Está en la página 1de 299

zelmar ?

cevedo

HOMOSEXUALIDAD
HACIA LA DESTRUCCION
DE LOS MITOS

EDICIONES

DEL SER
D ibuio de Tapa: Jorge G um ier Maier

ISBN: 950 43 049b 8

© 1985 by EDICIO N ES D bl SER


Fragata Pte. Sarmiento 2142 Bs. As. Aigentina

Hecho el depósito que indica la ley 11.723.

Printed in Argentina
Impreso en la Argentina
A quienes fueron mis compañeros
en el Frente de Liberación Hom o­
sexual Argentino.

M i agradecimiento a Marcelo Manuel Ben(tez, Sara


Torres, Juan José Hernández y Néstor Perlongher por
su invalorable colaboración en este trabajo.
PROLOGO

Redactar este trabajo nos llevó su tiempo de polémica. Por un lado pensa
mos en la necesidad de revelarnos tal cual somos, sin miramientos ni máscaras,
sin ese recurso a la clandestinidad que los homosexuales tan frecuentemente he­
mos utilizado, obligados por la censura y la represión oficial —y no oficial— que
viene caracterizando a nuestra sociedad desde hace cientos de años, ya que hasta
ahora han sido los heterosexuales —por lo general antihomosexuales— los únicos
encargados de formular análisis, opiniones y juicios respecto a la homosexuali­
dad, manifestándose en base a falsos conceptos, en prejuicios ancestrales, en mie­
dos y fantasías. Por otro lado dudamos en hacerlo ya que no somos nosotros,
los homosexuales, los que debemos asumir una forma de defensa contra las argu­
mentaciones de las que se nos hace objeto, sino esos mismos heterosexuales quie­
nes deben fundamentar sólidamente esas argumentaciones. Pero dado el giro que
han tomado las cosas, cuando ya ia sociología, la antropología, la filosofía, la
endocrinología, la psicología, etc., se han expedido sobre el tema en términos
negativos, reafirmando las pautas morales y la concepción popular, es que deci­
dimos llevarlo a cabo para que el público pueda medir ambas posiciones. Tene­
mos una ventaja: los que argumentan en contra de la homosexualidad y de los
homosexuales lo hacen desde afuera, expresando lo que suponen que debe ser
el homosexual, girando en torno a sus propio* fantasmas adormecidos, en casos
clínicos y carcelarios: de ahí en más resulta sencillo diagnosticar la homosexua­
lidad como perversa, enfermiza o patológica —en términos médicos— o como
producto de la degeneración y dei vicio —en términos cotidianos—. Nosotros lo
hacemos en directo diálogo con nuestra vida, observando plena y constantemen­
te una existencia que nos es propia y un contexto social cuya violencia sentimos
diariamente, violencia que nos taladra justamente en el sentimiento más integró
y sublime: el amor. Y cuando hablamos de amor lo hacemos en toda su exten­
ción recogiendo cada uno de los elementos que lo componen: el dolor, la ale­
gría, el placer, el fracaso, la felicidad.
Este trabajo no brinda la primera palabra de los homosexuales —ni tampo­
co será la últim a—, pero resulta significativo proveniendo de un país como A r­
gentina, producto probablemente de una mayor apertura departe de grandes
sectores de la población orientados hacia una conciencia libertaria. Los homo­
sexuales, integrados en ese proceso vital, ofrecemos nuestra respuesta, nuestra
denuncia, nuestro modo de concebir el amor, que bien puede convertirse en un
modo de lucha. Y este manifiesto contestatario no puede provenir sino de los

5
mismos homosexuales quizá porque somos los únicos dueños de nuestra reali­
dad; puede decirse que un texto sobre homosexualidad escrito por un hetero­
sexual es comparable a un texto sobre la revolución del proletariado escrito por
un empresario. Hay veces en que el enfrentamiento homosexual-heterosexual se
convierte en choque frontal. Así lo revela Ruitenbeek que en el prólogo de La
homosexualidad en la sociedad moderna menciona haber integrado trabajos de
profesionales aptos para referirse a la materia, de una idónea "erudición respon­
sable". Sin embargo, el ensayo de Donald Webster Cory, The homosexual in
América, no es incluido en la compilación, debido a que "lamentablemente, el
autor delata en su obra una parcialidad que parecería implicar una preocupación
demasiado personal por el problema", refiriéndose a una posible tendencia ho­
mosexual de dicho autor, no obstante considerarlo "un intento plausible de aná­
lisis de la situación del homosexual contemporáneo". La exclusión del trabajo de
Cory es justificada bajo esa óptica; para Ruitenbeek los homosexuales tienen me­
nos derecho a hablar sobre la homosexualidad que los heterosexuales. Por su­
puesto, como es de preverse, el contexto general del libro denota una posición
claramente homofóbica, enmascarada tras un convincente lenguaje "científico",
al mencionarla si no como una enfermedad, como una deficiencia propia del sis­
tema —en el mismo lugar que la criminalidad, el alcoholismo, la delincuencia ju ­
venil— o como una "variación" de la función sexual. Es decir, para Ruitenbeek,
sólo es objetivo aquel que la condena.
Puede llamar la atención la frecuencia con que se menciona la problemática
de la mujer y de la feminidad. Al respecto aclararemos que no lo hacemos por
abocarnos al estudio específico de dicha problemática —ya que las propias mujeres
se están encargando de hacerlo— sino por sus implicancias directas e indirectas
relacionadas a la homosexualidad,
Este trabajo no dice mucho de nuevo sobre el tema. Es en realidad un com­
pendio de otros trabajos, estudios y opiniones, pero se lo ha encarado de manera
que el lector encuentre en él_respuesta a las preguntas más elementales. En varias
oportunidades se ha obviado el uso de las comillas con el objeto de hacer la lec­
tura más fluida.
Se hallará en este libro una marcada tendencia, una definida orientación y
una concreta finalidad. No hemos intentado redactar un trabajo desapasionado;
como :'e ha dicho, en él se encontrarán tanto la opinión de los más diversos auto­
res como nuestra propia concepción de la sexualidad, de la libertad y del amor.
Podrá haber repeticiones, preferencias y hasta contradicciones. Pero de lo que sí
el lector podrá estar seguro es que este trabajo es una auténtica expresión de
nuestros sentimientos y que creemos verídicamente estar luchando por un mun­
do mejor. V no un mundo mejor para los homosexuales. La lucha por la libera­
ción del homosexual no puede ser ajena a una lucha mucho más amplia y com­
pleta. El homosexual "liberado" de ninguna manera puede serlo en un contexto
general opresivo; en materia de liberación social, no existen islas ni oasis. La li­
bertad del ghetto es una libertad ficticia, una máscara de la libertad. La libera­
ción del homosexual llegará el día en que la sociedad en pleno se halle liberada
de todas sus cadenas: las externas y las internas. Y cuando ese día llegue, ya no
existirán homosexuales, ni heterosexuales, ni bisexuales, ni ninguna otra clasifi­
cación en que se pretenda encerrar y clasificar al amor. Habrá simplemente per­
sonas con una sexualidad liberada... porque entonces todos seremos iguales.
C A P IT U L O I

LA M A T E R N I D A D C O M P U L S IV A

Me hace el efecto de esos matrimonios improvisores,


sin recursos, miserables, cuyo único consuelo es el de
la palabra del Verbo: Creced y multiplicaos.

Lucio V. Mansilla

PASADO Y V IG E N C IA

La imagen de civilizaciones anteriores a la nuestra, con sus modos de vida


propios, su cultura, sus diversos tipos de conducta tan diferentes a los nuestros,
se nos presenta como fantasmas oscuros y difusos, precisamente a través de
ese distanciamiento que, más allá del tiempo, nos revela la heterogeneidad y elas­
ticidad de muchos conceptos que usualmente catalogamos como invariables e in-
sustituib'es. Un conjunto de datos y comprobaciones dados por la Historia
pueden ofrecernos un panorama nuevo, esclarecedor, en que las sociedades anti­
guas cobrarían una sorprendente vigencia respecto del cuestionamiento de la ac­
tual. E incluso tal veü no sea necesario remontarnos, en algunos casos, al pasado.
Basta hechar una mirada a otros pueblos contemporáneos para convencernos de
la heterogeneidad de las costumbres, de la elasticidad de la moral, de la culturali-
dad de cientos y apenas perceptibles usos que con frecuencia adornamos con pa­
labras como "innatos", "naturales", "instintivos", etc.
Es probable que uno de los puntos - más fortalecidos en el hombre de la so­
ciedad moderna sea la asimilación patriarcal trasladada y aplicada a la vida coti­
diana. La apertura hacia un conocimiento objetivo de la realidad puede llegar a
desconcertarnos de tal modo que no es extraño caigamos en el lím ite de la nega­
ción. La revelación de sociedades delineadas sin ese sobre-autoritarismo patriar­
cal cuestiona, de pronto, la mayoría de los esquemas morales y religiosos, y obli­

7
ga a una revisión completa de la situación contemporánea. Las disimilitudes del
hombre y la mujer, como ser las preferencias de trabajo, las actividades hogare­
ñas, las inquietudes sociales, la feminidad y la masculinidad, la familia, etc., pue­
den contemplarse, entonces, ante la luz de una óptica distinta. Hay factores agra­
vantes y también factores determinantes. El problema de la superpoblación po­
dría ser uno de ellos, a tal punto que esa amenaza estaría más allá —incluso— de
la posibilidad de una guerra nuclear y su inminencia es tan cercana como la con­
taminación de los grandes centros urbanos. Es probable que si se perfeccionan y
masifican las técnicas anticonceptivas la explosión demográfica puede llegar a de­
tenerse, pero resulta un tanto difícil el concebir una regresión numérica pobla-
cional. Hasta ahora la edificación de todas las civilizaciones estaba basada en su
inclinación a mantenerse y perpetuarse en base a los niveles de reproducción y
densidad. Si para el año 2000 —como se piensa— el problema de la superpobla­
ción y de la miseria será un problema en casi todos los países, esa histórica ten­
dencia de las civilizaciones se verá inevitablemente trastocada. Existen factores
alentadores para paliar ciertos problemas deducidos de la superpoblación: la ex­
plotación de los recursos marítimos, la cría de recipientes de tejido animal, la
clorofilación artificial, etc., podrán resolver la cuestión alimenticia. Tanto la tele­
visión como otros medios de comunicación masivos se ocuparán de mantener el
nivel educacional. Cualesquiera sean las soluciones, el control de la natalidad
mediante el uso de métodos anticonceptivos ascenderá como un recurso ineludi­
ble. Pero ¿qué será de las filosofías y de las religiones, producto de nuestra ac­
tual civilización? Cabe recordar que muchas de ellas fueron concebidas en épocas
en que la mortalidad infantil, las pestes y las guerras incitaban a las sociedades a
reproducirse constantemente ante la posibilidad de su desaparición. Resulta —di­
ríamos— imposible pronosticar los efectos de semejante urgencia. Es sí evidente
que tales concepciones morales, religiosas y filosóficas sufrirán un duro resque­
brajamiento, si no están orientadas ya hacia su destrucción. Una sola cuestión es
—entonces— segura: nuestras ideas actuales sobre el amor y la moral no serán en
absoluto las mismas. Admitámoslo o no, nos dirigimos hacia una increíble revo­
lución de las costumbres donde los modos de pensar, de obrar y de creer de hoy
en día figurarán como arcaísmos, fantásticamente distantes de la realidad con­
temporánea, metamorfosis que ya está comenzando a insinuarse.

L A R E G L A M E N T A C IO N D E L PLA CER

Así como en todas las épocas los caracteres religiosos, políticos, sociales,
culturales, estuvieron regimentados por presiones de orden económico, podemos
afirmar que la sexualidad tampoco escapó a los diferentes tipos de orden impe­
rantes cuyo basamento no fuese también la estructura económica del momento.
Debido a ello, las normas poblacionistas o antipoblacionistas de las tribus, comu­
nidades o Estados se mantuvieron y se mantienen respetando los intereses de los
grupos sociles según sus necesidades de producción, expansión, etc.
En las sociedades pre-agrícolas el espíritu poblacionista o anti-poblacionista
variaba constantemente debido a las enormes vicisitudes que tenían que soportar
provocadas por ti medio ambiente. De esta manera, el primero se daba por la
urgencia de afianzar el poder guerrero-de ofensiva o defensa ante el posible ata-

8
aue de otras hordas— y el segundo se daba ante la urgencia de siniestras sangi las
la actitud más directa y brutal de recurrir al aborto indeseado, al infanticidio
o simplemente a la guerra. Posteriormente, las sociedades agrícolas recurrieron a
métodos complejos pero no sutiles para regular la producción y el índice demo­
gráfico Una civilización agrícola como la quechua no vaciló en arrancar los fetos
de sus vientres a las mujeres embarazadas como castigo a los pueblos que ofre­
cían resistencia a sus ambiciones de conquista. El deseo de incrementar la
producción agrícola, de retener la ofensiva de otros grupos expansionistas o el
hecho de reponer las incipientes pérdidas por la mortandad infantil, las pestes y
el hambre, llevó a muchas comunidades a adoptar posiciones poblacionistas. Por
el contrario, otras veces el exceso de población los condujo al antipoblacionismo.
En ocasiones, ambos factores se daban a la vez, por lo que se veían obligados a
adoptar actitudes simultáneas y contradictorias. De esta manera observamos que
la conducta del ser humano de reproducirse o no, no se debe a su Ubre decisión
sino al obedecimiento de pautas orientadas a las conveniencias de su poder y /o
funciones económicas. Así M. Sagrera expone claramente las diferentes motiva­
ciones que conducen a las sociedades a regimentar y reprimir sus verdaderos im­
pulsos sexuales. En el análisis sobre la sociedad antipoblacionista clásica o pre-an-
ticonceptiva expone: "el contacto entre dos miembros del sexo opuesto es casti­
gado con la castración e incluso la muerte, su tipo de moral impone un rígido ta­
bú a las manifestaciones afectivas y aún dentro del matrimonio son penadas si se
realizan en público" (69) Los aspirantes son temporalmente separados por com­
plicados y agobiantes ritos de iniciación que pueden prolongarse por espacio de
varios años. Muchos sucumben ante estos sacrificios o disienten del matrimonio.
La abstinencia sexual es frecuente en las etapas que anteceden a la caza, la pesca,
los rituales religiosos, etc. El matrimonio es obstaculizado de tal modo por la
dote, ajuar o pago de la novia que sólo puede realizarse a una edad muy avanza­
da. La virginidad es exaltada a su punto máximo. La vida en común fuera del ma­
trimonio, inexistente. El adulterio es castigado con la pena capital. El divorcio
y las segundas nupcias se desconocen. La viudez es sublimada en sus más vana-
expresiones, al grado de obligar a la mujer a morir junto a su esposo, como en al­
gunas regiones de la India. Tanto la concepción como el nacimiento tienen que
realizarse en épocas especiales, parangonando la afectividad del individuo con los
períodos de celo de los animales. En sociedades como la fenicia, los primogéni­
tos son sacrificados al dios Moloch o según la voluntad del padre (Roma). Los
métodos de crianza obtienen, a veces, lentos pero seguros sistemas de infantici­
dio. A la mujer se la trata de desexualizar —característica propia de todo sistema
machista— hasta el lím ite de lo imaginable. "El rey de Acahem manda inflexible­
mente que se decapite a la mujer que, en su presencia, ha llegado a descuidarse
hasta el punto de participar de su placer, y no es raro que el mismo rey realice
por si mimso la decapitación. (Sade)" (7 0 ). *
Si todos estos medios para frenar el crecimiento poblacional no son suficien­
tes se recurre al arma de más eficiente y rápido exterminio: la guerra. Se gane o
se pierda, el exceso de habitantes siempre disminuye y su objetivo termina cum­
plido. Así, los viejos envían a la muerte a los jóvenes, y los ricos a los pobres.
Luego de esa espectacular tormenta sobreviene la calma, reapareciendo en pom­
posos tratados de paz. Sagrera denota el asombro de muchos historiadores al
ver la superficilaidad de los motivos y la rapidez con que se declaran las guerras y

9
con qué rapidez desaparecen. Nótese que un conocido slogan militar es "el deber
de un soldado es m orir por la patria" y no el vencer por la patria. Esa valoración
del heroísmo s ó lo esconde un clandestino testimonio de asesinos cuyos verdade­
ros intereses no son ni la patria ni su pueblo. "De ahí que cuando en mayo de
1968 jóvenes estudiantes escupieron en la tumba del soldado desconocido se
pudo decir que éste recibió el único homenaje sincero a su memoria, la única
protesta a la mistificación grosera con que viejos grupos sin escrúpulos lo lleva­
ron al matadero." (70) La orden de vencer o morir impartida por el ejército fran­
cés al penetrar las tropas alemanas en su territorio dan la pauta de los valores
genocidas militarizantes, tanto de un bando como del otro. La actitud hipócrita
de la clase dominante se manifiesta en la contradicción por la defensa de sus va­
lores: por un lado, en nombre de la "protección de nuestra juventud" reprime
los impulsos sexuales, esquematizándolos bajo formas específicas de expresión
sexual, censurando Unas y fomentando otras, reglamentando el amor y delimi­
tando el extenso campo de las relaciones humanas bajo los rótulos de "sanidad,
moral y buenas costumbres". Por otro, envía a esa misma juventud a la guerra ,
sometiéndola, en sus incesantes aventuras bélicas, a los más grandes peligros f í ­
sicos y morales, donde la muerte, la mutilación y la locura causan estragos en
los campos de batalla, sin que en ningún momento a nadie se le ocurra preguntar­
le a ese joven dispuesto a todo si está de acuerdo con las circunstancias a que es
sometido. (* )
La religión también parece darse la mano con estos sentimientos antipobla­
cionistas exaltando la virginidad —abstinencia sexual hasta la edad de casarse—; la
fidelidad —imposibilidad de brindar amor en toda su amplitud, manteniéndose
en la pareja tradicional monogámica—; al padre —a la cultura patriarcal, con to ­
dos sus poderes opresivos y autoritarios—. De ahí que los dioses —y por ende sus
"ministros" en la tierra— deben ser asexuados, "espirituales", castrados física o
interiormente ( * * ) . Asimismo.cualquierargumento religioso es válido para provo­
car años de lucha —Cruzadas— o verdaderas masacres; son bien conocidos los sa­
crificios humanos de los mayas y de los ritos religiosos egipcios. En China éstos
eran comunes para desirritar a los dioses en época de sequía, mientras que aún
hoy, en algunas regiones de Sudamérica, se cree que el concubinato estimula la
cólera de Dios provocando infortunios sobre la población, y que éstos seguirán
hasta que no se halle y castigue a los culpables. Como los argumentos en base a la
moral, el pecado, el demonio o la superstición carecen ya de validez en las comu­
nidades intelectualmente desarrolladas, la religión acude entonces a la ciencia y a
los trabajos estadísticos —tan en boga últimamente— para sostener lo que en el
fondo son los mismos prejuicios, miedos y culpas. Así, G. Siegmund, sacerdote

( * ) En la Argentina, un joven es considerado m ayor de edad para ir a pelear y hasta m o ­


rir en una guerra, a partir de los 18 años (los dos mil chicos q u í perecieron en Malvinas son
ya un fiel testim onio de e llo ), pero recién son considerados mayores para experim entar li­
brem ente el sexo a partir de los 21. La relación sexual con un m enor de esa edad está pe­
nada por la ley. (N . del A .)
( * * ) Cuando en Buenos Aires quiso representarse Jesucristo Superstar, grupos terroristas
de ultraderecha im pidieron su ejecución quem ando la sala donde iba a exponerse porque la
obra mostraba el am or de Cristo por M a ría Magdalena y ciertas tendencias homosexuales. La
reacción sobrevino entonces como resultado de una indignación puritana por la revelación
de un Cristo sexualizado y hum ano. (N . del A .)

10
católico alemán, escribe: ..."que las relaciones sexuales prematuras son perjudi­
ciales a la salud ha quedado de manifiesto por los estudios realizados acerca del
temido cáncer de matriz, hoy tan común, y que tiene relación directa con las fre­
cuentes uniones inmaduras. (...) ...es conocido que en las mujeres célibes, es su­
mamente raro el cáncer de útero." (74)
C o n c o r d a n te m e n te , B . B e tt e lh e im so s tie n e : " U n a ve z q u e se c o n c e d e a la
m u je r el d e re c h o a d e c id ir si q u ie r e o n o q u e d a r e m b a ra z a d a , s ó lo u n p e q u e ñ o
p aso no s separa d e c o n c e d e r le ta m b ié n el d e r e c h o a d e c id ir si el e m b a ra z o d e b e
c o n t in u a r ."
U n n u e v o fa n ta s m a a p a re c e e n escena: e l a b o r to .
El mismo autor agrega más tarde: "Los países más superpoblados van a la
zaga de los menos poblados en el empleo de anticonceptivos y realización de
abortos se refiere. La razón reside en que la vida en esos países se desarrolla en
gran medida de acuerdo con la naturaleza." (58)
Nótese que coincidentemente los países más superpoblados son —en térmi­
nos generales —los más pobres y con peores índices de alfabetización. A qu í el
autor reemplaza hábilmente estos términos por el de "naturaleza".
Una revisión de los códigos penales de distintas épocas, brindan claramente la
pauta que muchos de ellos eran cien veces más criminales que los crimines que
castigaban. Reyezuelos totalitarios de regiones de Africa satisfacían sus deseos
sanguinarios penando con la muerte a sus súbditos por los más insignificantes de­
litos, hecho también trasladable a la Inglaterra del siglo X V III. Estos crímenes
legales eran a veces rechazados por los pueblos, a veces aceptados, como en el ca­
so de las bandas fascistas de Mussolini o de las masivas persecuciones hitlerianas,
de amplio apoyo popular.
En la sociedad antipoblacionista anticonceptiva —prosigue Sagrera— los mé­
todos para restringir la reproducción se ven suavizados debido a la posibilidad de
regimentar el número de nacimientos de otra manera. Los anticonceptivos redu­
cen el temor al embarazo, fantasma que incide directamente sobre el explaya-
miento de la sexualidad. (* )
Desaparecida tal posibilidad al poder regimentar y decidir sobre la estructu­
ración numérica de la familia, el incremento de la permisividad sexual va acom­
pañada por el resquebrajamiento de las barreras que obstruyen el desplazamiento
en el terreno sexual. Surge entonces la ruptura de tabúes que impiden el acerca­
miento y más asiduo contacto entre personas de distinto sexo —incluso entre
personas jóvenes— y es rebajada la edad mínima pata el matrimonio; se comienza
a admitir la relación sexual en su función independiente de la reproducción; de­
saparece la guerra como "estado constante" y pasa a producirse en ocasiones par­
ciales; la paternidad ya no está librada a la "anarquía de los instintos" sino que
puede ser regulada en sfl cantidad, y por lo tanto perfeccionada en su calidad, y
los códigos penales adoptan disposiciones más permisibles.
En las sociedades poblacionistas se presentan dos características que simulan
ser idénticas en su estructura facial pero que en el fondo resultan ser acentuada­
mente antagónicas.

( * ) Cuando hablamos de anticonceptivos no lo hacemos refiriéndonos específicam ente


a los métodos preceptivos modernos. En casi todas las épocas y culturas han existido ru d i­
mentarios pero efectivos modos de anticoncepción. (N . del A .)

11
Como bien denota Sagrera, el auge poblacionista puede darse sobre bases so­
ciológicas acertadas y positivas, como las de Alberdi en una Argentina despobla­
da, con el fin de ver concretadas sus aspiraciones de una gran Nación, o las de H¡-
tler v Mussolini, dueños de países poblados, incrementando demagógicamente
la reproducción con claras aspiraciones expancionistas, necesitando de más
brazos "para portar la m etralleta".!*) Las principales características de este tipo
de sociedades son: el frecuente contacto entre individuos de distinto sexo, la re­
ducción de la edad en la permisividad de dichos contactos sin necesidad de cum­
plir a priori con ningún tipo de barroquismo ceremonial. La juventud comienza
a tener más incidencia en las decisiones y responsabilidades.
El aprecio por la virginidad de la mujer decrece y el concubinato se hace
frecuente. El adulterio deja de ser observado como un "castigo de Dios" y hasta
el divorcio se ve favorecido, sobre todo ante casos de esterilidad. En regiones con
pocos hombres y mucho espíritu guerrero, la poligamia asciente al terreno de la
obligatoriedad. El celibato pierde su sacrosanto poder para considerarse una ver­
dadera irregularidad. La concepción y el nacimiento son festejados, el control
natal mirado con desprecio y el aborto un incuestionable asesinato.!**)
Donde el militarismo y la juventud juegan papeles tan importantes, la vejez
—improductividad, incapacidad guerrera— resulta despreciable. La religión no
expresa ciertamente valores monoteístas y asexuados (Israel) sino que se brinda a
través de una bella mitología, mezclando sus amores incluso con humanos
y animales (Grecia).
En estas sociedades poblacionistas el aparato represivo legal se ve suaviza­
do al máximo de sus posibilidades. La pena de muerte no existe, aún en el caso
de asesinato, ya que matar al asesino sería duplicar la tragedia.

( * ) En la "concertación" entre el Pte. A lfo n sín V la ex Pta. M a rtín e * de Perón, figura el


desarrollo de una p o lític a demográfica para poblar el país, a la par que permanece en vigen­
cia la ley del 2 8 de febrero de 1974 firm ada p o r el entonces Pte. Perón, que prohíbe la d i­
fusión, inform ación y venta de anticonceptivos. (N . del A .)

( * # ) El código penal argentino dice respecto al aborto: A rt. 8 5 : El que causare un


ab orto será reprim ido: 1o : Con reclusión o prisión de tres a diez años, si obrare sin consen­
tim ie n to de la m ujer. Esta pena podrá elevarse hasta quince años, si el hecho fuere seguido
de la m uerte de la m ujer. 2 o Con reclusión o prisión de uno a cuatro años, si obrare con
consentim iento de la m ujer. El m áxim um de la pena será elevado a seis años, si el hecho
fuere seguido de la m uerte de la m ujer. A rt. 8 6 . Incurrirán en las penas establecidas en el
artíc u lo anterior y sufrirán además, inhabilitación especial por doble tiem po que el de la
condena, los médicos, cirujanos, parteras o farm acéuticos que abusaren de su ciencia o arte
para causar el ab o rto o cooperar en causarlo. A rt. 8 8 ' Será reprim ida con prisión de uno a
cuatro años, la m ujer que causare su propio aborto o consintiere en que o tro se lo causare.
A rt. 8 9 : Se im pondrá prisión de uno a seis años a la m adre, que para ocultar su deshonra,
m atare a su hijo durante el nacim iento o m ientras se encontrare bajo la influencia del estado
puerperal. •
Cabe señalar que la legislación an tiabortista hace que el aborto deba ser realizado
clandestinam ente en lugares improvisados, po r individuos que no están capacitados para
realizar tales operaciones, y en circunstancias de elevada tensión, antifavorables para las
tratadas, en su m a y o ría Jóvenes. Estas leyes "proteccionistas" hacen que en M éxico se
produzcan 5 0 0 .0 0 0 abortos clandestinos po r año, con altas tasas de infección de m atriz y ,
en general, de los sistemas urinarios y genitales. Según lo revelado en las II I Jornadas M édi­
cas del Hospital de la M u jer, de ese país, decenas de mujeres m ueren durante la operación,
cuando se trata de una extirpación que hecha con m étodos adecuados y personal especiali­
zad o, no dem anda ningún peligro. (N . del A .)

12
En último caso —analiza Sagrera— se encuentran las sociedades polacionis
tas en la era anticonceptiva. Aparentemente los términos polacionista y anticon
ceptivo implicarían significados antagónicos. No lo es si observamos el esquema
ideal de una sociedad desarrollada. Asimismo, dicho esquema no puede abarcar
una totalidad de naciones sino que algunas se brindan hacia una praxis antipobla­
cionista y otras a la inversa. Mientras países como Argentina o Australia necesi­
tan un incremento de su población, otros como China o Japón necesitan, sino de
un nivel poblacional decreciente, por lo menos estabilizante. En los primeros ca
sos el incremento poblacional no debe darse en forma desordenada sino regula­
da y estudiada en su análisis cualitativo. Un buen gobierno no sólo se mide por
su número de nacimientos sino por su bajo índice de mortalidad infantil (Mal-
tus); o sea crear la situación socio-económica y cultural necesaria para que cada
individuo posea el libre derecho de planificar su familia como así lo desee, sin
que ese libre derecho tenga ninguna interferencia sobre la reproducción o núme­
ro de hijos. Hoy en día vemos que muchas de las células familiares prefieren
—moviéndonos principalmente en la clase media— delimitar su número de hijos
y no dejar librada su capacidad reproductiva a la propagación "como Dios man­
da", como sucede todavía en algunas regiones de Latinoamérica, donde aún la re­
ligión conserva sólidas sus columnas de alienación y embrutecimiento. Las técni­
cas anticonceptivas pueden llegar a convertirse en una táctica fundamental para
eludir la opresión sexual, al posibilitar la descarga del impulso sexual y al mismo
tiempo regular racionalmente la cantidad de hijos que la situación económica
permite disponer, burlando el sistema de la "ley del equilibrio" capitalista plan­
teada por Smith y Ricardo, según la cual la propagación del elemento trabajador
se regula por la ley de la oferta y la demanda. La diseminación masiva de los me­
dios anticonceptivos destruirá inevitablemente la relación entre producción y re­
producción, no únicamente por el logro en sí del dominio de las facultades del
Hombre sino también porque dicho rompimiento predispondrá y capacitará a los
individuos hacia un cambio global del aparato socio económico.
Como hemos podido observar a lo largo de esta exposición, más allá de los
instintos, los gobiernos que —salvo muy escasas excepciones— siempre han esta­
do al servicio de una minoritaria clase dominante, no sólo han tenido que silen­
ciar al hombre bajo aspectos económicos o religiosos, sino en el sexual. Como ve­
mos, el sexo no ha estado brindado al hombre como auténtica y verdadera fuen­
te de placer, sino que se ha h^pho de ello una de las principales armas de esclavi­
tud y sometimiento. La variabilidad de los caracteres morales nos dan la pauta
que estos han sido regidos culturalmente, dirigidos al inconsciente del individuo,
que los asimiló como forma natural de vida sin lograr advertir, ni remotamente,
los distintos tipos de presiones sociales que lo ha llevado a modificar sustancial­
mente su carácter, despersonificándolo, convirtiéndolo en un ser extraño para
con los demás y ante sí mismo.

h a c ia e l p a t r ia r c a d o

En las comunidades primitivas la vida social se repartía —respecto a su valo­


rización— igualitariamente entre varones y mujeres. La innecesidad absoluta de
ur> Estado estaba garantizada por el reparto proporcional de las tareas, la peque-

13
ñez de los grupos constituidos en bandas nómades, con escasos contactos entre
sí y la inexistencia de un producto social excedente. Los frutos salvajes, la caza y
la pesca, satisfacían las necesidades primarias de los individuos. Este últim o he­
cho explica que no existiese la urgencia de radicarse en un lugar determinado, en
vista de una mayor necesidad de productos vegetales y animales. Solo cuando
estos grupos comenzaron a unificarse o a agrandarse desde su mismo seno, se hi­
zo imprescindible el establecimiento en regiones determinadas, creándose así la
agricultura y la ganadería, sistema que les brindaría mayor cantidad de alimentos
—y mayor seguridad— para la subsitencia. En estos momentos puede advertirse
hasta una supremacía del elemento femenino, dado en la capacidad de gestación,
atribuida sola y exclusivamente a la mujer. En este período de la historia, el
hombre no conseguía vincular el acto sexual al parto, fenómeno que ocurría
recién nueve meses después. Tanto la concepción como la muerte, los cambios
climáticos, etc., carecerían de explicación racional. Una de las causas de la valori­
zación de la mujer fue precisamente la "decisión" sobre la procreación. (* )
En épocas anteriores al sedentarismo, era el varón el encargado de realizar
las tareas concernientes a la caza y la pesca, y la mujer la encargada de la prepa­
ración de alimentos y del cuidado de los niños, sin que ninguna de las dos ocupa­
ciones estuviese sobrevalorada, es decir, por encima de la otra. Al ocupar las co­
munidades regiones determinadas, parece ser que fue la mujer la encargada del
cultivo y la cría del ganado, de ahí que se deduzca que ella inventara los utensi­
lios de labranza. Durante los períodos Paleolítico Superior y Neolítico se especi­
ficaron y desarrollaron tanto los instrumentos de trabajo como las funcionalida­
des de los individuos. Este desarrollo trajo consigo las armas internas que más
tarde darían paso al surgimiento del sistema patriarcal.
Voviendo a la situación verticalista madre-hijo, fue el conocimiento intelec­
tual del varón en la concepción de ese hijo —conocimiento dado por la actitud
contemplativa hacia la relación coito-reproducción en los animales, cuyos perío­
dos eran obviamente más cortos— el que permitió la valorización de la Idea sobre
"la simple función carnal" de gestar y parir. A partir de allí culmina la paridad
femenina dando paso al generacionismo de la "inteligencia", propia del hombre.
Es así como el "parto oral" de la inteligencia masculina, agraciada con el don de
la Palabra, reemplaza al "parto carnal" de la mujer, originando la supremacía en
todo aquello que provenga de lo intelectual. Lo dicho puede verificarse en estas
palabras de Platón: "Aquellos que son fuertes solamente con el cuerpo recurren
a las mujeres y engendran hijos, éste es el carácter de su amor; su prole, como es­
peran, preservará su memoria y le dará las bendiciones e inmortalidad que desea
para el futuro. Pero las almas fecundas —porque ciertamente existen hombres
que son más creativos con sus almas que con sus cuerpos—, conciben lo que es
propio del alma concebir y obtener. ¿Y cuáles son esas concepciones? Sabidu­
ría y virtud en general. Y tales creadores son poetas y toda clase de artistas que
merezcan el nombre de inventores."
Es el triunfo de la Civilización sobre la Naturaleza. La religión, el Verbo
Divino que diosificó desde astros y estrellas hasta seres humanos, saltó de su

( * ) A q u í M . Sagrara coincide con B. M alinow ski en denom inar a este tip o de sociedades
m atrilineales v no matriarcales, puesto que este ú ltim o té rm ino —nótese la sim ilitud fonética
con patriarcado— im plicaría ún dom inio opresivo de la m ujer sobre el varón, hecho que no
ocurrió.

14

F
contacto directo con lo natural a la hegcrnonid di' la religión y de la te, funcio­
nando como la institución más poderosa que respaldó las bases del sistema pa­
triarcal. Así, la mujer pasó progresivamente a ocupar un segundo plano, relegada
de las actividades de los hombres, convencida de su inferioridad.
A la supremacía del varón la advertimos claramente desde sus rasgos más
genéricos —absoluto dueño de los medios de producción— (* ) hasta en los
más ínfimos detalles. El desnivel de las posiciones son visibles en cada una de las
ramas de las diferentes actividades—profesionalismo, religión, política, arte,
convivencia, etc.— El método empleado por el dominio masculino para hacer de
la mujer un dócil objeto de su dominación, fue el restringirle —sino anularle—
su sentido del placer. El hecho que la mujer no pudiese desarrollar su voluptuo­
sidad sexual salvaguardó eficientemente los privilegios del macho; satisfacerla
sexualmente irnplica ponerla al mismo nivel que él, con el consiguiente resultado
de la pérdida o disminución del poder y de su supremacía. Al coexistir profun­
damente el placer con la agresividad y la violencia, el reducirla al papel de obje­
to o víctima resulta importante dado que esa misma supremacía incentiva un
sentimiento de dominación que bien puede transformarse en excitante sexual.
Cuando esa autoridad comienza a resquebrajarse, surgen sociólogos como
Max Lerner, quien fundamenta esa ruptura debido al ausentismo del padre
y el consiguiente dominio femenino. En un artículo aparecido en una conocida
publicación porteña de la década del '70, titulado Papá ya no es el amo, expresa:
"Ya no ejerce la autoridad emocional o intelectual de la familia. Ya no es el
padre sino la madre quien lee los libros y es ella quien dicta las posiciones p olí­
ticas y sociales del momento. En el hogar el niño está bajo la autoridad femenina
y generalmente ocurre lo mismo en la escuela. Estas mujeres no constituyen mo­
delos eficaces para los años de crecimiento de un varón". La interiorización que
hace de la mujer juzgando su "incapacidad" resulta evidente. La mujer no debe
funcionar como modelo del niño debido a que éste podría no internalizar de ese
modo las pautas masculinizantes(opresivas) del padre para perpetuar el dominio
del hombre en todos lós terrenos de la sociedad. "El niño no puede florecer en
un hogar vacío de emoción, de autoridad, de fidelidad, del mismo modo que una
planta no puede florecer en un ambiente despojado de sol y agua". Bajo la apa­
riencia de esta terminología poética se»esconden las pautas más tradicionales del
sistema dominante: "emoción" (compulsión), "autoridad" (sometimiento), " fi­
delidad" (monogamia)."Me temoque muchospadres modernos han interrumpido
esta comunicación, y sienten que cierto demonio se ha apoderado de la genera­
ción joven, algo diabólico que ellos no alcanzan a comprender. A su vez, los hijos
sienten que algo ha ocurrido en la generación anterior". La ruptura no forma
parte de un golpe sino de un proceso. Las viejas pautas ya no sirven y es necesa­
rio reemplazarlas por otras nuevas. El abismo generacional es simbiótico: llega
"incomprensiblemente" desde las generaciones adultas y violentamente desde las
jóvenes que, por lo general, carecen de elementos críticos y metodológicos para
efectivizar esa rebelión bajo cambios concretos. El juego se mantiene en el terre­
no de la anarquía, guiado hacia un disconformismo a veces irracional. El "rebel­
de sin causa" sin duda la tiene pero no la conoce. "Y es como se levanta ante
ellos el muro que los separa, un profundo bache familiar, generacional".
“ En la actualidad el papá no está en casa por muchas razones. Porque se ha
separado de mamá, porque tiene dos trabajos, porque vive alienado y exigido,

( * ) Susan B row nneiller en C ontra nuestra voluntad, plantea que el prim er intercam bio
comercial es el de mujeres, antes del excedente de producción. (N . del A .)

15
porque a veces su desmedido afán por trascender socialmente lo aparta del seno
de la fam ilia." Lerner analiza los efectos sin indagar en las causas. Estas no
provienen de lo particular sino de lo social. Si el papá tiene dos empleos será
porque no le alcanza con uno solo, si vive alienado y exigido será por el tipo de
trabajo que realiza y la cantidad de tiempo que le lleva, si siente un desmedido
afán por la trascendencia social será por el sistema de competencia y el senti­
miento personalista que le han inculcado, conduciéndolo a ello.
La sumisión de la mujer estuvo presente en todas las culturas antiguas'y
coincide justamente con la aparición de la esclavitud. Un ejemplo manifiesto es el
de las primitivas tribus griegas, donde gozaba de los mismos derechos que los
hombres, derechos que inevitablemente se pierden con el surgimiento de las cla­
ses. La situación de la mujer empeora bruscamente con la aparición de la Grecia
Clásica. Si durante la infancia depende del padre, más tarde depende del esposo,
y en caso de enviudar pasa a estar sujeta a los hijos. Sus aspiraciones intelectua­
les están absolutamente atrofiadas y mutiladas. Queda recluida en el lugar de la
casa reservado a las mujeres (gmeseo), donde pasa una vida de retiro cuidando de
la casa, los niños y los esclavos. Unicamente las heteras (mujeres públicas) esca­
paban a este común denominador, pudiendo estudiar canto y danza, varios idio­
mas, y ejecutando —con frecuencia— una acentuada influencia en los asuntos
polítióos al ser amigas de personajes importantes. Engels hace notar el hecho de
que para ser una mujer fuera de ese destino de atrofiamiento y nulidad tuviese
que ser una hetera, representa la condenación más severa de la familia ateniense.
La falta de respeto por la monogamia correspondía —en realidad— únicamente a
los hombres, quienes podían sostener relaciones extramatrimoniales sin ningún
tipo de censura. En cambio la infidelidad por parte de la mujer podía ser castiga­
da con la esclavitud o —incluso— la muerte, según las leyes de Solón. El hondo
desprecio por la mujer está manifestado en todas las expresiones del pensamiento
griego desde la poesía (Hesíodo) hasta la filosofía (Platón). La única pieza que
hemos hallado donde se evidencian los principios de la rebelión femenina es la
comedia Lisístrata, de Aristófanes, donde las mujeres emplean la única herra­
mienta de lucha que por entonces piSdíari tener: el sexo, utilizando como méto­
do para el reclamo de sus derechos, la negación del cuerpo.
A diferencia del matrimonio en la Antigüedad, el de la sociedad feudal es
consagrado por la religión, sin que ello impida a los nobles y aristócratas, fer­
vientes defensores de la moral y los principios cristianos, complementar sus
relaciones con el adulterio y la prostitución. En las crónicas extrasexuales de la
Edad Media figuran, entre los ornamentos sociales de la Iglesia, las casas públicas,
organizadas —según Shiskhin— en corporaciones, de la misma manera que los
artesanos. (73) El mismo autor nos revela que algunos terratenientes rusos
—esos mismos que miraban con desprecio la suciedad y las malas maneras de sus
siervos— redondeaban sus fuentes de ingreso explotando sexualmente a las
jóvenes de su campiña. Las mujeres públicas —agrega Shiskhin, tomando el
testimonio de Haksthausen— pagaban, en las ciudades de Moscú y San Petesbur—
go, tributo a los terratenientes.
Siglos más tarde, durante las primeras etapas del desarrollo capitalista, el uso
de la mujer pública llegó a elevarse a niveles de institución.

16
EL M IT O DE LA M A T E R N I D A D

S¡ existe un factor al que se le brinda fundamental importancia en nuestra


iltura - V en todas desde el advenimiento del patriarcado- es el papel reproduc­
tor como función preponderante del sexo. A través de la enseñanza familiar y
educativa de la propaganda, del diálogo cotidiano, etc., se ha evidenciado la ma­
ternidad como el más sublime elemento cualitativo de las mujeres. Aparte de
inferiorizarlas en su potencial intelectual al atribuírsele en el embarazo su máxi­
ma aspiración creativa, se ha servido de ello para establecer un régimen de castas
uentro del hogar y extensivamente, a toda la sociedad en su conjunto. La perpe­
tuación de la especie ha surgido entonces como una de las necesidades mas reve­
renciadas de la historia. La política, la religión, la guerra, el sistema económico
imperante, no han servido sino para corroborar esta afirmación. La política, co­
mo brazo ideológico para sostener los cánones más sagrados del sistema. En reli­
gión, la cristiana parece haber seguido al pie de la letra la tan mentada frase “cre­
ced y multiplicaos"; la multiformidad oriental puede ser sintetizada en este pro­
verbio del Medio Oriénte: "Una mujer es como una bolsa de dátiles; cuando llena
es útil en más de un aspecto, cuando'se vacía no tiene ya ningún uso y puede
ser arrojada", es decir la valora en tanto y en cuanto pueda quedar "llena", emba­
razada. La guerra y la explotación surgen como resultantes inevitables del siste­
ma económico, que necesita de brazos humanos para transportar la lanza y el es­
cudo, con lo que obtendrá el tradicional "botín de guerra": esclavos y riqueza.)*)
El mito de la procreación se da en el plano más cotidiano, aparentemente insigni­
ficante, sin que nos apercibamos de ello. ( * * ) La descomposición moral que a
partir de ese punto se origina en nuestro inconciente llega a alcances inesperados,
donde la despersonificación, el grado de alienación y pérdida del conocimiento
de la realidad se cumplen bajo un ritmo asombroso. Las técnicas psiquiátricas
avanzadas se han hecho eco también de esa orientación reproductora dada a las
relaciones sexuales. Cuando el impulso sexual a llegado al punto de hallarse total­
mente delimitado y sometido por pautas preestablecidas culturalmente, se dice
que el individuo ha*a!canzado el grado de "madurez" sexual o genitalización.
Cuando el individuo no responde a ese orden estructurado por la cultura, y su
sexualidad está abierta al gigantesco campo de posibilidades que le permiten
desarrollar su amplitud sexual, se dice que permanece en la etapa de la sexuali­
dad infantil, calificativos despreciativos e intimidatorios, impuestos por una me­
todología terapéutica aparentemente "progresista" pero que en el fondo es el há­
bil resultado de toda una superestructura que hace que las ideas simulen un pro­
fundo cuestionamiento y un cambio para que en realidad permanezcan invaria­
bles. No nos es de extrañar, entonces, que cualquier variante que escape a las l¡-

(* ) La versión actual de esas dos conquistas son el individuo asalariado y la plusvalía.


(IM. del A .).
I ) En los primeros meses del 7 5 apareció en una revista porteña un suceso que fue
I? ' 'cac*° com o "la noticia más linda del añ o". U n m atrim o n io , él modesto obrero de una
an nca' ,uvo cuatrillizos. Sin preocuparse por los percances económicos que de a h í en más la
l a n 10 rePentma de cuatro hijos le pro d u c iría a la pareja, esta revista no escatimó en seña-
alim3 lrnpo.r,ancia numérica del acontecim iento por encim a de los problemas materiales de la
íentación, la educación, la vestim enta, etc., es decir obviando la cuestión cualitativa.
<N. del A .)

17
mitaciones de la reproducción (homosexualidad, masturbación, anticoncepción,
aborto) sea vista como algo atentatorio y peligroso. Dichas limitaciones llevan en
sí el germen de la frustración y el fracaso. Los padres aplican medidas prohibiti­
vas al querer considerar —aunque los hechos le demuestren cotidianamente lo
contrario— al niño libre de sexualidad y de placeres. Cuando encuentran al niño
o a la niña gozando a través del autoerotismo, emplean a fondo todo su aparato
psicológico represivo, inculcando en el primero la amenaza de la mutilación del
pene, cosa que el niño aceptará con veracidad y a que constantemente se le está
quitando cosas que le causan placer, y en la segunda el pensamiento de estar da­
ñando su cuerpo, como asimismo el sentimiento del abrazo masculino como
agresión. Pero éste es un esquema cultural propio de la sociedad y por tanto más
fuerte que los propios padres. Aún en el caso de los "padres progresistas" la ense­
ñanza social marca la orientación, establece el límite, subordina la conducta
entre las pautas del bien y del mal. Si el niño observa en la vagina la concreción
de la amenaza de castración, la niña lo encuentra como una amenaza efectiviza-
da, como un castigo consumado, viendo al pene masculino como esa arma peli­
grosa que atenta contra su integridad a través del acto*de la penetración, atenta­
do que parte de lo corporal para extenderse a los campos personal y social. De
esta manera, el órgano sexual masculino es frecuentemente representado en los
sueños bajo imágenes dañinas, tales como puñales, serpientes, etc.
En el sistema social actual las causas que imperan en la tenencia incontrola­
da de hijos pueden extenderse a varias: las aspiraciones imperialistas de ciertos
Estados que necesitan de un elemento humano nacional -antiguamente esta fa­
lencia podía suplirse con ejércitos mercenarios— para extender su poder hegemó-
nico a otras naciones. Al respecto recordaremos el llamado que Mussolini hizo a
las familias italianas estimulando el pronto e intenso crecimiento demográfico: a
los pocos años el Duce poseía un considerable ejército juvenil, perfectamente
adiestrado y militarizado. La Alemania nazista no se quedó atrás al respecto; la
sublimación que se hizo de la mujer-madre, es decir de la mujer re-productora,
fue evidente: "La idea de la Fiesta de las Madres tiene como objeto honrar a to ­
do lo que simboliza la idea alemana; La Madre Alemana! En ninguna otra parte
más que en la Nueva Alemania se otorga esta importancia a la mujer y a la ma­
dre. Ella es el guardián de la vida familiar donde germinan las fuerzas que deben
conducir a nuestro pueblo hacia lo más alto. Ella, la Madre Alemana, es la única
depositaría de la idea del pueblo alemán. ¡Ser alemán está eternamente ligado al
concepto de la madre! ¿Existe cosa alguna que pueda unir más estrechamente
que la idea de una común veneración de la madre?" (A ngríff, publicación nazi,
1933). "Más allá de la obligación al trabajo común, está todavía, por encima del
hombre y de la mujer, el deber de perpetuar al propio hombre (...) El trabajo
honra a la mujer tanto como al hombre; pero el hijo ennoblece a la madre"
(Adolf Hitler, M i programa, 1932).
Otra de las causas por la cual una familia puede contar con un excesivo nú­
mero de hijos es la que parte de los cumplimientos religiosos. "Los hijos son
producto de Dios, por lo tanto no somos quienes para impedir su venida al
mundo"; este pensamiento conyugal lo encontramos con frecuencia, sobre todo
en los medios industrialmente atrasados; la Iglesia, por supuesto, incentiva esta
posición al motivar el mayor número de "siervos de Dios", factor que efectiva­
mente se produce en el marco de las agrupaciones humanas pobres donde la reli­

18
gión se presenta como único camino para soportar la iniquidad y la explotación.
Otros toman la reproducción por la simple vía del conformismo: “ el matri­
monio es para eso". No faltan también los que recurren a la tendencia de un hijo
para "im pedir" el desmoronamiento de la pareja; cuando las cosas empiezan a
andar mal aparece el común elemento salvador; aquí el hijo adquiere su máxima
expresión de objeto, el medio, la cadena que sujetará la vida afectiva de sus pa­
dres. Van de Velde no vacila en admitirlo: "los hijos son el lazo de unión espiri­
tual más poderoso en el matrimonio, y los esposos que menosprecien esta
antiquísima verdad tendrán múltiples ocasiones de arrepentirse de ello." (80)
Los principios ideológico-morales también conservan su importancia en los
matrimonios naturalistas que parten de que "es un crimen impedir el nacimiento
de un hijo, sobre cuya existencia no tenemos derechos"; semejante razonamien­
to es cuestionado por la afirmación "es mayor crimen traer un hijo a un mundo
que no está preparado para recibirlo."
La frustración ante la vida, de algunos padres, también puede llevarlos a te­
ner un gran número de hijos con la esperanza de que alguno efectúe los sueños
que sus padres no pudieron concretar; el hijo es una parte de ellos, una proyec­
ción sobre el cual amontonan las aspiraciones que en su juventud les fue imposi­
ble cristalizar; el desplazamiento de su narcisismo se concentra en delirantes fan­
tasías de grandeza aplicadas a la descendencia.
Por lo general, en zonas donde se dan agrupaciones de escasos recursos eco­
nómicos y donde los individuos permanecen en continuo contacto —villas de
emergencia, conventillos— las mujeres casadas se encuentran en continuo estado
de embarazo; el fenómeno surge debido al machismo que en esos lugares adquie­
re características más intensas: el hecho que la mujer continúe permanentemente
en cinta es una exposición visible de la potencialidad sexual del varón, máxime
de los varones entrados en años:una exposición visible de que "aún puede". El
embarazo convence socialmente al varón de su virilidad y a la mujer de su fecun­
didad.)*) El constante embarazo asegura además la fidelidad de la mujer que,
abstraída en la atención del niño por nacer o la crianza de los demás hijos, no tie­
ne tiempo de pensar ni de practicar actividad con algún otro amante; este recurso
coexiste con el propósito de mantener la propiedad privada del varón repecto
de la mujer, propiedad privada que se extenderá también a los hijos y de allí a
los restantes órdenes sociales.
Otro de los objetivos que incitan a la necesidad de procrear con frecuencia
es el hacer de los hijos empleados domésticos: cuando se carece de medios para
pagar dichos empleados se recurre a los hijos que, en base al poder que el padre
tiene sobre ellos, puede convertirlos en verdaderos esclavos del hogar, poder
'egitimado y sustentado por el principio de patria potestad.( * * )

O La tragedia Yerma, de F. G arcía Lorca, expresa vivam ente el dram a que ocurre
cuando uno de los m iem bros de la pareja es incapaz de reproducir.
( " I U n conocido filósofo chino decía: "se considera buena suerte tener hijos que cui-
en un° . Nada más que para eso se vive en C h in a", y más adelante se declara adm irador
b uno de sus correligionarios que escribió “ un lib ro de instrucción m oral" donde establece:
s meses de verano uno debe atender a sus padres, quedarse a su lado y abanicarlos, para
quitarles el calor y las moscas y los mosquitos. En invierno debe uno ver que las cobijas de la
^ama estén tibias y que arda bien el fuego de la estufa, y atenderlo constantem ente para que
° ar^ a m a^ Debe ver tam bién si no hay agujeros en las puertas y ventanas para que no haya

19
Por supuesto, ninguna de las causas aquí expuestas son reconocidas abierta­
mente, sino que son hábilmente encubiertas con.elevados argumentos filosóficos
Y científicos. De esta manera Bauer sostiene que el embarazo constante es fisio­
lógicamente el estado más indicado, puesto que la gestación tras un ciclo de flujo
hormonal, junto a un extenso período de lactancia con su correspondiente pausa
menstrual, es más conveniente que el hecho de que la menstruación se produzca
inútilmente cada cuatro semanas, puesto que ésta es algo similar al aborto de un
huevo no fecundado y que —por lo tanto— el verdadero estado natural de la mu­
jer es el continuo provecho de ese fenómeno fisiológico. La gestación preserva
—según Bauer— al organismo del exceso de hormonas provocado por la mens­
truación. Dicho autor sostiene que la situación normal de la mujer es el embara­
zo y el amamantamiento puesto que su condición fisiológica ha sido creada
precisamente para ello. Es fácilmente observable en este pensamiento la idea bí­
blica de que el período menstrual descansa sobre la antinaturalidad y anormali­
dad traducido en términos de suciedad y pecado.
Todas estas argumentaciones de fecundidad y ultrafecundidad —y algunas
otras habrá que nuestro análisis no ha conseguido descubrir— quitan a la mujer el
verdadero placer y sentido de ser madre, placer y sentido maravillosos si el con­
texto patriarcal que la circunda no la sumergiese en la más espantosa de las obliga­
toriedades, conviertiéndola en una fábrica de hijos, impidiéndole discernir sobre
el aspecto cuantitativo de su familia —y por ende el cualitativo—, quitándole ■el
pleno y legítimo derecho de decidir sobre su propio cuerpo y su propia vida.

A L C A N C E S EC O N O M IC O S DE L A M A T E R N I D A D

Fuera del alcance de las individualidades o de los grupos familiares son, en


verdad, otras razones más amplias y clandestinas las que originan un incipiente
desarrollo de la reproducción. Está en el vientre materno la causa de la opresión
de la mujer primero y de los restantes órdenes sociales luego. Juliet Mitchell nos
dice que "actualmente la reproducción en nuestra sociedad es frecuentemente
una especie de triste caricatura de la producción." Es la clase dominante la que

corrientes a fin de que sus padres estén cómodos y contentos.


El m ayor de diez años debe levantarse antes que sus padres por la mañana, y después de
asearse debe ir hasta la cama paterna y preguntar si han pasado bien la noche. Si ya se han le­
vantado sus padres debe hacerles una reverencia antes d a preguntarles por su salud, y debe
retirarse con otra reverencia después de haberlo preguntado.Antes de ir a la cama, de noche,
debe preparar el lecho de los padres cuando éstos se vayan a d o rm ir y permanecer ju n to a
ellos hasta que vea que han quedado dorm idos, y correr entonces la co rtina y retirarse".
Este filóso fo, que no es o tro que Lin Y utang , prosigue con su p o lític a de fascismo de
entrecasa: "E l joven debe tener oídos y no boca. (...) Y es m uy ¡usto, porque ¿qué derecho
tienen los jóvenes de abrir la boca cuando los viejos pueden decir: 'H e cruzado más puentes
que calles has cruzado tú ’. ¿Qué derecho de hablar tienen los jóvenes?" Refiriéndose a los
padres sin hijos para cum plir esta función recurre a una frase de M encio que cita a los "an­
cianos sin hijos” entre los más desgraciados, ju n to con las viudas, los viudos y los huérfanos.
"D e estas cuatro clases —prosigue Y utang— las dos prim eras debían ser cuidadas por una
econo m ía po lític a concertada de tal m odo que no hubiera hombres y mujeres sin casar-
s e ."(86)
A ctualm ente en China las mujeres pueden conseguir productos anticonceptivos en to ­
dos los puestos de sanidad gratuitam ente. (N del A .).

20
fomenta a través de mecansimos apenas perceptibles, el crecimiento demográfi­
co en exceso, ya que únicamente por ese sólo factor logra la abundancia de la
mano de obra, lo cual produce su inevitable abaratamiento al establecerse una fe­
roz competencia, al mismo tiempo que una intensificación del poder de esa clase
d o m in a f ite al impedir la posibilidad del reclamo, y por ende las conquistas eco­
n ó m i c a s , culturales y políticas de la clase trabajadora. Serán, a la postre, las pro­

pias armas con que ejecuta su opresión las que más tarde aparecerán volcadas en
su contra.
Los datos estadísticos que obran en nuestro poder nos indican lo bien que
por ahora hacen uso de esas armas. En los barrios o zonas más pobres el número
de hijos por familia se destaca como muy elevado, y a medida que nos vamos
acercando a la clase opuesta, pasando por todos los puntos intermedios, el núme­
ro de hijos decrece, intensificando de esa manera el profundo abismo que las
distancia. No es necesario brindar números al respecto; las villas de emergencia,
el campo, están demasiado cerca como para no darnos cuenta de ello. El sistema
capitalista, que por un lado había terminado de destruir las vallas más osificantes
del esclavismo, el feudalismo, la monarquía, recuperando para sí la "liberalidad"
del individuo, produjo junto con su advenimiento factores de explotación tan
opresivos como los anteriores. La libre empresa y la incentivación a la procrea­
ción fueron sendos pilares sobre los cuales se apoyaría. Intestinamente contradic­
torio, se pensó que sucumbiría ante sus inevitables y repetidas crisis provocadas
por sus propios enfrentamientos; hoy vemos que no es así, que no se ha autodes-
truído sino que se ha adaptado a dichas crisis, razón por la cual nuestra lucha
debe acentuarse y no dim itir hasta ver deshecho el últim o de sus soportes, hasta
que no quede uno solo de sus mecanismos. La maternidad compulsiva es uno de
esos soportes, fundamental para la detentación del poder. Los impactos más
complicados de detener son los que el proletariado se aplica a sí mismo; es sobre
lo que también debe poner sus ojos, sin lo cual sus reclamos políticos, económi­
cos y culturales serán difíciles, si no imposibles, de conquistar.
No es extraño, entonces, que el feminismo, que brinda a la mujer conciencia
de su condición de máquina reproductora de fuerzas de trabajo, sea visto como
algo tabuado sobre cyyos conceptos caen las palabras más ridiculizadoras —cuan­
do no es lo suficientemente fuerte para temérsele— o los actos más represivos,
—cuando ya ha adquirido cierta gravitación y se le teme—. Los diferentes méto­
dos anticonceptivos, las prácticas sexuales no tradicionales, dan por tierra con los
fines opresivos del actual sistema cuya estrategia para preservarse es el machismo,
estado empleado como medio para reprimir a la mujer, a través del varón, sus po­
tencialidades. Las consecuencias lógicas de estas falencias son el sexismo, por el
cual se crea un sistema de castas según el sexo y/o la orientación sexual, y la
afirmación de la familia como institución. Estos elementos son para el Sistema lo
que el ejército local para el imperialismo: no es necesario atacar desde afuera, re­
primen desde el mismo interior.
,1 El. patriarcado ha subsistido a través de miles de años de historia. ¿A partir
^ qué época y de qué circunstancias específicas se produce su aparición? Es
d ||ICl remontarse a tan lejanos períodos, en que la historia parece borronearse y
c; mrse en medio de una maraña de datos imprecisos, donde los argumentos vera-
iio SB C0n*un<^en V hasta fusionan con la mitología y la superstición. Pero esda-
a esa trayectoria, cuya interrupción nos resulta casi inconcebible, que el siste-

21
ma patriarcal nos es dado como algo inherente al ser humano. Como dice el mis­
mo Sagrera, "vivimos de tal modo inmersos en el patriarcado que, precisamente
por eso, es lo último que percibimos, como el pez sólo descubre en última ins­
tancia... el agua que constituye su ambiente".
Con el fin de vislumbrar por encima de esa superficie, de ver qué hay más
allá de la cultura que empaña nuestra naturaleza, es que se han creado las dife­
rentes organizaciones orientadas a esclarecer y autoesclarecerse sobre los diferen-
res procesos del ser humano en su paso por la historia. El estudio de la sexuali­
dad ha cobrado así una vital importancia en el análisis de este proceso. No son
pocos los que piensan en posponer estos problemas hasta que la sociedad respire
en un medio democrático y socialista, incapaces de comprender que es imposible
suponer un medio "democrático y socialista" sin haberse resuelto la cuestión de
la sexualidad. Una igualdad política, cultural y económica no puede darse sin
una igualdad sexual. Los distintos procesos deben evolucionar uno al lado del
otro, ir tomados de la mano, manejarse simbióticamente, intercambiándose doc­
trina y militancia. Estos factores han hecho que revoluciones como la rusa —en­
tre tantas otras— hayan fracasado y fracasen estrepitosamente en este terreno.
Un pensador como Azuela nos dice que si la mujer no pudo ser incorporada a la
revolución mejicana fue porque dicha revolución se preocupó por ella "menos
que de los perros". En el Chile anterior al golpe de Pinochet la situación fue la
misma: el gobierno revolucionario lo único que hizo por la mujer fue crear un
ministerio de protección de la familia "cuyo mero títu lo haría ya ruborizar por
su paternalismo a muchos conservadores".(69) Ninguno de los planos de la revo­
lución puede sobreponerse a los otros ni en atención ni en orden de prioridades.
V es debido a este defecto los inobjetables fracasos del feminismo histórico.
Fue a través de descubrir su incidencia sobre la reproducción que el varón
consiguió crear un camino ideológico que lo indujese a su dominio sobre la mu­
jer. Ese camino, pavimentado por un proceso tan sutil como eficaz, le permitió
ejercer sin altibajos todos sus mecanismos represivos, cosa que no ocurrió con
ningún otro dominio. A través del tiempo hemos podido ver las constantes rebe­
liones de los esclavos contra sus amos, de los pueblos subyugados contra sus
conquistadores. £s que jamás estos últimos pudieron convencerlos del estado
ideal de su situación. El arma más firme y aparentemente inexpugnable del
patriarcado fue el convencer a la mujer de su inferioridad, obteniendo su
propia complicidad, iniciando el reinado del pene sobre la vagina y su consecuen­
te dominación sexual; a partir de allí, el hombre, dueño del semen, es el que dará
la parte "no material" a la descendencia, lo "espiritual", lo "inorgánico". El im­
pacto más preciso contra el sistema patriarcal debe estar dirigido hacia la m itifi-
cación más elocuente de la estructura sociofamiliar, hacia la mitificación de la
mujer madre; hacia el mito de la reproducción.

C IT A S S E X IS T A S

...el principio del movimiento que es el macho... es mejor y más divino.


Aristóteles
La mujer está hecha para el servicio del vientre.

Hipócrates

22
El lazo más fuerte del matrimonio es la completa sumisión de la esposa al es-
i.
Eurípides

M u ltip lic a r é los tr a b a jo s d e tu s p re ñ e c e s . P a rirá s c o n d o lo r tu s h ijo s y b u s c a ­


rás c o n a r d o r a tu m a r id o , q u e te d o m in a r á .
Del Antiguo Testamento
#
En la niñez una mujer debe estar sometida a su padre; en su juventud a su
esposo; cuando su esposo haya muerto, a sus hijos. Una mujer jamás debe estar
libre de subyugación.
Del Código Hindú de Manú, V

Fragilidad, fragilidad, tu nombre es mujer.


Shakespeare

La mujer que no procura engendrar todos los hijos que pueda es culpable de
otros tantos homicidios.
San Agustín

La mujer nos es dada pata tener hijos.


Napoleón

La naturaleza destinó a la mujer para ser nuestra esclava... son nuestra pro­
piedad; no somos la suya. Nos pertenecen, tanto como un árbol que lleva frutos
pertenece al jardinero. ¿Qué loca idea es esa de exigir igualdad para las mujeres?
La mujer no es más que una máquina de producir hijos.
Napoleón

A las mujeres, los hombres no les permitirán eludir la maternidad, si el gru­


po necesita guerreros, o si ellos necesitan hijas para venderlas como esposas, de
modo que, por sí solos, los motivos pasionales individuales de las madres nunca
han conformado las costumbres.
Summer

Sofocar en sí el calor de la maternidad es un pecado imperdonable contra el


espíritu santo de la vida.
Kant

Toda la educación de las mujeres debe ser en relación a los hombres. Agra­
darles, serles útiles, hacerse querer por ellos y honrarles, educarlos cuando jóve-
nes V cuidarlos en su vejez.
Rousseau

^ Lo que salva la fecundidad de la mujer, si falta la religiosidad, es su ignoran-

B u re a u

23
La mujer es mujer precisamente a través de su glándula reproductiva.
Virchou

Emancipar a las mujeres es corromperlas.


Balzac

La mujer es un ser débil que, una vez casada, debe sacrificar al marido su
voluntad.
Balzac
#

La esposa es para su marido lo que éste ha querido hacer de ella.


Balzac

El esposo arrastra a su mujer, con fuerza irresistible, hacia el ciruelo trazado


por él.
Goethe

Todo en la mujer es enigma, y en ella todo tiene una solución: el embarazo.


Nietzche

Yo alabo al Padre Eterno/no porque las hizo bellas,/sino porque a todas


ellas,/les dio corazón de madre;/es piadosa y diligente/y sufrida en los trabajos.
Del M artín Fierro

Las mujeres rechazarán a los diabólicos tentadores que no dudan en atacar la


fiel y honesta subordinación a su marido.
Pió X II

Me diste todo lo que tú sabes dar./La sombra que en la tarde da una pared/y
el vino que ayuda a olvidar mi sed./Qué más puede ofrecer una mujer.
J.M.Serrat

24
C A P IT U L O II

LA F A M I L I A I N S T I T U C I O N A L I Z A D A

El matrimonio patriarcal incita al hombre a un impe­


rialismo caprichoso; la tentación de dominar es la más
realmente universal, la más irresistible; entregar el ni­
ño a su madre, la m ujer a su marido, es promover la
tiranía en el mundo.

Simone de Beauvoir

O R IG E N E S DE LA F A M I L I A

La familia como institución económica y cuerpo de poder posee sus oríge­


nes —paralelamente con las clases sociales— en el desarrollo de las actividades de
intercambio y la propiedad privada. Mientras en un principio la vida social se
realizaba en el seno de comunidades muy pequeñas, la producción estaba orien­
tada hacia el consumo inmediato. En estas circunstancias la mujer ocupaba un lu­
gar preeminente dentro de la sociedad al valorarse su trabajo productivo de eco­
nomía doméstica, como ser la preparación de las comidas, el cuidado de los ni­
ños, las tareas cotidianas, sin que ninguna de estas actividades quedase relegada
—como en los milenios posteriores— a la categoría de trabajo invisible. En el
transcurso del Paleolítico Superior y Neolítico se desarrollan las funciones indi-
v . uales al mismo tiempo que se van perfeccionando algunos instrumentos de
trabajo. Todo ello trae aparejado un aumento de la productividad, en donde al­
gunos artículos de consumo exceden el lím ite de la pura susistencia, lo que pro­
voca el trueque o intercambio entre comunidades. Este primer excdeinte hace
9 ue el trabajo no esté dirigido a satisfacer ya las necesidades inmediatas, sino
que se lo realice con el fin de intercambiar productos. Este paso es trascenden­
tal por las variantes que resultan en la estructura familiar y en la sociedad. En la
Pnmera surge la dicotomía hombre-mujer, en donde el hombre se hace dueño del

25
trabajo visiblemente productivo —sobre lo que en definitiva detentará el poder—,
y la mujer se reducirá a la elaboración de valores de uso para el consumo inme­
diato. La concepción de ambas posturas se ven representadas en la salida al mun­
do y el confinamiento en el hogar respectivamente. La dicotomía elevada a nivel
social trasuntará en la creación de las clases sociales. Estos cambios han produci­
do la unificación de las comunidades dispersas y un incremento en la densidad
poblacional. De aquí en más la familia pasa a tener un doble aspecto: el de ex­
presar las relaciones de producción y el de sostenerlas en tanto unidad económi­
ca, constituyendo el núcleo donde se realiza una parte de la producción social.
Este concepto de la privatización de una específica actividad económica edifica­
da dentro del hogar conduce directamente a la privatización de los elementos hu­
manos —el poder del varón sobre la mujer y los hijos, elevados como conquistas
de su poder económico—, como resultado de lo cual se instituye el matrimonio
institucionalizado. Ya Limpus ha dicho sobre la mujer que "el agente central de
la represión es la familia, que inculcó la sumisión femenina y los tabúes sexua­
les".
Se ha supuesto que ese núcleo posee características que lo elevan más allá no
sólo de lo universal sino de lo atemporal. Y precisamente las relaciones entre los
distintos miembros de la familia es la provocadora de los conflictos que determi­
nan al Edipo, resultando de ello la elaboración de toda una teoría filosófica en­
cargada fundamentalmente de estudiar la influencia familiar sobre la mente de
cada individuo£stos sentimientos familiares perduran una parte en la memoria, y
otra parte es depositada en el inconsciente bajo carácter permanente, influyendo
en la vida posterior del individuo y en la relación social. El conflicto primario se
produce ante la represión del amor hacia la madre debido a la autoridad del pa­
dre poseedor de aquélla, lo que despierta en el vástago un deseo patricida que
primariamente habría consumado, resultando de ello el sentimiento de culpa
transmitido y heredado generacionalmente, resurgiendo inevitablemente en cada
núcleo familiar. La consumación del crimen ya no es necesaria puesto que es
reemplazada por el deseo; la rivalidad padre-hijo respecto a la posesión de la
madre persiste.
Resulta obvio*que este mecansimo sólo puede resultar en el marco de una
sociedad patriarcal, donde el padre está en condiciones de tomar posesión exclu­
sivista de su mujer y de reprimir los impulsos sexo-afectivos del niño. Perdida esa
condición de privilegio, el Edipo se esfuma inevitablemente. Un padre que carece
de poder sobre sus hijos y de la exclusividad sobre la madre, no puede nunca des­
pertar un deseo de muerte y un sentimiento de rivalidad entre los primeros, por
lo que desaparece la génesis del conflicto, provocador de la culpa y de los distur­
bios emocionales que luego se extenderán a todos los estratos sociales. Adm itir
la perpetuidad de la estructura familiar posesiva y exclusivista, admitir la perpe­
tuidad de la autoridad paterna, la pasividad materna y la sumisión de los hijos,
admitir al Edipo como forma imperecedera e inevitable más allá del tiempo y del
espacio, es admitir derrotistamente la eternización de una civilización basada en
la autoridad y dominación de unos sobre otros.
Riazanov se pregunta si la monogamia no está condicionada y sometida a
razones económicas. Nosotros lo afirmamos absolutamente, lo mismo que Ria­
zanov, pero su análisis es inverso al nuestro. ¿Qué ocurrirá cuando desaparezcan
esas razones económicas que originan y sustentan la monogamia? Cuando los

26
m >d¡os de producción sean manejados por la propiedad social, ¿no será reempla­
zada por alguna otra forma de relaciones afectivas que corresponda mejor a las
condiciones de la sociedad no capitalista? Para responderse a estas preguntas, el
a u to r c it a a Engels, quien dice: "Se puede afirmar con razón que lejos de desa­
parecer, la monogamia será realizada por primera vez. Porque la época en que los
m e d io s de producción devengan en propiedad social, el trabajo alquilado, el pro­
le ta r ia d o , desaparecerán,,y por consecuencia, la necesidad para un cierto número
de m u je re s (evaluado por la estadística) de entregarse por dinero será suprimida.
C o n la desaparición de la prostitución, la monogamia, en lugar de desaparecer, se
hará al fin una realidad también para los hombres".(87)
No logramos entender por qué Engels fusiona la orientación poligámica de
algunos individuos con la prostitución, siendo que la mayoría de las relaciones
extramatrimoniales de la sociedad contemporánea se dan sin trato comercial de
por medio. Más allá de los factore económicos que puedan incidir én tal o cual
conducta, no creemos que los individuos sean monógamos, ni bigamos, ni políga­
mos, sino que esas expresiones están determinadas por la capacidad sexual, la
amplitud afectiva y el sentido particular de la libertad.
La primacía masculina en el seno de la familia no tiene otra razón que la
detentación del poder económico —"yo traigo la comida a esta casa"—, a través
de la realización del trabajo visiblemente productivo. Esta división del trabajo lo­
gró la especialización del varón, que centró en sus manos la posesión del exce­
dente, o sea de lo intercambiable, de lo comercial, de lo circulante. De ahí en
más el único dominador de todos los medios de producción será el hombre, y la
mujer será el último eslabón de la extensa cadena de la mercancía destinada al
consumo. El trabajo del elemento masculino es tanto económico como social­
mente visible, fácilmente palpable ante los ojos de los que creen que las mujeres
no trabajan simplemente poque no reciben un sueldo por sus actividades hogare­
ñas. De este modo, las energías del trabajo masculino —que ha preferido evitar
el "denigrante" quehacer doméstico— le permite consagrar sus fuerzas hacia el
dominio público. El hecho de que la valorización del trabajo gire sobre la acumu­
lación de mercancías produjo el fenómeno de la desvalorización del trabajo
femenino, evidentemente apartado de los círculos de intercambio. Así, el trabajo
de las mujeres, objetivamente tan laborioso como el de los varones, se esfuma
mágicamente al no apreciarse ningún producto que surja de sus manos.
Hoy, cuando el aparato económico capitalista ha necesitado de nuevos y
eficientes brazos para una creciente extracción de plusvalía, la salida de la mujer
del encierro hogareño simula una liberalización de las costumbres cuando en rea­
ldad la opresión corre por partida doble: ahora es explotada en el hogar y en la
fábrica. No obstante, este hecho es alentador desde el momento que da pie al
avance de las posiciones y organizaciones feministas. La polaridad entre ocupa­
ción doméstica y ocupación pública se va diluyendo lentamente, alcanzando su
mas alto grado de desarrollo en las esferas socialistas.
De cualquier manera, el hombre conserva su primacía dentro de los medios
de producción y es el propietario de la fuerza de trabajo visible. La mujer —a
su vez— conserva su rol de trabajadora doméstica y paridora de niños. Internali­
zada esta estructura opresiva de la familia, la ductilidad que de ella se deriva sirve
Perfectamente para la perpetuación de la opresión, opresión que con toda "natu-
ra|idad" se orienta hacia todos los otros tipos de opresión social, solapada bajo

27
la máscara de una alegre y cálida imagen publicitaria.
No quisiéramos omitir aquí una breve reseña sobre la situación familiar de
las dos columnas culturales sobre las cuales descansa nuestra civilización: la grie­
ga y la cristiana.
En la Antigua Grecia, el distanciamiento del niño del seno de la familia se
realizaba a una edad muy temprana, factor que llevaba a los griegos a pensar que
la verdadera estructura familiar y formativa recaía sobre la Nación. El hecho re­
conocido de que el griego ciásico se interesase más por la vida pública que por la
privada conducía a extraerlos de un limitado y atrofiado mundo hogareño.
Hoy en día, el hijo de un matrimonio común de clase media, necesita de un
cuarto de siglo para independizarse de sus padres. La pronta sustracción por par­
te del Estado de los niños a corta edad, contribuía a alejar el concepto valorativo
que más tarde se tuvo de la familia.
Es probable que esto resulte inadmisible, y hasta casi inhumano, a algunos
lectores cuyo sentido de la familia esté fuertemente afianzado. Sin embargo, es
necesario insistir en que fue precisamente bajo ese sistema familiar que los grie­
gos desarrollaron una cultura nunca igualada en variedad, profundidad y riqueza.
Ubicándonos tantos siglos atrás, parece imposible suponer que haya existido una
cultura iniciadora de las pautas democráticas que más tarde trataron de imitarse,
creadora de los aportes fundamentales de la ciencia y de la filosofía, y profunda
indagadora de los valores éticos y estéticos que aún hoy estamos tratando de
aplicar. Existen muchas cosas que reprochar, por supuesto: la esclavitud, la si­
tuación de la mujer... La facilidad y la amplitud de los griegos tuvieron un precio
muy alto: el sudor de esas miles de "herramientas parlantes" y la fecundidad de
sus mujeres. Pero los griegos carecieron, principalmente, de ese sobre-autoritaris­
mo paterno, de esa rigidez y obligatoriedad obsesiva que caracterizó luego a los
hebreos, y por sobre todas las cosas carecieron de ese pudor excesivo sobre el
cuerpo, concibiéndolo como algo hermoso en sí mismo y concibiendo sin ver­
güenza el placer que de él es posible obtener. Ni el sentido del pecado ni el sen­
timiento de culpa fueron características prevalecientes de 13 moral griega. Esa na­
turalidad y sencillez con que interpretaron las cosas, esa falta de elementos repre­
sivos internos con que bosquejaron la vida, ios llevó a prescindir de muchos de
los rasgos neuróticos que caracterizan a los individuos de las comunidades mo­
dernas, como así también muchos de los flagelos sociales que identifican a las
grandes concentraciones contemporáneas: el alcoholismo, la delincuencia juvenil,
la criminalidad, el sadismo y la crueldad parecieron ser verdaderas excepciones.
No vamos a decir que la cultura griega estuvo excenta de autoritarismo. A l­
gunos de los aportes que caracterizan hoy a nuestra cultura estuvieron presentes
también en la griega —el chauvinismo, la vida m ilitar— probablemente porque la
estructura familiar tuvo su cuerpo análogo: el Estado, resultado de la psicología
patriarcal que caracterizó a la sociedad griega.
La cultura cristiana cambia fundamentalmente la concepción moral de los
pueblos de occidente. Sin embargo cabe hacer una acotación de importancia. La
visión moral de los primitivos cristianos —fieles seguidores de las prédicas de Je­
sús— se distancia tanto de la hebrea como de la de los cristianos posteriores. La
idea de la proximidad del fin del mundo fue sostenida tanto por Jesús como por
su séquito, elaborando de ahí en más una doctrina fundada en la indiferencia por
las cosas de este mundo, debido a la prontitud de su destrucción. La inminencia

28
del juicio final llevó a los creyentes de aquella época a pensar que la sujeción a
todo lazo familiar, como así también toda idea de obligatoriedad reproductora,
carecía de sentido, por lo que se insistía en lo pasajero de esta vida,en el despren­
dimiento de los placeres mundanos y de la familia. Esto último está manifestado
en las palabras de Cristo que reiteraba a sus discípulos que abandonasen "casa,
adres hermanos, mujer e hijos", siguiendo estos preceptos al emprender su ex­
tensa peregrinación luego de decirle a su madre: "Qué tengo que ver yo conti­
go, mujer?"
Pero el fin del mundo no llegó y los preceptos del primitivo cristianismo
fueron cambiados a través de sucesivas revisiones y reinterpretaciones. La Iglesia
ya completa dominadora del Estado, desalentó la idea del fin del mundo y enal­
teció los valores de la vida familiar, del amor a la patria y de la propiedad priva­
da. Es posible que sea debido a ello que le resulte tan difícil el estudioso bíblico
contemporáneo comprender muchos de los pasajes de Cristo y de los principios
cristianos, expuestos en el Nuevo Testamento. Luego de ese oasis transitorio an-
tifamiliarista entre la concepción de los hebreos y de los posteriores cristianos,
las pautas de poder y grandeza, de ambición económica y de un ostracismo misti­
ficado, de virilidad masculina, de sometimiento femenino y de "virtud reproduc­
tora", pasaron de los primeros a estos últimos bajo una forma aún mucho más
intensificada.

O B JE T IV O DE LA F A M I L I A

Es común considerar a la familia como un organismo cuya constitución y


perpetuidad son inevitables, atemporales y universales. Ese pequeño núcleo fo r­
mado por el padre-varón, madre-mujer y un número determinado —o no— de hi­
jos, es la célula tradicional sobre la que se ha venido bosquejando la sociedad des­
de hace milenios. Sin embargo, el fenómeno puramente biológico de la fecunda­
ción de la mujer por parte del varón —hecho que perpetúa la especie- no tiene
nada que ver con la cantidad de ritos y ceremonias que rodean ese fenómeno
biológico, como ser el matrimonio, la dominación por parte del varón sobre la
mujer y los hijos» la existencia de toda una estructura patriarcal. La constitución
de la familia tal cual se presenta ante nuestros ojos no es otra cosa que un grupo
sometido a un proceso de socialización, o sea de un lento aprendizaje, de una
Progresiva educación, de una clandestina asimilación por parte del niño y /o la ni­
na para ser adaptado a un sistema autoritario, base fundamental para el sosteni­
miento de una sociedad clasista. Según D. Cooper "esta potencia reside en su
función de intermediación social. En cualquier sociedad de explotación, la fami-
üa refuerza el poder efectivo de la clase gobernante proporcionando una forma
Paradigmática fácilmente controlable para todas las instituciones sociales. V
asi es como encontramos la forma de la familia replicada en las estructuras socia-
les de la fábrica, el sindicato, la escuela (primaria y secundaria), la universidad, la
gran empresa, los partidos políticos y el aparato gubernamental, las fuerzas arma­
bas, los hospitales generales y mentales, e tc ."( 1 2 )
A veces se tiene conciencia de los factores económicos que rodean la
^incepción de la /familia. No obstante esta conciencia, algunos autores —como L.
allach— sostienen abiertamente que la familia institucionalizada es importante

29
para que los niños puedan desarrollarse conforme a los moldes sociales: ..."donde
la familia es la célula de la estructura social, la conducta que de algún modo ame­
naza a la familia debe ser restringida, y el individuo será alentado a ver en la fa­
milia la única o por lo menos la principal fuente de satisfacción sexual” . (58)
De esta manera, la familia funciona como unidad económica, estructurada
en base al dominio del varón sobre la mujer y los hijos, elemento preparatorio
para concebir como natural el dominio de unos individuos sobre otros. Este
adiestramiento se concreta en un bebé que nace sexualizado, preparado para el
placer y para responder afirmativamente a cualquier clase de estímulo que lo
provoque. La función de la familia no será entonces únicamente la de alimentar­
lo, cuidarlo y protegerlo, sino también el de reprimirlo sexualmente e introducir­
le categorías ideológicas que lo despersonificarán gradualmente hasta convertirlo
en un individuo "adaptado", "norm al", es decir preparado para ingresar confor­
mistamente al seno de una sociedad alienada, constituida por individuos tan ale­
jados de sí como él. Lo que de hecho se está enseñando fundamentalmente al ni­
ño, no es cómo sobrevivir en la sociedad sino como someterse a ella (Cooper). La
formación del carácter en la pauta autoritaria tiene como punto central no el
amor parenteral sino la familia autoritaria. Su instrumento principal es la supre­
sión de la sexualidad en el infante y en el adolescente (Reich). De ahí en más,
toda actitud de agresión, de dominación, de violencia, no causará extrañeza en
nadie y será considerada como una secuencia inevitable del Hombre y de la His­
toria. El respeto y el miedo que los niños sienten por el padre es el mismo respe­
to y el mismo miedo que el alumno siente por el maestro, el obrero por el pa­
trón, el empleado por el jefe, el civil por la policía o los militares. Para escapar
a ese estadio de opresión sólo quedan dos posibilidades: o convertirse en opresor
o rebelarse contra el actual estado de las cosas, por lo que habrá que aceptar
sobre los hombros los calificativos anteriormente mencionados de "inadaptados"
y "anormales", amén de otra serie de nomenclaturas como "anarquistas", "delin­
cuente subversivo", "amoral", etc., incluyendo por supuesto, las representacio­
nes clínicas, magistralmente desnudadas por Cooper en estas palabras: "Todas las
metáforas de la "paranoia" son una protesta poética contra ella. Pero la sociedad
siempre ha menoscabado la poesía (que, desde luego, varía en calidad); si se la
pregona *n voz demasiado alta se la hace tratar por la psiquiatría (que ocupa,
precedida por las instituciones educacionales, el tercer peldaño, de la defensa fa­
miliar frente a la autonomía de sus miembros), la psiquiatría, quiero decir, junto
a las escuelas especiales, las prisiones y una multiplicidad de situaciones más dis­
cretas de rechazo".( 1 2 )
Expresiones tales como "no te toques ahí", "no te manosees la cara” , "no
te metas el dedo en la nariz", resultan ser tan eficientes como los fusiles del ejér­
cito. La mitificada infancia feliz propagandizada por los medios de comunicación
de la burguesía no es otra cosa que el mundo de la opresión gratuita y brutal
—"cuando el papá habla los chicos se callan"—, de la represión y el terror envuel­
to —en los hogares de la clase media— en algodones, regalos —la biblioteca para el
nene, la muñeca para la nena(*) - y caricias —que deben cortarse si los chicos se

( * ) Ya M . Bsnston ha d irh o al respecto que "T o d o individuo dentro de la sociedad


capitalista es una consum idor; la estructura de la fa m ilia se revela sim plemente bien adapta­
da para alentar el consum o". (N del A .)

30
■nan demasiado—. Ese es el mito burqués del cariño y del amor familiar.
Y ^ n o e s t a m o s hablando del individuo consternado, nervioso, frustrado, malhumora­
d a, s u r g id o d e las parejas desavenidas, de padres divorciados, ni de los niños que
c r ía n e n tr e el barro de las villas, sino de la enaltecida familia tipo, que sonríe
¿esde los televisores, las revistas femeninas y los afiches políticos dirigidos a la

mU,0La familia es, como institución, una aparato del Estado, y su habilidad resi-
j, en no aparecer como opresiva sino —incluso— como placentera. Pero, tanto
histórica como etimológicamente, no representa sino una unidad de producción.
Familia, en latín, era la palabra para designar al conjunto de esclavos, mujeres,
niños, sometidos a la autoridad de un padre. El padre era el eiemento dominador
de ese núcleo y todos debían obedecerle y repetarle. El trabajo en conjunto de
los individuos que componían la familia pertenecían a este jefe de unidad o pa­
dre.
El objetivo esencial de la familia es la internalización de valores culturales, a
los que el niño o la niña tomarán como propios e indiscutibles al no percibir el
funcionamiento de los mecanismos que la condujeron hacia un modo de ser pre­
determinado. "Todo lo que hacemos lo hacemos por tu bien, si te hacemos callar
es por tu bien, si te pegamos es por tu bien". "Obedecé". "N o seas mal educa­
do". "Con las personas mayores no se discute". El proceso opresivo se da en la
infancia, dado que obra directamente sobre el inconsciente del recién nacido, ya
que su conciencia es todavía muy débil. Más tarde este proceso es casi imposible
de recordar y la estructuración familiar es tomada como algo propio de nuestra
naturaleza y la de nuestros padres, por lo que lo últim o que se nos ocurriría sería
cuestionarla.
Uno de los mecanismos centrales a los que acude la familia para mantenerse
como institución es la internalización de la conciencia culposa. ¿De dónde nace
esta última? En tanto la socialización —adiestramiento— del niño se basa en la re­
presión de los instintos sexuales —que, más allá del aparato genital, se hallan indi-
terenciados y esparcidos por todo el cuerpo— él o ella aprenden a ver su propio
cuerpo —y el de los demás— como algo sucio y pecaminoso. De esta manera el
niño pasa a convertirse en algo sucio, malo, que debe ser limpiado y corregido.
Fste atroz conflicto entre lo que uno es y lo que uno debe ser para la sociedad
de opresión a la cual debe adaptarse, se halla en el fondo de todo sentimiento de
culpa. El argumento "nosotros todo lo hicimos por vos y vos nos salís maricón,
asi nos pagás, desagradecido" es siempre paralizante si uno no sabe que lo que
realmente han hecho es reprimirlo en toda su potencialidad creadora como ser
humano hasta donde ellos han podido. (92)
La homosexualidad, por supuesto, rompe de hecho con toda idea clásica de
•amilia y ambos se convierten en estilos diametralmente opuestos cuyo enfrenta-
cien to es inevitable: el surgimiento de uno de ellos provoca instantáneamente el
desequilibrio del otro. Ya Trimbos ha dicho que "la cuestión de la prevención ha
suscitado divergencia de opiniones. Para algunos el medio más poderoso para
obstaculizar la aparición de la homosexualidad es intensificar la armonía fami-
har". (77)

31
EL A N A L IS IS C O M U N IS T A POST R E V O L U C IO N A R IO

Desde la instauración por parte de Stalin de las nuevas pautas que regirían la
sociedad rusa desde su ascenso al poder, como ser el matrimonio como única
relación legal permitida, la disolución del divorcio, las disposiciones antihomo­
sexuales, los diálogos del comunismo ortodoxo no hicieron otra cosa que
recuperar y solidificar las estructuras burguesas que poco tiempo atrás desecha­
ban y empleaban com parte de la ofensiva contra el aparato capitalista. La crítica
a la familia, profundamente cuestionada por Engels en El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, pasó a ser una "mala interpretación" de los
antiguos revolucionarios, demasiado apresurados en algunas de sus determina­
ciones. A nuestro juicio, aquel autor fue lo suficientemente claro: "Se verá en­
tonces que la emancipación de la mujer tiene como condición primera el ingreso
de todo el sexo femenino a la industria pública y que, a su vez, esta condición
exige la supresión de la familia como unidad económica de la sociedad". (24)
De esta manera, el ya mencionado B. Muldworf, miembro de Partido Co­
munista Francés, expone en L'Humanité'. “ Es verdad que la pareja tiene 'proble­
mas' y la familia está en 'crisis'; pero ¿hay que tomar esos 'problemas' y esa
'crisis' como índice de una quiebra definitiva de esas estructuras o serán más
bien los 'síntomas de una 'crisis' más general?"
Resulta casi incomprensible que un comunista no llegue a percibir que de­
trás de esas crisis de la familia se está produciendo el desmantelamiento de todo
el aparato opresivo injerto en el capitalismo —y dicho sea de paso, reafirmado
en el socialismo—. Conjuntamente, el cuestionamiento —ya a nivel masivo en la
Europa Occidental— de la estructura burguesa provoca el cuestionamiento de las
formas tradicionales de las relaciones humanas, propias de ese sistema, equilibrio
dado en todas las expresiones liberacionistas y de lucha revolucionaria, como ser:
avance de las conquistas obreras, retroceso de la represión y dominación burgue­
sas; retraimiento de las luchas obreras y ofensiva del aparato represivo. La crisis
del capitalismo no puede sino producir la crisis de toda la edificación sobre la
cual está montado. V es obvio que la libertad sexual surge como antagonismo del
aparato rgpresivo en evidente descenso. Muldworf cree que existe en base a este
fenómeno una confusión entre causa y efecto y que la libertad sexual es emplea­
da por la burguesía como uno de sus desesperados intentos para mantenerse en
el poder y "desviar la rebeldía del individuo oprimido hacia un enemigo imagina­
rio". La falta de profundidad en el estudio de las causas que originan esa opre­
sión resulta ante nuestros ojos incalificable, sino intensionado. Hoy en día vemos
que la estructura familiar practicada en la Unión Soviética es la misma que la
defendida por la burguesía, con la diferencia de que esta última no ha consegui­
do —en los últimos años— conservarla en los marcos que quisiera (respeto, obe­
diencia y fidelidad a su moral).
Con anterioridad, Muldworf había manifestado: ..."las formas concretas de
la existencia de la seuxalidad se expresan desde hace tiempo en las estructuras
sociales denominadas pareja y familia. La consigna 'libertad sexual' considera
a la pareja como estructuras perimidas, oprimentes para el desarrolle de los in­
dividuos, componentes de una pareja e hijos de una familia. Pero la psicología
y el psicoanálisis nos muestran el aspecto personalizante del amor sexual y el
carácter formativo de la pareja durable y estable." (Las bastardillas,nuestras).

32
c it a s SOBRE LA F A M I L I A

Más allá de la obligación al trabajo común, está todavía, por encima del
h om bre y de la mujer, el deber de perpetuar al hombre. Esta misión de conjunto,
-1 d o n e s particulares, otorgado a ambos por la Providencia en su eterna sabidu-
. ] de manera inmutable, encuentra así sus fundamentos. La más alta tarea asig-
„ ,da a los dos compañeros de la vida y camaradas de trabajo es, por tanto, el
h a c e r posible la formación de la familia. Su destrucción definitiva significaría el

fin de la humanidad superior. Por muy amplias que sean las esferas de actividad
de la mujer, el objetivo final de un auténtico desarrollo orgánico y lógico debe
encontrarse siempre en la formación de la familia. El la más pequeña, pero la
más preciosa unidad en la organización de toda la estructura del Estado.

Adolf Hitler, M i Programa, 1932

En el mundo civil moderno, la familia numerosa no deja de ser un testimo­


nio de la fe cristiana vivida.
Pió XI

Conviene, hijo m ío, que lo tomes a pecho para posponerlo todo a la opinión de
tu padre. Por esto, pues, desean los hombres engendrar y tener hijos obedientes,
que rechacen con ofensa a los enemigos y honren al amigo lo mismo que a su pa­
dre. Quien cría hijos que no le reportan ningún provecho: ¿qué podrían decir de
él, sino que engendró molestias y risas para sus enemigos?
Sófocles

Si sólo tenéis un hijo, seréis su esclavo; tened seis y seréis su amo.


A. Dumont

La familia humana tiene tanta necesidad de un varón como la familia ani­


mal, y tal necesidad biológica se expresa en todas las sociedades humanas a
través del principio de la legitimidad, que exige un varón como custodio, protec­
tor y gobernanfe de la familia.
B. Malinowski

...castiga a tu hijo desde los años más jóvenes y tranquilizará tu vejez y em­
bellecerá tu alma.
Del Domostroj (siglo X)

El furor de los pobres por casarse es el principal beneficio de la Providencia


au n Estado.
Mirabeau

Una de las necesidades sexuales y afectivas básicas del ser humano es la for­
mación de un hogar y la constitución de la familia.
Revista Padres

33
El matrimonio es la forma duradera de la unión amorosa monógama. Signi­
fica, como tal, una etapa superior, favoreciendo la transformación de los im­
pulsos egoístas en un altruismo amplio y consciente.
Van de Velde

34
C A P IT U L O III

A N A L IS IS M A T E R I A L I S T A DE
LA S E X U A L ID A D

La moral que se deduce de la religión es solamente


una limosna que la Iglesia y la teología arroja de sus
tesoros a la humanidad pobre y miserable. La moral
ha de contar con una base completamente distinta.
Unicamente el materialismo puede ser el fundamento
sólido de la moral.

FE U E R B A C H

B IO G R A F IA DE LA M O R A L

Al transcurso de la sociedad primitiva podemos ubicarlo en el período don­


de aún la comunidad no estaba dividida en clases, donde la propiedad privada no
fundamentaba la explotación de unos individuos sobre otros. Las actividades de
ios gens o grupos primitivos se repartía igualitariamente entre todos los miem­
bros con posibilidades de emprender tales actividades. La diferencia fundamental
Kspecto de sus funciones era la edad (los viejos y los niños eran excluidos de
actividades tales como la obtención de alimentos por caza, la guerra, etc.) o la
permisividad física (los enfermos, los inválidos de guerra). El sentimiento comu­
nitario de colaboración y camaradería se brindaba en casi todos los órdenes de la
V|da, según las características de tal o cual comunidad. El individuo, al alcanzar
^ adolescencia, se integraba de lleno a la comunidad, a veces a través de com pli­
cados ceremoniales, y le eran reveladas las cuestiones propias de los adultos tanto
en el terreno religioso, como en el de la caza, el matrimonio, etc. La integración
' grupo era total y definitiva. El individuo se comprometía a su comunidad y a
la vez exigía de ésta el compromiso hacia él. Cuando uno de sus miembros era
mancillado por otro perteneciente a un grupo ajeno a la tribu, esa deshonra
se hacía extensiva a toda la comunidad. Las guerras o los choques entre tri­

35
bus vecinas eran frecuentes. Asimismo, cuando uno de sus miembros incurría
en una falta, el enjuiciamiento de ésta era muchas veces relegada a la opinión pú­
blica, quien se hacía responsable por las faltas cometidas por cualquiera de sus
integrantes. Al no perseguir un fin lucrativo ni de enriquecimiento propio, la
colaboración era tomada como un hecho cotidiano, y el parasitismo y la inacti­
vidad algo completamente imposible en una situación donde la supervivencia
demandaba un constante ritmo de trabajo.
Como vemos, el principal concepto de justicia estaba dado en el compromi­
so de fidelidad del individuo hacia el grupo al que pertenecía. La valentía se
circunscribía mayormente al respeto por ese compromiso y a la cobardía se la
solía identificar con su carencia. El mayor objeto de condena era ése y no la
violación de los tipos morales del individuo dentro de su comunidad, principal­
mente porque éstos no descansaban en un esquematismo estricto sobre el
bien y el mal, sino que los que hoy consideramos valores y antivalores, cuya des­
viación hasta hace mucho era incuestionable, estaban librados a la concepción
moral del sujeto en cuestión. Al estar integrada la mujer plenamente a la colecti­
vidad y colocar su funcionalidad en un completo plano de igualdad con el varón,
el prejuicio contra lo femenino, ubicado como algo débil e inferior, no existía,
careciendo de la identificación que hoy padece; por lo tanto el "objeto penetra­
do" (mujer = vagina) no era desvalorizado. No resulta extraño pensar, entonces,
que todo lo penetrado no fuese objeto de desvalorización (vagina =ano) y que la
conducta homosexual estuviese descargada de los factores denigrantes con que
hoy se la conceptúa.
La disolución del comunismo primitivo y el advenimiento de la sociedad es­
clavista brinda un cambio radical en todos los órdenes de la vida. La acumulación
de mercancías en manos de unos pocos, las grandes masas de trabajadores que
las producen y un equipado y adiestrado grupo de hombres que las vigilan y sos­
tienen los intereses de esos pocos, crea un ambiente de opresión donde el mero
trabajo para satisfacer las necesidades primarias es reemplazado por el trabajo
forzado para satisfacer las necesidades egoístas del beneficio indiviudual. Es el
origen de las clases sociales. En un principio se debe contar por lo menos, con un
cincuenta por ciento del elemento humano que sirva a los requisitos de la clase
dominante. Concretamente no se sabe por qué es la mujer precisamente ia sepa­
rada del dominio de los medios de producción, por qué éstos caen en manos ab­
solutas del elemento masculino, pero sí se sabe que tal proceso se cumple en un
período dado de la historia. Asimismo, la mayor parte del elemento masculino
también cae bajo el yugo de la clase dominante, dueña de la producción. Las mu­
jeres —incluso— pertenecientes a la clase dominante serán lívidos accesorios que
servirán a sus esposos y señores. A partir de allí la mujer pasa a ser el sexo opri­
mido, el sexo sojuzgado, el sexo inferior, el "segundo" sexo. El órgano penetra­
do queda relegado a un segundo plano y el órgano penetrador se erige como el
elemento dominante, símbolo del omnipresente poder masculino. Sin embargo,
a pesar de todo la mayoría de las culturas antiguas no logran identificar el orifi­
cio anal con el orificio vaginal, principalmente porque el primero pertenece tam­
bién al portador del falo. De atrás todos somos iguales, el ano es la región uni-
xual, la zona indefinida, la tierra de nadie. Este conflicto confunde al varón —y
dentro de él a la capa privilegiada— que también es poseedora de un órgano ca­
paz de ser penetrado, capaz de darle placer y de ubicarlo en el terreno de los

36
dos L a práctica homosexual persiste, pero pierde el espíritu de libertad
°P rirnl antes era cometida y pasa a someterse al nuevo estilo de vida, es decir
C° n la m e n ta rs e bajo las nacientes normas de la propiedad privada. Junto a esta
3 re característica de la sociedad esclavista emergen otras de lógico paralelismo;
11 triunfo de la propiedad privada sobre la social —y extensivamente la privatiza-
6 . unos individuos sobre o tro s - determinó la implantación de la monoga-
C'° la autoridad total del padre sobre su esposa y sus hijos, el desprecio por el
t r a b a jo —que era visto como algo impropio de los hombres libres—, la exalta-
Clón de la patria —exaltación trasladada a la guerra de conquista—, el deseo de
riqueza desmedida, etc. En este período se origina y consolida el Estado, es decir
una fuerza o gobierno que represente los intereses de la clase dominante y que
obligue a acatar a la mayoría —siervos, esclavos, mercaderes, extranjeros, artesa­
nos campesinos— las leyes que sirvan para perpetuar esos esquemas de domina­
ción. Así, el poder de las armas se convierte en un privilegio de la llamada aristo­
cracia; la defensa de la patria, algo completamente negado a los individuos que
no "pertenezcan" a ella. Como bien podemos advertirlo en el estudio de este pe­
ríodo, la aparición de las clases sociales trae aparejado al surgimiento de la socie­
dad sexista. Si la m u je r se había mantenido en un nivel de equiparidad —y hasta
de cierta ventaja— en relación al varón durante la etapa que denominamos matri-
lineal, con el Estado esclavista esa igualdad desaparece bruscamente, hecho muy
notorio —por ejemplo— en la antigua Grecia, donde su situación es prácticamen­
te relegada a la de un esclavo. Paradójicamente a todo esto, los grandes pensado­
res de la época, a través de sus obras o sus actitudes, hacen un planteamiento de la
moral, cuestionando el egoísmo, la hipocresía, el vicio, !a riqueza, deficiencias
sociales impulsadas por una ideología que en el fondo ellos mismos ensalzan.
Con el feudalismo, el cambio fundamental en la sociedad de esos días reside
en los métodos de producción. El trabajador no sólo posee medios de labranza
más eficientes que en la época esclavista, sino que es dueño de la tierra que
cultiva, pero debe pagar fuertes impuestos al señor feudal y a la nobleza, es decir
mantener todo un conjunto de parásitos que sólo pensaban en los placeres y en
las conquistas personales a través de la guerra —las Cruzadas son una excelente
justificación de ese esparcimiento— A pesar que el cristianismo prohíba la po­
sesión del señor feudal de la vida y la muerte sobre sus súbditos, esto no impide
que les pueda infringir los más severos catigos y torturas que en muchas ocasio­
nes los conducían a la muerte, amén del estado que podían quedar en base a las
mutilaciones y distintos tipos de vejaciones a los que se hallaba sometido el in­
dividuo. El extenso período medieval promueve algunas reformas en el aspecto
sexual, aunque en la mayoría de los casos no van más allá de la superfice. La
unión matrimonial se institucionaliza aún entre los siervos y la gleba. Esto no
impide un absoluto totalitarismo al respecto ya que muchas veces es la autoridad
que los gobierna quien decide arbitrariamente quién debe casarse con quién, sin
tener en cuenta los sentimientos de los individuos afectados. Sin embargo, res­
pecto a la homosexualidad, la posición cambia profundamente. Con la Iglesia
mstalada definitiva y fuertemente en el poder, la fobia hacia el crimen "contra
natura" se intensifica hasta llegar al climax de su expresión represora. Contraria­
mente a todo esto, en un momento donde lo masculino, el carácter viril del va-
r°n , se afirma para reproducir esquemática y generacionalmente el sistema de
dominación, encontramos crónicas que nos revelan la castración de adolescentes

37
para agudizar su voz y constituir atrayentes coros eclesiásticos, tal vez como;
una muestra de la degradación y corrupción moral a la que puede llegar una en- ; 1
tidad o institución afianzada en el poder de tal modo como lo estuvo la Iglesia.
Un estudio de las épocas a través de sus diferentes etapas, nos muestran decenas
de casos que corroboran esta afirmación; la irónica bendición de los galeotes an* i
tes de partir en las na\*es de guerra impulsadas a remo; los famosos Autos de Fe y
los procedimientos exorcistas; la persecución indiscriminada hacia todo aquello
que intentase escapar a su ostracismo ideológico; el total alejamiento de la masa
de fieles, que en definitiva fueron los que la condujeron a la altura donde más
tarde se situó; y el absoluto sometimiento a la clase social privilegiada a cuyos
intereses respondió, sin miramientos ni vacilaciones. La clase trabajadora resul­
tó ser entonces totalmente avasalladá, y el nivel de explotación tan embrutece-
dor e inhumano, como en el período esclavista. Claro, entre éste y aquel había
una gran diferencia: existía la Iglesia, que les vaticinaba la felicidad completa des­
pués de muertos, pero para obtener el perdón y la entrada al Paraíso debían por­
tarse bien, obedecer ciegamente a su señor y no aspirar a ningún bien material en
esta vida, porque "de los pobres será el reino de los Cielos". Anular el espíritu
de superación y mantener al pueblo en un interminable letargo, fue durante si­
glos el verdadero y único designio de la Iglesia, ya elevada a cateogría de Impe­
rio, con su propia flota, sus propios ejércitos, su propia legión de esclavos, sus
propios dominios territoriales que llegaron a ocupar la mitad de Italia, amén de
las posesiones desparramadas por todo el continente europeo. A sí la Iglesia pasa
a convertirse en el arma fundamental para que los opresores sigan siendo opreso­
res y los oprimidos mantengan su carácter de tales. Los slogans fundamentales
para reproducir sin interrupción dicha cadena a través de las diversas generacio­
nes fueron los preceptos morales. Al pobre se le enseñará a despreciar la riqueza
y el poder, y a esperar pacientemente a su místico Señor. Así transcurre su m u­
chas veces breve existencia hasta el minuto final. Todo aquel individuo que lo­
grase tener conciencia de I4 injusticia a la que era sometido y se revelase contra el
poder de la Iglesia era juzgado por traidor, infiel o hereje, condenado y ejecuta­
do, cuando no se lo tildaba de poseído y se lo sometía a los más horrendos tor­
mentos hasta que el demonio saliese de su cuerpo; estos nobles procedimientos
exorcistas fueron aplicados asiduamente como efectivos métodos de amedrenta­
miento.
El surgimiento del sistema capitalista, del Estado burgués, trae aparejado el
debilitamiento en gran escala del poder de la Iglesia y la pérdida del dominio
personalista de un individuo sobre otro, es decir que el hombre ya no depende
del dictatorismo individual sino que pasa a depender del dictatorismo del Esta­
do, extensivamente, del Sistema (*).

( * ) Deleuza v G u attari hacen una hábil com paración entre el descubrimiento capita­
lista, consistente en concebir el trabajo com o fundam ento del valor, estableciendo la coexis­
tencia entre su econom ía políticia y la fo rm a de la propiedad privada de los medios de
producción, y el desubrim iento de la Psicología que concibe la libido com o fundam ento de
la vida afectiva, estableciendo su coexistencia con la fo rm a de la privatización edípica
fa m iliar. De la misma m anera con que el capitalism o inventa mejores salarios para alienar al
individuo dentro de su gigantesca edificación productiva, la Psicología ihventa el más fan­
tástico sistema de culpabilización al descubrir los mecanismos del deseo y ser al mismo tie m ­
po el gestador de su represión.(19)

38
Todo esto trae aparejado, por supuesto, un profundo cambio en lo moral.
s qUe nada, el capitalista debe contar con todas las fuerzas productivas que
-tén a su alcance. Para eso la mujer debe abandonar el alienante encierro de su
h o gar para pasar al alienante encierro de la fábrica. De pronto, los objetivos del
fe m in is m o V del capitalismo parecen unirse, ser uno solo. La mujer sale de la
c a sa para trabajar, para integrarse por completo a la explotación del capital. Ga­
na su propio dinero. Digamos que se "independiza" económicamente. Pero eso,
lejos de representar una política liberacionista, cambia la cara de la misma mo­
neda. tanto más cuando la mujer persiste en sus otras obligaciones hogareñas y,
además, en la mayoría de los casos, el sueldo y las ventajas son menores. Ello
e q u iv a le a hundirla más en su inferiorización y dependencia, lineamiento absolu­
tamente distinto al planteado por el feminismo, quien pretende ubicarla en el
mismo plano del varón respecto de sus posibilidades, especializarla, profesionali­
zarla, formar autónoma y egemónicamente su carácter, moldear una personali­
dad liberada. Contrariamente, la mujer proletaria, además de soportar su sojuzga-
miento como explotada, debe soportarlo como mujer. La opresión cae sobre ella
por partida doble. Pero la moral capitalista ya no hace miramientos en su avance
descontrolado. Los homosexuales también comienzan a gozar de una cierta per­
misividad siempre y cuando "no se manifiesten, no molesten" y caigan de lleno
al equipado ejército de productores. Adolescentes y hasta niños son también ap­
tos para el trabajo,al respecto se llegan a cometer tales excesos que en muchos
países comienzan a dictarse normas que limiten la explotación de menores. La
industrialización de Inglaterra requiere el sacrificio de toda una generación.‘ A
todo esto, las teorías revolucionarias sobre la moral parecen fundirse con los je­
rárquicos designios de la moral burguesa. Esto confunde el planteo revoluciona­
rio, la lucha a seguir. Como ya mencionamos arriba, la moral revolucionaria plan­
tea el alejamiento de la mujer del ostracismo del hogar, la moral burguesa la lleva
a la práctica; la moral revolucionaria plantea la disolución de la familia, como
institución , la moral burguesa parece llevarla a la práctica; la moral revoluciona­
ria plantea la liberación sexual, la moral burguesa juega en la práctica con esa li­
beración. Los punteos morales pasan a convertirse entonces en una polarización
meramente dialéctica. Esos polos parecen unirse, sin embargo la brecha que los
separa es más profunda que nunca, brecha que se evidencia con la sola mención
de la existencia cotidiana. Mientras que una tendencia conduce a la mujer hacia
un verdadero estado de equiparidad y libertad, la otra termina de enclaustrarla
dentro de sus límites sagrados; mientras que una tendencia plantea la disolución
de la familia institucionalizada, con el fin de que no se reproduzcan los clandes­
tinos e inconcientes mecanismos de opresión a través del autoritarismo del padre,
ese miniestado hogareño, la otra termina de acentuar ese autoritarismo en los
escasos momento libres de reunión familiar. Autoritarismo intensificado por la
circunstancia social y el contante disconformismo para con la vida que sienten
v ocultamente manifiestan; mientras que una tendencia plantea la revolución
sexual como ingrediente esencial hacia una sociedad sin represiones ni traumas
Psicológicos, la otra ametralla al pueblo con una barata pornografía que en vez
lf; lograr una más eficiente comunicación intersexual, conduce al individuo hacia
a so,edad de sus ideales masturbatorios viendo en folletos, cine, etc., lo que el
esterna le impide hacer a él mismo en la práctica, alejándolo cada vez más de su
Papel protagónico. De este modo la revolución sexual es empleada por la clase

39
dominante para desviar la atención pública de los factores de explotación, exhi­
biéndola por un lado y reprimiéndola por otro, acentuando una contradicción
que conduce directamente al individuo a adquirir —y asumir— sus estados auto-
rrepresivos y patológicos. Así, el capitalismo se sirve de ella integrándola a los
medios de consumo, comercializándola, usándola como se usó el rostro del
"Che" para estamparla en los posters, y de esa manera atrofiarla y anularla hasta
hacerle perder su poder reivindicativo, tapando la voz con el eco de su propio
alarido.
A l fenómeno de una mayor liberalización de las costumbres y permisividad
sexual tendemos a encontrarlo en los países industrializados, tales los casos de
Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá o Japón, mientras que, por el con­
tado, a la rigidez moral y a la falta de libertad sexual, solemos hallarla en las na­
ciones empobrecidas y subdesarrolladas. ¿A qué se deben estas características?
No sería del todo aventurado afirmar que las primeras, al haber entrado ya en
la etapa de la maquinización (reemplazo de la mano del hombre por la máquina),
e incluso de la cibernética, han ido desplazando progresivamente al ser humano
como fuerza productiva. Va no necesita de toda su energía, las horas de trabajo
se reducen, los períodos vacacionales se extienden, las leyes laborales se m odifi­
can en una ostensible mejoría. Es como si el sistema pareciera dictar: "ya pueden
trabajar menos y gozar más". Contraposicionalmente, lo que también corre el
riesgo de extenderse es la desocupación, ya que el interés del capitalista no es el
bienestar social sino el bienestar de su bolsillo, esto es no reemplaza al hombre
por la máquina para reducir el trabajo de éste sino para reducir los conflictos
que el hombre le acarrea. La máquina es el obrero perfecto; no necesita de obras
sociales ni exige el pago de una jubilación, no se agrupa en organizaciones gre­
miales, ni hace huelgas, ni provoca el desgaste de energía que se necesita para las
negociaciones, y obedecen "m aquinalm ente' a la patronal con sólo apretar un
botón o accionar una palanca.

O R IG E N , D E S A R R O L L O Y O B J E T IV O DE
LA O P R E S IO N S E X U A L

Hoy ya sabemos que la relación opresor-oprimido, y el sistema que permite


la existencia de unos y de otros, posee un fundamento basalmente económico.
En la sociedad capitalista esa relación logra perpetuarse por su estructura respec­
to del modo de producción y por el espectro político-jurídico que deriva de él.
Tanto la situación política y jurídica, como la filosofía, el arte, la religión y la
moral, son formas de conciencia social que sq hallan integradas a la estructura
ideológica, asentándose sobre su base económica. Debido a ello, el sentido de la
transformación moral se da entonces sólo a través de las necesidades del desarro­
llo social, término extensivo del económico. El conjunto de estas relaciones de
producción -especifica M arx— forma la estructura económica de la sociedad, la
base real sobre la que se levanta la superestructura política y jurídica y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social.(55) Para que ese modo
de producción se mantenga en vigencia y haga que la sociedad persista en su es­
quema de clase dominada y clase dominadora, le es indispensable crear un apara­
to en base a representaciones que funcione en la mente de los individuos. "Las

40
de la clase dominante son las ideas dominantes encada época; o, dicho en
|£*e a 5 térm¡nos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es,
° troS 0 tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposi-
a- ios medios de producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de
C - medios para la producción espiritual, lo que hace que se le someta, al propio
lo* ' p0r tétmino medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios
' ra producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la ex-
Presión ideal de las relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por
tanto las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, son
también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que for­
r a n ia clase dominante tienen también, entre otras cosas, conciencia de ello y
nensan a tono con ello; por eso, cuando dominan como clase y en cuanto deter-
r ¡nan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo ha-
yin en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también como pensado­
res como productores de ideas que regulen la producción y distribución de las
• ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes
de la época."(56)
Cuando el hombre tiene las rejas fuera de sí le es fácil verlas y tener concien­
cia de su prisión; cuando el hombre tiene una prisión dentro de sí mismo, esa pri­
sión puede pasar por "natural", factor que le impedirá rebelarse y sí resignarse
a su modus vivendi. Entonces el Sistema necesita ante todo proyectar la infra­
estructura de los modos de producción a la representación mental del individuo;
ello recibe el nombre de ideología. Inmediatamente se materializa la superestruc­
tura político-jurídica que será la encargada de mantener en funcionamiento los
resortes esenciales que sostengan intacto dicho sistema de dominación. Al res­
pecto W Reich nos dice: "El individuo educado en una atmósfera de negación
de la vida y del sexo, contrae angustia del placer (miedo a la excitación placen­
tera) (...) Esa angustia de placer es el terreno sobre el cual el individuo recrea las
ideologías negadoras de la vida que son la base de las dictaduras. (...) Se convier­
te en una poderosa fuente de donde extraen energía individuos o grupos de indi­
viduos a fin de ejercer toda clase de actividad política reaccionaria y dominar a la
masa obrera m ayoritaria.(...) La estructura ideológica del hombre actual —que es­
tá perpetuando una cultura patriarcal y autoritaria desde hace cuatro a seis mil
años atrás— s# caracteriza por un acorazamiento contra la naturaleza dentro de s í
mismo y contra la miseria social que lo rodea. Este acorazamiento del carácter es
la base de 1 a sociedad, del desamparo, del insaciable deseo de autoridad, del mie­
do a la responsabilidad, de la angustia mística, de la miseria sexual, de la
rebelión impotente así como de una resignación artificial y patológica. Los seres
humanos han adoptado una actitud hostil a lo que está vivo dentro de sí mismos,
de lo cual se han alejado. Ese enajenamiento no tiene un origen biológico, sino
social y económico. No se encuentra en la historia humana antes del desarrollo
del orden social patriarcal."(6 3 )
Existe, sin embargo, la creencia generalizada entre los teóricos revoluciona
ríos que con sólo destruir el viejo orden económico de estructuración capitalista
se deriva mecánica y consecuentemente en la destrucción de la ideología. Que la
desaparición de la infraestructura económica y la superestructura político-jurídi
ca conduce a la consecuente disolución del espectro mental represivo, caracterís
t'ca de la nueva concepción de la justicia y equilibrio humanos. Por lo contrario

41
una de las finalidades de este capítulo es demostrar que la destrucción del viejo
orden económico no conduce por sí solo a la destrucción de la ideología, y que
si ésta persiste, tarde o temprano, ahoga a la revolución.
¿Cuáles son los factores que originan, sostienen y perpetúan los basamentos
fundamentales de este sistema de opresión? ¿A través de qué mecanismos el pro­
letariado sustenta los medios que en definitiva se volcarán contra él mismo? ¿A
qué se debe que el sistema de integración alienada vaya más allá del esquema pu­
ramente económico?
Para que un sistema de explotación logre perpetuarse a través de las diversas
generaciones, no sólo debe reproducir un mecanismo opresivo de explotación
económica —en definitiva el objeto tanto del sistema esclavista, como del feudal,
como del capitalista, es el enriquecimiento de unos pocos en base al trabajo de la
mayoría, o sea la extracción de plusvalía; la forma varía pero el fondo es el mis­
m o - sino individuos adaptados que respondan eficientemente a dicho sistema de
explotación. Una producción alienada necesita invariablemente de individuos
alienados. El requisito para sotenerse resulta indispensable, de donde se dedu­
ce que el capitalismo no sólo debe producir bienes sino individuos que produz­
can esos bienes mecánicamente, sin alzar la voz. Antes de introducir de lleno al
individuo en los modos de producción éste debe estar condicionado a priori para
soportar la existencia que le aguarda, es decir psicológicamente preparado para
ingresar al círculo de oprimidos sin qur tenga conciencia de la injusticia a la que
se lo somete. Una mente alienada será entonces su tarjeta de invitación. Por su­
puesto que ese ingreso no es optativo. La cotidiana frase "así es la vida'' que
muchas veces solemos escuchar marca todo el peso de la resignación y el renun­
ciamiento del hombre frente a la fatal encrucijada de su medio, donde la posibi­
lidad es única: o dominar o ser dominado.
La característica del sistema de producción capitalista es la producción de
la mayoría para el beneficio de una minoría, la clase dominante; para que ello
logre perpetuarse, ese sistema debe inculcar en la mente de los individuos un
inconsciente y repetitivo esquema lapidario a través de mecanismos psicológi­
cos que los moldeen, para que en un futuro puedan cumplir con el rol que les
han asignado. Un sistema que posea la característica de producción capitalista,
con su respectivo aparato político-jurídico y que carezca del debido motor para
introducir aus representaciones internalizadas en la mente de los individuos, se­
ría fácilmente destruible, ya que esos mismos individuos tendrían las puertas
abiertas para emitir, sin la presión de juicios previos, su propia concepción de la
justicia o injusticia respecto de tal o cual sistema. Si el accionar revolucionario
no se limita a incidir directamente contra las relaciones de producción y el apara­
to político-jurídico, sino que actúa también en el terreno específico de las repre­
sentaciones mentales, la revolución pasa a ser una constante. Resulta entonces
importante saber discernir entre ideología y estructura de explotación, entre cau­
sa y efecto. Teniendo en cuenta que el núcleo, el objeto del sistema de domina­
ción es asegurar la explotación de la mayoría en beneficio de una clase social, es
indispensable que todos los actos cotidianos sean orientados hacia ese punto. Ca­
da fragmento de la vida habitual, cada actitud, debe estar al servicio del manteni­
miento del sistema de dominación. Debido a ello resulta que todos los actos pri­
vados y comunales —el deporte, el estddio, la amistad, el amor, el trabajo— son
actos que cumplen una función política.

42
Ya hemos visto hacia dónde se dirige la estructuración alienada del indjvi-
P ,,ro ¿desde dónde parte? ¿Cuáles son esos ocultos mecanismos que lo con-
dU° a mantener el actual estado de cosas? ¿Por qué un individuo se convierte
^ C e n r e s o r y/o oprimido? ¿Qué valores, temores, actitudes, sentimiento, le son
e fl u lc a d o s para ello, y en qué momento de su desarrollo?
inCL primera visión social que se le presenta al ser humano a partir de su naci-
nto es la familia. El período de aprendizaje del niño está entonces en manos
de esa pequeña sociedad que le demarcará las pautas esenciales para su futuro de­
s e n v o lv im ie n t o . Pero tomemos en cuenta que cada grupo familiar está inmerso
en un medio social cuya característica es la explotación de una de sus clases
s o b re las otras. El núcleo familiar debe convertirse entonces en una minisociedad
qu e juegue en pequeña escala los intereses del resto de la sociedad, reproducien­
do sus esquemas de dominación. Teniendo en cuenta que el inconsciente del in­
dividuo se forma durante el período de su infancia, es necesario, en dicho perío­
do, d e formar su libre desarrollo para adaptarlo a las necesidades del sistema de
explotación. La tan mentada frase "la familia es la base de la sociedad" resulta
s e r absolutamente cierta.

En la familia tipo existe el detentor del poder, el varón, el hombre-macho,


quien en la familia maneja el poder económico y en la sociedad el poder p o líti­
co. Por tradición maneja el sistema de relaciones familiares y extensivamente las
relaciones sociales. Su objeto de dominación es en primer lugar la mujer y en se­
gundo lugar los hijos, que surgen de dicha relación como el producto-mercancía;
el hijo, que en base a su aprendizaje, familiar primero, escolar después, reprodu­
cirá incuestionablemente los mismos resortes que mantendrán, por y a pesar de
él, la estructura que lo oprime. Con estas bases bien asentadas, la cultura domi­
nante logra perpetuar generacionalmente la dicotomía opresores-oprimidos.
Esta dominación está lejos de ser una cuestión teórica puramente abstracta,
sino que se da de una manera concreta y palpable en la vida cotidiana. Con sólo
observar cómo está compuesta la psicología de la estructura familiar standard
vemos con claridad al padre dominante, autoritario, que impone sus puntos de
vista, que obliga al resto de la familia a una completa sumisión a través de la
depéndencia económica ("este techo y esta comida los tenés por m í" )(* ) , que
decide por sobre las decisiones de los demás; a la madre relegada a un seyunuo
plano, al trabajo doméstico sin remuneración, a servir como objeto de placer
del varón que se considera con el derecho a sentir él solo satisfacción en el coito
■la mujer que goza es una puta—, a funcionar como una fábrica de hijos, cum­
pliendo sistemáticamente con el papel reproductor (cap. 1 ); a los hijos, quienes
hstan obligados a obedecer a su padre como la autoridad suprema al mismo tiem­
po que observarán cómo se desarrolla el tipo de medio en que habita; si es mujer
'mitará la actitud pasiva y sumisa de la madre, si es varón se identificará con el
r°! prepotente y agresivo del padre. ( * * )

<*) N o falta quienes alegan que la m ujer cum ple aquí un papel sim ilar al de la prostitu-
que posee algunos beneficios económicos, comodidades, etc., sin necesidad de trabajar
'Jera de su casa. ¿Acaso no hubo situación más desesperada y esclavizante que las mujeres
de los harem orientales? (N . del A .)
***> Alounos antifem inistas tom an esto com o un indicio de que en realidad estamos

43
Con algunos altibajos, ésta ha sido la característica de la vida familiar en
nuestra cÍNfilización, hasta el instante en que el capitalismo decidió incorporara
las mujeres como medios de producción debido a su creciente desarrollo. Esto
obligó a la mujer a alejarse de su casa, hallar trabajo e integrarse al aparato pro-
'ductivo, inspirándole "nuevas exigencias. Si bien la autoridad del hombre se vio
debilitada no por eso redujo su poder: se vio obligado a hacer concesiones. De
cualquier manera las pautas dominantes de nuestra cultura no se vieron en m u­
cho resquebrajadas ya que pasaron de la administración del padre a la del Estado;
como ser la escuela y los medios de comunicación de masas. Las conquistas lo­
gradas hasta el momento por las mujeres pueden considerarse como muy rela­
tivas, ya que de hecho los hombres siguen manejando los resortes básicos del sis­
tema de producción y siguen jugando al papel protagónico en el sexo.
La pareja heterosexual monogámica reproduce familiarmente los mismos
esquemas que luego se darán socialmente. Al unirse mantienen a través del renom­
brado argumento de la "fidelidad" la posesión de uno sobre otro, iniciando el
germen de la propiedad privada. Al reproducirse pasan.a elaborar los hijos-mer­
cancía sobre los que el padre posee absolutos derechos y poderes, aduciendo que
el niño es un incapaz crónico, sin decisión sobre sus propios actos ni capacidad
para realizarlos. El principio jurídico de patria potestad ratifica legalmente lo
que de hecho se da cotidianamente. El individuo, hasta la edad de veintiún
años —aunque en el plano psicológico haya alcanzado hace rato su completa
madurez—, no puede decidir sobre su propio accionar y debe estar supeditado a
la voluntad de los padres. Hasta tal punto el niño carece de derechos que, en el
campo sexual, la sexualidad infantil es considerada "un descubrimiento reciente".
En general, desde los más leves toqueteos hasta la maturbación, toda mani­
festación sexual le está prohibida a los niños, en tanto que ellos nos revelan la in­
finita gama de variedades a las que puede alcanzar nuestra sexualidad. No dire­
mos que el niño está "desculturalizado", pero que mientras ese proceso de cultu-
ralización se mantenga en la etapa de desarrollo, todavía no tiene las pautas
represivas —del exterior— y autorrepresivas —inconscientes— marcadas a fuego
como sucede con el adulto. La sexualidad infantil está negada enfáticamente por
la ideología del sistema y esa negación funciona en la práctica como una mutila­
ción que le impedirá explayarse en las demás formas de la sexualidad. Lo que hace
el niño es en realidad mostrarnos la gran cantidad de gamas libidinales que cada
uno de nosotros podría practicar si no fuese por la represión a la que nos vemos
sometidos. La sexualidad infantil muestra la variedad de impulsos coprofílicos,
homosexuales, fetichistas, heterosexuales, bestiales, autoeróticos, etc., que al
manifestarse previamente a la inmersión del individuo en las pautas culturales
que lo limitan y lo deforman, demuestran las partes inalienables del caudal libi-
dinal humano. No nos es extraño que al niño se lo identifique entonces como

vivendo en una sociedad m atriarcal, siendo que en la prim era infancia el niño está únicam en­
te influenciado por la m adre; ocurre que el p erío db de aprendizaje hum ano es el más p rolon­
gado en la escala biológica y algunas form aciones pueden extenderse hasta los 16 años, aun­
que lo fundam ental de su inconsciente ya está estructurado desde antes de la pubertad; co ­
mo vemos, después del destete, el p erío do es extenso. De cualquier m anera, aunque en el
perío do com prendido entre el destete y la puberad el joven perm anezca tem poralm ente más
cerca de la m adre, ello no im plica un acercam iento identificacional con ella; el m odelo segui­
rá siendo el padre. (N . del A .)

44
"l equeño degeneradito" -e n términos fam iliares- o "perverso polim orfo"
en términos psicoanal (ticos. La sexualidad infantil, al revelarnos la variedad de
,mpulsos que integran la libido humana, nos revelan el rostro más auténtico de la
vida- Frente a esto nos resulta un tanto objetable que algunas de las conductas
sexuales que escapan a los modelos clásicos de la sexualidad se las tilde de "regre­
sivas" o "inmaduras", cuando en realidad esa "regresión" o "inmadurez" no
haría sino devolvernos nuestra real capacidad de respuesta frente a cualquier es­
tím ulo que nos motive. Los niños equivalen entonces a respetar nuestros senti­
mientos, sin pautas preestablecidas que conduzcan nuestro comportamiento. Ha­
cer uso de nuestra enorme energía libidinal latente sería reencontrarnos en el
primer y más elemental síntoma de libertad que hallamos en la naturaleza.
L a mutilación de la sexualidad tiene como objeto internalizar en la mente de
los individuos las características opresivas del sistema. Así, el individuo que es
a c u c ia d o desde su intimidad será fácilmenteredimido en la sociedad opresora que le
ha tocado vivir, y estará debidamente preparado paraaceptarla. Un ser humano que
ve reprimido sus impulsos sexuales no se extrañará de encontrar reprimidas sus
otras inquietudes en los demás campos de la vida y asumir con naturalidad el pa­
pel de dominador y/o dominado. Las alienaciones se dan por capas. La exterior’
la relación patrón-trabajador, es la más fácil de detectar y por lo tanto de com­
batir. La alienación más profunda es la que divide los sexos, que se aferra a noso­
tros en el momento mismo del nacimiento, que participa de nuestra evolución ,
que se profundiza hasta lo más inconsciente del yo. Esa es la primera en surgir y
la última en desaparecer. Cuando el pueblo haya vencido al aparato colonizador
que lo oprimía se encontrará con que todavía le falta liberarse de sí mismo. El
individuo traspasa a la sociedad los mismos roles que encuentra internalizados
en la estructura familiar. La figura autoritaria del padre se reproducirá luego en
la figura del policía, del patrón, del Estado, sostenedores del sistema, ante los
cuales los individuos se inclinarán como ante el padre. De esta manera el siste­
ma de dominación se origina en la familia para renacer luego en todos los órde­
nes de la sociedad. Destruir la autoridad del padre es decir al patriarcado, des­
truir al actual sistema familiar, es decir dar rienda suelta a nuestros impulsos se­
xuales naturales, implica, en simple carácter transitivo, destruir el germen de las
pautas opresivas que caracterizan nuestro sistema de dominación.(95)

I
C A R A C T E R E S R E V O L U C IO N A R I O S DE
LA H O M O S E X U A L ID A D

La culminación respecto de la sexualidad en una sociedad basada en la


explotación es la reducción de la potencia libidinal a una sola parte del cuerpo:
los genitales; ello se debe a que los genitales es la única zona erógena del cuerpo
que posibilita la reproducción. La posibilidad de gozar con otras partes del
cuerpo es penada debido a que el sistema necesita de toda- las zonas corporales
para integrarlas al trabajo alienado, a la producción capitalista, cuando en
realidad todo el cuerpo está preparado para brindar el goce sexual; la reducción
del placer a la zona del aparato genital está destinada a quitar al resto del cuerpo
su función como procurador de satisfacción sexual, a pesar de que éste posea
Partes altamente erógenas como la región anal (ver cap. 5) los labios o las tetillas

45
Se sabe que los juegos sexuales son más abundantes y mejor esparcidos en las
relaciones homosexuales que en las heterosexuales, donde son frecuentes las
diferentes formas de expresión sexual, tales como la fellatio o la sodomía.
Es a través de la genitalización que el sistema condena todas las formas de
actividad sexual que no sean la introducción del pene en la vagina, llamándolas
perversiones, desviaciones patológicas, etc. Para encadenar al ser humano al
trabajo alienado es necesario mutilarlo reduciendo su sexualidad a los genitales.
Las clases dominantes necesitan desviar el libre desarrollo de la energía sexual
inherente al ser humdno para integrarla a sus fines productivos. De esta manera
se produce el cambio: energía sexual libre por trabajo alienado. Ese fatal trueque
lleva al individuo a trabajar más y gozar menos. En este sistema, la balanza sufre
el desequilibrio de uno de sus platillos, el q je corresponde a la extracción de
plusvalía para el beneficio de una clase determinada.
Hoy en día la estructuración sexual a perdido la clásica rigidez con que se
caracterizó en los siglos pasados. Ello es lógico como concecuencia del progresivo
desgaste del capitalismo a causa de sus propias contradicciones, que con el
tiempo han ido revelando el verdadero elemento interno que lo sustenta, elemen­
tos de miseria económica y sexual, a los cuales la gente cuestiona en su accionar
cotidiano, debilitándose así las antiguas pautas de conducta.
¿Cómo esas pautas persisten a pesar del advenimiento de una moral revolu­
cionaria? La cuestión es simple; éstas no han sido introducidas en un cuestiona-
miento revolucionario explícito. Los teóricos marxistas no se han planteado la
necesidad de fusionar al planteo económico el planteo sexual, para de esa manera
acabar con las representaciones opresivas del sistema de dominación machista
internalizadas en el inconsciente del individuo. De ese modo, el actual esquema
de producción —capitalista— es el único que da respuestas a las necesidades
liberacionistas de la sociedad. A modo de “concesión" ha producido una impre­
sionante industria de la pornografía que va desde las simples revistas hasta
aventurados films que en definitiva no hacen sino transformar al sujeto en
espectador de sus propias fantasías sexuales, en vez de convertirse en protagonis­
ta de las mismas. (*)
El sostenimiento de las pautas morales tradicionales, del autoritarismo, y
extensivamente de la conducta autoritaria en los demás órdenes de la vida,
beneficia únicamente a la ideología de dominación, que de ese modo le brinda
servidores dóciles continuamente. Aún en el caso en que la clase dominante -e n
nuestro caso la burguesa— acceda a reformas económicas o políticas o, incluso,
sea derribada, la sobrevivencia del sistema patriarcal asegura la permanencia de
un aparato mental o ideológico que mantendrá en el poder ya sea a la bur­
guesía o a las capas burocráticas que eventualmente la reemplacen en el control
de la producción y la cultura. (* * )

( * ) En este sentido, y sólo en este sentido, que la pornografía es objetable. N o p re te n ­


demos aquí censurar el voyerismo o formas similares de gratificación sexual. (IM. del A .)
1**1 Respecto de este ú ltim o caso resulta interesante ver cóm o las cúpulas de las nuevas
sociedades, que han elim inado la vieja estructuración económica, se las han ingeniado para
m antener intacto el esquema de dom inación patriarcal. Según ellos, el sexo es u tilizad o por
la ideología burguesa para desviar la m entalidad del pueblo del verdadero sentido revo lu­
cionario. distrayendo su atención y variando el sagrado designio de proyección socialista.
Resulta interesante advertir, por ejem plo, que el escritor soviético A .F . Shiskhin, en su pe-

46
tro de este marco socio-económico represivo hay quienes son vistos
un máximo peligro, en tanto desafían las pautas morales tradicionales y
C° n ° vamente al sistema de opresión machista en su conjunto, cuestionando el
e* tel orden de la Naturaleza enarbolado por nuestra cultura: los homose-
^ i. N o hay nada en las ciencias biológicas que autorice a sobrevalorar una
* Ud Hp relación sexual en detrimento de otras. La ideología sexual del sistema
e x tra e sus argumentos de una correcta teoría biológica, como a veces preten-
I a través de sus voceros científicos, sino que forma pautas en base a los
i [ereses que defienden. Estos intereses son estructurados en contra del placer,
n el objeto de que el individuo no sienta reducidas sus reservas para el trabajo
,i o n a d o , colocando a la reproducción como única finalidad del sexo. Todo lo
,‘ i e m á s es pecado. Como podemos observar, nuestro sistema está más interesado

en q u e el amor se viva no más allá de sus fines productivos, - la reproducción-


en vez de hacerlo a través de un intercambio de sentimientos, donde el sujeto
p u ed a renovarse constantemente. Para este sistema, el término crear -e n la rela­
c ió n afectiva— implica tener hijos, ignorando las infinitas e indistintas gamas de
c re a c ió n que en sí mismo posee el amor entre personas, tanto de un mismo sexo
c o m o d e l opuesto. Desde el momento en que los homosexuales manifiestan con­
tra v e n ir los intereses de dominación patriarcal, es que I3 cultura machista necesi­
ta c a lific a rlo s de degenerados, enfermos, delincuentes, anormales. En realidad,
los h o m o s e x u a le s reivindican de hecho las distintas gamas de comunicación se­
xu al v la extención de la libido humana, capaz de renacer en sus fo rm a s más v a ­
riadas, a pesar de la censura generalizada, propuesta y regimentada por u n siste­
m a de dominación que se empeña en negarla. Los distintos "brotes" dados en
to das las épocas y lugares, aún en aquellos donde la homosexualidad era severa­
m e n te sancionada, demuestra el infructuoso esfuerzo de negar una expresión de
la sexualidad inherente a la libido humana. La libido abarca en sí, sin conflicto,
ta n to las tendencias homosexuales como las heterosexuales, que conviven en ella
en perfecta armonía, siendo el proceso de socialización alienado el que establece
la diferencia entre lo bueno y lo malo, la culpa y la mala conciencia.
Ahora bien, un proceso revolucionario que altere la vieja estructuración eco­
n ó m ic a provocará un resquebrajamiento de la ideología. Pero ese conjunto de re­
presentaciones internalizadas en la mente de los individuos es la parte más con­
servadora de los mismos, puesto que sus basamentos se han filtrado paso a paso
en el inconsciente de la persona a través de la convivencia diaria. Extraerlos y
cuestionarlos es una obra verdaderamente monumental, pero no por eso menos
necesaria. No importa cuán alienante sea este sistema, siempre cuesta y resulta
d o lo ro s o cambiarlo por otro. Son estos los "factores inherentes al ser humano"
que traban la revolución. Por más que se de un cambio de estructuración en lo
P o lít ic o y en lo económico, los viejos valores seguirán agarrotados a nosotros
co n todas sus fuerzas. La práctica revolucionaria convivirá con la ideología reac
ci°naria, en tanto y en cuando ésta no sea cuestionada en profundidad.

Jjflño tratado denom inado Teoría de la m o ral — ínada menos aue te o ría de la m o r a l\— no
ya nombrado ni una ve? la palabra sexo ni haya hecho mención a ningún tip o de revolu-
c,au Se* Ual Los vie' os <abúes Persisten. En éste como en otros sentidos, el "nuevo orden so-
m iinrf* parece identificarse más con los cánones de la Inquisición Española que con un
nao aquejado de nuevas necesidades. (N . del A .)

47
Cuando esa ideología queda sin cuestionar, tiende a reproducirse a través de l
su propia dinámica. Si se carece de un arma cor,cíente que se le oponga lo sufj-1
cíente como para neutralizarla, el sujeto entra en pánico puesto que es incapaz!
de arriesgar hacia un cambio tan profundo como lo sería su propia cotidianeidad,
un cambio que vaya parejo al proceso evolutivo de lo económico y lo político, j
£a alternativa es, entonces, abrazarse a los viejos valores del orden burgués. La
ideología internalizada se reafirma, exigiendo se concrete otra vez en institucio­
nes represivas. El padre ya no reemplazará al patrón, reemplazará al burócrata.
La nomenclatura varía, pero el fondo es el mismo. Si el proceso revolucioanrio
sólo altera las faces económicas y políticas sin tocar la internalización reacciona- ;
ria, el sistema de opresión se reproducirá inevitablemente, ahogando tarde o
temprano a la revolución. Siendo el sexo mismo una cuestión política, teniendo
influencia directa en las áreas más decisivas de la conducta humana, no provocar
la destrucción del sistema de dominación machista, es dar rienda suelta a la reac- j
ción para retomar poco a poco cada uno de los terrenos perdidos. La mayoría de
los sectores revolucionarios parecen tener bastante clara la situación de la mujer.
No así la del homosexual, sin comprender que la opresión del homosexual es
consecuente, junto a la opresión de la mujer, traducida en la sublimación de la
masculinidad, en el hondo desprecio que el sexismo siente por el comportamien­
to femenino y el elemento penetrado, sin lograr especificar iamás ba¡ o qué escala
de valores se juzga que lo penetrado es inferior a lo penetrador. (* ) El machismo
no puede tolerar que ciertos hombres abandonen su condición de macho opre­
sor, es decir su situación de privilegio, para ubicarse con los oprimidos. El homo­
sexual rompe con los esquemas preestablecidos para el varón, y comete el senci­
llo acto de traición al sistema patriarcal.( * * ) En este sentido,permanecen intactas

( * l No im po rta que en la relación homosexual no se llegue al coito o incluso el ho m o­


sexual ''declarado" asuma incidentalm ente el papel activo en la relación. El homosexual es
ideológicamente, siempre el elem ento penetrado. (N . del A .)
( * “) A l respecto sería interesante añadir el com entario de Lionel Ovesey, psicólogo
neoyorquino, profesor de la Universidad de C olum bia. Según Ovesey, la dinám ica de la ac­
ción en cualquiera de los terrenos (el com ercio, la po lític a, la guerra, etc.) recae inevitable­
m ente en el é x ito , palabra alrededor de la cual girarán todas las aspiraciones y estím ulos. No
tener éx ito equivale a una natural pérdida del prestigio. Ese supremo objetivo está directa­
m ente vinculado con los papeles sociosexuales masculino y fem enino, a los cuales los in d i­
viduos están destinados a obedecer. A l papel masculino se lo id entifica con la fuerza, el
d o m inio, la iniciativa, la superioridad, la va len tía. A l fem enino con la debilidad, la sumisión,
la pasividad, la in ferioridad, la cobardía En las primeras se halla el é x ito , en las segundas,
el fracaso. Si bien Ovesey reconoce que esas dos polaridades no responden a la sexualidad en
sí misma, afirm a que son expresiones de la capacidad del individuo para imponerse en cual­
quier do m inio de la conducta. La nuestra es un tip o de sociedad que rinde trib u to al que lo­
gra imponerse, al que se hace respetar. El único cam ino que lo conducirá a obtener dichas
cualidades es el de la m asculinidad, en d e trim e n to de lo fem enino. Ovesey absorbe íntegra­
m ente los esquemas básicos del sistema, adaptando perfectam ente los roles a su función
social. El hom bre —prosigue— que carece de tales actitudes, se ve acechado por dudas res­
pecto de su m asculinidad. A q u í Ovesey relega a la m ujer que por el sólo hecho de obedecer
a su conducta fem enina no puede jamás alcanzar semejantes ideales, y tam bién conduce al
hom bre a obedecer a un patrón ya designado ancestralmente que reproducirá, a través de las
distintas generaciones, el sistema de opresión. De esta manera —concluye—, to da falla de
adaptación, ta n to en el terreno sexual com o social, puede percibirse bajo su form a incons­
ciente com o una falla en el cu m p lim iento del rol masculino asignado para el varón (6 6) (N
del A .)

48
( tus de las formas del prejuicio antihomosexual, disfrazadas a veces de críti-
I Detrás de ese planteo se oculta la incapacidad de formular un nue-
ll U J p o l í t i c a s '

' \u d e n , una cotidianeidad auténticamente revolucionaria.


' En nuestra sociedad capitalista, los oprimidos específicamente por el sexis­
t o son los homosexuales y las mujeres, mientras que el varón heterosexual
)(iqU¡ere, en términos sociales, el caracter de opresor. Esta situación no es obvia-
píente escogida por él, sino que le es culturalmente impuesta por una sociedad
de explotación, lo cual no implica que por ello no disfrute de las ventajas que
el sistema le brinda sobre ese "sexo-proletariado". El machismo es evidentemen­
te contrarrevolucionario y antihumano, desde el momento en que representa
íntimamente dentro de las esferas del hogar y la familia, a las pautas opresivas
del sistema capitalista. La burguesía lo emplea para afianzar sólidamente las
bases de su dominación; el oprimido lo utiliza como mecanismo de compensa­
ción, ya Que representa el único plano en que puede igualarse a su patrón, meca­
nismo tan ineficaz como ilusorio, ya que es a través de él que solidifica la opresión
sobre la que está edificado el sistema. Así, las actitudes machistas son un "búme-
rang" en manos de la clase trabajadora. De esta manera, el obrero oprime a su
mujer o a un homosexual para vengarse del hecho de que su patrón "se lo coge"
-lo explota, lo domina— a él y a sus compañeros diariamente. Lo que en un
principio simula ser un beneficio se vuelve, más tarde, motivo de su angustia y
opresión. Debido a ello, desde el instante en que el pensamiento del individuo no
varíe hacia una nueva concepción de la cotidianeidad, seguirá siendo revoluciona­
rio en la calle y contrarrevolucionario en el hogar.
Existe una evidente dicotomía entre la política como actividad externa
-s o c ia l- y la política como actividad privada —individual—. La política debe ser
algo que se ejerza en todos los instantes de la vida cotidiana y que se evidencie en
cada una de nuestras actitudes. El cuestionamiento revolucionario debe caer so­
bre todas las esferas del sistema de dominación. Una posición revolucionaria que
no ponga en tela de juicio la moral burguesa, la está aceptando de hecho y perpe­
túa por un lado lo que pretende destruir por otro. Se sabotea a sí misma. Le está
dejando los sentimientos, los afectos, al enemigo, el cual reconstruirá sus baluar­
tes a partir cíe ellos. (95)

LA S O C IA B IL IZ A C IO N D E L F A L O
Y LA P R I V A T I Z A C I O N A N A L

En este momento, y desde hace miles de años, asistimos a la presencia de


una sociedad fundamentalmente fálica, donde el poder económico sobrellevado
Por el varón, el portador del pene, ha hecho de éste el estandarte y símbolo
de su poder. En estos términos, la relación sexual se centra en el fin supremo de
la eyaculación, objetivo único de los juegos sexuales orientados hacia el goce del
hombre. La sociedad ha hecho del placer un derecho tan perteneciente al varón,
que un acto sexual sin eyaculación es tomado como un fracaso. Tal es así que el
9oce de la mujer era considerado hasta hace poco como algo impermisible, y el
hecho de que permanezca frígida y no experimente ningún goce, como ocurre
con frecuencia, da la pauta que el goce fálico es la razón de ser de la heterosexua­
lidad.

49
La elevación del falo como símbolo del poder ha funcionado en lógico detri­
mento cffe las demás partes del cuerpo. Si el falo es esencialmente social, el ano es
esencialmente privado. El ano no puede actuar en función social, va que sólo se
lo identifica con sus funciones excrementales, es decir, privadas. La jurisdicción
del ano no va más allá de la persona "privada, individual y púdica" El acto de de­
fecar no es una acción comunitaria. En el baño nos hallamos aislados del resto
de lasociedad, una puerta nos separa de ella. Contraposicionalmente, la jurisdic­
ción del falo se hace extensiva a toda la sociedad a través del poder magnánimo
de sus representantes: el falo-patrón, el falo-padre, el falo-general, el falo-maestro
de escuela, el falo-policía, el falo-jefe de oficina. El ano es rodeado entonces de
una aureola de intimidad y misterio dentro de la cual nadie, salvo nosotros mis­
mos, puede penetrar. Los homosexuales rompen de hecho con la concepción
anal como zona privada, y, si bien no en forma exclusiva, emplean la región anal
como fuente de placer. Pensar que el ano sirve únicamente para su uso excremen­
tal es lo mismo que pensar que el pene sirve sólo para orinar. El reconocimiento
del ano como zona erógena por parte del homosexual cuestiona gravemente la
preponderancia del falo como única fuente de *goce, quitándole su poder jerár­
quico y su privilegio social, que ya tendrá que ser compartido. Que el elemento
opresor —el falo penetrador—, comparta el poder con el elmento oprimido -e l
ano penetrado— es dar más que una concesión, significa el resquebrajamiento de
las internalizaciones más profundas del sistema de dominación. (*)
Quitarle al ano su papel social resulta esencial para el esquema burgués, ya
que en una sociedad de competencia entre machos, entre portadores de falos,
todo se desenvuelve en base a la posesión del falo, es decir, a la toma del falo de
los otros o del miedo de perder el propio. En una sociedad competitiva, el
concepto sexual se traduce en una competencia de falos. El surgimiento del ano
como potencia libidinal debilita a la sociedad de competencia, haciendo desapa­
recer el temor por la pérdida del falo. Ya no será el pene el único capaz de eya­
cular, y por lo tanto de procurar el goce; también existirá una "eyaculación
anal". La pérdida de la propiedad privada anal se convierte en la destrucción del
sistema competitivo liderado fálicamente. El empleo del ano como fuente de pla­
cer provoca el derrumbamiento egemónico del falo.
Si el homosexual varón resquebraja el concepto de poder de la genitaliza-
ción, extendiendo la libido más allá del pene, usando la mayor cantidad de zonas
erógenas posibles, la relación lesbiana provoca directamente el desmoronamiento
de la egemonía fálica, del autoritarismo masculino; es la relación de la mujer que
no necesita del pene para gozar, que puede prescindir de él. El lesbianismo es el
desafío más grande al que se ve enfrentado el poder absolutista del macho.(39)

(* ) En Gran Bretaña, el A cta de D elitos S *x nales de 19 56 condenaba con. prisión perpe­


tua el delito de in currir en sodomía con otra persona o con un anim al, aún cuando tal acto
fuese llevado a cabo entre m arido y m ujer y ambos consistiesen en ello. (N . del A .)
C A P IT U L O IV

LOS ROLES S E X U A L E S

La homosexualidad y la heterosexualidad no se opo­


nen como el negro y el blanco. La homosexualidad y
la heterosexualidad están siempre presentes en todo
ser sexual humano.

H A V E L O C K E LLIS

M A S C U L IN ID A D Y F E M IN I D A D : LA BASE
C U L T U R A L DE LOS ROLES

Durante milenios los modos de conducirse del varón y de la mujer han esta­
do basados en conductas estereotipadas, cimentadas en tipologías que están lejos
de pertenecer al mundo "natural" o "innato", como los ha denominado nuestra
cultura, sin que han sido adquiridos a través de un lento y progresivo progreso fa­
miliar y social. El fin de este proceso desemboca en la tan mentada feminidad en
la mujer y en la tan valorizada masculinidad o virilidad en el varón. Estos valores
han sido proyectados fielmente incluso sobre la naturaleza: el Sol, activo, prin­
cipio creador que "fecunda" la Tierra, "femenina" e inferior en su pasividad.
El cuestionamiento es si esas pautas de conducta, a las que denominaremos
roles, son innatas o adquiridas; en caso de responder a esta última posibilidad, si
esos roles son determinantes de una estructura de dominación y cuál es el papel
socio-sexual que desempeñan.
Para desarrollar el primer punto pongamos un ejemplo cualquiera: el movi­
miento de las caderas en las mujeres al caminar y el escaso movimiento de las
caderas de los varones al ejecutar la misma acción. Si emprendemos un estudio
anatómico del individuo veremos que no hay ningún tendón, nervio, fibra, hueso
0 músculo que haga que la mujer tenga que balancear las caderas o que el varón

51
no pueda hacerlo. Tampoco puede decirse que la mujer balancee sus caderas por
ser éstas más anchas y que el varón no lo haga por tener caderas más estrechas,
ya que las mujeres orientales —que poseen una estructura anatómica similar a la
de las mujeres occidentales— no mueven las caderas al avanzar sino que lo hace
trasladando su cuerpo rígidamente y de a pasos más bien pequeños. Este fenó­
meno podemos advertirlo en cualquiera de las manifestaciones masculinas o fe­
meninas del comportamiento cotidiano: el modo de tomar el cigarrillo, el modo
de cruzar las piernas al sentarse, el modo de peinarse, el modo de correr o de per­
manecer parado, el modo de reaccionar ante el peligro, el estilo de vida a seguir,
etc. Todo lo cual nos lleva a afirmar que no existe ningún condicionamiento de
tipo biológico que establezca que la m ujer debe ser femenina y el varón masculi­
no; la masculinidad o la feminindad en los individuos responden a condiciona­
mientos de orden cultural.
En Bolivia se dio el extraño caso de un joven que habitaba en una aislada y
elevada zona del Altiplano con sus padres y sus hermanos —todos varones—, y
que al tener la edad reglamentaria fue llamado para cumplir con el servicio m ili­
tar. Al sometérsele a revisación médica se descubrió que — ioh sorpresa!— el mu­
chacho estaba embarazado. El fenómeno no tenía nada de extraordinario ya que
—obviamente— no se trataba de un varón sino de una mujer. La muchacha había
sido criada de la misma manera que sus hermanos, habiéndosele dado el mismo
trato y exigido las mismas actividades que los demás miembros masculinos de la
familia. El resultado no podía ser otro que un varón más con la variante de su
aparato genital. El comportamiento de esta muchcha no difería en nada del de
los demás hombres, simplemente porque había sido criada como un hombre.
Krafft-Ebing expone los mismos resultados en el estudio de una lesbiana
(caso 180), a cuyo padre habíasele ocurrido la excentricidad de educar a su hija
como un hombre y a su hijo como una mujer, haciéndolos vestir ropas del
sexo opuesto y dándoles actividades también propias de su otro sexo.
Una de las más recientes teorías sobre el comportamiento de los sexos es
que el aiTtagonismo masculinidad-feminidad se debe a que los hombres y las mu­
jeres tienen hormonas sexuales diferentes, y desde el momento en que
dichas hormonas inciden en el cerebro (Hambu y Lunde) debe existir una
diferencia innata, establecida a priori respecto del alumbramiento, por lo cual
esas diferencias responden a nuestra naturaleza. Lo único que esta argumenta­
ción ha podido afirmar hasta ahora es que existen diferencias fisiológicas. Lo im­
portante es reconocer si esas diferencias tienen algo que ver con los tipos de
conducta. Freud, en sus Tres contribuciones a la teoría sexual, opina que la
mujer -contrariamente al hombre— posee inhibiciones precoces o formaciones
reactivas más intensas contra la sexualidad, como asco, vergüenza, pudor, etc., y
que existe una mayor pasividad de los componentes institivos. Para Freud esto
se debe a que la muchacha, estableciendo un parangón entre ella y los mucha­
chos, se torna insatisfecha con su clítoris, al que toma como una atrofia o una
mutilación, se torna insatisfecha con su sexualidad en general, debiendo renun­
ciar a la mayor parte de las tendencias masculinas por el impedimento de la acti­
vidad fálica. A esto podemos agregarle el comentario de R. de Saussure, quien di­
jo que en el fondo de las fijaciones homosexuales en las mujeres hay siempre una
bisexualidad subyacente como consecuencia de no haber admitido su feminidad,
evidente expresión de su negativa a estar condiconada por la idea de castración o

52
del pene.
e n v id ia
Autores como Schachter y Singer comprobaron que un estado fisiológico
an0rmal puede provocar en un individuo un sin fin de estados de alteración psico­
lógica, o sea que la condición biológica conmueve la condición emocional y am­
bas están estrechamente relacionadas. Ahora bien, el individuo sobre el cual se
hicieron las observaciones se ha visto covulsionado por un posterior análisis com­
parativo entre su estado fisiológico anormal frente al estado fisiológico normal
de otros individuos, convulsión provocada principalmente por un sentimiento de
inferioridad; habría que ver si el primero se desarrollase en un medio social don­
de todos los individuos sufriesen de su mismo defecto fisiológico, se manifesta­
r ía n en él alteraciones emocionales.
Para nuestra sociedad amar tiene dos implicaciones opuestas. Una estaría
identificada con el rol activo de la relación; la persona que ama, que cuida, que
protege. La otra con el rol pasivo: ser amada, ser cuidada, ser protegida. Desde el
instante mismo del nacimiento el bebé ya tiene estructurada sistemáticamente la
posición social que tendrá que asumir según el sexo al que pertenezca. Para la
mujer: instinto maternal, cuidado del niño; mayor sensibilidad a los estímulos
afectivos y menor disposición para el trabajo abstracto y creativo; ternura, pasi­
vidad, deseo de recibir y gozar caricias, deseo de sumisión; subjetividad, sentimen­
talismo; orgullo de la apariencia externa, coquetería; recurrencia a las imágenes
y símbolos; posturas y actitudes características. Para el varón: instinto de acción
social —defensa y mantenimiento de la fam ilia—; menor sensibildiad a los estímu­
los afectivos y mayor capacidad para la abstracción mental y la creación; violen­
cia, actividad, deseo de poder y dominación; orgullo de las realizaciones, com­
portamiento directo, iniciativa; objetividad, racionalismo; recurrencia a los argu­
mentos; postura y actitudes características. Un heterosexualista como Van de
Velde no vacila en afirmar: ..."veremos entonces que todos los sentimientos na­
turales, capaces de provocar el miedo o la ansiedad, pueden producir un efecto
excitante sobre las sensaciones sexuales. Este fenómeno puede explicarse, en par­
te, por el deseo de unirse, en el momento de peligro, con el compañero expuesto
al mismo - t a l vez por ser más fuerte—, el deseo que obliga a buscar protección
cerca del hombre; mientras que éste, por su parte, trata de proteger a la persona
más débil: la mujer; resultando luego de la mezcla de estos dos sentimientos, un
estímulo para la aproximación sexual." De este modo, la dominación paternalis­
ta —traducida en términos de "protección"— puede llegar a incentivar, para el
autor, el goce sexual. V no dudamos que haya cierta veracidad en lo expuesto
desde el momento en que la mujer ha sido educada en función del hombre, subli­
mando su masculinidad de tal modo que puede realmente llegar a sentir un hon­
do desprecio por el hombre que, en alguna medida, carece de ella. Más adelante
agrega: "Las impresiones que proceden de la intelectualidad de una persona pue­
den actuar sobre la esfera afectiva del otro sexo de una manera favorecedora o
•nhibidora, y ocurre especialmente así cuando se trata de rasgos específicamente
sexuales. Producen, por ejemplo, un efecto favorable para el impulso de ^ roxi-
mación de la mujer, la gallardía y el valor en el hombre, y un efecto inhibidor,
la cobardía. El pudor y la castidad de la mujer atraen al hombre, mientras que
u na conducta opuesta produce, generalmente, el efecto contrario." V esto bien
Puede representar la síntesis acabada de toda la estructura de dominación del
hombre sobre la mujer: "L o que el hombre y la mujer, llevados por oscuras ur­

53
gencias primitivas, aesean sentir en el acto sexual es la fuerza esencial de la
masculinidad, que se expresa en una especie de violencia y absoluta posesión
de la mujer, y -por lo tanto ambos pueden regocijarse en cierto grado con la agre­
sión y el dominio masculino—real o aparente-que proclame esta fuerza esencial"
( 80 )
Los roles sociales, hasta ahora, han sido los mencionados. Una relación
como la homosexual donde la dicotomía macho-hembra no existe y la pareja se
desenvuelve —en parte de los casos— en un ambiente igualitario, rompe con la
imposición de los roles bosquejados por el actual sistema social.
¿Cuál es el origen de las formas masculina y femenina de conducirse y por
qué se produce el antagonismo? Por un lado aceptamos obviamente que las dife­
rencias biológicas existen, pero es en base a esas diferencias biológicas que se ha
elaborado una superestructura que ha terminado por atribuir, tanto al hombre
como a la mujer, no sólo caracterologías de tipo físicas, sin también tempera­
mentales, de inclinaciones, gustos y características que con el tiempo han pasado
a integrar la "naturaleza" de ambos; a la masculinidad y a la feminidad se las
consideran fusionadas a las diferencias biológicas y resultan ser condicionantes
inevitables de los modos de conducta. Sin embargo, pntre esta posición y la rea­
lidad parece haber un abismo bastante profundo. Las tipologías sexuales anta­
gónicas no se producen p o r ninguna formación biológica sino que están condi­
cionadas por las circunstancias históricas de la división del trabajo. "Los medios
de producción y las fuerzas productivas son los factores básicos que determinan
el desarrollo de las dotes individuales" —escribe Posnanski—, posición traslada­
da a las conocidas diferencias sexuales. Del antagonismo biológico macho-hem-
bra se llegó al antagonismo cultural masculino-femenino. Los cánones de conduc­
ta internalizados en la mente de los individuos según nazcan varón o mujer pre­
determinan la formación y el destino social del nuevo ser humano. De esta mane­
ra la mujer nace para cumplir con su función doméstica y reproductora mientras
que el varón para cumplir coh sus funciones de creatividad, de mandato, de dina­
mismo, etc. A partir de aquí se desarrollan los rasgos sociales que mejor convienen
al sistema. A la mujer se la educa para el mantenimiento de la familia y al hom­
bre para cumplir con el ordenamiento de las fuerzas productivas, sobre las cuales
detenta su dominación. A la mujer se la convence de que ha sido creada para el
mantenimiento de la familia y la conservación de la especie, a pesar de que el va­
rón participe tanto como la mujer en la continuidad biológica y esté tan capaci­
tado como ella para el cuidado de la casa y de los niños —a excepción de la lac­
tancia—. La tipología clásica de lamujer debe ser entonces el sometimiento, la pa­
sividad, la sumisión, traducido en términos de "dulzura", de "ternura", de "fra­
gilidad", etc. La tipología clásica del varón debe ser la imponencia, la fuerza, el
autoritarismo, traducidos en términos de "actividad", "capacidad creativa",
"poder de decisión", etc. Unos y otros cumplen sus funciones estrictamente de­
terminadas por el medio social. La división del trabajo resulta entonces esencial
para la conservación de las pautas tradicionales del actual sistema de dominación.
Así se consolidan características típicas de la conducta humana cuyos orígenes
económicos y sociales son hábilmente ocultados por pretendidas diferencias
biológicas sexuales. El varón, opresor y explotador de la mujer, recurre a su
feminidad ya que sabe —conciente o inconcientemente— que ésta es la signifi­
cación simbólica de su estructura de opresión. De esta manera, la mujer, con su

54
prn¡nidad, termina definiéndose como complemento del hombre y no como un
r aUtónomo e independiente.
¿Cuál es el modo de eternizar estos cánones de conducta para el manteni-
u e n t o |a dicotomía opresor-oprimido? Todas las características clásicas que
I , sociedad atribuye a la mujer se ven condensadas bajo el nombre de feminidad,
s u c e d e lo mismo con el varón respecto a su masculinidad. El método de perpe-
tuar el poder de dominación del sistema es conservar, por todos los medios po­
sibles, las atribuciones clásicas de la feminidad en la mujer y de la virilidad en el
v a r ó n . El adiestramiento comienza desde el alumbramiento, desde allí es necesa­
rio hacer notar las diferencias, el mundo distinto que ha sido creado para ambos:
vestimenta rosa para la nena, celeste para el nene; la muñeca -sentido de mater­
nidad—, las cacerolas y el bordado —sentido de domesticidad y atrofia corporal—
para la señorita, la metralleta —sentido de violencia-, la pelota —sentido del
deporte y desarrollo corporal—, e! juego de carpintero —sentido de la creativi­
dad— para el muchachito. Desde pequeños los niños aprenden en miniatura las
actividades que tendrán que desarrollar cuando mayores. De este modo se los
condiciona física y psíquicamente para el rol que les ha tocado vivir. Si para la
mujer le está reservada la emotividad, el apasionamiento, la sensibilidad, para el
hombre le está reservada una personalidad fría, esquemática, dura, inconmovi­
ble (los hombres no lloran), es decir tanto más viril cuanto más deshumaniza­
do. La niña imitará la conducta cotidiana, gestos, modo de conducirse, etc., de
la madre, ya que verá en ella un espejo de su sexo; el niño hará lo propio con el
padre Sobre las costumbres y hábitos por efectos de traslación generacional, se­
ría interesante citar a A. Storr ...''la necesidad que tienen los niños en desarrollo
de modelos con los cuales pueden identificarse mientras se preparan para asumir
el papel de adulto sexual que la sociedad espera de ellos. Comúnmente el princi­
pal modelo femenino será la madre (para la mujer) y en la actitud de ella hacia
su propia feminidad basarán sus hijas sus ideas sobre lo que es ser mujer. Una
muchacha afortunada tendrá una madre feliz y enamorada de su marido, que go­
ce de su función maternal y que así le inculque desde la más temprana edad que
ser amada por un hombre y tener hijos con él es el primer y más impórtate obje­
tivo de la exittencia femenina."(76) (Las bastardillas son nuestras) Si a un va­
rón se le dijese lo mismo, que ser amado por una mujer y tener hijos con ésta
es el primer y más importante objetivo de su existencia, probablemente se sen­
tiría el hombre más fracasado del mundo.
El propósito del sistema es hacer sentir como "natural" que la mujer sea fe­
menina y el varón masculino. Tanto unos como otros no deben salir de ninguna
de las pautas que han sido prefijadas para ellos; a la mujer le tienen que gustar
los hombres, debe ser buena madre, tener inculcado un profundo e inconsciente
desprecio hacia su propio sexo (de hecho las mujeres no sienten que poseen una
vagina sino que carecen de un pene) para mantener su condición inferiorizante,
abundar en estímulos "propios de su sexo" como la coquetería y la docilidad, y
d| varón le será inculcado su prominente papel socio-sexual y un desmedido orgu-
l!° fálico. Por todo esto es por lo que Platón agradecía a los Dioses el haberlo
11^ h o nacer libre y no esclavo, hombre y no mujer.
Sobre la fragilidad y elasticidad de los roles, Bernard Muldworf ha declara-
1 'Se trata, evidentemente, de casos esquemáticos extremos y son posibles
"dos los intermedios y todos los matices. (...) Todas las formas de pasaje de un

55
papel a otro, son posibles y afirmar la prevalencia de tal o cual forma, no es ha­
cer un juicioV/álido." Pero más adelante dice: ..."los mismos datos de la sicología
moderna muestran la necesidad imperiosa de los roles repectivos y específicos de
la madre y el padre en el desenvolvimiento psico-afectivo armonioso del niño.
Entonces, ¿qué quieren machacamos con eso de 'libertad sexual'?" (B. Muld­
worf: Libertad sexual y necesidades psicológicas). La contradicción no nos
asombra, el señor Muldworf es miembro del Partido Comunista (Francés).

EL H O M O S E X U A L A F E M IN A D O

Dentro del ambiente homosexual existen individuos cuya forma de condu­


cirse —caminar, hablar, gesticular, etc.— se asemeja, o pretende asemejarse, a la
forma de conducirse de las mujeres. Estos homosexuales han internalizado los
roles impuestos por una sociedad que admite únicamente los tipos masculino
o femenino de conducirse, sin percibir siquiera la inmensa gama de variaciones
que podría haber entre uno y otro. El homosexual afeminado asimila de ese
modo el rol que para él tiene asignado la sociedad. "Si no sos hombre (hetero­
sexual) tenes que ser (o convertirte) en m ujer." Al principio, esta particularidad
femenina que la sociedad atribuye al homosexual, implica para éste un motivo
de burla y comienza a ironizar ese concepto acometiendo con parodias que exa­
geran en mucho la conducta clásica de la mujer, expresión que se conoce como
loquear, es decir “hacerse la loca". Con el tiempo, ese disfraz travestista de su
personalidad comienza a confundirse y fusionarse con sus antiguas maneras, has­
ta el punto que éstas quedan eclipsadas, conviertiéndose de esta forma en esclavo
de su nuevo personaje.
Hasta no hace mucho el travestismo era el lím ite al que podía llegar el homo­
sexual en su deseo de imitar a la mujer —imitación que muchas veces no va más
allá de una grotesca caricatura—; hoy el lím ite lo tenemos en la posibilidad de
hacer abandono del sexo concedido por la suerte biológica mediante una opera­
ción del^aparato genital y la inoculación de hormonas, fiel muestra del grado de
alienación al que puede conducir este sistema a un individuo: el desprecio por
su propio cuerpo.En un reportaje hecho por la revista Panorama (Mayo 1974)
uno de los militantes del F LH A especifica: "Para nosotros, el homosexual esca­
pa tanto del papel masculino como del femenino. Por lo tanto, puede asumir
cualquiera de los dos. Al renegar del macho opresor, el homo puede feminizarse.
Lo importante es que (el homosexual afeminado) demuestra la artificalidad de
los papeles, que tanto uno como otro son inventos de la cultura.
...el marica (hombres que, según el sistema machista, tienen todo para opri­
mir a los demás: condiciones físicas, aptitudes mentales, etc.) aparece de pronto
con una capelina o un vestido ajustado. Eso es una bomba en medio del sistema,
que pretende dicotomizar la profunda unidad del sexo. De allí se desprende el
color revolucionario que nosotros damos al m arica: demuestra en la práctica lo
que el sistema proclama imposible en la teoría."
Es bajo esta óptica que el homosexual masculino —como el heterosexual—
también tiene internalizado los roles impuestos por esta sociedad. No es extraño
que con frecuencia este mismo homosexual caiga en la trampa lendida por la
sociedad heterosexual y homofóbica, lanzando las mismas acusaciones y soste-

56
,,¡e n d o los miamos prejuicios que éste contra sus iguales. Estos versos del poeta
hom osexual Federico García Lorca (Oda a Walt Whitman) son muy alusivos al
respecto:... 'maricas de ciudades,/de carne tumefacta y pensamiento inmundo,/
m a d re s de lodo, arpías, enemigos sin sueño/del Amor que reparte coronas de ale­
x i a . /Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos/gotas de sucia muerte
c o n amargo veneno./Contra vosotros siempre/(...)/;Maricas de todo el mundo,
asesinos de palomas/Esclavos de la mujer, perras de sus tocadoresl/abiertos en las
plazas con fiebre de abanico/o embocados en yertos paisajes de cicuta..."
Esta conversación transcripta por Dalmiro Sáenz en su Diálogo con un ho­
mosexual habla también por sí sola: " —Vos tenés el concepto que tienen todos
sobre nosotros. Nosotros no queremos ser mujeres, queremos ser lo que somos.
Un tercer sexo. / —0 sea que si hubiera un tratamiento que te liberase de tu
homosexualidad no lo utilizarías? / —No, claro que no. / —Y los que se operan
para cambiar de sexo? / —Esas son cosas totalmente al margen, son problemas
que no tienen nada que ver con nosotros. Son hermafroditas, realmente tienen
ambos sexos y uno de ellos predomina, por eso se hacen operar. Es muy
común esa confusión, es tan común como confundir a un homosexual con un
marica. / —¿Cual es la diferencia? / —El marica es el que se viste de m ujer y
toma en la vida un papel femenino, es un mantenido. En cambio, el homosexual
es ¡o que soy yo, un hombre que trabaja, que ha creado toda una industria, que
afronta responsabilidades... te doy un ejemplo, cuando me tocó el servicio mili­
tar yo podía haberme salvado declarándome homosexual, porque el ejército no
nos admite. Pero yo personalmente nunca hubiese utilizado ese recurso."(68) El
parangón con la literatura homofóbica tradicional del heterosexual no parece po­
ner mucha distancia entre una y otra posición. El siguiente es parte de un artícu­
lo de Mario Mactas aparecido en el número 26 de la revista Satiricón: "D ifíc il de
soportar resulta ya la dictadura de los maricas. No contentos con el snobismo, la
frivolidad, la madurez en algunos casos y en cabezas dispuestas a tolerar y a en­
tender sin perseguir, y el formidable estallido axiológico de la época los vaya
alejando lentamente de la condición de raza repulsiva y de la persecución irracio­
nal, han trepado a la petulancia y quieren, ellos también, verduguear a los otros.
Parecen suponer que llegó el tiempo de la venganza. Verdosos y con esa vanidad
temblona tan parecida a la inseguridad y el miedo que siguen arrastrando, aun­
que ya todo el mundo tiene terror de ofenderlos y de aparecer como medievalis-
ta y machista incurable, entienden de repente el mundo como algo que sólo co­
bra sentido cuando se lo ve desde los ojos de lo anormal. Curioso concepto, le­
vantado por quienes se quejan de la opresión y la represión que sienten dentro
de una organización social que los rechaza. Y es más curioso todavía que,
mientras subsistan —tal vez por un curioso instinto de conservación del género
humano— los mecanismos de repudio y aislamiento, al mismo tiempo se alzan las
concepciones de una subcultura, la homosexual, donde lo marica pasa a ser sinó­
nimo de sublime y mejor. Algo que cuesta digerir. (...) Solos en los subterráneos,
asustados, agrupados, ricos, pobres, siempre cruelmente diferentes, buscando sin
duda amor, como cualquiera, los maricas —qué vamos a hacer— son y seguramen­
te serán. Pero sigamos rogando que por lo menos nuestros hijos sean gauchitos,
que el mundo no se siga poniendo patas arriba. Es lo menos que se puede pedir.
Cada uno puede hacer de su traste un violín. Pero de aquí a suponer que la
desdichada condición de puto sea bandera de gracia y belleza hay un camino

57
rnuy, muy l^rgo. Si lo atravesamos, <|ue por lo menos sea con una protesta en
el co ra zó n /
Todo es relativo —extablece el dicho—. Así como los homosexuales afemi­
nados representan un grupo minoritario en el contexto de la comunidad homo­
sexual, también suelen darse los casos en que el afeminamiento no está emparen­
tado con un tipo de respuesta homosexual. Es en base a esta premisa que podría­
mos establecer que ni la homosexualidad conduce necesariamente al afemina­
miento ni que el afenimamiento conduce necesariamente a la homosexualidad.
Existen personas que admiten fantasías de afeminamiento, travestistas y hasta
trans-sexuales simplemente por cuestiones accidentales. El autor de este trabajo
nunca olvidará una dramática frase pronunciada por un joven heterosexual ena­
morado de una lesbiana: "Quisiera ser una mujer para que ella pudiese amarme
como ama a sus amigas."
Hay homosexuales absolutamente masculinos que esta sociedad califica­
ría, sin ninguna duda, como "heterosexuales", individuos que en lo único que
se diferencian de un heterosexual es en la elección de su objeto sexual. En cam­
bio hay personas que esta sociedad calificaría como rematados homosexuales,
siendo que a estos individuos jamás se les cruzaría por la cabeza mantener rela­
ciones con otros de su mismo sexo. De cualquier manera pensamos que el afemi­
namiento es una característica perteneciente más al grupo homosexual que al
heterosexual, contrariamente a la creencia de algunos especialistas que, como
W. Churchill, sostienen que el afeminamiento responde tanto a la orientación
homosexual como a la heterosexual, o como a la de R. Linder quien dice que
"la homosexualidad y la femeneidad no tienen nada en común." Otros auto­
res, como S. Radó, invierten totalmente este concepto y sólo admiten la pa­
reja homosexual bajo una imagen masculino-femenino, donde establece que
el primero tiende a acentuar su masculinidad, tornándose dominante e iras­
cible, dejándose llevar por frecuentes accesos de cólera que Radó interpreta
como una manifestación de la "oculta dependencia del dolor sexual." Nada más
alejado de la realidad. Es evidente que los estudios psiquiátricos realizados sobre
el homosexual se han basado en individuos que no representan al grueso de la
comunidad homosexual, individuos psíquicamente perturbados (de hecho los
únicos homosexuales que los psiquiatras conocen son los que asisten a sus con­
sultorios) sobre los cuales se han constituido los estereotipos.
El afeminamiento del homosexual en nuestra cultura posee rasgos similares
al de otras épocas y otras culturas, con la diferencia de que algunas de éstas no
reaccionaban frente al homosexual afeminado de la misma manera con que lo
hacemos nosotros. Entre los griegos, a pesar de la permisividad homosexual con
reconocimiento oficial, existían lo que en nuestra sociedad se denomina "m ari­
ca", llamándoselos kinaidos. Los kinaidos eran hombres que no contraían m atri­
monio con ninguna mujer a lo largo de toda su vida —cosa infrecuente entre los
griegos—, que a pesar de su edad madura persistían en seguir ejecutando un rol
pasivo "en el acto sexual —por lo general el adulto penetraba al más joven—, y
que asimilaba todas las características femeninas propias de las mujeres, como las
pinturas, los perfumes, los vestidos, la manera de comportarse, etc.
Los griegos poseían un concepto bien diferente en cuanto a ética de los valo­
res se refiere. Así, diversos objetos o tipos de conducta no recaían en una simbo-
logía femenina sino que se los consideraba también propia de los hombres. Las

58
es el refinamiento de las maneras y los gustos, la sensibilidad hacia lascues-
nes artísticas, como así mismo la propia relación con otro varón, no eran ap­
odes pertenecientes únicamente a las mujeres y se las juzgaban poco menos
tí la realización acabada de un ciudadano, a tal punto que dichos gustos y
f tividades les estaban prohibidos a los esclavos, los extranjeros, etc. En las co­
m edias de Menandro y Aristófanes aparecen con cierta frecuencia los kinaidos, a
n1e n u d o con sobrenombres femeninos, donde se los utiliza como elemento de
sorna picaresca y divertida. Ese parece ser el concepto que los griegos mantenían
j t> estos individuos, sin que a ellos llegase nunca ninguna violencia de tipo física.
Se los observaba como los observan muchos de hoy en día, una "curiosidad de la

época."
C o n tra p o s ic io n a lm e n te a esta imagen aparece la comunidad de los indios
mohaves, analizada en un interesante estudio de George Devereux, donde los
roles sexuales estaban tan p le n a m e n te fijados que cuando un jovencito revelaba
sus inclinaciones homosexuales era s o m e tid o a los ritos de iniciación, conjunta­
mente con los demás muchachos, donde tomaba "el sexo" adoptivo, es decir la
forma de conducirse propia de una mujer. Las parejas de estos travestidos no se
autoconsideraban ni eran tomados por el resto de la comunidad como homose­
xuales. El mismo autor, al referirse a otras tribus, cuenta que las mujeres travesti­
das de los indios cocopas se d is tin g u ía n p o r tener las narices perforadas y que pe­
leaban al lado de los hombres en las batallas, opuestamente al espíritu lírico y fe­
menino de Safo.
Entre la extensa mitología que circunda al homosexual figura la que se trata
de un individuo débil y cobarde, de una deforme estructura moral, al que no se
le puede otorgar ningún tipo de crédito o confianza, incapaz de demostrar senti­
mientos honestos y auténticos, todo esto debido a la concepción que sobre el ho­
mosexual se ha bosquejado, iniciada por la religión —pecado—, actualizada por la
ley -d e lito — y proseguida por la psiquiatría —enfermedad—, posición muy dis­
cutida ahora —en su universalidad— por los conocimientos que se tienen de la
homosexualidad vivida en otras épocas y otras culturas. Sin embargo es intere­
sante hacer notar que sobre el homosexual caen las particularidades femeninas
negativas qye nuestra cultura atribuye a la mujer: irreflexibilidad, sentimentalis­
mo, superchería/timidez física, vanidad, falta de responsabilidad, carencia de de­
cisión, incapacidad intelectual, inestabilidad emocional, etc., nunca se identifica
al homosexual con las particularidades positivas del comportamiento femenino:
ternura, comprensión, cariño, abnegación, resistencia, etc. O sea que al homo­
sexual "tipo" o "marica" no se lo identifica con la mujer sino con la especie más
baja de mujer. Si al homosexual se le atribuyesen todos los rasgos pertenecientes
a la femeneidad, tantos los positivos como los negativos, tal vez no estaría en el
estrato en que se lo ha ubicado. Es de suponer que si no sucede así, se debe a!
desprecio ancestral que se tiene, no sólo por el homosexual, sino también por la
mu¡er, es decir por todo aquello que funcione como elemento receptivo en el
acto sexual.
Por lo que se conoce del comportamiento homosexual en culturas fuera del
ámbito del judeo-cristianismo, se sabe que ésta era intensamente practicada (cap.
6), pero que rara vez se la identificó con el afeminamiento, por el contrario, se
la tomaba como una actitud típicamente masculina, siendo los casos en que el
varón adoptaba una conducta similar a su sexo contrario verdaderas excepcio­

59
nes. Parece ser que tal actitud persiste en nuestra época, siendo que la mayoría
de los homosexuales tipos no se distinguen en nada de los heterosexuales. Sin
embargo en este siglo parece haberse' producido un leve recrudecimiento de la fe-
meneidad en un número considerable de homosexuales, como consecuencia tal
vez de los avances de la mujer, que ha hecho que la conducta femenina no pase a
considerarse algo tan despreciable como impropio de los hombres. Según datos
del Instituto de Investigaciones Sexuales de los Estados Unidos, un 85 por ciento
de los varones homosexuales norteamericanos no se distinguen en absoluto de los
varones heterosexuales.
Se supone que la homosexualidad en sí misma no hace a un varón ni más ni
menos masculino que otro de su mismo sexo, ni a una mujer ni más ni menos fe­
menina que otras mujeres; sin embargo las normas convencionales de la cultura
han establecido que un homosexual debe afeminarse, de lo contrario podría ser
vivido como un espejo del hombre común heterosexual. Así como el heterose­
xual sufre un profundo resquebrajamiento de sus valores ante la presencia de un
homosexual afeminado, tampoco le convence la imagen del homosexual mascu­
lino debido a que se le asemeja no sólo anatómicamente, sino también en con­
ducta. "Si ése es homosexual no puede ser igual a m í, tiene que ser diferente".
El homosexual masculino achica el abismo que hay entre ambos al asumir una
posición "idéntica" a la del heterosexual. Este puede pensar de la siguiente ma­
nera: "si yo soy igual a ese homosexual, si no hay nada que lo diferencie de m í,
si no hay ninguna característica aparente que me distinga de él eso ouiere decir
que mi hermano, o mi hijo, o mi amigo... o yo mismo, podemos ser homosexua­
les". De esta manera se explica la indignación de muchos hombres al retirarse de
ver el film Dos amores en conflicto, donde se exponía la relación de una pareja de
homosexuales, un hombre maduro y un adolescente, el primero un profesional
sobre el que cualquiera hubiese puesto la mano en el fuego, jurando su hetero­
sexualidad, y el segundo un estudiante cuyas características tampoco disentían
de las de los muchachos heterosexuales comunes. Así, el homosexual afeminado
produce un "alivio" o "respiro" respecto a la provocación del autocuestiona-
miento.

EL H E T E R O S E X U A L Y LOS R O LES

Son muchas las personas que lo últim o que se les ocurriría hacer en esta vida
sería el entablar una relación homosexual. Sin embargo son muchas también las
que no lo harían, no por el hecho que su orientación esté dirigida total y "natu­
ralmente" hacia la heterosexualidad, sino porque la homosexualidad provoca en
ellos un sentimiento al que podemos denominar lisa y llanamente miedo. Es lo
que algunos especialistas han denominado -dadas ciertas circunstancias— "páni­
co homosexual". Remitiéndonos específicamente a los valores diremos que la
conducta excesivamente masculina, más que una exposición de la verdadera per­
sonalidad, es un método para ocultar su otra personalidad, esa personalidad "du­
dosa" que todo individuo percibe dentro de sí mismo. Es obvio que el individuo
que no tiene nada que esconder no tiene tampoco por qué esforzarse en asumir
un tipo de conducta exagerada. La forma de conducirse del "supermacho" no
representa sino una fachada con que trata de encubrir su verdadera imagen inte-

60
im ag e n que puede hacer tambalear su carácter varonil y consecuentemente
rl° r' d a c ió n que los demás tengan de él. Esto es lo que ha hecho exclamar a
,a 1P, no que "más vale que una mujer sea varonil, una verdadera amazona, a que
h o m b re se afemine".
Lo expuesto se ve corroborado por el siguiente fenómeno: en una reunión,
n grupo de jóvenes asistían a una despedida de soltero; en esa reunión se distin-
, ian claramene dos tipos de protagonistas; el de los muchachos formales, de pe­
lo c o rto y vestimenta sobria; el otro era el de los muchachos modernos, de pelo
iargo e indumentaria colorida; los primeros parecían mantener una actitud más
t,(£>n no forzada respecto a sus expresones, gesticuleo, etc., los muchachos del
segundo grupo —que para colmo era minoritario— sostenían en el movimiento de
sus cuerpos, en la manifestación con que acompañaban sus disertaciones, actitu­
des que se asemejaban poco menos que a las de los chimpancés. La conclusión de
tal espectáculo no puede ser otra: el grupo integrado por los jóvenes de atuendos
c o lo rid o s y pelo largo —atributos generalmente femeninos— se veían en la
necesidad de equilibrar ese "paso atrás" con un comportamiento exageradamen­
te masculino, de lo contrario hubiesen quedado rezagados en su virilidad ante las
características del primer grupo.
La actitud masculinista de muchos varones, la ostentación de su machismo,
la agresión con que a veces tratan a las mujeres, la violencia para con los homo­
sexuales, el conformismo para la aceptación del papel socio-sexual que se les ha
otorgado, el rechazo y la condena de las pautas que no están de acuerdo a sus
propias pautas, demuestran su participación preponderante y autoritaria en el
juego escénico de los roles donde cómodamente se han ubicado, amparados por
las leyes y costumbres del sistema imperante. Guttmacher cita el caso de un
muchacho que asesinó a un hombre como consecuencia de una proposición ho­
mosexual. Más adelante se averiguó que este joven había mantenido experiencias
homosexuales y que el acto de violencia no fue otra cosa que una respuesta inte­
rior para combatir sus inclinaciones. Su actitud es fácilmente analizable; cuando
el hombre le puso la mano en la pierna, su pánico llegó a tal extremo que lo ma­
tó para convencerse de que él no era homosexual. Tal vez el caso tenga su paran­
gón con el incidente que provocó la muerte del cineasta Passolini.
De esta manera, la homofobia cumple una protagonización esencial entre las
'elaciones humanas, t a necesidad de mostrarse agresivo, duro, de pelearse con
alguna regular frecuencia, de intervenir en camorras, etc. es la necesidad de exte­
riorizar la permanente imagen del "hombre-macho" sólo como respuesta al páni­
co de poder ser considerado un afeminado. No es la heterosexualidad lo que con­
duce al individuo a tener este tipo de conducta sino su miedo a la homosexuali­
dad.
Debido a esto el homosexual es tenido como un peligro inminente respecto
del cuestionamiento de los valores tradicionales. El heterosexual hace uso de
’L1 rnasculinidad para conquistar a su pareja. Ante esto se presenta la imagen del
h°rnosexual como una respuesta brutal: él no necesita de la masculinidad para
aquistar a su pareja; puede seducir, gozar en el amor sin necesidad de recurrir a
d tan valorizada virilidad. El asombro y el rechazo con que a veces el heterose-
Ual observa al homosexual afeminado se da porque para este último la masculi-
|r|ad no significa nada. Se evidencia entonces, el desprecio con que algunos
>rnosexuales tratan los valores más duramente conseguidos por el varón stan­

61
dard. Un cierto tipo de homosexual le dice que a la masculinidad ni la necesita.-
ni la desea. fEsta afirmación podría extenderse a todos los homosexuales desde
el momento en que cualquier hombre que tiene relaciones con otro hombre,
sea cual fuere su conducta, pasa a convertirse, para muchos, en un "marica",
o sea en un individuo alejado ya de la comunidad heterosexual, y que por lo
tanto no responde ni a sus pautas ni a sus intereses.
La inversión de los roles sexuales posee en nuestra sociedad una resonan­
cia distinta según se trate del comportamiento propio del hombre o de la mu- '
jer. Si es el varón el que de pronto adquiere características femeninas, tanto en
su forma de vestirse como en su forma de conducirse, es tomado como un ca­
so patológico que requiere una rápida atención legal y psiquiátrica. En cambio
no es infrecuente que la mujer use ropas tradicionalmente consideradas mascu­
linas, e incluso su conducta posea rasgos masculinizados, sin que esto asombre ,
a nadie. Resulta evidente la mayor valorización y preponderancia del rol mas­
culino en el contexto social, en el que no se admite que un hombre abandone
su posición de privilegio y poder. Ciertas mujeres heterosexuales se relacionan
en amistad fácilmente con homosexuales, ya que éstos representan una compa-í
ñía asexuada en la que se sienten seguras, logrando pasar momentos de camara­
dería y divertimento, pero en general esas mujeres experimentan una clandestina
hostilidad "con respecto a esos hombres que en sí o en otros degradan al macho
soberano en cosa pasiva." (De Beauvoir). La asimilación, por parte de las muje­
res, de ciertas características masculinizantes resultan más comprensibles y por lo
tanto más admitidas. Hoy en día a nadie se le ocurrre pensar que una mujer, por
el hecho de llevar pantalones o usar pelo corto, padece de trastornos psicológi-'
eos. Paralelamente, se considera que el varón que renuncia a las ventajas de su rol
sexual no está capacitado para desempeñarse en sus funciones "normales" de
hombre.
Sendor Ferenczi nos muestra una de las más claras y hermosas descripciones •
de las posturas tradicionales respecto de la concepción social de los roles repre- ¡
sentados en la pareja homosexual, clasificándolos en activos y pasivos respecto,^
no sólo del acto sexual propiamente dicho, sino también de la conducta habitual
en el terreno cotidiano de ambos. El análisis del homosexual activo y pasivo de­
muestra, para^Ferenczi, que tanto uno como otro pertenecen a "síndromes muy
diferentes" y que las características fundamentales del activo y el pasivo repre-1
sentan distintos tipos de varones. El activo posee todas las características del ¡
hombre común, de una masculinidad normal y en el que todos los actos de su v i-j
da están orientados hacia una forma "heterosexual" de conducirse; en lo único j
que se diferencia de éste es la elección de su objeto sexual. El homosexual pasivo J
es, en cambio, el único al que puede denominarse verdaderamente "invertido"]
puesto que no solamente ejecuta el papel femenino en la relación sexual sino en j
todos y cada uno de los actos de la vida cotidiana, es decir que su yo ha sufrido !
una intensa metamorfosis a punto de considerarse "una mujer con pene". A la 1
orientación del homosexual activo la cita como "homoerotismo de sujeto" y a la ¡
del homosexual pasivo como "homoerotismo de objeto", verificando fielmente
la internalización clásica que se tiene del sujeto penetrador sobre el sujeto pene-]
trado. A pesar de reconocer que lo masculino y lo femenino son apreciaciones de ¡
tipo ideológico Ferenczi sostiene que el homoerotismo subjetivo esunaanoma-]
lía del desarrollo mientras sitúa al homoerotismo objetivo en una neurosis obse-.j

62
Oe c ualq uier manera su análisis no aclara cómo puede darse una relación
S'V ' )t. no estén definidos los papeles "sujeto-objeto", donde ambos individuos
^ (l( ,-n los dos o ninguno de los roles, como ocurre con frecuencia, y donde
' iiaqonismo masculino-femenino se diluye en una manifestación igualitaria, ni
P , l0C0 cómo es posible que se den casos —cada vez más numerosos— en que el
I ,3rtícipe de conducta masculina accede a asumir el rol pasivo en el coito anal.
f A b r a m Kardiner, en su siniestro artículo Abandono de la mascuUnidad (66)
r i tiere los casos observados en una colonia de monos donde narra que cuando
do; machos se peleaban por el alimento o por una hembra, el mono derrotado
adquiría la conducta sexual de una hembra; cuando éste mono encontraba a otro
más débil que él. volvía a asumir su porte de macho y el segundo mono derrotado
adquiría, como el otro, también la postura sexual de una hembra, con lo que de­
tenía la agresividad del atacante. A qu í Kardiner establece el paralelismo masculi-
n i d a d = victoria, femenidad = derrota (sumisión). De este modo el autor reprocha

al homosexual el no hacer uso de la "hom bría" que el sistema le ha concedido,


de « r un sujeto débil y cobarde, de no saber sobrellevar felizmente su personali­
dad en un mundo para "machos", valorando la actitud competitiva y triunfante
del mono (hombre) que logra salir airoso de su "lucha por la vida", sin percibir
siquiera que dicha actitud es el minifascismo que luego se trasladará a todos los
..■suatos sociales, políticos, económicos y culturales, propios del actual sistema
de dominación. Kardiner, prudentemente, cree que no se trata de una enferme­
dad contagiosa, capez de extenderse de un individuo a otro, sino que se desarro-
la en un medio social poco apto para el normal desenvolvimiento de las relacio-
i s humanas, y que sucumben a ella precisamente aquellos que no poseen sus
i intensas bien asentadas produciéndose concecuentemente una despersonifica-
:ión qué lleva al sujeto a la perdida paulatina de su masculinidad. Poresomis-
"io, al hallarse indefenso ante un medio social agresivo busca la compañía de
otro hombre en una creciente ansia de protección.
Van den Haag invierte el proceso de su análisis diciendo que el miedo a ia
jmosexualidad puede ser producto de una sociedad bosquejada —según él—
matrilinealmente, poniendo como ejemplo a los Estados Unidos donde los hijos
hallan educados por la madre, alejados del padre, imposibilitando la identifi-
( " ión del rol —corfbucta— del hijo con el del padre, o que esa identificación sea
mas débil que en otros países, con el consiguiente temor del pequeño o del adó­
bente de afeminarse. El autor sostiene que el miedo a la homosexualidad pue-
II convertirse en temor al sexo femenino. (66)

LO S ROLES Y EL C O N T E X T O S O C IA L

t i pánico que el sistema siente por el resquebrajamiento de los roles sexua-


s. debido a qut con ello perdería inevitablemente su poder de dominación, se
manifestado vivamente en un discurso del Centro para el Estudio de las Insti-
' iones Democráticas de Santa Bárbara, E.U., donde pretendidamente desde
J óptica sexual progresista —disfraz muy utilizado últimamente—, declara que
wciedad está lanzada, no a la bisexualidad ni a la multisexualidad, sino hacia
ld sociedad asexuada, donde los muchachos se dejan el cabello largo y las chi-
usan pantalones; el Centro vaticina que el romance desaparecerá... no!, que

63
en realidad ya <^si ha desaparecido.
Paralelamente, en Suecia, la disolución del papel tradicional de los sexos ya
va en camino, principalmente por la decisión del Estado de incorporarla al siste­
ma educativo. A partir de 1962 los muchachos aprenden en las escuelas tareas
hasta hace poco, consideradas como femeninas, como coser y tejer, cuidar de los
niños, conocimientos de economía doméstica, etc. Las muchachas, en cambio,
aprenden también quehaceres y asumen actitudes tradicionalmente consideradas
masculinas. A todo esto, los textos escolares se ven sometidos a una continua
revisación y actualización para su mejor eficacia en este campo. El preponderan­
te papel socio-sexual del varón ha sido explicado por un joven norteamericano,
Jerry Rubín, como el motivo de las incursiones estadounidenses en Vietnam ;el
puritanismo nace —para Rubin— de una inseguridad sexual proveniente de un
viaje supermasculino denominado imperialismo: "La política exterior norteame- i
ricana, especialmente en el sudeste asiático, carece de sentido salvo sexualmente.
América tiene un pene frustrado tratando de meterlo en la ranura chiquita de
Vietman para probar que es El H om bre".(21)
Uno de los mayores aportes culturales que han contribuido a la pérdida pau­
latina de los roles sexuales tales como venían dándose hasta el momento, son los
impulsos eróticos y unisexuados desprendidos de quienes protagonizan la música
rock. Uno de los primeros exponentes de dicho fenómeno es el solista de los Ro-
lling Stones, Mick Jagger, quien independizó sus formas, rodeándolas de imáge-
nes eróticas femeneizantes. Mick Jagger probó, ante su acalorada audiencia, que
la masculinidad no es necesaria para granjearse la admiración y el favor del públi­
co. A esa masculinidad estereotipada, ni siquiera pudieron escapar un grupo co­
mo los Beatles, quienes en el aspecto conductista sólo se distanciaron de los
cantantes formales por la longitud de su pelo. Cuando Jagger hace girar su culo
o utiliza el micrófono como si se tratase de un pene, sorbiéndolo y lamiéndolo,
lejos de quedar desacreditado es un escalón más que asciende entre el fervor de
su auditorio. Lo mismo suele ocurrir con Jim Morrison, cantante solista de The
Doors, o con el celebrado Jimi Hendrix, quien ponía la guitarra entre sus piernas,
simulando un extenso falo, besándola y acariciándola.
Es a través del rock que se ha producido un impresionante movimiento libe-
racionista, es a través de explosiones como éstas que gran parte de la juventud va
teniendo conciencia de la innecesidad de definirse estrictamente en lo masculino
o lo femenino. Así como algunos varones ya no temen conducirse de un modo
pasivo, o asimilar atribuciones femeninas, también las mujeres van abandonando
los roles tradicionales que nuestra cultura les ha impuesto. Para ciertas nuevas
generaciones los encasillamientos masculinos y femeninos van careciendo de
sentido, las inhibiciones, las culpas y los prejicios van perdiendo también su fuer­
za, y las antiguas pautas van siendo profundamente resquebrajadas. La síntesis
de lo expuesto tal vez lo represente el grupo Alice Cooper, totalmente integrado
por varones. Alice es el cantante solista que sale a escena con minifalda y pesta­
ñas postizas. Su modo de moverse, de gesticular, de expresarse corporalmente,
lo hacen flotar en una aureola de hipersexualidad, con grandes componentes de
su sensualidad de donde se derivan descargas altamente eróticas.
El travestismo es un fenómeno particular. Desde el informe Westhpal en ade­
lante se han hecho decenas de intentos para lograr explicarlo. El mismo Westph I
supuso que se trataba de una anomalía mental periódica. Hirschfeld considera’ i

64
e\ travestismo es una etapa sexual intermedia. Havelock Ellis tratará eUema
una inversión sexo-estética a la par que atribuye su origen a una exágera-
c°' 1 je la tendencia normal a identificarse con una persona amada. Molí la clasi-
c en cinco grupos, el primero y el últim o por actos compulsivos y travestismo
. motivos prácticos respectivamente, mientras que en los tres intermedios re-
^ mocera un componente homosexual. A. Storr admitirá la posibilidad de la acti-
travestista sin que medie ningún sentimiento homosexual, relatando el caso
un individuo que veía afianzada su masculinidad vistiéndose con las ropas
de su mujer. A su vez Kinsey sostiene "El travestismo y la homosexualidad son
fenómenos totalmente independientes y sólo una pequeña parte de los travestis-
tas son homosexuales en sus relaciones f ísicas."(46)
Sin embargo, más allá de estas bizantinas deduccione» sobre si se trata o no
de casos de homosexualidad, resulta notorio que el travestí busca una aproxima­
ción al modelamiento de la pareja heterosexual. Es el hombre que no puede
apoximarse a o tro hombre como tal sino que necesita hacerlo como "mujer” .
Desde niños nos han inculcado que la única relación válida es la de un varón
con una mujer y que todo otro tipo de relación no existe (o no debiera existir).
A n te el aprendizaje de este esquema heterosexual de relaciones, de este ordena­
m ien to cultural, algunos homosexuales sienten que, como hombres, no encajan
dentro de esa estructura, que están en contradicción con la enseñanza que les ha
ha sido trasmitida. A partir de esa conciencia, comenzará el proceso de afemina­
m iento para poder ajustarse al molde que ha sido inculcado. La relación hombre-
hombre (o mujer-mujer) no ha sido asimilada libremente. La relación hombre-
mujer (la heterosexual) es la única posible. Si del travestismo resulta una aproxi­
mación ilusoria a la heterosexualidad, el transexualismo es el extremo acabado
de esa aproximación. De lo que se concluye que, tanto el travestismo como el
transexualismo, surgen de una profunda negación de la homosexualidad.

PALA B RA S F IN A L E S

Es postole que un sentimiento de impotencia conduzca a querer negar algu­


nas de las pautas aquí expuestas porque resulta tremendamente hiriente el hecho
de creer que la cultura pueda habernos influenciado de tal modo que hayamos
'iejado de ser nosotros mismos para ser lo que la sociedad ha querido. Este siste­
ma, que se dice defensor de la "individualidad", es el medio en el cual hemos su­
frido la más brutal de las despersonificaciones, la más inimaginable de la meta­
morfosis. Si, es difícil admitir que no somos dueños de nuestra voluntad, que
somos poseedores de una voluntad inventada, que no somos nosotros los que
dirigimos el curso de nuestras vidas.
Los roles sexuales tornan las diferentes formas de sexualidad como catego­
rías apartadas, distantes entre sí e inconexas, cuando unas podrían ser equilibra­
do complemento de otras. Estas diferentes categorías sólo son posibles en una
sociedad sexista. Bajo esta óptica, la homosexualidad no pasa de ser un produc­
to accesorio de un modo particular de establecer roles —o, lo que es lo mismo,
normas aprobadas de conducta— sobre la base del sexo. Tanto la homosexuali­
dad como la heterosexualidad en tanto tales son categorías falsas. Lo mismo pue-

65
de decirse de los roles masculino y femenino. Ello queda demostrado desde
momento en que cualquiera pueda aprenderlos o imitarlos. En una sociedé
donde la expresión de los sentimientos sea respetada en toda su amplitud, dond
ningún hombre ni ninguna mujer conformen grupos clasificatorios apartados tan.il
to las categorías de homosexualidad como de heterosexualidad no tendrían ra­
zón de ser y desaparecerían inevitablemente.

66
C A P IT U L O V

L A IN C ID E N C IA DE LO H O M O S E X U A L
EN L A C IE N C IA Y EN LA N A T U R A L E Z A

¿ ¡ única relación sexual antinatural es aquella im-


I ¡risible de realizar.

A. K IN S E Y

D E S D E LOS P R IM E R O S E S T U D IO S

Desde el momento en que la homosexualidad ha estado presente en todos


os pueblos de todas las épocas, con un número de incidencia considerable, y
en la vida de muchas personas que resultaron claves para la historia de la huma­
nidad, y dada su importancia no sólo desde el punto de vista cotidiano sino
'Jesde el jurídico y psicológico, ésta ha ocupado un lugar especial dentro de
las denominadas "perversiones" sexuales.
En los siglos anteriores —en nuestra cultura judeo-cristiana— los homo­
sexuales eran tratados y castigados con la misma intolerancia que los acusa­
dos de brujería, herejía, satanismo, etc., y por lo tanto los métodos inqui­
sidores usados para con los individuos que compartían esta orientación sexual
eran los mismos que se empleaban para con aquéllos. Más tarde, el ascenso
en la comprensión de los impulsos humanos permitió que se los observase
en sus aspectos clínicos, es decir como personas con una extraña defoima-
ción patológica, aunque para la ley siempre siguieron siendo algo parecido a
los delincuentes.
En los inicios del análisis científico de la homosexualidad, todos los es­
tudios coincidieron en que ésta se trataba de una anomalía congénita. Arras­
trando todavía las pautas más enquistantes de una moral judeo-cristiana ya en
decadencia, su modo de defenderse apartándola de ellos mismos y del am­
biente "normal" donde se desenvolvían era ubicándola, no en la potencia­

67
lidad de todos los individuos, sino en aislados casos donde las neuronas o los
cromosomas no funcionaban como debían.
El primer estudio clínico-antropológico realizado sobre el tema fue el de
Griesinger, quien vislumbró en uno de sus casos la relación entre el estado del
pacieftte homosexual y caracteres de tipo hereditario, aunque el primer tra­
tado fue escrito por Westphal, quien lo definió como una inversión sexual
congénita con conocimiento, por parte de la persona afectada, de su natura­
leza patológica, sin aclarar si la inversión sexual era un síntoma proveniente
de un estado neuropático o psicopático, pero expresando sí, que en cual­
quiera de los dos casos se trataba de resultantes congénitas. Hirschfeld con­
sidera simplistamente a la homosexualidad —y de esta manera se acerca a
una concepción realista— como la inclinación sexual experimentada por cier­
tos hombres hacia otros hombres y por ciertas mujeres hacia otras mujeres,
determinando una diferencia entre homosexualidad y pederastía y estable­
ciendo las primeras normas para definir el carácter bisexual en algunos indi­
viduos, considerándolo como la atracción indistinta hacia los dos sexos sin
manifestaciones de rechazo hacia ninguno. Hirschfeld, aunque indagando ya
en los campos de la psicología, se halla totalmente arrimado a la teoría de
la constitucional ¡dad: "La fusión completa de la homosexualidad con toda
la personalidad homosexual, o de la lesbiana, tiende a probar que la homo­
sexualidad es innata en el individuo y no adquirida en el curso del tiempo,
como resultado de circunstancias externas. Si así fuese, podría desaparecer
más tarde, como resultado de algún otro acontecimiento, pero no es este el
caso, pues esta aparición y desaparición son contrarias a todas las observa­
ciones hechas durante muchos años."
Una avalancha de deformaciones anatómicas y embriológicas pretenden
explicar el origen de la homosexualidad, personificada en autores como Gley,
Magnan, Ulrichs, Mantegazza, Bernhardi, etc. Gley llegó a afirmar que los
homosexuales eran poseedores de un cerebro femenino y glándulas sexuales
masculinas, atribuyendo su sexualidad a un anormal funcionamiento cerebral.
Gley pensaba que las glándulas cerebrales determinaban, por lo general, las
funciones secundarias del cerebro. Magnan habla también de un cerebro de
mujer en un cuerpo de hombre y viceversa, sin que ninguno de los dos espe­
cificase cuáles eran las diferencias en las neuronas de uno y otro ni qué ca­
racterísticas especiales podían distanciar el cerebro de una mujer del de un
hombre, a excepción del tamaño proporcional. Ulrichs va un poco más allá
al referirse a un "anima mulieris virili corpori innata", con lo que intenta ex­
plicar el origen del afeminamiento. Hermán (1903) afirma que en todo hom­
bre y en toda mujer existen características y componentes masculinos y fe­
meninos. Esta posición sigue de algún modo vigente en algunos pensadores
(Storr) al considerarse la similitud anatómica de los dos sexos desde el mo­
mento en que "todo hombre tiene órganos femeninos rudimentarios y toda
mujer tiene características masculinas. El clítoris femenino, por ejemplo, es
simplemente un pene atrofiado. Está compuesto de la misma clase de tejido
que el órgano masculino!*) y se congestiona de sangre durante la excitación

( ) El clíto ris no equivale a un pene. T a n to interna com o externam ente, su estructura


es distinta, el pene está adaptado al rol reproductor, lo que no ocurre con el clíto ris, cuya

68
sexual, de una manera comparable. En la anatomía masculina el rasgo feme­
nino más sobresaliente es el pecho, órgano generalmente rudimentario en el
hombre, pero que puede adquirir proporciones femeninas por la administra­
ción de hormonas adecuadas" (76) Mantegazza atribuye a "un fallo de la
naturaleza'' el hecho de que en los homosexuales se observan supuestas
anomalías anatómicas; según este autor ciertos nervios genitales se extienden
por el recto, haciendo que el núcleo de la excitación sexual se desplace hacia
esa región. Bernhardi, al emprender un estudio examinatorio de cinco afe­
minados, cree descubrir que éstos no sólo no poseen espermatozoides, sino
tampoco cristales espérmicos. La euforia por haber creído hallar la "res­
puesta a ese enigma de tantos miles de años" lo lleva a la conclusión de que
el homosexual (afeminado) no es en realidad un hombre sino una mujer, un
ser femenino imperfecto, que lo único que tiene en común, en relación a los
demás varones, es la estructura de su aparato genital, el cual, en ciertos casos,
ni siquiera está normalmente desarrollado. Entre estas teorías aparecen las
de Lydston y Kiernan que proponen identificar los aspectos de la homosexua­
lidad con el hermafroditismo. A la par de todas estas posiciones aparecen algu­
nas verdaderamente sorprendentes, postuladas ni siquiera por especialistas en
la materia, como la de Schopenhauer, quien sostenía que la sabia naturaleza,
habiendo querido impedir que los hombres mayores —más de cincuenta años-
tuviesen hijos debido a que éstos podían venir con deformaciones físicas o
mentales, dispuso que estos hombres se inclinasen hacia relaciones con indi­
viduos del mismo sexo. (Cuando el autor mencionado dijo esto, ya contaba
con una edad avanzada). Schwarz creyó notar que los homosexuales eran, por
lo general, de escasos recursos respecto a sus posibilidades de contacto, teo­
ría también sustentada por Speer quien sostuvo que el "comportamiento ho­
mosexual era el lím ite de todas las deficiencias." Friedemann relaciona las per­
turbaciones en las posibilidades de contactos con una profunda debilidad del
yo. Pero será Boss quien más se acercará a la concepción freudiana de la ho­
mosexualidad -abstracción de ia bisexualidad latente en todo individuo-
sosteniendo la "plenitud de la existencia masculina-femenina". West consi­
dera a las tendencias homosexuales como una deformación patológica, sim­
plemente porque no se ajusta a la manera de sentir normal de la mayoría de
los individuos que integran la sociedad. Iván Bloch acomete con las primeras
incursiones en el terreno de lo psicológico al considerar a algunos homosexua­
les como "invertidos ocasionales" o "pseudoinvertidos", como los influidos
por los ambientes de los internados o de la marina, o los seducidos por "ver­
daderos homosexuales", calificándolos de "invertidos temporarios" que aban­
donan la práctica homosexual apenas se les ofrece la oportunidad de entablar
relaciones heterosexuales satisfactorias. Molí, algo más cercano a la realidad
que los autores anteriores, especifica que los homosexuales presentan, entre
uno y otro caso, características tan distintas, tan dispersas entre sí, que re­
sulta imposible establecer caracterologías homogéneas y uniformes. Molí opi­
naba que la homosexualidad —por lo menos en la mayoría de los casos— no se
producía por ninguna predisposición congénita sino que podía ser adquirida, y
que los aportes culturales podían ser poseedores de determinantes esenciales.

única función parece ser la de procurar el placer sexual. Además, hay corpúsculos especí­
ficos en el clíto ris que no tienen equivalente en el cuerpo masculino. (N . del A .)

69
Krafft-Ebing habla también de una homosexualidad adquirida, pero su po­
sición es sólo en apariencia similar a la de Molí. Krafft-Ebing creyó que en todos
los casos de homosexualidad adquirida se trataba, en realidad, de una homo­
sexualidad latente, reactivada por algún profundo mecanismo, de donde emer­
gía al llegar el individuo a la edad adulta, pudiendo estar reprimida por un exten­
so período de tiempo. En tales casos se trataba de una orientación sexual congé-
nita reprimida, o sea que en el individuo en cuestión había una predisposición
innata hacia la homosexualidad, anomalía emergida de su letargo luego de años
de permanecer adormecida; y si no se trataba de una homosexualidad "pura"
existía una bisexualidad, que para manifestarse necesitó únicamente de ciertos
estímúlos externos o ambientales. Para Krafft-Ebing uno de estos estimulantes
podía ser la masturbación, teoría que bien pronto fue deshechada. A pesar de
que este autor dedique un capítulo completo a su tan mentada homosexualidad
adquirida, opina que la misma proviene siempre de un factor congénito. La im­
portancia de las glándulas genitales quedó demostrada, para Krafft-Ebing, en el
fenómeno que se observa en los individuos a los cuales se les extirpa dichas
glándulas, produciéndose en éstos un cambio de actitudes, e incluso de tras­
tornos en su formatividad física, observándose un retardado crecimiento del
cuerpo, y un acercamiento hacia las modalidades del sexo contrario en lo que
respecta al comportamiento. Lejos de verificar todavía si estos cambios eran
accidentales, cooperantes o decisivos, quedaba la duda en saber por qué los
cambios mencionados podían producirse también en individuos anatómica y
fisiológicamente normales. Krafft-Ebing será el encargado de elaborar la teoría
de los factores constitucionales hereditarios, partiendo de la base que muchos
de los síntomas de las perversiones sexuales eran arrastrados desde los antece­
sores, principalmente de los padres, aplicando por primera vez lo que él llamó
"la ley de la transmisión hereditaria progresiva". Para ello elabora un anecdo-
tario de cerca de doscientos casos clínicos emprendiendo analogías anómalas
con sus respectivos antepasados. Kiernan es quien pretende relacionar la inver­
sión sexual con el hermafroditismo partiendo de la base que en el origen todo
miembro del reino animal estuvo, alguna vez, dotado de los dos sexos, y que
la bisexualidad, dentro de la cual nos hallaríamos los equívocos homosexuales,
implicaría una regresión hacia las formas primitivas de aquel estado hermafro-
dita. "La bisexualidad original de los antecesores de la raza -d ic e —, visible en
los rudimentarios órganos femeninos de los machos, a menudo provocan inver­
siones funcionales y hasta orgánicas; esto sucede cuando las manifestaciones
mentales o físicas son interceptadas por una enfermedad o un defecto congé­
nito''. Para Chevalier, que también comparte estos supuestos, la dicotomía de
los dos sexos, con sus características físicas y psíquicas especiales, son el resul­
tado de constantes procesos'evolutivos. En el sujeto en estado fetal, se hallan
los dos bandos —masculino y femenino— en pugna, hasta que uno de los dos
logra triunfar, quedando el otro reducido a un estado latente, y es bajo cir­
cunstancias excepcionales que ese otro "bando" se reactiva, dando lugar a la
inversión. Ernest Jones comparte estos supuestos pero no sin reservas: "Me
parece una teoría sumamente probable, en cuyo favor pueden citarse muchos
hechos biológicos, aunque no debemos tomarla por segura". Chevalier no con­
sideró la homosexualidad como una regresión, sino como una perturbación
de la evolución normal. Steinach creyó encontrar nuevos puntos que colaborasen

70
con la comprensión del fenómeno de la homosexualidad en su estudio sobre las
secreciones, trabajo que más tarde publicó; sin embargo sus argumentos fueron
prontamente deshechados por los análisis que luego se hicieron, revelando que
los testículos de los homosexuales no presentaban una constitución distinta a
la de los heterosexuales, comprobando que la composición celular era la misma.

Entre otras diversas teorías surgió la de Casper que identificó con absoluta
plenitud la homosexualidad con la pederastía, pero llegando él mismo a com­
probar que entre una y otra no había una generalizada relación, ya que la pe­
netración anal no era una práctica muy difundida entre los homosexuales, y que
éstos expresaban sexualmente su preferencia a otro tipo de contactos como
el coito oral (fellatio) y la masturbación mutua. Volviendo a Krafft-Ebing,
éste suponía que el tipo de relación dado entre homosexuales se reducía, casi
siempre, a un voluptuoso placer manifestado en la eyaculación a través sólo
del abrazo, del beso o de la simple visión de la persona amada. Más adelante
Havelock Ellis brindará un porcentaje bien distinto de las formas en que los
homosexuales establecen sus contactos, revelando que el 20 % excluye todo
tipo de coito, aproximadamente el 30 % consuma la relación a través del con­
tacto físico estrecho y de la masturbación mutua y que entre el 50 y el 55 % lle­
gan a la conección intercrural empleando la fellatio como complemento. La
posición de Krafft-Ebing está hondamente asociada con la concepción de la
mística judeo-cristiana, que condena la voluptuosidad, término extensivo del
intenso placer. Debido a ello el mismo autor menciona a este "placer volup­
tuoso" como "una anormal sensación", atribuyéndole "un estado de neuraste­
nia sexual". Kfrafft-Ebing expone las características propias de los homosexua­
les de la siguiente manera: "En la mayoría de los casos se producen anomalías
psíquicas (extraordinaria aptitud para las bellas artes, sobre todo para la pin­
tura, la poesía, etc.), junto a una pobreza intelectual o a una falta de claridad
de ideas que llegan a constituirse en auténticos estados de degeneración men­
tal (imbecilidad, degeneración moral). En muchas personas homosexuales se
producen estados de demencia temporal o continua de carácter degenerativo
(estados emocionales patológicos, demencia periódica, paranoia, etc.) (K.E.:
Las psicopatías sexuales). El autor mencionado es de fines de siglo pasado; se
podría pensar que otro autor, algo más contemporáneo, podría haber hecho
evolucionar el pensamiento en algo más viable. Sin embargo Karpman enca­
silla al homosexual dentro de los siguientes esquemas: "El homosexual mas­
culino muestra una peculiar tendencia a llevar el brazo doblado en ángulo
más o menos pronunciado; tiene largas las piernas, las caderas estrechas, los
músculos llenos, la barba rala, poco pelo en el pecho y espalda; la distribu­
ción del vello pubiano femenina, la voz fina, pequeños los genitales y el es­
croto fruncido. La acumulación de grasa en los hombros, nalgas y abdomen
es frecuente en él". (44) De hecho muchas de estas, características pertene­
cen también a los heterosexuales y hay miles de homosexuales que carecen
de ellas. Si la sociedad se dejase influenciar por estas clasificaciones, en poco
tiempo habría una psicosis colectiva donde los "homosexuales" aparecerían
por todas partes. Muchos de estos estudios acerca de la homosexualidad han
estado basados en conceptos erróneos e informaciones incompletas y luego
han ido pasando de un escritor a otro donde a menudo hasta se ha olvidado
fnpnte de origen, terminando por conformar una especie de tradición he-

71
red¡taria más cercana a la mitología que a la ciencia. La creencia de que |a
mayoría de los homosexuales poseen una estructura somática similar a |a
femenina, aspecto delicado y refinado, formas de andar y de comportarse
propias de su sexo opuesto, miedo a la violencia física, etc. forma parte del
milenario e innumerable bosquejo que la cultura heterosexual ha hecho de
la homosexualidad.
Binet es uno de los que intentan explicar la homosexualidad desde el
punto de vista psicológico, y que junto con Condillac, la atribuye a la aso­
ciación de ideas y sentimientos bajo el punto de origen de los impulsos sexua­
les. Binet enfoca el origen dado a través de una fuerte excitación causada por
la visión o por el contacto con otra persona de su mismo sexo, factor que
después se ve acentuado por la repetición de la experiencia o por la incen-
tivación obsesiva de las fantasías; pero —agrega— las mencionadas circuns­
tancias se dan en individuos ya predispuestos congénitamente, posición
también compartida por Schrenck-Notzing. Chevalier se contrapone a dicha
posición sosteniendo que una explicación psicológica no aclara el origen de
los instintos homosexuales iniciados mucho antes de cualquier asociación
de ¡deas fusionadas con sensaciones sexuales.
Años más tarde surgieron ciencias como la endocrinología y la investiga­
ción hormonal, que al principio creyeron hacer grandes descubrimientos
tanto en lo referente a la génesis como a los diferentes tratamientos sobre la
homosexualidad, pero que más tarde fueron rebatidos y dejados de lado, sin
que hasta hoy hayan podido aportar datos importantes ni decisivos sobre el
tema. Con el nacimiento de la endocrinología, se pensó que la homosexua­
lidad se debía a una deficiencia del armazón quím ico, centrada en las glándulas
de secreción. Ya en 1952, Benedek llega a la conclusión de que en los homo­
sexuales faltan las constelaciones psicodinámicas con indicadores corporales
y hormonales. Algunos estudiosos supusieron que la homosexualidad se debía
a una falta de elementos andrógenos (hormonas masculinas) y a un exceso
de elementos estrógenos (hormonas femeninas), por lo que se creyó superado
el problema al inyectar en individuos homosexuales una cierta cantidad de
hormonas masculinas. Un especialista francés se expresó de esta manera: "El
funcionamiento defectuoso de las glándulas endocrinas, la pituitaria, la tiro i­
des, los ovarios y las suprarrenales, tienen que examinarse cuidadosamente en
los casos de aberración sexual. Las glándulas suprarrenales, que segregan las
hormonas sexuales, pueden sufrir de hiperfuncionamiento y secretar demasia­
das hormonas masculinas. (El autor se refiere a la homosexualidad femenina).
Entonces la mujer mostrará signos de virilidad. Esta es la marimacho lesbiana,
a la que no le interesa absolutamente el hombre, y busca una muchacha o una
mujer joven como compañera". Los resultados de los tratamientos endocri-
nológicos no pudieron ser (para sus propulsores) más desastrosos. Los indi­
viduos en cuestión, en vez de sufrir una variación de su orientación sexual
vieron recrudecidas enormemente sus ansias por los contactos sexuales, por lo
que dichos tratamientos fueron suprimidos de la terapéutica contemporá­
nea. Desde el momento en que no se ha descubierto en los homosexuales
ninguna anormalidad de tipo física que los caracterice, el supuesto de que
éstos padecen de alguna anomalía constitucional carece de apoyo, al haber
sido imposible demostrar que la homosexualidad es hereditaria. En caso de

72
)rnprobarse la presencia de una anomalía física en una familia a través de
u ,i ias generaciones, la mera observación de casos análogos en los descen­
dentes comprobaría la existencia de un factor hereditario. Pero desde el
in s ta n te en que los casos de homosexualidad aparecen con una extraordi-
0aria frecuencia en todas las familias y en todas las generaciones, aún en el
.apuesto que esta orientación sexual estuviese precedida por varios ante­
cedentes de homosexualidad, esto tampoco comprobaría que se trata de fac­
tores constitucionales hereditarios dado —por otra parte— que muchos homo­
sexuales presentan historiales donde aparece una manifiesta estimulación por
asociación. Al respecto, ni la endocrinología, ni los estudios embriológicos y
zoológicos, di la psicología, han logrado detectar pautas que determinen la ve­
racidad de muchas versiones sobré el homosexual y la homosexualidad. Los
estudios científicos hechos hasta hoy dan mucho que pensar. Antes de afir­
mar un descubrimiento concretado sobre el tema, habría que verificar si hay
o cuál es el índice tendencista que puede haber en dicho descubrimiento. Los
mencionados estudios científicos referentes a la homosexualidad están orienta­
dos, por lo general, ideológicamente. El parangón que puede establecerse es el
de un científico racista empecinado en descubrir las diferencias entre los negros
y los blancos; de hecho esas "diferencias” (capacidad mental, características
fisiológicas del cerebro, etc.) ya se han "descubierto". N o nos resulta nada
extraño que se siga insistiendo en las diferencias hormonales entre los homo­
sexuales y los heterosexuales. Tengamos la seguridad que un científico homo-
fóbico siempre nos va a encontrar un cromosoma de más o de menos.
Hasta el momento las palabras de Kinsey y sus colaboradores han sido
las más esclarecedoras: "N o hay por qué especular sobre la existencia de fac­
tores hormonales peculiares que determinen el que ciertos individuos tengan
especial propensión a dejarse atraer por las prácticas homosexuales; además,
nosotros no hemos podido dar con ningún dato que pruebe la existencia de
tales factores hormonales. Y en realidad no se dispone de datos suficientes
para poder suponer que tengan algo que ver los factores hereditarios especí­
ficos. Las teorías sobre apegos infantiles a uno y otro progenitor; las teorías
sobre la fijación, a algún nivel de la infancia, del desarrollo sexual; las inter­
pretaciones de la homosexualidad como un comportamiento psicopático o una
degeneración moral, así como otras interpretaciones de índole filosófico, no
están basadas en la investigación científica y contradicen los datos específi­
cos relativos a nuestra serie de historiales femeninos y masculinos. Los datos
obrantes en nuestro poder indican que los factores que inducen al compor­
tamiento homosexual son: 1 °) La capacidad fisiológica básica en todo m am í­
fero para responder a todo estímulo suficiente; 2 o ) El accidente que mueve
a un individuo a llevar a cabo su primera experiencia con una persona de su
mismo sexo; 3 o) Los efectos condicionantes de tal experiencia y 4 ° ) El con­
dicionamiento indirecto, pero vigoroso, que las opiniones de otras personas,
así como los códigos sociales, pueden influir sobre la decisión de un indivi­
duo a aceptar o rechazar este tipo de contacto sexual.
Si todas las personas con algún vestigio de historial homosexual, o todos
los predominantemente homosexuales, fueran eliminados hoy de la pobla­
ción, no existe razón alguna para creer qu« la incidencia de lo homosexual se
viera materialmente reducida en la próxima generación. La homosexualidad

73
ha venido constituyendo una parte considerable de la actividad sexual h u m a -í
na ya desde los primeros albores de la historia, en primerísimo lugar porque 1
ella constituye la expresión de ciertas facultades elementales propias del an¡- i
mal humano". (46)
La teoría de <jue la homosexualidad puede tratarse de una enfermedad
hereditaria o constitucional no sólo es sostenida por la endocrinología y por
los estudios glandulares, sino también por cierta parte de la psiquiatría a tra- !
vés de toda una diversidad de matices posicionales. La creencia de que al- j
gunas particularidades físicas y emocionales están hondamente relacionadas
con las preferencias homosexuales viene siendo arrastrada por los adeptos a
la psiquiatría constitucional, creencia a la que muchas veces ni siquiera pudo
escapar la psicología. Hubo una época en que la teoría de la homosexualidad
congénita, aún para la psicología, no dejó de tener su atractivo. En base a
ello podían distinguirse —no sin dificultad— dos clases de homosexuales: los
innatos, en los cuales ningún tratamiento podrá variar ya su conducta sexual, i
y los que la han adquirido, redimibles a través del psicoanálisis, después de
un extenso período curativo. Así, esta cómoda posición servía claramente
a dos fines; el primero, que era el de ubicar a los homosexuales fuera del te- ¡
rreno de los heterosexuales, sin interferir ni inmiscuirse en su campo de acción, J
debido a que los homosexuales son y deben ser diferentes; el segundo, que '
afianzaba la teoría de que todos los seres humanos son más o menos homo- 1
sexuales, por lo que éstos podrían ser ubicados dentro de la generalidad, es
decir bosquejados por el mismo patrón que el de la mayoría. Esta posición
—según Hocquenghen— permite relacionar "lo semejante y lo diferente". (39)
La teoría del "tercer sexo" es rebatida por Freud aparentemente en favor de
los intereses de los homosexuales mismos. Sin embargo, es una espada de dos
filos. Al poner a los homosexuales y a los heterosexuales dentro de las mismas
categorías ("todos somos homosexuales"), y al indicar que el núcleo de la ho- ]
mosexualidad es el sentimiento edípico, por simple carácter transitivo, con­
tribuye a unlversalizar el edipo.
Ya está en escena quien dará un cambio fundamental en la metodología
analítica: Freud, y junto a él el impresionante movimiento que arrastró con­
sigo. Dentro de esta ebullición aparecen autores como Adler y más tarde Ste-
kel trabajando sobre el tema.
El psicoanálisis dio un giro de 1 8 0 ° en la interpretación de las causas que
pudieran motivar la homosexualidad, al atribuir la "inversión sexual" a o rí­
genes psicológicos. Las posiciones del psicoanálisis respecto a la génesis de la
homosexualidad varían según la escuela, incluyendo aquella que sostiene que
la elección del objeto sexual es psicológica mientras que ciertos rasgos carac-
terológicos homosexuales, tales como el grado de pasividad o actividad del
impulso sexual, expresado a través de los roles, puede ser producto de una
fuerza original determinada constitucionalmente (* ). Freud arriba a la con-

( ’ ) O sea casi a la inversa de lo que creemos a nosotros. Nosotros pensamos que la h o ­


m osexualidad es innata porque la sexualidad es innata: nacemos con ella, y la homosexua­
lidad es sólo una de las expresiones o posibilidades de ese am plio espectro sexual. El grado
de com pulsión respecto a la elección del ob jeto sexual, el grado de pasividad o actividad
dado en los roles, el grado de masculinidad o fem inidad dado en la conducta de cual-

74
sión de que la naturaleza de la homosexualidad no puede explicarse
¡huyéndole causas enteramente psicológicas, como así también su con-
. ,partida, es decir por causas enteramente constitucionales, sino que pien-
j que ambas posiciones son viables y no excluyentes. Freud fundamenta
..¿te pensamiento en que, aún en los invertidos más recalcitrantes, puede ob­
servarse en algún período de su niñez motivos que produjeron en ellos distur­
bios emocionales, los cuales pudieron haber sido la causa de sus posteriores im­
pulsos homosexuales; en cambio, en otros individuos orientados homosexual­
m ente es imposible detectar en su infancia o juventud causas externas que pu­
d ieron haberlo inducido hacia las preferencias homosexuales.
Por otra parte es de suponer —prosigue Freud— que si estos factores fuesen
los determinantes en la preferencia por las relaciones homosexuales, todas las
características propias de un homosexual se verían también invertidas, o sea
identificadas con la de su sexo opuesto, siendo en realidad que muchos homo­
sexuales varones conservan rasgos típicamente masculinos, y muchas lesbianas
típicamente femeninos. Contrariamente, las relaciones de equilibrio endocrino,
o sea la proporción entre el endrógeno y el estrógeno, parecen presentarse tam ­
bién en algunos individuos denominados normales, o sea no orientados homo­
sexualmente. Evidentemente, el psicoanálisis nunca afianzaría el supuesto de
que los factores constitucionales son elementos determinantes de la homose­
xualidad debido a que con ello se condenaría a priori hacia un derrotismo res­
pecto a la "curación" por medio del tratamiento psicoanalítico.

N A T U R A L E Z A A N IM A L Y N A T U R A L E Z A H U M A N A

En el contexto de nuestra sociedad, el contacto sexual entre individuos


de un mismo sexo es tomado como "pecaminoso" —desde el punto de vista
religioso-; "ilegal" -desde el punto de vista jurídico—; "impropio e indecen­
te" —desde el punto de vista social—; y "enfermizo" —desde el punto de vista
médico y psiquiátrico-. Ello se debe a que de hecho el homosexual no respe­
ta determinados fines sociales ni está acorde con determinadas cuestiones mo­
rales.. Sin embargo, uno de los slogans más utilizados contra las relaciones ho­
mosexuales es la de considerarlas "antinaturales", o sea que cierta clase de
impulsos sexuales son observados como contrarios a las leyes de la natura­
leza, punto de vista bastante común entre muchos integrantes del mundo cien­
tífico . No obstante pocas cosas hay que se aparten más del rigor de la ciencia
que estos supuestos, principalmente porque la labor del científico no reside en
distanciar lo "natural" de lo "antinatural" sino el de descubrir qué incidencia
posee en la naturaleza un determinado fenómeno. Los antagonismos natural-
antinatural, normal-anormal, son utilizados frecuentemente no sólo por el

quiera de los dos sexos, se debe sí al condicionam iento de orden cultural im puesto por
la educación fam iliar y social. Cabe aclarar que a ese condicionam iento no siempre res­
ponde una actitud de obediencia; to d o lo contrario, por un efecto de reacción, ad m ira­
ción o rebeldía, el individuo puede conducirse en form a inversa al deseo social. De a h í
la verdadera causa por la que se denom ina "invertido s" a quienes no responden al rol so­
cialm ente asignado. (N . del A .)

75
grueso de la población sino también por los capacitados hombres de ciencia
que para no parecer arcaicos ni corrientes, han inventado una serie de nuevos
términos para disfrazar viejos prejuicios, e innovar con un vocabulario de van­
guardia las ideas tradicionales de un pensamiento ancestral. El tan mentado
concepto de antinatural ha sido obviamente empleado para ocultar el miedo
a todo aquello que se oponga a la "naturaleza" social en vigencia. En realidad,
las leyes de la ciencia no prohíben ni admiten nada, a la inversa de lo que
ocurre con las escuelas teológicas y filosóficas. La ciencia observa los hechos
desde un punto de vista empírico y su preocupación no es la de juzgarlos, sino
la de descubrirlos, estudiarlos e interpretarlos. La ciencia no puede ser de nin­
gún modo proscriptiva. Los actos observados desde una óptica científica no son
ni aprobados ni condenados. La ciencia como tal adquiere una actitud con­
templativa e investigadora respecto de los actos que se suceden en el contexto
de la naturaleza. La ciencia está más allá de lo que debiera o no debiera acon­
tecer, y no puede estar condicionada por los prejuicios que caracterizan al
resto de la sociedad. Estas proscripciones son creadas por aquellos encarga­
dos en designar "la correcta orientación sexual" de los individuos en base a
finalidades y conveniencias sociales. Consecuentemente, desde el punto de
vista teórico, la ciencia no puede admitir la homosexualidad como menos na­
tural que la heterosexualidad por el sólo hecho de ser menos practicada. Si
todas las minorías, o todos los actos minoritarios, fuesen tachados de anti­
naturales, un gran porcentaje de actividades humanas consideradas permisi­
bles, como el alimentarse exclusivamente de hierbas o pertenecer a una secta
religiosa, deberían también ser tomados como antinaturales. Ningún acto de
ninguna naturaleza puede ser tachado de antinatural. El único acto que po­
dría considerarse antinatural es aqueH cuya realización es imposible. Nada de
lo que acontezca, desde lo más extravagante hasta lo más espantoso, escapa al
marco de la naturaleza. Ni el bien ni el mal, ni la enfermedad ni la salud, ni
la vida y la muerte, pueden ser considerados antinaturales. Todo lo que es
posible es porque la naturaleza lo permite.
Ahora bien, el cambio, la mutabilidad, la metamorfosis constante, es una
de las particularidades esenciales del protoplasma vivo. A lo largo del desa­
rrollo de todo ser viviente se presentan innumerables causas que motivan un
estado de modificación nunca detenido. El aprendizaje es uno de esos m o ti­
vos, a través del cual los seres vivos van amoldando sus estructuras físicas y
mentales frente a las requisitorias del medio ambiente. Analizando la vida de
los seres en una escala que va desde los más simples, desde los más primitivos
hasta los más complejos, desde los unicelulares hasta el hombre, vemos que
la importancia del aprendizaje, o de las respuestas condicionadas, van también
gradualmente en aumento; esto es, las respuestas mecánicas de los primates
van siendo desplazadas por las respuestas aprendidas de los mamíferos supe­
riores. Al llegar al eslabón más desarrollado de esta escala biológica nos en­
contramos con los seres humanos, los cuales han sustituido de tal modo esas
respuestas mecánicas, por las aprendidas que, es de suponer, éstas ocupan un
lugar esencial y de relevante privilegio respecto a las primeras. Así, el com­
portamiento del individuo se basa, ante todo, en la capacidad de reaccionar
positivamente ante las acechanzas del mundo externo en una ininterrumpida
búsqueda de la sobrevivencia. Esa capacidad está dada por el condicionamiento

76
,itrido a través de la asimilación de sus respuestas ante determinados estímu­
los. Dichos estímulos provenientes del exterior exigen un tipo de respuesta
para cada uno de ellos. El ser humano, ante esta significativa gama de requisi­
torias, ha reducido el papel de las respuestas primarias a un mínimo de posi­
bilidades. En los mamíferos superiores, las respuestas condicionadas o apren­
didas han sustituido a las no condicionadas. Es difícil saber todavía qué grado
je capacidad traemos con nosotros al nacer, lo que sí sabemos es que esa
capacidad, ante el pedido de reacciones que exige nuestra posterior sobreviven­
cia, resultaría prácticamente insuficiente. El ser humano, a medida que va evo­
lucionando en su crecimiento, más se va alejando de su estado primitivo, más
se va distanciando de sus actitudes primarias, y más se va desarrollando en él
el proceso de aprendizaje, para acondicionarse correctamente ante determina­
dos tipos de estímulos. De esta manera el individuo debe aprender todos los
tipos de respuestas, ante la presencia de causas que exijan su reacción. Es de
suponer que tal aprendizaje se da poco después del alumbramiento y que per­
sistirá hasta su muerte. Lo cultural ha ocupado un papel preponderante en la
vida de todos los individuos y también es de suponer que si conservan algún
tipo de instinto, éste ha sido en gran parte eclipsado y reemplazado, a tal
punto que incluso 1os denominados "instintos sexuales" pueden ser m odifi­
cados y estructurados. En el capítulo 6 veremos que la conducta sexual de un
pueblo o de una comunidad varía según las costumbres, la época, las circuns­
tancias. De haber un patrón universal en lo referente a la orientación sexual,
válido para todos los hombres y mujeres del mundo, habría que pensar que
ciertos pueblos o comunidades lo respetan y otros no, debido a lo diverso del
comportamiento sexual entre una cultura y otra. Y eso no es todo:"en los ú lti­
mos años parece haber surgido, según algunos autores, un exaltado recrudeci­
miento de la homosexualidad. A. Kardiner se pregunta: si la homosexualidad
es una variante biológica, ¿cómo es posible que esa variante biológica haya sido
capaz de aumentar en un cien por ciento en el transcurso de trece años?" Según
el autor, ello resulta imposible, puesto que "no hay especie animal capaz de
sobrevivir a cambio o mutación tan abrupto." (66)
Y es porque si profundizamos en la cuestión, concluiremos que la natura­
leza del Hombre, como ente racional, como especie capaz de dominar y modi­
ficar sus impulsos, capaz de evolucionar hacia formas atípicas (sin preceden­
tes) de conducta, se ha desprendido definitivamente de la naturaleza animal y
ya no tiene relación con ella. E l ser humano posee SU N A T U R A L E Z A en
cuanto tal.
Si en las especies animales, en la naturaleza animal, los contactos de tipo
homosexual se dan o no, o tienen otra frecuencia, es algo que no tiene ningu­
na importancia. Las actitudes del Hombre ya no pueden ser comparadas con
las de las especies infrahumanas y éstas, de ninguna manera, pueden ser toma­
das como patrón de medida para examinar la naturaleza humana.
No obstante, al final de este mismo capítulo, haremos mención a las obser­
vaciones sobre homosexualidad realizadas en animales, aunque sea como tibio
homenaje a los científicos que dedicaron su tiempo a este tipo de estudio.
Quede claro entonces que la finalidad de ese trabajo no es el de identificar la
sexualidad de los animales con la del ser humano, sino ofrecer simplemente una
referencia o descripción de las investigaciones realizadas.

77
LOS H O M O S E X U A L E S Y LOS C IE N T IF IC O S

La ciencia o mejor dicho los científicos— dedican buena parte de su tiem­


po a discurrir acerca de la homosexualidad. Elaboran diversas teorías que van
desde el exterminio hasta la "cura", pasando por la prevención y el desaliento
de la conducta homosexual. Estas posiciones tienen algo en común: todas ellas
excluyen la opinión de los propios interesados, como si los que protagonizan
el hecho no tuviesen capacidad crítica ni pudiesen discernir sobre su realidad.
El día 27 de octubre de 1974, el Dr. Everardo Power, presidente de la
Liga Argentina de Educación Sexual, dictó una conferencia sobre el tema. En
realidad, como casi siempre ocurre, de lo que se habló no fue de la homose­
xualidad sino de las fantasías homosexuales de los heterosexuales. Power
opinó que la homosexualidad no es una enfermedad sino una conducta sexual
socialmente indeseable; por consiguiente, la función del científico es reco­
mendar a los padres que la desalienten; con lo cual Power sale del terreno de
la ciencia —e incluso de su propia ciencia— y entra a charlar con las fami- j
lias: "ser homosexual es algo muy desagradable, cae muy mal, ellos no son
nada felices", y otros lugares comunes de la antihomosexualidad, entran
pomposamente en el discurso científico. Además -cuenta Power— los
homosexuales quieren curarse, y tratan de llegar puntualmente a su terapia,
pero en el camino toman un tren en el cual otro sujeto les dirige una irre­
sistible mirada homosexual que los obliga a bajarse y tener relaciones en el
lugar más próximo, con lo cual pierden dos cosas: primero, el dinero de la
terapia y segundo, el tiempo, puesto que, según Power, los homosexuales
no gozan.
Otro de los terribles males que acarrea la conducta homosexual es el
"sexo-centrismo", o sea que'los homosexuales viven pensando en el sexo,
lo cual constituye un claro síntoma patológico. Casualmente, el individuo
que afirma todo esto vive de dar conferencias sobre sexualidad. Objetar
sus puntos de vista resulta sencillo:
10) El concepto de "desalentar la homosexualidad por ser socialmente
indeseable" cae fuera de los límites de la ciencia, por cuanto abarca un fenó­
meno social que el disertante no analiza, desconociendo la incidencia de la
represión y la marginación homosexual.
2 o) Los homosexuales gozamos, somos los únicos autorizados para sa­
berlo y los más autorizados para decirlo.
Pero mientras tanto, el discurso de Everardo Power sigue límpido y cris­
talino en las alturas de la ciencia.
Dicho análisis puede ubicarse —por lo menos en apariencia— a cierta altu­
ra. Hay otros que sobrepasan ya el lím ite de lo concebible, como el deeste
apunte universitario: "La homosexualidad, tanto masculina como femenina,
es la práctica sexual y tendencia erótica hacia sujetos del mismo sexo.
La desarrollan sujetos perversos, degenerados sexuales, personalidades
perversas favorecidas por medios carcelarios, reformatorios, asilos, salas de
hospitales de enfermos crónicos; perversos abúlicos, refractarios al trabajo.
La homosexualidad adquirida por conflictos psíquicos la desarrollan sujetos
que fracasaron con el sexo opuesto, los narcisistas y los que tienen una exce-

78
fijación maternal. También los débiles mentales son fácil presa de la
5 nosexualidad". Esto es lo que se ve obligado a estudiar un alumno de
3rto año de medicina en la Argentina.
El proceso de aprendizaje es iniciado por el individuo al responder a un
tírnulo dado. Si ese estímulo provoca en él una sensación de placer, es pro-
■iljlc que en el futuro el individuo en cuestión responda satisfactoriamente
)(lte |a presencia de ese estímulo; por el contrario, si provoca en él una sen­
s a c i ó n de dolor o de desagrado, en el futuro responderá rechazando el con­
tacto con dicho estímulo. Las condiciones se dan como óptimas —por ejem­
p lo—, s¡ e* individuo en su primera experiencia identifica a éstas con una
s e n s a c ió n de placer, por lo que resulta viable que luego las siga manteniendo
j menos que factores culturales intercepten esa capacidad de respuesta ya
dada con argumentaciones de índole moral y de función social.
De cualquier manera, al parecer, ya los científicos de hoy en día abocados
al estudio de la conducta, no consideran las respuestas a determinados impulsos
sexuales como pertenecientes al campo de lo hereditario, sino que la mayoría
de ellos reconoce que es la experiencia y sólo la experiencia la capacitada para
brindar las preferencias respecto a sus inclinaciones sexuales. Todos los mam í­
feros tienen la capacidad de responder afirmativamente a todo estímulo que les
resulte suficiente, tanto los emanados de su mismo cuerpo, como los de su pro­
pio sexo o de su sexo opuesto, a menos que esa capacidad de respuesta no esté
condicionada previamente por experiencias anteriores, o que el individuo en
cuestión no esté dotado de los elementos necesarios, o incapacitado físicamen­
te. De no ser así, responderá idénticamente a idénticos estímulos, por lo que
afirmamos que resulta imposible predecir que un ser humano posee una orien­
tación sexual dada antes del alumbramiento o previamente a ser condicionado
por el medio ambiente. Una de las pruebas más convincentes de que la homo­
sexualidad no está regida por factores constitucionales, es por los análisis hechos
en personas nacidas con características biológicas propias de los dos sexos.
En estos contados casos de hermafroditismo, a los individuos les fue asignado
un sexo arbitrariamente, ante la imposibilidad de definirlo fisiológicamente.
Si a partir del alumbramiento fueron criados como varones, en la mayoría de
ellos su orientación sexual se dirigió hacia las mujeres. Si fueron criados como
mujeres, su orientación sexual se dirigió hacia los varones. Pero en algunos
casos se descubrió —durante la pubertad— que el sexo asignado había sido un
error, ya que, por ejemplo, se encontró que una persona criada como niño
Poseía en realidad órganos internos femeninos, tales como ovarios, matriz,
etc. Sin embargo, a través de la educación, su orientación sexual ya había sido
fijada y fue imposible variarla.
Esto implica que el condicionamiento psicológico, especialmente en los
primeros años de la formación, es el factor determinante de las preferencias
sexuales.

LOS FA C T O R E S F IS IO L O G IC O S

Desde el punto de vista fisiológico, el acto del coito puede describirse como
una secuencia normalizada de actividades estimulatorias, destinadas a provocar

79
el movimiento peristáltico que conducirá al orgasmo. En el coito genital de|
macho y la hembra, la frotación de la uretra peniana es la que provoca la eya-
culación del semen. En el acto copulativo el pene se introduce en la vagina
actúa como bomba impelente, y será a través del orgasmo que inyectará el
semen. Las paredes internas de la vagina, en cambio, actúan como bomba as­
pirante y por reflejo del orgasmo facilitan la inseminación y el transporte del
semen al interior del útero. Sin embargo la vagina puede ser reemplazada fá­
cilmente como bomba aspirante, ya que la boca, la mano, o la simple frota­
ción con otro cuerpo, pueden funcionar también como bombas aspirantes.
A nivel fisiológico, el aparato genital de la mujer no es el único capacitado
para cumplir con la peristalsis orgástica del pene.
Desde el momento en que el estímulo de los genitales provoca la contrac­
ción de los músculos que rodean el orificio anal —y viceversa— es que esta
zona es eróticamente sensible. Al igual que la acción del pene luego del or­
gasmo, el esfínter anal se abre y cierra convulsivamente. El estímulo anal,
sumado a los aportes psicológicos, puede provocar el orgasmo lo mismo en
hombres como en mujeres.
Tanto en el macho como en la hembra, el placer orgástico es el elemento
fundamental que los conduce a la relación sexual. Esta búsqueda de placer es
independiente de la procreación y puede llevarse a cabo combinando el intento
reproductivo o no. Prueba de ello lo tenemos en que la mayoría de las mujeres
siguen manteniendo sus deseos orgásticos a pesar de estar embarazadas o más
allá de la menopausia. Asimismo, el uso de elementos anticonceptivos son,
entre los seres humanos, harto frecuentes, lo que indica que muchas veces las
propias relaciones heterosexuales no están orientadas hacia fines reproduc­
tivos. Lo mismo puede argumentarse respecto de las actividades autoeróti-
cas, muy comunes en los adolescentes. Cuando un joven se masturba, no lo
hace con fines reproductivos.
Hoy ya sabemos que existen ciertas características en los individuos de
índole hereditario, aunque recién comienza a indagarse con elementos fun­
dados, en ese campo. Sin embargo, ¿'es factible hablar de una sexualidad
hormonal? De ser así, la proporción de hormonas masculinas y femeninas
sería distinta entre los llamados homosexuales y los llamados hombres nor­
males, en cuyo caso habría diferencia en la secreción de ketosteroides. Sin
embargo, por las experiencias realizadas, a ningún homosexual se le ha lo­
grado variar su orientación sexual por la inoculación de hormonas mascu­
linas; todo lo contrario, se le han recrudecido sus ansias de experiencias.
Todo lo que se ha obtenido con este método es una transformación de las
características sexuales secundarias.
Hasta no hace mucho, en medicina se determinaba el sexo en función
de las gónadas. Hoy es posible determinar el sexo genético con la ayuda de
la cromatina sexual. Por lo demás, si bien conocemos el sexo fenotípico, éste
puede no acordar necesariamente con el sexo genético o con el sexo gonadal,
y hasta puede estar en contradicción con éstos. Ciertamente, se acaban de
hacer interesantes descubrimientos respecto a la determinación del sexo ge­
nético; incluso hasta se ha logrado diferenciar y contar los cromosomas y hasta
distinguir el cromosoma X del cromosoma Y. Se ha establecido además que
los hombres que sufren el síndrome de Klinefelter, así como las mujeres que

80
^ fre n el síndrome de Turner, pertenecen al sexo que representan en apa­
riencia- Hasta el momento no ha sido posible hallar ninguna verificación gené­
tica que conduzca a la homosexualidad.
Los cromosomas, pequeños fragmentos que se encuentran en el núcleo
¡je todas las células, son fijos e inmutables para cada una de las células de las
distintas especies e individuos. En la especie humana el número de cromoso­
mas es de 46 divididos en dos grupos de 23. De cada uno de estos dos grupos,
22 corresponden a las características anatómicas y ciertas -últim am ente co­
mienza a saberse— características psicológicas. El último cromosoma restante
de esos 23 corresponde al sexual. La mujer es poseedora de dos cromosomas
sexuales a los que se denomina “ X "; el varón posee uno solo y junto a éste un
pequeño cromosoma denominado " Y " . La fórmula cromosomática completa
de la mujer sería entonces 44 cromosomas más X X , la del hombre 44 cromo­
somas más X Y . En el instante de la fecundación los cromosomas sufren una
división, constituyendo dos grupos de 23. En la mujer de hecho que ambos
grupos estarán constituidos por 22 más X , mientras que el varón sufrirá la
variante de tener un grupo idéntico al de la mujer, es decir 22 cromosomas más
X, y el otro grupo formado por 22 cromosomas más Y . El factor determinante
será la unión del espermatozoide X con el óvulo (X ), resultante de los cuales
será un miembro del sexo femenino; por el contrario, si al óvulo se le une un
espermatozoide Y , la fórmula será X Y , es decir, un miembro del sexo mascu­
lino. Ahora bien, desde el momento en que a estos cromosomas se los ha con­
seguido aislar y fotografiar, es que se ha descubierto que ciertos individuos
poseen núcleos con 47 o 45 cromosomas, es decir, un cromosoma suplemen­
tario o un cromosoma de menos. En el primer caso, si el cromosoma es de
tipo X, la fórmula sexual final del individuo será X X Y , en lugar de X Y , por
ejemplo. En el segundo caso, si falta el cromosoma Y , la fórmula final resul­
tará XO . En ninguno de estos casos se trata de un hombre disfrazado de mu­
jer o viceversa. Tanto uno como otro son anomalías de tipo cromosomático,
cuyo determinismo sobre la orientación sexual no ha podido comprobarse.
También se sabe que en los excepcionales casos de hermafroditismo, el número
de cromosomas es normal.

EL IN F O R M E K IN S E Y

Una de las características prevalecientes de nuestra cultura jerárquica,


dividida en clases desde tiempos ancestrales, es la de dividir a los individuos
—y por ende las conductas de estos individuos— en categorías diferenciales.
Dios y el diablo, lo bonito y lo feo, lo bueno y lo malo, el blanco y el negro,
constituyen la eterna dicotomía de valores o posiciones internalizadas en
nuestras mentes. La necesidad de conformar la conducta sexual humana en
dos categorías antagónicas —homosexualidad y heterosexualidad— constituye
una clara imagen de esos encasillamientos. Si bien la capacidad de respuesta
puede dirigirse indistintamente tanto hacia a homosexualidad como a la
heterosexualidad, no vamos a negar que gran cantidad de individuos respon­
den a estímulos predominantemente homosexuales o‘ predominantemente
heterosexuales. Las experiencias primogénitas de la adolescencia, o aún de

81
épocas anteriores, resultan ser, a veces, esenciales respecto a la preferencia.
A los que responden mayor o exclusivamente a estímulos del sexo opuesto
los denominamos heterosexuales; cuando ocurre a la inversa los denomina­
mos homosexuales. Según las normas clásicas del encasillamiento existiría
una tercera categoría, la de aquellas personas que responden indistintamente
—es decir que conforman un equilibrio indiferencial— a individuos de ambos
sexos. A esas personas se las denomina bisexuales. De esta manera, el esquema
que los estudiosos han constituido de la sexualidad humana consta de sólo
tres categorías —la homosexualidad, la heterosexualidad y la bisexualidad—.
Esto induce a negar las infinitas gamas entre uno y otro extremo que se dan
en casi todos los individuos. Al efecto, Kinsey y sus asociados ejecutaron una
escala de seis puntos donde se pretende reurur los diferentes tipos de gradua­
ción de la sexualidad. Haciendo constatar previamente que entre los puntos
0 y 6 existe una amplia zona de matices, la escala hetero-homosexual puede
resumirse en esta forma:
0) Exclusivamente heterosexual, sin orientación homosexual.
1) Predominantemente heterosexual, sólo incidentalmente homosexual.
2) Predominantemente heterosexual, pero más que incidentalmente ho­
mosexual.
3) Igualmente heterosexual y homosexual.
4) Predominantemente homosexual, pero más que incidentalmente hete­
rosexual.
5) Predominantemente homosexual, sólo incidentalmente heterosexual.
6) Exclusivamente homosexual.
En nuestra sociedad se ha definido como homosexuales a aquéllos indivi­
duos ubicados en el punto 6 de esta escala, sin reconocer los atributos hetero-
homosexuales de gran parte de la población ubicada entre el 1 y el 5. Ello
se debe a la constante necesidad de negar las tendencias homosexuales ads-
criptas a la mayoría de los individuos. Al respecto diremos que ni siquiera los
clasificables en el punto 6 responden a las tipologías clásicas físicas, emociona­
les o caracterológicas atribuidas al homosexual.
Cuando Kinsey y sus colegas realizaron su masiva encuesta para determinar
estadísticamente la conducta sexual, no pudieron sino quedar sorprendidos por
la inimaginable cantidad de varones y cerca de la mitad de mujeres para los
cuales los contactos homosexuales representaban una experiencia más o me­
nos frecuente en sus vidas. Ello los indujo a pensar que la homosexualidad
se hallaba mucho más difundida en la práctica sexual de la población de lo
que hasta ese momento se creía y que su incidencia no había sido advertida
debido a los ancestrales tabúes que pesaban sobre ella, y que obligaba a sus
practicantes a ocultarla en el más profundo anonimato. La inteligente reserva
con que actuaron los investigadores llevó a los encuestados a revelar sin secreto
ni miramientos su vida privada. Finalmente, al ser evaluados los resultados de la
investigación, dio como concecuencia el reconocimiento de que la homosexuali­
dad constituía parte de la vida sexual adolescente de un increíble número de va­
rones.
Sin embargo, los datos sobre la incidencia de lo homosexual obtenidos esta­
dísticamente no lograron convencer, a pesar de sus categóricos resultados, a los
que de alguna manera quisieron saber algo al respecto e indagaron en el tema.

82
guiados por preconceptos tendientes a negar esa forma de la sexualidad. La reac­
i o provocada en los medios religiosos, psicoanalíticos y aún oficiales, llevó a
muchos a cuestionar gravemente los resultados de años de intensa y cuidadosa
nvestigación. La falta de objetividad, y de un falso conocimiento de la realidad,
p e r m it i ó y permite desbordar la problemática en las más variadas conclusiones:
"Año más tarde, el Informe Kinsey lanzó desaprensivamente al gran público unas
'estadísticas' nunca bien comprobadas, y que tuvieron la virtud de provocar el
asombro de unos y la morbosa curiosidad de muchos otros, con la consiguiente
propagación del vicio pretendidamente censurado.
Si hoy los 'invertidos' -c o m o también se los denomina— se muestran públi­
cam ente es porque se sienten alentados por el supuesto enorme número de com­
pañeros de vicio". (74)
El informe Kinsey tuvo que persuadir las posturas más antagónicas: a los
que suponían que la incidencia de lo homosexual afectaba a un número muy pe­
queño de individuos —lo que automáticamente la transformaba en "anorm al"—
y los que pensaban que esta incidencia afectaba a casi todos los miembros de la
población masculina, posición sostenida por muchos homosexuales y por diver­
sas corrientes psicoanal íticas.
Ahora bien, lo que en definitiva logra el informe Kinsey es exponer cuanti­
tativamente los casos de homosexualidad, sean o no acompañados de relaciones
heterosexuales, no indagando —lo que sería tremendamente difícil, sino imposi­
ble, de establecer— los casos, o aún más allá, los grados de pulsión homosexual
presentes en cada individuo. Es de suponer que en un mundo contemporáneo,
acostumbrado a inclinarse respetuosamente ante los números y las estadísticas,
el Informe Kinsey haya producido un pavoroso shock no sólo entre quienes
negaban la homosexualidad, sino entre quienes la reconocían y hasta la practica­
ban. La verdadera causa de la explosión se produjo, no porque el 50% de la po­
blación adulta practicase exclusivamente la heterosexualidad, ni porque el 4%
practicase exclusivamente la homosexualidad, sino porque cerca de la mitad
el 46%— de los varones adultos, en los Estados Unidos, practicaban indistinta­
mente —con diferentes grados— tanto las relaciones homosexuales como las he­
terosexuales. Era^nada menos que uno de cada dos y el asunto se ponía serio.
Kinsey no hizo sino volcar una de las armas del Sistema —los números, las esta­
dísticas— en su contra. Es el planteo revolucionario que Guy Hocquenghen, en
su Homosexualidad y sociedad represiva, no parece comprender, tildándolo
incluso— de ingenuo. Kinsey y sus colaboradores son bien claros al respecto:
"La innata facultad fisiológica del animal para responder a cualquier estímulo su­
ficiente parece ser, por tanto, la explicación básica del hecho de que ciertos indivi­
duos respondan a estímulos dimanantes de otros individuos de su mismo sexo
~y ello parece indicar que todo individuo es susceptible de responer en esta for­
ma con tal que la oportunidad se le ofrezca" .(46)
Sin dudar del gran aporte que el Informe dio al mundo, puede llegar a cues­
tionarse la validez de algunos conceptos que Kinsey y sus colaboradores suponen
universales. Siempre hay que tomar en cuenta factores culturales que pueden ha­
ber incidido sobre el resultado de las encuestas, como ser el momento histórico,
el medio socio-económico donde dicho trabajo se realizó, el grado de cultura del
Pueblo protagonista del estudio, el grado de represión estatal, etc. Un trabajo si­
milar hecho en una clínica de la ciudad de Danzig —cualitativa y cuantitativa­

83
mente muy inferior -llevada a cabo por médicos polacos, reveló resultados bien
diferentes. Asimismo, Welf, en su estudio hecho en medios universitarios pola­
cos, concluyó que de 2227 casos, sólo diez de ellos - es decir el 0 ,5 * —eran homo­
sexuales. Es probable que si la encuesta hubiese sido hecha en medios rurales, el
resultado habría dado números todavía menores.Hasta el momento es imposible
saber cuál de ambos estudios revela mejor la realidad. El de Kinsey puede haber­
se incentivado al haber concurrido cierto número de personas con tendencias
homosexuales "en masa", al enterarse de la encuesta; el de Weif puede haberse
reducido ante el temor por las consecuencias de admitirse con tendencias ho­
mosexuales y que, como es sabido, tanto en la URSS como en los países que gi­
ran alrededor de su órbita, la homosexualidad está considerada poco menos que
un "delito" y penada con internación forzosa.
Para emprender un eficinte análisis comparativo hemos decidido agregar una
encuesta aparecida en la revista americana Psycology Today. En ella aparecen en-
cuestados más de 850 homosexuales, de los cuales el 75 % corresponden a miem­
bros del sexo masculino. Estos 8 5 0 homosexuales representan aproximadamente
el 4% del total, cifra que encaja perfectamente en la brindada por el Informe,
que reveló el mismo porcentaje en la población estadounidense durante 1948.
En esta expresión de la sexualidad, como en algunas otras, los varones manifes­
taron mayor actividad en sus relaciones respecto a las mujeres. La encuesta de
Psycology Today dio como resultado que el 37% de los varones tuvieron o ten­
drán por lo menos una experiencia homosexual entre la adolescencia y la madu­
rez. Esta encuesta difiere del Informe respecto a la mujeres, siendo su número
mucho menor en las pruebas de Kinsey. Aquí, un 20% confiesa que ha pensado
en tener relaciones homosexuales.
El porcentaje de homosexuales casados es en un dos por ciento mayor que en
el Informe, y la práctica de la homosexualidad se da más en las ciudades que en
los centros poblados pequeños o en el campo, debido probablemente, a que en
las primeras resulta más fácil mantener el anonimato.
En lo referente al pensamiento sobre la libertad sexual y la legislación por
la que el sexo está demarcado, los homosexuales parecen ser más aperturistas que
los heterosexuales, pensamiento lógico si tomamos en cuenta la calidad de sus
experiencias y la conducta respecto al sexo. Existen más probabilidades que
los homosexuales hayan tenido más acceso a la pornografía hallándola intere­
sante, se hayan masturbado en los últimos seis meses, hayan practicado activa o
pasivamente el coito bucogenital, hayan hecho el amor en grupo o hayan desea­
do hacerlo.
Los homosexuales presentan características sentimentales menores que la de
los heterosexuales, debido probablemente a que la experiencia los ha golpeado
más duramente, volviéndolos más realistas o más cínicos en el amor. Esa mezcla
de liberalidad y escaso sentimentalismo sería uno de los componentes generali­
zantes de los homosexuales.
Un dato interesante lo brinda la edad de los homosexuales y los heterose­
xuales en que realizaron su primera experiencia heterosexual. Un poco más de
uno de cada cinco homosexuales nunca tuvieron ninguna, hecho trasladable tam ­
bién al 14% de los heterosexuales jóvenes. El 17% de las lesbianas mantuvieron
su primera experiencia heterosexual antes de los 15 años, frente a un seis por
ciento de las heterosexuales. Para los varones estas cifras se manifiestan en un

84
j 8 % para los homosexuales frente a un 17 % de los heterosexuales. Esto nos hace
pensar en que los encuestados tuvieron una primera y precoz relación que les
r e s u l t ó desagradable. Este supuesto se ratifica en el hecho de que más de tres de

cada cinco lesbianas tuvieron su primera experiencia con personas desconocidas


o casi desconocidas, en vez de con novios, esposos o amigos íntimos, incidencia
o cu rrida en sólo una de cada cinco heterosexuales.
Aunque el dato más interesante de la revista está dado en el descubrimiento
sobre la capacidad orgasmática de las mujeres, siendo que las lesbianas llegan
3| orgasmo con más frecuencia y facilidad que las heterosexuales, coincidente-
mente con lo manifestado por Masters y Johnson, quienes demostraron que las
mujeres son más susceptibles de llegar a un orgasmo múltiple e intenso cuando
se masturban o se las acaricia con la mano, que durante el coito heterosexual.
A similares conclusiones llega la Dra. Mirta Granero, miembro de la Aso­
ciación Rosarina de Educación Sexual, que en su investigación sobre las dife­
rencias entre los homosexuales y heterosexuales respecto de determinados com­
portamientos y rasgos de personalidad, revela que los que llegan al orgasmo con
mayor frecuencia son los varones heterosexuales (90%) y los varones y las muje­
res homosexuales (87% cada grupo), mientras que sólo el 57% de las mujeres
obtienen el orgasmo en sus relaciones heterosexuales.
Los homosexuales —revela Psycology Today— no se sienten culpables por su
condición, aunque parecen ser menos felices que los heterosexuales. Obviamente
los primeros son más perturbados por el medio que los segundos. La diferencia
más visible entre unos y otros es la desaprobación social. Por lo general los ho­
mosexuales son más propensos a inhibirse a causa de este temor que los hetero­
sexuales. Resulta evidente que los homosexuales tienen más cosas que ocultar.
Los varones—un 49%— reconocen la reprobación social más frecuentemente que
las mujeres —un 36 % —, debido probablemente a que en nuestra sociedad llama
más la atención una pareja de varones que de mujeres. De hecho, la sociedad
acepta como normal que dos mujeres se besen en público o vayan por la calle to­
madas del brazo, conducta tomada como escandalosa si ocurre entre dos hom­
bres. Debido a ello, la cohabitación entre varones se da en términos mucho me­
nores respecto a la de mujeres siendo que el porcentaje de éstas escasi el doble
- 6 0 % frente a un 39 % —. Globalmente, los encuestados se sienten muy poco
amenazados por la homosexualidad. (21)

LAS ESPECIES IN F R A H U M A N A S

Una de las causas fundamentales de la falta de estudio —en los siglos pasa­
dos— de la conducta homosexual en los animales, fue la de sobreentender dicha
conducta bajo esquemas monotípicos orientados hacia formas únicas e indiscu­
tibles de heterosexualidad. Sin embargo, los primeros estudios realizados al
respecto, revelaron, si bien una preferencia por las actividades heterosexuales,
también una complementación o una definida tendencia por las actividades ho­
mosexuales. La idea de que la reproducción es la única función del sexo y que
las especies infrahumanas debían estar firmemente definidas por las relaciones

85
con miembros de su sexo opuesto, cerró los posibles análisis sobre la variabilidad
de su comportamiento sexual.
Posteriormente, los estudios realizados sobre los animales dieron como re­
sultado que los contactos homosexuales son harto frecuentes en casi todas las
especies, creyéndose que accidentalmente en las que figuran en una escala muy
inferior —insectos— y predeterminadamente en las escalas superiores —mamífe­
ros—. Desde el mismo Aristóteles, que observó tendencias homosexuales en al­
gunas palomas, hasta Hamilton, que entendió el comportamiento homosexual en­
tre diversas especies de monos, un gigantesco puente de oscurantismo se sierne
entre ambos. Ya a mediados de siglo X IX surgen los primeros estudios en este
campo. Zuckerman notará la frecuencia de las prácticas homosexuales entre los
mandriles y los chimpancés, Steinach en los escarabajos e Hirschfeld en los gusa­
nos de seda. Goldsmidt (1916), a través de sus experimentaciones con la "poli­
lla gitana", deducirá que la conducta homosexual —y sexual en general— entre
los seres humanos debía ser heredada, y que la orientación definitiva estaría con­
dicionada según la etapa en que el desarrollo sexual es perturbado. "Si esta etapa
crucial es alcanzada muy temprano en el desarrollo, el resultado final es el com­
pleto cambio sexual". Brantóme cita la frecuente relación entre las comadrejas
hembras, fenómeno reproducido en los antiguos jeroglíficos. De Gourmont atri­
buye a la "fuerza motriz de las imágenes" el común ejemplo de las vacas mon­
tándose unas a otras, "ya sea porque así esperan provocar al macho, ya porque
la representación visual del acto deseado las conduce al intento."(4) Denniston,
en La inversión sexual, hace una interesante observación del comportamiento ho­
mosexual de los toros, revelando que es común emplear a novillos en lugar de
vacas, para excitar algunos toros con el objeto de provocar la eyaculación para
la inseminación artificial, dado que en ciertos casos éstos reaccionan "más fá­
cilmente en presencia de un 'excitador' de su mismo sexo que a la vista de una
hembra".
Sin embargo, uno de lo j fenómenos homosexuales más admirables está dado
en los gansos, animales al parecer muy propensos a contraer este tipo de relacio­
nes. Se sabe que si un ganso macho pasa sus primeras ocho semanas de vida úni­
camente entre otros machos, probablemente su conducta homosexual exclusivis­
ta quedará fijada y rechazará todo contacto con una hembra. Pero lo más parti­
cular de esta conducta no es esto —ya que es muy frecuente en todas las especies
vertebradas— sino que las parejas de gansos suelen durar años, hasta la desapari­
ción de uno de ellos. Un caso particular de homosexualidad entre especies acuá­
ticas es el de las marsopas, máxime cuando tal conducta no está condicionada
por factores tales como la inexistencia de un miembro del sexo opuesto o por
experimentaciones de laboratorio, sino que es un claro caso de homosexualidad"
espontánea. Al respecto, las observaciones de Me Bride y Hebb, revelaron la pre­
ferencia de algunas marsopas por otros machos más jóvenes, aún ante la presen- ¡
cia de una hembra en celo. La propiedad exclusivista parece ser uno de los com­
ponentes peculiares de estas relaciones, ya que ambos machos, en los períodos 1
de celo, se ocupan preferentemente de entorpecer al otro en su intento de apa­
rearse con una hembra.
Así como Broadhurst, al experimentar con ratas machos, vio que éstas eran
propensas a rechazar el contacto heterosexual luego de haber sido estimuladas para
responder a contactos homosexuales, Hamilton comprueba que las relaciones

86
entre burros machos no se tornan exclusivistas y que éstas coexisten armónica­
mente con las relaciones con hembras, es decir que los contactos homosexua­
les no funcionan como reemplazo o sucedáneo de los contactos heterosexua-
leS' comprobación ratificada por Zuckerman en su estudio sobre los mandriles,
quien observó que ciertos machos montaban a otros machos antes o después
de consumar la cópula con una hembra en celo. Estos ejemplos demuestran
claramente que les relaciones homosexuales en las especies infrahumanas no
funcionan —por lo menos en todos los casos— por reacción ante una carencia
de copartícipe del sexo opuesto, sino que están orientados por una actitud
preferencial.
Retrocediendo en la escala zoológica llegamos al árbulo, un pequeño
crutáceo parásito de los peces de agua dulce, cuya necesidad de descarga es tan
intensa que con frecuencia se aparea, no sólo con otros machos sino con hem­
bras preñadas y hasta muertas.
Y aún más allá encontramos en los insectos una total indiferenciación por
el copartícipe con el cual se acoplan, probablemente por no distinguir la condi­
ción biológica de su partenaire, cuestión no comprobada.
Kempf atribuye los impulsos homosexuales de algunos animales a "la infe­
rioridad relativa, la debilidad física y la impotencia biológica", características
de ciertos machos que son utilizados como elementos pasivos por otros machos.
Ford y Beach introducen el apremio de la circunstancia —más allá de los facto­
res biológicos específicos— por medio de la cual un macho joven y en inferiori­
dad de condiciones repecto de otro más adulto, conquista los favores de éste,
garantizando la ausencia de su agresión y gozando —incluso— de su protección.
Estos autores hallan comprensible la actitud del macho joven dado que es la
única forma en que éste podrá satisfacer sus impulsos sexuales, ya que los
machos adultos acaparan —por lo general— el dominio sobre todas las hembras.
Sin embargo cabe hacerse una pregunta: ¿por qué las relaciones entre copar­
tícipes del sexo opuesto son más frecuentes que las homosexuales? Alfred
Kinsey y sus colaboradores proponen estas respuestas:
1o) Por el papel más sumiso de la hembra y más agresivo del macho, factor
al parecer incidental sobre la determinación del escogimiento de la relación hete­
rosexual.
2o ) Por la aproximada similitud de los niveles de agresividad de los machos,
que dificulta el apareamiento.
3 o) Por la mayor facilidad de introducción del pene en la vagina de la hem­
bra que en el ano del macho.
4 o) Por la carencia de penetración en el intento copulativo de dos hembras.
5o) Por las características olfativas, anatómicas y fisiológicas, que distinguen
a los sexos en algunas especies mamíferas.
6 o) Por los condicionamientos psicológicos determinados por la repetición
del coito heterosexual, conquistado con mayor frecuencia.

37
C A P IT U L O V I

A N T E C E D E N T E S H IS T O R IC O S

"Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuida­


bas de m í mientras vivía, y ahora que he muerto me
abandonas. (...) Dame la mano, te lo pido llorando!...)
...tu destino es también, oh Aquiles, semejante a los
dioses, m orir al pie de los muros de los nobles troya-
nos. Otra cosa te diré y encargaré, p o r si quieres com­
placerme. No dejes mandado, oh Aquiles, que pongan
tus huesos separados de los m ío s (...)"
"Por qué, caro amigo, vienes a encargarme estas
cosas? Te obedeceré y lo cumpliré todo como lo man­
das. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por
breves instantes, para saciarnos de triste llan to ."

(De La lliada)

EL H O M O S E X U A L Y EL C O N T E X T O H IS T O R IC O

Por lo general, gran parte de los fenómenos sociales no se dan de manera


simultánea y constante en todos los pueblos y todas las épocas. Dichos fenóme­
nos aparecen condicionados a las circunstancias históricas que los rodean. En ma­
teria de grupos, los que en un principio eran ordas nómades, pasaron luego a es­
tablecerse en comunidades sedentarias más amplias y mejor distribuidas organi­
zativamente. Del comunismo primitivo se evolucionó luego a la creación del Es­
tado para más tarde pasar sucesivamente por reinados primarios, imperios, esta­
dos feudales, monarquías, repúblicas, y junto con éstas el advenimiento de los
sistemas capitalista y socialista. Las circunstancias políticas, económicas, religio­
sas por las que atraviesan estos períodos, nunca son las mismas, aunque podemos
encontrar en ellas características similares. V aún así no se dan simultáneamente

89
tin todos los pueblos —universalidad— ni en todas las épocas —atemporalidad—
Sin embargo, fenómenos -según h o y - sociales como la homosexualidad, los
hallamos en todos los pueblos, todas las razas, todas las culturas, todas las eda­
des, todas las clases sociales, todas las profesiones, todas las religiones, todas
las épocas, entre quienes la aceptan y entre quienes la condenan, entre hombres
afeminados y hombres viriles, entre varones y mujeres, entre sanos y enfermos.
Por lo que se deduce que la homosexualidad no es un fenómeno social en sí
mismo; lo que sí es social es su acentuación o su decrecimiento, su permisi­
vidad o su caracter prohibitivo. La homosexualidad no aparece en un momen­
to dado de la historia del hombre, sino que nace y se desarrolla con él, por lo
que podemos afirmar que la homosexualidad es tan antigua como el hombre
mismo. No podía ser de otra manera, desde el momento que es un fiel refle­
jo de la capacidad del ser humano de responder a cualquier clase de estímulo
que excite su capacidad de respuesta. La homosexualidad se origina con la
sexualidad misma.
Según palabras de G. Weimberg, "las civilizaciones han tratado a menudo
de cultivar un lozano jardín sin malezas: una población completamente hetero­
sexual. Nunca lo lograron. Aunque rechazados, los homosexuales han surgido
nutridos aparentemente por los mismos elementos que los heterosexuales".
(81) Debido a ese universalismo han existido todo tipo de caracteres de ho­
mosexuales, tantos y tan variados como en el ámbito heterosexual. Homose­
xuales guerreros, filósofos, estadistas, artistas, políticos, hombres y mujeres de
campo y de ciudad, individuos trascendentes e intrascendentes, por lo que resul­
ta verdaderamente imposible generalizarlos dentro de cualquier categoría o ca-
rgcterística absoluta. El ser homosexual no responde a ninguna tipología física,
moral o intelectual. No obstante en nuestra época, a pesar de lo avanzado que
se está en otras ramas del conocimiento, se persiste en reducir y simplificar al
homosexual, encasillándolo en una determinada clase de conducta. Los aportes
más sustanciosos a estos errores los han brindado otrora las pautas religiosas de la
judeo-cristiandad, y hoy los estudios médicos y psiquiátricos basados en indivi­
duos emocionalmente perturbados, que no ofrecen sino una imagen parcial de
lo que es el homosexual, recalcando, por supuesto, la falta de visión histórica an­
te una práctica que ha subsistido a través de los siglos. Así, esos aportes, basados
en comprobaciones incompletas y mal interpretadas —si no abiertamente tenden-
cistas—, han ido alejando ai estudioso de la materia cada vez más de la ciencia,
hasta hacerlo caer en el campo de la mitología, respetando y convirtiéndose en
eco de conceptos sociales tradicionales y opresivos.
Los estudios extraídos de estadísticos análisis históricos son los argumentos
expositores para justificar todo tipo de represión sexual o limitación de las cos­
tumbres. El antropólogo Stephens establece un paralelo entre el primitivismo de
39 tribus estudiadas por él, y su permisividad moral, haciendo incapié en que los
reinos —es decir comunidades más avanzadas— tendían a sancionar restricciones
sexuales más severas que las tribus, atribuyendo esta característica a que los pue­
blos orientados firmemente hacia una meta limitan sus impulsos sexuales, a fin
de que esa energía pueda ser sublimada, es decir, desviada hacia fines sociales
superiores. Probablemente el estudio más completo sustentando esta posición sea
el realizado por el antropólogo J. D. Unwin, quien hizo uno similar sobre ochen­
ta sociedades no desarrolladas, parangonándolas con civilizaciones tales como las

90 I
¡te los babilonios, los helenos, los romanos, los anglsajones, etc. La conclusión
¿e Unwin al respecto es que la falta de desarrollo cultural de las sociedades
primeramente mencionadas estaba estrechamente ligado a la permisividad de sus
costumbres, mientras que prácticamente todas las civilizaciones desarrolladas
_ salvo la sarracena— marcaban serias restricciones, sobre todo en loccncerniente
a las relaciones premaritales y extramaritales. Según palabras de Unwin, "inicia­
ron sus carreras históricas en un estado de monogamia absoluta". La conclusión
es real, analizada ya en los capítulos 1 y 3, pero orientada en un sentido diame­
tralmente opuesto. El desarrollo, y la consiguiente expansión de un pueblo,
está directamente relacionado a sus modos de producción Lo que cuestionamos
es precisamente los logros humanos de dicha civilización. ¿Cuál es el precio que
tenemos que pagar por el aumento de la producción, el desarrollo de la cultura
y el avance tecnológico?; ¿la pobreza de unos y la holganza de otros?; ¿la de vi­
vir en un mundo alienado, donde nuestra riqueza afectiva está subordinada a los
intereses de una clase dominante? ¿Cuáles son los aportes reales que nos ha
brindado nuestro "maravilloso mundo desarrollado", fuera de la tecnología?
¿Cuál es el precio del placer? El mismo Unwin simula darnos la respuesta: "Toda
sociedad humana puede elegir libremente entre desplegar una gran energía o go­
zar de libertad sexual. Las pruebas recogidas señalan que no se pueden hacer am­
bas cosas al mismo tiempo, durante más de una generación". Unwin llega a la
conclusión que la continencia, la monogamia y la castidad premarital tiende —en
un plano social amplio— a liberar energía expansiva canalizada a través de la gue­
rra, si ésta dura pocas décadas, o a través del progreso de la cultura, si dura varias
generaciones. Unwin cree probar que refrenando la expresión del impulso sexual
y limitando las oportunidades de gratificación de ese impulso, la sociedad tiende
a producir un mayor vigor intelectual. El error de Unwin es partir del efecto
hacia la causa; no es la limitación sexual lo que produce un acumulamiento de
energía desviable hacia el aumento de la producción y el desarrollo de la cultura,
sino que es el aumento desenfrenado de la producción, es decir la explotación de
la fuerza productiva y la extracción de plusvalía, la que provoca el resquebraja­
miento de la satisfacción de los impulsos sexuales. Por otra parte, a sus estadís­
ticas se le enfrenta el extenso período de la Edad Media, donde el puritanismo se
elevó a alturas jamás alcanzadas en la historia de la humanidad, y donde al mis­
mo tiempo ésta permaneció detenida en el más osificante de los ostracismos, fe­
nómeno dado en todos los niveles del pensamiento.
Respecto a la homosexualidad, Vanee Packard admite abiertamente que
ésta debe aceptarse según la conveniencia del momento social existente: "La
aversión a la homosexualidad se desarrolló sin duda en épocas en que la preser­
vación de la especie constituía una preocupación muy real. Desde el punto de
vista de ese objetivo, los homosexuales constituyen un peligro mortal (más ade­
lante trataremos este punto; N. del A.). No obstante, cuando la superpoblación
amenaza con abrumarnos, podemos dejar de perseguir a los homosexuales y ad­
mirar el talento que con frecuencia poseen, sin dejar de tener reservas con res­
pecto a su salud emocional".

LAS C U L T U R A S P R IM IT IV A S

91
Por el estudio que se ha realizado de otras culturas anteriores a la nuestra,
o de diversas culturas actuales fuera del ámbito de la judeo-cristiandad, se sabe
que sólo 28 de las 76 culturas estudiadas —es decir, un tercio— rechazaron de
pleno la homosexualidad, a las que podrían calificar abiertamente de homofóbi-
cas. 48 de estas 76 —o sea un 64 % — juzgaban sin mayor rigor este tipo de rela­
ciones. Estableciendo una descripción más generalizada, se podría decir que los
dos tercios de estas 76 culturas estudiadas aceptaron la homosexualidad parcial o
totalmente (Ford y Beach).
Incluso en sociedades donde la homosexualidad no parece haber estado muy
difundida, como la rusa antigua, es factible hallar de vez en cuando algún que
otro documento que nos sirve de referencia para aludir al tema. De este modo,
una narración que relata la historia de los orígenes de Moscú (Povest' o nacale
carstvujuscego grada Moskvy), nos cuenta:..."estaban en este lugar, a lo largo del
Moscov, las hermosas y prósperas aldeas del bojaro Kuchko Stefan Ivanovich. Y
Kuchdo tenía dos hijos, muy hermosos; no había jóvenes tan hermosos en toda
Rusia. Y el príncipe Danil de Suzdal supo de ellos, y requirió los hijos al bojaro
Kuchko, con gran arrogancia, para tenerlos consigo, en su corte. Y le dijo: 'Si no
me das a tus hijos para mi corte, marcharé con mi ejército contra t í y ordenaré
que seas pasado por la espada y pondré fuego a tus hermosas aldeas'. Y el bojaro
Kuchko Stefan Ivanovich tuvo miedo de la amenaza del príncipe Danil de Suz­
dal. Y el príncipe Danil gustó mucho de aquellos dos hermanos, y comenzó a
quererlos y a colmarlos de favores, a uno lo nombró stol'nik, al otro casnik.
También la mujer del príncipe quedó prendada de aquellos dos hermanos. Ulita
Jur'evan, y el Enemigo encendió en ella una pecaminosa pasión por aquellos
dos jóvenes, se enamoró de la belleza de sus figuras y con ardor diabólico se unió
a ellos..." (62)
Entre ios grabados de piedra en Lago Onega, zona opuesta a la ciudad de
Petrozavodsk (Karelia), figura una escena que deja entrever una relación homo­
sexual, aunque su interpretación ofrece algunas dudas. El grabado pertenece a la
última etapa de la Edad de Bronce.
Resultaría apresurado afirmar la aceptación de la homosexualidad en su ni­
vel absoluto; por lo que conocemos, siempre la actividad homosexual ha sido re­
gimentada, lo mismo que la heterosexual. La civilización cristiana es un fiel ejem­
plo de ello; la actividad heterosexual se encuentra limitada por la prohibición de
las relaciones entre copartícipes excesivamente jóvenes, de las relaciones prema­
trimoniales y extramatrimoniales, y aún en el terreno de la legalidad matrimo­
nial institucional son prohibidos los contactos anales y bucogenitales, aceptán­
dose sólo aquello que tienda a sus fines reproductivos. Algunas de estas pautas
las hallamos también en la concepción sexual de otras culturas. Sin proponernos
establecer un parangón entre las relaciones homosexuales y heterosexuales, dire­
mos que las primeras también han sido sometidas, en casi todas las épocas y gru­
pos humanos, a similares mutilaciones. Podían ser censurados los contactos ana­
les y bucogenitales, pero permitida la masturbación mutua (grupos indígenas de
Guinea, indios hopis, wogeos, dahomeyanos, ñamas); permitida entre personas
de la misma edad; o aceptada únicamente entre un varón adulto y otro joven
—en cuyo caso el adulto cumple la función de semipadre, instruyendo en distin­
tas ramas al menor—; admitida entre adolescentes, pero censurada una vez llega­
da la edad óptima para el matrimonio (grupos nativos de Africa Occidental); re­

92
chazada la práctica sodomítica, pero permitidos los contactos bucogenitales
(indios Crowns); admitida entre individuos del mismo rango social, y condena­
da violentamente cuando esta disposición es violada (India); prohibida entre li­
bres y esclavos (Antigua Grecia); acrecentada en convivencia con los ritos religio­
sos (antiguo Egipto); aceptada únicamente cuando ambas partes asumían un rol
-masculino o femenino— específico (indios mohaves); o simplemente limitada a
la visión de la masturbación del copartícipe del mismo sexo, sin que exista el
más mínimo contacto físico con él (tikopias).
Contrariamente a esta predisposición de las culturas primitivas, aparecen
versiones como la de Bronislaw Malinowski en el estudio por él realizado sobre
los aborígenes de las islas Trobiand, donde dice: "Freud a demostrado que exis­
te una profunda relación en el curso seguido por la sexualidad infantil y las per­
versiones que aparecen posteriormente en la vida. De acuerdo con esta teoría,
una comunidad enteramente permisiva como la de los trobiandeses, que no
interfieren en el libre desarrollo de la sexualidad infantil, debería presentar un
mínimo de perversiones. En las Trobiand este hecho se confirma plenamente. Se
sabía allí que en otras tribus existía la homosexualidad y se la consideraba como
una práctica sucia y ridicula. Empezó a asomar entre los trobiandeses sólo por
influencia del hombre blanco. Los muchachos y las jóvenes de la Misión, encerra­
dos en casas separadas y estrictamente aislados confinados allí todos juntos, te­
nían que ayudarse lo mejor que pudiesen, puesto que se les negaba aquello que
los trobiandeses consideraban su derecho y su deber. De acuerdo con indagacio­
nes muy cuidadosas realizadas entre nativos misioneros como no misioneros, la
homosexualidad es la regla entre aquellos a quienes la moral del hombre blanco
se ha impuesto de manera tan irracional y acientífica. De todos modos, hubo
casos en que los 'malhechores' sorprendidos ¡n flagrante delicio fueron ignomi­
niosamente expulsados de la presencia de Dios, y enviados de vuelta a sus aldeas,
donde uno de ellos trató de seguir con esas prácticas, pero debió desistir ante la
presión de las costumbres nativas, expresadas en el desprecio y el descarnio".
(52) Las contradicciones resultan evidentes. Primero se refiere a "una comu­
nidad enteramente permisiva" para hablar luego de cómo se consideraba la
homosexualidad, ("una práctica sucia y ridicula"), para mencionar más tarde el
caso del aborigen expulsado de la Misión que en la aldea insistió en mantener
relaciones de este tipo, reprimido por "la presión de las costumbres nativas, ex­
presadas en el desprecio y el descarnio". Es obvio que entre los nativos de las
Trobiand existía una predisposición homofóbica. Malinowski mismo es el encar­
gado de brindar otros dos datos de importancia: el primero es el de admitir que
aborígenes nacidos y desarrollados en un medio social como el de de los trobian­
deses pueden resultar estimulados homosexualmente si se les presenta la oportu­
nidad, y segundo el de ratificar la orientación heterosexual de la comunidad al
decir que los trobiandeses consideraban a ésta "su derecho y su deber".
Resulta un tanto difícil determinar cuáles son los motivos por los cuales
algunas culturas rechazan la homosexualidad, mientras que otras la aceptan. Un
estudioso liberal diría que más que nada ésta se halla sometida a los preceptos de
la magia y de la religión, a la concepción de la belleza, etc.; en fin, a causas un
tanto abstractas que nunca lograron explicar los verdaderos orígenes de dicha
conducta. Pero hoy sabemos que dichas "motivaciones abstractas" están someti­
das a hilos más profundos, directamente ligadas al espíritu poblacionista o anti­

93
poblacionista de la comunidad en cuestión (cap. 1). Afirm ar que la homosexuali­
dad es uno de los síntomas de la decadencia de una civilización es totalmente an­
tihistórico, dado que, por los estudios que se han hecho al respecto, ésta ha surgi­
do en el apogeo de algunas culturas y ha sido prohibida en su decadencia, como
así también prohibida en su apogeo y permitida en su decadencia. También se
han dado los casos en que este tipo de conducta sexual ha sido censurada duran­
te toda la escala evolutiva —origen, desarrollo, cénit y decadencia— de una civili­
zación y viceversa.
Remitiéndonos a ejemplos concretos, diremos que la práctica homosexual
estuvo ampliamente aceptada por la mayoría de los pueblos primitivos, entre los
que podemos nombrar a los egipcios, los griegos, los etruscos, los escandinavos,
los cananeos, los cretenses, los cartagineses, los caldeos, los súmenos y los celtas.
La cuna de las más grandes civilizaciones —el delta del Tigris y el Eufrates; a lo
largo del Nilo; y circundando el Mediterráneo— nos dan pruebas constantes de
las prácticas del amor homosexual. Los persas, que al principio sostuvieron una
actitud fóbica, más tarde se entregaron a él abiertamente. A la inversa sucedió
con el pueblo hebreo. Al igual que los egipcios y los griegos, éste se hallaba estre­
chamente ligado a los ritos y mitologías de tipo religioso. A partir de su exilio en
Babilonia, la moral hebrea da un giro de 180°. Se supone que también los asirios
reprobaron la actividad homosexual. Fuera de ello, a excepción de las leyes zo-
roásticas y del Antiguo Testamento, no hemos encontrado datos específicos que
nos den una idea sobre la condenación a la homosexualidad.
Sin embargo, la homosexualidad ya casi a nivel institucional se dió más en el
mundo oriental que en el occidental. Tanto la India como China y Japón se brin­
dan o se brindaron a ella sin muchas limitaciones. En la India, que en materia de
sexo siempre ha sido más permisible que nuestra fóbica civilización cristiana, hoy
en día la relación homosexual constituye un elemento normal dentro del espec­
tro moral que la conforma, debido al mantenimiento de sus reglas tradicionales(*)
En el Kama Sutra, libro atribuido a Vatsyayana, encontramos una referencia al
amor homosexual —la única, ya que las filosofías de la época no se ocuparon ni
de alabarla ni de censurarla— y que trata del coito oral. Esta práctica parece ha­
ber sido usada muy antiguamente en ciertos lugares de la India. El Shurhuruta,
obra de medicina que se remonta a dos mil años, describe, entre el número de
enfermedades de que trata, la herida hecha en el pene por los dientes. Trazas de
esta práctica se encuentran hasta en el siglo V III. Hay, en efecto, escenas de
Auparishtaha (unión bucogenital) en las esculturas de numerosos templos de
Sahiva y Bhuvaneshwara, cerca de Kattak, en la Orissa, que fueron construidos
por esa época. Entre las comunidades de la India que se sabe practicaron abierta­
mente la homosexualidad figura el antiguo pueblo guerrero Siskhs. China y
Japón, en cambio, han visto interrumpidas y sometidas esas reglas, la primera
debido al advenimiento del comunismo y la segunda debido a su americaniza­
ción desde la última guerra. A la inversa de nuestra civilización, el apogeo de
la práctica homosexual en el Japón fue durante la época feudal.
Los cristianos que han visitado diversas regiones de Africa y Asia observa­
ron con asombro la asiduidad y la permisividad moral de muchos pueblos res­

( * ) Hay que destacar que las relaciones de to do tip o , ta n to las homosexuales com o las
heterosexuales, son fuertem ente censuradas entre personas de distintas castas. (N . del A .)

94
pecto a la homosexualidad. Por supuesto-, estos cristianos —comenzando por los
misioneros— pronto hallaron razones para justificar el vistobueno de tales
prácticas, atribuyéndolas a la "decadencia de Oriente" al nombrar el hecho
en los pueblos asiáticos, y al "primitivismo incivilizado" al referirse a los pue­
blos africanos, donde sobre todo en la parte norte del continente, la homosexua­
lidad representa una actividad tan consabida que no es sometida siquiera al más
leve cuestionamiento. En el Sudán, el matrimonio entre mujeres es legal, es­
tando reconocido oficialmente. Tal vez el extremo de la permisividad podemos
hallarlo en Africa del Norte, entre los aborígenes siwinos, para quienes la hom o­
sexualidad constituye una práctica tan frecuente como la heterosexual, tanto
entre muchachos y adultos. En ésta, como en tantas otras culturas, la valoriza­
ción sexual del individuo no se hace en base a su elección, sino a su potenciali­
dad, y aquellos que no hacen uso de estas facultades homosexuales son —según
la expresión de Ford y Beach— "señalados con el dedo". Es común entre ellos
hacer alarde público de sus conquistas y aventuras amorosas, y llegan incluso a
intercambiarse sus hijos.
Comunidades como éstas han llevado a decir a Anthony Storr que "los datos
antropológicos de otras sociedades muestran que en culturas más tolerantes el
ciento por ciento de los hombres abarcaban por igual la actividad homosexual y
heterosexual". (76)
Entre los tanales de Madagascar y los langos de Africa Oriental, es costum­
bre el adiestrar a jóvenes desde su niñez en papeles femeninos para que, llegados
a la edad de la adolescencia, sirvan a las necesidades sexuales de las altas persona­
lidades. Esta costumbre se da también entre los doniags de Alaska.
Una creencia muy común en diversos pueblos primitivos es la de la transmi­
sión de la virilidad, o de las cualidades del varón, gracias al contacto homosexual
de tipo anal, que se da principalmente durante los ritos de la iniciación en la
época de la pubertad del iniciado. Y es de hacer notar que esta práctica se dio
tanto en civilizaciones como la griega, como entre los aruntas, de Australia. En
estos y otros pueblos se suponía que la absorción seminal transmitía las caracte­
rísticas masculinas proyectadas por el varón activo en la relación. De esta mane­
ra, el joven púber o el adolescente, recibía las cualidades de su amante, e incluso
era el paso previo indispensable para entablar una eficiente relación heterosexual.
Entre los kerakis (Nueva Guinea) reside la creencia que la mujer "chupa" o "ex­
prime" del varón sus potencialidades viriles, por lo cual debe recuperarlas a tra­
vés de la relación homosexual. Durante los ritos de iniciación, los púberes man­
tienen durante un año contacto homosexual pasivo con otros jóvenes mayores
que ellos, al término del cual pasan a "instruir" a otros más jóvenes hasta
que culmina el período de soltería; sin embargo, las relaciones homosexuales
pueden extenderse aún más allá de la etapa del matrimonio.
Versiones sobre culturas actuales nos muestran que una sociedad orientada
preferentemente hacia la heterosexualidad no necesariamente debe ser homofó-
bica. En Sumatra (Nueva Guinea), como así también en las islas Society y Nue­
vas Hébridas, este tipo de costumbres no sólo cuenta con la aprobación oficial
sino hasta con el ejemplo de los mismos dioses. En Malekulu (Nueva Hébrida)
los contactos homosexuales estaban fundidos a la psicología popular, y en al­
gunas tribus de Australia era frecuente el recurso de entregar un muchacho joven
a u n hombre que no hallaba esposa para casarse, hasta que ésta le fuese encon­

95
trada.
Sin embargo, no siempre la homofilia implica en sí misma una predisposi­
ción hacia un sistema liberacionista, sino que a veces puede nacer de un profun­
do pánico a asumir cualquiera de las formas de conducta sexual, adquiriendo
evidentes trastornos patológicos. Así, Margaret Mead, en El hombre y la mujer
expone: "Los aborígenes de Marind-Anim han exagerado hasta un extremo vio­
lento el temor de que los hombres y las mujeres no encuentren la actividad he­
terosexual lo bastante grata como para dedicarse a ella. Les permiten a los
muchachos una época de experiencia homosexual, muy convencional, y luego,
como sacrificio durante lo$ ritos con que preparan a un grupo de novicios para
ser hombres, arrojan a un pozo a una pareja abrazada, dándole muerte."
No son pocas las comunidades primitivas que padecen de homofobia. Entre
los bumbuti (raza africana pigmea), los homosexuales, masturbadores y adúlte­
ros, son denominados bajo un mismo calificativo. Entre los shilluks, la homose­
xualidad es castigada con la pena de muerte. A veces llegan hasta nosotros noti­
cias de hechos homofóbicos consumados por acciones colectivas, como el que
nos informa un periódico de Basilea que relata la crónica del linchamiento de un
homosexual ocurrido en la República de Yemen, acontecimiento similar al ocu­
rrido en la ciudad de Asunción del Paraguay, donde "la ira popular" ejecutó a
una pareja de homosexuales sorprendidos//? fraganti.

LOS EGIPCIOS

Mirada panorámicamente, la homosexualidad del Oriente Próximo, en los


años de la antigüedad, muestra los siguientes caracteres, a nivel de las regulacio­
nes morales que los siguieron:
a) Escasez de tabúes sexuales, hasta la desaparición completa, en el Egipto
antiguo.
b) Aceptación de la homosexualidad como una manera sexual más.
c) Reversión de este sistema a partir del auge de la moral bíblica, sobre todo
de los códigos morales del libro Levítico.
Cabe aclarar que cuando se habla de sexualidad antigua se habla de sexuali­
dad de las clases dirigentes, ya que se carece de documentación acerca de las
costumbres sexuales de las clases oprimidas.
La homosexualidad se une al incesto en el mito de Seth y Horus, los hijos de
Osiris e Isis. Un cuento popular narra que Seth, mientras dormía junto a su her­
mano, pretendió sodomizarlo, lo que se hacía con los vencidos de'guerra, aunque
no con intenciones despreciativas, sino porque, como lo ha estudiado Freud jun­
to a la antropología de su tiempo, el enemigo vencido era considerado como to-
témico, y se trataba la reconciliación con él por medio de ritos y ceremonias
orgiásticas.
En este caso, sodomizar equivalía a gratificar sexualmente al derrotado. Ho­
rus se negó a ser tratado como un enemigo vencido, y la esperma de su hermano
cayó sobre sus manos. Enterada su madre, Isis, le cortó ambas manos y las arrojó
al agua, procurándole otras nuevas. Pero a su vez la diosa madre arrojó esperma
de Horus sobre unas lechugas, que ambos hermanos comerían más tarde. Seth
concibió del esperma de su hermano un disco de oro que surgió sobre su frente.

96
ambos hermanos ante un tribunal divino, ambos negaron los hechos,
L le v a d o s
„,r0 el dios Toth hizo hablar a las cosas: la esperma de Horus habló por el áureo
Jisco y la de Seth, desde el fondo pantanoso del agua a la que había sido arroja-
I , Seth fue convertido en la Luna y Horus en el Sol. Como se ve aquí, una
i. yenda homosexual se convierte en parcial cosmogonía.
En cuanto a las relaciones homosexuales de carácter sagrado, varios ejemplos
han llegado hasta nosotros, siempre limitándose al campo egipcio: en un pilar del
templo de Karnak, el faraón Senusret 1o se besa y es sodomizado por el dios
Ptah —época de la dinastía X I I —, La reina Hatshopsitu, de la dinastía X V II. se
vistió con ropas masculinas, se puso barbas postizas y tuvo relaciones con el
dios Amón. Escenas iniciáticas —ejemplos: papiro 10018 del British Museum—
muestran coitos anales y autofelaciones. Numerosos bajorrelieves registran esce­
nas del culto por Amón, ictifálico, desnudo y eréctil, quien recibe ofrendas de
faraones, los cuales lo besan, acarician y tocan sus nalgas. Asimismo, Atum se au-
tocrea y fecunda introduciendo en su boca su propio pene, excluyendo toda
participación femenina.
Del matrimonio homosexual entre varones, se sabe que era admitido entre
los hititas. En estos casos, el muchacho estaba exceptuado de aportar la dote, co­
mo las mujeres.
Otra institución admitida por el Oriente antiguo, parcialmente homosexual,
era la de la prostitución sagrada. (96)

LOS G R IE G O S

No pretendemos aquí realizar un amplio estudio sobre la homosexualidad


entre los griegos, primero porque el objetivo de este trabajo no es el de exponer
una visión historisista sobre el tema, y segundo porque el lector, tal vez no en
sus detalles pero sí en su aspecto global, es ya conocedor de los sentimientos
con que los griegos manifestaron sus inquietudes amorosas. Engels, refiriéndose
a la propensión de los griegos hacia este tipo de relaciones, llegó a decir: "El en­
vilecimiento de la mujer tuvo su revancha en el envilecimiento de los hombres,
hasta hacerlos caer en la práctica repugnante de la pederastía".
La pasión con que los griegos amaron a su juventud masculina no tiene ante­
cedentes —por lo menos documentados— en toda la historia, y ésta se dio desde
la época helenística, es decir, desde sus orígenes, hasta su decadencia. Resulta
totalmente inexacto sostener lo que muchos estudiosos afirman, que la homo­
sexualidad se dio en Grecia en los últimos períodos del Imperio, ya que las
pruebas que se poseen sobre esa particularidad de la vida afectiva de los griegos
se remontan a períodos anteriores. Que ésta no se ejercía en privado ni en se­
creto como sucede en otras culturas, donde la homosexualidad se desarrolló con­
siderablemente bajo esas circunstancias, nos las dan los testimonios que hablan
de las casas de prostitución masculina, no sólo reconocidas por el Estado, sino
sujetas a un pago contributivo periódico. La historia de la homosexualidad grie­
ga se diluye en los cretenses, por lo que puede decirse que ésta se origina con la
historia misma de Grecia. Sin embargo, es extraño ver que en una obra como
La Ufada, apenas si aparecen lívidos mensajes sobre la homosexualidad. Más ex­
traño nos resulta aún la Teogonia, atribuida a Hesíodo, cien años después de

97
Homero, donde no aparecen ni rastros del amor homosexual. Se supone qUe |a
homosexualidad tomó verdaderamente auge en la Antigua Grecia hacia el sig|0
V I A.C. Solón, uno de los gobernantes más sabios y equilibrados de la Antigua
Grecia, no dudó en aprobar este tipo de relaciones.
Los romances y las intrigas amorosas entre los antiguos griegos conforman
relatos verdaderamente apasionantes, que dan una clara idea de la intensidad con
que los griegos exteriorizaron sus sentimientos homosexuales. Homero nos relata
en su litada que Príamo, el padre de Héctor, se detiene admirado para contem­
plar la belleza del hombre que acababa de matar a su hijo. Asimismo, Homero
hace mención del rapto del que es objeto Ganímedes por parte del dios Zeus, a
quien describe poseedor de una gran belleza física. La historia de Aquiles y de su
gran amor por Patroclo nos dan una idea de la fuerza con que los griegos amaron
a sus favoritos; la sed de venganza por la muerte de Patroclo sólo es saciada cuan­
do el mismo Aquiles elimina al matador de su joven amado, y ofrece ante su pira
a doce efebos troyanos como sacrificio. Cuando Agamenón se concilia con Aqui­
les, el primero le ofrece varios mancebos como muestra de su amistad. En la his­
toria de Grecia no es raro hallar anécdotas como la de Arístedes y Temístocles,
rivalizando por el joven y atractivo Stésileos. Fuera de estas pasiones "épicas"
encontramos las más líricas y sosegadas de los pensadores, como la de Fidias
por Agorócrito de Paros, la de Platón por Alexis, la de Themedón por Eudoxo de
Cnido, la de Aristóteles por Hermías, la de Eurípides por Agathon.
La edad preferencial de los griegos por sus muchachos oscilaba entre los
quince y los diecinueve años. Los menores a la edad mínima eran utilizados
como parte de los "juegos", sin que ello implicase una relación seria. A partir de
los quince o dieciséis se exigía por parte del adolescente cierta reciprocidad afec­
tiva; y por lo general las uniones con estos muchachos iban acompañadas de ritos
o ceremonias apropiadas al caso. Establecer una relación con un joven de dieci­
nueve o más era ya un fuerte compromiso, en el cual la pareja debía estar ligada
por lazos afectivos intensos y fuertemente constituida. Estos últimos eran —se­
gún los griegos— "los preferidos de los dioses". Sin embargo, al igual que en
nuestra época, existían en la Antigua Grecia leyes que protegían al menor, leyes
que han sido interpretadas por algunos estudiosos homofóbicos como una prue­
ba de que en Grecia era condenado cualquier tipo de contacto homosexual. Estas
leyes, como es razonable, sólo condenaban las violaciones, los raptos manifiestos,
etc., y reprimían los delitos sexuales, tanto a nivel homosexual como heterose­
xual. Al hablar de los griegos no podemos decir que hubiese entre éstos una com­
pleta libertad sexual, por lo menos en el más amplio sentido. Por lo que se sabe,
las relaciones sexuales libres con muchachas eran poco frecuentes, contraposicio-
nalmente a las mantenidas con muchachos, las cuales eran tomadas como cosa
corriente. Sin embargo, la ley de Solón prevenía contra aquellos que quisiesen
entablar éste tipo de relaciones, que se cuidasen de hacerlo con jóvenes de escala
social inferior. Al parecer, esta regla no se respetó demasiado.
La homosexualidad en Grecia, más allá de la concepción del placer y del
amor, poseía otras implicancias. El carácter simbólico, psíquico o fisiológico
de estas relaciones se dieron de manera similar al de otras culturas ya menciona­
das. Para los griegos, el desarrollo físico, la estética corporal, eran admirados y
sublimados no sólo por su expresión artística, extendida a todos los niveles de la
vida, sino por los requisitos guerreros de la época, donde la lucha se daba a espa-

98
I , y escudo en mano, requisitos que más tarde harían estragos entre las fuerzas
ivasoras persas. Para ellos la relación homosexual resultaba una actividad esen-
|3I en el desarrollo físico y la sanidad mental del individuo. La creencia que
,nto con la sustancia seminal iban las cualidades del elemento activo, sirvió para
,stener por mucho tiempo la preferencia por las relaciones homosexuales, aun­
que el verdadero sentido práctico era el compañerismo y la camaradería que este
?ntimiento despertaba, y que para los griegos significaba el pilar de sus victorias
,¡litares. El famoso "escuadrón sagrado", de Tebas, se distinguía por su eficien­
te ferocidad y estaba constituido únicamente por parejas, donde cada soldado
peleaba junto a su compañero, al cual, como es lógico, defendía con sangre y lá­
grimas. El mismo Platón menciona las ventajas militares dadas por el amor entre
los mismos combatientes. A la inversa de lo que resulta en nuestra época, los
nriegos no identificaban a la homosexualidad con el afeminamiento, la debilidad
i la cobardía, sino todo lo contrario; afianzaba el carácter, la fuerza, el valor y la
¡rilidad del muchacho. Atribuimos este concepto de la homosexualidad y sus di­
versas caractereologías al profundo desprecio que los griegos sintieron por la mu-
,er y su concecuente desvalorización de lo femenino.
A pesar de estos antecedentes, autores como Kardiner insisten en afirmar:
La única pista que nos proporciona el estímulo de la homosexualidad es el
constante menoscabo de su sentido de la 'masculinidad', sea en sus propios órga­
nos genitales, sea en su valor como seres humanos".
Los griegos llegaron a identificar tanto la homosexualidad con la fuerza y el
heroísmo, que los antiguos relatos nos dicen que el mitológico Hércules llevaba a
cabo sus hazañas con mayor eficiencia cuando las realizaba en presencia de su
amado lolano.
A pesar de los testimonios recogidos, de la amplitud de los innumerables do­
cumentos que nos hablan constantemente de la homosexualidad vivida en todos
los sectores de la comunidad griega, ciertos estudiosos se empeñan en afirmar
que la homosexualidad era un privilegio que respondía únicamente a los miem­
bros de la aristocracia y del mundo intelectual y artístico, contradiciendo no só
lo la natural aptitud de los pueblos antiguos y de gran parte de las culturas prim i­
tivas hacia la homosexualidad, sino también las pruebas que especifican que ésta
era practicada por la casi totalidad de la población masculina.
Si bien el amor homosexual desempeñó un papel sustancial en la vida del
pueblo griego, la heterosexualidad cumplió también con su labor creativa -in d e ­
pendientemente de la reproducción— en las esferas del arte y de la cultura en ge
neral, aunque en estos últimos aspectos no pudo desarrollarse tan feliz y hábil­
mente como la inspirada por el amor homosexual. De cualquier manera, hoy ya
sabemos que la homosexualidad vivida sin prejuicios ni limitaciones, y hasta
institucionalizada como lo fue entre los griegos, no se torna exclusivista, y que
puede coexistir abiertamente con el mundo heterosexual. Si hoy en día ambos
caracteres han adquirido posiciones antagónicas ello se debe a nuestro concepto
parcial de la libertad y del amor.

LOS R O M A N O S

Nunca segundas partes son buenas, establece el dicho. Respecto a Grecia,

99
Roma se convirtió en el espejo inverso de su cultura madre. La idolatría, el hedo­
nismo, el lirismo, la concepción de la belleza y del amor fueron reemplazados
por los romanos por la lascivia, el placer sin el calor del afecto, el abierto y evi-
dente sado-masoquismo con que entablaron sus relaciones. La búsqueda del goce
morboso los llevó a las más extremas brutalidades, siendo víctimas de tales abu­
sos tanto muchachos como mujeres. El placer del acto carnal mientras su parte-
naire era torturado no fue una excepción en la historia sexual de Roma. Los ro­
manos pretendieron ser una copia fiel de la civilización griega en medio de un
ambiente de corrupción y de sadismo. El castrar a los jóvenes que pasaban a ser
objetos pasivos de sus amantes sé convirtió en un hecho frecuente, y muchas ve­
ces se recurrió a la mutilación y al castigo corporal, especialmente en los escla­
vos, para acrecentar el goce. A tal punto se elevó esta forma sicopática de procu­
ra de placer, que tuvo que intervenir el Estado emitiendo un edicto por el cual
se prohibía la mutilación de los sometidos con el objeto de intensificar la satis­
facción sexual. Un considerable número de esclavos jóvenes, tanto varones
como mujeres, eran vendidos en los mercados con el único fin de saciar los pla­
ceres orgásticos de sus amos.
Sin embargo, la historia de Roma nos trae reconfortantes excepciones. Du­
rante el gobierno del grecófilo Adriano, el espíritu griego volvió a renacer en el
suelo del Imperio. Hombre de una honda personalidad romántica, se enamoró
profundamente del joven Antinoo, quien lo acompañó en todos sus viajes y
compartió con él todos sus gustos, sus diálogos, su filosofía y los pequeños mil
detalles de la vida diaria. Tan gran amor, y la preferencia de Antinoo por los
deportes, harían terminar este histórico romance en una tragedia. El joven,
a la edad de diecinueve años, murió ahogado mientras nadaba en el Nilo. Algu­
nos historiadores aducen simplemente que se trató de un accidente, otros el
de un acto contra el mismo muchacho, y la tercera versión reside en que A nti­
noo se enteró que, debido a la gran pasión que el emperador sentía por él,
había provocado celos y resentimientos en personas allegadas a su amo, por lo
que se estaba preparando un complot para eliminarlo, habiendo decidido enton­
ces autodestruirse, para de ese modo acabar con los móviles de aquel presunto
complot. Muchos años le costó a Adriano sobreponerse a semejante pérdida, y es
áún hoy que observamos erigidos en gran parte de lo que otrora fue el gigantes­
co Imperio Romano, la imagen de Antinoo en esculturas y monumentos ordena­
dos por el emperador.
No fueron pocos los emperadores romanos de los que se sabe tuvieron ten­
dencias homosexuales, tales los casos de Gabba, del tirano Nerón, quien mandó
castrar al joven Sporus, rebautizándolo con el nombre de su difunta esposa Sabi­
na, imitando luego un casamiento con él —año 67 D .C .—, con toda la pompa ce­
remonial que exigía ese tipo de situaciones, y proclamándolo "emperatriz", fiel
ejemplo éste de lo lejos que estaban los romanos de la concepción del amor ho­
mosexual tal como lo sentían los griegos.
De Julio César sólo cabe mencionar lo que de él se decía: "el hombre de to­
das las mujeres y la mujer de todos los hombres".
Algunos historiadores alegan que no fue la cultura griega la que transmitió a
los romanos la forma de concebir el amor homosexual, sino que la responsable
de aquel estado de cosas era la influencia de Cartago, ciudad conquistada en las
guerras púnicas.donde al parecer la homosexualidad era intensamente practicada.

100
La sicopatía de la que fue objeto la vida sexual de los romanos tuvo, tarde o
temprano, que despertar la lógica reacción, a la que tomaremos como inicio y
origen de la represión homosexual de la que hoy somos víctimas. Esta se dio con
el advenimiento del cristianismo en la figura del emperador Alejando Severo
(208-235) quien, aunque oficialmente pagano, tomó los esquemas morales de la
naciente religión, principalmente presionado por su madre, cristiana, y por la in­
fluencia que provocó en él la visión de los excesos de su primo, el tirano Heliogá-
balo, a quien sucedió. Entre sus primeras resoluciones en el campo sexual figura
el apresamiento de numerosas prostitutas y la deportación de hombres de
reconocida trayectoria homosexual. Esto, como ya dijimos, puede considerar­
se el inicio, aunque los emperadores que le sucedieron 1 1 0 adoptaron medidas si­
milares debido a no estar todavía impregnados de los dogmas de la reciente reli­
gión que paso a paso iba adueñándose del espíritu de las nuevas generaciones.
Tuvieron que transcurrir todavía trescientos años para que el sentimiento homo-
fóbico dejase sentir su penetración de una manera concreta y efectiva; ésta se
produjo durante el gobierno de Justiniano (483-565), a pesar de que la Iglesia
había ya comenzado su política discriminatoria a partir de su oficialización du­
rante el gobierno del emperador Constantino. Justiniano, preso de la ignorancia,
la superstición y el pánico por que su imperio se transformase en una nueva So-
doma y Gomorra, según el vaticinio bíblico para aquellos pueblos que practica­
sen el pecado "contra natura", mandó decretar leyes condenando todo tipo de
unión entre dos personas del mismo sexo y llevó a cabo un sistema persecutorio
por el cual los homosexuales pasaron a convertirse en verdaderos herejes, vícti­
mas de los más brutales castigos, desde las prácticas exorcistas hasta la hoguera.
Junto con la desaprobación de la Iglesia y el Estado vino la desaprobación de la
comunidad. A partir de allí, el homosexual pasa a convertirse en un paria so­
cial, en un ser aislado, expulsado de un mundo del cual él forma parte, y cuyos
sentimientos más fuertes no están basados en el placer y en el amor sino en la
expresión culposa de su modo de vida, abyecto, encerrado en sí mismo, obliga­
do a sentir en un ambiente de ocultamiento, donde la amenaza legal e ilegal,
el miedo, la clandestinidad y la extorsión juegan sus papeles fundamentales en el
modelamiento de su personalidad

LOS HEB R EO S

Si hay algo que llama la atención es que, en el mundo occidental, el código


sexual predominante está tomado de la eticidad hebrea, siendo el hebreo uno de
los pueblos que menos nivel cultural y político alcanzó en esa época. Los otros
pueblos, que por su preeminencia militar, por el florecimiento de las artes y las
ciencias, o el desarrollo del comercio, demostraron una amplia capacidad de cul­
tura, exhibieron, paralelamente, una ausencia casi total de prohibiciones sexua­
les. El pueblo judío, de cultura casi inexistente, que no ha dejado a la posteridad
mas que el texto nacional y sagrado de la Biblia, fundó su organización tribal
en la figura poderosa del varón paternal y rodeó su figura de numerosas prohibi­
ciones en cuanto a sexo, alimentación y lenguaje. La falta de poder efectivo del
gobernante, el escaso peso político del pueblo judío, se compensaba con la po­
derosa presencia anterior de la figura represora del padre-patriarca-jefe en cada

101
uno de sus subordinados. Dios mismo era considerado como una imagen exage­
rada del Padre (Dios-Padre-Todopoderoso): la única divinidad en que los judíos
creyeron fue varonil y paternal, en el sentido de juzgador del cumplimiento de
sus propios preceptos prohibitivos.
Sin embargo, hasta los judíos conocieron la prostitución masculina por me-
do de \oskadesh del templo de Jerusalén, en los tiempos del rey Josías.
Por otra parte, como queda dicho, es entre los judíos que la homosexualidad
va a ser considerada un crimen. En principio (Génesis 18 y 19) con la destruc­
ción de Sodoma y Gomorra, las ciudades donde se practicaba. Algunos historia­
dores interpretan que se trata de una necesidad nacional, para distinguirse de los
cananeos/que practicaban libremente la homosexualidad.
No obstante la prohibición, algún episodio homosexual se desliza en el rela­
to bíblico, como el del levita Efrain (Jueces, 19): su concubina le fue infiel y
volvió a casa de su padre. La siguió el levita, y llegó a casa del padre de ella. "Y
viéndolo el padre de la joven, salió a recibirlo gozoso, y le detuvo su suegro, el
padre de la joven y quedó en su casa tres días, comiendo y bebiendo y alojándo­
se allí. Al cuarto día, cuando se levantaron a la mañana, se levantó también el le­
vita para irse: y el padre de la joven dijo a su yerno: —Conforta tu corazón con
un bocado de pan y después os iréis. Y se levantaron ellos dos juntos, y comieron
y bebieron, y el padre de la joven dijo al varón: —yo te ruego que pases aquí la
noche, y se alegrará tu corazón. Y se levantó el varón para irse, pero insistió su
suegro y volvió a pasar allí la noche. Al quinto día, levantándose de mañana para
irse, le dijo el padre de la joven: -C o n fo rta ahora tu corazón, y aguarda a que
decline el día. Y comieron ambos juntos. Luego se levantó el varón para irse, él
con su concubina y su criado. Entonces su suegro, el padre de la joven, le dijo:
—He aquí que un día ya declina para anochecer, te ruego que paséis aquí la no­
che; he aquí que el día se acaba, duerme aquí, para que se alegre tu corazón y
mañana os levantaréis temprano para vuestro camino y te irás a tu casa. Mas el
hombre no quiso pasar allí la noche, sino que se levantó y su fue''. (96)

LOS S IG L O S P O S T E R IO R E S

Durante la primera etapa del desarrollo de la cultura judeo-cristiana, la ho­


mosexualidad fue tratada en el mundo occidental como el peor de los crímenes,
siendo objeto de los castigos más brutales y persiguiéndosela al igual que la
herejía, la idolatría, la brujería, etc. El sentimiento homofóbico provocó durante
la Edad Media un estado de psicosis colectivo tal, que no son pocos los casos que
nos revelan que dicha acusación fue utilizada para someter a individuos que, sin
ser homosexuales, se mostraban rebeldes al actual estado de cosas. Henry Kamen
nos dice en La Inquisición Española'. ''La homosexualidad en la Edad Media era
considerada el último crimen contra la moralidad y las definiciones estandar se
refieren a ella como el crimen 'abominable' o 'innombrable'. El castigo usual era
ser quemado vivo".
Ciertamente, la Civilización Cristiana ha hecho más uso del fuego y de todo
tipo de suplicios y torturas, salvo la crucifixión, claro, que ninguna otra cultura.
En las crónicas de la época es común hallar testimonios como éstos:
Año 1392: Dos moros de la Serra d'Eslida (Valencia), acusados del "crimlleix
d'jeregía" (sodomía); uno de ellos fue quemado, el otro alcanzó a huir. (Archivo

102
Corona de Aragón, Cancillería Reg. 2108, fol. 93).
17 de agosto de 1408: En la ciudad de Mallorca fueron quemados dos cauti­
vos de Arnau Burguet, acusados de pederastía (Bartomeu Jaune: "Detas").
20 de abril de 1493: Barcelona. Fueron quemados dos hombres por sodo­
mitas. ("Rubriques de Bruniquer", vol. II, cap. X X II, pág. 128).
26 de abril de 1616: Barcelona. Bando publicado por el Virrey sobre la pena
de los sodomitas: "Atendiendo cuán atroz y detestable delito es el nefando cri­
men de sodomía, para que sea completamente extirpado y pueda ser debidamen­
te castigado, y para que con mayor facilidad pueda tener conocimiento de él
la Justicia, se notifica y promete a cualquiera que lo denunciase y diese plena
prueba del sodomita, que le serán pagadas 50 libras del real tesoro". (Jesús La-
linde, La institución virreinal en Cataluña, pág. 547) (93).
El período renacentista parece abrir nuevas puertas al hombre en todos sus
aspectos; así también en el sexual, manifestándose principalmente en los países
lindantes al Mediterráneo que, a excepción de España, tradicionalmente fueron
siempre más aperturistas respecto a su concepción del sexo y de la moral. Debe
recordarse que por siglos enteros tanto en España como en Inglaterra, la homo­
sexualidad no podía siquiera ser nombrada. En las cortes se mencionaba los deli­
tos homosexuales en latín o a través de circunloquios, y en ocasiones las autori­
dades condenaban a un individuo a pasar el resto de su vida en una celda por el
simple hecho de atreverse a hablar del tema. Debido a esa razón, la homosexuali­
dad ha sido caracterizada a veces como "el crimen sin nombre". Las característi­
cas permisivas del Renacimiento deben considerarse como una reacción lógica de
la humanidad tras de soportar la extensa y sombría Edad Media.
En la biografía de muchos eminentes de la época, vemos que no fueron ex­
trañas las prácticas homosexuales. Así, tanto el Renacimiento como la Reforma
y el reluciente siglo X V III trajeron consigo nuevos y más radicalizados cambios
én materia de sexualidad, sobre todo en el aspecto legal. No obstante la supre­
sión de los antiguos e irracionales dictámenes medievales, el pueblo participó en
su mentalidad judeo-cristiana, arrastrando consigo siglos de opresión e intole­
rancia que aún hoy se traducen persecutoriamente.
Durante el reinado de Luis X IV se produjo en la corte de Versalles algún
que otro escándalo homosexual. El mayor de éstos fue el protagonizado por
individuos de elevada jerarquía, como el príncipe de Conti, el duque de Grami-
mont, el marqués de Béran, quienes edificaron una Orden cuyos miembros esta­
ban comprometidos, con la mayor de las rigurosidades, a no tener jamás relacio­
nes con mujeres. Hasta llevaban un distintivo —un tanto machista— consistente
en una cruz áurea con la imagen de un hombre pisando el cuerpo caído de una
mujer. Uno de los principales miembros de la "corporación" era Juan Bautista
Lulli, el famoso compositor florentino, a quien se le llamaba El Rey de Sodoma.
El asunto llegó a tener ribetes tan grandiosos qye tuvo que intervenir el mismo
Luis X IV , quien disolvió la Orden.
La homosexualidad fue utilizada en más de un caso como arma política y
era considerada uno de los mayores peligros al que podía enfrentarse úna perso­
nalidad de la época. En la Alemania de Guillermo II el asunto adquirió caracte­
rísticas de psicosis colectiva; supuestamente, no habría más homosexuales por
ese entonces que en tiempos anteriores, pero se cayó en la moda de identificar­
los y revelarlos públicamente. A tal extremo se llegó en esa cuestión que en Fran-

103
cía, a esa actitud, se la denominó "el vicio alemán". Por supuesto que el peso de
la ley no caía sobre las altas personalidades, sino sobre individuos de menor jerar­
quía social. Sin embargo, poco más tarde, el periódico berlinense Zuku n ft, en­
cendió la chispa que haría explotar la bomba, mediante la denuncia de que en la
Corte alemana, un conjunto de homosexuales estaban influyendo negativamen­
te sobre las decisiones del monarca. Como dice Lewinsohn, "la lucha contra la
homosexualidad pasó entonces a tomar el aspecto de un deber patriótico". El
redactor del Z uku n ft, Maximiliano Harden, inició una tarea persecutoria y sensa­
cional ista como hasta ese momento no se había dado en la historia de la prensa,
revelando que no se trataba únicamente de que un grupo de homosexuales tu­
viese gran peso en la toma de decisiones del rey, sino que celebraban reuniones
clandestinas en Alemania y el mundo, en las que se proponían traicionar al Es­
tado y comprometerlo gravemente, acusando entre otros al príncipe Felipe
Eulenbur. Sus palabras son por demás elocuentes: ..."una confraternidad cuyos
lazos, más fuertes aún que la de los mazones, se extiende más allá de las fronteras
de la religión, de la patria y de la clase social, y une en una alianza ofensivo-
defensiva a hombres de muy diversos países, de muy diversas razas y religiones.
Estos hombres tienen, por ende, copados todos los puestos claves. Los hallaremos
en la corte, en los más altos puestos del ejército y la marina, en la redacción de
los grandes periódicos, en el despacho de los homares de negocios, en las cá­
tedras, en los tribunales. Y todos, siempre unidos contra el enemigo común. M u­
chos de ellos miran al hombre normal con aires de desprecio, considerándole
como a un pobre ser mal dotado". (4) La publicación se vendió por millares.
Respecto a la propia realeza, se sabe que María Antonieta mantenía relacio­
nes tanto con damas de la corte como con damas de cámara. Entre los monarcas
podemos nombrar a Enrique II y Rodolfo II de Habsburgo.
En La inversión sexual, Havelock Ellis cita el caso de una joven alemana de
Westfalia, Catherine Margaret Lincken, que se casó con una muchacha. La prota­
gonista fue ejecutada en 1927, cuando tenía 27 años de edad.
El capitalismo tiene la extraña pero práctica particularidad de cerrar los ojos
ante imágenes que supuestamente van contra sus "más caros principios", si con
ello logra beneficiarse a través de múltiples ganancias. El capitalismo es un siste­
ma donde hasta los principios morales se cotizan al tanto por ciento. Tal vez sea
éste el caso del Imperio Británico para con Cecil Rhodes, un hombre a quien le
gustaba estar constantemente rodeado de bellos muchachos, sus lambs, como él
los llamaba. Cecil Rhodes, un hombre que desde El Cabo, con cargo de primer
ministro, trabajaba para que todo Africa del Sur fuese una gigantesca colonia
británica. Rhodes, un homosexual manifiesto, audaz conquistador, mejor p olí­
tico, que día tras día le daba al Imperio cuantiosas sumas de ganancia. Eso sólo
fue suficiente para que las autoridades británicas, que poco tiempo atrás habían
condenado a Wilde, lo trataran con la mayor de las consideraciones.
Inglaterra contaba ya con varios antecedentes de este tipo, como la creación
del club "Mollies" en el Londres del siglo X V I, constituido por grupos clandesti­
nos que realizaban fiestas y bailes de máscaras. Parece que Manchester llegó a te­
ner un lugar similar, que pronto fue descubierto y clausurado por las autorida­
des. Para 1730, la homosexualidad llegó a convertirse en escándalo, al detectarse
lugares de veraneo donde la homosexualidad era practicada de una manera abier
ta. Una tal Margaret Clap fundó uno de estos clubes, donde en cierta oportuni

104
dad fueron descubiertos unos cuarenta homosexuales, según revela un documento
de la época.

EL N U E V O M U N D O

Refiriéndonos a la antigua América, se sabe que entre los indios Zuni —tribu
Pueblo— la práctica homosexual se hallaba bastante difundida, encontrándose al­
gunos rasgos paralelos, en este aspecto, a los mohaves. A su vez, Catlin nos revela
que algunas tribus de Algonquia realizaban una fiesta ceremonial —ocasionalmen­
te— para aquellos hombres que fueron criados como mujeres, llamados berda-
ches. A su vez, Osvaldo Quesada dice que "la homosexualidad también estaba
reconocida y aceptada en indoamericanos del extremo sur, los araucanos, cuya
valentía y capacidad combativa no pueden ponerse en duda".
Lucio V. Mansilla en Una excursión a los indios ranqueles, nos describe,
horrorizado, el baile en una tribu ranquelina -los hombres bailaban entre sí,
excluyendo la participación femenina - de esta manera: ..."se soltaban, se vol­
vían a unir formando una cadena, se atropellaban, quedando pegados como
una rosca; se dislocaban, pataleaban, sudaban a mares, hedían a potro, hacían
mil muecas, se besaban, se mordían, se tiraban manotones obscenos, se hacían
colita; en fin, parecían cinco sátiros beodos, ostentando cínicos la resistencia
del cuerpo y la lubricidad de sus pasiones."
En un libro escrito por Stoll abunda el material para indagar en el indio ho­
mosexual en los diferentes pueblos aborígenes de América del Sur. Ampliando
sobre el tema, Gilberto Freyre nos dice: ..."E l culto de Venus Urania (homo­
sexualidad) fue traído al Brasil por los primeros colonos venidos de Europa: por­
tugueses, españoles, italianos, judíos. A q u í encontraron en la moral sexual de los
indígenas, y en las condiciones, al principio desordenadas, de colonización, el
medio de cultura favorable a la expansión de aquella forma de lujuria y amor.
Europeos de nombre ¡lustre figuran como sodomitas en los procesos de la
Visitigao do Santo Officio ás Partes de Brasil. Uno de ellos, el hidalgo florentino
Felipe Cavalcanti, fundador de la familia que perpetúa su apellido.
(...) Pero entre los mismos portugueses y españoles, y entre los judíos y los
moros de la península, se incrementaba esa forma de lujuria al descubrirse y co­
lonizarse el Brasil, figurando en los procesos frailes, clérigos, hidalgos, miembros
del foro, profesores y esclavos. Varios vinieron deportados al Brasil, entre otros
cierto Fructuoso Alvaraz, párroco de Matoim que, en Bahía, confesó al visitador
del Santo Oficio el 29 de julio de 1591: 'de quinze annos a esta parte que ha que
esta nesta capitanya de Baya de Todos os Sanctos, cometeo a torpeza do toca-
mentos deshonestos com algumas quarenta pessoas mais o menos, abracando,
beyjando...' Por abrazar y besar —eufemismo que alude a varias formas de pria-
pismo— fueron deportados de Portugal al Brasil numerosos individuos. A este
elemento blanco, y no a la colonización negra, es que debe atribuirse mucho de
la lubricidad brasileña. Un elemento de la colonización portuguesa del Brasil,
aparentemente puro, pero en verdad corruptor, fueron los niños huérfanos tra í­
dos por los jesuítas a sus colegios. Informa Monteiro que en los 'libros de nefan­
do son citados con relativa frecuencia'.
Entre los mismos hombres de armas portugueses, se sabe que en los siglos

105
X V y X V I, tal vez por el hecho de las largas travesías marítimas y de los con­
tactos con los países de vida voluptuosa del Oriente, se desarrollaron todas las
formas de lujuria. De héroes por todos admirados, fácilmente se comunicaron
a las demás clases sociales, los vicios y refinamientos eróticos. Lope Paz de Sam-
paio nos induce a creer que el mismo Alfonso de Albuquerque —el terrible Albu-
querque— habría tenido sus refinamientos lujuriosos". (30)
En La Crónica del Perú, de Cieza León, español que participó en la conquis­
ta —y destrucción— del Imperio Inca y tribus vecinas a él, escribe sobre prácti­
cas sodomitas entre los naturales, "pecado nefando" sugerido por el mismo
demonio. Los conquistadores y su Iglesia tratarían de exterminarlo condenando
a estos indios a ser comidos vivos por los perros. Por estas Crónicas, escritas en el
siglo X V —su autor moriría en 1560— no quedan dudas en cuanto a que la
homosexualidad no habría sido traída por el blanco a este continente. En la edi­
ción de la colección Austral, en dos de sus capítulos se dice: "De cómo se daban
estos indios de haber las mujeres vírgenes, y de cómo usaban el nefando pecado
de sodomía". En el otro agrega: "Cómo el demonio hacía entenderá los indios
destas partes que era ofrenda grata a sus dioses tener indios que asistiesen en los
templos, para que los señores tuviesen con ellos conocimiento, cometiendo el
gravísimo pecado de la sodomía". En la página 99 se relata que si por el consejo
del diablo algún indio comete este pecado es denigrado "y le llaman mujer". En
la página 146 Cieza de León consigna que en la provincia de Cañares "no usan
el pecado nefando ni otras idolatrías". Página 157: Se relata que el "capitán Pa­
checo y el capitán Olmos, hicieron castigo sobre los que cometían el pecado
susodicho, amonestándoles cuánto de ello el poderoso Dios se sirve, y los escar­
mentaron de tal manera, que ya se usa poco o nada de este pecado". Pág. 187:
"En la Puna y en lo más de la comarca de Puerto Viejo, ya escribí cómo usaban
el pecado nefando..." Pág. 190: ''Verdad es que generalmente entre los serranos
y yungas ha el demonio introducido este vicio debajo de especie de santidad, y es
que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos, según es el ídolo,
los cuales andan vestidos como mujeres dende el tiempo que eran niños, y habla­
ban como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remendaban a las mujeres.
Con éstos, casi como por vía de santidad y religión, tienen las fiestas y días prin­
cipales en ayuntamiento carnal y torpe, especialmente los señores y principales.
(...) No tenían culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí
sus caciques para usar con ellos este maldito y nefando vicio y para ser sacerdo­
tes y guarda de los templos de sus ídolos". Cieza de León termina diciendo que
"por donde creo bien que estas cosas son obras del demonio, pues con tal baja
y maldita obra quiere ser servido". (18)
Queda claro que la homosexualidad era común en la América precolombi­
na, y que estos indios lo que respetaban eran los roles masculino y femenino d?
su cultura. En un museo de Lima pueden verse numerosas cerámicas (huaco-
que certifican el uso de esta costumbre grata al demonio por parte de los ind'os.
En el libro Machu picchu, de Luis E. Valcarel, se dice que una caver ia, a
200 pasos de la portada de la ciudad, contenía los esqueletos muy bien c ¡iser-
vados de dos hombres, uno de ellos de unos 20 años, el otro de estatura i aja y
un poco mayor. Este últim o, con "una masa de tejido muscular desecad ", am­
bos rodeados de adornos femeninos y total ausencia de herramientas masculi­
nas. (79)

106
C A P IT U L O V I I

H O M O S E X U A L ID A D Y L I T E R A T U R A

A l cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos


del ¡oven no dejaron de surtir su efecto habitual en el
¡eque, que acabó por quedarse locamente prendado
de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los
pájaros, que despertaban con sus cánticos cuanto
estaba dormido en él.

(De Las m il y una noches)

P A L A B R A S P R E L IM IN A R E S

Emprender un estudio amplio y profundo sobre el contenido homosexual


en la literatura de todos los tiempos y de sus autores nos llevaría probablemente
años de intenso estudio. Lo mismo vale para las demás expresiones del arte. No
es ése el propósito de este trabajo como tampoco sería posible dado los conoci­
mientos de quien aquí escribe. Simplemente se hace una tibia referencia a los li­
bros y autores clásicos, en la mayoría de los casos sin ningún tipo de análisis ni
comentarios. Las veces en que éstos existen no están relacionados a una inten­
cionalidad literaria sino al contexto específico del libro.

EL SU EÑ O DE G IL G A M E S H

La epopeya de Gilgamesh, que data aproximadamente del año 2400 antes de


Cristo, es el poema épico más antiguo que conserva la humanidad. Curiosamente,
es un poema de amor homosexual entre los semidioses Gilgamesh y Enkidú. No
por casualidad, en el mito —Freud ha trabado de demostrarlo— el héroe encarna

107
la violación del tabú, y el poema se convierte en la realización de los impulsos
libidinosos de la humanidad, reprimidos por la cultura. La veneración de los
antiguos asirio-babilonios por estos héroes homosexuales, demostraría lo íntimo
e inconsciente del sentimiento homosexual en el seno de su cultura.
La primera tablilla que se conserva contiene la secuencia en que Gilgamesh
narra a su madre el sueño premonitorio de su encuentro con Enkidú. Gilgamesh
es un titán, con cfos tercios de divinidad y un tercio de humanidad, que ha cons­
truido la ciudad de Uruk con sus propias manos. Reina en ella con "alegría y
dolor de hombre": el pueblo le está reconocido por su obra, pero lo detesta, por
lo tiránico de su dominio. Gilgamesh nunca ha amado, pero ha poseído a todas
las mujeres de la ciudad.
Para liberarse de la tiranía de Gilgamesh, el pueblo ruega a los dioses que
envíen sobre el rey el castigo merecido. El dios del cielo, Anu, encarga a la diosa
Aruru (la que pone de manifiesto las formas) la tarea. La deidad fragua un
hombre de arcilla y lo anima con su saliva, dotándolo de piel y sangre cedidas
por el dios guerrero Ninib. Así nace Enkidú, ser hermoso y salvaje que convive
con las bestias y es humanizado por una cortesana del templo de Ischtar —diosa
del amor—, con quien yace durante seis días y seis noches.
Es entonces cuando Gilgamesh relata a su madre el sueño premonitorio,
"Madre, esta noche tuve un sueño extraño. Había estrellas en el cielo. Las estre­
llas cayeron sobre m í como relucientes guerreros. Era un ejército como un hom­
bre; traté de quitármelo de encima, pero era demasiado pesado; traté de despla­
zarlo, pero no pude moverlo. El pueblo de Uruk estaba presente y miraba la
escena. Las gentes se inclinaban ante él y le besaban los pies. Entonces lo estre­
ché como a una mujer, lo rodeé con mis brazos, estuve con él y lo arrojé a tus
pies. Tú lo tomaste por hijo y lo pusiste a mi lado como hermano".
Rischat, la señora y madre, supo interpretar el sueño y así lo manifestó a su
hijo, el príncipe: "Si viste estrellas en el cielo, cuando Anu hizo caer sobre t í
un ejército en forma de hombre, y tú trataste de levantarlo, y era demasiado pe­
sado para tí, y trataste de desplazarlo y no pudiste, y entonces lo estrechaste
como a una mujer y lo arrojaste a mis pies, y yo como a hijo lo señalé, esto
quiere decir: vendrá alguien muy importante; sus fuerzas son poderosas como las
de todo un ejército. Te desafiará a luchar y lo rodearás como un anillo. Tu mano
estará sobre él y él yacerá a mis pies. Lo tomaré por hijo y será tu hermano. Será
tu compañero en la lucha y tu amigo". (92) (*)

LOS G R IE G O S Y R O M A N O S

Sin embargo, nadie mejor que los griegos para expresar su pasión por el
amor homosexual a través de los cantos líricos. La libertad y la amplitud de di­
cha expresión es idéntica a la hoy manifestada hacia el amor heterosexual. Los
versos pertenecen a Filóstrato:
..."mas la rosa es el adorno que mejor cuadra a un bello muchacho, ya que
se le asímeja en fragancia y color. No serán las rosas quienes te adornarán sino tú

( * ) Traducido de la versión alemana de G. Burckhardt por el G rupo Profesionales del


F .L .H .A .

108
qu'ien adorne a las rosas".
Más adelante, el poeta vuelve a enviar nuevas rosas, supuestamente al mismo-
muchacho, acompañándolas de estas palabras:
‘T e envío estas rosas, no —o al menos no exclusivamente— para darte gusto,
sino por amor a las mismas rosas, ya que contigo no se marchitarán".
Platón narra el amor hacia su favorito de esta manera:
"Cuando te besé, Agatón, sentí tu alma en mis labios, como si ésta quisiera
penetrar en mi corazón con palpitante anhelo".
Durante tres generaciones, la academia platónica pasó de manos del amante
al amado; de Jenócrates a Polemón, de Polemón a Crates y de Crates a Arcesilao.
El amor de los poetas griegos hacia sus muchachos encuentra su clara expre­
sión en autores como Meleagro, Píndaro, Teócrito, Ibico, Anacreonte, Asclepía-
des, etc.
El primero expone sin miramientos la relación física, en un recuerdo que
consume sus pensamientos, dedicado probablemente a Andrágato:
"Am or cubrió bajo mi manto, una noche, el dulce sueño de un alegre
muchacho de dieciocho años, que vestía aún la clámide; comprimiendo aquella
tierna carne contra mi corazón, esgrimiendo esperanzas vanas".
Píndaro recibió como regalo de los dioses al bello Teoxeno, en manos de
quien murió luego de contraer una enfermedad durante una competencia gim­
nástica. Sobre él escribió:

"Acertado fue, amado corazón, tomar la flor del amor en la primavera de la


vida; pero quien haya contemplado una sola vez los rayos del sol lanzados por los
ojos de Teoxeno y no surjan en él los deseos, será porque su negro corazón, de
llama congelada, estará forjada con diamante o hierro".
A Teócrito e Ibico se los ha considerado entre los más fervientes amantes de
efebos. El poeta Anacreonte nos ha legado muchos poemas de amor dedicados,
en su mayoría, al joven tracio Smerdis. Asclepíades, poeta de Samos, de quien
Teócrito fue su discípulo, dejó once epigramas dedicados a muchachos.
Si hay un detalle interesante es que la palabra eros (amor) rara vez se men­
ciona en los textos griegos para referirse a la relación heterosexual, sino que se lo
emplea generalmente para mencionar la relación entre varones.
Esquilo jamás representó en el teatro el amor entre el hombre y la mujer. En
la obra Mirmidones toma como argumento central el amor entre Aquiles y Patro-
alo, amor que en La llíada, Homero hace aparecer como una simple y tierna
amistad.
Roma trató de imitar a sus antecesores, consiguiéndolo a veces en brillantes
versos como los que Cátulo dedica a su joven y hermoso amigo Juvencio;como
así también en las églogas de Virgilio, el poeta protagonista de La Divina Come­
dia, dirigidos al mancebo Alexis. Horacio escribió odas en metro menor a Ligu-
rinus, a la vez que proponía al emperador Augusto, en una de sus sátiras, que
amara indistintamente a una doncella y a un muchacho. Al respecto es Plutar­
co quien consagra varias páginas de su Diálogo sobre el amor a la bisexualidad,
pretendiendo demostrar que tanto los muchachos como las muchachas son capa­
ces de provocar apasionados sentimientos. El Satiricón de Petronio, puede ser
considerado el primer relato homosexual dentro de una estructura similar a la
novela moderna.

109
B O C CA C IO

La homosexualidad ha sido utilizada como tema por muchos escritores, en


forma crítica, de censura o de aprobación, y no han faltado aquellos que la han
satirizado, injertándola en sus argumentos. Quizá uno de los que con mayor gra­
cia lo hicieron fue Boccacio. En El Cornudo Consolado relata la historia de un
homosexual casado, en los tiempos de la Italia renacentista. Su mujer, sufriendo
la frustración de un marido que no responde a sus necesidades sexuales, comien­
za a tener relaciones extramatrimoniales con jóvenes, aprovechando las salidas
nocturnas de su marido. En una de estas relaciones, mientras cena con un mucha­
cho predestinado a ser.su amante, se desenvuelve la historia. El esposo llega antes
de lo previsto y la mujer apenas puede ocultarlo. Al descubrir al joven bajo unos
cajones se entabla una discusión donde su sucede un amplio intercambio de re­
proches por sus mutuas infidelidades. Como finalmente nadie —o más bien to ­
dos— parecen tener la culpa, la historia termina felizmente. "Informaros de lo
que sucedió —dice Boccacio— entre estos tres personajes, terminada la comida,
es cosa que se resiste a mi pluma. Bastará deciros que, al día siguiente, los nove­
leros de la plaza de Perusa, estaban confusos y tenían dificultad en saber cuál
de los tres, el marido, la mujer o el galán, había pasado una noche más agrada­
ble".

SHAKESPEARE

Inglaterra también vio surgir la homosexualidad en el Renacimiento, expre­


sada a través da grandes dramaturgos como Marlowe y Shakespeare. De éste
último reproducimos uno de sus más famosos poemas dedicados al misterioso
Mr. W. H.

Un rostro de m ujer te dio Natura,


modelada con sabia mano amante.
Dueño de m i pasión, corazón dócil,
pero n i femenino n i mudable.
Unos ojos con más fulgor y menos
falsía que los ojos de una niña,
y cuya luz alumbran lo que miran,
hurtando la mirada de los hombres
y de las bellas confundiendo el alma.
Para m ujer creado el ser creado,
de t í al instante se prendó Natura,
y decretando sin piedad m i duelo
al defraudar m i anhelo enamorado.
Puesto que para goce de mujeres
te reservó el destino, a las doncellas
dales el uso de tu amor, y dame
a m íe ! disfrute de tu cielo puro. (72)

110
SADE

El Marqués de Sade toca el tema de la homosexualidad en algunos de sus re­


latos. En La estratagema del amor, por ejemplo, narra la historia de un bello jo ­
ven que se enamora de una lesbiana, Agustina de Villablanche. Para lograr sedu­
cirla se viste de mujer en ocasión de un baile de máscaras, sabiendo que ella irá
vestida de hombre. Agustine, apenas lo ve, se enamora de aquella hermosa figu­
ra, haciendo lo imposible por tratar de entablar conversación, a lo cual el joven
simula resistirse. Una vez conseguida, lleva al muchacho a una habitación aparta
da donde lo abraza y lo besa ardientemente. En el manoseo, claro está, la mujer
descubre el verdadero sexo de su partenaire y lo llena de injurias. Este a su vez
hace lo propio diciéndole que creía hallarse con un hombre. Las inteligentes sali­
das del muchacho hacen que Agustine comience a apreciar su belleza y a mirarlo
con otros ojos, perturbada por el giro de los acontecimientos. Deciden salir del
baile y el joven "accede" a llevarla a su casa. Una vez allí se desencadena el diálo­
go que unirá sus vidas.
En esta ocasión, la heterosexualidad se impone a la homosexualidad. En El
colegial Alcibíades, un libro aparecido en 1652, sucede precisamente lo contra­
rio. La historia relata cómo el protagonista, un joven de excepcional belleza, es
seducido por uno de sus maestros, Philotime, a quien inevitablemente enamora.
En su intento por seducir al alumno, el maestro recurre a cuanto argumento se le
pasa por la cabeza. El relato consiste en las declaraciones de Philotime y en
las contestaciones del muchacho que intenta contrarrestarlas. En base a sus
mejores armas intelectuales, el maestro triunfa sobre Alcibíades.

W H IT M A N

De los norteamericanos mencionaremos a quien supo expresar libre y apasio­


nadamente el amor homosexual como ninguno: W altW hitm an, la figura cumbre
de la lírica de su país.
En Canto a m í mismo, que forma parte de Hojas de Hierba, única obra del
autor, expresa lo "inexpresable" con una valentía poco creíble para su época. El
desocultamiento de su amor por los hombres y la libertad con que se atrevió a
exponerlo, lo condujeron a versos como éstos:
"Estoy satisfecho: / veo, danzo, río, canto... / Cuando mi amante y fervoro­
so camarada, que ha dormido a mi lado toda la noche, / se levanta y se va sigilo­
samente al amanecer,"...
'Oh, hierba rizada, / yo te trataré con cariño! / Ahora me pareces la hermosa
cabellera sin cortar del cementerio. / Tal vez el vello que nace en el pecho de los
adolescentes muertos, a quienes yo hubiese amado,''...
"Cada especie para sí y para los suyos. / Para m í los machos y las hembras, /
para m í los adolescentes que luego amarán a las mujeres," (84)

Muchos son los autores que han rendido homenaje a Whitman, tanto del
continente americano como de Europa. Del primero podemos mencionar a los
uruguayos Armando Vasseur y Carlos Sabat Ercasty, al peruano Carlos Parra del
Riego, al argentino E. Martínez Estrada; del segundo a los franceses Paul Claudel,

111
André Gide, Jules Romains, Emile Verhaeren, Charles Vildrac, René Arcos, Va-
léry Larbaud y Apollinaire, o a los españoles Federico García Lorca, Ramón Pé­
rez de Ayala y León Felipe. Y de su propia tierra a Cari Sandburg, Sherwood
Anderson, Vachel Lindsagy y William Carlos Williams. Un rebelde de las últimas
generaciones, Alien Ginsberg, le dedica, sin embargo, los versos más hermosos:
"Cómo he pensado en t í esta noche, Walt Whitman, mientras caminaba por las
callejuelas, bajo los árboles, con dolor de cabeza, ensimismado en la contempla­
ción de la luna llena. / Te vi, Walt Whitman, sin niños, solitario viejo hara­
piento, hurgando entre las carnes en el refrigerador y mirando a los muchachos
de la carnicería. / (...) / ¿Caminaremos toda la noche por las calles solitarias? Los
árboles añaden sombras a las sombras, las luces de las casas se apagaron, nos sen­
tiremos solos. / ¿Pasearemos soñando en la perdida América del am oral lado de
automóviles azules en las carreteras, el camino hacia nuestro silencioso hogar?” ...

W IL D E

La sociedad y sus leyes no funcionan para el homosexual como un resguardo


de su seguridad sino como una amenaza, como algo en constante acecho de la
cual tiene que protegerse. Ante esta situación, la personalidad del homosexual
puede tomar por dos caminos. Uno, el convertirse en un verdadero enajenado,
en un escéptico, enceguecido por el peso de la realidad que día tras día cae sobre
él y que va moldeando su carácter de-formado y confuso. El otro, el convertirse
en un punzante observador, en un agudo crítico de esa sociedad que lo circunda.
Tal vez por este motivo autores como Wilde, Gide, Proust, Rimbaud, Whitman,
etc., hayan sido los genios que fueron.
Oscar Wilde expresó claramente todo su padecimiento y dolor en la carta es­
crita a su amigo Alfred Douglas durante su condena, que, junto a la Balada a la
cárcel de Reading, pueden contarse entre sus obras más emotivas; no en vano la
tituló La tragedia de m i vida, obra prohibida en Inglaterra hasta 1960. El fenó­
meno Wilde es digno de tomarse en cuenta, sobre todo por la época en que es­
cribió, donde se sucedieron los hechos que provocaron el gran escándalo. La
aceptación del público ante un manifiesto homosexual se mantuvo en el terreno
de lo tácito; sólo cuando las inclinaciones de Wilde se elevaron al "campo ofi­
cial", con gran ayuda de la prensa y como desencadenante del juicio que lo lle­
vó a la ruina, ése mismo público que poco tiempo atrás lo aplaudía entusiasta,
de buenas a primera le dio l¿ espalda con la mayor de las indignaciones. Junto
al derrumbe de Wilde se derrumbó el movimiento literario liberacionista que él
mismo encabezaba, e inmediatamente la mayoría de los escritores ingleses se
apresuraron a redactar obras de intachable probidad moral. De pronto, en Ingla­
terra, la censura victoriana recobró sus antiguas y perdidas fuerzas y hasta obras
científicas como la de Havelock Ellis fueron prohibidas. Richard Lewinsohn
aplaude esta vuelta de tuerca expresando: "La juventud que, en general, sólo co­
pia lo accesorio, lo malo, estaba tomando ejemplo de Oscar Wilde. Era absurdo
ver, en Inglaterra, cómo un joven y fuerte muchacho, un capitán de equipo de
football, llevaba una larga y espesa melena al estilo de Wilde. Y siguiendo este
supuesto, era preciso cortar por donde menos pérdida material experimentase el
Imperio. Un hombre célebre desviado es un mal ejemplo viviente, es un fruto po­

112
drido que hay que retirar".
Por supuesto, esas "pérdidas materiales", son las probables obras de arte que
Wilde pudo haber escrito de no haber sido acusado y condenado. Queda claro
que el motivo por el cual se lo acusó era lo menos importante. El verdadero obje­
tivo era retirar el "fruto podrido" que podía volcar los intereses de la juventud
contra los intereses del imperio
André Gide aborda valientemente el tema en su libro Corydon, donde trata
de fundamentar biológicamente la homosexualidad en comparación con otras
especies, o sea encerrando la necesidad de fundar en la naturaleza las formas del
deseo. Con dichos argumentos, y nombrando grandes personalidades históricas
homosexuales, es que trató de encarar la defensa de Wilde, de quien era amigo.

MANN

Otro autor que expuso el amor de un hombre hacia un muchacho, fue Tho-
mas Mann en La muerte en Venecia, llevada al cine por Visconti. El personaje
central, Gustav von Aschenbach, se enamora de un joven caballero polaco —Tad-
zio— cuyc fisonomía ratifica el peso de la cultura clásica materializada en un
mancebo que nos recuerda al arte escultórico griego. El libro es en realidad una
lenta y artística reflexión sobre la legitimidad moral de este tipo de pasiones.
Mann, en una parte del texto, nos revela: "N o hay para ellos (los homosexuales)
bendición comparable a la belleza, que es una bendición de muerte. Faltan la
bendición de la naturaleza y de la vida. Si se sienten orgullosos de ello, será éste
un orgullo completamente melancólico, que condenará y rechazará la homose­
xualidad, y que la marcará con el signo de la esperanza y la aversión". Dicho
sentimiento está hondamente influenciado -probablem ente— por la frustración
y la impotencia, que en el transcurso de la obra están manifestadas por la cons­
tante lejanía del mancebo, cuyo juego de miradas, de gestos, de atracción pasiva
que arrastra inevitablemente a su perseguidor, lo convierte a la vez en lo inalcan­
zable y lo irreemplazable, semejante a un joven dios que figura en el mundo de la
idea, acaso menos real que sus propios fantasmas. Mann, como tantos homo­
sexuales —y no homosexuales— extienden sus limitaciones personales a una pro­
blemática general. Según Schróter, no solamente las circunstancias accidentales
del viaje y la permanencia en Venecia, sino la misma aventura homoerótica, son
detalles autobiográficos.
Siguiendo con los alemanes, una homosexualidad sublimada se halla presen­
te en casi toda la obra de Hermann Hesse, expresada en títulos tales como Narci­
so y Goldmundo, Demian o Siddharta.

CERNUDA

Luis Cernuda es uno de los más grandes representantes de la poesía española


de este siglo. Luchó durante la guerra civil a favor de la República y finalmente
murió exiliado en México, en 1963.
Su poesía, de un intenso tono romántico, oscila constantemente entre lo
melancólico y lo hedomstico. A veces, el sentimiento homosexual se manifiesta

113
abiertamente, otras se expresa en imágenes ambiguas y asexuadas. El término
"cuerpo", válido tanto para el varón como para la mujer, aparece con inusitada
frecuencia en sus primeros poemas.
..."Gentes extrañas pasaban a mi lado sin verme. Un cuerpo se derritió con
leve susurro al tropezarme."
"N o decía palabras, / acercaba tan sólo un cuerpo interrogante, / porque ig­
noraba que el deseo es una pregunta / cuya respuesta no existe, "...
"Estaba tendido y tenía entre mis brazos un cuerpo de seda. Lo besé en los
labios, porque el río pasaba debajo. / (...) / Era un cuerpo tan maravilloso que
se desvaneció entre mis brazos. Besé su huella; mis lágrimas la borraron."...
(...) "Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo
nombre no puedo oir sin escalofrío / alguien por quien me olvido de esta exis­
tencia mezquina, / por quien el día y la noche son para m í lo que quiera, / y mi
cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu"... (11)
Hacia el final de su vida, el amor homosexual aparece sin ambages. Es famo­
so su poema dedicado a Rimbaud y Verlaine, que trata la relación entre ambos.

EL S U R R E A L IS M O

El movimiento surrealista, a pesar de su espíritu libertario y de su deseo de


romper con viejas estructuras, no se caracterizó precisamente por una posición
aperturista ni cuestionadora, tanto en lo referente a la homosexualidad como
a la sexualidad en general.
En Cantos de Maldoror aparece evidenciada la asociación entre crimen y ho­
mosexualidad en el momento en que el pederasta asesino hunde las uñas en el pe­
cho del niño aprovechándose de su confianza. La asociación paranoica entre el
placer y lo sanguinario surge como defensa ante la estimulación de la libido ho­
mosexual que decide trasladarse de lo latente al hecho.
Arthur Rimbaud, por su parte, hace figurar su relación amorosa con Paul
Verlaine —de una manera solapada— denominándolo "la virgen loca" en Una
temporada en e! infierno. La sexualidad del primero de ellos ha sido ampliamen­
te analizada desde una perspectiva psicoanalítica por Angel Garma en Sadismo
y masoquismo en la conducta humana.
A pesar de que la sexualidad no ha sido un tema de fundamental importan­
cia para el surrealismo, Xaviére Gauthier, en su trabajo titulado Surrealismo y
Sexualidad, rescata los aportes de este movimiento en ese sentido.

GENET

Gen6t es uno de los escritores con que más originalidad y crudeza ha presen­
tado a un sector de la comunidad homosexual. El ámbito de las historias de Ge­
nét es el bajo mundo, un mundo de ladrones, de estafadores, de prostitutas y ma­
rineros borrachos. Describe con genial maestría un submundo dentro de otro
submundo. Genét no hace más que presionar sobre la llaga prohibida para que el
pus que ensucia nuestra cultura salte por sí mismo. Genét, acusado de traidor
a la patria por haberse pasado a las filas revolucionarias argelinas en la lucha

114
que éstas libraron contra las fuerzas imperialistas francesas, nos brinda, a través
de sus relatos, el más hermoso y alucinante testimonio acompañado de un impre­
sionante vigor narrativo. Aunque a veces, su literatura, también incurre en el
campo romántico, como en el caso de Pompas Fúnebres, novela escrita en la cár­
cel de Fresnes, en 1942, durante la ocupación alemana. El siguiente pasaje perte­
nece al libro mencionado:
"Dijo / ¿Eh? / Comprendió lo que estaba pensando. Pasaron diez segundos
de silencio y repitió, burlón: / —¿Eh? / Su nariz lo mostraba excitado. / —Si me
quedo, ¿me dejarás en paz? / - S í . / Lo dije bruscamente. Y con aire resuelto
agregué: / —Bueno, hacé como quieras. / —¿Eh? / Durante mi frase se había
levantado y pensé que salía. En cambio se sentó sobre mi cama. / —¿Te quedás
o te vas? / —¿Me dejarás tranquilo? / ¡Mierda! / —Me quedo. / Hablamos de
otras cosas. Ya por el tono que tuvo para responderme, por la turbación de su
voz y por su hesitación yo sabía no sólo que se quedaría sino que aceptaría lo
que,siempre me negó. / —¿Te desvestís? / Era evidente que retrocedía, a pesar de
aquella decisión, en el momento de acostarme, penetrar en la cama y pegar su
cuerpo con el mío. Por fin, lentamente, casi como arrastrándose, se desvistió.
Cuando estuvo acostado lo atraje hacia m í: ya se le había parado. / —No tenés
palabra. Prometiste dejarme tranquilo. / —¿Y qué? Sólo te abrazo. No hago nada
malo. / Lo abracé. Y entonces me dijo, despacio: / -B u eno . / Ese "bueno*' indi­
caba que se decidía, que se arrojaba a lo irremediable. / —Bueno. / Y después,
conteniendo su respiración / —¿Y si quisiera, hoy? / —¿Qué? / Tuvo un gesto
impaciente. Me arrojó con la frase impaciente, llegando al final sin aliento: / —Lo
sab4s y querés hacérmelo decir... si quisiera hoy hacer el amor. / Juan. / Acaricié
su mano. / —Juan. / No sabía qué decir ni qué hacer. El sentía mi felicidad. Per­
maneció inmóvil, boca arriba, con el rostro muy calmo y los ojos muy vivos, ani­
mando sus párpados con unos movimientos regulares que indicaban su turbación.
Apagué." (19)
En otras novelas, el amor, la poesía y la revolución parecen fusionarse y con­
vertirse en un todo. Las palabras pertenecen a Nuestra señora de las Flores:
"Los diarios no me llegan bien hasta mi celda, y las páginas más hermosas están
saqueadas, sin sus más bellas flores, los chulos (muchachos), como jardines de
mayo. Los grandes chulos inflexibles, estrictos, con sus sexos floridos de los
cuales no sé ya si son lirios o si lirios y sexos no son ellos del todo, hasta el
punto que por la noche, de rodillas y con la imaginación, abrazo sus piernas: tan­
ta rigidez da conmigo en tierra, hace que los confunda, y el recuerdo que doy de
buena gana como alimento para mis noches, es el tuyo que cuando lo acariciaba
permanecía inerte, estirado; sólo tu verga, desenvainada y blandida, atravesaba
mi boca con la aspereza repentinamente perversa de un campanario que revienta
una nube negra, de un alfiler para sombreros que pincha un seno." (90)
Sartre aborda decididamente el tema deJean GenSt,comediante y m ártir. El
mismo autor describe en La Náusea un intento de seducción a un joven en el am­
biente de una biblioteca, lugar donde él se ubica como espectador del suceso.
Otros franceses de importancia dentro del contexto de la literatura homose­
xual son Roger Peyreffite, quien tuvo la valentía de exponer en toda su obra
pasajes homosexuales y nunca se escudó en el ocultamiento. Este autor denun­
ció públicamente la homosexualidad de Paulo V I, tildándolo de hipócrita al pre­
sidir el documento de la Santa Sede, Acerca de ciertas cuestiones de ética sexual

115
(ver cap. 8) en donde menciona a la homosexualidad —junto a otras problemáti­
cas— como una "aberración ética". Es particularmente conocida su novela Las
amistades particulares, que narra la relación entre dos adolescentes en un cole-
gio-internado. El tema -llevado a la p antalla- alcanza niveles que rozan el
romanticismo, sobre todo en los encuentros clandestinos de los dos jóvenes. Fi­
nalmente son descubiertos. Uno de ellos se quita la vida. Sin embargo, en el
epílogo del relato, lejos de transmitir una sensación de escepticismo, deja luz
para una esperanza. Queda bien en claro que el suicidio del más joven es en rea­
lidad un asesinato social.
Un libro al que puede considerarse un verdadero "manifiesto homosexual"
es E l Libro Blanco de Jean Cocteau, redactado con el más violento espíritu in­
transigente y revolucionario por uno de los más grandes escritores franceses del
siglo X X . Más que un desafío a la sociedad, El Libro Blanco es un llamado a la
rebeldía y un grito de libertad que se cierne como una amenaza brutal sobre la
hipocrecía moral y la alienación.
Injustos seríamos si no mencionásemos en este trabajo, la maravillosa
novela de Margaritte Yourcenar, Memorias de Adriano. Los pasajes en que descri­
be la tierna relación entre el emperador y Antinoo, la muerte del muchacho y las
constantes evocaciones que cada tanto aparecen luego del desgraciado suceso,
son de una emotividad conmovedora.

B A L D W IN

Pero en lo referente a la novela moderna tal vez sea El cuarto de Giovanni de


James Baldwin, el que marcó un verdadero hito en la temática homosexual con­
temporánea. Sin embargo, Baldwin adolece del defecto de la mayoría de los
escritores que indagan en el tema. Relatan un medio de personajes traumatiza­
dos, descontentos de su sexualidad, conflictuados en ambientes donde no es ex­
traña la prostitución, el delito, la corrupción, estableciendo una constante rela­
ción entre homosexualidad y esos factores. Desde otra perspectiva, en toda la
obra de Jaan Genét se advierte este paralelismo. Si esto sucede en los escritores
de abiertas y reconocidas inclinaciones homosexuales, no es difícil imaginar lo
que exponen sobre nosotros los escritores heterosexuales.Tanto unos como otros
han internalizado al pie de la letra las pautas opresivas más alienantes enseñadas
por la sabia pedagogía del Sistema. Sin negar que muchos de sus relatos están
directamente emparentados con la realidad, ese realismo carece de acción escla-
recedora si no está inmersa en un contexto revolucionario específico (es decir,
haciendo incapié en el p or qué de esas situaciones). Así, en la temática homo­
sexual, son frecuentes diálogos como éstos: "Y a no podemos pasar la vida juntos
—dije. / —Pero puedes pasar la vida con ella. Con esa muchacha de cara de luna,
que cree que los chicos salen de los repollos... de los congeladores... no conozco
bien la mitología de tu país. Con ella puedes vivir. / —S í —dije pesadamente—
con ella puedo vivir... —me puse de pie; estaba temblando: —¿Qué clase de vida
podemos tener en este cuarto?... ¿En este cuartito asqueroso? ¿Qué clase de vida
pueden tener dos hombres juntos? Todo ese amor del que hablas... ¿no es algo
que fabricas para sentirte fuerte? Quieres salir a trabajar, traer dinero a casa, y
quieres que yo permanezca aquí lavando los platos, cocinando, limpiando este

116
miserable refugio que llamas cuarto y que te bese cuando entres por esa puerta y
que me acueste contigo por la noche y me convierta en tu mujer... Eso es lo
que quieres. Eso es lo que has querido decir y todo lo que has querido decir
cuando afirmas que me amas. Dices que quiero matarte. ¿V qué crees que has es­
tado haciendo tú conmigo? / - N o quiero convertirte en una mujercita. Si quisie­
ra una mujercita estaría con una mujercita. / - ¿ Y por qué no lo haces? ¿Es aca­
so porque tienes miedo? ¿me tomaste acaso a m í porque no te atreves a buscar
una mujer que es lo que realmente deseas? / Estaba pálido / —Tu hablas de lo
que yo deseo. Yo he hablado de a quien deseo. / -P e ro soy un hombre -e x c la ­
mé. lUn hombre! ¿Qué crees que puede ocurrir entre nosotros?"
En este diálogo se manifiesta claramente la transmisión de las pautas tradi­
cionales de la pareja heterosexual a una pareja homosexual, uno pretendiendo ser
el "marido" y el otro revelándose ante su rol de "esposa” , muy lejos de la rela­
ción de dos amigos que además se quieren, son amantes y viven juntos. La rela­
ción igualitaria no existe, resultado de lo cual surgen los planteos, los conflictos,
la incomunicación y el disconformismo que muchas veces se dan en las parejas
heterosexuales. La reproducción del esquema "marido-mujer", "macho-hembra"
en una pareja homosexual, resalta con más fuerza todavía la dicotomía opresor-
oprimido por su evidente contradicción en el marco de una relación entre dos
hombres.

LOS A R G E N T IN O S

Esteban Echeverría, un reconocido homosexual de la época de la lucha por


nuestra independencia, y encarnizado opositor a! régimen de Rozas, es quien
escribe el primer cuento argentino, titulado El matadero y publicado en 1840. Y
en él se narra precisamente un hecho homosexual, describiendo el intento de vio­
lación de un joven unitario por un grupo de mazorqueros que lo atan a una mesa
por orden del juez del matadero, tildándolo de "cajetilla" (afeminado): " —(...)
Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien
atado sobre la mesa. / Apenas articuló esto el juez, cuatro sayones salpicados de
sangre suspendieron al joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa compri­
miéndole todos sus miembros. (...) Atáronle un pañuelo a la boca y empezaron a
tironear sus vestidos (...) En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cua­
tro pies de la mesa, volcando su cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual ope­
ración con las manos para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en la
espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció
agotarse toda su fuerza y vitalidad se incorporó primero sobre sus manos, des­
pués sobre sus rodillas y se desplomó al momento (...) Sus fuerzas se habían
agotado. / Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnu­
darlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolleando de la boca y las nari­
ces del joven, y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados
de la mesa. Los sayones quedaron inmóviles y los espectadores estupefactos."
Un hecho similar relata Hilario Ascasubi en su poema La Refalosa (* )

( ' ) Refalosa: Resbalosa. Música con que los m azorqueros tocaban a degüello

117
Unitario que agarramos
lo estiramos;
o paradito nomás,
por atrás,
lo amarran los compañeros
por supuesto mazorqueros,
y ligao
con un maniador ante todo
iSalvajónl
A qu í empieza su aflición

Luego después, a los pieses un sobeo en tres dobleces


se le atraca,
y queda como una estaca
lindamente asigurao,
lo tenemos clamoriando;
y como medio chanciando
lo pinchamos,
y lo que grita, cantamos
la refalosa y tin tin
sin violín

Más tarde, ya en pleno liberalismo nacional, el escritor Eugenio Cambaceres,


en su novela naturalista En la sangre, dará rienda suelta a su odio por el inmigran­
te, al que consideraba vil y corrupto, incluyendo a la homosexualidad entre sus
defectos.
Uno de los principales portavoces literarios de la clase media que a partir de
la década del 20 accede a la cultura, Roberto A rlt, expresa vivamente sus senti­
mientos homofóbicos en su primera obra, El Juguete Rabioso, publicada en
1926. En su tercer capítulo, que lleva justamente el nombre de la novela, descri­
be a un joven homosexual con todas las características que le atribuía la
sociedad de entonces, es decir corrupto, de clase acomodada, poco afecto a la
higiene y admitiendo francamente su pretendida condición de enfermo mental.
Abelardo Arias, Osvaldo Lamburgini, Enrique Medina, Héctor Lastra, Carlos
Archidiácono, Dalmiro Sáenz y Manuel Puig figuran entre los escritores que in-
cursionan en la temática homosexual a través de su novelística. De Lamburgini
podemos mencionar Sebregondi retrocede. De Lastra es conocida su obra La
boca de la ballena. Sáenz toca el tema en Hay hambre dentro de tu pan, en algu­
nos relatos de Setenta veces siete y Diálogo con un homosexual. Es interesante
hacer incapié en Las Tumbas, de Medina: el libro está escrito en primera persona
y narra la situación de un grupo de chicos en un internado de menores. El lén-
guaje es crudo, casi diríamos brutal dentro del terreno del más absoluto realismo.
La violencia sexual, incluso la prostitución, figuran a la orden del día. Lo llama­
tivo es que el personaje principal, que hace las veces de "observador" dentro del
panorama de la novela, jamás interviene en esas relaciones, nunca describe una
relación sexual donde él sea protagonista, nunca viola ni es violado, ni vende su
cuerpo fuera de las paredes del internado. En el único pasaje de toda la novela
donde él hubiese podido protagonizar un hecho sexual, no puede por "una cues­

118
tión de tamaño". A la inhibición de' autor la encontramos también en Mujica
Lainez. En su conocida novela Bcmarzo, el protagonista principal se la pasa
admirando y describiendo la bellp/a de sus amigos y cortesanos pero jamás llega
a un contacto sexual con ninguno. El juego que emplea en El Unicornio para
encarar un sentimiento homoc xual sin culpas, es admirable: la situación trans­
curre en un lejano país hace mucho tiempo (cuanto más lejano y distante, me­
jor), en la época en que tjdavía existían las hadas. Una muchacha fea y poco
agraciada se enamora apasionadamente de un joven caballero. Desesperada, acu­
de a su "hada madrina" a quien le pide la transforme en un ser hermosísimo
para poder ser correspondida y amada. El hada le concede el deseo, pero una
vez producida la metamorfosis, descubre un prominente bulto entre sus piernas.
El deseo se había cumplido pero estaba transformada en un hermosísimo
muchacho. A partir de ahí, comienzan las andanzas de los dos por el mundo. Ella
(con un cuerpo de hombre) sigue siendo una mujer cuyo amor persiste a través
de toda la novela. No es un amor homosexual sino heterosexual el que se descri­
be (aunque pata su autor haya significado íntimamente lo contrario), pero los
cuerpos son los de dos hombres que, por supuesto, jamás llegan a un contacto
físico. El protagonista principal reprime durante todo el relato, la pasión por su
amigo y Iü revelación de lo que siente por él.
E', su novela Sergio, en cambio, incursiona directamente en el terreno ho­
rnos xual. El protagonista se enamora de dos hermanos (un muchacho y una
ch:ca) con los que llega — ¡incluso!— a una relación física. Los sentimientos de
Sergio permanecen en esa ambigüedad hetero-homosexual, en esa tierra de nadie,
hasta que el autor se ve arrastrado, por los propios acontecimientos, a una defi­
nición de los sentimientos del protagonista. En esa circunstancia culminante, de­
cide matarlo. Una muerte tan "absurda" (el mismo autor se encarga de mencio­
nar la palabra) como el significado del desenlace a través del asesinato de los dos
muchachos, mientras viajan en un taxi. A todas luces, el final de la novela se re­
vela a la vista del asombrado lector como algo totalmente desubicado, sin sentido
y sin ninguna relación con él resto de la historia.
Manuel Puig figura, probablemente, entre los escritores homosexuales más
libre de culpas y autocensura de nuestra tierra. Si bien la cuestión homosexual
está presente (a veces latente) en casi toda su obra, es en El beso de la mujer
araña (llevada al teatro) donde alcanza su nivel más admirable, no sólo por el
contenido específicamente homosexual, sino por el contexto político en que es­
tá ubicado, acompañado todo esto —dicho sea de paso— de un excelente vigor
narrativo.
A mediados de 1983, aparece una novela que al poco tiempo se convertirá
en uno de los best-seller argentinos: La brasa en la mano, de Oscar Hermes
Villordo. El libro, sobre todo para el esquema y las fantasías sociales, no descri­
be nada nuevo, sino simplemente la típica relación entre el "marica" y el "chon­
go” (lo que, en algunos casos, no deja de ser real) entre el que ama y es amado
(lo cual también es real), entre el que paga y el que cobra (en varios pasajes se ha­
ce incapié en este trato comercial); el clima general es tortuoso y escéptico:
"¡Largas horas en que pensé que el amor era un sentimiento insoportable! (...)
¡Pero también largas horas en las que recogí las migajas del placer!” " Y me
despertaba con alguien al lado, que tardaba en reconocer, porque el sueño había
sido tan profundo que borraba todo lo pasado y, terriblemente, en vez de dejar

119

i
una sensación de olvido, dejaba la sensación de culpa, la misma que dejaba con el
susto de reconocer al dormido." La eterna sublimación del falo por ciertos
homosexuales ("y entre el vello negro y espeso, triunfante, se erguía el miembro
descubierto.") conduce inevitablemente al desprecio de la región anal como
fuente de placer y por lo tanto al desprecio del homosexual y de la homosexuali­
dad. De esta manera, el "marica" aparece siempre como un personaje grotesco,
desagradable y ridículo, al lado de las figuras atléticas, hermosas y exuberantes
de sus amantes, los "hombres". Así, en esta novela, hallamos descripciones como
éstas: " A h í estaba Beto, feo y monstruoso, convertido en un insecto, y del otro
lado el muchacho, un gimnasta, una estatua animada." " Y el pantalón de franela
gris arrugado era una vergüenza al lado de la tela armoniosa (...) del muchacho
que caminaba tomándolo del brazo. La caricatura al lado del dibujo. Un enano
de jardín caminando con El Príncipe entre los lirios."
No obstante el estilo anacrónico y la superficialidad general de la novela.
La brasa en la mano puede considerarse un intento valiente y sincero respecto
a la descripción de un sector de la comunidad homosexual en el Buenos Aires de
los años 50.
A principios de la década del 70, aparecieron en las librerías los títulos Carta
abierta a los homosexuales de Jorge A. León, pastor protestante, y Cartas a un
homosexual, cuyo contenido no vale la pena comentar.

LAS M U JER ES

En la poesía homosexual femenina podemos hallar versos de acentuado liris­


mo como la redactada por Renée Vivien:

"Nuestro corazón es semejante a nuestro seno de mujer,


Muy querida! Nuestro cuerpo está hecho parecidamente.
Un mismo destino cruel ha pesado sobre nuestra alma.
Traduzco tu sonrisa y la sombra que hay sobre tu faz.
A veces hasta nos parece ser de la misma raza.
Mi dulzura es igual a tu gran dulzura,
En t í amo a mi niño, mi amiga y mi hermana.

(De Sortilegios)

Te amo por ser tan débil y calma entre mis manos,


así como la cuna tibia donde descansarás.

(De Yo)

En cierto modo, los versos de Renée Vivien manifiestan arduamente bosque­


jos de su trágica vida, y nos presentan en forma amplia el ardor con que esta
mujer amó la belleza femenina y su propia belleza. Una gran variedad de perfu­
mes y adornos no eran raros en ella, y se enorgullecía de sus largos cabellos. En­
tre esos mismos versos de amor también aparecen algunos que expresan su

120
desprecio por aquellas mujeres atadas a un hombre por medio del matrimonio.
La poetisa india Jun S'aheb, ha cantado también al amor lesbiano.
Sin embargo, no siempre los escritores o escritoras homosexuales han hecho
conocer a través de sus obras sus inclinaciones. Tal podría ser el caso de George
Sand, gran amiga de la actriz Marie Duval, y probablemente de Marie d'Agoult.
En ocasiones, la poesía homosexual femenina adquiere características que
oscilan entre el amor y la protesta, como estos versos escritos por una anónima
compañera, aparecidos en la revista Somos del F.L.H .
“ Y o quiero morderles en la cara": " —Que te am o"!!!!!
Aunque ya nadie crea en la palabra. —"Que te amo".
Y quesos mujer... qué tanto!!!
Y que mañana: Cuando las ecuaciones del mundo tiemblen:
Yo estaré de violeta surrealista, creciendo en la geografía de tu vientre.

No fueron pocos los varones que se han dedicado a escribir sobre el amor
lésbico. Ariosto trató de describir en detalle la homosexualidad femenina; igual­
mente Diderot, que tomó en su novela La religiosa la vida de la abadesa de Che-
íles. En su novela La niña de los ojos de oro, Balzac hace alusión al tema, pero es
Teófilo Gautier quien lo toma como argumento central en Mademoiselle de
Maupin, inspirado en la vida real. De manera muy tangencial Zola lo menciona
en Nana, Lamartine en Regina y Swinburne en Poemas y Baladas. En general, des­
de Safo, que cantó el amor entre mujeres casi seis siglos antes de Cristo, hasta el
contemporáneo Pierre Louys, que en sus Canciones de Bylitis hace lo propio, la
sensualidad lesbiana ha estado presente en todos los siglos y mencionada en to­
das sus expresiones narrativas, a las que ni siquiera escapó el Viejo Testamento.
El eco de la sensualidad lesbiana Iq encontramos hasta en Horacio y Ovidio: "Co­
noces bien a Safo. ¿Qué hay más lascivo que ella? ¿Qué enseña la lesbiana Safo
sino a amar a las muchachas?". Luciano enmarca esta orientación a través de su
conversación con Megilla: " —¿Has hecho pues como un hombre? / —No tengo
precisamente todo lo que me hace falta, pero tampoco estoy del todo despro­
vista."
En Inglaterra, en 1928, apareció un libro sobre las relaciones lesbianas escri­
to —al parecer sin muchas inhibiciones— por una tal Radcliffe Hall, titulado
E l pozo de la soledad, que pronto fue sacadode circulación por ser considerado
obseno, según las autoridades británicas. En Estados Unidos apareció un año des­
pués, y la "Sociedad para la Prevención del V icio" amenazó con hacerle correr el
mismo destino, pero el libro consiguió !a aprobación de la Corte de Sesiones Es­
peciales y la Corte de Aduanas.

EL T E A T R O

Podría suponerse que la homosexualidad, algo tan tabuado durante la época


victoriana, estuvo ausente del teatro debido a la censura oficial y extraoficial. Sin
embargo parece ser que tanto los autores como los directores siempre se las han,
de alguna manera, arreglado para escribirlas y representarlas. Este tema ha oscila­
do entre tibios e interpretativos pasajes, como en Shakespeare o Moliere, y el

121
encaramiento directo, como Eduardo I I , de Christopher Marlowe, uno los más
grandes representantes del teatro inglés isabelino. La obra trata del amor del
rey por Piers Gaveston, su caballero favorito. Escrita a fines del siglo X V I. A fi­
nes del siglo siguiente será Vanbrugh, en La recaída el que impondrá una escena
que habrá hecho temblar las butacas de la sala. Sin embargo, este fenómeno no
vuelve a producirse sino hasta tiempo después. Va en el ámbito del teatro con­
temporáneo, será Eduard Bourdet uno de los primeros en reiniciar este tipo de
aventura temática con La prisionera. Este dramaturgo francés tomó el lesbianis-
mo como fuente de su argumento y la obra representa la seducción de una mu­
jer por otra, mayor que ella.
Será Lilliam Hellman quien una vez más acudirá a los sentimientos sáficos
en La hora de los niños, exponiendo la historia de dos mujeres, aparentemente
heterosexuales, pero que los rumores dejados correr, sin fundamento alguno,
por una niña de doce años, desencadena la revelación de las tendencias homo­
sexuales de una de ellas, hasta entonces reprimidas y ocultadas. La conspiración
elaborada por la niña provoca el desmantelamiento del internado. La más joven
destruye su noviazgo con un muchacho, y la otra, al darse cuenta de la pasión
que su amiga le había despertado, se suicida. La obra posee sobre el final
grandes efectos sensacionalistas, lográndose una inadecuada pero eficiente teatra-
lización de las circunstancias. De este modo la obra fue estrenada en Brodway en
1933 con un éxito fuera de serie. Inexplicablemente, en la versión cinematográ­
fica, un hombre reemplaza a una de las mujeres, con lo que, obviamente, el texto
pierde gran parte de su fuerza, su valor y su sentido.
En el mismo año de este estreno. Noel Coward, escribe su sofisticada obra
Diseño para la vida, penetrando ya en los terrenos de la homosexualidad mascu­
lina a través de una trama superficial y sin peso argumental. Se trata de la histo­
ria de dos jóvenes enamorados de una muchacha, que a la vez es empleada como
receptáculo del amor de los dos jóvenes entre sí, también evidentemente enamo­
rados. Luego de un confuso barroquismo afectivo, se llega a la aceptación del
triángulo.
También en 1933 Mordaunt Shairp lanza El árbol de la bahía verde. La his­
toria narra el amor de un hombre maduro por otro más joven, del que en un
principio figura como padre adoptivo. El muchacho, hijo de un alcohólico,
convive con Dulcimer, el que lo colma de favores y gratificaciones económicas,
vida a la que el joven se acostumbrará y no podrá abandonar. Atado —de esta
manera— a quien lo ha adoptado, el drama se desencadena cuando Julián se ena­
mora de una chica. Quiere recuperar su libertad y descubre que las cuerdas que
lo sujetan no son solamente faciales, también está amordazado por dentro. Al
enterarse el verdadero padre de todo esto, interviene y mata a Dulcimer, pero ya
es tarde; la muchacha abandona a Julián y la obra culmina mostrando a éste ya
decididamente orientado en el camino de la homosexualidad.
En 1944 aparece un verdadero hito en la literatura teatral, en lo que a
homosexualidad se refiere, al estrenarse la obra Puerta cerrada de Jean Paul
Sartre. El escenario es el infierno, pero un infierno sartreano, es decir amue­
blado adecuadamente para entablar su fusión con la vida real. Los persona­
jes son tres: Garcin, Inés y Estela. La figura del demonio está representada
en ellos mismos, dado que son los únicos encaryados de torturarse entre sí.
Una de las mujeres —Inés— es homosexual y anhela a Estela; ésta a su vez desea

122
a Garcin, también un homosexual, solo entre dos mujeres. El castigo de los tres
protagonistas consiste en perseguirse, rechazarse y frustrarse por toda la eterni­
dad.
Tennesse Williams es uno de los autores que más ha tocado el tema de la
homosexualidad. Un tranvía llamado deseo, estrenada en 1947 bajo la excepcio­
nal actuación de Vivien Leigh, es uno de sus primeros intentos de incursionar
en este tema, preferiblemente dejado de lado por la mayoría de los autores de
su época. En esta ocasión revela, en los comienzos de la obra, el suicidio de un
joven homosexual, descubierto comprometidamente en una acción con otro
hombre por la esposa. Williams toma esta escena comprensivamente y hasta con
algo de compasión.
En El gato sobre el tejado de zinc caliente encara a la homosexualidad como
el epicentro del conflicto. Aquí' revela la historia de un hombre adinerado que
sufre la agonfa del cáncer. Uno de sus hijos, casado pero sin descendientes,vive
sobre el recuerdo de la relación con un compañero de universidad, muerto hace
algún tiempo. Al no poder dominar sus impulsos homosexuales, a los que evi­
dentemente reprime, causa una tragedia conyugal, refugiándose en el pasado y el
alcoholismo. Finalmente, ella logra vencer el rechazo de su esposo, pero obte­
niendo una victoria que deja serias dudas. La versión fi'lmica de esta obra fue in­
terpretada por Paul Newman y Elizabeth Taylor.
Otra de las producciones teatrales de este autor donde la homosexualidad re­
vela una importancia circunstancial dentro de la temática es De repente en el
verano, donde una muchacha es empujada hacia el silencio ante su intento de re­
velar la homosexualidad de su joven esposo, que la utilizaba como pantalla para
encarar relaciones paralelas con naturales de una región del extranjero. La mu­
chacha es tildada de loca al pretender dar a conocer la verdad de esta historia.
Arthur Miller es un heterosexual consagrado. Sin embargo, en Panorama
desde el puente roza clandestinamente esta cuestión. La historia nos revela a
Eddie Carbone, un estibador que trabaja en los muelles de Brooklyn, que vive
con su esposa y su sobrina. Dos inmigrantes —Marco y R o d o lfo - se introducen
ilegalmente en el país y van a vivir temporariamente a la casa de Eddie. Uno de
los inmigrantes, Rodolfo, se enamora de Catalina, la sobrina de Eddie, y pla­
nean casarse. Esto le enardece los ánimos a Eddie, ya que se hallaba ocultamente
enamorado de Catalina. El método que emplea para pretender romper el noviaz­
go es el "inventar" una presunta homosexualidad de Rodolfo. Como prueba
de esta acusación lo somete a un forzoso contacto bucal, donde se evidencia no
sólo la pasividad de Rodolfo para este tipo de entrega sino el deseo hasta hace
poco reprimido del propio Eddie. La historia culmina cuando éste último es
muerto por Marco al haber sido denunciados a las autoridades de Inmigración.
La homosexualidad vuelve a ser encarada en Té y simpatía, de Robert Anderson.
Los protagonistas son Tom Lee, estudiante del último año del colegio, Laura
Reynolds, la desafortunada esposa del rector —ambos personalizados en el cine
bajo las figuras de John Kerr y Deborha Kerr— y el rector. La presión de los
compañeros de colegio de Tom, que lo han visto nadar con un instructor que
después fue despedido por homosexual y en un papel femenino en una obra es­
colar, lo lleva a dudar de su propia orientación sexual. Tom trata de autoconven
cerse teniendo relaciones con una prostituta, pero esta actitud lo vuelve más ura-
ño y desconfiado. Sus dudas culminan a través de su amor —correspondido— por

123
Laura.
Las relaciones entre compañeros de universidad o internados han sido temas
frecuentemente empleados por autores que se decidieron a encarar tal problemá­
tica. En 1951 aparece La ciudad cuyo príncipe es un niño, escrita por Henri de
Montherlant, mostrándonos la relación de dos jóvenes y un director universitario.
Más tarde hace su entrada Raro honor, de Robert Gelert, que Cuenta la his­
toria de dos muchachos: Tully, de 18 años, y Hamilton, de 15. Finalmente, el
primero de ellos es expulsado del colegio por una denuncia dirigida al director.
En este caso el autor emprende una defensa de esta relación, alegando que a esa
edad las relaciones homosexuales suelen ocurrir con mucha frecuencia entre
adolescentes, no siendo perjudiciales para ninguno, como si la homosexualidad
sí fuese perjudicial en una etapa posterior de la vida.

O T R A S E X PR ESIO N ES A R T IS T IC A S

Mencionar los films que han tocado el tema de la homosexualidad, sería ex­
tenderse a una lista innumerable.
Sin analizar esas calamidades fílmicas, tales como Ei tercer sexo se divierte,
Los muchachos de la banda, Quiero lo que quiero... ser mujer, etc., diremos que
ha habido algunos que tocaron el tema de la homosexualidad con, más o menos,
alguna seriedad. De los pocos que consiguieron traspasar la barrera de la censura
argentina, se destacan Mujeres apasionadas, donde se expone una maravillosa
concepción de la amistad; La escalera, film bastante mediocre protagonizado
por dos actores de envergadura: Richard Burton y Peter O'Toole, que muestra
el conflicto de uno de ellos con la justicia por su relación con un menor; Dos
amores en conflicto, film que rompe el estereotipo de lo que se supone debe
ser un homosexual; y que expone el sentimiento paralelo de un adolescente
hacia un hombre y una mujer; E l sordo cielo, que exhibe la cruda realidad de
la homosexualidad compulsiva en una cárcel de varones, y que en Argentina no
pasó del día del estreno; lf..., donde la homosexualidad no es tema central, pero
sí tratado con cierto esmero. A q u í se contempla la relación de un muchacho de
un tradicional instituto inglés con otro mucho más joven que él; tanto la proble­
mática de la homosexualidad como los sentimientos de los dos jóvenes son
expuestos sin prejuicios y al mismo nivel que los demás factores sociales; La otra
cara del amor, film que nos revela la verídica vida afectiva de Tchaikovsky. Cabe
destacar que la versión rusa sobre la vida de este compositor, no hace la menor
mención sobre su homosexualidad.
Sin embargo, si hay un verdadero parámetro respecto a la problemática de la
homosexualidad —y de la mujer—, en la historia de la cinematografía, es el film
Un día m uy particular, magistralmente interpretado por Marcelo Mastroiani y
Sofía l.oren. El marco de opresión no podía'ser más adecuado: la visita de
Hitler a la Italia de Mussolini. Es a través de ese panorama de fondo, constante­
mente presente a través de mensajes radiales, que se desarrolla la trama: él, un
homosexual abandonado por su amigo; ella, una ama de casa, paridora de niños.
Ambos se encuentran, se comunican, se comprenden, se relacionan —incluso
sexualmente— como sellando una alianza entre sexualidades marginadas. El fi­
nal no expone sino una acuciante realidad: él es arrestado por la policía, ella es

124
obligada a quedar embarazada una vez más por su marido, que ha regresado
—junto a sus hijos— del recibimiento al líder alemán.
De los films nacionales se destacan Crónica de un niño soto de Leonardo Fa-
vio, en el que el núcleo del conflicto es el desamparo de un chico que se ha esca­
pado de un orfanato, pero donde la sexualidad figura constantemente, tanto
como un factor latente, como llevado a los hechos (hay una violación de uno de
los niños por parte de un grupo). Cabe mencionar también ¿Qué es el otoño? de
Kohn. Aunque para nosotros, los argentinos, tiene una especial importancia
la película La Tregua, dirigida por Sergio Renán y basada en una novela de Mario
Benedetti. Es la primera película argentina que, en dos o tres escenas nada más,
nos muestra no como peligrosos gérmenes de inmoralidad, sino como desplaza­
dos por un sistema que no acepta nuestra sexualidad. El tema, sin llegar a ser
profundo, está bien tratado. Primero describe la relación del hijo homosexual del
protagonista con su familia, sobre todo la hostilidad del hermano que descarga
en él su propia angustia. La ignorancia del padre, el verdadero complot que se
teje para impedir que se sepa la verdad, manifiesta la idea de que somos lo
"innombrable". Finalmente, todo estalla en el momento en que el hijo decide
irse y la-hija entera de ello a su padre. Si la acción se hubiera detenido aquí,
el público, siempre proclive a vernos como un problema que trae lágrimas y dis­
gustos, seguiría manteniendo emocionalmente esa atmósfera densamente trági­
ca y perjudicial para nuestra imagen. Pero dos factores la suavizan y ubican la
cuestión en su verdadero sentido de denuncia: el comentario del padre a los
hijos, refiriéndose al homosexual que ha entrado a trabajar en la oficina, y el
hermoso diálogo entre el padre y el amigo del hijo. (93)
En la televisión, a fines del 83 y principios del 84, comenzaron los primeros
indicios de tratar el tema con algo de respeto. Surge —aunque tím idamente— en
un programa del ciclo Nosotros y los miedos, pero recién es decididamente enca­
rado en Situación L ím ite bajo una perspectiva psicologista, es decir aduciendo
que el chico es homosexual como resultado de una madre posesiva y autoritaria
y un padre desapegado que abandona la familia cuando el hijo tiene siete años.
El homosexual que nos muestra la pantalla es un tanto feminoide y, sobr¿ todo,
terriblemente conflictuado, problematizado, lacrimoso y evidentemente poco
feliz con su sexualidad y consigo mismo.
Pasando a otra disciplina, en lo que a escultura se refiere, los griegos nos
brindan una clara idea de su admiración por los cuerpos de jóvenes atléticamente
constituidos, expresión que más adelante heredaron Miguel Angel y Rodín, y
que, en términos de civilización, heredamos todos esculpiendo definitivamente
nuestra concepción de la belleza.
La música ha sido hasta ahora, y en este específico sentido, una de las mani­
festaciones más limitadas.
Entre las diversas canciones con connotaciones homosexuales podemos men­
cionar una de las más conocidas, M i obsesión, escrita por Jimi Hendrix, ejecutada
por los Rolling Stones. Las canciones de la ópera Hair son explícitas con respec­
to al cambio buscado en la sexualidad. Una de las que mejores expresan ese de­
seo es la titulada Sodomía.
También la ópera Bomarzo, con música de Alberto Ginastera, basada en la
novela de Manuel Mujica Lainez, hace claras alusiones respecto a la homosexuali­
dad de su principal protagonista. Recién pudo ser estrenada en Buenos Aires en

125
1984.
En Passadena (California) se estrenó hace algún tiempo una ópera titulada
Young Caesar, basada en los amores de Julio César con el rey Nicomedes de Biti-
nia, compuesta por Lou Harrison sobre libreto de Robert Gordon.
Para fines de 1984 hizo furor en las discotecas porteñas, la canción homo­
sexual Soy lo que soy, magistralmente interpretada por Sandra Mihanovich, y ex­
traída del film La Jaula de las Locas.

C IT A S A N T IH O M O S E X U A L E S

La literatura antihomosexual ha estado y está mucho más difundida que la


prohomosexual, y a ello ha contribuido enormemente la pasividad de algunos
escritores homosexuales que, con su respeto por la moral en vigencia, han dejado
sin cuestionar al enemigo sus principales argumentos de censura. Los heterose­
xuales no han escatimado esfuerzos en degradarla, como una clandestina respues­
ta hacia sus propios miedos:
"La mujer a quien no le interesan en absoluto las actividades sexuales con
hombres pronto sentirá un desagrado, que la conducirá a negarse a tener relacio­
nes sexuales con él. Este disgusto se convertirá con el tiempo en una inhibición
y, por últim o, en una fobia. Entonces queda abierto el camino para los peores
desórdenes mentales." (Marise Querlin)
"La homosexualidad, como la zurdera, es una condición congénita, y por lo
tanto más digna de piedad que de censura. (...) El hecho de que una minoría
sustancial de la población, por opción o condicionam iento^), sea homosexual,
constituye un testimonio elocuente del desorden trágico de nuestra sociedad."
(Stuart Babbage)
"...no hay ninguna razón para que la ley intervenga en una relación homo­
sexual entre adultos consintientes, cuya psicopatología les impide gozar de la ri­
queza de una relación heterosexual significativa, y que están destinados a hallar
su satisfacción sexual en lo que esencialmente, es una caricatura de la relación
normal entre el hombre y la mujer." (Fred Brown)
..."es muy difícil ver por qué la conducta homosexual habría de ser siempre
inmoral. Los homosexuales no eligen su condición, y probablemente no pueden
modificarla. Además, no tienen ninguna otra forma posible de satisfacción se­
xual." (Ronald Atkinson)
"la creencia popular en el derecho del individuo a hacer lo que le plazca con
su propio cuerpo, hace que las leyes que pretenden regular la conducta sexual
resulten prácticamente inaplicables." (Bruno Bettelheim)
"Dícese que muchas mujeres han muerto por esto, por postemas que se han
hecho en el movimiento y en los frotes no naturales. De algunas sé yo que ha
sido gran dolor, pues eran muy bellas y honestas damas y más hubiérales valido
buscar la compañía de algunos guapos mozos que por eso no las hacen morir,
antes bien las resucitan y las reviven, como diré en otra parte; y que para la cura
de tal mal no hay nada como los miembros naturales de los hombres." (Brantóme)
"Qué bello es usted, Enrique Dormoy! ¿Me dará usted su retrato? Quiero

( * ) Nótese la contradicción con la bastardilla an terior. (N . del A .)

126
ensenárselo a mis amigas de Londres, que se atreven a decir que soy el más guapo
de los muchachos. Me llamo lord D... Perdóneme usted si lo contrario. / La taza
se escapó de mis manos e inundó el blanco cuello de este efebo, célebre ya por
haber escandalizado a toda una generación. / Pensé buscar mi revólver y abrasarle
realmente los riñones pero lo v i tan consternado por la impresión del líquido hir­
viendo que me limité a huir, lo que en parecidas ocasiones es el mejor medio de
conservar las distancias." (Rachilde)
"En Hanoi no es raro ser detenido a la noche, en el paseo principal, alrede­
dor del lago, por galopines que hablan en francés (y qué francés, Dios m ío):
‘Sior capitán! Venir conmigo! Y o tití bien cochino!' Es la frase de invitación.
Los gobernadores generales se han sentido justamente conmovidos y han dispues­
to severas medidas de policía, pero sus esfuerzos nunca han sido del todo coro­
nados por el éxito. El mejor remedio para estas perjudiciales costumbres sería en­
viar lo antes posible a Indochina agentes casados; el nivel moral de la colonia
no podría sino salir ganando con ello." (Mantignon)
"La juventud, ciega por un instinto no definido, se precipita en esos desór­
denes (...) Inútilmente Sextus Empíricus y otros dicen que las leyes de Persia
recomendaban semejante vicio: que citen el texto de la ley, que nos presenten
el código de los persas, que si en él se encontrare esa abominación, tampoco yo
lo creería; diría que no es verdadera, por la poderosa razón de que no es posi­
ble." (Voltaire)
"No es raro hallar, tras la literatura llamada decadente, un fondo de homo­
sexualidad." (Lewinsohn)
..."en Esparta, donde se mostraban al público semidesnudas y donde los mu­
chachos cultivaban escasamente su inteligencia, florecía la pederastía (o hacía
estragos) en forma más amplia y más libre que en Atenas." (Flaceliere)
..."Tanto más si consideramos que, aunque muchos de ellos son buenos
ciudadanos que respetan la ley en todo, salvo en lo concerniente a su aberra­
ción"... (Hirsberg)
"Y a hostigue un pato a otro o a una hembra, siempre se dirige a un orifi­
cio único, puerta única de un vestíbulo donde concurren todas las excreciones.
Sin duda este pato sufre aberración, y más aún su cómplice pero la Naturaleza
tiene la culpa." (Rértiy de Gourmont).
"Oh Alá Todopoderoso! ¿Y desde cuándo las jovenzuelas se transforman en
jovenzuelos, y las cabras en machos cabríos? ¿Y qué clase de pasión y qué espe­
cie de amor puede ser la pasión y el amor de una mujer por otra mujer?" (De Las
m il y una noches)
" ISi la otra hubiese sido un hombre!... ¡Pero aquello! ¡Aquello! Su infamia
misma le ataba las manos. Y siguió así, anonadado, trastornado, como si de pron­
to hubiese descubierto el cadáver mutilado de una persona querida, un crimen
contra natura, monstruoso, una profanación inmunda." (Guy de Maupassant)
"No me propongo tratar en este artículo el aspecto mora! de la desviación
sexual." (Simón Raven)
"Aún estimando reprensibles moralmente y socialmente inadecuados los
procedimientos empleados por los homosexuales en su vida amorosa". (G. Kem-
pe)
"Me propongo en primer término decir algunas palabras sobre el acercamien­
to pastoral a estos homosexuales, cuya enfermedad parece prácticamente incu-

127
rabie." (J. Vermeulen)
“ El comportamiento homosexual se opone al orden natural de la unión se­
xual misma, que está orientada a la felicidad humana específica". (R. Abbing)
"Las cárceles argentinas son en su mayor parte viejas, sucias, mal construidas
y conservadas. En ellas se hacinan, por encima de su capacidad, procesados y
condenados casi nunca separados, jóvenes inexpertos con delincuentes empeder­
nidos, homosexuales y cirujas, contraventores de edictos municipales con asesi­
nos, ¡nocentes (muchos) con culpables. En ellas se 'educan' en la mentalidad
delictiva, en el desprecio al trabajo, en el desdén hacia toda sensibilidad humana,
en el odio y en el escepticismo, sucesivas generaciones de desclasados"... (Nuevo
Hombre, N ° 65)
"Porque ellos las cosas las dicen como los maricones: de atrás; de cagones y
enanos que son. El nombre que le pusieron al reemplazante de 'Militancia' les
queda grande. Los llorones no pueden hablar de frente, porque no se la aguan­
tan. Después lloran como hicieron los de 'El Mundo'; lloran y lloran, como las
mujeres y los maricas." (El Caudillo, N ° 30)

128
C A P IT U L O V I I I

H O M O S E X U A L ID A D Y R E L IG IO N

La religión no puede ayudarme. A s í como otros creen


en lo que no pueden percibir, yo, en cambio, sólo
creo en aquello que me parece ver y tocar. Mis dioses
habitan templos construidos p o r la mano del hombre,
y m i evangelio se cierra y perfecciona dentro de la es­
fera de la verdad experimental. Y tal vez con exceso,
pues, como la mayoría de los que buscan su cielo en
esta tierra, yo he hallado en ella por igual la belleza
del cielo y los horrores del infierno.

OSCAR W ILD E

L A M IT O L O G IA G R IE G A

Como es de suponer, los griegos dieron una interpretación religiosa respec­


to al sexo bastante diferente en comparación a la judeo-cristiana. Algunos dioses
griegos estuvieron —de alguna manera— emparentados con hermosos jóvenes de
cuyas cualidades se enamoraban. El amor del dios Hércules por lolano era cele­
brado anualmente en Tebas con una festividad, la lolaiea, consistente en juegos
gimnásticos y ecuestres. Lo mismo ocurrirá en Esparta, donde también se cele­
braba una fiesta anual en honor de Jacinto —de quien proviene el nombre de la
flor—, el amado de Apolo. Alparecerni el mismo Zeus escapóa estos sentimientos,
enamorándose del bello pastor Ganímedes, cuyas cualidades lo sedujeron de tal

129
modo que terminó raptándolfl, convertido en águila.(* ) Hermes era considerado
el dios de los muchachos, y tanto en las palestras como en los gimnasios había
una escultuia de dicho dios, adornado constantemente con hojas verdes, jacintos
y violetas. Los jóvenes de los gimnacios celebraban fiestas al dios Hermes, en
cuyo rito figuraba la propia relación homosexual ofrecida en su honor.
Respecto a los sentimientos homosexuales de los humanos, inspirados —se­
gún Platón— por la religión, en su Simposio podemos leer: "N o hay Afrodita sin
Eros, pero existen dos diosas Afroditas: la de más edad nació sin madre, es hija
de Urano y por ello la llamamos 'Urania'. La Afrodita más joven es hija de
Zeus y de Artemis y se llama 'Pandemos'. Por consiguiente el Eros de la primera
debe llamarse Uranos y el de la segunda Pandemos. El amor del 'Eros-Pandemos'
es el amor de los seres humanos comunes; el 'Eros-Uranos' no tomó parte feme­
nina y todo su ser es masculino, constituyendo el amor por los mancebos. El que
note dentro de sí esta clase de amor se sentirá atraído por el sexo masculino.”
Ya nos hemos referido en el capítulo V al modo diferente a como los
romanos concibieron el amor —en todos sus aspectos— comparándolos a los
griegos. De cualquier manera, el hedonismo ético por el placer desenfrenado y
brutal, nunca podrá parangonarse a la concepción cristiana del sexo. Por lo
menos los primeros fueron auténticos en su sadismo, mientras que los cristia­
nos reemplazaron a éste por un sadismo disfrazado de los sagrados dogmas del
bien, de la bondad y la misericordia. En realidad , la morbosidad de los roma­
nos nunca fue abandonada, sólo se invirtió la cara de la misma moneda. El renun­
ciamiento y el autosacrificio fueron la proyección del sacrificio de Cristo en la
cruz, donde su doctrina resultó ser la escuela de un masoquismo heroico.

LA R E L IG IO N J U D E O C R I S T IA N A

Para estudiar el origen de la mística judeo-cristiana tendremos que retroce­


der a los tiempos en que se creó y desarrolló, y ver cuáles fueron las motivacio­
nes que llevaron al pueblo hebreo a establecer la interpretación que tuvo respec­
to a las cuestiones sexuales. El ordenamiento histórico de la esencia teológica y
metafísica de la mística sexual judeo-cristiana surge del medio y las circunstan­
cias sociales en que se inicia. Y es precisamente respecto al sexo que el pueblo
hebreo posee la extraña particularidad de haber elaborado el código sexual más
severo dado hasta ese momento en la historia del hombre. Las leyes mosaicas
poseen un total de treinta y seis delitos condenados con la pena de muerte, cifra
benigna —se se quiere— comparada con las de otras sociedades. Sin embargo, lo
que llama la atención es que exactamente la mitad, es decir dieciocho, se referían
a delitos sexuales de distinta índole, factor éste sin precedentes en ninguna otra
civilización. En base a estas premisas era que el pueblo hebreo se alardeaba de su
condición moral, condición que, según creían, les había sido reservada a ellos por

( * ) Ganím edes fue gratificado por Zeus con la in m ortalidad. El hecho que la principal
deidad del O lim po amase a un m uchacho, da una clara ¡dea de la profunda aceptación de las
relaciones homosexuales, tanto en la m ito lo g ía como en el espíritu del pueblo griego.(N. del
A.»

130
mandato divino. De ahí los gritos de censura lanzados contra los pueblos circun­
vecinos, de pautas morales rígidas —por un lado— respecto a la posesión de las
personas, y abiertas en lo que a formas y gustos se refiere. La moral judeo-cristia-
na dependió en gran medida de la concepción moral de dichos pueblos, ya que se
ofreció, no como una acción desprovista de presiones externas, sino como una
re-acción ante las actitudes paganas y orientalizadas del sexo. En un palabra, los
hebreos edificaron sus leyes prohibicionistas ordenando exactamente —o casi
exactamente— a la manera contraria a como concebían el sexo y el amor los
otros pueblos. A partjr de allí la monogamia se convierte en el marco indiscutible
de la relación, la infidelidad es reprobada unánimemente, la homosexualidad pasa
a ser la peor aberración acometida contra la naturaleza humana.
Como resultante de la mística judeo-cristiana, la homosexualidad, y especial­
mente la homosexualidad masculina, es rigurosamente condenada, en base a que
de este tipo de relación resulta imposible la procreación. El consabido lema se
sustenta en la conservación de la especie, dado que ésta desaparecería si la homo­
sexualidad se extendiese a la generalidad. Llama la atención que los propios sacer­
dotes, sobre todo los católicos, esgriman este argumento, ya que con la misma
razón nosotros podríamos decir que el sacerdocio atenta contra la conservación
de la especie, ya que esta desaparecería si el celibato se extendiese, también, a la
generalidad. La relación homosexual femenina, si bien en ocasiones ha sido san­
cionada, y con bastante severidad, se la suele considerar un "juego" de mujeres
apasionadas, emotivas e hipersexuales, sin determinantes mayormente graves.
Es gracias a los antiguos hebreos que debemos la actitud fóbica de nuestra
civilización a la desnudez del cuerpo. En vez de ver en el cuerpo humano algo
hermoso y digno en sí mismo, éste pasa a ser una cosa de la que debemos aver­
gonzarnos, que debemos ocultar cuidadosamente bajo las ropas. El sexo se con­
vierte en una parte denigrante de la que ni siquiera debe hablarse. La función
de los "órganos prohibidos" pertenecen al mundo de lo obseno y lo impúdico.
Los genitales sólo servirán para su uso urinario y para lo estrictamente reproduc­
tivo. La lascivia con que se rodea al sexo produce un clima de represión y purita­
nismo como quizá no se había dado hasta ese momento, ni en esa ni en ninguna
otra civilización. Ni siquiera en las leyes zoroástricas hemos hallado semejantes
antecedentes sobre la opresión sexual. El ascetismo y la abstinencia se convierten
en el régimen de vida más apreciado; las palabras pertenecen a G. Wiemberg:
"Como parte de su amplia campaña contra el placer, la Iglesia desarrolló un sis­
tema de enorme rigor. El ideal cristiano era el celibato y estaba acompañado por
exhortaciones al ascetismo, la pureza y la pobreza. Durante cientos de años, el
cristianismo se abocó a la tarea de descubrir las posibles fuentes de placer y pro­
hibirlas." (81)
De la única forma con que Cristo podía venir al mundo era del vientre de
una mujer virgen. Esos pasan a ser los nuevos ideales de la civilización, que más
tarde se extendería por el mundo. El sentimieno erotofóbico, tanto del judais­
mo como del cristianismo, se fue impregnando en la mente de los hebreos a
través de las diversas generaciones, hasta que la convivencia con ese esquema mo­
ral pasó a ser algo "natural", la violación de sus pautas violentamente reprimida
y la actitud moral del individuo para con el sexo, directamente atrofiada. Al sexo
ya no se lo observa con repulsión, sino como un peligro, un crimen que atenta
contra la propia seguridad social, colocado en la misma escala de valores que el

131
asesinato y condenado como tal. Todas las expresiones sexuales a las que puede
entregarse un individuo —masturbación, zoofilia, contactos orogenitales, etc.—
son aberraciones innombrables. El único acto sobre el cual no cae la censura es
la cópula genital, en tanto y en cuando ésta se realice dentro del legítimo marco
del matrimonio. No obstante admitirse esta excepción como digna, la castidad
y el celibato representan un orden superior, indispensable para la asunción del
sacerdocio; sólo el protestahtismo, en su separación de la Iglesia ortodoxa, quie­
bra esta regla. Desde el instante en que el homosexual rompe con ese concepto
limitado de la sexualidad, es que es vivido como un máximo peligro para las ¡deas
religiosas y los propósitos de la Iglesia. El homosexual es el individuo que consi­
gue el placer sexual sin perseguir la reproducción, contradiciendo uno de los
más claros designios del cristianismo y convirtiéndose, de hecho, en su abierto
opositor. Debido a ello el sentido antihomosexual es iniciado con énfasis por la
religión emergente, activada violentamente por las autoridades eclasiásticas e
imperiales, y finalmente ubicada en la creencia del pueblo, que también comen­
zó a perseguir a los homosexuales como herejes y pecadores. San Agustín, en
De los adulterinos ayuntamientos, dice que es más grave el pecado de sodomía
que el incesto con la propia madre. La homosexualidad fue colocada por el
pensamiento cristiano como la más grave falta cometida por individuo alguno.
Al respecto, Fernán Núñez escribe: " V ahora vemos a los tales que acomenten
este crimen les dan sentencia de ser quemados como herejes, y es loable la tal
punición, según la gravedad del pecado." Son precisamente estos elementos
los que hacen exclamar a Roberto A rlt: ..."al tiempo que evoco el horror de los
agrestes padres de la iglesia y su batalla de oraciones y de hogueras contra los
demonios sueltos en el sur de España, por la exacerbada voluptuosidad oriental".
(1) A pesar de esta ambientación homofóbica, ni siquiera los monasterios escapa­
ron a su práctica; se sabe que la homosexualidad estuvo ampliamente difundida
en varios de ellos, en pleno cristianismo. No es desconocido el famoso proceso
durante el reinado de Felipe el Hermoso contra algunos templarios de su época.
La castración de la que fue objeto el pueblo hebreo a través de su religión, la
hallamos claramente en el acto simbólico de la circunsición que viene a represen­
tar ia mutilación inconsciente del pene.El método para convertir al individuo
en algo "puro'*, libre de pecado, es extirpar el objeto que consuma el pecado.
Tanto el Viejo como el Nuevo Testamento, partiendo del Génesis, están
impregnados de formulaciones sexuales, a las que mencionan directa o indirecta­
mente, y en donde se advierten —desde el primer síntoma— las pautas prohibicio­
nistas. Sólo hay que ver, por ejemplo, la encarnación del demonio dada en el
símbolo fálico de una serpiente, la ingerencia de la "fruta prohibida" que lleva
a la pareja fuera del Paraíso, o las hojas de palma que cubren la desnudez de
sus cuerpos. Si esas pautas prohibicionistas estaban fuertemente dadas durante
el lapso del Viejo Testamento, después de Cristo adquieren caracteres verdade­
ramente trágicos, ya que luego de la muerte de Jesús, la interpretación sobre el
sexo del pueblo judío recrudeció en su estricto esquematismo.
Contrariamente a lo que puede suponerse, el puritanismo sexual es inversa­
mente proporcional a la intensidad del deseo. En algunos casos, cuando el indi­
viduo más se acerca al objeto de su deseo y a la concecuente posibilidad de go­
zar de él, más fortalece sus defensas, con el propósito de ocultar —y ocultarse—
sus propios miedos. Precisamente cuando una sociedad reprime violentamente las

132
fuentes de placer, es porque existe una carga mayor de contenido latente en lo
que a potencia libidinal se refiere. Es así como en realidad los más "puritanos"
pasan a ser los más "lascivos". De la vieja Inglaterra, nos llegan testimonios de
muchachas que, a pesar de lo sobrio de sus vestimentas, despertaron—sin pro­
ponérselo— la libido de varios hombres, que por esta causa las acusaron de
hechicería, terminando —muchas— ardiendo en la hoguera. La traslación de los
propios sentimientos, de las propias culpas, no fueron hechos extraños durante
el período de la Edad Media, y satisfizo plenamente la morbosidad sádica de los
denunciantes y jueces eclasiásticos, encajando dicho proceder en la denigra­
ción e inferiorización ancestral que recayó sobre el sexo femenino, símbolo de la
tentación y el pecado, imagen estirada de la Eva convidando al Adán con la man­
zana. La caza de brujas no es sino la expresión de la burla salvaje que de la mujer
hizo la Iglesia Católica. Para el cristianismo, el sexo, más que inspirador del peca­
do, es inspirador del miedo. De aquí en más, todo acto sexual que escape a los
límites de la cópula clásica es considerada una aberración, un acto "contra natu­
ra", una desviación o perversión, etc. Conjuntamente a la concepción sexual de
la Iglesia sobreviene todo el aparato jurídico, condenando con la eficiencia de las
leyes los actos considerados atentatorios contra "la moral y la decencia públi­
cas". Las "buenas costumbres" se convierten en dogmas indiscutibles, válidos
para todos los individuos. Desde el instante en que la cópula genital es la única
forma aceptada socialmente, las demás formas, obviamente mayores en variabili­
dad, no merecen sino la reprobación general.
Consecuentemente, por la idea de que el sexo debe vivirse únicamente en sus
funciones reproductoras, es que éste no es interpretado como lícito fuera del
matrimonio. Debido a ello, los niños o los adolescentes —o sea los miembros de
la sociedad que aún no están en edad de contraer matrimonio— no pueden expe­
rimentar la satisfacción de los impulsos sexuales con una pareja o un amante oca-*
sional, debido a que esa relación "no sirve", o sea no es realizada en su función
reproductora. Es así que, se supone, los jóvenes carecen de interés por las cues­
tiones sexuales, cuando en realidad están en la cumbre de su desarrollo biológico-
sexual. Este concepto se ha visto en mucho resquebrajado debido a los sustan­
ciosos aportes del psicoanálisis. Lo mismo ocurre con la senectud; cuando ya el
semen o el óvulo no sirven para procrear, se considera que la vida sexual del
individuo ha culminado, cuando en realidad ésta puede extenderse mucho más
allá del período de fertilidad.
En conclusión, la mística judeo-cristiana puede despertar, tanto en jóvenes
como en viejos —principalmente en los primeros—, trastornos que con frecuen­
cia se cristalizan en simples neurosis o en agudas psicopatías.
Las implicancias que la religión de nuestra cultura tiene sobre la mente de
los individuos se advierte claramente. Un grupo de trabajo norteamericano realizó
un estudio del cual resultó que el nivel de práctica homosexual era menor entre
los católicos auténticos, las agrupaciones ortodoxas semíticas y los protestantes
activistas, que entre las personas no muy dadas a la religión.
No es infrecuente oír decir que es precisamente durante la civilización cris­
tiana que la humanidad ha alcanzado el máximo grado de desarrollo intelectual
y tecnológico logrado en la historia. Contrariamente a esta posición diremos que
fue precisamente durante el período de mayor poder de la Iglesia —la Edad
Media— que la humanidad se halló estancada en profundos siglos de oscurantis­

133
mo, donde las artes, las ciencias y el desarrollo intelectual se encontraron deteni­
do, sobresaliendo aisladamente figuras como Dante Alighieri o Santo Tomás de
Aquino, a quienes algunos autores ubican ya en el período pre-renacentista. Es
justamente cuando la Iglesia sufre un intenso resquebrajamiento de su poder que
la humanidad inicia, con una fuerza y un impulso jamás visto en la historia del
hombre, dicho desarrollo intelectual y tecnológico.

C R O N O L O G IA DE LA PE R SEC U C IO N

Es evidente que la mayoría de los pueblos antiguos conservaron una actitud


más viable y permisiva hacia el sexo que el hebreo y los pueblos que después fue­
ron enmarcados por la creciente influencia del judeo-cristianismo. Por lo tanto,
la pérdida progresiva de esa actitud es congruente con el ascenso de la civiliza­
ción judeo-cristiana. Uno de los ingredientes que componen el rechazo hacia
las formas aperturistas del sexo es —específicamente— el sentimiento antihomo­
sexual que, poco a poco, fue ganando terreno en la estructuración psicológica
y legal de los pueblos sometidos a dicho avance. Quizá ninguna fobia respecto al
sexo fue tan intensa y brutal como la inspirada contra el amor homosexual.
Si antiguamente la homosexualidad era practicada hasta por los mismos dioses
—fenómeno hallado en varios pueblos—, para la nueva civilización ésta se convier­
te en un pecado aborrecible, inspirado por el demonio, y que debe ser rehusado
por todos los individuos que respetan la naturaleza de sus instintos, comenzando
por los propios sacerdotes y terminando por el último de los creyentes. Heredan­
do a través de los siglos dicho sentimiento homofóbico —característica que per-
cistirá hasta no acabar con las pautas religiosas tradicionales y no tradicionales—
es que hoy padecemos, a través del aparato represivo legal, la eficiencia de la
idolatría moral y de los prejuicios sumergidos, hasta imperceptiblemente, en la
cotidianeidad de cada uno de nosotros. Se sabe que la relación afectiva homo­
sexual era practicada por la mayoría de los pueblos paganos, y que cuando el
cristianismo llegó y fue aceptado por éstos, no pudieron comprender, al princi­
pio, el porqué de esa actitud fóbica hacia la homosexualidad. En algunas socie­
dades, ésta era tan frecuente que se practicaba hasta en el recinto de los tem ­
plos. Diversos estudiosos suponen que la homosexualidad en todas sus diversas
expresiones —contactos bucogenitales, anogenitales, masturbación, etc.— se lle­
vaba a cabo entre los antiguos hebreos, y que formaba parte de sus ritos reli­
giosos (Prichard). De cualquier manera se supone que las relaciones homosexua­
les nunca tuvieron entre los hebreos tanta aceptación como en otros pueblos. No
se conocen todavía las causas específicas por las cuales el pueblo hebreo abando­
na el uso de tales prácticas, pero sí podemos mencionar la época en que aproxi­
madamente ello sucedió, ubicándola unos setecientos años antes de Cristo, su­
puestamente después de su regreso del exilio de Babilonia. A partir de allí se pro­
duce un recrudecimiento de las leyes morales prohibicionistas, leyes después
heredadas por los cristianos, y concecuentemente por todo lo que hoy llamamos
"m undo occidental". El Antiguo Testamento hace mención de la homosexuali­
dad o "sodomía", como se la denominó anteriormente^condenándola, al igual
que el Nuevo Testamento. El Levítico es claro al respecto: "N o realizará coito
varón con varón, porque es abominación ante el Señor". (Lev. 18, 22), trato re-

134
mencionado en el capítulo 20, versículo 13, donde dice: "Si alguno se ayuntare
con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos;
sobre ellos será su sangre.” Más tarde, San Pablo, en su carta a los romanos, espe­
cifica: "Por eso los entregó Dios a los deseos de sus corazones, a los vicios de la
impureza, en tal grado que deshonraron sus propios cuerpos: ellos, que habían
' colocado la mentira en el lugar de la verdad de Dios, dando culto y sirviendo
a las creaturas en lugar de adorar al Creador... Por eso los entregó Dios a pasio­
nes infames, pues esas mismas mujeres invirtieron el uso natural por otro
contrario a la naturaleza. Del mismo modo también los varones, desechando
el uso natural de la mujer, cometiendo torpezas nefandas varones con varones,
y recibiendo en sí mismos la paga merecida de su obsecación" (Rom. 1, 24 y
sgs.).
La génesis de la postura antihomosexual del judeo-cristianismo posee su ba­
samento en el episodio que dio lugar a la destrucción de Sodoma y Gomorra,
destrucción atribuida al libertinaje sexual vivido en esas ciudades, que provoca­
ron la ira del Señor. En realidad, el relato es tan antiguo y de tal vital importan­
cia para los acontecimientos futuros, que da lugar a pensar si el germen de esos
hechos tuvo el significado que más tarde se le dio. Más que cualquier otra "abo­
minación", dicho acontecimiento se refiere, en grado mayor que las demás, a la
homosexualidad, práctica que específicamente condujo a ambas ciudades a desa­
parecer carbonizadas por el fuego divino. La condenación de Dios hacia Sodoma
y Gomorra debemos interpretarla como el inicio de la actitud fóbica hacia la
homosexualidad en nuestra sociedad occidental y cristiana.
De los dieciocho delitos sexuales mencionados, condenados con la pena de
muerte, tres de ellos se refieren a los cometidos contra natura, a saber: La rela­
ción de un hombre con animal (Lev. 18, v. 23), de mujer con animal (idem), y
de un varón con otro varón. La relación homosexual femenina no está penada
por la Biblia. Los tres delitos mencionados eran castigados con el método consi­
derado más cruel, lento y pavoroso: la lapidación. En el último caso, ambos varo­
nes eran lapidados. En los casos anteriores lo mismo ocurría con el hombre y la
mujer que mantenían trato sexual con un animal, y —cosa curiosa— también el
animal era ejecutado de la misma manera. El hecho que un individuo matase a
otro por haberlo invitado a mantener una relación homosexual, o por haber visto
a otros dos efectuando ese tipo de contacto, estaba ampliamente justificado y se
lo consideraba casi un deber. En algunas regiopes cristianizadas de la actualidad,
todavía suele mantenerse ese concepto de la justicia.
La homosexualidad no era considerada por los pueblos precristianos como
una práctica indigna para quien la cometiese, sino como una actitud que merecía,
no sólo la falta de reprobación, sino la falta de comentario. Es de suponer que la
relación homosexual fue uno de los últimos eslabones que perdió el paganismo,
haciéndosele difícil a esos pueblos el comprender la causa de una censura hacia
un hecho que no perjudicaba a nadie. Las autoridades imperiales del momento
tuvieron que realizar grandes esfuerzos para reprimir ésa como otras costumbres,
costumbres internalizadas en el espíritu de esos pueblos a través de los-siglos.
Precisamente una prueba de que la homosexualidad era una práctica corriente en
las comunidades paganas, la tenemos al observar la constante y extendida conde­
na que los representantes cristianos señalaban como "costumbres bárbaras". De­
bido a que la homosexualidad gozó de dicho favor entre los pueblos paganos, que

135
a ésta se la relacionó con el paganismo, fundiéndola con todos los demás usos
que debían ser desterrados. No resulta extraño, entonces, que se la comenzase a
relacionar con diversos actos que, objetivamente, no tenían nada que ver con
ella, como la herejía, la hechicería, la brujería, los juegos satánicos, e incluso la
traición. Durante el extenso período pre-medieval, hasta bien entrado el medio­
evo, la persecución y muerte de las víctimas se convirtió en una empresa constan­
te y rutinaria. El m ito de Sodoma y Gomorra, las ciudades destruidas a causa de
su libertinaje y permisividad sexual, resultó ser la piedra fundamental de dicha
persecución. Los primeros emperadores romanos cristianos, creyendo que
cada una de sus ciudades, cada uno de los puntos de su imperio, podían llegar a
ser destruidos por la ira divina a causa de la homosexualidad, pasaron a concep­
tuarla como atentatoria contra la seguridad del Imperio, por lo tanto como trai­
ción. De ahí en más, la improducción labriega, las epidemias, los terremotos, o
cualquier desastre natural, se interpretaron como fenómenos originados por ac­
tos impúdicos, violatoria de la doctrina de Dios. Es de suponer que los mismos
homosexuales, aquellos reducidos casos de individuos que decidieron llevar
a la acción sus inclinaciones a pesar de sus peligrosas implicancias, se conside­
rasen a sí mismos traidores, seres pervertidos y abominables, lo cual les dio
piedra libre para ejecutar, de ahí en mas, cualquier acto considerado diabólico
por el poder estatal, degenerando entonces la homosexualidad en actividades
tales como la nigromancia, la magia negra, la hechicería, etc. Desde el instante
en que la homosexualidad era una de las prácticas paganas más difundidas, y que
a las autoridades les resultó esencial exterminar todo foco de paganismo para el
mantenimiento del nuevo orden establecido, fue a veces que la ofensiva contra
la homosexualidad se convirtió en el centro del ataque contra el paganismo. Así,
en un ambiente de fanatismo, superstición y miedo, se desarrolló la moral de la
naciente cultura.
A partir de la oficialización del cristianismo por Constantino es que la nueva
religión comienza su rápido ascenso en el poder, sin asumir, todavía, una
política discriminatoria hacia la homosexualidad. Será recién Constancio
quien decrete una disposición condenando la relación homosexual con la pena
capital. En lo sucesivo, los emperadores romanos persistirán en la misma acti­
tud, castigándola con la decapitación. El cristianismo, que poco tiempo atrás
había sido perseguido, muertos muchos de sus adeptos, invierte los papeles,
impregnándose en el trato con la clase dominante, reprimiendo a quienes se
resistían a su pujante avance, y llegando a tener una influencia directa en las
decisiones de Estado, a tal punto qi^e, con el pasar de los siglos. Iglesia y Estado
terminaron por conformar un solo cuerpo. La condena a la homosexualidad
llega a extremos como el de Valentiniano, quien decreta una nueva disposi­
ción por la cual los culpables de pederastía deben ser quemados vivos a la vis­
ta de todo el pueblo. Paradójicamente, la historia hace aparecer a Valentiniano
como un empedernido homosexual. El edicto de Valentiniano que proclama
el uso del fuego es, evidentemente, una proyección del miedo ante la destruc­
ción de Sodoma y Gomorra bajo las llamas. Decir que los cristianos carecieron
de capacidad inventiva y espíritu creativo, sería totalmente injusto. Los sistemas
de tortura y muerte aventajaron en crueldad y sadismo a los utilizados por los
paganos, empleando métodos increíblemente eficaces y dolorosos como hasta
ese momento a nadie se le había ocurrido.

136
Hoy en día, la Iglesia se ha visto obligada a hacer un gran número de conce­
siones por un conjunto de presiones externas, entre las que se encuentran un
descreimiento general. La Iglesia, ante el temor de ir pareciendo día a día más
arcaica, pretende evolucionar junto a los pueblos con los cuales convive, hasta
desembocar en el tan mentado "tercer mundo", con un evidente propósito de
introducirse en las nuevas estructuras sociales, que evidentemente podrían
dejarla de lado, sin que esto impida toparse a cada paso con sus propias e inevita­
bles contradicciones. Troy Perry, un sacerdote protestante, fundó en 1968 una
congregación homosexual que cuenta en la actualidad con 15.000 fieles desparra­
mados por los Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Francia, Nigeria y Australia.
Este sacerdote, de 46 años, pertenece a la Metropolitan Community Church, de
Los Angeles. Su pensamiento es que "se debe convencer a la sociedad que los
homosexuales no hacen orgías sobre los altares. La invitación por parte de los
católicos (en relación a su viaje a Sidney) se debe al hecho de que somos todos
cristianos y homosexuales al mismo tiem po". Tanto en Alemania como en Ingla­
terra, se crearon comisiones religiosas orientadas a criticar las disposiciones re­
ferentes a.las relaciones homosexuales privadas y entre adultos. En éste último
país, con ese objetivo, la Iglesia Anglicana emitió documentos en 1954 y 1956;
en el mismo año una comisión católica publica el informe Griffin —por pedido
del Cardenal G riffin —, y casi paralelamente se redacta el Informe Wolfenden, por
iniciativa del Estado. En 1958 se crea en Amsterdam una "Oficina Pastoral",
fundada por la Asociación Católica para la Higiene Mental del Pueblo, con la
finalidad de arribar a una doctrina —producto de la investigación—, por medio de
la cual se sepan dar prerrogativas respecto a la cuestión homosexual. En 1959 se
concreta, en el sector protestante, una oficina similar bajo los auspicios de la
Asociación Hendrick Pierson. Sin embargo, detrás de todas esas expresiones pro­
gresistas se esconde un profundo temor ante la pérdida de adeptos, que día a día
se les escapan de las manos inevitablemente. Así, uno de los integrantes de la
Iglesia Holandesa admite: "N o hay razones para esperar que la teología moral
jamás ponga en plena igualdad a la homosexualidad, ni siquiera a causa del pro­
greso de los conocimientos científicos en este terreno".77
Es así como a veces, la posición respecto a la homosexualidad es disfrazada a
través de una aparente comprensión, "comprensión" que en el fondo no oculta
sino un hondo desprecio. "El remedio no consiste en amenazar con el castigo;
está más bien en la representación de un camino superior". (Stuart Babbage).
No son pocas las ocasiones en que los sacerdotes se convierten en eximios
naturalistas, usando a la naturaleza como fuente de sus argumentos: "La homo­
sexualidad es una anormalidad. En el reino animal hay una diferencia entre lo
que es normal y lo que es anormal, entre lo que es natural y lo que es antinatu­
ral”. (S.B.) "Permanentemente se ve al hombre incitado a violar las fronteras de
su propia naturaleza para lanzarse en busca de una desenfrenada libertad. Intento
vano, pues jamás podrá cambiar su ser natural" (George Siegmund) "Diluida la
esencia humana en el devenir histórico y también en la ley moral natural que de
ella se deriva, (...) sólo queda ese vago compromiso de la persona con Dios y con
el prójimo.!...) En esta nueva moral se puede justificar cualquier aberración éti­
ca: el divorcio y el adulterio, el aborto y la infidelidad conyugal, el homosexua­
lismo y la masturbación, el robo, la subversión y la violencia y cualquiera otros
pecados, con tal que en ese momento y lugar no se los considere como lesivos

137
del compromiso con Dios o con el prójim o" (Acerca de ciertas cuestiones de
ética sexual, Documento de la Santa Sede).
Este documento, donde la Iglesia —como pocas veces— mencionó no sólo
la homosexualidad sino otras diversas e'xpresiones de conducta sexual, resulta
total y definitivo, y es considerado una de las declaraciones "más ridiculas,
groseras y criminales jamás emitidas por la Santa Sede", según un vocero del
F U O R I lia Opinión; 16-1-75). Dicho documento'produjo en Italia diversos
actos de violencia, como los ocurridos en Milán y T urín, donde militantes homo­
sexuales, feministas y jóvenes izquierdistas produjeron manifestaciones céntricas,
enfrentando a la policía , a la vez que el F U O R I anunciaba manifestaciones en
las principales ciudades del país protestando por el documento emitido por el
Vaticano.
La reacción del Frente de Liberación Homosexual Argentino se expresó en
su boletín N ° 8 (enero del 76), parte del cual reproducimos: "El F LH A mani­
fiesta su absoluto repudio a los perniciosos conceptos sobre la sexualidad verti­
dos por la Iglesia Católica a través del documento 'Declaración acerca de ciertas
cuestiones de ética sexual' (...) / Dicho material (...) Está expresando la preocu­
pación de los inventores de la Santa Inquisición ante la creciente libertad sexual
que, desafiando los poderes materiales y 'espirituales', se están tomando las
masas del mundo. En ese sentido, representa al mismo tiempo, una conseción a
la revolución sexual y un desesperado intento de ahogarla. / La aparente con­
cesión es lo que explica el tono 'comprensivo' del documento. Así, simula no
condenar a todos los homosexuales en bloque, sino establece una sutil diferen­
cia entre irrecuperables y los que no lo son (...) Estos últimos deben temblar,
pues se les promete que serán... 'acogidos en la acción pastoral con comprensión
y (...) sostenidos con la esperanza de superar sus dificultades personales y su
adaptación social; no obstante lo cual... 'los actos homosexuales son intrínseca­
mente desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso'. / En el do­
cumento repudian además, prolijamente y sin que quede lugar a ninguna duda,
las relaciones pre y extra matrimoniales, la masturbación y todo acto extrageni-
tal. / Además de propiciar el flagrante atentado al libre uso, por parte de cada
persona, del propio cuerpo y de la propia vida —y violar, por lo tanto, los
elementales derechos del placer y de la sexualdidad—, el documento de la Iglesia
Católica es directamente criminal. Alienta, bajo la excusa de una discusión teo­
lógica, las privaciones a las que se ven sometidas las masas —especialmente la ju­
ventud—, de todo el mundo, por p jrte de los estados dominantes que buscan im­
pedirles todo acceso al placer y, fundamentalmente, es un llamado a la perse­
cución policial contra los y las homosexuales, quienes conocemos la muerte, la
cárcel, la humillación y la marginación por el solo hecho de amar a una persona
del mismo sexo, en la casi totalidad de los países del planeta./ Esta incitación al
genocidio no puede sorprendernos de quienes, en la Edad Media, quemaban vivos
a los sospechosos de cometer 'el pecado innombrable’. La Santa Madre se ha
acostumbrado a nombrar el pecado (ése es su gran avance 'progresista'): ahora
lo dice con todas las letras, y se remite incluso a la 'psicología moderna' para re­
prim irlo mejor. / (...) / Para lo único que sirve el documento que comentamos, es
para aventar las esperanzas de ciertos sectores del catolicismo —posiblemente
bien intencionados—, quienes confundieron con una apertura real lo que sólo era
reacomodamiento provisorio y oportunista para disfrazar sus intenciones opresi­

138
vas. / La actual declaración descubre explícitamente, que el rostro de Paulo V I es
el rostro del Torquemada de nuestro tiempo. El caracter del 'amor cristiano' es
develado sin reservas: se trata lisa y llanamente, del amor a la muerte y a la repre­
sión. / Cabe destacar que la posición eternamente antisexual de la Iglesia viene
sufriendo interesantes cambios. La Iglesia primitiva exorcizaba en bloque a la
sexualidad; 'No fornicarás'. A partir de la cristianización del Imperio Romano,
esta institución pasa a admitir a la sexualidad, siempre que ella se inscriba en los
marcos del matrimonio heterosexual monogámico y tenga como fin la procrea­
ción. Así sella la' Iglesia su alianza con las clases dominantes de turno, estructu­
rando la sexualidad en torno a las figuras jurídicas de la familia y de la propiedad
privada y garantizando la provisión de mano de obra mentalmente castrada".
A continuación, el artículo.del F LH A hace un llamado de atención a la
actitud pasiva de la izquierda nacional: “ Ante esto, el silencio de la izquierda re­
vela algo más que una pretendida e inexplicable incompetencia. La llamada
izquierda parece hoy incapaz de cuestionar, en su sentido más profundo, la re­
presión sexual en el capitalismo y demás sistemas autoritarios, y opta entonces
por asumir valores que casi no se diferencian de la moral cristiana primitiva. De
ahí su pertinaz negación de la sexualidad: el Hombre Nuevo de esta izquierda es
un hombre asexuado."
A mediados de 1983, el Vaticano hizo público-, nuevamente, un documento
sobre ética sexual, patrocinado por Juan Pablo II y elaborado por la Sagrada
Congregación para la Educación Católica. El manual, de 36 páginas, tiene por
objeto ser utilizado como un esbozo para la educación y guía sexual por los,
aproximadamente, 790 millones de católicos en el mundo. En él se conde­
na el acto sexual llevado a cabo fuera del matrimonio y por "la sola experiencia
genital"; esto quiere decir que todo acto sexual debe estar orientado exclusiva­
mente hacia fines reproductivos. Si esto fuese llevado a la práctica, implica­
ría que tanto el hombre como la mujer no podrían vivir experiencias sexua­
les antes de casarse y, dentro del matrimonio, sólo podrían hacerlo hasta tanto
la mujer quedase embarazada. Como resultado, considerando los nueve meses
de embarazo, más unos tres meses de abstinencia post embarazo que algunos
especialistas aconsejan, se deduciría que el máximo de frecuencia que un hom­
bre y una mujer deberían vivir respecto a sus experiencias sexuales, sería de
una vez p or año, sin dejar de hacer mención, por supuesto, el enaltecimien­
to de la virginidad, aduciendo que hace que "el corazón esté más libre para
amar a Dios". El documento también expone una "urgente" necesidad de
enseñar a la juventud la prohibición de la Iglesia sobre el control artificial de
la natalidad. Sabido es que, sobre todo en los países subdesarrollados, la li­
bre reproducción —es decir no sujeta a un control— es la responsable de una
avalancha de hijos hambrientos y desprotegidos socialmente, con la conse­
cuente mortandad infantil por un lado, y la mano de obra barata por otro
(para los que tienen la suerte de sobrevivir). Es en este sentido que el documento
entra en una amplia complicidad con el sistema de explotación y pérdida de la
dignidad humana para las —insistimos— capas más bajas de la sociedad. La po­
sición opresiva y familiarista de la Iglesia está dada ejemplarmente en que "las
relaciones sexuales fuera del matrimonio constituyen un grave desorden", insiste
respecto al papel del Estado para salvaguardai la "moralidad pública" diciendo
que: "Es deber del Estado tutelar a los ciudadanos contra las injusticias y desór­
denes morales", exhortando a que "un reglamento jurídico de los instrumentos

139
de comunicación social protejan la moralidad pública, en particular el mundo
juvenil (ése que día a día se le escapa de las manos), especialmente en lo que
concierne a revistas, filmes, programas radio-televisivos, exposiciones, espec­
táculos y publicidad", afirmando además que los padres siguen siendo los prin­
cipales responsables de la educación sexual, y reconociendo también el importan­
te papel que desempeñan las escuelas ya que "debieran ser de ayuda y completar
la tarea de los padres, brindando a los niños y adolescentes una evaluación de la
sexualidad como un valor y obligación de la persona completa". (¿?) Es decir,
no deja ninguna etapa (familia-escuela-Estado) de la vida de un ser humano sin
estar sometida a esta de-formación sexual social y cultural.
Sin embargo, respecto a la homosexualidad, dice que debe ser enfrentada
"con toda objetividad", exhortando a la "comprensión" de algo que denomina
simplemente como "desorden" (mientras que a la masturbación, por ejemplo, la
menciona como una "desviación"). Es, probablemente, la primera vez que la
Iglesia se refiere a la homosexualidad en términos tan poco agresivos; es como si
en el documento hubiesen estado presentes dos corrientes contrapuestas y en
pugna. Una, ei "ala progresista" de la Iglesia, redactando la cuestión concernien­
te a la homosexualidad, y la otra, el "ala conservadora", endureciendo su posición
en lo referente a las relaciones heterosexuales.
No solamente por el mito de Sodoma y Gomorra, ni por las alusiones direc­
tas sobre la homosexualidad especificadas en la Biblia, es que se condena este
tipo de relaciones. Para la teología cristiana la homosexualidad es un mal en sí
mismo. Ruygers explica así este concepto: "Existe, en efecto, un axioma esco­
lástico tradicional que dice que una cosa no puede ser llamada buena si no lo es
totalmente, y que en el caso contrario debe ser llamada mala (bonum ex integra
causa, malum ex quocumbe defectu: el bien proviene de una causa a la que nada
falta, el mal resulta de cualquier defecto o carencia). La carencia originada en
la perturbación homosexual hace que algo falte a la amistad, por cuya razón
—por ejemplo— el elemento físico que interviene en toda amistad conduciría
más fácilmente a los homosexuales en ciertos casos a contactos genitales. La re­
probación clásica se basaba en algo más, a saber: en que una amistad que invita
a un comportamiento objetivamente culpable, o que por lo menos vaya acompa­
ñada de más dificultades en excluir tales actos —cosa que frecuentemente
ocurre—, debe ser considerada mala por la ocasión de pecado que le es inheren­
te ." 77
La Iglesia ha hecho de la insustituibilidad una obsesión patológica. La ¡dea
de la inmortalidad del alma va acompañada también de la inmortalidad del
cuerpo a través de los hijos. "Creced y multiplicaos". El miedo a la muerte
resulta ser entonces soliviantado por la perpetuidad familiar. "Nuestra gran gloria
de la reproducción, con las costumbres y actitudes que la acompañan, sirve en
parte como ceremonia casi mágica para conjurar la m uerte."81 El homosexual
pasa a ser, de pronto, el individuo que goza sin reproducirse; que goza: que tiene
cerrado el camino de los cielos (la inmortalidad en el infierno), que por su impo­
sibilidad —encuadrándonos en el contexto específico de la relación homo­
sexual— de tener hijos no irá más allá de sí mismo, de su propia materia, el indi­
viduo que no dejará nada tras de sí. Al homosexual se lo mide con el pánico de la
desaparición total; no representa ante los ojos de la sociedad sino un abierto de­
safío a la muerte.

140
C A P IT U L O IX

LA H O M O S E X U A L ID A D EN LA M E D I C IN A Y LA P S IC O L O G IA

Nadie conoce todavía qué es lo


normal. Solamente conocemos lo
que es la costumbre.

H A R R Y B EN JA M IN

LA S E X U A L I D A D EN F U N C IO N D E L PLAC ER

La función de la sexualidad humana podría caber en tres posibilidades sin


que éstas impliquen un esquematismo estricto e inmutable en su definición.
La primera función sería la de la reproducción debido a que es a través de
la relación sexual que el ser humano puede reproducirse, no existiendo otra al­
ternativa. La segunda función sería la de relacionar afectivamente a dos o más in­
dividuos. La tercera función sería la de la sexualidad como búsqueda de placer,
considerando el goce sin necesidad de recurrir a otra persona —masturbación,
coprofilia, zoofilia, etc.— o con una o más personas.
Cualquiera de estas posiciones son igualmente válidas desde el momento
que ocurren de hecho. Para entrever en cada una de ellas el aporte ideológico es
necesario saber dónde comienza la sexualidad, cómo se expresa y qué es lo que
significa. Para ello consideraremos que la sexualidad existe desde que nosotros
existimos y que se define como una búsqueda del placer. Analizando la génesis
de la sexualidad vemos que ésta no se origina luego del transcurso de un período
avanzado —en la pubertad, por ejemplo—, sino que es un fenómeno que se pro­
duce desde el instante mismo del alumbramiento, y que está implícitamente
relacionado precisamente a la persona de cuyo vientre surgimos. Si antes del
alumbramiento la relación es feto-ambiente materno, luego de éste la sexualidad
implica el sentir al otro fuera de s í mismo; este elemento resultará esencial para
el recién nacido. Según el pensamiento freudiano, el niño nace en un estado de
"desamparo originario", debido a que todavía carece de las herramientas físicas
y psicológicas para desenvolverse en el ambiente en que le ha tocado vivir. Esto
crea un primario estado de dependencia en la etapa inicial, dependencia que se
prolongará por un espacioso período que en algunas culturas primitivas llega

141
sólo hasta los siete años pero que en nuestra civilización suele extenderse has­
ta bien finalizada la adolescencia. Debido a ese estado de inmadurez, de de­
samparo originario, de constantes cuidados, nacerá esa necesidad de ser ama­
do que, según Freud, no lo abandonará nunca.
¿Cuál es la pauta que origina esa necesidad de ser amado? A partir del
momento del nacimiento el bebé tiene que cubrir cierto número de necesida­
des, las cuales deben ser satisfechas por el medio ambiente. Una de esas necesida­
des sería elementalmente la biológica, o sea el acto liso y llano de ingerir alimen­
tos, lo cual le permitirá sobrevivir. Pero, desde el instante en que se cumple esa
necesidad biológica se están satisfaciendo otras necesidades que se complemen­
tan unas con otras. En primer lugar esa necesidad de alimento surge precisamen­
te ante una sensación de hambre que crea un estado de tensión, de desplacer;
ahogar ese estado de tensión, suprimir ese desplacer mediante la ingestión de
alimentos es brindar placer en ese acto. Y es precisamente a través de la aparición
del placer que surge la sexualidad. Hasta aquí las dos funciones están bien dife­
renciadas: la necesidad biológica de consumir alimento y la relación intersubje­
tiva que dará comienzo a la sexualidad a través de la aportación de placer. Pa­
ralelamente a la tensión provocada por el hambre surge en el niño la impresión
de abandono, la situación dramática de no ser alimentado. Cubrir esa tercera
necesidad es satisfacer la necesidad dff seguridad. Y es la satisfacción de la ne­
cesidad de seguridad la que engendra, consecuentemente, la afectividad. Dis­
tintamente de la necesidad biológica del alimento, tanto la sexualidad como la
afectividad son tomados como placer debido a que surgen como producto de
una relación.
Ese placer elemental vendría a ser, entonces, el embrión de la sexualidad.

EL M IE D O A LA M U E R T E

La homosexaulidad vivida como neurosis es la resultante de la atribución


clásica que del sexo se posee respecto a la reproducción. De esta manera, el homo­
sexual se convierte, dentro de su mundo particular, como el último paso de la
especie, como la culminación de un proceso que inevitablemente se detiene con
él. El homosexual, de hecho, no acepta ese artístico fin de raza acreditado a to ­
dos los seres humanos. Debido a ello es necesario que la homosexualidad sea
vivida por la sociedad y por el homosexual mismo como una regresión: la homo­
sexualidad aceptada en el pasado, la homosexualidad aceptada históricamente
como "esa partecita de lo inútil necesario para la conservación del espíritu artís­
tico" (Hocquenghem). La imposibilidad tácita de la reproducción es vivida por
la sociedad como una inadaptación a los cánones morales —solventados por la
religión— basados en la conservación de la especie, es decir en la persistencia de
la existencia postuma del individuo. Ya no todo morirá con él, quedarán los
hijos. El homosexual, a su manera, asume la regla del envejecimiento y de la
muerte, revelando la concepción arreligiosa de la temporalidad La homosexua­
lidad, desde este punto de vista, es tomada como una regresión desde el ins­
tante en que el homosexual pasa a ser un huérfano, un huérfano sin hijo. De
cualquier manera, la sociedad es un tanto parcial al juzgar al homosexual por
su imposibilidad sobreentendida de reproducirse —aunque de hecho existan

142
miles de homosexuales casados y con h ijo s- ya que no mide con la misma
vara los casos de personas que tampoco tienen hijos —los solteros, los sacerdo­
tes católicos, por ejemplo— quienes no son tratados como degenerados, ni co­
mo anormales, ni como enfermos. Ante todo, los casos de soltería o sacerdo­
cio mencionados, implican teóricamente una carencia de copartícipe con el
cual ejecutar la relación sexual. Tal vez lo que no se le perdone al homosexual
es que no tenga esa carencia, que pueda gozar sin estar sometido a los estatu­
tos sociales sobre "la pareja comprometida, el matrimonio y la fam ilia", que pue­
da experimentar el placer sin el menor respeto por pautas preestablecidas.
Partiendo de la base de que la homosexualidad no es constitucional ni here­
ditaria —no confundir estos términos con innato— observamos que el grado de
acentuación o decrecimiento depende directamente del concepto social que de
ésta se tenga. Así, en antiguas civilizaciones donde la práctica homosexual era
tan legítima como la heterosexual, ambas eran practicadas por casi el cien por
ciento de los hombres, a quienes podríamos ubicar en el punto tres de la escala
Kinsey.'o sea hombres cuya capacidad de respuesta se brindaba tanto a las rela­
ciones homosexuales como a las heterosexuales. Que la libertad sexual no torna
a la homosexualidad exclusivista lo sabemos al reconocer que ninguna de esas ci­
vilizaciones sucumbió precisamente por falta de crecimiento demográfico. La
actividad reproductora de sus hombres y mujeres se dio tanto como en otros
pueblos donde la homosexualidad era sometida a las más variadas restricciones.
Al respecto, sería interesante reproducir aquí unas palabras de Voltaire, quien
dijo: "¿Cómo es posible que sea natural un vicio que destruiría al género huma­
no si hubiera sido general y que constituye un atentado infame contra la natura­
leza? Parece que debería ser el último escalón de la corrupción reflexiva, y sin
embargo la sienten ordinariamente los que aún no han tenido tiempo de corrom­
perse". Lo que Voltaire no sabía es que cuando en el seno de una sociedad la ho­
mosexualidad es exclusivista no es general, y que cuando es general, raramente
se torna exclusivista. Su acusación contra la homosexualidad sobre la destrucción
del género humano si ésta fuese general parte de una utopía.
Otro argumento usual contra la homosexualidad es que éstos permanecen
solteros, perjudicando a su sexo opuesto al quitarles un cierto porcentaje de
compañeros. Esta acusación, además de infantil y por demás dudosa, carece de
sentido al suponer que no se produce un gran desequilibrio entre la cantidad pro:
porcional de varones y mujeres homosexuales y varones y mujeres heterosexua­
les.

O R IG E N Y D E S A R R O L L O DE LA H E T E R O S E X U A L ID A D

Refiriéndonos en términos globales y hasta en cierto modo abstractos, si


un o una adolescente son seducidos por otra persona, cualesquiera sea su sexo o
su edad, y hallan en esa relación un contacto que les produce un gran placer, es
probable que ese o esa adolescente identifique, para futuras relaciones, al placer
con la persona que se lo brindó en aquel momento y busque como descarga de
sus tensiones sexuales a individuos o situaciones similares. Contrariamente, si esa
primera experiencia provoca en el o la adolescente una sensación de rechazo, dis­
gusto o incomodidad, lo más probable será que en un futuro trate de evitar s¡-

143
tuaciones similares ya que identificará la relación con ese individuo con la insa­
tisfacción de su descarga sexual. Estas identificaciones —negativas o positivas—
pueden darse tanto en el plano homosexual como en el heterosexual.
Sin salimos del terreno de las suposiciones, imaginemos que ese o esa adoles­
cente mantienen un primogénito contacto homosexual que no alcanza a satis­
facerlo/la del todo o que deje en él o ella una sensación de incomodidad o de
disgusto, ya sea por las condiciones ambientales en que se desarrolla el suceso,
porque el partenaire no alcanza los requisitos estéticos, etc. Imaginemos tam­
bién que la próxima relación de ese o esa adolescente se da en el terreno de la he­
terosexual idad y que, contrariamente a lo sucedido en la primera experiencia,
ésta le deja una gran sensación de placer y conformidad. Obviamente, el elemen­
to determinante de fijación respecto a la sexualidad del individuo en cuestión
será la segunda, más si una tercera o cuarta experiencia solidifican la preferen­
cia. De ahí en más ese o esa adolescente buscará en lo sucesivo un compañero del
sexo opuesto para descargar su energía sexual. Exactamente el mismo proceso
podría establecer en una persona la preferencia por las relaciones homosexua­
les.81
Sin embargo hay un punto que llama la atención. Si las probabilidades son
las mismas, es decir, si un muchacho o una chica pueden responder indistinta-
rúente a estímulos homosexuales o heterosexuales, o a ambos a la vez en caso de
que tanto uno como otro dejen en ellos una sensación placentera, ¿a qué se debe
que la población heterosexual aventaje enormemente a la población homo­
sexual? ¿Por qué hay mayor número de individuos que han tomado el camino de
establecer relaciones con su sexo opuesto y no con sus congéneres? La respuesta
no parece ofrecer muchas dificultades; simplemente porque las probabilidades
no son las mismas. V aquí dejamos ya de referirnos en términos ideales para ubi­
carnos en el contexto concreto de una sociedad culturalmente heterosexual.
La capacidad del ser humano de manejarse en base a representaciones sim­
bólicas a través del aprendizaje puede ser una de las razones. Desde niño, mucho
antes de entablar relaciones sexuales por primera vez —aunque éstas sean homo­
sexuales— obedece no sólo a un patrón familiar heterosexual que moldeará su
conducta, enseñándole la preferencia por un tipo de elección sexual y negándole
o condenándole otro, sino también a un cúmulo de aportes externos al ámbito
familiar que influenciará su elección final. Las obras pictóricas o literarias, la
televisión y la cinematografía, los avisos publicitarios, las conversaciones de co­
legio, de bar o de trabajo con amigos, maestros o familiares sujetos a su mismo
patrón, le dará la pauta de a poco fijada inconscientemente de responder a estí­
mulos femeninos si es varón, o a estímulos masculinos si es mujer. Así también
las condiciones ambientales en que se desarrolla la relación heterosexual son más
amplias, más cómodas y carecen del peligro al que se halla sujeta la relación ho­
mosexual. Hay veces en que la relación homosexual no se da simplemente
porque los individuos que querrían protagonizar el hecho carecen de lugar donde
hacerlo.
En nuestra sociedad todos o casi todos los individuos han sido condiciona­
dos previamente por patrones preestablecidos que determinan decisivamente la
conducta sexual. La mayoría de los jóvenes, aunque en el período comprendido
entre la niñez y ia adolescencia hayan mantenido contactos homosexuales pla­
centeros, no están predispuestos a aceptar ese tipo de contacto erótico debido a

144
los tabúes ancestrales que desde hace cientos de años pesan —en nuestra c u ltu ra -
sobre la homosexualidad. Entendemos que la mayoría de los individuos son po­
tencialmente capaces de responder a estímulos homosexuales. Esta gran mayo­
ría de "homosexuales" carece de existencia conciente. La eficacia de los meca­
nismos sociales, de los progresivos y clandestinos hilos que en definitiva mueven
la conducta del individuo, llevan a promover en éste su capacidad de borrar, de
"exterm inar" sus deseos más profundos. Es probable, como sucede con mucha
frecuencia, que la primera experiencia sexual del muchacho se realice con otro
joven de su mismo sexo. Es probable también que en esta primera experiencia
sienta una gran satisfacción sexual. ¿A qué se debe entonces que no quede fijado
en él ese patrón de respuesta homosexual? El muchacho, aunque ya inmerso de
lleno en el medio social que le ha especificado concretamente lo bueno y lo
malo, carece todavía de las internalizaciones represivas más profundas que mue­
ven los principales mecanismos de defensa. El abandono de las prácticas homo­
sexuales se produce entonces con la toma de conciencia del peligro que éstas
acarrean. Algunos se rebelan contra estas normas, enfrentando abiertamente
las pautas alienantes de una sociedad represora. Estos son los que en definitiva
se convertirán en homosexuales. Otros adoptarán la conducta sexual standard,
aferrándose a los moldes sexuales clásicos y tradicionales impuestos por el
Sistema.
La gran aptitud del hombre de responder a estímulos que exciten su capaci­
dad de respuesta a través de la asociación de ideas llega a tener una influencia
decisiva en la adquisición de sus preferencias sexuales. Si un individuo siente una
gran sensación de placer en el contacto erótico con otro individuo de su mismo
sexo, resultará muy probable que su próximo contacto lo busque en una rela­
ción homosexual debido a la idea placentera que tuvo del primero, asociando
ésta a su segunda experiencia. En ese caso diremos que el individuo está ya pre­
dispuesto a responder a estímulos que dimanen de una persona de su mismo
sexo. Esta asociación de estímulos es extensiva a todos los distintos caracteres.
Así, si una muchacha mantiene su primera experiencia con un hombre de raza
negra, o de elevada estatura, o de ojos verdes, y siente en dicha experiencia una
sensación de goce, es muy probable que en el futuro le atraigan los hombres de
raza negra, o de elevada estatura, o de ojos verdes, ya que su goce estará identifi­
cado con dichas características.
En definitiva, los estímulos asociados representan un papel fundamental en
las preferencias sexuales.
Sin embargo, la experiencia primogénita puede ser desplazada en base a una
presión cultural, cuyo elaborado e imperceptible aprendizaje desvíe el factor de
incidencia. En nuestra sociedad las relaciones homosexuales son "toleradas", e
incluso inconscientemente incentivadas en sus formas más violentas y denigran­
tes. Ambientes tales como cárceles, internados, reformatorios, etc., nos sirven de
claros ejemplos!*). En esos lugares, los recluidos se ven ante una sola disyuntiva:
violar o ser violados.
En base a la extraordinaria capacidad del ser humano de responder a estímu­
los aprendidos podemos afirmar que el rol generacional se transmite inevitable­
mente. La aptitud de la generación joven de responder generalmente a estímulos

( * ) Las tumbas, de Enrique M edina, es un fiel reflejo de ello . (N . del A .)

145
heterosexuales se da por la visión de la generación madura que responde también
a dichos estímulos. Si la vieja generación acepta la heterosexualidad y rechaza la
homosexualidad, esta actitud será tomada como "natural" por la generación
venidera, que reproducirá su comportamiento. Así como heredamos factores no
biológicos, como el idioma, la religión, las costumbres, etc., también heredamos
estructuras morales. Así, en culturas donde la homosexualidad era ampliamente
aceptada, la capacidad de responder a ese tipo de estim ulo sexual por parte de
la generación madura incidía a adoptar idéntica actitud por parte de la genera­
ción ¡oven.
Es importante recalcar este hecho, ya que en dichas culturas donde la ho­
mosexualidad era ampliamente difundida y aceptada el conflicto homosexuali-
dad-heterosexualidad no existía, debido a que ninguna —por lo menos en el cam­
po puramente sexual— desplazaba a la otra. La dicotomía entre una y otra po­
sición dada en la sociedad moderna evidencia, tanto en su rechazo como en su
aceptación, formas compulsivas de sexualidad, donde la elección preferencial no
puede darse, obviamente, con entera libertad. Al respecto pensamos que a un in­
dividuo que siente un profundo rechazo o desprecio por 1.a heterosexualidad le
será verdaderamente difícil sostener una actitud positiva hacia la homosexuali­
dad. Lo mismo cabe para el caso contrario, es decir que a casi todos los indivi­
duos que sienten un profundo rechazo o desprecio hacia la homosexualidad no
les será sencillo entablar con la debida amplitud y libertad sus relaciones hetero­
sexuales. Generalmente, el heterosexual que reacciona con violencia ante la ho­
mosexualidad no se enfrenta sino ante sí mismo. El pánico con que reacciorjan
algunos heterosexuales debido a la vecindad de un homosexual es el pánico de
verse reflejados en él. Acaso la violencia con que reaccionan algunos heterosexua­
les (agresión, risas, nerviosismo) se deba j una oculta revelación de su propia
homosexualidad estimulada por la presencia de alguien on el fondo como él.
Por lo general, a un heterosexual que carece de conflictos respecto a su sexuali­
dad —es decir, lo que simplistamente podríamos denominar un verdadero hetero­
sexual— la presencia de un homosexual difícilmente provoque en él un rechazo
o una fobia. Esta presencia le resultará indiferente, o a lo sumo despertará su cu­
riosidad. En cambio, cuando un individuo formalmente heterosexual posee una
homosexualidad contenida —reprimida—, esa homosexualidad por algún lado se
canaliza, es decir que de algún modo siempre se exterioriza. Cuando al deseo
homosexual le es imposible exteriorizarse a través de la vía natural, que im pli­
caría la efectivización del deseo, lo hace a través de la vía neurótica ya que de
alguna manera debe emerger de su encierro y manifestarse. Uno de los mecanis­
mos que con mayor frecuencia se da en el terreno de la conducta es la fobia
hacia la homosexualidad y, por supuesto, hacia el homosexual. De ahí que de­
trás de toda actitud fóbica hacia esta expresión de la sexualidad se halla un deseo
homosexual contenido que necesita, muchas veces, de la violencia y de la agre­
sión como válvula de escape.

De hecho ni la sociedad en general ni el individuo heterosexual en particular


consideran al homosexual como un enfermo. La sociedad heterosexualista lo
condena —a través del aparato jurídico— a prisión, y el heterosexual, individual­
mente hablando, agre<^ al homosexual a veces hasta con la violencia física. Ni
aquélla ni éste condenan a prisión ni agreden a un enfermo; sólo atacan aquello

146
que les inspira temor (un ladrón, un asesino, un terrorista) y de lo cual tiene que
protegerse, de lo que deducimos que la homofobia se origina ante la cercanía
-cercanía que implica un posible co n ta c to - de un homosexual, ante el temor
de "caer en las redes" de la homosexualidad, de ser como él, de ver como en un
espejo su propia sexualidad reprimida.
Al respecto mencionaremos un interesante experimento ideado por un psi­
quiatra australiano, N. Me Conaghy, para detectar homosexuales. Para tal expe­
riencia fueron tomados once estudiantes de medicina heterosexuales. El singular
invento consistía en introducir el pene de estos muchachos en un aparato que ve­
rificaba su dilatación o su contracción, modificaciones que sufrirían ante la
visión de mujeres y hombres desnudos. El pene de los once muchachos sufrió
dilataciones ante la imagen ^e las mujeres, que realizaban actos sugestivos. Luego
sobrevino la visión de los hombres desnudos que realizaron también actos suges­
tivos. En este caso el pene de los muchachos se contrajo. Es lógico suponer que
no sufrió dilataciones porque la imagen de los hombres desnudos no despertaban
en ellos su excitación sexual. Sin embargo hay un factor que llama la atención.
¿Por qué los penes se contrajeron? Si la psiquis de estos jóvenes se hubiese man­
tenido en una total indiferencia ante dicha imagen sus penes no habrían sufrido
modificación alguna. Entonces, ¿a qué se debió su contracción? La respuesta es
una sola: el miedo.81

¿QUE ES U N H O M O S E X U A L ? - E N C U A D R A M IE N T O S

No sólo la psicología sino el individuo en su "psiquis cotidiana" ha necesi­


tado ubicar ciertos tipos deconducta homosexual dentro de una imaginaria esca­
la de valores donde lo verdadero y lo falso juegen un papel de importancia. Así,
muchas personas juzgan que algunas actitudes homosexuales no son "verdadera­
mente homosexuales". No son pocos los jóvenes que hemos hallado que niegan
enfáticamente el haber realizado relación homosexual alguna debido a que ellos
hicieron el papel de "macho" en la relación o porque se "imaginaron" que esta­
ban con una mujer. El miedo a aceptar la relación homosexual como tal los
condujo a elaborar fantasías que de algún modo justificasen su comportamiento
y mitigasen su sentimiento de culpa, no obstante esa relación los condujese a la
ePfección y al orgasmo con plena conciencia del copartícipe con el cual actuaban.
El concepto particular que algunas personas se hacen sobre qué es realmente la
homosexualidad sobrepasa directamente los límites de nuestra imaginación. Hay
quienes niegan que la relación entre dos muchachos sea auténticamente homo­
sexual ya que "cuando se es joven, a todo el mundo le pasa lo mismo". Demás
está decir lo que se piensa de la relación homosexual entre dos niños en un sis­
tema que hasta hace poco se empeñó en negar totalmente su sexualidad. El
encuadramiento individual que cada persona hace de lo homosexual los lleva
a pensar, por ejemplo, que sólo el comercio sexual entre dos individuos del mis­
mo sexo adquiere el carácter de tal, identificando plenamente la homosexualidad
con la prostitución. No nos resulta extraño que el término homosexual arrastre
tras de sí toda una gama de particularidades psicológicas de la conducta como
la ya mencionada prostitución, el placer orgiástico, la relación sadomasoquista,
etc. La tan mentada afirmación de que en el contacto homosexual anogenital

147
sólo el copartícipe pasivo es verdaderamente homosexual mientras que el activo
halla un sustitutivo de la mujer no nos resulta nada extraño y encuadra perfecta­
mente en la denigración clásica que se hace del elemento penetrado. Tales espe­
culaciones no representan sino la máscara con que se trata de cubrir los más
variados impulsos a los’que responde nuestra naturaleza.
A pesar de las enormes diferencias que existen entre uno y otro homose­
xual, diferencias de ambientación, de cultura, de caracteres, de personalidad, la
sociedad persiste en encasillarlo dentro de un esquema, relacionándolo con las
posiciones o situaciones más denigrantes a las que un individuo puede hallarse
sometido. La sociedad imagina al homosexual como un vejador de niños —no
obstante la vejación de niños ocurra más frecuentemente en el ámbito hetero­
sexual—, imagina al homosexual sumergido en un ambiente de violaciones, robos,
asesinatos y otros delitos, aprovechando para repudiar la homosexualidad en
sí cada vez que qn homosexual comete una de estas faltas. La prensa contribuye
enormemente a propagar e incentivar este concepto, a pesar de que estamos
hartos de leer en los diarios violaciones, robos y asesinatos cometidos por hetero­
sexuales sin que a nadie se le ocurra condenar la heterosexualidad por ello; in­
cluso el índice proporcional de violaciones, robos y asesinatos cometidos por los
homosexuales es ligeramente menor al cometido por heterosexuales. Las relacio­
nes de este tipo son fácilmente acoplables con la vagancia, la corrupción y los
"bajos fondos", se las suele identificar con individuos que odian a los de su sexo
opuesto, etc. Si un heterosexual comete un delito se condenará al individuo, no
su orientación sexual. Si ese mismo delito es cometido por un homosexual, todo
el peso de la ley y de la opinión pública caerá no sólo sobre el individuo sino
también sobre sus preferencias homosexuales.
Cada uno de estos conceptos son elaborados por la mayoría de los miembros
de nuestra sociedad, a pesar de que nunca hayan verificado por sí mismos la
autenticidad de estas versiones. Comparten ciegamente todas esas creencias
aunque jamás hayan conocido ni conversado con un homosexual abiertamente.
La teoría del "tercer sexo" representa uno de los encasillamientos más cono­
cidos solventados por el Sistema. Para éste, cuantos más sexos haya mejor. " D i­
vide y reinarás". Además, es el escudo preferido con que la sociedad se cubre del
miedo que le inspira quienes no responden a las pautas preestablecidasparacada
uno de sus integrantes. La necesidad de ubicar a los homosexuales en un sexo
diferente del de los "normales" es una viva expresión de dicho miedo. "Ese no'S's
como yo, no pertenece —no puede pertenecer— a mi mismo sexo. Ese no es igual
a m í" . La sociedad se empeña en excluir a todo aquél que no se ajuste a sus nor­
mas. Lo convierte en un "inadaptado", en un paria. El homosexual es, entonces,
excluido de los géneros corrientes. Suele decirse: "No es ni hombre ni mujer, es
homosexual", como si la orientación sexual apartase de por sí al individuo de
los demás géneros. No suele ocurrir a la inversa. Veamos cuán ridículo queda:
"No es ni hombre ni mujer, es heterosexual". Sin embargo resulta natural refe­
rirse al homosexual como a alguien de un sexo que por un extraño acto mágico
se ha alejado de los dos únicos existentes. Pero ahí no termina el asunto. La re­
vista Padres, cuyos colaboradores parecieron tener una excepcional capacidad
creativa, inventó una cuarta categoría, el homoafectivo, una cosa que no es
"ni hombre, ni mujer, ni homosexual". Hasta publicaciones no abocadas a este
tipo de temática han indagado en la problemática de la homosexualidad. Así, la

148
revista Claudia también expuso un artículo sobre el tema, mediando la participa­
ción de "autorizados especialistas" que no hicieron sino reproducir los planteos
clásicos que desde hace décadas se vienen escribiendo. Bajo la influencia de la
concepción edípica, la propia publicación dice:. . . "la tendencia de la madre a
ser la figura eje de la casa, la dominante, la rígida, la puritana (la revista no repro­
cha estos factores, lo que reprocha es que estén a veces en mano de la madre y
no del padre), la que interrumpe el diálogo secreto (no te metás, son cosas de
hombres), el juego violento y varonil, la complicidad entre el padre y el hijo
(demás está decir que esta revista "femenina" se ocupa exclusivamente de la ho­
mosexualidad masculina), es la que contribuye a debilitar la figura del padre,
que es la referencia masculina indispensable para el hijo". A continuación se re­
mite a exponer una serie de puntos que presumiblemente deben tener su inciden­
cia directa sobre la aparición de un hijo homosexual: la madre posesiva; la madre
egocéntrica y seductora; la madre dependiente (fusionable al ejemplo citado en
primer lugar); el padre despósito; el padre Don Juan; el padre débil; el hogar don­
de hay niños preferidos; el hogar de padres separados; el hogar de padres desa­
venidos. Uno de los sentimientos más antiguos de la humanidad perfectamente
estructurado y sistematizado.
En realidad la homosexualidad puede tener un campo mucho más amplio
del que generalmente se le atribuye si interpretamos que está incluida en todo
efecto de atracción y estimulación provenientes de un individuo del mismo sexo.
Dicho efecto o sensación pueden ir desde el placer que sienten dos jóvenes al es­
tar juntos tomando un café o yendo en un viaje de campamento, hasta el contac­
to genital propiamente dicho; los puntos entre una situación y otra son vagos e
imprecisos y resulta extremadamente difícil en ciertas circunstancias determinar
dónde termina la amistad "norm al" y dónde comienza la relación homosexual,
sobre todo si tomamos en cuenta que no siempre el acto homosexual implica
tendencias homosexuales profundamente enraizadas, y que no siempre éstas con­
ducen a concretar actos homosexuales.

O R IG E N DE LA N E U R O S IS

Uno de los factores que llaman la atención es la dicotomía entre la frecuen­


cia y la incidencia de lo homosexual, siendo que la primera es mucho mayor que
la segunda. ¿Cuáles son las determinantes para que un gran número de homo­
sexuales no cumplan con sus desahogos sexuales según sus necesidades? Los es­
tudios de la genética han dado por tierra con ciertas variantes extraculturales que
hasta hace poco amalgamaban algunos teóricos. Si bien es cierto que los impulsos
hedonísticos los hacen aparecer a veces como verdaderos sexópatas, ello se debe
a influencias de tipo cultural, en un medio social que reprime por un lado y
produce la explosión emocional por otro. Si establecemos un análisis comparati­
vo entre las posibilidades de un heterosexual y un homosexual de conseguir un
copartícipe para su desahogo sexual es obvio que el primero las tiene en un grado
mucho mayor que el segundo. El heterosexual no está influenciado por una so­
ciedad que condena su tipo de amor, y por lo tanto no tiene internalizados los
sentimientos de culpa y su consecuente autorrepresión, como sucede con el ho­
mosexual, ni sufre la represión policial directa ejercida por el Estado. El homo­

149
sexual se halla por lo general expuesto a circunstancias que favorecen su con­
tinua frustración y sus constantes fantasías que alimentan e idealizan una rela­
ción en medio de un mundo desolador. Debido a ello es frecuente hallar en los
baños públicos desesperados llamados donde la grosera morbosidad parece con­
fundirse con el auténtico deseo de amor y compañerismo. La represión y el re­
nunciamiento al que se ve sujeto produce un acumulamiento de energías sólo
canalizable a través de una conducta psicopática. El famoso dicho de que " to ­
do homosexual es un neurótico" resulta ser absolutamente cierto. "Las pertur­
baciones psíquicas son el resultado del caos sexual originado por la naturaleza de
nuestra sociedad. Durante miles de años este caos ha tenido como función el
sometimiento de las personas a las condiciones (sociales) existentes, en otras pa­
labras, internalizar la mecanización de la vida. Sirve de propósito de obtener el
anclaje psíquico de una civilización mecanicista y autoritaria, haciendo perder a
los individuos la confianza en sí mismos."63 (Reich)
Independientemente de la situación económica, de los valores intelectuales y
espirituales, del grado de capacidad afectiva que posea cada uno, siempre se ven
sometidos a situaciones de tensión sobrellevada en bares, baños turcos, gimna­
sios, letrinas, haciendo de la búsqueda del amor un peligroso anecdotario; gran
cantidad de homosexuales que carecen de la suficiente osadía para llevar a cabo
sus aventuras amorosas ven frustradas las posibilidades de satisfacer su descarga
sexual, obligados por el ambiente social que los rodea, a entablar relaciones en
circunstancias antifavorables que obviamente les impedirá gozar con la amplitud
y tranquilidad con que debieran, derechos reservados a los heterosexuales. Es de
suponer que el carácter agresivo y nervioso de muchos homosexuales sea debido
a estos factores.
Sin llegar a mencionar el extremo de aquellos homosexuales en potencia que
reaccionan con una inusitada violencia ante cualquier estímulo que despierte sus
deseos, revelaremos el estado del homosexual común, el que respira en una
atmósfera de miedo, el que se arriesga a la posibilidad del chantaje, de la pérdi­
da de empleo, de que su condición sea conocida por su familia o sus amigos y las
consecuencias que ese hecho le acarrearía, el que sufre el latente apremio de la
policía, el que ve lo más digno y hermoso de un ser humano, sus sentimientos,
transformados en un basural de condena pública.
Debido a ello resulta un tanto apresurado lo sostenido por la psicología para
quienes los conflictos que pesan sobre el homosexual —distintos tipos de parano­
ia, ansiedad, neurosis, complejo persecutorio— se deban a reacciones intrapsíqui-
cas, en vez de producirse como reacciones dadas ante un estado real de su vida
cotidiana. Cualquier escándalo puede ser fatal. El homosexual logra su supervi­
vencia social gracias a una paranoia fingida. A veces esta paranoia se agudiza de
tal modo que en el individuo se produce un estallido emocional al no poder ma­
nejar el control de su ocultamiento o no tener las defensas lo suficientemente
sólidas para enfrentar un mundo para él tremendamente hostil, sumiéndose en
un estado de desequilibrio, de ansiedad, de inestabilidad. Las amenazas a lasque
se enfrenta el homosexual diariamente son bien concretas y reales. Un mayor
grado de paranoia sería el negarlas que el admitir que están allí, presentes. El he­
cho de que cuando a un homosexual se lo descubre como tal en cualquier lugar
pueda ser agredido física o moralmente —de hecho cualquier heterosexual se
considera con el pleno derecho de insultarlo, de menoscabarlo o de acusarlo—

150
torna el "delirio" de persecución perfectamente justificado. Esto nos recuerda
el cuento escrito por Denis de Rougemont, La parte del diablo, en el que cuenta
el caso de una mujer que padecía de una obsesión consistente en creer que los
pájaros la atacaban; un médico que la acompañaba por el jardín de la clínica
pudo comprobar, después de varios meses de intenso tratamiento psicoanalítico,
que los pájaros la atacaban.
En todo caso las reacciones del homosexual son las únicas posibles en el me­
dio donde se desenvuelve. ¿Es el homosexual, entonces, el enfermo por condu­
cirse como se conduce, por tener interiorizado ese complejo de persecución, o la
enferma es la sociedad que padece de esa manía persecutoria, de esa obsesión ho-
mofóbica? No nos resulta extraño que la paranoia antihomosexual identifique la
homosexualidad con factores que nada tienen que ver con ella. En ocasiones las
razzias son acompañadas por campañas contra el recrudecimiento de la sífilis, fu ­
sionando homosexualidad y enfermedades venéreas en una misma causa con
diferentes efectos. "La proliferación de la literatura lúbrica, y el alarmante au­
mento de las enfermedades venéreas, nos llevó al estudio de las practicas homo­
sexuales, fuente indiscutible de la difusión de las enfermedades específicas, pues
el cambio de pareja es mucho más fácil y frecuente que entre los heterosexuales"
(Informe de la Comisión de Medicina Social de Nueva York, 1964).
Las intrincadas conversaciones que los homosexuales conciernes de nuestro
estado hemos mantenido con otros homosexuales nos revela claramente el poder
de casi veinte siglos de opresión cristiana. El arraigado sentimiento de remordi­
miento y culpabilidad los ha llevado a ser los primeros en condenar su propia
forma de expresión sexual, su propia manifestación de afecto. La mayoría de los
homosexuales de nuestra cultura se consideran enfermos, aunque muy pocos
hacen algo para "curarse". Esto los lleva a situaciones verdaderamente contradic­
torias. Rubén M. de 23 años, nos responde así: "Si vos pudieses cambiar tu
sexualidad, es decir ser heterosexual en vez de homosexual, ¿lo h a ría s ? /S í./
¿Por qué? / Porque es lógico que toda persona quiera ser una persona sana y no
enferma / Y si vos querés ser una persona sana, ¿por qué no haces un tratamien­
to para curarte, un esfuerzo que te dirija hacia la heterosexualidad? En una pala­
bra, ¿por qué te seguís acostando con hombres si creés que eso es pernicioso
para vos? / Bueno... porque me gusta".
Marcelo H., de 22 años, se refirió a su homosexualidad de esta manera: "Te
gusta ser homosexual? / Sí, me siento cómodo, me siento bien siendo homo­
sexual. / Y si pudieses cambiar tu sexualidad, ¿lo harías?/No, ya te dije, soy feliz
siendo homosexual. / Y si tu hermanito fuese homosexual, ¿a vos te gustaría? /
¡No!, él ha sido mejor educado, jamás va a ser como yo".
A veces el rechazo o el miedo de aceptar su propia sexualidad lleva a algunos
homosexuales a recurrir a situaciones extremas. En una zona del gran Buenos A i­
res, un joven apuesto abordaba a muchachos y después de acostarse con ellos
los entregaba a la policía. De ese modo, el sentimiento de culpa era de alguna
manera mitigado por su "función social". El acto sexual era explicado por el
joven como que tenía que comprobar que sus amantes eran verdaderamente ho­
mosexuales. No fuese a cometer una injusticia.
En ocasiones, las justificaciones que algunos emplean para entablar relacio­
nes homosexuales adquieren características trágicamente cómicas. Un muchacho
(A) seduce a otro (B) y lo invita con una sustancia (un polvo blanco). El joven B

151
no sólo accede a acostarse con A sino que además asume sin resistencia el rol pa­
sivo en la relación. Cuando despierta acusa al joven A de haberse aprovechado de
él haciéndole ingerir una droga. Lo que B nunca supo fue que ese polvo blanco
no era otra cosa que azúcar impalpable.
No son las leyes precisamente las que coartan el libre desenvolvimiento del
homosexual. Si bien las leyes son las que tienen su incidencia represiva directa,
es todo el trasfondo quejas origina y las sustenta el verdadero factor de la re­
presión. Si todos los síntomas opresivosde esta sociedad fuesen trasladables de lo
homosexual a lo heterosexual, es decir que sobre el heterosexual cayese el mismo
peso de las limitaciones, de la falta de libertad, de la opresión sexual que recae
sobre los homosexuales, los heterosexuales comenzarían a manifestar los mismos
síntomas neuróticos, el mismo estado psicológico, las mismas perturbaciones
emocionales que hoy caracterizan al homosexual. Con el tiempo asumirían las
mismas actitudes clandestinas para lograr el acercamiento con los miembros de
su sexo opuesto y tenderían a reunirse solapadamente con sus iguales, estable­
ciendo la creación de ese "submundo" que ahpra se nos atribuye.
Ocurre con frecuencia, en situaciones donde hay un aparente divorcio entre
lo conciente y lo inconsciente, que ciertos individuos proyectan sus tendencias en
otras personas, reaccionando contra esas tendencias no admitidas, condenándo­
las violentamente en los otros. Por ejemplo, muchos paranoicos que rechazan
enfáticamente las relaciones homosexuales, tal vez por un oculto deseo reprimi­
do, pretenden que son perseguidos por homosexuales. Las características pato­
lógicas en nuestra cultura surgen como resultante de una generalizada patología
sexual. La homosexualidad patológica sólo es posible si está inmersa en un am­
biente de heterosexualidad también patológica. Las formas compulsivas de la
sexualidad se desarrollan únicamente en un medio homoerotofóbico originado
y sustentado por un sistema basado en las clases sociales, en la explotación de
unos sobre otros, en la presión tendiente a reproducir, a través de la represión
sexual amparada por la mística judeocristiana, los esquemas económicos que di­
viden a los individuos en dominadores y dominados.

LA A L T E R N A T IV A HOM OSEXUAL:
" N O R M A L I D A D " O L IB E R A C IO N

El Sistema en general, y particularmente el Estado, trata al homosexual de


la misma manera que la psicología pero con distintos términos. Para la psicolo­
gía es un enfermo, para el Estado un inadaptado. Para el Estado hay individuos
“ normales", o sea eficientemente adaptados, y otros que no lo son. Entre estos
últimos figuraría el homosexual.
Ahora bien, si analizamos el término y el contexto en que ese término se
mueve, observaremos con claridad que el estar adaptado significa estar acorde
con las ideas y pretensiones del Estado, o sea estar.perfectamente amoldado a la
superestructura del Estado, obedecer sus designios y su interpretación de la rea­
lidad. Todo aquel que escape o se aleje de ese estilo de vida, de los designios que
ya previamente al nacimiento han sido fijados para él, comete la falta de conver­
tirse en una especie de guerrillero psicológico, en un peligro para la sociedad. El
"inadaptado" no sólo puede innovar ciertas estructuras del Sistema sino también

152
llegar a cuestionarlas seriamente. Todo inadaptado es de hecho un disconfor­
mista La acusación y condena contra Oscar Wilde no fue otra cosa que el miedo
de la sociedad a enfrentarse con su propio grito, con un subproducto de ella
misma un individuo "diferente" engendrado en su propio vientre.
La adaptación o inadaptación son términos excesivamente vagos como para
ser aplicados con la rigurosidad y el esquematismo de una ley sagrada. El "ina­
daptado" es, en términos sociales, el individuo cuyo rol no responde a los estí­
mulos sociales bosquejados por el Sistema y respetados por la mayoría de las
personas. A tal punto es esto evidente que lo que implica y significa un individuo
inadaptado para una cultura puede no serlo para otra. Refiriéndose a estos
aspectos, Carlos Castilla del Pino nos dice: ..."Que esto es ineludible lo revela,
po ejemplo, lo siguiente: podrá ocurrir que actualmente se investigue sobre 1a
naturaleza somática de procesos síquicos que denominamos anormales, cuando
no son sino pautas de comportamiento excéntricas para nuestra cultura, pero re­
putados como normales en culturas distintas. Para no ser abstracto, ¿qué ocu­
rriría si la homosexualidad fuese tolerada en toda su amplitud en nuestra cul­
tura? ¿No pasaría el homosexualismo a un capítulo de la sicología, y dejaría de
estar en la sicopatología inmediatamente? ¿Pero no significa esto que los lím i­
tes mismos de la sicología y sicopatología son más laxos de lo que se creyó has­
ta ahora? (Del periódico Acción; 31 de marzo de 1963).

LA E L A B O R A C IO N T E N D E N C IS T A DE LA P S IC O L O G IA

Según la psicología, toda conducta sexual evolutiva que no sufra interrup­


ciones en su libre desarrollo conduce inevitablemente a la heterosexualidad. La
homosexualidad surge entonces ante una de esas interrupciones, un escollo aue
el individuo no puede flanquear. Una barrera interpuesta en el camino hacia la
heterosexualidad puede "desviar" o conducir a la persona afectada hacia la
homosexualidad. Sin embargo en el capítulo 4 hemos visto que todo mamífero
está capacitado para responder a estímulos autoeróticos, heterosexuales y ho­
mosexuales ya que la finalidad del sexo no es la reproducción ni la cópula genital
específicamente. El individuo no nace con ninguna línea recta prefijada sino que
todo su ser es una inmensa gama de ramificaciones apta para responder a los más
variados estímulos. Si luego adopta una posición sexual absoluta, tanto hetero­
sexual como —aclaremos— homosexual, ello se debe a su capacidad de respuesta
por los estímulos aprendidos, de aceptación o de rechazo, pero aprendidos
siempre. Tanto la homosexualidad como la heterosexualidad en sus formas abso­
lutas (compulsivas) no son sino el reflejo de condicionamientos culturales.
La psicología ha hecho para determinar el carácter anormal o normal de un
individuo, calificativos a veces reemplazados por inmaduros y maduros, una espe­
cie de cronología de los fenómenos psicosexuales producidos a lo largo de la
vida. Esta escala evolutiva estaría determinada, dentro del campo de la normali­
dad, de la siguiente manera: durante la niñez hasta llegar a los inicios de la pu­
bertad el joven alimentaría su vida sexual en base a prácticas autoeróticas. Lle­
gada la pubertad, hasta parte de la adolescencia, las prácticas sexuales recaerían
Mayormente en la masturbación y la homosexualidad. El primero sería en reco­

153
nocimiento de si mismo a través de su propio cuerpo, el segundo un espejo de sí
mismo, un reconocimiento a través del otro. La tercera etapa, cuando el indivi
dúo ha llegado a su "madurez" afectiva y emocional, sería la etapa de la hetero
sexualidad, o sea el complemento de su persona con otra del sexo opuesto. Es­
tas normas estarían dadas en la mayoría de los individuos. Por lo tanto las prác­
ticas autoeróticas u homosexuales en una persona adulta serían una regresión,
un volver a etapas anteriores, determinantes clásicas de una personalidad inmadu­
ra. Sin embargo, el origen de esta cronología despierta bastante incertidumbre.
Los trabajos estadísticos y de investigación llevados a cabo por la psicología no
revelan la realidad de los hechos, por ser éstos, la mayoría de las veces, incom­
pletos y tendencistas. El único trabajo estadístico, objetivamente tratado, con
la mayor cantidad de personas que se hayan reunido jamás para ese tipo de in­
vestigación, el informe Kinsey, dio resultados diferentes a la estructura clásica
sostenida por la psicología. La encuesta reveló que efectivamente, había muchos
casos donde la dinámica sexual se daba según la escala autoerotismo-hpmosexjja-
lidadHheterosexualidad Pero también reveló que en muchos otros casos la diná­
mica se daba de las formas más variadas como por ejemplo homosexual-autoe-
rótica-heterosexual, heterosexual-autoerótica-homosexual o autoerótica-hetero-
sexual-homosexual. E incluso, en muchos casos, cada una de estas formas de des­
carga sexual se daban fusionadas, es decir que la dinámica homosexualidad-
heterosexualidad-autoerotismo podía hacer coexistir todas las formas o dos ál
mismo tiempo. Ello demostró que la generalización hecha sobre cualquiera de las
escalas carecía de fundamento al ser prácticamente rebatida por los hechos.
Y eso no es todo. La validez de los conceptos sobre maduro e inmaduro,
regresivo o no regresivo, aplicados al individuo carece un tanto de lógica, cuando
la misma psicología al referirse a la sexualidad infantil, ha admitido en los niños
la variedad de sus impulsos que van desde los homosexuales hasta los hetero­
sexuales, pasando por el autoerotismo, el fetichismo, el bestialismo, los impulsos
coprofílicos, etc. O sea que el niño, o aún más allá: el púber y el adolescente,
también responden a estímulos heterosexuales si hallan la oportunidad para ma­
nifestar dichos impulsos. Desde esa óptica, la heterosexualidad practicada por
un adulto, también sería una "regresión".
Y no e? extraño hallar en la psicología frecuentes elementos contradictorios.
Un conocido psicoanalista norteamericano nos dice: "Es un aspecto notable e
interesante de la naturaleza humana que la actitud de una persona hacia sí mis­
ma y hacia los demás sea esencialmente la misma. Quienes se odian y desprecien
son los que odian y desprecian a los demás, y para poder amar a otra persona
uno debe aceptarse como es y hasta considerarse con cierto grado de aproba­
ción. / Se cree generalmente que el amor a sí mismo significa engreimiento, pero
la persona que no lo tiene y que realmente odia su propia naturaleza es incapaz
de amar, y hace imposible demandas de afecto a los otros o se aleja cuanto pue­
de de todo contacto hum ano."76 Sin embargo, una de las argumentaciones sos­
tenidas por la psicología sobre la génesis de la homosexualidad es precisamente
el sentimiento narcisista. Puede alegarse que el narcisismo es un amor desenfre­
nado hacia sí mismo, pero entre éste y el otro, ¿quién establece el límite? A su
vez David Cooper nos dice: "En los hechos el narcisismo y la homosexualidad no
son enfermedades o estados de fijación del desarrollo en mayor mudida que otros
fenómenos como conservar un empleo fijo, abastecer con diligencia a la propia

154
familia o, más generalmente, ser un pilar de la sociedad."12
Las inquietudes homosexuales, heterosexuales y autoeróticas pueden descu­
brirse y verificarse tanto en los niños como en los adultos, por lo que resulta
extremadamente arriesgado afirmar que un tipo de comportamiento sexual sea
más o menos maduro que otro.
Un psiquiatra de la Universidad de Columbia nos da el caso de un hom­
bre casado, con hijos, que a los treinta años "sintió despertar" sus impulsos
homosexuales. La interpretación de este hecho no fue que el individuo ha
bía tomado conciencia de la verdad de los estímulos a los que podía respon
der su sexualidad, sino que recién a esa edad surgió una homosexualidad fi­
jada ya desde la adolescencia y reprimida en un principio por un medio social
contrario a dicha expresión y por una esposa excesivamente dominante después.
Si bien hay un grado de veracidad en lo sostenido por este psiquiatra, que la
homosexualidad haya persistido como una "enfermedad en estado latente" es
difícilmente comprobable. Lo que intentó probar exponiendo ese caso fue que
una elección sexual no necesariamente ha de permanecer fija para toda la vida.
El mismo psiquiatra expresa más tarde que el resultado de aquellos indivi­
duos con inclinaciones homosexuales es el fracaso en casi todos los órdenes de la
vida, sin detenerse a pensar en la veracidad de lo afirmado, tanto en la realidad
de hoy día como en la de otras culturas anteriores a la nuestra. "Los homosexua­
les —dice— experimentan un profundo sentido de empobrecimiento de recur­
sos." Si Platón o Aristóteles, o Miguel Angel, hubiesen tenido la oportunidad de
leer cosas como éstas probablemente nuestra civilización se habría quedado
sin algunas de sus mejores personalidades. Es común identificar la homosexua­
lidad con falta de ingenio o de capacidad creativa. La necesidad de rebajarla
coincide con la necesidad del sistema de anular a los homosexuales desde el
momento en que éstos se contraponen a sus intereses más profundos. Luego
prosigue: "N o pueden competir. Siempre se rinden ante la inminencia de un
combate".
Lo que intentamos probar con los ejemplos expuestos es que las parti­
cularidades psicológicas que posee el homosexual reveladas por la psicolo­
gía es probable que en alguna medida sean ciertas, lo que cuestionamos es la
atemporalidad y universalidad de dichas particularidades, es decir que el ho­
mosexual no siempre fue un neurótico, encerrado en sí mismo, un indivi­
dualista —rasgos que hemos detectado en muchos casos—, sino que esos facto­
res surgen desde el momento en que el homosexual se halla sumergido en los
esquemas de una moral judeocristiana. No es ilógico que un individuo que se
siente perseguido y condenado nada menos que en sus sentimientos afectivos,
forme una muralla en torno de sí, se enquiste en su propia persona, ya que en
definitiva es la única en que podrá confiar. Recurrir a la sociedad que lo con­
dena en busca de ayuda es poco menos que un acto suicida. No es el homosexual
un individualista que se aísla de la sociedad, es la sociedad que lo aísla convir-
tíéndolo en un individualista. El homosexual es hoy en día un neurótico, pero un
análisis histórico de la homosexualidad nos señala que puede no serlo, o sea que
la homosexualidad no es una enfermedad en sí misma sino que adquiere rasgos
enfermizos en un ambiente sexo-negativo, en un medio homoerotofóbico. La
homosexualidad es frecuentemente identificada con un tipo de personalidad
indeseable, aunque en la historia abunden sobresalientes figuras artísticas, m¡-

155
litares e intelectuales que fueron homosexuales. No existe ningún tipo de per­
sonalidad vinculada per se a la homosexualidad o a la heterosexualidad.
Se sobreentiende que la mayoría de los individuos tienden a sentir apego por
el compañero que les brinda placer'sexual. Esto ocurriría en primera instancia
con los niños que todavía no sienten sobre sí el peso de tabúes ancestrales y su­
puestamente no están capacitados para ejercer una relación crítica, parangonando
sus impulsos a la permisividad o prohibición de esos contactos. Sobre estos ante­
cedentes sería interesante especular sobre qué ocurriría en un medio donde no
existiese actitud crítica hacia ninguna de las posibilidades de contacto sexual.
Clara Thompson llega a la conclusión que la forma de descarga sexual se daría en
la forma "biológicamente" más satisfactoria, es decir entre el varón y la mujer, y
específica que es esa actitud crítica la que conduce a la represión de los impulsos,
sin la cual la homosexualidad desaparecería, al tener acceso a formas de satisfac­
ción más gratas. Sin embargo, en comunidades donde la homosexualidad no es
sometida a la crítica de la cultura, como la de los siwanos en Africa, o la de los
kerakis en Nueva Guinea, sucede exactamente lo contrario. A pesar de ello, estos
casos de libre elección en comunidades bisexuales y homofílicas, están constitu­
idos por ¡ndivi&jos que, para Thompson, son los que traen implícitos verdaderos
problemas para la psicopatología, ubicando como "normales" los casos de ho­
mosexualidad donde la circunstancia en que se desenvuelve la sexualidad del in­
dividúo no se da para encarar una relación heterosexual satisfactoria o exenta de
limitaciones. O sea que para esta psicológica neofreudiana, la homosexualidad
"normal" es precisamente la homosexualidad compulsiva.
Las renombradas menciones que hemos hecho sobre la homosexualidad en
culturas anteriores o apartadas de la judeocristiana, nos brindan una idea de lo
que ésta ha representado en la vida afectiva de otros pueblos y civilizaciones. A
pesar de todo, los esfuerzos por negar esta expresión de la sexualidad en la vida
cotidiana de dichos pueblos son claramente visibles, no sólo desde el punto de
vista de los religiosos y los moralistas, sino —y tal vez en la época moderna éstos
sean los verdaderos suplantadores de aquellos— por los psicoanalistas. ..."Los
apologistas que exageran una visión histórica residente en un breve período de
Grecia.y dispersas culturas primitivas orientadas a la homosexualidad" (Linder).
El cambio de las estructuras morales de la sociedad de hoy día no son interpreta­
das por el psicoanálisis en profundidad, y muchos psicoanalistas la reducen a la
atribución de la anécdota. Las relaciones interpersonales no surgidas a través de
la necesidad de una profunda variación dada por resquebrajamientos y convul­
siones de clase, orientada por factores económicos, sino por aclimatación y opor­
tunidad. "La necesidad de tener amistades en el aislamiento de la gran ciudad,
la concecuente practicidad de compartir un departamento, puede contribuir a
la fijación de las relaciones entre personas de un mismo sexo, entre varones que
jamás hubiesen soñado verse envueltos en relaciones con otros hombres". (Rui-
tenbeek).
Hemos visto anteriormente la necesidad de los padres de delimitar la activi­
dad sexual del niño para de esa manera mantener y perpetuar su poder hegemó-
nico represivo, factor que luego será trasladado a una función social determina­
da. La acción de esos puntos claves de la autoridad familiar surge de la coexisten­
cia entre dependencia y disciplina. A partir de allí la conducta sexual del niño se
amoldará a los requerimientos sociales que harán de él una máquina reproduc­

156
tora de los esquemas básicos, que extenderá su dominación a todos los órdenes
¿g |a vida. Los padres amenazarán al niño con el peligro de su supervivencia si
éste no abandona la satisfacción de sus impulsos. La disciplina, dada de esta
manera, enfrenta al niño ante dos grandes peligros: el castigo físico, que se ma­
terializará en fantasías de muerte y de mutilación corporal (castración), y en la
pérdida del cariño, que lo dejará solo en el mundo. Ante estas amenazas para su
supervivencia el niño responde emocionalmente con la emergencia del miedo, lo
que lo obligará a apartar parcial o totalmente la manifestación de su creciente
sexualidad, haciendo abandono tanto de sus impulsos heterosexuales, como ho­
mosexuales, autoeróticos, etc. En ese estadio se halla la génesis del proceso
neurótico, por lo que a la represión en esa etapa de la vida podemos considerar­
la el núcleo y punto inicial de su desarrollo. Para la psicología es el punto inicial
de un tipo de respuesta homosexual; el fracaso ante un contacto heterosexual
surge como consecuencia de un intenso miedo en relación con un objeto hetero­
sexual - l a figura de sus padres—, por lo que el sujeto decide desviarse hacia un
objeto más "seguro", el homosexual, ya que el pene vendría a cumplir aquí una
función tranquilizadora, de seguridad, reduciendo su temor a la castración. Sin
embargo vemos que en el niño son tabuadas todas las expresiones a las que se
extiende su sexualidad, entre ellas la homosexual, y difícilmente puede identi­
ficar su "seguridad" al hombre —el padre—, ya que éste ha ejercido, como jefe
de la familia, su poder represivo más amenazante. La aproximación al falo sería
precisamente el último recurso al que acudiría. Este juicio, desde el punto de
vista psicológico, puede ser tan válido como el otro.
Una de las pautas predominantes en la psicología es el de identificar la ho­
mosexualidad con los aspectos negativos de la sexualidad. El mismo Reich nos
dice: "Estas personas se han convertido en homosexuales no por razones físicas
sino como consecuencia de un desarrollo sexual defectuoso en su primera infan­
cia, en la cual se ha producido prematuramente una grave experiencia de decep­
ción respecto del otro sexo". Y más adelante agrega: ..."la homosexualidad se
desarrolla en la medida en que se hace difícil o imposible la relación normal
entre hombre y m ujer"64 . De esta manera el psicoanálisis no ve la homosexuali­
dad como una práctica preferencial sino como un recurso para rehuir la hetero-
sexualidad. La homosexualidad responde a profundos condicionamientos por las
practicas homosexuales. El rechazo por la heterosexualidad, por más grande que
fuese, difícilmente podría originar un patrón de respuesta homosexual, princi­
palmente porque hay muchos modos de rehuir la heterosexualidad sin necesidad
de recurrir a las prácticas homosexuales. Decir que la homosexualidad es uno de
los modos más evidentes de rehuir la heterosexualidad es simplificar las cosas al
extremo. Del mismo modo nosotros podríamos decir que la heterosexualidad es
un modo de rehuir la homosexualidad.
Una psiquiatra de Manhattan, Natalie Shainess, llegó a decir que la homo­
sexualidad es desconfianza y/o temor al sexo opuesto, en tanto que la bisexuali-
dad es desconfianza y/o temor a los dos sexos. La respuesta de un homosexual
norteamericano aparecida días después en la rpvista Time fue obvia: lo único que
le faltó agregar es que la heterosexualidad es desconfianza y /o temor al mismo
sexo.
Aducir las preferencias homosexuales como un rechazo de la heterosexuali­
dad no tiene mucho fundamento, principalmente en aquellos casos en que el in­

157
dividuo mantiene paralelamente relaciones homosexuales y heterosexuales. Un
importante analista norteamericano llegó a sostener que los casos de homosexua­
lidad en que los varones mantenían a su vez también relaciones heterosexuales
llegaba —en la población norteamericana— al 9 0 por ciento, o sea que la inmensa
cantidad de varones propensos a las relaciones homosexuales no sentían rechazo
o miedo por las relaciones heterosexuales. Sin embargo la psicología insiste en
que la homosexualidad es fundamentalmente heterofóbica, extrayendo dicho ar­
gumento de divagaciones filosóficas un tanto abstractas, nunca sostenidas por
pruebas concretas. Respecto a la aceptación o al rechazo, algunos psicólogos
creen advertir, en algunos casos, incluso una marcada dicotomía entre la acción
y el deseo. F. Brown ejemplifica así esta paradoja: "La prostituta, que con fre­
cuencia tiene inclinaciones homosexuales, odia a los hombres a los que se
vende".
Por lo que nosotros, como homosexuales, hemos podido observar diariamen­
te en nuestro medio, la homosexualidad no está dada por un rechazo sino por
una preferencia hacia una expresión de la sexualidad. Suponer que la homo­
sexualidad se debe al miedo o rechazo por la heterosexualidad es tan aventurado
como suponer que la heterosexualidad se debe a un miedo o rechazo por la
homosexualidad, aunque no descartamos que existen casos donde se den lo
uno o lo otro.
La explicación tendencista de la psicología conduce directamente al menos­
precio del homosexual, factor internalizado por la mayoría de los homosexuales
que se consideran a sí mismos como seres inferiores —de hecho la sociedad co-
participa de ese sentimiento ubicándolos en el "tercer sexo", el último de to ­
dos—, La cadena por la cual la homosexualidad surge como consecuencia de la
falta de carácter y personalidad puede ejemplificarse de la siguiente manera:
fracaso = castración = —hombre = +m ujer = homosexual.
Se torna bastante generalizante, hoy día, la opinión de muchos psicoanalis­
tas sobre el aspecto legal de la homosexualidad. La mayoría opina que ésta no
debe ser reprimida por la ley salvo en su sentido delictivo. Algunos hasta admiten
que cierto tipo de relación homosexual carece de características patológicas, co­
mo la sostenida por adolescentes (Freud) o "por ejemplo, en la relación ocasional
p intermitente en actos homoeróticos, concomitantemente con el gozo de una
a veces completa participación heterosexual" (Ellis). El mismo autor sostiene
que "no hay razón para perseguirlo y castigarlo legalmente por ser neurótico o
psicótico. (...) ...por qué tendríamos que molestarlos si no complican a menores,
debiles mentales u otro tipo de irresponsables?" El planteo un tanto simplista
del terapeuta mencionado no aclara ninguna cuestión de fondo. Una actitud
Donformista respecto a un mundo de "neuróticos o psicóticos' nos parece mas
bien escéptica. Fred Brown ubica la represión hacia los homosexuales en el
mismo plano que la de los heterosexuales. "A los homosexuales se les debe­
ría aplicar las restricciones legales que rigen para los heterosexuales, con igual
vigor: es delito atentar contra la moral de menores, contribuir a la delincuencia
de un menor, importunar con pedidos. En la medida que el homosexual manten­
ga el caracter privado de su relación, la ley debería acordarle los mismos dere­
chos que le otorga a cualquier otro ciudadano". La crítica basada sobre la re­
presión antihomosexual conmueve a estos psicólogos que en ningún momento
parecen cuestionar a toda la superestructura jurídica emanada de un sistema

158
de clases preocupado, antes que nada, en considerar a los menores junto con
los "débiles mentales y otro tipo de irresponsables" y en protegerlos de los
delitos "que atentan contra su moral".
Un interesante estudio de Tolsma reveló, en base a elementos otorgados por
la policía, que de 133 casos de menores seducidos por homosexuales mayores,
todos —salvo 8 — terminaron casándose y no volvieron a tener experiencias
homosexuales, o sea que la seducción y posterior contacto homosexual no pro­
dujeron ulteriores consecuencias en sus vidas. Se supone —agrega el autor— que
de esos 8, 6 estaban decididamente encaminados hacia la homosexualidad y que
esa tendencia estaba latente en ellos antes de producirse el acto de seducción.
La identificación que hace el psicoanálisis de la homosexualidad con la
carencia o la mutilación está expresada ejemplarmente en la última obra de
Freud, Esquema del psicoanálisis, donde afirma: "Si le preguntamos a un analista
cuáles han sido, de acuerdo con su experiencia, las estructuras menos accecibles
a la influencia de sus pacientes, la respuesta será: en la mujer, su deseo de tener
un pene, y en el hombre, su actitud femenina hacia su propio sexo, precondi-
ción de lo cual será necesaria la pérdida del pene."29
Una de las argumentaciones más empleadas por la psicología para determi­
nar la génesis de la homosexualidad es el de identificarla con los disturbios psi-
codinámicos producidos por padres neuróticos encuadrados en una madre sub­
yugadora y absorvente y un padre desapegado y hostil. Sin embargo estas genera­
lizaciones no logran especificar cómo varios hijos estructurados psíquicamente
bajo un mismo esquema familiar donde se dan estas condiciones, unos salen ho­
mosexuales y otros no. De la misma manera, cómo puede darse el fenómeno de
la homosexualidad en un ámbito familiar donde no se brindan estas circunstan­
cias. La teoría psicológica de la incidencia paterna sobre la homosexualidad es
cuestionada por el curioso caso de los judíos. Es sabido que las madres judías
-en términos generales-son más posesivas y dominantes que las madres de otras
culturas. Sin embargo, la incidencia de lo homosexual es menor entre los
judíos. Atribuimos esta característica del pueblo judío a la necesidad de subli­
mar la función reproductora del sexo como método de sobrevivencia de la raza
a través del tiempo. El espíritu poblacionista del pueblo judío lo induce a la
fomentación de la homofobia, llevándolo a ser el más fiel adorador de las
leyes mosaicas. "La senda ética hacia el matrimonio es la contrapartida del in­
dividualismo metafísico, corrupción de toda vida moral, liberación orgiástica;
y es respuesta al esteticista y estéril amor pederasta" (del filósofo judío Hermann
Cohén).
La deducción más razonable sobre lo expuesto es que ni la conducta subyu­
gadora y absorvente de la madre y el comportamiento desapegado y hostil del
padre conducen necesariamente a la homosexualidad ni que la carencia de estas
circunstancias impiden necesariamente el surgimiento de la homosexualidad en
algunos miembros de la familia. Anthony Storr nos dice que "en la familia donde
el padre es indiferente u hostil, el niño en desarrollo no lo admitirá ni podrá
identificarse con él. En tales casos el muchacho sentirá con frecuencia una po­
derosa atracción hacia los hombres mayores que muestran interés en él, porque
puede darle algo que necesita pero que le ha faltado en su casa."76 Además de
existir el hecho concreto de que la mayoría de los homosexuales no sienten
atracción hacia los hombre mayores sino por los de su misma edad o menores, la

159
tesis de Storr se basa únicamente en figuraciones abstractas bajo cuyos esquemas
podría sugerirse lo contrario, por ejemplo: el miedo o rechazo hacia un padre
desapegado y hostil puede extenderse más adelante -b a jo su expresión incons­
c ie n te - como un miedo o rechazo hacia todos los hombres, es decir hacia un to­
tal repudio por la homosexualidad. Esta tesis también podría ser psicológicamen­
te válida.
Al respecto pensamos que la psicología no ha fundamentado como debiera
sus teorías, ante todo por la negación de los datos filogenéticos y transculturales
que podrían estar a su alcance. Los datos en que la psicología basa sus teorías
no van más allá de lo temporal ya que pocas veces se ha dedicado a hacer un estu­
dio exaustivo de la homosexualidad en culturas anteriores a la nuestra o en otras
culturas contemporáneas. Las deducciones psicológicas sobre la homosexualidad
se basan en estudios realizados sobre homosexuales de nuestrácultura y de nuestro
tiempo, es decir de homosexuales inmersos en un ambiente sexo-negativo; y den­
tro de este ambiente sexo-negativo, la-mayoría de los estudios realizados sobre
homosexuales se fundamentaron en aquellos individuos que asisten a sus con­
sultorios, disconformes de su homosexualidad, con grandes sentimientos de cul­
pa, con una internalizada inferiorización social y con ganas de "curarse". Un ho­
mosexual asumido, relativamente conforme con su condición, jamás asistirá a
un consultorio psicoanalítico a no ser que le muevan otras motivaciones. Por lo
tanto la psicología no puede tener sino una visión parcial de la homosexualidad,
la de los homosexuales que se creen enfermos (y que tal vez lo sean por este
motivo). Isadore Rubín se pregunta: "Estamos, por ejemplo, discutiendo un pro­
blema que afecta a un puñado de hombres que son vistos en las prisiones u hos­
pitales, clínicas y en las oficinas privadas de los psiquiatras? / O estamos discu­
tiendo un tipo de conducta que envuelve a un gran porcentaje de hombres o
afecta a una cantidad desconocida a la que la mayoría de los psiquiatras nunca
tienen la ocasión de observar?"®* Cuando a Ernest van den Haag un colega le dijo
que una prueba de que la homosexualidad era una enfermedad era que todos sus
pacientes homosexuales estaban enfermos, éste respondió que así estaban sus
pacientes heterosexuales.

L A P S IC O L O G IA COM O C O M PLIC E D E L S IS T E M A

Existe la creencia generalizada que la psicología funciona como cuerpo in­


dependiente de las normas y prejuicios sociales expresados, moral o legalmente,
por la Iglesia y el Estado, es decir que los estudios y conclusiones psicológicos no
responden ni están influenciados por los conceptos más clásicos y tradicionales
a los que está sujeta nuestra cultura. Haciendo un estudio comparativo podemos
observar que la psicología no es sino una reafirmación de la moral judeocristiana
y de las leyes vigentes ya que "coincidentemente", respecto a la homosexuali­
dad, los cánones morales sostenidos por la psicología son los mismos cánones
morales que los sotenidos por la Iglesia y el Estado. Las similitudes entre psicolo­
gía, psiquiatría y religión suelen ser más reales que aparentes. Y no se trata de
que la religión le haya acordado algún tipo de concesión a la psicología y a la
psiquiatría. Si emprendemos un análisis comparativo entre la concepción re­
ligiosa de la homosexualidad y las teorías psicológicas y psiquiátricas, vere-

160
r„ os que estas últimas están, no sólo hondamente influenciadas por la moral
ludeocristiana, sino profundamente apegadas a ésta. Las diferencias fundamente-
les entre psiquiatría, psicología y religión no van más allá de los límites de una
simple terminología. Lo que en religión se denomina "abominación" o "pecado
contra natura", en psicología suele llamarse "regresión psicosexual" o "fijación
pregenital". A veces hasta en la terminología se dan la mano. La palabra
"perversión" es usada en común tanto por los religiosos como por los psicólogos.
G Siegmund, un sacerdote alemán, verdadero ejemplar del fanatismo religioso
medieval —aunque sea contemporáneo— dijo sobre A. Gide: "Gide se dio perfec­
ta cuenta que había caído en las garras de Satán; y que el demonio, con su poder
destructivo, es una terrible realidad". El mismo autor, más adelante declara:
"Cuando Freud fundó la moderna ciencia de la sexualidad (???), puso también
la piedra fundamental para la comprensión de las modernas perversiones (como
si la homosexualidad fuese un invento de nuestro siglo). Aunque Freud es una
personalidad muy discutida, sin embargo hemos de admitir que sus investiga­
ciones pertenecen a lo mejor, y casi diríamos definitivo sobre el tem a".7,4 Para­
lelamente a estas palabras citaremos la de un psiquiatra que trabajó al lado de
Freud por la década del 20: "El desplome de la moralidad sexual, cuya conse­
cuencia es el aumento de la homosexualidad, ha sido interpretada desde los tiem ­
pos de Sodoma y Gomorra como síntoma de un inminente desastre social. Decir
que el Señor destruyó a Sodoma y Gomorra no es otro modo de decir que la so­
ciedad se derrumbó porque la gente era perversa". A. Lowen, psiquiatra nortea­
mericano, ex-alumno de Wilhelm Reich, declara que "todas las formas de con­
ducta sexual desviada son enfermedades emocionales. Las personas sanas no tie­
nen ni el deseo ni la necesidad de abordar tales prácticas. Entre estas desvia­
ciones incluyo la homosexualidad. Es inhumano castigar a un enfermo en ra­
zón de su enfermedad. Esto es especialmente cierto con respecto a la homo­
sexualidad. Pero si bien esta conducta no puede considerarse legalmente ob­
jetable, tampoco puede verse como moralmente correcta. La moral y la salud
marchan juntas. La ofensa a la moral afecta la dignidad del hombre, y en este
sentido profundo, todos los tipos de enfermedad emocional son moralmente
ofensivos".58 A esto agregaremos lo de un prestigioso médico francés: "Aparte
de la erotomanía, se encuentran desórdenes mentales con aberración de los ins­
tintos. Entonces la lesbiana muestra una constitución anormal con degeneración
del sentido moral, familiar y social" (Lorand).
Con escasas variantes, Freud reprodujo el esquema judeócristiano sobre el
coito, considerándolo "sano" solamente entre el hombre y la mujer y mientras
posibilite la reproducción, y tachando de enfermo o perverso a todo aquello que
no responda a sus fines estrictamente reproductivos, más enfermo y más per­
verso cuanto más se aleje de la reproducción. De esta manera Freud llega a to ­
rr a r la relación orogenital entre el hombre y la mujer en tanto y en cuando
formen parte de los juegos sexuales tendientes al fin último de la procreación.
Al respecto sería interesante reproducir una declaraciones de David Cooper
hechas para el diario La Opinión en su edición del 5 de noviembre del 72: "En
Ja Gramática de Vivir incluyo —y esto es de importancia fundamental— un
manifiesto del orgasmo', o sea trato de mostrar cómo el orgasmo es también
Político, porque toda experiencia intensamente significativa de orgasmo de amor
sobrevive a través de la totalmente ilimitada exploración mutua de los cuerpos.

161
Intento demostrar el error total del así llamado criterio del crgasmo de Whilhelm
Reich. El afirma, primero, que el orgasmo debe ser heterosexual, mientras que,
en realidad, el orgasmo homosexual es para muchos una experiencia esencial, y
cuando hablo de homosexualidad me gustaría eliminar de este término toda la
'psicología' pseudo científica: en realidad, la homosexualidad no es una enfer­
medad y, por cierto,tampoco un problema, sólo la falta de una adecuada expe­
riencia homosexual es una problemática verdadera".
Kardiner ubica a la homosexualidad como una consecuencia de la alteración
económica que varía la relación entre las personas. Cada vez que se produce uno
de esos abruptos cambios —establece— el resultado es un aumento de la neurosis,
el crimen y la homosexualidad, a los que define como los tres engendros del de­
sequilibrio social. La necesidad de identificar la homosexualidad con otros ti­
pos de trastornos sociales a pasado a ser, para la psicología,una constante. Sin
embargo la psicología no parece haber hecho ningún estudio histórico que sol­
vente sus afirmaciones, ya que la mayoría de las civilizaciones, en su época de
esplendor, nos dan numerosas pruebas de la práctica homosexual y de su permisi­
vidad, a pesar del florecimiento y de la estabilidad económicos. Reich no le
lleva mucha distancia: "Ante todo es necesario preservar a los jóvenes de entre­
garse definitivamente a la homosexualidad, no por causas morales sino por m oti­
vos de pura economía sexual Se puede comprobar que la satisfacción sexual
media en el individuo heterosexual sano es más intensa que la del homosexual
tembién sano".64
La correlación más evidente entre la psicología y el Sistema la hallamos en
una de las teorías que darían origen a la homosexualidad, la de la identificación,
según la cual el joven sentiría hacia la madre una admiración y un apego tan in­
tensos que terminaría identificándose con ella, adquiriendo sus mismas modali­
dades y gustos. Ello se debería a un carácter fuerte, a una poderosa personalidad
por parte de la madre que atrajese hacia ella al joven de tal modo que no edifica­
se su patrón de conducta en base al carácter y personalidad del padre (ocultado)
sino al carácter y personalidad de la madre, queriendo ser o parecerse a ella. De
esta manera se invierte el objeto de su identificación.
Sin embargo, en una época en que la mujer ha concretado ciertos avances
que tienden a igualarla con el varón, el argumento de la identificación parece
tener un doble sentido, que sería el de advertirle a la mujer sobre sus conquistas.
Si ya no cumple con su clásico rol de pasividad, de sometimiento, de obediencia,
y eclipsa el rol del hombre —actividad, preponderancia, mantenimiento de la fa­
m ilia— puede hacer de su hijo un homosexual. De esta manera, el feminismo pue­
de pasar a ser, para la psicología un arma de corrupción social. La teoría de la
identificación es reemplazada, en este caso, como una llana y directa amenaza.
Hay veces en que la psicología incurre en verdaderas contradicciones. Por
un lado condena la penetración orogenital porque no conduce a la procreación,
admitiendo que esta práctica es muy común entre casi todos los homosexuales
(lo cual es cierto). Por otro lado aduce que el temor a la castración, la fantasía
de imaginar dientes o algo que pueda dañar el pene en el interior de la vagina, es
una de las causas que pueden inducir a la homosexualidad. Cuán extraño será
que un individuo que posea dicho "fantasma de castración’' introduzca su pene
en una zona del cuerpo que realmente está provista de dientes.
La teoría freudiana del narcisimo ha sido también empleada por las organi-

162
¿aciones de izquierda para impregnar al pueblo y a sus militantes de un profundo
espíritu homofóbico. El argumento elaborado es que desde el momento en que
el narcisismo puede ser una de las causas que induzcan a la homosexualidad y
que el narcisismo —el amor excesivo hacia sí mismo— es esencialmente individua
lista, una sociedad comunitaria no debe permitir jamás la presencia social de per
sonas con espíritu individualista. Por el sólo hecho de pensar que el narcisismo
puede no ser uno de los motivos que induzcan a la homosexualidad, ya que para
la misma psicología pueden existir otras causas que la originen —teorías de la
fijación, de la identificación, de la castración—, condenar a la homosexualidad en
su totalidad nos parece una lisa y llana falta de razonamiento deductivo, princi­
palmente en el mundo de hoy donde los jóvenes heterosexuales demuestran un
hondo interés por el acicalamiento de su propio cuerpo, por el cuidado con que
exaltan las condiciones estéticas de su propia figura. Al respecto, no creemos
advertir mayores manifestaciones narcisistas en los homosexuales que en los que
no los son.
El máximo exponente que intentó unificar al marxismo con la sexualidad
fue W. Reich. Fue precisamente a través de su labor como psicoanalista que pudo
verificar la ineficacia emprendida desde sus métodos clásicos. Reich comprendió
que el objetivo del psicoanálisis, el que los pacientes llevasen una vida —tanto
desde el punto de vista individual como social— más digna y satisfactoria, jamás
podría lograrse analizando a los pacientes individualmente, ya que el mal no es
individual sino social. Lo que había que cambiar no era a los individuos, uno
por uno, sino toda la sociedad. Sólo partiendo del estudio de la opresión sexual
podremos llegar a la revolución, en contraposición esta teoría a la sustentada por
algunos revolucionarios que pretenden hacer de la cuestión sexual un apéndice,
un segundo plano de la revolución. Sin embargo Reich, como tantos otros, fa­
lla en lo referente a la homosexualidad y a la interpretación de una filosofía
que es —hablando en términos excesivamente amplios— revolucionaria en el diag­
nóstico y contrarrevolucionaria en el tratamiento. De esta manera nos dice: "A
los homosexuales que afirman representar una especie sexual particular y no un
caso de desarrollo sexual defectuoso, debemos oponerles el decisivo argumento si­
guiente: todo homosexual puede dejar de serlo siguiendo un tratamiento psíqui­
co determinado; pero nunca sucede que un individuo normalmente desarrollado
se convierta en homosexual después de someterse a ese m ismotratamiento". Ello
recalca una falta absoluta de análisis, basado en una corriente orientada ideoló­
gicamente que admite acientíficamente una forma de expresión sexual y rechaza
otras.
Hoy en día resulta evidente que la burguesía ha tomado al psicoanálisis
como herramienta para contrarrestar las expresiones sexuales liberacionistas.
Ante la solicitud de una muchacha homosexual a punto de casarse con un joven
y que debía definirse por una de las dos orientaciones, la revista Siete Días,
en su número del 28 de mayo de 1968 responde así: "Abandone, por ahora, la
¡dea de casarse. Usted está enferma, afectiva y sexualmente. Ha pensado alguna
vez en el daño que le causaría a ese joven la vida marital con una mujer que no
quiere a los hombres por su inmadurez psicosexual? Lo que usted necesita con
urgencia es un tratamiento psicoterapéutico. Su problema es un ejemplo típico
de homosexualidad. Vuelva a ubicarse en la vida; si verdaderamente quiere ser
feliz no rechace mi. consejo: vea a un analista". Conviene anotar que dicha re­

163
vista es una de esas publicaciones eternamente oficialistas —máxime cuando
el gobierno de turno está personificado en una figura militar - y funciona como
fiel herramienta ideológica de la burguesía.

H O M O S E X U A L ID A D : E N F E R M E D A D ?

Ya a esta altura de las cosas este dilema nos parece un tanto resuelto, pero de
cualquier manera hemos considerado conveniente introducirlo en el contexto de
este trabajo.
En el capítulo 4 nos hemos referido a la falsedad de la conducta masculina o
femenina en el varón o maisculina o femenina en la mujer. Por lo tanto calificar
a un individuo de "enfermo", "invertido", etc., por no responder al rol social
previamente fijado para él carece de sentido, principalmente porque en psicolo­
gía no se han logrado exhibir todavía las características concretas y definidas
sobre sanidad y enfermedad, estando éstas sujetas a la subjetividad de cada espe­
cialista. Por el momento, tanto' los conceptos de salud como de enfermedad no
se han formulado en términos absolutos, por lo que resulta tremendamente di­
fícil para la psicología encuadrar la homosexualidad dentro de un tipo específi­
co de enfermedad. Tal imprecisión de lo que se entiende por enfermedad, se
extiende —inevitablemente— a la imprecisión del lenguaje psicológico para califi­
car a la homosexualidad y que va desde "perversión" e "inversión" hasta "petur-
bación en el desarrollo". A este desconocimiento de lo que se entiende por en­
fermedad se une el desconocimiento de lo que es el homosexual. English y Pear-
son sostienen que el homosexualismo es una perturbación del carácter y califica
a los homosexuales como individuos "infantiles", "sexualmente inmaduros",
"seriamente mal ajustados", "no constructivos", "personalidades incompletas",
"emocionalmenta inestables y con tendencia a depender de otros", etc., lo que
revela un ensañamiento homofóbico tal que hasta pone en tela de juicio la "esta­
bilidad emocional" de dichos autores. Incluso dentro del mismo aparato psicoana-
lítico hay especialistas que difieren de esa posición, a pesar de que también tra­
bajan en base a homosexuales que acuden a los consultorios. Desmond Curran y
Denis Parr sostuvieron que la mayoría de los casos por ellos estudiados "en ge­
neral habían triunfado en la vida y eran miembros valiosos de la sociedad, muy
lejos de la concepción popular de tales personas como viciosos, criminales, inú­
tiles o depravados. Solamente la mitad de los pacientes mostraron anormalida­
des psíquicas (...) y tales anormalidades eran explicables como reacción a las
dificultades de ser homosexuales". Renee Liddicoat, en un estudio similar, llega
a las mismas conclusiones. Dicho autor, en un análisis realizado en Africa del
Sur sobre un grupo de 50 hombres y 50 mujeres homosexuales —y un grupo pi­
loto de heterosexuales— reveló que: no existió ningún factor ambiental común
a todos los casos; el grupo no demostró ninguna tendencia hacia una personali­
dad psicopática. En algunos individuos se hallaron síntomas altamente neuró­
ticos, pero que esos síntomas también fueron hallados en algunos heterosexuales;
los resultados de las pruebas de inteligencia entre un grupo y otro fueron signi­
ficativamente más altos entre los homosexuales que entre los del grupo piloto;
la seducción no fue un factor determinante en los individuos orientados homo­

164
s e x u a lm e n t e y sus ocupaciones eran tan estables como las de los heterosexua­
les.65
Sin embargo, y a pesar de todo, la mayoría de los analistas no vacilan en de­
nominarla enfermedad no obstante ser conciernes de la vaguedad de dicho tér­
mino. En lo referente a las enfermedades mentales los conceptos parecen ser
muy imprecisos. La psiquiatría es una ciencia teórica basada en el estudio de
la conducta, ciencia que en sus inicios estaba estrechamente ligada, sino direc­
tamente fusionada, con la filosofía y la ética. Progresivamente, los psiquiatras
empezaron a considerarse científicos empíricos cuyas observaciones, teorías y
métodos experimentales no diferían de los de las ciencias naturales. Para los
estudiosos sobre los fenómenos sociales es imposible justificar esa etapa de cien­
cia empírica dado que los problemas éticos no pueden resolverse por métodos
médicos. De esta manera, el análisis de fenómenos como la homosexualidad
pasa a convertir a ésta en una enfermedad porque la heterosexualidad es la
norma social aceptada. Esto implica que el culto de la psiquiatría ha creado una
enfermedad donde la enfermedad no existe.
Al gran público parece habérsele ocultado esta disidencia que hay entre los
mismos especialistas sobre qué es enfermedad y qué sanidad. Sin embargo a ese
mismo público se le ha sostenido con absoluta seguridad y firmeza que la homo­
sexualidad está encuadrada dentro de las denominadas enfermedades mentales.
La primera gran objeción es la aceptación de los psiquiatras y psicólogos
clínicos de teorías sin pruebas. Los fundamentos de estas teorías son —las más de
las veces— "años de intensa experiencia clínica". Estos especialistas tienen todo
el derecho de proclamar teorías bajo cualquier inspiración, de lo que no tienen
derecho es de proclamar su validez. Sin embargo los analistas no consideran a sus
teorías provisorias. Lo que exponen como pruebas carecen de las condiciones
mínimas de rigor científico. Parece ser que los "años de intensa experiencia clín i­
ca" son la única medida válida en una disciplina cuyos descubrimientos se basan
en la capacidad de observación, la sensibilidad y la intuición, factores que pue­
den confirmar para siempre los prejuicios del punto de partida.
En una serie de historias experimentales realizadas al respecto, en base a los
conocidos test T .A .T ., M.A.P. y Rorschach, fue imposible sostener con precisión
cuáles habían sido hechos por homosexuales o cuáles por heterosexuales. El re­
sultado (aciertos y desaciertos) no fue superior a una elección librada al azar. En
el estudio de Little y Schneidman, un cierto número de personas normales fue­
ron descriptas como psicópatas, o colocadas en la categoría de "esquizofrenia
con tendencias homosexuales" o "sujeto esquizoide con tendencias depresivas".3
Algunos analistas, como Glover, pensaron que era incorrecto referirse a la
homosexualidad manifiesta como una neurosis. Es frecuente comprobar que
entre la homosexualidad y la psicosis no hay ninguna relación. Ciertos autores
aseguran que se trata indudablemente de una neurosis o una psicosis, debido a
que el homosexual es incapaz de enamorarse, lo cual revelaría una tremenda ca
renda verdaderamente enfermiza. Sin embargo otros observadores (Weiss) pien­
san que ello no es cierto debido a que una buena cantidad de homosexuales pare­
cen capaces de enamorarse y suelen demostrar hacia su compañero un cálido y
tierno afecto. La teoría de que la homosexualidad es una defensa contra la
Paranoia no ha sido probada concluyentemente (Socarides). Marcelo Manuel Be-
n'tez, en su artículo Mitos y creencias sobre la homosexualidad (Nueva Presen-

165
cía: 6 /7 /8 4 ), nos dice: "tanto la medicina como el psicoanálisis expresan en sus
teorías los prejuicios antieróticos que logró inculcar la Iglesia católica al
Quehacer científico. / La medicina consideró la homosexualidad como una "de­
generación biológiqa", privilegiando la heterosexualidad con fines de reproduc­
ción (el viejo principio del catolicismo) como la relación sexual "norm al". / Este
exagerado concepto ya fue refutado por Freud en Tres ensayos para una teoría
sexual, quien encuentra tres hechos capitales para negar la validez al supuesto.
Ellos son: a) que la homosexualidad se halla en personas que no muestran gra­
ves anormalidades; b) que aparece asimismo en personas cuya capacidad fun­
cional no se encuentra'perturbada, y algunas hasta se distinguen por un gran
desarrollo intelectual y elevada cultura ética (y, aparte, agrega: hay que conceder
a los defensores del 'uranismo' que algunos de los hombres más eminentes de que
tenemos noticias fueron invertidos y hasta invertidos absolutos); c) que cuando
se prescinde ante estos pacientes de la propia experiencia médica y se tiende a
abarcar un horizonte más amplio se tropieza, en dos direcciones distintas, con
hechos que impiden considerar la inversión como signo degenerativo- 1. La inver­
sión fue una manifestación frecuentísima y casi una institución, encargada de im­
portantes funciones, en los pueblos antiguos en el cénit de su civilización (ejem­
plo clarísimo fuerfcn los padres de la civilización occidental: los griegos) 2. Se la
encuentra extraordinariamente difundida en muchos pueblos salvajes y prim iti­
vos, mientras que el concepto de degeneración suele limitarse a civilizaciones
elevadas. Con todo, el psicoanálisis posterior a Freud, desde Melaine Klein hasta
Fairbert, insistió e insiste en concebir a la homosexualidad como una.enterme-
dad. Y lo hacen sin siquiera partir de una definición clara de qué es enfermedad
o qué es salud. Por su parte, el mismo Freud tuvo el cuidado de elaborar n íti­
damente su concepto de enfermedad mental, el que los psicoanalistas por sus
tenaces prejuicios o su propia patología sexual, no parecen tener presente.
Freud, en Vías de formación de síntomas que integra las Lecciones introducto­
rias a l Psicoanálisis, Parte III, dice: "...Los síntomas - y , naturalmente, no habla­
mos aquí sino de síntomas psíquicos (psicógenos) y de enfermedad psíquica—
son actos nocivos, o por lo menos inútiles, que el sujeto realiza muchas veces
contra su voluntad y experimentando sensaciones displacenteras o dolorosas. Su
daño principal deriva del esfuerzo psíquico que primero exige su ejecución y lue­
go la lucha contra ellos; esfuerzo que en una amplia formación de síntomas ago­
ta la energía psíquica del enfermo y lo incapacita para toda otra actividad...' / O
sea, enfermo es aquel cuyos síntomas le insumen un excesivo monto de energía
que, a la vez, queda restada de otras actividades, por lo cual el individuo se ve
disminuido en muchas funciones psíquicas y en el desarrollo de sus potenciali­
dades. Quien sostenga que el heterosexual es sano y el homosexual enfermo,
deberá preguntarse —siempre a través de la satisfacción de la pulsión, y no la re­
producción de la especie (como lo ha querido la Iglesia católica)—, cuál es la
función que en la homosexualidad queda disminuida o anulada, en qué sínto­
ma se malgasta energía, cuál es la sensación displaciente o doiorosa y, a su vez,
cuál es la ventaja psíquica de la heterosexualidad. Y , si esta actividad reflexiva
todavía le deja tiempo libre, deberá investigar cómo actúan en la conducta y en
las ideas científicas del terapeuta heterosexual, sus propias pulsiones homosexua­
les negadas".
La variedad de los impulsos hedonísticos en los niños ha sido considerada

166
por la psicología como "perversa". Paradógicamente, la psicología ha sido la en­
cargada de investigar —y casi diríamos descubrir— la sexualidad infantil, o sea
esa variedad de impulsos hedonísticos y la importancia que posee en los primeros
años de vida. Según esta formulación la psicología admitiría tácitamente que la
sexualidad "pervertida" es en los niños más importante que la "sexualidad nor­
mal" misma. Cabría pensar entonces que tal "perversión" se da en los indivi­
duos —en este caso los niños— que por su corta edad carecen de las internaliza-
ciones prohibitivas, del conocimiento de las manifestaciones sexuales tabuadas
por nuestra cultura. En definitiva, "perverso" es todo aquel individuo en que el
aprendizaje es todavía demasiado débil para coartar su capacidad de respuesta
ante cualquier estímulo que lo excite. Esto nos lleva a pensar que vemos las dis­
tintas expresiones de su sexualidad no desprovista de prejuicios y limitaciones
culturales, es decir desde una moral "adulta", sujeta a pautas aprendidas, increí­
blemente distantes de nuestra sexualidad primitiva. A partir de allí es fácil diag­
nosticar un tipo de respuesta sexual que no responda a las normas convenciona­
les de conducta como "enferma" o "perversa". El mismo Benitez, más adelante
agrega: ..."el tema de la identidad, y sobre todo la identidad sexual, se revierte
si pensamos que la libido ya tiene identidad desde la cuna y son el Estado y la
sociedad, a través de la educación (lo que en sociología se llama 'Proceso de
Socialización') quienes manipulan y manosean esa identidad de la libido hasta
domesticarla y organizaría según los valores represivos y prepotentes que la
comunidad o el Estado, o la Liga de la Decencia, sostienen en un determinado
momento histórico. Así cómo en el siglo X V II se compraban niños, se los defor­
maban manteniéndolos durante años en unas hormas especiales, y se los ven­
día a los nobles como enanos, el siglo X X deforma la necesidad de vida y de
placer del niño, lo introduce en la horma de la educación y lo transforma en un
neurótico. Y lo que el psicoanálisis conoce como "identidad" no es más que el
triunfo de esa deformación. Al configurar la identidad heterosexual compulsiva­
mente, el individuo se declara vencido y acata para siempre las reglas de juego
autoritario e, incluso, en esas condiciones y sólo en esas condiciones puede so­
portar tanta violencia. La identidad no es más que el modelo que la sociedad
represiva y su Estado autoritario le imponen a la persona. Y en el ‘desarrollo de
la libido' psicoanalítitio (que culmina con la sexualidad genital heterosexual,
luego de relegar a un segundo plano las llamadas 'pulsiones perversas'considera­
das infantiles), vemos la justificación de esa destrucción de la persona humana
que practica la comunidad. Pero para que esta socialización surta efecto, el indi
viduo debe permanecer ajeno a la satisfacción sexual, y principalmente a la satis­
facción de la sexualidad perseguida, esto es, la homosexualidad, el onanismo, el
exhibicionismo, etc., prácticas a las que el adolescente se halla particularmente
Propenso dado que, como asegura el informe Kinsey, el período de mayor po­
tencia sexual y capacidad de goce va precisamente desde los 14 a los 20 años".
Si hay una pauta evidente de "conducta sexual desviada" o de "enferme­
dad" en nuestra cultura,ella es la fijación compulsiva en una sola forma de con­
ducta sexual.

^ a t a m ie n t o s

Respecto a la homosexualidad y a los homosexuales, el psicoanálisis parece

167
girar sobre un eterno círculo vicioso, partiendo siempre de la base que la homo­
sexualidad representa un estado patológico. El círculo gira alrededor de determi­
nantes en que el individuo está enfermo porque es homosexual o es homosexual
porque está enfermo. La idea última sobre la homosexualidad, más literaria y ele­
gante, es que ésta es una enfermedad en sí misma. Desde el instante mismo de la
iniciación del tratamiento psicoanalítico se produce la confrontación "enferme­
dad-sanidad", es decir entre un individuo que acude con "problemas" y otro que
dice tenerlos superados, colocándose así sobre un pedestal sobrehumano donde
el muro de autoridad y supremacía entre el analista y el paciente destruye toda
posibilidad de igualdad. Y donde no hay igualdad jamás hay una comunicación
completa. El analista partirá del supuesto que el homosexual se halla enfermo y
que necesita ser curado, es decir, carece de toda noción de opresión. Aprueba
los valores imperantes en la sociedad como necesarios y normales y sin cuestio
narlos pretende que el paciente se adapte pasivamente a ellos. En base a eso;
prefijados esquemas es que comienza el tratamiento psicoanalítico de un pacien­
te homosexual que acude al consultorio en busca de orientación. Lo que el psi­
coanalista hará a partir de ese instante será recalcarle, sigilosa o abiertamente, su
homosexualidad como algo que debe ser curado, inculcándole de a poco y de
manera progresiva un profundo sentimiento de culpa. El objeto del psicoana­
lista será el de invertir la homosexualidad de su paciente, una especie de "inver­
sión de la inversión". En la mayoría de los tratados se da la siguiente disyuntiva:
o no soportan más su homosesxualidad o no soportan más a su psicoanalista. En
los casos en que ocurre esto último el paciente abandona el tratamiento antes
de que éste haya concluido. Otros son dados de baja, lo cual implica que han
abandonado sus prácticas homosexuales y que ya no sienten deseos de ellas.
Estos casos son, afortunadamente, los menos. Los terapeutas no han podido
revelar nunca éxitos totales y se han remitido a "algunos" y "aislados" casos
de pacientes que han sido curados. S. Ferenczi, uno de los más destacados
discípulos de Freud, admitió que no había sido posible curar ningún caso de
homosexualidad obsesiva. Debemos interpretar los términos homosexualidad no
obsesiva como la perteneciente a aquellos individuos que conservan internali­
zados los apremios más opresivos que pesan sobre la homosexualidad, es de­
cir la de aquellos cuya estructura moral les permite ser considerados toda­
vía pacientes "curables".
Ya antes del aluvión freudiano que copara casi totalmente la metodolo­
gía analítica respecto a este tipo de problemática, Havelock Ellis había hecho
alusiones a la imposibilidad de lograr una curación completa, aun en los ca­
sos donde el paciente mostraba una férrea voluntad para lograrlo, reproducien­
do el testimonio de uno de sus pacientes: "Era sutil como un muchacho; te­
nía la figura de un adolescente, casi nada de pechos. Concurrí a la cita en su de­
partamento y, no obstante, fui incapaz de desempeñar el papel de hombre.
La dejé, pero sin mi sentimiento habitual de repulsión. V olví a la tarde si­
guiente y el resultado satisfactorio me llenó de placer. Seguí viendo a aque­
lla muchacha, antes de partir de Malta, pero aunque me atraía, jamás gocé,
en realidad, el acto, y tan pronto como terminaba deseaba volverle I3 espalda.
Desde entonces he tenido relaciones por lo menos con una docena de mu­
chachas. Pero siempre se trata de un esfuerzo y quedo con un sentimiento de
repugnancia. He llegado a la conclusión de que las relaciones sexuales normales

168
no son para m í mas que una forma de masturbación cara y peligrosa"23. El mis­
mo Freud, en su Carta a una madre norteamericana reconoce lo aventurado de
un tratamiento en un homosexual diciendo que "Es imposible predecir los
resultados (...). En cierto número de casos tenemos éxitos, (...) en la mayoría de
los casos ello ya no es posible". Los "éxitos" son siempre relativos. El pacien­
te abandona el contacto con su médico juntamente con el tratamiento y no se
vuelve a saber de él. En estas circunstancias existen dos alternativas: o que el
individuo reinicie al tiempo de haber concluido el tratamiento sus prácticas ho­
mosexuales —como sucede con frecuencia— o que se convierta en un verdadero
autómata, haciendo alarde de su presunta heterosexualidad, disolviéndose por
dentro cada vez que ve pasar por su lado a un joven atractivo. De cualquier
manera, dentro de los calificados como "curados", en contados casos se da
que lleguen a reemplazar absolutamente sus inclinaciones homosexuales por las
heterosexuales, principalmente porque su capacidad de respuesta,ante estí­
mulos homosexuales ya está fijada y le será imposible no relacionar éstas con el
placer que sintiera en épocas anteriores. Seguramente estos individuos terapéu­
ticamente castrados no podrán sobrellevar satisfactoriamente ni sus constantes
relaciones heterosexuales ni sus eventuales relaciones homosexuales. El hecho
de que ciertos terapeutas indiquen como un hecho positivo el que un homo­
sexual aprenda a responder a estímulos emanados de su sexo opuesto no indi­
ca precisamente que dicho homosexual sienta una tendencia hacia la hetero­
sexualidad más intensa que antes de responder a esos estímulos heterosexuales.
El que un homosexual pueda tener, a partir de un momento dado, relaciones
heterosexuales, ello no implica un desplazamiento de su sexualidad, princi-
plamente —insistimos— si su placer está relacionado a estímulos homosexua­
les satisfactorios. Incluso en los casos donde el modus vivendi de un individuo
sea el común a la mayoría de los heterosexuales —aspecto que revelaría un cua­
dro aparentemente normal— puede estar produciéndose en el interior de di­
cho individuo una situación diametralmente opuesta a la manifestada. Curran y
Parr nos hablan de un individuo que durante veinte años estuvo casado, tuvo
seis hijos, y que confesó que durante todo este tiempo había logrado llegar al
orgasmo con su mujer en base a fantasías homosexuales.
El placer a través de estímulos asociados llevó a algunos terapeutas a em
prender tratamientos tales como que el paciente se masturbara en una sala a os­
curas y en el momento preciso de sentir la proximidad del orgasmo avisar al te­
rapeuta, que en ese instante prendía una pantalla donde se reflejaba la imagen
de una mujer. De ese modo se buscaba la asociación del placer provocado por el
orgasmo con la figura de la pantalla. Sin embargo, los resultados obtenidos
a través de métodos como el mencionado fueron muy escasos y relativos Parece
ser que los terapeutas nunca pudieron "convencer" a sus pacientes que el objeto
que debía despertar sus sentimientos eróticos debían ser los de su sexo opuesto
y no los homosexuales.
Los sistemas empleados para invertir la sexualidad de un homosexual pasa-
r°n por las más diversas escalas. La anterior podemos considerarla una de las
rnas leves. La técnica de emplear eméticos que provocasen náuseas o vómitos fue
una de las más usadas por varios años en los Estados Unidos y sobre todo en la
lJnión Soviética, siempre dispuesta a semejantes experimentos. A qu í el método
consistía en mostrarle al paciente figuras de hombres que lo excitasen sexual-

169
mente, incluso la fotografía de su amante. Luego se le inyectaba una droga
—preferentemente apomorfina— intramuscularmente, lo que producía arcadas y
vómitos posteriores. De esa manera el sujeto identificaba esa figura fetiche al
displacer que le producía la droga. Este tratamiento se basa en la teoría de los
reflejos condicionados surgida de las investigaciones de Pavlov sobre el proceso
de aprendizaje, denominado método conductista.
En 1970, un especialista norteamericano detectó una sección del hipotálamo
que ocupaba "menos de un centímetro cúbico de materia neural". Destruyó esa
zona del cerebro en homosexuales jóvenes a través de una serie de pequeñas des­
cargas eléctricas. El resultado fue que los jóvenes dejaron de sentirse estimu­
lados por las prácticas homosexuales. Luego fue más allá e intervino quirúrgica­
mente a otros jóvenes homosexuales, extrayéndoles el hipotálamo, similar a la
antigua práctica de la lobotomía frontal. El resultado fue el mismo. Los jóve­
nes dejaron de lado sus experiencias homosexuales y su capacidad de elaborar
fantasías se vio notablemente disminuida. Lo que ocurría con dichos trata­
mientos no era que los jóvenes sufriesen un desplazamiento de su sexualidad, es
decir un rechazo por las prácticas homosexuales y una preferencia por las
heterosexuales. Ninguno de los dos sistemas producía variantes en la orientación
sexual. Simplemente reducía su capacidad de respuesta ante cualquier estímulo
que motivase su capacidad de experimentar fantasías. Si el mismo tratamiento se
hubiese ejecutado en pacientes heterosexuales, las consecuencias habrían sido
idénticas. Aceptando incluso que la homosexualidad no fuese la conducta sexual
correcta, para estos especialistas resultaba más importante anular la capacidad de
goce y de sostener fantasías que el de mantener relaciones "desviadas". Por su­
puesto, a todo esto la maquinación del Sistema es lo suficientemente poderosa
para que los propios homosexuales se sometan voluntariamente a estos trata­
mientos y hasta los soliciten. G. Siegmund, citando a Kütemeyer, narra el si­
guiente caso: "un médico, eminente por su ciencia y su aplicación a las investi­
gaciones, fue privado del titulo del doctorado que poseía después de varias san­
ciones penales causadas por su homosexualidad. Pese a que ya andaba por los
cuarenta años, ignoraba que existiese método de readaptación para casos como el
suyo. Después de su última condena en ta cárcel, inició un tratamiento de
cambio interior con ayuda de otro médico. Efectivamente, se produjo una com­
pleta transformación. Pudo salir airoso de las provocaciones exteriores, prove­
nientes casi siempre de personas jóvenes; más aún: logró incluso revertir las ten­
taciones —como suele suceder normalmente— en sentimientos de atracción hacia
el sexo opuesto; con lo cual, superada su desviada situación afectiva, llegó a con­
traer matrimonio, y ahora es feliz. Se lé restituyen sus títulos profesionales, y se
desempeña desde hace años con gran éxito. Condición esencial para su regenera­
ción fue la decidida voluntad de librarse del vicio que lo tiranizaba, y que
reconocía como tal. En este empeño se vio decisivamente auxiliado por su viva fe
cristiana". 74

Otro tratamiento aparecido años atrás (1965) fue empleado en los desespe­
rados esfuerzos médicos para tratar de variar la orientación, también como con­
traestímulo asociado. Cualquier persona sensata advertirá en esto no un trata­
miento terapéutico sino directamente un castigo hasta tanto y cuando el pacien­
te no abandone sus prácticas homosexuales, algo parecido al método usado por

170
los antiguos que obligan a confesar mediante torturas delitos que no se come­
tieron.
La metodología del condicionamiento aversivo es totalmente contraria al
sistema empleado por los psicoanalistas/quienes se han manifestado en abierta
oposición a tales usos. La expresión de dichos tratamientos está dada en que
la homosexualidad no responde a profundos sentimientos humanos y que
puede —y debe— ser cambiada por otro tipo de respuesta. La violencia terapéuti­
ca enseña al paciente homosexual que sus sentimientos son despreciables, que su
am o r no es genuino y que su compañero es nada menos que un enemigo.
En cuanto al tratamiento hormonal, ya prácticamente se ha comprobado su
completa ineficiencia, respecto a pretender variar la orientación sexual del in­
dividuo. Con el mismo fin se han utilizado también el linoral, el stilboustrol o la
ovestina, y desde hace poco tiempo el orgasteron. Algunos especialistas británi­
cos y holandeses (Havermans, Helinga) han revelado relativos "éxitos" aplicando
el dihidro-iso-endrósteron.
George Weimberg nos relata el caso de un joven homosexual, autor de nume­
rosas obras para la televisión, aspirante a autor teatral, que había acudido al
psicoanalista no con el objeto de variar su orientación sexual sino de mejorar su
ya excelente capacidad creadora. El psicoanalista, en cambio, tomó como epi­
centro conflictivo su homosexualidad, comenzando un leve y progresivo cuestio-
namiento de ésta. El paciente, al sentir que nada menos que sus sentimientos
amorosos descansaban sobre una enfermedad, sintió que la totalidad de los obje­
tivos de su vida estaban también condicionados por pautas enfermizas, y que
por lo tanto carecían de valor. Las principales manifestaciones de su vida eran
simples resultantes de una mente corrupta. Durante los años que duró el trata­
miento no pudo escribir absolutamente nada.
Este es uno de los casos. Trasladándonos a la mayoría de los homosexuales
no resulta extraño suponer que en base a los constantes sentimientos de culpa, a
la agresión cotidiana a la que se ven sometidos, a su autorrepresión, no puedan
integrarse de lleno al medio social que los circunda con toda su capacidad, y
que por lo tanto la sociedad no puede extraer de ellos los beneficios que debería.
Un individuo mutilado por dentro jamás podrá brindarse entero, sólo dará una
parte de sí, la parte "sana".
Pretender negar o cambiar la sexualidad en diversas personas es sólo admitir
una parcialidad de las mismas que en el fondo nada soluciona. Suponer que el
problema de la homosexualidad va a resolverse haciendo que los homosexuales
trasladen su orientación hacia la heterosexualidad es lo mismo que suponer que
el problema del racismo va a resolverse haciendo blancos a los negros o que el
problema del antisemitismo va a resolverse convirtiendo en cristianos a los ju­
díos. Precisamente, uno de los slogans sostenidos por el F L H A es "la homofobia
es una forma de racismo". La problemática de la homosexualidad concluirá el
d ia en que los homosexuales sean aceptados y se los admita en un contexto
social sin prejuicios ni discriminaciones.
De hecho los homosexuales han ofrecido siempre resistencia al proceso cu­
rativo. Ya Krafft-Ebing dijo que "el homosexual que acude voluntariamente al
médico no indica, ni mucho menos que, con esa acción, tenga el deseo —cons­
ciente o inconsciente— de piovocar el cambio de su estado". Algunos, como
él, admiten que la mayoría de los casos de homosexualidad adulta son incura­

171
bles, recomendando una disminución de "la fuerza del impulso sexual" y "un
enérgico método pedagógico". Otros, más optimistas, opinan que son cura­
bles los casos de "homosexuales no feminizados, que en la relación sexual asu­
men el rol activo, que conservan todavía rasgos característicos de conducta hete­
rosexual".

LA E X P E R IE N C IA A N A L I T I C A DE U N H O M O S E X U A L

En 1972 apareció en Buenos Aires uno de los libros más vendidos ese año,
i atando el tema de la homosexualidad. No solamente por lo representativo de
dicho libro —en lo que a la óptica heterosexualista se refiere— sino también por el
éxito que tuvo, orientando a un sector de la población a tener una imagen ya
tiadicionalmente distorcionada del homosexual —pero inmerso en el marco de
la circunstancia real—, es que consideramos conveniente darle un lugar de ex­
cepción en este capítulo. Se trata de Diario de un homosexual, de Giacomo
Dacquino. El nombrado es un psicoanalista pero en realidad el texto es un verda­
dero diario escrito por un homosexual, relatando desde los inicios hasta el final
su proceso de "curación". Dacquino es al parecer el analista que lo trató y ya
desde su Introducción revela su posición ortodoxa: "Interferencias internas o
externas en el normal desarrollo psicosexual pueden interrumpir el proceso de
maduración y hacer que los instintos pregenitales parciales, ligados a funciones
fisiológicas, no se integran armónicamente a una sexualidad genital madura y que
regresan a una fase anterior del desarrollo para permanecer, aún en la edad adul­
ta, en su forma originaria, alejada de la finalidad de procreación". Dacquino
busca con ello identificar este caso de homosexualidad con el grueso de los ho­
mosexuales. El contexto general de la obra deja la impresión al lector que la to ­
talidad de los individuos que profesan este tipo de amor son seres que viven su
sexualidad a través de un intenso estado culposo, extraviados en el delirio de su
soledad. Cualquiera que conozca algo del ambiente donde el homosexual se de­
sarrolla puede observar el carácter excepcional de este caso —y de estos casos,
que son los que precisamente acuden a los consultorios en busca de ayuda,
guiados por su desesperación—. Una sola frase —quizá la más esclarecedora y
siniestra de la obra— revela el tipo de relaciones mantenidas por este homo­
sexual, no alejadas de todo sentimiento, pero sí delimitadas por la imposibi­
lidad de consagrarse a un amor amplio y profundo: "M e excita todavía el re­
cuerdo de aquel muchacho que le gustaba que lo besara en la boca". Porque es
a través de esas tremendas carencias que el protagonista vive sus relaciones, su-
sumergidas únicamente en la fugacidad de su automóvil o en la butaca de un
cine, totalmente bloqueado como para indagar en búsquedas que rebalsen lo
efímero. Y es así como el sentido de la posibilidad de una pareja o siquiera de
una amistad perdurable —algo que casi todos los homosexuales experimentan
alguna vez en su vida— no parecen existir para él.
La problemática de la perpetuidad y de la muerte ocasionan verdaderos es­
tragos en su perspectiva de la temporalidad y de la creación (ver en este mis­
mo capítulo el miedo a la muerte) como si el amor no fuese creativo en sí mis­
mo y necesitase materializarse en la figura de la descendencia. El hijo como he­
rramienta d* js o para acompañar la madurez, como emergencia que pretende

1 2
negar a la muerte: ..."a medida que crecía, alejaba cada vez más la edad de la
vejez, tal vez porque mi única razón para vivir estaba en el miedo a la muerte.
¿Pero cuando los años pasan, que sucede? Al fin no sucede nada. Pienso en mi fu­
turo absurdo. Envejezco. Mi Dios! Envejezco y voy a terminar solo, como un le­
chuzón. No transmito la vida, no prolongo mi vida en un hijo". La culpa trans­
mitida generacionalmente a través del sentido de eternidad, genera una imagen
del individuo que obviamente excede sus propios límites, cuando lo único ver­
daderamente eterno es la mutación constante, la metamorfosis de los elementos
mentales y materiales que figuran muy por encima de las fantasías que el hombre
hace sobre lo imperecedero. "Envejecer significa morir —prosigue-, y morir
significa, para quien rebalsa de sentimientos de culpa, encontrarse frente al peor
de los castigos. Mi juego de eterno muchacho intenta alejar a la muerte". V íc ­
tima de esos fantasmas generacionales, el protagonista exige de su culpa un pro­
fundo autocastigo, convirtiéndose de este modo, en el espectro que pretende eva­
dir. El miedo juega, entonces, su carta fundamental. El horror que el indivi­
duo siente hacia su propia temporalidad exige ser aplacado mediante imáge­
nes de sobrevivencia post mortem, principal recurso de las religiones. Los hijos
pueden bien significar esa especie de reencarnación dado que no siempre las ar­
gumentaciones teológicas convencen demasiado / ..."las palabras infinito y eter­
nidad espantan esta mente mía, determinada por un punto de partida y uno de
llegada, por un principio y un fin".
La presión de la cultura para hacer del individuo lo que ella quiere que sea,
otorgándole pautas que lo irán despersonificando gradualmente hasta hacerlo
caer en el marco de las conveniencias sociales dirigidas por la Iglesia y el Estado,
fieles representantes de la clase dominante, resulta esencial para el logro de sus
objetivos. El término más frecuente empleado para reconocer a aquella persona
que ha sabido "ubicarse en el marco de la comunidad” es normalidad. Todo
aquello que devenga en detrimento de sus intereses es tachado de patológico, en­
fermizo, pervertido, imponiendo de esa manera el límite que no debe transpo­
nerse. "Sin embargo me sentía feliz y no sé qué daría por reconquistar aquella
situación. Una persona normal que quiere a otra persona normal en el marco
de una relación norrrtal, recibe con su amor una reafirmación de su propia perso­
nalidad, cosa que yo sentí en aquellos lejanos días", nos dice el autor evocando
una lejana relación heterosexual. Esa "reafirmación" es como el carnet de con­
ductor que el Sistema otorga al individuo para dejarlo circular tranquilo, es el
precio que todo hombre y toda mujer deben pagar para ser admitidos como
seres "normales" en el seno de la sociedad. La "personalidad" se trastoca clan­
destinamente en des-personalidad sin que el mismo sujeto se aperciba de ello.
Más adelante, el autor ratifica ese mismo concepto: ..."mientras regresaba com­
prendí que mi deseo es el de tener una vida normal, un amor tranquilo, hijos y
querer todo. Es lo que todo hombre normal consigue".
La influencia del sistema patriarcal dado a través de la sublimación de la
nasculinidad y de la actividad fálica es uno de los sentimientos más profundos
c|ados a todos los individuos en el contexto social actual en el que se desarro­
pan. No ser "hom bre" implica un rebajamiento, una inferiorización que se trans­
ie re emocionalmente hacia una autosubestimación. El varón que no tiene re­
laciones con una mujer sino con otro varón siente que su masculinidad declina
V que sólo una mujer podrá volver a elevarlo para ubicarlo en el nivel de los de­

173
más varones. El sentido de ser un "verdadero macho" adquiere una valorización
fundamental, sin la cual no podrá enfrentar a nadie dado que su condición
figura entre los estratos más bajos ..."soy incapaz de hacer el amor con una
mujer ...no soy capaz de hacer lo que se pretende de un macho (ni siquiera ten­
go el impulso inicial) ...soy un tipo que no llega a satisfacer a una mujer. La úni­
ca solución es la de castrarme, tratar de vivir como si no tuviera sexo, sin esperar
nada; eliminar la sexualidad de mi vida". Entre los últimos recursos para evitar
los contactos homosexuales figur<a, entonces, el renunciamiento, el celibato total,
ejemplar expresión de una autocondena por no poder funcionar como la "nor­
malidad" del sistema imperante se lo exige. El deseo de mutilación corporal es
un claro reflejo de la mutilación interna, porque resulta evidente que psíquica­
mente ya está castrado. Incluso en la aceptación de la relación homosexual el
protagonista cuida su masculinidad fervorosamente, precisamente porque es el
último bastión que le queda para enfrentarse de igual a igual con los demás hom­
bres, extensivamente con la concepción social de la virilidad y la hombría.
"Vuelve mi gran miedo de ser pasivo a causa de mi parte de mujer que toma la
delantera. Que sea un macho desviado... vaya y pase; pero si tuviera que recono­
cerme como media mujer, me desagradaría y me molestaría mucho. Siempre
tuve miedo de ser un afeminado".
La familia —como en todas las cosas—resulta ser el semillero de donde sur­
gen los trastornos primarios que moldearán la conducta del individuo para
toda su vida. El homosexual que aquí tratamos resulta ser un fiel expositor de
las paptas patriarcales en vigencia, reafirmando la necesidad de una fuerte
autoridad masculina ejercida a través del padre y de una tierna influencia mater­
nal que suavice la egemonía masculina en el seno de la familia. "U n hijo varón
necesita identificarse con el modelo paterno y formar su incipiente virilidad
sobre la del padre, con la ayuda desinteresada y serena de la madre". Es preci­
samente esa sobrecarga del mandato paterno el que provoca primero el aprendi­
zaje de sometimiento —enseñado para obedecer— y el segundo la identificación
y posterior imitación del comportamiento del padre —enseñado para mandar—,
produciéndose de este modo la dicotomía interna opresor-oprimido que será
internalizada y aceptada incondicionalmente/ al punto de pasar por natural y que
trasuntará luego en los estratos sociales donde el individuo se ubicará —o será
ubicado—. Dicho sistema de dominación no sólo obtendrá como resultado la
explotación sino sus gritos de auxilio: el alcoholismo, la violencia, la delincuen­
cia juvenil, etc. Entre los etcéteras figuran también individuos como el aquí ana­
lizado; más allá de la homosexualidad en sí, su carácter de marginado social se
da a través del miedo, de la culpa, de la autocensura, de la despersonificación,
elementos encontrados también en muchos heterosexuales. El efecto de horror
o de escándalo que la sociedad siente ante estas visiones es común: la sociedad
siempre se ha asustado de los monstruos que ella misma produce, observándolos
como algo ajenos a sí misma, señalando con su dedo acusatorio su propia imagen
como reproducida en un espejo deforme, reflejo de lo que verdaderamente es en
su interior.

En páginas avanzadas del diario, el protagonista ha conocido a una mujer


a la que denomina X. Ello asienta ej esquema que el autor sostuviera con anterio­
ridad respecto a la "reafirmación". ..."N o la quiero solamente por lo que ella es

174
sino también por lo que soy yo cuando estoy con ella". Esta circunstancia co­
mienza a afirmarlo como "hom bre" según el modelamiento social, y significa las
primeras etapas de la "curación", donde el paralelismo entre la homosexualidad
y la heterosexualidad empieza a resultar evidente, jugando la primera el papel de
satisfacción sexual y la segunda el de satisfacción anímica. Su lento y solapado
trajinar hacia "el otro campo" lo va convirtiendo, como es previsible, en un
degradador de sus propias tendencias, en un antihomosexual. Como prece­
dente de este sentimiento contra su propia orientación figuran estas palabras:
"Tengo miedo de mi maldad. El afecto puro y genuino por los muchachitos es
un pretexto. Lo que quiero es descubrirlos, espiarlos, molestarlos, como mi
madre hizo conmigo, con las consecuencias de haber aumentado mi angustia. La
agresividad hacia mi madre se nota en mi sadismo inconsciente con los mucha­
chitos. Un sadismo con apariencias de gran amor; una poesía en teoría sublime
pero que en la práctica se convierte en prosa vulgar... una amistad que, manteni­
da como tal, no tiene contenido y se debe quemar en experiencias". Esa auto-
subestimación y repudio de sí mismo es solidificada pocos renglones más abajo:
"Estoy vacío, incapaz de sentir placer o dolor. Cualquier noticia me deja indife­
rente, sea lo que sea. Es la muerte síquica". De esta manera, totalmente atrofia­
do, aparentemente insensibilizado, observando su realidad desde el aspecto más
oscuro, viviendo entre culpas y entre las sombras de su desesperación, imposi­
bilitado de superarse como homosexual en cuanto tal y deambulando en el la­
berinto de su propios fantasmas, emite juicios con absoluta frialdad y clarivi­
dencia, descubriendo un mundo de homosexuales que desconoce, indagando en
sus sentimientos, sentimientos que en ningún momento fue capaz de concebir,
trasladando a ese ambiente sus propias culpas y limitaciones, analizando una si­
tuación partiendo de los efectos sin indagar en las causas: "no existen homose­
xuales contentos. El amor entre ellos es un amor de niños. Aunque en teoría
hablen de sublimidades, son figuraciones fantásticas porque en la práctica este
amor se concreta sobre un plano de compraventa, celos, extorsiones y fugas.
Situaciones en las que cada palabra es una clave; complicidad secreta, en som­
bras, en la mezquindad elevada a la categoría de vida; relaciones continuamente
estristecidas por el miedo, deteriorada por los sentimientos de culpa; sufrimien­
tos sin el consuelo de la normalidad, desperdiciados como el esperma en la para­
doja de los cines. Cualquiera sea su relación, es una paradoja sexual, trágica­
mente imposible porque el homosexual permanece siempre solo; es la vengan­
za de la sociedad y el destino".
Contrariamente, en otra parte del texto admite la posibilidad de vivir
una relación continua y feliz, pero rotundamente autonegada, como si esa posi­
bilidad no pudiese existir para él: "L o quiero mucho, aunque tengo miedo que el
camino con Beppe me lleve a ser un homosexual contento". Es que de alguna
manera el protagonista de este diario se sabe una excepción dentro del grueso de
la comunidad homosexual italiana, comunidad que poco tiempo después
construirá la organización homofílica más asentada del mundo (ver cap. 13).
Colin Wilson, en una parte de su ensayo titulado La comunidad homosexual, se
acerca algo a la realidad: "Los homosexuales pueden ser divididos en tres clases.
Existe el 'lobo estepario' homosexual, que acaso perciba que su desviación
es una 'enfermedad' que ha de guardar celosamente secreta, y que se juzga a sí

175
mismo como un 'intruso'. Pero la mayoría de los homosexuales pueden clasi­
ficarse en las otras dos categorías; la de los 'casados' (esto es. la vida en común,
más o menos estable, de dos homosexuales) y la de los'casuales'". (4) De esta
manera, el autor de Diario de un homosexual se reconoce un marginado dentro
de los marginados, integrado en una circunstancia hiperlimitativa que hará de
sus bloqueos un estilo de vida. "Incluso en mi homosexualidad soy un medio­
cre; si no lo fuera, hubiera encontrado alguien de mi edad con quien tener una
relación fija y poder enamorarme (pero esto me da miedo)". A quí vemos con
claridad que la problemática fundamental no es la homosexualidad en sí sino su
modo de sentirla. La misma situación traumática podría darse en un hetero­
sexual cuya afectividad estuviese orientada hacia las muchachas púberes o las
adolescentes.
La figuración que el lector siente a lo largo del libro es que se trata de una
lucha frontal entre el tratamiento y la orientación sexual del paciente, como si
fuesen el bien y el mal, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, lucha en la
que una de las dos polarizaciones saldrá vencedora, destruyendo a la otra. Y
—subjetivamente— las cosas se dan realmente de esta manera; así lo anuncia
ei tratado en una de sus etapas derrotistas: "Es inútil que juegue al paciente que
quiere curarse". "Curarse" implica no sólo abandonar las prácticas homosexuales
sino su orientación homosexual; implica también la preferencia por las prácticas
heterosexuales, dado que la tendencia del tratamiento no está dirigida hacia la
maduración de su propia homosexualidad, hacia una aceptación que lo lleve a un
evolucionado trato homosexual, sino hacia un reemplazo radical de su sexuali­
dad. La posibilidad de concebir una homosexualidad no traumática no parece
existir ni para el psicoanalista ni para el paciente. El lento y progresivo transcur­
so hacia la heterosexualidad no está fundado en una abierta y espontánea pre­
ferencia por las actividades con su sexo opuesto sino mas bien en una represión
de la homosexualidad. La distancia con el mundo de la normalidad se va achican­
do y eso provoca un afianzamiento de su carácter. El esclavo lleva la cabeza
gacha, el amo la cabeza erguida. De oprimido se va convirtiendo en opresor; de
homosexual en heterosexual: "Estoy adquiriendo sentido de la dignidad, me
aparto de a poco de mi pasado de animal enfermo..." (...) "ahora estoy convenci­
do. Ningún individuo se completa con su mismo sexo". "La familia realiza y
completa al hombre y lo ayuda a valorizar su propia personalidad". "Antes go­
zaba hablando de mi homosexualidad; hoy quisiera alejarla de m í y no volver a
recordarla nunca". En la etapa final del tratamiento, su supuesto trastocamiento
hacia la heterosexualidad lo lleva a sostener —por supuesto— exactamente los
mismos principios, el mismo lenguaje y el mismo razonamiento comprensivista,
compasivo y de lastimosa calidez, que los heterosexuales: "Mi homosexualidad
fue el resultado de dificultades que tuve durante el desarrollo; no es un crimen
ni un vicio, pero sí una enfermedad, un recurso contra natura".

C R O N O L O G IA DE LA REPR ESIO N

Históricamente contamos con indicios de represión antihomosexual anterio­


res al surgimiento de la civilización judeocristiana, como las leyes zoroástricas,
por ejemplo. Pero sólo a partir de ésta la persecución se convierte en un iuego

176
sistemático e inobjetable. En los primeros tiempos y durante todo elperíodo de
la Edad Medidla homosexualidad es considerada como una expresión demoníaca
y tratada a través de brutales procedimientos exorcistas llevados a cabo por la
Iglesia. Luego del período renacentista la homosexualidad pasa a ser considerada
una de las peores exteriorizaciones de la corrupción moral, de la depravación, del
hartazgo sexual, y la forma de redimirla es con la prisión, el escándalo y la censu­
ra pública. Hace unos cien años aproximadamente, neurólogos como Krafft-Ebing
y sus contemporáneos la consideran una deformación de tipo hereditario, so­
brevenida de un dudoso antepasado, y la convierten en una enfermedad frente
a la cual "ya no hay nada que hacer". Algunos hasta llegan a plantear la "libera­
ción" del homosexual esgrimiendo estos argumentos, sosteniendo que desde el
instante en que el homosexual no es responsable de su condición no se lo puede
condenar. Hace unos cuarenta años, el auge de la endocrinología arrasó con
todas las teorías anteriores y el tratamiento para desterrar la homosexualidad de
algunos individuos se hizo en base a inoculación hormonal. Hoy en día, la
psiquiatría —y, más allá, el psicoanálisis— ha surgido por encima de las demás
formas y dicho método es sostenido y practicado por la mayoría de los especia­
listas, según los cuales la homosexualidad es un producto de una deficiente for­
mación infantil, revelando su origen y evolución en diferentes conflictos psico-
dinámicos. Estos especialistas pueden diferir en las particularidades conflictivas
que originan la homosexualidad, pero casi todos coinciden en que ésta debe ser
curada. El pensamiento pseudocientífico de la psiquiatría y la psicología no hi­
cieron sino transformar la intolerancia bárbara en una intolerancia civilizada. La
psicoterapia reaccionaria denunciará al perverso que no quiere curarse, la liberal
compadecerá al que no puede asumirse. Como vemos, desde el primitivismo cris­
tiano hasta nuestros días no se ha avanzado mucho al respecto. La metodología
cambia, el fondo persiste. La misma violencia de siempre, ahora ejercida bajo la
forma de un moderno tratamiento psicológico.
Cabe destacar, sin embargo, que algunas corrientes psicológicas modernas
han revisto esta posición partiendo, por supuesto, de un cuestionamiento global
de la psicología tradicional.. Las más simplistas parten del mismo Freud, que en
su Carta a una madre norteamericana dice que "la homosexualidad no es una en­
fermedad, sino una variante de la conducta sexual", hasta lasque niegan la base
edípica como génesis de conflicto.

177
C A P IT U L O X

L A H O M O S E X U A L ID A D F E M E N IN A

Ven en m i ayuda también ahora y libérame de m i


penoso cuidado, y cuanto m i alma desea realizar, rea­
lízalo: tú misma combate conmigo.
SAFO

LA L E S B IA N A Y EL CONTEXTO CULTURAL M A S C U L IN O

Los conceptos que generalmente se tienen de la relación homosexual feme­


nina y de la masculina parecen estar en esta sociedad —y diversos datos nos re­
velan que lo mismo sucedía en otras sociedades anteriores a la nuestra— bastante
distanciados. No es extraño observar que las mujeres pueden tener una mayor
intimidad física —andar del brazo por la calle, besarse, vivir juntas— sin que
eso despierte recelo o sospechas. Lo contrario parece suceder con la manifesta­
ción de diversos contactos físicos entre varones, en el que el más leve roce
puede ser severamente censurado. La amistad entre mujeres adquiere caracte­
rísticas completamente distintas a la amistad entre varones. Incluso en el am­
biente familiar observamos lo infrecuente de una expresión de cariño como un
beso o una caricia entre hijo y padre, fenómeno que no se observa entre hija y
madre. A dos varones que se les ocurriese expresar su afectividad en el mismo
grado que dos mujeres, podría caer sobre ellos la represión del aparato legal o
de la censura cotidiana. En todo el Antiguo y Nuevo Testamento no hay alusio­
nes condenatorias respecto a la relación entre mujeres. Esto no se debe a una ac­
titud permisiva de la sociedad, y mucho menos de la religión, sobre este aspecto
de la homosexualidad, sino a una total negación de la sexualidad femenina. Para
los hombres, la sexualidad femenina es algo que recién comienza a existir. La
sexualidad de la mujer ha estado hasta tal punto negada que antiguamente —y
aun hoy— resultaba más censurada la relación extramatrimonial —es decir,
donde se tocan los intereses del varón, dueño de la mujer— y prematrimonial

179
que Ja propia relación entre mujeres. Clara Thompson atribuye esta "permisi­
vidad" del contacto sexual femenino a una razón de profundo origen bioló­
gico, debido a que en dicho contacto no se evidencia satisfacción sexual como
ocurre con el varón, (* ) aduciendo también otros motivos. Edmund Bergler la
atribuye a que la homosexualidad femenina está mirada desde una óptica predo­
minantemente masculina y que por lo general es considerada irónicamente "un
juego de niñas". Anteriormente, hombres como el Marqués de Sade confirma­
ron dicha versión: "Aunque mucho antes todavía que la inmortal Safo, y
después de ella no haya habido ni un solo rincón del universo, ni una sola ciudad
que no nos haya mostrado mujeres con ese gusto, y aunque con pruebas de tal
peso sería mucho más sensato acusar a la naturaleza de extravagancia, que a esas
mujeres de crímenes contra natura." Incluso un homofóbico obsesivo como
Brantóme parece de algún modo justificarla: "Leíamos una vez M. de Gua y yo
un libro italiano titulado De la Belleza, compuesto en diálogo por un señor A n ­
gelo Fioronzolle, florentino, y dimos con un pasaje donde decía que Júpiter hizo
y creó hembras de dos clases: las unas que se dieron a amar a los hombres y las
otras a la belleza de ellas mismas; pero algunas pura y sanamente, género del
que se han visto ejemplos en nuestros días, y cita el autor a la muy ilustre Mar­
garita de Austria, que amó a la bella Laodomia Fortenguerre". Para Bergler la
represión se agota enfáticamente en la persecución de la homosexualidad mas­
culina.
Autores como M Querlin dicen que "Las varias investigaciones que se han
hecho sobre la adolescencia confirman que la homosexualidad está más extendi­
da entre las mujeres que entre los hombres. Las experiencias lésbicas son mucho
más comunes que las pederastas" (M. Q.: Mujeres sin hombres), sin que la auto­
ra nombre de dónde ha extraído los datos de esas "varias investigaciones" que
puedan verificar lo antedicho. W.Churchill —al igual que Kinsey— cree precisa­
mente lo contrario. Este autor dice que remitiéndose al estudio de los mamíferos
inferiores, de las sociedades antiguas y de los actuales grupos primitivos, así
como de la sociedad cristiana y occidental en que vivimos, la cantidad de indi­
viduos que contraen, tanto asidua como infrecuentemente, contactos de tipo
homosexual es considerablemente superior entre los hombres. (14) Dado que la
sexualidad de la mujer ha sido orientada a satisfacer la del hombre a través de
una intensa —y no por esto menos sutil— enseñanza que arranca desde la misma
infancia, somos proclives a arrimarnos a esta última creencia.

En el contexto social de nuestra cultura las diferencias entre las apreciacio­


nes de la homosexualidad masculina y femenina poseen diferentes connotacio­
nes debido a la valorización o desvalorización de roles y de las pautas de con­
ducta. De esta manera, el muchacho afeminado pasa automáticamente a ser con­
siderado un ser inferior, es decir poseedor de atributos femeninos, que lo
convierten en un "marica", en un débil, en un cobarde, en un mimado depen­

( * ) Suponemos que se refiere a la erección del pene; de cualquier m anera, este co n­


cepto de Thom pson no es claro, sobre to do al no especificar qué entiende por "satisfac­
ción sexual". Si por ello considera a factores com o el orgasmo o la excitación, el significa­
do no nos resulta correcto. (N del A ).

180
diente (* ) En cambio la mujer que asume el rol clásico de su sexo opuesto puede
r a convertirse en lo que usualmente se denomina "marimacho", calificativo
que a la par que la desacredita como mujer, puede a veces ubicarla en el terreno
de la fuerza, del valor, de la competencia, etc., o sea "hacerla ascender" en el
campo de las actividades masculinas. Al respecto Brantóme dice que "mejor es
que la mujer se de a la libidinosa afección de hacer el macho, que el hombre a
afeminarse; tan poco valiente y noble se muestra. La mujer pues, según esto, que
hace de macho puede tener la reputación de ser mas valerosa, como algunas que
he conocido, así de cuerpo como de alma." (4)
El concepto social de la lesbiana se extiende por un amplio campo de varia­
ciones y matices hasta culminar en cada uno de los extremos. Estos serían el de
la mencionada "marimacho", toda un varón a través de sus diversas caracterolo­
gías, estigmatizada en la obsesiva persecución de muchachitas y el de la solterona
enclaustrada en la oscuridad y en el tedio de su cuarto, observando la vida a tra­
vés del cortinaje de su ventana. La una como resultante de una voracidad donde
los hombres no conforman, la otra como resultado de una carencia donde los
hombres no se acercan y es necesario hallar un sustituto con alguna compañera
de desgracia. Entre ambas transita la mujer hipersensual donde los hombres no
alcanzan para satisfacer su voluptuosidad.
Krafft-Ebing no le deja a la mujer que escapa al modelo tradicional mucho
margen de acción: "Es indudable que la vida amorosa y sexual de una mujer pre­
senta un carácter anormal cuando ésta no considera al hombre como el objeto
sexual más apropiado; en tales casos, es lógico también que fracase cualquier me­
dida tendiente a corregir esta forma anormal de sentir. Inversamente, puede
ocultarse también bajo la máscara de la hipersexualidad, en una mujer que se
relacione sexualmente con muchos hombres, una homosexualidad asimismo de
tipo inconsciente. Esta mujer busca siempre de forma compulsiva la satisfacción
en el acto sexual, cerrándose el camino hacia la felicidad en el amor. Por consi­
guiente, cuando observemos a mujeres con tendencias perversas o síntomas de
f'i oequ .ibrio sexual, es aconsejable pensar siempre en la posibilidad de la homo-
sexuaudad, sobre todo en aquellos casos en que mujeres atractivas física y espi-
rituaimente, rechacen toda relación con el sexo opuesto, como queriendo huir
de la sexualidad." (K. E.; Las psicopatías sexuales). Lo cual nos lleva a pensar
que toda mujer que no se entrega resignadamente a un marido o que sus senti­
mientos admitan a varios hombres como objeto de su deseo, debe ser poco me­
nos que acusada de homosexual. Paradójicamente, esta misma acusación no pare­
ce correr —para Krafft-Ebing— para los miembros del sexo masculino.
La relación entre dos mujeres se da diferentemente, no sólo de la relación
heterosexual sino de la homosexual entre varones. Las caricias, los besos, la con­
templación, las palabras de amor, parecen ser para ellas más importantes que el
placer sexual en sí. En la relación entre varones, la tenericia de un falo y de un
orificio a la vez predispone para el coito, no ocurriendo así entre las lesbianas.
En ellas, la necesidad en asumir uno de los roles no existe, y por lo tanto no
existe la lucha que establece "la victoria o la derrota"; el amor pasa a convertir­

( * ) Despreciar a un hom bre porque "se parece a una rr]ujer" denota claramente el p ro ­
fu nd o desprecio que se siente p o r la m ujer, (N del A .)

181
se en un sentimiento de complicidad, donde la reciprocidad y la dualidad pue­
den ser completas; el antagonismo sujeto-objeto se disuelve.
Los mitos culturales, no sólo respecto al lesbianismo sino a la homosexua­
lidad en su conjunto, han convertido, por ejemplo, a la poetisa Safo en una desen­
frenada cortesana para hacer de su figura algo más digerible en concordancia con
las normas morales y los prejuicios del judeocristianismo. La extensa mitología
heterosexual que rodea al tema pone realmente a prueba el poder imaginativo de
sus interesados, como el de Brantóme,quien dijo que "Safo de Lesbos fue gran
maestra en este oficio (la práctica homosexual entre mujeres) y aún que ella lo
inventó, y luego la siguieron las lesbianas, y así dura hasta hoy". (4) No son po­
cos los hombres que han tratado sobre la homosexualidad femenina, exigiendo
de sí mismos afirmaciones de absoluta autoridad (Capriot, Deutsch, Van Hentig,
Klimmer, Hirschfeld, Granoff, Perrier) que van desde los estilos acusatorios, has­
ta los contemplativos, tolerantes y permisivos. Brúel hasta llega a hablar de una
homosexualidad fisiológica "normal" en la mujer. Para los que ven en Safo
únicamente una gran poetisa les queda el reservado pero falaz argumento que no
se trataba en realidad de una lesbiana, en el sentido estricto de la palabra, sino
de una mujer cuya "pasión lírica y gran sensualidad", desvirtuó la imagen que
posteriormente se le atribuyó.
La historiografía heterosexual —y masculina— ha atribuido a la lesbiana
diversos caracteres específicos, como lo ocurrido con la homosexualidad mas­
culina. De hecho, las lesbianas poseen tanta amplitud de variaciones como las
mujeres heterosexuales. Las encontramos en todas las clases sociales, todas
las ramas políticas, en todos los grupos étnicos y raciales, en todos los nive­
les educacionales, en todas las congregaciones religiosas, etc., a tal punto que es
imposible ubicarlas dentro de cualquier esquematismo. Como hasta el momento
han sido los hombres los ocupados en redactar la historia, son ellos los encarga­
dos de brindar una única versión de la sexualidad femenina, encuadrándola
—por supuesto— en sus funciones biológicas de buenas madres y mejores esposas.
Una conocida publicación porteña nos relata el testimonio de una lesbiana nor­
teamericana; "Sólo sé que siempre he rechazado la idea de convertirme en un
ama de casa y de perder mi individualidad... Y si alguna vez he compadecido
a las lesbianas, he compadecido y compadezco mucho más a las desgraciadas
que, casándose, se convierten en propiedad privada de un hombre. A las que se
ven obligadas a sonreír (con o sin ganas) como si su existencia no fuese más
que una propaganda de dentríficos. A las que integran ese escuadrón de
sirvientas que por un plato de comida tienen que someterse a las exigencias
sexuales de un hombre que tal vez han dejado de amar, a los dolores de un
parto que muchas veces no desean y, por sobre todas las cosas, a las que se
ven obligadas a renunciar a sus propias ambiciones y aspiraciones".
La fisonomía de la mujer homosexual ha sido estudiada solamente
desde una óptica masculina. Los ensayos psicológicos, psiquiátricos, socio­
lógicos y antropológicos confirman lo antedicho. Luciano llamaba a las les­
bianas tríbadas, vocablo derivado del griego que significa fricare, (fregar,
frotar), y tríbadas se llamaban las que hacían la fricare/a, es decir el "mano­
seo" o roces entre mujeres. Juvenal se refiere a las lesbianas diciendo "fric-
tum Grissantis adorat" al hablar de una mujer a la que le gustaba la fricarela
de una Grisante. Luciano emprende abiertamente su defensa del amor lésbico

182
al exclamar: "Vamos, hombres de un siglo nuevo, legislador de voluptuosidades
desconocidas, puesto que abres rutas nuevas a la lubricidad de los hombres,
acuerda pues a las mujeres una igual licencia. Que ellas se unan entre ellas como
los hombres; que provista de un simulacro masculino, monstruoso enigma de
la esterilidad, una mujer se acueste con otra mujer (...) Que esa palabra que gol­
pea raramente nuestros oidos y que tengo vergüenza de pronunciar, que la ob-
cenidad de nuestras tríbadas triunfe sin pudor!" (4)
Del Martin y Phyllis Lyon, citando los estudios de Eberard y Phyllis Kron-
hausen, nos dicen que estos autores, al realiza sus investigaciones "encontra­
ron para su sorpresa que la mayor parte de la pornografía lesbiana es creada
por hombres para audiencias masculinas" (56). Esto puede deberse a que en
las mujeres, el sentido de la vista (el ver) no resulta un estímulo privilegiado para
el erotismo. Como dijimos más arriba, es más importante una caricia, un tono
de voz, una palabra de cariño o el ser observada admirativamente. Por eso,
las mujeres en general, no consumen ni se excitan con la pornografía. Es frecuen­
te observar en las revistas pornográficas, dirigidas por hombres para los hombres
—lo que ocurre en el 100% de los casos— que los juegos sexuales entre mujeres
no tienen como fin el goce entre ellas sino simplemente el de "amenizar" el con­
tacto último con el varón. Una mujer desnuda representa un elemento seductor
para el varón; una relación de dos mujeres puede representar una imagen más
atrayente aún.
En los Estados Unidos, a partir de la década del 50, se desencadenó una inu­
sitada irrupción de la literatura homosexual, escrita por homosexuales y no ho­
mosexuales, entre los cuales figuraron decenas de libros sobre el tema de la les­
biana. Frases como éstas fueron comunes: "exacerbados sentimientos de una ex­
traña pasión"; "el amor prohibido a flor de piel"; "voluptuosidad orgiástica de
ambas amigas"; "una desconocida y mórbida tentación", aprehendiendo para
el consumo, a través del aparato sensacionalista, los sentimientos afectivos de
una parte de la población femenina.
Se piensa que en la mayoría de los casos, la lesbiana no se diferencia en nada
de la mujer corriente, a excepción —claro— de su objeto sexual. La lesbiana vis­
te, siente, actúa, piensa y posee una imagen exterior semejante a la de cualquier
otra mujer, aunque en diversos lerrenos demuestra más empuje e iniciativa que el
modelo standard de la mujer en aspectos que generalmente pertenecen al domi­
nio de lo masculino. La misma Simone de Beauvoir ha sido la encargada de decir
que entre las lesbianas existen mujeres más deliberadamente femeninas que entre
las heterosexuales, fenómeno que también se da en el sentido opuesto; asimismo
la autora menciona el hecho de que haya mujeres que dentro del marco de la
heterosexualidad van perdiendo ciertos rasgos femeneizantes. J.H.W. van
Ophuijsen nos dice que él no ha hallado en ninguna de sus pacientes homosexua­
les una predisposición masculina, ni siquiera en sus expresiones o aspecto exte­
rior, como así tampoco una preferencia por las actividades masculinas. Este
autor define la conducta de la lesbiana más bien como una rivalidad con el varón,
sobre todo en los campos intelectual y artístico. La gran diferencia de la lesbia­
na es que rr6 está acorralada por las distintas valorizaciones que nuestra sociedad
atribuye al grueso del sexo femenino. La concepción que podría establecer que
la lesbiana no es una verdadera mujer está basada en que para ser una verdadera
mujer tiene que asumir una actitud dependiente del hombre, algo así como ser

183
el vagón de cola, y respetar fielmente los roles reservados para ella (cap. 4). A
aquella mujer que se niega ser un apéndice del hombre no se le admiten atributos
de mujer; o es una odiadora de hombres (castrada) o es un ser rechazado digno
de lástima. Esto concuerda con la teoría clásica de la psicología respecto a la
homosexualidad femenina. Una mujer con una confianza normal en sí misma
—dice Storr— puede ser rival de otra, pero no adornar la femeneidad de las de­
más, porque ella misma la posee como parte de su naturaleza. Sin embargo —pro­
sigue el autor— muchas mujeres jóvenes no lo hacen por creerse deficientes como
seres femeninos. Storr anota bajo estas circunstancias dos concecuencias: prime­
ro, la supresión de los contactos heterosexuales por creer que su tipo de con­
ducta no provoca ni estimula en ellos sentimientos afectivos; y segundo, por el
estancamiento en un estado preadolescente, ya que supone que la homosexuali­
dad es propia de una etapa. El análisis parte de la concepción clásica de que la
mujer que no acepta el rol femenino tradicional es una enferma cuya conducta
debe ser desviada hacia formas de expresión sexual que también escapen a lo
tradicional. En realidad, no hemos hallado una relación tan abismal entre el
comportamiento masculino o femenino de la mujer y su orientación sexual. Para
la psicología, la orientación parece estar sujeta a una identidad de roles: ..."será
más difícil —insiste Storr— para la hija descubrir su identidad como mujer si su
madre ha sido un modelo de femenidad pobre. Las mujeres predominantemente
homosexuales por lo general presentan una profunda sensación de inseguridad y
no logran realizar su femeneidad." (76)
Refiriéndose a estos aspectos de "función como mujer", es que una orga­
nización lesbiana de Nueva York, redactó en 1970 un artículo titulado "La
mujer que se identifica mujer", reproducido en el primer número de la revista
Somos del FLH A ..."el lesbianismo es también diferente de la homosexualidad
masculina, y tiene una función diferente en la sociedad. 'Tortillera' es un modo
distinto de rebajamiento del de 'maricón', aunque ambos impliquen que uno
no está actuando dentro del rol asignado 'socialmente, y que en consecuencia
no es una ‘verdadera mujer' o un 'verdadero hombre'. La rencorosa admiración
que se siente por el marimacho y el asco que se siente cerca de un muchacho
afeminado apuntan a la misma cosa: el desdén en que se tiene a la mujer —o
a los que actúan en un rol femenino—, Y la energía empleada para mantener a
la mujer en este rol despreciable es muy grande. Lesbiana es la palabra, el ró­
tulo, la condición que mantiene a la mujer en raya. Cuando una mujer oye
esta palabra arrojada a su camino, sabe que está pasando la línea. Sabe que ha
cruzado el lím ite terrible de su rol sexual. Entonces retrocede, protesta, refor­
ma sus acciones para obtener aprobación. Lesbiana es una palabra inventada
por el hombre para tirar a cualquier mujer que se atreva a ser su igual, que se
atreva a desafiar sus prerrogativas (incluyendo la que de toda mujer es parte de
los medios del intercambio —valores— entre los hombres), que se atreva a afir­
mar la primacía de sus propias necesidades. Que se haya aplicado este rótulo a la
gente activa en el Movimiento de Liberación de la Mujer es sólo la instancia
más reciente en una larga historia; las mujeres de más edad recordarán que, no
hace mucho,cualquier mujer que fuera exitosa, independiente, y que no orien­
tara toda su vida alrededor de un hombre, oiría esa palabra. Porque en esta
sociedad sexista, si una mujer es independiente quiere decir que no puede ser
una mujer, debe ser tortillera. Esto en sí mismo debería explicarnos dónde se

184
encuentra la mujer. Lo dice tan claramente como puede ser dicho: mujer y
persona son términos contradictorios. (* ) Porque una lesbiana no es conside­
rada una 'verdadera mujer'. Y sin embargo, en el pensamiento general en reali­
dad sólo hay una diferencia entre una lesbiana y otras mujeres: la de la orienta­
ción sexual —lo que quiere decir que cuando una va al fondo de la cuestión, se da
finalmente cuenta que la esencia de ser 'mujer' es la de ser cogida por los hom­
bres—. (•••) ¿Pero por qué es que la mujer se ha relacionado sólo al hombre y a
través del hombre? En virtud de haber sido educadas en una sociedad masculina,
hemos internalizado la definición que la cultura masculina nos ha dado. Esa defi­
nición nos entrega a las funciones familiares y sexuales, y nos impide definir y
dar formas a nuestras propias vidas.A cambio nuestra servidumbre psíquica y
de la realización de las tareas no lucrativas de la sociedad, el hombre nos con­
fiesa sólo una cosa: la condición de esclavas que nos hace legítimas a los ojos de
la sociedad en que vivimos. Esta es la llamada 'femenidad' o 'ser una verdadera
mujer' en nuestra jerga cultural. Somos auténticas, legítimas, reales, sólb en la
medida en que seamos la propiedad de algún hombre cuyo nombre llevamos.
Ser una mujer que no pertenezca a ningún hombre es ser invisible, patética, inau-
téntica, irreal."
La lesbiana, lo mismo que el homosexual, siente sobre sí mucho de los
tabúes ancestrales que pesan sobre casi todos los individuos, tales como la fideli­
dad, la no aceptación —y represión- de la sexualidad de los menores, etc.
Tanto la lesbiana como el varón homosexual están hondamente influenciados
por el marco cultural de la sociedad heterosexual. Muchos de los valores del he­
terosexual pertenecen —inevitablemente- también al homosexual, a tal
punto que algunas parejas homosexuales están condicionadas por las mismas
limitaciones que la mayoría de las parejas heterosexuales, contradicción inexpli­
cable para quienes de hecho escapan a los moldes clásicos de la pareja tradicional
y sin embargo tratan de regirse por sus mismos esquemas. Esto se debe a
que el modelo de relación para la mayoría de las lesbianas —y de la mujer en ge­
neral— es el de la "pareja", el de la fidelidad, el "amor para toda la vida", ya que
ello es precisamente lo que le han inculcado, y no consigue afirmar su identi­
dad de mujer si no es amada (la infancia de cualquier mujer es un entrenamiento
con el ser a través de la mirada del otro). La dependencia de la mujer, por su
condicionamiento social infantil, es con el amor, con el ser amada; necesita
fundamentalmente ser amada —no cogida— para ser, y se establece esa depen­
dencia-sumisión con el amante, sea cual fuere el sexo al que éste pertenezca.
Algunas de las diferencias entre la pareja homosexual femenina y mas­
culina es que el índice de convivencia es más elevado en la primera y tien­
den a mantener relaciones más prolongadas, aunque de hecho se den todos los
modos de conducta y todos los tipos de respuesta.
Sabemos de parejas de lesbianas que han durado décadas, lo mismo que con­
tadas parejas de homosexuales varones. La unión de Sarah Posonby con su ama­
da se extendió por cerca de cincuenta años, sin que al parecer ni un sólo roce
resquebrajase su relación, y ambas supieron crearse un sosegado refugio al mar-

( > Con el propósito de desintegrar esa afirm ación fue que la publicación de la Organi-
¿¡Jción Fem inista A rgentina se denom inó precisamente Persona. (N . del A .)

185
gen del mundo. Una de las narraciones de La m il y una noches describe la efusi-
vidad y el apasionamiento del amor lesbiano de esta manera: "Has de áaber,
¡oh capitán Moin!, que soy una mujer que está prendada de una jovenzuela. Y su
“*or chisporrotea como fuego en mis entrañas. Y aunque tuviera yo mil lenguas
v I corazones, no .sería más viva esta pasión que tanto me penetra. Y la adora­
da no es otra que la hija del cadé de la ciudad. Y entre ella y yo ha ocurrido lo
que ha ocurrido. Y es un misterio del amor. Y entre ella y yo existe un apasio­
nado pacto acordado con promesas y juramentos. Porque ella arde por m í con
ardor igual. Y jamás se casará ella y jamás me tocará a m í un hombre " El mis­
mo Krafft-Ebing tuvo que reconocer la emotividad de las relaciones lésbicas
en una de sus pacientes (caso 179): "La paciente no trata de ocultar durante
la consulta su apasionado interés por las personas de su mismo sexo. Desde
que cumplió los trece años sabe positivamente que sólo puede amar a muje­
res. (...) Sus sueños eróticos tratan siempre los contactos íntimos con amigas.
Nunca sintió interés alguno por los hombres, ni menos pensó jamás en casarse.
La paciente se siente perfectamente feliz en su estado y se niega a reconocer que
sea patológico. Tampoco comprende que su forma de sentir sexual haya de es­
tar en contraposición a la forma de sentir de las demás mujeres." (K .E.; Las
psicopatías sexuales). En estos casos, como en el de Posonby, no puede exis­
tir sino un intenso amor y una profunda amistad ya que, como debe recordarse,
en las parejas homosexuales no hay ningún condicionamiento de tipo legal, so­
cial, religioso o familiar que las obligue a permanecer juntas. Las presiones cul­
turales sí tienen su incidencia en la difícil realización de la convivencia homo­
sexual. El miedo a la desaprobación social o a las reacciones familiares, a la pér­
dida del trabajo o a la tenencia de los niños —en el caso de las divorciadas— de­
terminan a muchas lesbianas a vivir bajo una fachada de heterosexualidad, ci­
tándose con hombres o no pudiendo vivir junto a su compañera. Algunas de
estas mujeres han legalizado una supuesta relación con un hombre —casi siem­
pre homosexual— por el hecho de obtener la libreta de matrimonio. Otras
optan directamente por el matrimonio con un heterosexual, al mismo tiempo
que mantienen relaciones paralelas con otras mujeres, resultándoles difícil
—obviamente— la ansiada estabilidad emocional y libertad a través de una con­
vivencia indeseada. (*)

( * ) En m ateria de estabilidad y convivencia, los heterosexuales —a veces— no la pasan


m ucho mejor. En base a datos como un destacable aum ento en el índice de divorcios, se
habla ahora de una "crisis de pareja". Nosotros pensamos que esa "crisis" ha estado presen­
te siempre, pero ocurre ahora que, al debilitarse las presiones de orden religioso,fam iliar,social y
legal, aflora con m ayor evidencia que antes. Hasta hace pocos años, una pareja podía estar
en crisis desde e! segundo d ía de su m atrim o nio hasta que ambos muriesen de vejez, sopor­
tándose por el resto de sus días, tolerando una convivencia indeseada en nom bre de ciertos
principios, de presiones de to do tip o , o asumiendo su infelicidad en nombre de la (supues­
ta) felicidad de los hijos. El aum ento de las separaciones de hecho —con o sin d iv o r c io -
debe atribuirse a una m ayor autenticidad y sinceramiento en las relaciones m atrim oniales.
Com ienza a saberse que es más aconsejable para la felicidad de cualquiera de los com ponen­
tes del m atrim onio (incluso para los hijos, que los extrae de un clim a de tensión y de
rencores perjudicial para su desarrollo) el poder rehacer su vida que enterrarla en el lodo de
una moral hipócrita y decadente que ya no convence a nadie. (N . del A .)

186
D E B E A U V O IR Y O T R O S

ParaSimone de Beauvoir el lesbianismo posee su origen en la irreconciabili-


dad de la mujer entre su papel de ser activo y su papel de hembra pasiva, depen­
diente del macho; la heterosexual, antes que desgastarse en una lucha frontal
entre esos dos antagonismos preferirá sucumbir ante éste último. Debido a ello es
que entre las artistas y las escritoras existe un índice más elevado de homosexua­
lidad que entre las mujeres heterosexuales. Esto no se debe a que las lesbianas
tengan más capacidad creadora ni un dinamismo superior al de las heterosexua­
les, sino que esas actividades son resultantes del renunciamiento por el cual la
lesbiana no pierde el tiempo en derrochar energías para cumplir con su papel
clásico de mujer o romper con la imposición masculina. (* ) Más que su desafío
a entablar una libre relación heterosexual, a la lesbiana le interesa obviar a un
compañero, ya que éste se le presenta como adversario, y desviar su sexualidad
hacia reglas de juego más sencillas y fáciles de resolver, según el análisis hecho
por esta autora, quien concluye que la lesbiana posee una actitud agresiva y hos­
til hacia el hombre, agresión y hostilidad fundamentados en diversos grados de
repulsión, rencor, timidez y orgullo, semejantes al de la mujer frígida.
Repulsión hacia la autoridad y prepotencia del hombre-macho al que mu­
chas de ellas le asignan el carácter de grosero y brutal; rencor ante la inferiori­
dad viril que la lesbiana siente respecto al hombre ya que lo sabe a éste poseedor
de mejores elementos para seducir, poseer y retener su objeto de predilec­
ción; timidez hacia ese desconocido, el varón, cuyo mundo no puede pene­
trar por su sola condición biológica que ha hecho de esa condición biológica
un abismo sexista; orgullo de haber abandonado, en cierta forma, las particula­
ridades interiorizantes de la mujer estandar para pasar a tener un ficticio poder
de los elementos varoniles, aunque en los hechos parece tener más empuje que
la mujer heterosexual en los campos competitivos del profesionalismo, deporte,
etc. Es en su rechazo hacia >el varón y hacia las formas clásicas de la femeneidad
que concluye por reunirse exclusivamente con sus iguales, alegando que no
necesita del varón ni sexual ni socialmente y terminando por jugar a ser hombre,
es decir por pretender reunir fantásticamente los atributos de éste, con lo cual
no sólo se hace acreedora de ciertas pautas machistas al asumir el rol del sexo
opresor, sino también se aprisiona en la situación tradicional de la mujer, actitud
semejante —en su contrapartida— a la asumida por ciertos homosexuales varones.
No son pocos los autores que le atribuyen, incluso, ciertas particularidades físi­
cas que la apartan de la contextura anatómica normal de las demás mujeres. Ma-
rañon cree haber hallado un considerable espacio entre los incisivos superiores
medios, un exagerado desarrollo de los incisivos medios comparativamente con
los caninos, cierta cantidad de vello en el cuello, junto a algunas otras carac­
terísticas como ser una postura firme, movimientos bruscos, voz profunda, cade-
fas mas bien estrechas y una pilosidad anormal en el pubis, contrariamente a las
demás mujeres que la poseen en forma de triángulo. Este mismo autor, en su des­
cripción de las características sexuales secundarias dice que la mujer tiene pelo

( * ) Las lesbianas suelen tener más tiem p o para las actividades creativas, y m ilitantes
que las heterosexuales, no tanto por la imposición masculina en general, sin por la repro­
ductiva. Cada hijo requiere cerca de quince años de dedicación. (N . del A.)

187
largo y perenne y el varón pelo corto y caduco; por supuesto, esto lo escribió
antes del fenómeno del hippismo. Otros autores, como la mencionada Marise
Querlin, no ubican a todas las lesbianas en un mismo plano respecto a sus formas
de conducirse. "La aversión hacia el hombre -d ic e — de la lesbiana viril está
acompañada de un deseo de competir con él, de probar que no es en absoluto
inferior a él; la lesbiana femenina se contenta con eliminar completamente de
su vida al hombre" (M.Q.; Mujeres sin hombres).
El autor de este trabajo ha expuesto aquí palabras vertidas únicamente por
terceros ya que confiesa tener un desconocimiento casi total sobre el tema, pero
reconoce que muchos de los conceptos aquí expuestos no entran sino dentro del
extenso campo de la mitología heterosexual en lo referente a las particularidades
de la homosexualidad femenina. A pesar de ello se aventura a agregar que la acti­
tud de cierto número de lesbianas en su giro a la masculinidad es perfectamente
admisible: algunas características de la femeneidad pueden ser algo bello en sí
mismo, pero en un sistema machista representa una mutilación. Para muchos
hombres el lesbianismo significa un abierto y frontal desafío; el desafío queda
implícito en la amenaza de que una mujer pueda ocupar y conquistar los valores
más duramente conseguidos por el varón. Las lesbianas llegan al orgasmo, incluso
en mayor proporción que las mujeres heterosexuales. Esto hace que el pene no
sea tan esencial para el placer femenino como quisieran creer los hombres. En
realidad, la penetración de cualquier objeto es prescindible para el placer femeni­
no. Además de la tracción labial prepucial del clítoris, lo que puede proporcio­
narle excitación hasta el orgasmo en el coito es el roce o la presión del monte de
apolo o el pubis contra la zona clitórica. Como dijésemos al final del capítulo 3,
el lesbianismo puede bien convertirse en el atentado más brutal y concluyente
contra la falocracia, el poder masculino y el sistema patriarcal en su conjunto.

EL A N A L IS IS PSIC O LO G ICO

La teoría psicológica respecto a la homosexualidad femenina ubica su géne­


sis en la niñez y posee su núcleo en un complejo de castración. La detención en
el desarrollo que se supone sufre la lesbiana surge de la comparación ante el apa­
rato genital masculino. El sentido de mutilación expresado en el inconsciente de
la lesbiana —y según la psicología en toda mujer— puede residir en la creencia
que ésta ha sido dañada o se ha hecho daño a sí misma, con lo cual la vagina es
vivida como una carencia y no como una tenencia. En un sistema machista,
donde el falo ha sido sublimado, dicho sentimiento de mutilación resulta ser ab­
solutamente verídico. Para la psicología, en el varón, la amenaza de castración
por parte del padre permanece en estado latente, en la niña parece "alguna vez"
haberse efectivizado. Ya no es la amenaza implícita sino la vivencia del hecho
consumado. Bergler explica el fenómeno de la homosexualidad femenina, no co­
mo consecuencia de una regresión edípica, como supusieron Freud y sus coetá­
neos, sino como resultante de un conflicto pre-edípico, citando como precedente
el radical informe de Ernest Jones (1927) quien señaló como fuentes de la homo­
sexualidad femenina un fuerte erotismo oral y un intenso sadismo. Jones clasifi­
có la homosexualidad femenina en tres grupos: el primero, el de aquellas muje­
res que, sin haberse alejado de los hombres, critican a éstos su actitud agresiva y

188
hostil hacia el sexo femenino, tratando de ser un varón más entre los varones,
iéndose a la posesión y al autoritarismo de éstos.(') El segundo grupo es­
t a r í a compuesto por aquellas que poco o ningún interés sienten por los hombres,
centrando su libido en las mujeres con el objeto de disfrutar de su femeneidad,
e x h ib ié n d o la en forma sustitutiva. En el tercer grupo cabrían aquellas mujeres
que exigen que el pene sea reemplazado por algún otro elemento, como la lengua
0 e| dedo, y que quien maneje dichos elementos sea otra mujer. Para Jones, este
último caso se arrima más a lo normal que los dos anteriores, probablemente
porque para este autor, toda mujer que anhela ser penetrada, sea con lo que fuera,
(efectivización del rol pasivo) representa el "verdadero" tipo de mujer. Tanto
Freud como otros autores sostienen que en el historial de toda lesbiana existió
en algún período de su niñez la elección inconsciente del padre como objeto
libidinal, acontecimiento unido a una ofensa narcisista hacia la madre a quien
culpa por su falta de pene. H. Deutsch comparte esta posición en Homosexuality
¡n women, mientras que en On female HomosexuaUty considera que la acti­
vidad de las mujeres homosexuales radica principalmente en el juego mutuo de
''madre e hija".

ORGASMO V A G IN A L Y O R G A S M O C L IT O R IA N O

En la mayoría de los estudios hechos sobre la sexualidad femenina la proble­


mática del orgasmo y el problema de la frigidez en las mujeres ha ocupado un im­
portante lugar. Es en muchos de estos estudios que se ha incurrido en una falsea­
da distinción entre el orgasmo vaginal y el orgasmo clitoriano, resultante el
primero de una equivocada concepción del origen del goce sexual femenino y el
segundo de una negación de las fuentes anatómicas del placer sexual en las mu­
jeres. El varón vive el orgasmo vaginal en la mujer como la síntesis acabada de la
madurez sexual —y afectiva— del sexo femenino. Sin embargo, no es la zona vagi­
nal la capacitada con un elevado índice de sensibilidad para procurar el placer
sexual femenino. E l núcleo de esta capacidad está dado en la zona del cUtorís.
Las estructuras clitóricas —plataforma orgásmica- no cumplen ningún rol repro­
ductivo; su única función es la de procurar placer. El varón tiene un órgano —el
pene— con funciones triples: placer - urinario - reproductor. La mujer tiene tres
estructuras separadas y hasta puede eliminar los órganos relacionados con la re­
producción sin afectar lo placentero y viceversa.(**) No es de extrañar entonces
el alto porcentaje de mujeres que no gozan en el acto sexual con varones que no
colaboran con la excitación y el placer femenino, al que desconocen fisiológica­
mente. La frigidez femenina no ha sido atribuida a causas anatómicas sino pura-

( ’ l Obsérvese que ni siquiera es necesario evitar las relaciones con los hombres y pasar a
'Mantener relaciones con mujeres para que cualquier m ujer encaje dentro de este concepto de
lana- A través de este hábil planteo, toda m ujer que haga una crític a respecto de los ro-
s entre el varón y la m ujer, pasa a ser "acusada" de lesbiana, confusión que aún hoy en d ía
»nen q ue soportar la m ayo ría de las feministas. (N . del A.)
l* ') C o m o ocurre con las trein ta millones de mujeres musulmanas clitoridectom izadas y
su tu radas. (N del A )

189
mente psicológicas. La psicología ha determinado que no es la posición o la ma­
nera en que se realiza el coito —conjuntamente con un cúmulo de circunstancias
emotivas y ambientales— la que impide el orgasmo en las mujeres y permite la
entera y única satisfacción en el hombre, sino que son las primeras las que no
han madurado hacia una correcta higiene mental, aceptando su rol de mujeres.
Los datos que se poseen sobre la anatomía sexual femenina indican que, a pe­
sar de que existen numerosas zonas erógenas en muchas partes del cuerpo, es
el clítoris el encargado de producir pura y exclusivamente el goce sexual. Una de
las características principales que diferencian al clítoris del pene masculino es
que la uretra no pasa por él. Al ser poseedor de un epitelio hipersensible y estar
constituida la cabeza por tejido eréctil es que su dilatación es semejante a la
del pene masculino a tal punto que su extremidad está estructurada de la misma
manera y su función es idéntica a la del glande. El epitelio está irrigado por ter­
minaciones nerviosas especiales que reciben el nombre de corpúsculos genitales.
No existe ninguna otra parte del cuerpo femenino que tenga estos corpúsculos
—como así también existen corpúsculos específicos en el clítoris que no tienen
equivalente en ninguna parte del cuerpo masculino-, estando adaptados a esti­
mulaciones sensoriales que en un correcto estado psíquico conducen al orgas­
mo. La zona del clítoris no parece tener ninguna otra función que la de procu­
rar el placer sexual. Con esto no queremos decir que la estimulación no sea psico­
lógica; sólo insistimos en que el orgasmo es físico y se sitúa en el clítoris por ser
ésta la única parte de la estructura anatómica femenina destinada a producir el
goce sexual.
Ahora bien, ¿cuál es el motivo por el que se consideran las formas clásicas
del coito "correctas" o "normales"? El tipo de relación sexual que provoca más
satisfacción en el hombre es —aparentemente— la fricción del pene contra las pa­
redes internas de la vagina, sin que esto lleve a la mujer a una relación sexual en­
teramente placentera. La relación sexual denominada normal se ha definido en
base al goce sexual masculino. La mitología sexual psicoanalítica ha creado la
imagen de la mujer sexualmente adulta en aquella que puede llegar al orgasmo
a través de la penetración vaginal, o sea aceptando su rol clásico en la única for­
ma de coito aceptado por la mayoría. Esta mitología está sustentada en la teoría
de que el orgasmo clitoriano es infantil y que al llegar a la edad de un completo
desarrollo psico-sexual —después de la pubertad— la mujer debe "madurar" hacia
determinadas formas, donde el orgasmo clitoriano es reemplazado por el vaginal,
con el que puede vivirse un orgasmo paralelo. Freud dice en su conferencia sobre
Feminidad (1936): "No entiendo por qué el clítoris, a veces, se niega a perder su
sensibilidad". Nosotros podemos aclarar sencillamente esa falta de entendimien­
to: la naturaleza fisiológica de la mujer se niega a ajustarse al esquema freudiano.
La mayoría de los hombres prefieren, en sus relaciones heterosexuales, la
forma clásica del coito puesto que la vagina proporciona la fricción y la lubrica­
ción, elementos que favorecen el placer del varón. Las ventajas de la relación
sexual tradicional están observadas desde una óptica estrictamente masculina. La
sociedad está estructurada de manera que el hombre se desarrolle dentro del mar­
co del "primer sexo" y a la mujer se le niega su derecho a convertirse en un ser
íntegro y autónomo. Analizando la anatomía genital del varón y de la mujer se
observará que el pene masculino y el clítoris femenino poseen cierta similitud,
fenómeno anteriormente apuntado. De ahí que a un clítoris grande se lo

190
o n s id e r e un clítoris "masculinizado", por lo que en algunas culturas se le hecha
roductos especiales para reducir sus dimensiones o directamente se lo extirpa.
Ello se debe a que el clítoris es visto por el hombre como una amenaza contra su
m asculinidad ya que no lo observa como un elemento diferente sino como algo
capaz de competir con él. La negación del clítoris y la valorización de la vagina
resulta esencial para sus esquemas ya que a partir de allí edificará el poder del
falo. Si la mujer reemplazase la vagina por el clítoris en su búsqueda del goce
sexual, el Pene dejaría de ser indispensable para la consumación del orgasmo. La
pen etració n pene-vagina puede provocar el orgasmo, pero la fricción del clítoris a
veces no se p ro du ce. La relación, dada de esta manera, resulta ideal para la repro­
ducción pero es insuficiente para el goce femenino. Situándonos en el plano del
placer sexual, la necesidad de la mujer de elegir un copartícipe masculino es más
cultural que anatómica. De proporcionarse el orgasmo clitoriano el hombre de­
jaría de estar ubicado en el terreno preponderante respecto a la mujer en las re­
laciones sexuales y afectivas, ya que otra mujer podría bien reempljzarlo. El
c líto ris es vivido como una amenaza por el sistema machista ya que ubica a la
heterosexualidad en un mismo plano que la homosexualidad, es decir que da
lugar a la opción. (3) El reconocimiento del clítoris como auténtica fuente de
placer en la mujer podría provocar un giro radical en las relaciones interperso­
nales.( * )

d ^ realidad ya está bastante reconocido, de a h í que se proponga ahora el famoso


Munto G ' para que la m ujer vuelva a la vagina. (N del A )

191
C A P IT U L O X I

LOS H O M O S E X U A L E S EN LA
S O C IE D A D C A P IT A L IS T A

El hombre posee, en lo inconsciente, un fino olfato


para rastrear el espíritu de su época, adivina las posi­
bilidades y siente en su interior la inseguridad de los
fundamentos en que se asienta la moral actual, no
protegida ya por la viva convicción religiosa. De aquí
proceden todos los conflictos éticos de nuestros días.
El afán de libertinaje tropieza con la valla blandeante
de la moralidad.
C. G. Jung

IN T R O D U C C IO N

Las principales teorías que comenzaron a aparecer para emprender un estu­


dio analítico de la homosexualidad pueden ubicarse algo antes del siglo X IX y
los años iniciales del X X . 0 sea, en plena era del capitalismo avanzado. Anterior­
mente, los escasos juicios que se habían pronunciado al respecto provenían de
ios apocalípticos e irracionales pronunciamientos católicos y de la fanática
expresión popular manifestada a través del horror colectivo y del escándalo im­
pronunciable. En los siglos pasados, esa patología puritana estaba elevada a tales
alturas que la prohibición se extendía, incluso a los artículos, juicios o comenta­
rios que la condenaba. El avance de la psiquiatría —impregnada de la cultura rei­
nante y de sus mitificaciones— logra imponer la necesidad de estudiar tal fenó­
meno, representando el primer paso de un cuestionamiento profundo.
Poco más tarde, la psicología y el marxismo comienzan a funcionar como
los dos instrumentos fundamentales para emprender el estudio de los problemas
c1ue aquejan a la sociedad. Como consecuencia del arrastramiento de los prejui-
Cl°s en vigencia, esos elementos son desvirtuados o malinterpretados a nivel de
Poder disfrazar las más intrincadas y reaccionarias banderas políticas. De ahí en

193
más, una posición anticapitalista —grito primario de esas banderas— puede coe-
xisitir sin mayores inconvenientes con posiciones familiaristas, antihomosexua­
les, e incluso antifeministas. La homosexualidad es —algunas veces— estudiada
por algunos especialistas desde un punto de vista histórico-científico. De esa
manera se la observa con menos temor, no tan de cerca, viéndosela en el fondo
difuso y nebuloso de los griegos y de otras civilizaciones antiguas. Ubicar el estu­
dio de la homosexualidad en su contemporaneidad significaría estudiar estructu­
ras contemporáneas, por lo que el juego se volvería doblemente peligroso, a tal
punto que la propia sexualidad actual podría llegar a ser cuestionada en su con­
junto. Polarizándola en las figuras fantasmales de Sócrates y Platón, de Da Vinci
y Miguel Angel, la homosexualidad se hace regresiva y lejana. Contraposicional-
mente, tampoco son escasos los materialistas que la enfrentan como una realidad
que se vive ante sus ojos, extrayéndola del fondo del pozo, empleando los genios
mencionados únicamente como antecedentes. Sin embargo, la mayoría de esos
materialistas la integran al contexto de la sociedad actual ensamblándola con la
edificación psicoanalítica, y por ende con los mismos conceptos de "naturali­
dad" y "perversión".
El temor hacia la homosexualidad está fundado sobre basamentos políticos.
Cualquier individuo que no adopte el sistema de valores asimilados por la mayor
parte de la sociedad es inmediatamente calificado como un sospechoso que ame­
naza destruirla. El matrimonio, la vida familiar, las buenas costumbres, son algu­
nos de los pilares en que se apoya la totalidad del sistema. No respetarlos es co­
menzar a cuestionarlos y vivir fuera de esos cánones pasa directamente a ser un
acto subversivo.
Hoy día, a pesar de una creciente liberalización de los "temas" en lo que a
sexualidad se refiere, ésta cuenta con más espectros que nunca, el gigantesco apa­
rato publicitario conducido por ei capitalismo reprime la sexualidad por un lado
y exhibe la mayor cantidad de imágenes sexuales por otro, por lo que tal
contradicción llega a límites insostenibles, materializándose —por ejemplo— en
la industria pornográfica.
El sistema capitalista integra a los homosexuales a! mundo de los "norma­
les", pero a la vez los convierte en normales mutilados, esquematizados bajo
cierta forma de locura tradicional. Esas contradicciones se intensifican a medida
que el capitalismo se perfecciona: promociona jóvenes hermosos como propor­
ciona automóviles, viajes turísticos y cómodas viviendas, es decir cosas que tene­
mos cerca pero que la mayoría no puede gustar de ellas. Del mismo modo con
que promueve la sexualidad irrealizable promueve valores burgueses entre el
proletariado bajo formas de brillantes sueños y aspiraciones. Al obrero se le in­
culca un recalcitrante sentimiento patriarcal, un descabellado machismo, una
acentuada posición antifeminista y antihomosexual, debido a que el Proletariado
debe asimilar más y mejor que nadie las pautas opresivas de la moral burguesa
para perpetuar el sistema de dominación.

EL USO DE L A H O M O S E X U A L ID A D

Resulta verdaderamente asombroso escuchar en ciertas conversaciones don­


de intervienen elementos heterosexuales, las distintas versiones que giran en
a la homosexualidad. Por momentos pareciera ser una competencia para
t o rn o ®
r q u ié n inventa argumentos más desopilantes, y como casi nunca hay una pala-
V r ¡nás o menos autorizada que se les logre imponer —como la de un especialista o
un h om osexual que se revele como tal—, éstos tienen vía libre para exteri-
¡( rf hacia los límites más inimaginables. Por lo general, de encontrarse un ho­
m o s e x u a l en ése círculo conversatorio, éste se mantiene con la boca cerrada, te­
m ie n d o decir algo que pueda delatarlo contraponiendo versiones que lo revelen
c o m o un "entendido e n la materia". De este modo, los homosexuales pasan a ser
u n lobo estepario, seres extraños, solitarios, abyectos y hasta el estar integrados
a siniestras organizaciones internacionales, semejantes a la masonería, que ejer­
cen una poderosísima y clandestina influencia en casi todos los ámbitos de nues­
tra sociedad, como ser el militar, el político o el cultural, y que continuamente
c o n s p ira fomentando el desprecio por la mujer —ya que creen que la homosexua­
lid a d se refiere exclusivamente a los varones— para terminar "algún d ía” por
homosexualizar al mundo entero. Según W. Churchill, "la psicología del antise­
mitismo es idéntica a la de la antihomosexualidad. En el fondo de las dos yace
la misma clase de paranoia". (14)
Los homosexuales son frecuentemente identificados con todo tipo de delin­
c u e n c ia sexual. Así como los guerrilleros aparecen en los diarios como "delin­
cuentes subversivos", "asesinos" y "criminales", la homosexualidad es metida en
el mismo saco de la prostitución, de las violaciones, de los crímenes sexuales. El
extremo de esta identificación entre delito y homosexualidad lo encontramos en
las palabras de Duffy é Hirsberg; "Todos los presos son homosexuales en poten
cia y la mayoría de los homosexuales son presos probables".
No es extraño entonces que la homosexualidad sea en ocasiones utilizada,
por ejemplo, para desviar la atención pública de cuestiones que en un momento
pueden tener más importancia. Lo que ocurrió en Buenos Aires en diciembre de
1954 nos es bastante esclarecedor. Por esa época, la policía federal efectuó
gigantescas razzias apresando a más de 300 homosexuales. No solamente fueron
detenidos los encontrados en la calle o en diferentes lugares públicos sino que en
algunos casos —los que ya contaban con antecedentes— hasta fueron buscados
a sus hogares. La campaña tenía su por qué. La puja entre el gobierno y la igle­
sia por abrir los prostíbulos estaba en su cénit. Era necesario orientar la opinión
pública hacia la posición del gobierno. Los medios de difusión periodísticos apo­
yaron al jefe de policía. El libre comercio sexual con mujeres aplacaría el recru­
decimiento de la "amoralidad", aunque detrás de todo ello sólo hubiese un gran
negocio. Reproducimos algunas notas de los diarios de la época. Hablan por sí
solas:
Noticias Gráficas (27-12-54): "Procedió la policía a la detención de numero­
sos amorales."
Noticias Gráficas (28-12-54): "Intensifícase la campaña contra los amorales.
Procúrase poner término a una verdadera lacra social. El jefe de policía expresó
que los procedimientos se extenderán hasta Mar del Plata, donde habían buscado
refugio individuos de pésima catadura". (* )'

,, i ) Se publican dos fotos en ías cuales aparecen tres homosexuales. El diario dice que
todos , en un gesto de pudor, ocultan sus rostros". Muchos de los apresados pierden el tra­
p í o y padecen otras dificultades (N . del A .)

195
La Prensa (28-12-54): Fueron aprehendidos en distintos lugares más de 100
amorales. Los periodistas destacados en el Departamento Central de Policía, fue­
ron informados en la mañana de ayer acerca de la detención de más de un cente­
nar de amorales, y para conocer detalles conversaron con el Jefe de la Policía Fe­
deral, Inspector Miguel Gamboa. Expresó que el auge que estaban tomando
en los últimos tiempos los delitos de corrupción, había motivado que se inicia­
ra una amplia campaña, para tratar de poner punto final a las peligrosas desvia­
ciones que representa para la sociedad la actividad de esos individuos. Se ordenó
que distintas comisiones mantuvieran estricta vigilancia en diversas zonas de la
ciudad, especialmente en la céntrica, y que como consecuencia de esas medidas
de prevención se había aprehendido a más de 100 amorales. A los detenidos ma­
yores de edad se los remitió a la Alcaldía de Contraventores, y en cuanto a los
menores, después de identificados, fueron entregados a sus padres."
La Prensa (29-12-54): "Efectuó la policía nuevas detenciones de sujetos
amorales. Son detenidos, además, unos 20 homosexuales en la zona norte del
Gran Buenos Aires. Participó personal de la Brigada de Investigaciones de San
M artín."
La Prensa (30-12-54): "La policía logró la detención de otros 50 amorales.
Se les impone 30 días de arresto en Villa Devoto".
La Prensa (31-12-54): "El Poder Ejecutivo dictó un decreto por el cual
se modifica la reglamentación de la Ley de Profilaxis Social. Se pueden habili­
tar prostíbulos."
La Prensa (3-1-55): "En cuanto a la Ley de Profilaxis Social, cabe volver
a aplaudir su reglamentación por lo que significa en la liberación de una supues­
ta continencia que no era sino una nefanda desviación. (...) Ante el cuadro tre­
mendo de perversión creado por una errónea interpretación del pudor y empu­
jado por la ceguera del despropósito que pretende continencia en la edad de la
expansión, fácil resulta adivinar que se estaba trabajando en contra de la misma
patria, pues se preparaban generaciones pusilánimes y engañadoras o viciosas.
Todo esto se ha de corregir con ia reglamentación reciente."

EL PRECIO DE L A C L A N D E S T IN ID A D

La lucha que el homosexual libra con los demás miembros de la sociedad


—en términos genéricos, con su moral— y consigo mismo, es una lucha continua
y silenciosa, llevada hasta los extremos más ilimitados del anonimato. Los homo­
sexuales, desde el punto de vista de su conducta social, pueden dividirse en dos
grupos, definidos con bastante precisión. Los que llevan una vida aparentemente
acorde con la de los heterosexuales, rodeándose de ellos tanto en el trabajo,
como en la amistad, el esparcimiento y los negocios, los que comunmente son
denominados "secretos", o "tapados", y los homosexuales que disienten del
mundo heterosexual, rodeándose de gente que comparte sus inclinaciones, que la
admiten y aplican diariamente, y hasta diríamos públicamente.
Miles de homosexuales en Argentina y en muchas partes del mundo dejan
transcurrir su vida sin que los seres más próximos a ellos, sus familiares, sus ami­
gos, tengan noticia de sus inclinaciones sexuales, secreto que muchas veces arras­
tran hasta su muerte. De esta manera el homosexual se ve obligado a mostrar
ante las personas que probablemente más ama una parte de su realidad, una

196
ta que oculta su verdadero rostro, por lo cual nunca hay una entrega comple-
Canauténtica de su personalidad; en ciertos medios el homosexual no tiene otro
ta' e d ¡ 0 qUe mostrar fragmentos de un cuerpo mutilado. En algunos casos, el
regrior 3 ser descubiertos es tan grande que no se revelan ni aún ante otros homo-
xuales. Ante las conversaciones de los compañeros de trabajo que relatan sus
a v e n t u r a s amorosas, el homosexual tiene dos opciones: o marginarse y mantener-
- callado frente al tema, o empezar a idear secuencias imaginarias con mujeres,
d o n d e la mentira y la falsedad se agregan como complementos del juego. Por
s u p u e s t o , la represión cotidiana provoca la explosión en los instantes en que la
v e r d a d e r a personalidad puede aflorar. Esto ocurre en los lugares donde se en­
cuentra con otra gente que comparte sus mismas inclinaciones. Entonces, el
individuo humillado y derrotado que era antes se convierte en una persona ale­
gre jovial, comunicativa, hasta extrovertido, y si se quiere un tanto exhibicionis­
ta Debido a ello, cuando un grupo de homosexuales se encuentra en un bar, en
la casa de uno de ellos, o en una fiesta, el tema central sobre ei cual gira la con­
versación es precisamente la homosexualidad. Este caso ha hecho que a los ho­
mosexuales se los denomine genéricamente con la palabra "alegres". Sin embar­
go, ésta no deja de ser una clase de homosexuales. Hay otros que no adoptan
un tip o de vida homosexual. Existen, efectivamente, homosexuales solitarios,
uraños, que rehuyen todo tipo de comunicación y que solamente hallan su des­
carga a través de esporádicas y efímeras relaciones en los baños públicos o en
cualq uier lugar donde puedan consumar su relación. Otros llevan una vida
acorde con los demás miembros de la sociedad; son excelentes maridos y me­
jores padres y es probable que ni su mujer ni sus hijos sepan jamás de sus ten­
dencias homosexuales. Este aspecto "normal" de su existencia no los exime
de los inminentes peligros que debe soportar todo aquel que se decide a enta­
blar relaciones homosexuales; un simple arresto cuyas concecuencias fuesen
el conocimiento por parte de sus familiares, su esposa e hijos, sus amigos, sus
com pañeros de trabajo, de sus "otras inclinaciones" puede —también simple­
mente—convertirse en la peor catástrofe de su vida.
Este sentimiento de persecución afianza —sea dicho— un concepto de la
realidad más agudo y objetivo, precisamente porque los homosexuales cono­
cen desde épocas ancestrales lo que el resto de la gente recién comienza a
Percibir: que vivimos en una cultura intensamente antisexual, que casi todas
nuestras manifestaciones en ese campo se ven sometidas a censura y que nuestra
reducción al ámbito de la infamia y la hipocresía ha hecho que algunos elemen­
tos boguen por la "educación sexual", que sería en realidad una re-educación,
una recuperación de nuestra perdida espontaneidad para amar y para gozar de
ese amor.
La conducta homosexual más o menos permanente hace que el individuo
se sienta automáticamente desplazado hacia un campo de aparente irrealidad,
donde todo funciona de un modo distinto, donde lo cotidiano se trastoca ¡ne­
gablemente, donde las cosas son observadas desde una óptica diferente, como si
1 lr'dividuo se le cambiase la forma de pensar y de sentir. "A partir de mi prime-
elación homosexual, en que me di cuenta que a partir de ese momento
0 'ba a poder enamorarme de un hombre, mi vida cambió fundamental-
nte", nos confesó un joven recién iniciado. Ese sentimiento de "ser aparta-
V de incluirse en un mundo diferente lo eleva —o lo sumerge— en una

197
categoría distinta. "Profundizando estos interrogantes —nos escribe Cory-Jj
veo que para responderlos es esencial comprender que el factor dominante d J
mi vida, el que sobrepasa en importancia a los demás, está constituido por |d
conciencia de que soy un ser diferente; desde un punto de vista que me p a l
rece capital, yo soy otra cosa que la gran masa que me rodea. La conciencia;
de este hecho me sigue por doquier y ejerce una influencia profunda sobre cada
uno de mis pensamientos, sobte la menor de mis actividades y sobre todas m it!
aspiraciones. No solamente no se puede escapar al hecho de ser factualmente!
diferente de los otros, sino que ni siquiera puede uno perder esa conciencia
permanente de ser distinto." (77)

EL H O M O S E X U A L Y SU C O N T E X T O

Las razones por las cuales la mayoría de las parejas —o antiparejas— homo-j
sexuales no ofrecen una gran continuidad en las relaciones son múltiples. Al ubi-:
carse dichas relaciones objetivamente fuera del contexto legalista de la sociedad;
la necesidad de amoldarse -im ita r a los cánones tradicionales de la pareja he­
terosexual, el respeto por sus mismas costumbres, como ser la convivencia en
común o la fidelidad—, no tiene razón de ser. Además, los riesgos de "pare­
cerse" a una pareja heterosexual son inminentes; el hecho de que dos varones
vivan solos en un departamento, no salgan con mujeres —salvo que se decida
elaborar una refinada táctica ocultatoria—, y que de vez en cuando dejen esi
capar una inevitable muestra de cariño, son razones suficientes para qua
tarde o temprano entren en el ámbito de los "sospechosos". (* ) Es en gene­
ral-esa falta de estabilidad lo que los lleva a mantener contactos rápidos y efíme­
ros, por lo común en letrinas, zaguanes o cualquier lugar oscuro de la ciudad que;
sirva de mudo testigo. El matrimonio no le reserva al homosexual ninguna solu­
ción, y en el caso de aquellos que logran mantener experiencias más o menosj
continuas con el mismo individuo, siguen viviendo con sus padres o bien, solos.
Trimbos se pregunta si pueden existir buenos matrimonios homosexuales. Para
ello cita la opinión de Boss y de Van Ende Boas, que estiman que sí. Sin embar­
go destaca que resulta infrecuente hallar relaciones homosexuales extensas, esta­
bleciendo el común de tales relaciones entre uno y tres años. Al respecto,;
Kinsey revela que en muy raras ocasiones éstos alcanzan los cinco años de dura­
ción. Nosotros pensamos que la extensión de las parejas homosexuales varía se­
gún el medio en que éstas se mueven. Por lo general, en los grandes centros urba­
nos, donde la competencia y la opción pueden desarrollarse más intensamente,
las relaciones tienden a ser efímeras, es común el amante de una sola noche, y las
relaciones de pareja que suelen extenderse no pasan más allá del límite estableci­
do en el Informe. Contrariamente, en los poblados pequeños, las posibilidades de
conocer otras personas son escasas, declina la competencia y la relación puede
llegar a durar décadas.

(* ) Hace algunos años, en la ciudad de T a n d il, fueron descubiertos, a través de una


denuncia anónim a a los lugares de trabajo y a los familiares, una pareja de varones hom o­
sexuales; uno hu yó de la ciudad, el o tro se suicidó. (N . del A .)

198
Habilidad de los contactos sexuales llevados a cabo por los homosexua-
ólo resultan inmorales e improcedentes a la mayoría de la gente sino que
leS n° S os homosexuales terminan viéndose a sí mismos a través de los ojos de
los ^ "s , -somos una mierda", nos decía un joven homosexual yugoslavo en
,oS. -tu rís tic a a nuestro país. La internalización de la moral social tradicional
V'Slt ilada por los homosexuales los ha conducido a una despersonificación encar­
asimi 3da por los I
d ¡e
e ¡mbecilizarlos
imbeciliz a tal punto que no dudan en aplicar sobre su propio cuer
«■■“ "os mismos elementos
ele ideológicos de tortura que la sociedad emplea con ellos.
Esterna es lo suficientemente inteligente para saber que en la mayoría de los
casos no necesita elementos exteriores directos de presión para someter a un
'ndividuo; basta con que ese individuo mantenga un verdugo propio encerrado en
su c o r a z ó n . Este sentimiento es lo que ha hecho exclamar a Oscar Wilde: "Hay
muchos hom bres que, al ser puestos en libertad, se llevan la cárcel consigo y la
ocultan en su espíritu cual ignominia secreta, y acaban por arrastrarse en un agu­
jero com o desgraciados envenenados, hasta morir. Es horrible el verlos reducidos
a tal e x tre m o , e injusto, terriblemente injusto que a ello los impulse la sociedad".
(8 5 ) El p o lic ía que todo homosexual lleva dentro de su cerebro es el verdadero y
más eficien te instrumento de la policía real. La psicología, a través de su vocabu­
lario progresista, y de sus elevados conceptos sobre la cuestión, ha sido eco
tam bién del abuso con quft la ignorancia rodeó al tema desde épocas ancestrales.
Un estudioso que trabajó al lado de Freud por la década del 20 es el responsable
de estas palabras: "La homosexualidad es una parte del precio que nuestra civili­
zación occidental tiene que pagar; es una enfermedad propia del sistema y debe
de tratársela como tal". El gran drama que la sociedad siente respecto a esta "en­
ferm e d a d " es que a pesar de las penas más severas, de los dictámenes más riguro­
sos, de la persecución más desenfrenada, sigue persistiendo a través de los siglos
com o un dedo acusador e invulnerable, demostrándole que el apedreo con que
pretende mitigarla puede volverse contra sí misma. Ello hace que la misma socie­
dad reproduzca inevitablemente las mismas pautas anómalas, y angustiantes que
quiere destruir. Es en base a estos conceptos que podemos observar con claridad
la ¡nterrelación leyes-tratamiento. Tanto la psicología como la psiquiatría en ge­
neral funcionan como una moderna reafirmación de los códigos establecidos.
pero la diferencia no sólo es más profunda sino intensamente más inhumana. Las
leVes representan las instituciones y éstas a su vez la moral vigente. Son las en­
cargadas de materializar el castigo con la persecución, la prisión, y en algunas
ePocas incluso la mutilación o la muerte. El psicoanálisis y la medicina son los
Ocupados de introducir en el individuo el sentimiento de culpa, que en definitiva
0 aprisionará, lo mutilará o le quitará la vida por dentro, preparándolo para sen-
,lr com o justa la persecución externa, emanada y ejecutada por los estatutos le­
a le s y las fuerzas del orden. La psiquiatría pasa a ser una herramienta que acom-
Dana vanguardistamente los designios del sistema.
^ ^ No es extraño entonces que el homosexual se vea elevado a esa "promiscui-
y libertinaje" -térm inos que la sociedad suele emplear con bastante liberti-
d)e y promiscuidad— y que lo convierta en un ser nipersexualizado, o por lo
nos más sexualizado que la mayoría de los heterosexuales, lo que en muchos
ho S n° ^e*a C*e ser rea'- ^ ori9 en de ese desenfreno no se encuentra en la
rnosexualidad en sí misma sino en el contexto en que ha sido sumergida,
'•o es erróneo suponer que muchas de las leyes de los países capitalistas con­

199
tribuyen a fomentar las irregularidades que pretende erradicar. Esa ya clásica d iJ
láctica es aplicable a las disposiciones establecidas contra la homosexualidad q iJ
supuestamente tenderían a evitar la exteriorización, el exhibicionismo, el escárl
dalo y las distintas manifestaciones que atenían contra "la moral pública y la
buenas costumbres". Muchos homosexuales hacen de las leyes antihomosexualé
una paradoja irrisoria al sentirse mayormente estimulados por éstas. El place
sexual que a veces se siente conjuntamente con una situación de ocultamiento <
de peligro hace- que algunos desarrollen sus aventuras en circunstancias conside
radas comúnmente como desfavorables. El hecho de sentir el sabor de la maní
zana prohibida ál ejecutar las actividades en lugares donde pueden ser descubier
tos o con individuos que no ofrecen precisamente una garantía de seguridad
puede llegar a intensificar el goce sexual. La razón de esto no se debe al tan men
tado lema de que "el hombre posee una especial predilección por lo prohibido"
explicación que surge de la nada y que no conduce a nada, sino que la encontrar
mos en el análisis de los estímulos asociados, a través de los cuales cierta cant¡J
dad de homosexuales han experimentado sus relaciones —desde un principio-S
donde la tensión y el temor jugaron sus papeles fundamentales, de modo que
les es imposible sentir sensaciones placenteras si esos factores no se integran a la
aventura erótica. Más allá de la relación sexual en sí, esos complementos suelen1
resultar esenciales para la realización total del placer. En estos casos, una relación
circunscripta a un ambiente de seguridad, calidez e intimidad, no respondería a la
asociación de estímulos que indudablemente excitan en mayor grado a estt
tipo de individuos. Hay homosexuales que se oponen a la legalización de \í
homosexualidad alegando que si ésta se convirtiese en algo permisivo perdería
la atracción que actualmente —dicen— posee.
A veces, el desprecio que el homosexual siente por sí mismo es aún mayor
que el de ciertas personas de la comunidad heterosexual. Por lo menos, algunas
de éstas tienden a observarlo con contemplación. No es raro que el homosexual
se autoaprecie viéndose desde el lado de los opresores y utilice, incluso, califica­
tivos como "amorales", "degenerados", etc., interponiendo de esa manera una
insalvable muralla entre él y su felicidad.
La violencia de la que a menudo es víctima lo torna un ser asustadizo e in­
trovertido, carente de carácter y despersonificado, peculiaridades halladas en él
con alguna frecuencia. La hostilidad que a menudo tienen que soportar puede
llegar a niveles de psicosis criminal y no nos resulta extraño leer a veces —a pesar
de desarrollarse en un medio tan "civilizado" como Estados U nidos- noticias
como éstas: ..."la jornada del sábado registró una escena de inimaginable salvajis-!
mo, de la que fue víctima un individuo que se paseaba por el populoso barrio
neoyorquino de South Bronx vestido con un abrigo de señora. William Battles,
de 31 años, fue agredido por un grupo de unas veinte personas, que lo apalearon
y lo mutilaron sexualmente. Battles falleció horas después, víctima de sus heri­
das". (La Razón-, 26-11-73) Esta paranoia colectiva es lo que ha hecho exclamar
a G. Hocquenghem ..."la represión antihomosexual es en sí misma una expresión,
desviada del deseo homosexual". (39) En los Estados Unidos, los homosexuales
son más perseguidos —a pesar de la creciente influencia de los grupos homose­
xuales liberacionistas— que cualquier minoría racial o religiosa, y en la mayoría
de los casos no pueden contar con la ayuda de ninguno de los presenciantes
—aunque alguno de éstos vean en tal acto una injusticia— por el probable temor

200
iqU¡er persona que se atreva a defender a un homosexual pasa a estar
que cu;•ám ente "de su vereda", o sea considerada también un homosexual
automatlC\ b|e vl'c t¡ma de la irracional agresión. Tal violencia física —o m o ra l-
V üna ii fiar a c o n ta r —como veremos— con la aprobación oficial, mediando cir-
especiales.
cunY probable acción y represión policial es vivida por la mayoría de los
Sexuales c om o una constante a pesar de que resulta casi imposible que la
horT, |a llegue a detectar un contacto homosexual; la detención y el arresto se
p° lK 3 en la mayor parte de los casos, sobre la mera "sospecha" de que los pro-
aP° Viistas desean entablar relaciones homosexuales. Trasladando el "delito de
sexualidad " a cualquier otro tipo de delito, tal motivación raya con lo ab­
surdo A nadie se detiene imputándosele el cargo de pensar cometer un robo, o
na estafa, o hasta un homicidio. En la práctica, la preservación contra tales deli­
tos no existe. Por demás, esa medida preventiva resultaría ineficaz porque si se
arrestase a un ladrón, a un estafador o a un homicida antes de cometer tales deli­
tos d eb erían ser dejados en libertad al poco tiempo puesto que a nadie se lo pue­
de acusar de algo que no ha hecho. Sin embargo, tal filosofía no parece existir
para con los homosexuales. Basta que dos hombres o dos mujeres que van por la
calle estén considerados potencialmente predispuestos a emprender actos homo­
sexuales para que se lleve a cabo la detención, argumentando la "probabilidad"
de que lleguen a cometer tal delito, sin que nadie los haya visto hacerlo. Tal ac­
titu d va contra cualquier derecho, ley o estatuto, incluso contra los principios
éticos del sistema liberal en el cual vivimos. A pesar de esto, es frecuente que ta­
les personas se vean privadas de su libertad por el sólo hecho de estar potencial-
m ente predispuestas a entablar un contacto sin que en realidad nadie pueda pro­
barlo ni a nadie le interese directamente evitarlo, desde el momento en que una
relación entre dos individuos consensúales llevada a cabo en privado no puede
afectar los intereses de ningún tercero. Lo único verdaderamente atroz respecto
a la relación entre personas de un mismo sexo no es la homosexualidad en sí
sino la persecución de la que se la hace objeto a través de las leyes penales. La
opresión y crueldad del hombre para con el hombre resultan ser mucho más sal­
vajes e irracionales que sus diversas formas de actividad sexual.
En ocasiones, la policía emplea métodos para atrapar a los homosexuales
que van contra los principios de cualquier ley. Uno de los métodos es el de adies­
trar a jóvenes bien parecidos para que recorran los lugares donde se sabe que el
elem ento homosexual confluye, e incitarlos a un acercamiento con el propósito
de que la víctima vea en esa actitud un levante "normal". Si la persona en cues­
tión se acerca a los requerimientos del joven, está por sentado que tal persona es
hom osexual. Entonces el muchacho extrae su chapa de identificación y se revela
com o policía. El homosexual es detenido y llevado a la seccional correspondien-
H a rry Benjamín relata el caso de un excelente neurólogo que había escapado
de la persecución nazi en Alemania. Este hombre era homosexual. Una noche,
mientras aguardaba en una estación se le acercó un muchacho, el cual expresó
-videntes deseos de pasar la velada con él. Una vez que este hombre —de unos
C|ncuenta años aproximadamente— hubo aceptado, el muchacho extrajo su placa
e Policía y lo detuvo. Su abogado le aconsejó que se declarase culpable creyen-
0 que con eso iba a resolver el problema. Salió en libertad. Un par de semanas
,nas tarde un boletín oficial de la Sociedad Médica del Condado, emite un ar­

201
tículo en el cual lo declara culpable de "vileza moral". Aquella misma noches
suicidó . Los esfuerzos de Benjamín para hallar al responsable de esa inútil publj
cidad fueron infructuosos. Sólo encontró "pases de responsabilidad" y senti
mientos piadosos. Esto,*cree Benjamín, es una forma de te rro r65. Al no existí
en nuestro país leyes antihomosexuales específicas se lo acusa de "incitaciój
al acto carnal en vía pública". La injusticia y la malversión de tal acto resultai
evidentes. El que "incita al acto carnal" no es el homosexual sino el joven po
licía, y el incitar a un delito constituye de por sí un delito. La organizaciói
homofílica argentina recurrió a tales argumentos pura defender los casos di
homosexuales caídos en esas circunstancias. La respuesta fue que la policía pue
de incidir en semejantes métodos "en cumplimiento del deber". Por lo que ve
mos, el cumplimiento del deber de nuestra policía es incitar lisa y llanamente a
"delito", figurémonos la misma práctica en otros aspectos: dejar abiertas ^
sin vigilancia aparente las puertas de un banco, o sin vidrio el escaparate de un<
joyería o que un ilustre desconocido reparta cheques en blanco de una cuentí
que no le pertenece para que la gente vaya a cobrarlos, todo lo cual induciría í
cierta cantidad de personas a cometer delitos. Tal práctica no lleva, en sume
caso, a reprimir la delincuencia sino a incentivarla.
Lo que en definitiva busca reprimir el aparato legal en estas relaciones "con
tra natura" son las "aberraciones", la "degeneración moral en los métodos em
pleados" y "la inmoralidad de tales actos", como ser la penetración anal, la mas
turbación y los contactos bucogenitales. Sin embargo esos métodos se emplear
—sobre todo en los últimos años entre los elementos jóvenes— también en la:
relaciones heterosexuales sin que ninguna ley reprima tales usos, e incluso estér
gozando del vistobueno cada vez más generalizado de la población. Que las mis
1 nds formas sean permitidas en las relaciones heterosexuales y prohibidas en las
homosexuales constituye una visión tendencista que va más allá de esas formas
y que juzgan directamente la orientación afectiva del individuo.
Otra de las razones por las cuales se considera necesaria la legislación anti­
homosexual es que de no existiese presupone que este tipo de relación no repro­
ductiva seduciría a casi todos los individuos, por lo que la especia humana esta-
ría en peligro de esfumarse. Al parecer, esa legislación, por un lado la valora y
por otro le teme. Valora exageradamente sus atractivos al pensar que la mayor
parte de la gente tomaría por ese camino —en términos absolutos—, lo cual re­
sulta harto improbable puesto que —según la información histórica que posee­
m o s- grupos humanos como el de la antigua Grecia no desaparecieron del mapa
y sin embargo carecieron de legislación antihomosexual. En un análisis de otras
civilizaciones emparentadas con otro tipo de religión, como la budista o la
musulmana, vemos que la homosexualidad es tomada por estas doctrinas, si bien
no con favoritismo, sí con absoluta tolerancia, gozando del vistobueno general.
Y en regiones donde dominan dichas corrientes religiosas, el problema no es pre­
cisamente el de la subpoblación, sino todo lo contrario, el de la superpoblación.
Es sencillo observar que "el cuidado de la especie" por parte de los países que
conservan leyes antihomosexuales carece totalmente de sentido. Resulta eviden­
te que el temor en que dicha legislación dice estar fundada proviene de una so-
brevalorización de los atractivos de la práctica homosexual.

2 02
uA p r a c t ic a e n l a s p r is io n e s

Uno de los problemas más cruciales que debe soportar el director de una
. - n e 5 el de la homosexualidad -escribe Richard Stiller—. El sentimiento ho-
f3r , ual despertado en individuos que deben soportar una nulificación de sus
iones heterosexuales es el origen de la mayor parte de las peleas y castigos.
re estos medios, un elevado porcentaje de los varones viven una homosexualidad
im p u ls iv a , exteriorizada como resultante más de una carencia que de una pre­
f e r e n c ia Los impulsos sexuales de los prisioneros son idénticos a los de los que no
son El encierro puede variar la orientación del impulso sexual pero jamás su-
°¡m irlo . El mismo autor sostiene que "El homosexualismo es quizá la causa
n 'incipal de los problemas de disciplina en las prisiones". Esta cuestión es am­
pliam ente trasladada a las prisiones de mujeres. Algunos aducen que el lesbia-
nismo es más intenso que la homosexualidad masculina debido a que el primero
goza de una disciplina menos rígida que facilita la práctica de esta expresión,
agregando el mayor número de oportunidades, aunque los dos provocan la censu­
ra y el castigo de las autoridades de la prisión, los que pueden oscilar entre la
pérdida de los privilegios hasta la extensión de la sentencia por un año o más.
En las cárceles suelen distinguirse dos tipos bastante definidos en lo que a
roles se refieren. Los "papitos", que ejercen el papel activo, agresivo, en la rela­
lación sexual, y sus dependientes, que desempeñan el papel pasivo. En un medio
opresivo los roles se acentúan y la sexualidad se vuelve más compulsiva. El con­
texto que rodea estas relaciones -sobre todo para los iniciados— frecuenta
los limites de la violación, en que los "machos", hombre rudos y de una fuerte
estructura físiía, obligan a los presos más jóvenes y débiles a mantener relacio­
nes, o bien con ellos, o bien los dedican a ejercer la prostitución con el fin de que
su poder le reditúe algunas ganancias. Es de hacer notar que estos jóvenes pueden
ser o no homosexuales. Stiller describe las situaciones a veces provocadas por es­
tos papitos, "hombres duros y brutales", citando el estudio de Martin sobre la
revuelta de la prisión de Jackson, cuando "manadas de homosexuales merodea­
ban por las celdas. Empezó en una orgi'a sexual. Un joven y rubio falsificador,
verdadero homosexual, a quien su madre lo había vestido de niña cuando era chi­
co, y al cual había que mantener separado en la prisión porque no podía évitar
enredos homosexu3 les, fue poseído por 14 hombres que hicieron cola a la puer­
ta de su celda"65. Kenneth Walker hace notar que "el encarcelamiento de un
¡oven homosexual es comparable al tratamiento de un alcohólico por el procedi­
miento de encerrarlo en una cantina o en una fábrica de cerveza

Un film que reveló la posesión brutal entre los presos fue El sordo cielo,
Prohibido en la Argentina a poco de estrenado. Pero junto a estas explosiones de
bolencia existen relaciones que en el pequeño mundo de la prisión repiesentan
Jn calco de la sociedad, con todas sus pautas y tradiciones. Hay homose*ijales
3ue adquieren una conducta típicamente femenina y exponen sus encanto* y
-oqueteos con el fin de hallar un "novio" o "marido". Los métodos empleados
Jueden ser los mismos que los de las mujeres y el grado de las pasiones de los
demás presos puede verse tan estimulado y excitado como en hombres en situa­
ro n de libertad. Según Stiller, la presencia de un homosexual entre varones que
n° lo son se torna muy peligrosa pues se asemeja a la presencia de una mujer que

203
se hubiese introducido en la prisión, con el consecuente problema de los celos!
las rivalidades. Todos estos trastornos emocionales nada tienen que ver con fl
homosexualidad en sí sino con el medio en que ésta se desarrolla. Si presos d^
ambos sexos fuesen obligados a convivir en las mismas celdas —es decir que lo
impulsos pudiesen orientarse hacia la heterosexualidad— se daríart las misma
situaciones de violaciones, celos y distintos tipos de violencia que las que provo
can las relaciones homosexuales. Sin embargo resulta conveniente para la mora
burguesa hacer incapié en las deformaciones patológicas de la homosexualidac
rodeándola de situaciones —también deformadas— como las prisiones, los ínter
nados para menores o los campos de guerra, como sí la homosexualidad no exis­
tiese fuera de esas circunstancias., originadas por las mismas deficiencias y meca
nismos de una sociedad basada en la opresión. La sociedad se asusta de los fan­
tasmas que ella misma crea y reproduce. Bajo estas presiones es fácil deducir
que la homosexualidad no está fundada en una expresión de deseo sino en una
necesidad compulsiva.
Y es también bajo estas circunstancias que a veces se dan romances no ta
dramáticos, de mutua concordancia, donde entran en juego todas las imágenes
del mundo exterior; se escriben cartas de amor, se intercambian regalos, con-
certan citas y hasta pueden llegar a figurar un casamiento. Junto a todas estas
articulaciones del amor sobrevienen también las discuciones, las rivalidades y
las desiluciones.

L A P R O S T IT U C IO N

Uno de los matices más relevantes de la práctica homosexual contemporánea


es la prostitución. Un artículo aparecido en el número 2 de la revista Somos del
Frente de Liberación Homosexual Argentino, realizado por el grupo Eros, puede
darnos una idea aproximada de ese ámbito en nuestro país, al que transcribire­
mos textualmente.
Taxiboys : el negocio de ser "hombre": Carlos R., joven de pelo largo, ceñi­
dos pantalones y aspecto atlético, se recuesta apuestamente contra un poste en
una transitada calle del centro de Buenos Aires. Tiempo después, un automóvil
conducido por un adulto y atildado señor se estaciona junto a él. Carlos —un t í ­
pico "taxibo y" de lujo— se aproxima y advierte .'"Diez lucas la bajada de bande­
ra y lo demás aparte".
El diálogo puede parecer absurdo. Forma parte, sin embargo, de uno de los
clichés profesionales de un gremio que, no por subterráneo, deja de crecer: el
de los prostitutos masculinos. Carlos y sus numerosos cofrades reclutan los
"clientes" entre los integrantes de la comunidad homosexual: una variable suma
sirve para costearse un "viaje" por los borrosos territorios que lindan entre el
erotismo y la compraventa.
El ingenioso neologismo con que se denomina esta variante masculina del
antiguo oficio alude a otra construcción no menos original: "bajar la banderita",
referida al acto sexual.
El contraste de los ofensivos epítetos que señalan vulgarmente a prostitu­
tas y homosexuales (los segundos deben cargar con la hiriente abreviatura co­
rrespondiente a prostitutos) no hace sino reflejar un fenómeno más amplio.
Mientras que a la prostituta se le paga por hacer el amor —"humillándosela" como

204
■ __ el prostituto varón traduce en pesos su potencia viril, salvaguardando su
Ü|L,mbría"- V. con e^a- 'os principios machistas de nuestra cultura. El mismo
•pero que hace "im pura” a la mujer en la relación heterosexual, "purifica" al
^arón en la homosexual. Explotar a un homosexual equivaldría —según tabúes
^ g e n t e s - a robar a un ladrón.
ia profesión de taxiboy: Los prostitutos homosexuales (que eluden auto-
rreconocerse ni como prostitutos ni como homosexuales) ejercen alegremente su
oficio por calles, bares y estaciones.
Todas las noches invaden literalmente el centro de la ciudad. Miradas entre
a n s io s a s V sobradoras, poses de guapo en un desfile de modelos, los habituales
g e s to s de pedir cigarrillos o preguntar la hora, los hace reconocibles a los ojos
de los entendidos.
Rara vez laboran aisladamente. Organizados en verdaderas bandas, un inte­
rés común —evitar que se los burle— se sobrepone a la competencia; así, distri­
buyen "paradas", reemplazan a los compañeros "caídos", se intercambian clien­
tes y experiencias, represalias a los deudores y a los "avivados".
(...) La tarea —en sí riesgosa— puede transformarse en obsesiva, especialmen­
te para aquellos con "dedicación exclusiva". Es difícil —excepto para veteranos,
con extensas conexiones extracallejeras— formalizar, incluso, una cita por noche.
A medida que transcurre el tiempo, disminuyen las espectativas económicas. La
madrugada los sorprende a menudo, en la puerta de los pocos cafés abiertos, tris­
tes, somnolientos y gratuitos.
Mientras que algunos prostitutos aclaran de antemano el carácter mercantil
de la relación ("yo lo hago por interés, no por vicio", anticipa Nelson, un imber­
be tucumano de 16 años), otros —no tan "honestos"— simulan un acercamiento
afectivo para luego, sobre la marcha, cuantificar su seducción. Tal es el caso de
Andrés P., 23 años, poblador de Ezeiza: "que él pague un café o un whisky, y
después hablamos; yo no le pido nada, pero si no me lo ofrece, difícilmente su­
ceda algo bueno". De ahí al chantaje —manifiesto o encubierto— no hay más que
un paso.
Es que a diferencia de las prostitutas —socialmente desprotegidas—, los cor­
tesanos de lujo se hallan amparados por la discriminación contra los homosexua­
les. Estos últimos viven temerosos del escándalo y saben que difícilmente la poli­
cía —o nadie— los proteja. A la sombra de la agonizante moral, florecen así las
formas más escalofriantes de explotación.
Descripción de la actividad: Osvaldo A. es un joven de 18 años; en Rosario,
su ciudad natal, había ejercido el oficio en forma amateur. Una vez llegado a
Buenos Aires, con apenas un bolso y tres mil pesos, decide profesionalizarse.
'Para m í —afirma— esto es solo una forma de conseguir dinero. Si yo les hago a
ellos (los homosexuales), que se pongan. Si yo me porto bien con ellos y les
hago el gusto, nada más lógico se porten bien conmigo".
"Antes de hacerlo gratis, me levanto una mina, o con 8 ó 9 lucas pago una
loca y al hotel", se ofende Héctor, un desocupado de 19 años. Tal vehemencia en
negar las tendencias homosexuales —innatas en todo individuo— y exaltar la he-
terosexualidad, no puede menos que resultar —en este caso— particularmente
sospechosa. El ejercicio de la prostitución permite en reaiidad al taxiboy distra­
e r esas inclinaciones —inadmisibles para su propia escala de valores y para la
sociedad— con la excusa de "hacer un negocio". Algunos, como el comisio­

205
nista de libros Esteban, de recientes 22 años, reconocen ser totalmente impo­
tentes frente a "tipos que no sean jóvenes o buenos mozos: no pasa nada".
El testimonio de Alejandro L., 19, joven bien vestido del barrio de Belgrano,
resulta significativo: "Prefiero a las mujeres antes que a los hombres; si me acues­
to con uno, tengo que salir ganando algo, sea placer o dinero. Por eso, solamen­
te les cobro a los que no me gustan; con jóvenes en cambio lo hago gratis".
El reconocimiento o no del placer homosexual parece estar ligado a la
extracción social del taxiboy. En efecto, para un prostituto de bajo status, la ex­
cusa de "necesito plata" puede aparentar más validez que para un amante por
hora de clase media.
Las diferencias de clase inciden no sólo en la forma de encarar el negocio,
determinan inclusive "zonas de influencia". Asi', los "lumpentaxiboys" provie­
nen qeneralmente de las provincias; atraídds por las luces del centro, su situa­
ción podrí a parangonarse a la de la campesina pobre con sueños de actriz. Carecen
de ocupación licita y con frecuencia de residencia fija. Son ¿I mismo tiempo el
modelo más económico y, paradójicamente, el más riesgoso si en ocasiones su
precio se limita a una cena, no descartan en apelar a métodos más directos para
incrementar sus ingresos, tales como el desvalijamiento o la violencia. Munidos
de esas técnicas, ingresarán —una vez retirados— en formas más comprometidas
de delincuencia.
El precio bajo no es, con todo, un elemento def i ni torio de la extracción
social. A veces, exigir un desayuno, una camisa usada o quinientos pesos toma
el carácter de pago simbólico que estos singulares varones necesitan para empren­
der relaciones "non sanctas" sin remordimientos de conciencia. Esta especie
—por lo general amateur— procede de los sectores obreros y bajas capas medias,
con desconcertante regularidad estudiantes secundarios. La prostitución les sir­
ve tanto para redondear sus ingresos mensuales —o la cuota familiar— como para
solucionar sus déficits sexuales. "Con un tipo vas a lo seguro" —se disculpa Juan
Carlos, cuarto año de un colegio comercial de Avellaneda—, A una mina en cam­
b ió le tenés que hacer el entre, chamuyártela, sin saber si aceptará acostarse o
no. Levantándote a uno de esos, te sacás la calentura, y encima te ganás unos
mangos". El cambio de sexo de su amante sustitutivo lo resuelve con un recur­
so no demasiado convincente: "pensás que estás con una mujer y listo". Con
especial ahíntío en los fines de semana, esta especie es encontrable sobre todo en
Lavalle y alrededores.
Sólo los prostitutos de clase media alta —taxiboys de lujo— se atreven a in-
cursionar más al norte, hacia los sitios que el ambiente homospxual exclusivo
monopoliza durante la noche. Pajes de cabello e indumentarias a la moda, com­
portan el prototipo del porteño "piola": concientes de que se están aprovechan­
do de quienes no tienen los medios sociales para defenderse, su necesidad econó­
mica inmediata es irrelevante. Así, ie rastrea —con mayor nitidez que en otros
colegas— una incapacidad de asumir su gusto hacia otros hombres. Son estos mis­
mos especímenes —que surten las patotas pelilargas de Flores, Coghlan, Belgra­
no— los reproductores de otro viejo fenómeno porteño: la barra masculina, cuna
del más acentuado machismo tangui'stico.
Los taxiboys de lujo asocian el incremento material a la idea de ascenso
social que pueden obtener relacionándose con clientes pudientes; de la mano de
éstos, visitan ruidosos boliches de onda a los que raramente acceden de otro

206
T i e n d e n , por tanto, a extender la "amistad" más allá del coito circuns-
modo. „ v¡v¡r a| g¡|". Demandan casi exclusivamente levantes motorizados, y
tanC¡a ' osc¡|a entre los "cinco y diez mil pesos (1973) cada vez, aparte de aten-
sU tan extras". Critican la competencia desleal de costos inferiores: "Esos 'ne-
c¡° n(eS eSpantan a los clientes, con esas camisetas musculosas y esos gestos de
9r° J además un tipo que sale con ellos se quema para siempre", ataca Polo,
^ d e p o rtiv o rubio de Constitución.
Un ^ La fijación de las tarifas —que corren en todos los casos por parte del vende­
dor— abre las puertas a contradictorias consideraciones, fundamentalmente
relacionadas tanto a la categoría del taxtboy como al aspecto físióo de su posible
esa Ante un homosexual joven y atractivo, los usureros de la soledad suelen
dejar de lado sus intereses económicos, en cambio para un cliente entrado en
años el monto de la operación ascenderá en escala inversamente proporcional a
su belleza. Arrinconados por la inflación y la competencia, los prostitutos inven­
tan insólitas maniobras publicitarias: el centimetraje y la capacidad de repe­
tición, implican —a su ju icio — pretenciosos aumentos.
Intt viene también una cuestión de prestigio frente a los demás camaradas
laborales " Y o la primera vez siempre cobro, aunque él me caiga bien; si lo
conozco bien la mano puede cambiar", promete Norberto G., obrero de 20 años.
La justificación de cobrar por "no pasar por'' desnuda un complejo mecanis­
mo de defensa; el mismo incide en el mantenimiento del rol exclusivamente acti­
vo en el acto. Aunque los taxiboys más consecuentes llegan a dejar de lado esa
imposición, colocándose un precio distinto: el pasivo cuesta, por lo general, algu­
nos pesos más.
El precio del marginamiento: La actitud de los taxiboys hacia el sector que
los mantiene no es precisamente afectuosa. Ese paradójico desprecio a los homo­
sexuales —a quienes ubican en el último escalón de la sociedad, después de ellos
(los "hombres") y sus amantes ideales (las mujeres) se tiñe de una profunda,
compleja envidia. Estalla a menudo en violentas agresiones, en particular a la sa­
lida de los bailes de ambiente: verdaderas emboscadas donde las víctimas son
despojadas y castigadas con inusitada saña. Tales exasperados ataques se inte­
gran a las comunes ofensas y humillaciones que cualquier homosexual "eviden­
te" soporta periódicamente en la vía pública. En efecto, si la prostitución
masculina puede florecer, es que existe una situación social que le sirve de sos­
tén. Obligado a la clandestinidad por un contexto adverso, la imposibilidad de
manifestarse libremente compulsa al homosexual a entablar estas efímeras y
mercantiles relaciones. Sobre esta motivación básica, influye otro factor: algunos
homosexuales viven con culpa su condición de tales, viviendo como justa la re­
presión de que se les hace objeto. Esto los lleva a "someterse" frente a la figura
del "macho", representada en este caso por el taxiboy. Aunque la mayoría de los
homosexuales asumidos tratan —concientes de su peligrosidad— de mantenerse a
distancia de sus cortejantes a sueldo, y sólo acuden a ellos en casos extremos,
acuciados por la vejez o la soledad.
Esta predisposición —además de reducir el margen de operatividad— atenta
contra la fantasía de "conseguir un tipo rico que te mantenga para siempre",
'nalcanzable sueño de los taxiboys. (...)
Un "boom '' sombrío: Con el motivo —y visible— incremento de la prostitu­

207
ción masculina —y la buena disposición de sectores cada vez más amplios de nues­
tra juventud a emprender relaciones de esa naturaleza—, Buenos Aires no hace
sino ponerse a la altura de Nueva York, Los Angeles y otras ciudades de occiden­
te. El hecho de que el boom pase desapercibido y no merezca la atención de los
investigadores sociales, forma parte del tabú reinante para todo lo referente a la
homosexualidad, y, por consiguiente, a los mecanismos de explotación que se
montan sobre esa represión que la misma soledaa impone.
Sucede que el incesante bombardeo de imágenes eróticas por parte de la pu­
blicidad y los medios de comunicación de masas, actúa sobre una sociedad que
no parece dispuesta a a b a n d o n a r tan fá c ilm e n te los rígidos esquemas Victorianos
que la vieron nacer. La ortodoxa moral que la educación familiar y escolar ense­
ña al individuo entra en crisis cuando el sexo se convierte en un valor de ventas
y un símbolo de prestigio. Sofocada por el encuadre represivo, excitada por el
aparato de consumo, la sexualidad se deriva hacia formas cada vez más alejadas
de la afectividad, convirtiéndose en otra mercancía.'
De otro modo podría ho entenderse que, al ablandarse los controles sobre
las relaciones prematrimoniales, la prostitución masculina no decrezca. Esta últi­
ma está expresando —en un modo absolutamente deformado— la tendencia hacia
modelos no convencionales de amor. Prostituyéndose, el joven varón da rienda
suelta a esas tendencias sin admitirlas concientemente como tales, y simultanea-
mente valoriza en dinero su sexo. Así sé dan cita dos tipos de miseria padecidas
por la sociedad contemporánea: la económica y la sexual.
Por otra parte, el taxiboy —generalmente un ser que, como todo machista,
se identifica demagógicamente con la heterosexualidad y aspira a casarse con
alguna "noviecita buena"— puede servir de ejemplo para ilustrar una posible
—y poco auspiciosa— evolución de la actitud erótica del conjunto social: el obje­
tivo del acto sexual, que desde la moral tradicional es centrada en la procreación,
se desempeña —sin pasar por el placer en sí—'hacia la ganancia económica90.
A primera vista, el término taxiboy parecería provenir de una nación de
habla inglesa, sin embargo dicha designación es empleada únicamente en Argen­
tina. Tanto en el nuestro como en otros paíseS existe otra categoría t)e prostitu­
tos, integrados por homosexuales asumidos como tales y que con frecuencia eje­
cutan el rol pasivo en el acto sexual. A qu í sé los denomina "taxigirl" y en Esta­
dos Unidos "hustler". Estos constituyen, dentro del terreno de la prostitución
masculina, una manifiesta minoría.'
Es a través de la prostitución que se evidenciaron una atroz claridad, las
pautas machistas sobre las cuales descansa "la moral y las buenas costumbres"
de nuestra sociedad. Tomando el caso de la prostitución heterosexual, la ley re­
prime al acreedor —la mujer— y absuelve al deudor —el varón— a pesar de que
éste esté tan complicado como la prostituta en la transacción de comercio
sexual. En cambio, en la prostitución homosexual, la ley reprime al deudor
—el homosexual— y absuelve al acreedor —el "macho"—, es decir que funciona
completamente a la inversa, aunque —insistimos— ambos estén igualmente com­
plicados en la transacción de comercio sexual. Es sencillo observar que el aparato
de las instituciones legales siempre está del lado del sexo "fuerte" persiguiendo
y acosando al "segundo" y al "tercer" sexo. Respecto a este último caso, don­
de el contacto es frecuentemente entre un muchacho joven —muchas veces me­
nor de edad— y un adulto, la ley denuncia más claramente sus propósitos de

208
¡miento al definir al menor como explotado, cualquiera sean las circuns-
SO'idas que rodeen el hecho.
taP No es extraño que se suela identificar la homosexualidad con ambientes
le reinan el robo, la estafa o el estupro. Ciertamente, la realidad nos ofrece
una regular frecuencia ese panorama. Pero también sucede en medios hetero-
COM|nles y sin embargo nadie cuestiona ni condena la heterosexualidad por ello.
5 ¡ algunas características, como ia inencionaua prostitución, son más enfatizaaas
como síntoma de corrupción en los homosexuales que en los heterosexuales,
ello no se debe a la homosexualidad en sí sino a la relación cultura-homosexuali­
d a d reinante. La vulnerabilidad del homosexual respecto del chantaje -p o r ejem­
p lo - es una proyección consecuente de dicha relación. Resulta absurdo calificar
a la homosexualidad en sí rrtisma como causal de las circunstancias angustiantes
que la apremian. Por otra parte, para muchos estudiosos, el homosexual es el que
realiza siempre al papel de villano, de vil explotador, y el pobre joven que acude
a sus demandas es la victima inocente que cae en las redes infames de la co­
r r u p c i ó n . De esta manera, Reich nos dice: "Muchos jóvenes proletarios se ven
obligados, por su pobreza, a entregarse a los homosexuales de los ambientes
pudientes"64. Pero en ningún momento se le ocurre a Reich referirse al homo­
sexual proletario, el que sufre la iniquidad, la explotación y la represión como
cualquier obrero.

EN LOS ESTADOS U N ID O S

En el presente estudio de la homosexualidad en las esferas capitalistas, pon­


dremos aquí el caso de los Estados Unidos por ser el más vivo caso del capitalis­
mo imperialista, así como Argentina puede servirnos para ofrecer una imagen
de la homosexualidad dentro del capitalismo dependiente.
Hasta hace algunos años, Estados Unidos tenía üna de las posiciones más ra­
dicalizadas respecto al trato que debía dársele a los homosexuales. Los actos de
este tipo eran severamente sancionados por los códigos penales, no obstante
éstos habíarí sido decididamente dejados de lado por la mayoría de las naciones
desarrolladas del mundo occidental. En Estados como Colorado, Geogia y Neva­
da podía ser castigado con prisión perpetua. Un breve comentario sobre la posi­
ble homosexualidad de un hombre de Estado podía llegar a arruinarle con asom­
brosa rapidez su carrera polítida, y es de creer que éste recurso fue empleado en
más de una ocasión hacia individuos que nada teníaní que ver con la homosexua-
l¡dad para sacarlos del paso. El sentimiento homofóbico del varón medio estado­
unidense parece que superó —y en mucho— al machismo latinoamericano. La na-
c:|ón norteamericana desaprobaba la homosexualidad desde todo punto de vista;
C|ertas carreras, como la militar, eran totalmente prohibitivas para los que com-
f’artiari esta orientación sexual, y la medicina estadounidense —empezando por
JS ensayos fisiológicos y terminando en los psicológicos— contribuyeron a
°rmar una imagen de la homosexualidad absolutamente distorsionada, emparen­
t ó l a y fusionándola con las más graves perturbaciones emocionales. Mucha
a9Ua parece haber corrido bajo el puente desde entonces. Al cumplirse el bicen-
tenario de la independencia de los Estados Unidos, en la ciudad de San Fran­
g e 0 . unas 1 2 0 . 0 0 0 personas desfilaron por sus calles declarándose pro-homo­

209
sexuales o abiertamente homosexuales. La manifestación contó con la autori­
zación del alcalde de la ciudad y con la protección policial. Los padres ae los
jóvenes homosexuales que brindaban el apoyo a sus hijos llenaban cuadras. Has­
ta hubo una representación de las fuerzas armadas que lo hicieron con el rostro
cubierto empleando disfraces. Un vespertino porteño menciona que "a lo largo
del desfile, desde los balcones de los edificios, miles de personas aplaudían ei
paso de los hombres y las mujeres 'gay', sobre todo de los religiosos y padres de
familia". Acotaremos que San Francisco posee ciertas características especiales
ya que dicha ciudad fue "tomada por asalto" por el elemento homosexual, y que
éste goza allí de cierta.condición de privilegio. Esto es, desgraciadamente, lo que
sucede siempre con los perseguidos: terminan reuniéndose en una especie de
modernos Ghettos que permite formar una coraza entre el mundo "de ellos" y
el mundo de "los otros” , imposibilitando la integración y la convivencia armóni­
ca con los demás miembros de la sociedad. El Manifiesto Homosexual, de Cari
Wittman, expresa vivamente la situación surgida en esa ciudad: "Somos refu­
giados de América. Por eso vinimos al ghetto que, como todos tos ghettos, tiene
su lado positivo y su lado negativo. Los campos de refugiados son preferibles a la
situación en que nos encontrábamos antes, sino la gente no habría venido.. Pero
significa una esclavitud, aunque sólo sea por el hecho de que únicamente en ellos
podemos ser nosotros mismos. Nos estar camos en ellos aceptando el status quo.
El status que está corrompido. Estamos cosidos a nuestra opresión y, lo que es
más: en el aislamiento del ghetto nos culpamos a nosotros mismos en vez de cul­
par a nuestros opresores. Los ghettos alimentan la explotación: los caseros nos
suben los alquileres impunemente debido a lo limitado del espacio donde pode­
mos vivir sin riesgos y abiertamente. La mafia controla los bares y saunas en la
ciudad de Nueva York, lo que constituye una prueba de los extraordinarios bene­
ficios que sacan a nuestra costa y en provecho propio. La policía y los timado­
res de todo tipo, que chantajean a los homófilos reprimidos con la amenaza de
revelar su identidad; los libreros y productores de películas que suben los pre­
cios sin cesar porque son ellos los únicos que comercian con la pornografía; los
directores de las agencias de "modelos" y otros rufianes, que explotan por igual
a los gigolós y a los que frecuentan los minarios; todos ellos forman la extensa
gama de parásitos que florecen en el ghetto.
San Francisco es un campo de refugiados para los homosexuales. Nos encon­
tramos aquí huidos de todas las regiones del país y, como todos los refugiados
del mundo, no hemos encontrado el paraíso; pero cualquier otro sitio es el in­
fierno. Decenas de millares nos hemos alejado de aquellos lugares donde ser uno
mismo compromete toda posibilidad de trabajar y de vivir correctamente. He­
mos huido de los denunciantes, de los polizontes, de las familias que nos col­
maban de reproches o de "tolerancias". Nos han echado del servicio militar,
nos han expulsado de escuelas, nos han quitado los papeles; los hampones y
los polizontes nos han llenado de golpes. Hemos creado un ghetto para prote­
gernos. Ghetto más que territorio libre, sí, ya que este lugar siempre será "suyo".
Hetero-polizontes nos vigilan, hetero-legisladores nos gobiernan, hetero-capata-
ces nos mantienen sobre la vía recta, y es hetero-dinero el que ganamos''.
Que en última instancia la homosexualidad termina entrando en colisión
con el sistema queda exhibido ante el hecho que aún hoy la homosexualidad es
ilegal en muchos Estados de este país, que persiste en autodenominarse el "cam-

210
ón de la democracia". La guia internacional guey Spartacus, que brinda los
ombres y direcciones de todas las organizaciones guey del mundo, reconoce que
' yplar ese listado de Estados Unidos le es imposible dada no sólo la cantidad
¡I organizaciones diseminadas por todo el territorio de la república sino su
,.ontinua mudanza, creaciones y disoluciones. Las actividades de estos grupos son
casi siempre individuales, y por lo tanto poco efectivas, aunque por lo menos la
información y coordinación de estas actividades ha pretendido ser centralizada
por la Gay National Task Forcé, con sede en Nueva York. No obstante, el "gay
power" no sólo es en los Estados Unidos una realidad sino que estaba comen­
zando a tener peso político sobre la opinión pública norteamericana y sobre las
instituciones, factor que empezó a pteocupar seriamente al FBI y a la Central de
que desde hace años venían observando las actividades de estas
I n t e l ig e n c ia ,
De improviso, y de la manera más inesperada, aparece entre la
a g r u p a c io n e s .
comunidad guey una enfermedad mortal denominada por la ciencia como
Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (S ID A ) y por el vulgo como
Peste Rosa, dado que en un principio afecta sólo a los homosexuales ya que su
principal fuente de transmisión de contagio es por via rectal. ETorigen es difuso;
algunos insisten que proviene de H aití, otros de algún lejano y exótico país
africano. En poco tiempo, el mal cobra casi cuatro mil vidas. El pánico se ex tie n -.
de no únicamente por la comunidad homosexual sino por toda la población. Los
"barrios guey" de San Francisco y Nueva York comienzan a despoblarse, al igual
que ciertos saunas, bares, cines y parques. Las voces apocalípticas de algunas
corrientes religiosas se encargan de anunciar este nuevo "castigo del Señor".
Aquellas ciudades se convierten en poco menos que la versión moderna de So-
doma y Gomorra. A los pocos meses, el S ID A se extiende más allá de la pobla­
ción homosexual, al punto que toda una familia constituida por el matrimonio
y tres hijos pequeños, sucumbe ante la "peste". La opinión pública reacciona con­
tra los homosexuales, no observándolos como víctimas sino como los responsa­
bles de la introducción y propagación de la enfermedad en el país. Sin embargo,
el impresionante movimiento guey norteamericano crea clínicas y centros de
investigación constituidos mayoritariamente por médicos y científicos homo­
sexuales. En sólo un par de años y después de intensas investigaciones, se logra
aislar al virus. Una vez que la tempestad ha pasado, que los casos empiezan a
disminuir notablemente y el S ID A deja de ocupar espacios importantes en los
periódicos, un nuevo acontecimiento, esta vez de índole político, vuelve a e-
char leña al fuego. Por su magnitud y trascendencia, no son pocos los analistas
Que comparan el hecho al escándalo de Watergate o a la persecución anticomu­
nista del senador Me Carthy en la década del 50. De repente, un joven empleado
negro del Capitolio, de 18 años de edad, denuncia ante las cámaras de televisión
Que había participado en fiestas y reuniones íntimas con miembros del Congreso,
dado que "ésa era la mejor forma de conseguir un buen trabajo". Al poco tiempo
6| congresal del ala derecha, Robert Bauman, decididamente cristiano e hiper-
moralista, pierde su asiento político cuando unos detectives lo sorprenden tran­
cando con un muchacho en un bar guey de Washington. Es justamente el FBI
Que inicia las investigaciones para "poner al descubierto la red de congresales y
c°laboradores" que se extiende desde el Capitolio hasta la misma Casa Blanca,
Juntamente con un ex ministro del presidente Cárter, Joe Califano qué, autori­
zado por el Comité de Etica del Congreso, elabora un informe al respecto. Casi

211
paralelamente, Ferry Deané Young, escritor homosexual reconocido, denuncia
en un libro la hipócrita contradicción entre la política conservadora —y anti­
homosexual— del gobierno republicano y la actitud homofóbica de parlamenta­
rios y consejeros del presidente Reagan, a quienes menciona como homosexua­
les, tal el caso de Terry Dolan, portavoz del movimiento Nueva Derecha, fer­
viente admirador de Reagan, presidente del Comité Nacional De Acción
Política Conservadora y estrecho colaborador del Movimiento de Mayoría Moral,
también de extrema derecha; Dolan, en 1980 firmó una carta atacando al movi­
miento guey norteamericano. Un alto personaje del gobierno, Dan Bradley, ex
miembro del Departamento de Servicios Legales, hace lo propio denunciando en
una revista que conocía á varios congresales homosexuales que habían votado a
favor de una ley anti-homosexual. Uno de los políticos más poderosos y presi­
dente de la Cámara, Tip O' Neill, afirma que "la búsqueda de jovencitos para el
sexo por parte de algunos políticos, es una afrenta al Congreso, a la Nación que
sirven y a la decencia humana". Demás está decir que amplios discursos moralis­
tas y antihomosexuales son usados por muchos políticos en los Estados Unidos
para ganar votos, contradiciendo las versiones que nos llegan sobre que en ese
país "se respeta la vida privada", "nadie se ocupa de lo que hace el vecino", "los
prejuicios no existen", "hay completa libertad", "es una nación avanzada", etc.,
etc.

EN L A R E P U B L IC A A R G E N T I N A

La tradición homofóbica en la República Argentina no cuenta con antece­


dentes mayormente graves. Por lo menos no tenemos noticia de ningún caso en
que se haya utilizado el sentimiento colectivo antihomosexual para desprestigiar
a algún individuo de cierta investidura o trascendencia. Durante la campaña elec­
toral realizada en el país á fines del 83, algunos sectores no peronistas creyeron
ver en las maneras del candidato a presidente por esa agrupación, Italo Luder, un
indicio de supuesta homosexualidad, observándose unas pocas y aisladas pintadas
callejeras con la leyenda "Alfonsín es macho" o "Alfonsín o Lulú", pero la cosa
no pasó de ahí, probablemente por directiva del mismo Partido Radical.
Todos los sistemas autoritarios se caracterizan por mantener un obsesivo e
implacable control sobre las costumbres de las comunidades. En nuestro país
este control se evidencia a través de los llamados edictos policiales, no previstos
en la Constitución Nacional, que castigan con diversas penas, incluso la cárcel,
a los "infractores", siendo el comisario de cada seccional el juez efectivo con po­
der de enviar a prisión por 30 días a cualquier ciudadano. Esta arbitrariedad no
impide a la población transgredir masiva y cotidianamente estas absurdas prohi­
biciones, pero sí p'ermite a las fuerzas del orden crear un estado de terror e inti­
midación permanente. El máximo y sutil grado de control de las personas se
alcanzó a través de la figura legal llamada averiguación de antecedentes, que
capacita a las fuerzas policiales a detener a cualquier ciudadano en cualquier
circunstancia, en la via pública o en un bar, para exigirle documentos y arres­
tarlo durante 24 ó 48 horas con la finalidad de investigar su pasado.
Una gran mayoría de los miembros de nuestra comunidad —y muy especial­
mente los jóvenes— conocen los abusos que este procedimiento implica: ser

212
r a ím e n te secuestrado de un recital, de un bar o de una calle y ser sometido
' |a h u m illa n t eexperiencia del encierro y el maltrato. Este tipo de disposiciones
3 ¡dita s justifican y legitiman a la policía como agente represor de la comuni­
cad (Postdata; marzo de 1984).
El Decreto 10.868/46 establece el procedimiento para aplicar penas poli­
ciales a contraventores como éstas: el "pedarasta (sic) que sea condenado a pena
d e d e t e n c i ó n no puede redimirla por multa, de acuerdo a una escala determina­
da ( a r t í c ü l o 43), o sea que se debe cumplir el arresto, que puede llegar hasta 30
días, en su casa, la comisaría ínterviniente o en el Instituto de Detención (Villa
D e v o t o ) . Se crea así lá pena corporal contra la homosexualidad que el Código
Penal de la Nación ignora, ya que el acceso entre personas del mismo sexo no
c o n s t i t u y e delito ni agravante en ningún caso, salvo que sea practicado con me­
nores, en cuyo caso se incurre en el delito de corrupción, pero sin distinción
s e x u a l alguna en el agente. Para ser calificado de "pederasta" es suficiente tener
"antecedentes" por medio de datos fehacientes y bajo la firma del director o jefe
de secciones de la Dirección de Investigaciones (artículo 45). En ese sentido,
cuando un comisario de seccional detecte que en ciertas casas o locales de su sec­
ción se reúnen homosexuales "con propósitos vinculados a su inmoralidad",
deberá comunicarlo a la Dirección de Investigaciones para que intervenga (artícu­
lo 207). Esto equivale a decir que cualquier reunión privada de homosexuales
puede dar lugar a la calificación policial que luego provoque la condena corporal
antes aludida, o sea que se está penando de manera aflictiva una actividad que
puede ser absolutamente privada y tocar el sentido moral de quien la ejerce sin
molestar a terceros, en contra del principio constitucional de que las acciones
privadas de los hombres están fuera del alcance de las leyes si no perjudican a
terceros. La policía, ante la imposibilidad de detectar los miles de casos de indivi­
duos que participan en actos homosexuales, emplea el denominado sistema de
rehenes, sobre los cuales cae el peso de la ley que no puede caer sobre los otros.
Por supuesto, los castigados son casi siempre los mismos: los detienen, los suel­
tan a los 21 días; cuando los ven de nuevo por las calles los vuelven a detener,
y así Sucesivamente. Como consecuencia de este procedimiento, un joven
padeció —durante 1975— nueve detenciones; o sea que pasó en el Pabellón de
Contraventores Homosexuales de Devoto 189 de los 365 días del año; algo que
ni una imaginación kafkiana puede llegar a suponer. Su delito: ser homosexual.

El edicto policial sobre escándalo también tipifica figuras convencionales


de las que pueden ser sujetos los homosexuales: inciso "f": exhibirse en la
via pública con ropas del sexo contrario; inciso "h": incitar u ofrecerse pública­
mente al acto carnal, sin distinción de sexos (orden del dia del 19 de abril de
1949); inciso "i": encontrarse un sujeto conocido como pervertido en com­
pañía de un menor de 18 años (orden del dia del 15 de junio de 1932), Esta
tipificación es una de las más graves de todas, ya que basta que un sujeto detec­
tado se muestre con un menor, oue puede ser un pariente cercano, para ser
castigado. Esta legislación,según los gobiernos,es aplicada con mayor o menor
r¡Qor en cada época (especialmente represivo en los períodos de Frondizi, Guido
V Onganía), tiene efectos perjudiciaies y hasta contraproducentes, ya que incita a
la gente que ejerce la prostitución homosexual a practicar el chantaje y el robo,
amparada en el temor al escándalo y el castigo que puede tener su compañero

213
ocasional!*). Esta legislación que discrimina con las penas según los hábitos
sexuales del sujeto, rompe el principio constitucional de la igualdad ante la ley
(articulo 16 de la Carta Magna) y los principios tradicionales de tolerancia y res­
peto a la privacidad del estilo de vida96 Los códigos de faltas de algunas provin-1
cias son particularmente represivos, especialmente los de Córdoba, Mendoza y
Buenos Aires.
Pocos son los antecedentes que tenemos de religiones tan homofóbicas co­
mo la judeocristiana. Esta última es una de las dos que se conocen que prescri­
be las prácticas homosexuales con la pena de muerte. Si bien hoy esa prescrip­
ción no tiene vigencia, el sentimiento antihomosexual de nuestra sociedad vie­
ne heredándose de generación en generación y tiene su origen en las leyes prima­
rias del cristianismo con su asiento en el judaismo. Como muchas -veces ocurre
ese fanatismo represivo es ocultado por formas superficiales más "civilizadas"
aunque de fondo siga teniendo vigencia. De esta manera, nuestros jueces han
llegado a absolver a jóvenes homicidas al alegar éstos que se defendieron contra
la seducción o la invitación de un homosexual. La sublimación de la "hom bría"
es quizás una de las cosas más valoradas de nuestra cultura. La pobre y desgra­
ciada víctima de seducción homosexual ha hecho valer sus derechos asesinando
al "agresor" para quedar luego en libertad, sin que dicho motivo figure en los
textos legales como atenuante, y menos como eximente.
El 14 de noviembre de 1971 Raúl Albano mató a Juan Carlos Velázquez.
Lo atropelló con un automóvil que hizo pasar varias veces sobre el cuerpo de la
víctima. Al día siguiente concurrió a un baile. Detenido, su primera explicación
fue que había muerto a Velázquez accidentalmente. El expediente fue caratu­
lado como homicidio simple. A posteriori, ampliando sus explicaciones, dijo que
la causa de la muerte era la relación homosexual que mantenía desde tiempo
atrás con el otro. Este lo incitó a mantener un contacto, por lo cual discutieron
(en el automóvil se encontraron cabellos del muerto). Albano se había puesto
de novio con una muchacha y quería terminar su trato con Velázquez, por quien
habría sido amenazado. Dicha esta argumentación, el tribunal decidió continuar
el trámite como homicidio en estado de emoción violenta y excarceló al acusado.
Este manifestó que "había matado para ser un hombre completo", sin que, sin
embargo, hubiese testigos de todo cuanto.había referido.
La reflexión que se impone es la siguiente: lo que ha tenido en cuenta el juz­
gador no ha sido la existencia de la emoción, poco probable en un individuo que
puede manejar un auto, mantener la suficiente sangre fría como para pasar varias,
veces por encima de la víctima y luego marcharse a un baile, sino la legitimidad
de la misma. Se ha considerado lícito que un hombre se emocionara para des­
prenderse de una relación homosexual; no se justifica el crimen, pero se conside­
ra atenuante la emoción que lleva al crimen porque es loable el propósito de
repeler por la fuerza un acercamiento homosexual. Del veredicto se desprende
que la virtud y el decoro sexuales están considerados por sobre la vida misma.
Se podría agregar que la relación de Albano y Velázquez databa de hacía varios
años y cuando la muerte de éste último, tenían 20 y 22 años respectivamente.

( * ) Yendo más allá de la frontera argentina, citaremos un caso m encionado en el In fo r­


me W olfenden, el cual dice que en cierta ocasión un homosexual chantajeado fue a la po li­
c ía y com o consecuencia de ello, él y el chantajeador fueron enviados a prisión.

214
Comparativamente, pondremos un caso diametralmente opuesto. El 2 de
mayo de 1967, Blanca López Curbellos mató a Angélica Cinelli, con quien man­
tenía relaciones lésbicas desde hacía siete años. Llegó a tal decisión por acuerdo
con la víctima: morirían las dos siendo la primera en matar quien tuviese el valor
de empuñar el revólver contra sí misma. Herida la Cinelli, la agresora no pudo
ejecutar el acto suicida y llamó a vecinos en auxilio de su amiga y amante, quien
murió poco después en un hospital. La defensa argüyó que la acusada, persona
hipersensible, que había padecido miseria y una violación a los trece años, se
encontraba, en el momento de matar, en estado de emoción violenta, pues había
recibido amenazas mortales de la víctima. Esta calificación reducía sensiblemen­
te la pena por homicidio. Además, en el instante de ser arrestada, manifestó
tener lucidez mental, pero también cierta paralización motriz, síntoma de shock.
El tribunal rechazó el atenuante y la condenó a ocho años de prisión. De todas
maneras, el fiscal que pide esa condena dice que "los homosexuales no son de­
lincuentes sino enfermos, que no se curan con la cárcel, sino con un tratamiento
médico".
Estos casos muestran claramente que se ha discriminado contra una lesbia­
na y a favor de quien mató a un homosexual, siendo que las leyes penales argen­
tinas no consideran delito ni agravante a la homosexualidad como tal. Han actua­
do valoraciones no jurídicas, que funcionan a nivel de prejuicios valorativos en
la mayoría de la población. La creencia de que la muerte de un homosexual por
otra persona puede actuar como atenuante del crimen está reñida con cualquier
principio elemental de dignidad humana. (96)
La valoración desigual en favor de la heterosexualidad y en detrimento de la
homosexualidad es la resultante de una poderosa ideología internalizada en cada
uno de los individuos que integran nuestra sociedad. Los "vejadores de las sanas
costumbres y violadores de sus leyes" no reciben únicamente las sanciones mo­
rales -c o m o la culpa y el autocastigo— sino que caen sobre ellos el peso de las
normas legales, algunas de las cuales han sido redactadas y otras no, pero que no
por eso dejan de ser igualmente efectivas y vigentes. El hecho de la represión
hacia un individuo homosexual acompañado por un menor no sólo cae sobre
ese individuo —al que considera culpable y responsable— sino sobre el menor,
al que el Estado —ejercido en este caso por la autoridad del juez— considera
justo que sea recluido en nombre de su propio bien en un reformatorio, perpe­
tuando la concepción tradicional que niega a los menores de edad el derecho de
gozar aunque esté en plena predisposición y apogeo de su potencialidad sexual.
Los homosexuales y las mujeres —ese proletariado moral creado y sustentado
por toda sociedad machista— son el centro predilecto de la represión sexofóbi-
ca; por ejemplo, el edicto que arguye sobre la incitación carnal en vía pública
es teóricamente válido para todos los individuos. Sin embargo los varones hetero­
sexuales pueden piropear a una mujer por la calle con los términos más brutales
sin que ninguna sanción caiga sobre ellos. Los destinatarios de dicha sanción son
únicamente las mujeres —en el caso que éstas se acerquen a un varón, lo que las
convierte automáticamente en prostitutas— y sobre los homosexuales que sin
pronunciar una sola palabra miran a otro varón por la calle. Ejemplos como és­
tos revelan la plena activación del aparato represivo ejecutado por la policía
V demuestran la plena vigencia del sistema machista y de quienes conservan el
propósito de perpetuarlo.

215
En muy escasas ocasiones la justicia tiende a condenar al agresor de un
homosexual por su condición de tal. La mayoría de las veces se inclina a discul­
parlos. Sin embargo, suelen darse contados casos en que sucede lo contrario. En
1974, el Juez de Instrucción Julio Lucini, dictó prisión preventiva contra A nto­
nio Molina, Juan Sueldo y Julio Sueldo por haber asesinado a golpes a Pablo
Rosales, homosexual conocido de Molina, al resistirse a un asalto el 22 de mayo
de ese año. Según la información aparecida en el diario Mayoría del 24-7-74,
dice que "considera el Juez que los nombrados son responsables del delito de
homicidio, ya que, a su vez, se han sentido más atraídos por golpear a Rosales
que por robarle, máximo —dice— si se tiene en cuenta su condición de homose­
xual, que inspiraba el menosprecio de los agresores".
Dentro del contexto argentino, la homosexualidad es censurada como un
vicio, condenada como un delito y tratada como una enfermedad, es decir,
observada de todos los ángulos negativos posibles, tanto del social, como del le­
gal o el médico. Sin embargo —salvo los propios homosexuales— nadie hace nada
para que deje de ser ninguna de esas cosas. La observancia negativista es una de
las particularidades propias de nuestra fóbica cultura. Las leyes no son otra
cosa que expresiones de deseo llevadas a los textos y a la práctica, donde la pro­
vocación y la represión se confunden en un mismo cuerpo. El espectro de la per­
secución no surge del cerebro perturbado de los homosexuales sino de una des­
viación del deseo de los individuos que hacen al sistema, materializado a través
de la policía y la justicia.
Durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, esa irracionalidad pu­
ritana pareció alcanzar su máxima expresión. Un artículo aparecido en la revista
El Caudillo —dirigida por el entonces ministro de Bienestar Social, José López
Rega, y que prácticamente llegó a funcionar como vocero oficial—, titulado
"Acabar con los homosexuales" representa una fiel imagen del momento: "De
pequeños jugaban con muñecas. Más crecidos el deporte violento les produjo
horror. / Como era de esperar, con el correr del tiempo y la costumbre de poner
la radio para escuchar mulatos extranjeros, se volvieron Objetores de Conciencia. /
Ocupantes de baños públicos por más tiempo del necesario para realizar la
micción, ajustados en el vestir y sueltos en las costumbres, (...) los maricones
deben ser erradicados de nuestra sociedad. / Deben prohibirse las exhibiciones de
cine, televisión o teatro que difundan esa perversión al pueblo. El enemigo quiere
y busca un país vencido. / A los que ya son proponemos que se los interne en
campos de reeducación y trabajo, para que de esa manera cumplan con dos ob­
jetivos: estar lejos de la ciudad y compensar a la Nación —trabajando— la pérdida
de un hombre útil. / Hay que acabar con los homosexuales./Tenemos que crear
Brigadas Callejeras que salgan a recorrer los barrios de las ciudades para que den
caza a estos sujetos vestidos como mujeres, hablando como mujeres, pensando
como mujeres. Cortarles el pelo en la calle o raparlos y dejarlos atados a los árbo­
les con leyendas explicatorias y didácticas. / (...) La sigla de "ellos" es FLH . /
Las mujeres que patean en contra tienen también su corazoncito. Hace poco
sacaron una revista: mitad tortilla, mitad marxismo. (* ) / Son las que trepan a
las motos, las que se sienten igual al hombre. / Mujeres de pelo en pecho, bebe­
doras de hormonas masculinas, voz gruesa, han llegado en más de una oportuni-

( * ) Se refiere a la publicación Persona (N . del A .)

216
¡jad a asesinar policías y soldados. / Hay que terminar con los homosexuales. /
Encerrarlos o matarlos. / Sí, ya sabemos. Vienen a decir que exageramos. / No­
sotros les decimos: vayan a la Seccional de Policía y cuando salga un padre de
familia que viene de hacer una denuncia por que a su hijo lo 'tocaron', 'manosea­
ron' o 'invitaron', pregúntele a él qué haría si pudiera".
La respuesta de la organización homofílica argentina fue clara al respecto.
La Editorial del Boletín No 8, titulada "La crisis de la normalidad burguesa"
dice así; "El terror policial, m ilitar y parapolicial, desatado por bandas armadas
de derecha, ha sido, a nuestro juicio, la característica más relevante de 1975.
Ese terror fue in crescendo—primero bajo el signo del lopezrreguismo, luego ba­
jo direcciones más tradicionales (Iglesia, FFA A , etc.) hasta terminar incorporán­
dose a la realidad como un componente más de ella: nos estamos acostumbrando
al terror./ Este terror es un síntoma del profundo grado de descomposición de la
sociedad capitalista dependiente argentina: sin posibilidad de salida dentro de los
marcos del sistema imperante, ella se desangra apocalípticamente dejando al des­
cubierto sus mecanismos. El Estado devela su carácter de fuerza de choque de las
clases dominantes y, al hacerlo, el m itodel carácter natura! de lasociedad burgue­
sa, vacilante desde hace décadas, se derrumba estrepitosamente. Los valores que
-según supone la ideología burguesa— son 'naturales e inherentes al hombreen
tanto tal', necesitan ser defendidos por las armas, porque —parece— ya nadie
cree en ellos. De ahí que el aparato de propaganda oficial construye sus diversos
discursos a partir de apelaciones a la unidad de la familia, respeto a la autoridad,
el amor a la patria, la defensa del modo occidental de vida, la lucha contra la
inmoralidad y la drogadicción, etc. La tragicomedia en que se han convertido los
ires y venires délos autodenominados Poderes de la Nación, es lo que se conoce
en la jerga de moda, por la "crisis de la normalidad institucional". / Pero esa
crisis de la normalidad burguesa en el nivel de las instituciones deja entrever una
crisis más profunda: aquellaque se verifica en los niveles más cotidianos de la vida
de toda la población. €s la normalidad —y por lo tanto la normalidad sexual—
la que está en crisis. Ello explica que al aumento de la represión policial se
corresponda un aumento de la represión estatal a la sexualidad, particularmente
ensañada con los homosexuales. Ello también explica —en última instancia— la
existencia del FLH en un país atrasado y machista como el nuestro. / Desde
nuestro punto de vista, los homosexuales —marginados, perseguidos, encarcela­
dos, despreciados por el sólo hecho de serlo— no tenemos nada que ver con este
sistema que ahora se derrumba: todos los valores que sus defensores levantan
van en contra de nuestra manera de gozar. Pero ello no quiere decir que debe­
mos quedarnos cruzados de brazos; todo lo contrario,puesto que la clases que
detentan el poder en la Argentina se encaminan firmemente hacia el fascismo
(con o sin López Rega de por medio) y la matanza de homosexuales figura en
el programa del fascismo como un punto central. Cualquier homosexual que no
quiera ahogarse en el llanto de la culpa y el autocastigo (hasta que los alambres
del campo de concentración le hagan real la pesadilla) tiene una alternativa:
profundizar la lucha contra la normalidad, contra la represión, contra la perse­
cución, desde el espacio liberacionista que el FLH está empeñado en construir.
Los homosexuales queremos gozar, no queremos seguir oprimidos. Esta lucha
por los derechos a disponer libremente del propio cuerpo y de la propia vida
implica reivindicar el libre uso por parte de toda la población, del cuerpo, la

217
sexualidad y la vida, ahora alienada por el sistema capitalista. E implica tam­
bién, la crítica sin concesiones a todos los planteos que, provengan de donde
provengan, intenten rescatar, total o parcialmente, una normalidad que el pro­
pio capitalismo se está encargando de hacer girones". (94)
La síntesis d e ís ta realidad podemos hallarla en estos testimonios. Gustavo
R. tiene 27 años. Entre 1974 —año en que, proveniente del interior, se instala
en Buenos Aires— y 1981. fue encarcelado tres veces, en virtud del edicto poli-
cil conocido como " 2 o H". "La primera vez que me pusieron el " 2 o H " fue
en 1974. Eran las cuatro de la mañana, estaba esperando el ómnibus y fui de­
tenido. En la comisaría me hicieron firmar un papel y me llevaron al Departa­
mento Central de Policía. A llí me hicieron firmar nuevamente, de modo que me
pusieron dos " 2 o H " el mismo día. Me acusában de pertenecer al FLH , de haber
manifestado en Plaza de Mayo y de repartir volantes en la calle; yo hacía pocos
meses que vivía en Buenos Aires y ni siquiera sabía de la existencia del Frente.
A partir de eso, prácticamente me seguían. Al poco tiempo volvieron a dete­
nerme; eran las seis de la tarde, yo iba al centro y llevaba un regalo para una
amiga: un conjunto de gargantilla, aros y un anillo. Se encapricharon en que eso
era realmente para mi uso, me ohligaron a ponérmelo y me fotografiaron con el
atuendo encima. Cuando hablé con el comisario le expliqué cómo me habían
puesto dos "2 o H " el mismo día; él me quería mandar a Devoto porque era
la tercera caída, pero me soltó. A los dos meses los mismos policías volvieron
a agarrarme y me encerraron 21 días en el pabellón de contraventores de Villa
Devoto.
La segunda vez que me mandaron a Devoto fue en el 78. Me detuvieron a las
dos de la tarde en Pueyrredón y Viamonte, en un episodio de lo más insólito:
un chico joverícito me pregunta dónde paraba un ómnibus y yo le indico, va a
cruzar la calle conmigo y, en medio de la calzada, se arrepiente y se vuelve.
Cuando llego a la vereda de enfrente, tres policías de civil, que habían estado ob­
servando la escena, me acusan de estar levantándome al pendejo. Les pido que
se identifiquen, porque ya una vez me habían pedido documentos unos tipos que
decían ser policías, y aprovecharon para robarme la plata de la cartera. Entonces
me trataron de "canchero", de prepotente, y me llevaron, pegándome e insultán­
dome, a la comisaría. A todo esto el menor había desaparecido. En la seccional
el sargento de guardia, cuando estaban tomándome las huellas digitales, me obli-
tó a desnudarme: me hace agachar y me mete el caño de una escopeta en el culo;
quería que le contara qué había hecho con el menor. Al otro día vuelve a hacer­
me lo mismo, exigiéndome los detalles de mis presuntas encamadas con los de­
más presos en la celda común. Después querían hacerme firmar la conformidad
con el " 2 ° H ", sin dejármelo leer, asegurándome que era un requisito para salir
en libertad. Me niego, y me encierran en el calabozo de castigo; cuando me sa­
can, en el lugar de la firma escribo "apelo". Entonces rompen la hoja y me
meten en el calabozo con tres verdugos que me revientan. Yo pensé: acá me
deshacen, y firmé. A las tres horas el camión celular me condujo a Devoto.
Una noche, en agosto del 80, salía con mi amigo de la clase de danza y a una
cuadra de casa nos intercepta un patrullero; revisa los bolsos y encuentra las ma­
llas de baile: prueba inequívoca de nuestra homosexualidad. Cuando llegaron
los antecedentes a mi amigo lo soltaron, pero a m í me querían dejar preso.

218
El comisario se apiadó y me soltó, advirtiéndome que tuviera cuidado al salir
nue en cualquier momento me bajaban de un tiro.
1 |M¡ pasaron diez días, estábamos ahorrando para mudarnos. Iba para el tra­
p ío -d e traje y corbata, pese a que soy jard in ero - y justo aparece el patrullero
con los mismos canas. Me llevan y me incomunican. A la noche vino la abogada,
pero no pudo hacer nada. El domingo, cuando llegaron los antecedentes, quisie­
ran que firmara mi "confesión"; cinco veces firmé, poniendo delante de la
firma "apelo al juez", y cinco veces rompieron la hoja. Al final, el principal
ordenó que me pusieran desnudo en un calabozo y me dieran con agua fría,
mangueras y palos de goma; el miedo pudo más y firmé.
El lunes a las siete de la mañana me llevaron en patrullero a Devoto: habi­
tualmente se espera el carro que recorre todas las seccionales recogiendo a los
presos, pero lo hicieron para evitar la acción de la abogada: una vez en la cárcel
de Devoto, no se puede apelar. Esa fue mi última remisión".
A. Diana, una lesbiana de 41 años, la detuvieron y la pasearon en un auto­
móvil no identificado por todos los boliches "sospechosos" de Buenos Aires,
para que ella marcara a las chicas y los muchachos guey. Hasta la llevaron a un
bar donde, en una mesa, estaban sentadas sus amigas; pero ella negó conocer
a nadie. Los policías la trompeaban y le decían: "marca a las tortas que te larga-
rros" Pero ella permaneció firme en su actitud,lo que le costó una fuerte paliza.
Le pusieron el " 2 o H " y la mandaron a Devoto, de donde un pariente influyente
logró hacerla salir. Quedó muy mal, y encima sus amigas se apartaron de ella por­
que estaba fichada por la cana, ¡luyó a Francia.
"Estábamos en un boliche de la Boca, y salimos a dar una vuelta y comprar
cigarrillos. Subimos al coche y en el momento de arrancar nos damos un beso.
De pronto, nos golpean el vidrio: era un patrullero y tres policías con linternas
rodeando el auto; nos bajaron a golpes gritándonos "tortas, degeneradas, etc."
Quedamos incomunicadas. Nos llevaron a un hospital, donde nos revisan (¿?)
y le comentan, con las peores palabras, su versión de los hechos al médico, pi­
diéndole que, además, testimonie que estábamos drogadas, cosa que él no acep­
tó. Después nos trasladan a la comisaría, donde nos colocan en calabozos separa­
dos, nos pegan, nos insultan, nos maltratan (no podíamos decir palabra, no po­
díamos defendernos). Al final, nos llama el comisario; pretende que estábamos
haciendo el amor en el coche, cuando apenas nos habíamos rozado las meji­
llas. Lo negamos, pero no fuimos escuchadas. Nos pusieron el " 2 o H " y nos
soltaron. Tenemos miedo, mucho miedo. No salimos jamás, y esperamos irnos
pronto del país". (Lidia, 25 años; Mariana, 32).

LA M E D I C I N A L E G A L Y L A H O M O S E X U A L ID A D

La homosexualidad es para la medicina legal un hecho psicológico solamen­


te, que además se origina en fenómenos situados por debajo del plano conscien­
te. Para esta disciplina, la demostración psicológica del hecho homosexual, fun­
damentalmente por medio de los test, carece de relevancia ya que éstos, en la
mayoría de los casos, "demuestran sólo la existencia de la tendencia en el indi­
viduo, lo que no es lo mismo que demostrar que se llevan a cabo prácticas de
tipo homosexual" (Tratado de Medicina Lega!, de Nerio Rojas).

219
Dentro del campo estricto de la Medicina Legal, su incumbencia se reduci­
ría entonces a los posibles datos anatómicos y lesiones que demostrarían la co­
misión de relaciones homosexuales. El autor clásico a que se remiten los tratados
modernos es el francés Tardieu que desarrolló sus estudios a mediados del siglo
pasado. Señaló una serie de signos, que desde entonces se conocen como los sig­
nos de Tardieu, y que demostrarían la comisión del coito anal, tanto en el hom­
bre como en la mujer. Ellos son: 1) ano infundibiliforme; 2) borramiento de los
pliegues; 3) dilatación del esfínter; 4) hemorroides; 5) nalgas gruesas (?).
Estos signos fueron aceptados casi sin cuestionamientos hasta los primeros
años de la década de 1930, salvo el increíble de las "nalgas gruesas". El prime­
ro en ser desechado fue el de las hemorroides al comprobarse que la mayoría
de los casos de esta afección se daba en adolescentes que aún no habían tenido
ningún tipo de relaciones sexuales. Ya en 1920, el francés Balthazard en su
Tratado de Medicina Legal cuestionaba la dilatación del esfínter "porque sería
de suponer entonces que el esfínter tendría que estar continuamente relajado
ya que diariamente eliminamos materia fecal muchas veces de mayor diámetro
que el de cualquier pene".
En la actualidad, los signos de Tardieu no son aceptados por ningún autor.
La medicina legal sólo considera probable la realización de un coito anal en dos
casos, según explica Emilio Bonnet en su Tratado de Medicina Legal: 1) cuando
hay lesiones evidentes: desgarramientos perianales, sobre todo siguiendo los
pliegues del ano, acompañados de dilatación del esfínter. Estos tipos de lesio­
nes suelen verse sobre todo en violaciones, pero las señales curan espontánea­
mente en dos o tres días. 2) La presencia de semen en el recto, lo cual es com­
probable sólo en las horas que siguen al coito. Se estima que diez horas después
es dff ícil encontrar restos de semen.
De todo esto se confluye lo siguiente:
— Ningún examen físico puede determinar que ei individuo es homosexual.
— Las relaciones anales sólo son comprobables en el caso de contactos pri­
merizos o violentos y sólo si se lo realiza durante los pocos días en que persis­
ten las lesiones.
— Las amenazas a que frecuentemente son objeto los detenidos, de ser some­
tidos a revisación médica, es solamente una táctica de presión psicológica.

H IS T O R IA DE L A R E P R E S IO N A L A S E X U A L ID A D
EN L A A R G E N T I N A

A continuación transcribimos la Historia de la Represión a la Sexualidad


en la Argentina, redactada por el licenciado Marcelo Manuel Benítez. A pesar
de lo sintético del trabajo, puesto que con este tema podría escribirse un tomo
aparte, nadie mejor que este autor para denotar todo el dramatismo de una rea­
lidad sexofóbica que ha marcado a nuestro país desde antes, incluso, de su na­
cimiento.
Desde los viejos tiempos de la Inquisición hasta ios modernos asesinatos de
homosexuales, en nuestro país la represión a la sexualidad ha ido trasladándose
de la Iglesia al Estado, de la conciencia individual y social a la policía y el Ejér­
cito.

220
eS p o s ib le , en el reducido espacio de este articulo, profundizar el modo
e c a d a período de nuestra agitada historia combatió la vida amorosa de los

r efl qU' s muchas veces, incluso, con la entusiasta colaboración de los mismos
hab laíites- T a m b ié n dificultoso resulta rastrear el tema en la totalidad del país,
habl toCj0 en Sus orígenes, cosa que obliga a circunscribir la descripción a Bue-
s° b' A ire s por cuanto la documentación es más abundante y confiable. Es tran-
n° s , 3(j or, sin embargo, suponer con cierta convicción que en el resto de la Re-
Gul \. e| panorama, en lo tocante a esta cuestión, no varía demasiado, salvo di­
ferencias de grado.
lo cierto es que en todo momento,ya sea a través de normas religiosas (va-
decir ideológicas) o estatales (o sea, mediante el aparato represivo de un Esta­
do autoritario) fueron controladas muy de cerca las costumbres hasta que, pau
finam ente, el amor y el placer van dejando de ser una elección individual pa-
a adquirir cada vez mayor carácter público, desenmascarándose de esta forma
la cualidad política de dicha elección.

1810. Revolución y Prejuicio: En 1810, aprovechando determinadas circuns­


tancias políticas que debilitaban la Corona Borbón, algunas familias porteñas
decidieron hacer a un lado a la ya de por sí inocua burocracia española y gober­
nar ellas mismas en nombre del rey. Con tcdo, nada más impropio para este
acontecimiento, que ni siquiera movilizó a un gran número de personas, que
considerarlo una revolución. Nada cambiaba demasiado profundamente en la
gran aldea: ni la mentalidad, ni las costumbres, ni la legislación que siguió sien­
do la misma, prácticamente hasta las últimas décadas del siglo pasado. Hereda­
mos con entusiasmo, eso sí, la raquítica economía española, al tiempo que per­
petuábamos su atrasada cultura reflejada en aquella mojigatería de abanicos ru­
borosos, que ocultaban a un tiempo el pudor y el deseo.
V esta misma mentalidad, la de la España del siglo X V , es la que transplan-
tó la Iglesia Católica al Río d i la Plata por su alianza con la nobleza peninsular,
constituyéndose así en uno de los principales factores de socialización en la A r­
gentina.
Esta inmaculada madre espiritual es aquella misma Iglesia enriquecida mer­
ced, por un lado, a las sangrientas guerras por la que anexó nuevos territorios
a sus dominios, como cualquier otro estado feudal sediento de poder y riqueza;
V, por el otro, dejando descansar su prosperidad en el atraso y la modorra eco­
nómica. En España, país en el que triunfó ampliamente y jamás fue cuestionada,
se desarrolló gracias a la parálisis de la prosperidad que propiciara junto con la
n o b le z a , sector que evitó siempre el surgimiento de una revolución industrial
adecuada.
Precisamente lo opuesto es lo observado en países como Inglaterra, Francia
V' Alemania, naciones todas que iniciaron por la misma época su proceso de mo­
dernización partiendo justamente de la confiscación de los cuantiosos bienes,
'mproductivos, del clero (Inglaterra con Enrique V III, Alemania a partir de la
deforma de Lutero y Francia después de la Revolución de 1789), y que en 1810
se hallaban en plena revolución de los medios de su economía y comenzaban
3 disfrutar las consecuencias de dicha revolución.
Este mismo catolicismo que, por intermedio de Pío X II, bendijo las armas
de Mussolini, es la misma institución que junto con los Tribunales de la Inqui­

221
sición, creados en América a partir de 1569, nos trajo un estilo de vida anqui-.j
losado y obsoleto ya que, aun sin olvidar que todo el período histórico que gira'
alrededor de la creación de estos temibles Tribunales y hasta principios de nues­
tro siglo, tuvo el sello del puritanismo quemador de brujas y herejes, cabe seña­
lar que la cosmovisión predominante en Inglaterra y Alemania durante la Refor­
ma, no apuntaba a la asfixia espiritual e intelectual del individuo, antes bien
rompe con el despotismo papal para otorgar al Hombre su derecho a pensar.
Difundiendo la idea de que toda persona era capaz y le correspondía interpre­
tar libremente la Palabra Divina, constituye la base de ese individualismo que
impulsará más tarde la prosperidad capitalista (Max Weber).
El Catolicismo, por el contrario, sólo supo promover un estupidizante so­
metiendo al Papa, al tiempo que se oponía sistemáticamente a cualquier cambio
rejuvenecedor, por cuanto sus intereses se encontraban inexorablemente iden­
tificados con el pasado.
Así, al tiempo que del Protestantismo se desprendería el liberalismo eco­
nómico y la democracia, la Iglesia Católica daba forma a una estructura cuya
autoridad se dirigía de arriba hacia abajo, conservando su correlato en un estric­
to tejido social en el cual la familia patriarcal era su base y dentro de la cual el
padre era un pequeño Papa y un pequeño Rey. Razón por la cual, este dimi­
nuto Dios cotidiano era el encargado de adiestrar al individuo en la obediencia
adulta, atenazando su espontaneidad y su deseo. Paralelamente al encarcela­
miento del libre albedrío del varón, las normas sociales exigían el sometimiento
total de la mujer (a la que apenas se le enseñaba a leer y escribir sólo si era de
familia rica), ligando su destino al cuidado de la casa y de los hijos; así como
la represión general de la sexualidad en favor de una pureza que únicamente
admitía mancha si se daba dentro del matrimonio religioso y conllevaba el ob­
jetivo de la reproducción, el "creced y multiplicaos" de las Escrituras.
En la Buenos Aires colonial, pues, la ciudad era santa y la sexualidad que­
daba relegada, junto a la delincuencia, a las zonas en las que merodeaba la "chus­
ma", como gustaba llamar las "democráticas" familias decentes a los habitantes
del Matadero (zona lindante a la actual parroquia de San Telmo) en el cual se
desarrollaba un hampa de pulpería, contrabando y rudimentarios prostíbulos. ¡
Más al sur, los ranchos de las chinas cobijaban el "vicio" y bailes de fig a l san­
griento.
Ya en 1820, este arrabal mordía el rectángulo urbano que albergaba la patria
inmaculada de las familias patricias, extendiéndose más allá de las actuales calles,
Independencia, Viamonte y Salta; acechando las monásticas calles en un ambi­
guo paisaje de ciudad y campo, en donde se extendían las casas de las "cuartele­
ras" (en su mayoría pardas, mulatas, indias, muy pocas blancas, que seguían a
los batallones), cuyo oficio era la prostitución.
Por entonces, un cuerpo policial inexistente y un ejército ocupado en la
emancipación eran ineficaces agentes de represión sexual; esta función era asu­
mida, pues, por la Iglesia a través del cura párroco, el que apoyado en una legis­
lación también religiosa, castigaba el "pecado".
Por su parte, se ha discutido siempre acerca de la posibilidad de una prácti­
ca homosexual en el Río de la Plata, antes de 1810 y durante el siglo X IX .
Al respecto, la documentación existente, al menos confirma tal posibilidad, aun­
que aún permanece en la oscuridad, dónde y quiénes la practicaban: nada más

222
, el firme tabú que pesaba sobre el tema.
qUt Como indicio indudable de homosexualidad durante la colonia, es ilustrati-
I jU¡c¡o que en 1771 inicia el inglés Higgins (comerciante en esclavos) con-
V° i c r i o l l o Manuel Miltos quien le dijo en una "confituría": "Teníamos los

tr?,!los |a 9lor'a de no haber salido de nuestra tierra ningún manfrodita de...


c ' K 0 en l a suya". Unos días después, pasó Higgins piropeando a unas damas que
C° ¡lamaron nuevamente "m anfrodita" y Miltos, quien se hallaba con un amigo
1 i , puerta de su casa, comenta: "parece que le han conocido el pie del que
lf Un episodio por demás trivial, pero que nos alerta acerca de la presencia
de la homosexualidad en la gran aldea; si existía el término "manfrodita" (una
e v id e n te deformación de la palabra hermafrodita) existía también el concepto
q u e a su vez aludía, desde luego, a una práctica de ésta naturaleza.
Es más, un año después, o sea 1772, se desarrolla lo que quizás se pueda
c o n s i d e r a r el primer escándalo homosexual argentino. Es ejecutado, por inten­
tar a b u s a r de un menor y pegarle un tiro en la cabeza, Mariano de los Santos
T o le d o , desertor del regimiento de Mallorca y amante, por entonces, de un tal
Mateo. Fue ahorcado y su cuerpo quemado y arrojadas sus cenizas al viento
(de "Historia secreta de los homosexuales porteños". Revista Perfil N ° 27,
J.J. Sebreli).
A su vez, la homosexualidad era practicada con frecuencia en las tribus
que habitaban nuestro suelo. Fray Pedro José de Parras, inspector de la Com­
pañía de Jesús, en el libro que reúne sus informes elevados a la superioridad,
Viaje y derrotero de sus viajes, apunta horrorizado que una de las tribus por
él conocidas y de costumbres muy guerreras, llevaba a sus largas campañas bé­
licas un grupo de adolescentes de sexo masculino para cumplir con la necesaria
función de hetairas, durante el tiempo en que permanecían alejados de la aldea.
Igualmente documentado se encuentran los castigos que recibían los indígenas
de las Misiones Jesuíticas, y que iban desde confinarlos en la Islas Malvinas
(hoy tranformadas en símbolo de nuestra soberanía) hasta arrojar a los culpa­
bles a la voracidad de los perros salvajes del desierto, para ser devorados vivos.
Esta augusta mentalidad moral no se modificaría por largas décadas. Las
innumerables fracciones políticas, los incontables y diferentes factores de poder
que actuarían en la Argentina, jamás se diferenciarían por su pensamiento en lo
sexual o religioso; hasta que un acontecimiento marcaría un prometedor hito,
al tiempo que pondría de manifiesto las irreparables fisuras de tanta santurro­
nería cotidiana.

Camila O'Gorman y el escándalo en la aristocracia: Salvo algunas mumuracio-


nes en torno a una tía abuela de Camila, responsable de intercambiar intensas
V significativas miradas con Liniers, nada empañaba la historia de los O'Gorman.
''^talados desde las viejas épocas del virrey Vértiz en la parroquia del Socorro,
era ya en tiempos del gobernador Rosas una distinguida familia de origen irlan­
dés, profundamente católica.
Por su parte, el padre Gutiérrez era sobrino de Celedonio Gutiérrez quien,
hacia 1846 (época en que el joven sacerdote llegaba a Buenos Aires), ejercía
,;l cargo de gobernador de Tucumán y era un fiel servidor del Restaurador.
Era común por 1840 que los cargos menores de la Iglesia fueran cubiertos
Por personas que ni siquiera eran sacerdotes o, igualmente núbiles aspirantes

223
al sacerdocio servían, habiendo de por medio una personalidad importante que
los recomendara. Fue así que, por obra de su tío, se escogiera el nombre de
Uladislao Gutiérrez para la función de cura en la parroquia del Socorro, parro­
quia ésta a la que desde siempre asistían los O'Gorman.
Del trato y la confianza que dispensó la familia al clérigo y de la costum­
bre de éste de visitar su casa, nació esa amistad entre Camila (hija mayor de
los O'Gorman) y Gutiérrez que pronto devino en el amor que les costaría la
vida.
Tratándose de un sacerdote (fieles guardianes de la moral de aquellos años)
y de una muchacha educada en el "temor de Dios", sin duda sus parientes con­
sideraron innecesaria la vigilancia; quizás este hecho y el cansancio ante tanta
rigidez y autoritarismo (un signo más del debilitamiento del régimen de Rosas,
actuaron para que los jóvenes decidieran huir).
La oportunidad se les presentó en diciembre de 1847, ya que los festejos
de la Inmaculada Concepción hicieron que partiera para Luján casi toda la
curia. En la noche del 11 al 12 de dicho mes, la pareja se fuga sin dejar rastros.
Dado que Gutiérrez había tomado la precaución de decir que saldría para
Quilmes por dos días, los primeros en alarmarse fueron los O'Gorman e hicieron
la denuncia a la parroquia. El teniente cura Manuel Velarde rápidamente sospe­
cha la verdad y se traslada a Quilmes para constatar o no la presencia de Gutié­
rrez.
Hacia fines de diciembre toda la provincia los buscaba, como consta en el
Archivo de la Dirección de Cultura de San Isidro, donde se le ordena a Victo­
rino José de Escalada, en aquellos días juez de paz, que encuentre a los jóvenes.
Para el escandalizado Buenos Aires, la satánica pareja se había evaporado.
Pero los jóvenes, lejos de volatilizarse, se dirigieron hacia el norte, insta­
lándose, luego de sufrir agobiantes penurias, en la ciudad de Goya (Corrien­
tes) con pasaporte y nombres falsos. En esta ciudad, el ahora matrimonio Bran-
dier es recibido con respeto y estima y podrá disfrutar de unos meses de tran­
quilidad, dedicados ambos a la profesión de maestros (fundan la primera escue­
la elemental de Goya).
El principio del fin sobreviene el 14 de junio de 1848 cuando, con motivo
del festejo del santo de Don Esteban Perichón, juez de paz de Goya, el supuesto
Matrimonio es invitado a una tertulia en casa de éste, junto a otras personas,
entre ella quien los delató: Miguel Gannon. Este sombrío personaje luego de
saludar efusivamente a Gutiérrez, denuncia a los maestros ante las autoridades
locales, instándolas a dar parte a! gobernador de Corrientes, ya que en Buenos
Aires había orden de captura contra ellos. Sin pérdida de tiempo, los jóvenes
fueron puestos bajo vigilancia en casa de la familia Baibiene mientras se enviaba
con un chasqui la noticia a la ciudad-puerto.
En una travesía agotadora, separados todo el tiempo uno del otro, fueron
conducidos hasta Santos Lugares y allí fusilados el 18 de agosto de 1848, a las
diez de la mañana.
El escándalo que suscitó y la reprobación casi unánime de la sociedad por-
teña, se originó más que en el contenido de la historia en sí, en el hecho de tra­
tarse de una mujer de la aristocracia, por entonces obligada al respeto ciego de
las normas morales y de su cura párroco quien hubiera debido reprimir y hacer
reprimir todo atisbo de deseo o ternura en sus feligreses.

224
El ejemplar castigo apuntaba a resguardar el concepto de autoridad sobre el
ual se pensaba instalar las instituciones nacientes. Si no se respetaba la autori­
dad constituida e incluso ésta se dejaba "corromper", nada del proyecto polí-
,;c0 y económico, basado en gran medida en la prepotencia y la explotación,
vale decir, la violencia de la autoridad, era posible que prosperara.
Y esta necesidad de proteger la autoridad se documenta en palabras del
mismo Rosas, citadas por Antonio Reyes, quien habría dicho: "No soy niño
para sorprenderme con los escándalos de los clérigos, lo que no puedo permi­
tir ni tolerar es que falten a la autoridad, se rían de ella, la ridiculicen... Los
he de encontrar aunque se oculten bajo la tierra y con ellos he de hacer un
ejemplar escarmiento, los he de fusilar donde los encuentre" (Todo es Historia
N ° 51, pág. 77).
Los años pasaron y los sucesos de 1848,que no dejaron de conmover a algu­
nas personas de bien, fueron olvidándose al tiempo que el país se preparaba para
ingresar en una nueva era. Hacia el ochenta, sin que la Iglesia perdiera su rol
de guardiana de las "almas perdidas", la aristocracia en el poder, representada
ahora por Roca, tomaron cierta distancia respecto a ella. El casamiento civil,
sancionado en 1888, suscitó un escándalo en el clero, pese a lo cual la historia
seguía su curso y las contradicciones de todo un estilo de vida agrietaban el
pasado.

1880. De la inmigración a ia prostitución: La Ley de Inmigración y Colonización


(Ley Avellaneda) del 6 de octubre de 1876, abría las puertas a una multitud
hambrienta, que habría creído las promesas edénicas divulgadas por los agentes
del gobierno en Europa.
Provenían de muchos países (la Ley era particularmente amplia), con idioma
y costumbres diferentes, pero con la misma esperanza de huir de la miseria.
Contrariamente a estas aspiraciones, el país no les ofreció más que desocupa­
ción y hacinamiento, por lo cual la delincuencia y la prostitución se constituye­
ron en una necesidad para estos sectores.
En lo tocante a la sexualidad, al tiempo que en las clases acomodadas se
imponía él Decadentismo y la moda "Proust", haciendo de la homosexualidad una
opción posible, las clases bajas, y en particular la inmigración polaca, ofrecían
sus hijas al comercio del cuerpo.
Así, el flujo inmigratorio y el vertiginoso progreso económico, sumados a la
idemificación de las clases gobernantes con un modernismo europeo de corte
liberal, abrían una nueva etapa en la cual la sexualidad se pondría de manifiesto
Paulatinamente como una actividad accesible.
Va en la década del 80; a pocas cuadras del centro, pasando el célebre
puente de los suspiros", se desembocaba en Suipacha donde funcionaba el
café Cassouluet, que poseía una prudentísima salida secreta para huir de las
'rrupciones policiales, y cuyo piso superior era usado como lupanar con nume-
r°sas mujeres. El barrio de Montserrat se destacaba por tener un prostíbulo
al lado del otro.
Por la misma época es famoso Constitución, con lupanares cercanos al Ar-
^er|al de Guerra. En Pavón, entre Rincón y Paso se alzaba el concurrido café
La Pichona", que reunía a un tiempo mujeres y hampa.
Ya hacia 1910, en la Boca la sexualidad se refugiaba en las cantinas y los

225
cafés "de camareras" por las calles Pinzón, Gaboto, la zona ribereña y las
calles cercanas. Pero el eje de la vida nocturna se hallaba en Suárez y Necochea.
El "café de camareras" cuyo origen fueron los brasseries franceses (en los
que se ofrecía gerveza a una numerosa multitud masculina), se caracterizaba
porque el servicio era cubierto por un personal íntegramente femenino, siendo
el antecedente inmediato de los Cabaret que el tango tanto rescatara en sus
letras.
Coristas de variettes, figurantes de orquestas de señoritas, "profesoras de
academias de baile", eran las alternativas del varón heterosexual, en tanto
que a la mujer le estaba vedado el goce sexual en el cual sólo participaba como
"mercadería", denominación puesta por los rufianes a las mujeres que traba­
jaban para ellos.
Este comercio de "esclavas blancas" a gran escala se inicia hacia 1890,
llegando a su apogeo .^n 1906, en ocasión de la fundación de la Sociedad
Varsovia, y de la que se desprenderían más tarde las llamadas Asquenasum,
de rufianes rusos y rumanos, y la Zwi Migdal, de capitales polacos. Las
tres contaron con una organización empresarial de primera línea, con Co'-
misión Directiva, socios y sucursales (vale decir prostíbulos) distribuidos en
todo el país. La Sociedad Zwi Migdal solamente llegó a tener 5.000 socios,
que controlaban 2.000 prostíbulos, con un total de 30.000 mujeres trabajan­
do de las cuatro de la tarde a las cuatro de la mañana, siempre a cargo y bajo
la vigilancia de una madama, quien suplía el inconveniente, o la ventaja, de ser
mujeres polacas que ignoraban el castellano hasta el último día de su vida;
únicamente se les enseñaba a decir correctamente la tarifa que cobraban, a fin
de que se manejaran adecuadamente con el cliente.
Estas organizaciones, que redujeron a la mujer a la más deplorable condi­
ción de esclavitud, aprovechando el nivel paupérrimo de la vida de amplios
sectores sociales europeos, a donde se la iba a buscar, muchas veces comprán­
doselas a sus padres, y contando con la complicidad de políticos y jueces ar­
gentinos; estas organizaciones, pues, subsistieron hasta 1930, fecha en que
fueron investigadas y desarticuladas, gracias a la valerosa lucha que emprendió
contra ellas la prostituta Raquel Liberman.
Con todo y reiterando la condena a una actividad que, como la prostitución
somete a la mujer a una humillación más, es menester señalar que al mismo tiem­
po representó una cierta tolerancia a la sexualidad, saludable para una sociedad
que aún miraba al porvenir. Aunque relegada al lugar de la culpa y repudiada
toda actividad gozosa, estas compañeras de la noche significaron una primera
apertura al placer.

Pero la época que nos ocupa aún reveló otro personaje, una pintoresca es-
pecialización dentro de la delincuencia, la del travesti-ladrón. Juan José de
Soiza Reilly lo describe en un artículo de la revista Fray Mocho N ° 6 del 7
de junio de 1912, titulado "Ladrones vestidos de mujer". Disimuladas las ca­
racterísticas sexuales por la moda de entonces y con la complicidad de un co­
chero, estos jóvenes, y con frecuencia atractivos, amigos de lo ajeno, se acer­
caban en medio de la noche oscura a un incauto transéunte y le pedían soco­
rro, declarando con voz angustiada haberse extraviado del hogar. El "gentil"
caballero accedía, pues, a ayudarla y una vez dentro del coche, entre sollozos

226
ebrantos le hurtaba la billetera. Muchos, incluso, fueron famosos, como
v qU,0S casos de los españoles Luis Fernández, conocido como "La Princesa
S° MBorbón" V el que comenzara siendo su ayudante para luego independizarse,
cil ¡no Alvarez, llamado "La Bella Otero". Del primero sabemos que nació
U La Coruña el 24 de setiembre de 1889. Fue deportado de México, protago-
Cn a un escandaloso episodio con un ministro que casi causa una crisis de gabi-
' tP razón por la cual fue embarcado sigilosamente rumbo a Chile por la po­
l i la peruana; adonde había huido también "La Bella Otero" con el dinero ro­
bado al mencionado ministro.
En este país, sus actividades amoroso-labora les acasionaron el suicidio de
un joven de la más alta sociedad y el culpable debió pasar al Uruguay donde se
exhibió bailando en el Club Social de la ciudad de Rivera. En Buenos Aires estu­
vo varias veces a partir de 1907, año en el que trabajó como peinadora, lo que
no le impidió a la Princesa caer dos veces presa por portación de armas e inten­
tar estafar al Congresc Nacional solicitando una pensión como "viuda de un
g u e r r e r o del Paraguay", falsificando la firma del presidente Sáenz Peña en un
documento. Era alto, esbelto, inteligente y nasta culto (solía citar a Nietzsche
frente a la policía, con el cual compartía su moral "más allá del Bien y del
V i a l " ) . Pasó sus últimos años apaciblemente, gracias a sus ahorros y a su casa

aropia de la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) 3255, que hasta no hace
mucho se conservaba.
Culpino Alvarez o "La Bella Otero" era oriundo de Cádiz y de buena fami­
lia. Como ya fue señalado, comenzó siendo ayudante de la Princesa pero, menos
ambicioso que ésta, se dedicó a robar empleándose como mucama en casa de
ricos; fue adivina en un conventillo de la calle Jujuy, secuestró niños para pedir
rescate y, con tarjetas de mujeres de alta sociedad, entraba a casas de familias
acomodadas para sacarles dinero para suscripciones y falsas campañas de bene­
ficencia. Sus poemas homosexuales se conservan en los Archivos de psiquiatría
y criminología del Dr. Francisco de Veiga. La moda de la década del 20 acabó
con este dulce negocio.

Las décadas del 20' y del 30'. El radicalismo: La llegada del Partido Radical al
poder inicia, en lo político, una época democra'tica que, en alguna medida, barre
con los peores excesos del régimen de Roca y la aristocracia agro-exportadora.
Pero en materia económica, Yrigoyen sólo demostró la posibilidad de gobernar
Para la oligarquía V la Iglesia, sin necesidad de recurrir a los apellidos rimbom­
bantes de la clase alta. El suyo fue un gobierno conservador, permanentemente
entorpecido por los conservadores, hechos a un lado y agazapados en el Congre-
so.
Para la historia de la sexualidad, este período no significó nada por sí mis­
mo. Como se observará igualmente en tiempos de lllia, el radicalismo simple­
mente deja hacer; aunque por la estructura autoritaria que adquirirá el Estado
3 Partir de 1930, este inocente "dejar hacer" constituye su mérito, hoy más
Que nunca, reivindicable.
A la tolerancia de la prostitución se le sumó, aunque con más discreción,
I q s prostíbulos para homosexuales. Consistían en lujosos departamentos en los
cuales una de las habitaciones albergaba a varios jovencitos a los que se podía ob­
servar a través de una mirilla. Una vez elegido el favorito, el cliente era conduci­

227
do a un dormitorio al que, sin pérdida de tiempo, accedía el compañero. Las ta­
rifas de estos elegantes lupanares eran elevadísimas y su número muy reducido,
por lo cual se contituyó en el lujo de unos pocos.
Esta plácida tolerancia en nada hacían peligrar los viejos valores machistas,
la opresión de la mujer o la discriminación de la homosexualidad, ya que no sur­
gía de un proyecto realmente libertario sino de la indiferencia general así como
del concepto liberal-burgués de inviolabilidad de la vida privada, en aquellos años
aún vigente.
Pronto, la crisis mundial de 1930 y el golpe de estado de Uriburu pondrían
punto final a una época y a una ilusión. El nuevo gobierno militar iniciaría así
una década oscura, caracterizada por el fraude y la coima, los caudillos conser­
vadores y la proscripción radical. Más de un triunfo conservador, significó el
primer acto prepotente de los sables, levantándose como tutores perpetuos del
accionar político, económico y social del país. El fin de la democracia y el co­
mienzo de I? sociedad autoritaria. Desde entonces, la historia argentina se de­
batirá entre anémicos gobiernos civiles y despóticos intérvalos militares, pero
aunados por una misma característica: la represión a la sexualidad.

Fin de la década infame. El escándalo de los cadetes del Colegio Militar: Al


tiempo que el liberalismo económico se hacía añicos en los últimos actos del
gobierno del vicepresidente Castillo, en ejercicio del Poder Ejecutivo por enfer­
medad de su titular, el Dr. Ortiz; y paralelamente a los inicios de las intrigas
militares que culminarían con su derrocamiento en 1943, un hecho escanda­
loso alarmaría considerablemente a los responsables del poder, en la medida en
que ponía de manifiesto la homosexualidad, jugando como una alternativa real
en el seno de la sociedad.
En 1942, un grupo de homosexuales, relacionados todos con el joven pro­
pietario de un suntuoso departamento céntrico, idearon un particular sistema
para conseguir compañero sexual. Una bellísima muchacha, a la que llamaban
Sonia, de 19 años, conocida modelo de la firma Palmolive, hacía las veces de
señuelo entablando conversación con los cadetes del Colegio M ilitar que se
acercaban a cortejarla en el bar Santa Teresita (hoy desaparecido), ubicado
a pocas cuadras del citado departamento. En la creencia de que harían el amor
con semejante mujer, los jóvenes eran llevados por ésta hasta la vivienda y una
vez dentro desaparecía, dejándolos en compañía de un hombre, quien les reve­
laba la verdad y les proponía tener relaciones con caballeros.
Muchos, al comprender la situación se retiraban, pero otros aceptaban el
imprevisto cambio. De estos últimos obtenían una fotografía en la cual se veía
al adolescente desnudo pero con algún elemento del uniforme que señalara su
condición de cadete, ya sea la gorra, ya sea el cinturón. Este material, alta­
mente comprometedor por cuanto no dejaba lugar a dudas acerca de la identi­
dad del sujeto, sería Usado en caso de que alguno de estos futuros oficiales de­
cidieran armar alboroto,o amenazarlos con hacer una denuncia.
El arreglo funcionó sin inconveniente hasta que, a mediados de octubre
de 1942, un cadete, de los que no habían aceptado intervenir en aquellas fies­
tas, dejó asentada la denuncia ante el Colegio Militar. Esta institución, entonces
dirigida por el Coronel Silva, inició la investigación de inmediato, lo que llevaría
a la policía a descubrir pronto toda la verdad.

228
\

Los detalles de este acontecimiento no tuvieron acceso a la prensa desde el


0m¡enzo- En el Departamento se hallaron numerosas cajas repletas de fotogra­
fías a*1 como una interminable lista de direcciones de las personalidades más
<pares. Silenciosamente fueron sucediéndose las detenciones y cundió el páni-
o entre quienes se encontraban implicados. ’Hasta que, a fines de octubre de
ese año tuvo una amplia difusión periodística y la magnitud del escándalo fue
enorme. Noticias Gráficas del 30 de octubre de 1942, publicaba los nombres
y apellidos de 32 personas detenidas y bajo jurisdicción del Dr. Narciso Ocam-
po por el delito de corrupción.
La mayoría de los homosexuales adultos huyó al Uruguay; aunque dos se
suicidaron, ellos fueron Adolfo Jorge Pené de Bruyn, perteneciente a una impor­
tante familia de banqueros y que se hallaba también ligado al negocio de breves
filmes de contenido erótico; y el arquitecto Jorge Duggan, quien esperó a cum­
plir la condena impuesta y, una vez en libertad, se pegó un tiro.
El cargo principal fue asociación ilícita (vale decir, asociarse a otra perso­
nas con el fin de cometer delitos indeterminados) y el más perjudicado fue el
dueño del departamento que por entonces contaba con 22 años. Los cadetes
fueron expulsados en su totalidad del Colegio Militar; y el castigo alcanzó tanto
a los que habían aceptado y eran amantes de los acusados, como a los que se
habían retirado pero no hicieron la denuncia correspondieñte. Por todo lo cual
cabe esperar que de esa promoción pocos habrán culminando sus estudios.
Aunque el principal cargo fue asociación ilícita, lo que realmente se atacaba
no era tanto un sórdido negocio que tuviera como fin el dinero, sino a la homo­
sexualidad, descubierta como se descubre a una serpiente al levantarjde impro­
viso una pesada piedra. La interpretación de la situación delictiva particular fue
forzada al máximo para castigar una liberalidad que se había escapado al control.
Una vez más se confirma que el mito de la inviolabilidad de la clase alta di­
fundido principalmente por la izquierda, por el cuál ésta se hallaría a salvo de
todo castigo, no cuadra en lo referente a la homosexualidad. No sólo fue repri­
mida con todo rigor, sino que alertó al Estado sobre los peligros de la excesiva
libertad sexual.
Precisamente en momentos en que las FF.AA . daban forma a sus ambicio­
nes totalitarias y una perorata de conceptos como virilidad y honor llenaban
todas las bocas, la relación entre cadetes y homosexuales, en la que no parti­
cipaba ninguna violencia, los desnudaba en sus límites y en sus contradicciones;
y si es verdad que este affaire los tomó por sorpresa, de ahí en más combati­
rían la "inmoralidad" adelantándose a los hechos.

Miguel de Molina y el Teatro Avenida: Un año después del escándalo de los


cadetes, la noche del 31 de julio de 1943, la policía irrumpió en la sala del
Teatro Avenida mientras ofrecía su espectáculo español el célebre Miguel de
Molina.
Esta notable figura de la canción andaluza llegó a Buenos Aires, no con la
oscuridad de un inmigrante más, S'no con el brillo que le diera su incuestiona­
ble prestigio de gran artista alcanzado en los tiempos de la República Española.
Llegaba como tantas otras valiosas personalidades, escapando de aquella danza
de destrucción y muerte como fue el triunfo franquista.

229
Su éxito, a partir de su debut, no admitió demora y junto a un público fami-
fiar e igualmente entusiasmado por ese espectáculo alegre y bochinchero, fue
acercándose otro estrictamente homosexual, y que terminó instalándose en el
Parafsó del conocido teatro, hasta convertirse en un lugar de encuentro para
éste. Ese hecho, aunado a la ya demasiado llamativa personalidad de Molina, de­
cidieron al gobierno del General Pedro P. Ramírez, uno de los principales res­
ponsables del golpe militar del 4 de junio de 1943, y entonces titular del Poder
Ejecutivo, a invadir por medio de la fuerza policial el mencionado recinto, de­
tener a la compañi'a en plena función, arrestar al público del Paraíso y deportar
a Molina; todo en nombre de una moral, ya no tan vigorosa, que se pretendía
restablecer.
Si él estrepitoso caso de los cadetes revelaba al sorprendido sistema de va­
lores la existencia de la homosexualidad, la publicidad dada a lo ocurrido en el
Avenida, la ratificaba ampliamente un año después. La respuesta del poder sen­
taría el antecedente del intervencionismo estatal también en el área sexual, lo
que se comprende sí, retrospectivamente, analizamos el desmedido fortalecimien­
to que el aparato represor del Estado adquirió en los últimos años, inmerso en la
prepotencia de una sociedad que ahora se vuelve contra sí misma. Los cadetes,
cualquiera sea, del Colegio Militar fueron considerados desde entonces, por mu­
chos años, homosexuales por el público,que al verlos solía desahogar su antimi­
litarismo arrojándoles piedras, así como esa multitud que aplaudía con entusias­
mo a Molina, nada hizo para volverlo a v$r en el escenario. Fue preciso que trans­
currieran muchos años para que el grart artista, aún hoy residente en la Argenti­
na, pudiera regresar y repetir sus triunfos.
La represión a la sexualidad ya no responde como antaño a los valores
religiosos de una comunidad mojigata, aunque tampoco se desentiende de
ellos totalmente; es más una necesidad primordial en la gestación de la perso­
nalidad autoritaria, una personalidad irracional,que termina perdiendo esa ca­
pacidad del hombre civilizado de discriminar el bien del mal, su propio bien de
su propio mal, devorándose ferozmente. La represión a la sexualidad apunta a
crear una particular neurosis/que es base y fundamento del fascismo que tiñe
la política argentina de las últimas décadas.

1945. El Peronismo: "Nuestro proyecto hubo de ser realizado por el fascismo


y el nazismo. De triunfar, Europa no estaría hambrienta e imposibilitada de reha­
cer su economía". Quien volcara estos conceptos (nada democráticos) en carta
privada a Luis Alberto Herrera, era el hombre que en 1946 subía al poder por
obra de las urnas. Era Juan Domingo Perón.
Exactamente dos años después del operativo "Molina", este hombre del
GOU se hacía cargo del Estado por elecciones libres,pero lúcidamente prepa­
radas de antemano por el gobierno saliente. Su política, su ideología y su obra,
radicalmente opuestas a los conservadorismos pasados, marcarían al país con su
violenta y particular personalidad.
El peronismo realizó dos importantes contribuciones al cada vez más claro
intervencionismo estatal en materia sexual:
a) Sancionó casi toda la legislación que desde entonces y hasta hoy se aplica
para reprimir toda manifestación sexual libre. Son los conocidos Edictos Policia­
les, que en la categoría de contravenciones penan determinados actos de tipo

230
seXÜ^ a ¡nconstitucionalidad de estos edictos fue planteada luego de la caída de
en 1957, por el entonces procurador general Sebastián Soler, quien pro-
dió'a eliminar el Reglamento de Procedimientos Contravencionales en su to-
a dad. Su argumentación, respondiendo a una estricta lógica jurídica, se basaba
3 que dicho reglamento otorgaba una inaudita autonom ía a la policía frente al
poder Judicial, ya que facultaba al Jefe de la Policía a constituirse en Juez de
Primera Instancia, a sumariar y a condenar sin la intervención de la justicia ordi-
na,ia No obstante este planteo, el Reglamento y todos sus edictos fueron reim-
plantados por Arturo Frondizi y aún siguen en vigencia (J.J. Sebreli. Los deseos
im a g ín a n o s del peronismo).
b) Es responsabilidad también del peronismo perpetrar la primera campaña
específicamente antihomosexual, llevada a cabo en la última semana de diciem­
bre de 1954. La misma apuntaba a demostrar que la inexistencia de prostíbulos,
en aquellos años cerrados por imposición del clero, obligaba al varón a volcarse
a la pederastía.
Pero esta campaña, que apuntaba a la apertura de los prostíbulos con el
objeto de provocar a la Iglesia, luego de que ésta rompiera con el movimiento
y lo abandonara, se ubicaba al mismo tiempo dentro de una política más amplia
de estricta vigilancia de la vida cotidiana yel control de las costumbres. El A rt.
78 del Estatuto Orgánico del Partido Peronista establece "Cada peronista hade
constituirse en vigía permanente del Peronismo. En el lugar que se encuentre,
donde viva o trabaje,deberá conducirse enérgicamente de acuerdo a las siguien­
tes normas: a) ha de denunciar de inmediato a la autoridad partidaria o policial
más cercana cualquier intento que él conozca tendiente a alterar el orden o per­
turbar la tranquilidad pública". Enterrando en el pasado aquel remoto concepto
liberal de la inviolabilidad de la vida privada, el estilo mussoliniano de Perón
inaugurará la era de la estatización de la conciencia individual.
V con Lonardi, Rojas y Aramburu, quienes el 16 de setiembre de 1955 de­
ponían al régimen, volvía la solemnidad militar ahora fuertemente antiperonista.
Pero las relaciones entre el Estado y la Iglesia estaban condenadas a enfriar­
se, razón por la cual la represión a la sexualidad disminuye. Es más, los Edictos
sancionados por la Policía Federal durante el gobierno de Perón son derogados
por iniciativa del jurista liberal Soler, en 1957, por anticonstitucionales. Serán
Puestos nuevamente en vigencia durante la presidencia de Arturo Frondizi.
Con estos antecedentes, pues, es fácil deducir que la sexualidad una vez más,
no ganaba con el cambio.

Arturo Frondizi y la política sexual de Estado: Si bien es cierto que el peronis­


mo dio'la estructura jurídica que requería el control estatal de la sexualidad,
es mérito de Arturp Frondizi, cuya presidencia abarcó los años 1958-1962, que
se otorgara a la represión policial de ésta un sentido político acabado.
Fue precisamente este gobierno sin , apoyo popular ni militar y obligado a
efectuar contradictorias alianzas para mantener el relativo equilibrio de su po­
der, quien desplegara, por medio del comisario Margaride, las primeras campa-
nas sistemáticas de moralidad, razzias regulares e incontables operativos poli-
C!a,es en plazas y subterráneos.

231
Sin aventurar una interpretación psicopatológica acerca del celo desplega-
do por este singular hombre de la Iglesia ante todo lo sexual, digamos que sus
organizadas campañas antisexuales tenían el signo de la prepotencia y la humi­
llación del detenido. Es suficiente citar la conocida costumbre de enviar fuerzas
policiales a los hoteles alojamientos (hoy albergues transitorios), detener a las
parejas y proceder a notificar a los maridos de las mujeres halladas en el lugar.
Con la misma frecuencia se conminaba al hombre a confesar y aún inventar la
supuesta tarifa cobrada por la mujer, para proceder a su arresto por prostitución.
A todo lo cual se agregaba la clausura de baños públicos y razzias antihomose­
xuales.
El arsenal jurídico creado por el peronismo comenzaba a funcionar, perpe­
trando una guerra contra el amor que se intensificaría año tras año.

Humberto lllia. El Impasse: Si bien el gobierno de Humberto lllia operó como


intervalo, como un respiro tolerante al libre albedrío, no lo fue por una real con­
ciencia de los derechos sexuales del individuo, sino por la debilidad esencial que
lo caracterizaba en el plano político y que se expresaba en aquella timidez ante
el pueblo, ese "dejar hacer" de un liberalismo caído en desuso y que mostraba
a un gobierno muy democrático en lo formal, pero chirle y raquítico de con­
tenido.
Con todo, y atendiendo sobre todo a lo que vendría después, merced a todas
la garantías y libertades que efectivamente imperaron entre 1963 y 1966, la
sexualidad alcanza un lugar y se manifiesta en la paulatina aparición de boites
para homosexuales,así como la diversificación de sus lugares de reuniónyComo
llegaron a ser algunas esquinas céntricas,coadyudando al estrechamiento de un
ambiente homófilo que por primera vez se animaba a dar la cara, fuera de las
comprimidas elites de antaño.
El amor heterosexual gana las plazas y bosques, hasta elegir preferentemente
los de Palermo, a donde comenzaron a dirigirse parejas en automóviles, razón
por la cual se bautizó la zona "V illa Cariño" y que el presidente lllia jamás
molestó.
Sin embargo, para las clases dirigentes, un gobierno respetuoso de los
derechos humanos y que hacía cumplir la Constitución era un gobierno descal-
sificado . El Estado era entendido por estos sectores como un aparato violento
y agresivo,cuya función debía ser ocultar las contradicciones que agitaban la
Nación, izando las banderas de un "orden" y una "arm onía" mantenidos solo por
la fuerza persuasiva de los fusiles. La oportunidad de expresión ppne de manifies­
to no sólo la rivalidad entre empresarios y asalariados, da lugar al mismo tiempo a
que el deseo desentumezca los aspectos qiás rígidos de las relaciones humanas,
y a este liberacionismo es a lo que se teme.

El dirigismo estatal de aquellos que derrocaron al Dr. lllia en 1966, venía a


interrumpir un proceso democrático para imponer nuevamente la voluntad del
más fuerte. Se trocaba así la razón por la energía embrutecedora de la arbitrarie­
dad. Se ponía freno así a la voluntad ¡ndividual,para determinar también la vida
de los habitantes, entumecer nuevamente la vida privada.

Juan Carlos Onganía. Vuelven las botas: Esta vez las Fuerzas Armadas contaron

232
con la aprobación general. En 1966 Onganía era recibido con alivio o to n resig
nación por la opinión pública. Alain Rouquié describe con claridad el ambiente
de aceptación que reinaba: "... Deseada o consentida por algunos, la revolución
era considerada inevitable por todos...", "...El estado de la opinión daba cuenta
de una amplia y difusa aceptación. El deterioro de la situación económica, pro­
vocado en parte por las fuerzas y los intereses favorables al cambio de régimen
sobreentendía esa complaciente aprobación. Ya nadie esperaba nada del presi­
dente lllia, abrumado tanto por las campañas de desprestigio y un sistemático
trabajo de zapa como por la deficiencia con que fue elegido... Así, pues, se
esperaba todo del buen general Onganía, exaltado por la prensa frentista...".
La primera medidá-de la "Revolución Argentina" contra la sexualidad fue
nombrar nuevamente a Margaride como Jefe de Policía, quien logra esta vez
desarticular completamente y en forma duradera al ambiente homosexual que
se había desarrollado hasta entonces. Se clausuraron de inmediato las boites
gays y al operativo "cines" (irrupción simultánea de la policía en todos los ci­
nes céntricos que funcionaban como lugares de contacto entre homosexuales)
le siguió el operativo "subterráneo",durante el cual cerraron súbitamente todas
las bocas de todos los subtes, arrestando a los presuntos homosexuales que se
encontraban en los andenes.
Las zonas de Palermo ya mencionadas fueron deshabitadas y controladas
desde entonces con severidad.Hasta llegar al extremo de asesinar a una pareja por
besarse en una plaza en horas de la noche.
Pero, los excesos de un gobierno, aplaudido en sus primeras horas, no hacía
más que acelerar los cambios que se operaban en lo profundo de una mentalidad
y un estilo de vida categóricamente envejecidos, y que la ceguera del presidente
de facto no le permitía admitir.
El proceso libertario que inauguró el Mayo Francés de 1968, golpeaba al
adormilado espíritu argentino desde todos los ángulos, transmitiéndole esa
misma impaciencia por respirar*que se exteriorizó finalmente en el Cordobazo
de 1969. Este movimiento popular no fue una simple huelga por reivindicacio­
nes salariales ordinarias, se trataba de una violenta insurrección que sentaba en
el banquillo de los acusados a todo un sistema de valores, costumbres y hábitos
vacíos ya de significación. Se puso de moda cuestionar y todas las institucio­
nes fueron encerradas entre signos de interrogación. Surgen así movimientos
contraculturales (Hippies, Rock and Roll, Underground) que denuncian el
peso de una civilización paralizada en su evolución, y sus gritos, lejos de quedar
aislados,van ganando día a día la adhesión de la mayoría. Paralelamente al for­
talecimiento de una izquierda clasista cada vez más exigente,el tono'reivindica-
torio de las protestas alcanza también al área sexual y a la conciencia de la mujer,
proceso que culmina con la creación del FLH (Frente de Liberación Homo­
sexual), la U FA (Unión Feministas Argentinas) y el M LF (Movimiento de Libera­
ción Feminista), conducido este último por la conocida feminista María Elena
Oddone. Las tres organizaciones, si bien surgieron separadamente, no tardaron
en colaborar estrechamente aunadas por reivindicaciones sexuales comunes (L i­
bertad sexual de la mujer, derogación del inciso 2 ° H , despenalización del adul­
terio, etc,). Su accionar fue solitario,ya que jamás lograron el apoyo ni de la iz­
quierda ni de la derecha liberal. Pese a la insistencia de estas jóvenes organiza­
ciones, ningún partido político aceptó, en plena ebullición de la campaña de

233.
1972, incluir algunas de sus consignas en los programas electorales.
La parálisis que sufriera la clase dirigente ante este acelerado crecimiento
de las vanguardias revolucionarias, no podía durar mucho tiempo. La salida
despótica ensayada .por Juan Carlos Onganía ya se había revelado ineficaz para
contener el avance y la radicalización de vastas capas sociales. Se imponía, pues,
una salida que, sin volver a la democratización risible del Dr. lllia, moldeara
una trampa en la que fuera a caer aquel exacerbado descontento.

1973. El tercer peronismo: En esta oportunidad, el mismo ejército que lo expul­


sara el 16 de setiembre de 1955 rogaba "arrepentido” su retorno. Para los
asustados sectores en el poder, era el mal menor que detendría la avalancha,
por cuanto el mismo Perón confesaba ser un "león herbívoro" que quería
trabajar con el empresario y no con la clase obrera.
La ¡lusa izquierda que, muy a pesar suyo, simbolizaba el Dr. Cámpora, cae
definitivamente con el mote de "estúpidos" por obra del mismo Perón, quien
sube.a la presidencia el 12 de octubre de 1973.
Ya en los últimas semanas del gobierno de Cámpora se produjeron dos
hechos que definirían la política peronista en materia sexual. Uno fue la prohi­
bición, por inmoral, del filme "Ultim o tango en París", medida que hizo pre­
sagiar el debilitamiento de la izquierda. Y el segundo, la separación del cargo
de profesor titular de la cátedra de Derecho Administrativo de la Facultad de
Derecho a Agustín A. Gordillo, autor del ensayo Planificación, participación y
libertad en el proceso de cambio, en cuyo Capítulo X (Libertad y Represión
Sexual) exponía la hipótesis de que las instituciones vigentes —incluido el
Estado— tratan de imponer una "ideología represiva de la libertad sexual, por
lo cual debe iniciarse el camino de la liberación sexual en todas las institucio­
nes", principalmente, puntualizaba Gordillo, en la familia, la escuela y la univer­
sidad. La resolución por la cual se cesanteaba al ensayista se basaba en que la
tesis del abogado "justifica toda suerte de aberraciones, sobre la base de que,
desde el punto de vista médico cualquier tipo de actividad sexual que sea grati­
ficante para el individuo es admisible y valiosa", a excepción de la que se consi­
dera puro delito sexual, vale decir, la violación. Se añade luego que esta teoría
atentaba contra los principios más elementales de la moral argentina y era inad­
misible en alguien que, como el profesor Gordillo, debía educar a la juventud no
sólo con conocimientos técnicos sino también con una "sólida formación moral".
Una vez instalado Perón en el poder, confirma a Margaride como Jefe de
Policía, quien junto a su habitual repertorio de lucha contra la "inmoralidad"
agregaba esta vez operativos para cortar el pelo y la ropa demasiada ajustada.
Bajo el títu lo de "La Tía Margarita (Margaride) impone la Moda Cary Grant"
el Frente de Liberación Homosexual denunciaba: "...arrancan pelos y barbas,
cortan tacos y desgarran botamangas que excedan 10 cm por considerarlas
'poco masculinas'...".
Al reproche de la bases por nombrar a conocidos gorilas en elevados cargos
del calibre de un Margaride o un Villar, Perón respondía que "si bien fueron
malos peronistas, son buenos policías", a fin de disipar toda duda acerca de su
misión estrictamente represora y al margen de todo viejo rencor.
A Perón lo sorprende la muerte el 4 de julio del año siguiente, no sin antes

234
nombrar al aventurero José López Rega en el cargo de Ministro de Bienestar
Social, y siendo su propia esposa, Isabel Martínez, luego íntima colaboradora
del ministro astrólogo, quien sustituiría a su marido en el ejercicio del Poder
Ejecutivo.
La pareja, ahora dueña de la situación,llevó a sos últimas consecuencias la
política iniciada por el presidente fallecido, e instauran una salvaje masacre de
políticos, estudiantes, delegados gremiales y sacerdotes contrarios a sus obje­
tivos e ideología. Con la excusa de comb'atir a la guerrilla "apátrida" crean con
el títu lo de Triple A una de las fuerzas parapoliciales más sanguinarias dentro de
la historia del crimen en la Argentina, al tiempo que le otorgan plenos poderes
a los sectores más agresivos de las Fuerzas Armadas.
El "Rodrigazo" fue la sen.tencia de muerte del binomio Isabel-López Rega,
que se revelaron incapaces de contener la paralización del país producida a con­
secuencia de una inflación devoradora,que el gobierno se negaba a compensar
con un aumento masivo de salarios. Mientras tanto los militares se preparaban
una vez más para tomar el poder.

1976-1983. Los años miserables. El gigantesco aparato levantado con la excusa


de combatir a la extrema izquierda, se vuelca ahora contra la población en gene­
ral, a la que se controla minuciosamente día por día a efectos de detectar a cual­
quier persona sospechosa o "rara", siendo los homosexuales y las prostitutas las
mejores víctimas.
Así, Buenos Aires adquiere el aspecto de un inmenso campo de concentra­
ción, que el turismo no dejaría de percibir, con dos policías por cuadra, calles
incesantemente recorridas por patrulleros, camiones del ejército intimidando
a los transeúntes, policías de civil provenientes de diferentes reparticiones, etc.
El ocio policial que siguió a la derrota de los movimientos armados trae la
necesidad de ocupar tanto personal inactivo. Así,en cada comisaría se exige la
cuota diaria de detenidos, control de automóviles sin ningún motivo, requisa
de trenes, colectivos, subtes, cierre de calles, irrupción en bares, confiterías,
cines, restaurantes, sin otra razón que la de sembrar el terror.
Desde un principio se atacó a la sexualidad en general, con un departamento
específico de moralidad actuando enérgicamente. Pero meses antes del Mundial
de 1978,.y como parte de una "limpieza" previa a dicho evento,se desata una
furiosa campaña antihomosexual que inaugura el moderno aparato D IG IC O M ,
por entonces incorporado a todos los patrulleros, por el cual se averiguaba al
instante los antecedentes policiales de cualquier ciudadano. Se organizan cursos
para el personal policial a fin de entrenarlos en el reconocimiento de homose­
xuales y hasta en la imitación de sus gestos, lenguaje y formas de vestir, a efectos
de preparar señuelos en las principales esquinas céntricas.
Sistemáticamente, las fuerzas policiales fueron desarticulando todos los
!ugares de reunión o encuentro homófilos. Pero no se contentaron con barrerlos
del centro. Los boliches bailables gays, ubicados todos en zonas apartadas,
fueron cerrados uno por uno. En febrero de 1981, la prefectura irrumpió en el
boliche secreto que sobrevivía en el Delta, y este abordaje arrojó un saldo de
trescientas personas detenidas.
Las provincias, que hasta entonces no contaban con una legislación antise-
xual apropiada, fueron armadas,por ejemplo con el Código de Faltas de Mendoza

235
(sancionado en 1979), aplicado furiosamente a fin de que el Congreso Mariano
Nacional de 1980 ofreciera a los peregrinos una ciudad libre de homosexuales y
prostitutas; y el homónimo de Córdoba, que constituye un modelo en su género,
en cuanto a represión sexual se refiere, fue sancionado en 1980. A este armónico
engranaje se le suma como novedad el concepto de "vestimenta indecorosa" que
en Córdoba puede costar un arresto de hasta diez días y que en Buenos Aires y
Rosario se utiliza para perseguir los short, minishort, minifaldas, camisetas
musculosas, etc.
Pero de la represión dirigida desde arriba, pronto se pasó a la más descarada
autonomía de la agresión policial. Una vez domesticada la población, el agente
común pasa al chantaje, la humillación o el robo. Si se detiene a una prostituta,
se arregla con ella para no llevarla presa a cambio de sus servicios sexuales. Si se
detectan homosexuales, se les saca todo el dinero que llevan o se los detiene para
organizar una "fiestita íntim a" en la comisaría. Esta contradicción, que carcome
desde lo más profundo a las fuerzas del orden/llegó al colmo cuando en febrero
de 1981 diecinueve oficiales son sorprendidos en una mansión de las afueras de
Buenos Aires en plena orgía homosexual. Fueron arrestados y separados dé sus
cargos de inmediato, tras una investigación iniciada en Capital Federal'.
Los medios de difusión masiva no fueron olvidados en esta campaña anti­
sexual desmedida. Cualquier referencia posible de ser interpretada como apolo­
gía de la homosexualidad, los anticonceptivos, las relaciones extramatrimonia-
les, estuvo absolutamente vedada en radio y T V . Al mismo tiempo se confeccio­
nó una "lista negra" que prohibió o desaconsejó la actuación de notorios homo­
sexuales. Igualmente la lista de autores y libros prohibidos por razones ideológi­
cas o por considerarlos pornográficos es interminable.
La derrota de la guerra por las islas Malvinas y las responsabilidades que se
derivaron de ella, puso fin a una dictadura que, hasta entonces, mantenía la ilu­
sión (ya en girones) de perpetuarse en el poder.

Obligado por las dramáticas condiciones de ¡a posguerra (crisis económica,


caos político, desocupación y un enorme desprestigio), el gobierno promete elec­
ciones y la entrega del mando. A sí se abre una etapa algo más permisiva y que
con exageración se la denominó "Destape", pero que de cualquier modo incluye
la reaparición de minifaldas y shorts, la puesta en escena de espectáculos teatra­
les de corte erótico como "Camino Negro" y la tolerancia en televisión de diálo­
gos o imágenes del mismo carácter. Todo lo cual contribuye a crear un clima de
cierto sabor "liberal", pero que jamás habrá de confundirse con libertinaje si
se repara en los hechos que hicieron bajar de cartel a la obra "Doña flor y sus
dos maridos", con represalias legales contra los responsables de la misma, inclu­
yendo el elenco. Llegando incluso a demorar en la comisaría a parte del público
que asistiera la noche anterior a la clausura, con el objeto de interrogarlo.
La misma brutal agresión a la libertad civil lo constituye el operativo llevado
a cabo en la madrugada del 11 de setiembre de 1983, en el barrio de Belgrano,
con el fin de interrumpir una fiesta privada, por la participación de homosexua­
les. En esa oportunidad, la policía allanó el salón de fiestas La Casona de Ricar­
do, llevando en calidad de detenidas a 250 personas de ambos sexos; incluso a
aquél que osó oponer resistencia y recordar sus derechos como ciudadano le
abrieron una causa por desacato.

236
Pero a esta represión “ legal" se le sumó, compensando las limitaciones de
ésta, la tolerancia más desembozada a las organizaciones parapoliciales; dos de
las cuales se arrogaron el derecho de cuidar la "m oral” . Son ellas:
a) El Comando (o Comisión) de Moralidad, responsable de la expulsión de
n u e s tro país del cineasta alemán Werner Schroeter, en setiembre de 1983, por
sus investigaciones sobre la condición del homosexual en la Argentina; bajo ame­
naza de hacer detonar una bomba en el Instituto Goethe que auspiciaba la visita.
La misma organización es autora, a su vez, del atentado que sufriera la sede de
la Asociación de Protección Familiar, institución que sin fines de lucro trabaja
en diferentes áreas de la educación sexual.
b) El Comando Cóndor, que en junio de 1982 envió a todos los diarios un
comunicado en el que anunciaba su intención de acabar con los teatros de revis­
tas y los homosexuales. Y la culpabilidad de este comando se acrecienta si recor­
damos el misterioso incencio del teatro El Nacional, precisamente en julio de
1982 y la aún en su mayor parte inexplicable ola de asesinatos a homosexuales
que se inicia a fines de enero de 1982, arrojando un saldo de 18 muertes en dos
años.
Pero el 30 de octubre, los resultados electorales, que no dejaron de sor­
prender a los observadores políticos, expresaron con claridad la voluntad popu­
lar de repudiar toda forma de autoritarismo. Ganó quien menos inmiscuido se
hallaba con los militares del Proceso y aquél que más explícitamente prome­
tió una democracia, castigando los crímenes de la "guerra sucia".
El 10 de diciembre, día de asunción del nuevo gobierno, despertaba la es­
peranza de la libertad y el fin del terror en la vida cotidiana. El ejemplo espa­
ñol demostraba la compatibilidad del sistema democrático con cierto grado de
libertad sexual y algo de modernización en el ordenamiento jurídico, dando ca­
bida a la ley de divorcio y la despenalización del consumo de marihuana.
En un comienzo, la ambigüedad del gobierno constitucional en lo tocante
a este tema, permitía aguardar esperanzados lo que se venía denominando "des­
tape". A los anuncios de Carlos Gorostiza, flamante Secretario de Cultura, de
autorizar la proyección de filmes eróticos, aunque a un costo considerablemen­
te mayor, así como la eliminación del Ente de Calificaciones Cinematográficos
y la aparición de las revistas llamadas "del destape", se le oponían las declara­
ciones del Ministro del Interior, que aclaraba que iba a haber libertad pero no
libertinaje, asegurando una firme campaña contra "el erotismo y la pornogra­
fía".

Todo, en fin, presagiaba que en lo referente al tema sexual se libraría una


batalla dentro de los diferentes equipos oficiales. Y así sucedió: la exhibición
que hacían los kioscos de las revistas eróticas tuvo como respuesta una ola de
escándalo que, principalmente en nombre de un pretendido "buen gusto'¿ in­
tentaba relegar nuevamente la sexualidad al lugar del secreto y de la culpa.
Pero es, una vez más, la Iglesia Católica y sus organizaciones civiles como
'a Liga de Madres de Familia, la que va a liderar la reacción antierótica, ubicán­
dose al frente de una tenaz campaña en contra del divorcio, la lesalización del
aborto, la llamada "pornografía" y la libertad sexual. Son ilustrativas las decla­
raciones de algunos obispos sobre el particular, representantes todos de los sec­
tores más intolerantes del episcopado: Precisamente el m i s m o día en que fueron

237
violentamente expulsados los artesanos de la Plaza de la República, vale decir el
23 de marzo de 1984, Mons. Búfano, obispo de San Justo y miembro del Equipo
de Pastoral social respondía a Tiempo Argentino: "La pornografía es una desvia­
ción, una enfermedad morbosa. Hay una intención inequívdca de corromper a
nuestro pueblo, debilitarlo en sus defensas morales,para hacer de él un juguete...
Debemos exaltar la vigencia del pudor como valor individual y público..." y
Mons. Justo Oscar Laguna, obispo de Morón respondía al mismo reportaje:
"...Nosotros creemos que el amor, reflejo de Dios mismo, vale tanto cuando es
de "uno" con "una" para toda la vida. Esto significa sin duda un riesgo, pero
además la más maravillosa aventura de la parej*a humana, del varón y la mujer.
Creemos en el valor de la familia. Creemos en el valor de un sexo ordenado y
no de las desviaciones. Hoy, algunas desviaciones como el amor libre, el adul­
terio, la homosexualidad, se presentan no ya como permitidas, sino inclusive
como apología de ellas, como si fueran mejores formas las más raras y las más
patológicas...". La intolerancia y el autoritarismo desmedido de la Iglesia Católi­
ca se han abocado a la tarea de presentar la libertad cotidiana que tanto teme
como un oscuro negociado y a veces como una fantasmal conspiración. Y para
ejemplificar basta citar las palabras de otro prelado, el obispo Ogñenovich, apa­
recidas en el mismo diario tres días después: " ‘...Hay quizás muchos intereses
espurios detra¿ de las campañas divorcistas. Se advierte demasiado dinero en ello.
Nadie puede ignorar que detrás del divorcio vincular viene, tarde o temprano,
la legalización del abominable crimen del aborto, la pornografía degradante,de
la droga y la marihuana, la homosexualidad y el lesbianismo... A llí están los
grandes negocios, allí está —repite el obispo— la madre del borrego..." y a efec­
to de distraer la atención trae a colación los demás problemas populares que pa­
recen, ahora, preocuparlos mucho, cuando dice: "...E l divorcio no es más que
una cortina de humo" que quieren o pretenden lanzarnos mientras no se
resuelven problemas gravísimos que atenían contra la familia, para lanzarnos a
una lucha estéril a todos los argentinos, sin techo propio, con sueldos vergonzan­
tes, dentro de la inflación incontrolable hasta el presente. ¿Por qué no soluciona­
mos primero centenares de problemas acuciantes, urgentes?...".
Y esta posición intolerante, que consiente que un ciudadano elija libremen­
te a un candidato a la presidencia pero no con la misma libertad al compañero
sexual, esta opinión, pues, es la que parece triunfar con el aplauso de todos los
protagonistas de la vida política actual. En pocos meses, y luego de la feroz re­
presión policial desatada a pocos días de asumir el gobierno contra un público
que observaba un cartel que pedía la venta libre de marihuana, fuimos testigos
del allanamiento y cierre de las Casas de Masajes, la detención de parejas en las
plazas, la persecución a los homosexuales y las prostitutas, el proceso a los di­
rectores de todas las revistas eróticas, etc. Campaña ésta eficiente en el logro de
acallar las voces que desde el oficialismo se presentaban como tolerantes, hasta
el extremo de que el actual Director de Cultura de la Municipalidad de Bs. As.,
Dr. Mario O'Donell, el mismo que contados días antes de ser nombrado en el
cargo participó como panelista en una charla denominada "Homosexualidad y
Derechos Humanos", junto a Juan José Sebreli y el novelista Villordo, declara
recientemente que "No es libertad permitir que los grandes capitales de la por­
nografía puedan ejercer una acción perjudicial sobre nuestros hijos..."; "...una
magen de alguna perversión sexual puede producir una perturbación en el de­

238
s a r r o l l o psicosexual del chico". Es preferible, entonces, para el funcionario,
que es también psicoanalista, que el niño crezca envenenado por la culpa que
le produce el placer que halla en su propio cuerpo y en el cuerpo del otro; la
culpa por el disfrute de la vida y la exaltación del amor; o el trauma que provie­
n e de ese terrorífico misterio que envuelve siempre la imagen primaria del coito
adulto. V con la excusa de los interminables "problemas prioritarios", condena­
rán a las próximas generaciones a crecer dentro de una concepción dolorosa
de la vida, vacilante entre la monotonía de la estupidez y la resignación del es­
clavo.
Porque ¿cuál es el objetivo perseguido al desanimar cualquier intento de
satisfacción sexual? Aparte de significar una mera exhibición de poder, la per­
secución de todo acto de placer refuerza la estructura naziedípica que permite
soportar la tiranía, y aún la tiranía de una democracia. Los aparatos ideológi­
cos y represivos del Estado de nada servirían sin la domesticación previa de la
sexualidad humana.
La tendencia lógica a buscar la satisfacción sexual en lugar de sublimarla
en el trabajo alienado, actúa contra la subsistencia de las modernas sociedades
autoritarias. La resignación del deseo es la base energética requerida por el actual
sistema de producción, aunque el precio que se pague sea una embrutecedora
alienación, inmersa en una existencia monótona y sin sentido, muy parecida a
la muerte. La represión a la sexualidad aleja al Hombre del concepto de libertad
entendida, no como idea abstracta, sino como sensación que se realiza a medida
que nos realizamos. La liberación sexual trabaja precisamente en contra de toda
enajenación al afirmar la propiedad sobre el propio cuerpo, y qlie es al mismo
tiempo herramienta material de esta libertad. Lo contrario es una fraseología
que nos estafa.
Cercenar la capacidad del Hombre de disfrutar la vida también es matar, y
en este sentido la Argentina es un país muerto; de la muerte que provoca la
angustia y la insatisfacción, la incertidumbre y el fanatismo.
Pero a los pueblos muertos sólo les cabe levantarse, recuperando la razón y
el heroísmo; esa fuerza que se nutre del amor y de la libertad, pero que no debe
confundirse con el exceso nazi ni con la sensiblería de los débiles, sino con el
amor maduro y libre de seres, heterosexuales u homosexuales, que al encontrar­
se se construyen mutuamente.

O TRO S PAISES

En Alemania, tras la caída de Hitler, todas —o casi todas— las disposiciones


legales implementadas por el Tercer Reich, fueron suprimidas. Quizá por los
todavía reinantes prejuicios del pueblo y los legisladores alemanes, quizá por la
solvencia de los "valores cristianos" de las naciones vencedoras que luego domi­
naron Alemania, las leyes antihomosexuales fueron las últimas en desaparecer,
no hace mucho, durante el gobierno de W. Brandt. El régimen hitlerista tuvo
(a extraña y paradójica particularidad de ser un fanático enemigo de la homo­
sexualidad —considerada propia de los "débiles" y los "disminuidos"— mientras
que por otro lado creó los centros de la juventud nazi donde la homosexualidad
se desarrolló en los jóvenes hasta límites imprevisibles. Fue precisamente durante

239
uno de los períodos más siniestros de la historia de Alemania,que cientos de
personas fueron acusadas de estar involucradas en relaciones homosexuales
—ciertas o no—, de ahí en más consideradas seres anómalos e infrahumanos y
enviadas a los campos de concentración. Terminada la Segunda Guerra Mun­
dial, no pocas personas pretendieron aunar la homosexualidad con la corrup­
ción y el bestialismo de muchos jerarcas nazis. De ser esto verdad, no olvide­
mos que los principales gestores de ese movimiento, entre ellos el propio Hitler,
eran heterosexuales, y a nadie se le ocurrió condenar la heterosexualidad por
ello. A. Kardiner, entre otros, participa de esta versión,haciendo hincapié'en la
predilección de los jerarcas nazis por (as relaciones homosexuales y emparentán-
dola con ciertas características que al parecer estarían estrechamente vincula­
das con la homosexualidad, como ser la "crueldad contra otros seres huma­
nos". (66) Respecto a la homosexualidad, tanto la Alemania Nazi como la Ita­
lia fascista se caracterizaron por su persecución. Es probable que podamos to­
mar como origen de la ola de violencia contra los homosexuales, el asesinato
de Roehm, quien fue encontrado en su cama con un muchacho, escena que
Visconti reproduce en La caída de los dioses. Después de la guerra, algunos
racionalistas que la pseudogobernaron intentaron terminar con la legislación
prohibicionista antihomosexual, intento que fue frustrado por la presión de
las fuerzas de ocupación inglesas y americanas. Hoy en día casi todos los países
de la Europa Occidental han eliminado las leyes que consideraban las relaciones
homosexuales entre mayores consintientes como delito, aunque en la mayoría
de éstas la edad "adulta" para ejercerlas es diferente, estableciendo una clara
diferencia moral entre éstas y las heterosexuales, siendo que las primeras son
vistas todavía Con cierto recaudo. En Francia se dio un muy extraño fenómeno:
desde el Código Napoleónico hasta la invasión alemana, la homosexualidad es­
taba legalmente permitida. Ocupada por los nazis, éstos implantaron una serie
de disposiciones y decretos que fueron nulificados apenas terminada la gue­
rra. El único que permaneció vigente fue el referente a la cuestión homosexual;
esta omisión inadmisible no privó al movimiento homofílico francésde poder fun­
cionar con más o menos libertad, manteniendo sus consabidos locales de reunión
y vendiendo en locales públicos desde la legendaria Arcadie (expresión de dicho
movimiento) hasta la actual Gai Pied. Hocquenghem hace hincapié en que única­
mente a partir de la última contienda, la homosexualidad es mencionada como
crimen contra natura, refiriéndose con este calificativo sola y únicamente a las
prácticas homosexuales. Más adelante agrega la contradicción entre esta frase,y
la creencia generalizada de que la homosexualidad no está legalmente reproba­
da, mencionando el apremio que algunas de las boites de París sufren por parte
de la policía, incluso varias veces por semana, a causa de la concurrencia de ma
nifiestos homosexuales. Hasta hace poco, la posición de la población francesa so
bre la homosexualidad eraque se trataba de "un fenómeno de las clases dominantes
ligado a la degeneración burguesa". La "permisividad" de la opinión públicé
francesa recae únicamente sobre las grandes personalidades artísticas o literarias,
aceptándola como un picante ingrediente de la salía de su genio, pero repudian­
do irremediablemente este tipo de relaciones en el obrero, el estudiante o el indi­
viduo de clase media. La homosexualidad ha sido despenalizada y la situación se
ha modificado notablemente a partir del gobierno socialista.
Regresando a las mencionadas diferencias entre la permisividad homosexual

240
y la permisividad heterosexual, hasta poco tiempo atrás, países como Holanda y
Suecia hallaban factible que los contactos homosexuales se realizasen libremente
recién después de los 21 años, mientras que los heterosexuales gozaban de una
minoridad bastante más considerable. Hoy la realidad parece ofrecernos una
imagen bien distinta. Las palabras de una militante de nuestro movimiento que
viajó allí nos revelan como se vive la homosexualidad: "Holanda (...) es una cul­
tura distinta. Y también un sistema político: socialdemocracia en pleno funcio­
namiento. A llí la cosa cambia de cariz. / Pena, estuve poco tiempo. En total una
semana entre Rotterdam, Amsterdam y una isla del norte. Pero los holandeses
con quienes hablé (todos hablan inglés) me contaron que allí, la homosexualidad
es lisa y llanamente un tipo de sexualidad más. El Parlamento sancionó una ley
por la cual los homosexuales pueden casarse, por ejemplo. Casi podría decirse,
no es 'tema'. Y con esto quiero decir, no se tematiza un 'problema', se habla de
la homosexualidad, como se puede hablar de la conciencia comunitaria de los
holandeses, o de las costumbres gastronómicas, o, a veces, de que se aburren
un poco, o demasiado. Pasa una cosa: uno llega a Holanda, y siente que se ha
surhergido en un baño turco, no por el calor, sino por el relajamiento muscu­
lar: calma, seguridad, equilibrio, buenos modales. La policía (no la vi por ningu­
na parte, pero parece que existe) parece ser un elemento decorativo, o domés­
tico. No sé". (93)
Hace algún tiempo, en Holanda, apareció una publicación, proveniente de
los Estados Unidos, que desparramó por el territorio miles de ejemplares. En
ellos se hallaban prolijamente enumeradas las principales características que apa­
rentemente distinguen al homosexual, con un fin evidentemente persecutorio.
El documento estaba auspiciado por el Movimiento para el Rearme Moral. En
ninguna parte del mundo pudo haber tenido menos éxito.
La situación en Suecia no ha variado únicamente respecto a la homosexua­
lidad, por supuesto, sino a toda la sexualidad en su conjunto, especialmente en
lo concerniente a la relación entre el. hombre y la mujer. Las relaciones sexuales
prematrimoniales son aceptadas oficial y extraoficiamente, y existe una comple­
ta igualdad de condiciones para los dos sexos. Desde 1965 la educación sexual
es obligatoria y está integrada en todo el sistema de enseñanza escolar. La publi­
cidad sobre las técnicas anticonceptivas y el derecho a planificar la familia ha
alcanzado a todos los rincones del país; el liberacionismo se extiende mucho más
allá de los límites de Estocolmo. La población en general, si bien no tiene in­
convenientes respecto al contacto sexual de varones o mujeres no casadas, sí
condena la infidelidad dentro de cualquier forma de matrimonio —legal o no
legal—. En Suecia no existen los hijos llamados "ilegítimos" y el sólo uso de esa
palabra (en las publicaciones médicas o periodísticas) está condenada por la le­
gislación. Los hijos de madres solteras reciben exactamente el mismo trato que
los de las madres casadas. El 8 0 * de las madres solteras terminan casándose, el
50% con el padre biológico del hijo y el 30% con otro hombre. El derecho a la
planificación familiar ha hecho que el aborto se legalice como medio para impe­
dir los abortos ilegales,que puedan qcasionar serios trastornos psicológicos en la
mujer debido a la deficiencia de los tratamientos clandestinos. Desde 1944 la
homosexualidad es legal entre los adultos consintientes. Los dictámenes de la
legislación sueca no son más que un producto de la concepción sexual generali­
zada de la población, que he sido una de las primeras en el mundo en romper

241
con las normas patriarcales de la moral sexual tradicional.
Es común citar a Dinamarca y Suecia como donde los adolescentes cuentar
con una libertad sexual casi completa. Algunos autores contraponen el sentido de
esa libertad, diciendo que esos países cuentan con el mayor índice de suicidios
de adolescentes en el mundo. Sin embargo, resulta incierto el hecho de que
pueda valorarse un gobierno o un sistema por su índice de suicidios. Hasta hace
poco, Francisco Franco se vanagloriaba de que España tuviese el índice de suici­
dios más bajo de toda Europa. V , no obstante, el régimen franquista descansaba
sobre la opresión de un pueblo entero y sobre la sangre de miles de patriotas.
Martín Sagrera atribuye este factor a la situación dada en todo sistema basado
en la opresión, “ fabricante de agresividad", desviada en ocasiones hacia salidas
legales como la guerra, donde altruístamente sé le ofrece al individuo matar o
morir por la patria. Dicha circunstancia hace que en sociedades tradicional­
mente pacíficas —en .este caso la sueca— la agresividad se canalice hacia objeti­
vos individuales —como el homicidio o el suicidio— ante la imposibilidad de
acometer con empresas genocidas. Volviendo a la situación anterior, el mismo
autor —mencionando a Tocqueville—,expresa que los casos desesperados/ante la
imposibilidad de desviar su agresión por el lado del homicidio o del suicidio —ese
autohomicidio—, caen fácilmente en la locura. (70) La imagen sueca muestra a
una sociedad en camino hacia una lenta —pero verídica— transformación, pero
que sigue no obstante basada en el sistema de opresión capitalista, como todos
los países de la Europa occidental.
Los contactos homosexuales son permitidos a los veinte años en Suiza, a
los dieciocho en Dinamarca, a los diecisiete en Grecia y a los dieciséis en Italia.
De éstos, Italia es el único que no ofrece diferencias para varones y mujeres
consensúales respecto a la homosexualidad y la heterosexualidad, siendo que en
los demás países citados ésta puede ser practicada en una edad bastante menor.
Italia representa un caso especial sobre la homosexualidad. Es desde años anterio­
res a la guerra que Mussolini había dictaminado leyes antihomosexuales, pero al
parecer éstas tuvieron caracteres de índole más bien económica que de persecu­
ción física. De cualquier manera la legislación antihomosexual estuvo presente
y algunos dé los emblemas propagandistas del actual partido neofascista italia­
no son "la corrupción homosexual", la "decadencia de la moral", "los princi­
pios esenciales del hombre", etc., etc., etc., que comparten la serie de clisés
desgastados que ya poca influencia ejercen sobre el pueblo italiano, especial­
mente entre el elemento joven.
Gran Bretaña tampoco ha escapado a la influencia homofílica de sus parti­
darios. En cierta oportunidad, John Rossington, un estudiante de Teología,
miembro del Partido Liberal, fue detenido por pasearse de la mano con un
amigo. Más tarde, ante una reunión partidaria propuso: "Es necesario que lu­
chemos para que en las escuelas de Gran Bretaña se enseñen las prácticas sexua­
les entre personas de un mismo sexo, ya que la manifiesta discriminación contra
los homosexuales es el adoctrinamiento parcial que se le difunde a los niños
en las escuelas".
Gran Bretaña poseía una diferencia para el consentimiento de las re­
laciones heterosexuales y las homosexuales, siendo que las primeras eran
plausibles a partir de los 16 años.y las segundas a partir de los 21. John tuvo
éxito. El documento final redactado por la comisión del Partido concluye que

242
„ a |0S niños no sólo debe enseñárseles las relaciones sexuales entre un hombre y
una rnujer, sino que éstos deberían aprender que existen otras formas de rela­
c io n e s sexuales y no sólo las destinadas a la procreación". (91).
Finalmente, a mediados del 74, en la conferencia anual de la "Campaña en
pro de la Igualdad de Derechos de los Homosexuales Británicos", se acuerda la
re d u c c ió n de 21 a 16 años en la edad legal para el consentimiento homo­
sexual- (92)
El origen de estas reivindicaciones podemos ubicarlo en el famoso Informe
W o l f e n d e n , surgido como reacción ante el proceso contra homosexuales en
1954, que conmovió a la opinión pública británica. El Reporte Gubernamental
W o l f e n d e n hizo un amplio estudio al respecto, en base a estadísticas y repor­
tajes, concluyendo que muchos cambios eran deseables y convenientes. Inició
su trabajo en agosto del 54 y lo concluyó en setiembre del 57. El Informe tuvo
el amplio apoyo de la Iglesia, de casi toda la prensa y de muchos sectores de la
profesión médica. Poco más tarde se formó el Comité para la Reforma de las
Leyes sobre Homosexualismo, que contó con el decidido apoyo de conocidas
figuras de la vida inglesa, como el escritor Bertrand Russell y la actriz Vivien
L e ig h . Los antecedentes que dieron pie a semejante reacción son tan dramáticos
c o m o destacables: Un cantinero de unos 42 años se suicidó después de haber
sido interrogado por la policía. Cinco días más tarde un carpintero de 45 años
hace lo mismo,arrojándose bajo las ruedas de un tren po* idénticas circunstan­
cias. Pocos meses después, un hombre es enviado a prisión por un delito de
"tipo homosexual1' cometido tres años antes. En ése intervalo había dejado las
prácticas homosexuales, se había casado y tenía un hijo.
Colombia y Venezuela parecieron tener actitudes aperturistas hacia la
homosexualidad, sobre todo por la decidida contemplación de la prensa. En el
primero de estos países se dictaminó, a principios de la década pasada, una
reforma del código penal por la cual el homosexualismo dejaba de ser un delito
para convertirse en una leve contravención. Dicho código penal, en vigencia
desde hacía 37 años, castigaba los actos homosexuales como "abusos desho­
nestos". Los reformadores que elevaron a la Presidencia de la República dicha
reform a,sostuvieron que se había adoptado el nuevo criterio jurídico por el
cual las relaciones homosexuales encajaban en el principio universal de "la dis­
ponibilidad sexual", según el diario Noticias, Buenos Aires, 1 ° de febrero de
1974. Sin embargo, en 1983, la revista Ventana Gay de Bogotá, denunció que
la Suprema Corte de Colombia, en un sorprendente fallo del 12 de agosto, de­
cidió que los homosexuales, junto a los drogadictos, alcohólicos, jugadores,
los que abandonan a sus familias y otros incluidos en la categoría de "mala
conducta social", pueden ser dejados cesantes de cualquier trabajo.
En la cárcel modelo de Caracas, existe un lugar de reclusión al que lla­
man "el tanque" o "pabellón de las locas", y es el único recinto penitencia­
rio de toda Venezuela que alberga a unos 800 reclusos homosexuales,a los
cuales se les permiten todo tipo de extravagancias en sus hábitos y vestimentas.
Para la legislación penal venezolana, la homosexualidad no es punible; en el
caso de los presos del "pabellón de las locas” todos están acusados de delitos
comunes y el 60% de ellos no ha sido procesado.
México y los países de Antillas son decididamente homofóbicos, y los
gobiernos comparten solidariamente sus prejuicios con el pueblo. El caso Cuba

243
.
lo contemplaremos en el próximo capítulo.
Perú conserva una actitud tácita de tolerancia hacia la homosexualidad,
siempre v cuando ésta no Drovnoue escándalos ni se manifieste públicamen­
te. Los homosexuales no son molestados si éstos practican sus relaciones o hacen
sus reuniones en privado, tal vez como una tibia reminiscencia de la permisivi­
dad de la cultura incaica,que el más acérrimo cristianismo fue incapaz de borrar.
Bolivia también podría representar una imagen semejante a la peruana,
aunque —por lo que sabemos— a llí el índice de homosexualidad está por de­
bajo del nivel normal y el homosexual "tipo " prácticamente no existe. La re­
lación homosexual coexiste de alguna manera con la heterosexual, sin que la
primera desplace a la segunda.
En Chile, la homosexualidad es totalmente ilegal. La síntesis homofóbica
de este país puede circunscribirse a uno de los sucesos más siniestros de la per­
secución contemporánea: durante el gobierno del presidente Ibáñez, una canti­
dad de homosexuales fue lanzada al mar en un buque a la deriva, perdiéndose
en las aguas del Pacifico. El hecho, conocido internacionalmente, despertó tal
indignación que por mucho tiempo .la represión antihomosexual en Chile quedó
nulificada casi por completo.
En Brasil, como en todos los países de Sudamérica, la represión que padece
el homosexual se ve agravada por su condición socio-económica. De esta manera,
se torna más difícil escapar a la represión familiar, debido a las necesidades de
subsistencia y sustento de la familia. Los ghettos guey son cada vez más exclusi­
vos para los homosexuales de la burguesía y la clase media alta, limitando las
opciones de la gran mayoría. Además de eso, el machismo está enraizado en la
sociedad, como sucede en todos los países semi coloniales. Ni en la Constitución
brasileña ni en el Código Penal existe ningún artículo que considere delito la
práctica y la divulgación del homosexualismo, por lo tanto, la opresión y la
discriminación toman generalmente formas mucho más indirectas y sutiles. Exis­
ten varias leyes que son usadas para discriminar y reprimir la homosexualidad.
La Ley de Prensa da al gobierno poderes para censurar o cerrar cualquier perió­
dico bajo la justificación de atentado "a la moral y a las buenas costumbres",
criterio por demás vago y arbitrario. Ese recurso fue usado contra la publica­
ción guey Lampiáo, como parte de una campaña contra la prensa alternativa.
La ley que menciona el "atentado al pudor" es usada frecuentemente para jus­
tificar la prisión arbitraria de homosexuales.
La situación de la homosexualidad es muy variable según cada país. De no
mencionarse siquiera en ningún estrato legal, como son los casos de Holanda o
Suecia, puede pasar a estar condenada con la pena de muerte, como son los casos
de Libia e Irán. De manera un tanto arbitraria y no del todo exacta, puesto que
además de la situación legal hay que considerar el esquema moral de la socie­
dad en que se inserta, podría dividirse este cuadro mundial en cuatro clasifica­
ciones que serían: 1) donde no es ilegal y goza de un consenso social no horrio-
fóbico: Andorra, Bélgica, Francia, Grecia, Italia, Monaco, Noruega, Bélgica,
Dinamarca, Alemania Occidental, Islandia, Luxemburgo, Holanda, Portugal,
Suecia, Australia, Burundi, Ghana, Malta, Bahrein (a pesar de ser urt país islá­
mico), Japón, Malasia, República Popular China, Ceilán, Tailandia, Bolivia, Co­
lombia, Costa Rica, Guatemala, H aití, Honduras y Nicaragua; 2) donde no es
ilegal pero tampoco goza de un consenso general favorable, persiguiéndose al

244
homosexual a veces a través de un sistema para-legal: Australia, Checoeslova
quia, Finlandia, Alemania Oriental, España, Hungría, Polonia, Gran Bretaña
(es legal en Inglaterra, Escocia y Gales; ilegal en Irlanda del Norte), Yugoes-
lavia (por ser este Pa|s también una unión de Estados, las leyes varían de uno a
otro; es legal en Croacia y Eslovenia; ilegal en Servia; no hay información sobre
Montenegro y Macedonia), Filipinas, Sud Africa (aunque es ilegal entre negros
y blancos), Birmania, Argentina, Canadá, Ecuador, Brasil, Cuba (la pena puede
ser sumamente severa si se trata de un caso de "corrupción", es decir la rela­
ción con un menor de 16 años), Panamá, Uruguay, Perú y Venezuela; 3) puede
ser que figure como ¡legal en los códigos penales pero no haya entre la pobla­
ción un sentimiento antihomosexual generalizado y la policía no suele moles­
tarlos, como en los casos de: Chipre, República de Irlanda, Islas Fidji, Nueva
Zelandia, República de Benin (ex Dahomey), Egipto, Etiopía, Israel, Costa de
Marfil, Jordania, Tanzania, Túnez, Pakistán, Qatar, Taiwan, Jamaica, Puerto
Rico y los Estados Unidos (es legal en Alaska, California, Colorado, Connec-
ticut, Delaware, Hawaii, Illinois, Indiana, lowa, Maine, Massachusetts, Nebras-
ka, Nueva Hampshire, Nueva Jersey, Nuevo México, Nueva York, ambas Dako-
tas, Ohio, Oregón, Pennsylvania, Texas, Vermont, Washington, Virginia, Wis-
consin, Wyoming; es ilegal en Alabama, Arizona, Arkansas, Florida, Georgia,
Idaho, Kansas, Kentucky, Louisiana, Maryland, Michigan, Minnesota, Mississi-
ppi, Missouri, Montana, Nevada, ambas Carolinas, Oklahoma, Rhode Island,
Tennessee, Utah y Virginia); y por último, donde es absolutamente ¡legal y
esta, además, sumergida en una profunda desaprobación social: Rumania, URSS,
Argelia, Camerún, Kuwait, Libia, Mali, Mozambique, Togo, Zambia, Angola,
Kenla, Líbano, Malawi, Marruecos, Sudán, Zaire, Afganistán, Bangladesh, Ne­
pal, Arabia Saudita, Turquía, India, Irán, Omán, Bermuda, Chile, Rep. Domi­
nicana, México, Paraguay y Surinaam.

C O N C L U S IO N

Respecto a la homosexualidad se da un fenómeno definitorio y esclarece-


dor en el consenso histórico de las etapas estudiadas. Los períodos que eviden­
cian una posición aperturista hacia este tipo de relaciones, coinciden justamen­
te con los períodos que evidencian una evolución hacia la libertad y los grandes
cambios, tanto en los planos políticos, económicos e intelectuales, como ser el
Renacimiento, la Revolución Francesa —que posibilitó la redacción del Código
Napoleónico— o la Rusia de Lenin, quien suprimió la legislación antihomose­
xual zarista luego del triunfo del alzamiento de 1917. Contraposicionalmente,
¡os períodos de mayor homofobia —conjuntamente con una csnsura sexual
generalizada— coinciden con los de mayor represión y prohibicionismo en los
Planos anteriormente citados, como ser la Edad Media, la Francia monárqui-
ca o la' Rusia de Stalin. Y es que una actitud aperturista hacia la homosexuali­
dad acompaña siempre las grandes transformaciones sociales. Engels calificó
este fenómeno simplemente com o'"un hecho curioso", sin advertif su trasfon-
do.
Es de hacer notar que el hecho de que varias de las naciones sudamerica­
nas carezcan de leyes directamente homofóbicas,se debe a que su legislación
estuvo hondamente influenciada por el espíritu liberal del Código Napoleónico,

245
entre cuyos redactores contó con J. J. de Cambaceres, segundo cónsul de ia
República y reconocido homosexual que suprimió tales relaciones de las acti­
vidades punitivas.
Algunos organismos internacionales han tomado la cuestión de la homose­
xualidad, como el caso de Amnesty International,que en el 1 2° Consejo Inter­
nacional, con la presencia de representantes de 44 países, adoptó la siguiente
resolución sobre la represión a los homosexuales: "Sobre la cuestión de la acti­
tud que la organización debe tomar en relación a las personas presas por ser
homosexuales, el Consejo decidió que quienquiera fuera hecho prisionero por
abogar la causa homosexual debe ser considerado como un prisionero de con­
ciencia.(* ) En los casos en que la homosexualidad fuera tomada como un pretex­
to para prender personas por su creencia, Amnesty International podrá adoptar­
las como prisioneros de conciencia."

(*) El Consejo defin ió com o "prisionero de conciencia" a cualquiera que fuera aprisiona­
do, detenido o restringido físicam ente de cualquier m odo en razón de sus creencias po­
líticas, religiosas u otras o por razón de su origen étnico, sexo, c o lo ro lengua, siempre que
no haya usado o abogado la violencia. (N . del A .)

246
C A P IT U L O X II

LOS H O M O S E X U A L E S EN EL
S IS T E M A S O C IA L IS T A

El Placer es la prueba de la naturaleza, su señal de


aprobación. Cuando un hombre es feliz, está en armo­
nía consigo mismo y con su medio. El nuevo Indivi­
dualismo, a cuyo servicio el Socialismo está trabajan­
do, quiéranlo o no, será una perfecta armonía. Será
lo que los giregos buscaron, pero no pudieron reali­
zar completamente, sino en la esfera del Pensamiento,
porque tenían esclavos y los alimentaban; será lo que
el Renacimiento buscó, pero no pudo realizar comple­
tamente sino en la esfera del Arte, porque tenían es­
clavos y los dejaban m orir de hambre. Será completo,
y a través suyo cada hombre logrará su perfección.

OSCAR W IL D E

EL CASO S O V IE T IC O

El caso soviético representa una situación especial en el proceso histórico'


evolutivo de los cambios sociales, no sólo por ser Rusia la primera nación del
mundo que se decidió a poner en práctica los ideales comunistas,sino por con­
vertirse en la acción de cabecera, ejemplificadora de circunstancias similares en
otros países del orbe. Las demás revoluciones socialistas, si bien no fueron un
calco exacto de la rusa, sí la imitaron en sus características esenciales. La impor­
tancia de este factor resulta ser fundamental, ya que con ello la revolución
rusa exporta no sólo sus aciertos sino también sus desaciertos.
Dentro del marco inicial de la revolución rusa, lo sexual pasa a tener una
real importancia, sabedora de los profundos cambios que ésta es capaz de in­
fundir en el espíritu humano, y como tal es tratada. De esta manera, Lenin, por

247
decretos del 19 y 20 de diciembre de 1917 —a sólo dos meses del triunfo insu­
rreccional de octubre— establece la abolición del matrimonio, la mujer pasa a
ubicarse en un plano teórico totalmente igualitario respecto al hombre, se lega­
liza el aborto, aunque expresando que debe tratarse de evitarlo por los medios
posibles —para lo cual se difunde una amplia campaña sobre los métodos anti­
conceptivos-, y se dejan sin vigencia las leyes que condenan la homosexualidad.
Estas trascendentales reformas en lo concerniente a temas sexuales, como
resultado inmediato de la revolución, abrirán camino a una nueva atmósfera de
libertad sexual. Y es precisamente esta atmósfera inicial la que brinda un gran
ímpetu al movimiento de reforma sexual en Europa Occidental y en Améric^
y que fue lo suficientemente amplia como para incluir, en primerísima línea, a
la homosexualidad. "... era necesario abolir las barreras que separaban a los ho­
mosexuales de la sociedad", nos dice W. Reich. Esta actitud era, en general, com­
partida por la población. La actitud soviética oficial era que no hacía daño a na­
die y que, en todo caso, era un problema científico, no legal.
El punto de vista bolchevique está referido en un documento escrito por el
doctor Grigorii Batkis, director del Instituto Moscovita de Higiene Social, que
decía en su introducción: "La actual legislación sexual de la Unión Soviética es
obra de la Revolución de Octubre. Esta revolución es importante no solamente
como fenómeno político garantizado por un gobierno de la clase trabajadora,
sino también porque las revoluciones que surgen de esta clase llegan a todos los
sectores de la vida (...). Declara la absoluta no intervención del Estado y de la
Sociedad en asuntos sexuales, siempre que no lesione a persona alguna y no per­
judique intereses de nadie (...). Respecto a la homosexualidad, sodomía y otras
formas de gratificación sexual,que la legislación europea ha calificado de ofen­
sa a la llamada relación 'natural', nosotros consideramos que cualquier forma
de relacionamiento sexual es un asunto privado. Solamente en una relación for­
zada, o cuando se lesionan derechos de terceros, existe motivo de acción cri­
minal." (Laurested y Thornstad; History o f the Early Homosexual Movement)
La primera edición de la Gran Enciclopedia Soviética, publicada en 1930,
decía respecto a la homosexualidad: "en los países capitalistas avanzados, la
lucha por la abolición de leyes hipócritas está en plena ebullición (...) en la
Unión Soviética ni siquiera se considera 'delito contra la m oral'".
La Unión Soviética envió delegados a los Congresos Internacionales de la
Liga Mundial para las Reformas Sexuales, realizados en Berlín (1921), Copen­
hague (1928), Londres (1929) y Viena (1930). Un quinto congreso, que ori­
ginalmente debía celebrarse en Moscú, teniendo como tema número uno en su
agenda "E l marxismo y los problemas sexuales", se realiza en Brno, Checoslo­
vaquia, en 1932.
Pero el abismo que distancia la estructura de las nuevas leyes del senti­
miento tradicional, ancestralmente transmitido de generación en generación
por espacio de milenios, es demasiado profundo. La contradicción provoca un
estado de choque casi imposible de sostener. Lenin comienza a darse cuenta
que la subversión de las internalizaciones —conciernes e inconscientes—, y la
revolución cultural en general, es algo mucho más difícil que la misma toma
del poder. Las relaciones interpersonales no habían sido ampliamente analiza­
das, mientras que el bosquejamiento de las estructuras política y económica
poseían una teoría perfectamente asentada, y delineada sobre basamentos fir­

248
mes. No fue —no pudo ser— el tema central ni de Marx, ni de Engels ni de nin­
guno de los pensadores revolucionarios de aquélla época.
Pero a la revolución cultural no sólo se le presenta el fantasma de la ateo-
rización, sino que también comienza a ser apremiada por la urgencia de ciertos
factores prácticos. Los servicios comunales que se proponen reemplazar a la fa­
milia son tan o más deficientes que la familia; la cocina resulta inapropiada para
la alimentación masiva, en las lavanderías roban y arruinan la ropa, las buenas
guarderías quedan reducidas a unas pocas,que pronto son reservadas exclusiva­
mente para los nuevos funcionarios del régimen. Para 1934 todo se viene -a n te
los ojos atónitos de los que seguían creyendo en la revolución— definitiva e
inexplicablemente abajo. La regresión avanza a pasos agigantados. De la sensa­
ción de libertad reinante antes de la muerte de Lenin, surge la prepotencia
dictatorial de un gobierno autoritario y militarizante. La mano sigue firme,
pero ya no es ia que empuña la dictadura del proletariado, sino la burocracia
dirigente adueñada del poder. Se clausuran los jardines de infantes de Vera
Schmidt, se dictan nuevas leyes, en su aplicación idéntica a las del régimen za­
rista; se prohibe el aborto y el uso de anticonceptivos, se reconoce únicamen­
te el matrimonio legal. En enero de 1934 se producen arrestos en masa de ho­
mosexuales en Moscú, Leningrado, Khardov y Odessa, a lo que siguió un de­
creto de Kalinin restableciendo la antigua legislatura. Entre los detenidos figu­
ran un gran número de actores, músicos y otros artistas. Fueron acusados de par­
ticipar en "orgías homosexuales" y castigados entre tres y cinco años (en los
casos más benignos) de prisión siberiana. Todo esto provoca un estado de páni­
co entre los homosexuales, produciéndose numerosos suicidios. La homosexua­
lidad pasa a figurar entre los "crímenes sociales", es decir colocada en el mismo
plano que el sabotaje o el espionaje. Las famosas comunas de jóvenes descrip­
tas por Reich,pasan a ser sólo un recuerdo de los "idealistas" que pretendían
una verdadera revolución cultural. >La sociedad soviética va gradualmente
desexualizándose, el amor y las distintas expresiones sexuales del amor van
convirtiéndose en trabajo alienado, el placer en productividad. La justifica­
ción que el aparato jerárquico y burocrático del Kremlin le da a este repentino
giro.es que toda revolución genera inicialmente un desorden que poco a poco se
va extendiendo a todos los estratos de la organización social, desorden princi­
palmente causado por los apresurados,que ignoran que la revolución no es un
acto sino un proceso, que la transformación no es una cuestión de meses sino
de años, y más aun, de generaciones. Sin dejar de estar de acuerdo básicamente
con estas afirmaciones, vemos que la estructura familiar y la sexualidad siguen
regimentados de la misma manera que la Rusia pre-revolucionaria, lo cual nos
revela que los que tenían en sus manos el desarrollo de ese "proceso", nunca
tuvieron la intención de dirigirlo hacia un cambio verdaderamente profundo y
auténticamente revolucionario. Habrá habido algunos disidentes de la línea de
Stalin,que en su momento aceptaron las variaciones dictaminadas por Lenin en
lo referente al matrimonio, la contraconcepción, el aborto, lá homosexualidad y
la política en general, seducidos por ia idea de darle "tiempo al tiempo". Pero
hoy, a casi 70 años del triunfo de la revolución, ni los cambios llegaron ni el
Proceso se cumplió. La tan mentada "destalinización" quedó sumergida en el
olvido. La línea es la misma que la de 1934, cuando el ascenso del stalinismo
al poder. La idea de la "revolución permanente" sustentada por Trotsky (ex­

249
mes. No fue —no pudo ser— el tema central ni de Marx, ni de Engeis ni de nin­
guno de los pensadores revolucionarios de aquélla época.
Pero a la revolución cultural no sólo se le presenta el fantasma de la ateo-
rización, sino que también comienza a ser apremiada por la urgencia de ciertos
factores prácticos. Los servicios comunales que se proponen reemplazar a la fa­
milia son tan o más deficientes que la familia; la cocina resulta inapropiada para
la alimentación masiva, en las lavanderías roban y arruinan la ropa, las buenas
guarderías quedan reducidas a unas pocas,que pronto son reservadas exclusiva­
mente para los nuevos funcionarios del régimen. Para 1934 todo se viene —ante
los ojos atónitos de los que seguían creyendo en la revolución— definitiva e
inexplicablemente abajo. La regresión avanza a pasos agigantados. De la sensa­
ción de libertad reinante antes de la muerte de Lenin, surge la prepotencia
dictatorial de un gobierno autoritario y militarizante. La mano sigue firme,
pero ya no es ia que empuña la dictadura del proletariado, sino la burocracia
dirigente adueñada del poder. Se clausuran los jardines de infantes de Vera
Schmidt, se dictan nuevas leyes,en su aplicación idéntica a las del régimen za­
rista; se prohíbe el aborto y el uso de anticonceptivos, se reconoce únicamen­
te el matrimonio legal. En enero de 1934 se producen arrestos en masa de ho­
mosexuales en Moscú, Leningrado, Khardov y Odessa, a lo que siguió un de­
creto de Kalinin restableciendo la antigua legislatura. Entre los detenidos figu­
ran un gran número de actores, músicos y otros artistas. Fueron acusados de par­
ticipar en "orgías homosexuales" y castigados entre tres y cinco años (en los
casos más benignos) de prisión siberiana. Todo esto provoca un estado de páni­
co entre los homosexuales, produciéndose numerosos suicidios. La homosexua­
lidad pasa a figurar entre los "crímenes sociales", es decir colocada en el mismo
plano que el sabotaje o el espionaje. Las famosas comunas de jóvenes descrip­
tas por Reich,pasan a ser sólo un recuerdo de los "idealistas" que pretendían
una verdadera revolución cultural. <La sociedad soviética va gradualmente
desexualizándose, el amor y las distintas expresiones sexuales del amor van
convirtiéndose en trabajo alienado, el placer en productividad. La justifica­
ción que el aparato jerárquico y burocrático del Kremlin le da a este repentino
giro, es que toda revolución genera inicialmente un desorden que poco a poco se
va extendiendo a todos los estratos de la organización social, desorden princi­
palmente causado por los apresurados,que ignoran que la revolución no es un
acto sino un proceso, que la transformación no es una cuestión de meses sino
de años, y más aun, de generaciones. Sin dejar de estar de acuerdo básicamente
con estas afirmaciones, vemos que la estructura familiar y la sexualidad siguen
regimentados de la misma manera que la Rusia pre-revolucionaria, lo cual nos
revela que los que tenían en sus manos el desarrollo de ese "proceso",nunca
tuvieron la intención de dirigirlo hacia un cambio verdaderamente profundo y
auténticamente revolucionario. Habrá habido algunos disidentes de la línea de
Stalin,que en su momento aceptaron las variaciones dictaminadas por Lenin en
lo referente al matrimonio, la contraconcepción, el aborto, lá homosexualidad y
la Política en general, seducidos por la idea de darle "tiempo al tiempo". Pero
h°V, a casi 70 años del triunfo de la revolución, ni los cambios llegaron ni el
Proceso se cumplió. La tan mentada "destalinización" quedó sumergida en el
olvido. La línea es la misma que la de 1934, cuando el ascenso del stalinismo
al Poder. La ¡dea de la "revolución permanente" sustentada por Trotsky (ex­

249
patriado y finalmente asesinado por orden de Stalin) fue relegada definitiva­
mente. Ya en el congreso de 1928 comenzaron los indicios de los cambios que
se avecinaban. A pesar que se subraya la legalidad de los actos homosexuales y
del aborto, el Relegado ruso en aquel congreso, Dr. Nikolai Pasche-Oserki,anti­
cipa la reforma legal que estaba en proyecto, considerando al homosexualis­
mo como un "peligro social" en potencia y al aborto como algo ruin. El con­
greso de 1929 no menciona nada respecto a la homosexualidad.
Por esa época, los stalinistas ya habían comenzado a desarrollar toda una
mitología sobre "la homosexualidad como producto de la decadencia del sec­
tor burgués de la sociedad" y como resultado de la "perversión fascista". A
todo esto, los nazis esgrimen exactamente los mismos argumentos, calificando
cualquier desvío de la pureza moral que glorificaban como un "bolchevismo
sexual". Al mismo tiempo que se pregonaban las excelencias de la "decencia
proletaria" se comenzaba a purgar el Partido. La discriminación, la vigilancia
y la denuncia de homosexuales entró a formar parte de las costumbres partida­
rias. En algunos casos, bolcheviques como Clara Zetkin tuvieron que interve­
nir para conseguir la absolución de militantes. En marzo de 1934 fue promul­
gada una ley federal, con intervención personal de Stalin, que condenaba con
ocho años de prisión los actos homosexuales. Para los actos de consentimiento
mutuo, la pena era de cinco años. La prensa soviética emprendió una campa­
ña contra el homosexualismo, calificándola como "síntoma de degeneración
de la burguesía fascista". Una de las voces que más se levantaron en esta cam­
paña fue la de Máximo Gorki, que por esa misma época también prestó su entu­
siasmado apoyo al concepto adoquinado e insípido del "realismo socialista".
En Alemania Oriental existe un lema que dice: "erradicando a los homo­
sexuales desaparece el fascismo". En junio de 1934, solamente tres meses des­
pués que Stalin promulgase el estatuto arriba referido, Hitler ordena eliminar
a parte de la juventud nazi y dirigentes de la SA, aduciendo motivaciones muy
similares a las esgrimidas por la represión anti homosexual en la Unión Sovié­
tica.
En la tercera edición de la Gran Enciclopedia Soviética (1971), dice: "La
homosexualidad es una perversión sexual consistente en una atracción anti na­
tural entre personas del mismo sexo. Dase entre personas de ambos sexos. Los
estatutos penales de la Unión Soviética, de los otros países socialistas,e incluso
de algunos estados burgueses, castigan la homosexualidad..." Algo bien distinto
a la primera edición, en 1930.
Préobrajensky, miembro del Partido Comunista Soviético, considera que
las cuestiones sexuales ni siquiera deben ser tocadas, que "toda discusión respec­
to a esto no es sino una charla burguesa y anarquista" (?), "la sociedad no debe
intervenir en estas relaciones". Aunque la homosexualidad, el aborto y la liber­
tad sexual fuesen realmente contraproducentes, el hecho que ni siquiera deba
polemizarse o "charlar" sobre el tema, revela un enceguecimiento puritano de
lo más recalcitrante y fanático que hemos tenido oportunidad de conocer. El
mismo Préobrajensky agrega: "persecuciones implacables contra los que pro­
pagan las enfermedades venéreas sin pensar en el crimen que cometen, tanto
contra los otros miembros de la sociedad como con sus camaradas de clase",
sosteniendo el derecho imprescindible de la sociedad a intervenir en la vida
sexual con el fin de perfeccionar la raza por la selección sexual artificial". No

250
sabemos si el camarada Préobrajensky es verdaderamente consciente de sus
palabras, lo que sí sabemos es que éstas nada tienen que ver con el marxis­
mo ni con una moral revolucionaria.
Respecto a las enfermedades venéreas,se sabe que éstas no son producto de
la permisividad sexual sino de una insuficiente salubridad social. Y lo referente
al "fin de perfeccionar la raza" no nos hemos animado a interpretarlo.
Sagrera no parece hacer muchas diferencias entre los jerarcas de un sistema
u otro, denominándolos a todos sádicos de turno, a quienes "no les cuesta mu­
cho 'reinterpretar' los textos sobre la liquidación del dominio que les frustra­
ría sus fuentes de placer propia. Esos sádicos partidarios del Terror son el verda­
dero terror de las revoluciones, pues 'a pesar' de su aparente extremismo,son los
continuadores del Antiguo Régimen que terminan así, directamente o provo­
cando una reacción dialéctica, por restaurar". (70)
Para los comunistas rusos 1a homosexualidad es un producto propio del sis­
tema burgués, una deficiencia o degeneración del capitalismo. El pánico con
que los comunistas rusos observan la homosexualidades que ésta persiste entre
las generaciones recientes después de setenta años de régimen soviético. Visto
desde su óptica, este fenómeno equivaldría a admitir que después de varias ge­
neraciones de "purificación socialista" siguen existiendo en el seno de esa socie­
dad las mismas "deficiencias", "degeneraciones" o "productos" propios del sis­
tema burgués^del capitalismo.
En la actualidad la Unión Soviética ha perdido totalmente ese impulso efer­
vescente, y su presencia como bandera revolucionaria es incapaz de mover a las
masas; ya poco le queda de ese socialismo que pudo haber cambiado el destino
de los desplazados del mundo... un socialismo que sigue creciendo y ocupando
territorios, pero que a la vez sigue retrocediendo hacia el mandato absolutista
ostentado por una casta oficial, distanciándose de los derechos más elementales,
del individuo y de la comunidad. Un millón de muertos en Camboya,en el bre­
ve plazo del término de la guerra hasta mediados del 76^atestiguan que estas re­
voluciones están cada vez más cerca de identificarse con la brutalidad fascista
y la inhumanidad del capitalismo,que de los principios nobles y auténticos que
las vieron nacer.
La posición actual de los comunistas ortodoxos frente a la sexualidad pue­
de ejemplificarse en estas palabras de Bernard Muldworf, integrante del P.C.
Francés: "Ahora abordaremos de qué modo el tema de la 'libertad sexual', a
despecho de las apariencias, pertenece directamente al arsenal ideológico de la
burguesía y cómo, lejos de ser revolucionario, es en realidad reaccionario. / He­
mos subrayado más arriba en que era doblemente mistificador. Ello explica su
utilización ideológica actual. Al designar a la pareja y a la familia como estruc­
turas opresivas, la ideología burguesa desvía la rebeldía del individuo oprimido
(y del joven en particular) hacia un enemigo imaginario. Por ello mismo la re­
beldía queda sólo como rebeldía, aunque se adorne con oropeles teóricos y con
una justificación intelectual. Para que la rebeldía se convierta en lucha revolu­
cionaria es preciso que la conciencia política conozca a su verdadero adversa­
rio, que es el enemigo de clase" (B. M.; Libertad sexual y necesidades psicoló­
gicas).
Más adelante Muldworf intenta establecer un paralelo entre erotismo y re­
ligión, diciendo que ambas son la expresión del desam Darn real y una protesta

251
contra ese mismo desamparo. Resulta extraordinario observar cómo se las arre­
gla el autor para vertir en un solo saco los conceptos más antagónicos. La lucha
por la liberación de la sexualidad —nada más profundo y complejo— es una
"abstracción" de ciertos elementos intelectuales. La verdadera imagen de la co­
rrupción de la sociedad burguesa puede ser entonces un movimiento como el
hippie, o sea precisamente aquél que más se le opone en estilo de vida, y la fi­
gura de la verdadera revolución estaría dada en el ejemplo de la política sovié­
tica, que cada día parece estar más preocupada en asimilar los valores del sis­
tema burgués. Muldworf ejemplifica exactamente la postura soviética: "Lo
espantoso, lo único espantoso, es pues que se quiere reemplazar el combate
político por el combate erótico", como si lo erótico y todas las manifestacio­
nes de ¡a vida afectiva no estuviesen inmersas en lo político. Ese intento de
apolitizar el amor, con el fin de reestructurarlo en las formas tradicionales del
liberalismo, viene siendo sostenida desde la muerte de Lenin. Porque si hay
algo que no ha conseguido diferenciar el modo de vida soviético del capitalis­
ta es la edificación familiar, siendo que los principios sobre relación amorosa
entre individuos, los prejuicios, las estructuras morales, los esquemas —ma­
trimonio, monogamia, fidelidad— son exactamente los mismos. El autor teme
el giro de la juventud,que observa día a día la necesidad de revolucionar la socie­
dad a través de las expresiones sexuales, por eso advierte, como un ortodoxo
sacerdote desde el púlpito, ... "para que los gentiles militantes, atraídos un po­
quito por la cosa, vuelvan rápido al camino recto y aparten de sí al tím ido niño
de su delincuencia,humedecido en el agua erótica pequeño-burguesa. No invento,
nada: el desdichado que intente sacudir los tabúes mojigatos (...), que olvida la
suerte de la clase obrera (...), que prefiere la pomo danesa a Lenin, que m ulti­
plica las experiencias puercas, que niegue la ternura en pro del orgasmo y fo r­
nique sin amor, en resumen, que se destruya en lo odioso y lo ridículo". El más
puritano integrante de la Santa Inquisición no habría hablado con tanta devo­
ción. Lo que los partidos comunistas —tanto de oriente como de occidente-
reprochan a la burguesía,no es su estructura moral sino el no haber respetado
al pie de la letra la fidelidad a los principios morales tradicionales. La presencia
de un movimiento hippie o de diversas corrientes liberacionistas, son interpre­
tadas por los comunistas ortodoxos como una traición del aparato burgués a
sus propios valores. En muchos aspectos, la moral sustentada por el comunis­
mo se asemeja enormemente a la moral victoriana.
Clara Zedkin, como mujer y como revolucionaria, pareció tener visiones
verdaderamente profundas de los cambios que debían lograrse. Zedkin advirtió
que el trastocamiento de la sociedad debía efectuarse en forma simultánea y
complementaria, que no hay revolución cultural sin revolución política, ni
revolución política sin revolución cultural, que la vida sexual y afectiva de los
individuos nunca va a realizarse por completo sin la total destrucción del aparato
económico burgués, y que éste subsistirá y resurgirá en cualquier clase de sistema
si a la vez no se desmantela el aparato ideológico burgués,a través de una pro­
funda conversión de la antigua estructura cultural. La idea necesita del fusil y
el fusil de la idea. Si no se produce una fusión simbiótica entre ambos,toda revo­
lución está condenada al fracaso.
Hoy, noticias como éstas,aparecidas regularmente en los diarios,no nos ex­
trañan: "El célebre director de cine Sergio Paradjanov fue detenido en Kiev el

252
17 de diciembre último, al parecer acusado de homosexualidad y no por m oti­
vos políticos. Si su detención se produjo realmente por un hecho de homosexua­
lidad, el de este cineasta será el segundo caso públicamente conocido, luego del
pianista Naum Schtarkmann, segundo premio del concurso Tchaikovsky 1964,
quien fue condenado al año siguiente a una severa pena de prisión" (La Razón;
6-1-74). El diario Crónica del 24 de marzo agrega que Paradjanov "era probable­
mente el director más conocido del estudio Dovzhenko en Kiev."

e lc Aso c u b a

La siguiente es la resolución del Congreso de la Cultura de La Habana, ex­


traído de la declaración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultu­
ra, reunido entre el 2 3 y 3 0 de abril de 1971, bajo el subtítulo "Sobre la Se­
xualidad":
Respecto a las desviaciones homosexuales se definió su carácter de pato­
logía social. Quedó claro el principio militante de rechazar y no admitir en forma
alguna estas manifestaciones ni su propagación, destacando sin embargo que será
el estudio, la investigación y el análisis profundo de este complejo problema lo
que determinaría siempre las medidas a adoptar.
Quedó establecido que el homosexualismo no debe ser considerado como un
problema central o fundamental en nuestra sociedad, pero que es necesaria su
atención y solución.
Se profundizó en el origen y evolución del fenómeno,así como su magni­
tud actual, sobre el carácter antisocial de esa actividad y las medidas preventivas
y educativas que deben implementarse. El saneamiento de focos e incluso el con­
trol y reubicación de casos aislados, siempre con un fin educativo y preventivo.
Se estuvo de acuerdo en diferenciar los casos, su grado de deterioro y la actividad
necesariamente distinta frente a los diversos casos y grados.
En base a estas consideraciones se llegó a la conclusión de que es conve­
niente poner en práctica las medidas siguientes: a) extensión del sistema coedu-
cacional: reconocer la importancia de la coeducación en la formación de niños y
jóvenes; b) educación sexual adecuada a padres, maestros y alumnos. Este tra­
bajo no debe hacerse en el marco de una signatura especial, sino en la programa­
ción de la enseñanza general común, de la biológica, fisiológica, etc. (...)
En el tratamiento del aspecto del homosexualismo, la Comisión llegó a la
conclusión de que no es permisible que/por medio de la "calidad artística"/re­
conocidos homosexuales ganen influencia que incida en la formación de nuestra
juventud.
Que como consecuencia de lo anterior se precisa un análisis para determinar
cómo debe abordarse la presencia de homosexuales en distintos organismos
del frente cultural.
Se sugirió el estudio para la aplicación de medidas que permitan la ubica­
ción, en otros organismos,de aquellos que siendo homosexuales no deben tener
relación directa en la formación de nuestra juventud desde una actividad artis-

253
tica y cultural. (* )
Que se debe evitar que ostenten una representación artística de nuestro país
en el extranjero personas cuya moral no responda al prestigio de nuestra revo­
lución.
Finalmente, se acordó solicitar penas severas para casos de corruptores de
menores, depravados reincidentes y elementos antisociales irreductibles. (88)
La revolución cubana, por influencia directa del stalinismo, considera a la
homosexualidad como una decadencia burguesa, como resquicios del burdel que
fue el país durante la dictadura de Batista (burdel hoy trasladado a Jamaica).
Cuba era un paraíso de cabarets y casinos, para deleite de los turistas, en su ma­
yoría estadounidenses. Esa fue una de las principales justificaciones para la
represión antihomosexual, sin tomar demasiado en cuenta que la corrupción
también abarcaba - y principalmente— la heterosexualidad. Una de las prime­
ras medidas concretas del gobierno revolucionario fue la creación de campos de
trabajo, conocidos oficialmente como Unidades Militares para el Aumento de la
Producción (UM AP). Aquellos homosexuales —o n o - que no participaron direc­
tamente en la revolución, pues sabían que no serían aceptados, fueron clasifi­
cados como "alienados, decadentes y contra-revolucionarios". Esta discrimina­
ción disminuyó un poco después de una intensa campaña internacional que
contó, entre otros intelectuales, con Sartre, entre 1965 y 1967. En la emigra­
ción de millares de cubanos hacia los Estados Unidos había centenares, sino mi­
les, de homosexuales que procuraron en aquel país un mayor margen de liber­
tad sexual y menor discriminación que la existente en Cuba. La revolución cu­
bana, en vez de garantizar la libertad sexual para toda la población, marginó a
un importante sector, al que se lo confinó en las UMAP. Esto hizo que muchos
de los que lograron salir de Cuba —y también muchos de los que quedaron— se
tornasen enemigos del Estado Socialista -dando pie para una intensa campaña
de desprestigio en el exterior—, indiferentes a la revolución.

C A R T A S T E S T IM O N IA L E S

Cuba

Hermanas y hermanos: Creemos, como elementos también discriminados


en un país que se dice en revolución para el hombre nuevo, contra las injusti­
cias tradicionales que hemos padecido y que aún padecemos, como formación
o rechazo de una sociedad clasista, que es deber nuestro el informarles de nuestra
situación como homosexuales, a la vez que hacerles conocer una serie de acon­
tecimientos que desmienten fundamentalmente los postulados del movimien­
to político y social en Cuba, cada vez en mayor crisis y desacuerdo con lo que
se exporta como verdaderos logros.
Si en una sociedad de consumo, capitalista y oligárquica, como en la que us-

( ' ) Este tip o de conducta venía aplicándose desde hacía tiem po; a consecuencia de
ello, si reconocido escritor cubano Lezama Lima —autor de Paradiso— fue recluido y m ar­
ginado. Ninguna de las cartas que le enviamos tuvieron contestación, por lo que es de creer
que nunca llegaron a sus manos. (N. del A .)

254
tedes se desenvuelven, la vida del homosexual es discriminada y sufre limita­
ciones, en nuestra sociedad —titulada marxista, revolucionaria— lo es mucho
más. Desde su inicio, el movimiento revolucionario cubano, primero velada-
mente, sin escrúpulos ni justificaciones después, se ha dado a la persecución de
los homosexuales,con métodos que van desde las burdas modalidades de agre­
sión física y moral de tales individuos, para ellos incompatibles dentro del de­
senvolvimiento de una sociedad que tiende al comunismo, por lo menos e n '
teoría. A quí se agrede al homosexual y se lo ataca,obligándole en muchos casos
a plegarse a una serie de fórmulas para "disimular" lo que ellos opinan que es
una aberración o defecto repudiable, que van desde tratar que éstos se casen
y aparenten una vida "normal", hasta confinarlos en granjas donde se recibe
un tratamiento brutal, como sucedió en los campos de concentración de la
UMAP, que para el que no conozca la realidad del asunto eran simples unidades
militares de ayuda a la producción,donde se realizaban tareas agrícolas, se im­
partía instrucción y se orientaba a la juventud dentro de las normas del servicio
militar, como puede ocurrir en cualquier país civilizado. Esta situación, dado
el escándalo internacional que provocó, fue eliminada como apéndice del servi­
cio militar obligatorio, pero se han seguido manteniendo granjas de prisioneros
exclusivamente para homosexuales.
En plena calle se sufre persecución, agresión y constante abuso de autoridad,
exigiéndose mostrar carnets de identidad, siendo detenidos por el uso de ropas,
peinados o simples reuniones de grupos, derechos garantizados en la declara­
ción de Derechos del Hombre y que, contradictoriamente, se respetan en socie­
dades que se tildan de fascistas, que en la nuestra que ustedes a menudo ven o
sienten como una solución a los problemas de la libertad individual y colectiva.
Los métodos de represión psicológica, aislamiento social, control de barrios,
zonas y centros de trabajo o estudio, con fines siempre negativos, son cosa co­
mún en este régimen.
Se dirá que hay muchos homosexuales, ya sean intelectuales o no, que vi­
ven fuera de esta situación. En primer lugar, son los menos, y si es que existe
alguien así, sabe que no puede salirse de las barreras que le han sido trazadas,
y en caso de oposición sólo le queda el riesgo del exilio o enfrentar un sistema
dictatorial que puede llevarlo a las peores consecuencias.
No puede abogarse por la libertad, respeto y justicia para los homosexua­
les en el mundo entero sin conocer la situación de miles de individuos en nues­
tro país, y protestar también por el trato a que son sometidos, buscando una so­
lución efectiva, no teórica, a tales problemas.
Esperamos en futuras emisiones abundar en detalles y esclarecer muchas
situaciones que desconocen dentro de este incierto y caótico sistema pseudo-
socialista.
Nota: Como método de protección hemos dado un remitente falso. (88)

Esta carta fue recibida varios meses antes de la Declaración del Congreso
de Cultura de La Habana.
Creemos que ninguna razón puede justificar la actitud del Congreso, confir­
mada por el gobierno de Cuba. Esta es la conversión en ley de una actitud que
hace pocos años llegó a crear campos de concentración para homosexuales
—abandonados luego por su fracaso—, y que no fue denunciada debido a la fal-

255
ta de un Movimiento de Liberación Homosexual. Y es que el sexismo imperan­
te en Cuba, como en cualquier país latinoamericano, es tremendo. Todavía es
una revolución de "hombres". Todavía la mujer sigue siendo oprimida, reduci­
da a su rol de "m ujer" —objeto sexual, paridora de niños, ama de casa aunque
haya empezado a trabajar fuera de ella—. Todavía el matrimonio —el contrato
por el cual el hombre posee a una mujer— y la familia son las células fundamen­
tales de la sociedad cubana revolucionaria, así como lo eran en la no-revolucio­
naria. Todavía los niños y niñas sufren el tratamiento básico de toda sociedad
sexista donde los varones deben ser "varones" —autoritarios/ enérgicos, compe­
titivos, recios, activos, etc.—, y las mujeres deben ser "mujeres" —sumisas, pasi­
vas, coquetas, dulces, sensuales, superficiales—. Con tales valores, publicitados
y alentados por todos los medios, no es extraño que se nos persiga. Nuestra
misma existencia es la contradicción que no puede ver quién oprime, porque
tiene mucho que perder.
(...) (El Congreso representa,) en suma, la misma política criminal de Esta­
dos Unidos en Vietnam: inmovilizarnos, cortarnos los caminos, aislarnos toda­
vía más, alienarnos más aún de lo que siempre estuvimos respecto a una socie­
dad sexista, moldeada según la moral de la Biblia y la gloria eterna del "H om ­
bre". Esta política antihomosexual es reaccionaria y apunta a la misma cosa:
la reafirmación de la supremacía masculina, la continuada inmovilización de la
mujer y nuestra represión.
Es fácil entonces hacer que una "ciencia" nos llame patológicos, enfermos.
Es fácil buscar en el basural délas tradiciones y la Biblia y decirnos que somos
anormales. Lo mismo nos dicen los psiquiatras de cualquier país capitalista y
las iglesias de todas las culturas; lo mismo nos dicen los buenos burgueses acomo­
dados. En realidad, el horror que el Congreso de la Cultura siente por nuestra
existencia (...) es el mismo que siente Rockefeller, porque ambos son sexistas.
Ambos carecen totalmente de una conciencia sobre sexismo y en ese nivel ambos
son igualmente opresivos. Queda claro que de Rockefeller no esperamos absolu­
tamente nada más que opresión, mientras que del Congreso esperábamos una
actitud revolucionaria, y hemos recibido más persecuciones.
Todavía hay mucha gente, sin embargo, que piensa que debemos callarnos
estas críticas, aceptar el "curso de la historia" —como si no la hiciéramos noso­
tros— y apoyar el estado de las cosas fervorosamente. Lo mismo podrían espe­
rar que sonriamos mientras nos condenan a muerte. ¿Qué nos piden, que seamos
liberales?, ¿que ignoremos nuestra opresión? Es lo mismo que todo opresor
le pide al oprimido, la misma vieja promesa, quédate quieto, ya serás libre algu­
na vez. (88)
En Cuba se considera a los homosexuales como enfermos, asocíales, pro­
xenetas. A muchos se los ha destituido de sus ocupaciones y a no pocos se los
privó de la libertad. Un escritor como Virgilio Piñera fue paseado hace años por
La Habana con una P pintada en la espalda (a los homosexuales en Cuba se los
suele llamar "pájaros"). Lezama Lima vive prácticamente aislado. Norberto
Fuentes fue castigado por tratar de desmítificar a la guerrilla en su libro de cuen­
tos Condenados de Condado. En uno de sus cuentos escribe sobre un hecho
homosexual entre guerrilleros: el homosexual es presionado y se suicida. En el
sesenta y pico se crearon las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Produc­
ción), verdaderos campos de concentración. En ellos se confinaron a muchos

256
h o m o s e x u a le s por el solo hecho de serlo, con un criterio tan cruel como inge­
nuo. Hasta se les hacía trabajar la tierra con las manos a los varones para lograr
sU "virilización". El resultado fue previsible: suicidios, locura, corrupción: las
UMAP fueron cerradas en 1969. No pocos extranjeros amigos de la Revolución
C u b a n a lo pidieron. Hasta hijos y familiares de importantes dirigentes (de un

ministro inclusive) pasaron por ellos para ''reeducarlos” . Se dice que el propio
Fidel Castro fue a uno de ellos -p o r las denuncias- derribando la alambrada
c o n un jeep, pudiendo comprobar personalmente del desatino cometido, del
mal trato a los internados.
(...)
En el caso de que un homosexual decida exiliarse de Cuba para evitar la per­
secución (se les niega la afiliación al Partido Comunista y a otras organizaciones)
es homologado a la categoría de "gusano contrarrevolucionario", que desea irse
del país por su desacuerdo con el régimen social. Es decir, se está persiguiendo a
una minoría por el solc hecho de atribuírsele en bloque determinadas caracterís­
ticas. Esto atenta duramente contra el principio de la democracia socialista de
que las masas deben participar de la construcción revolucionaria. En Cuba los
homosexuales no tienen derecho a ser revolucionarios y se condena a un sector
de la población a vivir fuera de la historia. ¿Esta situación es muy distinta de la
que tuvo el nazismo para con los judíos, los gitanos y los homosexuales? Miles
de homosexuales murieron en los campos alemanes.
Ernesto Cardenal, sacerdote católico y poeta nicaragüense, fue invitado por
la Casa de las Américas como miembro del jurado de poesía. Durante su visita
escribe un libro titulado En Cuba que dedica al pueblo cubano y a Fidel. Entre­
vistando a un seminarista cubano preso, éste relata (pág. 262): "nuestra unidad
se llama la Número 5570 a las órdenes del teniente Rabasa. Es una unidad de
lacra social aunque no se llame así. Pero nosotros cuando llegamos descubrimos
que lo era, porque cuando comenzamos a conversar con los otros averiguamos
que unos estaban allí por homosexuales, otros por marihuanos, otros por rate­
ros o porque no querían trabajar;' y otros sencillamente éramos militantes cató­
licos, y cuatro eran seminaristas". En las páginas 30-31, otro reporteado dice:
"Esa es otra de las hazañas de Fidel. Fidel es el hombre de los asaltos. Es una
figura de leyenda que ha cautivado la imaginación de la gente. Pero está también
la censura de los libros. Usted debe conocer el caso de Padilla. Estuvo un año sin
que se le diese trabajo, porque sus poemas no gustaron a un funcionario. Y allí
también tuvo que intervenir Fidel. Hace poco dieron el premio 'David' a un poe­
ta joven que después descubrieron que era homosexual. Ya tenían impreso el
libro y a la edición entera la redujeron otra vez a pulpa de papel. Conozco a uno
de los censores,que es implacable con los homosexuales, y él es homosexual. El
pelo largo está prohibido. De vez en cuando hacen recogidas de hippies, porque
se reúnen grandes cantidades de hippies frente a estos hoteles y del Copelia, y se
los llevan presos. La otra vez en una de esas recogidas se llevaron a un diri­
gente de la Juventud Comunista que tenía el pelo largo y lo raparon. Cuando
salió de la cárcel se presentó furioso a la jefatura de la Juventud Comunista a
devolver su tarjeta. La persecución de los homosexuales nos disgusta mucho, y
además nos da inseguridad. No porque nosotros seamos. Pero siempre hay te ­
mor de que lo confundan a uno por el pelo largo. También nos censuran de que
nos gusta el jazz o cierta clase de modas. Todo eso es represión. Nos gustan

257
esas cosas porque somos jóvenes, no porque no estemos con la revolución. Yo
no soy revolucionario: yo soy la Revolución. Yo y los demás de mi generación
no hicimos la Revolución, sino que somos el producto de ella, fuimos hechos
por ella. Los otros hubo un tiempo que no eran revolucionarios y dentro de
ellos puede haber aún un resto del sistema de Batista. Nosotros desde que te­
nemos uso *de razón somos revolucionarios. No hemos conocido otra cosa que
la Revolución. Si Ud. me pregunta qué es un ser contrarrevolucionario, yo no
le podría decir, porque yo no he visto un contrarrevolucionario. Así que yo no
podría ser un contrarrevolucionario aunque quisiera. Yo no he conocido nunca
a la burguesía. Se dice que se está creando al hombre nuevo en Cuba, y así lo
creo, pero los hombres viejos ¿cómo podrán crear al hombre nuevo?” .

DESDE LOS ESTADO S U N ID O S

Escribo en respuesta a un artículo de Karen Wald y Afeni Shakur (*) que


insta, a m í y a otros homosexuales norteamericanos, a callarnos acerca de la
opresión homosexual en Cuba. Yo, por mi parte, nunca callaré. Lo que más me
perturba de su artículo es que en ningún momento se enfrenta a la dimensión
humana de qué es ser un homosexual en Cuba, qué significa que a uno le digan
que el modo en que hace el amor está inextricablemente ligado al maligno sis­
tema del capitalismo.
Alfredo Guevara, director del Instituto de Cine Cubano, es visto en ese ar­
tículo como un homosexual modelo. Guevara tenía que estar allí y unir sus
aplausos a los de los demás durante la proclamación de las declaraciones anti­
homosexuales en el Congreso por la Educación y la Cultura de 1971. Es de su­
poner que había otros homosexuales (conocidos y secretos) en el Congreso
que, siguiendo a su conciencia acerca de cómo manejarse en la política cuba­
na, hicieron lo mismo. Estos "buenos maricones" son considerados como ejem­
plares por Wald y Shakur. Pero el gobierno cubano no se enorgullece de ellos.
En cualquier momento se les puede decir que dejen sus trabajos, de acuerdo con
la política oficial, ¡y ni por un instante crean que ellos no lo saben!
Es obvio que esta gente, similar a los casos de "tapados" de nuestra propia
sociedad, ha tragado una gran parte de la propaganda antihomosexual de la cul­
tura occidental (y, en su caso, de la izquierda tradicional). Puede que se sientan
deseosos de ahogar su propia humanidad en nombre de la unidad nacional y
"la revolución", pero no veo cómo un revolucionario puede aceptar este con­
cepto de auto-sacrificio. Porque no se trata del sacrificio heroico de un revolu­
cionario, sino del sometimiento de una persona oprimida. (...)
En cuanto al caso específico de Alfredo Guevara, creo que es muy oportu­
nista, si no cruel y deshonesto, citar a este hombre para convencernos de que nos
callemos. Guevara, que encabeza una de las más respetadas instituciones cuba­
nas, no es un homosexual reconocido y público. El público cubano jamás fue in­
formado de su homosexualidad, y presumimos que no será informado, excep­
to en el momento de su despido. Mientras es improbable que sea despedido, ya

(*) Militantes del Partido de las Panteras Negras. (N. del A.)

258
qUe es un administrador talentoso y creativo, el hecho es que puede ser echado
tín cualquier momento por ninguna razón más que por su homosexualidad. Gue­
v a r a debe vivir esta realidad cada día de su vida.
El movimiento comunista internacional (centrado durante décadas en la
U n i ó n Soviética) ha elaborado un falso análisis de clase de la homosexualidad, y

s o b r e la base de ese falso análisis, los gobiernos comunistas de Cuba y otros lados
p e r p e t ú a n la opresión de los homosexuales —una situación que debería real­

m e n t e eliminarse bajo el socialismo—. Para los socialistas homosexuales como yo,


é ste es un significativo aspecto sobre cómo ver al movimiento comunista
m u n d i a l . Otros “socialistas'' pueden elegir ver eso como importante o sin impor­

t a n c i a : yo siento que no tengo otra opción.


El falso análisis de la izquierda tradicional argumenta que la homosexuali­
dad es parte de la decadencia burguesa. El análisis se basa en la observación de
sólo un pequeño número de homosexuales visible en el ambiente de clase media.
Los homosexuales invisibles son ignorados u olvidados, si es que se los conoce en
absoluto. En cuanto a los homosexuales visibles en Cuba, hay algo de verdad
cuando se dice que algunos de ellos estaban asociados a la parte más lumpen
de La Habana. Pero así también muchísimos heterosexuales. La Habana era pri­
mordialmente un mercado heterosexual. En ese submundo de vicio, juego y tu ­
rismo, los homosexuales podían tener un empleo y aún ser abiertamente homo­
sexuales. La burguesía cubana, como la norteamericana, tradicionalmente ha
usado (léase: forzado) a la gente homosexual en trabajos como los de sirvientes,
en salones de belleza, y como animadores. Mientras trabajemos en esos cam­
pos, podemos comportarnos como queramos.
En la misma Cuba pre-revolucionaria, los médicos, abogados y maestros ho­
mosexuales eran obligados a esconder su homosexualidad, so pena de ser echa­
dos de sus profesiones por razones "morales". En cuanto a los homosexuales
cubanos que trabajaban como granjeros, campesinos u obreros, la clase domi­
nante no ponía peros en la explotación de su trabajo.
Al mismo tiempo, sin embargo, la clase dominante proponía valores cultu­
rales antihomosexuales entre las masas del pueblo, y esto mantuvo a la gente
homosexual en la invisibil¡dad, por miedo. La gran masa de homosexuales en la
lucha pre-revolucionaria, como ahora, era invisible. Esto incluye a los homose­
xuales cubanos que lucharon por la revolución en la etapa insurreccional y sub­
siguiente.
En suma, lo que Wald y Shakur llaman "el histórico rol de los homosexua­
les en Cuba", es analizado sobre la base de una increíble falta de información,
e ignora muchas cosas que hemos aprendido acerca de la política sexual.
(...)
Conocí a muchos jóvenes cubanos, homo y heterosexuales, que no estaban
de acuerdo con la posición del gobierno y que dijeron que las opiniones más
fuertemente antihomosexuales pertenecían a la generación anterior. Pero ellos
mismos estuvieron de acuerdo en que no había foro, en la prensa o en el sistema
político, en qué expresar las nuevas opiniones. Wald y Shakur se muestran op­
timistas, sino completamente apologéticos, acerca del estado de la democra­
cia cubana. No estoy diciendo que el Partido Comunista Cubano sea una élite
"elegida a dedo". Pero pienso que un proceso de estancamiento y burocrati-
zación se halla muy en camino. Muchos de estos revolucionarios cubanos son

259
conciernes de este proceso y esperan ser capaces de detenerlo. Lo que Wald y
Shakur realmente tratan de decir, me parece, es que el pueblo cubano es firm e­
mente antihomosexual y que la opresión que los homosexuales experimentan
en Cuba es el resultado de una democracia socialista bien aceitada. Yo no puedo
compartir ese argumento.
A los homosexuales en Estados Unidos se les dice que se callen y que dejen
a los cubanos manejar sus propios asuntos, y que esperen a que los propios ho­
mosexuales cubanos hablen por sí mismos. Los homosexuales cubanos no po­
drían hablar por si' mismos, si lo quisieran, sin arriesgar la cárcel. No podrían
tener reuniones, como tampoco imprimir un volante. (La última vez que alguien
habló sobre esto, «aren Wald dijo algo acerca del bloqueo y la falta de papel.
Por qué es que los cubanos rehúsan reconocer los hechos básicos de la opresión-
represión?)
Soy un intemacionalista, y esto significa protestar contra la represión don­
de quiera que exista. Wald y Shakur aplican erróneamente el principio de la "au­
todeterminación" en su intento de silenciarnos, por la simple razón de que aquel
excluye a los homosexuales, aunque también por otras razones. Trataré de expli­
carme:
Las siguientes constituyen dos afirmaciones de la política en dos países del
Tercer Mundo, y ambas pueden ser fácilmente documentadas en cuanto a su ve­
racidad: 1) Brasil tiene una dictadura fascista que tortura a sus disidentes p olí­
ticos. 2) Hay ún culto a la personalidad de Kim II Sung en Corea del Norte.
Ahora bien, entre la "nueva izquierda", la primera afirmación no produce con­
troversias. ¿Diría alguno que niego la autodeterminación de los brasileños al
hacerla? Entre la misma gente, la segunda afirmación produce controversias.
¿Por qué? Sólo porque el gobierno de Corea del Norte es socialista y el gobier­
no brasileño fascista, quiere decir que el primero se encuentra fuera de c ríti­
ca7 El culto a la personalidad, ¿no contradice los ideales comunistas? Porque un
gobierno se define a sí mismo como socialista y/o antiimperialista, ¿quiere decir
que yo, como norteamericano, no tengo el derecho a observar críticamente a
ese gobierno? La clase de internacionalismo que en realidad es servil adulación,
no tiene valor. ¡No es así como los cubanos se relacionaban con la Unión So­
viética en los primeros tiempos! Asombra que tantas lecciones políticas, pre­
sumiblemente aprendidas de los cubanos en los primeros años de la década del
60, hayan sido olvidadas.
En un artículo muy difundido (Liberated Guardian, University Review,
Chicago Seed), otro cubáfilo, Jomo Raskin, presenta a Cuba una vez más como
modelo, y castiga a la "cultura juvenil" (incluyendo presumiblemente a los li-
beracionistas homosexuales) por "predicar" a la gente del Tercer Mundo. Yo
no creo que estemos predicando; estamos, al contrario, criticando como cama-
radas revolucionarios (en solidaridad con los homosexuales cubanos), e inten­
tando transmitir a los cubanos algo muy importante que hemos aprendido
acerca de las relaciones humanas y de la sexualidad. Si Cuba, y otras nacio­
nes del Tercer Mundo, se muestran deseosas de los adelantos de las naciones
capitalistas avanzadas en campos tan variados como medicina, agricultura y
antropología, por qué no podrían importar los avances de los grupos oprimi­
dos dentro de los Estados Unidos, tales como el feminismo, la liberación ho­
mosexual, y la liberación negra?

260
No creo que los socialistas puedan ignorar ciertos hechos acerca de la vida
(moderna) (...): el mundo se hace más pequeño y el concepto de nación se
vuelve más y más anticuado. La razón por la cual los cubanos no aceptan las
ideas de la liberación homosexual, aparte de las razones culturales y políticas
ya citadas por ambos sectores en este “debate", es que estas ideas amenazan
la estructura de poder de la supremacía masculina. Estoy de acuerdo con Wald
y Shakur, en cuanto a que la "nueva izquierda" ha proyectado equivocadamente
a los países revolucionarios del Tercer Mundo qomo modelos de nuestra propia
lucha. Creo que las críticas a Cuba provenientes del Movimiento de Liberación
Homosexual constituyen un valioso primer paso para deshacer dicho error. (93)

Alien Young (*)

¿POR Q U E LA R E P R E S IO N ? - EL M A Y O ROJO

La característica fundamental que define y relaciona a las naciones lanza­


das hacia una revolución socialista triunfante, es eL subdesarrollo. Jamás ningún
levantamiento llegó al poder en un país altamente industrializado. Hasta la
actual y poderosa Unión Soviética —por entonces reducida al territorio ru s o -
fue, durante los fervorosos días de 1917, una tierra caracterizada por el atraso
técnico. Todas estas revoluciones se han hecho en el marco de las naciones po­
bres contra los intereses de las naciones ricas, relación brindada a través de los
empréstitos internacionales, empresas multinacionales y complicidad de la bur­
guesía autóctona. Por lo tanto, la primera finalidad de esos países es el de supe­
rar dicho atraso técnico y lograr ubicarse rápidamente en el concenso del mundo
industrializado, para de ese modo, no-sólo elevar el nivel de vida del pueblo, sino
poder enfrentarse a la hostilidad de las naciones, ricas que —geográfica o p o líti­
camente— los circundan. Para ello, el método más rápido y seguro es el de impo­
ner una adecuada represión sexual y de esa manera movilizar las fuerzas vitales
de la producción, en nombre de los Principios Superiores de ia Revolución, y
volver a integrar al individuo bajo la estructura del trabajo alienado, idéntico al
capitalista. El extremo de esta versión puede estar ubicado en un artículo de
Paul Vaillant-Couturier aparecido en el periódico comunista del P.C. Francés
L'Humanité, de 1935, que dice: "Los comunistas quieren heredar un país
fuerte, una raza numerosa. Entonces hagan el amor para hacer muchos hijos, y
eso es todo". Exactamente lo mismo que proponían Hitler y Mussolini.
Francia representa —a través del Movimiento de Mayo— el signo inaugural
de rebelión dirigido por sociedades avanzadas. El estallido de 1968 en París
provoca el cuestionamiento de una sociedad de consumo desde sus más profun­
dos orígenes, aunque careciendo de elementos programáticos sólidos. Lo espontá­
neo e imprevisto de dicho levantamiento, impidió que se formara una estructura
lo suficientemente elaborada que permitiera imponerse ante tales circunstancias,
a tal punto que algunos de los slogans distribuidos panfletariamente en Nanterre
por el Movimiento del 22 de marzo fueron basados en los principios de Reich

(*) Activista de! m ovim ien to h o m o fílic o norteam ericano. (N . del A .)

261
sobre el caso sexual, documentos envejecidos para la época, ya que databan de
1936. Porque el origen del famoso levantamiento de Mayo del 68 se produjo a
través del cuestionamiento de algunas normas sobre sexualidad, algo que más
tarde muchos olvidaron. El principio fue el tratar de obtener reglamentaciones
sexuales más liberales en las universidades. Dicha rebelión nació con el propósito
de descubrir la verdadera relación efectiva entre todos los seres humanos sin tra­
bas ni limitaciones, un ensayo del Hombre Libre dado a través de la sexualidad,
algo que ninguna revolución, ni liberal ni socialista, fue capaz de elevar como
bandera de lucha. El Mayo Rojo francés fue el intento de comunicarse con todos
en cualquier parte, bajo un sentimiento afrodisíaco y hedonístico. Cuanto más
hago el amor más ganas tengo de hacer la revolución. Leyendas como éstas
escritas en las paredes fueron difundidas por los estudiantes en todos los barrios
de París. Luego vinieron las barricadas, las luchas callejeras, la toma de los luga­
res de trabajo y de estudio. El cuestionamiento de la sexualidad —y por lo tanto
de las relaciones humanas en su conjunto— fue siendo desplazado hasta que el
aspecto puramente político ocupó el primer plano.
La participación de la mujer fue intensa, pero no así el planteamiento de sus
reivindicaciones. Las mujeres que participaron en el levantamiento del 68 no im­
pusieron, como mujeres, sus propios cuestionamientos sino que prefirieron arri­
marse a los "logros fundamentales" de los hombres, creyéndose libres al permi­
tírseles compartir su mundo y pelear por los mismos principios. No fue el fem i­
nismo precisamente lo que se desarrolló en el alzamiento. El "pasado" ubicaba a
la mujer como el sexo oprimido, como el sexo "incapaz, débil y superficial". La
manera de negarlo era luchar por los mismos cuestionamientos del sexo opresor.
Creyeron que la liberación de la mujer no es revolucionaria sino post-revolucio-
naria, y que en un estado donde reinen los principios socialistas, ésta se desliza
por sí sola. Probablemente por esta creencia es que la mujer participa tan activa­
mente durante la lucha revolucionaria, y después retorna a su anterior apoliti-
cismo escéptico, cuando comienza a observar que sus esperanzas y sus reivin­
dicaciones se transforman en tibios debates de comités, de partido y de comisio­
nes, inmersos en su ya tradicional esquematismo burocrático.
Los homosexuales también estuvieron presentes en el desfile del 1o de
mayó y en las posteriores manifestaciones, lo que —por cierto— no era una no­
vedad. Pero algo había cambiado. Como al decir de Daniel Guérin, esta vez
decían en voz alta que estaban en medio del desfile.
El Mayo Rojo que estalló en Francia en 1968 fue un movimiento autén­
tico que aún conserva sus auténticas secuelas. Durante esas fervorosas semanas
realmente se trató de elaborar un mundo distinto. Pero faltó la presencia de un
partido conductor que canalizase esa energía revolucionaria en algo tan concre­
to y esencial como la toma del poder. El Mayo Rojo francés fue un (auténtico)
alarido al vacío. De a poco, la represión materializada a través de la policía fue
cerrando universidad por universidad, fue ocupando los lugares de trabajo, fue
tomando las calles y derrumbando barricadas, y junto con ellas la posibilidad de
formar un Hombre Nuevo.

"Es hora de que nos demos cuenta que el cambio, el gran cambio que nos
va a beneficiar a todos, aún no se ha producido, y nosotros los jóvenes que aún
no caímos en la cómoda debemos denunciar y combatir la moral antisexual,

262
hipócrita, negadora de la vida del capitalismo, sostenida por la religión y todos
los organismos del estado autoritario. Asi' como también la represión policial y
la miseria económica en que nos vemos sumidos diariamente".
Círculo Cultural de Jóvenes Socialistas

"La igualdad completa entre el hombre y la mujer, la supresión de la insti­


tución del matrimonio, la liberación de la sexualidad (comprendido su aprendi­
zaje, no ya con el fin de la procreación sino del placer), la independencia total
de la juventud, llevarán a una destrucción rápida de la familia burguesa, esa célu­
la económica cerrada sobre sí msima, portadora y reproductora de la ideología
y de la represión moral, y a su reemplazo por comunidades menos rígidas basa­
das por el sólo deseo de vivir juntos.
Los jóvenes son oprimidos y culpabilizados por la moral y las instituciones
burguesas, que quieren mantener una estricta relación entre sexualidad, m atri­
monio y reproducción.
i Por la libertad sexual!
¡Abajo la represión contra la homosexualidad!
¡Por una verdadera educación sexual!
¡Apertura de centros de información y de distribución de contraconcepti­
vos para los menores!
¡Aborto libre y gratuito!
¡Abajo la discriminación contra las madres solteras y los niños llamados
ilegítimos!"

Fragmento del Manifiesto del Comité Central de la Liga Comunista

Sección francesa de la IV Internacional


Enero de 1972

263
C A P IT U L O X I I I

L A R ES P U ES TA H O M O S E X U A L

La liberación debe concluir en el campo de batalla


revolucionario, pero debe comenzar en la cama. Esa
cama es la cama en que nacemos, dormimos, soñamos
y amamos. Por supuesto, no se discute el puesto de
los fusiles; pero la cama quizá sea la gran arma no em­
pleada de la revolución que debemos realizar.
D. Cooper

LA R ESPUESTA HOM OSEXUAL EN LOS ESTADO S U N ID O S

La legislación penal sobre lo sexual era hasta hace poco en los Estados Uni­
dos, uno de los puntos más arcaicos que tarde o temprano iban a verse sometidos
a serios cuestionamientos. La idea inicial de su grado de irrealismo lo brindó el
Informe Kinsey, que reveló que el 37 por ciento de la población masculina total
(o sea aproximadamente uno de cada tres varones) había tenido, entre la
adolescencia y la madurez,un mínimo de relaciones homosexuales llevadas hasta
el extremo del orgasmo. Otro 13 por ciento había experimentado impulsos ho­
mosexuales sin llegar al orgasmo. Era en total el 50 por ciento de la población
masculina (uno de cada dos), la que integraba la lista de inmiscuidos en relacio­
nes non sanctas. Según las leyes vigentes en todos los estados de Norteamérica
—salvo Illinois— este 50 por ciento incurría en el delito de sex offernders,penado
por la legislación. Y eso no era todo. Si se sumaban la totalidad de las expresio­
nes sexuales condenadas por los estatutos —es decir agregando ciertas formas y
circunstancias de relaciones heterosexuales— serían sancionados con prisión el
95 por ciento de los varones norteamericanos; o sea que si se hubiese logrado ha­
cer respetar las leyes al pie de la letra, el 5 por ciento de la población masculina
estadounidense tendría presa al restante 95 por ciento. Ello reveló que tanto
la existencia de tales leyes,como así también su aplicación,carecían de sentido,

265
y su imposibilidad de ponerlas en práctica resultó tan evidente como la decre-
tación que prohibió —una vez— el expendio de bebidas alcohólicas.
Los esfuerzos en la actitud del movimiento homofílico norteamericano es­
tán empeñados no sólo en la supresión de las leyes punitivas de los códigos pena­
les vigentes en algunos estados del territorio, sino también el de invertir la predis­
posición emotiva de la población hacia este tipo de contactos.
El Informe no sólo develó la realidad de la situación socio-sexual,sino tam­
bién el ambiente de hipocrecía en que se movió la "puritana" sociedad nortea­
mericana al saberse de pronto que 19 de cada 20 individuos cometían o habían
cometido "delitos" sexuales. Eso significó un duro shock para muchos y evi­
dentemente resquebrajó la concepción tradicional de las "perversiones", al darse
cuenta que casi todos estaban inmiscuidos en ellas. De ahí en más, la prostituta,
la mujer libertina, el marido descarriado, "nuestro pequeño hijo sexópata", y los
homosexuales, empezaron a ser observados con algo más de detenimiento e inte-
rrogancia. Hasta ese momento, el dirigir el dedo acusatorio hacia un individuo ca­
lificándolo de enfermo, degenerado o inmoral, era cosa corriente. En el corto tra­
yecto de la publicación del Informe hasta ahora, la sociedad norteamericana ha
comenzado a cuestionarse y a observarse dentro de sí misma. Contribuciones al
complejo persecutorio colectivo la hizo, por ejemplo, la idea de la propagación
de las enfermedades venéreas, ubicando su génesis en las relaciones homosexua­
les. La fusión entre enfermedad y pecado constituía un solo cuerpo. Hemos vis­
to en uno de los capítulos anteriores que el recrudecimiento de la sífiles fue
utilizado como excusa por las autoridades policiales para efectuar razzias contra
la prostitución y la homosexualidad —propagando de ese modo una relación has­
ta hace poco inseparable—, para de esa manera pretender perpetuar una conde­
nación pública vigente tanto para ciertos elementos heterosexuales (los que en­
traban en el tráfico del comercio sexual) como para los homosexuales. Si los
esfuerzos contra las enfermedades venéreas, el tiempo, la dedicación y los recur­
sos económicos,fuesen empleados para el descubrimiento de medicamentos,con
el fin de coartarlas, en vez de dedicarlo a una acción represiva, los resultados
serían probablemente mucho mejores, máxime si se tiene en cuenta las serias du­
das que existen de si las enfermedades venéreas guardan alguna relación con el
aumento de las variaciones de la conducta sexual.
Un 24 de noviembre se celebra en Nueva York una asamblea homosexual,
compuesta por catedráticos y estudiantes. El presidente de dicha asamblea, pro­
fesor de lenguas del colegio Barnard, Richard Gustafson, hace incapié en su dis­
curso de apertura que esa reunión significaba la primera conferencia de homo­
sexuales en la historia de la civilización, a excepción probablemente, de la Aca­
demia de Platón. Algunos de los discursantes subrayaron que la propia celebra­
ción de la asamblea poseía un valor en sí mismo más intenso que las decisiones
que allí pudieran adoptarse. La reunión estaba todavía bajo los efectos emocio­
nales de una noticia que pocos días atrás había ocupado un lugar de privilegio
en la plana de los diarios: William Battes, un homosexual de 31 años, fue agre­
dido por un grupo de unas veinte personas, mientras se paseaba por el populo­
so barrio neoyorquino de South Bronx, cubierto con un abrigo de señora. Ba­
ttes fue apedreado y mutilado sexualmente, falleciendo horas después en un
hospital.
Estados Unidos es escenario desde hace algún tiempo de un creciente y di­

266
námico movimiento homofflico. En las grandes ciudades la militancia está or­
ganizada por barrios, y muchos de estos grupos cuentan con clubes o locales
abiertos al público, entre los que se destacan el Gay Liberation Front, la Gay Ac-
tivist Alliance, The Furies, etc., estas dos últimas organizaciones bajo vigilancia
constante por parte del FBI y de la Policía Metropolitana, según Robert Merritt,
informante de esas entidades, noticia aparecida en el diario The Daily Rag de
la ciudad de Washington (5-10-73). Pero la característica fundamental del mo­
vimiento homofílico norteamericano es la disgregación. Cada grupo actúa por
sí solo, sin coordinar sus acciones con los demás. Pretendiendo solucionar esta
falencia es que se creó el National Gay Task Forcé, organización cuyo propósito
es el integrar los programas de acción y su puesta en práctica de la mayor canti­
dad de grupos posibles a nivel nacional.
Probablemente por ser el representante del capitalismo más avanzado, Es­
tados Unidos es por antonomasia el país de las contradicciones. Opuestamente
a las organizaciones liberacionistas existe una organización denominada "H om o­
sexuales Anónimos", entidad similar a la de los alcohólicos, compuesta por "ex­
homosexuales" autoconsiderados "curados". Al parecer se reúnen varias veces
por semana en la casa de uno de los componentes, y en el caso de que alguno de
ellos sienta renacer sus "adormecidas" tendencias homosexuales, uno de sus
compañeros se ofrecerá altruístamente a acompañarlo, recreánolo con un sermón
que se preocupará ante todo por reforzarle su culpabilidad, cuando el deseo
empiece a ganar terreno. Con regular frecuencia, se organizan actividades de "res­
cate" en lugares donde suelen reunirse homosexuales.(81)
Contraposicionalmente, en los Estados Unidos, hasta algunas entidades psi­
quiátricas han comenzado a rever su posición respecto a la homosexualidad. La
Asociación Siquiátrica Norteamericana (APA), alterando una posición que man­
tuvo durante casi un siglo, decidió que la homosexualidad no es una enfermedad
mental. La votación fue de 5.854 en pro de la decisión, 3.810 en contra y 367
abstenciones. Votaron 10.031 de los 20.000 médicos que pertenecen a la Aso­
ciación. Alfred M. Freedman, presidente de la APA, notó que en la lista oficial
de la Asociación la homosexualidad había sido clasificada como una "desviación
sexual" junto con fetichismo, pedofilia, exhibicionismo y otras, considerando
que eso era incorrecto. La APA apoya e insta a la derogación de toda legislación
que hace una ofensa criminal de los actos sexuales,hechos en privado por adultos
que consienten, apoyando la promulgación de la legislación protectora de dere­
chos civiles en los niveles municipales, estatales y federales,para asegurar a los
ciudadanos homosexuales las mismas protecciones que rigen para los demás. (92)

LAS M U JE R ES

La organización Hijas de Bilitis, fundada en San Francisco en 1955, surgió


como resultante de la necesidad de las lesbianas de concentrarse, comunicarse,
intercambiar ideas y revelar los problemas individuales que las aquejaban. Hoy
día esa misma organización se halla desparramada en distintos puntos del mundo
occidental, verificando no sólo la urgencia de su creació^sino también la validez
de los fundamentos que le dieron forma, como así también el in te lig e n te o p o r­
tunismo ante circunstancias q u e re q u e ría n su presencia. A c tu a lm e n te c u e n ta has­

267
ta con consejeras matrimoniales —en su mayoría sin haber cumplido con la forma­
lidad del títu lo profesional— pero cuya capacidad y conocimiento de la materia
las ha convertido en mujeres cálidamente aptas.
Tanto las mujeres homosexuales como las heterosexuales han arribado hacia
una liberalización de la conducta, proceso que se parece estar dando en todos los
niveles de la sociedad norteamericana, revelándose más espontáneas y desinhibi­
das. Dicho proceso no solamente se está dando por organizaciones tales como la
mencionada, sino también por el acceso a libros o charlas televisivas que tratan la
problemática y amplían el desarrollo y comprensión del tema. Las mujeres parti­
cipantes en las Hijas de Bilitis poseen una postura que oscila entre el respeto por
la pareja y la des-fijación del matrimonio como institución social, argumento
válido tanto para los homosexuales-como para los'que no lo son. Sus mayores
objeciones sobre ese núcleo social son la dependencia, la exclusividad y la actitud
que toma como propiedad a uno de los miembros de la pareja. El punto central
sobre el cual caen sus requerimientos es la aceptación de la relación entre peiso
ñas de un mismo sexo que representa —según ellas— un estilo d.e vida distinto pe­
ro igualmente válido, y que debe ser reconocido tanto a nivel legal como social.
Las activistas de este movimiento juzgan que la sexualidad debe ser limitada
únicamente en sus niveles extremos y compulsivos, como ser la violación o el
abuso sobre niños. La discriminación sobre la actividad sexual entre adultos, con-
sintientes y en privado no tiene razón de ser. Ejemplifican esta actitud en el
Código Penal Modelo, redactado por el American Law Institute, que dejó
sin efecto las leyes que discriminaban contra la actividad homosexual, dejando
sin modificaciones únicamente las relaciones forzosas o indeseadas, el daño a me­
nores, la indecencia pública, etc., o sea aquellas aplicables también a las relacio­
nes heterosexuales. Mencionan también el apoyo de ciertos sectores de la Iglesia
hacia estas reformas, como ser la Iglesia Unida de Cristo, la Diócesis de California
de la Iglesia Episcopal y la Iglesia Universalista Unitaria, conjuntamente con la
California Bar Association.
El nombre de la organización. Hijas de Bilitis (Song of Bilitis), proviene de
un personaje de ficción lesbiano tratado en un poema de Pierre Louys. El m oti­
vo de señalarla con términos tan imprecisos se debió a que el contenido de la
agrupación debía tener, en un principio, un significado sólo entendióle por sus
integrantes.
El movimiento homofílico norteamericano comenzó a funcionar hacia
1950 con la creación de la Mattachine Foundation, que inició su desenvolvi­
miento en una absoluta clandestinidad, similar a las circunstancias que rodean
en la actualidad a la agrupación homosexual argentina; como nosotros, su pri­
mera tarea fue la de darse a conocer a través de la propaganda improvisada y el
sacar una publicación para exponer sus ideas y objetivos. La primera de estas pu­
blicaciones se denominó One Magazine, cuya tirada inicial salió en 1954; los in­
convenientes no tardaron en llegar: el impedimento de su difusión se dio a través
de las autoridades de Correos que la consideraron obscena. Los responsables acu­
dieron a la Corte Suprema de los Estados Unidos para que intercediera en el
caso, la cual resolvió que a ningún ciudadano, homosexual o heterosexual, se le
podía negar el derecho a la libertad de prensa. Luego de eso, una pareja de acti­
vistas lesbianas, Del Martin y Phyllys Lyon, hablan de una "conspiración del si­
lencio" por parte de la prensa, que considera que todavía "no es el momento

268
adecuado", citando el caso del San Francisco Examiner,que preparó un conjun­
to de artículos referentes a la homosexualidad, pero que su publicación sé vio
impedida por el editor. Charles Gould, quien los juzgó inadecuados "para un
periódico de familia” . Las citadas acotan que,sin embargo,ese mismo periódico
no veía problemas en reproducir cuanto crimen sangriento, violación y todo ti­
po de aberraciones caían en sus manos "para consumo de la familia en la mesa
del desayuno."(58)

EL M O V IM IE N T O H O M O F IL IC O EN L A A R G E N T IN A

El desarrollo económico de la nación es lo que promueve el desarrollo cul­


tural del pueblo de esa nación. El primero de los aspectos es epidérmicamente
palpable y su análisis es fácilmente reductible a través de los números, las estadís­
ticas, el nivel de vida global de la población. El segundo aspecto no lo es tanto,a
pesar del posible funcionamiento de un estudio hecho en base a la cantidad de
universidades, teatros o profesionales por cantidad de habitantes. La evolución
cultural de un pueblo se infiltra en éste de una manera clandestina, solapada,
inadvertible para la mayoría. De ahí que a veces se hable de un país subterráneo,
de un país dentro del país "oficial” . El caso de la "Argentina secreta", por ejem­
plo, ha sido examinada con mayor o menor rigor por autores como Mallea, Mar­
tínez Estrada y Scalabrini Ortiz. El avance —o retroceso— de la evolución cultu­
ral se manifiesta en todos los terrenos; el de los estudios políticos y filosóficos, el
literario, el artístico; en^a capacidad de comprensión y asimilación por parte de
la población para la introducción de nuevas pautas, el poder de decisión de la ju­
ventud, el grado de independencia de la mujer, etc.
No es extraño entonces que los países que se iniciaran en la arriesgada aven­
tura de la creación de un movimiento homosexual hayan sido los dos países que
hasta hace algunos años gozaban de una situación de privilegio —económico y
cultural— dentro del concenso sudamericano: Argentina y México. Antes que és­
tos, ya había surgido la Comunidad de Orgullo Gay de Puerto Rico que por su
condición de dependiente de los Estados Unidos, obtuvo el "privilegio" de su in­
fluencia cultural, y junto a ella la posibilidad de concretar la creación de un mo­
vimiento homofílico. Más tarde, otros dos países se agregaron a la lista: Brasil y
Venezuela. De todos ellos fue Argentina el único que vio interrumpido el desa­
rrollo de su movimiento, a partir del golpe de estado en 1976.
En Argentina, dicho movimiento fue extremadamente débil, no muy bien
organizado y casi diríamos que totalmente ineficaz, y su imjDopularidad se exten­
dió no sólo a la comunidad heterosexual sino entre la mayoría de los mismos
homosexuales,que no vieron a través de él una salida viable, probablemente por
su escepticismo respecto a una posible liberación del homosexual, o porque la
culpa y el sentimiento de autocensura llevó a la mayoría a no compartir los pos­
tulados de la organización. Los homosexuales, en general, confían más en las
concepciones psicológicas y en la moral tradicional q u e en sus propias experien­
cias y su propio análisis de la opresión. Su punto de vista es casi idéntico a! de
los heterosexuales. El proceso de aborrecimientos que se opera en los homose­
xuales desde la infancia es el mismo que el de los heterosexuales. En ocasiones
ridiculizan y hasta agreden a los homosexuales manifiestos/tal como lo hacen los

269
heterosexuales. Reducen su autoestima y autovaloración y se definen a sí mis­
mos como enfermos, del mismo modo que los heterosexuales, y la clase de len­
guaje que usan junto a vaticinios apocalípticos sobre este tipo de relaciones es
idéntico al de los heterosexuales que nada saben al respecto. Estos aspectos no
nos han extrañado ya que eran,, incluso previsibles. Pero resultó significativo el
hecho de la propia existencia del movimiento, fenómeno que veinte años atrás
habría sido directamente inadmisible.
Todo es cuestión de tiempo. Pero la evolución intelectual colectiva —y espe­
cializada— no depende de ese tiempo a secas sino de la lucha establecida en su
transcurso, ejercida a través de la militancia. En tanto y en cuando los homose­
xuales no revelemos nuestra situación y nuestra verídica forma de ser y de sentir,
estaremos dando vía libre a la mitología sexofóbica y a la falta de estudios fea-
cientes y realistas por parte de elementos jurídicos y médicos. La clandestinidad,
el secreto y el desconocimiento, son las principales herramientas empleadas por la
sociedad para detentar el sentimiento de la homofobia, ya que son precisamente
esos factores los que dejan correr la ficción popular propagandizada por los me­
dios de información, apoyada por la medicina, la psiquiatría y los estudios socio­
lógicos, moralizada por la Iglesia, legalizada por los principios jurídicos y mate­
rializada y ejecutada por las Fuerzas del Orden.
Las Instituciones no marchan a la vanguardia sino detrás de las tendencias
populares. Cuando ese evolucionismo popular considere que los y las homose­
xuales no son enfermos sino seres tan comunes, con gustos, deseos, vivencias y
proyecciones tan similares a los demás miembros de la sociedad, entonces insti­
tuciones tales como los'cuerpos médicos replantearán su postura, y probable­
mente dejen de considerarnos enfermos, anómalos, psicópatas o perversos. Para
que ello ocurra, nosotros, los homosexuales —parte insustituible del p u e b lo -
deberemos emprender una campaña activista y concientizadora que coexista con
la creciente inclinación de la sociedad a demarcar ella misma —sin clases ni
castas dirigentes— el camino de su destino y de su libertad. Si en un futuro la so­
ciedad asimila no solamente la homosexualidad de los "homosexuales'^ sino tam ­
bién la homosexualidad inmersa en cada uno de sus integrantes, los analistas no
tendrán otro remedio que aceptarla, no como un comportamiento inadaptado,si­
no como de parte de una integridad social.
Una actitud de disonancia entre elementos del FLH A fue el método activis­
ta con que se debe responder al sentimiento antihomosexual de la sociedad; algu­
nos asumen un comportamiento terrorista de liso y llano reto a las pautas esta­
blecidas, exhibiéndose públicamente con ropajes o usos femeninos para provocar
una reacción de shock entre los presenciantes. Este extremismo difícilmente con­
duzca a la comprensión del tema; todo lo contrario, puede provocar un violento
rechazo que aumente, incluso, el sentimiento de homofobia. Tal sistema de
"concientización" resulta tan ineficaz y contraproducente como los explosivos
solitarios que a principios de siglo detonaban los anarquistas. La sola exposición
de la disidencia no es en sí misma una conducta revolucionaria. Weimberg la
denomina directamente "masoquismo social". Ese deleite que se siente ante el
gusto confuso del escándalo, ese strip-tease político, concluye en el exhibicio­
nismo, y nada más allá de eso.
De cualquier manera,como hemos señalado en el capítulo'2, resulta funda­
mental para el emprendimiento de una campaña activista por parte de los homo­

270
sexuales,el fusionar sus principios de liberación con los principios liberacionistas
de la mujer, ya que de fondo'la problemática de ambos es la misma: destruir la
denigración clásica de los elementos denominados "pasivos" dados en los símbo­
los anal y vaginal sobre el papel preponderante del símbolo fálico, estandarte de
toda sociedad machista, y la elevación de la feminidad como única bandera de lu­
cha capaz de enterrar para siempre los bastiones que originan y justifican al pa­
triarcado. De allí algunas actividades que el FLH realizó con el Movimiento de
Liberación Femenina, como la campaña contra la ley de anticonceptivos que el
gobierno peronista trató de imponer —decretada pero nunca llevada a la prácti­
ca— y la realización de debates conjuntos en los locales de esta última organiza­
ción.

EL FLH COMO M O V IM IE N T O A U T O N O M O

Durante cierto tiempcyalgunos homosexuales argentinos tuvimos la disyunti­


va entre afrontar la explotación a nivel opresión económica, encaminándonos
por el lado de la mayoría de los estudiantes y trabajadores, o enfrentarnos a la
psicología e instituciones sexistas, mediadores y perpetuadores de la opresión
económica, reivindicándonos como marginados por la opresión de la moral tradi­
cional. El primer factor implicaba nuestra introducción en algún —o algunos—
partidos o movimientos políticos que respondiesen a esas necesidades; el segun­
do implicaba la creación de un movimiento propio que nos reivindicase primor­
dialmente como homosexuales. La decisión se tomó dentro del mismo seno de la
actitud de las organizaciones de izquierda o "progresistas" para con nosotros. Al
advertir la importancia de ambos objetivos,observamos que ningún movimiento
u organización izquierdista proponía —ni a nosotros ni a la liberación sexual en
general— como una de las problemáticas fundamentales tendientes a destruir de
raiz al actual sistema de dominación. Unicamente bajo la supervisión de una en­
tidad propia íbamos a poder elaborar y aplicar nuestro propio programa de ac­
ción. Los homosexuales no podíamos conformarnos con ser un grupo de discu­
sión dentro del seno de la izquierda, y la única manera de exceder esos límites
era el organizar un movimiento autónomo. De ahí lo absurdo cuando se nos acu­
só de sectarios, al no integrarnos a ningún movimiento de liberación política,
cuando en los hechos los que nos marginaban y "sectarizaban" eran ellos. Nin­
gún partido quiso aceptarnos como grupo constituido, debido a que ese factor
podía ser fácilmente utilizado por las organizaciones contrarias para despresti­
giarlo y restarle popularidad. La razón de nuestra separación fue bien simple:
a nosotros no nos iba a defender nadie, salvo nosotros mismos. Además, ¿qué
garantía nos ofrecen los partidos de izquierda de que —en el caso de tomar el
poder— no vamos a ser encerrados en campos de reclusión, como se ha venido
haciendo hasta ahora en los países socialistas?Absolutamente ninguna. En aquel
entonces sólo hubo una tibia tolerancia, y hasta cierta complicidad por parte de
ciertas organizaciones como la Juventud Radical Revolucionaria y la Juventud
Trabajadora Peronista,que nos ofrecieron —durante la época de legalidad— algu­
nos de sus locales para que pudiésemos reunimos; la programación de actividades
en conjunto con el Partido Socialista de los Trabajadores —relación dada a través
de las bases,pero nunca comunicada a la cúpula de la organización—; la actitud

271
parcialmente aceptativa del Partido Revolucionario de los Trabajadores,que nos
permitió marchar con ellos en la manifestación frente a la embajada de Chile que
se realizó tras la caída de Allende, pero que luego decidió replegarse para dejar­
nos marchar adelante, cuestión que los presenciantes no creyesen que "éramos
la misma cosa".
Lo que el F LH A intentó fue una integración autónoma, una integración que
no quitase nuestro sentido de independencia. Al respecto, el movimiento hizo un
llamado con motivo de celebrarse las elecciones de marzo,que dieron finalmente
el triunfo al peronismo, aparecido en la revistaos/': "El Departamento de Estado
norteamericano, la IT T Brasil, los dueños de las tierras y las fábricas, los adminis­
tradores de las 'buenas costumbres' y la moral clasista,saben que los pueblos lati­
noamericanos están resueltos a conquistar su independiencia, su libertad, su des­
tino. Cuando los monopolios hayan perdido este continente,habrá llegado la ho­
ra de su definitiva declinación. Es decir, la batalla es y será sin miramientos, y
exige reunir la mayor cantidad de efectivos. Todo prejuicio, sectarismo "anti"
perjudican, hace el camino más largo y difícil. Las actitudes antifeministas y an­
tihomosexuales debilitan el movimiento de liberación nacional y social."
Otras de las acepciones sectarias que se nos atribuyó fue la de haber creado
un frente de liberación homosexual en vez de liberación sexual, ya que nuestras
proyecciones estarían orientadas hacia la "liberación de una m inoría" —lo que es
imposible- y no a la sociedad en general. Los que así pensaban olvidaron que so­
bre nosotros pesa una condena explícita, y hacerlo de otro modo hubiese signifi­
cado distraer nuestro concepto de opresión específica; se entiende que en una
sociedad represiva,y en un mundo estructurado sobre la base de la opresión de
una clase sobre otras, de países sobre otros, la destrucción de tabúes antihomo­
sexuales sería una conquista ilusoria. Y yendo a aspectos más superficiales, ño
exponer los términos homosexual o gay en la nomenclatura que nos identificó,
hubiese podido ser considerada una manera de "tapar" u ocultar el verdadero
contenido de nuestra organización.

H IS T O R IA D E L F R E N T E DE L IB E R A C IO N
H O M O S E X U A L DE L A A R G E N T IN A *

1. El contexto

En el año 1969, un grupo de homosexuales, reunidos en un conventillo de


un suburbio porteño, dan nacimiento al primer intento de organización homo­
sexual en la Argentina: el Grupo Nuestro Mundo. Sus integrantes} en su mayoría
activistas de gremios de clase media baja, liderados por un ex militante comunis­
ta degradado del partido por homosexual, se dedican durante dos años a bom­
bardear las redacciones de los medios porteños con boletines mimeográficos que
pregonaban la liberación homosexual.
En agosto de 1971, la ligazón de Nuestro Mundo a un grupo de intelectuales

(* ) A utor: N éstor Perlongher.

272
gays inspirados en el Gay Power americano, da nacimiento ofic ia l al Frente de
L ibe ra c ió n Homosexual de la Argentina.
1969 y 1971 no sólo son importantes como jalones de la liberación gay;
marcan momentos decisivos en la vida política nacional. 1969 es el año
ta m b ié n

¿el cordobazo, una insurrección popular con epicentro en la ciudad de Córdoba


que terminó volteando al régimen autoritario del general Onganía. En 1971 so­
breviene una intensa radicalización: aparecen gremios izquierdistas, movimientos
estudiantiles antiautoritarios; y se inicia la administración liberal del militar La-
nusse, que habría de entregar el poder al peronismo en las elecciones de 1973.
¿A qué estas referencias? Es que el F LH surge en medio de un clima de poli­
tización, de contestación, de crítica social generalizada, y es inseparable de él.
Como buena parte de los argentinos de entonces, cree en la "liberación nacional
y social", y aspira al logro de las reivindicaciones específicamente homosexuales
en ese contexto. No sólo configura ia reacción de la minoría homosexual ante
una tradicional situación de opresión, que la dictadura militar instaurada en 1966
había llevado a extremos sin precedentes; también encarna el deseo de una mino­
ría "esclarecida" —por decir así— de homosexuales, de participar en un proceso
de cambio presuntamente revolucionario, desde un lugar en que sus propias con­
diciones vitales y sexuales pudieran ser planteadas.
Tanto la sincera necesidad de liberarse de un machismo profundamente an­
clado en la sociedad argentina, como la convicción de que esa liberación no po­
día sino producirse en el marco de una transformación revolucionaria de las es­
tructuras sociales vigentes, constituyen elementos constitutivos del movimiento
gay argentino, que aparecen constantemente a lo largo de toda su historia.

2. La formación de los grupos

Los primeros integrantes del FLH se planteaban actuar como un movimien­


to de opinión, encuadrado dentro de categorías ideológicas marxistas. Pero el in­
greso al Frente, en marzo de 1972, de una decena de estudiantes universitarios
—el grupo Eros—, algunos provenientes de izquierda o el anarquismo, imprimió
al movimiento una tónica agitativa, distinta a las previsiones iniciales. Sirvió, ade­
más, para una profusa polémica, reflejada en el primer Boletín del F LH , apareci­
do en marzo de 1972, donde se reproducen dos documentos contrapuestos: en
uno de ellos, se planteaba que el objetivo del FLHera lograr que la izquierda in­
corporara las reivindicaciones homosexuales a sus programas; en otro, se privile­
giaba el papel de la sexualidad y se hablaba con escepticismo de "cincuenta años
de revoluciones socialistas".
Las sutiles diferencias no impidieron confluir en Puntos Básicos de Acuerdo,
que habrían de constituir el programa del flamante movimiento. En ellos, bási­
camente, se partía de las "reivindicaciones democráticas específicas" —el inme­
diato cese de la represión policial antihomosexual, la derogación de los edictos
antihomosexuales y la libertad de los homosexuales presos—, se caracteriza el
modo de opresión sexual "heterosexual compulsivo y exclusivo" vigente como
propio del "capitalismo y de todo otro sistema autoritario, se llama a la alianza
con los "movimientos de liberación nacional y social" y con l o s g r u p o s feminis­
tas.

273
t n lo organizativo, el FLH se definía como una alianza de grupos autóno­
mos, que coordinaban acciones comunes entre sí. En el momento de apogeo (se­
tiembre 72 - agosto 73) el movimiento llegó a contar con alrededor de diez de ta­
les grupos, constituido por unos diez militantes y una buena cohorte de simpa­
tizantes cada uno. Los más importantes eran: Eros, Nuestro Mundo, Profesio­
nales, Safo (formado por lesbianas). Bandera Negra (anarquistas), Emanuel
(cristianos). Católicos Homosexuales Argentinos, etc.
La actividad se circunscribió a Buenos Aires, lográndose contactar simpati­
zantes en Córdoba, Mendoza y realizar acciones en Mar del Plata, en conjunto
con las feministas locales. En 1975 un comunicado reproducido p'or una revis­
ta porteña dio noticia de la formación de una Agrupación Homosexual en Tucu-
mán. La clandestinidad en que se manejó el FLH dificultó considerablemente
los contactos, ya que estos debían hacerse por vía personal.

Las tareas

Para su crecimiento, algunos grupos apelaron a la realización de "reuniones


de información” , por donde desfiló buena parte del ambiente gay porteño. Se
reunían grupos de homosexuales en casas particulares y se explicaban los linca­
mientos generales. De allí fueron saliendo los militantes.
En la práctica, se pretendía, además de la concientización específicamente
gay, cierto grado de politización. Ello espantó del Frente a los homosexuales
burgueses: el movimiento siempre fue extremadamente pobre, sin recursos
materiales, e integrado en su mayoría por gente de clase media y media baja,
con algunos proletarios y lúmpenes.
En el seno de las reuniones, se esbozaban técnicas de concientización —to ­
madas del fem inism o- que pretendían descubrir, a partir de discursos indivi­
duales sobre un tema dado (la familia, la culpa, etc.) los lineamientos comunes
de la opresión. A partir de allí, se pretendía transformar esa conciencia de la
opresión en una fuerza de modificación revolucionaria. Se abjuraba del "tapa-
dismo", del disimulo; se analizaban los mecanismos de marginación y "enghe-
tización".
Otros grupos —como el de "profesionales", se abocaban a la confección de
documentos teóricos y a la realización de una encuesta sobre homosexualidad
que, finalmente, nunca llegó a ser procesada.
Eros, se dio a organizar volanteadas y pintadas en lugares públicos,.eligién­
dose el 21 de setiembre —día de la Primavera— como una fecha de moviliza­
ción especial. En los panfletos solía esgrimirse una consigna, representativa de
la ideología del movimiento. Amar y vivir libremente en un país liberado, ade­
más de las reivindicaciones antipolicíacas. Con estos métodos de agitación calle­
jera el FLH buscaba mantener viva su presencia. Otros slogans agitados fueron:
Machismo = Fascismo; El machismo es el fascismo de entrecasa; Por el derecho a
disponer del propio cuerpo; Soltáte, etc.
En algunas oportunidades se hicieron llegar envíos a los homosexuales pre­
sos. Para reunir fondos, se recurría a grandes fiestas, en las cuales se solicitaban
contribuciones y se repartían materiales. Cada miembro aportaba, además, una
cuota mensual.

274
Peronismo y desencanto

En 1972, si peronismo se lanzó decididamente a la conquista del gobierno


por vía electoral. Una buena parte del FLH sucumbió ante el discurso populista
de la Juventud Peronista y participó en algunas de sus movilizaciones. Ante las
elecciones nacionales de marzo de 1973, el FLH multiplicó sus contactos p olí­
ticos con escaso éxito: sólo consiguió ser reconocido —aunque no públicamen­
t e - por los trotzkystas del Partido Socialista de los Trabajadores. Finalmente,
emitió una declaración llamando a votar "contra la dictadura de Lanusse" —la
que, sin embargo, había tolerado cierta Iiberalización, como la apertura de boi-
tes bailables y saunas gays— no exentos, sin embargo, de cierto hostigamiento
policial.
El triunfo del peronismo aparejó una conmoción a la que la mayoría del
Frente no pudo ser ajena; a partir de ella, se multiplicaron las intervenciones en
actos públicos. En uno de ellos, realizado en la Facultad de Filosofía en deman­
da de la libertad de los presos políticos, se leyó, entre murmullos de desconcier­
to, la adhesión del FLH.
Una volanteada en un festival de rock organizado por la Juventud Peronis­
ta valió al FLH la participación en el grupo Parque —integrado fundamentalmen­
te por rockeros que aspiraban a no verse marginados del proceso político— que
se prolongó hasta fines de 1973. Mientras duró la experiencia, miembros del
FLH intervenían en grupos de discusión públicos que se reunían en un Parque.
En mayo de 1973, la mayoría del FLH —con importantes disidencias-4 decide
participar en las movilizaciones de asunción del gobierno peronista, celebrada
en la Plaza de Mayo. Se consiguió arrastrar a unos 100 homosexuales, bajo un
cartel que reproducía un verso de la Marcha Peronista —"para que reine en el
pueblo el amor y la igualdad"— y con volantes que pretendían demostrar la
ligazón entre la liberación nacional y la liberación sexual. El grupo gay fue ata­
cado por peronistas de "derecha", pero defendido por otros "de izquierda".
A ello siguió la participación, el 2 0 /6 /7 3 , en la movilización de bienvenida al
General Perón, que terminó en el episodio conocido como "la masacre de
Ezeiza".
Estas intervenciones le valieron al FLH cierta publicidad; una revista sensa-
cionalista —A sí— publicó en primera página un reportaje al grupo. A conse­
cuencia de.él, el ala fascista del peronismo empapeló la ciudad con carteles con­
tra "el ERP, los homosexuales y los drogadictos". Simultáneamente, se reanu­
daban las razzias contra bares gays; y militantes gays eran detenidos y golpeados
por la policía, llegándose a allanar el domicilio de uno de ellos.
En un reportaje público, la Juventud Peronista negó la participación gay en
sus filas. En un acto, militantes montoneros lanzaron la consigna: No somos
putos,no somos faloperos (drogadictos). Sobrevino, abruptamente, la ruptura.
Cabe destacar que, en el corto romance con la izquierda peronista, el FLH no
logró, ni una sola vez, entrevistarse oficialmente con la dirección de la JP.
Desencantado del peronismo, el FLH intentó volcarse a la izquierda. Parti­
cipó —bajo un cartel con sus siglas— en las movilizaciones de repudio al golpe
de Pinochet en Chile (setiembre de 1973). Sucedió allí un fenómeno curioso:
las agrupaciones izquierdistas se corrían de lugar en la columna para no quedar
cerca de los gays; finalmente, algunos trotzkystas y anarquistas aceptaron la

275
contigüidad.
En esa época, el FLH pudo arengar desde los micrófonos de una boite gay;
pero de allí fue expulsado, hacia octubre de 1973, bajo la acusación de "comu­
nista". Poco después esa boite —Monalí, de Lanús— era baleada por comandos
derechistas, agredidos los concurrentes, y finalmente clausurada.
Durante el primer semestre de 1973, el Frente hizo circular, entre algunas
instituciones (Asociación de Psicólogos, Federación de Psiquiatras, Asociación
de Abogados) un documento postulando el fin de la represión policial a los ho­
mosexuales,- a fin de procurar su aval para una presentación ante el nuevo go­
bierno. Pero el rápido proceso de derechización frustró tales proyectos. A fines
de 1973, las esperanzas del FLH —y de los gays por él representados— de obte­
ner un inmediato cese de la represión policial antigay, se hallaban definitiva­
mente desvanecidas. Asestando duros golpes a las ilusiones liberacionistas, la
policía no cambió un ápice su actitud tradicional y siguió organizando razzias.
En concomitancia con tales sucesos —que demostraban la incorrección de
las expectativas que los ideólogos del FLH habían depositado en el peronis­
mo— la expectante indiferencia de la gran mayoría de la comunidad homose­
xual porteña hacia los planteos liberacionistas, fue convirtiéndose, paulatina
mente, en abierta hostilidad.

La Revista Somos

A fines de 1973, el FLH consideró llegado el momento de prestar un poco


más de atención a la comunidad homosexual, descuidada entre tanto activismo
político, y decidió la edición de la revista Somos.
Con anterioridad (junio 1973) se había editado el único número del perió­
dico "Homosexuales"; pero la inclusión en él de un artículo titulado "Machís­
imo y Opresión Sexual", en el que, tras un muy interesante análisis, se afirmaba
que el afeminamiento gay era la contracara del machismo, motivó que buena
parte de los militantes se negaran a distribuirlo. La discusión sobre la "marica"
y el travestismo —expresión revolucionaria y pro-feminista para algunos, rea­
firmación de la opresión para otros— consumió buena parte de las energías
intelectuales del movimiento.
En diciembre de 1973, Perón —presidente por tercera vez— lanza una
"Campaña de Moralidad", a la que el FLH responde con un volante titulado
"La T ía Margarita impone la moda Cary Grant" —en alusión a Margaride, en­
tonces Jefe de Policía—, que despertó cierto eco positivo entre gays y rockeros.
Para la misma época, sale por primera vez la Revista Somos, que habría de edi­
tar ocho números, hasta enero de 1976.
Somos llegó a tener un tiraje máximo de quinientos ejemplares, que se dis­
tribuían mano a mano. Estaba pobremente impreso —por fotoduplicación— y
pretendía ser un instrumento de trabajo concientizador. Incluía trabajos teóri­
cos, informaciones, literatura, etc. Siempre se editó clandestinamente. En algu­
nos números se puso una dirección de un movimiento yanky. Es quizás más
válida como testimonio que como material en sí; su último número termina sien­
do una antología de documentos, prácticamente incomprensibles para quien ca­
reciera de una formación teórica político-sexual gay. Una de sus iniciativas más

276
brillantes - l a publicación de los términos con que se alude al coito en la Argen­
tina (más de cien)— fue recibida escandalizadamente por los lectores.

Fem inism o y Política Sexual

Desde el comienzo, el FLH se preocupó por entablar cordiales relaciones


con los dos grupos feministas existentes; Unión Feminista Argentina y Movi­
miento de Liberación Femenina (separados por cuestiones personales y meto­
dológicas antes que ideológicas)... y lo logró.
Ya en 1972 la participación en un debate sobre sexualidad, organizado por
la revista 2001, habi'a resultado en la formación del Grupo Política Sexual, una
especie de usina ideológica del liberacionismo sexual, que se enriquecería, a par­
tir de 1974, con la .participación de feministas y varones heterosexuales "con-
cientizados". El GPS se prolongó hasta enero de 1 9 /6 , dando lugar a fructí­
feras discusiones semanales; también se dictan conferencias sobre sexualidad
y se constituye una Comisión contra la Prohibición de los Anticonceptivos
—donde intervienen también feministas socialistas—. Se produjo un documento,
titulado "La Opresión Sexual en la Argentina". En ocasión de la expulsión de
homosexuales de un colegio protestante tercermundista, se entrevistó al direc­
tor del establecimiento, solicitándole la revisión de la medida.;
Paralelamente, el FLH edita un documento'—Sexo y Liberación—, especie
de compendio teórico-ideológico del liberacionismo gay argentino. A partir de
categorías marxianas, se analizaba el papel de la opresión sexual en el mante­
nimiento de la explotación, y terminaba definiendo al FLH como "un movimien­
to anticapitalista, antiimperialista y antiautoritario, cuya contribución pretende
ser el rescate para la liberación de una de las áreas a través de la cual se posibi­
lita y sostiene la dominación de la mujer y del hombre por el hombre, en el
convencimiento de que ninguna revolución es completa, y por lo tanto, exitosa,
si no subvierte la estructura ideológica íntimamente internalizada por los miem­
bros de la Sociedad de dominación".

Represión y disolución

La tolerancia del gobierno hacia el accionar de los grupos parapoliciales de


derecha se acentúa tras la muerte de Juan Perón y la asunción del mando por su
esposa Isabel, rodeada de un entorno fascista. A mediados de 1975, el semanario
fascista "El Caudillo" —ligado al elenco gobernante— llama a acabar con los
homosexuales y propone lincharlos, haciendo abierta referencia al FLH . En esos
momentos, buena parte de los militantes y simpatizantes se alejan, proponiendo
la disolución; empieza a cundir el terror.
A mediados de 1975, el F. se halla reducido a no más de 30 integrantes,
que optan por la radicalización antes que por la moderación. Se crea un grupo
de estudio sobre psicoanálisis y lo que restaba del movimiento deviene un gru-
púsculo meramente teórico.
En derredor, la represión policial se intensificaba; ya había sido declarado
el Estado de Sitio, en el marco del enfrentamiento entre el Ejército argentino y

277
la guerrilla. Con relativo eco, el FLH multiplica los llamamientos internaciona­
les, ante diversos movimientos a los que había tenido la precaución de ligarse
—en especial los más radicalizados, tales como el F U O R I italiano—, esparcien­
do las nuevas sobre la represión en Argentina y Chile.
Finalmente, en momentos en que se preparaba una acción en repudio a las
declaraciones del Papa Paulo V I contra la homosexualidad, un allanamiento poli­
cial asesta un severo revés al movimiento.
Producido el golpe militar de marzo de 1976, los últimos miembros del
FLH , desgarrados por disputas en torno a la responsabilidad individual respecto
de la represión, consideran que carecen de toda posibilidad de seguir funcionan­
do, y deciden, en junio de 1976, disolverse.
Algunos militantes huyen a España y organizan un FLH argentino en el
exilio, carente empero de toda representatividad, puesto que el movimiento
había previamente optado por la disolución.
La dictadura militar de Videla desata una persecución sistemática contra
los homosexuales, que, además de imposibilitar toda forma de organización,
obliga a destinar todas las energías a la supervivencia individual.

Epílogo

En cuanto a sus resultados concretos, la experiencia del FLH argentino cons­


tituye, a todas luces, un fracaso. No consiguió imponer una sola de sus consig­
nas, ni interesar a ningún sector trascendente en la problemática de la represión
sexual, ni —tampoco— concientizar a la comunidad gay argentina.
Para quienes han intervenido consecuentemente en él constituye, empero,
una experiencia indeleble; y demostró, en última instancia, que un alto grado
de concientización es posible atín en el contexto de una sociedad tan altamente
represiva como la Argentina.
A la distancia, la tendencia del FLH a la hiperpolitización puede leerse co­
mo una postura delirante; cabría analizar, empero, si una sociedad que es capaz
de pergeñar dictaduras tan monstruosas no hace que, necesariamente, cualquier
planteo mínimamente humanista —como el reclamo de una mayor libertad
sexual— tienda a convertirse en un cuestionamiento radical de las estructuras
socioculturales en su conjunto.

N. P.

LA N U E V A G E N E R A C IO N

Habrían de transcurrir casi ocho años para que los homosexuales volviesen
a organizarse. En diciembre de 1972, luego de una violenta manifestación con­
vocada por la Multipartidaria ( * ) frente a la Casa Rosada, repudiendo al ya de-

Nucleam iento co nstitu ido po r cinco de los principales partidos poli'ticos de la A rgen­
tina. (N . del A .)

278
bilitado gobierno de facto luego de su catastrófica derrota militar en las islas
Malvinas, un reducido número de gente crea un primer grupo, que luego se
reproduciría hasta constituir ocho en la Capital Federal, interrelacionados entre
sí a través de una Coordinadora de Grupos Gay. Los nuevos militantes son
gente joven, en su mayoría sin relación con el F L H A . A los pocos meses una
crisis interna fractura la Coordinadora, retirándose algunos grupos. Los que se
mantuvieron en ella deciden disolverla y constituir la Comunidad Homosexual
Argentina (C H A ), integrada en un principio por los grupos Pluralista, Oscar
Wilde, 10 de setiembre (que más tarde se denominará Grupo de Acción Gay) y
Venezuela, juntamente a los nuevos grupos Dignidad y Contacto. Poco después
se sumarían los grupos Nosotros, Grupo Federativo Gay (que ha había partici­
pado en la Coordinadora), Camino Libre y Liberación. El 17 de abril de 1984 se
proclama el acta fundacional de la CHA, se constituye el Consejo de Represen­
tantes integrado por un delegado de cada grupo al que se le adjudica voz y voto,
se planifica la política y la estructura de la organización, se eligen autoridades y
se crean las Comisiones de Trabajo, también representadas en el Consejo con un
delegado con voz pero sin voto.
Los postulados de la flamante organización son menos radicalizados que an­
taño, en coincidencia con un clima de exigencias reformistas de la población en
general,al mismo tiempo que se evidencia una admirable capacidad operacional.
A los pocos meses, la agrupación logra la categoría de Asociación Civil, convir­
tiéndose este hecho en el primer antecedente de la legalización de una organiza­
ción homosexual en Argentina y uno de los primeros en Sud América, prosi­
guiéndose con la tramitación para la obtención de la Personería Jurídica; se lo­
gran interesantes contactos con personalidades y organizaciones políticas y de
derechos humanos; se mantiene una fluida comunicación con movimientos guey
del exterior; se establece contacto con el Movimiento de Liberación Homosexual
(agrupación independiente de la ciudad de Rosario, creado en setiembre de
1984); se contrata el servicio de un abogado para los casos de homosexuales de­
tenidos a causa de su homosexualidad; se difunde la presencia de la Asociación
a través de distintos medios de comunicación (solicitadas publicadas en el diario
Clarín y la revista Humor, reportajes en publicaciones y programas radiales, co­
municados de prensa). En abril de 1984, el Grupo Federativo Gay saca un bole­
tín del tipo "underground". Postdata, que habría de constituirse en el primer
órgano guey de esta ''segunda generación" de militantes homosexuales; más
tarde, en setiembre de ese mismo año, hace lo propio el Grupo de Acción Gay
con su publicación titulada Sodoma. Finalmente, en noviembre, aparece el
boletín oficial de la CHA, resultado del esfuerzo de todos los grupos. A fines de
setiembre, la Comunidad Homosexual Argentina hace su primera aparición pú­
blica en la concentración convocada por algunas organizaciones de derechos
humanos con motivo de la entrega del informe de la Comisión Nacional sobre
la Desaparición de Personas, presidida por el escritor Ernesto Sábato, al presiden­
te de la República; tal vez sea interesante señalar que la representación, consti­
tuida por unas escasas sesenta personas, fue aplaudida por la concurrencia y ni
un so(o incidente empañó aquella histórica circunstancia. En enero de 1985, la
CHA cuenta con una sede, pequeña oficina en el centro de la ciudad de Buenos
Aires. Paralelamente a este crecimiento operacional se producen las deserciones
de los grupos Nosotros y G.A.G. por diferencias ideológicas y de metodología.

279
EL POR Q U E D E L M O V IM IE N T O

El Frente de Liberación Homosexual reconoció como antecedentes a las


organizaciones análogas de los Estados Unidos y Europa. La fuente de inspira­
ción doctrinaria se integró a la de los movimientos de liberación nacional y
social que funcionaron en Argentina. En un articulo, la revista Afuera expre-
sq: "La primera tarea del Frente es concluir con el silencio y la mentira en
relación a la homosexualidad, y la ruptura de la marginalidad en que tenemos
que vivir, y que- comporta tanto la marginación a que nos condena la sociedad
como la automarginación que nos impone la censura interna, como la distan­
cia, la incomunicación y el desprecio con que se nos trata normalmente, desde
el otro lado del margen, sin advertir que se está mutilando vitalmente un aspec­
to de la relación humana —entre marginados y marginantes—, que daña a am­
bos. (...) El F LH busca la difusión regular de sus principios generales y exhorta
a los homosexuales de ambos sexos a que constituyan organizaciones celulares
en las cuales se discutan y difundan los principios del Movimiento. Hay que
esclarecer el derecho que el homosexua1 tiene de serlo, y, sobre esta premisa,
iniciar la ruptura del margen y el diálogo con el sector de los marginantes. La
liberación del homosexual es parte de la revolución sexual que deberá vivirse
a la vez que la revolución social a que se ha abocado el mundo contemporáneo.
Este es el aporte fundamental que, a nivel de conciencias, pretende dar el Fren­
te al proceso actual de nuestra sociedad."
En la especie humana, esencialmente solidaria, la libertad de todos es la
única vía auténtica para la libertad de cada cual.
En una carta abierta a todos los homosexuales, aparecida en un periódico
de nuestra organización se revelaron nuestros propósitos diciendo: Constitui­
mos el Frente de Liberación Homosexual porque necesitábamos: —Contar
con nuestra propia organización para defendernos de un sistema social, cul­
tural, económico, que nos oprime y desprecia; acumular fuerzas, sistemati­
zarlas, haciendo de ellas un hecho histórico y político, para lograr la liqui­
dación de nuestra persecución, tanto en las costumbres como cuando toman
formas estatales, como el caso de los edictos policiales anti homosexuales;
coordinar esfuerzos, conocimientos, relaciones, investigaciones, recursos; ayu­
dar a los homosexuales presos y demás sancionados; descubrir los motivos
reales de nuestra persecución y manejar la argumentación de los enemigos;
conocernos, apreciarnos, terminando con la antihomosexualidad que el sis­
tema explotador y antisexual infiltró entre y en nosotros; demostrar que somos
apreciables y que podemos estar francamente orgullosos de ser homosexua­
les; luchar por una sociedad fraternal, un país liberado, un mundo de paz, no
a pesar de nuestra homosexualidad sino a partir de ella; desarrollar nuestra capa­
cidad humana de amar, de creación, elaborando nuestra propia ideología; ser
nosotros mismos, sin disimulaciones, mutilaciones, falsedades, reunimos, char­
lar fraternalmente sobre nuestras experiencias y problemas, como una tarea
de ayuda mutua y esclarecimiento; construir un movimiento, un instrumento,
capaz de servirle a todo homosexual que considere que la revolución sexual es
presupuesto fundamental en su vida; defender el derecho a la plenitud, a la
diversidad; no estar más solos porque ya no nos sentimos solos; expresar que
no somos como el opresor dice que somos, nos sentimos de otra manera; des­

280
truir el tabú antihomosexual pues es causa de enfermedad y opresión ejer­
cer sin limitaciones un derecho, el de ser homosexuales
Para el cumplimiento de tales pautas se elaboró un patrón de conducta
donde se aclaró que nuestra reivindicación en cuanto a la derogación de la le­
gislación antihomosexual pasa por ei desmanteiamiento del aparato repre­
sivo; al considerarse que todos los oprimidos son aliados en la lucha por la
liberación se concordó desarrollar discusiones y acciones conjuntas con las
organizaciones feministas y otros movimientos; se determinó también man­
tener estrechas relaciones con los movimientos homosexuales de otros países
para emprender actividades a escala internacional; ei FLH se catalogó como
movimiento autónomo, manteniendo su independencia orgánica y sus obje
tivos específicos; la constitución sería una federación de grupos celulares, re­
chazando todo tipo de sectarismo, burocracia y liderazgo, donde todos y cada
uno dirigiese el movimiento, unificándose el trabajo a través de coordinadoras
de grupos; se permitiría la participación de heterosexuales que considerasen
que la libertad sexual es un presupuesto básico en la lucha por la dignidad hu­
mana; el boletín del F LH sería un instrumento de difusión y polémica que
reflejase todas las posiciones convergentes. En una reunión se votó a mano le­
vantada el nombre de dicho órgano (Somos) entre varios propuestos. Este fue
el modo de buscar unificar sobre una base firme a todos aquellos militantes
en la liquidación del tabú antihomosexual. La unidad de acción se manifes­
taría así concretamente y como resultado de una política. El símbolo del movi­
miento sería un triángulo isósceles invertido de color rosa, en homenaje a los
homosexuales masacrados en los campos de concentración nazis, a quienes se
los individualizaba con ese distintivo sujeto a una manga de la camisa.
Nuestra primera exposición en público fue durante la jornada popular del
25 de mayo de 1973, con motivo de la asunción a la presidencia de H. J. Cám-
pora, con un pequeño grupo que portaba un cartel con las siglas de la orga­
nización, y poco más tarde, el 2 0 de junio de ese mismo año, en el que tuvimos
que compartir no ya la efusividad y la alegría —como la vez anterior— sino el
dolor por los que caían baleados por las armas de los francotiradores que dispa­
raban a la multitud. La actitud de la gente para con nosotros fue cálida, amable,
interrogadora y —en algunos casos— hasta admirativa. Algunos —tímidos— nos
miraban de lejos, otros se animaban a acercarse y preguntarnos por qué está­
bamos allí, qué era lo que queríamos, por cuáles principios luchábamos, a los
que respondimos con la mayor serenidad posible; al poco tiempo éramos una
agrupación más entre todas las a llí presentes. Para esa ocasión repartimos un
volante con unas palabras de Evita escritas como para nosotros: "Para los que
resisten la evidencia de un proceso o calumnian loque no comprenden o prefie­
ren callar... son los que no recorren sino caminos conocidos; los inventores de
la palabra prudencia; los que nunca quieren comprometerse; los cobardes, que
nunca se juegan por ninguna causa ni por nadie; los que no aman porque para
ellos el amor es una exageración y una ridiculez..."

U N A F O R M A DE M IL IT A N C IA

El día lunes del 27 de mayo de 1974, en la sala de Conferencias del cuar­

281
to piso del Centro Cultural General San Martín, se realizó una confefencia
acerca del tema "Homosexualidad como resultado de una educación sexual
inadecuada". A llí, entre numeroso público, en su mayoría adulto, el confe­
rencista desarrolló el tema con el estilo típico de aquellos atildados señores
que pretenden advertir a padres y solteros, acerca de las terribles consecuen­
cias que la práctica homosexual apareja a quienes, como producto de una ina­
decuada educación por parte de sus padres, viven condenados a una vida de ho­
rror, angustia, neurosis, odio, frustración. Advertía en términos autoritarios,
y casi teatrales, la carga de culpabilidad que correspondía, en especial, a aque­
llas madres autoritarias, dominantes, y a aquellos padres sumisos, pasivos, que
no cumplían con los roles que la psicología tradicional considera necesarios
para que el homosexual no exista... El esquema del conferencista, que no re­
sistía el mínimo análisis científico desde el punto de vista de la psiquiatría y
el psicoanálisis avanzados, pasaba por encima además de la historia sexual de
la humanidad. La conferencia terminaba aparentemente en un llamado a los
asistentes de la misma, para que "reconozcamos cuánta culpa hay en nosotros
y en la sociedad" de que los homosexuales vivan desgraciadamente y sin po­
der "superar el problema".
Pero de repente el público fue el encargado de producir la verdadera con­
ferencia, ya que se suscitó un diálogo que dio por tierra con los esquemas y
abrió paso a una inusitada contraconferencia. La intervención de un compa­
ñero del FLH inició una esclarecedora polémica.
Frente al planteo del conferencista, que aducía el carácter enfermo de la
homosexualidad, el compañero A. expuso el caso de los test de Borchach rea­
lizados en Londres a 10 homosexuales y a 10 heterosexuales; los test (mencio­
nados ya en el capítulo 8 ), mezclados anónimamente, fueron presentados ante
un conjunto de pedagogos y psicoanalistas ingleses, quienes no pudieron des­
cubrir a partir de ellos ninguna diferencia que posibilitara calificar como homo
o heterosexual a ninguno de los entrevistados.A la ignorancia del conferenciante
sobre el hecho, sobrevino la pregunta acerca de "sobre qué bases científicas
se apoyaba el expositor para sostener semejante análisis sobre ia homosexua­
lidad, y qué respuestas daba al hecho histórico de que en la Grecia .clásica la
homosexualidad masculina era incluso promovida a nivel oficial". El confe­
renciante reconoció basarse en experiencias —científicamente inválidas puesto
que parte de aquellos individuos que viven con culpa y vergüenza su condición
de homosexuales, lo que los impulsa a querer "curarse"—, y que el caso de
Grecia no se ha repetido en el presente... Entonces —gran revuelo— otro m ili­
tante del FLH se presentó ante el público como homosexual, actitud que pro­
vocó el aplauso del público. El compañero F. señaló la contradicción del dis­
curso del conferenciante: a) por un lado, éste sostenía que el homosexual es
producto de una madre autoritaria y un padre no machista, ninguna de las
condiciones señaladas fue cumplida en la Grecia clásica; b) que el caso griego
se daba como producto de una sociedad totalmente clasista donde la acepción
de la homosexualidad corría paralela con la esclavitud de la mujer; c) pn rea­
lidad, la homosexualidad es una constante en diferentes épocas, sociedades y
estructuras familiares, y la represión a ella, una variante ligada a las relaciones
de fuerza y poder de aquellas diferentes sociedades.
A esta altura de la conferencia, alguien del público planteó que los confe-

282
rendantes eran varios. El disertador perdió la manija al extremo de agredir al
compañero A., ya que éste le insistía que como psicólogo responsable diera
más rigor científico a un análisis que resultaba harto artificial. Al mismo tiempo,
diferentes compañeros y compañeras del FLH charlaban con el público escla­
reciendo que el problema básico no es la homosexualidad en sí, sino su perse­
cución y depreciación por la moral del sistema que provoca conductas enfer­
mizas en la población.
El balance de la conferencia fue positivo. Los compañeros del Frente ganaron
una batalla. En los pasillos y halls del Centro se prosiguió charlando con el pú­
blico a un nivel ideológico y humano que demuestra cuánta ignorancia y nece­
sidad de saber hay sobre el tema.
Aunque el conferencista golpeara el escritorio llamado al público a un com­
prensivo mea culpa, se olvidaba que él mismo estaba haciéndole el juego al
principal causante de nuestras "neuróticas personalidades": la represión coti­
diana, que en nombre de una moral siniestra, sólo apunta al manipuleo sexo-
político de amplios sectores de la población (.*) (92).

O TR O S PAISES

Portugal. El Movimiento Homosexual Lusitano fue visto por primera vez


el 1ro. de Mayo en Oporto. Un cartel demandando libertad para los homosexua­
les fue llevado en la manifestación en esa ciudad, que es la segunda del país. El
Movimiento Homosexual de Acción Revolucionaria, que dijo tener 1.000 miem­
bros, publicó una declaración diciendo que los homosexuales han sido las víc­
timas "de la represión jurídica y social más autoritaria", demandando así mismo
libertad para vivir como homosexuales. La declaración exigió la abolición de un
artículo del Código Penal que reprime "vicios contra natura" y pide la libertad
de practicar la homosexualidad "mientras no sea el resultado de violencia".
También se pidió educación sexual en las escuelas( que no discrimine contra los
homosexuales.
El grupo dijo que en aquel momento —donde todo parecía posible— hubo un
movimiento antirrepresivo paralelo al movimiento político antirrepresivo. Lla­
mó a la homosexualidad la "fuerza más destructiva existente contra la mora­
lidad burguesa pues se disocia de la familia", a la que Carlos Marx consideraba
"la base institucional del capitalismo". La declaración termina así: iViva la
homosexualidad! ¡Viva la Revolución!
El diario La Opinión, de la Argentina, en su edición del 30 de junio del 74,
reproduce una carta de un ciudadano portugués a la Junta de Salvación Nacio­
nal: ..."Esto, que significa transcribir, en los periódicos que están al alcance de
cualquier niño, los comunicados de prostitutas y homosexuales, es una demos­
tración de la inmoralidad sin precedentes en cualquier país donde la familia y la
moral siguen existiendo como valores".
Elemental Watson.

( * ) Aclaramos que el conferenciante era el Dr. Jorge A lb e rto Vacante.

283
Italia. El FUO RI (Frente Unitario Omossesuale Rivoluzionario Italiano) es
uno de los movimientos más radicalizados y probablemente el más poderoso del
mundo. Es un movimiento federado al Partido Radical Italiano, el que cuenta
con una interesante revista política e ideológica. Los 200 locales radicales de Ita­
lia son también sus sedes.
A fines del 75, en Florencia, el Partido Radical realizó un Congreso al que
asistió un delegado nuestro, leyendo un discurso en nombre del FLH A. A este
Congreso iba a concurrir Pasolini (su discurso fue leído pues lo había dejado es­
crito). Nuestro delegado también participó, en nombre del movimiento liberacio-
nista de la Argentina, en una marcha que se hizo en Nápoles convocada por el
FUO RI y otras organizaciones.
El F U O R I, en su primer congreso, reunido en una plaza pública en Roma,
contó con la concurrencia de'200 delegados de toda Italia y numerosos represen­
tantes de otros movimientos europeos. A pesar de ser un movimiento absoluta­
mente autónomo, el Partido Radical se ha convertido poco menos que en su por­
tavoz político, partido Iiberacionista que ha tomado para sí la causa de los ho­
mosexuales y las mujeres, entre otros, centralizando su dinámica en la liberación
sexual. Suena extraño que esto pueda suceder en un país tan machista como
Italia, pero por el hecho de ser un país industrializado ha adquirido ciertas parti­
cularidades inusuales, como —también— el avasallador avance de la izquierda jun­
to a un retroceso de la ya moribunda derecha expresada en los monárquicos y los
neofascistas.

Alemania. "El Parlamento Alemán introdujo una serie de reformas legislati­


vas que permitirían a los alemanes disfrutar de la pornografía, el cambio de
esposas y la actividad sexual en grupo, pero inmediatamente surgió la enérgica
reprobación de los conservadores. El Bundesrat, Cámara Alta, cambió su oposi­
ción previa y aprobó finalmente el proyecto de ley del régimen socialista liberal
del Canciller Willy Brandt por 28 votos contra 13 derrotando así un esfuerzo de
3 años conducido por los conservadores de la oposición para impedir la libera­
ción de leyes sobre el sexo que datan del siglo pasado. La nueva ley permite
la venta limitada de pornografía, reduce la edad límite permitida para actos ho­
mosexuales entre alemanes que lo consientan de 2 1 a 18 años, y elimina la prohi­
bición de actividades como cambio de esposas" (El Mundo: 10-11-73).

Francia. Francia goza también de un lugar de privilegio en el concenso euro­


peo —y, por supuesto, mundial—. En los primeros días de noviembre de 1973, se
celebró un coloquio internacional de homosexuales al que asistieron 350 delega­
do franceses, además de otros que arribaron, provenientes de similares organiza­
ciones europeas. Una de las exposiciones fue reproducida en un artículo de Le
Monde del 3 de noviembre del 73, fragmentos del cual creemos importante trans­
cribir: "En el curso de la primera jornada, el 1o de noviembre, del coloquio orga­
nizado en París por la revista Arcadle sobre el tema 'El homosexual a cara des­
cubierta', Jean Louis Bory, escritor, profesor, periodista, contó la siguiente his­
toria. En la noche del 28 al 29 de julio de este año, un joven francés, de aproxi­
madamente 20 años, se suicidó en una capital extranjera. Patrik, hijo de un pelu­
quero artesano de provincia, había dejado precipitadamente su país unos días

284
¿tutes. Su hermano mayor, casado desde hacía un año, acababa de anunciarle que
su mujer esperaba un hijo y que pronto sería padre. El mayor, que reprochaba
a menudo a su hermano menor el ser homosexual, había agregado: 'Oh, vos no
tenés peligro de tener un hijo'. El joven Patrik, desesperado una vez más por sen­
tirse arrojado del mundo de los seres 'normales', elegía, unos días más tarde, la
respuesta más extrema a la agresión que su hermano había creído inocente.
En una carta a sus padres, pedía que su cuerpo no fuera repatriado, y lo do­
naba al hospital de la ciudad donde había muerto.
'Yo deseo -d ijo J.L. Bory concluyendo este relato que le había hecho la
madre de Patrik— que la sombra de este muchacho flote sobre nuestros deba­
tes. Los problemas planteados por la homosexualidad no son teóricos'.
El caso de Patrik ilustra de manera excepcionalmente dramática la clase de
homosexuales que, según lo formula J. L. Bory, no han podido 'reconocerse y
aceptarse' ni 'hacerse reconocer y hacerse aceptar' por su familia o las personas
con las que trabajan. El tema elegido para este coloquio de tres días puede hacer
sonreír a aquellos que, precisamente, ignoren que muy cerca de ellos, a menudo,
viven homosexuales que se constriñen a llevar una máscara, homosexuales que se
avergüenzan de serlo y que fingiendo una 'normalidad' a menudo hacen ostenta­
ción de un gran desprecio... por los homosexuales.
Este escritor precisamente, ha decidido desde hace algunos años, vivir sin
máscara. A riesgo del escándalo, él va repitiendo por todas partes como lo ha he­
cho a Arcadie: 'Sí, yo soy homosexual, eso no me avergüenza, y hasta soy feliz'.
¿Exhibicionismo? No, J. L. Bory tiene conciencia de ser un 'privilegiado', y quie­
re hablar en nombre de aquellos que rio han podido hacerlo porque no tuvieron
como él 'una familia inteligente', 'profesores que me han dicho que yo no era un
monstruo', un lugar reconocido 'en el sector parisino de la intel!igentsia de iz­
quierda donde la moral es bastante permisiva' y esta 'notoriedad protectora' que
hace que se perdone a los artistas aquello que se prohíbe a los niños."Pero—dijo
además J. L. Bory— los homosexuales que son albañiles, obreros, agricultores,
empleados, ¿quién los protege? ¿Quién los ayudará a salir del 'refugio de la men­
tira'? Esperando que ellos puedan hacerlo por sí mismos, es preciso que aquellos
a los que la homosexualidad casi no les perturbe el orden de las cosas, presten
su voz".
Antes de celebrarse las elecciones legislativas francesas de 1973 para renovar
la Asamblea Nacional, la revista Arcadie envió a la totalidad de los candidatos a
diputados, así como a los jefes de los diversos partidos políticos —que participa­
ban en la lucha electoral— sin discriminación política de ninguna clase, desde la
extrema derecha hasta la extrema izquierda, una carta exponiendo el problema
de los homófilos franceses y solicitando a los futuros diputados su apoyo para la
aprobación de un proyecto de ley que aboliese tres textos inadmisibles: mayoría
de edad a los 21 años para los actos homófilos; enmienda Mirguet (1960), decla­
rando a la homofilia peligro social; y ordenanza consiguiente doblegando las
penas establecidas en el Código Penal, para las ofensas públicas al pudor, cometi­
das entre personas de un mismo sexo.
Fueron en total unas 3.000 las que firm ó y envió personalmente el director
de Arcadie a los candidatos y jefes de partido, llegando a mandar ocho cartas su­
cesivas a Marchais, Mitterand y Peyrefitte, cabezas visibles de lo s partidos comu­
nista, socialista y gaullista, sin que ninguno de los tres respondiese. De entre los

285
candidatos contestaron algunos, siendo los más numerosos los del Partido Refor­
mador. Se recibieron cuatro cartas del partido socialista y algunas más de la ma
yoria gaullista, republicanos independientes y giscardianos. También se reci­
bieron unas pocas totalmente contrarias a los homófilos. Tanto la Liga Comunis­
ta (trotskista), dirigida por Alain Krivne, el Partido Socialista Unificado, de Mi-
chel Rocardo, y el Partido Radical o Reformador, encabezado por J.J. Servan-
Schreiber, contestaron de un modo absolutamente favorable a la demanda de
Arcadie.
Aunque la opinión pública francesa está cambiando lentamente su parecer
respecto a la homosexualidad, la postura generalizada es la de observarla con
complacencia y hasta con generosidad en los grandes intelectuales, de la talla de
Gide, Proust, Genét -c o m o una justificación inevitable que promueve la integri­
dad de sus genios— y censurarla gravemente en el homosexual corriente.
La actitud de todo movimiento homofílico debe estar orientada hacia el
reconocimiento de la homosexualidad, no de los homosexuales, ya que con ello
se logra únicamente una aceptación sectaria e impide la posibilidad del autocues-
tionamiento.

D in a m a rc a . Forbundet a f 1948, conocida también como "Liga Nacional de


los Homosexuales de Dinamarca” , es la organización más antigua de ese pai's y su
fundación data de 1948. Es una organización reconocida y registrada legalmen­
te, que cuenta en la actualidad con unos 3.000 miembros repartidos por todo
el pai's. Posee una clínica consultiva para homosexuales en la cual están agrega­
dos un psiquiatra, un asistente social y varios sacerdotes y abogados. Publica
mensulamente una revista {Pan) y posee locales en Copenhague y otras tres
ciudades, en las cuales se celebran reuniones semanales. En la oficina principal de
la asociación, radicada en la capital, llamada Pan Club, existe un restaurante y
dancing, que están abiertos a los turistas que se hallan de paso por la capital.
Cabe señalar también que dicha asociación posee un grupo activista que
realiza reuniones y manifestaciones públicas en el mayor parque de Copenhague.
Existen en Dinamarca dos organizaciones establecidas por Forbundet a f
1948, sin empero menoscabarse mutuamente: Bossernes Befrielsesfront y
Krinder Krinder, que traducidos significan Frente de Liberación Homosexual y
Mujeres Mujeres.
El primero se creó en 1972 a raíz del m itin público organizado por F or­
bundet a f 1948 y se caracteriza por su ideología política definida, al contrario de
la otra organización. El Frente ha conectado su lucha por la liberación homo­
sexual con la lucha sostenida por todas las minorías oprimidas y la lucha de
clases en general, y su objetivo es la destrucción del orden social existente. En
su corta existencia el Frente cuenta ya en su haber varios actos públicos, muchos
de ellos provocativos. En Copenhague, el Frente se reúne semanalmente en los
locales de su organización y sus mítines están abiertos a todo el mundo.
El grupo Krinder Krinder está compuesto por lesbianas y, hasta la fecha, se
limitan a publicar una revista del mismo nombre, bimensual. Sus componentes se
separaron del Forbundet por considerar que aquella asociación está masculina­
mente orientada. Krinder está muy unida a otra organización danesa, Medias Ro­
jas, promotora del movimiento danés para la liberación de la mujer.

286
También existen movimientos homosexuales en los demás países escandina­
vos, pero todos ellos,así comolosdeHolanda y Alemania Federal, se caracterizan
por no hacer planteos de profundo cuestionamiento a la actual cultura que opri­
me a los homosexuales.
Hasta no hace mucho, en Finlandia, existía una legislación sexual muy
represiva, pero el Parlamento aprobó un nuevo Código Penal en el que se legali­
zan las actividades homosexuales realizadas con pleno consentimiento entre ma­
yores de 18 años y en privado.

España. España es un país donde la reactivación política y social se viene


dando a través de un proceso tan cercano como intenso. Entre las distintas mani­
festaciones de ese despertar figuró la creación, durante la década pasada, del Mo­
vimiento Homofílico Español. La organización tuvo su sede en Barcelona y el
número de la revista Aghois —órgano del movimiento— redujo la circunstancia
por la que atravesaba el homosexual español de esta manera: "Con motivo de la
apertura del año judicial, el Fiscal del Tribunal Supremo, Sr. Herrero Tejedor, di­
jo lo siguiente: 'El homosexualismo es una manifestación de conductas delictivas
o peligrosas que están adquiriendo importancia por su aumento. Se destacan las
campañas frecuentes para justificar tal fenómeno, no sólo desde el punto de vista
médico —lo que es cierto en muchos casos— sino desde el punto de vista moral
social, lo que se inserta en la peligrosa línea de erosión constante de costumbres
y valores que nuestra sociedad está experimentando' (...) La l^ey de Peligrosidad
Social, la existencia y funcionamiento del Centro de Reeducación de Homose­
xuales varones en Huelva —donde, según se nos ha informado, se somete obliga­
toriamente a los allí internados al electroshok y a los vomitivos—, y las actuacio­
nes policiales en distintas ciudades contra los más inocuos lugares de reunión
—los bares—, constituyen por sí solos prueba suficiente para atestiguar este 'es­
tado de guerra' entre el sistema judicial y los homófilos” .
Los puntos básicos del MHE se refirieron a la necesidad de derogar la ley
antihomosexual del 4 de agosto de 1970 y de todos aquellos artículos del
código penal, civil y militar que castigan la homosexualidad; implantación del
divorico-y supresión de la desigualdad entre los hijos "naturales" y "legítimos";
implantación de los 14 años como edad mínima para fijar el consentimiento de
las relaciones sexuales; igualdad entre hombres y mujeres; libre uso de los
anticonceptivos y aborto; lucha contra las enfermedades venéreas, etc.
Por supuesto, mucha agua ha corrido desde entonces. Desde bastante antes
de la asunción de Felipe González al poder, el movimiento homofílico español
estaba ya perfectamente organizado y estructurado en casi todas las regiones de
España, promoviendo mítines, conferencias, lugares de encuentro, publicacio­
nes, etc. Las relaciones homosexuales entre mayores y consintientes no ofrece
demasiados reparos a las autoridades, igual que la pornografía y el consumo de
marihuana. Esta explosión de Mbertad asustó a muchos españoles al principio, pe­
ro más tarde el mismo pueblo se fue encargando do atemperar y neutralizar ese
"libertinaje". Luego del primer año de apasionado y generalizado consumo de
pornografía, por ejemplo, el interés fue decreciendo al punto que dejó de llamar
la atención y para varias editoriales ya no representa un interés comercial, la ho­
mosexualidad ya no sorprende a nadie y la legislación en favor del consumo de

287
marihuana se produce cuando ya se fuma masivamente. El famoso "destape"
español ocurre paralelamente a una parcial destrucción de la moral tradicional,
enquilosada en cuarenta años de franquismo. El impresionante desmoronamien­
to de los valores de antaño demostró con una brutal evidencia la existencia de
una España subterránea que sólo aguardaba la desaparición física de su dictador
para surgir por entre las grietas de una moral en ruinas, hipócrita y corrupta, con
toda la fuerza de algo que estuvo contenido durante décadas.
Esa pasión por la libertad del pueblo español sirvió como imagen compara­
tiva en la hábil campaña de algunos partidos políticos, previa a las elecciones en
Argentina, entre ellas la del triunfante Partido Radical, que constantemente ha­
cía incapié en el atractivo estilo de vida español. Hasta el momento, el "destape"
argentino se ha reducido al desnudo de mujeres (siempre solas y en poses supues­
tamente sugestivas, pero en realidad absurdas y grotescas) que algunas autorida­
des radicales han definido como "pornografía", marcando la tibieza del intento
libertario del actual gobierno argentino, no sin antes prohibir algunas publicacio­
nes porque la vagina se veía más de lo debido o porque le hacían un "descarado"
reportaje a un homosexual. Una pequeña concentración solicitando "marihuana
libre", palabras que figuraban en una pancarta junto al obelisco, en la Plaza de
la República, produjo una salvaje e inesperada intervención policial, que en
medio de un clima de naciente democracia, reprimió indiscriminadamente a la
población, provocando el primer escándalo del flamante gobierno constitucio­
nal.

Australia. La Cámara Baja australiana aprobó, el 19 de octubre de 1983,


por 64 votos a 40, la legitimidad de las prácticas homosexuales entre adultos. El
proyecto sometido a la consideración de los legisladores incluyó, además, la res­
tricción de que la relación sexual debe ser consentida mutuamente y practicada
en privado. De este modo, según el ministro de cuestiones ecológicas, Moses Hen-
ry Cass, "los homosexuales ya no serán perseguidos ni apaleados, deporte que ú lti­
mamente se había hecho demasiado popular en todo el país". Cabe señalar que
ninguno de los partidos tradicionales en la vida política de Australia abogó a fa­
vor o en contra de la homosexualidad, y que cada representante votó de acuer­
do a su conciencia.
Sin embargo, diez años más tarde, la policía seguía efectuando redadas en
los clubes y boliches gay de este país. Según información suministrada por una
de las principales publicaciones gay australianas, Kendall Lovett, el 6 de setiem­
bre de 1983, la comunidad gay de Sydney condujo y estacionó una Caravana
Gay frente a la casa del Primer Ministro en un suburbio no precisamente caracte­
rizado por su pobreza. Poco después, el 19 de ese mismo mes, el Coro de Libera­
ción Gay de Sydney dio un concierto y grabó un disco. En la noche del 20 se lle­
vó a'cabo una Marcha Gay con velas encendidas que recorrió parte de la ciudad.

Indonesia. Roberto Linder, en su ensayo sobre La Homosexualidad y el Es­


cenario Social Contemporáneo ( 6 6 ) habla de una organización secreta ubicada
en alguna isla de Indonesia, lugar de concentración de cierto número de homo­
sexuales que prefirieron evitar el contexto de una sociedad heterosexual y

288
crear su mundo propio. El presidente de esa pequeña comunidad sería un médico
chino -q u e posteriormente pasó a convertirse en monje budista— y de unos
quince colaboradores entre los cuales figurarían dos doctores de medicina
europeos, príncipes indonesios, un afamado escritor holandés y dos ingenieros
ingleses, entre otros. Tal entidad se denominaría Homosexual World Organiza-
tion (nombre un tanto ambicioso), creada por el año 1950 aproximadamente, y
tendría como finalidad el vertir una teoría que demostrase que la homosexuali­
dad no se trata de una enfermedad y el vivir libremente en la isla de acuerdo a
sus tendencias. La HWO estaría en constante comunicación con las organizacio­
nes homosexuales de Asia —que cuentan con siglos de existencia— tales como
la secta Budda-Shakti de Siam, High Rooms de Macao, Moon Flower Rooms de
China, Saris o f Mauna Loa de Hawaii, etc. Nosotros, hasta el momento, no
hemos recibido ninguna noticia que haya verificado su veracidad, careciendo de
datos que no hayan provenido del trabajo de Linder.
De lo que sí estamos seguros es de la existencia de la agrupación guey Lamb-
da Indonesia, fundada el I o de marzo de 1983. En sus comienzos tuvo como
objetivos servir como centro de comunicaciones y de contactos, intentar cambios
de actitudes hacia la homosexualidad, proveer consejos y establecer contactos
con movimientos guey de otros países. Su publicación. Gaya Hidup Ceria, se ven­
de en la calle, cuenta con 16 páginas editadas en el idioma local y un anexo de
una página en inglés. El nombre de la agrupación está tomado de la letra griega
"lambda" que en la Grecia antigua simbolizaba tanto la balanza como la armo­
nía; en Esparta simbolizaba la liberación, la independencia y la igualdad. Es
considerada símbolo internacional guey a partir de las manifestaciones de Stone-
wall en 1969. Agrupaciones de otros países también la han adoptado, como el
caso de Lambda Instituí de Barcelona, o el Grupo Lambda de México.

Brasil. El movimiento homosexual brasileño surgió inicialmente de un gru­


po de 12 hombres (que posteriormente se llamaría Somos, n o m b r e e s c o g id o por
la desaparecida publicación guey argentina) que se reunieron en San Pablo en
1978, después de varias tentativas de organización en 1976. Esta organización
fue el reflejo del proceso que vivió todo el país, entre 1977 y 1978, de mayor li­
bertad de organización y expresión. Poco después surgió la publicación Lampiáo
que, a comienzos de 1979 lanzó públicamente su propuesta de estimular la for­
mación de grupos en otras partes del país. Llegaron a exisitir 16 de estos grupos
distribuidos en San Pablo ( 6 ), Río (3) y uno por Porto Alegre, Brasilia, Sao Luiz,
Salvador, Bahía, Fortaleza y Recife. En mayo de 1980, un grupo de más de
20 mujeres se separan del Somos, por entender que ese grupo estaba masculina­
mente orientado, y forman el Grupo de Acción Lésbico Feminista. En abril de
ese mismo año se había realizado ya el Primer Encuentro Brasileño de Grupos
Homosexuales Organizados. El auge del movimiento guey en Brasil tuvo su
período de apogeo por esa época, luego de lo cual perdió fuerza. Hubo un hecho
fundamental que prácticamente provocó la disolución de una organización ejem­
plarmente estructurada y que aconteció en un congreso multigrupal en San
Pablo, cuando algunos sectores se embanderaron políticamente y pretendieron
que el movimiento guey en masa diese su apoyo electoral a determinadas figuras
en las elecciones del 82. Ese incidente provocó una ruptura que desarticuló en

289
forma definitiva a los grupos guey brasileños. Actualmente, sólo quedan gru­
pos pequeños como el "Outra Coisa", el ya mencionado Grupo de A<?áo L'és-
bico-Feminista, Ambos de San Pablo, el grupo AUE de Río de Janeiro y el Gru­
po Gay da Bahía; precisamente, respecto al GGB, en el último Congreso
International Qay Association (IG A ), realizado en la ciudad de Viena en julio
del 83, por unanimidad de sus componentes, se resolvió otorgar a esta agrupa­
ción brasileña la función de organizar un Secretariado Latino Americano de los
Grupos Homosexuales (SLAGH) con el objetivo de crear una red de todos los
grupos y activistas guey de Sudamérica. El GGB es el único grupo que ha obte­
nido la personería jurídica en este país. Su Boletim ha sido, por más de dos
años, uncí de las principales voces del movimiento guey brasileño. En San Pablo
se publica otro denominado O Corpo, viniendo a reemplazar el espacio dejado
por la desaparecida Lampiáo.
_ En las elecciones de 1982, Brasil tuvo 51 candidatos que abiertamente apo­
yaban los derechos de los homosexuales, 16 de los cuales fueron elegidos de
oficio. Entre los triunfadores se encontraron el nuevo gobernador de San Pablo,
Franco Montoro, el vice gobernador de Río de Janeiro, Darcy Ribiero, el sena­
dor Saturnino Braga, también de Río. y^seis miembros más de la Casa Federal
de Diputados.

México. Este país cuenta con uno de los movimientos guey mejor organi­
zados de Sudamérica. Su comienzo prácticamente coincide con los inicios del
movimiento homofílico en Argentina, a principio de la década pasada, adjuntan­
do el detajle que no fue interrumpido por ninguna dictadura militar. El 25 de
junio de 1983, se realizó la Quinta Marcha del Orgullo Homosexual por las
calles de la ciudad de México, integrada por el hasta entonces inédito número de
trece grupos guey mexicanos, entre los que estaban el Grupo Lambda, Grupo
Nueva Batalla, Grupo de Lesbianas Oikabeth, Grupo Horus, F IG H T (de Tijuana),
Lesbianas Morelenses, Grupo Fidelidad, Grupo Unificación, y otros grupos de
Guadalajara, Toluca, Puebla, Colima y Nogales. El lema de la marcha fue: "rom ­
piendo el silencio" y marcó un nuevo hito en la lucha por los derechos guey en
México ya que por primera vez participaron todos los grupos, unidos por este
acontecimiento. Sin embargo, meses más tarde, el 18 de setiembre, el local
del Grupo Lambda fue atacado por la policía. Este había sido el primer local
guey de la ciudad de México, abierto en noviembre del 82. Este hecho provocó
la inmediata respuesta de todos los grupos guey mexicanos, cuya voz llegó hasta
las autoridades.
Otros países sudamericanos que cuentan con agrupaciones guey son Vene­
zuela, Colombia y Puerto Rico, que editan las publicaciones Entendido, Ventana
gay y Pajuera respectivamente.

Sudáfrica. GASA (Gay Association South Africa) fue fundada el 1o de


abril de 1982, comenzando a funcionar con 152 miembros, producto de la unión
de las tres organizaciones fundadoras: Lambda, Unite y Amo. Un año después,
contaba con 1200 activistas. Según informaciones recibidas por el periódico Gay

290
Community News, de Boston, en la GASA no habría, aparentemente, discrimina­
ción racial. Esto, unido al impresionante éxito que obtuvo la agrupación, pudo
haber provocado que la Fuerza de Defensa Sud Africana (SADF) iniciara una
campaña contra los homosexuales. Todas las personas sospechosas de ser guey
fueron investigadas y a principios del 83, la Policía de los ferrocarriles Sud A fri­
canos, producto de sus investigaciones y purgas, hizo renunciar o despedir a 63
empleados sospechosos de ser homosexuales, en su mayoría mujeres.
Su publicación, Link-Shakel, es editada en Johannesburgo.

Israel. La Sociedad para la Protección de los Derechos Personales (SPPR),


fundada en julio de 1975, cuenta en la actualidad con unos 300 miembros apro­
ximadamente. La sociedad está reconocida por la Administración Interior de
Israel. Sus objetivos son los de ayudar a individuos con dificultades personales
a Causa de su homosexualidad, proveer oportunidades sociales, dar consejo y
apoyo a las personas que encuentren problemas con el gobierno u otras institu­
ciones a causa de su homosexualidad, aumentar la conciencia de la comunidad
guey de Israel, educar a la población y erradicar los prejuicios antihomosexua­
les, des-criminalizar la homosexualidad oficialmente.
La SPPR nacional, con sede en Tfel Aviv, coordina una amplia gama de ac­
tividades y ha abierto otros locales en Jerusalen y Haifa.

LAS O R G A N IZ A C IO N E S

Destacar todas las organizaciones homofílicas existentes (sobre todo en los


Estados Unidos) sería extenderse a una lista de más de 400, lo cual sería algo
agobiante para el lector. Por lo tanto, sólo mencionaremos una por país.
National Gay Task Forcé (Estados Unidos); Comunidad de Orgullo Gay de
Puerto Rico; Movimiento de Liberación Homosexual (Costa Rica); Grupo
Lambda (Guatemala); Gay Freedom Movement (Jamaica); Grupo Orgullo Ho­
mosexual (México); Movimiento Homosexual de Lima (Perú); Comunidad Ho­
mosexual Argentina; Grupo Gay da Bahia (Brasil); GASA (Sud Africa); Metropo­
litan Community Church (Nigeria); Gay Scene (India); Grupo de Soporte Gay
de Tokio (Japón); Organización Gay de Taiwan; Grupo Lambda (Indonesia);
Gay Task Forcé (Australia); National Gays Rights Coalition (Nueva Zelanda);
Kakasarian (Filipinas); Canadian Gay Archives (Canadá); HOSI (Austria); Grou-
pe de Liberation de Homosexuels (Bélgica); Forbundet af 1948 (Dinamarca);
MSC (Finlandia); Fraternite Internationale D'Homophiles (Francia); Aktions-
gruppe Homosexualitát (Alemania Occidental); AKO E (Grecia); F U O R I (Italia);
COC (Holanda); Samarbiedsgruppen Konservative Homofile (Noruega); Colecti­
vo de Homosexuals Revolucionarios (Portugal); RFSL (Suecia); SOH (Suiza);
CHE (Inglaterra); Northern Ireland Gay Rights Association (Irlanda del Norte);
SHRG (Escocia); EHG AM , Lambda Institut, G A LG H O , del País Vasco (Euska-
di), Cataluña y Castilla respectivamente (España); National Gay Federation (Re­
pública de Irlanda).
La International Gay Association (IG A ), que nuclea gran parte de la infor­
mación y cierto tipo d^ actividades de los movimientos guey de todo el mundo.

291
realizó su primer congreso en 1974, en la ciudad de Edimburgo (Escocia), al que
asistieron representantes de 35 países. Desde ese momento, los congresos vienen
realizándose anualmente, teniendo como sede, cada año, un^ ciudad distinta del
continente europeo. El próximo Congreso se realizaría en la Ciudad deToronto
(Canadá), entre junio y julio de 1985.
Noticias recientes nos informan que grupos de lesbianas se estarían organi­
zando en Moscú y Leningrado, y que ya habrían logrado conectarse. La organiza­
ción rusa Gay Laboratory Leningrad posee su puente en Helsinki, Finlandia.

O R IE N T A C IO N Y F IN A L ID A D

¿Hacia dónde nos conducirá una nueva moral revolucionaria? ¿Qué objeti­
vos alcanza y cuáles son sus límites? ¿Por qué el surgimiento del activismo orien­
tado hacia este "otro tipo" de liberación? Es'un arma para emprender el cambio
hacia una nueva sociedad o es un instrumento de la burguesía para desviar la
dinámica militante? ¿Hacia qué fines está dirigida? Kate Millet condensa así sus
respuestas:
La revolución sexual producirá:
a) el fin de la represión sexual -lib e rta d de expresión y de las costumbres
sexuales. (Se ha alcanzado cierta libertad sexual pero está siendo ahora destruida
y transformada en licencia para seguir explotando con fines patriarcales y reac­
cionarios)
b) unisex, o el fin de la’ estructura del carácter, temperamento y conducta
separatistas, de modo que cada individuo pueda desarrollar una personalidad
completa en vez de parcialmente limitada y conformista,
c) revisión de los rasgos categorizados como "masculinos" y "femeninos",
con una total revaluación de su utilidad y convivencia en ambos sexos. Así, si la
violencia "masculina es indeseable, lo es para ambos sexos. Y lo mismo para la
silenciosa pasividad "femenina". Si la inteligencia o eficiencia "masculina" es va­
liosa, lo es para ambos sexos igualmente, y lo mismo será también respecto a la
ternura o consideración "femenina",
d) el fin del rol sexual y del status sexual, del Patriarcado y de la ética, la ac­
titud y la ideología machistas —en todas las áreas de la conducta, de experiencia,
de trabajo,
e) el fin de la antigua opresión a los niños y de su status feudal bajo la fa ­
milia patriarcal propietaria; la obtención de los derechos humanos que actual­
mente se les niega, la profesionalización y por lo tanto el mejoramiento de su
cuidado, y la garantía de que su nacimiento ha sido deseado, planificado, y de
que se le proveerá de las mismas oportunidades,
f) bisexualidad, o el fin de la heterosexualidad compulsiva perversa, de mo­
do que el acto sexual deje de ser arbitrariamente polarizado en varón y mujer, ya
que excluye la expresión sexual entre personas del mismo sexo,
g) el fin de la sexualidad en las formas en que han existido históricamente
—brutalidad, violencia, capitalismo, explotación y guerra— de modo que pueda
dejar de ser odio y volverse amor,
h) la obtención de la libertad y de un completo status humano para la mu­
jer, después de miles de años de privación y opresión, y para ambos sexos, de
una humanidad posible. ( 5 7 )

292
Kate Millet nació en St. Paul, Estados Unidos. Es-escultora y ha enseñado li­
teratura y filosofía. Escribió un libro, SexualPolitics. prohibido en la Argentina.
Militó en el Movimiento Feminista Norteamericano, y luego de la publicación
de su libro, se declaró lesbiana. Actualmente reside en la ciudad de Nueva York.

L A D E F E N S A D E L A H O M O S E X U A L ID A D
D E SD E LA O P T IC A H E T E R O S E X U A L

Las posturas de los heterosexuales respecto a la homosexualidad varían des­


de el rechazo más recalcitrante hasta la "comprensión humanística", recaudado­
ra de los ancestrales prejuicios y de la ancestral ignorancia bajo el nombre de
tolerancia. A su vez estos últimos.oscilan entre el complejo fisiológico de Hirsch-
feld y la tibia ruptura de Reich.
Ninguna de estas posturas llevará a la liberación de todos los individuos ya
que no centralizan sus estudios en la homogeneidad cósmica que reúne la inte­
gridad humana. Era necesario ubicar al homosexual por un lado y al heterosexual
por otro. No se cuestiona la sexualidad en conjunto sino las particularidades de
casos aislados, o aún más allá, de una minoría que no excede sus propios límites.
El primero en gestionar estas expresiones "liberacionistas" fue Ulrichs, por
1860, de quien se dice era homosexual y que escribió bajo el seudónimo de "Nu-
ma Numantius". Ulrichs sostuvo que la vida psico-sexual estaba desligada de la
físico-sexual y que existían cierto tipo de varones que se sentían como mujeres
entre los demás varones —fue el primero en emplear el término "invertido"—
recalcando el carácter irrefrenable e incurable de los individuos afectados por es­
ta característica, bogando que en base a eso el gobierno reconociera no solamen­
te la legitimidad del amor homosexual sino también el matrimonio.
El rotundo fracaso del intento de Hirschfeld de pretender lograr la libera­
ción del homosexual partiendo de la posición congénita, fue el recalcar la incul­
pabilidad y el caracter irreprimible de estos "enfermos". Con ello,,Hirschfeld y
su "comité humanitario" quisieron emprender una defensa y una justificación de
los homosexuales ante la represión social. Desde el punto de vista evolucionista
su tentativa fue loable en tanto y en cuando la ubiquemos en la Alemania de fi­
nes de siglo X IX , pero no bastó ni para el comienzo.
Más tarde Reich vuelve a intentarlo, con distintas expresiones pero con
los mismos esquemas de fondo. Ya no hace incapié en ningún cromosoma pero
alude a los homosexuales como un subproducto de una deficiencia propia del
sistema. Extirpadas estas deficiencias opresivas, la homosexualidad no tiene
razón de ser y desaparece por sí sola. Por el momento —dice— debe ponerse
a la homosexualidad como una forma más de satisfacción sexual paralela a la
heterosexual, una relación de este tipo entre adultos consintientes no debe ser
censurada ni castigada. Reich pretende hacer un paralelo entre la homosexua­
lidad y la pobreza del proletariado. El proletariado es loable porque es el brazo
de lucha de la revolución, pero una vez conseguida una s o c ie d a d q u e carezca de
clases sociales el proletariado empobrecido y explotado desaparece para dar lu­
gar al hombre nuevo. Los homosexuales también podemos ser parte de la "po­
breza loable" que desaparecerá con el surgimiento de un mundo mejor.
A pesar de lo reaccionario de su posición política, Freud, a través de su teo­

293
ría del polimorfo perverso, se muestra más auténtico y comprensivo. Por lo
menos su filosofía persigue un lineamiento sin mayores contradicciones.

C O N C L U S IO N

Como consecuencia del paulatino resquebrajamiento de las estructuras tradi­


cionales en todos los niveles —sexual, político, económico, social y cultural— han
comenzado a surgir en cada uno de estos niveles su respectiva expresión libera-
cionista. De todas éstas la más reciente es la sexual, aunque ya hubo un intento
de ponerla en práctica durante los inicios de la revolución bolchevique, que fra­
casó precisamente por la carencia de elementos programáticos para coordinarla y
por una inevitable falta de experiencia.
En los últimos años ha habido un evidente surgimiento de esta expresión, es­
pecialmente entre la juventud. Sobre este fenómeno existen dos versiones; algu­
nos estudiosos insisten que como consecuencia de esta ruptura de los valores or­
todoxos la homosexualidad se ha hecho más franca, es decir que los homosexua­
les tradicionalmente "tapados" están viendo la posibilidad de atreverse a mos­
trarse, de ahí su aparente incentivación numérica. Otros opinan que el factor per­
misividad es directamente incidental sobre el aumento de individuos homosexua­
les que en otro medio social nunca habrían imaginado siquiera su introducción
en esta clase de prácticas. Desde el momento que consideramos que la decreción
o incentivación de la homosexualidad se debe mayormente a factores culturales,
nos inclinamos por esta última suposición. La gravitación del elemento homo­
sexual parece —incluso— ser el que maneja ciertos campos del profesionalismo
—como ser la moda, decoración de interiores, etc.— y del arte —teatro, danza,
música—. En una de sus publicaciones la revista Time sostiene que en estos
terrenos los homosexuales "parecen estar dirigiendo un negocio exclusivo".
Resulta ser im portantael giro que la opinión pública de los países occidenta­
les industrializados está teniendo respecto a la homosexualidad, probablemente
por el mayor conocimiento del tema que la ha llevado a verificar que no somos
esos monstruos violadores de niños ni desequilibrados mentales que por mucho
tiempo sostuvo la mitología popular (y científica). Cada vez prevalece más la
idea de que la libertad sexual no es un objetivo desbocado y que lo que cada per­
sona haga en la cama debe estar sometido a la elección individual. Cuando una
mayoría considerable de la población concuerde con la idea de que cada uno es
dueño de su cuerpo y de su vida, que la expresión sexual del amor se manifiesta
a través del placer y de la comunicación con la persona amada y que el sexo no
implica una obligatoriedad reproductora, sino que el embarazo debe estar circuns­
cripto a la decisión voluntaria de sus protagonistas, recién entonces los actuales
fundamentos morales y legales que rigen la delimitación de la conducta sexual
se habrán desmoronado por completo.
Porque la liberación del homosexual no pasa porque la policía no nos moles­
te y nos deje caminar tranquilos por la calle, porque la justicia no nos discrimine,
porque en el seno de la familia se "acepte" nuestra homosexualidad en términos
de tolerancia, o porque los lugares de reunión donde acuden los homosexuales
no sean sometidos a razzias ni ningún otro tipo de apremios, ya que esto podría
conducirnos a la clas'ica confusión entre causa y efecto. Si hay algo evidente es

294
que tanto la persecución policial, como la discriminación en lo laboral, familiar
y social, (círculos políticos, aspectos jurídicos, medios de comunicación, etc.),
son simplemente el resultado visible de algo mucho más profundo.
Tanto las organizaciones homofílicas de Estados Unidos como de Europa
han llegado a la realización de ciertos logros pero —a excepción de algunos gru­
pos minoritarios de reciente creación, encararon su lucha en base a premisas re­
formistas que atemperaron las consecuencias sin incidir sobre el fondo. E incidir
sobre el fondo implica infiltrarse y subvertir las internalizaciones opresivas más
profundas grabadas en el inconsciente colectivo. De no hacerlo, el riesgo que se
corre es sumamente grave. Con el tiempo puede suceder que esas intemalizacio-
nes opresivas, para poder subsistir, se vean en la necesidad de aflorar a la super­
ficie, creando nuevamente los viejos mecanismos de represión y barriendo con
las exiguas conquistas logradas. Incluso, ciertos homosexuales cometen el mismo
error que algunas feministasde principios de siglo, que imaginaban que el enemigo
era el hombre, al suponer que el enemigo es el heterosexual. Para ambos casos,
el- enemigo es uno solo: el Sistema. Y cuando hablamos de sistema (según algu­
nos, esa palabreja "inventada” por zurdos trasnochados) lo hacemos en toda la
extensión del concepto: en el sistema machista que nos oprime, en el sistema
político que nos domina, en el sistema policíaco que nos reprime y en el sistema
económico que nos explota. Todas estas partes (opresión, represión, dominación
y explotación) pueden resumirse en un sólo término: Patriarcado. Y es precisa­
mente hacia ese campo esencial que deben apuntar los movimientos Iiberacionis-
tas que pretendan revertir las relaciones humanas. Si no se cuestiona la actual
relación entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos, las relaciones in­
terpersonales en su conjunto, si seguimos siendo revolucionarios en la calle y
contrarrevolucionarios en nuestra vida cotidiana, si combatimos la explotación
en las fábricas y mantenemos la estructura de dominación en nuestros hogares,
si nos revelamos ante la represión en la existencia pública y por otro lado repro­
ducimos los esquemas de opresión en la cama, en este sentido toda lucha por
lograr una auténtica liberación, está condenada al fracaso. Y por ser precisamen­
te la lucha más profunda, es también la más difícil puesto que las pautas del Sis­
tema Patriarcal en el cual estamos sumergidos es lo último que se percibe. Y es
precisamente desde esta perspectiva que la liberación del homosexual no puede
ser de ninguna manera ajena al marco de una liberación social en toda su ampli­
tud. La liberación de una minoría dentro de una generalizada estructura de
dominación es una utopía. De ninguna manera, la comunidad homosexual
podría convertirse en una isla o en un oasis en medio de un sistema donde la mu­
jer es oprimida, el trabajador explotado, el niño preparado para caer en la tram­
pa del machismo, que no tardará en volverse contra él mismo. Partimos de la mi-
litancia homosexual porque creemos que, desde una política sexual coherente
encargada de minar las actuaciones bases del sistema de dominación, no sólo
es efectiva sino inapelablemente válida, sin desestimar por ello otros campos de
lucha como el partidario, el sindical, el feminista, el ecologista, etc. Y si lo hace­
mos es por la intima convicción de que estamos ante las puertas de una nueva re­
volución social que puede llevarnos a cambios predecibles e impredecibles, tanto
en nuestras actitudes más ínfimas como ante la visión de la vida. La revolución
sexual, que escapa mucho más allá del terreno'del sexo, introduciéndose de lleno
en lo moral, en lo económico, en lo cultural, en lo-artístico, en lo científico y en

295
todas y cada una de las costumbres de nuestra existencia cotidiana, será tal vez
una revolución menos explosiva y menos pomposa que otras que revirtieron
abruptamente el orden social vigente.
El Hombre de hoy, aun oprimido y explotado, posee otra conciencia muy
diferente al Hombre de las etapas esclavista y feudal, por ejemplo. Y es proba­
ble que cada avance de la humanidad en su transcurso por el tiempo haya llegado
hasta donde podía llegar, hasta donde debía llegar, y no más allá. Así, el Rena­
cimiento provoca el debilitamiento del clero, del fanatismo religioso y de los
feudos (o sea el debilitamiento del patrón ideológico de las clases dominantes
representadas en aquel momento por la nobleza y la aristocracia) y el adveni­
miento de las ideas de otros sectores de la población que, sobre todo en materia
artística, filosófica y científica, prepararían las bases de las sociedades modernas.
A su vez, la Revolución Francesa provoca el derrumbe de las monarquías, el ad­
venimiento de la burguesía y la inauguración de un nuevo sistema político con
más amplia participación popular. Luego, será la Revolución Rusa quien provo­
cará la eliminación de la antigua estructura económica y el advenimie'nto de las
masas que vivirán por primera vez la experiencia del poder y la igualdad de posi­
bilidades. Hoy en día, las últimas corrientes filosóficas y científicas, muchas de
las cuales nacen precisamente con el siglo, anuncian una formidable revolución
de las costumbres, partiendo de planteos, teorías, cuestionamientos y metodolo­
gía relacionados a la sexualidad. Y en el marco de esta lucha, la liberación del
homosexual —insistimos— no deberá reducirse a sí misma sino que deberá abar­
car una lucha mucho más amplia y completa, esto es introducirse en el espectro
social, pero no para asimilarnos a él y a su alienación, sino —todo lo co n trario -
para modificarlo. La libertad del ghetto es una libertad ficticia, una máscara
de la libertad. La liberación del homosexual llegará el día en que la sociedad
en pleno se halle liberada de todas sus cadenas: las externas y las internas.

296
B IB L IO G R A F IA

1. A rtl, R.: Aguafuertes Españolas. Ed. Losada, Bs. As., 1975.


2. A rtl, R.: El Juguete Rabioso. Centro Editor de América Latina,Bs.As.,
1968.
3. Autores Varios: La Liberación de la Mujer: Año Cero. Granica Ed., Bs.
As., 1972.
4. Autores Varios: Los Homosexuales. Ed. Minerva, Bs. As., 1971.
5. Bailey, D. S.: Homosexuality and the Western Christian Tradition Long-
mans, New York, 1955.
6 . Beauvoir, S. de: El Segundo Sexo. Ed. Siglo Veinte, Bs. As., 1962.
7. Berg, C., Alien, C.: The Problem of Homosexuality. Citadel Press, New
York, 1968.
8 . Bergler, E.: Homosexuality: Disease or Way óf Life - Hill and Wang, New
York, 1956.
9. Bieber, L.. Homosexuality: a Psychoanalytic Study - Basic Books. New
York, 1962.
10. Caprio, F.: L'Homosexualité de la Femme. Ed. Payot, 1969.
11. Cernuda, L.: La Realidad y el Deseo. Fondo de Cultura Económica. Méxi­
co, 1970.
12. Cooper, D.: La muerte de la familia. Ed. Paidós, Bs. As;, 1974.
13. Corraze, J.: Les dimensions de L'Homosexualité. Ed. Privat. París, 1970.
14. Churchill, W.: Comportamiento Homosexual entre'Varones. Ed. Grijalbo,
México, 1969.
15. Dacquino, G.: Diario de un Homosexual. Ed. de la Flor, Bs. As., 1972.
16. Dallayrac, D.: Dessier Homosexualité. R. Laffont, 1968.
17. D'Eaubonne, F.: Eros Minoritaire. André Ballard, París, 1970.
18. De León, C.: La crónica del Perú. Col. Austral Nro. 507. Espasa Calpe
Argentina.
19. Deleuze y Guattari: El Antiedipo, Capitalismo y Esquizofrenia. Ed. Barral,
Barcelona, 1974.
20. Démeron, P.: Lettre aux Hétérosexuelle. Albin Míchel. París, 1969.
21. Dubois/Caballero: La Revolución Sexual. A .T .E ., Barcelona, 1974.
22. Eck, M.: Sodoma. Ed. Herder, Barcelona. 1966.
23. Eliis, H.: L'lnversion Sexuelle. Mercure de France, París,1909.
24. Engels, F.: El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado. Ed.
Claridad, Bs. As., 1964.
25. F.H .A .R .: Rappert contre la Normalité. Ed. Champ Libre. París, 1971.
26. Freud, S.: Introducción al Narcisismo. Obras Completas. Ed. Biblioteca
Nueva. Madrid, 1948.
27. Freud, S.: Más Allá del Principio del Placer. Ob. Compl. Ed. Biblioteca
Nueva. Madrid, 1948.
28. Freud, S.: Moisés y !a Religión Monoteísta. Ed. Losada, Bs. As., 1945.
2 9 .' Freud, S.: Esquema del Psicoanálisis. Ed. Paidós. Bs. As., 1973.

297
30. Freyre, G.: Formación de la Familia Brasileña bajo el régimen de Econo­
mía Patriarcal. Casa Grande y Senzala. Bs. As., 1942.
31. From, E.: Psicoanálisis y Religión. Psique, Bs. As., 1971.
32. Garma, A.: Sadismo y Masoquismo en la Conducta Humana. Ed. Nova ■
Bs. As., 1960.
33. Giese, H.: L'Homosexualité de L'Homme. Payot, París, 1959.
34. Guasch, P.: Tout savoir sur L ’Homosexualité. Filipachi, París, 1972.
35. Guerin, D.: Essai sur la Révolution Sexuelle. P. Belfond, París, 1969.
36. Hatterer, L.: Changing Homosexuality in the Male - McGraw Hill. New
York, 1970.
37. Hauser, R.: The Homosexual Society. Rinehart, New York, 1955.
38. Hirshfeld, M.: Sexual Anomalies and Perversions. Encyclopedic Press,
London, 1938.
39. Hocquenghen, G.: Homosexualidad y Sociedad Represiva. Ed. Granica,
Bs. As., 1974.
40. Hocquenghem, G.: Le Désir Homosexuel. Editions Universitaires. París,
1972.
41. Hoffman, M.: L.'Univers Homosexuel. R. Laffont, París, 1972.
42. James, B.: Case of Homosexuality Treated by Aversión Therapy. Brit.
M ed.J., 1962.
43'. Karpman, B.: Homosexualidad y Exhibicionismo. Ed. Hormé, Bs. As.,
1974.
44. Karpman, B.: Incesto y Homosexualidad. Ed. Hormé, Bs. As., 1974.
45. Karpman, B.: Perversión Sexual y la Sexualidad Carcelaria. Ed. Paidós,
Bs. As., 1974.
46: Kinsey, A.; Pomeroy, W.; Martin, C.: Conducta Sexual del Hombre. Ed.
Siglo Veinte. Bs. As., 1967.
47. Laing, R. D.: El cuestionamiento de la Familia. Ed. Paidós, Bs. As., 1974.
48. Lambertd, K.: Homosexuals. Medical Press. 1954.
49. Langer, M. y otros: La Homosexualidad Femenina. Rodolfo Alonso Ed.,
Bs. As., 1969.
50. Lebovici, S.: La Homosexualidad en el Niño y en el Adolescente. Ed. Pro­
teo, Bs. As., 1967.
51. Licht, H.: Sexual Life in Ancient Greece. Eiarnes and Noble. New York,
1932.
52. Malinowski, B.: Sexo y Represión en la Sociedad Primitiva. Ed. Nueva
Visión. Bs. As., 1974.
53. Mann, T.: La muerte en Venecia. Ed. Planeta. Barcelona, 1974.
54. Marx, G.; Engels, F.: La Sagrada Familia. Ed. Claridad. Bs. As., 1938.
55. Marx, C.: Contribución a la Crítica de la Economía Política. E. Ateneo,
Bs. As., 1958.
56. Marx C.: La Ideología Alemana, Obr. Com. F.C.E. Méx., 1964.
57. Millet, K.: Sexual Politics, Doubleday and Company. New York, 1972.
58. Packard, V y otros: La Sociedad y el Sexo. Ed. Cuarto Mundo, Bs. As.,
1974.
59. Pavlolv, I.P.: Los Reflejos Condiconados Aplicados a la Psicopatología y
Psiquiatría. Peña Lillo, Bs. As., 1964.

298
60: Peck, E.: El Bebé como Trampa. Ed. Granica, Bs. As., 1972.
61. Peyreffite, R.: Las Amistades Particulares. Ed. Sudamericana Bs As
1968.
62. Picchio, R .: Literatura Rusa Antigua. Ed. Losada, Bs. As., 1972.
63. Reich, W.: La Función del Orgasmo. Ed. Paidós, Bs. As., 1974.
64. Reich, W.: La Lucha Sexual de los Jóvenes Ed.'Granica, Bs. As., 1972.
65. Rubin, L y otros: El Tercer Sexo. Manuales Gráficos.
6 6 . Ruitenbeek, H. y otros: La Homosexualidaden la Sociedad Moderna. Ed.
Siglo Veinte. Bs. As., 1973.
67. Russell, B y otros: Bertrand Russell Responde. Ed. Granica, Buenos Aires.
6 8 . Sáenz, D.: Diálogo con un Homosexual. Ed. Merlin. Bs. As., 1974.
69. Sagrera, M.: El Mito de la Maternidad en la Lucha Contra el Patriarcado.
Rodolfo Alonso Ed. Bs As., 1972.
70. Sagrera, M.: Sociología de la Sexualidad. Ed/Siglo Veint. Bs.As., 1973.
71. Sengers, W.J.: Se Reconnaire Homosexuel. Mame. París, 1970.
72. Shakespeare, W.: Sonetos. Ed. Losada, Bs. As., 1964.
73. Shiskhin, A .F .: Teoría de la Moral. Ed. Grijalbo. México. 1970.
74. Siegmund, G.: La Sexualidad Humana. Ed. Guadalupe. Bs.As., 1973.
75. Stekel, W.: Onanisme et Homosexualité. Gallimard. París, 1950.
76. Storr, A.: Las Desviaciones Sexuales. Ed. Hormé. Bs.As., 1965.
77. Trimbos, C. y otros: Homosexualidad. Ed. Carlos Lohlé. Bs. As., 1968.
78. Vainer, A.O.: Homosexualidad. Caractereología y Tratamiento. López.
Bs. As., 1963.
79. Valcarel, L.E.: Machu Picchu. Ed. Universitaria de Buenos Aires.
80. Van de Velde Th. H.: El Matrimonio Perfecto. Ed. Claridad. Bs.As.,1973.
81. Weimberg, G.: El Homosexual y su Liberación. Ed. Granica. Bs.As.,1973.
82. West, D.S.: L'Homosexualité. Dessart. Bruselas, 1970.
83. Westwood, G A .: Society and the Homosexual. New York. 1953.
84. Whitman, W.: Canto a m í mismo. Ed. Losada. Bs. As., 1970.
85. Wilde, O .-- La Tragedia de mi vida. Bibl. de Grandes Obras.
8 6 . Yittang, L.: La Importancia de Vivir. Ed. Sudamericana, Bs.As., 1970.
87. Zetkin, C. y otros: El A m or y el Matrimonio en la Sociedad Burguesa. Ed.
Convergencia. Bs. As., 1975.

Publicaciones Mencionadas

88. Afuera. Nueva York. 1972.


89. Somos Nro. 1. Buenos Aires. Diciembre de 1973.
90. Somos Nro. 2. Buenos Aires. Febrero de 1974.
91. Somos Nro. 3. Buenos Aires. Mayo de 1974.
92. Somos Nro. 4. Buenos Aires. Agosto de 1974.
93. Somos Nro. 5. Buenos Aires. Noviembre de 1974.
94. Somos Nro. 8 . Buenos Aires. Enero de 1976.
95. Doc. "Sexo y Revolución". Buenos Aires. Diciembre de 1974.
96. Homosexuales. Buenos Aires. Julio de 1973.

299
INDICE

PROLOGO .................................................................................................................... 5

C A P IT U LO I: LA M A T E R N ID A D C O M PU LSIVA

Pasado y v ig e n c ia ................................................................................................... 7
La reglamentación del placer......................................... , ................................... 8
Hacia el patriarcado .............................................................................................. 13
El mito de la m a te rn id a d ..................................................................................... 17
Alcances económicos de la m a tern id ad ............................................................ 20
Citas sexistas........................................................................................................... 22

C A P ITU LO II: LA F A M IL IA IN S T IT U C IO N A L IZ A D A
Origen de la fa m ilia ................................................................................................ 25
Objetivo de la familia ........................................................................................... 29
El análisis comunista post revolucionario.......................................................... 32
Citas sobre la familia . . . ,.................................................................................... 33

C A P IT U LO III: A N A LIS IS M A T E R IA L IS T A DE LA S E X U A L ID A D
Biografía de la moral . . . ..................................................................................... 35
Origen, desarrollo y objetivo de la opresión sexual ....................................... 40
Caracteres revolucionarios de la homosexualidad ......................................... 45
La sociabilización del falo y la privatización anal ......................................... 49

C A P ITU LO IV : LOS ROLES SEXUALES


Masculinidad y feminidad: la base cultural de los ro le s ...................... ... 51
El homosexual afeminado .................................................................................. 56
El heterosexual y los r o le s ................................................................................... 60
Los roles y el contexto social ............................................................................. 63
Palabras finales......................................................................................................... 65

C A P ITU LO V : LA IN C ID E N C IA DE LO H O M O SEXUA L EN LA
C IE N C IA Y EN LA N A T U R A L E Z A
Desde los primeros e s tu d io s ......................... ...................................................... 67
Naturaleza animal y naturaleza humana ......................................................... 75
Los homosexuales y los científicos.................................................................... 78
Los factores fisiológicos............................................................... ........................ 79
El informe K insey................................................................................................... 81
Las especies in fra h u m a n a s.................................................................................. 85
C A P ITU LO V I: A NTECEDEN TES HISTORICOS
El homosexual y el contexto histórico ............................................................. 89
Las culturas.primitivas........................................................................................... 91
Los egipcios.................................................... ......................................................... 96
Los griegos .............................................................................................................. 97
Los ro m a n o s ........................................................................................................... 99
Los hebreos.............................................................................................................. 101
Los siglos posteriores............................................................................................. 102
El Nuevo Mundo ...................................................................................................105

C APITU LO V II: H O M O S E X U A LID A D Y L IT E R A T U R A


Palabras preliminares..............................................................................................107
El sueño de Gilgamesh...........................................................................................107
Los griegos y rom anos................................................................................•. . . . 108
Bocaccio.................................... .......................................................................... 110
Shakespeare.............................................................................................................. 110
S ade............................................................................................................................111
W h itm a n ....................................................................................................................111
W ild e ......................................................................................................................... 112
M a n n ......................................................................................................................... 113
C e rn u d a ................................................................................................................... 113
El surrealismo .........................................................................................................114
G e n é t......................................................................................................................... 1 14
Baldwin ................................................................................................ * ................ 116
Los argentinos........................................................................................................ 117
Las m ujeres.............................................................................................................. 120
El te a t r o ................................................................................................................... 121
Otras expresiones artísticas.................................................... ..............................124
Citas antihomosexuales........................................................................................ 126

CAPITULO V III: H O M O S E X U A L ID A D Y R E LIG IO N


La mitología grieg a................................................................................................ 129
La religión judeo-cristiana .................................................................................. 130
Cronología de la persecución .............................................................................134

:A P IT U L O IX : LA H O M O SE X U A LID A D EN LA
MEDICINA Y LA PSICOLOGIA
La sexualidad en función del p la c e r .................................................................. 141
El miedo a la m u e rte ..............................................................................................142
Origen y desarrollo de la heterosexualidad.................................................... 143
¿Qué es un homosexual? - Encuadramientos ..................................................147
Origen de la neurosis............................................................................................. 150
La alternativa homosexual: "normalidad" o liberación................................. 152
La elaboración tendencista de la p s ic o lo g ía .................................................... 153
La psicología como cómplice del Sistema ....................................................... 160
Homosexualidad: ¿enferm edad?....................................................................... 164
T ratam ien to s........................................................................................................... 1 0 7
La experiencia analítica aeun nomosexual ........................................... 172
Cronología de la re p re s ió n ...................................................................................

C A P ITU LO X : LA H O M O S E X U A L ID A D F E M E N IN A
La lesbiana y el contexto cultural masculino ................ . ............................ 1 7 9
De Beauvoir y otros ..............................................................................................187
El análisis psicológico ........................................................................................... 188
Orgasmo vaginal y orgasmo c lito ria n o .............................................................. 189

C APITU LO X I: LOS HOM O SEXUALES EN LA SOCIEDAD C A P IT A LIS T A


In tro d u c c ió n ............................................................................................................193
El uso de la homosexualidad.................................................................................... 194
El precio de la clandestinidad................................................................................. 196
El homosexual y su contexto ................................................................................. 198
La práctica en las prisiones...................................................................................... 203
La prostitución .......................................................................................................... 204
En los Estados U n id o s ...............................................................................................209
En la República A rg e n tin a .......................................................................................212
La medicina legal y la hom osexualidad.................................................................219
Historia de la represión a la sexualidad en la A rgentina................................... 220
Otros países................................................................................................................. 239
Conclusión ................................................................................................................. 245

C A P ITU LO X II: LOS H O M O SEXUA LES EN EL SISTEM A S O C IA LIS TA


El caso soviético......................................................................................................... 247
El caso C u b a ...............................................................................................................253
Cartas testimoniales .................................................................................................254
Desde Estados U n id o s .............................................................................................. 258
¿Por qué la represión? - El Mayo Rojo ................................................................ 261

C APITU LO X III: LA RESPUESTA H O M O SEXUA L


La respuesta homosexual en los Estados U n id o s ............................................... 265
Las m u jeres..................................................................................................................267
El movimiento homofílico en la Argentina ........................................................269
El FLH como movimiento a u tó n o m o ................................................................... 271
Historia del Frente de Liberación Homosexual de la A r g e n tin a ....................272
El por qué del m o vim ien to ...................................................................................... 276
La nueva g eneració n ................................................................................................. 278
Una forma de m ilitancia............................................................................................ 281
Otros países.................................................................................................................. 283
Las organizaciones .....................................................................................................291
Orientación y finalidad ............................................................................................ 292
La defensa de la homosexualidad desdeja óptica heterosexual.......................293
Conclusión .................................................................................................................. 294

B IB L IO G R A F IA 297
Este libro se terminó de imprimir en Mayo de 1985 en GRAFICA
YANINA, República Argentina 2686, Valentín Alsina.

También podría gustarte