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Contenido
Portada
Página de créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo
Agradecimientos
Notas
Sobre la autora
Página de créditos
El diablo viste de negro
© L. J. Shen, 2021
© de la traducción, Azahara Martín, 2022
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2021
Todos los derechos reservados.
Los derechos morales de la autora han sido declarados.
ISBN: 978-84-17972-80-6
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
«El diablo viste de negro brilla por su ingenio y la química entre los
personajes. Es una delicia.»
Publishers Weekly
Para Lin y Lilian, sois mis chicas favoritas del club literario.
Playlist
Capítulo uno
Maddie
10 de octubre de 1998
Querida Maddie,
En estos momentos tienes cinco años y te encanta el color
amarillo. De hecho, ayer me preguntaste si podías casarte vestida
de ese color. Espero que sigas usándolo a todas horas.
(También espero que hayas encontrado un color un poco más
adecuado para una boda).
Dato curioso del día: cuando los exploradores españoles
llegaron a América, pensaron que los girasoles estaban hechos de
oro.
¡El cerebro humano es tan imaginativo!
Sigue así de creativa, siempre.
Con amor,
Mamá
Peligro
Exposición o responsabilidad de lesión, dolor, daño o pérdida.
2 de julio de 1999
Querida Maddie:
Hoy hemos metido las margaritas secas de la señora Hunnam
en tus libros viejos. Has dicho que querías darles un entierro
apropiado porque te sentías mal por ellas. Se me ha hecho un
nudo en la garganta por tu empatía. Esa es la razón por la que
me he dado la vuelta y he salido de la habitación. No por el
polen. Por supuesto que no. Dios, ¡soy florista!
Dato curioso: las margaritas simbolizan la pureza, los nuevos
comienzos.
Espero que continúes siendo compasiva y bondadosa. Y
recuerda que cada día es un nuevo comienzo.
Con amor.
Por siempre tuya,
Mamá
10 de agosto de 2002
Querida Maddie:
Dato curioso: la flor del lirio de los valles tiene un
significado bíblico. Brotó de los ojos de Eva cuando la exiliaron
del jardín del Edén. Se considera una de las flores más bonitas y
escurridizas de la naturaleza, ¡una de las favoritas de las novias!
Aunque su veneno es mortal.
No todas las cosas hermosas son buenas. Lamento que Ryan y
tú hayáis roto. Si vale de algo, él nunca fue el indicado. Te lo
mereces todo. No te conformes con menos.
Cumpleaños
El aniversario del día en el que nació una persona. Normalmente, es una
ocasión de celebración en la que se ofrecen regalos.
Chase llegó cinco minutos tarde. Sin lugar a dudas, fue premeditado. La
puntualidad siempre había sido su fuerte. Pero, si irritarme fuera un deporte
olímpico, ya tendría un puñado de medallas de oro, un contrato para escribir
un libro y un montón de esteroides.
Aparcó en doble fila frente al edificio, bloqueando el tráfico con la
indiferencia de un psicópata al que no le importa nada en absoluto lo que la
gente piense de él. Se apeó del coche, lo rodeó y, sin mediar palabra, me
arrebató la maleta de los dedos antes de tirarla al maletero. La gente tocaba
el claxon y sacaba los puños por las ventanas detrás de nosotros al tiempo
que nos gritaban y nos maldecían de distintas formas con la cabeza por
fuera del coche. Él regresó al vehículo y se abrochó el cinturón sin prisa. Yo
seguía pegada a la ardiente acera, tratando de aceptar la idea de pasar
tiempo con él. Bajó la ventanilla del copiloto y me ofreció esa sonrisa
impaciente que le dedicaba a los empleados y que te hacía sentir tan
estúpida que no sabías dónde meterte.
—¿Pánico escénico, amor? —Pronunció la palabra «amor» como si
fuera una blasfemia.
Tuve que recordarme que debía ignorar sus juegos mentales, que todo
esto era por su hermana, su madre y Ronan Black. Por sus corazones y mi
conciencia.
—Claro —mascullé con sarcasmo—. No me gustaría que mis falsos
suegros pensaran que su futura nuera de mentira no es tan encantadora
como creían al principio.
—¿Alguna vez has oído la frase «finge hasta que lo logres»?
—Estoy segura de que las mujeres de tu vida la conocen —bromeé.
Él sonrió con ironía.
—Tal vez nuestra relación haya sido una farsa, pero no se puede decir lo
mismo de los orgasmos.
Detrás, los coches no dejaban de pitar con fuerza. El sonido hacía eco
en mi cabeza. Quería que Chase supiera que no iba a decirle que sí a todos
sus caprichos e ideas por mucho que hubiera accedido a ayudarlo.
—Sube, Mad. A menos que quieras que me pelee con media calle.
—Qué tentador —mascullé. De verdad que lo era.
Él sonrió, ajeno por completo al caos que bullía a sus espaldas, incluso
ahora que varios coches se habían unido a la pitada. No era propio de mí
hacer esperar a la gente, pero dejar claro mi punto de vista estaba por
encima de la educación. Tenía que recordarle que iba en serio.
—Si te pones nerviosa, simplemente imagínate a todo el mundo
desnudo.
—Está bien —dije mientras bajaba la mirada por su cuerpo—. ¿Tiene
frío, señor Black?
Él se rio disfrutando de la charla.
—No recordaba que fueras tan vivaz.
—Ni yo que tú fueras tan insufrible —respondí. Y me di cuenta de que
era cierto. Cuando salíamos, él parecía más educado e introvertido, y yo…
bueno, menos yo.
Me subí al coche y opté por mirar por la ventanilla durante el camino.
Vi cómo pasaban los rascacielos de Manhattan a cámara lenta. Era como
echar un vistazo a una revista. El entorno cambiaba con frecuencia y
brillaba a través del filtro de la reluciente ventana. Toda la histeria que
había logrado esconder bajo montones de listas de tareas pendientes y
trabajo durante toda la semana volvió a hervir a fuego lento cuando salimos
de la ciudad. ¿Cómo se suponía que iba a enmascarar el odio puro que
sentía por este hombre? No podría besarlo ni darle la mano. Dios, acababa
de darme cuenta de que compartiría habitación con él. Ni de coña.
Ya había sido bastante duro explicar la situación a Ethan en la cita que
tuvimos un par de días después de la visita inesperada de Chase. Le conté
todo, incluso la infidelidad de Chase, la enfermedad del padre y mi propia
experiencia al perder a mi madre. Luego, le mencioné el apodo que Sven y
Layla me habían puesto; Maddie la Mártir.
—¿Seguro que estás de acuerdo con esto? —le pregunté a Ethan por
enésima vez mientras nos tomábamos unas cervezas y comíamos
xiolongbaos. Andaba con cuidado. Entendía que sonaba a locura. Ethan y
yo nunca habíamos hablado de exclusividad. A veces quedábamos, pero no
nos habíamos acostado y mucho menos le habíamos puesto etiqueta a lo
nuestro. Nos habíamos dado unos cuantos besos sueltos, nada más. Ojalá
hubiera dado un golpe sobre la mesa y me hubiera dicho que no estaba de
acuerdo. Habría sido la excusa perfecta. Pero Ethan, que veía lo bueno en
todo (creo que hasta en los asesinos en serie), se limitó a asentir con la
cabeza, cogió otra bola de masa con el palillo y se la metió en la boca.
—¿Seguro? Estoy más que seguro. Es un honor salir con alguien como
tú. Lo único que vas a demostrar este fin de semana en los Hamptons es que
tú —Me señaló con los palillos— eres una persona increíble. Chase Black
fue un capullo al engañarte y aun así lo ayudas. Eres fantástica.
Lo observé, esperando ese golpe sobre la mesa con la otra mano.
—Además, no tenemos exclusividad, ¿no? —Se frotó la nuca,
sonrojado—. Ni siquiera hemos… Ya sabes.
Lo sabía.
—Así que —Se encogió de hombros— no estoy en posición de… Lo
que quiero decir es que no hay problema. De verdad.
Por alguna razón, su reacción me inquietó. Quería que al menos
estuviese un poco nervioso por la perspectiva de que pasara el fin de
semana con mi exnovio. Algo muy irracional, puesto que yo no era en
absoluto posesiva con Ethan y él llevaba razón: no teníamos una relación
exclusiva.
De vuelta a la realidad, Chase me leyó la mente.
—¿Tiene nombre? —Me sacó de mis pensamientos mientras observaba
el atasco al que nos acercábamos. Parecía que todo el mundo se dirigía a los
Hamptons. Una caravana de camiones, Prius y descapotables esperaban en
una línea interminable de vehículos.
—No empieces —advertí.
Chasqueó la lengua.
—Qué susceptible. Yo también lo estaría si mi pareja fuera lo bastante
idiota como para enviarme a un fin de semana en los Hamptons con alguien
que me ha follado hasta tres veces seguidas, con sus respectivos orgasmos,
en menos de veinte minutos.
—¿Puedes ser más chulo? —Giré la cabeza para fruncirle el ceño.
—Sí, pero entonces tendría mis putas.
Había sentido un poco de alivio al romper con Chase. Seis meses de
relación y todavía me ponía nerviosa y me reprendía constantemente por
decir algo incorrecto en su presencia. Cuando estaba cerca, mi voz era
siempre aguda, y medía las palabras y lo que pensaba para tratar de ser la
mujer con la que pensaba que Chase Black saldría. Sentía que jugaba en
una liga tan superior a la mía que me concentraba en no cometer errores
más que en llegar a conocerlo y pasarlo bien. Siempre me había sentido
inferior. Menos atractiva, menos elegante, menos inteligente. Ahora, odiarlo
era mucho más fácil que tratar de abrirme paso hasta su amargo corazón,
como hacía cuando salíamos.
—Bueno…, dime su nombre. —Chase volvió al tema en cuestión.
—¿Acaso es asunto tuyo? —Empecé a rascarme el esmalte de uñas para
evitar estrangularlo.
—Es asunto mío con quién está follando mi prometida —dijo con
naturalidad. Dejé de rascarme y tiré de la delicada carne que rodeaba una
uña hasta que se rasgó la piel muerta.
—Falsa prometida —corregí.
—Y un verdadero grano en el culo.
—Dios, Chase, ¿cómo es que estás soltero? Eres el hombre más
encantador que he conocido en mi vida.
—Elijo la soltería —respondió con una sonrisa condescendiente—. Al
igual que tú eliges salir con cualquiera simplemente para no estar sola.
Ay. Un silencio incómodo se apoderó del coche. Las bromas estaban
bien, pero, cuando empezamos a decir verdades, se nos fue de las manos.
Yo no salía con cualquiera; sin embargo, estaba segura de que Chase creía
lo que había dicho. Decidí seguirle el juego. No tenía nada que esconder.
Estaba orgullosa de Ethan.
—Ethan. Ethan Goodman.
—Goodman —repitió Chase en un siseo.
—Buen trabajo, Chase. No sabía que tuvieras el término «buen
hombre» en tu vocabulario. ¿A qué sabe?
—A dos o tres niños, una hipoteca sofocante en una casa de Westchester
que odias y una crisis de mediana edad en la que se abusa levemente del
alcohol a los cuarenta. —Todavía tenía la mirada fija en la carretera—. ¿A
qué se dedica Ethan Goodman?
—Es médico —contesté en voz baja mientras sentía que me ruborizaba.
—Mmm. Voy a descartar que sea cirujano plástico, porque sería
demasiado sexy; en realidad, cualquier cirujano lo es, pero no parece un
hombre de mano firme; me voy a decantar por otra opción: dentista. —Se
detuvo y frunció el ceño ante la fila de vehículos que había por delante—.
No, eso sería rentable. He cambiado de opinión. Ethan Goodman es
pediatra. —Giró la cabeza y me mostró una sonrisa tan siniestra que la sentí
lamiéndome la piel.
—Lo dices como si fuera algo malo. —Entrecerré los ojos—. Salva
vidas.
—Consultorio privado. —Me ignoró y volvió a dar en el clavo—. Así
que, técnicamente, rellena tablas de crecimiento con una letra ilegible y
examinaba erupciones en el trasero. Deja que adivine, hizo un viaje a algún
lugar para ayudar a los demás y ganar perspectiva. ¿A Sudamérica? ¿Asia?
No… —Se detuvo y le salió una sonrisa tan amplia que me dieron ganas de
pegarle un puñetazo en la cara—. África. Está comprometido con el cliché.
—Sí, el cliché de salvar vidas y ayudar a los demás. —Tenía la cara tan
roja que estaba a punto de explotar—. Es un buen hombre.
—Obviamente. Así lo dice su puto apellido. Y tú estás aquí porque
Ethan, el buen hombre, tiene ciertos problemas con el compromiso.
—¿Perdón?
—¿Por qué razón alguien estaría de acuerdo con esto? Quiere ver cómo
nos comportamos tú y yo.
—No tenemos nada. Ethan y yo nos conocimos en
SoloSolterosSerios.com. —No pude evitar soltarlo, pero me arrepentí de
inmediato. No era algo que quisiera hacer público, no obstante, Chase tenía
que saber que estaba equivocado, al menos en lo último. Es decir, desde
luego, su propia existencia era un error en múltiples niveles, pero estaba
hablando de Ethan en concreto.
—Habría pensado lo mismo incluso si lo hubieras conocido en
MeCasoConCualquieraPorUnaMamada.com. No está más comprometido
contigo de lo que tú lo estás conmigo, y estáis forzando esta mierda a pesar
de que no tenéis nada de química, simplemente porque no queréis estar
solos. Asúmelo. Ya me lo agradecerás.
—Mira quién habla —murmuré volviendo a la tarea de rascarme el
esmalte de uñas. Era un tedioso hábito que quería dejar, pero la necesidad
de manchar su precioso Tesla con copos secos de un rosa Noches
Marroquíes era abrumadora.
—Puedo hacer algo más que hablar —murmuró.
—Por muy tentador que sea tenerte callado, no, gracias.
Volví la cabeza hacia la ventana, hacia la seguridad de observar a otras
personas en sus coches mientras trataba de calmar los latidos de mi corazón.
Pensaba que ya habíamos terminado de hablar. Al menos eso esperaba. Y
entonces…
—Espero que estés de acuerdo con los cincuenta años de misionero con
las luces apagadas que te esperan. Y con el desayuno diario con avena. Y
con llamar a tus mascotas igual que a los famosos de los programas de
telebasura que ven tus hijos. —Continuó hostigándome. Quería salir de mi
piel y saltar por la ventana, pero no confiaba en Chase y seguro que
profanaría mi cuerpo.
Me llevé la mano al corazón, haciéndome la sorprendida.
—Siempre me perseguirá el horror de tener una vida tranquila y buena
con un hombre sincero, mascotas e hijos. Te ruego que pares.
Me dirigió una mirada de soslayo.
—Usas bien el sarcasmo.
Esperé la réplica. Chase no me decepcionó.
—Por desgracia. Es lo único que usas que no es ridículo.
—¿Te quieres callar? Ya es bastante malo que me obligaras a participar
en esto. No hagas comentarios sobre mi estilo ni analices mi relación actual
si no te lo pido. Simplemente, quiero a alguien agradable y normal.
Era difícil de admitir, incluso para mí. Me había puesto más nerviosa
aún por lo del sexo con Ethan. Si no me arrancaba la ropa y me ponía contra
la pared con púas en una mazmorra BDSM, iba a decepcionarme mucho,
solo por el hecho de que Chase había tenido razón en casi todo sobre su
persona.
«No», me reprendí. «Ethan no tiene dudas sobre salir conmigo».
Llevábamos tres semanas y aún no nos habíamos acostado.
Veía a Chase meneando la cabeza por el rabillo del ojo, riendo para sus
adentros.
—Tú no deseas lo mismo que las personas normales, Mad.
—Tú no sabes lo que quiero.
Más silencio. Mi alma se golpeaba la cabeza contra el salpicadero de
aspecto futurista. ¿Por qué tenía debilidad por las personas que no conocía?
¿Por qué había creído que esto era una buena idea? Pero no podía rechazar
pequeños actos de bondad. Esa era la razón por la que no denuncié a Nina,
mi compañera de trabajo, por acoso laboral. Sabía que los trabajos en
prácticas en el mundillo de la moda eran difíciles de conseguir, así que
aguanté que Nina me acosara verbalmente a diario. Me guardaba una
chocolatina en el bolso por si alguien se desmayaba en el metro y
necesitaba azúcar para que le subiera la presión arterial. Era un rasgo de Iris
Goldbloom que había heredado.
—Recordatorio amistoso: tienes que fingir que te gusto —espetó Chase
después de un rato mientras daba toquecitos con sus grandes y perfectos
dedos al volante. Cerré los ojos y respiré hondo por la nariz.
—Lo sé.
—Convincentemente.
—Puedo ser convincente.
—Eso es discutible. Tal vez haya contacto físico. Palmaditas ligeras en
zonas no estratégicas y esas cosas. —Seguía mirando la carretera.
—¿Estás loco? —siseé.
—Pues sí, por eso estás aquí. En consecuencia, representaremos a la
pareja ideal.
—Lo haremos. ¿Ahora puedes, por favor, callarte? Te haré un favor.
Uno enorme. No hagas que me arrepienta —ladré al fin, sintiéndome
peligrosamente cerca de desmoronarme. Tenía el rostro caliente y las
lágrimas, a flor de piel. Me sentía como si alguien me hubiera golpeado la
nariz desde dentro.
Cerró el pico, para mi sorpresa.
Pasamos corriendo por Long Island. El zumbido silencioso del Tesla era
el único ruido de fondo que acompañaba el viaje. Cerré los ojos mientras
sentía la fricción de la garganta al tragar saliva.
Deseaba una tregua. Que Chase diera un paso atrás y me dejara
recomponer mi maltrecha autoestima y mis malos pensamientos. Algo que
me dijera que estaba haciendo lo correcto y que no iba a destruir ni mi
corazón ni el de su familia.
Por encima de todo, deseaba huir. Lejos, donde él no pudiera
arrancarme el corazón con sus garras ponzoñosas.
Tenía un secreto que no le había contado a nadie. Ni siquiera a Layla.
A veces, por la noche, sentía las garras de Chase, afiladas como
cuchillos, deslizarse por mi corazón. Aún no lo había superado. No de
verdad. Ni siquiera pensaba que fuera amor, porque nada en la personalidad
de Chase me gustaba especialmente.
Estaba obsesionada.
Consumida.
Cautivada.
El problema era que sabía que Ethan, el del misionero, cuidaría más mi
corazón que Chase, el de la postura de vaquera invertida.
Capítulo cuatro
Chase
Chase:
He esterilizado a Daisy. Creo que los dos estamos de acuerdo
en que nada que proceda de ti debe reproducirse jamás. Paga la
factura en cuanto puedas.
Madison
1 de marzo de 2001
Querida Maddie:
Hoy no ha sido un buen día. Sé que te has disgustado cuando
te hemos dicho que no podíamos permitirnos pagarte la excursión
a la Estatua de la Libertad. Tu padre y yo estamos pasando por
una mala racha económica, eso no es un secreto, pero me
gustaría que lo fuera. Me gustaría que pudiéramos escondértelo y
que pudiéramos permitirnos todo lo que quieras hacer.
Me gustaría darte muchas cosas, pero no puedo. Mi
tratamiento es cada vez más costoso y, desde que tu padre tuvo
que contratar a alguien para que atendiera la tienda mientras
estoy en tratamiento o en recuperación, ahora tratamos las cosas
que dábamos por sentadas como lujos.
Lo que hoy me ha roto el corazón no ha sido que estuvieras
triste por lo de la excursión, sino que trataras de ocultarlo.
Tenías los ojos y la nariz rojos cuando has vuelto de tu
habitación, pero sonreías como si no hubiera pasado nada.
Dato curioso del día: el jazmín se llama reina de la noche en
la India por su fuerte aroma después del anochecer. Te he dejado
unos en la habitación. Es mi forma de pedir disculpas. Recuerda
cuidarlos. Puedes aprender mucho del sentido de la
responsabilidad y la devoción de una persona por la forma en
que cuida de las flores.
Gracias por cuidarnos, incluso cuando no podemos hacerlo
contigo en todas las áreas de tu vida.
Con amor,
Mamá
M:
Me he ido a dar el paseo con la familia. Los jazmines están
vivos. Suponiendo que tú también lo estás, ahoga el alcohol con
el desayuno que te he dejado.
P. D.: Estaría fantástico a caballo. #EsUnHecho
C.
Layla: ¿Y biiieeennn?
Maddie: ¿Y biiieeennn?
Layla: ¿Qué ocurre? Además, creo que Sven va a caerte encima. Sabe
que los Black están en los Hamptons este fin de semana. Casualmente, se ha
pasado antes por tu apartamento y he tenido que decirle que no estabas.
Bueno, ¿debería estar preocupada por el corazón de malvavisco de Ethan?
Maddie: No. Chase es tan asqueroso como siempre.
Layla: Totalmente asqueroso. Del tipo de querer tener hijos sociópatas
con él, ¿verdad?
Maddie: Antes que nada: no puedo creer que te dejen trabajar con
niños. Segundo: te lo dije. Es un embustero infiel y no vamos a
entusiasmarnos con él (mi cuerpo y yo).
Layla: Eso suena a que tratas de convencerte a ti misma.
Layla: Por otro lado, solo quiero señalar que me votaron como la
maestra del mes en julio. Así que JAJA.
Maddie: ¿Te refieres a las vacaciones de verano cuando los niños no
van al colegio?
Layla: Adiós, aguafiestas. Saluda a las telarañas de tu va-ji-ji de mi
parte.
Debí de haberme dejado llevar por mis bocetos porque cuando regresé a
la mansión de los Black, la puerta del baño estaba arreglada, a diferencia de
la de una servidora. Chase ya estaba duchado, vestido y luciendo como los
mil millones de dólares que valía, preparado para la cena. Me las arreglé
para evitarlo con éxito durante todo el día mientras pasaba tiempo con su
familia. Me negué a agradecerle que me hubiera cuidado la noche anterior
con el argumento de que me engañó y seguía siendo un imbécil, e ignoré su
buena acción. Chase me preguntó si podía contar con que no vomitara de
forma espontánea en la mesa. Le saqué el dedo y me dirigí a la bañera, de la
que todavía salía vapor. Él bajó a pasar tiempo con su padre y su sobrina
antes de que echara tres bombas de baño en la bañera, me tumbara en ella
hasta que la piel se me arrugara como una pasa, me encogiera hasta adquirir
el tamaño de una niña de diez años y eligiera el conjunto que me iba a
poner esa noche (un vestido acampanado negro con orejas de gato en los
hombros combinado con un cárdigan naranja y tacones azules).
No bebí ni una gota de alcohol en toda la cena e ignoré con educación
las miradas mortíferas de Amber. Su belleza inmaculada, junto con el hecho
de que su marido pensara que era mediocre, removió algo que no sabía que
existía en mí. Afortunadamente, su hija, Clementine, que parecía tener unos
nueve años, resultó ser una monada inesperada. Al instante, me llevé bien
con esa cosita. Hablamos de cuáles eran los mejores vestidos de princesa
(Cenicienta y Bella, sin lugar a dudas) y luego sobre nuestras superheroínas
favoritas (ahí fue donde no nos pusimos de acuerdo. Clementine afirmaba
que la Mujer Maravilla era su primera elección, mientras que yo pensaba
que la respuesta clara y obvia era Hermione Granger. Lo que llevó a otro
debate sobre si Hermione era una superheroína).
(Claro que lo era).
Clementine era fantástica. Abierta, brillante y llena de humor. Por
suerte, no se parecía en nada a su sombrío padre ni a su hermosa madre.
Una entidad completamente nueva, con un color diferente, una constelación
de pecas en la nariz y dientes desiguales.
Me fui a la cama temprano y evité toda comunicación con mi falso
prometido, y fue increíble cuando me desperté por la mañana y no solo me
sentí como nueva, sino que encontré a Chase durmiendo otra vez en el
suelo. Dediqué un instante a observar el ceño fruncido en su cara mientras
dormía, la gruesa línea de cejas oscuras juntas. Sentí una punzada de algo
cálido e injustificado en el pecho.
«Era diabólicamente hermoso».
Le di la espalda y dormí durante toda la mañana, pero no antes de
escribirle una nota y dejársela exactamente donde él me había dejado la
suya, en la mesita de noche.
C:
Gracias por cepillarme los dientes el viernes por la noche. La
próxima vez no utilices toda el agua caliente.
P. D.: Estarías ridículo a caballo.
M
Capítulo seis
Chase
M:
Me ha llamado la atención que no hayas dicho nada sobre los
jazmines. No es de extrañar que rompiéramos. Siempre has sido
una desagradecida (se me vienen a la mente los pendientes de
diamantes que te regalé en Navidad).
P. D.: Re: yo a caballo. ¿Huelo a apuesta?
C
C:
Salvaste los jazmines porque son seres vivos, no porque te lo
pedí.
Además, rompimos porque eres un embustero embaucador e
infiel.
Además 2, ¿qué pasa con Julian?
P. D. Re: hueles raro. Puede que sea hora de la revisión
quincenal de enfermedades de transmisión sexual.
M
Capítulo siete
Maddie
3 de junio de 1999
Querida Maddie:
Dato curioso del día: la amapola ha florecido
asombrosamente en los campos de batalla, aplastada por botas,
tanques y la primera guerra industrial del mundo. Es un símbolo
de recuerdo en Gran Bretaña.
Las amapolas son fuertes, tozudas e imposibles de romper. Sé
una amapola. Siempre.
Con amor,
Mamá
M:
No todo lo que tiene vida merece que lo salven. Mi primo
hermano, Julian, es un ejemplo claro de eso (no me preguntes qué
significa para mí, eso cambia de un día para otro).
Además, finjamos que te engañé. Tú tampoco fuiste muy
honesta conmigo. Me ofreciste una personalidad diluida,
dejándome creer que estabas cuerda. Y NO LO ESTÁS.
Además 2, sí, era necesario escribirlo en mayúsculas.
Además 3, el tema de Julian lo he abordado más arriba.
P. D.: Técnicamente esto es un (además 4), ¿demasiados
números para ti? Te dejo una foto mía a caballo, cuando tenía
seis años, increíblemente adorable.
P. P. D.: Me he dado cuenta de que Nathan no ha dormido en
tu casa. ¿Eso quiere decir que todavía es virgen? :(
C
C:
Las flores simbolizan la vida. Nunca confiaría en alguien que
no cuida de sus flores. Además, me permitiré afirmar que estabas
monísimo a caballo. Hace mucho (mucho) tiempo.
P. D.: Por favor, no vuelvas a tocar mis cosas (bolis, notas
adhesivas, MALETAS, etc.).
P. P. D.: se llama Ethan, no Nathan. Y, de hecho, hemos
practicado sexo salvaje toda la noche. ha tenido que irse por una
emergencia.
M
Layla: Nada más romántico que el pan de ajo y un hombre que llega
veinte minutos tarde.
Maddie: Alégrate por mí.
Layla: Soy honesta contigo. Eso es mucho más importante en una
buena amiga.
Maddie: Podría ser el mío.
Layla: Voy a cruzar los dedos por ti. Pero, cariño, no salgas con él
simplemente porque temes a los Chase del mundo.
M:
¿Qué vas a ponerte el viernes por la noche? Deberíamos ir a
juego, aunque dudo que tenga algo morado y verde con un
estampado de cerditos sonrientes. O sombreros de plumas con
lentejuelas, pompones y lacitos.
O, en realidad, cualquier otra cosa completamente grotesca.
P. D.: Parece que Daisy está obsesionada con la misma
ardilla. Me temo que van a crear una nueva subespecie. Perdilla.
Perros ardilla.
P. P. D.: Estupideces. ¿Cuál fue la emergencia del chico de
pediatría? ¿Trasplante de testosterona?
C
C:
No he pensado en lo que voy a ponerme. Pero, ahora que lo
preguntas, sí, me decantaré por el vestido morado de lentejuelas
con la chaqueta verde (de terciopelo) y los tacones marrones. No
tiene cerdos sonrientes, pero creo que tengo algo con estampado
de Michael Scott.
P. D.: Ethan es más hombre de lo que tú jamás serás. Es
sincero, leal y AGRADABLE.
P. P. D.: Sí, la ardilla se llama Frank. Déjalos. Son
disfuncionales, pero hacen buena pareja.
P. P. P. D.: No sé por qué creo que me queda poco zumo de
naranja. Por favor, no te sirvas nada mientras cumples tu parte
del trato con Daisy.
M
M:
A Daisy no le gusta su comida. Le he traído algo nuevo. El
chico de la tienda me dijo que es como el caviar perruno. Lo he
dejado en la encimera. También ha tratado de tirarse a Frank
esta mañana. ¿Estás proyectándote sobre la pobre perra?
P. D.: No puedo creer que te paguemos por diseñar ropa.
¿Sabes que no es necesario ponerse todos los estilos a la vez?
P. P. D.: Re: Zumo de naranja. Admito que me serví un poco,
pero solo porque tenía sed y aquí solo bebes agua del grifo. Muy
mala hospitalidad por tu parte. Qué impropio viniendo de una
chica sureña.
1 de septiembre de 2002
Querida Maddie:
Dato curioso, la flor del diente de león se abre por la mañana
para saludar al sol y se cierra por la noche para irse a la cama.
Es la única flor que «envejece». Cuando eras más pequeña, te
llevaba al parque todos los días. ¿Recuerdas, Maddie? Solíamos
mirar los dientes de león y tratar de determinar cuáles se
volverían blancos y frágiles primero. Cuando lo hacían, los
cogíamos y soplábamos para que saliesen volando. Bailaban en
el aire como copos de nieve y tú los perseguías y te reías.
Te dije que estaba bien recoger dientes de león y soplar hasta
hacerlos volar porque así esparcían las semillas. ¡Cada diente de
león que moría era responsable del nacimiento de una docena de
ellos!
El final de la vida tiene una belleza retorcida y desigual. Es
un recordatorio agridulce de lo que ha sucedido.
Aprovecha el momento.
Cada momento.
Hasta que volvamos a vernos.
Con amor,
Mamá
—Ajjj —gritó Nina detrás de mí—. Hasta mandas mensajes en voz alta.
¿Te has dado cuenta de que susurras lo que escribes? Qué básica eres.
Dejé caer el lápiz antes de salir pitando hacia los ascensores. Deslicé la
pierna por el hueco de uno que se estaba cerrando para que se abrieran las
puertas. Entonces, golpeé el botón para subir a la planta más alta (la
dirección de Black & Co). Nunca había puesto un pie allí antes, y la
perspectiva de irrumpir en un infierno era poco menos que atractiva. Pero
no podía más. Era obvio que Chase estaba quebrantando las reglas de
nuestro acuerdo. Di golpecitos en el suelo con el pie durante todo el camino
mientras imaginaba todas las formas en las que iba a asesinar a Chase
cuando al fin lo pillara. «Con un cuchillo. Con una pistola. Con un incendio
provocado». Las posibilidades eran infinitas.
El timbre del ascensor sonó al abrirse. Salí de allí y, por instinto, avancé
directamente hasta la oficina más grande.
—¡Señorita!
—¡Perdone!
—¿Tiene pase?
Unas recepcionistas tartamudeantes y unas secretarias nerviosas me
pisaban los talones y tropezaban detrás de mí con sus apropiadas cuñas. Un
grupo soñoliento de hombres trajeados me observaba desde los laterales de
la oficina mientras sostenían un montón de papeles y archivos. Abrí de
golpe la puerta de cristal de la oficina de Chase.
—¡Tú!
El cabrón ni siquiera levantó la mirada de los documentos que estaba
leyendo. Tan solo le dio la vuelta a una página muy despacio mientras
fruncía el ceño ante lo que estaba leyendo. Tomé eso como una invitación
para entrar. Dos recepcionistas se asomaron por encima de mis hombros.
—Lo siento mucho, señor Black; irrumpió… ¡Ni siquiera he podido ver
la etiqueta con su nombre! Seguridad viene de camino.
—Está bien —cortó de una manera que implicaba que no estaba bien—.
Marchaos.
Las dos se miraron confusas y luego asintieron con la cabeza al unísono
y salieron de la oficina. Al fin Chase levantó la mirada de los documentos.
Parecía sereno para ser alguien al que acababan de gritar en medio de su
despacho.
—Señorita Goldbloom, ¿en qué puedo ayudarla?
Cerré la puerta de un golpe detrás de mí, me negaba a asimilar la
emocionante riqueza de su entorno de trabajo. El escritorio cromado, la
enorme pantalla de Apple, los ventanales con vistas a Manhattan y el
mobiliario blanco y gris.
—Yo… —empecé, pero él me detuvo levantando la mano. Luego abrió
un cajón del escritorio y sacó un mando a distancia que utilizó para cerrar
las persianas negras de su oficina automáticamente. Parpadeé. Ahora
estábamos solos y ocultos del mundo. Sus compañeros de trabajo no podían
ver nada, aunque suponía lo que se imaginarían.
«Sexo en la oficina». Dios, lo odiaba a él y a sus juegos.
—¿Qué decías? —Se recostó con los ojos brillantes de diversión. Esa
era una buena pregunta. ¿Qué estaba diciendo? Negué con la cabeza.
—Te aprovechas de la bondad que alberga mi corazón. Te dije que
terminaríamos después de esa cena. No tienes por qué besarme ni aceptar
sesiones de fotos conmigo.
—Sacaré a pasear a Daisy todos los días.
—¿Hasta cuándo? —me burlé.
—Hasta que mi padre muera —respondió con rotundidad.
Traté de no dejar que el peso de esa frase se hundiera en mí, pero, de
todos modos, sentí cómo se desplomaban mis hombros.
—Chase —dije con suavidad—, los dos queremos que viva todo lo
posible. No es justo para nadie.
—Al diablo con lo que queremos, le quedan un par de meses como
mucho —gruñó, apartando la mirada de mí—. Quizá menos.
—Esto no es sostenible. —Estaba hablando tan bajito que parecía más
bien un jadeo.
—No tenemos que ser sostenibles. No somos malditas bolsas de
plástico.
—Preferiría envolver mi cabeza con una que jugar a las casitas contigo
—murmuré, arrepintiéndome enseguida de mis palabras. Estaba herido.
Todo su ser sangraba por lo de su padre. La forma en la que hablaba de él,
cómo lo miraba desde el otro lado de la mesa el día de la cena.
Chase se levantó de su asiento con una sonrisa sombría.
—Eres una mentirosa terrible.
—No estoy mintiendo.
—Cuando le contaste a Katie cómo lo dejamos, lo hiciste con lágrimas
en los ojos. No me has superado. —Se inclinó hacia delante sobre el
escritorio, a solo un aliento de rozar sus labios con los míos—. Déjame
decirte que, al contrario de lo que piensas, te tendré debajo de mí.
Sentí que me temblaba el labio inferior y crucé los brazos sobre el
pecho. Quería salir de allí. Ni siquiera estaba segura de cuál había sido el
motivo para subir a su oficina. Chase rodeó el escritorio. Cada centímetro
de su cuerpo era el genial hombre de negocios que deseaba odiar.
—Madison. —Pronunció mi nombre como una orden.
Levanté la barbilla desafiante mientras él se apoyaba contra el
escritorio, cruzaba las piernas y se metía las manos en los bolsillos.
—Me gustaría reiniciar nuestra falsa relación —dijo.
—Qué pena que no sea un ordenador Windows.
—Si lo fuera, lo formatearía por completo y lo restauraría a hace siete
meses. —Me sorprendió que dijera eso. Una bocanada de su olor entró en
mi sistema. Pino, madera, varón y riqueza que no podía comprarse. Era el
sol. Hermoso, cegador y capaz de quemarte viva. Y yo no era más que una
estrella en su constelación. Pequeña e insignificante, completamente
indistinguible a simple vista.
—La cagaste mucho antes de que te pillara con ella.
Pero, incluso mientras lo decía, sabía que no era cierto. Al menos, no
del todo. Yo no me había mostrado tal y como realmente era con la
intención de agradarle. Como la Mártir que era.
Y él era un playboy egocéntrico y narcisista al que le había importado
poco y que nunca se molestó en llegar a conocerme. Pero lo cierto era
que… la antigua Maddie había permitido que la tratara así. La persona que
era ahora, sin embargo, no lo haría. En absoluto.
Le di un repaso con la mirada, desde los ojos hasta la boca, decidida a
no mostrarle lo que pensaba. Me pregunté por qué no podía ofrecerme una
fracción de la comprensión que yo le mostraba y me dejaba en paz. Su mera
existencia me destrozaba.
—Madison —graznó.
—Chase.
Sus dedos recorrieron el lateral de mi cuello mientras me sostenía la
mirada y penetraba el fino muro de determinación que había erigido entre
los dos. Quería morirme. Morirme porque una caricia de Chase era más
enloquecedora que un buen beso (con manoseo incluido) de Ethan.
—No le queda mucho y Julian nos descubrirá en menos de una semana
si dejamos de vernos ahora.
—¿Qué sugieres?
—Que salgamos juntos por el momento.
—No. —Sentí un agujero en el estómago y mi voz rebotando en él.
—¿Por qué?
—Porque te odio.
—Tu cuerpo me ha contado una historia distinta cuando me he
inclinado para besarte antes. —Avanzó hacia mí como un depredador, con
movimientos suaves y elegantes. Clavó las manos en la tierna carne de mi
cuello y se me encogió el estómago de placer, aprobando su toque. Tenía
razón. Era todo oscuridad y pecado. Imposible no ceder.
—Mi cuerpo miente. —Sentía las palabras pesadas en la lengua.
—La que miente es tu boca y, maldita sea, quiero la verdad.
Aparté la mirada observándolo de reojo mientras se acercaba cada vez
más. Di tres pasos hacia atrás. Él se comió la distancia que nos separaba de
un solo paso. Volví a retroceder. Me siguió. Al final golpeé las persianas
con la espalda. Chase me encerró colocando los brazos por encima de mi
cabeza, y me ofreció una mueca amenazadora.
No quedaban barreras. Solo estábamos nosotros y esa densa y casi
tangible tensión que se percibía en el aire como si fuera humo dulce.
—Si finges odiarme… —Tenía la voz sedosa y aterciopelada, y notaba
su cálido aliento en el lateral del cuello—. Al menos hazlo como dices.
Clavó la rodilla entre mis muslos mientras su boca descendía a cámara
lenta hasta la mía. Su cuerpo se amoldó al mío. Yo estaba allí de pie, con los
ojos abiertos, observando con horror creciente cómo su boca se encontraba
con la mía. Sin embargo, lo acerqué más y le clavé las uñas en los
omóplatos. Tenía los labios cálidos y suaves. Más suaves de lo que
recordaba. Parecían distintos. Como si su alma estuviera tocando la mía a
través de este breve roce de labios. Me sorprendió y asustó a la vez la
emoción que se sentí al estar en sus brazos y beber del pozo de su olor,
calor y tacto.
Sabía a un toque de whisky y chicle de menta. Exploraba, probaba y
esperaba a tener permiso para zambullirse en mi boca con la lengua. Suspiré
en su boca y sentí que los músculos se relajaban sin mi consentimiento. Mi
cuerpo era una piscina de deseo cuando Chase ahuecó las manos en mis
mejillas y me enmarcó con sus dedos fuertes.
—Esto es mala idea —me oí decir en un suspiro, aunque me sentía
incapaz de soltarlo.
Él gruñó y me tocó la lengua con la punta de la suya. Nos recorrió una
corriente de electricidad y nos estremecimos el uno contra el otro.
—Ojalá fueras otra persona. —Me habló con los labios en los míos—.
Sin alma, como yo.
La puerta se abrió de golpe antes de que me tragara sus palabras con un
beso famélico.
—Ronan espera ese informe de crecimiento del tercer trimestre… —
Julian se detuvo en el umbral de la puerta con una carpeta en las manos y
los ojos puestos en nosotros.
Chase dejó de besarme de inmediato y agaché la mirada al suelo. Estaba
horrorizada, pero no sabía por qué. Para Julian éramos una pareja de
prometidos liándonos en la oficina de Chase. En todo caso, que nos pillaran
era algo beneficioso, así que ¿por qué me sentía como un fraude?
Julian apretó el pomo de la puerta con los dedos y ladeó la cabeza. Su
sonrisa no era la de alguien que pilla a dos tortolitos en un encuentro
íntimo. Parecía que estaba diseccionando a un ratón con un escalpelo.
—Por favor, no os detengáis por mí.
Chase me rodeó con el brazo. Era la primera vez que me sentía
protegida por él y no sabía cómo tomármelo.
—Desgraciadamente, no es un peep show, de ahí a que las persianas
estén cerradas. Y la jodida puerta. ¿Naciste en un autobús? Llama a la
puerta, maldita sea.
Julian apoyó el hombro contra la puerta mientras esbozaba una gran
sonrisa.
—¿Estás sonrojándote, hermano? ¿Hay algo que deba saber?
—Sí, que si alguna vez tengo ocasión de mearme en tu bebida, ten por
seguro que lo haré. Sin pensarlo dos veces.
—Estáis muy… raros. —Julian se frotó la barbilla y nos miró—. Me
atrevo a decir que hasta incómodos juntos.
—Ayer nos sentimos muy cómodos cuando nos cargamos la cama,
¿verdad, nena? —Chase me dio un beso impersonal en la cabeza. Asentí
con la cabeza con rigidez, más preocupada en molestar a Julian que en
regañar a Chase en ese momento.
—No te preocupes. Te enviaré otra esta tarde. —Chase me acarició la
barbilla con cariño. Era asquerosamente bueno representando al prometido
solícito.
—Que sea blanca. Estoy redecorando —le seguí el juego.
—Chorradas. No nací ayer. —Los ojos pequeños y brillantes de Julian
bailaron en sus cuencas—. Estáis mintiendo. No estáis juntos, pero Chase
está esforzándose para meterse entre tus piernas y la niñita ingenua que hay
en ti está cayendo en sus redes.
Me tragué el orgullo y la ira, pero mantuve la sonrisa intacta. Una parte
de mí había reflexionado sobre lo mismo: sobre si, de repente, Chase había
empezado a besarme y a interesarse por mí solo porque me necesitaba
cerca. Sabía muy bien que quería que saliéramos de verdad, pero solo por
aparentar. Con todas las prebendas de una pareja, aunque sin el compromiso
ni los sentimientos.
—No me gusta nada lo que insinúas —dije con mi voz burbujeante y
orientada al cliente de «¿no podemos todos llevarnos bien?»—. Chase y yo
llevamos juntos casi un año. Entiendo que, después de lo que dijo
Clementine, te dé mala espina, pero has sido muy grosero.
—Oh, Maddie. —Julian suspiró de forma melodramática en el mismo
tono que diría: «Oh, idiota»—. Todos sabemos que no habéis estado juntos
todo el tiempo.
—Ah, ¿sí? —pregunté de forma sarcástica.
Chase soltó una risa y tembló de arriba abajo.
—A menos que te haya engañado por lo menos con tres mujeres. Chase
no es muy bueno manteniendo a resguardo sus asuntos privados… Bueno,
cualquier cosa privada. Y me gusta hacerle visitas sorpresa, solo para ver
cómo está mi hermanito. —Le guiñó un ojo a Chase.
Me sentí físicamente enferma, aunque la información de Julian no era
una sorpresa para mí. Sabía que Chase había salido con mujeres después de
nuestra ruptura. Sven me lo había contado. Y, sin embargo, sentir su brazo
sobre mí y saber que era cierto me provocaba el deseo de hacerme una bola
de miseria y autodesprecio.
—Todo está perdonado y olvidado —dije alegremente mientras tragaba
bilis. Odiaba tanto a Chase en ese momento que quería apuñalarlo con un
lápiz de dibujo. Me sentía como Eliza Hamilton, que sonreía al mundo para
salvar las apariencias mientras su devastador marido reconocía sus
aventuras.
—¿De veras? —Julian arqueó una cínica ceja.
—Todo el mundo comete errores —dije entre dientes.
—Sí. Tu futuro marido parece ser una prueba viviente de ello. Y ahora
supongo que es fiel, ¿no?
—Más de lo que jamás será tu mujer. —Chase se encogió de hombros.
—Cuidado. —Julian levantó un dedo a modo de advertencia.
—Ya he oído bastante —dijo entre dientes Chase, mostrando una
sonrisa provocadora—. Y déjate de gilipolleces fraternales. Nuestra
relación murió el día en que papá me nombró futuro director ejecutivo.
Recuerda, Julian, que en la guerra hay ganadores y perdedores. Y que, de
acuerdo con la historia, los ganadores no se apiadan de los que trataron de
destronarlos.
Los miraba a uno y a otro. Estaba atrapada en medio de un drama
familiar. Al final, me interpuse entre ellos como si fuera una especie de
árbitro.
—Vale, ya basta. Chase, dale el informe de… crecimiento o como se
llame. —Hice un gesto impaciente con la mano hacia la carpeta que tenía
en el escritorio. Chase se hizo con el papel que había estado leyendo antes y
se lo pasó a Julian—. Por favor, Julian, danos un poco de privacidad y la
próxima vez llama a la puerta. Gracias.
Cerré la puerta detrás de Julian para acelerar el proceso. Estar alrededor
de ellos era agotador. Me giré hacia Chase.
—En cuanto a lo que discutimos sobre continuar esto hasta…
«Que tu padre se muera». No pude terminar la frase. Los dos apartamos
la mirada. Pensé en mamá. Sobre todo en una de sus cartas que decía que
había belleza en todas las cosas. Incluso en perder a alguien. Me enfadé
tanto cuando la leí que había cogido un mechero y le había empezado a
prender fuego antes de acobardarme. Hasta el día de hoy, era la única carta
en malas condiciones. Estaba negra por los bordes, como un malvavisco.
—Lo siento, Chase, no puedo. Lo haría si pudiera, pero no quiero sufrir.
Y esto —Hice un gesto para señalarnos— ya está matándome, y ni siquiera
es real.
Negué con la cabeza y escapé de su oficina antes de que tuviera la
oportunidad de convencerme de lo contrario. De atraerme a su demoníaca
guarida, llena de cosas oscuras y hermosas que deseaba explorar.
Regresé a los ascensores. Parecía que mis pies tenían vida propia. Eché
un vistazo a la oficina de Chase mientras ignoraba el borrón de rostros que
me miraban con curiosidad desde todas las esquinas de la sala. Todavía
tenía las persianas bajadas.
Cuando regresé al estudio, me esperaba un correo electrónico de Nina.
Me lo envió a mi Gmail en vez de al correo de la empresa, donde Recursos
Humanos podía verlo en una de sus comprobaciones aleatorias.
Maddie:
Nina
Pasé los siguientes tres días revisando las llamadas de Chase. Aunque
Ethan se había reservado el derecho a cambiar de opinión sobre nosotros,
no había tenido noticias de él desde la noche de la comida mexicana. Me
sentí levemente aliviada por este giro de los acontecimientos. Una cosa
menos de la que preocuparme. Le envié a Ethan un extenso mensaje de
texto de disculpa antes de que Layla me dijese que dejara de ser más santa
que el papa.
—El tío se tiró a otra el día que fue a cenar contigo. Estaba claro que no
teníais ningún compromiso.
Tres días después de los increíbles besos y la especie de ruptura con mi
no-novio Ethan, empezaba a respirar de nuevo. Respiraciones superficiales
y vacilantes de alguien que sabía que esto todavía no había terminado.
Ronan seguía enfermo.
Chase era un hombre que siempre conseguía lo que quería.
¿Y qué hay de mí? Yo estaba aprendiendo poco a poco a mirar por mí.
Me sumergí en el trabajo y terminé tres bocetos para la colección
«Madre de la novia», uno de ellos en honor a mamá. Dibujé a la modelo
con el mismo turbante naranja que llevaba cuando estaba con la quimio.
Tenía los mismos ojos alegres, color miel, los labios carnosos y sus
características pecas. El vestido era de flores, grande y de encaje. Algo que
mamá se habría puesto para mi boda. Cuando Sven vio el diseño final,
observé la confusión en su cara. No era práctica común poner detalles en el
rostro de una modelo de un boceto. Entonces cayó en la cuenta, me dio un
apretón en el hombro y suspiró.
—Le habría encantado.
—¿Tú crees? —pregunté en un susurro.
—Lo sé.
Recé para que el siguiente proyecto no tuviera nada que ver con las
madres. Echaba de menos a mi madre, más que nunca, y deseaba que
estuviera aquí para ayudarme a resolver el lío de Chase/Ethan. Así que
cuando Sven se aproximó a mí después de acabar la colección «Madre de la
novia», ya estaba conteniendo la respiración.
—Maddie, necesito tu atención. —Sven chasqueó los dedos mientras se
acercaba a mi rincón del estudio, contoneándose. Ahuequé las manos en los
lirios blancos y rosas mientras lo miraba con curiosidad. Se detuvo a varios
centímetros de mí y me puso una pila de papeles en las manos—. Tu nuevo
proyecto.
Di una vuelta completa en el taburete, crucé las piernas y sostuve el
lápiz entre los dientes, como si fuera un cigarrillo. Abrí el archivo que me
había pasado. Era fino y cuando le eché un vistazo me di cuenta de que eso
era porque no tenía todas las cosas que normalmente trae un proyecto:
maquetas de la línea de moda en general, puntos sobre lo que había que
hacer, etc.
—Ha tardado mucho en llegar, pero llevas años trabajando muy duro y
creo que te mereces esta oportunidad —dijo Sven mientras leía las palabras
del proyecto una y otra vez.
«El vestido de novia de todos los vestidos de novia: el vestido de novia
insignia de Croquis».
Me temblaban los dedos alrededor del documento y sentía el pulso en el
cuello.
—Vamos a lanzar la colección de otoño en la Semana de la Moda de
Nueva York dentro de un par de meses. Normalmente, el elemento de
apertura es el vestido de novia de ensueño. Como ya sabes, es lo más
prestigioso del desfile. Suele estar reservado para diseñadores de gran
impacto. Es el vestido que todos los amigos de Vera Wang, Valentino y
Óscar de la Renta van a mirar. El que pedirán las famosas de primera línea
para sus bodas. La guinda del pastel. Y tú vas a diseñarlo.
Ya sabía todo esto. Era algo grande. La persona que lo había diseñado el
año anterior había ascendido y ahora trabajaba para Carolina Herrera. En
vez de responderle con palabras, elegí el momento para desmoronarme sin
gracia alguna. Me caí de culo (literalmente) de la silla de lo aturdida que me
encontraba. Traté de mantener las lágrimas de felicidad a raya, pero fue
difícil, porque nunca pensé que podría trabajar en algo tan prestigioso en
mis primeros años de carrera.
—Controla la gravedad, Maddie —murmuró Sven mientras me ofrecía
la mano y me levantaba del suelo—. Cuando Layla me dijo que ibas a
caerte de culo, no sabía que lo decía de forma literal.
—¿Layla sabe lo del proyecto? —jadeé mientras me cubría la boca con
ambas manos. Por supuesto que sí, Dios, estos dos me irritaban de veras—.
Sven, no te arrepentirás, te lo prometo.
—Para. Este año te elegí para que fueras mi diseñadora estrella. En
concreto, para que tus diseños no me aburrieran hasta morir. Quiero que te
vuelvas muy loca y te salgas de lo común con este proyecto. Has
demostrado que puedes seguir bien las instrucciones, pero ahora quiero ver
el sombrerero loco que hay en ti. La artista.
—Eso está hecho. —Hice un gran esfuerzo para no empezar a dar saltos
mientras me reía con la cara llena de interminables lágrimas de felicidad
que ya no podía contener. En general, reservaba las lágrimas para buenas
noticias y películas Disney.
—¿Qué plazo tengo? —pregunté.
—Un par de meses, así que es mejor que te pongas manos a la obra. —
Imitó el sonido del látigo—. Oh, y antes de que lo preguntes, no tiene
comisión —señaló con sequedad.
—Artista hambrienta de victoria. —Moví el puño en el aire—. ¿A todo
esto, qué tal Francisco?
—Sigue queriendo un niño.
—¿Y tú?
—Yo sigo queriendo huir con mi entrenador de Equinox.
—Mentiroso —contesté suavemente acariciándole el antebrazo. Aunque
no presioné para conseguir más información. Si Sven quería decirme algo
más sobre el proceso de adopción, lo haría.
Estaba ocupada hojeando el paquete del proyecto, memorizando todos
los detalles, cuando oí una voz aburrida detrás de mí:
—¿Maddie Goldbloom?
—Esa soy yo —canturreé, todavía entusiasmada. Me giré para ver cara
a cara a un repartidor joven con un mono amarillo y una sudadera violeta
por debajo. Llevaba un ramo de lirios.
—Entrega para usted. —Me ofreció una tablet para que firmara. Lo hice
apuñalando la pantalla con el bolígrafo gris de plástico.
—Ugh. Estas cosas nunca funcionan. Mi firma termina siendo tan solo
una línea gris irregular —murmuré escribiendo más fuerte.
—No te preocupes, colega. Solo es un trámite. Nadie planea venderlo
en eBay. —El repartidor se mesó el cabello hacia un lado. Tomé los lirios
blancos y los coloqué cerca de las otras flores. Entonces, busqué la nota.
Sabía que Nina no iba a dejar pasar por alto el hecho de que había más
flores en la esquina de la oficina.
Cuando por fin la encontré, la abrí con dedos temblorosos. No me
permití hacerme ilusiones, lo cual fue algo bueno.
Maddie:
Después de sopesarlo durante bastante tiempo y de forma
meticulosa, he decidido que estoy dispuesto a tomar lo que
quieras darme.
Te espero.
Ethan
Le hice una foto a la nota y se la envié a Layla. Su nombre apareció en
la pantalla del móvil no más de cinco segundos después.
—Oh, Dios…
—¿No tienes clase? —la interrumpí.
—Sí. Enseñar a preescolares independencia y autocontrol es muy
importante, quiero que lo sepas. —Se rio. Oí el eco de su voz mientras se
acomodaba en el pasillo vacío—. Seré sincera: no creía que Ethan tuviera
oportunidad después de que Chase volviera a aparecer en escena, pero es un
cambio de juego. Básicamente, está aceptando ser el segundo plato. Qué
jugoso.
—No, no es así —protesté.
—¿Sabes qué tienes que hacer?
—No, pero tengo el presentimiento de que estás a punto de decírmelo.
—Debes tirarte a los dos y ver cuál es mejor.
Tenía el presentimiento de saber quién se llevaría el gato al agua (y los
orgasmos). Miré la nota de las flores con un sentimiento de pavor y
decepción.
—Eso no sería justo para ninguno. —Me mordí el labio inferior.
—Mmm, no. Solo consolidaría el hecho de que Chase supera a Ethan y
de que tienes que ponerte las bragas de niña grande y dejar marchar a
Ethan. Soy la primera en admitir que Chase no tiene madera de novio, es mi
versión masculina. Pero Ethan… —Layla chasqueó la lengua—. Nah…
—¿Eso es todo? —gruñí.
—No. También quiero decirte que Grant es excelente en la cama y
felicitarte por el proyecto. Te quiero.
—Sí, yo también. —Colgué.
Le envié un mensaje a Ethan para darle las gracias rápidamente y le
pregunté si quería tomar un café. Era lo menos que podía hacer después del
gesto tan dulce. Me contestó de inmediato.
Ethan: Me encantaría.
Alisé una página en blanco sobre la mesa de dibujo y la miré con una
sonrisa al pensar en el proyecto del vestido de novia de ensueño. No había
nada que me emocionara más que una página en blanco. Las posibilidades
eran infinitas. Podría ser increíble, mediocre, malo o una obra de arte. El
destino del vestido que estaba a punto de adornar la página todavía no
estaba escrito. Mi trabajo era escribir su historia.
—¿Qué voy a hacer contigo? —susurré, dándome toquecitos en los
labios con el carboncillo y sonriéndole a la página.
—Estoy pensando en una buena comida, seguida de una primera base
en el taxi, seguido de comerte en el ascensor mientras subimos a mi ático;
lo siento, no podré resistirme; seguido de un festival de sexo que haría
sonrojar a Jenna Jameson.
Jadeé y me giré a mirar de dónde procedía la voz. Reconocí el tono
inexpresivo e irónico al instante. Me fallaron las rodillas, pero esta vez no
me caí de la silla.
—No puedes de…
—No soy tu jefe —señaló antes de que acabara la frase.
—Solo porque no trabaje para ti no significa que no me estés acosando
sexualmente.
—¿Estoy acosándote sexualmente? —Inclinó la cabeza hacia un lado y
levantó una ceja.
«No».
Debí de haber reflejado la respuesta en mi rostro porque dejó escapar
una profunda y retumbante sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —Le fruncí el ceño a Chase. Combinaba el traje
negro con una corbata borgoña y llevaba la mano metida en el bolsillo, del
que sobresalía el Rolex. Era lo más parecido a pornografía empresarial que
había visto en mi vida.
—Te estaba buscando —dijo sin disculparse, echando un vistazo a los
tres jarrones llenos de flores de mi escritorio—. Siempre tienes un jarrón
por tu madre —dijo, provocándome un pálpito por la sorpresa. ¿Lo
recordaba?—. ¿Quién te ha enviado las otras flores?
—Una chica a quien le regalé un vestido de novia.
—¿Y?
—Ethan.
—Las suyas son los lirios, ¿no? —Se aproximó a las flores y cogió un
pétalo. Me estremecí—. Buena elección. ¿Está de luto por el final
prematuro de vuestra relación?
—La relación con Ethan no está muerta.
Echó la cabeza hacia atrás con una risa despreocupada.
—Sé clara con él. El juego se ha acabado para el doctor Seuss. Un
montón de flores no cambiarán nada.
—Un montón de flores lo cambian todo —Aparté su mano de un tortazo
para proteger las flores— para la hija de una florista.
Ladeó la cabeza. Ahora me miraba de forma divertida. No me gustaba,
era la mirada de un hombre con un plan, y no creía que los planes de Chase
y los míos estuvieran alineados.
—¿Es cierto? —Un destello de picardía brilló en sus ojos.
Aparté la mirada como si me hubiera golpeado su belleza. Odiaba el
vértigo que se instalaba en mis entrañas cada vez que me ponía los ojos
encima.
—Ven conmigo. —Abrió la mano. No la tomé.
—No lo creo.
—No es una petición.
—Tampoco es el siglo xvii. No puedes darme órdenes.
—Cierto, pero puedo montar una escena que te haría desear no haberme
conocido nunca.
—Eso ya lo deseo —bromeé, mintiendo.
—Pierdes el tiempo de todo el mundo. En especial el de Ethan. Maddie
la Mártir quiere tener hijos con Ethan, pero la verdadera tú quiere dar el
paso y ahogarse conmigo. Vamos.
No tenía sentido discutir con él. Además, no podía concentrarme en
crear el vestido de novia de ensueño (VNE para abreviar) cuando el
misterio de lo que quería mostrarme Chase colgaba sobre mi cabeza. Era
desconcertante pensar que tenía un sexto sentido y sabía cuándo Ethan
hacía un movimiento para aparecer el mismo día y a la misma hora. Seguí a
Chase al ascensor, esquivando las miradas curiosas de la gente que me
rodeaba. Sven estaba de espaldas a nosotros, encerrado en la oficina de
cristal, hablando por teléfono de forma animada con un proveedor de telas
que había arruinado uno de nuestros pedidos. Pero Nina estaba allí,
elegantemente sentada en su asiento y observándonos a la par que se limaba
las uñas. Había al menos doce compañeros de trabajo (diseñadores,
costureras y pasantes) que nos miraban con curiosidad mientras salíamos
del estudio. Por suerte, excepto a Nina, a la mayoría los consideraba amigos
y sabía que les gustaba lo suficiente como para no pensar lo peor de mí.
Todavía.
—La gente hablará —me quejé por lo bajo.
—Mientras seas el sujeto y no quién habla, no sé cuál es el problema.
Entramos en el ascensor.
—No soy como tú. No soy intocable.
—Madison Goldbloom, ojalá fueras tocable para mí —dijo con seriedad
al tiempo que se cerraban las puertas del ascensor a cámara lenta—. Me
encantaría que así fuera.
Capítulo doce
Chase
15 de noviembre de 2004
Querida Maddie:
Quería darte las gracias por ser la mejor hija del mundo.
Ayer me sentí mal durante todo el día y no fui al trabajo. Tú fuiste
a ayudar a tu padre en la tienda a pesar de que tenías un examen
importante al día siguiente y cuando regresaste me trajiste un
ramo de azaleas. Mis favoritas (te acordaste. Siempre lo haces).
Me dijiste que te habías comido los pétalos a escondidas.
Comentaste que sabían a dulce néctar. Las colocamos dentro de
unos libros en mi cama mientras veíamos Flores de acero y
bebíamos té helado dulce. Las flores me hicieron sentir querida.
Espero que algún día te hagan sentir lo mismo.
Hiraeth
La añoranza por un hogar al que no puedes regresar o que nunca tuviste.
Tres días después, papá estaba consciente y listo para dejar el hospital.
Lo recogí mientras mamá preparaba la casa, sea lo que fuere lo que eso
significaba. Conduje en círculos, haciendo tiempo, y a él no pareció
importarle, ni siquiera cuando su tiempo era valioso. Me di cuenta de que
no habíamos tenido una conversación importante sobre algo que no fuera
trabajo desde que apareció la palabra con C. El trabajo era un tema seguro.
Dudaba que pudiera recordar algo de lo que Julian había hecho en el
hospital con el contrato. Papá estaba inconsciente cuando todo sucedió.
Grant me había aconsejado ser prudente con él y no hablar de cosas que
pudieran subirle la tensión. Molestarlo con las mierdas de Julian no estaba
en mis planes. Estábamos dando vueltas por la misma calle lateral, pasando
por la misma cafetería Pret y el mismo grupo de estudiantes, y esperando en
el mismo semáforo. Era deprimente que los demás fueran felices mientras
tú estabas hundido en la miseria. Todo se veía reflejado en tu cara.
—Ojalá pudiéramos salir de la ciudad —murmuró papá mirando por la
ventanilla—. La ciudad parece sucia en verano sin la lluvia ni la nieve que
la limpie. ¿No te parece sucia?
Cuando dijo eso, salió humo de tres alcantarillas distintas y un
muchacho de fraternidad borracho le tiró una lata de cerveza a su amigo al
otro lado de la calle y se rio.
—Si eso es lo que quieres, podemos irnos —dije, apretando el volante
con las manos. No quería dejar el negocio con Julian husmeando en la
planta de dirección. No quería dejar que Madison cayera en la comodidad
con el mediocre de Ethan. Y, a todo esto, ¿qué tipo de nombre era Madison
Goodman? No podía dejar que siguiera adelante con eso. Pero el deseo de
papá estaba por encima de todo.
—Julian sugirió que fuésemos a la casa de campo de Lake George a
pasar el fin de semana. Incluso lo había preparado para nosotros —añadió
papá.
«Julian te ahogaría en el lago si con ello hereda el negocio», estuve
tentado de decir. Sonreí con serenidad.
—Ah, ¿sí? Una idea fantástica.
—Puedes traerte a Madison, por supuesto. Creo que le gustaría aquello.
Hay mucho que hacer allí. Mucho aire puro. ¿De dónde era?
—De Pensilvania —respondí—. A las afueras de Filadelfia.
—¿Tiene hermanos?
—No. Su madre tuvo… —Me detuve.
Papá terminó por mí.
—Cáncer de mama, ¿no?
—Sí. —Era un idiota. Un idiota que tenía que cambiar de tema.
—Sus padres tenían una floristería. Bueno, su padre sigue teniéndola.
—¿Se llevan bien? —preguntó papá.
—Sí, mucho. Ella va a verlo a él y a su novia cada dos meses. Se van de
vacaciones juntos todos los años.
—Sabes mucho de ella, ¿no? —Se giró hacia mí, sonriendo.
Sí. No solía escuchar lo que me decía (al menos, no de forma
intencionada), pero me acordaba de todo lo que me había dicho sobre ella.
Aunque no era mucho porque hablar nunca había sido algo que yo hubiera
alentado en nuestra relación. Pero ahora la pregunta del millón era si Mad
estaría de humor para pasar conmigo otro fin de semana fuera de la ciudad.
Creía que no.
Sonó el móvil de mi padre, que tenía en el bolsillo, y lo puso en manos
libres.
—Jul —dijo con voz suave. Estaba claro que no recordaba lo del
contrato—. ¿Cómo está Clemmy?
—¿Eh? Oh, sí. Está bien. —Papá se había adelantado y había desviado
el tema de la verdadera razón por la que llamaba. Me preguntaba si Julian
pensaba alguna vez en la mocosa—. Oye, mira, Amb habló con la empresa
de mantenimiento. La casa de Lake George ya está lista. ¿Os recojo a Lori y
a ti, digamos, el viernes por la mañana?
¿Iba a llevarse a mis padres un fin de semana con su familia? ¿Sin Katie
y sin mí, mientras que papá estaba al borde de la muerte y prácticamente en
cuidados paliativos? Demonios, no. Olía su plan a kilómetros de distancia.
Julian quería tener a papá contento antes de ir a por la cabeza del director
ejecutivo. En algún lugar donde mi hermana y yo no pudiéramos detenerlo.
—Suena bien —dijo papá—. ¿Has hablado con Katie?
—No. Creo que tiene un concierto de voluntariado con Saint Jude’s este
fin de semana —contestó Julian. De fondo sonaba como si estuviera
revisando papeles. Probablemente más mierda que quería que mi padre
firmara—. Ya sabes cómo es Katie. Una buena samaritana.
—Deberías intentarlo de nuevo. En general, Katie hace el voluntariado
a final de mes. —Me metí en la conversación.
Julian se detuvo. Luego se recuperó.
—Chase. No sabía que estabas ahí.
—Es mi padre.
—Sí, biológicamente —se rio Julian con ganas—. Aunque sois muy
diferentes.
—¿A qué te refieres? —pregunté mientras daba un último giro a la calle
lateral antes de dirigirme al edificio de apartamentos de mis padres—.
¿Puedo ir a la casa de campo? Claro que sí. Qué amable de tu parte, Julian.
Hubo una pausa y luego dijo:
—Tráete a Maddie. Amber se muere por ver las fotos de compromiso.
—Lo haré. —«¿Lo haré?». La última vez que lo comprobé, Madison
estaba haciendo todo lo posible por evitarme. No me respondía las llamadas
ni los mensajes de texto. Ahora lo único que la detenía de pedir una orden
de alejamiento contra mi culo era el hecho de que trabajábamos en el
mismo edificio. Tenía que ir allí. Tenía que entenderlo.
—Genial. Estoy deseándolo. —La voz de Julian era demasiado relajada.
Demasiado displicente.
Pero estaba demasiado enfadado como para darme cuenta de que era
una trampa.
Demasiado rabioso como para saber en qué me estaba metiendo de
forma voluntaria.
Capítulo diecisiete
Maddie
25 de septiembre de 2008
Querida Maddie:
Hoy he encontrado cigarrillos en tu mochila. Otra vez. Hemos
discutido. Ha estado mal. Me dijiste que era un error. No es un
error si sigues haciéndolo. Debes de tener una razón para hacer
lo mismo una y otra vez.
Ya sea que quieras rebelarte, distraerte o simplemente
volverte adicta.
Es como el aro gigante que huele a carne podrida. Huele así
porque es raro y vulnerable, no por casualidad.
Todas las decisiones que tomas tienen una razón. Piensa en
ello.
Con amor,
Mamá
Maddie
Había pasado casi una semana entera desde la ruptura madura y cordial
con Ethan.
El tiempo siguió su curso, como si fuera un collage de vacaciones.
Cenas familiares editadas con Photoshop en casa de los Black, intercambio
de opiniones sobre los mejores diseñadores de la familia real con Lori,
susurros con Katie a modo de colegiala y clases de repostería con
preparación de magdalenas a Clemmy mientras le trenzaba el pelo. Charlé
con Ronan tanto como pude, sin monopolizar su tiempo. Tenía experiencia
de primera mano en lo que se refería a lidiar con un familiar enfermo. A
menudo, las personas preferían evitar la enfermedad. Conversar con otros
miembros de la familia. Suponía que con esos a los que era más fácil mirar.
Aprendí a ignorar a Amber y a Julian sin que me ardiera la sangre
cuando se dirigían a mí como si fuera una sirvienta. En realidad, no fue
difícil. Amber, por lo general, bebía hasta el olvido con fines de lubricación
social y era fácil de burlar. Julian seguía siendo una víbora, pero pasaba
mucho tiempo tratando de reunirse a escondidas con Ronan o encerrándose
con Chase en la biblioteca, donde las octavas alcanzaban unos máximos
dignos de Broadway, incluso con las puertas cerradas.
No le preguntaba a Chase por las reuniones con Julian. No me
incumbían. Sabía que Julian estaba al tanto de mi beso con Ethan, pero
suponía que Chase se había ocupado de eso. No quería meterme. Mientras
más sabía, más me involucraba y más intentaba aferrarme con
desesperación al resto de mis sentidos y dejar mi corazón al margen de este
acuerdo.
Sin embargo, mi cuerpo era un participante entusiasta. Chase y yo
teníamos sexo como si fuera un deporte de competición. «Y estábamos
ganando». En mi cama, en la suya, en la ducha, en la bañera, en la encimera
de la cocina (no era la primera vez), contra el ventanal de su apartamento y
encima de mi lavadora (una fantasía personal mía).
Seguía despertándome cada mañana diciéndome que Chase Black era
una solución temporal. Como una tirita o un producto para controlar el
peso. Algo que me tenía ocupada mientras esperaba la llegada de lo
definitivo. Me negaba a ir a eventos con él, y, cuando Chase mencionó algo
sobre una doble cita con Grant y una compañera de trabajo suya («¿En
serio? ¿Tan rápido?»), le contesté rotundamente que ni de coña me verían
en público con él. Esas eran las medidas de seguridad que había tomado con
más cuidado, aunque hubiera lanzado por la ventana la norma de dormir
juntos tres veces a la semana.
Entonces recibí un mensaje de Ethan. Fue la mañana que pasé sin
Chase. En algún momento del día anterior, lo había empujado literalmente
hacia la salida de mi apartamento para tener algo de tiempo a solas.
Ethan me devolvió las azaleas. Bueno, lo que quedaba de ellas. Las
flores estaban marchitas, con las hojas arrugadas, de color gris, los bordes
negros y encogidas. La maceta en la que la tenía estaba cubierta de arena
cuarteada parecida al alquitrán. La sostuve en los brazos, miré hacia el
alféizar de la ventana, donde crecían mis flores, y volví a mirar las azaleas
muertas mientras sentía el chisporroteo de algo caliente, rojo y furioso
desde el centro de mi ser. Había una nota. La saqué.
Pensé en las azaleas muertas durante toda la primera mitad del día
mientras trabajaba en el vestido de novia de ensueño. Apuñalé el bloc de
dibujo con el lápiz, rompiéndolo varias veces.
—¿Qué ocurre? ¿Ha muerto una de tus hijas? —Nina se burló desde su
rincón del estudio una vez que Sven no podía oírnos, en referencia a la
planta marchita—. Maddie, qué mala madre.
Agaché la cabeza y seguí trabajando.
—Maddie. —Sven apareció por detrás de mi hombro. Di un respingo y
jadeé—. ¿Cómo estás?
Abrí la boca para responder, pero me cortó con un gesto de la mano.
—No importa, no estoy aquí para eso. ¿Está listo el boceto?
—Casi. —Lo sostuve contra el pecho de forma protectora. Me había
encariñado mucho con él. Significaba mucho para mí. Lo había diseñado
viéndome a mí misma con el vestido puesto.
—Veamos. —Arrastró hacia mi escritorio un taburete del cubículo de
otra persona y se sentó frente a mí.
—¿Ahora? —Miré a mi alrededor para ganar algo de tiempo.
—No hay mejor momento que el presente. —Sacó el portapapeles con
el boceto de entre mis dedos. Respiré profundamente y sentí que las paredes
del estudio se cerraban sobre mí. Me ardían los pulmones y estaba muy
nerviosa.
—Oh. —Eso fue todo lo que Sven dijo después de un minuto completo
de silencio. «Oh» no podía ser bueno. Ni siquiera arrastró la H.
«Ohhhhhhh». No. Solo «Oh». Sentí náuseas.
Sven frunció el ceño.
—Muchos detalles.
—Sí —contesté—. Me pediste que fuera artística.
—También pensé que estarías cuerda. —Arrugó la nariz, todavía
observando el boceto.
—En realidad, utilizaste la palabra «loca» —respondí sin creer de
verdad lo que oía. ¿Estaba discutiendo con Sven? Era la primera vez. Nunca
había retado a mi jefe. Sospechaba que esta era la razón por la que me había
ascendido tan pronto. Era la mujer que siempre le decía que sí. Pero ahora
no. No cuando sabía que este vestido era mi mejor diseño hasta la fecha.
Sven me tendió el boceto y me miró.
—Mira, no digo que no sea bueno, pero hay que ganar dinero y esta
temporada va de líneas sencillas.
—Me dijiste específicamente que no había normas que cumplir. —Le
arrebaté el boceto de las manos—. Y eso es exactamente lo que he hecho.
Todos van a aparecer en la Semana de la Moda con variaciones del mismo
vestido sencillo y yo voy a darles algo nuevo. Algo grande. Algo fuera de lo
común. Me asignaste este proyecto porque dijiste que estaba preparada.
Bueno, lo estoy, Sven. Y me encanta este diseño. Me apasiona.
Pensé en las palabras de aliento de Chase. Parecía que le encantó. No,
más que eso. Parecía maravillado. Eso me ayudó a decidirme por este
boceto. No se trataba solo de alta costura en lo que se refiere a los vestidos
de novia. A veces, se trataba simplemente de ver a los hombres (hombres
como Chase) mirar un bonito vestido y tener esa sensación de que te dan un
puñetazo en el estómago.
Sven me miró largo y tendido. Yo le devolví la mirada. Aunque estaba
fuera de lugar, sabía que hacía lo correcto. No solo por mí, sino por la
empresa.
Señaló el boceto con la barbilla.
—Los peces gordos me pondrán a caldo por esto, lo sabes ¿no?
No aparté la mirada de sus ojos.
—Por cierto, no es blanco.
Abrió los ojos de par en par.
—Pero el blanco cisne…
Negué con la cabeza y levanté la mano.
—Se venderá, Sven. Te lo prometo.
Se puso en pie, rascándose la mejilla. Pensé que estaba impresionado.
Yo sí que lo estaba por mi terquedad.
—¿Cuándo te has vuelto tan —Buscó la palabra correcta— feroz?
Sonreí.
—Cuando me di cuenta de que ser pusilánime no es lo mismo que ser
amable. Que no hay que ser fuerte solo con uno mismo, sino con el resto de
las personas también.
«Por no hablar de que derrite a los chicos hasta hacerlos batido». Ajá.
No hacía falta ser investigador para ver esto como una admisión de culpa.
Estaba tan avergonzada porque me habían pillado que quería llorar. Saqué
el teléfono.
Nos. Ha dicho «nos». Eso me dio la esperanza de que viera esto como
un problema para ambos.
(A estas alturas no podía, pero eso era lo que la gente decía a menudo).
Lo había hecho.
Había mirado por mí.
No más Maddie la Mártir. Me enfrenté a Chase Black. Lo rechacé
tajantemente. Corté las cosas con Ethan. Incluso le envié un mensaje a
Katie explicándole que estaba totalmente de acuerdo con que saliese con mi
exalgo. Estaba tomando una postura proactiva en mi vida.
Así que ¿por qué me sentía de todo menos empoderada?
Siempre había pensado que al mirar por mí me sentiría increíble. Como
una mariposa batiendo sus coloridas alas al salir del capullo. En la práctica,
me sentía asqueada conmigo misma por la forma en que había rechazado a
Chase el día que se apresuró a ir a la clínica para hacerse una prueba de
paternidad. Me sentía tan vacía que sentí los huesos retumbando dentro de
mi cuerpo cuando puse un pie en el estudio a la mañana siguiente.
Quedaban pocas semanas para la Semana de la Moda de Nueva York.
Agosto había dado paso a septiembre y mi boceto estaba listo y enviado a
Sven. Hoy íbamos a empezar a coser el vestido. Se suponía que la modelo
estaba de camino a la oficina. Sven me dijo que se había tomado muy en
serio nuestra conversación sobre el boceto. No solo no le había hecho
ningún cambio, sino que también había sugerido que una mujer común
llevara el vestido. Y por «una mujer común» se refería a una modelo
preciosa hasta decir basta de diecinueve años con la piel perfecta y el
cabello sedoso. No obstante, a diferencia de la mayoría de las modelos de
pasarelas, tenía una «enorme» talla treinta y ocho. Superdelgada y en forma
para el resto del mundo, aunque con curvas para los estándares de la moda.
Lo único que tenía que hacer era ver la producción del vestido paso a
paso.
—Pero si es el colchón de la oficina. Coged un ticket, caballeros. Todos
consiguen acostarse en él —proclamó Nina mientras me escondía en la
oficina. Éramos las únicas allí. A los demás compañeros de Croquis les
gustaba llegar elegantemente tarde.
Ayer Nina alcanzó el nivel de zorra suprema. Del tipo que se reserva
para las series de instituto koreanas y las telenovelas de la tarde. Cuando
bajé las escaleras para comprar una ensalada, cayeron a mis pies un montón
de preservativos del bolso. Los había metido dentro cuando no estaba
mirando.
—Cállate, Nina —dije cansada mientras colapsaba en mi asiento y
encendía el portátil.
Al darse cuenta de que le había respondido, Nina giró la cabeza y torció
la boca con disgusto. Llevaba un vestido de día negro de Stella McCartney,
a juego con unos Louboutin planos.
—¿Ahora tienes boca? Es decir, ¿para algo más que para chupársela a
hombres importantes? Números.
«¿Números?». ¿Qué quería decir?
—En serio. —Puse los ojos en blanco, harta de su comportamiento tan
grosero—. Ese cliché de chica mala es muy de principio de los 2000.
Estamos en 2020. Métete conmigo. Hazte una cuenta falsa de Instagram
suplantándome. Gradúate en ser una zorra mezquina que no deja de
avergonzarme. Esto se vuelve un poco agotador.
—Tienes suerte de no tener principios —siguió impertérrita—. Apuesto
a que podría llegar a donde estás si me acostara con las personas adecuadas
de la industria.
Cerré el portátil de un golpe.
—Nina —advertí, y finalmente la miré. Estaba metiendo las fotos de
ella con su novio cabildero en una caja de cartón. Tenía los ojos rojos.
Estaba… Oh, Dios, estaba recogiendo sus cosas.
—Ahórrate el discurso de victoria, ¿vale? Ayer me despidieron, como
bien sabes. Sven me entregó el aviso personalmente. Dijo algo así como
que Chase Black había dirigido su atención al manual de recursos humanos
de Croquis. Al parecer, el señor Black lo leyó entero ayer mientras esperaba
en la clínica algún tipo de resultados (de qué, no lo quiso decir. Con suerte,
de clamidia, y ojalá diera positivo). En cualquier caso, Chase se alegró
mucho de avisar a Sven de que aparentemente te estoy acosando. —Sorbió
por la nariz. Pero yo sabía que estaba hablando de la prueba de paternidad
—. Da igual, no importa. Mi primera elección para hacer las prácticas era
Prada, la segunda Valentino. Croquis era la quinta. —Se limpió una lágrima
que se deslizaba por la punta de su nariz.
Me levanté y me dirigí hacia ella. Esta tomó una de las cajas y me dio la
espalda. Le tiré de la tela de la manga.
—Mírame —dije con dureza. No había ni rastro de Maddie la Mártir.
Estaba enfadada y tomé las riendas de la situación.
Agachó la mirada y negó con la cabeza.
—Nina —dije con voz más aguda—. Me estás acosando.
—¡Solo son bromas! —gritó.
Una mierda.
—¿Por qué me odias tanto?
Levantó la vista y me lanzó una mirada que decía que era obvio.
—¿Por qué no? Mírate. Tienes un gusto horrible para vestir y, sin
embargo, te sientes muy cómoda contigo misma. Eres la persona más
hortera que he conocido, sin ofender. Pero quizá eres la empleada favorita
de Sven. Los hombres como Chase Black se lanzan sobre ti, tienen sexo
contigo en el baño y despiden a gente por ti. Eres muy buena en esto para
nuestra edad y ni siquiera fuiste a una buena universidad. Simplemente… lo
tienes todo. No sé. No parece normal en una persona de veintiséis años. Has
tomado muchos atajos.
—¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que en mi vida no todo son
unicornios, corazones y repostería? —Me sorprendió el hecho de que estaba
gritándole—. En realidad soy superinsegura para… Bueno, la mayoría de
las cosas. Vivo en un diminuto apartamento con un perro al que soy
alérgica. Mi vida amorosa es un desastre, mi madre murió cuando era
adolescente y nunca me he recuperado del todo de su pérdida. Para
mantenerme en la cima de esto, básicamente no he tenido vida social
durante los últimos cinco años y me he centrado en abrirme camino. Ser
becaria no era un lujo que pudiera permitirme, ya que significaba ser una
sintecho. Razón por la cual conseguí un ascenso rápido por parte de Sven al
precio de mis cincuenta horas de trabajo a la semana. La hierba siempre es
más verde a través del filtro de Instagram de otra persona. Nadie tiene una
vida perfecta, al menos no completamente. Simplemente fingimos que
sabemos lo que estamos haciendo. Los que lo hacemos con una sonrisa en
el rostro simplemente parece que estamos disfrutándolo más.
Nina sorbió por la nariz.
—Bueno, sí, supongo, pero…
—Te has comportado conmigo como una zorra mezquina, celosa y fuera
de control, Nina. Y yo no puedo ni voy a permitir que nadie me vuelva a
tratar así. Basta es basta. Para ser honestos, probablemente te merezcas que
te despidan. Me has llenado el bolso de preservativos para reírte de mí. Pero
¿sabes qué? No quiero que tu despido caiga sobre mi conciencia, por lo que
voy a darte una oportunidad. Hablaré con Sven para que mantengas tu
puesto. Quizá me escuche, al ver que soy la víctima. Pero tienes que
prometerme que no dejarás que el monstruo de ojos verdes se apodere de tu
boca y me diga cosas horrendas de nuevo. La envidia es como un pedo.
Apesta, todos la tenemos, pero es mejor mantenerla dentro o liberarla
cuando nadie pueda oírnos ni vernos. ¿Entendido?
Me miró sorprendida mientras apartaba las lágrimas de su visión.
—Nina, respóndeme.
—Sí —susurró todavía maravillada por el giro de ciento ochenta grados
que había dado—. Lo prometo. Lo… Lo siento.
—Deberías.
—Así es.
Hubo una pausa.
—¿Por qué haces esto? —Se frotó el puente de la nariz haciendo una
mueca—. No tienes por qué. Sin embargo, continúas siendo amable
conmigo aunque te importe una mierda.
—Oh —dije despreocupadamente—. No lo hago por ti. Lo hago por mí.
Ser buena me hace dormir mejor por la noche. No es que no sufra los
mismos síntomas que tú: celos, angustia, inseguridad. Son los efectos
colaterales de estar viva, más o menos. Pero hace poco aprendí algo
sencillo: que en el espacio entre la realidad y nuestros sueños se halla la
vida
2 de noviembre de 2009
Querida Maddie:
Esto es una despedida. Lo siento en los huesos. Siento mucho
no estar ahí para verte entrar en la iglesia y ayudarte con tus
hijos si decides tenerlos. Siento muchísimo no estar ahí en las
rupturas, la adolescencia y sus problemas, las pequeñas victorias
y todo el aprendizaje que se da a lo largo de la vida, que es como
un trozo de chocolate envuelto en una fina lámina. Cada
aprendizaje es un trozo y cada trozo sabe distinto, querida
Maddie. Todas las lecciones que la vida te enseña son un regalo,
por muchos obstáculos que pongan en tu camino.
Te quiero, Madison. No solo porque eres mi hija, sino porque
eres una niña maravillosamente buena, considerada, brillante y
dulce. Porque eres creativa y tu risa me recuerda a las campanas
de Navidad. Porque tienes lo mejor de tu padre y todo lo bueno
de mí. Estoy egoístamente orgullosa de ti.
Antes de plasmar mi último adiós, te voy a dar el último dato
curioso sobre las flores. Las flores en forma de pompón de la
mimosa púdica parecen hermosas, brillantes y mullidas, pero son
bastante sensibles. Los pompones se doblan tímidamente cuando
los tocan. Son vibrantes y florecientes, pero solo desde lejos. Son,
en esencia, intocables.
No te alejes del mundo. Te harán daño. Harás daño a otros,
aunque no lo pretendas. El dolor es inevitable en la vida. Pero la
alegría también. Así que aprovecha el momento.
Ama mucho.
Duerme más.
Come bien.
Y recuerda nuestra norma floral: si no te hace crecer ni
florecer, déjalo marchar.
Tres días después, tomé un tren hacia Filadelfia para ver a mi padre. No
había hablado con él de Chase desde que habíamos vuelto juntos unas
semanas antes. Me parecía redundante, ya que no íbamos a durar. Papá y yo
teníamos una rutina. Quedábamos en el Iris’s Golden Blooms, donde lo
ayudaba con la contabilidad dos veces al mes y, a cambio, me invitaba a
comer en un chino que hacía esquina cerca de casa y nos tomábamos un
helado industrial Costco frente a la televisión mientras me contaba los
chismorreos de nuestra pequeña ciudad. Papá tenía novia. Una mujer dulce
llamada Maggie, a la que estaba muy agradecida porque lo mantenía
ocupado y contento, y le daba la atención que yo no podía. Además, nos
comprendía a otro nivel y nunca se quejó por el hecho de que la floristería
que regentaba todavía llevara el hombre de su antigua mujer.
Hoy no hubo nada distinto. Seguí los mismos pasos: contabilidad,
comida china y helado como para poder bañarte en él. Papá me preguntó si
quería quedarme a dormir. Para su deleite, acepté.
Nueva York me recordaba mucho a Chase. Cada esquina y rascacielos
estaba empapado con un recuerdo suyo.
A la mañana siguiente fui al cementerio. No me gustaban mucho los
cementerios. Me parecían un recordatorio de que algún día residiría allí.
Pero una vez al año, por el cumple de mamá, lo visitaba.
Y ese día era hoy.
Siempre llevaba repostería, un globo y (redoble de tambores, por favor)
flores. Muchas flores. Esta vez le llevé lilas, tulipanes y caléndulas, y las
dejé en su tumba después de frotarla para limpiarla hasta el punto de
dejarme los nudillos llenos de ampollas. Después me senté junto a un plato
de papel repleto de muffins que había horneado al amanecer y acaricié la
piedra fría mientras le contaba las travesuras de Layla.
—Olvidé decírtelo. Me eligieron para diseñar el vestido de novia de
ensueño en el trabajo. Después de casarme con la mitad de los chicos de la
manzana, por fin creé mi propio vestido de ensueño personal. ¿Sabes la
mejor parte, mamá? Aunque a mi jefe no le gustara mucho el diseño, me
mantuve firme y seguí adelante con él. Pero lo cierto es que he llegado a
comprender que tal vez el vestido perfecto con el que he estado obsesionada
no es lo que más debería preocuparme. Creo que acabo de dejar marchar a
mi príncipe azul. Y… eso me asusta.
El silencio se extendió por el aire frío de la mañana. Los pájaros
cantaban y todo estaba cubierto de rocío fresco. Respiré hondo y cerré los
ojos.
—¿Sabes, mamá? Al final me di cuenta de que no era culpa mía. Sé que
suena raro y tal vez un poco infantil a los veintiséis años, pero siempre me
he preguntado si te apartaron de mí porque era una persona horrible. Ya no
pienso así. Al ver que Katie, Chase y Lori están perdiendo a la persona que
más quieren, lo he entendido. La vida es como una ruleta rusa. En realidad,
no sabes qué va a pasar, simplemente estás ahí para jugar. La tragedia es
como ganar la lotería, pero al revés. Ya no tengo miedo a vivir. A defraudar
a los demás. A acobardarme. Ya no volveré a ser Maddie la Mártir. Pensaba
que si era buena y dulce para todos, evitaría otro desastre. Pero no puedes
esperar ganar la lotería. Así que ¿por qué deberías estar constantemente
preocupada porque otra tragedia llame a la puerta? Ya no volveré a jugar a
lo seguro.
Besé la tumba y acaricié una última vez el nombre de mamá.
—Por cierto, Daisy te habría encantado. Es un puntazo. La próxima vez
que venga a visitarte te traeré una foto suya. ¿Sabes que Chase es el único
hombre que ha entrado en mi apartamento sin que Daisy se mee en sus
zapatos? ¿Crees que eso es una señal?
Miré a mi alrededor esperando una señal. Como en las películas. Un
dramático relámpago rompiendo el cielo. Una flor abriéndose
inesperadamente en plena floración. Incluso una llamada de teléfono de
Chase habría sido suficiente. Por eso, la quietud de todo lo que me rodeaba
me hizo reír. El destino no existía.
Justo cuando me giré para marcharme, apareció un jardinero desde
detrás de un árbol con un soplador de hojas y me dedicó una sonrisa
cansada. Llevaba un uniforme negro. La camiseta que se extendía sobre su
pecho tenía una inscripción en blanco: Black Solutions.
—Gracias, mamá. —Sonreí. Para mí, fue suficiente.
Hice una parada en Croquis para recoger a Mad. Sven estaba junto a los
ascensores, frotándole la barriga a una empleada embarazada como si fuera
una bola de cristal y hablando sobre bebés. Le dediqué un asentimiento de
cabeza y pasé por su lado. Una chica que me parecía familiar, con el cabello
rubio a lo Khaleesi, me acorraló y me persiguió por todo el estudio.
—¡Señor Black, espere! Solo quería agradecerle de nuevo por
convencer a Sven para que me diera otra oportunidad. No sé si ha leído los
dos correos… o ha visto las flores. Quiero que sepa que no lo tomo a la
ligera y que no desaprovecharé esta segunda oportunidad.
Solo emití un sonido de «Mmmm». No tenía ni idea de quién era o qué
quería de mí. Tenía la mirada centrada en mi objetivo: Madison Goldbloom,
sentada en su cubículo con un vestido azul claro con estampado de cisnes
blancos.
—Maddie y yo estamos totalmente unidas. El otro día fuimos a
almorzar juntas, no sé si se lo ha dicho. Nos llevamos bien.
Ahora estaba obstaculizándome el camino, así que supuse que tenía que
hablar con ella.
—Nadia, ¿no? —pregunté.
—Nina. —Me ofreció una espléndida sonrisa—. Maddie me ha dicho
que ya no estáis juntos. Lo siento mucho. —Se llevó una mano al corazón.
Sí. Parecía sentirlo tanto como Daisy después de tratar de preñar al pobre
Frank—. Si alguna vez necesitas hablar con alguien…
«Buscaré ayuda profesional de alguien que no quiera mi polla en su
boca», estuve tentado a acabar por ella, pero sabía que Mad me llamaría
imbécil y no quería que me viera nunca más como la reencarnación del
diablo.
—Gracias. —Pasé por su lado y fui directo a Madison, que estaba al
teléfono con el ceño fruncido. Levantó la vista cuando notó mi presencia,
cogió la chaqueta y me dio un beso distraído en la mejilla que casi hizo que
me explotara el maldito corazón.
—Gracias. Por cierto —Me sonrió— esperaba poder saludar a Ronan al
regresar de ver la película. Le he hecho un pan de plátano sin machacar.
—¿Sin machacar? —Agaché la cabeza para atrapar su mirada. Esquivó
el contacto visual. Todo lo relativo a la mierda platónica era aguado e
impersonal.
—Significa que no le di de hostias. Por fuera es horroroso, pero por
dentro sabe bien.
—El exterior está mejor de lo que piensas —murmuré. Sabía que era
hora de hundirse o nadar y al fin (al fin) decidí sacar la cabeza del agua.
Terminó siendo una velada agradable, teniéndolo todo en cuenta (lo que
tuve en cuenta: me vi obligado a ver otra vez la cara amargada de Julian y
Madison estuvo todo el tiempo con la ropa puesta).
Después de la película, llevamos a la mocosa a ver a papá y nos
quedamos a tomar el té. A la hora de irnos, Madison me detuvo en la puerta
y me puso una mano en el pecho. Se me contrajeron los músculos bajo sus
dedos, como si fuera fuego.
—No tiene muy buen aspecto —susurró mientras trazaba círculos con
los dedos en el pecho—. Quédate con él. Tomaré un tren para volver a casa.
Por lo general, trataría de pasar más tiempo con ella. Pero sabía que hoy
tenía razón. Le di un beso en la mejilla.
—Gracias por matar mi libido y posiblemente mis retinas con esa
película. Nunca miraré los vestidos de baile y las tiaras de la misma manera.
—Gracias por tomártelo con filosofía.
Se detuvo ahí. Mamá y Clemmy estaban en la sala de estar haciendo un
puzle. Papá estaba en el dormitorio principal. Podía inclinarme a besarla y
ella me dejaría. Le ardía la mirada con esa cosa que había aprendido a
reconocer. Hambre carnal.
Pero ahora no era el momento.
Y estaba claro que no era el lugar.
Me eché hacia atrás y le rocé la nariz con el dedo mientras le dedicaba
una sonrisa.
—Adiós.
—Adiós —contestó con voz espesa.
En cuanto entró en el ascensor, busqué el teléfono y le mandé un
mensaje, porque sabía que allí la cobertura era una mierda.
Maddie: ¿Qué has enviado y luego borrado? Voy a matarte algún día
por hacer eso, Chase.
Chase: Papá dice que el pan de plátano no estaba muy mal. No quería
que te sintieras ofendida.
Maddie: Eres imbécil.
Chase: Alguien tiene que serlo.
—Pasa.
Papá tenía la voz ronca debido a que los pulmones le funcionaban solo
al 10 por ciento de su capacidad. Empujé las puertas dobles para abrirlas.
Apoyé la espalda contra las puertas y metí los pulgares en los bolsillos
delanteros. Estaba acostado en las sombras. Grant me había explicado que
estaba tomando mucha medicación para el dolor, pero aun así no se sentía
bien. Le costaba tanto respirar que sonaba como si fuera un coche viejo
tratando de recorrer sus últimos kilómetros antes de quedarse sin gasolina.
Respiraba al mismo tiempo de forma rápida y lenta.
—No te quedes ahí, muchacho. Entra. No muerdo. —Tosió. Di unos
pasos y me sentí abrumado por primera vez en mi vida. Tal vez le quedaban
días. O más bien horas. Sin embargo, el mundo seguía girando. Llevábamos
a la mocosa a ver películas. Íbamos a trabajar. Vivíamos. Cada momento
que pasaba sin él parecía una traición.
Se apoyó en la cabecera de la cama y extendió el brazo para llegar hasta
la mesita de noche y coger un porro liado. Levanté una ceja mientras cogía
el mechero que estaba al lado.
—¿Te vas a colocar? —pregunté con ironía.
—Tanto como me deje el estado de los pulmones. Cannabis medicinal.
Hace maravillas para el dolor. —Lo encendió y dio una profunda calada,
hasta que no pudo más. Tosió el humo. Me senté a su lado—. Maddie
parece de buen humor —recalcó.
—¿De verdad vamos a hablar de Maddie? —Cogí el frasco de
marihuana que había junto a la mesita de noche y lo examiné.
—No, lo siento. Vamos a hablar de mi tema favorito: mi muerte.
—Touché. —Me rasqué la barba—. Sí, está bien. Aunque está
preocupada por ti.
—¿Estás teniendo una aventura con la pobre chica? —Ladeó la cabeza
hacia un lado y dio otra calada. Era surrealista estar sentado aquí mientras
él se fumaba un porro. Lo único que necesitaba ahora era una gorra de
béisbol hacia atrás y una suscripción Premium a Pornhub para ser uno de
los chicos que había conocido en la universidad.
Me reí.
—Todavía no tiene la desgracia de estar liada conmigo, pero estoy
trabajando en ello.
—Poco a poco. —Dio toquecitos para que cayera la ceniza en el
cenicero.
—Deja que yo me preocupe del ritmo. Tú preocúpate por pasártelo lo
mejor que puedas las próximas semanas. Mira, quiero aclarar toda la
asquerosa historia de Julian y yo en la oficina. En realidad, no hemos
hablado de ello.
Papá me hizo un movimiento con la mano.
—No es necesario. De forma subconsciente, sabía que esto iba a
suceder en algún momento. Los dos teníais que resolverlo y lo hicisteis. El
equilibrio del poder. Julian probó suerte con el líder de la manada y no lo
consiguió. Ahora está lamiéndose las heridas, y sería prudente que no hagas
sangre mientras todavía están frescas. Como ya te mencioné, para mí es
como un hijo. Clementine es mi nieta. Nada va a cambiar eso. La biología
nunca podría rivalizar con los lazos familiares. Pero te diré algo, Chase: de
todos mis hijos, tú eres el que más se parece a mí.
Cuando terminó de hablar, respiró profundamente, como si no pudiera
soportar la tensión en sus pulmones después de pronunciar unas cuantas
frases seguidas.
—Gracias. —Incliné la cabeza.
—No es un cumplido —dijo inexpresivo, sorprendiéndome. Levanté la
mirada y fruncí el ceño. Él suspiró, dio otra calada y habló con el porro
entre los dedos—. Soy cabezota, testarudo y a veces extremadamente
irracional. Quiero a tu madre, pero soy el primero en reconocer que le he
hecho pasar un infierno por mis estados de ánimo radicales. No tengo
modales y soy sarcástico hasta cuando el momento no lo requiere, que es
siempre. Quiero que me prometas algo.
Esperaba con todas mis fuerzas que no tuviera intención de decirme que
no fuera sarcástico. Tendría que cortarme la mitad del cerebro y la lengua
para estar en el camino de no hacer un chiste macabro sobre cualquier cosa.
—Suéltalo —dije con cautela.
—Dale una oportunidad al amor. Es raro, puro y te cambia por completo
la vida. No todos los días caen en tu regazo chicas como Madison. Si echas
a perder la oportunidad de estar con ella, nada te garantiza que entre en tu
vida otra chica hecha para ti. Sé que Amber te hizo daño, mucho daño. Pero
no la querías. Lo que querías era sentar cabeza y quitarte de en medio todo
eso del amor. Vi la forma en la que te miraba y cómo la mirabas a ella.
Sabía a lo que se refería. Yo miraba a la Amber posuniversitaria como
un coche nuevo, brillante y de edición limitada. Ella había aumentado mis
acciones y parecía un buen complemento en mi vida en aquel entonces. En
cambio, miraba a Madison como si fuera una piñata llena de sorpresas y
orgasmos que quería explotar con mi bate en forma de pene. Me mantenía
alerta y me hacía dudar de lo que iba a hacer o decir. Y había terminado
viendo Antes de ti. ¿Adivina qué? Louisa Clark estaba buenísima.
—Abre tu corazón. La vida es más corta de lo que piensas. Y, cuando
estás en mi posición, postrado en una cama, a un suspiro de la muerte, no
piensas en el dinero que has conseguido, en los acuerdos lucrativos que has
firmado, en los ingresos o en las personas que te jodieron o a las que jodiste
en los negocios. Piensas en lo afortunado que eres por comer pan de plátano
casero y oír las risas de tu nieta desde la otra habitación, y al amor de tu
vida haciéndola reír.
Cerré los ojos y asentí con la cabeza.
—Te prometo que… —empecé a decir, pero, cuando abrí los ojos, vi
que papá se había quedado frito. Estaba profundamente dormido y tenía el
porro casi consumido en la mano. Se lo quité, lo puse en el cenicero de la
mesita de noche, le di un beso de buenas noches y me marché.
Capítulo veinticinco
Maddie
Chase
Maddie:
Crecí en Dundee, donde mi madre era la costurera del barrio.
Presencié de primera mano la forma en la que la ropa transforma
a las personas. No solo visualmente, sino sus estados de ánimo,
habilidades y ambiciones. Cuando me mudé a Estados Unidos,
decidí crear Black & Co. y basé todo el plan de negocios en algo
que aprendí de una pobre viuda que no podía permitirse tener
leche en la mesa. De mi madre.
Esto es lo que Gillian Black me enseñó: si amas lo que haces,
nunca será un trabajo.
Que hagas muchos más vestidos y ojalá que construyas
recuerdos felices con mi hijo.
Ronan Black
Era el día del desfile en la Semana de la Moda y tenía los nervios a flor
de piel mientras caminaba de un lado a otro.
—¡Te lo dije! —le gruñí a Sven mientras sacudía el dedo en su
dirección—. Te dije que no podíamos contar con ella. ¿Qué tipo de modelo
no aparece en la Semana de la Moda? ¿De qué agencia te dijo que era?
La modelo no se había presentado. Repito: no teníamos a nadie que
desfilara con el vestido de novia de ensueño que había diseñado. En el que
había puesto toda mi alma y mi corazón.
—Bueno, tiene neumonía. Sé que ya no eres Maddie la Mártir, pero un
poco de empatía no vendría mal. —Sven hizo una mueca.
Me dejé caer en la silla y enterré la cabeza en las manos.
—No puedo creer que esté pasando esto. Era un sueño hecho realidad.
Sven, Nina y Layla (que se había tomado el día libre y me acompañaba
para brindarme apoyo moral) me miraban con una mezcla de fascinación
horrorizada y lástima.
—Bueno —empezó Layla—, siempre puedes desfilar tú con el vestido.
Levanté la cabeza de golpe y torcí el rostro hacia ella, horrorizada.
—¿Qué?
—Tiene tus medidas —dijo Nina en voz baja, cruzando los brazos sobre
el pecho con un encogimiento de hombros.
—Y… bueno, tenemos el vestido. Lo único que necesitamos es una
modelo —terminó Sven, frotándose la barbilla.
—No puedo desfilar con mi propio vestido. —Negué con la cabeza de
forma violenta—. No puedo.
—Técnicamente, sí puedes —dijo Layla.
—Lógicamente, también puedes —señaló Sven.
Miré a los tres con la certeza de que tenía los ojos enrojecidos. Me
temblaban las manos. Odiaba llevarme el protagonismo. Odiaba ser el
centro de atención. Pero también sabía que no había alternativa. Cualquier
otra modelo de este lugar nadaría en el vestido. Era demasiado grande para
una modelo de talla normal.
—Dios. —Cerré los ojos—. De verdad voy a hacerlo, ¿no?
—Eso parece. —Layla me cogió de las manos y me levantó—. Es hora
del espectáculo, chica.
Querido Chase:
Cuando estuvimos en los Hamptons y estabas ocupado
discutiendo con Julian, y tu madre, tu hermana, Amber y Clemmy
estaban ocupadas comprando en el centro, Maddie vino a verme a
la biblioteca. Lo consideré un movimiento audaz, ya que éramos
unos completos extraños y yo, esencialmente, era su jefe.
Madison me explicó que su madre le escribía cartas durante el
proceso de su lucha contra el cáncer para inmortalizar sus
sentimientos hacia su hija después de su muerte. Naturalmente,
sus palabras me interesaron. Le pedí a Madison si podía
mandarme por correo electrónico copias de esas cartas. Me dijo
que sí. Pasé muchas noches leyendo las cartas que Iris Goldbloom
le dedicó a su hija. Sospecho que era una buena mujer.
He tratado de escribiros muchas cartas a ti, a Julian, a Kate y a
Clementine. Pero, a decir verdad, expresar mis sentimientos en
palabras nunca ha sido mi fuerte. Supongo que soy más el tipo de
hombre que no dice nada. Hasta hoy. Por fin he encontrado algo
que merecía la pena escribirte. Algo que no me parecía mundano
o completamente aburrido.
Hoy he averiguado que tu relación con Madison fue una farsa.
Que, en parte, lo hiciste para tranquilizarme. El hecho de que
hayas hecho todo lo posible para darme tranquilidad me
conmueve.
Te quiero.
Estoy orgulloso de ti.
¿Y tu compromiso con Maddie? Aunque pensaste que todo
tenía que ver conmigo y nada contigo, el día que se te iluminaron
los ojos en los Hamptons cuando apareció para aquella cena
tardía supe que era tuya.
Trátala bien. Cuida de tu madre. Protege a tu hermana. Ayuda
a criar a tu sobrina.
Oh, y no trates de matar a tu hermano.
Con amor,
Papá
1 de enero de 2002
Querida Maddie:
¿Puedes hacerle un favor muy extraño a tu madre? Cuando
llegue el momento, cásate con un hombre con el que puedas
reírte. No tienes ni idea de lo importante que es hasta que llegan
esos días tristes y lo único que los mejora es alguien que te ponga
una sonrisa en la cara.
El día de tu boda, hazlo sudar un poco. Asegúrate que se le
para el corazón una o dos veces. A ver si se lo toma con calma. Si
es así, es que vale la pena (pero ya deberías saber eso. Ja).
Con amor,
Mamá
Maddie
Ocho meses después
Sobre la autora