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Ignacio Campoy Cervera
Ignacio Campoy Cervera
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A Guillermo y Andrés.
Los mejores compañeros de tantos momentos
maravillosos.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN 13
CAPÍTULO I
EL GOBIERNO DE LAS LEYES
9
Índice
CAPÍTULO II
LA SEPARACIÓN DE PODERES
CAPÍTULO III
EL RECONOCIMIENTO Y LA PROTECCIÓN DE LOS
DERECHOS FUNDAMENTALES
10
Índice
CAPÍTULO IV
LUCES Y SOMBRAS EN EL ESTADO DE DERECHO.
REFLEXIONES A PROPÓSITO DE LAS CRÍTICAS
DE SCHMITT
11
INTRODUCCIÓN
1
En González Cuevas, Pedro Carlos, La tradición bloqueada. Tres ideas
políticas en España: el primer Ramiro de Maeztu, Charles Maurras y Carl
Schmitt, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 268.
13
Introducción
2
Al respecto, puede verse, por ejemplo, Asís Roig, Rafael de, Una apro-
ximación a los modelos de Estado de Derecho, Dykinson, Madrid, 1999.
14
Introducción
15
Introducción
3
Aunque respecto al análisis de si el pensamiento de Schmitt respondía
o no a un planteamiento general, a el posible adscripción a determinadas
ideologías —como el conservadurismo o el nacionalsocialismo— o a fines
políticos concretos o sobre su sentido más o menos oportunista, existe una
interesante diferencia de criterios en la doctrina, también fomentada por el
propio Schmitt con las declaraciones que realizase en retrospectiva sobre su
obra. Un análisis de estas diferencias de criterios puede verse en Kaufmann,
Matthias, ¿Derecho Sin Reglas? Los principios filosóficos de la Teoría del Estado
y del Derecho de Carl Schmitt, trad. de J. Málem Seña, 3.ª ed., Fontamara,
México, 1999, pp. 17-25.
4
Un minucioso estudio de los diversos criterios apreciables en la evolu-
ción del pensamiento de Schmitt respecto al periodo al que en este trabajo me
refiero de la República de Weimar, es el que realiza Estévez Araujo en Estévez
Araujo, José A., La crisis del Estado de Derecho liberal. Schmitt en Weimar,
Ariel, Barcelona, 1989; fundamentalmente en los dos últimos capítulos, en los
que, respectivamente, distingue dos grandes etapas en los planteamientos de
Schmitt, en las que articula dos modelos diferentes de dictadura del Presiden-
te del Reich, una comisarial y otra plebiscitaria.
5
En Dyzenhaus, David, Legality and Legitimacy. Carl Schmitt, Hans Kel-
sen and Hermann Heller in Weimar, Oxford University Press, Oxford, 1997,
reprinted 2003, p. 39, trad. propia.
16
Introducción
6
Véase al respecto, especialmente, en Díaz García, Elías, Estado de Dere-
cho y sociedad democrática, 9.ª ed. —1.ª ed., 1966—, Taurus, Madrid, 1998,
pp. 44-55. Junto a la defensa de esta estructura básica del Estado de Derecho,
recientemente Elías Díaz, a raíz de unas líneas de presentación del excelente
libro de José Manuel Rodríguez Uribes Gregorio Peces-Barba. Justicia y Dere-
cho (La utopía posible) —Civitas, Madrid, 2015—, proponía también «un Esta-
do social, laico y federal» como el que hoy día significaría en España «el mejor
Estado democrático de Derecho». Y en esa línea afirmará «que el aquí propug-
nado Estado social, laico y federal puede ser hoy el que mejor se corresponda,
y de manera más específica entre nosotros, con los principios, exigencias y
procedimientos del más justo y evolucionado Estado de Derecho». (En Díaz
García, Elías, «Por un Estado social, laico, y federal. (Un libro sobre Gregorio
Peces-Barba)», en Sistema, núm. 241, 2016, pp. 117, 126 y 122).
17
Introducción
7
Y es que, como explícitamente advierte el propio Elías Díaz, ese prin-
cipio de la legalidad de la Administración resulta «directamente derivado de
la separación de poderes». (En Díaz García, Elías, Estado de Derecho y socie-
dad democrática, cit., p. 49).
8
Lo que, evidentemente, no significa negar la importancia de la misma,
dada la importancia decisiva que la Administración, por muy diferentes razo-
nes, ha tenido en los distintos modelos de Estado de Derecho. Lo que se hace
en este libro es atender a la misma en relación con la separación de podres,
que es donde se considera que tiene mejor cabida. De hecho, el propio Schmitt
resaltaría la enorme importancia que los constructores históricos del Estado
liberal de Derecho dieron a la legalidad y el control de la Administración:
«Sólo un Estado en el que toda la actividad administrativa, sobre todo la poli-
cía, se encuentre colocada a reserva y bajo la preeminencia de la ley, y sólo a
base de ésta sean admisibles las injerencias en la esfera de libertad del indivi-
duo, se llama, pues, Estado de Derecho. El principio de la legalidad en la
Administración pasa a ser la nota característica»; y: «El interés de la burguesía
liberal en lucha por el Estado de Derecho perseguía, ante todo [respecto a la
independencia judicial], también un control judicial de los medios de poder
propios del Gobierno monárquico, y concretamente de la burocracia adminis-
trativa. Así se explica que se haya designado como Estado de Derecho sólo a
aquel en que hay un control judicial de la Administración». (En Schmitt, Carl,
Teoría de la Constitución, presentación de F. Ayala, epílogo de M. García-Pela-
yo, versión española de F. Ayala, col. Alianza Universidad Textos, Alianza,
Madrid, 2003, pp. 142 y 143).
9
En Peces-Barba, G., Fernández, E. y Asís R. de (Dirs.), Curso de Teoría
del Derecho, Marcial Pons, Madrid, 1999, pp. 109 y 111.
18
CAPÍTULO I
EL GOBIERNO DE LAS LEYES
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El gobierno de las leyes
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Puede verse, en este sentido, el excelente estudio que del Derecho
penal en la monarquía absoluta española realizase el profesor Tomás y Valien-
te, en el que explícitamente podemos leer: «La condición social del delincuen-
te era un elemento esencial para determinar la pena que merecía. Las perso-
nas privilegiadas a las que genéricamente aluden las leyes bajo el término
«hidalgo» gozaban en materia penal, como en cualquier otra, de un estatuto
notablemente favorable. La ley no era igual para el noble y para el plebeyo en
ninguno de los sectores del Derecho, y lógicamente lo mismo había de suceder
con el penal. Tan sólo al final del Antiguo Régimen surgen algunas voces que
consideran injusta tal situación; pero aún entonces es éste un punto casi uná-
nimemente admitido por el legislador y los juristas». (En Tomás y Valiente,
Francisco, El Derecho Penal de la Monarquía absoluta (Siglos XVI-XVII-XVIII),
Tecnos, Madrid, 1969, pp. 317-318).
11
Las citas que en este trabajo realizo del texto de la Declaración las tomo
de Peces-Barba, Gregorio; Hierro, Liborio; Íñiguez de Onzoño, Santiago y Lla-
mas, Ángel, Derecho positivo de los derechos humanos, Debate, Madrid, 1987.
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Son conocidos en este sentido los estudios de González Vicén, que
señalan tanto que la filosofía del Derecho es un concepto histórico que surge
a finales del siglo XVIII, cuanto la vinculación de ese nuevo tipo de reflexión
especulativa sobre el Derecho con el positivismo jurídico. (Véase expresamen-
te al respecto en González Vicén, Felipe, «La filosofía del Derecho como con-
cepto histórico», en González Vicén, Felipe, Estudios de Filosofía del Derecho,
Facultad de Derecho de la Universidad de la Laguna, Santa Cruz de Tenerife,
1979, pp. 207 y 215; o, en el mismo sentido, en González Vicén, Felipe, «El
positivismo en la filosofía del Derecho contemporánea», en González Vicén,
Felipe, Estudios de Filosofía del Derecho, cit., p. 129).
Aunque sería incierto situar en los últimos años del siglo XVIII el origen
del pensamiento de que el Derecho, el auténtico Derecho, no es otro si no el
Derecho positivo, esto es los mandatos que, a través de los instrumentos que
denominamos como normas jurídicas, emanan del poder que en un determi-
nado territorio se constituye en poder supremo, pues es capaz de imponer con
eficacia generalizada esos mandatos a través de la coercibilidad, es decir, de
la posibilidad en última instancia de usar la violencia física para ello; unos
mandatos que permiten al poder político-jurídico estructurar la sociedad, sus
diferentes instituciones, y hacer que los individuos adecuen sus conductas a
lo que conforme a los mismos se les ha prohibido, exigido o permitido hacer.
Pues el origen más inmediato de esa concepción habría que situarlo antes que
con el surgimiento del Estado de Derecho en el continente, a finales del
siglo XVIII y principios del siglo XIX, con el surgimiento del Estado moderno
y los teóricos del mismo, en el tránsito a la Modernidad.
13
En concreto la escuela histórica del Derecho alemana, la escuela de la
exégesis francesa y la jurisprudencia analítica inglesa. (Puede verse un buen
22
El gobierno de las leyes
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El gobierno de las leyes
15
En Schmitt, Carl, Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica,
estudio preliminar, trad. y notas de M. Herrero, col. Clásicos del Pensamiento,
núm. 118, Tecnos, Madrid, 1996, pp. 17-19.
16
En el mismo sentido Lindahl, más allá de que después haga su propia
interpretación de lo que para él podría entenderse como orden concreto con-
forme al pensamiento de Schmitt, señalará que: «el orden concreto es de capi-
tal importancia para el pensamiento de Schmitt sobre la relación entre Esta-
do, Derecho y libertad. Pero, ¿qué es el orden concreto? Más precisamente,
¿qué determina el orden concreto como un orden? ¿Y qué determina el orden
concreto como concreto? Sorprendentemente, Schmitt no aborda en ningún
sitio estas cuestiones de manera directa y sistemática. Una laguna igual afecta
al concepto de unidad política, omnipresente en el pensamiento de Schmitt
sobre el Estado». (En Lindahl, Hans, «Law as concrete order. Schmitt and the
problem of collective freedom», en Dyzenhaus, David y Poole, Thomas (Eds.),
Law, Liberty and State. Oakeshott, Hayek and Schmitt on the Rule of Law, Cam-
bridge University Press, Cambridge, 2015, p. 45, trad. propia; y puede verse de
manera resumida la comprensión de Lindahl de orden concreto en pp. 50-51).
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El gobierno de las leyes
«La teoría política del mito» 17. Este trabajo, como nos recuerda
Zarka, «Es un texto que se presenta en principio como un análi-
sis de Reflexiones sobre la violencia, de Georges Sorel, publicado
por primera vez en 1908, pero de hecho, como se verá, va mucho
más allá. En el texto de 1923, Schmitt intenta hacer del mito
político un instrumento de combate contra el racionalismo polí-
tico, en particular el de la democracia liberal donde la política se
degrada y se descompone en negociaciones y debates» 18. Como
es habitual, las propias palabras de Schmitt resultan elocuentes
en relación con su pensamiento: «En la fuerza por el mito se
encuentra el criterio que decide si un pueblo u otro grupo social
tiene una misión histórica, y su momento histórico ha llegado.
De la profundidad de los instintos vitales auténticos, y no de un
razonamiento o de una reflexión sobre los fines, es que brotan el
gran entusiasmo, la gran decisión moral y el gran mito. En la
intuición inmediata es donde una masa entusiasmada crea la
imagen mítica que impulsa su energía sin reparar en obstáculos,
y le da tanto la fuerza para el martirio como el coraje para el
empleo de la violencia. Únicamente así, un pueblo o una clase se
convierte en motor de la historia universal. […] todo depende
del hecho de saber dónde viven hoy realmente esa capacidad
para el mito y esa fuerza vital. No las encontraremos seguramen-
te en la burguesía moderna, esa capa social pervertida por la
angustia del dinero y de la posesión, moralmente deteriorada
por el escepticismo, el relativismo y el parlamentarismo. La for-
ma de dominación de esa clase, la democracia moderna, no es
más que una «plutocracia demagógica»» 19. La fuerza más pode-
17
Aquí citaré este trabajo de Schmitt conforme a la traducción que al
francés hizo Denis Trierweiler y que forma parte del libro Zarka, Yves Charles
(Coord.), Carl Schmitt o el mito de lo político, trad. de Estela Consigli, Nueva
Visión, Buenos Aires, 2010, pp. 141-153.
18
Zarka, Yves Charles, «Introducción: de la teoría política del mito a la
mitología política», en Zarka, Yves Charles (Coord.), Carl Schmitt o el mito de
lo político, cit., p. 10.
19
Schmitt, Carl, «La teoría política del mito», en Zarka, Yves Charles
(Coord.), Carl Schmitt o el mito de lo político, cit., p. 144.
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Op. cit., pp. 151 y 153.
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21
En Campoy Cervera, Ignacio, «La necesidad de superar los mitos
sobre la infancia», en Barranco Avilés, M.ª C. y García Ferrer, J. J. (Coords.),
Reconocimiento y protección de los Derechos de los Niños, Instituto Madrileño
del Menor y la Familia, Madrid, 2006, p. 30.
22
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 153.
23
En este sentido, señalará muy claramente: «Esta confianza sigue siendo
el presupuesto de toda Constitución que organice al Estado de Derecho en la
forma de un Estado legislativo. Sin ella, el Estado legislativo sería una forma
complicada de absolutismo, el deber ilimitado de obediencia sería una opresión
abierta, y la franca renuncia al derecho de resistencia sería una necedad irrespon-
sable. Si se priva al concepto de ley de toda relación de contenido con la razón y
la justicia, conservándose al mismo tiempo el Estado legislativo con el concepto
de legalidad que le es específico, el cual concentra en la ley toda la majestad y la
dignidad del Estado, entonces toda ordenanza de cualquier especie, todo manda-
to y toda disposición, toda orden a cualquier oficial o soldado y toda instrucción
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El gobierno de las leyes
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Schmitt resulta muy contundente en el siguiente pasaje: «El pensa-
miento de Hobbes penetra y actúa eficazmente en el Estado legal positivista
del siglo XIX, pero sólo se realiza en forma que podríamos llamar apócrifa. Los
antiguos adversarios, los poderes «indirectos» de la Iglesia y de las organiza-
ciones de intereses, vuelven a entrar en escena transfigurados, como partidos
políticos, sindicatos, asociaciones sociales; en una palabra, como «poderes de
la sociedad». A través del Parlamento lograron apoderarse de la legislación y
del Estado legal y hasta pudieron llegar a creer que habían conseguido engan-
char al Leviathan a su carruaje. La cosa no les fue difícil gracias a un sistema
constitucional, cuyo esquema consistía en un catálogo de las libertades indi-
viduales. La pretendida esfera privada libre, garantizada de esta suerte, fue
sustraída al Estado y entregada a los poderes «libres», es decir, incontrolados
e invisibles, de la «sociedad». Estos poderes, perfectamente heterogéneos
entre sí, constituyen un sistema de partidos políticos cuyo armazón, como
certeramente observó J.N. Figgis, está siempre integrado por Iglesias y sindi-
catos. El dualismo Estado y sociedad libre se convirtió en un pluralismo
social, propicio al triunfo fácil de los poderes indirectos. […] Ese método típi-
camente indirecto, a deux mains, les permitió emplear su acción en cosa dis-
tinta de la política, a saber: en la religión, la cultura, la economía y en los
asuntos particulares, sin dejar por eso de aprovechar para sí todas las ventajas
del Estado. De esta suerte, a la vez que combatían contra el Leviathan, supie-
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ron servirse de él, hasta que destruyeron la gran máquina. Porque la maravi-
llosa armadura de una organización estatal moderna exige una voluntad uni-
taria y un espíritu también unitario. Cuando espíritus diversos y pugnantes
entre sí mueven esta armadura desde la obscuridad, la máquina pronto se
rompe y, al romperse, arrastra en su caída todo el sistema legal del Estado de
derecho. Las instituciones y los conceptos del liberalismo sobre los que el
Estado legal positivista se asentaba, se convirtieron en armas y posiciones
fuertes de poderes genuinamente antiliberales. El pluralismo de los partidos
llevó a su perfección el método de destrucción del Estado propio del Estado
liberal». (En Schmitt, Carl, El Leviathan en la Teoría del Estado de Thomas
Hobbes, trad. de Javier Conde, Struhart & Cía., Buenos Aires, 2002, pp. 76-77).
27
Dirá Schmitt que «Primeramente en el reinado prusiano, después en el
Estado mayor prusiano ha encontrado el Estado prusiano del soldado la forma y
conducción que le eran adecuadas a su forma concreta de existencia política». (En
Schmitt, Carl, «Estructura del Estado y Derrumbamiento del Segundo Reich. «La
Victoria del Burgués sobre el Soldado»», en Schmitt, Carl, Estructura del Estado y
Derrumbamiento del Segundo Reich. La Lógica de la Sumisión Espiritual, trad. de G.
Guillén Kalle, anotaciones y comentarios de G. Maschke, Reus, Madrid, 2006, p. 2).
28
Y en este sentido, es interesante la apreciación de Rafael Agapito de
que para Schmitt «no tiene relevancia el que unificar, homogeneizar, al pue-
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Rüthers, en un análisis muy acertado sobre la relación entre el pensa-
miento y la actitud vital de Schmitt, nos señala claramente el oportunismo de
Schmitt y cómo sus teorías se hacen más afines con los planteamientos nacio-
nalsocialistas a partir de la toma del Poder por Hitler. Y en esta línea advertirá
de que lo que Schmitt «escribió después de 1933 fue tan antiliberal y antide-
mocrático como sus trabajos anteriores. Solo fue nuevo el empaque racista-
nacionalista. El siempre de nuevo romantizado estado de excepción se redefi-
nió ahora en el «Estado del Führer» en el sentido de un nuevo «orden
concreto»». (En Rüthers, Bernd, Carl Schmitt en el Tercer Reich. ¿La ciencia
como fortalecimiento del espíritu de la época?, trad. y presentación de L. Villar
Borda, serie de Teoría Jurídica y Filosofía del Derecho, Universidad Externado
de Colombia, Bogotá, 2004, p. 158).
31
Así señalaba ya en el inicio de su obra «Estructura del Estado y
Derrumbamiento del Segundo Reich», que «Solamente desde la victoria del
movimiento nacionalsocialista existe la posibilidad de superación —a través
de otra estructura estatal totalmente diferente, a través de la unidad tripartita
del Estado, movimiento y pueblo— [de] los conceptos constitucionales típicos
del pensamiento de la sociedad burguesa». (En Schmitt, Carl, «Estructura del
Estado y Derrumbamiento del Segundo Reich. «La Victoria del Burgués sobre
el Soldado»», cit., p. 2).
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El gobierno de las leyes
32
En Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación
de la Unidad Política», trad. de Joseba Miren García Celada, en Eunomía.
Revista en Cultura de la legalidad, núm. 12, 2017, p. 279. Por otra parte, hay
que entender que en ese momento, diciembre de 2013, Schmitt corporiza ese
movimiento en el partido nacionalsocialista (y en su líder Adolf Hitler), escri-
biendo más adelante «Que el partido nacionalsocialista no sea desde ningún
punto de vista un «partido» en el sentido del sistema pluralista de partidos hoy
superado, es algo que se entiende por sí mismo. Es el cuerpo directivo que
sostiene al Estado y al pueblo,…» (Op. cit., p. 286).
33
Pueden verse los diferentes significados que señala Schmitt respecto
al término Constitución en los siete primeros capítulos de su Teoría de la Cons-
titución.
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34
Aunque, en realidad, Schmitt distingue dos principios políticos dife-
rentes que pueden funcionar como poder constituyente de distintas Constitu-
ciones: el monárquico y el democrático; entendiendo que sólo mediante un
compromiso inestable (como el existente en la Alemania del siglo XIX) pueden
compaginarse ambos. Así, dirá: «En Alemania la revolución del año 1848 con-
dujo, en general, hacia la llamada Monarquía constitucional, esto es, a un
«dualismo» (R. Mohl) de gobierno monárquico y de Representación popular,
en que ambos —monarca y representación popular— actúan como represen-
tantes de la unidad política. Semejante dualismo sólo significaba que la deci-
sión quedaba relegada. Dentro de cada unidad política sólo puede darse un
sujeto del Poder constituyente. Por eso, resulta de aquí la alternativa: o bien,
el príncipe emite una Constitución sobre la base del principio monárquico con
la plenitud del poder del Estado, o bien la Constitución descansa en un acto
del Poder constituyente del Pueblo, es decir, en el principio democrático.
Ambos principios, como fundamentalmente contrapuestos, no pueden ser
mezclados. Un compromiso mediante el cual se aplace y relegue la decisión,
es posible durante algún tiempo, claro está. […] En realidad, y pese a todos los
velos y elusiones, la Constitución se apoya, o en el principio monárquico, o en
el democrático; o en el Poder constituyente del príncipe o en el del pueblo. El
«dualismo» de estas Constituciones es insostenible». (En Schmitt, Carl, Teoría
de la Constitución, cit., pp. 73-74).
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El gobierno de las leyes
35
Op. cit., p. 33.
36
Op. cit., p. 34.
37
En las significativas palabras de Schmitt: «En Kelsen […] sólo valen
las normas positivas, es decir, aquellas que realmente valen; no valen porque
en justicia deban valer, sino sólo porque son positivas, sin consideración a
cualidades como razonabilidad, justicia, etc. Aquí cesa de repente el deber ser
y desaparece la normatividad; en su lugar aparece la tautología de unos sim-
ples hechos: una cosa vale, cuando vale y porque vale. Esto es «positivismo».
A quien sostenga en serio que «la» Constitución debe valer como «norma fun-
damental», y toda otra validez derivar de ella, no le es lícito tomar como fun-
damento de un puro sistema de puras normas prescripciones concretas cua-
37
Ignacio Campoy Cervera
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El gobierno de las leyes
40
Op. cit., p. 35.
41
Op. cit., p. 96. Y ya antes —p. 71— había señalado: «El poder consti-
tuyente presupone el Pueblo como una entidad política existencial; la palabra
«Nación» designa en sentido expresivo un Pueblo capaz de actuar, despierto a
la conciencia política».
39
Ignacio Campoy Cervera
42
Op. cit., pp. 93-94 y 45-46, respectivamente.
43
Op. cit., p. 35. Pero, en todo caso, conforme a lo señalado, no hay que
Confundir la Constitución positiva que se manifiesta a través de la Constitu-
ción de Weimar con las disposiciones que en la misma existen. «El hecho de
que la Constitución de Weimar sea una Constitución y no una suma inconexa
de prescripciones particulares reformables según el art. 76 C. a., colocadas en
el texto por los partidos del Gobierno de coalición de Weimar a favor de cua-
lesquiera «compromisos», consiste sólo en esta decisión existencial totalitaria
del pueblo alemán». (Op. cit., p. 48).
44
Op. cit., p. 71.
45
Op. cit., p. 94.
40
El gobierno de las leyes
46
Op. cit., p. 123.
47
Op. cit., p. 142.
41
Ignacio Campoy Cervera
48
Op. cit., p. 228.
49
En este sentido, dirá Schmitt, en dos significativos pasajes: «Sea ello
como fuere: como consecuencia de la referencia a la posibilidad límite de la
lucha efectiva contra un enemigo efectivo, una de dos: o la unidad política es
la que decide la agrupación de amigos y enemigos, y es soberana en este sen-
tido (no en algún sentido absolutista), o bien es que no existe en absoluto». Y:
«En realidad no existe ninguna «sociedad» o «asociación» política; lo que hay
es sólo una unidad política, una «comunidad» política. La posibilidad real de
agruparse como amigos y enemigos basta para crear una unidad que marca la
pauta, más allá de lo meramente social-asociativo, una unidad que es especí-
ficamente diferente y que frente a las demás asociaciones tiene un carácter
decisivo». (En Schmitt, Carl, El concepto de lo político, cit., pp. 69 y 74).
50
En este sentido, afirma: «Y una vez que la homogeneidad sustantiva
sea reconocida, los individuos que componen el grupo se darán cuenta de que
42
El gobierno de las leyes
sus vidas tienen un valor que trasciende con mucho lo que una sociedad
democrática liberal puede ofrecer». (En Dyzenhaus, David, «The concept of
the rule-of-law state in Carl Schmitt’s Verfassungslehere», en Meierhenrich,
Jens y Simons, Oliver (Eds.), The Oxford handbook of Carl Schmitt, Oxford
University Press, New York, 2016, p. 502, trad. propia).
51
En Vinx, Lars, «Carl Schmitt’s defence of sovereignty», en Dyzenhaus,
David y Poole, Thomas (Eds.), Law, Liberty and State. Oakeshott, Hayek and
Schmitt on the Rule of Law, cit., p. 119, trad. propia.
52
Esta idea central en el pensamiento de Schmitt la repetirá de forma
muy clara en diferentes partes de su obra. Así: «como Nación, esto es, unidad
con capacidad de obrar y consciente de su existencia política»; el pueblo tiene
«conciencia política, es decir, pueda distinguir de amigos y enemigos»; o
«Mientras un pueblo exista en la esfera de lo político, tendrá que decidir por
sí mismo, aunque no sea más que en el caso extremo —pero siendo él también
quien decida si está dado tal caso extremo—, quién es el amigo y quién el
enemigo. En ello estriba la esencia de su existencia política. Si no posee ya
capacidad o voluntad de tomar tal decisión, deja de existir políticamente». (En
43
Ignacio Campoy Cervera
44
El gobierno de las leyes
ción a la teoría del Derecho, edición a cargo de A. Ruiz Miguel, Debate, Madrid,
1990, pp. 362-365.
45
Ignacio Campoy Cervera
56
También a estas cuestiones básicas se refería Gregorio Peces-Barba al
señalar a los principios de las mayorías y de la negociación como principios
básicos para la toma de decisiones en las sociedades democráticas propias del
Estado de Derecho, entendiendo que «Todas las decisiones, en un sistema de
libertades al final de los trámites procedimentales, se adoptan por mayoría.
Pero en los diversos pasos que comparte ese proceso de toma de decisiones
existe otro principio no final, sino medial, que complementa y equilibra al de
las mayorías y que es el principio de la negociación que supone trámites donde
se pueden alcanzar acuerdos que faciliten una solución acorde con participa-
ción de la oposición y de las minorías». Y así mismo, desde una perspectiva
interesante para los temas que aquí se tratan, Francisco Javier Ansuátegui
señalaba la tensión existente e inevitable entre democracia y derechos funda-
mentales, a la que el Estado de Derecho constitucional supone una vía de solu-
ción político jurídica, pero que, en todo caso, exige la continua deliberación
democrática, con el necesario respeto a los derechos para que la dicha delibe-
ración tenga lugar y se pueda alcanzar el deseable equilibrio: «La tensión es la
que se produce, como hemos visto, entre dos criterios de organización de la
convivencia. De un lado, el criterio referido a la regla de las mayorías y, de otro,
el de los derechos: la voluntad de las mayorías frente a la razón de los derechos.
46
El gobierno de las leyes
Mientras que el primer criterio exige amplia operatividad para las decisiones
mayoritarias, el segundo procede a una disminución de esa operatividad, a
través de la exclusión o salvaguarda de objetivos respecto a la negociación, a la
deliberación y, en última instancia, a la decisión […] Tanto una hegemonía de
la regla de las mayorías, como de las potencialidades restrictivas respecto a
aquellas por parte de los derechos, desembocaría en una desfiguración del sis-
tema democrático […] El reto que la tensión le plantea al sistema democrático
es precisamente el del equilibrio». (En Peces-Barba Martínez, Gregorio, Diez
lecciones sobre Ética, Poder y Derecho, col. Derechos Humanos y Filosofía del
Derecho, Dykinson, Madrid, 2010, p. 326; y Ansuátegui Roig, Francisco Javier,
Razón y voluntad en el Estado de Derecho. Un enfoque filosófico-jurídico, col.
Derechos Humanos y Filosofía del Derecho, Dykinson, Madrid, 2013, p. 346).
57
En Kelsen, Hans, Esencia y valor de la democracia, trad. Rafael Luengo
Tapia y Luis Legaz Lacambra, edición y estudio preliminar de José Luis Moreno
Pérez, col. Crítica del Derecho, Editorial Comares, Granada, 2002, pp. 134 y 135.
58
En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., p. 51.
47
Ignacio Campoy Cervera
59
Op. cit., pp. 46-47.
48
El gobierno de las leyes
60
Pues para Schmitt, «Una salida práctica sería buscar la solución a este
problema en la introducción de un «tercero imparcial», para que decida el con-
flicto, ya sea guardando las formas judiciales o bien sin sujetarse a ellas. Pero
entonces se sacrificaría el sistema de legalidad del Estado legislativo parlamen-
tario. Porque, frente a ambas partes, este tercero sería un tercero superior supra-
parlamentario y suprademocrático, y la voluntad política no se determinaría ya
a través de la libre competencia por el poder entre partidos políticos dotados de
chances fundamentalmente iguales para alcanzarlo». (Op. cit., pp. 52-53).
61
De forma muy gráfica, diría Schmitt: «El partido mayoritario que
ostenta legalmente los medios del poder estatal tiene que admitir que si el
partido contrario logra, por su parte, la posesión del poder legal, utilizará los
medios que éste le brinda para atrincherarse en él y cerrar la puerta detrás de
sí y, por tanto, para suprimir por la vía legal el principio de la legalidad. La
minoría que aspira a la posesión del poder proclama que la mayoría dominan-
te ha utilizado así el poder desde hace mucho tiempo; con ello declara, expli-
cite o implicite, ilegal al poder estatal existente, reproche que no puede permi-
tirse ningún poder legal. Así, en el momento crítico, cada uno reprocha al otro
su ilegalidad y cada uno se hace pasar por el guardián de la legalidad y de la
Constitución. El resultado es una situación «alegal» y «aconstitucional»». (Op.
cit., p. 53).
49
Ignacio Campoy Cervera
62
Una desconfianza que para Schmitt ya sería suficiente para impedir el
correcto funcionamiento de ese principio de igualdad de condiciones para el
acceso al poder político, pues «El principio de la igualdad de chance es tan
delicado, que el simple hecho de poner seriamente en duda el espíritu de leal-
tad de todos los participantes en la lucha política hace imposible su aplica-
ción». (Op. cit., p. 52).
63
Pues, para Schmitt, «La gran prima que se otorga a la posesión legal
del poder, constituida por las tres ventajas de la interpretación arbitraria, la
presunción de legalidad y la ejecutividad inmediata, despliega toda su eficacia
práctica en el uso de la posibilidad de eliminar toda idea de igualdad de chan-
ce, en virtud de las facultades que conllevan los poderes extraordinarios pro-
pios del estado de excepción». Y así: «En la misma medida en que tales primas
a la posesión del poder reciben una significación política decisiva y en que su
aprovechamiento sin miramientos se convierte en un medio obvio del partido
para afirmar su poder, pierde todo crédito el principio de la igualdad de chan-
ce y, por tanto, el fundamento de la legalidad del Estado legislativo parlamen-
tario. Finalmente, cuando se ha llegado a estos extremos, lo único que cuenta
es quién tendrá en sus manos el poder legal, en el momento en que se lance
por la borda todo el sistema de la legalidad, para establecer después su poder
sobre nuevas bases». (Op. cit., pp. 54 y 55).
64
En Schmitt, Carl, Teología política. Cuantro ensayos sobre la soberanía,
trad. de F. J. Conde, Struhart & CIA, Buenos Aires, 1998, p. 15.
Aunque, en realidad, la traducción del término «Ausnahmezustand» qui-
zás sería mejor traducirlo como «situación excepcional». Pues, como señala
Estévez Araujo —que opta por esa traducción siguiendo a Julien Freund— el
término «estado de excepción» puede llevar a confusión con el significado del
mismo en el ámbito jurídico constitucional, cuando Schmitt se refiere a «un
concepto más amplio, de carácter genérico». (En Estévez Araujo, José A., La
crisis del Estado de Derecho liberal. Schmitt en Weimar, cit., p. 201 n. 16).
50
El gobierno de las leyes
65
Para Schmitt, «El caso excepcional, el que no está previsto en el orden
jurídico vigente, puede tal vez ser calificado como caso de extrema necesidad,
de peligro para el Estado o de otra manera análoga, pero no se puede delimi-
tar rigurosamente». (En Schmitt, Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre
la soberanía, cit., pp. 16-17).
66
Kahn, Paul W., Political Theology. Four new chapters on the concept of
sovereignty, Columbia University Press, Nueva York, 2011, p. 32, trad. propia.
51
Ignacio Campoy Cervera
67
En Schmitt, Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía,
cit., pp. 23-24.
68
En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., p. 24.
69
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 104.
52
El gobierno de las leyes
70
Op. cit., p. 106.
71
A esos tres tipos reconduce todas las posibles formas de entender el
Derecho: «Todo jurista que adopta en su trabajo, consciente o inconsciente-
mente, un concepto del derecho, lo concibe bien como regla, bien como deci-
sión o bien como un orden o configuración concretos». (En Schmitt, Carl,
Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica, cit., p. 5).
53
Ignacio Campoy Cervera
72
Op. cit., pp. 38-39.
73
Lucas Verdú señalará que «En definitiva, la argumentación schmittia-
na es una especie de positivismo voluntarista (decisionista), aplicada en
momentos de crisis, que intenta superar sociológicamente mediante los órde-
nes concretos, sin adherirse a valoraciones absolutas, puesto que critica lo que
llamó la «tiranía de los valores»». (En Lucas Verdú, Pablo, La lucha contra el
positivismo jurídico en la República de Weimar. La teoría constitucional de
Rudolf Smend, Tecnos, Madrid, 1987, p. 77).
74
Un excelente estudio de la aproximación que realizase Schmitt a la
Filosofía Política de Hobbes, y que a la vez lo es también de la propia Filosofía
Política de Schmitt, lo podemos encontrar en Saravia, Gregorio, Thomas Hob-
bes y la Filosofía Política Contemporánea: Carl Schmitt, Leo Strauss y Norberto
Bobbio, prólogo de Eusebio Fernández García, col. Derechos Humanos y Filo-
sofía del Derecho, Dykinson, Madrid, 2011, pp. 35-221.
54
El gobierno de las leyes
75
Así, dirá Schmitt: «En Hobbes se halla la estructura lógica del decisio-
nismo de modo evidente, precisamente porque el puro decisionismo presupone
un desorden, que sólo puede ser llevado al orden mediante la decisión sobre el
qué (no sobre el cómo). El soberano que decide no es competente para la deci-
sión gracias a un orden ya constituido. Es sólo la decisión que pone el orden y
la seguridad estatal en lugar del desorden y la inseguridad del estado de natu-
raleza, la que le convierte en soberano, y hace posible todo lo demás —ley y
orden—. Para Hobbes, el máximo representante del tipo decisionista, la deci-
sión soberana es una dictadura estatal que crea la ley y el orden en y sobre la
inseguridad anárquica de un estado de naturaleza preestatal e infraestatal».
(En Schmitt, Carl, Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica, cit., p. 31).
76
Aunque también tiene interés Croce en dejar claro que el acercamien-
to de Schmitt a dichas teorías institucionalistas se ve netamente perjudicada
por sus propios prejuicios reaccionarios, ya que «Lo que sostengo es que el
aparato teórico de la teoría institucional de Schmitt está firmemente vincula-
da a incuestionables supuestos conservadores y reaccionarios que terminan
por desestimar el valor de la mayoría de las observaciones y propuestas». (En
Croce, Mariano, «Does legal institutionalism rule out legal pluralism?
Schmitt’s institutional theory and the problem of the concrete order», en Utre-
cht, Law Review, Volumen 7, Número 2, 2011, p. 44, trad. propia).
55
Ignacio Campoy Cervera
77
Op. cit., p. 43, trad. propia.
78
Ibídem. Vid. otros pasajes interesantes y la crítica de Croce a los plan-
teamientos de Schmitt respecto a esta cuestión en pp. 52-53. En este sentido,
es destacable que, también para Croce, Schmitt no termina por abandonar el
decisionismo de sus trabajos anteriores, solo lo «atempera» (vid. así en p. 43).
79
En Schmitt, Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía,
cit., pp. 20-21.
56
El gobierno de las leyes
80
Op. cit., p. 23.
81
Op. cit., pp. 26 y 27.
82
En Del Real Alcalá, J. Alberto, «La dualidad amigo-enemigo en el pro-
pio contexto de Carl Schmitt», en Anuario de Filosofía del Derecho, Tomo
XXXI, 2015, pp. 188-189.
57
Ignacio Campoy Cervera
83
Una opinión contraria a este cambio en la doctrina de Schmitt moti-
vado por el oportunismo político, sería la de Montserrat Herrero, para quien
el libro de Schmitt Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica es «un
tratado de ciencia jurídica, de teoría del derecho, no directamente comprome-
tido con una situación que todavía era un conato, sino quizás más bien com-
prometido en una reacción contra el positivismo kelseniano. El motivo de este
escrito era científico y no político. Tres razones fundamentalmente llevan a
pensar así. La primera es que Schmitt nunca se retractó de la postura teórica
fundamental esbozada en este significativo opúsculo, sino que, más bien al
contrario, la mantuvo incluso después de que Alemania hubiera perdido la
guerra; la segunda, que es una posición intelectual frente a la «teoría pura
kelseniana», y quizás ése fuera el motivo coyuntural para la publicación del
libro; la tercera, que la lógica interna del pensamiento de Schmitt acerca del
derecho necesitaba de la solución del orden concreto». Y después, basándose
en una afirmación del propio Schmitt hecha en 1968: «Esta afirmación indica
que no hubo propiamente «etapas» contradictorias en su pensamiento, sino
una profundización en la comprensión de qué significa lo jurídico y el derecho
en su totalidad […] Drei Arten recoge, por tanto, una posición final del jurista
acerca del derecho, pero sus tesis fundamentales no contradicen a las publi-
caciones anteriores. Por consiguiente, la significación fundamental de esta
obra consiste en que Schmitt matiza en ella las afirmaciones hechas anterior-
mente y las pone en su lugar dentro del propio sistema». (En Herrero, Montse-
rrat, «Estudio preliminar», en Schmitt, Carl, Sobre los tres modos de pensar la
ciencia jurídica, cit., pp. XIV y XXIV-XXV, respectivamente).
Está claro que en esta obra Schmitt realiza una crítica explícita a la doctri-
na kelseniana (a ella me refiero también en el texto principal), sin embargo, no
me parece que la opinión de Schmitt, tampoco en el hecho de que no se retrac-
tase después de sus ideas aquí expresadas, aporte ningún elemento de juicio
importante sobre su cambio de pensamiento en esta obra; por el contrario, me
parece más significativo tener presente que esta obra fue creada por Schmitt
58
El gobierno de las leyes
59
Ignacio Campoy Cervera
84
Tomo estas citas de Schmitt, Carl, «El «Führer» defiende el derecho»,
en Carl Schmitt, teólogo de la política, prólogo y selección de textos de Héctor
Orestes Aguilar, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, pp. 115-117.
Segev, sin embargo, apunta que existe cierta confusión en los plantea-
mientos de Schmitt, porque al introducir Schmitt el «Führer-principle» está
permitiendo que el acto de soberanía del Führer es un acto de libre voluntad,
espontáneo y sin posibles limitaciones legales, y en este sentido es «divino»,
con él se forma el Derecho, por lo que no puede ser ilegal ni tampoco erróneo;
y sin embrago, señala Segev, hay «una importante diferencia entre un acto
divino y un acto de soberanía, que Schmitt quiere pasar por alto. Un acto de
soberanía nunca puede ser completamente autónomo; nunca puede ser el acto
inicial, como lo es el divino. Siempre tiene lugar en un contexto histórico
contra el cuál reacciona. Siempre se basa en un marco y unos recursos dados.
Puede abolir procedimientos e instituciones parlamentarias, pero aun así tie-
ne lugar en un contexto político e histórico. Schmitt parece usar el ex post
facto para justificar o legitimar actos particulares. Así, Schmitt exime al Führer
de la necesidad de dar explicaciones y justificaciones. Sin embargo, el recurso
de Schmitt a lo divino es infundado». (En Segev, Alon, Thinking and Killing.
Philosophical Discourse in the Shadow of the Third Reich, De Gruyter, Berlin,
2013, p. 24, trad. propia). En todo caso, más allá de lo que pudiese suponer
«divinizar» el acto de soberanía del Führer (que tendría causa antes en la idea
schmittiana de que los conceptos políticos son secularización de los religio-
sos), entiendo, como justifico en el texto principal, que en el pensamiento de
60
El gobierno de las leyes
61
Ignacio Campoy Cervera
87
En Schmitt, Carl, «El «Führer» defiende el derecho», cit., pp. 117-118.
62
El gobierno de las leyes
88
En Negretto, Gabriel L., «El concepto de decisionismo en Carl
Schmitt. El poder negativo de la excepción», en Revista Sociedad de la Facul-
tad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, núm. 4, 1994, pp. 63
y 64, respectivamente.
89
Así, también Negretto señalará explícitamente que «Tanto en su
dimensión legal, política o ética, el decisionismo aparece como una implaca-
ble negación de todos los valores sostenidos por el liberalismo. Desde diversos
puntos de vista, el decisionismo podría describirse como la inversión simétri-
ca de la doctrina liberal. Es la negación del constitucionalismo y lo opuesto a
una concepción de la política fundada en el ideal de la discusión racional».
(Op. cit., p. 80).
Una opinión diferente de la que defiendo en el texto principal, más com-
placiente con la teoría decisionista de Schmitt, es la de Eduardo Hernando,
quien obvia los problemas de ese decisionismo schmittiano, y lo pretende
identificar como una vía intermedia entre la excepción y la regla. En este sen-
tido, saca Hernando una conclusión precipitada al entender que «de hecho
dentro de la filosofía del derecho y la sociología del derecho contemporáneos
ya nadie puede sostener que el derecho formal constituye un conjunto de
reglas sólidas y definidas. En este sentido, parecería un exceso el sugerir que
las reglas formales estarán en una posición de superioridad frente al decisio-
nismo que por lo menos reconoce que no es neutral y que adicionalmente
tendría la ventaja de que no lleva sobre sus ojos la «Venda» que sí porta el
derecho formal para poder actuar de manera impersonal y abolir así la arbi-
trariedad. Sabemos, sin embargo, que esa venda no representa otra cosa que
el estado de abstracción y generalidad sobre el que descansa el derecho formal
y que no es capaz de tomar en serio a las personas y sus valores. […] En otras
palabras, quedaba sembrada la duda en torno a la posibilidad de crear un
Estado de Bienestar dependiente de las reglas formales. Finalmente, pensa-
mos entonces que el modelo de Schmitt (aquel que prescindiría de la venda)
estaría en mejores condiciones de superar los problemas contemporáneos que
cada vez más demuestran encontrarse en un contexto excepcional y explosivo,
en tal situación lo más recomendable sería resolver de manera concreta y
particular. Si la regla formal se ha excedido «comiéndose» literalmente a la
excepción, entonces el decisionismo jurídico deberá restablecer el equilibrio
ente la excepción y la regla». (En Hernando, Eduardo, «Entre la excepción y
63
Ignacio Campoy Cervera
64
El gobierno de las leyes
91
Op. cit., p. 57.
92
Es interesante en este sentido el análisis de Rafael Agapito sobre las
características de esa decisión: «Lo político se define así como una decisión
constitutiva y polémica. Es constitutiva porque es a través de ella como se
definen o se determinan los contenidos en torno a los cuales se va a configu-
rar la identidad de un pueblo frente a otro. Se trata de una decisión de carác-
ter público, en el sentido de que no tiene que ver con los sentimientos o inte-
reses individuales o privados, sino con algo que funda una relación entre
pueblos. Y es polémica porque con ella se establece lo político como relación
amigo-enemigo, tanto hacia el exterior, en la relación con otros pueblos o
Estados, como hacia el interior, frente a aquellos que no comparten o respe-
tan la identidad concreta y específica del Estado. La función de lo político, de
esa decisión originaria, es pues la de agrupar al pueblo en torno a un deter-
minado contenido fundamental, y defenderlo frente a los que no comparten
esa identidad, ya procedan del exterior o del interior. Esta decisión se carac-
teriza además porque carece de un objeto determinado. En principio todo
tema o materia puede convertirse en cuestión polémica, y provocar la agru-
pación de los individuos como amigos o enemigos por referencia a ella. […]
Por último la decisión política, si ha de fundar de modo efectivo la identidad
65
Ignacio Campoy Cervera
no 93, es, pues, un enemigo vital, al que hay que combatir con
las armas, ya que su propia supervivencia supone un peligro
cierto para la nuestra 94. Y el acierto del político pasa, así, por
saber distinguir adecuadamente entre el amigo y el enemigo y
actuar en consecuencia.
De esta manera, cuando Schmitt formulará en su libro Sobre
los tres modos de pensar la ciencia jurídica su teoría del orden
concreto, en realidad ya tendría establecido qué es lo que da
sustancia a la unidad política del pueblo: aquello que le propor-
ciona homogeneidad y conforme a lo cual cabe realizar la dis-
tinción básica entre amigo-enemigo 95. Aunque, en realidad, más
allá de la teórica decisión del pueblo, Schmitt ya tiene claro
quiénes son los enemigos del pueblo alemán. El antisemitismo,
tan extendido en ese momento histórico en Alemania y al que
Schmitt contribuiría de manera significativa, cobra aquí pleno
sentido, al construir Schmitt el núcleo ontológico de los amigos
con el ideal étnico de la raza germana y el de los enemigos con
del Estado, tiene que ser incondicionada. Si existiese algún tipo de compro-
miso o alguna condición que determinara la decisión originaria, ésta no reu-
niría las condiciones propias del soberano, y el Estado carecería de la autori-
dad necesaria para mantenerse». (En Agapito, Rafael, «Introducción», cit.,
pp. 26-27).
93
Para Schmitt, es precisamente la necesidad de asegurar la paz interior
del Estado, la seguridad y el orden interno, que representan otra decisión
política fundamental, lo que permite distinguir al enemigo interno y, conse-
cuentemente, actuar contra él. (Véase así en Schmitt, Carl, El concepto de lo
político, cit., pp. 75 y 62).
94
Pueden verse unos significativos pasajes a este respecto en Op. cit.,
pp. 57, 63 y 78.
95
Como señala Alberto del Real: «De la concepción schmittiana de las
nociones “amigo-enemigo” hay dos propiedades que es necesario mencionar
para su correcta comprensión, y que a veces pasan más desapercibidas. En
primer lugar, amigo-enemigo son categorías “ónticas” dirigidas a la delimita-
ción de lo colectivo político y social; dato que a veces no se tiene en cuenta lo
suficiente. Y, en segundo lugar, amigo-enemigo no se puede reducir a meras
categorías ónticas sino que se trata además de categorías “situadas” en un
orden concreto». (En Del Real Alcalá, J. Alberto, «La dualidad amigo-enemigo
en el propio contexto de Carl Schmitt», cit., p. 175).
66
El gobierno de las leyes
96
En este sentido, Gross sostendrá que solo con gran dificultad puede
ser separado el concepto de lo político de Schmitt «del contexto de su identi-
ficación de un enemigo judío». Y así, no deja de ser significativo el propio
título del trabajo de Gross: «El «Verdadero Enemigo»: Antisemitismo en la
Vida y el Trabajo de Carl Schmitt». En esta línea es interesante, respecto a esa
expresión: «the true enemy», que en la aclaración que hará en la nota 21 afir-
mase que si bien la forma en que Schmitt utiliza esa expresión en su Glossa-
rium no deja de ser ambigua, en todo caso «está perfectamente claro que para
Schmitt, especialista en la distinción «amigo/enemigo», los judíos eran el ver-
dadero enemigo como el enemigo demoniaco». (En Gross, Raphael, «The
«True Enemy»: Antisemitism in Carl Schmitt’s Life and Work», traducido del
alemán por Joel Golb, en Meierhenrich, Jens y Simons, Oliver (Eds.), The
Oxford handbook of Carl Schmitt, cit., pp. 111 y 113).
97
Así, en «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación de la Uni-
dad Política», afirmará: «…para la aniquilación del enemigo del Estado y del
pueblo, del partido comunista…»; «…el Estado alemán encontró la fuerza
para aniquilar al marxismo enemigo del Estado»; «…la organización comu-
nista, o sea a un enemigo mortal peligroso del Estado alemán…»; y «… sus
[del Estado nacionalsocialista] enemigos liberales o marxistas…». (En
Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación de la Uni-
dad Política», cit., pp. 273, 296, 301 y 306).
67
Ignacio Campoy Cervera
98
Aquí la Conferencia de Schmitt la cito por la traducción al inglés que
realiza Alon Segev en Thinking and Killing. Philosophical Discourse in the Sha-
dow of the Third Reich, cit., en pp. 28-34.
99
En Schmitt, Carl, «German Jurisprudence in the Battle against the
Jewish Spirit-Concluding Remarks at the Conference of the Reichsgruppe of
University Professors of the NSRB, October 3rd and 4th, 1936», en Segev, Alon
Thinking and Killing. Philosophical Discourse in the Shadow of the Third Reich,
cit., pp. 33-34 (la trad. del inglés es propia).
68
El gobierno de las leyes
100
Op. cit., p. 30, trad. propia. De manera expresa dirigirá algunos pasa-
jes contra Kelsen, al que explícitamente llama «el judío Kelsen», cumpliendo
así con las propias directrices que él mismo indicara en esa misma conferen-
cia a continuación, de que «Si por razones objetivas es necesario citar a auto-
res judíos, entonces se hará sólo con la adición de la palabra «judío». Mencio-
nando la palabra «judío» se emitirá ya un saludable exorcismo». Así, señala
que: «El problema de las citas no es, por consiguiente, sólo práctico, sino
también completamente fundamental. Uno puede reconocer a un escritor por
la forma en que cita. Déjenme recordarles sólo la descarada obviedad con que
la escuela de Viena del judío Kelsen ha citado sólo a sus propios miembros, y
cómo diferentes opiniones fueron ignoradas con una crueldad e imprudencia
incomprensibles para nosotros los alemanes. El problema de las citas no es
por tanto una cuestión nimia. La cuestión judía hoy día ya no tiene problemas
nimios. Todo está interrelacionado de la manera más íntima y profunda —esto
ha sido cierto desde que comenzó la auténtica batalla por la visión del mun-
do». Y también se puede apreciar el rechazo a las instituciones jurídicas pro-
pias del Estado de Derecho por la «influencia judía» en su constitución, cuan-
do afirma: «Si uno tiene en mente lo que esta conferencia ha producido en
relación con temas de tesis doctorales en los campos de la Historia de la Jus-
ticia y la Historia Constitucional —también para la exploración de la influen-
cia del espíritu judío en la vida intelectual alemana, en su «intersección» con
el espíritu alemán, como un conferenciante dejó muy claro— entonces no
parece difícil recordar a un joven estudiante la influencia de, por ejemplo,
B. Lasker, Friedberg o Johann Jacoby en el desarrollo de la justicia alemana,
o motivarle a examinar como la influencia judía está implicada en el surgi-
miento del Código de Procedimiento Civil, del Código de Procedimiento Penal
y de otras leyes, o a dirigir su atención al tema de «el judaísmo y el Estado
bajo el imperio de la ley». (Op. cit., pp. 30 y 31, trad. propia).
69
Ignacio Campoy Cervera
es una cuestión a la que haya que dar aquí una detenida res-
puesta. Es evidente, por lo que no se puede negar con un míni-
mo de rigor intelectual, que en el periodo que trato en este libro
Schmitt profesó públicamente su antisemitismo e hizo mani-
festaciones públicas de ese antisemitismo vinculándolo al desa-
rrollo de planteamientos políticos y jurídicos 101. De hecho, el
antisemitismo casa perfectamente con los planteamientos de
teoría política y jurídica que Schmitt desarrolla. La tesis que
aquí defiendo va en ese sentido, es decir, que la teoría política
y jurídica de Schmitt se enfrentaba de manera radical al posi-
tivismo jurídico y al parlamentarismo democrático que confor-
maron el modelo del Estado liberal de Derecho y que el antise-
mitismo le permitió dar un contenido a sus planteamientos que
—bajo su punto de vista— los hacía más sólidos. Lo que le per-
mitía no sólo construir mejor el mito del sentimiento nacionalis-
ta germano, sino también que fuese asumido (irracionalmente,
aunque, paradójicamente, lo defendiese con argumentos racio-
nales) por el pueblo alemán. Por eso, no me parece fundamen-
101
Aunque, como nos advierte Gross, «Schmitt en ningún evento había
expresado públicamente su antisemitismo con tanta franqueza y radicalismo
—también respecto a sus colegas judíos— como en esta convención [se refiere
a la Conferencia citada en el texto principal]». El propio Gross justifica en su
escrito que el antisemitismo de Schmitt es anterior, coetáneo y posterior al
periodo de tiempo al que aquí me refiero (lo que a su juicio ya estaba claro
antes, pero ha quedado confirmado tras la publicación de sus diarios desde
2003); y conforme a ello, entenderá que el antisemitismo en Schmitt no era
sólo una cuestión de su vida privada, sino que impregnaba de una forma
importante sus escritos: «[el antisemitismo de Schmitt] debe desempeñar un
papel en nuestra comprensión de su trabajo como un todo —incluyendo sus
famosos textos del periodo de Weimar y el tardío trabajo que surgió al princi-
pio de la república de Alemania Occidental»; «[el] antisemitismo representaba
una presencia constante en el pensamiento de Schmitt: un elemento sentimen-
tal y clave en su visión del mundo, extendiendo los prejuicios personales del
pasado para conformar aspectos esenciales de sus escritos»; y «El análisis
histórico ya ha demostrado en toda ocasión que Schmitt ligó muchas de sus
ideas centrales de manera extremadamente estrecha a la «cuestión judía». (En
Gross, Raphael, «The “True Enemy”: Antisemitism in Carl Schmitt’s Life and
Work», cit., pp. 97, 96, 99 y 110, trad. propia).
70
El gobierno de las leyes
102
En este sentido, sostendrá Gross: «Con la llegada del Partido Nazi al
poder en Alemania, el antisemitismo se convirtió en un principio político del
estado alemán, un principio que Schmitt apoyó en numerosos libros, folletos
y artículos de periódico y a través de apariciones personales. Como ya se sugi-
rió, nunca se ha discutido que a partir de 1933 Schmitt fue un teórico del
Derecho antisemita». Y después concluirá: «No debemos olvidar que intelec-
tuales como Schmitt fueron responsables por dar forma al antisemitismo nazi
y desempeñaron su parte en su desarrollo genocida». (Op. cit., pp. 100 y 110,
trad. propia).
71
Ignacio Campoy Cervera
103
En Del Real Alcalá, J. Alberto, «La dualidad amigo-enemigo en el
propio contexto de Carl Schmitt», cit., pp. 191-192 y 189-190. Y en esa línea,
el mismo Alberto del Real muestra interés en dejar claro que esos plantea-
mientos «contaminaron» tanto el pensamiento como la propia actitud vital de
Schmitt. Así si sus trabajos coadyuvaron «a sustanciar la construcción de un
“nosotros” colectivo radicalmente étnico, excluyente y violento que invocan
precisamente sus categorías de amigo-enemigo. Pero es que, además, también
su praxis vital individual estuvo contaminada de sus propias nociones amigo-
enemigo —y de lo que ellas implicaron en su contexto situado—, hasta el
punto de que en su vida personal el actuó según aquellas». Op. cit., p. 192.
104
Op. cit., p. 193.
72
El gobierno de las leyes
105
En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, estudio preliminar de
M. Aragón, trad. de T. Nelsson y R. Grueso, col. Clásicos del pensamiento,
núm. 78, Tecnos, Madrid, 2002, pp. 12-13.
106
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 230. En el mismo
sentido puede verse también, por ejemplo, en Schmitt, Carl, Sobre el parlamen-
tarismo, cit., p. 18, n. 6.
107
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 234.
108
Op. cit., p. 231.
73
Ignacio Campoy Cervera
ticas por el principio de las mayorías 109, sino que ha de ser una
democracia sustantiva, determinada por la imposición de unos
valores muy concretos, que hace imposible la existencia de
otros.
La confrontación de sus teorías con la democracia liberal
del Estado de Derecho es, pues, manifiesta 110. Pues si bien es
cierto que ésta, de acuerdo también con la visión del positivis-
mo normativista formalista que Schmitt explícitamente recha-
zaría, suponía, en realidad, la incorporación de unos valores
determinados, propios de la burguesía liberal, lo que el plantea-
miento de Schmitt deja claro es que, en todo caso, no es correc-
ta la forma de incorporación de esos valores a través de los
109
Así se manifestará expresamente frente a la concepción democrática
de Kelsen, ya que para éste «la justicia de la Democracia se basa en que es más
justo que dominen, de cien hombres, 90 sobre 10, que 10 sobre 90. Aquí ha
desaparecido por completo el sentido político de la Democracia; la cuestión
de la sustancia de la igualdad democrática no se plantea ya. En Rousseau, por
el contrario, es todavía muy fuerte la conciencia de esa diferencia; él sabe
todavía que no es democrático que noventa hombres corrompidos dominen
sobre diez hombres honestos, y que cuando desaparece la sustancia de la
democracia —para Rousseau, la vertu— ni aun siquiera la unanimidad de
todas las resoluciones sirve de nada». (Op. cit., p. 246).
110
En este sentido señala Manuel Aragón que uno de los planos en los
que se articula la crítica de Schmitt a la democracia parlamentaria «estará
referido al significado de la propia democracia, sosteniendo Schmitt la diso-
ciación entre democracia y libertad (y, por lo mismo, entre representación y
elección). La democracia no se basa en la libertad, dirá, sino en la homogenei-
dad». No se puede compartir, pues, la posición de Carlos Ruiz Miguel, para
quien «[...] las palabras de Schmitt pueden ser interpretadas de forma esen-
cialmente democrática, sólo con no sacarlas de su contexto, y articulando
correctamente las premisas»; antes bien, conviene tener presente la adverten-
cia de Slavin, en el sentido de que por interesantes que nos puedan parecer los
planteamientos de Schmitt «no pueden llevarnos a la confusión de pensar,
seriamente, que su tesis fuera en defensa de la democracia. (En Aragón,
Manuel, «Estudio preliminar», en Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo,
cit., p. XVIII; Ruiz Miguel, Carlos, «Estudio preliminar», cit., pp. XXVI-XXVII; y
Slavin, Pablo E., «El Concepto de Democracia en el Pensamiento de Carl Sch-
mitt», en Slavin, Pablo E. (Dir.), Kelsen, Schmitt y Heller. Democracia, Consti-
tución, Legalidad y Legitimidad, Ediciones Suárez, Mar del Plata, 2001, p.109).
74
El gobierno de las leyes
111
Un aspecto clave que también subraya Manuel Aragón al señalar que
«Justamente el relativismo, que a Kelsen le parece la virtud, más aun, el pre-
supuesto, de la democracia (democracia «procedimental» y no «sustantiva»),
a Schmitt le parece, en cambio, su mayor defecto, el principio contradictorio
con la democracia misma. Para Schmitt, como ya se vio, la democracia no
puede fundarse en el pluralismo, sino en la homogeneidad». (En Aragón,
Manuel, «Estudio preliminar», cit., p. XXVI).
112
En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit., p. 21.
75
Ignacio Campoy Cervera
113
En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., p. 46.
Kelsen, efectivamente, irá en una dirección diametralmente contraria y
determinará, respeto a las teorías antagónicas democrática y autocrática del
Estado, que «La cuestión decisiva es si se cree en un valor y, consiguientemen-
te, en una verdad y una realidad absolutas, o si se piensa que al cocimiento
humano no son accesibles más que valores, verdades y realidades relativas
[…] Esta pugna de concepciones metafísicas es paralela a la antítesis de acti-
tudes políticas: a la concepción metafísico-absolutista del mundo se ordena la
76
El gobierno de las leyes
77
Ignacio Campoy Cervera
114
En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit., pp. 18-19.
115
En Schmitt, Carl, La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento
moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, versión de J. Díaz
García, Alianza, Madrid, 2003, p. 54.
116
Op. cit., pp. 158 y 159.
78
El gobierno de las leyes
117
Así, señalará Schmitt, en La Dictadura, que «A la totalidad nacida del
contrato social, la llama Rousseau un «yo» común, con vida y voluntad pro-
pias, el cual ha recibido íntegramente todo lo que cada individuo posee para
devolvérselo, de manera que tiene un derecho (I, 6) y, en consecuencia, un
poder absoluto, un pouvoir absolu (II, 4), sobre todos los individuos, del mis-
mo modo que el hombre tiene un poder absoluto sobre sus miembros. El
soberano no conoce a ningún individuo en cuanto tal […] La volonté générale
es el concepto esencial de la construcción filosófico-política de Rousseau. Es
la voluntad del soberano y constituye al Estado en una unidad. En virtud de
esto, tiene conceptualmente una cualidad que la distingue de toda voluntad
individual particular: en ella coincide siempre lo que es con lo que debe ser
conforme a la justicia». Y en su Teología política, si bien afirma esa unión,
también incorpora una interesante reflexión sobre el cambio que supone para
el decisionismo personalista: «Rousseau identifica la «volonté générale» con
la voluntad del soberano; pero, al mismo tiempo, se determina cuantitativa-
mente el concepto de lo general, incluso en lo que se refiere al sujeto, es decir,
el pueblo se convierte en soberano. Desaparece de esta suerte el elemento
decisionista y personalista que antes alentaba en el concepto de la soberanía.
La voluntad del pueblo es siempre buena». (Op. cit., pp. 158-159; y en Schmitt,
Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía, cit., pp. 68-69).
79
Ignacio Campoy Cervera
118
En este sentido dirá Rousseau que fuera del pacto social primitivo
«la voz del mayor número obliga siempre a todos los demás: es una conse-
cuencia del contrato mismo. Pero se pregunta cómo un hombre puede ser
libre y obligado a conformarse con las voluntades que no son las suyas. […]
Respondo a esto que la cuestión está mal puesta. El ciudadano consiente en
todas las leyes, aun en aquellas que han pasado a pesar suyo y hasta en aque-
llas que le castigan cuando se atreve a violar alguna. La voluntad constante de
todos los miembros del Estado es la voluntad general; por ella son ciudadanos
y libres. Cuando se propone una ley en una asamblea del pueblo, lo que se le
pregunta no es precisamente si aprueban la proposición o si la rechazan, sino
si está conforme o no con la voluntad general, que es la suya; cada uno, dando
su sufragio, da su opinión sobre esto, y del cálculo de votos se saca la decla-
ración de la voluntad general. Por tanto, cuando la opinión contraria vence a
la mía, no se prueba otra cosa sino que yo me había equivocado, y que lo que
yo consideraba como voluntad general no lo era. Si mi opinión particular
hubiese vencido, habría hecho otra cosa de lo que había querido, y entonces
es cuando no hubiese sido libre». (En Rousseau, Jean-Jacques, Contrato
Social, trad. de Fernando de los Ríos, col. Austral, Espasa Calpe, Madrid,
1996, p. 137).
80
El gobierno de las leyes
119
En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit., p. 33.
81
Ignacio Campoy Cervera
120
Op. cit., pp. 21-22. Aunque en este punto es interesante tener presen-
te la advertencia que hace Estévez Araujo sobre el cambio que se produce
entre la edición de 1923 y la de 1926 de Sobre el parlamentarismo, en el sentido
de que «En el tratamiento de la democracia contenido en el texto correspon-
diente a la primera edición, no se atribuye sustantividad ni al pueblo ni a su
voluntad. El problema central de la democracia no es —de acuerdo con el
texto de la 1.ª ed.— determinar cuál sea auténticamente la voluntad del pue-
blo, sino quién va a conseguir presentarse a sí mismo como el auténtico por-
tavoz de esa voluntad. La voluntad del pueblo opera en esta primea edición
como una entidad ficticia […] Por el contrario, en el prefacio a la segunda
82
El gobierno de las leyes
83
Ignacio Campoy Cervera
blea nada menos que la legitimación para ejercer el poder constituyente del
pueblo alemán: «La Asamblea Nacional reunida en 6 de febrero de 1919, en
Weimar, y elegida según postulados democráticos (sufragio universal, igual y
directo), ejercitó el poder constituyente del pueblo alemán y formuló el conte-
nido de la decisión política del pueblo alemán, así como las normas constitu-
cionales necesarias para su ejecución». (Op. cit., p. 78).
124
En este sentido, señalará que «Sólo el pueblo presente, verdadera-
mente reunido, es pueblo y produce lo público. En esta verdad descansa el
certero pensamiento, comportado en la célebre tesis de Rousseau, de que el
pueblo no puede ser representado. No puede ser representado, porque necesi-
ta estar presente, y sólo un ausente puede estar representado. Como pueblo
presente, verdaderamente reunido, se encuentra en la Democracia pura con el
grado más alto posible de identidad». (Op. cit., p. 238).
125
Además de en los pasajes antes citados, Schmitt se manifiesta en el
mismo sentido en otros pasajes, como cuando afirma que «La forma natural
de la manifestación inmediata de voluntad de un pueblo es la voz de asenti-
miento o repulsa de la multitud reunida, la aclamación. En los grandes Esta-
dos modernos, la aclamación, que es una manifestación natural y necesaria de
vida de todo pueblo, ha cambiado su forma. Se manifiesta como «opinión
pública»». (Op. cit., p. 100).
126
Una degradación de la idea de «voluntad general» que se expresa al
afirmar que «Dondequiera que el pueblo se encuentre verdaderamente reuni-
do, cualquiera que sea la finalidad, a menos que aparezca como grupo orga-
nizado de intereses, sea en manifestaciones callejeras, en fiestas públicas, en
teatros, en el hipódromo o en el estadio, se encuentra presente ese pueblo
capaz de aclamar, siendo, al menos potencialmente, una entidad política».
(Op. cit., p. 238).
84
El gobierno de las leyes
127
Como antes apuntaba, la imposibilidad material de que en Estados y
sociedades modernas se pudiese contar con esa permanente reunión asam-
blearia pudo ser un problema para Rousseau, quien, en diferencia esencial
con Schmitt, rechazaba la posibilidad de que la soberanía fuese representada
—aunque más concretamente se refiere a la representación de los diputados
en el legislativo, y en esto no se alejaría tanto de Schmitt—; pero, en todo caso,
es una cuestión que no tendría la mayor trascendencia para Schmitt, pues no
afecta a su fundamental concepto de representación (al que a continuación
me referiré en el texto principal). Puede verse, respecto a estas ideas, Rousseau,
Jean-Jacques, Contrato Social, cit., pp. 125 y 127; y Schmitt, Carl, Teoría de la
Constitución, cit., p. 212.
85
Ignacio Campoy Cervera
128
En este sentido, se puede ver claramente la dicotomía entre el respeto
a la voluntad del pueblo y la prevención sobre su posible confusión provocada
por engaño, cuando afirma que «la voluntad del pueblo es siempre idéntica a
la voluntad popular, tanto en cuanto se decide a partir del «sí» o el «no» de
millones de votos entregados, o cuando un individuo comparte, incluso sin
mediar votación, la voluntad del pueblo, o bien cuando el pueblo, de alguna
manera, se manifiesta por «aclamación». Todo depende de cómo se constituya
esta voluntad. Aún no ha sido solucionada la antiquísima dialéctica de la teo-
ría de la voluntad del pueblo: la minoría puede estar en posesión de la volun-
tad verdadera del pueblo y, además, el pueblo puede ser engañado; son cono-
cidas desde hace tiempo las técnicas de la propaganda y la manipulación de
la opinión pública». (En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit.,
pp. 34-35).
129
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 241.
86
El gobierno de las leyes
130
En Legalidad y Legitimidad afirmará que «la legitimidad plebiscitaria
es la única especie de justificación estatal que hoy debe reconocerse en gene-
ral como válida». Y, en ese sentido, que «La legitimidad plebiscitaria precisa
de un gobierno o de cualquier otra instancia autoritaria en la que pueda tener-
se confianza de que planteará correctamente la pregunta concreta y de que no
abusará del gran poder que emana del proceso plebiscitario». (En Schmitt,
Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., pp. 112 y 113, respectivamente).
87
Ignacio Campoy Cervera
131
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 206.
132
Como señala Estévez Araujo «El representante da vida, pues, a algo
que no tiene una existencia independiente, sino que sólo puede existir por
medio de él». (En Estévez Araujo, José A., La crisis del Estado de Derecho libe-
ral. Schmitt en Weimar, cit., p. 214).
133
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 209. También en
este sentido, señala Manuel Aragón que «distingue Schmitt entre Vertretung, o
representación mediante elecciones, que es siempre, a su juicio, una represen-
tación política inauténtica, es decir, una representación de intereses […] y
Repräsentation, o representación «espiritual», que se manifiesta no por la elec-
88
El gobierno de las leyes
ción, sino por la «identificación» del pueblo con sus líderes (mediante la «acla-
mación» o el «asentimiento»). Esta Repräsentation, única representación
auténtica, no se verifica, pues, a través de procedimientos, ya que es algo
«existencial». Por ella, el representante no es un delegado de la voluntad de los
representados, ya que, por principio, como esa voluntad no existe (lo que hay
es una diversidad de voluntades antagónicas), es imposible que pueda delegar-
se; por el contrario, mediante esa «representación» el representante «encarna»
lo que hay de homogéneo en los representados expresando así (o dando vida)
a una voluntad popular que sólo es capaz de manifestarse (o hacerse presente)
por obra del representante mismo, de su cualidad para «identificarla». Ésa es
la auténtica democracia, se dirá, frente a la falsa democracia representativa».
(En Aragón, Manuel, «Estudio preliminar», cit., p. XIX).
134
En Schmitt, Carl, La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento
moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, cit., p. 159.
135
Así, afirmará Schmitt que «Al gobierno se le califica en realidad de
corps intermédiaire entre el pueblo como soberano y el pueblo como súbdito
(III, 1). Pero la palabra solamente es utilizada como imagen que expresa la
mediación de la transferencia de la volonté générale al caso concreto y no debe
indicar una posible independencia jurídica del corps mediador frente a la
volonté générale, que es la única que manda». (Op. cit., p. 167).
89
Ignacio Campoy Cervera
136
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 211.
137
Op. cit., p. 213.
138
Op. cit., p. 231.
90
El gobierno de las leyes
139
En Schmitt, Carl, Catolicismo y forma política, cit., p. 26.
140
En esta línea señala Estévez Araujo que «de acuerdo con Schmitt, el
pueblo no puede nunca decidir por si sólo. Necesita ser representado por una
91
Ignacio Campoy Cervera
92
El gobierno de las leyes
142
Op. cit., p. 232.
143
En Schmitt, Carl, La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento
moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, cit., p. 193.
144
Op. cit., pp. 26 y 27, respectivamente.
93
Ignacio Campoy Cervera
145
Es en este sentido muy revelador que Schmitt reconozca que «otra
peculiaridad de la dictadura radica en lo siguiente: como está justificado todo
lo que resulta necesario, considerado desde el punto de vista del resultado
concreto a alcanzar, el contenido del apoderamiento en la dictadura se deter-
mina, de una manera incondicionada y exclusiva, con arreglo a la situación de
las cosas». (Op. cit., p. 28).
146
Op. cit., p. 29.
147
Op. cit., p. 229.
94
El gobierno de las leyes
148
Vid. Op. cit., pp. 229-230.
149
En este sentido, advierte Estévez Araujo que «Lo que tenía una apa-
riencia extraordinariamente democrática tiene, sin embargo, un significado
profundamente autoritario. No es el pueblo el que decide en cada circunstancia
qué es lo que tiene interés vital para él, sino que es la autoridad política quien
adopta esa decisión. […] La relación de enemistad se establece en virtud de una
decisión de la autoridad política. Por medio de una decisión de este tipo, la
autoridad determina cuáles son los intereses vitales del pueblo en un momento
dado». Y en esta línea caracteriza esta concepción de la decisión política en
Schmitt de acuerdo con tres notas «se trata de una decisión constitutiva, pues-
to que establece cuáles son los intereses vitales de un pueblo en un momento
determinado; de una decisión polémica, pues los intereses vitales se determinan
por el procedimiento de señalar al enemigo que los amenaza; y de una decisión
autoritaria, pues la autoridad política la adopta autónomamente imponiéndola
a los sometidos a ella». (En Estévez Araujo, José A., La crisis del Estado de Dere-
cho liberal. Schmitt en Weimar, cit., pp. 134-135 y 137, respectivamente).
95
Ignacio Campoy Cervera
150
En Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación
de la Unidad Política», cit., p. 288.
151
Un fin que en cierta manera ya quedaba apuntado por Schmitt en su
obra anterior respecto a la actuación del dictador: «En el curso de una inves-
tigación más extensa siempre se demostrará de nuevo que el contenido de la
actividad del dictador consiste en lograr un determinado éxito, algo «que
poner en obra»: el enemigo debe ser vencido, el adversario político debe ser
apaciguado o aplastado. Siempre depende de la «situación de las cosas»». (En
Schmitt, Carl, La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de
la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, cit., p. 41).
96
El gobierno de las leyes
97
CAPÍTULO II
LA SEPARACIÓN DE PODERES
152
Ésta es la que también resalta el mismo Schmitt: «La distinción de
poderes contiene el segundo principio del elemento de Estado de Derecho
propio de toda Constitución liberal burguesa. Es el principio orgánico desti-
nado a asegurar, al ponerse en práctica, la moderación y controlabilidad de
todos los órganos de poder del Estado». (En Schmitt, Carl, Teoría de la Cons-
titución, cit., p. 186).
99
Ignacio Campoy Cervera
153
En Díaz García, Elías, Estado de Derecho y sociedad democrática, cit.,
p. 46.
100
La separación de poderes
101
Ignacio Campoy Cervera
154
Véanse estas citas de Campderrich aquí referidas en Campderrich,
Ramón, La palabra de Behemoth. Derecho, política y orden internacional en la
obra de Carl Schmitt, Trotta, Madrid, 2005, pp. 21 y 25, respectivamente.
155
Esta oposición se ve muy clara cuando Kelsen, en su polémica con
Schmitt sobre quién ha de ser el guardián de la Constitución, afirmará con con-
tundencia que «La función política de la Constitución es la de poner límites
jurídicos al ejercicio del poder». (En Kelsen, Hans, ¿Quién debe ser el defensor de
la Constitución?, trad. y notas de R. J. Brie, supervisión técnica de E. Bulygin,
col. Clásicos del Pensamiento, núm. 112, 2.ª ed., Tecnos, Madrid, 1999, p. 5).
102
La separación de poderes
103
Ignacio Campoy Cervera
156
Es paradigmática, en este sentido, la distinción que realizase Kant, en
La metafísica de las costumbres, entre ciudadanos activos y pasivos, con el
reconocimiento sólo a los primeros de los derechos políticos. Afirmando que
«Sólo la capacidad de votar cualifica al ciudadano; pero tal capacidad presu-
pone la independencia del que, en el pueblo, no quiere ser únicamente parte
de la comunidad, sino también miembro de ella, es decir, quiere ser una parte
de la comunidad que actúa por su propio arbitrio junto con otros. Pero la
última cualidad hace necesaria la distinción entre ciudadano activo y pasivo,
aunque el concepto de este último parece estar en contradicción con la defini-
ción del concepto de ciudadano en general. —Los siguientes ejemplos pueden
servir para resolver esta dificultad: el mozo que trabaja al servicio de un
comerciante o un artesano; el sirviente (no el que está al servicio del Estado);
el menor de edad (naturaliter vel civiliter); todas las mujeres y, en general,
cualquiera que no puede conservar su existencia (su sustento y protección)
por su propia actividad, sino que se ve forzado a ponerse a las órdenes de
otros (salvo a las del Estado), carece de personalidad civil y su existencia es,
por así decirlo, sólo de inherencia». (En Kant, Immanuel: La Metafísica de las
Costumbres, Estudio preliminar de Adela Cortina Orts, trad. y notas de
A. Cortina Orts y J. Conill Sancho, col. Clásicos del Pensamiento, núm. 59,
Tecnos, 2.ª ed., Madrid, 1994, p. 144).
104
La separación de poderes
157
Pueden leerse unas interesantes páginas en este sentido en Díaz Gar-
cía, Elías, Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica y política, Biblioteca
Nueva, Madrid, 2003, pp. 177 y ss.; en las que se desarrolla un apartado que
significativamente titula «Carl Schmitt: enemigo del Parlamento y destrucción
de la Constitución».
158
Así, en una especie de resumen, señala que «Estos tres días —el 5 de
agosto de 1866, el 4 de agosto de 1914 y el 28 de octubre de 1918— se sitúan
en una única línea de desarrollo coherente. […] En su orden de sucesión se
desarrolla consecuentemente una ley: primeramente la resignación espiritual
105
Ignacio Campoy Cervera
en política interior del Estado prusiano del soldado, bajo los conceptos jurídi-
cos del Estado de derecho y constitucional burgués; después la sumisión pro-
ducida bajo el signo de la guerra espiritual del enemigo, unida con los empe-
ños bastardos de causar una buena imagen en el extranjero y tratar de
tranquilizar al enemigo a través de cesiones espirituales y de «objetividad»; y
finalmente la renuncia abierta al Estado prusiano del soldado y la sujeción
sancionada según la Constitución bajo los ideales de Estado y Derecho de una
de las partes, que a través de eso se convierte en un enemigo victorioso y des-
piadado. La lógica de la sumisión espiritual terminó en una dominación polí-
tica sin oposición». (En Schmitt, Carl, «Estructura del Estado y Derrumba-
miento del Segundo Reich. «La Victoria del Burgués sobre el Soldado»», cit.,
pp. 69-70).
159
Así, primero dirá: «Yo quiero procurar quedarme tranquilo cumplien-
do esta obligación [de descubrir las causas profundas del desastre alemán de
1918], con ayuda del conocimiento de las causas y los avances de mi materia
[…] para destapar el enmascaramiento que se ha producido por el dominio de
dos generaciones de doctrina del Estado liberal; para observar correctamente
la estructura del Estado en su exacta composición durante el segundo Reich
y, a través de esto, traer a su conocimiento tanto la peligrosa separación entre
[el] ejército y la Constitución, Estado y sociedad, así como también el conflic-
to a muerte por el mando entre Estado-ejército y la sociedad-burguesía en la
Alemania actual». Y después, al analizar uno de esos momentos decisivos para
Alemania en los últimos cien años, afirmaría que «la ideología del constitucio-
nalismo demócrata-liberal del oeste […] eran los ideales de los enemigos polí-
ticos internos del Estado prusiano del soldado». (Op. cit., pp. 4-5 y 69).
106
La separación de poderes
160
Así se observa, por ejemplo, cuando afirma que «el Estado pluralista,
con sus continuadas componendas entre partidos y fracciones, transforma el
Estado en un cúmulo de compromisos y contratos, por medio de los cuales los
partidos que integran la coalición se reparten entre sí, según una proporción
numérica, todos los cargos, ingresos y ventajas, y llegan a considerar como
equidad la conducta que en esas gestiones observan. La Constitución de un
Estado regido por semejantes métodos de formación de la voluntad política se
reduce a la frase «pacta sunt servanda» y a la protección de los «derechos bien
adquiridos». Esto es inherente, consustancial a todo sistema pluralista». (En
Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las diversas
especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, trad. de Manuel
Sánchez Sarto, Tecnos, Madrid, 1983, pp. 180-181).
107
Ignacio Campoy Cervera
161
Schmitt es explícito en criticar la existencia de esa Constitución
entendida, finalmente, como simple resultado de un pacto, así como, con
palabras de una vigencia sorprendente, el uso partidista y autodestructor que
de su contenido harán los distintos partidos políticos: «se produce un plura-
lismo de los conceptos de legalidad, que destruye el respeto a la Constitución
y transforma el terreno creado por ésta en una zona insegura, batida desde
varios lados, cuando en realidad toda Constitución debiera ser consustancial-
mente una decisión política que estableciese de modo indudable lo que es la
base constitucional de la unidad estatal. Los grupos o la coalición que en cada
momento dominan, consideran sinceramente como legalidad la utilización
exhaustiva de todas las posibilidades legales y el aseguramiento de sus posi-
ciones, el ejercicio de todas las atribuciones políticas y constitucionales en
materia de legislación, administración, política personal, derecho disciplina-
rio y autonomía administrativa, de donde resulta naturalmente que toda seve-
ra crítica e incluso cualquier amenaza a su situación aparece para esos grupos
como ilegalidad, como acto subversivo o como un atentado contra el espíritu
de la Constitución; entre tanto, cada una de las organizaciones adversarias
afectadas por semejantes métodos de Gobierno se esfuerza en demostrar que
la vulneración de esta misma posibilidad constitucional constituye el más gra-
ve atentado contra el espíritu y el fundamento de una Constitución democrá-
tica, no obstante lo cual rechaza con decisión firme, igualmente, todo repro-
che de ilegalidad y de transgresión constitucional que se le dirija. Entre estas
dos negaciones que funcionan de modo contrapuesto y casi automático en el
ámbito del pluralismo estatal queda aplastada la Constitución misma». (Op.
cit., p. 153).
108
La separación de poderes
162
Puede verse un significativo pasaje en este sentido en Op. cit.,
pp. 114-116.
163
Así, en Legalidad y Legitimidad, afirmará explícitamente que en el
«Estado legislativo parlamentario» «La voluntad momentánea de la mayoría
del Parlamento en un instante dado sólo descansa, desde hace mucho tiempo,
en un compromiso entre organizaciones de poder completamente heterogé-
neas, y el Parlamento se ha convertido en escenario de un sistema pluralista».
(En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., p. 109. Puede verse también
un interesante pasaje en este sentido en Schmitt, Carl, «Estructura del Estado
y Derrumbamiento del Segundo Reich. «La Victoria del Burgués sobre el Sol-
dado»», cit., pp. 76-78).
109
Ignacio Campoy Cervera
164
En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit.,
pp. 149-150.
165
Véase así en Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit., p. 4; y en el
mismo sentido en p. 63.
166
Advertía, así, Schmitt: «el parlamento sólo será «real» en tanto que la
discusión pública sea tomada en serio y llevada a efecto. «Discusión» posee a
este respecto un sentido especial y no significa simplemente negociar. […] La
discusión significa un intercambio de opiniones; está determinada por el obje-
tivo de convencer al adversario, con argumentos racionales, de lo verdadero y
lo correcto, o bien dejarse convencer por lo verdadero y lo correcto. […] Las
convicciones comunes forman parte de la discusión como premisas de la mis-
ma: la disposición a dejarse convencer, la independencia con respecto a los
partidos, la imparcialidad frente a intereses egoístas». (Op. cit., pp. 8-9).
110
La separación de poderes
167
También Manuel Aragón señala esta crítica de Schmitt, que la expone
a partir del rechazo de Schmitt al parlamento-legislador, en Aragón, Manuel,
«Estudio preliminar», cit., p. XX.
168
En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit., p. 9.
111
Ignacio Campoy Cervera
ser, al fin, sólo una mala fachada del dominio de los partidos y
de los intereses económicos» 169.
De esta manera, para Schmitt la falsedad demostrada de los
principios fundamentales en los que descansaba el parlamen-
tarismo, la publicidad y la discusión, como métodos idóneos
para descubrir la verdad y la justicia, hacía que se tuviese que
abandonar el parlamentarismo liberal: «Si la publicidad y la
discusión se han convertido, con la dinámica misma del funcio-
namiento parlamentario, en una vacía y fútil formalidad, el
Parlamento, tal y como se ha desarrollado en el siglo XIX, ha
perdido su anterior fundamento y sentido» 170. Y así, el Parla-
mento no puede ser considerado por más tiempo como órgano
de representación del pueblo, entendido éste como unidad polí-
tica: «Tan pronto como se produce el convencimiento de que en
el marco de la actividad parlamentaria lo que se desenvuelve a
la luz del día es sólo una formalidad vacía, y las decisiones
recaen a espaldas de lo público, podrá quizá el Parlamento
cumplir todavía algunas funciones útiles, pero ha dejado de ser
representante de la unidad política del pueblo» 171.
169
Op. cit., p. 25. También es interesante, en el mismo sentido, la forma
en que Schmitt señala la inevitable pérdida de la fe en el funcionamiento de
los principios del liberalismo parlamentario de la publicidad y la discusión en
pp. 63-65.
170
Op. cit., p. 65.
171
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 208. En esta línea del
rechazo del parlamentarismo por no garantizar la unidad política del pueblo es
donde habría que situar la interpretación (que no comparto) que Herrera hace de
los planteamientos de Schmitt, en el sentido de que la crítica de éste al sistema
parlamentario liberal es por la imposibilidad de que el mismo incorporase al prole-
tariado a la unidad política, «Schmitt consideraba —y es aquí, sin duda, que reside
todo el fundamento de su polémica antiparlamentaria— que el parlamento no podía
«integrar en una unidad política al proletariado, masa no poseedora y no educada»,
a diferencia de la burguesía en el Estado monárquico». (En Herrera, Carlos Miguel,
«Schmitt, Kelsen y el liberalismo», trad. de F. Sabsay, en Doxa. Cuadernos de Filo-
sofía del Derecho, núm. 21-II, 1998, p. 212; y en el mismo sentido, puede verse tam-
bién, al hilo de la polémica de Schmitt con Kelsen sobre el guardián de la Constitu-
ción, en Herrera, Carlos Miguel, «La polémica Schmitt-Kelsen sobre el guardián de
la Constitución», en Revista de Estudios Políticos, núm. 86, 1994, pp. 223 y 225).
112
La separación de poderes
172
Conforme al esquema de Schmitt: «Esta transformación profundísi-
ma puede considerarse como eslabón de una evolución dialéctica que se desa-
rrolla en tres estadios: desde el Estado absoluto de los siglos XVII y XVIII, por
mediación del Estado neutro del liberal siglo XIX, hasta el Estado total que
identifica Estado y Sociedad». (En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitu-
ción. Estudio acerca de las diversas especies y posibilidades de salvaguardia de
la Constitución, cit., p. 137).
173
Así, en su disertación sobre la imposibilidad de garantizar la igualdad
de «chance» en el Estado legislativo parlamentario, diría Schmitt: «Porque si
un partido domina el 51% del cuerpo legislativo, puede hacer de modo legal
las leyes que sirven de norma para la justicia y, por tanto, puede incluso dictar
a la justicia, que está ligada a la ley, el contenido de sus decisiones, tanto en
los litigios civiles, laborales, penales y disciplinarios cuanto en todas las demás
clases de litigios. Además, este partido mayoritario forma el gobierno legal, el
cual maneja todos los medios del poder estatal para la ejecución de la ley. […]
Quien tiene la mayoría, hace las leyes vigentes y, además, pone en vigor las
leyes elaboradas por él mismo. La vigencia y la puesta en vigor, la creación y
la sanción de la legalidad, son monopolio suyo. Pero lo más importante es que
el monopolio de la puesta en vigor de la ley vigente le confiere la posesión
legal de los medios del poder estatal y, con ellos, un poder político que rebasa
113
Ignacio Campoy Cervera
114
La separación de poderes
176
En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit., pp. 9-10.
177
Vid. un explícito pasaje en este sentido en Schmitt, Carl, Teoría de la
Constitución, cit., pp. 306-307.
178
Vid. en Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de
las diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit.,
pp. 151-152.
179
Así, en «Estructura del Estado y Derrumbamiento del Segundo
Reich», dirá que «El movimiento liberal del año 1848 forzó al Estado prusiano
a admitir una «Constitución» y entregarse al peligro, perder su propia esencia,
mientras su Gobierno se transformó en un Gobierno parlamentario y su ejér-
cito en un ejército del Parlamento». (En Schmitt, Carl, «Estructura del Estado
y Derrumbamiento del Segundo Reich. «La Victoria del Burgués sobre el Sol-
dado»», cit., p. 5).
115
Ignacio Campoy Cervera
116
La separación de poderes
117
Ignacio Campoy Cervera
180
Respecto al «Conflicto Constitucional Prusiano», puede verse en Estévez
Araujo, José A., La crisis del Estado de Derecho liberal. Schmitt en Weimar, cit.,
pp. 13 y ss. Y al mismo se refiere Schmitt, desde su particular óptica, en Sch-
mitt, Carl, «Estructura del Estado y Derrumbamiento del Segundo Reich. «La
Victoria del Burgués sobre el Soldado»», cit., pp. 7 y ss.
181
El artículo 48 establecía: «Cuando un Territorio no cumple los debe-
res que le imponen la RV. [Constitución del Reich] o las leyes del Reich, puede
el Presidente del Reich obligarle a ello apelando a la fuerza armada.
Cuando en el Reich alemán el orden y la seguridad públicos estén consi-
derablemente alterados o amenazados, puede el Presidente del Reich tomar
aquellas medidas que sean necesarias para su restablecimiento, apelando a la
fuerza armada si el caso lo requiere. A este objeto puede suspender provisio-
nalmente, en todo o en parte, los derechos fundamentales consignados en los
arts. 114, 115, 117, 118, 123, 124 y 153.
Cuantas medidas haya tomado el Presidente del Reich en virtud de los
apartados 1 y 2 de este artículo, deberá ponerlas sin demora en conocimiento
118
La separación de poderes
119
Ignacio Campoy Cervera
120
La separación de poderes
182
En Schmitt, Carl, La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento
moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, cit., pp. 191-193.
183
Y recordemos que para Schmitt son siempre las situaciones de excep-
ción las que resultan decisivas. Como señala Herrera, desde el punto de vista
metodológico, «la concepción de Schmitt es la de un teórico de la excepción
que nunca funda sus análisis en la situación normal, sino, por el contrario,
siempre parte del caso límite, extremo». (En Herrera, Carlos Miguel, «La polé-
mica Schmitt-Kelsen sobre el guardián de la Constitución», cit., p. 220).
121
Ignacio Campoy Cervera
184
En Schmitt, Carl, La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento
moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, cit., pp. 27-28, 41-42
y 44, respectivamente.
185
En Negretto, Gabriel L., «El concepto de decisionismo en Carl Sch-
mitt. El poder negativo de la excepción», cit., pp. 69-70.
122
La separación de poderes
186
En Scheuerman, Bill, «The rule of law under siege: Carl Schmitt and
the death of the Weimar Republic», en History of Political Thought, Vol. 14(2),
Sum 1993, pp. 273-274, trad. propia.
187
Véase así en Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., p. 26.
123
Ignacio Campoy Cervera
188
Op. cit., pp. 27-28.
124
La separación de poderes
189
Conviene recordar que, como antes apunté, para Schmitt el monárqui-
co y el democrático son dos principios políticos diferentes, que pueden funcio-
nar para la constitución del poder constituyente de diferentes Constituciones,
y sólo mediante un compromiso inestable podrían compaginarse ambos.
190
Para Herrera, «En el presidente, según Schmitt, se materializa la
«aclamación» del pueblo de manera unitaria, como forma de representación
democrática por excelencia, contrariamente al Parlamento, que es expresión
de una voluntad dividida por los diversos intereses que representan los parti-
dos políticos». (En Herrera, Carlos Miguel, «La polémica Schmitt-Kelsen
sobre el guardián de la Constitución», cit., p. 213).
191
Sin embargo, la interpretación que hace Schmitt en su Teoría de la
Constitución de ese respaldo del pueblo con el que cuenta el Presidente de la
República adolece de falta de coherencia, lo que se corresponde con lo que
antes he apuntado en el texto principal sobre las distintas formas en que
Schmitt señala que puede ser conocida la voluntad del pueblo. Pues si en un
momento le da la mayor legitimidad democrática, señalando que «han actuado
también con eficacia en la introducción del sistema presidencial, pensamientos
de Democracia directa. El Presidente del Reich es elegido por todo el pueblo
alemán. […] Está ideado como un hombre que reúne en sí la confianza de todo
el Pueblo por encima de los límites y del marco de las organizaciones y buro-
cracias de los partidos; no como hombre de partido, sino como el hombre de
confianza de todo el Pueblo. Una elección presidencial verdaderamente regida
por ese sentido de la prescripción constitucional sería algo más que una de
tantas elecciones como tienen lugar en un Estado democrático. Sería una acla-
mación magnífica del Pueblo alemán y tendría el carácter imponente que revis-
ten tales aclamaciones en una Democracia. ¿Qué otro sentido y finalidad podría
tener una posición tan sólida del Presidente del Reich, sino el de una dirección
política? Cuando en realidad se reúne en un único hombre la confianza de todo
el Pueblo…». Sin embargo, ese planteamiento es contrario a su idea, repetida
en distintas ocasiones y a la que ya me he referido en el texto principal, de que
hay que diferenciar claramente las aclamaciones, que sí son actos políticos del
Pueblo, de las votaciones por sufragio secreto —que es el procedimiento por el
125
Ignacio Campoy Cervera
que se elegía al Presidente del Reich—, que no dejaban de ser actos privados de
los votantes, sin esa significación política de las aclamaciones. Por eso, aunque
en otro momento señalaba que «El pueblo puede ejercitar, dentro del marco y
sobre la base de una Constitución, ciertas competencias legalmente reguladas,
en cuanto cuerpo electoral o de ciudadanos con derecho a voto […] Elección de
un representante de todo el Pueblo unido. Ejemplo, el artículo 41, C. a.: elección
del Presidente del Reich por todo el pueblo. […] La mayoría de votos emitidos
vale entonces como voluntad de todo el pueblo». Hay que tener presente que
Schmitt ahí no estaba refiriéndose con «pueblo» ni al «sujeto del Poder consti-
tuyente», ni al «portador de la opinión pública y sujeto de aclamaciones», sino
al pueblo como «entidad organizada y formada por ley constitucional, siendo de
observar que aquí, en realidad, no es el pueblo el formado y organizado, sino
que existe sólo un procedimiento para las elecciones o la votación, y la voluntad
del pueblo surge sólo como resultado de un sistema de vigencias o acaso ficcio-
nes». (Véanse las citas en Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., pp. 333,
234 y 245, respectivamente).
192
Así, dirá en su Teoría de la Constitución que «La posición del Presi-
dente del Reich se basa en el elemento monárquico utilizado en una moderna
Constitución del Estado de Derecho para construir un equilibrio entre Legis-
lativo y Ejecutivo»; y «si el Presidente del Reich no es dirigente, sino el hom-
bre «objetivo», entidad neutral y sin partido, entonces es, como titular de un
poder neutral, de un pouvoir neutre, instancia mediadora, pouvoir modérateur;
árbitro, que no decide, sino que concilia a las partes y que, por la autoridad y
confianza que en ellas encuentra, crea una atmósfera de inteligencia».
(Op. cit., pp. 333 y 334). Un planteamiento que desarrollará en Schmitt, Carl,
La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las diversas especies y posibili-
dades de salvaguardia de la Constitución, cit., pp. 213 y ss.
193
En este sentido, advierte explícitamente que ««Independencia» es la
premisa fundamental, y todas las propuestas que se hacen de un defensor de
la Constitución se basan en la idea de crear una instancia independiente y
neutral». Y es que, si de lo que se trata es de «organizar una institución, una
instancia especial que tenga por objeto garantizar el funcionamiento consti-
126
La separación de poderes
127
Ignacio Campoy Cervera
195
En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., p. 241.
196
Véase al respecto Op. cit., p. 249-251.
197
En Kelly, Duncan, «Carl Schmitt’s political theory of dictatorship», en
Meierhenrich, Jens y Simons, Oliver (Eds.), The Oxford handbook of Carl
Schmitt, cit., p. 235, trad. propia.
128
La separación de poderes
198
Ibídem.
199
En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., p. 221.
También explícitamente afirmará que las facultades extraordinarias que ese
artículo 48 de la Constitución de Weimar le otorga al Presidente del Reich,
hacen que haya que considerar a éste como auténtico defensor de la Constitu-
ción, en Schmitt, Carl, «Estructura del Estado y Derrumbamiento del Segun-
do Reich. «La Victoria del Burgués sobre el Soldado»», cit., p. 79.
200
En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., p. 251.
129
Ignacio Campoy Cervera
201
Pero sí que lo hará tan sólo dos años después, tras las decisiones
legislativas y políticas tomadas en Alemania ese año. Pues, aunque formal-
mente no existía todavía la derogación de la Constitución, Schmitt ya procla-
maba su muerte para dar vida al emergente Estado total nacionalista: «La
Constitución de Weimar ya no está en vigor. Todos los principios y medidas
que por la parte ideal y por la parte organizativa resultaban esenciales para
esta Constitución han sido apartados junto con todos sus precedentes. Incluso
antes de la llamada Ley de Plenos Poderes de 24 de marzo de 1933, un Decre-
to del Presidente del Reich de 12 de marzo de 1933 ha derogado solemnemen-
te o suprimido junto con la bandera en negro-rojo-oro del sistema de Weimar
(art. 3 de la Constitución de Weimar), su espíritu y su base». (En Schmitt,
Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación de la Unidad Políti-
ca», cit., p. 273).
130
La separación de poderes
202
Estévez Araujo nos advierte como la interpretación de Schmitt de ese
artículo 48.2 estaba enfrentada a la posición dominante en la doctrina alemana,
aunque la señala sin aludir a esa contradicción entre ambas posibilidades de
actuar del Presidente del Reich, pues «según Schmitt, en el art. 48.2 se encuen-
tran contenidos dos apoderamientos: uno general de adoptar las medidas nece-
sarias para restablecer el orden y otro especial de suspender determinados artí-
culos de la Constitución. No existe limitación, pero tampoco reduplicación, pues
la autorización para poner fuera de vigor determinados derechos fundamentales
no puede entenderse comprendida en la autorización para adoptar las medidas
necesarias para el restablecimiento del orden público». (En Estévez Araujo, José
A., La crisis del Estado de Derecho liberal. Schmitt en Weimar, cit., p. 195).
203
Así, por ejemplo, puede verse en Schmitt, Carl, Teoría de la Constitu-
ción, cit., p. 126.
131
Ignacio Campoy Cervera
204
En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., pp. 87, 91-92 y 92,
respectivamente.
132
La separación de poderes
205
En Schmitt, Carl, La Dictadura. Desde los comienzos del pensamiento
moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, cit., p. 260. Y puede
verse la interesante argumentación de Schmitt al respecto en pp. 257-262.
206
En Schmitt, Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía,
cit., p. 20. Una idea que ya había apuntado antes (p. 16), al señalar que en la
disputa histórica sobre el concepto de soberanía «Se disputa sobre su aplica-
ción concreta, es decir, quién sea el llamado a decidir en caso de conflicto, en
qué estriba el interés público y el del Estado, la seguridad y el orden público,
«le salut publique», etc.».
207
Kelsen, Hans, ¿Quién debe ser el defensor de la Constitución?, cit.,
p. 13.
133
Ignacio Campoy Cervera
208
De hecho, una vez puesto a defender el nuevo régimen, Schmitt ter-
minará por ser explícito en el rechazo más absoluto de la Constitución de
Weimar. Y así, en La Lógica de la Sumisión Espiritual, afirmará que con la
Constitución de Weimar «Alemania se conformó con el ideal constitucional
democrático de sus enemigos y, al mismo tiempo, al dictado de Versalles […]
Se adoptó el ideal del Derecho y el ideal constitucional de las fuerzas triunfa-
les del oeste». (En Schmitt, Carl, «La Lógica de la Sumisión Espiritual», en
Schmitt, Carl, Estructura del Estado y Derrumbamiento del Segundo Reich. La
Lógica de la Sumisión Espiritual, cit., p. 99).
209
En Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación
de la Unidad Política», cit., p. 278.
134
La separación de poderes
210
En Schmitt, Carl, Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica,
cit., p. 73. En el mismo sentido, también es muy significativo un pasaje ante-
rior: «Hoy, después de que, con una nueva comunidad de vida, también el
pensamiento del orden concreto se ha vuelto a revitalizar, es para nosotros
más comprensible que para el modo de pensar normativista jurídico liberal
—anclado en la separación de poderes del viejo individualismo— el axioma
jurídico que establece que fidelidad, disciplina y honor no pueden ser separa-
dos del mando militar. También podemos legitimar de nuevo hoy, directamen-
te, una idea de fidelidad, porque el «Movimiento» jura una inquebrantable
fidelidad al «Führer»». (Op. cit., pp. 58-59).
135
Ignacio Campoy Cervera
211
Es explícito en este sentido Beccaria: «En todo delito debe hacerse
por el juez un silogismo perfecto: la premisa mayor debe ser la ley general; la
menor, la acción conforme o no con la ley; la consecuencia, la libertad o
pena». (En Beccaria, Cesare, De los delitos y de las penas, introducción, notas
y trad. de F. Tomás y Valiente, Aguilar, Madrid, 1982, p. 76).
136
La separación de poderes
212
Lo que, aunque tratándose en realidad de cuestiones diferentes, tiene
una conexión con su teoría general del carácter decisivo de las situaciones
excepcionales, pues «Lo excepcional es lo que no se puede subsumir; escapa a
toda determinación general, pero, al mismo tiempo, pone al descubierto en
toda su pureza un elemento específicamente jurídico, la «decisión»». (En Sch-
mitt, Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía, cit., p. 24).
213
En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., p. 90.
137
Ignacio Campoy Cervera
214
En Estévez Araujo, José A., La crisis del Estado de Derecho liberal.
Schmitt en Weimar, cit., pp. 230-231. Aunque, en todo caso, conviene tener en
cuenta, como advierte Kaufmann, que «entre la decisión que reside en la exis-
tencia de la autoridad, la decisión del poder constituyente y la decisión del
juez de acuerdo con el criterio de la determinación del derecho, existen tales
diferencias sustantivas que una subsunción de los tres casos bajo un «concep-
to general de la decisión», lejos de facilitar, dificulta una descripción adecua-
138
La separación de poderes
da». (En Kaufmann, Matthias, ¿Derecho Sin Reglas? Los principios filosóficos
de la Teoría del Estado y del Derecho de Carl Schmitt, cit., p. 170).
215
Así, señala Gasió, en su interpretación del pensamiento de Schmitt,
que «toda sentencia judicial implica una subsunción concreta de un caso par-
ticular a una norma legal, siendo que tal subsunción contiene un elemento de
decisión autónomo no derivado concretamente del contenido de la norma
legal, por lo que la decisión judicial es deducida, en cuanto al contenido, de
otra decisión ya contenida, de una manera mesurable y calculable, en la nor-
ma legal aplicable al caso». (En Gasió, Guillermo, «Estudio preliminar», en
Kelsen, Hans, ¿Quién debe ser el defensor de la Constitución?, cit., p. XXI).
216
En todo caso, si antes señalé la dificultad de conseguir que con esa
teoría se pudiese salir del pensamiento eminentemente decisionista del Dere-
cho, aquí resulta interesante señalar que para Schmitt el fin básico buscado
por el positivismo de la seguridad resulta imposibilitado por la incorporación
de las «cláusulas generales», como lealtad o buena fe, en el Derecho; ya que
lo que las mismas suponen es «una renuncia al fundamento del positivismo,
a saber, la decisión legal, a la vez contenida y desvinculada de la norma». La
incorporación de esas cláusulas (que también son habituales en nuestros
ordenamientos jurídicos, aunque no necesariamente los ejemplos que utiliza
Schmitt) permite, para Schmitt, hablar de la creación de un nuevo contenido
normativo: «En el momento en que conceptos como «lealtad y buena fe»,
«buenas costumbres», etc., se aplican no a una sociedad civil de tráfico indi-
vidualista, sino al interés de la totalidad del pueblo, cambia de hecho todo el
derecho sin que sea preciso que cambie una sola ley». (En Schmitt, Carl,
Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica, cit., pp. 67 y 68).
139
Ignacio Campoy Cervera
217
En Schmitt, Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía,
cit., pp. 47 y 48.
218
Op. cit., p. 52.
219
En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., p. 74.
140
La separación de poderes
220
En Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación
de la Unidad Política», cit., p. 305.
221
En Vinx, Lars, «Carl Schmitt’s defence of sovereignty», cit., p. 107,
trad. propia.
222
Op. cit., p. 109.
141
Ignacio Campoy Cervera
142
La separación de poderes
223
Op. cit., pp. 306-309.
143
Ignacio Campoy Cervera
224
En Ortner, Helmut, El verdugo Roland Freisler: Un asesino al servicio
de Hitler, trad. Daniel Najmías, Editorial Sombra, Barcelona, 2010, pp. 69-70.
144
La separación de poderes
145
Ignacio Campoy Cervera
225
El debate sobre esta cuestión entre los dos juristas se desarrolló, en el
ámbito estrictamente formal, en sendos escritos que ambos autores realizaron
al respecto en 1931. Carl Schmitt con La defensa de la Constitución —amplian-
do un escrito suyo, con el mismo título, de 1929—, donde expone su teoría en
contra de las teorías de Kelsen, aunque no lo hiciese expreso (y, de hecho, no
son muchas las ocasiones que le nombra expresamente); y Kelsen con ¿Quién
debe ser el defensor de la Constitución? —éste sí haciendo explícito que es una
contestación a Schmitt—. Aunque es evidente que la polémica entre ambos se
sustenta no sólo con las ideas que vertieron en esos escritos, sino que tiene
base en sus respectivos pensamientos político-jurídicos, mucho más amplios
y profundos, y en el especial momento histórico en que se desarrolló.
226
Vid. Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., p. 43.
227
Así, advierte Pedro de Vega: «SCHMITT no niega el llamado derecho
material de examen judicial. Esto es: cuando se trata de contradicciones evi-
dentes entre leyes ordinarias y la Ley Constitucional, la justicia ordinaria pue-
de, en virtud del principio de supremacía constitucional, dejar sin aplicar la
ley ordinaria. Pero una cosa es este control difuso de constitucionalidad, y
otra muy distinta que la ley considerada inconstitucional, según el sistema
kelseniano, quede automáticamente suprimida del ordenamiento jurídico».
(En De Vega García, Pedro, «Prólogo», en Schmitt, Carl, La defensa de la Cons-
titución. Estudio acerca de las diversas especies y posibilidades de salvaguardia
de la Constitución, cit., p. 19).
146
La separación de poderes
mente los términos y declara que […] todo cuanto hace un Tri-
bunal es Justicia. Este género de lógica procede por un encade-
namiento de equívocos: Justicia es aquello que hace un juez, y,
por consiguiente, todo cuanto hace un juez es Justicia; el juez
es independiente, luego todo aquel que es independiente es un
juez; por consiguiente, todo cuanto hace un organismo inde-
pendiente bajo la égida de su independencia, es Justicia; ergo
basta someter todos los pleitos constitucionales y divergencias
de opinión al juicio de jueces independientes, y tendremos una
«Justicia constitucional». Mediante conceptos constitucionales
de esta naturaleza es posible involucrarlo todo; todo puede ser
Justicia, pero, del mismo modo, todo puede ser «norma» y nor-
matividad, y, en último término, todo puede ser también
Constitución» 228.
Y si a las anteriores consideraciones añadimos la teoría del
decisionismo de Schmitt y la aplicamos a las funciones encomen-
dadas a los Tribunales Constitucionales conforme al modelo del
Estado de Derecho —que también realizan una actividad jurisdic-
cional—, podemos fácilmente entender el rechazo realizado por
Schmitt respecto al funcionamiento de los mismos en ese modelo.
Por una parte, el decisionismo, que como vimos Schmitt predica-
ba de toda actividad jurisdiccional, adquirirá una trascendencia
especial al aplicarse a la comprensión de cómo actúa un Tribunal
Constitucional, cuyas decisiones habría que entender que supo-
nen la interpretación auténtica del Derecho constitucional 229. Y
228
En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit.,
pp. 79-80.
229
Como advierte Schmitt, «es un hecho antiquísimo, y por desgracia
todavía no superado a pesar de los progresos de nuestro razonamiento crítico,
que precisamente la perspicacia logicista puede producir con facilidad dudas
nuevas. A ello responde igualmente, por lo demás, la idea —que con frecuencia
se advierte o al menos coopera de modo inconsciente en los planes de un Tribu-
nal semejante— de que dicho Tribunal resuelve las dudas y diferencias de opi-
nión en su calidad de máximo experto del Derecho, es decir, que, en realidad, es
una especie de asesor jurídico supremo. En semejante disquisiciones suele olvi-
147
Ignacio Campoy Cervera
así, por otra, se entiende que para Schmitt el modelo orgánico del
predominio del legislativo y las leyes generales por él creadas que-
da desmontado cuando con la incorporación de valores y dere-
chos concretos, que el legislador ordinario ha de respetar necesa-
riamente, se termina por dar primacía al judicial que interpreta
esos valores y derechos que limitan al legislativo 230.
De esta manera, si observamos los planteamientos de Schmitt
desde la óptica de las relaciones que se dan entre Derecho y
Poder, se ha de entender que para él en la cúspide del sistema se
ha de observar la primacía del Poder, de quien toma la decisión
correspondiente, pues «el concepto mismo de la decisión implica
que no puede haber decisiones absolutamente declaratorias.
Considerado desde el punto de vista del contenido de la norma
básica, ese elemento constitutivo y específico de la decisión [es]
algo completamente nuevo y extraño. Normativamente conside-
rada la decisión nace de la nada. La fuerza jurídica de la decisión
es harto distinta del resultado de su fundamentación. No se hace
la imputación con el auxilio de una norma, sino viceversa: sólo
desde un centro de imputación se puede determinar qué es una
norma y en qué consiste la regularidad normativa» 231.
darse que el efecto del informe descasa esencialmente sobre su valor de argu-
mentación, y que en tal sentido el informe representa precisamente el polo
opuesto a la mera decisión. […] Cuando se da carácter obligatorio a las conclu-
siones de un informe, deja éste de ser informe y se convierte en decisión o
sentencia Si esto es cierto para cada juez, debe serlo todavía con muchísima
más razón para una instancia establecida con propósito de resolver de un modo
auténtico y definitivo las dudas y diferencias de opinión». (Op. cit., pp. 91-92).
230
En este sentido, ya advertía Schmitt de «una contradicción orgánico-
estructural inmediata, esto es, una contradicción entre el Estado jurisdiccio-
nal y un Estado legislativo parlamentario. Una Constitución que coloca las
leyes constitucionales de carácter jurídico-material por encima de las leyes
ordinarias no solo modifica el principio fundamental de la voluntad de la
mayoría del momento y el principio de legalidad basado sobre sí mismo;
modifica radicalmente la estructura orgánica de semejante Estado legislati-
vo». (En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., p. 73).
231
En Schmitt, Carl, Teología política. Cuatro ensayos sobre la soberanía,
cit., pp. 48-49.
148
La separación de poderes
232
Así, señalaría que «En su significación práctica, la democracia parla-
mentaria se vuelve contra la fiscalización judicial de las leyes, toda vez que
semejante control de la jurisdicción sobre el poder legislativo introduciría en
el Estado legislativo parlamentario elementos propios del Estado jurisdiccio-
nal, que perturbarían, como cuerpos extraños, el claro sistema de legalidad de
este tipo de Estado y harían problemática la posición central del Parlamento
en cuanto fuente de la legalidad». (En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad,
cit., p. 43).
233
En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., p. 77.
234
Como señala Estévez Araujo: «tanto el Tribunal Constitucional como
el Guardián de la Constitución son mecanismos de defensa frente al legislador.
Pero ahí acaba toda similitud, pues mientras el Tribunal Constitucional estaría
encargado de velar por la adecuación de las leyes ordinarias a la Constitución,
el Guardián de la Constitución es una instancia encargada de contrarrestar los
efectos paralizadores y disgregadores de la combinación de sociedad pluralis-
ta y Estado agnóstico-parlamentario. La función del Guardián de la Constitu-
ción, tal como Schmitt la entiende es, pues, en realidad, la de garantizar la
realidad y unidad de la voluntad estatal». (En Estévez Araujo, José A., La crisis
del Estado de Derecho liberal. Schmitt en Weimar, cit., pp. 231-232).
149
Ignacio Campoy Cervera
235
Así, señalará, en su Teoría de la Constitución, que: «A pesar de todo,
tendría yo que afirmar la competencia judicial de comprobación de la consti-
tucionalidad de leyes ordinarias, porque a pesar de todo deja garantizado el
principio de la distinción de poderes. No se da ninguna intervención de la
Justicia en el Legislativo. La Justicia no está en iguales condiciones que las
otras actividades del Estado para «intervenir e injerirse». Está ligada a la Ley,
e incluso cuando decide sobre la validez de una ley, se mantiene dentro de la
pura normatividad; frena, pero no manda. No es un «poder» como los otros
poderes; eso significa lo que Montesquieu dice, de que es en quelque façon
nulle»; y en el mismo sentido, después: «En un Estado democrático, el juez es
también independiente, y no debe ser un instrumento político. La independen-
cia del juez no puede nunca ser cosa distinta que el otro aspecto de la depen-
dencia respecto de la ley. […] La independencia del juez debe protegerle contra
los mandatos y órdenes oficiales, sobre todo del Gobierno, de la autoridad
política, y tiene, por tanto, la finalidad contraria: desviación de la política.
Todo lo que el juez hace como juez se encuentra normativamente determinado
150
La separación de poderes
151
Ignacio Campoy Cervera
236
Schmitt, Carl, «Estructura del Estado y Derrumbamiento del Segun-
do Reich. «La Victoria del Burgués sobre el Soldado»», cit., pp. 82-83.
152
La separación de poderes
237
Véanse estas citas en Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución.
Estudio acerca de las diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la
Constitución, cit., pp. 242-245.
153
Ignacio Campoy Cervera
238
Op., cit., pp. 88-90. En este sentido, señalaba Kaufmann, en su inter-
pretación del pensamiento de Schmitt, que «las decisiones sobre la interpre-
tación de la Constitución son eminentemente políticas y por ello son más bien
legislación constitucional». (En Kaufmann, Matthias, ¿Derecho Sin Reglas?
Los principios filosóficos de la Teoría del Estado y del Derecho de Carl Schmitt,
cit., p. 164).
239
Aunque Schmitt sea consciente que en la práctica los Tribunales
Constitucionales tiendan a la autolimitación, advirtiendo que «no es tampoco
extraño que, en la realidad concreta, un Tribunal de esta naturaleza tienda
siempre a mantener su actuación práctica dentro de los limites de la Justicia,
evitando, a toda costa, situarse, en los casos serios de cierta envergadura,
frente al legislador ordinario o al Gobierno competente. Y procede de este
modo porque si se opusiera a éstos se convertiría a sí mismo en legislador o
en Gobierno, tan pronto como traspasara el marco de la autoprotección
meramente defensiva de la Justicia que es independiente, pero sujeta a las
leyes». (En Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las
diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit.,
pp. 96-97).
240
Lo que en un Estado en descomposición, como para Schmitt estaba
el Estado liberal de Derecho, podía traer las más graves consecuencias; y en
este sentido advertirá: «También la Constitución se disuelve en sus elementos
154
La separación de poderes
155
Ignacio Campoy Cervera
156
La separación de poderes
245
Y eso supone entender que se ha de «disipar, por lo menos, la cando-
rosa creencia de que la argumentación de tales decisiones no tiene más objeto
que transformar una transgresión constitucional hasta entonces dudosa, en
otra que sea clarísima para todo el mundo. El sentido de esa prueba no es el
de una argumentación que pretenda convencer a todos, sino el de una deci-
sión que se limita a suprimir la duda de un modo autoritario. Todavía es más
pronunciado y decisivo, en esencia, el carácter decisionista de toda sentencia
en una instancia cuya cardinal misión es fallar sobre dudas, incertidumbres y
divergencias de opinión. En este caso, el elemento decisionista no es solamen-
te una parte de la decisión que se agrega al elemento normativo para hacer
posible, en términos generales, una res judicata; más bien podemos decir que
la decisión es, como tal, sentido y objeto de la sentencia, y que su valor no
radica en una argumentación aplastante, sino en la autoritaria eliminación de
la duda que precisamente resulta de las principales argumentaciones posibles
que se contradicen entre sí». (Op. cit., pp. 90-91).
246
En esta misma línea, señalaría Pedro de Vega que «En cualquier caso,
la conclusión tácita que se desprende de su razonamiento parece evidente:
porque la conversión de la Justicia Constitucional en Guardián de la Consti-
tución, frente a los posibles ataques del poder legislativo, lo que termina vir-
tualmente condicionando es una politización de la justicia y una disfunción
más que notable en el esquema de la distribución del poder, se hace necesario
buscar otro Guardián que resulte en el plano doctrinal más coherente con la
Teoría Constitucional clásica, y en el plano real más efectivo. La solución la
encontrará SCHMITT […] en la figura del Jefe del Estado que, al ser plebisci-
tado directamente por el pueblo, podría actuar con independencia de los par-
tidos como instancia verdaderamente suprema y neutral». (En De Vega Gar-
cía, Pedro, «Prólogo», cit., p. 20).
157
Ignacio Campoy Cervera
247
Para Schmitt, «Una vez ejercitado, no por ello se encuentra acabado
y desaparecido el Poder constituyente. La decisión política implicada en la
Constitución no puede reobrar contra su sujeto, ni destruir su existencia polí-
tica. Al lado y por encima de la Constitución, sigue subsistiendo esa voluntad.
Todo auténtico conflicto constitucional que afecte a las bases mismas de la
decisión política de conjunto, puede ser decidido, tan sólo, mediante la volun-
tad del Poder constituyente mismo. También las lagunas de la Constitución
—a diferencia de las oscuridades y discrepancias de opinión de las leyes cons-
titucionales en particular— pueden llenarse, tan sólo, mediante un acto del
Poder constituyente; todo caso imprevisto, cuya decisión afecte a la decisión
política fundamental, es decidido por él». (En Schmitt, Carl, Teoría de la Cons-
titución, cit., pp. 94-95).
158
CAPÍTULO III
EL RECONOCIMIENTO Y LA PROTECCIÓN DE
LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
248
En Díaz García, Elías, Estado de Derecho y sociedad democrática, cit.,
pp. 51-52. Como se puede observar, en el texto citado se utilizan los términos
derechos fundamentales y derechos humanos para hacer referencia a la mis-
ma realidad básica. En esta misma línea, en este libro utilizo indistintamente
ambos términos, porque aunque es claro que se pueden establecer diferencias
entre ambos, las mismas no afectan a los propósitos de este libro. Un excelen-
159
Ignacio Campoy Cervera
160
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
161
Ignacio Campoy Cervera
251
Respecto a la evolución que en la Historia se ha producido en cuanto
al reconocimiento y protección de los derechos humanos resulta inevitable la
referencia a la magna obra impulsada y dirigida por el profesor Gregorio
Peces-Barba Historia de los derechos fundamentales, publicada por la editorial
Dykinson, que abarca desde el siglo XVI al siglo XX y está compuesta de 4 Volú-
menes, 14 Tomos y 22 Libros.
252
Respecto a la vinculación entre el surgimiento histórico de los dere-
chos humanos y los cambios experimentados en la sociedad europea en el
tránsito a la Modernidad, resulta imprescindible el trabajo de Gregorio Peces-
Barba; así en Peces-Barba Martínez, Gregorio, «Tránsito a la Modernidad y
Derechos Fundamentales», en Peces-Barba Martínez, Gregorio y Fernández
García, Eusebio (Dirs.), Historia de los derechos fundamentales. Tomo I: Trán-
sito a la Modernidad. Siglos XVI y XVII, Dykinson-Instituto de derechos huma-
nos «Bartolomé de las Casas» Universidad Carlos III de Madrid, Madrid, 1998.
Y respecto a la relación entre la dignidad humana y las diferentes dimensiones
de los valores de la libertad, la igualdad y la solidaridad en la fundamentación
de los derechos humanos puede verse Campoy Cervera, Ignacio, «Una revisión
de la idea de dignidad humana y de los valores de libertad, igualdad y solida-
ridad en relación con la fundamentación de los derechos», en Anuario de Filo-
sofía del Derecho, tomo XXI, 2004.
162
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
253
En Ansuátegui Roig, Francisco Javier, Razón y voluntad en el Estado
de Derecho. Un enfoque filosófico-jurídico, cit., p. 220.
254
En Díaz García, Elías, Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica y
política, cit., p. 150.
255
Como advierte Javier Dorado: «Podría por tanto pensarse que el Estado
liberal surgido en Europa tras la revolución francesa se configuraba como un
Estado constitucional que incluía las características del constitucionalismo
actual […] Sin embargo, esto no fue lo que ocurrió en realidad, y puede afirmar-
se que el constitucionalismo europeo no empezó a representar estas característi-
163
Ignacio Campoy Cervera
cas hasta entrado el siglo XX. La justificación fundamental de esta última afirma-
ción es que el constitucionalismo actual se centra sobre la idea de una
Constitución que tiene su origen en el consentimiento del pueblo soberano y que,
además, se configura como norma suprema del Ordenamiento que limita a todos
los poderes del Estado, incluido el legislativo, de tal forma que las leyes aproba-
das por éste y que vulneren los contenidos constitucionales —incluidos evidente-
mente los derechos— pueden ser declaradas inválidas (inconstitucionales) por el
tribunal que tenga la competencia para ello». (En Dorado Porras, Javier, La lucha
por la Constitución. Las teorías del Fundamental Law en la Inglaterra del siglo XVII,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2001, pp. 7-8).
Un problema al que no sería ajeno el pensamiento del propio Schmitt,
pues, como observa Manuel Aragón: «Una democracia totalmente procedi-
mental y un Estado (un Derecho, habría que decir) ideológicamente neutral
exigen entonces una Constitución, concluirá Schmitt (y en ello coincidirá,
sustancialmente, con Kelsen), «que tiene que limitarse fundamentalmente a
regulaciones orgánicas y de procedimiento». En ese modelo constitucional los
derechos de los ciudadanos (y de las minorías), quedarían, «jurídicamente»,
en manos del legislador; el Estado de Derecho sería un Estado constitucional
desde el punto de vista procedimental o «formal», pero sería sólo un mero
Estado «legal» desde el punto de vista material. Ése es el problema teórico
más agudo al que el parlamentarismo (la democracia parlamentaria) tendría
que dar respuesta: el de las limitaciones jurídicas del mismo parlamento desde
el punto de vista material o, si se quiere, el de los límites sustantivos (y no sólo
procedimentales) del propio legislador». (En Aragón, Manuel, «Estudio preli-
minar», cit., pp. XXVII-XXVIII).
256
También el profesor Javier Dorado es explícito en este sentido, al
señalar el reconocimiento de un catálogo de derechos que operan como lími-
tes al poder político como característica básica del constitucionalismo actual,
en Dorado Porras, Javier, La lucha por la Constitución. Las teorías del Funda-
mental Law en la Inglaterra del siglo XVII, cit., p. 5.
164
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
257
Claro que ésta es una forma muy concreta de entender la Constitu-
ción, precisamente a la que Schmitt se referiría como un concepto ideal de
Constitución; en este caso el concepto ideal de Constitución del Estado de
Derecho. (Véase al respecto en Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit.,
pp. 58 y ss.).
258
Aunque en la práctica esa protección de los derechos económicos,
sociales y culturales no estuviese suficientemente garantizada ni fuese eficaz
en la República de Weimar. Pues, como señala Rubio Lara, «Si bien la Consti-
tución de Weimar fue adelantada en la regulación constitucional de los dere-
chos económicos y sociales, una de sus debilidades fue la precaria atención
que dedicó a las garantías jurídicas de aquéllos. […] Ahora bien, como tam-
bién se ha sostenido, la efectividad de los derechos económicos y sociales, y
en general de los derechos fundamentales, no sólo depende de instrumentos
jurídicos, sino también de elementos extrajurídicos, particularmente de la
situación económica y de la estabilidad democrática. La República de Weimar
careció de estos elementos extrajurídicos al sufrir el embate de la crisis eco-
nómica de 1929 y el derrumbe del sistema democrático frente al empuje del
nacionalsocialismo». (En Rubio Lara, M.ª Josefa, La formación del Estado
social, col. Tesis Doctorales, núm. 32, Ministerio de Trabajo y Seguridad
Social, Madrid, 1991, pp. 93-94).
165
Ignacio Campoy Cervera
259
Y eso aunque en su Teoría de la Constitución reconociese que «La
Declaración solemne de derechos fundamentales significa el establecimiento
de principios sobre los cuales se apoya la unidad política de un pueblo y cuya
vigencia se reconoce como el supuesto más importante del surgimiento y for-
mación incesante de esa unidad». (En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución,
cit., p. 167).
166
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
260
Desde otra perspectiva, también puede resultar interesante observar
la contradicción entre el pensamiento de Schmitt y la teoría de los derechos
fundamentales si entendemos que es una característica fundamental de ésta
la universalidad de los derechos, mientras que, como acertadamente señala
Kaufmann, cabría hablar de una «tesis básica antiuniversalista de Carl
Schmitt: No es deseable ni posible ordenar una comunidad humana a través
de reglas que puedan ser justificadas racionalmente con criterios universal-
mente válidos. Hablo de una tesis básica porque en ninguno de los escritos de
Schmitt aparece formulada con este grado de generalidad y claridad. Repre-
senta más bien la quintaesencia de cuatro tesis que, a su vez, se aclaran cuan-
do se analiza la obra de Schmitt bajo los diferentes aspectos correspondien-
tes». (Kaufmann, Matthias, ¿Derecho Sin Reglas? Los principios filosóficos de
la Teoría del Estado y del Derecho de Carl Schmitt, cit., p. 8).
167
Ignacio Campoy Cervera
tra el abuso del Poder público. Así, pues, se funda, como dice
Kant, «en primer término, según los principios de la libertad de
los miembros de una sociedad en cuanto seres humanos». […] De
la idea fundamental de la libertad burguesa se deducen dos con-
secuencias, que integran los dos principios del elemento típico
del Estado de Derecho, presente en toda Constitución moderna.
Primero, un principio de distribución: la esfera de libertad del
individuo se supone como un dato anterior al Estado, quedando
la libertad del individuo ilimitada en principio, mientras que la
facultad del Estado para invadirla es limitada en principio. Segun-
do, un principio de organización, que sirve para poner en práctica
ese principio de distribución: el poder del Estado (limitado en
principio) se divide y se encierra en un sistema de competencias
circunscritas. El principio de distribución […] encuentra su
expresión en una serie de derechos llamados fundamentales o de
libertad; el principio de organización está contenido en la doctri-
na de la llamada división de poderes […] Derechos fundamenta-
les y división de poderes designan, pues, el contenido esencial del
elemento típico del Estado de Derecho, presente en la Constitu-
ción moderna» 261. Y más tarde, en 1933, ya de una forma más
descarnada arremeterá contra esa construcción de la Constitu-
ción de Weimar, típica de los Estados constitucionales de Dere-
cho y del modelo social del Estado de Derecho, «La construcción
en dos partes se basa en la oposición entre Estado y persona libre
individual, entre poder estatal y libertad individual, entre Estado
y sociedad estatal, entre política y esfera privada, esta última apo-
lítica, por tanto irresponsable e incontrolada. Con esta biparti-
ción se explica el esquema constituyente típicamente bipolar del
Estado constitucional burgués, cuya Constitución, como es sabi-
do, consistía en una parte de derecho fundamental, o sea dere-
chos fundamentales y derechos de libertades de la sociedad, com-
puesta por individuos libres y ella misma libre, es decir no estatal
y sin «Constitución»; y una parte normativa organizativa, o sea
vinculante y constituyente del Estado. La parte liberal de los
261
Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., pp. 138-139.
168
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
262
En Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación
de la Unidad Política», cit., pp. 289-290.
169
Ignacio Campoy Cervera
263
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 53. Posteriormente,
en «Estructura del Estado y Derrumbamiento del Segundo Reich», Schmitt
170
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
171
Ignacio Campoy Cervera
265
Op. cit., pp. 173-174 y 174, respectivamente.
266
Op. cit., p. 175.
172
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
267
En Peces-Barba Martínez, Gregorio, Curso de derechos fundamentales.
Teoría General, con la colaboración de R. Asís, C. Fernández Liesa y A. Llamas,
Boletín Oficial del Estado-Universidad Carlos III, Madrid, 1995, p. 60.
268
En este sentido, son muy explícitas de ese pensamiento libertario en
el rechazo de la fundamentación de los derechos económicos, sociales y cultu-
rales por su insoluble incompatibilidad con la fundamentación de los derechos
individuales y civiles, las palabras con que comenzara Nozick su famoso libro
Anarquía, Estado y Utopía, «Los individuos tiene derechos, y hay cosas que
ninguna persona o grupo puede hacerles sin violar los derechos. Estos dere-
chos son tan firmes y de tan largo alcance que surge la cuestión de qué pueden
hacer el Estado y sus funcionarios, si es que algo pueden. ¿Qué espacio dejan
al Estado los derechos individuales? […] Mis conclusiones principales sobre el
Estado son que un Estado mínimo, limitado a las estrechas funciones de pro-
tección contra la violencia, el robo y el fraude, de cumplimiento de contratos,
etcétera, se justifica; que cualquier Estado más extenso violaría el derecho de
las personas de no ser obligadas a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justi-
fica; que el Estado mínimo es inspirador, así como correcto. Dos implicaciones
notables son que el Estado no puede usar su aparato coactivo con el propósito
de hacer que algunos ciudadanos ayuden a otros o para prohibirle a la gente
actividades para su propio bien o protección». Por eso, coherentemente,
173
Ignacio Campoy Cervera
174
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
270
La consideración de los derechos fundamentales como los instrumen-
tos político jurídico idóneos para conseguir que el mayor número de personas
posible pueda conseguir desarrollar al máximo posible sus diferentes planes
de vida y, así, alcanzar el libre desarrollo de sus diferentes personalidades
—con lo que éste objetivo último se convertiría en el fundamento de aqué-
llos—, la desarrollé por primera vez en mi artículo Campoy Cervera, Ignacio,
«Una revisión de la idea de dignidad humana y de los valores de libertad,
igualdad y solidaridad en relación con la fundamentación de los derechos», cit.
175
Ignacio Campoy Cervera
271
En Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad, cit., pp. 63-64.
176
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
272
Aunque Schmitt no parezca advertirlo cuando señala, por ejemplo,
que «Todos los conceptos peculiares del Estado legislativo, como la soberanía
de la ley, la omnipotencia, primacía y ámbito reservado de la ley, solo tienen
presente al legislador ordinario y cuentan con una Constitución que no contie-
ne ninguna regulación jurídica material de alcance esencial, sino que contiene
dos partes contrapuestas: una parte de derechos fundamentales, que garantiza
la esfera de las libertades civiles, en general, y una parte orgánica, que regula
el procedimiento para la formación de la voluntad estatal». (Op. cit., p. 76).
273
Op. cit., p. 64.
274
Op. cit., p. 65.
177
Ignacio Campoy Cervera
275
Op. cit., pp. 117-118.
276
En Díaz García, Elías, «Carl Schmitt: la destrucción del Estado de
Derecho», en Revista Jurídica Universidad Autónoma de Madrid, núm. 8, 2003,
p. 161.
178
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
277
Vid. Peces-Barba Martínez, Gregorio, Curso de derechos fundamenta-
les. Teoría General, cit., pp. 168-169.
278
Pudiéndose señalar el Edicto de Nantes como «el primer texto jurídi-
co importante que regula la tolerancia e incluso la libertad de conciencia».
(En Peces-Barba, Gregorio; Hierro, Liborio, Íñiguez de Onzoño, Santiago y
Llamas, Ángel, Derecho positivo de los derechos humanos, cit., p. 57).
179
Ignacio Campoy Cervera
279
Respecto a ese rasgo fundamental del individualismo entre los rasgos
que se dan en la sociedad europea en el tránsito a la Modernidad que están en
la base del origen histórico de los derechos humanos, vid. Peces-Barba Martí-
nez, Gregorio: «Tránsito a la Modernidad y Derechos Fundamentales», cit.,
pp. 185-192.
280
Como advierte explícitamente Bobbio al reconocer que una de las
tesis de las que no se había alejado nunca era que los derechos naturales
«Nacen al inicio de la Edad Moderna, junto con la concepción individualista
de la sociedad». (En Bobbio, Norberto, «Introducción», en Bobbio, Norberto,
El tiempo de los derechos, trad. de R. de Asís Roig, col. Ciencias Sociales, Sis-
tema, Madrid, 1991, p. 14).
281
Como en otros trabajos he argumentado, eso nos lleva a la necesi-
dad de incorporar a la solidaridad como valor fundamentador, junto a la
libertad y la igualdad, de los derechos fundamentales. Y en esa línea señala-
ba que «Aunque, y esto es muy importante subrayarlo conforme a la com-
prensión que aquí se maneja de la solidaridad, no se ha de olvidar nunca que
el objetivo último que tenemos marcado es que las personas individualmen-
te consideradas consigan diseñar sus propios planes de vida y actuar para su
efectiva consecución. Se trata, así, de complementar el individualismo, que
está en la base de todo el sistema de los derechos fundamentales, con la
180
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
181
Ignacio Campoy Cervera
283
Y que con razón el profesor Peces-Barba incluiría dentro de las teo-
rías que niegan totalmente el concepto de los derechos humanos. (Vid. Peces-
Barba Martínez, Gregorio, Curso de derechos fundamentales. Teoría General,
cit., pp. 69 y ss).
284
Esta cita de Mussolini la tomo del libro de Elías Díaz Estado de Dere-
cho y Sociedad democrática, quién después hará la acertada aseveración: «A
esto conduce realmente toda la retórica filosófica y espiritualista del Estado
ético fascista: a un Estado totalitario y dictatorial donde los derechos y liber-
tades humanas quedan prácticamente anuladas y totalmente sometidas al
arbitrio de un poder político omnipotente e incontrolado, […] En definitiva,
la fórmula del Estado ético se revela como la cobertura ideológica que el
Estado totalitario fascista utiliza para la destrucción del Estado de Derecho».
(En Díaz García, Elías, Estado de Derecho y sociedad democrática, cit., p. 85).
285
Como señala Atienza: «En su obra maestra, El Capital (1867), en la
sección segunda del libro primero, Marx explica como en el modo de produc-
182
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
183
Ignacio Campoy Cervera
287
En Schmitt, Carl, Teoría de la Constitución, cit., p. 269.
184
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
288
Op. cit., p. 239. De forma igualmente significativa y tajante afirmará
después: «El método de sufragio secreto transforma al ciudadano con derecho
a voto en un particular aislado, y le permite manifestar su opinión sin aban-
donar la esfera de lo privado. De una suma de la opinión privada de particu-
lares no resulta ni una opinión pública, ni una auténtica decisión política.
Puede, incluso, ser inicuo esperar tales decisiones de gentes particulares».
(Op. cit., p. 272).
185
Ignacio Campoy Cervera
289
Por eso podía afirmar Schmitt que «una democracia, dado que a una
igualdad corresponde siempre una desigualdad, puede excluir a una parte de
la población dominada por el Estado sin dejar de ser por ello una democracia,
que, incluso, siempre han existido en una democracia esclavos o personas
total o parcialmente privadas de sus derechos y relegadas de la participación
en el poder político, se llamen como se llamen». (En Schmitt, Carl, Sobre el
parlamentarismo, cit., p. 13).
290
Por eso también en el rechazo de Schmitt de un Tribunal Constitucio-
nal como protector de la Constitución, señala la contradicción de que la pro-
tección de los intereses de una minoría se impongan, a través de su reconoci-
miento en la Constitución, a la propia decisión del legislador: «La regulación
constitucional se dedica, en la época presente, en gran parte, a la misión de
proteger ciertas actividades e intereses que, por lo demás, competen a la sim-
ple legislación, contra el legislador mismo, es decir, contra las variables mayo-
rías parlamentarias. El «anclaje» constitucional tiende a asegurar intereses
determinados, en particular los intereses de [la] minoría contra las mayorías
de cada momento. En ello radica una notable alternación de funciones, y una
tendencia orientada contra el democrático principio de [las] mayorías». (En
Schmitt, Carl, La defensa de la Constitución. Estudio acerca de las diversas
especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., p. 61).
291
En esta línea (aun sin compartir todos sus puntos de vista sobre la
relación entre libertad colectiva y libertad individual) resulta acertado el aná-
lisis y la crítica que realiza Lindahl sobre la defensa que hace Schmitt de la
libertad colectiva, en Lindahl, Hans, «Law as concrete order. Schmitt and the
problem of collective freedom», cit., pp. 59-64; y otros pasajes también intere-
santes en esta línea, en pp. 42, 43 y 55-56.
186
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
292
En Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación
de la Unidad Política», cit., p. 279.
187
Ignacio Campoy Cervera
293
En Schmitt, Carl, El Leviathan en la Teoría del Estado de Thomas Hob-
bes, cit., pp. 55-56.
294
En Schmitt, Carl, Sobre el parlamentarismo, cit., p. 22.
295
Como afirma Saravia: «Schmitt ajusta cuentas con su viejo maestro
[Hobbes] y le reprocha no haber perfeccionado la máquina estatal hasta hacer
desaparecer cualquier mínimo vestigio de poder individual». (En Saravia, Gre-
gorio, Thomas Hobbes y la Filosofía Política Contemporánea: Carl Schmitt, Leo
Strauss y Norberto Bobbio, cit., p. 157).
188
El reconocimiento y la protección de los derechos fundamentales
296
Pueden verse las ideas del profesor Peces-Barba sobre la ética privada
y la ética pública a las que hago referencia en el texto principal en Peces-
Barba Martínez, Gregorio, Ética, Poder y Derecho. Reflexiones ante el fin de
siglo, col. Cuadernos y Debates, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1995, pp. 59 y ss.
189
Ignacio Campoy Cervera
297
Como bien advirtió Elías Díaz, es en los totalitarismos nacionalistas
del siglo XX donde surge el «organicismo ético y espiritualista», al que tan bien
se ajusta el pensamiento de Schmitt; un organicismo conforme al cual «La
sociedad se concibe entonces como un ente moral y un organismo espiritual
dotado de fines sustantivos propios, transpersonalistas, diferentes de los fines
que corresponden a los hombres que componen esa sociedad, diferentes inclu-
so de los fines a que aspira la mayoría de ellos. La colectividad se sustanciali-
za, se entifica ética y espiritualmente, exigiendo así como instrumento de esa
uniformidad el ejercicio de un poder y de un Estado de carácter verdadera-
mente totalitario». (En Díaz García, Elías, Estado de Derecho y sociedad demo-
crática, cit., pp. 72-73).
190
CAPÍTULO IV
LUCES Y SOMBRAS EN EL ESTADO DE
DERECHO. REFLEXIONES A PROPÓSITO DE
LAS CRÍTICAS DE SCHMITT
298
Aunque, conforme a lo antes dicho en el texto principal, resulta per-
tinente hacerlo teniendo en cuenta la advertencia que realiza Estévez Araujo:
«La lectura de Schmitt puede ser útil para poner de manifiesto las debilidades
y defectos de los sistemas representativos erigidos sobre sociedades antagóni-
cas. Sin embargo, es necesario darse también cuenta de las limitaciones de sus
planteamientos». (En Estévez Araujo, José A., La crisis del Estado de Derecho
liberal. Schmitt en Weimar, cit., p. 261).
191
Ignacio Campoy Cervera
192
Luces y sombras en el Estado de Derecho
299
Puede verse en este sentido en Peces-Barba Martínez, Gregorio, Intro-
ducción a la Filosofía del Derecho, Debate, Madrid, 1983, pp. 42-44.
193
Ignacio Campoy Cervera
300
Permítaseme utilizar en el texto el conocido símil que estableciese
Hart para aludir a dos extremos respecto a la teoría del Derecho norteameri-
cana, denominándolos como el Noble Sueño y la Pesadilla, y que retomase
Moreso respecto a la interpretación constitucional añadiendo la posición
intermedia de la Vigilia —lo que, por otra parte, y como se ve, tiene mucha
relación con lo que aquí se trata—. (Puede verse el análisis de Moreso al res-
pecto en Moreso, José Juan, La indeterminación del derecho y la interpretación
de la Constitución, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid,
1998, pp. 183 y ss.).
301
Una paradoja que sitúa dentro de la que denomina paradojas del
«limitado límite», y que viene a señalar que «Los derechos fundamentales se
presentan como límites al poder, pero es el poder el que los reconoce». (En
Asís Roig, Rafael de, Las paradojas de los derechos fundamentales como límites
al poder, Debate, Madrid, 1992, p. 74).
194
Luces y sombras en el Estado de Derecho
302
Ésta sería la concepción del profesor Peces-Barba, para quien la rela-
ción entre Poder y Derecho alude a una misma realidad, que puede ser con-
templada desde un punto de vista externo, si atendemos al Poder como hecho
fundante básico, como fundamento último de validez del Derecho, y desde un
punto de vista interno, si atendemos al Derecho como ordenador y configura-
dor de ese Poder. Así, puede entenderse que si bien el poder político de nues-
tras sociedades occidentales asume los valores éticos de la Modernidad y los
convierte en jurídicos al incorporarlos en el sistema normativo que es el Dere-
cho; también, y de manera inmediata, hay que entender que esos mismos
valores jurídicos conforman, organizan y racionalizan ese poder. (Véase en
este sentido en Peces-Barba Martínez, Gregorio: Introducción a la Filosofía del
Derecho, cit., p. 46; y en Peces-Barba Martínez, Gregorio: Ética, Poder y Dere-
cho. Reflexiones ante el fin de siglo, cit., pp. 80-82).
195
Ignacio Campoy Cervera
303
En Croce, Mariano, «Does legal institutionalism rule out legal plura-
lism? Schmitt’s institutional theory and the problem of the concrete order»,
cit., pp. 46-47, trad. propia.
196
Luces y sombras en el Estado de Derecho
304
En Schmitt, Carl, «Estado, Movimiento, Pueblo. La triple articulación
de la Unidad Política», cit., pp. 290-291.
305
En este sentido, dirá Croce: «En este pasaje [se refiere al pasaje de
Schmitt citado en el texto principal] podemos encontrar fácilmente unas vivi-
das anticipaciones de las actuales críticas contra los emergentes regímenes
privados y funcionalmente normativos, cuyo movimiento hacia la desregula-
ción, la corregulación y la autorregulación tiene como objetivo absorber las
competencias tradicionales de los sistemas legales nacionales». (En Croce,
Mariano, «Does legal institutionalism rule out legal pluralism? Schmitt’s ins-
titutional theory and the problem of the concrete order», cit., p. 47, trad. pro-
pia).
306
Así, afirma Croce: «Sostengo que la fuerza crítica de las conclusiones
de Schmitt está radicalmente socavada por sus premisas reaccionarias y que,
por esta razón, su teoría es incapaz de ofrecer soluciones viables a los proble-
mas actuales de la política nacional e internacional». (Ibídem).
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307
Véanse todas las citas que de Elías Díaz realizo en este párrafo en
Díaz García, Elías, «Neocons y teocons: fundamentalismo versus democracia»,
en Rodríguez Palop, María Eugenia, Campoy Cervera, Ignacio y Rey Pérez,
José Luis (Eds.), Desafíos actuales a los derechos humanos: La renta básica y el
futuro del Estado social, col. «Debates del Instituto Bartolomé de las Casas»,
núm. 19, Dykinson, Madrid, 2012, pp. 13, 18, 32 y 33.
199
Ignacio Campoy Cervera
308
Aunque es claro que el funcionamiento real de los Parlamentos nunca
se ajustó a ese supuesto ideal; pues, como advierte Peces-Barba, los partidos
políticos «tal como los concibe la teoría clásica son más bien tipos ideales, que
no se reconocen ni en la realidad histórica ni en la realidad actual». (En Peces-
Barba Martínez, Gregorio, Ética, Poder y Derecho. Reflexiones ante el fin de
siglo, cit., p. 129).
200
Luces y sombras en el Estado de Derecho
309
Peces-Barba, en las vías de degradación del modelo clásico de repre-
sentación, señala que «El secreto o la falta de visibilidad y el sistema cerrado
en que se han convertido los partidos políticos favorece la corrupción, por la
cantidad de decisiones trascendentes de tipo económico que se toman desde
las direcciones de los partidos que ocupan espacios de poder». «Con este
panorama se producirá un vuelco en la formación del consenso. Desaparecerá,
casi por completo, el protagonismo ciudadano, y será sustituido por el prota-
gonismo de los partidos, de sus aparatos y de sus líderes que construirán otro
tipo de consenso, con pactos y acuerdos no siempre visibles, de los que se
deducirán decisiones que afectarán al conjunto». Y: «Existe una paradoja
entre este protagonismo central de los partidos, y su papel político decisivo,
como órganos y poderes del Estado de Derecho, y su falta de regulación jurí-
dica, y en este desajuste entre su gran protagonismo social y político y la
ausencia de normas se resume, en gran parte, el sentido de la crisis de la
representación». (Op. cit., pp. 135, 137 y 139, respectivamente).
310
En este sentido, Bobbio hablaba de una «privatización de lo público»
para referirse al hecho de que las grandes organizaciones «sindicatos, empre-
sas, partidos» «actúan como entes casi soberanos, como grandes potentados,
que tiene entre sí unas relaciones destinadas a concluir en acuerdos mucho
más parecidos a los tratados internacionales, sometidos a la cláusula rebus sic
stantibus, que no a una ley, que debe ser obedecida sin condiciones». Y Carlos
Taibo, al analizar el actual proceso de globalización, afirmaba que «No puede
rebajarse la importancia de un hecho: las empresas —y con ellas los empresa-
rios— que se mueven en el caldo de la globalización neoliberal han accedido
a una posición de enorme influencia que trasciende con mucho el terreno
estricto de la economía para alcanzar posibilidades ingentes de modelación de
201
Ignacio Campoy Cervera
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Más allá de que la complejidad del pensamiento de Hobbes no permi-
ta entender que el mismo se puede aplicar, sin sufrir graves alteraciones, para
configurar un Estado totalitario. Para Saravia, por ejemplo, la concepción
hobbesiana «no puede ser confundida con una apología del despotismo, la
tiranía o el totalitarismo». (En Saravia, Gregorio, Thomas Hobbes y la Filosofía
Política Contemporánea: Carl Schmitt, Leo Strauss y Norberto Bobbio, cit.,
p. 104).
204
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314
Díaz García, Elías, «Estado de Derecho y Democracia», en Anuario de
la Facultad de Derecho, núms. 19-20, 2001-2002, p. 203.
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315
Como bien señala Pedro de Vega, precisamente a raíz de la confron-
tación de los planteamientos de Kelsen y los de Schmitt, «un tratamiento ade-
cuado de la Justicia Constitucional obliga a considerar los presupuestos polí-
ticos y constitucionales desde los que forzosamente aquella ha de operar.
Dicho en otros términos, antes de discutir lo que la Justicia Constitucional
debe garantizar, se hace necesario esclarecer las condiciones que un sistema
de Justicia Constitucional coherente debe presuponer. Y es precisamente, en
este contexto, en el que la problemática jurídico-política fundamental de los
Tribunales Constitucionales sigue constituyendo uno de los caballos de batalla
del Derecho Constitucional contemporáneo». (En De Vega García, Pedro,
«Prólogo», cit., p. 22).
206
Luces y sombras en el Estado de Derecho
316
En este sentido, afirma Barranco: «es posible decir que una vez que
se pone de manifiesto la ausencia de convenciones sobre el sentido de las
disposiciones constitucionales materiales y, más allá, sobre las técnicas ade-
cuadas para interpretarlas, es preciso revisar los criterios que permiten consi-
derar que una norma es efectivamente el significado de un enunciado norma-
tivo. Las propuestas se articulan en torno a dos posiciones: considerar que la
interpretación es labor de investigación o entender que cuando el juez inter-
preta «decide» el significado de la norma. A mi modo de ver, es más adecuada
la segunda vía, por lo que la reflexión sobre los criterios no puede desvincu-
larse de la reflexión sobre la legitimidad del órgano que lleva a cabo la deci-
sión interpretativa». (En Barranco Avilés, María del Carmen, Derechos y deci-
siones interpretativas, Marcial Pons, Madrid, 2004, p. 144).
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En este sentido, Peces-Barba señala como dinamismo de la libertad
el paso de esa libertad de elección (entendida como libre albedrío) a la libertad
moral (que es entendida como la autonomía que la persona alcanzaría de
haber conseguido desarrollar adecuadamente sus planes de vida), y sitúa, a
modo de puente entre las dos, para conseguir que se produzca ese dinamismo
de la libertad, a lo que denomina como libertad social, política y jurídica, que
sirve, así, de fundamento de los derechos fundamentales. (Puede verse al res-
pecto en Peces-Barba Martínez, Gregorio, Curso de derechos fundamentales.
Teoría General, cit., pp. 215-243).
210
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318
En Díaz García, Elías, «Carl Schmitt: la destrucción del Estado de
Derecho», cit., pp. 149-150.
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319
Una buena prueba de esa peligrosa deriva lo podemos observar en las
respuestas que desde los Gobiernos de algunos Estado de Derecho se han veni-
do dando a los actos terroristas que se han producido desde el 11 de septiem-
bre de 2001. Así, sin poder hacer aquí un mínimo análisis de las mismas,
habría que recordar que mientras las operaciones militares en Afganistán que
se justificaron en la guerra contra el terrorismo, eran bautizadas con nombres
tan significativos como «Operación Libertad Duradera» o «Libertad Perdura-
ble» —en un principio denominada como «Justicia Infinita»—, se producía
una quiebra de las garantías propias de los Estados de Derecho con situaciones
como las del centro de detención de Guantánamo (recordemos que todavía en
funcionamiento), los denominados vuelos secretos de la CIA o la aprobación
de la Ley de Comisiones Militares de 2006 que, entre otras polémicas medidas,
abolía el derecho de habeas corpus para los ciudadanos extranjeros considera-
dos «combatientes enemigos». Y en esa línea, el entonces Presidente de los
Estados Unidos de Norteamérica, George W. Bush, con la justificación de la
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Luces y sombras en el Estado de Derecho
defensa del Estado de Derecho —o más precisamente del modo de vida ameri-
cano, en el que se supone que se incorporaba el modelo político del Estado de
Derecho— asumía plenamente, en realidad, la concepción schmittiana de lo
político, con su diferenciación radical, incompatible y vital entre amigos y
enemigos, como se puede observar muy claramente, por ejemplo, en el discur-
so que dirigió a la nación norteamericana a propósito del quinto aniversario
del 11 de septiembre, en el que afirmaba: «…el enemigo. Ahora sabemos que
son malvados y matan sin misericordia, mas no sin un propósito. Ahora sabe-
mos que constituyen una red de extremistas a quienes los incita una visión
perversa del islamismo, una ideología totalitaria que odia la libertad, rechaza
la tolerancia y aborrece toda disensión. Y ahora sabemos que su objetivo es
establecer un imperio islámico radical. […] La guerra contra este enemigo es
más que un conflicto militar. Es la lucha ideológica decisiva del siglo XXI y el
llamado de nuestra generación. […] la guerra no ha concluido; no concluirá
hasta que ya alguien venza, ya sea nosotros o los extremistas. […] Esta lucha
ha sido denominada un conflicto entre civilizaciones. Lo cierto es que es una
lucha por la civilización. Luchamos para mantener la forma de vida de la que
gozan las naciones libres. Y luchamos por la posibilidad de que las personas
buenas y decentes en todo el Oriente Medio puedan desarrollar sociedades que
se basen en la libertad y la tolerancia y la dignidad personal. Estamos viendo
los primeros combates de esta lucha entre la tiranía y la libertad. […] Enemi-
gos peligrosos han declarado su intención de destruir nuestra forma de vida».
Y en la misma línea, más recientemente, ante el atentado terrorista que se
produjo en Londres el 3 de junio de 2017, la primera ministra británica,
Theresa May, hizo manifestaciones públicas sobre cómo la necesidad de luchar
contra el extremismo islamista y el terrorismo vinculado al mismo podría exi-
gir la modificación de las leyes que reconocen y protegen los derechos huma-
nos en Gran Bretaña; y así, tres días después del atentado, el 6 de junio, afirma-
ba categóricamente, en un tweet de su cuenta personal en twitter, que «Soy
clara: si las leyes de derechos humanos son un obstáculo para enfrentarnos al
extremismo y el terrorismo, cambiaremos esas leyes para mantener a salvo a
los británicos». (Vid. el discurso de George W. Bush en https://georgewbush-
whitehouse.archives.gov/news/releases/2006/09/20060911-3.es.html; y el tweet
de Theresa May en https://t.co/8EfUJYUDMK, la trad. del tweet es propia).
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Ignacio Campoy Cervera
320
Es en ese sentido que me parece que hay que apreciar la evolución
seguida respecto a los valores superiores que se reconocen en el artículo 1.1
de nuestra Constitución. Como señalaba Santamaría, «la actividad jurispru-
dencial del TC respecto de los valores superiores ha propiciado que en la inter-
pretación de algunos mandatos contenidos en la CE se haya profundizado
más de lo que hubiera sido previsible desde la perspectiva estricta de la letra
de la norma, al producirse una redefinición material respecto del contenido de
los mismos en aras del cumplimiento de los objetivos que constituyen los
valores superiores». (En Santamaría Ibeas, J. Javier, Los valores superiores en
la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Libertad, justicia, igualdad y plu-
ralismo político, Dykinson, Madrid, 1997, p. 395).
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BIBLIOGRAFÍA CITADA
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Ignacio Campoy Cervera
218
Bibliografía citada
219
Ignacio Campoy Cervera
220
Bibliografía citada
221
Ignacio Campoy Cervera
222
Bibliografía citada
223
Ignacio Campoy Cervera
Taibo, Carlos, Cien preguntas sobre el nuevo desorden, 3.ª ed., Suma de
Letras, Madrid, 2002.
Tomás y Valiente, Francisco, El Derecho Penal de la Monarquía abso-
luta (Siglos XVI-XVII-XVIII), Tecnos, Madrid, 1969.
Vinx, Lars, «Carl Schmitt’s defence of sovereignty», en Dyzenhaus,
David y Poole, Thomas (Eds.), Law, Liberty and State. Oakeshott,
Hayek and Schmitt on the Rule of Law, Cambridge University
Press, Cambridge, 2015.
Zarka, Yves Charles, «Introducción: de la teoría política del mito a la
mitología política», en Zarka, Yves Charles (Coord.), Carl Schmitt
o el mito de lo político, trad. de Estela Consigli, Nueva Visión, Bue-
nos Aires, 2010.
224
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Agapito, R., 32-33, 65-66, 217, Conde, F. J., 32, 50, 223.
223. Conill Sancho, J., 104, 220.
Ansuátegui Roig, F. J., 46-47, Consigli, E., 27, 222, 224.
162-163, 217. Cortina Orts, A., 104, 220.
Aragón, M., 73-75, 88-89, 111, Croce, M., 55-56, 195-197, 218.
164, 217, 223. De los Ríos, F., 80, 222.
Armengol, J. R., 119, 220. De Maistre, J., 182.
Asís Roig, R. de, 14, 18, 23, 160- De Onzoño, I., 21, 179, 221.
161, 173, 180, 194, 217, 221. Del Real Alcalá, J. A., 57, 66,
Atienza, M., 182-183, 217. 71-72, 218.
Ayala, F., 18, 223. De Vega García, P., 146, 157, 206,
Barranco Avilés, M. C., 29, 160, 218.
207, 217-218. Díaz García, E., 17-18, 44,
Beccaria, C., 136, 217. 99-100, 105, 159, 163, 178,
Bobbio, N.., 23, 44, 180, 201-202, 182, 190, 198-199, 203, 205,
217- 218. 211, 218-219.
Bodino, J., 20, 101-102. Díaz García, J., 30, 78, 223.
Brie, R. J., 102, 219-220. Dorado Porras, J., 163-164, 219.
Bühler, O., 119, 220. Dyzenhaus, D., 16, 25, 42-43,
Bulygin, E., 102, 219-220. 219-220, 224.
Burke, E., 182. Estévez Araujo, J. A., 16, 50,
Bush, G. W., 212-213. 82-83, 88, 91-92, 95, 118, 131,
Calsamiglia, A., 77, 220. 138, 149, 191, 203, 219,
Campderrich, R., 101-102, 218. 221.
Campoy Cervera, I., 29, 162, 175, Fernández García, E., 18, 54,
181, 199, 218. 162, 221-222.
225
Ignacio Campoy Cervera
Fernández Liesa, C., 173, 221. 139, 145-146, 164, 206, 219-
Figgis, J. N., 31. 220.
Freisler, R., 142, 144. Lasker, B., 69.
Freund, J., 50. Legaz Lacambra, L., 47, 220.
Friedberg, R., 69. Lindahl, H., 25, 186, 220.
García Celada, J. M., 35, 222. Llamas Cascón, A., 21, 173, 179,
García Ferrer, J. J., 29, 218. 221.
García Pelayo, M., 18, 223. Locke, J., 101, 161, 220.
Gasió, G., 139, 219. Lucas Verdú, P., 54, 220.
Golb, J., 67, 219. Luengo Tapia, R., 47, 220.
González Cuevas, P. C., 13, 219. Madrid, A., 203, 221.
González Vicén, F., 22, 219. Maschke, G., 32, 222-223.
Goya y Lucientes F. de, 28. Malem Seña, J. F., 16, 202-203,
Greppi, A., 23, 217. 220-221.
Gross, R., 67, 70-71, 219. Marx, K., 182.
Grueso, R., 73, 217, 223. May, T., 213.
Guillén Kalle, G., 32, 222-223. Meierhenrich, J., 43, 67, 128,
Hart, H. L. A., 194. 219-220.
Hauriou, M., 55. Mellizo, C., 161, 220.
Hayek, F. A., 174, 219. Mohl, R., 36.
Hernando, E., 63, 219. Montesquieu, 101, 136, 143, 150.
Herrera, C. M., 112, 121, 125, Moreno Pérez, J. L., 47, 220.
127, 219. Moreso, J. J., 194, 221.
Herrero, M., 25, 58, 220, 223. Mussolini, B., 182.
Hierro Sánchez-Pescador, L. L., Najmías, D., 144, 221.
21, 179, 221. Negretto, G. L., 62-63, 122, 221.
Hitler (el Führer), 34-35, 58-62, Nelsson, T., 73, 217, 223.
68, 71, 96, 124, 135, 140-142, Nozick, R., 173-174, 221.
144, 149, 151. Orestes Aguilar, H., 60, 223.
Hobbes, T., 31, 54-55, 78, 101- Ortner, H., 144, 221.
102, 106-107, 188, 204. Peces-Barba Martínez, G., 18, 21,
Jacoby, J., 69. 46-47, 162, 172-173, 179-180,
Kahn, P. W., 51, 220. 182-183, 189-190, 193, 195,
Kant, I., 104, 168, 174, 220. 200-201, 210, 221.
Kaufmann, M., 16, 138-139, 154, Pontara, N., 202, 218.
167, 220. Poole, T., 25, 43, 220, 224.
Kelly, D., 128, 220. Rey Pérez, J. L., 199, 218.
Kelsen, H., 23-24, 36-37, 41, Rodríguez Palop, M. E., 199, 218.
46-47, 56-58, 67, 69, 71-72, Rodríguez Uribes, J. M., 17.
74-77, 102, 112, 127, 133, Romano, S., 55.
226
Índice onomástico
227
ÍNDICE DE MATERIAS
229
Ignacio Campoy Cervera
230
Índice de materias
231
COLECCIÓN DERECHOS HUMANOS
Y FILOSOFÍA DEL DERECHO