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FREUD
L'na vida de nuestro tiempo
Leer este libro es entrar en el mundo de Sigmund
-ra.c como nunca se habla hecho antes: su familia,
. ; ¿dad, sus problemas profesionales, su larga, tor
ra :$: . extraordinariamente fructífera vida. Le vemos
-■ ra en la época de la decadencia del liberalismo,
e-.tre los horrores de la guerra, las dificultades de la
-■iz. la subida al poder de Hitler y la caída de Austria.
7-rasen ta ante nosotros elaborando y revisando
rara- zonas que harían época. Estamos allí con él
iraando da a luz dolorosamente a todos sus descubri-
- e-.:os, fascinado por los problemas que él mismo se
? ralea. meditando tristemente acerca de sus publica-
. "es, riñendo constantemente con sus discípulos. Y
raic:-tramos a Freud, siempre enérgico, a menudo
ixsac-mbrado y a veces rencoroso, mientras sus
: 11 • se an extendiendo desde el pequeño círculo vie-
-es -rara toda Europa y a través del océano hacia los
E_--j: :s Unidos... y el mundo entero.
Bisándose en una instructiva serie de documentos
rara ::s ocluyendo cientos de cartas hasta ahora des-
. -craso inaccesibles. Peter Gay explora la mente
:: Freud. nos descubre sus pasiones y sigue paso a
raras: í - asombrosa carrera. Analiza al Freud psicoa-
-. z ;: mo político que busca apoyo para sus con-
ra rara ras descubrimientos. Desmenuza por primera
■: ■: dimensiones del amor que sentía Freud por su
■ a na y sus poco ortodoxos análisis. Nos ofrece un
: . : - - jcioso. detallado y fascinante acerca de las
re ra-•: -.es de Freud con sus problemáticos seguidores.
.: - : - -na ; Ferenczi. Trata con franqueza las centra
ra ra rae siempre han rodeado el asunto de las apa
ratera amistades de Freud, así como su vida amera
ra ra. novaciones teóricas que. como afirmaba el
ira ra F rara, agitaron el sueño de la humanidad.
- rara quiza lo más importante y valioso de todo esto
- _ra ningún biógrafo anterior había integrado con
_ ■ j segundad en la propia vida de Freud la crónica
.: rasos, los documentos técnicos, su estética espe-
... i ■ ras incursiones en la prehistoria y la critica
. ra Los capítulos que conforman este libro y en
. ra Peter Gay expone lúcidamente las teorías de
re ra rarara de los sueños y la sexualidad, el desaira
ra neurosis, el amor y el odio, apuntan hacia una
. - - ira ncepción de la educación liberal en el pen-
ra ra rara: analítico. mucho más discutida que
ra ra rara inmersión en las preocupaciones e inte-
■<- .. .rara más íntimos de Freud consigue que
_ra ra iras lleguen a tener vida propia.
i rara - recordará durante mucho tiempo el Freud
-■ ra 3i;. nos revela aquí: estudiante, médico, psi-
3Hnei »«»ante, marido, padre, amigo, científico, pole-
- _ .ra: cuma y triunfador. Este libro, brillante-
- - e .raocrabido y escrito, no sólo evoca una época.
j - - ra. ra -.ida y las ideas de un hombre que. en
. . ■ ra ra * H. Auden. «no es una persona, sino
... .n tsaoo de opinión».
Freud
Una vida de nuestro tiempo
Para
Bill y Shirley Kahn
Dick y Peggy Kuhns
Indice
Prefacio, 15
Fundamentos: 1856-1905
Uno. Hambre de conocimiento, 25
ALIMENTO PARA LOS RECUERDOS, 27 EL ATRACTIVO DE LA INVESTI
GACION, 45 FREUD ENAMORADO, 62
Elaboraciones: 1902-1915
Cuatro. Retrato de un precursor en orden de batalla, 185
A LOS CINCUENTA AÑOS, 185 PLACERES DE LOS SENTIDOS, 195 LA
SOCIEDAD PSICOLOGICA DE LOS MIERCOLES, 206 LOS EXTRANJEROS,
212
[ 12] Indice
Revisiones: 1915-1939
Ocho. Agresiones, 407
GRANDES Y TRASCENDENTALES COSAS, 407 UNA PAZ DIFICIL, 421
LA MUERTE: EXPERIENCIA Y TEORIA, 437 EROS, EL YO Y SUS ENEMI
GOS, 452
Abreviaturas, 721
Notas, 723
Ensayo bibliográfico, 819
Reconocimientos, 873
Indice analítico, 881
Prefacio
demostrado ser incluso más virulentas que las concernientes a sus teorías.
Freud mismo favoreció la atmósfera en la que puede florecer el rumor, for
mulando aforismos memorables pero desorientadores, y dejando tras de sí
evaluaciones inexactas de su propia obra. Esto es paradójico: la creación
de Freud, el psicoanálisis, está después de todo comprometida con la inda
gación más implacable; se presenta como la Némesis del ocultamiento, de
la hipocresía, de las evasiones bien educadas de la sociedad burguesa. Sin
duda, Freud se enorgullecía bastante de ser el destructor de las ilusiones,
un siervo fiel de la veracidad científica. “La verdad —le escribió a Sándor
Ferenczi en 1910— es para mí la meta absoluta de la ciencia.” *» Dos
décadas más tarde, repitió sus expresiones dirigiéndose a Albert Einstein:
“Ya no considero uno de mis méritos el decir siempre la verdad en la
medida de lo posible; se ha convertido en mi oficio”. *10
—Peter Gay
Uno
Hambre de conocimiento
café, el salón o la opereta. Esas Vienas hicieron muy poco por el progreso
del trabajo de Freud. No es casual que su prometida fuera de Hamburgo, y
sus discípulos favoritos de Zurich, Budapest, Berlín, Londres, e incluso de
lugares más lejanos; sus teorías psicológicas tomaron forma en un univer
so cultural lo suficientemente grande como para abarcar toda la cultura
occidental.
entraban en colisión con las de Anna o las de los otros, prevalecía él sin
ninguna duda. Cuando, dedicado a sus libros de texto, se quejó del ruido
de las lecciones de piano de Anna, el piano desapareció para no volver
nunca. La madre y la hermana lo lamentaron mucho, pero sin rencor apa
rente. Los Freud deben de haber sido una de las pocas familias centroeuro-
peas de clase media que no tenían piano, pero ese sacrificio palidecía ante
la gloriosa carrera que imaginaban para el estudioso y vivaz escolar del
gabinete.
fue un hilo conductor muy importante, aunque cada vez más deshilachado,
de la política vienesa. Ese era el tipo de atmósfera en la que Freud se sen
tía cómodo. Al recordar en su vejez esas décadas violentas, se consideró a
sí mismo “un liberal de la antigua escuela”. *49
Durante la década de 1860 y más allá, en efecto, el liberalismo fue
para los judíos de Viena una posición a la vez de principios y prudente:
las alternativas del sionismo y el socialismo todavía no habían surgido
en su horizonte. Al igual que muchos otros de sus hermanos emancipa
dos, Freud se hizo liberal porque la cosmovisión liberal congeniaba con
él y porque, según el dicho, era buena para los judíos. Freud era pesi
mista acerca de la naturaleza humana, y por lo tanto escéptico con res
pecto a las panaceas políticas de cualquier tipo, pero no era conservador.
Como burgués que se respetaba a sí mismo, los aristócratas arrogantes
lo impacientaban; y aun en mayor medida los clérigos represores. Consi
deraba que la Iglesia Romana y sus esbirros austríacos eran los principa
les obstáculos para la completa integración de los judíos en la sociedad
austríaca. Sabemos que incluso como estudiante había dado forma a ela
boradas y agradables fantasías en las que imaginariamente se vengaba de
todos los antisemitas de los libros. El exuberante crecimiento del antise
mitismo populista racial le proporcionó nuevos objetos de odio, pero
nunca olvidó al antiguo enemigo, el catolicismo romano. Para Freud, y
para otros judíos asimilados, los liberales austríacos presentaban un con
traste sumamente alentador tanto con los demagogos como con los
sacerdotes.
Podemos ver las razones. Después de todo, fueron los liberales quie
nes garantizaron a los judíos austríacos derechos civiles completos en
1867. Es notable que Neue Freie Presse, el único periódico vienés de
reputación internacional, considerara necesario recordarle a sus lectores, en
1883, con oportunidad de una manifestación antisemita, que “el primer
dogma del liberalismo” es que “los ciudadanos de todas las confesiones
gozan de iguales derechos”. *50 No sorprende que Neue Freie Presse fuera
el alimento cotidiano de Freud; sustentaba sus mismas opiniones libera
les.
En la época en que el joven Freud despertaba a esas realidades políti
cas, tales opiniones eran comunes entre los judíos de Austria. En medio
de la campaña electoral de 1879, Adolf Jellinek, el gran rabino de Viena,
declaró que “alineándose con sus más vitales intereses, los judíos de Aus
tria deben adherirse a la constitución y a las fuerzas del liberalismo” *51 El
publicista y rabino Joseph Samuel Bloch recitó un verdadero catálogo de
las virtudes del liberalismo: más que una doctrina, más que un principio
conveniente, era el asilo espiritual del judío, su puerto seguro, su derecho
a la libertad, su diosa protectora, la reina de su corazón. Y los judíos de
Austria depositaban sus votos allí donde estaba su corazón: su alianza con
los candidatos liberales era abrumadora. Freud votó por éstos siempre que
Hambre de conocimiento [ 41 ]
sonido de los valses. Broch contó con la guía de una visión retrospectiva,
pero incluso en aquella época hubo unos pocos espíritus críticos —no
Freud, ocupado en ese entonces con la medicina y el amor— para los que
el Danubio era un lodazal, el champagne algo rancio y el vals un baile
desesperado al borde de un volcán rugiente.
A lo largo de esas décadas, Viena fue el refugio favorito de los inmi
grantes judíos del este. Llegaban continuamente, en mayor número que a
cualquier otra ciudad germana, porque incluso aunque las señales prove
nientes de Austria parecían contradictorias en las otras partes la situación
era peor. Hacia fines del siglo XIX, los judíos de Viena constituían un
grupo heterogéneo: familias de rancio abolengo; inmigrantes extranjeros,
principalmente de Rusia; recién llegados procedentes de las tierras de los
Habsburgo: Galitzia, Hungría o (como los Freud) Moravia. Era asimismo
un grupo fluctuante; así como miles de judíos se apiñaban en la ciudad
refugiándose de la persecución, muchos partían, para establecerse en Ale
mania o en ultramar. *» En las décadas de 1880 y 1890 debieron de existir
momentos en los que también Freud pensó en emigrar, tal vez a Estados
Unidos, o con más probabilidad a la Inglaterra que había amado desde su
juventud.
El atractivo de la investigación
Demasiadas cosas habían pasado antes como para que un fragmento con el
estilo de Goethe tuviera la importancia que Freud le asigna. Después de
todo, ni siquiera pertenecía a Goethe.
Fuera cual fuere el devenir exacto de las reflexiones de Freud, a media
dos de marzo de 1873 le informó a su amigo Emil Fluss, en un tono que
con toda conciencia describió como oracular, que “tenía algunas noveda
des, tal vez las más importantes de mi pobre vida”. A continuación vaci
ló, con su característico estado de ánimo irónico y ambivalente. El tema
no había aún madurado lo bastante como para desembocar en la decisión y
la discusión. “No quiero dar como un hecho algo sin terminar, sólo para
desdecirme más tarde.” *74 Hasta el le de mayo, Freud no logró abrirse
camino hacia una claridad total. “Si levanto el velo, ¿te sentirás defrauda
do?”, le preguntó a Fluss. “Juzga tú mismo: he decidido convertirme en
un científico natural.” El derecho quedaba abandonado. Pero, manteniéndo
se en una vena festiva, Freud conservó el vocabulario jurídico, como para
sugerir un persistente afecto por la carrera que estaba dejando: “Examinaré
los documentos milenarios de la naturaleza, quizá fisgonearé personalmen
te en sus litigios, y compartiré mis conquistas con todo el que quiera
aprender”. Esto es vivaz, incluso ingenioso, pero sugiere la obstina
ción en conflictos superados o, más bien, resueltamente descartados. En
realidad, en agosto de ese año Freud adjuntó en una carta a Silberstein una
tarjeta de visita impresa que decía: “Sigismund Freud/stud. jur.” *7« Tal
vez fuera una broma, pero una broma que sugería pena.
En 1923, Fritz Wittels, médico vienés que era uno de los seguidores
más independientes de Freud y fue su primer biógrafo, especuló perspicaz
mente que el lugar atribuido al fragmento “Sobre la Naturaleza” en la vida
del padre del psicoanálisis hacía pensar en un recuerdo encubridor, el tipo
de rememoración inocua que oculta detrás de su claridad espuria una expe
riencia pasada más seria, menos inequívoca. *77 La visión maternal conju
rada por el fragmento que Brühl leyó en voz alta, con su promesa de pro
tección afectuosa, calidez acogedora y alimento nutritivo inagotable,
podrían haber atraído a Freud, que era en aquel entonces un adolescente
impresionable. Pero, fuera cual fuere el efecto que tuviera, “Sobre la Natu
raleza” cayó en tierra fértil.
En todo caso, es sumamente improbable que un consejo formal y
práctico de los padres presentara la medicina como más atractiva que el
derecho: Freud tuvo el cuidado de poner en letras de imprenta que, aunque
su familia “vivía en condiciones muy estrechas, mi padre insistió en que
yo eligiera mi profesión atendiendo solamente a mis inclinaciones”. En
consecuencia, si el recuerdo de Freud acerca de “Sobre la Naturaleza” fue
realmente un recuerdo encubridor, debió ocultar motivos no reflexivos
sino emocionales. Si bien eligió la carrera de médico con libertad —escri
bió en su Presentación autobiográfica— “en aquellos primeros años, ni,
dicho sea de paso, más tarde, no sentía ninguna predilección por la posi
Hambre de conocimiento [49]
ción y la actividad del médico. Más bien me motivó una especie de ham
bre de conocimiento”. *78 Estas palabras se cuentan entre los más sugeren-
tes fragmentos autobiográficos que Freud haya publicado nunca. Más tar
de, el Freud psicoanalista identificaría la curiosidad sexual de los jóvenes
como la verdadera fuente del espíritu inquisitivo del científico. Es razona
ble especular que el episodio en el dormitorio de sus padres a los siete u
ocho años fue una expresión directa, más bien tosca, de la misma curiosi
dad, posteriormente refinada y convertida en investigación.
que las hebras relacionadas entre sí que el azar y el destino han entretejido
en tomo a todos nosotros.” *84 Joven como era, Freud ya consideraba
sumamente sospechosas las meras comunicaciones superficiales. “He
observado —se quejó a Eduard Silberstein en el verano de 1872— que sólo
me haces conocer una selección de tus experiencias, pero te reservas total
mente tus pensamientos.” *85 Ya buscaba revelaciones más profundas. Al
comentar la muestra internacional reunida en Viena en la primavera de
1873, la consideró agradable y bonita, pero lejos de resultar deslumbrante.
“No logro hallar un cuadro vasto y coherente de la actividad humana, así
como no consigo descubrir los rasgos de un paisaje en un herbario.” La
“grandeza del mundo” —continuó— reposa en la multiplicidad de posibili
dades, pero lamentablemente “no constituye una base firme para nuestro
autoconocimiento ”. *86 Estas son las palabras de un psicólogo nato.
eia del cristianismo, publicado por primera vez en 1841— era “la destruc
ción de una ilusión”, una ilusión “totalmente perniciosa”, después de
todo. Freud, que llegó a verse como un destructor de ilusiones, descu
brió que esa posición le resultaba sumamente afín.
Feuerbach era afín a Freud también por otras razones: criticaba la
mayor parte de la filosofía como lo hacía con la teología. Ofrecía su pro
pio modo de filosofar como la verdadera antítesis (la “disolución”) de la
“especulación, absoluta, inmaterial, autosatisfecha”. *100 En realidad, él
reconocía (o más bien advertía), en gran medida como Freud lo haría más
tarde, que carecía de talento para lo “filosófico-formal, lo sistemático, lo
metodológico-enciclopédico ”. *101 No buscaba sistemas, sino la realidad, e
incluso le negaba a su filosofía el nombre de filosofía, y se negaba a sí
mismo el título de filósofo. “No soy más que un investigador intelectual
de la naturaleza” (un geistiger Naturforscher). *102 Freud podía apropiarse
de esa denominación para él mismo.
Las exploraciones filosóficas de Freud en su época de joven estudiante
universitario lo introdujeron en el refrescante y seductor ambiente del filó
sofo Franz Brentano; asistió a no menos de cinco cursos de conferencias y
seminarios ofrecidos por ese “maldito tipo listo”, ese “genio”, *103 y le
solicitó entrevistas privadas. Brentano, un ex sacerdote, era un exponente
claro de la filosofía aristotélica y la psicología empírica. Maestro estimu
lante que creía en Dios y al mismo tiempo respetaba a Darwin, hizo que
Freud cuestionara las convicciones ateas que llevó consigo a la universi
dad. Cuando la influencia de Brentano estaba en su punto álgido, Freud le
confesó a Silberstein: “Ya no soy un materialista, pero tampoco todavía
un teísta”. *104 Pero nunca se convirtió en teísta; según le dijo a su amigo
a fines de 1874, en su corazón era “un estudiante de medicina empirista y
sin Dios. *105 Después de abrirse camino a través de los argumentos per
suasivos con los que Brentano lo había abrumado, Freud volvió a su
incredulidad y permaneció en ella. Sin embargo, Brentano había complica
do y estimulado el pensamiento de Freud, y sus escritos psicológicos deja
ron sedimentos significativos en la mente de este último.
Toda esta actividad intelectual parece más bien alejada del estudio de la
medicina, pero Freud, aparentemente a la deriva, era un aprendiz de explo
rador echando raíces por todas partes. Las reservas que toda la vida tuvo
con respecto a la medicina fueron un legado de esos años.12 Salvo por las
oportunidades que le procuró de asistir a conferencias memorables y de rea
lizar investigaciones que lo fascinaban, sin duda alguna la educación médi
ca representó para Freud una dudosa ventaja. Sin embargo, sus profesores
eran de lo mejor que podía haber deseado. Mientras formó parte de la Uni
versidad de Viena como alumno e investigador, el cuerpo médico docente
dos años antes de que viera el país por primera vez, le había informado a
Eduard Silberstein: “Estoy leyendo poemas ingleses, escribiendo cartas en
inglés, declamando versos ingleses, escuchando descripciones inglesas y
anhelando paisajes ingleses”. Si eso duraba, bromeó, iba a contraer “la
enfermedad inglesa”.13 *108 Después de su visita a los parientes de Inglate
rra, siguió preocupado por su futuro tanto como antes. La recepción cor
dial que le brindaron en Manchester, y las impresiones que le produjo en
general Inglaterra, lo llevaron a preguntarse si no le convendría establecer
se allí. Le gustaba Inglaterra mucho más que su tierra natal —le dijo a
Silberstein— a pesar de “la niebla y la lluvia, el alcoholismo y el conser-
vadorismo”. *i» La visita siguió siendo inolvidable: siete años más tarde,
en una emocionada carta a su prometida, recordó las “impresiones imbo
rrables” con las que había vuelto de allí, la “sobria laboriosidad” de Ingla
terra y su “generosa consagración al bien público”, por no hablar del
“inquebrantable y sensitivo sentido de la justicia de sus habitantes”. La
experiencia de Inglaterra —le dijo— había sido “una influencia decisiva”
en su vida. *no
La excursión de Freud otorgó más precisión al foco de sus intereses.
Los libros científicos ingleses —le escribió a Silberstein—, los escritos
de “Tyndall, Huxley, Lyell, Darwin, Thomson, Lockyer y otros”, harían
que siempre fuese partidario de su país. Lo que más le impresionó fue su
empirismo coherente, su disgusto por la metafísica ostentosa. De inme
diato agregó otro pensamiento: “Desconfío más que nunca de la filoso
fía”. *ni Gradualmente, las enseñanzas de Brentano iban desdibujándose en
un segundo plano.
En realidad, durante cierto tiempo, Freud necesitó poco de la filosofía.
A su vuelta se concentró en su trabajo en el laboratorio de Cari Claus, y
éste —que era uno de los más eficaces y prolíficos propagandistas de Dar
win en lengua alemana— pronto le procuró a Freud una oportunidad de
distinguirse. Lo habían llevado a Viena para que modernizara el departa
mento de zoología; y él lo puso al nivel de otros departamentos de la uni
versidad, y logró fondos para establecer una estación experimental de bio
logía marina en Trieste. *112 Parte del dinero se destinó a unos pocos
estudiantes privilegiados que realizarían allí investigaciones limitadas.
Freud, que sin duda estaba en buenas relaciones con Claus, se contó entre
los primeros que éste eligió, y en marzo de 1876 partió hacia Trieste.
Tuvo así una primera imagen del mundo mediterráneo, que con tanta dili
gencia iba a explorar en años ulteriores, verano tras verano, con inagota
ble deleite. Tenía una tarea asignada que reflejaba el antiguo interés de
Claus por el hermafroditismo: poner a prueba la reciente afirmación de un
investigador polaco, Simone de Syrski, en cuanto a que había observado
Freud enamorado
Martha Bemays, cinco años menor que él, popular entre los jóvenes,
le resultaba a Freud sumamente deseable. La cortejaba con una fogosidad
de la que él mismo casi se asustaba, y que hacía necesarios todos los
recursos del sentido cormín de la pareja y, en los momentos críticos, su
misma habilidad para mantener el cariño fomentado y amenazado por la
posesividad de él. Para exacerbar las cosas, durante la mayor parte de ese
frustrante compromiso ella vivió con la madre en Wandsbek, cerca de
Hamburgo, y su prometido era demasiado pobre como para poder visitarla
con frecuencia. Emest Jones ha calculado que la pareja estuvo separada
durante tres o cuatro años y medio que mediaron entre su primer encuentro
y el matrimonio. *13° Pero se escribían casi todos los días. A mediados de
la década de 1890, cuando ya llevaban diez años de casados, Freud dijo
como de pasada que su esposa estaba sufriendo un bloqueo en su escritu
ra. *131 Seguramente no presentó características de ese síntoma mientras
duró el noviazgo. Pero sus separaciones no llevaban la calma a sus rela
ciones. Es probable que la zona de tensión más seria fuese la religión:
Martha Bemays había crecido en una familia judía ortodoxa estrictamente
observante y aceptaba sus prácticas piadosas, mientras que Freud no sólo
era un incrédulo indiferente, sino un ateo de principios determinado a
librar a su prometida de todo aquel sinsentido supersticioso. Se mostraba
obstinado e imperioso en su reiterada y a menudo colérica exigencia de que
abandonara todo lo que ella nunca, ni por un momento, había llegado a
cuestionar hasta ese extremo.
De hecho, Freud no dejó duda en Martha Bemays en cuanto a que él
quería ser el jefe de la familia. En noviembre de 1883 le comentó un ensa
yo sobre la emancipación de las mujeres que había traducido durante su
servicio militar, *132 elogiando a John Stuart Mili por su capacidad para
trascender “los prejuicios comunes”, pero de inmediato él mismo cayó en
esos prejuicios. Se quejó de que a Mili le faltaba “sensibilidad para el
absurdo”. El despropósito que Mili había defendido era la idea de que las
mujeres pueden ganar lo mismo que los hombres. Esto —pensaba
Freud— pasaba por alto realidades domésticas: mantener un hogar en
orden, cuidar y educar hijos, es una ocupación que ocupa todo el tiempo y
que prácticamente excluye la posibilidad de que la mujer trabaje fuera del
hogar. Lo mismo que otros burgueses convencionales de su época, Freud
daba mucha importancia a las diferencias entre los sexos, “lo más signifi
cativo en lo que a ellos respecta”. Contrariamente a lo que decía Mili, las
mujeres no estaban oprimidas como si fueran esclavas blancas: “Aunque
no tenga derecho al voto o capacidad legal, toda muchacha a la que un
hombre le besa la mano y por cuyo amor se atreve a todo, debería dejarlo
todo por él”. Enviar a las mujeres a luchas por la existencia fuera del
hogar era una idea “abortada”; pensar en ella, Martha Bemays, su “querida
y tierna niña”, como virtual competidora, le parecía a Freud una completa
necedad. Estaba de acuerdo en que llegaría el día en que un sistema educati
[ 64] Fundamentos: 1856-1905
La construcción
de la teoría
Un amigo (y enemigo) necesario
nes humanas: en junio de 1896, Freud le dijo con gratitud: “Me has ense
ñado que detrás de toda locura popular acecha una pizca de verdad”. *7 Ayu
dó a Freud a centrar su atención en los chistes como material útil para el
escrutinio psicoanalítico. Incluso especuló acerca de la sexualidad infantil
en sus escritos publicados a mediados de la década de 1890, años antes de
que Freud estuviera dispuesto a hacer coherentemente suya una idea tan
escandalosa. Si bien Freud parece haber sido el primero que insistió en que
hay algún tipo de malestar sexual en el núcleo de toda neurosis, Fliess, a
su vez, auspició la idea de la bisexualidad humana, y observó a Freud ela
borarla como principio cardinal.
Dicho esto, la irracionalidad final de las fantasiosas nociones de Fliess
y de sus esfuerzos tendentes a demostrarlas tendría que haber resultado
obvia mucho antes del momento en que lo hizo, especialmente para Freud.
Desde luego, se puede defender el intento de altos vuelos de Fliess, desti
nado a fundar la biología en la matemática. Tampoco era intrínsecamente
ridicula la proposición de que cierto órgano corporal en concreto arroja su
sombra sobre los otros. Podría esperarse que un psicoanalista se interesara
de una forma malsana por la nariz, que recuerda tanto a los genitales mas
culinos por su forma, y al aparato sexual femenino por su tendencia a san
grar. La idea del desplazamiento desde una parte del cuerpo a otra, no sólo
de pensamientos sino también de síntomas, iba a convertirse en una de las
principales bases del diagnóstico en psicoanálisis. Un científico de la
mente como Freud, al borde de postular zonas erógenas cambiantes en el
curso del desarrollo humano, podría haber hallado plausible una teoría que
sostenía que los “lugares genitales” situados en la nariz influían en el cur
so de la menstruación y del parto. Lo que tendría que haber hecho pensar a
Freud, incluso antes de que las investigaciones posteriores convirtieran en
absurdas las obsesiones de Fliess, era el dogmatismo de este último, su
incapacidad para reconocer la riqueza y la frustrante complejidad de las cau
sas que gobiernan los asuntos humanos. Pero mientras el elogio de Fliess
era “néctar y ambrosía” *8 para él Freud no iba a plantear, ni siquiera a
pensar, en dudas inconvenientes.
La misma ceguera deliberada dominó el juego de Freud con la numero-
logia biomédica de Fliess. La concepción de ciclos sexuales masculinos,
en vista de la existencia de ritmos menstruales femeninos, no era en sí
misma absurda. Es significativo que Havelock Ellis (ese entusiasta y
romántico investigador del sexo) dedicara un largo capítulo a “los fenóme
nos de la periodicidad sexual” en un volumen de su Estudio de psicología
sexual, prácticamente contemporáneo de La intepretación de los sueños.
Incansable coleccionista de materiales pertinentes y recónditos sobre cues
tiones sexuales en muchos países, Ellis había leído el trabajo de Fliess
acerca de los períodos sexuales, y lo consideró interesante aunque, en últi
ma instancia, no muy persuasivo, sin duda no en lo concerniente a los rit
mos masculinos: “Aunque Fliess presenta un cierto número de casos
[ 84] Fundamentos: 1856-1905
Por cierto, una de las razones por las cuales a Freud le resultaba
tan indispensable Fliess consistía en que su mujer no actuaba como su
confidente en lo relativo a las investigaciones a las que estaba consagrando
toda su atención. Abrumada por la deslumbrante presencia de su marido,
Martha Freud parece más bien una figura oscura. Si bien legó a la posteri
dad —a veces contra su voluntad— documentos sumamente profusos, las
huellas de sí misma que dejó o que pueden advertirse son escasas. Los
comentarios casuales de visitantes, y algunos del esposo, permiten supo
ner que para los íntimos era simplemente una Hausfrau modelo, que admi
nistraba la casa, se ocupaba de las comidas, supervisaba a los sirvientes y
educaba a los hijos. Pero su contribución a la vida de la familia era mucho
más que un trabajo esencialmente penoso, concienzudo e impagado. La
familia giraba en tomo a Freud. No carece de interés el hecho de que fuera
él quien eligió los nombres de los seis hijos, nombres de sus amigos o
mentores; en 1891, cuando nació su segundo hijo, Freud le puso el nom
bre de su admirado Oliver Cromwell. *15 Pero el hijo mayor de Freud,
Martin, recordó a la madre como una persona a la vez bondadosa y firme,
eficaz y precavida con respecto a los importantísimos detalles domésticos
[ 86] Fundamentos: 1856-1905
era que Martha debía afrontar una enfermedad infantil detrás de otra. Freud
le daba la mano, escuchaba las quejas de los hijos o, en las vacaciones de
verano, encabezaba expediciones para recoger setas en las montañas. Era
un padre activo cuando tenía tiempo, y afectuoso. Pero la principal carga
de la vida doméstica caía sobre los hombros de la esposa.
A pesar de su amor a los libros (cuando se lo consentía), Martha
Freud no fue una compañera para su marido en su largo y solitario avance
hacia el psicoanálisis. Ayudó a Freud de un modo natural para ella, presi
diendo un escenario doméstico en el que él podía sentirse cómodo, en parte
permitiendo que el hombre lo diera por sentado. En respuesta a una carta
de condolencia después de la muerte de Freud, consideró como “un débil
consuelo el que en los 53 años de nuestro matrimonio, no haya habido
entre nosotros ni una sola palabra airada, y que yo siempre haya tratado en
la medida de lo posible, de apartar de su camino la misère de la vida de
todos los días”. *22 Sentía que había sido un privilegio el haber podido cui
dar a “nuestro querido jefe” durante todas aquellas décadas. *23 Esto signifi
caba mucho para él, pero no lo era todo. Su mujer hizo a Fliess práctica
mente necesario.
En sus recuerdos sobre los Freud, el psicoanalista francés René Lafor
gue, quien los conoció en la década de 1920, elogió a Martha Freud como
“mujer práctica, maravillosamente hábil en la creación de una atmósfera de
paz y joie de vivre". Pensaba que era un ama de casa excelente y trabajado
ra, que no vacilaba en ayudar en la cocina y que “nunca cultivó esa palidez
enfermiza a la moda de tantas intelectuales”. Pero, agregó, para ella las
ideas psicoanalíticas de su esposo eran “una forma de pornografía” *24 En
medio de un hogar animado y atestado, Freud estaba solo. El 3 de
diciembre de 1895 le anunció a Fliess el nacimiento de la pequeña Annerl,
informándole de que estaban bien tanto la madre como la niña, “una
pequeña hembra hermosa y completa”.*25 En la carta siguiente, cinco días
más tarde, se alegró de la vista de la escritura de Fliess, que le permitía
“olvidar mucha soledad y privación”. *26 La asociación es patética; Freud
amaba a su familia y no se las hubiera arreglado sin ella. Pero la familia
no mitigaba su desalentadora sensación de aislamiento. Esa era la tarea de
Fliess.
tenia —la electroterapia, que también ensayó con sus pacientes— era
incluso mucho más insatisfactorio que el hipnotismo, y a principios de la
década de 1890 “dejó a un lado el aparato eléctrico”, con un suspiro de ali
vio. *35
La correspondencia de Freud de esos años sugiere innovaciones de
alcance mucho mayor, en especial relacionadas con una actitud en estado
de alerta, prácticamente sin precedentes, ante el probable efecto de los con
flictos sexuales en las enfermedades nerviosas. A principios de 1893 había
traducido sus conjeturas en convicciones firmes. En uno de los extensos
memorandos que le envió a Fliess a lo largo de los años, para que él los
comentara, Freud planteó la cuestión llanamente (después de advertirle a
su amigo que no pusiera el manuscrito al alcance de las manos de su
joven esposa): “Podría darse por sabido que la neurastenia es una conse
cuencia frecuente de una vida sexual anormal. Sin embargo, lo que me
gustaría afirmar y poner a prueba con observaciones es que la neurastenia,
de hecho, sólo puede ser una neurosis sexual”. Freud no excluye como
posible causa la predisposición hereditaria, pero estaba empezando a insis
tir en que la “neurastenia adquirida” tema motores sexuales: el agotamien
to provocado por la masturbación, o el coitus interruptus. Las mujeres
(acerca de cuya sensualidad subyacente Freud no tenía ninguna duda) pare
cían comparativamente inmunes a la neurastenia, pero cuando la padecían,
sus orígenes eran los mismos que en el caso de los hombres, Freud extraía
la conclusión de que las neurosis eran completamente evitables y comple
tamente incurables. Por lo tanto, “la tarea del médico ha pasado a ser por
completo la profilaxis”.
Todo el memorando muestra a Freud seguro de sí mismo al máximo,
y refleja su interés por las consecuencias sociales de la enfermedad nervio
sa; ya en su primera época se consideró un médico de la sociedad. Adujo
que la sexualidad sana reclamaba la prevención de las enfermedades venére
as y, como alternativa a la masturbación, las “relaciones sexuales libres”
entre jóvenes solteros de ambos sexos. Por lo tanto, se necesitaba un anti
conceptivo superior al preservativo, que no era seguro ni agradable. *37 El
memorando parece una rápida incursión en territorio enemigo; en la
monografía que en aquel entonces Freud estaba preparando con Breuer,
Escritos sobre la histeria, la dimensión erótica iba a batirse en retirada una
vez más. Sobre la base de ese libro —observó Freud más tarde, con evi
dente sarcasmo— “habría sido difícil conjeturar la importancia que tiene la
sexualidad en la etiología de la neurosis”. *38
lizar un viaje, pero todavía debió pasar bastante tiempo antes de que recu
perara por completo su equilibrio mental. Desde entonces ha gozado de
completa salud”. *49
En este punto del relato de Breuer surgen algunos interrogantes. La
verdad es que al concluir el tratamiento Breuer envió a Anna O. al Belle-
vue, el muy prestigioso sanatorio suizo del doctor Robert Binswanger, en
Kreuzlingen. A mediados de septiembre de 1882, tres meses después de la
presunta desaparición de sus síntomas, Anna O. realizó una valerosa tenta
tiva de explicar su estado. Todavía estaba en Kreuzlingen y (según infor
maba en un inglés casi perfecto) se veía “totalmente privada de la facultad
de hablar, entender o leer alemán”. Además estaba sufriendo un “fuerte
dolor neurálgico” y “ausencias más o menos prolongadas”, que ella llama
ba “timemissing” (extravío, omisión del tiempo). Sin duda, había mejora
do mucho. “Sólo me siento nerviosa, angustiada y con ganas de llorar
cuando me embarga el miedo a olvidar de nuevo por más tiempo la lengua
alemana, miedo para el cual tengo demasiados motivos”. *50Ni siquiera un
año más tarde se encontraba realmente bien; estaba sufriendo recaídas
constantes. Su carrera posterior fue notable: se convirtió en pionera del
trabajo social, en una líder eficaz de causas feministas y de organizaciones
de mujeres judías. Esos logros dan prueba de un grado sustancial de recu
peración, pero Breuer, en Escritos sobre la histeria, confundió, con pocas
garantías, un período de mejoría difícil y a menudo interrumpido, con una
curación total.
Al describir a Anna O. en 1895, Breuer observó como de pasada que
había “suprimido una gran cantidad de detalles sumamente interesan
tes”. *51 Según sabemos por la correspondencia de Freud, eran más que
interesantes: en primer lugar constituían la razón de que Breuer se hubiera
resistido tanto a publicar el relato del caso. Una cosa era reconocer los sín
tomas de conversión histéricos como la respuesta significativa a traumas
particulares, y la neurosis como consecuencia posible de un ambiente
sofocante —y no simplemente como florecimiento de una disposición
hereditaria—, pero otra totalmente distinta era admitir que el origen últi
mo de la histeria, y algunas de sus manifestaciones más evidentes, eran de
naturaleza sexual. “Confieso —escribió Breuer más tarde— que no me
gusta sumergirme en la sexualidad, ni en teoría ni en la práctica.” *52 Toda
la historia de Anna O., a la que Freud aludió aquí y allí con frases veladas,
era un teatro erótico extremadamente desconcertante para Breuer.
Muchos años después, en 1932, escribiéndole a Stefan Zweig, uno de
sus defensores más apasionados, Freud recordó “lo que realmente sucedió
con la paciente de Breuer”. Mucho tiempo antes, Freud le había dicho lo
siguiente: «La noche del día en que todos sus síntomas quedaron bajo con
trol, le llamaron para que la viera una vez más; la encontró confundida y
retorciéndose con dolores abdominales. Cuando se le preguntó qué le pasa
ba, respondió: “Ahora viene el niño del doctor B.”» En ese momento,
[94] Fundamentos: 1856-1905
comenta Freud, Breuer tuvo “la clave en sus manos”. Pero no podía o no
estaba dispuesto a usarla, y “la dejó caer. Con un honor convencional,
huyó y le cedió la paciente a un colega”. *53 Es sumamente probable que
Breuer se estuviera refiriendo a ese embarazo histérico cuando aquella
noche de julio de 1883 le contó a Freud ciertas cosas que éste sólo podría
repetir después de que Martha Bemays se convirtiera en Martha Freud.
El caso de Anna O. hizo más por dividir a Freud y Breuer que por
unirlos; aceleró la triste decadencia y el colapso final de una amistad pro
longada y gratificante. Según Freud lo veía, él fue el explorador que tuvo
el coraje de asumir los descubrimientos de Breuer; al llevarlos hasta sus
últimas consecuencias, con todos sus matices eróticos, inevitablemente se
estaba alejando del benéfico mentor que presidió la primera parte de su
carrera. Breuer dijo una vez de sí mismo que quien lo guiaba era “el demo
nio ‘Pero’ ”, *54 y Freud se sentía inclinado a interpretar tales reservas
—cualquier reserva— como una cobarde deserción del campo de batalla.
Sin duda, igualmente irritante era el hecho de que Freud le debiera a Breuer
un dinero que éste no quería cobrar. Sus desagradables gruñidos contra
Breuer en la década de 1890 constituyen un caso clásico de ingratitud, el
resentimiento de un deudor orgulloso contra su benefactor de más edad.
A lo largo de más de una década, Breuer le proporcionó a Freud, sin
limitaciones, y durante años con el cálido aprecio del destinatario, aliento,
afecto, hospitalidad y apoyo económico, todo lo cual le resultaba a Freud
muy necesario. El gesto, característico de Freud, de ponerle a su primera
hija el nombre de Frau Breuer, la atractiva amiga del joven médico pobre y
ambicioso, significaba reconocer con alegría un mecenazgo solícito que
seguía su curso. Eso ocurrió en 1887. Pero ya en 1891, las relaciones
entre los dos hombres empezaron a cambiar. Ese año Freud se sintió pro
fundamente defraudado por la recepción que Breuer le brindó a La concep
ción de las afasias, que, como sabemos, Freud le había dedicado. “A duras
penas me lo agradeció —le escribió Freud a su cuñada Minna, un poco
desconcertado—; se sintió muy embarazado y dijo todo tipo de cosas
malas e incomprensibles acerca del trabajo; no recordó nada bueno; final
mente, para apaciguarme, [me hizo] el cumplido de decir que la escritura es
excelente.” *55 Al año siguiente, Freud informó sobre algunas “batallas”
con su “compañero”. *56 En 1893, cuando él y Breuer publicaron su infor
me preliminar conjunto acerca de la histeria, Freud estaba impacientándose
cada vez más, y pensaba que Breuer estaba “obstaculizando mi progreso en
Viena”. *57 Un año después comunicó que “los contactos científicos con
Breuer han cesado”. *58 En 1896 evitaba a Breuer; declaró que ya no necesi
taba verlo. *59 Su idealización del viejo amigo, predestinada a la decepción
como lo están tales idealizaciones, dejó paso en él a algunas reacciones
vitriólicas. “Mi irritación con Breuer recibe continuamente nuevo aliento”,
escribió en 1898. Uno de sus pacientes le comentó que Breuer estaba
La CONSTRUCCION DE LA TEORIA [ 95]
aplicando con Lucy R. lo que había estado practicando con Elisabeth von
R.: la asociación libre. Al mismo tiempo, Lucy R. le dejó claro a Freud
que los seres humanos no están dispuestos a que la crítica descanse; son
capaces de rechazar sus asociaciones sobre la base de que son triviales,
irracionales, repetitivas, no pertinentes u obscenas. Durante la década de
1890, Freud siguió siendo un oyente sumanente activo, casi agresivo;
interpretaba las confesiones de sus pacientes rápida y escépticamente, son
deando niveles más profundos del conflicto. Pero la pasividad en estado de
alerta del psicoanalista, que Freud habría de llamar más tarde “atención
suspendida” o “flotante”, *81 estaba empezando a entrar en su repertorio de
técnicas. Le debía mucho a Elisabeth von R., a Lucy R, y a sus otras his
téricas. En 1892, ya había reunido los rudimentos de las técnicas psicoa-
nalíticas; la observación atenta, la interpretación exacta, la asociación
libre no obstaculizada por la hipnosis, y la elaboración.
Freud tenía también otra lección reservada, una lección que lo preocu
pó a lo largo de toda su carrera. En una encantadora anécdota, a propósito
de una especie de análisis de sesión única, describió el caso de “Kathari-
na”, una campesina de dieciocho años que lo había servido en un albergue
de las montañas austríacas. “No hace mucho tiempo —le informó a Fliess
en agosto de 1893—, vino a consultarme la hija del posadero en el Rax;
fue un hermoso caso para mí.” Katharina se dio cuenta de que Freud era
médico, y se aventuró a confiarle sus síntomas nerviosos (respiración agi
tada, desvanecimientos, una espantosa sensación de ahogo) y a pedirle
consejo. Freud, de vacaciones, ansioso por escapar de sus neurasténicos y
hallar esparcimiento en una excursión de ascenso al Rax, se encontró en
cambio volviendo a la práctica de su profesión. Las neurosis parecían bro
tar por todas partes. Resignado e intrigado, Freud mantuvo con su
“paciente” una entrevista frontal. Ella reveló que cuando tenía catorce años
un tío suyo había realizado varios intentos de seducirla, toscos pero frus
trados; aproximadamente dos años después, lo había visto tendido sobre
una de sus primas. Entonces empezaron sus síntomas. Como niña inocen
te y falta de experiencia, las atenciones de su tío le resultaron sumamente
desagradables, pero sólo cuando lo vio sobre la prima las relacionó con la
cópula. El recuerdo le disgustó y generó una neurosis de angustia combi
nada con histeria. La ingenua confesión de la joven la ayudó a descargar
sus sentimientos, su talante melancólico le abrió paso a una vivacidad bri
llante y sana, y Freud confiaba en que de esa conversación pudiera derivar
algún beneficio duradero. “No volví a verla.” *83
Pero pensó en ella: tres décadas más tarde, Freud añadió en Escritos
sobre la histeria una nota al pie de página de tono confidencial, en la que,
renunciando a la discreción, confesaba que quien había tratado de molestar
a Katharina no había sido el tío, sino el padre. Freud fue severo consigo
mismo. Había mejores modos de ocultar la identidad de un paciente: “Una
deformación como la que realicé en este caso tiene que evitarse siempre en
La CONSTRUCCION DE LA TEORIA [101]
un historial.” *84 Sin duda los dos objetivos gemelos del psicoanálisis
—proporcionar terapia y generar teoría— son por lo general compatibles e
interdependientes. Pero a veces colisionan: los derechos del paciente a la
intimidad pueden entrar en conflicto con la exigencia de consideración
pública característica de la ciencia. Esa era una dificultad con la que Freud
volvió a tropezar, y no sólo con sus pacientes; lo mismo que a sus anali-
zandos más reveladores, desvelarse a sí mismo le resultaba a la vez penoso
y necesario. Las soluciones de transacción que articuló nunca fueron total
mente satisfactorias, ni para él ni para sus lectores.
Con todos sus problemas, los casos como éste, hermosos o no como
el de Katharina, hacían progresar por igual la técnica y la teoría: en 1895,
en Escritos sobre la histeria y en sus comunicaciones confidenciales a
Fliess, Freud estaba moviéndose hacia algunas generalizaciones de largo
alcance. Al acumular y ordenar las piezas de ese gran rompecabezas que es
la mente, desarrollaba las ideas y el vocabulario psicoanalíticos, que se
convertían en canónicos hacia fines del siglo. Mantuvo a Fliess perfecta
mente informado a medida que sus ideas evolucionaban y cambiaban,
enviando a Berlín grandes cantidades de anécdotas de casos, aforismos, sue
ños, sin olvidar los “borradores”, esos ensayos previos de artículos y
monografías en los cuales registraba sus descubrimientos y experimentaba
con ideas, borradores sobre la angustia, sobre la melancolía, sobre la para
noia. “Un hombre como yo —le escribió Freud a Fliess el mismo año en
que se publicó Escritos sobre la histeria, con la jactancia de un observador
obsesionado— no puede vivir sin una manía, sin una pasión dominante,
sin (para hablar como Schiller) un tirano, y él ha llegado a mi vida. Y a
su servicio ya no conozco moderación ninguna. Es la psicología.” *85
Te amo,
De cabo a rabo.
¡Vamos, bésame!
Entre todos los animales
Yo podría ser el que más te admirara.
4 «“Hase’, sprich das Reh,/’Tut’s Dir beim Schlucken im Halse noch weh?”»
(Freud a Fliess, 16 de mayo de 1897. Freud-FUess, 260 [244]).
5 “Ich liebe Dich,/herzinniglich,/komm, küsse mich,/Du kónntest mir von
allen/Tieren am besten gefallen”. (Freud a Fliess, 24 de marzo de 1898. Ibíd.,
334 [304]).
La CONSTRUCCION DE LA TEORIA [103]
7 El rumor (lanzado por Carl G. Jung) de que Freud tenía una relación amoro
sa con Minna Bernays carece de fundamentos convincentes. (Para un examen
detallado de este problema, véase el ensayo bibliográfico correspondiente a este
capítulo).
La CONSTRUCCION DE LA TEORIA [105]
psicología científica que apunte a explicar toda la vida mental tiene que dar
cuenta de la memoria, la percepción, el pensamiento y la planificación,
tanto como de la satisfacción de la relajación que sigue a la descarga de los
estímulos.
Freud pensaba que uno de los modos de hacer justicia a esa diversidad
del trabajo mental consistía en postular tres tipos de neuronas: las adecua
das para recibir estímulos, las pertinentes para transmitirlos y las que
transportan los contenidos de la conciencia. Estaba especulando, aunque
no descabelladamente, y con la compañía de otros psicólogos reputados.
Pero ese esquema exigía muchas cosas, especialmente una comprensión de
la naturaleza y de las actividades de la conciencia, que frustraban los
esfuerzos de Freud, así como las dificultades ligadas a conjeturas similares
estaban frustrando los esfuerzos de sus colegas. En todo caso, las ideas de
Freud, mientras él redactaba las notas para su “Psicología”, estaban empe
zando a moverse en una dirección muy diferente. Se encontraba al borde,
no de una psicología para neurólogos, sino de una psicología para psicó
logos. Los sustratos fisiológico y biológico de la mente nunca perdieron
su importancia para Freud, pero durante varias décadas se retiraron a un
segundo plano mientras él exploraba los dominios de lo inconsciente y
sus manifestaciones en pensamiento y actos: lapsus, chistes, síntomas,
defensas y sueños (que eran lo más enigmático).
te, para no correr el riesgo de, mientras buscaba las raíces del malestar psi
cológico, poder pasar por alto un trastorno físico. Fliess había ido a Viena
y operó de la nariz a Emma Eckstein. Pero esa operación no produjo nin
gún alivio: los dolores de la mujer no cedieron, y se vieron agravados por
abundantes hemorragias y un olor fétido. Alarmado, Freud consultó a
algunos cirujanos vieneses, y el 8 de marzo de 1895 le relató a Fliess lo
que había sucedido. Su viejo amigo Ignaz Rosanes, un reputado especia
lista, se reunió con Freud en la casa de Emma Eckstein. Ella estaba san
grando por la nariz y por la boca, y el “olor fétido era muy intenso”.
Rosanes “limpió los bordes de la cavidad, arrancó coágulos adheridos, y de
pronto empezó a tirar de algo así como una hebra y siguió tirando”. Antes
de que él y Freud pudieran detenerse para reflexionar, “se había sacado de la
cavidad de un buen medio metro de gasa. De inmediato siguió una efusión
de sangre, y la paciente palideció, con ojos desencajados y sin pulso”.
Rosanes actuó con prontitud, envolviendo la cavidad con gasa nueva, y la
hemorragia se detuvo. Todo había sucedido en medio minuto, pero bastó
para que Emma Eckstein resultara “irreconocible”. Freud captó en un ins
tante lo que había sucedido; ante la calamidad, se descompuso. Después de
que la nariz quedara vendada, él “huyó” a la habitación contigua para
beberse una botella de agua, viéndose a sí mismo como una figura muy
patética. Se recuperó gracias a un poco de coñac. Cuando volvió al lado de
la paciente, “un poco tambaleante”, Emma Eckstein lo recibió con una
observación “superior”: “Así que ése es el sexo fuerte...” *133
Freud adujo que no había sido la sangre lo que lo acobardó, sino más
bien “la presión de las emociones”. Podemos conjeturar cuáles fueron.
Pero incluso en su primera carta, escrita bajo la impresión de ese episodio
desconcertante, Freud se mostró ansioso por proteger a Fliess de la obvia
imputación de descuido, casi de intervención defectuosa y fatal. “Así que
hemos sido injustos con ella”, concedió. Emma Eckstein era perfectamen
te normal; sus hemorragias nasales no habían sido de origen histérico,
sino provocadas por “una pieza de gasa yodofórmica que se desgarró cuan
do tiraste de ella y quedó dentro durante dos semanas”. Freud asumió la
responsabilidad y exculpó a su amigo: no tendría que haber apremiado a
Fliess para que operara en una ciudad ajena, donde no podía realizar el
seguimiento de la paciente. El accidente con la gasa podía haberle sucedido
al “más afortunado y prudente de los cirujanos”. Ese era el tipo de excusa
defensiva que el Freud psicoanalista pronto iba a denominar negación.
Pero no todavía. Citó a otro especialista, quien habría confesado que una
vez a él le había sucedido lo mismo, y agregó tranquilizadoramente: “Por
supuesto, nadie está reprochándote nada.” *134
En realidad, según Freud sugirió con delicadeza en una carta de princi
pios de abril, un especialista vienés —otorrinolaringólogo como Fliess—
le había insinuado que las hemorragias profusas y constantes de Emma
Eckstein fueron provocadas por la desastrosa intervención de Fliess; el
La CONSTRUCCION DE LA TEORIA [113]
hecho de que hubiera dejado gasa en la nariz era sólo la peor consecuen
cia. *135 Fliess parece que se ofendió, pero Freud trató de apaciguarlo: fuera
lo que fuere lo que pensaran todos esos expertos, “para mí sigues siendo el
médico, el tipo de hombre en cuyas manos uno pone con confianza su
propia vida y la de la propia familia”. *>3e Pero no quedó satisfecho con
reafirmar su completa confianza en las aptitudes y la habilidad de Fliess;
hizo a Emma Eckstein responsable de toda la catástrofe. A fines de abril,
en una carta dirigida a su “Querido Mago”, se refirió a la paciente, que en
ese momento estaba mejorando gradualmente, como “mi íncubo y el
tuyo”. *137 Un año más tarde volvió sobre el tema, comunicándole a Fliess
“una solución totalmente sorprendente de las hemorragias de Emma Ecks
tein, que te agradará mucho”. *138 Freud pensaba que podía demostrar que
Fliess había estado siempre en lo cierto, que “sus hemorragias eran histé
ricas, que se producían por anhelo”. *139 Escribió palabras halagadoras: “Tu
nariz ha vuelto a oler bien”. Las hemorragias de Emma Eckstein eran
“hemorragias de deseo”. *uo
El hecho de que la paciente se estuviera recuperando “brillantemen
te” *141 no hacía más que facilitar la tarea de Freud dedicada a hallar para su
amigo una coartada irrefutable. Mantuvo un silencio lleno de tacto acerca
de la embarazosa cuestión de si la decisión de operar tomada por Fliess
había sido razonable, un silencio lleno de tacto sobre la gasa que Fliess
había permitido que provocara la infección. La culpa de todo la tenía
Emma Eckstein. Resultaba indudable que a ella le gustaba sangrar, pues el
síntoma le hacía posible demostrar que sus diversas enfermedades eran rea
les y no imaginarias, y esto le daba derecho a reclamar el afecto de otras
personas. Desde luego, Freud adujo algunas pruebas clínicas en cuanto a
que la paciente probablemente había estado sacando partido de sus hemo
rragias durante años. Pero eso no podía absolver a Fliess; su actitud evasi
va es ostensible. Lo que en realidad importaba no era que pudiera presu
mirse que su molesto íncubo se había provocado sus trastornos para ser
amada, sino saber si su cirujano chapucero era o no tan irreprochable
como Freud necesitaba que lo fuera. Incluso aunque en gran medida Freud
tomó a Anna Lichtheim como modelo de Irma, la sorprendente semejanza
de ambas mujeres hacía casi inevitable que también Emma Eckstein inva
diera el sueño de Irma. Tal como Freud lo narró, Fliess aparecía sólo bre
vemente en el sueño, y el propio Freud se preguntó: “Este amigo, que
desempeña un papel tan grande en mi vida, ¿no debería aparecer más en el
contexto mental del sueño?”. *1« La respuesta es que lo hizo. El sueño de
la inyección de Irma revela, entre otras cosas, la ansiedad de Freud por
ocultar sus dudas acerca de Fliess, y no sólo por ocultárselas a Fliess,
sino también por ocultárselas a sí mismo.
Es una paradoja: allí estaba Freud, que luchaba por aprehender las
leyes de las operaciones mentales inconscientes, exculpando al culpable y
difamando al inocente, con el objetivo de conservar su necesaria ilusión.
[114] Fundamentos: 1856-1905
En los años que siguieron, Freud estableció más allá de cualquier duda que
la contradicción es, aunque no deseable, el inevitable destino del hombre.
Le gustaba citar un verso de uno de sus escritores favoritos, el poeta suizo
Contad Ferdinand Meyer acerca del “hombre con todas sus contradiccio
nes”. Llegó a reconocer la influencia de la ambivalencia (la tensa coexis
tencia de amor y odio) en la mente humana. Algunos de sus primeros
pacientes le habían enseñado que los seres humanos pueden saber y no
saber al mismo tiempo, entender intelectualmente lo que emocionalmente
se niegan a aceptar. Una mayor experiencia psicoanalítica permitiría con
tar con un apoyo clínico abrumador para la observación de Shakespeare
referente a que el deseo es el padre del pensamiento. Una manera mu>
corriente de abordar complicaciones molestas (por más inoportunas que
sean) consiste/en mandarlas al diablo. Eso es lo que hizo Freud durante la
primavera y el verano de 1895.
En todo ese tiempo, y después, Fliess siguió siendo el Otro irreem
plazable de Freud. “Mira lo que sucede”, le escribió Freud incluso en
1899, poco después de uno de sus encuentros. “Aquí vivo taciturno en i.
oscuridad hasta que tú vienes; me regaño a mí mismo, enciendo mi luz
fluctuante frente a la constancia de la tuya, vuelvo a sentirme bien, y des
pués de tu partida tengo de nuevo ojos para ver, y lo que veo es hermosc
y bueno”. *1« Nadie más, ni en Viena ni en ningún otro lugar, podía pres
tarle a Freud ese servicio, ni siquiera su despierta e inteligente cuñadz
Minna Bemays. Pero el Fliess que de ese modo se adecuaba a la idea que
se hacía Freud del oyente perfecto, en parte era una invención del prop: ?
Freud.
Una de las razones de que ese retrato idealizado permaneciera intactc
durante tanto tiempo residió en que a Freud le costó años llegar a recor. o -
cer, y elaborar, el ingrediente erótico de esa dependencia. “Nadie puede
reemplazar para mí —le confesó a Fliess en una oportunidad— la compa
ñía del amigo, exigida por una vertiente especial, tal vez femenina”. ’ -
Eso ocurrió ya hacia el final de su amistad, en 1900. Un año más tarde
volvió sobre el tema, con un matiz de reproche deslizándose en su objeti
vo comentario autobiográfico: “No comparto tu desprecio por la amisted
entre hombres, probablemente porque en gran medida me interesa. En m
vida, como bien sabes, la mujer nunca ha reemplazado al camarada. .
amigo.” *145 Freud efectuó esa autoevaluación cuando su intimidad ccr.
Fliess estaba decreciendo y podía permitirse la perspicacia. En 191 ‘
recordando todo aquel fatal episodio, Freud le dijo llanamente a varios de
sus discípulos más próximos que en su apego a Fliess había existido _r
elemento homosexual.8 Pero en 1895 y 1896 Freud sofocó sus dudas acer
ca de Fliess. Iba a costarle cinco años o más liberarse de esa servidumbre
11 En una carta, Freud escribió sobre “el autorreproche que aparece regular
mente entre los supervivientes”. (Freud a Fliess, 12 de noviembre de 1896,
Freud-Fliess, 214 [202]).
La CONSTRUCCION DE LA TEORIA [117]
12 Si bien la mayoría de las víctimas de tales asaltos eran niñas, los chicos
no estaban a salvo de ellos, como Freud sabía. En 1895, cuando la confianza
que tenía en la teoría estaba en su punto álgido, le comentó a Fliess que uno de
sus pacientes neuróticos “me ha dado lo que esperaba: (terror sexual, es decir,
abuso infantil con histeria masculina)". Freud a Fliess, 2 de noviembre de 1895.
Freud-Fliess, 153 [149]).
13 Freud materializó su percepción de la complejidad en el concepto de
“sobredeterminación”, término que propuso por primera vez en 1895: los sínto
mas; sueños u otros productos de la mente inconsciente necesariamente tienen
varias causas, provenientes de la herencia y el ambiente, la predisposición y los
traumas, y tales productos tienden a condensar una diversidad de impulsos y
experiencias en desarrollos engañosamente simples.
[120] Fundamentos: 1856-1905
“Penis normalis
dosim
repetatur!”
los ataques paternos eran la única fuente de la histeria, tal conducta debía
de ser prácticamente universal, puesto que tenía que haber menos casos de
histeria que causas posibles de histeria. Después de todo, no enfermaba la
totalidad de las víctimas. “Una perversión contra los niños tan amplia
mente difundida es escasamente probable”. Por lo demás, “en el incons
ciente no hay ninguna huella de la realidad”, y por lo tanto no existe
modo de diferenciar la verdad de la ficción cargada emocionalmente. *168
Freud estaba entonces preparado para aplicar la lección de escepticismo
metódico que recogió de su experiencia clínica. Las “revelaciones” de sus
pacientes eran por lo menos en parte producto de la imaginación de ellos.
El colapso de esta teoría no llevó a Freud a abandonar su creencia en la
etiología sexual de las neurosis, ni la convicción de que por lo menos algu
nos neuróticos habían sido víctimas sexuales de los padres. Lo mismo que
otros médicos, había encontrado tales casos.14 Es notable que en diciembre
de 1897, casi tres meses después de que presumiblemente hubiera renuncia
do a la teoría de la seducción, todavía pudiera escribir que su “confianza en
la etiología paterna ha crecido mucho”. *t» Menos de dos semanas después,
le comunicó a Fliess que una de sus pacientes le había hecho un relato
horrible que él estaba dispuesto a creer: a la edad de dos años, había sido
bestialmente violada por el padre, un pervertido que necesitaba infligir
lesiones sangrientas para obtener gratificación sexual. *i7» En realidad,
Freud no se desprendió definitivamente de la teoría durante dos años, y no
hizo profesión pública de su cambio de opinión hasta seis años más tar
de. *>’> Incluso en 1924, casi tres décadas después de liberarse de lo que con
arrepentimiento caracterizó como “un error que he reconocido y corregido
repetidamente desde entonces”, Freud insistió en que no todo lo que había
escrito a mediados de la década de 1890 sobre el abuso sexual con niños
merecía el rechazo: “La seducción ha conservado una cierta significación
para la etiología”. Explícitamente observó que dos de sus primeros casos,
el de Katharina y el de una tal “Fraulein Rosalía H.”, eran mujeres que
habían sido asaltadas por sus padres. *02 Freud no tenía ninguna intención
de cambiar una especie de credulidad por otra. Para dejar de creer en todo lo
que decían los pacientes no necesitaba caer en la trampa sentimental de sos
tener que los burgueses serios eran incapaces de repugnantes agresiones
sexuales. Lo que Freud repudió era la teoría de la seducción como explica
ción general del modo en que se originan todas las neurosis.
14 Si bien el tema era tratado con considerable reserva en los textos médi
cos, los asaltos sexuales a hijas muy jóvenes fueron examinados públicamente
desde principios del siglo XIX. Ya en 1821, el famoso psiquiatra francés Jean
Etienne Esquirol había conmunicado uno de esos casos, el intento realizado por
un padre con su hija de 16 años, que condujo al colapso nervioso de la niña y a
repetidas tentativas de suicidio. (Véase “Suicide”, en Dictionnaire des Sciences
Médicales, por “Un grupo de médicos y cirujanos”, Lili [1821], 219-220. Debo
esta referencia a Lisa Lieberman.)
[124] Fundamentos: 1856-1905
y permitía que esos indicios lo llevaran de idea en idea a través del “rodeo
usual” de la asociación libre. *18° Pero los sueños constituían su fuente
más fiable y abundante de información sumergida. A mediados de la década
de 1890 había dilucidado el núcleo de las neurosis de sus pacientes sobre
todo mediante la interpretación de sus sueños y, según pensaba, “fueron
sólo esos éxitos los que me animaron a perseverar”. Freud continuó su
“autoanálisis, cuya necesidad pronto se volvió clara para mí, con la ayuda
de una serie de mis propios sueños que me condujeron a través de todos
lós acontecimientos de mi infancia”. *181 Aunque pululaban en tomo a él
“montones de enigmas espeluznantes” —le dijo a Fliess— la “elucidación
de los sueños” parecía ser “el más sólido” de los recursos». *182 No sor
prende que ese mismo autoanálisis diera forma a sueños que a continua
ción interpretaba. Soñó que el “viejo Brücke” le asignaba la extraña tarea
de disecar la parte inferior de su propio cuerpo; interpretó que ese sueño,
sumamente condensado, se refería al autoanálisis, vinculado como estaba
con el registro de los sueños y con el descubrimiento de sus propios senti
mientos sexuales infantiles. *183
Las cartas de Freud a Fliess demuestran que ese era un trabajo duro, a
la vez estimulante y frustrante. “Está fermentando e hirviendo a fuego len
to en mí” escribió en mayo de 1897; sólo estaba esperando un nuevo
impulso hacia adelante. *184 Pero la comprensión no se producía obede
ciendo a órdenes. A mediados de junio confesó que tenía una pereza total,
que intelectualmente estaba en úna pausa, vegetando en un bienestar vera
niego: (“Desde el último impulso, nada se ha movido y nada ha cambia
do”. *185 Pero sentía que grandes cosas estaban a punto de estallar. Cuatro
días más tarde escribió: “Creo que estoy en embrión, y sabe Dios qué cla
se de bestia saldrá arrastrándose”. *186 Con sus pacientes había adquirido
conocimientos sobre la resistencia; en ese momento estaba exerimentán-
dola en sí mismo. “Todavía no sé lo que está sucediendo en mí”, confesó
a principios de julio. “Algo que proviene de las profundidades de mi pro
pia neurosis ha opuesto resistencia contra cualquier progreso en la com
prensión de las neurosis, y de algún modo esto te ha arrastrado a ti”. El
hecho de que Fliess quedara oscuramente implicado en las dificultades de
Freud convirtió esa pausa en sumamente desagradable. Pero “por algunos
días, me parece, se ha estado preparando algo que emerge de esta oscuridad.
Lo advertí mientras realizaba progresos de toda clase en mi trabajo; de
hecho, de vez en cuando algo se me aparece de nuevo”. Freud nunca subes
timó la influencia del medio sobre la mente, y pensaba que el calor del
verano y el exceso de trabajo habían contribuido a generar esa parálisis
momentánea. *187 Sin embargo, siempre le sostenía la convicción de que,
si esperaba y seguía analizando, el material sumergido emergería a la
superficie de su conciencia.
Pero su confianza en sí mismo era débil. “Después de haberme ani
mado mucho aquí —escribió Freud en agosto, desde su lugar de descanso
[128] Fundamentos: 1856-1905
Psicoanálisis
1 Entre algunos apuntes que Marie Bonaparte reunió para una biografía de
Freud, se cuenta la siguiente anotación sin fecha, escrita en francés: “Madame
Freud me informó de que el diván analítico (que Freud llevó consigo a Londres)
le fue regalado por una paciente agradecida, Madame Benvenisti, aproximada
mente en 1890”. (Ibíd.)
[134] Fundamentos: 1856-1905
2 “Si no puedo dominar los poderes superiores, moveré las regiones infer
nales.”
3 Cuando Freud le mencionó por primera vez esas palabras a Fliess, en una
carta de fines de 1896, comentó que quería emplearlas como lema del apartado
sobre la formación de síntomas en un libro que estaba proyectando acerca de la
psicología de la histeria. (Véase Freud a Fliess, 4 de diciembre de 1896, Freud-
Fliess, 217 [205].)
[136] Fundamentos: 1856-1905
cer su sueño como lo que es: un síntoma. Tomando cada elemento del sue
ño por separado (como en el antiguo método descodificador, de tal modo
aprovechado con propósitos científicos) y usándolo como punto de partida
para la asociación libre, el que sueña o su analista finalmente descifraban
su significado. Freud sostenía haber interpretado con esta técnica más de
mil sueños propios y de sus analizandos. El resultado fue una ley general:
“Los sueños son realizaciones de deseos.” *»
Esta formulación suscita de inmediato un interrogante, del que Freud
se desembaraza en el más breve de los capítulos. La realización de deseos
¿es la ley universal de los sueños, o simplemente la lectura adecuada del
sueño de la inyección de Irma? Freud presenta un variado catálogo de
ejemplos, e insiste en que esa ley es válida para todos los sueños, aunque
pueda parecer lo contrario. Cada excepción aparente a esa afirmación tajan
te, al ser examinada, se convertía a juicio de Freud en una prueba más.
Cada una era una variación sutil de un tema único.4
5 Freud elaboró este capcioso argumento en una larga nota a pie de página
agregada en 1919 (véase La interpretación de los sueños, SE V, 580-581 n).
Ese planteamiento da lugar a la incómoda pregunta de si pretende estar en lo
cierto en todas las situaciones, de modo que su teoría no puede ser refutada: un
sueño fácilmente interpretable como una realización de deseos la confirma, y
también lo hace un sueño angustiado, que parece ser exactamente lo opuesto.
La explicación reside en la concepción freudiana de la mente como un conjunto
de organizaciones en conflicto recíproco; lo que quiere una parte de la mente,
es probable que otra lo rechace, a menudo con la aparición de mucha angustia.
PSICOANALISIS [141]
6 La letra del aria, tal como Freud la cita, dice: “Se vuol ballare, signor
contino,/Se vuol ballare, signor contino,/Il chitarino le suonerò”. Freud no
menciona a Heinrich Heine, uno de sus poetas satíricos favoritos aunque muy
bien podía haberlo tenido en mente. Heine había utilizado esos mismo versos
como lema de Los baños de Lucca, su devastador ataque dirigido al conde Pla-
ten, el poeta homosexual, de quien imaginaba que era su enemigo y que se
encontraba a la cabeza de una conspiración contra él.
PSICOANALISIS [143]
de Freud, su sueño de “Non vixit”, ilustra el modo de actuar del sueño tan
to con palabras como con sentimientos. No sorprende que Freud lo consi
derara “hermoso”. Estaba lleno de amigos, algunos muertos. En el sueño,
uno de ellos, Josef Paneth, no entendía lo que Fliess estaba diciendo, y
Freud explica que el hecho se debía a que Paneth no estaba vivo: “Non
vixit”. Como advierte Freud en el mismo sueño, esto es un error en la
expresión latina, que significa “No vivió”, y no “No vive” (Non vivit).
En ese momento, Freud aniquila a Paneth con una mirada; simplemente se
evapora, lo mismo que Fleischl-Marxow. Cada uno de ellos no es más que
un revenant, una aparición que podía suprimirse a voluntad, y al que sue
ña, ese pensamiento le resulta delicioso. *41
La fuente de esa fantasía onírica en la que Freud reducía a Paneth a la
nada con una mirada penetrante no era un misterio: se trataba de la trans
formación, en beneficio propio, de una escena humillante en la que su
mentor, Brücke, miró fijamente a Freud, su perezoso asistente, reducién
dolo a la nada. Pero, ¿“Non vixit"? Freud finalmente sigue la pista de
estas palabras hasta llegar a una oración no oída sino vista: recordó que
aparecían en el pedestal del monumento al emperador José II en el palacio
imperial de Viena: Saluti patriae vixit / non diu sed totus (“Por el bienestar
de su patria, vivió no mucho pero intensamente”). El sueño de Freud tomó
esas palabras para aplicarlas a otro Josef Paneth, que había sido su sucesor
en el laboratorio de Brücke y murió joven en 1890; evidentemente, Freud
experimentaba pesar por la muerte prematura del amigo, pero también se
sentía triunfante por haberlo sobrevivido. Esos eran algunos de los senti
mientos que el sueño de Freud registró y distorsionó; otros —agregó—
eran la ansiedad por la operación a la que iba a someterse su amigo Fliess,
el sentimiento de culpa por no dirigirse a Berlín para acompañarlo, y la
irritación que le produjo el mismo Fliess, porque éste le dijo que no
hablara de la operación con nadie, como si él, Freud, fuera indiscreto por
naturaleza y necesitara ese tipo de recomendaciones. Los revenants del sue
ño retrotrayeron a Freud a su infancia: representaban a amigos y enemigos
de mucho tiempo atrás. El placer de vivir más que otros y el deseo de
inmortalidad, subyacen en los triviales sentimientos de superioridad y los
igualmente triviales sentimientos de fastidio en los que abundaba el sueño
del “Non vixit”. El argumento en su conjunto le recordaba a Freud un vie
jo cuento: un cónyuge, ingenuo, egoísta, le dice al otro: “Si uno de noso
tros muriera, yo me iría a vivir a París”. *42 A esta altura debería haber
quedado claro por qué Freud pensaba que ningún sueño puede ser objeto de
una interpretación que lo agote; la textura de sus asociaciones es demasia
do rica, sus mecanismos son demasiado astutos como para permitir que
los enigmas que plantea queden clarificados por completo. Pero Freud
nunca vaciló en afirmar que en el fondo de todo sueño hay un deseo, deseo
que es infantil y que la sociedad respetable probablemente consideraría
indecente.
[148] Fundamentos: 1856-1905
son tan diferentes entre sí. Los neuróticos, y a su manera extravagante los
psicóticos, presentaban los mismos rasgos de los mortales menos pertur
bados; lo hacían de un modo histriónico, pero por lo tanto más instructi
vo. “No es posible una comprensión general satisfactoria de las perturba
ciones neuropsicóticas —le anunció Freud a Fliess en la primavera de
1895— si uno no puede tender conexiones con supuestos claros acerca de
los procesos mentales normales.” *45 En la misma época en que tema en
mente su “proyecto de psicología”, también lo atormentaba el enigma de
las neurosis. Para su propio modo de ver, las dos investigaciones siempre
estuvieron ligadas, y no podían separarse con provecho. No es casual que
diera vida a sus memorandos teóricos abstractos con ejemplos tomados de
sus casos clínicos. Servían como materiales para una psicología general.
saludó con un respeto solemne, casi reverente, “la poderosa ley biológica
de la herencia, que interviene de modo decisivo en todo lo que tiene natura
leza orgánica”; su influjo en la vida mental —pensaba— es indiscutible y
poderoso. El nerviosismo adquirido, por su parte, surge cuando la “rela
ción correcta entre la acumulación y el gasto de fuerza nerviosa” se ve per
turbada. La falta de sueño, la dieta insuficiente, los excesos alcohólicos, el
carácter “antihigiénico” de la civilización moderna, con su precipitación,
sus excesivas exigencias a la mente, su política democrática, su emancipa
ción de las mujeres, son todos factores que convierten a las personas en
nerviosas. Pero el nerviosismo adquirido —lo mismo que la variedad con
gènita— es una cuestión de “cambios materiales, aunque extremadamente
leves, del sistema nervioso”.
Esa enfermedad más grave “neurastenia” es para Krafft-Ebing ner
viosismo en sentido amplio, una enfermedad “funcional” en la que la vida
mental “ya no puede establecer el equilibrio entre la producción y el con
sumo de fuerza nerviosa”. La metáfora mecánica no es casual; para Krafft-
Ebing, la neurastenia consistía esencialmente en el desorden del sistema
nervioso. Lo mismo que en el caso del nerviosismo, el médico debía bus
car en la herencia la etiología principal. En la variedad adquirida podían
rastrearse causas fisiológicas, un infortunado conjunto de traumas, o un
ambiente destructivo: enfermedades de la niñez debidas a una “constitución
neuropàtica”, *s> la masturbación o (una vez más) las tensiones excesivas
impuestas al sistema por la vida moderna. Incluso cuando la causa de la
neurastenia resultara ser un episodio psicológico, por ejemplo de ansiedad
o tensión mental, el elemento perturbador de última instancia era de natu
raleza neurològica. Krafft- Ebing estaba dispuesto a considerar factores
“sociológicos”, pero su “causa original” también retrocedía hasta “una
constitución nerviosa”. Los tratamientos que Krafft-Ebing recomentaba se
inclinaban naturalmente por la dieta, la medicación, la fisioterapia, la elec
troterapia, los masajes. *« Como especialista destacado en el campo de
las aberraciones sexuales, no pasa por alto lo que denomina Neurasthenia
sexualis, pero sólo la ve como una pequeña parte del cuadro clínico, no
como una causa. *»
En resumen, Krafft-Ebing abordó en gran medida el sufrimiento psico
lógico como una cuestión de fisiología. En 1895 no se había movido de
la psicología adoptada dieciséis años antes en su texto de psiquiatría: “La
locura es una enfermedad del cerebro”. Estaba hablando para su profe
sión. Durante el siglo XIX la ciencia de la psicología había realizado
avances impresionantes y magníficos. Pero su posición era paradójica: se
había emancipado de la filosofía, como antes lo había hecho de la teolo
gía, sólo para aceptar el abrazo imperioso de un nuevo amo, la fisiología.
Desde luego, la idea de que la mente y el cuerpo están vinculados por los
lazos más íntimos tenía tras de sí una tradición antigua y honorable. A
mediados del siglo XVIU, Laurence Sterne había declarado que “el cuerpo
[152] Fundamentos: 1856-1905
poner remedio a los trastornos de los desdichados locos y locas que esta
ban a su cargo mediante la persuasión moral, la disciplina mental y la
bondad, en lugar de las drogas o el maltrato físico, y lograron algunos éxi
tos. Pero prácticamente todos los otros neurólogos, psiquiatras y guardia
nes de asilos para desequilibrados trabajaban basándose en el supuesto de
que el efecto del cuerpo sobre la mente es mucho más significativo que el
de la mente sobre el cuerpo.
Las brillantes investigaciones realizadas en el siglo XIX con la anato
mía del cerebro (que contribuyeron en gran medida a trazar el mapa de los
complicados mecanismos de la visión, la audición, el lenguaje y la
memoria) no hicieron más que brindar apoyo a esa concepción neurològica
de los procesos psicológicos. Incluso los frenólogos —con sus ideas
curiosas y en última instancia absurdas— influyeron en el fortalecimiento
del influjo de este enfoque sobre la opinión educada. Si bien en la segunda
mitad del siglo XIX los anatomistas cerebrales escépticos demostraron la
falsedad de la doctrina frenológica según la cual cada pasión y cada capaci
dad mental tenía una ubicación sumamente específica, por otro lado no
rechazaron por completo la idea fundamental de los frenólogos, en cuanto
a que las funciones mentales se originan en regiones concretas del cerebro.
El gran Hermann Helmholtz y científicos amigos como Emil Du Bois-
Reymond reforzaron la autoridad de la concepción materialista de la mente
con su delicado trabajo experimental sobre la velocidad y el recorrido de
los impulsos nerviosos. Cada vez más, la mente aparecía como una peque
ña máquina alimentada por fuerzas químicas y eléctricas que podían rastre
arse, esquematizarse y medirse. Con un descubrimiento tras otro, parecía
absolutamente segura la posibilidad de llegar a encontrar un sustrato fisio
lógico para todos los hechos mentales. La neurología era la reina.
Como discípulo y admirador de Brücke, (portador del mensaje de
Helmholtz y Du Bois-Reymond a Viena), Freud había estado sometido sin
restricciones a la influencia de ese enfoque, y nunca lo abandonó por com
pleto. Era mucho lo que en su práctica apoyaba estas ideas; sus pacientes
analíticos le habían enseñado que, si bien muchos síntomas físicos son
conversiones histéricas, la naturaleza de otros es realmente orgánica, n
Una razón importante de la atracción considerable que ejercía sobre Freud
la tesis de que las neurosis tienen su origen en el mal funcionamiento
sexual residía en que, “después de todo, la sexualidad no es un asunto
puramente mental. Tiene también un lado somático”. *60 En consecuencia,
como le dijo a Fliess en 1898, Freud no estaba en absoluto “dispuesto a
de tener un precio. Más tarde, algunos de los más atentos lectores de Freud,
en su mayoría colegas analistas, se sintieron bastante impresionados por su
parcial resistencia a prestar atención al material personal. Karl Abraham le
preguntó abiertamente a Freud si se había abstenido de modo deliberado de
completar su interpretación del sueño de la inyección de Irma; después de
todo, las alusiones sexuales intervienen cada vez más hacia el final del rela
to de Freud. *65 En el tono confidencial de los primeros analistas, Freud
respondió pronto y con franqueza: “En él hay una oculta megalomanía
sexual. Las tres mujeres —Mathilde, Sophie, Arma— son las tres madri
nas de mis hijas, ¡y las tengo a todas!” *66 Cari G. Jung demostró ser no
menos perceptivo. Invitado a comentar la tercera edición de La interpreta
ción de los sueños (que estaba a punto de aparecer) objetó que las interpre
taciones que había hecho Freud de sus sueños y de los de sus hijos eran
superficiales. El y sus discípulos —agregó— habían pasado por alto el “sig
nificado esencial (personal)”, la “dinámica libidinal” de sueños tales como
el de Irma, y “lo más doloroso y personal de sus propios sueños”; sugirió
que Freud utilizara los sueños de sus pacientes, “en los que los verdaderos
motivos finales son puestos al descubierto sin piedad” *67 Freud estuvo de
acuerdo y prometió hacer revisiones en el texto, pero no revelaciones pro
fundas: “El lector no merece que me desnude aun más frente a él”. *68 De
hecho, de los enigmáticos indicios de su pasado erótico en que los colegas
querían que profundizara, ninguno se vio abordado en las ediciones poste
riores. Una de las tensiones que recorren La interpretación de los sueños es
precisamente el choque, en gran medida subterráneo, entre la autorrevela-
ción y la autoprotección. Pero Freud no creía que su falta de disposición a
desnudarse más comprometiera de algún modo la exposición de su teoría.
acerca del deseo secreto que había detrás de un lapsus tan ostensible. Pero a
lo largo de todo el libro, Freud sostiene que otros errores de pensamiento,
lenguaje o conducta, aunque menos legibles, apuntaban sistemáticamente
hacia la misma conclusión: la mente está gobernada por leyes. La Psico
patología de la vida cotidiana no añadía nada a la estructura teórica del psi
coanálisis, y sus críticos se quejaron de que algunos de sus ejemplos resul
taban excesivamente forzados, o de que el concepto mismo del acto fallido
freudiano era tan vago que no se podía someter a pruebas científicas de veri
ficación. Incluso así, éste es el libro más leído de Freud; tuvo no menos de
once ediciones y fue traducido a doce idiomas en vida del autor. i3*so
propio Freud decía que su teoría de la represión es “la pieza clave para la
comprensión de las neurosis”... *83 pero no sólo de las neurosis. Lo
inconsciente está constituido en su mayor parte por materiales reprimidos.
Este inconsciente —tal como Freud lo conceptualiza— no es el segmento
de la mente que alberga pensamientos no visualizados en un momento
dado pero fácilmente recordables; esto es lo que él denominó preconscien
te. Lo inconsciente propiamente dicho se asemeja a una prisión de máxi
ma seguridad que mantiene encerrados a elementos antisociales, recién lle
gados o que llevan allí años, tratados con dureza y severamente
custodiados, pero más bien incontrolados y siempre intentando fugarse.
Sólo logran irrumpir con intermitencia y a un alto precio, tanto para sí
mismos como para otros. El psicoanalista que trabaja con el objeto de
destruir las represiones, por lo menos en parte, tiene en consecuencia que
reconocer los graves riesgos que esto supone, y respetar el poder explosi
vo del inconsciente dinámico.
Puesto que las obstrucciones que la resistencia levanta en el camino
son poderosas, hacer consciente lo inconsciente es, en el mejor de los
casos, muy difícil. El deseo de recordar se enfrenta al deseo de olvidar.
Este conflicto, incorporado en la estructura del desarrollo mental práctica
mente desde el nacimiento, es la obra de la cultura, ya opere externamente
como policía o internamente como conciencia moral. El mundo teme las
pasiones incontroladas, y a lo largo de toda la historia que conocemos
consideró necesario marcar a fuego como mal educados, inmorales, e
impíos, los más insistentes impulsos humanos. Con procedimientos que
van desde la publicación de libros sobre la etiqueta hasta la prohibición de
desnudarse en las playas, desde la prescripción de la obediencia a los supe
riores hasta la prédica del tabú del incesto, la cultura canaliza, limita, frus
tra el deseo. La pulsión sexual, lo mismo que otras pulsiones primitivas,
pugna de modo implacable por obtener gratificación, frente a las prohibi
ciones rigurosas y a menudo excesivas. El áutoengaño y la hipocresía, que
sustituyen las razones reales por “buenas razones”, son la compañías
conscientes de la represión; niegan las necesidades apasionadas por el bien
de la concordia familiar, la armonía social o la respetabilidad. Niegan esas.
necesidades, pero no pueden destruirlas. A Freud le gustaba el fragmento
de Nietzsche que le citó uno de sus pacientes favoritos, el Hombre de las
Ratas: «“Yo hice esto”, dice mi Memoria. “No puedo haber hecho esto”,
dice mi Orgullo, y permanece inexorable. Finalmente, la Memoria
cede.» *84 El orgullo es la mano coactiva de la cultura; la memoria, el
registro del deseo en el pensamiento y la acción. Es posible que el orgullo
prevalezca, pero el deseo sigue siendo el rasgo más exigente de la humani
dad. Esto nos lleva de nuevo a los sueños; ellos demuestran exhaustiva
mente que el hombre es el animal que desea. Sobre esto trata La interpre
tación de los sueños: sobre los deseos y su destino.
Freiberg, en Moravia (actualmente Pfíbor, en Checoslovaquia), lugar de nacimiento de Freud. El pueblo
aparece dominado por la torre de la iglesia y rodeado de campos que constituyen las delicias de la niñez de
Freud y dejaron una huella imborrable en su memoria. (Copyrights de Mary Evans/Sigmund Freud, Wiven-
hoe)
Freud, de unos ocho años de edad, con su padre
Jacob, que entonces rondaba los cincuenta, en
una fotografía de estudio tomada después de
que la familia se instalase en Viena. (Copyrights
de Mary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
El Prater, famoso parque de Viena con sus numerosos paseos y restaurantes. En los años finales de la década
de 1860 los padres de Sigmund Freud lo llevaron a menudo a este lugar. (Bild-Archiv der Österreichischen
Nationalhibliothek, Viena)
Viena a vista de pájaro en 1873, el año en que Freud entró en la Universidad de Viena. Litografía. (Direktion
der Museen der Stadt Wien)
Viernes negro, dibujo de J.E. Hörwarter. Trata de reflejar las escenas que se produjeron ante la bolsa el 9 de
mayo de 1873, después de la gran quiebra del mercado de valores. Muchos de los agentes de bolsa que
gesticulan salvajemente muestran los rasgos que los antisemitas atribuían gustosamente a todos los judíos.
(Bild-Archiv der Österreichischen Nationalbihliothek, Viena)
Freud, a la edad de 16 anos, con su adorada madre Amalia. [Copyrights de M.ary Evans/Sigmund Freud, Wi-
venhoe)
Samuel Hammerschlag, profesor de religión de Freud en el gimnasio y amigo generoso
y paternal suyo, con Betty, su mujer. (Copyrights de fAary Evans/Sigmund Freud, Wi-
venhoe)
La familia Freud en 1876. Sigmund, de 20 años de edad, está de pie en el centro frente a la cámara; su medio
hermano Emanuel le da la espalda. En la fila de atrás, de izquierda a derecha, están además sus hermanas
Pauline, Anna, Rosa y Marie («Mitzi»), y Simon Nathansohn, sobrino de Amalia. Sentados en la segunda
fila aparecen la hermana de Sigmund Adolfine («Dolfi») y sus padres. El niño del sillon es probablemente
Alexander, hermano de Sigmund. Se desconoce la identidad de los otros dos niños. (Copyrights de M.ary
Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Laboratorio del centro experimental de Trieste, donde Freud investigó sobre las gónadas de las anguilas en
la primavera de 1876. (Greti Mainx)
Dibujos de Freud para su artículo sobre la lamprea, que él describió como «el ínfimo de los peces». Su
estudio «Sobre los ganglios y la médula espinales del Petromyzon» lo escribió en 1878, mientras trabajaba en
el laboratorio de Ernst Brúck. (Fue publicado en Sitzungsber. d.k. Akad. d. Wissensch. Wien. Math.-
Naturwiss. Kl.)
Martha Bernays en 1880, aproximadamente dos Martha Bernays en 1884, ala edad aproximada de
años antes de conocer a Freud. (Copyrights de Mary 23 años. Durante su compromiso, cuando estaba
Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe) apasionadamente enamorado de ella, Freud llegó
al convencimiento de que las fotografías no refleja
ban suficientemente su personalidad. (Copyrights
de Mary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
15 Sobre el significado que esta escultura y Moisés tenían para Freud, véan
se las págs. 357-60.
16 El ls de septiembre de 1902, Freud le envió una tarjeta postal a su mujer
desde Nápoles; elogiaba la ubicación de la ciudad, en especial la vista del Vesu
bio. Pero —agregó—, “la gente es desagradable, parecen galeotes. Aquí hay
tanta confusión y suciedad como en la Edad Media. Sobre todo, hace un calor
inhumano”. (Freud Museum, Londres.)
[168] Fundamentos: 1856-1905
mitismo de la década de 1890 era más virulento, más abierto, que el anti
semitismo de principios de la década de 1870, cuando Freud había hecho
frente a algunas de sus manifestaciones como estudiante universitario. En
1897, seguramente, atrincherado, Lueger podía manipular el odio contra
los judíos con propósitos políticos propios. No era un secreto sino un
lugar común, el hecho de que ese clima afectaba a la carrera profesional de
los judíos en Austria. En la novela de Arthur Schnitzler titulada El cami
no de la libertad, que aborda acontecimientos que sucedieron hacia finales
de siglo, uno de los personajes judíos, un médico, le dice al hijo, que pro
testa contra el fanatismo dominante: “La personalidad y la valía de cada
uno siempre terminarán por prevalecer. ¿Qué hay de malo para ti? Que
alcanzarás tu cátedra unos años después que algún otro”. *131 Eso precisa
mente le sucedió a Freud.
Pero es probable que el antisemitismo no fuera la única razón de que
Freud estuviera languideciendo en el limbo profesional durante tanto tiem
po. Sus escandalosas teorías sobre los orígenes de las neurosis no eran
ninguna garantía para quienes mejor podían allanarle el camino. Freud
vivía en una cultura tan ávida de respetabilidad como cualquiera, y más
ávida de títulos que la mayoría. No había pasado tanto tiempo desde 1896,
cuando pronunció su conferencia sobre la etiología sexual de la histeria,
su “cuento de hadas científico”, ante la Sociedad para la Psiquiatría y la
Neurología de Viena. Los motivos que tenía el gobierno para mostrarse
renuente a reconocer y recompensar los méritos científicos de Freud esta
ban “sobredeterminados” —para decirlo con un término freudiano—; son
complejos y muy difíciles de desentrañar.
Los motivos de Freud, tanto para su paciente como para ese cambio
abrupto que lo impulsó a adoptar tan vigorosa táctica, resultan más trans
parentes. Siempre anheló la fama, pero la fama no comprada, el tipo de
reconocimiento que es el más dulce de todos: la recompensa exclusiva del
mérito. No quería ser como el hombre que organiza su propia fiesta de
cumpleaños, y se da a sí mismo la sorpresa, por miedo a que el mundo
olvide la atención que le debe. Pero esa espera frustrante en las antecáma
ras del estatus acabó resultando exasperante para él. El realismo prevaleció
sobre las fantasías y sobre sus exigentes normas de conducta. Tenía que
aceptar a Viena como era. Desde luego, Freud sabía desde mucho antes que
aquel título le abriría puertas y mejoraría sustancialmente sus ingresos.
Pero las preocupaciones monetarias, por sí solas, no lo hubieran converti
do en lo que en tono de burla denominó un “arribista” (Streber). Des
pués de todo, esas preocupaciones eran para él una compañía antigua y
familiar. Lo que más bien ocurrió fue que la nueva capacidad de Freud para
satisfacer su deseo de ver Roma, para llegar de ese modo más lejos que su
héroe Aníbal, le permitió asumir una actitud un tanto más benévola con
respecto a sus otros deseos. No se trata precisamente de que Freud decidie
ra darle rienda suelta a su conciencia; estaba demasiado bien atrincherada
[172] Fundamentos: 1856-1905
como para que fuera posible librarse de ella. Pero en aquella época encon
tró modos de obligarla a moderar sus tenaces exigencias de rectitud.
Todo esto, y mas, surge de las cartas confidenciales que Freud envió
Fliess. Su tono, una mezcla de desafío y disculpa, demuestra cuánto le
estaba costando su nueva determinación. Mientras esperaba —le dijo a
Fliess— “ni un solo ser humano se hubiera molestado por mí”. Pero des
pués de su conquista de Roma, se había “acrecentado un tanto” el placer
que encontraba “en la vida y el trabajo”, mientras que había “disminuido
un tanto” el placer que hallaba en “el martirio”. *133 Esas expresiones
deben de contarse entre las más reveladoras que Freud formulara jamás
sobre sí mismo. Su conciencia no sólo era severa; estaba castigándolo. El
martirio era la expiación de crímenes cometidos o repetidos en la fantasía,
durante sus primeros años, ya asumiera la forma de la pobreza, de la sole
dad, del fracaso o de la muerte intempestiva. Freud no fue exactamente un
masoquista moral, pero encontraba algo del placer en el dolor.
Su costumbre de dramatizar su aislamiento intelectual da testimonio
de esa disposición. Tenía algo de abogado y algo de novelista, profesiones
ambas que recurren a las descripciones llenas de colores vivos y perfiles
acentuados. Tenía además algo de héroe pagado de sí mismo, que se identi
ficaba con gigantes históricos mundiales como Leonardo da Vinci y Aní
bal, y ni qué decir tiene que con Moisés, y esos juegos de la imaginación,
tan serios como frívolos, prestan a sus tendencias épicas una cierta y mag
nífica simplicidad. Pero si bien los relatos autobiográficos de Freud estili
zan sus batallas, también captan una verdad emocional: reflejan el modo
en que él sentía sus luchas. Incluso ya en la madurez avanzada, las cicatri
ces continuaban doliéndole. En 1897 se unió a la logia “Wien” de la B’nai
B’rith, fundada dos años antes, y comenzó a pronunciar conferencias de
divulgación para sus miembros. Se sentía como“condenado al ostracis
mo”, de modo que buscó “un círculo selecto” de hombres que le dieran una
buena acogida, sin que les importara “mi audacia”. *134 Recordar esos días
siempre lo entristecía. “Durante más de una década después de mi separa
ción de Breuer, no tuve ningún simpatizante”, escribió un cuarto de siglo
más tarde. “Estaba completamente aislado. En Viena se apartaban de mí.
En el extranjero, nadie me conocía.” En cuanto a La interpretación de los
sueños, apenas aparecieron comentarios “en las publicaciones especializa
das”. *135
Todos estos enunciados son un tanto engañosos. El distanciamiento
entre Freud y Breuer no fue abrupto sino gradual, y se vio sesgado por
momentos de aproximación. En todo caso, desde luego nunca se encontró
completamente solo: Fliess, y en menor medida Minna Bemays, le brinda
ron su apoyo durante los años más críticos de la investigación. Tampoco
era cierto que lo esquivaban en los círculos médicos de Viena. Especialis
tas eminentes estaban dispuestos a recomendar a un descarriado cuyas teo
PSICOANALISIS [173]
publicada ese año. Sin embargo, más enigmático fue el caso de una histé
rica, la famosa “Dora”; redactó la mayor parte del material al respecto en
enero, pero no lo publicó hasta 1905. 19 El psicoanálisis del chiste, que
también se convirtió en tema de un libro publicado en 1905, lo ocupaba
con intermitencia. Sin embargo lo mejor de todo era que, hasta cierto pun
to para su sorpresa, sus ideas sobre la sexualidad, durante mucho tiempo
dispersas, estaban empezando a reunirse en una teoría amplia.
Un mapa de la sexualidad
Ese alivio, con los Tres ensayos sobre teoría sexual, sólo llegó en
1905. Su teoría de la libido se desplegó con lentitud, lo mismo que sus
otros enunciados teóricos fundamentales. En cada paso del camino, el
Freud burgués convencional tema que sostener una batalla con Freud, el
conquistador científico. Sus proposiciones sobre la libido eran para él
mismo casi tan escandalosas como para la mayoría de sus lectores. ¿Por
qué había “olvidado” las observaciones de Charcot, Breuer y Chrobak
sobre la presencia ubicua de la “cosa genital” en los trastornos nerviosos?
Un olvido de ese tipo, como el propio Freud documentó ampliamente en
Psicopatología de la vida cotidiana, era una resistencia.
Pero él superó esa resistencia más pronto y más completamente que la
mayoría de los médicos o que el público educado. En el delicado ámbito de
la sexualidad, llegó a enorgullecerse enfáticamente de su iconoclasia, de su
capacidad para subvenir la mojigatería de la clase media. Al escribirle al
eminente neurólogo norteamericano James Jackson Putnam, se confesó
reformador solamente en esa área. “La moral sexual —tal como la define
la sociedad en su forma más extrema, la norteamericana— me parece muy
despreciable. Abogo por una vida sexual incomparablemente más li
bre.” *140 Realizó esta declaración inequívoca en 1915, pero diez años
antes, respondiendo a una encuesta sobre la reforma de la ley de divorcio
en el imperio austro-húngaro —en aquel entonces no había divorcio para
los católicos, sino sólo separación legal—, Freud había propugnado que
se asegurara “una mayor dosis de libertad sexual”, condenando la indisolu
bilidad del matrimonio como contraria a “principios significativos éticos e
higiénicos, y a experiencias psicológicas”, agregó que la mayoría de los
médicos subestimaban considerablemente “el poderoso impulso sexual”, la
libido. *141
La apreciación por parte de Freud de ese impulso, y de sus efectos en
la vida tanto normal como patológica, databa, desde luego, de principios
de la década de 1890. Dio pruebas de esa apreciación artículo tras artículo.
Por otro lado, el abandono de la teoría de la seducción en el otoño de 1897
no supuso que cambiara de posición. Por el contrario, ello le permitió ras
trear los anhelos y desengaños sexuales hasta llegar a las fantasías infanti
les. 20 El complejo de Edipo —otro descubrimiento de ese período— era,
significativamente, una experiencia erótica.
Pero, si bien Freud le recordaba al mundo lo que' el mundo no quería
oír, él no fue el único ni el primero en reconocer el poder de la sexualidad.
Por cierto, los Victorianos, aunque por lo común circunspectos, fueron
mucho menos mojigatos en cuestiones eróticas de lo que solían acusarlos
sus calumniadores, Freud entre ellos. *142 No obstante, eran los sexólogos
los que iban a la cabeza. Krafft-Ebing publicó su Psychopathia Sexualis en
1886, y a pesar de su esotérico título, cuidadosamente elegido, y del latín
con el que presentaba las más excitantes viñetas, n se convirtió en un éxi
to editorial, en un clásico moderno del estudio científico de la perversión.
El libro de Krafft-Ebing, repetidamente revisado y ampliado, abrió un nue
vo continente a la investigación médica seria; todos —incluso Freud—
estaban en deuda con él. A fines de la década de 1890, a Psychopathia
Sexualis se unieron los escritos de Havelock Ellis, ese valiente, entusias
ta, desinhibido, incluso vulgar compilador de informes sobre las espléndi
das variedades de la conducta sexual. En 1905, el año de los Tres ensayos
sobre teoría sexual de Freud, un pequeño ejército de sexólogos empezó a
publicar monografías y alegatos jurídicos sobre temas hasta entonces con
finados a los chistes masculinos, las novelas pornográficas y los artículos
de oscuras publicaciones médicas.
En los Tres ensayos, Freud rindió tributo a los nuevos textos. En la
primera página del libro citó los “bien conocidos escritos” *143 de no
menos de nueve autores, que iban desde los pioneros Krafft-Ebing y Have
lock Ellis hasta Iwan Bloch y Magnus Hirschfeld. Sin dificultad podría
haber agregado otros. Algunos de esos expertos en la vida erótica eran
defensores especializados, que propugnaban actitudes más tolerantes con
respecto a lo que en aquel entonces todos llamaban “inversión sexual”.
Pero también los propagandistas tenían la pretensión de indagar con obje
tividad: Freud, aunque sin compartir los gustos sexuales del compilador,
consideró sumamente útil el Anuario para los estados sexuales interme
dios, de Hirschfeld. Si bien los más líricos de los sexólogos, como Have
lock Ellis, eran bastante vulnerables a la persecución legal, la literatura
que produjeron amplió notablemente el dominio de lo que resultaba posi
ble discutir. Ellos sacaron a la superficie cuestiones secretas tales como la
homosexualidad y las perversiones, tanto para los médicos como para el
público lector en general.
El primer ensayo, tan notable por su tono frío y clínico como por
su alcance, presenta sin sonrisas afectadas ni lamentaciones una colección
ricamente diversificada de condiciones e inclinaciones eróticas: el herma
froditismo, la homosexualidad, la pedofilia, la sodomía, el fetichismo, el
exhibicionismo, el sadismo, el masoquismo, la coprofilia, la necrofilia.
En unos pocos pasajes, Freud parece crítico y convencional, pero su cora
zón no se inclinaba a la censura. Después de enumerar lo que denominó
“las más desagradables perversiones”, las describe de modo neutro, incluso
aprobándolas; ellas han realizado “una parte del trabajo mental”, al que, “a
pesar de su éxito atroz”, no se le puede negar el “valor de una idealización
de la pulsión”. Sin duda, “la omnipotencia del amor quizá nunca se mues
tre con más fuerza que en aberraciones como ésas”. *149
La intención de Freud al compilar ese catálogo consistía en poner
orden en un confuso despliegue de placeres eróticos. Los clasificó en dos
grupos: las desviaciones con respecto al objeto sexual normal, y las des
viaciones respecto de la meta sexual normal; después los insertó en el
espectro de las conductas humanas aceptables, Como ya había hecho a
menudo antes, sugirió que los neuróticos arrojaban una luz deslumbradora
sobre los fenómenos más generales, en virtud de los excesos mismos de
PSICOANALISIS [179]
su vida sexual. Una vez más surge con claridad sorprendente el intento
freudiano de desarrollar el gran diseño de una psicología general, al partir
de sus materiales clínicos. El psicoanálisis descubre que “las neurosis en
todas sus manifestaciones forman una cadena ininterrumpida hacia la
salud”. Maliciosamente, cita al psiquiatra alemán Paul Julius Moebius, en
el sentido de que “todos somos un poco histéricos”. Todos los seres
humanos son perversos innatos; los neuróticos (cuyos síntomas constitu
yen una especie de contraparte negativa de las perversiones) no hacen más
que desplegar esa disposición primitiva universal con más énfasis que las
personas “normales”. Los síntomas neuróticos “son la actividad sexual del
paciente”. *150 De modo que, para Freud, una neurosis no es una enferme
dad remota y exótica, sino una consecuencia totalmente común del desa
rrollo incompleto, es decir, de conflictos infantiles no controlados. La
neurosis es una condición en la que el enfermo regresa a sus más antiguos
conflictos; en pocas palabras, está tratando de poner fin a un asunto incon
cluso. Con esta fórmula, Freud alcanza el más delicado de los temas: la
sexualidad infantil.
1902-1915
Cuatro
Retrato de un precursor
en orden de batalla
A LOS CINCUENTA AÑOS
Como hemos visto, la idea de que un sexo alberga elementos del otro,
y la reclamación de Fliess en cuanto a la prioridad en el desarrollo de esta
teoría, ya había provocado algunas interesantes dificultades entre él y
Freud algún tiempo antes. En 1904, enfrentándose a una acusación de
indiscreción, Freud tergiversó las cosas. Admitió que en el curso del trata
miento le había hablado a Swoboda de la bisexualidad; ese tipo de cosas
—escribió— suceden en todos los análisis. Swoboda debía de haberle
pasado la información a Weininger, a quien en esa época preocupaba el
problema de la sexualidad. “El difunto Weininger —le manifestó a
Fliess— era un ladrón utilizando una llave que se había encontrado.”
Agregó que resultaba perfectamente posible que Weininger hubiera recogi
do la idea en otra parte; después de todo, durante años había aparecido en
los textos técnicos. *3 Fliess no se sintió vencido. Un amigo común le
había dicho que Weininger le mostró a Freud el manuscrito de Sexo y
carácter, y que Freud le había aconsejado a Weininger que no publicara ese
disparate. Pero obviamente no le advirtió que estaba a punto de cometer
un robo intelectual. *4
Ese recordatorio, preciso en todos sus aspectos, llevó a Freud a admi
tir, con contrariedad, más hechos que los que había puntualizado antes:
Weininger, en efecto, fue a verlo, pero con un manuscrito muy diferente
del libro impreso. Freud pensaba que era una lástima —dijo con severidad
y, en su vulnerable posición, más bien con imprudencia— que Fliess
hubiera reanudado su correspondencia sólo para enarbolar un incidente tan
trivial. Después de todo, el robo intelectual se realiza con toda facilidad,
pero —protestó— él siempre había reconocido el trabajo de los otros, y
nunca se había apropiado de nada que perteneciera a otra persona. Ese no
era el mejor lugar ni el mejor momento para que Freud afirmara su ino
cencia en aquel litigio de las ideas en competencia por la prioridad. Pero,
para prevenir disputas adicionales, Freud le ofreció a Fliess la posibilidad
de echar una ojeada al manuscrito todavía inconcluso de sus Tres ensayos
sobre teoría sexual, de modo que Fliess pudiera estudiar los fragmentos
sobre la bisexualidad y hacer revisar los que encontrara irritantes. Ofreció
incluso posponer la publicación de los Tres ensayos hasta que Fliess
hubiera editado su propio libro. *5 Esos eran gestos honrados, pero Fliess
optó por no aceptarlos.
Ese fue el final de la correspondencia entre Freud y Fliess, aunque no
el final de la disputa. A principios de 1906, Fliess publicó por fin su trata
do, ambiguamente titulado El curso de la vida: fundamento de la biología
exacta, que desplegaba sus teorías de la periodicidad y la bisexualidad con
exhaustivos detalles. Al mismo tiempo, un tal A.R. Pfennig, biblioteca
rio y publicista (inspirado, según Freud, por Fliess), lanzó un folleto com
bativo en el que denunciaba como plagiarios a Swoboda y Weininger, y
acusaba a Freud de haber sido el hilo conductor a través del cual se permitió
el acceso a la propiedad original de Fliess. Lo que más irritó a Freud en esa
[188] Elaboraciones: 1902-1915
1900, y poco después se unió a su círculo íntimo, dijo que los ojos de
Freud eran “hermosos” y “serios”, que “parecían mirar al hombre desde las
profundidades”. *’ La psicoanalista inglesa Joan Riviere, que lo conoció
después de la Primera Guerra Mundial, observó que, si bien Freud estaba
dotado de un “humor encantador”, su formidable presencia quedaba marcada
por “el empuje hacia adelante de su cabeza y por la crítica mirada explora
dora de sus ojos profundamente penetrantes”. *10 Si (como dijo el propio
Freud alguna vez) la mirada es un sustituto civilizado del tacto, sus ojos
penetrantes, a los que no se les escapaba casi nada, eran sumamente apro
piados para él. Wittels recordó que tenía “las espaldas cargadas del estudio
so”. *n Pero esto no parecía afectar su imponente aspecto.
Se trataba de un aspecto de poder disciplinado. Incluso sus bigotes y
su barba puntiaguda eran sometidos a los cuidados diarios de un peluquero.
Freud había aprendido a utilizar sus apetitos —sus emociones volcánicas,
su anhelo especulativo y sus inquietas energías— para orientarlos hacia la
persecución concentrada de su misión.2 “No puedo imaginar la vida sin
trabajo como realmente grata”, le escribió a su amigo el pastor de Zurich,
Oskar Pfister, en 1910. “En mi caso, la fantasía y el trabajo coinciden;
ninguna otra cosa me divierte.” *22 Su heroico esfuerzo por lograr el auto
dominio al servicio del trabajo concentrado lo encadenaba a una agenda
sumamente rígida. Como el buen burgués que era, y que no se avergonza
ba de ser, “vivía” (según palabras de su sobrino Emst Waldinger) “para el
reloj”. *13
Incluso las variaciones que animaban la vida cotidiana de Freud esta
ban incluidas de antemano en el esquema: sus partidas de naipes, sus
caminatas por la ciudad, sus vacaciones de verano, eran cuidadosamente
programadas, y totalmente predecibles. Se levanta a las siete, y atendía
pacientes psicoanalíticos desde las ocho hasta las doce. Almorzaba pun
tualmente a la una: cuando sonaba el reloj, la familia se reunía en torno
de la mesa; Freud salía de su estudio, su esposa se sentaba frente a él en
el otro extremo, y se materializaba la doncella, llevando la sopera. Des
pués salía a caminar, para estimular la circulación de la sangre, a veces
para entregar pruebas de imprenta o comprar cigarros. A las tres empeza
ban las consultas, y a continuación veía a más pacientes analíticos, con
frecuencia hasta las nueve de la noche. Llegaba entonces el momento de
la cena, había a veces una breve partida de naipes con su cuñada Minna,
o un paseo con su mujer o una de sus hijas, que a menudo terminaba en
un café, donde leía los diarios o, en verano, comía un helado. Pasaba el
resto de la noche escribiendo, leyendo y realizando tareas editoriales rela
cionadas con las publicaciones psicoanalíticas que, desde 1908 en adelan-
El modo de actuar de Freud como padre era coherente con sus carac
terísticas como orador, escritor y filántropo menor. Si bien muchas de las
costumbres domésticas del siglo XIX persistieron en él durante toda su
vida, él era un pater familias burgués algo diferente. Martha Freud, como
todos sabían, consagraba su esfuerzo a que el tiempo y las energías de su
esposo estuvieran totalmente disponibles para investigar y escribir; los
arreglos prácticos domésticos quedaban en sus competentes y voluntario
sas manos.4
Pero era característico de la familia que los hijos de Freud estuvieran
bien educados (bien educados, no intimidados). Según recuerda el hijo
mayor, la madre tenía un carácter a la vez bondadoso y firme. “No había
ninguna falta de disciplina.” Los Freud valoraban el buen rendimiento
escolar sin enfatizarlo excesivamente y, sin duda, el código imperante de
buena conducta no prohibía las rondas de chistes ni la alegría. “Yo sé
—recordó Martín Freud— que nosotros, los hijos de Freud, hacíamos y
decíamos cosas que a otras personas les parecían extrañas”; consideraba
que la suya había sido una educación liberal. “Nunca se nos ordenaba que
hiciéramos esto o que no hiciéramos aquello; nunca se nos dijo que no
hiciéramos preguntas. Nuestros padres siempre respondían a las preguntas
sensatas o nos daban explicaciones; nos trataban como a individuos, como
a personas por derecho propio.” *27 Se trataba de la teoría educacional psi-
coanalítca aplicada con cordura: reinaba una moderna liberalidad en conjun
ción con un decoro propio de la clase media. Martha Freud atestiguó que
por “deseo expreso” de su esposo, ninguno de sus tres hijos varones
“siguió sus pasos”.5 Pero la hija menor, su Annerl, se convirtió de todos
modos en psicoanalista.“Con la hija no pudo impedirlo.” La historia
de los años posteriores de Freud demuestra que en el fondo dio una caluro
sa acogida a ese desafío a sus deseos.
Un conmovedor episodio de la adolescencia de Martín Freud ilustra el
ta, sentada en su regazo”. *32 Las muestras de afecto de Freud, los indicios
sutiles que su paciencia transmitía a sus hijos, bastaban para crear un
ambiente emocional de calidez y sustancial confianza. “Los abuelos —le
escribió a Jung en 1910— pocas veces son ásperos, y quizá yo tampoco
lo he sido como padre.” *33 Sus hijos atestiguaban con alegría esa autoe-
valuación.
De modo que Freud siguió aceptando durante mucho tiempo los pla
ceres de los sentidos. Manifestó alguna simpatía por la famosa sentencia
de Horacio, carpe diem (“aprovecha el día presente”), una defensa filosófica
de la actitud de aferrarse al placer del momento, que apela a “la incertidum-
bre de la vida y la esterilidad de la renuncia virtuosa”. Después de todo
—confesó— cada uno de nosotros ha tenido horas e instantes en los que
ha admitido que esta filosofía de la vida es correcta”. En tales momentos,
podemos criticar la despiadada severidad de las enseñanzas morales: “Ellas
sólo saben exigir, sin ofrecer compensaciones”.6 *44 Moralista severo
como era, Freud no le negó su tumo al placer.
Los objetos acumulados por Freud en su casa a lo largo de los años
hablan del tipo de gratificación sensual que él, médico y hombre de fami
lia, encontraba al mismo tiempo agradable y aceptable. Berggasse 19 era
un pequeño mundo que reflejaba elecciones deliberadas; situaba con seguri
dad a Freud en el seno de su cultura más amplia, tanto por lo que contenía
como por lo que, sorprendentemente, no contenía. Freud era un típico bur
gués educado de su época; sin embargo, su actitud con respecto a lo que su
mann hubiera desenterrado la legendaria Troya una vez más”. *74 Esta
metáfora nunca perdió su eficacia para Freud: en su Prefacio al historial
del caso de Dora, comparó los problemas de “la falta de coherencia de mis
resultados analíticos” con los que afrontaban “aquellos exploradores lo
bastante afortunados como para sacar a la luz, después de haber permaneci
do enterrados durante mucho tiempo, los inapreciables aunque mutilados
restos de la antigüedad”. Había realizado cierta tarea de restauración, pero
lo mismo que “un arqueólogo consciente”, no dejó de “mencionar en cada
caso en qué puntos de mi reconstrucción se complementa lo auténti
co”. *75 Tres décadas más tarde, en El malestar en la cultura, al ejemplifi
car “el problema general de la preservación en la mente”, empleó una
amplia analogía con Roma tal como se despliega ante el turista moderno:
una sucesión de ciudades cuyos fragmentos sobreviven en yuxtaposición o
han sido recuperados por las excavaciones arqueológicas. *7« De modo que
en la colección de antigüedades de Freud convergían el trabajo y el placer,
impulsos tempranos y refinadas sublimaciones adultas. Sin embargo, sub
siste el sabor de la adicción. Hay algo poético en el hecho de que en la pri
mera sesión de la Sociedad Psicológica de los Miércoles, en el otoño de
1902, el tema de discusión fuera el efecto psicológico del tabaco. *77
sus primeros íntimos, Freud les enseñó mucho más que lo que aprendió de
ellos, pero también estaba abierto a su influencia. En aquellos primeros
años, según dice Stekel en su autobiografía con característica grandilo
cuencia, él era “el apóstol de Freud, ¡que era mi Cristo!”’ *7’
De haber vivido Freud lo suficiente como para poder leer esa afirma
ción, habría identificado a Stekel con Judas, pues llegó a juzgarlo con una
dureza excepcional. Pero en 1902 Stekel patrocinó una idea cuya utilidad
Freud percibió con rapidez. En realidad, le resultó muy oportuna; fueran
las que fueren las características de los hombres que se reunían con él
todos los miércoles por la noche en su salón, en aquellos primeros días le
proporcionaron el eco psicológico que anhelaba. Eran más o menos un
sustitutivo de Fliess, y le brindaban parte de los aplausos que había espe
rado lograr con La interpretación de los sueños. Al principio —observó
Freud más tarde, un poco ansiosamente— había tenido todas las razones
para estar satisfecho. *80
Por más que en sus inicios la Sociedad Psicológica de los Miércoles
contara con pocos miembros, tenía una vivacidad exuberante. Freud envió
tarjetas invitando a tres médicos vieneses (además de Stekel): Max Kaha-
ne, Rudolf Reitler y Alfred Adler. Estos hombres formaron el núcleo de lo
que en 1908 iba a convertirse en la Sociedad Psicoanalítica de Viena,
modelo de decenas de otras sociedades análogas en todo el mundo. Kahane,
como Freud, había traducido un volumen de las conferencias de Charcot al
alemán; también le había presentado a Stekel, y le había hecho conocer
los escritos de este último. Reitler, que murió prematuramente en 1917,
fue el segundo analista del mundo, a continuación de Freud, *81 un profe
sional cuya obra éste citaba con respeto, y cuyas intervenciones en las
sesiones de los miércoles por la noche estaban caracterizadas por críticas
incisivas, a veces hirientes. Es probable que el fichaje más formidable fue
ra Alfred Adler, un médico socialista que había publicado un libro de
medicina para el gremio de los sastres, pero que estaba interesado cada vez
más en los usos sociales de la psiquiatría. Las primeras sesiones del grupo
de los miércoles —recordó Stekel con orgullo— “fueron inspiradoras”.
Había una “completa armonía entre los cinco, ninguna disonancia; éramos
como pioneros en una tierra recién descubierta, y Freud era el líder. Pare
cía que saltaban chispas de una mente a otra, y cada noche era como una
revelación”. *82
Las metáforas de Stekel son lugares comunes, pero su informe capta
la atmósfera; la desavenencias y disensiones quedaban para el futuro. Sin
duda, algunos de los primeros miembros consideraban que aquella termi-
’ Cuando Freud leyó su biografía escrita por Wittels, y tropezó con el extra
vagante comentario acerca de que Stekel merecía un monumento, escribió en el
margen, con visible irritación: “Demasiado Stekel”. (Véase la pág. 47 del ejem
plar de Freud del libro de Wittels, Sigmund Freud, Freud Museum, Londres.)
[208] Elaboraciones: 1902-1915
Las notas de Rank registran el examen, por parte del grupo, de histo
rias de casos, psicoanálisis de obras literarias y de figuras públicas, rese
ñas bibiográficas de los nuevos libros de psiquiatría, y anticipos de publi
caciones futuras debidas a la pluma de sus miembros. En esas noches se
hacían confesiones: en octubre de 1907, Maximilian Steiner, un dermató
logo y especialista en enfermedades venéreas, dijo que había sufrido todo
tipo de síntomas psicosomáticos durante un período de abstinencia sexual,
síntomas que desaparecieron tan pronto como inició una relación íntima
con la esposa de un amigo impotente. *84 Asimismo, a principios de
1908, Rudolf von Urbantschitsch, director de un sanatorio, entretuvo a
sus colegas con un trabajo extraído de su diario sobre “mis años de desa
rrollo” —es decir, de su desarrollo sexual— “hasta mi matrimonio”, en el
cual confesaba una masturbación temprana y cierto gusto por el sadoma-
soquismo. En su comentario final, Freud observó secamente que Urbants
chitsch le había ofrecido al grupo una especie de regalo. El grupo aceptaba
el regalo sin parpadear: la Sociedad Psicológica de los Miércoles se enor
gullecía de esa especie de autoexhibición científica. *85
Algunos de los miembros del grupo que asistían a las reuniones des
pués de 1902 eran entonces desconocidos, y siguieron siéndolo. Pero un
puñado de ellos contribuyeron a hacer la historia del psicoanálisis. Entre
estos últimos se contó Hugo Heller, librero y editor, que tenía un salón
para intelectuales y artistas y añadió títulos psicoanalíticos a su catálogo,
y Max Graf, cuyo hijo de cinco años iba a ganarse un cierto grado de
inmortalidad como “el pequeño Hans”, uno de los más extraordinarios
casos de Freud. Estos eran dos de los legos a quienes Freud apreciaba par
ticularmente, preocupado como estaba siempre por la posibilidad de que el
psicoanálisis se convirtiera en monopolio de los médicos. Pero algunos de
los médicos de la sociedad estaban destinados a asumir posiciones domi
nantes en el movimiento psicoanalítico en Austria y en el extranjero.
Paul Federa, que rápidamente se convirtió en uno de los partidarios de
Freud que gozó de mayor confianza, fue un teórico original e influyente;
Isidor Sadger, un hábil analista y compañero estimulante, introdujo en el
grupo a su sobrino Fritz Wittels; Eduard Hitschmann, que se unió a la
Sociedad en 1905, se ganó seis años después la gratitud especial de Freud
por su exposición popular del psicoanálisis, que con mucho tacto definió
en el título como creación de Freud: Las teorías de las neurosis de
Freud *8<s Lo mismo que Federa, y a través de todas las vicisitudes que tra
jeron los años, Hitschmann demostró ser un lugarteniente fiable.
LOS EXTRANJEROS
Ernest Jones no podía haber sido más diferente de Abraham. Los dos
congeniaban, y a través de la tormentosa evolución del movimiento psicoa-
nalítico internacional siguieron siendo aliados constantes. Compartían una
vehemente admiración por Freud, la adicción al trabajo y (lo que estaba
lejos de ser trivial) el amor al ejercicio físico. Abraham escalaba montañas,
y Jones, macizo, activo, desbordante de vitalidad, prefería el patinaje artís
tico (de hecho, encontró tiempo para escribir un tratado erudito sobre el
tema).12 Pero, desde el punto de vista emocional, los dos hombres habita
ban en mundos totalmente diferentes. Voluble y provocador allí donde
Abraham era (o por lo menos parecía) sereno y sensato, repetida y a veces
perturbadoramente involucrado en aventuras eróticas, mientras que Abra
ham era sobrio y monógamo, Jones fue el más obstinado y (como Freud se
complacía en reconocer) el más combativo de los seguidores, un infatigable
escritor epistolar, un organizador imperioso y un polemista militante.
Ernest Jones descubrió a Freud no mucho después de la publicación
del historial de Dora, en 1905. Como médico joven que se especializaba
en psiquiatría, le había defraudado penosamente el fracaso de la ortodoxia
médica contemporánea en lo que se refiere a la explicación del funciona
miento y los problemas de la mente. Ese desencanto facilitó su conver
sión. En la época en que leyó el trabajo sobre Dora, su alemán era todavía
vacilante, pero salió de aquella lectura “con la profunda impresión de que
había un hombre en Viena que realmente escuchaba cada una de las pala
bras que le decían sus pacientes”. Fue como una revelación. “Yo mismo
estaba tratando de hacerlo, pero no sabía de nadie más que lo hiciera.”
Reconoció que Freud era esa “rara avis, un verdadero psicólogo”. 33 *127
Después de pasar algún tiempo con Jung en el Burgholzli, aprendien
do más sobre el psicoanálisis, Jones se presentó a Freud en la primavera
de 1908, en el congreso de psicoanalistas de Salzburgo, donde lo escuchó
pronunciar una disertación memorable sobre uno de sus pacientes, el
Hombre de las Ratas.13 14 Sin pérdida de tiempo, a continuación de ese
encuentro, en mayo, realizó una visita a Berggasse 19, donde fue recibido
con cordialidad. *1M Después de eso, él y Freud se vieron a menudo, y lle
naron las brechas entre tales reuniones con notas frecuentes y extensas. En
la vida de Jones siguieron algunos años de penosos combates interiores;
lo acosaban dudas sobre el psicoanálisis. Pero una vez afirmado, comple
tamente persuadido, se convirtió en el más enérgico de los defensores de
Freud, primero en Norteamérica, después en Inglaterra, y finalmente en
todas partes.
El hecho de que Jones iniciara su campaña en beneficio de las ideas
freudianas en Canadá y en el Noreste de Estados Unidos no fue simple
mente una cuestión de libre elección. El aliento del escándalo rodeó los
primeros tiempos de su carrera médica en Londres: dos veces había sido
acusado de mal comportamiento con niños que estaba revisando y exami
nando. 15 Despedido de su empleo en un hospital pediátrico, consideró pru
dente mudarse a Toronto. Ya instalado, comenzó a pronunciar conferencias
sobre el psicoanálisis ante audiencias de Canadá y Estados Unidos, por lo
general poco receptivas; en 1911 se aplicó activamente a la fundación de
la Asociación Psicoanalítica Americana. Dos años más tarde, en 1913,
estaba de vuelta en Londres, practicando el psicoanálisis y organizando
una pequeña banda de seguidores ingleses de Freud. En noviembre, le
informó triunfalmente a éste de que “la Sociedad Psicoanalítica de Londres
13 Había tenido noticias por primera vez de la existencia de Freud por boca
de su amigo Wilfred Trotter (que más tarde se convirtió en su cuñado); éste era
un brillante cirujano y psicólogo social. Pero fue el caso Dora el que lo convir
tió.
14 Véase las págs. 300-305.
15 En su autobiografía, Jones relata esos episodios con detalles francos y
tranquilizantes, y sostiene, con bastante plausibilidad, que los niños protago
nistas de esos incidentes habían proyectado sobre él sus propios sentimientos
sexuales; naturalmente, en la atmósfera médica de la Inglaterra anterior a la Pri
mera Guerra Mundial, esa explicación no convenció a nadie. En la época de tales
incidentes, Jones ya estaba totalmente persuadido de que el psicoanálisis era la
única psicología profunda verdadera. (Free Associations, 145-152.)
Retrato de un precursor en orden de batalla [219]
vió a su habí tal “Querido amigo”, *‘5’ después de haber señalado lo que
quería.
Aunque esa dependencia acabó siendo tan mal recibida como incura
ble, la imaginación volátil, la intensa lealtad y la brillantez de Ferenczi (y
ni qué decir tiene que su trabajo como analista en Budapest) determinaron
que Freud se irritara con su discípulo húngaro favorito menos de que lo
habría hecho con cualquier otro tan exigente. Finalmente, Freud descubrió
en Abraham un alma reservada que guardaba los secretos con discreción
total. “Veo que usted estaba en lo cierto —le escribió a Jones en 1920—;
el prusianismo de Abraham es realmente fuerte”. *159 Pero no había nin
gún “prusianismo” en Ferenczi. Para Freud, Ferenczi era un compañero
encantador, en honor al cual cultivaba la virtud de la paciencia.
21 Al volver sobre esa carta muchos años después, a Anna Freud con toda
razón, le pareció incomprensible. “¿Qué demonios quiso decir Pfister, y por qué
quizo cuestionar el hecho de que mi padre es judío, en lugar de aceptarlo?” (Anna
Freud a Ernest Jones, 12 de julio de 1954, Papeles de Jones, Archivos de la
Sociedad Psicoanalítica Británica, Londres.)
Retrato de un precursor en orden de batalla [227]
nes le dijeron que su charla había sido refrescante; que era bueno oír hablar
de algo nuevo, para variar. Abraham salió con la impresión de que un
buen número de colegas “volvieron a sus casas por lo menos medio con
vencidos”. *185
Freud aplaudió a Abraham, despedazando a sus adversarios con agrios
comentarios. «Algún día —escribió— Z [iehen] pagará caro su “dispara
te”.» *186 En cuanto a Oppenheim —observó Freud con acritud— era
“demasiado cerrado; espero que usted pueda desenvolverse sin él dentro de
poco tiempo”. *i87 La sexualidad infantil siguió siendo un tema provocati
vo en Berlín, y el nombre Freud continuó suscitando reacciones afectivas
violentas hasta mucho después de 1909. Ese año, Albert Molí, un respeta
do sexólogo berlinés, publicó un libro sobre la vida sexual de los niños
que contradecía todo lo que Freud había estado afirmando acerca de la mate
ria durante casi una década. En letras de imprenta, en una nota que agregó
al año siguiente a sus Tres ensayos, Freud rechazó el libro de Molí (titula
do La vida sexual del niño') como realmente incoherente. *188 En privado,
reaccionaba con una vehemencia más gratificadora. Molí —le dijo a Abra
ham— “no es un médico sino un picapleitos” (un Winkeladvocat). *18’
Cuando Molí visitó a Freud, en 1909, fue recibido de una manera muy
brusca; Freud le comentó a Ferenczi que casi lo echó a patadas. “Es un
individuo cáustico, repulsivo, un leguleyo envidioso.” *i» Por lo general,
Freud se sentía mejor después de haber tenido la oportunidad de sacar a
relucir su cólera; prefería la oposición expresa, por obtusa que fuera, al
silencio. Después de 1905, el silencio en torno al psicoanálisis había sido
definitivamente roto, y junto con la controversia llegaron los seguidores,
pero la crítica emocional continuó ensombreciendo la marea de la aproba
ción, que iniciaba un suave ascenso. Incluso en 1910, el profesor Wil-
helm Weygandt, que había realizado, no muy generosamente, el comenta
rio bibliográfico de La interpretación de los sueños en 1901, *1’1 llegó a
exclamar, en el Congreso de Neurólogos y Psiquiatras de Hamburgo, que
las teorías de Freud eran un asunto inadecuado para discutirlo en una reu
nión científica, más apto para la policía.
Mientras tanto, Freud estaba recibiendo informes análogos desde el
otro lado del océano. En abril de 1910, Emest Jones se quejó de un profe
sor de psiquiatría de Toronto que había atacado a Freud tan venenosamente
que “¡un lector común podría creer que usted aboga por el amor libre, la
supresión de todas las restricciones y la vuelta al salvajismo!!!” *193 Tres
meses antes, Jones le había enviado a Freud el relato detallado de una reu
nión celebrada en Boston, a la que asistieron psiquiatras y neurólogos. El
gran neurólogo de Harvard James Jackson Putnam, en esa época el más
eminente de los partidarios de Freud en Estados Unidos, habló con calidez
acerca del psicoanálisis. Pero la mayoría de los otros fueron severos,
incluso devastadores. Una dama intentó refutar la teoría de Freud acerca del
sueño como producción egoísta, narrando algunos sueños propios de
Retrato de un precursor en orden de batalla [231]
Política psicoanalítica
1 Según Jung, fue durante esa visita cuando se le habló de una relación
entre Freud y su cuñada Minna Bernays.
[240] Elaboraciones: 1902-1915
Interludio americano
el que golpear a los europeos, y definió su visita a Clark como “la prime
ra vez que se me permitió hablar públicamente de psicoanálisis”. El hecho
de que hubiera pronunciado cinco conferencias en alemán sin perder su
audiencia no hacía más que realzar su apreciación del acontecimiento. Asi
mismo, no ahorró a sus lectores europeos el acre recordatorio de que “la
introducción del psicoanálisis en Norteamérica tuvo lugar con detalles par
ticularmente honoríficos”. Freud admitía que no esperaba eso: “Para nues
tra sorpresa, nos encontramos con que los hombres sin prejuicios de esa
universidad pequeña pero reputada conocían toda la literatura psicoanalíti
ca”, y la empleaban en sus conferencias. Suavizando esta apreciación con
ese menosprecio ritual de América que era endémico entre los europeos
cultivados, agregó: “En la mojigata América uno podía, por lo menos en
los círculos académicos, discutir con libertad y tratar científicamente todo
lo que se considera impropio en la vida ordinaria”. *5° Una década más tar
de, recordando el episodio en su presentación autobiográfica observó que
su expedición americana había hecho mucho por él. “En Europa me sentía
como alguien excomulgado; allí los mejores me recibieron como a un
igual. Subir a la tribuna en Worcester fue como la realización de un sueño
increíble”. Quedó claro entonces que “el psicoanálisis ya no era una ilu
sión; se había convertido en una parte importante de la realidad”. *51
Al principio, Freud pensó que no podía aceptar la invitación de Hall.
Programadas para junio, las ceremonias habrían interrumpido su año pro
fesional y reducido sus ingresos, lo cual era siempre una cuestión delicada
para él. Le dijo a Ferenczi que lamentaba tener que negarse, pero «sin
embargo, me parece que la demanda de sacrificar tanto dinero por la opor
tunidad de pronunciar conferencias allí es demasiado “americana”». Tuvo
un acceso de dureza: “América debe procurarme dinero, no costarme dine
ro”. Y el dinero no era la única razón de la resistencia de Freud a hablar
públicamente en Estados Unidos. Temía que él y sus colegas se vieran
condenados al ostracismo en cuanto los norteamericanos descubrieran “el
cimiento sexual de nuestra psicología”. *52 Pero la invitación lo intrigaba.
Cuando Hall tardó en responder a sus cartas, él se impacientó por el silen
cio, aunque afirmando en seguida, como para protegerse de la desilusión,
que en todo caso no tema ninguna confianza en los norteamericanos y
temía “la pudibundez del nuevo continente”. *» Unos días más tarde, cam
biando el tono con apariencia algo más ansioso, le volvió a escribir a
Ferenczi: “Sin novedades de EE.UU.”
Pero Hall modificó su propuesta; dejó las ceremonias para septiembre
y aumentó sustancialmente los gastos de viaje asignados a Freud. Este le
comentó a Ferenczi que esos gestos hacían posible, “y sin duda conve
niente, aceptar la invitación”. *« Y le preguntaba a Ferenczi, como ya lo
había hecho antes, si le gustaría ir con él. Ferenczi respondió que sí,
mucho. Ya en enero le había dicho a Freud que podía permitirse el via
je, *5« y en marzo empezó a pensar en “ciertos preparativos para la excur
Politica psicoanalitica [245]
demasiado densa como para que pudiera controlarla. En uno de sus trabajos
formuló la alarmante teoría de que los nombres tienen a menudo una
influencia subterránea en la vida de la gente, y “documentó” su afirmación
con nombres de analizandos suyos. Cuando Freud le regañó por violar el
secreto médico dando nombres reales, Stekel lo tranquilizó: ¡los nombres
eran todos inventados! *«» No puede sorprender que Freud, mientras todavía
estaba en buenos términos con él, llegara a la conclusión de que Stekel era
“débil en la teoría y el pensamiento”, aunque estaba dotado de “instinto
para el significado de lo oculto e inconsciente”. *»’
Esto sucedía en 1908. Pronto fue germinando en Freud la idea de la
expulsión, encolerizado por lo que denominó “celos mezquinos propios de
un imbécil” (schwachsinnige Eifersüchteleien). *’° En su resumen final,
caracterizó a Stekel como “al principio muy prometedor, más tarde total
mente descarriado”. 3 *’i Veredicto severo, pero muy moderado en compara
ción con sus explosiones privadas; en las cartas confidenciales, Freud lla
mó a Stekel mentiroso impúdico, *92 “individuo intratable, un mauvais
sujet”, *93 incluso un “cerdo”. *94 Ese adjetivo acerbo le gustó tanto que lo
probó en inglés: “that pig, Stekel” (“ese cerdo, Stekel”), escribió en una
carta a Emest Jones, quien, pensaba Freud, estaba dándole mucha impor
tancia a Stekel. *95 Muchos de los vieneses que no se atrevían a ponerle
motes estaban de acuerdo en que Stekel, aunque estimulante, era una per
sona por completo irresponsable, a menudo divertida sin intención de ser
lo y, para decirlo todo, intolerable. En 1911 todavía era un miembro repu
tado de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, leía trabajos y participaba en
las discusiones. En abril de ese año, la Sociedad dedicó incluso una noche
a realizar comentarios (sumamente críticos en lo esencial) sobre el libro de
Stekel El lenguaje de los sueños. *96 Aunque tal vez fuera intolerable,
durante varios años Stekel fue tolerado.
Había mas seguidores vieneses que irritaban a Freud tanto como Ste
kel, pero tenía otras cosas que también le preocupaban. En esa época
Freud se enfadó con Karl Kraus, un adversario ingenioso y temible, des
pués de haber disfrutado recíprocamente algunos años de relaciones amis
tosas, aunque no estrechas. Kraus, nunca irreverente con el propio Freud,
objetó con vehemencia la aplicación rudimentaria de las ideas freudianas a
figuras de la literatura, incluso a él, costumbre que en aquel entonces esta
André Brouillet, La leçon clinique du Dr. Charcot. Sigmund Freud colocó una reproducción de este cuadro en
su consulta. (Copyrights de Mary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Bertha Pappenheim, la famosa histérica «Arma
O.,» paciente de Breuer entre 1880 y 1882. Tiene
el mérito de haber sido, en un sentido muy real, la
paciente fundadora del psicoanálisis.
El famoso sofá del análisis; se lo regalaron a Freud hacia 1890. (Photograph ® Edmund Engelman)
Algunas de las antigüedades -una de las grandes y perdurables
aficiones de Freud- que se amontonaban en su consulta y en el
estudio adjunto. (Photograph ® Edmund Engelman)
Bellevue, balneario cerca de Viena donde, el 24 de julio de 1895, Freud consiguió por primera vez
interpretar un sueño de forma más o menos completa. (Bild-Archiv der Österreichischen Nationalbibliothek,
Viena)
Freud en 1891, ano en que publicó Sobre las
afasias. {Copyrights de Mary Evans/Sigmund
Freud, Wivenhoe)
tanto que fueran personalidades opuestas en casi todos los sentidos. Parti
darios contemporáneos de ambos contendientes atestiguan que el modo de
vestir, los estilos personales y las maneras terapéuticas de Freud y Adler
no podrían haber sido más distintos: Freud, pulcro, elitista y empeñado en
conservar una distancia clínica; Adler, descuidado, democrático e intensa
mente comprometido. *115 Pero, en última instancia, fue el choque de con
vicciones lo que los separó; si, al cabo de sólo un año desde el momento
en que documentaron sus diferencias, Freud pudo caracterizar la posición
de Adler como reaccionaria, y preguntar si de verdad era psicólogo, no se
debió a razones tácticas ni a pura animosidad.« La paz en Viena resultaba
sumamente deseable para Freud; en 1911, la conexión de Zurich estaba
empezando a parecer algo frágil. Pero la divergencia irreparable entre el
pensamiento de Adler y el de Freud era inequívoca (ya lo era en 1911). Sin
duda, Freud se había dado cuenta de la situación hacía ya varios años, si
bien sólo llegó a apreciar la gravedad de las desviaciones de Adler después
de mucho tiempo. Ya en junio de 1909 había descrito a Adler en una carta
a Jung como “un teórico, sagaz y original, pero no orientado hacia lo psi
cológico; apunta más bien a lo biológico”. Sin embargo, inmediatamente
agregó que lo consideraba “decente” y que no era “probable que deserte
pronto”. En la medida de lo posible, comentó concluyendo, “tenemos que
retenerlo”. *!16 Dos años más tarde, ese tono pacífico era ya imposible
para Freud: Adler —le dijo a Oskar Pfister en febrero de 1911— “se ha
creado para sí mismo una visión del mundo sin amor, y yo estoy empeña
do en llevar a cabo la venganza de la diosa Libido contra él”. *117
Cuando llegó a esa drástica conclusión y puso las cartas sobre la
mesa, el demorado asunto ya se había estado gestando durante algunos
meses. “Con Adler —le dijo Freud a Jung en diciembre de 1910— las
cosas están yendo realmente mal”.67 *118 Antes, Freud había oscilado entre
la esperanza de oír de labios del propio Adler alguna aportación a su pro
pio pensamiento, y la incómoda preocupación por la depreciación que rea
lizaba el mismo Adler de los procesos libidinales inconscientes. Pero
poco a poco fue perdiendo toda esperanza. Su impaciencia ante lo que
denominó la falta de tacto y la conducta desagradable de Adler creció a
medida que se intensificaban sus reservas acerca de las ideas de aquel hom
bre. Podemos imaginar por qué Freud no quería enfrentarse a esa realidad;
a fines de 1910 había momentos en los que tales disputas, y los efectos
que causaban en él, exacerbado por las incertidumbres que lo acosaban res
pecto de fichajes molestos como Bleuler, le parecían una condena. Sufría
ataques de fatiga y depresión, y le confió a Ferenczi que las luchas que
tenía que soportar en Viena hacían que añorara su antiguo aislamiento:
“Le aseguro que a menudo me sentía mejor cuando estaba solo”. *119
No fue Freud quien precipitó la crisis, sino Hitschmann, que era, de
entre los seguidores de Freud, el que más simpatizaba con Adler. En
noviembre de 1910, Hitschmann propuso que Adler expusiera sus ideas
con algún detalle, para discutirlas a fondo. Después de todo, muchos
miembros de la Sociedad, incluso el propio Freud, habían tratado las pro
puestas de Adler como un complemento valioso de las teorías psicoanalí-
ticas, y no como amenazantes sustitutos de estas últimas. Adler se prestó
a hacerlo de buena gana, y en enero y febrero de 1911 presentó dos estu
dios; el segundo, titulado “La protesta masculina como problema nuclear
de la neurosis”, bosquejaba su posición con tanta claridad que Freud ya no
podía ignorarla. Tampoco podía incorporarla con calzador a su propio sis
tema de pensamiento. Después de la primera lectura de Adler, había per
manecido en silencio; después de la segunda, volcó sus objeciones y su
exasperación acumulada.
Las observaciones de Freud constituyeron prácticamente un “contra
estudio”. Para empezar, consideró que las formulaciones de Adler eran tan
abstractas que a menudo resultaban incomprensibles. Además, Adler tenía
tendencia a darles nuevos nombres a ideas que ya eran familiares: «Uno
tiene la impresión de que de algún modo bajo la “protesta masculina” está
oculta la represión»; más aun, a “nuestra antigua bisexualidad” Adler la
llamaba “hermafroditismo psíquico, como si se tratara de otra cosa”.8**120
Pero la originalidad espuria, manufacturada, era lo menos importante: la
teoría expuesta desatendía lo inconsciente y la sexualidad. Era sólo “psico
logía general”, a la vez “reaccionaria y retrógrada”. Si bien manifestaba
seguir respetando la inteligencia de Adler, Freud lo acusó de estar compro
metiendo el estatus autónomo de la psicología, al subordinarla a la
biología y a la fisiología. “Todas estas doctrinas de Adler —predijo som
bríamente— causarán gran impresión, y le harán mucho daño al psicoaná
lisis”. *12> Por debajo de la vehemencia de Freud había un persistente
temor a que sus ideas de más difícil asimilación consiguieran popularizar
virtuarla. “He hecho que esta simbiosis resulte imposible”. *131 Freud y
los freudianos tenían para ellos la Sociedad Psicoanalitica de Viena. Sólo
permaneció Stekel, como para recordarle a Freud una tarea inconclusa que
debía realizar.
Incluso en mayor medida que Freud, Adler vio la ruptura como algo
determinado principalmente por una lucha de ideas. Cuando estaban al bor
de de la separación, en una cena privada Freud le pidió que no desertara de
la Sociedad. Adler preguntó retóricamente: “¿Por qué tendría que realizar
siempre mi trabajo a su sombra?” Es difícil saber si la pregunta fue una
queja o un desafío. Más tarde Adler interpretó su dolorida reclamación
como una expresión de temor a que se lo hiciera “responsable de las teo
rías freudianas de las cuales él más o menos renegaba, mientras que su
propia obra era tergiversada por Freud y sus seguidores, o bien dejada a un
lado”. *132 No sólo fue Freud quien rechazó a Adler; también Adler rechazó
a Freud, con no menos vehemencia (o por lo menos así contempló él la
ruptura).
Jung: el enemigo
Freud, para que no sólo representara la pulsión sexual sino una energía
mental general.
Pero Freud, ofuscado con la idea de que había designado un heredero
seguro, sólo al cabo de mucho tiempo llegó a reconocer la persistencia y
profundidad de la “reserva mental” de Jung. Y Jung, por su parte, durante
varios años, ocultó sus verdaderos sentimientos (incluso se los ocultó a sí
mismo). Freud seguía siendo “como Hércules viejo”, un “héroe humano y
un dios superior”. *1« En noviembre de 1909, apenado por no haber escri
to con más prontitud después de haber vuelto a Suiza, tras la visita a la
Clark University, Jung le confesó sumisamente a su “padre” que había
pecado: “Paler peccavi”. *141 Dos semanas más tarde, de nuevo apeló a
Freud como a la autoridad suprema, en su estilo más filial: “A menudo
me gustaría tenerlo cerca. Siempre tengo cosas que preguntarle”. *1«
De hecho, hasta el momento en que la grieta se hizo visible, Jung
contempló sus desacuerdos con los conceptos freudianos como una imper
fección personal suya. Si tenía algún problema con ellos, esto, “obvia
mente”, tenía que deberse a que todavía no había “adaptado suficientemente
mi posición a la suya”. *143 Los dos hombres continuaban con su relación
social y pasaban algún tiempo juntos siempre que se lo permitían sus abi
garradas agendas. Siempre había temas importantes sobre los que tenían
que hablar o escribirse. El 2 de enero de 1910, Freud le hizo saber a Jung
que estaba especulando acerca del “desamparo infantil" como fuente de la
necesidad humana de religión. *344 Esa nota excitada constituye un signo
de la confianza que Freud tenía puesta en Jung; exactamente un día antes
le comentó a Ferenczi que acababa de comprender las raíces de la religión,
el día de Año Nuevo. *145 Jung, por su parte, atascado en una crisis domés
tica producida por lo que denominaba sus “componentes poligámicos”, *146
le dijo confidencialmente a Freud que estaba reflexionando sobre “el pro
blema ético de la libertad sexual”. *147
Esos problemas privados provocaban en Freud una cierta aprensión;
amenazaban con distraer la atención de Jung del asunto principal: el psico
análisis. Le pidió a Jung que fuera paciente. “Tiene que seguir perseveran
do y conducir nuestra causa hacia su conclusión”. *1« Eso sucedía en enero
de 1910. Al mes siguiente le dijo a Ferenczi que las cosas estaban “de
nuevo difíciles y tensas” en el “reino erótico y religioso” de Jung; las car
tas de Jung —comenta Freud con sensibilidad— parecen renuentes y dis
tantes. *149 Sólo algunas semanas más tarde Freud pudo alegrarse al ver
que Jung emergía de sus “confusiones personales”, y “rápidamente hice las
paces con él, puesto que, después de todo, yo no estaba enfadado sino sólo
preocupado”. *150 Con la serenidad aparentemente recuperada, Jung inició
el análisis de su esposa. Freud (a quien Jung le comunicó esa grosera vio
lación de las reglas técnicas) atravesaba un estado de ánimo complaciente.
Poco antes había ayudado a Max Graf en el análisis del hijo de este últi
mo, el pequeño Hans, y pensó que Jung podría tener éxito con su mujer,
Política psicoanalítica [265]
incluso aunque sin duda le resultaría imposible superar por completo sus
sentimientos no analíticos.
Cuando Jung se ponía quisquilloso, Freud lo apaciguaba. Reflexio
nando sobre la posible aplicación del psicoanálisis a las ciencias culturales
(un interés que Jung compartía con entusiasmo) Freud expresó el anhelo
de que a ese trabajo contribuyeran “los estudiosos de la mitología, los lin
güistas y los historiadores de la religión”. “De lo contrario, tendremos que
hacerlo todo nosotros mismos.” *151 Un tanto extrañamente, Jung interpre
tó la fantasía de Freud como una crítica: “Creo que con esto usted quiere
decir que yo no soy adecuado para este trabajo”. *152 Eso no era en absolu
to lo que Freud tema en mente. “El hecho de que se haya ofendido —con
testó— fue música para mis oídos. Me encanta que usted mismo asuma
este interés con tanta seriedad, que usted mismo quiera constituirse en ese
ejército auxiliar.” *153 Cuando emergían esas tensiones, Freud procuraba
suavizarlas. “Quédese tranquilo”, le escribió a su “querido hijo”, descri
biéndole el panorama de los grandes triunfos que lo esperaban. “Estoy
dejando para usted la conquista de lo que ni yo mismo puedo controlar;
¡toda la psiquiatría y la aprobación del mundo civilizado, que está acos
tumbrado a considerarme como un salvaje!” *154
A lo largo de todo este intercambio, Jung conservó la posición del
hijo favorito, afectuoso, desobediente sólo en algunos momentos. A prin
cipios de 1910, camino a Estados Unidos, desde donde lo habían llamado
para una lucrativa consulta que podría hacerlo llegar tarde al congreso de
Nürnberg, le envía a Freud, desde París, una infantil nota de disculpa:
“¡No se enfade por mis travesuras!” *153 A continuación declara su “senti
miento de inferioridad con respecto a usted, que frecuentemente me subyu
ga”, y el placer poco común que le produjo una carta en la que Freud le
manifestó su aprecio: “Después de todo, soy muy receptivo a cualquier
reconocimiento que provenga del padre”. *156 Pero, a veces, la rebelión
inconsciente de Jung resultaba irreprimible. Freud había estado trabajando
en los estudios que iban a conducirlo a Tótem y tabú y, sabiendo que a
Jung le interesaba ese tipo de prehistoria especulativa, le pidió algunas
sugerencias. La reacción de Jung a esa “carta muy grata” fue defensiva; le
dio las gracias calurosamente a Freud, pero agregando de inmediato: “Sin
embargo, es muy embarazoso para mí que usted aborde esta área, la psico
logía de la religión. Usted es un competidor peligroso, si es que se quiere
hablar de competencia”. *>57 Evidentemente, Jung necesitaba ver a Freud
como un competidor, aunque —una vez más— culpó de ello a su carácter
lleno de debilidades. Se enorgullecía de promover el psicoanálisis, obra
que (esperaba que Freud estuviera de acuerdo) era mucho más importante
que “mi torpeza o mis rasgos desagradables”. ¿Podría ser —preguntó
ansiosamente— “que usted desconfíe de mí?” Le aseguró a Freud que no
había razones para que lo hiciera; sin duda Freud no se opondría a que él
tuviera su propio punto de vista. Sin embargo, insistió en que tenía que
[266] Elaboraciones: 1902-1915
que están confirmando una vieja profecía suya, que yo había querido igno
rar”. *173 En toda su correspondencia de esos meses se ve a un Freud preo
cupado por encontrar la manera de asegurar el futuro de su movimiento, es
decir, en términos emocionales, su propio futuro: “Sin duda no contribui
ré en nada a una ruptura, y espero que la comunidad administrativa pueda
permanecer intacta”. *174 Al enviarle a Ferenczi la carta de Jung en la que
le decía que no iba a visitar Küsnacht, Freud la interpretó como una prue
ba evidente de que la neurosis de Jung debía de estar en su punto álgido.
Con tristeza admitió el fracaso de su esfuerzo tendiente a amalgamar “judí
os y goyim al servicio del yA”. Lamentablemente, “se separan como el
aceite y el agua”. *i’s La cuestión, sin duda, lo preocupaba; al mes
siguiente, le dijo a Rank que había confiado en lograr “la integración de
judíos y antisemitas en el terreno del yA”. Esa seguía siendo la meta
de Freud, incluso en la adversidad.
Pero Freud pensó que a Ferenczi le agradaría el modo en que él se lo
estaba tomando todo: “con total desapego emocional y superioridad inte
lectual”. *177 r>e hecho, el desapego de Freud era menor de lo que quería
demostrar, pero en septiembre todavía aceptaba el pronóstico de Jones en
cuanto a que “no hay gran peligro de separación entre Jung y yo”. Quería
ser razonable: “Si usted y la gente de Zurich inician una reconciliación
formal, yo no pondré ningún obstáculo. Sería sólo una formalidad, pues
no estoy enfadado con él”. Pero —agregaba— “mis anteriores sentimien
tos para con él no pueden volver a la vida”. *178 Tal vez el hecho de que
estuviera de vacaciones en su amada Roma lo llevaba a guardar más espe
ranzas de lo que resultaba lógico.
Pero Jung le daba a Freud cada vez menos razones para que conservara
un matiz de optimismo. En noviembre, de regreso de Estados Unidos,
donde había pronunciado una serie de conferencias, le escribió recreándose
en sus agravios. Al hablar en Fordham (que Freud consideraba “una peque
ña universidad desconocida dirigida por jesuítas”) *17’ y en otras partes,
Jung había arrojado por la borda la mayor parte del equipaje psicoanalítico
(la sexualidad infantil, la etiología sexual de las neurosis, el complejo de
Edipo), y además redefinió abiertamente la libido. En la narración que le
hizo a Freud, le señaló animadamente que su versión del psicoanálisis
había convencido a muchas personas hasta entonces escépticas por culpa
del “problema de la sexualidad en la neurosis”. Pero, continuaba, tenía
derecho a decir la verdad tal como él la veía. Sin embargo, aunque insis
tiendo en que “el gesto de Kreuzlingen” le había causado una herida perdu
rable, esperaba que no se interrumpieran sus relaciones personales y amis
tosas con Freud. Después de todo —observó, esforzándose por ser
amable— él le debía mucho. Pero lo que esperaba de Freud no era enfados
sino juicios objetivos. “En mí no se trata de una cuestión de capricho,
sino de dejar bien claro lo que considero que es una verdad”. *180
[270] Elaboraciones: 1902-1915
taba en voz alta si aquel éxito no había puesto en peligro las teorías psi-
coanalíticas de más largo alcance. Si bien seguía confiando en que subsis
tieran sus buenas relaciones personales, Freud permitió que una nota de
irritación se deslizara en su carta. «Su insistencia en “el gesto de Kreuzlin
gen” es, desde luego, tan incomprensible como insultante, pero hay cosas
que no pueden ponerse por escrito». *189 Freud todavía deseaba hablar con
Jung, mientras que sus seguidores estaban listos para deshacerse de él. El
11 de noviembre, el mismo día en que Jung le recordaba, una vez más, “el
gesto de Kreuzlingen”, Eitington le escribió a Freud desde Berlín: “El psi
coanálisis está ahora lo bastante desarrollado y maduro como para poder
recuperarse de esos procesos de descomposición y eliminación”.
A fines de noviembre, los dos protagonistas aprovecharon la ocasión
que les brindó una pequeña conferencia psicoanalítica en Munich para sen
tarse y mantener una prolongada conversación privada sobre el episodio de
Binswanger. El resultado fue que Jung se disculpó, y se produjo un nuevo
acercamiento entre ellos. “Resultado —le informó Freud a Ferenczi: tanto
los lazos personales como los intelectuales seguirán siendo estrechos
durante años. No se habló nada de separación ni de deserción”. Esta visión
optimista era una pieza casi desesperada de autoengaño, y no se correspon
día con la realidad. Freud se estaba haciendo cada vez más cauto y, por
más que lo deseara, no podía confiar por completo en una resolución pací
fica así. Le comentó a Ferenczi que Jung le recordaba a un borracho que
incesantemente berrea: “¡No piensen que estoy arruinado!”
La reunión de Munich se vio malograda por uno de los desvaneci
mientos de Freud, el segundo en presencia de Jung. Lo mismo que en Bre-
men tres años antes, la escena era el final de una comida ligera; como
aquel día, se había producido una animada discusión entre Freud y Jung, y
una vez más Freud interpretó lo que Jung decía como revelador de un
deseo de muerte dirigido contra él. En la discusión, Freud había deplorado
que Jung y Riklin publicaran en Suiza artículos psicoanalíticos sin men
cionar su nombre. Jung defendió la práctica; después de todo —dijo— el
nombre de Freud era bien conocido. Pero Freud insistió. “Recuerdo haber
pensado que estaba tomándose la cuestión de un modo más bien personal”,
dijo más tarde Jones, que estaba presente. “De pronto, para nuestra cons
ternación, cayó al suelo totalmente inconsciente. El robusto Jung lo llevó
en seguida a un sofá de la antesala, donde pronto volvió en sí”. *192 Para
Freud, ese incidente tenía todo tipo de significados ocultos, que él analizó
en cartas a sus íntimos. Fueran cuales fueren las causas físicas que acecha
ban en un segundo plano (fatiga, dolor de cabeza) Freud no tenía duda
alguna de que el principal agente de su desvanecimiento había sido un con
flicto psicológico. De un modo oscuro, Fliess estaba implicado en ello,
lo mismo que la vez anterior. Es decir, Freud todavía estaba tratando de
ajustar sus cuentas afectivas con su ex amigo. Jung, por su parte, con
independencia del modo en que se tomara aquel momento de alarma, rápi
[272] Elaboraciones: 1902-1915
una de las palabras agresivas favoritas de Jung) como para considerar ese
lapsus sin acritud. *200
Jung no pudo. En su tono más jactancioso, dio rienda suelta a lo que
alguna vez Freud había llamado su “sana ordinariez”. *201 “¿Me permite
que le diga unas pocas palabras serias? Reconozco mis fluctuaciones con
usted, pero tengo tendencia a ver la situación de un modo sincero y entera
mente honesto. Si usted lo duda, el problema es suyo. Me gustaría lla
marle la atención sobre el hecho de que su técnica de tratar a sus discípu
los como a sus pacientes es blunder. De ese modo usted produce hijos
esclavos o impúdicos bribones (Adler-Stekel y toda la desvergonzada pan
dilla que ahora se pavonea en Viena). Soy lo bastante objetivo como para
adivinar su truco”. *202 Después de repudiar el complejo paterno, una vez
más lo exhibe en su plenitud: el modo que tenía Freud de detectar acciones
sintomáticas —continuó— era la manera de reducir a todos al nivel de
hijos e hijas que admitían sus faltas con rubor. “Mientras tanto, usted está
sentado en la cima, como padre”. Jung manifestó que ese servilismo le
parecía inútil. Por un momento, fue como si Freud aún estuviera dis
puesto a razonar con Jung, mientras veía cómo se derrumbaban los planes
que había acariciado para el futuro del psicoanálisis. Al redactar la respues
ta, observó que la reacción de Jung ante el hecho de que se le llamara la
atención sobre su lapsus había sido excesiva, y se defendió de la imputa
ción de que mantuviera a sus discípulos en una situación de dependencia
infantil; por el contrario, en Viena lo criticaban por no preocuparse lo
suficiente de analizarlos. *204
Los comentarios de Freud acerca de la reacción excesiva de Jung invi
tan a su vez a realizar ciertas consideraciones. En su correspondencia y en
sus conversaciones, los psicoanalistas de la primera generación empleaban
un estilo impertinente que habría estado completamente fuera de lugar en el
discurso de los otros mortales. Con atrevimiento, se interpretaban los sue
ños entre sí; se cebaban en los lapsus orales o escritos de los otros; libre
mente, demasiado libremente, empleaban los términos diagnósticos tales
como “paranoide” y “homosexual” para caracterizar a sus compañeros, y
también para caracterizarse a sí mismos. Todos ellos practicaban en su cír
culo el tipo de análisis que condenaban en los ajenos como falto de tacto,
anticientífico y contraproducente. Esa retórica irresponsable probablemente
les servía para descansar del trabajo austero que conllevaba la práctica psi
coanalítica, como una especie de ruidosa recompensa por permanecer en
silencio y ser discretos la mayor parte del tiempo. Freud participaba en ese
juego junto con el resto, incluso aunque sensatamente previniera a sus
colegas sobre el empleo del psicoanálisis como arma. En consecuencia,
puesto que esa actitud de interpretar a diestro y siniestro se contagiaba de
modo irresistible, proliferando y convirtiéndose en una práctica familiar,
Freud tenía derecho a pensar que la respuesta de Jung a su interpretación del
desliz había sido desproporcionada, y por lo tanto altamente sintomática.
[274] Elaboraciones: 1902-1915
Terapia y técnica
Un principio problematico
de 1890, de hecho desde la Arma O. de Breuer, casi veinte años antes. Sin
duda, el caso tenía para Freud un significado peculiar, vagamente amenaza
dor; cuando retrospectivamente se refirió a él, de modo sistemático lo
situó en 1899 (en lugar de hacerlo, conforme a la realidad, en 1900), sín
toma éste de alguna preocupación no analizada. *’ La cautela de Freud
sugiere razones íntimas: aquello le desconcertaba y por eso guardaba el
manuscrito en su escritorio.
Una prueba sorprendente de que Freud no se sentía totalmente cómodo
es el Prefacio que incorporó al informe sobre Dora: inusualmente comba
tivo, incluso para un escritor aficionado a la polémica animada. Presenta
ba el caso —escribió Freud— para instruir a un público renuente y poco
comprensivo acerca de los usos del análisis de los sueños y su relación
con la comprensión de la neurosis. Sin duda su título original, “Sueño e
histeria”, resumía de modo adecuado los puntos en los que Freud quería
hacer hincapié. Pero la manera en que había sido recibida su Interpreta
ción de los sueños le demostró cuán faltos de preparación estaban los
especialistas con respecto a sus verdades (por el tono de sus palabras, se
sentía un tanto agraviado). “Lo nuevo siempre ha suscitado confusión y
resistencia”. *10 A fines de la década de 1890 —observó— había sido criti
cado por no proporcionar información sobre sus pacientes; en ese momen
to esperaba que le criticaran por informar demasiado. Pero el analista que
publica historiales de histéricos tiene que entrar en los detalles de la vida
sexual del paciente. De modo que la discreción, deber supremo del médico,
entra en colisión con las exigencias de la ciencia, que vive de la discusión
abierta y sin inhibiciones. Sin embargo, desafiaba a sus lectores a que
intentaran identificar a Dora.
A pesar de esa atmósfera pesada, Freud no estaba aún dispuesto a abor
dar el asunto que tenía entre manos. Acusó a “muchos médicos” de Viena
de interesarse de un modo malsano en el tipo de material que estaba a pun
to de presentar, de leer “tales historiales, no como contribuciones a la psi-
copatología de las neurosis, sino como un román á clef destinado a entre
tenerlos”. Esto, probablemente, era cierto, pero la vehemencia un tanto
gratuita de Freud sugiere que su implicación emocional con Dora suponía
un trastorno mayor de lo que él sospechaba.
de Freud, y que fue quien le llevó a Dora; la madre, a juzgar por todos los
informes, tonta e inculta, fanática y obsesivamente dedicada a limpiar la
casa; el hermano mayor, con el que las relaciones de la paciente eran muy
tensas y que se ponía del lado de la madre en las disputas domésticas, y
ella, Dora, que siempre constituía el apoyo de su padre. 2 El caso se com
pletaba con los miembros de la familia K, a los que Dora y los suyos
estaban muy unidos: Frau K. había cuidado al padre de Dora durante una
de sus más graves enfermedades, y Dora había cuidado a los niños K. A
pesar de las discordias en el hogar de la paciente, el elenco parecía consti
tuir algo muy parecido a dos familias burguesas, respetables, caseras, que
se ayudaban amistosamente una a otra.
Pero había más que eso. Cuando Dora tenía dieciséis años, y se estaba
convirtiendo en una joven atractiva, agraciada, declaró de modo abrupto
que detestaba a Herr K., hasta entonces su afectuoso amigo adulto. Cuatro
años antes, había empezado a presentar algunos signos de histeria, espe
cialmente jaquecas y una tos nerviosa. En ese momento se habían intensi
ficado sus afecciones. Anteriormente atractiva y vivaz, desarrolló todo un
repertorio de síntomas desagradables: además de la tos, una afonía histéri
ca, intervalos de depresión, hostilidad irracional, incluso ideas de suicidio.
La propia joven tenía una explicación para su infeliz estado: Herr K., que
durante mucho tiempo le había gustado, y en quien había confiado, se le
insinuó sexualmente durante un paseo; profundamente ofendida, ella lo
abofeteó. Al ser acusado, Herr K. negó la imputación, y pasó a la ofensi
va: a Dora lo único que le importaba era el sexo y le excitaba la literatura
lasciva. Su padre se inclinó a creer a Herr K„ y descartó como fantásticas
las acusaciones de Dora. Pero a Freud, después de empezar a analizar a
Dora, le llamaron la atención ciertas contradicciones del relato del padre, y
decidió reservar su juicio. Ese fue el momento de mayor simpatía en la
relación psicoanalítica de Freud con Dora, relación que se vería frustrada a
causa de una mutua hostilidad y de cierta insensiblidad por parte del analis
ta. Freud se propuso esperar las revelaciones de Dora.
Quedó demostrado que valía la pena. El padre había dicho la verdad
solamente en un punto: la esposa no le proporcionaba ninguna satisfacción
sexual. Pero mientras hacía ostentación ante Freud de su mala salud, en
realidad estaba compensando sus frustraciones domésticas con una apasio
nada relación amorosa con Frau K. Esa relación no era un secreto para
Dora. Observadora y desconfiada, llegó a estar convencida de que su adorado
padre se había negado a creer en su angustiada denuncia por razones propias
y escabrosas: al entregarla a Herr K„ podía seguir durmiendo sin problemas
con Frau K. Pero aun había otra corriente transversal erótica; descubriendo
la verdad de aquella relación ilícita, la propia Dora había pasado a ser una
cómplice más o menos consciente. Antes de que interrumpiera su análisis
de once semanas con Freud, él había descubierto en su paciente sentimien
tos apasionados con respecto a Herr K., su padre y Frau K., sentimientos
que la propia Dora confirmó en parte. El amor infantil, el incesto y los
deseos lesbianos competían por el predominio en su angustiada mente ado
lescente. Por lo menos así era como Freud interpretó el caso de Dora.
A juicio de Freud, la proposición amorosa de Herr K. de ningún modo
bastaba para explicar los abundantes síntomas histéricos de Dora, que se
habían presentado incluso antes de su resentimiento por la mezquina trai
ción del padre. Freud pensaba que aquella histeria no podía tampoco ser la
consecuencia de un incidente traumático anterior que Dora le descubrió;
por el contrario, consideró que la reacción de la paciente demostraba que la
histeria ya existía cuando el incidente se produjo. Cuando Dora tenía
catorce años, dos años antes de la discutida insinuación de Herr. K., el
mismo hombre le había tendido una trampa en su oficina, abrazándola de
pronto y besándola apasionadamente en los labios. Ante ese asalto, ella
había reaccionado con disgusto. Freud interpretó que ese disgusto era una
inversión de afecto y un desplazamiento de sensaciones; todo el episodio
le produjo la impresión de una perfecta escena histérica. El intento erótico
de Herr K. —dice Freud sin ambages— constituyó “seguramente la típica
situación que suscita un sentimiento distinto de excitación sexual en una
niña inocente de catorce años”, sentimiento provocado en parte por la sen
sación del pene erecto del hombre apretado contra su cuerpo. *12 Pero Dora
había desplazado la sensación hacia arriba, hacia la garganta.
Freud no estaba insinuando que Dora tuviera que haber cedido a las
embestidas de Herr K. a los catorce años (o, para el caso, a los dieciséis).
Pero le parecía obvio que ese tipo de encuentros generaba un cierto grado
de excitación sexual, y que la respuesta de Dora era un síntoma de su his
teria. Esa interpretación es una consecuencia naturalmente, de la posición
de Freud como detective psicoanalítico y como crítico de la moral burgue
sa. Dispuesto a ahondar en las superficies sociales más decorosas, y com
prometido con la idea de que la sexualidad moderna se veía encubierta por
una mezcla casi impenetrable de negación inconsciente y mentira cons
ciente, sobre todo entre las clases respetables, Freud se sintió prácticamen
te obligado a interpretar el rechazo vehemente de Herr K. por parte de Dora
como una defensa neurótica. El había conocido al hombre y, después de
todo, le pareció una persona agradable y atractiva. Pero la incapacidad de
Freud para penetrar en la sensibilidad de Dora habla de un fracaso de la
empatia, que le hizo llevar el caso como si se tratara de un todo. El se
negó a reconocer la necesidad que tenía la joven, como todo adolescente,
de contar con una guía fiable en un mundo adulto cruelmente egoísta, con
alguien que comprendiera su conmoción ante el hecho de que un amigo
íntimo se convirtiera en un pretendiente ardoroso, y su indignación ante
Terapia y tecnica [289]
confirma una vez más que usted está volviendo a despertar su antiguo amor
por su padre para protegerse de su amor por K. Pero, ¿qué demuestran todos
estos esfuerzos? No sólo que usted teme a Herr K.; usted se teme incluso
más a sí misma, a la tentación de ceder a él. De este modo usted confirma
cuán intenso era su amor por él”. *16
A Freud no le sorprendió la manera en que Dora recibió esta efusión:
“Naturalmente, Dora no quiso seguirme en esta pieza de interpreta
ción”. *w Pero el interrogante que la interpretación suscita no es el de si la
lectura que hizo Freud del sueño de Dora fue correcta o meramente inge
niosa. Lo que importa es el tono insistente, su negativa a tomar las dudas
de Dora como algo más que negaciones convenientes de verdades inconve
nientes. Esa fue la responsabilidad de Freud en el fracaso final.
Desde luego, el fracaso, tanto reconocido como no reconocido, fue la
culminación del análisis, pero —paradójicamente— ese mismo fracaso
determinó su significación para la historia psicoanalítica. Sabemos que
Freud lo consideró una demostración de los usos del análisis de los sueños
en el tratamiento psicoanalítico y una confirmación de las reglas que,
según él había descubierto, gobernaban la construcción de los sueños.
Además, ponía bellamente de manifiesto las complejidades de la histeria.
Pero una razón crucial por la que finalmente Freud publicó el historial de
“Dora” fue su incapacidad para seguir analizando a aquella paciente difícil.
A fines de diciembre de 1900, Freud trabajó con el segundo sueño de
Dora, que confirmaba por completo su hipótesis de que había estado
inconscientemente enamorada de Herr K. durante todo el tiempo. Pero al
principio de la siguiente sesión, Dora anunció alegremente que aquella era
la última vez que iba al consultorio. Freud acogió con frialdad la inespera
da novedad, propuso que utilizaran aquella hora final para continuar el aná
lisis, y le interpretó a Dora, con nuevos detalles, los sentimientos más
íntimos que ella experimentaba con respecto al hombre que la había ofen
dido. “Ella escuchó, sin contradecirme como hacía siempre. Parecía con
movida, dijo adiós del modo más amistoso, formulando cálidos deseos
para el Año Nuevo... y no volvió”. *18
Freud interpretó este gesto como una venganza, impulsada por el
deseo neurótico de hacerle daño. Ella lo había abandonado en el momento
en que “mis expectativas de terminar con éxito el tratamiento estaban en
su punto álgido”. Se preguntó en voz alta si podría haber conservado a
Dora en tratamiento mediante la estratagema de exagerar teatralmente la
importancia que ella tenía para él, proporcionándole de ese modo un susti
tuto del afecto que la joven anhelaba. “No lo sé”. Sólo sabía que: “Siem
pre evité interpretar un papel, y me contenté con el modesto arte de la psi
cología”. Más tarde, el l9 de abril de 1902, Dora volvió a visitarlo,
supuestamente para pedirle ayuda una vez más. Freud, observándola, no
quedó convencido. Ella dijo que, salvo durante cierto período de tiempo, se
había estado sintiendo mucho mejor. Había conseguido que Frau y Herr K.
[292] Elaboraciones: 1902-1915
versos con los que se puede enfrentar —exclamó en el pasaje más retórico
de su texto— demonios que moran en el animal humano sólo parcialmen
te domesticados, debe estar preparado para sufrir él mismo algún daño en
este contexto”. *22 Pero si bien sentía la herida, no pudo definirla con cla
ridad, pues era demasiado íntima. Freud comprobó que no había reconoci
do la transferencia de Dora, pero (lo que había sido peor) no supo recono
cer su propia transferencia con respecto a Dora: la acción de lo que llegaría
a llamar “contratransferencia” se le había escapado por completo a su auto-
observación analítica.
Según Freud la definió más tarde, la contratransferencia es un afecto
que surge en el analista como consecuencia “de la influencia del paciente en
los sentimientos inconscientes” del primero. *B El autoanálisis ininterrum
pido de Freud se había convertido casi en una segunda naturaleza para él,
pero la influencia problemática del paciente en el analista nunca dominó en
su mente ni en sus estudios técnicos.4 Sin embargo, no tenía duda alguna
de que esa contratransferencia constituye una obstrucción insidiosa de la
benévola neutralidad del analista, una resistencia que debe ser diagnosticada
y derrotada. Es para el psicoanalista lo que los prejuicios no reconocidos
son para el historiador. El analista —escribió duramente en 1910— “tiene
que reconocer esta contratransferencia en sí mismo y dominarla”, pues
“ningún psicoanalista puede llegar más lejos de lo que le permitan sus pro
pios complejos y resistencias internas”. Pero, como demuestra su con
ducta en las sesiones analíticas con Dora, él mismo estuvo lejos de ser
invulnerable a los esfuerzos de la joven por seducirlo, así como a su irri
tante hostilidad. Esa fue una lección del caso: Freud podía verse asaltado
por emociones que a veces nublaban sus percepciones como terapeuta.5
Con todo, éste fue el mismo caso con respecto al cual Freud proclamó
la soberanía del observador capacitado, que puede obtener información par
tiendo del movimiento más tímido, de la vacilación más leve. “Quien tie
ne ojos para ver y oídos para oír —escribió en un famoso pasaje— se
convence de que los mortales no pueden guardar ningún secreto. Si la boca
está en silencio, murmuran con las puntas de los dedos; la traición se abre
camino por todos los poros de la piel”. Mientras Dora estaba tendida
4 En años recientes, algunos analistas han destacado que les resulta útil
recurrir a los sentimientos inconscientes que sus analizandos suscitan en ellos
para profundizar su comprensión de las mentes de los pacientes. Pero esta posi
ción no habría contado con la simpatía de Freud.
5 A mediados de la década de 1920, las instituciones psicoanalíticas con
fiaban en que los candidatos descubrirían, y dentro de lo posible dominarían,
sus complejos y resistencias por medio del análisis didáctico, que en aquel
entonces se consideraba una parte indispensable de su formación; los psicoana
listas experimentados, por su lado, consultaban a un colega si tenían razones
para creer que no estaban escuchando a un analizando con la actitud clínica ade
cuada. Cuando Freud escribió “Dora”, no se contaba con tales recursos.
[294] Elaboraciones: 1902-1915
7 Freud también utilizó material del caso del pequeño Hans en dos artícu
los breves que publicó en esa época, uno sobre las teorías sexuales de los
niños, y otro sobre su educación sexual.
[296] Elaboraciones: 1902-1915
les publicados por Freud. Sabemos que Freud consideraba muy instructivo
este caso, a su modo tanto como lo había sido el de Dora. Pero le gustaba
mucho más: fue el propio Freud quien se refirió informalmente a su
paciente, con cierto grado de afecto, como Rattenmann, *« o, en inglés,
“man ofthe rats”. *« El tratamiento se inició el 1° de octubre de 1907, y
duró menos de un año, con un ritmo que los analistas de generaciones
posteriores considerarían vertiginoso. Pero Freud sostuvo que bastó para
aliviar los síntomas del Hombre de las Ratas. Sin embargo, no pudo
derrotar a la historia. En una nota al pie de página agregada al historial en
1923, observó sombríamente: “El paciente murió, lo mismo que muchos
otros jóvenes valiosos y prometedores, en la gran guerra”, es decir, en esa
gran carnicería que fue la Primera Guerra Mundial. *44
El caso lo tenía todo a su favor. Emst Lanzer, un abogado de veinti
nueve años, impresionó a Freud en su primer encuentro como alguien
inteligente y sutil. *« Era también entretenido; le contó a su analista
divertidas historias y le recordó una oportuna cita de Nietzsche acerca del
poder del orgullo sobre la memoria, pasaje que Freud repitió con gusto
más de una vez. n Los síntomas obsesivos de Lanzer eran alienantes y
extraños. En su práctica, Freud había descubierto que los neuróticos obse
sivos, con sus contradicciones y su lógica perversa, pueden ser interesan
tes. Racionalistas y supersticiosos al mismo tiempo, presentan síntomas
que ocultan y revelan sus orígenes, y se ven acosados por dudas enloquece
doras. El Hombre de las Ratas desplegaba esa sintomatología de un modo
más estridente que el de la mayoría: a medida que su tratamiento progresa
ba, oscilando entre las comunicaciones del paciente y las interpretaciones
del analista, la enfermedad adulta y los apetitos infantiles, las necesidades
sexuales contrariadas y los deseos agresivos, se fue convirtiendo en mode
lo para la dilucidación de las neurosis obsesivas tal como Freud las enten
día entonces.
Ese modelo hacía falta. Según observa Freud en la introducción a su
historial, los neuróticos obsesivos son mucho más difíciles de interpretar
que los histéricos: las resistencias que movilizan en el escenario terapéuti
co son notables por sus ingeniosas triquiñuelas. Pues, si bien “el lenguaje
de la neurosis obsesiva” está a menudo exento de confusos síntomas de
conversión, es, por así decir, “sólo un dialecto del lenguaje histérico”. Para
aumentar la oscuridad, el obsesivo simula estar sano el mayor tiempo posi
ble, y no busca la ayuda del psicoanalista a menos que se encuentre verda
deramente muy enfermo. Todo esto, combinado con la necesidad de ser dis
creto, impidió que Freud presentara un historial completo del caso. No
podía ofrecer más que “migajas de comprensión” que —según él creía—
quizás no fueran en sí mismas muy satisfactorias. “Pero el trabajo de otros
investigadores tal vez pueda relacionarse con ellas”. *46 El año en el que
Freud escribió esas palabras, después de todo, era 1909; en aquel entonces
había otros investigadores con los cuales pensaba que podía contar.
Con la excepción de un puñado de interesantes desviaciones, los histo
riales que Freud publicó seguían por lo general las notas que él tomaba
todas las noches. En la primera entrevista el paciente se presentó y
enumeró sus quejas: miedo a que algo terrible le ocurriera a su padre y a
una joven que él (el paciente) amaba; impulsos criminales como el deseo
de matar gente, y otros de autocastigo, como el de cortarse la garganta con
una navaja; preocupaciones obsesivas, algunas de ellas centradas en cues
tiones ridiculamente insignificantes, como por ejemplo saldar deudas ínfi
mas. Después proporcionó de buen grado algunos detalles de su vida
sexual. Cuando Freud le preguntó por qué había tocado el tema, el Hom
bre de las Ratas reconoció que pensaba que esto era propio de las teorías de
Freud, de las cuales en realidad no sabía prácticamente nada. Pero, de ahí
en adelante, el Hombre de las Ratas actuó por cuenta propia.
Después de esa primera hora, Freud le hizo conocer la “regla funda
mental” del psicoanálisis: tenía que decir todo lo que le pasara por la cabe
za, aunque fuera trivial o carente de sentido. El paciente empezó a hablar
sobre un amigo cuyos consejos apreciaba mucho, en particular cuando
más lo trastornaban sus impulsos asesinos o suicidas, y a continuación
—“de un modo totalmente abrupto”, comentó Freud— se lanzó a relatar
su vida sexual durante la infancia. *48 Como ocune en todas las primeras
sesiones de un psicoanálisis, esa elección de los temas iniciales (su amis
tad masculina y su ansia de mujeres) tema un significado que el análisis
iba a descifrar gradualmente. Los temas que el Hombre de las Ratas eligió
apuntaban a la emergencia episódica de fuertes impulsos homosexuales en
su infancia y adolescencia, y también a pasiones heterosexuales aun más
fuertes, precozmente desarrolladas.
De hecho, al cabo de poco tiempo resultó obvio que la actividad
sexual del Hombre de las Ratas se había iniciado inusualmente pronto.
Recordaba a hermosas institutrices jóvenes a las que había espiado en
seductores paños menores o cuyos genitales había acariciado. También sus
hermanas habían representado intereses sexuales absorbentes para él;
observándolas, jugando con ellas, prácticamente había consumado el
incesto. Pero pronto el joven Hombre de las Ratas descubrió que su curio
sidad sexual (incluso el apremiante deseo de ver mujeres desnudas) se veía
socavada por el “sentimiento siniestro” de que tema que impedir que tales
pensamientos surgieran, para no provocar la muerte del padre. De modo
que, en la fase inicial del tratamiento, el Hombre de las Ratas tendió un
puente entre el pasado y el presente: el padre había muerto algunos años
antes, pero su temor por él de algún modo persistía. Ese sentimiento
siniestro, experimentado por primera vez cuando tenía más o menos seis
años, pero que todavía seguía siendo para él extremadamente perturbador,
había sido —le dijo a Freud— “el comienzo de mi enfermedad”. *49
Terapia y tecnica [303]
con lo cual el Hombre de las Ratas llegó a graduarse en lo que Freud deno
minó bellamente su “escuela de sufrimiento”. *65
A pesar de los problemas que le creó a su analista, el Hombre de las
Ratas fue uno de los favoritos de Freud desde el principio. En las notas
correspondientes al 28 de diciembre hay unas palabras crípticas que atesti
guan la impresión que le produjo el paciente: Hungerig und wird gelabt,
“Famélico y fue confortado”.13 *« Freud lo había invitado a comer. En un
psicoanalista, ése fue un gesto herético: gratificar a un paciente permitién
dole el acceso a la vida privada del analista, y actuar con él como una
madre al darle comida en un marco amistoso y no profesional, era algo
que violaba los austeros preceptos técnicos que Freud había desarrollado en
esos años y que estaba tratando de inculcar a sus seguidores. Pero es evi
dente que Freud no vio nada malo en apartarse de sus propias reglas. Sin
duda, a pesar de tales desvíos, el relato de Freud sigue siendo ejemplar
como exposición de una neurosis obsesiva clásica.14 Sirvió de modo bri
llante para reforzar sus teorías, en especial las que postulaban las raíces
infantiles de la neurosis, la lógica interior de los síntomas más espectacu
lares e inexplicables, y la presión poderosa, a menudo oculta, de los senti
mientos ambivalentes. Freud no era lo suficientemente masoquista como
para limitarse a publicar fracasos.
costa holandesa, pasó brevemente por el Louvre para admirar una vez más
la tela de Leonardo titulada “Santa Ana, la Virgen y el Niño”. *72 El inter
cambio con el maestro (incluso sin presumir de ser como él) era uno de
los dividendos que Freud podía obtener escribiendo biografías psicoanalíti-
cas.
por sus contemporáneos como uno de los más grandes hombres del Rena
cimiento italiano”, era humano como todos, y “nadie es tan grande como
para que sea una desgracia para él estar sujeto a las leyes que gobiernan
con igual severidad la actividad normal y la patológica”. En el cuerpo
del texto, Freud justificó que escribiera una patografía de Leonardo sobre
la base de que los biógrafos ordinarios, “fijados” en su héroe, sólo logran
presentar “una figura fría, extraña, ideal, en lugar del ser humano con el
que podríamos sentimos relacionados a distancia”. Freud asegura a sus lec
tores que el ensayo intenta solamente descubrir los determinantes del
“desarrollo mental e intelectual” de Leonardo. Si amigos conocedores de
psicoanálisis lo acusaran de haber escrito sólo “una novela psicoanalítica,
les contestaría que en modo alguno sobrestimo la seguridad de estos resul
tados”. is *85 Después de todo —concede Freud— los materiales biográficos
fiables sobre Leonardo eran al mismo tiempo escasos y poco informati
vos. Con un ánimo más lúdico que otra cosa, estaba tratando de armar un
rompecabezas del que faltaban la mayor parte de las piezas, y algunas de
las que había eran prácticamente indescifrables.
Estas son las defensas que Freud erige ante las críticas quisquillo
sas. Pero no pueden ocultar el hecho de que el “Leonardo”, a pesar de toda
la brillantez de sus deducciones, presenta grietas importantes. Gran parte
de las pruebas aducidas para trazar el retrato no son concluyentes ni inta
chables. Ese bosquejo caracterológico es una probabilidad plausible: Leo
nardo es el artista con perpetuas dificultades para terminar sus obras, y que
en sus últimos años rechazó el arte y optó por la ciencia; es el apacible
homosexual reprimido que legó al mundo uno de los más grandes enigmas
del arte, la sonrisa de Monna Lisa. Pero, sea cual fuere la verosimilitud
del retrato trazado por Freud, reposa sobre bases que no son las que él eli
gió como punto de apoyo.
La argumentación de Freud es perfectamente frontal. Propuso abordar
a Leonardo y su obra partiendo de dos momentos de su vida: una experien
cia adulta y un recuerdo infantil, éste último evocado por la primera.La
experiencia formadora que Freud tema en mente era la de pintar el retrato
de Monna Lisa, y esperaba reconstruir e interpretar el recuerdo que las
sesiones suscitaron en Leonardo, recuerdo de un material que él podía des
cubrir. Freud tuvo suerte, la suerte de los que están bien preparados; descu-
15 Todavía en 1931 escribía: “Una vez osé abordar a uno de los más gran
des, del que, lamentablemente, es muy poco lo que se sabe, Leonardo da Vinci.
Pude por lo menos plantear como probable que “Santa Ana, la Virgen y el
Niño”, que usted puede ver diariamente en el Louvre, resulte incomprensible sin
conocer la peculiar historia de la niñez de Leonardo”. (Freud a Max Schiller, 26
de marzo, 1931, Briefe, 423).
16 Freud estaba siguiendo algunas consideraciones teóricas que había desa
rrollado no mucho antes, en un artículo sobre el creador literario y la fantasía.
Terapia y tecnica [3U]
brió la clave que estaba buscando en medio del amplio marasmo de los
cuadernos de notas de Leonardo. En esa apiñada compilación (un revoltijo
de caricaturas, experimentos científicos, diseños de armas y fortificacio
nes, meditaciones sobre las costumbres y la mitología, y cálculos finan
cieros), Leonardo se refiere a su infancia sólo una vez, mientras reflexiona
sobre el vuelo de las aves. Freud se aferró a ese raro hallazgo, reconocien
do todo su valor. Leonardo estaba recordando un encuentro extraño y de
apariencia onírica. La traducción de Freud dice: “Parece que desde el princi
pio estaba destinado a ocuparme atentamente del buitre, pues siempre vie
ne a mi mente un recuerdo muy temprano: mientras estaba de pequeño en
mi cuna, un buitre descendió hasta mí, me abrió la boca con la cola, y me
golpeó muchas veces los labios con ella”. *86 Freud estaba convencido de
que esto era una fantasía tardía y no un recuerdo literal; una fantasía que,
convenientemente examinada, podría proporcionar un acceso a la evolu
ción emocional y artística de Leonardo.
Freud desplegó una erudición considerable acerca del ave que había
asaltado a Leonardo en la cuna. En el antiguo Egipto, como Leonardo
debía saber, el buitre era el jeroglífico correspondiente a la palabra
“madre”. Y es más, en la leyenda cristiana (que Leonardo posiblemente
también conocía) el buitre es siempre hembra, no existe pájaro macho en
esa especie: símbolo poético del nacimiento de la virgen, la hembra es
fecundada por el viento. Ahora bien, Leonardo había sido “un niño-buitre
que tuvo madre pero no padre”. Ese era el modo poético de decir que Leo
nardo fue hijo natural. En consecuencia —conjetura Freud—, en su prime
ra infancia Leonardo disfrutó del amor exclusivo y apasionado de su deso
lada madre. Ese amor “debió ejercer la influencia más decisiva en su vida
interior”. Eso significaba que en la época en que se establecieron los
cimientos del carácter de Leonardo, él no tenía padre: “La vehemencia de
las caricias a las que apunta su fantasía del buitre era perfectamente natu
ral; la pobre madre olvidada tenía que volcar en su amor de madre caricias
de las que había disfrutado, así como su anhelo de otras nuevas; se sentía
impulsada no sólo a obtener una compensación por no tener esposo, sino
también a compensar al niño por no tener un padre que quisiera acariciar
lo. De modo que, a la manera de todas las madres insatisfechas, puso a su
hijo en el lugar del esposo y le robó una parte de su masculinidad a través
de la demasiado precoz maduración de su erotismo”. *87 Así, inadvertida
mente, la madre de Leonardo preparó el escenario para su posterior homo
sexualidad.
En la carta a Jung en la que le anunciaba la solución del misterio de
Leonardo, Freud agregó, provocando su interés sin ofrecerle ningún detalle
adicional: “Recientemente he encontrado a su doble (sin su genio) en un
neurótico”. *88 Esa era una de las razones de que estuviera tan seguro de
poder reconstruir los primeros años de Leonardo, acerca de los cuales no
había prácticamente documentos: la fantasía del buitre estaba a su juicio
[312] Elaboraciones: 1902-1915
Había mas de una razón para la obstinada lealtad de Freud. Sin duda,
el estudio sobre Leonardo le proporcionó halagadoras recompensas profe
sionales. En una carta a Jung sobre el “analizando” Leonardo, Freud, casi
como una asociación, observó que: “Me inclino cada vez más a apreciar
las teorías de la sexualidad infantil, que, entre paréntesis, he tratado con
una vaguedad criminal”. Este era un innecesario recordatorio de que no
se sentía inclinado a transigir con respecto a la explosiva y conflictiva
cuestión de la libido. En esta década de guerra total, la insistencia en pun-
mayor esplendor, pero por lo menos de manera tal que de nuevo puede
vivir en él”. De hecho, “Lo que tomamos como producción patológica, la
formación delirante, es en realidad un intento de recuperación, la recons
trucción”. *126
El mapa que Freud trazó del proceso paranoide sobre la base de un
solo documento fue un brillante tour de force. Sus nítidos perfiles han
sido ligeramente retocados por investigaciones posteriores, pero su autori
dad sigue sustancialmente intacta. Con una lucidez sin precedentes, Freud
demuestra en el caso Schreber de qué modo la mente despliega sus defen
sas, qué sendas puede tomar la regresión, y qué precio puede imponer la
ambivalencia. Algunos de los símbolos, las conexiones y transformacio
nes detectados por Freud en Schreber parecen obvios después de que él los
hubo señalado: el sol (acerca del cual Schreber desarrolló densísimas fanta
sías) que simboliza al padre; la identificación análoga del Dr. Flechsig y
(aun más significativamente) de Dios con el viejo Schreber, que también
había sido médico; la enigmática identificación de religiosidad y lascivia
en un hombre que había sido irreligioso y remilgado durante la mayor par
te de su vida; y, sobre todo, la transformación del amor en odio. La histo
ria de Schreber según Freud proporcionaba a los lectores un placer intelec
tual tal vez no menor que el del propio autor.
disputa. Pero, oculta tras el amor que —según pensaba Freud— Schreber
le profesó a su excelente padre, parece existir una reserva de silencioso
resentimiento y odio impotente, que nutrieron su sufrimiento y su rabia.
Sus construcciones paranoicas eran caricaturas de quejas realistas. El
Schreber de Freud es fascinante, pero con una investigación más completa
habría sido más fascinante todavía.
ra, a su Nanya, exhibiéndose ante ella y mas turbándose. Esta captó el sig
nificado de aquel primitivo juego erótico y le previno solemnemente que a
los niños que hacían esas cosas les quedaba “una herida” en aquel lugar.
Esta amenaza velada tardó algún tiempo en surtir su efecto (como siempre
ocurre con tales amenazas) pero después de que el Hombre de los Lobos
viera orinar a su hermana y a una amiga, con lo cual pudo comprobar que
algunas personas no tenían pene, empezó a obsesionarse con la castración.
Aterrorizado, el pequeño Hombre de los Lobos retrocedió a una fase
anterior del desarrollo sexual, al sadismo y masoquismo anales. Torturaba
con crueldad a mariposas, y se torturaba a sí mismo no menos cruelmente
con horribles pero excitantes fantasías masturbatorias en las que se veía
golpeado. Puesto que su niñera lo había rechazado, él, de una manera ver
daderamente narcisista, eligió a su padre como objeto sexual; anhelaba que
él le golpeara, y al permitirse paroxismos verbales, provocaba al padre (o
más bien lo seducía) para que le administrara castigos físicos. Su carácter
cambió, y su famoso sueño sobre los lobos silenciosos, que se convirtió
en el núcleo de su análisis con Freud, se produjo poco después, exacta
mente antes de su cuarto cumpleaños. Soñó que era de noche y estaba en
su cama, situada (como en la vida real) frente a la ventana. De pronto la
ventana se abrió, aparentemente por sí misma, y él, aterrorizado, advirtió
que había seis o siete lobos sentados en las ramas de un gran nogal. Eran
blancos y más bien parecían zorros o perros pastores, con sus largas colas
y sus orejas atentas y erguidas. “Con gran astucia, evidentemente por
temor a que me devoraran los lobos, grité y me desperté”, en un estado de
angustia, añade Freud. *14<> Medio año más tarde su neurosis de angustia ya
se había desarrollado totalmente, aderezada con fobia a los animales.
Empezó a distraerse con adivinanzas religiosas infantiles, practicaba com
pulsivamente una gran variedad de rituales, sufría ataques de cólera feroz, y
luchaba con su sensualidad, en la que los deseos homosexuales desempe
ñaban una parte en gran medida invisible.
Esos episodios traumáticos infantiles facilitaron la aparición de la
conducta sexual neurótica del Hombre de los Lobos. Algunas consecuen
cias de esas experiencias terribles, que obedecían a lo que los psicoanalis
tas llaman el principio de la acción postergada, sólo mucho después emer
gieron como dificultades psicológicas serias, al comienzo de su edad
adulta; no experimentó esos episodios como traumas hasta que su organi
zación estuvo —por así decirlo— madura para ellos. Pero de algún modo
conformaron sus gustos amorosos: su búsqueda compulsiva de mujeres
con grandes nalgas que pudieran satisfacer su apetito de relaciones sexuales
vinculadas con la sodomía, y su necesidad de degradar sus objetos amoro
sos, deseando sólo criadas o campesinas.
Antes de que Freud pudiera empezar a pensar en reparar la desgarrada
trama de la vida erótica del Hombre de los Lobos, creyó necesario investi
gar sus dramáticos relatos de los episodios infantiles, tan excitantes como
[330] Elaboraciones: 1902-1915
ca causa de las neurosis, adoptando otro punto de vista, que atribuía a las
fantasías el papel dominante en la constitución de los conflictos neuróti
cos. De modo que una vez más reivindicó la influencia formativa de proce
sos mentales internos, en gran medida inconscientes. Freud no sostuvo
que los traumas psicológicos son sólo el producto de episodios grosera
mente inventados. Más bien consideraba que las fantasías eran fragmentos
entretejidos de cosas vistas y oídas, y conservadas en un tapiz de realidad
mental. *144 Casi al final de su Interpretación de los sueños había afirmado
que la “realidad psíquica" es diferente de la “realidad material”, pero no
menos significativa que ella. *1« Al analizar el sueño de los lobos silen
ciosos, Freud consideró que esa perspectiva era indispensable, tanto por
razones polémicas como científicas. Su insistencia en que el recuerdo de
una escena primaria debe tener alguna base en la realidad —sea en la
observación de los padres o de animales, o en tempranas fantasías elabora
das— estaba francamente dirigida contra Jung: lo importante era que una
neurosis adulta se originaba en experiencias infantiles, por distorsionadas
y fantásticas que se presentaran en su apariencia posterior. De modo que
las raíces de las neurosis eran profundas, y no, como sugería Jung, el sim
ple producto de un contrabando tardío. “La influencia de la infancia
—escribió Freud con el mayor énfasis posible— ya se hace sentir en la
situación inicial de la formación de la neurosis, en cuanto ayuda a deter
minar, de modo decisivo, si y en qué punto el individuo no logrará domi
nar los problemas reales de la vida". *146
dijo sin ambages que sus síntomas se debían a una “necesidad sexual”. Le
había presentado tres opciones para recuperar la salud: volver con su espo
so, buscarse un amante, o masturbarse. Ninguna de tales alternativas le
resultaba atractiva a la “dama mayor”. Pero, dado que el médico había
mencionado a Freud como el inventor de las funestas teorías que había
desplegado ante ella, sugiriendo que él confirmaría su diagnóstico, ella no
lo había dudado ni un minuto. *155
En lugar de sentirse halagado o agradecido, Freud se encolerizó. Sabía
que los pacientes, en especial los acosados por desórdenes nerviosos, no
son necesariamente los informadores más fiables. Pero incluso aunque la
aturdida dama que estaba ante él hubiera distorsionado, o inventado, las
insensibles prescripciones del médico, parecían necesarias unas palabras
de advertencia. Para empezar, aquel psicoterapeuta médico aficionado
había supuesto de manera ignorante que para los analistas la “vida sexual”
es exclusivamente el coito, y no un dominio mucho más diferenciado de
sentimientos conscientes e impulsos inconscientes. Freud aceptaba que la
paciente podía estar padeciendo una “neurosis real”, un desorden causado
por factores somáticos —en su caso, la reciente interrupción de su activi
dad sexual—; en tal situación, era bastante natural aconsejarle “un cam
bio en su actividad sexual somática”. Pero lo más probable era que el
médico hubiera interpretado mal lo que ocurría y, de ser así, su prescrip
ción resultaba inútil. Sin embargo, sus errores técnicos habían sido más
graves que los de diagnóstico: pensar que el mero hecho de decirle a un
paciente lo que parece estar mal, aunque el diagnóstico sea correcto, pue
de llevar a la curación, constituye una distorsión grosera del proceso psi-
coanalítico. La técnica psicoanalítica debe servir para superar las resis
tencias. “Los intentos de sorprender al paciente comunicándole con
brusquedad los secretos que el médico ha adivinado en una primera visita
al consultorio son técnicamente dudosos”. Lo que es más, estos intentos
“se castigan a sí mismos”, al someter al analista a “la franca enemistad
del paciente”: descubrirá que de ese modo ha perdido toda su influencia.
En pocas palabras, antes de aventurarse a ofrecer comentarios analíticos
de cualquier tipo, hay que saber mucho sobre los “preceptos psicoanalíti
cos”. Estos deben dejar sitio para esa virtud indefinible que es “el tacto
del médico”. *156
Para impedir ese tipo de análisis salvaje y codificar lo que había
aprendido en su práctica clínica, Freud publicó una serie de artículos sobre
la técnica entre 1911 y 1915. Aunque de tono moderado, tenían también
un filo claramente polémico. “Su asentimiento a mi más reciente artículo
técnico —le escribió Freud a Abraham en 1912— fue muy valioso para
mí. Usted tiene que haber advertido mis intenciones críticas”. *1S7 Había
empezado a considerar la posibilidad de escribir sobre el tema varios años
antes, mientras estaba analizando, o inmediatamente después de haber ter
minado de analizar, a algunos de los pacientes cuyos casos tuvieron las
Terapia y tecnica [337]
27 La exigencia de que todo aquel que se prepare para ser analista se someta
a un análisis de formación propio no aparece en estos artículos, casi ninguno
de los psicoanalistas a los que estaban dirigidos se había analizado. Ese reque
rimiento es una idea de los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial.
[342] Elaboraciones: 1902-1915
dad, a la vez taciturna y muy humana, que le brinda al ser infeliz tendido
en el diván.
Aplicaciones y
consecuencias
Cuestiones de gusto
médicas; sin duda, las primeras podrían tener tal vez una influencia mayor en la
orientación mental de la humanidad”. (Freud a Hendrik de Man, 13 de diciembre de
1925, Archief Hendrik de Man, Instituto Internacional de Historia Social, Amster-
dam.) Esa era la voz del médico ambivalente, cuyo corazón estaba en otra parte.
5 Fliess, tratando de agradar a Abraham, cosa que le gustaba hacer, cuando
recibió una separata del artículo de este último sobre Amenhotep, respondió
diciéndole al autor que en adelante intentaría “reflexionar sobre esa personalidad
de nuevo, a la luz de su concepción”. (Fliess a Abraham tarjeta postal], 12 de
octubre de 1912, Papeles de Karl Abraham, LC.)
Aplicaciones y consecuencias [355]
6 Como reacción a la biografía de Goethe escrita por Emil Ludwig (libro que
no valoraba mucho), le comentó a Otto Rank: “El reproche que se le ha hecho a
nuestras biografías y A puede aplicarse mucho más a esta [biografía], así como a
todas las otras no analíticas”. (Freud a Rank, 10 de agosto de 1921, Rank
Collection, Box Ib. Rare Book and Manuscript Library, Columbia University.)
Aplicaciones y consecuencias [357]
sentía hacia sus enemigos y (lo que resultaba aun más difícil de controlar
hacia sus propios partidarios que consideraba limitados o desleales).7 Si
bien el Moisés de Miguel Angel lo había fascinado a primera vista, en
1901, no llegó a ver la estatua como un objeto que debía interpretar hasta
1912, cuando su asociación con Jung se estaba agriando. Y redactó “El
Moisés de Miguel Angel” a fines de 1913, inmediatamente antes de empe
zar su “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico”, la
“bomba” que proyectaba arrojar contra Jung y Adler. Esa polémica mantu
vo su furia bajo control (aunque a duras penas) para servir mejor a su cau
sa. 8 Pero se sentía tan irritado que no estaba en absoluto seguro de con
servar el férreo dominio de sí mismo que había atribuido a su esjatua
favorita.
En octubre de 1912, le escribió a Ferenczi: “En mi estado de ánimo
actual, me comparo más bien con el Moisés histórico, y no con el Moisés
de Miguel Angel que he interpretado”. * « El punto cardinal de este ejerci
cio de detección en el ámbito de la historia del arte, pues, consistía en
enseñarse a sí mismo la virtud de imitar al estadista autocontrolado de
Miguel Angel, y no al líder impulsivo de cuyo temperamento fogoso el
Exodo proporciona una prueba tan elocuente. Sólo una interpretación bio
gráfica de este tipo puede explicar las visitas cotidianas de Freud para ver
la estatua, sus mediciones minuciosas, sus dibujos detallados, su lectura
cuidadosa de monografías, todo ello un tanto desproporcionado en vista de
los resultados, que en el mejor de los casos no iban a consistir más que en
una nota a pie de página en la interpretación psicoanalítica del arte. Pero
no fue solamente Freud el político, en busca de autodisciplina, el que dedi
có todas esas horas al Moisés de Miguel Angel. Fue también Freud, el
investigador compulsivo, que no tenía la libertad de negarse a las exigen
cias de un enigma que lo poseía.
7 Como veremos más adelante, esa furia tenía también dimensiones incons
cientes; lo más probable era que se basara en su decepción por verse cada vez
más desplazado de su privilegiada posición como hijo único de la madre, a medi
da que Amalia Freud le presentaba a su primogénito un hermano tras otro.
8 «El invierno de 1913-1914, a continuación del desdichado Congreso de
Munich en el septiembre anterior, fue la peor época del conflicto con Jung. El
Moisés fue escrito el mismo mes que los extensos ensayos en los que Freud expu
so la gravedad de las divergencias entre sus opiniones y las de Jung (“Introduc
ción al Narcisismo” y “Contribución a la historia del movimiento psicoanalíti
co”) y no quedan dudas de que en ese momento experimentaba una amarga
decepción por la deserción del suizo. Esta le costó una lucha interior para contro
lar sus emociones con la firmeza suficiente como para poder decir con calma lo
que sentía que tenía que decir. Uno no puede evitar la conclusión bastante obvia
de que en esa época, y probablemente antes, Freud se había identificado con Moi
sés y luchaba por emular la victoria sobre las pasiones que Miguel Angel había
pintado en su estupenda obra.» (Jones II, 366-367.)
Aplicaciones y consecuencias [361]
9 “Cada espectador —le dijo Freud a Fliess— era al mismo tiempo, embrio
nariamente y en su fantasía, un Edipo así.” (Freud a Fliess, 15 de octubre de
1897, Freud-Fliess, 293 [272].)
10 Freud le escribió a Fliess que, como por casualidad, se le había ocurrido
preguntarse si las huellas del complejo inconsciente de Edipo no “podrían estar
también en el fondo de Hamlet. No estoy pensando en una intención consciente
de Shakespeare, pero creo, más bien, que un hecho real estimuló al poeta en la
realización de su retrato, en cuanto su inconsciente comprendió lo inconsciente
del héroe”. (Ibíd.)
Aplicaciones y consecuencias [363]
Hanold, como la angustia, *73 las ideas agresivas, *74 y los celos; *75
observó las ambigüedades y dobles sentidos, *76 y se tomó el trabajo de
rastrear el progreso de la terapia mientras Hanold aprendía gradualmente a
distinguir el delirio de la realidad. *77 Prudentemente, concluye adviniéndo
se a sí mismo: “Pero aquí debemos detenernos, pues de lo contrario podrí
amos realmente olvidar que Hanold, y la Gradiva, son sólo criaturas del
autor.” *7«
Pero esas vacilaciones no detuvieron a Freud, ni, como hemos visto,
a sus seguidores; sin pensar en los peligros del camino, los psicoanalistas
de esos años no veían razón alguna para negarle a la cultura su lugar en el
diván. Es cierto que sus trabajos con neuróticos fuera del terreno clínico
suscitaron algún interés entre los especialistas en estética, los críticos
literarios y de espectáculos, y que dieron origen a profundas reevaluciones
en prácticamente todos los campos especializados que Freud invadió. Pero
mientras que él prefería considerar sus charlas sobre los creadores literarios
y la fantasía como “una incursión en un terreno que hasta ahora apenas
hemos abordado, y en el que sería posible instalarse cómodamente”, *79 la
mayoría de los especialistas empezó a pensar que Freud se estaba poniendo
demasiado cómodo.
Los críticos de Freud tenían algunos motivos razonables para inquie
tarse: el artista creador, la más apreciada de las criaturas humanas, apare
cía en algunos tratamientos psicoanalíticos como un simple neurótico,
astuto y elocuente, que embaucaba a un mundo crédulo con sus hábiles
invenciones. Los análisis del propio Freud, aunque muy ambiciosos, son
poco valorativos. Freud no sólo cuestionó la “creatividad” del artista crea
dor; también circunscribió su papel cultural. Al dar a conocer los secretos
de la sociedad, es —según él— poco más que un chismoso autorizado,
sólo útil para reducir las tensiones acumuladas en la mente del público.
Freud consideraba la creación plástica y literaria, lo mismo que su consu
mo, como una empresa humana semejante a muchas otras, que no mere
cía ningún estatus especial. No era casual que se refiriera a las recompen
sas que se obtienen viendo, leyendo o escuchando una obra de arte con
una expresión —placer preliminar— asociada habitualmente con la más
terrenal de las gratificaciones. A su juicio, el placer estético, en gran
medida como el hecho de hacer el amor o la guerra, o las leyes y consti
tuciones, era un modo de dominar el mundo, o de disfrazar el fracaso sub
siguiente. La diferencia reside en que las novelas y los cuadros ocultan su
utilitario propósito final con ornamentos hábilmente elaborados, a menu
dos irresistibles.
Pero Freud estaba seguro de poder eludir la trampa del reduccionismo.
Repetida y enfáticamente tuvo el cuidado de negar que el psicoanálisis
pudiera arrojar luz sobre los misterios de la creatividad. En su “Leonardo”
negó con toda seriedad cualquier pretensión de hacer psicológicamente
“comprensible la obra del gran hombre”, y se declaró dispuesto a “conce
Aplicaciones y consecuencias [367]
15 Hay que observar que este uso de la palabra “famoso” (en inglés famous)
es característico de los errores que ocasionalmente cometía Freud con palabras
inglesas parecidas a otras alemanas. Sin duda tenía en mente el alemán famos,
que en lenguaje coloquial corresponde a “maravilloso” o “magnífico”, y que de
ningún modo significa “famoso”.
16 Traducido, el texto en alemán dice: «El retorno infant[il] del totemismo.
... Toda barrera interna de la represión es la consecuencia histórica de un obstá
culo externo. Así: la internalización de las resistencias, la historia de la humani
dad depositada en las disposiciones a la represión hoy en día innatas.”
[370] Elaboraciones: 1902-1915
za pionera del trabajo, otras las exigía el esfuerzo tendiente a atraer al lector
más o menos culto y a “mediar entre etnólogos, filólogos, folcloristas,
etcétera, por un lado, y los psicoanalistas por el otro”. *96
Tótem y tabú es incluso más ambicioso en su tesis central que en su
búsqueda de un público; a fuerza de ingenio, deja atrás incluso las conjetu
ras de Jean-Jacques Rousseau, cuyos famosos textos de mediados del siglo
XVm sobre los orígenes de la sociedad humana habían sido explícitamen
te hipotéticos. Rousseau había invitado profusamente a sus lectores a
dejar de lado los hechos mientras él imaginaba el tiempo en el que la
humanidad pasó de la precivilización a la civilización. Pero, a diferencia de
Rousseau, Freud invitó a sus lectores a aceptar su vertiginosa conjetura
como la reconstrucción analítica de un acontecimiento prehistórico decisi
vo y largo tiempo olvidado. Se había alejado peligrosamente del íntimo
carácter concreto de sus deducciones clínicas, pero eso no lo llevó a avan
zar con más lentitud.
de los cuatro ensayos, en el cual Freud pasa del tabú al tótem, se lanza a
su vuelo más ingenioso. Sus críticos piensan que fue el vuelo temerario y
fatal de Icaro, pero Freud no lo consideraba en absoluto terrorífico, aunque
no se inscribiera por completo en el ámbito del lugar común. Después de
todo, los tótems son tabúes: objetos sagrados. Tienen interés para el his
toriador de la cultura porque dramatizan lo que Freud ya había examinado
en el ensayo inicial: el horror al incesto. La obligación más sagrada
impuesta a las tribus que practican el totemismo consiste en que los indi
viduos no deben casarse con miembros de su propio clan totémico, y en
que de hecho deben huir de todo contacto sexual con ellos. Esto —observa
Freud— es “la famosa y misteriosa exogamia, vinculada con el totemis
mo”. *105
En la rápida excursión de Freud por las teorías contemporáneas que
explicaban los orígenes del totemismo no faltan algunas glosas apreciati
vas. Pero después de su rodeo a través de las conjeturas de Charles Darwin
y Robertson Smith, su propia explicación vuelve al diván analítico. Dar
win había supuesto que el hombre prehistórico vivía en pequeñas hordas,
cada una de ella gobernada por un macho dominante sexualmente celoso;
según la hipótesis de Robertson Smith, el sacrificio ritual en el que se
come el animal totémico constituye el elemento esencial de todo totemis
mo. Adoptando la estrategia comparativa típica de su teorización, Freud
vinculó esas conjeturas no demostradas, totalmente inseguras, con las
zoofobias de niños neuróticos, y a continuación llevó el complejo de Edi-
po (que había estado revoloteando al margen) al centro mismo del escena
rio. Como mediador entre la Viena de principios del siglo XX y las épo
cas más lejanas y oscuras del pasado humano, propuso nada menos que al
pequeño Hans, el inteligente y simpático niño de cinco años que temía a
los caballos y vivía un profundo conflicto con su padre. Y añadió otros
dos jóvenes testigos: un niño que padecía una fobia hacia los perros, estu
diado por el psicoanalista ruso M. Wulff, y un caso que le había comuni
cado Ferenczi, el del “pequeño Arpad”, que simultáneamente se identifica
ba con pollos y disfrutaba viéndolos matar. La conducta de esos
jovencitos perturbados ayudó a Freud a interpretar el animal totémico
como representación del padre. En virtud de esta lectura, Freud consideraba
sumamente probable que todo el “sistema totémico”, «como la zoofobia
del “pequeño Hans” y la perversión gallinácea del “pequeño Arpad”, hubie
ran surgido de las condiciones del complejo de Edipo». *106
A juicio de Freud, la comida del sacrificio es una base social vital; al
sacrificar el tótem (cuya sustancia es la misma que la de los hombres que
lo comen) el clan reafirma su fe en sus dios, y se identifica con él. Se tra
ta de una acción colectiva, saturada de ambivalencia: la muerte del animal
totémico es un acontecimiento penoso seguido de regocijo. Sin duda, la
fiesta, secuela del asesinato, es una saturnal exuberante y desinhibida, que
acompaña al duelo de una manera peculiar pero necesaria. Al haber alean-
[374] Elaboraciones: 1902-1915
tales del totemismo, que tenían que corresponder con precisión a los dos
deseos reprimidos del complejo de Edipo”: el asesinato del padre y la con
quista de la madre. *110 Al convertirse en culpables y reconocer su culpa,
crearon la civilización. Toda la sociedad humana está construida sobre la
complicidad en un gran crimen.
Esta conclusión severa y grandiosa invitaba incluso a otra deducción
que a Freud le pareció irresistible: “Un acontecimiento como la elimina
ción del padre primordial por parte de la banda de hermanos —escribió—
tiene que haber dejado huellas imborrables en la historia de la humani
dad”. *
in Consideraba demostrable que esas huellas penetran toda la cultu
ra. La historia de la religión, el atractivo de la tragedia de los modelos del
arte, todo apuntaba a la inmortalidad del crimen primordial y de sus conse
cuencias. Pero esta conclusión —admitía Freud— dependía de dos ideas
extremadamente discutibles: la existencia de una “mente colectiva que
experimenta procesos mentales como si fuera un individuo”, y la capaci
dad de esa mente para hacer llegar “a través de muchos miles de años” el
sentimiento de culpa que empezó por oprimir a una banda prehistórica ase
sina. *112 En pocas palabras, los seres humanos podrían heredar los cargos
de conciencia de sus antepasados biológicos. Esto era un puro disparate,
sobreañadido a la insensatez anterior de la pretensión de que el asesinato
primordial había sido un acontecimiento histórico. Pero a través del labo
rioso sendero que había seguido, Freud sostuvo con firmeza su improbable
reconstrucción. Los primitivos no son como los neuróticos; mientras que
el neurótico confunde su pensamiento con un acto, el primitivo actúa
antes de pensar. El final del trabajo, una cita del Fausto, es tan oportuno
que uno siente la tentación de preguntarse si Freud no recorrió toda esa
distancia para poder cerrar el texto con las famosas palabras de Goethe:
“En el principio era el acto”. *113
Como hemos visto, para Freud, la hazaña de los hijos, ese “acto cri
minal memorable”, fue el acto fundador de la civilización. Había estado en
el inicio de muchas cosas de la historia humana: “la organización social,
las coerciones morales, y la religión”. * u 4Sin duda alguna, a Freud todos
estos ámbitos de la cultura le parecían de interés absorbente al emprender
la exploración de la historia de la cultura desde su punto de vista psicoana
lítico. Pero el enumerado en último término —la religión— era aparente
mente el que más lo cautivaba. Descubrir sus fundamentos en un asesina
to prehistórico le permitía combinar su antiguo y beligerante ateísmo con
el hecho nuevo de detestar a Jung. Podríamos recordar que con el ensayo
final de Tótem y tabú esperaba poder librarse de “todo lo que es religioso-
ario”; sacaría a luz las raíces que la religión hunde en necesidades primiti
vas, ideas primitivas y actos no menos primitivos. “En la novela trágica
de Ernst Barlach, acerca de la vida familiar Der Tote Tag —escribió Jung
como crítica a Freud— la madre-demonio dice al final: “Lo extraño es que
[376] Elaboraciones: 1902-1915
A medida que los estudiosos del animal humano refinaban sus méto
dos y revisaban sus hipótesis, los defectos comprometedores de la argu
mentación de Tótem y tabú fueron saliendo a la luz cada vez con mayores
consecuencias (y los únicos que no llegaron a verlo fueron los más acríti
cos acólitos de Freud). Los antropólogos culturales demostraron que, si
bien algunas tribus totémicas practican el ritual de la comida totémica
sacrificial, la mayoría no lo hace; lo que Robertson Smith había conside
rado la esencia del totemismo resultó ser una excepción. Del mismo
modo, las conjeturas de Darwin y otros acerca de la tribu prehistórica
gobernada autocráticamente por un macho polígamo y monopólico no se
sostenían ante investigaciones adicionales, en especial el tipo de investi
gaciones concernientes a los primates superiores con las que no se contaba
cuando Freud escribió Tótem y tabú. El inquietante retrato freudiano de la
mortal rebelión fraterna contra el patriarcado se fue volviendo cada vez
más implausible.
Empezó a parecer sumamente fantástico, porque exigía un apoyo teó
rico que la biología moderna desacreditaba de modo decisivo. Cuando
Freud escribió Tótem y tabú, todavía había responsables estudiosos del
hombre dispuestos a creer que los caracteres adquiridos pueden transmitirse
genéticamente de generación en generación. En 1913, la ciencia genética
estaba aún dando sus primeros pasos, y podía albergar las más diversas
conjeturas sobre la naturaleza de la herencia. Después de todo, el propio
Darwin, aunque cáustico en sus referencias a Lamarck, había sido hasta
cierto punto lamarckiano al aceptar la hipótesis de que ciertas característi
cas adquiridas eran hereditarias. Pero con independencia del hecho de que
Freud podía legítimamente apoyarse en el prestigio que, aunque mengua
do, aún le quedaba a esta doctrina, él siguió siendo partidario de ella por
que creía que ayudaba a completar la estructura teórica del psicoanálisis.
Resulta irónico que la realidad histórica del crimen primordial en
[378] Elaboraciones: 1902-1915
18 Los psicoanalistas no eran los únicos que sugerían esa alternativa. Según
palabras del antropólogo norteamericano Alfred L. Kroeber, en un texto en el que
reconsideró Tótem y tabú en 1939 (antes había hecho la reseña del libro en
1920), “Ciertos procesos psíquicos siempre tienden a ser operativos y a hallar
expresión en las instituciones humanas”. ("Totem and Taboo in Retrospect”,
American Journal of Sociology, LV [1939] 447.)
19 “Todavía hoy me aferro a esta construcción —escribió ya cerca del fin de
su vida—. Repetidamente he tenido que escuchar vehementes reproches por no
haber cambiado de modo de ver en ediciones posteriores de mi libro, después de
que etnólogos más recientes rechazaran unánimemente la hipótesis de Robertson
Aplicaciones y consecuencias [379]
de la misma fuente psicológica que sus anteriores dudas. Sus primeros lec
tores así lo sospecharon: tanto Jones como Ferenczi le señalaron la posi
bilidad de que las penosas reservas que expresó después de la publicación
de Tótem y tabú tuvieran razones personales más profundas que la mera
ansiedad de autor, fácilmente comprensible. Los dos habían leído el libro
en pruebas de imprenta, y estaban convencidos de su grandeza. “Sugeri-
jnos que en su imaginación había vivido las experiencias descritas en su
libro —escribió Jones—; que su alegría representaba la excitación de
matar y comerse al padre, y que sus dudas no eran más que la reac
ción”. *127 Freud estaba dispuesto a aceptar esa pizca de psicoanálisis de
intramuros, pero no a revisar su tesis. En La interpretación de los sueños
—le dijo a Jones— sólo había descrito el deseo de matar al padre; en
Tótem y tabú presentaba el parricidio real, y “después de todo hay un gran
paso entre un deseo y un hecho”. *12» Era un paso, desde luego, que Freud
nunca dio. Pero representar el crimen primordial como un acontecimiento
único que arroja una sombra inmortal —y no como fantasía profunda y
demasiado humana— le permitía a Freud mantener a cierta distancia sus
propias luchas edípicas con el padre: por así decir, le hacía posible recla
mar la exculpación que un mundo racional tenía que otorgar a los verdade
ros inocentes que se limitaban a imaginar que cometían el parricidio. En
vista de la demostración realizada por el propio Freud en cuanto a que el
mundo de la mente es cualquier cosa salvo algo racional, esto constituyó
un intento un tanto patético de huir de las implicaciones asesinas de sus
agresiones edípicas.
De modo que, fuera cual fuere el valor objetivo del intento de Freud
tendiente a descubrir los fundamentos de la religión en el complejo de Edi-
po, es sumamente probable que algunos de los impulsos que están detrás
de la argumentación freudiana en Tótem y tabú provinieran de su vida
oculta; en algunos aspectos, el libro representa un episodio más de su
nunca concluida lucha con Jacob Freud. Y también fue una muestra de su
no menos persistente evasión con respecto a los complicados sentimien
tos que suscitaba en él Amalia Freud. Pues resulta notable que, en su
reconstrucción, Freud no diga prácticamene nada sobre la madre, incluso
LA DESCRIPCION DE LA MENTE
tiempo para trabajar a solas. Pero al cabo de un mes descubrió que tenía
poco tiempo, y menos ganas, para explorar la dirección subversiva que su
pensamiento estaba tomando. Mientras Freud estaba a punto de realizar
grandes revisiones, la civilización occidental se volvía loca.
El final de Europa
podía escapar a ese destino e ingresar en las clases media y alta, y la vida
le ofrecía, a bajo costo y con mínimos problemas, comodidades, confort y
cosas agradables que habían estado fuera del alcance de los más ricos y
poderosos monarcas de otras épocas”.
Un trabajador social o un radical convencido que observara la situación
podría haberle dicho a Keynes que ése era un modo demasiado optimista de
juzgar el bienestar y la movilidad social de los pobres. Pero en lo que res
pecta a la importante clase media, la apreciación resultaba bastante exacta.
“El habitante de Londres podía pedir por teléfono, mientras tomaba el té en
la cama, los variados productos de toda la tierra, en las cantidades que con
siderara adecuadas, y esperar razonablemente una pronta entrega a domici
lio; al mismo tiempo y por los mismo medios podía arriesgar su fortuna
en los recursos naturales y en nuevas empresas de cualquier rincón del
mundo, y compartir, sin esfuerzo ni siquiera molestia, sus frutos y venta
jas futuros.” Si lo deseaba, ese londinense disfrutaba de placeres análogos
en el extranjero, “sin pasaporte ni ninguna formalidad”. Simplemente man
daba a “su criado a la sucursal cercana de un banco para que lo proveyeran
de la cantidad de metales preciosos que considerara conveniente”, y después
podía viajar al extranjero, “sin conocer la religión, el idioma o las costum
bres, llevando consigo oro acuñado”; por lo demás, se hubiera sentido
“sumamente vejado y muy sorprendido ante el menor obstáculo”. Keynes
concluye su enumeración nostálgica señalando que “lo más importante de
todo” era que “consideraba ese estado de cosas como normal, seguro y per
manente, salvo en la dirección de un perfeccionamiento adicional, y veía
toda desviación con respecto a aquél como aberrante, escandalosa y evita
ble”. El militarismo y el imperialismo, las rivalidades culturales y racia
les, y otros problemas, “eran poco más que las distracciones que le propor
cionaba su periódico”, y no tenían una influencia real en su vida. *1®
El mismo lirismo de ese réquiem por un modo de vida ya extinguido
documenta cuánta devastación y desesperación dejó la guerra detrás de sí.
En comparación, el mundo anterior a agosto de 1914 resplandecía como
una tierra feliz de fantasías realizadas. Era una época en la que Freud podía
enviar una carta de Viena a Zurich o Berlín, el lunes, y confiar en recibir
la respuesta el miércoles; una época en la que podía decidir en cualquier
momento visitar Francia, o cualquier otro país civilizado, sin ningún trá
mite previo ni documentos formales. Solamente Rusia, considerada una
avanzadilla de la barbarie, exigía un visado para permitir la entrada de
turistas.
Durante el medio siglo relativamente pacífico anterior a agosto de
1914 habían existido militaristas que rogaban por la guerra, generales que
la planificaban, profetas de la ruina que la predecían. Pero sus voces cons
tituían una inequívoca aunque ruidosa minoría; cuando, en 1908, el bri
llante psicólogo social inglés Graham Wallas previno que “los horrores
de una guerra mundial” eran un peligro real, *164 la mayoría de su contem
[390] Elaboraciones: 1902-1915
26 Casi tres décadas antes, durante su estancia en París, Freud se había pre
sentado como un poco patriota, realizando comparaciones, entre él mismo y los
frívolos parisienses, desfavorables para estos últimos. Pero incluso entonces su
lealtad nacional estaba lejos de ser inquívoca. Recordemos que ante un patriota
francés se había declarado, no austríaco ni alemán, sino judío.
[392] Elaboraciones: 1902-1915
más siniestro— para la mayoría la lucha sacaba a la luz la virtud del pro
pio país y el carácter malvado del enemigo. Los alemanes se complacían
en pintar a los rusos como bárbaros incurables, a los ingleses como tende
ros hipócritas, a los franceses como cerdos libidinosos; ingleses y france
ses, por su parte, descubrieron de pronto que los alemanes eran una amal
gama maloliente de burócrata abyecto, metafísico confuso y sádico huno.
La familia europea de la alta cultura quedó destruida cuando los profesores
devolvieron los títulos honorarios otorgados por países enemigos, y se
prestaron a poner sus conocimientos al servicio de la demostración de que
la pretendida educación y cultivo de los adversarios no eran más que una
máscara basada en la codicia o la erótica del poder.
Ese era el estilo de pensamiento que a Freud empezó a parecerle in
creíble. Los oradores, en prosa y en verso, saludaban a la guerra como a
un rito de purificación espiritual. Estaba destinada a restaurar las antiguas
virtudes heroicas, casi perdidas, y a servir de panacea para remediar la
decadencia que los críticos de la cultura ya hacía mucho tiempo que habían
observado y deplorado. La fiebre bélica patriótica atacó a novelistas, histo
riadores, teólogos, poetas, compositores, en todos los bandos, pero tal vez
con mayor fervor en Alemania y Austria-Hungría. El poeta alemán Rainer
María Rilke, mezcla única de refinamiento y misticismo, celebró el esta
llido de las hostilidades con “Cinco cantos”, que datan de agosto de 1914,
en los cuales veía al “más remoto e increíble Dios de la Guerra” irguién
dose de nuevo: “Por fin un Dios. Puesto que muchas veces ya nos aferra
mos al ser pacífico, el Dios de la Batalla súbitamente nos aferra a noso
tros, arroja la tea”. *182 Hugo von Hofmannsthal, el prolífico esteta
vienés, se convirtió en un asiduo propagandista oficial de la causa austría
ca y se jactó —o permitió que otros se jactaran en beneficio suyo— de su
valor militar. *is3 Incluso Stefan Zweig, más tarde un pacifista clamoroso,
tuvo ambiciones militares en los primeros días de la guerra, y hasta el
momento en que se convirtió a la causa de la paz sirvió alegremente a la
máquina de propaganda austríaca, en gran medida como lo estaba haciendo
Hofmannsthal. “¡Guerra! —exclamó Thomas Mann en noviembre de
1914—, Lo que sentíamos era purificación, liberación, y una enorme
esperanza”; ella “enciende los corazones de los poetas” con una sensación
de alivio: “¿Cómo podría el artista, el soldado qüe hay en el artista, no
alabar a Dios por el colapso de un mundo pacífico con el que se le alimen
taba, ¡con el que se le alimentaba tanto!”28 *184
28 Algunos toques de esa excitación alcanzaron incluso a las muy pocas per
sonas —como Arthur Schnitzler— que se negaron heroicamente a intercambiar
sus sentimientos humanitarios por aquel patriotismo fácil con el que uno podía
embriagarse a sí mismo. Fritz Wittels recordó haberse encontrado con Arthur
Schnitzler después de un hecho extraño como fue una victoria austríaca sobre los
rusos, y le sorprendió descubrir que el más áspero de los escritores se sentía con
movido y deleitado: «Me dijo: “Usted sabe cuánto odio casi todo lo de Austria,
Aplicaciones y consecuencias [395]
pero cuando me enteré de que se había superado el peligro de una invasión rusa,
me sentí como de rodillas y besando este suelo nuestro”». (Wittels, “Wrestling
with the Man”, 5.) Esto no era excitación chauvinista, sino el tipo de sentimien
tos antirrusos que compartían casi todos los autríacos, incluso Freud.
[396] Elaboraciones: 1902-1915
31 Según resultó finalmente, la familia Freud tuvo más suerte que la mayoría;
sólo uno de su miembros —Hermann Graf, único hijo de Rosa, la hermana de
Freud— murió en acción.
[400] Elaboraciones: 1902-1915
do vil”. Lo que Freud consideraba más triste era que los pueblos estuvie
ran comportándose precisamente como el psicoanálisis había predicho que
harían. Por ello, le dijo Freud a su amiga, él nunca había compartido el
optimismo de ella; había llegado a creer que la humanidad es “orgánica
mente inadecuada para esta cultura. Tenemos que salir del escenario, y el
gran Desconocido, él o ello, algún día repetirá un experimento cultural
análogo con otra raza”. *213 Su retórica es un poco sobrecargada, pero
registra su desaliento y sus crecientes recelos con respecto al lugar común
de su lealtad a la causa germanoaustríaca.
No pasó mucho tiempo antes de que Freud empezara a preguntarse si
esa causa (con independencia de los méritos que pudiera acreditar) tenía
mucho futuro. El poco impresionante rendimiento de los ejércitos austría
cos contra los rusos lo hizo vacilar. A principios de septiembre de 1914,
después de sólo un mes de lucha, le había dicho a Abraham: “Sin duda, las
cosas parecen ir bien, pero no hay nada decisivo, y hemos renunciado a la
esperanza de una rápida resolución de la guerra” por medio de victorias
abrumadoras. “La tenacidad se convertirá en la principal virtud.” Poco
después, incluso Abraham permitió que una cierta prudencia invadiera sus
cartas. “En el frente —le escribió a Freud a fines de octubre—, éstos son
días duros. Pero en general, uno sigue lleno de confianza.” *215 Ese era un
nuevo tono, tratándose del “querido optimista incurable” de Freud. *216 En
noviembre, Abraham observó que en Berlín, el estado de ánimo “es ahora
de expectativas muy positivas”. *217 En esa época, Freud había dejado de
ser positivo y de tener expectativas. “No hay final a la vista”, le escribió a
Eitingon a principios de enero de 1915. *218 “Sigo pensando —comentó
lúgubremente un poco más tarde, ese mismo mes —que ésta es una larga
noche polar, y hay que esperar hasta que vuelva a salir el sol.” *21’
Su metáfora era pedestre, pero muy correcta. La guerra se prolongaba
fastidiosamente. Negándose a aceptar el repetido y animoso pronóstico de
Ernest Jones sobre una victoria de los aliados, Freud se aferró a su tibio
patriotismo. En enero de 1915, al agradecerle a Jones un saludo de Año
Nuevo, insistió en una advertencia anterior: “Lamentaría pensar que tam
bién usted cree todas las mentiras difundidas contra nosotros. Tenemos
confianza y estamos resistiendo”. *220 Con intermitencia, recargaba las
gastadas baterías de su fe en las hazañas de los germanos, celebrando las
noticias de sus proezas. En febrero de 1915 todavía esperaba la victoria de
las Potencias Centrales y se permitió un momento de “optimismo”. *221
Tres meses más tarde, el hecho de que Italia amenazara con desertar y unir
se a los aliados turbó sus esperanzas, pero, como le dijo a Abraham,
“¡nuestra admiración por nuestro gran aliado crece diariamente!” *222 En
julio, atribuyó nada menos que su “acrecentada capacidad de trabajo” a
“nuestras hermosas victorias”. *223
Pero en el verano de 1915, a pesar de las extensas operaciones milita
res en todos los frentes, desde tiempo antes los adversarios se encontraban
Aplicaciones y consecuencias [401]
En alguien que soñaba tanto como Freud, era tal vez inevitable que
Martin, Oliver y Ernst invadieran su vida nocturna. Durante la noche del 8
al 9 de julio de 1915, tuvo lo que denominó “un sueño profètico”, cuyo
contenido manifiesto era “muy claramente la muerte de mis hijos, Martin
el primero de todos”. 32 *226 Unos pocos días más tarde, Freud descubrió
que el mismo día de ese sueño, Martin fue realmente herido en el frente
ruso (aunque, por fortuna, sólo ligeramente, en el brazo). Esto lo llevó a
preguntarse (como hizo varias veces) si los informes sobre los casos abor
dados por el ocultismo no merecían ser objeto de investigación. Nunca se
declaró convencido, pero durante algunos años se interesó, con reservas y
casi a tientas, en estos fenómenos. Tenía buenas razones para saber que la
mente humana era después de todo capaz de esas extravagantes e inespera
das tretas. Pero a medida que pasaban los meses y la guerra continuaba,
Freud se veía obligado a pensar, no tanto en el carácter extraño de la men
te, como en las profundidades en las que la humanidad podía hundirse. La
guerra parecía una acumulación de actos sintomáticos desagradables, una
horrible aventura en el ámbito de la psicosis colectiva. Como le dijo a
Frau Lou, era demasiado vil.
Por lo tanto, en 1915, hablando por sí mismo y en nombre de otros
europeos racionalistas, Freud publicó un par de artículos sobre la desilu
sión que había provocado la guerra, y sobre la actitud moderna con respecto
a la muerte: una alegría para una civilización que se destruía a sí mis
ma. *227 Había dado por sentado —escribió— que mientras las naciones
existieran en planos económicos y culturales diferentes, algunas guerras
podrían ser inevitables. “Pero nos atrevíamos a esperar otra cosa”, a esperar
que los líderes de las “grandes naciones de raza blanca que dominan el mun
do”, “ocupadas en el cultivo de intereses de amplitud mundial”, fueran capa
ces de arreglar “de otro modo los conflictos de intereses”. Jeremías había
proclamado que la guerra es el destino del hombre. “No quisimos creerlo,
pero, si la guerra llegaba, ¿cómo la imaginábamos?” Sería un asunto
valiente, del que estarían excluidos los civiles, “un caballeresco tránsito a
las armas”. Esa era una afirmación sensible: la mayoría de los que espera
ban el despliegue del poder higiénico de la guerra había imaginado una ver
sión sanitaria y romantizada de batallas libradas mucho tiempo antes. En
realidad, agregó Freud, la guerra había degenerado en un conflicto más san
griento que cualquiera de los anteriores y había producido un “fenómeno
prácticamente inconcebible”, ese estallido de odio y desprecio al enemi
go. *22« Freud, un hombre al que muy pocas cosas turbaban, quedó sorpren
dido por el horrendo espectáculo de la naturaleza humana en la guerra.
En los ensayos sobre la guerra y la muerte, Freud abordó esos hechos
horribles. Empezó con bastante frialdad, en el primer artículo, describien
do la sensación de incomodidad e incertidumbre que acosaba a muchos de
sus contemporáneos (y a él mismo). El bosquejo que trazó era por lo
menos en parte un autorretrato. “Arrastrados por el torbellino de este tiem
po de guerra, informados tendenciosamente, sin distancia con respecto a
los grandes cambios que ya se han producido o están empezando a produ
cirse, y sin saber qué futuro está en proceso de formación, empezamos a
sentirnos confusos con respecto a la significación de las impresiones que
nos invaden y a los juicios que formulamos.” Aquellos eran sin duda
tiempos terribles: “Nos parece como si nunca antes un acontecimiento
hubiera destruido tantas preciosas posesiones comunes de la humanidad,
confundido a tantos de los intelectos más sobresalientes, degradado de
modo tan completo a los superiores. La ciencia misma —continúa Freud
implacablemente— ha perdido su imparcialidad desapasionada”. Le entris
tecía ver que “sus siervos más profundamente resentidos” la usaran como
fábrica de armas. “Los antropólogos consideran necesario declarar al adver
sario inferior y degenerado; los psiquiatras, proclamar el diagnóstico de su
enfermedad mental o espiritual.” En tal situación, la persona no implicada
directamente en el combate, y que no se ha “convertido en una pequeña
partícula de la gigantesca máquina de guerra”, tiene que sentirse a la vez
azorada e inhibida en su capacidad para el trabajo. La consecuencia más
predecible es el desengaño, la desilusión. *229
A juicio de Freud, el psicoanálisis podría mitigar un poco esos senti
mientos, distanciándonos de ellos. Estos reposan en un modo de ver la
naturaleza humana que no resiste el examen realista. Los impulsos huma
nos elementales, primitivos, ni buenos ni malos en sí mismos, buscan
expresión, pero resultan inhibidos por controles sociales y frenos inter
nos. Este proceso es universal. Ahora bien, la presión de la civilización
moderna tendiente a domesticar las pulsiones había sido excesiva, lo mis
mo que las expectativas con respecto a la conducta humana. Por lo
menos, la guerra había privado a todos de la ilusión de que la humanidad
era originalmente buena. En realidad, nuestros conciudadanos “no han caído
tan bajo como temíamos, porque de ningún modo se habían elevado tanto
como pensamos”. *230
Aplicaciones y consecuencias [403]
Agresiones
1 A medida que Freud trabajaba con el término que había acuñado de “meta-
psicología”, y que empleó por primera vez en una carta a Fliess, el 13 de febrero
de 1896 (Freud-Fliess, 181 [172]), fue definiéndolo cada vez con mayor rigor,
como una psicología que analiza el funcionamiento de la mente desde tres puntos
de vista: el dinámico, el económico y el tópico. El primero de estos puntos de
vista supone el sondeo de los fenómenos hasta sus raíces en fuerzas inconscien
tes conflictivas, que se originan en (pero no se limitan a) las pulsiones; el
segundo intenta especificar las magnitudes y vicisitudes de las energías mentales;
el tercero procura distinguir ámbitos disímiles dentro de la mente. En conjunto,
estos puntos de vista definitorios diferencian al psicoanálisis de otras psicolo
gías.
Agresiones [409]
totalmente feliz con los artículos, que les faltaba la conclusión adecua
» Dos meses más tarde, también en una carta a Ferenczi, escribió:
da. *
“Los doce artículos están, por así decir, listos”. *30 La pequeña reserva de
Freud, “por así decir” (sozusagen'), era significativa. Estaba revisando,
reflexionando, reteniendo, aparentemente incapaz de dominar alguna insa
tisfacción que persistía. El primer terceto de artículos (sobre las pulsiones,
la represión y lo inconsciente) apareció según lo previsto en 1915. Pero
después, silencio.
Sin duda, a Freud le resultó una empresa azarosa distanciarse de los
detalles clínicos para lograr una visión general amplia. Esto volvió a des
pertar su impulso a hacer volar su pensamiento sin obstáculos; le resultó
prácticamente imposible doblegar su anhelo de especulación. En abril,
después de completar el artículo sobre la represión en una carta a Ferenczi
definió su escritura, su “mecanismo de producción”, como “la sucesión del
osado despliegue de la imaginación y una implacable crítica realista”. *31
Pero al avanzar la primavera, silenció las críticas y dio rienda suelta a su
imaginación. En julio le envió a Ferenczi un borrador de lo que denominó
una “fantasía filogenética”, *32 fantasía que llevaba más lejos las conjetu
ras imaginativas que primero había ensayado en Tótem y tabú. Ese era el
duodécimo y último de los artículos metapsicológicos. Representaba nada
menos que un intento tendente a demostrar que los deseos y angustias
modernos, transmitidos a través de las épocas, tienen su fundamento en la
infancia de la humanidad. Una consecuencia particularmente amplia de esta
fantasía lamarckiana3 quedaba materializada en la propuesta de disponer la
sucesión de las neurosis en una correspondiente secuencia histórica (o,
más bien, prehistórica). Estaba conjeturando que las edades relativas en las
cuales los hombres modernos contraen sus neurosis tal vez recapitularan
el curso de acontecimientos del lejano pasado humano. De este modo, la
histeria de angustia podría ser una herencia de la era glacial, cuando la
humanidad primitiva, amenazada por el frío planetario, convirtió la libido
en angustia. Ese estado de tenor tema que haber generado el pensamiento
de que en aquel medio gélido la reproducción biológica era enemiga de la
conservación individual, y los esfuerzos por lograr el control de la natali
dad debían haber producido histeria. Y así se procedía con todo el catálogo
de las enfermedades mentales. *33 Ferenczi le declaró su apoyo, incluso con
entusiasmo, pero la especulación conjunta de los dos quedó finalmente
colapsada; perdió toda credibilidad por la distancia enorme e insalvable que
Freud, su madre y su mujer, durante unas vacaciones veraniegas en Aussee, en 1905. (Copyrights de Mary
Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Wilhelm Stekel, un temprano y convencido parti Alfred Adler, sin duda el más eminente y, después
dario de Freud, quien rompió con él después de de Freud, el más influyente miembro de la Asocia
1910. ción Psicológica del Miércoles, hasta que la difícil
asociación de ambos se. dio por terminada en
1911.
Anverso del medallón, realizado por el escultor Reverso del medallón. Representa a Edipo en el
Karl Maria Schwerdtner, entregado a Freud por momento de solucionar el enigma de la esfinge.
sus admiradores con ocasión de su quincuagésimo (Copyrights de Mary Evans/Sigmund Freud, Wiven
aniversario. Obsérvese el error en la interpretación hoe)
del nombre propio de Freud. (Copyrights de Mary
Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Grupo de los participantes en el tercer congreso internacional de psicoanalistas, celebrado en Weimar, en
septiembre de 1911. Freud está en el centro. A su derecha, en un plano ligeramente inferior, se ve a Sándor
Ferenczi; a su izquierda, inclinado, está Carl G. Jung. Sentada, quinta por la izquierda, está Lou
Andreas-Salomé. (Copyrights de M.ary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Celebración de las bodas de plata matrimoniales de los Freud, el 14 de septiembre de 1911, con todos los
hijos, y la tía Minna. De izquierda a derecha: Oliver, Ernst, Anna, Sigmund y Martha Freud, Mathilde,
Sophie, Minna Bernays, Martin. (Freud Collection, LC)
Sophie Freud con su madre durante unas vacaciones veraniegas, hacia 1912. (Copyrights de Mary Evans/
Sigmund Freud, Wivenhoe)
Freud prestaba una gran atención a las novedades, de modo que resulta
sorprendente que en sus “Conferencias de introducción al psicoanálisis” no
tuviera prácticamente nada que decir sobre la guerra. Fue como si concen
trándose en su tarea de resumir y popularizar hubiera podido escapar duran
te cierto tiempo a la carga diaria de circunstancias opresivas. Pero no
logró resistirse por completo a recordar a sus oyentes que ellos estaban
allí, reunidos en la universidad, mientras en el horizonte asomaba una
nube de la que llovía muerte y destrucción. “Aparten la vista del individuo
para mirar la gran guerra que todavía está asolando Europa —manifestó en
un pasaje excepcionalmente retórico—; piensen en los excesos de brutali
dad, crueldad y maldad que ahora se extienden a su antojo sobre el mundo
civilizado.” A la luz de tales honores, ¿se podía sostener que sólo “un
puñado de hombres sin escrúpulos y ambiciosos” fueran los responsables
de “dejar en libertad a todos aquellos espíritus del mal”? ¿“Los millones de
reclutados” no eran “también culpables en parte”? ¿Podía uno atreverse a
sostener que “la constitución mental de la humanidad” no contenía un cier
to grado de perversidad? *5(l El significado completo de la guerra en la rees
tructuración del pensamiento freudiano, especialmente sobre la agresión,
no se hizo claramente visible hasta algunos años más tarde. Pero ese
párrafo enérgico, casi fuera de lugar en una conferencia sobre la censura del
sueño, atestigua de qué modo insistente la belicosidad humana ocupó la
mente de Freud durante aquellos años.
En 1917, anhelaba sobre todo que la matanza concluyera. La entrada
de Estados Unidos en la guerra, en abril, del lado de los aliados, determi
nó que la perspectiva de una victoria de las Potencias Centrales apareciera
como sumamente remota. En octubre, más pesimista que nunca, Freud
declaró que la campaña de los submarinos alemanes era un fracaso. *51
Para exacerbar su humor sombrío, la guerra se acercaba cada vez más al
frente interno. La vida en Viena se estaba haciendo progresivamente más
difícil; escaseaba la comida, y más aun el combustible. La acumulación
de mercaderías y la inflación otorgan siempre un carácter exasperante a
las privaciones de todo tipo; los precios oficiales, ya altísimos, se veían
desde luego muy superados en el floreciente mercado negro. Freud refun
fuñaba con sus íntimos; lo hizo especialmente en invierno, cuando a su
familia le faltó comida, y a él se le helaban los dedos al sentarse en su
estudio sin calefacción tratando de escribir. En enero de 1918, encabezó
dramáticamente una carta a Abraham con la expresión “Kaltetremor!”
(“¡Temblor de frío!”). *52 Los envíos de comida que Ies hicieron llegar
Ferenczi desde Budapest y sus amigos de los Países Bajos aliviaron oca
sionalmente a los Freud, pero en el mejor de los casos no fueron más que
remedios temporales. *53
En esa lúgubre, situación Freud sopesó con cautela ciertos rumores
acerca de que se le podría otorgar el Premio Nobel. El último de los pre
miados en las especialidades de fisiología o medicina había sido el médico
[418] Revisiones: 1915-1939
austríaco Robert Barany, y éste había propuesto a Freud. Pero en esa cate
goría no se había vuelto a otorgar el galardón desde 1914. De todos
modos, Freud mantuvo los ojos abiertos. El 25 de abril de 1917 anotó
concisamente en su calendario: “Nada de Premio Nobel en 1917”. *54 Sin
duda, en vistas de la resistencia que preveía, ser elegido lo hubiera sorpren
dido mucho. *55 Pero anhelaba con vehemencia ese honor; habría acogido
con gusto el reconocimiento y le hubiera venido bien el dinero.
Sin duda, en 1917, después de tres años de guerra, casi todo le producía
nada más que irritación. Se mantenía más o menos animado coleccionando
chistes malos sobre la guerra, la mayoría de ellos juegos de palabras primi
tivos e intraducibies. Sólo uno o dos, apenas dignos de ser rescatados,
sobrevivirían en otro idioma. El siguiente es un ejemplo: “Queridos padres
—escribe un judío que combate en el ejército ruso—, nos está yendo muy
bien. Nos retiramos diariamente unos cuantos kilómetros. Si Dios quiere,
espero estar en casa para Rosh Hashaná.” Pero Ernest Jones seguía
encolerizando a Freud con sus predicciones; cuando en el otoño de 1917
sugirió, con total falta de tacto, que era probable que la resistencia alemana
prolongara la guerra, Freud dijo que ésas eran “auténticas maneras ingle
sas”. En noviembre de 1917 le escribió a Abraham que desde luego “las
cosas son todavía muy interesantes”. Pero al mismo tiempo, agregó: “Uno
envejece con rapidez, y a veces surge la duda de si vivirá para ver el fin de
la guerra, de si vivirá para verlo de nuevo a usted, etc.”. En todo caso, esta
ba actuando como si “fuera inminente el fin de todo”, y acababa de decidir
la publicación de dos más de sus artículos metapsicológicos. *5« Algo que
naturalmente despertó su interés fue la revolución bolchevique y el ascenso
de Lenin al poder, lo cual libró a Rusia de la guerra. Le agradaron mucho
las novedades sobre el armisticio entre el régimen bolchevique y las Poten
cias Centrales en diciembre. También le gustó la Declaración Balfour, que
prometía un hogar nacional para los judíos. *59 En esa época ya había des
cartado todas las ilusiones que le quedaban sobre la justicia de “su” causa y
la invencibilidad de las armas germanas. “Juzgo los tiempos con sumo
pesimismo”, le escribió a Ferenczi en octubre. Empezó a pensar que “si no
hay ninguna revolución parlamentaria en Alemania”, la guerra continuaría
hasta un amargo final. *«> Freud había creído que las potencias aliadas habí
an mentido acerca de sus objetivos; en aquel entonces estaba convencido de
que su propio bando no era menos despreciable. Según escribió a Abraham
a fines de 1917, estaba en pie de guerra con la escritura y con muchas otras
cosas, entre ellas “su querida patria alemana”. *61 La gran ofensiva alemana
de marzo de 1918 lo dejó indiferente: “Me confieso a mí mismo hastiado y
enfermo de la guerra”. Suponía que la idea de una victoria alemana (que
todavía parecía posible) podría levantarle el ánimo a Abraham, pero no se
lo levantaba a él. Estaba ávido de provisiones: “He sido carnívoro; tal vez
esta dieta extraña está contribuyendo a mi indiferencia”. * «Todo el mundo
(salvo quizás el alto mando alemán) esperaba febrilmente que llegara la paz,
Agresiones [419]
Durante todo ese tiempo, Freud había intrigado a sus amigos con
referencias a su libro sobre metapsicología. En la primavera de 1916, pen
sando en voz alta con Lou Andreas-Salomé, le dijo que “no se puede
imprimir antes del final de la guerra”. Como de costumbre, cuando Freud
insistía en la muerte estaba también hablando de la suya propia: “La dura
ción de la vida no puede calcularse”, y anhelaba ver su libro impreso. *<
Es bastante interesante que convirtiera la muerte en un tema destacado de
“Duelo y melancolía”, uno de los dos artículos metapsicológicos que
finalmente publicó a fines de 1917. En mayor medida tal vez que cualquier
otra cosa escrita en esos años, y rivalizando en ese sentido con “Introduc
ción al narcisismo”, este ensayo apunta a una revisión de su pensamiento
que llevaría a su plenitud después de la guerra.
La melancolía, sostuvo Freud, se asemeja al duelo en cuanto está
marcada por la pérdida de interés por el mundo exterior, abatimiento per
sistente, indiferencia hacia el trabajo y el amor. Pero, más allá de esto, el
melancólico se flagela con autorreproches, desarrolla una baja autoestima,
y prevé de modo delirante alguna especie de castigo. Los melancólicos
están de luto, pero de un modo particular: han perdido un objeto al que se
sentían muy apegados y con el que se identificaban. Durante años, Freud
había estado diciendo que prácticamente todo amor es ambivalente y con
tiene elementos de ira y hostilidad. La furia de los melancólicos contra sí
mismos, su semi-odio y semi-tormento, eran, entonces, expresiones
gozosas de la rabia sádica con el objetivo perdido. Los enfermos de ese
desorden recurrían al suicidio (obviamente la consecuencia más extrema
de la melancolía) sólo cuando sus yoes se trataban a sí mismos con seve
ridad implacable como objetos de odio. Años antes de que Freud elevara
formalmente la agresión como pulsión al mismo nivel de la libido, perci
bió claramente el poder de la agresividad, en este caso dirigida contra uno
mismo.
Este fue uno de los sentidos en que “Duelo y melancolía” resultó pro
fètico. El breve examen que realizó Freud del autocastigo era otro. La
autohumillación y autodenigración de los melancólicos, escribió, consti
tuyen pruebas persuasivas de que su yo se ha escindido de una parte de sí
mismo. Su yo ha creado, por así decir, una instancia mental especial des
tinada a juzgar, normalmente a condenar. Freud observó que ésa era una
forma extrema, sin duda, morbosa, de lo que la gente comúnmente deno
mina la conciencia moral. El no tenía aún ningún nombre especial para
esa instancia censora, pero no hay duda de que estaba íntimamente relacio
[420] Revisiones: 1915-1939
nada con lo que después iba a denominar ideal del yo y que más tarde
exploraría con el nombre de “superyó”.4
“Duelo y melancolía”, entonces, presenta a un Freud en transición.
Pero, ¿qué decir de los otros siete artículos, todos escritos pero sin proyec
to de publicación? Todos ellos —le dijo Freud a Ferenczi en noviembre de
1917— merecían la supresión y el silencio: Der Rest darf verschwiegen
werdenl *6S Había estado dejando caer, en sus cartas al comprensivo Abra
ham, oscuras confidencias en cuanto a que ése no era un buen momento
para el libro. *66 Aparentemente, tampoco mejoró con el paso de los
meses. A principios del verano de 1918, protestó, un tanto misteriosa
mente, en una carta a Lou Andreas-Salomé (quien lo había estado presio
nando mucho para que publicara los ensayos), que no era sólo la fatiga lo
que lo retenía, sino “también otras indicaciones”. *67 Fueran cuales fueren
esas indicaciones, finalmente prevalecieron. En algún momento, mientras
disparaba esas salvas intermitentes de sugerencias y excusas, Freud puso
fin a su incertidumbre destruyendo los artículos restantes.
Ese fue, y sigue siéndolo, un gesto enigmático. Los problemas teóri
cos nunca habían reducido a Freud al silencio en oportunidades anteriores;
las dificultades de presentación nunca lo había aterrorizado. Desde luego,
la guerra explica mucho. Con sus “guerreros” Martin y Ernst en peligro
constante, a Freud los tiempos no le parecían propicios para la originali
dad. Pero en sus doce artículos sobre metapsicología no se proponía ser
original. Además, tema más tiempo del que podía desear o usar producti
vamente, y había descubierto que el trabajo, cuando podía obligarse a
hacerlo, le resultaba relajante. El libro sobre metapsicología podría haber
sido una bienvenida evasión de los periódicos. Las razones reales del
colapso de su proyecto yacían ocultas en el proyecto mismo.
El drama silencioso y elocuente del libro nunca terminado reside sobre
todo en su oportunidad. Los fundamentos que Freud intentaba asentar de
modo definitivo para sus partidarios y contra sus rivales estaban cambian
do en sus propias manos. No estaba padeciendo una transformación; las
contraseñas del psicoanálisis (el inconsciente dinámico, el trabajo de la
represión, el complejo de Edipo, los conflictos entre pulsiones y defensas,
los orígenes sexuales de las neurosis) seguían intactas. Pero muchas otras
cosas quedaban abiertas al cuestionamiento. El artículo sobre el narcisis
mo había sido un síntoma temprano y ostensible de algunos reparos
s Durante el verano de 1918, Freud tenía un motivo adicional para estar ale
gre. Antón von Freund, un rico cervecero de Budapest, había reaccionado a una
operación de cáncer con una neurosis, y Freud, aparentemente, lo libró de ella.
Con gratitud, y con la conciencia de que el cáncer podía reaparecer, von Freund
tomó medidas para financiar una editorial que se especializaría en publiaciones
psicoanalíticas e independizaría a Freud —y al psicoanálisis en general— de
otros editores. Esto se llevó a cabo, y Freud tuvo que asumir la tarea de supervi
sar la Verlag.
Agresiones [423]
escribió a Freud: “Lo viejo que parecía totalmente sólido llegó a pudrirse
tanto, que cuando se removió no hubo signos visibles de resistencia”. *84
A fines de diciembre de 1918 (volviendo a escribir en inglés, ya que la
guerra había terminado), Freud le comunicó a su “querido Jones” que no
“nos espere a mí ni a ninguno de nosotros en Inglaterra la próxima prima
vera; parece totalmente improbable que podamos viajar dentro de pocos
meses; negociarán la paz hasta junio o julio”. En una carta a su fiel ami
go, Freud se sintió con la libertad suficiente como para incluir un ruego
junto con su informe social: “Estoy seguro de que usted no puede hacerse
una idea de cuál es realmente nuestro estado aquí. Pero tiene que venir tan
pronto como pueda, ver lo que fue Austria y”, no olvidó mencionarlo,
“traiga el equipaje de mi hija”.
En enero de 1919, Freud resumió concisamente la nueva situación:
“El dinero y los impuestos son ahora temas por completo repulsivos.
Realmente nos estamos comiendo a nosotros mismos. Los cuatro años de
guerra fueron un chiste comparados con la amarga gravedad de estos
meses, y seguramente también con la de los próximos”. *86 Al reflexionar
sobre la caótica escena política de Europa central, Freud admitió ante
Jones que las advertencias que alguna vez rechazó como chauvinismo
inglés habían demostrado ser correctas: “Todas sus predicciones sobre la
guerra y sus consecuencias se han vuelto ciertas”. Estaba “dispuesto a
confesar que el destino no ha sido injusto y que una victoria alemana
podría haber representado un golpe aún más duro a los intereses de la
humanidad en general”. Pero este generoso reconocimiento no aliviaba la
suerte de Freud y su familia. “No es ningún alivio simpatizar con el ban
do vencedor si el propio bienestar está ligado al bando perdedor.” Y ese
bienestar estaba siendo constantemente socavado. “Todos nosotros vamos
perdiendo lentamente la salud y la barriga.” Pero enseguida añade que él y
su familia estaban lejos de ser los únicos que sufrían “en esta ciudad, se lo
aseguro. Las perspectivas son negras”. *87
La lenta y debatida elaboración de los tratados de paz no hacía que estas
perspectivas fueran más brillantes. Reunidas en París en enero de 1919 para
redibujar el mapa de la Europa central, las naciones victoriosas no se mos
traron tan unidas en la mesa de conferencias como lo habían estado en la
conducción de la guerra. El primer ministro británico David Lloyd George
proclamó su determinación de colgar al Kaiser y exprimir a los alemanes
“hasta que estallen las semillas”. Después de tomar asiento para negociar,
por lo demás, fue más conciliador, pero su colega francés, Georges Cle-
menceau, era implacable. Desde luego, Francia tendría que recuperar la
Alsacia-Lorena, que había caído en manos de Alemania en 1871, después de
la guerra franco-prusiana. Las tierras alemanas del Rin, ricas en recursos
naturales, representaban para los franceses otras recompensas posibles.
Pero los vencedores tenían que contar con Woodrow Wilson, el profeta del
oeste, embriagado con su propio mensaje, que pronunciaba discursos a ira-
[426] Revisiones: 1915-1939
Las cartas de Freud de esos años sugieren que tenía que robar tiem
po para seguir reflexionando y escribiendo. Provoca amargura ver cómo él
(el más independiente de los hombres, que realmente tenía otras cosas en
las que pensar) quedó absorbido en la tarea de conseguir lo esencial para la
familia. Pero no siguió siendo un destinatario pasivo durante mucho tiem
po. En cuanto pudo, le reembolsó el dinero prestado a Eitingon y empezó
a pagar por el aluvión de provisiones que importaba con tanta eficiencia.
En febrero de 1920 le pidió a su sobrino que aceptara “el cheque adjunto
por £4 (pago de un paciente inglés)”; *132 cinco meses más tarde, le envió
ocho libras, *133 y en octubre insistió, con un cierto tono triunfal: “Te
agradezco de todo corazón tu preocupación y las molestias, pero para que
estos envíos continúen debes hacerme saber lo que te cuestan. He recupe
rado algo gracias al tratamiento de pacientes extranjeros, y tengo un depó
sito de moneda legal en La Haya”. *134
En esa época, la situación de Austria había mejorado un poco, y junto
con ella, también la situación de los Freud. Stefan Zweig recordó los años
entre 1919 y 1921 como los más duros. Pero, después de todo, no había
existido mucha violencia, sólo un pillaje totalmente esporádico. En 1922
y 1923 había comida suficiente como para subsistir. *135 El psicoanalista
austríaco Richard Sterba observó que pasaron cinco años desde el fin de la
guerra hasta que “el primer Shlagobers, batido, tan esencial para los aus
tríacos”, apareció en el “Kaffeehaus”. *136 Al reaparecer la comida y el
combustible en el mercado abierto, “uno estaba vivo —dijo Zweig—, sen
tía su propia fuerza”. *137 También Freud la sintió. Su trabajo clínico, y la
ayuda que sus seguidores continuaban enviándole, le hicieron posible lle
var una existencia adecuada. “Me estoy volviendo viejo, innegablemente
indolente y perezoso —le escribió a Abraham en junio de 1920—, tam
bién maleducado y mimado en exceso por los muchos presentes de provi
siones, cigarros y dinero que la gente me da y que tengo que aceptar por
que de otro modo no podría vivir.” *338 En diciembre de 1921 la vida
volvió a ser lo bastante atractiva como para permitirle invitar a Abraham
a alojarse en Berggasse 19; para tentarlo, señaló que la habitación de hués
pedes de los Freud no sólo era mucho más barata que un hotel, sino que
contaba con calefacción. *8*13’
Sin embargo, como sabemos, la inflación se estaba comiendo los
ahorros de Freud en moneda austríaca.« La política local no era más grata.
“Con las elecciones de hoy —le escribió Freud a Kata Levy, una amiga
Tausk”, repitiendo casi palabra por palabra lo que le había dicho a Abra
ham. *167 A ella la sorprendió la noticia, pero comprendía la actitud de
Freud, y en gran medida la compartía; había llegado a pensar que Tausk
era de algún modo peligroso para Freud y el psicoanálisis. *168 Freud le
dijo, como antes a otros, que Tausk había resultado inútil para él. Pero, a
juzgar por el modo en que en su carta saltó del suicidio de Tausk a su pro
pio trabajo, el discípulo muerto debió de haber tenido una cierta utilidad
pòstuma: “Ahora he asumido, como lo que me corresponde en concepto de
jubilación, el tema de la muerte, he tropezado con una extraña idea por la
vía de las pulsiones y ahora tengo que leer todo tipo de cosas que tengan
que ver con ello, por ejemplo Schopenhauer, por primera vez”. *16’ Pronto
tuvo mucho que decir sobre la muerte, no tal como afectó a Tausk u otros
individuos, sino como fenómeno universal.
Por insensible que pudiera parecer Freud en relación con su patético
discípulo vagabundo, su reacción ante otra muerte, la de Anton von
Freund, da prueba de que su capacidad para sentir las pérdidas no se había
atrofiado. Von Freund padeció la temida reactivación de su cáncer, y murió
en Viena a fines de enero de 1920, a la edad de cuarenta años. Su generoso
apoyo al movimiento psicoanalítico, en especial sus empresas editoriales,
eran su mejor monumento funerario. Pero además de benefactor del análi
sis, von Freund fue amigo de Freud; éste lo visitó diariamente durante su
enfermedad, y mantuvo informados a Abraham, Ferenczi y Jones sobre la
inevitable agonía del hombre. El día siguiente al de la muerte de su ami
go, Freud le escribió a Eitingon: “Para nuestra causa una grave pérdida,
para mí un agudo dolor, pero que pude asimilar en el curso de los últimos
meses”, cuando se veía con claridad que von Freund se moría. “Cargó con
su condena con claridad heroica, no deshonró al análisis”: en pocas pala
bras, murió como había muerto el padre de Freud y como él mismo espe
raba morir. *170
suya propia: “Ya han pasado ocho años desde la muerte de nuestra So-
pherl, pero siempre me siento sacudida cuando algo similar sucede en el
círculo de nuestros amigos. Sí, yo estuve entonces tan destrozada como
usted lo está ahora; me pareció que había perdido para siempre toda seguri
dad y toda felicidad”. *
' 74 Y cinco años después de esto, en 1933, cuando la
poeta imaginista Hilda Doolittle (H. D.) se refirió al último año de la
gran guerra durante una sesión de análisis con Freud, «él dijo que tenía
razones para recordar la epidemia, pues en ella perdió a su hija favorita.
“Está aquí”, dijo, y me mostró un pequeño medallón que llevaba, prendido
en la cadena del reloj». *175
Freud se ayudaba de reflexiones filosóficas y lenguaje psicoanalítico:
“La pérdida de un hijo —le escribió a Oskar Pfister— parece una grave
afrenta narcisista; el duelo que pueda existir, sin duda llegará más tarde.”
No podía olvidar la “abierta brutalidad de nuestra época”, que impedía que
los Freud se reunieran con el yerno y los dos nietecitos en Hamburgo. No
había trenes. “Sophie —escribió Freud— deja dos hijos, uno de seis años
y otro de trece meses, y un esposo inconsolable que ahora pagará caro la
felicidad de estos siete años. La felicidad fue de ellos, no externa: guerra,
invasión, graves heridas físicas, pérdidas de los bienes, pero ellos habían
permanecido valientes y alegres.” Y “mañana ella será incinerada, ¡nuestra
pobre niña mimada de la fortuna!” *> 76 A Frau Halberstadt, la madre del
viudo, le escribió: “Sin duda, a una madre no se la puede consolar y,
como estoy descubriendo ahora, a un padre, difícilmente”. *177 En una
emocionante carta de condolencia al desesperado viudo, Freud habló de “un
acto del destino, sin sentido, brutal, que nos ha robado a nuestra Sophie”.
No había nadie a quien culpar, nada sobre lo que lo que reflexionar. “Hay
que inclinar la cabeza ante el golpe, como pobres seres humanos desvali
dos, con los que juegan los poderes superiores.” Le aseguró a Halberstadt
que sus sentimientos con respecto a él no habían cambiado, y lo invitó a
considerarse hijo suyo mientras lo deseara. Tristemente, firmó como
“Papá”. *178
Durante algún tiempo, mantuvo su estado de ánimo reflexivo. “Es
una gran desgracia para todos nosotros —le escribió al psicoanalista Lajos
Levy, el esposo de Kata, de Budapest—, un dolor para los padres, pero
nosotros aquí, tenemos poco que decir. Después de todo, sabemos que la
muerte forma parte de la vida, que es inevitable y que viene cuando quiere.
No estábamos muy animados ni siquiera antes de esta pérdida. Sin duda,
no es grato sobrevivir a un hijo. El destino no respeta ni siquiera este
orden de precedencia.” *179 Pero resistía. “No se preocupe por mí —tran
quilizó a Ferenczi—. Soy el mismo, salvo que un poco más cansado.” Por
dolorosa que fuera para él la muerte de Sophie, no modificó su actitud con
respecto a la vida. “Durante años estuve preparado para la pérdida de mis
hijos varones; ahora llega la de mi hija. Puesto que soy el más profundo
de los incrédulos, no tengo a nadie a quien acusar y sé que no existe nin
Agresiones [441]
18 Max Schur, a quien nadie podría acusar de haber leído a Freud sin simpa
tía, dice llanamente: “Sólo nos cabe aceptar que las conclusiones de Freud... son
un ejemplo de razonamiento ad hoc para demostrar una hipótesis preconcebida...
Este modo de pensar, tan diferente del estilo científico general de Freud, puede
detectarse a todo lo largo de Más allá del principio de placer'’.(Max Schur, The
Id and the Regulatory Principies of Mental Functioning [1966], 184.)
[448] Revisiones: 1915-1939
placer; es más agradable olvidar ciertas cosas que recordarlas. Pero en las
garras de la transferencia —observó Freud— muchos analizandos volvían
una y otra vez a experiencias que nunca podían haber sido agradables.
Ahora bien, era cierto que sus analistas les habían prescrito que hablaran
libremente de todo, para hacer consciente lo inconsciente; pero en ese caso
parecía estar en juego algo más atormentador, una compulsión a repetir
una experiencia dolorosa. Freud advirtió una versión de esa repetición
monótona, destructiva, del displacer, en pacientes que padecían una “neu
rosis de destino”, es decir, cuyo destino era pasar más de una vez por la
misma calamidad.
Freud, menos inclinado en este ensayo que en la mayoría de sus otros
trabajos a presentar material clínico, ilustró la neurosis de destino recor
dando una escena de la epopeya romántica de Torcuato Tasso titulada
Jerusalén liberada. En un duelo, Tancredo, el héroe, mata a su amada Clo-
rinda, que se había enfrentado a él disfrazada con la armadura de un enemi
go. Después del entierro, cuando Tancredo penetra en una ominosa selva
mágica, corta un árbol con la espada, y de él fluye sangre. Entonces oye la
voz de Clorinda, cuya alma hechizada había quedado aprisionada en ese
árbol, acusándolo de herir su amor una vez más. *204 La conducta de los
enfermos de neurosis de destino, y las preocupaciones repetitivas en el tra
tamiento analítico de los soldados veteranos víctimas de neurosis de gue
rra, constituían a juicio de Freud excepciones auténticas al imperio del
principio de placer. La compulsión a la repetición de la cual provienen no
recuerda placeres ni proporciona placer de ningún tipo. Sin duda, observó
Freud, los pacientes que presentan esta compulsión hacen cuanto pueden
por reincidir en la desdicha y el daño, y por forzar la interrupción del aná
lisis antes de terminarlo. Se las ingenian para encontrar pruebas de que
son despreciados. Descubren modos de dar una base realista a sus celos.
Fantasean con proyectos carentes de realismo que no pueden sino condu
cirlos a la frustración. Es como si nunca hubieran aprendido que todas esas
repeticiones compulsivas no proporcionan placer. Hay algo “demoníaco”
en sus actividades. *M5
La palabra “demoníaco” no deja duda alguna acerca de la estrategia de
Freud. Consideraba la compulsión a la repetición como una actividad
mental sumamente primitiva, que presentaba un carácter “instintual” “en
alto grado”. El tipo de repetición que piden los niños —que se les vuelva
a contar un cuento exactamente igual, sin modificar ningún detalle— es
manifiestamente agradable, pero la reiteración incesante de experiencias
horribles o de calamidades infantiles en la transferencia analítica obedece a
otras leyes. Debe provenir de un impulso fundamental independiente del
apetito de placer, un impulso que a menudo entra en conflicto con aquel
apetito. Freud quedó en consecuencia convencido de que por lo menos cier
tas pulsiones son conservadoras, obedecen a un impulso contrario a la
innovación y a las experiencias sin precedentes; tienden, en cambio, a la
[450] Revisiones: 1915-1939
social era un ensayo de enunciados más definitivos sobre el yo. Pero éstos
estaban todavía a dos años de distancia.
como propias. En una expansiva carta que le dirigió a Freud en 1917, una
muestra muy demorada de su “tardía honestidad”, confesó todos estos
pasos en falso; terminaba afirmando convencido que en adelante se consi
deraría discípulo de Freud. *229
Freud quedó encantado y, sin prestar atención a las modestas negativas
de Groddeck, lo incorporó a las filas de los analistas. El hecho de que la
conducta de Groddeck tuviera a menudo un carácter provocador no debilitó
la simpatía que Freud le tenía; hallaba algo refrescante en su fervor, en su
gusto por ser original y descarado. A veces Groddeck desbordaba los lími
tes de la tolerancia de sus colegas. En 1920 llevó a su amante al congreso
de psicoanalistas de La Haya, e inició la lectura del trabajo que presentó
con las muy recordadas palabras “Yo soy un analista salvaje”. Tenía
que haber sabido que eso era precisamente lo que los analistas de su
audiencia luchaban por no ser, o por no parecer. Su aportación de ese día
tenía un aspecto bastante “salvaje”; era un ejercicio divagatorio de asocia
ción libre sobre lo que más tarde se llamaría medicina psicosomática. Las
enfermedades orgánicas —sostenía Groddeck—, incluso la miopía, son
simplemente expresiones físicas de conflictos emocionales inconscientes,
y por lo tanto susceptibles de tratamiento psicoanalítico. En principio,
los analistas tenían poco que objetar a una concepción de ese tipo modera
damente expresada; después de todo, los síntomas de conversión de la his
teria, esa neurosis clásica de la práctica psicoanalítica, daban sustento a la
posición general de Groddeck. Pero éste hablaba con el tono en última
instancia poco persuasivo del entusiasta exagerado, y encontró sólo unos
pocos defensores, entre ellos Freud. Más tarde, Freud le preguntó si pre
tendía que lo que había dicho se tomara en serio, y Groddeck le aseguró
que así era.
Groddeck tenía otras cartas en la manga. A principios de 1921 confir
mó su estatus como el salvaje del análisis, al publicar, en la editorial de
Freud, una “novela psicoanalítica” titulada El buscador de almas. Rank le
había puesto ese título feliz; Freud mismo había leído el manuscrito y
disfrutado con él. *232 Lo mismo ocurrió con Ferenczi un poco más tarde;
el húngaro llegó a ser amigo íntimo de Groddeck. “No soy crítico literario
—escribió en la reseña del libro para ¡mago— y no me arrogo el derecho a
formular un juicio sobre el valor estético de la novela. Pero creo que no
puede ser un libro pobre el que logra como éste cautivar al lector desde el
principio al fin.” *233 La mayoría de los colegas analistas de Freud fueron
más anticuados: Ernest Jones lo menospreció como “un libro chispeante,
con algunos pasajes obscenos”; *234 Pfister reaccionó con indignación. Los
psicoanalistas, enemigos jurados de la gazmoñería, parecían ser, a su
modo, sus víctimas y adalides. Freud se mantuvo firme. Lamentó enterar
se de que a Eitingon no le gustaba Groddeck. “Tiene un poco de visionario
—admitió— pero es un tipo original con el don poco común del buen
humor. No me gustaría prescindir de él.” *235 Un año más tarde, según le
[458] Revisiones: 1915-1939
Pero el “ello” de Freud demostró ser más bien diferente del “Ello” de
Groddeck.20 Ya en 1917 Freud le había escrito a Lou Andreas-Salomé que
el Ello de Groddeck “es más que nuestro Ies, no está claramente diferencia
do de él, pero hay algo real detrás suyo”. Las diferencias entre “Ello” y
“ello” pasaron a ser sumamente visibles a principios de 1923, cuando
Groddeck publicó El libro del Ello, y Freud El yo y el ello sólo unas
semanas después. Al leer el enunciado de Freud, sucinto y definitivo, que
describía su nueva posición, Groddeck se sintió un poco defraudado y no
menos irritado. Pintorescamente, le escribió a Freud que él (Groddeck) era
el arado, y Freud el labrador que lo utilizaba. “En algo estamos de acuerdo,
en que roturamos el suelo. Pero usted quiere sembrar y tal vez, si Dios y
el clima lo permiten, cosechar.” *242 En privado era menos caritativo, y
denunciaba el libro de Freud como “bonito” pero “intrascendente”. Funda
mentalmente, lo consideraba un intento de apropiarse de ideas tomadas de
Stekel y de él mismo. “Con todo esto, su ello tiene sólo un valor limita
do para las neurosis. Se introduce en lo orgánico sólo secretamente, ayu
dado por una pulsión de muerte o destrucción tomada de Stekel y Spiel-
rein. Deja a un lado el aspecto constructivo de mi Ello, presumiblemente
para introducirlo enmascarado la próxima vez”. *243 Este era un resenti
miento de autor, comprensible y no totalmente irracional, y sugiere lo
difícil que resultaba, incluso para un autodesignado discípulo como Grod
deck, sostener ese rol.
Por su parte, Freud no tema dificultad alguna en reconocer el efecto
fertilizador en su propio pensamiento de los escritos de Groddeck. La
metáfora del arado y el labrador era bastante adecuada. Pero Freud insistió,
y con razón, en el carácter conflictivo de ambas concepciones. Por supues
to, desde fines de la década de 1890, él había reiterado muchas veces que
los seres humanos se ven golpeados por elementos mentales que no cono
cen, y mucho menos comprenden, elementos que ni siquiera tienen la con
ciencia de albergar. La concepción freudiana del inconsciente y de la repre
sión era una enérgica demostración de que el psicoanálisis no glorifica la
razón como dueño absoluto de su propia casa. Pero Freud no aceptaba el
aforismo de Groddeck según el cual somos vividos por el Ello. Era un
determinista, no un fatalista: creía que hay fuerzas intrínsecas de la mente,
concentradas en el yo, que conceden a mujeres y hombres el dominio, aun
que sea parcial, de sí mismos y del mundo exterior. Al enviarle a Grod
deck sus mejores deseos con motivo de su sexagésimo cumpleaños, Freud
21 Desde luego, ésta era también una amable alusión a los títulos de los
libros que los dos hombres habían publicado, a un mes de distancia entre uno y
otro, tres años antes. Pero la fórmula de Freud sumariza asimismo, con toda con
cisión, la incompatibilidad de sus ideas.
Agresiones [461]
teorías sobre las que los psicoanalistas no habían trabajado antes, y que no
había podido evitar rozar “teorías formuladas por no analistas o por ex
analistas en su retirada del análisis”. Pero —subrayó con algo de truculen
cia— si bien siempre le había resultado grato reconocer su deuda con
investigadores anteriores, en este caso no se sentía obligado a ninguna
gratitud.
En el cuerpo de El yo y el ello Freud halló lugar para acreditar una
“sugerencia” de Groddeck, “un autor que, por motivos personales, protesta
en vano que no tiene nada que ver con la severa alta ciencia”: era la suge
rencia de que nuestra mente “es vivida” por “poderes desconocidos, incon
trolables”. Para inmortalizar esa afirmación, Freud propone aceptar la
nomenclatura de Groddeck, aunque no totalmente su sentido, y denominar
“ello” a una porción importante del inconsciente. *248 A Groddeck, ese
reconocimiento le hubiera parecido poco generoso. Pero Freud confiaba en
que su propio trabajo, a pesar de su carácter provisional, era sumamente
original. Tenía “más de síntesis que de especulación”, lo que, podría
mos agregar, era beneficioso. El ensayo de Freud se abre con una repeti
ción de lo conocido; esa antigua división psicoanalítica entre lo consciente
y lo inconsciente es absolutamente fundamental para el psicoanálisis. Está
fuera de toda duda que su “primera contraseña” *250 no puede ser ignorada:
“En última instancia, la propiedad de ser consciente o no es el único faro
en la oscuridad de la psicología profunda”. Además, lo inconsciente es
dinámico. No es extraño que los analistas lo hayan encontrado por primera
vez en el estudio de la represión. “Para nosotros, lo reprimido es el proto
tipo de lo inconsciente.”*^
Hasta ese punto, Freud pisaba un terreno familiar para todos los que
conocían su pensamiento. Pero ésa era sólo una base de lanzamiento para
la exploración de territorio desconocido. La represión supone un agente
represor, y los analistas había situado ese agente en “una organización
coherente de los procesos mentales”, el yo. Ahora bien, el fenómeno de la
resistencia, con el que se tropieza en todo tratamiento psicoanalítico, plan
tea un difícil enigma teórico que Freud había identificado años antes; el
paciente que resiste es a menudo totalmente inconsciente (o sólo lo sospe
cha de modo oscuro en su desventura neurótica) de que él mismo está obs
truyendo el progreso de su análisis. Por eso el yo, en el que se originan la
resistencia y la represión, no puede ser totalmente consciente. Si no lo es,
sostiene Freud, la fórmula psicoanalítica tradicional que hace derivar las
neurosis de un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente tiene que ser
deficiente. En su importante artículo sobre lo inconsciente, Freud ya había
indicado que su teoría de las neurosis necesitaba una revisión: “La verdad
es que no sólo lo psíquicamente reprimido permanece ajeno a la concien
cia, sino también una parte de los impulsos que dominan nuestro yo”. En
pocas palabras, «si queremos llegar a una concepción metapsicológica de
la vida mental, tenemos que aprender a emancipamos de la significación
[462] Revisiones: 1915-1939
del síntoma “conciencia”». *M3 Este pasaje, escrito en 1915, recuerda cuán
estrechamente unidos estaban lo viejo y lo nuevo en la teorización freudia
na. Pero no extrajo todas las consecuencias de su afirmación hasta que
escribió El yo y el ello.
Esas consecuencias eran bastante drásticas. El psicoanálisis reconocía
que lo inconsciente no coincide con lo reprimido; si bien todo lo reprimi
do es inconsciente, lo que es inconsciente no necesariamente ha sido repri
mido. “También una parte del yo, Dios sabe qué parte importante del yo,
puede ser inconsciente, es seguramente inconsciente.” El yo empieza en el
desarrollo individual como un segmento del ello; gradualmente se diferen
cia y es modificado por influencias del mundo exterior. En términos más
simples: “el yo representa lo que se podría llamar razón y reflexión, en
contraste con el ello, que contiene las pasiones”. *254 En la década y media
que le quedaba de vida, Freud no fue totalmente coherente en su asignación
de los poderes respectivos del yo y del ello. Pero pocas veces dudó de que
al ello le correspondía el papel principal. El yo —escribió en El yo y el
ello, dando forma a una célebre analogía— “se asemeja al jinete que se
supone gobierna la fuerza superior del caballo, con la diferencia de que el
jinete lo hace con su propia fuerza, y el yo con la fuerza de otro”, con
fuerza tomada del ello. Freud lleva esa analogía a su extremo: “Así como
a menudo al jinete, si no quiere que el caballo lo derribe, no lo queda otro
remedio que llevarlo a donde el animal quiere ir, también el yo está acos
tumbrado a traducir la voluntad en acción del ello, como si esa voluntad
fuera la suya propia”. *255
El ello no es el único adversario que le crea problemas al yo. Sabe
mos que antes de la guerra, en su ensayo sobre el narcisismo, y más tarde
en Psicología de las masas, Freud había reconocido un segmento del yo
que lo vigila críticamente. A ese segmento empezó a llamarlo superyó, y
su dilucidación lo ocupó a todo lo largo de El yo y el ello. El jinete, el
yo, se podría decir que no sólo se afana desesperadamente con las riendas
de su caballo rebelde, el ello, sino que al mismo tiempo se ve obligado a
luchar con una nube de abejas furiosas que lo acosan: el superyó. Vemos
el yo, escribe Freud, como “una cosa pobre, que padece una triple servi
dumbre y en consecuencia sufre bajo la amenaza de un peligro triple: el
mundo exterior, la libido del ello y la severidad del superyó”. Expuesto a
las angustias que corresponden a esos tres peligros, el yo, para Freud,
lejos de ser un negociador omnipotente que trata seriamente de mediar
entre las fuerzas que lo amenazan y que luchan entre sí, en realidad está
sitiado. Intenta volver dócil al ello ante las presiones del mundo y el
superyó, y al mismo tiempo trata de persuadir al mundo y al superyó de
que satisfagan los deseos del ello. Puesto que está a medio camino entre el
ello y la realidad, corre el peligro de “sucumbir a la tentación de convertir
se en adulador, oportunista y mentiroso, como un político que, con todo
lo que sabe, todavía quiere conservar el favor de la opinión pública”. *256
Agresiones [463]
más alto del yo puede ser inconsciente”. La prueba más acabada que daba
sustento a tal aserción consistía en que entre algunos analizandos “la auto
crítica y la conciencia moral, es decir, los logros mentales de valoración
extremadamente alta, son inconscientes”. Por lo tanto, salvo mejor opi
nión, los psicoanalistas se veían obligados a hablar de un “sentimiento de
culpa inconsciente” Freud estaba enfrentando a sus lectores con la idea
del superyó.
La conciencia moral y el superyó no son totalmente la misma cosa.
“El sentimiento de culpa consciente, normal (la conciencia moral) —escri
bió Freud— no presenta ninguna dificultad de interpretación”; es esencial
mente “la expresión de una condena del yo por parte de su juez crítico”.
Pero el superyó es una instancia mental más intrincada. Consciente o
inconsciente, alberga por una parte los valores éticos del individuo, y por
la otra observa, juzga, aprueba o castiga la conducta. En los neuróticos
obsesivos y en los melancólicos, los sentimientos de culpa resultantes
llegan a ser conscientes, pero en la mayoría de los otros casos sólo cabe
deducirlos. Por lo tanto, el psicoanalista reconoce una fuente relativamen
te inaccesible de un tormentoso malestar moral que, precisamente porque
es inconsciente, sólo deja huellas fragmentarias, apenas legibles. La vida
moral del hombre, sugiere Freud, llega a extremos mucho más lejanos que
lo que creían comúnmente los moralistas. En consecuencia, el psicoana
lista puede suscribir con gusto la paradoja aparente de que “el hombre nor
mal es no sólo mucho más inmoral de lo que cree, sino también mucho
más moral de lo que sabe”.
Freud presentó el fenómeno de los sentimientos de culpa inconscien
tes citando el ejemplo de pacientes sometidos a análisis cuyos síntomas
empeoraban cuando el analista expresaba su esperanza de una cura eventual
o elogiaba los progresos que estaban realizando. Cuanto mejor parecían
estar, peor se ponían. Esa era la importante “reacción terapéutica negati-
vd’. Como podía esperarse Freud insistió en que es un error desechar esta
reacción como si fuera una especie de desafío, o un intento jactancioso por
parte del paciente de mostrarse superior a su médico. Esa respuesta más
bien perversa debe interpretarse como un mensaje serio, probablemente
desesperado. El origen de la reacción terapéutica negativa estaba a juicio de
Freud fuera de toda duda: proviene de un sentimiento de culpa inconscien
te, del deseo de castigo. Pero está por completo más allá de alcance del
analizando. “Este sentimiento de culpa es mudo, no le dice al paciente que
es culpable; éste no se siente culpable sino enfermo.”
En sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, la última
exposición realizada por Freud de la teoría psicoanalítica, escrita una déca
da después de El yo y el ello, tenemos un recapitulación lúcida de este
análisis. Los niños no nacen con un superyó, y su aparición presenta un
gran interés analítico. A juicio de Freud, la formación del superyó depende
del desarrollo de identificaciones. Freud advirtió a sus lectores que estaba a
Agresiones [465]
La muerte contra
la vida
La muerte ronda
analizara a “un alumno” (un futuro analista) y no a “un paciente”, Así, en 1928,
se ofreció a analizar a Phillip Lehrman, un médico norteamericano, durante el
verano, “en el monte Semmering (2 1/2 h. de Viena), lo que en mí es excepcio
nal”. (Freud a Lehrman, 7 de mayo de 1928. En inglés, A.A. Brill Library, New
York Psychoanalytic Institute.)
2 Véanse las págs, 498-499.
La muerte contra la vida [469]
había disponible ninguna otra”. *13 Su único compañero era otro paciente,
al que Anna Freud describió más tarde como un “amable y amistoso” ena
no retrasado. *
«
De hecho, es muy posible que el enano le salvara la vida a Freud. *15
A Martha y Anna Freud se les pidió que le llevaran ropa al paciente, que
tal vez tendría que pasar la noche internado. Lo encontraron cubierto de
sangre, sentado en una silla de cocina. Durante la hora del almuerzo no se
permitía la presencia allí de ningún visitante, de modo que las dos mujeres
fueron obligadas a regresar a su hogar, asegurándoseles que el estado del
paciente era satisfactorio. Pero cuando volvieron, a primera hora de la tar
de, descubrieron que en su ausencia había sufrido una copiosa hemorragia.
Había tocado la campanilla pidiendo ayuda, pero no funcionaba; sin posi
bilidades de hacerse oír, Freud se encontraba inmovilizado. Por fortuna, el
enano corrió a avisar a la enfermera, y con algunas dificultades la hemorra
gia se pudo controlar.
Después de enterarse de ese espantoso episodio, Anna Freud se negó a
separarse de su padre. “Las enfermeras —recuerda—, que no se sentían
libres de culpa con respecto a la campanilla rota, fueron muy amables. Me
dieron café solo y una silla, y mi padre, el enano y yo pasamos la noche
juntos. Estaba débil por la pérdida de sangre, medio narcotizado por las
drogas y muy dolorido.” En el curso de la noche aumentó la preocupación
de ella y la de la enfermera con respecto al estado de Freud; mandaron lla
mar al interno, pero éste se negó a levantarse. Por la mañana, Anna Freud
“tuvo que ocultarse mientras Hajek y sus asistentes realizaban la inspec
ción habitual”. *16 Hajek no demostró ningún signo de arrepentimiento
ante su chapucera conducta, que resultó casi fatal, y más tarde, ese mismo
día, dio de alta a Freud.
Este ya no podía mantener el episodio en secreto, pero engañó a sus
corresponsales —y en alguna medida se engañó a sí mismo—con notas
optimistas. En una carta dirigida a su “queridísima Lou” el 10 de mayo,
cuatro días después del cumpleaños de él, le manifestó: “Puedo informarle
que puedo hablar, masticar y trabajar de nuevo; por cierto, incluso fumar
me está permitido, de un modo moderado, prudente, por así decir, peque-
ño-burgués”. Agregaba que el pronóstico era bueno. * n Al repetir esas
buenas noticias, ese mismo día, en una carta a Abraham, aceptó “ensayar
su fórmula optimista [la de Abraham]; ¡muchas felices repeticiones del
día, y ninguna de la nueva excrecencia!” *1« Un poco más tarde, al escribir
le a su sobrino de Manchester, puso a prueba una fórmula optimista pro
pia: “Hace dos meses me extirparon del paladar blando una excrecencia que
podría haber degenerado, pero que todavía no lo había hecho”. *> ’
En realidad, Freud estaba mejor informado, aunque nadie le hubiera
dicho la verdad. Hajek le había prescrito inútiles tratamientos de rayos X y
radium, lo que le confirmó su sospecha de que la lesión era cancerosa.
Pero el engaño oficial continuó; Hajek autorizó a Freud a tomarse sus
La muerte contra la vida [471]
“Estoy aceptando esta pérdida muy mal, creo que nunca he experimentado
algo más duro.” Trabajaba mecánicamente. “Fundamentalmente, todo ha
perdido su valor.”
Pensaba que su propia enfermedad intensificaba la conmoción que
estaba experimentando, pero el destino de su nieto le dolía más que el pro
pio. “No trate de vivir eternamente —escribió, citando el prefacio de Ber
nard Shaw a El dilema del doctor—, no lo conseguirá”. El fin llegó el
19 de junio. Al morir Heinele, su “querido niño”*25, Freud, el hombre sin
lágrimas, lloró.4 *26 Cuando, a mediados de julio, Ferenczi, pensando sólo
en sí mismo y un poco obtuso, le preguntó a Freud por qué no lo había
felicitado cuando cumplió cincuenta años, la respuesta del maestro fue que
nunca hubiera dejado de hacerlo con un extraño. Pero no creía que la omi
sión hubiera sido una especie de venganza. “Más bien está relacionada con
mi actual disgusto por la vida. Nunca antes había tenido una depresión,
pero ésta debe de serlo.” *27 Se trata de una afirmación notable: dado que
Freud padeció estados de ánimo depresivos de modo recurrente, el de aquel
momento tuvo que haber sido excepcionalmente severo. “Todavía me ator
menta mi hocico —le escribió a Eitingon a mediados de agosto— y me
obsesiona el anhelo impotente de estar con mi querido niño.” *M Se descri
bía como un extraño a la vida y candidato a la muerte. En una carta a su
querido amigo de toda la vida Oscar Rie, le confesó que no podía superar
la pérdida del muchachito. “Para mí él significaba el futuro, y con él me
han arrebatado el futuro.” *2’
Por lo menos, eso le pareció en aquellos días. Tres años más tarde,
cuando Ludwig Binswanger perdió a su hijo de ocho años, enfermo de una
meningitis tuberculosa, e hizo partícipe de su pena a Freud en una delicada
carta, éste respondió con recuerdos de 1923. Estaba contestando —escri
bió— no con “una superfina palabra de condolencia, sino... sí, de hecho
sólo a partir de un impulso interior, porque su carta ha despertado un
recuerdo en mí... no tiene sentido... que después de todo nunca se adorme
ció”. Le vinieron a la memoria todas sus pérdidas, en especial la muerte de
su querida hija Sophie, a la edad de veintisiete años. “Pero —agregó—,
eso lo sobrellevé notablemente bien. Fue en el año 1920; uno estaba con
sumido por la desgracia de la guerra, preparado durante años para enterarse
de que había perdido un hijo o incluso tres hijos. De modo que la resigna
ción ante el destino estaba bien preparada.” Pero la muerte del hijo menor
incluso durante la guerra. Confío en que no haya enfados entre usted y los
nuestros”. *' Culpaba a Jones por no controlar sus pasiones y estados de
ánimo, y tenía la esperanza de que llegaran días más felices. *35
Pero las irritaciones entre los miembros del comité persistieron. “El
martillo de Rank ha caído una vez más —se quejó Jones en una circular
durante el verano de 1922—; esta vez sobre Londres, y me parece que muy
injustamente”. *36 En contraste, hubo una aproximación entre Jones y
Abraham, a quienes perturbaban de modo creciente las desviaciones de Rank
con respecto a la técnica psicoanalítica ortodoxa. En el cenado círculo de
los siete, Freud se sentía particularmente cerca de Rank y Ferenczi, pero
necesitaba por igual de los otros. Ahora bien, a mediados del verano de
1923, acosado por la enfermedad y el luto, esperaba poder por lo menos
restaurar una fachada de amistad en el Comité beligerante. “Estoy demasia
do viejo como para renunciar a viejos amigos —escribió poco después—.
Si los más jóvenes pensaran en los cambios que impone la vida, les resul
taría más fácil mantener buenas relaciones entre ellos.”*37
Pero, al menos por el momento, la esperanza de Freud respecto a que
sus partidarios más jóvenes adoptaron su misma posición pacífica carecía
de realismo. El 26 de agosto, en una carta informativa a su esposa, Emest
Jones captó la atmósfera de San Cristoforo, a la vez de irritación y angus
tia. “La novedad principal es que F. tiene un cáncer real, en lento creci
miento, y puede durar años. El no lo sabe, y esto es un secreto absoluto.”
En cuanto a su disputa con Otto Rank, el comité había pasado “todo el día
discutiendo el asunto Rank-Jones. Muy penoso, pero espero que ahora
mejorarán nuestras relaciones”. Sin embargo, tema conciencia de que no
había ninguna mejoría a la vista, pues un episodio desagradable había exa
cerbado la tensión. “Creo que es difícil que F[erenczi] me dirija la palabra,
pues Brill acaba de estar allí y le dijo que yo califiqué a R[ank] de judío
estafador.” Negaba en parte haber caído en ese fanatismo, insistiendo en
que todo se había exagerado mucho (“completamente übertrieben"). *38
Fuera lo que fuere lo que dijo Jones, tuvo que haber sido bastante
insultante.5 Dos días más tarde, escribiéndole de nuevo a su esposa, le
informó que los miembros del comité habían pasado “horas hablando y
vociferando, hasta que me pareció que me encontraba en un manico-
mió”. El grupo decidió que “yo estaba en el lado erróneo del asunto
Rank-Jones; de hecho, que soy un neurótico”. El era el único gentil del
grupo, y lo sentía intensamente. “Un consejo de familia judío exami
nando a un pecador debe ser algo serio ¡pero imagínate cuando los cinco
insisten en analizarlo [al pecador] en el acto y todos juntos! Si bien
manifestaba ser “lo bastante inglés como para tomarlo todo con buen
humor”, y no irritarse, admitía que aquel día fue toda una experiencia,
una “Erlebnis”. *»
En medio de estas peleas de familia, los miembros del comité se
vieron sacudidos por la noticia de que Freud padecía un cáncer. El dilema
era agudo. Resultaba obvio que había que someterlo a una intervención
quirúrgica drástica, pero no tan obvio cómo se lo dirían y qué tenían que
decirle. Freud proyectaba mostrarle Roma a su hija Anna, y ellos —el
comité— no deseaban estropear ni hacer abortar esas vacaciones larga
mente planeadas. Por fin, los médicos del comité (Abraham, Eitingon,
Jones, Ferenczi) se impusieron hasta cierto punto, con ayuda del buen
sentido; urgieron seriamente a Freud a volver a Viena para someterse a
una nueva operación después de su excursión a Italia. Pero no le comu
nicaron el diagnóstico completo; ni siquiera Felix Deutsch se animó a
revelar la verdad desnuda. A éste, su mal interpretada delicadeza iba a
costarle la confianza de Freud y su posición de médico personal del
maestro. No evaluó correctamente la capacidad de Freud para asimilar
malas noticias, ni el resentimiento que le provocó el sentirse protegido.6
También los miembros del comité provocaron el disgusto de Freud;
cuando, años más tarde, descubrió el bienintencionado engaño, montó en
cólera. “¿Con qué derecho?”, le preguntó a Jones: “Mit welchem RechtT
*40 A juicio de Freud, nadie tenía derecho a mentirle, ni siquiera por el
más compasivo de los motivos. Decir la verdad, aunque fuera terrible,
era la mayor bondad.
Después de la reunión del comité en la que Deutsch informó sobre el
estado de Freud, Anna Freud se sumó al grupo para la cena, y por la
noche, a la luz de la luna, ella y Deutsch se dirigieron colina arriba, hacia
Lavarone. La joven intentó hacer hablar al médico. “Medio en broma”, le
preguntó si, en el caso de que ella y su padre lo pasaran muy bien en
Roma, no podrían quedarse un poco más en la ciudad y volver a Viena
después de lo proyectado. Aterrorizado, Deutsch le suplicó que ni siquiera
pensara en ello. «“No haga esto” —le dijo enérgicamente— “por ningún
6 Anna Freud observó años más tarde que Deutsch “había subestimado” el
“sentido de independiencia y la capacidad para afrontar la verdad” de su padre.
(Anna Freud a Jones, 4 de enero de 1956, papeles de Jones, Archivos de la Bri
tish Psycho-Analytical Society, Londres.) «Lo que mi padre no olvidó fue la
“Bevormundung”.» (Anna Freud a Jones, 8 de enero de 1956, ibíd.) Después de un
período de tensión, que a Deutsch le resultó muy duro, Freud y él reanudaron su
amistad. Pero Freud buscó atención profesional en otros médicos.
[476] Revisiones: 1915-1939
8 Las operaciones que Freud tuvo que sobrellevar eran de tres tipos, como
indica el modo de realizarlas: en el consultorio del doctor Pichler, con anestesia
local; en el Sanatorio Auersperg con anestesia local y “sueño previamente induci
do”, y en el sanatorio con anestesia general. (Anna Freud a Jones, 8 de enero de
1956, ibíd.) Además, Freud se sometía a exámenes regulares en una pequeña habi
tación especialmente acondicionada junto a su consultorio.
[478] Revisiones: 1915-1939
hablar, “Arma dice que su estado general de salud no deja nada que de
sear”, *59
Anna
rizaba. *70 Nada le gustaba más que los sobrenombres que el padre le ponía:
«Querido papá —le escribió el verano siguiente— hace ya mucho tiempo
que nadie me llama “Diablo Negro”, y lo echo mucho de menos». *71
La mayoría de las dolencias de Arma, como el dolor de espalda, le
parecían a Freud psicosomáticas, en tanto iban acompañadas de cavilacio
nes y obsesiones mentales que ella misma criticaba severamente por
insustanciales.12 El la animó a que le informara sobre sus síntomas, y no
quedó defraudado; a principios de 1912, todavía quejosa, escudriñó sin res
tricciones su estado mental en una carta a su padre. Le escribió que no
estaba ni enferma ni bien, pero sí insegura con respecto a lo que padecía.
“Pero de algún modo algo se desprende de mf ’, y entonces se sentía fatiga
da y preocupada por todo tipo de cosas, incluso por su ociosidad.13 Desea
ba ser razonable, como su hermana mayor, Mathilde. “Quiero ser un ser
humano sensato, o por lo menos llegar a serlo.” Pero tenía días malos.
“Tú sabes —le recordó a su padre— que no te habría escrito todo esto,
porque no me gusta importunarte.” Pero él mismo le había pedido que lo
hiciera y, añadió Anna en un postscriptum, “no podría escribirte nada más
porque yo misma no sé nada más, pero por supuesto que no te guardo nin
gún secreto”. Le rogaba que él le respondiera pronto: “Entonces seré sen
sata, si me ayudas un poco”. *72
Freud estaba totalmente dispuesto a ayudarla. En 1912, con Mathilde
casada y Sophie preparada para seguir el ejemplo de su hermana, Arma se
convirtió en su “querida hija única”, según a él le gustaba llamarla. *73 En
noviembre, cuando Anna acababa de viajar, para pasar varios meses, al
popular balneario de Merano, en el Norte de Italia, él le aconsejó que se
relajara y distrajera; en cuanto se hubiera acostumbrado al ocio y al sol
—le dijo—- seguramente aumentaría de peso y se sentiría mejor. Por su
parte, Anna le recordó a su padre cuánto lo extrañaba. “Siempre como
todo lo que puedo, y soy totalmente sensata —le escribió desde Merano—.
Pienso mucho en ti y espero con ansia que me escribas cuando tengas
tiempo.” *75 Este era un tema constante; ¡el padre era un hombre tan ocu
pado! Anna propuso volver a casa, pero él la instó a que se quedara más
tiempo, *76 incluso aunque así no pudiera asistir a la boda de Sophie, pro
yectada para mediados de enero de 1913. Se trataba de una astuta sugeren
cia terapéutica. Anna le había confesado antes que sus “interminables
Para Freud, una cosa era animar a Anna para que creciera, y otra
totalmente distinta permitirle crecer. Durante años, ella siguió siendo “la
pequeña”. La afectuosa caracterización “mi querida hija única”, que jugue
tonamente le aplicó mientras Sophie estaba comprometida, reapareció
regularmente después de que Sophie se casara. En marzo de 1913, Anna
era su “pequeña, ahora hija única”, *80 su “pequeña hija única”, a la que
llevó consigo a Venecia aquella primavera en unas breves vacaciones, que
Anna esperó anhelante y disfrutó inmensamente. Un viaje italiano “conti
go —exclamó— lo hace todo mucho más hermoso”. *82 Más tarde, en ese
mismo año, Freud le confesó a Ferenczi que su “hijita” Anna le hacía pen
sar en Cordelia, la hija menor del Rey Lear;i< *83 de allí surgió una con-
respondió: “Si éste resultara ser el hijo menor, los hijos menores, como usted
puede ver en mi familia, no son exactamente los peores”. (Freud a Jones, 13 de
enero de 1933, Freud Collection, D2, LC.)
La muerte contra la vida [485]
las neurosis, observó entre los presentes a Helene Deutsch, que llevaba la
bata blanca como símbolo de su profesión de médico. Impresionada, en su
casa le dijo a su padre que quería estudiar medicina con la finalidad de pre
pararse para ejercer como psicoanalista. Freud no objetó sus planes a largo
plazo, pero no estuvo de acuerdo con su deseo de llegar a ser médico;
Anna Freud no fue el primero ni el último de los seguidores de Freud a
quien él persuadió para que siguiera una carrera de analista lego. *’8
Secundado por un círculo bien dispuesto, Freud introdujo progresiva
mente a Anna en su familia profesional, y en algún momento de 1918
empezó a analizarla. Ella fue invitada al congreso internacional de psicoa
nalistas de Budapest ese mismo año, pero no pudo acudir por sus obliga
ciones de maestra Dos años más tarde, cuando los analistas se reunie
ron en La Haya, tuvo más suerte, y acompañó a su orgulloso padre a las
sesiones científicas y a las comidas de confratemización. Sus cartas iban
poniéndose a la altura de su creciente refinamiento psicoanalítico. Durante
algunos años le había comunicado a su padre sus sueños más interesantes,
principalmente los más terroríficos, pero ahora se puso a analizarlos;
Freud respondía con interpretaciones. *100 Se descubrió a sí misma incu
rriendo en lapsus escritos. *101 Anna se contaba entre las primeras personas
que leían las nuevas publicaciones de su padrea6 Asistía a encuentros psi-
coanalíticos, y no sólo en Viena. En una carta que le envió a su padre des
de Berlín en noviembre de 1920 incluyó algunas evaluaciones agudas y
certeras sobre los seguidores de él, envidiando abiertamente a quienes,
como “la pequeña Miss Schott”, ya estaban analizando niños. “Ya lo ves
—agregó con un tono de autorreproche— todos pueden hacer mucho más
que yo.” *102 En esa época había renunciado a su puesto de maestra, experi
mentando sentimientos confusos,16 17 y se estaba formando como psicoana
lista.
Sus primeros “pacientes” fueron sus sobrinos, los hijos huérfanos de
su hermana Sophie, Emstl y Heinele. En 1920 pasó buena parte del tiem
po con ellos en Hamburgo y, durante el verano, en Aussee. Emstl, que ya
tenía más de seis años, y que a Freud le gustaba mucho menos que el
encantador y frágil Heinele, era su principal preocupación. Logró que el
niño le contara cuentos, y exploró con él misterios tan graves como el de
dónde vienen los bebés y qué significa la muerte. *103 Esas conversaciones
informativas confidenciales permitieron a Anna analizar el miedo del
pequeño a la oscuridad como una consecuencia de la advertencia de su
madre (en realidad, una amenaza) en cuanto a que si seguía “jugando con
su miembro, se pondría muy enfermo”. *io* Aparentemente no todos los
miembros de la familia obedecían las indicaciones pedagógicas de Freud.
Anna continuó con estos análisis primerizos de niños. Empezó a anali
zar los sueños de otros, *1« y en la primavera de 1922 escribió un artículo
sobre psicoanálisis que esperaba utilizar como carta de presentación para su
ingreso en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (si contaba con el consenti
miento del padre). Le dijo a Freud que era algo que deseaba mucho. *106 A
fines de mayo, su deseo se convirtió en realidad. El artículo, sobre fanta
sías de castigo físico, se basaba en parte en su propia vida interior,
pero el origen subjetivo de la argumentación no privaba a la aportación de
su carácter científico. “Mi hija Anna —le informó Freud a Jones, con pla
cer, a principios de junio— leyó un buen trabajo el pasado miércoles”. *108
Dos semanas más tarde, después de haber realizado todos los trámites for
males, pasó a ser miembro de pleno derecho de la Sociedad.
Después de esto, la reputación de Anna entre los íntimos de Freud cre
ció rápidamente. Ya en 1923 Ludwig Binswanger le hizo notar a Freud que
el estilo de la hija no se distinguía del estilo del padre. *1» Y a fines de
1924, Abraham, Eitingon y Sachs escribieron desde Berlín sugiriendo que
se incorporara al círculo íntimo; no trabajaría “sólo como secretaria del
padre” (lo que había hecho durante años), sino que participaría en el inter
cambio intelectual, y, en ocasiones, en sus encuentros. *110 Desde luego,
sabían que esa especie de tributo agradaría a Freud. Pero la propuesta tam
bién reflejaba la confianza que los más valorados colegas del maestro ha
bían llegado a depositar en el juicio de Anna Freud.
Una y otra vez, Anna le hizo saber hasta qué punto ocupaba él sus
pensamientos más afectuosos. “Seguramente no puedes imaginar cómo
pienso continuamente en ti”, escribió en 1920. *>i» Vigilaba las digestio
nes o el estómago de él con la solicitud de una madre o (tal vez mejor) de
una esposa. A mediados de julio de 1922 dedujo con sensibilidad, a partir
de unos pocos indicios, que podría estar enfermo. “¿Sobre qué tratan tus
dos artículos? —le preguntó, pasando enseguida, ansiosamente, a su preo
cupación principal—: ¿No estás de buen ánimo, o sólo me lo parece por
tus cartas? ¿No es Gastein tan hermoso como lo era?” Esto ocurría
[490] Revisiones: 1915-1939
ramente sería un revés para ella unirse a un hombre inferior.” *12» De haber
reconocido completamente el poder que tema sobre Anna, Freud habría
vacilado en psicoanalizarla.
Ese análisis fue sumamente irregular, y Freud, lo mismo que su hija,
tuvieron que saberlo por fuerza. Se prolongó durante mucho tiempo. Des
pués de iniciarse en 1918, continuó durante más de tres años, y volvieron
a él en 1924, ampliándolo un año más. *130 Sin embargo, Freud nunca se
refería a ese análisis en público, y sólo raramente lo hizo en privado;
Anna Freud no fue menos discreta. Continuó proporcionándole al padre-
analista sus sueños y sus atormentadas fantasías, las historias que se con
taba a sí misma. *131 Pero éste era un tema íntimo del que no hablaba con
casi nadie. En 1919, al cabo de un año de análisis, compartiendo una cura
de verano en Bavaria con una amiga, Margaretl, respondió a las confiden
cias de esta última sobre sus tratamientos médicos, con una confidencia
propia. “Le dije —le informó Anna a su padre— que tú me estás analizan
do.”*332 Naturalmente, Lou Andreas-Salomé conocía el secreto, lo mismo
que Max Eitingon, y más tarde, un puñado de personas más. Pero siguió
siendo una cuestión privada celosamente guardada.
No es de extrañar. Las enseñanzas freudianas sobre cómo el analista
debe manejar la transferencia del analizando y su propia contratransferen
cia, son inequívocas. Su decisión de llevar a Anna al diván parece una cal
culada transgresión a las reglas que había estipulado con tanta fuerza y pre
cisión (para los otros). En 1920, al escribirle a Kata Levy después de
haber concluido su análisis con él, le expresó la satisfacción de poder diri
girse a ella simple y cálidamente, “sin la rudeza didáctica del análisis, sin
tener que ocultar la cordial amistad que siento por usted”. *133 Y después de
que Joan Riviere empezara a analizarse, dos años más tarde, habiendo pre
viamente realizado un análisis con Emest Jones, Freud interrumpió su
correspondencia con Jones, reprochándole severamente a este último su
conducta analítica para con la mujer. Ella se había enamorado del inglés, y
éste estropeó la relación transferencia!. “Me complace —escribió Freud—
que no haya tenido relaciones sexuales con ella, como sus sugerencias me
hicieron sospechar. Desde luego, fue un error hacerse amigo de ella antes
de que el análisis terminara.” *134
¿Qué decir, entonces, del error técnico que estaba cometiendo Freud en
ese período con su hijo menor? El propio Freud no pensaba ser un trans-
gresor: en los primeros años del psicoanálisis, las reglas que había pro
puesto se aplicaban a veces y a menudo eran violadas; el ideal de la distan
cia analítica era todavía fluido y embrionario. Jung, en su período
freudiano, intentó analizar a su esposa; Max Graf había analizado a su
hijo, el pequeño Hans, con Freud como supervisor en la sombra; Freud
había analizado a sus amigos Eitingon y Ferenczi, y Ferenczi, a su vez, a
su colega Ernest Jones. Más aun: a principios de 1920, años después de
que Freud, en sus artículos técnicos, describiera la actitud del analista con
[492] Revisiones: 1915-1939
Abraham, en 1925, que ella poseía “sensibilidad telepática”, *148 sólo bro
meaba a medias. Según Anna Freud le dijo a Emest Jones con propiedad,
“el tema tiene que haberlo fascinado y también repelido”. *149 Jones atesti
gua que Freud disfrutaba contando historias de extrañas coincidencias y
voces misteriosas, y el pensamiento mágico lo atraía hasta cierto punto,
aunque nunca de manera firme. *150 Esa influencia del pensamiento mágico
se puso de manifiesto del modo más dramático en 1905, cuando, durante
una peligrosa enfermedad de su hija Mathilde, provocó a los dioses rom
piendo “accidentalmente” una de sus preciadas antigüedades. *151 Pero lo
que más le intrigaba era la telepatía, por poco concluyentes que fueran las
pruebas.
En una carta de 1921, Freud declaró que él no se contaba “entre quienes
rechazan directamente el estudio de los denominados fenómenos psicológi
cos ocultos por no ser científicos, por no valer la pena, o incluso por peli
grosos”. En cambio, se describía como “un completo lego y un recién lle
gado” en el campo, que por otra parte no podía “deshacerse de ciertos
prejuicios materialistas escépticos”. *152 El mismo año, redactó un memo
rando, “Psicoanálisis y telepatía”, destinado a la discusión confidencial
entre los miembros del Comité (Abraham, Eitingon, Ferenczi, Jones,
Rank y Sachs); en ese artículo adoptó la misma postura. Un tanto malicio
samente, adujo que el psicoanálisis no tema ninguna razón para compartir
la opinión establecida, que condenaba con desdén los hechos ocultos. “No
sería la primera vez que [el psicoanálisis] presta apoyo a las oscuras pero
indestructibles intuiciones de la gente común contra la arrogancia autosufi-
ciente de los cultos. “Pero Freud pronto advirtió que gran parte de la deno
minada investigación de los fenómenos mentales oscuros no era en modo
alguno científica, mientras que los psicoanalistas, por otro lado, eran “fun
damentalmente mecanicistas y materialistas incorregibles”. *153 Como cien
tífico, Freud no estaba dispuesto a alentar la superstición y la irracionali
dad; pero también como científico, aceptaba investigar fenómenos que
parecían misteriosos y desafiaban las soluciones mundanas. Casi todos
esos fenómenos —sostuvo— son susceptibles de explicaciones naturalis
tas; las profecías sorprendentes, las coincidencias desconcertantes, normal
mente resultan ser proyecciones de deseos poderosos. Sin embargo, algunas
experiencias ocultas, particularmente en el ámbito de la transmisión del
pensamiento, podrían ser auténticas. En 1921, Freud se manifestó dispues
to a dejar la cuestión abierta, pero, al mismo tiempo, prefirió confinarla al
círculo más íntimo, por temor a que una discusión franca acerca de la tele
patía distrajera la atención del psicoanálisis.
Sin embargo, al año siguiente, prescindiendo en parte de su prudencia
(pero no de toda), Freud publicó un artículo más bien experimental, desti
nado a sus colegas de Viena, sobre los sueños y la telepatía. Del principio
al fin, se declaraba agnóstico. “Con esta conferencia —le previno a su
público— no aprenderán nada sobre el enigma de la telepatía, ni siquiera
[496] Revisiones: 1915-1939
El precio de la popularidad
24 Este era, y sigue siendo, un error común y muy notable. Véase, por ejem
plo, el libro de un médico contemporáneo de Bjerre, W. Schmidt-Mödling, Der
Ödipus-Komplex der Freudschen Psychoanalyse und die Ehegestaltung des Bols-
chevismus (s.f. [1928?]), 1; infra, en el mismo libro, utiliza “inconsciente”
como sinónimo de “subconsciente”. Con ocasión del septuagésimo cumpleaños
de Freud, dos días antes, el New York Times, bajo un titular que decía “La psico
logía sabe que él ha vivido”, comentaba que “las teorías [freudianas] del subs-
consciente” seguían siendo muy discutibles. (“Topics of the Times”, New York
Times, 8 de mayo de 1926, 16.)
[506] Revisiones: 1915-1939
de Goldwyn con una carta de una sola oración: “No tengo intenciones de
ver a Mr. Goldwyn”.
25 Uno de los galardonados con un Premio Nobel que se negó a brindar apo
yo a la candidatura de Freud fue Albert Einstein, quien el 15 de febrero de 1928 le
escribió a Meng que él no podía ofrecer ninguna opinión fiable sobre la verdad
de las enseñanzas de Freud, y “mucho menos dar un veredicto al que otros atribui
rían autoridad”. Además, advertía Einstein, le parecía dudoso que un psicólogo
como Freud pudiera obtener el Premio Nobel de medicina, que, “supongo, es el
único que se puede considerar [como posible]”. (Debo esta referencia al profesor
doctor Helmut Lück y la profesora Hannah S. Decker.)
[510] Revisiones: 1915-1939
Berlín era solo el más espectacular de los centros en los que el psi
coanálisis aseguraba su futuro. Freud continuó analizando en Viena, con
centrándose cada vez en los aprendices de psicoanalistas: seguidores
importantes como Jeanne Lampl-de Groot y la princesa Marie Bonaparte,
y, por supuesto, todo un contingente de norteamericanos, se contaban
entre los “alumnos” de Freud tras la guerra.» Más de seis décadas des
pués, Jeanne Lampl-de Groot, con su afecto intacto, recordó cómo era
Freud en abril de 1922, cuando ella, médica recién licenciada, menuda,
amante de la música, aparentando menos años de los que tenía, se presen
tó por primera vez en Berggasse 19. Freud tenía entonces casi sesenta y
seis años, y le pareció un caballero de finos modales, “encantador y con
siderado, al estilo antiguo”. Freud le preguntó si él mismo o sus hijas
podían ayudarla a encontrar alojamiento, y Lampl-de Groot mencionó
entonces que necesitaba un piano. Esto impulsó a Freud a confesarle de
inmediato que él no era aficionado a la música; lo hizo por temor a que si
la joven descubría más tarde esa limitación, ello interfiriera en el análi
sis. Freud —añade Lampl-de Groot— era “humano” y accesible, y sólo se
mostraba carente de generosidad con la “gente indecente”. Cuando ella le
dijo que su querida hermana mayor, que siempre había sido una chica
fuerte murió de gripe española en cinco días durante el embarazo, Freud le
contó la muerte de su hija Sophie. *M2 En la cordial correspondencia que
mantuvieron después de que la mujer volviera a los Países Bajos, ella se
convirtió pronto en su “querida Jeanne”. *233 No todo analizando llegaba a
conocer a un Freud igualmente encantador, pero a fines de la década de
1920 los hilos de su influencia se entretejían en una intrincada red sobre
Europa y los Estados Unidos.
28 Abram Kardiner, que se analizó con Freud en 1921, recuerda cómo Freud
pasó con sus analizandos de una semana de seis días a otra de cinco. Ante nortea
mericanos escandalosos que se negaban a ser analizados por ningún otro, él con
sultó con Anna Freud, que era “algo matemática”, quien le sugirió que podía aten
der a seis analizandos si le dedicaba cinco horas a cada uno, mientras que con su
antigua agenda sólo podía atender a cinco. (Afbraham] Kardiner, My Analysis
with Freud: Reminiscences [1977], 17-18.)
[518] Revisiones: 1915-1939
mejor que durante la última semana, sin duda no viajaré. De modo que
haga sus planes sin contar conmigo”. *234 Envió a su hija Anna en su
lugar, así que estuvo presente por lo menos en espíritu.
Fue pasando el tiempo y las instituciones quedaron establecidas; las
publicaciones psicoanalíticas brotaron en un país tras otro, añadiéndose a
las fundadas antes de la Primera Guerra Mundial: la Revue Française de
Psychanalyse en 1926, la Rivista Psicanalisi en 1932. No menos alenta
dor era el hecho de que los escritos de Freud hubieran sido traducidos a
otros idiomas. Esto significaba mucho para él: su correspondencia de la
década de 1920 está sembrada de expresiones de intenso interés por las tra
ducciones proyectadas y de comentarios sobre traducciones terminadas.
Psicopatología de la vida cotidiana, su libro más ampliamente difundido,
apareció durante la vida de Freud en doce idiomas diferentes; los Tres
ensayos de teoría sexual, en nueve, y La interpretación de los sueños, en
ocho. Las primeras versiones no siempre fueron felices. A.A. Brill, que
en los días heroicos tuvo algo así como el monopolio de las traducciones
de Freud al inglés, se mostró a veces despreocupado o temiblemente
impreciso; por ejemplo, no conocía, o no le preocupaba, la diferencia
entre “chiste” (joke) y “agudeza” (wit). *235 Sin embargo, Brill permitió al
mundo de habla inglesa vislumbrar por lo menos una sombra, aunque
difusa, de las teorías de Freud incluso antes de la guerra: publicó su traduc
ción de los Tres ensayos sobre teoría sexual en 1910, y la de La interpre
tación de los sueños tres años más tarde.2’
Después las traducciones empezaron a mejorar: en 1924 y 1925, un
pequeño equipo inglés publicó los Collected Papers de Freud en cuatro
volúmenes.2930 Esto fue obra de James y Alix Strachey y de la incomparable
Joan Riviere, esa “alta belleza eduardiana con sombrero estampado y som
brilla escarlata”, *236 cuyas versiones captaban la energía estilística de
29 Freud percibía los defectos de Brill como traductor. En 1928 los sugirió
con delicadeza en una carta al aspirante a psicoanalista húngaro Sándor Lorand:
“Hasta donde yo sé, de mi Interpretación de los sueños hay sólo una traducción
inglesa, la del Dr. Brill. Si uno realmente quiere leer el libro, supongo que lo
mejor es hacerlo en alemán”. (Freud a Sándor Lorand, 14 de abril de 1928, Freud
Collection, B3, LC.)
30 Un error obvio de esta traducción era la sustitución de los términos del
alemán corriente que Freud prefería por neologismos esotéricos. Un ejemplo par
ticularmente monumental es “cathexis”, ahora casi exclusivamente implantado en
la terminología psicoanalítica inglesa y norteamericana. La palabra traduce el
alemán Besetzung, palabra del lenguaje común rica en significados sugeridos,
entre ellos “ocupación” (por tropas) y “carga” (eléctrica). La solución del propio
Freud, que aparentemente nunca comunicó a sus traductores, era ingeniosa y feliz:
en una carta anterior a Ernest Jones, habló de “interés (Besetzung)". (Freud a
Jones, 20 de noviembre de 1908. En inglés, Freud Collection, D2, LC.) [En los
textos en castellano, suelen aparecer, siguiendo el ejemplo inglés, las voces
“catexis” y “catexia”; en otros casos, se emplean “carga”, “investidura” o “inves-
tición” (T.)].
La muerte contra la vida [519]
Freud mejor que todas las otras. Freud quedó impresionado. «Ha llegado el
primer volumen de la “Colección” —le escribió a Jones a fines de 1924—
¡Muy hermoso! ¡Y estimable!» Le preocupaba el hecho de que algunos de
sus artículos “anticuados” tal vez no fueran la mejor presentación del psi
coanálisis ante el público inglés, pero esperaba algo mejor para cuando
apareciera, unas pocas semanas más tarde, el segundo volumen, con sus
historiales. En todo caso, “veo que usted ha logrado su intención de con
solidar la literatura psicoanalítica en Inglaterra, y lo felicito por este resul
tado, que yo casi yá no me hubiera atrevido a esperar”. *237 Un año más
tarde acusó recibo del cuarto volumen con un sincero agradecimiento y su
escepticismo habitual: “No me sorprendería que el libro sólo llegara a
ejercer cierta influencia muy lentamente”. *238
Como de costumbre, se quejaba más de lo necesario. Esta aparición en
inglés de los escritos de Freud tuvo una importancia trascendental para la
difusión de las ideas psicoanalíticas: el conjunto de artículos quedó pronto
establecido como texto normativo para los analistas que no conocían el
alemán. Contema casi todos los trabajos breves de Freud publicados desde
mediados de la década de 1890 hasta mediados de la de 1920: los artículos
esenciales sobre la técnica, la polémica historia del movimiento psicoana-
lítico, todos los artículos publicados sobre metapsicología y psicoanálisis
aplicado, los cinco grandes historiales (Dora, el pequeño Hans, el Hombre
de las Ratas, Schreber, el Hombre de los Lobos). Dado que muchos ana
listas jóvenes de Inglaterra y los Estados Unidos no tenían talento para los
idiomas, o no estaban dispuestos a tomarse el trabajo de estudiar el ale
mán hasta dominarlo (como habían hecho Emest Jones, los Strachey y
Joan Riviere), traducir a Freud, y traducirlo bien, era una manera de forta
lecer los lazos de la familia psicoanalítica internacional.
Negó que estuviera considerando las opiniones de su hija como algo sagra
do e inmune a la crítica; de hecho, si alguien trataba de cerrarle a Melanie
Klein cualquier vía de expresión, él mismo se ocuparía de abrírsela. Pero
Klein y sus aliados eran realmente muy irritantes: llegaban a decir que, en
sus análisis, Arma Freud eludía por principio el complejo de Edipo. El
estaba empezando a preguntarse si aquellos ataques contra su hija no eran
en realidad ataques contra él mismo. *245
Sin embargo, en letras de imprenta era poco lo que Freud decía sobre
el tema; comentó brevemente las ideas de Klein sobre el sentimiento de
culpa y, con aprobación, su observación de que la severidad del superyó de
ningún modo es proporcional a la severidad con que se ha tratado al ni
ño. Esta discreción política presenta a Freud en el papel de anciano
estadista, de líder que está más allá de la batalla. El análisis de niños,
observó en una nota añadida a su Presentación autobiográfica en 1935,
había recibido un poderoso impulso a través de “la obra de Frau Melanie
Klein y de mi hija, Anna Freud”. Hubo kleinianos desde principios de
la década de 1930; esta orientación llegó a ejercer una influencia profunda
especialmente en Inglaterra, Argentina y algunos institutos analíticos nor
teamericanos. Pero Freud estaba concentrando su fuego sobre otros blan
cos, reservando sus energías para cuestiones candentes que a su juicio eran
las que más exigían su intervención: la controvertida definición de la
angustia, la disputa sobre el análisis lego, y la más turbadora de las cues
tiones: la sexualidad femenina. Participar activamente en los debates que
tales problemas estaban provocando era una manera de seguir vivo.
Diez
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había considerado correctas las dos terceras partes del libro de Rank, en ese
momento limitaba su aprobación a sólo una tercera parte de El trauma del
nacimiento. *30 No mucho después, ese más bien modesto término medio
incluso habría de parecerle excesivo.
2 Las actas de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York revelan que las expo
siciones de Rank fueron recibidas con seria atención y dieron lugar a animadas
discusiones. Encontró vehementes partidarios y también vehementes detractores.
(Véanse las minutas del 27 de mayo, el 30 de octubre y el 25 de noviembre de
1924, A.A. Brill Library, New York Psychoanalytic Institute).
Continentes negros [533]
una vía de escape”. *34 Pero Rank interpretó el ruego casi desesperado de
Freud como una crítica y una interrupción de la comunicación. “De no
haberlo sabido todo el tiempo —escribió en un borrador de respuesta— su
carta de hoy habría dejado claro, más allá de toda duda, que entendemos es
totalmente imposible”. *35No envió esa carta, pero refleja a la perfección
sus sentimientos agraviados. En ese punto, Freud era más conciliador que
Rank. En una larga carta escrita desde un lugar de descanso veraniego en
Semmering, enumeró importantes cuestiones sobre las cuales otros ana
listas, incluso Jung en su período psicoanalítico, habían disentido de él
sin caer en modo alguno en desgracia. No le bastaba con tener partidarios
que se limitaran a servirle de eco; Ferenczi, por cierto, “atribuye demasia
do valor, creo, a estar completamente de acuerdo conmigo. Yo no lo
hago”. Y le aseguró a Rank: “Mis sentimientos para con usted no se han
visto alterados por nada”. *36
Pero habían sido alterados, y profundamente. Ese optimismo veranie
go estrictamente limitado no duró; Freud estaba aproximándose a los sen
timientos contrarios a Rank propios de sus íntimos, decididos a cerrarle el
camino a la reconciliación. En septiembre, Eitingon escribió a Viena con
una acritud desacostumbrada: “Nuestro amigo Rank está realmente cabal
gando muy rápido”; a Eitingon le había ofendido el rumor de que existía
una “conspiración berlinesa” contra Rank. Y, en octubre, Anna Freud
se incorporó con firmeza al bando de los berlineses. “Anna escupe fuego
—le escribió Freud a Eitingon ese mismo mes— cuando se menciona el
nombre de Rank”. *3« Pero Freud todavía dudaba y envió mensajes contra
dictorios. Por una parte, no quería renunciar aún al Rank hombre. “Me
gustaría separar su persona del trauma del nacimiento”, le escribió a Abra
ham a mediados de octubre, un tanto ansiosamente. *3’ Por otro lado, unos
días más tarde, cuando Rank volvió a Viena y enseguida le pidió a Freud
una entrevista cuando tuviera un momento libre en su agenda, Freud pen
só en la reunión con considerable recelo. “No albergo ilusiones —le escri
bió a Jones— sobre el resultado de esta entrevista”. *40 Su falta de cohe
rencia daba la medida de su zozobra.
A los vieneses, el nuevo Rank les resultó muy desconcertante. “No
podemos explicar su conducta con respecto a nosotros —le informó Freud
a Jones en noviembre— pero lo seguro es que a todos nos ha dejado a un
lado con gran facilidad y que se prepara para una nueva existencia, inde
pendiente de nosotros”. Con tal fin, agregó, aparentemente Rank creyó
necesario afirmar que Freud, para empezar, lo había tratado mal. “Al seña
lársele sus propias e inamistosas afirmaciones, las descartó como chismes
e invenciones”. Entonces a Freud le pareció poco sincero, en modo alguno
creíble. “Lamento mucho que usted, querido Jones, haya estado finalmente
en lo cierto hasta tal punto”. *41 Antes ya había tenido que escribir una
carta de este tipo a Abraham.
De regreso en Viena, todavía embriagado por sus recientes triunfos en
[534] Revisiones: 1915-1939
los Estados Unidos, Rank renunció a sus diversos puestos oficiales; ape
nas llegó, se puso a pensar en otro viaje a ultramar, de nuevo a América.
Su inquietud era comprensible: sus adversarios habían logrado capturar a
su último aliado, Ferenczi. “No me ha sorprendido —le escribió Emest
Jones a su ‘querido Kart’ Abraham a mediados de noviembre— que Sandor
haya demostrado ser completamente leal”. Eso, comentó, era lo que “se
podía esperar de él, pues siempre ha sido cuando menos un caballero”. *42
Pero Rank, deprimido y culpable, era la irresolución misma. En noviem
bre su esposa lo acompañó a la estación ferroviaria, pues se iba de viaje a
los Estados Unidos, sólo para que apareciera de nuevo en su casa un poco
después. “Corre de un lado al otro con una terrible mala conciencia” —así
le resumió Freud la situación de Rank a Lou Andreas-Salomé—, con “un
rostro sumamente desdichado, aturdido”; daba “la impresión de alguien que
ha recibido una paliza”. *« Como solía hacer habitualmente ante tales
contratiempos, Freud negó con firmeza que él tuviera alguna responsabili
dad. Se mantenía tan tranquilo con respecto a la deserción de Rank
—observó—, no sólo porque se estaba volviendo viejo e indiferente, sino
también porque en este sentido no podía reprocharse la menor falta.
Rank se sentía mucho más agitado. A fines de noviembre, partió hacia
América de nuevo, llegó a París, y volvió a Viena una vez más. A media
dos de diciembre, atrapado en una crisis mental, desgarrado entre las anti
guas alianzas y las nuevas oportunidades, consultaba a Freud con mucha
frecuencia.
El 20 de diciembre, en una sorprendente circular, le describió a sus
colegas el estado en que se encontraba. Contrito, disculpándose, humillán
dose, en ese momento podía reconocer —le decía al Comité— que su con
ducta había sido neurótica, gobernada por conflictos inconscientes. Eviden
temente, había experimentado el cáncer “del Profesor” como un trauma, y
les había fallado tanto a él como a sus amigos. Al anatomizar sus afliccio
nes, volvió a la teoría psicoanalítica tradicional y analizó su estado mental
en los términos freudianos más ortodoxos: había estado “actuando” el com
plejo de Edipo, y además el complejo fraterno. *45 Entre los destinatarios de
su confesión psicoanalítica, Emest Jones, para empezar, no quedó conven
cido ni apaciguado. “Honestamente no tengo nada contra Rank —le escri
bió confidencialmente a Abraham a fines de diciembre— manifestando que
lo hacía feliz el hecho de ver a Rank “consiguiendo que vuelvan a compren
derle”. Pero no estaba dispuesto a tener en cuenta esa comprensión “inte
lectual”. En síntesis, admitía Jones, “desconfío profundamente de Rank”.
Sería pura ceguera pasar por alto su anterior conducta neurótica, y confiar
en una recuperación completa del antiguo Rank. “El principio de realidad
encuentra modos de vengarse del principio de placer, un poco antes o un
poco después”. Por lo tanto, resultaba esencial no permitir que volviera a
ocupar sus posiciones de responsabilidad. *46
Por su parte, Freud era menos exigente, y dio la bienvenida a la
Continentes negros [535]
modo más áspero que la descripción que el doctor hacía de sí mismo como psico
analista le había sorprendido: “Sólo sé de usted que ha sido un entusiasta de
Rank, y que en una conversación con usted no logré convencerle de que un traba
jo de unos pocos meses con Rank no tiene nada que ver con el análisis en el sen
tido que le damos nosotros, ni de que R. ha dejado de ser analista. Si desde
entonces usted no ha sufrido una transformación completa, yo también tendría
que discutir su propio derecho a ese título”. (Freud a Frankwood Williams, 22 de
diciembre de 1929, ejemplar mecanografiado, Freud Museum, Londres.)
Continentes negros [541]
incluso más fértiles). Pero esas observaciones dieron mucho trabajo a sus
partidarios, durante la vida del maestro y más tarde, pues las páginas de
Freud sobre las defensas son poco más que sugerencias rápidamente bos
quejadas de grandes posibilidades teóricas. En 1926 Freud dejó perfecta
mente claro que la angustia y la defensa tienen mucho en común. Si la
angustia es el centinela que hace sonar la alarma, las defensas son las tro
pas movilizadas para detener al invasor. Las maniobras defensivas pueden
ser mucho más difíciles de detectar que la angustia, pues actúan casi total
mente bajo la cubierta protectora y apenas penetrable de lo inconsciente.
Pero, lo mismo que la angustia, las defensas están situadas en el yo;
como la angustia, son modos de control demasiado humanos, demasiado
falibles, e indispensables. En realidad, una de las cosas más importantes
que hay que decir sobre las defensas es que, aunque empiecen siendo sier-
vas de la adaptación, pueden convertirse para ésta en obstáculos intransi
gentes.
Freud reconoció que había descuidado durante mucho tiempo la cues
tión de cómo exactamente el yo se defiende de sus tres adversarios: el ello,
el superyó y el mundo. «En relación con el examen del problema de la
angustia —escribió con algo de arrepentimiento— he vuelto a un concep
to o (para decirlo con más modestia) una expresión que sólo empleé al
principio de mis estudios, hace treinta años, para abandonarla más tarde.
Estoy hablando del “proceso defensivo”. Después reemplacé esta expresión
por la palabra “represión”, pero la “relación entre una y otra quedó sin
definir”». Esto no aclaraba casi nada. En realidad, Freud diferenció primero
con claridad diversos mecanismos de defensa, y después confundió todo el
planteamiento al emplear uno de sus conceptos psicoanalíticos preferidos,
el de represión, para caracterizar y designar tanto la técnica mental de
negarle a ciertas ideas el acceso a la conciencia como todos los otros
modos de rechazar las excitaciones desagradables. Estaba dispuesto a corre
gir esa imprecisión volviendo al «antiguo concepto de “defensa”», como
“designación general de todas las técnicas” que emplea el yo en los con
flictos capaces de provocar la neurosis, «mientras que “represión” sigue
siendo el nombre de uno de los métodos de defensa». *81
Los beneficios de la reactivación que realizó Freud de sus primeras
formulaciones fueron sorprendentes. La represión conservaba su estatus
privilegiado entre las estratagemas de defensa, y también su lugar históri
co en la teoría psicoanalítica. Pero, si bien casi todas las tácticas defensi
vas imitan a la represión en el designio de impedir el acceso a la concien
cia de cierto material psicológico, por otra parte tienen recursos propios.
A algunos de ellos Freud los había descrito en trabajos anteriores y en sus
historiales. El yo puede defenderse de impulsos instintuales inaceptables
mediante la regresión a una fase anterior de la intergración mental en la
que tales impulsos son enmascarados y desarmados. El neurótico puede
tratar de escapar de sus sentimientos hostiles y destructivos dirigidos con
Continentes negros [545]
Freud lucho por Reik como habría luchado por sí mismo. “No pre
tendo —le escribió a Paul Fedem en marzo de 1926, cuando el debate
sobre el análisis lego sacudía a la Sociedad Psicoanalítica de Viena— que
los miembros compartan mis opiniones, pero las defenderé en público, en
privado y en los tribunales”. Después de todo, agregó, “la lucha por el
análisis lego tendrá que librarse de un momento a otro. Mejor ahora que
más tarde. Mientras viva, yo me rebelaré contra el hecho de que la medici
na se trague al psicoanálisis”. *87 En realidad, Freud estaba luchando por
su propia causa: si bien los afanes de Reik ante los tribunales de Viena en
aquel momento impulsaban a Freud a comprometerse en letras de imprenta
en la defensa del análisis lego, su interés por el problema databa de anti
guo. Freud tenía conciencia de que, de manera más o menos indirecta, era
responsable de las dificultades que afrontaba Reik, y ello debió de intensi
ficar su vehemencia y su tenacidad.
Los dos hombres se conocieron en 1911, después de que el maestro
leyera la tesis doctoral de Reik sobre el extraño relato de Flaubert titulado
La tentación de San Antonio. Reik nunca olvidó ese primer encuentro.
“Yo estaba en lucha con mis profesores”, que desaprobaban que un estu
diante de literatura y psicología escribiera una tesis siguiendo directrices
freudianas. Una fortuita observación despectiva de uno de sus profesores de
psicología llevó a Reik a leer la Psicopatología de la vida cotidiana, y a
continuación devoró cuanto texto de Freud cayó en sus manos, como
había echo Otto Rank unos años antes. Le envió a Freud el manuscrito de
su tesis, y éste, intrigado, le invitó a que lo visitara. Al subir por las esca
leras de Berggasse 19 —recordó Reik muchos años más tarde— “me sentía
como una jovencita que acude a una cita, tan fuerte latía mi corazón”.
Después entró en el consultorio, donde Freud trabajaba “rodeado por las
estatuillas egipcias y etruscas que tanto amaba”. Resultó que “conocía el
libro de Flaubert mucho mejor que yo, y lo discutimos detenidamente”. *88
Pronto empezaron a considerar cuestiones más importantes. Reik pro
yectaba inscribirse en la facultad de medicina, pero Freud “dijo que no, que
él tenía otros planes para mí. Me recomendó dedicar mi vida al psicoanáli
sis y a la investigación psicoanalítica”. *8’ Como sabemos, Freud sembra
ba un tanto discrecionalmente ese tipo de consejos. Pero con Reik no se
[548] Revisiones: 1915-1939
Freud advirtió por primera vez los riesgos que corrían quienes no
eran médicos en la práctica analítica unos trece años antes, en 1895, en su
famoso sueño de la inyección de Irma. Había soñado que Irma, paciente
suya, podría estar padeciendo una enfermedad orgánica que él había diag
nosticado como —o más bien confundido con— un síntoma psicológico.
Ese era el peligro que quienes se oponían al análisis lego repetidamente
citaban como unas de sus principales preocupaciones. Pero Freud pensaba
que se trataba de un problema que podía controlarse. En 1913, en unas
notas preliminares a un libro de Pfister, siguió con su ofensiva, negando
llanamente que los terapeutas psicoanalíticos necesitaran formación médi
ca. Por el contrario, “la práctica del psicoanálisis tiene mucho menos
necesidad de estudios médicos que de una formación en psicología y de una
clara comprensión humana. La mayoría de los médicos —agregó un tanto
maliciosamente— no están dotados para el trabajo del psicoanálisis”, y
por lo general han fracasado tristemente al intentarlo. *92 En consecuencia,
era natural que algunos de los más destacados partidarios de Freud —de
Otto Rank a Hanns Sachs, de Lou Andreas-Salomé a Melanie Klein, y por
supuesto la psicoanalista de su propia casa, su hija Anna— no fueran
médicos. Además, jóvenes de talento reclutados para la causa eran compa
ñeros de camino (profesores de literatura como Ella Freeman Sharpe, peda
gogos como August Aichhom, historiadores del arte como Emst Kris) y
demostraban ser clínicos competentes y teóricos imaginativos. Sus prime
ros textos dejan bien claro que la defensa que Freud hacía de los analistas
legos no era consecuencia de una necesidad circunstancial de proteger a
Continentes negros [549]
alguno de ellos; sino que era un efecto natural de lo que él percibía como
la naturaleza esencial del psicoanálisis. Freud ya había apostado fuerte
mente por el análisis lego años antes de que Theodor Reik entrara en con
flicto con la legislación austríaca.
que aparecían en los periódicos, detractores como Potter que con sus opi
niones endurecían la resistencia de un público más amplio.
En consecuencia, a mediados de la década de 1920, los analistas de
Francia, Inglaterra y, más vehementemente, Estados Unidos, refunfuñaban
que demasiados advenedizos que se llamaban a sí mismos terapeutas esta
ban tratando de aprovecharse de —y conseguían subvertir— el prestigio ya
alcanzado por el psicoanálisis, fuera éste el que fuere. Según un importan
te psicoanalista norteamericano, Smith Ely Jelliffe, le escribió a Emest
Jones en 1927, «los muchos “cultos”» como “la Ciencia Cristiana, la
curación mental, el'coueísmo y otros aspectos innumerables de las prácti
cas pseudomédicas”, nunca habrían llegado a ser tan importantes «si el
“doctor” hubiera estado en su puesto». *10i Fueran quienes fueren los res
ponsables de ese estrepitoso caos, los verdaderos psicoanalistas tenían que
distanciarse decisivamente de todos los charlatanes. Los “discípulos”
extranjeros de Freud, al volver a sus países de origen para ejercer la profe
sión, estaban empezando a reflexionar sobre las recompensas de la respeta
bilidad y a constituir establishments profesionales para salvaguardarlas.
En esa empresa, era probable que los analistas legos aparecieran como
intrusos que contribuían a crear confusión y problemas.
Freud tenia otras ideas. Precisamente porque era médico, podía per
mitirse hablar sin ningún interés personal en defensa de los legos bien
adiestrados. Orquestó, en consecuencia, una valerosa campaña, pero sus
victorias fueron esporádicas y limitadas. La disputa se hizo más intensa;
generó debates inconclusos en los periódicos psicoanalíticos y resolucio
nes contemporizadoras en los congresos de psicoanalistas durante toda la
década de 1920, y más allá. Los institutos del mundo occidental realizaban
prácticas diversas, pero la mayoría empezó a exigir un título de médico
como prerrequisito para la admisión, o bien añadió a la formación de legos
molestas restricciones. Sobre esta cuestión (según muchos, sólo sobre
esta cuestión) los analistas, que deificaban a Freud y apelaban a sus escri
tos como si fueran las sagradas escrituras, hicieron oídos sordos a sus
deseos y se arriesgaron a provocar su disgusto. A.A. Brill dijo lo que pen
saban muchos de esos leales puntillosos cuando escribió en 1927 que:
“Hace mucho, mucho tiempo aprendí a aceptar lo que el maestro ofrece
incluso antes de quedar convencido de que las cosas son así en función de
mis propios conocimientos, pues la experiencia me ha enseñado que cada
vez que un enunciado [de Freud] me parece poco creíble o incorrecto, pron
to descubro que estoy equivocado; era mi propia falta de experiencia lo que
provocaba la duda. Sin embargo, durante muchos años he tratado con
empeño de estar de acuerdo con el maestro acerca de la cuestión del análi
sis lego, pero no he podido aceptar su punto de vista”. En la defensa de su
concepción, el “maestro” había sido “brillante” pero en última instancia
poco convincente. *102
[552] Revisiones: 1915-1939
8 Como había estado haciendo durante algunos años, Anna Freud representó a
su padre en este encuentro internacional. Freud le aconsejó que no tomara dema
siado en serio a Ernest Jones, ni a “todo el congreso”. “Considera Oxford una
aventura interesante, y de todos modos, alégrate de no haberte casado con
Jones”. (Freud a Anna Freud, 25 de julio de 1929, Freud Collection, LC.) A juzgar
por las notas animadas y humorísticas que envió, le hizo caso a su padre. “Más
tradición que confort”, telegrafió el 27 de julio. “¡Mantengan el rumbo!” (Freud
Collection, LC). Dos días más tarde, después de leer un trabajo, envió un segundo
telegrama: “Lectura muy bien acogida. La familia bien. Buen ánimo”. (Ibíd.) Sin
duda, contribuía a su jovalidad el hecho de pensar que no se había casado con
Jones.
[558] Revisiones: 1915-1939
Sin embargo, los escritos de Freud sobre las mujeres constituyen una
demostración más de lo sobredeterminadas que estaban sus ideas: en su
mente interactuaban libremente las fantasías inconscientes, los compromi
sos culturales y la teorización psicoanalítica. Desde los primeros días de su
vida (para empezar con las fantasías) Freud había estado rodeado de mujeres.
Su madre —joven, hermosa y dominadora— influyó en él más de lo que
suponía. La niñera católica desempeñó una parte un tanto misteriosa,
abruptamente interrumpida pero indeleble, en su vida afectiva infantil. Su
sobrina Pauline (de aproximadamente su misma edad) había sido el primer
blanco de su joven agresividad erótica. Sus cinco hermanas menores llega
ron en rápida sucesión (la última, también llamada Pauline, nació cuando
él no tenía aún ocho años), privándolo de la atención exclusiva de la que
había disfrutado como hijo único, y presentándose como competidoras ino-
[560] Revisiones: 1915-1939
9 Debería agregar que Adler, que habló inmediatamente antes de Freud, abogó
por la admisión de “médicos femeninos y mujeres seriamente interesadas que
deseen colaborar”. (13 de abril de 1910, Protokolle, II, 440.) El primer miembro
de sexo femenino fue la doctora Margarete Hilferding, cuyo ingreso se aprobó el
27 de abril de 1910, por 12 votos contra 2. (Véase ibíd., II, 461.)
Continentes negros [561]
analista, estaba diciendo Freud, tenía más éxito realizando el trabajo para el
que la había dotado la biología: el de madre.
11 Max Schur formula la hipótesis que yo estoy planteando con la debida cau
tela. “En conjunto —le escribió a Emest Jones— hay muchas pruebas de compli
cadas relaciones pregenitales mantenidas con su madre que tal vez nunca analizó
por completo”. (Schur a Jones, 6 de octubre de 1955, Papeles de Jones, Archivos
de la British Psycho-Anaytical Society, Londres.)
Continentes negros [563]
hostilidad hacia el padre. Agregó con prudencia que no había que precipi
tarse al extraer conclusiones sobre ese punto oscuro, y que lo sensato era
esperar el estudio adicional del desarrollo preedípico. *149 Pero esta reserva
no debería oscurecer la afirmación que la sugerencia supone, no sólo con
respecto a la vida afectiva de los otros, sino también en relación con la
suya propia.
En el artículo sobre la feminidad publicado dos años antes, Freud dejó
entrever una no menos interesante idea acerca de su vida interior. Al esbo
zar las razones por las que la niña pequeña se vuelve contra la madre y se
inclina hacia el padre, por fuerte que haya sido su primer afecto, sostuvo
que dicho cambio no representaba simplemente la sustitución de un proge
nitor por el otro, sino que se ve acompañado de hostilidad, incluso de
odio. La más significativa queja de la niña “contra la madre se dispara al
aparecer el siguiente hijo en la habitación de los niños”. Ese rival priva al
primogénito del alimento adecuado y, “resulta extraño decirlo, incluso con
una diferencia de edades de sólo once meses, el niño nunca es demasiado
pequeño como para advertir las circunstancias”. *150 Esto se aproxima a la
situación vivida por el propio Freud: solo diecisiete meses lo separaban de
su hermano menor Julius, a cuya llegada había reaccionado con furia y
perversos deseos de muerte. *131
“Pero el niño —continúa Freud— le envidia al indeseado intruso y
rival no sólo que mame, sino igualmente otras pruebas del cuidado mater
nal. Se siente destronado, despojado, perjudicado en sus derechos; destina
un odio celoso al hermanito y desarrolla un gran resentimiento contra la
madre desleal, lo cual muy a menudo encuentra su expresión en un desa
gradable cambio de su conducta”. Se vuelve irritable, desobediente, y efec
túa una regresión en su control de esfínteres. Todo esto, observa Freud, es
demasiado conocido. “Pero pocas veces tenemos una percepción correcta
de la fuerza de esos impulsos celosos, de la tenacidad con la que persisten,
o de la magnitud de su influencia en el desarrollo ulterior”. Esto es tanto
más cierto cuanto que “en años posteriores de la infancia, estos celos son
constantemente alimentados por cada nuevo hermanito, y se repite todo el
shock. Tampoco determina una gran diferencia —concluye— el hecho de
que el niño siga siendo el preferido de su madre; la demanda de amor del
niño es inmoderada, exige exclusividad, no acepta compartir”. Freud
decía estar hablando de las niñas, pero su retrato se parece sospechosamen
te a un autorretrato. “¿Acaso, en sus cartas a la novia, no se describió
como celoso, exclusivista, incapaz de tolerar competidores? De modo que
aparentemente había buenas razones para que a Freud el tema de la mujer
le resultara un tanto misterioso, incluso un poco amenazante.
Freud era un perfecto caballero del siglo XIX en su estilo ético, social e
indumentario. Nunca adaptó sus anticuadas maneras a la nueva época, ni
sus ideales igualmente arcaicos, sus modos de hablar y escribir, sus trajes,
ni siquiera (en gran medida) su ortografía. Le disgustaban la radio y el
teléfono. Consideraba absurdo discutir sobre cuestiones morales, puesto
que, después de todo, pensaba, lo que es decente o indecente, lo correcto o
incorrecto, resulta perfectamente obvio. En síntesis, nunca dudó de su
adhesión a una época que estaba convirtiéndose en historia ante sus pro
pios ojos. Sus cartas y memorandos a Fliess, y sus historiales de la déca
da de 1890, proporcionan un pequeño catálogo de convicciones tradiciona
les —ahora las llamamos prejuicios— sobre las mujeres. Es deber del
esposo ahorrar a su mujer detalles sexuales explícitos, aunque vengan
expresados en términos médicos.13 *153 Una mujer inteligente e indepen
diente merece ser elogiada porque en ese sentido es prácticamente tan bue
na como un hombre. *154 La mujer es por naturaleza sexualmente pasiva.
*1« Al mismo tiempo, podía cuestionar esos lugares comunes, recono
ciendo que gran parte de la pasividad erótica de las mujeres no era natural,
sino impuesta por la sociedad. *>56 Freud percibía la fuerza de la antigua
teoría (tan vieja como Defoe, Diderot y Stendhal) acerca de que cualquier
deficiencia mental que pudiera descubrirse en las mujeres era consecuencia,
no de su acervo natural sino de la represión cultural.
Estas y otras ideas sobre las mujeres, que coexistían con incomodidad,
y a veces contradiciéndose entre sí, incorporaron a su pensamiento, a lo
largo de los años, los demonios de la creencia en la superiodidad masculi
na que formaba el telón de fondo de su mente. En 1907 pudo afirmar en
“Gradiva” que, en el amor, el papel del hombre es inevitablemente el de
un agresor. *153 Una docena de años más tarde le pidió a Ferenczi que le
hiciera llegar una carta a una dama de Budapest que le había escrito a él
poco tiempo antes “pero, como auténtica mujer (Frauenzimmer)”, había
“omitido poner su dirección, algo que los hombres nunca dejan de ha
cer”. *‘58 La pequeña diferencia entre los sexos era muy importante para él:
escribiéndole a Emest Jones sobre Joan Riviere, a quien admiraba, comen
tó: “Según mi experiencia, no hay que rascar muy profundamente la piel
de una llamada mujer masculina para sacar a la luz su feminidad”. *™> las
actitudes de Freud con respecto a las mujeres formaban parte de influencias
culturales más amplias, de su estilo Victoriano. 14
Ese estilo nunca fue monolítico. En el uso que se le da habitualmen
te, el adjetivo global “Victoriano” es poco más que un cliché cómodo, a
manifiesto una voluntad propia”. *163 En los tiempos de Freud, las muje
res austríacas eran mucho más que eso, pero Zweig, con su talento para la
hipérbole y las antítesis sorprendentes, captó una hebra singular de la
enmarañada trama de presiones y contrapresiones.
Una de estas contrapresiones era la que ejercían las bien organizadas
mujeres socialistas austríacas, que no tenían tiempo ni inclinaciones para
el tipo de juego erótico, a la vez frívolo y degradante, que inspiraba a los
argumentistas y libretistas de operetas vienesas. Otra provenía de cierto
número de mujeres de la alta burguesía y aristócratas liberales, muchas de
ellas judías, que tenían una educación sólida, a menudo adquirida en el
extranjero, y presidían salones literarios en los que estaban mal vistas las
trivialidades. No todos los literatos vieneses pasaban su tiempo libre en
cotos masculinos como el club o ciertos cafés de moda. Una reformadora
educacional como Eugenie Schwarzwald, que obtuvo su doctorado en
Zurich y después, en 1901, fundó la mejor y más conocida escuela mixta
de Viena, era sin duda excepcional por su dedicación y energía. Pero ejem
plificaba las posibilidades a las que tenían acceso las mujeres, incluso las
mujeres judías, en la época en que Freud estaba empezando a ser conocido
por sus escritos psicoanalíticos. En 1913, una delegada inglesa que se diri
gía al Congreso Internacional de Mujeres de Budapest, una cierta Mrs. de
Castro, se detuvo en Viena para asistir a una reunión preliminar, e infor
mó sobre la eficacia y el entusiasmo de las feministas que conoció allí.
“Me sorprendió el hecho —escribió— de que tantos de los espíritus líderes
del movimiento vienés fueran mujeres judías. En Viena hay un elemento
judío muy vasto y rico, y ellas parecen partidarias muy entusiastas”. *164
Freud, en síntesis, disponía de varios modelos distintos de mujer. No
acudía a los salones, pero en su propio círculo podía asistir a animadas
discusiones sobre la esfera propia de la mujer. Eminentes profesores de
medicina como Karl Rokitansky y Theodor Billroth se habían pronunciado
contra las exigencias de las feministas a propósito de una escolaridad
secundaria más digna para la mujer, temerosos de que el paso siguiente del
programa fuera la lucha por el acceso a la universidad. Por otro lado,
Theodor Gomperz, el no menos eminente clasicista, se declaraba en favor
de una mejor educación para las mujeres. A Freud no le interesaban las
mujeres tontas que Stefan Zweig caracterizó vividamente, y hallaba placer
en la conversación y la correspondencia con algunas de las más cultivadas
mujeres de su época. En una conferencia pronunciada ante los hermanos de
la B’nai B’rith en 1904, cuestionó explícitamente la conocida afirmación
de Paul Julius Moebius en torno a que las mujeres son “fisiológicamente
débiles mentales”; cuatro años más tarde, reiteró su objeción a Moe
bius en letras de imprenta. El calificativo permaneció alojado en su
mente: en 1927 le pareció útil distanciarse explícitamente de la opinión
“general” según la cual las mujeres padecen una «“debilidad mental fisio
lógica”, es decir [que tienen] menos inteligencia que los hombres. El
[570] Revisiones: 1915-1939
humano y de las clases de trabajo mental que ésta implica para cada sexo.
Al principio, el desarrollo de niños y niñas es idéntico; a Freud no le con
vencía la idea popular acerca de que los niños pequeños muestran agresivi
dad, y las niñas, sumisión. Por el contrario, los niños son a menudo pasi
vos, y las niñas activas, en sus aventuras eróticas infantiles. Estas
historias sexuales brindaban un fuerte apoyo a la tesis freudiana de la bise-
xualidad, a la idea de que cada sexo presenta algunas de las características
del otro.
Pero entonces —continúa Freud— sucede algo. Tal vez a la edad de
tres años, o un poco antes, las niñas deben afrontar una tarea que a los
niños les es felizmente ahorrada, y con la que la superioridad masculina
empieza a afirmarse. Todos los bebés y niños que gatean, de uno y otro
sexo, empiezan por experimentar el más profundo apego a la madre, fuen
te de vida, alimento, cuidado y ternura. El poder de la madre sobre el bebé
es ilimitado en una etapa en la que la participación del padre es abstracta,
relativamente remota. Pero a medida que el bebé va convirtiéndose en
niño, el padre asume un rol cada vez más prominente en su experiencia
cotidiana y en su imaginación, y al final los modos en que niños y niñas
se enfrentan a él divergen decisivamente. La vida del niño se vuelve tem
pestuosa cuando descubre que el padre es un poderoso rival con respecto
al afecto y la atención de la madre; siente como si lo hubieran expulsado
del paraíso. Pero la niña tiene que realizar un trabajo psicológico mucho
más difícil: su madre puede seguir siendo el amor de su vida, incluso aun
que las duras realidades del complejo familiar impongan a su anhelo un
recorte drástico; pero, como hemos visto, la niña se siente obligada a
transferir al padre su principal apego erótico, y a controlar momentos
traumáticos que dejan en su mente depósitos duraderos, a menudo perjudi
ciales.
El sufrimiento de la niña —sostiene Freud— comienza con la envidia
del pene. Al descubrir que ella no tiene pene, que sus genitales son invisi
bles y que no puede orinar de modo tan impresionante como los varones,
desarrolla sentimientos de inferioridad y una capacidad para experimentar
celos que sobrepasa en mucho a la de sus hermanos o la de sus amigos del
otro sexo. Los niños, desde luego, también deben luchar con revelaciones
desalentadoras: al ver los genitales de una niña, experimentan angustia de
castración. Lo que es peor, el padre, mucho más poderoso que el niño, o
la madre, al sorprenderlo masturbándose, puede haberlo amenazado con
cortarle el pene. Después de todo, incluso una pareja moderna, liberal,
orientada psicoanalíticamente como la de los padres del pequeño Hans, no
vaciló en amenazar al hijo con llamar al médico para que le cortara el pito
si él se lo manoseaba. Pero también la niña debe afrontar no el miedo,
sino la realidad de su condición “mutilada”. Freud no consideraba que la
angustia de castración, exclusiva del niño, fuera un privilegio particular
mente envidiable, pero le parecía que tener miedo de perder lo que uno tie
[576] Revisiones: 1915-1939
utilizar las piedras de una casa demolida, el niño incorpora restos fragmen
tarios del complejo en su yo, y con ellos construye su superyó. Pero la
niña no dispone de estos bloques constructivos. Freud suponía (esquemati
zando radicalmente la cuestión) que llegaba a dar forma a su superyó
uniendo retazos de las experiencias de su educación y el miedo a perder el
amor de los progenitores. Esto está lejos de ser convincente. Después de
todo, el niño, para reprimir su complejo de Edipo, toma fuerza de su
padre, actuando bajo “la influencia de la autoridad, la enseñanza religiosa,
la educación, la lectura”. *i88 Influencias de este tipo, tal como demuestra
la observación clínica y general, operan sobre la niña de la misma manera.
El lamento de Freud por el superyó de la mujer no era tan ilógico como
parcial: en la medida en que la teoría psicoanalítica reconoce el efecto de
fuerzas extemas en la constitución de la mente, puede acoger la idea de un
superyó muy severo, incluso persecutorio, en las mujeres no menos que
en los hombres. También la cultura es destino.
La naturaleza humana
en acción
Contra las ilusiones
El porvenir de una ilusión era un libro que tenía que escribir. “No sé si
usted ha adivinado el vínculo secreto entre ¿Pueden los legos...? y El
porvenir —le escribió a Pfister, hasta cierto punto sin demasiado tacto—.
Con el primero, quiero proteger al psicoanálisis de los médicos; con el
segundo, de los sacerdotes”. *12 Pero la prehistoria de su Ilusión llegaba
mucho más lejos y era mucho más íntima que todo eso. Décadas de ateís
mo convencido y de pensamiento psicoanalítico sobre la religión lo habí
an preparado para todo esto. Desde sus días de colegial había sido un cohe
rente ateo militante, que se mofaba de Dios y la religión, sin excluir el
Dios y la religión de su familia. “Para los oscuros caminos de Dios —lo
había dicho a su amigo Eduard Silberstein en el verano de 1873, a los die
cisiete años— nadie ha inventado todavía una linterna”. *13 A juicio de
Freud, la oscuridad no hacía que la deidad fuera más atractiva ni plausible.
Cuando comunicó a Silberstein que era injusto reprocharle a la religión
que fuera metafísica y que los sentidos no pudieran ratificarla (pues “la
religión se dirige exclusivamente a los sentidos”) no estaba formulando un
pensamiento serio, sino haciendo una broma culinaria: “Ni siquiera el
negador de Dios que tiene la suerte de pertenecer a una familia tolerable
mente piadosa puede negar el placer que le produce llevarse a la boca un
manjar de Año Nuevo. Se podría decir que la religión, moderadamente
consumida, estimula la digestión, pero en exceso la perjudica”. *14
Ese era el tono irreverente con el que Freud se sentía más cómodo.
Como sabemos, durante algunos meses, en la universidad, bajo la
influencia de su admirado profesor de filosofía Franz Brentano, había
jugado con la idea del teísmo filosófico. Pero su verdadera disposición,
tal como se la describió a su amigo Silberstein, era la de “un estudiante
de medicina ateo”. *15 Nunca cambió. “Ni en mi vida privada ni en mis
escritos —así resumió su carrera de ateo el año antes de morir— he man
tenido nunca en secreto que soy un incrédulo total”. *16 Durante toda su
vida pensó que lo que había que explicar no era el ateísmo sino las creen
cias religiosas.
Como psicoanalista, empezó a hacerlo. Entre algunas notas que escri
bió para su uso personal en 1905 hay una entrada concisa y sugerente: “La
religión como neurosis ob[sesiva] - Religión privada”. *17 Dos años más
tarde, materializó su idea germinal en un primer artículo exploratorio:
“Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, un elegante y atractivo inten
to de uncir al mismo yugo la religión y la neurosis. Había descubierto
semejanzas ostensibles entre las “ceremonias” y los “rituales” tan necesa
rios para el neurótico obsesivo, por un lado, y por el otro las observancias
que son un ingrediente esencial de toda fe religiosa. Ambos conjuntos de
prácticas, las neuróticas y las religiosas —sostuvo— suponen la renuncia
a los propios impulsos; ambos operan como medidas defensivas, de auto-
protección. “En vista de estas correspondencias y analogías, uno podría
aventurarse a considerar la neurosis obsesiva como equivalente patológico
La naturaleza HUMANA EN ACCION [5 87]
tenían sus deseos y reprimían sus impulsos naturales. Esa palabra des
pectiva, Gesindel, aparece con frecuencia en la pluma de Freud.4 Pero aun
que despreciaba con soberbia a las masas, Freud no era un admirador ciego
del orden social existente. Le parecía natural que los pobres e indigentes
odiaran y envidiaran a quienes tenían que sacrificarse mucho menos; no
podía esperarse que los primeros internalizaran las prohibiciones sociales.
“Innecesario es decir que una cultura que deja insatisfechos a un número
tan grande de sus miembros, empujándolos a la rebelión, no tiene perspec
tivas de mantenerse, ni las merece”. Pero, justa o injusta, la cultura
debe recurrir a la coerción para dar vigencia a sus reglas.
Con todos sus evidentes defectos, agrega Freud, la cultura ha aprendi
do perfectamente a realizar su tarea principal, que es defender al hombre de
la naturaleza. Incluso podría hacerlo mejor en el futuro. Pero esto no sig
nifica que “la naturaleza ya está conquistada”. Lejos de ello, Freud presenta
un alarmante inventario de fuerzas naturales que acosan al hombre: terre
motos, diluvios, tormentas, enfermedades y (con esta mención Freud se
aproximaba a una perentoria preocupación personal) “el doloroso enigma
de la muerte, contra el que hasta ahora no se ha encontrado ninguna hierba
medicinal, y probablemente no se a encontrará nunca. Con todas estas
fuerzas, la naturaleza se levanta contra nosotros, magnífica, cruel, impla
cable”. La Naturaleza vengativa, enemiga inmisericorde e inconquistable,
portadora de muerte, es una diosa muy distinta de la Madre Naturaleza aco
gedora, amistosa, erótica que (recordaba Freud), cuando era joven, con toda
la vida por delante, lo había inducido a estudiar medicina.5 No sorprende
que concluyera con una inequívoca nota personal: “tanto para la humani
6 Desde luego, Freud sabía que hay muchos tipos diferentes de religiones, y
actitudes divergentes con respecto a las creencias dentro de cada cultura, y que a
través de las épocas han existido evoluciones claras y drásticas del pensamiento
y el sentimiento religiosos. En El porvenir de una ilusión hablaba principalmen
te de la religión del hombre común moderno, y remitía a los lectores a su Tótem
y tabú, donde encontrarían una descripción sumaria de algunas de estas evolucio
nes del pensamiento.
7 En La interpretación de los sueños ya había dicho llanamente que toda “la
complicada actividad mental” implicada en la búsqueda de satisfacción “representa
solamente una huida de la realización de deseos exigido por la experiencia. Des
pués de todo, el pensamiento no es más que un sustituto del deseo alucinatorio”.
(GW, II-III, 572/SE V, 567).
[592] Revisiones: 1915-1939
8 Lo mejor que Freud podía decir de la religión era que domestica al individuo
y lo rescata de la soledad. Según escribió en su historial del Hombre de los
Lobos: “Podemos decir que en este caso la religión ha logrado todo aquello para
lo cual se introduce en la educación del individuo. Domesticó sus impulsos sexua
les ofreciéndoles una sublimación y un ancla firme; debilitó sus conexiones fami
liares y, con ello, previno un amenazante aislamiento, al abrirlo a una conexión
con la gran comunidad humana. El niño salvaje, intimidado, se convirtió en
sociable, de buenos modales, y educado”. (“Wolfsmann”, GW XII, 150 / “Wolf
Man”, SE XVII, 114-115).
[594] Revisiones: 1915-1939
ilusiones de los delirios. Con idéntica sinceridad, podía señalar que a veces
las ilusiones se convierten en realidad. Pero a medida que se internaba con
mayor ardor en su investigación sobre la religión, el trabajo se volvía
polémico, y se iba desvaneciendo cada vez más la distinción entre delirios
e ilusiones.
por Andrew Dickson White en 1896, A History of the Warfare of Science with
Theology in Christendom. Sin embargo, los títulos intransigentes de estas obras
(mucho más que su mensaje, más dulzón) recuerdan cuán estrecha y característica
mente la postura racionalista de Freud se asemeja y sigue el pensamiento anticle
rical del siglo XIX (pensamiento que tenía sus orígenes en la Ilustración del
siglo XVIII). Su concepción de la religión como el enemigo fue completamente
compartida por la primera generación de analistas. Los intentos de algunos psi
coanalistas posteriores destinados a conciliar el psicoanálisis con la religión no
habrían despertado la menor simpatía en Freud y sus colegas. En 1911, cuando
Freud le informó a Jones de que estaba trabajando en un estudio psicoanalítico de
la religión —tenía en mente los ensayos que iban a convertirse en Tótem y
tabú—, Jones respondió con entusiasmo “obviamente”, la religión “es la última
y más firme plaza fuerte de lo que podría llamarse la Weltanschauung anticientífi
ca, antirracional o antiobjetiva, y sin duda es allí donde podemos esperar la
resistencia más intensa y lo más duro del combate”. (Jones a Freud, 31 de agosto
de 1911, con permiso de Sigmund Freud Copyrights, Wivenhoe).
10 El enunciado más enfático de esta posición puede encontrarse en su impor
tante artículo sobre una cosmovisión, publicado como la última de las Nuevas
conferencias de introducción al psicoanálisis en 1933. Véase “The Question of a
Weltanschauung", SE XXII, 158-182.
11 El porvenir de una ilusión también fue considerado un documento político
en otro sentido, no como defensa de la ciencia desafiando a la religión: en julio
de 1928, Freud informó a Ernest Jones (él se había enterado a través de Eitingon)
de que los censores soviéticos habían prohibido la traducción del libro al ruso.
(Freud a Jones, 17 de julio de 1928, Freud Collection, D2, LC).
[596] Revisiones: 1915-1939
los esfuerzos realizados por Pichler para procurarme una prótesis mejor, y
el resultado ha sido muy insatisfactorio. Así que finalmente he cedido a
presiones provenientes de muchos lados para que recuna a algún otro”. *»
Pichler mismo había admitido que se sentía defraudado, *» pero su propia
conciencia incomodaba a Freud: “No ha sido fácil para mí, pues funda
mentalmente, después de todo, significaba abandonar a un hombre al que
ya le debo 4 años de vida”. Pero la situación se había vuelto intolera
ble. *« Las notas de Pichler sobre el caso corroboraban la opinión de
Freud. “Todo mal”, escribió el 16 de abril. “Dolor en la parte posterior [de
la boca], donde hay inflamación, sensibilidad e irritación en la pared farín
gea posterior”. *62 Una prótesis nueva no estaba desarrollando bien sus
funciones. “La prótesis [número] 5 no puede usarse”, anotó Pichler el 24
de abril, “es demasiado gruesa y grande”; *« una prótesis anterior, la
número 4, agregó el cirujano el 7 de mayo, “producía presión” y “moles
taba mucho a la lengua”. En consecuencia, convencieron a Freud de que
tratara de hallar algún alivio al “dolor continuo de la prótesis” *« en Ber
lín, visitando al profesor Schroeder. Como paso preliminar, Schroeder
envió un asistente a Viena para que le echara un vistazo a la prótesis, y a
fines de agosto Freud se dirigió a Berlín para someterse al tratamiento res
tante. Todo era sumamente confidencial. “Se dirá que estoy visitando a
mis hijos. Así que: ¡discreción!”.
Los exámenes, tratamientos y ajustes de Berlín fueron intensamente
desagradables, y los sufrimientos de Freud se añadían a sus sentimientos
de culpa con respecto a Pichler, y a sus dudas de que pudieran fabricarle
una prótesis mejor. Pero le gustaba Schroeder y confiaba en él; en un
acceso de optimismo, le dijo a su hermano que estaba en las mejores
manos. *67 Casi como para demostrar lo bien que se sentía, analizaba a dos
pacientes cuando su estado se lo permitía. Para que la vida le resultara más
tolerable, había llevado consigo a su hija menor. “Anna es excelente
como siempre —le escribió a su hermano—. Sin ella aquí estaría total
mente perdido”. Ella había alquilado un bote y pasaba muchas horas
remando y nadando en el lado de Tegel, en el agradable distrito noroeste de
la ciudad. Su hijo Ernst, que en aquel entonces vivía en Berlín, era un
visitante frecuente y asiduo, lo mismo que viejos amigos como Sándor
Ferenczi. En general, esta excursión médica le dio pie a Freud para sentir
se cautelosamente animado; la nueva prótesis representó una mejoría nota
ble con respecto a las anteriores, mucho más de lo que se había esperado.
El dispositivo fabricado para Freud en el otoño de 1923, después de su
operación de cáncer, nunca ajustó muy bien, e incluso cuando no experi
mentaba dolor (lo que no era frecuente) se sentía incómodo. Schroeder
logró abreviar los momentos de dolor, y paliar en parte la incomodidad.
Pero el alivio nunca fue permanente ni completo. “Confieso —le escribió
Freud a su “querida Lou” en el verano de 1931— que mientras tanto he
exprimentado todo tipo de cosas desagradables con mi prótesis, lo que,
La naturaleza humana en acción [601]
se aferra a sus amigas, que se van sucediendo una a otra”. Anna necesitaba
relacionarse con personas inteligentes, y él se preguntaba si su última
amiga íntima, Dorothy Burlingham, “la madre de los hijos analíticos de
Anna”, sería más aceptable para ella que las otras en su momento. Pero
reconocía que su hija se llevaba extraordinariamente bien con Mrs. Bur
lingham; unas vacaciones de Pascua de tres semanas que pasaron juntas en
los lagos italianos le había hecho mucho bien. *80 Sin embargo, las dudas
de Freud subsistían. “Anna —escribió, también en una carta a su queridí
sima Lou en diciembre— es espléndida e intelectualmente independiente,
pero [no tiene] ninguna vida sexual". Y preguntaba, haciendo de nuevo
referencia a aquel antiguo punto problemático: “¿Qué hará sin su pa
dre?”
Además de su hija, el prosélito más notable que hizo Freud en la déca
da de 1920 fue la princesa Marie Bonaparte, un “diablo de energía”, según
la llamó alguna vez afectuosamente. *82 Llevaba con modestia su título
heredado: parecía, sin duda, un personaje fantástico hecho realidad. Como
tataranieta de Lucien, el hermano de Napoleón, y esposa del príncipe Jorge
—hermano menor de Constantino I, rey de los helenos, y primo camal de
Christian X, rey de Dinamarca— era varias veces princesa. Aunque envi
diablemente rica e impecablemente relacionada, nunca se había contentado
con la tradicional ronda de actividades sociales vacías que se consideraban
lo adecuado para la realeza en un época democrática. Dotada de una inteli
gencia penetrante, ajena a las inhibiciones burguesas, y con opiniones
propias, pasó los años de su juventud buscando satisfacción intelectual,
emocional y erótica. No podía esperarla de su esposo, que la defraudaba
por igual en la cama y en la conversación. Tampoco se la procuraron sus
distinguidos amantes, entre los cuales se contaron Aristide Briand (varias
veces primer ministro francés) y el psicoanalista Rudolph Loewenstein,
un brillante técnico y teórico. En 1925, cuando René Laforgue le mencio
nó a Freud por primera vez a la “princesa [esposa de] Jorge de Grecia”, ella
—según el diagnóstico de Laforgue— padecía una “muy pronunciada neu
rosis obsesiva” que no había dañado su inteligencia pero sí “perturbado un
tanto el equilibrio general de su psique”. La princesa quería analizarse con
Freud. *83
Si a Freud le impresionaron tantos títulos rimbombantes, no lo
demostró en absoluto. Le dijo a Laforgue que estaba dispuesto a analizarla
siempre y cuando “usted pueda garantizar la seriedad de sus intenciones y
su mérito personal”, y también con la condición de que ella hablara ale
mán o inglés, puesto que él ya no confiaba en su francés. “Por lo demás
—declaraba el burgués dueño de sí mismo— esta analizanda debe aceptar
exactamente las mismas obligaciones de todos los demás pacientes”. *84 A
continuación tuvieron lugar algunas delicadas negociaciones diplomáticas:
Laforgue describió a la princesa como seria, concienzuda, dotada de una
inteligencia superior; el proyecto era un análisis breve de dos meses.
[604] Revisiones: 1915-1939
Marie Bonaparte quería sesiones diarias de dos horas. *» Freud puso repa
ros, y entonces la princesa se impacientó con la intercesión de Laforgue
y le escribió directamente. En julio todo estaba acordado. El 30 de sep
tiembre de 1925 le hizo saber a Laforgue desde Viena: “Esta tarde he visto
a Freud”. *8<s
El resto, como dicen, es historia. A fines de octubre Freud le hizo a
Eitingon un comentario triunfal de su “querida princesa, Marie Bonapar
te”, a quien estaba dedicándole dos horas por día; observó que ella era “una
mujer muy destacada, mucho más que una mujer con rasgos masculi
nos”. *87 Dos semanas más tarde le pudo decir a Laforgue: “la Princesa
está haciendo un análisis muy bueno, y creo que está muy satisfecha con
su estancia”. *88 El análisis no la curó de su frigidez, pero le proporcionó
un propósito firme en la vida y la amistad paternal que nunca había teni
do. De vuelta en París, trabajó para organizar el movimiento psicoanalíti-
co francés, asistiendo con diligencia a las reuniones y apoyando generosa
mente la causa con sus abundantes recursos. Infatigable emborronadora de
diarios, registró detalladamente los comentarios que le hizo Freud, y
empezó a escribir ensayos psicoanalíticos. Es posible que lo más gratifi
cante fuera el cambio que se produjo en su relación con Freud: era una
analizanda y pasó a ser una amiga fiable y benefactora generosa. Con toda
confianza, le entregó a Freud sus cuadernos de notas infantiles, sus “bêti
ses”, escritos en tres idiomas entre los siete y los nueve años; *8’ mantuvo
correspondencia con él; lo visitó con la mayor frecuencia posible; financió
la Verlag, la editorial psicoanalítica, que siempre oscilaba al borde de la ban
carrota; le proporcionó al maestro antigüedades selectas, y le dedicó un
amor sólo superado en su experiencia por la devoción de su hija Anna.
Sus títulos eran parte de su encanto, sin duda, pero el afecto de Freud tenía
otras fuentes. En una palabra, para Freud ella lo tenía todo.
Así como la princesa confiaba en él, él se confiaba a la princesa. En
la primavera de 1928, después de que ella le dijera que estaba trabajando
sobre el problema del inconsciente y el tiempo, Freud le reveló un extraño
sueño repetitivo que —según le dijo— hacía años que no lograba com
prender. Estaba de pie a las puertas de una cervecería, sostenidas de algún
modo por estatuas, pero no podía entrar y tenía que volverse. Freud le dijo
a la princesa que realmente una vez había visitado Padua con su hermano
y no había podido entrar en unas grutas que estaban detrás de portales muy
parecidos. Años más tarde, cuando volvió a Padua, reconoció el lugar
como el que aparecía en su sueño, y en esa oportunidad logró ver las gru
tas. Ahora, agregó, cada vez que no podía descifrar un enigma volvía a
tener ese sueño. Sin duda, el tiempo y el espacio eran misterios que Freud
lamentaba no haber sabido resolver hasta entonces. Pero siempre pen
saba que todavía podría hacerlo.
La naturaleza humana en acción [605]
do. Freud podría haber dicho con John Locke que lo viejo no por ser viejo
es correcto. Llegó incluso a especular que “una modificación real de la
relación de los hombres con la propiedad” podría proporcionar algún alivio
al descontento moderno, con más probabilidad que la ética o la reli
gión. *io«
Esto no quiere decir que el socialismo fuera más atractivo para Freud.
Hemos señalado más de una vez que se consideraba un crítico social radi
cal sólo en el dominio de la sexualidad. Pero invadir ese reino blandiendo
manifiestos revolucionarios tenía el valor de un acto profundamente sub
versivo: las costumbres sexuales, como ideales y como práctica, inciden
en la quintaesencia de la política. Ser un reformador de la sexualidad era
ser un crítico de la sociedad burguesa tal como Freud la percibía, pero
también —e incluso más— de las dictaduras ascéticas que cerraron sus
garras sobre el mundo durante los últimos años de la vida del maestro. En
realidad, la preocupación de Freud por la libido aportó inesperados dividen
dos a su teoría social. Los síntomas graves y ampliamente difundidos de
infelicidad sexual que habían impulsado a Freud, el médico, a estudiar las
neurosis, también le fueron útiles cuando se absorbió en el estudio de la
religión y la civilización: recordemos que para él la cultura era esencial
mente el reflejo a gran escala de los conflictos dinámicos que habitan en el
individuo. Por lo tanto, le resultaba fácil describir la condición de la
humanidad civilizada: los hombres no podían vivir sin la civilización,
pero no podían vivir felizmente en la civilización. Están constituidos de
tal manera que nunca pueden alcanzar la serenidad, una paz permanente
entre las pasiones opresivas y las coacciones culturales. Era eso lo que
Freud quería decir cuando afirmó que la felicidad no está en el plan de la
creación. En el mejor de los casos, los seres humanos sensibles pueden
acordar una tregua entre el deseo y el control.
Este dilema penetra en todas las dimensiones de la vida civilizada,
incluso, y quizá especialmente, en la del amor. Freud planteó el tema de
modo dramático: Ananké, la necesidad, no es la única progenitora de la
civilización; Eros, el amor, es el otro. El amor —la fuerza erótica instin
tiva que impulsa a los seres humanos a buscar objetos sexuales fuera de sí
mismos o que, en su forma más desinteresada, alimenta la amistad— favo
rece la constitución de agrupaciones fundamentales de autoridad y afecto
como es la familia. Pero el amor, ese progenitor de la civilización, es
también un enemigo: “En el curso del desarrollo, la relación del amor con
la cultura pierde su carácter inequívoco. Por una parte, el amor se resiste a
los intereses de la cultura; por otro lado, la cultura amenaza al amor con
severas restricciones”. *i<” El amor es exclusivista; para las parejas, y las
familias cerradas, los demás son otros tantos intrusos que no han sido
invitados. Las mujeres, que progresivamente se convierten en guardianes
del amor, son particularmente hostiles a una civilización que acapara la
atención de sus hombres y el servicio de sus hijos. La civilización, por su
La naturaleza humana en acción [611]
17 Freud especuló acerca de que tal vez esa civilización intrusa y dominante
no fuera el único agente que mutila el amor; quizá algo que está en la naturaleza
misma del amor sexual actúe contra su satisfacción completa. Pero abandonó, sin
desarrollarla, esa turbadora sugerencia. (Véase ibíd., 465/105).
[612] Revisiones: 1915-1939
18 La carta de Jones también arroja alguna luz sobre el origen del título en
inglés, Civilization and Its Discontents (“La civilización y sus descontentos”):
«Estamos discutiendo mucho el título en inglés de “Das Unbehagen” y nos gusta
ría saber si usted tiene alguna sugerencia al respecto. La antigua palabra inglesa
“dis-ease” sería admirable, pero por razones obvias [en el uso moderno disease
significa enfermedad] ya no es posible. Hay una palabra rara en inglés, “unease”
[inquietud, malestar]. Yo también he sugerido “malaise” [malestar, desazón].
“Disconfort” [incomodidad, malestar] no parece lo bastante fuerte: “discontent”
La naturaleza humana en acción [615]
respondió más con afirmación que con argumentos: “Ya no puedo prescin
dir del supuesto de esta pulsión ni psicológica ni biológicamente, y pien
so que no hay que renunciar a la esperanza de que usted llegue a aceptar
la”. *120 Cuando a su turno el objetor fue Pfister, que prefería ver la
«“pulsión de muerte” como mero contrapunto de la “fuerza de la vi
da”», *121 Freud se tomó el trabajo de reiterar su argumentación algo más
detalladamente. Argüyó que no estaba limitándose a trasladar a la teoría
psicoanalítica su propia melancolía privada. Si dudaba de que la humani
dad estuviera llamada a “elevarse a una mayor perfección”, si la vida le
parecía “una lucha continua entre Eros y la pulsión de muerte”, lucha
cuyo desenlace veía como impredecible, creía sin embargo que ello no se
debía a que estuviera otorgando “expresión a alguna de mis disposiciones
adquiridas o constitucionalmente temperamentales”. No era —sostuvo—
alguien que se torturaba a sí mismo ni “un resentido” (Freud utilizó la voz
coloquial austríaca Bosnickel), y le gustaría prever para él y para los otros
cosas buenas, o un porvenir glorioso para la humanidad. “Pero parece que
se trata de otro caso del conflicto entre la ilusión (realización de deseos) y
la comprensión”. Lo que importa es “esa realidad misteriosa que, después
de todo, existe fuera de nosotros”, y no lo agradable o ventajoso. La “pul
sión de muerte” —adujo— no era su deseo íntimo; “sólo me parece un
supuesto ineludible establecido sobre bases biológicas y psicológicas”. En
consecuencia, “mi pesimismo me parece un resultado, y el optimismo de
mis adversarios, un presupuesto”. Podría decir que había celebrado “un
matrimonio de conveniencia” con sus tétricas teorías, mientras que los
otros “vivían con las suyas en un matrimonio por amor”. No les deseaba
ningún mal: “Espero que sean más felices con el suyo que yo con el
mío”. *122
Sin embargo, Freud cierra El malestar en la cultura con una llama
vacilante de optimismo, aunque su apoyo a la pulsión de vida en su duelo
con la muerte tiene más el aspecto de un deber que el de una convicción.
«Y ahora se podría esperar que la otra de las dos “potencias celestiales”, el
eterno Eros, realizara un esfuerzo para vencer en la batalla que celebra con
su adversario igualmente inmortal”. Esas fueron las últimas palabras que
escribió en El malestar en la cultura en el verano de 1929. Cuando las
ventas del libro impusieron una segunda edición, que iba a publicarse en
1931, aprovechó la oportunidad para añadir un interrogante de mal agüero.
Todavía más apesadumbrado por la sombría escena política y económica
20 En esa carta, Freud cometió un lapsus notable, del que podría deducirse que
tal vez estaba dispuesto a olvidar sus propias estipulaciones. Escribió que no se
debía realizar el psicoanálisis de un sujeto histórico vivo “a menos que se some
ta a él contra su propia voluntad”. Desde luego, lo que quería decir era “a menos
que se someta a él por propia voluntad”.
La naturaleza humana en acción [619]
escribiendo una introducción para algo que hace otra persona. No puedo
decir qué es; es también un análisis, pero a pesar de todo sumamente
contemporáneo, casi político”. Con evidente contención, concluía: “No
puede imaginarse lo que es”.
La redacción del libro fue lenta; de joven y en sus propias obras,
Freud escribía con mayor rapidez. Pero Bullitt acumuló un hervidero de
comunicados. En agosto de 1931 informó al coronel House de que “des
pués de tres operaciones”, Freud gozaba de “excelente salud” una vez más,
y que “el primer borrador del libro está casi terminado”. Escribía desde su
casa en los Estados Unidos, pero proyectaba regresar a Viena en noviem
bre y establecerse allí por un tiempo; habría “un manuscrito terminado en
mayo”, es decir, en mayo de 1932. “Es una tarea inmensa pero fascinan
te”. *>47 A mediados de diciembre de 1931, estaba instalado en Viena, con
su hija en la escuela.
Pero Bullitt ya no estaba totalmente concentrado en el libro sobre
Wilson; la atmósfera de la Gran Depresión le parecía penetrante, opresi
va... y estimulante. Veía a Austria “deslizarse lentamente hacia el abismo
del estancamiento y el hambre”, y que a los otros países no les iba mucho
mejor, *1« de modo que estaba impacientándose; la crisis económica inter
nacional, que amenazaba con una catástrofe política general, le fascinaba.
Esa crisis, parecía estar llamando a su talento. Pero él y Freud persistie
ron, con tenacidad y discreción. Bullitt estaba leyendo nuevos volúmenes
de la biografía de Wilson escritos por Baker, y los consideraba pobres. El
coronel House seguía aguijoneándolo. “¿Cómo les va con el libro a usted
y al Prof. Freud?”, le preguntó a Bullitt en diciembre de 1931. “Estoy
ansioso por verlo”. *1« Finalmente, a fines de abril de 1932, House tuvo
su respuesta. “El libro está por fin terminado —le escribió Bullitt—, es
decir, que ya está escrito el último capítulo y podría publicarse aunque F.
y yo muriéramos esta noche”. Pero con la palabra “terminado” Bullitt no
quería en realidad decir que pudiera publicarse como estaba. Había que vol
ver a controlar cada una de las referencias; además el manuscrito tenía que
“ser expurgado” (era demasiado largo). Era necesario dejarlo reposar duran
te seis meses, y luego realizar una nueva lectura con el distanciamiento
que el paso del tiempo hace posible. “Pero por lo menos ahora hay un
manuscrito completo y estoy empezando a pensar de nuevo en la políti
ca”. *150 A fines de noviembre, Freud anunció que estaba esperando a su
“colaborador”, y que confiaba en tener noticias de él cuando “el libro de
Wilson se pueda hacer público”. *»« Estaba completo, pero, finalmente,
Thomas Woodrow Wilson no apareció hasta 1967, el año de la muerte de
Bullitt.
21 “El libro al que usted se refiere —le escribió Bullitt a Ernest Jones en
1955— nunca se ha publicado. Personalmente siento que no debería publicarse
hasta después de la muerte de Mrs. W. ¡Ella todavía vive!”. (Bullitt a Jones, 18
de junio de 1955, papeles de Jones, Archivos de la British Psycho-Analytical
Society, Londres).
[622] Revisiones: 1915-1939
el cielo. Liberó su odio que sentía hacia ese mismo padre sobre muchos
hombres”. *157 Y, más o menos, eso era todo.
22 En este punto estoy de acuerdo con el veredicto de Anna Freud: “¿Por qué
mi padre finalmente consintió, después de una prolongada (y comprensible) nega
tiva? Creo que fue tras su llegada a Londres, y en la época en que otras cosas eran
mucho más importantes que el libro de Bullitt”. (Arma Freud a Schur, 17 de sep
tiembre de 1966, papeles de Max Schur, LC).
[624] Revisiones: 1915-1939
23 Al informar sobre esa transferencia de fondos, el New York Times dijo que
al donante desconocido le había ido bien con el psicoanálisis —lo mismo que a
su esposa y sus dos hijos— y que había afirmado: “Freud es sin duda el hombre
más importante de nuestra época. Quienes tenemos dinero le debemos a la cultura
del mundo que Freud cuente con todos los fondos necesarios para continuar con
sus investigaciones científicas y pueda educar a quienes lo seguirán en el futuro”.
(“Da $ 5000 para Ayudar a Freud / Donante Anónimo se cura con el psicoanálisis
/ Se Aspira a $ 100.000”, New YorkTimes, 18 de mayo de 1927, 25).
La naturaleza humana en acción [625]
24 La Verlag llegó a ser una carga continua para Freud. En el otoño de 1931,
Martin Freud asumió la gerencia de la empresa, e hizo todo lo posible en una
situación económica lamentable y en deterioro constante. Las repetidas transfu
siones de fondos aportados por donantes generosos como Marie Bonaparte no
eran más que alivios circunstanciales. En 1932, Freud apeló a otro recurso: escri
bió una serie de “conferencias” para que las publicara la Verlag', aunque en reali
dad nunca fueron pronunciadas en ninguna parte, se presentaron como continua
ción de las conferencias de introducción efectivamente dictadas durante la Primera
Guerra Mundial. Las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis ponían
al día las antiguas Conferencias de introducción al psicoanálisis, resumían sus
nuevos pensamientos sobre la sexualidad femenina, y concluían con un importan
te capítulo sobre la Weltanschauung del psicoanálisis. En esta última “conferen
cia”, Freud reiteró, más decisiva e incisivamente que nunca, su convicción de que
el psicoanálisis no puede ni necesita formular una cosmovisión propia. Simple
mente, es una parte de la ciencia.
[626] Revisiones: 1915-1939
favoritos. “Siempre he dicho —le repitió a Jones un año más tarde, con
algo de arrogancia— que América no es útil para nada más que para pro
porcionar dinero”. Durante la visita de Rank a los Estados Unidos en
1924, Freud dijo lo mismo con el estilo más inmoderado; manifestaba
estar contento al comprobar que Rank había “hallado el único tipo racio
nal de conducta para una estancia entre aquellos salvajes: vender la vida lo
más caro posible”. Y consideró adecuado añadir: “A menudo me ha pareci
do que el análisis les cae a los norteamericanos como una camisa blanca a
un cuervo”.26 *176 No es en absoluto necesario señalar que esta actitud pre
senta el mismo defecto moral que a Freud le gustaba criticar en los nortea
mericanos. Pero él no sentía ningún remordimiento; no estaba más que
explotando a los explotadores.
Esa apreciación distorsionada de la presunta astucia de los norteameri
canos para el control del dinero era sólo una expresión más de la misma
postura mercenaria. “Si se mete en líos con América —le advirtió a Pfis-
ter en 1913—, seguramente le estafarán. ¡En cuestiones de negocios nos
llevan ventaja!”. *177 Aparentemente sin tener conciencia de que había
echado a perder irremediablemente los acuerdos sobre los derechos extran
jeros de sus escritos, hizo responsables a los norteamericanos de la confu
sión resultante. “Los editores norteamericanos” —le dijo a un correspon
sal de la misma nacionalidad en 1922— son “un tipo peligroso de seres
humanos”. *>78 Con idéntico espíritu calificó como “dos tramposos” a
Albert Boni y Horace Liveright, cuya empresa publicó algunos de sus pri
meros libros en Nueva York. *17« Lo que quería sacarles a aquellos salvajes
con recursos era apoyo económico. “Toda la popularidad del psicoanálisis
en Norteamérica —se lamentó con Ferenczi en 1922— no le ha procurado
la benevolencia de ni siquiera uno de los tíos del dólar”. *t«>La escasez de
tales Dollaronkel le decepcionaba y alimentaba sus prejuicios.
No fue sin duda casual que sus más antiguos comentarios sobre los
norteamericanos se centraran precisamente en su incapacidad (a juicio de
él) para sentir o expresar amor. Algunos meses antes de su visita a la
Clark University le dijo a Ferenczi que “temía la mojigatería del nuevo
continente”. *212 Inmediatamente después de volver de Clark informó a
Jung de que los norteamericanos “no tienen tiempo para la libido”. *213 No
se cansaba de acusarlos de lo mismo; deploró “el rigor de la castidad norte
americana”; *214 habló con soma de la “gazmoña” *2»3 y la “virtuosa” *216
América. Cuando, en 1915, en su famosa carta a James Jackson Putnam,
calificó las costumbres sexuales de la época como despreciables, puso
énfasis en que esas costumbres tomaban su peor forma en los Estados
Unidos. *217 Un país como aquel necesariamente tenía que rechazar las ver
dades incómodas y anticonvencionales del psicoanálisis, o asfixiarlo en su
abrazo. En La interpretación de los sueños Freud había confesado, con
bastante franqueza, que toda su vida había necesitado un enemigo tanto
como un amigo. Esa necesidad regresiva suponía cierto grado de simplifi
cación excesiva y pura insensibilidad: el combatiente, como el niño, divi
de de modo tajante su mundo en buenos y malos, para mantener alta su
moral y legitimar su crueldad. La Norteamérica que construyó Freud es
una gigantesca manifestación colectiva del enemigo sin el cual decía que
no podía vivir.
Por desdichadas razones personales, Freud se aferró a esa parodia rígida
y monocromática con una desesperación aun mayor después de la Primera
Guerra Mundial. Le irritaba estar “trabajando para el dólar”. 3i *2is Esa
dependencia hería su orgullo, pero no encontraba manera de sustraerse a
ella. En la década de 1920, había norteamericanos que le rogaban que los
analizara, y eran norteamericanos los que le proporcionaban la moneda que
él quería y que declaraba despreciar. Los conflictos que esa situación le
provocaba no cedían. Incluso en 1932 le confió a Eitingon: “Mi descon
fianza con respecto a Norteamérica es insuperable”. *21’ En síntesis, a
medida que aumentaba su necesidad de norteamericanos, crecía su animosi
dad contra ellos. Si el anatomizar norteamericanos ponía de manifiesto la
naturaleza humana en acción, de un modo inconsciente también estaba
poniendo de manifiesto la suya propia.31
Trofeos y necrológicas
superficie sólo siento dos cosas: la mayor libertad personal que he adquiri
do, puesto que siempre detesté la idea de que ella llegara a saber de mi
muerte, y, en segundo lugar, la satisfacción de que disfrute finalmente de
la liberación a la que le dio derecho una vida tan larga”. Añadía que no
estaba sintiendo pena ni dolor, y que había decidido no asistir al fune
ral. *234 Según le dijo extenuado a su hermano Alexander, no estaba tan
bien como la gente creía, y además no le gustaban las ceremonias. *235 Lo
representaría su hija Anna, igual que en Francfort unas dos semanas antes.
“La importancia de ella para mí —le escribió a Emest Jones— no podría
ser mayor”. Su sentimiento dominante acerca de la muerte de la madre
era una sensación de alivio. Ya podía morir también él.
En realidad, Freud todavía tenía mucho que vivir y sufrir, e incluso
que disfrutar. En enero de 1931, David Forsyth, uno de sus “discípulos”
ingleses al que respetaba mucho, lo invitó a pronunciar la Conferencia
Conmemorativa Huxley. Se trataba de un prestigioso acontecimiento bie
nal, descripto por Forsyth como “la más alta valoración a nuestro alcance
del trabajo científico al que usted ha dedicado su vida”. Comedidamente,
adjuntaba una lista de los hombres eminentes que habían hecho uso de la
palabra en ocasiones anteriores. Entre ellos se contaba el gran cirujano
inglés Joseph Lister, a quien se había otorgado un título de nobleza por su
introducción de la antisepsia, y el famoso psicólogo ruso Iván Petrovich
Pavlov. *237 Freud tenía perfecta conciencia de todo lo que significaba esa
invitación. “Es un honor muy grande —le escribió a Eitingon—, y desde
R. Virchow, en 1898, ningún alemán ha sido invitado”. *2!8 A pesar de sus
irascibles protestas y de sus continuas negativas todavía quedaban en él
restos de su antigua identificación germana. Pero, por penoso que le resul
tara rechazarla, la invitación había llegado varios años tarde. Sencillamen
te, no se sentía lo bastante bien como para viajar, ni con una dicción lo
bastante clara como para pronunciar la conferencia. Por cierto, a fines de
abril tuvo que soportar otra dolorosa operación, que le hizo perder mucho,
física y psicológicamente. Se sentía en el mismo punto en que había esta
do en 1923, antes de sus operaciones más importantes, con la vida en
peligro. “Esta última indisposición —le confió a Jones poco después— ha
terminado con la seguridad de la que disfruté durante ocho años”. Y se
quejaba de haber perdido gran parte de su capacidad de trabajo. Estaba
“débil, incapacitado y torpe en el lenguaje —le dijo a Amold Zweig— un
resto de realidad en absoluto agradable”. *240 No volvió desde el hospital a
su casa hasta el 5 de mayo, el día anterior a su septuagésimo quinto cum
pleaños. *241
Freud con Heinz («Heinele»), izquierda, y Ernst («Ernstl») Halberstadt, los dos hijos de Sophie. (Copyrights
de M.ary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Lou Andreas-Salomé. Su amistad con Freud se
fue acrecentando en el último cuarto de siglo de
la vida de éste. (Copyrights de Mary Evans/
Sigmund Freud, Wivenhoe)
Freud con el Comité, el grupo pequeño y cerrado que se formó en torno al fundador de psicoanálisis en
1912. Esta fotografía de 1922 incluye también a Max Eitingon, que se agregó al grupo original en 1919. De
pie, de izquierda a derecha: Otto Rank, Karl Abraham, Max Eitingon, y Ernest Jones. Sentados, también de
izquierda a derecha: Freud, Sándor Ferenczy y Hanns Sachs. (Copyrights de Mary Evans/Sigmund Freud, Wi
venhoe)
Freud en 1919, después de la primera guerra mun
dial, en compañía de Ernest Jones. (Copyrights de
Mary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
La princesa Marie Bonaparte -aquí con su perro El novelista austríaco Arnold Zweig, amigo y co
chino, Topsy-, amiga, confidente y benefactora de rresponsal de Freud en sus últimos años, y autor de
Freud. Ella le proporcionó una ayuda vital en los. obras de ficción realista acerca de la primera gue
peligrosos días que siguieron a la «anexión».0 rra mundial que Freud admiraba profundamente.
(Copyrights de Mary Evans/Sigmund Freud, Wiven
hoe)
Freud hacia 1921, mirando ceñudamente al
fotógrafo. (Copyrights de M.ary Evans/
Sigmund Freud, Wivenhoe)
Freud con Anna en el otoño de 1928, en Berlín, para implantársele una nueva prótesis. (Copyrights de Mary
Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Freud en 1931, un año después de la
publicación de sus ensayos más amplia
mente leídos, El malestar en la cultura.
(Copyrights de Mary Evans/Sigmund
Freud, Wivenhoe}
Freud en 1932, en Hochroterd, una granja no lejos de Viena propiedad de su hija Anna y de la amiga
americana de ésta, Dorothy Burlingham. (Copyrights de Mary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Freud en 1937, con su hermana Marie a su derecha, su mujer, y su hermano Alexander. (Copyrights de Mary
Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
Freud mientras trabajaba en Compendio del psicoanálisis, su último esfuerzo prolongado, en el verano de
1938. Elegantemente vestido, con corbata, será la imagen del burgués irreprochable hasta el final.
(Copyrights de M.ary Evans/Sigmund Freud, Wivenhoe)
La naturaleza humana en acción [641]
Jung, Freud parecía estar convencido de que en cuanto el hijo está maduro
para reemplazar al padre, el padre debe morir. Por lo tanto, no podía per
mitir que sus hijos crecieran, sino que (como demostraban sus ataques his
téricos) él mismo se sentía impulsado a regresar a la infancia, a lo que
Ferenczi denominaba la “humillación infantil” que el maestro experimentó
cuando “reprimió su vanidad americana”. Siguiendo con esta línea de pen
samiento, Ferenczi propone una interpretación original de los sentimien
tos antinorteamericanos de Freud: «Quizá su desprecio por los norteameri
canos sea una reacción a su propia debilidad, que no podía ocultamos a
nosotros ni ocultarse a sí mismo. “¿Cómo podrían agradarme tanto los
honores americanos si a los norteamericanos los desprecio?”» *M5
Según Ferenczi, el temor de Freud a la muerte demostraba que, como
hijo, había deseado matar a su padre. Y ello lo había inducido a desarrollar
la teoría del Edipo, del parricidio. *286 De hecho, creía que la concentración
de Freud en la relación padre-hijo lo había llevado a exagerar. Sin duda,
Ferenczi, que según su propia confesión adoraba al maestro y permanecía
mudo en su presencia, sin atreverse a contradecirlo y abrumado por “fanta
sías de príncipe de la corona”, *287 podía hablar con una sensibilidad parti
cular sobre esa relación. Pero tenía una idea. Esa concentración, sostuvo,
había forzado la teoría sexual de Freud hacia una “dirección andrófila unila
teral”, le había obligado a sacrificar el interés de la mujer al interés del
hombre, y a idealizar a la madre. Argüía que el hecho de haber presenciado
la escena primaria podría haber dejado a Freud “relativamente impotente”.
El deseo del hijo de “la castración del padre, el potente, reacción ante la
humillación experimentada, condujo a la construcción de una teoría en la
que el padre castra al hijo”. *M8 El propio Ferenczi, como atestiguan otros
fragmentos de su diario clínico, estaba trabajando en la revisión de la teo
ría freudiana del complejo de Edipo. No dudaba de la existencia de la
sexualidad infantil, pero estaba convencido de que los adultos, por lo gene
ral los padres, muy a menudo la estimulaban artificialmente, con frecuen
cia a través del abuso sexual con sus hijos. *289
Ferenczi no dejaba de someter a crítica su propia conducta servil ante
Freud. Tardó mucho en ponerse a su altura, y llevó hasta extremos inaudi
tos sus experimentos técnicos. Pero en ese momento ya había logrado
“humanidad y naturalidad” y, lleno de benevolencia, estaba comprometido
con el trabajo que apunta “hacia el conocimiento y, con ello, como perso
na presta para cualquier ayuda”. No obstante, en su implacable autoa
nálisis no deja duda alguna de que la subordinación a Freud, imaginándose
secretamente su “gran visir”, había finalmente desembocado en la decep-
35 Ernest Jones apoya el relato de Freud o, tal vez, se basa en alguna fuente
independiente, que no indica. Ferenczi —escribe Jones— “relató cómo una de sus
pacientes norteamericanas, a la que solía dedicar cuatro o cinco horas por día, lo
había analizado y curado de todos sus trastornos”. Además lo había hecho telepá
ticamente, desde el otro lado del Atlántico. (Jones III, 178). El diario íntimo de
Ferenczi correspondiente a 1932 presta alguna verosimilitud a esa descripción de
su estado mental cerca del fin, pero en realidad no confirma la imputación. Allí
informa sobre una paciente tan “hipersensible” que «puede enviar “noticias tele
fónicas” atravesando enormes distancias. (Ella cree en la curación a distancia
mediante la concentración de su voluntad y pensamiento, pero especialmente de
su simpatía.)» (7 de julio de 1932. Klinisches Tagebuch, Freud Collection, B22,
LC). Ferenczi no decía que él creyera todo esto.
36 En su biografía de Freud, Jones recogió en letras de imprenta sólo la pia
dosa primera parte de esta carta (Jones III, 179), omitiendo la parte analítica. En
consecuencia, lo que siguió siendo un secreto durante mucho tiempo fue que la
descripción que realizó Jones del estado mental de Ferenczi (interpretado como
expresión de rivalidad envidiosa con una analista que —él lo sabía— estaba más
cerca de Freud que él mismo), era en realidad una transcripción casi literal del
diagnóstico de Freud.
[652] Revisiones: 1915-1939
Morir en libertad
1 Esos honorarios no eran fijos. Freud, que a veces trataba pacientes sin
cobrarles nada, era muy tolerante con los reveses económicos de los analizandos.
Cuando el norteamericano Smiley Blanton volvió a analizarse brevemente con
Freud en 1931, después de haberlo hecho en 1929 y 1930, quiso confirmar si
debía pagar lo mismo. Freud le contestó que sí, y le preguntó si podía seguir
haciéndolo. “Por el tono de voz y por su actitud, estaba claro que reduciría los
honorarios si yo no podía permitirme la suma habitual de 25 dólares por hora.”
(Smiley Blanton, Diary of My Analysis with Sigmund Freud [1971], 63-64.)
[656] Revisiones: 1915-1939
alarmante historia: si se toma para 1929 una base de 100, en 1932 había
caído a 84 en Inglaterra, a 67 en Italia, y a 53 en los Estados Unidos y
Alemania. El costo humano eran incalculable. Las tragedias personales
—carreras prometedoras abortadas, súbita pobreza, hombres cultos ven
diendo cordones de zapatos o manzanas en las esquinas, burgueses orgullo
sos que aceptaban limosna, comida o ropa, de sus parientes se convirtie
ron en algo normal en todas partes. En los patios de las casas de
apartamentos de las ciudades alemanas, grupos errantes, en busca de unos
pocos Pfennige, recitaban una cantinela lacrimosa sobre el desempleo
(Arbeitslosigkeif). Mientras tanto, en los Estados Unidos, Bing Crosby
cantaba con voz melodiosa un estribillo muy poco agradable: “Hermano,
¿puedes darme diez centavos?” En octubre de 1932, la patética canción de
Yip Harburg estaba entre las “diez principales”: evidentemente, hablaba de
una preocupación dominante. Las consecuencias políticas eran previsibles:
la miseria económica generó la búsqueda desesperada de panaceas. Era una
época para vendedores de recetas mágicas; a medida que florecían los orado
res demagógicos el centro más razonable perdía apoyo.
Austria no se libró de nada de esto. Una alta tasa de desempleo no era
algo nuevo para el país; desde 1923 en adelante, muy poco menos del 10
por ciento de la fuerza de trabajo había quedado al margen de los ciclos
productivos. La cifra media ocultaba algunas duras realidades: en ciertos
sectores de la economía austríaca, como por ejemplo la industria metalúr
gica, hasta tres trabajadoras de cada diez estaban buscando empleo. En los
días en que casi se produjo la quiebra del Creditanstalt, los austríacos
recordaban esas estadísticas con nostalgia, pues el desempleo había ascen
dido a niveles nunca vistos. En 1932, casi 470.000 personas, cerca del 22
por ciento de la fuerza de trabajo austríaco, estaba inactiva; en febrero de
1933, la desocupación alcanzó una cima sin precedentes de 580.000 afecta
dos, o el 27 por ciento de la fuerza laboral. Con fábricas que cerraban, y
una seguridad social patéticamente obsoleta, regiones enteras del país eran
abandonadas o bien ocupadas por los desempleados y sus familias.
Muchos, después de una búsqueda de trabajo frenética y fútil, se entrega
ban a la resignación, y optaban por sentarse en los parques y por gastar en
bebida sus escasos y esenciales recursos, pero una buena cantidad de jóve
nes que pasaban de la escuela a las colas de pobres que esperaban el pan,
empezó a interesarse por los remedios mágicos que trataban de vender los
nazis austríacos y sus semejantes. “El hecho de que usted todavía, a los
sesenta años, no haya metido en su bolsa al dragón de la sinrazón, no debe
exasperlo —confortó Freud a Pfister, observando todo esto, en la primave
ra de 1932—. Yo, a los 76, no he hecho nada mejor, y él todavía resistirá
unas cuantas batallas. Es más duro que nosotros.” *8
Ministerio de Propaganda, aquel acto bárbaro anunció una época que Hein-
rich Heine había caracterizado sumariamente con palabras proféticas: donde
se queman libros, finalmente también se quemarán personas.” *u Las
publicaciones psicoanalíticas, con los libros de Freud a la cabeza, no fue
ron olvidados en esta gran hoguera de la cultura.
Eran “tiempos locos” *12 le dijo Freud a Lou Andreas-Salomé cuatro
días después de aquel acontecimiento teatral. Su amiga estuvo de acuerdo,
en un tono tan vigoroso como el de él. “La semana pasada —le escribió
Pfister a Freud a fines de aquel mes— estuve unos pocos días en Alemania,
lo cual me provocó una repugnancia de la que no me libraré por mucho
tiempo. El militarismo proletario huele aun más a podrido que el espíritu
Junker de sangre azul de la era de Guillermo. Cobarde con otros, vuelca su
cólera infantil contra los judíos indefensos e incluso saquea bibliote
cas”. *13 Freud todavía lograba mostrarse sardónico y divertido. “¡Qué pro
gresos estamos haciendo! —le comentó a Ernest Jones—. En la Edad
Media me habrían quemado a mí; hoy en día se contentan con quemar mis
libros.” *14 Esta debió de ser la menos clarividente de todas sus agudezas.
informó Freud a Amold Zweig. “No se podía salir a la calle sin documen
tos de identidad, faltó energía eléctrica durante un día, pensar en que po
dríamos quedamos sin agua era muy frustrante.” *21 Unos días más tarde le
recordó los mismos acontecimientos a Hilda Doolittle: había estallado una
semana de guerra civil, «no mucho sufrimiento personal, sólo un día sin
luz eléctrica, pero el “Stimmung” era terrible y la sensación, como la de
un terremoto». *22
Compadecía a las víctimas, aunque más bien con frialdad. “Sin duda
—le escribió a H.D.— los rebeldes pertenecían a la mejor parte de la
población, pero su éxito habría sido breve, y provocado la invasión mili
tar del país. Además de ellos había comunistas, y yo no espero ninguna
salvación del comunismo. De modo que no podíamos ofrecer nuestra sim
patía a ninguno de los bandos combatientes.” A su hijo Emst le escri
bió con causticidad: “Naturalmente, los triunfadores son ahora los héroes
y salvadores del orden sagrado, y los otros los rebeldes descarados.” Pero
se negaba a condenar demasiado severamente al régimen de Dollfuss: “con
la dictadura del proletariado, que era la meta de los denominados líderes,
tampoco se puede vivir.” Desde luego, los triunfadores estaban cometien
do todos los errores posibles, y el porvenir seguía siendo incierto. “Un
fascismo austríaco o la esvástica. En el último caso, tendremos que
irnos.” Pero los hechos sangrientos de febrero llevaron a Freud a pensar
en Romeo y Julieta, y le citó a Arnold Zweig (en aquel entonces ya incó
modamente establecido en Palestina) al Mercucio de Shakespeare: “Una
desgracia para sus dos casas”.
La neutralidad de Freud era en parte astucia, y en parte ceguera. La
victoria de la izquierda en “el momento de guerra civil” en Austria habría
sin duda llevado a las tropas alemanas a cruzar la frontera. También era
bastante cierto que los comunistas participaron en el alzamiento de febrero
y que los socialdemócratas nunca renunciaron formalmente a su programa
revolucionario. Pero el papel que desempañaron los “bolcheviques” en los
hechos de febrero de 1934 fue al mismo tiempo honorable y menor, y las
acciones de los socialdemócratas no tenían mucho que ver con su retórica
radical. Freud habría hecho más justicia a los desórdenes de febrero limi
tándose a condenar a los represores, y no a los reprimidos.
podría invadir Austria; la rama local de los fascistas podría tomar el poder;
el príncipe heredero de los Habsburgo, Otto, que no había renunciado al
trono, podría restaurar el antiguo régimen. Meditando sobre su estrategia
en medio de toda esta agitación, Freud permitió que una nota lastimera se
deslizara en su carta; “Queremos resistir aquí con resignación. Después de
todo, ¿adónde iría con mi dependencia y desvalimiento físicos? Y el
extranjero es muy poco hospitalario en todas partes”. En ese momento de
autocompasión olvidaba todos los ofrecimientos de asilo. Pero reconoció
que, si “un virrey hitleriano” llegara a gobernar en Viena, él tendría que
irse, a cualquier lado.
La resistencia de Freud a dejar Viena se convirtió en un estribillo
repetido en todas sus cartas. No lograba aceptar la posibilidad de que un
virrey nazi se estableciera en Austria, y su rutina lo ataba al lugar al que
estaba acostumbrado. Seguía analizando y escribiendo; le agradó tomar
nota de que sus libros estaban siendo traducidos a idiomas tan exóticos
como el hebreo, el chino y el japonés; disfrutaba con los obsequios de
estatuillas antiguas que le llevaban amigos atentos. Recibía visitantes en
Berggasse 19. Sus hijos emigrantes, Ernst y Oliver, iban a verlo. Tenía
analizandos y asociados en muchos países del mundo: Max Eitingon, Edo
ardo Weiss, William Bullitt, Marie Bonaparte, Jeanne Lampl-de Groot,
Arnold Zweig. Las visitas de nuevos admiradores como H.G. Wells eran
lo bastante importantes como para registrarlas en la Chronik *'& En com
paración con esa vida, la emigración sólo podía ser peor. En todo caso, le
dijo Freud a Hilda Doolittle, “sé que ya hace tiempo que tendría que haber
cerrado mis cuentas y que lo que todavía tengo es un presente inesperado.
Por otra parte, no resulta demasiado penoso pensar en dejar para siempre
este escenario y este conjunto de fenómenos. No hay mucho que lamentar,
los tiempos son crueles y el porvenir parece desastroso”. *M
Durante esos años funestos, Hitler logró contentar a Freud en una úni
ca oportunidad, pero esa vez le procuró una satisfacción sin límites. El 30
de junio de 1934, un cierto número de antiguos camaradas de Hitler, a los
que éste manifestó temer como rivales y conspiradores, fueron arrancados
del lecho y ejecutados sumariamente. La más importante de las víctimas
era Emst Röhm, líder de la milicia nazi de los camisas pardas, las SA, y a
él lo acompañaron muchos en su súbita muerte, tal vez unas doscientas
personas. De una manera servil, la prensa controlada por los nazis anunció
la purga sangrienta como una limpieza necesaria que libraba al movimien
to de homosexuales e intrigantes sedientos de poder. Para Hitler, el resul
tado fue el dominio absoluto del Tercer Reich. Pero Freud, alegrándose,
no veía más que la realidad inmediata: nazis que mataban a nazis. “Los
acontecimientos de Alemania —le escribió a Arnold Zweig— me recuer
dan a modo de contraste una experiencia del verano de 1920. Era el primer
congreso, en La Haya, fuera de nuestra prisión”. Para muchos analistas
austríacos, alemanes y húngaros, éste había sido el primer viaje al exterior
[662] Revisiones: 1915-1939
que ustedes fueran judíos tenía que ser forzosamente grato para mí, pues
yo mismo era judío, y negarlo siempre me ha parecido no sólo indigno,
sino totalmente absurdo.” *31 Cuando tenía casi ochenta años, lo dijo de
nuevo: “Espero que usted no desconozca —le escribió a un tal doctor
Siegfried Fehl— que siempre he sido fiel a nuestro pueblo, y que nunca
pretendí ser otra cosa que lo que soy: un judío de Moravia cuyos padres
vinieron de la Galitzia austríaca”. *32
Pero en la atmósfera envenenada de fines de la década de 1920 y prin
cipios de la de 1930, hizo algo más que negarse a rechazar su origen judío.
Lo proclamó. La actitud de Freud con respecto al judaismo a lo largo de
su vida revela esta estrategia en gran medida inconsciente. En 1873, duran
te su primer año en la universidad, había descubierto que se suponía que
debía sentirse inferior a causa de su “raza”. Su respuesta fue el desafío: no
veía razón alguna para inclinarse ante el veredicto de la mayoría. Más tar
de, en 1897, sintiéndose prácticamente solo con sus descubrimientos sub
versivos, se unió a una nueva logia local de la B’nai B’rith y en ocasiones
pronunció conferencias en ella; después de que encontrara médicos afines,
ansiosos (aunque no capaces) de asimilar sus ideas, espació sus conferen
cias en la logia y su asistencia a las reuniones. Asimismo, en 1908,
luchando por mantener unidos a sus partidarios suizos no judíos, en las
cartas a sus amigos íntimos judíos Abraham y Ferenczi les rogó paciencia
y tacto, apelando a las afinidades “raciales” que los unían como base esen
cial para la perfecta cooperación en aquel momento crítico.
Los inquietantes acontecimientos políticos tuvieron sobre él un efecto
análogo, aunque un poco más lento. En 1895, después de que Francisco
José se negara a nombrar alcalde de Viena al político antisemita Karl Lue-
ger, aunque el voto popular lo había designado, Freud lo celebró permi
tiéndose fumar algunos de sus cigarros prohibidos. *33 Pero el emperador
sólo pudo posponer esa designación, no impedirla; en 1897 (el año en que
Freud se unió a la B’nai B’rith), Lueger asumió el cargo. Un sueño de
Freud de principios de 1898, que tuvo después de asistir a una representa
ción de la obra de Theodor Herzl sobre el antisemitismo titulada El nuevo
gueto, parece prácticamente una respuesta a la situación política; soñó con
“la cuestión judía, con la preocupación por el porvenir de nuestros hijos, a
los que uno no podía brindarles un hogar nacional”. *34 Herzl es un intere
sante punto de partida para el sueño. Freud, que conocía bien el mensaje
de aquel hombre, observó el desarrollo del sionismo con un interés bené
volo, pero sin tomar parte activa en el movimiento.2 Con todo, es sor-
presente, observó que su padre, aunque proveniente de “un medio jasídico", había
estado alejado de “las asociaciones de su lugar de origen durante más de veinte
años”. Y agregó: “Tuve una educación no judía hasta el punto de que hoy en día
no sé ni siguiera leer su dedicatoria, que evidentemente está en caracteres hebre
os. Más tarde, a menudo he lamentado esa laguna en mi educación.” (Robach,
Freudiana 1957, 57.)
6 Un comentario casual dirigido a Fliess en 1895 revela que ésa no era una
laguna de la que Freud se quejara sólo en sus últimos años. Fliess le había envia
do una observación sobre la angustia de la vergüenza que experimentó Adán des
nudo ante el Señor, y Freud, a quien el comentario le pareció “sorprendente”,
manifestó que le habría gustado leer el pasaje y “preguntarle a un hebreo [es
decir, a alguien que leyera hebreo] el significado del lenguaje”. (Freud a Fliess,
27 de abril de 1895, Freud-Fliess, 128 [127].)
7 Ese autorizado recuerdo invalida la afirmación del sobrino de Freud, Harry,
en el sentido de que el tío, aunque “completamente antirreligioso [no era] en
modo alguno un ateo. Simplemente no pensaba mucho en ritos y dogmas, y se
rebelaba contra cualquier imposición u obligación religiosa. No celebraba las
fiestas ni iba a la sinagoga”. (Richard Dyck, “Mein Onkel Sigmund”, entrevista
con Harry Freud en Aufbau, Nueva York, [11 de mayo de 1956], 3.) Si Freud fue
alguna vez a una sinagoga, debió de hacerlo con ocasión de algún servicio en
memoria de alguno de sus amigos. Pero no hay pruebas de que sucediera.
Morir en libertad [667]
recordaban un mundo que nunca visitó, pero que pensaba que de algún
modo misterioso era el suyo. Este es el mensaje que Freud quiso transmi
tir en su Prefacio a la traducción hebrea de Tótem y tabú: había renunciado
a mucho de lo que tenía en común con los otros judíos, pero lo que le
quedaban de su condición judía era “todavía mucho, probablemente lo
principal”. No podía expresar esa “esencia” con palabras, por lo menos no
todavía. “Seguramente algún día estará al alcance de la comprensión cien
tífica.” *4’ Ese era el Freud investigador en acción: su sentimiento de una
identidad judía, enigmático y más allá del alcance de la ciencia por el
momento, tenía que ser como el sentimiento oceánico de Romain
Rolland, un fenómeno psicológico en principio susceptible de investiga
ción.
Si bien la esencia de la condición judía, de su identidad personal judía,
podría resistir el análisis, Freud no advertía ningún problema en las conse
cuencias de ser judío en su sociedad. Extraño a la fe de sus padres, y resen
tido contra los poderosos elementos antisemitas de la Austria en la que
tenía que vivir y trabajar, se sentía doblemente alienado. En síntesis,
Freud se veía como un hombre marginal y pensaba que esa posición le
proporcionaba una ventaja inapreciable. A fines de 1918 terminó una carta
a Pfister con dos provocativos interrogantes: “Y pasando a otra cosa, ¿por
qué ningún devoto creó el psicoanálisis? ¿Por qué hubo que esperar a un
judío completamente ateo?” *50 Pfister, que no se desconcertó en absoluto,
contestó que ser piadoso no equivalía a tener el genio del descubridor, y
que la mayoría de las personas piadosas eran incapaces de tales logros.
Además, Pfister no estaba dispuesto a considerar a Freud ni como ateo ni
como judío: “Nunca hubo un mejor cristiano”. *51
Freud no comentó ese cumplido bienintencionado, aunque dudoso.«
Pero conocía la respuesta a sus propias preguntas, y ésta difería decisiva
mente del elogio alegre y falto de tacto de Pfister. Como sabemos, el
hecho de que en la universidad se le hubiera negado su condición de “aus
tríaco” le procuró una temprana familiaridad con la condición de opositor,
con lo cual preparó el camino para “una cierta independencia de juicio”. *32
En 1925, preguntándose por la ampliamente difundida resistencia al psico
análisis, sugirió que una causa podría ser que el fundador era un judío que
nunca hizo un secreto de su origen. *s Al año siguiente, en una carta a
sus compañeros de la B’nai B’rith, desarrolló algo más ese punto. Había
descubierto “que debo sólo a mi naturaleza judía las dos características que
se volvieron indispensables en mi difícil modo de vida. Porque era judío,
8 Al leer esta carta algunos años después, Anna Freud, con toda justicia, se
preguntó: “¿Qué demonios quiso decir Pfister con esto, y por qué pretendió discu
tir el hecho de que mi padre era judío, en lugar de aceptarlo?” (Anna Freud a
Ernest Jones, 12 de julio de 1954, papeles de Jones, Archivos de la British Psy
cho-Analytical Society, Londres.)
Morir en libertad [669]
9 Sin embargo, Jones, que tenía algunas ideas primitivas sobre las cualida
des nacionales y raciales, continúa generalizando, más bien a la manera freudia-
na, acerca de la “aptitud [de los judíos] para la intuición psicológica, y su capaci
dad para resistir a la difamación pública”, lo que, a su juicio, “también podría
haber favorecido este estado de cosas”. (Free Associations, 209.)
[670] Revisiones: 1915-1939
alemán de la antigüedad Eduard Meyer, cuya obra Freud citaba con respeto,
había planteado la misma pregunta y sostenido que Moisés era una leyen
da, y no un personaje real. *« Freud no llegó tan lejos; la existencia histó
rica de Moisés era de hecho la pieza central de su teoría. Pero insistió,
como había hecho Max Weber en su estudio del judaismo antiguo, en que
Moisés no fue un judío.
Freud tema perfecta conciencia de que esa hipótesis suscitaba interro
gantes molestos sobre Moisés, el predicador del monoteísmo. Después de
todo, los egipcios habían rendido culto a toda una tribu de las más diversas
deidades. Freud pensaba que tenía la respuesta: hubo un momento en la his
toria de Egipto, aproximadamente en el 1375 a. de C., en el que el faraón
Amenhotep IV introdujo durante un breve tiempo un monoteísmo riguroso
e intolerante, el culto de Atón. *
« Esa era la doctrina que Moisés, un noble
egipcio de posición elevada, quizá miembro de la casa real, transmitió al
pueblo judío, en aquel entonces en cautiverio. Pero al principio su teología
severa y exigente había caído en tierra estéril; la deidad que los judíos adop
taron en su vagabundeo posterior al éxodo de Egipto fue Yahvé, un tosco,
vengativo, sediento de sangre, “dios de los volcanes”. *67 Pasaron siglos
hasta que el pueblo elegido aceptara finalmente las enseñanzas de otra figu
ra también llamada Moisés, un monoteísmo elevado relacionado con reglas
morales que exaltaban el renunciamiento. Si esa hipótesis demostraba ser
correcta, observa Freud secamente, muchas leyendas prestigiosas se precipi
tarían en el vacío: “Ningún historiador puede considerar que el relato bíbli
co sobre Moisés y el éxodo sea algo más que una ficción piadosa, que ree
laboró una tradición remota al servicio de sus propias conveniencias”. Su
reconstrucción no dejaba “lugar alguno para un buen número de piezas bri
llantes del relato bíblico, como por ejemplo las diez plagas, el paso del
mar Rojo, la solemne entrega de las tablas de la ley en el monte de Sinaí”.
*« Los autores de la Biblia habían condensado todo tipo de figuras distin
tas, como los dos hombres llamados Moisés, y adornaron los hechos de tal
modo que resultaba imposible cualquier reconocimiento.
Esa iconoclasia no presentaba ninguna dificultad para Freud. Pero
parecía imposible conciliar el culto primitivo a Yahvé de los antiguos
hebreos con la exigente doctrina de Moisés. En este punto Freud encon
tró el apoyo que buscaba en una monografía del erudito Ernst Sellin,
quien, en 1922, había sugerido que Moisés fue asesinado por el pueblo
que él mismo sacó de Egipto, y que su religión había sido abandonada
después de su muerte. *69 Quizá por un período de hasta ocho siglos,
Yahvé siguió siendo el Dios del pueblo judío. Pero finalmente un nuevo
profeta, que tomó su nombre, Moisés, del anterior reformador, había
obligado a los hebreos a someterse a la fe que el Moisés original trató de
imponerles en vano. “Y éste es el resultado esencial, el contenido funes
to, de la historia de la religión judía.” La hipótesis de Sellin sobre el
asesinato de Moisés era —y Freud lo sabía— extremadamente osada y
[674] Revisiones: 1915-1939
como siempre,12 y todavía podía disfrutar del sol, las flores y sus vacacio
nes. “Lamento que usted nunca viera nuestra casa con jardín aquí, en Grin-
zing —le escribió a Hilda Doolittle en mayo de 1935—. Es el lugar más
bonito que hemos tenido, un ensueño, y a sólo más o menos 12 minutos
en coche desde Berggasse. El mal tiempo, con todo, tuvo la ventaja de per
mitir que la primavera desplegara su esplendor muy lentamente, mientras
que en otros años la mayor parte de la floración ya había concluido cuando
nosotros nos íbamos. Sin duda envejezco y mis dolencias aumentan, pero
trato de disfrutar todo lo que puedo y trabajo 5 horas al día.” *7« Después de
un agradable verano que pasó principalmente en Grinzing, le dijo a su ex
analizando, en noviembre, que todavía estaba atendiendo a cinco pacientes
al día, de nuevo “en Berggasse, una prisión muy confortable”. *77 Acosado
por su prótesis, por la política, por Moisés, todavía podía movilizar senti
mientos alegres, o por lo menos redactar alegres comunicados.
Una actividad que mantenía a Freud ocupado era seguir el funciona
miento de las instituciones en el extranjero. Cuando Emest Jones fue a
Viena a pronunciar conferencias a principios de la primavera de 1935,
Freud se mostró profundamente interesado en las “sorprendentes novedades
del psicoanálisis inglés” que Jones había expuesto a “nuestra gente”. *7S
Las “novedades” de Jones eran principalmente su desafío a la teoría freu-
diana de la pulsión de muerte y su defensa de las ideas de Melanie Klein.
Pero Freud ya había dicho su última palabra sobre esos temas, y estaba
contento con ser un observador sereno, comentando con inhabitual suavi
dad que la Sociedad Psicoanalítica de Londres había “seguido a Frau Klein
por un camino falso”. *79 Con todo, el psicoanálisis estaba haciendo pro
sélitos, o por lo menos ganando prestigio. Algo que le procuró a Freud un
placer muy especial fue ser designado “por unanimidad” miembro honora
rio de la Sociedad Real de Medicina de Inglaterra, más o menos en la mis
ma época en que Jones visitó Viena. “Ya que esto no puede deberse a mis
bellos ojos —le escribió a Jones con un deleite apenas reprimido—, debe
demostrar que el respeto por nuestro psicoanálisis ha hecho grandes pro
gresos en los círculos oficiales ingleses”. *80
Y además estaba su correspondencia. En la era nazi, con sus hijos y
sus colegas analistas esparcidos por el mundo, era más internacional que
nunca. Emst Freud y su familia habían fijado su residencia en Londres, y
Freud tuvo la satisfacción de saber que Hilda Doolittle, que entonces tam
bién vivía en Londres, estaba en contacto con ellos. *81 Oliver se encontra
Finís Austriae
lote 12.000 francos, unos 500 dólares.16 Según decía Marie Bonaparte,
Stahl tenía una oferta de los Estados Unidos, pero aspiraba a que la colec
ción no saliera de Europa. La princesa le había echado un vistazo a una de
las cartas, para confirmar su autenticidad. “Después de todo —le dijo a
Freud—, ¡conozco su letra!” *104
Freud quedó aterrado. Recordemos que cuando la viuda de Fliess le
pidió que le devolviera las cartas de su esposo, poco después de la muerte
de Fliess, a fines de 1928, Freud no había podido encontrarlas. Pero la
solicitud lo había llevado a preocuparse por sus propias cartas a Fliess. Le
explicó a Marie Bonaparte que la correspondencia entre ellos había sido “la
más íntima que usted pueda imaginar. Hubiera sido sumamente embarazo
so que cayera en manos de extraños”. Se ofreció a compartir el costo de
las cartas; estaba claro que quería que fueran destruidas; “No quiero que
ninguna de ellas llegue a ser conocida por la llamada posteridad.” *>05 Pero
Stahl, hombre de cierta rectitud, sólo vendería las cartas con la condición
de que no fueran a parar a las manos de la familia Freud, precisamente para
salvarlas de la destrucción. Obviamente, la pasión de Freud por la discre-
sión (característica de un burgués del siglo XIX como él) no era ningún
secreto.
Se inició entonces un duelo amistoso: de un lado estaba Freud, ansio
so por asegurarse los documentos; del otro, la princesa, igualmente ansio
sa por conservarlos para “la llamada posteridad”. A principios de enero de
1937, haciéndose eco de la actitud de Freud con respecto a la viuda de
Fliess, ella lo tranquilizó señalándole que si bien las cartas estaban todavía
en Alemania, por lo menos «ya no [estaban] en manos de la “bruja”».
Prometió no leerlas ella misma; le propuso depositarlas en alguna biblio
teca segura, con la condición de que nadie las viera hasta “ochenta o cien
años después de su muerte”. Tal vez —adujo, oponiéndose a su ex analis
ta— Freud no apreciaba su propia grandeza. “Usted pertenece a la historia
del pensamiento humano, lo mismo que Platón, digamos, o que Goethe.”
¡Cuánto se habría perdido si no tuviéramos las conversaciones de Goethe
con Eckermann, o si se hubieran destruido los diálogos platónicos sólo
para proteger la reputación del Sócrates pederasta! “Algo se perdería de la
historia del psicoanálisis, esta nueva y singular ciencia, creación suya,
más importante incluso que las ideas de Platón”, si se destruyeran esas
cartas sólo porque contenían algunas observaciones personales. Le decía
eso —le aseguró— porque “lo quiero... y reverencio”. *106
Freud se sentía aliviado por el hecho de que fuera ella y no otra perso
na quien tomara posesión de las cartas, pero rechazó sus argumentos y
Alfred Adler. Durante una gira de conferencias por Gran Bretaña, Adler
había caído en una calle de Aberdeen, víctima de un ataque cardíaco. Cuan
do Amold Zweig se manifestó un tanto entristecido por la noticia, Freud
dejó entrever que él no lo estaba en absoluto. Había odiado a Adler durante
más de un cuarto de siglo, y Adler lo había odiado a él durante el mismo
tiempo, y no menos explícitamente. “Para un chico judío de un suburbio
vienés —contestó Freud—, una muerte en Aberdeen, Escocia, es una haza
ña sin precedentes y una prueba de lo lejos que ha llegado. Sin duda, sus
contemporáneos ya lo han recompensado lo suficiente por el servicio que
prestó contradiciendo al psicoanálisis”.17 *110 Freud había establecido este
punto en El malestar de la cultura: dijo que no podía comprender el man
damiento cristiano de amor universal, y que sin duda muchas personas
eran dignas de odio; entre los individuos más odiosos se contaban a su jui
cio aquellos que lo habían abandonado y que habían hecho una fortuna
actuando como alcahuetes ante un público incómodo con su teoría de la
libido.
Si bien la muerte de Adler le produjo placer, o por lo menos no le
provocó ningún dolor, la situación de otras personas le causaba preocupa
ciones. Su cuñada Minna Bemays, que seguía siendo uno de sus seres
favoritos, contaba en aquel entonces setenta y dos años de edad y estaba
gravemente enferma. Sus hijos, empujados por la marea hitleriana, erra
ban en busca de un hogar y medios para ganarse la vida. Sólo su hija
Anna se fortalecía cada vez más. Fuera cual fuere el prestigio que al prin
cipio consiguió como hija de Freud y la protección que le brindó el padre,
ya hacía tiempo que los había reemplazado la autoridad adquirida merced a
su propio trabajo psicoanalítico con niños, y a sus lúcidos ensayos. Pero,
desgraciadamente, Lou Andreas-Salomé, amiga de Anna y de Freud, murió
en febrero de 1937, a los setenta y cinco años, “una muerte tranquila en su
casita de Gotinga”. Freud se enteró a través de los periódicos. “Estaba
muy encariñado con ella —reflexionó en una carta a Amold Zweig—,
extraño es decirlo, sin la menor huella de atracción sexual”. *ni La recordó
en una necrológica concisa pero cálida. *112 Eitingon, escribiendo desde
Palestina, expresó con propiedad los sentimientos de Freud: “La muerte de
Lou parece tan extrañamente irreal... Nos parecía tan ajena a cualquier
tipo de tiempo...”*112
brutalidad alemana”. *121 Ahora lo veía todo con una claridad implacable,
por lo menos a veces. “El gobierno de aquí —comentó en diciembre de
1937— es diferente, pero la gente es la misma, coincide por completo con
sus hermanos del Reich en el culto al antisemitismo. Cada vez nos aprie
tan más la garganta, aunque aún no estamos siendo estrangulados”. *122 El
entusiasmo con el que los austríacos saludaron a Hitler tres meses más
tarde, no pudo sorprenderlo demasiado.
Hotel, rodeada por seis guardias nazis con cascos de acero y rifles, obliga
da a arrodillarse y a tratar desesperadamente de borrar las palabras “Heil
Schuschnigg!” escritas en el pavimento con pintura blanca. Pero incluso a
esos torturadores los judíos tenían motivos para estarles agradecidos, a
pesar de las humillaciones que les imponían, porque los guardias no los
habían golpeado, como la turba parecía ansiosa de hacer». Esa chusma,
“en un estado de ánimo extremadamente peligroso y presto para el
saqueo”, fue dispersada por los guardias nazis con cascos de acero. “Está
claro —reflexiona el periodista— que no sólo los judíos van a aprender
cuál fue el precio del Anschluss”. Un nazi alemán de Berlín con el que
había hablado ese periodista “expresó cierta sorpresa por la velocidad con
la que allí se estaba introduciendo el antisemitismo, lo que, según dijo,
convertía la situación de los judíos vieneses en algo mucho peor que la de
los judíos alemanes, porque en Alemania el cambio se había producido
mucho más gradualmente”. *134 A todos los periodistas que en aquellos
días informaban desde Austria les impresionaba el espíritu festivo reinan
te. «Vieneses desenfrenados. Calles ruidosas atestadas —decía un titular
del 14 de marzo—. Vociferando, cantando, agitando banderas, las multitu
des recorren la ciudad, haciendo el “Sieg Heil” nazi. / Jóvenes en marcha. /
Aires marciales alemanes reemplazan a los valses en los cafés: No hay
oposición visible». *135 Durante cierto tiempo, mientras los nazis alema
nes importaban la teatral manipulación de masas que tan bien habían ela
borado en su propio país, Austria estuvo de fiesta.
El lado sombrío de la fiesta era la coerción y el asesinato. Marzo de
1938, en Viena y en otras partes de Austria, se convirtió en un período de
asesinato político organizado, y también de asesinato casual, improvisado.
El abogado socialdemócrata judío Hugo Sperber, personaje más bien
importante, que durante mucho tiempo, a su modo ingenioso y desordena
do, había significado una provocación para los nazis austríacos, fue literal
mente pisoteado hasta la muerte. *136 Este incidente no fue el único: en
abril, un ingeniero, Isidor Pollack, director de una fábrica química, resultó
asesinado del mismo modo por hombres de las SA que realizaban un
“registro” de su casa. *137 Otros judíos austríacos, como el ensayista, artis
ta de cabaret e historiador de la cultura aficionado Egon Friedell, privó de
su presa a los torturadores y asesinos; el 16 de marzo, cuando las tropas de
asalto subían por las escaleras a su apartamento, él se arrojó por la venta
na y murió. Esto se convirtió en una epidemia: el 11 de marzo hubo dos
suicidios en Viena; tres días más tarde, el número ascendió a catorce, entre
ellos ocho de judíos. *> 38 Durante la primavera, unos quinientos judíos
austríacos optaron por la muerte para salvarse de la humillación, la angus
tia insoportable o la deportación a campos de concentración. *> 3’ Las
muertes violentas eran tan abundantes que a fines de marzo las autoridades
se sintieron obligadas a emitir una desautorización de los “rumores refe
rentes a miles de suicidios [presuntamente acaecidos] desde el acceso de los
Morir en libertad [689]
Verlag, retuvieron todo el día a Martin Freud, sin hallar ninguno de los
documentos comprometedores guardados en la oficina. Fue un golpe de
suerte: el testamento de Freud, que estaba allí, revelaba que tenía fondos
en el extranjero. Los invasores permanecieron mucho tiempo en el aparta
mento; tal vez los desconcertó un tanto Martha Freud, aquella burguesa
competente y cortés, pero no llegó a hacerles perder su presencia de áni
mo. Anna Freud los llevó a la caja fuerte y la abrió, para que hicieran lo
que quisieran. *1« La visita sígnente de los nazis una semana más tarde, iba
a ser más preocupante.
Resultaba depresivamente obvio que el psicoanálisis no tenía futuro
en Viena. De ningún modo estaba claro el propio futuro de Freud. Era
demasiado célebre como para pasar inadvertido: los periódicos occidentales
informaron de que el gobierno palestino le había ofrecido asilo, pero los
nuevos funcionarios austríacos se negaban a entregarle el pasaporte. *144
La Chronik registra posibles ayudas: “Jones”, en la entrada del 16 de mar
zo, y la “Princesa” al día siguiente. *145 Uno y otra contaban con relacio
nes impresionantes (lo que los austríacos gustaban de llamar “Protek
tion”): Ernest Jones podía apelar a sus amistades con miembros del
gabinete británico, y la princesa Marie Bonaparte era rica, de alta alcurnia
y tema lazos con la realeza lo bastante ilustres como para detemer incluso
la mano de la Gestapo. Desde Suiza, Ludwig Binswanger envió una invi
tación en esa clase de idioma codificado que habían aprendido a utilizar
quienes enviaban cartas al territorio ocupado por los nazis. El 18 de marzo
le escribió a Freud: “El propósito de mis líneas hoy es decirle que lo invi
to a venir en cualquier momento en que desee un cambio de aire”. Además
le dio seguridades: “Ya se imaginará que sus amigos suizos piensan en
usted, listos para ayudarle en todo momento”. *146 Más útil aún resultó
que William Bullitt, en aquel entonces embajador norteamericano en Fran
cia, estuviera atento a la suerte de su ex colaborador en el libro sobre Wil
son. El cónsul general norteamericano en Viena, John Cooper Wiley,
designado a instancias de Bullitt, le respondía como su representante en el
lugar de los hechos. Freud fue también afortunado con los austríacos gen
tiles de los que tanto dependía (en especial su cirujano, Hans Pichler, del
que siguió siendo paciente, como si nada hubiera cambiado en el mundo).
Sin embargo, no era seguro que aquel formidable equipo de protectores
pudiera salvar a Freud; embriagados por una victoria tras otra, desprecian
do a las potencias occidentales que anhelaban la paz y temían la confronta
ción, los nazis se burlaban de las protestas inglesas, francesas o norteame
ricanas. Los recuerdos de la Primera Guerra Mundial y sus horrores
obsesionaban y prácticamente paralizaban a los hombres de Estado de los
países aliados; esos recuerdos actuaban como otros tantos factores de apa
ciguamiento. Algunos de los políticos nazis más osados, por ejemplo
Himmler, exigían que Freud y toda la pandilla de analistas que todavía
estaban en Viena fueran encarcelados, pero aparentemente los contuvo
Morir en libertad [691]
Freud— recuerda Schur. Las horas eran interminables. Fue la única vez
que vi a Freud profundamente preocupado. Iba de aquí para allá, fumando
incesantemente. Traté de tranquilizarlo cuanto pude.” *153 Mientras tanto,
en la Gestapo su hija Anna no perdió el control. “Fue lo bastante perspi
caz —escribió su hermano Martin— como para darse cuenta de que el
principal peligro que corría era que la dejaran esperando en el corredor,
olvidada, hasta que cerraran las oficinas. En ese caso, sospechó, la barrerí
an junto con otros detenidos judíos, y sería deportada o asesinada por
casualidad.” Los detalles son confusos, pero parece que movilizando de
algún modo a sus amigos más influyentes, ella logró que la interrogaran.
La Gestapo quería información sobre la sociedad internacional a la que per
tenecía, y consiguió convencerlos de que la Asociación Psicoanalítica
Internacional era una institución puramente científica, totalmente apolíti
ca. *154 A las siete de la tarde, Wiley pudo cablegrafiar buenas noticias al
secretario de Estado, “para Bullitt”, como siempre: “Anna Freud libera
da”.1’ Schur anota que, al sentirse aliviado, el padre se permitió demostrar
alguna emoción.
Ese acontecimiento, incluso más que la elocuencia de Ernest Jones,
convenció a Freud de que ya era tiempo de irse. Un poco después le escri
bía a su hijo Emst: “en estos tiempos difíciles, son dos las cosas que
todavía espero: veros a todos juntos y morir en libertad”. *155 Pero el pre
cio de la libertad era someterse a ese tipo de latrocinio organizado burocrá
ticamente en el que eran especialistas los nazis. Nadie podía salir legal
mente de Austria sin un Unbedenklichkeitserklarung, un “certificado de
buena conducta” (literalmente, “de inocencia”) que el potencial emigrante
sólo podía conseguir después de haber hecho efectivos todos los pagos
obligatorios que el régimen ingeniosamente inventaba y multiplicaba. El
13 de marzo, la dirección de la Sociedad Psicoanalítica de Viena había
decidido recomendar la emigración inmediata de sus miembros judíos, y
volver a reunirse cuando Freud finalmente hubiera hallado un nuevo
hogar. El único miembro gentil, Richard Sterba, se negó a presidir un
establishment psicoanalítico “arianizado”, y eligió compartir el exilio de
sus colegas judíos.
Esto permitió que los austríacos confiscaran los bienes de la Sociedad,
su biblioteca y la editorial. *156 Tan mezquinos en las trivialidades como
inhumanos en las cosas importantes (una característica de todos los régi-
menes totalitarios) las autoridades ampliaron la lista de sus exigencias a
19 Más tarde, al recordar los acontecimientos de ese día, Anna Freud pensó
que “podría haberse producido alguna intervención entre bambalinas. Por lo
menos hubo una misteriosa llamada telefónica después de que yo estuviera allí
durante unas horas, y ello propició que en lugar de esperar en el corredor pudiera
sentarme en una habitación interior”. (Anna Freud a Jones, 20 de febrero de
1956, papeles de Jones, Archivos de la British Psycho-Analytical Society, Lon
dres.)
[694] Revisiones: 1915-1939
los Freud: insistieron en recaudar el impuesto que debían pagar los judíos
por “huir” del país (el Reichsfluchtssteuer) y, además, querían el stock de
las obras completas de Freud (que Martin Freud, prudentemente, había
enviado a Suiza), para quemarlo. Como era típico en ellos, le pagaron a
Martin Freud el transporte de los libros que devolvieron de nuevo a Aus
tria. *i5 7 Freud no tenía con qué pagar lo que se le pedía; todo su dinero en
efectivo le había sido confiscado, lo mismo que su cuenta bancaria. Pero
allí estaba Marie Bonaparte. Había permanecido junto a los Freud durante
marzo y principios de abril, y volvió a Viena a fines de ese mes, pagando
todo lo que había que pagar. Su presencia fue invalorable. “Creo que nues
tras tristes últimas semanas en Viena, desde el 11 de marzo hasta fines de
mayo —escribió más tarde Martin Freud con gratitud— habrían sido total
mente insoportables sin la presencia de la princesa.” No sólo les dio su
dinero y su aliento; también aportó su intrepidez: cuando las SS fueron a
llevarse a Anna a la Gestapo, la princesa pidió que también la arrestaran a
ella. *15«
Incluso Anna Freud, por lo general tan dueña de sí misma a veces se
entregaba al desaliento. “En tiempos más tranquilos —le escribió a Emest
Jones el 3 de abril, empleando el íntimo du— espero poder demostrarte
que comprendo perfectamente lo que estás haciendo por nosotros”. *>5» Lo
que principalmente impedía la entrega de los visados de salida —le infor
mó Wiley a Sumner Welles— era la “liquidación” de la editorial de Freud.
Marie Bonaparte era infatigable, pero las interminables diligencias ante
funcionarios y autoridades recaían en su mayor parte sobre los hombros de
Anna Freud. “Entre ayer y hoy —le relató a Emest Jones a fines a abril—
estuve cinco veces en casa del abogado y tres veces en el consulado
americano]. Todo va lento”. *160 A veces, su desaliento era perceptible en
sus cartas a Londres y, disciplinada y autocrítica, ella misma lamentaba
tales efusiones. “Por lo general —prácticamente se disculpó con Jones el
26 de abril—, escribo a altas horas de la noche, cuando ya he agotado una
buena cantidad del llamado “coraje”, y tal vez entonces me dejo ir un poco
demasiado”. Sobre todo, le preocupaba su padre. “¿Qué haremos si su
salud no resiste? Pero eso —agregó pensativamente— se cuenta entre lo
que es mejor no preguntarse.” *161
De hecho, la salud de Freud hacía frente a la tensión con valentía; se
veía sin embargo condenado a la pasividad, que él detestaba. Para pasar el
tiempo, mientras aguardaba que los nuevos dueños del poder aprendieran
su oficio y pusieran fin a sus tropelías, clasificó y ordenó sus libros, sus
antigüedades, sus papeles. Se desembarazó de títulos que no le interesa
ban, e intentó tirar cartas y documentos, aunque Marie Bonaparte y Anna
Freud lograron rescatar algunas para la posteridad, recogiéndolas del cesto
de los papeles. *162 Mayor placer le procuró la traducción (en la que pasó
horas junto con su hija) del pequeño homenaje de Marie Bonaparte a su
chow Topsy. Incluso halló energía para dedicarse un poco (“una hora por
Morir en libertad [695]
dad”, *> 7« pasaron por algunos de los lugares turísticos de Londres (el pala
cio de Buckingham, Piccadilly Circus, Regent Street) y Freud fue descri
biéndoselos a su mujer. *177 Nunca hubiera soñado que iba a terminar su
vida en Londres, como exiliado.
La muerte de un estoico
Tres días más tarde, el 22 de julio, Freud inició su Esquema del psi
coanálisis, registrando minuciosamente la fecha en la página inicial.
Redactó el borrador con velocidad impaciente, utilizando abreviaturas y
omitiendo artículos; ese “trabajo de vacaciones” —le escribió a su hija
Anna, en aquel entonces en París para una consulta— le resultaba una
“ocupación divertida”. *is» Pero el Esquema es un enunciado enérgico, aun
que sucinto, de sus opiniones más maduras. En las cinco docenas de pági
nas que logró escribir antes de abandonar el manuscrito, resumió todo lo
que había aprendido sobre el aparato mental, la teoría de las pulsiones, el
desarrollo de la sexualidad, la naturaleza de lo inconsciente, la interpreta
ción de los sueños y la técnica psicoanalítica. En ese fragmento sustan
cial, no todo es resumen: Freud esparció sugerencias de nuevos desarrollos
de su pensamiento, en especial sobre el yo. En un pasaje enigmático,
especuló que tal vez llegaría el momento en que el estado de la mente
podría alterarse mediante sustancias químicas, condenando por lo tanto a la
obsolescencia la terapia psicoanalítica, en aquel entonces el mejor tra
tamiento con que se contaba para atender las neurosis. A los ochenta y dos
años, Freud seguía abierto al futuro, aún podía pensar en revisiones radica-,
les de las prácticas psicoanalíticas. El Esquema del psicoanálisis parece
una cartilla sumamente condensada, pero no para principiantes; entre las
“divulgaciones” de Freud, es con mucho la más difícil. Con su amplitud y
sus advertencias implícitas contra el anquilosamiento del pensamiento psi-
coanalítico, se puede considerar el testamento que Freud dejó a la profe
sión que él mismo había fundado.
de manos de los nazis (sus libros, sus antigüedades, su célebre diván) lle
garon finalmente y fueron dispuestos de manera tal que sus dos habitacio
nes de la planta baja se parecieran en general al consultorio y al estudio
adyacente de Berggasse 19. Paula Fichtl, la criada de la familia desde
1929, que desempolvaba con supremo ciudado sus estatuillas en Viena,
las distribuyó exactamente en el mismo orden. Entre esas preciadas anti
güedades había un vaso griego, regalo de Marie Bonaparte, que en Viena
estaba colocado detrás del escritorio de Freud, y que más tarde iba a guardar
sus cenizas y las de su esposa. Allí, en Maresfield Gardens, rodeado por su
antiguo ambiente de trabajo especialmente reconstituido para él, Freud
vivió el año que le quedaba de vida.
Si bien la operación había minado sus reservas, él siguió lo bastante
despierto como para mantenerse informado sobre los acontecimientos de
cada día. La situación internacional se deterioraba constantemente, y la
amenaza de guerra pendía sobre el mundo civilizado como una niebla
envenenada. El 29 de septiembre de 1938, Neville Chamberlain y Edouard
Daladier se reunieron en Munich con Hitler, y consintieron en que Alema
nia se anexionara las regiones “germanas” de Checoslovaquia, a cambio de
una dudosa promesa de conducta pacífica por parte de los nazis en el futu
ro. A su regreso a Inglaterra, Chamberlain fue saludado por muchos como
un salvador, y denunciado por unos pocos como un vergonzoso apacigua
dor. En una carta a Freud, Amold Zweig se preguntó si los llamados
“pacificadores” entendían “qué precio están haciendo pagar a otros, hasta
que tengan que pagarlo ellos mismos”. *200 Munich procuró a los aliados
unos pocos meses de tiempo y, cuando se vieron obligados a despertar,
una reputación de traición y cobardía: nada más. El nombre mismo de la
ciudad en la que los primeros ministros de Gran Bretaña y Francia vendie
ron Checoslovaquia a los nazis se convirtió en sinónimo de abyecta rendi
ción. El comentario de Freud sobre Munich en su Chronik fue conciso:
“Paz”. *201
Todavía no se sentía lo bastante bien como para poner al día su
correspondencia. La primera carta que envió desde “el Hogar”, a Marie
Bonaparte, fue escrita el 4 de octubre, una semana después de mudarse. Su
antigua, característica y obsesiva rapidez había desaparecido; Freud tenía
que ahorrar sus recursos. En la carta explicó por qué. La intervención qui
rúrgica —le dijo a su princesa— había sido “la más grave desde 1923, y
me costó mucho”. Sólo le quedaba energía para enviar un mensaje breve:
“Apenas puedo escribir, lo mismo que hablar o fumar”; se quejó de sentir
se terriblemente cansado y débil. Pero a pesar de todo estaba analizando a
tres pacientes. *M2 Y en cuanto se recuperó, volvió a sentarse al escritorio.
Ya abandonado el Esquema del psicoanálisis, el 20 de octubre inició otro
ensayo didáctico, “Algunas lecciones elementales de psicoanálisis”, que
también estaba destinado a ser sólo un fragmento, en este caso muy breve.
Según le dijo a Marie Bonaparte a mediados de noviembre, todavía era
[704] Revisiones: 1915-1939
“Usted sabe que Arma está asistiendo al encuentro de París —un congreso
de psicoanalistas de lengua francesa—. Yo me estoy volviendo cada vez
menos independiente y más dependiente de ella.” Una vez más, como tan a
menudo en aquellos días, deseó la muerte. Una enfermedad que “abreviara
el cruel proceso sería muy deseable”. *226
La carta es rica y reveladora. Documenta de nuevo el afecto que Freud
sentía por su hija y la necesidad que tenía de ella, lo mismo que el hecho
de que detestaba la dependencia. Y vuelve a subrayar su convicción de que
tema derecho a saber toda la verdad sobre sí mismo, por desalentadora que
fuera. Por lo menos podía confiar en que su médico personal, Max Schur,
no le fallaría en ese sentido, como lo había hecho Félix Deutsch en 1923.
Lamentablemente, Schur tuvo que dejar a Freud durante unas semanas crí
ticas. A fines de abril, abrumado por una duda cruel sobre lo que debía
hacer, viajó no obstante a los Estados Unidos para instalar allí a su esposa
y sus dos hijos pequeños, solicitar la ciudadanía y tratar de obtener la
licencia para la práctica médica. Se sentía muy culpable, pero Freud pare
cía sentirse mejor después del tratamiento con rayos X, y Schur realmente
no podía demorar su partida. Había recibido un visado para entrar en los
Estados Unidos y, aduciendo la necesidad de permanecer cerca de Freud,
logró que se la ampliara hasta fines de abril. Pero las autoridades del con
sulado norteamericano, obligadas a obedecer una ley de inmigración infle
xible, no prorrogarían esa visado de nuevo. Ante el peligro de perder por
muchos años el derecho a emigrar a los Estados Unidos, Schur decidió ir y
volver lo más pronto posible. *227
Durante esos meses, lo mismo que en los días más negros de la Aus
tria nazi, Max Schur cobró la dimensión de una figura casi tan esencial
para Freud como su hija Anna. Freud se refirió repetidamente a él como a
su “médico personal”, *228 lo cual suena casi mayestático, pero le gustaba
Schur y lo trataba como a un asociado de confianza. Lo mismo hacían los
hijos: recordemos que fue Schur quien proporcionó a Arma y Martin la
droga letal que esperaba no tuvieran necesidad de tomar. Schur había des
cubierto a Freud en 1915, cuando, como joven estudiante de medicina,
asistió con entusiasmo creciente a las conferencias más tarde publicadas
con el título de Conferencias de introducción al psicoanálisis. Si bien
optó por especializarse en medicina interna, se mantuvo informado sobre
el psicoanálisis, y esa persistente fascinación, rara en un internista, cons
tituyó buena recomendación ante Marie Bonaparte, que había acudido a su
consulta en 1927 primero, y después al año siguiente, poniéndose en sus
manos para un tratamiento más intensivo. Ella recomendó a Freud que
tomara a Schur como médico personal, y él así lo hizo en marzo de
1929, *22’ Nunca lamentó haber seguido el consejo de la princesa, y se
describió a sí mismo como “paciente dócil [de Schur], incluso cuando no
me resulta fácil”. *230 En realidad, se rebelaba contra su médico sólo en lo
concerniente a dos cuestiones: se quejó repetidamente de que los honora
Morir en libertad [711]
23 En esos años, Freud sostenía una amistosa disputa con Marie Bonaparte,
que lo reverenciaba, sobre si era o no un gran hombre. El decidió que no lo era,
pero que había descubierto grandes cosas.
[712] Revisiones: 1915-1939
24 Freud continuó con esa quimera durante algunos años, discutiéndola espe
cialmente con Emest Jones, quien con valentía procuraba disuadirlo. Le había
impresionado mucho el "Shakespeare” Ideniified, de Thomas Looney (1920), en
el que se “revela” que “Shakespeare” era el conde de Oxford; leyó dos veces el
libro. (Véase, entre sus cartas, sobre todo Freud a Jones, 11 de marzo de 1928,
Freud Collection, D2, LC.) Perspicazmente, Jones vincula esa manía inocua con
la enigmática fascinación de Freud por la telepatía. Una y otra, sugiere, dan sus
tento a la opinión de que las cosas no son lo que parecen. (Véase Jones [Vida y
obra de Sigmund Freud] III, 428-430.)
Morir en libertad [713]
Briefe; Sigmund Freud, Briefe 1873-1939, comp. de Ernst y Lucie Freud (1960,
2’ ed. ampliada, 1968). Versión inglesa, Letters of Sigmund Freud, 1873-
1939, trad, de Tania y James Stern (1961; 2 * ed., 1975) [trad, cast.: Epis
tolario (1873-1939), Barcelona, Plaza y Janés, 1984].
Freud-Abraham; Sigmund Freud, Karl Abraham, Briefe 1907-1926, comp, de Hil
da Abraham y Ernst L. Freud (1965). Versión inglesa, A Psycho-Analytic
Dialogue: The Letters of Sigmund Freud and Karl Abraham, 1907-1926,
trad, de Bernard Marsh y Hilda Abraham (1965) [trad, cast.: Corresponden
cia Freud-Abraham, Barcelona, Gedisa, 1979].
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Jeffrey Moussaieff Masson, con la colaboración de Michael Schröter y Ger
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Masson (1985).
Freud-Jung; Sigmund Freud, C.G. Jung, Briefwechsel, comp, de William McGuire
y Wolfgang Sauerländer (1974; 3* reimpresión corregida, 1979). Versión
inglesa, The FreudUung Letters: The Correspondence between Sigmund
Freud and C.G. Jung, comp, de William McGuire y trad, de Ralph Manheim
(cartas de Freud) y R.F.C. Hull (cartas de Jung), (1974) [trad, cast.: Corres
pondencia, Madrid, Taurus, 1979].
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L. Freud y Heinrich Meng (1963). Version inglesa, Psychoanalysis and
Faith: The Letters of Sigmund Freud and Oskar Pfister, trad, de Eric Mosba-
cher (1963).
Freud-Salomé; Sigmund Freud, Lou Andreus-Salomé, Briefwechsel, comp, de
Ernst Pfeiffer (1966). Versión inglesa, Sigmund Freud, Lou Andreas-Salome,
Letters, trad, de Elaine y William Robson-Scott (1972).
Freud-Zweig; Sigmund Freud, Arnold Zweig, Briefwechsel, comp, de Ernst L.
Freud (1968; en rústica, 1984). Versión inglesa, The Letters of Sigmund
Freud and Arnold Zweig, trad, de Elaine y William Robson-Scott (1970)
[trad, cast.: Correspondencia Freud-Zweig, Barcelona, Gedisa, 1980].
GW; Sigmund Freud, Gesammelte Werke, Chronologisch Geordnet, comp, de
Anna Freud, Edward Bibring, Willi Hoffer, Ernst Kris y Otto Isakower, en
colaboración con Marie Bonaparte, 18 vols. (1940-68).
Int. J. Psycho-Anal.; International Journal of Psycho-Analysis.
Int. Rev. Psycho-Anal.; International Review of Psycho-Analysis.
[722] Abreviaturas
Prefacio
1. Freud a Martha Bernays, 28 de abril de 1885, Briefe [Epistolario], 144-
145.
2. “Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinci” (1910), GW, VIII,
202/“Leonardo da Vinci and a Memory of His Childhood” [“Un recuerdo
infantil de Leonardo da Vinci”], SE, XI, 130.
3. Freud a Arnold Zweig, 31 de mayo de 1936, Briefe [Epistolario], 445.
4. Traumdeutung (1900), GW II-III, 126/The Interpretation of Dreams [La
interpretación de los sueños], SE, IV, 121.
5. Freud a Fliess, 1 de febrero de 1900. Freud-FUess, 437 (398).
6. “The Pope’s Secrets”, distribuido por Tony Alamo, Pastor, presidente de
la Tony and Susan Alamo Christian Foundation, Alma, Arizona, sin fecha.
7. “Zur Geschichte der psychoanalytischen Bewegung” (1914), GW X,
60/“On the History of the Psycho-Analytic Movement” [“Contribución a
la historia del movimiento psicoanalítico”], SE XIV, 21. Está citando al
dramaturgo alemán del siglo XIX Christian Friedrich Hebbel.
8. Freud a Stefan Zweig, 14 de abril de 1925. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
9. Freud a Ferenczi, 10 de enero de 1910. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
10. Freud a Einstein, 8 de diciembre de 1932. Freud Collection, B3, LC.
11. “Eine Kindheitserinnerung aus Dichtung und Wahrheit”, (1917) GW XII,
17/“ A Childhood Recollection from Dichtung und Wahrheit”, SE XVII,
148.
12. “Bruchstück einer Hysterie-Analyse” (1905), GW V, 240/“Fragment of an
Analysis of a Case of Hysteria”, SE VII, 77-78.
13. Freud a Edward Bernays, 10 de agosto de 1929. Briefe [Epistolario], 408.
45. Véase Wolfdieter Bihl, “Die Juden”, en Die Habsburger Monarchie, 1848-
1918, comp, de Adam Wandruszka y Peter Urbanitsch, vol. Ill, Die Völ
ker des Reiches (1980), parte 2, 890-896.
46. Traumdeutung, GW II-III, 199/Interpretation of Dreams [La interpretación
de los sueños], SE IV, 193.
47. Freud a Martha Bernays, 2 de junio de 1885. Con permiso de Sigmund
Freud Copyrights, Wivenhoe.
48. Sobre este complejo aspecto de Lueger, véase sobre todo John W. Boyer,
“Karl Lueger and the Viennese Jews”. Leo Baeck Yearbook, XXVI (1981),
125-141; y John W. Boyer, Political Radicalism in Late Imperial Vienna:
Origins of the Christian Social Movement, 1848-1897 (1981).
49. Freud a Arnold Zweig, 26 de noviembre de 1930. Freud-Zweig ¿Correspon
dencia Freud-Zweig], 33 (21).
50. Citado en Zeller, comp., Jugend in Wien, 69.
51. Dennis B. Klein, Jewish Origins of the Psychoanalytic Movement (1981), 4.
52. Véase Joseph Samuel Bloch, Der nationale Zwist und die Juden in Öste
rreich (1886), 25-26; véase también 18-21.
53. Véase Marsha L. Rosenblit, The Jews of Vienna, 1867-1914: Assimila
tion and Identity (1983), 13-45 passim.
54. Freud a Fluss, 18 de septiembre de 1872. Selbstdarstellung, 107-8.
55. Véase Klein, Jewish Origins, 48.
56. Esta cantidad incluye sólo a los judíos que residían legalmente en la ciu
dad; el número real era sin duda mayor. (Véase Rosenblit, Jews of Vienna,
17.)
57. Burckhardt a Friedrich von Preen, 3 de octubre de 1872. Briefe, comp, de
Max Burckhardt, 10 vols. (1949-86), V, 175.
58. Burckhardt a Johann Jacob Oeri-Burckhardt, 14 de agosto de 1884. Ibid.,
VIII, 228.
59. Traumdeutung, GW II-III, 202/Interpretation of Dreams [La interpretación
de los sueños], SE IV, 196.
60. Arthur Schnitzler, Jugend in Wien (1968), 78-81.
61. Barea, Vienna, 305.
62. “Selbstdarstellung”, GW XIV, 34/“Autobiographical Study” [“Presentación
autobiográfica”], SE XX, 8.
63. Freud a Silberstein, 11 de junio de 1872. Freud Collection, D2, LC.
64. Freud a Silberstein, 4 de septiembre de 1872. Ibid.
65. Ibid.
66. Véase Freud a Silberstein, 25 de marzo de 1872, carta anterior a su visita a
Freiberg. Allí se refirió a Gisela Fluss como "Ichth", y a su hermano Emil
como "Ichthyosaurus". (Freud Collection, D2, LC.) Véase un uso posterior
en Freud a Fluss, 18 y 28 de septiembre de 1872. (Selbsdarstellung, 109,
110.) En la primera de estas cartas, Freud utilizó la abreviatura "Ich.”-, sin
duda, como revela una carta anterior a Silberstein, este nombre en código
ya les era familiar a ambos desde hacía cierto tiempo.
67. “Über Deckerinnerungen”, GW I, 543/ “Screen Memories”, SE III, 313.
68. Véase Freud a Silberstein, 4 de septiembre de 1872. Freud Collection, DW,
LC.
69. Ibid. También en Ronald W. Clark, Freud: The Man and the Cause (1980),
25 (trad, cast.: Freud: el hombre y su causa, Barcelona, Planeta, 1985).
70. Traumdeutung, GW II-III, 221-222/Interpretation of Dreams [La interpreta
ción de los sueños], SE IV, 216.
71. “Selbstdarstellung”, GW XIV, 34/“Autobiographical Study” [“Presentación
autobiográfica”], SE, XX, 8.
Notas [727]
38. Freud a Putnam, 8 de julio de 1915. James Jackson Putnam: Leiters, 376.
39. Freud en la Sociedad Psicológica de los miércoles, 16 de octubre de 1907,
y 12 de febrero de 1908. Protokolle, I, 202, 293.
40. Janet Malcolm, In the Freud Archives (1984), 24.
41. Emma Jung citó a Freud en tal sentido, en una carta a él mismo del 6 de
noviembre [1911], Freud-Jung [Correspondencia], 504 (456).
42. “Die ‘kulturelle’ Sexualmoral und die Moderne Nervosität” (1908), GW VII,
156/“ ‘Civilized’ Sexual Morality and Modern Nervous Illness”, SE IX,
193.
43. Freud a Jung, 19 de septiembre de 1907. Freud-Jung [Correspondencia] 98
(89).
44. Der Witz und seine Beziehung zum Unbewussten (1905), GW VI, 120
[Jokes and Their Relation to the Unconscious [El chiste y su relación con
lo inconsciente], SE VIII, 109.
45. Freud a Abraham, 31 de julio de 1913. Freud-Abraham [Correspondencia
Freud-Abraham], 144 (145).
46. Freud a Abraham, 26 de diciembre de 1922. Ibíd., 309 (332). La caracteri
zación “sumamente moderno”, aplicada a la orientación estética que el pin
tor de su retrato había adoptado poco antes, pertenece a Abraham. (Abra
ham a Freud, 7 de enero de 1923. Ibíd., 310 [333].)
47. Véase Freud a Pfister, 21 de junio de 1920. Freud-Pfister, 80 (77).
48. Véase Anna Freud a Jones, comentarios mecanografiados sin fecha, sobre
el vol. III de la biografía de Freud escrita por Jones. Papeles de Jones,
Archivos de la British Psycho-Analytical Society, Londres.
49. Véase “Contribution to a Questionnaire on Reading” (1907), SE IX, 245-
247.
50. “Der Moses des Michelangelo” (1914), GW X, 172/“The Moses of Miche
langelo” [“El Moisés de Miguel Angel”], SE XIII, 211. Freud publicó este
ensayo en Imago anónimamente y no reconoció su autoría hasta diez años
más tarde.
5 1. Freud a Jones, 8 de febrero de 1914. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
52. Traumdeutung, GW II-III, 2lA[Interpretation of Dreams [La interpretación
de los sueños] IV, 208.
53. Véase Anna Freud a Jones, 29 de mayo de 1951. Papeles de Jones, Archi
vos de la British Psycho-Analytical Society,Londres.
54. Anna Freud a Jones, 23 de enero de 1956. Ibíd.
55. Véase Anna Freud a Jones, 29 y 31 de mayo de 1951; y Marie Bonaparte a
Jones (repitiendo un comentario de la hija mayor de Freud, Mathilde), 8 de
noviembre de 1951. Todo en ibíd.
56. Véase Mina Curtiss, Bizet and His World (1958), 426-430.
57. Sobre Fígaro, véase Interpretation of Dreams [La interpretación de los
sueños] IV, 208; sobre Sarastro, Freud a Ferenczi, 9 de agosto de 1909
(Correspondencia Freud-Ferenczi, Freud Collection, LC); sobre Leporello,
Freud a Fliess, 25 de mayo de 1897 (Freud-Fliess, 261 [245]).
58. Martin Freud, Freud, 33. Véase también Freud a Fliess, 27 de octubre de
1899. Freud-Fliess, 418 (381).
59. Freud a Victor Richard Rubens, 12 de febrero de 1929, en respuesta a un
cuestionario sobre el fumar (Arents Collection, Ns 3270, New York Public
Library). Esta carta aparece citada en su totalidad en su original alemán en
Max Schur, Freud, Living and Dying (1972) [trad. cast.: Sigmund Freud,
enfermedad y muerte en su vida y en su obra, pero erróneamente se dice que
su destinatario era Wilhelm Fliess.
60. Martin Freud, Freud, 110.
Notas [745]
61. Dyck, “Mein Onkel Sigmund”, entrevista con Harry Freud, Aufbau, 11 de
mayo de 1956, 4.
62. Freud a Fliess, 22 de diciembre de 1897. Freud-Fliess, 312-313 (287).
63. Freud a Fliess, 30 de enero de 1899. Ibid., 374 (342).
64. Schur, Freud, Living and Dying [Freud. Enfermedad y muerte en su vida y
en su obra], 247.
65. Hanns Sachs, Freud: Master and Friend (1945), 49.
66. “My Recollections of Sigmund Freud”, en The Wolf-Man by the Wolf-
Man, comp, de Muriel Gardiner (1971), 139.
67. Freud a Stefan Zweig, 7 de febrero de 1931. Briefe [Epistolario], 420-421.
68. “My Recollections”, enThe Wolf-Man, comp, de Gardiner, 139.
69. Freud a Fliess, 6 de diciembre de 1896. Freud-FHess, 226 (214).
70. Freud a Fliess, 6 de agosto de 1899. Ibid., 402 (366).
71. Freud a Ferenczi, 30 de marzo de 1922. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
72. Freud a Fiess, 28 de mayo de 1899. Freud-Fliess, 387 (353).
73. “Zur Ätiologie der Hysterie” (1896), GW I, 427/“The Aetiology of Hyste
ria”, SE III, 192.
74. Freud a Fliess, 21 de diciembre de 1899. Freud-Fliess, 430 (391-392).
75. “Bruchstück einer Hysterie-Analyse” [“Dora”] (1905), GW V, 169-170
/“Fragment of an Analysis of a Case of Hysteria” [“Dora”], SE VII, 12.
76. Véase Civilization and Its Discontents (1930) [El malestar en la cultura],
SE XXI, 69-70.
77. Véase The Autobiography of Wilhelm Stekel: The Life Story of a Pioneer
Psychoanalyst, comp, de Emil A. Gutheil (1950), 116.
78. “Geschichte der psychoanalytischen Bewegung”, GW X, 63/“History of the
Psycho-Analytic Movement” [“Contribución a la historia del movimiento
psicoanalítico”], SE XIV, 25.
79. Autobiography of Wilhelm Stekel, 106.
80. Véase “History of the Psycho-Analytic Movement” [“Contribución a la
historia del movimiento psicoanalítico”], SE XIV, 25.
81. Véase Jones [Vida y obra de Sigmund Freud], II, 7.
82. Autobiography of Wilhelm Stekel, 116. Sobre algunas de las tempranas
intervenciones de Reitler, véase Protokolle, I, 70-76, 105-106, 149, 167.
83. Graf, “Reminiscences”, 470-471.
84. Véase 9 de octubre de 1907. Protokolle, I, 194.
85. 15 de enero de 1908. Ibíd., 264-268.
86. El libro fue traducido al inglés por C.R. Payne, y publicado con el título
de Freud’s Theories of the Neuroses, en 1921; presenta una introducción
valorativa de Ernest Jones. El título original alemán era Freuds Neurosen-.
lehre (1911).
87. Finalmente el libro de Rank, The Incest Motif in Literature and Legend, no
apareció hasta 1912.
88. Véase 5 de febrero de 1908. Protokolle, I, 284-285.
89. 4 de diciembre de 1907. Ibid., 239-243.
90. 5 de febrero de 1908. Ibid., 284.
91. Véase Freud a Rank, 22 de septiembre de 1907. Ejemplar mecanografiado,
Freud Collection, B4, LC.
92. Abraham a Eitingon, 1 de enero de 1908. Citado en Hilda Abraham, Abra
ham, 73.
93. Ernest Jones, Free Associations: Memories of a Psycho-Analyst (1959),
169-170.
94. Véase Ludwig Binswanger, Erinnerungen an Sigmund Freud (1956), 13.
[746] Notas
LC. En Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] II, 62, esta carta aparece
citada en su totalidad, pero fechada erróneamente en 1909.
90. Freud a Otto Rank, 13 de septiembre de 1912. Rank Collection, Caja Ib.
Rare Book and Manuscript Library, Columbia University.
91. “Geschichte der psychoanalytischen Bewegung”, GW X, 58/“History of the
Psycho-Analytic Movement [“Contribución a la historia del movimiento
psicoanalítico”], SE XIV, 19.
92. Véase Freud a Jones, 15 de noviembre de 1912. Freud Collection, D2, LC.
93. Freud a Ferenczi, 10 de abril de 1911. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
94. Freud a Ferenczi, 17 de octubre de 1912. Ibid.
95. Freud a Jones, 21 de febrero de 1914. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
96. Véase 26 de abril de 1911. Protokolle, III, 223-226. “Bestia con talento,
K.K.”: Freud a Ferenczi, 13 de febrero de 1910. Correspondencia Freud-
Ferenczi, Freud Collection, LC. “Talento histriónico”: Freud a Ferenczi, 12
de abril de 1910. Ibíd.
97. Bleuler a Freud, 4 de diciembre de 1911. Freud Collection, D2, LC.
98. Freud a Ferenczi, 30 de noviembre de 1911. Correspondencia Freud-Ferenc
zi, Freud Collection, LC.
99. Jones, Free Associations, 169.
100. 7 de noviembre de 1906. Protokolle, I, 36-46.
101. 27 de noviembre de 1907. Ibíd., 237.
102. 18 de diciembre de 1907. Ibíd., 257.
103. Freud a Abraham, 1 de enero de 1913. Papeles de Karl Abraham, LC.
104. Freud a Ferenczi, 3 de abril de 1910. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
105. Freud a Jones, 15 de abril de 1910. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
106. Freud a Ferenczi, 3 de abril de 1910. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
107. Wittels, Freud, 140. Un relato más melodramático pero menos verosímil,
en el que se habla de lágrimas rodando por las mejillas de Freud, se
encuentra en luAutobiography of Wilhelm Stekel, 128-129.
108. “Geschichte der psychoanalytischen Bewegung”, GW X, 84-86/“History of
the Psychoanalytic Movement” [“Contribución a la historia del movimien
to psicoanalítico”], SE XIV, 42-44.
109. 6 de abril de 1910. Protokolle, II, 427.
110. Ibíd., 425.
111. Freud a Ferenczi, 12 de abril de 1910. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
112. Véase 6 de abril de 1910. Protokolle, II, 422-430.
113. “History of the Psychoanalytic Movement” [“Contribución a la historia
del movimiento psicoanalítico”], SE XIV, 50.
114. Freud a Ferenczi, 3 de abril de 1910. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
115. Véase Cari Furtmüller, “Alfred Adler: A Biographical Essay”, en Alfred
Adler, Superiority and Social Interest: A Collection of Later Writings,
comp. de Heinz L. y Rowena R. Ansbacher (1964; 3a ed., 1979), 345-348,
particularmente informativo porque Furtmüller fue muy partidario de Adler.
116. Freud a Jung, 18 de junio de 1909. Freud-Jung [Correspondencia], 259-260
(235).
117. Freud a Pfister, 26 de febrero de 1911. Freud-Pfister, 47 (48).
118. Freud a Jung, 3 de diciembre de 1910. Freud-Jung [Correspondencia], 415
(376).
Notas [753]
3. Ibíd.
4. Su nombre real era Ida Bauer, y su hermano Otto iba a convertirse en un
destacado político socialista en Austria.
5 . Freud a Fliess, 14 de octubre de 1900. Freud-Fliess, 469 (427).
6. Freud a Fliess, 25 de enero de 1901. Ibíd., 476 (433).
7. Ibíd.
8. Freud a Fliess, 11 de marzo de 1902. Ibíd., 501 (456).
9. Véase “Editor’s Note”, SE VII, 5.
10. “Bruchstück einer Hysterie-Analyse” [“Dora”] (1905), GW V, 164/“Frag-
ment of an Analysis of a Case of Hysteria” [“Dora”], SE VII, 11.
11. Ibíd., 165-166 / 9.
12. Ibíd., 186 / 28.
13. «Dora, sin duda, estaba enamorada del señor K., que a juicio de Freud era
un hombre perfectamente presentable. Pero me pregunto cuántos de noso
tros compartiríamos sin reservas hoy en día la afirmación de Freud en
cuanto a que una joven sana, en tales circunstancias, no habría considerado
que los requerimientos del señor K. no eran “ni faltos de tacto ni ofensi
vos”.» (Erik H. Erikson, “Psychological Reality and Historical Actuality”
[1962], en ¡nsight and Responsibility: Lectures on the Ethical Implica-
tions of psychoanalytic Insight [1964], 169.
14. “Dora”, GW V, 219/SE VII, 58-59.
15. Ibíd., 207 / 47-48.
16. Ibíd., 231-232 / 69-70.
17. Ibíd., 232 / 70.
18. Ibíd., 272-273 / 108-109.
19. Ibíd., 272 / 109.
20. Ibíd., 282 / 118.
21. Ibíd., 281, 282-283 / 117, 119.
22. Ibíd., 272 / 109.
23. “Die zukünftigen Chancen der psychoanalytischen Therapie” (1910), G W
VIII, 108/“The Future Prospects of Psychoanalytic Therapy”, SE XI, 144.
24. Ibíd., 108 / 144-145.
25. “Dora”, GW V, 240 / SE VII, 77-78.
26. Véase ibíd., 239-240 / 77.
27. Freud a Jones, 22 de septiembre de 1912. En inglés. Freud Collection, D2,
LC.
28. Freud a Jones, 1 de junio de 1909. En inglés. Ibíd.
29. Freud a Jones, 15 de abril de 1910. En inglés. Ibíd.
30. “Analyse der Phobie eines fünfjährigen Knaben” [“Der kleine Hans]
(1909), GW VII, 377/“Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old Boy” [“Lit-
tle Hans”], SEX, 147.
31. Ibíd., 372 / 141.
32. Ibíd., 252 / 15.
33. Ibíd., 245, 247/ 7-8, 10.
34. Ibíd., 260-261 / 25.
35. Ibíd., 263 / 27.
36. Ibíd., 299 / 64.
37. Ibíd., 269 / 34.
38. Ibíd., 307, 307n / 72, 72n.
39. Ibíd., 243-244 / 6.
40. Ibíd., 377 / 147.
41. “Nachschrift zur Analyse des Kleinen Hans” (1922), GW XIII, 431/“Post-
script”, SE X, 148.
[758] Notas
77. Freud a Jones, 15 de abril de 1910. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
78. Freud a Struck, 7 de noviembre de 1914. Briefe [Epistolario], 317-318.
79. Freud a Ferenczi, 7 de junio de 1910. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
80. Abraham a Freud, 6 de junio de 1910. Freud-Abraham [Correspondencia
Freud-Abraham], 96 (90).
81. Jung a Freud, 17 de junio de 1910. Freud-Jung [Correspondencia], 364
(329).
82. Freud a Abraham, 3 de julio de 1910. Freud-Abraham [Correspondencia
Freud-Abraham], 97 (91).
83. Ibíd.
84. “Leonardo”, GW VIII, 128/SE XI, 63.
85. Ibíd., 202, 203, 207 / 130, 131, 134.
86. Ibíd., 150 / 82.
87. Ibíd., 158-160, 186-187 / 90-92, 116-117.
88. Freud a Jung, 17 de octubre de 1909. Freud-Jung [Correspondencia], 281
(255).
89. “Leonardo”, GW VIII, 170/SEXI, 100.
90. Ibíd., 194 / 122.
91. Véase Eric Maclagan, “Leonardo in the Consulting Room”, Burlington
Magazine, XLII (1923), 54-57.
92. Freud a Jung, 21 de noviembre de 1909. Freud-Jung [Correspondencia],
292-293 (266).
93. Véase Freud a Jung, 2 de diciembre de 1909. Ibíd., 298 (271).
94. Freud a Ferenczi, 16 de diciembre de 1910. Correspondencia Freud-Ferenc
zi, Freud Collection, LC.
95. Freud a Jung, 3 de diciembre de 1910. Freud-Jung [Correspondencia], 415
(376).
96. Freud a Jung, 17 de febrero de 1908. Ibíd., 134 (121).
97. Freud a Ferenczi, 6 de octubre de 1910. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
98. Freud a Jung, 24 de septiembre de 1910. Freud-Jung [Correspondencia],
390 (353).
99. Freud a Fliess, 7 de agosto de 1901. Freud-Fliess, 492 (447).
100. Freud a Jones, 8 de diciembre de 1912. En inglés. Freud Collection, D2,
LC.
101. Freud a Ferenczi, 9 de diciembre de 1912. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
102. Freud a Jones, 8 de diciembre de 1912. En inglés. Freud Collection, D2,
LC.
103. Jones a Freud, 23 de diciembre de 1912. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
104. Freud a Jones, 26 de diciembre de 1912. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
105. Freud a Binswanger, 1 de enero de 1913. Citada en Binswanger, Erinne
rungen, 64.
106. Freud a Ferenczi, 1 de junio de 1911. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
107. Freud a Ferenczi, 31 de diciembre de 1912. Ibíd.
108. Freud a Jung, 17 de febrero de 1908. Freud-Jung [Correspondencia], 134
(121).
109. Freud a Jung, 22 de abril de 1910. Ibíd., 343 (311).
110. Freud a Ferenczi, 11 de febrero de 1908. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
[760] Notas
Wolfsmann. Eine Psychoanalyse und die Folgen (1980), en Int. Rev. Psy
cho-Anal., IX 1982, 117.
140. Véase “Wolfsmann”, GW XII, 54/“Wolf Man”, SE XVII, 29.
141. Para el dibujo, véase ibíd., 55 / 30.
142. Ibíd., 63 / 36.
143. Ibíd., 131 / 97.
144. Véase ibíd., 84/ 55.
145. Traumdeutung, GW II-III, ClSUnterpretation of Dreams [La interpretación
de los sueños], SE V, 620.
146. “Wolfsmann”, GW XII, 83/“Wolf Man”, SE XVII, 54.
147. El primero de estos artículos, “Sobre un tipo particular de elección de
objeto en el hombre”, apareció en 1910; el segundo, “Sobre la más gene
ralizada degradación de la vida amorosa”, en 1912, y un tercero, “El tabú
de la virginidad”, fue leído como conferencia en 1917, después de que
hubiera terminado el análisis del Hombre de los Lobos, pero antes de la
publicación del historial.
148. “Angst und Triebleben”, en Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in
die Psychoanalyse (1933), GW XV, 115/“Anxiety and Instinctual Life”, en
New Introductory Lectures on Psycho-Analysis [Conferencias de introduc
ción al psicoanálisis], SE XXII, 107.
149. “Über die allgemeinste Erniedrigung des Liebeslebens” (1912), GW VIII,
79/“On the Universal Tendency to Debasement in the Sphere of Love”, SE
XI, 180.
150. Véase ibíd., 82 / 183.
151. “Wolfsmann”, GW XII, 32-33/“Wolf Man”, SE XVII, 10-11.
152. Ibíd., 33-34 / 11.
153. “Die endliche und die unendliche Analyse” (1937), GW XVI, 62/“Analysis
Terminable and Interminable” [“Análisis terminable e interminable], SE
XXIII, 218-219.
154. “Die zukünftigen Chancen”, GW VIII, 107-108/“Future Prospects”, SE XI,
144-145.
155. “Über ‘wilde’ Psychoanalyse” (1910), GW VIII, 118/“ ‘Wild’ Psychoanaly
sis”, SEXI, 221.
156. Ibíd., 122, 124 / 224, 226.
157. Freud a Abraham, 14 de junio de 1912. Papeles de Karl Abraham, LC.
158. Freud a Ferenczi, 26 de noviembre de 1908. Correspondencia Freud-Ferenc-
zi, Freud Collection, LC.
159. Véase Freud a Ferenczi, 11 de diciembre de 1908. Ibíd.
160. Véase Freud a Ferenczi, 2 de febrero de 1909. Ibíd.
161. Freud a Jones, 1 de junio de 1909. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
162. Freud a Ferenczi, 22 de octubre de 1909. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
163. “Die zukünftigen Chancen”, GW VIII, 105/“Future Prospects”, SE XI, 142.
164. Jones a Freud, 6 de noviembre de 1910. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
165. Freud a Ferenczi, 26 de noviembre de 1908. Correspondencia Freud-Ferenc
zi, Freud Collection, LC.
166. “Zur Einleitung der Behandlung” (1913), GW VIII, 455/“On Beginning the
Treatment” [“Sobre la iniciación del tratamiento”], SE XII, 124.
167. Ibíd., 467 / 133-134.
168. Ibíd., 467 / 134.
169. Ibíd., 464 / 131.
170. Ibíd., 460, 462 / 127, 129.
[762] Notas
[772] Notas
164. Véase “Victor Tausk”, SE XVII, 273-275. Esa necrológica apareció origi
nalmente en la Internationale Zeitschrift für ärztliche Psychoanalyse, V
(1919), firmada por “Die Redaktion”—“La redacción”.
165. Freud a Abraham, 6 de julio de 1919.Papeles de Karl Abraham, LC. En sus
recuerdos mecanografiados (pág. 8), el psicoanalista Ludwig Jekels infor
ma que cuando le preguntó a Freud por qué no había aceptado analizar a
Tausk la respuesta del maestro fue: “¡El va a matarme!” (Papeles de Sieg
fried Bernfeld, contenedor 17, LC.)
166. Freud a Ferenczi, 10 de julio de 1919. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
167. Freud a Andreas-Salomé, 1 de agosto de 1919. Freud-Salomé, 109 (98-99).
168. Véase Andreas-Salomé a Freud, 25 de agosto de 1919. Ibíd., 109 (99). De
manera pintoresca, dijo que Tausk era “una alma frenética” (Seelenberser-
ker) “con el corazón tierno”.
169. Freud a Andreas-Salomé, 1 de agosto de 1919. Ibíd., 109 (98-99).
170. Freud a Eitingon, 21 de enero de 1920. El pasaje original en alemán apare
ce citado en Schur, Freud, Living and Dying [Sigmund Freud, enfermedad
y muerte en su vida y su obra], 553.
171. Freud a su madre, Amalia Freud, 26 de enero de 1920. Briefe [Epistolario],
344.
172. Esto es lo que Freud le dijo a su analizanda, y más tarde amiga, Jeanne
Lampl-de Groot. (Entrevista del autor con Lampl-de Groot, 24 de octubre
de 1985.)
173. Freud a Kata Levy, 26 de febrero de 1920. Freud Collection, B9, LC.
174. Martha Freud a “Kitty” Jones, 19 de marzo de 1928. Papeles de Jones,
Archivos de la British Psycho-Analytical Society, Londres.
175. H.D. [Hilda Doolittle], “Advent”, en Tribute to Freud (1956), 128.
176. Freud a Pfister, 27 de enero de 1920. Freud-Pfister, 77-78 (74-75).
177. Freud a “Mamá” Halberstadt, 23 de marzo de 1920. Freud Collection, Bl, LC.
178. Freud a Max Halberstadt, 25 de enero de 1920. Briefe [Epistolario], 343-
344.
179. Freud a Lajos Levy, 4 de febrero de 1920. Freud Collection, B9, LC.
180. Freud a Ferenczi, 4 de febrero de 1920. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
181. Freud a Jones, 6 de febrero de 1920. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
182. Freud a Pfister, 27 de enero de 1920. Freud-Pfister, 78 (75).
183. Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 27.
184. Véase Karl Abraham a Jones, 4 de enero de 1920. Papeles de Jones, Archi
vos de la British Psycho-Analytical Society, Londres.
185. Freud a Andreas-Salomé, 2 de abril de 1919. Freud-Salomé, 105 (95).
186. Wittels, Sigmund Freud, 231. (Si bien este libro está fechado en 1924, por
una carta que Freud le envió a Fliess inmediatamente después de haberlo
recibido, el 18 de diciembre de 1923, sabemos que en este último año ya
estaba completo. Véase Briefe [Epistolario], 363-364.)
187. Por ejemplo, el 18 de julio de 1920 Freud le escribió a Eitingon: “El Más
allá está terminado. Usted podrá confirmar que ya estaba a medio hacer
cuando Sophie vivía y florecía”. (Con permiso de Sigmund Freud Copy
rights, Wivenhoe.) Véase también Freud a Jones, 18 de julio de 1920.
Extracto mecanografiado, Freud Collection, D2, LC.
188. Freud a Wittels [¿diciembre de 1923?]. No hay autógrafo de esta carta (por
lo menos yo no lo he descubierto). Pero en los márgenes de un ejemplar
del Sigmund Freud de Wittels, que ahora se encuentra en la biblioteca de la
Ohio State University, y que está claro que fue el ejemplar de trabajo de
Notas [777]
212. Freud a Jones, 4 de octubre de 1920. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
213. Freud a Eitingon, 27 de marzo de 1921. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
214. Freud a Jones, 2 de abril de 1920. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
215. Véase Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 42-43.
216. Freud a Jones, 18 de marzo de 1921. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
217. Freud a Rolland, 4 de marzo de 1923. Briefe [Epistolario], 360.
218. Massenpsychologie und Ich-Analyse (1921), GW XIII, Tí/Group Psycho-
logy and the Analysis of the Ego [Psicología de las masas y análisis del
yo], SE XVIII, 69.
219. Ibíd.
220. Ibíd., 130 / 118.
221. Freud a Andreas-Salomé, 22 de noviembre de 1917. Freud-Salomé, 75 (67).
222. Massenpsychologie, GW XIII, 100, 104/Group Psychology [Psicología de
las masas y análisis del yo], SE XVIII, 91, 95.
223. Ibíd., 110, 107 [ 101, 98.
224. Ferenczi, “Freuds ‘Massenpsychologie und Ich-Analyse’. Der indivi
dualpsychologische Fortschritt” (1922), en Schriften zur Psychoanalyse,
comp. de Bálint, II, 123-124.
225. Freud a Ferenczi, 21 de julio de 1922. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
226. Freud a Rank, 4 de agosto de 1922. Rank Collection, Caja lb. Rare Book
and Manuscript Library, Columbia University.
227. Ibíd.
228. Freud a Andreas-Salomé, 7 de octubre de 1917. Freud-Salome, 11 (63).
229. Groddeck a Freud, 27 de mayo de 1917. Georg Groddeck-Sigmund Freud:
Briefe über das Es, comp. de Margaretha Honegger (1974), 7-13.
230. Citado en Carl M. y Sylva Grossman, The Wild Analyst: The Life and
Work of Georg Groddeck (1966), 95.
231. Véase Groddeck a Freud, 11 de septiembre de 1921. Briefe über das Es, 32.
232. Véase Freud a Groddeck, 7 y 8 de febrero de 1920. Ibíd., 25-26.
233. Ferenczi, “Georg Groddeck, Der Seelensucher. Ein psychoanalytischer
Roman" (1921), Schriften zur Psychoanalyse, comp. de Bálint, II, 95.
234. Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 78.
235. Freud a Eitingon, 27 de mayo de 1920. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
236. Freud a Pfister (tarjeta postal), 4 de febrero de 1921. Freud-Pfister, 83 (80-
81).
237. Pfister a Freud, 14 de marzo de 1921. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
238. Freud a Groddeck, 17 de abril de 1921. Briefe über das Es, 38.
239. Groddeck, Das Buch vom Es. Psychoanalytische Briefe an eine Freundin
(1923; ed. rev., 1979), 27 [trad. cast.: El libro del ello. Cartas psicoanalí-
ticas a una amiga, Madrid, Tauros, 21981 ].
240. Freud a Groddeck, 17 de abril de 1921. Briefe über das Es, 38-39.
241. Freud a Andreas-Salomé, 7 de octubre de 1917. Freud-Salomé, 71 (63).
242. Groddeck a Freud, 27 de mayo de 1923. Briefe über das Es, 63.
243. Groddeck a su segunda esposa, 15 de mayo de 1923. Ibíd., 103.
244. Freud a Groddeck, 13 de octubre de 1926. Ibíd., 81.
245. Das Ich und das Es (1923), GW XIII, 289/T/ie Ego and the Id [El yo y el
ello], SE XIX, 59.
246. Freud a Ferenczi, 17 de abril de 1923. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
Notas [779]
247. Ich und Es, GW XIII, 2'i'llEgo and Id [El yo y el ello] SE XIX 12
248. Ibid., 251 / 23.
249. Ibid., 239 / 12.
250. Ibid., 239 / 13.
251. Ibid., 245 / 18.
252. Ibid., 241 / 15.
253. Das Unbewusste (1915), GW X, 291/ The Unconscious” (“Lo incons
ciente”], SE XIV, 192-193.
254. Ich und Es, GW XIII, 244, 252-253/Ego and Id [El yo y el ello] SE XIX
18, 25.
255. Ibid., 253 I 25.
256. Ibid., 286-287 I 56.
257. Ibid., 255 / 26, 26n. La nota explicativa apareció por primera vez, en
inglés, en la traducción de 1927, con autorización de Freud. Aparentemente
no existe ninguna versión en alemán.
258. Ibid., 254-255 / 26-27.
259. Ibid., 280-282 / 50-52.
260. Ibid., 278-280 / 49-50.
261. “Die Zerlegung der psychischen Persönlichkeit”, en Neue Folge der Vorle
sungen, GW XVI, 73/“The Dissection of the Psychical Personality”, en
New Introductory Lectures, SE XXII, 67.
262. Ich Und Es, GW XIII, 262-264/Ego and Id [El yo y el ello], SE XIX, 34-
36.
263. Freud a Jones, 20 de noviembre de 1926. En inglés. Freud Collection, D2,
LC.
264. Pfister a Freud, 5 de septiembre de 1930. Freud-Pfister, 147 (135).
265. Pfister a Freud, 4 de febrero de 1930. Ibid., 142 (131). La vigorosa defen
sa realizada por Freud de su posición puede verse en su respuesta del 7 de
febrero de 1930. Ibíd., 143-145 (132-134).
11. Schur, Freud, Living and Dying [Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en
su vida y en su obra], 350. En cuanto al material sobre el que me he basa
do principalmente para escribir estos párrafos, véase el ensayo bibliográ
fico correspondiente a este capítulo.
12. Véase Arma Freud a Jones, 4 de enero de 1956. Papeles de Jones, Archivos
de la British Psycho-Analytical Society, Londres. En vista de la poca ten
dencia de Arma Freud a criticar a su padre, éste es un significativo elemen
to de prueba.
13. Deutsch, “Reflections”, 280.
14. Arma Freud a Jones, 16 de marzo de 1955. Papeles de Jones, Archivos de
la British Psycho-Analytical Society, Londres.
15. Esta es la razonable especulación de Ernest Jones. (Jones [Vida y obra de
Sigmund Freud] III, 91.)
16. Arma Freud a Jones, 16 de marzo de 1955. Papeles de Jones, Archivos de
la British Psycho-Analytical Society, Londres. El relato de Jones (Jones
[Vida y obra de Sigmund Freud] III, 90-91) sigue el informe de Anna Freud
prácticamente palabra por palabra; lo mismo hace Clark, Freud, 440, que
se basa en las versiones de segunda mano de Jones y Deutsch.
17. Freud a Andreas-Salomé, 10 de mayo de 1923. Freud-Salomé, 136 (124).
18. Freud a Abraham, 10 de mayo de 1923. Freud-Abraham [Correspondencia
Freud-Abraham], 315 (338). La última parte de la frase (“muchos felices
retornos...”) está en inglés.
19. Freud a Samuel Freud, 26 de junio de 1923. En inglés. Raylands University
Library, Manchester.
20. De las notas de Félix Deutsch tomadas después de su visita del 7 de abril
de 1923, cuando Freud le mostró su lesión. Citado en Gifford, “Notes on
Félix Deutsch”, 4.
21. Freud a Ferenczi, 17 de abril de 1923. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
22. Freud a Kata y Lajos Levy, 11 de junio de 1923. Briefe [Epistolario], 361-
362.
23. Ibíd.
24. Ibíd., 361. La frase citada está en inglés en la carta de Freud.
25. Freud a Ferenczi (tarjeta postal), 20 de junio de 1923. Correspondencia
Freud-Ferenczi, Freud Collection, LC.
26. Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 92.
27. Freud a Ferenczi, 18 de julio de 1923. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
28. Freud a Eitingon, 13 de agosto de 1923. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
29. Freud a Rie, 18 de agosto de 1923. Freud Museum, Londres.
30. Freud a Binswanger, 15 de octubre de 1926. Citada en Binswanger, Erin-
nerungen, 94-95.
31. Freud a Samuel Freud, 24 de septiembre de 1923. En inglés. Rylands Uni
versity Library, Manchester.
32. Freud a Jones, 4 de octubre de 1920. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
33. Freud a Jones, 11 de diciembre de 1919. En inglés. Ibíd.
34. Freud a Jones, 23 de diciembre de 1919. En inglés. Ibíd.
35. Véase Freud a Jones, 7 de enero de 1922. Ibíd.
36. Jones al Comité, agosto de 1922. Rank Collection, Caja Ib. Rare Book
and Manuscript Library, Columbia University.
37. Freud a Jones, 24 de septiembre de 1923. En inglés. Freud Collection, D2,
LC.
Notas [781]
66. Freud a Lehrman, 21 de marzo de 1929. A.A. Brill Library, New York Psy-
choanalytic Institute.
67. Freud a Lehrman, 27 de enero de 1930. Ibíd. La expresión “Demasiado
malo” está en inglés.
68. Freud a Ferenczi, 7 de septiembre de 1915. Correspondencia Freud-Ferenc-
zi, Freud Collection, LC.
69. Freud a Anna Freud, 22 de julio de 1914. Freud Collection, LC.
70. Anna Freud a Freud, 13 de julio de 1910. Ibíd.
71. Anna Freud a Freud, 15 de julio de 1911. Ibíd.
72. Anna Freud a Freud, 7 de enero de 1912. Ibíd.
73. Freud a Anna Freud, 21 de julio de 1912. Ibíd. Se encuentra otro ejemplo
del uso de esta frase en Freud a Anna Freud, 2 de febrero de 1913. Ibíd.
74. Véase Freud a Anna Freud, 28 de noviembre de 1912. Ibíd.
75. Anna Freud a Freud, 26 de noviembre de 1912. Ibíd.
76. Véase Anna Freud a Freud, 16 de diciembre de 1912. Ibíd. Véase también
Freud a Anna Freud, 1 de enero de 1913. Ibíd.
77. Anna Freud a Freud, 7 de enero de 1912. Ibíd.
78. Anna Freud a Freud, 16 de diciembre de 1912. Ibíd.
79. Freud a Anna Freud, 5 de enero de 1913. Ibíd.
80. Freud a Pfister, 11 de marzo de 1913. Freud-Pfister, 61 (61).
81. Freud a Abraham, 27 de marzo de 1913. Freud-Abraham [Correspondencia
Freud-Abraham], 137 (136).
82. Anna Freud a Freud, 13 de marzo de 1913. Freud Collection, LC.
83. Freud a Ferenczi, 7 de julio de 1913. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
84. Freud a Jones, 22 de julio de 1914. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
85. Freud a Anna Freud, 17 de julio de 1914. Freud Collection, LC.
86. Ibíd.
87. Freud a Anna Freud, 22 de julio de 1914. Ibíd.
88. Freud a Anna Freud, 24 de julio de 1914. Ibíd.
89. Freud a Jones, 22 de julio de 1914. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
90. Véase Freud a Anna Freud, 22 de julio de 1914. Freud Collection, LC.
91. Freud a Jones, 22 de julio de 1914. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
92. Anna Freud a Freud, 26 de julio de 1914. Freud Collection, LC.
93. Jones a Freud, 27 de julio de 1914. Con permiso de Sigmund Freud Copy-
rights, Wivenhoe.
94. Anna Freud a Joseph Goldstein, 2 de octubre de 1975. Citada en Joseph
Goldstein, “Anna Freud in Law”, The Psychoanalytic Study of the Child,
XXXIX (1984), 9.
95. Anna Freud a Freud, 31 de enero de 1913. Freud Collection, LC.
96. Véase Anna Freud a Freud, 30 de julio de 1915. Ibíd.
97. Véase Anna Freud a Freud, 28 de agosto de 1916. Ibíd.
98. Debo este informe al doctor Jay Katz, quien lo recogió de boca de la pro
pia Anna Freud.
99. Véase Anna Freud a Freud, 13 de septiembre de 1918. Freud Collection,
LC.
100. Véase Anna Freud a Freud, 24 de julio y 2 de agosto de 1919. Ibíd.
101. Véase Anna Freud a Freud, 28 de julio de 1919. Ibíd.
102. Anna Freud a Freud, 12 de noviembre de 1920. Ibíd.
103. Véase Anna Freud a Freud, 4 de julio de 1921. Ibíd.
104. Anna Freud a Freud, 4 de agosto de 1921. Ibíd.
105. Véase Anna Freud a Freud, 9 de agosto de 1920. Ibíd.
106. Véase Anna Freud a Freud, 27 de abril de 1922. Ibíd.
[783]
107. Véanse pruebas al respecto en la biografía de Anna Freud realizada por Eli-
sabeth Young-Bruehl, que la resumió parcialmente en un encuentro del
Muriel Gardiner Program in Psychoanalysis and the Humanities, Yale Uni-
versity, 15 de enero de 1987.
108. Freud a Jones, 4 de junio de 1922. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
109. Binswanger a Freud, 27 de agosto de 1923. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
110. Abraham, Eitingon y Sachs a Freud, 26 de noviembre de 1924. Papeles de
Karl Abraham, LC.
111. Freud a Eitingon, 11 de noviembre de 1921. Con permiso de Sigmund
Freud Copyrights,Wivenhoe.
112. Freud a Samuel Freud, 7 de marzo de 1922. En inglés. Rylands University
Library, Manchester.
113. Anna Freud a Freud, 30 de abril de 1922. Freud Collection, LC. Véase tam
bién Anna Freud a Freud, 27 de abril y 15 de julio de 1922. Ibíd.
114. Freud a Jones, 4 de junio de 1922. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
115. Freud a Andreas-Salomé, 3 de julio de 1922. Freud Collection, B3, LC.
116. En 1930, en una afectuosa postdata agregada a una de las cartas de su
padre, Anna Freud se despedía con “Te beso muchas veces. Tu Anna”.
(Freud y Anna Freud a Andreas-Salomé, 22 de octubre de 1930. Ibíd.)
117. Freud a Samuel Freud, 19 de diciembre de 1925. En inglés. Rylands Uni
versity Library, Manchester.
118. Anna Freud a Freud, 9 de agosto de 1920. Freud Collection, LC.
119. Anna Freud a Freud, 18 de julio de 1922. Ibíd.
120. Anna Freud a Freud, 20 de julio de 1922. Ibíd.
121. Anna Freud a Freud, 23 de julio de 1915. Ibíd.
122. Anna Freud a Freud, 5 de agosto de 1919. Ibíd.
123. Anna Freud a Freud, 12 de julio de 1915. Ibíd.
124. Anna Freud a Freud, 27 de julio de 1915. Ibíd.
125. Anna Freud a Freud, 24 de julio de 1919. Ibíd.
126. Anna Freud a Freud, 6 de agosto de 1915. Ibíd.
127. Véase una “interpretación” humorística del sueño de Anna del rey y la
princesa en Freud a Anna Freud, 14 de julio de 1915. Ibíd.
128. Freud a Eitingon, 2 de diciembre de 1919. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
129. Kardiner, My Analysis with Freud, 77.
130. De nuevo estoy en deuda con Elisabeth Young, por su charla en una reu
nión del Muriel Gardiner Program in Psychoanalysis and the Humanities,
Yale University, 15 de enero de 1987.
131. Véase Anna Freud a Freud, 5 de agosto de 1918, y 16 de noviembre de
1920. Freud Collection, LC.
132. Anna Freud a Freud, 24 de julio de 1919. Ibíd.
133. Freud a Kata Levy, 16 de agosto de 1920. Freud Collection, B9, LC.
134. Freud a Jones, 23 de marzo de 1923. En inglés. Freud Collection, D2, LC.
Véase también, entre muchas otras cartas, Freud a Jones, 4 y 25 de junio
de 1922. En inglés. Ibíd.
135. Freud a Weiss, 1 de noviembre de 1935. Freud-Weiss Briefe, 91.
136. Freud a Andreas-Salomé, 13 de mayo de 1924. Freud Collection, B3, LC.
137. Freud a Andreas-Salomé, 11 de agosto de 1924. Ibíd.
138. Freud a Andreas-Salomé, 10 de mayo de 1925. Ibíd.
139. Véase Freud a Andreas-Salomé, 13 de marzo de 1922. Ibíd.
140. Freud a Andreas-Salomé, 13 de marzo de 1922. Ibíd.
[784] Notas
141. Este punto ha sido observado, entre otros, por Uwe Henrik Peters, en su
Anna Freud. Ein Lebenfür das Kind (1979), 38-45.
142. Freud a Ferenczi, 10 de mayo de 1923. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
143. Freud a Samuel Freud, 13 de diciembre de 1923. En inglés. Rylands Uni-
versity Library, Manchester.
144. Véase Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 95, 196.
145. Freud a Eitingon, 24 de abril de 1921. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe. Freud se dirigió a Eitingon como a su “Querido
Max” por primera vez el 4 de julio de 1920, y en adelante siguió dándole
ese tratamiento. Después de algunas vacilaciones, prácticamente había lle
gado a ver en Eitingon a un miembro de su familia. (Véase Freud a Eitin
gon, 24 de enero de 1922. Con permiso de Sigmund Freud Copyrights,
Wivenhoe.) Eitingon fue probablemente el único miembro de su familia
profesional con el que Freud nunca se irritó mucho ni estuvo enfadado
durante mucho tiempo.
146. Freud a Samuel Freud, 4 de diciembre de 1921. En inglés. Rylands Univer-
sity Library, Manchester.
147. Freud Collection, LC.
148. Freud a Abraham, 9 de julio de 1925. Freud-Abraham [Correspondencia
Freud-Abraham], 360 (387).
149. Anna Freud a Jones, 24 de noviembre de 1955. Papeles de Jones, Archivos
de la British Psycho-Analytical Society, Londres.
150. Véase Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 380-381.
151. Véase ibíd., 382.
152. Freud a Nandor Fodor, 24 de julio de 1921. Ejemplar mecanografiado,
papeles de Siegfried Bernfeld, contenedor 17, LC.
153. “Psychoanalyse und Telepathie” (escrito en 1921, publicado en 1941),
GW XVII, 28-29/“Psycho-Analysis and Telepathy”, SE XVIII, 178-179.
154. “Traum und Telepathie” (1922), GW XIII, 165/“Dreams and Telepathy”, SE
XVIII, 197.
155. Ibíd., 191/220.
156. Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 406.
157. Freud a Ferenczi, 20 de marzo de 1925. Correspondencia Freud-Ferenczi,
LC. Véase también Ferenczi a “Queridos amigos”, 15 de febrero y 15 de
marzo de 1925 y Ferenczi a Freud, 16 de febrero y 16 de marzo de 1925.
Ibíd.
158. Freud a Jones, 7 de marzo de 1926. Ejemplar mecanografiado, Freud
Collection, D2, LC. A principios de la década de 1930, en una de sus Nue
vas conferencias de introducción, Freud aludió a la telepatía con algo
menos de reserva.
159. Anna Freud a Jones, 24 de noviembre de 1955. Papeles de Jones, Archivos
de la British Psycho-Analytical Society, Londres.
160. Freud a Rank, 10 de abril de 1924. Rank Collection, Caja Ib. Rare Book
and manuscript Library, Columbia University.
161. Freud a Jones, 25 de septiembre de 1924. En inglés. Freud Collection,
D2, LC.
162. Freud a Andreas-Salomé, 10 de mayo de 1925. Freud-Salomé, 169 (154).
163. H.D., “Advent”, en Tribute to Freud, 171.
164. Anna Freud a Abraham, 20 de marzo de 1925, en una larga postdata a una
carta que su padre le había dictado. Papeles de Karl Abraham, LC.
165. George Sylvester Viereck, Glimpses of the Great (1930), 34. Esta entre
vista también se había publicado separadamente tres años antes, en 1927.
Notas [785]
Laing and Women (1974; ed. en rústica, 1975), 419 [trad, cast.: Psicoa
nálisis y feminismo, Barcelona, Anagrama, 21976],
165. Conferencia de Freud del 16 de abril de 1904, resumida en Klein, Jewish
Origins of the Psychoanalytic Movement, 159.
166. Véase “ ‘Civilized’ Sexual Morality and Modern Nervous Illness”, SE IX,
199.
167. Die Zukunft einer Illusion (1927), GW XIV, lH/The Future of an Illusion
[El porvenir de una ilusión], SE XXI, 48.
168. Freud a Andreas-Salomé, 8 de mayo de 1930. Freud-Salomé, 205 (188).
169. Freud a Arnold Zweig, 18 de agosto de 1933. Con permiso de Sigmund
Freud Copyrights, Wivenhoe.
170. 11 de marzo de 1908. Protokolle, I, 329.
171. Ibid., 331.
172. William Acton, The Functions and Disorders of the Reproductive Organs,
in Childhood, Youth, Adult Age, and Advanced Life, Considered in their
Psychological, Social, and Moral Relations (1857; 3a ed., 1865), 133.
173. Otto Adler, Die mangelhafte Geschlechtsempfindung des Weibes. Anaesth
esia sexualis feminarum. Dyspareunia. Anaphrodisia (1904), 124.
174. Véase “ ‘Civilized’ Sexual Morality and Modern Nervous Illness”, SE IX,
191-192.
175. Drei Abhandlungen, GW V, 120/Three Essays [Tres ensayos sobre teoría
sexual], SE VII, 219.
176. “Die Disposition zur Zwangsneurose” (1913), GW VIII, 452/“The Disposi
tion to Obsessional Neurosis”, SE XII, 325.
177. Drei Abhandlungen, GW V, 121n/Three Essays [Tres ensayos sobre teoría
sexual], SE VII, 219n (nota agregada en 1915).
178. Véase “The Infantile Genital Organization (An Interpolation into the The
ory of Sexuality)” (1923), SE XIX, 141-145.
179. “Der Untergang des Ödipuskomplexes” (1924), GW XIII, 400/“The Disso
lution of the Oedipus Complex”, SE XIX, 178.
180. Véase ibid.
181. “Einige psychische Folgen des anatomischen Geschlechtsunterschieds”
(1925), GW XIV, 29-30/“Some Psychical Consequences of the Anatomical
Distinction between the Sexes”, SE XIX, 257-258. El debate acerca de las
ideas de Freud sobre la sexualidad femenina continúa, dentro y fuera de los
círculos psicoanalíticos. James A. Kleeman, un destacado experto, crítico de
Freud (él mismo es analista), ha observado sin embargo que “Lo notable de
las ideas de Freud acerca de la sexualidad temprana, derivadas como en gran
medida lo fueron del análisis de adultos, reside en que muchas de ellas han
resistido la prueba del tiempo”. (James A. Kleeman, “Freud’s Views on Early
Female Sexuality in the Light of Direct Child Observation”, en Female Psy
chology: Contemporary Psychoanalytic Views, comp, de Harold P. Blum
[1977], 3.) Véase un examen detallado de la controversia y la literatura sobre
el tema en el ensayo bibliográfico correspondiente a este capítulo.
182. “Einige psychische Folgen”, GW XIV, 30/“Some Psychical Consequen
ces”, SE XIX,258.
183. Ibid., 20/249.La frase citada está en inglés en el original de Freud.
184. “Weibliche Sexualität”, GW XIV, 519/“Female Sexuality” [“Sobre la
sexualidad femenina”], SE XXI, 226.
185. Véase ibíd., 523, 529, 531-533 / 230, 235, 237-239.
186. Ibíd., 523 / 230.
187. “Einige psychische Folgen”, GW XIV, 28/“Some Psychical Consequen
ces”, SE XIX, 256.
[796] Notas
188. Das Ich und das Es, GW XIII, 263/The Ego and the Id [El yo y el ello], SE
XIX, 34.
189. “Die Disposition zur Zwangsneurose”, G1V VIII, 452/“The Disposition to
Obsessional Neurosis”, SE XII, 325-326.
190. Karen Horney, “On the Genesis of the Castration Complex in Women”, en
Feminine Psychology, compilación de ensayos de Horney realizada por
Harold Kelman (1967), 52-53. El artículo se publicó primero en alemán en
1923, y después apareció en inglés en Int. J. Psycho-Anal., V, parte 1
(1924), 50-65.
191. Ibíd., en Feminine Psychology, comp, de Kelman, 38.
192. Horney, “The Flight from Womanhood: The Masculinity-Complex in
Women as Viewed by Men and by Women”, en Feminine Psychology,
comp, de Kelman, 54. El artículo se publicó en alemán en 1926, y apare
ció en inglés en Int. J. Psycho-Anal., VII 1926), 324-339.
193. Véase ibid., en Feminine Psychology, comp, de Kelman, 57-58.
194. Ibid., 62.
195. Jeanne Lampl-de Groot, “The Evolution of the Oedipus Complex in
Women”, en The development of the Mind: Psychoanalytic Papers on Cli
nical and Theoretical Problems (1965), 9.
196. Freud a Jones, 23 de enero de 1932. Freud Collection, D2, LC.
197. Ernest Jones, “Early Female Sexuality” (1935), en Papers on Psycho-
Analysis (4a ed., 1938), 606, 616.
198. Dedicatoria en Jones, Papers on Psycho-Analysis.
199. Véase Otto Fenichel, “The Pregenital Antecedents of the Oedipus Com
plex” (1930), “Specific Forms of the Oedipus Complex” (1931), y “Furt
her Light upon the Pre-oedipal Phase in Girls” (1934), en The Collected
papers of Otto Fenichel, comp, de Hanna Fenichel y David Rapaport, la
Serie (1953), 181-203, 204-220, y 241-288. Freud tomó nota del primero
de estos artículos en su “Female Sexuality” [“Sobre la sexualidad femeni
na”] SE XXI, 242.
200. Fenichel, “Specific Forms of the Oedipus Complex”, en Collected Papers,
la Serie, 207.
201. “Selbstdarstellung”, GW XIV, 64n/“Autobiographical Study” [“Presenta
ción autobiográfica”], SE XX, 36 (nota agregada en 1935). “Tratamos sólo
sobre una libido, que actúa de modo masculino”, le escribió Freud al psico
analista alemán Carl Müller-Braunschweig el 21 de julio de 1935. (Citado
en su totalidad en el original alemán, y traducido en Donald L. Burnham,
“Freud and Female Sexuality: A Previously Unpublished Letter”, Psy-
chiatry, XXXIV [1971], 329.)
202. Diario de Marie Bonaparte. Citado en New York Times, 12 de noviembre
de 1985, sec. C, 3.
203. Freud a Emil Fluss, 7 de febrero de 1873. Selbstdarstellung, 111-112.
204. “Weibliche Sexualität”, GW XIV, 523n/“Female Sexuality”, SE XXI, 230n.
71. Esas películas forman parte de “Sigmund Freud, His Family and Collea-
gues, 1928-1947”, un conjunto compilado por Lynne Weiner. A.A. Brill
Library, New York Psychoanalytic Institute.
72. Freud a Ida Fliess, 17 de diciembre de 1928. Con permiso de Sigmund
Freud Copyrights, Wivenhoe.
73. Freud a Ida Fliess, 30 de diciembre de 1928. Con permiso de Sigmund
Freud Copyrights, Wivenhoe.
74. Freud a Anna Freud (telegrama), 12 de abril de 1927. Freud Collection, LC.
75. Anna Freud a Freud, s.f. [primavera de 1927], Ibíd.
76. Freud a Andreas-Salomé, 11 de mayo de 1927. Freud Collection, B3, LC.
77. Freud a Eitingon, 22 de junio de 1928. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
78. Véase Brandes a Freud, 11 y 26 de junio de 1928. Freud Museum, Londres.
79. Véase Joseph Wortis, Fragments of an Analysis with Freud (1954), 23.
80. Freud a Andreas-Salomé, 11 mayo de 1927. Freud Collection, B3, LC.
8 1. Freud a Andreas-Salomé, 11 de diciembre de 1927. Ibíd.
82. Freud a Ferenczi, 23 de octubre de 1927. Correspondencia Freud-Ferenczi,
Freud Collection, LC.
83. Laforgue a Freud, 9 de abril de 1925. De la correspondencia Freud-Lafor-
gue, traducida al francés por Pierre Cotet y comp. por André Bourguignon
y otros, en “Mémorial”, Nouvelle Revue de Psychoanalyse, XV (abril de
1977), 260. Algunos de los pasajes que cito, también aparecen en Celia
Bertin, Marie Bonaparte: A Life (1982), 145-150.
84. Freud a Laforgue, 14 de abril de 1925. “Mémorial”, 260-261.
85. Véase Laforgue a Freud, 1 de mayo de 1925. Ibíd., 261.
86. Citado en Bertin, Marie Bonaparte, 150.
87. Freud a Eitingon, 30 de octubre de 1925. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
88. Freud a Laforgue, 15 de noviembre de 1925. “Mémorial”, 273.
89. Véanse cinco cuadernos de tapa blanda en cuero negro, con anotaciones
fechadas entre el 22 de noviembre de 1889 y el 21 de julio de 1891. En
inglés, francés y alemán. Freud Museum, Londres.
90. Véanse las notas tomadas por Marie Bonaparte para una posible biografía
de Freud, recogidas de boca de Freud “en abril de 1928”. En francés, pape
les de Jones, Archivos de la British Psycho-Analytical Society, Londres.
91. Citado en Andreas-Salomé a Freud, 14 de julio de 1929. Freud-Salomé, 198
(181).
92. Freud a Andreas-Salomé, 28 de julio de 1929. Ibíd., 198 (181).
93. Ibíd.
94. Freud a Jones, 26 de enero de 1930. Freud Collection, D2, LC.
95. Véase Civilization and Its Discontents [El malestar en la cultura], SE XXI,
117.
96. Freud a Eitingon, 8 de julio de 1929. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe. Véase la “Editor’s Introduction” a Civilization
and Its Discontents [El malestar en la cultura], SE XXI, 59-60.
97. Das Unbehagen in der Kultur, GW XIV, 421-422/Civilization and Its Dis
contents, SE XXI, 64.
98. Ibíd., 432 / 75.
99. Ibíd., 432 /75.
100. Ibíd., 438n, 434 / 80n, 76.
101. Ibíd., 445-447 / 87-89.
102. Ibíd., 451 / 91-92.
103. Ibíd., 471 / 111. Esta sentencia proviene de Plauto.
[800] Notas
nión (Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 172-173) sigue a esta car
ta hasta en sus más mínimos detalles.
303. Véase Freud a Eitingon, 24 de agosto de 1932. Con permiso de Sigmund
Freud Copyrights, Wivenhoe.
304. Freud a Anna Freud, 3 de septiembre de 1932. Freud Collection, LC. Esta
última frase permite descartar la insinuación de Jeffrey Moussaieff Masson
en cuanto a que Freud había condenado las ideas de Ferenczi sin escucharlo,
en una carta a Eitingon del 29 de agosto, el día antes de que el húngaro le
leyera su artículo al maestro en Viena. (Véase Masson, The Assault on
Truth [El asalto a la verdad], 170-171.) Obviamente, Freud, lo mismo que
su hija, conocían perfectamente desde hacía cierto tiempo las más nuevas
ideas de Ferenczi.
305. Freud a Jones, 12 de septiembre de 1932. Freud Collection, D2, LC.
306. Freud a Eitingon, 20 de octubre de 1932. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
307. Véase Spector, The Aesthetics of Freud, 149-155.
308. Freud a Ferenczi, enero 11, 1933. Correspondencia Freud-Ferenczi, Freud
Collection, LC.
309. Ferenczi a Freud, 27 de marzo de 1933. Ibíd.
310. Véase Freud a Ferenczi, 2 de abril de 1933. Ibíd.
311. Freud a Eitingon, 3 de abril de 1933. Con permiso de Sigmund Freud
Copyrights, Wivenhoe.
312. Freud a Jones, 29 de mayo de 1933. Freud Collection, D2, LC.
313. Freud a Jones, 23 de agosto de 1933. Ibíd.
314. Wilhelm Busch, “Es sitzt ein Vogel auf dem Leim”, en Kritik des Herzens
(1874), Wilhelm Busch Gesamtausgabe, comp. de Friedrich Bohne, 4 vols.
(1959), II, 495.
153. Schur, Freud, Living and Dying [Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en
su vida y en su obra], 498.
154. Martin Freud, Freud, 212-213.
155. Freud a Ernst Freud, 12 de mayo de 1938. Briefe [Epistolario], 459. Las
palabras “morir en libertad” están en inglés.
156. Véase. Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] 111,221.
157. “El funcionario nazi que organizó este procedimiento demostró poseer un
extraño sentido del humor, al cargar a la cuenta de papá la considerable
suma que costó el transporte de los libros a su pira funeraria en Viena.”
(Martin Freud, Freud, 214.)
158. Vale la pena señalar que Freud, siempre escrupuloso, reintegró esas sumas
en cuanto pudo hacerlo.
159. Anna Freud a Jones, 3 de abril de 1938. Papeles de Jones, Archivos de la
British Psycho-Analytical Society, Londres.
160. Anna Freud a Jones, 22 de abril de 1938. Ibíd.
161. Anna Freud a Jones, 26 de abril de 1938. Ibíd.
162. Véase McGuire, introducción a Freud-Jung [Correspondencia], xx nota.
163. Freud a Jones, 28 de abril de 1938. Freud Collection, D2, LC.
164. Freud a Ernst Freud, 9 de mayo de 1938. Fotocopia del autógrafo, cortesía
del Dr. Daniel Offer. (Debo esta referencia a George F. Mahl.)
165. Freud a Jones, 13 de mayo de 1938. Freud Collection, D2, LC.
166. M artin Freud, Freud, 217.
167. Anna Freud a Jones, 25 de mayo de 1938. Papeles de Jones, Archivos de
la British Psycho-Analytical Society, Londres.
168. Véase Anna Freud a Jones, 30 y 31 de mayo de 1938. Ibíd.
169. Véase Freud a Arnold Zweig, 4 de junio de 1938. Freud-Zweig [Correspon
dencia Freud-Zweig], 168 (160). Véase también Freud a Samuel Freud, 4 de
junio de 1938. En inglés. Rylands University Library, Manchester.
170. Véase la Kürzeste Chronik en las fechas correspondientes. Freud Museum,
Londres. Hasta el funesto día de la partida, las fechas de la Chronik son
correctas, pero “Sábado 3 de junio” sigue a “Jueves 2 de junio”. Freud no
rectificó la secuencia errónea hasta la mitad de la semana siguiente: así, la
primera anotación realizada en Londres está fechada “Lunes, 5 de junio”,
cuando debió decir “6 de junio”; después, el jueves, la fecha está registrada
correctamente: “Jueves 9 de junio”.
171. Kürzeste Chronik, 10 de mayo de 1938. Ibíd.
172. Freud a Eitingon, 6 de junio de 1938. Briefe [Epistolario], 462.
173. Ibíd., 461.
174. Véase Anna Freud a Jones, 25 de mayo de 1938. Papeles de Jones, Archi
vos de la British Psycho-Analytical Society, Londres.
175. Kürzeste Chronik, 3 de junio de 1938. Freud Museum, Londres. Como
hemos observado previamente, las anotaciones de Freud correspondientes a
este período están fechadas incorrectamente. El sábado era 4 de junio, y no
3 de junio. Desde luego, a las “2:45 A.M.”, estrictamente hablando, el día
ya era el domingo 5 de junio.
176. Freud a Eitingon, 6 de junio de 1938. Briefe [Epistolario], 461-462.
177. Véase Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 228.
178. Freud a Eitingon, 6 de junio de 1938. Briefe [Epistolario], 461.
179. Martha Freud a Lilly Freud Marlé y a su esposo, Arnold, 22 de junio
[1938], Freud Collection, B2, LC.
180. Freud a Eitingon, 6 de junio de 1938. Briefe [Epistolario], 461-463.
181. “Prof. Freud/en Londres después de sesenta años/Bien pero cansado”,
Manchester Guardian, 7 de junio de 1938, 10.
Notas [813]
pueden ser más altas”, en ningún momento los autores recomiendan más de
dos centigramos (pág. 509; véase también pág. 499). Los enfermos graves
o muy ancianos (Freud era ambas cosas) pueden absorber la droga muy len
tamente y tolerarla más que un paciente en mejor estado, pero con toda
probabilidad una dosis de tres centigramos es mortal para cualquiera.
Otra distorsión que aparece en la versión publicada del relato realizada por
Schur de los últimos días de Freud, distorsión cuya causa fue la decisión de
respetar el deseo de discreción de Anna Freud, consistió en minimizar el
papel que ella desempeñó. En uno de los borradores de la Freud Lecture,
Schur omitió por completo el episodio del “dígaselo a Anna”. Esto tam
bién merece un comentario: en la versión publicada encontramos “Sagen
Sie es der Anna” “Cuéntele a Anna esto”. (Schur, Freud, Living and Dying
[Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra], pág. 529.)
Jones, siguiendo fielmente a Schur, traduce “cuéntele a Anna nuestra con
versación”. (Jones [Vida y obra de Sigmund Freud] III, 246.) Pero en el
memorando inédito se lee “Besprechen Sie es mit der Anna", esto es, “dis
cútalo”, “hable sobre esto con Anna”. Esta versión parece ser la auténtica;
resulta particularmente plausible en vista de lo que Freud dijo a continua
ción, según Schur: “Y si ella piensa que está bien, terminemos”. Es posi
ble conjeturar que, por inocente que ella fuera del gran desenlace, por bien
intencionadas y justificadas que fueran las acciones de Schur, Anna llevaba
una pesada carga de culpabilidad por su aquiescencia final respecto de la
decisión de ahorrarle más sufrimientos a su padre. Schur recuerda en su
memorando que Anna se opuso a tal decisión, pero finalmente se resignó
con tristeza. Esta interpretación de la situación es la que ha guiado mi tra
tamiento en el texto: veo el fin de Freud como suicidio estoico, consuma
do por un intermediario, puesto que él estaba demasiado débil como para
actuar por sí mismo, por su médico fiel y afectuoso, y consentido con
renuencia por su no menos fiel e incluso más afectuosa hija.
Ensayo bibliografico
Fuentes generales
La literatura sobre Freud, es amplia, crece rápidamente, está casi fuera de
control. Parte de esta avalancha es reveladora, mucha de ella es útil, y es más
aun la que resulta provocativa; una porción sorprendente tiene un carácter
malicioso o directamente absurdo. No he tratado de que este ensayo sea total,
sino que me he centrado más bien en las obras que a mi juicio informan sobre
hechos ciertos, son interesantes por sus interpretaciones, o merecen que se las
discuta. Es decir, lo he escrito para dar brevemente las razones de que haya adop
tado, o dejado de adoptar, una posición u otra, y también para señalar de quién
he aprendido más.
La mejor edición alemana de los escritos psicoanalíticos de Freud es
Gesammelte Werke, Chronologisch Geordnet, comp. de Anna Freud, Edward
Bibring, Willi Hoffer, Ernst Kris y Otto Isakower, en colaboración con Marie
Bonaparte, 18 vols. (1940-1968). Muy valiosa, pero no perfecta: no es comple
ta; sus cabeceras no resultan tan útiles como podrían serlo; las notas editoriales
y los índices de cada uno de los volúmenes son descuidados. Lo más molesto es
que la Gesammelte Werke no diferencia las diversas ediciones de obras muy revi
sadas de Freud como son La interpretación de los sueños y los Tres ensayos de
teoría sexual. Esa diferenciación si se realiza en la manejable Studienausgabe,
comp. de Alexander Mitscherlich, Angela Richards y James Strachey, 12 vols.
(1969-1975). La Studienausgabe tiene sus propias limitaciones; omite algunos
artículos menores de Freud y sus escritos autobiográficos; además el ordenamien
to no es cronológico sino temático. Pero presenta un copioso aparato editorial,
basado en el Standard Edition inglesa.
La autoridad internacional de esa Standard Edition of the Complete Psycho-
logical Works of Sigmund Freud, traducida con la supervisión editorial general de
James Strachey en colaboración con Anna Freud y la asistencia de Alix Strachey
y Alan Tyson, 24 vols. (1953-1974), está merecidamente asegurada, con inde
pendencia de las eventuales nuevas y mejores traducciones que aparezcan en el
futuro. Se trata de una empresa heroica. Cuando es necesario, ofrece notas de
diversos comentadores; no elude cierto material intratable (como los chistes ale
manes que Freud incluye en el libro sobre el chiste), e introduce cada obra, inclu
so el más breve de los artículos, con la indispensable información bibliográfica
e histórica. Las traducciones han sido muy discutidas, y no injustamente: han
sido objeto de críticas severas los cambios de tiempos, las versiones infames
[820] Ensayo bibliografico
1963) emplean puntos suspensivos para señalar los lugares donde actuaron sus
tijeras, pero omiten muchas cartas significativas (sin duda las más íntimas) entre
estos amigos. Las omisiones también comprometen el valor de Sigmund Freud,
Arnold Zweig, Briefwechsel, comp. de Ernst L. Freud (1968; ed. en rústica,
1984; versión inglesa, The Letters de Sigmund Freud and Arnold Zweig, trad. de
William y Elaine Robson-Scott, 1970 [versión castellana: véase “Abreviatu
ras”]); hay unos cuantos cortes drásticos sin ninguna indicación. Ludwig Bins-
wanger realizó su propia selección de la correspondencia que mantuvo con Freud,
completada con comentarios, en Erinnerunger an Sigmund Freud (1956). Véase
también F.B. Davis, “Three Letters from Sigmund Freud to André Bretón”, J .
Amer. Psychoanal. Assn., XXI (1973), 127-134. Otras correspondencias suma
mente instructivas (en especial Freud-Jones y Freud-Ferenczi, que ahora sólo se
pueden consultar en los archivos) están en proceso de compilación para la edi
ción. La correspondencia Freud-Eitingon también merecería publicarse, lo mismo
que los intercambios entre Freud y Anna Freud, y por supuesto las cartas entre
Freud y su prometida Martha Bernays, de las cuales Ernst Freud ha publicado sólo
una tentadora selección de noventa y tres. Hay muchos cientos más guardadas
bajo llave en la Biblioteca del Congreso, y una cierta cantidad de inéditas (que
pude consultar) en Sigmund Freud Copyrights. Ernest Jones incluyó numerosos y
extensos extractos de cartas de Freud en su biografía en tres tomos, pero fue
inducido por Anna Freud a corregir “los errores más perturbadores” de las cartas
en inglés del padre, sobre la base de que él era muy sensible acerca de su domi
nio poco menos que completo del idioma. (Anna Freud a Ernest Jones, 8 de abril
de 1954. Papeles de Jones, Archivos de la British Psycho-Analytical Society,
Londres.) Las cartas de Freud en inglés incluían originalmente algunos errores
menores y algunas palabras acuñadas por él, imaginativas y deliciosas.
Obviamente, las confidencias autobiográficas de Freud, manifiestas y ocul
tas, tienen una importancia inestimable, tanto por lo que revelan como por lo
que se niegan a revelar. Su “Presentación autobiográfica”, publicada en 1925, es
sin duda el más importante de esos documentos. Los recuerdos de Freud que apare
cen en La interpretación de los sueños (1900), en general rastreados mientras
analizaba sus propios sueños, son desde luego invalorables, y han sido citados
ampliamente. Dentro de lo posible, hay que interpretarlos en el contexto de lo
demás que sabemos sobre él. Lo mismo puede decirse con respecto a las revela
ciones que esparció en artículos tales como “Sobre los recuerdos encubridores”
(1899) y en la Psicopatología de la vida cotidiana. (1901).
Me referiré a los múltiples estudios biográficos que cubren partes especiales
de la vida de Freud en los apartados sobre los capítulos pertinentes. La biografía
clásica de Freud sigue siendo la de Ernest Jones, a pesar de sus defectos eviden
tes y muy criticados: The Life and Work of Sigmund Freud, 3 vols. (1953-1957;
versión abreviada en un volumen de Lionel Trilling y Steven Marcus, 1961 [trad.
cast.: véase “Abreviaturas”]). Jones conoció a Freud íntimamente y durante
muchos años de combate (con otros y, en menor medida, con el propio Freud).
Como psicoanalista pionero y de ninguna manera seguidor servil de Freud, Jones
estaba extremadamente bien informado sobre todos los temas técnicos. Y sabía
mucho acerca de la vida familiar de Freud, no menos que de la lucha intestina en
el seno del establishment analítico. Aunque el estilo no es elegante y (lo que es
más importante) no resulta feliz en su tendencia a separar al hombre de la obra,
la biografía de Jones incluye muchos juicios perspicaces. La acusación más seria
que se le ha hecho es la de que demuestra una cierta malicia contra otros freudia-
nos, unos celos supuestamente insuperables que lo llevaron a tratar de perjudicar
a rivales como Ferenczi. Hay algo de cierto en esa crítica, pero menos de lo que
comúnmente se cree. Sin duda, el dictamen final de Jones sobre Ferenczi, que
Ensayo bibliografico [823]
insinúa con vehemencia que en sus últimos años el húngaro padeció episodios
psicóticos (lo que ha sido considerado con fuertes reservas) en gran medida no
hace más que reflejar la opinión que Freud expresó en una carta inédita a Jones.
Su vida de Freud sigue siendo indispensable.
Hay muchas otras biografías, en muchos idiomas. La primera de todas, que a
Freud no le gustaba mucho y que criticó en una carta al autor, era Franz Wittels,
Sigmund Freud: His Personality, His Teaching, and His School (1924; trad. de
Edén y Cedar Paul, 1924). La más manejable biografía reciente es Ronald W.
Clark, Freud: The Man and the Cause (1980). [trad. cast.: Freud, el hombre y su
causa, Barcelona, Planeta, 1985], basada en muchas investigaciones diligentes,
razonable en sus juicios y particularmente completa en lo concerniente a la vida
privada del biografiado, pero pobre y dependiente de otros en su tratamiento de
la obra de Freud. Una biografía ilustrada, bien anotada y que utiliza, al pie del
material gráfico, citas del propio Freud, es Ernst Freud, Lucie Freud e Use Gru-
brich-Simitis, comps., Sigmund Freud: His Life in Pictures and Words (1976;
trad. de Christine Throllope, 1978 [trad. casi.: Sigmund Freud. Su vida en imá
genes y textos, Buenos Aires, Paidós, 1979]); incluye un fiable bosquejo biográ
fico escrito por K.R. Eisler. Max Schur, Freud, Living and Dying (1972) [trad.
cast.: Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra, Barcelona,
Paidós, 1980], debida a la pluma de quien fue médico privado de Freud durante sus
últimos diez años de vida y que más tarde se convirtió en psicoanalista, es inva
lorable por sus revelaciones íntimas y por sus juicios sensatos y bien informa
dos. La cito repetidamente. Entre otras biografías breves, O. Mannoni, Freud
(1968; trad. del francés al inglés por Renaud Bruce, 1971) es tal vez la más
informativa. J.N. Isbister, Freud: An Introduction to His Life and Work (1985)
es típica de la escuela denigratoria; se basa de modo acrítico en las especulacio
nes y reconstrucciones biográficas de Peter J. Swales. La reseña de este libro
realizada por Steven Marcus, “The Interpretation of Freud”, Partisan Review
(invierno de 1987), 151-157, es devastadora, y con toda justicia. Ludwig Marcu-
se, Sigmund Freud. Sein Bild von Menschen (sin fecha) [trad. cast.: Sigmund
Freud. Su visión del hombre, Madrid, Alianza, 21970] es una mezcla informal de
ensayo y biografía. Gunnar Brandell, Freud: A Man of His Century (1961; ed.
rev., 1976; trad. del sueco por Lain White, 1979) trata de sumar a Freud a las
huestes del naturalismo, junto, por ejemplo, a Zola y Schnitzler; véase también
Louis Breger, Freud's Unfinished Journey: Conventional and Critical Perspecti-
ves in Psychoanalytic Theory (1981), que interpreta a Freud como enlace entre
las culturas de los siglos XIV, XIX y XX. Helen Walker Puner, Freud: His Life
and His Mind (1947), una de las primeras biografías, es claramente hostil, no
muy erudita ni demasiado fiable; tuvo una influencia suficiente como para que
Jones se quejara de ella explícitamente en los primeros dos volúmenes de s u
propia biografía.
Después está Paul Roazen. Su Freud and His Followers (1975) [trad. cast.:
Freud y sus discípulos, Madrid, Alianza, 1978] presta particular atención a qui
nes rodeaban a Freud, e incluye mucho material utilizable. Mezcla enloquecedora
de valiente profundización, amplias entrevistas, juicios cortantes y tono incier
to, debe emplearse con cautela. En la reseña para el Times Literary Supplement
(26 de marzo de 1986, 341), Richard Wollheim caracterizó perspicazmente el
libro y toda una escuela: “El profesor Roazen tiene muchas críticas que hacerle a
Freud. Freud —nos dice en diferentes oportunidades— era frío, vanidoso, excesi
vamente interesado por el dinero, indiferente a su familia: nunca les dio el bibe
rón a sus hijos ni les cambió los pañales; respetaba a las personas pero no a la
verdad, era controlado en exceso, resentido, de mentalidad estrecha, autoritario.
Pero junto a todas estas diversas críticas ( y son pocas las que no emergen en
[824] Ensayo bibliografico
una página u otra) aparece un elogio reiterado: Freud fue un gran hombre, no
debemos dejar de alabarlo por su valentía y su genio. Freud tiene en el profesor
Roazen un amigo tan bueno como nunca lo tuvo Bruto en Marco Antonio”. Pre
cisamente. En agundo contraste, a mi juicio el mejor estudio del pensamiento de
Freud es el Freud (1971) del propio Wollheim, conciso, preciso, iluminador. Por
otra parte, tengo que admitir que Roazen tiene razón al quejarse de la manera en
que la familia de Freud y otros adoradores han tratado de proteger y “corregir” la
imagen del maestro ante la posteridad, o de retener parte del material más enig
mático; véase su “The Legend of Freud”, Virginia Quarterly Review, XLVII
(invierno de 1971) 33-45.
Naturalmente, muchos de estos textos, explícita o implícitamente, evalúan
el carácter de Freud; lo mismo hacen otras obras que menciono en los lugares
correspondientes. Jones se singulariza por “The Man”, parte 3 del vol. II, inten
to valeroso de estimación coherente, que es valioso pero (como trato de demos
trar en el texto) exagera la “madurez” serena de Freud, y no interpreta adecuada
mente la relación de Freud con su madre, que yo considero mucho menos
tranquila y firme de lo que cree Jones. Jones, Sigmund Freud: For Centenary
Essays (1956), despliega, desde luego, una actitud admirativa, pero no carece de
interés. Philip Rieff, Freud, The Mind ofthe Moralist (1959; ed. rev., 1961) es
un ensayo amplio y elegante, en grado sumo digno de lectura. Entre otras innu
merables evaluaciones, yo destaco a John E. Gedo, “On the Origins of the The-
ban Plague: Assessments of Freud’s Character”, en Freud, Appraisals and Reap-
praisals: Contribution to Freud Studies, comp. de Paul E. Stepansky, I (1986),
241-259. Hanns Sachs, Freud: Master and Friend (1945), es breve pero propor
ciona informaciones íntimas; expresa admiración pero no adula: se “siente” en
una posición justa. Freud and the Twentieth Century, comp. de Benjamin Nelson
(1957), contiene una serie de breves y a veces iluminadoras evaluaciones y apre
ciaciones de Alfred Kazin, Gregory Zilboorg, Abram Kardiner, Gardner Murphy,
Erik H. Erikson y otros. Lionel Trilling, Freud and the Crisis of Our Culture
(1955), su Freud Lecture de 1955, un tanto revisada y ampliada, es una defensa
reflexiva, ilustrada y brillante. Use Grubrich-Simitis, que ha realizado un invalo
rable trabajo de compilación de los textos de Freud, presenta una "Einleitung"
particularmente sensible en su edición del “Selbstdarstellung” de Freud (citado
supra), 7-33. Richard Sterba, que conoció al Freud maduro en Viena, tiene unas
conmovedoras palabras de aprecio: “On Sigmund Freud’s Personality”, American
¡mago, XVIII (1961), 289-304.
El debate acerca del status científico de las ideas de Freud ha sido tan largo
(y a veces tan venenoso) que aquí sólo puedo citar unos pocos títulos. El estudio
más diferenciador, cuidadoso y, a mi juicio, satisfactorio, es Paul Kline, Fací
and Fantasy in Freudian Theory (1972; 2a. ed., 1981). Véase también Seymour
Fisher y Roger P. Greenberg, The Scientific Credibility of Freud’s Theories and
Therapy (1977), una investigación amplia y bien informada, algo menos positi
va que la de Kline; debe complementarse con la antología del mismo autor, The
Scientific Evaluation of Freud's Theories and Therapy (1978), que con ecuanimi
dad incluye todo un espectro de opiniones. Helen D. Sargent, Leornard Horwitz,
Robert S. Wallerstein y Anna Appelbaum, Prediction in Psychotherapy Re
search: A Method for the Transformation of Clinical Judgements into Testable
Hypotheses, Psychological Issues, monografía 21 (1968), es un trabajo técnico
que simpatiza con el psicoanálisis. Empirical Studies of Psychonalitic Theories,
comp. de Joseph Masling, 2 vols. (1983-1985) contiene mucho material fasci
nante sobre el trabajo realizado por investigadores psicoanalíticos como Hartvig
Dahl. El más formidable de los escépticos, que ha hecho de la credibilidad o falta
de credibilidad de la ciencia freudiana su preocupación obsesiva de toda una déca
Ensayo bibliografico [825]
vo, en Krüll, Freud and His Father, 164-166. Krüll critica con justicia el folleto
malicioso e irritado de Renée Gicklhorn titulado Sigmund Freud und der Onkel-
traum. Dichtung und Wahrheit (1976), por sus especulaciones infundadas. Más
elementos de prueba concernientes a la complicidad de Jacob Freud (y —posible
mente— la de sus hijos Emanuel y Philipp, en 1865 residentes en Manchester)
sería bienvenidos. Véase también la interesante exploración de Leonard Shen-
gold, “Freud and Josef’ en The Unconscious Today: Essays in Honor of Max
Schur, comp. de Mark Kanzer (1971), 473-494, que se aparta del tema del tío
Josef para comentar incisivamente los encuentros de Freud con otros “Josés”, y
la formación del carácter de Freud en general.
Sobre el desarrollo intelectual y emocional de Freud durante sus años de
estudiante, en la universidad y en la práctica médica, hasta el descubrimiento del
psicoanálisis en la década de 1890, véase, desde luego, La interpretación de los
sueños, passim, y las primeras páginas de la Presentación autobiográfica.
Anzieu, Freud’s Self-Analysis es particularmente informativo. Hay abundante
material bueno (con ilustraciones a menudo originales) en Ernst Freud y otros,
comps., Sigmund Freud, His Life in Pictures and Words; y véase Jones [Vida y
obra de Sigmund Freud] I, que se funda ampliamente en las investigaciones pio
neras de Siegfried Bernfeld. Además del artículo ya citado, entre tales investiga
ciones se cuentan “Freud’s Earliest Theories and the School of Helmholtz”, Psy-
choanalytic Quarterly, XIII (1944), 341-362, un artículo que gozó de mucha
influencia; “An Unknown Autobiographical Fragment by Freud”, American Ima
go, IV (1946-1947), 3-19; “Freud’s Scientific Beginnings”, American Imago, VI
(1949), 163-196; “Sigmund Freud, M.D., 1882-1885”, Int. J. Psycho-Anal.,
XXXII (1951), 204-217, y, con Suzanne Cassirer Bernfeld, “Freud’s First Year in
Practice, 1886-1887”, Bulletin of the Menninger Clinic, XVI (1952), 37-49. La
casi inencontrable historia de la escuela donde estudió Freud escrita por A.
Pokorny (yo la descubría entre los papeles de Siegfried Bernfeld, contenedor 17,
LC.), titulada Das erste Dezennium des Leopoldstádter Communal —Real— und
Obergymnasiums (1864-1874). Ein historisch-statischer Rückblick sin fecha,
evidentemente 1874), mientras que en 1865 había 32 judíos en ese colegio, en
1874 sumaban 335; el número de católicos romanos sólo creció de 42 a 110, y
el de protestantes, de la 3. Dennis B. Klein, Jewish Origins of the Psychoa
nalytic Movement (1981), tiene páginas instructivas sobre la escolaridad (y
sobre tempranas lealtades judías) de Freud. McGrath, Freud's Discovery of Psy
choanalysis, es un impresionante estudio erudito (particularmente valioso con
respecto al período universitario de Freud y a sus estudios con Brentano), un tan
to perjudicado por la insostenible tesis de que Freud desarrolló el psicoanálisis
como una “contrapolítica”, por la que optó de manera desafiante —-a juicio de
McGrath— a causa de que la Viena antisemita le vedaba la carrera política que él
deseaba. (Esta tesis fue primeramente formulada por Cari Schorske, mentor de
McGrath, en un artículo influyente pero a mi juicio excéntrico, “Politics and
Parricide in Freud’s Interpretation of Dreams", American Historical Review, LXX-
VIII, [1973], 328-347, reimpreso en su Fin-de-Siécle Vienna: Politics and Cul
ture [1980], 181-207 [trad, cast.: Fin de siglo, Barcelona, Gustavo Gili, 1981].)
Exceptuada esa idea, es mucho lo que puede aprenderse en el libro de McGrath.
Para antecedentes de las traducciones de Mili realizadas por Freud, véase Adelaide
Weinberg, Theodor Gomperz and John Stuart Mill (1963). Hay mucho material
interesante en Théo Pfrimmer, Freud lecteur de la Bible (1982), con un extenso
apartado sobre el joven Freud en su hogar, y con pensamientos acerca del papel
de la religión en la conformación de su mente.
De la amplia colección de estudios biográficos de Freud: The Fusion of
Science and Humanism: The Intellectual History of Psychoanalysis, comp, de
[828] Ensayo bibliografico
John E. Gedo y George H. Pollock (1976), los siguientes son en especial perti
nentes para este capítulo: Gedo y Ernest S. Wolf, “From the History of
Introspective Psychology: The Humanist Strain”, 11-45; Harry Trosman,
“Freud’s Cultural Background”, 46-70; Gedo y Wolf, “The Tch.’ Letters”, 71-86;
Gedo y Wolf, “Freud’s Novelas Ejemplares", 87-111; Julian A. Miller, Melvin
Sabshin, Gedo, Pollock, Leo Sadow y Nathan Schlessinger, “Some Aspects of
Charcot’s Influence on Freud”, 115-132. S.B. Vranich, “Sigmund Freud and ‘The
Case History of Berganza’: Freud’s Psycho analytics Beginnings”, Psychoanaly
tic Review, LXIII (1976), 73-82, es un trabajo interesante (aunque con algo de
extravagancia) que ve a Freud en el papel de “psicoanalista” en su identificación
adolescente con Cipión, uno de los animales del Coloquio de los perros de Cer
vantes. Sobre el amor juvenil de Freud por Gisela Fluss, véase el ponderado artí
culo de K.R. Eisler, “ Creativity and Adolescence: The Effect of Trauma in
Freud’s Adolescence”, The Psychoanalytic Study of the Child, XXXIII (1978),
461-517. Heinz Stanescu ha publicado un poema temprano de Freud en “Ein
‘Gelegenheitsgedicht’ des jungen Sigmund Freud”, Deutsch für Ausländer: Infor
mationen für den Lehrer (1967), 13-16.
La Viena de Freud ha sido diseccionada en Usa Barea, Viena (1966), un ensa
yo histórico desencantado y serio sobre la ciudad falsamente conocida como
cuartel general internacional de la alegría, los valses y el hermoso Danubio
Azul. La autobiografía postuma de Arthur Schnitzler, My Youth in Vienna (1968;
trad, de Catherine Hutter, 1970), está llena de observaciones mordaces y cita
bles. Robert A. Kann, A History of the Habsburg Empire, 1526-1918 (1974; ed.
corregida, 1977) sitúa la ciudad en su contexto austríaco e histórico más amplio.
A.J.P. Taylor, The Habsburg Monarchy, 1809-1918: A History of the Austrian
Empire and Austria-Hungary (1941; 2a. ed., 1948) [trad, cast.: La monarquía de
los Habsburgo, Barcelona, Argos - Vergara, 1983] es un auténtico Taylor: diver
tido, chispeante, obstinado. David F. Good, The Economic Rise of the Habs
burg Empire, 1750-1914 (1984), constituye una monografía sensible. El com
pleto libro de William M. Johnston, The Austrian Mind: An Intellectual and
Social History, 1848-1938 (1972) indaga con sobriedad en la vida de los líderes
de la cultura (economistas, hombres de leyes y pensadores políticos, lo mismo
que músicos y artistas plásticos); el abundantemente ilustrado libro de Johnston,
Vienna, Venna, The Golden Age, 1815-1914 (1981; precedida por la versión ita
liana, 1980) despliega atractivamente mucho material familiar pero también otro
poco conocido. Véase también el fascinante catálogo de una muestra realizada en
el Schiller-National-museum, Marbach: Jugend in Wien: Literatur um 1900.
comp. de Ludwig Greve y Werner Volke (1974). En un equilibrado libro sobre
política, Richard Charmatz, Adolf Fischhof. Das Lebensbild eines österreichis
chen Politikers (1910) es, aunque anticuado, particularmente informativo. Mucho
puede aprenderse en la hermosa novela de Joseph Roth sobre el imperio en deca
dencia, Radetzkymarsch (1932). Allan Janik y Stephen Toulmin, Wittgenstein’s
Viena (1973) [trad, cast.: La Viena de Wittgenstein, Madrid, Taurus, 1987], un
refinado compendio de la vida intelectual vienesa, está a mi juicio excesivamente
ansioso por establecer vinculaciones entre grupos discordes. En cambio, sobre el
desapego de Freud con respecto a la mayor parte de esa Viena, véase el bello
artículo de George Rosen, “Freud and Medicine in Vienna”, Psychological Medi
cine, II (1972), 332-344, convenientemente accesible en Freud: The Man, His
World, His Influence, comp. de Jonathan Miller (1972), 21-39 [trad, cast.:
Freud, Barcelona, Destino, 1977]. La mayoría de los otros ensayos breves del
bien ilustrado volumen de Miller son relativamente pobres. Véase asimismo
Rupert Feuchtmüller y Christian Brandstätter, Markstein der Moderne: Öste
rreichs Beitrang zur Kultur and Geistesgeschichte des 20. Jahrhunderts (1980) y
Ensayo bibliográfico [829]
los primeros capítulos de David S. Luft, Robert Musil and the Crisis of Europe
an Culture, 1880-1942 (1980).
Schorske, Fin-de Siècle Vienna es una compilación de elegantes ensayos; el
mejor, mucho más defendible que el capítulo sobre Freud, es “The Ringstrasse,
Its Critics, and the Birth of Modern Urbanism” (24-115). Véase también, en
relación con esto, el primer libro de William McGrath, Dionysian Art and Popu
list Politics in Austria (1974). John W. Boyer, Political Radicalism in Late
Imperial Vienna: Origins of the Christian Social Movement, 1848-1897 (1981),
describe excepcionalmente, con perfección erudita, la situación política en la que
vivió Freud hasta después de pasados los cuarenta años. Kirk Varnedoe, Vienna
1900: Art, Architecture and Design (1986), es un catálogo espléndidamente ilus
trado que, en su texto, con justicia se niega a idealizar a los pintores y diseñado
res del período y a establecer entre ellos y Freud vínculos que no existieron.
Hay mucho material erudito fiable sobre los judíos en Viena. Véase sobre
todo la monografía concisa y autorizada de Marsha L. Rosenblit, The Jews of
Vienna, 1867-1914: Assimilation and Identity (1983) y John W. Boyer, “Karl
Lueger and the Viennese Jews”, Leo Baeck Yearbook, XXVI (1981), 125-141. He
recogido información en Steven Beller, "Fin de Siècle Vienna and the Jews: The
Dialectic of Assimilation”, Jewish Quarterly, XXXIII (1986), 28-33, y estoy
también en deuda con en el manuscrito inédito de Beller titulado “Religion, Cul
ture and Society in Fin de Siècle Vienna: The Case of the Gymnasien”, que el
autor me permitió leer en el verano de 1986. Véase también Wolfdieter Bihl,
“Die Juden”, en Die Habsburger Monarchie, 1848-1918, comp, de Adam Wan-
druszka y Peter Urbanitsch, vol. Ill, Die Volker des Reiches (1980), parte 2,
890-896. Sobre el liberalismo judío, incluso el de Freud, véase Walter B. Simon,
“The Jewish Vote in Austria”, Leo Baeck Yearbook, XVI (1971), 97-121. Una
compilación conmovedora de ensayos en alemán e inglés sobre los judíos de
Viena (reminiscencias, memorias, artículos sobre la participación judía en la
vida profesional de la ciudad, sobre la historia de la comunidad y su exterminio)
es The Jews of Austria: Essays on Their Life, History and Destruction, comp, de
Josef Fraenkel (1967); inevitablemente despareja, tiene por lo menos el mérito
de ilustrar más de un siglo de vida judía. Incluye un revelador ensayo de Martin
Freud sobre su padre, con algunos comentarios sobre la madre: “Who was
Freud?”, 197-211. Si bien el libro afectuoso, humorístico y muy utilizable de
Martin Freud, Sigmund Freud, Man And Father (1958) es particularmente perti
nente para el cap. 4, también se encuentra en él un buen material sobre la juven
tud de Freud. Véase también información miscelánea en Johannes Barta, Jüdis-
che Familienerziehung. Das jüdische Erziehungswesen im 19. and 20.
Jahrhundert (1975); en los recuerdos de Friedrich Eckstein, "Alte unnennbare
Page!" Erinnerungen aus siebzig Lehr-und Wanderjahren (1936), y en Sigmund
Mayer, Ein jiidischer Kaufmann 1891 bis 1911. Lebenserinnerungen (1911).
Mayer, Die Wiener Juden. Kommerz, Kultur, Politik (1917; 2a. ed., 1918) es
personal, plañidero, pero revelador sobre la última parte del siglo XIX. Peter G.
Pulzer, The rise of Political Anti-Semitism in Germany and Austria (1964), una
investigación excelente y concisa; tiene un cap. 4, “Austria, 1867-1900” espe
cialmente pertinente aquí.
Sobre lo que Freud le debía al pensamiento y a los pensadores de su tiempo,
véanse los artículos de Lucille B. Ritvo, especialmente “Darwin as the Source of
Freud’s Neo-Lamarckianism”, J. Amer. Psychoanal. Ass., XIII (1965), 499-517,
“Carl Claus as Freud’s Profesor of the New Darwinian Biology”, Int. J. Psycho-
Anal, LIII (1972), 277-283; “The Impact of Darwin on Freud”, Psychoanalytic
Quarterly, XLIII (1974), 177-192; y en col. con Max Schur, “The Concept of
Development and Evolution in Psychoanalysis”, en Development and Evolution
[830] Ensayo bibliografico
ria masculina [Yale, 1987] está muy bien fundada) ya ha publicado “The Salpê
trière in the Age of Charcot: An Institutional Perspective on Medical History in
the Late Nineteenth Century”, Journal of Contemporary History, XX (1985),
703-731. Véase también el artículo de Miller y otros, “Some Aspects of Char
cot’s Influence on Freud”.
Freud”, Jewish Spectator, XLV (1980), 29-31, evoca la “serenidad” (pág. 29) que
se le atribuía hasta cierto punto a Martha Freud (pero no era totalmente indiscu
tida). Peter Gay, “Six Names in Search of an Interpretation: A Contribution to
the Debate over Sigmund Freud’s Jewishness”, Hebrew Union College Annual,
LIII (1982), 295-307, sugiere una cierta autoridad doméstica de Freud. Entre los
estudios sobre Stephan Zweig (a quien Martha Freud juzgó con tanta severidad),
D.A. Prater, European of Yesterday: A Biography of Stefan Zwieg (1972) propor
ciona los antecedentes necesarios.
El estudio más autorizado sobre el caso de “Anna O.”, y sobre Breuer en
general, es, con mucho, la tesis exhaustiva (pero no agotadora) de Hirschmüler,
Phisiologie und Psychoanalyse im Leben und Werk Josef Breuers, suplemento 4
al Jahrbuch der Psychoanalyse, X (1978); corrige satisfactoriamente conjeturas
erróneas e interpretaciones dudosas, ubica a Breuer con seguridad en el mapa de
las teorías de Freud, y explora el mundo médico de este último. Los documentos
concernientes a la historia médica de Anna O., y los debidos a la propia Anna
O., son fascinantes. Hirschmüller discute instructivamente con Julian A. Miller,
Melvin Sabshin, John E. Gedo, George H. Pollock, Leo Sadow y Nathan Schle
singer “The Scientific styles of Breuer and Freud and the Origins of Psychoa
nalysis”, y con Pollock, “Joseph Breuer”, en Freud, Fusion of Science and
Humanism, comp, de Gedo y Pollock, 187-207, 133-163. Paul F. Cranefield,
“Joseph Breuer’s Evaluation of His Contribution to Psycho-Analysis”, Int. J.
Psycho-Anal., XXXIX (1958), 319-322, reproduce y analiza una interesante carta
de 1907 de Breuer a Auguste Forel, que arroja una luz retrospectiva sobre sus
anteriores actitudes. Henri Ellenberger, “The Story of ‘Anna O.’: A Critical
Review with New Data”, Journal of the History of the Behavioral Sciences, VIH
(1972), 267-279, rectifica persuasivamente la lectura errónea de Jones y los
recuerdos falsos de Freud sobre el caso. Hirschmüller exhuma también un fasci
nante historial clínico de una histérica severa, “Nina R.,” derivada al sanatorio
Bellevue de Kreuzlingen por Freud y Breuer: “Eine bisher unbekannte Kranken-
geschichte Sigmund Freud und Josef Breuer aus der Entstehungszeit der ‘Studien
über Hysterie’”, Jahrbuch der Psychoanalyse, X (1978), 136-168. Sobre la admi
rable carrera ulterior de Anna O. (Bertha Pappenheim) como destacada trabajadora
social y feminista judía, véase Ellen Jensen, “Anna O., A Study of Her Later
Life”, Psychoanalytic Quarterly, XXXIV (1970), 269-293. Richard Karpe, “The
Rescue Complex in Anna O’s Final Identity”, Psychoanalytic Quarterly, XXX
(1961), 1-24, vincula su neurosis con sus logros posteriores. Lucy Freeman,
The Story of Anna O. (1972), es un enfoque popular. Pero véase el excelente
estudio histórico de Marion Kaplan, The Jewish Feminist Movement in Ger
many: The Campaign of the Jüdischer Frauenbund, 1904-1938 (1979), en el que
hay importante material sobre la carrera de Bertha Pappenheim.
Acerca del estudio de Freud sobre la afasias (texto éste al que más bien se le
ha prestado poca atención ) véase el útil artículo (tal vez demasiado condensado
de E. Stengel. “A Re-evaluation of Freud’s Book ‘On Aphasia’: Its Significance
of Psycho-Analysis”, Int. J. Psycho-Anal., XXXV (1954), 85-89. Una de las pri
meras pacientes histéricas de Freud, “Frau Cacelie M.”, ha sido estudiada con
satisfactorios detalles en Peter J. Swales, “Freud, His Teacher, and the Birth of
Psychoanalysis”, en Freud, Appraisals and Reappraisals, comp, de Stepansky, I,
3-82. Véase también el ensayo de Swales sobre “Katharina”: “Freud, Katharina,
und the First ‘Wild Analysis’”, ejemplar mecanografiado de una conferencia, con
material adicional (1985). Ola Andersson, “A Suplement to Freud’s Case History
of ‘Frau Emmy von N.’ in Studies on Hysteria 1895”, Scandinavian Psycho-
anlytic Review, II (1979), 5-15, incluye material biográfico. Véase también Else
Pappenheim, “Freud and Gilles de la Tourette: Diagnostic Speculations on ‘Frau
Ensayo bibliografico [833]
Emmy von N.’”, Int. Rev. Psycho-Anal., VII (1980), 265-277, que sugiere que
esta paciente podría no haber sido una histérica en absoluto, sino que presentaba
el síndrome de Gilles de la Tourette (como también Freud lo conjeturó durante
cierto tiempo).
La “Psicología para neurólogos” de Freud, que la abandonó sin completarla,
fue publicada primeramente en Aus den Anfängen der Psychoanalyse. Briefe an
Wilhelm Fliess. Abhandungen und Notizen aus den Jahren 1887-1902, comp. de
Ernst Kris, Marie Bonaparte y Anna Freud (1950; versión inglesa, The Origins
of Psychoanalysis, trad. de Eric Mosbacher y James Strachey, 1954). En su
introducción a esta primera edición de la correspondencia de Fliess, de Fliess,
considerablemente mutilada, Kris examina el lugar del "proyecto en el pensa
miento de Freud. El “proyecto” se puede leer en inglés, con el título de “Project
for a Scientific Psychology”, en la SE I, 283-397. Ha sido muy bien apreciado
en Wollheim, Freud, esp. en el cap. 2 Isabel F. Knight sostiene, en “Freud’s
‘Project’: A Theory for Studies on Hysteria”, Journal of the History of the
Behavioral Sciences, XX (1984), 340-358, que dicho escrito fue concebido como
una crítica a las teorías de Breuer. John Friedman y James Alexander, “Psychoa
nalysis and Natural Science: Freud’s 1895 Project Revisited”, Int. Rev. Psycho-
Anal., X (1983), 303-318, un importante ensayo, sugiere que Freud, en esa épo
ca temprana, estaba tratando de liberarse de las coerciones del discurso científico
de fines de siglo XIX. Véase también, sobre el “newtonismo” de Freud, Robert
C. Solomon, “Freud Neurological Theory of Mind”, en Freud: A Collection of
Critical Essays, comp. de Wollheim, 25-52.
La discusión sobre la denominada teoría de la seducción ha sido enturbiada
por Jeffrey Moussaieff Masson, The Assault on Truth: Freud’ s Suppresion of the
Seduction Theory (1984), donde se sostiene (absurdamente) que Freud abandonó
esa teoría porque no podía tolerar el aislamiento respecto del establishment
médico de Viena, al que lo condenaban sus ideas radicales. Uno se pregunta por
qué si es que Freud se ponía tan ansioso, continuó publicando teorías incluso
más perturbadoras, como por ejemplo las de las sexualidad infantil y la ubicuidad
de la perversión. De hecho, las razones que dio Freud en su carta a Fliess del 21
de setiembre de 1897 (Freud-Fliess, 283-286 [264-267]) son (dicho sea con todo
nuestro respeto Krüll) buenas y suficientes. Además Freud nunca puso en duda la
verdad deprimente de que la seducción o la violación de niñas —y niños—,
intentadas o consumadas, constituían hechos demasiado reales. Podía referirse
para aprobarlo a algunos de sus propios pacientes (incluida Katharina). Las
explicaciones habituales de la actitud de Freud con respecto a su teoría de la
seducción, que aparecen en Jones I, especialmente págs. 263-267, y en obras de
otras autores, se sostienen perfectamente.
Sobre el autoanálisis de Freud, especialmente en lo relacionado con el padre,
veáse el material ya mencionado en el ensayo correspondiente al cap. 1, sobre
todo La interpretación de los sueños; Krüll, Freud and His Father; Anzieu,
Freud’s Self-Analysis, y Grinstein, On Sigmund Freud’s Dreams. Y véanse tam
bién George F. Mahl, “Father-Son Themes in Freud’s Self-Analysis”, en Father
and Child: Developmental and Clinical Perspectives, comp. de Stanley H. Cath,
Alan R. Gurwitt y John Münder Ross (1982), 33-64, y Mahl, “Freud, Father and
Mother: Quantitative Aspects”, Psychoanalysis Psychology, II (1985), 99-113;
ambos trabajos aportan precisión a una zona oscura. Los extensos comentarios
de Schur que aparecen en Freud, Living and Dying, son indispensables. Freud
and His Self-Analysis, comp. de Mark Kanzer y Jules Glenn (1979) reúne algu
nos artículos interesantes, pero es un tanto misceláneo.
¿Tuvo Freud una relación sentimental con su cuñada Minna Bernays? El pri
mero que lo dijo fue aparentemente Carl G. Jung en privado (se ha informado) y
[834] Ensayo bibliografico
Freud y reunió mucho material para ella, leyó ciertos textos de Freud, en especial
su ensayo “Sobre los recuerdos encubridores” (1899), como si fueran revelacio
nes autobiográficas disfrazadas. De ese modo descubrió el enamoramiento adoles
cente de Freud con Gisela Fluss. Desde luego, de muchas de las afirmaciones de
Freud pueden extraerse inferencias perfectamente plausibles, a veces correctas (la
Psicopatología de la vida cotidiana es una fuente particularmente rica de autorre-
velaciones indirectas); si se las une en un relato coherente, adquieren un peso
que no poseen consideradas individualmente. Swales hace bien este tipo de
cosas, y la técnica psicoanalítica de ahondar por debajo de la superficie práctica
mente lo lleva a ello. Centrando su atención en material de “Sobre los recuerdos
encubridores”, La interpretación de los sueños y Psicopatología de la vida coti
diana, construye una secuencia de acontecimientos de la vida de Freud que, a su
juicio, demuestran que realmente tuvo una relación sentimental con su cuñada.
Cuando algo que Freud dice sobre otra persona podría muy bien aplicársele a él
mismo, Swales lo acepta como prueba; cuando lo que Freud dice no se le adecúa,
Swales lo acusa de ocultar o disfrazar el material, o de engaño descarado. Por
supuesto, es posible que tenga razón: el trabajo del sueño, una mezcla de revela
ción y ocultamiento, se realiza de ese modo, y cualquier narrador hábil sabe que
una de las tácticas más eficaces consiste en mezclar la verdad con la ficción. De
modo que Freud podría haber tenido una relación sentimental con Minna Ber
nays.
Los comentarios pertinentes de Jones sugieren, no tanto tal vez que el rela
to de Jung sea necesariamente cierto, pero sí que había estado circulando lo bas
tante y parecía lo suficientemente persuasivo (por lo menos, había quienes lo
veían así) como para merecer una refutación explícita. Por cierto, Jones es tan
enfático sobre el tema que puede llevar a los desconfiados a preguntarse si no
está un poco a la defensiva. Dice que Freud era “monógamo en una medida muy
inusual”, que “siempre daba la impresión de ser una persona inusualmente casta:
la palabra ‘puritana’ no estaría fuera de lugar” {Jones I, 139,271). En su crítica a
la biografía de Freud escrita por Puner, se siente impulsado a dedicar unas pala
bras a “la vida de casado [de Freud], puesto que sobre ella parecen estar de moda
diversas leyendas extrañas... Su esposa fue con toda seguridad la única mujer de
la vida de Freud, y siempre le reservó el primer lugar, antes que a todos los otros
mortales... [En cuanto a Minna Bernays], su lengua cáustica produjo muchos epi
gramas apreciados en la familia. Freud sin duda gustaba de su conversación, pero
decir que en cualquier sentido ella reemplazaba a su hermana en el afecto de él, es
puro absurdo” {Jones II, 386-387). También Clark (véase su Freud, 52) ha sope
sado los elementos de prueba, en especial la entrevista a Jung, y los rechaza por
sumamente improbables.
La Freud Collection de la Biblioteca del Congreso incluye un paquete de car
tas intercambiadas entre Freud y Minna Bernays que están siendo examinadas cui
dadosamente antes de librarlas al conocimiento público; cuando escribo estas
páginas, todavía no se puede contar con ellas (es enloquecedor...). En vista del
carácter incompleto de las pruebas (éste es otro ejemplo del modo en que la polí
tica restrictiva de los custodios freudianos, que niegan o posponen el acceso a
materiales importantes, no hace más que nutrir rumores), uno no puede ser dog
mático (por lo menos, yo no puedo serlo). Freud le escribió algunas cartas apa
sionadas a Minna Bernays mientras estaba comprometido con la hermana, pero
esto, más que brindar apoyo a la teoría de Jung-Swales, me parece que la hace
menos probable. Si aparecieran elementos de prueba confiables (que no sean
conjeturas ni sutiles cadenas de inferencias) en cuanto a que Freud mantuvo real
mente una relación sentimental con su cuñada y que de hecho (según Swales lo
ha sostenido un tanto detalladamente ) la llevó a un aborto, yo revisaré mi texto
[836] Ensayo bibliografico
breve artículo de Leslie Adams, “A New Look at Freud’s Dream ‘The Breakfast
Ship’”, American Journal of Psychiatry, CX (1953), 381-384; el merecidamente
difundido artículo de Eva M. Rosenfeld, “Dream and Vision: Some Remarks on
Freud’s Egyptian Bird Dream”, Int. J. Psycho-Anal., XXXVIII (1956), 97-105, y,
una vez más, Buxbaum, “Freud’s Dream Interpretation in the Light of His Letters
to Fliess” (ya citado en el ensayo correspondiente al cap. 2).
El género de la autobiografía, que floreció inusualmente en el siglo XIX, y
al cual pertenece el programa de Freud, dentro de su propio estilo singular, está
atrayendo a un creciente número de eruditos. Aquí sólo mencionaré brevemente a
un puñado de los más interesantes títulos recientes: Jerome Hamilton Buckley,
The Turning Key: Autobiography and the Subjective Impulse since 1800 (1984),
obra en la que yo he aprendido mucho; William C. Spengemann, The Forms of
Autobiography: Episodes in the History of a Literary Genre (1980), que incluye
en el último capítulo algunos ejemplos del siglo XIX; Linda H. Peterson, Victo
rian Autobiography: The Traditon of Self-Interpretation (1986), que es más con-
densada; A.O.J. Cockshut, The Art of Autobiography in Nineteenth and Twen
tieth Century England (1984), lleno de comentarios sensatos, y Avrom
Fleishman, Figures of Autobiography: The Language of Self-Writing (1983).
Los siguientes trabajos conciernen directamente a la obra de Freud. Sobre
las ideas que el propio Freud sustentaba en esos años, contamos con el valioso
estudio de Kenneth Levin, Freud's Early Psychology of the Neuroses: A Histori
cal Perspective (1978). No hay consenso de los historiadores acerca de la ciencia
de la mente o de los manicomios del siglo XIX. Estos temas han atraído recien
temente mucha atención y suscitado muchos debates, de lo que no ha sido el
menor responsable el revisionismo radical de Michel Foucault (en mi opinión,
aunque estimulante, en términos generales funesto); pienso en particular en el
influyente libro de este autor titulado Madness and Civilization: A History of
Insanity in the Age of Reason (1961; trad, de Richard Howard, 1965) [trad,
cast.: Historia de la locura en la época clásica, México, F.C.E., 1978], Lancelot
Law Whyte, The Unconscious before Freud (1960; ed. en rústica, 1962) es una
investigación breve pero útil. Mucho más amplio es Henri F. Ellenberger, The
Discovery of Unconscious: The History and Evolution of Dynamic Psychiatry
(1970) [trad, cast.: El descubrimiento del inconsciente, Madrid, Gredos, 1976],
una voluminosa obra de novecientas páginas fundadas en investigaciones, con
largos capítulos dedicados a la historia inicial de la psicología, y a Jung, Adler
y Freud. Aunque está lejos de ser elegante, y es caprichosa y no siempre confia
ble en sus juicios precipitados (como por ejemplo el veredicto de que Freud fue
el vienés quintaesencial), ésta es una rica fuente de información. Robert M.
Young, Mind, Brain and Adaptation in the Nineteenth Century: Cerebral Locali
zation and Its Biological Context from Gall to Ferrier (1970) es un clásico
moderno menor. Hay una hermosa antología, Madhouses, Mad-Doctors, and
Madmen: The Social History of Psychiatry in the Victorian Era, comp, de
Andrew Scull (1981); sin deseo alguno de singularizar alguna contribución a
expensas de la otras, podría decir que yo aprendí más en William F. Bynum, h.,
“Rationales for Therapy in British Psychiatry”, 35-37, y Michael J. Clark, “The
Rejection of Psychological Approaches to Mental Disorder in Late Nineteenth-
Century British Psychiatry”, 271-312. Otra antología fascinante, en la que es
visible la influencia de Foucault pero que se resiste al sensacionalismo, es The
Anatomy of Madness: Essays in the History of Psychiatry, vol. 1, People and
Ideas, y vol. II, Institutions and Society, comp, de Bynum, Roy Porter y Micha
el Shepherd (1985). Raymond E. Fancher, Pioneers of Psychology (1970), lúci
damente, pero con economía, bosqueja el campo desde René Descartes hasta B.F.
Skinner. J.C. Flugel, A Hundred Years of Psychology: 1833-1933 (1933) cubre
[838] Ensayo bibliografico
junción con Kern, “Freud and the Birth of Child Psychiatry”, Journal of the His
tory of the Behavioral Sciences, IX (1973), 360-368. Y véase Sterling Fishman,
“The History of Childhood Sexuality”, Journal of Contemporary History, XVII
(1982), 269-283, útil pero menos importante que Kern. Hay una investigación
sobre la opinión médica contemporánea en K.Codell Carter, “Infantile Hysteria
and Infantile Sexuality in Late Nineteenth-Century German-Language Medical
Literature”, Medical History, XXVII (1983), 186-196. Las opiniones de Freud
sobre el matrimonio se examinan en John W. Boyer, “Freud, Marriage, and Late
Viennese Liberalism: A Commentary from 1905”, Journal of Modern History, L
(marzo de 1978), 72-102, que incluye una importante declaración de Freud en su
original alemán.
do. Parafrasea como sigue las conclusiones de Rapoport y Alexeev: según él,
ellos “declaran llanamente... que el doctor Eitingon... era el agente de control de
Skoblin y Plevitskaya”. En realidad, no dicen nada de eso. “El superior de Ple-
vitskaya en la NKVD era el legendario Naum Ettingon [sic]. Su contacto viajero
—escriben— era el hermano de Ettingon, Marc [sic]”. Señalan además que
“durante muchos años, él [Max Eitingon] fue el patrocinador generoso de
Nadeshda Plevitskaya, quien dijo en el juicio que ‘él me vestía de pies a cabeza’.
El financió la publicación de sus dos libros autobiográficos”. Estos hechos
magros lo llevan a especular: “Es improbable que lo hiciera sólo por amor a la
música rusa. Es más probable que haya actuado como mensajero y agente finan-
ciador para su hermano Naum” (pág. 391). Sea lo que fuere lo que podamos decir
partiendo de estas conjeturas, suena mucho menos concluyente que las insinua
ciones confiadas de Schwartz.
En última instancia, casi todas las acusaciones contra Max Eitingon tienen
su origen en un libro de B. Prianishnikov, Nezrimiaia pautina (“Las trama invi
sible”), publicado en ruso por el autor, en Estados Unidos, en 1979. Prianishni
kov reproduce extractos sustanciales del testimonio de los acusados en el juicio
a Plevitskaya, en París, después del secuestro del general Miller. Esta, por razo
nes obvias, es una fuente objetable: resulta sumamente difícil sondear lo que a
una persona sometida ajuicio le parece ventajoso atestiguar. Dicho lo cual, todo
lo que surge del testimonio es un conjunto de afirmaciones de aspecto inocuo:
Plevistskaya conocía bien a Max Eitingon; él le había hecho regalos a menudo;
era muy generoso con su dinero (algo que los lectores de esta biografía ya
saben); ella nunca le “vendió” sus favores sexuales a nadie, ni por dinero ni por
regalos (y por cierto no a Max Eitingon); él era de hecho un hombre limpio,
decente, que no buscaba aventuras galantes. En efecto, tan limpia era su reputa
ción que cuando un interrogador francés aludió a Max Eitingon, un testigo ruso
lo corrigió diciendo que la persona de la que se trataba era el hermano de Max.
Por supuesto, nada de esto garantiza la inocencia de Max. El hecho de que
tuviera un hermano que, según surge de pruebas mejor fundadas, era un funciona
rio importante de la policía secreta soviética, dice muy poco (si es que dice
algo) acerca de su posible papel en estos despreciables asuntos. De la correspon
dencia de Freud con Eitingon y con Arnold Zweig (quien se hizo muy amigo de
Eitingon durante el exilio que compartían en Palestina) surge que Eitingon pasa
ba la mayor parte del tiempo en Jerusalén, atendiendo su consultorio analítico y
ocupándose en la organización de un instituto psicoanalítico local. También
sabemos, por la Chronik de Freud, que Eitingon se encontraba en Europa durante
el verano de 1937. Nada de todo esto representa mucho. Sin duda nó basta para
exigir una reevaluación del carácter de Eitingon. Por supuesto, y casi por defini
ción, descubrir las actividades implícitas en un operativo clandestino es una
empresa formidable. Pero el casi uniforme silencio acerca de Max Eitingon en
los textos no carece de significado. A veces, cuando los perros no ladran en la
noche, ello sólo significa que están durmiendo tranquilamente. Desde luego,
podría ser que Schwartz, en un libro próximo, o bien algunos de los investigado
res a los que él alude, revelen materiales todavía inéditos que demuestren la cul
pabilidad de Eitingon. Pero hasta que las pruebas que existan sean publicadas y
analizadas, mi conclusión es que los hallazgos de Schwartz no están sustancia
dos.
[844] Ensayo bibliografico
Jung, véase Herbert Lehman, “Jung contra Freud/Niestzche contra Wagner”, Int.
Rev. Psycho-Anal., XIII (1986), 201-209, que intenta sondear el estado mental
de Jung. Véase también el inteligente ensayo de Hannah S. Decker, “A Tangled
Skein: The Jung-Freud Relationship”, en Essay in the History of Psychiatry,
comp. de Wallace y Pressley, 103-111.
El estudio adicional de la visita de Freud a Estados Unidos puede resultar
muy provechoso. William A. Koelsch, "Incredible Day Dream": Freud and Jung
at Clark, The Fifth Paul S. Clarkson Lecture (1984), es breve y de divulgación,
pero también un texto autorizado, que se basa en el conocimiento completo del
material de archivo. Nathan G. Hale, h., Freud and the Americans: The Begin-
nings of Psychoanalysis in the United States, 1876-1971 (1971), un estudio
fino y detallado que ubica la visita en su contexto (sobre Freud en Clark, véase
especialmente la parte I.) En el mismo sentido, véase Dorothy Ross, G. Stanley
Hall: The Psychologist as Prophet (1972), una biografía muy completa y res
ponsable.
El prolífico Stekel hace sonar su campana acerca de su ruptura con Freud (o
de Freud con él) en el libro de publicación póstuma titulado The Autobiography
of Wilhelm Stekel: The Life Story of a Pionner Psychoanalyst, comp. de Emil
A. Gutheil (1950). La autobiografía inédita de Fritz Wittels, “Wrestling with the
Man: The Story of a Freudian” (original mecanografiado, Fritz Wittels Collec
tion, Caja 2, A.A. Brill Library, New York Psychoanalytic Institute), es mucho
más benévola con Stekel de lo que se permitía serlo el propio Freud. Sobre la
prolongada consideración del tema de la masturbación en la Sociedad Psicoanalí-
tica de Viena, examen éste en el que participó Stekel, véase especialmente Annie
Reich, “The Discussion of 1912 on Masturbation and Our Present-Day Views”,
The Psychoanalytic Study of the Child, VI (1951), 89-94. La mejor vida de Adler
es la biografía autorizada de Phyllis Bottome, Alfred Adler: Apostle of Freedom
(1939; 3a. ed., 1957); se trata de una obra anecdótica, no muy minuciosa, y (lo
cual no sorprende) presenta a su protagonista con la luz más favorable. Paul E.
Stepansky, In Freud's Shadow: Adler in Context (1983) es mucho más refinado;
analiza detalladamente la relación Freud-Adler, incluso la ruptura decisiva, pero
(obsérvense los adjetivos de Stepansky) se inclina a otorgar a Adler el beneficio
de la mayoría de las dudas de la controversia. Ellenberger, Discovery of the
Unconscious, tiene un capítulo sustancial (el cap. 8) que utiliza, entre otros
materiales inéditos, un manuscrito de un asiduo investigador sobre Adler: Hans
Beckh-Widmanstetter, “Kinheit und Jugend Alfred Adlers bis zum Kontakt mit
Sigmund Freud”. Los escritos de Adler se pueden leer en ediciones en rústica en
inglés y alemán; véanse detalles biográficos informativos en el ensayo introduc
torio de Heinz L. Ansbacher sobre la influencia creciente de Adler, y el estudio
biográfico de Cari Furtmüller, ambos en Alfred Adler, Superiority and Social
Interest: A Collection ofLater Writings, comp. de Heinz L. y Rowena R. Ansba
cher (1964; 3a. ed., 1979). El relato del propio Freud, “On the History of the
Psycho-Analytic Movement” [“Contribución a la historia del movimiento psico-
analítico”] (1914), SE XIV, 1-66, es vehemente y parcial, y debe leerse como un
alegato polémico, pero sigue siendo sumamente iluminador. La autobiografía de
Jones. Free Associations, tiene también páginas reveladoras sobre esos años y
combates. El abarcativo estudio de Walter Kaufmann, Discovering the Mind, vol.
III, Freud versus Adler and Jung (1980) ubica las grandes disputas de Freud en un
contexto más amplio.
[846] Ensayo bibliografico
te lo que dice: price-less, sin precio, sin valor. Pues, ¿cómo puede haber valor
cuando la pieza valiosa ha sido cortada?” (pág. 197). Esto es absurdo en inglés,
puesto que priceless significa invalorable o inapreciable. Moi se atuvo a la tra
ducción de la Standard Edition, sin pretender (¿o poder?) realizar una confronta
ción con el original alemán, para dar sustento a su interpretación. En ese origi
nal, Freud utilizó la palabra unschätzbaren, y que de ningún modo puede
entenderse como “sin valor”. Significa “inestimable” o, si se prefiere, “más allá
de todo precio”, el mayor elogio que se puede expresar con un adjetivo alemán.
El pequeño Hans ha recibido mucho menos atención. Joseph William Slap,
“Little Hans’s Tonsillectomy”, Psychoanalytic Quarterly, XXX (1961), 259-261,
presenta una interesante hipótesis que añade complejidad a la interpretación freu-
diana de la fobia de Hans, Martin A. Silverman ofrece “A Fresh Look at the Case
of Little Hans”, en Freud and His Patients, comp, de Kanzer y Glenn, 95-120,
con una completa bibliografía sobre las experiencias infantiles. Véase también,
en el mismo volumen, el interesante artículo de Glenn, “Freud’s Advice to Hans’
Father: The First Supervisory Sessions”, 121-134.
La exploración más sistemática del historial freudiano del Hombre de las
Ratas, de su familia y su neurosis, y de las diferencias entre las notas originales
de Freud y el historial publicado, es Patrick J. Mahony, Freud and the Rat Man
(1986). Elza Ribeiro Hawelka ha realizado una transcripción minuciosa de todo
el texto alemán de las notas de Freud (la muy empleada versión en inglés de la
SE X, 253-318, no es completa ni totalmente confiable), agregando una traduc
ción francesa, notas y comentarios: Freud, L' Homme aux rats. Journal d’une
analyse (1974). El manuscrito ológrafo de esas notas, con comentarios que pare
cen escritos con la letra de Freud de años más tarde, se encuentra en el Bibliote
ca del Congreso, entre otros materiales todavía no clasificados. Los escasos
subrayados y acotaciones marginales sugieren que probablemente Freud tuvo la
intención de volver sobre el caso, pero no ha aparecido ningún otro manuscrito
correspondiente a este analizando. Elizabeth R. Zetzel ofrece algunas interesan
tes conjeturas psicoanalíticas “de segunda generación” en “1965: Additonal
Notes upon a Case of Obsessional Neurosis: Freud 1909”, Int. J. Psycho-Anal.,
XLVII (1966), 123-129, que hay que leer en conjunción con el artículo que lo
sigue en ese número del Journal-. Paul G. Myerson, “Comment on Dr. Zetzel’s
Paper”, 130-142. Véase también, en Int. J. Psycho-Anal., Samuel D. Lipton,
“The Advantages of Freud’s Technique As Shown in His Analysis of the Rat
Man”, LVIII (1977), 255-273, y su continuación, “An Addendum to ‘The Advan
tages of Freud’s Tecnique As Shown in His Analysis of the Rat Man’”, LX
(1979), 215-216, así como Béla Grunberger, “Some Reflections on the Rat
Man”, LX (1979), 160-168. Como antes, los textos incluidos en Freud and His
Patients, comp. de Kanzer y Glenn, son de interés, en este caso especialmente
Judith Kestenberg, “Ego Organization in Obsessive-Compulsive Development:
The Study of the Rat Man, Based on Interpretation of Movement Patterns”, 144-
179; Robert J. Langs, “The Misalliance Dimension in the Case of the Rat Man”,
215-230, y Mark Kanzer, “Freud’s Human Influence on the Rat Man”, 231-240.
Uno de los primeros comentarios apareció en el artículo de Jones, “Hate and
Anal Erotism in the Obsessional Neurosis” (1913), en Jones, Papers on Psy
cho-Analysis (3a. ed. 1923), 553-561.
Acerca del escrito de Freud sobre Leonardo da Vinci, Meyer Schapiro, “Leo
nardo and Freud: An Art-Historical Study”, Journal of the History of Ideas, XVII
(1956), 147-178, es en una sola palabra, indispensable. La respuesta de K.R.
Eisler, Leonardo da Vinci, Psycho-analytic Notes on the Enigma (1961), tiene
vasto alcance y ofrece algunos comentarios brillantes, pero constituye un ejem
plo de desborde eisleriano: un libro de 350 páginas que intenta disecar un artícu
[848] Ensayo bibliografico
sations with Freud’s Controvertial Patient (1980; trad. Michael Shaw, 1982)
registra algunas entrevistas con un muy anciano Hombre de los Lobos, diálogos
éstos de valor muy limitado y que deben leerse con cautela.
La mayoría de los artículos y libros escritos ulteriormente por psicoanalis
tas sobre la técnica psicoanalítica pueden considerarse sin riesgo como comen
tarios sobre los artículos clásicos de Freud, aunque desde luego los mejores no
carecen de cierta originalidad e introducen refinamientos en las exposiciones
pioneras de Freud. Entre ellos me han parecido los más instructivos Edward Glo
ver, Technique of Psycho-Analysis (1955), lúcido y vigoroso; Karl Menninger,
Theory of Psychoanalytic Technique (1958), envidiablemente sucinto, y el
espléndido ensayo de Leo Stone, y Freud Lecture ampliada, The Psychoanalytic
Situation: An Examination of Its Developments and Essential Nature (1961).
Raph R. Greerson, The Technique and Practice of Psychoanalyse, vol. I (1967).
El único volumen publicado, es un manual completo, sumamente técnico, que
presenta un tratamiento instructivo de la alianza de trabajo; está dirigido princi
palmente a los candidatos de los institutos psicoanalíticos. He aprendido mucho
en la serie de Loewald de elegantes (y sutilmente revisionistas) artículos agru
pados con el subtítulo de “The Psychoanalytic Process”, en su Papers on Psy
choanalysis: destaco sobre todo “On the Therapeutic Action of Psychoanaly
sis”, 221-256; “Psychoanalytic Theory and the Psychoanalytic Process”,
277-301; “The Transference Neurosis: Comments on the Concept and the Phe
nomenon”, 302-314; “Reflections on the Psychoanalytic Process and Its Thera
peutic Potential”, 372-383, y el estimulante y original “The Waning of the
CEdipus Complex”, 384-404. Los polémicos artículos de Sándor Ferenczi sobre
técnica pueden leerse en los dos volúmenes de Scriften zur Psyvhoanalyse,
comp. de Balint; en inglés se encuentran muchos de ellos en Further Contribu
tions to the Theory and Technique of Psycho-Analysis (1926, 2. ed., 1960).
También entre los más valiosos artículos sobre técnica están la investigación
breve de Rudolf M. Loewenstein, “Developments in the Theory of Transference
in the Last Fifty Years”, Int. J. Psycho-Anal., L (1969), 583-588, y varias
contribuciones de Phyllis Greenacre, reunidas en su Emotional Growth: Psy
choanalytic Studies of the Gifted and a Great Variety of Other Individuals, 2
vols. de foliación continua (1971), en especial “Evaluation of Therapeutic
Results: Contributions to a Symposium” (1948), 619-626; “The Role of Trans
ference: Practical Considerations in Relation to Psychoanalytic Therapy”
(1954), 627-640; “Re-evaluation of the Process of Working Through” (1956),
641-650, y “The Psychoanalytic Process, Transference, and Acting Out”
(1968), 762-776, para citar sólo los más importantes. El ingenioso y picaresco
Psychoanalysis: The Impossible Profession, de Janet Malcolm [trad, cast.: Psi
coanálisis: la profesión imposible, Buenos Aires, Emecé, 1983], ha sido elo
giado (con justicia) por psicoanalistas, como introducción confiable a la teoría
y la técnica psicoanalíticas. Con respecto a otros textos más solemnes, presen
ta la rara ventaja de divertir tanto como informa.
let y Edipo, Barcelona, Madiágora, 1975]. El ensayo ha sido criticado con seve
ridad (y a mi juicio injustamente) por su presunto reduccionismo —en realidad,
tiene la modesta meta de dilucidar por qué Hamlet vacilaba en matar a Claudio—;
el polémico tratamiento de Jones conserva todo su interés. Otto Rank fue infati
gable en su psicoanálisis de figuras y temas literarios. El manuscrito que llevó
consigo en su primera visita a Freud fue publicado con el título de Der Künstler
(1907; 4a. ed. ampliada, 1918). Su The Myth of the Birth of the Hero (1909,
trad, de F. Robbins and Smith Ely Jelliffe, 1914) [trad, cast.: El mito del naci
miento del héroe, Buenos Aires, Paidós, 1961] es probablemente su ensayo más
perdurable. (Un acompañamiento sutil, que se inspira en materiales publicados
originalmente en la década de 1930, es Ernst Kris y Otto Kurz, Legend, Myth
and Magic in the Image of the Artist: A Historical Experiment [1979].) Pero la
más abarcativa de sus aventuras (de la que aparentemente Freud tenía buena opi
nión) es su abultado estudio sobre el tema del incesto en la poesía, la prosa y el
mito, Das Inzest-Motiv in Dichtung und Sage (1912; 2a. ed., 1926). Entre
muchos otros textos de Rank, tal vez el más interesante sea su extenso ensayo
“Der Doppelgänger”, Imago, III (1914), 97-164 (versión inglesa, TheDouble,
trad, de Harry Tucker, 1971). También aparece en una útil recopilación de artícu
los de Imago: Psychoanalytische Literaturinterpretationen, comp. de Jens Malte
Fischer (1980); provista de una sustancial introducción, esta antología también
incluye (entre otros) artículos de Hanns Sachs y Theodor Reik. Este último,
como se ha visto en el cuerpo de este libro, se presentó a Freud con una tesis
sobre Flaubert, más tarde publicada con el título de Flaubert und seine "Versu
chung des Heiligen Antonius". Ein Beitrang zur Künstlerpsychologie (1912). Un
texto influyente de “análisis aplicado” ha sido la psicobiografía de Marie Bona
parte titulada The Life and Works of Edgard Allan Poe: A Psycho-Analytic Inter
pretation (1933; trad, de John Rodker, 1949); es un tanto rígida y mecánica,
pero entusiasta. Después de vivir una década en Estados Unidos, Hanns Sachs,
ese cultivado centroeuropeo, publicó una compilación de artículos sobre el arte y
la belleza, The Creative Unconscious: Studies in the Psychoanalysis of Art
(1942), que ha sido injustamente desatendida: en particular el cap. 4, “The Delay
of the Machine Age”, es una pieza sugerente de historia conjetural desde una
perspectiva freudiana.
No sorprende que psicoanalistas (y otras personas con formación psicoana-
lítica) hayan seguido incursionando activamente en ese campo. Una pequeña
muestra es oportuna. Para empezar con los analistas, Gilbert J. Rose, en su sus
tancioso The Power of Form: A Psychoanalytic Approach to Aesthetic Form
(1980), estudia la compleja interacción en las artes de los procesos primario y
secundario. El imaginativo psicoanalista inglés D. W. Winnicott ha abordado la
experiencia estética en algunos de sus artículos, tal vez del modo más estimulan
te en “Transitional Objects and Transitional Phenomena” (1953), que puede leer
se en una versión que él considera “un desarrollo” en su Playing and Reality
(1971), 1-25 [trad, cast.: Realidad y juego, Buenos Aires, Celtia, 1982], Esa
compilación también incluye su importante artículo “The Location of Cultural
Experience” (1967), 95-103. William G. Niederland, “Psychoanalytic Approa
ches to Artistic Creativity”, Psychoanalytic Quarterly, XLV (1976), 185-212,
merece una lectura atenta, lo mismo que su anterior “Clinical Aspects of Creati
vity”, American Imago, XXIV (1967), 6-34. Una Freud Lecture de Robert Wael
der, Psychoanalytic Avenues to Art (1965) es rica en sugerencias que desbordan
su texto breve. John E. Gedo, Portraits of the Artist: Psychoanalysis of Creati
vity and Its Vicissitudes (1983) es una compilación de ensayos que intentan
abordar los secretos del artista creador. Entre muchos esfuerzos de psicoanalistas
que apuntan a la psicobiografía en escala natural, destaco Liebert, Michelangelo
[852] Ensayo bibliografico
la psicología del yo, México, F.C.E., 1978], Entre ellos se cuentan “Comments
on the Psychoanalytic Theory of Instinctual Drives” (1948), 69-89; “The Mutual
Influences in the Development of Ego and Id” (1952), 155-181, y los ya citados
“Comments on the Psychoanalytic Theory of the Ego” y “The Development of
the Ego Concept in Freud’s Work”, un ensayo histórico particularmente útil. Hart
mann también se asoció con otros psicólogos del yo como Ernst Kris y Rudolf
M. Loewenstein, para escribir en colaboración “Comments on the Formation of
Psychic Structure” (1946), capítulo de Papers on Psychoanalytic Psychology
(1964), 27-55. El conciso estudio de Max Schur, The Id and the Regulatory Prin
ciples of Mental Functioning (1966) es muy valioso. David Holbrook, comp.,
Human Hope and the Death Instinct: An Exploration of Psychoanalytic Theories
of Human Nature and Their Implications for Culture and Education (1971), aunque
de ninguna manera hostil al psicoanálisis, reúne artículos que apuntan a escapar
de la destructividad, en busca de una conciencia humanista.
Sobre la actitud de Freud frente a la muerte — como idea y como amenaza—
Schur, Freud. Living and Dying, es magistral. Sobre el reconocimiento por
Freud de la pulsión agresiva, tan demorado (aunque esta pulsión no fue total
mente desatendida), véase la investigación de Paul E. Stepansky, A History of
Aggression in Freud (1977). Puede complementarse con Rudolf Brun, “Über
Freuds Hypothese vom Todestrieb”, Psyche, VII (1953), 81-111. Entre la ava
lancha de artículos sobre este tema, escojo algunas contribuciones destacadas:
el importante escrito de Otto Fenichel, “A Critique of the Death Instinct”
(1935), en Collected Papers, la. Serie (1953), 363-372; dos artículos de The
Psychoanalytic Study of the Child III/IV (1949): Anna Freud, “Aggression in
Relation to Emotional Development: Normal and Pathological”, 37-42, y Beata
Rank, “Aggression”, 43-48; Heinz Hartmann, Ernst Kris y Rudolph M. Loe
wenstein, “Notes on the Theory of Aggression” (1949), en sus Papers on Psy
choanalytic Psychology, 56-85; René A. Spitz, “Aggression: Its Role in the
Establishment of Object Relations”, en Drives, Affects, Behavior: Essay in
Honor of Marie Bonaparte, comp, de Rudolph M. Loewenstein (1953), 126-
138; T. Wayne Downey, “Within the Pleasure Principle: Child Analytic Pers
pectives on Agression”, The Psychoanalytic Study of the Child, XXXIX (1984),
101-136; Phyllis Greenacre, “Infant Reactions to Restraint: Problems in the
Fate of Infantile Aggression” (1944), en su Trauma, Growth, and Personality
(1952), 83-105; Albert J. Solnit, “Aggression”, J. Amer. Psychoanal. Assn.,
XX (1972), 435-50, y (para mí es más importante) Solnit, “Some Adaptive
Functions of Aggressive Behavior”, en Psychoanalysis-A General Psychology,
comp, de Loewenstein, Newman, Schur y Solnit, 169-189. Entre aquellos que
(en contraste con la mayoría de los analistas) toman en serio la doctrina freu-
diana de la pulsión de muerte, K.R. Eissler ha sido el más persuasivo —o el
menos inconvincente— en “Death Drive, Ambivalence, and Narcissism”, The
Pychoanalytic Study of the Child, XXVI (1971), 25-78, una animosa defensa de
la polémica idea de Freud. Alexander Mitscherlich la examina desde la perspecti
va de la psicología social psicoanalítica en “Psychoanalysis and the Aggres
sion of Large Groups”, Int. J. Psycho-Anal., LII (1971), 161-167. Véase la
opinión profundamente escéptica de un psicoanalista eminente acerca de la
posibilidad de tratar la agresión como una entidad simple, en Leo Stone,
“Reflections on the Psychoanalytic Concept of Aggression”, Psychoanalytic
Quarterly, XL (1971), 195-244, un texto muy inquietante.
Por razones obvias, hay poco material sobre los artículos metapsicológicos
“perdidos” de Freud. Un ensayo brillante es Use Grubrich-Simitis, “Trauma or
Drive; Drive and Trauma: A Reading of Sigmund Freud's Phylogenetic Fantasy of
1915”, Freud Lecture leída en Nueva York el 28 de abril de 1987, todavía no
[856] Ensayo bibliografico
una biografía exhaustiva del político y teórico socialista, con extensas citas de
documentos. Peter Csendes, Geschichte Wiens (1981) es una investigación
pobre. The Jews of Austria, comp, de Fraenkel, resulta indispensable de nuevo
por algunas de sus selecciones. A.J. May tiene un útil ensayo, “Woodrow Wil
son and Austria-Hungary to the End of 1917”, en Festschrift für Heinrich Bene
dikt, comp, de H. Hantsch y otros (1957), 213-242. Wilson es también el tema
de Klaus Schwabe, Woodrow Wilson, Revolutionary Germany, and Pacemaking
1918-1919: Missionary Diplomacy and the Reality of Power (1971; trad, de Rita
y Robert Kimber, 1985). Tres biografías ya citadas son valiosas para esa época:
Timms, Karl Kraus, Apocalyptic Satirist.; Luft, Robert Musil and the Crisis of
European Culture, y Prater, European of Yesterday: A Biography of Stefan
Zweig.
El suicidio de Victor Tausk ha sido tema de una controversia envenenada.
Primero lo discutió el tendencioso estudio de Paul Roazen, Brother Animal: The
Story of Freud and Tausk (1969), en el que Freud es el malo de la película; vol
vió a discutirlo K.R. Eissler en una réplica característica (muy indignada y minu
ciosa), Talent and Genius: The Fictitious Case of Tausk Contra Freud (1971), y
de nuevo lo examinó el mismo Eissler en Victor Tausk's Suicide (1983).
El testimonio de Freud sobre las neurosis de guerra ante los tribunales de
Viena ha sido muy bien examinado en K.R. Eissler, Freud as an Expert Witness:
The Discussion of War Neurosis between Freud and Wagner-Jauregg (1979; trad,
de Christine Trollope, 1986). Véase tembién Eissler, “Malingering”, en Psy
choanalysis and Culture, comp, de George Wilbur y Warner Muensterberger
(1951), 218-253. El reconocimiento por los analistas de que los traumas psico
lógicos de los soldados eran grano para su molino logró una amplia publicidad
con algunos trabajos presentados en el congreso internacional de psicoanalistas
reunido en Budapest en 1918; véase Sándor Ferenzci, Karl Abraham, Ernest Sim
mel y Ernest Jones, Psycho-Analysis and the War Neurosis (1919; trad. —proba
blemente— de Ernest Jones, 1921). La “Introducción” de Freud para ese volu
men, y su “Memorandum on the Electrical Treatment of War Neurotics”, escrito
en 1920 y publicado en 1955, se pueden leer en la SE XVII, 205-15. Un pionero
en este campo, en Alemania, fue Ernst Simmel, cuyo Kriegsneurosen und psy
chisches Trauma (1918), ha tenido influencia; otro pionero, en Inglaterra, fue
M.D. Eder; véase su War-Schock. The Psycho-Neuroses in War: Psychology and
Treatment (1917).
En la correspondencia de Freud con sus amigos de Budapest, Berlín y Lon
dres, y con su sobrino Samuel de Manchester, abundan los detalles sobre el
modo de vida del maestro en la Viena fría y hambrienta posterior a 1918. Véase
también el artículo breve de otro sobrino, Edward L. Barnays,“Uncle Sigi”,
Journal of the History of Medicine and Allied Sciences, XXXV (abril de 1980),
216-220. He sacado partido de un revelador artículo acerca de los efectos de la
guerra y de la “realidad social” sobre el pensamiento de Freud en esos días: Loui
se E. Hoffman, “War, Revolution, and Psychoanalysis: Freudian Thought Begins
to Grapple with Social Reality”, Journal of the History of Behavioral Sciences,
XVII (1981), 251-269. Stefan Zweig, Die Wilt von Gestern. Erinnerungen eines
Europäers (1944) [trad, cast.: El mundo de ayer, Barcelona, Juventud, 1968], en
especial el capítulo “Heimkehr nach Österreich”, despliega muchos detalles vivi
dos (tal vez, como de costumbre, un tanto demasiado vividos). Como sobrio
correctivo de las opulentas hipérboles de Zweig, véase de nuevo Prater, Europe
an of Yesterday: A Biography of Stefan Zweig, especialmente el cap. 4, “Salz
burg and Success, 1919-1925”. El texto autobiográfico de Richard F. Sterba,
Reminiscences of a Viennese Psychoanalyst (1982), es débil. A [bram] Kardiner,
My Analysis with Freud: Reminiscences (1977), aunque está lejos de ser comple-
[858] Ensayo bibliografico
Sobre la lucha de Freud con su cáncer, Schur, Freud, Living and Dying, en
especial los capítulos 13 a 16, es un texto autorizado, que hay que complementar
(y en algunos puntos corregir) con el memorando inédito del mismo autor, “The
Medical Case History of Sigmund Freud”, de fecha 27 de febrero de 1954, Pape
les de Max Schur, LC. Las cartas de Anna Freud a Schur y a Ernest Jones añaden
detalles precisos y dramáticos. Sharom Romm, The Unwelcome Intruder: Freud's
Struggle with Cáncer (1983) incluye también detalles e información sobre los
médicos, los cirujanos y las operaciones de Freud, que en gran medida no pueden
obtenerse en otra parte. Estoy en deuda con un bien informado manuscrito inédi
to de Sanford Gifford, “Notes on Félix Deutsch as Freud’s Personal Physician”
(1972), que expresa simpatía con Félix Deutsch en el momento de su aprieto,
pero sin sentimentalismo. El artículo del propio Deutsch, “Reflections on
Freud’s One Hundredth Birthday”, Psychosomatic Medicine, XVIII (1956), 279-
283, también ayuda. Asimismo , en este punto demostró ser invalorable mi
entrevista con Helen Schur, el 3 de junio de 1986. Sobre Heinele, el nieto de
Freud, me ayudó una comunicación privada de Hilde Braunthal, quien en sus años
de estudiante trabajó en la casa de Mathilde y Robert Hollitscher, donde el niño
vivió sus últimos meses. H.D. [Hilda Doolittle], Tribute to Freud, ofrece algunas
miradas retrospectivas a las décadas de 1920 y 1930. La entrevista de George
Sylvester Viereck, realizada en 1926, publicada separadamente en 1927, y des
pués en Glimpses of the Great (1930), incluye citas características, pero debe
emplearse con cautela.
Hay pasajes evocativos y descriptivos sobre la popularidad de Freud en la
Austria de la década de 1920 en Elias Canetti, Die Fackel in Ohr. Lebensges-
chichte 1921-1931 (1980), especialmente 137-39. Sobre Estados Unidos, las
ojeadas de Ronald Steel en su Walter Lippmann and the American Century (1980)
pueden complementarse con algunas cartas de Lippmann, bien compiladas por
Ensayo bibliografico [859]
Otto Fenichel, Karen Homey, Hanns Sachs, Gregory Zilboorg y otros, sobre
todos los aspectos de la institución, sus reglas, sus alumnos, sus pacientes y su
programa. Melanie Klein, quien primeramente dejó su impronta en Berlín, sigue
siendo extraordinariamente controvertida, y la biografía de Phyllis Grosskurth,
Melanie Klein: Her World and Her Work (1986), aunque muy completa y basada
en la investigación amplia de los papeles de Klein, no ha cerrado el debate. He
aprendido mucho en ese libro, pero no concuerdo con Grosskurth en su concepto
más bien pobre de Anna Freud. Hannah Segal, una kleiniana eminente, ha escrito
dos investigaciones breves muy útiles: Introduction to the Work of Melanie
Klein (1964) [trad. cast.: Introducción a la obra de Melanie Klein, Buenos Aires,
Paidós, 1965] y Klein (1979).
Sobre la influencia de Freud en Francia, véase el breve pero sustancioso
Sherry Turkley, Psychoanalytic Politics: Freud’s French Revolution (1978) [trad.
cast.: Jacques Lacan. La irrupción del psicoanálisis en Francia, Buenos Aires,
Paidós, 1983], que describe el surgimiento de una cultura psicoanalítica caracte
rísticamente francesa. Los intercambios entre Freud y René Laforgue, trad. al
francés de Pierre Cotet y comp. de André Bourguignon y otros, en “Mémorial”,
Nouvelle Revue de Psychanalyse, XV (abril de 1977), 236-314, son también ins
tructivos, lo mismo que el muy amplio informe de Elisabeth Roudinesco, La
bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France, vol. I, 1885-1935
(1982) y vol. II, 1925-1985 (1986). Véase también Ilse y Robert Baraude, His
toire de la psychanalyse en France (1975). Desde luego, el psicoanálisis en
Francia está ligado a Marie Bonaparte. Celia Bertin, Marie Bonaparte: A Life
(1982), lamentablemente es muy insustancial, sobre todo acerca de las ideas de
la princesa y de su trabajo de organización del psicoanálisis en Francia. Se pue
de esperar una biografía mejor.
Entre los analizandos que han hablado sobre Freud se cuentan Hilda Doolit-
tle [H.D.], Kardiner y la extinta Jeanne Lampl-de Groot (en una entrevista con
migo, cordial, fascinante, a menudo conmovedora, que tuvo lugar el 24 de octu
bre de 1985). Sobre H.D., véase la completa biografía de Janice S. Robinson,
H.D.: The Life and Work of an American Poet (1982), que hay que complementar
con Susan Stanford Friedman, “A Most Luscious ‘Vers Libre’ Relationship: H.D.
and Freud”, The Annual of Psychoanalysis, XIV (1968), 319-343. El libro de ese
analizando “experimental” que fue Joseph Wortis, Fragments of an Analysis
with Freud (1954), registra algunas sorprendentes intervenciones de Freud, pero
en última instancia es insatisfactorio, puesto que Wortis no estaba realmente
interesado en analizarse. Sobre las relaciones y los corresponsales de Freud en
esos años, arrojan mucha luz dos artículos de David S. Werman publicados en
Int. Rev. Psycho-Anal.: “Stefan Zweig and His Relationship with Freud and
Rolland: A Study of the Auxiliary Ego Ideal”, VI (1979), 77-95, y “Sigmund
Freud and Romain Rolland”, IV (1977), 225-242. Hay además un ensayo de
David James Fisher, “Sigmund Freud and Romain Rolland: The Terrestrial Animal
and His Great Oceanic Friend”, American Imago, XXXIII (1976), 1-59. Mary
Higgins y Chester M. Raphael, comps. Reich Speaks of Freud: Wilhelm Reich
Discuses His Work and His Relationship with Sigmund Freud (1967) incluye
algunos comentarios muy interesantes (aunque de confiabilidad dudosa) sobre los
últimos años de Freud, e incluso una prolongada entrevista de K.R. Eissler con
Reich. Albrecht Hirschmüller ha publicado un par de cartas reveladoras de Freud
al hijo de Josef Breuer, enviadas en ocasión de la muerte del padre: ‘“Balsam auf
eine schmerzende Wunde’ -Zwei bisher unbekannte Briefe Sigmund Freuds über
sein Verhältnis zu Josef Breuer”, Psyche, XLI (1987), 55-59.
Sobre la debatida cuestión del interés de Freud por el ocultismo, es probable
que pueda realizarse más trabajo. Nador Fodor, Freud, Jung, and Occultism
Ensayo bibliográfico [861]
(1971), está lejos de ser concluyente. Por otra parte, Jones III, 375-407, es muy
completo y ecuánime.
Los recuerdos de Theodor Reik (con citas esparcidas de las cartas que le
envió Freud) ofrecen muchos detalles interesantes: The Search Within: The Inner
Experiences of a Psychoanalyst (1956) es un vasto compendio; el anterior From
Thirty Years with Freud (trad, de Richard Winston, 1940), del mismo autor, es
más económico y agudo. Erika Freeman incitó a Réik a recordar; véase su
Insights: Conversations with Theodor Reik (1971). El gran simposio sobre el
análisis lego, organizado por Max Eitingon y Ernest Jones, apareció (en su ver
sión inglesa) en Int. J. Psycho-Anal., VIII (1927), 147-283; 391-401. La histo
ria completa de la actitud norteamericana hacia los analistas legos no ha sido
escrita, y, en vista de su gran interés histórico, sigue siendo muy deseable.
Sobre el análisis lego, la minutas de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York
son lamentablemente muy pobres. Por ahora, véase sobre todo American Psy
choanalysis: Origins and Development, comp, de Jacques M. Quen y Eric T.
Carlson (1978). En Oberndorf, History of Psychoanalysis in America, véase
especialmente el cap. 9, “Status of Psychoanalysis at the Beginning of the Third
Decade”, y el cap. 10, “Stormy Years in Psychoanalysis under New York Lea
dership”, que son vigorosos, subjetivos y demasiado breves. Una vez más, Hale,
Freud and the Americans, aunque llega sólo hasta 1917, configura muy bien el
escenario; también es útil para este tema Burnham, Jelliffe.
Jones III, 287-301, ofrece una síntesis general ecuánime que cubre toda la
controversia sobre el análisis lego, notablemente informativa a pesar de su con
cisión. Nadie podrá acusar a K.R.Eissler de ser conciso; su Medical Orthodoxy
and the Future of psychoanalysis (1965) es extenso, lo perjudican digresiones
complacientes, pero en parte resulta revelador. Entre los aportes recientes se
cuentan Lawrence S. Kubie, “Reflections on Training”, Psychoanalytic Forum, I
(1966), 95-112; Shelley Orgel, “Report from the Seventh Pre-Congress Confe
rence on Training”, Int. J. Psycho-Anal., LIX (1978), 511-515; Robert S.
Wallerstein, “Perpectives on Psychoanalytic Training Around the World”, Int.
J. Psycho-Anal., LIX (1978), 477-503, y Newell Fischer, “Beyond Lay Analy
sis: Pathways to a Psychoanalytic Career”, J. Amer. Psychoanal. Assn., XXX
(1982), 701-715, que informa sobre un panel de discusión de la American Psy
choanalytic Association. Harald Leupold-Lówental, “Zur Geschichte der ‘Frage
der Lainenanalyse’”. Psyche, XXXVIII (1984), 97-120, tiene algún material adi
cional.
Gran parte (en realidad, la mayor parte) de la literatura reunida en torno de la
concepción freudiana del desarrollo femenino —específicamente, de la sexualidad
femenina— es polémica; el problema ha sido casi totalmente politizado. Por for
tuna, los analistas —varones y mujeres— no han perdido la cabeza. Hay dos
investigaciones responsables sobre la historia de las ideas de Freud, realizadas
por Zenia Odes Fliegel: “Feminine Psychosexual Development in Freudian The
ory: A Historical Reconstruction”, Psychoanalytic Quarterly, XLII (1973), 385-
408, y su adecuada continuación, “Half A Century Later: Current Status of Freud
Controversial Views on Women”, Psychoanalytic Review, LXIX (1982), 7-28;
ambos trabajos proporcionan excelente información bibliográfica. Una antolo
gía amplia, Female Psychology: Contemporary Psychoanalytic Views, comp, de
Harold P. Blum (1977), contiene un generoso muestreo de artículos del J. Amer.
Psychoanal. Assn. Entre los más valiosos se cuentan, a mi juicio, James A. Kle-
eman, “Freud’s View on Warly Female Sexuality in the Light of Direct Child
Observation”, 3-27, a la vez crítico y valorativo de las ideas de Freud; Eleanor
Galenson y Herman Roiphe, “Some Suggestive Revisions Concerning Early
Female Development”, 29-57, un artículo muy interesante; Samuel Ritvo, “Ado
lescent to Woman”, 127-137, que lleva persuasivamente la historia más allá de
la infancia; William I. Grossman y Walter A. Stewart, “Penis Envy: From Child
Ensayo bibliografico [863]
hood Wish to Developmental Metaphor”, 193-212, otra brújula que apunta hacia
la revisión en el seno del psicoanálisis; Roy Schafer, “Problems in Freud’s Psy
chology of Women”, 331-360, un análisis perceptivo de algunos problemas fun
damentales; Daniel S. Jaffe, “The Masculine Envy of Woman’s Procreative Func
tion”, 361-392, que aborda el reverso de la envidia del pene, y Peter Barglow y
Margaret Schaefer, “ A New Female Female Psychology?”, 393-438, que examina
con severidad literatura reciente no psicoanalítica, semipsicoanalítica y seudop-
sicoanalítica, con resultados excelentes. En casi todos estos ensayos hay
amplias bibliografías. Entre otros artículos significativos de los autores repre
sentados en la antología se cuentan Kleeman, “The Establishment of Core Gen
der Indentity in Normal Girls, (a) Introduction; (b) Develpment of the Ego Capa
city to Differentiate”, Archives of Sexual Behavior, I (1971), 103-129, y
Galenson y Rophe, “The Impact of Early Sexual Discovery on Mood, Defensive
Organization, and Simbolization”, The Psychoanalytic Study of the Child, XXVI
(1971), 195-216, que puede complementarse (y contrastarse) con su “The Preoe-
dipal Development of the Boy”, J. Amer. Psychoanal. Assn., XXVIII (1980),
805-828. Véase un sumario inteligente del material que ha aparecido desde la
antología de 1977 en Shahla Chehrazi, “Female Psychology: A review”, J .
Amer. Psychoanal. Assn., XXXIV (1986), 141-162. Véase también el artículo
breve sumamente instuctivo de Iza S. Erlich, “What Happened to Jocasta?”,
Bulletin of the Menninger Clinic, XLI (1977), 280-284, que con toda pertinen
cia se interroga por las madres de los historiales de Freud. Véase también Jean
Strouse, comp., Women and Analysis: Dialogues on Psychoanalytic Views of
Femininity (1974).
Más prominentes entre los textos psicoanalíticos clásicos que siguen la
interpretación freudiana del desarrollo sexual de la mujer, aunque no libres de
algunas dudas, son Marie Bonaparte, Female Sexuality (1951; trad, de John Rod-
ker, 1953) [trad, cast.: La sexualidad de la mujer, Barcelona, Ediciones 62], que
originalmente apareció con la forma de tres artículos publicados en la Revue
Française de Psychanalyse, en 1949; Helene Deutsch, The Psychology of
Women, 2 vols. (1944-1945), y Ruth Mack Brunswick, “The Preoedipal Phase
of Libido Development” (1940), en The Psychoanalytic Reader, comp, de Robert
Fliess (1948), 261-284. Jeanne Lampl-de Groot ha escrito artículos que pueden
leerse en su compilación The Development of the Mind: Psychoanalytic Papers
on Clinical and Theoretical Problems (1965), en los que enuncia con particular
lucidez las concepciones de Freud: “The Evolution of the Oedipus Complex in
Women” (1927), 3-18; “Problems of Feminity” (1933), 19-46; reseña de Sándor
Radó, “Fear of Castration in Women” (1934), 47-57, y una importante aporta
ción sobre el tema de un estadio muy temprano (en el varón), “The Preoedipal
Phase in the Development of the Male Child” (1946), 104-113. Véase también
Joan Riviere, “Womanliness as a Masquerade” (1929), en Psychoanalysis and
Female Sexuality, comp, de Hendrik M. Ruitenbeek (1966), 209-220.
Para Abraham sobre este tema, véase, además de su correspondencia con
Freud, su artículo “Manifestations of the Female Castration Complex” (1920), en
Selected Papers of Karl Abraham (1927), 338-369. Los artículos más significati
vos de Jones, que se encuentran en Papers on Psycho-Analysis (4a. ed., 1938),
son “The Early Development of Female Sexuality” (1927), 556-570; “The Pha
llic Phase” (1933), 571-604, y “Early Female Sexuality” (1935), 605-616.
Los artículos de Karen Horney se pueden leer en inglés. Los que le han dado
gravitación, reunidos en su Feminine Psychology, comp. de Harold Kelman
(1967), son “On the Genesis of the Castration Complex in Women” (1924), 37-
53; “The Flight from Womanhood: The Masculinity-Complex in Women as Vie
wed by Men and Women” (1926), 54-70; “The Dread of Women: Observations
[864] Ensayo bibliografico
de 1987). Detlef Berthelsen, Alltag bei Freud. Die Erinnerungen der Paula Fichtl
(que yo vi en pruebas de imprenta, y que iba a publicarse en 1988), incluye algu
nos detalles sumamente íntimos del hogar de Freud, tal como surgen de los
recuerdos de una criada que trabajó para los Freud desde 1929 en adelante y los
acompañó a Londres. Entre las “revelaciones” se cuenta la pudorosa conmoción
de Fichtl cuando vio el pene de Freud; el conjunto de recuerdos no controlados de
una criada anciana no puede considerase un documento en el que corresponda con
fiar sin examen. La autobiografía de Carl Zuckmayer, Als wär's ein Stück von
mir. Horen der Freundschaft (1966), especialmente 64-95, registra vividamente
sus experiencias en Austria —en Viena y en otras partes—, en marzo de 1938.
Sobre Austria en la época del Anschluss, he exminado los mejores títulos en el
ensayo correspondiente al cap. 8; véanse especialmente las aportaciones de
Kadrnoska, Goldinger, Zuckerkandl, Klusacek y Stimmer, Hannak, Csendes, y
Weinzierl y Skalnik. Hay que mencionar otro capítulo del volumen que los dos
últimos han compilado, Österreich 1918-1938: Nörbert Schausberge, “Der
Anschluss”, 517-552. Títulos útiles adicionales son Dokumentation zur Öste
rreichischen Zeitgeschichte, 1938-1945, comp. de Christine Klusacek, Herbert
Steiner y Kurt Stimmer (1971), cuyas primeras dos secciones contienen material
rico (y aterrador) sobre el Anschluss y sobre Austria como “Ostmark” hasta el
estallido de la Segunda Guerra Mundial; Christine Klusacek, Österreich Wissens
chafter und Künstler unter dem NS-Regime (1966), un listado lacónico y elocuen
te de los científicos (entre ellos Freud) y artistas perseguidos, y sus destinos;
Dieter Wagner y Gerhard Tomkowitz, "Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer!" Der
Anschluss Österreichs 1938 (1968), es periodístico pero confiable, e incluye
algunas notables fotografías de judíos maltratados en marzo de 1938; véanse
también, una vez más, algunos de los artículos de The Jews of Austria, comp. de
Fraenkel, en especial Herbert Rosenkranz, “The Anschluss and the Tragedy of
Austrian Jewry, 1938-1945”, 479-545, con estadísticas terroríficas y no menos
terribles recuerdos. Véase también T. Friedmann, comp., "Die Kristall-Nacht.”
Dokumentarische Sammlung (1972), que documenta los bárbaros ataques a sina
gogas, centros comunitarios (y a los propios judíos) en noviembre de 1938.
Raúl Hilberg, The Destruction of the European Jews (1961; 2a. ed., 1981), aun
que polémico en cuanto a su tesis general de la pasividad judía, es impecable en
su erudición. Hay otras estadísticas pertinentes sobre la judería austríaca bajo el
régimen hitlerista en Martin Gilbert, comp., The Macmillan Atlas of the Holo
caust (1982). Según el texto lo demuestra, los relatos cotidianos presentados por
los corresponsales destacados en Viena, principalmente en el New York Times,
en el Manchester Guardian y en el Daily Telegraph de Londres, constituyen prue
bas profusas de los hechos.
La situación del psicoanálisis y la psiquiatría alemana bajo el régimen de
Hitler se encuentra vividamente documentada en Karen Brecht y otros, comps.
"Hier geht das Leben auf eine sehr merkwürdige Weise weiter..." Zur Geschichte
der Psychoanalyse in Deustchland (1985) es un catálago sobrio e informativo.
Debe complementarse con Geoffrey Cocks, Psychotherapy in the Third Reich:
The Goering Institute (1985), erudito, y convincentemente revisionista, aunque
inclinado a ver una cierta supervivencia del psicoanálisis bajo el nazismo, que
las pruebas existentes no permiten sustentar hasta el punto que el autor lo cree.
En la vasta literatura sobre la Alemania nazi, Karl Dietrich Bracher, The German
Dictatorship: The Origins, Structure, and Effects of National Socialism (1969;
trad. de Jean Steinberg, 1970) conserva la mayor parte de su valor.
La condición judía de Freud continúa suscitando comentarios. Para mis pro
pias opiniones, véase, de nuevo, A Godless Jew. He presentado parte de mi argu
mentación en “Six Ñames in Search of an Interpretation”, también ya citado.
Ensayo bibliografico [869]
importante es que no convence el hecho de que esos judíos suizos eligieran como
emisario al hijo de uno de los más famosos enemigos de Freud. Lo único que
parece estar en carácter es el rechazo enérgico e intransigente de Freud. De modo
que descarté la historia.
Después, el año pasado, cuando el texto de esta biografía ya se encontraba
en la imprenta, el doctor Robert S. McCully (ahora profesor de psicología y, a
mediados de la década de 1960, miembro del claustro psiquiátrico del Cornell
University Medical College de la Ciudad de Nueva York, y candidato en forma
ción en el Instituto Jung local) en parte corroboró y en parte rectificó significa
tivamente la narración de Hannah. Cuando el joven Riklin dio conferencias en
Nueva York, McCully escuchó de sus labios la historia detallada de su misión en
Viena. Según él recuerda el relato de Riklin, no fueron judíos ricos sino Jung y
Riklin padre quienes reunieron de su propio peculio diez mil dólares, y querían
que ese dinero se destinara exclusivamente a salvar a Freud. Cuando Riklin llegó
a Berggasse 19, Anna Freud entreabrió la puerta sin dejarlo entrar, y le dijo que
el padre no lo recibiría. Entonces Freud se acercó y pronunció las palabras que
Hannah le atribuye: “Me niego a estar agradecido a mis enemigos”. Riklin le
dijo a McCully que la hostilidad de los Freud era tal que él dio media vuelta y
volvió a Zurich, llevando intacto el dinero en el cinturón. (Véase Robert S.
McCully, “Remarks on the Last Contact Between Freud and Jung”, una carta al
editor, Quadrant: Journal of the C.G. Jung Foundation [Nueva York], XX [1987],
73-74.)
El doctor McCully (a quien he consultado) tiene un recuerdo muy claro del
relato de Riklin, y su versión parece a la vez más plausible que la de Hannah, y
más interesante. Haría que veamos a Jung bajo una nueva luz. Por lo que dice en
su carta, el doctor McCully sólo puede preguntarse “cómo Miss Hannah llegó a
su descripción del hecho”, pero no considera seguro que Franz Riklin, h. (ahora
ya fallecido) “haya visto su manuscrito o haya sido consultado” (pág.73). Como
ya lo he señalado, a mi juicio quedan pocas dudas de que, por tergiversado que
pueda ser el relato de Hannah, su informante tiene que haber sido Riklin mismo.
Tengo todas las razones para creer en el relato que hace el doctor de sus conver
saciones con Riklin, y (como también lo he señalado) la respuesta brusca de
Freud suena muy verosímil en él. Pero ante la falta de otra documentación (des
pués de todo, cuento solamente con dos relatos de relatos), decidí no retirar el
último capítulo de imprenta para insertar este cuento fascinante en mi texto.
Pero vale la pena que quede registrado. Tal vez cuando tengamos acceso a los
papeles de Jung, el episodio se verá elevado a la categoría de hecho histórico.
Obras publicadas en Paidós de los autores citados en este libro
Este libro ha estado en elaboración durante mucho tiempo, mucho más que
los breves e intensos dos años y medio que me llevó escribirlo. Mi interés por
Freud se retrotrae hasta la escuela para graduados a fines de la década de 1940, y
se convirtió en central para mi trabajo de historiador cuando, a mediados de la
década de 1970, fui admitido como candidato en el Western New England Institu-
te for Psychoanalysis. Esa candidatura me proporcionó una insuperable oportuni
dad para familiarizarme con el mundo del psicoanálisis. Pero, si bien esto
demostró ser de extraordinario valor para la redacción de esta biografía, he con
fiado en mi distancia profesional de historiador para preservarme de la idealiza
ción que Freud consideraba el destino inevitable del biógrafo.
Pensando en la sorprendente disparidad entre el tiempo de escritura y los
años de incubación, recuerdo la célebre observación que formuló Whisler en el
juicio por difamación que le siguió a Ruskin, quien había calificado un cuadro
suyo de tarro de pintura arrojado a la cara del público. El abogado de Ruskin
exhibió uno de los más brumosos nocturnos de Whistler y le preguntó cuánto
tiempo le había llevado pintar eso. La memorable respuesta de Whistler fue:
“Toda mi vida”. Ahora bien, “toda mi vida” es una hipérbole, sin duda si la apli
camos a la elaboración de esta biografía de Freud. Pero mientras la escribía,
hubo momentos en los que me pareció que nunca había hecho ninguna otra cosa.
Por fortuna, disfruté del sostenido y sustentador apoyo de archivistas, bibliote
carios, amigos y colegas. Hubo también extraños que demostraron un útil interés
en mi proyecto (interés que yo acogí con gusto), tomando contacto conmigo
después de una conferencia, o enviándome material por iniciativa propia, después
de haber leído algo sobre mi proyecto.
Por cierto, un gran facilitador del diálogo —que le da sentido real a esta
palabra de la que se ha abusado tanto—, un facilitador en el cual he llegado a
basarme, y al que he tenido oportunidad de referirme en mis otros libros, fue,
una vez más, la conferencia formal, que suscita interrogantes, comentarios, a
veces animado disenso y, de cuando en cuando, alguna carta inédita. Desde 1985
me he estado dirigiendo a una variedad de públicos, hablándose de mi biografía
en proceso, sobre cuestiones sustanciales de la vida de Freud, sobre la relación
del psicoanálisis con la historia y la biografía, sobre la actual política concer
niente al cuidado de la imagen pública del maestro. Invariablemente disfruté, y
por lo general saqué partido de esas oportunidades. En 1985 hablé en la Clark
University sobre los gustos literarios de Freud, y en la Indiana Historical
Society y en la American Psychological Association, sobre la relación entre el
[874] Reconocimientos
wenberg, que durante mucho tiempo ha sido magnánimo con mi trabajo, exploró
problemas teóricos, envió separatas e hizo llegar anticipos a medios de informa
ción. Juliette L. George y su esposo, Alexander, enriquecieron considerablemente
mi comprensión del estudio de Freud y Bullitt sobre Woodrow Wilson. Jay Katz
me narró historias interesantes y ciertas sobre Anna Freud, que he podido utili
zar. Joseph Goldstein demostró ser un puntal —debo decirlo— mejoró mis senti
mientos con respecto a los psicoanalistas. Lo mismo hizo Albert J. Solnit,
colega y amigo, con el que tengo una deuda considerable por su eficaz aliento, su
información precisa y el oportuno acceso que me brindó a materiales difíciles de
hallar. Ernst Prelinger y yo hemos sostenido fructíferas discusiones sobre Freud
durante más de una década; ellas han dejado su impronta en este libro. Mi amigo,
el extinto Richard Ellmann, cuya grandiosa biografía de James Joyce fue para mí
acicate y estímulo y cuya presencia echo de menos dolorosamente, esclareció
unos cuantos puntos oscuros. Martin S. Bergmann me hizo conocer el original
de su estudio psicoanalítico-histórico del amor, me envió valiosas separatas y,
junto con Marie Bergmann, ha mantenido conmigo un incesante intercambio
coloquial sobre Freud. Varios analistas vinculados al Western New England Insti-
tute for Psychoanalysis, que para mí son más que conocidos casuales (James Kle-
eman, Richard Newman, Morton Reiser, Samuel Ritvo, Paul Schwaber, Lorraine
Siggins), se han hecho acreedores a mi agradecimiento por proprocionarme
información, materiales impresos y consejos tácticos (invalorables para un caza
dor de documentación que se mueve en un terreno quisquilloso). Phyllis Gross-
kurth y yo discutimos amistosamente nuestras diferentes evaluaciones de Anna
Freud. William McGuire compartió pacientemente conmigo sus conocimientos
eruditos sobre Jung, Ferenczi, Spielrein y otros. Han sido provechosas para mí
mis conversaciones con Ivo Banac, John Demos, Hannah S. Decker y David
Muslo. Stanley A. Leavy me ayudó a conseguir la monografía de Ernest Jones
acerca del patinaje sobre hielo. Mis amigos C. Vann Woodward y Harry Frank-
furt demostraron ser buenos oyentes, o buenos escépticos, cuando necesité cono
cer sus reacciones. Como siempre, los Webb, Bob y Pattie, a quienes he estado
afectivamente ligado durante treinta años, convirtieron en un verdadero placer
mis estadas en Washington D.C. Lo mismo vale con respecto a Joe y Millie
Glazer. Y yendo mucho más allá de los deberes de la editora cabal que es en la
Yale Univesity Press, mi antigua amiga Gladys Topkis comprendió excepcional
mente mis necesidades de autor, incluso aunque estuviera escribiendo un libro
para otra editorial.
También agradezco (por enviar información por iniciativa propia, formular
preguntas y hacerme llegar separatas o libros) a Henry Abelove, Ola Andersson,
Roger Nicholas Balsiger, Hortense K. Becker, Steven Beller, Edward L. Bernays,
Gerard Braunthal, Paul Brooks, Robert Byck, Edward T. Chase, Francis Crick,
Hana Davis, Howard Davis, George E. Ehrlich, Rudof Ekstein, Jason Epstein,
Avner Falk, Max Fink, David James Fisher, Sophie Freud, Alfreda S. Galt, John
E. y Mary Gedo, Robert Gottlieb, Henry F. Graff, Fred Grubel, Edwin J. Haeber-
le, Hendrika C. Halberstadt-Freud, Hugh R.B. Hamilton, John Harrison, Louise
E. Hoffman, Margo Howard, Judith M. Hughes, Orville Hurwitz, Han Israéls, Ali-
ce L. Kahler, Marie Kann, Mark Kanzer, Jonathan Katz, John y Robert Kebabian
(quienes identificaron la cubierta del diván de Freud), George Kennan, Paul Ken
nedy, Dennis B. Klein, W.A. Koelsch, Richard Kuisel, Nathaniel S. Lehrman,
Harry M. Lessin, E. James Lieberman, Arthur S. Link, Murray Louis, H. E. Lück,
John Maass, Patrick J. Mahony, Henry Marx, Robert S. McCully, Frank Meiss-
ner, Graemer Mitchison, Melvin Muroff, Peter B. Neubauer, Lottie M. Newman,
Fran H. Ng, Sherwin B. Nuland, R. More O’Ferral, Daniel Offer, Alice Oliver,
Darius Ornston, Peter Paret, Alian P. Pollard, Susan Quinn, Robert Rieber, Ana
Reconocimientos [877]
María Rizzuto, Paul Roazen, Arthur Rosenthal, Rebecca Saletan, Perdita Scheff-
ner, Josef y Eta Selka, Leonard Shengold, Michael Shepherd, Barry Silverstein,
Roszi Stein, Leo Steinberg, Riccardo Steiner, Paul E. Stepansky, Anthony Storr,
Peter J. Swales (quien, aunque sin duda sabía que no tomo demasiado en serio sus
reconstrucciones biográficas, generosamente me proporcionó copias de sus escri
tos y de otros materiales difíciles de conseguir), John Toews, Don Heinrich
Tolzman, Edwin R. Wallace IV, Robert S. Wallerstein, Lynne L. Weiner, David
S. Werman, Dan S. White, Jay Winter, Elisabeth Young-Bruehl (quien generosa
mente compartió conmigo algunos de sus descubrimientos sobre Anna Freud) y
Arthur Zitrin.
Mi colega William Cronon merece un párrafo aparte. Sin sus instrucciones
cuidadosas, que me brindó sin nervios pero con entusiasmo, que a menudo toma
ban mucho tiempo pero nunca dieron lugar a un gesto de fastidio, y sin sus ope
raciones de rescate en momentos críticos, yo nunca habría llegado a dominar las
complejidades de mi procesador de palabras IBM-XT, y este libro se hubiera
demorado incontables meses.
Estudiosos anteriores (especialmente Cari Landauer, Mark Micale y Craig
Tomlinson) y actuales (como Andrew Aisenberg, Patricia Behre, John Cornell,
Robert Dietle, Judith Forrest, Michèle Plott y Helmuth Smith) también me han
dedicado pacientemente tiempo para hablar de Freud, haciéndome conocer valio
sos comentarios propios. También quiero agradecer a mis asistentes no gradua
dos James Lochart y Rebecca Haltzel por su magnífico apoyo.
Me siento singularmente afortunado por el modo en que W.W. Norton mane
jó este original muy largo, y de ninguna manera sencillo. Donald S. Lamm, ade
más de desempeñar sus múltiples funciones de cabeza de la editorial, supervisó
personalmente el proceso de edición del libro. Me alegra que lo haya hecho; a
pesar de mi considerable experiencia con la palabra impresa, nunca había escrito
una biografía, y Don me enseñó sobre la claridad y la cronología muchas cosas
que antes yo sólo sabía mucho más confusamente. Amy Cherry actuó como canal
y amortiguador, con esplendidez en ambos roles. Esther Jacobson es un demonio
en su trabajo de redacción; sus carteles en el margen derecho de mi original me
recordaban que, por cuidadosos que hubieran sido mis primeros lectores, era posi
ble y deseable ejercitar un cuidado aun mayor. El hecho de que sigamos hablán
donos con cordialidad da la medida de mi gratitud a ella.
muchas de las fechas en las que se levantarán las restricciones, fechas que no
siempre dejan satisfechos a quienes entregaron los materiales y que se internan
en el siglo XXI, a menudo más allá de las expectativas de vida de los estudiosos
que actualmente trabajan en el tema. El doctor Eissler ha manifestado frecuente
mente y sin reservas la opinión de que no debe publicarse nada (y quiero decir
exactamente nada) de lo que Freud no destinó a la publicación. He tenido más de
una oportunidad de defender una posición más liberal respecto de esto. Hace
varios años, cuando debatí el problema con el doctor Eissler en una reunión del
Comité sobre Historia y Archivos de la American Psychoanalytic Association
(del cual he sido miembro unos cuantos años), expresó la opinión de que incluso
la publicación de la correspondencia Freud-Jung no le había prestado a Freud nin
gún servicio, puesto que fue usada para denigrarlo. Mi propio argumento era la
simplicidad misma: la mala historia o la mala biografía sólo pueden ser despla
zadas por la historia o la biografía mejores, que es imposible escribir a menos
que los estudiosos tengan acceso a toda la documentación. Esa apasionada adic
ción al secreto, que fue (y es) característica del doctor Eissler, no hace más que
alentar el recrudecimiento emponzoñado de los rumores más ridiculos sobre el
hombre cuya reputación se está tratando de proteger. También señalé la contra
dicción palpable de que una disciplina consagrada a la mayor franqueza posible,
como lo es el psicoanálisis, muestra ante el mundo un carácter reservado, por no
decir tortuoso. Obviamente, mi argumentación no lo impresionó. Hace ya casi
veinte años que mantengo correspondencia con el doctor Eissler acerca de esta
fastidiosa cuestión, y he estado pidiéndole materiales que él controla desde el
momento en que surgió la posibilidad de que escribiera esta biografía. Pero los
resultados siempre fueron mi total derrota.
Tal vez la consecuencia más catastrófica de la política del doctor Eissler sea
el secreto impuesto a la colección de cartas que Freud y su novia intercambiaron
durante los largos cinco años que duró su compromiso, una época en la que estu
vieron más tiempo separados que juntos. Puesto que prácticamente se escribían
todos los días, debe de haber más o menos un millar de cartas de cada uno. La
denominada Brautbriefe mostraría al joven Freud como trabajador o como enamo
rado a principios de la década de 1880, tan íntimamente como las cartas a Fliess
muestran la elaboración del psicoanálisis en la década de 1890. En una reunión
del Comité sobre Historia y Archivos de diciembre de 1986, el doctor Blum dijo
que esa correspondencia era la mayor colección de cartas de amor de la historia
de la cultura occidental. Sólo cabe preguntar: ¿cómo lo sabe? En 1960, Ernst y
Lucie Freud editaron una selección ponderable (pero todavía muy fragmentaria) de
la correspondencia de Freud, que contiene casi un centenar de las cartas de que
hablamos. (Véase supra, pág. 822.) Esa cantidad no aumentó en la segunda edi
ción, de 1968. Yo realicé reiterados intentos tendientes a lograr acceso a las car
tas restantes; todos fueron rechazados, diplomáticamente pero sin vacilaciones,
por el doctor Eissler. En consecuencia, he dependido de un puñado de cartas iné
ditas que logré conseguir (incluso varias de Martha Bernays a Freud) para com
plementar las publicadas.
La política actual de The Sigmund Freud Archives, Inc., bajo la conducción
del doctor Blum, permite abrigar mayores esperanzas de que sea menos negativa
mente predecible. Al principio de mi trabajo se me permitió el acceso a la
correspondencia completa Freud-Abraham (que se encuentra en la División de
Manuscritos de la Biblioteca del Congreso, Papeles de Karl Abraham), así como
a toda la serie D de la Freud Collection, que recompensa con la mayoría de las
cartas de Freud a Ernest Jones. El 17 de julio de 1986, la New York Review of
Books publicó una carta del doctor Blum, quien firmaba como “director ejecuti
vo”, en la que se señalaba que “todos los papeles y documentos de propiedad o
Reconocimientos [879]
controlados por The Sigmund Freud Archives que están en proceso de publicación
o ya han sido publicados estarán al alcance de los estudiosos sobre la base de un
acceso igual para todos”, y se prometía “liberar de restricciones todas las cartas
y documentos, lo antes posible, en concordancia con las normas y obligaciones
legales y éticas”. El doctor Blum ha dicho repetida y enfáticamente que el único
material que no se permitirá difundir son las oraciones o párrafos que identifican
directamente a pacientes, o que hacen posible identificarlos; esto mismo me ha
sido confirmado por el doctor Blum en su correspondencia conmigo. Por mi par
te, propuse que a los investigadores se les permita consultar todo el material
existente, con la condición de que firmen una declaración estricta, redactada por
la Biblioteca del Congreso, por la cual cada usuario se comprometería a no
publicar ni utilizar de ninguna manera pasajes o cartas que revelen la identidad de
pacientes. Esta propuesta fue rechazada; en cambio, se optó por que las cartas no
difundidas fueran leídas por alguna persona de confianza designada por The Sig
mund Freud Archives, para señalar los pasajes que deben mantenerse en reserva,
procedimiento que ha demostrado ser lento y torpe en extremo. Hay que recono
cer que mucho material freudiano está al alcance de los estudiosos; una parte lo
ha estado desde hace años, y otra está siendo liberada un año tras otro. Pero,
desde luego, son precisamente los materiales todavía retenidos los de mayor
interés para el historiador —o los que, por su misma naturaleza, parecen serlo—.
De todos modos, para volver a un terreno más grato, debo decir que, lo mis
mo que para mis libros anteriores, también en este caso me he apoyado conside
rablemente en la opinión de lectores informados. Mi ex alumno y ahora buen
amigo Hank Gibbons, un historiador profundamente sensible a las exigencias de
la historia intelectual, me ha favorecido con consejos amables y muy valiosos
sobre cuestiones pequeñas y grandes, especialmente grandes. Dick y Peggy
Kuhns examinaron cuidadosamente este original con el ojo adiestrado del filóso
fo y la psicóloga formados psicoanalíticamente; sus lecturas, complementadas
con charlas maravillosas que hemos tenido durante años sobre el tema de Freud y
el psicoanálisis, han dejado una profunda impronta en el libro. Jerry Meyer, mi
compañero de estudios en el Western New England Institute for Psychoanalysis,
psicoanalista y lector cultivado, prestó una atención particularmente cuidadosa a
los problemas técnicos y médicos involucrados en esta biografía, y contribuyó a
darle la claridad que tiene —sea ella cual fuere—. Deseo asimismo expresar mi
particular gratitud a George Mahl, experimentado psicoanalista y maestro cabal,
quien desinteresadamente sustrajo tiempo a un libro propio que estaba escribien
do, para leer esta obra de la manera más minuciosa; por su extraordinaria fami
liaridad con la historia del psicoanálisis, su indeclinable respeto a la exactitud,
y su amable aunque obstinado modo de corregir faltas y proponer perfecciona
mientos y reformulaciones felices, tengo con él una deuda que me parece imposi
ble pagar. Mi esposa, Ruth, desempeñó su parte acostumbrada de lectora final
con virtuosismo y tacto. Agradezco a todos los lectores de mi original, esperan
do que la obra terminada demuestre ser merecedora del tiempo y el cuidado que
ellos le dedicaron.
P.G.
Hamden, Connecticut
Diciembre de 1987.
Indice analitico
- relación personal con Freud, 81, 84-5, - Freud y, 29-30, 33-34, 42-43«, 359«,
314-18; el sueño de la inyección de 379-80, 559, 560-65; el recuerdo de él
Irma y la, 110-14; profundidad de haberla visto desnuda, 34, 127
emocional de la, 87; erosión/extinción - muerte (1930), reacción de Freud, 637
de la, 129-31, 157, 168, 186-88; Freud, Anna (hermana de Freud). Véase
componente erótico de la, 114-15, 240- Bemays, Anna Freud
41, 314-17; Anna Freud sobre, 191«; Freud, Anna (hija de Freud), 477-95
Freud previene a Abraham contra Fliess, - amistades con mujeres: Andreas-Salomé,
216; transferencia en la, 84-5, 14 488-89, 491-92, 493, 584;
- relación profesional con Freud, 82-84 Burlingham, 600-2
- vida profesional y teorías, 82-84; caso - arrestada por los nazis (1938), 692-93,
Eckstein, 112-14; la nariz como 693«
especialidad, 82, 83 - baja autoestima de, 482-83, 485-86
- y Abraham, 354« - cuida a Freud, 477-79, 479-80; en sus
Fluss, Emil (cartas de Freud a), 32, 42-3, operaciones quirúrgicas y en su
48-9, 50-1 enfermedad, 468-69, 477-79, 493-94 y
Fluss, Gisela, 45-7 n, 495, 599-600, 709, 716-17, 719
fobia(s) - Emest Jones y, 397-99, 483-85, 486,
- a los perros (caso del pequeño Arpad), 493-94«, 557«, 694
373 - infancia, 102, 129-30; su sueño
- Freud sobre las, 104 registrado en la Interpretación, 138-40
Véase también pequeño Hans - nacimiento (1895), 87, 194-95
Forel, Auguste, 234, 235, 242-43 - opiniones y observaciones: sobre los
formación reactiva, 404, 464-65 nazis en Austria, 688-89; sobre Pfister,
formación sustitutiva, 412 225, 226«, 668»; sobre Beata Rank,
“Formulaciones sobre los dos principios 527«; sobre Otto Rank, 533
del acaecer psíquico” (1910), 380-83 - relación personal/emocional con el
Forsyth, David, 436, 638 padre, 477-95; sus sentimientos para
France, Anatole, 199, 201 con él, 477-82, 486, 489-90, 492-95;
Francia, movimiento psicoanalítico en, Freud sobre la sexualidad y las
503-4, 513 y n, 707 relaciones con los hombres, de ella,
Frazer, sir James G., 371, 375-6, 378-79, 483-85, 489, 492-93, 494-95, 557«,
588-89 602-3, 679-80; el afecto que le tenía
Freiberg (Príbor), Moravia Freud, 477-83, 710, 717-18;
- Freud visita a (1872), 45-6 dependencia de Freud respecto de ella,
- infancia de Freud en, 27-31; residencia 477-79, 494-95, 599-600, 678-79,
en, 29-30 694, 709, 710; preocupación de Freud
- nacimiento de Freud en (1856), 26-7, por ella, 483-85, 488-89, 492-93, 602-
30-1 3, 678-80; hereda los libros de Freud,
- se descubre placa recordatoria en 678-79 y «; sus celos, 493-94 y n; su
(1931), 639 franqueza recíproca, 481-83; ella lo
- sentimientos de Freud con respecto a, representa oficialmente, 635, 637, 639
32, 33, 639 - su análisis con Freud, 486-87, 490-93,
Freud, Adolfine (Dolfi, hermana de Freud), 522-23
31, 430-31, 697, 699-700, 706, 716- - sus recuerdos del padre, 190-91, 191«,
17 201, 427, 440-41«, 474-75«, 496-97 y
- muerte, 716-17« n, 623«
Freud, Alexander (hermano de Freud), 30-31 - sus sueños, 138-40, 487, 489-90,
y «, 34-5«, 146, 698-99 490«
- y Freud: en la infancia, 35-6; y la - viajes con Freud, 473-75, 478-79, 482-
muerte de la madre, 637; viajes juntos, 84
166, 190; en la Primera Guerra - vida profesional: su análisis de niños,
Mundial, 392-94 487, 492-93, 521-23; asiste a
Freud, Amalia Nathansohn (madre de congresos psicoanalíticos, 440-4, 487,
Freud), 26, 27, 28, 30-31 516-17, 557«, 574, 700-1; los colegas
- carácter y personalidad, 561-62 la respetan, 488; el conflicto con
- después de la Primera Guerra Mundial, Klein, 521-23, 602-3; y la práctica
430-31 analítica del padre, 516-17«; y los
[896] Indice analitico
escritos del padre, 481-82, 487, 597, 80; su ambivalencia, 117; el noviazgo,
623«; Freud la defiende, 492-93, 521- 58-67, 75-6; diferencias religiosas, 63,
23; Freud se enorgullece de ella, 597- 79-80, 665-66; la boda (1886), 79-80
98, 489, 679-80; su reputación - su salud, 429
creciente, 601-3, 682-83; Una - sus hijos:‘nacimientos, 79-80, 85, 87;
introducción a la técnica del las relaciones de ella con, 192-94.
psicoanálisis del niño, 602-3; como Véase también hijos de Freud y los
modelo para las aspiraciones respectivos nombres individuales
feministas, 566-67; su preparación para Freud, Martin (lean Martin, hijo de Freud),
la, 486-88; escritos, 487, 492-93, 602- 78-9, 351
3 - afiliación y observancias religiosas,
- y las hermanas, 481-83 665-67
- y la Primera Guerra Mundial y su estela, - en Londres (1938-39), 695-96
392-93, 397-99, 427 - infancia, 102, 129-30, 193-95, 478-
Freud como analista 79, 665-67
- su capacidad para escuchar, 90, 95-8, - recuerdos: del padre, 194-96, 225«; del
99-100, 218, 297-98, 293-94, 476-77 abuelo paterno, 561; de Jung, 238; de
- su capacidad para la observación, 97-98 su madre, 85
- y Abraham, comparados, 513-14 - su dependencia económica respecto del
Véase también práctica privada padre, 434-35
psicoanalítica de Freud - su matrimonio (1919), 432-23, 667
Freud, Emanuel (medio hermano de Freud), - sus hijos, 477-78
27 - sus sentimientos con respecto a
Freud, Emst (hijo de Freud) Inglaterra, 393-94
- en la infancia, 193-94 - y la emigración de Austria (1938), 692-
- en la Primera Guerra Mundial, 398-99; 93, 695-96
el período de la posguerra (década de - y la Primera Guerra Mundial, 398-401,
1930), 657, 675-76, 696-98 424, 427-28
- hijos de, 476-78 - y la Verlag, 586-87«, 693
-visita a Freud en la vejez, 600-1, 660 Freud, Mathilde (hija de Freud). Véase
Freud, Harry (sobrino de Freud), 666«, Hollitscher, Mathilde Freud
696-97,716-17 Freud, Oliver (hijo de Freud), 657, 660,
Freud, Jacob (padre de Freud), 26-8, 30-1, 675-76
33 - en la Primera Guerra Mundial, 352
- como judío “ilustrado", 665-66 y n - infancia, 100-2
- Freud y: en la infancia, 33, 34-5 y n, - nacimiento (1891), 85
46-7, 143, 664-66; después de la - preocupaciones de Freud por, 434-35,
muerte del padre, 116, 122, 163-64«, 478-79«
378-80, 407; en la vejez del padre, - sus hijos, 477-78
115- 116; en los años de universidad, Freud, Pauline (Pauli, hermana de Freud),
57-8 31, 430-31
- muerte (1896), 116; reacción de Freud, Freud, Philipp (medio hermano de Freud),
116- 17, 172-73, 437-38 27-30, 168
Freud, John (sobrino de Freud), 27-8, Freud, Rosa (hermana de Freud), 31, 697,
34,81 699-700, 706, 716-17 y«
Freud, Josef (tío de Freud), 31 - su casamiento (1896), 100-1
Freud, Julius (hermano de Freud), 30, 34, - su muerte, 716-17«
315-16, 564-65 Freud Samuel (sobrino de Freud)
Freud, Marie (Mitzi, hermana de Freud), 31, - correspondencia de Freud con: sobre la
168 situación en Austria (década de 1930),
Freud, Martha Bemays (esposa de Freud) 654, 655-56, 658; sobre su hija Anna,
- carácter y personalidad, 85-6 489, 493-94; sobre la familia, 427-33,
- cartas de Freud a, 32, 55-6, 63, 64-7 477-78, 695-96; sobre su salud, 476-
- en Londres (1938-39), 697-98 77; sobre él mismo, 507-9
- papel en la familia de, 85-7, 192-94, - envía provisiones después de la Primera
537-38 y«, 478-79 Guerra Mundial, 431-33
- su larga vida, 117 Freud, Sophie (hija de Freud). Véase
- su relación con Freud, 85-7, 559, 679- Halberstadt, Sophie Freud
Indice analitico [897]
Freund, Antón von, 422« hábito de fumar de Freud, 85, 104, 202-3,
- muerte (1920), 439 431-32, 440-41«, 636, 710
Friedell, Egon, 688 - fuerza de la adicción, 476-77
Frink, Horace, 660, 628-29« - y su cáncer, 467-68, 476-77, 637
Fromm, Erich, 657 hábitos de lectura de Freud, 70-1, 199-201,
Furtmüller, Cari, 211, 261 674-75, 717-18
Fyfe, Hamilton, 713 - literatura inglesa, 54-6
genética, 377-78. Véase también herencia hábitos y gustos personales de Freud
“gente común” - en el arte, 198, 200-1
- actitud de Freud con respecto a la, 454, - en comida y bebida, 202
500-1, 589-90 yn - en la cincuentena, 185-206
- deseo de Freud de ser popular entre la, - en música, 201-2
245-46 - literarios, 199-201
Glover, Edward, 516, 531, 552 - sexuales/sensuales, 194-97
Glover, James, 516, 531 - tabaquismo. Véase hábito de fumar de
Goethe, Johann Wolfgang von, 199, 635 Freud
- Fausto, 375-76, 535-36 Habsburgo, imperio y disnastía de los, 37,
- Las cuitas del joven Werther, 160-61 39
- Poesía y verdad, 356 - Freud sobre los, 377
- “Sobre la Naturaleza” (atribuido a), 48- Hajek, Marcus, 468, 469
50 Halberstadt, Emst (nieto de Freud), 353«,
- y lo inconsciente, 159-60, 412 395-96, 447-49, 471, 487
Goetz, Bruno, 192 Halberstadt, Heinele (nieto de Freud),487
Goldwyn, Samuel, 506, 625 - muerte (1923), 470-71
Gomperz, Theodor, 61, 168, 199, 200, 594 Halberstadt, Max (yerno de Freud), 352,
Góring, Hermann, 690 291, 654-55
Graf, Caecilie (sobrina de Freud), 467 - Anna Freud y, 479, 482-83
Graf, Herbert. Véase pequeño Hans Halberstadt, Sophie Freud (hija de Freud)
Graf, Hermann (sobrino de Freud), 399« - infancia, 100-2
Graf, Max - muerte de (1920), 438-41; Freud y la,
- analiza a su hijo (el pequeño Hans), 438-41, 443-44, 471
264-65, 295-97, 491-92 - su casamiento (1913), 352-53
- sobre los ojos de Freud, 188 - sus hijos, 353«, 470
- y la Sociedad Psicológica de los Hale, Nathan G., 245-47
Miércoles, 206-10 Hale, William Bayard: Story of a Style,
Gran Bretaña. Véase Inglaterra The, 505-8
Gran Depresión, 620, 653, 654, 662-63 Hall, G. Stanley
grandeza de Freud - Adolescence, 242-44
- Marie Bonaparte sobre la, 711« - y Abraham, 215
- Freud la anhela. Véase ambición de - y Freud, 242-44
Freud Hammerschlag, Samuel, 45-6, 655-66
Véase también reputación de Freud Hammond, William, 152
Grecia Hamsun, Knut, 509
- Freud en (1904), 116 Hartmann, Heinz, 450-52«, 515-16
Véase también Atenas - The Fundamentals of Psychoanalysis,
Groddeck, Georg, 456-60, 508-9, 518-19 y 540
n, 645-46 hebreo, idioma
- El buscador de almas, 408 - Freud y el, 664-66, 666«
- El libro del Ello, 459-60 - traducción de obras de Freud al, 663-
- y El yo y el ello, de Freud, 456, 458- 64«; Moisés y la religión monoteísta,
60, 461 706; Tótem y tabú, 664-65, 668
guerra, Freud sobre la, 396-97, 399-400 Heine, Heinrich, 142, 199, 657
- su artículo de 1915, 401-3 Helmholtz, Hermann, 58-60, 153
Guilbert, Yvette, 704, 711 Heller, Hugo, 199, 212-13, 227-28, 350
gustos y preferencias personales de Freud. Heller, Judith Bemays (sobrina de Freud),
Véase hábitos y gustos personales de 561
Freud Herbart, Johann Friedrich, 412-13
[898] Indice analitico
- “libido del yo" y “libido objeta!", 385, - elección del título en inglés, 614-15«
386 - escritura de, 605-6
- repliegue de la, 409 - popularidad de, 614-15
- y agresividad, 444-46 - Roma como analogía en, 205-6
- y psicología de las masas, 454-55 Mann, Thomas, 394-95, 508-9, 657, 672
. Véase también pulsión sexual - tributos en el cumpleaños de Freud
“libido del yo” vs. “libido objetal”, 385-86 (1936), 678-79
“libido objetal” vs. “libido del yo”, 385, Marett, R.R., 371
386 Marlé, Lilly Freud (sobrina de Freud), 192,
Lichteim, Anna, 111-14 678
Lichtenberg, Georg Christoph, 70, 158-60 martirio, Freud y el, 171-72
Liébeault, Ambroise Auguste, 77 marxistas, los, y Moisés y la religión
Lieben, baronesa Anna von. Véase Cácilie monoteista, 714«
M., caso Marx, Karl, 657
Lippmann, Walter, 510 Más allá del principio del placer (1920),
literatura, Freud y la, 70-1, 191, 199-201, 442-52
367 - popularidad de, 453
- inglesa, 54-6 - y El yo y el ello, 460-61
- sus estudios psicoanalíticos de la, 356- masas. Véase “gente común”; psicología de
57, 361-62, 364-66 las masas
Véanse también autores individuales masas, psicología de las, 440-41«, 453-56
Loeb, Richard, 505-7 Masson, Thomas L., 502
Loewenstein, Rudolph, 514 masturbación
London Psycho-Analytic Society - del niño, 179-80
- fundación (1913), 218 - en el caso del Hombre de las Ratas,
- y Klein, 675-76 305-6
Londres - en el caso del pequeño Hans, 315-16
- Freud en (1938-39), 696-720; sus casas - las adicciones como, 128-29, 203,
en, 696-97, 702-3 476-77
- movimiento psicoanalítico en, 512-13, - sucedáneos de la, 89, 203
707; innovaciones, 675-76; análisis - y angustia de castración, 575
lego, 552-54 - y neurastenia, 88
Looney, Thomas; “Shakespeare" Identified, Maudsley, Henry, 152, 176
711« Maury, Alfred: El dormir y los sueños,
Lówenfeld, Leopold: Manifestaciones 137, 142
psíquicas obsesivas, 335 Maximiliano, príncipe de Badén, 618-19
Lówy, Emanuel, 203, 280-81, 637 McCormick, Robert, 506, 625
Lucy R., caso, 98-100 McDougall, William, 504
Ludwig, Emil, 356« McNabb, Fr. Vincent, 714
Lueger, Karl, 39, 498-99, 663-64 Meader, Alphonse, 277-78
medicina psicosomàtica, Groddeck y la,
Macaulay, Thomas Babington, 199, 200, 457-59
594 médicos cuáqueros, los, y la enfermedad
MacNeill, John, 503 mental, 152-53
madre, relación con la, y complejos melancolía, 408, 409, 418-20, 463-64
matemos memoria y recuerdos
- en el caso del propio Freud. Véase - en el autoanálisis de Freud, 125, 127,
Freud, Amalia Nathansohn (madre de 128-29
Freud) - en el proceso analítico, 342
- omitida en Tótem y tabú, 379-80 - en la psicología científica, 107-8
- vs. el papel del padre en el desarrollo - su papel en los desórdenes nerviosos,
del niño (Rank vs. Freud), 530, 531- 120
33, 562, 575-76 - su utilización por los escritores, 351
Mahler, Gustav, 44 - y el deseo, 160-61
Malcolm, Janet, 196 Véase también olvido
malestar en la cultura, El, (1930), 584, Meng, Heinrich, 508
604-15, 629-30« - Psychoanalytische Volkbuch, Das,
- dualismo en, 450-51 511
[904] Indice analitico
mente-cuerpo, relación e interacción, 151- Mili, John Stuart, 60-4, 88, 570-71
53 misticismo, Freud y el
- Freud sobre la, 153-54 - sus esfuerzos por liberarse de él, 84
mente, interpretación materialista de la, - y el misticismo de Jung, 241-42, 271-
150-53 72, 276-77, 354, 376-77
mente, teorías freudianas de la, 105-8, mito(s)
127, 133, 150-55, 379-88, 402-3, 411 - Freud y los, 308; Narciso, 384; Edipo,
- sistema estructural, 442-43 y n, 446-47 493-94
Véase también yo y el ello, El; - y creencias religiosas, 128-29
inconsciente Véase también héroe, nacimiento del
mentores y figuras paternas de Freud, 172- Moebius, Paul Julius, 179, 569
73n Moisés, 166 y n, 171-72, 357-61
- Breuer, 56-8, 89-90; ruptura de la - Freud se identifica con, 359-61 y n,
relación con, 93-8, 171-72 670, 671
- Brücke, 56-62 Véase también Moisés y la religión
- Claus, 55-7 monoteísta
- Charcot, 73-5, 77-9 “Moisés de Miguel Angel, El" (1914), 357-
- Freud las desafía, 172-73 61
Merezhkovski, Dmitri, 199, 200 Moisés y la religión monoteísta (1938),
“metapsicología”, 408 y n, 409-14, 417- 670-75, 711-16
19 - esfuerzos tendientes a impedir su
- definición, 4O8n publicación, 699-701, 703-5 y n, 714
- Freud destruye siete artículos sobre, - la religión analizada en, 711-13
419-21 - los judíos y, 670, 699-701, 703-5,
metodología psicoanalítica. Véase método 706, 712, 713-14
y técnicas psicoanalíticas - primer ensayo (“Moisés, un egipcio”),
“método psicoanalítico de Freud, El” 670, 699-701
(1904), 335 - reacciones a, 670, 713-15
método y técnicas psicoanalíticos, 54-5, - redacción de, 670-72, 677-78, 694,
334-50 699- 700, 700-01
- amenaza de terminación del análisis, - segundo ensayo (“Si Moisés fue un
332-34 egipcio...”), 670, 672, 699-700
- heterodoxia e independencia de los - tercer ensayo (“Moisés, su pueblo y la
analistas en cuanto a, 253n, 259-60, religión monoteísta”), 670-71, 672,
347-48, 522-23, 526, 528, 530, 642- 711
49, passim, 675-76 - traducción al inglés de, 704-6, 711
- violación por Freud de, 307, 334, 337, Molnar, Ferenc, 510
345,490 Molí, Albert: La vida sexual del niño, 230
- vulgarización y mala aplicación de, 252 Montaigne, Michel Eyquem de, 161
Véase también análisis; “moral sexual ‘cultural’ y la nerviosidad
contratransferencia; interpretación de moderna, La” (1908), 383, 605-6
los sueños; asociación libre; escucha, Moser, baronesa Fanny. Véase Emmy von
la (capacidad y método); resistencia(s); N., caso
transferencia “motivo de la elección del cofre, El”
Metzentin, Cari, 164 (1913), 483-84
Meyer, Conrad Ferdinand, 114, 199, 210, movimiento feminista, Freud y el, 565-70,
229 570-71
Meyer, Eduard, 672-73 movimiento por los derechos de las
Meynert, Theodor, 66-7, 77-8 mujeres, Freud y el, 565-71
- Freud y, 67-8, 79-80, 172-73« movimiento psicoanalítico
micción, incidente de, en la infancia de - como movimiento religioso laico,
Freud, 46-7 y n, 49-50, 143 208«, 277-78, 504-5, 515-16
Michelangelo Buonarroti: Moisés, 166 y - década de 1920, 499-502
n - década de 1930, 511-23, 682-85, 690,
- artículo de Freud sobre el (1914), 200, 700- 02
145-48, 669 - diversidad y homogeneidad en el, 253«,
- los sentimientos de Freud acerca del, 259-60, 347-48, 522-23, 526, 528,
357-58 530, 533-40, passim, 675-76
Indice analitico [905]
- década de 1930, 636-37, 658-59, 660, 416, 419-20, 443-45, 445«; situación
675-76; terminada (1 de agosto de de la posguerra, 428-35; opiniones
1939), 716-17; en Londres, 703-4, psicoanalíticas sobre la, 396-97, 399-
715-16 402, 445«
- dificultades en la, 122, 165, 168 - impacto de la, 389-90; sobre el
- en la posguerra, 433-35 movimiento psicoanalítico, 396-97,
- en la Primera Guerra Mundial, 396-97, 423
407 - la paz se aproxima, 418-19, 421, 422
- inicio (abril de 1886), 78-9 - los adherentes de Freud y la, 393-94,
- programa diario, 189, 516-17«, 658, 396-98
675-76 - tumultos de la posguerra, 423-29
- relación con el desarrollo de la teoría principio de constancia, 107-8
analítica, 149, 295-96, 583 y n principio de placer
- su elección de la, 61-2 - en Más allá del principio de placer,
- sus honorarios, 435-36, 466-67, 506- 447-49
7, 654-55 y n - y “proceso primario”, 162-63, 382
preconsciente e inconsciente diferenciados, - y pulsión sexual, 382
159-60, 413. Véase también - y religión, 606-7
inconsciente principio de realidad y principio de placer,
Premio Goethe (1930), 635-36 162-63, 382, 447-48
Premio Nobel, Freud y el privacidad de los pacientes, 100-1, 286
- 1917,417 “problema económico del masoquismo, El”
- 1918, 423 (1924), 450-51
- décadas de 1920 y 1930, 508-10, 614- proceso primario, 162-63, 382
15, 635, 636 proceso secundario, 161-62, 382
premios. Véase honores, premios y proyección psicológica, 322 y n. Véase
celebraciones de Freud también Schreber, D.P.
prensa, la, sobre Freud y el psicoanálisis psicoanálisis
- década de 1920, 501-2, 504-5; sobre En esta entrada incluimos los aspectos
El porvenir de una ilusión, 596-97 concernientes a la disciplina y su
- década de 1930: su emigración de historia general. Véase análisis para el
Austria, 696-97; en Inglaterra, 697-98; proceso terapéutico individual-, método
su salud, 636; y la Austria nazi, 690 y técnicas psicoanalíticos para los ■
- en Estados Unidos, 230-31, 247, 248 aspectos teóricos y filosóficos.
“Presentación autobiográfica” (1925), 28, - como consuelo, 402-3
49-50, 281-82, 496-97, 522-23, 662-3 - como ciencia 595, 625«
Preuss, Hugo, 657 - como supuesto fenómeno urbano
Pfíbor, Moravia. Véase Freiberg vienés, 33
primera generación de analistas - cosmovisión del, 625«
- defienden al psicoanálisis - charlatanes en el, 505-6, 549-51, 554-
públicamente, 510-11 55
- nunca se analizaron, 125«, 210, 340« - fraudes y caricaturas del, 509-11
- su empleo irrestricto de términos - hipnosis y, 76-7
diagnósticos y teorías, 273-74, 536-37 - investigaciones y exposiciones del,
- sus interpretaciones psicoanalíticas de 510-11
la cultura, 354-55 - modas, aprovechadores y el, 505-7
Véase también adherentes de Freud y - popularizaciones del 500-4, 510-11;
nombres de analistas individuales realizadas por el propio Freud, 414-15,
Primera Guerra Mundial, 393-407, 416-19 544-46, 701-2
- acontecimientos que condujeron a la, - positivismo y, 59-60
388-94 - primer empleo por Freud de la palabra
- bajas, 428 (1896), 133
- Freud y la, 390-401, 416-19; - propósito y metas del, 100-1, 150,
dificultades y privaciones en su casa, 342, 681-82; concernientes al amor,
417, 426, 427; su familia en la, 397- 332-33
99nn, 416, 424, 478-80; su situación - resistencia al. Véase teoría
económica, 396-97, 407, 417; psicoanalítica: rechazo e impopularidad
consecuencias en la teoría freudiana, de la
Indice analitico [909]
complejo de Edipo en, 144, 573, 576 - Hamlet, 128-29, 356, 336-63
- fuerza y resistencia relativas, 695-96 y - Macbeth, 357, 718-20
n - Rey Lear, 356, 367, 483-84
- orígenes sexuales de las, 574-75 Sharpe, Ella Freeman, 548
sexualidad Shaw, George Bemard: El dilema del
- desarrollo de la (normal), 178-79. doctor, 470
Véase también desarrollo de los niños Sidis, Boris, 231
- en la psicología de las masas, 454-55 Silberstein, Eduard, 45-6
- restringida/reprimida por la cultura - cartas de Freud a, 46-7, 50-2, 55-6, 59-
moderna, 151, 154, 159-61, 180-81, 60, 585-86
383, 607-8 Simmel, Emst, 514, 657
- temprano interés de Freud por la, 56- Simmel, Georg, 578
7», 172-73 Singer, Charles, 703-5
- teoría de la, 173-82; como subversiva, sionismo
180-82 - en Austria, 40-1
- supuesta ubicuidad de la, en la teoría de - Freud y el, 663-64 y »
Freud, 180-82, 386, 501-4, 598, 714 - los hijos de Freud y el, 665-67
Véase también Tres ensayos de teoría Slap, Joseph William, 298»
sexual Smith, W. Robertson, 371, 373, 375-79,
sexualidad adolescente, 179-81. Véase 588
también desarrollo de los niños sobredeterminación, concepto de, 119»
sexualidad de Freud, 194-97 “Sobre el psicoanálisis ‘silvestre’ ”
- cirugía y (1923), 475-76 (1910), 335-36
- en sus relaciones con colegas, 114-15, “Sobre la coca" (1884), 68-70
240-41, 314-17 Sobre la concepción de las afasias (1891),
- matrimonial, 85,194-96 88
- su prolongado compromiso, 63 - respuesta de Breuer, 93-5
sexualidad femenina, 562, 569-77 “Sobre la dinámica de la transferencia”
- Abraham vs. Freud sobre la, 219», 559 (1912), 341-42
- artículo de Freud sobre la (1931), 563- “Sobre la iniciación del tratamiento”
64 (1913), 337-41
- parcialidad de los analistas varones “Sobre la sexualidad femenina” (1931),
sobre la, 578 y n, 579 563-64, 576
- pasividad, 564-66, 570-71 Sobre los sueños (1901), 145», 172-73,
- placer, 577 415
- orgasmos clitoridiano y vaginal, 558- socialismo y socialistas
577 - en Austria, 40-1; década de 1930, 659,
sexualidad infantil 660; y el movimiento feminista, 567-69
- Adlervs. Freud sobre la, 254, 327 - Freud sobre, 610
- caso del Hombre de los Lobos, 327, - y la Primera Guerra Mundial, 390-91
328-33 sociedades y asociaciones psicoanalíticas,
- caso del pequeño Hans, 296-301 512-13. Véase también Asociación
- conferencias de Freud sobre la, en la Psicoanalítica Internacional, Sociedad
Clark University (1909), 247 Psicoanalítica de Viena, Sociedad
- en el “Leonardo”, 314-15 Psicológica de los Miércoles
- en La interpretación de los sueños, Sociedad Psicoanalítica de Berlín (fundada
176-78 y n, 485» en 1908), 215
- en los Tres ensayos, 178-81 Sociedad Psicoanalítica Británica (British
- Fliess y la, 83 psycho-Analitical Society), 512-13
- primeros enfoques freudianos de la, Sociedad Psicoanalítica de Budapest, 512-
120, 174-78 y» 13
- resistencia a la concepción freudiana de Sociedad Psicoanalítica de Londres. Véase
la, 229-30 London Psycho-Analytic Society
Seyss-Inquart, Arthur, 683-85 Sociedad Psicoanalítica de Nueva York.
Shakespeare, William, 114, 199 Véase New York Psychoanalytic
- autoría/identidad de, Freud sobre la, 711 Society
y », 714-15 Sociedad Psicoanalítica de Viena
- El mercader de Venecia, 356, 367 - Adler y la, 253,256-62
Indice analitico [913]
«La biografía de Freud que ha elaborado Gay es una obra maestra, e incluso po
demos decir que una obra maestra de la más selecta literatura.»
Martin Grotjahn, American Journal of Psychotherapy
«Definitiva... Los comentarios de Peter Gay no pueden ser más lúcidos, y sus in
cursiones en el trasfondo histórico son enormemente reveladoras.»
D. M. Thomas, Washington Post Book World
Peter Gay ha demostrado con Freud que una biografía construida con habilidad
puede convertirse en una obra de arte.»
Jonathan Sharp, San Francisco Chronicle