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Las ediciones en papel serán un lujo y un placer. Con todo, los expertos
animan a no perder la capacidad de leer con atención
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VIRGINIA COLLERA
Día tras día leemos titulares sobre la desaparición del libro físico y los
correspondientes desvelos de editores, libreros, bibliotecarios, pero, cuestiones de
mercado aparte, nosotros, los lectores, ¿cómo leeremos en el futuro? ¿Qué
entenderemos por libro? ¿Qué entenderemos por leer? ¿En qué soportes leeremos?
¿Cómo hablaremos de libros? ¿Dónde conseguiremos los libros?
“La tecnología es todo aquello que fue inventado después de que tú nacieras”. La
cita es del ingeniero informático Alan Kay y hace referencia a esa idea generalizada
de que tecnología es sinónimo de nuevo. Los ordenadores, los móviles, los GPS son
tecnología. ¿Los libros? También, insiste Joaquín Rodríguez, editor, autor y
responsable del blog Los futuros del libro. “Aunque nos preceda nueve siglos y sea
algo natural en nuestras vidas”. El libro es una tecnología para muchos inmejorable:
compacta, portátil, fácil de usar, barata, autónoma. Por eso precisamente ha tardado
tanto en iniciar su tránsito hacia lo digital. “Los libros son artefactos increíbles”,
reconocía Jeff Bezos, consejero delegado de Amazon, para luego añadir: “Son el
último bastión de lo analógico”. Esa semana de noviembre de 2007 el gigante de
Internet presentaba el lector electrónico Kindle.
Aunque no conviene esperar fuegos artificiales de todos ellos, opina José Antonio
Millán, autor de varios estudios sobre la lectura en España y responsable del
blog Libros y Bitios. “Siempre habrá libros muy aumentados, como los infantiles,
con un despliegue muy llamativo. También habrá obras científicas con muchas
adiciones que facilitarán el estudio o la comprensión, pero la novela podrá seguir
siendo novela. En una edición de Ulises podrás ver un mapa, por ejemplo. Pero hay
veces que no hace falta nada”.
“Leer es una creación humana. No es natural sino una práctica social que cambia en
cada momento de la historia, en cada comunidad y en cada contexto, aunque la
palabra sea la misma. No es lo mismo lo que hacemos ahora que lo que hacíamos
hace cincuenta años o lo que haremos dentro de otros cincuenta”, explica Daniel
Cassany, profesor e investigador de Análisis del Discurso de la Universidad Pompeu
Fabra y autor de En_línea. Leer y escribir en la red(Anagrama). Libro abierto, lector
enfrascado, ese es el concepto de lectura, culta y profunda, que sigue arraigado. Pero
leer ha crecido —y seguirá haciéndolo— en acepciones, importancia y dificultad.
“Leer es más complejo porque leemos más imágenes, más documentos
multimodales. Eso de leer una página con letras está totalmente muerto. En los
textos habrá fotos, vídeos, letras y tendremos que relacionar todo para darle
significado. Leer en el sentido de acceder a la información es mucho más fácil, pero
si entendemos leer por comprender es más difícil, porque hemos pasado de leer lo
que escribía la gente de nuestro alrededor con palabras que entendíamos a leer lo
que escribe gente de todo el mundo”.
Mod cuenta por correo electrónico que meditó sus respuestas desde una cabaña sin
conexión a Internet que alquiló al norte de Nueva York para leer y escribir sin
interrupciones ni tentaciones digitales. Ya lo advertía el periodista Nicholas Carr
en Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus), “la
Red atrae nuestra atención solo para dispersarla. Nos centramos intensamente en el
medio, en la pantalla, pero nos distrae el fuego graneado de mensajes y estímulos
que compiten entre sí por atraer nuestra atención”.
Y no es el mejor momento para hacerlo. “Los lectores nunca se han enfrentado a tal
cantidad de información ni han estado tan necesitados de lectura crítica y analítica
como ahora. Asusta pensar que los nuevos lectores utilicen el común denominador
de ‘lo que es más popular en número de visitas en un servidor de Internet’ como la
base de sus opiniones y creencias. No es que la cultura digital sea enemiga de la
cultura literaria, pero tiene la capacidad de destruir o erosionar los mejores aspectos
de ella: el cerebro capaz de leer con profundidad”.
Para imaginar lo que será una biblioteca del futuro basta con seguir los pasos de la
Biblioteca Pública de Nueva York, institución de referencia mundial que se está
aplicando para que su importancia quede intacta en el siglo XXI. El plan es el
siguiente: dos millones de volúmenes, que hasta ahora ocupan ocho plantas de su
sede central, serán trasladados a dos almacenes externos para así poder crear un
nuevo espacio público ideado por el arquitecto Norman Foster. Donde antes había
estanterías, habrá hileras de ordenadores, cafeterías y zona wifi. “La propia forma de
la biblioteca está asumiendo esa dimensión poliédrica donde habrá espacio para
libros, para textos electrónicos, pero también para muchas otras fuentes diferentes y
donde el bibliotecario tendrá una personalidad distinta”, explica Rodríguez. Será un
mediador, en palabras de Cassany. “Hasta hace poco los bibliotecarios han estado
muy preocupados por el catálogo: conseguir fondos para la biblioteca, archivarlos,
etiquetarlos con los sistemas universales idóneos. Y ahora, como Internet hace
accesible toda la información, este trabajo ha perdido interés y su día a día está
volcado en la atención al usuario, la formación, lo que se llama alfabetización
informacional, es decir, el fomento de esa capacidad de entender en un mundo en el
que es más complejo hacerlo porque estamos infoxicados”.
Libros y blogs
Craig Mod. craigmod.com
Desaparecerán los libros, igual que ya casi han desaparecido las cartas, las postales
de viaje y las navideñas? No quiero ser pesimista, pero el avance de la humanidad ha
conllevado siempre un alto porcentaje de destrucción. ¿Cuántas especies de plantas
y animales no hemos liquidado? ¿Cuántas civilizaciones no hemos eliminado de la
faz de la tierra?
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La internet. Esta mágica red que nos une y comunica tiene unos “efectos
secundarios” altamente peligrosos. Recomiendo ver el documental Lo and Behold,
Reveries of the Connected World (2016), de Werner Herzog, que explora las dos
caras de esta moneda. En cuanto a la lectura, si bien la internet permite recibir
electrónicamente en la pantalla obras completas, a una inmensa mayoría los atrapa
con sus juegos, redes sociales y sus mil “aplicaciones”.
La falta de transporte público: En ciudades como Miami o Los Angeles, donde uno
debe desplazarse en auto, generalmente al volante, el ciudadano carece de esos
momentos de espera que antes estimulaban la lectura en las paradas de ómnibus o
bien durante el viaje en ómnibus o metro.
La literatura de pacotilla: En esta “era del selfie” abundan los escritores ansiosos por
contar su historia a como dé lugar. Y al igual que esos que comparten en Facebook
sus selfies al salir de la ducha, muchos se creen con la obligación de compartir
sentimientos o peripecias expresados con un lenguaje pedestre que a cualquiera que
se le ocurra leerlos puede hacerlos dudar de la importancia de leer.
La literatura tuvo su gran momento en el siglo XIX, donde era la clave para
aumentar la venta de los periódicos. No habrá ya nunca escritores con la popularidad
que alcanzaron Verne o Dumas padre, cuyas obras viajaban a América en barcos
fletados especialmente.
La clave del éxito de aquellos autores no era solo su calidad, sino que no tenían que
competir con tanto entretenimiento y tantas ocupaciones que merman el tiempo de
ocio, imprescindible para leer. En la época de esos maestros, la lectura era un placer
mayor, pues aún no se habían creado los teléfonos, ni la radio, ni el cine, ni mucho
menos la multifacética televisión. Tampoco había CDs ni DVDs.
Antes el lector se fascinaba con un relato sobre Venecia o Laponia, ahora no sólo
puede ver un filme sobre ese lugar, sino que no le es difícil viajar y tener él mismo
la experiencia y hasta escribir un libro sobre el tema. El atractivo y el tiempo de la
lectura se han reducido irreversiblemente, sin embargo los que quieren escribir su
historia encuentran tiempo y forma para hacerlo. Los lectores disminuyen, pero
parece que la literatura mediocre y “la selfie” seguirán contribuyendo a la posible
desaparición del libro.
México en la lona
México también enfrenta un grave problema en la comprensión de lectura, pero hay
evidencia de que este problema es anterior a la expansión de internet y las redes
sociales.
Al iniciar el siglo XXI, México enfrentaba limitaciones en la penetración de las
tecnologías de interconexión. No obstante, las pruebas de evaluación mostraban que
la mayoría de lo estudiantes de nivel básico y medio no entendían lo que leían. En el
año 2000, la Prueba Pisa reportó que el 63% de los estudiantes mostraba un nivel
deficiente en la capacidad para reflexionar y evaluar lo leído; para el año 2009
ese porcentaje había subido a 70%.
En este caso, internet no sería la causa inicial, aunque sí podría haber contribuido a
acentuar el problema. Otro dato del Programa Internacional para la Evaluación de
Estudiantes (PISA, 2009) es relevante: el 81% de los alumnos de secundaria en
México no muestran la suficiente capacidad para realizar actividades cognitivas
complejas; en educación media superior el porcentaje es de 63%.
Si bien no se pueden cargar todas la pulgas a internet, sí conviene poner atención en
los señalamientos referidos por neurólogos y psicólogos. Y, en ese sentido, sorprende
la decisión de la Secretaría de Educación Pública de dar tablets a los estudiantes de
5o año de primaria en varias entidades.
Hasta hoy se desconoce en qué se basó Chuayffet para elegir esta tecnología “de
apoyo a la formación académica”. Lo real es que alivió la frustración de los fabricantes
tecnológicos que venían cancelando líneas de producción de tablet debido a que las
ventas estaban “muy lejos de las expectativas”, según informaba Digitimes en
2013.
A la fecha, los reportes de International Data Corporation (IDC) se refieren a las tablet
como un mercado que no logra despuntar, con una caída de ventas del 6% en el
primer trimestre de 2015, respecto al trimestre anterior. Por su parte, la firma Gartner
considera que las tablet tienen un ciclo de vida de 3 años y son
principalmente artículos complementarios de otras tecnologías, pues los usuarios
encuentran más funcionalidad en los smartphones.
Lo necesario, en vez de entrar en los juegos del mercado tecnológico, es atender la
recomendación de los especialistas respecto a los problemas de lectura profunda:
fomentar una nueva cultura entre los estudiantes que les permita reservar un tiempo
cada día para mantenerse desconectados de las pantallas y experimentar una
lectura profunda, sin distracciones o tentaciones digitales.
[ Gerardo Moncada ]