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Lectura para Diletrantes

Malabar
Un dolor alojado en el hombro derecho
tres dedos recorren a garabatos el brazo
arrastrando los otros dos como anclas
Para no desbocar la caricia, que lleva rumbo
Localizado el dolor, el movimiento leo

con la palma de mi mano,


clarividente tanteo
previendo el mecanismo perfecto
engranado de carne, nervio, hueso
La mano navegante ociosa
divaga el horizonte de clavículas
Parte hacia el ombligo, no llega
se pierde en circunscripciones|

El malabar es la caricia del objeto


Y la caricia el malabar del cuerpo.
La mano del malabarista aprende,
como la del ciego.
Registra en la memoria de sus dedos
El peso del objeto, lo volátil de su trayectoria.
Se llenan sus manos
de imaginar el infinito
y perseguirlo.
El malabarista dice movimiento
y el infinito responde objeto
Geometrías sagradas
Constelaciones suspendidas
Aire exhalado, vuelos de pájaro
Diálogo: impulso, contra-impulso
Cuerpo objeto, cuerpo cuerpo
Objeto objeto
Emisor, receptor, materia ojo.
Mera Vuelta

Rápido recordar preciso


Fugaces imágenes corren
Desaparecen aliteradas
Alas truncas arrastradas
Hasta casa, hasta acá
Zarandear la bezaca
Aterrizar
Hoy fue un día más noche
Que comenzó al atardecer
Fungofago peripatético
Con los ojos como platos
Deleitándose en banquetes
de color
Largo camino devenido
Recorriéndome él a mi
Perdidas palabras encontrar
Extraviándome dellegada
Hoy la ví
La sentí llegar entre costillas
y las tripas alienadas
Cosquillearon su proximidad
¿Qué hago ya con mi escepticismo?
Geometrías imposibles me alinearon.
El contacto de sus labios
Materializó explosiones en el aire
Es decir;
Nuestros fuegos naturales, alquimia
Anonadantes fuegos artificiales
Teúrgia.
El temblor sobrio de manos frías
Ansiedad disipada por calor
Detrás de ese culo, hasta lo finito
Y más acá.
en mi pecho cordillera
en mi pecho cuna
en mi pecho nido
en mi pecho jardín

Quiero pájaros, no penas


Dulces flores olorosas
Un arrebol para arrobarme
balbucead palabras incomprensibles
Embevidoso arrastraeme simbiocordante
Coincidentantes narcaricias sonambulantes
Currucutú tambailarínes placimpiternos

Platero y yo
Me siento pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que me diría todo de comida
mojada entre la vajilla sucia que se acumula en la cocina, mis huesos ruñidos por una gran
bestia desconocida hablan del banquete que se dio con mi tuétano, mi calcio convertido en
el suyo.
¿Quién eres, terrible sombra, que hambrienta pululas mi tranquilidad?
¿Por qué me torciste la sonrisa y me sorbiste los ojos?
¿De dónde vienes y a dónde vas?
¿Qué harás con mis restos?
El resto, lo que resta
de mis restos
Macéralos
Abona conmigo
Algún jardín marchito

No me arrojes por el desagüe


Hoy me siento muy frágil
Solo quiero paz y temo
A la humedad oscura de la alcantarilla
Sácame bien de entre tus muelas
No vaya a ser que nos pudramos
y habite yo tus caries
Y te duela
El gran monstruo hambriento y desconocido, se levanta de la mesa con un movimiento de
sus escapulas puntiagudas y un gesto retorcido en incertidumbre. Congestionado se mira a
las garras y se siente enfermar por la voz que recorre sus venas y bombea sus oídos. Hoy
soy un eco en la cabeza de una pena amorfa y negra que se erige en toda su altura
repentina. Su rostro es como un borrón brusco en una hoja arrugada y su lenguaje son solo
gritos y gemidos. Me hago nauseas, mareo, tambaleo vomito de monstruo negro, piezas de
un rompecabezas incompleto, alivio de penas. El monstruo me observa regado en el piso y
ya no somos. Gruñe y con su gutural gesto inteligible se promete no comer más humanos,
que por más fácil que sean de descuartizar las blandas carnes pavorosas, aún cuando el
pelo es ligero y los ojos dulces, siempre caemos pesados.
Maldición
Maldita ilusión, espejismo, delirio, falacia, alucinación.
Maldita imaginación impotente
Toda palabras y nada palabras
Toda conceptos y nada concreto.
mi cabeza es un monte
Con tres pinos ralos y un muchachito
Gritando lo olvidado en las copas.
Estornudo, y se desploma en silencio, desgajado.
Maldita maldición, creencia, esperanza, aspiración
Malditas flores del mal
Flores flacas del mal que me adulan
Y se me suben a la cabeza, fragantes asesinas infraganti.
El reloj me acobarda, me acosa, me arrastra
Disculpe señor, ¿Será que puede ir un poquito más lento?
¿O un poquito más rápido?
Pare porfavor, me quiero subir a otro tiempo.
Maldita vida ingrata, llena de oxímoros:
Trabajo felicidad,
Sobriedad lucidez,
Deseo saciedad.
Todo me pasa sin darme cuenta.
Se me caen los pelos, la piel, respiro;
Hundo un botón, prendo un cigarro;
toco una fibra y vibro, sin darme cuenta.
Malditas palabras que no se acaban,
malditas palabras acabadas,
que no se pueden desdecir,
ni se terminan de escribir.
Poema como un abrazo

Expectante, parte el marinero dejando atrás la patria


Él, sin barco, navega por la orilla mojándose los pasos
arrastra las piedras del borde con los pies descalzos
Penas como arena entre los dedos temblando
Encuentra en la niebla el brillo opaco
De una sonrisa ajena, como un arma
Y una risilla confidente
Es un revolver en la sien
y a falta de un capitán para ambos
Se regalan el honor desinteresadamente
Bailan el acuerdo tácito de no ir a ningún lado
Y en un barco improvisado navegan el amanecer
El saludo entre los naufragantes no teme a la soledad

Bailan, sí

Dos cuerpos desnudos se estremecen en proa


Abandonados los remos, observan el humo en las nubes
El barquito de papel funciona a vapor, pero sigue al viento
fatal el viaje sin timón, encallan de nuevo en silencio
Y encuentran en sus ombligos el mapa, la isla del tesoro
los dedos ciegos, cartógrafos avariciosos de la piel
Los marineros, prófugos, náufragos y piratas
Vacían los bolsillos de todo sentimiento que se cruza
Despojan de su nombre a toda cosa que lo tenga
Saquean el paraíso, dejando todo en su lugar
Mojados, secos, alambrados, puentes, montañas
Fuego que se refugia en manos ajenas
y convierte todo el mundo en propio
Condenados ahora a saltar por la borda
Cruzan el abismo empapados de pies a irrealidad
Y el vértigo encajado en las costillas no sube a la cabeza
árboles vivos de este lado de la vida
Aquél es imponente, y ese otro, el torcido
amable y cálido con las ardillas

Languidecen las brasas de la fogata mágica


Y danzan los náufragos en torno al tesoro
nadan las ojeras en vino,
flotan las voluntades, junto a los nenúfares
lejos del ego se grita tierra firme
Tropiezan con el alba, marea etérea de mañana
Y sin promesas, despedidas ni mentiras
abandonan el tesoro, cada uno por su lado
y tienen una excusa para volver allí
Una excusa de vela ancha y paso lento
En la que cada uno, vuelve a la soledad de la patria.
Desambiguación

La cucaracha ha parado un momento frente a mí,


Ella también me refleja en silencio
Y me lleno de miedo, porque otra vez me extraño.
Me gusta pensar que me escucha, con genuino interés

Ha parado allí, atenta, para invitarme a hablar


Y permanece allí, cuando murmullo
Para animarme a terminar con mis falacias
Con la concatenación de fantasías amatorias
No sé si es la razón o el silencio
Lo que me embota el espíritu
A salud de nadie sonríe Eros
Mientras sabe de hígado alma.
Sí, escucha la cucaracha de los dioses de la sombra
Y se aprende las longitudes de sus egos
De quienes cambian al mundo, y lo inundan
Y lo incendian y lo envenenan y se ríen.
Y me recuerdo habitante de ojos amorosos
Tal vez la cucaracha pueda amar sinceramente
Ya no creo que me escuche, está paralizada
Luz repentina y rítmico tambaleo de palabras.
Irrumpe torpemente un ser de cristal en la cocina
Un apéndice de vidrio es su arma de autodesprecio
Sus ecos rebotan, retumban, rompen.
Y su aliento aséptico desfigura besos
Hay una mancha en el espejo
Y ya no puedo dejar de verla
En sus dilatadas pupilas abismales
Me reflejo.

No escucha, no huye
Todo lo humano le resulta trivial
A mí su indiferencia, hiriente
La cucaracha se marcha antes del brindis.
Hoy que amanecí al revés

Hoy que amanecí al revés, con los pies en la cabecera;


Sin la media izquierda pisé la baldosa fría, estornudé
Abrí los ojos y me enteré de mi alergia a la vida.
Me bañé de mala gana, se me empañó el cerebro.
Martes y no vienes
voy y te vas
y yo
que no quiero ningún otro lado
que no soporto ningún otro abrazo
que no quiero estar
Estoy
Me retumban los tímpanos:
rabieta del niño malacaroso
de mocos restregados
y palabras insuficientes.
Manzanas en la nevera

Rubén sueña con espejos, por eso se levanta a media noche y arrastra su condición
humana hasta la pila de manzanas que guarda en el armario, agarra un par y se las come
con la mirada perdida en las tinieblas de su habitación. Se traga las semillas, siempre lo
hace desde que escuchó decir a algún fulano que contenían cianuro.

Sus pies apestan.


Su aliento también.
Y suda.
Suda como un cerdo a pesar de dormir con nada más que unos calzoncillos que trae
puestos desde hace 15 manzanas.
Medir el tiempo en manzanas se le antoja menos sensato, pero sigue a ciegas sus impulsos
excéntricos con la esperanza de escribir una tragicomedia hablando de su vida.
Rubén prende la luz. Con otra manzana a la mano se sienta con dificultad, frente a las
páginas que alguna vez pretendió llevar a escena, esas en las que no escribe desde hace
40 manzanas, su atención sigue zumbando alrededor del bombillo amarillento y se niega a
posarse en su calvicie. Por eso apaga la luz y se deja llevar por sus pies, hasta la ducha.
Abre la llave sin entrar y observa el agua caer durante tres mordidas. Rubén observa desde
lejos el frío saludo de una vida más higiénica y otra vez siente que sus pies tienen voluntad
propia. Al parecer los hongos de sus uñas se confabularon para tomar el control de su
cuerpo. No encontraron mucha resistencia. Rubén cree que cuando uno es rehén, lo mejor
es cooperar, así que se aleja sin prisa de la ducha, sin detener el flujo del agua, sin siquiera
decir adiós a la oportunidad de retomar las riendas de su vida.
-“Compartir lo es todo” se dijo.
Rubén se pone de acuerdo con sus hongos y sus impulsos. Se dirige a la cocina mientras le
cuenta a los seres fúngicos porque no le interesa su libertad. Mientras camina con la mirada
fija entre los dedos se encuentra con el espejo del pasillo, para, trata de distinguir su reflejo
en la penumbra, observa una silueta oscura y sin sustancia en un marco de madera
decorado con fotos de épocas ya lejanas, fotos de niños y adultos que habían actuado sus
obras. Rubén arranca un par de fotos y las asegura a su cuerpo con la pretina de sus
calzoncillos; está seguro de que no se caerán de allí fácilmente, y sonríe. Percibe su sonrisa
en el espejo y lo embarga el desasosiego porque recuerda ese sueño al que le huye.
Titubeando una manzana arranca el espejo de la pared y se lo lleva.
Al llegar a la cocina, esquiva la basura que sirve de campamento para la biodiversidad
endógena de su miseria, llega a la nevera, ese armatoste amarillento que zumba casi con
inspiración y que sirve como la incubadora de las más brillantes generaciones de
cucarachas. Deja el espejo en la pared del frente y se siente dichoso de poder actuar sin
pensar mucho.
-“Cuando uno no sabe qué hacer, improvisa, y ya está” les dijo a las cucarachas, no
parecían muy felices, normalmente les recitaba Shakespeare y se amontonaban para
escucharlo entre los restos amarillentos de porcelana. Rubén mantiene su expresión neutral
en la cara, mientras que por dentro se debate entre la sensación de un corazón roto y su
latido ausente.
Y confunde un nudo en la garganta con un atragantamiento.
Por eso traga saliva, y se pregunta si es que se puede congelar un alma, para salvarla del
infierno.
Saca todos lo que ve en la nevera e intenta meter el espejo, como no cabe lo rompe, agarra
unos cuantos pedazos y entra en ese panóptico frio, introspecto.

Rubén se encierra con el corazón en más trozos que el espejo, con los hongos bañados en
sangre, con las fotos de los niños que alguna vez se confundieron entre su vello púbico.
Rubén juega a congelar el tiempo
Y desea que retrocederlo fuese tan sencillo como vomitar.
Pasaron 16 manzanas y media,
Y su tiempo
se detuvo.

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