Este es el trayecto que John, de 9 meses, hace una vez por mes. Sin mochila y sin pegas. Pero con el corazón roto en dos mitades: un pedazo lo tiene mamá y el otro lo tiene papá. No entiende todavía el inmenso cariño, tristeza, o incluso miedo que refleja su madre cada vez que se suben a este tren. No sé pregunta todavía por qué ella no estará. No es consciente de las decisiones que deberá tomar. De cómo le afectarán. O con cuál de los dos se deberá quedar, en los momentos más importantes de su vida. Y es que, que bonita es la infancia. Cuando uno no es consciente de la realidad. Y menos de que sus padres se han dejado de amar.