso interpretativo del texto recae
sobre el mismo lector, posiblemente más que en ningún otro libro bíblico. La principal
pista para orientarnos en nuestra lectura (aparte del fluir de la narración misma) es,
precisamente, el hecho de su incorporación en el canon bíblico. A lo largo de los siglos,
generaciones de creyentes han encontrado en estas páginas determinados principios y
patrones que ayudan a fortalecer la fe en Dios, resonancias de otros pasajes bíblicos
que confirman el acierto de su inclusión como texto inspirado.
Veamos, pues, algunos de estos patrones:

La providencia divina en la vida humana


Quizás el mensaje principal del libro sea la certeza de la providencia divina, la
capacidad del “Dios no mencionado” para cuidar de su pueblo afligido.29 Todo el texto
rebosa confianza en el poder protector de Dios (ver especialmente las palabras de
Mardoqueo en 4:14). El desenlace de la historia confirma que esta confianza es segura.

El ser humano caído y el ser humano creyente


La contrapartida de la protección divina es aquella hostilidad hacia el pueblo de Dios
que encuentra su origen en el diablo y halla una expresión terrible en los planes
genocidas de los antisemitas. En base a esta confrontación, los protagonistas del libro
se dividen claramente en dos grupos opuestos. Por un lado, están aquellos
protagonistas que no conocen al Dios de Israel y cuya cosmovisión, por tanto, depende
de fuerzas incontrolables y dioses caprichosos y, finalmente, del azar y la iniciativa
humana. Principal entre ellos es el malvado Amán, prototipo del hombre impío que
odia a Dios y a su pueblo. Por otro lado, están Mardoqueo y Ester, prototipos de
aquellos que confían en el Señor y viven de acuerdo con su ley.32 En medio, está el rey
Asuero, un hombre caído, zarandeado por sus propias pasiones, pero, aun así, utilizado
por Dios como instrumento de salvación de su pueblo.

La verdadera dignidad y nobleza humanas


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Sin embargo, los brotes de ira de Asuero, sus borracheras, su carnalidad y sus
decisiones impetuosas y arbitrarias sirven para marcar un contraste con la sensatez y
serenidad de Mardoqueo y Ester. Ellos también se ven sacudidos por fuertes emociones
humanas de angustia y de miedo, pero en todo momento actúan con la calma de
aquellos que confían en la soberanía de Dios.
Asuero puede ser el monarca más poderoso del mundo y vivir en una corte fastuosa
que siempre le rinde honores serviles, pero la suya es una majestad de apariencias, de
pompas, ceremonias, protocolos, riquezas y lujos. La triste realidad es que una sola
mujer, Vasti, pudo desinflar el globo de su autoexaltación. Si queremos saber cómo es
la auténtica dignidad humana, tenemos que mirar a los siervos de Dios, Mardoqueo y
Ester.

Ester y Mardoqueo como anticipo de Jesucristo


Mejor dicho, tenemos que mirar al verdadero Rey designado por Dios mismo, Jesús
el Mesías, del cual Mardoqueo y Ester son, en ciertos aspectos, anticipaciones y
precursores. Lo decimos porque, de la misma manera que todos los creyentes después
de Pentecostés debemos ser imitadores de Cristo, así también todos los creyentes antes
de Pentecostés lo prefiguraban de alguna manera.
Jesús era capaz de ver “en todas las Escrituras las cosas referentes a él mismo”
(Lucas 24:27). Si tomamos esta frase al pie de la letra y si entendemos que Ester forma
parte de las Escrituras, entonces podemos preguntar: ¿En qué sentidos anticipan los
héroes de nuestro libro al Rey que había de venir?
De muchas formas. No es que el libro pueda entenderse como una alegoría en la
cual Mardoqueo representa a Cristo, Ester al pueblo de Dios y Amán al diablo. Sí es que
en todos estos personajes vemos marcas y rasgos que nos recuerdan otros niveles de la
revelación bíblica. Asuero, Vasti y Amán actúan, cada uno a su estilo, según maneras
propias de un mundo impío y egocéntrico. En cambio, el recato, la valentía, el
embellecimiento y la vindicación final de Ester, su ministerio de intercesión, e incluso su
miedo y reticencia, nos recuerdan características de la esposa de Cristo. Y el gobierno
sabio de Mardoqueo a favor de su pueblo nos trae resonancias del reino del Mesías.
¿Qué creyente con un mínimo de conocimiento bíblico puede contemplar a Mardoqueo
“saliendo de delante de la presencia del rey con atavíos reales y con una gran corona de
oro” sin pensar por anticipado en aquel día cuando el Mesías saldrá de la presencia de
su Padre para inaugurar su gobierno visible? Incluso la matanza de los enemigos al final
del libro trae recuerdos de la Última Batalla, cuando el Mesías haga la guerra contra “la
bestia, los reyes de la tierra y sus ejércitos” (Apocalipsis 19:19). ¡Purim como anticipo
de Armagedón!

Estructura
El libro se divide claramente en dos partes: en la primera (capítulos 1 a 5), se nos

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cuenta cómo los judíos llegaron a ser amenazados por un genocidio que podría haber
significado la completa eliminación del pueblo de Dios; en la segunda (capítulos 6 a 10),
se narra la dramática secuencia de acontecimientos que invirtió completamente las
cosas y produjo la salvación de los judíos y la destrucción de sus enemigos. El punto de
inflexión entre estas dos partes, entonces, resulta ser aquel episodio en el cual vemos
con mayor claridad la intervención de la providencia divina: el insomnio de Asuero (ver
abajo).
A esta simetría básica, podemos añadir algunos detalles más. En cada mitad del
libro, el autor ha colocado temas y episodios similares. Por ejemplo:
• Banquetes y fiestas. En la primera parte, tenemos los banquetes de Asuero y Vasti
(1:5, 9), el de la coronación de Ester (2:18) y el primero ofrecido por ella a Asuero y
Amán (5:4); en la segunda, el segundo ofrecido por Ester (7:1–2), los banquetes de
celebración de los judíos (8:17) y los de la fiesta de Purim (9:17–19, 22).
• Ayunos. Entre medio de los banquetes montados en tiempos de celebración vienen
momentos de ayuno en tiempos de peligro (4:3, 16; 9:31).
• Lealtad al rey y lealtad a Dios. Otro tema bien repartido es la cuestión de lealtades
divididas. Vasti considera que su sumisión al rey no es incondicional, sino que tiene
límites. Mardoqueo, que ya había demostrado su lealtad al rey (2:19–23), por
razones de conciencia no está dispuesto a acatar la autoridad de Amán, aunque esta
sea exigida por decreto real. Dos veces, por lealtad a su pueblo, Ester está dispuesta
a desobedecer el protocolo cortesano (5:1–3; 8:3–4).
• Las crónicas reales. Estas aparecen hacia el principio de la historia (2:23) y al final
(10:2) y ocupan un lugar de protagonismo en el episodio central (6:1).
• Horcas. En la primera parte, encontramos el ahorcamiento (o empalamiento) de
Bigtán y Teres (2:23), y la preparación de una horca por Amán (5:14); en la segunda,
el ahorcamiento de Amán (7:9–10) y de sus hijos (9:13–14).
• Lamentaciones. El dolor público de Mardoqueo (4:1) contrasta con dolor privado de
Amán (6:12).
• Las valientes intervenciones de Ester. En dos ocasiones (una en la primera parte y
otra en la segunda), ella se atreve a entrar en la presencia del rey, acciones que
podrían haberle costado la vida.
Todos estos factores (y otros) no solamente conceden al libro cohesión y unidad,
sino que establecen una sensación de simetría que sugiere que los acontecimientos no
son casuales, sino que tienen un orden dispuesto por la providencia divina.
Varios autores han propuesto que la simetría del libro va a más y que el texto total
tiene forma de quiasmo:
A1 Inicio y trasfondo de la historia (1:1–22).

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B1 El primer decreto del rey (2:1–3:15).


C1 El conflicto entre Amán y Mardoqueo (4:1–5:14).
D Punto de inflexión: el insomnio de Asuero (6:1–2).
C2 El triunfo de Mardoqueo sobre Amán (6:3–7:10).
B2 El segundo decreto del rey (8:1–9:32).
A2 Conclusión (10:1–3).
Creo que, sobre la base de este esquema, podemos avanzar todavía más y entender
que el libro tiene una estructura quiástica cuidadosamente desarrollada. Sé que la
búsqueda de simetrías y patrones puede convertirse en un juego intelectualmente
atractivo, pero espiritualmente árido. Sin embargo, una buena comprensión de la
estructura nos ayuda a interpretar el texto según los énfasis del autor. Ofrezco, pues, la
siguiente estructura tentativa a mis lectores, consciente de que se presta a ser
mejorada, ampliada ¡o rechazada!:
A1 El banquete de Asuero y el repudio de Vasti (1:1–22).
B1 El concurso de belleza y la elección de Ester (2:1–20); los traidores matados
(2:21–23).
C1 La exaltación de Amán (3:1–7).
D1 El primer decreto real, antijudío (3:8–15).
E1 La angustia de los judíos ante el genocidio (4:1–17).
F1 El primer banquete de Ester (5:1–8).
G1 El triunfo de Amán y la horca preparada para Mardoqueo
(5:9–14).
H El insomnio de Asuero y la lectura de las crónicas (6:1–3).
G2 La humillación de Amán y el triunfo de Mardoqueo (6:4–13).
F2 El segundo banquete de Ester (6:14–7:6).
E2 La angustia, caída y muerte de Amán (7:7–10).
D2 El segundo decreto real, projudío (8:3–17).
C2 La exaltación de Mardoqueo (8:1–2).
B2 La victoria de los judíos sobre sus enemigos (9:1–16); los hijos de Amán matados
(9:7–9).
A2 La fiesta de Purim y el buen gobierno de Mardoqueo (9:17–10:3).
El libro se inicia y acaba con grandes festividades: el gran banquete de Asuero (A1) y
la fiesta de Purim (A2); la primera, secular y pagana, para la mayor gloria del rey Asuero;
la segunda, celebrada en el pueblo de Dios para la mayor gloria de aquel que los había
librado de sus enemigos. En estos pasajes, recibimos dos visiones contrastadas de la
corte imperial: la primera, dominada por el fasto, la borrachera, la insensatez y la
insubordinación; la segunda, por la sensatez, el servicio y la bondad de la

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administración de Mardoqueo.
B1 y B2 parecen, a primera vista, no tener nada en común, pero narran los dos
únicos episodios del libro que tuvieron lugar a escala imperial, en contraste con los
episodios restantes, limitados a Susa. Tanto la reunión de doncellas hermosas como la
lucha de los judíos contra sus enemigos implicaron a “todas las provincias del reino”
(2:3; 9:2). Además, el ajusticiamiento de los dos eunucos traidores hace contrapeso a la
matanza de los diez hijos de Amán.
C1 y C2, y D1 y D2, son similares en su acción: la exaltación de dos grandes visires,
Amán y Mardoqueo, y la promulgación de dos decretos reales, el primero en contra de
los judíos, el segundo a favor de ellos. Pero no solo eso, sino que el autor refuerza el
paralelismo empleando una clara repetición lingüística, tal y como se ve en el siguiente
cuadro (el texto repetido aparece en letra cursiva):
3:10–15 8:7–15

11. El rey dijo a Amán: Quédate… con el pueblo 7–8. Y respondió el rey… Escribid a los judíos
[judío], para hacer con él como bien parece como bien parece en vuestros ojos…
en tus ojos.

12. Entonces fueron llamados los escribas del 9. Entonces fueron llamados los escribas del
rey en el mes primero, el día trece, y fue rey… en el mes tercero… en el día veintitrés,
escrito conforme a todo lo que mandó y fue escrito conforme a todo lo que mandó
Amán, a los sátrapas del rey, a los Mardoqueo, a los judíos, a los sátrapas, a
gobernadores que estaban sobre cada los gobernadores y a los príncipes de las
provincia y a los príncipes de cada provincias… a cada provincia según su
provincia, a cada provincia según su escritura, y a cada pueblo conforme a su
escritura, a cada pueblo según su lengua, lengua, y a los judíos según su escritura y
lengua.

en nombre del rey Asuero fue escrito y 10. Se escribió en nombre del rey Asuero y se
sellado con el anillo del rey. selló con el anillo del rey, y envió cartas por
mano de los correos…

13. Y fueron enviadas cartas por mano de los 11–12. … para destruir y matar y exterminar a
correos a todas las provincias del rey para todo ejército… que los atacara, niños y
destruir, matar y exterminar a todos los mujeres, y saquearlos por botín, en un solo
judíos, desde el joven hasta el viejo, niños y día, el día trece del mes doce, que es el mes
mujeres, en un solo día, en el trece del mes de Adar.
doce, que es el mes de Adar, y para
saquearlos por botín.

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14. La copia del escrito que debía darse como 13. La copia del escrito que debía darse como
decreto en cada provincia fue publicada a decreto en cada provincia había de
todos los pueblos para estar preparados publicarse a todos los pueblos para que
para el día aquel. estuviesen los judíos preparados para el día
aquel…

15. Los correos salieron apresuradamente por 14. Los correos… salieron…
palabra del rey y el edicto fue promulgado apresuradamente por palabra del rey y
en Susa la ciudadela, el edicto fue promulgado en Susa la
ciudadela.

y el rey y Amán estaban sentados a beber, 15. Y Mardoqueo salió de delante del rey con
vestido real de azul y blanco, y una gran
corona de oro y un manto de lino fino y
púrpura;

y la ciudad de Susa estaba en conmoción. y la ciudad de Susa gritó de júbilo y se


alegró.

El efecto de esta repetición hace resaltar aún más los contrastes en las escenas
finales: la borrachera de Amán y Asuero, y la dignidad real de Mardoqueo; la
consternación de Susa ante el primer edicto y su regocijo ante el segundo.
E1 y E2 son pasajes contrastados: en E1, Mardoqueo y los judíos en general se
dedican a un gran lamento a causa del genocidio planeado por Amán; en E2, Amán cae
estrepitosamente en sus propias redes, siendo matado en la horca que había preparado
para Mardoqueo.
F1 y F2 son evidentemente textos paralelos. Se trata de los dos banquetes
preparados por Ester. Los comensales son los mismos. La gran diferencia está en el
desenlace: el primer banquete termina con cierto anticlímax; el segundo, en el
momento más dramático del libro: la denuncia de Ester.
G1 y G2 son otros pasajes contrastados. En el primero, Amán está eufórico a causa
de su prestigio como valido, y hace planes para la destrucción de Mardoqueo. En el
segundo, Amán está avergonzado al tener que honrar públicamente a su enemigo.
Y en el centro del quiasmo (H), el rey sufre insomnio. Puesto que, en los quiasmos
semíticos, el episodio o la frase central suele ser lo más importante o la clave para
comprender el conjunto, entendemos que toda esta simetría viene a hablarnos de la
providencia divina. El punto de inflexión entre las dos mitades de la narración ocurre
cuando, “por casualidad” (o sea, “en la providencia de Dios”), el rey no puede dormir;
cuando, “por casualidad”, él pide que se le lea el libro de las crónicas; y cuando, “por
casualidad”, el texto leído versa sobre Mardoqueo. La consecuencia es que el rey
determina exaltar a Mardoqueo precisamente en el momento en que Amán ha
determinado destruirlo. ¿Coincidencia? No, sino la sabia mano de Dios. Las cosas no
ocurren solamente por iniciativa humana y a causa de factores sociopolíticos, sino

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también porque, detrás del escenario, hay un Dios que mueve los hilos.

Vasti, repudiada
Ester 1:1–22

Aconteció en los días de Asuero… (1:1)


Como otros muchos libros históricos incorporados a la Biblia, el Libro de Ester
empieza con el verbo aconteció. Mediante esta palabra, el autor pretende afirmar la
historicidad de su narración: nos contará cosas que verdaderamente acontecieron. Acto
seguido, establece el lugar y el momento de la acción, otra característica de la narración
histórica. Nos da el nombre del monarca reinante, describe la extensión geográfica de
su imperio (1:1b) y fija el año de su reinado en el que comienza la narración (1:3).
Claramente, el autor quiere hacernos entender que estamos en el mundo de la historia
real, no en el de la ficción.
… el rey Asuero que reinó desde la India hasta Etiopía… (1:1)
Necesitamos hacer justicia a esta frase y considerar el enorme tamaño de este
territorio. Hasta aquella fecha, el mundo nunca había conocido un imperio tan extenso,
y, descontando las efímeras conquistas de Alejandro Magno, no volvería a ver uno
semejante hasta bien entrada la era romana. Sin duda, para los primeros lectores, el
reinado de Asuero era motivo de asombro. Constituía, en términos humanos, lo que
más se aproximaba a un dominio eterno que nunca pasará y a un reino universal que
jamás será destruido (Daniel 2:44; 7:14). Su poderío era impresionante. Heródoto dice
que el ejército de Asuero estaba compuesto por 1700000 hombres. Es posible que este
número sea una exageración, pero en todo caso se trata de un ejército como nunca
antes se había visto. Y las 1200 naves de la marina persa son mencionadas no solo por
Heródoto, sino también por Esquilo.
Podemos agradecerles precisamente a los griegos el que el texto no rece: Desde la
India hasta España; porque tanto Jerjes/Asuero como después Alejandro proyectaban
extender sus territorios imperiales por Europa. Los planes de Alejandro quedaron
frustrados por su prematura muerte; los de Jerjes se desbarataron en las grandes
batallas de Salamina (480 a. C.), de Platea y de Micala (479 a. C.). Los preparativos para
la campaña incluyeron la construcción de un canal cerca de Atos y de un puente sobre
el Helesponto. Cuando una tormenta destruyó el primer puente, Jerjes mandó
decapitar a los ingenieros y azotar las aguas del mar (otro ejemplo más de su
impetuosidad y de su crueldad, por no decir su ingenuidad). También hizo decapitar al
almirante persa después de Salamina.
Naturalmente, el texto hebreo emplea topónimos hebreos que necesitan cierta
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explicación. No debemos confundir ni la India ni Etiopía con los países que llevan esos
nombres en la actualidad. La India se refiere a las tierras regadas por los afluentes del
río Indo, las cuales corresponden a la provincia del Punjab en lo que ahora es Pakistán,
no a la India peninsular. La palabra traducida como Etiopía es, literalmente, Cush. Este
nombre deriva del primer hijo de Cam, hijo de Noé (ver Génesis 10:7). Nuestra
traducción es desafortunada. La palabra Etiopía comunica la impresión de que los
límites del imperio persa alcanzaban las fronteras meridionales de la Etiopía actual e
incluían a pueblos negroides. No era así. Según muchos expertos, textos como Isaías
18:1 indican que el Nilo atravesaba la tierra de “Cush”; y, según Ezequiel 29:10, la
frontera meridional de Egipto se extendía hasta Sevene (Asuán, en la primera catarata)
y lindaba con “Cush”. Estas referencias demuestran con toda claridad que se trata de
Nubia, la región septentrional del Sudán, no de la Etiopía actual. En todo caso, nuestro
texto explica que el imperio de Asuero se extendía (aproximadamente) hasta la frontera
occidental de la India actual y hasta la frontera meridional de Egipto.
Estos límites, efectivamente, coinciden con lo que sabemos a través de las fuentes
seculares acerca de la extensión del imperio en tiempos de Jerjes. Tanto la “India” como
“Etiopía” estaban ya integradas en los dominios persas: el valle del Indo fue
conquistado por Darío el Grande (521–486 a. C.), y Cush por Cambises II (530–522 a. C.).
… sobre ciento veintisiete provincias… (1:1)
El texto de Ester insiste varias veces en el número de las provincias (ver 8:9; 9:30).
Dicho número ha sido cuestionado por algunos historiadores, porque, según los
documentos seculares, las satrapías del imperio persa nunca fueron más de treinta y
una, y sabemos que en tiempos de Darío solamente eran veinte. Suponen, por tanto,
que el autor ha exagerado deliberadamente el número para impresionar a sus oyentes
con el inmenso poderío del rey.44 En tal caso, debemos considerar que Daniel hizo lo
mismo, porque el número de ciento veintisiete coincide aproximadamente con los
ciento veinte gobernadores (sátrapas) que él dice fueron nombrados por Darío (Daniel
6:1). ¿No es más sensato reconocer que, a pesar de los muchos hallazgos arqueológicos
en torno al imperio persa y de los escritos contemporáneos que disponemos, nuestro
conocimiento de la época sigue siendo parcial y limitado? En todo caso, las satrapías
eran demarcaciones para cuestiones fiscales y para la recaudación de impuestos,
mientras que las provincias (hebreo medînâ) se refieren probablemente a unidades
raciales o gubernamentales, como en el caso de la provincia de Judá (Nehemías 1:3),
que parece haber formado parte de la satrapía “del otro lado del río [Éufrates]”.
… en aquellos días, estando el rey Asuero sentado en su trono real… (1:2)
A efectos informativos, la frase en aquellos días es una redundancia, pues ya se nos
ha dicho que la historia aconteció en los días de Asuero. Además, parece excesivo el que
por tercera vez en una misma oración se repita que el nombre del rey era Asuero. Pero
estas repeticiones son deliberadas y corresponden al estilo reiterativo de la narración
corta de aquel entonces.
La frase estando sentado en su trono real (literalmente, en el trono de su reino)

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corresponde al uso lingüístico de este período y se encuentra repetidamente en los


libros de Crónicas, Esdras y Daniel, además de Ester. No debemos pensar que Asuero
estuviera sentado literalmente en su trono a lo largo de todo el banquete. La frase se
refiere menos al acto físico de sentarse que al gobierno efectivo que aquel acto
simbolizaba. Significa que, si bien Asuero pudo haber participado en la administración
del imperio en tiempos de su padre (de hecho, ejerció como sátrapa de Babilonia desde
el año 498 a. C. hasta su llegada al trono imperial en el año 486), ahora reinaba de
verdad y ejercía personalmente la autoridad real. Además, en el caso concreto de
Asuero, la frase adquiere otro matiz: durante los primeros meses de su reinado no
dispuso de tiempo para “sentarse en el trono”, porque tuvo que dedicar todas sus
energías a suprimir rebeliones en Egipto y Babilonia,48 una represión que, por cierto,
llevó a cabo con notable brutalidad. Un rey no puede sentarse mientras sus posesiones
están en peligro. Pero, una vez consolidado su reino, se sienta. Solamente entonces
llega el momento de organizar fiestas, celebrar su coronación y hacer alarde de su
poderío.
… en Susa la capital… (1:2)
Susa era la antigua capital de los elamitas. Conquistada y saqueada por el asirio
Asurbanipal en el año 645 a. C., pasó luego a formar parte de los imperios de Babilonia
y Media. Bajo los persas, fue reedificada por Darío y llegó a ser una de las cuatro
ciudades principales del imperio, juntamente con Persépolis (antigua capital de Persia),
Ecbátana (capital de los medos) y Pasargarda. La corte real solía pasar buena parte de
los meses de verano bajo el clima benigno de Ecbátana, pero en el invierno se
trasladaba a Susa, la cual se convirtió prácticamente en la capital administrativa y
diplomática del imperio. Susa es identificada como la capital también en Nehemías 1:1.
Fue allí adonde Daniel, en tiempos del imperio babilónico, fue llevado en visiones
(Daniel 8:2), y también donde, años después, Nehemías ejercería como copero de
Artajerjes.
La ciudad era una de las maravillas del mundo antiguo, llena de edificios
monumentales, jardines hermosos y palacios lujosos, cuyas enormes dimensiones están
confirmadas por las excavaciones arqueológicas. La ciudad misma se encontraba a
orillas del río Eulaios. Al otro lado del río, se alzaba la acrópolis con el palacio real y la
ciudadela,52 rodeados por una fuerte muralla defensiva ante la cual había un foso
ancho, profundo y lleno de agua. A partir del exilio babilónico, existía una gran
comunidad judía en la ciudad.
Susa siguió siendo una gloriosa ciudad capital durante la época helénica. Aquí,
Alejandro Magno se casó con Estatira, la hija de Darío III, y obligó a 10000 guerreros
macedonios a casarse con doncellas persas como parte de su programa a favor de la
integración racial de su imperio. Hoy en día, Susa no es más que una zona ruinosa cerca
del río Karún en el suroeste del Irán. Existía aún como población habitada cuando el
judío español Benjamín de Tudela la visitó en el año 1172 buscando la tumba del
profeta Daniel; pero un siglo después fue abandonada por sus últimos habitantes.

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… en el año tercero de su reinado… (1:3)


La fecha señalada nos lleva probablemente al año 483 a. C. Para aquel entonces,
Asuero ya había consolidado su reino y completado las obras de reparación, ampliación
y mejora de su palacio. Ahora, por fin, puede dedicar tiempo a celebrar su reinado con
festividades a la altura de las circunstancias.
… hizo un banquete… (1:3)
Es una cuestión abierta si los versículos 3 y 5 se refieren a un solo banquete o a dos
diferentes. Inicialmente, podría parecer que se trata de dos, porque la duración parece
distinta en cada caso (ciento ochenta días y siete días), como también la lista de
invitados. Pero una lectura más cuidadosa revela que el texto no relaciona los ciento
ochenta días explícitamente con el primer banquete, sino con el período durante el cual
los invitados estaban disfrutando en Susa las glorias de la capital. Y, si entendemos que
Susa la capital no se refiere a la ciudad sino a la fortaleza real (cf. 1:2), no tenemos
razón por la que suponer que las listas de invitados fueran muy distintas. Sin embargo,
hay suficiente duda al respecto como para seguir distinguiendo entre el “banquete” (o
sea, las celebraciones) de ciento ochenta días y el banquete final.
Podemos suponer que los invitados fueron convocados oficialmente a Susa para
pasar medio año de celebraciones en honor al “nuevo” rey. Pero, en aquel entonces
como hoy, el disfrute de las festividades no se veía como incompatible con los negocios
y, sin duda, Asuero y su administración aprovecharon la ocasión para tratar muchos
asuntos de Estado y para hacer planes en cuanto al gobierno y la extensión del imperio;
como, por ejemplo, organizar la campaña contra los Estados griegos, campaña que,
efectivamente, iba a tener lugar en los años siguientes (481–479 a. C.). Así las cosas, el
ambiente durante aquellos meses se debió caracterizar por sus deliberaciones,
negociaciones y preparativos, pero también por su carácter festivo, cuyo broche de oro
era la magna celebración del banquete de siete días.
La palabra traducida como banquete (hebreo misteh) es un cognado de bebida y
sugiere que la nota dominante de la fiesta era la abundancia de vino.
… para todos sus príncipes y servidores… (1:3)
A este “banquete” de ciento ochenta días fueron invitados todos los altos oficiales
del imperio. En cambio, al banquete menor de siete días (1:5) fueron invitados todos los
habitantes de “Susa capital”. Probablemente se trate, pues, de unas festividades de seis
meses de duración montadas para el estamento gobernante del imperio, y que llegaron
a su culminación con una semana de fiestas durante las cuales las puertas del palacio se
abrían para todo el mundo. Los ciento ochenta días corresponden, por supuesto, a los
seis meses de invierno en los que la corte residía en Susa.
Los invitados principales eran los príncipes y servidores. El uso de la palabra
príncipes se presta a equívocos. No se trata de personas con título hereditario, sino de
oficiales nombrados por el rey para los principales puestos administrativos. En cambio,
los servidores (literalmente, esclavos) eran cortesanos que servían al rey y tenían acceso
a su presencia.
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… estando en su presencia los oficiales del ejército de Persia y Media, los nobles y
los príncipes de sus provincias (1:3)
Pero, además, había otros invitados. En primer lugar, los oficiales del ejército
imperial. Naturalmente, puesto que la misma supervivencia del imperio dependía del
poder y de la eficacia del ejército, este era un cuerpo privilegiado. Como acabamos de
decir, se trataba de uno de los ejércitos más numerosos y preparados que jamás se
había visto. Solamente el cuerpo de los guardaespaldas reales reunía diez mil hombres,
los famosos “Inmortales”; y los historiadores antiguos dan a entender que el ejército
persa que invadió Grecia incluía varios centenares de miles de hombres. Los altos
mandos del ejército eran, pues, personas escogidas que gozaban de inmenso respeto y
prestigio.
Los persas y los medos eran dos pueblos emparentados. Al principio del crecimiento
de su poderío, dominaban los medos, pero, a partir de Ciro el Grande (549 a. C.), los
persas encabezaron el imperio. En el Libro de Daniel, se suele hablar siempre de los
medos y los persas (como sería de esperar si el autor fuera ministro de la corte de
Babilonia), pero es natural que la corte de Susa diera precedencia a los persas.
En segundo lugar, estaban presentes los nobles y los príncipes de sus provincias. Al
hablar de “los nobles”, el texto hebreo utiliza un vocablo prestado al idioma persa. Si
los “príncipes” mencionados al principio de este versículo eran los gobernantes
encargados de la administración central, los de este segundo grupo provenían de los
diversos países conquistados y absorbidos dentro del imperio e incluían la aristocracia
de las naciones sometidas.
Y él mostró las riquezas de la gloria de su reino y el esplendor de su gran majestad
durante muchos días, ciento ochenta días (1:4)
El texto hebreo es continuo. Literalmente, reza: Hizo un banquete… cuando [en el
que] él mostró las riquezas…
Asuero, al llegar al trono, heredó no solamente el mayor imperio que el mundo
había conocido, sino también las riquezas derivadas de los impuestos y tributos de
ciento veintisiete pueblos sojuzgados. Además de los suntuosos palacios, Darío el
Grande dejó tras sí una tesorería repleta. Pero el texto sugiere (y la historia secular lo
confirma) que las riquezas de Asuero no se limitaban a las que heredó (cf. Daniel 11:2).
Su afán era deslumbrar a sus invitados con esplendores aún mayores que los de su
padre. Porque, además de lo heredado, podía hacer alarde del botín acumulado
durante sus campañas en Egipto y Babilonia, así como de los tributos conseguidos en
medio del proceso de consolidar su imperio.
Por supuesto, la intención del rey al organizar el banquete no era únicamente
entretener a sus súbditos leales, sino también impactar a los vacilantes con la grandeza
de su poderío. Esa clase de festividades no era una mera extravagancia caprichosa, sino
que obedecía a la necesidad de impresionar a los pueblos conquistados y asegurar así
su lealtad y sumisión; solo que, en vez de hacerlo con métodos violentos, los persas
sabían emplear recursos más elegantes. En vez de sojuzgar a la gente por medio del

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terror, intentaban ganarla por vías constructivas y amables, inculcándoles un sentido de


orgullo por el privilegio de participar en un imperio tan sublime.
Si tenemos todo esto en mente, los detalles de este versículo y de los siguientes no
nos parecerán exagerados o inverosímiles. El banquete sirvió no solamente para reunir
juntos, al comienzo del reinado, a todos los estamentos más importantes del imperio,
sino también para hacer las oportunas consultas acerca de los futuros planes militares.
La ostentación y la larga duración de las festividades eran sutiles armas de Estado
empleadas para mantener apaciguados a los pueblos del imperio.
Cuando se cumplieron estos días, el rey hizo para todo el pueblo que se encontraba
en Susa, la capital, desde el mayor hasta el menor, un banquete de siete días… (1:5)
Al final de los seis meses, y como culminación de tanta magnificencia, la fiesta se
hace extensiva a todo el mundo; es decir, a toda persona que se encontrara en Susa, ya
se trate de la ciudad o de la ciudadela.
La frase desde el mayor hasta el menor puede significar desde el más anciano hasta
el más joven o, más probablemente, desde el más pudiente hasta el más humilde. Todas
las clases sociales y todos los rangos de oficiales fueron invitadas.
… en el atrio del jardín del palacio del rey (1:5)
El lugar en que se celebró este banquete fue el jardín amurallado del palacio o
quizás una especie de pabellón construido en los jardines reales. El mismo lugar será el
escenario de uno de los episodios más dramáticos de la historia de Ester (ver 7:7–8).
Tal y como estamos a punto de ver, el palacio real de Susa era de una belleza
extraordinaria. Desgraciadamente, fue destruido por un incendio a finales del reinado
de Artajerjes (alrededor del año 435 a. C.).
Había colgaduras de lino blanco y violeta sostenidas por cordones de lino fino y
púrpura en anillos de plata y columnas de mármol… (1:6)
El significado exacto de algunas de las palabras hebreas de este versículo sigue
siendo oscuro, lo cual explica las diversas lecturas reflejadas en las traducciones.61
Estamos en medio de un lenguaje que nos recuerda descripciones del templo del
Antiguo Testamento o de la ciudad celestial del Nuevo. Los colores básicos (blanco y
púrpura, o azul) son los de la realeza, tal y como lo vemos en 8:15. Todo el decorado del
atrio del jardín nos habla de un inmenso lujo y refinamiento, hasta el punto de hacerles
sospechar a algunos que el autor exagera. Sin embargo, la opulencia de la corte persa
queda ampliamente confirmada por otros testimonios contemporáneos. Los reyes se
entregaban al derroche, porque en aquel entonces se sobrentendía que cuanto más
espléndida era su hospitalidad, tanto mayor era el derecho soberano del monarca.
… y lechos de oro y plata sobre un pavimento mosaico de pórfido, de mármol, de
alabastro y de piedras preciosas (1:6)
El autor amontona diversos detalles con el fin de comunicarnos una fuerte
sensación de asombro ante el lujo del pabellón. Estamos en uno de los ambientes más
suntuosos del mundo antiguo.

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Ezequiel 23:41 y Amós 6:4 describen la misma clase de “lechos”, reclinatorios o


divanes que los persas empleaban para comer, según una costumbre que,
posteriormente, se hizo extensiva a Israel (Juan 13:23). Entre el botín que los griegos
arrancaron a los persas después de la batalla de Platea se encontraban divanes dorados
y plateados, ricamente engalanados con vistosas fundas y mesas doradas y plateadas.
Un lecho de este tipo será el lugar de la caída definitiva de Amán (7:8).
Las bebidas se servían en vasijas de oro de diferentes formas… (1:7)
El hecho de que cada vasija, además de ser trabajada en oro, tuviera una forma
diferente, era señal de la alta sofisticación, del poderío artístico y del extravagante lujo
de la corte real. Lo que dice el texto, sin embargo, no es en absoluto inverosímil. Como
ya hemos dicho, estos niveles de refinamiento quedan ampliamente confirmados por
escritos de los historiadores griegos, así como por los descubrimientos arqueológicos.
… y el vino real abundaba conforme a la liberalidad del rey (1:7)
La frase conforme a la liberalidad (literalmente, a la mano) del rey parece ser una
frase hecha de la época que se refiere a todo lo concedido por gracia real (cf. 1 Reyes
10:13). Vuelve a aparecer con respecto al día festivo proclamado por el rey en el 2:18.
Los persas tenían fama de bebedores. Heródoto nos informa de que disfrutaban
mucho del vino y lo bebían en grandes cantidades… Era además norma suya el deliberar
sobre asuntos de peso estando borrachos… aunque en algunas ocasiones, sin embargo,
estaban sobrios durante la primera deliberación, pero en ese caso volvían a considerar el
asunto bajo la influencia del vino.
Y se bebía conforme a la ley, no había obligación, porque el rey así había dado
órdenes a todos los oficiales de su casa para que hicieran conforme a los deseos de
cada persona (1:8)
El sentido exacto de este versículo es motivo de debate. Por un lado, se nos dice
que los comensales tenían que beber conforme a la ley; por otro, que bebían según las
instrucciones dadas por el rey; y por otro, que bebían a su antojo. ¿Cómo reconciliar
estas tres ideas?
Algunos comentaristas se apresuran a recordar que tanto Heródoto como Jenofonte
afirman que existía una ley en Persia según la cual los invitados tenían que beber en
consonancia con el rey. Si él brindaba con frecuencia, los comensales tenían la
obligación de acompañarlo en el brindis; si él bebía mucho, los cortesanos también; si él
era abstemio, la corte seguía su ejemplo. El problema que presenta esta asociación es
que casi nos obliga a enmendar el texto bíblico para que rece: Y no se bebía conforme a
la ley…
La solución más sencilla quizás sea la de entender que la palabra traducida como ley
no tiene por qué referirse siempre a un decreto real de carácter permanente, como si
fuera una de las inalterables leyes de los medos y los persas, sino que puede incluir
también las órdenes puntuales dadas por el rey a sus siervos. Si es así, podemos
resolver el dilema traduciendo el versículo más o menos en los términos siguientes: Y se
bebía conforme a las instrucciones reales: no había obligación, porque el rey así había
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dado órdenes…
El rey, pues, decidió dejar de lado las normas protocolarias de la corte a fin de
complacer a sus invitados, sobre todo a los que, provenientes de otros pueblos y de
otras culturas (1:3b), no estaban acostumbrados a beber vino, ni mucho menos a
ingerirlo en las cantidades propias de los cortesanos. Aquí tenemos otro ejemplo más
de la costumbre persa de mantener su hegemonía no vulnerando las costumbres
locales, sino respetándolas y complaciendo así a los pueblos conquistados. Ya hemos
tenido ocasión de señalar que Asuero no era el más benigno de los reyes de Persia,
pero en esta ocasión se mostró magnánimo. Había convocado a representantes de
todos los pueblos de su imperio con la intención de deslumbrarlos con su magnificencia.
Las festividades habían sido un éxito. Estaba de buen humor. Y, por tanto, aunque el
banquete era suyo y se había previsto consumir grandes cantidades de vino, no quiso
que su liberalidad fuera motivo de coacción para los demás.
Lo que queda fuera de toda duda es, en primer lugar, que el rey dio a cada
comensal la libertad de beber conforme a su propio deseo y, en segundo lugar, que este
gesto de magnanimidad real se alejaba del protocolo habitual lo suficientemente como
para merecer ser incluido y explicado en la narración.
¿Pero a qué viene este detalle? ¿Para qué ha querido mencionarlo el autor? Parece
no añadir nada de importancia al significado de la historia de Ester. La respuesta, sin
duda, es que el autor lo narra sencillamente porque así ocurrió. Este pequeño detalle
proporciona verosimilitud a la narración. Tiene sentido solamente por cuanto las
festividades realmente se celebraron de esta manera. Sugiere que el banquete y el
modo de su celebración no son invenciones ficticias, sino hechos históricos. Por cierto,
la sorprendente exactitud del libro de Ester en sus descripciones de las costumbres
cortesanas y del ambiente palatino debería otorgarle un alto grado de respeto histórico
aun en aquellos datos que no son confirmados por la historia secular.
La reina Vasti también hizo un banquete para las mujeres en el palacio que
pertenecía al rey Asuero (1:9).
Aquí hace acto de presencia la reina Vasti. Ella presidió un banquete celebrado
simultáneamente para las esposas y mujeres de la corte (y quizás para otras mujeres
incluidas no por matrimonio, sino por derecho propio: Heródoto nos habla de al menos
una mujer, una tal Artemisia, que llegó a ser oficial en el ejército de Jerjes). No tenemos
ninguna evidencia para suponer que fuera habitual entre los persas entretener a las
mujeres con un banquete aparte del de los hombres. Quizás fuera el gran número de
invitados lo que hizo necesaria la segregación en esta ocasión, quedando los hombres
fuera en el pabellón del jardín y las mujeres dentro en el edificio del palacio real.
Al séptimo día… (1:10)
Es decir, el desvarío del rey tiene lugar en el último día de todos esos meses de
festividades. Asuero, embriagado tanto por el vino como por el éxito de su fabulosa
fiesta, comete una seria imprudencia que hará desplomarse estrepitosamente el acierto
de su banquete.

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… cuando el corazón del rey estaba alegre por el vino… (1:10)


La palabra traducida como alegre cubre muchos matices, desde el contentamiento
hasta la embriaguez. Aquí, evidentemente, indica que Asuero ha perdido la cordura de
la sobriedad. Así pues, lo que sucede a continuación ocurre porque el rey está fuera de
sí a causa de una borrachera.
Son numerosos los ejemplos bíblicos de cómo el exceso de alcohol conduce a
comportamientos indignos. Vienen a la mente los casos de Noé (Génesis 9:21–22), de
Lot (Génesis 19:31–33), de los filisteos y Sansón (Jueces 16:25–30) o de la muerte de
Amnón (2 Samuel 13:28). El Libro de Proverbios da en el clavo enseñando que, aunque
el vino tomado moderadamente contribuye a la alegría del ser humano (ver Jueces
9:13; Salmo 104:15; Proverbios 31:6; Eclesiastés 10:19), tomado en exceso produce
resultados nefastos:
El vino es escarnecedor, la bebida fuerte alborotadora, y cualquiera que con
ellos se embriaga no es sabio (20:1).
¿De quién son los ayes? ¿De quién las tristezas? ¿De quién las contiendas?
¿De quién las quejas? ¿De quién las heridas sin causa? ¿De quién los ojos
enrojecidos? De los que se demoran mucho con el vino, de los que van en busca
de vinos mezclados. No mires el vino cuando rojea, cuando resplandece en la
copa; entra suavemente, pero al final como serpiente muerde, y como víbora pica
(23:29–32).
No es para los reyes beber vino, ni para los gobernantes desear bebida fuerte;
no sea que beban y olviden lo que se ha decretado, y perviertan los derechos de
todos los afligidos (31:4–5; cf. Isaías 5:22–23; 28:7; 56:12; Oseas 4:11).
… él ordenó a Mehumán, a Bizta, a Harbona, a Bigta, a Abagta, a Zetar y a Carcas,
los siete eunucos que servían en la presencia del rey Asuero… (1:10)
Poco sabemos acerca de estos eunucos. Algunos expertos señalan que sus nombres
son auténticamente persas: el de Mehumán (“fiable”) deriva del persa antiguo; el de
Carcas aparece en las tablillas de la Tesorería de Persépolis; Abagta se considera de
origen iranio. Harbona (su nombre en persa significa burrero) volverá a aparecer en el
7:9. Él será quien aconseje al rey que cuelgue a Amán en la horca preparada para
Mardoqueo.
Estos eunucos eran hombres castrados que gobernaban los harenes reales y tenían
acceso a ellos como enviados reales. A la vez, eran altos oficiales de la corte que servían
y aconsejaban al rey.
… que trajeran a la reina Vasti a la presencia del rey con su corona real, para
mostrar al pueblo y a los príncipes su belleza, porque era muy hermosa (1:11)
A fin de hacer inaceptable la orden del rey y justificar la negación de Vasti a
obedecerla, ciertos textos judíos glosan este versículo diciendo que Asuero quería que
apareciera desnuda o que ella tenía alguna deformación física que quería mantener
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escondida. Pero el texto bíblico no da autorización alguna a tales adiciones. No sugiere


que hubiera ninguna ofensa a la modestia de la reina (aunque sí a su dignidad humana).
Nos hace entender sencillamente que, después de mostrar a sus invitados todos los
tesoros reales, Asuero se dio cuenta de que aún le quedaba su tesoro más preciado. El
vino le robó su sensatez y, en un alarde de magnanimidad, quiso obsequiar a sus
comensales, como clímax de su fiesta, con este último regalo: una visión de su bellísima
esposa Vasti.
La mención de la corona real contribuye al rico simbolismo del libro de Ester: aquí,
Vasti se niega a lucirla y perderá sus prerrogativas reales en consecuencia; más
adelante, Amán querrá llevarla él mismo (6:8) y verá frustrados sus planes. En cambio,
la corona simbolizará la exaltación de Ester (2:17) y de Mardoqueo (6:8–10).
Pero la reina Vasti rehusó venir al mandato del rey transmitido por los eunucos
(1:12)
Asuero ha aparecido hasta aquí como un déspota a quien nadie se atreve a
contradecir, pero también como un hombre débil que puede ser vencido por la bebida
y por el afán de presumir de sus tesoros. Ahora, el poderoso emperador será desafiado
por la reina y, para colmo, será avergonzado y humillado delante de aquellos mismos
subordinados a quienes ha dedicado tiempo, dinero y esfuerzo con el fin de
impresionarlos con su majestad.
No se nos explican las razones por las que Vasti decidió desobedecer al rey y solo
podemos especular en cuanto a sus motivaciones exactas. Desde luego, no hubo nada
de extraño en que la reina fuera invitada a compartir el banquete real. No contravenía
el protocolo palatino, porque las reinas persas solían comer con los reyes. Recordemos
que Ester misma hará un banquete para Asuero y Amán. Seguramente, Vasti temía por
su dignidad personal, bien a causa de la borrachera de los hombres, bien porque ella
misma era tratada como un objeto de belleza.
En cambio, queda claro que Vasti tiene que haber sabido que su insubordinación
significaría un desacato de la voluntad real que podía comportarle consecuencias
peligrosas. Tiene que haber previsto el enfado del rey, aunque quizás no las
dimensiones exactas que llevarían a su destitución. Ningún rey de aquel entonces podía
tolerar que su consorte le desobedeciera de una manera tan descarada y pública.
Vasti, pues, se cree con suficiente ascendencia moral sobre su marido (y,
posiblemente, con sobrada superioridad de carácter) como para afrontar su ira, desafiar
su autoridad y salirse con la suya. Difícilmente lo habría hecho si no abrigara cierto
desprecio hacia su marido y si no hubiera llegado a considerar que Asuero era un
hombre débil de carácter que no se atrevería con ella.
Entonces el rey se enojó mucho y se encendió su furor en él (1:12)
¡Vaya anticlímax de la gran fiesta! ¡La gloria de Persia reducida al ridículo a causa de
la insubordinación de una mujer!
La enorme frustración de Asuero es comprensible. Si la finalidad de los seis meses
de celebraciones ha sido la de deslumbrar a sus súbditos con la gloria de su poderío y la

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altísima dignidad de su persona, todo se le viene abajo a causa de la obstinación de su


propia esposa. ¿Qué pensarán los invitados? Lejos de tenerlo en gran estima y llevar a
casa gloriosas noticias acerca de su majestad, contarán chistes acerca de su impotencia.
Si ven que no es capaz de mandar sobre su esposa, ¿cómo van a respetarlo como
cabeza del imperio?
Detrás del enojo de Asuero, se delata efectivamente un carácter débil. A pesar del
esplendor de sus palacios y la riqueza de sus tesoros, es un pobre hombre zarandeado
por sus inseguridades y complejos. Necesita compensar su falta de majestad personal
mediante los frágiles símbolos externos de su poderío. A lo largo de medio año, Asuero
ha estado inflando el globo de su propia gloria y dignidad; con un solo acto de rebeldía,
Vasti ha sabido desinflarlo.
¿Qué lectura debemos dar a este incidente? ¿Es intención del autor que nos
solidaricemos con el rey o con la reina? ¿Es Asuero un ejemplo flagrante de abuso de
poder o lo es Vasti de insubordinación? ¿Debemos deplorar la tiranía machista y la falta
de sensibilidad de Asuero o indignarnos ante la obstinación feminista y la falta de
sumisión de Vasti?
Sin duda, las respuestas que se han ofrecido a estas preguntas (y las que nosotros
mismos les damos) dependen de aquello que sea percibido como políticamente
correcto en cada generación. Durante siglos, las recriminaciones se dirigieron
mayormente (aunque no exclusivamente) a Vasti. El sentir era: Sean cuales fueran los
fallos de Asuero, esa mujer no tenía derecho a dejarlo en evidencia de aquella manera;
ella era su esposa y su súbdita, y por ambas razones le debía lealtad; por ese doble
desacato, se merecía la fulminante destitución que sufrió. Hoy en día, el sentir
mayoritario es el contrario: Vasti es percibida como la noble defensora de la dignidad
humana y la inocente víctima de la crueldad de un tirano.
El texto bíblico, por su parte, no hace comentario alguno. Se limita a dejar
constancia de los hechos. Es como si el autor quisiera comunicarnos la idea de que, en
un mundo caído y sin Dios, esta es la clase de relación matrimonial que podemos
esperar: el marido abusa de su mujer y la esposa no se somete a la autoridad del
marido. No es cuestión de determinar quién tiene razón. En un sentido, ambos la
tienen; en otro, ninguno de los dos. Aquí vemos a una pareja en que el varón no ama a
su esposa, sino que la somete a lo que ella seguramente percibía como una deshonra
pública, y en la cual la mujer no se sujeta a su marido, sino que lo pone en ridículo
delante de sus invitados. El hombre oscila entre la sensualidad, el desenfreno y la
jactancia de un momento, y la rabia y la frustración de otro. En todo tiempo, es el títere
de sus pasiones. Pero la mujer no tiene nada que envidiarle en cuanto al orgullo, el
desprecio y la obstinación.
¡Qué lejos estamos del modelo bíblico para el matrimonio! Según este, el marido
ama a su esposa, toma en consideración sus deseos y necesidades, no vulnera su
conciencia ni la trata como un objeto, sino que la honra y se sacrifica a sí mismo por
ella; y la esposa se somete gozosamente a su marido, respeta su autoridad y nunca
hace nada que pueda humillarle. Todo el lujo y toda la ostentación del imperio más rico

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del mundo no pueden compensar la ausencia de una verdadera felicidad conyugal que
solo las sencillas directrices de la Palabra de Dios pueden inspirar.
La historia bíblica comienza con un hombre y una mujer viviendo en armonía y
respeto mutuo, y ejerciendo el gobierno del mundo como virreyes de Dios. Termina con
otro Rey celebrando un banquete de boda con su novia resplandeciente, los dos
revestidos con aquella dignidad y caracterizados por aquel respeto mutuo que era la
intención de Dios para el matrimonio desde el principio. Pero, en medio, tenemos la
triste realidad de un mundo caído y fracasado, en el que todas las relaciones, incluida la
conyugal, están minadas por el egocentrismo (y la relación entre Asuero y Vasti
constituye un ejemplo especialmente patético de ello). Sirvan como contraste el amor,
la consideración y el sabio uso de la autoridad por parte de Mardoqueo y la sumisión, la
dignidad y el recato de Ester. El ejemplo de los héroes de esta historia servirá para
proponernos la clase de relación que debe existir entre personas temerosas de Dios,
rescatadas por su gracia de la miseria de los patrones mundanos.
Y el rey dijo a los sabios que conocían los tiempos… (1:13)
Ante el desplante de la reina, Asuero decidió consultar a sus consejeros. Algunos
comentaristas ven en esto otro síntoma más de la debilidad del rey, pero debemos
recordar que el comportamiento de Vasti tuvo implicaciones que aconsejaban una
reunión del Consejo de Estado.
En aquel entonces, cada nación tenía sus hombres sabios que ejercían funciones de
consejeros (Jeremías 10:7): recordemos a los sabios y adivinos de Egipto (Génesis 41:8)
o a los de Babilonia (Daniel 2:2, 27; 3:2–3; 5:12). Eran hombres a la altura de las
circunstancias políticas y sociales del momento: conocían los tiempos. Es decir, sabían
reconocer no solo el mejor curso de acción a emprender, sino también el momento más
propicio para ponerlo en marcha. Adquirían este conocimiento por medio de dos vías:
por su discernimiento y análisis del mundo contemporáneo; y por el estudio de las
estrellas, de los dados (ver 3:7) y de otras fuentes de adivinanza. Los “sabios” solían ser,
a la vez, personas experimentadas en la vida política y dedicadas a la astrología y a la
magia. Reunían en sí las cualidades de asesores políticos y de practicantes de las artes
ocultas. Se les tenía en mucha estima.72
… pues era costumbre del rey consultar así a todos los que conocían la ley y el
derecho… (1:13)
Aquí, el autor abre un paréntesis, que se extiende hasta el final del versículo 14, con
el fin de explicar el uso de consejeros en la corte persa. La necesidad de este paréntesis
sugiere que los primeros lectores no estaban familiarizados con el protocolo imperial y,
por tanto, que el autor escribía a cierta distancia (geográfica o temporal) de los hechos
narrados. Sin embargo, no es necesario suponer una distancia muy grande. Con solo
imaginar que los primeros lectores eran judíos acostumbrados a las costumbres
babilónicas, pero que habían regresado a Judá después del decreto de Ciro (Esdras
1:1–4), cualquier autor residente en Persia se vería en la necesidad de aclarar esta clase
de costumbres.

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Aquí vemos la gran diferencia entre el imperio de Asiria-Babilonia y el de Persia. En


aquel, la palabra del rey tenía rango de ley. En gran medida, el monarca estaba por
encima de la ley. Por tanto, la función de los consejeros era darle su parecer al rey, pero
este lo aceptaba o lo rechazaba según su propio raciocinio. Pero en Persia, la ley estaba
por encima del monarca, quien debía acatarla en todas sus gestiones. Asuero no pudo
tomar medidas contra Vasti solamente por capricho personal, sino que debió hacerlo de
acuerdo con los dictados de la ley. Por eso necesitaba el consejo de personas que,
además de destacar por su sabiduría personal y su conocimiento de las estrellas, fueran
expertas en cuanto a la legislación del país. Los consejeros reales debían ser hombres
profundamente conocedores de lo que la ley prescribía, como también de los “derechos
humanos” que esta establecía (la ley y el derecho), porque el rey no tenía libertad de
acción sin respetarlos. En Persia, pues, el rey estaba más atado en sus gestiones y, en
consecuencia, sus ministros ejercían más autoridad. Estaban junto a él, no tanto por
haber sido escogidos por él, como por proceder de familias nobles y por haber sido
formados como expertos en la legislación del imperio.
… y estaban junto a él Carsena, Setar, Admata, Tarsis, Meres, Marsena y
Memucán, los siete príncipes de Persia y Media… (1:14)
Sabemos muy poco acerca de estos siete príncipes. Memucán parece haber sido el
portavoz del grupo (1:16–21). El nombre Carsena aparece en las “Tablillas de la
Fortificación” de Persépolis. Algún comentarista ha sugerido que Admata quizás sea una
corrupción de Artabano, el tío de Jerjes; como ya hemos visto en el caso del propio
Asuero o de Vasti, los nombres persas, al ser trasladados al hebreo, solían sufrir
notables deformaciones.
Solo tres de los príncipes son mencionados en la Septuaginta, pero otros textos
bíblicos confirman que el número habitual de consejeros reales era siete (ver, por
ejemplo, Esdras 7:14). Siete eunucos (1:10); ahora, siete príncipes; en el 2:9, siete
doncellas. Seguramente, los persas consideraban que siete era el número ideal para el
servicio y el consejo.
… que tenían entrada a la presencia del rey y que ocupaban los primeros puestos
en el reino… (1:14)
Literalmente, el texto dice que los príncipes veían el rostro del rey. Pero, como
indica nuestra traducción, la frase hace referencia a su derecho de entrada a la
presencia real. Heródoto narra una historia según la cual los conspiradores que se
unieron a Darío I en su lucha contra el falso Esmerdis en el año 522 a. C., hicieron
prometer al rey que tendrían siempre el derecho a acceder a su presencia “excepto
cuando se encontraba en la cama con una mujer”. Es posible, pues, que los siete
consejeros nombrados fueran representantes de las siete familias nobles de Persia.
Por tanto, esta frase está hablando del derecho de los siete príncipes a tener libre
acceso al rey. Conviene que recordemos esto al leer otros textos bíblicos acerca de la
contemplación del rostro de Dios. Por ejemplo, El Señor es justo… los rectos
contemplarán su rostro (Salmo 11:7); En cuanto a mí, en justicia contemplaré tu rostro

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(Salmo 17:15); Sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de mi Padre
(Mateo 18:10); Sus siervos le servirán; ellos verán su rostro (Apocalipsis 22:4). Estos
textos no están hablando de una visión beatífica en la cual quedamos anonadados por
la hermosura de las facciones de nuestro Señor. Al menos, este no es su significado
primario. Más bien, nos están hablando del alto privilegio, concedido por el evangelio,
mediante el cual tenemos el derecho a acceder al Señor, a morar en su presencia y a
disfrutar de la comunión con él.
Conforme a la ley, ¿qué se debe hacer con la reina Vasti, por no haber obedecido el
mandato del rey Asuero transmitido por los eunucos? (1:15)
Se cierra el paréntesis y volvemos a la consulta del rey. Pero, gracias al paréntesis,
estamos en condiciones de entenderla mejor. Asuero no puede tomar medidas contra
Vasti a su antojo. Tiene que respetar la legislación vigente y actuar “conforme a la ley”.
Por tanto, quiere saber qué opciones legales le quedan y qué precedentes pueden
servir como ejemplos a seguir.
Y en presencia del rey y de los príncipes, Memucán dijo… (1:16)
No sabemos si Memucán habla como el portavoz habitual de los príncipes o en
nombre propio. Tampoco sabemos cuáles eran sus intereses personales en el asunto.
Conviene recordar que, si Vasti era hija de una de las siete familias, alguno de los
príncipes podría haber sido pariente suyo; y, si no lo era, todos ellos quizás tuvieran
cierto interés en verla destituida.
La reina Vasti no solo ha ofendido al rey, sino también a todos los príncipes y a
todos los pueblos que están en todas las provincias del rey Asuero (1:16)
Memucán se revela como un consejero de gran astucia. Tiene la sabiduría de
transformar lo que es, en principio, un asunto íntimo del rey en una cuestión de Estado.
Así incita a Asuero hacia una venganza personal contra Vasti so pretexto de estar
defendiendo valores imperiales.
Sin embargo, no debemos apresurarnos a desvelar intenciones siniestras en las
palabras de Memucán, porque bien podríamos caer en el error de juzgarlas conforme a
los prejuicios de nuestro propio siglo. Detrás de la lógica maquiavélica de sus
argumentos, se revela una indignación que bien podría haber sido auténtica. Es del
todo posible que, además de proteger la imagen personal del rey, deseara cortar de raíz
un precedente que, de consentirlo con impunidad, podría llegar a causar estragos en la
fábrica social del imperio. El desacato al rey en una situación pública no es un asunto
meramente personal, aun cuando la ofensa procede de su propia esposa, sino una
cuestión política altamente significativa. Memucán hace bien en destacar que comporta
posibles repercusiones sociales de importancia. Políticamente, lo que por delicadeza él
no hace explícito, podría significar una merma de la autoridad del rey, justo cuando este
acababa de lograr consolidar su imperio. Socialmente, podría sentar un precedente
perjudicial a los valores matrimoniales que prevalecían en aquella sociedad y que los
príncipes tenían la obligación de defender.

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Porque la conducta de la reina llegará a conocerse por todas las mujeres y hará
que ellas miren con desdén a sus maridos, y digan: “El rey Asuero ordenó que la reina
Vasti fuera llevada a su presencia, pero ella no fue”. Y desde hoy las señoras de Persia
y Media que han oído de la conducta de la reina hablarán de la misma manera a
todos los príncipes del rey, y habrá mucho desdén y enojo (1:17–18)
Es interesante escuchar un comentario femenino sobre estas palabras: El
argumento de Memucán puede haber resultado convincente para los varones presentes,
pero no toma muy en cuenta la psicología femenina; pues, por regla general, las mujeres
no se solidarizan tan fácilmente como los hombres a la hora de llevar a cabo acciones
concertadas. Es decir, Memucán habla como si las mujeres persas fueran ovejas que
siguen ciegamente el ejemplo de su líder; pero, de hecho, ¡las mujeres no se dejan
llevar tanto como los hombres!
De acuerdo. Es probable que la actitud de Vasti fuera tan criticada por ciertos
sectores de la sociedad femenina persa como por la casi totalidad de la sociedad
masculina. Sin duda, Memucán exagera cuando habla de todas las mujeres. Sin
embargo, su argumento esencial es correcto: si no se toman medidas enérgicas para
neutralizar su efecto, el mal ejemplo de la reina les servirá de excusa a las mujeres de la
corte que ya están predispuestas a exteriorizar actitudes de rebeldía e insumisión hacia
sus maridos. Por tanto, no es únicamente cuestión de que el rey haga algo para sanear
su propia situación matrimonial, sino que todo el gobierno debe tomar medidas para
que el inoportuno precedente se convierta en una oportuna advertencia.
Si le place al rey, proclame él un decreto real y que se escriba en las leyes de Persia
y Media para que no sea revocado… (1:19)
Nuevamente, recordemos que así era el sistema legal del imperio persa. Una vez
proclamado un decreto, ni siquiera el rey podía revocarlo (Daniel 6:8). Este hecho
tendrá grandes consecuencias en la historia posterior de Ester (ver 3:8–15 y 8:3–14, y
especialmente el 8:8). Mientras tanto, el castigo de Vasti será ejemplar por su carácter
irrevocable y drástico.79
… que Vasti no entre más a la presencia del rey Asuero, y que el rey dé su título de
reina a otra que sea más digna que ella (1:19)
Aunque la intención del decreto que Memucán elabora se dirige en contra de la
potencial insubordinación de todas las esposas del imperio, sin embargo el príncipe
revela un nuevo ejemplo de astucia política al no hacer constar de una manera abierta
esa intención. Al contrario, las medidas explícitas que propone (1:19) contemplan
solamente la destitución de Vasti, pero la finalidad que persiguen es la de actuar como
escarmiento para mantener a raya a las demás mujeres (1:20).
El decreto contra Vasti consta de dos cláusulas: el divorcio y la pérdida de sus títulos
reales. En cuanto a lo segundo, cabe observar que, mientras que hasta aquí siempre se
nos ha hablado de la reina Vasti (1:9, 11, 12, 15, 16, 17, 18), el autor no volverá a
emplear el título real a partir del versículo 19, sino que dirá Vasti a secas (1:19; 2:1, 4,
17).
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En cuanto a lo primero, la expresión no entrar más a la presencia del rey no debe


entenderse en un sentido literal y absoluto, sino con los mismos matices que la frase
semejante empleada en el versículo 14. Hasta aquí, Vasti ha disfrutado de cierto
derecho de acceso al rey por su condición de consorte real. A partir de ahora, será
confinada en los departamentos femeninos del complejo palatino. No será desterrada,
porque, a fin de cuentas, sigue siendo la madre del príncipe heredero, además de ser
ella misma vástago de una de las familias nobles del imperio. Pero, en lo sucesivo, no
podrá ejercer ninguna influencia directa sobre el rey. Tendrá que limitarse a las
pequeñas intrigas de la vida palaciega. Su castigo se corresponde con su desacato: ella
no ha querido comparecer cuando el rey lo deseaba; ahora, no podrá comparecer
nunca más ante él aunque lo desee.
La destitución de Vasti recibe cierta confirmación a través de las evidencias
circunstanciales que rodean la historia de Amestris. Para empezar, parece no haber
tenido más hijos después del nacimiento de Artajerjes (alrededor del año 483 a. C.), lo
cual se presta a diferentes interpretaciones, una de las cuales es que no volvió a tener
relaciones matrimoniales con el rey. Luego, Heródoto nos cuenta los amoríos de Asuero
con una cuñada suya estando en Sardis en la campaña griega (invierno del año 480–479
a. C.), amoríos que son más fáciles de entender si contamos con que había habido un
deterioro de su relación con la reina. Este mismo dato arroja luz sobre otro tema: en
aquel entonces, era habitual que las mujeres de la familia real y de la nobleza
acompañasen a los varones en las campañas militares. Debe notarse que Amestris no
aparece en el campamento real, sino (siempre según las evidencias de Heródoto) en el
palacio de Susa.84 Allí, por cierto, se dedicó a las intrigas que iban a otorgarle una fama
nefasta, entre ellas el asesinato de una sobrina de Asuero de la que sospechaba que se
entendía con el rey.
Antes de dejar este versículo, tomemos buena nota de la frase otra que sea más
digna que ella. Aún no ha entrado Ester en escena, pero esta frase anticipa su aparición.
Ella tendrá en plenitud aquellas virtudes cuya ausencia causaron la caída de Vasti.
Y cuando el decreto que haga el rey sea oído por todo su reino, inmenso que es,
entonces todas las mujeres darán honra a sus maridos, a mayores y a menores (1:20)
Nuevamente, Memucán yerra en cuanto a la psicología femenina. La verdadera
honra depende de la honorabilidad del marido y de la libre disposición de la esposa, y
no puede ser provocada por decreto real. Pero acierta en lo esencial de sus propósitos:
el decreto contribuirá a garantizar el conformismo social. Intimidará a las esposas, las
cuales se verán obligadas a mantener una apariencia de docilidad.
El decreto se dirige a todos los estamentos de la sociedad. Como ya vimos en 1:5, la
referencia a mayores y a menores podría contemplar a los ancianos y a los jóvenes;
pero es más probable que se refiera tanto a los más poderosos como a los más
humildes. Los requisitos matrimoniales no conocen distinciones de clase social. La
insubordinación de Vasti ha sido visible, tanto para los mayores como para los menores,
al haberse perpetrado en medio de un banquete abierto. Su influencia perniciosa
puede haber infectado a todos. Por tanto, el decreto también debe llegar a todos.

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Esta palabra pareció bien al rey y a los príncipes, y el rey hizo conforme a lo dicho
por Memucán (1:21)
De una manera genial, Memucán ha logrado poner el dedo en la llaga de la
vulnerabilidad masculina. Ha hecho que sus oyentes se vean implicados en la situación
de Asuero (puestos en ridículo por sus esposas) y que sientan el temor de no poder
controlar sus casas. Además, lo ha conseguido sin ofender la sensibilidad del propio
Asuero (no ha tenido que decir explícitamente que Vasti le ha puesto en evidencia).
Algún comentarista ha sugerido que el decreto real fue decidido de una manera
caprichosa que dista mucho de la seriedad habitual de la legislación persa: un solo
discurso lleva al rey, aún ebrio, a decretar una nueva ley designada para proteger los
intereses masculinos. Pero no debemos suponer que el debate se limitara al discurso de
Memucán ni que tuviera lugar solamente durante el mismo día del desplante de Vasti.
El texto bíblico suele resumir y concentrar la acción, y omite frecuentemente aquello
que no contribuye a la línea principal de la historia. En este caso, el mismo texto indica
que hubo un intercambio de pareceres y, si bien el discurso de Memucán constituyó el
momento decisivo de las deliberaciones, no hay que pensar que los demás príncipes y
consejeros no participaron en el debate, ni que este se llevó a cabo deprisa y con
liviandad.
Y envió cartas a todas las provincias del rey, a cada provincia conforme a su
escritura y a cada pueblo conforme a su lengua… (1:22)
El envío del decreto arroja luz sobre dos características importantes del imperio
persa: su sistema de correos y su respeto a las culturas minoritarias. En cuanto a lo
primero, lo mejor que podemos hacer es citar el testimonio de Heródoto:
No hay nada mortal que viaje con la velocidad que lo hacen los mensajeros
persas. El plan completo es una invención persa y he aquí el método que utilizan.
A lo largo de todo el camino hay hombres estacionados con caballos, en número
igual al número de los días que ha de durar el viaje, permitiendo un hombre y un
jinete por día, y nada impedirá a estos hombres llevar a cabo [la jornada] a la
mejor velocidad que les permita la distancia que hayan de cubrir, ni la nieve, ni la
lluvia, ni el calor, ni la oscuridad de la noche. El primer jinete hace entrega de su
despacho al segundo y este se lo pasa al tercero y, de ese modo, va pasando de
mano en mano, a lo largo de toda la línea, como la luz en las carreras de
antorchas que los griegos celebran a Ephaestus. Los persas dan a este correo a
caballo el nombre de “angareion”.
El Libro de Ester enfatiza con cierta insistencia el derecho de cada pueblo del
imperio a emplear su propia lengua (ver la última frase de este mismo versículo y
también 3:12 y 8:9). El arameo era la lengua oficial del imperio en las comunicaciones
internacionales, y la sola mención de este detalle sugiere que constituía una novedad o
que se trataba de casos excepcionales. Parece corresponder a la misma clase de
consideraciones que Asuero ya había manifestado al no esperar que sus invitados se

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sujetaran a las costumbres de la corte en cuestiones de bebida (1:8).


… para que todo hombre fuera señor en su casa… (1:22)
El decreto no especificaba cómo los hombres habían de imponer su autoridad
marital, lo cual ha llevado a algunos comentaristas a considerar que era un decreto
absurdo, fruto de la patética frustración de un rey débil. Esta lectura es posible, pero no
incontrovertible. Mediante el decreto, la corte establecía su determinación a apoyar las
estructuras familiares convencionales, amenazadas por la insubordinación de la reina.
No hacía falta que el decreto explicara los métodos a seguir: el propio decreto servía
para respaldar la autoridad del marido y para intimidar a cualquier esposa que aspirara
a una autonomía insumisa.
… y que en ella se hablara la lengua de su pueblo (1:22)
Aunque el sentido exacto de esta frase es motivo de debate (de ahí las variaciones
en las versiones bíblicas), la idea general parece ser que el gobierno del esposo en la
casa debía mostrarse por el hecho de que la lengua nativa del cabeza de familia sería la
utilizada por toda ella. Se ve que el rey aprovechó el envío del decreto sobre Vasti para
incluir también un decreto sobre el uso de los idiomas del imperio. Por razones no
explicadas, tiene a bien admitir las aspiraciones autonómicas de los pueblos bajo su
dominio, a la vez que determina suprimir cualquier amago de autonomía en las
mujeres. En esto sigue el ejemplo de Ciro el Grande, quien también contribuyó al
desarrollo de las culturas minoritarias del imperio. Aquí tenemos otro detalle que
refuerza la veracidad histórica de la narración: difícilmente se habría incluido esta frase
de tratarse de una historia inventada.
Nuevamente nos preguntamos qué lectura debemos dar a la destitución de Vasti y
al decreto del rey. El mismo texto se limita a hacer constar los hechos sin ofrecernos
comentarios explícitos, lo cual ha permitido que cada generación haya interpretado la
situación de acuerdo con los criterios de la época. En tiempos de hegemonía masculina,
el discurso de Memucán y el decreto real han parecido eminentemente razonables. En
momentos de auge feminista, como el nuestro, parecen absurdos y aberrantes.
Como en el caso del desplante de Vasti, sin embargo, creemos que la manera
correcta de llegar a entender bien el texto es colocándolo dentro de su contexto
general como parte del canon bíblico. Entonces, entendemos que estos hechos se
corresponden con el triste patrón que se repite constantemente en la vida matrimonial
desde que el ser humano cayó en el pecado y dejó de acatar la voluntad de Dios:
cuando la esposa deja de ser ayuda idónea para su marido (Génesis 2:18), este
responde imponiendo su dominio sobre ella de maneras violentas e injustas (Génesis
3:16).
No es cuestión de solidarizarnos ni con Vasti ni con los príncipes, sino de
comprender que tanto la una como los otros actuaron de formas que brotan de un
mundo que desconoce a Dios. Los príncipes no erraron al condenar la insubordinación
de Vasti o al esperar que las mujeres dieran honra a sus maridos, porque las Escrituras
revelan que toda esposa temerosa de Dios se sujetará a su marido y procurará darle
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honor:
Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor… Así como
la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en
todo (Efesios 5:22, 24; cf. Colosenses 3:18).
Tampoco erraron al considerar que el marido debe ser señor de su casa, porque las
Escrituras enseñan a las mujeres a respetar el señorío de sus maridos:
Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la
iglesia (Efesios 5:23).
Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos… Así obedeció Sara a Abraham,
llamándolo señor, y vosotras habéis llegado a ser hijas de ella (1 Pedro 3:1, 6).
Donde se equivocaron los príncipes fue al considerar que tenían el derecho a sujetar
a sus esposas por medio de la coacción producida por una legislación, tratándolas así
como seres inferiores a las que mandar y restándoles dignidad y honor. Las mismas
Escrituras que ordenan a las mujeres que se sujeten a sus maridos, nunca ordenan a los
maridos que obliguen a sus mujeres a sujetarse. En la Palabra de Dios, la sumisión de la
mujer nunca es una imposición masculina, sino un compromiso que la propia mujer
asume libre y gozosamente por amor al Señor. Por tanto, el comportamiento de Asuero
en el capítulo 1 de Ester no refleja la enseñanza bíblica, sino que es una caricatura de
ella, una pobre expresión de la imagen de Dios, ya deformada, en el hombre caído.

Ester, elegida como reina


Ester 2:1–23

Después de estas cosas… (2:1)


Esta frase indica el transcurso de un lapso de tiempo que puede ser más o menos
largo (¡en Esdras 7:1, por ejemplo, la misma frase se refiere a un espacio de unos
sesenta años, entre la reconstrucción del templo y el retorno de Esdras a Jerusalén!). Si
nuestra única fuente de información fuera el libro de Ester, el período podría parecer
más bien breve: al recuperarse de su borrachera, el rey empezó a lamentar las medidas
irrevocables que había tomado contra Vasti. Pero, en ese caso, resultaría difícil explicar
la cronología de los primeros capítulos de Ester y, concretamente, la gran demora antes
de que se buscara una nueva reina.
Me explico. La acción del capítulo 1 ha transcurrido durante el año tercero del
reinado de Asuero (1:3). Ester no será llevada ante el rey hasta finales del año séptimo

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(2:16). Contando con que ella tuvo que someterse a doce meses de preparación
cosmética (2:12), hay una laguna de al menos tres años entre la expulsión de Vasti y la
entrada de Ester en palacio. ¿Por qué Asuero tardó tanto tiempo en buscar una nueva
esposa?
La respuesta la suple la historia secular: en el espacio intermedio, tuvo lugar la
campaña persa contra Grecia (481–479 a. C.). Durante gran parte de los tres años,
Asuero estuvo fuera del país encabezando a sus ejércitos. No eran tiempos propicios
para emprender iniciativas matrimoniales serias (¡otra cosa son los amoríos del rey a los
que ya hemos hecho alusión!). Sólo pudo dedicarse a ellas después de su regreso.
A nuestro juicio, por tanto, es preferible suponer que la frase después de estas cosas
indica un espacio de varios años. Solo hacia el final de la campaña griega, al contemplar
el regreso a casa, Asuero empieza a acusar la ausencia de una consorte. Entonces, los
cortesanos toman medidas para encontrar una nueva reina.
Ahora que estamos considerando cuestiones de cronología, conviene recordar
también que, en algún momento de estos primeros años del reinado, empezó en Judá
la campaña de descrédito de aquellos judíos que habían vuelto del exilio con Zorobabel
y Jesúa (Esdras 4:6). Es importante saber esto, porque ayuda a comprender que el
antisemitismo de Amán no fue un brote aislado y porque quizás ayude a explicar las
instrucciones que Mardoqueo le dio a Ester (2:10).
… cuando el furor del rey Asuero se había aplacado, él se acordó de Vasti, de lo
que ella había hecho y de lo que se había decretado contra ella (2:1)
El verbo traducido como aplacarse es poco frecuente en el texto hebreo del Antiguo
Testamento. Vuelve a ser empleado cuando, después de hacer ahorcar a Amán, se
aplacó el furor del rey (7:10). Así se establece una resonancia verbal que refuerza la
vinculación estructural entre la destitución de Vasti y la de Amán, los dos personajes de
esta historia que ofenden al rey.
El hecho de que Asuero “se acordara” de Vasti puede sugerir cierto grado de
remordimiento o mala conciencia por haberla apartado de sus prerrogativas reales de
una manera tan radical; o puede significar solamente que Asuero empezó a recordarla
con cierto afecto;94 o que echó a faltar el compañerismo de una esposa. A favor de esta
última lectura está el hecho de que Vasti no parece haber vuelto a ocupar los
pensamientos del rey después de la aparición de Ester.
En todo caso, la situación de Vasti ha sido decretada, palabra emparentada con la
idea de cortar o dividir: a Vasti se le ha cortado el acceso al rey; la separación entre
ambos es definitiva; no hay nada que hacer.
Entonces los cortesanos al servicio del rey dijeron: Búsquense para el rey jóvenes
vírgenes y de buen parecer (2:2)
Nada que hacer excepto potenciar el plan de Memucán de conceder el título real a
otra mujer, plan largamente aplazado a causa de las guerras en Grecia. Los cortesanos
proponen hallar a la nueva reina mediante una especie de concurso de belleza
organizado a escala imperial.

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Y que el rey nombre oficiales en todas las provincias de su reino… (2:3)


La búsqueda de la nueva esposa es de muy alto vuelo. Se convierte en un complejo
asunto de Estado. Da la impresión de que los cortesanos lo proponen, no solo para
frenar la melancolía del rey a causa de la pérdida de Vasti, sino para distraer al rey y
volver a animarlo después de las derrotas militares en Grecia. Estarán implicados nada
menos que unos ciento veintisiete nuevos oficiales, expresamente designados para
buscar y traer a Susa a las jóvenes más hermosas del imperio. Solo una tesorería capaz
de emprender una campaña como la griega y organizar festividades durante medio año
podía contemplar semejante derroche ostentoso con el solo fin de consolar al monarca.
… para que reúnan a todas las jóvenes vírgenes y de buen parecer en Susa, la
capital… (2:3)
La orden que salía de palacio no iba dirigida a las mismas jóvenes para que ellas se
presentaran libremente en Susa, sino a los oficiales para que reunieran allí a las
jóvenes. Parece ser que estas no tuvieron mucha opción en cuanto a su participación en
el concurso. Y la suerte que les esperaba no era nada envidiable; al menos, no lo era
para ninguna joven educada en un hogar judío. Seguramente, algunas jóvenes se
sentirían halagadas por haber sido escogidas, se dejarían llevar por la ilusión de aspirar
a ser reina y quedarían deslumbradas ante el fausto y la riqueza de la vida cortesana.
Para otras, el solo hecho de ver garantizada su prosperidad futura bastaría para
contrarrestar el dolor de la separación familiar. Pero habría quienes sentirían verdadero
espanto ante la sola idea de ser arrancadas del hogar paterno, transportadas a tierras
lejanas en medio de gente desconocida, confinadas en el ambiente enrarecido del
harén real, teniendo que someterse a un año de tratamientos cosméticos y, finalmente,
de ser usadas por el rey según su placer.
… en el harén, bajo la custodia de Hegai, eunuco del rey, encargado de las
mujeres… (2:3)
En Persia, los harenes (literalmente, la casa de las mujeres) solían estar bajo el
mando de los eunucos. Se trataba de una posición de alta responsabilidad, por lo cual
debemos entender que este Hegai, personaje que tendrá su importancia en la vida de
Ester (2:8, 15), era un oficial destacado que gozaba de la plena confianza del rey. Un tal
Hegai es mencionado por Heródoto (bajo la forma griega del nombre, Hegias) como
oficial del ejército de Asuero; pero es imposible saber si se trata del mismo hombre.
… y que se les den sus cosméticos (2:3)
Persia era famosa por sus cosméticos. Se gastaba mucho dinero en el arte del
maquillaje, en la adquisición de una piel suave y sensual, y en la mezcla de perfumes
para suministrar al cuerpo un olor agradable y seductor (ver 2:9 y 12).
Y la joven que agrade al rey sea reina en lugar de Vasti. Y esto le pareció bien al
rey, y así lo hizo (2:4)
Los oficiales se dedicarán a escoger y a reunir a las jóvenes para el concurso, pero

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habrá un solo juez: el propio rey. Lo único que importa es complacerle a él.
Algunos comentaristas han querido establecer una relación entre el libro de Ester y
Las mil y una noches, relato en el que el rey duerme con una doncella diferente cada
noche y en el que la heroína se salva, es proclamada reina y ve cómo su padre es
nombrado visir. Sin embargo, el parecido es solamente superficial. Si acaso arroja luz
sobre Ester, es en el sentido de demostrar que el concurso de belleza no desencaja con
las costumbres de la cultura persa.
Y había en Susa, la capital, un judío que se llamaba Mardoqueo… (2:5)
Hasta aquí, el autor nos ha descrito el trasfondo histórico-social de nuestra historia.
Ahora, ha llegado el momento en que introduce a los protagonistas principales: el judío
Mardoqueo y su hermosa prima Ester.
Uno de los principales argumentos empleados en contra de la historicidad del Libro
de Ester es el hecho de que ni Mardoqueo, ni Ester, ni Amán aparezcan en ningún
documento de la época fuera de la Biblia. Sin embargo, los escépticos harían bien en
recordar que lo mismo se decía acerca del rey Belsasar en el Libro de Daniel, hasta que
se encontraron finalmente unas tabletas cuneiformes que mencionaron su nombre y
confirmaron su existencia. Si todo un rey puede desaparecer de los anales de la historia
secular, no debe sorprendernos que no existan noticias sobre una reina y dos ministros.
… hijo de Jair, hijo de Simei, hijo de Cis, benjamita,… (2:5)
Sin duda, el Cis de esta breve genealogía no es otro sino el padre del primer rey de
Israel, Saúl, el cual era un hombre de Benjamín como lo fue también Mardoqueo. De
hecho, Saúl aparece en el escenario de la historia bíblica cuando iba en busca de las
asnas de Cis, su padre (1 Samuel 9:1–3). Por supuesto, existieron muchas generaciones
más entre Cis y Mardoqueo, pero el autor selecciona los nombres a propósito,
incluyendo algunos y omitiendo otros, para que los que tienen oídos para oír oigan.
Puesto que, en 1 Samuel 9:1, Cis mismo es llamado un hombre poderoso e influyente,
Mardoqueo procede de una familia prestigiosa, de la misma casa del primer rey de
Israel.
De Jair sabemos muy poco, pero el nombre de Simei, además del de Cis, evoca
inmediatas resonancias en cualquier conocedor de las Escrituras. Se trata de una figura
destacada (aunque algo patética) en la historia bíblica. Fue él quien, por lealtad a la casa
de Saúl, vio en la sublevación de Absalón un merecido castigo divino sobre David.
Cuando este salió de Jerusalén camino a un breve destierro al otro lado del Jordán,
Simei le persiguió tirándole piedras y maldiciéndolo. Ante tal escarnio, Abisai quiso
matar a Simei, pero David se lo prohibió, reconociendo la posibilidad de que Simei
estuviera actuando en conformidad con la voluntad divina (2 Samuel 16:5–12). Después
de la muerte de Absalón, cuando David volvía a Jerusalén, Simei se postró ante él
reconociendo su pecado. Nuevamente, Abisai quiso matarlo, pero David le perdonó la
vida (2 Samuel 19:16–23). Sin embargo, estando en su lecho de muerte, David advirtió a
Salomón (de hecho, fueron sus últimas palabras) acerca del peligro que Simei seguía
representando para la casa real, por lo cual Salomón le hizo morir a manos de Benaía (1

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Reyes 2:8–9, 41–46).


La importancia de estas vinculaciones genealógicas con la casa de Saúl será evidente
cuando lleguemos a conocer a Amán, descendiente de una casa que se opuso a Saúl. El
autor está preparando el terreno para indicar que el antagonismo entre Amán y
Mardoqueo tenía raíces ancestrales.
… que había sido deportado de Jerusalén con los cautivos que habían sido
deportados con Jeconías, rey de Judá, a quien había deportado Nabucodonosor, rey de
Babilonia (2:6)
El autor dirige nuestra atención a los trágicos eventos del año 597 a. C. Fue
entonces cuando, por segunda vez, Nabucodonosor condujo a su ejército contra
Jerusalén. Si, en la primera ocasión, los babilonios habían llevado cautivos solo a ciertos
rehenes de las familias nobles (entre ellos, Daniel y sus tres amigos), en esta segunda
ocasión se llevaron al mismo rey Jeconías,107 a la familia real y a todo Jerusalén, a todos
los jefes, a todos los hombres valientes, diez mil cautivos, y a todos los artesanos y
herreros; nadie quedó, excepto la gente más pobre del país. Sobre los restantes,
Nabucodonosor colocó a Sedequías, tío de Jeconías, como rey títere (2 Reyes
24:10–17).
Según nuestro texto, entre aquellos cautivos se encontraba Mardoqueo, lo cual
confirma su origen aristocrático. ¡Pero, un momento! Si esto ocurrió en el año 597 a. C.
y el concurso de belleza se desarrolla alrededor del 480 a. C., quiere decir que
Mardoqueo, al entrar en escena, ¡tiene al menos unos 120 años! Hay dos explicaciones
posibles. Por un lado, se puede considerar que Cis no era el padre de Saúl, sino otro
benjamita homónimo, y que él, no Mardoqueo, fue quien sufrió la deportación a manos
de Nabucodonosor. Esto es gramaticalmente posible y soluciona la cuestión de la
omisión de ciertas generaciones de la genealogía, pero presupone la existencia de otro
Cis y otro Simei, además de los famosos de tiempos del comienzo de la monarquía,
cuando es habitual en las genealogías bíblicas establecer la vinculación de los
personajes con sus antepasados más eminentes. Por eso, el consenso mayoritario entre
los comentaristas elige la segunda explicación:110 el deportado es Mardoqueo, pero
solamente en el sentido de que él estaba presente en los lomos de sus antepasados
cuando estos sufrieron la deportación. Se trata de una frase elíptica de simplificación
genealógica típica de la narración bíblica y significa cuya familia había sido deportada.
Desconocemos las circunstancias en que Mardoqueo o sus padres fueron llevados
desde Babilonia hasta Susa. Basta con saber que existía una numerosa comunidad
hebrea en Susa, en la que figuraban no solo algunos de los judíos llevados por los
babilonios, sino también algunos descendientes de los judíos de Samaria llevados
cautivos por el rey de Asiria en el año 722 a. C. (ver 2 Reyes 17:6).
Y él estaba criando a Hadasa, es decir, Ester… (2:7)
Finalmente aparece nuestra heroína. Su nombre hebreo, Hadasa, significa mirto, y
su nombre persa, Ester (o estrella), puede hacer alusión a la flor del mirto, que tiene
forma estrellada.

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… hija de su tío, pues ella no tenía ni padre ni madre (2:7)


Mardoqueo y Ester eran primos hermanos, aunque Mardoqueo era suficientemente
más mayor como para adoptarla como hija suya (2:7b). Ester era hija de Abihail tío de
Mardoqueo. El versículo 15 confirma que Abihail y Jair eran hermanos.
Desconocemos a qué edad había quedado huérfana Ester, aunque se supone que
ocurrió cuando era pequeña. Tampoco sabemos exactamente qué diferencia de edad
existía entre ella y Mardoqueo.
La joven era de hermosa figura y de buen parecer… (2:7)
Ester era doblemente bella. Tanto las líneas de su figura como los rasgos de su cara
eran sumamente hermosos. La frase se parece a la que describe al joven José en
Génesis 39:6: Y era José de gallarda figura y de hermoso parecer. El paralelismo no es
ocioso, pues en ambos casos la hermosura física del protagonista era motivo de que
tuviera que afrontar grandes pruebas en el mundo gentil: José, en Egipto ante la esposa
de Potifar; Ester, en Persia en el harén de Asuero.
… y cuando su padre y su madre murieron, Mardoqueo la tomó como hija suya
(2:7)
La ley de Israel animaba a hacer provisión para los huérfanos (Éxodo 22:22–24;
Isaías 1:16–17), si bien no prescribía procedimientos exactos. Pero, ahora, los judíos
vivían dispersos. No había autoridades sociales que los obligaran a acatar la letra de la
ley. Mardoqueo, sin embargo, se nos presenta como un hombre que, aun viviendo
fuera del alcance de la ley, estaba dispuesto a cumplir con ella. Ante el desamparo de
Ester, actuó con responsabilidad, generosidad y solidaridad. La adoptó y asumió la
obligación de educarla y velar por su bienestar. La medida del verdadero creyente es
esta: que teme a Dios y acata su Palabra aun cuando la sociedad en la que vive no le
acompaña en sus convicciones.
Es posible que Mardoqueo fuera el pariente más cercano de Ester. En todo caso, se
había apiadado de su prima y la había adoptado. O, más literalmente, la había tomado
como hija. El mismo verbo hebreo será empleado en el versículo siguiente para indicar
que Ester fue llevada al palacio, sugiriendo así que la vida de Ester había transcurrido
sin que ella misma tuviera mucho que ver con las decisiones que le atañían. Fue llevada
a casa de su primo por determinación de este; y ahora será llevada al palacio por
decreto del rey.
Y sucedió que… (2:8)
El autor vuelve a la misma frase con la que ha iniciado su narración (1:1; cf. 5:1, 2),
frase que, como hemos dicho, sugiere el carácter histórico de los acontecimientos
narrados, pero que también enfatiza su importancia y su carácter sorprendente.
Probablemente, debamos asociarla con el final del versículo: Y sucedió que… Ester
también fue llevada al palacio, pues la nota de sorpresa no encaja con la frase con la
que se vincula gramaticalmente (muchas jóvenes fueron reunidas en Susa), puesto que
ya hemos sido informados sobradamente acerca de esta reunión.

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… cuando el mandato y el decreto del rey fueron oídos… (2:8)


Por supuesto, la llegada del decreto a los rincones más lejanos del imperio y la
puesta en marcha de sus normativas eran asuntos que requerían cierto tiempo y
esfuerzo. Pero, sin duda, la noticia del decreto real se divulgó rápidamente por toda la
población.
… muchas jóvenes fueron reunidas en Susa, la capital, bajo la custodia de Hegai…
(2:8)
El número exacto de las doncellas llevadas a Susa es cuestión de especulación.
Podemos suponer que había varias por cada una de las ciento veintisiete provincias, lo
cual significa varios centenares de chicas; y, en efecto, Josefo habla de cuatrocientas. En
todo caso, la corte persa no padecía restricciones por consideraciones económicas.
… y Ester también fue llevada al palacio del rey, bajo la custodia de Hegai,
encargado de las mujeres (2:8)
El texto no intenta transmitirnos los sentimientos de Ester, pero no son difíciles de
imaginar. Una joven temerosa de Dios, protegida por un primo igualmente piadoso, es
arrebatada de su hogar, sin posibilidad de recurso legal que valga, para convertirse o
bien en la reina o bien en la concubina de un rey pagano, sensual, arbitrario,
egocéntrico y capaz de suma crueldad. Aunque el verbo fue llevada no indica
necesariamente un trato violento, sugiere que Ester no tuvo ninguna opción. Ninguna
mujer podía oponerse al decreto del rey.
La joven le agradó y halló favor delante de él… (2:9)
Pero, en la providencia de Dios, la angustia de la entrada de Ester en el harén fue
mitigada por la amabilidad del eunuco. El recatado lenguaje del autor y su reticencia
ante toda mención explícita de Dios no deben cegarnos ante la manifestación implícita
de la providencia divina. Dios es quien se cuida de Ester y guía la acción.
Es posible que algo de la presencia velada de la mano de Dios se vea en el uso de la
palabra jesed empleada en el texto hebreo para expresar el “favor” de Hegai. Es una
palabra clave del Antiguo Testamento, asociada estrechamente con el pacto de Dios
con Israel y traducida a veces como lealtad y a veces como gracia. Aunque tiene una
acepción perfectamente normal en un contexto secular como el presente, sin embargo
sugiere que detrás del favor de la corte persa está la lealtad del Dios del pacto.
Llama la atención el paralelismo con la historia de Daniel. Él también fue arrebatado
de su hogar, llevado a una corte extranjera, sometido al régimen palaciego y colocado
en manos de un alto oficial en preparación para el servicio del rey. Él también halló
favor y gracia ante el jefe de los oficiales. La principal diferencia entre las dos
narraciones estriba en que el libro de Daniel hace explícito lo que en el de Ester es
silenciado: Dios concedió a Daniel hallar favor… (Daniel 1:9).
… por lo que se apresuró en proveerle cosméticos y alimentos… (2:9)
La palabra traducida como cosméticos aparece varias veces en este capítulo (2:3, 9,

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12) y su significado exacto ha sido motivo de debate entre los expertos. Algunos
suponen que se refiere a la vestimenta de las mujeres; otros, a sus adornos o afeites;
pero la mayoría se inclina a asociarla con el tratamiento cosmético, lo que encaja mejor
en el contexto del versículo 12.
Algunos comentaristas acusan a Ester de “mal testimonio” y afirman que tendría
que haber seguido el ejemplo de Daniel, negándose a contaminarse con los alimentos
“inmundos” de la corte gentil. Pero cabe hacer varias aclaraciones al respecto. En
primer lugar, Daniel no se negó contundentemente a comer los alimentos reales, sino
que pidió permiso para no comerlos en plan de prueba (Daniel 1:8–16). En segundo
lugar, las circunstancias de Ester son muy diferentes: ella está siendo preparada para
ser reina, no siervo del rey; si sale elegida, tendrá que compartir la mesa del rey. No le
queda más opción, pues, que comer lo que le ponen.
… le dio siete doncellas escogidas del palacio del rey, y la trasladó con sus
doncellas al mejor lugar del harén (2:9)
Con estos gestos, Hegai indica claramente que él, al menos, considera que Ester es
la mejor candidata a reina. Decide fomentar su candidatura. Le concede siete doncellas
para ayudarla en las tareas de preparación ¡y, seguramente, para darle instrucciones en
cuanto al protocolo de la corte, para que aprenda bien cómo comportarse ante el rey y
cómo complacerlo! Y le otorga un lugar preferente en el hospedaje del palacio.
Ester no dio a conocer ni su pueblo ni su parentela, porque Mardoqueo le había
mandado que no los diera a conocer (2:10)
Aunque Ester va avanzando en los escalafones y las costumbres de la corte, no se
olvida de sus obligaciones hacia aquel que es su padre adoptivo. Si Mardoqueo se
revela como respetuoso de la ley por su protección de la huérfana, esta se manifiesta
como igualmente temerosa de Dios por su respeto a la autoridad paterna de
Mardoqueo. Honra a su padre respondiendo a su mandato con gratitud y obediencia.
Existe entre ellos un firme vínculo de respeto y confianza. Ella se fía de la sabiduría y del
buen juicio de Mardoqueo, y se deja guiar por su superior experiencia.
El texto no explica por qué Mardoqueo recomendó que Ester no revelase su
nacionalidad y parentesco. Quizás Mardoqueo ya intuyera que se avecinaban en el
imperio brotes de xenofobia antisemita. Tal vez temiera la ascendencia de Amán y su
odio ancestral a los judíos. Posiblemente hubiera observado cierta reacción antisemita
en la corte cuando llegaron las acusaciones contra los judíos de Jerusalén (Esdras 4:6). O
acaso, conocedor de cómo son las malas lenguas y las intrigas de palacio, se lo
recomendara por pura circunspección:
El hombre prudente oculta su pensamiento, pero el corazón de los necios
proclama su necedad (Proverbios 12:23).
El que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios,
termina en ruina (Proverbios 13:3).

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De todas maneras, parece inaceptable entender las palabras de Mardoqueo como el


mal consejo de un “creyente carnal”, o acusar a Ester de encubrir su testimonio. Al
contrario, el texto nos invita a considerar el notable contraste entre el comportamiento
de Ester y Mardoqueo y el de Vasti y Asuero. Mientras que el rey no pudo controlar a su
esposa y esta trató con desprecio sus mandatos, Ester obedece a los de su “padre” y
este se desvive en su solicitud por su hija (2:11). En todo eso, Ester se ve como modelo
tanto de sumisión filial como de sabiduría bíblica:
El hijo sabio acepta la instrucción de su padre, pero el escarnecedor no
escucha la reprensión (Proverbios 13:1).
Con todo, el texto no da a entender que Ester practicara la mentira, sino solamente
que calló su procedencia, acción facilitada por la misma naturaleza del concurso: la
futura esposa del rey tenía que ser elegida no por consideraciones de parentesco o de
raza, ni por ninguna otra consideración política, sino solo en base a sus propios méritos.
Por las mismas reglas del juego, nadie había de hacerle preguntas, así que ella no
engañaba a nadie reservándose su origen y su linaje.
Y todos los días Mardoqueo se paseaba delante del patio del harén para enterarse
de cómo estaba Ester y qué le sucedía (2:11)
A excepción de los eunucos, ningún hombre tenía acceso al harén real, por lo cual la
separación entre Mardoqueo y Ester era total. Pero Mardoqueo hizo todo lo que pudo
por mantenerse bien informado acerca de su hija, seguramente recabando información
a través de los siervos del harén. El hecho de que visitara diariamente el patio indica
algo más que el fiel cumplimiento de una obligación adquirida por la adopción. Nos dice
que entre él y Ester existía un afecto profundo y una preocupación muy sentida.
Cuando le tocaba a cada joven venir al rey Asuero, al cumplirse sus doce meses,
según las ordenanzas para las mujeres… (2:12)
Ahora, el autor se detiene para explicarnos el procedimiento seguido en el
tratamiento de belleza y en la eventual visita de cada una de las jóvenes a la cámara del
rey, procedimiento al que fue sometida la propia Ester. Sus palabras son escuetas, pero,
si les aplicamos un poco de imaginación, enseguida veremos que delatan una situación
de mucha miseria.
El tratamiento de belleza, en el que se siguieron rigurosamente las prescripciones
del decreto real, duraba doce meses. ¡Doce meses de ilusiones o de temores! Y al final,
¿qué? Para la “afortunada”, la subida al trono. Pero, para las demás, pasar el resto de
su vida confinadas en el harén en una especie de encarcelamiento perpetuo con el fin
de estar a disposición del rey por si acaso se le antojaba volver a acostarse con ellas.
Supuestamente, se trataba de preparativos matrimoniales, pero, para la mayoría, eran
preparativos para una especie de viudez, o algo peor que la viudez, ya que, en lo
sucesivo, no podrían aspirar a casarse, ni a tener su propia familia, ni a formar su propio
hogar. Si llegaban a tener hijos, estos serían bastardos del rey. Para algunas de las

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jóvenes, sin duda, la comodidad y la seguridad de la vida palaciega compensaban la


pérdida de la libertad. Pero, para otras, era un momento desgarrador cuando las
puertas del harén se cerraban tras ellas.
… pues los días de su embellecimiento se cumplían así: seis meses con óleo de
mirra y seis meses con especias y cosméticos para las mujeres… (2:12)
Aun acostumbrados a los interminables anuncios publicitarios en torno a la
cosmética y al enorme derroche de dinero que nuestra sociedad gasta en productos de
belleza, nos asombramos ante la extravagancia de la corte persa. Pero quien conoce la
historia de aquel imperio sabe que no se trata de una exageración. Juntamente con la
India y con Arabia, Persia fabricaba y exportaba perfumes aromáticos desde hacía
siglos. Naturalmente, el consumo doméstico de estos productos era muy elevado. Aun
hoy en día, en ciertas zonas de Irán, las novias se preparan para el día de la boda
mediante complicados ritos cosméticos, incluyendo diferentes afeites, maquillajes y
perfumes.
Cada uno de los elementos mencionados en este versículo tenía una función
determinada. El “óleo de mirra” concedía al cuerpo un agradable perfume (cf. Salmo
45:8; Proverbios 7:17). Según la opinión de algunos expertos, las “especias” eran
quemadas para fumigar el harén por razones de higiene, además de tener un efecto
desodorante. En cambio, la finalidad de los “cosméticos para las mujeres” era la de
aclarar el color de la piel, lo cual se conseguía mediante la aplicación de empastes y
ungüentos a lo largo de muchos meses. Hoy en día, por supuesto, la moda es la
contraria, por lo cual se gasta dinero en productos de bronceado y se pasa tiempo
tomando el sol; pero la idea es la misma: alcanzar un ideal de belleza cambiando las
tonalidades de la piel.
… entonces la joven venía al rey de esta manera: cualquier cosa que ella deseaba
se le concedía para que la llevara consigo del harén al palacio del rey (2:13)
Con breves palabras exentas de toda carga emocional, en los versículos 13 y 14 el
autor describe la triste suerte de las jóvenes.
Al llegar el momento crítico y al presentarse ante el rey, cada doncella podía pedir
aquellos vestidos y ornamentos que creía que resaltarían mejor su belleza. Podemos
suponer que muchas jóvenes, en su afán de agradar al rey, se adornaban
excesivamente, delatando así una falta de decoro, de modestia y de buen gusto.
Ella entraba por la tarde y a la mañana siguiente volvía al segundo harén… (2:14)
Entraba virgen a la cámara del rey; salía a la mañana siguiente habiendo perdido su
virginidad. Evidentemente, el primer harén alojaba únicamente a las jóvenes vírgenes.
Incluso es posible que hubiera sido creado expresamente para el concurso de belleza. El
segundo harén sería el harén convencional.
Deducimos, pues, que la joven, una vez satisfecho el placer real, no quedaba en
libertad para volver a su propia casa. Se convertía automáticamente en concubina del
rey. La integridad y la voluntad de la mujer no eran factores a tomar en cuenta. Así,
todas las jóvenes elegidas para participar en el concurso eran, desde aquel momento,
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propiedad real. Supuestamente, el concurso tenía la sola finalidad de nombrar una


reina, pero en la práctica tenía otra: la de llenar de jóvenes hermosas el harén real.
… bajo la custodia de Saasgaz, eunuco del rey, encargado de las concubinas (2:14)
Si Hegai presidía la casa de las doncellas, otro eunuco, Saasgaz, tenía la función aún
más triste de regir el segundo harén.
Ella no venía otra vez al rey a menos que el rey se complaciera en ella y fuera
llamada por nombre (2:14)
Pero, por si el rey tenía el capricho de llamarla otra vez, debía quedar confinada
siempre en el harén.
Difícilmente podemos imaginar unas prácticas más alejadas de la voluntad de Dios.
Aquí el acto sexual se realiza sin compromiso duradero alguno, sin continuidad, sin
lealtad y sin afecto.
Cuando a Ester, hija de Abihail, tío de Mardoqueo, que la había tomado como
hija… (2:15)
Ahora, por fin, nos enteramos del nombre completo de nuestra heroína: Ester ben
Abihail (cf. 9:29). El nombre de Abihail aparece con frecuencia en el Antiguo
Testamento y significa Padre (u origen) de fuerza.
… le tocó venir al rey… (2:15)
Con lenguaje deliberadamente escueto y reservado, el texto narra el encuentro en
la cámara del rey, eludiendo toda mención morbosa. Es como si el autor rehuyera toda
referencia explícita a los aspectos más dolorosos y degradantes de ese momento. Hace
que giremos la cabeza para no ver aquel momento de suprema humillación para la
joven judía (aunque preludio de su exaltación) y concentra nuestra atención en detalles
secundarios: el recato de Ester en el momento de escoger sus adornos, la buena
impresión que causó en los que estaban alrededor y la fecha exacta del encuentro
(2:15b–16).
… ella no pidió cosa alguna sino lo que le aconsejó Hegai, eunuco del rey,
encargado de las mujeres (2:15)
En contraste con otras muchas jóvenes, Ester no se cargó de joyas y de vestidos
ricos, sino que dejó su atuendo en manos de Hegai, sabiendo que él conocía mejor que
ella los gustos del rey. Este detalle nos sugiere dos ideas: por un lado, que la belleza
natural de Ester era tal que no tuvo ninguna necesidad de recurrir a medios artificiales
para hacer resaltar su hermosura; por otro, que no era una chica entregada a gustos
frívolos. A pesar de haber pasado un año en el ambiente enrarecido del harén y de
haber visto el afán con el que otras mujeres aspiraban a embellecerse con joyas y
ropajes, a ella no la deslumbraban estas cosas. Sin duda, al decir que no pidió cosa
alguna, el autor quiere comunicarnos la modestia, la sencillez y el recato de Ester. Su
ejemplo anticipaba el sabio consejo del apóstol Pedro: Que vuestro adorno no sea
externo: peinados ostentosos, joyas de oro ni vestidos lujosos, sino que sea el yo interno,

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con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de


Dios; porque así también se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que esperaban
en Dios (1 Pedro 3:3–5).
Y Ester hallaba favor ante los ojos de cuantos la veían (2:15)
¿Quiénes son estos que “veían” a Ester? ¿Las otras doncellas del harén? ¿Los
eunucos y la servidumbre? ¿O los que presenciaron su traslado al palacio real? En este
último caso, quizás debamos sobrentender que cada una de las jóvenes fue llevada ante
el rey, no de una manera casi clandestina, sino en fastuosa procesión pública.
Sea como fuera, Ester asombró a todos por su natural belleza, ¡y esto que estaban
ya acostumbrados a estar rodeados por chicas hermosas!
Pero es muy posible que esta frase no se refiera solamente al impacto causado por
su belleza física, sino también por la dulzura, amabilidad y nobleza de su carácter.
Ester fue llevada al rey Asuero a su palacio real el mes décimo, que es el mes
Tebet, en el año séptimo de su reinado (2:16)
Ya han pasado cuatro años desde la destitución de Vasti (cf. 1:3), período ocupado
en gran medida, tal y como hemos visto, por la ausencia del rey en las campañas de
Grecia.
El mes décimo cae en pleno invierno. Es posible, pues, que Ester recorriera en
medio de lluvia y frío el camino que separaba el harén del palacio real.
Y el rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y ella halló gracia y
bondad con él más que todas las demás vírgenes… (2:17)
Mediante dos frases paralelas dignas de la mejor poesía hebrea, el autor anuncia el
triunfo de Ester. Ella ya ha hallado favor con Hegai (2:9) y con todos los que la veían
(2:15); ahora lo encuentra ante los ojos del mismo rey.
O, más exactamente, halla amor, gracia y bondad, vocablos que no corresponden al
carácter de Asuero tal y como se ha manifestado hasta el momento, pero que solemos
asociar con el Rey de reyes. Asuero se ha revelado como un hombre sensual, arbitrario,
despiadado y cruel, pero Ester tiene el efecto en él de hacer que brillen los aspectos
más nobles de su carácter.
… y él puso la corona real sobre su cabeza y la hizo reina en lugar de Vasti (2:17)
Tal es la satisfacción del rey, que no espera hasta conocer a las jóvenes que aún
esperan su turno para visitarlo, sino que la declara reina en el acto… O, al menos, eso es
lo que parece indicar el texto.
Aunque Asuero desconoce el origen de Ester y a pesar del hecho de que ella no
proceda de una de las familias nobles, coloca la corona sobre su cabeza.126 Quizás la
frase en lugar de Vasti tenga el propósito de subrayar el carácter sorprendente e
inaudito del caso.
Entonces el rey hizo un gran banquete para todos sus príncipes y siervos, el
banquete de Ester (2:18)

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La elección de Ester como reina ofrece la excusa para un nuevo banquete, un nuevo
derroche que servirá para distraer a la opinión pública de la derrota militar en Grecia. La
alta calidad del banquete es indicada por el hecho de que los invitados fueran los
mismos que en el caso del banquete del 1:3.
La adición de la última frase, el banquete de Ester, da la impresión de que el autor
está haciendo referencia a un evento ya conocido por sus lectores, algo de tal entidad
que causó impacto en la memoria colectiva del pueblo judío.
También concedió un día de descanso para las provincias y dio presentes conforme
a la liberalidad del rey (2:18)
Literalmente, el texto indica que el rey concedió descanso a las provincias, sin hacer
explícito de qué clase de descanso se trata. Esto ha conducido a diferentes
interpretaciones y traducciones. Para unos, se trata de un descanso del trabajo, o sea,
de un día de fiesta; para otros, de un descanso de la cárcel, o sea, de una amnistía para
los presos;128 y, para algunos, de un descanso de las cargas tributarias, o sea, de una
exención fiscal. Esta última lectura recibe cierto apoyo por lo que sabemos acerca de las
costumbres persas. Por ejemplo, Heródoto nos dice que el falso Esmerdis, al acceder al
trono, hizo una remisión de impuestos y de servicio militar durante tres años.130
Los “presentes” tomaron probablemente la forma de una distribución de alimentos
gratuitos a la población. Sin duda, pues, la coronación de Ester fue causa de regocijo en
todos los estamentos del imperio, no solo entre los afortunados invitados al banquete.
Cuando las vírgenes fueron reunidas por segunda vez… (2:19)
Evidentemente, la finalidad del versículo 19 es la de establecer el momento exacto
en que Mardoqueo empezó a ejercer funciones oficiales en palacio. Pero el sentido de
la primera frase es oscuro, porque no se nos ha hablado previamente de una primera
reunión de las doncellas. Como consecuencia, los comentaristas rizan el rizo buscando
explicaciones. ¿Se trata de un encuentro de las jóvenes que llegaron al palacio después
de que Ester ya hubiera sido elegida como reina? ¿Se trata de una nueva redada de
doncellas para ampliar el harén?
Quizás la explicación más sencilla sea la de enmendar el texto hebreo y leer: cuando
las distintas vírgenes estaban siendo reunidas. En este caso, el texto no hace más que
recapitular el versículo 8 y establecer que, aun antes de la promoción de Ester,
Mardoqueo ya gozaba de un puesto oficial como siervo del rey (cf. 3:2).
Otros comentaristas, sin embargo, suponen que la segunda concentración de
vírgenes se refiere a una especie de desfile ceremonial al final de las festividades del
banquete de Ester. En este caso, no se trata de recapitular nada, sino de establecer que
Mardoqueo no llegó a ocupar su posición como siervo del rey hasta después de la
coronación de Ester. Esto, a su vez, sugiere que Mardoqueo pudo haber debido su
promoción a la influencia de su prima.
… Mardoqueo estaba sentado a la puerta del rey (2:19)
En todo caso, lo más importante es comprender que la presencia de Mardoqueo en
el palacio no se debe a sus propias visitas personales (2:11), sino a que ha sido
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nombrado como oficial del rey con funciones de juez. El texto de Ester nos dice
repetidamente que Mardoqueo estaba “sentado a la puerta del rey” (ver 2:21; 3:2; 5:9,
13; 6:10, 12). Estar sentado a la puerta es significativo. La puerta era el lugar donde se
llevaban a cabo los asuntos administrativos de la ciudad: allí se realizaban negocios, se
sellaban pactos, se resolvían pleitos, litigios y contiendas, y se dispensaba justicia. Ahora
bien, los comerciantes y los litigantes quedaban de pie. Eran los jueces los que se
sentaban. Así pues, la frase establece no solamente el lugar físico donde se encontraba
Mardoqueo, sino también su posición social y administrativa. Por ambas razones,
Mardoqueo disponía de una buena posición para enterarse de los asuntos que se
estaban tramando en el palacio (2:21–22).
Ester todavía no había dado a conocer ni su parentela ni su pueblo, tal como
Mardoqueo le había mandado… (2:20)
La palabra todavía sugiere que ha pasado cierto tiempo desde la acción del versículo
10, lo cual confirma que el autor no está recapitulando, sino avanzando su historia. Aun
después de la coronación y de la segunda concentración de vírgenes, Ester sigue sin
revelar su identidad nacional.
Si, pues, Mardoqueo debe a la influencia de Ester su posición como oficial del rey,
hemos de entender que, al recomendarlo para la posición, ella calló el parentesco que
existía entre ellos.
… porque Ester hizo lo que le había dicho Mardoqueo, como cuando estaba bajo su
tutela (2:20)
Aunque ha escalado las más sublimes alturas de la sociedad persa y ahora ocupa la
posición más elevada a la que una mujer podía aspirar, y aunque ha estado separada de
Mardoqueo durante más de un año, Ester sigue obedeciéndolo. Esta insistencia en su
devoción filial es un testimonio elocuente acerca de su carácter y su temor de Dios. Ella
es leal en sus relaciones y fiel en sus obligaciones. La trascendente importancia de esto
se verá en el capítulo 4. Si Ester hubiera decidido emanciparse de sus obligaciones
filiales hacia Mardoqueo, nunca se habría atrevido a acercarse al rey sin ser llamada. Lo
hizo por obediencia a su primo (4:7–16).
En aquellos días, estando Mardoqueo sentado a la puerta del rey… (2:21)
La insistencia sobre el hecho de que Mardoqueo estuviera sentado a la puerta (cf.
2:19) sirve para enfatizar el carácter providencial de lo que el autor va a contarnos
ahora. El complot contra la vida del rey tuvo lugar precisamente en aquellos días,
estando Mardoqueo sentado a la puerta del rey. Si hubiera ocurrido antes o después, el
desenlace quizás hubiera sido otro y, en todo caso, no habría contribuido a los planes
de Dios para la preservación de su pueblo.
Ya hemos señalado que el nombre de Dios no es mencionado en todo el libro de
Ester. De hecho, una de las características del estilo literario de nuestro autor es que
narra solamente la superficie de la acción. Se limita a dejar constancia de los hechos
históricos. No se detiene a explicar el significado espiritual de lo que está ocurriendo, ni
para desvelar los sentimientos de los protagonistas, ni a enseñarnos explícitamente la
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mano providencial de Dios. Y, sin embargo, no nos quepa la menor duda de que, para el
autor, Dios es el gran artífice de la trama de esta historia y su mayor protagonista.
Solamente que esto se ve, no en lo que el autor dice explícitamente, sino en la manera
como ha estructurado su narración.
El incidente de los dos eunucos sirve muy bien para ilustrar lo que estamos
diciendo. Aquí, al final del capítulo 2, aprendemos que Mardoqueo se enteró de su plan
de asesinar al rey y se lo comunicó a Ester, quien se lo dijo al rey. El complot quedó
desarticulado, los eunucos fueron ajusticiados y la intervención de Mardoqueo quedó
en el olvido. Pero esta acción, que parece no tener mayor trascendencia (y eso debieron
pensar Mardoqueo y Ester en aquel momento), de hecho será pieza clave en el
desarrollo de la historia. Providencialmente, el rey recordará su deuda con Mardoqueo
justo en el momento en que Amán está preparando la horca para matarlo (5:14–6:10).
Al colocar el incidente de los eunucos al final del capítulo 2, pero sin revelar su
importancia en la vida de Mardoqueo hasta el capítulo 6, el autor subraya para
nosotros el carácter sorprendente de estas “casualidades” y nos invita así a reflexionar
sobre la providencia que las dirige. En otras palabras, las grandes casualidades de este
libro anuncian la presencia velada de Dios. En su soberanía, Dios se sirvió de la estancia
de Ester y Mardoqueo en la corte para impedir el genocidio de los judíos, como utilizó
el concurso de belleza para introducirlos en ella. Dios no hace acto de presencia en la
superficie de la narración, pero está siempre presente más allá de la misma.
Huelga decir que también suele ocurrir así en nuestras vidas. Dios no acostumbra a
aparecer en ellas mediante voces audibles o intervenciones incontrovertibles. Más bien,
detectamos su providencia de forma más velada. Pero podemos tener la plena
confianza de que, a pesar de las difíciles circunstancias que somos llamados a atravesar,
la mano providencial de Dios está obrando todas las cosas para nuestro bien (Romanos
8:28). A veces, nos cuesta ver su mano. De hecho, mientras estamos en medio de la
prueba, puede parecernos que Dios, lejos de intervenir para nuestro bien, se ha
olvidado de nosotros; pero, mirando atrás, podemos comprobar su sabia providencia y
comprender que siempre estaba presente, cumpliendo en nosotros sus propósitos.
… Bigtán y Teres, dos eunucos del rey, guardianes del umbral, se enojaron y
procuraban echar mano al rey Asuero (2:21)
Nada sabemos acerca de Bigtán y Teres excepto lo que se nos dice en este versículo.
Tampoco sabemos cuáles eran las causas de su “enojo”, ni de qué manera planeaban
deshacerse de Asuero (por supuesto, echar mano significa asesinar; la misma expresión
se empleará en 3:6 para describir el intento de Amán de matar a Mardoqueo). La frase
guardianes del umbral parece ser un título oficial de gran responsabilidad e
importancia, e indica que los eunucos eran oficiales que tenían acceso al apartamento
privado del rey. Se les había confiado la seguridad de la persona del rey, pero esta
misma posición les daba amplias posibilidades para conspirar contra él.
Lo que sí sabemos es que la corte persa estaba plagada de esta clase de intrigas. El
padre de Asuero, Darío I, consiguió subir al trono solamente después de liquidar a
varios rivales, entre ellos al usurpador Gaumata, conocido como el falso Esmerdis. El

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Esmerdis auténtico ya había sido asesinado hacía años por su propio hermano Cambises
II. El complot de los eunucos no iba a ser el último del reinado, pues catorce años
después, el propio Asuero iba a morir asesinado por un cortesano, Artabán (465 a. C.), y
su hijo Artajerjes solamente subiría al trono después de asesinar a su hermano Darío.
Así pues, el mundo en el que Ester y Mardoqueo se introdujeron y en el cual tuvieron
que servir al Señor no era solamente un mundo de sensualidad desenfrenada y de
sexualidad abaratada, sino también de violencia e intriga en el que el asesinato, la
deslealtad y la traición estaban al orden del día.
Un mundo, también, de enfado, frustración, desdén y malhumor. El tema de la ira
(“se enojaron”) es como un hilo conductor que podemos trazar a lo largo del libro.
Además de aquí, ya lo hemos visto en la reacción de Asuero ante Vasti (1:12; 2:1) y en
las repercusiones sociales temidas por los consejeros reales si el desplante de la reina
no es castigado (1:18). Será una de las principales características de Amán (3:5; 5:9, 13;
6:12) y, por supuesto, será la respuesta de Asuero cuando se entere de las intrigas de
Amán (7:7, 10).
Pero el asunto llegó a conocimiento de Mardoqueo… (2:22)
Si Ester no hubiera sido elegida como reina, posiblemente Mardoqueo no habría
sido nombrado oficial del rey. Si él no hubiera ocupado su nueva posición en la puerta,
quizás el complot no habría sido descubierto y el propio Mardoqueo no habría sido
exaltado (6:1–10). Con tales “coincidencias y casualidades” se confecciona el hilo de la
providencia divina, aparentemente un hilo muy frágil, pero fuerte e inquebrantable
porque Dios lo teje y lo sostiene.
… y él se lo comunicó a la reina Ester, y Ester informó al rey en nombre de
Mardoqueo (2:22)
Parece que Mardoqueo no vaciló en el momento de hacer llegar al rey la
advertencia acerca del complot. No se entretuvo en consideraciones acerca de la
legitimidad de las quejas de los eunucos.
Aunque el creyente es llamado a ejercer sus facultades críticas en torno a los
asuntos sociopolíticos que le toca vivir, las Escrituras reconocen un nivel primario de
lealtad a las autoridades constituidas, del cual no debe dejarse mover fácilmente
(Romanos 13:1–7; 1 Pedro 2:13–17). En esto, la acción de Mardoqueo, aunque desvela
un complot contra un tirano, es ejemplar para nosotros.
Y cuando fue investigado el asunto y hallado cierto, los dos fueron colgados en
una horca… (2:23)
Según los historiadores seculares, la forma habitual en que Asuero ajusticiaba a los
sentenciados a muerte era el empalamiento. Esto no significa que no pudiera emplear
otro método en ciertas ocasiones, pero la palabra traducida como horca es literalmente
árbol, y quizás sea la manera habitual como los judíos se referían al empalamiento.
… y esto fue escrito en el libro de las Crónicas en presencia del rey (2:23)
La costumbre de dejar constancia escrita de los acontecimientos importantes en la

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vida del rey parece haber comenzado durante el imperio babilónico, pero fue asimilada
por el persa y es ampliamente atestiguada por los historiadores. Además, en un
régimen caracterizado por el dominio de las leyes, todas las decisiones tomadas por el
rey y todos los asuntos importantes del estado debían ser registrados para la
posteridad. De ahí que los libros posexílicos hagan frecuentes referencias a los libros de
las Crónicas o de las Memorias (ver, por ejemplo, Esdras 4:15; 5:17; 6:1–2; Ester 10:2).
Aparentemente, a Mardoqueo no se le hizo justicia. Aunque el incidente fue escrito
en presencia del rey y, por tanto, no se trata del descuido de un funcionario menor,
Asuero no recompensó a Mardoqueo, sino que se olvidó de la fidelidad de su siervo.
Esto es sorprendente, porque el rey tenía fama de tomar buena nota de las muestras de
lealtad y recompensarlas generosamente. Heródoto nos dice que, cuando veía a
cualquiera de sus capitanes realizar alguna hazaña digna, preguntaba acerca del
hombre que la había realizado y su nombre era escrito por los escribas, junto con los
nombres de su padre y su ciudad.
Por tanto, más que la ingratitud humana, lo que debe llamar nuestra atención es la
providencia divina. El descuido del rey cayó dentro de los propósitos de Dios: Aquel en
cuya mano está la noche de insomnio del rey, se asegurará de que el servicio rendido por
Mardoqueo, aparentemente pasado por alto, se convierta en un beneficio que sirva para
libertar a su pueblo que está bajo su cuidado.
Recordemos, asimismo, que el Rey celestial también mantiene un libro de Crónicas
en el que apunta todos los actos de justicia y de fidelidad de sus siervos, y que no se
olvida de ninguno de ellos. Aunque el galardón no se vea de inmediato, no tardará en
llegar:
He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para recompensar
a cada uno según sea su obra (Apocalipsis 22:12).
No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos,
segaremos (Gálatas 6:9).

La conspiración de Amán
Ester 3:1–15

Después de esto el rey Asuero engrandeció a Amán… (3:1)


Ahora, el autor introduce al malo de la historia. La exaltación de Amán pondrá en
peligro no solamente la posición de Ester y Mardoqueo, sino también la supervivencia
del pueblo hebreo. Dios ha colocado en palacio a sus siervos con el fin de preservar a su
pueblo; el diablo no tarda en mover sus peones con el fin de destruirlo.

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La primera frase, después de esto, indica que transcurre un período de tiempo entre
la acción del capítulo 2 y la del 3. Ester fue hecha reina en el séptimo año del reino de
Asuero (2:16). Amán hizo sus planes contra los judíos en el año doce (3:7). En algún
momento de los cinco años intermedios, debemos situar su engrandecimiento.
No sabemos lo suficiente acerca de la corte persa como para evaluar
adecuadamente la promoción de Amán. Parece cierto que los “grandes” del imperio
solían proceder de las siete familias nobles de Persia y que estos constituían el círculo
más íntimo y poderoso de los consejeros reales (cf. 1:14). La sorprendente exaltación de
Amán, por tanto, podría parecer poco verosímil. Pero, antes de apresurarnos a
cuestionar su historicidad, tomemos buena nota de que encaja perfectamente con
cierto patrón psicológico que se repite vez tras vez en la historia mundial de las
monarquías. Allí donde un rey débil e inseguro se siente amenazado o dominado por el
poderío de sus nobles, existe la posibilidad de que intente contrarrestar y disminuir
dicho poderío exaltando a validos de su propia elección. La historia de las monarquías
europeas de la Era Moderna está llena de casos semejantes. A menudo, los favoritos del
rey son de origen oscuro o humilde, pero acaban infatuando al monarca y recibiendo de
él honores por encima de los de los grandes del país. El rey, entonces, se apoya en su
favorito en una malsana relación de codependencia, permitiendo así que este actúe a
su antojo, practique un gobierno arbitrario, tiránico e interesado, y cause ofensa a los
nobles y príncipes legítimos.
Es posible, pues, que el engrandecimiento de Amán, así como la posterior exaltación
de Mardoqueo (10:3), lejos de ser inverosímil, se corresponda con este patrón y
constituya otra evidencia más de la debilidad del carácter de Asuero. La promoción de
Amán, un evidente extraño y advenedizo, no puede haber sentado bien a las siete
familias nobles. No obstante, en lo sucesivo, el rey parece haber dejado el gobierno en
manos de su valido, hasta el punto de consentir políticas tan desaforadas y
contraproducentes como el genocidio de uno de los pueblos del imperio, sin
preocuparse en absoluto por informarse adecuadamente acerca de las víctimas.
… hijo de Hamedata agagueo… (3:1)
Puesto que el nombre de Hamedata no aparece en ninguna otra cronología bíblica,
podemos suponer que se trata del padre o de un antepasado inmediato de Amán. Lo
verdaderamente significativo, sin embargo, es que Amán sea descendiente de Agag,
algo en lo que el texto seguirá insistiendo (3:10; 8:3; 9:24). Esto explicaría la visceral
antipatía entre él y Mardoqueo. Pero, para entenderlo, tenemos que volver atrás en la
historia de Israel y considerar dos momentos cruciales en la relación entre los judíos y
los amalecitas.
El primero tiene lugar cuando los israelitas van camino de la Tierra Prometida desde
Egipto:
Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y Moisés dijo a Josué:
Escógenos hombres, y sal a pelear contra Amalec. Mañana yo estaré sobre la
cumbre del collado con la vara de Dios en mi mano. Y Josué hizo como Moisés le

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dijo, y peleó contra Amalec; y Moisés, Aarón y Hur subieron a la cumbre del
collado. Y sucedió que mientras Moisés tenía en alto su mano, Israel prevalecía; y
cuando dejaba caer la mano, prevalecía Amalec. Pero las manos de Moisés se le
cansaban. Entonces tomaron una piedra y la pusieron debajo de él, y se sentó en
ella; y Aarón y Hur le sostenían las manos, uno de un lado y otro del otro. Así
estuvieron sus manos firmes hasta que se puso el sol. Y Josué deshizo a Amalec y
a su pueblo a filo de espada. Entonces dijo el Señor a Moisés: Escribe esto en un
libro para que sirva de memorial, y haz saber a Josué que yo borraré por
completo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Y edificó Moisés un altar, y
le puso por nombre El Señor es mi Estandarte, y dijo: El Señor lo ha jurado; el
Señor hará guerra contra Amalec de generación en generación (Éxodo 17:8–16).
Los amalecitas eran descendientes de Esaú (ver Génesis 36:12; 1 Crónicas 1:36); es
decir, de aquel que era aborrecido por Dios (Malaquías 1:3; Romanos 9:13) porque
despreció su primogenitura (Génesis 25:34), prefiriendo los bienes materiales a los
valores espirituales. De hecho, la pugna entre amalecitas e israelitas comenzó
simbólicamente en el vientre de Rebeca, cuando los gemelos Esaú y Jacob luchaban
dentro de ella (Génesis 25:22). Esaú y Jacob se alzan ya como símbolos de dos actitudes
antagónicas ante los bienes espirituales: Jacob, embustero y antipático, sin embargo
tiene un corazón para Dios; en cambio, Esaú descuida su herencia espiritual y vive para
las cosas materiales. Y sus descendientes son una clara muestra de que de tal palo, tal
astilla.
En tiempos del éxodo, los amalecitas se habían convertido en un pueblo poderoso,
nada menos que en la primera de las naciones, según la profecía de Balaam (Números
24:20). Las Escrituras afirman que su agresión contra Israel no fue un acto legítimo de
autodefensa ante el temor de la hegemonía israelita, sino un ataque cobarde inspirado
por la incredulidad:
Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino cuando saliste de Egipto,
cómo vino a tu encuentro en el camino, y atacó entre los tuyos por la espalda a
todos los agotados en tu retaguardia cuando estabas fatigado y cansado; y él no
temió a Dios (Deuteronomio 25:17–18).
Amalec no temió a Dios. He aquí el quid de la cuestión. Los amalecitas se
endurecieron ante la evidencia fehaciente de la presencia de Dios con Israel,
prefiriendo creer que el universo y el destino de los pueblos están en manos de la
suerte y de la iniciativa humana. Detrás de la actuación de Amalec, había una siniestra
filosofía incrédula que negaba los derechos del Señor:
El acto de Amalec fue un desafío afirmado sobre la base de la negación de la
existencia de Dios y sobre el postulado de que solamente el azar domina el
universo… Esto mismo se ve en la acción de Amán mil años después.
Cuando Dios declara la guerra a Amalec y ordena su aniquilación, no es por meras

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razones de interés político, sino porque existe un profundo antagonismo espiritual


entre la filosofía amalecita y la verdad de Dios. La guerra, de hecho, ya está declarada
de antemano. Si el pueblo de Dios no extirpa a Amalec, la incredulidad diabólica que
Amalec profesa acabará con el pueblo de Dios:
Por tanto, sucederá que cuando el Señor tu Dios te haya dado descanso de
todos tus enemigos alrededor, en la tierra que el Señor tu Dios te da en heredad
para poseerla, borrarás de debajo del cielo la memoria de Amalec; no lo olvides
(Deuteronomio 25:19).
Sigue siendo así. Nosotros también estamos involucrados en una guerra sin cuartel
entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo, entre los valores de la fe y los de la
incredulidad, entre el pueblo de Dios y las huestes ocultas del mal. Por supuesto,
nuestras armas no son materiales y nuestra guerra no consiste en la eliminación física
de nuestros enemigos, sino en el uso eficiente de toda la armadura de Dios y el correcto
manejo de la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios: Las armas de nuestra
contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas;
destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de
Cristo (2 Corintios 10:4–5). Pero, si la iglesia no defiende los derechos de Dios y no
declara la guerra contra la incredulidad de la sociedad que la rodea, pronto descubrirá
que la incredulidad acabará con ella. En este sentido, la guerra contra Amalec prosigue:
Ábrenos, Señor eterno,
ábrenos aquel camino
que a Israel tu pueblo abrieras
libertándole de Egipto.
Y a través del mar de gentes
marcharemos a la voz de tu Ungido.
Si Amalec cortara el paso,
Amalec será deshecho,
y a Sión, la amada patria,
por tu brazo llegaremos;
y en la luz de tu presencia
cantaremos tu poder y amor eterno.
Nosotros, como los israelitas, somos llamados a luchar contra Amalec, contra todo
espíritu de incredulidad. Notemos bien, por tanto, la insistencia de Dios en que Amalec
debe ser destruido: Yo borraré por completo la memoria de Amalec de debajo del cielo…
El Señor hará guerra contra Amalec de generación en generación (Éxodo 17:14, 16);
Borrarás de debajo del cielo la memoria de Amalec; no lo olvides (Deuteronomio 25:19).
A la luz de estas frases, podemos entender mejor el segundo momento crucial en las
relaciones entre Israel y Amalec.

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Este tuvo lugar cuando el profeta Samuel instó al rey Saúl a que fuera a luchar
contra los amalecitas y su rey Agag. Ya antes, los israelitas habían hostigado a los
amalecitas (ver, por ejemplo, 1 Crónicas 4:42–43), además de ser atacados por ellos en
diferentes ocasiones, pero se ve que estos aún sobrevivían como nación. Así pues, el
mensaje de Samuel es contundente:
Así dice el Señor de los ejércitos: “Yo castigaré a Amalec por lo que hizo a
Israel, cuando se puso contra él en el camino mientras subía de Egipto. Ve ahora,
y ataca a Amalec, y destruye por completo todo lo que tiene, y no te apiades de
él; antes bien, da muerte tanto a hombres como a mujeres, a niños como a niños
de pecho, a bueyes como a ovejas, a camellos como a asnos” (1 Samuel 15:2–3).
Sin embargo, Saúl, el hijo de Cis, obedeció aquellas instrucciones solamente de una
manera parcial:
Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila en dirección a Shur, que está al
oriente de Egipto. Capturó vivo a Agag, rey de los amalecitas, y destruyó por
completo a todo el pueblo a filo de espada. Pero Saúl y el pueblo perdonaron a
Agag, y a lo mejor de las ovejas, de los bueyes, de los animales engordados, de
los corderos y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir por completo; pero
todo lo despreciable y sin valor lo destruyeron totalmente (1 Samuel 15:7–9).
Si Saúl se hubiera dedicado de todo corazón a obedecer al pie de la letra la orden de
Dios, quizás Mardoqueo nunca hubiera tenido que enfrentarse con Amán. Pero, gracias
a aquella desobediencia, los amalecitas siguieron siendo una espina clavada en el
costado de Israel. Al enterarse Samuel de lo que había pasado, Saúl puso la pobre
excusa de haber salvado lo mejor de los animales a fin de ofrecerlos en sacrificio al
Señor, a lo cual Samuel contestó:
¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios como en la
obediencia a la voz del Señor? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el
prestar atención, que la grosura de los carneros. Porque la rebelión es como
pecado de adivinación, y la desobediencia, como iniquidad e idolatría. Por cuanto
has desechado la palabra del Señor, él también te ha desechado para que no seas
rey (1 Samuel 15:22–23).
Acto seguido, Samuel se fue a ungir como rey a David. El hijo de Cis fue desechado
porque no quiso acabar con Agag.
¿Acaso debe sorprendernos que ahora otro hijo de Cis no quiera hacer una
reverencia delante de un descendiente de Agag? La actitud que vamos a ver en
Mardoqueo viene determinada por largos siglos de enemistad entre Israel y Amalec y,
sobre todo, por la plena convicción de Mardoqueo de que Amán es vástago de un
pueblo maldito y contra el cual el propio Señor ha declarado una guerra permanente. La
historia se repite. Un segundo Saúl se enfrentará a un segundo Agag. Será una guerra a
muerte. Pero esta vez el siervo de Dios no capitulará ante el enemigo ni cejará hasta ver
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eliminada la casa de Amán.


Sin embargo, estamos anticipando antes de tiempo el contenido de nuestra historia
y debemos volver al texto.
… y lo ensalzó y estableció su autoridad sobre todos los príncipes que estaban con
él (3:1)
Mardoqueo, hijo de Cis, ha sido elevado al puesto de funcionario y tiene su asiento
en la puerta del rey. Pero ahora leemos que Asuero exaltó a Amán, hijo de Agag, y le
concedió el segundo puesto del imperio, inferior solo al trono real, y puso su asiento (así
literalmente) sobre todos los príncipes que estaban con él. La promoción de Mardoqueo
fue grande; la de Amán fue asombrosa. Como ya hemos dicho, podemos imaginarnos
cómo les sentaría a los demás príncipes…
Y todos los siervos del rey que estaban a la puerta del rey se inclinaban y se
postraban ante Amán, porque así había ordenado el rey en cuanto a él… (3:2)
Quizás no nos equivoquemos si suponemos que a los príncipes no les hizo mucha
gracia esta postración y es posible que el versículo 2 lo confirme. Es una norma secular
de la cortesía oriental que todos deben inclinarse y postrarse ante personas eminentes.
La sola exaltación de Amán tendría que haber bastado para que todos se inclinaran ante
él. El hecho de que el rey tenga que mandárselo, quizás indique cierta reticencia por
parte de los cortesanos en reconocer la autoridad del valido.
Si el palacio de Susa era como el de Persépolis, el acceso a la puerta formaría una
especie de patio lo suficientemente grande como para dar cabida en sus recodos
sombreados a todos los siervos del rey, además de a las muchas personas que acudían a
palacio para diferentes asuntos legales y administrativos. ¡El de Persépolis medía treinta
metros por sesenta! En este patio, tenían que pasar el día todos los funcionarios reales
(los que, como Mardoqueo, se sentaban a la puerta del rey) a la espera de recibir
instrucciones y de atender a los asuntos administrativos del imperio. Por este patio
(quizás sea a este al que se refiere el 6:4 cuando habla del atrio exterior del palacio)
tenían que pasar quienes eran admitidos a la presencia del rey.
Podemos suponer que Amán pasaría por allí varias veces al día. Cada vez recibía el
homenaje de todos los presentes.
… pero Mardoqueo ni se inclinaba ni se postraba (3:2)
Mejor dicho, recibía el homenaje de todos los presentes menos uno. Mardoqueo se
negaba a seguir las instrucciones del rey. ¿Por qué? Desde luego, no puede ser con la
intención de desobedecer por principio la autoridad real, pues ya hemos visto, en el
caso de los dos eunucos, que se portó con total lealtad y respeto al rey. Tampoco
tenemos base para suponer que hubiera habido entre él y Amán alguna desavenencia
personal. O Mardoqueo era una persona especialmente tozuda y terca o ha de haber
tenido una razón excepcional. Por eso, muchos comentaristas, empezando con los
judíos de Alejandría, han supuesto que Mardoqueo vio en el decreto real una exigencia
no solo de homenaje, sino de adoración. A nuestro juicio, sin embargo, la explicación
debe ser hallada en el versículo 1: Mardoqueo se negó a postrarse ante Amán porque
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Amán era agagueo y amalecita.


La lealtad del creyente a las autoridades civiles siempre es una lealtad condicionada,
nunca incondicional. Y el límite de su obediencia se alcanza cuando estas piden algo que
hace violencia a la voluntad divina. El verdadero creyente no puede obedecer decretos o
conformarse con costumbres que quebrantan la ley de Dios. Siempre ha de obedecer al
Señor antes que a los hombres. Por tanto, su fe le lleva a tener una independencia de
criterio y de comportamiento que no siempre será del agrado de las autoridades.
Mardoqueo no estaba dispuesto a honrar a alguien procedente de un pueblo contra el
cual Dios había declarado guerra, ni a inclinarse ante el enemigo del Señor y de su
pueblo. No estaba dispuesto a ello aunque el rey lo mandara y aunque la desobediencia
le costara la vida. En cambio, estaba dispuesto a perder su posición y aun su vida con tal
de ser leal a Dios y su Palabra.
Entonces los siervos del rey, que estaban a la puerta del rey, dijeron a Mardoqueo:
¿Por qué traspasas el mandato del rey? (3:3)
La actitud de Mardoqueo asombra a los demás funcionarios. Nadie puede
desobedecer el mandato del rey impunemente. (¡No nos olvidemos del caso de Vasti!)
¿Cómo se atrevía a mantenerse erguido cuando Amán pasaba por la puerta? ¿No sabía
que sería su ruina? ¿Para qué esa loca cabezonería?
Por toda respuesta, Mardoqueo les dio la explicación registrada al final del versículo
4.
Y sucedió que después que ellos le habían hablado día tras día y él se había
negado a escucharlos, se lo informaron a Amán para ver si la palabra de Mardoqueo
era firme… (3:4)
Puede haber diferentes explicaciones del porqué los siervos informaron a Amán.
Algunos comentaristas suponen que era para indagar si Mardoqueo había sido eximido
de la obligación de postrarse y, en tal caso, cuáles eran las causas de su exención. Otros
piensan que fue por chismorreo o por el típico afán de intriga que caracterizaba la vida
de la corte. Pero, de hecho, el texto es claro: lo hicieron porque querían ver si
Mardoqueo era capaz de mantenerse fiel a su palabra.
… porque él les había declarado que era judío (3:4)
Mardoqueo les había dicho que no se postraba ante Amán porque era judío. No
creemos que con eso quisiera decir que los judíos nunca rendían homenaje ante otras
personas, porque la costumbre de arrodillarse ante un personaje de elevado rango, y
especialmente ante un rey, era cosa normal entre los israelitas (cf. 2 Samuel 14:4;
18:28; 1 Reyes 1:16). Más bien, les habría contado el antagonismo ancestral que existía
entre judíos y agagueos. Ahora acuden a Amán a ver si la enemistad es cierta y si
Mardoqueo será capaz de mantenerse firme en su propósito.
Cuando Amán vio que Mardoqueo no se inclinaba ni se postraba ante él, Amán se
llenó de furor (3:5)
Aparentemente, hasta no ser avisado por los siervos, Amán no se había percatado

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de que Mardoqueo se mantenía erguido en vez de postrarse. Pero ahora se llena de


furia. Semejante insubordinación no puede ser tolerada.
Y él no se contentó con echar mano sólo a Mardoqueo, pues le habían informado
cuál era el pueblo de Mardoqueo… (3:6)
Es de suponer que habría sido muy fácil para Amán denunciar a Mardoqueo ante el
rey y conseguir su ajusticiamiento. Pero su furor le lleva a más. No le satisface la muerte
de un solo hombre. Su venganza será mayor.
… por tanto Amán procuró destruir a todos los judíos, el pueblo de Mardoqueo,
que estaban por todo el reino de Asuero (3:6)
Amán no se conformará con nada menos que el exterminio de todos los judíos del
imperio. Si Mardoqueo ha manifestado una actitud de desprecio hacia el poderío de
Amán, es porque pertenece a la odiada raza de los judíos y, en cierto sentido, los
representa a todos. Si un solo hombre puede desafiar el mandato del rey a causa de sus
convicciones, toda la comunidad judía constituye en potencia un foco constante de
rebeldía. Amán es un auténtico amalecita y digno sucesor de Agag. Ahora vengará a sus
antepasados y acabará lo que los amalecitas habían intentado llevar a cabo en Refidim.
El desafío, pues, está planteado. Será una guerra a muerte. Por un lado está el
adalid de los valores espirituales, un hombre temeroso de Dios, digno sucesor de Jacob,
de Moisés y Josué, de Samuel y Saúl. Por otro, está el enemigo del pueblo de Dios,
caracterizado por sus valores materialistas y mundanos, descendiente de Esaú y de
Agag. Y está en juego la supervivencia de Israel. ¿Quién ganará, Dios o el azar, la iglesia
o el diablo?
En el mes primero, que es el mes de Nisán, el año doce del rey Asuero, se echó el
Pur, es decir la suerte, delante de Amán para cada día y mes hasta el mes doce, que es
el mes de Adar (3:7)
Aunque Amán era un hombre que no temía a Dios, esto no quiere decir que su vida
no tuviera dimensiones religiosas. Frecuentemente, es así. El rechazo del Dios
verdadero y el abrazo de la incredulidad pueden conducir a la práctica de las formas
más burdas de superstición. Esto se ve en nuestra propia sociedad: el drástico descenso
de la asistencia a las iglesias cristianas de Occidente va acompañado por un alarmante
aumento de prácticas ocultas y supersticiosas. Así, Amán arremete contra Dios, pero no
lo hace sin echarlo a suertes para ver cuál es el día más apropiado para realizar sus
nefastas intenciones. ¡Qué ironía! No se percata de que, en última instancia, aquel
mismo Dios contra el cual se alza es el que controla la caída de los dados: La suerte se
echa en el regazo, mas del Señor viene toda decisión (Proverbios 16:33).
Echar a suertes era una práctica común en todos los países de Oriente Medio en
aquel entonces, incluido Israel. Pero en Israel se hacía en la confianza de que era un
medio a través del cual Dios revelaba su dirección y voluntad. Con este espíritu se hacía
para determinar la distribución de la Tierra Prometida entre las tribus de Israel (Josué
15:1; 16:1; 17:1; 18:10–11, etc.). En cambio, Amán lo echa a suertes, no para enterarse
de la voluntad de Dios y someterse a ella, sino porque está decidido a seguir adelante
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saliéndose con la suya, pero tiene la convicción supersticiosa de que necesita dar cauce
a su propia voluntad en el día más afortunado, más propicio o más favorecido por los
dioses. Debe ser el día señalado por los augurios, el “día de la suerte” óptimo para la
destrucción de Israel.
De hecho, el día señalado, el día trece del mes doce (3:13), no podía haber sido más
desafortunado para Amán. En su providencia soberana, el Señor hizo que la suerte,
echada a principios del año, indicara una fecha lo más lejana posible, a finales del
mismo. Así, Amán tenía que posponer su venganza, vivir en vilo y esperar casi un año
entero antes de llevar a cabo sus designios. Y, así también, Mardoqueo y Ester iban a
disponer de todo un año en el cual tomar medidas para la preservación de los judíos.
Amán cae en los enredos de su propia superstición.159 La sabiduría de Dios se sirve de la
necedad de los hombres. Todo aquel que no es siervo del Dios verdadero se convierte
en esclavo de sus propios humores, temores y fantasías.
Se ve que Amán se tomó muy en serio el proceso de las suertes. No fue cuestión de
echar el dado una sola vez, sino de un rito largo y solemne en el cual se estudiaba los
augurios para cada día del año: para cada día y mes hasta el mes doce. Podemos
suponer que fue un proceso que duró horas (y que resultó ser un interesante negocio
para los augures que participaron en él). Además, buscaron un buen momento para
echar a suertes: aunque el texto se limita a decirnos que fue en el mes primero, que es
el mes de Nisán, algunos comentaristas señalan que lo más probable es que lo hicieran
el día uno del mes, porque este era considerado el más propicio de todos. Es posible,
pues, que Amán dejara pasar un tiempo hasta principios del año nuevo antes de echar a
suertes. Ahora tiene que esperar casi un año más antes de poner su plan en acción.
La manera más habitual de referirse el Antiguo Testamento a los doce meses del
año es el sistema numérico, en el cual el mes primero caía a principios de la primavera.
A partir del cautiverio, los judíos empezaron a adoptar los nombres babilónicos para los
meses, aunque frecuentemente, como aquí, mencionaban también el orden numérico
para mayor claridad (cf. 2:16; 3:13; 8:9). El mes de Nisán (ver también Nehemías 2:1), el
primero según el calendario del mundo antiguo, correspondía a finales de marzo y
principios de abril. El mes de Adar (ver Esdras 6:15), el último, correspondía a finales de
febrero y principios de marzo.
Sin embargo, lo más curioso de este versículo no es el uso de los nombres
babilónicos para los meses, sino la referencia al pûr, palabra persa de origen asirio que
quiere decir suerte y que dio origen al nombre hebreo de la fiesta de Purim.
En unas excavaciones llevadas a cabo en Susa entre 1880 y 1890, se descubrió un
prisma cuadrangular con los números uno, dos, cinco y seis grabado en cuatro lados. Sin
duda, se trata de uno de los dados (o pûr) empleados por los augures al echar a suertes.
El descubrimiento del dado, juntamente con unas investigaciones sobre el uso de
“püru” en textos asirios y babilónicos, ha hecho que se callen aquellos que decían que
el libro de Ester se equivocaba al relacionar el origen de Purim con las suertes.
Y Amán dijo al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y diseminado entre los
pueblos en todas las provincias de tu reino… (3:8)

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Amán es sumamente inteligente en su manera de presentar a Asuero el caso contra


los judíos. Empieza diciendo que son un pueblo esparcido y diseminado por el imperio.
No se trata, pues, de un pueblo con provincia propia, sino de gente que vive como
forastera y mora incómodamente en medio de otros pueblos. Potencialmente, es un
pueblo inestable cuya presencia minoritaria puede causar conflictos con los habitantes
nativos de cada provincia. Como pueblo desarraigado, son prescindibles. Como pueblo
parásito, conviene deshacerse de ellos, pues son una carga para los lugares donde
residen.
… sus leyes son diferentes de las de todos los demás pueblos, y no guardan las
leyes del rey… (3:8)
No solo eso, sino que este pueblo se ha resistido siempre a integrarse bien en el
imperio. Esto queda implícito en las frases anteriores. Al poder identificarlos Amán
como pueblo esparcido, es obvio que los judíos han retenido sus propias costumbres y,
sobre todo, su identidad nacional, sin mezclarse con sus vecinos. Viven según sus
propias costumbres y leyes.
Pero ¡qué leyes! No de origen humano, sino divino. La ley de Dios era el gran orgullo
de Israel, su depositario. Como dijera Moisés:
Mirad, yo os he enseñado estatutos y juicios tal como el Señor mi Dios me
ordenó, para que hagáis así en medio de la tierra en que vais a entrar para
poseerla. Así que guardadlos y ponedlos por obra, porque esta será vuestra
sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos que al escuchar todos
estos estatutos, dirán: “Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio e
inteligente”. Porque, ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella
como está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos? ¿O qué nación
grande hay que tenga estatutos y juicios tan justos como toda esta ley que yo
pongo hoy delante de vosotros? (Deuteronomio 4:5–8).
Lo que Amán no puntualiza, por supuesto, es que los judíos, como los demás
pueblos del imperio, habían recibido de Ciro el derecho a servir a su propio Dios (Esdras
1:1–4), lo cual constituía la base de su identidad distintiva. Este derecho había sido
confirmado por Darío Histaspes, el padre de Asuero (Esdras 6:3–12). Quizás Amán calle
la identidad del pueblo cuya eliminación persigue porque no quiere despertar estos
recuerdos en la mente del rey. En todo caso, aquel brote de magnanimidad real y de
pluralismo social había pertenecido a la primera euforia del imperio persa y había sido
fruto del talante político de Ciro y Darío. Ya hemos tenido ocasión de señalar que no
todos sus sucesores se caracterizaron por la misma generosidad de espíritu.
Así pues, Amán evoca en segundo lugar el fantasma de la subversión. Los tiranos
(entre los cuales debemos incluir a Asuero, especialmente cuando estaba bajo la
influencia despótica de Amán) no aceptan de buen grado la existencia de diferencias
entre sus pueblos. Puede ser que por razones de conveniencia política concedan fueros
y exenciones o que den un trato especial a ciertos pueblos en una fase inicial de su
gobierno, pero pronto demuestran que se inclinan más bien al centralismo y a la
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uniformidad. Ni mucho menos toleran la insubordinación.


Pero los judíos, dice Amán, además de conservar sus diferencias, no guardan las
leyes del rey. Constituyen un foco de rebeldía. De hecho, no tenemos ninguna evidencia
de que los judíos en general desobedecieran las leyes imperiales. Al contrario, nos
consta que eran ciudadanos leales y respetuosos. El Señor les había exhortado a través
de los profetas a que buscasen el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado
(Jeremías 29:7), y se ve que los exiliados obedecieron sus palabras. El hecho de tener su
propio sistema legal no quería decir que incumplieran la ley del imperio. Solo en
momentos puntuales, cuando un decreto real contravenía abiertamente la ley de Dios,
algunos judíos se negaban a obedecerlo. Así ocurrió en el caso de Daniel y el edicto de
Darío (Daniel 6:7–13). O, más a mano, en el caso de Mardoqueo y la orden de Asuero
(Est. 3:2). Ahora bien, una excepción no establece una regla, pero puede servir como
buena excusa para aquellos que quieren hacer ver que la regla existe. La acusación de
Amán contra los judíos era claramente injusta, una mezcla de verdades parciales,
calumnias y mentiras; pero, para él, el desplante de Mardoqueo fue suficiente como
para justificarla.
… así que no conviene al rey dejarlos vivos. Si al rey le parece bien, decrétese que
sean destruidos… (3:8–9)
El solo hecho de su identidad diferenciada, de su difícil integración en el imperio y
su espíritu rebelde, es suficiente, según Amán, para que los judíos merezcan ser
liquidados. No le conviene al imperio que sigan vivos, pues siempre serán un escollo
para la unidad imperial; y no le conviene al rey, pues no están dispuestos a someterse a
su autoridad ni a obedecer sus leyes y decretos.
… y yo pagaré diez mil talentos de plata en manos de los que manejan los negocios
del rey, para que los pongan en los tesoros del rey (3:9)
Solo después de exponer razones de Estado para el exterminio de los judíos aborda
Amán el argumento que sabe encontrará mayor receptividad en el corazón del rey: el
argumento económico. Amán conoce bien a su señor y de qué pie cojea. Sabe que la
gran debilidad de Asuero son las riquezas. El rey necesita rodearse de lujo, sentir que es
el hombre más rico del mundo y saber que los demás lo saben. Piensa que en esto
consiste su capacidad de deslumbrar a sus súbditos y mantenerlos a raya, porque es un
hombre que confunde la majestad real con el despilfarro de riquezas y que recibe una
inusitada satisfacción mostrando las riquezas de la gloria de su reino y el esplendor de su
gran majestad (1:4). Pero, a la vez, el derroche económico del estilo de vida de Asuero
significaba una merma constante de su patrimonio y la necesidad de volver a llenar
continuamente las arcas reales. Solo el concurso de belleza y el banquete de Ester ya
habrían supuesto unos gastos enormes para la tesorería.
Por tanto, Amán sabe que la mejor manera de salirse con la suya es ofreciendo
dinero. Por si acaso los anteriores argumentos sociopolíticos no son suficientes para
persuadir al rey, le comprará su consentimiento al genocidio con diez mil talentos de
plata. Si Asuero decreta la muerte de este pueblo, Amán garantiza que “los tesoros”

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reales volverán a llenarse.


¿Dónde iba Amán a encontrar esta fabulosa cantidad de plata? Aquí hay diferentes
respuestas posibles. Algunos piensan que las palabras de Amán indican que ya era
dueño de una fortuna inmensa, fruto de su exaltación por parte del rey.170 Pero la
cantidad propuesta por él (diez mil talentos de plata equivalen a unos trescientos
treinta mil kilos, o sea, aproximadamente dos tercios de los ingresos anuales de todo el
imperio persa) parece excesiva incluso para el valido del rey más rico de la antigüedad.
Por eso, otros172 piensan que se trata del valor de las posesiones de los judíos que
Amán espera confiscar (cf. 3:13). Aún otros suponen que Amán y el rey no están
hablando en serio, sino utilizando el típico lenguaje exagerado que se empleaba (y se
emplea todavía) en los tratos orientales (cf. 5:3, 6).
Así, Amán da la impresión de que actúa contra los judíos motivado únicamente por
el honor y por el interés económico del rey. Calla completamente sus antipatías
personales y ancestrales, así como su propio deseo de venganza.
Lo más asombroso de este episodio es que el rey no se molesta en enterarse de cuál
es este pueblo, ni en considerar si merecen morir, ni en averiguar los hechos de su
insubordinación. Acepta pasivamente las acusaciones generalizadas de Amán y permite
que este hable omitiendo todo detalle específico. Son actitudes de un rey muy poco
digno del trono. Aun suponiendo que Asuero creyera que el pueblo en cuestión era
insignificante y hostil a su gobierno, solamente un monarca entregado a los placeres
palaciegos más que a los asuntos de Estado dejaría la resolución de una cuestión tan
importante en manos de su valido.
El rey tomó de su mano el anillo de sellar… (3:10)
Si no en teoría, en la práctica el gesto de Asuero equivale a una abdicación y a la
entrega del gobierno a Amán. El anillo de sellar era el símbolo (y, más que el símbolo, el
medio eficaz) de su poder ejecutivo como rey. Era el equivalente de la firma del
monarca. Ningún documento que no fuera sellado por el anillo llevaba la autoridad real;
y ningún documento sellado podía ser ignorado o desacatado por los funcionarios y los
ciudadanos del imperio. Asuero está firmando un cheque en blanco. Está cansado de las
responsabilidades de gobernar y deja en manos ajenas las prerrogativas y la
responsabilidad que debía ostentar como emperador. Está dispuesto a ello siempre que
su valido, a cambio, siga proporcionándole los medios económicos para mantener su
tren de vida.
… y se lo dio a Amán, hijo de Hamedata agagueo, enemigo de los judíos (3:10)
Amán, pues, recibe luz verde para seguir adelante con su complot contra los judíos.
Poseedor del anillo real, su poder ya no tiene límites. Puede actuar con plena libertad
en lugar del rey, disponiendo de los recursos del imperio para llevar a cabo sus
designios. Nadie cuestionará su actuación, porque todo será confirmado por el sello
real.
El autor, para reforzar aún más la alta dignidad concedida tan indignamente al
valido, repite su nombre completo y luego añade la siniestra frase: enemigo de los

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judíos. La repetirá en 8:1; 9:10 y 9:24. Así servirá como estribillo para reforzar el
dramatismo de las palabras culminantes de Ester: ¡El adversario y enemigo es este
malvado Amán! (7:6).
Y el rey dijo a Amán: Quédate con la plata, y también con el pueblo… (3:11)
Puede parecer que el rey se niega a aceptar el dinero, pero quizás sea más probable
la lectura según la cual el rey estaría diciendo: Puedes guardar el dinero confiscado a
esta gente, para luego depositarlo en las arcas reales. Otros comentaristas176 prefieren
ver en las palabras de Asuero la débil protesta inicial que se esperaba en el regateo de
los negocios orientales. En todo caso, sabemos que el dinero estaba destinado a acabar
en el tesoro real (ver 4:7). El rey es generoso con su siervo, pero no a expensas de su
propia solvencia.
Tampoco Amán tiene gran interés en retener para sí el dinero. Su ambición es otra,
también concedida por el rey: hacer lo que quiera con el pueblo judío. Y lo que desea es
su aniquilación. Bien, le dice el rey; hagas lo que hagas con el dinero y con aquel pueblo,
para mí está bien hecho.
… para que hagas con él lo que te parezca bien (3:11)
Dios nos salve de lo que le “parece bien” a un tirano, porque el bien de alguien
como Amán suele ser el mal de muchos.
Algunos autores han encontrado inverosímil que el rey de un imperio tolerante
como el persa admitiera el genocidio de los judíos. Sin embargo, como ya hemos
sugerido, la benignidad de los persas solo era relativa; en ocasiones, cuando les
convenía, eran capaces de atrocidades semejantes. Por ejemplo, Heródoto da fe de que
llevaron a cabo genocidios contra los escitas en tiempos de Darío y contra los magos al
morir Esmerdis.
Entonces fueron llamados los escribas del rey el día trece del mes primero… (3:12)
Amán, una vez conseguido el permiso real, no pierde tiempo. Redacta el decreto
real y, acto seguido, convoca a los funcionarios encargados de copiar los documentos
oficiales y hacerlos llegar a todos los rincones del imperio.
La fecha de la convocatoria es significativa. Ya hemos dicho que Amán lo echó a
suertes en el mes de la Pascua. Ahora, los escribas son llamados en la misma víspera del
sacrificio del cordero pascual (Éxodo 12:6). Al día siguiente, muchas familias hebreas
celebrarían la fiesta, tal y como Dios les había mandado (Éxodo 12:24–27). La pregunta
que muchos se plantearían, por tanto, sería la siguiente: ¿Puede aquel Dios que salvó la
vida a los primogénitos hebreos en Egipto volver a intervenir para salvarnos del cruel
decreto de Amán?
… y conforme a todo lo que Amán había ordenado, fue escrito a los sátrapas del
rey, a los gobernadores que estaban sobre cada provincia y a los príncipes de cada
pueblo, a cada provincia conforme a su escritura, a cada pueblo conforme a su lengua,
escrito en el nombre del rey Asuero y sellado con el anillo del rey (3:12)
Por alguna razón, el autor parece explayarse cada vez que habla de los correos

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persas, como ya tuvimos ocasión de comentar al hablar del envío del decreto contra
Vasti (1:22). ¡A lo mejor había sido funcionario de correos antes de ponerse a escribir el
libro de Ester! Sea como fuera, ahora describe con todo lujo de detalles la confección, la
traducción y el envío del decreto.
Se hicieron suficientes copias del decreto como para enviarlas a cada uno de los
altos oficiales del imperio. Aunque la diferencia exacta entre las tres categorías de
oficiales mencionadas es motivo de debate, parece ser que los sátrapas eran los
virreyes que gobernaban las veinte satrapías imperiales; los gobernadores eran los
máximos responsables de las ciento veintisiete provincias; y los príncipes eran los
caudillos nativos de cada pueblo incorporado al imperio.
Nuevamente (cf. 1:22), el autor insiste en la traducción del decreto a cada uno de
los idiomas del imperio.
Puesto que las cartas tenían que ser enviadas en el mes primero, las instrucciones
reales para el exterminio de los judíos llegarían, aun a los lugares más remotos, con
tiempo de sobra como para hacer los necesarios preparativos para el 13 de Adar. Y,
aunque la redacción del decreto fue obra de Amán, al llevar el nombre y el sello de
Asuero llegaría con toda la fuerza de una orden del propio rey.
Y se enviaron cartas por medio de los correos a todas las provincias del rey para
destruir, matar y exterminar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres…
(3:13)
Los correos reales estaban organizados para llevar las comunicaciones
administrativas hasta los confines del imperio (ver comentario sobre 1:22). El texto del
decreto anticipa la eficiencia burocrática y la brutalidad diabólica de la “solución final”
nazi a “la cuestión judía”. El lenguaje es innecesariamente repetitivo (destruir, matar y
exterminar), pero esto es típico de la terminología administrativa de todos los tiempos y
sugiere que el autor está citando directamente del documento. Al menos, no puede
haber duda alguna en cuanto a las instrucciones del decreto.
Debe destacarse que el documento no parece haber mencionado siquiera el
supuesto crimen de los judíos. Si solo fue a duras penas cómo Amán logró convencer al
rey de que merecían morir, sabe muy bien que los demás oficiales del imperio no se
dejarían engañar. Mejor, pues, callar la acusación y publicar únicamente el veredicto
real.
… en un solo día, el día trece del mes doce, que es el mes de Adar… (3:13)
Ahora, finalmente, nos enteramos de la fecha para la matanza de los judíos. Sin
duda, el autor la ha reservado hasta aquí por dos motivos. Ambos tienen que ver con el
buen arte literario.
En primer lugar, sabe que, para cualquier lector judío, la sola mención de la fecha
anunciaría el desenlace de la historia, porque para los judíos, el 13 de Adar, fiesta de
Purim, es la celebración de la liberación de la nación bajo la poderosa mano de Dios.
Conviene, pues, por razones de dramatismo literario, callar la fecha hasta el final de
este episodio.

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En segundo lugar, como ya hemos indicado, la fecha pone en ridículo a Amán y


revela la necedad de su supersticiosa dependencia de la suerte. Para apreciar
debidamente la naturaleza de su complot contra los judíos, conviene que palpemos
primero sus intenciones siniestras y comprendamos su carácter vil y malvado, para
darnos cuenta, luego, de que Dios se ríe de él y vela por la protección de su pueblo.
Primero debemos temblar ante el horror del genocidio, pero después debemos sonreír
al ver cómo Dios mismo hace girar la suerte y designa una fecha lejana para la
frustración de Amán y la salvación de su pueblo. Y, finalmente, debemos aprender a
confiar plenamente en la protección y la providencia de Dios:
Pero yo, oh Señor, en ti confío; digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis
tiempos; líbrame de la mano de mis enemigos, y de los que me persiguen (Salmo
31:14–15).
… y sus posesiones dadas al saqueo (3:13)
Por supuesto, los judíos llegaron al cautiverio babilónico sin posesión alguna. Todo
lo habían perdido en la caída de Jerusalén. Sin embargo, el solo hecho de que fueran
capaces de ofrendar con suma generosidad para las obras de la reconstrucción del
templo (Esdras 1:4, 6; 2:68–69) demuestra que lograron prosperar durante el
cautiverio. Sin duda, fue esa misma prosperidad la que hizo que muchos eligieran
quedarse en las ciudades del imperio en vez de volver con Zorobabel a la desolación de
Jerusalén.
Ahora, el decreto concede carta blanca al saqueo de todas las posesiones de los
hebreos, a fin de motivar a la gente y hacer que prospere la resolución de Amán.
Asuero no es el único persa susceptible a la atracción de los bienes materiales. Amán
sabe que muchos ciudadanos que, de otra manera, se indignarían ante el genocidio,
colaborarán al ver en él la posibilidad de enriquecerse. Ya ha logrado comprar la
complicidad del rey; ahora, espera comprar la colaboración de mucha gente.
El texto del escrito que sería promulgado ley en cada provincia fue publicado a
todos los pueblos para que estuvieran preparados para ese día (3:14)
La prisa en el envío de las copias del decreto brotaba de la necesidad de hacer todos
los preparativos para la masacre. Amán parece haber entendido que el decreto quizás
no fuera muy popular y que convenía dejarle tiempo a la gente para que pudiera
asimilar bien las ventajas y armarse para la matanza.
La palabra traducida como texto (o copia) es otro vocablo persa y solo aparece en la
Biblia en los libros de Esdras y Ester.
Salieron los correos apremiados por la orden del rey (3:15)
Los correos reales siempre salían apremiados. La mención de este hecho, por otra
parte innecesaria, parece sugerir el nerviosismo de Amán y su preocupación porque sus
planes no se frustraran debido a la demora.
El decreto fue promulgado en Susa, la capital, y mientras el rey y Amán se

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sentaron a beber, la ciudad de Susa estaba consternada (3:15)


Las reacciones del rey y de Amán, por un lado, y de la población de Susa por otro,
no podrían ser más contrastadas. El autor conoce bien los resortes del arte dramático.
Vemos al valido triunfante y al rey despreocupado, celebrando juntos sus victorias
respectivas (el uno anticipa el día de su venganza; el otro, la renovación de su tesoro) y
dedicándose al vino. También es posible que Amán animara al rey a beber, pensando
que el vino era la mejor manera de que la conciencia del rey no se despertara y le
hiciera cambiar de opinión en cuanto al genocidio.
Por otro lado, reinan el desconcierto y el espanto en Susa. La gran comunidad
hebrea de la ciudad recibe asustada la sentencia de muerte, mientras que los demás
habitantes, lejos de celebrar el decreto, quedan perplejos y anonadados ante la
arbitrariedad del rey, seguramente porque les dolía ver que personas pacíficas fuesen
tratadas de un modo tan bárbaro.

La reacción de Mardoqueo y Ester


Ester 4:1–5:8

Cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió
de saco y ceniza… (4:1)
En Occidente, solemos reprimir toda expresión pública de angustia y dolor.
Escondemos nuestras emociones y respondemos ante la tragedia con ecuanimidad
mesurada y resignación controlada. Como consecuencia, desde nuestra perspectiva, el
duelo y las lamentaciones de Mardoqueo pueden parecernos teatro melodramático,
ruidoso y exagerado. Pero, en realidad, ¿cuál de las reacciones es más artificial: la
represión o la exteriorización? Desde luego, debemos comprender que, en gran parte
del resto del mundo, el estoicismo de Occidente parece frío e inhumano.
No debe sorprendernos, pues, que, al enterarse del decreto real, Mardoqueo diera
rienda suelta a su dolor siguiendo las costumbres normales de su época y cultura. Pero,
de hecho, el texto no reza: cuando supo todo lo que decía el decreto, sino: cuando supo
todo lo que se había hecho, y ese “todo” incluía seguramente el soborno del rey por
parte de Amán (4:7). No sabemos exactamente de dónde habría recabado esta
información, pero, en aquel entonces, “las paredes tenían oídos”. Cualquier secreto de
Estado discutido en las cámaras oficiales dejaba pronto de ser secreto. Alguien había
espiado la conversación entre el rey y su valido, y la información había llegado a
Mardoqueo.
Su primera reacción fue la de rasgar sus vestidos. Esto era habitual en Israel en
tiempos de muerte, calamidad política, catástrofe natural o desastre militar. Es lo que

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hizo Jacob al enterarse de la supuesta muerte de José (Génesis 37:34), o David ante la
noticia de la muerte de Saúl y de Jonatán (2 Samuel 1:11), o Esdras ante la infidelidad
de los israelitas (Esdras 9:3). Pero también era una práctica normal entre todos los
pueblos de Oriente, incluidos los persas. Sabemos que, cuando llegaron a Susa las
noticias de la derrota de Salamina, los ciudadanos rasgaron sus vestiduras en señal de
dolor. Mardoqueo, pues, sigue una costumbre habitual tanto entre los judíos como
entre los persas.
Sin duda, su angustia natural ante la amenaza del genocidio se vio agravada por la
consideración de que él mismo había sido la causa inmediata de la enemistad de Amán:
había lesionado el orgullo del primer ministro y, además, le había revelado su identidad
nacional como hebreo. Aunque su negación a postrarse fue, en principio, un gesto
noble, y la venganza de Amán contra los judíos una reacción totalmente
desproporcionada y cruel, pesaba sobre Mardoqueo la terrible duda de si había actuado
bien o si su propia imprudencia sería la causa de la exterminación de su pueblo. Sentía
vivamente que, a causa de escrúpulos personales, toda la nación hubiera de sufrir.
En segundo lugar, Mardoqueo se vistió de saco y ceniza. Daniel hizo lo mismo al ver
las desolaciones de Jerusalén (Daniel 9:3). David y los ancianos lo hicieron cuando el
ángel del Señor amenazó Jerusalén (1 Crónicas 21:16); Tamar, después de ser violada (2
Samuel 13:19); Acab, ante las denuncias de Elías (1 Reyes 21:27); Ezequías, ante la
invasión de Senaquerib (2 Reyes 18:37–19:1). Se trata, pues, de otra costumbre bien
establecida en Israel, que expresa la idea de humillación y contrición ante la severidad
de la providencia de Dios, y de luto y dolor ante la aflicción.
… y salió por la ciudad, lamentándose con grande y amargo clamor (4:1)
Y, en tercer lugar, Mardoqueo bajó a la calle y paseó por la ciudad haciendo gran
lamentación. No sufrió en silencio ni en la intimidad de su hogar. Sus clamores indican
que quería que todos se dieran cuenta de su angustia. Son, pues, indicio no solo del
sufrimiento personal, sino también de una enérgica protesta a causa de la injusticia del
decreto. Desde luego, a pesar de su posición elevada como funcionario imperial, no se
avergonzaba de proclamar que era judío, llamado a compartir los sufrimientos de sus
compatriotas.
Y llegó hasta la puerta del rey, porque nadie podía entrar por la puerta del rey
vestido de saco (4:2).
Aunque no tenemos otra evidencia que atestigüe la existencia de una ley persa que
prohibiera vestir de saco en presencia del rey, el testimonio independiente de
Nehemías de que no procedía comparecer ante el rey con cara triste (Nehemías 2:1–2)
hace que nuestro texto resuene con verosimilitud histórica.
El hedonismo de la corte persa no consentía que nadie aguara la fiesta con
manifestaciones de dolor o luto. Ante toda consideración personal, el rey tenía que ser
complacido. Sus nervios no sufrirían la presencia del sufrimiento ajeno. No debía ser
molestado con los problemas personales de sus súbditos.
Y en cada una de las provincias y en todo lugar donde llegaba la orden del rey y su
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decreto, había entre los judíos gran duelo y ayuno, llanto y lamento… (4:3)
Después de describir la reacción de Mardoqueo, el autor nos cuenta la de la
comunidad hebrea en todo el imperio. Esencialmente, es la misma que la de
Mardoqueo. En todas partes, la consternación da lugar a manifestaciones públicas de
espanto y desesperación. Si acaso, lo nuevo es el ayuno, pero, aunque el texto no lo
dice explícitamente, es probable que Mardoqueo también ayunara.
Volvemos a ver que el gran duelo, el ayuno y el lamento son la manera habitual de
expresar un dolor extremado. Así reaccionaron Nehemías ante la noticia del derribo de
las murallas de Jerusalén (Nehemías 1:4) y el pueblo judío al reconocer sus pecados
(Nehemías 9:1–2). Lo que llama la atención, sin embargo, es que, en esos últimos
ejemplos, el ayuno y el saco solo son los signos externos que acompañan una actividad
espiritual interna: en el caso de Nehemías, la oración y la intercesión; en el de los
judíos, la confesión y el arrepentimiento. En cambio, no hay mención de oración o de
actividad espiritual alguna ni en el caso de Mardoqueo ni en el de los judíos del imperio.
Sin embargo, ya hemos comentado la reticencia del autor ante cualquier mención
explícita de lo interno y lo espiritual. Más bien, limita su narración a la descripción de
hechos externos. ¿Pero qué sentido tienen estos si no van acompañados por realidades
espirituales? Cualquier lector judío sobrentendería enseguida que el ayuno y el saco no
eran meras rutinas sociales, sino que tenían la finalidad de acompañar y estimular a la
oración; que el llanto y lamento del pueblo se dirigía no al aire ni a las autoridades
persas, sino al Dios de los cielos; y que los signos externos debían ser acompañados por
un auténtico retorno a Dios:
Examinemos nuestros caminos y escudriñémoslos, y volvamos al Señor;
alcemos nuestro corazón en nuestras manos hacia Dios en los cielos… Basura y
escoria nos has hecho en medio de los pueblos. Han abierto su boca contra
nosotros todos nuestros enemigos. Terror y foso nos han sobrevenido, desolación
y destrucción. Arroyos de agua derraman mis ojos a causa de la destrucción de la
hija de mi pueblo. Mis ojos fluyen sin cesar, ya que no hay descanso hasta que
mire y vea el Señor desde los cielos. Mis ojos causan dolor a mi alma por todas
las hijas de mi ciudad (Lamentaciones 3:40–51).
En las Escrituras, el ayuno tiene sentido solamente como vehículo de una auténtica
expresión de humillación ante Dios en preparación para la intercesión o la contrición
(ver, por ejemplo, 1 Samuel 7:6; Esdras 8:21; Joel 2:12 o Jonás 3:7–8). No tenemos
derecho a suponer que este no fuera cierto también en el caso de Mardoqueo y los
judíos. Las manifestaciones “exageradas” de su duelo son el reflejo fiel de la intensidad
con la que buscaron a Dios en oración en aquellos momentos de gran aflicción.
… y muchos se acostaban sobre saco y ceniza (4:3)
Leemos con frecuencia en las Escrituras acerca de personas que se vistieron de saco
y ceniza. No es tan normal encontrar referencias a quienes hicieron de ellos su lecho,
pero tampoco es inaudito. Isaías 58:5 habla de aquellos que extienden cilicio y ceniza
sobre el suelo para acostarse sobre ellos (cf. 2 Samuel 21:10; Job 2:8). Debemos
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suponer, pues, que muchos de los judíos que, durante el día, siguieron el ejemplo de
Mardoqueo y se vistieron de saco y ceniza, por la noche hicieron su cama sobre los
mismos.
Como ya hemos dicho, estas manifestaciones externas de dolor quizás nos dejen
fríos a los que somos de otras culturas, pero debemos entender que el autor nos las
cuenta para que veamos lo terrible que fue el dolor de la nación ante el decreto real y
lo mucho que sufrieron:
Para Amán y para el rey, el asesinato de toda una nación para la gratificación
de la vanidad de un príncipe pudo ser algo que les dejase indiferentes, pero para
este pueblo devoto era causa de escenas que partían el alma… Sabían que se
encontraban bajo sentencia de muerte, y sus corazones estaban embargados por
el dolor y la angustia.
Vinieron las doncellas de Ester y sus eunucos y se lo comunicaron, y la reina se
angustió en gran manera (4:4)
Naturalmente, en su condición de consorte real, Ester no pudo unirse a las
manifestaciones externas del duelo de los judíos. Si no era admisible que nadie se
presentara ante el rey vestido de cilicio o con el rostro triste, menos aún se toleraría
que la reina se vistiera de saco y ceniza. Pero el dolor interior de Ester no fue menor
que el de sus compatriotas y se angustió en gran manera.
Se enteró del decreto real contra los judíos por medio del cauce habitual de la vida
palaciega: el chismorreo. Como ya hemos tenido ocasión de ver, los palacios reales eran
auténticos hervideros de intrigas y habladurías, y una noticia como esta no tardaría ni
siquiera minutos en llegar a todos sus rincones. Por supuesto, ya que ningún varón
podía entrar en el palacio de las mujeres, Ester tiene que haber sido informada por sus
doncellas o por los eunucos.
Algunos comentaristas suponen que las preguntas de Ester del versículo 5 revelan
su desconocimiento de la existencia del decreto real, en cuyo caso las doncellas y los
eunucos solo le habrían comunicado el duelo público de Mardoqueo. Pero parece
inverosímil que el texto ya promulgado en la ciudad no hubiera llegado también al
palacio. Es mucho más probable que le informaran tanto acerca del decreto como
acerca del duelo de Mardoqueo, y que sus preguntas correspondieran a su deseo de ir
al fondo de la cuestión y saber las razones por las que el decreto había sido
promulgado. Recordemos que no se constataron en el texto emitido.
Y envió ropa para que Mardoqueo se vistiera y se quitara el saco de encima, pero
él no la aceptó (4:4)
Los que suponen que Ester ignoraba aún el decreto deducen que creía que el duelo
de Mardoqueo se debía a alguna desgracia material y, por tanto, le envió ropa para
ayudarle. Nos parece más probable que ella, conocedora del decreto y, por tanto,
consciente de la seriedad del duelo, sin embargo deseara facilitar las comunicaciones
con él. Puesto que el saco y la ceniza impedían el ingreso de Mardoqueo dentro del
recinto palatino, donde ambos podían comunicarse con relativa facilidad, quiso que él
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se mudara de ropa. Pero, a pesar de los inconvenientes, Mardoqueo se negó a dejar el


duelo. Su dolor no era teatro, sino algo profundamente sentido.
Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos que el rey había puesto a su
servicio… (4:5)
Si la montaña no quiere venir a Mahoma, Mahoma tendrá que ir a la montaña… o,
al menos, enviarle un mediador. Ester se vio obligada a depender de un siervo suyo a
fin de comunicarse con su padre adoptivo. Afortunadamente, Hatac se mostrará
plenamente digno de confianza, en contraste con Bigtán y Teres (2:21). De hecho, el
nombre de Hatac quizás derive del persa hataka, que significa bueno, en cuyo caso el
eunuco también es digno de su nombre. Desde luego, parece ser que Asuero seleccionó
cuidadosamente a un hombre íntegro y fiel para servir a Ester.
… y le ordenó ir a Mardoqueo para saber qué era aquello y por qué (4:5)
El decreto le resulta a Ester tan desconcertante e inverosímil como le había parecido
a la población de Susa. ¿Qué quiere decir? ¿Qué pretende el rey? ¿Es tan terrible la
sentencia como parece ser o esconde alguna intención menos siniestra? ¿Y por qué lo
ha promulgado el rey? ¿Cómo le han ofendido los judíos? ¿Cuáles son las razones de su
promulgación?
Seguramente, esta clase de preguntas estaba en labios de todo el mundo. Pero
Ester, aunque se encuentra en el palacio, no tiene medios para informarse
adecuadamente. Acude, pues, a Mardoqueo, a aquel que siempre había sido su
baluarte en el pasado.
Y salió Hatac a donde estaba Mardoqueo en la plaza de la ciudad, frente a la
puerta del rey (4:6)
La conversación entre Hatac y Mardoqueo no se celebró en privado, sino
posiblemente en el lugar más concurrido de la capital: en la plaza del mercado que
estaba delante de la puerta de entrada en el palacio. Esta clase de plaza era empleada
habitualmente para dar expresión al dolor y al duelo (cf. Isaías 15:3; Jeremías 48:38;
Amós 5:16).
Y Mardoqueo le informó de todo lo que le había acontecido, y la cantidad exacta
de dinero que Amán había prometido pagar a los tesoros del rey por la destrucción de
los judíos (4:7)
Mardoqueo no duda en darle al mensajero un informe detallado de todo lo que ha
pasado. Empieza contando su propia historia: su negación a doblegarse ante Amán, la
furia y el deseo de venganza de este, y su complot contra los judíos. Luego explica lo
que hay detrás del decreto: las artimañas, los argumentos y las calumnias con los que
Amán ha logrado persuadir al rey; y aquí Mardoqueo da especial prominencia al
soborno, que fue el arma irresistible que el agagueo utilizó para convencer a Asuero.
Aunque se trata del marido de Ester, Mardoqueo no intenta encubrir o restar
importancia a la culpa del rey. Si bien su denuncia recae principalmente sobre Amán,
Asuero se revela como un hombre fácilmente inducido por intereses materiales, esclavo

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de su propia avaricia. Posiblemente, sabe que Ester no se hace ilusiones en cuanto al


carácter de su marido y reaccionará con la debida indignación al saber que su pueblo ha
sido vendido (7:4), aun cuando el vendedor haya sido el rey.
Le dio también una copia del texto del decreto que había sido promulgado en Susa
para la destrucción de los judíos, para que se la mostrara a Ester y le informara… (4:8)
Aunque Mardoqueo ha dado la impresión de estar fuera de sí en sus
manifestaciones de duelo, su angustia no ha paralizado su inteligencia. Ha tenido la
previsión de llevar consigo una copia textual del decreto. Ester solo ha podido escuchar
rumores filtrados a través de las doncellas y los eunucos. Una copia literal despejará
toda duda o malentendido. Ahora se la entrega a Hatac para que este se la muestre a
Ester y la informe puntualmente de lo que hay detrás de todo aquello: la enemistad
mortal de Amán, la debilidad del rey y la terrible sentencia que pende sobre los judíos.
… y le mandara que ella fuera al rey para implorar su favor y para interceder ante
él por su pueblo (4:8)
Pero hay algo más. Ester no solo debe ser informada; aun siendo la reina, ¡también
debe ser mandada! Ha llegado el momento de la verdad en cuanto a la lealtad y el
grado de compromiso que existe en las relaciones entre Ester y su primo: ¿Seguirá ella
acatando su autoridad paterna, o no? Por tanto, a través de Hatac, Mardoqueo le
manda que utilice su posición y su influencia a favor de su pueblo. Debe ir al rey,
implorar su misericordia y su protección hacia ella misma, e interceder a favor de su
pueblo.
No sabemos si fue intencionadamente o por un desliz, pero lo cierto es que
Mardoqueo, al decir para interceder ante él por su pueblo, revela ante Hatac la
identidad racial de Ester, identidad celosamente escondida hasta ahora. Quizás esto
demuestre la gran confianza que Hatac le inspiraba.
Regresó Hatac y contó a Ester las palabras de Mardoqueo. Entonces Ester habló a
Hatac y le ordenó que respondiera a Mardoqueo… (4:9–10)
Todo depende ahora de la fidelidad de Hatac. Ante los detalles impartidos por
Mardoqueo, podría haberse dirigido al rey (recordemos que antes de servir a Ester,
había sido un eunuco real) o, peor aún, a Amán, para denunciar esta subversión. Sin
duda, habría sido recompensado. Pero es fiel a su cometido y comunica con exactitud el
mensaje de Mardoqueo a Ester. La reina, pues, puede confiar en él para llevar su
respuesta.
Todos los siervos del rey y el pueblo de las provincias del rey saben… (4:11)
La respuesta inicial de Ester a Mardoqueo es la de presentar serias objeciones a su
plan. No llega tan lejos como para negarse a obedecerlo, pero la manera como contesta
sugiere que se ha asustado ante la osadía de ir al rey, y el susto aporta a sus palabras
cierto tono de irritabilidad o de indignación: ¿Cómo puedes proponer tal idea, si toda la
población del imperio sabe que la ley lo prohíbe? Tú, Mardoqueo, como siervo del rey,
tienes que saberlo sobradamente. No puedes ignorar el protocolo palatino. ¿Qué

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pretendes enviándome a una muerte casi segura?


… que para cualquier hombre o mujer que venga al rey en el atrio interior, sin ser
llamado, él tiene una sola ley, que se le dé muerte… (4:11)
Hasta cierto punto, era lógico que, en un imperio como el persa, el acceso a la
presencia real fuera estrictamente limitado. La vida del emperador tenía que ser
protegida, como lo demuestra la larga historia de atentados y asesinatos en la corte.
Pero, además, el rey debía ser protegido de la presencia de intrusos no deseados y de
las molestias inherentes a atender a los problemas particulares de los ciudadanos. Para
eso, existían los funcionarios. El rey debía vivir en una tierra de jauja, rodeado de
placeres y desembarazado de preocupaciones. Si no se podía entrar vestido de luto en
ninguna parte del recinto del palacio (3:2), no debe sorprendernos que nadie pudiera
tener derecho de acceso a los departamentos interiores, vistiera lo que vistiera. Por
tanto, desde hacía muchos años se había establecido el protocolo según el cual nadie
podía acercarse a los aposentos interiores del palacio sin ser llamado expresamente por
el rey. Heródoto nos informa que, después de construir el palacio de Ecbátana, Deioces,
el tradicional fundador del imperio de los medos, introdujo por primera vez el
ceremonial de la realeza: se prohibía la admisión a la presencia del rey y todas las
comunicaciones tenían que hacerse por medio de mensajeros; nadie podía ver al rey.
Parece ser, pues, según evidencia el libro de Ester, que el gran público podía
acercarse a la Puerta del Rey para tramitar negocios y asuntos de Estado; que ciertos
oficiales tenían acceso al atrio exterior (ver 6:4); pero que nadie, ni siquiera el casi
omnipotente Amán, podía entrar en el atrio interior sin ser llamado. Si necesitabas
hacer llegar un mensaje al rey, tenías que dejárselo a los guardias de la puerta. Por
supuesto, esto no solamente alejaba del rey al pueblo, sino que alejaba del pueblo al
rey. Este vivía en un “espléndido aislamiento” dentro de un mundo irreal, lo cual iba a
contribuir a la eventual caída del imperio persa ante Alejandro.200
Lo que no queda claro es por qué Ester optó por presentarse en el atrio interior y no
en el exterior. ¿Era decisión suya o de Mardoqueo? ¿Y cuál era el motivo?
Posiblemente, fuera el temor a que, desde el atrio exterior, Asuero le hubiera negado la
entrevista. Colocándose en el interior, el rey no tendría más que dos opciones: ordenar
su ejecución o atender a su petición. Puesto que el asunto era de vida o muerte, había
que arriesgarlo todo.
Al especificar que él [el rey] tiene una sola ley, no sabemos si quiere decir que la ley
persa así lo prescribía, o si era una norma tan habitual del propio Asuero que casi se
había convertido en ley.
… a menos que el rey le extienda el cetro de oro para que viva (4:11)
Solo había una esperanza de que conservara la vida: que el rey, al verla, le
concediera misericordia por medio del gesto convencional de extenderle el cetro real
de oro.
Y yo no he sido llamada para ir al rey por estos treinta días (4:11)
Ester da dos razones por las que no se atreve a presentarse ante el rey: la primera,
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que ya hemos visto, era de orden legal; la segunda es personal. Por ley, ella no tiene
derecho a acercarse; y por el desprecio conyugal le resulta violento hacerlo.
Estas últimas palabras suyas son muy tristes y dejan entrever otro aspecto del
sufrimiento causado por la poligamia y por el sistema del harén. Bastaba con que
pasara una pequeña sombra sobre la relación entre la pareja real, o que el gusto del rey
se inclinara a la variedad, para que este dejara de lado a su esposa y buscara la
compañía de sus concubinas. La prueba de la fe de Ester llega justo en el momento que
parece menos propicio, cuando el afecto y la simpatía del rey hacia ella parecían
haberse enfriado.
Posiblemente, detrás de estas reflexiones de Ester, está el recuerdo de Vasti y su
suerte. Ella se atrevió a desobedecer el mandato del rey, negándose a comparecer ante
él cuando fue llamada. Como consecuencia, perdió su corona y nunca más pudo
acercarse al rey. Ahora, Mardoqueo propone que Ester haga lo contrario que Vasti:
comparecer sin ser llamada; pero las consecuencias podían ser aún más terribles. Vasti
se había opuesto a una orden puntual del rey; Ester contravendrá una ley firmemente
establecida.
Y contaron a Mardoqueo las palabras de Ester. Entonces Mardoqueo les dijo que
respondieran a Ester… (4:12–13)
Se ve que en esta segunda entrevista, Hatac no es el único mensajero. El uso del
plural sugiere que otros le acompañaron.
No pienses que estando en el palacio del rey sólo tú escaparás entre todos los
judíos (4:13)
Llegamos ahora a dos de los discursos más emocionantes del libro de Ester. El de
Mardoqueo revela su profunda confianza en la providencia divina y exige a Ester que
ejerza la misma confianza. La respuesta de Ester es asimismo una profesión de fe, unida
a una declaración que revela su valentía en estos momentos de supremo peligro.
Las palabras de Mardoqueo siguen tres líneas de argumento. En primer lugar,
establece la inutilidad de que Ester intente seguir escondiendo su identidad nacional,
buscando refugiarse en el palacio y en el anonimato mientras dure la matanza de sus
compatriotas. El decreto del rey la afecta también a ella, por mucho que sea la reina, y
no debe abrigar falsas esperanzas de quedar exenta. Además, el propio Mardoqueo,
quizás sin querer, ya ha delatado ante Hatac su procedencia racial (4:8). Este,
ciertamente, era de fiar mientras se tratara solo de entregar mensajes de tipo personal,
¿pero seguiría callado si su silencio contraviniera el decreto del rey?
Así las cosas, Ester no tiene nada que perder: si se presenta ante el rey, quizás
muera; si no, morirá con toda seguridad.
Porque si permaneces callada en este tiempo, alivio y liberación vendrán de otro
lugar para los judíos… (4:14)
El segundo argumento de Mardoqueo descansa firmemente en las promesas y en el
pacto de Dios. Aun a estas alturas, al llegar a las palabras de fe más sublimes de todo su
libro, el autor resiste la tentación de nombrar a Dios o de hacer explícita la base de la
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confianza de Mardoqueo; pero el texto difícilmente admite otra interpretación. Si


Mardoqueo tiene plena confianza en la intervención de la providencia para la liberación
de los judíos, ¿no es a causa de las promesas hechas por Dios a los patriarcas y a causa
de la fidelidad mostrada por Dios a su pacto con ellos, tanto para bendición como para
castigo, a lo largo de su historia hasta aquí? ¿Acaso no ha revelado Dios, por medio de
sus profetas, que vendrá el Mesías a su pueblo, en cuyo caso el destino de aquel pueblo
no puede ser el exterminio definitivo?
Basándose, pues, en las promesas y la fidelidad de Dios, Mardoqueo asevera a Ester
que Dios enviará socorro por un camino o por otro.
… pero tú y la casa de tu padre pereceréis (4:14)
Pero en esto residen, precisamente, el alto privilegio y la terrible responsabilidad de
la reina. Dios actuará con o sin ella. Sus propósitos nunca son impedidos por la
infidelidad de aquel siervo (o aquella sierva) al que ha dado inicialmente el cometido de
ponerlos por obra. Sus recursos son ilimitados y nadie frustrará sus planes. En cierto
sentido, pues, nadie es imprescindible. Dios sabrá actuar a tiempo aun si su siervo es
infiel. En este mismo sentido, la soberanía de Dios nunca anula la responsabilidad
humana. El ser humano siempre tiene la posibilidad de decir que no.
Pero, ¡ojo! El siervo infiel tendrá que atenerse a las consecuencias de su infidelidad.
Mardoqueo no puede creer que, si Ester se niega a cumplir con la voluntad del Señor,
este permitirá que salga ilesa del peligro que se avecina. Más bien será para ella una
sentencia de muerte segura y, juntamente con ella, se extinguirá la casa de su padre.
El tono de este segundo argumento es sombrío, casi de amenaza. Sin embargo, en
esencia es altamente positivo: ser el instrumento de Dios no es un pesado deber, sino
un alto honor; actuando con fidelidad, nos colocamos bajo la providencia y la
protección de Dios, pero evadiendo nuestra responsabilidad nos ponemos en el camino
de su ira.
¿Y quién sabe si para una ocasión como esta tú habrás llegado a ser reina? (4:14)
Como remate de su argumento, Mardoqueo vuelve al tema de la providencia divina,
pero ahora con una nota animadora de esperanza. Sugiere a Ester que puede que la
soberanía divina haya dirigido los acontecimientos precisamente hasta este momento;
que la llegada de Ester a la realeza (así, literalmente) no sea ninguna casualidad, sino
que caiga claramente dentro de los propósitos de Dios; por tanto, que todo el dolor de
la separación y del ingreso en el harén no hayan sido en balde, sino que contribuyan a
una meta cuyo cumplimiento les dará pleno sentido; y que Dios esté llamando a Ester
nada menos que a la vocación de ser un cauce de salvación para su pueblo. Esto
representa para Ester el reto de ser valiente y asumir su papel histórico dentro de la
providencia divina. Lo que está en juego no es tanto la supervivencia de los judíos (para
esta, Mardoqueo confía en las promesas de Dios), sino el significado y el propósito de la
existencia de la propia Ester. Ha llegado a la gran encrucijada de su vida.
Nosotros, asimismo, necesitamos estar atentos a nuestra situación y entender bien
el propósito de Dios para nuestras vidas. No sabemos en qué momento se producirá

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aquella combinación de circunstancias que indicará que ha llegado la gran encrucijada


de nuestra existencia.
Así, Ester se ve arrinconada por las palabras de Mardoqueo, casi obligada a
determinar si ella recurrirá al ejercicio de su fe en Dios o si se esconderá cobardemente
e intentará salvar egoístamente su propia vida refugiándose en el anonimato de su
estirpe. Se merece toda nuestra simpatía y comprensión. Su papel no es nada grato. Las
circunstancias la encerraban de tal manera que casi no tenía más opción que confiar en
Dios, armarse de valor e ir al rey.
¿Y no es así también en nuestra experiencia? Muchas veces seríamos cobardes en
nuestro testimonio y recalcitrantes en nuestra defensa del evangelio si no fuera porque
el Señor, por medio de nuestras circunstancias o de nuestros compañeros, casi nos
obliga a ejercer nuestra fe y hablar como debemos.
¿Y no fue esta la experiencia de Jesús mismo? Ciertas palabras suyas pronunciadas
antes de su pasión se hacen eco de las de Mardoqueo: ¿Y qué diré? ¿Padre, sálvame de
esta hora? Mas por esto mismo llegué a esta hora (Juan 12:27).
Antes de dejar estas maravillosas palabras, hagamos un rápido repaso de lo que
revelan de la fe de Mardoqueo:
• Revelan que Mardoqueo deposita su plena confianza en Dios, en la fidelidad de su
pacto y en la firmeza de sus promesas; pero que lo hace a sabiendas de que la
fidelidad de Dios no anula la necesidad de fidelidad por parte de sus siervos.
• Revelan que cree profundamente en la providencia divina como fuerza motriz de la
historia. Dios interviene para dirigir el devenir histórico, aun cuando los hombres no
perciben su mano y creen que ellos mismos son los árbitros de su propio destino. De
hecho, a la luz de los grandes eventos de hacía unos cincuenta años (el permiso
dado por Ciro para reconstruir el templo de Jerusalén, el regreso del primer grupo
de exiliados bajo Zorobabel y Jesúa, la libertad y prosperidad disfrutadas por el
pueblo hebreo en el imperio, y todo ello en cumplimiento de lo que Dios ya había
dicho, a través de Jeremías,205 que ocurriría después de unos setenta años), era
difícil que un judío pudiera dudar de esa providencia.
• Revelan que cree que, en su providencia soberana, Dios tiene a bien llamar, guiar y
utilizar a aquellos que confían en él. Dios podría cumplir sus propósitos a través de
ángeles o de intervenciones directas, pero elige frecuentemente hacerlo a través de
siervos suyos a los que levanta y capacita para este fin.
• Revelan que cree que Dios dirige la historia de tal modo que, a la postre, siempre
entraña bien a los fieles y perdición a los incrédulos. Esto es motivo tanto de
gloriosa esperanza como de sobrio temor. Por eso, Mardoqueo advierte a Ester
acerca de las consecuencias de aquel “silencio culpable” que significaría la negación
de su fe y la entrega a la infidelidad (4:14a).
• Revelan que Mardoqueo no era un creyente cualquiera, sino un gran hombre de fe,
capaz de creer en esperanza contra esperanza; él no titubeó con incredulidad, sino
que se fortaleció en fe… estando plenamente convencido de que lo que Dios había
prometido, poderoso era también para cumplirlo (Romanos 4:18–21).

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Y Ester les dijo que respondieran a Mardoqueo: Ve, reúne a todos los judíos que se
encuentran en Susa y ayunad por mí… (4:15–16)
La respuesta de Ester, igualmente, es la de una mujer de fe que asume, a pesar
suyo, el difícil papel que la providencia le tiene asignado. Y lo hace con todas sus
consecuencias, incluyendo la de tener que tomar la iniciativa de ahora en adelante. Ya
no es Mardoqueo quien da las instrucciones; es Ester la que emplea los imperativos: ve,
reúne, ayunad.
Pero, sobre todo, su respuesta pone de manifiesto su espíritu abnegado, su
compromiso de creyente y su magnanimidad como persona. Se expresa con la devoción
propia de una buena israelita. Sus palabras revelan que ella está inmersa en la lucha
moral y espiritual común a todo creyente que se encuentra en medio de circunstancias
angustiosas: por un lado, se ve bajo la sombra de la sentencia de muerte, por lo cual sus
circunstancias le inspiran temor, aprensión y un deseo de evasión; por otro, su fe le
conduce a afirmar su confianza en el Señor y a echarse sobre su protección.
Implícitamente, su respuesta indica que reconoce el acierto de las palabras de
Mardoqueo y asume las implicaciones para ella misma, pero a la vez siente su debilidad
y su indefensión y, por tanto, solicita la ayuda de los judíos de Susa. Si decide no buscar
egoístamente su propia seguridad, sino solidarizarse con los judíos, compartir su suerte
e interceder por ellos, pide a cambio que ellos se solidaricen con ella y la sostengan con
sus oraciones.
Nuevamente, la mención de la oración no es explícita. El autor sigue eludiendo toda
referencia a Dios o a la práctica piadosa, pero el ayuno carece de sentido si no va
acompañado por la oración. Todo su propósito consiste en preparar espiritualmente al
creyente para la intercesión y para la comunión con Dios. Ester, por tanto, está
reconociendo que necesita la asistencia divina para entrar en presencia del rey.
Nehemías, en una situación similar, oró al Dios del cielo y habló al rey (Nehemías 2:4–5).
Ester, con mayores posibilidades de prepararse adecuadamente, hace lo mismo
mediante tres días de ayuno e intercesión.
De hecho, en este ayuno, la vinculación con la oración es aún más clara que en otros
casos. Aquel ayuno anterior, que había sido la reacción unánime de Mardoqueo y de los
judíos ante la noticia del decreto real (4:3), quizás pudiera ser explicado en términos de
una natural pérdida de apetito por parte de personas angustiadas, sin que
necesariamente involucrara una relación intensa con Dios. Pero no este nuevo ayuno.
Persigue un fin sobrentendido en el texto: preparar a los judíos para la labor espiritual
de apoyar a Ester con su oración e intercesión.
… no comáis ni bebáis por tres días, ni de noche ni de día. También yo y mis
doncellas ayunaremos (4:16)
Los detalles de sus instrucciones son importantes. Revelan que este no ha de ser un
ayuno cualquiera, sino especialmente intenso:
• Requiere que todos los judíos de Susa (ya hemos dicho que constituían una gran
colonia) estén involucrados en él. Se trata de una calamidad nacional que reclama la
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solidaridad nacional.
• Pide que el ayuno dure tres días enteros. La duración normal era de un solo día.
• Pide que se mantenga durante las noches. En Israel, a excepción del ayuno
obligatorio del Día de la Expiación, ayunar era un acto voluntario que se realizaba
normalmente desde el amanecer hasta el anochecer. Como en el caso de los
musulmanes durante el mes de Ramadán, los judíos solían romper el ayuno al
anochecer.
• Pide que sea un ayuno de bebida, no solamente de comida. Esto siempre era
indicación de suma seriedad.
• Promete que no solo ella misma, sino también sus doncellas, participarán en él. No
sabemos exactamente cómo celebraban los judíos un ayuno colectivo, pero es
verosímil suponer que pasaban juntos cierto tiempo, dedicados a la oración pública.
Ester y sus doncellas, por supuesto, no pueden salir de palacio, pero se unirán en
espíritu a los demás. ¿Cómo ha de entenderse el ayuno de las doncellas, jóvenes
presumiblemente gentiles que no tenían por qué lamentar la suerte de los judíos si
no fuera por el afecto que Ester les inspira? ¿Significa esto que ellas participarán
también en la oración?212 Si este fuera el caso, tendríamos que suponer que el
testimonio de Ester entre ellas había sido notable.
Todos estos detalles indican la absoluta seriedad del ayuno, lo cual demuestra que
Ester había comprendido la extrema urgencia de la situación y había reconocido su
propia debilidad y necesidad de valentía sobrenatural ante el peligro.
Y así iré al rey, lo cual no es conforme a la ley; y si perezco, perezco (4:16)
Ester concluye su contestación con palabras que expresan claramente valentía y
resolución, aunque es difícil saber por el texto si su famoso “si perezco, perezco” fue
pronunciado con tono de resignación o de triunfo. ¿Se asemeja más a las amargas
palabras de Jacob cuando se vio obligado a enviar a Benjamín a Egipto: En cuanto a mí,
si he de ser privado de mis hijos, que así sea (Génesis 43:14); o a las palabras nobles de
Sadrac, Mesac y Abed-nego: Ciertamente, nuestro Dios a quien servimos puede librarnos
del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará; pero si no lo hace, has de
saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses (Daniel 3:17–18)? Se nos antoja que a estas
últimas.
En todo caso, para Ester, el tener que contravenir la ley real no era fácil. Como
tampoco lo ha sido para los muchos creyentes fieles a lo largo de los siglos que, a pesar
de querer ser ciudadanos leales y respetuosos, se han visto obligados, por razones de
conciencia, a practicar la desobediencia civil. Como ya hemos dicho, la lealtad del
creyente a las autoridades civiles nunca es incondicional, sino siempre supeditada a su
primera lealtad, la que se le debe a Dios. Por tanto, puede llegar el momento en que,
por causa de conciencia o de testimonio, tengamos que hacer como Ester o como
Mardoqueo (3:2–4) y tomar medidas no conforme a la ley.
En tal caso, tendremos que hacerlo como ellos: a sabiendas de que quizás tengamos
que atenernos a las consecuencias legales. En el caso de Ester, la ley prescribía la

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muerte. Iba a correr un alto riesgo. Pero, a pesar de sus reservas iniciales, estaba
dispuesta a asumir su responsabilidad moral, pasara lo que pasara. Decidió ponerse de
parte de Dios y de su pueblo, cualquiera que fuera el costo:
Al igual que les sucede a todos los seres humanos, Ester no estaba libre de
imperfecciones; pero, desde luego, nuestra heroína debe ser juzgada por la
acción valiente que realizó más que por los temores naturales contra los que tuvo
que luchar. El hombre temerario actúa sin miedo, pero el hombre valiente, a
pesar de él.
No podemos dejar de quedar conmovidos por la nobleza de las palabras de Ester, ni
de ver en ellas un anticipo de aquel mismo espíritu con que Jesús afrontó su cometido,
tomando la firme decisión de subir a Jerusalén para afrontar la muerte; en su caso, no
una muerte posible, sino una muerte segura, ya anunciada por los profetas conforme a
la predeterminada voluntad de Dios.
Asimismo, los que seguimos a Cristo nos hallaremos en situaciones de encrucijada
en las que tendremos que elegir entre nuestra propia comodidad y el cumplimiento fiel
de la voluntad de Dios. El hecho de que esta sea difícil, costosa o peligrosa, no justifica
nuestra cobardía o inhibición. Aunque tengamos que resolver finalmente nuestras
dudas, reservas o luchas internas, en realidad solo nos queda una opción viable: asumir
nuestro deber, confiar en el Señor y dejar en sus manos el desenlace.
Y Mardoqueo se fue e hizo conforme a todo lo que Ester le había ordenado (4:17)
Literalmente, el texto original dice que Mardoqueo cruzó e hizo… No queda claro si
lo que cruzó fue la plaza del mercado o el río que separa la acrópolis real de la ciudad
de Susa.
¿Ahora quién manda y quién obedece? Antes, Mardoqueo daba instrucciones a
Ester; ahora ella se las da a él. La relación que existe entre ellos es hermosa y ejemplar:
es una relación en la que ambos se sienten libres de expresarse con naturalidad, sin
rodeos y con franqueza. Pero esto es posible gracias al espíritu de sumisión y respeto
mutuos que la caracteriza.
Antes de dejar el capítulo 4, vale la pena observar que es un capítulo lleno de
ayunos, y esto contrasta con la nota dominante del ambiente del libro, que es de
banquete y de bebida. El libro comenzaba con un banquete, uno de los más fastuosos
del mundo antiguo, y terminará estableciendo la fiesta de Purim (9:19–22), una de las
más gozosas del calendario judío. En medio, están el banquete de la coronación de
Ester (2:18), la bebida del rey y de Amán (4:15), los dos banquetes organizados por
Ester para estos (5:5–6; 7:1–2) y el banquete de los judíos festejando el segundo
decreto real (8:17). Es como si la angustia del capítulo 4, reflejada en los momentos de
ayuno, pusiera de relieve el gozo y la celebración de la fiesta de liberación del capítulo
9, fiesta que, a su vez, supera en autenticidad e intensidad los ostentosos faustos de la
corte real; o como si la gloria de la liberación de los judíos fuera aún más hermosa a
causa de la oscuridad de los días de temor, lucha y fe que la precedieron.
La vida es una mezcla de luces y sombras, de unos momentos de aflicción y otros de
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gozo. No es cuestión de practicar la evasión, como Asuero y su corte, sino de ser


realistas y afrontar con fe los malos tiempos, confiando en la posterior liberación de
Dios. Los creyentes sabemos que el camino de nuestro peregrinaje atraviesa lugares
muy hermosos, pero que también contiene largos tramos cuesta arriba a través de
tierras áridas. Sin embargo, proseguimos en el camino creyendo que un día, por la
gracia de Dios, llegaremos a la plena gloria de Sión.
Esta mezcla de bien y de mal, de luces y sombras, está presente en nuestras fiestas,
sobre todo en la celebración de la mesa del Señor, en la que recordamos
simultáneamente la grandeza de nuestra liberación y la grandeza de la aflicción de
nuestro Salvador. Asimismo, aun en la celebración de las fiestas de Purim, había lugar
para el ayuno y la lamentación (9:31).
Y aconteció al tercer día… (5:1)
El ayuno de Ester y sus doncellas fue de tres días incompletos, porque al tercer día
Ester ya se presentó ante el rey. Esta, de hecho, era la manera normal de contar los días
en aquel entonces. Recordemos que Cristo fue crucificado en viernes y resucitó al tercer
día, que para nosotros sería el lunes, pero para los evangelistas fue el domingo: ¡el
viernes, el sábado y el domingo son tres días!
… que Ester se vistió con sus vestiduras reales… (5:1)
Ester podría haber seguido el ejemplo de Mardoqueo y comparecido ante el rey
vestida de luto, para así despertar su compasión. Pero esto habría sido una acción
doblemente ilegal (4:2, 11) y habría ofendido fácilmente al rey. Además, todo indica
que Asuero era la clase de hombre que se conmueve más fácilmente por la sensualidad
que por las lamentaciones. Si Ester, pues, no puede ganárselo apelando a su simpatía,
lo hará apelando a su amor al placer y a los sentidos. Se quitará la indumentaria del
ayuno, se arreglará y se vestirá con toda hermosura y majestad (literalmente, el texto
hebreo reza: se vistió con realeza; cf. 4:14), y así entrará embellecida y ensalzada por la
insignia de su dignidad real. Entonces, invitará a Asuero a un banquete con mucho vino,
por el que el rey siente predilección.
Posiblemente, pensara también que, si había de perecer, perecería con la dignidad
de una reina y no con el pobre atuendo de un mendigo. Decide, pues, acercarse con
confianza al trono con la esperanza de recibir misericordia (Hebreos 4:16).
… y se puso en el atrio interior del palacio del rey delante de los aposentos del
rey… (5:1)
Las excavaciones de Susa han confirmado la distribución de habitaciones y
departamentos descrita en este versículo: el amplio atrio interior, rodeado por hileras
de columnas, da acceso al aposento del trono y a las habitaciones reales (literalmente,
la casa del reino, la misma frase que la empleada en 2:13 y 16).
… y el rey estaba sentado en su trono real en el aposento del trono, frente a la
entrada del palacio (5:1)
Entre las excavaciones de Persépolis, se ha encontrado una representación en

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bajorrelieve del rey Darío sentado en su trono, con el cetro real en su mano. Detrás de
él, está su hijo, el príncipe Asuero, de pie. La escena que Ester vio tiene que haber sido
muy similar.
El aposento del trono, efectivamente, estaba frente a la entrada del palacio. Sin
embargo, no queda claro si la última frase se refiere a la dirección de la mirada del rey o
a la orientación del aposento.
Y cuando el rey vio a la reina Ester de pie en el atrio, ella obtuvo gracia ante sus
ojos… (5:2)
Las columnas del atrio no impedían ver al rey, ni que el rey viera a los presentes. Sin
embargo, la pequeña conjunción que abre este versículo, y que nuestra versión traduce
como “y”, parece indicar que Asuero no vio a Ester enseguida, pues suele indicar el
paso del tiempo. La idea es, probablemente, que Ester tuvo que esperar un rato en el
atrio antes de que el rey se percatara de su presencia. En ese caso, podemos suponer
que la espera la mantuvo en vilo.
De todas maneras, con estas sencillas palabras, el autor pone fin a nuestra tensión y
nos prepara para lo que será el feliz desenlace de la historia. Curiosamente, en vez de
seguir su habitual costumbre de limitarse a narrarnos los hechos externos, empieza, no
con la extensión del cetro ni con las palabras del rey, sino con el significado profundo y
psicológico de aquellos gestos: Ester obtuvo gracia ante sus ojos.
El texto no nos dice cuál fue la causa de que Asuero concediera su gracia a Ester.
Algunos suponen que fue la belleza física de la reina, lectura que encaja con el carácter
sensual del monarca. Sin embargo, la línea del pensamiento del propio texto sugiere
que la actitud de Asuero refleja también la voluntad soberana de Dios actuando sobre
el corazón del rey. Los judíos habían orado y ayunado; ahora, el Señor contesta. El que
cambia los tiempos y las edades (Daniel 2:21), el que movió el espíritu de Ciro para que
concediera permiso para la reconstrucción del templo (Esdras 1:1), ahora abre el
corazón y los ojos de Asuero para hacerle responder con gracia ante Ester.
Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; él lo dirige
donde le place (Proverbios 21:1).
El Altísimo domina sobre el reino de los hombres (Daniel 4:25).
… y el rey extendió hacia Ester el cetro de oro que estaba en su mano (5:2)
La extensión del cetro hacía que los guardias imperiales no intervinieran para
arrestar a la intrusa y servía como señal a Ester de que podía acercarse sin miedo al
trono.
Así se despeja la negra nube que amenazaba la seguridad de Ester. Se desvanece su
temor. Asuero puede ser voluble en sus gustos sexuales y caprichoso en sus decretos,
pero Ester ha ganado un lugar inamovible en su afecto: la gracia inicial que halló ante él
(2:17) no ha variado. No tenía que haber temido la reacción del rey.
Ester entonces se acercó y tocó el extremo del cetro (5:2)

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El gesto es entrañable. Aunque no tenemos ningún testimonio independiente


acerca de este uso del cetro, ni siquiera aquellos comentaristas que parecen buscar con
lupa cualquier cosa que pueda parecer una posible inexactitud histórica se atreven a
poner en entredicho la veracidad de esta frase. El cetro ha servido como símbolo de la
gracia real. Ester ahora se acerca y toca su extremo en señal de que se echa sobre esta
gracia y se aferra a la misericordia del rey. Es decir, el gesto indica humildad y súplica.
Y el rey le dijo: ¿Qué te preocupa, reina Ester? (5:3)
Además de extenderle el cetro, Asuero indica por medio de sus palabras que el
temor de Ester era infundado. Le habla con ternura y dignidad, con formalidad y
consideración, y con plena aceptación. Resalta y confirma a la vez su condición real
llamándola reina Ester (debe notarse que después, durante la intimidad del banquete,
el título es omitido; 5:6).
Su primera pregunta es, literalmente: ¿Qué a ti, reina Ester?, y nos recuerda la
pregunta dirigida por Jesús a su madre en Caná de Galilea: Mujer, ¿qué a ti y a mí? (Juan
2:4). En ambos casos, se trata de un modismo hebreo que suena abrupto y poco amable
a nuestros oídos, pero que en realidad indica consideración e intimidad.
¿Y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará (5:3)
Si la primera pregunta va dirigida hacia el bienestar general de Ester, la segunda se
dirige a la razón específica de su comparecencia.
El tono empleado por el rey en estas preguntas se deduce a través de la tercera
frase: “Te daré hasta la mitad de mi reino”. Aunque es cierto que se trata de un
convencionalismo empleado frecuentemente en aquel entonces, pero que nadie debía
tomar al pie de la letra, indica una plena disposición por parte del rey a querer
complacer a Ester (cf. 5:6; 7:2).
No es la única vez que Asuero emplea palabras tan generosas. Heródoto nos dice
que, años antes, concedió la misma promesa a su amante, Artaynte, y tuvo que afrontar
las consecuencias cuando ella pidió un manto que Amestris (Vasti) le había hecho con
sus propias manos.
Ester respondió: Si le place al rey, venga hoy el rey con Amán al banquete que le
he preparado (5:4)
La oferta del rey daba pie a que Ester se lo explicara todo allí mismo. Pero ella
decide moverse con toda cautela. Se ve que se presentó ante el rey con el plan de los
banquetes ya concebido. Es probable que el Señor lo hubiera puesto en su mente
mientras ayunaba y oraba. Como Amán (3:15), ella conoce bien las debilidades de
Asuero y sabe que será mejor presentar su petición cuando el rey esté de buen humor
después de una copiosa comida y, sobre todo, de mucha bebida. Por tanto, para
sorpresa nuestra, en vez de ponerse a interceder al rey por los judíos, le extiende una
invitación a cenar. Aparte de la cuestión de la estrategia que Ester perseguía, se trata
de un golpe literario de primer orden que nos obliga a esperar unos capítulos más hasta
ver cuál será la reacción de Asuero ante la petición.224
Sin duda, había una pluralidad de razones por las cuales demorar la petición y
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organizar la cena. Como ya hemos sugerido, era psicológicamente más apropiado


solicitar la ayuda del rey en la intimidad de un banquete que en la formalidad del
aposento del trono. El rey estaría de mejor humor y más dispuesto a concedérsela.
Además, aunque no son mencionados en el texto, sin duda había muchos siervos,
guardias y cortesanos presentes en aquel momento. El rey no solía sentarse en el trono
a solas y sin hacer nada. Mejor, pues, presentar la petición en la intimidad de un
aposento del palacio de mujeres y no en presencia de gente que podría influir
negativamente en su concesión.
La demora en la presentación de la petición tiene también otro efecto, imprevisible
para Ester, pero previsto y determinado por el consejo de Dios: permitir que Asuero
exaltara al judío Mardoqueo (capítulo 6) antes de enterarse de que los judíos eran el
pueblo que Amán había determinado destruir.
Pero, hablando de Amán, ¿por qué le incluyó Ester en la invitación? Parece ser que
buscaba un golpe de efecto del mismo tipo que ya hemos visto al preguntarnos por qué
decidió presentarse en el atrio interior y no en el exterior. El asunto era tan urgente que
había que arriesgarlo todo. Mejor que el enemigo estuviera presente, fuera acusado
abiertamente y tuviera que improvisar allí mismo la defensa ante las acusaciones, que
concederle tiempo para pensar bien sus respuestas y presentarlas a solas al rey. Mejor
que el rey viera el desconcierto de Amán y estuviera moralmente obligado a emitir
juicio en el acto, que darle la oportunidad de prevaricar o de someterse a la nefasta
influencia del enemigo. Sin duda, a Ester le resultaría personalmente más agradable
entrevistarse a solas con Asuero, pero habría sido dar ventajas al enemigo. La urgencia
de la situación le obligó a sacrificar su propia comodidad y elegir el camino más difícil.
Entonces el rey dijo: Traed pronto a Amán para que hagamos como Ester desea. Y
el rey vino con Amán al banquete que Ester había preparado (5:5)
La reacción del rey es justo la que habríamos esperado. Nunca podía resistirse a una
buena comilona. Aquel que se entrega a los deleites de la carne, pronto acaba
esclavizado por sus apetitos. Ester conocía bien a su marido y calculó bien su estrategia.
El rey contestó con impetuosidad, como si apenas pudiera esperar hasta que empezara
la celebración. Mandó llamar inmediatamente a Amán y, acto seguido, se dirigieron los
dos al banquete.
El hecho de que Asuero omitiera el título de reina al referirse a Ester indica
familiaridad y espontaneidad después de los discursos formales y públicos de los
versículos anteriores.
A partir de este momento, la voluntad de Ester está en alza. El afán del rey parece
ser hacer “como Ester desea” (literalmente, hacer la palabra de Ester).
Y mientras bebían el vino en el banquete, el rey dijo a Ester… (5:6)
El texto hebreo reza literalmente: Y en el banquete de vino, el rey dijo…
Probablemente, la referencia no es a la comida en sí, sino a la sesión de bebida que
solía seguir a continuación, cuando los comensales se retiraban de la mesa, se
reclinaban en sus lechos de oro y plata (1:6) y se dedicaban a beber vino, actividad que

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nunca escapa a la observación del autor.


¿Cuál es tu petición?, pues te será concedida. ¿Y cuál es tu deseo? Aun hasta la
mitad del reino, se te dará (5:6)
Las palabras del rey se revisten de poesía. Siguen el discurso lento y equilibrado y
las modulaciones elegantes de los mejores cánones de Oriente. Por segunda vez, el rey
le ofrece un cheque en blanco (cf. 5:3).
Respondió Ester, y dijo: Mi petición y mi deseo es: si he hallado gracia ante los ojos
del rey, y si le place al rey conceder mi petición y hacer lo que yo pido… (5:7–8)
Pero, asimismo, por segunda vez, Ester se resiste a revelar su petición hasta más
adelante. Ella también utiliza un lenguaje repetitivo al contestar (cf. 8:5), lenguaje que
se hace eco deliberadamente de los discursos del rey (y del comentario del autor, 5:2).
Esta ponderación puede parecernos excesiva, pero, sin duda, se corresponde con las
demandas del protocolo palaciego y, por otro lado, sirve como medio literario para
retardar la historia y hacer que nos intrigue su desenlace.
… que venga el rey con Amán al banquete que yo les prepararé… (5:8)
Nuevamente (cf. 5:4), las palabras de Ester nos llegan como un anticlímax que nos
mantiene en vilo. Justo cuando pensamos que ahora sí ha llegado el momento de
interceder por los judíos, Ester decide aplazar su petición. Su intuición femenina, detrás
de la cual vemos la mano providencial de Dios, le indicaba que aún no había llegado la
ocasión estratégica.
Estas palabras parecen ser una repetición del versículo 4. Pero hay una pequeña
variante: el primer banquete fue preparado para el rey (venga el rey al banquete que le
he preparado); el segundo para el rey y para Amán (al banquete que yo les prepararé).
Algunos comentaristas han visto en esto un intento por parte de Ester de despertar los
celos del rey, haciéndolo pensar que Ester considera a Amán tan digno de su
hospitalidad como el propio Asuero. Pero esta lectura quizás sea demasiado sutil. En
todo caso, podemos suponer que Amán se sintió halagado por este detalle (cf. 5:12).
… y mañana haré conforme a la palabra del rey (5:8)
La lentitud del discurso de Ester, unido a los sucesivos aplazamientos de su petición,
contribuye a la impresión de que esta no es urgente, impresión que Ester, sin duda,
transmite deliberadamente. Da a entender que el banquete ha sido para ella tan
placentero que le gustaría repetir la experiencia antes de revelar su petición. Así quita
leña a lo que podría haber sido interpretado como una molesta intrusión suya en la
intimidad del rey (4:11; 5:1) y demuestra que antepone los intereses del rey a los suyos
propios.
De hecho, en la providencia de Dios, la demora iba a tener grandes consecuencias
de diversos signos. En primer lugar, casi iba a dar lugar a que Amán tuviera tiempo para
acabar con la vida de Mardoqueo. Pero, en segundo lugar, iba a permitir que Asuero se
acordara de Mardoqueo y lo tuviera en estima justo antes de saber las malvadas
intenciones de Amán contra los judíos. Además, y en tercer lugar, iba a dar tiempo para

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que Amán construyera la horca que, preparada para Mardoqueo, sería, de hecho, el
instrumento de su propia destrucción.

Amán y Mardoqueo
Ester 5:9–6:13

Salió Amán aquel día alegre y con corazón contento… (5:9)


Amán estaba eufórico al salir del palacio. Le parecía que la fortuna le sonreía y
aplaudía todos sus proyectos. ¿Acaso podía haber alguien más afortunado en todo el
imperio: amigo del rey, invitado de la reina, ministro plenipotenciario? Además, estaba
aún bajo la influencia del vino: debe observarse que la frase traducida como con
corazón contento, es empleada en 1 Samuel 25:36 para describir la borrachera de
Nabal, el marido de Abigaíl. Así pues, se dirigió a su casa con ánimo doblemente alegre.
… pero cuando Amán vio a Mardoqueo en la puerta del rey y que éste no se
levantaba ni temblaba delante de él… (5:9)
Pero su felicidad pronto quedó truncada. Allí, en la puerta del rey, vio a Mardoqueo,
quien seguía en sus trece al no querer postrarse ante él. Desconocemos si Mardoqueo
aún vestía con saco y ceniza o si había dado por terminado su ayuno y ocupaba su
puesto habitual como funcionario real. Lo que sí sabemos (o, al menos, lo que Amán
creía cierto) es que Mardoqueo no solamente debería haberse postrado ante él
obedeciendo las instrucciones reales, sino que tendría que haber temblado ante él
como ser casi omnipotente que podía determinar el destino de los judíos. Pero
Mardoqueo no se inmutó. Lejos de caer temblando a los pies de Amán, rogándole
misericordia, ni siquiera se puso de pie como los demás.
¿Cómo es eso? ¿Cómo pudo Mardoqueo atreverse a no postrarse? Sin duda, porque
sabía que, en última instancia, la suerte de Israel no estaba en manos de Amán, sino en
las de Dios, y porque en ellas también dejaba su causa.
… Amán se llenó de furor contra Mardoqueo. Amán, sin embargo, se contuvo…
(5:9–10)
Por segunda vez (cf. 3:5), la provocación de Mardoqueo encendió la ira de Amán.
Sin embargo, de momento, con esfuerzo, logró controlar su furor. ¿Acaso se consoló
pensando que su enemigo pronto desaparecería por orden del decreto real y decidió
aguardar con paciencia el día de la venganza? Si fue así, sus buenas intenciones no
duraron mucho tiempo.
… fue a casa, y mandó traer a sus amigos y a su mujer Zeres (5:10).

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Amán determinó que el recuerdo de la insolencia de Mardoqueo no le aguaría la


fiesta. Quiso que sus amigos celebraran con él su exaltación. O sea, quiso hacer alarde
ante ellos de su grandeza. Por tanto, los mandó venir, juntamente con su esposa. Más
adelante (6:13) sabremos que estos amigos no eran otros que sus sabios, es decir, sus
consejeros políticos. Un hombre como Amán no consigue tener amigos que le amen con
devoción y afecto sinceros, sino únicamente personas que profesan amistad por
razones interesadas.
Curiosamente, el nombre Zeres aparece nada menos que con cinco variantes
ortográficas en las seis versiones antiguas de Ester de las que disponemos. Esta
diversidad se debe seguramente a la dificultad que ya hemos visto que tenían los
antiguos para transcribir los nombres persas al griego y al hebreo.
Entonces Amán les contó la gloria de sus riquezas, la multitud de sus hijos… (5:11)
El hombre sabio no se jacta de sus propias proezas, sino que las mantiene en
silencio: El hombre prudente oculta su conocimiento, pero el corazón de los necios
proclama su necedad (Proverbios 12:23). No así Amán. Se revela como una persona
orgullosa de sí misma, que se jacta de su prosperidad material sin darse cuenta de la
naturaleza efímera de las riquezas.
Notemos bien el orden de prioridades de Amán: parece que sus posesiones
materiales ocupan el primer lugar, por encima de sus diez hijos (9:7–10). O quizás
debamos leer la lista de sus proezas como si las enumerara “de menos a más”,
acabando con el broche de oro de la invitación de Ester.
Para los persas, como para los judíos (Salmo 127:4–5), la abundancia de hijos era
considerada una de las mayores bendiciones de la vida. Heródoto nos informa de que,
para los persas, después de la destreza en el uso de las armas, está considerado como la
mayor demostración de excelencia varonil el ser padre de muchos hijos. Todos los años
el rey enviaba ricos regalos al hombre que mostrase que tenía el mayor número de hijos,
porque los que más hijos tenían más fortaleza tenían.
… y todas las ocasiones en que el rey le había engrandecido, y cómo le había
exaltado sobre los príncipes y siervos del rey (5:11)
Cuando el texto de Ester nos comunicó por vez primera el engrandecimiento de
Amán (3:1), puede que nos diera la impresión de que ocurrió de la noche a la mañana.
Pero ahora entendemos lo que de hecho era razonable suponer: que la llegada de
Amán al pináculo del poder fue la culminación de todo un proceso de promoción en el
cual había ido subiendo peldaños de la mano de Asuero en muchos momentos distintos
(todas las ocasiones).
Amán no solamente describe con todo lujo de detalles las diferentes fases de su
promoción, sino que hace alarde especial de cómo ha sido exaltado por encima de las
familias más nobles del imperio. Aunque no lo sabemos a ciencia cierta, sus palabras
nos dan la impresión de que era un hombre cuya procedencia social era más modesta
que la de la aristocracia persa y que, acomplejado por ello, la causaba un perverso
placer verse exaltado por encima de los “mejores”. Seguramente, nadie le había

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enseñado que…
Delante de la destrucción va el orgullo,
y delante de la caída, la altivez de espíritu.
Mejor es ser de espíritu humilde con los pobres,
que dividir el botín con los soberbios (Proverbios 16:18–19; cf. 18:12).
Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra;
pero con los humildes está la sabiduría.
La integridad de los rectos los guiará,
mas la perversidad de los pérfidos los destruirá (Proverbios 11:2–3).
Y Amán añadió: Aun la reina Ester no permitió que nadie, excepto yo, viniera con
el rey al banquete que ella había preparado… (5:12)
Al expresar en términos negativos la invitación de Ester: “no permitió (literalmente,
no causó) que nadie, excepto yo, viniera”, Amán se coloca medallas que no se merece.
Sin decirlo explícitamente, da la impresión de que muchos solicitaron asistir al
banquete, pero que la reina dijo: No, sólo Amán. Es un detalle pequeño, pero delata la
egolatría de Amán y revela la manera sutil como consigue su propia promoción.
… y también para mañana estoy invitado por ella junto con el rey (5:12)
Amán está tan pagado de sí mismo que no sospecha ninguna intención adversa en
la nueva invitación de Ester. Para él, es normal que sea honrado así, dadas su elevada
situación política, su amistad con el rey y, por supuesto, su alta valía personal.
Sin embargo nada de esto me satisface mientras vea al judío Mardoqueo sentado
a la puerta del rey (5:13)
Había una sola nube que ensombrecía su horizonte. A pesar de su determinación
inicial a no permitir que nada le estropeara sus celebraciones, el fantasma de
Mardoqueo le perseguía.
La palabra hebrea traducida como no me satisface tiene un significado amplio que
varía según el contexto. En 3:8, la misma palabra aparece como no conviene, y en 7:4,
como no se podría comparar. En cada caso, la idea es que, al sopesar lo positivo y lo
negativo, predomina lo segundo. Amán, por tanto, estaba diciendo que su felicidad
ante su promoción política y ante las invitaciones de la reina quedaba menguada y
amargada a causa de la presencia en palacio de Mardoqueo. Encontraba que, en la
práctica, en absoluto le servía de consuelo saber que a finales del año Mardoqueo sería
eliminado juntamente con los demás judíos. El judío no se doblegaba ante él a pesar de
saber que tenía en su mano el futuro de la raza. Actuaba como si el inmenso poder del
valido no significara nada para él. A Amán, la irritación que le producía este desprecio le
resultaba insoportable.
El texto no dice explícitamente que Amán contara a sus amigos la insolencia de
Mardoqueo al no postrarse. ¿Se lo dijo? ¿O es que el antisemitismo estaba tan
extendido entre su círculo de amistades que bastaba con decir que Mardoqueo era

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judío para justificar su resentimiento?


Su mujer Zeres y todos sus amigos le dijeron… (5:14)
¿Para qué esperar hasta el 13 de Adar para ver eliminado a Mardoqueo? ¿Acaso no
goza Amán de mucha influencia con el rey? ¿Y no ha sellado Mardoqueo su propia
suerte negándose a obedecer el decreto real (3:2)? ¿No hay abundantes testigos para
dar fe de ello (3:3–4)? Que Amán solicite, pues, a Asuero que adelante la fecha de la
muerte de Mardoqueo. Que este sea ofrecido como víctima para escarmentar a los
demás judíos.
Haz que se prepare una horca de cincuenta codos de alto, y por la mañana pide al
rey que ahorquen a Mardoqueo en ella… (5:14)
En hebreo, la palabra traducida como horca significa literalmente árbol, pero se
empleaba para cualquier tipo de poste, mástil o palo de madera. Es otra de las palabras
que sirve para reforzar la unidad literaria del texto. Como en el caso del vino y de la
bebida, o de los banquetes y del ayuno, la horca aparece a lo largo de toda la narración.
Así se convierte en símbolo siniestro de la amenaza que planeaba sobre el pueblo judío.
Ya hemos visto cómo los eunucos rebeldes fueron colgados en una horca (2:23). La
horca seguirá persiguiendo a Mardoqueo (6:4; 7:9). Pero de hecho será el instrumento
para la muerte del propio Amán (7:9–10; 8:7) y de sus diez hijos (9:13, 25).
Mucho se ha escrito sobre la altura de esta horca, la cual algunos comentaristas
consideran inverosímil y una evidencia más del carácter ficticio del libro. Desde luego,
no era necesario que la horca tuviera veintidós metros de altura. Sin embargo, para los
persas el simbolismo de estas cosas era muy importante. Colgar a Mardoqueo en una
horca de tres metros comunicaría que Amán había logrado acabar con un enemigo de
poca entidad, pero hacerlo en una horca exageradamente alta, visible en toda la ciudad,
indicaría la eminencia de Mardoqueo y la suma gravedad de su rebeldía, y redundaría
en una mayor gloria de Amán.
Cuando Alejandro Magno (a la sazón, hecho más persa que los persas) quiso
celebrar dignamente la muerte de su amigo Hefestión, hizo construir una inmensa pira
fúnebre en forma de pirámide escalonada de unos sesenta metros de altura (o sea, tres
veces más alta que la horca de Amán), con todo el conjunto repleto de tallas de héroes
y bestias: proas de embarcaciones con figuras armadas y en medio banderas de fieltro
rojo que el calor creciente agitaría; a continuación, antorchas en espiral de seis metros
que sustentaban águilas; una escena de caza; una batalla de centauros; toros y leones
alternados; todo se hizo expresamente para que fuera el funeral más espectacular que
la historia conoce, y todo desapareció en la ceremonia de cremación. Recordemos,
asimismo, que la estatua de oro levantada por Nabucodonosor era de sesenta codos de
altura (Daniel 3:1). Una vez que conocemos el gusto babilónico y persa por lo
espectacular y entendemos que solían celebrar a lo grande sus actos ceremoniales, la
altura de la horca de Amán deja de parecer inverosímil.
… entonces ve gozoso con el rey al banquete (5:14)
Más aún que la altura de la horca, es la referencia al gozo en medio del asesinato lo
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que revela el carácter siniestro de la proposición de Zeres y los amigos. Ya vimos que,
después de decretar el genocidio de los judíos, Amán y Asuero se dedicaban a beber.
Ahora, con el mismo espíritu, Amán espera celebrar el asesinato de Mardoqueo
asistiendo al banquete de Ester.
Hay personas que disfrutan del mal ajeno, especialmente si recae sobre alguien que
les resulta antipático. Son personas que no conocen el amor, la paciencia o la bondad,
sino que se caracterizan por la jactancia y la arrogancia; se portan indecorosamente;
buscan lo suyo, se irritan, toman muy en cuenta el mal recibido; se regocijan de la
injusticia y no se alegran con la verdad (cf. 1 Corintios 13:4–6). Así era Amán.
Y el consejo agradó a Amán, e hizo preparar la horca (5:14)
Probablemente, aquella noche Amán no se acostó. Pasaría la noche dando
instrucciones a los carpinteros y supervisando la construcción del patíbulo.
Aquella noche el rey no podía dormir… (6:1)
En el capítulo 6, nos encontramos con una serie de “coincidencias”, eventos que
sugieren una clara intervención de la providencia divina sin que por ello resulten en
absoluto inverosímiles. Al contrario, están en perfecta consonancia con el carácter de
los personajes y fluyen naturalmente de la acción anterior.
La primera coincidencia es que, justo en vísperas de aquel día en que Amán pensaba
solicitar permiso para ahorcar a Mardoqueo, el rey sufrió insomnio. No podía dormir o,
como dice literalmente el texto hebreo, el sueño del rey huía (cf. Génesis 31:40).
Si es el Señor quien da sueño a sus amados (Salmo 127:2), podemos suponer que
también es él quien se lo quita, cuando quiere, a los que se oponen a sus propósitos. El
texto no lo dice explícitamente, pero la inferencia es obvia.
… y dio orden de que trajeran el libro de las Memorias, las crónicas, y que las
leyeran delante del rey (6:1)
La segunda coincidencia es que, para llenar las horas muertas en las que Asuero no
podía dormir, sus siervos le leyeron el libro de las Memorias (cf. 2:23). El texto hebreo
indica una acción continua; o sea, los siervos leyeron durante largo rato, quizás la
mayor parte de la noche.231
Como acabamos de indicar, no hay nada excepcional en la selección de la lectura. Es
la que esperaríamos del carácter egocéntrico de Asuero. No pidió que le leyeran las
crónicas de sus antepasados. Su lectura preferida versaba sobre sus propias proezas y
su propia gloria.
Y fue hallado escrito lo que Mardoqueo había informado acerca de Bigtán y Teres,
dos de los eunucos del rey, guardianes del umbral, de que ellos habían procurado
echar mano al rey Asuero (6:2)
La tercera coincidencia, dirigida claramente por la soberana providencia de Dios, es
que los lectores escogieran precisamente aquella parte de las Memorias que versaba
sobre la intervención de Mardoqueo para salvarle la vida al rey (ver 2:21–23).

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Y el rey preguntó: ¿Qué honor o distinción se le ha dado a Mardoqueo por esto?


(6:3)
Ya hemos tenido ocasión de comentar (ver 2:23) que Asuero era conocido por las
espléndidas recompensas que daba a aquellos que le brindaban alguna ayuda militar o
política. Cuidaba mucho su reputación y procuraba ganarse la lealtad de sus siervos
mediante la promesa de premios generosos. Heródoto menciona diferentes casos de
personas galardonadas así por el rey, entre otras una a quien incluyó en el registro de
los benefactores del rey, lo cual sugiere que, además del libro de Memorias, Asuero
tenía otros documentos que servían como fuentes para la promoción y los honores
concedidos a distintos siervos suyos.
Respondieron los siervos del rey que le servían: Nada se ha hecho por él (6:3)
Ahora, al intentar recordar el caso de Mardoqueo, al rey le surge la duda de que,
excepcionalmente, se trate de alguien a quien no ha compensado, y eso a pesar de que
Mardoqueo le había salvado la vida. Y, efectivamente, los siervos confirman que ha
habido una gran omisión.
Estos, que ostentan el título de siervos del rey que le servían, pertenecían
probablemente a cierta categoría de oficiales que, además de atender a las necesidades
personales del rey, hacían funciones administrativas y secretariales.
Entonces el rey preguntó: ¿Quién está en el atrio? (6:4)
La reputación del rey estaba en juego. Siempre había hecho alarde de ser generoso
con los que eran generosos con él. Algo había que hacer para salvaguardar su imagen.
Asuero intentó pensar en una recompensa apropiada, pero sentía la necesidad de algún
consejo ajeno. Por tanto, pidió a los siervos que averiguaran si alguno de los consejeros
reales estaba presente en el atrio.
Y Amán acababa de entrar al atrio exterior del palacio del rey, para pedir al rey
que hiciera ahorcar a Mardoqueo en la horca que él le había preparado (6:4)
Y ahora llegamos a la mayor coincidencia de todas las de este pasaje: en aquel
preciso momento, Amán acababa de presentarse en el atrio exterior (como ya hemos
explicado, parece que ni siquiera el valido del rey podía presentarse en el atrio interior
sin ser llamado). Es posible que él tampoco pudiera conciliar el sueño a causa de su afán
por ver resuelta la cuestión de la insubordinación de Mardoqueo. O, más
probablemente, como acabamos de sugerir, ni siquiera había intentado dormir, porque
estaba ocupado dirigiendo la construcción de la horca. Ya se había acabado la siniestra
obra. El patíbulo estaba preparado. Así que Amán se presentó temprano, con
antelación a la hora acostumbrada, a fin de asegurarse una entrevista con el rey antes
de que comenzaran los negocios del día.
Llegaba con la terrible intención de hacer ahorcar a Mardoqueo, pero justo en el
momento en que la providencia de Dios había preparado el terreno para la exaltación
del judío. Amán pensaba decir al rey: Aunque de aquí a algunos meses morirán todos los
judíos y, por tanto, desaparecerá el maldito Mardoqueo, sin embargo quiero pedirle a su

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Majestad que me conceda permiso para ahorcarlo inmediatamente, puesto que se niega
a acatar la orden expresa del rey, manteniéndose derecho cuando los demás se inclinan
ante mí. Pero, antes de que pueda comunicar su petición, el rey le dará instrucciones
muy distintas. La ironía de la situación es deliciosa: Amán ha hecho planes para la
destrucción de Mardoqueo; Asuero le mandará que sea el instrumento de su
exaltación.
Y los siervos del rey le respondieron: He aquí, Amán está en el atrio. Y el rey dijo:
Que entre (6:5)
Se ve que la presencia de Amán a horas tan tempranas asombró a los siervos del
rey, porque dicen he aquí, una expresión que suele expresar sorpresa. Además, Amán
estaba de pie en una posición que sugiere que esperaba expresamente poder
entrevistarse con el rey. Esta puede ser la fuerza del verbo (está) empleado en hebreo,
verbo flexible en su sentido exacto, pero con mayor fuerza que el verbo castellano. En
3:4, se traduce como ser firme y, en 7:7, como quedarse. Aquí sugiere la idea de estar
de pie esperando.
Al rey, la presencia de Amán le pareció sumamente oportuna. ¿Quién mejor que él
para dar un buen consejo en cuanto a premios y honores? Así pues, le mandó pasar.
Cuando Amán entró, el rey le preguntó: ¿Qué se debe hacer para el hombre a
quien el rey quiere honrar? (6:6)
La espléndida ironía de la narración sigue a lo largo de este capítulo. Debió
encandilar a los primeros lectores hebreos.
Asuero podría haber mencionado directamente el nombre de Mardoqueo o, al
menos, indicarle a Amán que el honor que quería conceder era para una tercera
persona y no para él. Pero, al emplear frases ambiguas, provocó en Amán los equívocos
que eran de esperar. ¿Acaso lo hizo Asuero a propósito? ¿Había llegado a cansarse de la
arrogancia de su valido? ¿Quiso ponerlo a prueba y ver hasta dónde llegaba su
vanagloria?
El verbo traducido como querer expresa un deseo intenso (en 2:14 se refiere al
deseo sexual), algo así como ¿qué se debe hacer para el hombre a quien el rey desea
honrar de una manera especialmente señalada?
Y Amán se dijo: ¿A quién desearía el rey honrar más que a mí? (6:6)
Contra su costumbre habitual, el autor revela el pensamiento íntimo de uno de los
protagonistas y nos cuenta lo que Amán dijo en su corazón. Pero notemos que se trata
del pensamiento del único protagonista de la historia que no puede haber hablado con
él para revelarle lo que estaba en su mente. ¿Debemos suponer, pues, que esta es una
invención del autor? Aunque lo fuera, no sería necesariamente evidencia del carácter
ficticio de la narración, pues no le habría resultado difícil imaginar cuáles debían ser los
pensamientos de Amán en aquellas circunstancias. Sin embargo, hay otra explicación
posible: Puede haber recabado la información, directa o indirectamente, a través del
rey. Nos parece más que probable que Asuero, cuando finalmente comprendió la
infamia de Amán, repasara las conversaciones con él y entendiera retrospectivamente
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sus motivaciones. Incluso podría ser que, en aquel mismo momento, algo en las
palabras o en la actitud de Amán hiciera comprender al rey la presunción, el egoísmo, la
soberbia y la peligrosa ambición de su valido. ¿Se dio cuenta entonces de que Amán
creía que él iba a ser el honrado afortunado y de que contestó pensando en sí mismo?
Desde luego, si ya se habían sembrado en la mente de Asuero semejantes semillas de
duda, eso ayudaría a explicar la prontitud con la que el rey iba a mandar su destitución
y su muerte (7:9). La caída de Amán será tan fulminante y precipitada que sugiere que
el rey había ya comenzado a abrigar serias dudas en cuanto a la honradez de su valido.
En todo caso, los pensamientos de Amán revelan su profundo engreimiento. No
puede imaginar que el afortunado sea otro sino él mismo y supone que el rey está
dándole discretamente la oportunidad de decidir la forma en que quiere ser honrado.
Su egolatría determina su respuesta: Piensa que está sacando tajada para sí mismo y se
sirve con toda generosidad.
Y Amán respondió al rey: Para el hombre a quien el rey quiere honrar, traigan un
manto real con que se haya vestido el rey… (6:7–8)
Creyendo, pues, que él mismo será el afortunado, Amán propone el honor más
extravagante imaginable, rayano en la impertinencia: Altivo, arrogante y escarnecedor
son los nombres del que obra con orgullo insolente (Proverbios 21:24).
Por tercera vez en sendas líneas se repite la frase el hombre a quien el rey quiere
honrar, o semejante. Es como si Amán mismo estuviera rumiando estas palabras,
deleitándose en ellas por considerar que él es aquel hombre. Se repetirá la frase tres
veces más en los versículos siguientes, convirtiéndose así en un estribillo que nos invita
a reflexionar sobre las diferencias de carácter y de motivación entre Amán y
Mardoqueo, y a plantear la pregunta: ¿Cuál de ellos es digno de ser honrado por el rey:
el favorito interesado o el siervo de Dios; aquel que acompaña al rey en sus banquetes y
borracheras, o aquel que está de luto?
¿Y cómo habrá recibido Asuero la recomendación de Amán, especialmente si
percibe que el valido supone que él mismo ha de ser el honrado? Una cosa es que el rey
comparta voluntariamente su gloria real con uno de sus siervos fieles y otra muy
distinta es que un siervo suyo quiera arrogarse esa gloria. Aquella nos recuerda el
espíritu de Cristo, deseoso de compartir con los suyos la gloria de su trono (Mateo
19:28; Apocalipsis 20:4; 22:5); esta, en cambio, encuentra su origen en la tentación
diabólica (Génesis 3:5). Pero esto es, precisamente, a lo que Amán aspira: a que el
honrado comparta la gloria del rey y sea percibido por la ciudadanía como revestido de
majestad. Vestir ropa del rey con el beneplácito real es un gesto que comunica
inequívocamente a todo el mundo que el afortunado es considerado por el rey como
alguien digno de compartir con él el gobierno y la majestad. ¿Acaso empieza Asuero a
ver que las ambiciones de Amán son desorbitadas y que, si no tiene cuidado, él mismo
será desbancado por su propio favorito? ¿Acaso aspira el propio Amán a compartir el
trono, no solamente en su calidad de ministro plenipotenciario y consejero predilecto
del rey, sino también recibiendo la aclamación pública de las multitudes?
Sea como fuera, lo que está claro es que a Amán le obsesionan las formas externas

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del prestigio social: los aplausos, la adulación y todos los aderezos públicos de la
majestad. Le fascina la idea de ponerse vestimentas regias y montar una cabalgadura
real. Podría haber pedido más riquezas, pero estas ya le sobraban y, como hemos
sugerido (3:9), no le interesaba el materialismo en sí. Lo que de hecho solicita es el
reconocimiento público de su casi igualdad con el rey.
… y un caballo en el cual el rey haya montado y en cuya cabeza se haya colocado
una diadema real… (6:8)
Existen esculturas de la época con representaciones de caballos “coronados”. La
diadema real se colocaba en las crines del caballo, las cuales eran atadas de forma que
la sujetaban.
Nuevamente, la idea de montar un caballo del rey sugiere que Amán aspiraba a
compartir honores reales. Cuando el anciano David quiso confirmar que su heredero
era Salomón, mandó que este montara públicamente en la cabalgadura real (1 Reyes
1:33).
… y el manto y el caballo sean entregados en mano de uno de los príncipes más
nobles del rey… (6:9)
Sin duda, al añadir esta nueva proposición, Amán esperaba completar y confirmar
su propia ascendencia sobre las viejas casas nobles de Persia. ¿Qué mejor manera de
hacerlo que conseguir que algún vástago de aquellas familias soberbias, que miraban
con recelo al valido advenedizo, fuera humillado públicamente debiendo proclamar la
grandeza de Amán por las calles de Susa?
… y vistan al hombre a quien el rey quiere honrar, le lleven a caballo por la plaza
de la ciudad y pregonen delante de él: “Así se hace al hombre a quien el rey quiere
honrar” (6:9)
El noble debe conducir al honrado hasta la plaza de la ciudad, es decir, no a la plaza
de la acrópolis, sino a la plaza principal de la población al otro lado del río. Así será visto
por un gran número de los habitantes de la capital. Todos tendrán que aclamarlo y
postrarse ante él.
En realidad, lo que Amán se propone es una caricatura grotesca (por inmerecida) de
aquel momento futuro en que el Señor Jesucristo será merecidamente homenajeado de
esta manera (Filipenses 2:9–11).
Entonces el rey dijo a Amán: Toma presto el manto y el caballo como has dicho, y
hazlo así con el judío Mardoqueo, que está sentado a la puerta del rey… (6:10)
Amán cae en sus propias redes. No solamente acabará muriendo en la horca que ha
preparado para Mardoqueo, sino que ahora sufre la humillación que había planeado
para las familias nobles de Persia. Él se contemplaba a sí mismo exaltado públicamente
por encima de la aristocracia más acreditada del imperio, pero, de hecho, sufre la
vergüenza que tenía pensada para ella. Él deseaba conseguir el homenaje y la
postración de Mardoqueo; ahora, tiene que concedérselos a él.
Y, para colmo de desgracias, la persona honrada no es otra sino el odiado judío

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Mardoqueo que está sentado a la puerta del rey. Esta última frase, que está sentado a la
puerta del rey, no es añadida por Asuero para informarle a Amán sobre dónde puede
encontrar a Mardoqueo, sino que equivale al título de funcionario real; es como si
Asuero dijera: Hazlo así con mi funcionario, el judío Mardoqueo. Amán ha llegado a
palacio con la intención de ahorcar a su enemigo; sale con la obligación de honrarlo.
… no omitas nada de todo lo que has dicho (6:10)
Esta insistencia del rey nos sugiere que ha empezado a sospechar el antagonismo
que existía entre Amán y Mardoqueo o que, al menos, ha percibido que la orden no era
del agrado de su valido. A lo mejor, Amán no pudo controlar sus emociones, sino que
registró en su rostro el fuerte disgusto que sentía. Y, desde luego, si el rey había llegado
a sospechar que Amán buscaba estos honores para sí y que su ambición estaba
resultando desorbitada, puede que hubiera una intencionalidad en sus instrucciones
dirigida hacia la humillación de su valido. Sea como fuera, no se apiadó de su ministro,
sino que insistió en el cumplimiento riguroso de todos los detalles. Incluso va a más.
Mardoqueo será conducido no por un vástago de alguna familia noble, sino por el
propio primer ministro.
Y Amán tomó el manto y el caballo, vistió a Mardoqueo y lo llevó a caballo por la
plaza de la ciudad, y pregonó delante de él: Así se hace al hombre a quien el rey
quiere honrar (6:11).
¡Con qué asombro tienen que haber visto los funcionarios la exaltación de
Mardoqueo a manos de Amán! Conocen bien el mortal antagonismo que existía entre
ellos (3:2–4). Ahora, de boca del propio Amán sale el anuncio: Mardoqueo es el hombre
a quien el rey quiere honrar. ¿Qué habrán pensado? Parece ser una clara indicación de
que Amán ha perdido puntos delante del rey; su fortuna está en declive, mientras que
la de Mardoqueo asciende. Esto les habrá parecido el comienzo de la caída del valido
(cf. 6:13). Seguramente, los funcionarios y otros ciudadanos tomaron buena nota y
determinaron ser más amables con el judío y distanciarse más del agagueo.
Especialmente, aquellos que habían acusado a Mardoqueo ante Amán tendrían que
rectificar posturas y desvivirse por ganarse la buena opinión del judío.
¡Qué amargura debió producir a Amán el cumplimiento de cada detalle de las
instrucciones del rey, dictadas por él mismo! Tuvo que rendir honores precisamente a
aquel odiado judío que se los había negado a él. ¡Qué hiel más amarga hubo de tragar a
cada paso! Sobre todo, ¡qué difícil le resultaría pronunciar las palabras de exaltación de
Mardoqueo! ¿Pero qué remedio le quedaba? No podía desobedecer las instrucciones
explícitas del rey, aun cuando sabía que el cumplimiento le ponía en ridículo ante las
multitudes.
Esta escena de la exaltación de Mardoqueo y la correspondiente humillación de su
enemigo nos evoca fuertes resonancias bíblicas. Nos recuerda a José, exaltado por el
Faraón (Génesis 41:39–44); a Daniel, librado del foso de los leones y vindicado de cara a
sus enemigos (Daniel 6:23–28); y, sobre todo, al Señor Jesucristo, Fiel y Verdadero,
exaltado por la mano del Padre, cabalgando sobre el caballo blanco, llevando muchas

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diademas y triunfando sobre la bestia y el falso profeta (Apocalipsis 19:11–21):


Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que
es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los
que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese
que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9–11).
¡Qué amargura experimentará el príncipe de este mundo al ver que todos se
postran ante Jesucristo en el día final! Y no podrá hacer nada para impedirlo, porque el
Rey de gloria es quien le exaltará.
Después Mardoqueo regresó a la puerta del rey… (6:12)
Mardoqueo no era un hombre arrogante. No explotó indebidamente su triunfo. No
exigió, como Amán, que todos los que pasaban se inclinaran ante él. Sabía que esta
exaltación suya solo era temporal y que no debía servirle como excusa para actuar con
prepotencia ante los demás siervos del rey. Volvió a asumir, pues, su posición habitual
como funcionario real.
… pero Amán se apresuró a volver a su casa, lamentándose, con la cabeza cubierta
(6:12)
En cambio, la amargura de Amán y su humillación pública no podrían haber sido
mayores. No deseaba ver a nadie, ni que nadie le viera a él. Quería esconderse ante las
miradas de los demás. Por eso, se cubrió el rostro y se dirigió rápidamente a casa. Así,
no vaciló en reconocer públicamente su dolor, porque cubrirse la cabeza era señal de
luto (cf. 2 Samuel 15:30; 19:4; Jeremías 14:3–4). Y, por supuesto, sabía de sobra que
sería inútil, después de lo ocurrido, pedirle al rey que le diera permiso para ahorcar a
Mardoqueo. La horca se alzaba ahora como monumento a su propia vanidad e
insensatez.
Y Amán contó a su mujer Zeres y a todos sus amigos todo lo que le había
acontecido (6:13)
Aquella misma mañana, Amán había salido de casa eufórico y decidido; ahora,
regresa humillado y con el ánimo por los suelos. Vuelve esperando recibir el consuelo y
el solaz de su esposa y de sus amigos. ¡Pero vaya consuelo le dan!
Entonces sus sabios y su mujer Zeres le dijeron… (6:13)
En realidad, como ya hemos dicho, no son amigos de verdad, sino consejeros
allegados a él por razones de interés político. Mientras su suerte siguiera en línea
ascendente, fingirían ser sus amigos (quizás, hasta creyeran serlo). Pero ahora, al intuir
la posibilidad de su caída, se vuelven “sabios” y se distancian de él en vez de ofrecerle la
simpatía de una amistad desinteresada. Le dicen la verdad (¿por qué no se la dijeron
antes?), pero le hablan con una franqueza brutal. Además, lo hacen como si ellos
mismos no hubieran tenido parte alguna en los planes contra Mardoqueo. No
reconocen que ahora sus consejos son radicalmente distintos de los del día anterior.

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Si Mardoqueo, delante de quien has comenzado a caer, es de descendencia judía…


(6:13)
Hablan como si no supieran antes que Mardoqueo era de descendencia hebrea,
cuando de hecho ya lo sabían: Amán mismo se lo había dicho en el 5:13.
… no podrás con él, sino que ciertamente caerás delante de él (6:13)
Es posible que entre los pueblos de Oriente Medio existiera la convicción de que los
hebreos gozaban de la protección especial de Dios. A pesar de sus muchas
tribulaciones, invasiones y exilios, habían logrado mantener su integridad e identidad
nacional. Era señal de una providencia especial. Ciertamente, el Dios de los cielos velaba
por ellos (cf. Josué 2:9–11; Ezequiel 38:23). Detrás del nuevo consejo “pesimista” de los
sabios, puede estar ese sentimiento popular. Los judíos no son como otros pueblos.
Están bajo la protección divina. Por tanto, cualquiera que se opone a ellos se condena a
una caída irremisible.
¿Cómo es que los amigos de Amán no habían percibido estas verdades el día
anterior? Suponemos que porque así funciona la mente supersticiosa. Mientras Amán
prosperaba, nadie cuestionaba el que el favor de los dioses descansara sobre él. Pero,
en cuanto empieza a caer, todo el mundo se vuelve sabiondo y critica su atrevimiento:
“¡Claro, era inevitable que cayera! Lo veíamos venir”.
Pero, más allá de esta volubilidad supersticiosa, existe una gran verdad bíblica:
Nadie se alza impunemente contra los siervos de Dios. Puede que el Señor permita el
sufrimiento y la persecución de su pueblo, pero, tarde o temprano, intervendrá para
castigar a los perseguidores y vindicar a los suyos. ¡Qué sabios somos, pues, si dejamos
en manos de Dios nuestra causa y confiamos en él! A nosotros, como a Mardoqueo, nos
corresponde vivir en fidelidad al Señor y a los valores de su reino; a él le corresponde
exaltarnos a su debido tiempo (Santiago 4:10; 1 Pedro 5:6).
El Señor empobrece y enriquece; humilla y también exalta. Levanta del polvo
al pobre, del muladar levanta al necesitado para hacerle sentar con los príncipes,
y heredar un sitio de honor… El Señor guarda los pies de sus santos, mas… los que
contienden con el Señor serán quebrantados; él tronará desde los cielos contra
ellos (1 Samuel 2:7–10).
Porque has guardado mi palabra y no has negado mi nombre… he aquí, yo
haré que vengan y se postren a tus pies, y sepan que yo te he amado (Apocalipsis
3:8–9).

La caída de Amán

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Ester 6:14–8:2

Aún estaban hablando con él, cuando llegaron los eunucos del rey y llevaron
aprisa a Amán al banquete que Ester había preparado (6:14)
A partir de este momento, la acción de la narración se desarrolla de una manera
acelerada. Los malignos planes que Amán ha tramado se le vuelven en contra y se
precipitan sobre él de una forma imparable. Incluso los eunucos enviados a su casa le
llevan a palacio “aprisa”. El texto nos da la impresión de que Amán se ve impotente
para impedir el desenlace. Está siendo engullido por el ímpetu de aquellas
circunstancias que él mismo ha puesto en marcha, sin tener tiempo para ajustarse a las
nuevas realidades. Ya no controla los acontecimientos, sino que es controlado por ellos.
Su caída no solo es cierta, como le habían dicho sus amigos (6:13), sino también
repentina y fulminante.
Es posible que el lenguaje del texto también sugiera que Amán, en su perturbación,
se ha demorado excesivamente conversando con sus sabios y, como consecuencia, no
está dispuesto, ni física ni anímicamente, para el banquete. No ha hecho los
preparativos necesarios. Se le ha hecho tarde. Corre el peligro de hacer esperar al rey y
a la reina. Todo le está saliendo mal.
Y el rey y Amán fueron al banquete a beber vino con la reina Ester (7:1)
Apresuradamente y sin aliento, pues, Amán llega al palacio y acompaña al rey a las
habitaciones de Ester. Suponemos que el rey iba con buen espíritu, pero Amán, de mal
humor.
También el segundo día, mientras bebían vino en el banquete, el rey dijo a Ester:
¿Cuál es tu petición, reina Ester? Te será concedida. ¿Cuál es tu deseo? Hasta la mitad
del reino se te dará (7:2)
Una vez acabada la cena, cuando los tres comensales están bebiendo juntos unas
copas de vino, Asuero repite a Ester sus palabras del día anterior. Esta vez, sin embargo,
vuelve al uso formal, llamándola reina Ester, quizás con la intención de reforzar su
dignidad y así darle confianza para formular su petición. Nuevamente, el lenguaje es
elegante, casi poético.
Esta tercera repetición de la promesa (5:3, 6; 7:2) sirve para reforzar la
determinación de Asuero de conceder la petición. Aunque la fórmula que el rey emplea
es convencional, le resultará difícil no cumplirla después de pronunciarla enfáticamente
en tres ocasiones delante de testigos.
Respondió la reina Ester, y dijo… (7:3)
Ha llegado el momento de la verdad. Ahora no se puede posponer más la petición.
Está en juego el destino del pueblo de Dios. Todo depende de la intercesión de Ester.
¿Estará ella a la altura de la ocasión? ¿Sabrá expresarse con claridad y con inteligencia,
aun sintiéndose indefensa ante el poderío del rey y atemorizada por la presencia del
enemigo?
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En aquel momento crucial, el Señor fortaleció a Ester para que pudiera contestar
con dignidad, pasión, elocuencia y contundencia. Recibió fuerzas para poder hablar con
la autoridad de una reina, y por ello el autor insiste en su carácter regio en este
momento y vuelve a llamarla la reina Ester.
Si he hallado gracia ante tus ojos, oh rey, y si le place al rey… (7:3)
Ester sigue el ejemplo del rey e inicia su discurso repitiendo sus palabras deferentes
del día anterior (5:7–8). Son palabras de humildad, dignas de una suplicante que sabe
que no goza de derechos propios, sino que depende totalmente de la misericordia del
rey. Son palabras que devuelven al rey su dignidad, lesionada por la prepotencia de
Amán. La serena mansedumbre de Ester contrasta vivamente con la arrogancia de
Vasti, algo que el rey no puede haber dejado de percibir y apreciar.
En contraste con Amán, Ester no pierde el norte al hablar, sino que mantiene su
dignidad y su respeto al rey. Aquel, llevado por la emoción de creerse el honrado del
rey, se había olvidado de las frases obligatorias de deferencia (ver 6:6–7); pero Ester,
aunque seguramente la emoción la embargaba, no se desvió del protocolo esperado,
sino que se expresó con elegancia, refinamiento y cortesía. Pero, a la vez, sus palabras
se revisten de intimidad: Ester suele emplear la tercera persona al dirigirse al rey (si le
place al rey, etc.), pero aquí, al llegar al momento de la verdad, como la única excepción
en todo el libro, emplea la segunda persona: ante tus ojos. Su discurso combina
dignidad real e intimidad conyugal.
… que me sea concedida la vida según mi petición, y la de mi pueblo según mi
deseo… (7:3)
Incluso cuando llega a la culminación de su discurso, no abandona el lenguaje
cortesano. Con frases bellamente equilibradas, comunica al rey que su petición y su
deseo son la salvación de su vida y la de su pueblo.
Al no entrar en más detalles, por supuesto, sus palabras despiertan en el rey más
preguntas que respuestas. Así gana su máxima atención y curiosidad.
Ester se menciona a sí misma en primer lugar no por egoísmo, sino para impresionar
al rey con la gravedad del complot: va dirigido nada menos que en contra de la vida de
la amada esposa del emperador.
… porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo… (7:4)
Con suma discreción, evita toda referencia explícita a la culpabilidad del propio
Asuero en torno al triste decreto de genocidio. Pero la mención de que el pueblo ha
sido “vendido” quizás aluda indirectamente a los diez mil talentos de plata prometidos
por Amán y aceptados por el monarca. De hecho, el verbo traducido como vender no
tiene siempre el significado literal de una transacción económica, sino que puede
significar entregar o traicionar, pero, dados los antecedentes, en este caso parece
sugerir el intercambio de dinero.
Con las entrañables palabras yo y mi pueblo, Ester delata finalmente su origen
étnico y se identifica como mujer hebrea. Como tal, está sujeta al decreto de Amán y se
encuentra bajo sentencia de muerte. A juzgar por las reacciones posteriores del rey,
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que se centran exclusivamente en la indignación sufrida por la reina (y no por los judíos
en general), este énfasis del discurso de Ester, al identificarse tan plenamente con la
suerte de los judíos, es lo que causó más impacto en el monarca.
… para el exterminio, para la matanza y para la destrucción (7:4)
El hecho de que Ester emplee precisamente los tres vocablos utilizados en el
decreto real (3:13) indica que sus palabras se hacen eco deliberadamente del texto
oficial. No quiere acusar a Amán de nada que el documento no diga explícitamente. Por
otra parte, el rey probablemente no habrá reconocido la procedencia de los tres
verbos, pero Amán, sin duda, sí, en cuyo caso habrá empezado a intuir lo que Ester está
a punto de revelar.
Y si solo hubiéramos sido vendidos como esclavos o esclavas, hubiera permanecido
callada, porque el mal no se podría comparar con el disgusto del rey (7:4)
Con estas palabras finales, Ester vuelve a demostrar una suma sensibilidad hacia las
prerrogativas del rey. De ninguna manera quiere causarle molestia. Sabe que, según el
protocolo palaciego, la comodidad del rey prima ante cualquier consideración de tipo
personal. Ella y su pueblo estarían dispuestos a sufrir toda clase de indignidad e
injusticia, hasta la esclavitud, con tal de no molestar al rey. Si ha intervenido, solo es
porque se trata de un asunto de vida o muerte.
Pero estas palabras sirven también para subrayar el tamaño del agravio implícito en
el decreto de Amán. El rey sabe perfectamente que cualquier ciudadano normal
apelaría ante él si fuera víctima de una sentencia injusta de esclavitud. Al decir Ester
que no lo habría hecho, llama la atención sobre el carácter absolutamente desorbitado
del genocidio.
La última frase, el mal no se podría comparar con el disgusto del rey, aunque su
sentido general es claro, ofrece varias dificultades para los traductores. La palabra
hebrea traducida como mal puede significar también enemigo (así es traducida en las
demás ocasiones en las que aparece en el Libro de Ester), y, si significa mal, no queda
del todo claro en este contexto quién está sufriendo el agravio. Por otro lado, la palabra
traducida como disgusto aparece solamente aquí en toda la Biblia y es de significado
incierto, si bien algunos escritos rabínicos apoyan la traducción de nuestra versión. En
total, de las seis palabras que forman la frase en hebreo, tres son de interpretación
dudosa. Esto explica las grandes diferencias encontradas en las versiones modernas. Por
ejemplo: el enemigo no podría compensar el daño (LBLA, margen); esa calamidad no
perjudicaría tanto al monarca (CI); ahora el enemigo no podrá compensar al rey por tal
pérdida (BJ); nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable (RV60 y RV95). En
todo caso, parece evidente que Ester está empleando uno de los dos argumentos
siguientes: o que algo tan “trivial” como la esclavitud no habría justificado el haber
molestado al rey, pero la muerte de todo un pueblo, sí; o, más probablemente, que la
muerte de los judíos lesionaría tan seriamente la economía y el bienestar del imperio,
que ni siquiera el dinero ofrecido por el “enemigo” (Amán) compensaría la pérdida. En
ambos casos, Ester indica que solo el interés del rey y del imperio podría haberle

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inducido a intervenir, y que, para ella, la vida humana vale más que el dinero.
Entonces el rey Asuero preguntó a la reina Ester: ¿Quién es, y dónde está el que
pretende hacer tal cosa? (7:5)
Literalmente, el texto hebreo dice que el rey Asuero dijo y dijo a la reina Ester.
Quizás la repetición del verbo se deba a un error de copista. O tal vez se trate de un
modismo hebreo y signifique: el rey Asuero interrumpió dirigiéndose a la reina Ester. O
quizás debamos traducirla: Entonces el rey Asuero habló y dijo a la reina Ester. La
pregunta del rey también es idiomática; literalmente significa: ¿Dónde está aquel cuyo
corazón se ha llenado para hacer tal cosa?; y tiene la fuerza de: ¿Dónde está el hombre
que se atreve a hacerlo?253
La sorpresa ha sido tan grande y la acusación de Ester tan repentina, que el rey aún
no ha tenido tiempo para reflexionar y descubrir por sí mismo quién es el culpable. De
hecho, por supuesto, él mismo es parcialmente responsable y se asombra de la
perversidad de la que él era culpable al consentir en firmar el terrible edicto contra los
judíos.
Y Ester respondió: ¡El adversario y enemigo es este malvado Amán! (7:6)
Llega el momento de máximo interés dramático de todo el libro. Señalando a Amán
con el dedo (así lo deducimos por el uso de la palabra este), pronuncia palabras
sencillas, llanas, claras y contundentes. Acusar al primer ministro y favorito del rey en
términos tan fuertes (¡este malvado!) comportaba, por supuesto, un gran riesgo. Pero
es justo lo que hacía falta. Ahora, le resultará imposible al rey vacilar entre las dos
opciones o intentar hacer componendas. O Ester tiene razón y Amán es malvado de
verdad, o no la tiene y debe ser destituida.
Es posible que las palabras adversario y enemigo sean sinónimas, empleadas solo
para mayor énfasis. Pero también lo es que se refieran a dos matices distintos: Amán es
adversario del pueblo judío, pero también es enemigo de los intereses del imperio y,
finalmente, del propio rey. Busca conseguir sus propias ambiciones egoístas. Procura
congraciarse con el pueblo y recibir sus aplausos (6:9). Está en peligro de alzarse como
rival de Asuero. Y todo el dinero que promete no puede compensar el desajuste social
que causará el genocidio de los judíos (7:4).
En un instante, se abren los ojos del rey. Ahora, entiende que Ester ha estado
denunciando la crueldad del decreto de genocidio. Descubre que el pueblo que iba a
ser liquidado son los judíos y que su amada reina estará entre las víctimas. Ahora, ve las
terribles manipulaciones a las que Amán le ha sometido.
Entonces Amán se sobrecogió de terror delante del rey y de la reina (7:6)
Amán, aún sin reponerse del disgusto de su conversación con sus amigos, cede ante
Ester. No tiene fuerzas morales para defenderse ante el rey, ni para fingir indignación
ante las acusaciones de la reina. Sus ánimos le fallan. En el fondo, es un cobarde que no
puede aspirar a la valentía de Ester y se deja dominar por el terror.257
Y dejando de beber vino, el rey se levantó lleno de furor y salió al jardín del

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palacio… (7:7)
Ciego de furor, con los nervios crispados y totalmente aturdido por el desarrollo de
los acontecimientos, Asuero sale de la habitación dejando juntos a los dos rivales.
Necesita tiempo para pensar. Está furioso con Amán, ¿pero cómo condenarlo por un
decreto que él mismo ha autorizado y firmado? ¿Cómo, pues, debe actuar?
De momento, sin embargo, a Ester no le queda del todo claro contra quién se dirige
la ira del rey. Ella puede haber dudado si el rey no estaría enfadado al descubrir que su
reina era de sangre hebrea. ¿Y si comparte el antisemitismo de Amán?
… pero Amán se quedó para rogar por su vida a la reina Ester, porque vio que el
mal había sido determinado contra él por el rey (7:7).
Amán, por su parte, no tiene ninguna duda al respecto. Entiende que él mismo es el
objeto de la furia real, pero no sabe aún hasta dónde alcanza esta y cuáles serán las
medidas que el rey tomará. Intuye que Asuero ha determinado “mal” contra él y que su
vida puede estar en juego. Desesperado, acude a la única persona capaz de ayudarle en
esa situación, a la reina, miembro de la raza odiada y despreciada. Y, en eso, su
humillación toca fondo. Bastante amargura le había causado tener que proclamar los
honores del judío Mardoqueo. Ahora se postra ante la judía Ester rogándole por su
vida.
Sin duda, el protocolo palatino exigía que Amán saliera del aposento nada más
ausentarse el rey. Las leyes del harén eran sumamente estrictas: ningún hombre podía
tener entrada a la presencia de alguna concubina real, y mucho menos a la de la reina,
quedando a solas con ella. Ni siquiera podía permanecer allí estando presentes los
eunucos. Pero la desesperación hizo que Amán descuidara el protocolo y esto selló su
suerte.
Cuando el rey volvió del jardín del palacio al lugar donde estaban bebiendo vino,
Amán se había dejado caer sobre el lecho donde se hallaba Ester (7:8)
Después de un rato, Asuero logra dominar su furia. Se ha serenado suficientemente
como para poder hablar con dignidad real sin perder los estribos. Así pues, vuelve a
entrar en palacio para tomar medidas contra Amán.
Este, al interceder ante Ester, ha asumido la postura habitual del suplicante: se ha
postrado delante de la reina. Pero ha tenido la mala fortuna de inclinarse sobre el diván
en que Ester estaba reclinada, probablemente besándole los pies en señal de súplica. La
postura de Amán es ambigua y se presta a malentendidos. Si era impensable que un
hombre se quedase a solas con la reina, era absolutamente insólito que alguien se
atreviera a tocarla.
Entonces el rey dijo: ¿Aun se atreve a hacer violencia a la reina estando yo en la
casa? (7:8)
El rey, ya furioso con su valido, no está en condiciones de darle un margen de
confianza al verle en esa postura, ni de escuchar sus razones, sino que se apresura a
sospechar lo peor: Amán no solamente ha procurado la muerte de Ester, Mardoqueo y
los demás judíos, sino que está intentando violar a la reina.
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Al salir la palabra de la boca del rey, cubrieron el rostro a Amán (7:8)


Al haber caído sobre el lecho de la reina, Amán sella su propia sentencia de muerte.
Ahora, ni siquiera Ester, aunque hubiera deseado hacerlo, sería capaz de salvarlo.
Los siervos presentes no esperan a que el rey les dé más instrucciones. La furia del
rey, el tono de su voz, la mirada de sus ojos, todo proclama que la muerte de Amán es
cosa decidida de forma irrevocable. Nada más escuchar la exclamación del rey, le
cubren el rostro en señal de que ha sido condenado al patíbulo.
Aparte de este texto, esta costumbre no es atestiguada por otras fuentes de la
época. Sin embargo, iba a ser costumbre entre los griegos y los romanos, lo cual hace
pensar que probablemente fuera practicada también entre los persas.
Entonces Harbona, uno de los eunucos que estaban delante del rey, dijo: He aquí
precisamente, la horca de cincuenta codos de alto está en la casa de Amán, la cual
había preparado Amán para Mardoqueo, quien había hablado en favor del rey (7:9)
La suerte de Amán ya estaba echada. Solo restaba determinar de qué manera
moriría. Entonces uno de los eunucos presentes (Harbona ha sido mencionado ya como
uno de los eunucos del círculo más íntimo de servidores del rey, en el 1:10) propuso al
rey el modo más conveniente y apropiado de acabar con el valido. Sus palabras indican
claramente dónde estaban las simpatías de los eunucos: Ester se ha ganado su afecto,
pero no así Amán.
En toda la ciudad de Susa, solamente el rey ignoraba la existencia de la horca.
Harbona, sin duda, se enteró de ella al ser informado por alguno de los eunucos que
fueron a buscar a Amán (6:14; o quizás él mismo fuera uno de ellos). Su comentario
adicional acerca de las maliciosas intenciones de Amán en contra de Mardoqueo no era
estrictamente necesario, pero, por si el genocidio planeado y el intento de violación no
fueran suficientes como para garantizar la eliminación del odiado valido, le recuerda a
Asuero que la víctima a la que Amán quería sacrificar en la horca no era otro sino el fiel
Mardoqueo al que el rey debía la vida.
Y el rey dijo: Ahorcadlo en ella. Colgaron, pues, a Amán en la horca que había
preparado para Mardoqueo, y se aplacó el furor del rey (7:9–10)
El desenlace del episodio es inmediato. El rey dicta sentencia y, acto seguido, esta es
cumplida. El autor subraya para nosotros la ironía de la situación: en su malicia, Amán
había preparado el patíbulo para acabar con la vida de Mardoqueo; ahora sirve como
instrumento de su propia muerte. Se trata de un buen ejemplo del principio enunciado
con frecuencia en las Escrituras: que Dios asegura que el hombre cosechará lo que
siembre.
El que cava un hoyo caerá en él, y el que hace rodar una piedra, sobre él
volverá (Proverbios 26:27).
El impío… ha preparado también sus armas de muerte; hace de sus flechas
saetas ardientes. He aquí, con la maldad sufre dolores, y concibe la iniquidad y da

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a luz el engaño. Ha cavado una fosa y la ha ahondado, y ha caído en el hoyo que


hizo. Su iniquidad volverá sobre su cabeza, y su violencia descenderá sobre su
coronilla (Salmo 7:12–16).
Se han hundido en el foso que hicieron; en la red que escondieron, quedó
prendido su pie. El Señor se ha dado a conocer; ha ejecutado juicio: el impío es
atrapado en la obra de sus manos (Salmo 9:15–16).
He visto al impío, violento, extenderse como frondoso árbol en su propio
suelo. Luego pasé, y he aquí, ya no estaba; lo busqué, pero no se halló… Los
transgresores serán destruidos a una, la posteridad de los impíos será
exterminada. Mas la salvación de los justos viene del Señor; él es su fortaleza en
el tiempo de la angustia. El Señor los ayuda y los libra; los libra de los impíos y los
salva, porque en él se refugian (Salmo 35–40).
Eliminado el objeto de su furia, el rey vuelve a la serenidad. La última frase nos
recuerda la calma que venció la tormenta una vez que Jonás fue sacrificado a las aguas
(Jonás 1:15).
Aquel mismo día el rey Asuero dio a la reina Ester la casa de Amán, enemigo de los
judíos… (8:1)
Según Heródoto, era normal en Persia que las propiedades de las personas
ajusticiadas revertieran a la corona. No debe sorprendernos, pues, que Asuero, y no los
hijos de Amán, disponga ahora de los bienes del valido muerto.
Por casa debemos entender todas las propiedades y posesiones de Amán. Es el
mismo uso que encontramos en Génesis 39:4, donde leemos que Potifar le hizo [a José]
mayordomo sobre su casa y entregó en su mano todo lo que poseía. Lo que había
pasado con José ocurre ahora con Ester, solo que recibe en sus manos las posesiones de
Amán no como mayordomo, sino como dueña absoluta.
La propiedad de Amán, pues, revierte a la corona conforme a la costumbre persa.
¿Pero qué es lo que impulsó a Asuero a entregarla a Ester? Puede haber sido
sencillamente a causa del sincero afecto que sentía hacia ella y en compensación por el
sufrimiento que Amán le había causado. O puede haber sido porque no le convenía a
Asuero que su consorte fuese conocida en el imperio como una mujer pobre y humilde
sin propiedades por derecho personal. ¿Pero acaso no habrán influido en el rey
también el reconocimiento de su propia culpa en el turbio asunto del decreto de
genocidio y el vivo deseo de enmendar la relación entre ellos? ¿No se habrá sentido
avergonzado por su negligencia al permitir el ascenso del perverso Amán? ¿Y no habrá
querido de alguna manera compensar a su esposa el perjuicio que ella ha vivido por
culpa suya?
Dada la inmensa riqueza de Amán (3:9), el regalo del rey a Ester puede parecer
desorbitado. Sin embargo, está en consonancia con otros regalos extravagantes que
hizo durante su reinado.

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… y Mardoqueo vino delante del rey, porque Ester le había revelado lo que era él
para ella (8:1)
Ahora empieza la ascensión de Mardoqueo, que llegará a su culminación al final de
este capítulo. Debemos recordar que, la noche antes del segundo banquete de Ester y
del ahorcamiento de Amán, el rey se había acordado de la lealtad de Mardoqueo y
había ordenado su exaltación pública. Aunque solo había sido una exaltación temporal,
sin embargo había demostrado el alto aprecio que Asuero concedía a su siervo. Ahora
se entera de que el hombre al que acaba de honrar no es otro que el padre adoptivo de
su esposa. ¡Una sorpresa agradable!
Pero la frase lo que era él para ella indica aún más que el parentesco; sin duda, da a
entender que Ester le habló a Asuero acerca de las cualidades y el carácter de su primo
y guardián, de su alta valía como consejero, de su lealtad como amigo, de su sensatez y
sabiduría, y de sus motivaciones desinteresadas y limpias en el servicio al rey. Nada más
natural, pues, que el deseo del rey de volver a ver a Mardoqueo y de entrevistarse con
él.
Sin embargo, es probable que la frase vino delante del rey indique algo más que una
mera visita social para que Asuero pueda conocer a su suegro; significa que Mardoqueo
fue exaltado introduciéndolo en el grupo selecto de cortesanos que veían el rostro del
rey (1:14) y tenían derecho de acceso a su presencia.
Entonces el rey se quitó el anillo que había recobrado de Amán, y se lo dio a
Mardoqueo (8:2)
Además, en la providencia de Dios, Mardoqueo se presentó ante el rey justo en el
momento en que este acusaba el vacío en el gobierno dejado por Amán. A pesar de los
intereses creados del valido y su tendencia a utilizar el poder para sus propios fines,
Amán había asumido con eficacia el peso del gobierno, dejando al rey en libertad para
despreocuparse por los asuntos de Estado y para dedicarse a los placeres palatinos.
Ahora, Asuero se enfrenta a dos opciones: asumir él mismo las cargas del gobierno del
imperio o encontrar a otro valido. Optó por lo segundo, lo que era de esperar.
¿Y quién mejor para asumir las responsabilidades de Amán que el fiel funcionario
Mardoqueo, cuyo parentesco con la reina le vinculaba estrechamente con los intereses
de la corona y cuya lealtad al rey ya se había demostrado de una manera
incuestionable? A nosotros puede parecernos prematuro el nombramiento de
Mardoqueo e irresponsable esta segunda entrega del poder del imperio en manos de
un valido poco experimentado después del fracaso de la primera, pero, desde luego,
está en consonancia con lo que sabemos acerca del carácter del rey y, esta vez, al
menos, el valido es una persona íntegra que actuará lealmente en beneficio del rey y
del imperio. Además, el traspaso de poderes no fue necesariamente una cosa impulsiva
e inmediata, sino, más probablemente, la culminación de un proceso de encuentros y
conversaciones que duraron días, si no semanas. Lo que ocurre es que el autor resume
la acción mediante esta breve frase, como lo había hecho previamente al describir la
exaltación de Amán (ver 3:1 y 5:11).

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En todo caso, ya fuera progresiva o repentinamente, Mardoqueo fue el nuevo gran


visir del imperio, con una autoridad solo inferior a la del propio rey. Por tanto, su
poderío es superior aun al de Daniel, que fue nombrado tercer gobernante de Babilonia
(Daniel 5:29) y uno de los tres funcionarios principales del imperio de Darío (Daniel 6:2).
Y, como en el caso de Amán, la concesión del anillo real de sellar significa que Asuero le
constituye virrey para todas las cuestiones del gobierno cotidiano y deja en sus manos
el desarrollo de los asuntos de Estado (cf. 3:10).
El paralelismo bíblico más cercano al caso de Mardoqueo (sin contar, por el
momento, con el caso del Señor Jesucristo) es, sin duda, el de José en la corte del
faraón (Génesis 41:38–44). En ambos casos, la exaltación del judío se debe a la
coincidencia providencial de dos cosas: la necesidad del rey, quien se encuentra en un
apuro sin saber cómo administrar sabiamente el gobierno del reino, y la aparición
oportuna de un siervo de Dios cuya integridad y cuyos dones le hacen idóneo como
primer ministro.
Y Ester puso a Mardoqueo sobre la casa de Amán (8:2)
Ester, por su parte, se encontró en la situación de ser la dueña de grandes
propiedades (sin duda, por primera vez en su vida), sin haber tenido ninguna
experiencia en la administración de tales bienes y, en su capacidad de consorte real, sin
muchas posibilidades de dedicar tiempo a su cuidado. Necesitaba a alguien que los
administrara en su nombre, ¿y quién mejor que su amado primo y padre adoptivo?
Puede haber habido otra motivación también en esta iniciativa de Ester. Los persas
concedían mucha importancia a las riquezas. Un primer ministro pobre sería
despreciado por la población. Convenía que Mardoqueo tuviera bajo su poder
posesiones a la altura de su nueva posición.
Así pues, en el espacio de unos pocos días o semanas, en vez de estar bajo sentencia
de muerte, Mardoqueo se encuentra como el amo de grandes propiedades y el árbitro
de los asuntos del imperio. La elevación y la vindicación del judío son tan completas
como estrepitosa fue la caída del agagueo.
¡Hay que ver cómo invierte Dios las posiciones de los soberbios y de los humildes!
Hacía solo veinticuatro horas que Amán, arrogante y confiado en su posición
preeminente en el reino, tomaba medidas para acabar para siempre con Mardoqueo.
Ahora, él mismo está acabado y Mardoqueo ocupa su lugar. Es todo un anticipo de
aquello que pasará un día con Jesucristo. El usurpador dejará de gobernar en este
mundo y en su lugar reinará nuestro Señor:
He aquí, viene con las nubes y todo ojo le verá, aun los que le traspasaron; y
todas las tribus de la tierra harán lamentación por él; sí, amén (Apocalipsis 1:7;
cf. Filipenses 2:9–11).
Y sus enemigos no solo se postrarán ante el Mesías, sino también ante el pueblo de
Dios:

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Rostro en tierra [los reyes de la tierra] te rendirán homenaje, y el polvo de tus


pies lamerán. Y sabrás que yo soy el Señor y que no se avergonzarán los que
esperan en mí… Vendrán a ti humillados los hijos de los que te afligieron, se
postrarán a las plantas de tus pies todos los que te despreciaban (Isaías 49:23;
60:14).

El decreto de Mardoqueo
Ester 8:3–17
Ester habló de nuevo delante del rey, cayó a sus pies, y llorando, le imploró… (8:3)
El enemigo ha sido destruido, pero no así los nefastos planes que había puesto en
marcha. Estos siguen en pie, tan irrevocables como las leyes de Media y de Persia (cf.
1:19; 8:8). A pesar de que Ester, durante el segundo banquete, había solicitado “la vida
de su pueblo” (7:3), el rey, aparentemente, no ha tomado ninguna medida para salvar a
los judíos, quizás por creer, erróneamente, que había resuelto ya el asunto haciendo
morir a Amán. Ha enfocado el asunto en términos del ultraje que representaba contra
la reina y ha procurado enmendar la situación dándole a Ester los bienes de Amán y
elevando a Mardoqueo al rango de primer ministro, pero estas cosas no solucionan la
amenaza contra los judíos. Por eso, era necesario que Ester siguiera intercediendo ante
él. No debía cejar en su empeño hasta ver invalidado el decreto de genocidio.
Desconocemos si emprendió esta nueva intercesión ante el rey por iniciativa propia
o a instancias de Mardoqueo. Tampoco sabemos por qué Mardoqueo mismo, como el
nuevo primer ministro, no tomó esta iniciativa en vez de Ester. Recibimos, si acaso, la
impresión de que fue un acto espontáneo de Ester, dictado por su genuina
preocupación por su pueblo. Tampoco sabemos si el hecho de que el rey extendiera su
cetro por segunda vez (8:4) implica que Ester volvió a presentarse en el atrio interior sin
solicitar de antemano una entrevista. Nuestro conocimiento de estas costumbres es
demasiado limitado como para poder aseverar nada con plena seguridad. Pero, si fuera
así, tendríamos que suponer que quiso comunicar mediante este acto la suma urgencia
y la gran trascendencia de su petición. Seguía tratándose de un asunto de vida o
muerte, por lo cual la reina debía actuar de una manera apremiante.
Aquí, la nobleza de la reina alcanza nuevas cotas. Su propia supervivencia personal
parece ya asegurada (ver 8:6); el rey tomará medidas para garantizar que no le pase
nada cuando llegue el día 13 de Adar. Si hubiera sido una persona egocéntrica, se
habría conformado con su propia salvación personal y con la muerte de Amán, y habría
dejado en manos del pueblo judío la supervivencia de la nación. Pero Ester es una
mujer leal y solidaria, comprometida firmemente con su propio pueblo a pesar de ser la

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reina de Persia.
Así pues, acude por segunda vez al rey no a causa de un sentimiento de necesaria,
pero ardua, obligación racial, sino por el amor profundo que sentía hacia los suyos. De
ahí sus lágrimas. A pesar de sus muchas tribulaciones, solo aquí, cuando se trata de
aflicciones ajenas, se nos dice que Ester lloró. De ahí también su postración, pues el
vocablo empleado en el texto original no es el habitual para indicar una sencilla
reverencia ante la majestad del rey, sino uno que se emplea frecuentemente para
indicar desmayo o fuerte emoción. Es el mismo vocablo empleado en el 7:8 cuando
Amán se desploma desesperado sobre el diván de la reina. La postración y el lloro de
Ester despertaron, ciertamente, la compasión del rey y le movieron a conceder poderes
para la resolución del genocidio; pero no debemos pensar que en aquellos momentos
Ester estuviera montando una escena teatral con el único fin de conmover al monarca.
Sus gestos son el resultado natural de una desesperación y un dolor profundamente
sentidos.
… que impidiera los propósitos perversos de Amán agagueo y el plan que había
tramado contra los judíos (8:3)
Otra consideración habrá influido, sin duda, en la decisión de intervenir
enérgicamente a favor de los judíos: el carácter notablemente voluble del rey. Asuero
se dejaba manipular fácilmente. Ahora mismo, siente un vivo resentimiento contra
Amán, a la vez que un avergonzado remordimiento a causa de su propia implicación en
el complot contra los judíos y una amorosa simpatía hacia la causa de Ester. Mejor
actuar, pues, sin demora alguna, no fuera que el rey cambiara de actitud. Además, la
enormidad del peligro que amenazaba a los judíos bastaba en sí para justificar una
nueva intervención de Ester sin dejar pasar más tiempo.
Extendió el rey hacia Ester el cetro de oro, y Ester se levantó y se puso delante del
rey… (8:4)
Por segunda vez, Asuero extiende su cetro en señal de aceptación, concediendo a
Ester el derecho a levantarse y hablar.
En el versículo 3, el autor ha resumido el contenido general de la segunda
intercesión de Ester. Ahora, en los versículos siguientes, entrará en mayores detalles,
citando las palabras exactas de la reina (8:5–6) y la respuesta del rey (8:7–8).
… y dijo: Si le place al rey, y si he hallado gracia delante de él, si el asunto le parece
bien al rey y yo soy grata ante sus ojos… (8:5)
Ester sigue dirigiéndose al rey con la debida humildad y respeto. Ni el triunfo moral
que ha conseguido sobre Amán, ni tampoco su nueva posición de poderosa
terrateniente dentro del imperio, alteran su habitual modestia y la deferencia que debe
al monarca.
De hecho, las frases deferentes son aún más complejas que en el 5:4, el 5:7–8 y el
7:3. Es como si, en la medida en que tiene que seguir insistiendo ante el rey, Ester
acusara cada vez más la sensación de estar causándole incomodidad y temiera el
peligro de extralimitarse, por lo cual se desvive por hacerle comprender que, lejos de
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contrariarlo, desea someterse a sus mejores criterios. Ahora, hace descansar su petición
sobre dos factores bien diferenciados: los intereses de Estado, de los cuales el rey es
árbitro (si le place al rey; si el asunto le parece bien al rey), y el afecto personal que él le
tiene a ella (si he hallado gracia delante de él; si yo soy grata ante sus ojos). Es decir,
Ester le está diciendo: “Por favor, hazlo por amor a mí, pero siempre que no vaya en
contra de tus intereses y de los del imperio”.
Por cierto, esas dos mismas condiciones valen en cuanto a nuestra intercesión ante
el Rey de reyes. Oramos siempre diciendo: Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y
oramos a sabiendas de que hemos alcanzado gracia ante sus ojos, porque hemos sido
hechos aceptos en el Amado.
… que se escriba para revocar las cartas concebidas por Amán, hijo de Hamedata,
agagueo, las cuales escribió para destruir a los judíos que están en todas las
provincias del rey (8:5)
Pedir la revocación de un decreto real era pedir algo imposible, porque, una vez
emitido, el decreto llegaba a tener categoría de ley persa irrevocable. Por tanto, Ester
no pide la revocación del decreto real, sino que da menor entidad al documento,
llamándolo las cartas concebidas por Amán. Pero, aun así, como veremos, lo dicho no
puede ser revocado; habrá que encontrar otra solución.
Si Ester menciona el parentesco y el linaje de Amán, posiblemente sea porque ya ha
explicado al rey la enemistad ancestral entre judíos y agagueos. Y la última frase, para
destruir a los judíos que están en todas las provincias del rey, vuelve a sugerir el
perjuicio que representaba para los intereses reales el complot de Amán. Además, cabe
notar cómo Ester sigue teniendo la perspicacia de absolver al rey de toda culpa,
colocándola sobre las espaldas del agagueo.
Porque ¿cómo podría yo ver la calamidad que caería sobre mi pueblo? ¿Cómo
podría yo ver la destrucción de mi gente? (8:6)
Si el versículo 5 ha revelado la inteligencia de Ester en su presentación de
argumentos persuasivos, el versículo 6 revela la profundidad de sus sentimientos.
Seguramente, fue la acongojada emoción de su esposa lo que conmovió a Asuero e hizo
que propusiera el segundo decreto (8:8).
Ester sigue expresándose mediante las frases elegantemente equilibradas que
aconsejaba el uso cortesano. Se sobrentiende que, si iba a ser testigo de la masacre de
sus compatriotas, ella misma estaría a salvo. Pero su exención de la matanza no es
ningún alivio si sobrevive solo para ver cómo su pueblo es destruido. Ella misma está
ahora en la cima de la gloria real: ha recuperado el pleno afecto del rey, recibe todos los
honores de su majestad y tiene riquezas suficientes como para satisfacer los gustos de
la joven más exigente. Pero está dispuesta a sacrificarlo todo por amor a otros. Tal es su
solidaridad con su pueblo.
Entonces el rey Asuero dijo a la reina Ester y al judío Mardoqueo… (8:7)
Evidentemente, Mardoqueo ha estado presente en toda esta escena y ha sido
testigo de la intercesión apasionada de su prima. El rey, pues, contesta a la petición de
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Ester dejando en manos del nuevo valido la resolución del asunto. Por eso se dirige a
los dos.
He aquí, he dado a Ester la casa de Amán, y a él le han colgado en la horca porque
extendió su mano contra los judíos (8:7)
Si no fuera por las palabras del versículo siguiente, podríamos leer esta primera
parte de la respuesta del rey como si fuera pronunciada con cierto tono de irritación o
molestia, como si dijera: “¿Qué más queréis? Os he dado riquezas y he hecho matar a
vuestro enemigo. ¿No he hecho bastante ya?” Pero, en realidad, expresan, no la
contrariedad del rey, sino su identificación con la petición.273 En señal de ello, les
recuerda lo que ya ha hecho a su favor. Las acciones hablan con más fuerza que las
palabras, y las del rey indican a Ester y a Mardoqueo su solidaridad con su petición y su
buena disposición hacia los judíos. Si ha tenido a bien conceder a Ester los bienes de
Amán y ha ahorcado a este por haber conspirado contra los judíos, evidentemente su
actitud hacia la protección de los judíos en lo sucesivo será positiva.
Vosotros, pues, escribid acerca de los judíos como os parezca bien, en nombre del
rey, y selladlo con el anillo del rey… (8:8)
Puesto que el rey no puede anular el decreto contra los judíos, concede poderes a
Mardoqueo y a Ester para publicar un nuevo decreto que sirva para contrarrestar los
efectos del primero. La ley no puede ser abrogada, pero sus consecuencias pueden ser
neutralizadas.
Las instrucciones del rey se hacen eco (seguramente con toda intencionalidad) del
lenguaje empleado en torno al decreto de Amán. También en aquella ocasión, Asuero
delegó en su valido la tarea de redactar el decreto, escribirlo en nombre del rey y
sellarlo con su anillo (3:11–12). Así, las nuevas instrucciones se ven aún más claramente
como la contrapartida de aquellas.
Los dos casos son similares a muchos efectos. En ambos, el rey delega en otros lo
que le incumbe a él: el vosotros es enfático en el texto hebreo: Yo, el rey, he hecho esto
y aquello (8:7); ahora vosotros escribid (8:8). En ambos, hay los mismos detalles acerca
de la redacción y el envío del decreto. Pero, en realidad, las similitudes no se pueden
comparar con los contrastes. En la primera ocasión, el rey sabía solo a medias lo que
estaba en juego. Ahora, aunque deja los detalles a Ester y Mardoqueo, indica
claramente cuál es el sentido en que deben actuar. En el primer caso se trataba del
genocidio de un pueblo. Ahora, se trata de su defensa y salvación.
Curiosamente, la solución que Asuero da al decreto de genocidio es similar a la que
Dios da al decreto de muerte eterna. La ley del pecado y de la muerte enunciada por
Dios proclama que el alma que peque, esa morirá (Ezequiel 18:4). Esa ley es irrevocable,
pues procede de un Dios inmutable cuya voluntad y cuya santidad son inamovibles.
Cualquier esperanza nuestra de salvación, por tanto, ha de depender no de la
abrogación de esa ley, sino de la promulgación de una nueva ley que neutralice sus
efectos. Y, efectivamente, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha libertado de la
ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Dios no revoca la primera ley (por eso, aun

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cuando Cristo está en vosotros… el cuerpo está muerto a causa del pecado; Romanos
8:10), sino que toma medidas para anular los efectos de aquella ley en todo aquel que
acuda a él pidiendo clemencia: ofrece a su Hijo para morir como nuestro sustituto,
redimiéndonos así de la maldición de la ley (Gálatas 3:13), y nos concede el don de una
nueva vida en el Espíritu, una vida exenta del pecado y, por tanto, de la condenación a
muerte.
… porque un decreto que está escrito en nombre del rey y sellado con el anillo del
rey no puede ser revocado (8:8)
Es difícil saber si el “decreto” al que el rey se refiere es el anterior de Amán o el
nuevo de Mardoqueo. ¿Quiere decir que no hay forma de revocar el decreto de
genocidio (por lo cual, Ester y Mardoqueo deben tomar medidas para neutralizar sus
efectos)? ¿O quiere decir que, puesto que el nuevo decreto saldrá en nombre del rey y
con su sello, será tan igualmente irrevocable como el anterior? No queda claro, pero en
cualquier caso el efecto es el mismo y ambas cosas son ciertas: el decreto de genocidio
no puede ser revocado, pero el nuevo decreto autorizando la defensa de los judíos
tendrá el mismo carácter irrevocable.
Y fueron llamados los escribas del rey en aquel momento en el mes tercero (es
decir, el mes de Siván), en el día veintitrés… (8:9)
No solo las instrucciones del rey se hacen eco de las seguidas por Amán, sino que la
descripción de las medidas empleadas para la redacción y el envío del nuevo decreto
imita el lenguaje empleado para los del anterior. En realidad, el texto de los versículos 9
y 10 es idéntico al del 3:12–15, con la adición o el cambio de los datos oportunos. Al
principio del versículo 9, lo que cambia, lógicamente, es la fecha. Han pasado dos meses
y diez días desde que Amán envió el primer decreto. Ahora, estamos en el mes de Siván
(mencionado aquí por única vez en la Biblia), es decir, en el mes de junio del año 474 a.
C.
… y conforme a todo lo que ordenó Mardoqueo se escribió a los judíos… (8:9)
Ahora, quien redacta el envío no es Amán, sino Mardoqueo. En política, ¡qué
rápidamente cambian las cosas!
La diferencia más notable entre ambos decretos es que este fue enviado, además
de a los oficiales del imperio, también a los judíos. Los más afectados por el decreto
serán los primeros en recibirlo.
… a los sátrapas, a los gobernadores y a los príncipes de las provincias que se
extendían desde la India hasta Etiopía, ciento veintisiete provincias… (8:9)
Aquí, el autor, además de citar las palabras del 3:12, añade frases procedentes del
1:11 (desde la India hasta Etiopía, ciento veintisiete provincias) a fin de refrescar nuestra
memoria en cuanto a la inmensidad del territorio que debe recibir el envío.
… a cada provincia conforme a su escritura, y a cada pueblo conforme a su lengua,
y a los judíos conforme a su escritura y a su lengua (8:9)

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Además de los idiomas oficiales de cada provincia y pueblo, esta vez se incluye la
traducción al hebreo. Es de suponer que la lengua oficial empleada en la provincia de
Judá era todavía el arameo y, por tanto, que no se empleó el hebreo en el primer
decreto. Pero ahora se incluye una traducción al hebreo en el envío a cada provincia
donde residían judíos.
Y se escribió en el nombre del rey Asuero y se selló con el anillo del rey… (8:10)
Siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Asuero (8:8), Mardoqueo empieza la
redacción diciendo que es un edicto dado por orden del rey, y la termina añadiendo el
sello real. Así, el documento se convierte en un decreto absolutamente vinculante y de
vigencia irrevocable.
… y se enviaron las cartas por medio de correos a caballo, que montaban en
corceles engendrados por caballos reales (8:10)
Por alguna razón no muy clara, el autor nos ofrece algunos datos adicionales acerca
de los caballos empleados por los correos reales. Algunos de los vocablos de esta frase
son oscuros: la palabra traducida como corceles, por ejemplo, es empleada en Miqueas
1:13 para referirse a los caballos de los carros del ejército, y en 1 Reyes 4:28 para los
caballos veloces importados por Salomón. Igualmente, la última frase se presta también
a ser traducida como nacidos de yeguas reales, o procedentes de los pastos reales. Pero,
sean cuales fueran los matices exactos de estas palabras técnicas, es evidente que el
autor mismo había quedado deslumbrado por la hermosura, vitalidad y velocidad de los
caballos utilizados por los correos. Posiblemente, también quiere indicar que
Mardoqueo cuidó mucho los detalles del envío del decreto a fin de asegurar que llegara
aun a los rincones más lejanos del imperio con la máxima rapidez.
En ellas el rey concedía a los judíos que estaban en cada ciudad el derecho de
reunirse y defender su vida… (8:11)
Las cartas con el texto del decreto otorgaban a los judíos el derecho de asamblea.
Podían “congregarse” (o “reunirse como congregación”) con el fin de organizar su
defensa.
Tal vez, esto significara que en cada ciudad se reunirían para evaluar los planes (si se
conocían) de sus enemigos o, como mínimo, para sopesar las probabilidades de ataques
enemigos y el poderío militar de sus adversarios. Luego tendrían que organizarse para
contrarrestar aquellas fuerzas y considerar cómo defender mejor a sus esposas y a sus
hijos.
… de destruir, de matar y de exterminar al ejército de cualquier pueblo o provincia
que los atacara… (8:11)
El lenguaje del decreto se hace eco del edicto de genocidio, hasta el punto de
repetir los mismos verbos (cf. 3:13; 7:4). Punto por punto, el nuevo decreto debe
corresponder y contestar al anterior.
El imperio persa se componía de un mosaico de pueblos, muchos de los cuales

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tenían sus propios reyezuelos (los príncipes del Libro de Ester) que rendían homenaje a
Asuero y tenían sus propios ejércitos. Evidentemente, los ejércitos imperiales bajo las
órdenes directas de Asuero no participarían en la matanza de judíos. Pero algunos de
los numerosos ejércitos nacionales o provinciales podrían hacer planes para participar.
… incluso a niños y mujeres, y de saquear sus bienes… (8:11)
Nuestra versión, como la mayoría, parece indicar que los niños y las mujeres fueron
incluidos en la orden de exterminio. Esto provoca la indignación de algunos
comentaristas (y la perplejidad de algunos lectores), porque parece indicar un
reprensible espíritu vengativo y una notable inhumanidad en el pueblo de Dios bajo el
antiguo pacto, que parece ansioso de asesinar a niños inocentes e indefensos. Pero,
antes de apresurarnos a juzgar en estos términos el decreto de Mardoqueo, debemos
tomar en consideración al menos cuatro factores.
En primer lugar, estas frases no hacen más que repetir palabras del decreto de
genocidio de Amán. Son textualmente iguales a las que encontramos en el 3:13. Es
decir, el rey concede a los judíos, punto por punto, las mismas prerrogativas que Amán
había conseguido para los enemigos de los judíos. Se trata de un acto de justicia, no de
una venganza sanguinaria. Además, el hecho de que el decreto real les conceda la
prerrogativa no significa necesariamente que los judíos fueran a valerse de ella (de
hecho, no iban a utilizar la cláusula que les concedía el derecho al botín; ver 9:10, 15,
16), sino solamente que podían salir a luchar en exactamente las mismas condiciones
que sus adversarios, sin estar en desventaja.
En segundo lugar, la inclusión de estas frases en este decreto puede haber tenido la
intención de servir más como escarmiento que como pronóstico de hechos reales. La
concesión a los judíos de este derecho contribuyó, sin duda, a frenar la participación en
el genocidio de muchas personas vacilantes que de otra manera habrían aprovechado la
ocasión para enriquecerse a expensas de los judíos, pero que ahora, ante el riesgo de
perder a sus familias y sus posesiones, decidirían quedarse en casa.
En tercer lugar, es necesario hacer justicia al lenguaje exacto del texto. La frase reza
literalmente: … a ellos [el ejército], con sus niños y sus mujeres; y depende, no del verbo
exterminar, sino del verbo atacar. La idea, pues, no es que los judíos entren en las casas
de sus enemigos para efectuar una matanza arbitraria de niños y mujeres (idea que, de
todas maneras, difícilmente habría sido aceptada por el rey), sino que tengan el
derecho a matar a todos los que les atacan a ellos, juntamente con sus niños y mujeres.
¿Atacarlos juntamente con sus niños y mujeres, o matarlos juntamente con ellos? La
primera idea no resulta inverosímil si tenemos en cuenta la costumbre persa de que los
soldados llevaran consigo a sus familias al campo de batalla.282 En todo caso, la frase es
suficientemente ambigua como para avalar las palabras de un comentarista: Sean
cuales fueren las objeciones éticas que se pueden alegar contra las acciones de los judíos
narradas en este libro, al menos no deben basarse en este versículo, porque ha sido
habitualmente malentendido.
Pero, en cuarto lugar, es posible que la referencia no sea a las mujeres y a los niños
persas, sino a los judíos. Uno de los comentaristas traduce este versículo de la manera

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siguiente: Por medio de estas cartas el rey permitió a los judíos, en todas las ciudades,
que se reunieran para destruir, matar y barrer a toda persona armada o a toda provincia
que pretendiera atacarlos a ellos, a sus hijos y esposas, con sus bienes como botín; y
luego puntualiza: Las cinco últimas palabras del texto hebreo del 8:11 no son una
paráfrasis del 3:13, dando permiso a los judíos para que se venguen de la misma manera
que planeaba hacerlo Amán, sino una cita del edicto original, contra el cual sus víctimas
pudiesen protegerse… por tanto, la única meta de los judíos era rechazar a los que
intentaran atacarlos a ellos, a sus mujeres y a sus hijos.
… en un mismo día en todas las provincias del rey Asuero, el día trece del mes doce
(es decir, el mes de Adar) (8:12)
Como en el caso del decreto de Amán (se ve que era una costumbre habitual de
aquel entonces), el de Mardoqueo fija una limitación temporal a la venganza (lo cual
obligará a Ester a pedir un día adicional para acabar con los enemigos de Susa). La
matanza suele engendrar una vendetta interminable (el odio entre Amán y Mardoqueo
es un buen ejemplo de ello). Con esta medida, los reyes daban rienda suelta a las
aspiraciones de venganza, limitando a la vez sus efectos dañinos para el reino. De
hecho, la limitación tiene al menos tres aplicaciones:
1. Hay una limitación temporal: al llegar la noche, los adversarios tendrán que deponer
las armas. Cualquier matanza posterior será castigada con todo el rigor de la ley
imperial.
2. Hay una limitación geográfica: no da tiempo a que los adversarios luchen en un
lugar en un momento y en otro lugar en otro. Casi son obligados a luchar allí donde
se encuentren y solo allí. Esto, a su vez, reduce la posibilidad de una concentración
de fuerzas en un lugar a expensas de otro.
3. Da la oportunidad a los que así lo deseen de esconderse durante la duración de la
matanza. Es difícil hacerlo indefinidamente, pero durante un solo día es más
factible.
Una copia del edicto que había de promulgarse como ley en cada provincia fue
publicado a todos los pueblos, para que los judíos estuvieran listos para ese día a fin
de vengarse de sus enemigos (8:13)
A Mardoqueo, le preocupa profundamente el hecho de que algunos grupos aislados
de judíos pudieran ignorar el nuevo decreto y, por tanto, no tomar medidas para
organizar su defensa. Le interesa que el decreto llegue a todos los pueblos del imperio,
aun a los más remotos. Por eso, utiliza los caballos más veloces. Y por eso, se asegura
no solo de que una copia del decreto llegue a cada pueblo, sino de que también sea
“publicado” (es decir, proclamado en voz alta por el pregón de cada pueblo) para que
todos se enteren.
Aquí, se nos dice explícitamente cuál es la finalidad de esta urgencia: dar tiempo a
los judíos para organizar su defensa, con el fin de que puedan hacer frente al enemigo
y, con la ayuda de Dios, vengarse de él. Notemos bien que los judíos no son los que van
a tomar la iniciativa, sino que van a defenderse contra aquellos que los ataquen a ellos.
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Se trata de una justa autodefensa, no de una venganza arbitraria.


Los correos, apresurados y apremiados por la orden del rey, salieron montados en
los corceles reales; y el decreto fue promulgado en Susa la capital (8:14)
Allí donde residía la mayor colonia de judíos, en la propia capital, el decreto fue
promulgado inmediatamente. Así pues, allí los judíos tuvieron unos ocho meses para
hacer preparativos. Pero en el resto del imperio era cuestión de depender de los
buenos servicios de los correos imperiales. Nuevamente, el autor quiere comunicarnos
la suma rapidez con la que el decreto fue enviado a las provincias. Se utilizó toda
expedición y premura para que ningún judío quedara indefenso en el día del ataque
enemigo.
Cabe preguntar (como de hecho lo hace algún comentarista) si la iglesia de hoy
tiene el mismo espíritu misionero que aquellos correos paganos. Ellos salieron con toda
rapidez llevando el decreto del rey de que los judíos se prepararan para el día malo.
Nosotros tenemos conocimiento de que se avecina un día mucho más terrible que el 13
de Adar y hemos recibido la comisión por parte de nuestro rey de salir por el mundo
advirtiendo acerca de la llegada de aquel día y con las buenas nuevas de las medidas
tomadas por el propio rey para la protección de su pueblo. ¿Pero salimos con el mismo
empeño que ellos?
Entonces Mardoqueo salió de la presencia del rey en vestiduras reales de azul y
blanco, con una gran corona de oro y un manto de lino fino y púrpura… (8:15)
En los versículos 9 a 14, el autor se ha adelantado en la narración de su historia,
contándonos cómo Mardoqueo puso por obra las instrucciones de Asuero acerca del
segundo decreto (8:8). Ahora, después de ese paréntesis, vuelve a la escena inicial
(8:1–8) para describir cómo salió del palacio el nuevo primer ministro y cómo fue
recibida por los judíos (8:16–17a) y por los gentiles (8:17b) la noticia de su ascenso y del
nuevo decreto.
¡Qué trastorno para los poderes imperiales! En el espacio de veinticuatro horas, el
odiado Amán ha caído y, en su lugar, ahora aparece Mardoqueo. El judío no ocupa
solamente la posición política de Amán, sino que ha recibido todos sus bienes. Además,
como indica este versículo, goza de todos los adornos y de la gloria social de su nueva
posición. Ha dejado de lado el saco y la ceniza, y viste ropa con los colores de la realeza:
vestiduras de azul y blanco (cf. 1:6) y un manto de lino fino y púrpura, símbolo de
distinción (Daniel 5:7, 29); y lleva una “gran corona de oro” que indica que su autoridad
y dignidad en el imperio se subordinan solo a las del rey.
Aquí, la palabra traducida como corona no es la misma empleada en otros lugares
(1:11; 2:17; 6:8) para referirse a las coronas llevadas por los reyes, sino la que se
emplea en varios lugares de la Biblia para indicar diferentes clases de diademas.
Podemos suponer, pues, que era un círculo de oro labrado, del estilo del utilizado por
las eminencias del imperio, no tan glorioso como la corona real, pero, en todo caso,
“grande”, indicando la exaltación de Mardoqueo por encima de todos menos del rey.
… y la ciudad de Susa dio vivas y se regocijó (8:15)
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Aunque el texto nunca lo haya dicho de una manera explícita, la impresión que
recibimos es que, mientras que Amán era odiado por grandes sectores de la población
debido a su arrogancia, Mardoqueo era popular a causa de su integridad. Por tanto, fue
aclamado y aplaudido no solamente por los demás judíos, sino por toda la ciudad de
Susa. Sin embargo, es probable que el regocijo de la capital se debiera no únicamente a
la exaltación personal de Mardoqueo, sino también a las buenas noticias del nuevo
decreto (aunque este no sea mencionado). Los judíos y sus amigos ya podían respirar
con alivio.
Por supuesto, esta frase debe ser leída en contraste con la última frase del 3:15: La
ciudad de Susa estaba consternada. Mientras que el decreto de Amán había provocado
una perplejidad dolorosa, el de Mardoqueo es motivo de alegría.
El regocijo de toda la ciudad habla elocuentemente acerca del alcance del buen
testimonio de Mardoqueo y de los demás judíos. Habían adquirido fama de ser
ciudadanos rectos y amables. Como consecuencia, y a pesar de ciertas actitudes
antisemitas diseminadas por el imperio, el decreto inicial había suscitado una profunda
consternación entre la población en general, mientras que, ahora, el nuevo decreto
despierta sinceras felicitaciones y gozosas celebraciones.
Para los judíos fue día de luz y alegría, de gozo y gloria (8:16)
Pero, naturalmente, la celebración era aún mayor entre los judíos. Para ellos, los
largos días de oscuridad habían acabado; ahora, gracias a las valientes gestiones de
Ester y Mardoqueo, comenzaba a brillar una luz de esperanza. El resultado en su estado
anímico fue el de despertar una alegría y un gozo tales que se sentían rodeados de
gloria. En vez de ser el pueblo despreciado y humillado de hacía unas horas, ahora se
veían a sí mismos reflejados en la vestimenta majestuosa de Mardoqueo.
Cuando describía la aflicción de los judíos ante la noticia del decreto de Amán (4:3),
el autor empleaba cuatro sustantivos: duelo, ayuno, llanto y lamento. Ahora, Dios ha
cambiado su lamento en danza, ha desatado su cilicio y los ha ceñido de alegría (Salmo
30:11). Por tanto, el autor vuelve a emplear cuatro sustantivos, pero esta vez para
describir su alivio: luz, alegría, gozo y gloria.
Aquí encontramos otro de los grandes principios que subyacen en la revelación
bíblica acerca de los propósitos de Dios para su pueblo, principio que alcanzará su
máxima expresión en el Día del Señor: puede que sea necesario que atravesemos
lugares de gran oscuridad, pero, a la larga, siempre llegará el momento de la vindicación
y la salvación.
El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de
alegría (Salmo 30:5).
Considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser
comparados con la gloria que nos ha de ser revelada (Romanos 8:18).
Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más
duelo, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21:4).

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En cada provincia, en cada ciudad y en todo lugar adonde llegaba el mandato del
rey y su decreto había alegría y gozo para los judíos, banquete y día festivo (8:17)
A medida que los correos iban llegando a las diversas ciudades y provincias, la
celebración de los judíos de Susa se hacía extensiva a todos los rincones del imperio. A
lo que ya hemos visto en el versículo anterior, ahora se añaden dos aspectos adicionales
de esta celebración. Por un lado, hicieron día de fiesta (cf. 9:19, 22), lo cual sugiere que
los amos gentiles recibieron la noticia con simpatía y comprensión, y estaban dispuestos
a conceder a sus empleados judíos un día de descanso para la celebración. Y, por otro,
organizaron comidas festivas. Nuevamente, sale el tema del banquete que tanto
abunda en este libro, pero, esta vez, contrasta con el ayuno que caracterizaba la
recepción del primer decreto (4:3).
Y muchos de entre los pueblos de la tierra se hicieron judíos, porque había caído
sobre ellos el temor de los judíos (8:17)
Con este versículo llegamos a uno de los textos más sorprendentes y significativos
del Libro de Ester. Esta es la única vez en todo el Antiguo Testamento en la que leemos
acerca de la conversión de gentiles al judaísmo, si bien es cierto que en varias ocasiones
sobrevino en distintos grados y a diferentes pueblos gentiles el temor a Yahvé: por
ejemplo, a los cananeos en Josué 2:9–11; a los marineros en Jonás 1:16; o a los ninivitas
en Jonás 3:5–10. Sin embargo, hacerse judío implica algo más que eso. De lo que se
trata no es, por un lado, la adquisición de una nueva identidad racial o de ciertas
costumbres sociales, ni tampoco, por otro lado, cierto temor al Dios de los judíos, sino
la plena conversión a Dios, a sus leyes y ordenanzas, la apropiación de las promesas del
pacto y la declaración pública de esta conversión mediante una identificación formal
con su pueblo.
Puesto que es un caso único en las Escrituras, algunos comentaristas se muestran
escépticos en cuanto a su veracidad histórica. Sin embargo, hacemos bien en notar que,
en tiempos del Nuevo Testamento, eran muchos los “temerosos de Dios”, gentiles
convertidos al judaísmo que seguían fielmente las costumbres, las leyes y las
ceremonias prescritas por Dios (ver, por ejemplo, Lucas 7:3–5; Hechos 2:9–11; 6:5;
10:1–2; 13:43), y que los propios judíos eran celosos en su labor de llevar la revelación
divina a los demás pueblos (Mateo 23:15; Romanos 2:17–20). ¿Cuándo empezó este
celo misionero entre los judíos? ¿Y cuándo empezó a haber una entrada tan grande de
prosélitos gentiles en el judaísmo? La respuesta bíblica es: en tiempos de Ester y
Mardoqueo, cuando el imperio persa tomó nota del buen testimonio de los judíos de la
diáspora. Si esta explicación no satisface a los escépticos, ¡que busquen una mejor!
Casi cinco siglos después de esta conversión masiva de gentiles, unos magos persas,
descendientes de la casta sacerdotal del imperio de los Aqueménidas, iban a viajar a
Jerusalén en busca del Mesías. La narración de aquel acontecimiento que encontramos
en el capítulo 2 del Evangelio de Mateo parecería inverosímil si no fuera por el hecho de
que la esperanza mesiánica había arraigado en Persia hacía muchos años. Según el
testimonio de textos cuneiformes babilónicos, los astrólogos del país tenían puesta su

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mirada, desde hacía largo tiempo, en un futuro rey salvador que debía aparecer en
occidente. ¿Cómo se originó aquella esperanza mesiánica tan extendida por entonces en
todo el ámbito del mundo antiguo? Sin duda, se debió en parte a que, en tiempos del
nacimiento de Jesús, aún existía una gran colonia hebrea en Persia, asentada allí desde
el exilio babilónico. Aquellos judíos llevaron a cabo una activa y eficaz propaganda
religiosa… mediante la cual se extendió también por todas partes la creencia en la
venida del Mesías. ¿Pero no puede haber contribuido también a esta expectación
mesiánica una larga tradición de simpatía hacia el judaísmo que encontró su primera
expresión en las conversiones en tiempos de Ester y Mardoqueo?
Debe observarse que, aun a estas alturas, cuando se hace referencia a la conversión
espiritual, el autor no nombra a Dios. Habríamos esperado que dijese: Se hicieron
judíos, porque había caído sobre ellos el temor de Yahvé. Pero, como siempre, prefiere
mantener su narración en lo estrictamente humano sin hacer explícita referencia
espiritual alguna. Lo cierto, sin embargo, es que difícilmente te haces judío a no ser que
llegues a temer al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Con todo, es probable que las conversiones se debieran a una variedad de
motivaciones y que fueran más o menos duraderas. Sin duda, algunos se convirtieron
por un auténtico temor de Dios al ver cómo había velado por su pueblo y al escuchar el
testimonio de sus vecinos judíos. Pero otros se declararían judíos para salvar el pellejo
ante las represalias de los judíos el 13 de Adar (por el temor de los judíos), mientras que
habría quienes lo harían por interés político al ver la ascendencia de Mardoqueo y la
simpatía del rey hacia los judíos. Puede que otros lo hicieran por intereses económicos
al ver cómo prosperaba la comunidad hebrea bajo el gobierno de Mardoqueo (10:3).
Como en el caso de toda profesión de conversión, solamente el paso del tiempo es el
que confirma o no su autenticidad. Como indicó Jesús en la Parábola del Sembrador
(Mateo 13:3–9, 18–23), la gente responde al evangelio de muchas maneras y por una
variedad de motivos. Pero, sin duda alguna, aquí encontramos el comienzo de un largo
y glorioso proceso de proselitismo judío que dio sus mayores frutos en tiempos de
Jesucristo y que, de hecho, ayudó a preparar el terreno para la extensión del evangelio
cristiano al mundo gentil.

La destrucción de los enemigos de los judíos


Ester 9:1–16

¡Qué importante es hacer justicia a las palabras finales del capítulo 8 antes de
proceder con el estudio del 9! El final de la historia de Ester nos introduce en un baño
de sangre en el cual los judíos se vengan de sus enemigos. Así, según el criterio de

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algunos comentaristas contemporáneos, el pueblo de Dios aparece como sanguinario y


vengativo, con conductas éticas inaceptables. Pero recordemos que hay otro lado de la
cuestión. Este mismo pueblo, a causa de su confianza en Dios, su renuncia a la
superstición y su rectitud moral, se ganó el afecto y la simpatía de sus vecinos, hasta el
punto de que muchos de ellos optaron por convertirse en judíos. Un pueblo minoritario
que consigue de tal manera la admiración de sus contemporáneos no puede ser malo
del todo. Desde luego, el comportamiento de los judíos no resultó ofensivo para sus
contemporáneos, ni siquiera para el propio rey (9:12). Tampoco hizo menguar la
popularidad de Mardoqueo (10:2–3). Si, pues, la venganza de los judíos merece nuestra
reprobación, al menos debemos aplaudir la constancia y eficacia de su testimonio.
¿Pero es justo acusarlos de sanguinarios y crueles? Quizás este sea el mejor
momento de abordar esta cuestión, antes de entrar en el texto de los dos últimos
capítulos.
Hoy en día, gracias en gran medida a la enseñanza cristiana sobre la gracia, la
misericordia, la compasión, la dignidad del ser humano y el carácter sagrado de la vida,
predomina en Occidente la idea de que debemos tratar a nuestros enemigos con
bondad y con generosidad. Todo concepto de venganza nos resulta repugnante y toda
práctica vengativa es indicio de un pueblo primitivo y retrógrado. Pero conviene
recordar que los dos verbos vengar y vindicar proceden de la misma raíz latina,
vindicare, y comparten un mismo concepto esencial: el de dar satisfacción a un agravio.
Casi damos por sentado que la venganza va acompañada siempre por un espíritu de
rencor y de odio, y que, en cambio, la vindicación representa el triunfo de la justicia y la
verdad. La vindicación nos parece algo bueno; la venganza, malo.
Tal actitud denota una gran ingenuidad. Porque ¿acaso podemos aprobar la
vindicación (y la compensación) de una víctima sin reprobar (y castigar) a su
perseguidor? ¿Y desde cuándo tiene la venganza que ir forzosamente acompañada por
el odio? ¿Desde cuándo tiene necesariamente que sobrepasar los límites de la justicia?
El verbo traducido como vengarse en la Biblia se suele asociar a la retribución justa de
Dios. Cae por su peso, pues, que, al menos en el habitual uso bíblico de esta palabra, no
existen connotaciones de odio y exageración, sino que se trata de la aplicación justa de
la equidad.
De hecho, el deseo de vindicación y la sed de justicia están estrechamente
relacionados con el deseo de venganza. Además, el anhelo de retribución y recompensa
justas nunca es percibido en la Biblia como cosa mala en sí, aun cuando se nos enseña
el camino más excelente del amor. Ciertamente, somos llamados a dejar nuestra
venganza personal en manos de Dios (Levítico 19:18; Deuteronomio 32:35–36;
Romanos 12:19–21) o en manos de los jueces como instrumentos suyos (Romanos
13:1–4), y, como seguidores de Jesucristo, debemos devolver bien por mal (Mateo
5:38–44; Romanos 12:17), a sabiendas de que hoy es día de salvación, no de venganza.
Pero el hecho de mostrar misericordia a los que nos agravian no significa que su agravio
quedará impune ni, por tanto, que sea malo desear que venga pronto el día de la
retribución.
Además, la Biblia indica claramente que Dios ha tenido a bien ordenar las
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sociedades por medio de gobernantes, puestos entre otras razones para organizar la
defensa del país contra sus enemigos, y por medio de jueces, puestos para dar el pago
al delincuente. Ni los unos ni los otros son infalibles. Al contrario, ellos mismos caen
frecuentemente en comportamientos injustos y tendrán que afrontar la retribución
divina. Pero, en un mundo caído, es mejor aguantar la justicia mediocre de gobernantes
falibles que sufrir la franca injusticia de una sociedad sin ley ni orden. Es aquí donde
necesitamos situar la legítima defensa propia de los judíos, autorizada por el rey Asuero
y organizada por el primer ministro Mardoqueo. Ellos dos, en este caso, son las
autoridades constituidas por Dios como vengadoras que deben castigar al que practica
lo malo (Romanos 13:1, 4). No haber tomado medidas contra los enemigos de los judíos
habría sido consentir una persecución injusta preparada por una mente perversa,
racista y opresora; habría sido condenar al genocidio a miles de víctimas indefensas. En
cambio, haberlas tomado constituye, no una aberración, sino una acción legítima que
tenía como objeto acabar con una ley injusta y violenta, y salvar de la extinción a todo
un pueblo.
En el mes doce (es decir, el mes de Adar), el día trece cuando estaban para
ejecutarse el mandato y edicto del rey… (9:1)
El autor pasa directamente del tercer mes al duodécimo, de Siván a Adar, saltando
por encima de los ocho meses intermedios, meses que suponemos habrán estado
llenos de las frenéticas actividades preparatorias de los judíos. Nos encontramos, pues,
en el fatídico día 7 de marzo del año 473 a. C.
La mención del mandato y edicto del rey es ambigua (quizás deliberadamente), pues
el rey ha promulgado dos y los dos iban a ponerse por obra; pero, por la frase que
sigue, vemos que la referencia primaria parece ser al decreto de genocidio.
… el mismo día que los enemigos de los judíos esperaban obtener dominio sobre
ellos… (9:1)
La táctica literaria del autor en este versículo es palpable. Amontona frases para
crear tensión y expectación, recordándonos lo que ya sabemos de sobra: que esta es la
fecha, ya establecida en el 3:13 y el 8:12, anhelada por Amán y por todos los
antisemitas del imperio, la fecha en que los odiados judíos dejarían de existir, la fecha
de la venganza de los amalecitas y de todos los demás pueblos que acariciaban una
enemistad ancestral contra el pueblo de Dios.
… sucedió lo contrario, porque fueron los judíos los que obtuvieron dominio sobre
los que los odiaban (9:1)
El autor empieza resumiendo la acción (9:1) para luego proceder a exponerla con
detalle (9:2–19). El resumen consiste en esto: que “sucedió lo contrario” de lo
esperado. Dios volvió a poner las cosas patas arriba. Ya lo había hecho en torno a la
enemistad personal de Amán y Mardoqueo: aquel murió en la horca preparada para el
judío, y este ocupó la posición suprema que antes ostentaba el agagueo. Ahora, la
providencia divina conducirá a la frustración los terribles planes de los genocidas y a la
vindicación y salvación de su pueblo. Las víctimas salen ilesas, mientras que los
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verdugos sufren la suerte que tenían preparada para ellas.


Se reunieron los judíos en sus ciudades por todas las provincias del rey Asuero para
echar mano a los que buscaban su daño… (9:2)
Al amanecer del día 13 de Adar, o quizás al atardecer de la noche anterior, los judíos
empezaron a poner en marcha los planes elaborados a lo largo de los ocho meses
anteriores. En primer lugar, se concentraron en sus ciudades, reuniéndose a fin de
pasar juntos el día fatídico y de permanecer unidos para bien o para mal. Haberse
quedado cada uno en su casa habría sido una invitación al saqueo y al asesinato. En
cambio, reuniéndose en grupos hacían más difíciles las agresiones de sus enemigos. La
fuerza está en la unidad y en la solidaridad. Los judíos, pues, hicieron piña.
Aunque el texto no lo dice explícitamente, podemos suponer que la reunión tuvo
dos finales: se juntaron las mujeres, los niños, los ancianos y los discapacitados a fin de
facilitar su protección; y se unieron los varones en edad militar a fin de hacer frente
común a sus enemigos.
Notemos bien quiénes eran estos enemigos. No consistían en aquellos que caían
mal a los judíos, sino en los que estaban tomando medidas decididas para llevar a cabo
el exterminio de los judíos y buscaban su daño. Nuevamente, el texto insiste en que la
iniciativa para las matanzas no salió de los propios judíos, sino que fue una medida
defensiva tomada en contra de los que les agredieron.
… y nadie podía oponérseles, porque el temor a ellos había caído sobre todos los
pueblos (9:2)
La reunión de los judíos fue masiva. No así la de sus enemigos. Aunque estos habían
contado con el apoyo mayoritario de la población, se desengañaron al llegar el
momento de la verdad.
Una cosa es salir a hacer “limpieza étnica” cuando cuentas con el apoyo y aun el
mandato de las autoridades civiles. Entonces, parece que todo el mundo está de tu lado
y que puedes hacerlo impunemente y con total garantía de éxito. Pero es muy diferente
cuando ha habido un cambio de gobierno y las autoridades ahora se solidarizan con las
víctimas. Sin duda, muchos de los que, en un primer momento, habían prometido
participar en la masacre, ahora buscaron alguna excusa para no tomar parte activa,
escarmentados por el “temor a los judíos”. Los enemigos, pues, en vez de constituir una
cómoda mayoría, se encontraron de repente como una pequeña minoría aislada,
demasiado comprometidos con el genocidio como para poder dar marcha atrás, pero
sin fuerza moral ni política alguna para poder inducir a los vacilantes a que los siguieran.
Detrás de esta caída de temor sobre los pueblos, es lógico ver el cambio de actitud
del rey, el cambio de gobierno en Susa y el cambio de instrucciones inherente al
segundo decreto. Pero, igualmente, hacemos bien en ver, más allá de estos cambios
sociopolíticos, la providencia de Dios como el primer origen de aquel temor.
Y todos los príncipes de las provincias, los sátrapas, los gobernadores y los que
manejaban los negocios del rey ayudaron a los judíos… (9:3)
Sin duda alguna, lo que determinó que la balanza se inclinara a favor de los judíos
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fue el apoyo que estos recibieron por parte de los oficiales imperiales. Nuevamente, el
texto recoge las tres categorías principales: los príncipes nativos, los sátrapas que
gobernaban las veinte satrapías del imperio y los gobernadores encargados de las
ciento veintisiete provincias. Pero, esta vez, se añade una mención especial de otros
funcionarios del Estado encargados de diferentes delegaciones y departamentos en las
provincias; o sea, oficiales, probablemente, del mismo rango que había ocupado
Mardoqueo hasta su exaltación.
… porque el temor a Mardoqueo había caído sobre ellos… (9:3)
El texto no intenta disfrazar el hecho de que los oficiales prestaron ayuda a los
judíos por interés personal. Era lógico: si aquel que ejercía el mando práctico sobre
ellos, el primer ministro, era judío, y si el propio rey era partidario de la causa hebrea,
no les interesaba ofender a los judíos, sino favorecerlos. Cualquier noticia que le llegara
a Mardoqueo acerca de sus actitudes o acciones antisemitas podía provocar su
destitución. Así pues, sin duda, muchos de los gobernantes, que de otra manera no
habrían vacilado en cumplir el primer decreto y en liquidar a los judíos de su territorio,
decidieron que, dada la preeminencia de Mardoqueo, les sería más ventajoso
solidarizarse con la causa hebrea y prestar ayuda moral y material a los judíos.
Naturalmente, gozando del apoyo de las autoridades civiles, los judíos pudieron contar
también con la simpatía y la ayuda de grandes sectores de la sociedad en general.
… pues Mardoqueo era grande en la casa del rey, y su fama se había extendido por
todas las provincias, porque Mardoqueo se hacía más y más grande (9:4)
La fama de Mardoqueo sigue en línea ascendente. Una cosa es ganarse el favor del
rey, y otra muy diferente, lograr mantenerlo durante un tiempo y conseguir que su
buena opinión se haga extensiva a las autoridades provinciales. En cuanto a honores
políticos, Mardoqueo había llegado a la cúspide del poder al ser nombrado primer
ministro; pero, en cuanto a la popularidad y a la eficacia en el gobierno que conlleva,
seguía subiendo peldaños.
Muchas veces, ocurre que, durante la fase inicial de un nuevo gobierno, o cuando
alguien parece destacar como el nuevo favorito del rey, la suerte parece sonreírle.
Ahora que no es peligroso hacerlo, todos se dedican a criticar al valido caído, todos
halagan al nuevo favorito e intentan introducirse en su círculo más íntimo. Por
supuesto, aún no ha tenido tiempo para cometer aquellos atropellos o patinazos
políticos que le granjearían el resentimiento de sus subordinados. Todo le va bien. Eso
le había pasado a Amán. Ahora, le pasa a Mardoqueo.
Podemos suponer que, a causa de su carácter noble y su política sensata,
Mardoqueo había de durar más tiempo en el poder que su antiguo adversario, pero, sin
duda, finalmente acabaría alejado también del poder. Lo importante, sin embargo, es
que, mientras tanto, la providencia divina se serviría de su posición para llevar a cabo la
salvación de los judíos.
Y los judíos hirieron a todos sus enemigos a filo de espada, con matanza y
destrucción; e hicieron lo que quisieron con los que los odiaban (9:5)
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Así pues, a causa de la desmoralización de sus enemigos y el apoyo de las


autoridades, cuando llegó el momento de la verdad, los judíos lo tuvieron fácil. No hubo
nadie capaz de resistir a su fuerza.
Hemos descrito el final del Libro de Ester como “un baño de sangre”, pero de hecho
hay claras limitaciones a la matanza llevada a cabo por los judíos. Para empezar,
observamos que, si bien el autor repite aquí dos de los tres vocablos empleados en el
decreto original (matar y destruir; cf. 8:11 y también 3:13 y 7:4), omite el más drástico
de ellos: exterminar. Es como si el autor deseara celebrar el carácter contundente de la
victoria de los judíos, pero teniendo cuidado de no atribuirles un espíritu despiadado ni
sanguinario. En los versículos sucesivos, veremos otras manifestaciones de la naturaleza
moderada y justa de la venganza de los judíos.
Asimismo, la frase hicieron lo que quisieron no indica necesariamente que dieran
rienda suelta a sus pasiones vengativas más bajas y reprobables; más bien, se trata de
una indicación clara de la política de no-intervención por parte de los gobernadores: los
judíos tuvieron vía libre para actuar contra sus enemigos, porque las autoridades
imperiales no intervinieron para impedírselo.
Todo parece indicar que, a pesar del elevado número de víctimas, estas fueron
relativamente pocas en comparación con las muertes que se habrían llevado a cabo de
haber prosperado el decreto de genocidio.
No se hace ninguna mención a las bajas sufridas por los judíos; pero esto no significa
necesariamente que no las hubiera. Aunque la victoria de los judíos fue contundente y
la matanza de sus enemigos abrumadora, sería inaudito que la comunidad hebrea
saliera de este trance completamente ilesa.
En Susa, la capital, los judíos mataron y destruyeron a quinientos hombres… (9:6)
Por otra parte, las víctimas eran “hombres”, es decir, varones. En ninguna parte hay
mención de mujeres o de niños. Aunque no podemos afirmarlo con absoluta seguridad,
el texto parece indicar que los judíos no se aprovecharon del permiso real para matar
también a las familias de sus víctimas. Y, por supuesto, la matanza de los varones
tampoco fue arbitraria: como el autor acaba de señalar (9:5), destruyeron solamente a
sus enemigos y a los que los odiaban.
… también a Parsandata, Dalfón, Aspata, Porata, Adalía, Aridata, Parmasta,
Arisai, Aridai y Vaizata, los diez hijos de Amán, hijo de Hamedata, enemigo de los
judíos… (9:7–10)
Ahora, por primera vez, nos enteramos del número (diez) de los hijos de Amán y de
sus nombres. Estos aparecen con muchas variedades en las versiones antiguas, una
nueva evidencia de la dificultad de transferir a otras lenguas los nombres propios de los
persas. Varios comentaristas han señalado el parecido entre estos nombres y otros
hallados en restos arqueológicos.
Los diez murieron y, con su muerte, el linaje de los amalecitas desaparece de las
páginas de la Biblia y de la historia. Sin duda, fueron liquidados por los judíos en
cumplimiento de las palabras de Moisés en Deuteronomio 25:19: Borrarás de debajo

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del cielo la memoria de Amalec; no lo olvides. Pero, sin duda también, tuvieron que
morir porque compartían los prejuicios antisemitas de su padre, salieron en contra de
los judíos y tenían la intención de perpetuar la enemistad ancestral de los amalecitas.
Naturalmente, querían vengar la muerte de su padre y recuperar sus posesiones y su
herencia, y, posiblemente, aspiraban a conseguir para su familia la posición
preeminente que Amán había ostentado en el imperio. Su muerte, pues, no refleja un
injustificado afán de venganza y crueldad por parte de los judíos, sino una medida
necesaria para la supervivencia del pueblo de Dios.
… pero no echaron mano a los bienes (9:10)
Nada menos que en tres ocasiones (9:10, 15 y 16), el autor enfatiza que los judíos
no quisieron apropiarse los bienes de sus enemigos. En esto se desviaron radicalmente
del ejemplo de sus contemporáneos, quienes no solían vacilar en capturar todo el botín
que podían. ¿Por qué tuvieron esas reticencias? ¿Cómo explicar su decisión, tomada a
pesar del permiso expreso del rey (8:11)? Podemos aducir al menos tres razones
diferentes. Posiblemente, cada una de las tres estuviera presente en el sentir de los
judíos.
En primer lugar, era cuestión de rectitud moral y de testimonio público. No querían
que nadie del imperio pudiera dudar de la pureza de sus motivaciones. No era en
absoluto por afán de lucro por lo que salían contra sus enemigos, sino solamente como
acción destinada a asegurar la continuidad de su pueblo ante las amenazas de sus
enemigos. Era una acción defensiva. La captura del botín podría haber dado otra
impresión a sus vecinos.
En segundo lugar, existían destacados precedentes bíblicos que quizás desearan
imitar. Cuando Israel entró por primera vez en la Tierra Prometida, Dios les había
prohibido que tomaran botín de las ciudades de Jericó y Hai (Josué 6:18–19). Aun antes,
Abraham no quiso tomar para sí nada del botín de los diez reyes (Génesis 14:21–23). Si,
pues, los judíos del reinado de Asuero siguen el ejemplo de sus antepasados, podemos
suponer que se debió a que vieron en su victoria otro ejemplo más de la providencia de
Dios en la protección de su pueblo y el castigo de sus enemigos. La vindicación de los
judíos y la fulminación de sus enemigos se debían, en última instancia, a Dios, quien se
había servido de ellos para eliminar a personas perversas y malvadas que se alzaban en
su contra. Se trataba de una guerra santa. Si, pues, la batalla y la victoria eran de Dios,
el botín también le pertenecía. Era sagrado e intocable.
Pero es posible, en tercer lugar, que los judíos tomaran en consideración otra
cuestión. Puede que pesara en su mente, aún más que estos casos sublimes de
Abraham y de los israelitas, el mal ejemplo de Saúl. Este, en su lucha contra los
amalecitas, en aquella misma lucha que había dado origen a la enemistad entre
Mardoqueo y Amán, había desobedecido las instrucciones específicas de Samuel,
escogiendo para sí animales selectos del botín, y después había intentado justificar su
acción ante el profeta aduciendo torpes excusas y mentiras (1 Samuel 15:17–23). El
comienzo de la enemistad entre judíos y agagueos, por tanto, se había caracterizado
por el desacato de las órdenes explícitas de Dios de no tocar los bienes del enemigo; los

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judíos entienden ahora que el ciclo debe cerrarse por su parte con una decisión
voluntaria de desagravio de la ofensa de Saúl, negándose a tocar los bienes de los
seguidores y herederos espirituales de Agag.
En todo caso, parece evidente que los judíos actuaron motivados por el temor de
Dios y por el deseo de dar buen testimonio ante sus vecinos. La decisión de no
enriquecerse a expensas de sus enemigos haría impacto, sin duda, en aquella sociedad
acostumbrada a que el triunfo militar fuera acompañado siempre por el saqueo de
bienes. Los persas tomarían nota de la abnegación y la rectitud moral de los judíos, y
esto muy bien puede que contribuyera a aquella conversión de muchos ya mencionada
en el 8:17.
Aquel mismo día comunicaron al rey el número de los que fueron muertos en Susa,
la capital (9:11)
Al concluir el día, los oficiales de Susa informaron al rey acerca del número exacto
de muertos en la capital. Naturalmente, la información proveniente de los lugares más
lejanos del imperio tardaría aún semanas en llegar.
Y el rey dijo a la reina Ester: En Susa, la capital, los judíos han matado y
exterminado a quinientos hombres y a los diez hijos de Amán. ¡Qué habrán hecho en
las demás provincias del rey! (9:12)
Muchos comentaristas suponen que Asuero pronunció estas palabras con una
mezcla de desesperación y de espanto. En tal caso, tienen que suponer que el rey
estaba dominado completamente por su esposa y por su primer ministro, y que la
matanza se había cumplido en contra de su voluntad.
A nosotros nos parece que el tono de voz con que Asuero se dirige a Ester no refleja
ni consternación ni entusiasmo, sino que se trata de una sencilla comunicación de
datos. Posiblemente, existiera en el ánimo del rey la intención de felicitar a la reina por
el gran éxito del día y por la salvación de su pueblo, además de una nota animadora de
asombro al imaginarse el gran número de muertos que habría habido en provincias.
Debemos recordar que, mientras siguieran en pie los dos decretos, la victoria de los
judíos no estaba asegurada. Sin duda, Ester y Asuero se pasaron el día en vilo, a la
espera de posibles malas noticias. Y todavía seguirían en vilo hasta recabar la
información de las provincias. El rey, pues, intenta calmar los temores de su esposa,
diciendo que, si los judíos se han defendido con tanto éxito en la capital, su victoria no
será menos contundente en el resto del imperio.
En todo caso, parece que el rey estaba tan identificado con la causa de su esposa
que asimiló la noticia sin contrariarse. Debemos recordar que los quinientos hombres
no son más que una gota de agua en comparación con el cubo de pérdidas que había
tenido que soportar en sus campañas militares, especialmente en las de Grecia.
¿Cuál es tu petición ahora? Pues te será concedida. ¿Qué más quieres? También te
será hecho (9:12)
De hecho, lejos de enfadarse, Asuero quiere saber si hay alguna medida adicional
que se pueda tomar a fin de adelantar la causa de los judíos. Por eso, empleando la
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misma clase de frases simétricas que ya utilizó en 7:2, ofrece a Ester la posibilidad de
hacer nuevas peticiones.
Entonces Ester dijo: Si le place al rey, que mañana también se conceda a los judíos
que están en Susa hacer conforme al edicto de hoy… (9:13)
Son muchos los comentaristas, incluso los evangélicos, que expresan desconcierto
ante la supuesta crueldad de Ester. Ya hemos dicho que la incorporación en los dos
decretos de artículos que circunscribían su validez a un solo día tenía la intención de
limitar el número de víctimas a fin de no perjudicar al imperio. Por tanto, ¿no es la
petición de Ester innecesariamente sanguinaria? ¿Y no es inverosímil que el rey,
defensor de los intereses del Estado, la dé por buena?
Por todo lo que sabemos del carácter de Ester, creemos que es necesario absolverla
de una acusación semejante. No es una mujer gratuitamente violenta (como pudo serlo
Vasti, por ejemplo), sino amable, generosa y sensata. Si, pues, hace esta petición, tiene
que ser porque comprende que los enemigos aún vivos en Susa representan un peligro
mortal para los judíos. Estos no podrán vivir en paz mientras aquellos sigan vivos, pues
constituyen una amenaza constante y, con cualquier cambio de fortuna política en el
futuro, volverán a sus actitudes genocidas. Si te encuentras rodeado por diez leones
hambrientos, no te conformas con que cinco sean liquidados; no estás a salvo mientras
haya uno que siga amenazándote. Así era la situación a la que se enfrentaba Ester.
Haber cejado en la persecución de sus adversarios habría sido dejarse llevar por un
peligroso sentimentalismo que podría sentenciar a muerte a su pueblo. Asuero
entiende muy bien el justificado temor de la reina, por lo cual accede a su petición.
… y que los diez hijos de Amán sean colgados en la horca (9:13)
La exhibición pública de los cadáveres era, evidentemente, símbolo de humillación y
oprobio. Más aún, para los judíos era señal de maldición divina (Deuteronomio
21:22–23). Por consiguiente, algunos comentaristas han considerado que esta segunda
petición de Ester también fue innecesariamente vengativa y cruel. Pero cabe
preguntarse si la intención de Ester, lejos de buscar una venganza degradante, no fue
más bien el llevar a cabo un gesto que sirviera en lo sucesivo de escarmiento para
cualquier posible enemigo de los judíos y, específicamente, para cualquier enemigo que
se levantara en armas contra los judíos al día siguiente. La gente, al ver los cadáveres
colgados, diría para sí: Esto es lo que les ocurre a todos aquellos que intentan destruir
al pueblo de Dios. De hecho, era una costumbre en Oriente Medio exponer los
cadáveres de los criminales a fin de que sirvieran como lección y advertencia ante los
demás, por lo que Ester solo pide lo que era habitual.
Pero aquí hay algo más. Ya hemos tenido ocasión de observar que, en cierto
sentido, la historia de Mardoqueo cierra el capítulo de la monarquía israelita en la
historia del Antiguo Testamento. Esta comienza con el reinado de Saúl, benjamita como
Mardoqueo. Y Mardoqueo, cuando sale vestido con vestiduras reales (8:15), se alza
como el último “rey de los judíos” en todo menos en el nombre (cf. 10:1–3). Además,
hemos visto que fue en tiempos de Saúl cuando comenzó la enemistad secular entre

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Israel y la casa de Agag, de la cual la victoria de Mardoqueo sobre Amán constituye el


capítulo final. Sin duda, como ya hemos sugerido, fue por esto por lo que los judíos se
abstuvieron de hacerse con el botín: recordaban cómo Saúl fue destituido como rey por
haber desobedecido a Dios “tocando los bienes” de sus enemigos. Pero conviene
recordar también cómo acabó la vida de Saúl: después de la batalla del monte Gilboa
contra los filisteos, los cadáveres de Saúl y de sus hijos fueron expuestos en las murallas
de Bet-sán (1 Samuel 31:8–12). En cierto modo, pues, el agravio contra Saúl y el ciclo
histórico abierto con su reinado se cierran mediante la exposición de los cadáveres de
los últimos vástagos de la casa del enemigo de Saúl.
El rey ordenó que así se hiciera; y un edicto fue promulgado en Susa, y los diez
hijos de Amán fueron colgados (9:14)
Para extender un día más la venganza de los judíos hizo falta un nuevo decreto.
Asuero comprendió los temores de su esposa, la necesidad de dar más tiempo para
acabar con los genocidas y la conveniencia de utilizar los cuerpos de los hijos de Amán
como advertencia ejemplar para cualquier persona que abrigara sentimientos
antisemitas. Por tanto, hizo promulgar el decreto sin demora.
Los judíos que se hallaban en Susa se reunieron también el día catorce del mes de
Adar y mataron a trescientos hombres en Susa, pero no echaron mano a los bienes
(9:15)
El segundo día de matanza fue similar al primero: comenzó cuando los judíos “se
reunieron” para organizarse para la lucha, pues el nuevo decreto autorizándoles a que
“defendieran su vida” (8:11) contra sus enemigos concedió implícitamente a estos el
derecho a salir contra ellos. Con la matanza de trescientos más se completó la acción
defensiva de los judíos y se alejó definitivamente la siniestra intención del decreto de
Amán.
Y los demás judíos que se hallaban en las provincias del rey se reunieron para
defender sus vidas y librarse de sus enemigos… (9:16)
Después de la interrupción del episodio del “segundo día” en Susa (9:11–15), el
autor vuelve a su narración original para contarnos lo que había pasado en provincias.
Encontramos los mismos énfasis que en el caso de los judíos de Susa: unión,
autodefensa y liberación.
De hecho, el verbo hebreo traducido como librarse tiene la connotación de alivio o
descanso, y enlaza con muchos textos bíblicos que contemplan el “descanso” como
fruto de la salvación (por ejemplo, Mateo 11:28).
… y mataron a setenta y cinco mil de los que los odiaban, pero no echaron mano a
los bienes (9:16)
La principal diferencia con respecto a la capital consiste en el número muy elevado
de muertos. Varios comentaristas de signo liberal han cuestionado estas cifras (800
muertos en Susa y 75000 en provincias), considerándolas exageradamente altas o
sencillamente absurdas. Sin embargo, son incapaces de aducir argumentos de peso

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para demostrar su carácter inverosímil. Mientras escribo estas líneas, llega la noticia de
que las milicias serbias pueden haber hecho “desaparecer” a 225000 varones kosovares
en las últimas semanas, y esto en un país cuyo tamaño no equivaldría a más de una de
las 127 provincias del imperio persa. Con todo, conviene tomar nota de que la
Septuaginta dice que las bajas en provincias fueron de 15000, lo cual sugiere que el
texto puede haber sufrido algún error o manipulación.309
En cualquier caso, sea cual fuera el número exacto de víctimas, las cifras reflejan no
solo el terrible éxito de la venganza de los judíos, sino también la extensión espantosa
del antisemitismo asesino que existía en ciertos sectores del imperio. No son víctimas
inocentes, sino enemigos que salieron para luchar contra los judíos con la esperanza de
exterminarlos.
Por tercera vez, el autor insiste en que los judíos no quisieron sacar de la matanza
ninguna ventaja económica. No tocaron los bienes de sus enemigos. Su motivación era
la autodefensa y la justicia, no el interés material.

La fiesta de Purim
Ester 9:17–32

El resto del capítulo 9 se dedica a la cuestión de la celebración anual de la fiesta de


Purim como recordatorio de la victoria de los judíos sobre sus enemigos. Los
comentaristas debaten mucho entre sí sobre la cuestión de la autenticidad de este
texto y sobre las diferentes fuentes que pueden haber contribuido a configurarlo.
Suponen que, de la misma manera en que Esdras incorporó en su libro documentos
oficiales de la época que servían para ilustrar diversos aspectos de su narración, así
también el autor o editor de Ester habrá tomado prestados otros documentos para
incorporarlos en su historia. Esto, a su vez, explicaría la excesiva repetición de esta
sección.
Nosotros, por nuestra parte, pensamos que es mejor hacer plena justicia a lo que
dice el propio texto y reconocer en él cuatro divisiones principales:
1. En los versículos 18 y 19, se nos describe la celebración espontánea de banquetes y
festividades al día siguiente de la derrota de los enemigos de los judíos; o sea, el 14
de Adar para los judíos de zonas rurales, y el 15 para los de la capital. Sin duda, con
el paso de los años, se decidió hacer de esta efeméride una fiesta anual, pero
deducimos que surgió una controversia en cuanto a la fecha exacta y la manera de
celebrarla.
2. En los versículos 20 a 26a, Mardoqueo toma cartas en el asunto y envía un
documento a todos los judíos a fin de acabar con la controversia y regular las
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festividades. La repetición innecesaria de ciertos datos de la historia sugiere que el


autor está tomando citas directamente de este documento (por ejemplo, en los
versículos 22, 24 y 25).
3. Según los versículos 26b a 28, vemos que la gran mayoría de judíos acataron
enseguida las instrucciones de Mardoqueo, por lo cual se estableció firmemente la
fiesta de Purim. Nuevamente, el lenguaje formal y contundente de los versículos 27
y 28 sugiere que el autor tiene delante el documento pertinente (¿redactado por un
consejo de judíos, o quizás siga tratándose del documento de Mardoqueo?) y utiliza
ciertas frases citadas en él.
4. Sin embargo, algo (posiblemente, la terquedad de algunos sectores del judaísmo
ante las instrucciones de Mardoqueo) provoca la necesidad de que Ester también
intervenga para imponer el buen orden en la celebración de la fiesta. Ella, entonces,
se encarga de un segundo envío (9:29–32) para respaldar el documento de
Mardoqueo.
Esto sucedió el día trece del mes de Adar, y el día catorce descansaron, y lo
proclamaron día de banquete y de regocijo (9:17)
Mientras que los judíos de Susa seguían defendiéndose de sus enemigos, los de las
provincias se dedicaron a la celebración. Y, ¡cómo no!, esta se caracterizó por la
organización de banquetes. Aunque el libro de Ester nos hace entender hasta qué
punto los judíos supieron mantener su identidad nacional a pesar de su dispersión por
el imperio, en esto, al menos, habían asimilado las costumbres persas: no podían
resistirse a emplear cualquier acontecimiento alegre como excusa para la celebración
de banquetes (cf. 8:17).
Pero los judíos que se hallaban en Susa se reunieron el trece y el catorce del mismo
mes, y descansaron el día quince y lo proclamaron día de banquete y de regocijo
(9:18)
Mientras que los judíos de provincias se entregaban a la celebración de su fiesta de
victoria, los de Susa aún estaban enzarzados en la lucha contra el enemigo. A causa del
día adicional de lucha, los judíos de la capital no pudieron celebrar su victoria hasta el
día quince. De ahí surgió la diferencia de fechas entre la celebración en Susa y la de las
provincias.
Por eso los judíos de las áreas rurales, que habitan en las ciudades abiertas,
proclaman el día catorce del mes de Adar día festivo para regocijarse, hacer
banquetes y enviar porciones de comidas unos a otros (9:19)
El autor vuelve de lo particular a lo general: ya no se trata solo de la celebración
puntual de un día de descanso y fiesta al día siguiente de la victoria sobre los enemigos,
sino de una costumbre anual que había seguido en pie hasta sus días (los judíos…
proclaman). Pero explica que había una diferencia de fechas para la celebración según si
se era judío de Susa (el día quince, 9:18) o de provincias (el día catorce, 9:17 y 19).
Además del banquete y regocijo ya mencionados en los versículos 17 y 18, este
versículo añade otro detalle acerca de la celebración: el envío de porciones, o sea, el
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intercambio de regalos de comida. Es un detalle que nos recuerda la solidaridad


practicada entre los miembros del pueblo de Dios y, a juzgar por las festividades
celebradas en Jerusalén en tiempos de Esdras y Nehemías (Nehemías 8:12), pronto
llegó a ser costumbre habitual en todos los días festivos.
Entonces Mardoqueo escribió estos hechos, y envió cartas a todos los judíos que se
hallaban en todas las provincias del rey Asuero, tanto cercanas como lejanas… (9:20)
Como acabamos de decir, algunos piensan que el resto del capítulo 9 puede no
haber formado parte de la redacción inicial del Libro de Ester, sino que procede de
otras fuentes que el autor ha tenido a bien incorporar en su texto. Con todo, el
contenido de los versículos 20 y 21 es nuevo. Hasta aquí, la celebración de las fiestas del
14 y 15 de Adar parece haber sido algo espontáneo que brotó del entusiasmo de los
propios judíos. Sin duda, fue así el primer año. Pero ahora, Mardoqueo toma iniciativas
para consagrar la festividad y convertirla en una celebración anual, para que nunca se
olvide la gran liberación que los judíos habían experimentado.
Nuevamente, y aprovechando el sistema de los correos reales de Persia al que, por
la providencia de Dios, tenía acceso como primer ministro, Mardoqueo escribe a todos
los judíos del imperio. El texto enfatiza que no quedaron excluidos del envío ni siquiera
los judíos residentes en las partes más remotas.
¿Pero cuáles son los “hechos” que Mardoqueo escribió? Para algunos
comentaristas, se trata solamente de un informe puntual acerca de los eventos de los
días 13 y 14, descritos desde la perspectiva oficial y la amplia información del propio
primer ministro. Lo escrito, en ese caso, constituye el contenido básico de las cartas
enviadas. Sin embargo, alguien en algún momento tuvo que escribir todos los
acontecimientos descritos en el Libro de Ester, y esta persona tiene que haber tenido
acceso al palacio y, aún más, haber gozado de cierta intimidad con el rey; porque, como
ya hemos tenido ocasión de comentar, únicamente el rey o algunos de sus siervos más
allegados podían proporcionar la información acerca de algunos de los episodios
narrados. ¿No es razonable suponer que esa persona fue el propio Mardoqueo y que lo
que registró no fue solamente el desenlace feliz de los días 13 y 14, sino también todos
los acontecimientos importantes que habían preparado el terreno para aquel
desenlace: la destitución de Vasti y la llegada de Ester al trono; las maquinaciones de
Amán y la promulgación del decreto de genocidio; el ascenso del propio Mardoqueo y
la intercesión de la reina? ¿Quién mejor cualificado que él para registrar estas cosas?
Pero, en ese caso, la frase Mardoqueo escribió estas cosas podría entenderse con cierta
independencia de la frase siguiente acerca del envío de cartas. Sin duda, estas incluían
un resumen de la victoria de los judíos sobre sus enemigos, pero el documento escrito
por Mardoqueo iba más allá. De hecho, podemos suponer que, si no se trata del mismo
Libro de Ester, al menos constituyó la fuente primaria de donde el autor de este recabó
su información.
Sea como fuera, obraba en Mardoqueo el fuerte deseo de que la gloriosa liberación
de los judíos nunca fuera olvidada. Y la impresión que recibimos, por lo que sabemos de
su carácter, es que este deseo no brotaba de ningún afán de protagonismo personal,

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sino del afán de dar gloria a Dios.


… ordenándoles que celebraran anualmente el día catorce del mes de Adar, y el
día quince del mismo mes… (9:21)
Puesto que había estado en juego la misma supervivencia del pueblo judío y puesto
que su liberación había sido extraordinaria, era inconcebible que esta fecha gloriosa
fuera relegada al olvido. Había que celebrarla anualmente. Y, dado que la fecha de
celebración variaba según se tratara de judíos de provincias o de la capital, la solución
salomónica para evitar interminables debates sobre cuál de las dos fechas era más
apropiada consistía en celebrar la fiesta en ambas.
… porque en esos días los judíos se libraron de sus enemigos, y fue para ellos un
mes que se convirtió de tristeza en alegría y de duelo en día festivo… (9:22)
Así pues, en primer lugar, las cartas de Mardoqueo tienen la finalidad de establecer
las fechas de las festividades. Luego, en segundo lugar, indican cuáles son los motivos
principales de la celebración: la liberación de manos de sus enemigos y la conversión en
día de regocijo de lo que había prometido ser un día de luto.
Volvemos a acusar en este versículo la ausencia del sujeto real del texto. Los judíos
fueron librados, ¿pero quién fue el autor de su liberación? ¿Y quién logró transformar
su luto en alegría? Sin despreciar ni por un momento el papel llevado a cabo por
Mardoqueo y por Ester, y la noble autodefensa de los judíos, la respuesta final a estas
preguntas debe ser Dios.
La transformación de momentos de tristeza y duelo en días de alegría y fiesta es,
por supuesto, un tema frecuente de las Escrituras, y el sujeto suele ser siempre el Señor
mismo. Además, es un tema asociado especialmente a la restauración del pueblo de
Dios después del cautiverio babilónico, restauración de la cual el Libro de Ester nos
cuenta uno de los episodios más gloriosos:
Oíd, naciones, la palabra del Señor, anunciad en las costas lejanas, y decid: El
que dispersó a Israel lo reunirá, y lo guardará como un pastor a su rebaño.
Porque el Señor ha rescatado a Jacob, y lo ha redimido de manos más fuertes que
él. Vendrán y gritarán de júbilo en lo alto de Sión, y radiarán de gozo por la
bondad del Señor… Su alma será como huerto regado, y nunca más
languidecerán (Jeremías 31:10–12).
Volverán los rescatados del Señor, entrarán en Sión con gritos de júbilo, con
alegría eterna sobre sus cabezas. Gozo y alegría alcanzarán, y huirán la tristeza y
el gemido (Isaías 35:10).
Nunca más se pondrá tu sol, ni menguará tu luna, porque tendrás al Señor
por luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto (Isaías 60:20).
He aquí, yo creo cielos nuevos y una tierra nueva, y no serán recordadas las
cosas primeras ni vendrán a la memoria. Pero gozaos y regocijaos para siempre
en lo que yo voy a crear; porque he aquí, voy a crear a Jerusalén para regocijo, y
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a su pueblo para júbilo. Me regocijaré por Jerusalén y me gozaré por mi pueblo;


no se oirá más en ella voz de lloro, ni voz de clamor (Isaías 65:17–19).
Por supuesto, los escritores del Nuevo Testamento, siguiendo el ejemplo de
Jesucristo, recogieron estas expresiones e ilustraciones y las trasladaron a otro nivel de
cumplimiento: el que tendrá lugar cuando se manifieste la Jerusalén celestial y cuando
el pueblo de Dios, liberado finalmente de todos sus enemigos, se congregue en ella
para celebrar la fiesta definitiva, la de las bodas del Cordero. Entonces, alcanzarán su
máximo cumplimiento todas las referencias bíblicas al llanto convertido en gozo, al luto
cambiado en gloria:
Ahora tenéis aflicción; pero yo os veré otra vez, y vuestro corazón se alegrará,
y nadie os quitará vuestro gozo (Juan 16:22).
Porque después de todo, es justo delante de Dios retribuir con aflicción a los
que os afligen, y daros alivio a vosotros que sois afligidos, y también a nosotros,
cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo con sus poderosos ángeles…
cuando él venga para ser glorificado en sus santos en aquel día y para ser
admirado entre todos los que han creído (2 Tesalonicenses 1:6–10).
He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y él habitará entre
ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda
lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni
dolor, porque las primeras cosas han pasado (Apocalipsis 21:3–4).
Por tanto, hacemos bien en ver en la fiesta de Purim un pequeño anticipo de las
grandes celebraciones del día venidero.
… para que los hicieran días de banquete y de regocijo y para que se enviaran
porciones de comida unos a otros, e hicieran donativos a los pobres (9:22)
En tercer lugar, Mardoqueo da instrucciones en cuanto a cómo deben celebrarse las
fiestas. Confirma que han de seguir practicando lo que habían comenzado a hacer
(9:23): la celebración de banquetes y el envío de porciones (ver 9:19). Conviene
recordar que el concepto de “porciones” ha aparecido ya en el 2:9, donde leemos que
Hegai se apresuró en proveerle [a Ester] cosméticos y alimentos (literalmente,
porciones). Así, la historia de Ester comienza cuando, en la providencia de Dios, el
eunuco le da a ella porciones; y acaba cuando, gracias a la liberación efectuada como
consecuencia de su intercesión ante Asuero, el pueblo entrega porciones cada uno a su
vecino. Se trata de un pequeño detalle que refuerza la unidad temática del libro.
Pero, además de insistir en las celebraciones mediante banquetes y el intercambio
de regalos (9:19), Mardoqueo ordena la entrega de donativos a los pobres, para que
estos también puedan unirse a las festividades. Aquí tenemos un primer ejemplo de
aquella preocupación por el bienestar de todo su pueblo que será una de las
características de Mardoqueo alabadas en las últimas frases del libro (10:3). El detalle
es pequeño, pero significativo. A otro gobernante no se le habría ocurrido hacer
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provisión para los pobres en un día festivo. A Mardoqueo, sí. Siempre habíamos
sospechado que, además de caracterizarse por la rectitud y la lealtad, tenía buen
corazón (ver 2:7, 11). Ahora vamos viendo evidencias explícitas de ello. A Mardoqueo se
le pueden aplicar bien las palabras del Salmo 41:1–2:
Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día del mal el Señor lo librará.
El Señor lo protegerá y lo mantendrá con vida, y será bienaventurado sobre la
tierra; y no lo entregará a la voluntad de sus enemigos.
En esto también, Mardoqueo anticipa al Señor Jesucristo, otro gobernante cuyo
corazón se conmueve ante las necesidades de los pobres.
Así los judíos llevaron a cabo lo que habían comenzado a hacer, y lo que
Mardoqueo les había escrito (9:23)
La obediencia de los judíos a las primeras instrucciones de Mardoqueo (8:8–13) les
había salvado la vida. Ahora, no vacilan en poner por obra sus nuevas instrucciones en
torno a la fiesta. Al menos, fue así en el caso de la mayoría. Sin embargo, como veremos
más adelante, es posible que algunos sectores minoritarios no le hicieran caso.
Pues Amán, hijo de Hamedata, agagueo, enemigo de todos los judíos, había hecho
planes contra los judíos para destruirlos, y había echado el Pur, es decir, la suerte,
para su ruina y destrucción (9:24)
La tercera explicación de la fiesta (9:23–28; para algunos comentaristas se trata de
una continuación de la segunda, e incluso podría tratarse de citas literales del
documento enviado por Mardoqueo) tiene la particularidad de arrojar luz sobre el
origen del nombre Purim. Forzosamente, el texto tiene que repetir muchos de los
detalles que ya conocemos. Empieza recordándonos la escena en la que Amán echó la
suerte. De hecho, este versículo hace explícito lo que hemos deducido de 3:7: que la
finalidad de echarla era determinar cuál sería el día más oportuno para la ruina y la
destrucción de los judíos.
Pero cuando esto llegó al conocimiento del rey, este ordenó por carta que el
perverso plan que había tramado contra los judíos recayera sobre su cabeza, y que él y
sus hijos fueran colgados en la horca (9:25)
La primera frase de este versículo ofrece dificultades en cuanto a su significado
exacto. De ahí que las traducciones modernas propongan soluciones diferentes. El
problema estriba en que el texto hebreo se limita a decir literalmente: cuando ella vino
ante el rey. El pronombre ella tiene que referirse al último sustantivo o nombre propio
femenino. Pero, de hecho, Ester no ha sido nombrada en los versículos anteriores. Por
tanto, hemos de suponer o bien que la referencia a la comparecencia de Ester ante
Asuero es tan obvia que no hace falta mencionarla por nombre, o bien que debemos
suplir algún sustantivo (el asunto, el complot) que tenga forma femenina en hebreo. En
todo caso, se trata de una cuestión técnica que no afecta para nada al argumento del
texto, porque fue mediante la comparecencia de Ester ante el rey como el asunto llegó

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a sus oídos.
Si el autor está empleando aquí citas del documento redactado por Mardoqueo,
llama la atención el que haya callado la participación de Ester y la suya propia en la
caída de Amán y en la promulgación del segundo decreto. No aprovecha la situación
para exaltarse a sí mismo, sino que, como leal siervo del rey, atribuye a Asuero toda la
gloria.
Por eso estos días son llamados Purim, por el nombre Pur (9:26)
Durante muchos años, esta frase fue motivo de polémica entre los comentaristas,
puesto que no se conocía la palabra pûr. No faltaban los escépticos que sostenían que
se trataba de otro error textual o de una invención del autor. Pero, desde que se
encontró el llamado “dado de Iahali”, una piedra utilizada para echar a suertes que
lleva en uno de sus lados la inscripción persa pûru, los escépticos han tenido que
callarse. Es obvio que el autor hablaba con conocimiento de causa cuando identifica con
la suerte echada el origen del nombre de la fiesta.
Está claro también que el nombre tiene un toque irónico. Supuestamente, da a
entender que los judíos celebraban el pûr, el momento en que Amán echó la suerte
contra ellos. Pero, en realidad, el motivo de su celebración era el desbarajuste del pûr,
el hecho de que, en la providencia de Dios, la suerte señalara precisamente el peor
momento para acabar con los judíos y condujera a la caída de Amán y de su casa y a la
liberación del pueblo de Dios.
Y a causa de las instrucciones en esta carta, tanto por lo que habían visto sobre
este asunto y por lo que les había acontecido, los judíos establecieron e hicieron una
costumbre para ellos, para sus descendientes y para todos los que se aliaban con ellos,
para que no dejaran de celebrar estos dos días conforme a su ordenanza y conforme a
su tiempo señalado cada año (9:26–27)
Puesto que las instrucciones de Mardoqueo solo daban autorización oficial a lo que
los judíos ya habían empezado a practicar por su cuenta, y regulaban aquello que, hasta
entonces, había sido algo espontáneo y voluntario, es decir, puesto que las
instrucciones que se daban en esta carta coincidían plenamente con lo que habían visto
sobre este asunto y con lo que les había acontecido (9:26), no provocaron en general
ninguna reacción negativa, sino que los judíos de todo el imperio las aceptaron de
buena gana. En muy poco tiempo, la celebración de Purim vino a ser asumida como
fiesta de guardar.
Dos detalles de estos versículos llaman especialmente la atención. En primer lugar,
los judíos parecen haber aceptado sin titubeo que la fiesta se celebrara los dos días
consecutivos, lo cual sugiere que reconocían la autoridad de Mardoqueo y se sometían
gozosamente a su gobierno. Y, en segundo lugar, la mención de todos los que se aliaban
con ellos confirma la adhesión a la comunidad hebrea de muchos prosélitos (cf. 8:17) e
indica que, en lo sucesivo, las normas que regían la vida religiosa de Israel habrían de
tomar en consideración a los temerosos de Dios de entre los gentiles.
Y estos días debían ser recordados y celebrados por todas las generaciones, por
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cada familia, cada provincia y cada ciudad; y que estos días de Purim no dejaran de
celebrarse entre los judíos, ni su memoria se extinguiera entre sus descendientes
(9:28)
Las frases concluyentes de esta tercera explicación establecen el carácter
obligatorio, permanente y universal de las instrucciones: deben ser acatadas por todos
los judíos en todo lugar y en cada generación, y sin excepción. Si Amán era enemigo de
todos los judíos (9:24) y buscaba la eliminación de todos, era apropiado que todos ellos
celebraran la fiesta. Esa gran liberación no debía ser olvidada nunca.
De hecho, estas frases son tan contundentes que algunos comentaristas piensan
que constituyen la cita de la cláusula final de la carta enviada por Mardoqueo. Sin
embargo, conviene recordar que este texto no describe las órdenes de Mardoqueo,
sino las decisiones tomadas por los judíos después de leer su carta (9:26b–27). No
sabemos si esto significa que las instrucciones de Mardoqueo fueron aprobadas y
refrendadas oficialmente por algún consejo de ancianos de los judíos, o si el autor
quiere decir solamente que fueron acatadas tan amplia y calurosamente por todos los
judíos que se llegó a constituir entre ellos un consenso y una tradición inamovibles. En
cualquier caso, es obvio que el establecimiento y la organización de estas celebraciones
no fueron idea de un solo hombre, sino de todos los judíos de aquella generación.
Entonces la reina Ester, hija de Abihail, y el judío Mardoqueo escribieron con toda
autoridad para confirmar esta segunda carta acerca de Purim (9:29)
Parecería que, con lo ya dicho, el autor habría comunicado sobradamente las
razones por las que se estableció la fiesta de Purim y el carácter vinculante de su
celebración. Pero tiene más evidencias documentales que aportar para apoyar su tesis.
Ha guardado para el final, como broche de oro, el documento redactado nada menos
que por la heroína de su historia, Ester misma. Ella había desaparecido del escenario
desde el versículo 13, pero ahora vuelve a aparecer con una nueva función: la de
legisladora. Naturalmente, no sabemos cuánto tiempo pasó entre el envío de las cartas
de Mardoqueo y la redacción del documento de Ester; pero parece una sugerencia
razonable que no todos los judíos respondieron bien ante el primer envío y que, por lo
tanto, Ester añadió su propia autoridad a la de su primo a fin de ganar a los
recalcitrantes.322
Si bien el texto nos dice (aquí y en el versículo 31) que este nuevo documento fue
firmado por Mardoqueo, además de por Ester, el autor no vacila en llamarlo “el
mandato de Ester” (9:32), quizás para distinguirlo de la anterior carta de Mardoqueo.
Otro detalle que confirma lo que estamos diciendo es que, a pesar del sujeto plural del
texto (Ester, hija de Abihail, y el judío Mardoqueo), en hebreo el verbo tiene una forma
que indica un sujeto singular y femenino, como si rezara: Entonces escribió Ester, hija de
Abihail, y el judío Mardoqueo. Claramente, el autor quiere que entendamos que, si bien
el nuevo documento no salió sin el visto bueno y la colaboración de Mardoqueo, la
iniciativa para su redacción fue de la reina.
Lo más significativo del nuevo documento no era su contenido novedoso, pues no
hacía más que ratificar el contenido del documento anterior, sino el carácter

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incuestionable de su jurisdicción: escribieron con toda autoridad.


No cabe duda de que las instrucciones de Mardoqueo deberían haber tenido
suficiente autoridad como para ser recibidas y obedecidas sin titubeo por todos los
judíos. El solo hecho de que uno de los suyos hubiera llegado al pináculo del poder
imperial tendría que haber sido motivo suficiente como para garantizar su lealtad y su
buena disposición a acatarlas. Sin embargo, la iniciativa de Ester sugiere que no todos
respondieron así.
Los judíos tendrían que haberse sometido a Mardoqueo a causa de su legítimo
señorío. Sin embargo, ¿qué autoridad tenía Ester sobre ellos? Por supuesto, su
autoridad como reina. Pero no solamente esta. Seguramente, la historia de la valentía
de Ester y de cómo estuvo dispuesta a arriesgar su vida para salvar a su pueblo se había
extendido entre los judíos, especialmente si estas historias formaban parte de los
“hechos” registrados por Mardoqueo y enviados a las comunidades hebreas del imperio
(9:20). En cuanto a Mardoqueo, los judíos respetaban su autoridad como primer
ministro y como eminencia entre su pueblo (10:3), pero, en el caso de Ester, se
someten gozosamente a lo que ella les dice, no solo porque es la reina, sino porque
ellos le deben su vida.
Ya hemos tenido ocasión de apreciar que, de diferentes maneras, tanto Ester como
Mardoqueo anticipan aspectos de la persona y obra de Cristo. Cuando vemos a Ester
dispuesta a poner su vida por los suyos e interceder ante el rey, no podemos por menos
que recordar la abnegación, el sacrificio y el ministerio intercesor de nuestro Señor.
Cuando vemos a Mardoqueo vestido de ropajes reales, con una corona de oro sobre su
cabeza, saliendo de la presencia del rey y apareciendo en gloria para alivio de su pueblo
y confusión de sus enemigos, es inevitable que pensemos en aquel día venidero cuando
nuestro Señor Jesucristo se manifestará en gloria. Ahora, este mismo “desdoblamiento”
de la persona de Cristo, anticipado tanto en Ester como en Mardoqueo, sigue al
contemplar la reacción de sus compatriotas: obedecen al uno por su autoridad regia y a
la otra por su obra salvadora. Nosotros, en cambio, nos sometemos a Jesucristo por las
dos razones unidas en una sola persona.
Y se enviaron cartas a todos los judíos, a las ciento veintisiete provincias del reino
de Asuero, palabras de paz y de verdad… (9:30)
La carta de Ester es enviada exactamente al mismo público hebreo que en el caso de
la carta de Mardoqueo (9:20) y del segundo decreto (8:9).
La frase palabras de paz y de verdad ha sido motivo de mucha discusión.
Básicamente, admite dos lecturas. Por una parte, podría ser un saludo convencional de
la época. En tal caso, podemos suponer que esta frase juntamente con la primera del
versículo siguiente representan una cita exacta de las palabras introductorias de la carta
de Ester y constituyen un saludo y una definición del propósito de la carta: Paz y verdad
[a vosotros; os escribo] para establecer estos días de Purim en sus tiempos señalados. El
principal inconveniente de esta interpretación es que, mientras la palabra paz era
empleada constantemente en los saludos hebreos, la palabra verdad nunca tenía esta
función (que sepamos).

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Es preferible, pues, la segunda lectura, según la cual tanto la última frase del
versículo 30 como la primera del 31 indican las razones por las que la reina escribe.
Escribe en primer lugar para pacificar una situación en la cual sigue habiendo
contención entre los judíos (es de suponer que a causa de las fechas y las formas de la
fiesta de Purim). Otro matiz posible es que su intervención tiene intenciones pacíficas:
ella misma escribe en son de paz; de ningún modo quiere que sus lectores se tomen a
mal sus palabras.
Escribe, en segundo lugar, para explicar con toda claridad cuál era la verdad de la
situación: por qué surgieron las dos fechas para la fiesta y cuáles eran las razones de su
celebración. Es importante que tomemos buena nota de eso: la fiesta de Purim se
funda en la verdad histórica, no en tradiciones legendarias inventadas por los judíos.
Puede que también haya otro matiz detrás de estas palabras. La fiesta de Purim
celebra el final de unos meses de espanto y la introducción de una era de paz y
prosperidad. Conmemora la victoria de la verdad y la justicia sobre la mentira y la
injusticia. Por tanto, la finalidad última de las celebraciones es inculcar en el pueblo
hebreo valores que tienen que ver con la paz (el deseo de bienestar para todo el pueblo
y el fin de las contenciones sociales) y con la verdad.
… para establecer estos días de Purim en sus tiempos señalados, tal como habían
establecido para ellos el judío Mardoqueo y la reina Ester, según habían fijado para
ellos y sus descendientes con instrucciones para sus tiempos de ayuno y de
lamentaciones (9:31)
Por tanto, escribe para ratificar las fechas, las formas y la vigencia permanente de
las festividades según las anteriores instrucciones de Mardoqueo. Puesto que ya
conocemos bien el contenido de aquellas instrucciones, el autor no necesita entrar en
más detalle acerca del contenido de la carta de Ester.
No obstante, la última frase aporta una información nueva acerca de Purim. Además
de ser una ocasión de banquete y regocijo, debía tener un momento de ayuno y
lamentación. Es un tiempo de recordar no solamente la gloria del desenlace final, sino
también el ayuno y el llanto que la antecedieron (4:1, 3, 16). Aunque hasta aquí no se
ha dicho nada explícito acerca de este aspecto de la celebración, puede estar implícito
ya en las palabras de las instrucciones de Mardoqueo: de tristeza en alegría y de duelo
en día festivo.
No nos consta cuáles eran las instrucciones exactas en cuanto a este aspecto de la
celebración, pero parece razonable suponer que Ester y Mardoqueo querían que los
dos días de Purim fueran precedidos por un día de ayuno (el 13 de Adar) en memoria de
aquellos terribles meses cuando la amenaza del genocidio pendía sobre el pueblo.
El mandato de Ester estableció estas costumbres acerca de Purim… (9:32)
La palabra traducida como mandato es poco frecuente en la Biblia. De hecho, se
encuentra únicamente en el libro de Ester (cf. 1:15; 2:20). El hecho de que se trate de
una palabra inusual hace probable que aquí tenemos otro ejemplo más de aquellos
vocablos especiales empleados por el autor para dar cohesión interna a su narración. La

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historia de Ester empieza con un mandato (desacatado) del rey Asuero (1:15) y acaba
con un mandato (obedecido) de la reina Ester.
… y esto fue escrito en el libro (9:32)
No se nos dice de qué libro se trata. Algunos autores han supuesto que es el libro de
las leyes y ordenanzas del imperio, en cuyo caso la carta de Ester, al ser escrita en el
libro, habría adquirido la misma fuerza que las leyes irrevocables de Persia. Sin
embargo, no hay nada en la historia secular que indique que las reinas consortes
pudieran dictaminar decretos de esta entidad legal y vinculante. Para mantener esta
interpretación, pues, tendríamos que suponer aquello que el texto no dice: que Asuero
dio su respaldo oficial a las instrucciones de Ester.
Quizás sea más razonable considerar que o bien se trata de una “frase hecha” de la
época, que significa esto fue puesto por escrito, o bien se refiere a un libro conocido por
los lectores, pero no por nosotros: quizás el Libro de las Crónicas de los reyes de Media
y Persia (10:2), quizás algún libro compilado por los judíos con el fin de mantener vivas
su historia y sus tradiciones, o quizás el libro escrito por Mardoqueo (9:20) y que, sin
duda, sirvió de fuente para el libro de Ester.

La grandeza de Mardoqueo
Ester 10:1–3

El rey Asuero impuso tributo sobre la tierra y sobre las costas del mar (10:1)
La imposición de tributos era una de las principales facultades del emperador y una
de las principales cargas que los pueblos sometidos tenían que soportar. La palabra
traducida como tributo se refería originalmente a diversas obligaciones cívicas que los
pueblos subyugados tenían que asumir, como el servicio militar, los trabajos forzados o
la entrega al rey de cierto porcentaje de las cosechas. Es posible que aún retuviera
parte de ese significado original en tiempos de Ester (y, por tanto, en esta frase);333
pero, con la extensión del uso de monedas, el significado primario de la palabra vino a
referirse a los impuestos monetarios.
Durante el reinado de Asuero, ya hacía tiempo que Persia misma estaba exenta del
pago de impuestos, y que eran las demás provincias las que tenían que sufragar los
gastos del imperio. Parece probable, pues, que la frase la tierra y las costas del mar se
refiera a todas las provincias del imperio a excepción de Persia, con mención especial
de las tierras lindantes con el Mediterráneo (quizás porque estas eran propiedad
directa del rey; quizás porque eran de especial interés para los lectores judíos).
Como solía pasar en aquel entonces (ver, por ejemplo, 1 Reyes 4:7, 22–28), cada
provincia tenía que abastecer a la casa real durante cierto período del año. Estas cargas
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económicas resultaban muy pesadas y en muchos casos condenaban a la población a


vivir en la pobreza.337 Además, la corrupción entre los cobradores de impuestos
(empezando con los mismos sátrapas) era notoria, mientras que un rey como Asuero,
dado a los caprichos lujosos y a campañas militares sumamente costosas, requeriría
unos tributos ya de por sí abusivos. Por eso, detrás de las breves palabras de este
versículo debemos ver todo un mundo de sufrimiento, de injusticia, de temores, de
ansiedades y de opresión.
No es fácil determinar por qué el autor habla ahora de los tributos de Asuero.
Quizás la razón más obvia sea que la imposición de impuestos se realizó (o se exacerbó)
en ese momento de su reinado. En ese sentido, la frase refuerza el carácter histórico del
texto. Es difícil imaginar al autor mencionando la tributación si realmente no hubiera
ocurrido. ¿Pero qué tiene que ver con la historia de Ester y Mardoqueo? A fin de
cuentas, ocurrieron muchísimas cosas durante aquellos años del reinado de Asuero,
empezando por la gran campaña militar en Grecia, que el autor ha callado. Por tanto, el
solo hecho de su autenticidad histórica no basta para explicar su inclusión.
Puesto que este versículo cae en medio de textos que versan sobre el ejercicio de la
autoridad por parte de Mardoqueo, ¿acaso el autor pretende insinuar que los tributos
fueron impuestos bajo la administración de Mardoqueo y a instancia suya? ¿Quiere
decirnos que la prosperidad de Asuero se debió a medidas fiscales introducidas por
Mardoqueo? ¿Busca trazar así un paralelismo entre él y José, puesto que cuando este
era primer ministro de Egipto, el faraón se enriqueció a expensas de la población en
general (Génesis 47:14–26)? Aunque esta idea es atractiva, porque ya hemos visto
cierto parecido entre José y Mardoqueo, esta lectura parece demasiado rebuscada
como para reflejar la intención primaria del autor.
Es más probable que el autor quiera hacernos ver una clara diferencia entre el
gobierno de Asuero y el de Ester y Mardoqueo. El final del libro de Ester nos ofrece
escenas en las que contemplamos el poderío de los tres protagonistas principales de la
historia: acabamos de ver a Ester ejerciendo poder como reina y utilizando su autoridad
moral para traer paz y verdad a su pueblo, para acabar con las contenciones y para
inaugurar una nueva era de bienestar, prosperidad y esperanza (9:29–32). Ahora vemos
el poderío de Asuero ilustrado mediante la imposición de impuestos (10:1–2a). Y a
continuación contemplaremos la grandeza de Mardoqueo (10:2b–3). Llama la atención,
sin embargo, el que los tres utilicen su poder para diferentes finalidades: Asuero oprime
a los pueblos de su imperio y, por lo que sabemos de su carácter sensual, cruel y
hedonista, lo hace con el fin de enriquecerse a sí mismo; en cambio, tanto Ester como
Mardoqueo utilizan su posición de poder de manera desinteresada y para el bienestar
de su pueblo (9:30; 10:3). Desde esta perspectiva, la mención inesperada de los tributos
de Asuero sirve como elemento de contraste con los auténticos héroes de la historia.
Nos recuerda que la nobleza de carácter y el buen gobierno de Ester y Mardoqueo se
insertan históricamente en medio de tiempos de opresión y tiranía. Así, nos invita a
considerar qué clase de persona queremos que reine sobre nosotros: un monarca que
gobierna conforme a los apetitos y los intereses de este mundo, o un gobernante que
ejerce su autoridad bajo el temor a Dios y para el bien de su pueblo.
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Y todos los actos de su autoridad y poder, y todo el relato de la grandeza de


Mardoqueo, con que el rey le engrandeció, ¿no están escritos en el libro de las
Crónicas de los reyes de Media y Persia? (10:2)
La historia secular nos enseña que, en la segunda parte de su reinado, Asuero sufrió
una “desintegración” moral que influyó negativamente en su administración y
gobierno, y acabó con su asesinato en el año 465. Esto ha hecho que algunos autores
piensen que estas frases acerca de los impuestos y la autoridad del rey no
corresponden a la realidad. Pero, como acabamos de ver, quizás sea una equivocación
leer estas palabras como si fueran un panegírico a favor del rey: el tributo, sin duda, fue
motivo de protesta en el pueblo, y la frase actos de su autoridad y poder tienen un tono
neutral en cuanto a la aprobación o desaprobación de su gestión. Lo único que este
texto dice es que aquellos años fueron de absolutismo y despotismo tributario, lo cual
no está reñido de ninguna manera con la degeneración.
Desde la incuestionable grandeza de Asuero (es decir, incuestionable si la medimos
según los criterios del mundo, que conceden gran importancia a la fuerza militar, las
riquezas y la ostentación), el autor procede a hablarnos acerca de la grandeza de
Mardoqueo, debida, en primer lugar, a la misma clase de promoción política que ya
disfrutaba el rey. El mundo no mira más allá. Sin embargo, en el versículo siguiente el
autor nos sugerirá que la auténtica grandeza de Mardoqueo no residía solo en su
posición social, sino en los valores morales y espirituales que subyacían en su ejercicio
del poder (y que, por cierto, faltaban en el de Asuero).
Incuestionable también es la intención del autor al referirse al “Libro de las
Crónicas”. Quiere refrendar la veracidad de su relato invitando a sus lectores a indagar
en los archivos reales para asegurarse de que esas cosas son verídicas. Es decir, el autor
desea comunicarnos claramente la idea de que su libro trata asuntos históricos, no
invenciones legendarias. Esta clase de referencia a otras fuentes históricas, típica de
muchos textos del Antiguo Testamento,343 es de suma importancia en el momento de
evaluar la autenticidad del relato, porque quiere decir o que el autor conoce a ciencia
cierta la existencia de documentos que avalan su narración, ¡o que ha tenido la
perspicacia de insertar tales aseveraciones con la única finalidad de confundir a los
escépticos del siglo XXI!
Hay cierta división de opiniones en cuanto a la naturaleza exacta del libro en
cuestión. Algunos piensan que se trata de la misma obra que fue leída a Asuero durante
su noche de insomnio (6:1; ver también el 2:23), aunque esta parece ser más un diario
personal que una historia oficial. Otros proponen que es una crónica judía que narraba
las experiencias del pueblo de Israel desde el principio del cautiverio babilónico y a lo
largo del imperio persa. Pero, dada la naturaleza de la información escrita, parece más
lógico suponer que se trata de la historia oficial del imperio.345 Una pequeña evidencia a
favor de esta última interpretación se encuentra en el hecho de que, mientras el autor
suele hablar de Persia y Media (ver 1:3, 18), orden que refleja la realidad política de su
día en la que Persia era el poder dominante, ahora habla de las Crónicas de los reyes de
Media y Persia, siguiendo el orden histórico apropiado para un documento oficial de

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esta índole (cf. Daniel 8:20) y sugiriendo que las crónicas en cuestión cubrían la historia
de varios siglos.
Porque el judío Mardoqueo era el segundo después del rey Asuero, grande entre
los judíos y estimado por la multitud de sus hermanos… (10:3)
El libro acaba con los ojos puestos en Mardoqueo, hombre no solamente honrado
por sus hermanos en virtud de su eminencia, sino también amado a causa de la
sabiduría y bondad de su gobierno. Nuestro héroe aparece aquí como digno sucesor de
José y Daniel, y como anticipo del Rey que ha de venir.
La frase el segundo después del rey, más que una descripción de la posición de
Mardoqueo es su título oficial (la misma frase es empleada en 2 Crónicas 28:7). Indica
que era el primer ministro del rey y el oficial principal del imperio, y que rendía cuentas
únicamente al rey y recibía solamente de él sus órdenes.
… el cual buscó el bien de su pueblo y procuró el bienestar de toda su gente (10:3)
El interés de Mardoqueo se manifiesta ahora como muy diferente del de Amán o
incluso del de Asuero. No busca ventajas personales, sino el bien de todo su pueblo.
Con esto, no debemos pensar que manipulara el gobierno con el único fin de
enriquecer a los judíos a expensas de los demás pueblos, sino solamente que, sin
traicionar principios fundamentales de justicia, equidad e imparcialidad, hizo lo que
pudo para promocionar los intereses legítimos de los judíos.
En una importante monografía sobre la historicidad de Mardoqueo, se ha señalado
que, de acuerdo con ciertos descubrimientos arqueológicos, la comunidad judía
residente en Persia conoció una prosperidad sin precedentes durante la segunda mitad
del reinado de Asuero, y se la asocia con la ayuda que Mardoqueo prestó a su pueblo
desde los órganos de poder:
Uno se siente realmente tentado a ver en el puesto que ocupó Mardoqueo la
causa de este cambio, porque el libro de Ester no solamente le atribuye a él
“poder y autoridad” en el ámbito persa, sino una gran popularidad entre los
propios judíos, afirmando que él “procuró el bienestar de su pueblo” (10:2–3). Si
esta explicación resulta inaceptable o incorrecta, debemos buscar otra causa que
explique el modo en que los judíos, que hasta hacía poco habían vivido en
cautividad y esclavitud, de repente experimentaran un cambio tan extraordinario
en su situación social y económica en Babilonia, pero no en Egipto… Comoquiera
que no se conocen más sucesos de este período que pudieran haber sido
responsables de este cambio, es perfectamente natural ver en los relatos del libro
de Ester algo más que una ficción y no el resultado de la mente fértil de un
novelista judío del período de los macabeos.
Además de buscar el “bien” de los judíos, Mardoqueo “procuró su bienestar”.
Literalmente, esta frase reza: habló paz a todo su linaje. Nuestra traducción es fiel,
porque el concepto hebreo de paz va mucho más lejos que la mera ausencia de
conflictos y contempla el bien y la prosperidad en todos los sentidos. Sin embargo, es

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importante no perder de vista la traducción literal de la frase, por cuanto se hace eco
del texto del 9:30. Allí, Ester, en su carta a los judíos, pronunció palabras de paz. Ahora,
Mardoqueo hace lo mismo.
La “paz” que conocieron los hebreos gracias a la solicitud de Mardoqueo incluye,
por supuesto, el fin de la opresión y del conflicto. Mientras el judío fue primer ministro,
los protegió de sus enemigos e impidió cualquier clase de explotación o vejación. Pero
también significa que buscó activamente su bienestar global: su salud, su prosperidad,
su seguridad y sus buenas relaciones.
Nuevamente, las resonancias de la historia de José son fuertes: Israel vivió en la
Persia de Mardoqueo en medio de una prosperidad semejante a la de la casa de Jacob
en Egipto. Para ellos, el mandato de Mardoqueo constituyó una era dorada equiparable
a la vida en Gosén (Génesis 47:6, 27). No es de sorprender que Mardoqueo gozara de
una inmensa popularidad y del afecto de su pueblo.
Pero también son fuertes las resonancias mesiánicas. Por algo Zacarías, unos pocos
años antes, habló acerca del Rey venidero (de aquel Rey que vendría montado en un
asno, en un pollino, hijo de asna): Él hablará paz a las naciones, y su dominio será de mar
a mar (Zacarías 9:9–10; cf. también Salmo 85:8).
Así se cierra el libro de Ester. Empezaba con un rey que gobernaba a base de la
ostentación y del capricho. Termina con un gobernante temeroso de Dios y, por tanto,
justo y recto en su manejo de los asuntos de Estado. Comenzaba con arbitrariedades y
sufrimientos. Acaba con bienestar y justicia.
Así se cierra también el ciclo del cautiverio babilónico (los textos posteriores del
Antiguo Testamento: Esdras 7–10, Nehemías, Hageo, Zacarías… relatan la historia del
retorno de los judíos y de su restablecimiento en la Tierra Prometida después del
cautiverio). El ciclo había comenzado con el rey Jeconías en cadenas y los judíos bajo
esclavitud; ahora, acaba con estos viviendo prósperamente bajo la tutela de un primer
ministro hebreo. Y puesto que el texto da a entender que la prosperidad de los judíos
supone la bendición de todo el imperio, y que el justo gobierno de Mardoqueo influyó
no solamente en el bienestar hebreo, sino también en el de todos los pueblos, aquí
tenemos un pequeño cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham:
Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré, y en ti serán benditas
todas las familias de la tierra (Génesis 12:3). ¿Quién iba a decir que el cautiverio tendría
un desenlace tan feliz? Ciertamente, la providencia de Dios es grande.
Y en términos parecidos se cerrará también el ciclo de la historia universal: con un
Rey que gobierna en justicia y que trae el cumplimiento final y perfecto de todas las
promesas hechas a Abraham, y con un pueblo que vive en plena prosperidad, bajo la
paz y el reposo de su sabio gobierno.

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Apéndice 1

Cronología de la dinastía Aqueménida (Casa Real de Persia) con referencia especial


al libro de Ester
a. C.
605 Primer asedio de Jerusalén por los babilonios, reinando Joacim (ver Daniel 1:1).
Primera deportación de judíos a Babilonia.
597 Segundo asedio, reinando Joaquín/Jeconías (ver 2 Reyes 24:10–12). Segunda
deportación, incluyendo a la familia de Mardoqueo (Ester 2:6).
587 Caída definitiva de Jerusalén y destrucción del templo, reinando Sedequías (ver
2 Reyes 25:1–7). Tercera deportación; comienzo del exilio babilónico.
539 Caída de Babilonia (ver Daniel 5). Empieza la hegemonía persa.
Ciro II el Grande (560/559–539, rey de Media y Persia; 539–530, emperador del
imperio persa)
538 Retorno del primer grupo de judíos bajo Zorobabel y Jesúa (Esdras 1–2).
537 Comienzo de reconstrucción del templo de Jerusalén (Esdras 3).
536 Obra parada por intervención de enemigos (Esdras 4:1–5, 24).
Cambises II (530–522). No mencionado por la Biblia. Conquistó Egipto, convirtiéndose
en el primer faraón de la XXVII dinastía.
Gaumata (el “falso Esmerdis”). Usurpador (año 522) que fingió ser el hermano de
Cambises II, al que este había hecho asesinar.
Darío I el Grande (522–486)
520 Profecías de Hageo y Zacarías; reconstrucción del templo reanudada (Esdras
5:1–2).
516 Templo completado (Esdras 5:3–6:22).
Jerjes (486–465). Así es su nombre en griego; se llama Ahasuero o Asuero en hebreo y
Khshayarshu en persa. Es el rey del libro de Ester.
ca. 486. Acusaciones escritas contra habitantes de Judá (Esdras 4:6).
483–474 Los acontecimientos narrados en Ester (desde el año tercero hasta el
duodécimo del reinado de Jerjes):
• Invierno de 483–482. Banquete en Susa. Planificación de la campaña militar en
Grecia. Deposición de la reina Vasti (Amestris).
• 481–479 Campaña persa contra Grecia.
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• 480 Derrota decisiva de Persia en la batalla de Salamina.


• 480–479 Asuero en su cuartel de Sardes. Amoríos de Asuero con su cuñada.
• 479 Asuero vuelve a Susa después de las derrotas en Grecia. Ester es llevada al
harén de Susa.
• 479–478 Ester es coronada como reina.
465 Asuero asesinado por el cortesano Artabán.
Artajerjes I (465–424). Ocupó el trono después de asesinar a su hermano Darío.
458 Retorno del segundo grupo de exiliados judíos bajo Esdras (Esdras 7–10). Es
probable que las profecías de Malaquías fueran pronunciadas en algún
momento antes del retorno de Esdras con este segundo grupo.
Antes del 445: Paro de la reconstrucción de las fortificaciones de Jerusalén (probable
ubicación de Esdras 4:7–23).
445 Tercer retorno bajo Nehemías (Nehemías 1–13).
433 Retorno de Nehemías a Artajerjes (según escritos extrabíblicos).
Después de 433. Segunda estancia de Nehemías en Jerusalén.
Jerjes II (424)
Sogdiano (424–423)
Darío II Ocos (423–404). Hijo ilegítimo de Artajerjes. Destronó y asesinó a su
hermanastro Sogdiano. Mencionado en Nehemías 12:22.
Artajerjes II (404–358)
Artajerjes III (358–338)

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