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El diablo viste de negro


L. J. Shen

Traducción de Azahara Martín

Contenido
Portada

Página de créditos

Sobre este libro


Capítulo 1

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26
Epílogo

Agradecimientos
Notas

Sobre la autora

Página de créditos
El diablo viste de negro

V.1: Septiembre, 2022


Título original: The Devil Wears Black

© L. J. Shen, 2021
© de la traducción, Azahara Martín, 2022
© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2021
Todos los derechos reservados.
Los derechos morales de la autora han sido declarados.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros


Ilustraciones de cubierta: Freepik - upklyak | loudsgraphics

Publicado por Chic Editorial


C/ Aragó, 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
info@principaldeloslibros.com
www.principaldeloslibros.com

ISBN: 978-84-17972-80-6
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o


transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de
los titulares, con excepción prevista por la ley.
El diablo viste de negro
Ella no quería darle otra oportunidad, pero su corazón no le dejó
alternativa

Maddie es diseñadora de vestidos de novia y no da crédito cuando


una tarde se encuentra a su ex, Chase Black, plantado en la puerta de casa.
Él necesita un favor: que finja ante su familia que todavía están juntos. De
hecho, Chase les ha anunciado su compromiso para complacer a su padre,
muy enfermo. ¿Ayudará Maddie al hombre que le rompió el corazón,
incluso arriesgándose a que sus sentimientos se reaviven?

Una historia de segundas oportunidades sobre el amor, la pérdida y ser


uno mismo

«El diablo viste de negro brilla por su ingenio y la química entre los
personajes. Es una delicia.»
Publishers Weekly

Para Lin y Lilian, sois mis chicas favoritas del club literario.

¿Dos cosas que tengan en común el color negro y el diablo?


Que siempre son oscuros y nunca pasan de moda.

Chase Black, director de operaciones de Black & Co.


Playlist

Trevor Daniel: «Falling»


Healy: «Reckless»
Kasabian: «Fire»
The Waterboys: «Fisherman’s Blues»
MAX feat. Quin XCII: «Love Me Less»
The Cars: «Drive»
The Rolling Stones: «Sympathy for the Devil»

Capítulo uno
Maddie

10 de octubre de 1998

Querida Maddie,
En estos momentos tienes cinco años y te encanta el color
amarillo. De hecho, ayer me preguntaste si podías casarte vestida
de ese color. Espero que sigas usándolo a todas horas.
(También espero que hayas encontrado un color un poco más
adecuado para una boda).
Dato curioso del día: cuando los exploradores españoles
llegaron a América, pensaron que los girasoles estaban hechos de
oro.
¡El cerebro humano es tan imaginativo!
Sigue así de creativa, siempre.

Con amor,
Mamá

Era oficial. Estaba sufriendo una apoplejía.


Todos los síntomas apuntaban en esa dirección, y a estas alturas había
visto bastantes capítulos de Anatomía de Grey como para
autodiagnosticarme:
¿Confusión? Confirmado.
¿Entumecimiento general? Confirmado.
¿Dolor de cabeza repentino? ¿Problemas de visión? ¿Dificultad para
caminar? Confirmado, confirmado, confirmado.
La buena noticia era que estaba saliendo con un médico.
«Literalmente». Volvía a mi apartamento junto a uno cuando noté los
síntomas. Al menos tenía el lujo de disponer de atención inmediata si lo
necesitaba.
Metí los puños en la chaqueta amarilla de lentejuelas con lunares
morados (mi favorita), cuadré los hombros y, con el deseo de que
desapareciera de mi vista, entorné los ojos al ver una gran figura sentada en
el escalón más alto de la entrada del edificio de piedra rojiza donde vivía de
alquiler.
Estaba inmóvil, y el brillo azulado del teléfono iluminaba su rostro. Una
brisa veraniega danzaba a su alrededor y crepitaba como si hubiera fuegos
artificiales. La luz ambarina de la calle iluminaba su perfil, parecía que
estaba de pie en un escenario y que reclamaba la atención de todo el mundo.
Un pánico abrasador me inundó. Solo conocía a una persona capaz de que
el universo bailara a su alrededor como una chica hawaiana.
A regañadientes, descarté la apoplejía.
«No. No se le ocurriría aparecer por aquí. Sobre todo después de cómo
dejé las cosas».
—Así que mi joven paciente se inclina un poco y me dice: «¿Puedo
contarte un secreto?». Yo, imaginando que iba a irse de la lengua con lo del
divorcio de sus padres, me quedo en plan «ajá». Pero entonces suelta: «Al
final descubrí cuál es el trabajo de mi madre». Le pregunto que cuál es… Y
espera que ahora viene lo mejor, Maddie. —Ethan, mi cita, levantó una
mano al tiempo que se agachaba y apoyaba la otra en la rodilla,
subestimando claramente el potencial cómico de su historia—. «Metió un
iPad nuevo bajo la almohada el día que se me cayó mi primer diente. Mi
madre es el ratoncito Pérez. ¡Soy el chico más afortunado del mundo!».
Ethan echó la cabeza hacia atrás entre carcajadas, ajeno a mi crisis
interna. Era guapo, con ese cabello, esos ojos y esos mocasines del mismo
tono castaño nogal, y ese cuerpo esbelto de corredor, y esa corbata de
Scooby-Doo… Cierto es que no era doctor Ensueño, sino más bien doctor
Realidad. Y sí, me había contado doce historias sobre sus jóvenes pacientes
durante el transcurso de la comida etíope que habíamos disfrutado. Se
emocionaba cada vez que recitaba una de sus inteligentes observaciones.
Aun así, Ethan Goodman era exactamente el tipo de chico que necesitaba en
mi vida.
El hombre que estaba en la escalera era la persona que me había
enseñado esta dolorosa lección.
—Los niños y los borrachos, ya sabes… —Jugué con mi pendiente en
forma de girasol—. Extraño la inocencia. Si pudiera conservar algo de la
infancia, sería eso.
La figura de la escalera se puso en pie y giró en nuestra dirección.
Levantó la mirada del teléfono y capturó la mía sin esfuerzo. Se me desinfló
el corazón como un globo elevándose en círculos erráticos antes de caer
como una goma blanda en la boca del estómago.
Era él, de acuerdo.
Con su metro ochenta de rasgos cincelados y su despiadado atractivo.
Llevaba una impecable camisa de vestir negra remangada hasta los codos,
por lo que sus antebrazos, del grosor de mis piernas y repletos de venas y
músculos, quedaban expuestos. Layla, mi amiga de la infancia, ahora mi
vecina de al lado, decía que era un Gastón de la vida real.
—Es agradable a la vista, pero pide a gritos que lo tiren desde el tejado.
Fruncía el ceño como si no supiera lo que hacía aquí.
El cabello negro, alborotado.
Los ojos azul grisáceo, como un personaje de manga.
La estructura ósea de un dios griego, por el que cometerías cualquier
crimen de guerra a cambio de pasar los dientes por su mandíbula como un
animal.
Pero yo sabía que no era don Ensueño ni don Realidad.
Chase Black era el diablo. Mi diablo personal. Siempre vestido de
negro, con un comentario cruel preparado en la punta de la lengua y unas
intenciones tan impuras como su sonrisa. ¿Y yo? Me habían apodado
Maddie la Mártir por una razón. No podría ser mala ni aunque mi vida
dependiera de ello. Cosa que, por suerte, no era así.
—¿De verdad? Si pudiera conservar algo de mi infancia, sería el primer
diente de leche que se me cayó. Mi perro se lo tragó. Oh, bueno —dijo
Ethan con entusiasmo, y mi cabeza volvió a nuestra cita—. Por supuesto,
siempre hay accidentes con perros. Como aquella vez en la que otro
paciente, Dios, ya verás qué historia, entró en la clínica pediátrica en la que
trabajaba por una erupción cutánea sospechosa…
—¿Ethan? —Me detuve a medio paso, incapaz de centrarme en otra
tierna historieta. No es que no fueran fascinantes, pero tenía, literalmente, la
desgracia en mi puerta, lista para hacer añicos toda mi vida.
—¿Sí, Maddie?
—Lo siento mucho, pero creo que tengo náuseas. —Técnicamente, no
era mentira—. Me parece que ya es hora de irse a dormir.
—Oh, no. ¿Crees que ha sido el tere siga? —Ethan frunció el ceño y me
lanzó una mirada de cachorrito que me rompió el corazón.
Gracias a Dios, estaba tan ocupado hablando sobre sus pacientes que no
había reparado en el gigante que estaba en mi puerta.
—Claro que no. Me siento mal desde hace horas y creo que estoy a
punto de vomitar. —Eché un vistazo a Chase por detrás de Ethan y tragué
saliva.
—¿Seguro que estarás bien?
—Sí, por supuesto. —Le alisé la corbata de Scooby-Doo sobre el pecho,
con una sonrisa.
—Me gusta la positividad. Hace del mundo un lugar mejor. —Se le
iluminaron los ojos. Se inclinó para darme un beso en la frente. Tenía
hoyuelos. Los hoyuelos eran geniales. Ethan también lo era. Entonces, ¿por
qué estaba deseando despedirme de él? ¿Por qué solo pensaba en asesinar al
inesperado invitado que aguardaba en la escalera con toda la calle como
testigo?
Oh, cierto, porque cada fragmento de relación rota me hería
profundamente. Porque Chase Black me había arruinado la vida.
Y volvería a hacerlo en un abrir y cerrar de ojos.
Solo tenía que despedirme de mi perfecto doctor Realidad, que casi me
salva de una apoplejía.

Mientras recorría el resto del camino hacia el edificio, el corazón me


latía contra el esternón como un pez fuera del agua, y fantaseaba sobre las
diversas formas con las que saludaría a Chase. En todas ellas, me veía
indiferente, doce centímetros más alta y con unos zapatos Louboutin a lo
femme fatale, nada que ver con mis Babette verdes.
«Qué raro, no recuerdo haber dejado la basura en la puerta. Permítame
acompañarlo al contenedor, señor Black».
«Oh, ¿quiere disculparse? ¿Podría especificar el motivo? ¿Es por lo del
engaño, o por la humillación de cuando tuve que hacerme un análisis para
detectar infecciones de trasmisión sexual, o simplemente por hacerme
perder el tiempo?».
«¿Estás perdido, cariño? ¿Quieres que te acompañe al burdel que
obviamente estás buscando?».
Huelga decir que Chase Black no sacó a la mártir que hay en mí.
Me detuve a tres pasos de él. Estaba a punto de estallar y me molestaba
el aleteo de emoción que me recorría el pecho. Pensé en lo estúpida que
había sido. Tan conveniente. Tan sumisa.
—Madison. —Chase levantó la barbilla y, examinándome, miró hacia
abajo. Parecía más una orden que un saludo. Su ceño fruncido y
condescendiente tampoco resultaba muy tentador.
—¿Qué haces aquí? —murmuré.
—¿Me dejas subir? —Se guardó el teléfono en el bolsillo delantero.
Directo al grano. No había dicho «puedo», sino «me dejas». Nada de
«¿cómo has estado?», ni «siento haberte aplastado el corazón hasta hacerlo
polvo», o «¿cómo está Daisy, la aussiedoodle que te regalé por Navidad a
pesar de que me dijiste por lo menos tres veces que eras alérgica a los
perros, y a la que tus amigos ahora llaman ‘‘cabrona’’ por su tendencia a
mearse en los zapatos de la gente?».
Me aferré a las solapas de la fina chaqueta de verano, furiosa conmigo
misma por la forma en la que me temblaban los dedos.
—Mejor no. Si pretendes tirarte a todo Nueva York, estás en la
dirección equivocada. Ya puedes tachar mi nombre.
El calor del verano emanaba del asfalto, y se enroscaba sobre mis pies
como si fuera humo. La oscuridad de la noche no lo atemperaba. Manhattan
era un lugar pegajoso, inflamado de sudor y hormonas. La calle bullía de
parejas y grupos de turistas, revoltosos compañeros de trabajo y
universitarios que no tramaban nada bueno. No quería montar un
espectáculo público, pero tampoco me apetecía que entrase en mi
apartamento. ¿Conoces la expresión «Si cualquiera puede tenerlo, no lo
quiero?». Eso aplicaba a su cuerpo. Después de que rompiéramos, pasaron
semanas hasta que conseguí librarme del olor tan especial de Chase Black,
que se había impregnado en mis sábanas. Me seguía a todas partes, como un
nubarrón negro cargado de lluvia. Aún sentía, cuando pensaba en él, la
densa oleada de lágrimas esperando bajo mis párpados.
—Mira, sé que estás disgustada —dijo con cautela, como si estuviera
negociando con un tejón melero.
Lo interrumpí vacilante, sorprendida por mi propia asertividad.
—¿Disgustada? Estoy disgustada porque se me ha roto la lavadora,
porque mi perrita ha mordisqueado el poncho azul de croché que compré el
invierno pasado y porque tengo que esperar hasta que empiece la próxima
temporada de The Masked Singer.
Abrió la boca, sin duda para protestar, pero levanté la mano y la agité
con mucho énfasis.
—Lo que me hiciste no me disgustó, Chase. Me hizo pedazos. Ya no me
importa admitirlo porque lo he superado y he olvidado lo que se siente al
estar debajo de ti. —Apenas tomé aliento antes de arrojar más fuego
volcánico en su dirección—. No, no puedes subir. Lo que quieras decirme
—Apunté al suelo—, dilo aquí.
Se pasó una mano por ese cabello tan negro y suave que me contraía el
pecho, observándome como si fuera una bomba de relojería que tenía que
desactivar. No sabría decir si estaba molesto, arrepentido o exasperado.
Parecía una mezcla de todo. Nunca sabía lo que sentía, ni siquiera cuando
estaba profundamente inmerso en mí. Me quedaba ahí tendida, mirándolo a
los ojos, y me topaba con mi propio reflejo devolviéndome la mirada.
Me crucé de brazos preguntándome por el motivo de su visita. No sabía
nada de él desde que habíamos roto seis meses atrás. Pero mi jefe, Sven, me
había hablado de las mujeres que Chase había llevado a su ático después de
nuestra ruptura. Mi jefe y Chase vivían en el mismo bloque, un edificio
deslumbrante de Park Avenue. Aparentemente, Chase no había llorado
mucho por las esquinas.
—Por favor. —Masticó las palabras como si fueran grava. Chase Black
no estaba acostumbrado a pedir las cosas con amabilidad—. Es un tema
bastante personal. Agradecería no tener como público a toda tu calle.
Busqué las llaves en mi bolsito mientras subía las escaleras con
decisión. Él seguía en el primer escalón, y su mirada me quemaba la
espalda. Era la primera vez que me observaba sin su característica frialdad,
pero yo me había vuelto inmune al cambio por completo. Empujé la puerta
de entrada del edificio e ignoré las súplicas. Qué extraño, pensaba que darle
la patada de la misma forma en que él me la había dado me haría sentir
mejor, pero, en ese preciso instante, mis sentimientos se arremolinaban
entre el dolor, la ira y la confusión. El triunfo no se veía por ninguna parte y
el regocijo se encontraba a kilómetros de allí. Estaba a punto de traspasar el
umbral cuando sus palabras me detuvieron.
—¿Tanto miedo te da ofrecerme diez minutos de tu tiempo? —Sentí la
sonrisa en su voz como una puñalada en la espalda. Me quedé helada.
Ahora lo reconocía. Frío, calculador, despiadado—. Si ya me has superado
y no tienes la tentación de estar debajo de mí nunca más, después de que
diga lo que tengo que decir volverás a tu vida feliz y libre de Chase, ¿no?
¿Miedo? ¿Pensaba que tenía miedo? Si a estas alturas fuera más inmune
a sus encantos, vomitaría al verlo.
Me di la vuelta con un golpe de cadera y una sonrisa cortés en los
labios.
—Qué engreído, ¿no?
—Lo suficiente como para captar tu atención —dijo sin expresión
alguna. No parecía un hombre que quisiera estar ahí.
«¿Qué hace aquí?».
—Te doy cinco minutos, y será mejor que te comportes. —Lo señalé
con el bolso.
—En ese caso, atraviésame el corazón y quédate a ver cómo me muero.
—Se llevó la mano al pecho de forma burlona.
—Al menos compartimos esperanzas.
Eso le hizo soltar una carcajada. Subí con premura hacia mi
apartamento de la segunda planta sin molestarme en mirar si me seguía.
Traté de adivinar las razones por las que estaba allí. Tal vez hubiera ido a
rehabilitación debido a su terrible adicción al sexo. Solo salimos seis meses,
pero, durante ese tiempo, resultó obvio que Chase no descansaba hasta que
me ardía la espalda y no podía caminar bien al día siguiente. En aquel
momento no me quejaba por ello, el sexo era una parte de nuestra relación
que funcionaba muy bien, pero se trataba de un mujeriego insaciable.
Sí, concluí. Quizá fuera una parte de su proceso de recuperación en
doce pasos. Hacer las paces con las personas a las que había herido. Se
disculparía y se marcharía, y así lo zanjaríamos todo. Una experiencia
liberadora. Eso haría que mi historia con Ethan fuera más perfecta todavía.
—Prácticamente oigo cómo le das vueltas a este asunto —se quejó
Chase mientras subía las escaleras detrás de mí. Qué extraño, aquello no
parecía en absoluto una disculpa. Era el mismo idiota de siempre.
—Prácticamente siento tus ojos en mi culo —dije con rotundidad.
—También podrías sentir otras partes de mí en él, si es lo que deseas.
«No lo apuñales con el cuchillo de la carne, Maddie. No se merece que
vayas a prisión».
—¿Quién es el chico? —Bostezó de forma provocativa. Siempre
pronunciaba las palabras con un tono diabólico. Lo decía todo de forma
inexpresiva, con un toque de ironía, para recordarte que era mejor que tú.
—Emm, guau. —Negué con la cabeza, resoplando. Tenía cierto descaro
al preguntarme por Ethan.
—¿M-Guau? ¿Es rapero? Si es así, necesita un cambio de imagen.
Háblale del Black & Co. Club. Tenemos un descuento promocional del
cincuenta por ciento en el servicio de estilista personal.
Le saqué el dedo sin girarme e ignoré su risa endiablada.
Nos detuvimos en la puerta. Layla vivía en el piso de enfrente, el casero
lo había reconvertido en un estudio dividiendo la propiedad en dos. Layla
fue la primera que se mudó a Nueva York tras nuestra graduación. Me dijo
que el estudio que había frente al suyo estaba disponible porque la pareja
que lo tenía iba a mudarse a Singapur, y que el casero prefería a un
inquilino ordenado que pagara sin problemas, así que aproveché la
oportunidad. Layla era maestra de preescolar por el día y niñera por las
noches, para conseguir un extra. Me costaba imaginarla sin un niño en
brazos o sin hacer recortes de letras y números para la clase del día
siguiente. Layla pegaba una «palabra del día» en su puerta todas las
mañanas. Era una forma magnífica de comunicarse conmigo, hasta cuando
no teníamos tiempo para hablar. Con los años, me había acostumbrado a las
«palabras del día» de Layla. Me hacían compañía; eran una especie de
señal. Predicciones sobre cómo sería el día. Había olvidado leer la palabra
de hoy porque llegaba tarde al trabajo.
Miré distraída, al tiempo que metía la llave en la cerradura.

Peligro
Exposición o responsabilidad de lesión, dolor, daño o pérdida.

Se me cayó el alma a los pies. La sensación me oprimió la base de la


columna.
—No estás aquí para disculparte, ¿no? —susurré con la mirada todavía
fija en la puerta.
—¿Disculparme? —Levantó el brazo y lo colocó sobre mi cabeza,
acorralándome contra la puerta. Su cálido aliento se deslizó por mi nuca y
me erizó el vello. «El efecto Chase»—. ¿Por qué diablos tendría que
hacerlo?
Abrí la puerta y dejé que entrara en el apartamento. En mi dominio. En
mi vida.
Era dolorosamente consciente de que, la última vez que había irrumpido
en mi mundo, le había prendido fuego.
Capítulo dos
Maddie

2 de julio de 1999

Querida Maddie:
Hoy hemos metido las margaritas secas de la señora Hunnam
en tus libros viejos. Has dicho que querías darles un entierro
apropiado porque te sentías mal por ellas. Se me ha hecho un
nudo en la garganta por tu empatía. Esa es la razón por la que
me he dado la vuelta y he salido de la habitación. No por el
polen. Por supuesto que no. Dios, ¡soy florista!
Dato curioso: las margaritas simbolizan la pureza, los nuevos
comienzos.
Espero que continúes siendo compasiva y bondadosa. Y
recuerda que cada día es un nuevo comienzo.

Con amor.
Por siempre tuya,
Mamá

Tiré los zapatos contra la pared. Daisy salió corriendo de su cama en el


alféizar de la ventana junto a las flores y, meneando la cola, empezó a
lamerme los dedos de los pies a modo de saludo. A decir verdad, no era su
hábito más femenino, pero era uno de los menos destructivos.
—¿A qué debo el disgusto, señor Black? —Me quité la chaqueta
amarilla.
—Tenemos un problema. —Chase le dio una palmadita a Daisy antes de
adentrarse más en el estudio. Parecía injusto, casi retorcido, que hubiera
desperdiciado tantas lágrimas y noches de insomnio para aceptar el hecho
de que nunca volvería a estar en mi cocina, solo para… Bueno, tenerlo en la
cocina de nuevo, como si fuera casualidad. Como si nada hubiera
cambiado, pero eso no era verdad. Yo había cambiado.
Chase abrió el frigorífico y sacó una lata de Coca-Cola Light, mi Coca-
Cola Light. A continuación, la abrió antes de apoyarse contra la encimera y
tomar un sorbo.
Lo miré fijamente, preguntándome si sería él quien estuviera sufriendo
una apoplejía. Por su parte, echaba un vistazo a su alrededor, a mi compacto
y diminuto hogar. No me cabe duda de que estaba haciendo inventario de
los cambios que había hecho desde la última vez que estuvo aquí. El nuevo
papel de la pared de Anthropologie, las sábanas limpias y, aunque no era tan
perceptible pero sí muy real, la nueva abolladura de mi corazón con la
forma de su puño de hierro. Encendió las luces (solo tenía un interruptor
para todo el apartamento) y soltó un suave silbido.
Bajo las imperdonables luces LED, me di cuenta de que iba despeinado
y sin afeitar. Tenía los ojos inyectados en sangre y la camisa un poco
arrugada. El corte de pelo de doscientos dólares necesitaba urgentemente un
repaso. Su apariencia distaba mucho del apuesto e inmaculado libertino que
presumía ser. Era como si el mundo por fin hubiera caído con todo su peso
sobre aquellos gloriosos hombros.
—Parece que mi familia te ha cogido cariño —admitió con frialdad,
como si fuera tan improbable como un unicornio heterosexual.
Caminé hacia él y le arrebaté la Coca-Cola Light. Tomé un sorbo y la
coloqué en la encimera entre los dos.
—¿Y?
—Mi madre no deja de hablar del pan de plátano que le prometiste, mi
hermana fantasea con ser tu mejor amiga desde que le tejiste aquel gorro, y
mi padre jura y perjura que eres la mujer con la que todo hombre sueña.
—Yo también tengo a tu familia en alta estima —dije. Era cierto. Los
Black no se parecían en nada al engendro que habían vomitado por error al
mundo. Eran dulces, compasivos y acogedores. Siempre tenían una sonrisa
en la cara y, por encima de todo, me ofrecían con frecuencia una copa de
vino.
—Pero a mí no —añadió con una sonrisa hedonista que sugería que
disfrutaba con mi desagrado. Como si hubiera alcanzado su objetivo. Como
si hubiera desbloqueado un nivel de un videojuego.
—A ti no. —Asentí levemente con la cabeza—. Y, por ese motivo, la
adulación no te llevará a ninguna parte.
—No pretendo ir a ningún sitio contigo —me aseguró mientras se le
hinchaba el pecho por debajo de la camisa. Un fantasma de su aroma
(masculino, amaderado y a aftershave) llegó a mis fosas nasales y me hizo
temblar—. Al menos, no como piensas.
—Continúa, Chase. —Suspiré, mirando hacia abajo y moviendo los
dedos de los pies. Quería que se marchara para meterme debajo del edredón
y ver Supernatural. Lo único que podía salvar la noche era una buena dosis
de Jensen Ackles combinada con cantidades desproporcionadas de
chocolate y compras impulsivas por internet. Y también con vino. Mataría
por una botella. Y, a ser posible, la víctima sería el hombre que tenía
enfrente.
—Hay un problema —dijo.
Con él siempre lo había. Lo miré perpleja y esperé a que prosiguiera.
Entonces hizo algo muy raro. Hizo… algo así como… ¿encogerse? Sí,
Chase Black.
—Puede que haya olvidado mencionar que hemos roto —dijo con
cautela, desviando la mirada hacia Daisy, que en ese momento estaba
apoyada en la pata del sofá con una sonrisa perruna cargada de entusiasmo.
—Tú… ¿Qué? —Levanté la cabeza de golpe y apreté los dientes—.
Han pasado seis meses. —Y tres días y veintiuna horas. Aunque no estaba
contándolo, claro que no—. ¿Se puede saber por qué?
Se frotó los nudillos contra la barba mientras seguía observando a la
desvergonzada cachorrita.
—Francamente, pensé que llegarías a la conclusión de que tu reacción
había sido exagerada y volverías conmigo.
Si fuera un personaje de dibujos animados, ya tendría la mandíbula en el
suelo y la lengua se me habría desenrollado como una alfombra roja hasta
chocar contra la puerta; por donde luego habría tirado a Chase y habría
dejado un agujero con la forma de su cuerpo.
Me apreté las cuencas de los ojos con los dedos mientras respiraba de
forma entrecortada.
—Estás de broma. Dime que estás de broma.
—Mi sentido del humor supera esto con creces.
—Bueno, espero que tu sentido de la orientación sea igual de bueno,
para que vuelvas con tu familia y les cuentes que hemos roto
definitivamente. —Caminé con pasos firmes hacia la puerta, la abrí de un
golpe y le hice señas para que se fuera con un movimiento de cabeza.
—Hay más. —Chase siguió apoyado contra la encimera, con las manos
metidas en los bolsillos y una expresión de indiferencia. Se me habían
quedado grabadas algunas de sus posturas habituales y me las guardaba
para los días lluviosos con el masajeador Magic Wand.
«Chase apoyando la cadera contra un objeto inanimado».
«Chase sujetando la parte superior del marco de la puerta con los bíceps
y tríceps sobresaliéndole de la camiseta de manga corta».
«Chase con una mano metida en el bolsillo delantero mientras me
desnudaba lentamente con una mirada sensual».
Básicamente, tenía un catálogo entero de posturas de mi ex que me
ayudaban a llegar al orgasmo. Aunque debo admitir que eso alcanzaba un
nivel de patetismo que necesitaba un nuevo nombre.
—Hace un par de semanas, quería contarles que habíamos terminado,
pero mi padre llegó a mi apartamento con malas noticias.
—Vaya por Dios. ¿Se le ha averiado el superyate? —Me puse una mano
sobre el pecho fingiendo preocupación. Ronan Black, el propietario de
Black & Co., los grandes almacenes más concurridos de Manhattan, llevaba
una vida de ensueño repleta de vacaciones, aviones privados y reuniones
familiares por todo lo alto. Aun así, hablar mal de alguien que me había
acogido en su casa me dejó un sabor de boca amargo.
—Tiene cáncer de próstata en estadio IV. Se le ha extendido a los
huesos, los riñones y la sangre. No le habían hecho pruebas. Mi madre
llevaba años rogándole que se las hiciera, pero supongo que no quería pasar
por eso. No es necesario decir que es incurable. Le quedan tres meses de
vida. —Se detuvo—. Como mucho.
Dio la noticia con rotundidad y una expresión hierática. Seguía
observando a Daisy, que ahora estaba tumbada boca arriba en el sofá, con
las patas abiertas a modo de ruego para que le rascasen la panza. Él se
inclinó y le acarició la barriga distraído mientras esperaba a que asimilase la
noticia. Sus palabras penetraron en mí como un veneno y se extendieron
poco a poco de forma letal. Me había golpeado en lo más profundo, en esa
bola de angustia que tenía en el vientre. La bola de mi madre. Sabía que
Chase y su padre gozaban de una buena relación. También sabía que Chase
era un hombre orgulloso y que nunca se vendría abajo, y menos delante de
alguien que lo odiaba. Me fallaron las rodillas y el aire se me bloqueó en la
garganta, negándose a llegar hasta los pulmones.
Resistí el impulso de cruzar el espacio que nos separaba y abrazarlo.
Pensaría que lo estaba haciendo por lástima, y no lo compadecía. Estaba
destrozada por él, sabía lo que era perder a un familiar; mi madre murió de
cáncer de mama cuando yo tenía dieciséis años, después de batallar mucho
contra la enfermedad. Sabía por experiencia que nunca era buen momento
para despedir a un padre. Ver a un ser querido perdiendo esa guerra contra
su propio cuerpo dolía tanto como arrancarte la piel a tiras.
—Lo siento mucho, Chase. —Al fin, las palabras salieron de mi boca de
forma torpe y ligera. Me acordé de lo mucho que mi padre había odiado que
le dijeran eso. «¿Y qué si lo sienten? Eso no hará que Iris se sienta mejor».
Pensé en las cartas de mi madre. Normalmente, empezaba el día con una de
sus cartas y una buena taza de café, pero esta mañana había leído dos.
Había tenido el presentimiento de que iba a ser una jornada desafiante. No
me equivocaba.
«Espero que todavía seas compasiva y bondadosa».
Me pregunté qué pensaría de mi apodo. Maddie la Mártir. Siempre
dispuesta a salvar el día.
Chase arrastró la mirada desde Daisy hacia mí. Tenía una expresión
terriblemente vacía.
—Gracias.
—Si hay algo que pueda hacer…
—La verdad es que sí. —Se enderezó enseguida y se sacudió el pelo de
Daisy.
Incliné la cabeza a modo de pregunta.
—Mi familia se sumió en una crisis tras la noticia de la enfermedad de
mi padre. A partir de ahí, Katie dejó de ir a trabajar, mi madre no se
levantaba de la cama y mi padre iba y venía tratando de consolar a todo el
mundo en vez de centrarse en sí mismo. Fue, a falta de mejores palabras, un
espectáculo de mierda. Y el show continúa.
Sabía que Lori Black había luchado contra la depresión antes, no por
Chase, sino por una entrevista que había concedido a Vogue hacía unos
cuantos años. En ella, había hablado con franqueza sobre sus etapas más
oscuras cuando promocionaba a la organización sin ánimo de lucro en la
que trabajaba como voluntaria. Katie, la hermana de Chase, era la directora
de marketing de Black & Co., y adicta a las compras. Aunque eso era
menos entrañable y peculiar de lo que sonaba. Katie sufría fuertes ataques
de ansiedad. Sus episodios consistían en comprar todo lo que pillase, con
muchísimo descontrol, para olvidar el motivo de su ansiedad. Ese gasto
instintivo la ayudaba a respirar un poco mejor, pero después se odiaba. Era
como darse atracones de comida, solo que con ropa de firma. De hecho, así
es como la diagnosticaron. Hace seis años, tuvo un brote cuando su novio la
dejó: se gastó 250 000 dólares en menos de cuarenta y ocho horas, fundió
tres tarjetas de crédito y Chase la encontró en su vestidor enterrada debajo
de una montaña de cajas de zapatos y ropa, llorando sobre una botella de
cava.
Supongo que Chase me leyó la mente, porque me miró con intensidad y
dijo:
—Con el historial de mi madre, no era descabellado pensar que iba
directa hacia una señora depresión. Cuando fui a ver a Katie, tenía la puerta
bloqueada con paquetes de Amazon. Necesitaba un chivo expiatorio.
—Chase —dije con un gruñido. Me sentía como un pobre animal justo
antes de que lo arrojaran al fuego. Su rostro era indescifrable y había
medido a propósito el tono de voz.
—Tuve que pensar algo rápido, así que les anuncié mi propia noticia.
Agarró la lata que había entre nosotros y dio otro sorbo con los ojos
puestos en mí. Silencio. El corazón me daba vueltas como si fuera un
hámster en una rueda. Me hormigueaban las yemas de los dedos. El pánico
me cerraba la garganta.
—Les dije que nos habíamos comprometido.
No respondí.
Al menos, no al principio.
Agarré la lata de Coca-Cola Light y la tiré contra la pared. Luego, me
quedé observando la pintura vanguardista de color marrón efervescente que
se había creado a partir de la salpicadura. ¿Quién haría algo así? Le había
dicho a su familia que estaba comprometido con su exnovia. Y ahora estaba
aquí, sin un ápice de arrepentimiento, siendo el mismo idiota de siempre y
contándome todo esto sin pensarlo.
—Hijo de…
—La cosa se pone peor. —Levantó una mano y dirigió la mirada al
asiento de la ventana, ocupado por macetas con flores de varios colores y la
cama de Daisy—. Al final resultó que el anuncio de compromiso era justo
lo que había recetado el médico. La familia es algo sagrado para los Black.
Mi madre ha encontrado un motivo por el que emocionarse y ha dejado de
pensar en la gran C de papá. Y resulta que tú y yo tenemos una fiesta de
compromiso en los Hamptons este fin de semana.
—¿Una fiesta de compromiso? —repetí con un parpadeo. Estaba
mareada. Como si el suelo se balanceara al ritmo de mi corazón. Chase
asintió con sequedad.
—Naturalmente, debemos asistir.
—Lo único natural —dije muy lento aunque con la cabeza hecha un lío
— es el hecho de que sigues delirando. Mi respuesta a tu tácita petición es
no.
—¿No? —repitió. Otra palabra a la que no estaba acostumbrado.
—No —confirmé—. No te acompañaré a nuestra fiesta de compromiso
falsa.
—¿Por qué? —preguntó. Estaba desconcertado de verdad. Me di cuenta
de que Chase, a pesar de sus treinta y dos años de vida, estaba poco
familiarizado con el rechazo. Era guapo, inteligente, tan asquerosamente
rico que no podría gastarse todo su dinero ni aunque quisiera, y con un
pedigrí de Manhattan envidiable. Sobre el papel, parecía demasiado bueno
para ser cierto. En la realidad, era tan malo que dolía respirar a su lado.
—Porque no pienso celebrar un compromiso falso y engañar a decenas
de personas. Y porque ayudarte no está en mi lista de cosas por hacer, o tal
vez muy por debajo de arrancarme las pestañas una a una con un par de
pinzas y pelearme con un Santa Claus borracho en el metro. —Seguía
aferrándome a la puerta abierta, y temblaba. No dejaba de pensar en Ronan
Black. En lo mal que debían de sentirse Katie y Lori. En la carta de mi
madre diciéndome que siguiera siendo compasiva. Seguramente, no se
refería a esto.
—Te despediré —dijo simplemente, sin pestañear.
—Te demandaré —repliqué con la misma indiferencia, aunque por
dentro reinaba la histeria. Me encantaba mi trabajo. Además, él sabía muy
bien que vivía al día y que no sobreviviría hasta el primer pago de
desempleo, por muy pronto que llegase.
No me extraña que su apellido fuera Black. Tenía el corazón negro.
—¿Estás escasa de dinero, señorita Goldbloom? —preguntó con voz
letal mientras levantaba una ceja.
—Ya sabes la respuesta —contesté entre dientes. Un apartamento en
Manhattan, por muy pequeño que sea, cuesta una fortuna.
—Perfecto. Hazme este favor y te reembolsaré por tu tiempo y esfuerzo.
—En un segundo, pasó de poli malo a poli bueno.
—Dinero manchado de sangre —dije.
Se encogió de hombros. Parecía aburrido por mis excentricidades.
—¿Sangre? No. Probablemente, unos cuantos arañazos.
—¿Estás ofreciéndome dinero a cambio de compañía? —Ignoré el tic
de mi ojo—. Porque existe una palabra para eso: prostitución.
—No voy a pagarte para que te acuestes conmigo.
—No hace falta. Fui tan imbécil que ya lo hice gratis.
—No recibí ninguna queja entonces. Mira, Mad…
—Chase. —Imité su tono de advertencia. Me molestaba el apodo que
me había puesto, no Maddie, ni Mads, simplemente Mad. Tampoco me
gustaba porque, cada vez que lo oía, sentía mariposas en el estómago.
—Ambos sabemos que lo harás —explicó con la exasperación, apenas
disimulada, de un adulto que le explica a un niño por qué hay que tomarse
la medicina—. Ahórranos este breve tango. Es tarde, mañana tengo una
reunión de la junta y estoy seguro de que te mueres por contar a tus amigas
todos los detalles de tu cita con don Aburrido. 
—¿Ah sí? —pregunté a punto de prenderle fuego a través del poder de
la repulsión. Ni siquiera reaccioné a su última pulla. No era más que Chase
siendo Chase, y batiendo su propio récord Guinness al más imbécil.
—Sí, porque eres Maddie la Mártir, y esto es lo correcto. Eres
desinteresada, respetuosa y compasiva. —Enumeró esos rasgos con
naturalidad, como si no fueran algo positivo para él. Desvió la mirada desde
mi rostro hasta la pared que había detrás de mí, en la que había clavado
decenas de retales de delicadas telas. Gasa, seda y organza. Materiales de
color blanco y crema de todo el mundo, junto con bocetos a lápiz de
vestidos de novia. Negué con la cabeza, pues sabía lo que estaba pensando.
—Alto ahí, Casanova. Nunca me casaría contigo.
—Esas son buenas noticias.
—¿Sí? Porque creo que acabas de pedirme que sea tu prometida.
—Falsa prometida. No estoy pidiéndote la mano en matrimonio.
—¿Y qué estás pidiendo?
—La cortesía de no romperle el corazón a mi padre.
—Chase…
—Porque si no vienes, Mad, se quedará destrozado. —Se pasó una
mano temblorosa por el pelo.
—Será una bola de nieve. —Negué con la cabeza. Me temblaban los
dedos con fuerza.
—No bajo mi punto de vista. —Me sostuvo la mirada sin que se le
moviera ni un músculo de la cara—. No quiero que vuelvas conmigo,
Madison —dijo y, por alguna razón, las palabras me abrieron en canal y me
desangraron. Siempre sospeché que Chase no me quería de verdad, ni
siquiera cuando estábamos juntos. Yo era como una pelota antiestrés. Algo
con lo que jugaba distraído mientras sus pensamientos estaban en otra parte.
Recordé sentirme invisible cuando me miraba. La forma en que resoplaba al
ver mis vestidos extravagantes. Las miradas de reojo que me lanzaba, que
me hacían sentir menos atractiva que un mono de circo—. No quiero que
mi padre deje este mundo con este caos. Mamá, Katie y yo. Es demasiado.
Lo entiendes, ¿no?
«Mamá».
«Cama de hospital».
«Cartas dispersas».
«Mi corazón vacío y dolorido que nunca se recuperó de su pérdida».
Sentí que la resolución se desmoronaba poco a poco, hasta que al final
la capa de hielo con la que me había cubierto cuando había dejado entrar a
Chase en mi apartamento cayó con un sonido metálico, como un guerrero
que se deshace de su armadura. Me recordó a la conversación que habíamos
tenido meses atrás, cuando le dije que mi madre había muerto el mismo mes
en que mi padre declaró en bancarrota su empresa, Iris’s Golden Blooms, y
yo suspendí un semestre. Dejó el mundo preocupada por sus seres
queridos. 
El hecho de que no se hubiera marchado en paz me atormentaba cada
noche.
No importaba que hubiera terminado el instituto con matrícula de honor,
ni tampoco que hubiera obtenido una beca para la universidad, ni que mi
padre hubiera superado la crisis y nuestra floristería hubiera prosperado.
Siempre sentí que Iris Goldbloom se había quedado en el limbo de ese
periodo infernal de nuestras vidas, ignorando si saldríamos adelante.
Por mucho que odiara a Chase Black por lo que me había hecho, no
quería darle una mala noticia a su familia con la cancelación de la fiesta de
compromiso. Pero tampoco iba a jugar con sus reglas.
—¿Dónde piensa tu familia que he estado en estos últimos seis meses?
¿Acaso no les extrañó no verme contigo?
Chase se encogió de hombros, imperturbable.
—Dirijo una empresa con más dinero que algunos países. Les dije que
nos veíamos por las noches.
—¿Y se lo creyeron?
Me dirigió una sonrisa siniestra. Por supuesto que sí. Chase poseía una
capacidad asombrosa para repartir ansiedad, incluso con una novia a punto
de casarse.
Gruñí.
—Vale. ¿Qué ocurrirá cuando rompamos?
—Déjame eso a mí.
—¿Seguro que lo has pensado bien? —Parecía un plan horrible.
Material para una comedia romántica de tele por cable. Pero sabía que
Chase era un chico serio. Asintió con la cabeza.
—Mi madre y mi hermana se sentirán decepcionadas, pero no se
quedarán destrozadas. Papá quiere que sea feliz. Por otra parte, yo quiero
que él sea feliz a cualquier precio.
No iba a discutirle ese argumento y, francamente, por mi parte, debía
mostrarme comprensiva con la situación.
—Iré este fin de semana, pero la historia acaba ahí. —Levanté el dedo
índice a modo de advertencia—. Un fin de semana, Chase. Luego puedes
decirles que estoy ocupada. Y, pase lo que pase, este absurdo compromiso
se mantendrá en secreto. No quiero que la noticia me muerda el culo, ni que
se corra la voz en el trabajo. Hablando de trabajo, lo conservaré aunque
cancelemos nuestro supuesto compromiso.
—Palabra de scout. —Pero solo levantó un dedo. En concreto, el
corazón.
—Nunca has estado en los scouts. —Entrecerré los ojos.
—Ni a ti te han mordido el culo. En sentido figurado. No, espera. —
Una lenta sonrisa le cruzó la cara—. Sí, sí te han mordido.
Señalé la puerta y, al recordar aquella vez en la que efectivamente me
habían mordido el culo, sentí cómo el rubor me subía por el cuello y me
ardía en la cara.
—Fuera.
Chase metió la mano en el bolsillo trasero. El temor me cerró la
garganta como una bufanda apretada mientras sacaba una pequeña cajita de
terciopelo de la joyería Black & Co. y me la tiraba a las manos.
—Te recogeré el viernes a las seis. Es imprescindible que lleves ropa de
senderismo. La ropa discreta es opcional, pero lo agradecería muchísimo.
—Te odio —dije en voz baja. Las palabras me abrasaban la garganta
mientras los dedos temblaban alrededor de la cajita de terciopelo con letras
doradas. Lo odiaba, de verdad. Pero lo haría por Ronan, Lori y Katie, no
por él. Eso hacía que mi decisión, de algún modo, fuera más llevadera.
Me sonrió con lástima.
—Eres una buena chica, Mad.
«Chica». Siempre tan condescendiente. Que le den.
Chase caminó hasta la puerta y se detuvo a unos centímetros de mí.
Frunció el ceño al ver la lata de refresco tirada a mis pies.
—Tal vez quieras limpiar eso. —Hizo un gesto hacia la Coca-Cola
esparcida por la pared. Levantó el brazo y me frotó la frente con el pulgar,
justo donde Ethan me había besado, borrando su rastro de mi cuerpo—. Ser
descuidada no es una buena cualidad, sobre todo para la prometida de
Chase Black.
Capítulo tres
Maddie

10 de agosto de 2002

Querida Maddie:
Dato curioso: la flor del lirio de los valles tiene un
significado bíblico. Brotó de los ojos de Eva cuando la exiliaron
del jardín del Edén. Se considera una de las flores más bonitas y
escurridizas de la naturaleza, ¡una de las favoritas de las novias!
Aunque su veneno es mortal.
No todas las cosas hermosas son buenas. Lamento que Ryan y
tú hayáis roto. Si vale de algo, él nunca fue el indicado. Te lo
mereces todo. No te conformes con menos.

Con amor (y algo de alivio),


Mamá

Llevo planeando mi boda desde los cinco años.


A mi padre le encantaba contar la historia de mi primer día en el
colegio, cuando me vieron corriendo tras Jacob Kelly por un callejón sin
salida y con un ramo de flores que había arrancado del jardín trasero, con
raíces y barro incluidos, mientras le gritaba que volviera para casarse
conmigo. Al final, después de muchos sobornos, me salí con la mía. Jacob
parecía horrorizado mientras mis amigas, Layla y Tara, preparaban la
ceremonia con diligencia. Se negó a besar a la novia (lo cual no me importó
en absoluto) y pasó la luna de miel tirando piñas a las ardillas que corrían
por la cerca del patio trasero, así como lamentándose porque no había más
tarta de cereza de mi madre.
Jacob Kelly no fue el único. A mis once años, ya me había casado con
Taylor Kirschner, Milo Lopez, Aston Giudice, Josh Payne y Luis Hough.
Seguían viviendo en la ciudad en la que crecí, en Pensilvania, y aún me
enviaban postales de Navidad para burlarse de mí por estar felizmente
soltera.
No era por amor. Apenas habría tenido interés en los chicos de no haber
sido por la morbosa curiosidad de saber qué los volvía tan obscenos,
groseros y propensos a los chistes sobre pedos. Pero lo que me gustaba de
verdad era la parte de la boda. Las mariposas en el estómago, la fiesta, los
invitados, la tarta y las flores. Y, sobre todo, el vestido.
Los chicos con los que me casé de mentira me dieron una razón para
ponerme el vestido blanco acampanado que mi prima Coraline me había
regalado para su boda, donde fui la niña de las flores. Me lo puse durante
cinco años consecutivos, hasta que tuve que dejarlo, porque ni siquiera a
una preadolescente tan bajita como yo le quedaba bien.
Entonces, me obsesioné con los vestidos de novia. Era rabia más que
obsesión. Les rogaba a mis padres que me llevaran a bodas. Incluso me colé
en bodas de desconocidos en la iglesia de la zona solo para admirar los
vestidos. Para empeorar mi obsesión, mi madre era florista y, a menudo, la
acompañaba a entregar las flores de las bodas, que se celebraban en lugares
increíblemente hermosos.
Yo era diseñadora de vestidos de novia por vocación, no por elección.
El día de tu boda eres tu versión más hermosa e impecable. De hecho, se
trata del único día en la vida en el que cualquier cosa que te pongas, sin
importar lo caro, extravagante o lujoso que sea, está bien. La gente solía
preguntarme si no me sentía limitada por diseñar un solo tipo de ropa.
Sinceramente, ¿por qué había diseñadores que elegían crear ropa normal?
Diseñar vestidos de boda era el equivalente profesional a comer postre
todos los días para desayunar, almorzar y cenar. Era como recibir todos los
regalos de Navidad juntos.
Tal vez por eso siempre era la última en salir del trabajo. En apagar las
luces y despedirme con un beso de mi último boceto. Aunque no este
viernes.
Esta vez tenía planes.
—Me voy. ¡Que paséis un buen fin de semana! —Me calcé los zapatos
de tacón rosas y apagué la luz que iluminaba la mesa de dibujo de Croquis.
Esa esquina del estudio era mi pequeño refugio. Estaba diseñada para
satisfacer mis necesidades. La mesa de dibujo tenía bandejas de papelería
plateadas que llenaba de lápices, gomas con formas divertidas, sacapuntas,
pinceles y carboncillo. Todas las semanas ponía un jarrón con flores frescas
junto al escritorio. Era como tener a mi madre cerca, así me aseguraba de
que me cuidaba.
Le di una palmadita a las flores del jarrón, una mezcla de lavanda y
flores blancas, y las regué antes de marcharme de fin de semana.
—Sed buenas —les advertí, señalándolas con el dedo—. La señorita
Magda cuidará de vosotras mientras no estoy. No me miréis así —dije—,
volveré el lunes.
Quien haya dicho que las flores no tienen rostro, obviamente no las ha
visto marchitarse. En general, me llevaría las flores a casa y las pondría en
el alféizar de la ventana para que la gente las viera y para que les diera el
sol junto a Daisy, pero este fin de semana me marcharía a los Hamptons a
acompañar a Satán, y Daisy se quedaría en casa de Layla.
—Hablando de nuevo con las plantas. Qué bien. Muy cuerdo por mi
parte. —Oí un murmullo desde el otro lado del estudio. Era Nina, mi
compañera de trabajo. Nina tenía mi edad, pero era becaria. Sería la
perfecta supermodelo. Esbelta como un cisne, con una nariz respingona y la
textura de la piel de una muñeca Bratz. Lo único negativo que podía decir
de ella era que me odiaba sin razón aparente, tal vez por mi forma de
respirar. Por esa razón, me había apodado «bombona de oxígeno».
—Vete. —Agitó la mano con los ojos aún pegados en la pantalla—. Si
tus plantas se mean les cambiaré el pañal. Siempre y cuando desaparezcas
de mi vista.
Tomé el camino directo, me di la vuelta y me dirigí a los ascensores. Me
crucé con Sven. Colocó una mano en su cintura, se inclinó hacia adelante y
me dio un toquecito en la nariz. Mi jefe, que también era algo así como un
amigo, tenía cuarenta y pocos años y vestía de negro de la cabeza a los pies.
Su pelo era tan rubio que parecía blanco y sus ojos, tan claros que casi veías
lo que había al otro lado. Siempre llevaba un poco de brillo y meneaba las
caderas cuando caminaba a lo Sam Smith. Era el jefe de departamento de
Croquis, una empresa de vestidos de novia asociada con Black & Co., y
solo podía vender sus colecciones en las tiendas de esta última. Se
encargaba de tomar las decisiones y asistir a reuniones con la junta
ejecutiva. Cuando salí de la facultad de Bellas Artes, Sven me tomó bajo su
protección y me ofreció unas prácticas que más tarde se convertirían en un
trabajo a jornada completa. Cuatro años después, no me imaginaba
trabajando con otra persona.
—¿Adónde vas? —Ladeó la cabeza.
Me coloqué el bolso en bandolera y seguí mi camino hacia los
ascensores.
—A casa. ¿Adónde, si no?
—Lorde,* ayúdame. Gracias a Dios que diseñas mejor que mientes. —
Se refería a la cantante, no al Todopoderoso. Las últimas sílabas las
pronunció con acento sueco. Su acento extranjero salía a relucir sutilmente
solo cuando estaba emocionado o borracho. Sven hizo la señal de la cruz
mientras me seguía—. Nunca te marchas a tu hora. ¿Qué ocurre?
Abrí los ojos de par en par. ¿Chase había abierto la boca? Sven conocía
a Chase, era habitual que asistieran a las mismas reuniones. No me
extrañaría. No me sorprendería nada de él, excepto que iniciara una tercera
guerra mundial. A Chase le asustaba el compromiso. Una guerra podría
durar meses, incluso años. No tenía tanta resistencia como para superarlo.
Me detuve junto al vestíbulo de ascensores, apreté el botón y me metí
dos chicles en la boca.
—No pasa nada. ¿Por qué lo preguntas?
Sven inclinó la cabeza hacia un lado, como si fuera a soltar el secreto si
se me quedaba mirando durante el tiempo suficiente.
—¿Estás bien?
Dejé escapar una risa aguda. Sven y yo teníamos una buena relación,
pero profesional. Me gustaba pensar que, si no fuera mi jefe, probablemente
seríamos muy amigos. Pero entendíamos que por ahora había límites y, por
tanto, no hablábamos de cualquier cosa.
—Mejor que nunca.
«Que alguien me saque de aquí».
El ascensor sonó. Sven se colocó en la puerta, bloqueándome la entrada.
—¿Es por… él?
Casi se me cae la mandíbula al suelo.
—Por mí puede arder en el infierno mil veces, y no me molestaría en
escupirle por si se apaga el fuego —siseé—. No puedo creer que lo hayas
mencionado.
Si me hubieran dado un centavo por cada vez que Sven me había pillado
llorando por Chase en la zona de la cocina, en mi puesto, en la zona de
descanso o en cualquier lugar de la oficina, no tendría que trabajar más. Ni
aquí, ni en ningún sitio. Ni siquiera sabía por qué lloraba. Durante los seis
meses que estuve saliendo con Chase, no vi mucho a su familia, y ni
siquiera conocí a su primo hermano, ni a la mujer de este, con quienes tenía
muy buena relación. Él no conoció a mi familia (solo a Layla y, por
supuesto, a Sven). La miraras por donde la miraras, la relación no había
sido seria.
—Qué palabras tan duras. ¿Qué ha hecho el pobre? Solo lleváis tres
semanas. —Se dio toquecitos en los labios mientras fruncía el ceño—.
¿Cómo se llamaba? ¿Henry? ¿Eric? Recuerdo algo así como que era
estadounidense de pura cepa y sano.
«Ethan». Claro que se refería a Ethan. Casi se me para el corazón. Crisis
evitada. Las puertas del ascensor se cerraron, fruncí el ceño a Sven y volví a
apretar el botón para llamarlo. Ya estaba bajando. «Maldita sea».
—La paciencia es una virtud.
—O una señal definitiva de que es de la otra acera. —Sven ajustó el
cuello de mi blusa estampada azul—. Te lo digo por experiencia, nena.
Tuve una novia en el instituto. Se llamaba Vera. Su virtud permaneció
intacta hasta que se marchó a la universidad a Estados Unidos, donde
seguramente se lio con un montón de chicos de alguna fraternidad para
recuperar el tiempo perdido.
—Pobre Vera. —Me lamí el pulgar y le froté la comisura de los labios
para limpiarle una mancha de café.
—Pobre de mí. —Sven me apartó el dedo con un manotazo—. Estaba
tan preocupado tratando de ser el hombre que pensaba que mis padres
querían que fuera que me perdí por completo los mejores años de
promiscuidad. No dejes que eso te ocurra a ti, Maddie. Sé esa zorra que
todos queremos ser.
—Estás proyectando tus frustraciones en mí. —Hice una mueca.
—Y tú estás perdiéndotelo —respondió, dándome un toque en el pecho
—. Hace meses que rompiste con Chase. Ya es hora de pasar página y
superarlo de verdad.
—Lo hice, es decir, lo he hecho. Lo tengo superado. —Apreté el botón
del ascensor tres veces seguidas. Clic, clic, clic.
—Oh, mira, me ha llegado un mensaje de Layla. —Sven me puso el
teléfono a la altura de la cara. Oh, olvidé mencionar que, ya que Sven y yo
no podíamos ser muy amigos, mi mejor amiga se había convertido en su
mejor amiga. Eso echó a perder el equilibrio entre mi vida personal y
laboral, y mentiría si dijera que a veces no me molestaba. Como ahora—.
Deja que te lo lea: «Dile a tu empleada que se dedique a disfrutar este fin de
semana. Oblígala a divertirse. A cometer errores. A acostarse con el hombre
de sus sueños».
—Yo no… —empecé, pero él negó con la cabeza, se dio la vuelta y se
despidió con la mano mientras regresaba al estudio y se inclinaba sobre el
hombro de Nina para echar un vistazo a lo que estaba haciendo. Las puertas
del ascensor se abrieron. Entré mientras negaba con la cabeza.
—Por encima de mi cadáver.

Treinta minutos antes de la hora a la que supuestamente me recogería


Chase, llamé a la puerta de Layla. Me abrió y se colocó un mechón de
cabello verde esmeralda por detrás de la oreja mientras sostenía a un niño
de cuatro años en pleno berrinche de gritos y patadas. Layla era una chica
con curvas que se enorgullecía de tener hoyuelos solo en el culo. Además,
su fondo de armario era envidiable, con vestidos bohochic, faldas vaporosas
y suéteres de punto de hombros descubiertos. No parecía importarle que le
fueran a explotar los tímpanos con los chillidos del niño. El sueldo debía de
valer la pena.
—Pero ¡si es Maddie la Mártir! —dijo con cariño, dándome un apretón
en el brazo. No me había cambiado la ropa del trabajo. Llevaba una blusa
azul con un estampado de cerezas que hacía juego con una falda gris de
tubo y unos zapatos de salón rosas—. ¿No deberías estar ya con tu exnovio?
—Solo he venido a dejarte las llaves.
Vale. Qué mentira tan descarada. Layla tenía unas de repuesto por si
había una emergencia. Simplemente, necesitaba hablar con ella antes de
marcharme.
—Gracias por cuidar de Daisy. En general, la saco tres veces al día,
mínimo veinte minutos. Le gusta ir al parque Abingdon Square. Sobre todo
para perseguir a una ardilla que se llama Frank y molestar a otros perros.
Asegúrate de que no corra hacia la calle. Hay una taza de medir en su saco
de comida, échale una por la mañana y otra por la noche. Sus vitaminas
están junto al cajón de los utensilios, en la caja amarilla. No te molestes en
cambiarle el agua mucho. De todas formas, bebe del inodoro. Oh, y no
dejes nada en la encimera. Encontrará la forma de abrirlo y comérselo.
—Parece que hablas de mí después de una noche de juerga —dijo Layla
con una sonrisa—. Frank, ¿eh? ¿La relación es seria?
—Por desgracia para él. —Hice una mueca. Reconocía a Frank por la
calva que tenía entre los ojos. A Daisy le encantaba esa ardilla, así que le
daba algo de comer cada vez que íbamos al parque—. Puede que también se
mee en tus zapatos como protesta cuando se dé cuenta de que me he ido —
añadí.
—Dios, es peor que un niño. Ese exnovio tuyo del «nos vemos el jueves
que viene» se aseguró de que nunca lo olvidaras con este regalo de
despedida.
Me encogí de hombros.
—Mejor eso que la C-L-A-M-I-D-I-A.
—Sé cómo se escribe. —El niño sacó la lengua y ambas lo miramos con
incredulidad.
—Gracias, te debo una —dije.
—No hay de qué.
El niño que tenía en brazos ahora le tiraba del pelo y gritaba el nombre
de su madre.
—Control de tierra llamando a Maddie la Mártir, ¿estás ahí? Te he
preguntado si Sven te ha leído mi mensaje —dijo Layla, ignorando el
terremoto en sus brazos. Odiaba ese apodo, aunque me lo había ganado por
no negarme a nada de lo que me pedía la gente. Prueba A: asistir a mi
propia fiesta de compromiso falsa en los Hamptons este fin de semana.
—Sí. —Ofrecí una sonrisa alegre—. Lo siento, estaba pensando en otra
cosa. Sí, me lo ha leído. Estás loca.
—Y tú parece que estás en el corredor de la muerte.
—Así me siento yo también.
—Lo lamento, cariño. Sé lo horrible que es que un multimillonario
guapo y educado te invite a pasar un fin de semana en los Hamptons
después de deslizarte un anillo de compromiso de cuatrocientos cincuenta
mil pavos en el dedo. Pero sobrevivirás.
Que conste que yo no había investigado lo que costaba el anillo. Fue
Layla, tras pimplarse una botella de vino (vale, un Capri Sun con alcohol),
quien lo hizo, justo después de que Chase abandonara mi apartamento. La
convoqué a una reunión urgente durante la cual navegó por la página web
de la joyería Black & Co. y vio que se trataba de un anillo de edición
limitada que ya no estaba a la venta.
—Sabes lo que eso significa. —Movió las cejas mientras vertía un
chupito de vodka en una taza y echaba el Capri Sun en ella. Hice oídos
sordos.
—Sí, quiere asegurarse de que su familia se cree lo del compromiso.
Eso es todo.
Ahora seguía tratando de apagar su optimismo con una buena dosis de
realidad.
—En serio, prefiero verlo como un secuestro por parte de un arrogante,
mentiroso e infiel cab… —Miré al niño, que se había quedado en completo
silencio, con los ojos muy abiertos, esperando a que terminara la frase. Me
aclaré la garganta—. Caballo.
—Ha dicho una palabrota. —Me señaló con un dedo regordete.
—No, no. He dicho «caballo» —protesté. Estaba discutiendo con un
niño de cuatro años. A Ethan le habría dado un infarto en el acto si se
hubiera enterado.
—Oh. —El niño sacó el labio inferior a modo de reflexión—. Me
encantan los caballos.
—Aparentemente, no nos gusta este, Timothy. —Layla le dio unos
toquecitos en la cabeza. Cerró la puerta un poco—. ¿Me prometes una
cosa?
—¿Tengo que hacerlo? —Me enfurruñé. Iba a pedirme que fuera
positiva y optimista.
—Trata de aprovecharlo al máximo. En vez de pensar en la persona con
la que vas a pasar el tiempo, piensa en cómo vas a pasar el tiempo. En la
propiedad de ciento cincuenta millones de dólares en la que te vas a alojar
en Billionaires’ Row, comiendo especialidades de la costa y bebiendo vino
que cuesta más que tu alquiler. Llévate el libro de bocetos. Tómate un
respiro de la vida de ciudad. Haz que este viaje sea cojonudo. 
—¡Palabrota! —Timothy volvió a reaccionar.
—He dicho «corajudo». Seguro que te gusta ser valiente.
—Oh, sí, claro.
Adoraba a mi mejor amiga, pero, si ella era un modelo a seguir para los
niños, yo era un sobre de sopa. Ni siquiera quería tener ninguno (hijos, no
sopa. Por cierto, a Layla le encantaba la sopa). No obstante, Layla tenía
razón. Iba a asistir a mi falsa fiesta de compromiso con el hombre de mis
pesadillas, pero lo haría con estilo. Chase y yo habíamos pasado la Navidad
en la propiedad de los Hamptons antes de romper. Era el tipo de lugar que
solo ves en la tele, o en las historias de los famosos en Instagram. El
problema era que Layla le tenía mucha fobia al compromiso. Pasar el
tiempo con el hombre que le había roto el corazón nunca representaría un
problema porque nunca le habría roto el corazón.
—¿Sabes qué? Tienes razón. Lo haré. Choca esos cinco, Timothy. —Le
ofrecí al niño la palma abierta con una sonrisa. Él me lanzó una mirada
perdida, inmóvil.
—Mami dice que no permita que me toque ningún desconocido.
Podrían secuestrarme.
«Si el secuestrador sabe de lo que tus pulmones son capaces, no lo
hará».
—Bueno, entonces listo. Lo pasarás genial, sin analizar en exceso cada
momento. Y vas a permitirte el lujo de «forrar» sin encariñarte.
—¡Oye! Has dicho… —empezó Timothy.
—Forrar. He dicho «forrar». Gracias por asistir a mi charla TED.*  —
Layla me cerró la puerta en la cara sin darme la oportunidad de quejarme
por mi próximo fin de semana.
Entonces vi la palabra del día de Layla.

Cumpleaños
El aniversario del día en el que nació una persona. Normalmente, es una
ocasión de celebración en la que se ofrecen regalos.

Chase me engañó el día de su cumpleaños.


Y con ello se me volvió a agriar el humor.

Chase llegó cinco minutos tarde. Sin lugar a dudas, fue premeditado. La
puntualidad siempre había sido su fuerte. Pero, si irritarme fuera un deporte
olímpico, ya tendría un puñado de medallas de oro, un contrato para escribir
un libro y un montón de esteroides.
Aparcó en doble fila frente al edificio, bloqueando el tráfico con la
indiferencia de un psicópata al que no le importa nada en absoluto lo que la
gente piense de él. Se apeó del coche, lo rodeó y, sin mediar palabra, me
arrebató la maleta de los dedos antes de tirarla al maletero. La gente tocaba
el claxon y sacaba los puños por las ventanas detrás de nosotros al tiempo
que nos gritaban y nos maldecían de distintas formas con la cabeza por
fuera del coche. Él regresó al vehículo y se abrochó el cinturón sin prisa. Yo
seguía pegada a la ardiente acera, tratando de aceptar la idea de pasar
tiempo con él. Bajó la ventanilla del copiloto y me ofreció esa sonrisa
impaciente que le dedicaba a los empleados y que te hacía sentir tan
estúpida que no sabías dónde meterte.
—¿Pánico escénico, amor? —Pronunció la palabra «amor» como si
fuera una blasfemia.
Tuve que recordarme que debía ignorar sus juegos mentales, que todo
esto era por su hermana, su madre y Ronan Black. Por sus corazones y mi
conciencia.
—Claro —mascullé con sarcasmo—. No me gustaría que mis falsos
suegros pensaran que su futura nuera de mentira no es tan encantadora
como creían al principio.
—¿Alguna vez has oído la frase «finge hasta que lo logres»?
—Estoy segura de que las mujeres de tu vida la conocen —bromeé.
Él sonrió con ironía.
—Tal vez nuestra relación haya sido una farsa, pero no se puede decir lo
mismo de los orgasmos.
Detrás, los coches no dejaban de pitar con fuerza. El sonido hacía eco
en mi cabeza. Quería que Chase supiera que no iba a decirle que sí a todos
sus caprichos e ideas por mucho que hubiera accedido a ayudarlo.
—Sube, Mad. A menos que quieras que me pelee con media calle.
—Qué tentador —mascullé. De verdad que lo era.
Él sonrió, ajeno por completo al caos que bullía a sus espaldas, incluso
ahora que varios coches se habían unido a la pitada. No era propio de mí
hacer esperar a la gente, pero dejar claro mi punto de vista estaba por
encima de la educación. Tenía que recordarle que iba en serio.
—Si te pones nerviosa, simplemente imagínate a todo el mundo
desnudo.
—Está bien —dije mientras bajaba la mirada por su cuerpo—. ¿Tiene
frío, señor Black?
Él se rio disfrutando de la charla.
—No recordaba que fueras tan vivaz.
—Ni yo que tú fueras tan insufrible —respondí. Y me di cuenta de que
era cierto. Cuando salíamos, él parecía más educado e introvertido, y yo…
bueno, menos yo.
Me subí al coche y opté por mirar por la ventanilla durante el camino.
Vi cómo pasaban los rascacielos de Manhattan a cámara lenta. Era como
echar un vistazo a una revista. El entorno cambiaba con frecuencia y
brillaba a través del filtro de la reluciente ventana. Toda la histeria que
había logrado esconder bajo montones de listas de tareas pendientes y
trabajo durante toda la semana volvió a hervir a fuego lento cuando salimos
de la ciudad. ¿Cómo se suponía que iba a enmascarar el odio puro que
sentía por este hombre? No podría besarlo ni darle la mano. Dios, acababa
de darme cuenta de que compartiría habitación con él. Ni de coña.
Ya había sido bastante duro explicar la situación a Ethan en la cita que
tuvimos un par de días después de la visita inesperada de Chase. Le conté
todo, incluso la infidelidad de Chase, la enfermedad del padre y mi propia
experiencia al perder a mi madre. Luego, le mencioné el apodo que Sven y
Layla me habían puesto; Maddie la Mártir.
—¿Seguro que estás de acuerdo con esto? —le pregunté a Ethan por
enésima vez mientras nos tomábamos unas cervezas y comíamos
xiolongbaos. Andaba con cuidado. Entendía que sonaba a locura. Ethan y
yo nunca habíamos hablado de exclusividad. A veces quedábamos, pero no
nos habíamos acostado y mucho menos le habíamos puesto etiqueta a lo
nuestro. Nos habíamos dado unos cuantos besos sueltos, nada más. Ojalá
hubiera dado un golpe sobre la mesa y me hubiera dicho que no estaba de
acuerdo. Habría sido la excusa perfecta. Pero Ethan, que veía lo bueno en
todo (creo que hasta en los asesinos en serie), se limitó a asentir con la
cabeza, cogió otra bola de masa con el palillo y se la metió en la boca.
—¿Seguro? Estoy más que seguro. Es un honor salir con alguien como
tú. Lo único que vas a demostrar este fin de semana en los Hamptons es que
tú —Me señaló con los palillos— eres una persona increíble. Chase Black
fue un capullo al engañarte y aun así lo ayudas. Eres fantástica.
Lo observé, esperando ese golpe sobre la mesa con la otra mano.
—Además, no tenemos exclusividad, ¿no? —Se frotó la nuca,
sonrojado—. Ni siquiera hemos… Ya sabes.
Lo sabía.
—Así que —Se encogió de hombros— no estoy en posición de… Lo
que quiero decir es que no hay problema. De verdad.
Por alguna razón, su reacción me inquietó. Quería que al menos
estuviese un poco nervioso por la perspectiva de que pasara el fin de
semana con mi exnovio. Algo muy irracional, puesto que yo no era en
absoluto posesiva con Ethan y él llevaba razón: no teníamos una relación
exclusiva.
De vuelta a la realidad, Chase me leyó la mente.
—¿Tiene nombre? —Me sacó de mis pensamientos mientras observaba
el atasco al que nos acercábamos. Parecía que todo el mundo se dirigía a los
Hamptons. Una caravana de camiones, Prius y descapotables esperaban en
una línea interminable de vehículos.
—No empieces —advertí.
Chasqueó la lengua.
—Qué susceptible. Yo también lo estaría si mi pareja fuera lo bastante
idiota como para enviarme a un fin de semana en los Hamptons con alguien
que me ha follado hasta tres veces seguidas, con sus respectivos orgasmos,
en menos de veinte minutos.
—¿Puedes ser más chulo? —Giré la cabeza para fruncirle el ceño.
—Sí, pero entonces tendría mis putas.
Había sentido un poco de alivio al romper con Chase. Seis meses de
relación y todavía me ponía nerviosa y me reprendía constantemente por
decir algo incorrecto en su presencia. Cuando estaba cerca, mi voz era
siempre aguda, y medía las palabras y lo que pensaba para tratar de ser la
mujer con la que pensaba que Chase Black saldría. Sentía que jugaba en
una liga tan superior a la mía que me concentraba en no cometer errores
más que en llegar a conocerlo y pasarlo bien. Siempre me había sentido
inferior. Menos atractiva, menos elegante, menos inteligente. Ahora, odiarlo
era mucho más fácil que tratar de abrirme paso hasta su amargo corazón,
como hacía cuando salíamos.
—Bueno…, dime su nombre. —Chase volvió al tema en cuestión.
—¿Acaso es asunto tuyo? —Empecé a rascarme el esmalte de uñas para
evitar estrangularlo.
—Es asunto mío con quién está follando mi prometida —dijo con
naturalidad. Dejé de rascarme y tiré de la delicada carne que rodeaba una
uña hasta que se rasgó la piel muerta.
—Falsa prometida —corregí.
—Y un verdadero grano en el culo.
—Dios, Chase, ¿cómo es que estás soltero? Eres el hombre más
encantador que he conocido en mi vida.
—Elijo la soltería —respondió con una sonrisa condescendiente—. Al
igual que tú eliges salir con cualquiera simplemente para no estar sola.
Ay. Un silencio incómodo se apoderó del coche. Las bromas estaban
bien, pero, cuando empezamos a decir verdades, se nos fue de las manos.
Yo no salía con cualquiera; sin embargo, estaba segura de que Chase creía
lo que había dicho. Decidí seguirle el juego. No tenía nada que esconder.
Estaba orgullosa de Ethan.
—Ethan. Ethan Goodman.
—Goodman —repitió Chase en un siseo.
—Buen trabajo, Chase. No sabía que tuvieras el término «buen
hombre» en tu vocabulario. ¿A qué sabe?
—A dos o tres niños, una hipoteca sofocante en una casa de Westchester
que odias y una crisis de mediana edad en la que se abusa levemente del
alcohol a los cuarenta. —Todavía tenía la mirada fija en la carretera—. ¿A
qué se dedica Ethan Goodman?
—Es médico —contesté en voz baja mientras sentía que me ruborizaba.
—Mmm. Voy a descartar que sea cirujano plástico, porque sería
demasiado sexy; en realidad, cualquier cirujano lo es, pero no parece un
hombre de mano firme; me voy a decantar por otra opción: dentista. —Se
detuvo y frunció el ceño ante la fila de vehículos que había por delante—.
No, eso sería rentable. He cambiado de opinión. Ethan Goodman es
pediatra. —Giró la cabeza y me mostró una sonrisa tan siniestra que la sentí
lamiéndome la piel.
—Lo dices como si fuera algo malo. —Entrecerré los ojos—. Salva
vidas.
—Consultorio privado. —Me ignoró y volvió a dar en el clavo—. Así
que, técnicamente, rellena tablas de crecimiento con una letra ilegible y
examinaba erupciones en el trasero. Deja que adivine, hizo un viaje a algún
lugar para ayudar a los demás y ganar perspectiva. ¿A Sudamérica? ¿Asia?
No… —Se detuvo y le salió una sonrisa tan amplia que me dieron ganas de
pegarle un puñetazo en la cara—. África. Está comprometido con el cliché.
—Sí, el cliché de salvar vidas y ayudar a los demás. —Tenía la cara tan
roja que estaba a punto de explotar—. Es un buen hombre.
—Obviamente. Así lo dice su puto apellido. Y tú estás aquí porque
Ethan, el buen hombre, tiene ciertos problemas con el compromiso.
—¿Perdón?
—¿Por qué razón alguien estaría de acuerdo con esto? Quiere ver cómo
nos comportamos tú y yo.
—No tenemos nada. Ethan y yo nos conocimos en
SoloSolterosSerios.com. —No pude evitar soltarlo, pero me arrepentí de
inmediato. No era algo que quisiera hacer público, no obstante, Chase tenía
que saber que estaba equivocado, al menos en lo último. Es decir, desde
luego, su propia existencia era un error en múltiples niveles, pero estaba
hablando de Ethan en concreto.
—Habría pensado lo mismo incluso si lo hubieras conocido en
MeCasoConCualquieraPorUnaMamada.com. No está más comprometido
contigo de lo que tú lo estás conmigo, y estáis forzando esta mierda a pesar
de que no tenéis nada de química, simplemente porque no queréis estar
solos. Asúmelo. Ya me lo agradecerás.
—Mira quién habla —murmuré volviendo a la tarea de rascarme el
esmalte de uñas. Era un tedioso hábito que quería dejar, pero la necesidad
de manchar su precioso Tesla con copos secos de un rosa Noches
Marroquíes era abrumadora.
—Puedo hacer algo más que hablar —murmuró.
—Por muy tentador que sea tenerte callado, no, gracias.
Volví la cabeza hacia la ventana, hacia la seguridad de observar a otras
personas en sus coches mientras trataba de calmar los latidos de mi corazón.
Pensaba que ya habíamos terminado de hablar. Al menos eso esperaba. Y
entonces…
—Espero que estés de acuerdo con los cincuenta años de misionero con
las luces apagadas que te esperan. Y con el desayuno diario con avena. Y
con llamar a tus mascotas igual que a los famosos de los programas de
telebasura que ven tus hijos. —Continuó hostigándome. Quería salir de mi
piel y saltar por la ventana, pero no confiaba en Chase y seguro que
profanaría mi cuerpo.
Me llevé la mano al corazón, haciéndome la sorprendida.
—Siempre me perseguirá el horror de tener una vida tranquila y buena
con un hombre sincero, mascotas e hijos. Te ruego que pares.
Me dirigió una mirada de soslayo.
—Usas bien el sarcasmo.
Esperé la réplica. Chase no me decepcionó.
—Por desgracia. Es lo único que usas que no es ridículo.
—¿Te quieres callar? Ya es bastante malo que me obligaras a participar
en esto. No hagas comentarios sobre mi estilo ni analices mi relación actual
si no te lo pido. Simplemente, quiero a alguien agradable y normal.
Era difícil de admitir, incluso para mí. Me había puesto más nerviosa
aún por lo del sexo con Ethan. Si no me arrancaba la ropa y me ponía contra
la pared con púas en una mazmorra BDSM, iba a decepcionarme mucho,
solo por el hecho de que Chase había tenido razón en casi todo sobre su
persona.
«No», me reprendí. «Ethan no tiene dudas sobre salir conmigo».
Llevábamos tres semanas y aún no nos habíamos acostado.
Veía a Chase meneando la cabeza por el rabillo del ojo, riendo para sus
adentros.
—Tú no deseas lo mismo que las personas normales, Mad.
—Tú no sabes lo que quiero.
Más silencio. Mi alma se golpeaba la cabeza contra el salpicadero de
aspecto futurista. ¿Por qué tenía debilidad por las personas que no conocía?
¿Por qué había creído que esto era una buena idea? Pero no podía rechazar
pequeños actos de bondad. Esa era la razón por la que no denuncié a Nina,
mi compañera de trabajo, por acoso laboral. Sabía que los trabajos en
prácticas en el mundillo de la moda eran difíciles de conseguir, así que
aguanté que Nina me acosara verbalmente a diario. Me guardaba una
chocolatina en el bolso por si alguien se desmayaba en el metro y
necesitaba azúcar para que le subiera la presión arterial. Era un rasgo de Iris
Goldbloom que había heredado.
—Recordatorio amistoso: tienes que fingir que te gusto —espetó Chase
después de un rato mientras daba toquecitos con sus grandes y perfectos
dedos al volante. Cerré los ojos y respiré hondo por la nariz.
—Lo sé.
—Convincentemente.
—Puedo ser convincente. 
—Eso es discutible. Tal vez haya contacto físico. Palmaditas ligeras en
zonas no estratégicas y esas cosas. —Seguía mirando la carretera.
—¿Estás loco? —siseé.
—Pues sí, por eso estás aquí. En consecuencia, representaremos a la
pareja ideal.
—Lo haremos. ¿Ahora puedes, por favor, callarte? Te haré un favor.
Uno enorme. No hagas que me arrepienta —ladré al fin, sintiéndome
peligrosamente cerca de desmoronarme. Tenía el rostro caliente y las
lágrimas, a flor de piel. Me sentía como si alguien me hubiera golpeado la
nariz desde dentro.
Cerró el pico, para mi sorpresa.
Pasamos corriendo por Long Island. El zumbido silencioso del Tesla era
el único ruido de fondo que acompañaba el viaje. Cerré los ojos mientras
sentía la fricción de la garganta al tragar saliva.
Deseaba una tregua. Que Chase diera un paso atrás y me dejara
recomponer mi maltrecha autoestima y mis malos pensamientos. Algo que
me dijera que estaba haciendo lo correcto y que no iba a destruir ni mi
corazón ni el de su familia.
Por encima de todo, deseaba huir. Lejos, donde él no pudiera
arrancarme el corazón con sus garras ponzoñosas.
Tenía un secreto que no le había contado a nadie. Ni siquiera a Layla.
A veces, por la noche, sentía las garras de Chase, afiladas como
cuchillos, deslizarse por mi corazón. Aún no lo había superado. No de
verdad. Ni siquiera pensaba que fuera amor, porque nada en la personalidad
de Chase me gustaba especialmente.
Estaba obsesionada.
Consumida.
Cautivada.
El problema era que sabía que Ethan, el del misionero, cuidaría más mi
corazón que Chase, el de la postura de vaquera invertida.
Capítulo cuatro
Chase

¿En qué me fijé primero de Madison Goldbloom cuando me choqué con


ella en el ascensor de Croquis? En sus hermosos ojos color avellana.
Vale, está bien. Me fijé en sus tetas. Demandadme.
Para cualquier otro, quizá fueran unas tetas bonitas de tamaño normal, a
pesar de que las llevaba escondidas debajo de una camiseta de cuello alto
blanca muy recatada, y visualmente ofensiva, con un vulgar estampado de
barra de labios. Pero eran tan firmes, tan jodidamente erectas y redondas,
que no me resistí a fijarme en que eran del tamaño perfecto para mis manos.
Con el objetivo de probar esa teoría, tuve que invitarla a cenar primero.
Dado que la naturaleza casi me engañó para perseguirla, llevé a Madison a
uno de los mejores restaurantes esa misma noche y no escatimé en gastos,
ni en piropos, por el bien de mi investigación sobre el tamaño de sus tetas
en relación con el de mis manos.
(Y resultó que tenía razón. La ciencia, nena, nunca falla).
Madison era más baja que la media, algo que prefería, dado que yo
odiaba a la gente. Por lo que, mientras menos cantidad, mejor. Por
desgracia, esta persona en concreto fue una dulce trampa, porque lo que le
faltaba de tamaño, lo tenía de entusiasmo. Era alegre y caritativa, y se
emocionaba cuando hablaba de lo que le gustaba. Arrullaba a bebés,
acariciaba a los perros por la calle y establecía contacto visual con
desconocidos en el metro. Su vitalidad me incomodaba; no estaba
acostumbrado y no me sentaba bien.
En cuanto a su ropa… Una parte de mí quería arrancársela, y no por
motivos sexuales, sino porque era horrible.
En principio, no iba a ser nada más que un rollo. No se me había
cruzado por la mente pasar con ella más de una semana. Normalmente, mis
relaciones caducaban a la par que mis cartones de leche. Durante mis treinta
y un años de existencia, antes de conocerla, solo había tenido una novia, y
había acabado en una farsa que me recordó que los humanos, como
concepto, eran defectuosos e impredecibles y, aunque era inevitable tenerlos
cerca, debían mantenerse a una distancia prudencial.
Entonces llegó Madison Goldbloom y ¡puf! Se materializó la novia
número dos. A decir verdad, no se ganó el título, lo robó.
Mad y yo salimos la noche que la conocí (la norma de no confraternizar
no se daba en este caso, ya que, técnicamente, no trabajábamos en la misma
empresa). Tenía unos ojos muy muy grandes, marrones, verdes o como sea,
bordeados de motas marrones y doradas, un corte de pelo pixie que le daba
un aspecto dramático a lo Daisy Buchanan, el tipo de mujer que te roba
lentamente el corazón si no andas con cuidado, y unos labios tan carnosos y
esponjosos que me excitaban cada vez que los movía.
Y eso era cada vez que hablaba.
Y hablaba por los codos.
Después de acostarme con Mad en la primera cita, nos intercambiamos
mensajes. Ella me dijo que no solía acostarse con nadie en la primera cita y
que le gustaría ir despacio. Y eso, por supuesto, me provocó el deseo de
volver a acostarme con ella casi de inmediato. Justo lo que hice. La tercera
vez que nos enviamos mensajes, mandó a tomar viento sus normas y
empezó a jugar de acuerdo a las mías. Antes de que me diera cuenta,
llegamos a un acuerdo cómodo de cenar antes de tener sexo. Lo que ocurría
de forma habitual durante la semana. En retrospectiva, con demasiada
frecuencia. Eran las tetas y el hecho de que bajo ese horrible atuendo suyo
(no encuentro palabras para describirlo mejor), llevaba camisones sensuales
y lencería a juego.
Tal vez yo también tuviera algo de culpa al establecer el tipo de relación
que llevábamos. En algún punto, cometí un error estratégico. Tenía mucho
sentido que Madison tuviera acceso a mi apartamento por una cuestión
logística. Tenerla a mi disposición era práctico y llamarla constantemente
me ponía de los nervios. No había ningún sentimiento de por medio cuando
tomé la decisión de darle una llave a Mad. Mi casero y mi asistente personal
también tenían una, y no tenía la intención de declararme a ninguno de
ellos. De hecho, cambiaba de asistente personal tan a menudo como de ropa
interior.
Y, solo por aclararlo, soy una persona muy limpia.
Si a veces llevaba a Madison al cine, era porque de verdad quería ver la
película. Demandadme por ser fanático de Guillermo del Toro y Tarantino.
No la llevaba al cine para abrazarnos o compartir palomitas (la primera vez
que fuimos tiró una bolsa de M&M’S en el cubo de palomitas. Eso debería
haber sido la primera pista para saber que esta mujer se había criado de
forma salvaje).
Tardé cinco meses en darme cuenta de que teníamos una relación. Mad
fue la que me lo señaló. Lo hizo de un modo astuto y adorable. No muy
diferente a un Oso Amoroso con un cuchillo de carnicero. Dijo que en dos
semanas su padre estaría en la ciudad y me planteó si quería conocerlo.
—¿Por qué querría conocerlo? —pregunté con amabilidad. Joder, su
respuesta hizo que me atragantara con el whisky. El mismo whisky puro de
malta que había bebido en la fiesta de un amigo a la que la había llevado, no
porque fuésemos novios, sino porque era más cómodo que ir a su casa
después de la fiesta.
—Bueno, porque eres mi novio. —Pestañeó mientras le daba vueltas al
cóctel Cosmopolitan como si fuera una turista tratando de imitar a Carrie
Bradshaw.
(Nota personal: era una turista. Creció en Pensilvania. Debería haber
comprobado si podía deportarla, aunque a esas alturas ya habían pasado
catorce días hábiles).
Fue en ese momento de «ven a conocer a mi padre» cuando me di
cuenta de que no me había follado a nadie más desde que había conocido a
Madison, y de que no tenía ningún deseo de hacerlo en un futuro próximo
(como si me hubieran hecho un amarre). Y de que hablábamos a menudo
por teléfono (incluso cuando, técnicamente, no teníamos mucho que
decirnos). Y de que teníamos sexo a todas horas (érase un hombre a una
polla pegado). Y de que, por supuesto, asumí que mis planes de fin de
semana la incluían (de nuevo: érase un hombre a una polla pegado).
Eso, junto con el hecho de que la llevé a ver a mis padres en Navidad,
hizo que la relación fuera más que una simple aventura.
Sobre todo, por la forma en la que hizo saltar por los aires toda mi
filosofía de vida. Ahora estaba oficialmente pillado y tenía novia. Dos cosas
que me había prometido que no volverían a suceder jamás. Así que hice lo
que tenía que hacer para sacar a Madison Goldbloom de mi vida. Para
deshacerme de esa relación temporal de una vez por todas.
Pensé que habíamos terminado.
Para siempre.
Quería romper lazos con esa mujer menuda, de labios carnosos y
horrendos zapatos Babette que pensaba que llevar enaguas a los veintiséis
era adorable en lugar de demencial.
Entonces, mi padre me había lanzado una bola curva ardiendo directa a
las manos, y aquí estaba, tirándola de lado a lado y pasando el tiempo con
Madison. Haciendo lo único que había jurado no hacer.
—¡Aquí estáis! —Mamá se abalanzó sobre el parabrisas como un
canguro frenético mientras aparcaba el Tesla junto a la propiedad de los
Hamptons. Madison despertó de su sueño a mi lado. Se dio unos toquecitos
en la barbilla para ver si estaba babeando (así era) y se sentó mientras se
ponía bien la diadema de perlas.
En vez de ofrecerle unos segundos para que se preparara, hice lo que
cualquier capullo de talla mundial haría: abrí la puerta y rodeé el coche para
abrazar a mi madre.
—¿Qué tal el tráfico? —Mamá me hincó las uñas con manicura
francesa en los hombros. Me dio varios besos en la cara sin ocultar apenas
la mirada ansiosa hacia el coche. Estaba temblando de la emoción
contenida.
—Soportable.
—Espero que a Madison no le importara el tráfico.
—Le encantan los atascos. Son su afición favorita.
«Justo después de atrapar a hombres inocentes en relaciones».
En cualquier caso, ¿desde cuándo estaba Madison por encima de
inconveniencias triviales como el tráfico? Eso es lo que pasa cuando nunca
has llevado a nadie a casa. La primera pareja conocida que tenía y mis
padres ya la trataban como el segundo mesías.
Le abrí la puerta a Madison y la ayudé a bajar del coche, empujándola a
los brazos de la realidad. Se bajó la falda de tubo mientras trataba de salir
del coche con gracia.
Mamá abordó a Madison como una defensa profesional, pegándola al
coche. He de decir a su favor que Mad representaba el papel de prometida
feliz de una forma medio convincente. Lo que significaba que era torpe,
pero nada más allá de su habitual falta de gracia. Después de saludarse la
una a la otra, mamá examinó su anillo de compromiso desde todos los
ángulos, suspirando como si fuera la primera vez que veía un diamante en
su vida. Era una joya bonita de la línea exclusiva de Black & Co. Había
pedido el anillo más genérico y caro que tenían. Algo que dijera que «el
prometido es rico», pero también que «no sabe nada de su futura esposa».
Algo perfecto para los dos. 
—Espero que no te importe, pero será un evento más pequeño. No
hemos tenido mucho tiempo para prepararlo, ya que Ronan… —comentó
mi madre disculpándose con Madison.
Madison negó con la cabeza, casi histérica.
—No, no. Lo entiendo perfectamente. El mero hecho de que te hayas
ocupado de eso, teniendo en cuenta las circunstancias es… Ah… —Miró a
su alrededor—. Increíble, de verdad.
—No te preocupes. Seguirás siendo la reina del baile. —Le di una
palmadita en el hombro a Madison y la miré con la calidez de un cuchillo
de mantequilla. Puede que, mientras corría en la cinta, hubiera visto algunas
películas de Hallmark para imitar al prometido enamorado. El cardio había
sido la única razón por la que no me había dormido con tantas gilipolleces.
—Eres demasiado amable. —Madison colocó una mano sobre la mía en
su hombro y la apretó con la esperanza de romperme algún hueso.
Reprimí una sonrisa.
—Nunca demasiado amable para ti.
—Oh, déjalo. —Sonrió con tirantez—. De verdad —enfatizó.
Mamá nos miraba mientras disfrutaba de lo que pensaba que estaba
presenciando, y aplaudía.
—¡Miraos!
Aunque Madison no hizo nada abiertamente mal para arruinarlo todo,
estaba lejos de merecerse un Óscar en la categoría de prometida enamorada.
Agachaba la cabeza cada vez que le hacían una pregunta que debía
contestar mintiendo. Tenía las mejillas tan rojas que pensé que la cabeza le
iba a explotar. Y me miraba con entusiasmo fingido y educado, como si
fuera un macarrón mal pintado por un niño particularmente distraído.
—Katie se muere por verte y creo que todavía no conoces a Julian, el
hermano mayor de Chase, y a su mujer, Amber. No pasaron con nosotros la
última Navidad. La celebraron con la familia de Amber en Wisconsin —
balbuceó mamá mientras tomaba la mano de Madison y la guiaba a la casa
después de diez dolorosos minutos—. Clementine, su hija, es una pera en
dulce.
—Suena a fruta —chilló Mad, sin dedicarme una mirada, mientras mi
madre la arrastraba con ella.
«Suena a fruta». Acababa de decir eso. Yo había estado dentro de esta
mujer en algún momento. ¿En qué cojones había pensado?
Dos empleados uniformados se materializaron en la entrada,
apresurándose a llevar la maleta de Madison. Los dirigí a la habitación que
íbamos a compartir (sí, «compartir») echando un vistazo al carrito de golf
junto al Tesla. Sopesé la idea de irme directo al campo de golf para
interrumpir a Julian y a papá, pero luego lo pensé mejor. No era un
preadolescente histérico que rogaba que lo incluyeran en todo. Además,
debía subir y trabajar el papel de Madison. Prepararla antes de que
conociera al resto del clan Black.
Mi padre tenía la extraña habilidad de analizar gilipolleces del pasado y
diseccionar situaciones y dinámicas con éxito. No me extrañaría que me
dijese que no me casara si se daba cuenta de que mi novia estaba sopesando
la idea de asesinarme con el cuchillo de la carne. Sí, decidí. Los problemas
con Julian podían esperar. En cualquier caso, no íbamos a tirarnos el uno al
cuello del otro cerca de papá.
De mala gana, me dirigí a nuestra habitación en el ala izquierda de la
finca. La parte reservada a la familia directa. Julian y su familia residían en
el ala derecha. La razón oficial era que necesitaban más espacio. Si esto me
lo hubieran dicho hace tres años, me lo habría creído. Pero ahora no. Ahora
Julian parecía un completo extraño.
Encontré a Madison atrapada en una conversación trivial con Katie y
mamá en nuestra habitación. Seguramente, Amber estaría dándose un baño
de espuma en algún lugar de la mansión, probando lo último para el
cuidado de la piel. Sangre de koala, caca de tortuga o lo que fuera que se
untara en la cara para parecer más joven. Las mujeres de mi familia seguían
sosteniendo la mano de Madison por turnos, como si fuera un rehén, y
elogiaban el anillo de compromiso como si de un bebé se tratara. Me aclaré
la garganta, entré en la habitación y le pasé un brazo por los hombros.
El gesto no parecía familiar ni agradable. Nunca lo había hecho antes, ni
siquiera cuando estábamos juntos. Madison tenía unos hombros esbeltos y
estrechos, algo de lo que nunca me había dado cuenta. La sensación del
peso de mi brazo sobre esta mujer no era agradable. Otros hombres,
obviamente, no tenían parejas del tamaño de Mad porque las aplastarían.
Para mí, era un misterio el hecho de haber estado encima de esta chica
varias veces a la semana. En ese momento, parecía tan frágil de pie junto a
mí…
Decidí no echar todo el peso del brazo en sus hombros. En
consecuencia, el brazo me colgaba en el aire a un centímetro de su cuerpo.
Un inconveniente, pero es que era muy pequeña.
Tan pequeña que no podía contar como una persona entera.
Técnicamente, solo tuve media exnovia.
«Simplemente, admite que tuviste una jodida novia, idiota».
—Estaba preguntándole a Maddie cómo es que no la hemos visto desde
hace tiempo. —Katie se giró hacia mí, jugueteando con las perlas que
llevaba en el cuello. Era alta para ser mujer, tenía el cabello largo y oscuro,
y una figura impecablemente desnutrida que vestía con prendas elegantes.
Era el tipo de persona que se mezclaba con los muebles y ocupaba el menor
espacio posible. Lo opuesto a la pequeña y parlanchina Madison, de piel
aceitunada.
—Quieres decir que la estabas interrogando —corregí. No quería que
mi falsa prometida estuviera bajo un escrutinio innecesario. Su juego de
mentiras era probablemente tan malo como su sentido de la moda. Katie
retrocedió visiblemente, insultada por mi comentario, y, de inmediato, me
sentí como un idiota. A pesar del resentimiento que sentía por las relaciones
amorosas, en general era un humano decente con mi familia.
—Gracias, Chase. Puedo cuidarme sola. —Madison sonrió incómoda.
«Y puede que necesites cuidar del imbécil asexual con el que estás
saliendo».
—Tienes razón, cariño. Sé de primera mano lo buena que eres cuidando
de ti misma. —Levanté una ceja a modo de provocación y en referencia al
arsenal de juguetes eróticos que una vez encontré en el cajón de su cocina
mientras buscaba una cucharilla para el café. «Aprovecho el espacio, ¿de
acuerdo? ¡Vivo en un estudio!». Madison, como había imaginado, se
sonrojó al instante.
—El cuidado personal es importante. —Miró hacia el techo tratando de
no entrar en combustión.
—Predica, hermana. —Katie suspiró, las insinuaciones volaban sobre su
cabeza—. Estoy pensando en volver a terapia ahora que nos hemos
enterado de lo de papá.
La mirada de Mad volvió a Katie, y su rostro pasó del horror a la
tristeza.
—Oh, cielo. —Tocó el brazo de mi hermana—. Deberías hacer lo que
sea necesario para mejorar tu salud mental. Creo que es una gran idea.
—¿Fuiste a terapia? ¿Durante…? ¿Después de…? —Katie preguntó
esperanzada. Mi hermana era algo mayor que Madison, pero diez veces más
ingenua. Quizá debido a una crianza sobreprotectora, así como al lujo de no
conocer las dificultades de la vida.
—Bueno, no pude permitírmelo. —Madison arrugó la nariz y eso hizo
que Katie abriera los ojos de par en par, horrorizada. Sí. Se le había
olvidado que los psiquiatras eran algo que no todo el mundo podía
permitirse—. Pero tenía a mi padre. Y a muchos familiares, así que… —Se
encogió de hombros.
Hubo una pausa incómoda en la que probablemente Katie quiso
morirse, yo quise matar a alguien y Madison… ¿Quién demonios sabía lo
que sentía en ese momento?
—Bueno… —Mamá aplaudió con una alegre sonrisa y nos sacó de
nuestro ensimismamiento—. Vamos a dejar a la parejita a solas para que se
acomode. A las diez tomaremos un refrigerio. Nada formal, solo un poco de
comida y charla. Nos encantaría que asistierais si no estáis demasiado
cansados.
Mamá le dio un último apretón en la mano a Madison antes de sacar a
mi hermana de la habitación y cerrar la puerta.
Aparté el brazo de los hombros de Mad al mismo tiempo que ella se
giró hacia mí y me pisó el pie con todas sus fuerzas. Tardé un segundo en
darme cuenta de que tenía el pie encima del mío. No pesaba casi nada. La
mayoría del peso era tela y accesorios que probablemente había encontrado
en la cesta de descuento de Claire’s.
—No vamos a quedarnos en la misma habitación. —Movió el dedo
frente a mi cara. Empecé a aflojarme la corbata y entré con calma en el
vestidor, en el que me esperaba un guardarropa completo, adecuado para
cualquier estación. Sabía que me seguiría.
—Corrige esa frase, Madison, porque parece que sí.
—Esta casa tiene como trescientas habitaciones. —Estaba pisándome
los talones, moviendo el brazo a su alrededor.
—Doce —dije mientras abría el cajón de los relojes. «¿Rolex o
Cartier?». El menos pesado era la respuesta correcta, por si acaso volvía a
echarle el brazo por el hombro. Sabía que al menos debía fingir que me
gustaba frente a mi padre y tocarla era, por desgracia, parte de la farsa. Si
estuviera la mitad de feliz de lo que mamá y Katie estaban de verla, mi
lugar en el cielo estaría asegurado.
«Dios, espero que allí sirvan alcohol».
—Suficiente como para acostarme en otro lado. —Por el rabillo del ojo,
vi que Madison se apoyaba contra los estantes. Cintura estrecha. Caderas
anchas. Y no de forma desproporcionada, como esa familia de clones
humanos de la telerrealidad. Era exquisitamente femenina: delicada,
pequeña y redonda. Me preguntaba si el doctor Perfecto apreciaba eso de
ella.
—¿Por qué dormirían dos tortolitos en habitaciones separadas? —Cerré
el cajón y empecé a desvestirme. Confiaba en que Mad se girase si se sentía
ofendida por mi desnudez parcial. No es que fuera algo que no hubiera visto
antes. Y de cerca.
—Por muchas razones —dijo sin aliento, chasqueando los dedos—.
Celibato. Finjamos que me reservo para el matrimonio.
—Cariño, gemiste por villancicos en la despensa, el jacuzzi y tres de los
dormitorios, y en la piscina cuando nos quedamos aquí en Navidad. Tu
virtud no habría encontrado el camino de regreso a tu cuerpo ni con un
mapa, una brújula o un GPS.
—¿Nos oyeron? —Abrió los ojos de par en par y volvió a sonrojarse.
Debía admitir que era un bonito sonrojo. Tenía las mejillas coloradas y sus
rasgos eran suaves. Qué pena que también tuviera la habilidad de
engañarme para comprometerme cuando no prestaba atención.
—Sí, mi familia lo oyó. Y también los de Maine.
—Dios Santo.
—Ya, ya, celebramos el cumpleaños de su hijo, pero fui yo quien hizo
todo el trabajo sucio.
—No recuerdo que te quejaras.
—Eso era algo difícil teniendo en cuenta que tenía la boca
estratégicamente situada entre tus piernas.
Me dio un golpe en el pecho desnudo antes de darse la vuelta y caminar
de un lado a otro. Entrelazó las manos en su nuca mientras yo seguí
desnudándome hasta quedarme en calzoncillos, flexionando todos los
músculos del cuerpo. No estaba por encima de la vanidad (a decir verdad,
no estaba por encima de la mayoría de las cosas).
—No voy a compartir la cama contigo. —Ella negó con la cabeza, se
detuvo y señaló el suelo—. Eres bienvenido a dormir en la alfombra.
Resistí el impulso de preguntarle si se refería a tener otra ronda con lo
que tenía entre las piernas e incliné la cabeza.
—No sé si eres consciente, Mad, pero es posible que dos personas
duerman en la misma cama sin tener sexo. Se han registrado casos así a lo
largo de la historia.
—En ningún caso estabas implicado. —Me lanzó una mirada punzante
mientras ignoraba mi estado de desnudez. Tenía razón. No estaba
acostumbrado a que tomara las decisiones o a que me rechazaran, en
general. Cuando salíamos, Madison se dejaba llevar y bailaba al son de mi
música.
Estaba claro que eso no era lo que estaba haciendo ahora, y no sabía
cómo reaccionar ante ello.
Iba a lanzar otro argumento cuando abrió la maleta y empezó a sacar la
ropa. Esta aterrizó en el suelo formando un montón de telas estampadas.
Ideal para encender una hoguera.
—No vas a convencerme de lo contrario, Chase, así que te sugiero que
te pongas cómodo en el suelo con una almohada y una manta. No dudaré en
irme a casa si no respetas mis límites.
—¿Con qué coche exactamente?
—Con un Uber si es necesario. No me pongas a prueba, Chase. No soy
tu prisionera.
—Ni yo era el tuyo —murmuré.
—¿Perdona? —Levantó la cabeza.
—Qué extraño, no sabía que eras dada a eso.
—¿A qué?
—A respetar los límites.
—¿En qué momento no respeté tus límites? —Tenía los ojos tan
abiertos que me veía reflejado por completo en ellos.
«Cuando me hiciste tu novio sin mi consentimiento».
Me di cuenta de que, aunque lo había dicho para mis adentros, sonaba
muy cobarde. Podía haber dejado la relación con Madison en cualquier
momento. Yo había elegido seguir. Yo elegí sus excelentes habilidades
culinarias y sexuales, y la comodidad de borrar las aplicaciones de citas por
encima de mis principios.
También elegí arruinarlo todo.
Hice un cálculo aproximado. Si la engañaba, ella me dejaría y en algún
momento volvería (todas lo hacían). Entonces, tendríamos una relación más
casual, sin ataduras. No era un completo cerdo. Le alquilaría una vivienda
mejor de la que tenía y le compraría cosas bonitas. Simplemente, no quería
sentar la cabeza. Me molestaba incluso mencionarlo. «Sentar la cabeza era
conformarse». Te conformabas con un coche feo porque era lo bastante
seguro para tu familia. Te conformabas con una cita aburrida para follártela
al final de la noche. No te conformabas cuando se trataba de toda tu maldita
existencia.
La cosa es que Mad nunca regresó. Explotó, rompió conmigo y se fue
para siempre. Aunque terminó enviándome un regalo de cumpleaños en
forma de bolsa de pelos de Daisy y su última factura del veterinario (que,
para que se sepa, pagué como buen perdedor). Todavía recuerdo la nota que
adjuntó a factura.

Chase:
He esterilizado a Daisy. Creo que los dos estamos de acuerdo
en que nada que proceda de ti debe reproducirse jamás. Paga la
factura en cuanto puedas.
Madison

De vuelta a la realidad, a la habitación compartida, apreté la mandíbula.


Le respondí a Madison entre dientes:
—Vale. Si tanto te preocupa rozar tu culo contra mi entrepierna esta
noche, dormiré en la alfombra.
—Gracias. —Frunció la boca. Noté que hacía un esfuerzo por no reírse.
¿Por qué iba a hacerlo? Noté que me ardían las orejas. Resistí el impulso de
tocarlas. No me había sonrojado. Eso era un hecho. Nunca me sonrojaba.
—Deja de mirarme. —Entrecerré los ojos y me eché una toalla de baño
por el hombro.
—Deja de señalarme. —Reprimiendo una sonrisa, volvió a la tarea de
tirar sus horribles vestidos al suelo. ¿Señalarla? ¿Estaba loca?
Miré hacia abajo.
Oh.
Oh, no.
Me di la vuelta y me la coloqué bien por debajo de los calzoncillos
Armani mientras pensaba: «Joder, joder, joder».
—Sí, lo sé. —Suspiró a mis espaldas—. Por lo general, eso es en lo que
piensas cuando tu cuerpo reacciona así.
¿Lo había dicho en voz alta? ¿Qué cojones me pasaba?
—Ve a ponerte presentable —murmuré mientras me dirigía con paso
firme a la ducha, por si volvía a darme por actuar como una chica. Por
ejemplo, sonrojándome de nuevo o tal vez desmayándome en sus brazos—.
Y, por el amor de Dios, trata de no ponerte nada estampado.

Se vistió con ropa estampada de la cabeza a los pies.


Llevaba unos tacones negros con dibujos de cruces blancas, un vestido
de flores y una diadema de cuadros. Se había hecho en el pelo eso que tanto
me gustaba. Llevaba el flequillo muy liso, y el resto de la melena, corta y
ondulada, le caía sobre el cuello y la cara en cascada.
Su estilo me recordó a su apartamento. Su interior era una explosión de
colores que parecía una piñata llena de muebles de segunda mano y malas
decisiones. No diría que fuera una persona que almacenaba cosas de forma
compulsiva, pero su apartamento no se veía bonito. Tal vez Madison
Goldbloom fuera la persona más sentimental del planeta Tierra. Lo
coleccionaba todo, lo que incluía (y no se limitaba a ello) macetas, telas,
bocetos, postales, invitaciones de bodas, gomas para el pelo, recuerdos
turísticos, un maniquí con forma de caniche hecho exclusivamente de
corchos de botellas de vino e incluso una pieza de arcilla con forma de
príncipe. 
«Desorden, desorden y desorden».
No tenía ni idea de lo que me atraía de esta chica, además del talento
que tenía para ofender a cualquier par de ojos en un radio de unos
trescientos kilómetros. Diseñaba bonitos vestidos de novia para una
empresa exclusiva de vestidos de novia. Lo sabía muy bien (los diseños se
vendían como churros), ese era el motivo por el que nos habíamos asociado
con ellos. Sven decía que era su empleada más valiosa. No lo cuestioné
cuando salíamos.
«Debería haberlo hecho».
Mad bajó la escalera mientras el resto estábamos sentados en el
comedor. El personal entró en acción y se puso a servir la comida en cuanto
se sentó en una silla a mi lado al tiempo que sonreía y saludaba con la mano
a todos.
—Lo siento, no me he dado cuenta de que estabais esperando.
Madison tenía la habilidad de ser un tímido alhelí frente al mundo y una
pequeña ninfa en el dormitorio. Con el pie, arrimé su silla a la mía y
nuestras piernas y brazos se rozaron. El acercamiento hizo resonar el suelo
de mármol y provocó las risas de todos los asistentes.
—Ya te echa de menos, qué dulce. —Katie se llevó la mano al pecho.
Tenía la voz ronca de la emoción. Madison soltó una risa nerviosa e
histérica. Apreté los dientes en silencio.
«No la cagues, Goldbloom».
—Cerdo de granja Mecox asado en caja china, pastel de beicon,
ensalada de col con suero de leche y cebolleta sobre un lecho de barritas de
pretzel —explicó una de las asistentes a Madison mientras señalaba los
distintos platos de la mesa. En lo que respecta al aperitivo de las diez, fue
una fiesta en toda regla. Mis padres no pudieron evitarlo. Me molestaba
contarles a mi madre y a Katie que Madison y yo no estábamos juntos.
Aunque no tendría que lidiar con ello hasta que mi padre… Hasta después
de lo de mi padre.
No era capaz de pronunciar esa frase.
Mi padre estaba muriéndose y no podía ayudarlo. Estaba acostumbrado
a utilizar el dinero para arreglar los problemas, y la idea de estar indefenso
contra algo tan profundo, algo que alteraría mi vida radicalmente, me
irritaba de una forma irracional.
Madison sonreía y asentía obediente cuando correspondía. Se inclinó
hacia adelante en la larga mesa y se dirigió a mi padre, que la presidía y
parecía más pequeño de lo que era antes de que nos enterásemos de su
enfermedad.
—Muchas gracias por invitarme, señor Black.
—Bueno, en realidad no sabía cuánto tiempo tendría para conocerte. —
Le dedicó una de sus poco habituales sonrisas verdaderas. Ella carraspeó—.
Parece que Chase y tú os habéis enamorado de verdad el uno del otro. El
matrimonio es una decisión importante y la habéis tomado poco después de
un año de relación, y con esos extensos horarios de trabajo, que no nos han
permitido conocerte.
Empezaba a sentir un poco de lástima por Madison. Mi familia y todos
parecían representar al poli malo.
—¿Puedo simplemente decir que lamento que esté… Bueno, que
esté…? —empezó a decir Mad.
—¿Muriéndome? —Terminó la frase por ella con tono seco—. Sí, cielo,
yo tampoco estoy muy contento.
Ella se sonrojó y agachó la vista hacia su regazo.
—Lo siento. En ocasiones como esta, me faltan las palabras.
—No es culpa tuya. —Tomó un sorbo de whisky con movimientos
lentos y medidos. Era como una versión de mí más mayor, con un montón
de canas, de gran altura y ojos árticos—. Dudo que a alguien se le dé bien
hablarle a una persona moribunda sobre su situación. Al menos sé que
Chase tiene a alguien en quien apoyarse. No es tan duro como parece, ya
sabes. —Levantó una ceja.
—Resulta que Chase está aquí —dije, señalándome. Sabía que
encontraría divertida mi molestia— y es parte de esta conversación.
—Confía en mí, sé que Chase tiene un lado frágil. —Madison me dio
una palmadita en el hombro mientras seguía sonriéndole a mi padre. Una
clara indirecta hacia mí. Uno-cero para el equipo visitante.
—Frágil es un poco exagerado. —Sonreí con buen humor.
—¿Delicado, mejor? —Giró la cabeza y me miró con ojos
entrecerrados, con una gran sonrisa.
Dos-cero.
—Sensible es la palabra que estás buscando. —Julian chasqueó la
lengua y mostró su característica sonrisa de gato de Cheshire en todo su
esplendor al mismo tiempo que mamá soltó una carcajada—. Encantado de
conocerte, soy Julian.
Extendió la mano sobre la mesa. Mad se la estrechó. Tuve el repentino
impulso de derribar la mesa.
—Sensible. —Mad saboreó la palabra en la lengua y le sonrió a mi
primo—. Me gusta. Es como un puercoespín en un documental de
tiburones.
Ese comentario provocó que Katie, mamá, papá, Julian y Amber se
echaran a reír. Fue un momento familiar tan normal que ni siquiera estaba
abiertamente molesto con Madison por burlarse de mí ni con Julian por
existir. Era el primero que teníamos desde que supimos lo de papá y la
primera vez que había visto a Julian complacido en años.
Todos empezaron a comer. Excepto Amber, pero saltarse las comidas en
favor del alcohol era habitual en ella. Mad se encogió en su asiento
mientras bebía de la copa de cava como si fuera agua. Al principio no presté
mucha atención a lo que hacía. No había comido desde el desayuno. Pero,
cuando pasaron diez minutos y todavía tenía el plato vacío, apreté los
dientes de la irritación.
—¿Qué ocurre? —siseé de soslayo.
La comida estaba bien. Más que bien. La había cocinado un fenómeno
gastronómico con una estrella Michelin, no un segundo chef procedente de
Brooklyn que quería ganar dinero rápido en fin de semana.
—Nada —contestó justo cuando empezaba a rugirle el estómago. No
era un sonido nada femenino. Era como si los intestinos trataran de luchar
contra el resto de su cuerpo.
Me incliné hacia ella y le rocé la oreja con los labios para que pareciese
que estábamos compartiendo una conversación íntima, una que no incluía el
tema del estómago rugiendo a lo Freddy Krueger.
—Mientes muy mal y yo soy un capullo impaciente. Escúpelo,
Madison.
—No tengo ni idea de lo que es ninguno de los platos que ha nombrado
el personal —susurró al mismo tiempo que el sonrojo volvía a hacer acto de
presencia—. Algunos me resultan totalmente irreconocibles. Lo siento,
Chase, pero el pastel de beicon suena a algo que debería prohibirse en los
cincuenta estados.
Apreté los labios para intentar no echarme a reír. Cogí su plato y
empecé a llenarlo de comida con la seguridad de que así me ganaría puntos
en la habitación de los falsos prometidos. Mamá miraba entusiasmada en
silencio mientras yo deslizaba el plato hacia Madison y le sonreía con lo
que esperaba que pareciese calidez (inspiración: Jesse Metcalfe en Una
boda country).
—Esto te gustará… —«No digas cariño… No seas ese cliché»—. Nena.
—¿Cómo estás tan seguro… —Madison también vaciló, ya que era
consciente de que todos los ojos estaban puestos en ella—…, querido?
Amber estuvo a punto de escupir el vino de la risa.
—Conozco tus gustos.
—Lo dudo.
—Confía en mí —dije entre dientes a través de mi falsa sonrisa.
—Nunca —susurró.
Aun así, agarró el tenedor y pinchó una col de Bruselas salteada y
empanada con una mezcla de pan rallado, especias y nata. Puso los ojos en
blanco después de masticarla tres veces. El sonido que brotó del fondo de
su garganta provocó una sacudida de agradecimiento en mi pene.
—Ahora veo la luz. —Suspiró. Deseaba mostrarle otras cosas.
Arrastrarla hacia mi lado oscuro durante un ratito y luego devolverla a su
brillante existencia.
—Entonces, Madison —ronroneó Amber desde el otro lado de la mesa
mientras recorría la copa de cava con una uña puntiaguda de una forma
cómicamente malvada. Me preparé. Amber era, sin lugar a dudas, la
persona más peligrosa de la mesa—. ¿Cómo se propuso nuestro Chase?
«Nuestro» Chase. Como si yo fuera un maldito jarrón. Eso deseaba ella.
Amber llevaba unas uñas acrílicas puntiagudas de bruja, extensiones
como para hacer tres pelucas, pestañas postizas y un escote que no dejaba
nada a la imaginación. La petulancia flotaba a su alrededor como una nube
de perfume. Tenía mi edad (treinta y dos) y sus aficiones estaban limitadas a
la cirugía plástica, encontrar la nueva dieta o entrenamiento que los
famosos habían puesto de moda y discutir en público con su marido. Julian
le colocó el brazo sobre el hombro y movió las cejas como diciendo que era
hora del espectáculo.
«Prepárate para una actuación digna de un Óscar, primo».
—¿Que cómo se propuso? —repitió Mad con una sonrisa más tirante
que la frente de Amber. Todas las miradas estaban puestas en ella. Suponía
que Madison quería algo un poco más romántico que la historia de cómo
nos habíamos conocido. Una mañana coincidimos en el mismo ascensor, el
que Black & Co. y Croquis compartían, y, en vez de continuar mi camino
hasta la última planta del edificio, es decir, la de dirección, entré en el
estudio de Croquis con ella, me incliné sobre su mesa de dibujo y le
pregunté qué había que hacer para meterse entre sus piernas, aunque no con
tantas palabras. Madison se bebió su segunda copa de cava antes de dejarla
en la mesa y levantar la mirada hacia Amber—. Pues la verdad es que la
propuesta fue muy romántica —jadeó.
«¿Está borracha?». La necesitaba sobria. Estaba nadando con los
tiburones, sangrando en el agua. No, estaba a punto de volver a ser la nueva
Maddie, lo que significaba que estaba a punto de volver a desgarrarme.
—Ah, ¿sí? —Julian entornó los ojos con escepticismo. 
Me molestaba que la mirara. Reformularé la frase: últimamente, él no
me gustaba, punto. Y, en especial, no me gustaba cómo miraba a Madison.
Había algo siniestro en el brillo obsidiano de su mirada. Yo no era posesivo,
pero tendría que machacarle la cara si seguía mirándola así, como si no
estuviera seguro de si quería acostarse con ella, burlarse de ella por sus
escasos conocimientos sobre protocolo social o ambas cosas.
—Sí. —Mad se mordisqueó un labio mientras me lanzaba miradas.
«Maldita sea»—. Estábamos en el paseo marítimo de Brooklyn Heights
disfrutando de unas vistas muy románticas…
—¿Chase fue a Brooklyn? —Amber la interrumpió y levantó una ceja
acentuada con microblading. Error de principiante. Todo el mundo sabía
que lo que estaba al sur del East Village y al norte de Washington Heights
estaba muerto para mí. Diablos, consideraba que Inwood ya era el
extranjero.
Madison emitió un sonido de «Mmmmmmm» y tomó otro sorbo de
cava. Parecía un animal atrapado, acorralado y asustado. Pero, si la
ayudaba, resultaría sospechoso. Me sentía como una mamá tortuga
observando a su torcida cría tambalearse hacia el mar con la certeza de que
tenía un cinco por ciento de posibilidades de sobrevivir.
Entonces, sucedió un milagro navideño en julio. Madison se aclaró la
garganta, se enderezó y encontró su voz.
—Estaba apoyada en la barandilla, contemplando las vistas. Antes de
que supiera lo que estaba ocurriendo, él se hincó de rodillas ante mí. Estaba
como un flan, sudoroso y balbuceante. Qué nervioso estaba. Pero entonces
dijo algo muy dulce. Recuerdas lo que me dijiste, ¿cariño? —Se giró hacia
mí mientras parpadeaba de forma angelical. Le dediqué una sonrisa
cortante. Quería algo así como «Eres el amor de mi vida, la luna y las
estrellas» o «No puedo vivir sin ti y, francamente, no tiene sentido
intentarlo». O hasta [añadir cualquier otro cliché de las felicitaciones
Hallmark que hubiera escuchado durante mi investigación y me hubiera
provocado arcadas].
—Por supuesto. —Le agarré la mano, me llevé los nudillos a la boca y
los rocé con ella. Se le puso la piel de gallina y sonreí en el dorso de la
mano al saber que todavía compartíamos bastante química sexual como
para hacer explotar la mansión—. Te dije que tenías un bigote de mostaza y
luego te limpié la carita.
La sonrisa de Mad se desvaneció. Amber dejó escapar una risa metálica.
Mis padres y Katie sonrieron. Julian entrecerró los ojos mientras lanzaba
miradas hacia Mad y hacia mí.
—Continúa. —Apoyó la barbilla en los nudillos. Julian era diez años
mayor que servidor. Un hombre con aspecto de Saturno. Alto, con
michelines y una cabeza calva y brillante que te hacía desear frotarla para
ver si le salía un genio de la oreja.
Mad miró a uno y a otro, captando las vibraciones asesinas.
—Me ayudó a limpiarme la, eh, mancha de mostaza, y luego me dijo
que al principio quería esperar un poco más, que un año no es nada de
tiempo, pero que me amaba demasiado. Que era todo su mundo. Creo que
la palabra que utilizó fue que estaba «obsesionado». Empezó a hablar
efusivamente. Fue un poco vergonzoso, la verdad. —Me dio un pisotón por
debajo de la mesa, desafiándome a contradecir su historia—. Hasta tal
punto que empezó a llorar…
—¿Chase? ¿Llorar? —Amber arrugó la nariz, visiblemente horrorizada.
Estaba a sesenta y nueve pasos de distancia de la habitación, y yo estaba
ansioso por arrastrar a Madison hasta allí y darle unos azotes por cada
mentira que había soltado en la cena.
—No llegó a sollozar, pero… —Madison se giró hacia mí, me soltó otra
palmadita ridículamente femenina en el brazo y me dedicó una mirada de
tres-cero para el equipo visitante. No podía contradecir su versión de la
historia. No en público, cuando se suponía que estábamos vendiéndonos
como una pareja enamorada. Sin embargo, iba a tomar represalias por esta
pequeña artimaña.
—Fue emotivo —concluí mientras tomaba un leve sorbo de whisky—.
Aunque, a decir verdad, tenía los ojos empañados sobre todo por el vestido
de cuadros marrones y verdes con lunares azules, cariño. Era difícil de
mirar.
—Pero supongo que quitárselo fue un placer. —Julian estaba
provocándome con una fría sonrisa en los labios.
Mi padre dejó caer los cubiertos en el plato y se aclaró la garganta de
forma deliberada. Julian levantó la vista e ignoró la incomodidad de los
comensales. A veces, irritarme estaba por encima de actuar como un
verdadero ser social. Era algo que había desarrollado no hacía mucho
tiempo y que no me gustaba en absoluto.
—Eso ha sido algo totalmente inapropiado por mi parte. Te pido
disculpas, Madison. Las bromas fraternales han ido demasiado lejos.
«Fraternal», y un cuerno. 
—Por favor, llámame Maddie. —Inclinó la cabeza.
—Maddie —repitió mi padre mientras se echaba hacia atrás. Tomé una
nota mental para recordarle a Julian que no descartaba la idea de lanzarlo
por una ventana abierta si acosaba sexualmente a mi falsa prometida.
—Debo admitir que teníamos nuestras dudas, ya que no te hemos visto
desde Navidad. Pensábamos que Chase se había enfriado —dijo papá,
inmovilizándome con la mirada.
—Este hombre no tiene nada de frío. —Madison le lanzó una gran
sonrisa a papá y me pellizcó la mejilla. Dios, qué bien que esto fuese a
terminar en un par de días. Esta mujer iba a llevarme al alcoholismo—. Es
el hombre más caliente que he conocido en mi vida.
Soltó la frase antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo. Me giré y
la miré con una sonrisa de suficiencia. Se le pusieron las mejillas
sonrosadas. El cuello y las orejas también.
—Gracias por casarte con este salvaje —dijo papá con una sonrisa.
—Me debe una —bromeó. Todos se rieron. «De nuevo».
Entablamos una conversación agradable mientras se servían más platos.
Treinta minutos más tarde, Katie se enderezó y frunció el ceño.
—¿Dónde está Clementine? —Pinchó una baya que nadaba en su
gaseosa con un palillo y se la metió en la boca. Esperaba que la falta de
alcohol de su copa fuera señal de que había retomado su medicación. Eso
sería una evolución alentadora. La ansiedad de Katie hacía que toda su vida
se descentrara y, aunque era excelente en lo que hacía, marketing, yo sabía
que ella quería conocer a un buen chico y sentar cabeza. No podía hacer eso
mientras fuera mentalmente frágil.
—Arriba, durmiendo. —Amber movió el cabello rubio platino y me
lanzó una mirada cortante—. Ni siquiera pudo ver a su tío favorito.
—Mañana lo hará —dije con voz entrecortada.
—Gracias por dedicar algo de tiempo de tu agenda para verla. Sé lo
ocupado que estás. —Más sarcasmo.
Levanté la copa fingiendo hacer un brindis.
—Lo que sea por mi sobrina.
«Y nada por sus padres».
—Maddie, supongo que no estás de humor para jugar al Monopoly con
nosotras, ¿no? Estarás exhausta. —Mamá se giró hacia mi falsa prometida
batiendo las pestañas. Estaba dorándole la píldora—. Es una tradición que
las mujeres Black siguen cada vez que están en los Hamptons.
Mad reaccionó.
—¿En serio? No recuerdo que lo hiciéramos en Navidad.
Me abstuve de decir que eso era porque mamá se acababa de inventar
esa tradición. Mi familia se había vuelto loca por esta mujer, y no estaba
completamente seguro del motivo.
—Queríamos daros a Chase y a ti algo de… tiempo a solas, ya que
lleváis poco tiempo juntos.
Me alarmó que mamá se interesara más por Madison que yo por la bolsa
de valores. Tal vez simplemente le gustaba la idea de que yo no muriera
como un grinch, viejo y solo. Madison era la única mujer que había llevado
a casa desde la Innombrable.
—Me encantaría —exclamó Mad con alegría. No dudé de su
entusiasmo. Sabía que, antes que pasar un minuto más conmigo, preferiría
darse un baño en una freidora.
Katie y mamá intercambiaron una mirada, esa que compartían cuando
veían Orgullo y Prejuicio y Colin Firth tartamudeaba algo encantador en la
pantalla.
Apuñalé el filete como si hubiera intentado apuñalarme a mí primero,
mientras observaba la sangre en mi plato y sentía una guillotina colgando
sobre mi cabeza.
Mad estaba echando sus odiosas y coloridas raíces estampadas en la
familia Black, y mis padres y mi hermana se habían quedado prendados. 
«Pero yo no». Yo era el único Black inmune a sus encantos. A sus
sonrisas. A su corazón.
Me lo prometí.
Capítulo cinco
Maddie

1 de marzo de 2001

Querida Maddie:
Hoy no ha sido un buen día. Sé que te has disgustado cuando
te hemos dicho que no podíamos permitirnos pagarte la excursión
a la Estatua de la Libertad. Tu padre y yo estamos pasando por
una mala racha económica, eso no es un secreto, pero me
gustaría que lo fuera. Me gustaría que pudiéramos escondértelo y
que pudiéramos permitirnos todo lo que quieras hacer.
Me gustaría darte muchas cosas, pero no puedo. Mi
tratamiento es cada vez más costoso y, desde que tu padre tuvo
que contratar a alguien para que atendiera la tienda mientras
estoy en tratamiento o en recuperación, ahora tratamos las cosas
que dábamos por sentadas como lujos.
Lo que hoy me ha roto el corazón no ha sido que estuvieras
triste por lo de la excursión, sino que trataras de ocultarlo.
Tenías los ojos y la nariz rojos cuando has vuelto de tu
habitación, pero sonreías como si no hubiera pasado nada.
Dato curioso del día: el jazmín se llama reina de la noche en
la India por su fuerte aroma después del anochecer. Te he dejado
unos en la habitación. Es mi forma de pedir disculpas. Recuerda
cuidarlos. Puedes aprender mucho del sentido de la
responsabilidad y la devoción de una persona por la forma en
que cuida de las flores.
Gracias por cuidarnos, incluso cuando no podemos hacerlo
contigo en todas las áreas de tu vida.

Con amor,
Mamá

—Para ser honestos, pensé que no te gustábamos mucho. —Katie


arrastró el dedal por el tablero del Monopoly con el ceño fruncido por la
concentración. El salón estaba bañado de luz dorada. Sobre el suelo de
madera se exponían varias alfombras lujosas, la chimenea era digna de
Pinterest y los cobertores, hechos a mano, de color crema y azul, me hacían
sentir como si estuviera en una de esas películas de Jennifer Aniston donde
todo siempre parecía perfecto.
En las dos últimas horas, Katie había comprado los cuatro ferrocarriles
del juego y yo estaba en proceso de comprar más de tres casas del grupo de
color naranja. La última vez que presté atención, nos había dado una tunda
a Lori y a mí dejándonos con miserables cobertizos en las peores partes de
la ciudad y con lo puesto. Afortunadamente, Lori y yo compartíamos una
botella de vino y chismes sobre la familia real, con la que parecía que las
dos teníamos una obsesión enfermiza. Habíamos pasado la última hora
diseccionando el vestido de novia de Kate Middleton antes de pasar al tema
serio: la tiara de boda de Meghan.
—¿Estás de broma? —Apoyé la copa de vino contra mi mejilla
ardiente, disfrutando de su frescor. Probablemente hablaba arrastrando las
palabras. Cuatro copas de cava y una de vino en un estómago casi vacío no
eran una buena combinación, pero tenía que mitigar todos los estímulos
relacionados con Chase. Era demasiado con lo que lidiar—. Me encantáis.
Ronan es como un icono de moda legendario, Lori es la madre que desearía
tener y tú… Katie, tú eres… —Me detuve y parpadeé mirando el tablero del
Monopoly. Odiaba la idea de que pensaran que no había vuelto por ellos.
Odiaba que Chase les hubiera ocultado la verdad y me hubiera demonizado
en el proceso—. De verdad, eres una persona con la que podría tener una
gran amistad. La primera vez que te vi, en Navidad, se me rompió el vestido
por el trasero. No lo pensaste dos veces, me llevaste a tu habitación y me
prestaste algo para ponerme. —Algo de Prada, para ser exactos—. Eres
increíble, Katie. Realmente increíble. —Me incliné hacia adelante y le puse
una mano en el hombro. No supe determinar, a través de la neblina causada
por el alcohol, si se trataba de un momento tierno o incómodo.
Tenía la mirada fija en mí.
—¿En serio? Porque pensé que tal vez fuera por mí.
—¿Por qué iba a ser por ti? —Abrí los ojos como platos.
—No lo sé —contestó Katie de una forma tan dulce y tímida que
parecía una niña, y eso que era mayor que yo. Le salió la voz como de
cristal roto.
—No, eres perfecta —dije entre hipos—. Te quiero.
¿Había declarado mi amor a una extraña? Esa fue mi señal para
retirarme antes de que Maddie la Mártir se convirtiera en Maddie la
Espeluznante y se desmayara sobre el tablero del Monopoly.
—Creo que será mejor que me vaya a la cama. ¿Quién ha ganado? —
Miré el tablero con los ojos entrecerrados. Estaba borroso, las pequeñas
piezas nadaban a su alrededor como si estuvieran persiguiéndose entre ellas.
Volví a decir entre hipos—. ¿Yo?
—En realidad, me debes dos mil dólares y una casa en la avenida
Tennessee. —Katie se rio y empezó a sacar al perro escocés, el sombrero de
copa y el dedal del tablero. 
Bostecé, se me cerraban los ojos. Estaba dando cabezadas de un
segundo entre parpadeo y parpadeo. En algún lugar del fondo de mi
cerebro, me di cuenta de que mi comportamiento había sido lamentable,
nada que ver con la prometida responsable y brillante que Chase quería que
fuera. Que le den. No le debía nada. Mientras su familia se lo pasara bien…
—Espero que te gusten las casas a reparar y que aceptes vales, Katie,
porque estoy completamente arruinada —resoplé.
—Está bien. Solo es un juego. —Katie dobló el tablero y lo metió en la
caja mientras tarareaba para sí misma. Era muy agradable y dócil. Todo lo
contrario a su hermano mayor. Era como si él se hubiera llevado toda la
crueldad del ADN familiar antes de nacer.
—Sí, bueno, también estoy totalmente arruinada en la vida real. —Me
reí.
«Hora de irse a la cama, Miss Desastre Exprés».
Me levanté tambaleándome. Sentía las rodillas de gelatina y una extraña
presión en los ojos. Saber que iba a enfrentarme a Chase cara a cara me
provocaba urticaria. Había tratado de posponer el encuentro tanto como
había podido con la esperanza (rezando por ello literalmente) de que
estuviera dormido cuando volviera a la habitación.
—No por mucho tiempo —se rio Lori.
Yo también me reí. Luego me detuve y fruncí el ceño.
—Espera, ¿a qué te refieres?
—Bueno —Lori se encogió de hombros y se quitó una pelusa
inexistente del pantalón mientras Katie guardaba la caja del Monopoly—,
vas a casarte con Chase, cariño. Y Chase está… bien dotado.
Katie se atragantó con el refresco, mientras que yo utilicé cada gramo
de autocontrol para no estallar en carcajadas.
—Oh, Lori, no tienes ni idea —contesté.
Ahora fue Katie la que se rio. Fue todo un espectáculo. La esbelta
belleza de cabello oscuro recogido hacia atrás con cuidado se dejó llevar y
se rio. Yo sonreí. Me preguntaba cuándo había sido la última vez que se
había divertido de verdad. Luego resistí el impulso de invitarla a salir con
Layla y conmigo. Maddie la Mártir necesitaba desconectar este fin de
semana para asegurarse de que las cosas no se complicaban demasiado.
Sin embargo, Lori no se equivocaba. Chase era multimillonario. Su
nivel de riqueza era el de inodoros de oro y jets privados con columpios
sexuales. Era el tipo de riqueza de «vamos a quemar billetes para ver si eso
hace que sientas algo». El tipo de riqueza aterradora y hastiada que parecía
totalmente inalcanzable para mí.
Entonces caí en la cuenta de que nunca había considerado el dinero de
Chase como un factor cuando salimos de verdad. Su riqueza estaba en el
telón de fondo de nuestra relación, como un gran mueble que aprendí a
pasar por alto, aunque fuera una parte del paisaje. Cuando me preguntó qué
quería para Navidad, le dije que necesitaba un cojín eléctrico nuevo.
Costaba veinticinco pavos en Amazon, disponible en Prime, con la opción
incluida de envolverlo para regalo por un suplemento adicional. Chase se
rio y me compró un par de pendientes de diez mil dólares en su lugar. No
entendía por qué no estaba cautivada por el lujoso regalo. La verdad era que
no tenía un duro después de Navidad y había contado con el cojín eléctrico.
No quería algo caro e inútil. Quería algo económico y práctico.
El comentario de Lori me quitó la borrachera por un instante. Asentí
con la cabeza y regresé al modo de prometida encantada.
—Oh, sí. Claro. Seré muy responsable con su dinero. Es decir, nuestro
dinero. El dinero en general. —«Cállate, cállate, cállate»—. No gasto
mucho.
—Bueno, todos sabemos que yo tengo el problema contrario. —Katie
desvió la mirada a sus pies.
Desesperada por cambiar de tema, aplaudí, de pie en medio de la sala.
—A todo esto, ¿dónde está Amber? Tenía muchas ganas de conocerla.
Y, cuando decía que tenía «muchas ganas», me refería a que no me
apetecía en absoluto; no obstante, pensé que era algo que debía decir.
Katie y Lori intercambiaron miradas. Estaba borracha, pero no era
estúpida; estaban comunicándose con la mirada como hacían papá y mamá
cuando ella todavía vivía para decidir algo que se suponía que yo no sabía.
—Estaba cansada —dijo Katie al mismo tiempo que Lori murmuró:
—Creo que le ocurrió algo.
Uh.
Así que no le gustaba a Amber. Y, hasta donde sabía, sin razón aparente.
—Qué pena —dije.
—Sí —murmuró Lori en un tono que transmitía que ciertamente no era
así. Entonces, recordé que Lori y Amber no habían hablado mucho durante
la cena. Amber había estado muy ocupada con el teléfono o mirándonos a
Chase y a mí, esperando, al mismo tiempo, que uno de los dos entrara en
combustión espontánea.
Di un beso en la mejilla a Lori y a Katie, me despedí de ellas y me giré
hacia la puerta. Me prometí no darle vueltas al motivo del desagrado de
Amber conmigo. No había hecho nada malo.
«Aparte de engañar a toda la familia Black», dijo una vocecita en mi
interior. Pero Amber no estaba al tanto de eso, ¿no? Recordé que parecía
que no se había creído la historia de Brooklyn. Ni tampoco su marido,
Julian. Me preocupaba haberla cagado. Si Ronan se enteraba de que Chase
y yo estábamos mintiendo, se sentiría devastado, y yo no podría vivir
conmigo misma.
Subí las escaleras con los pies descalzos. Sentía la suave alfombra de
terciopelo entre los dedos de los pies. Todo era de color crema, azul marino
y azul claro. De estilo rústico náutico con grandes muebles y madera
pintada de blanco. Parecía algo surrealista formar parte de este lugar. Como
si hubiera mentido para estar aquí. Aunque, de algún modo, había sido así.
Llegué a la segunda planta aferrándome al pasamanos como si me fuera
la vida en ello, todavía mareada por el alcohol. Pasé tambaleándome por las
puertas del pasillo. Una de ellas estaba entreabierta. Era una puerta doble.
Un gruñido bajo y grave se filtró por ese espacio.
—Por encima de mi cadáver.
Me quedé congelada al reconocer la diabólica voz de Chase. Sonaba
listo para asesinar a quienquiera que estuviera con él en esa habitación, y no
quería estar allí cuando eso sucediera.
«Muévete», susurró algo dentro de mí. «No hay nada que ver aquí. No
es de tu incumbencia, no es tu guerra».
Miré la hora en el teléfono. La una de la madrugada. ¿Qué diablos hacía
levantado y con quién estaba discutiendo? La curiosidad se apoderó de mí.
Me apoyé contra la pared y contuve la respiración, con cuidado de no ser
descubierta.
—Si eso es lo que hace falta… —dijo Julian de forma sarcástica.
También reconocí su voz. Tenía rastros de acento escocés esparcidos en sus
palabras por aquí y por allá. La familia de Ronan Black procedía de
Edimburgo. A Julian, el hijo de la difunta hermana de Ronan, lo habían
enviado en un vuelo desde Escocia a la temprana edad de seis años para
vivir con la familia cuando sus padres murieron en un fatal accidente de
coche el día de Navidad. La pareja Black, Lori y Ronan, una vez dijeron en
una entrevista que Julian fue el mejor regalo de Navidad que habían
recibido en su vida. Lo había leído en la página de Wikipedia de la familia
Black cuando me obsesioné con Chase durante el primer mes de relación.
Julian y Chase crecieron como hermanos y, según Wikipedia, se llevaban
bien. Quienquiera que hubiera escrito la página lo había hecho drogado,
porque durante los seis meses que salí con Chase, apenas mencionó a su
primo y nunca me lo presentó. Ahora que Julian estaba aquí, él y Chase
actuaban como enemigos acérrimos.
—No confundas la devoción que siento por mi padre con debilidad.
Estoy centrado en su salud y su bienestar. Si le sucede algo… —Chase dejó
la frase sin terminar.
Metí la nariz en la rendija que había entre las puertas y eché un vistazo.
Estaban de pie en una biblioteca en penumbra. Era una sala preciosa con
estanterías blancas que iban del techo al suelo y contenían miles de libros
que parecían organizados en función de los colores de los lomos. Chase
estaba inclinado sobre un pesado escritorio de roble, presionando los
nudillos contra la madera. Julian estaba de pie frente a él, era alto, pero no
tanto como Chase. La sombra de mi falso prometido se alzaba sobre él
como un castillo oscuro.
Julian movió los brazos en el aire, exasperado.
—Sucederá algo. Se muere y no eres un buen candidato para sustituirlo.
Tienes treinta y dos años y todavía estás en pañales en lo referente a la
empresa. Espantarás a los inversores y ahuyentarás a los accionistas.
—Soy el director de operaciones —vociferó Chase. Era la primera vez
que lo oía alzar la voz a alguien. Siempre se mantenía tranquilo y
controlado.
—No eres más que un jodido ladrón, eso es lo que eres —replicó Julian
—. Lo demostraste hace tres años y no lo he olvidado.
¿Hace tres años? ¿Qué ocurrió hace tres años? Obviamente, no podía
entrar ahí y preguntar. Uno de los peores efectos colaterales de espiar.
—Me eligió a mí como el siguiente en la línea de sucesión. A ti te eligió
como el director de sistemas de información. Supéralo —gritó Chase con
los ojos entrecerrados.
—Eligió mal —dijo Julian de forma inexpresiva.
—Tienes el valor de hablarme de esta mierda el fin de semana de mi
compromiso. —Chase se reclinó, abrió un cajón y sacó un puro. En lugar de
encenderlo, lo partió en dos y toqueteó lo que tenía dentro.
Me di cuenta de que estaba tratando de no romperse.
—En cuanto a eso… —Julian tomó asiento en la silla que había detrás
de él y se cruzó de piernas—. En cuanto conocí a la señorita Louisa Clark,
me di cuenta de que algo andaba mal.
—¿Louisa Clark? —Chase frunció el ceño.
—La de la peli Yo antes que tú. La vi con Amber. Lloró mucho.
—Yo también lo haría si tuviera que follarte de forma habitual —
murmuró Chase—. ¿Tu historieta lleva a alguna parte?
—Tu prometida. Es una Louisa Clark. No esperarás que nos creamos
que vas a casarte con esa… Esa…
—¿Esa qué? —Chase dejó de aplastar el tabaco entre los dedos y
levantó una ceja, desafiándolo a terminar la frase. Yo tragué saliva. Me latía
el corazón contra las costillas. No quería escuchar lo que venía a
continuación, pero tampoco podía alejarme de allí.
—Vamos —resopló Julian—. Antes de ser enemigos, fuimos hermanos.
Te conozco. Ese tipo de chica excéntrica, artística, estrafalaria pero llena de
profundidad…, no es tu tipo. Te gustan bastante desnutridas y sin
personalidad. Las de tu tipo son las que llevan ropa de firma y no se
emborrachan en reuniones familiares. Veo a través de ti, Chase. Quieres
demostrarle a Ronan lo bueno que eres para el puesto. Que estás preparado
para sentar la cabeza y tener hijos. Para el menú completo. Y con una chica
normal y corriente, nada menos. ¿Así eres ahora, hermano? ¿Con los pies
en la tierra? ¿De confianza? ¿Un hombre de la cabeza a los pies? —Julian
echó la cabeza hacia atrás en una carcajada. Se levantó y negó con la cabeza
—. No me creo para nada este compromiso repentino, ni siquiera vuestra
relación. Simplemente, compites por el puesto de director ejecutivo para
vengarte de mí actuando de forma recta y majestuosa. Puedes jugar a las
casitas con una chica seis todo lo que quieras, pero no creas ni por un
segundo que te casarás con una que esté por debajo del diez.
Un seis. Sentí tantas náuseas que la necesidad de vomitar casi me
abrumó. Quería cruzarle la cara a Julian. ¿Cómo se atrevía a ponerme nota?
¿Y cómo se atrevía Chase a quedarse ahí parado? Era su falsa prometida.
De hecho, a la mierda con eso. Era su exnovia. Un ser humano. No podía
dejar que Julian hablara así.
—¿Crees que quiero ser director ejecutivo para vengarme de ti? —
Chase sonrió, divertido.
—¿Por qué si no? Ni siquiera te importaba el puesto cuando te
graduaste.
—Oh, que te jodan, Julian.
—No si yo te jodo primero.
—Bueno… —Chase mostró una sonrisa tan gélida que se me
revolvieron las tripas—. Da la casualidad de que la vacante de director
ejecutivo todavía no está disponible, por lo que tendrás que sentarte y ver
cómo evoluciona mi supuesto compromiso falso.
¿Evoluciona?
¿Evoluciona a qué?
Le había dicho a Chase que esto era algo puntual. No iba a empezar a
representar el papel de prometida obediente como si fuera algún tipo de
comedia romántica de Kate Hudson. Sabía muy bien que llevarme a los
Hamptons ya sobrepasaba mis límites. Más bien estaba prendiéndoles
fuego.
«También sabe que eres Maddie la Mártir y que no te detendrás ante
nada para complacer a los demás, sin importar quiénes sean o qué sientes
por ellos».
Tardé unos segundos en darme cuenta de que Chase estaba mirando
hacia la puerta. Me eché hacia atrás antes de lanzarme a la habitación
tropezando con mis propios pies. Una vez dentro, tiré un jarrón con las
prisas por cerrar la puerta. No quería que me pillara, por ello dejé el cristal
roto en el suelo y corrí hacia el baño. Cerré la puerta detrás de mí y me
apoyé contra ella, jadeando.
Unos segundos después, oí que la puerta se abría y, luego, el sonido de
los trozos de cristal cuando Chase los pisó. El jarrón contenía jazmines. Su
aroma llenaba ahora el aire con una espesa dulzura y se filtraba por debajo
de la puerta del baño. Me sentía mal por las flores, aplastadas bajo el zapato
de Chase. Una vez mi corazón sufrió una experiencia similar.
—¡Madison! —rugió en el silencio. Su voz atravesó el aire.
Hice una mueca. No me importaba mucho lo que pensara, pero odiaba
que fuera de conocimiento público que me había emborrachado y que Julian
se lo hubiera restregado por la cara.
—Sé que estás ahí. —Sonaba más cerca y más oscuro. La cena se me
atascó en la garganta, rogando por salir. Como sabía que la puerta estaba
cerrada con pestillo, corrí al aseo, levanté el asiento y me incliné sobre la
taza. Se me convulsionó el cuerpo por las arcadas cuando el estómago sacó
lo poco que había ingerido esa noche.
—Debería haber contratado a una universitaria para el trabajo —
murmuró detrás de la puerta mientras movía el pomo con firmeza—. La
borrachera divertida supera a la borrachera triste que se coge todos los días
de la jodida semana.
«La borrachera divertida no es una opción cuando un imbécil como tú
está cerca». 
Seguí vomitando. Las lágrimas me corrían por las mejillas, se me
metían en la boca y el sabor salado explotaba en mi lengua. Nunca me
emborracho. Debo de haber sufrido más ansiedad de lo que pensaba.
Se suponía que teníamos que estar despiertos y preparados para una
excursión familiar mañana a las diez de la mañana. Dudaba mucho que
tuviera cuerpo para salir de la cama, si es que llegaba a hacerlo y no tenía
que ir directa a urgencias esta noche.
—¡Madison!
—Déjame en paz. —Me apresuré a cepillarme los dientes. Llegué al
lavabo y volví a caerme. La presión que sentía en la cabeza me hacía
imposible abrir los ojos. Las palabras de Julian daban vueltas en mi interior,
como si fuera ropa en una lavadora. «Un seis». Era un número tan promedio
que dolía. Estaba totalmente fuera de lugar en esta casa.
Intentaba, por segunda vez, levantarme sobre el lavabo para cepillarme
los dientes cuando Chase derribó la puerta de una patada. Esta se salió de
los goznes y cayó al suelo, aterrizando con un golpe. Afortunadamente, el
baño de Jack y Jill era más amplio que mi estudio y la puerta cayó a unos
centímetros de mí. Alcé la vista y parpadeé con la boca abierta.
«El muy imbécil había echado abajo la puerta de una patada».
—Eres… Eres un estúpido… —Cerré los ojos tratando de encontrar las
palabras adecuadas. Y fallé. Él se acercó, me levantó del suelo y me colocó
recta contra el lavabo. Abrió el grifo y comenzó a lavarme la cara,
pasándome la palma por la nariz y la boca. Me sujetó de la cintura para
evitar que me cayera.
—Termina esa frase, Mad. Tengo el presentimiento de que va a ser
increíble —dijo con voz apagada mientras sacaba mi cepillo de dientes del
recipiente plateado que había junto al lavabo y aplicaba bastante pasta de
dientes sobre él.
—Engreído, arrogante, egoísta…
—Nah. No puedes usar sinónimos. Eso es trampa.
—¡Imbécil! —rugí.
—Ahora estamos llegando a algún sitio. —Me metió el cepillo de
dientes en la boca mientras me cepillaba los dientes con suavidad. Era un
cepillador minucioso. «Claro que sí»—. ¿Qué más tienes?
—Estúpido…
—Ya has dicho «estúpido».
—Vale, tonto…
—¿Qué tal si continuamos mañana? —Cortó mi torrente de insultos—.
Prometo mostrarme insultado de forma convincente y llorar sobre la
almohada en cuanto hayas terminado. —Acabó de cepillarme los dientes,
enjuagó el cepillo y llenó el vaso de agua para que hiciera gárgaras.
Estaba demasiado desorientada para fingir que me importaba que
cuidara de mí. En los seis meses que salimos juntos, me había esforzado por
no enseñarle ninguna parte poco glamurosa de mí. Me cepillaba los dientes
antes de que se despertara para evitar el mal aliento matutino, hacía caca
con el grifo de la ducha abierto para que no me oyera (eso me había llevado
a tomar duchas frecuentes en su casa) y fingía de forma categórica que la
menstruación no existía, ahorrándole cualquier mención sobre la visita de la
madre naturaleza a mi cuerpo. Ahora, aquí estaba, dejando que me limpiara
los restos del vómito directamente de la boca con su anillo puesto en el
dedo. Oh, la ironía tenía un sentido del humor enfermizo.
Hice gárgaras con el agua que me ayudó a sorber antes de escupir en el
lavabo y mirarlo de reojo.
—No eres mi jefe.
—Gracias a Dios, porque domarte sería una pesadilla. —No me dedicó
ni una mirada mientras agarraba el neceser rosa y sacaba dos toallitas
desmaquillantes. Empezó a frotarme los ojos con ellas, tal vez preocupado
porque manchara las sábanas de cinco mil dólares con la máscara de
pestañas a prueba de agua de cinco dólares.
—Y trabajar para ti sería como trabajar para un tirano —dije,
arrastrando las palabras. 
Él se rio entre dientes mientras tiraba las toallitas sucias a la papelera,
me tomaba en brazos al estilo luna de miel y me llevaba al dormitorio.
Seguía buscando insultos creativos. Me negaba a caer en la tentación de
rodearle el cuello con los brazos. El regusto a vómito todavía persistía en
mi aliento; sin embargo, por alguna extraña razón, no me molestó cuando le
hablé directamente a la cara. 
—Ni siquiera eres tan atractivo —murmuré en tono de confrontación
mientras me colocaba en la cama. 
Me quitó los zapatos y luego alcanzó la cremallera escondida en la parte
trasera de la falda de tubo y la bajó. Estaba desnudándome. Era tan
agradable salir de la ropa del trabajo que no me importaba. En cualquier
caso, no era nada que no hubiera visto antes. Y no estábamos
seduciéndonos el uno al otro, precisamente. Yo estaba medio muerta y él,
básicamente, había admitido ante Julian que era mediocre al no
defenderme. 
Oh, además, odiaba sus agallas.
—Y eres frío, sarcástico y careces de empatía —continué enumerando
sus defectos—. Solo porque ahora me estás ayudando no significa que haya
olvidado quién eres. El diablo personificado. Estás lejos de ser el príncipe
encantador. Eres grosero y no tienes nada que ver con los salvadores de
princesas. Seguramente, enviarías a alguien para que las salvara por ti.
Además, te verías ridículo a caballo.
Estaba medio arrepentida de no seguir vomitando. El vómito me
favorecía mientras trataba de insultar a Chase. Lo que le había dicho parecía
haberlo pronunciado una niña de segundo de primaria.
—Permiso para desabrocharte el sujetador —dijo con voz espesa.
—Concedido —resoplé.
Me desabrochó el sostén con una mano y luego sacó una sudadera de
Yale del cajón de la mesita de noche. Me la metió por la cabeza y luego se
detuvo para observarme los pechos durante unos buenos segundos.
—Haz una foto. Durará más.
Me bajó la sudadera de un tirón mientras le temblaba la garganta al
tragar. La tela era cálida, suave y estaba muy gastada. Olía a Chase.
—¿Y qué tipo de nombre es Chase Black, a todo esto? —Dejé escapar
un bufido nada atractivo—. Suena a algo inventado.
—Lamento decírtelo, pero es tan real como la resaca que tendrás
mañana. Te sugiero que bebas esto. —Abrió una botella de agua Evian que
estaba en la mesita de noche y me la pasó. Se remangó la camisa negra
hasta los codos, dejando expuestos los antebrazos venosos y musculados, y
me sorprendió no haberlos aprovechado meses atrás, cuando todavía sentía
aprecio por él—. Iré a buscarte ibuprofeno.
—¡Espera! —Lo llamé cuando estaba en la puerta. Se detuvo, pero no
se giró hacia mí. Se le marcaba la espalda de una forma tan deliciosa por
debajo de la camisa que estaba un poco enfadada conmigo misma por no
haber intercambiado fotos sin ropa con él cuando éramos algo.
—Recoge los jazmines y ponlos en un jarrón lleno de agua fresca. No
merecen morir —grazné—. Por favor.
Soltó un gruñido y meneó la cabeza como si yo fuera un caso perdido.
Lo último que recordaba era tomarme dos pastillas de ibuprofeno que Chase
me metió en la boca y caer dormida.
Al día siguiente desperté con un dolor de cabeza punzante. El reloj de la
mesita de noche marcaba las once. Era oficial: había comenzado el fin de
semana siendo un fiasco en lo referente a mis deberes como prometida
encantadora. Para empezar, me había emborrachado de forma accidental y
luego me había perdido el paseo familiar de los Black. La habitación estaba
vacía, excepto por una bandeja con beicon, huevos, pan recién tostado con
mantequilla y una humeante taza de café. Había un nuevo jarrón lleno de
jazmines un poco mustios en el tocador junto a la puerta. Una manta
cuidadosamente doblada y una almohada acolchada estaban colocadas, una
encima de la otra, sobre el suelo.
Y había una nota en la mesita de noche.

M:
Me he ido a dar el paseo con la familia. Los jazmines están
vivos. Suponiendo que tú también lo estás, ahoga el alcohol con
el desayuno que te he dejado.
P. D.: Estaría fantástico a caballo. #EsUnHecho
C.

Pasé el resto del fin de semana esforzándome por redimirme a ojos de


los Black.
En el almuerzo, me pegué a Katie y a Lori y les di conversación
agradable. Ayudé a Lori a coser una parte de su vestido vintage favorito,
que se le había roto. Luego me remangué e hice bollos para todos mientras
bromeaba con el panadero de la familia (porque ¿qué tipo de familia no
tiene un panadero en nómina?) y me reía con Katie, que no participaba en la
actividad, pero se contentaba con sentarse en la encimera y hablarme de la
media maratón para la que estaba entrenando.
—Es lo único que me hace sentir realizada. Mi padre me dio un trabajo
y gastó bastante dinero en mi educación, pero ¿correr? Nadie lo hace por
mí. Solo yo.
Cuando la familia se fue a la cata de vino, opté por quedarme atrás, ya
que la noche anterior me había bebido hasta el agua de los floreros y temía
que el mero aroma del alcohol me revolviera el estómago. Dibujé y observé
el anochecer en la playa Foster Memorial mientras el mar rompía en la
arena y la espuma me hacía cosquillas en los dedos de los pies. El aire era
salado y limpio. El corazón me dio un doloroso vuelco. A mamá le habría
encantado esta playa.
Me sonó la notificación de un mensaje en el teléfono.

Layla: ¿Y biiieeennn?
Maddie: ¿Y biiieeennn?
Layla: ¿Qué ocurre? Además, creo que Sven va a caerte encima. Sabe
que los Black están en los Hamptons este fin de semana. Casualmente, se ha
pasado antes por tu apartamento y he tenido que decirle que no estabas.
Bueno, ¿debería estar preocupada por el corazón de malvavisco de Ethan?
Maddie: No. Chase es tan asqueroso como siempre.
Layla: Totalmente asqueroso. Del tipo de querer tener hijos sociópatas
con él, ¿verdad?
Maddie: Antes que nada: no puedo creer que te dejen trabajar con
niños. Segundo: te lo dije. Es un embustero infiel y no vamos a
entusiasmarnos con él (mi cuerpo y yo).
Layla: Eso suena a que tratas de convencerte a ti misma.
Layla: Por otro lado, solo quiero señalar que me votaron como la
maestra del mes en julio. Así que JAJA.
Maddie: ¿Te refieres a las vacaciones de verano cuando los niños no
van al colegio?
Layla: Adiós, aguafiestas. Saluda a las telarañas de tu va-ji-ji de mi
parte.

Debí de haberme dejado llevar por mis bocetos porque cuando regresé a
la mansión de los Black, la puerta del baño estaba arreglada, a diferencia de
la de una servidora. Chase ya estaba duchado, vestido y luciendo como los
mil millones de dólares que valía, preparado para la cena. Me las arreglé
para evitarlo con éxito durante todo el día mientras pasaba tiempo con su
familia. Me negué a agradecerle que me hubiera cuidado la noche anterior
con el argumento de que me engañó y seguía siendo un imbécil, e ignoré su
buena acción. Chase me preguntó si podía contar con que no vomitara de
forma espontánea en la mesa. Le saqué el dedo y me dirigí a la bañera, de la
que todavía salía vapor. Él bajó a pasar tiempo con su padre y su sobrina
antes de que echara tres bombas de baño en la bañera, me tumbara en ella
hasta que la piel se me arrugara como una pasa, me encogiera hasta adquirir
el tamaño de una niña de diez años y eligiera el conjunto que me iba a
poner esa noche (un vestido acampanado negro con orejas de gato en los
hombros combinado con un cárdigan naranja y tacones azules).
No bebí ni una gota de alcohol en toda la cena e ignoré con educación
las miradas mortíferas de Amber. Su belleza inmaculada, junto con el hecho
de que su marido pensara que era mediocre, removió algo que no sabía que
existía en mí. Afortunadamente, su hija, Clementine, que parecía tener unos
nueve años, resultó ser una monada inesperada. Al instante, me llevé bien
con esa cosita. Hablamos de cuáles eran los mejores vestidos de princesa
(Cenicienta y Bella, sin lugar a dudas) y luego sobre nuestras superheroínas
favoritas (ahí fue donde no nos pusimos de acuerdo. Clementine afirmaba
que la Mujer Maravilla era su primera elección, mientras que yo pensaba
que la respuesta clara y obvia era Hermione Granger. Lo que llevó a otro
debate sobre si Hermione era una superheroína).
(Claro que lo era).
Clementine era fantástica. Abierta, brillante y llena de humor. Por
suerte, no se parecía en nada a su sombrío padre ni a su hermosa madre.
Una entidad completamente nueva, con un color diferente, una constelación
de pecas en la nariz y dientes desiguales.
Me fui a la cama temprano y evité toda comunicación con mi falso
prometido, y fue increíble cuando me desperté por la mañana y no solo me
sentí como nueva, sino que encontré a Chase durmiendo otra vez en el
suelo. Dediqué un instante a observar el ceño fruncido en su cara mientras
dormía, la gruesa línea de cejas oscuras juntas. Sentí una punzada de algo
cálido e injustificado en el pecho.
«Era diabólicamente hermoso».
Le di la espalda y dormí durante toda la mañana, pero no antes de
escribirle una nota y dejársela exactamente donde él me había dejado la
suya, en la mesita de noche.

C:
Gracias por cepillarme los dientes el viernes por la noche. La
próxima vez no utilices toda el agua caliente.
P. D.: Estarías ridículo a caballo.
M
Capítulo seis
Chase

Arrugué la última nota de Madison mientras estaba dándose un baño y


la tiré a la papelera. Garabateé otra antes de que saliera.

M:
Me ha llamado la atención que no hayas dicho nada sobre los
jazmines. No es de extrañar que rompiéramos. Siempre has sido
una desagradecida (se me vienen a la mente los pendientes de
diamantes que te regalé en Navidad).
P. D.: Re: yo a caballo. ¿Huelo a apuesta?
C

No lograba entender el hecho de que mi conveniente y tímida exnovia


se hubiera convertido en una guerrera que no aceptaba tonterías.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante. 
Bajé el boli. Esperaba a papá. No habíamos tenido tiempo para hablar a
solas durante el fin de semana y me preguntaba si se habría percatado de la
tensión entre Jul y yo. No habíamos pasado muchos fines de semana juntos
con Julian en los últimos tres años. No desde que papá anunció que yo sería
el director de operaciones de Black & Co., el segundo al mando de su
puesto de director ejecutivo y presidente. Le había dado a Julian el puesto
de director de información y el mensaje era claro: yo heredaría el puesto de
director ejecutivo cuando papá se retirara.
Julian me guardaba resentimiento desde entonces. Pensaba que, como él
era el «hijo» mayor, sería el sucesor natural. Sin embargo, ya no se sentía
como un hijo y había optado por dejar de asistir a la mayoría de las
reuniones familiares. De hecho, me sorprendió que viniera a los Hamptons.
Pero cómo no hacerlo; quería ver a Madison, comprobar con qué tipo de
mujer iba a casarme.
Levanté la mirada hacia la puerta abierta. No era papá. Era Amber.
«La maldita Amber».
Llevaba unos pantalones de cuero que le estaban más ceñidos que un
preservativo y una blusa que, convenientemente, tenía desabrochado el
botón que le rodeaba el generoso y mejorado (gracias a la cirugía) pecho.
Se acababa de peinar el cabello teñido de rubio y llevaba un maquillaje
impoluto que hacía que sus cejas recordaran a Blas de Barrio Sésamo.
Levanté la barbilla a modo de saludo, pero no dejé de meter la ropa de Mad
en su maleta. La irresponsabilidad de mi falsa prometida me enfureció. No
tenía ni pizca de habilidades organizativas. No podía confiar en que
estuviera lista a tiempo y quería salir de aquí antes de que nos pillara el
tráfico. Otra razón por la que éramos una pareja terrible.
Y aquí había otra, en caso de que tuviera la tentación de volver a dipear
en la salsa de Madison: era una borracha terrible. En una escala del uno a
Charlie Sheen, era una rotunda Mel Gibson. Era vergonzoso que me
asociaran con ella. Aun así, me aplaudí por ser agradable y apoyarla cuando
estaba a punto de desmayarse. Claro que lo había tenido que ser. Era mi
falsa prometida y echarla a otra habitación y dejar que se las apañara sola
parecía frío hasta para mis estándares árticos.
—¿Estás solo? —Amber hizo un puchero y cruzó los brazos sobre el
pecho para sacar más las tetas. Era todo clase.
—Madison está en la ducha —contesté sin levantar la vista.
Ella lo tomó como una invitación para entrar y colocar el culo en el
borde de la cama, donde la maleta estaba abierta. Seguí metiendo esas
horrendas prendas en la maleta mientras me preguntaba quién demonios
hacía la extraña ropa que Madison compraba. Traté de mirar las etiquetas,
pero no vi ninguna. Algo muy prometedor.
—Clementine quería despedirse. —Amber se inclinó hacia mí y sacó
más el pecho. De verdad que no quería que le reventara. Retrasaría mi viaje
de vuelta a Nueva York al menos unas cuantas horas.
—Iré a verla antes de marcharnos —tercié, pero no pude evitarlo: la voz
me salió más suave de lo previsto al referirme a la mocosa.
—Tenemos que hablar de ella. —Me puso una mano en el brazo. Si
pensaba que eso evitaría que me moviese, estaba totalmente equivocada.
—¿De la mocosa o de Madison?
—Me gustaría que no la llamaras así —resopló Amber.
—Lo mismo digo —repliqué de forma inexpresiva.
Estaba molesto con Julian y Amber por darle a su hija un nombre al que
no se le podía poner ningún apodo. Clemmy parecía una apócope de
Clamidia y Tinny la hacía parecer algo diminuto. Por lo tanto, me refería a
ella como mocosa, a pesar de que había pasado mucho tiempo desde que
dejó de serlo. Cuando Clementine nació, Amber me preguntó qué me
parecía su nombre. Le dije que no me gustaba. Estaba seguro de que esa era
la razón por la que lo eligió.
—Vale. Público exigente. Empecemos con tu prometida. ¿Es de verdad?
—Amber frunció el ceño.
Cerré la maleta a rebosar de Mad sin decir una palabra. ¿Qué clase de
pregunta era esa?
—Es un poco rara. —Amber deslizó la mano por mi brazo mientras con
la otra hacía círculos con la uña sobre el muslo, de forma distraída.
—Hacemos buena pareja.
Pero no era así y ambos lo sabíamos. No había considerado el hecho de
que Madison no fuera mi tipo cuando salí con ella, simplemente porque no
había pensado que hubiera algo que considerar. Se suponía que iba a ser un
rollo. Nada más. Ahora que Julian y Amber lo habían señalado, tenía que
admitir que no se equivocaban. Me gustaban las mujeres de la misma forma
que me gustaba el diseño interior: poco prácticas, obscenamente caras de
mantener, con nada de personalidad y con actualizaciones frecuentes.
—En cuanto a Clementine… —Amber dejó de hacer círculos con la uña
sobre el muslo y la clavó en la tela. Estaba nerviosa.
—No —espeté, alzando la vista. Echó la cabeza hacia atrás como si la
hubiera abofeteado—. Lo hemos discutido y mis peticiones fueron claras. O
las aceptas o lo dejas.
—¿Esas son mis únicas opciones?
—Es tu único ultimátum. —Dirigí la mirada a la puerta cerrada del
baño. El chorro de agua dejó de sonar. Por una razón que no me interesaba
explorar, no quería que Madison oyera esta jodida conversación.
—¿Piensas que mentiría? —Los ojos de Amber de color esmeralda se
encendieron. Tuvo la audacia de llevarse la mano al cuello y fingir un
delicado jadeo.
—Creo que harías cualquier cosa excepto vender a la mocosa al circo
para conseguir lo que quieres —afirmé con indiferencia.
Se levantó con los puños cerrados a los costados, sin duda a punto de
vomitar algo. Otra mentira, probablemente. La puerta del baño chirrió. Los
dos la miramos. Amber seguía con la boca abierta.
—Fuera —rugí.
—Pero…
—Ahora.
Amber dio un paso hacia mí. Tenía la cara tan cerca de la mía que
atisbaba esas pecas solitarias por debajo de los tres kilos de maquillaje. Me
rozó el pecho con las tetas. Eran grandes y duras, operadas. Nada que ver
con las suaves y pequeñas de Mad.
«No pienses en el viernes por la noche cuando le viste las tetas al
ponerle la sudadera».
Ups. Demasiado tarde para eso.
—Esto no ha acabado, Chase. Nunca acabará.
Mi padre me dijo una vez: si de verdad quieres conocer a alguien, haz
que se enfade. Su forma de reaccionar es una señal reveladora de quién es.
Amber estaba esforzándose mucho para enfadarme. Lo que no sabía ella era
que dejaba que me irritara cada vez menos y esas pocas veces las reservaba
para la familia directa y los verdaderos amigos. 
—Se acabó antes de que empezara —le siseé a la cara, sonriendo con
burla—. Antes incluso de que te pusiera un dedo encima, Amb.
Salió corriendo hasta la puerta del dormitorio y la cerró de un portazo
en mi cara, montando una escena. Quería que Madison lo supiera, que
preguntara qué había pasado, para plantar la semilla de la inseguridad en
ella. Mi falsa prometida abrió la puerta del baño un segundo después, en
albornoz, mientras se frotaba el corto cabello con una toalla. Un momento
extraño. La miré con desconfianza.
—¿Eso ha sido la puerta? —Inclinó la cabeza a un lado y dejó que la
toalla cayera al suelo. Caminó hacia la cama, abrió la maleta y (fíjate)
empezó a sacar todo lo que yo había metido mientras revisaba la ropa.
Levantó los vestidos de uno en uno, examinándolos, y luego se los echó al
hombro, en busca de otra cosa.
—¿Qué demonios estás haciendo? —La pregunta salió con asombro
más que con ira. Su comportamiento excéntrico siempre me pillaba por
sorpresa.
—Elegir lo que voy a ponerme —gorjeó ella—. ¿Qué más iba a hacer
envuelta en un albornoz y recién salida de la ducha?
«Chupármela».
—¿Y bien? —preguntó otra vez—. ¿Quién era? He oído que hablabas
con alguien.
—Amber —gruñí mientras trazaba con la mirada el contorno de su
cuerpo por debajo del albornoz con avidez. Odiaba desear machacarla como
un trozo de escalope (a Madison, no a Amber. No tocaría a Amber ni
aunque eso trajera la paz al mundo).
—Supongo que os lleváis bien —dijo, con la vista clavada todavía en la
ropa. De hecho, lo había dicho en tono neutro.
—Supones mal —repliqué.
—Pero tenéis mucho en común.
—Los dos respiramos. Eso es lo único que tenemos en común.
—Los dos también sois unos amargados insoportables.
Hubo un instante de silencio en el que rápidamente me recordé que no
valía la pena explicarle a Madison lo diferentes que éramos Amber y yo.
—De nada, por cierto —gruñí.
—¿Por haber revisado mis cosas sin permiso? —Se giró para mirarme,
toda dulzura y sonrisas—. Eso ha sido muy generoso de tu parte.
—¿Sabes? No recuerdo que fueras tan quejica cuando tenías tu
suministro habitual de vitamina D. —Entrecerré los ojos esperando que mi
semierección no se convirtiera en una erección completa mientras
volvíamos a discutir. Esa parte era cierta. Madison había dado un giro de
ciento ochenta grados desde que me planté en su puerta para pedirle que me
acompañara a los Hamptons. Esta nueva versión de ella resultaba ser su
verdadero yo, y me cabreaba no haber llegado a conocerla de verdad.
Me cabreaba que fuera tan graciosa.
Y sarcástica.
Y una persona difícil de una forma extrañamente atractiva.
Pero, sobre todo, me cabreaba que me hubiera mentido sobre quién era.
—En aquella época quería causarte buena impresión. Ese barco ya ha
zarpado.
—Más bien se hundió en medio del jodido océano.
—Bueno. —Se encogió de hombros mientras apretaba un vestido rojo y
púrpura sobre el pecho, eligiendo así el atuendo del día—. Fuiste tú quien lo
dirigió hacia un iceberg de seis toneladas en el medio del océano. No lo
olvides nunca, Chase.
Sonreí con tirantez y bajé las escaleras para romper algo valioso de la
cocina. Me di cuenta de que partirla a ella ya no era una posibilidad a mi
alcance. Era diferente. Más fuerte.
Unas cuantas horas más y no tendría que volver a verla.

Nos encontrábamos en el vestíbulo mientras el personal nos llevaba las


maletas al Tesla cuando Julian hizo su primer movimiento de ajedrez. Lo
había estado anticipando durante todo el fin de semana, tratando de
averiguar su juego, la razón por la que estaba aquí. Tampoco me quejaba:
Julian y Amber eran un tren descarrilado, pero siempre estaba dispuesto a
pasar más tiempo con la mocosa.
El comentario del seis de Julian fue una estupidez. Madison era un doce
en toda regla, en sus peores días. No solo era saludablemente hermosa, sino
que también era sexy de la forma en la que lo eran las mujeres que no se
preocupaban por serlo. Lo que le fastidiaba de ella era que no le importaban
los números de su cuenta bancaria y sus trajes de Armani. Era lo que él
llamaba una posfeminista. Una chica con mentalidad de «podemos hacerlo»
que se había abierto paso en el mundo. Él, por el contrario, tenía mentalidad
de «dejar que el mayordomo lo haga». Obviamente, eran como el aceite y el
agua, pero, si pensaba que iba a volverme loco cuando dijo que era un seis,
se llevó una sorpresa. Dejar que me pusiera nervioso no era una opción.
Cuando era niño y Julian regresaba del internado o la universidad,
siempre jugábamos al ajedrez. Ninguno de los dos éramos grandes fanáticos
del juego, pero teníamos esta lucha subyacente entre nosotros.
Competíamos por todo. Desde los logros deportivos (los dos habíamos sido
remeros en los equipos del instituto y la universidad) hasta quién podía
atiborrarse de más pavo en Acción de Gracias. A pesar de ello, Julian y yo
nos llevábamos bien. Tan bien que hablábamos de forma habitual por
teléfono cuando él estaba fuera, y pasábamos el rato juntos cuando estaba
en casa más de lo que normalmente hacían dos hermanos que se llevaban
diez años. Jugábamos al ajedrez de la manera más extraña. Dejábamos el
tablero en el salón y movíamos las piezas durante el día. Eso le daba el
brillo de un desafío adicional, porque siempre teníamos que recordar cómo
se había quedado el tablero cuando nos marchábamos. No se perdían los
reyes, ni las reinas, ni los alfiles, ni los peones. Los dos controlábamos el
juego con ojos de halcón.
Era una lección de resiliencia, planificación anticipada y paciencia.
Hasta el día de hoy, cada vez que Julian y yo estábamos juntos en la casa de
mis padres, jugábamos.
La mayoría de las veces, ganaba yo.
Para ser exactos, un ochenta y nueve por ciento de las veces (y, sí, las
contaba).
Aun así, Julian siempre daba guerra.
Pero ahora ya no nos llevábamos bien y sospechaba que ni él ni yo
íbamos a acatar las reglas no escritas de nuestro nuevo juego.
—Maddie, Chase, esperad. —Julian aplaudió dos veces detrás de
nosotros como si fuéramos sus sirvientes. Madison se detuvo primero y
tuve que seguir adelante con su estúpida decisión.
Mis padres y Katie nos rodearon. Papá estaba agarrando a Clementine.
La adoraba más que a ninguna otra cosa en el mundo. A los nueve años,
Clementine era casi una preadolescente, y todavía la sostenía como si fuera
una niña pequeña.
Aunque eso era lo que pasaba con mi padre. Tenía la capacidad
inquietante de ser el mejor padre y abuelo del mundo (el mejor marido, al
menos desde mi punto de vista), y de seguir siendo un pedazo de hijo de
puta cuando se trataba de negocios. Quedábamos cada semana para beber
cerveza, ver el fútbol y hablar mal de la competencia. Después llevaba a
mamá a una cita nocturna y le leía cuando regresaban a casa. Iba con la
mocosa al zoo por la mañana y se dedicaba a los negocios, comprando
acciones para destruir a la competencia, por la noche. De verdad que lo
tenía todo. Durante un tiempo, pensé que seguiría sus pasos.
El hombre de negocios perfecto.
El marido perfecto.
Perfecto en todo.
Pero luego sucedió algo que cambió todo lo que hasta entonces creía
sobre la familia y las mujeres.
Me di cuenta de que llegaría a extremos improbables para apaciguar a
mi padre. No era idiota. La gente no fingía compromisos fuera de las
películas de Ryan Reynolds. Para entender mi sacrificio, tenías que recordar
esas cicatrices que veías en las familias, el desgaste de estar encerrados
juntos durante las vacaciones de verano, Navidad e invierno. La tensión, la
amargura subyacente, los botones que tus seres queridos apretaban cuando
querían hacerte estallar. Los Black no los tenían. Mi familia directa, la
mayor parte de ella, continuaba siendo algo intocable y brillante, sin ningún
rasguño de verdad. Ninguna discusión desagradable. Ningún bagaje hostil
entre los hermanos. Nada de infidelidades, problemas económicos o
pasados oscuros. Me di cuenta de que casi todas las familias del mundo
sufrían mucho por los rasgos insoportables de sus familiares. Eso no ocurría
con la mía. Yo no toleraba a mi familia. La adoraba.
Bueno, a tres de los cuatro.
Mad se dio la vuelta y miró a Julian con una sonrisa paciente y santa.
No confiaba en él, pero tampoco quería parecer grosera. 
—¿Sí, Julian?
—Estaba pensando. —Dio un paso hacia nosotros mientras hacía girar
el espeso whisky de su copa.
—Un comienzo poco prometedor —dije inexpresivamente. Los demás
soltaron una risa incómoda a nuestro alrededor. No bromeaba, pero vaya.
—En realidad, no hemos tenido tiempo para conocerte. El viernes
estabas… indispuesta. —Lo pronunció como si hubiera vomitado sobre la
mesa del comedor en lugar de haber arrastrado las palabras cuando se retiró
al salón con mi madre y mi hermana—. Y el sábado no viniste con nosotros
al paseo ni a la cata de vinos. Eres una mujer difícil de intimidar, ¿eh? —
Sonrió.
Ella abrió la boca para responder, pero él siguió adelante con su
discurso, sin importarle lo que ella dijera.
—Fue imposible hablar contigo, conocerte, y vas a ser parte del clan
Black. Prácticamente, serás mi cuñada.
—Prácticamente no. —Rodeé a Madison con el brazo—. No somos
hermanos. De hecho, pareces olvidarlo solo cuando te conviene.
—¡Chase! —reprendió mi madre al tiempo que mi padre frunció el ceño
y nos miró a uno y a otro. Julian dio un paso atrás, chasqueando la lengua.
—No es necesario escandalizarse en mi nombre, amigos. Solo es Chase
comportándose como un hermanito rebelde. En cualquier caso, a Amber y a
mí nos encantaría invitaros a todos, Ronan, Lori y Katie incluidos, a una
comida de compromiso. Digamos… ¿el viernes? A menos que, por
supuesto, Maddie esté ocupada de nuevo durante los próximos seis meses.
Hijo de puta.
«Gambito de dama». Había comenzado la partida mental con la apertura
de ajedrez más clásica al fingir ofrecer un peón. En este caso, Madison.
Hacía un segundo era desechable para mí, pero ahora, cuando Julian estaba
tratando de probar este punto, se había convertido en la reina. La pieza más
importante de mi juego.
Sonreí y le di unas palmaditas en el hombro de buena gana con la mano
libre.
—Qué oferta tan tentadora. Aceptamos. —Sentí que los hombros de
Mad se ponían rígidos por debajo de mi brazo. Clavó los ojos en mi cara
con sorpresa. La ignoré y seguí mirando a Julian—. ¿Qué podemos llevar?
—El pan de plátano de Maddie —sugirió Katie. Mi hermana no había
comido pastel desde hacía al menos cinco años, por lo que no estaba seguro
de cuál era la razón por la que había elegido el postre—. Ayer nos dijo que
hace un pan de plátano muy bueno.
—Acojonante. —Amber puso los ojos en blanco.
La mirada de Mad iba de un miembro a otro de la familia. No dijo nada,
probablemente porque estaba canalizando la mayor parte de su energía en
controlarse para no mutilarme.
En cuanto nos abrochamos el cinturón, abrió la boca. Parecía un
pequeño pájaro carpintero. Bastante molesta y lista para provocarme dolor
de cabeza. Estaba seguro de que la verdadera Maddie me gustaba todavía
menos que la novia Maddie, que continuamente trataba de complacerme.
Por desgracia, tenía que lidiar con la verdadera porque mi familia la adulaba
y porque la nueva misión en la vida de Julian era descubrir nuestra relación
falsa.
—No voy a ir.
—Sí, irás.
Me enorgullecía de ser un hábil negociador. También sabía que,
lógicamente, empezar la negociación desde una postura agresiva y
dogmática no me llevaría a ninguna parte. Sin embargo, en lo que respecta a
Madison Goldbloom, simplemente no podía evitarlo. Llamaba al niño idiota
de cuatro años que había en mí. Y él venía corriendo, preparado para dar
pelea.
Cruzó los brazos sobre el pecho.
—Te dije que era cosa de una vez. No.
—Te pagaré el alquiler. Doce meses por adelantado. —Agarré el volante
con firmeza.
—¿Estás sordo?
¿Y tú? «Estoy ofreciéndote el maldito alquiler gratis por hacer algo por
lo que la mayoría de las mujeres darían un riñón».
Tuve el sentido común de no decir aquello en voz alta.
—¿Quieres un apartamento más grande? —pregunté dispuesto a hacer
todo lo posible por lograr que accediera. Ya ni siquiera era por mi padre. No
del todo. Mi padre parecía bastante convencido de que Madison y yo
éramos pareja. Mataría a Julian si descubría la verdad. Y eso lo decía
literalmente—. Hay uno libre en mi edificio. Tres dormitorios, dos baños,
vistas de escándalo. ¿No vive tu amiguito de Croquis allí? ¿Steve?
—Sven —gimió—. Y es mi jefe.
Sabía quién era Sven. Hacíamos negocios. Solo quería trabajarme el
ángulo de los «amigos» y recordarle por qué quería vivir cerca de alguien
que le caía bien.
—Podríais ser vecinos. El apartamento está listo para que Daisy
comprometa cada mueble que hay en él.
Y, por lo visto, yo estaba listo para que nunca me devolviese la fianza y
para desembolsar cerca de setecientos cincuenta mil dólares en total por el
placer de tener otra cita con ella.
—Daisy es feliz con las macetas de los chinos. Satisfacen sus
necesidades —respondió Madison con alegría mientras abría el pequeño
espejo de mano y se retocaba con el brillo de labios. Me gustaba que no se
maquillara hasta el punto de parecer otra persona. En general, se pintaba los
labios, se ponía un poco de máscara de pestañas y a volar.
—¿Dinero? ¿Prestigio? ¿Acciones de Black & Co.?
Oficialmente, era el peor negociador de la historia. Si mis profesores de
Yale me oyeran, me arrebatarían el título, lo enrollarían en forma de cono y
me golpearían el trasero con él. Conduje lentamente para prolongar la
negociación. No dudaría en secuestrarla si esto no funcionaba.
Negó con la cabeza mientras seguía mirando por la ventanilla. Me
confundía y me irritaba. Su deslumbrante sencillez (la de no hacer algo solo
porque pensaba que no estaba bien) era refrescante y frustrante a la vez. Por
experiencia propia, todo el mundo tenía un precio. Pero, al parecer, esta
chica no.
—¿Qué quieres? —me quejé intentando cambiar de táctica. La pelota
estaba en su tejado, y odiaba su tejado. Quería comprarlo, echarle gasolina
y quemarlo. Por primera vez en mi vida, era otra persona la que me llevaba
ventaja. Una persona improbable. Y todo porque al estúpido de mi primo
hermano (y, de todos modos, ¿qué era él para mí?) le excitaba verme fallar.
El resto de mi familia se comió el romance con patatas y pidió repetir. Katie
incluso había insistido sobre quién estaba planeando la fiesta de despedida
de soltera de Mad. Quería llevar a su futura cuñada falsa a Saint Barts, por
el amor de Dios.
La peor parte era que Julian ladraba en el árbol equivocado. Me
importaba una mierda el trono de director ejecutivo. Es decir, sí que me
importaba, pero también sabía que mi lugar como sucesor de papá estaba
asegurado. Por primera vez en mi vida, había hecho algo por una razón que
no tenía un ápice de egoísmo. Quien haya dicho que dar era mejor que
recibir estaba drogado, porque yo no me divertía haciendo aquella obra
caritativa.
Sin embargo, si mi padre averiguaba que había mentido sobre Madison,
se hundiría y eso era algo que no iba a permitir.
—¿Lo que sea? —Madison se dio unos toquecitos en los labios mientras
reflexionaba—. ¿Harías lo que fuera?
Bueno, fíjate. Por fin había encontrado algo que le gustara más que se lo
comiera mientras estaba tumbada en la encimera de granito de mi cocina:
tocarme los cojones.
Le ofrecí un breve asentimiento.
—Y, recuerda, da igual lo que me ofrezcas, solo iré a una cena contigo
—advirtió.
—Prometido —dije con sarcasmo y cero autocontrol—. Adelante, Mad.
Se mordió el labio inferior, concentrándose en la respuesta. Imaginé que
trataría de infligirme el mayor daño posible. Era una persona que prefería
un cojín eléctrico a un par de pendientes de Tiffany & Co. Un espécimen de
mujer altamente impredecible. Me castraría si pudiera.
Por fin, Madison chasqueó los dedos en el aire.
—¡Ya sé! Hace bastante tiempo que quiero dormir, pero, desde que me
regalaste a Daisy, bendita sea, tengo que llevarla de paseo a las seis de la
mañana. Si no lo hago, empieza a arañar la puerta, llorar y mearse en mis
zapatos. Si voy a esa cena, tienes que sacarla a pasear todas las mañanas
durante una semana. El fin de semana incluido.
—Vivo en Park Avenue y tú en Greenwich —repliqué al mismo tiempo
que giraba la cabeza en su dirección para que apreciara lo mucho que me
horrorizaba aquella idea.
—¿Y? —Cerró el espejo de mano y lo metió en el bolso. Nos
sostuvimos la mirada durante un instante en un semáforo en rojo. Sentía que
apretaba tanto la mandíbula que sus dientes se convertirían en polvo. Dejé
de mirarla cuando oí el pitido de un claxon procedente de atrás.
—Y nada —murmuré, deseando que la vena palpitante de la frente no
reventara sobre los asientos de cuero—. Trato hecho.
Se rio con deleite. Su voz ronca y sexy llenó el coche y me provocó una
semierección.
—Dios, no puedo creer que saliera contigo.
«Yo no puedo creer que prefieras esa idiotez en vez de un apartamento
nuevo en Park Avenue».
—No sé en qué pensábamos —respondí con solemnidad.
«No estábamos saliendo. Tú estabas saliendo conmigo sin mi
conocimiento. Si no hubiera roto contigo a tiempo, tal vez ahora estaríamos
casados y tú, embarazada».
Ahora estaba pensando en el sexo con Madison embarazada y la
semierección se convirtió en una erección completa.
—Lo único que hacíamos era tener sexo, ¿verdad? Y ver películas y
comer. En realidad, no hablábamos —murmuró mientras volvía a apoyar la
cabeza en el asiento con los ojos avellana oscurecidos.
Tenía razón. Hablamos muy poco durante los meses que estuvimos
juntos. Madison parecía intimidada por mí, algo que no me había molestado
en rectificar, ya que hacía que la relación que teníamos de comer-follar-
dormir fuera muy cómoda para mí.
—Si te hace sentir mejor, mi política de no involucrarme se extiende a
todos los humanos, no solo a las novias —ofrecí.
—Eso no me hace sentir mejor. Pensaba que creías que era estúpida —
me acusó.
—Estúpida no. —Negué con la cabeza—. Tampoco extremadamente
brillante, pero bastante competente.
¿No decían que la verdad te hacía libre? ¿Entonces por qué me sentía
tan jodidamente encadenado en este momento tan incómodo?
—Guau. Eres como el hermano gemelo malvado del señor Darcy, pero
sin el encanto.
—¿Quieres decir… básicamente un imbécil? —gruñí.
—Exacto.
Aparqué en doble fila justo frente a la entrada de su edificio. El pediatra
estaba en la escalera. Tenía las rodillas, las orejas y la nuez de un tamaño
muy inferior a sus dimensiones. Era larguirucho, como un púber en
desarrollo, y con el pecho hundido. Además, llevaba gafas y poseía una
nariz inteligente que sospechaba que las mujeres como Madison
encontraban atractiva. Tenía la mejilla apoyada contra los nudillos mientras
leía un libro arrugado sobre algún tipo de neandertal. Un libro de verdad,
con páginas y todo. Apuesto a que fue al supermercado y compró la comida
para llevar en vez de pedirla por Uber Eats. Así era el tipo de pagano con el
que salía ahora.
Apuesto a que le escribió cartas de amor y ni siquiera mencionó «tetas»
o «culo». Capullo.
Ella lo miró, luego a mí y, por último, volvió a mirarlo a él. ¿Cómo se
llamaba? Recuerdo que era un nombre normalucho, como todo él. ¿Brian?
¿Justin? Le pegaba Conrad. Algo que fuera sinónimo de idiota. 
—Ethan está aquí —dijo.
«Ethan». Había estado cerca.
—Tengo que contarle lo de esa estúpida cena. Aún tienes mi dirección
de correo electrónico, ¿no? Envíame toda la información. —Saltó al
exterior sin dirigirme ni una mirada. Saqué las maletas del coche como si
fuera un maldito botones. Para salvaguardar lo que me quedaba de orgullo,
las tiré junto al edificio sin lanzar una mirada en su dirección ni en la de su
amiguito y no me ofrecí a ayudarlo a subirlas. Que el doctor Idiota lo haga.
Rodeé el coche y me metí dentro sin despegar la vista de su culo,
embutido en su ridículo vestido de tubo. Mientras, ella llegó hasta Ethan, le
rodeó los hombros con los brazos y le dio un beso en la mejilla. «Mejilla».
Sentí algo no tan terrible en el pecho cuando me di cuenta de que eso
probablemente significaba que no se habían acostado. Todavía.
Respiré por la nariz y rogué al universo que Ethan no se follara a mi
falsa prometida esa noche. Luego, miré hacia abajo para sacar el teléfono
del bolsillo.
Había una nota pegada al asiento del copiloto. La misma nota blanca
adhesiva con el nombre de mi familia grabado en la parte superior que la
que teníamos en los Hamptons. La había dejado ahí sin que me diera
cuenta. Qué astuta.

C:
Salvaste los jazmines porque son seres vivos, no porque te lo
pedí.
Además, rompimos porque eres un embustero embaucador e
infiel.
Además 2, ¿qué pasa con Julian?
P. D. Re: hueles raro. Puede que sea hora de la revisión
quincenal de enfermedades de transmisión sexual.
M
Capítulo siete
Maddie

3 de junio de 1999

Querida Maddie:
Dato curioso del día: la amapola ha florecido
asombrosamente en los campos de batalla, aplastada por botas,
tanques y la primera guerra industrial del mundo. Es un símbolo
de recuerdo en Gran Bretaña.
Las amapolas son fuertes, tozudas e imposibles de romper. Sé
una amapola. Siempre.

Con amor,
Mamá

Hablando de forma objetiva, aquella mañana fue particularmente


gloriosa. Del tipo de mañanas sobre las que Cat Stevens escribió canciones.
Me desperté a las ocho y media sin la ayuda de la alarma. Layla había
dejado pasar a Chase al amanecer mientras yo dormía y ella estaba
despidiendo a uno de sus muchos rollos. Me las arreglé para poner al día a
mi mejor amiga sobre el acuerdo al que habíamos llegado Chase y yo a
través de mensajes de texto. Chase le dio a Daisy un largo paseo. Yo estaba
completamente muerta para el mundo cuando la trajo de vuelta. Me
desperté mientras este empujaba la puerta para abrirla y maldecía por lo
bajini, quejándose de que Daisy no hubiera invitado a su pierna a una cena
antes de intentar follársela mientras le echaba comida en su cuenco y la
regañaba por beber con ganas de la taza del aseo. (No te estás ganando
ningún punto en seducción ahora mismo, Daze). Sonreí mientras me
estiraba con pereza en la cama y pensaba en la molestia que el viaje hasta
mi barrio le había causado. Cuando abrí la puerta del frigorífico para sacar
el zumo de naranja, encontré una nota pegada a la puerta.

M:
No todo lo que tiene vida merece que lo salven. Mi primo
hermano, Julian, es un ejemplo claro de eso (no me preguntes qué
significa para mí, eso cambia de un día para otro).
Además, finjamos que te engañé. Tú tampoco fuiste muy
honesta conmigo. Me ofreciste una personalidad diluida,
dejándome creer que estabas cuerda. Y NO LO ESTÁS.
Además 2, sí, era necesario escribirlo en mayúsculas.
Además 3, el tema de Julian lo he abordado más arriba.
P. D.: Técnicamente esto es un (además 4), ¿demasiados
números para ti? Te dejo una foto mía a caballo, cuando tenía
seis años, increíblemente adorable.
P. P. D.: Me he dado cuenta de que Nathan no ha dormido en
tu casa. ¿Eso quiere decir que todavía es virgen? :(
C

Algo cayó de la nota adhesiva. Una foto. La recogí y le di la vuelta. Era


Chase de niño sonriendo a la cámara (con dos mellas en las paletas) sentado
en un poni. Tenía un flequillo negro como el alquitrán, cuidadosamente
recortado y una sonrisa tan alegre que la viveza de la misma saltaba de la
foto. A regañadientes y solo para mí, admitía que tenía razón. Se veía bien a
caballo. No como el del anuncio de Old Spice, pero bastante adorable.
¿Y qué quería decir con «finjamos que te engañé»? Me había engañado.
Lo había visto con mis propios ojos. O algo así. Bueno, había muy poco
lugar para la interpretación. De cualquier forma, no iba a abrir esa caja de
pandora. Ahora estaba con Ethan. El dulce, maravilloso y fiable Ethan.
La sensación de algo frío y líquido en los dedos de los pies me sacó de
mis cavilaciones y miré hacia abajo para darme cuenta de que llevaba un
minuto derramando el zumo de naranja que estaba sirviendo en un vaso.
Salté hacia atrás. Tras recuperarme, me sequé la mancha del pie con una
mano mientras que, con la otra, escribía una respuesta a Chase.

C:
Las flores simbolizan la vida. Nunca confiaría en alguien que
no cuida de sus flores. Además, me permitiré afirmar que estabas
monísimo a caballo. Hace mucho (mucho) tiempo.
P. D.: Por favor, no vuelvas a tocar mis cosas (bolis, notas
adhesivas, MALETAS, etc.).
P. P. D.: se llama Ethan, no Nathan. Y, de hecho, hemos
practicado sexo salvaje toda la noche. ha tenido que irse por una
emergencia.
M

Mentí. No fue gran cosa. Solo en Manhattan se esperaba que cualquiera


con más de veintidós años tuviera sexo en la cuarta cita. En ese aspecto,
echaba de menos Pensilvania.
Iba a ser firme con Chase, a devolverle el anillo y a despedirme.
Esta vez para siempre.
Sin más negociaciones.
Sin más ofertas.
Sin más dolor.

Quedé con Ethan en un restaurante italiano nuevo esa misma noche.


Llegó veinte minutos tarde. A pesar de todos los defectos de Chase (y tenía
muchos; podría escribir un libro tan largo como Guerra y paz sobre ellos),
valoraba el tiempo de los demás y nunca me dejó colgada. No llegaba tarde
y las pocas veces que lo hacía siempre mandaba un mensaje con una
explicación razonable.
«Aunque Chase no se dedica a salvar vidas de niños», me regañé. «Dale
un respiro a este chico».
Mientras esperaba, leí un artículo sobre una mujer que había hecho un
vestido para su próxima boda con papel higiénico y material reciclado
porque no tenía dinero para comprarse ni alquilar nada lujoso. La encontré
por Facebook, le escribí un mensaje y le pregunté su dirección y talla de
vestir. Tenía algunos vestidos tirados por el apartamento, de cuando era
estudiante de diseño, de los que podía deshacerme, y los instintos de
Maddie la Mártir entraron en acción. También le envié un mensaje rápido a
Layla agradeciéndole el hecho de que dejara pasar a Chase esa mañana, y le
envié una foto del restaurante italiano en el que estaba con la leyenda: «¿Tal
vez el momento perfecto sea esta noche?», junto a un emoji guiñando un
ojo. No era una posibilidad que me excitara mucho, pero intenté
emocionarme por ello. Layla respondió segundos después.

Layla: Nada más romántico que el pan de ajo y un hombre que llega
veinte minutos tarde.
Maddie: Alégrate por mí.
Layla: Soy honesta contigo. Eso es mucho más importante en una
buena amiga.
Maddie: Podría ser el mío.
Layla: Voy a cruzar los dedos por ti. Pero, cariño, no salgas con él
simplemente porque temes a los Chase del mundo.

Me molestó que Chase y Layla tuvieran la misma cantaleta, pero metí


esa preocupación en el cajón del fondo de mi cerebro.
Ethan llegó desaliñado y algo sudoroso, con el cabello despeinado por
todas partes. Llevaba ropa informal (vaqueros y una camiseta desteñida), no
iba con la habitual ropa de médico. Me dio un beso en la mejilla (el aliento
le olía extrañamente dulce) y se sentó frente a mí, dándose palmaditas como
si se le hubiera olvidado algo.
—¿Y bien? ¿Qué tal fue? —Directo al grano. Literalmente al grano en
el culo de Chase. Se había pasado por mi casa la noche anterior, pero solo
para prestarme un libro que yo fingí que quería leer sobre el manejo de
enfermedades infecciosas en preescolares. Se me ocurrió que estaba
cometiendo el mismo error que cometí con Chase cuando salíamos. Estaba
fingiendo ser alguien que no era para que la persona con la que estaba me
encontrara más atractiva. Yo no era una persona completamente diferente,
pero estaba suavizando mi personalidad.
Lo que Chase me había dicho después de volver de los Hamptons me
había afectado esa mañana al darme cuenta de que no tenía intención ni
voluntad de leer un libro de medicina solo para hacer feliz a Ethan. Chase
se sintió engañado y, aunque yo no era del #EquipoChase, lo entendí.
Decidí sincerarme del todo con Ethan para evitar eso. Para mostrarme tal y
como soy.
—¿El qué, los Hamptons? —Tomé la botella de agua y serví un poco en
la copa para ganar tiempo—. Fue bastante raro. Me destrozaron en la cena
familiar. Chase durmió en el suelo. Nos peleábamos cada vez que su familia
no nos miraba. En líneas generales, parecíamos más al borde de un amargo
divorcio que de un feliz compromiso.
Ethan agarró un pico de pan de una cesta y lo mordisqueó mientras
decía:
—Pobrecita.
—Y luego su primo hermano (no estoy segura de lo que significan el
uno para el otro… Biológicamente son primos, pero han crecido como
hermanos) nos invitó… No, diría que nos «retó» a ir a cenar a su casa para
celebrar nuestro compromiso. Chase y él tienen una extraña rivalidad. Así
que tuve que aceptar.
Parpadeé hacia Ethan desde el otro lado de la mesa esperando con
ansias su reacción. Él bajó el pico de pan, frunció el ceño y luego volvió a
mirarme con esa sonrisa afable que tanto lo caracteriza.
—Claro. Es decir, no tenemos nada serio, ¿verdad?
—Cierto. —Asentí con la cabeza—. Claro que sí, nada serio. Eso es lo
que tenemos según tú, ¿no?
—Por ahora, sí.
Empezaba a odiar esa frase con todo mi corazón. Entonces, se me
encendió la bombilla.
—No has venido del trabajo, ¿no?
Ethan negó con la cabeza mientras se servía otro pico de pan. Ahora le
tocó a él detenerse. No aparté la mirada de su rostro hasta que se vio
forzado a dar una explicación más extensa.
—No. Estaba en la… casa de una amiga. —Parecía inseguro y se
frotaba la nuca.
—¿Te duchas en casa de tus amigas? —Levanté una ceja.
—¿Una amiga especial? —Ofreció, agachando la barbilla y
sonrojándose.
Sufrí un instantáneo cortocircuito cerebral. ¿Estaba acostándose con
otra?
—Ya veo. —Francamente, no veía nada. Estaba cegada y molesta, pero,
aun así, el descubrimiento no despertó ningún sentimiento en mí. 
—No es nada serio. Solo quiero ser sincero y honesto contigo, ya que tu
exnovio no lo fue. Lo que tengo con Natalie se termina en cuanto tú y yo
tengamos algo más estable. Pero supuse que, como todavía no hemos
intimado y tú estás con lo del falso compromiso… —Ethan se detuvo. Tenía
las puntas de las orejas tan rojas que prácticamente brillaban.
Decidí tomármelo con calma. Ethan no era Chase. Nunca me había
dejado pensar que teníamos una relación exclusiva para luego ir y acostarse
con otra. No me había dado la llave de su apartamento ni me había invitado
a fiestas. Tampoco me había regalado un ser vivo. Estábamos
conociéndonos. Solo nos habíamos besado un par de veces. En cualquier
caso, ¿qué derecho tenía a enfadarme por ello? Había pasado el fin de
semana con el anillo de compromiso de mi exnovio y su sudadera de Yale.
Es cierto que no habíamos hecho nada juntos, pero no era un
comportamiento digno de la ganadora del premio a la novia del año.
Además, el hecho de que Ethan se hubiera acostado con otra esa noche
simplemente no me molestaba lo suficiente como para causarle dolor, por
mucho que sintiera que debía hacerlo.
Se acercó una camarera a tomarnos nota. Cuando se marchó, me senté y
lo observé con una mezcla extraña de asombro y confusión.
—¿Dónde quieres vivir cuando seas mayor? —solté. Era una pregunta
extraña, teniendo en cuenta que llevaba tres semanas quedando con él. Pero
me preocupaba que Chase tuviera razón al decir que Ethan era todo lo que
pensaba que quería pero no lo que en realidad quería. No pretendía herir los
sentimientos de Ethan ni arrastrarnos a los dos a algo que estaba condenado
desde el principio.
—Ya soy mayor. —Ethan parecía perplejo mientras se servía más picos
de pan.
—Ya sabes a lo que me refiero. Cuando tengas una familia.
—Oh —contestó mirando a nuestro alrededor de forma distraída, como
si le acabara de preguntar si estaba dispuesto a cambiarme el pañal cuando
fuera anciana.
«Di Brooklyn. Di Hempstead. Diablos, di Long Island, por lo que más
quieras».
—Westchester, supongo. Hay barrios con estupendas escuelas, es
limpio, seguro…
«Aburrido». ¿Y qué? Muchos jóvenes profesionales que vivían en
Nueva York acabaron en Westchester cuando empezaron a reproducirse.
Monica y Chandler de Friends lo habían hecho.
«Sí, pero tú eres Rachel, no Monica», dijo Layla en mi cabeza.
«Y además es una serie, no la vida real». Ahora era la voz de Chase la
que me provocaba.
—¿Puedo hacerte otra pregunta? —Quité la pegatina que sujetaba la
servilleta. Ethan tomó un sorbo de vino y asintió con la cabeza. No entendía
mucho este juego. Yo tampoco. Solo intentaba averiguar si Chase había
leído bien a Ethan o no.
—La que desee, señorita.
—¿Qué has desayunado?
—Tostadas con huevo —contestó sin pestañear. Suspiré de alivio, como
si esta fuera la prueba que necesitaba de que Chase estaba equivocado. No
había desayunado avena. Seguramente, Ethan odiaba la avena.
—Mi turno —dijo Ethan—. ¿La mejor manera de empezar el día?
Café, berlinas y hablar con papá por teléfono. Sobre todo para escuchar
los chismes del pueblo. Estuve a punto de responder: «Salir a correr, una
barrita energética y escuchar un podcast sobre el cambio climático», pero
recordé que me había prometido ser sincera esta vez. Así que le dije la
verdad. Ethan arrugó la nariz.
—¿Qué? —Hice una mueca preparándome para su decepción.
—Nada. Es solo que… no me gustan los chismes. Tampoco bebo
cafeína. Me produce unos temblores horribles.
—Vale —contesté—. A estas alturas, entre la Coca-Cola Light, el café y
las bebidas energéticas, la cafeína seguramente formaba parte de mi tipo de
sangre. Aunque la verdad es que importaba poco. Ethan y yo no teníamos
que ser compatibles en todos los aspectos.
—¿Canal de televisión favorito? —Sonreí alegremente—. A la de tres.
—Tres…
—Dos…
—Uno…
—HBO —intervine al mismo tiempo que él dijo: «National
Geographic». Nos reímos y negamos con la cabeza.
—¿Olor favorito?
Levantó la mirada justo cuando la pasta y la pizza llegaron. Su plato de
pasta estaba cargado de verduras, marisco y setas exóticas. Mi pizza llevaba
pepperoni, beicon y extra de queso. Contamos hasta tres de nuevo. Yo dije
«cachorritos» y él «vainilla».
Repito: vainilla. Justo como el sexo que Chase me había prometido que
tendríamos.
Ethan y yo continuamos con este juego durante toda la noche. Nos hacía
gracia lo morbosamente diferentes que éramos. Fue una forma increíble de
romper el hielo. Si no fuera por el hecho de que sabía que se había acostado
con otra unas horas antes, por no mencionar que iba a tener una segunda
cita con mi exnovio el viernes, diría que la noche nos había acercado.
Ethan me acompañó a casa andando y tuvo el buen tino de no besarme
en la boca cuando nos despedimos. Me volvió a besar en la mejilla y sonrió
con timidez mientras agachaba la mirada.
—Te invitaría a subir, pero… —empecé al mismo tiempo que él abría la
boca.
—Lo de Natalie…
Los dos nos detuvimos.
—Continúa. —Sentí que me ardían las mejillas.
—Acaba de romper con alguien, una relación larga, y ella y yo tenemos
este rollo cuando estamos solteros. Estoy muy interesado en ti. No soy el
tipo de chico que va de flor en flor. Sinceramente, quería demostrarme que
estaba de acuerdo con que salieras con tu ex. —Se frotó la frente—. Y, en
gran parte, así es.
—Entiendo —dije en voz baja. Aunque una parte de mí no lo hacía.
Deseaba que Ethan me hubiera contado la verdad antes de que los dos
comprometiéramos el principio de nuestra relación. Pero ya no había forma
de volver atrás. Un mal tiro en la oscuridad por parte de un cupido ciego y
borracho.
—Tal vez es mejor que no tengamos sexo hasta que todo lo de Chase
haya terminado. Obviamente, te hace sentir raro. Como si no estuviera del
todo comprometida con esto —sugerí.
Ethan asintió con la cabeza.
—Es justo. Y prometo terminar lo que tengo con Natalie después de tu
última cita con él. Lo verás el viernes, ¿no?
—Por segunda y última vez —confirmé.
Empujé la puerta del edificio para abrirla y acto seguido la cerré.
Después, apoyé la espalda contra esta y solté un profundo suspiro. Me sonó
el teléfono en el bolso. Lo saqué pensando que podría ser Ethan, que tal vez
querría suavizar la seca despedida con unas palabras dulces o divertidas.

Desconocido: No olvides el pan de plátano el viernes. Por cierto, soy


Chase.
Maddie: ¿Cómo sabes que he borrado tu número?
Desconocido: En las frías noches, el recuerdo de tu ex se vuelve más
ardiente. Pareces el tipo de chica que se autoprotege.
Maddie: Tú pareces un idiota engreído.
Desconocido: Puede que sea cierto, pero acabas de admitir que has
borrado mi número.
Maddie: ¿Puedo preguntarte algo?
Desconocido: Dieciocho centímetros.
Maddie: Ja, ja.
Maddie: ¿Dónde quieres vivir cuando «sientes cabeza»?
Desconocido: Nunca voy a «sentar cabeza».
Maddie: Sígueme la corriente, imbécil.
Desconocido: Vale. Me quedaré en Manhattan. ¿Y tú?

Abrí la puerta del apartamento de un empujón. Daisy saltó hacia mis


piernas con emoción, poniéndome la pelota de tenis húmeda en la mano.
Eché un vistazo al reloj que había encima del frigorífico. Eran casi las once.
Chase volvería para sacar a Daisy en siete horas. La cabeza me dio vueltas
al imaginármelo en mi apartamento. Lo agregué a mis contactos, solo por
fines logísticos. Lo borraría de nuevo el sábado por la mañana, después de
la cena del falso compromiso.

Maddie: No sé. Tal vez Brooklyn. ¿Qué has desayunado?


Chase: Creo que se llamaba Tiffany.
Maddie: Dios Santo, qué odioso eres.
Chase: Relax. Un paquete de proteínas.
Chase: No hagas ninguna bromita sobre esperma.
Maddie: ¿Canal favorito?
Chase: ¿De verdad es una pregunta? ¿Hay otra respuesta correcta que
no sea HBO?
Maddie: ¿La mejor forma de empezar el día?
Chase: Contigo sentada en mi cara.
Maddie: Gracias.
Chase: ¿Por la fascinante imagen?
Maddie: Por recordarme por qué rompimos.
Chase: Cuando quieras.
Maddie: Vete a la m

No debería haberme acostado con una sonrisa en la cara, pero lo hice. 


Chase Black era el demonio. Una criatura fría y siniestra que de alguna
forma se las había ingeniado para abrirse camino hasta mis venas. Pero,
fuera lo que fuera…, estar junto a él me hacía sentir viva.

El martes no hubo ninguna nota adhesiva de Chase. Teniendo en cuenta


que le había pedido específicamente que no tocara mis cosas, tendría que
haberme sentido mucho más alegre de lo que lo hice cuando miré el estante
del frigorífico, ofendida porque estuviera vacío.
Aunque no importaba. No tener pósit de Chase significaba no
encargarme del desastre que dejaba cuando volvía al apartamento. Me dio
una buena oportunidad para hornear algo y llevárselo a Ethan al consultorio
(no era una represalia contra Chase por no dejarme ninguna nota. No, señor.
Era solo yo, tratando de ser amable con Ethan).
El miércoles, sin embargo, el juego cambió. A dos días de la cena de
compromiso, encontré un montón de notas adhesivas negras pegadas en el
frigorífico. No eran del mismo color que las mías turquesas con el
estampado de leopardo que dejaba en la encimera para hacer la lista de la
compra. El cabronazo había comprado sus propias notas. Esa era la razón
por la que no había escrito nada el martes. Probablemente, le había pedido a
su asistenta que le comprara las notas que necesitaba para seguir con
nuestras quejas por escrito. Era imposible que su Alteza Real hubiera
descendido del Olimpo para ir a la papelería. El boli que había usado era
dorado. Tenía mucho que decir, por lo que había necesitado varias notas y
las había pegado una debajo de la otra de forma sucesiva.

M:
¿Qué vas a ponerte el viernes por la noche? Deberíamos ir a
juego, aunque dudo que tenga algo morado y verde con un
estampado de cerditos sonrientes. O sombreros de plumas con
lentejuelas, pompones y lacitos.
O, en realidad, cualquier otra cosa completamente grotesca.
P. D.: Parece que Daisy está obsesionada con la misma
ardilla. Me temo que van a crear una nueva subespecie. Perdilla.
Perros ardilla.
P. P. D.: Estupideces. ¿Cuál fue la emergencia del chico de
pediatría? ¿Trasplante de testosterona?
C

Frenética, corrí al cubo de la basura y recuperé las notas que nos


habíamos escrito para ver a qué se refería con la segunda posdata. El cubo
de basura estaba hasta los topes. Lo miré, horrorizada, antes de darle la
vuelta y cerrar los ojos mientras respiraba por la boca.
La basura cayó sobre el suelo. La revisé mientras Daisy olfateaba
cáscaras de plátano y los envoltorios de queso meneando la cola, hasta que
encontré las últimas notas. Las alisé en el suelo y las leí. Chase se había
burlado de mí preguntándome que si Ethan todavía era virgen, y yo le dije
que habíamos tenido una noche loca de sexo la misma noche que me dejó
en casa cuando vinimos de los Hamptons. Obviamente, no se lo creyó.
Le fruncí el ceño a Daisy, que estaba lamiendo el interior de una lata de
ensalada de pollo y hacía bastante ruido.
—Nadie puede saber esto, Daisy. Nadie.
Ella contestó con un semiladrido. Tomé el bolígrafo y escribí,
presionándolo contra el papel tan fuerte que las palabras se marcaron en el
resto de las hojas.

C:
No he pensado en lo que voy a ponerme. Pero, ahora que lo
preguntas, sí, me decantaré por el vestido morado de lentejuelas
con la chaqueta verde (de terciopelo) y los tacones marrones. No
tiene cerdos sonrientes, pero creo que tengo algo con estampado
de Michael Scott.
P. D.: Ethan es más hombre de lo que tú jamás serás. Es
sincero, leal y AGRADABLE.
P. P. D.: Sí, la ardilla se llama Frank. Déjalos. Son
disfuncionales, pero hacen buena pareja.
P. P. P. D.: No sé por qué creo que me queda poco zumo de
naranja. Por favor, no te sirvas nada mientras cumples tu parte
del trato con Daisy.
M

El jueves hubo un silencio sepulcral. No analicé la falta de notas


mientras iba en el tren hacia el trabajo. No me importaba. De verdad que
no. Pero, si le hubiera dedicado un mínimo pensamiento (algo que, como ya
he dicho, no había hecho), la suposición natural habría sido que Chase
había olvidado las notas negras, el boli dorado o las dos cosas.
Lo que significaba que continuar la conversación no era algo en lo que
pensara habitualmente.
Algo que, como ya he dicho, no me importaba en absoluto.
El día pasó dolorosamente lento. Estuve hablando con Ethan por
mensajes de texto. No pudimos vernos el resto de la semana porque estaba
entrenando para una media maratón (la misma maratón para recaudar
fondos en la que Katie me contó en los Hamptons que iba a participar) y
tenía que despertarse supertemprano. Sven me dijo que ese día no daba pie
con bola. Quería pensar que era porque no iba a ver a Ethan, pero, a decir
verdad, era Chase el que me hacía estar ausente del trabajo. Cuando Sven
desapareció de la vista, Nina añadió con amabilidad que me estaba
convirtiendo en una de mis plantas: «Una explosión de color e
incompetencia». Emitió un «clic, clic» con la boca mientras seguía con la
vista pegada al monitor de Apple. Para acabarlo, tuve que llevarme a casa el
boceto en el que estaba trabajando, ya que tenía que entregarlo al día
siguiente.
Entonces, el viernes, me esperaba otra nota en el frigorífico:

M:
A Daisy no le gusta su comida. Le he traído algo nuevo. El
chico de la tienda me dijo que es como el caviar perruno. Lo he
dejado en la encimera. También ha tratado de tirarse a Frank
esta mañana. ¿Estás proyectándote sobre la pobre perra?
P. D.: No puedo creer que te paguemos por diseñar ropa.
¿Sabes que no es necesario ponerse todos los estilos a la vez?
P. P. D.: Re: Zumo de naranja. Admito que me serví un poco,
pero solo porque tenía sed y aquí solo bebes agua del grifo. Muy
mala hospitalidad por tu parte. Qué impropio viniendo de una
chica sureña.

Levanté el teléfono para contestarle mediante un mensaje. Por lo


general, estaría en contra de mantener cualquier comunicación con él, pero
sentía cómo una rabia desenfrenada ardía a fuego lento por todo mi cuerpo.
¿Cómo se atreve?

Maddie: Soy de Pensilvania, no del sur, maldito Satán.


Chase: Pensilvania = Sur. El sur de Nueva York. Aprende geografía,
Goldbloom. El conocimiento es poder.
Maddie: ¿¿¿POR QUÉ ERES TAN EXASPERANTE???
Chase: Todo en mayúsculas. Esta frustración sexual reprimida acabará
contigo.
Maddie: ¡Bien! Estar muerta sería mejor que pasar tiempo contigo hoy.
Chase: Si pretendes herir mis sentimientos, está funcionando.
Maddie: ¿En serio?
Chase: No.
Maddie: ¿Sabes? Cuando te vi en la escalera, pensé que te disculparías,
y que sería parte del tratamiento a tu adicción al sexo.
Chase: Si fuera adicto al sexo, dudo mucho que me lo tratara.
Maddie: Recuérdame otra vez por qué te ayudo.
Chase: Porque eres una buena persona.
Maddie: ¿Y por qué aceptas?
Chase: Porque yo no lo soy.
Chase: No olvides el pan de plátano.
Chase: ¿Ya te has acostado con él?
Chase: Eso es un no. O eso creo. Te veo por la noche.

Resistí el impulso de lanzar el teléfono contra la pared. Tenía el


presentimiento de que, si me acostumbraba a tirar las cosas cada vez que
Chase me molestaba, no me quedaría nada intacto en el apartamento,
paredes incluidas. En vez de eso, me acerqué a la encimera, agarré el nuevo
paquete de comida de Daisy y le eché una ración en su comedero. Lo
devoró tan rápido que casi me come la mano en el proceso.
Me dije a mí misma que todo acabaría en menos de veinticuatro horas.
Me dije a mí misma que no me importaba.
Sobre todo, pensé que Chase podría tener algo de razón. Tal vez
necesitaba tener sexo para tranquilizarme. Después de todo, habían pasado
seis meses. Le escribí un mensaje a Ethan.

Maddie: ¿Quedamos el sábado en mi casa después de la maratón? A


menos que creas que vas a estar demasiado cansado.
Ethan: *media maratón.

¿En serio? ¿Con eso es con lo que se ha quedado del mensaje? De


pronto, el teléfono se iluminó con un segundo mensaje.

Ethan: Y funcionaré sin problemas, incluso después de la medio


maratón. Es una cita. X
Capítulo ocho
Chase

—Cuéntame, ¿cómo está mi viejo? 


Esquivé a un niño en una escúter mientras paseaba con Grant hacia el
apartamento de Madison. Grant Gerwig era mi mejor amigo desde los
cuatro años. En la actualidad era una especie de Colin Firth, oncólogo
prestigioso en una clínica privada en el Upper East Side. Era uno de esos
cabrones de los que lees que ha encontrado accidentalmente la cura para
una enfermedad incurable mientras comes cacahuetes rancios en un bar
esperando a tu cita de Tinder. El tipo de inteligencia que te hacía
preguntarte si había un significado secreto en la vida que no te habían
contado. Salíamos a correr todas las mañanas y nos tomábamos una copa
todos los fines de semana, fueran cuales fuesen nuestros planes, si los dos
estábamos en la ciudad. Cuando nos enteramos de lo de mi padre, había
arrastrado literalmente a Ronan Black a la clínica de Grant para pedir una
segunda opinión, a pesar de que murmuraba que recordaba claramente
haber ayudado a Grant con sus «necesidades» cuando mi mejor amigo tuvo
un accidente mientras veía una película de terror conmigo, a los cinco años.
«Simplemente, no me gusta la idea de obtener una opinión médica de
alguien a quien conocí antes de que aprendiera a no hacerse sus necesidades
en el pañal».
De todos modos, tanto el joven Grant como el veterano doctor al que
papá había ido primero coincidían. El cáncer estaba demasiado avanzado,
demasiado incurable. Aun así, me sentí un poco menos impotente cuando
mi mejor amigo trató a mi padre.
—Sabes que no puedo hablar de ello. —Grant metió un puño en los
pantalones caqui y utilizó la mano libre para redirigir al niño de la escúter y
que no chocara contra un árbol. La madre del niño se lo agradeció mientras
corría calle abajo detrás de su hijo.
La colorida y bohemia calle de Mad sufría el mayor problema de
nuestra nación, el enemigo número uno de Nueva York: el turista que se
para a tomarse una foto en medio de la jodida calle. Había gente por todos
lados. Se tomaban selfis con una tienda de chucherías vintage de fondo, y
esperaban en fila a la entrada de un bar gay mientras ojeaban libros de
segunda mano puestos en la calle en una librería independiente… Esta calle
no tenía nada de solitaria. Era vívida, llena de vida y color.
Me irritaba pensar que el niño de mejillas hundidas con la mochila de
nailon y la sudadera con capucha de Antisocial Social Club, la paseadora
de perros de mediana edad con el vestido de verano y hasta los malditos
cuatro animales que trataba de dirigir iban a sobrevivir a mi padre. El
hombre que había creado Black & Co. El que había proporcionado miles de
empleos y era responsable de un tercio del sector textil de Nueva York. El
que había contribuido a la economía estadounidense, había asistido
religiosamente a mis torneos de remo, había ayudado a Jul a convertir con
sus propias manos su casa de verano de Nantucket en un monstruo
respetuoso con el medio ambiente, que básicamente era autosuficiente, y
había asistido a las obras de teatro de Katie en el instituto. Maldita sea, la
vida era injusta.
—¿Chase? —Grant me miró a los ojos. Se dirigía a una cita.
Pensábamos tomarnos una cerveza rápida antes—. ¿Has oído lo que he
dicho? Eso de la confidencialidad entre paciente y médico y todo eso.
Gruñí y le di una patada a una bolsa de basura empapada que estaba en
la acera. Ya estaba molesto con la perspectiva de compartir a papá con
Julian, Amber y Madison esta noche. La semana pasada lo visité todos los
días a pesar de que trabajábamos juntos en la misma oficina. Parecía que
estaba empeorando de forma progresiva, y algunos de los empleados habían
comenzado a hablar.
—Sufre mucho dolor. —Las palabras salieron como si yo estuviera
igual.
—Dile que me llame. Podemos ayudarlo bastante con eso.
—Es un maldito obstinado —respondí.
—Obviamente, no viene de familia. —Grant sonrió con ironía.
Los dos nos detuvimos frente al mismo edificio de piedra rojiza. Él
levantó una ceja y yo también.
—Bueno, supongo que te veré mañana para jugar al golf, ¿no? —
preguntó.
—Ese es el plan. —Comencé a subir las escaleras y Grant también.
Volvimos a detenernos. Nos miramos el uno al otro.
—¿Sí? —pregunté con impaciencia—. ¿Hay algo que quieras
contarme?
¿Acaso Madison había decidido salir con todos los médicos de Nueva
York?
La puerta de entrada se abrió y, Layla, la amiga de Madison, todavía
más loca que ella con ese cabello verde funky, salió como una stripper de
una tarta.
—¡Grant! ¡Estás aquí! —Le rodeó el cuello con los brazos. Era una
forma poco ortodoxa de saludar a un hombre con el que no planeabas
acostarte en las próximas horas, a menos que…
«A menos que lleve semanas saliendo con ella y no me lo haya querido
decir porque estaba hecho una mierda tratando de aceptar la situación de mi
padre».
—Layla —dije de forma seca.
—Príncipe de la oscuridad —respondió de la misma manera—. Rezo,
por el bien de mi mejor amiga, para que seas amable esta noche.
—Ni siquiera Dios puede interferir en mi nefasto comportamiento, pero
gracias por el título real. Veo que estás saliendo con mi mejor amigo —dije,
arrastrando las palabras.
—Me acuesto con él —corrigió ella—. Sí.
Grant me lanzó una sonrisa a modo de disculpa.
—No estabas exactamente en el estado mental adecuado para hablar de
esto y, como ha dicho Layla, estableció las reglas de forma muy estricta.
Esto no es algo serio y no debería afectaros ni a Maddie ni a ti.
Como no estaba de humor para hablar de esta mierda, puse los ojos en
blanco y atravesé la puerta. Cuando Madison y yo rompimos, Grant me
echó la culpa. Si bien le había prohibido que mantuviera contacto con ella,
no me extrañaría que Madison hubiera hecho de casamentera con Layla y
con él. Otro rasgo que despreciaba por completo de Maddie la Mártir:
siempre se metía en todo y acababa buscando citas, muebles y actividades
sociales a la gente.
En especial, odiaba que hubiera emparejado a estos dos porque Grant
deseaba una casita con la valla blanca y una esposa cuerda, y la primera vez
que vi a Layla se lanzó en una conversación de cuarenta minutos sobre las
razones por las que la monogamia era algo artificial. Daisy y Frank harían
una pareja más sensata que estos dos.
Llamé a la puerta de Madison y oí a Daisy ladrar de emoción. Mad
abrió la puerta y las rodillas me fallaron, aunque todo lo demás se me
endureció, porque ¿qué cojones…?
Madison llevaba un vestido negro corto, ajustado en los lugares
correctos (sin ningún estampado) a juego con unos tacones de terciopelo
negro y un collar turquesa. Era algo así entre una gargantilla y un collar con
tachuelas. Llevaba el cabello castaño y corto de forma desaliñada
totalmente adrede, los labios escarlata y esos ojos oliváceos pintados con un
dramático delineador negro de femme fatale. Mi polla aplaudía sin descanso
y tiraba rosas imaginarias a sus pies. El resto de mi ser se preguntó por qué
razón no me había dedicado exclusivamente a follármela hasta no dejar
nada de ella cuando salíamos juntos.
—Estás genial. —Entrecerré los ojos. El cumplido salió como una
acusación.
Ella agarró el bolso y las llaves, y frunció el ceño.
—¿No dijiste que querías que fuéramos a juego? Recordé que te gusta
mucho el negro. La puerta negra brillante, los muebles negros, las sábanas
de satén negras… —empezó a enumerar todas las cosas negras que tenía en
el apartamento.
—Has olvidado el antifaz negro. ¿Te gustaría hacer otra visita a mi
dormitorio? —Le ofrecí una sonrisa lobuna.
—Ni loca.
«Loca se está volviendo otra cosa, cariño».
Sentí un violento impulso de tocarla. Pasarle un mechón suelto del
cabello por detrás de la oreja, besarle la mejilla a modo de saludo o
colocarla en mi regazo, abrirle las nalgas y comérmela desde atrás. Antes de
tener la ocasión para eso (iba a quitarle una pelusa de la manga, aunque
prefería devorarla), alguien me dio unos toquecitos en el hombro por detrás.
El día había estado lleno de sorpresas desagradables, pero el estúpido
pediatra con camisa de vestir, corbata ridícula y mallas deportivas era la
guinda del pastel. Sonrió a Madison e hizo un gesto de aprobación por la
ropa que llevaba, con los dos pulgares hacia arriba.
—¡Maddie! He venido a por un beso de buena suerte antes de la media
maratón. —Estaba corriendo en el sitio, junto a mí, en el umbral de la
puerta del apartamento de Madison. No me importaba lo agradable que este
hombre fuera. Rezumaba idiotez en cantidades radioactivas.
—Hola. —Se giró para sonreírme y me ofreció la mano. Se la estreché,
asegurándome de hacerlo tan fuerte que casi le rompiera los huesos. La
única razón por la que no se la machaqué fue porque sus pacientes eran
menores y tenía las suficientes razones para sospechar que yo sería el
primer nombre en la puta lista del karma. Si fuera cirujano plástico que
atendía a amas de casa aburridas y hombres vanidosos, en este momento su
mano sería un malvavisco.
—Chase Black.
—Ethan Goodman.
—Ethan es… —Maddie se interrumpió, permitiéndose un momento
para pensar lo que él era para ella. Los dos la miramos expectantes. Una
lenta sonrisa se extendió por mi cara. Todavía no habían tenido esa
conversación. No tenían algo tan serio como quería que pensara. Mad se
aclaró la garganta—. Nos estamos conociendo.
Ethan asintió con la cabeza confirmándolo, complacido con su
explicación de mierda. Si me hubieran presentado como algo distinto a
nov…
«Termina ese pensamiento, idiota». Mi cerebro me apuntó a la sien
desde adentro. «Te reto a que lo hagas».
—Bonita corbata. ¿Es de la nueva colección de Brioni? —Apunté con la
barbilla en su dirección, completamente serio. Llevaba una corbata de la
Patrulla Canina. La de Chase con el casco de bombero. Solo conocía el
nombre del perro porque, durante un tiempo, la mocosa me llamaba perrito
Chase y me preocupaba y molestaba que conociera mi posición sexual
favorita.
«Además, ¿por qué no estábamos hablando del hecho de que llevaba
mallas?».
—¿Brioni? —repitió, todavía corriendo en el sitio—. ¿Eso es una firma
de diseñador?
—Casi. Un plato italiano —dije de forma inexpresiva.
Me sentí como un imbécil. Sin lugar a dudas, lo parecía. Y, por primera
vez en mucho tiempo, sentí que había cruzado una línea invisible. Siempre
era sarcástico y descarado, pero nunca del todo grosero. En el caso de
Ethan, no pude evitarlo. Me lo imaginé presionando su entrepierna cubierta
por las mallas (en serio, ¿íbamos a pasar por alto las mallas?) contra las
suaves curvas de Madison y besándola, y, francamente, me dieron ganas de
beber hasta morir, romper la botella de whisky en un ladrillo y apuñalarlo
con ella.
—¡Chase! —Madison dio un taconazo en el suelo y, para que conste, no
me oponía a quitarle esos tacones con los dientes más tarde. Se me movía la
polla en los calzoncillos de forma incómoda cada vez que captaba una
bocanada de su perfume. Tarta de calabaza, coco y el olor a Daisy. Olía a
hogar. Un hogar al que no estaba invitado, pero un hogar al fin y al cabo.
Ethan alzó la barbilla hacia mí, con un brillo salvaje en los ojos. Era una
chispa carnal que me decía que sabía que Madison era un buen partido y
que no iba a echarse atrás.
«Toda tuya, pediatrucho».
—Admito que no sé mucho de moda. Espero que Maddie me ayude con
eso. —Le dedicó una sonrisa y un guiño. Le recorrí el cuerpo con la mirada,
evaluándolo.
—Lo llevas claro. La olla y la tetera yendo de compras. Ninguna retina
estará a salvo.
Ahora estaba insultándolos a los dos. Muy malos modales, teniendo en
cuenta que estaba a punto de ayudarme. Pero quedaban muy mal juntos y
ella estaba tan ciega que no podía contenerme.
Mad puso los ojos en blanco.
—¿Ves a lo que me refiero cuando te digo que no te tienes que
preocupar por él? Es insufrible. Nos vemos mañana, Ethan. —Se inclinó
hacia adelante y le acarició el pecho mientras le besaba la mejilla. Sus
labios se posaron sobre su piel un instante demasiado largo, y cerré las
manos en puños por las ganas de tomarla por la cintura y alejarla de él—.
Buena suerte en la maratón.
—Media maratón —corrigió, abrazándola fuerte.
«No le mires las mallas. Si tiene una erección, es posible que tengas que
matarlo y tu abogado está de vacaciones en las Maldivas».
Cuando Mad y yo salimos del edificio, mi pulso recuperó su ritmo
normal.
—¿Hueles eso? —Olfateó el aire de forma teatral.
—¿El qué?
—La orina del concurso de meados que acabas de ofrecer en mi puerta.
Me reí. La versión 2.0 de ella era considerablemente más divertida a
pesar del dolor de cabeza constante que me provocaba. Dije lo que pensé
que la irritaría más, porque ver cómo se sonrojaba era uno de mis
pasatiempos preferidos.
—No pensaba que la lluvia dorada te gustara. No me importaría
probarlo.
—¡Chase! —gritó.
—¿Qué? Ahorraría agua. Solo soy respetuoso con el medio ambiente.
—Aunque pensé que Greta Thunberg no lo aprobaría.
—Eso es, ahora lo sé. El diablo viste de negro.
Se refería tanto a mi color favorito como a mi apellido.
—Más vale diablo conocido que ángel por conocer.
—Estoy ansiosa por conocer mejor al ángel —replicó ella.
—Apuesto a que el ángel no sabe cómo hacer esa cosa con la lengua
que te gusta tanto.
—El ángel me hace feliz —espetó sonrojándose bajo el discreto
maquillaje. Mad siempre había sido buena en eso. Se arreglaba sin parecer
un miembro de Kiss. 
—Y una mierda. Te hace sentir cómoda.
—¿Y qué hay de malo en eso?
—La comodidad nunca te encenderá.
—Tal vez no quiero quemarme.
Todos queremos quemarnos, Mad. Es peligroso, ergo, lo deseamos.
Nos dirigimos al metro. Decidí que interrogarla sobre Grant y Layla
generaría más hostilidad. Tal y como estaban las cosas, si el odio se traducía
en electricidad, Madison me detonaría el culo. Cogimos el metro hasta el
Upper West Side. Conducir en Manhattan un viernes era el equivalente a
frotarte el pene con un rallador: técnicamente posible, pero ¿por qué
querrías intentarlo?
Cuando salimos del metro, Mad se detuvo en seco con una mirada de
horror estropeándole el rostro. Me giré hacia ella.
¿Qué ocurre ahora?
—Se me ha olvidado el pan de plátano. —Se llevó una mano a la boca
—. Oh, mierda. ¿Cómo es que no me lo has recordado? Me he puesto tan
nerviosa con el duelo de baile entre Ethan y tú que se me ha olvidado por
completo.
Como si a alguien le importara. Katie y mamá solo querían que ella
sintiera que esperaban algo más de ella que su presencia real. Su habilidad
para tolerarme los desconcertaba. En realidad, no estaban ansiosas por el
pan de plátano. De hecho, no tenían ganas de consumir otra cosa que no
fuera vino o reality shows malos.
—No ha sido un duelo de baile —señalé.
—Sí que lo ha sido —insistió—. Y has perdido. Metafóricamente
hablando, bailas como el tío borracho de alguien.
—Yo no bailo como el… —Cerré los ojos y me masajeé las sienes. No
me rebajaría al intelecto de una mujer que conocía los nombres de todos los
del clan Kardashian. Por voluntad propia—. Se las arreglarán sin el pan de
plátano. 
—Pero es el postre.
—Odio decírtelo, pero nadie contaba con tu pan de plátano.
Probablemente, Julian y Amber tengan trabajando a tres empresas de
catering y al mismísimo Gordon Ramsay en la cocina desde anoche.
—Bueno, ¡lo prometí!
«¿Es legal fantasear con hacer cosas con ella?». Reflexioné sobre
aquello. «Mentalmente tiene quince años».
—Probablemente lo hayan olvidado.
—He estado hablando con Katie y Lori por mensaje durante toda la
semana. Claro que no lo han olvidado.
¿Se han estado enviando mensajes toda la semana? ¿Esa era la razón
por la que mamá había salido de la cama y Katie había aparecido por el
trabajo? Sentí una punzada de algo ridículo e injustificado en el pecho. Lo
ignoré y mantuve la expresión cuidadosamente hierática.
—Hay una pastelería a la vuelta de la esquina. —Inhalé abriendo las
fosas nasales—. ¿Quieres que compre uno o Maddie la Mártir es incapaz de
engañar a nadie?
—Un poco tarde para fingir que soy incapaz de ello. —Hizo un gesto
con la mano hacia nosotros. Cierto. La presioné para que dijera una mentira
mucho mayor.
Me di cuenta de que Madison lo tenía todo. Debería ser reconocido de
alguna manera por mi estupidez. Había desperdiciado la oportunidad de
tener un sexo increíble porque temía que… ¿Qué exactamente? ¿Qué me
engañara para casarme con ella de algún modo? Eso nunca iba a ocurrir.
«Díselo al anillo de compromiso que lleva en el dedo, el que le
regalaste».
De repente, recordé exactamente por qué había estado con Madison
durante más de una semana, aunque no hubiéramos tenido una conversación
seria en todo ese tiempo:

1. El sexo era de otra galaxia.


2. Los pasteles eran un pecado.
3. Trataba a mi familia como, bueno…, familia.

Yo, a cambio, la había engañado (o eso pensaba ella), y no fui a conocer


a su padre cuando estuvo en la ciudad. Lo más probable era que no tuviera
posibilidades de volver a meterme en sus pantalones en la vida. Era mejor
que aquello terminase lo antes posible.
Compré dos hogazas de pan de plátano de la pastelería Levain mientras
Mad corría al supermercado a comprar una bandeja para hornear. Nos
encontramos en una intersección, justo enfrente del edificio de Julian. Me
arrebató el pan de plátano de la mano, todavía envuelto en una bolsa de
papel marrón, tomó la bolsa por la punta y empezó a golpear con violencia
el pan contra un edificio. La miré fijamente, como el resto de los
viandantes.
—¿Puedo preguntarte qué diablos haces? —La voz me salió en un tono
más cordial del que pensaba que era necesario. Después de todo, estaba
atacando a un producto horneado. Y en público, si se me permite añadir.
—Ningún pan de plátano casero es tan perfecto como los que hacen en
las pastelerías. Solo estoy dándole un toque auténtico. —Esa fue su rápida
respuesta mientras vertía los panes machacados en la bandeja que había
comprado y los cubría con film transparente. Estaba jadeando y las tetas le
subían y bajaban en el vestido ajustado.
Aparté la mirada para no pensar en la perfecta sensación de sus pechos
en mis manos.
—Ese empeño deberías emplearlo en fingir un poco mejor que puedes
tolerarme —señalé con amargura.
—No me pagas lo bastante para eso.
—No te pago.
—Exacto.
Cruzamos la calle mirándonos el uno al otro. Otro de nuestros
concursos de miradas tácitas.
—¿Sabes? —empecé—. Podría…
—No. Por favor, no trates de sobornarme con apartamentos, coches y
helicópteros de oro. Dios, qué predecible eres. Cómo me alegro de haber
conocido a Ethan.
Un hombre que lleva mallas y una corbata de la Patrulla Canina me
estaba superando. Era un buen momento para retirarme.
Incliné la cabeza hacia ella en el ascensor. No sabía por qué.
Simplemente parecía… Mad. Sexy, de una manera bonita y retro-chic. El
tipo de chica con la que se masturbaban los adolescentes. O los magnates de
treinta y dos años.
—¿Acabas de olisquearme? —Se giró hacia mí, con los ojos como
platos.
—No. —Sí, maldita sea.
—Eres como un animal salvaje.
—Mejor eso que ser un chihuahua con collar de la Patrulla Canina.
Puso los ojos en blanco, como si mis respuestas siempre fueran las
mismas. Tomó mi mano y la colocó en su clavícula desnuda. Resistí el
impulso de tragar saliva. Tenía la piel cálida, sedosa y perfecta; no había
nada sexual en lo que hizo cuando restregó mi palma por su delicado cuello,
pero estaba seguro de que una perla de líquido preseminal me adornaba el
prepucio cuando terminó de hacerlo.
—Ahí tienes. —Me apartó la mano—. Para que tengas una buena
porción de mi olor hasta mañana por la mañana y huelas como yo cuando
entremos. ¿Contento?
—¿Contigo? Nunca —escupí.
Ella sonrió.
Yo fruncí el ceño.
El ascensor se abrió y salimos.
Iba a ser una noche muy larga.

Julian vivía en el Upper West Side, en un ático de cinco habitaciones


con vistas a la ciudad que tenía un extraño parecido a un burdel e incluía
muebles tapizados en rojo, lámparas de araña y un amplio mueble bar. En
cuanto entramos, acompañé a papá a la habitación de Clementine para tener
algo de privacidad. Tenía las mejillas hundidas. La vida se le escapaba a
cámara lenta. No estaba seguro de lo que esperaba exactamente. Sabía que
no había tratamiento para el cáncer tan avanzado que tenía. Grant dijo que
administrarle quimioterapia si las analíticas de sangre se lo permitían era
una pérdida de tiempo y esfuerzo y que solo le haría sentirse peor. A estas
alturas, lo que importaba era que estuviese cómodo.
Solo que no veía que estuviese nada cómodo.
—Chase —Papá frunció el ceño—, ¿por qué estamos aquí? —Miró a un
lado y al otro de la habitación de la mocosa. Era el único lugar del
apartamento en el que no parecía que pudieses pillar una enfermedad de
transmisión sexual si te sentabas en algún mueble. Las paredes y el techo
eran de color rosa y los muebles, blancos.
—Porque no estás cuidándote —solté—. Tienes que tomarte la
medicación.
—No me gusta sentirme sedado —respondió—. Quiero estar
consciente.
—No quiero que sufras —argumenté.
—Eso no es decisión tuya.
Tras una discusión de diez minutos en la que insistí en que llamara a
Grant y no logré convencerlo, me arrastré hasta la zona de la cocina de
planta abierta para unirme al resto de la familia. Dejé a mi padre en la
habitación de Clementine, demasiado enfadado como para mirarlo a la cara.
Cuando entré en la cocina (más lámparas de araña, encimeras de color
crema y dorado, estampados de flores por todos lados y ni rastro de
comida), me detuve en seco.
La mocosa estaba sentada en la encimera, balanceando las deportivas
moradas en el aire y riéndose con deleite. Mad estaba haciéndole una trenza
francesa en su cabello naranja, y parloteaba sobre princesas guerreras.
Amber las miraba de reojo tras la copa de cava sin siquiera fingir escuchar
la letanía de mi madre sobre que todas las tiendas de la ciudad se habían
quedado sin las sandalias que buscaba. Julian, que estaba junto a su mujer,
me lanzó una mirada mortífera mientras agarraba la copa de cava con los
nudillos blancos, a punto de hacerla añicos. Sentí una punzada de alegría en
el pecho.
Madison no les estaba dando razones para sospechar que no éramos dos
tortolitos. «Bien». Tan bien que, de hecho, tuve que recordarme por qué
razón tener novia, aunque fuera la sexy y capaz Madison, no era buena idea:

1. Llegaba un momento en que las novias querían casarse. Bueno, al


menos la mayoría.

2. No quería casarme nunca.

3. Si fuera a salir con Madison, algo que nunca ocurriría, sería


desconfiado y rencoroso. La haría muy infeliz. Perderla por segunda
vez sería vergonzoso hasta el punto en el que no tendría otra opción
que darme un puñetazo en la cara.

4. Darme un puñetazo en la cara de forma deliberada era una de las


últimas cosas que quería hacer.

Entré en la cocina y besé la coronilla de cabello naranja y alocado de


Clementine. Rodeé a Madison con un brazo.
—¿Qué está bueno?
—¡Todo! —Mamá se giró hacia mí con voz estridente—. Todo está
genial. El pan de plátano tiene un aspecto delicioso. Gracias, Maddie.
—Se parece terriblemente al que venden en Levain al final de la calle
—murmuró Amber mientras bebía. El minivestido rojo que llevaba era
perfecto para un examen pélvico o porno amateur universitario.
—¿Sueles ir a la pastelería, Am? —Deslicé deliberadamente la mirada
por su esbelto y tonificado cuerpo solo para reírme de ella.
Se ruborizó y entrecerró los ojos.
—En realidad, he perdido algo más de un kilo… Estoy practicando el
nuevo yoga sculpt cinco veces por semana.
—Tus logros no tienen límites.
—¿Qué hay de ti, Maddie? ¿Haces ejercicio? —Se giró hacia mi falsa
prometida sonriéndole con dulzura.
Madison, que fingió no darse cuenta de su pasivo-agresividad, ató la
trenza de la mocosa con una fina goma elástica rosa.
—No, a menos que cuentes ir del salón a la cocina a por helado
mientras The Walking Dead está en los anuncios. Debería cambiarme a
AMC Premiere, pero necesito la actividad física. Y hay muchos anuncios.
Reprimí una sonrisa, encantado por la respuesta de Mad a una Amber
pálida y muy molesta.
—Guau. No puedo imaginar mi vida sin hacer ejercicio. —Amber
jugaba con el collar de diamantes.
—Es una existencia terrible —asintió Maddie—, pero alguien tiene que
hacerlo.
Quería besarla.
Tenía muchas ganas de besarla.
El hecho de que, técnicamente, podía, porque era mi supuesta
prometida, no ayudaba mucho. Sabía que Maddie la Mártir no me daría un
bofetón si trataba de besarla en público, pero no pude reunir la estupidez
suficiente como para pasar de grosero y hosco a cabronazo supremo.
La comida era estilo bufé. Todos los platos estaban en los envases del
catering, diseminados por la gigantesca encimera de la cocina con forma de
U. Como todo lo que hacían Julian y su mujer, era totalmente impersonal.
Había pasteles de cangrejo glaseados con miel y corazones de alcachofa
rellenos de carne de cangrejo, palometa hawaiana marinada con miso y
tentempiés de pepino. Esta vez, Mad le dio una oportunidad a la mayoría de
los platos. Fue Clementine quien se sentó horrorizada frente al plato, con
aquellos grandes ojos verdes mirando fijamente al montón de criaturas
marinas muertas.
—Pero mamá… —seguía diciendo—. Mamá, mamá. Mami, mamá.
—Dios bendito, Julian, dale cereales —soltó al final Amber cuando vio
que no podía seguir contándole a Katie la historia de cómo la habían
confundido con Kate Hudson en Saks Fifth Avenue.
—Pero no quiero cereales. —Clementine empezó a hacer pucheros y
frunció el ceño—. Estoy cansada de comer cereales a todas horas. Quiero
las tortitas de la abuela.
—La abuela no tiene la mezcla especial para hacer tortitas. —Mamá
dejó los cubiertos en el plato mirándola con suavidad. 
Clementine pasaba mucho tiempo en casa de mis padres y mamá
desafiaba la cocina para agasajar a su nieta con lo único que hacía sola y no
le pedía al cocinero que hiciera: tortitas de mezcla instantánea.
Tenía entendido que la relación de Amber y Julian era una serie eterna
de discusiones que terminaban con Julian fuera de su casa y Amber
llorando hasta quedarse dormida. Y esto ocurría todas las semanas. Mis
padres trataban de proteger a la mocosa de esa realidad en la medida que
podían.
Madison oyó la conversación en modo alerta. Vi las ruedas de su
cerebro girar. No quería pasarse de la raya, pero no le gustaba cómo Amber
trataba a la mocosa. No creía que a nadie le gustara. Esa niña vivía de los
cereales, la bollería y el aire.
—¿Qué mezcla suele usar? —Madison se giró hacia mi madre mientras
se colocaba una mano en la cintura—. ¿Para hacer tortitas?
—Trigo rápido.
—Vale. Así que harina, azúcar, huevos, agua, leche y sal. Gotas de
chocolate, si tienes. ¿Dónde está la despensa? —Se giró hacia Amber,
desafiándola con la mirada a negarse. Una vez más, me puse duro. ¿Había
algo que hiciese Madison que no me provocara una furiosa erección? Traté
de pensar. No me había empalmado cuando machacó el pan de plátano en
público. Aunque, para ser honestos, seguía estando follable. Y atable
también.
Amber sonrió con educación.
—Puede comer lo que comen los demás. En casa, todos comemos el
mismo plato o no come nadie. Es cosa de padres. No lo entenderías.
Golpe bajo. Miré a Madison, que seguía mostrando una sonrisa fresca y
dulce.
Estaba de acuerdo con el comentario de Amber, pero en lo que se refiere
a Clementine era una completa mentira. La mocosa nunca comía lo mismo
que los demás. Amber simplemente quería castigar a Clementine por tratar
bien a Madison. Solo que Clementine no estaba al tanto de eso.
—¿No es alérgica al marisco? —Papá le frunció el ceño a Julian. Julian
volvió la mirada impotente a su mujer. Dios. Katie alejó el plato de
Clementine.
—Tiene una alergia leve. Le salen sarpullidos.
—El doctor dijo que desarrollará inmunidad si come marisco de forma
regular. —Amber se sonrojó bajo el maquillaje. Casi me dio pena. No era
una mala madre, pero tenía el instinto maternal de una bolsa de Cheetos. La
mocosa tenía profesores privados, y Amber la llevaba a clases de ballet, le
enseñó a nadar, a montar en bici y a hacer volteretas. También la llevaba a
clases de francés. Sin embargo, la participación de Julian en la vida de su
hija era mínima, y se limitaba a darle palmaditas en la cabeza como si fuera
un labrador todas las noches cuando volvía a casa. Tenía la teoría de que
Amber había perdido su alma el día que eligió a Julian Black como marido.
Claro que ser el presidente del club de odio «Detesto a Julian» desde los
últimos tres años no me hacía nada imparcial. De todos modos, tenía la
sensación de que podía reclutar a Mad como nuevo miembro, a juzgar por
su interacción con la pareja.
—¿No debería empezar con pequeñas cantidades? —Katie se giró hacia
Amber.
—Tengo hammm-breeee —se quejó Clementine, echando la cabeza
hacia atrás.
—En serio, no será ningún problema. Solo necesito diez minutos —
empezó a explicar Madison en medio de la cacofonía de voces que
hablaban una sobre la otra.
—¡Dejadle comer tortitas! —estalló mi padre de repente, golpeando la
mesa con un puño. La sala se quedó en silencio. Madison entró en acción y
corrió hacia la cocina.
Desvié la atención hacia la comida.
—¿No vas a acompañar a tu prometida? —Julian se recostó y empezó a
lanzar una nueva tormenta de mierda.
Me encogí de hombros.
—Puede encontrar el camino hacia la cocina.
—¿Y tú podrías encontrar el camino hacia el siglo xxi? Eso es bastante
chovinista.
Luché contra el impulso de poner los ojos en blanco.
—¿Desde cuándo es chovinista insinuar que mi novia puede hacer su
propia comida? ¿Eso no la hace independiente? En cualquier caso, ¿cuándo
fue la última vez que te preparaste un plato de algo que no compraras en
Whole Foods?
—¿Novia? —Julian levantó una ceja que decía «reventado»—. Pensé
que era tu prometida.
—Chase, Julian, parad —espetó mi madre—. Estáis irritando a vuestro
padre.
«Ha empezado él», quería protestar. Pero, por razones obvias, no lo
hice.
Me imaginaba a Madison poniéndose cómoda en la cocina de Julian y
Amber. Oía el sonido de la mantequilla fundiéndose mientras caía en la
sartén. El aroma a azúcar caliente flotaba en el aire, y no creía que hubiera
un idiota en la mesa que quisiera comer cangrejo relleno de verduras
ecológicas en vez de lo que estaba preparando mi falsa prometida.
—Me gusta mucho Maddie. —La mocosa chupó el zumo ecológico de
bote y dio un suspiro.
—Eso está bien, cariño. —Amber apartó la mirada del plato,
parpadeando.
—Me gusta mucho mucho —siguió Clementine, sin ganar ningún punto
al tacto esta noche—. Es muy amable por su parte hacerme tortitas. Espero
volver a verla pronto en la clínica.
Amber levantó la cabeza como un perro guardián que acababa de oír
una ramita crujiendo debajo de una bota.
—¿En la clínica?
—Sí. Cuando fui a ponerme la vacuna. Quería saludarla, pero estabas
hablando por teléfono y dijiste que no teníamos tiempo, ¿recuerdas? —
Clementine la miró confusa y algo muy oscuro y frío se desató en mi pecho.
Apuesto a que Amber no le había prestado atención a lo que le dijo
entonces Clementine—. La vi cuando fui al médico a vacunarme. Maddie le
dio un abrazo al médico. Lo abrazó muy fuerte. Durante mucho tiempo.
Como las parejas de las películas. Fue asqueroso. —La mocosa se
estremeció y negó con la cabeza con disgusto.
Se hizo tal silencio en la sala que oía el latido de mi corazón. Todas las
miradas se deslizaron lentamente en mi dirección. No tenía nada que decir.
Nada aparte de ¿POR QUÉ Madison ABRAZÓ FUERTE AL imbécil DE
LA CORBATA Y LAS MALLAS DURANTE MUCHO TIEMPO, COMO
HACEN LAS PAREJAS DE LAS PELÍCULAS?
Los abrazos llevaban a otras cosas, y esas otras cosas se me vinieron a
la mente en forma de collage. Mad y doctor Mallas haciéndolo como
conejos frente a una clínica pediátrica. Él cogiéndola por el cuello
bruscamente y metiéndole la lengua en la boca. Tomé un sorbo de agua y
me concentré en no tirar la mesa y todo lo que había en ella por el ventanal.
Quería hacer algo radical, violento e impactante, pero sabía que no ayudaría
a la causa.
No confiaba en lo que podía decir, o pensar.
—¿Eso es cierto, cariño? —Julian me sirvió más agua con la voz
siseante como una serpiente—. ¿Cómo se llamaba tu pediatra?
—Doctor Goodman —ronroneó Clementine, estúpidamente encantada
por haber llamado la atención de su padre—. Tiene las mejores corbatas,
papá. De dibujos animados y personajes Disney. Y me deja pellizcarle
cuando me pone las vacunas. Me gusta, a pesar de que abrazó a Maddie tan
fuerte que no había espacio entre ellos. Luego le dio un beso en la mejilla.
Aj.
Iba a cometer un asesinato. Estaba seguro de ello.
Los ojos de Amber estaban puestos en mí, pero fue Katie la que
preguntó de forma entrecortada:
—¿Chase? Eso… ¿es cierto?
Tenía dos opciones. Dejar a la mocosa de mentirosa (algo que no era) o
atribuirlo a su salvaje imaginación de niña de nueve años. También había
una tercera opción: admitir que era verdad y sincerarme. Pero eso
significaba dejar que Julian ganase. Hace tres años, me habría retirado de
esto con gracia.
Hoy, sin embargo, era la guerra.
—Tal vez viste a alguien que se parecía a ella, mocosa. —Le pasé una
mano por la trenza.
Ella me miró con el ceño fruncido, tan seria como un ataque al corazón.
—No. Iba con el mismo vestido verde con pequeños aguacates que
llevaba en los Hamptons. Le dije a mamá que quería un vestido como ese, y
ella me dijo que preferiría quemarse a lo bonzo antes que vestirme así.
A tomar por culo. Había elegido a la mujer más reconocible de Nueva
York para que interpretara a mi falsa y adorable prometida. Todos
observaban nuestra conversación con atención. Mi padre estaba
especialmente pálido y frágil. Entrecruzó las manos y se dio toquecitos en
los labios con los dedos índice de forma reflexiva.
Lancé una mirada elocuente a Julian.
Él agitó los dedos hacia mí con desdén. Le importaba una mierda.
Mad eligió ese momento exacto para hacer su gran entrada con una gran
sonrisa, manoplas y un plato con una montaña de tortitas humeantes.
Deslizó el plato en dirección a Clementine y empapó las tortitas con el
sirope de arce suficiente como para ahogar a un hámster.
—Ahí tienes, cariño.
—Maddie —Julian casi se tumbó en el asiento, derrochando petulancia
—, Clementine acaba de compartir con nosotros algo muy interesante. Ha
dicho que te vio abrazando a su pediatra, el doctor Goodman, esta semana y
que él te dio un beso en la mejilla. ¿Es cierto? —Levantó una ceja fingiendo
sorpresa.
—Chase dice que debe de haber visto mal. —Amber se subió al jodido
carro tras recuperarse rápidamente de su incapacidad para alimentar a su
propia hija—. Pero conozco a mi hija y es muy observadora.
Madison puso los ojos en mí. Le sostuve la mirada. No estaba seguro de
lo que le pedía, no obstante, sabía que, si se negaba, había muchas
posibilidades de que le prendiera fuego al mundo.
Tic.
Toc.
Tic.
Toc.
¿Desde cuándo los relojes sonaban tanto? Esperé que dijera algo.
Cualquier cosa. Cómo se habían girado las tornas. Seis meses atrás,
Madison Goldbloom se habría puesto de rodillas para hacerme feliz
(literalmente: habíamos probado esa postura dos veces). Ahora estaba a su
merced.
Abrió la boca y todos los que estábamos en la sala tomamos aliento.
—¡Oh, el doctor Goodman! —exclamó con la gran sonrisa de Maddie,
pero yo veía a través de ella. El disgusto hacia sí misma, mezclado con el
pánico, nadaba en sus enormes ojos marrones—. Clemmy, ¡claro que me
viste! El doctor Goodman y yo somos viejos amigos. Está entrenando para
una media maratón. Solo fui a llevarle algo de comer porque estaba en la
zona visitando a una amiga.
Claro. Un amigo. Un «amigo». ¿Por qué no había pensado en eso?
«Porque las únicas mujeres con las que hablabas que no eran de tu
sangre terminaban en tu cama. No reconocerías la amistad con el sexo
contrario aunque te pusieras de rodillas».
Clementine pareció apaciguarse con eso y le dedicó una sonrisa
semidesdentada a Madison, como si le hubiera traído las estrellas y la luna. 
Julian, sin embargo, no se lo tragó. Nos miraba a ambos con una ceja
levantada. Estaba a punto de decir algo que seguro que no quería escuchar,
con la boca abierta, cuando un fuerte estruendo nos sacó a todos del drama.
Dirigí la mirada a la cabecera de la mesa.
Papá.
Capítulo nueve
Chase

Tomé a mi padre y pasé su brazo derecho sobre mis hombros. Julian lo


sujetó por la izquierda. Cruzamos el salón haciendo zig zag, ya que la
diferencia de altura entre Jul y yo hacía que papá se balanceara
inconscientemente entre ambos, como un trapo que ondea en un tendedero.
—Llevémoslo a mi habitación —gruñó Julian mientras se le doblaban
las rodillas por el peso de mi padre. Lo arrastramos por el pasillo. Mamá y
Katie nos pisaban los talones. Oí que Amber abría una botella de licor y que
Madison le pedía a Clementine con entusiasmo que le enseñara sus libros.
El pasillo no terminaba nunca, parecía que se extendía durante
kilómetros. Aparté la imagen de papá muriendo en mis brazos esa noche.
Veía las fotos de la pared borrosas. Cuando entramos en la habitación de
Julian y Amber, dejamos a papá sobre la cama. Llamé por teléfono a Grant.
Que le dieran a su cita con Layla. Deambulé de un lado a otro mientras
Katie trataba de mojar con un poco de agua los labios secos y pálidos de
papá. Recuperó la consciencia, pero eso no significaba una mierda después
de haber hincado la cabeza en el plato y haberse desmayado en la mesa
unos minutos antes.
De repente, mamá recordó algo y corrió de vuelta al salón. Allí buscó la
bolsa de medicinas que había traído para papá (porque llevar una bolsa de
medicinas a todos lados ahora era algo normal). Era un neceser negro y
grande que tenía todo tipo de máscaras de oxígeno y un buen surtido de
pastilleros naranjas.
—Cógelo, cógelo, cógelo —murmuré con el teléfono aplastado contra
la oreja mientras caminaba de un lado a otro de una habitación a la que
nunca habría querido entrar. Grant cogió el teléfono al segundo tono. Narré
los hechos con voz entrecortada.
—Pásame a Ronan, por favor —dijo Grant con una serenidad que me
irritaba. Mi yo de cuatro años quería tirarle arena a los ojos. «¿Por qué estás
tan tranquilo? Papá se está muriendo».
Mamá me pasó la bolsa de las medicinas. La abrí. Katie colocó a papá
con la espalda contra el cabecero de la cama. La frente se le perló con un
ligero sudor. Corrí a ayudarla y me puse el teléfono entre la oreja y el
hombro.
—Simplemente, dime qué hacer.
—Chase, no puedo.
—Soy tu mejor amigo —susurré entre dientes a sabiendas de que
sonaba muy infantil.
—Como si fueras el papa. Tienes que ponerme a tu padre al teléfono. Es
la única persona con la que puedo hablar de la medicación, a menos que me
dé permiso verbal para hablarlo con otra persona.
Los dos sabíamos que papá no me daría permiso para hablar de su salud
mientras estuviera en posición de tomar sus propias decisiones. Era
orgulloso hasta decir basta. Le pasé el teléfono a papá a regañadientes. Él
agarró el aparato con los dedos temblorosos. Revisaba la bolsa de las
medicinas que tenía en el regazo mientras murmuraba al teléfono.
Ranitidina, morfina de liberación lenta, diclofenaco y metilprednisolona.
Cuidados paliativos diseñados para hacerlo sentir cómodo, no mejor.
Katie entró corriendo en el baño que tenía la habitación. La oí vomitar.
Perderlo sería demasiado para ella.
Papá se tomó unas cuantas pastillas, bebió más agua y respondió a
varias preguntas que Grant le había hecho. No pensé que fuera algo normal
que un doctor fuera de servicio se sentara a escuchar la respiración lenta de
su paciente durante veinte minutos, pero lo hizo. Papá puso a Grant en
manos libres y Katie volvió a la habitación.
—Oiga, señor Black, ¿recuerda cuando Chase y yo vimos El resplandor
en una fiesta de pijamas, me meé en los pantalones y me ayudó a
limpiarme? Apuesto a que nunca pensó que la vida nos pondría en esta
tesitura, ¿verdad? —Grant se rio y papá también.
Agradecí en silencio al universo por darme el regalo de que mi mejor
amigo fuese médico y no un idiota corredor de bolsa de Wall Street como
tantos con los que me había codeado en la universidad.
—¿Cómo podría olvidarlo? —Se rio—. Has recorrido un largo camino.
—Bueno, han pasado unos cuantos años. —Oí que Grant sonreía.
Papá colgó el teléfono, me lo pasó y su voz severa de padre me dio un
latigazo.
—Grant se pasará por casa en un rato para asegurarse de que tengo la
cabeza bien. Es un buen amigo. Asegúrate de no perderlos ni a él ni a
Madison. Me agradan.
—¿En serio? —Arqueé una ceja—. ¿Te acabas de desmayar y eso es de
lo que quieres hablar? ¿De mi amigo y mi novia?
—Prometida —corrigió Julian con una sonrisa Profidén.
Cierto. Debía tatuármelo en la muñeca para no olvidarlo. Julian era un
jugador de ajedrez habilidoso, pero también predecible, y su método
favorito consistía en capturar a los peones antes de ir a matar.
En este caso, Madison era el peón, pero ni de coña iba a verla caer por
Julian en el último momento.
—Y sí, rodearte de buena gente es la clave de la felicidad. Lo averigüé
por las malas. Ahora bien, no sé de lo que estaba hablando Clemmy —Papá
señaló hacia la puerta—, pero no puedes perder a esa mujer. Es demasiado
buena para dejarla marchar.
—¿Qué te hace pensar eso? —Me pasé la mano por la mandíbula.
Estaba de acuerdo con él, pero me resultaba difícil de creer que
apreciáramos las mismas cosas en Mad. Para ser honestos, me encantaba
ese fantástico trasero, esa boca tan follable, las observaciones perspicaces y
sus tendencias excéntricas.
—Es inteligente, atrevida, cariñosa y agradable a la vista.
Vale, tal vez veíamos exactamente las mismas cosas. Solo que sonaban
mucho menos sucias si salían de su boca.
—Respeta a tu familia. Se esfuerza por lo que quiere. Siempre tiene una
sonrisa en la cara, y estoy seguro de que no siempre le resulta fácil —
explicó.
—Papá. —Julian se sentó en el borde de la cama y le agarró una mano
pálida. A veces olvidaba que Julian no era mi hermano. Era como mi
hermano. Por lo menos hasta que mi padre anunció que yo era su sucesor.
Desde ese día, Julian había señalado rápidamente que solo era un «simple»
primo. De hecho, ahora lo llamaba tío Ronan el noventa por ciento de las
veces, a pesar de que sabía que eso hacía pedazos a mi padre. Julian le dio
unas palmaditas en la mano con torpeza, como si estuviera hecha de
blandiblú. No sabría fingir un sentimiento genuino ni aunque tuviera un
manual de Cómo ser humano para tontos justo enfrente.
—Creo que tal vez es hora de que te cuides y pases más tiempo en casa
con Lori. —Por supuesto, mamá ahora era Lori. No importaban las noches
que había pasado sin dormir abrazándolo fuerte cuando tenía pesadillas
después de que murieran sus padres, las fiestas de cumpleaños que le había
organizado, las lágrimas que había derramado cada vez que se había hecho
daño…—. Tal vez es hora de que… te jubiles —terminó Julian, con la
frente arrugada a modo de falsa preocupación.
—¿Jubilarme? —Mi padre pronunció la palabra por primera vez. No
había faltado ni un solo día al trabajo en cincuenta y cinco años. Dudaba
que eso se le hubiera cruzado alguna vez por la mente. Trabajar lo hacía
feliz. No se hallaba fuera del contexto del trabajo—. ¿Quieres que me
jubile?
—Nadie quiere que te jubiles —siseé mientras inmovilizaba a Julian
con una mirada mortífera—. Debes de haber oído mal. Eso es lo que pasa
cuando la gente habla con la boca llena de mierda.
—¡Chase! —jadeó mamá.
—No se encuentra bien. —Julian se enderezó y levantó la barbilla—.
¿Qué pasa si hay un corte de electricidad en el edificio y él se encuentra en
el ascensor? ¿Qué pasa si se cae? ¿Y si necesita sus medicinas y no hay
nadie para dárselas? Pueden ocurrir muchas cosas.
«Es cierto. Por ejemplo, puedo empujarte por la ventana de forma
accidental».
—Julian, cállate —espeté.
—Los accionistas pronto harán preguntas. Es una empresa de dos-
coma-tres-mil-millones-de-dólares y está dirigida por alguien que no se
encuentra bien. Lo siento, solo estoy diciendo lo que nadie más se atreve a
decir. —Julian levantó las manos en señal de rendición—. Es éticamente
incorrecto no informar de este tipo de situación médica a la junta. ¿Y si…
—¡Cállate, Jul! —ladró Katie, estallando en lágrimas. Lo raro no era
que mi hermana llorara, sino que se enfrentara así a alguien. Pero desde que
mi padre enfermó, mi familia se había convertido en El señor de las
moscas. Y Julian, el clásico chico de mando intermedio cuya única cualidad
era poseer exceso de autoconfianza, era quien había decidido reemplazarlo
sin importar el hecho de que el puesto ya me lo habían prometido a mí.
Katie me lanzó una mirada—. Me llevo a mamá y a papá a casa.
—Yo los llevo. —Agarré la bolsa de las medicinas de papá y me la
colgué al hombro.
—No, pueden quedarse aquí. Yo… —Julian colocó la mano en el brazo
de papá. Los dos lo callamos con una mirada.
—Yo me encargo de esto —aseguré a mi hermana pequeña.
—Vamos, Chase. Has venido en tren. Yo tengo coche y, de todas
formas, quería pasarme por su casa. Está cerca del punto de partida de la
media maratón.
Asentí con la cabeza. Me sentía dividido entre irme con ellos o llevar a
Madison a casa. Pero sabía que papá no querría todo ese espectáculo (solo
le haría sentirse más vulnerable si lo acompañábamos todos a casa) y,
además, quería terminar las cosas con Mad. Tal vez fuera la última vez que
nos veíamos.
«Es demasiado buena para dejarla marchar», había dicho mi padre.
Lástima que no pudiera quedármela.

Pasé el viaje de regreso al apartamento de Madison contando


mentalmente las razones por las que no debería estar con Ethan Goodman.
Cuando iba por la número treinta, me di cuenta de que al menos había un
centenar más y, de todos modos, era demasiado orgulloso como para decirle
nada al respecto.
Madison a veces me miraba con preocupación y otras se mordía el labio
inferior.
El metro estaba abarrotado y hacía mucho calor. Todos y cada uno de
los cabrones que había allí estaban sudando, sosteniendo una bolsa de
comida para llevar grasienta, o las dos cosas. Un bebé gemía. Una pareja de
adolescentes estaba enrollándose en el asiento que había delante del
nuestro, parcialmente ocultos por las espaldas de dos hombres trajeados que
estaban de pie concentrados en sus teléfonos. Quería salir de allí, llevarme a
Madison conmigo, tomar un taxi (un Uber Copter, a poder ser) y regresar a
mi apartamento de Park Avenue, donde pondría a Elliott Smith a todo
volumen y me centraría en mi exnovia.
A estas alturas, no tenía sentido negar lo que significaba para mí.
Cuando por fin salimos del metro y paseamos hasta su casa, me di
cuenta de que quizá fuera la última vez que pasaba por su calle. La
despedida flotaba en el aire, densa, inminente y nada justa. Pero ¿qué podía
hacer? Quería casarse. Estaba obsesionada con las bodas (su oficio consistía
en diseñar vestidos de boda y tenía flores por todas partes). Por el contrario,
yo pensaba que el matrimonio era la idea más estúpida que el ser humano
podía tener. Nunca había visto que una idea tan popular se utilizara una y
otra vez a pesar de obtener tan malos resultados. La tasa de divorcios era de
un cincuenta por ciento.
Nah, el matrimonio no era para mí. Y, sin embargo…
Los paseos matutinos con Daisy la Calentona.
El acuerdo.
Las bromas.
Las notas en los pósits.
Había llegado a no odiar completamente todo eso. Lo cual era más de lo
que podía decir sobre mis interacciones con la mayoría de la gente.
—¿Estás bien? —Mad hizo una mueca cuando llegamos a la escalera de
su edificio. Se había mantenido en silencio durante todo el trayecto. Por
supuesto que estaba bien. Todo estaba bien. Lo único que me molestaba
(remotamente) era la idea de Ethan subiendo esas escaleras por la mañana
después de la media maratón. Cómo se la iba a follar. Cómo se iba a
enterrar en su dulce y cálido cuerpo, que siempre olía a cosas recién
horneadas, flores y, joder, empecé a imaginármela haciendo todas las cosas
que hacía conmigo. Ya tenía la vena de la frente lista para saltar.
Mad me sorprendió al tomarme de la mano y apretarla entre las suyas.
—Me gustaría decirte que todo mejora, pero no es así. Lo único bueno
de esta situación es que la experiencia de la muerte de alguien cercano
aguza tus sentidos.
—¿Aguza mis sentidos? —pregunté de forma sarcástica, sintiendo
cómo se dilataban mis fosas nasales. Una vez me comí un Ortolán con la
cabeza cubierta con una servilleta para aguzar mis sentidos. El Empire State
Building y mis sentidos medían lo mismo. No necesitaba más.
Madison me rozó la palma de la mano con el pulgar, lo que provocó un
escalofrío que me recorrió la columna vertebral.
—La muerte ya no es tan abstracta. Es real y está esperando, así que
agarra la vida por las pelotas. Cuando pasas por el horror de ver a un ser
querido morir y sigues arreglándotelas para levantarte al día siguiente a
atarte los cordones de los zapatos, pasar a duras penas un desayuno insípido
por la garganta y respirar, te das cuenta de que la supervivencia triunfa
sobre la tragedia. Siempre. Es un instinto primario.
Observé los dedos entrelazados con curiosidad y me di cuenta de que
nunca nos tomamos de la mano mientras estuvimos juntos. Madison lo
había intentado. Una vez, un par de semanas después de comenzar a salir.
Me deshice de su mano tan rápido como pude. No lo había intentado desde
entonces.
Tenía los dedos finos y bronceados. Los míos eran largos y blancos, y
cómicamente grandes contra los suyos. El yin y el yang.
—¿Cómo lo hacías para concentrarte en algo que no fuera tu madre
moribunda? —pregunté bruscamente.
Me sonrió con los ojos brillantes llenos de lágrimas.
—No lo hacía. Fingí hacerlo hasta que lo conseguí.
Agaché la cabeza y aplasté la frente contra la suya mientras inhalaba su
aroma. Cerré los ojos. Los dos sabíamos que no había ni una pizca de
romanticismo en ese momento. Era un momento «el planeta está loco y la
condición humana es una mierda». Era un momento «fin del mundo», y no
había ningún otro lugar donde prefiriese estar.
Le rocé el cabello con el mío y sentí cómo se nos ponía la piel de
gallina a los dos cuando nos tocábamos. No quería dejarla marchar, pero
sabía con cada fibra de mi cuerpo que debía hacerlo.
Por ella.
Por mí.
No pude precisar cuándo exactamente se convirtió en un abrazo, pero
antes de ser consciente de lo que pasaba, ella estaba apoyada en mí y yo en
ella, y nos balanceábamos en el sitio como dos borrachos en un mar de
luces de verano.
Levantó la vista. Tenía una sonrisa tan triste que deseé borrársela de la
cara con un beso.
—Eres valiente —susurró—. Sé que lo eres.
¿Lo sabía? No sé por qué, pero eso me irritó.
—Solo quería… —empecé, aunque las palabras se atascaron en la
garganta.
«¿Follarte por última vez? ¿Saber si de verdad te estás tirando a ese
idiota? ¿Quemar una clínica pediátrica?».
Al final no dije nada. Simplemente me preguntaba por qué no podía ser
como yo, como Layla. ¿Por qué no podía querer algo divertido, casual y sin
complicaciones?
—Adiós, Chase. —Me apretó la mano una última vez. Olvidó
devolverme el anillo de compromiso. No se lo pedí porque, primero, me
importaba una mierda el maldito anillo, y, segundo, sabía que tendría que
ponerse en contacto conmigo de nuevo para devolvérmelo. A pesar de todos
sus defectos, Madison era lo más alejado que había conocido en mi vida a
una cazafortunas.
Me incliné y le di un beso en la frente. Dejé mis labios ahí posados unos
instantes. Ella dio un paso atrás y entró.
La observé desaparecer tras la puerta del edificio.
Ella seguía mirando hacia atrás.
Yo seguía pensando que se daría la vuelta, como en las estúpidas
películas que siempre había querido ver conmigo. Vendría corriendo y
saltaría a mis brazos. Nos besaríamos. Estaría lloviendo (aunque fuera
verano). La levantaría en el aire y ella me rodearía la cintura con las
piernas. Subiríamos las escaleras y haríamos el amor al estilo de Fundido a
negro.
Pero después de mirarme unos segundos a través de la ventana de vidrio
de la puerta de entrada, negó con la cabeza e inició el segundo tramo de
escaleras.
Me di la vuelta y volví a casa a pie. Me llevé la mano a la cara, tratando
de inhalar el aroma que dejó cuando me refregó la mano por su cuello en el
ascensor.
Su perfume se había desvanecido.
Capítulo diez
Maddie

1 de septiembre de 2002

Querida Maddie:
Dato curioso, la flor del diente de león se abre por la mañana
para saludar al sol y se cierra por la noche para irse a la cama.
Es la única flor que «envejece». Cuando eras más pequeña, te
llevaba al parque todos los días. ¿Recuerdas, Maddie? Solíamos
mirar los dientes de león y tratar de determinar cuáles se
volverían blancos y frágiles primero. Cuando lo hacían, los
cogíamos y soplábamos para que saliesen volando. Bailaban en
el aire como copos de nieve y tú los perseguías y te reías.
Te dije que estaba bien recoger dientes de león y soplar hasta
hacerlos volar porque así esparcían las semillas. ¡Cada diente de
león que moría era responsable del nacimiento de una docena de
ellos!
El final de la vida tiene una belleza retorcida y desigual. Es
un recordatorio agridulce de lo que ha sucedido.
Aprovecha el momento.
Cada momento.
Hasta que volvamos a vernos.

Con amor,
Mamá

Llevaba tres días sin noticias de Chase.


Tres días sin notas de pósit.
Tres días sin que Chase entrara, recogiera a Daisy, saliera y estuviera
fuera de mi alcance, tal y como había rogado que hiciera desde que había
regresado a mi vida. Tres días en los que Ethan y yo habíamos estado
demasiado ocupados (yo terminando unos cuantos bocetos que tenía que
entregar al final de la semana y él con sus rituales post ¡media! maratón. La
fecha de la consumación oficial se pospuso porque Ethan tenía que sentarse
en una bañera llena de hielo y escribir una publicación de cinco mil
palabras sobre los beneficios médicos de los baños de hielo (la cual me
envió y yo hojeé). Traté de convencerme de que era algo bueno que no
tratáramos de tener sexo el día en el que le dolían los músculos y yo todavía
seguía reflexionando sobre lo ocurrido, con pelos y señales, en la cena con
Chase. Me molestó especialmente lo del abrazo. Traté de asegurarme de que
nadie pensara nada malo por un abrazo entre dos adultos en la puerta de una
clínica pediátrica. Sonaba completamente platónico, pero el hecho de que
pareciese que Chase estuviera a punto de mutilar a alguien con el cuchillo
de la mantequilla, sumado a los instintos increíblemente agudos de Julian,
significaba que todavía estaba preocupado porque nos descubrieran. Y si
eso pudo causar que Ronan se desmayara, solo Dios sabía qué podría
ocurrir si averiguaba la verdad.
Ethan y yo hicimos planes para salir el martes. Ethan sugirió que traería
comida china y yo, «el humor adecuado». Traté de reunir hasta la última
gota de emoción por los planes nocturnos mientras estaba en el trabajo.
Busqué una lista de reproducción de canciones románticas en iTunes,
me coloqué los AirPods y meneé la cabeza al ritmo de Peter Gabriel y
Snow Patrol. Planeé poner música suave en mi antiguo tocadiscos y tal vez
esparcir flores por la casa.
Estaba trabajando en la mesa de dibujo, esbozando un vestido sencillo
para la colección «Madre de la novia» (odiaba trabajar en esa colección; era
un doloroso recuerdo de que no tenía madre), cuando sentí que alguien me
daba un toquecito en el hombro.
Me di la vuelta totalmente preparada para ver a un repartidor de Glovo
con una bolsa de papel con mi almuerzo. O tal vez a Nina frunciéndome el
ceño y diciéndome que bajara la voz a la música que escuchaba por los
AirPods. Pero casi me caigo del taburete cuando vi a Katie Black de pie
frente a mí, saludándome con una sonrisa de disculpa.
—¡Hola! —dije demasiado alto, al tiempo que me tambaleaba hasta
ponerme en pie. «Nerviosa» se quedaba corto para lo que sentía.
Técnicamente, sabía por qué estaba aquí. Pensaba que pronto seríamos
cuñadas. En la práctica, sabía que mis compañeros harían muchas preguntas
si nos veían juntas. Por ejemplo, Nina, que ya estaba mirando por encima
del hombro tratando de averiguar qué demonios hacía Katie Black hablando
conmigo.
Me las había arreglado para mantener mi relación de seis meses con
Chase en completo secreto mientras estuvimos saliendo. Sabía que la gente
se pondría las botas si supieran que me acostaba con el multimillonario de
la planta más alta. El dueño de los grandes almacenes que mantenían
nuestro negocio a flote. No entendía la ironía de que te pillen saliendo con
un hombre con el que realmente no había salido seis meses después de
haber roto.
—Holi, hola, hello. —Katie volvió a saludarme con la mano mientras se
sonrojaba cada vez más—. Espero no interrumpir nada. Pensé… Bueno,
normalmente me llevo el almuerzo a la oficina, pero una de mis reuniones
se ha cancelado y he pensado que sería buena idea pasar algo de tiempo
juntas. Ya sabes, solo… —Dejó la frase a medias mientras miraba al techo y
se reía para sí misma, mortificada.
—¡Sí! —dije con demasiado entusiasmo, ansiosa por sacarla del
estudio, rápido. Tanteé la silla con la mano en busca de la chaqueta antes de
recordar que fuera hacía mucho calor y que esta mañana no me había traído
ninguna. La arrastré hacia los ascensores. La empujé literalmente en su
dirección—. Qué gran idea. Estoy famélica. ¿Dónde quieres comer?
—¿En La Table? —Me miró con una mezcla de sorpresa y
preocupación mientras se colgaba el bolso Balmain al hombro. La Table era
un restaurante francés de precio fijo que tenía el plato a trescientos dólares
y se encontraba en la planta baja del edificio. Solo se podía ir si se
reservaba antes (a menos que te apellidaras Black o Murdoch), lo que
significaba que no corría el riesgo de tropezarme con ninguno de mis
compañeros de trabajo. También significaba que iba a desembolsar dinero
suficiente como para pagar el alquiler de una semana entera gracias a la
estúpida mentira de Chase, pero, al igual que hacía con el veterinario de
Daisy, estaba totalmente lista para enviarle la factura. El ascensor se abrió y
Sven apareció. Me miró con cara interrogante.
—Hola. Preguntas no. Por favor. Adiós. —Casi empujé a Katie al
interior mientras él salía. Katie abrió la boca para preguntarme qué ocurría,
pero me adelanté.
—¿Qué tal la maratón? —pregunté con alegría.
—Media maratón —corrigió. (Ethan y ella se llevarían bien; sonreí para
mis adentros)—. Y, en realidad, estuvo genial. Me divertí y conseguimos
mucho dinero para la beneficencia. Estoy segura de que Chase te dijo que
donó trescientos mil dólares para patrocinarme.
Casi me atraganto con la saliva. ¿Que había hecho qué? No tenía ni
idea. Siempre pensé que Chase era el tipo de chico que apoya la causa de
quemar bosques tropicales y llevar pieles. Parecía tan exasperantemente
desalmado… Hasta cuando estuvimos juntos llevaba un caparazón de algo
oscuro hecho de acero y misantropía que no pude traspasar. Asentí con la
cabeza tontamente, siguiendo el rol de prometida.
—Claro. Sí, por supuesto.
«Una afirmación es suficiente, Maddie».
Salimos del ascensor. Le pregunté cómo estaba Ronan (nada bien) y
luego la felicité por haber terminado la media maratón. Me dijo que estaba
planeando correr una maratón completa el próximo año. Entonces me
preguntó por qué no llevaba el anillo de compromiso.
—Preferiría no darle una importancia que no tiene. —Sentí que me
sonrojaba. Era eso y el hecho de que, en realidad, no estaba prometida con
su hermano. Las alarmas de pánico sonaron por todo mi cuerpo. Mentir
dejaba una sensación horrible.
—¿Por qué? Técnicamente, no es tu jefe. Lo sabes, ¿no?
—Sí, sí. —No me preocupaba que Chase me despidiese o me degradara.
Me preocupaba que me explotara el corazón en trocitos minúsculos—. Aun
así, pienso que podría disgustar a la gente, ¿sabes? Solo porque sea una
empresa asociada y no le rinda cuentas a Chase no significa que parezca
aceptable.
—Mmm —replicó Katie. Era hora de cambiar de tema antes de que me
explotara la cabeza del sonrojo.
—Me gusta mucho tu vestido —chillé.
Era un vestido por debajo de las rodillas de color marrón. Serio pero
muy elegante.
Katie dejó escapar una sonrisa de sorpresa.
—Me visto horrible. Quiero pasar desapercibida.
—¿Por qué? —pregunté. Obviamente, yo tenía el problema contrario.
—Porque no me gusta que me vean. Es parte de mi problema de
ansiedad. No tengo la misma confianza con la que Julian y Chase parecen
haber nacido. Siempre pienso que lo primero que ven las personas cuando
me conocen es que tengo dinero y que mi padre me dio un gran trabajo
porque tenía que hacerlo.
—Si lo hicieras mal, no te mantendría en el puesto. Conozco a Ronan.
—Negué con la cabeza mientras salíamos del edificio—. Y la confianza es
como una casa. La construyes ladrillo a ladrillo. Tal vez cada ladrillo
parezca insignificante, pero cuando das un paso atrás después de un tiempo
te das cuenta de que has progresado mucho. —Mamá me dijo eso—.
Vestirte con seguridad es el primer paso.
—Deberíamos ir de compras algún día. Puedes ayudarme —sugirió
Katie mientras se mordía el labio y entrábamos en el restaurante. Estaba a
punto de responder cuando el maître nos saludó y nos sentó en una mesa de
primera junto a la ventana. Katie confundió mi silencio con rechazo y
agachó la mirada hacia la carta, tocándose el cuello con dedos temblorosos.
—Me encantaría, Katie —dije—, aunque no estoy segura de que tu
hermano lo aprobara. Siempre se burla de mí por mi ropa.
—Esa es solo su versión de tirarte de las coletas. —Se rio y bebió un
poco de agua—. Debes saber lo mucho que te adora. Cree que eres
hermosa.
«Ah, ¿sí?». No era descabellado pensar que Chase me encontraba
atractiva (había salido conmigo durante un tiempo), pero casi nunca hacía
comentarios sobre mi aspecto, a menos que fueran para señalar lo horrible
que era mi gusto por la moda.
—A veces creo que le gustaría que me arreglara más —reflexioné sobre
mi falsa relación con mi falso prometido para mi falsa casi cuñada. No tenía
ni idea de por qué había dicho eso. Tampoco es que importara.
Katie resopló y levantó la vista de la carta.
—No me creo eso en absoluto.
—Ah, ¿no? Alguien como Amber le pega más.
No estaba tentando a Katie de forma consciente para obtener más
información, pero sabía que no era constructivo. El camarero se acercó a
tomarnos nota. Dejé que Katie pidiera por las dos, sobre todo porque no
podía pronunciar la mayoría de las cosas de la carta; además, estaba
demasiado nerviosa como para echarle un buen vistazo. Una vez que el
camarero se marchó, Katie abrió la servilleta y se la colocó en el regazo.
—Bueno, todos sabemos cómo terminó.
—¿Cómo terminó el qué? —insistí.
«Para, Madie, para».
—Chase y Amber.
«¿Hubo un Chase y Amber? ¿Y todos saben cómo terminó? ¿En
serio?».
Con el pulso retumbando en el cuello de forma desagradable, asentí,
confirmando que sabía lo de Chase y Amber. El pánico me subió por la
garganta.
—Sí, no se llevan bien —dije finalmente. Una imagen de los Hamptons
se me vino a la mente. Amber en nuestra habitación mientras yo estaba en
la bañera. Voces apagadas, seguidas por un silencio intenso. Compartían un
secreto. Estaba segura de ello.
—Eso es un eufemismo —resopló Katie, y luego dio un sorbo al San
Pellegrino—. A veces me sorprende que mamá y papá la aceptaran en la
familia después de lo que le hizo. Aunque no tenían muchas opciones, ¿no?
—No. —Asentí mientras mi cuerpo cobraba vida con demasiadas
emociones como para identificar exactamente qué sentía en ese momento.
¿Ansiedad? ¿Emoción? ¿Ira?—. Es verdad. Eso… no estuvo bien por parte
de Amber.
«¿Qué demonios le hizo?».
—En cualquier caso, estoy muy contenta de que te encontrara. Seré
honesta. No creía que fuese a recuperarse de eso, después de lo que pasó.
No tuvo ninguna novia seria entre Amber y tú.
«¿Chase y Amber salieron juntos? ¿Pero cómo fue eso? Está con su
hermano».
—Así soy yo. —Brindamos, yo con el vaso de agua cara con gas, y le
dediqué una sonrisa—. Llena de sorpresas.
«Y mentiras. Y culpa. Y probablemente con síndrome de colon irritable
gracias a toda la furia acumulada y el remordimiento que contenía mi
cuerpo».
Estaba a punto de tratar de indagar más en el asunto de #Chamber (el
nombre que me inventé sobre la marcha para Chase y Amber) cuando Katie
se puso en pie de un salto y saludó con la mano, emocionada. Giré la cabeza
hacia atrás para ver a quién estaba mirando.
Chase.
Que venía hacia nosotras.
Con una sonrisa petulante de «te desafío a que digas algo».
Estaba tan asquerosamente deslumbrante que me permití un par de
segundos para apreciar su belleza tipo Chris Hemsworth con uno de sus
trajes negros de diseño (alto, ancho y más grande que la vida) antes de
volver a mi estado habitual de furia contra él.
¿Qué demonios hacía aquí?
—¡Cuánto me alegra que lo hayas logrado! Dios, mírala. Está
sorprendida. —Katie se rio confundiendo mi sorpresa con deleite—.
Acabamos de pedir. ¿Tienes hambre?
—No, he almorzado con un accionista —dijo Chase de forma casual
mientras se inclinaba hacia donde estaba sentada, me agarraba del cuello
(¡me agarraba del cuello!) y me plantaba un firme y duro beso (¡@#^%$!)
en la boca. Tenía sus labios sobre los míos. Cálidos, fuertes y llenos de
convicción. Fue un beso que decía: «Está pasando»; no, «Te doy las gracias
por todo lo que has hecho. Que te vaya bonito». Era una continuación de
algo que habíamos empezado cuando lo encontré sentado en mi escalera.
Era la destrucción envuelta en un precioso momento que quería borrar de
mi memoria.
Fue perfecto.
Se echó hacia atrás sonriéndome de forma diabólica mientras se sentaba
junto a mí, se alisaba la camisa y se ajustaba los pantalones pitillo como
hacían los hombres ricos que sabían vestir bien. Lo miré, seguía sintiendo
ese beso por todos lados. Por la boca, por las mejillas, por el pecho. Por ese
lugar que palpitaba bajo el ombligo.
—¿Qué tal la reunión? —preguntó Katie. Chase se lanzó a despotricar
sobre algo que Julian no había hecho bien y que él había tenido que arreglar
en su nombre. Aproveché la oportunidad para sacar el teléfono del bolso y
mandarle un mensaje rápido. Sí, se suponía que tenía que haber borrado su
número justo después de regresar a casa de la cena el viernes, pero supongo
que se me olvidó. Ni que Chase fuera el centro de mi universo, o algo así.

Maddie: ¿¡¡Me. Acabas. De. Besar!!?


Sabía que no me respondería, por lo que coloqué el teléfono en mi


regazo y empecé con el entrante, una sopa de cebolla con extra de queso.
Chase dejó de hablar de la reunión de negocios y fue el turno de Katie de
comentar que alguien del Departamento de Marketing la había cagado tanto
que habían tenido que cancelar todo el catálogo de otoño y empezar desde
cero. Chase agachó la mirada y sonrió levemente mientras sus dedos
volaban por la pantalla del teléfono.
Katie terminó su historia. Chase respondió con otra sobre cómo Julian y
Ronan una vez se intoxicaron con comida en medio de un evento y
vomitaron encima de un inversor. Todavía no me había respondido. Miraba
al teléfono cada pocos minutos, confusa.
—¿Tienes alguna historia embarazosa, Maddie? —preguntó Katie.
Levanté la cabeza de golpe. Me sentí como si me hubieran llamado la
atención por no estar atenta en ese momento. Me aclaré la garganta tratando
de recuperarme.
—Claro que sí.
Miré de reojo a su hermano. Me hervía la sangre de rabia, pero Katie no
lo sabía. Ahuecó la mano en la barbilla ignorando el plato principal que nos
acababan de servir (ratatouille) y esperando una historia divertida por mi
parte.
—¿Quieres una historia embarazosa? Vale. Pues hace tiempo salí con un
chico… Era un verdadero paquete —añadí, soltando una risa metálica.
Katie hizo lo propio y le lanzó a Chase un guiño de «Oh, Dios mío»—.
Tengo que decir que desde el principio no fuimos precisamente una pareja
ideal, pero quería ver adónde nos llevaba la relación. Además, pensaba que
íbamos en serio. Me dio la llave de su apartamento como a los tres meses.
—Tal vez tenía sentido logístico para él —dijo Chase con indiferencia,
tomando un sorbo de su bebida. Miró a Katie con incertidumbre, como si él
y ella supieran algo que yo no.
Le lancé una sonrisa cortés.
—Perdona, cariño, ¿es tu historia o la mía?
Apretó los dientes. Me lanzó una mirada de advertencia.
«No la cagues», decía. Pero en ese momento me importaba poco hacer
lo correcto para él o para mí. Quería venganza. La amargura todavía hervía
a fuego lento en mi cuerpo, subía y se derramaba por la boca después de
meses de lágrimas.
Me giré hacia Katie.
—Como te decía, salía con este chico y me dio las llaves de su
apartamento. En su cumpleaños, pensé: le prepararé una sorpresa supersexy
y romántica…
Katie se rio.
—Grita, Chase, tal vez quieras cubrirte las orejas para no oír lo que
sigue.
—No te preocupes. Conoce muy bien la historia. —Lo fulminé con la
mirada, lista para mi ataque—. Sabía que había ido a tomarse una copa con
los amigos. Lo esperé en su cama sin nada más puesto que un par de
tacones Louboutin que me había comprado ese mes, un tanga rojo y un
sostén negro de encaje (ya sabes, a juego con los tacones), acostada junto a
una tarta de chocolate blanco que había hecho para él…
—Aquello dejó la cama hecha un desastre. —Chase interrumpió mi
discurso y retrocedió de inmediato cuando Katie giró su cabeza para mirarlo
—. Es una suposición. ¿Quién pone una tarta en una jodida cama?
—Para resumir —dije entre dientes atrayendo de nuevo la atención de
Katie—, resultó que, después de todo, no necesitaba mi compañía porque
entró en la habitación con una mujer que no era yo. Oh, y tenía una mancha
de carmín en la camisa. Vaya cliché, ¿verdad? —Sonreí amargamente
mientras alcanzaba el whisky de Chase (era el único que había pedido algo
fuerte) y me lo bebía de un trago para luego dejar el vaso en la mesa—. ¿Te
parece lo suficientemente embarazoso?
Por la expresión de Katie, el horror mezclado con la pena y algo más
que me costó leer, supe que no era el tipo de historia que tenía en mente.
Katie colocó una mano sobre la mía tratando de recuperar el aliento. Me di
cuenta, aunque muy tarde, de que me brillaban los ojos. Estaba conteniendo
las lágrimas. Pero eso no tenía sentido en absoluto. Había superado por
completo a Chase. Lo había hecho.
—Siento muchísimo que te ocurriera eso, Maddie. No hay excusa.
—Ninguna —dije cortante, tragando saliva y respirando profundamente
una y otra vez—. Ninguna en absoluto.
—Es… desgarrador —dijo Katie en voz baja—. Supongo que después
de eso no seguiste con él.
Resoplé.
—Supones bien. Ya sabes lo que dicen, los infieles no cambian.
—Esa es la cosa más estúpida que he oído en mi vida —intervino
Chase, señalando al camarero para que le rellenara la copa con un
movimiento de mano—. Es como decir que alguien que se haya visto
envuelto en un homicidio accidental es un asesino en serie.
—El engaño no es algo accidental —señalé—. Es simplemente egoísta.
—Todas las historias tienen dos versiones —respondió Chase con las
mejillas cada vez más rojas—. Tal vez si te hubieras molestado en hablar
con el chico…
—Parecía bastante entretenido con otra persona en ese momento. —
Arranqué un trozo de pan y me lo metí en la boca. Todavía no me había
respondido el mensaje de texto sobre el beso. Katie nos miraba a los dos,
con la mandíbula rígida y una postura sorprendentemente tensa. Vi en su
rostro el instante en que decidió dejar el tema y fingir que no habíamos
entrado en una gran mina de emociones y secretos.
—Entonces… —Se aclaró la garganta mirando a nuestro alrededor—.
Ahora que has pasado página con Chase… ¿Cuándo es la boda? ¿Hay
fecha?
—No hay fecha, no —dije arrastrando las palabras mientras seguía
sosteniendo la mirada azulada de Chase—. Estamos pensando en tomarnos
mucho tiempo. Ya sabes, para organizar la boda y eso.
—¿Como un año? —preguntó Katie.
—Más bien como una década —repliqué.
Sabía que estaba descubriendo el pastel, y deseaba contenerme. Quería
que Katie fuese mi amiga, de verdad. Llevarla de compras y pasar tiempo
con ella, al margen de cómo terminara mi falso compromiso con Chase. Me
había tomado por sorpresa la forma en la que Chase había aparecido,
arruinándome el momento y luego besándome sin permiso, algo que me
había dejado fuera de juego por completo.
Me di un masaje en las sienes y cerré los ojos dejando escapar un
gruñido.
—No me encuentro bien. ¿Qué te parece si te compenso esto otro día de
esta semana, Katie?
—Claro. —Nos miró.
Cuando abrí los ojos, vi que Chase estaba pagando la cuenta. Traté de
pagar mi parte, de darle mi tarjeta de crédito, pero simplemente puso una
mano sobre la mía y me sonrió.
—Nunca, cariño.
—Qué caballeroso.
—No tienes ni idea.
—Eso —Me volví a sentar, luchando contra el impulso de estrangularlo
— es cierto.
«Eso es lo que sucede cuando muestras cierta simpatía por el diablo»,
pensé con amargura. «Te arrastra al infierno y te quema».

Las madres de las novias de toda América iban a comprar vestidos de


aspecto mullido con líneas elegantes y serias con caída. Los diseños no
tenían nada que ver con mi habitual estilo limpio y romántico.
Estaba tan enfadada después de la comida con Chase y Katie que rompí
tres papeles mientras trataba de dibujar. Estaba sentada frente a una forma
difuminada de cuerpo de mujer (todavía sin ropa) cuando me sonó el
teléfono con un mensaje.

Chase: Apuesto a que todavía estás pensando en ese beso.


Maddie: He dado un trago a la lejía en cuanto he llegado a la oficina.
Ha ayudado un poco.
Maddie: ¿Qué demonios pensabas que estabas haciendo?
Chase: Representar al prometido enamorado.
Maddie: Ya hemos dejado la obra de teatro. Teníamos un acuerdo e
interpreté mi parte.
Maddie: Me has tendido una emboscada. Sabías que estaría allí. ¿Por
qué lo has hecho?
Chase: Pensaba que nuestra historia de compromiso necesitaba más
refuerzo después de que abrazaras al chico de las mallas en público.
Chase: Un abrazo muy largo.
Chase: Como el de las parejas de las películas.
Maddie: ¡Les dije que era mi amigo!
Chase: Pero sucedió.
Chase: (Sucedió, ¿no?)
Maddie: Sí. Hice unas galletas de más la semana pasada y decidí
llevarle algunas.
Chase: ¿Qué tipo de persona se enrolla con su novio en una clínica
pediátrica?
Maddie: ¡SOLO. FUE. UN. ABRAZO!

Me sentí como Ross gritándole a Rachel: «ESTÁBAMOS


TOMÁNDONOS UN DESCANSO».

Maddie: Espera, ¿por qué estoy dándote explicaciones?


Chase: Porque soy tu prometido.
Maddie: FALSO PROMETIDO.
Chase: Eso se lo cuentas a la sesión de fotos de compromiso real que
mi madre ha organizado para la semana que viene. Ahora te mando la
información por correo electrónico.

—Ajjj —gritó Nina detrás de mí—. Hasta mandas mensajes en voz alta.
¿Te has dado cuenta de que susurras lo que escribes? Qué básica eres.
Dejé caer el lápiz antes de salir pitando hacia los ascensores. Deslicé la
pierna por el hueco de uno que se estaba cerrando para que se abrieran las
puertas. Entonces, golpeé el botón para subir a la planta más alta (la
dirección de Black & Co). Nunca había puesto un pie allí antes, y la
perspectiva de irrumpir en un infierno era poco menos que atractiva. Pero
no podía más. Era obvio que Chase estaba quebrantando las reglas de
nuestro acuerdo. Di golpecitos en el suelo con el pie durante todo el camino
mientras imaginaba todas las formas en las que iba a asesinar a Chase
cuando al fin lo pillara. «Con un cuchillo. Con una pistola. Con un incendio
provocado». Las posibilidades eran infinitas.
El timbre del ascensor sonó al abrirse. Salí de allí y, por instinto, avancé
directamente hasta la oficina más grande.
—¡Señorita!
—¡Perdone!
—¿Tiene pase?
Unas recepcionistas tartamudeantes y unas secretarias nerviosas me
pisaban los talones y tropezaban detrás de mí con sus apropiadas cuñas. Un
grupo soñoliento de hombres trajeados me observaba desde los laterales de
la oficina mientras sostenían un montón de papeles y archivos. Abrí de
golpe la puerta de cristal de la oficina de Chase.
—¡Tú!
El cabrón ni siquiera levantó la mirada de los documentos que estaba
leyendo. Tan solo le dio la vuelta a una página muy despacio mientras
fruncía el ceño ante lo que estaba leyendo. Tomé eso como una invitación
para entrar. Dos recepcionistas se asomaron por encima de mis hombros.
—Lo siento mucho, señor Black; irrumpió… ¡Ni siquiera he podido ver
la etiqueta con su nombre! Seguridad viene de camino.
—Está bien —cortó de una manera que implicaba que no estaba bien—.
Marchaos.
Las dos se miraron confusas y luego asintieron con la cabeza al unísono
y salieron de la oficina. Al fin Chase levantó la mirada de los documentos.
Parecía sereno para ser alguien al que acababan de gritar en medio de su
despacho.
—Señorita Goldbloom, ¿en qué puedo ayudarla?
Cerré la puerta de un golpe detrás de mí, me negaba a asimilar la
emocionante riqueza de su entorno de trabajo. El escritorio cromado, la
enorme pantalla de Apple, los ventanales con vistas a Manhattan y el
mobiliario blanco y gris.
—Yo… —empecé, pero él me detuvo levantando la mano. Luego abrió
un cajón del escritorio y sacó un mando a distancia que utilizó para cerrar
las persianas negras de su oficina automáticamente. Parpadeé. Ahora
estábamos solos y ocultos del mundo. Sus compañeros de trabajo no podían
ver nada, aunque suponía lo que se imaginarían.
«Sexo en la oficina». Dios, lo odiaba a él y a sus juegos.
—¿Qué decías? —Se recostó con los ojos brillantes de diversión. Esa
era una buena pregunta. ¿Qué estaba diciendo? Negué con la cabeza.
—Te aprovechas de la bondad que alberga mi corazón. Te dije que
terminaríamos después de esa cena. No tienes por qué besarme ni aceptar
sesiones de fotos conmigo.
—Sacaré a pasear a Daisy todos los días.
—¿Hasta cuándo? —me burlé.
—Hasta que mi padre muera —respondió con rotundidad.
Traté de no dejar que el peso de esa frase se hundiera en mí, pero, de
todos modos, sentí cómo se desplomaban mis hombros.
—Chase —dije con suavidad—, los dos queremos que viva todo lo
posible. No es justo para nadie.
—Al diablo con lo que queremos, le quedan un par de meses como
mucho —gruñó, apartando la mirada de mí—. Quizá menos.
—Esto no es sostenible. —Estaba hablando tan bajito que parecía más
bien un jadeo.
—No tenemos que ser sostenibles. No somos malditas bolsas de
plástico.
—Preferiría envolver mi cabeza con una que jugar a las casitas contigo
—murmuré, arrepintiéndome enseguida de mis palabras. Estaba herido.
Todo su ser sangraba por lo de su padre. La forma en la que hablaba de él,
cómo lo miraba desde el otro lado de la mesa el día de la cena.
Chase se levantó de su asiento con una sonrisa sombría.
—Eres una mentirosa terrible.
—No estoy mintiendo.
—Cuando le contaste a Katie cómo lo dejamos, lo hiciste con lágrimas
en los ojos. No me has superado. —Se inclinó hacia delante sobre el
escritorio, a solo un aliento de rozar sus labios con los míos—. Déjame
decirte que, al contrario de lo que piensas, te tendré debajo de mí.
Sentí que me temblaba el labio inferior y crucé los brazos sobre el
pecho. Quería salir de allí. Ni siquiera estaba segura de cuál había sido el
motivo para subir a su oficina. Chase rodeó el escritorio. Cada centímetro
de su cuerpo era el genial hombre de negocios que deseaba odiar.
—Madison. —Pronunció mi nombre como una orden.
Levanté la barbilla desafiante mientras él se apoyaba contra el
escritorio, cruzaba las piernas y se metía las manos en los bolsillos.
—Me gustaría reiniciar nuestra falsa relación —dijo.
—Qué pena que no sea un ordenador Windows.
—Si lo fuera, lo formatearía por completo y lo restauraría a hace siete
meses. —Me sorprendió que dijera eso. Una bocanada de su olor entró en
mi sistema. Pino, madera, varón y riqueza que no podía comprarse. Era el
sol. Hermoso, cegador y capaz de quemarte viva. Y yo no era más que una
estrella en su constelación. Pequeña e insignificante, completamente
indistinguible a simple vista.
—La cagaste mucho antes de que te pillara con ella.
Pero, incluso mientras lo decía, sabía que no era cierto. Al menos, no
del todo. Yo no me había mostrado tal y como realmente era con la
intención de agradarle. Como la Mártir que era.
Y él era un playboy egocéntrico y narcisista al que le había importado
poco y que nunca se molestó en llegar a conocerme. Pero lo cierto era
que… la antigua Maddie había permitido que la tratara así. La persona que
era ahora, sin embargo, no lo haría. En absoluto.
Le di un repaso con la mirada, desde los ojos hasta la boca, decidida a
no mostrarle lo que pensaba. Me pregunté por qué no podía ofrecerme una
fracción de la comprensión que yo le mostraba y me dejaba en paz. Su mera
existencia me destrozaba.
—Madison —graznó.
—Chase.
Sus dedos recorrieron el lateral de mi cuello mientras me sostenía la
mirada y penetraba el fino muro de determinación que había erigido entre
los dos. Quería morirme. Morirme porque una caricia de Chase era más
enloquecedora que un buen beso (con manoseo incluido) de Ethan.
—No le queda mucho y Julian nos descubrirá en menos de una semana
si dejamos de vernos ahora.
—¿Qué sugieres?
—Que salgamos juntos por el momento.
—No. —Sentí un agujero en el estómago y mi voz rebotando en él.
—¿Por qué?
—Porque te odio.
—Tu cuerpo me ha contado una historia distinta cuando me he
inclinado para besarte antes. —Avanzó hacia mí como un depredador, con
movimientos suaves y elegantes. Clavó las manos en la tierna carne de mi
cuello y se me encogió el estómago de placer, aprobando su toque. Tenía
razón. Era todo oscuridad y pecado. Imposible no ceder.
—Mi cuerpo miente. —Sentía las palabras pesadas en la lengua.
—La que miente es tu boca y, maldita sea, quiero la verdad.
Aparté la mirada observándolo de reojo mientras se acercaba cada vez
más. Di tres pasos hacia atrás. Él se comió la distancia que nos separaba de
un solo paso. Volví a retroceder. Me siguió. Al final golpeé las persianas
con la espalda. Chase me encerró colocando los brazos por encima de mi
cabeza, y me ofreció una mueca amenazadora.
No quedaban barreras. Solo estábamos nosotros y esa densa y casi
tangible tensión que se percibía en el aire como si fuera humo dulce.
—Si finges odiarme… —Tenía la voz sedosa y aterciopelada, y notaba
su cálido aliento en el lateral del cuello—. Al menos hazlo como dices.
Clavó la rodilla entre mis muslos mientras su boca descendía a cámara
lenta hasta la mía. Su cuerpo se amoldó al mío. Yo estaba allí de pie, con los
ojos abiertos, observando con horror creciente cómo su boca se encontraba
con la mía. Sin embargo, lo acerqué más y le clavé las uñas en los
omóplatos. Tenía los labios cálidos y suaves. Más suaves de lo que
recordaba. Parecían distintos. Como si su alma estuviera tocando la mía a
través de este breve roce de labios. Me sorprendió y asustó a la vez la
emoción que se sentí al estar en sus brazos y beber del pozo de su olor,
calor y tacto.
Sabía a un toque de whisky y chicle de menta. Exploraba, probaba y
esperaba a tener permiso para zambullirse en mi boca con la lengua. Suspiré
en su boca y sentí que los músculos se relajaban sin mi consentimiento. Mi
cuerpo era una piscina de deseo cuando Chase ahuecó las manos en mis
mejillas y me enmarcó con sus dedos fuertes.
—Esto es mala idea —me oí decir en un suspiro, aunque me sentía
incapaz de soltarlo.
Él gruñó y me tocó la lengua con la punta de la suya. Nos recorrió una
corriente de electricidad y nos estremecimos el uno contra el otro.
—Ojalá fueras otra persona. —Me habló con los labios en los míos—.
Sin alma, como yo.
La puerta se abrió de golpe antes de que me tragara sus palabras con un
beso famélico.
—Ronan espera ese informe de crecimiento del tercer trimestre… —
Julian se detuvo en el umbral de la puerta con una carpeta en las manos y
los ojos puestos en nosotros.
Chase dejó de besarme de inmediato y agaché la mirada al suelo. Estaba
horrorizada, pero no sabía por qué. Para Julian éramos una pareja de
prometidos liándonos en la oficina de Chase. En todo caso, que nos pillaran
era algo beneficioso, así que ¿por qué me sentía como un fraude?
Julian apretó el pomo de la puerta con los dedos y ladeó la cabeza. Su
sonrisa no era la de alguien que pilla a dos tortolitos en un encuentro
íntimo. Parecía que estaba diseccionando a un ratón con un escalpelo.
—Por favor, no os detengáis por mí.
Chase me rodeó con el brazo. Era la primera vez que me sentía
protegida por él y no sabía cómo tomármelo.
—Desgraciadamente, no es un peep show, de ahí a que las persianas
estén cerradas. Y la jodida puerta. ¿Naciste en un autobús? Llama a la
puerta, maldita sea.
Julian apoyó el hombro contra la puerta mientras esbozaba una gran
sonrisa.
—¿Estás sonrojándote, hermano? ¿Hay algo que deba saber?
—Sí, que si alguna vez tengo ocasión de mearme en tu bebida, ten por
seguro que lo haré. Sin pensarlo dos veces.
—Estáis muy… raros. —Julian se frotó la barbilla y nos miró—. Me
atrevo a decir que hasta incómodos juntos.
—Ayer nos sentimos muy cómodos cuando nos cargamos la cama,
¿verdad, nena? —Chase me dio un beso impersonal en la cabeza. Asentí
con la cabeza con rigidez, más preocupada en molestar a Julian que en
regañar a Chase en ese momento.
—No te preocupes. Te enviaré otra esta tarde. —Chase me acarició la
barbilla con cariño. Era asquerosamente bueno representando al prometido
solícito.
—Que sea blanca. Estoy redecorando —le seguí el juego.
—Chorradas. No nací ayer. —Los ojos pequeños y brillantes de Julian
bailaron en sus cuencas—. Estáis mintiendo. No estáis juntos, pero Chase
está esforzándose para meterse entre tus piernas y la niñita ingenua que hay
en ti está cayendo en sus redes.
Me tragué el orgullo y la ira, pero mantuve la sonrisa intacta. Una parte
de mí había reflexionado sobre lo mismo: sobre si, de repente, Chase había
empezado a besarme y a interesarse por mí solo porque me necesitaba
cerca. Sabía muy bien que quería que saliéramos de verdad, pero solo por
aparentar. Con todas las prebendas de una pareja, aunque sin el compromiso
ni los sentimientos.
—No me gusta nada lo que insinúas —dije con mi voz burbujeante y
orientada al cliente de «¿no podemos todos llevarnos bien?»—. Chase y yo
llevamos juntos casi un año. Entiendo que, después de lo que dijo
Clementine, te dé mala espina, pero has sido muy grosero.
—Oh, Maddie. —Julian suspiró de forma melodramática en el mismo
tono que diría: «Oh, idiota»—. Todos sabemos que no habéis estado juntos
todo el tiempo.
—Ah, ¿sí? —pregunté de forma sarcástica.
Chase soltó una risa y tembló de arriba abajo.
—A menos que te haya engañado por lo menos con tres mujeres. Chase
no es muy bueno manteniendo a resguardo sus asuntos privados… Bueno,
cualquier cosa privada. Y me gusta hacerle visitas sorpresa, solo para ver
cómo está mi hermanito. —Le guiñó un ojo a Chase.
Me sentí físicamente enferma, aunque la información de Julian no era
una sorpresa para mí. Sabía que Chase había salido con mujeres después de
nuestra ruptura. Sven me lo había contado. Y, sin embargo, sentir su brazo
sobre mí y saber que era cierto me provocaba el deseo de hacerme una bola
de miseria y autodesprecio.
—Todo está perdonado y olvidado —dije alegremente mientras tragaba
bilis. Odiaba tanto a Chase en ese momento que quería apuñalarlo con un
lápiz de dibujo. Me sentía como Eliza Hamilton, que sonreía al mundo para
salvar las apariencias mientras su devastador marido reconocía sus
aventuras.
—¿De veras? —Julian arqueó una cínica ceja.
—Todo el mundo comete errores —dije entre dientes.
—Sí. Tu futuro marido parece ser una prueba viviente de ello. Y ahora
supongo que es fiel, ¿no?
—Más de lo que jamás será tu mujer. —Chase se encogió de hombros.
—Cuidado. —Julian levantó un dedo a modo de advertencia.
—Ya he oído bastante —dijo entre dientes Chase, mostrando una
sonrisa provocadora—. Y déjate de gilipolleces fraternales. Nuestra
relación murió el día en que papá me nombró futuro director ejecutivo.
Recuerda, Julian, que en la guerra hay ganadores y perdedores. Y que, de
acuerdo con la historia, los ganadores no se apiadan de los que trataron de
destronarlos.
Los miraba a uno y a otro. Estaba atrapada en medio de un drama
familiar. Al final, me interpuse entre ellos como si fuera una especie de
árbitro.
—Vale, ya basta. Chase, dale el informe de… crecimiento o como se
llame. —Hice un gesto impaciente con la mano hacia la carpeta que tenía
en el escritorio. Chase se hizo con el papel que había estado leyendo antes y
se lo pasó a Julian—. Por favor, Julian, danos un poco de privacidad y la
próxima vez llama a la puerta. Gracias.
Cerré la puerta detrás de Julian para acelerar el proceso. Estar alrededor
de ellos era agotador. Me giré hacia Chase.
—En cuanto a lo que discutimos sobre continuar esto hasta…
«Que tu padre se muera». No pude terminar la frase. Los dos apartamos
la mirada. Pensé en mamá. Sobre todo en una de sus cartas que decía que
había belleza en todas las cosas. Incluso en perder a alguien. Me enfadé
tanto cuando la leí que había cogido un mechero y le había empezado a
prender fuego antes de acobardarme. Hasta el día de hoy, era la única carta
en malas condiciones. Estaba negra por los bordes, como un malvavisco.
—Lo siento, Chase, no puedo. Lo haría si pudiera, pero no quiero sufrir.
Y esto —Hice un gesto para señalarnos— ya está matándome, y ni siquiera
es real.
Negué con la cabeza y escapé de su oficina antes de que tuviera la
oportunidad de convencerme de lo contrario. De atraerme a su demoníaca
guarida, llena de cosas oscuras y hermosas que deseaba explorar.
Regresé a los ascensores. Parecía que mis pies tenían vida propia. Eché
un vistazo a la oficina de Chase mientras ignoraba el borrón de rostros que
me miraban con curiosidad desde todas las esquinas de la sala. Todavía
tenía las persianas bajadas.
Cuando regresé al estudio, me esperaba un correo electrónico de Nina.
Me lo envió a mi Gmail en vez de al correo de la empresa, donde Recursos
Humanos podía verlo en una de sus comprobaciones aleatorias.

Maddie:

Has recibido flores de alguna perdedora que te daba las


gracias por enviarle un vestido de novia después de haber leído
un artículo suyo sobre hacerse un vestido de novia de papel
higiénico (¿qué cojones…?).

Están junto a la mesa de dibujo, justo al lado de una foto suya


con el vestido. El vestido es horrible. Y también la novia. Por
favor, deja de acumular flores en la oficina. Algunos somos
alérgicos.

Nina

Me sentí tentada de contestarle algo despiadado y ofensivo. Entonces,


pensé que no quería que Sven supiera que había problemas entre su bonita
trabajadora en prácticas y yo. En vez de eso, recogí mis cosas, regué las
flores, tomé la foto Polaroid de la novia a la que le había enviado el vestido
y regresé a casa a lamerme las heridas.
Capítulo once
Maddie

Había dos repartidores esperándome en la puerta de casa. Llevaban una


enorme caja de cartón y se gritaban direcciones todo ello sin que se les
cayera el cigarrillo que cada uno tenía en la boca. Entrecerré los ojos y corrí
hacia ellos.
—¿Puedo ayudaros?
—Seguro que sí, señora —se quejó el más sudoroso de los dos.
—Traigo una cama para Goldbloom —dijo el segundo, un chico de
unos diecinueve años lleno de granos, mientras se apartaba una rasta de la
cara y dejaba caer la colilla al suelo en el proceso. Abrí los ojos de par en
par.
«No, no lo había hecho».
—Sí, soy yo. ¿Una cama?
Asintieron con la cabeza.
—No se haga la sorprendida. Ha pagado más por la entrega urgente.
Luché contra el impulso de sonreír.
—¿Es blanca?
El adolescente se enojó.
—Tan blanca como mis nudillos, señora. ¿Podemos entrar?
Los dejé pasar. Resistí el impulso de enviarle un mensaje de texto a
Chase, aunque solo fuera para agradecérselo, porque podía ceder a sus
avances. La verdad era que no podía permitirme ayudarlo más. Estaba
empezando a no odiarlo y eso era un lujo que no podía permitirme porque
Chase seguía siendo Chase.
El hombre que me engañó.
El hombre que se acostó con un sinfín de mujeres después de romper
conmigo.
El demonio de traje pulcro que utilizaba la sonrisa como arma.
Cuando los mensajeros se marcharon (los despaché de inmediato con
una propina y unas latas de Coca-Cola Light), llegó Ethan. Apareció antes
de la hora a la que habíamos quedado y traía comida mexicana. («¿Puedes
creer que el China Palace ya está cerrado? ¡Hoy nada va según lo
planeado!»). Nos sentamos frente a la mesita auxiliar, que también servía
como mesa de comedor, ya que mi apartamento era del tamaño de una caja
de zapatos. Daisy nos pedía las sobras, metía la nariz en los recipientes de
la comida y gemía. Me centré en comerme solo las patatas rotas (por
motivos de solidaridad), mientras no dejaba de pensar en esos dos besos con
Chase. Sabía lo que tenía que hacer y temía que no fuese el momento
oportuno, ya que supuestamente Ethan y yo íbamos a acostarnos esa noche.
Bajé el taco y me giré hacia Ethan en el sofá. Estábamos viendo las noticias
locales después de que el tocadiscos se estropeara, arruinando por completo
el ya empañado ambiente. Ethan estaba comiendo con ganas, absorto en una
noticia sobre una puerta nueva en el sendero de Brooklyn que era
demasiado ruidosa para los residentes de la zona.
—Tengo que decirte una cosa. —Me aclaré la garganta. Él levantó la
vista. Por la boca le asomaban trozos de queso y lechuga. Dios, no me
apetecía nada hacer esto.
—Hoy he visto a Chase. No voluntariamente. Su hermana me ha
invitado a almorzar y él ha aparecido. Una cosa ha llevado a la otra y nos
hemos besado. Lo siento mucho, Ethan. Me he sentido fatal todo el día.
Me refería al segundo beso. El había sido totalmente consentido. Con el
que había sentido que nuestras almas bailaban juntas, que podría haber
llevado a algo más que a un simple beso.
Ethan bajó su taco y desvió a regañadientes la atención de la mujer
mayor de la televisión que se quejaba por la ruidosa puerta que había debajo
de su apartamento para dirigirla hacia mí.
—¿Lo has besado frente a su hermana? —preguntó confundido.
«¿Qué?».
—Sí. Es decir, no. Es decir, sí, en los labios, un pico, supongo. Él ha
empezado. Luego he ido a su oficina para enfrentarme a él y nos hemos
vuelto a besar. —Me detuve—. Un beso de verdad.
—Deja que lo entienda. —Frunció el ceño—. ¿Has ido a quejarte por el
beso que te había dado y has vuelto a dejar que te besara?
Debo admitir que no me estaba explicando bien. Aunque tampoco había
forma de justificar mi loca relación con Chase.
—Sé que es raro. Ni siquiera me explico cómo ha sucedido. Un
momento estaba gritándole y al siguiente…
«Estaba callándome con un beso de esos que te derriten el alma».
—¿Qué quiere de ti? —Ethan frunció el ceño de nuevo y dejó caer el
taco en el plato de papel. Ya no le gustaba lo del falso compromiso. Tal vez
porque, en parte, empezaba a sonar real—. Parece que no puede dejarte
marchar, pero mira qué bien te ahuyentó cuando te tenía.
Estuve tentada de preguntar: «Perdona, ¿qué tal Natalie?». En realidad,
no estaba en posición de decirme nada.
—Quiere que sigamos fingiendo ser pareja hasta que su padre muera. —
Parpadeé a la alfombra estampada que había debajo de la mesita auxiliar.
Estaba llena de migajas de los crujientes tacos. Daisy no se las estaba
comiendo, así que supuse que trataría de mearse en los zapatos de Ethan,
igual que hacía con todos los que entraban en su fortaleza, salvo conmigo.
Había tenido el buen sentido de colocar los zapatos dentro de una bolsa de
plástico en el estante junto a la puerta.
—¿Y poner tu vida en espera? —Ethan frunció el ceño—. Qué
considerado.
—Le he dicho que no.
—¡Por supuesto que le has dicho que no! —Ethan lanzó las manos al
aire y luego se detuvo—. Espera, ¿por qué le has dicho que no?
¿Por qué lo había hecho? ¿Quién sabe? Porque estaba asustada. Porque
parecía que era lo correcto. Le mando un saludo a las personas que
entienden los entresijos de sus decisiones. No soy una de ellas. La mayoría
de las veces me arriesgaba y trataba de seguir mi lógica, y todo eso que
pensaba que diría el doctor Phil sobre mi situación.
—Por ti.
Esa era la mitad de la verdad. Bueno…, tal vez un cuarto. La principal
razón era que sabía que Chase era más que capaz de volverme a romper el
corazón.
Ethan se rascó la suave mandíbula.
—No me gusta.
—A mí tampoco. —Otra mentira.
—Entonces no veo el problema. —Volvió a coger el taco—. El falso
compromiso ha terminado; estás oficialmente en el mercado. ¿Y qué si le
has besado? Yo… —Se detuvo en el último minuto—. Yo también he hecho
cosas mientras veíamos a otras personas. Esa es la razón por la que hemos
decidido esperar hasta ahora antes de llevar las cosas al siguiente nivel. —
Levantó las cejas de forma significativa—. Bienvenida al siguiente nivel,
Maddie.
—Todavía no estoy preparada para el siguiente nivel. —Arranqué de
entre mis dedos la lechuga meticulosamente cortada sin mirarlo a los ojos.
—No tenemos que hacerlo hoy.
Negué con la cabeza y cerré los ojos.
—Ni mañana tampoco —empezó a decir.
—No sé si es buena idea, punto. Ese beso sucedió por una razón. Tal
vez no he superado del todo a Chase. Pensé que sí lo había hecho cuando
me registré en SoloSolterosSerios.com. De verdad. Pero ahora no estoy tan
segura.
—Acabas de decir que lo rechazaste por mí —señaló Ethan.
—Sí, porque quiero a alguien como tú —afirmé—. Pero no sé si estoy
preparada para pasar página.
La voz robótica del presentador de las noticias de la televisión, que pasó
a otra información sobre un delincuente de diecinueve años que había
tallado su nombre en la cara de su novia, interrumpió el silencio. Se llamaba
Constantine Lewis. Apuesto a que si Chase lo estuviera viendo ahora
mismo diría que esperaba que al menos hubiera tenido la decencia de tallar
Stan, por abreviar.
Estaba prediciendo lo que Chase diría o pensaría. Cómo reaccionaría.
Pensaba en él durante todo el día. Qué estaba haciendo, pensando,
comiendo. Qué estaba viendo. Estaba claro que no lo había superado.
—Lo siento mucho, Ethan. Me horroriza haberte puesto en esta
situación. Por si sirve de algo, eres absolutamente perfecto.
—Me estás diciendo la típica frase de «no eres tú, soy yo». —Se agarró
el lado izquierdo de la camisa, pero su voz carecía de veneno—. Au.
—Me duele más a mí que a ti. —Sonreí con cansancio.
—Pero quieres superarlo. Eso es la mitad del camino.
No dije nada porque era la verdad.
—¿Puedo al menos decir algo al respecto? Supuestamente soy la parte
perjudicada.
Me reí.
—Eso es justo.
—Me gustaría pensar en ello. En si quiero perdonarte por hacer lo
imperdonable y besar a tu exnovio multimillonario, pez gordo y nada feo.
Ahora me reí a carcajadas.
—¿Te estás reservando el derecho de dejarme?
—De buena manera —corrigió Ethan—. Y, sí, no estoy seguro de estar
preparado para olvidarme de esto, sea lo que sea. Aprecio tu justa
advertencia de que pueda salir herido, pero quizá todavía quiera darle una
oportunidad. ¿Trato hecho? —Me ofreció la mano. Se la tomé y la estreché
con una estúpida sonrisa. Era lo más bonito que me había ocurrido hoy.
—Trato hecho.
Un silencio cómodo se apoderó de nosotros mientras comíamos el resto
de la cena, hasta que oímos un leve sonido de algo líquido procedente de la
puerta, seguido por el gruñido de un cachorro.
—¡Daisy! —Salté del sofá, pero era demasiado tarde. Mi aussiedoodle
de color chocolate ya estaba en pie junto a la puerta, con una bolsa de
plástico hecha jirones en la boca, meándose en los zapatos de Ethan.

Pasé los siguientes tres días revisando las llamadas de Chase. Aunque
Ethan se había reservado el derecho a cambiar de opinión sobre nosotros,
no había tenido noticias de él desde la noche de la comida mexicana. Me
sentí levemente aliviada por este giro de los acontecimientos. Una cosa
menos de la que preocuparme. Le envié a Ethan un extenso mensaje de
texto de disculpa antes de que Layla me dijese que dejara de ser más santa
que el papa.
—El tío se tiró a otra el día que fue a cenar contigo. Estaba claro que no
teníais ningún compromiso.
Tres días después de los increíbles besos y la especie de ruptura con mi
no-novio Ethan, empezaba a respirar de nuevo. Respiraciones superficiales
y vacilantes de alguien que sabía que esto todavía no había terminado.
Ronan seguía enfermo.
Chase era un hombre que siempre conseguía lo que quería.
¿Y qué hay de mí? Yo estaba aprendiendo poco a poco a mirar por mí.
Me sumergí en el trabajo y terminé tres bocetos para la colección
«Madre de la novia», uno de ellos en honor a mamá. Dibujé a la modelo
con el mismo turbante naranja que llevaba cuando estaba con la quimio.
Tenía los mismos ojos alegres, color miel, los labios carnosos y sus
características pecas. El vestido era de flores, grande y de encaje. Algo que
mamá se habría puesto para mi boda. Cuando Sven vio el diseño final,
observé la confusión en su cara. No era práctica común poner detalles en el
rostro de una modelo de un boceto. Entonces cayó en la cuenta, me dio un
apretón en el hombro y suspiró.
—Le habría encantado.
—¿Tú crees? —pregunté en un susurro.
—Lo sé.
Recé para que el siguiente proyecto no tuviera nada que ver con las
madres. Echaba de menos a mi madre, más que nunca, y deseaba que
estuviera aquí para ayudarme a resolver el lío de Chase/Ethan. Así que
cuando Sven se aproximó a mí después de acabar la colección «Madre de la
novia», ya estaba conteniendo la respiración.
—Maddie, necesito tu atención. —Sven chasqueó los dedos mientras se
acercaba a mi rincón del estudio, contoneándose. Ahuequé las manos en los
lirios blancos y rosas mientras lo miraba con curiosidad. Se detuvo a varios
centímetros de mí y me puso una pila de papeles en las manos—. Tu nuevo
proyecto.
Di una vuelta completa en el taburete, crucé las piernas y sostuve el
lápiz entre los dientes, como si fuera un cigarrillo. Abrí el archivo que me
había pasado. Era fino y cuando le eché un vistazo me di cuenta de que eso
era porque no tenía todas las cosas que normalmente trae un proyecto:
maquetas de la línea de moda en general, puntos sobre lo que había que
hacer, etc.
—Ha tardado mucho en llegar, pero llevas años trabajando muy duro y
creo que te mereces esta oportunidad —dijo Sven mientras leía las palabras
del proyecto una y otra vez.
«El vestido de novia de todos los vestidos de novia: el vestido de novia
insignia de Croquis».
Me temblaban los dedos alrededor del documento y sentía el pulso en el
cuello.
—Vamos a lanzar la colección de otoño en la Semana de la Moda de
Nueva York dentro de un par de meses. Normalmente, el elemento de
apertura es el vestido de novia de ensueño. Como ya sabes, es lo más
prestigioso del desfile. Suele estar reservado para diseñadores de gran
impacto. Es el vestido que todos los amigos de Vera Wang, Valentino y
Óscar de la Renta van a mirar. El que pedirán las famosas de primera línea
para sus bodas. La guinda del pastel. Y tú vas a diseñarlo.
Ya sabía todo esto. Era algo grande. La persona que lo había diseñado el
año anterior había ascendido y ahora trabajaba para Carolina Herrera. En
vez de responderle con palabras, elegí el momento para desmoronarme sin
gracia alguna. Me caí de culo (literalmente) de la silla de lo aturdida que me
encontraba. Traté de mantener las lágrimas de felicidad a raya, pero fue
difícil, porque nunca pensé que podría trabajar en algo tan prestigioso en
mis primeros años de carrera.
—Controla la gravedad, Maddie —murmuró Sven mientras me ofrecía
la mano y me levantaba del suelo—. Cuando Layla me dijo que ibas a
caerte de culo, no sabía que lo decía de forma literal.
—¿Layla sabe lo del proyecto? —jadeé mientras me cubría la boca con
ambas manos. Por supuesto que sí, Dios, estos dos me irritaban de veras—.
Sven, no te arrepentirás, te lo prometo.
—Para. Este año te elegí para que fueras mi diseñadora estrella. En
concreto, para que tus diseños no me aburrieran hasta morir. Quiero que te
vuelvas muy loca y te salgas de lo común con este proyecto. Has
demostrado que puedes seguir bien las instrucciones, pero ahora quiero ver
el sombrerero loco que hay en ti. La artista.
—Eso está hecho. —Hice un gran esfuerzo para no empezar a dar saltos
mientras me reía con la cara llena de interminables lágrimas de felicidad
que ya no podía contener. En general, reservaba las lágrimas para buenas
noticias y películas Disney.
—¿Qué plazo tengo? —pregunté.
—Un par de meses, así que es mejor que te pongas manos a la obra. —
Imitó el sonido del látigo—. Oh, y antes de que lo preguntes, no tiene
comisión —señaló con sequedad.
—Artista hambrienta de victoria. —Moví el puño en el aire—. ¿A todo
esto, qué tal Francisco?
—Sigue queriendo un niño.
—¿Y tú?
—Yo sigo queriendo huir con mi entrenador de Equinox.
—Mentiroso —contesté suavemente acariciándole el antebrazo. Aunque
no presioné para conseguir más información. Si Sven quería decirme algo
más sobre el proceso de adopción, lo haría.
Estaba ocupada hojeando el paquete del proyecto, memorizando todos
los detalles, cuando oí una voz aburrida detrás de mí:
—¿Maddie Goldbloom?
—Esa soy yo —canturreé, todavía entusiasmada. Me giré para ver cara
a cara a un repartidor joven con un mono amarillo y una sudadera violeta
por debajo. Llevaba un ramo de lirios.
—Entrega para usted. —Me ofreció una tablet para que firmara. Lo hice
apuñalando la pantalla con el bolígrafo gris de plástico.
—Ugh. Estas cosas nunca funcionan. Mi firma termina siendo tan solo
una línea gris irregular —murmuré escribiendo más fuerte.
—No te preocupes, colega. Solo es un trámite. Nadie planea venderlo
en eBay. —El repartidor se mesó el cabello hacia un lado. Tomé los lirios
blancos y los coloqué cerca de las otras flores. Entonces, busqué la nota.
Sabía que Nina no iba a dejar pasar por alto el hecho de que había más
flores en la esquina de la oficina.
Cuando por fin la encontré, la abrí con dedos temblorosos. No me
permití hacerme ilusiones, lo cual fue algo bueno.

Maddie:
Después de sopesarlo durante bastante tiempo y de forma
meticulosa, he decidido que estoy dispuesto a tomar lo que
quieras darme.
Te espero.
Ethan
Le hice una foto a la nota y se la envié a Layla. Su nombre apareció en
la pantalla del móvil no más de cinco segundos después.
—Oh, Dios…
—¿No tienes clase? —la interrumpí.
—Sí. Enseñar a preescolares independencia y autocontrol es muy
importante, quiero que lo sepas. —Se rio. Oí el eco de su voz mientras se
acomodaba en el pasillo vacío—. Seré sincera: no creía que Ethan tuviera
oportunidad después de que Chase volviera a aparecer en escena, pero es un
cambio de juego. Básicamente, está aceptando ser el segundo plato. Qué
jugoso.
—No, no es así —protesté.
—¿Sabes qué tienes que hacer?
—No, pero tengo el presentimiento de que estás a punto de decírmelo.
—Debes tirarte a los dos y ver cuál es mejor.
Tenía el presentimiento de saber quién se llevaría el gato al agua (y los
orgasmos). Miré la nota de las flores con un sentimiento de pavor y
decepción.
—Eso no sería justo para ninguno. —Me mordí el labio inferior.
—Mmm, no. Solo consolidaría el hecho de que Chase supera a Ethan y
de que tienes que ponerte las bragas de niña grande y dejar marchar a
Ethan. Soy la primera en admitir que Chase no tiene madera de novio, es mi
versión masculina. Pero Ethan… —Layla chasqueó la lengua—. Nah…
—¿Eso es todo? —gruñí.
—No. También quiero decirte que Grant es excelente en la cama y
felicitarte por el proyecto. Te quiero.
—Sí, yo también. —Colgué.
Le envié un mensaje a Ethan para darle las gracias rápidamente y le
pregunté si quería tomar un café. Era lo menos que podía hacer después del
gesto tan dulce. Me contestó de inmediato.

Ethan: Me encantaría.

Alisé una página en blanco sobre la mesa de dibujo y la miré con una
sonrisa al pensar en el proyecto del vestido de novia de ensueño. No había
nada que me emocionara más que una página en blanco. Las posibilidades
eran infinitas. Podría ser increíble, mediocre, malo o una obra de arte. El
destino del vestido que estaba a punto de adornar la página todavía no
estaba escrito. Mi trabajo era escribir su historia.
—¿Qué voy a hacer contigo? —susurré, dándome toquecitos en los
labios con el carboncillo y sonriéndole a la página.
—Estoy pensando en una buena comida, seguida de una primera base
en el taxi, seguido de comerte en el ascensor mientras subimos a mi ático;
lo siento, no podré resistirme; seguido de un festival de sexo que haría
sonrojar a Jenna Jameson.
Jadeé y me giré a mirar de dónde procedía la voz. Reconocí el tono
inexpresivo e irónico al instante. Me fallaron las rodillas, pero esta vez no
me caí de la silla.
—No puedes de…
—No soy tu jefe —señaló antes de que acabara la frase.
—Solo porque no trabaje para ti no significa que no me estés acosando
sexualmente.
—¿Estoy acosándote sexualmente? —Inclinó la cabeza hacia un lado y
levantó una ceja.
«No».
Debí de haber reflejado la respuesta en mi rostro porque dejó escapar
una profunda y retumbante sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —Le fruncí el ceño a Chase. Combinaba el traje
negro con una corbata borgoña y llevaba la mano metida en el bolsillo, del
que sobresalía el Rolex. Era lo más parecido a pornografía empresarial que
había visto en mi vida.
—Te estaba buscando —dijo sin disculparse, echando un vistazo a los
tres jarrones llenos de flores de mi escritorio—. Siempre tienes un jarrón
por tu madre —dijo, provocándome un pálpito por la sorpresa. ¿Lo
recordaba?—. ¿Quién te ha enviado las otras flores?
—Una chica a quien le regalé un vestido de novia.
—¿Y?
—Ethan.
—Las suyas son los lirios, ¿no? —Se aproximó a las flores y cogió un
pétalo. Me estremecí—. Buena elección. ¿Está de luto por el final
prematuro de vuestra relación?
—La relación con Ethan no está muerta.
Echó la cabeza hacia atrás con una risa despreocupada.
—Sé clara con él. El juego se ha acabado para el doctor Seuss. Un
montón de flores no cambiarán nada.
—Un montón de flores lo cambian todo —Aparté su mano de un tortazo
para proteger las flores— para la hija de una florista.
Ladeó la cabeza. Ahora me miraba de forma divertida. No me gustaba,
era la mirada de un hombre con un plan, y no creía que los planes de Chase
y los míos estuvieran alineados.
—¿Es cierto? —Un destello de picardía brilló en sus ojos.
Aparté la mirada como si me hubiera golpeado su belleza. Odiaba el
vértigo que se instalaba en mis entrañas cada vez que me ponía los ojos
encima.
—Ven conmigo. —Abrió la mano. No la tomé.
—No lo creo.
—No es una petición.
—Tampoco es el siglo xvii. No puedes darme órdenes.
—Cierto, pero puedo montar una escena que te haría desear no haberme
conocido nunca.
—Eso ya lo deseo —bromeé, mintiendo.
—Pierdes el tiempo de todo el mundo. En especial el de Ethan. Maddie
la Mártir quiere tener hijos con Ethan, pero la verdadera tú quiere dar el
paso y ahogarse conmigo. Vamos.
No tenía sentido discutir con él. Además, no podía concentrarme en
crear el vestido de novia de ensueño (VNE para abreviar) cuando el
misterio de lo que quería mostrarme Chase colgaba sobre mi cabeza. Era
desconcertante pensar que tenía un sexto sentido y sabía cuándo Ethan
hacía un movimiento para aparecer el mismo día y a la misma hora. Seguí a
Chase al ascensor, esquivando las miradas curiosas de la gente que me
rodeaba. Sven estaba de espaldas a nosotros, encerrado en la oficina de
cristal, hablando por teléfono de forma animada con un proveedor de telas
que había arruinado uno de nuestros pedidos. Pero Nina estaba allí,
elegantemente sentada en su asiento y observándonos a la par que se limaba
las uñas. Había al menos doce compañeros de trabajo (diseñadores,
costureras y pasantes) que nos miraban con curiosidad mientras salíamos
del estudio. Por suerte, excepto a Nina, a la mayoría los consideraba amigos
y sabía que les gustaba lo suficiente como para no pensar lo peor de mí.
Todavía.
—La gente hablará —me quejé por lo bajo.
—Mientras seas el sujeto y no quién habla, no sé cuál es el problema.
Entramos en el ascensor.
—No soy como tú. No soy intocable.
—Madison Goldbloom, ojalá fueras tocable para mí —dijo con seriedad
al tiempo que se cerraban las puertas del ascensor a cámara lenta—. Me
encantaría que así fuera.
Capítulo doce
Chase

La llevé a la floristería más grande de Nueva York. Una floristería de


Midtown junto al Empire State Building.
Mad arrastraba los pies y fruncía el ceño durante todo el tiempo, como
una adolescente enojada, mientras lanzaba miradas por encima del hombro
para asegurarse de que no nos vieran juntos. La mayoría de las mujeres que
conocía pagarían bastante dinero porque las vieran conmigo. Esta no.
Tenerla alrededor era liberador. Como tomarse unas vacaciones del caos de
mi cabeza. Era cierto que nunca iba a ofrecerle matrimonio, pero podía
ofrecerle pasarlo bien. Esta vez hablaba en serio sobre hacerla mía.
De forma «temporal».
Demonios, incluso podría reclamar el título de novia.
Puntos adicionales: conseguiría dejar fuera del caso a Julian.
El plan era a prueba de balas.
Pasamos junto al escaparate de la floristería. Unos ramos de coloridas
flores y un cartel que decía «el amor es algo grande» nos devolvían la
mirada. No era de extrañar que estuviera tan obsesionada con el matrimonio
y el amor (sus padres se lo habían inculcado a presión desde el día en que
nació). Abrí la puerta y esperé a que pasara. Una vez dentro, Madison se
giró hacia mí y se cruzó de brazos. Llevaba un vestido con estampado de
pollos con un bonito collar y una corbata de terciopelo negra, además de un
sonrojo juvenil. Lo cual, desafortunadamente, me hacía parecer que era el
tío mayor pervertido.
—¿Ahora qué? ¿Vas a comprarme todas las rosas de la tienda y a
proclamar tu amor eterno hacia mí? —Puso los ojos en blanco.
—No exactamente. Voy a comprarle flores a Ethan.
—¿Le vas a comprar flores a Ethan? —repitió Madison, abriendo la
boca en forma de O.
—Sí. Y a mí.
—Y a ti.
—¿Te vas a limitar a repetir todo lo que digo? —pregunté con cortesía.
—Sí, hasta que lo que digas tenga algo de sentido.
—Muy bien. —Le agarré la mano (era la segunda vez que nos
tomábamos de la mano en una semana) y la arrastré más al fondo de la
tienda. El olor a polen era tan dulce que casi me atraganté. No entendía
cómo le gustaba eso a Mad. Pero claro que sí. Le recordaba a su infancia y
a su madre. Cómo no había pensado en ello antes. Felicitaciones a Ethan
por averiguarlo antes que yo. Flores. Qué jodido genio.
—Entiendo que tengas algunas reservas con respecto a nuestra relación
y me gustaría modificar la letra pequeña del acuerdo. ¿Recuerdas que te dije
que quería continuar con esto hasta que mi padre muriese? —pregunté
ignorando lo amargas que sabían las palabras en mi boca.
Papá estaba hecho una mierda, pero seguía yendo al trabajo todos los
días. Mientras tanto, Julian se dedicaba a dar pistas sobre el estado de salud
de papá a inversores y accionistas, e informar de forma anónima a los
medios de comunicación sobre que se avecinaba un gran cambio en la junta.
Grant lo había pillado con las manos en la masa después de que Julian se
hubiera registrado en una habitación de hotel veinte minutos antes de que
un reportero de Wall Street fuera directo a la misma habitación. Mi mejor
amigo estaba en el restaurante del vestíbulo del hotel almorzando con su
madre.
Definitivamente, mi primo iba a por lo que en ajedrez llamábamos «el
doble ataque».
—Cuando dices «continuar con esto» te refieres a «continuar conmigo»,
¿no? —Madison frunció el ceño mientras recorría el lugar con la mirada
como si fuera una tienda de golosinas. No podía evitarlo. Tocó una flor
púrpura anaranjada, acariciando sus pétalos aterciopelados y temblando de
placer. Ese gesto bastó para que se me levantara la polla en los pantalones.
—Sí —dije—, pero he decidido darte todo el paquete del prometido a
precio de descuento; solo tienes que hacerme compañía.
—¿Qué incluye todo el paquete del prometido? —Bostezó. No era un
buen comienzo.
—Citas, noches de películas, restaurantes, sexo, conocer a tu padre. —
Dejé que asimilara lo último y observé su rostro, pero permanecía estoica,
centrada en las flores que tenía delante mientras se inclinaba para oler los
girasoles—. Todo esto va en serio.
—Me engañaste —señaló por enésima vez.
Otra vez la misma cantinela. Había llegado la hora de que supiera la
verdad. Le toqué el brazo para que me mirara.
—No te engañé.
Ella gimió, fingiendo que no le importaba.
—Te vi.
—No, lo que viste fue que entré a mi apartamento con otra persona. No
me viste tocarla ni besarla. Nunca lo hice.
—Llevabas la camisa manchada de carmín. —Se giró totalmente hacia
mí. Ya no estaba susurrando. Una pareja de treintañeros que claramente
buscaban flores para su boda nos miraba con curiosidad.
«Seguid mirando, idiotas».
—No era mi camisa.
—Claro que no. —Mad echó la cabeza hacia atrás y se rio. Una risa
amarga que no quería volver a escuchar de su boca. Sonaba extraña. Algo
completamente ajeno a Madison. La mujer que había junto al hombre que
estaba a nuestro lado le dio un codazo a su novio y ladeó la cabeza en
nuestra dirección. Increíble. Le lancé al futuro marido una mirada de «qué
diablos».
Se encogió de hombros con impotencia.
—Lo siento, hermano. Parece que te lo has buscado. —Se rio.
Desvié mi atención a Madison.
—La camisa no era mía. Era de Grant. Estaba con alguien. No, deja que
lo corrija. Estaba en mitad de una cita cuando lo llamaron del trabajo. Es
comprensible que no pudiera presentarse con una camisa que sugería que
estaba de vacaciones en Ho Island.
—Así que te ofreciste voluntario para darle tu camisa. —Más sarcasmo.
—Correcto —gruñí—. ¿Recuerdas la camisa? Era blanca. No uso
blanco. Solo visto de…
—Negro —terminó por mí con los ojos llameantes. Había tenido un
momento de lucidez. Ese día iba de negro. Diablos, siempre iba de negro.
Hubo un momento de silencio. La pareja que estaba junto a nosotros parecía
interesada en nuestra conversación y les habría dicho lo que pensaba si no
estuviera centrado por completo en explicarle a Madison lo que en realidad
había visto aquella noche.
—Da igual, no importa. ¿Y qué si era la camisa de Grant? La mujer que
llevaste a casa era real. La vi. ¿Supongo que te siguió? No —Levantó una
mano, sonriendo, pero no había nada de alegría en esa sonrisa—, estaba
huyendo de un asesino con un hacha y le ofreciste cobijo, ¿a que sí?
La mujer que estaba al lado empezó a reírse. Su prometido agachó la
barbilla, ocultando una sonrisa. Iba a matar a alguien. Por ejemplo, a mí
mismo por idear ese estúpido plan en primer lugar.
—La llevé a casa porque sabía que estarías allí —dije con sequedad.
—No podías saberlo. —Mad negó con la cabeza—. No se lo dije a
nadie excepto a…
—Katie —terminé por ella—. Katie me lo dijo. Mencioné que iba a
pasar el fin de semana de mi cumpleaños en Florida con Grant. Ella me dijo
que no querría hacer eso y luego me reveló tu plan.
Por la mirada que puso Madison, sabía que había caído en la cuenta. El
otro día en el restaurante había estado tan inmersa en el tornado emocional
que olvidó que, en su momento, le había contado a Katie lo de la sorpresa
de cumpleaños. Así que en el restaurante contó la historia sobre el
cabronazo al que había pillado poniéndole los cuernos, pero no estaba al
tanto de que Katie me había contado que Madison me iba a esperar en
lencería en mi cama.
Y olvidó que ella había informado a Katie de que me iba a esperar en mi
habitación.
Katie no era estúpida. Había sumado dos más dos, pero no había dicho
nada. Al menos una persona en mi familia ya sabía lo que Julian ansiaba
descubrir: que la había cagado.
—Y la llevaste a casa para que te pillara. —Mad abrió mucho las fosas
nasales.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque quería que nos vieras.
—¿Por qué?
—Porque las cosas se estaban volviendo demasiado reales demasiado
rápido y a mí no me va eso, Madison. Creo que los dos sabemos que
tampoco voy rápido. —Miré a la pareja que estaba al lado. El chico se
sonrojó. «¿En serio?». Ahora ni siquiera me importaba que su chica me
juzgara. Estaba sentenciada a una vida con un marido con problemas de
eyaculación precoz.
—No voy a perturbar mi vida con un revoltijo de emociones sin sentido.
—Ahora hablaba en tono de superioridad. Tenía que callarme.
—Vale, RoboCop —murmuró la mujer de al lado.
—Deberías habérmelo dicho —dijo Mad.
—Por experiencia sé que las mujeres no pillan el mensaje. Dicen que se
van a tomar las cosas despacio, pero eso solo significa que están esperando
su momento. Y, no te ofendas, pero eres la mujer más obsesionada con las
bodas que he conocido en mi vida. Vives del diseño de vestidos de novia, y
entre tu apartamento y la oficina tienes suficientes flores para sacar a
Holanda del negocio.
—Podrías haberme dejado. —La voz de Mad se quebró a mitad de la
frase. Tenía razón. Y odiaba cuando tenía razón. Había actuado con
cobardía.
—Pensé que pillarías el mensaje, te volverías loca y luego reaparecerías
en forma de follamiga.
—Guau. Para ser tan inteligente, pareces estúpido. —Suspiró. En su
defensa, su rostro reflejaba asombro y no desdén.
—Estoy de acuerdo. —La mujer de al lado levantó el brazo—. Un
movimiento supertonto.
—Gracias por la aportación. Estaba ansioso por saber lo que una
completa extraña piensa sobre mi carácter. —Le lancé una sonrisa cortés
antes de volver a mirar a Madison y tomarla de las manos—. No puedo
prometerte la eternidad, pero sí el presente y eso es más de lo que he
ofrecido nunca a una mujer.
—Bueno, aprecio tu verdad retorcida, extraña y de lógica retrógrada —
dijo Madison, arrancando sus manos de las mías y alisándose el vestido por
encima de los muslos—. Pero, aunque no me hayas engañado, lo cierto es
que me has hecho daño. La respuesta es no.
—Suponía que dirías eso. Por eso he venido aquí a comprar flores para
Ethan y para mí. —Hice un gesto hacia la floristería como si no supiera
dónde estábamos. No era el movimiento más brillante, pero el éxito de mi
plan estaba en peligro—. Conoces a tus flores, ¿no? Voy a comprar la
misma planta para Ethan y para mí. La que sea más difícil de mantener viva
en interior, tú eliges. Si Ethan realmente es don Perfecto y yo soy un idiota,
seguro que puede mostrar su compromiso manteniendo la planta viva.
Parpadeó.
—No sigo tu lógica.
—Los jazmines. —Me esforcé mucho por no mostrar los dientes como
un animal—. Dijiste que te importa que se mueran las plantas, ¿no? Me
diste todo el jodido discurso sobre ello, si mal no recuerdo. Estás
obsesionada con las flores y mantenerlas con vida. —Tomé aliento y me di
cuenta de que asociaba las flores de su escritorio con su madre, y su madre
estaba muerta, por lo que las flores significaban mucho para ella—. Este
tema te importa mucho.
—Estás vendiéndome en serio este gran acto. —Madison arrugó la
frente—. Pero ¿puedes explicármelo y dejar a un lado al imbécil que llevas
dentro para ver más allá del deseo de darte un puñetazo en la cara? Gracias.
Reprimí una sonrisa. La verdadera Maddie era mucho mejor que la
versión ligera, sin grasa y sin gluten que había entrado en mi vida unos
meses atrás. Sí, era una buena persona, pero había aprendido que no era
fácil de convencer.
—Dijiste que te importaban las plantas. Que la forma en la que las
personas cuidan de ellas es un testamento de su carácter. Bueno, creo que a
Ethan no le importan. No lo suficiente. Al menos, no le importas tú. No
tanto como a mí.
Se hizo el silencio. Cuando levanté la vista de su cara, me di cuenta de
que toda la tienda nos estaba mirando, no solo esa pareja de treintañeros.
Habíamos tenido una acalorada discusión sobre mi (no) engaño del pasado
y una declaración de intenciones, y ahora la gente sabía que había otro
hombre en el juego. Estaba a una cirugía plástica y un escándalo de
desnudo de ser invitado a Mujeres ricas de dondequieraquesea.
—Azaleas —susurró inmersa en sus pensamientos. Las piernas la
llevaron al fondo de la tienda. La seguí embelesado. La pareja que había
elegido las flores de la boda me siguió. Me giré para detenerlos, levantando
una mano…
—Eso es todo, señor y señora Cotilla.
—Pero quiero saber cómo acaba —se quejó la mujer.
—Spoiler: consigo a la chica. Ahora, marchaos.
Alcancé a Madison, que estaba frente a un ramo de azaleas rosas, rojas
y púrpuras. Le brillaban los ojos.
—Les gustan los espacios húmedos y fríos, y se considera que es casi
imposible que florezcan. Mantenerlas vivas en Nueva York en agosto es
todo un reto. La tarea es casi imposible. Solo una de cada once azaleas
sobrevive. Recuerdo que mi padre odiaba tener azaleas en la tienda.
Nombraba todas las razones por las que los clientes tenían que elegir otra
flor cuando los hombres las compraban para sus mujeres. —Pausa—. Pero a
mi madre… —Se detuvo—. Eran sus favoritas. Así que todos los viernes,
lloviera o hiciera sol, le traía azaleas.
—Mantendré vivas las azaleas —corté.
Apartó la mirada de las flores y me frunció el ceño.
—¿Cómo sé que no le pedirás a tu ama de llaves que las cuide? ¿O que
no contratarás a un jardinero?
—Porque no soy un cabrón inmoral —dije simplemente.
Me lanzó una mirada incrédula, supongo que con razón.
—No seré un cabrón inmoral esta vez —enmendé, y le dejé elegir dos
plantas. Fuimos hasta la caja. Mad pidió un rotulador permanente, me dijo
que me diera la vuelta y marcó las dos plantas de manera que pudiera
reconocerlas en caso de que las reemplazara. Le habría preguntado que
dónde quedaba la confianza, pero teniendo en cuenta todo lo que habíamos
pasado juntos, suponía que la respuesta a esa pregunta era «en el fondo de
un jodido contenedor de basura». No había nada de confianza entre
nosotros.
Pagué las flores y le dije al cajero que pusiera a mi cuenta lo que la
pareja entrometida había pedido para su boda. Madison me miró como si
hubiera perdido la cabeza. Me encogí de hombros.
—Veo a tu Maddie la Mártir y la superaré con Chase el Caritativo con el
lado noble de los Black.
Se rio. No estaba preparado para esa risa. Salió ronca y genuina,
mientras achinaba los ojos. Mi polla no fue la primera en responder esta
vez. Fue otro órgano. Uno que había permanecido inactivo durante años.
Uno que no tenía por qué despertarse.
—¿Temes que vaya a vencer a tu noviete en mi propio juego de flores?
—Levanté una ceja con indiferencia.
—No es mi no… —empezó, pero luego cerró la boca de golpe. Le
dediqué una sonrisa triunfal.
Había empezado.
Capítulo trece
Maddie

15 de noviembre de 2004

Querida Maddie:
Quería darte las gracias por ser la mejor hija del mundo.
Ayer me sentí mal durante todo el día y no fui al trabajo. Tú fuiste
a ayudar a tu padre en la tienda a pesar de que tenías un examen
importante al día siguiente y cuando regresaste me trajiste un
ramo de azaleas. Mis favoritas (te acordaste. Siempre lo haces).
Me dijiste que te habías comido los pétalos a escondidas.
Comentaste que sabían a dulce néctar. Las colocamos dentro de
unos libros en mi cama mientras veíamos Flores de acero y
bebíamos té helado dulce. Las flores me hicieron sentir querida.
Espero que algún día te hagan sentir lo mismo.

Con amor infinito,


Mamá

Le di las azaleas a Ethan cuando quedamos para tomar café. («Té»,


corrigió en un mensaje de texto. «El café es muy malo para la salud. Te
enviaré un artículo sobre ello»). En vez de hablarle sobre la apuesta con
Chase, que me parecía algo grosero y presuntuoso, simplemente le dije que
las flores significaban mucho para mí y que eran un regalo. Le expliqué que
las azaleas eran las flores favoritas de mi madre y que necesitaban una
atención especial y muchos cuidados, pero que la recompensa era que la
flor era asombrosamente hermosa.
—Dan mucho trabajo, pero merecen la pena.
—Eso me recuerda a alguien. —Dio un sorbo al té verde mientras una
sonrisa triste le cruzaba el rostro. Parecía distinto. Cansado. No pude evitar
sospechar que yo tenía mucho que ver con ello.
Como Ethan no sabía lo de la apuesta, algo que era una clara desventaja,
equilibré la balanza imprimiéndole instrucciones específicas sobre cómo
cuidar las azaleas. Ethan puso la planta y las instrucciones debajo de la
mesa antes de pedir bollería sin gluten y lanzarse a hablar sobre una
conferencia sobre niños con ansiedad a la que lo habían invitado a
participar. De inmediato, pensé en Katie. En que habría oído su discurso
con mucho interés.
Entonces pensé en el estúpido error que había cometido el otro día,
cuando olvidé que ella estaba al tanto de que iba a esperar a Chase en su
cumpleaños, por lo que básicamente la tapadera del compromiso había
saltado por los aires.
En cuanto a Ethan, fue agradable pasar el rato con él, pero no sentía lo
mismo que con Chase, con el que cada interacción era increíble, aunque
luego llegaran las consecuencias; obsesionarme con cada mínimo detalle de
lo que nos habíamos dicho.
El fin de semana llegó y me obligó a apartarme del proyecto VNE. Hice
planes con Layla, Sven y Francisco. Los dos últimos daban una fiesta anual
en la azotea de sus vecinos en la que servían comida baja en calorías y
mojitos bajos en carbohidratos y ponían a George Michael a todo volumen.
Dar esa fiesta era algo sagrado para Sven, ya que, según él, necesitaba
canalizar a su Kris Jenner interior sin sobrecargar la tarjeta de crédito.
Vendía las entradas a cien pavos. Una entrada incluía una tumbona de
plástico, cócteles aguados, enrollados del Costco y la gloriosa compañía de
Sven durante unas horas. Sven donaba el dinero de las entradas a una ONG
de su elección. Este año, era la Sociedad de Protección Animal.
La azotea estaba repleta de compañeros de trabajo y amigos de
Francisco y Sven. «Born This Way» de Lady Gaga hacía temblar el suelo.
Layla y yo cogimos un par de tumbonas del fondo de la azotea, lejos de un
grupo de becarios chillones de la oficina de Francisco. No pude evitar notar
que la altura del ático del edificio de Sven y Chase era paralela a la de la
azotea donde se estaba celebrando la fiesta. Lo que significaba que el salón
de Chase estaba justo frente a mi cara. Como ocurre en todos los edificios
altos, las ventanas estaban tintadas, lo que significaba que él veía el
exterior, pero nadie veía el interior de su apartamento. Tampoco es que
tuviera planeado echarle un vistazo ni que lo hubiera intentado mientras no
miraba nadie.
Cerré los ojos y dejé que mi piel se empapara de los rayos del sol. La
tumbona estaba torcida y probablemente volvería a casa con rayas rojas por
todo el cuerpo, pero no había ningún otro lugar en el que hubiera preferido
estar en ese momento más que allí con mis amigos.
—Hablando de hombres, ¿cómo está Grant? —pregunté a mi mejor
amiga. Poco después de que Chase y yo rompiéramos, Layla me comentó
que quería acostarse con Grant y me preguntó si tenía algún problema con
ello. Por supuesto que sí. Grant parecía un hombre digno de confianza, pero
eso era antes de que Chase me hubiera dicho que le había cambiado la
camisa manchada de carmín. Aunque, para ser honestos, entre Grant y
Layla la persona que necesitaba proteger su corazón no era mi mejor amiga.
Ella estaba totalmente en contra de cualquier relación romántica duradera.
—Superchupable, como de costumbre. Ha ido a una despedida de
soltero en Miami.
—¿Y no te preocupa que pruebe algo más que comida cubana y cócteles
frutales? —pregunté.
Layla negó con la cabeza.
—Espero que lo haga. Le dije que lo que tenemos es una aventura.
Incluso consolidé el hecho saliendo con un completo empotrador de Tinder
para que se diera cuenta de que no tenemos una relación exclusiva. Por
desgracia, Grant es de esos que se casan.
—Y tú no eres de casarte porque… —Francisco se acercó a nosotras y
nos dejó hamburguesas en una bandeja que puso en una mesa. Se sentó en
el borde de mi tumbona.
—No quiero tener hijos. —Layla se encogió de hombros—. Y, aunque
una cosa no tenga por qué significar la otra, admitámoslo: una cosa lleva a
la otra. Simplemente, no creo en el matrimonio.
—Ethan es así —reflexioné—. Quiero decir, de esos que se casan.
—Sí —Layla ladeó la cabeza—, pero Grant es, ya sabes, interesante.
—Ethan es interesante —protesté—. Es injusto. Ni siquiera lo conoces.
—¿Esa es la razón por la que todavía no has dejado que te meta la
puntita, Maddie? —Layla no parecía convencida.
Francisco se echó hacia delante y le dio un toquecito en el hombro a
Layla.
—Enséñame a Grant.
—Vale, pero no te emociones. Porque como ya he dicho, es un hombre
totalmente familiar y vamos a tener que romper cuando se dé cuenta de que
digo en serio lo de no sentar cabeza —advirtió Layla mientras se torcía para
coger el teléfono del bolso. Lo sacó al mismo tiempo que también sostenía
mi teléfono con carcasa de flores—. Ey, tienes un mensaje del
compromisofóbico.
Tomé el teléfono en el aire y me sorprendió tener el cuerpo sincronizado
con la cabeza. El corazón me latía de forma errática, como un chico de
fraternidad buscando a una presa fácil en una fiesta. Chase me había
enviado una foto de las azaleas, que parecían estar muy vivas en la mesa
auxiliar. Reconocí el salón del fondo. El espacio minimalista e impersonal
que siempre me recordaba a la habitación de hotel lujosa y triste donde las
estrellas de rock iban a morir.

Maddie: Mira qué impresionada estoy. Los que otorgan el Premio


Nobel están de camino.
Chase: ¿Ese es el código para «ponte los pantalones»?
Maddie: ¿Por qué NO ibas a llevar pantalones al mediodía?
Chase: Deberías saber que algunas de mis cosas favoritas se hacen sin
pantalones. ¿Qué haces?
Maddie: Tomar el sol en la azotea que hay justo enfrente de tu edificio.
Chase: Tu forma de acercarte a mí no es nada sutil.
Chase: Además, eso significa que tú tampoco llevas pantalones.
Chase: Además 2, ¿recuerdas lo que sucedió la última vez que
estuvimos en la misma habitación y no llevabas pantalones?
Maddie: De hecho, no tengo constancia de que eso haya sucedido.
Chase: Siempre es un placer refrescarte la memoria.
Maddie: No vamos a tener sexo por mensaje.
Chase: Fantástico. Iré en un par de horas y te haré una demostración en
persona. Parece que necesitas vitamina D.
Maddie: Conseguirás vitamina P si lo intentas.
Chase: No me suena ese suplemento…
Maddie: Un puñetazo en la cara.
Chase: Vaya, pensé que serías mucho menos apasionada después de
darte cuenta de que no te había engañado.
Maddie: ¿Por qué? Querer asustarme dejándome una cicatriz de por
vida de forma intencionada solo es marginalmente peor que pillarte con los
pantalones bajados.
Maddie: Y sí, sé que no llevas pantalones. No hace falta que lo repitas.

Me envió una foto de la parte inferior de su cuerpo, sentado en el sofá


de cuero negro con unos pantalones gris oscuro. Nunca antes lo había visto
con otra cosa que no fuera un traje negro y, no sé por qué, me pilló por
sorpresa. Tenía las piernas abiertas y la huella de una enorme erección que
se extendía por el interior del muslo. Me atraganté con mi propia saliva y
respiré profundamente. Un millón de hormigas estaban bailando sobre mi
carne de la excitación. La foto venía con la siguiente leyenda: «Bonito
bikini». Agaché la mirada y me miré los pechos, cubiertos por el traje de
baño. ¿De verdad me estaba mirando desde la ventana? Tenía las ventanas
tintadas, pero aun así luché contra el impulso de comprobarlo.
—¿Por qué parece que Maddie está a punto de desmayarse? —preguntó
Layla—. ¿Qué está mirando en el teléfono?
—Desde donde estoy parece un superburrito —contestó Francisco,
canturreando.
—Oh, me encantaría algo de comida mexicana con el mojito —comentó
Layla—. Mira el horario de Glovo para pedir comida de ese local que hay
calle abajo.
Ignoré a mis amigos y, aunque sabía que iba a arrepentirme, escribí unas
palabras. Estaba demasiado nerviosa y excitada como para no morder el
anzuelo de Chase. Además, era un coqueteo inofensivo. Estaba soltera.
Ethan había sido el primero en señalar que lo nuestro no era serio.

Maddie: ¿Eso es una pistola o es que te alegras de verme?


Me detuve porque quería impresionarlo. Mantener viva la electricidad


que nos unía. Así que hice algo increíble. Impensable. Levanté el teléfono y
me hice un selfi con el bikini con estampado de piñas. No tenía un cuerpo
merecedor de ser portada del Sports Illustrated. Nada de los músculos
marcados y las curvas mejoradas a golpe de bisturí de Amber. Era pequeña,
de caderas anchas y vientre plano pero blando. Le envié la foto haciendo
una mueca. De fondo, oí a Layla quejarse de mi falta de habilidad para
negarme a cualquier cosa.
—Probablemente, le ha pedido que tenga sexo por mensaje con él y ella
no puede negarse porque ese «no» no está en su vocabulario.
—¿Se acaba de hacer una foto en bikini? Ni siquiera publica cosas en
Instagram que no incluyan flores o bocetos —murmuró Francisco,
perdiendo interés.

Maddie: ¿Te refieres a este bikini?


Chase: Sí, ese. Sí, me alegra verte y, sí, me gustaría empalarte tan
fuerte como para dejar la huella de tu cuerpo en el colchón, en el nuevo
cabecero de la cama que te compré y en la alfombra.
Maddie: Qué romántico. ¿Es de Atticus?*
Chase: Anónimo.
Maddie: No dejes tu trabajo. La poesía no es tu fuerte.
Chase: Mujer de poca fe. Puedo ser romántico si quiero.
Maddie: ¿En serio? Venga. Esto va a ser divertido.
Chase: Me gustaría empalarte tan fuerte como para dejar la huella de tu
cuerpo en el colchón, en el nuevo cabecero de la cama que te compré y en
la alfombra. Por favor. <3 <3 <3
Chase: ¿Qué tal?
Maddie: Exquisito. No tienes nada que envidiar a Pablo Neruda.
Chase: ¿Eso significa que puedo ir esta noche?
Maddie: No. Y si me vuelves a mandar mensajes sexuales de nuevo,
bloquearé tu número.
Chase: Sigue mintiéndote.
Maddie: ¿Crees que no lo haré? No dudé mucho en echarte de mi vida
la primera vez.
Chase: Esta no es la primera vez, Mad. Esta vez es de verdad y los dos
lo sabemos.
Maddie: ¿Y eso no te preocupa?
Chase: A mí nada me preocupa.

Pero eso no era cierto y ambos lo sabíamos.


Perder a Ronan Black le preocupaba muchísimo. De hecho, pensé que
tal vez esa era la razón por la que Chase no quería amar a nadie más.
Chase Black rechazaba el amor porque tenía miedo de perderlo.
¿Y yo? Yo lo perseguía porque había perdido al mayor amor de todos.
No éramos buenos el uno para el otro en ninguna de las formas que
importaban. Yo anhelaba todo aquello que él temía y él despreciaba todo lo
que a mí me importaba. Una chica cuerda cancelaría la estúpida apuesta de
la azalea, se daría la vuelta y saldría corriendo.
Me incliné hacia adelante y traté sin éxito de mirar a través de la
ventana de Chase. Me apoyé más en el borde de la tumbona y eso hizo que
se volcara y me cayera al suelo, llevándome conmigo en el proceso a
Francisco.

De camino a casa en el tren, le expliqué a Layla la situación con Chase.


Le dije que tenía dos opciones: una relación con fecha de caducidad con
Chase, que estaba segura de que me dejaría con el corazón desgarrado, o
una relación segura y estable con el dulce y fiable Ethan.
Ella consideró las dos opciones con el ceño fruncido y dijo:
—Por una parte, no quieres a Ethan. No hablas de él igual que de Chase.
No tienes ese brillo en los ojos cuando te llama o te manda mensajes. Por
otra parte, Chase es un comodín y, si vuelves a acostarte con él, tarde o
temprano te arrepentirás. Te dijo con rotundidad que no quería casarse. Ni
boda ni hijos. Esas cosas son importantes para ti, Maddie. No quiero que
renuncies a ellas nunca por una cara bonita con un traje negro. Pero
tampoco deseo que te despiertes dentro de veinte años y te odies por haber
elegido a Ethan.
Se pasó la lengua por los labios justo antes de ahondar en el tema.
—Lo cierto es que te llamamos Maddie la Mártir por una razón. Tienes
tendencia a perdonar, incluso a los que no se disculpan. Mira a Nina, la
chica del trabajo, por ejemplo. Nunca le cuentas a Sven cómo te acosa ni te
enfrentas a ella. Dejaste que Chase te regalase un maldito perro, Maddie, y
tu casero ni siquiera lo permite. Además, eres alérgica.
—Levemente —murmuré, aunque sabía que tenía razón.
—La cuestión es que creo que perder a tu madre tan joven te hizo
buscar la aceptación de todo el mundo, literalmente. Esa es la razón por la
que sigues arrastrando lo que tienes con Ethan. Necesitas reunir el coraje
suficiente como para decir «no» cuando algo no te convenga. Aunque sea a
los dos.
Me mordí el labio inferior y reflexioné sobre sus palabras mentalmente.
—Sin embargo… —Layla inclinó la cabeza hacia un lado y frunció el
ceño. Llevaba un vestido de playa verde que combinaba a la perfección con
su cabello eléctrico—. No creo que sea necesariamente malo sacar a Chase
de tu sistema. Un último desliz con el diablo es solo la receta para purgarlo
de tu cabeza. Una aventura de verano. Podría funcionar, solo si no te
encariñas. ¿Crees que puedes hacerlo?
—No lo sé —admití—. No creo. Pero una parte de mí quiere hacerlo.
Será la emancipación de Maddie la Mártir. —Me reí—. Alejarme de un
hombre guapo y roto que me necesita.
Sentía un zumbido por debajo de la piel. Una necesidad carnal de tomar
una decisión. Le mandé un mensaje a Ethan para pedirle que nos viéramos
el martes por la noche. Cuando Layla y yo llegamos al edificio, abrimos la
puerta de nuestros respectivos apartamentos y eché un vistazo por encima
del hombro para ver la palabra del día que Layla había olvidado quitar de la
puerta desde el viernes.

Hiraeth
La añoranza por un hogar al que no puedes regresar o que nunca tuviste.

La palabra se quedó conmigo toda la tarde. Me caló hasta los huesos


como el sol del verano. Enraizó en mí y se extendió por todo mi cuerpo. Lo
entendí con una claridad aterradora.
Hiraeth.
Un hogar que no era mío, pero que no podía, por mi vida, dejar de tratar
de colarme en él. Un lugar que añoraba sin siquiera haberlo visitado. Un
lugar propio al que llamar hogar.

Maddie: ¿Con cuántas mujeres te has acostado desde que rompimos?


Chase: ¿En serio?
Maddie: En serio.
Chase: Las damas primero. ¿Con cuántos hombres?
Maddie: No, tú primero.
Chase: Creo que esto es altamente contraproducente para lo que estoy
tratando de lograr.
Maddie: ¿Qué tratas de lograr?
Chase: Tus labios alrededor de mi polla mientras examino tu cabeza en
busca de canas.
Maddie: De hecho, tengo algunas. Mi madre decía que es algo común
en mi familia.
Chase: Si lo deseas, puedo preparar las pinzas.
Chase: (Hoy estoy jugando fuerte al juego del amor).
Maddie: Gracias, pero no te confiaría ni una pelota antiestrés.
Maddie: Además, las canas son naturales.
Chase: Me quedo con las canas. Los cincuenta tonos de canas.
Maddie: Ahora deja de cambiar de tema y dime.
Chase: Cuatro.
Maddie: Guau.
Chase: Supongo que no es un buen «guau».
Maddie: Correcto, Sherlock.
Chase: ¿Y tú?
Maddie: Cero.
Chase: Guau.
Maddie: Supongo que es un buen «guau».
Chase: Sí. Aunque no entiendo cómo te las has arreglado para no
sucumbir al encanto de la combinación de mallas y corbata.
Maddie: Ethan es exactamente el tipo de hombre del que quiero
enamorarme.
Chase: El amor no funciona así, Mad. No puedes elegir de quién
enamorarte.
Maddie: ¿De verdad crees que eres inmune al amor?
Chase: Sí.
Maddie: Acláramelo.
Chase: Sí, soy inmune al amor. Soy incapaz de amar. No es un
problema.
Maddie: ¿Por qué?
Chase: He visto el lado feo del amor y ahora estoy sobrio en lo que se
refiere al sexo contrario.
Maddie: Háblame de Amber.
Chase: Solo si vienes a la sesión de fotos de compromiso conmigo el
lunes.
Maddie: ¿Puedo dispararle a mi falso prometido?
Chase: Ja, ja. ¿Sí o no?
Maddie: Esto es chantaje.
Chase: Preferiría llamarlo negociación.
Maddie: Te odio.
Chase: Eso es lo que deseas.
Maddie: ¿Qué vas a hacer esta noche?
Chase: Con suerte, hacerlo contigo.
Maddie: Inténtalo otra vez.
Chase: Buscar alguna presa, ya que mi futura novia temporal se niega a
verme.
Maddie: De vuelta a la infidelidad, veo.
Chase: No tenemos una relación exclusiva. Te besas con Ethan todo el
tiempo. Apuesto a que Ethan también besa a otras mujeres.
Maddie: Olvídalo. Diviértete. Espero que cojas hispes.
Chase: ¿Hispes?
Maddie: Herpes, pour homme.
Chase: Mierda, te he echado de menos.
Maddie: En realidad, se lo he robado a Ray Donovan.
Chase: Puedes ponerte bien las braguitas (¿estampadas?). Estoy en la
casa de mis padres jugando al ajedrez con mi padre. Y perdiendo, gracias a
ti.
Maddie: Fresas (re: braguitas). ¿Cómo está?
Chase: Bien (re: braguitas). Y nada bien (re: papá).
Maddie: Lo siento mucho. No hay nada que pueda decir para
consolarte, pero pienso en tu familia y en ti todo el tiempo. He quedado
para almorzar con Katie la semana que viene. Quiero que sepas que estaré
ahí para ella.
Chase: No se sabe cuándo acabará. Hoy está aquí, pero mañana, ¿quién
sabe?
Maddie: Mi madre empezó a escribirme cartas personales cuando
averiguó que tenía cáncer de mama. Pequeñas anécdotas sobre mí cuando
era pequeña y sobre ella como madre. Las flores nos unían. Siempre me
emocionaba cuando me llevaba al trabajo y había un gran pedido para una
boda. Cuando superó el cáncer la primera vez, no dejó de escribirme cartas.
Cuando le pregunté por qué lo hacía, me dijo que no importaba. Solo
porque no tuviera cáncer no significaba que no se moriría. Y quería
recordarme que siempre me querría. Creo que tal vez sea buena idea que le
cuentes cómo te sientes.
Chase: ¿Qué sentiste? Quiero decir, después de su muerte.
Maddie: Me sentí traicionada por ella. Seguía pensando cómo podía
hacerme eso, aunque no tuviera sentido. Sabía que no eligió enfermar. Me
sentí privada de algo. Engañada, maldita. Pero luego, poco a poco, volví a
ponerme en pie. Tú también lo harás.
Chase: ¿Y qué pasa si no lo consigo?
Maddie: Me aseguraré de que así sea.
Chase: No dejaré que te quedes y me ayudes.
Maddie: No te pediré permiso.
Chase: ¿Así que vas a salvarme, pero no vas a follarme?
Maddie: Exacto.
Chase: El lunes. Te recogeré a las seis.
Maddie: El lunes.
Chase: ¿Mad?
Maddie: ¿Sí?
Chase: Gracias.
Capítulo catorce
Chase

Era el mismo estudio.


Claro que era el mismo jodido estudio.
Un ático industrial en Broadway.
No me sorprendió. Mamá tenía una asistenta en nómina (Berta) que
tenía unos ochenta años (y esto no es una exageración a modo de
observación). Debería haberse jubilado hacía unas tres décadas, pero Berta
era viuda, no tenía hijos y mamá decía que el trabajo la mantenía ocupada.
Berta tenía una disputa personal continua con la tecnología y usaba las
Páginas Amarillas cuando no quería tirar de los proveedores de servicio que
utilizaba la familia habitualmente para reservar cualquier cosa. Lo que
significaba que el estudio (Events4U) era el mismo que había reservado
para todos los eventos familiares en el último siglo, que incluían sesiones de
compromiso, postales de Navidad, esquelas, prácticamente todas las fotos
de la mocosa, las fotos de mi graduación y las fotos del funeral del gato
himalayo de Katie (en cuanto a eso, todavía no la había perdonado por
hacernos perder el tiempo celebrando un entierro adecuado para el felino).
Abrí la puerta para que pasara Mad. Estuve a punto de escapar de mi
propia piel y salir pitando al otro lado del planeta al pensar en la última vez
que había estado en este estudio. Con quién había estado en este estudio. Mi
familia había regresado otras veces, pero yo me había negado a poner un
pie en el estudio porque NO ERA UN MALDITO MASOQUISTA.
Hasta ahora.
Madison entró con movimientos rápidos y alegres, como era ella.
Apoyó toda la parte superior del cuerpo contra el mostrador y saludó a la
recepcionista como si la conociera de toda la vida. Llevaba el corte pixie un
poco más largo de lo normal y el cabello le sobresalía de forma juguetona.
Estaba jodidamente sexy y me preguntaba si iba a dejarse crecer el cabello y
si eso significaba que tenía posibilidades de tirarle del pelo mientras me
acostaba con ella.
Madison se rio de algo que dijo la recepcionista y luego sacó el móvil
del bolso y le mostró algo. Me di cuenta de que la recepcionista era la
misma mujer que me había tomado la foto años atrás. El recuerdo se
estrelló contra mí como un camión en una intersección concurrida. Era un
negocio dirigido por una sola persona. La mujer había sido la que nos había
dicho cosas a mi exprometida (real) y a mí (dos posuniversitarios nerviosos
que habían tomado la errónea decisión de casarse antes de saber quiénes
eran en realidad) para que sonriéramos a la cámara.
«No me va a reconocer. Dirige un estudio en Broadway. Ve a cientos de
personas todas las semanas, algunas de ellas muy feas y otras muy guapas.
Tu cara no es destacable».
—Oh, Dios. —La mujer, que se presentó como Becky, se subió las
gafas por la nariz y parpadeó. Tenía cincuenta y tantos, de apariencia
atlética y llevaba un vestido conservador gris que combinaba con el tono de
su cabello. Además, llevaba joyas como para hundir el Titanic—. Usted de
nuevo, señor Black.
«Por el amor de Dios».
—¿De nuevo? —Madison sonrió de forma educada mientras nos miraba
a Becky y a mí—. ¿Es la segunda vez que haces una sesión de fotos de
compromiso aquí? —preguntó procesando la información mientras sus
sospechas recibían confirmación.
Quería sacarle las tripas a Becky, Berta y mamá y hacerme unas
modernas bufandas con ellas. En lugar de agredir físicamente a mujeres que
triplican mi edad, tomé la mano de Mad (era la tercera vez, y sentía que
algo estaba creciendo en mí…) y dejé que el comentario me resbalara.
—Esta vez sí va a funcionar —corté.
—No estés tan seguro —murmuró Mad.
—Oh, claro que sí. La otra chica —Becky negó con la cabeza y rodeó el
mostrador para enseñarnos el estudio— no era buena para él. Sabía que no
terminaría bien. Tengo un presentimiento con estas cosas. De verdad. —Se
detuvo enfrente de una pantalla blanca, que estaba muy iluminada por
proyectores. Frente a la pantalla, en la esquina más oscura de la sala, había
un taburete y un equipo de cámaras. Becky encendió la cámara situada en el
trípode y entrecerró los ojos mientras la ajustaba—. No me sorprendió en
absoluto que regresara con otro. Simplemente, no os veía juntos. Cuando
una pareja entra, no necesito ni hablar con ellos. Con solo observar su
lenguaje corporal ya sé si acabarán juntos o no. Nunca falla. —Se dio un
toquecito con una uña con manicura en la sien. Le dediqué una sonrisa
cortés de «estoy deseando salir de aquí». No habría venido a esta sesión de
no ser porque quería que mi padre sonriera.
Cuando mamá me dijo que nos había reservado una sesión de fotos de
compromiso como regalo, al principio la rechacé, pero, cuando vi la cara de
decepción de papá, tuve que decir que sí.
—¿Y qué opina de nuestra relación? —preguntó Mad. Estaba de pie con
el fondo blanco detrás. Llevaba una blusa gris con escote de perlas y una
falda de tubo rosa con estampado de melocotones que deseaba arrancarle
del cuerpo.
—Estoy segura de que vais a durar. Seréis muy felices y comeréis
perdices. —La mujer sonrió detrás de la cámara. Madison me lanzó una
mirada de «psssh». Le divertía la fotógrafa. La equivocada Becky no era
divertida. No pensaba que nada de eso fuera gracioso.
Becky nos indicó que nos quedáramos de pie uno junto al otro con unos
movimientos de manos exagerados para dar énfasis. Me pidió que le pasara
una mano por el hombro a Madison mientras me quedaba detrás de ella
(«Mirad qué diferencia de altura, ¡guau!») y luego que colocara las dos
manos sobre sus hombros y la mirara a los ojos. Era más cursi que las
palomitas de maíz, y deseaba romper cada sarcástico hueso de mi cuerpo de
la rabia, pero hice lo que me pedía porque sabía que a mis padres les
causaría gran placer ver el producto final, y recordé lo que Mad me había
dicho sobre mostrarle a mi padre cómo me sentía.
Hicimos lo que nos indicó mientras esbozábamos una amplia y dolorosa
sonrisa a la cámara cuando Becky disparaba. Teníamos la mirada fija en el
objetivo de la cámara cada vez que se disparaba el flash. Al darse cuenta de
que podríamos estar allí un rato, Madison entabló conversación.
—Entonces… Estás aquí… ¿Otra vez? —preguntó a través de una
sonrisa con dientes apretados.
—¡Inclínate y dale un beso en la mejilla, señor Black! —Gritó Becky
por detrás de la cámara. Hice lo que me dijo y presioné la boca en la mejilla
sonrosada de Madison. Una sacudida de algo caliente y extraño nos recorrió
a ambos cuando entramos en contacto. Como si su cuerpo se hinchara en
mis brazos y se volviera más redonda, sexy y viva.
—Déjalo —murmuré contra su piel.
—Dijiste que me hablarías de Amber si hacía esta sesión contigo.
Escúpelo —siseó, manteniendo la sonrisa brillante.
—¡Madison, gírate! ¡Abrázalo! Que parezca que quieres hacerlo. No,
así no. Parece que estás tratando de hacerle un placaje en un partido de
fútbol americano. —Becky continuó su comentario. Mad se giró y me rodeó
con los brazos. Luego colocó la mejilla sobre mi corazón. Le miré la cabeza
y, por lo menos, tenía dos canas. Brillaban en su cabello castaño.
—¿Estás nervioso? —susurró.
—No —me burlé.
—Tienes los latidos por las nubes.
—Será el café.
—¿Cuándo fue la última vez que tomaste café?
Probablemente al mediodía. Pero se me permitía tener el maldito pulso
acelerado, sobre todo cuando tenía a una hermosa mujer apretada contra mi
pecho.
—Justo antes de recogerte. Dos buenos cafés.
—Mentiroso. —Sentía cómo se reía a través de la camisa—. Bueno,
Amber.
Quería meterme su diminuto cuerpo en el bolsillo y cerrarlo. Era
exasperante.
—¡Señor Black! Abrázala. No recuerdo que fueras tan frío la primera
vez.
—Tal vez quiera dejar de mencionar eso por el bien de mi relación
actual —respondí en voz alta.
Ella me hizo un gesto con la mano.
—Soy demasiado mayor como para no ser franca.
—Estoy demasiado exaltado como para tener esta conversación sin una
bebida fuerte —gruñí. Madison se rio. La rodeé con los brazos y le rocé el
cabello con los labios. Olía a flores, a coco y a mi posible muerte.
Necesitaba repensar todo el plan de la novia real fingida antes de que ella
cediera.
—Así que… saliste con Amber —empezó. Me hacía cosquillas en el
pecho con su cálido aliento.
—Estuve prometido con Amber —corregí.
—Quita. —Me golpeó el pecho y me miró con sorpresa.
—¡Madison! Nada de violencia en el estudio. Esa es la razón por la que
no permito que las parejas beban antes de la sesión de fotos. Las cosas se
pueden poner feas —chilló Becky mientras sacaba la cámara del trípode y
nos rodeaba—. Susúrrale dulces palabras, señor Black.
Coloqué los labios en el lóbulo de la oreja de Madison y sentí que
temblaba en mis brazos.
—Acabábamos de salir de la universidad. En aquel entonces, Amber era
distinta. Bonita, natural, cuerda. Lo creas o no, no era tan superficial.
Tomamos algunas clases juntos y siempre terminábamos opinando lo
mismo. Aunque sabiendo lo que sé ahora, habría estado de acuerdo en que
ahogar a los bebés como forma de anticonceptivo era una buena idea si yo
lo hubiera defendido. Tenía una beca completa y quería casarse. Y eso hizo.
—Me reí con amargura.
—¿Te engañó? —El halo que envolvía a Madison era una mezcla de
furia, sorpresa y deleite y, joder, joder, joder, ¿por qué todo en ella era tan
expresivo? Deseaba inclinarme y morderle el labio inferior hasta que
gimiera, pero dudaba que eso fuera lo que mis padres tenían en mente
cuando pidieron fotos de compromiso formales.
—No que yo sepa. —Pasé el pulgar por su mejilla, a sabiendas de que
estaba demasiado absorta en nuestra conversación como para apartarse.
—¿Qué sucedió entonces?
—Me tomé un tiempo para averiguar lo que quería hacer con mi vida.
Julian era una persona totalmente formada. Se jactó de que iba a convertirse
en el próximo director ejecutivo de Black & Co. Dijo que lo habían
preparado para el trabajo. Julian y Amber se acercaron, y yo me alejé de
ellos.
Le pasé el pulgar por el labio inferior. Ella dejó que lo hiciera. Seguí
hablando, pero mi mente estaba lejos de la historia de Julian y Amber.
—Nunca corregí su suposición. Amber quería estar en el vértice de la
cadena alimenticia. Me preguntó si podía prometerle que sería el director
ejecutivo. Que le daría la vida de lujo que ella buscaba. Le contesté que no
podía. También mencioné que tal vez quería ser profesor. Julian le hizo
creer que él estaba al mando.
—¿Era así? ¿Lo está? —Me imploraba con la mirada.
Negué con la cabeza.
—¿En serio querías ser profesor? —Sonaba sorprendida y encantada
por ello. No podía culparla.
Me encogí de hombros.
—Lo pensé durante medio minuto. Era un poco idealista en aquella
época. En cualquier caso, Amber rompió el compromiso. Yo me tomé unos
meses libres. Me dediqué a viajar por el mundo. Cuando regresé, sabía que
quería trabajar en Black & Co. Me di cuenta de que ser profesor no era mi
vocación. Amber ya estaba prometida con Julian y embarazada de
Clementine. A mis padres les iba a matar el hecho de que su hijo fuera a
traer al mundo a un bebé fuera del matrimonio, por lo que Julian y Amber
se casaron en cuanto aterricé en Estados Unidos.
Vi cómo hacía cuentas en su mente y arqueaba una ceja.
—El embarazo. Se concibió en la época en la que estaba entre Julian y
tú.
Asentí.
—Esa es la razón por la que dije que no sé si me engañó.
—¿Nunca preguntaste?
—No quería saber la respuesta. Julian era mi hermano y siempre
habíamos tenido ese vínculo. Lo dejé pasar, pero dejé de pensar en el amor
marital como concepto.
—¿Fuiste a la boda? —preguntó en un susurro.
Parecía destrozada por mí, y deseé abofetearme. Porque a mí no me
importaba. Era agua pasada. El golpe de Amber-Julian no era más que una
cicatriz que apenas se notaba.
—Fui el padrino. —Sonreí—. Tenía que mostrarles que me importaba
una mierda.
—¡Señor Black! ¡Señorita Goldbloom! ¿Os importaría? —gritó Becky
al fondo, y me di cuenta de que, aunque con retraso, los últimos diez
segundos de nuestra conversación los habíamos tenido con los labios
pegados. Me aparté y sentí que me sonrojaba como si fuera un adolescente
al que habían pillado tratando de averiguar los entresijos de la
masturbación. Madison agachó la mirada y se puso colorada.
—Palabras de amor —repitió Becky con seriedad, moviendo la cámara
que tenía en la mano—. Guarda el PDA para la luna de miel. Por cierto,
¿adónde vais de luna de miel?
—A Malta —dijo Madison.
—A las islas Fiji —contesté al mismo tiempo.
Los dos fruncimos el ceño. Yo traté de no sonreír.
—¿Malta?
—Quiero hacer el tour de Juego de Tronos. Ya sabes, donde filmaron
gran parte de la serie. ¿Fiji?
—Sí, quiero broncearme, emborracharme y enterrarme contigo en la
arena.
—Oh, señor. —Becky parecía a punto de desmayarse—. ¡Céntrate!
Palabras de amor, no cochinadas. De amor.
Volví a colocar los labios en la oreja de Mad. Lo que pasaba con
nosotros (Madison y yo) era que parecía que nuestros cuerpos estaban en
completa sincronía. Se giró de nuevo y se estrechó contra mí, colocando la
curva de su trasero sobre mi erección. Reprimí una maldición mientras
respiraba por la nariz, tratando de pensar en cosas tristes para evitar
restregarme contra ella.
«Niños viviendo por debajo del umbral de la pobreza».
«Cambio climático».
«Osos famélicos».
«Papá».
Lo logré con lo último. Becky regresó a su lugar, más allá de la luz
brillante que apuntaba a la pantalla blanca, mientras disparaba la cámara
desde las sombras.
—Así que Amber te hizo añicos —susurró Mad.
—Creo que yo ya estaba roto, pero, sí, ella fue el martillo final que me
rompió hasta el último hueso romántico que tenía en el cuerpo.
—La odio —dijo Mad.
Yo no. No sentía nada hacia mi exprometida con la que había pasado la
mayoría de mis años universitarios.
Tenía que hacer algo para apartar el tema de Amber. No quería hablar de
ella ni de Julian. Ni siquiera el dolor fue el motivo por el que juré que no
volvería a amar, sino las vergonzosas consecuencias. Los chismes. La
humillación.
«Han dejado al pobre Chase».
«Nunca fue tan trabajador y ambicioso como Julian».
«Dicen que Amber tuvo que hacer oficial la relación con su hermano
porque la embarazó cuando todavía estaba prometida con Chase».
«Tal vez Chase no funcionara ya sabes dónde».
«Puede que Chase la haya engañado antes. Ella solo hizo lo que era
mejor para sí misma».
Perdoné a Julian cuando se disculpó. Era el hermano mayor al que
admiraba y estaba decidido a dejarlo pasar y arreglarlo con él. Era con
Amber con la que tenía el problema. La inconstancia del amor, de lo que
pensaba que era el amor, me llevó por el camino equivocado. Estaba
enamorado de Amber de la forma en la que los chicos de trece años se
enamoran de una superestrella mundial de pop. Ella tenía la apariencia y el
deseo de vivir; yo, el dinero y la capacidad para sacarla de su pequeña
ciudad y darle la vida glamurosa con la que siempre había soñado. Después
de intentar la palabra de cuatro letras con Amber, decidí que no era gran
fanático de dejar que nadie entrara en mi vida, sobre todo cuando corría el
riesgo de verlos marchar. Amber solo había necesitado el mínimo indicio de
que el caballo por el que había apostado no iba a ganar, que Julian iba a
llegar a la línea de meta del director ejecutivo antes que yo, para dejarme
tirado en la cuneta.
La enfermedad de papá era un amargo recordatorio de que el amor no
era una opción para mí.
Amor, dolor.
Dolor, sufrimiento.
Sufrimiento, hoy no, Satán. Hoy no.
Presioné los labios contra la oreja de Madison. Estaba mirando a la
cámara, todavía sonriendo, pero desde mi perspectiva, a tres mil metros por
encima de ella (de verdad, me parecía tan pequeña…), veía el horror en sus
ojos de estar atrapada aquí para la eternidad.
—Quiero hacerte cosas muy sucias.
Ella se estremeció y yo sonreí mientras le recorría el lóbulo de la oreja
con los dientes.
—En la ducha —continué—. Podrías sentarte en el banco de la ducha
mientras te como.
—Dios —Cerró los ojos con un suave gemido—, eso es tan…
higiénico.
Los dos estallamos en risas espontáneas y eso provocó que Becky
frunciera el ceño.
—Demasiados dientes. Por favor, vamos a mantener la realeza y la
clase.
Eché un vistazo a la cara de Madison, intrigado por ver cuál sería su
siguiente paso.
—Entonces ahora que estás a punto de convertirte en el director
ejecutivo, ¿Amber está tratando de volver contigo? —preguntó Mad.
—No lo sé.
—¿Te importa?
—No especialmente.
—¿Julian sabe que puede que Amber vaya a por ti?
Otro encogimiento de hombros.
—Si es así, no le importa.
—¿Por qué?
—Porque él nunca consideró a Amber como el fin de la partida. Era un
daño colateral en un juego de ajedrez más elaborado que yo no sabía que
estaba jugando. Lo que de verdad quería Julian era la confirmación de que
era mejor que yo. Que era más hijo para Ronan que yo. Quiere ser director
ejecutivo. Quiere ser el más Black del clan de los Black.
—Entonces, ¿por qué lo hizo Amber? ¿Por qué se fue con Julian? Tú
eres mucho más… —Mad se detuvo.
—¿Follable? —la ayudé.
—Iba a decir tolerable. Pero hasta eso suena generoso a veces. Parece
una comadreja, ya sabes.
No dije nada. Becky nos gritó que estábamos muy pegados y dejé
marchar a Madison. Di un paso atrás como si estuviera hecha de fuego.
Pero Mad seguía atascada en el momento y me observaba con una mirada
vulnerable que no soportaba.
—Me parece injusto que no quieras enamorarte, comprometerte, tener
hijos… porque tu primo hermano te robó a tu prometida. No a todas las
mujeres les importa el dinero y el estatus.
—Pero nunca puedes estar seguro. —Sonreí con malicia. Ella quería
continuar esta conversación, pero seguí a Becky a la zona de recepción.
Opté por ponerle punto y final. No había nada que quisiera más que escapar
del escrutinio de esos ojos avellana bordeados de verde. Mad me siguió,
negándose a dejar el tema.
—¿Eso es todo lo que te hizo falta? ¿Una mala experiencia con el amor?
—Sí.
—Qué cobarde. Es como odiar los carbohidratos porque te comiste una
porción de pizza que no te gustó.
—Tampoco me gusta la pizza —dije de forma despreocupada.
Técnicamente era cierto. No me gustaba lo que la pizza le hacía a mis
abdominales trabajados con tanto esfuerzo y no entraba en mis planes
comerme una en un futuro próximo.
—¡Qué blasfemia! —gritó Madison detrás de mí, tratando (sin éxito) de
seguir mis pasos—. ¿Eso es todo? ¿Te condenaste a una vida de soledad por
eso?
¿Había oído la historia? ¿Conocía a mucha gente que había perdido a su
mujer por su hermano?
—Soledad no —corregí—. Tengo aventuras cada dos por tres y una
familia fantástica a la que amo, aparte de mi primo hermano y su mujer.
—Pero, si no te enamoras, los malos ganan —insistió Madison.
—¿En serio? —Me giré y la inmovilicé con una mirada sarcástica—.
Porque no parece que estén ganando, sino bastante infelices, para mi
deleite.
Hubo una pausa. Si no la hubiera conocido mejor, habría dicho que Mad
estaba a punto de llorar. Pero eso no podía ser cierto. ¿Por qué le importaría
tanto?
—¿Te vas a dejar el pelo largo? —espeté, cambiando de tema de
repente.
—No lo sé. —Parpadeó desconcertada—. Tal vez.
—Me gusta corto.
—Lo tendré en cuenta.
—¿En serio? —pregunté.
—No —dijo ella de forma inexpresiva.
Me detuve en la recepción para revisar las fotos con Becky, solo para
poner un poco de espacio entre Madison y yo. Cuando el pulso dejó de
latirme en el párpado, me uní a Madison fuera, en la acera. Estaba de
espaldas a mí. Parecía nerviosa, se balanceaba con los pies y se abrazaba.
La miré. Sacó el teléfono del bolso y empezó a mandarle un mensaje a
alguien. ¿Al pediatra? La idea de verla con él, flirteando con él después de
tomarse fotos de compromiso conmigo, hizo que me dieran ganas de matar
a alguien. Di un paso adelante y le puse una mano en el hombro.
—¿Qué tal si tomamos algo? —pregunté.
Ella se dio la vuelta y contuvo el aliento, sorprendida, como si la
hubiera pillado haciendo cosas que se suponía que no debía hacer. Y, en su
mayor parte, parecía que así era. No me debía una mierda, pero desde que
esto del falso compromiso había empezado, yo no había visto a otras
mujeres. Ni siquiera tenía sentido. Simplemente, no tenía ganas de hacer el
esfuerzo con otra persona cuando Mad estaba ahí. Canalicé toda mi energía
en volverla a tener en mi cama.
Y apenas la había besado.
Necesitaba rectificar la situación. Rápido.
—Tengo algunas sobras en casa. —Sonrió de forma cortés—. No quiero
ser un despilfarro.
Fruncí el ceño.
—Eso suena bastante a rechazo.
Suspiró y se frotó los ojos con cansancio.
—Mira, Chase. Eres un buen chico…
—No, no lo soy —dije, cortándola. Ella vaciló.
—Es cierto. Pero eres un verdadero partido. No por tu dinero ni estatus,
sino porque eres gracioso, ingenioso, inteligente, divertido y, sí, pareces el
producto de una orgía formada por todos los dioses griegos, Chris
Hemsworth y James Dean.
—Gracias por la imagen mental que no puedo borrar de mi cabeza. Por
cierto, ¿cuál de ellos es el que deja embarazada?
Parpadeó.
—¿Qué Dios?
—Ah… Chris. Creo que él es el que haría el bombo.
Silencio. La gente pasaba por nuestro lado en la calle concurrida. Me
había convertido oficialmente en el imbécil que tanto odiaba que bloqueaba
el paso de los peatones.
—Bueno —Se frotó la sien—, ese no es el tema. El tema es que eres un
partidazo y pasar tiempo contigo no es buena idea porque no deseo que
reaparezcan mis sentimientos por ti, ¿vale? Así que lo siento, pero no
quiero ser tu novia real falsa. Ni prometida. Ni nada. Adiós, Chase.
Se dio la vuelta y caminó hacia el metro. Chocó contra un hombre de
negocios. Él maldijo. Maddie la Mártir se disculpó.
—¡Espera! —Fui tras ella y la agarré por el codo. Me di cuenta de que,
ironías de la vida, aunque mi nombre era Chase, nunca había perseguido a
nadie. Siempre pasaba lo contrario. Hasta ahora. Hasta Mad.
Se detuvo, giró sobre sus talones y me miró con cautela. Tenía los ojos
tan llenos que pensé que iban a desbordarse de la emoción. No sabría decir
de lo que estaban llenos. ¿Intensidad? ¿Dolor? Sea lo que fuere, me hizo
sentir como una mierda.
—Si te importo —dijo muy despacio con la respiración entrecortada—,
dejarás de perseguirme. Déjame vivir mi vida. Déjame superarte. Me
confundes, me enfureces y me deleitas. Me haces sentir todas esas
emociones que no tengo por qué sentir y estoy desesperada por pasar
página. Quiero amar a Ethan. Deja que uno de nosotros encuentre su
felicidad. Porque está bastante claro que no quieres encontrar la tuya.
Ahora, definitivamente, había lágrimas en sus ojos. Tragué saliva con
dificultad. A pesar de toda mi falta de moral y de principios, no me
consideraba un imbécil de primera. Siempre me había asegurado de que las
mujeres supieran cuál era mi postura (a excepción de Madison,
aparentemente). Nunca había prometido nada que no estuviera preparado
para dar. Y, obviamente, Maddie no estaba interesada en lo que le había
ofrecido. Lo que significaba que ya era hora de dejarla marchar.
Di un paso atrás y luego otro mientras la miraba a los ojos. El mundo se
encogió a su alrededor y se difuminó en los bordes, como una imagen
descolorida.
«Date la vuelta de una vez y camina, imbécil».
Aun así, me quedé allí, esperando que ella diera el primer paso.
Preguntándome si cambiaría de idea en el último minuto.
—Tal vez en otra vida. —Mad sonrió con tristeza y los ojos brillantes.
—Definitivamente —dije con brusquedad.
Se dio la vuelta y desapareció en el metro. Yo me quedé allí durante
diez minutos y luego giré sobre mis talones. Caminé tres manzanas hasta
que encontré un callejón lleno de cubos de basura y privacidad. Me
desplomé contra la pared, con la frente en los ladrillos rojos, y me quedé ahí
durante media hora esperando a que mi frenético corazón se tranquilizara.
Capítulo quince
Maddie

La siguiente semana pasó arrastrándose lentamente, minuto a minuto.


Hacía un calor tropical. La ciudad parecía derretirse. El hormigón, los
edificios y la gente parecían sacados del cuadro de Salvador Dalí La
persistencia de la memoria, con los relojes derretidos.
Tic, toc.
Tic, toc.
¿La vida siempre era tan vacía?
Me obligué a olvidarme de las azaleas. De la apuesta con Chase. De mí.
Me sumergí en el trabajo y me puse a dibujar en cada lugar que pillaba.
En el metro de camino al trabajo y a casa, en la estación, en restaurantes, en
los descansos del almuerzo, antes de irme a dormir… El trabajo me
consumía.
Dibujaba, borraba, empezaba de nuevo, me reía y lloraba sobre el
diseño del VNE porque no era un simple diseño; era mi diseño. Y claro que
había diseñado muchos vestidos de novia antes, pero siempre había reglas
establecidas y muy claras.
«Esta primavera nuestra línea va a centrarse en los vestidos de tubo».
«Este invierno va sobre los vestidos de gala».
«La colección de encaje será de corte sirena».
Esta vez no había normas que cumplir. Solo estábamos el caos que
bullía en mi mente y yo. Era el final del juego. Kate Middleton en el día de
su boda con Grace Kelly en su carruaje y Audrey Hepburn con su vestido
característico de Balmain.
Me esforcé por no pensar en Chase. Sacaba a Daisy a dar largos paseos
y observaba cómo perseguía a Frank. Leía la palabra del día en la pizarra de
Layla diligentemente en busca de señales reveladoras de que la persistente
sensación de que estaba cometiendo un grave error era infundada. Quería
estar ahí para Chase en estos momentos. Estar ahí para Katie, Lori y
Clementine.
Incluso hice una lista de palabras que Layla había colgado para tratar de
darles significado.
El lunes fue «arrepentimiento».
El martes, «alivio».
El miércoles, «chocolate» (que, admitámoslo, jugó un papel muy
importante durante toda la semana mientras trataba de olvidar a Chase).
El jueves fue «cobardía».
Decidí no mirar la pizarra hoy. Estaba segura al 70 por ciento de que
Layla estaba siendo pasivo agresiva después de que le hubiera dicho que
había huido de Chase tras la sesión de fotos de compromiso y lo había
dejado allí, confuso por mi comportamiento.
Para alejar la nostalgia por Chase que me embargaba, tuve dos citas con
Ethan. Agradecía la distracción que me proporcionaba. Fue infinitamente
paciente y cariñoso, y me contó un sinfín de historias de su trabajo, sus
pacientes y su época de voluntario en África. El martes fuimos a ver una
película bélica. La noche siguiente me llevó a conocer a sus amigos a un
bar. Por último, esta noche habíamos planeado ir a un tailandés y luego
venir a casa a tomar una copa de vino.
El vino significaba sexo y no estaba preparada para tener sexo con
Ethan ahora que Chase ocupaba cada esquina de mi mente. Una parte de mí
quería ir paso a paso y ver qué ocurría. Tal vez estaría de humor. Tal vez el
vino me soltaría, nos acostaríamos y me daría cuenta de que era lo único
que realmente necesitaba (una oportunidad de intimar con Ethan para
sentirme conectada a él).
«Entonces, ¿por qué temo regresar a mi apartamento con Ethan? ¿Por
qué tengo la sensación de estar en el corredor de la muerte?».
Ethan y yo caminábamos hacia mi edificio. Le hablé del proyecto VNE
con todo lujo de detalles.
—Tendrá una larga cola y estoy pensando en un corpiño de escote
corazón que recuerde al corsé de época victoriana. Oh, Ethan, va a ser tan
bonito… —dije con efusividad notando cómo se ponía rígido a mi lado. Me
detuve justo a su lado, parpadeando mientras miraba hacia la escalera.
«No puede ser».
Pero eso fue justo lo que pensé la noche que Chase me estaba esperando
en la puerta de casa para arrastrarme a su plan de falso compromiso.
—Pensaba… —empezó Ethan.
Negué con la cabeza con fuerza. Como si hubiera algo dentro y quisiera
deshacerme de ello. Lo había.
—Pensabas bien. Le dije que se alejara. Deja que me encargue de esto.
Fui hasta la puerta de casa con paso firme mientras sentía cómo la ira
que se enroscaba en la boca de mi estómago florecía, crecía y subía hasta la
garganta. Tenía todo el cuerpo hirviendo de furia. ¿Cómo podía? ¿Cómo
podía hacerme esto de nuevo? ¿No había sido lo bastante clara? No quería
verlo. Había ido tan lejos como reconocer que tenía sentimientos por él solo
para que diera un paso atrás. ¿Había algo más humillante que admitir
sentimientos no correspondidos hacia alguien? Eso era la base de todos los
poemas, las canciones de amor y las obras de arte angustiosas del universo.
¿Cómo era tan egoísta?
—¿Qué narices crees que estás haciendo aquí? —Me salió la voz aguda,
al borde de la histeria. Chase aún estaba sentado en la escalera cuando me
puse en pie por encima de él—. Te dije que te alejaras. ¿Qué te pasa? —Me
di cuenta de que estaba hablando entre dientes cuando Chase levantó la
vista del teléfono, sorprendido por mi ataque verbal. Me quedé helada.
Parecía diferente. Despeinado, agotado y… roto.
Fue esto último lo que me descompuso. Conocía esa mirada muy bien.
Mi padre la tuvo todo el año que mi madre estuvo agonizando. Muriéndose
de verdad. Todavía la llevaba tatuada en un lugar por detrás de las costillas.
Era la mirada desesperanzada de alguien cuyo destino lo había puesto de
rodillas.
Bajé la guardia. La armadura resonó en el pavimento a mis pies.
—¿Qué ha pasado? —Me agaché para estar a su nivel y coloqué los
codos en sus rodillas. Me temblaban los dedos mientras lo agarraba por la
barbilla y le levantaba la cara—. ¿Dónde está?
—En el hospital.
—Chase. —No estaba segura de si estaba respirando—. ¿Por qué no
estás con él?
Negó con la cabeza.
—No lo sé.
—¿Quieres que vaya contigo?
Vi a Ethan de pie por el rabillo del ojo, una solitaria vela, larga, derecha
y apagada. Se fijó en la escena. Me asustó lo poco que me importaba lo que
pensara, lo que sintiera en ese momento. En ese momento solo me
importaba Chase.
Era la primera vez que me daba cuenta de que ser Maddie la Mártir era
insostenible, pero que tal vez ser una buena amiga para los que me
importaban era posible. No podía proteger los sentimientos de los demás.
Pero mataría dragones por aquellos que me importaban.
—Tenemos que ir a verlo, ¿vale? —Pasé los pulgares por las mejillas de
Chase. Me pareció que asentía con la cabeza. Saqué el teléfono y pedí un
Uber para que nos llevara al hospital en el que me dijo que estaba su padre.
Después de hacerlo, me giré hacia Ethan—. Lo siento mucho.
Inclinó la cabeza.
—Espero que se recupere pronto.
—Gracias —susurré.
Chase estaba demasiado fuera de sí para darse cuenta de que allí estaba
Ethan. Tuve que meterlo en el Uber. El taxista, con una gorra de béisbol,
una sudadera con capucha y una expresión aburrida, trató de entablar
conversación sobre política y el estado del tráfico.
—Tu novio parece hecho mierda —dijo finalmente—. ¿Demasiadas
copas? —Me inmovilizó con la mirada a través del espejo retrovisor—. No
quiero que vomite en mi asiento trasero.
—Está bien —corté.
—Y tú también —dijo el conductor con una sonrisa.
—Voy a ahumarte los ojos como si fueran carne fresca si vuelves a
mirarla así otra vez —gruñó Chase. Era la primera vez que hablaba desde
que habíamos entrado en el coche.
—Tío, mírate lo de los celos.
—Tenemos un mal día —espeté. Ya no me importaba no ser la educada
y agradable Maddie la Mártir—. ¿Puede quedarse callado?
—Claro, claro.
—Deja de mirarla —volvió a advertir Chase como un animal herido—.
Ni siquiera respires en su dirección.
—Ya lo ha oído —le dije al conductor arrastrando las palabras, saliendo
de mi dulce caparazón.
El conductor negó con la cabeza.
—Dios.

Katie y Lori ya estaban en la habitación del hospital de Ronan, sentadas


en un sofá azul pastel que había visto mejores días. El olor a antiséptico, la
luz fluorescente brillante y la vejez morbosa pegada en las paredes me
provocaron náuseas. No había estado en un hospital desde la muerte de
mamá.
Abracé a Lori y a Kate mientras Chase se dejaba caer en una silla junto
a la cama donde se encontraba su padre inconsciente. Cerró los ojos y
respiró por la nariz.
—Ha tenido un infarto. —Lori recorrió el cabello canoso y denso de
Ronan con los dedos y frunció el ceño—. Los médicos dicen que el infarto
ha sido leve, pero los órganos de su cuerpo le están fallando uno a uno. Se
encuentra estable, pero no fuera de peligro. Grant viene de camino.
Chase no reaccionó. No estaba del todo ahí. Me escabullí de la
habitación en busca de café y algo de comer. Pensé que tal vez Chase
esperaba que les diera espacio antes de reaccionar a estas noticias.
Estaba dándole a los botones de una máquina expendedora cuando
Katie apareció a mi lado con los brazos cruzados sobre el pecho. Llevaba
un pijama de franela y un lujoso abrigo por encima. Era la primera vez que
notaba que hacía mucho frío en el hospital.
—No ha dormido —dijo—. Chase.
Fingí centrarme en la máquina. La bolsa de pretzels no salía. Estaba
atrapada entre el vidrio y la rueda metálica. Traté de sacudir la máquina,
pero apenas se movió.
—Joder —murmuré. Yo no maldecía. Nunca maldecía. Katie se
estremeció.
—Creo que no duerme desde hace una semana —continuó—. No sé si
es solo por papá.
¿Estaba diciendo lo que yo creía? No podía ser. Me imaginé que Katie
sabía que, en realidad, Chase y yo no estábamos juntos desde el momento
en que le conté lo de que había pillado a un ex engañándome. Pero ¿por qué
me diría que Chase no dormía bien desde que él y yo no estábamos en
contacto? La razón obvia de que «podía ser cierto» jamás se me pasaría por
la mente.
—Odio que esté pasando por esto. Que todos estéis pasando por esto. —
Le di una patada a la máquina y sofoqué otra maldición cuando me di
cuenta de que a los dedos de los pies les había ido mucho peor que a la
máquina. «Mierda».
—Sí —reflexionó Katie, estudiándome de cerca—. Pensé que lo sabías,
ya que estáis comprometidos. Estáis comprometidos, ¿no?
Giré la cabeza en su dirección al darme cuenta de lo que se trataba.
Confrontación. Como Katie odiaba enfrentarse a las cosas, sabía lo que
estaba en juego aquí.
—Oh… —Fingí una sonrisa—. Sigo en mi apartamento. He estado en
casa toda la semana trabajando en mi último proyecto.
—Así que esa historia sobre el engaño…
—Deberías olvidar esa historia —espeté. Me destrozó la idea de que
Katie fuera a descubrir el secreto de Chase. De que alguien lo hiciera—.
Olvídala por completo, Katie. Quiero a tu hermano. Estamos juntos.
Ya no parecía una mentira. Al menos no parte de la frase. Y eso me
asustó.
Me sentía inquieta. Casi violenta. Coloqué las manos a ambos lados de
la máquina expendedora y empecé a sacudirla con todas mis fuerzas
mientras dejaba escapar un grito que llevaba atascado en la garganta desde
el día en que conocí a Chase en aquel ascensor un año atrás. Las paredes del
pasillo temblaron con el grito. El suelo se balanceó bajo mis pies, pero no
podía parar. Ni siquiera quería intentarlo. Era tan liberador soltarlo todo…
Las mentiras.
El dolor.
El deseo de algo que sabías que era malo para ti. Que estaba siempre
frente a ti, colgando como una fruta prohibida.
Grité y sacudí la máquina expendedora hasta que me quedé sin voz. La
bolsa de pretzels por fin cedió y cayó con un suave tintineo. Me incliné para
cogerla y ponerla en una bandeja que había colocado en una silla junto a la
máquina. Tenía tres vasos desechables de café tibio servidos directamente
de una cafetera del día anterior y sándwiches que parecían del todo
incomibles. Empecé a regresar a la habitación de Ronan como si nada
hubiera pasado. Como si no hubiese gritado. Como si dos enfermeras no
hubieran sacado la cabeza de las habitaciones para comprobar que todo
estaba bien.
Katie me siguió.
—No diré nada —susurró.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando. —La comida y el café
bailaban en la bandeja, ya que me temblaban las manos.
—Lo cierto es… Dios, ni siquiera sé lo que es. Parece feliz cuando está
contigo y creo que esa parte es real. —Katie tragó saliva—. Creo que es la
única parte real en él desde lo suyo con Amber… Y luego unos años
después, cuando también perdió a Julian.
Al fin entendí de lo que hablaba Katie. La razón por la que Chase se
negaba a sentir algo por alguien. No solo había perdido a su prometida
debido a su hermano. También había perdido a su hermano por el título de
director ejecutivo que Ronan había decidido darle a él. Todos los que amaba
querían algo y, cuando Chase no cedía, le daban la espalda.
Hasta la persona con la que había crecido.
Hasta la persona a la que admiraba y veía como un hermano mayor.
—¿Qué posibilidades hay? —cambié de tema mientras señalaba con la
barbilla hacia la puerta a la que nos aproximábamos. La habitación de
Ronan—. ¿Ha dicho Grant si es el… ya sabes?
«El final».
Katie negó con la cabeza y se mordió el labio inferior.
—Ya sabes cómo son los médicos. Nunca dicen nada claro.
Conocía a los médicos y tenía toda la razón.
Después de repartir los cafés, los sándwiches y los pretzels que Katie y
Lori agradecieron, le tiré de la manga a un apenas consciente Chase.
—Ve a echarte una siesta. Ahora.
—Estoy esperando a Grant —dijo con frialdad, pero le faltaba ese
hieratismo de Chase Black que normalmente acompañaba al tono.
—No. Cuando Grant llegue, hablaré con él. Si ocurre algo importante,
te despertaré. De lo contrario, te dejaré dormir porque lo necesitas.
Me apartó la mano del brazo, pero lo agarré del codo y tiré de él.
Deslizó la mirada hacia mí. Vio algo en mi rostro que le hizo darse cuenta
de que no iba a retroceder. A regañadientes, se puso en pie. Le mostré la
habitación contigua a la de su padre. Había notado que estaba vacía cuando
Katie y yo volvíamos con los aperitivos. Ahuequé las almohadas mientras
él estaba de pie detrás de mí, incómodo, observándome. Cuando se deslizó
en la cama, vacilé. Entonces, como sabía que estaba casi fuera de sí,
borracho de cansancio, lo tapé con la áspera manta. Había hecho lo mismo
por mí cuando me emborraché en los Hamptons. Había cuidado de mí sin
quejarse ni una vez.
Casi estaba obligándome a salir de la habitación cuando Chase me
agarró de la muñeca. La caricia me dio una descarga que me subió por el
brazo e hizo que el vello de la nuca se me erizara y me diera un vuelco el
corazón. Parecía monumental, hasta fundamental, la forma en que su
mirada plateada, como una capa de hielo, se encontró con mis ojos
marrones y corrientes. Movió la boca y desvié la mirada hacia la misma,
demasiado nerviosa para descifrar las palabras. Solo era una palabra. Una
con la que había soñado durante muchos meses antes de que rompiéramos.
—Quédate.
—¿En la habitación o…? —«¿En tu vida?». No podía respirar.
Necesitaba respirar, pero era difícil cuando puse todas mis esperanzas
momentáneamente en su respuesta.
—En el hospital. Donde pueda encontrarte.
Estaba tan destrozado, con ojeras y demacrado, que parecía que hubiera
perdido peso en la noche. Siempre me había preguntado cómo sabías si
amabas a alguien. Encontré la respuesta cuando lo miré. En ese momento
supe, sin lugar a dudas, que amaba a Chase.
—Me quedaré. —Puse una mano en la suya.
Tenía los ojos medio cerrados y le temblaba la garganta como si
estuviera luchando por tragar saliva. Tenía los labios secos y deseé besarlos.
Pensamientos muy muy locos.
—Me preguntaste si había superado a Amber —gruñó con los ojos
cerrados. El resto de él también lo estaba—. Sí. Ni siquiera creo que la haya
querido nunca. No de verdad. No como podría quererte a ti.
Pum, pum, pum. Mi corazón se amotinaba en el pecho.
—No te engañé, pero quise hacerlo. Ojalá hubiera podido, Mad. Porque
estabas ahí y eras de verdad, y si toda esa mierda de Amber, a la que ni
siquiera quería, me hizo pasar un infierno, tú tenías el potencial de hacer
pedazos mi vida por completo. Eras una debilidad. Estaba tan…
«¿Tan?». Contuve el aliento esperando a que continuara. Pero no lo
hizo. Cada vez respiraba con más dificultad, hasta que se convirtió en un
ronquido suave. Me llevé una mano al corazón para evitar que explotara.
Cerré los ojos, obligándome a dejar de hacer lo que estaba haciendo.
Darle romanticismo a lo que habíamos sido. Olvidar todos los momentos en
que lo había odiado. Oí a Layla burlarse en mi cabeza sobre volver a mis
viejos patrones de Maddie la Mártir. De anteponer a otras personas a mí.
Vi pasar ante mis ojos cerrados, como una película antigua, imágenes de
Chase cuando era mi novio.
Él apoyando sus caderas en las mías mientras su aliento a whisky me
acariciaba el cuello en una fiesta y decía: vamos a bañarnos. Aquí todos
son unos perdedores y tú eres la única persona con la que puedo estar, lo
cual es curioso.
—¿Por qué es curioso? —susurré de forma pensativa.
—Porque lo que quiero hacerte no implica que ninguno de los dos
estemos de pie.
Abrí los ojos. Los volví a cerrar.
Chase de espaldas a mí, observando Manhattan desde el ventanal de su
casa.
—Eres un lobo —gruñí. Tenía una espalda tan ancha y musculosa que
necesitaba recordarme que era mortal como yo.
—Y tú la luna. —Sonrió inclinando la cabeza hacia atrás para mirar la
bola blanca que parecía de cristal—. Me vuelves jodidamente loco.
Abrí los ojos. Me picaba la nariz por las lágrimas y no podía tragar
saliva. Volví a cerrar los ojos.
Chase y yo tumbados en el césped mientras mirábamos el cielo sin
estrellas de Nueva York.
—Quiero ir a otro lugar. Otro lugar donde se vean las estrellas por la
noche. Algún lugar puro —dije.
Escuché la sonrisa de Chase cuando respondió:
—Qué raro que lo menciones. El otro día compré un telescopio por esa
misma razón. No puedo ver las estrellas y me está volviendo loco. Pero no
quiero dejar la vida de la ciudad.
Era clásico de Chase que no le gustara algo de su vida y lo doblegara a
su propia voluntad. Era clásico de Maddie que no le gustara algo de su
vida y lo dejara, tirara la toalla y empezara de nuevo.
Otra lágrima se deslizó por mi mejilla. No pude evitarlo.
Chase y yo en la cama con Daisy a los pies.
—¿Alguna vez sientes que estás cambiando? —preguntó.
—Siempre —respondí—. Estamos en continuo cambio. Simplemente no
nos damos cuenta porque estamos en movimiento.
—No quiero cambiar.
—No creo que tengas elección —dije suavemente—. Si no cambias, no
vives.
—Tal vez no quiera vivir.
—Sabes que sí.
Salió de la cama y empezó a vestirse.
Volví a abrir los ojos de golpe. Hablaba de nosotros. Yo lo estaba
cambiando.
Chase y yo en la montaña rusa Cyclone, en Coney Island. No fue una
escapada romántica. Lo había convencido para que me acompañara
porque tenía ganas de comerme una manzana de caramelo de toda la vida.
—No te da miedo nada, ¿no? —Me sonrió. Íbamos en el primer vagón.
Subía dolorosamente lento, centímetro a centímetro.
—Casi nada. —El vagón temblaba, como mi corazón. Miré hacia abajo
para cogerle la mano, pero entrelazó los dedos en su regazo. Se cerraba a
mí hasta puntos inimaginables—. Casi nada.
Abrí los ojos por cuarta vez, frenética. Recordé lo que había pasado
después.
Los dos caímos.

Pasé las siguientes horas tratando de obtener toda la información que


pude por parte de Grant. Amanecía cuando Grant finalmente dijo que nos
marcháramos a casa. Le envié un mensaje a Sven diciéndole que iba a
trabajar desde casa y fui a ver cómo estaba Chase. Estaba sentado en la
cama de hospital frunciéndole el ceño al teléfono. Había estado
inconsciente durante casi siete horas.
Levantó la vista del teléfono. Estaba guapísimo: iba despeinado y le
brillaban los ojos de forma saludable. Parecía haber recuperado el peso que
había perdido la noche anterior. Le había regresado el color a la cara.
—Dijiste que me mantendrías informado. —Se le quebró la voz, sin
duda, para su consternación.
Entré en la habitación y tomé asiento en el borde de la cama junto a él.
—Solo si había novedades importantes —afirmé—. He mantenido mi
promesa.
—¿Papá está consciente?
—Todavía no. Pero está estable.
—¿Qué ha dicho Grant?
—Ha dicho que lo más probable es que Ronan salga adelante.
—Joder, vale. Entonces no hay noticias.
Giré la cabeza para lanzarle una mirada de «¿En serio?». Me agarró una
mano y la colocó en su regazo. Otra corriente me recorrió de arriba abajo.
Como cuando cayó el vagón del Cyclone.
—Voy a comprarte algo para desayunar.
—Gracias, pero no tengo hambre. —No quería pasar más tiempo a solas
con él. Sabía que estaba cayendo. Cayendo por la montaña rusa Cyclone
después de lo cual no podría darle la espalda de nuevo. No podía
enamorarme de un hombre que había prometido que nunca me daría lo que
deseaba: un marido, una boda. Hijos. Amor.
—La comida rara vez tiene que ver con alimentarse —dijo—. Tiene que
ver con la comodidad. El sexo. La venganza, la lujuria y la ira. Pero nunca
con alimentarse.
Sonreí con cansancio ante su observación. Oímos un grito procedente de
la habitación de Ronan. Era Katie. Miramos al unísono en la dirección
desde donde procedía. Katie no era de las que montaban escenas. Chase
saltó de la cama y salió disparado por la puerta. Lo seguí. Katie, Amber y
Julian estaban de pie en el pasillo. Katie jadeaba con dificultad, moviendo
mucho el pecho. Tenía la mejilla señalada con arañazos rojos, como si
hubiera estado tan frustrada que hubiera tratado de arrancarse la piel.
—¡Qué valor tienes! No puedo creerlo, Julian. Eso es ir demasiado
lejos, incluso para ti.
—Solo he hecho lo que nadie más ha tenido el valor de hacer. —Julian
sonaba desesperado y agarraba la mano de Amber demasiado fuerte. Amber
se deshizo de él en cuanto nos vio a Chase y a mí. Se le cambió la cara
cuando se dio cuenta de que íbamos de la mano. Yo ni siquiera había sido
consciente de ello.
—¿Qué ocurre? —Chase me soltó la mano y se colocó como barrera
entre Julian y Katie. Katie se inclinó hacia delante y agarró un montón de
documentos que Julian llevaba, agitándolos en la cara de Chase.
—El cabrón ha traído un contrato legalmente vinculante para que papá
lo firme donde le otorga el puesto de director ejecutivo de emergencia de
Black & Co. Ha tratado de entrar en la habitación mientras mamá había
salido a recoger cosas para papá. Yo estaba fuera haciendo llamadas.
—Ahora, antes de que le des más importancia. —Julian estaba
girándose hacia Chase. Mala idea. Chase le dio un puñetazo directamente
en la cara. Julian se tambaleó hacia atrás y se estampó contra la pared. Se
agarró la nariz con las manos sin aliento—. ¡Imbécil!
Chase le arrebató los papeles a Katie y los hizo trizas. Cayeron a sus
pies, alrededor de sus mocasines, como copos de nieve. Amber lo miró con
los ojos de par en par, bordeados de maquillaje y lágrimas.
Julian arrastró la espalda por la pared sin dejar de agarrarse la nariz. Le
goteaba sangre por los dedos, hacia la camisa y el suelo.
—¿Te sientes amenazado, primo? —siseó.
Era la primera vez que oía a Julian referirse a Chase como su primo y
no como su hermano, y tenía el presentimiento de que había tardado mucho
en hacerlo. Cuando miré a Julian, ese villano de Shakespeare perfecto, tuve
que recordarme que él también tenía mucho bagaje. Que probablemente era
difícil vivir a la sombra de tu primo, que era diez años menor, exitoso,
guapo y de la realeza americana.
Que consideraban a Chase con más talento, habilidad y autoridad. Y, tal
vez lo peor de todo, que, al menos por fuera, Chase no parecía haberse
inmutado por el hecho de que Julian le hubiese robado a su prometida.
Chase caminó hacia él, sonriendo con frialdad.
—Trata de manipular la dirección de Black & Co. de nuevo, Julian. Te
reto. Y tú —Se giró hacia Amber, que dio un paso atrás mientras agarraba
el collar de diamantes con las uñas de varios centímetros de longitud—
mantenlo alejado de mí si no quieres convertirte en viuda.
Tras eso, me tomó de la mano y salió corriendo por el pasillo. Me
sacudí detrás de él, tratando de seguir sus pasos.
—¿Adónde vamos?
—A mi apartamento.
—A tu apart… Chase, no.
—Sí.
—¿Por qué?
Se detuvo y se giró hacia mí bruscamente.
—Porque… —Rechinó entre dientes.
—¿Porque…? —Levanté una ceja.
—No puedo dormir. —Escupió las palabras, molesto.
—¿Y?
—Y puedo hacerlo cuando estás ahí. —El resto de palabras salieron de
su boca a regañadientes—. No sé cómo explicarlo, ni quiero hacerlo. ¿Me
concedes el honor de tu presencia para poder dormir unas cuantas horas?
Me pasé la lengua por los labios y lo miré.
—No trataré de acostarme contigo. —Levantó una mano—. Palabra de
scout.
—Por última vez, no fuiste…
—Sí que lo fui —espetó—. Durante un año. Fue horrible. Y a día de
hoy todavía no sé hacer nudos.
Sofoqué un sonido que estaba entre el gemido y la risa.
—Vale.
Me volvió a agarrar la mano y reanudó la búsqueda de un taxi en la
calle. No recordaba un momento en el que nos hubiéramos tomado tanto de
la mano desde que comenzó el estúpido acuerdo.
El diablo no tuvo que arrastrarme al infierno.
Yo había ido con él de buena gana.
Capítulo dieciséis
Chase

Otras cuatro horas de sueño y una ducha después, me sentía más


humano y menos como una bolsa de huesos, ira y frustración por la falta de
orgasmos.
Después de comprobar que no tenía llamadas perdidas de Grant, Katie y
mamá, y de saber que papá seguía estable gracias a un mensaje de texto, me
puse uno de mis trajes negros (no entendía por qué existían otros colores. El
negro era perfecto para cualquier ocasión. Solo hice una excepción con los
pantalones de deporte grises, porque prácticamente se consideraban ropa
interior para hombres) y salí del dormitorio principal. Descendí los tres
escalones de mármol que llevaban hacia la sala de estar. Lámparas de araña
negras y elegantes colgaban del techo, y unos sofás de cuero negro
reclinables llenaban la sala. Las tres paredes que no tenían ventanales eran
de hormigón desnudo. Mi hogar era muy oscuro, indulgente y peligroso. Un
apartamento diseñado cuidadosamente con la estética de un idiota moderno.
En esa penumbra y oscuridad se encontraba sentada una mujer que
llevaba un vestido de vuelo amarillo, tipo delantal, con estampado de
helados derritiéndose, que había llevado a su cita de la noche anterior, y
tenía el ceño fruncido a modo de concentración frente a su bloc de dibujo.
Se le veía la punta de la lengua por uno de los lados de la boca (algo típico
en ella cuando estaba concentrada). Me abotoné la camisa y la observé sin
hacer acto de presencia. Había algo de depredador en observarla sin que lo
supiera. Mi mente vagaba por lugares a los que no debería haber ido.
Placeres que no había tenido desde que me enteré de que mi padre estaba
enfermo.
Sonó su teléfono. El tono de llamada que tenía era «Greek Tragedy» de
The Wombats. Eran esas pequeñas peculiaridades de Mad las que la hacían
tan supremamente follable. No era del todo hípster, aunque sabía que vestía
como si lo fuera y conocía la lista de reproducción indie que escuchaba. No
era intelectual, pero podía mantener una conversación con cualquier
persona, ya fuera un mendigo o un rey. No era de clase alta. No era de clase
baja. Era de clase Maddie. Una especie totalmente única y sexy. Tenía que
sacarla de mi sistema. Tenía que follármela otra vez.
Dio un respingo por la sorpresa antes de tocar la pantalla y ponerse los
AirPods en los oídos. Estaba claro que no estaban conectados porque la voz
castrada de Ethan se oía en toda la sala de estar.
—Solo quería saber de ti. ¿Ya estás en casa? —preguntó.
Ella miró a su alrededor. Puede que yo estuviera de pie detrás de una
estatua, El ángel lloroso, con un cigarrillo entre los dedos y el rostro
apoyado sobre la barra del bar. Una compra impulsiva e irónica que hice
después de regresar de Sudamérica y encontrar a mi exprometida
embarazada de mi primo hermano. La necesidad de gastar mucho dinero en
algo sin sentido había sido abrumadora en aquel momento. Como si dijera:
«¿Y qué? Todavía puedo gastarme quinientos mil dólares en una mierda
con la que la mayoría de la gente ni se limpiaría el culo».
—He pasado la noche en el hospital y esta mañana he venido al
apartamento de Chase —dijo en tono de disculpa—. Quería asegurarme de
que pasaba bien la noche.
Otra cosa que no odiaba de Madison Goldbloom: no echaba la culpa a
nadie. Había sido yo el que había hecho que viniera aquí. Pero no se lo
mencionó a Ethan.
—Oh —dijo.
Qué elocuente. En serio, ¿por qué demonios salía con ese tío?
—Por cierto, Ronan está bien. —Apretó la boca.
—Claro. Estaba a punto de preguntar por él —dijo. Luego se detuvo.
No, no lo estaba. No le importaba mi padre—. ¿Ha sucedido algo entre
Chase y tú?
—No, claro que no —suspiró.
El silencio se extendió por la habitación. Esos dos tenían la química
sexual de un tampón y una mancha de kétchup juntos, no entendía por qué
no lo veía. Madison era fuego y Ethan… ¿Qué demonios era? No era agua,
ni tierra. Era una sombra. Un subproducto de otra cosa.
—¿Quieres quedar esta noche? Estábamos a punto de…
Demonios, no. Salí desde detrás de la estatua y me aclaré la garganta.
—Lo siento, Ethan. Esta noche no podrá ser. —Me arremangué las
mangas de la camisa por los brazos venosos y me dirigí con indiferencia
hacia Mad. Había prometido no follármela, pero nunca dije nada de no
evitar que otro lo hiciera esa noche. Le di un casto beso en la frente que se
limpió con el ceño fruncido y un brillo de terror y molestia en los ojos. La
miré a los ojos—. Verás, Madison estará conmigo esta noche.
—¡Chase! —Chasqueó la lengua—. Lo siento, Ethan. Me encantaría…
—Tener una relación en la que me sienta atraída e interesada por el
hombre con el que estoy —completé por ella con una sonrisa—. Lo sé,
Mad. Haría las cosas mucho más fáciles.
—Nada es más difícil que tú. —Trató de apartarme de un manotazo,
pero notaba la risa en su voz. Le brillaba la cara. Misión cumplida.
—La palabra que estás buscando es «duro» —bromeé—. Y gracias.
—Eres una pesadilla —se rio.
—Pero una sexy, ¿no? De esas en las que te despiertas con los pezones
duros y las bragas mojadas —la incité. Se estaba sonrojando y tenía los ojos
abiertos de par en par.
—Te dejaré que lidies con esto, Maddie —dijo Ethan con frialdad, y
colgó antes de que pudiera salvar la conversación.
Mad se levantó y agitó el teléfono en el aire.
—¡Deja de molestarme! —Fingió darme un tortazo en el pecho.
Le agarré la mano y le mordí las yemas de los dedos de forma
juguetona.
—Si yo no voy a hacer nada, nadie de este compromiso falso lo hará.
—¡No tenemos ninguna relación! —Echó la cabeza hacia atrás y gruñó
—. No puedo creer que tratara por todos los medios de que te quedases
conmigo cuando estábamos juntos solo para averiguar que no me ibas a
dejar en paz.
—Dame un par de semanas —bromeé.
—Deja de decir eso. Es una falta de respeto a tu padre. Podría vivir
meses e incluso años.
—No.
—Chase.
—Mad.
Se detuvo y arrugó la frente.
—¿Por qué me llamas Mad? ¿Por qué no Mads? ¿Maddie? ¿Madison?
Cualquiera de mis otros apodos.
Sabía la respuesta. La sabía desde hacía tiempo. Pero sentía que si la
compartía con ella estaría cruzando una línea, especialmente cuando
sospechaba que me había ido de la lengua el día anterior, antes de quedarme
dormido en la cama del hospital. Agaché la mirada y le eché un vistazo al
vestido de boda que estaba dibujando; luego levanté la vista.
—Tienes talento —dije, cambiando de tema.
—¿Y eso es una sorpresa? —Captó la indirecta.
—No. —«Sí»—. Tus bocetos son limpios, elegantes. No esperaba eso.
—Puedo ser limpia y elegante. Yo elijo ser extravagante al vestir y en la
decoración de mi casa.
—¿Por qué?
—Porque plasmo mi personalidad en la tela.
—¿Eres bipolar? —pregunté de forma inexpresiva.
—Qué ofensivo. —Fingió tener arcadas. Éramos buenos juntos y lo
sabía. Yo también lo sabía, razón por la cual era bastante estúpido por mi
parte seguir persiguiéndola. Volvió la mirada hacia la hoja y frunció el ceño
—. No creo que le vaya a gustar a la gente. Sobre todo a Sven.
—¿Por qué?
—Demasiados detalles. —Señaló el boceto con la mano, las mangas, el
cuello y el tul—. Tradicionalmente, el vestido de novia de ensueño es
mucho más sencillo. Líneas más limpias, detalles minimalistas, sin
demasiada personalidad. Se hace énfasis en el corte y en el ajuste superior.
Además, todos los vestidos que se han diseñado en Croquis son de color
blanco cisne. Este no lo es.
—Entonces, ¿de qué color es?
—Crema. —Se mordió el labio inferior. Deslicé la mirada desde el
boceto hasta sus ojos. Agitó el boceto—. Está bien. En el peor de los casos,
me desharé de algunos detalles.
—No —dijo—. No lo harás. Es perfecto y eres tú. Déjalo así.
Tragó saliva. Dirigí la mirada a su delicado cuello. Deseaba besarlo.
—Vale —susurró—. Gracias.
—¿Has dormido?
—Sí, algo.
—¿Quieres darte una ducha? ¿Quieres que te lleve a casa?
—Estoy bien.
—Bien. Vámonos a trabajar. Todavía podemos recuperar parte del día.
—Agarré las llaves. Sabía que me seguiría. Nunca perdía la oportunidad de
evitar hablar conmigo. Pero, por primera vez, no me importaba nada.
Es decir, claro que me importaba algo.
Me importaba mi padre.
Me importaba Black & Co.
Pero nunca una mujer. Nunca una cita. El latido desigual en mi pecho
era una señal de alarma. Mi corazón se estaba probando a sí mismo. «Bum,
bum, bum, bum. ¿Funciona esta mierda?».
Apreté los labios y pulsé el botón del ascensor sin mirar hacia atrás para
ver si estaba allí.

Tres días después, papá estaba consciente y listo para dejar el hospital.
Lo recogí mientras mamá preparaba la casa, sea lo que fuere lo que eso
significaba. Conduje en círculos, haciendo tiempo, y a él no pareció
importarle, ni siquiera cuando su tiempo era valioso. Me di cuenta de que
no habíamos tenido una conversación importante sobre algo que no fuera
trabajo desde que apareció la palabra con C. El trabajo era un tema seguro.
Dudaba que pudiera recordar algo de lo que Julian había hecho en el
hospital con el contrato. Papá estaba inconsciente cuando todo sucedió.
Grant me había aconsejado ser prudente con él y no hablar de cosas que
pudieran subirle la tensión. Molestarlo con las mierdas de Julian no estaba
en mis planes. Estábamos dando vueltas por la misma calle lateral, pasando
por la misma cafetería Pret y el mismo grupo de estudiantes, y esperando en
el mismo semáforo. Era deprimente que los demás fueran felices mientras
tú estabas hundido en la miseria. Todo se veía reflejado en tu cara.
—Ojalá pudiéramos salir de la ciudad —murmuró papá mirando por la
ventanilla—. La ciudad parece sucia en verano sin la lluvia ni la nieve que
la limpie. ¿No te parece sucia?
Cuando dijo eso, salió humo de tres alcantarillas distintas y un
muchacho de fraternidad borracho le tiró una lata de cerveza a su amigo al
otro lado de la calle y se rio.
—Si eso es lo que quieres, podemos irnos —dije, apretando el volante
con las manos. No quería dejar el negocio con Julian husmeando en la
planta de dirección. No quería dejar que Madison cayera en la comodidad
con el mediocre de Ethan. Y, a todo esto, ¿qué tipo de nombre era Madison
Goodman? No podía dejar que siguiera adelante con eso. Pero el deseo de
papá estaba por encima de todo.
—Julian sugirió que fuésemos a la casa de campo de Lake George a
pasar el fin de semana. Incluso lo había preparado para nosotros —añadió
papá.
«Julian te ahogaría en el lago si con ello hereda el negocio», estuve
tentado de decir. Sonreí con serenidad.
—Ah, ¿sí? Una idea fantástica.
—Puedes traerte a Madison, por supuesto. Creo que le gustaría aquello.
Hay mucho que hacer allí. Mucho aire puro. ¿De dónde era?
—De Pensilvania —respondí—. A las afueras de Filadelfia.
—¿Tiene hermanos?
—No. Su madre tuvo… —Me detuve.
Papá terminó por mí.
—Cáncer de mama, ¿no?
—Sí. —Era un idiota. Un idiota que tenía que cambiar de tema.
—Sus padres tenían una floristería. Bueno, su padre sigue teniéndola.
—¿Se llevan bien? —preguntó papá.
—Sí, mucho. Ella va a verlo a él y a su novia cada dos meses. Se van de
vacaciones juntos todos los años.
—Sabes mucho de ella, ¿no? —Se giró hacia mí, sonriendo.
Sí. No solía escuchar lo que me decía (al menos, no de forma
intencionada), pero me acordaba de todo lo que me había dicho sobre ella.
Aunque no era mucho porque hablar nunca había sido algo que yo hubiera
alentado en nuestra relación. Pero ahora la pregunta del millón era si Mad
estaría de humor para pasar conmigo otro fin de semana fuera de la ciudad.
Creía que no.
Sonó el móvil de mi padre, que tenía en el bolsillo, y lo puso en manos
libres.
—Jul —dijo con voz suave. Estaba claro que no recordaba lo del
contrato—. ¿Cómo está Clemmy?
—¿Eh? Oh, sí. Está bien. —Papá se había adelantado y había desviado
el tema de la verdadera razón por la que llamaba. Me preguntaba si Julian
pensaba alguna vez en la mocosa—. Oye, mira, Amb habló con la empresa
de mantenimiento. La casa de Lake George ya está lista. ¿Os recojo a Lori y
a ti, digamos, el viernes por la mañana?
¿Iba a llevarse a mis padres un fin de semana con su familia? ¿Sin Katie
y sin mí, mientras que papá estaba al borde de la muerte y prácticamente en
cuidados paliativos? Demonios, no. Olía su plan a kilómetros de distancia.
Julian quería tener a papá contento antes de ir a por la cabeza del director
ejecutivo. En algún lugar donde mi hermana y yo no pudiéramos detenerlo.
—Suena bien —dijo papá—. ¿Has hablado con Katie?
—No. Creo que tiene un concierto de voluntariado con Saint Jude’s este
fin de semana —contestó Julian. De fondo sonaba como si estuviera
revisando papeles. Probablemente más mierda que quería que mi padre
firmara—. Ya sabes cómo es Katie. Una buena samaritana.
—Deberías intentarlo de nuevo. En general, Katie hace el voluntariado
a final de mes. —Me metí en la conversación.
Julian se detuvo. Luego se recuperó.
—Chase. No sabía que estabas ahí.
—Es mi padre.
—Sí, biológicamente —se rio Julian con ganas—. Aunque sois muy
diferentes.
—¿A qué te refieres? —pregunté mientras daba un último giro a la calle
lateral antes de dirigirme al edificio de apartamentos de mis padres—.
¿Puedo ir a la casa de campo? Claro que sí. Qué amable de tu parte, Julian.
Hubo una pausa y luego dijo:
—Tráete a Maddie. Amber se muere por ver las fotos de compromiso.
—Lo haré. —«¿Lo haré?». La última vez que lo comprobé, Madison
estaba haciendo todo lo posible por evitarme. No me respondía las llamadas
ni los mensajes de texto. Ahora lo único que la detenía de pedir una orden
de alejamiento contra mi culo era el hecho de que trabajábamos en el
mismo edificio. Tenía que ir allí. Tenía que entenderlo.
—Genial. Estoy deseándolo. —La voz de Julian era demasiado relajada.
Demasiado displicente.
Pero estaba demasiado enfadado como para darme cuenta de que era
una trampa.
Demasiado rabioso como para saber en qué me estaba metiendo de
forma voluntaria.
Capítulo diecisiete
Maddie

25 de septiembre de 2008

Querida Maddie:
Hoy he encontrado cigarrillos en tu mochila. Otra vez. Hemos
discutido. Ha estado mal. Me dijiste que era un error. No es un
error si sigues haciéndolo. Debes de tener una razón para hacer
lo mismo una y otra vez.
Ya sea que quieras rebelarte, distraerte o simplemente
volverte adicta.
Es como el aro gigante que huele a carne podrida. Huele así
porque es raro y vulnerable, no por casualidad.
Todas las decisiones que tomas tienen una razón. Piensa en
ello.

Con amor,
Mamá

Esta vez no me mentí.


No luché contra ello ni lo negué. Tenía un nombre. Mamá dio en el
clavo en una carta de hace años cuando empecé a fumar a los quince. Era
una adicción.
Vi el nombre de Chase en el identificador de llamadas y contesté al
primer tono. Cuando me invitó a la casa de campo, preparado para lanzar un
discurso convincente, corté su arsenal de argumentos y promesas, y acepté
de inmediato. La necesidad carnal de estar ahí para él casi me paralizó.
Sabía, con la certeza que burbujeaba en mis venas, que eso no me convertía
en Maddie la Mártir.
Me convertía en una persona que se preocupaba profundamente por
Chase y que no quería verlo caer.
Layla iba a explayarse cuando se enterase de que seguía jugando con el
diablo. Pero sabiendo lo que sabía de Julian, de Amber, me sentía
responsable por Chase en lo que respectaba a ellos. Además, la mentira que
le habíamos contado a su familia en este momento era tan grande que se
cernía sobre todo, mi conciencia incluida. Era una bola de nieve rodante
que crecía sin parar cada vez que giraba y se tragaba objetos, sentimientos y
víctimas (Ethan, Katie, Clementine) mientras descendía por una montaña
interminable de falsedades. Aunque sabía que la bola de nieve iba a
estamparse contra algo y explotar en cualquier momento, no podía pararla.
Ser honesta ya no parecía una opción. Acepté que esto era algo con lo que
Chase tendría que lidiar una vez que perdiera a su padre.
Llegamos a la casa de campo de Lake George el viernes a primera hora
de la tarde.
La construcción de piedra del siglo xix se extendía sobre una buena
parte de las casi cuatro mil cincuenta hectáreas de parcela que poseían los
Black. Toda la segunda planta estaba repleta de balcones con dobles puertas
verdes. La propiedad era una de las cosas más mágicas que habían
presenciado mis ojos gracias a la hiedra que trepaba por la construcción y al
lago de fondo. El sol se desvanecía de forma perezosa por el horizonte y el
cielo estaba teñido de distintos tonos de dorado y rosa.
Debí de haber contenido el aliento cuando Chase me ayudó con las
maletas, porque me miró por encima del hombro y se rio.
—Este lugar es el favorito de papá. Los Hamptons es el patio de recreo
de mamá.
—¿Cuál es el tuyo? —pregunté sin apenas darme cuenta de lo que
estaba insinuando.
Él se detuvo y frunció el ceño.
—Tú.
Dejó caer mis maletas. Hubo un momento en el que pensé que iba a
rodearme con los brazos y a besarme. Quería que lo hiciera. Lo deseaba.
Pero simplemente negó con la cabeza y se deshizo de lo que fuera que
estaba pensando.
—No dejes que te seduzca —gruñó.
—Vale. —Seguí caminando—. ¿Por qué?
—Porque, una vez te tenga de nuevo, será imposible dejarte marchar.
Dejarte en paz. Respetar tu decisión.
Levantó la bolsa de lona sobre la maleta giratoria y me cogió de la
mano con la que tenía libre. La farsa estaba de vuelta en todo su esplendor.
Llegamos al rellano. Se oyeron voces procedentes del comedor. Risas,
conversaciones, susurros. Tintineo de cubiertos. También copas de vino.
Fruncimos el ceño y nos miramos.
—Julian —cortó Chase apretando la mandíbula—. Debe de haberle
dicho a todo el mundo que íbamos a llegar tarde y que empezaran a comer.
Capullo.
—Es hora de que lo pongas en su sitio.
—¿Crees que no lo sé? —Me fulminó con la mirada—. Lo dejé estar
porque nuestros padres, nuestra hermana y Clementine no deberían sufrir
por lo que quiero hacerle pasar.
Nos dirigimos al comedor y dejamos las maletas en el suelo. La larga
mesa estaba totalmente oculta bajo platos y fuentes. Panecillos recién
hechos, jarras de té helado casero y botellas de vino estaban esparcidas
sobre el inmaculado mantel blanco. El aroma a carne ahumada y a verduras
sazonadas impregnaba el aire. La boca se me hizo agua.
—Oh, Dios, cuéntanos de nuevo la historia, por favor. ¡No puedo creer
lo que dijo Clemmy! —comentó Lori.
—Empieza desde cuando entró. —Amber habló en un tono mantecoso,
diferente—. Cuando vio la pecera vacía.
—Vale, vale. La contaré otra vez. —Oí la risa de Ethan.
Guau, guau, guau. Espera. «¿Ethan?».
No tenía el privilegio de poder darme la vuelta y huir. Ya había entrado
en el comedor cuando me di cuenta. Chase estaba a un paso por delante de
mí, protegiéndome con su amplio cuerpo y con la mano todavía agarrada a
la mía. Sentí el suelo suave bajo mis sandalias, amenazaba con abrirse y
tragarme entera. Establecí contacto visual con Ethan, que estaba al otro lado
de la mesa. Sentía serpientes bailando en la boca del estómago, hundiendo
los dientes venenosos en mis entrañas. Estaba allí, entre Clementine y
Amber, llevándose una copa de vino a la boca y con una corbata de Bingo y
Rolly.
Miraba hacia atrás.
Parecía furioso.
Eché mano de la memoria para reproducir nuestra última conversación.
En la que habíamos dejado las cosas. Habíamos hablado por teléfono esa
semana, pero no habíamos planeado vernos. Las cosas habían llegado al
punto de prácticamente desaparecer, y pensaba que los dos estábamos de
acuerdo con ello. Ethan dijo que lo habían invitado a un sitio este fin de
semana. Yo le dije que también tenía planes. Los dos fuimos crípticos.
Ahora sabía por qué.
Ethan siempre había estado al margen de mi historia. Un personaje
secundario al que había recurrido cada vez que me había alejado de Chase.
Al tratar de complacerlo, satisfacerlo y amarlo, le había dado falsas
esperanzas. Al tratar de salvaguardar sus sentimientos, había sido cruel con
él. Ahora entendía que Maddie la Mártir tenía un lado oscuro.
La sonrisa lenta y amplia de la cara de Ethan me dijo que no lo había
pillado por sorpresa como a mí. Lo sabía. Era un ardid. Mi remordimiento
se transformó en furia. Enderecé la espalda y levanté la cabeza.
No sabía cuándo había dejado de agarrar la mano de Chase. Cuándo
había cerrado las manos en puños y había clavado las uñas en mi piel.
—Bueno, qué raro. ¿No decías que os conocíais? —preguntó Julian en
voz baja mientras tomaba un sorbo de té helado. Tenía la voz llena de
emoción. Me arañó la piel—. El doctor Goodman es el pediatra de
Clementine. Pensamos que estaría bien invitarlo para que disfrutara de la
casa de campo en uno de sus pocos fines de semana libres —señaló cuando
Chase le lanzó una mirada de «¿Qué demonios?».
—No es para nada raro. Como ya mencioné, conozco a Ethan y disfruto
de su compañía. Somos amigos. —Sonreí mientras me agachaba para darle
un beso a Ronan en la pálida mejilla. Lori y Kat se levantaron y me
abrazaron. Me salté a Amber y a Julian, que estaban sentados, dándoles
simplemente una palmadita en el hombro. Le di un beso a Clemmy en la
cabeza y luego otro a Ethan en la mejilla.
—Qué sorpresa tan agradable —susurró mientras le rozaba la piel
afeitada con los labios. Su voz parecía una lija.
—Ethan… —susurré—. ¿Por qué?
—Madison, toma asiento. —Chase se puso de pie frente a Ethan
dirigiéndole una mirada mortífera que lo hizo estremecer. Me acerqué a él y
sentí que se me hundían los hombros. Él empujó la silla hacia atrás.
Empezamos a servirnos comida en los platos. Ethan volvió a contar la
historia de cómo Clementine había dejado caer trozos de sashimi en una
pecera vacía de su consulta en su última visita, algo que provocó carcajadas
de todos los comensales.
Me llevé a la boca, con rigidez, un tenedor cargado de comida tras otro.
No podía saborear nada. No sabía si estaba más preocupada porque la
familia de Chase averiguara que no estábamos juntos o por la conversación
que tendría más tarde con Ethan. Chase deslizó una mano entre los dos y
me apretó la mía por debajo de la mesa. Una corriente nuclear me recorrió
de arriba abajo.
—¿Puedo retroceder un poco? —Julian se frotó la barbilla y se echó a
reír con buen humor—. Estoy tratando de averiguar algo. Maddie comentó
que erais amigos, doctor Goodman. Pero creía que Clemmy dijo que os vio
dándoos un abrazo muy largo y apretado, «como hacen las parejas en las
películas», creo que fueron sus palabras exactas, en tu clínica hace unas
semanas. ¿No, Clemmy? —Se giró hacia su hija y luego hacia mí—. ¿Así
que qué sois? ¿Amigos o algo más?
Clementine agachó la mirada sonrojándose.
—Como dije —hablé entre dientes, sin darle a Ethan la oportunidad de
responder—, estoy con Chase.
—Mea culpa, Maddie. —Julian levantó las manos a modo de rendición
y se tomó un momento para asegurarse de que todo el mundo estaba
pensando en el día en el que Clementine les había contado lo del beso con
Ethan—. Simplemente pensé… Bueno, es una tontería, pero pensé que tal
vez había ocurrido algo. Te vi en el trabajo el otro día. No llevabas el anillo
de compromiso —remarcó Julian mientras cortaba el pollo asado en
pequeños trozos de forma meticulosa—. Sin embargo, aquí estás, con el
anillo de compromiso.
Cada vez estaba siendo más contundente, presentando su elaborado caso
contra nosotros. Sabía que tenía que salir del paso por mis propios medios.
Si Chase intervenía, parecería otra pelea entre Julian y él, y que yo le estaba
poniendo excusas. Me encogí de hombros—. El anillo es muy caro. No
quiero perderlo ni que nadie me corte el dedo en un callejón oscuro por una
joya.
—Qué inteligente —señaló Katie, metiéndose un arándano en la boca
—. Cortar dedos con anillos está de moda. Lo escuché en un podcast de
crímenes reales.
—¿Tus amigos están contentos con el compromiso? —presionó Amber
con una falsa sonrisa en los labios con brillo—. Supongo que planean una
gran fiesta de despedida de soltera.
—Mis amigos cercanos están emocionados, sí. Vamos a celebrarlo de
forma discreta. Todavía no se lo he contado a mis compañeros de trabajo.
Ya sabes, la vida no va de hacer alarde de anillos caros y casarte para tener
más poder adquisitivo.
Demonios, dejar de lado a Maddie la Mártir durante un rato era
divertido.
Amber hizo una mueca.
—Entiendo que eso sería incómodo. Es decir, Black & Co. y Croquis
están asociadas. Me pregunto si piensan que te acostaste con el jefe para
llegar a la cima.
—Oh, tengo el trabajo desde mucho antes de conocer a Chase. Casarme
por dinero no es un deporte olímpico para mí. —Le devolví la sonrisa.
Chase fingió toser para sofocar una risa. Lori se terminó la copa de vino.
—Clementine, discúlpate —ladró Amber, mirándome.
Ronan chasqueó los dedos y apareció un camarero que acompañó a la
niña a la cocina para que probara el postre. El comedor ahora era una zona
de guerra en toda regla. Las cartas estaban sobre la mesa.
—Interesante. —Julian se dio unos toquecitos en la barbilla.
—Me asombra aquello que encuentras interesante. ¿Es eso lo que
sucede cuando tienes una vida sin amor y sin sexo? —preguntó Chase con
sequedad.
Lori jadeó. Ethan y Katie nos miraban a todos como si estuviéramos
locos.
—Redirigid la conversación —gruñó Ronan. Parecía exhausto y, de
repente, entendí la razón por la que Chase no había contraatacado a Julian.
No era porque no quisiera. Sabía que agotaría a su padre. Desde que
empezamos con el compromiso falso, Chase había tratado de no disgustar a
Ronan. Había fingido que se estaba tomando con calma el comportamiento
socavador y los comentarios mezquinos de Julian. Pero no era así. Julian se
le había metido bajo la piel y hoy Chase finalmente había explotado.
—Tienes razón, Ronan. Deberíamos estar hablando de otras cosas.
Ethan, eres un gran partido. —Amber lo alcanzó y le acarició el brazo. Sutil
como un tanque—. Joven, guapo, pediatra. Tengo muchas amigas solteras
que estarían encantadas de conocerte. ¿Estás saliendo con alguien?
Ethan se frotó la nuca y me miró.
—En realidad…
«¿Qué hace?».
El terror en mi cara debía de ser visible porque Ethan dio marcha atrás a
lo que fuera que iba a hacer.
—No tengo una relación seria, no.
«Maddie la Mártir siempre haciendo lo correcto. Hasta salir con un
chico simplemente para hacerle sentir mejor», canturreaba la voz de Layla
en mi cabeza. Pero no era solo por eso. Estaba tan desesperada por
enamorarme de Ethan para que no me hicieran daño que había terminado
por hacerle daño a él en el proceso.
Se hizo el silencio, que rompió la buena de Lori.
—Katie, Ethan me ha dicho que él también participó en la media
maratón.
Katie levantó la cabeza del plato y concentró la mirada en Ethan.
—¿De verdad? ¿Quién te patrocinó?
—Médicos para África. ¿Qué dorsal tenías? —A Ethan le cambió la
cara. Se le iluminó la expresión. No creía haberlo visto nunca tan…
presente.
—Nueve, dos, dos, tres. Camiseta amarilla. ¿Y tú?
—Tres, cinco, dos, siete. Rosa.
—Uff, qué bien que no corrimos juntos. Habríamos parecido un
cucurucho de helado el uno junto al otro. —Katie se limpió el sudor
invisible de la frente. Se miraron a los ojos y, en ese momento, hubo una
conexión entre ellos. Ethan fue el primero en volver la vista al plato y
pinchar un trozo de patata glaseada con el tenedor.
—Tal vez la próxima vez no tengamos tanta suerte —comentó Ethan.
«O tal vez sí», pensé. Parecía que la conversación fluía muy fácilmente
entre Ethan y Katie.
—Bueno, entonces, para asegurarnos de que todos estamos en sintonía,
¿Ethan y Maddie solo son amigos? —Julian me llenó la copa de vino hasta
arriba. ¿Estaba tratando de emborracharme? Probablemente, teniendo en
cuenta mi desastrosa visita a la casa de su familia en los Hamptons.
—¿Ese concepto es extraño para ti? —Chase se echó hacia atrás y
fulminó a su primo con una mirada oscura. Todavía tenía mi mano en la
suya bajo la mesa—. ¿O simplemente estás obsesionado con mi prometida
porque sí?
—Prometida. Eso es una afirmación audaz —murmuró Amber hacia la
copa de vino.
—¿Vamos a hablar de temas audaces aquí, en la mesa, Lady Macbeth?
—preguntó Chase con sequedad. Amber estuvo a punto de escupir el vino.
Coloqué una mano en el brazo de Chase. Flexionó los músculos bajo las
yemas de mis dedos. Era una bestia contenida.
—Puedo defenderme sola —susurré.
—No lo sé. Espero recuperar las pelotas en Navidad. —Chase suspiró y
me dio un beso en la sien—. Lo siento.
Era mentira, por supuesto, pero una que agradecía, aunque fuera parte
de un elaborado acto de Chase.
—Solo quiero que os llevéis bien —suspiró Lori, mirando a Chase y
Julian—. Sé que con el tiempo las emociones se han ido agigantando, pero
vuestra amistad está por encima de todo. La sangre es más densa que el
agua.
—Por nuestras venas no corre la misma sangre —escupió Julian con
amargura—. Tal vez ese sea el problema.
—Julian —regañó Ronan—. Para.
—Obviamente, Chase es el hijo favorito —siguió Julian. Sonaba como
un niño de cinco años.
—Todavía eres un niño —replicó Chase—. Crucificando a mi
prometida y tratando de desvelar desventuras imaginarias en mi nombre. Es
real y está pasando, y no puedes hacer nada para detenerlo, por mucho que
lo intentes. Hagas lo que hagas, me casaré con ella. —Chase se detuvo,
arrastró la mirada desde Julian a Ethan y luego terminó diciendo—: Julian.
Pero no parecía que las palabras estuvieran dirigidas a Julian. En
absoluto.
—Disculpadme.
Chirrió una silla y desvié la atención del rostro iracundo de Chase.
Ethan salió al galope después de arrojar la servilleta sobre el plato. Lo
seguí. No sabía por qué. Tal vez porque el comportamiento de Chase había
estado fuera de lugar. Porque había dirigido su ira hacia Ethan cuando en
realidad Julian era la persona a la que se suponía que tenía que atacar aquí.
—¡Ethan, espera!
Entró en el baño y estuvo a punto de cerrarme la puerta en la cara.
Empujé el pie por la rendija justo cuando la puerta se estaba cerrando. Dejé
escapar un grito al sentir que me golpeaba la piel.
—Oh, mierda. —Ethan abrió la puerta e hizo una mueca mientras
agachaba la vista hacia el pie enfundado en una sandalia—. ¿Estás bien?
—Por favor. —Estaba al otro lado de la puerta, con el pie todavía
atascado entre los dos para evitar que me la cerrara en la cara—. Déjame
entrar.
—Eso es lo que he tratado de hacer durante semanas —dijo en voz baja
—. Y me has hecho daño.
—Lo sé —susurré sintiendo que se me revolvía el estómago por la
culpa. Maddie la Mártir intervino de nuevo. Es verdad que los dos
habíamos estado de acuerdo en que no teníamos nada serio, pero había
estado ahí para mí. A pesar de la situación. En muchos sentidos, éramos
muy parecidos. Nada conflictivos—. Lo siento mucho —gruñí—. Nunca
quise hacerte daño.
—¿Lo sientes? —Ethan echó la cabeza hacia atrás. La angustia que
expresaba su rostro me destrozó.
—Sí, claro que lo siento —dije con desesperación. Ya era hora de soltar
la verdad. Que no podía estar con él y que no tenía nada que ver con Chase.
Ethan era el Príncipe Azul, pero en la historia de otra persona. No en la mía.
Él no era en quien pensaba cuando me iba a dormir.
«No era el que me quitaba el sueño».
—¿Te arrepientes? —Ethan se movió de un pie al otro.
Asentí con la cabeza. Sí, me arrepentía de hacerle daño. Me arrepentía
de no haberlo acabado antes, en cuanto supe que no teníamos futuro. No me
arrepentía del beso con Chase. Y eso era un problema.
Abrí la boca para decir algo más, pero Ethan se me adelantó y me dio
un beso en el umbral de la puerta del baño. Agité los brazos detrás de mi
cuerpo, como si estuvieran cosidos a los hombros. No era la primera vez
que Ethan me besaba, pero, esta vez, sentí que estaba mal. Tenía que
detenerlo. Empecé a echarme hacia atrás, apartándome del beso con la boca
cenicienta.
—Debéis de tener lo que llaman una «relación abierta», si tu prometida
piensa que eso es ser «buenos amigos». —Oí la voz divertida de Julian a mi
derecha. Me eché hacia atrás y me giré para encontrarme con Julian y
Chase.
Julian sonreía con aire de suficiencia y los brazos cruzados sobre el
pecho. Chase…
Chase no parecía mirarme. Miraba a Ethan como si estuviera a punto de
golpearlo contra el suelo y luego pisotearlo hasta prenderle fuego. Movió la
mandíbula. Tenía los ojos dos tonos más oscuros de su habitual gris azulado
helado.
—Qué desastre. —Julian negó con la cabeza, riéndose.
—Aléjate de ella —le dijo Chase a Ethan.
Julian ni siquiera existía en su universo. Ni siquiera sabía si lo había
oído. Ethan hizo lo que le dijo, pero nos miró a uno y a otro mientras
esperaba a que regañara a Chase por decirle lo que tenía que hacer.
Normalmente lo hacía. Chase era la única persona con la que siempre
discutía.
Chase dio un paso adelante. Ahora estaba cara a cara con Ethan,
cerniéndose sobre él con su altura, su porte y su Chasenidad. Sentía el
pecho tirante. Me di cuenta de que tenía miedo.
—Sea lo que sea lo que estás a punto de hacer —dijo Ethan con voz
firme pero lo suficientemente baja como para que Julian no lo oyera—, yo
no lo haría si fuera tú. Los dos sabemos que esta historia está lejos de
terminar. El último capítulo todavía no está escrito.
Eso fue lo que me rompió. La verdad de sus palabras. Cómo hicieron
que Chase diera un paso atrás como si lo hubieran golpeado. Nunca lo había
visto así. Tan… emocionalmente expuesto.
—Vale. Creo que tenemos mucho que discutir, primo hermano. —Julian
le dio una palmada en la espalda a Chase—. ¿Unas palabras en la
biblioteca? Es nuestro lugar favorito.
Los observé de espaldas mientras se alejaban. Cómo Chase se encogía
mientras Julian se hinchaba y llenaba más el pasillo.
Y entonces me di cuenta de que, por primera vez, había matado algo
con amabilidad.
Concretamente mi corazón.
Capítulo dieciocho
Chase

—Vayamos al grano, ¿no, Chase? —Julian encendió un puro y dio una


calada, apestando toda la biblioteca. Malditas frases hechas. Yo también las
utilizaría si la falsa historia de mi archienemigo hubiera volado por los aires
y yo estuviera sentado en primera fila.
Me senté, crucé las piernas a la altura de los tobillos en el escritorio para
asegurarme de que supiera lo poco que me importaba su actuación a lo don
Corleone. El problema era que era difícil sentarse en la biblioteca y
escuchar las tonterías de Julian cuando tenía un pez más grande que freír.
En concreto, el maldito Ethan Goodman, que, ironías de la vida, a pesar de
que su apellido significaba «buen hombre», era lo peor que le podía pasar a
un servidor. Su mera existencia me ofendía a nivel personal. Oficialmente,
reconocía que tenía un problema con Ethan que requería de atención
inmediata.
El pulso me tamborileaba por todas partes. En el cuello, en la parte
interna de la muñeca, en los malditos párpados. No era un chico violento,
pero ver a Mad besar a ese idiota me había hecho desear hacer cosas que
estaba seguro de que eran tan radicales que no había una pena máxima de
prisión para ellas.
—Ahórrame las tonterías y acaba con esto. —Entrelacé los dedos por
detrás de la cabeza y bostecé—. Y, por favor, trata de no correrte en el
proceso. Siento las vibraciones preorgásmicas que nunca he querido ver en
el rostro de mi hermano.
Esa era la parte que más odiaba. Que para mí todavía era mi hermano.
No mi primo hermano, sino mi hermano. Uno muy jodido, pero, aun así,
hermano.
—Dudo mucho que estés acostumbrado a ver a la gente correrse de
forma asidua. Eres demasiado egocéntrico como para dar placer —apuntó
Julian, dándole una calada al puro.
—Lo vi muchas veces en el rostro de tu mujer. —Me pasé la lengua por
los dientes de arriba.
Dejó de sonreír. Al menos ahora sabía que la sonrisa no la tenía siempre
pegada a su engreída cara.
—Eres un cabronazo.
—Bueno, aprendí del mejor.
—Te enseñé a ser despiadado, no a ser un capullo —argumentó Julian.
—No pude elegir qué rasgos de personalidad imitar. Fui a por el paquete
completo. —Me encogí de hombros. Era la verdad. Cada estúpido
movimiento que daba lo había aprendido de Jul. Fue él quien regresó de la
universidad contándome historias sobre sexo, probar drogas y actuar de
forma grosera—. Ahora ve al grano —insté.
—Creo que los dos sabemos que vas a llevar a la empresa a la ruina si te
conviertes en el director ejecutivo. Entiendo que Ronan se sienta obligado
contigo. Eres su hijo biológico. Pero yo pagué mis deudas…
—Deja ya el rollo del hijo biológico, Jul. Eres el director de sistemas de
información. Eres una chica de relaciones públicas glorificada sin falda
ajustada. ¿Qué te hace pensar que puedes hacer el trabajo mejor que yo?
—El hecho de que tengo algo sobre ti. —Julian frunció el ceño como si
fuera obvio—. Te inventaste todo el asunto de Maddie Goldbloom. No
estáis comprometidos. Ni siquiera estáis saliendo. Tu tapadera sale con el
pediatra de mi hija y apenas puede mirarte. ¿Por qué no debería contarle a
Ronan la verdad?
—Porque no quieres romperle el corazón —dije entre dientes—. Porque
te ha criado.
—Merece saber la verdad. —Julian negó con la cabeza—. Le haré un
favor ofreciéndole la imagen completa. ¿Por qué no debería saber quién es
realmente su hijo? Un capullo mentiroso e infiel. Cédeme ahora el título de
director ejecutivo, en público, y nadie saldrá herido. Jaque mate.
Parpadeé notoriamente, mirándolo como si estuviera loco.
—¿Me estás dando un ultimátum? —Quería estar completamente
seguro antes de reírme.
—Sí.
Me eché a reír y me levanté. Me incliné y le di unas palmaditas en el
hombro de forma condescendiente. Por dentro estaba a unos segundos de
sufrir un infarto. Que mi familia se enterara ahora de lo de Madison sería lo
peor que podría pasar. Katie ya lo sabía, pero mantendría la boca cerrada
para que todos fueran felices. Siempre habíamos cubierto las cagadas del
otro.
Entonces, darle a Julian el puesto era dejar que ganara el malo, y ya
había visto bastantes películas de Michael Bay para saber que Black & Co.
no tendría un final feliz bajo el reinado de Julian. Además, merecía
convertirme en director ejecutivo. Había trabajado muchísimo durante una
década mientras Julian estaba ocupado peleándose y enrollándose con mi
maldita exprometida, ahora su mujer.
Me incliné y le susurré al oído:
—Nos trajiste aquí a sabiendas de que Ethan iba a aparecer. Nos
tendiste una trampa.
Se recostó y entrelazó los dedos. No tenía que confirmarlo. Su cara lo
decía todo.
—Juegas a un juego muy sucio, Julian. Se acabaron las
contemplaciones.
—Vaya, esa es la reacción que esperaba cuando te robé a la novia hace
años.
—No se roban las sobras. Se buscan en la basura. —Le sonreí de forma
cortés—. Pero ahora lo has conseguido y, Julian, ese lado mío que acabas
de despertar no te va a gustar.

Maddie

Esa noche di vueltas y vueltas en la cama sin pegar ojo.


Mi dormitorio estaba justo enfrente del de Ethan. El de Chase estaba al
final del pasillo. Había tenido la audacia de preguntarle a Katie dónde
íbamos a dormir cuando nadie nos escuchaba. Ella me miró y me preguntó:
—¿De verdad estás saliendo con Ethan?
—Es complicado —susurré. Parecía casi herida y veía por qué. Katie
había insistido en que Chase y yo teníamos futuro. Por no mencionar que
me había dado cuenta de la chispa que había entre Ethan y ella en la mesa.
—¿Cómo de complicado? —Levantó una ceja.
—Lo que trato de decir es que Ethan es todo tuyo —dije en serio—. Si
es que te interesa.
—Dios, ¿tan transparente soy? —Se llevó una mano a la mejilla.
Me reí.
—No, simplemente…, abierta de una manera que envidio.
Ahora necesitaba reforzar mi afirmación de que no estaba saliendo con
Ethan y acabar con ello de una vez por todas. Miré la hora en el teléfono.
Eran las tres y media. Tardísimo. Sabía que Ethan estaba dormido, pero
también sabía que, por la mañana, las cosas se pondrían diez veces más
incómodas si no lo hablábamos. Después de que Chase y Julian nos dejasen
a Ethan y a mí, Katie y Lori aparecieron, procedentes del comedor, pidiendo
saber lo que había pasado. No había tenido la oportunidad de hablar con él.
Muy despacio, aparté la manta y me puse las zapatillas. Hacía calor y
humedad, y no llevaba nada excepto una camisola de satén blanca.
Salí al pasillo y llamé a la puerta de Ethan. Se oyó un sonido áspero
desde dentro.
—Adelante.
Entré. La habitación estaba bañada en la oscuridad. El contorno de su
cuerpo bajo las sábanas se movió mientras se sentaba.
—¿Estás despierto? —susurré.
—Sí. Tú también, ¿no?
Asentí con la cabeza.
—¿Podemos hablar?
—Un poco tarde, ¿no crees?
Me senté al borde de la cama y retorcí los dedos en el regazo. Tenía la
cabeza apoyada en el cabecero de la cama. Sentí su mirada en mi cuerpo.
Gracias a Dios que estábamos a oscuras.
—Ethan, yo…
—Lo sé —me interrumpió, frotándose la frente—. Simplemente…, no.
No termines esa frase. Creo que siempre lo supe. En realidad, nunca fuiste
mía. Ya lo he aceptado. Continué con mi aventura con Natalie pensando
que, si mantenía mi corazón a resguardo, tal vez te quedarías cerca. Pensé
que era cuestión de tiempo que Chase la cagara otra vez y vinieras
corriendo a mis brazos. Seguí esperando que la neblina de Black no te
cegara, pero no dejaba de absorberte. Maddie, lo cierto es que no hemos
acabado nada. Nunca hemos comenzado.
—Quería que fuéramos algo —dije. Unas lágrimas calientes rodaban
por mis mejillas y caían en la piel desnuda de mis muslos. No sabía por qué
estaba tan disgustada—. Eres perfecto, Ethan.
—Por favor, no digas eso. Eso es lo que todas mis novias decían en el
instituto. —Suspiró con cansancio—. Perfecto significa aburrido.
Negué con la cabeza y me pasé los nudillos por los ojos para secarme
las lágrimas.
—No, no es así. Pero lo perfecto no encaja con lo imperfecto. Una pieza
incompleta necesita otra para convertirse en un todo. Tengo más problemas
que Vogue. En realidad, nunca superé la muerte de mi madre y…, y…
Tengo esta necesidad compulsiva de complacer a los demás. Esa es la razón
por la que estamos teniendo esta conversación. —Hice un gesto a nuestro
alrededor con un movimiento de mano.
Él se rio y se sentó del todo, para estar a mi lado. Muslo con muslo.
—Me parece que Chase es la definición de «quebrado» —suspiró Ethan
—. Hacéis buena pareja.
Sonreí con tristeza.
—Qué afortunada, ¿no?
—Qué mala suerte la mía —contrarrestó Ethan.
Le di un manotazo en el brazo. Estaba sonriendo en la oscuridad. El
ambiente se volvió algo más ligero. Quería que siguiera así.
—Oye, ¿puedo preguntarte algo? Es algo personal, siempre quise
saberlo y nunca podré averiguarlo. —Empujé su rodilla con la mía.
—Suéltalo.
—¿Cuál es tu postura favorita? —Arrugué la nariz—. Me refiero a…
Sexo.
—El misionero —dijo—. Definitivamente, el misionero.
Sonreí. «Maldito seas, Chase». El idiota arrogante no se había
equivocado.
Ethan colocó las manos entre las piernas y me empujó con una de ellas.
—Oye, ¿crees que las cosas serían diferentes si hubieras superado lo
tuyo con Chase?
Reflexioné sobre la pregunta durante unos cuantos segundos. Sinceridad
era lo menos que podía ofrecerle a Ethan después de todo por lo que había
pasado durante nuestra corta y no consumada relación.
—No —dije al fin—. Eres una persona totalmente formada y… me
parece que yo no lo seré jamás. Creo que hay una parte de mí todavía
flotando en el universo, buscando a mi madre. —Me detuve y fruncí el ceño
al darme cuenta de algo—. Tal vez esa es la razón por la que siempre he
estado tan obsesionada con las bodas. Esperaba encontrar ese algo en otra
persona de forma subconsciente. Pero necesito encontrarlo en mí.
—Por si sirve de algo —Encontró mi sien con los labios y se cernió
sobre ella mientras hablaba—, eres la mejor medio persona que he conocido
jamás, Maddie Goldbloom. Con imperfecciones y todo.

Cuando salí de la habitación de Ethan, estaba amaneciendo en el


horizonte. La oscuridad pasó de azul terciopelo a azul claro a través de las
ventanas altas. Salí a trompicones al pasillo y me dirigí a la cocina a por un
vaso de agua. Todavía me zumbaba la mente tras haber descubierto que
necesitaba encontrar la parte que me faltaba.
Estaba casi al final del pasillo cuando Chase salió de su habitación.
Llevaba unos pantalones de chándal grises y esas zapatillas deportivas tipo
Kanye West que parecían naves espaciales caras. Llevaba el pecho desnudo
y estaba listo para irse a correr. Iba despeinado y tenía los ojos inyectados
en sangre, aunque ya estaba acostumbrándome al Chase cansado. De alguna
forma era incluso más sexy que el Chase normal.
Nos miramos en el pasillo en penumbra.
Arrastró la mirada hacia la puerta de Ethan y luego hacia la mía.
Levantó una ceja a modo de pregunta. Negué con la cabeza. Un gesto
apenas visible.
«No ha ocurrido nada».
Lo pilló. Tragó saliva. Una burbuja de emoción se hinchó en mi pecho.
Latido.
Hinchazón.
Latido.
Hinchazón.
Latido.
La burbuja explotó cuando Chase se abalanzó sobre mí y sus labios
chocaron contra los míos con un hambre que me aturdió. No había nada
calculado ni frío ni controlado en ese beso. Mi espalda se estrelló contra la
pared con un ruido sordo, pero no pude sentir nada excepto su lengua
invadiendo mi boca y sus manos trepando por mis muslos por debajo de la
camisola hasta trazar el contorno de las braguitas de forma provocativa.
Cuando encontró el trozo de tela húmeda en el centro de las braguitas,
gimió mientras me besaba y cerró los ojos con fuerza, como si sintiera algo
doloroso.
Deslicé una mano entre nosotros e hice lo que había deseado hacer
durante semanas. Recorrí los abdominales, duros como una roca, con los
dedos y acaricié el bonito y áspero rastro de vello por debajo del ombligo
hasta que encontré el contorno de esa parte de él que siempre extrañé y
nunca odié.
Chase me agarró por el trasero y me levantó para que lo rodeara por la
cintura con las piernas mientras me apoyaba contra la pared. Me agarró la
cara hacia arriba para poder besarme el cuello de forma más profunda. No.
Lo que estábamos haciendo no era besarnos. Me estaba follando la boca sin
piedad, y me apreté contra él sintiendo que cerraba los muslos contra su
estrecha cintura por la necesidad.
—Cama —gemí mientras lo besaba.
—No intentaré convencerte de lo contrario —gimió con los labios aún
pegados a los míos mientras me llevaba a su habitación y cerraba la puerta
de una patada. Seguía besándome cuando se quitó las deportivas. Entonces,
arrastró la boca por mi cuello mientras me bajaba a la cama y yo me
deleitaba con el delicioso aroma de Chase (a pino, lluvia y bosque oscuro
donde sucedían cosas mágicas). Me sentí tan inesperadamente feliz que se
me saltaron las lágrimas.
—Chase —gemí.
Arrastró las manos por los lados de los muslos y levantó la fina tela de
la camisola. Sus dedos bailaban en mi piel (¿estaba temblando?) con una
urgencia apenas contenida.
—Chase —grazné de nuevo, desesperada.
Separó la boca a regañadientes de la mía. Me examinó con cautela.
Pensó que iba a detenerlo. Que cambiaría de idea. El corazón nos latía
desbocado contra el pecho.
—He roto con Ethan. Para siempre.
Parpadeó. Pensé que tal vez no lo había escuchado. Tal vez toda la
sangre se había precipitado hacia la zona de la ingle. Teniendo en cuenta la
cosa gigantesca que tenía entre las piernas, no era exactamente algo
descabellado.
—¿Por qué? —preguntó. Sonaba… famélico.
«Porque merece la pena arriesgarse contigo y soy la idiota que está a
punto de hacerlo». Otra vez.
—Por tu oferta.
—¿Podrías ser más específica?
«Una eternidad temporal».
El miembro le latía contra el interior de mi muslo. Pensé que me moriría
si no me penetraba.
—Ser tu falsa novia… hasta… —gemí cuando sus dientes encontraron
mi pezón a través de la camisola y lo mordió—. ¿Sigue en pie la oferta? —
Me castañetearon los dientes.
—Sí —murmuró contra mi carne.
—Entonces, acepto.
Se quedó congelado por completo. Pensé que me había entendido mal.
¿Por qué si no detendría todas esas cosas maravillosas que nos estaban
sucediendo? Entonces entrelazó sus dedos con los míos y los curvó contra
el anillo de compromiso con una mano y con la otra me arrancó la camisola
del cuerpo. Lo hizo con facilidad, como si arrancar ropa fuera su trabajo
habitual. El dolor de la tela rompiéndose contra mi carne me robó el aliento.
Una fina pila de satén se amontonó debajo de mí en la cama. Apartó las
braguitas a un lado («lo único que debería arrancar», pensé con diversión) y
acarició la abertura con el dedo índice hasta sumergirlo en mí y curvarlo.
Tocó el punto G sin siquiera un parpadeo, y sonrió de forma siniestra
mientras contenía el aliento y contraía el vientre. Había olvidado lo bien
que se le daba eso.
En realidad, no. Recordaba claramente lo hábil que era entre las
sábanas, razón por la cual había tratado de mantenerme alejada.
Chase dejó un reguero de besos por todo mi cuerpo, tomó cada pezón
entre los dientes y les dio buen tirón. Su frío aliento contra mis húmedos
pezones me provocó deliciosos escalofríos por todo el cuerpo.
Continuó su camino hacia el sur, besándome, arrastrando sus dientes,
mordisqueándome. Se detuvo en mi ombligo y sumergió la lengua en él
para luego darle vueltas. Recorrí la negra corona de cabello con los dedos
mientras él me besaba y lamía el interior de los muslos.
Era una maravilla mirar a Chase Black desde cualquier ángulo, pero
especialmente cuando levantó la mirada hacia mí con sus ojos pálidos
mientras deslizaba la lengua por mi interior y seguía mostrando esa media
sonrisa. Empezó a chasquear la lengua, y el peso aplastante de un orgasmo
inminente (y un corazón roto) descendió por mi cuerpo como un ladrillo de
diez toneladas.
Agarré una de sus almohadas y gemí en ella, ansiosa por mantener en
secreto nuestro esperado encuentro. Sentí que me temblaban los muslos y se
me ponían rígidos todos los músculos del cuerpo y supe que estaba cerca.
Me empezaron a hormiguear los dedos de los pies y la respiración se volvió
dificultosa mientras continuaba penetrándome con la lengua y estiraba la
mano para retorcerme uno de los pezones de forma juguetona.
—Me pregunto si mi padre podría recibir el dinero de mi seguro si sufro
una combustión espontánea —dije medio lloriqueando, medio a modo de
reflexión.
—Solo tú dirías eso justo ahora. —Se rio dentro de mí mientras se
hundía más fuerte, más profundo y más rápido y metía dos dedos en mí a
medida que me devoraba. Me contraje. Tenía todos los músculos del cuerpo
tensos y congelados. El placer me recorrió de arriba abajo en forma de
oleadas calientes.
Mi aliento tembló cuando bajé de las alturas. La boca de Chase seguía
presionando mi entrada. Fue lamiéndome hasta llegar a la altura del
estómago y luego metió la lengua en mi boca, dándome así un beso lascivo.
Me probé a mí misma y no sentí ningún tipo de pudor como para meterme
debajo de las piedras y vivir allí de por vida. Con Chase tenía esta cosa. Por
más que discutiéramos, siempre me hacía sentir como una diosa en la cama.
Metí la mano entre los dos para ahuecarla en su longitud y le bajé los
pantalones con los pies. Traté de agacharme para devolverle el favor, pero
me inmovilizó contra la cama.
—Me temo que los preliminares no tienen cabida. Llevo esperando esto
desde el instante en el que me dejaste. —Extendió la mano hasta la mesita
de noche, abrió la billetera y sacó un preservativo antes de abrir el
envoltorio con los dientes y escupirlo al suelo.
Se hundió en mi interior, protegido y palpitante, y me penetró lenta y
profundamente. Tenía el rostro tan concentrado e intenso que no pude cerrar
los ojos.
Arqueé la espalda y me di cuenta de lo mucho que lo había extrañado. A
él. Entonces se detuvo. Chase me miró mientras estaba en mi interior.
Parecía que el peso del mundo estaba alojado en los pocos centímetros que
nos separaban.
—Hola. —Su voz era casi un graznido.
—Hola —gimoteé.
—Estoy dentro de ti, otra vez. —Me colocó un mechón suelto detrás de
la oreja.
—Todo apunta en esa dirección. —Miré hacia abajo, hacia el lugar en el
que nuestros cuerpos se fusionaban.
Él se rio y me besó el cuello. Después capturó mi boca y empezó a
empujar dentro de mí de nuevo. Se tragó mis gemidos con besos y por fin
cerré los ojos para ceder al momento.
Chase me agarró por detrás de los muslos y me penetró con más fuerza.
Me mordí el labio inferior para reprimir un gemido de placer. Sentí que me
rebotaban los pechos mientras él iba más rápido. Él observaba cómo se
balanceaban con los ojos entrecerrados y una mirada lasciva que me hizo
apretarme contra él. Los resortes de la cama sonaban cada vez que
empujaba dentro de mí. Nos movimos juntos en completa sincronía.
—Mad —gimió mirando hacia otro lado, como si estuviera avergonzado
de lo presente que estaba en el momento. Me encontré con él empujón a
empujón, moviendo las caderas mientras se sumergía en mí, y lo sentí
sacudirse en mi interior de forma incontrolada.
—Joder —siseó aplastando la mano contra la parte baja de mi vientre e
inmovilizándome mientras me penetraba como si tratara de deshacerse de
un demonio que se había apoderado de su cuerpo—. No, no, no.
«¿No?».
Un segundo clímax se desplegó debajo de mi ombligo y se extendió por
las piernas, el pecho y las yemas de los dedos cuando Chase me dio la
vuelta, se apoyó en mis caderas y me penetró desde atrás. Dejé escapar un
gemido y me adapté a la nueva postura.
—Joder —volvió a decir—. Así tampoco.
Pero seguía follándome y su voz sonaba tan tensa que sabía que lo
estaba disfrutando. A menos que…
La satisfacción que sentía fuera demasiado. Se extendió por mi pecho
como miel caliente.
Estaba tratando de no correrse y fallando en el intento.
—¿Cuánto te queda? —siseó. La voz le salió en un suspiro corto. El
sonido de ambos, carne contra carne, y el sonido de mi humedad llenaba la
habitación. Me pregunté si le excitaba lo incompatibles que éramos en la
cama. Lo pequeña y baja que era yo y lo grande, musculoso y alto que era
él.
—Poco —gemí.
Empezó a masajearme el clítoris mientras seguía penetrándome. Me
temblaba todo el cuerpo.
—Voy a correrme.
—Gracias, joder. Déjame ver. —Me agarró por el pelo, extendiéndome
el cuello y mirándome a los ojos. Era algo muy íntimo y extraño, pero aun
así le sostuve la mirada con los ojos entreabiertos mientras el orgasmo me
atravesaba como una corriente. Abrí la boca en forma de O y me soltó el
cabello mientras daba unos cuantos empellones más antes de colapsar
encima de mí.
Sentí el líquido denso y cálido de su orgasmo en mi interior a través del
preservativo. Tenía el sudoroso pecho aplastado contra mi espalda. Y yo
tenía la cabeza metida debajo de su barbilla. Gimió unas cuantas veces más
mientras pulsaba en mi interior de forma perezosa. Dejé escapar un suave
gemido. Tenía encima noventa kilos de músculo y un ego del tamaño de
Staten Island. Pesado.
—¿Te estoy haciendo pan de pita? —preguntó somnoliento.
—Nunca pude resistirme a los carbohidratos.
Se rio.
—¿Por qué —dijo contra mi nuca, agitándome el fino vello con su
cálido aliento— me haces sentir como un adolescente de dieciséis años que
acaba de averiguar lo que es un coño? ¿Qué tienes, Madison Goldbloom,
que me vuelve tan loco?
—Deben de ser los vestidos estampados —dije con la boca en la
almohada.
Me besó la nuca y se rio.
—Quiero decir, has mencionado a tu padre mientras tenía la lengua en
tu interior. Mi polla debería haber salido corriendo a gritos. ¿Qué te hace
distinta de las demás?
El hecho de que lo preguntara en voz alta era medio insultante, medio
halagador.
—Soy yo. —Me encogí de hombros y cerré los ojos—. Soy yo y las
demás tratan de ser otra persona a tu alrededor. Supongo que eso es un reto
para ti.
De repente, lo único que quería hacer era dormir.
Y eso es lo que hice.
Un ángel caído sumergido en la oscuridad del diablo, engullido por sus
brazos fuertes y mortíferos.
Capítulo diecinueve
Chase

El resto del fin de semana en la casa de campo no fue malo gracias a


Madison, que me recordó que su boca era la octava maravilla del mundo.
Hacía meses que no me lo pasaba tan bien. Bueno, años. El fin de semana
consistió en buena comida, conversación agradable y sexo alucinante.
Habría tenido la leve sospecha de que había muerto y estaba en el paraíso
de no ser por el correo electrónico que recibí de mi contable recordándome
que debía abonar el impuesto trimestral.
Si pensaba que había mitificado el sexo con Madison después de romper
con ella para consolarme por los malos polvos con los que había tenido que
lidiar estaba equivocado. Lo cierto es que era incluso mejor de lo que
recordaba.
Más largo, más duro y más húmedo.
El único inconveniente del fin de semana fue que el maldito Ethan
Goodman seguía allí, montando a caballo con nosotros, sentado en nuestra
mesa y flirteando con Katie (que parecía menos asqueada por la perspectiva
de enrollarse con el ex de mi novia de lo que esperaba). Por el bien de que
no saliera todo a la luz, no me importaba que tuviera algo con mi hermana.
Después de reflexionar mejor sobre el asunto, no era el hijo de puta que
pensaba. Parecía el feligrés de calcetines cortos que juega a lo seguro con el
que mi hermana sería feliz. Simplemente no creía que hiciera buena pareja
con mi Madison. Es decir, Madison. No mi Madison. No era mía. Sabía eso.
La noche anterior a la mañana en la que regresábamos a la ciudad,
Ethan tuvo que volver rápidamente a Manhattan por una urgencia. Se
ofreció a llevar a Katie y le dirigió una mirada a Madison, que le levantó los
pulgares con una amplia sonrisa.
Eso nos liberó de Ethan y Katie en el desayuno. Lo que significaba que
podía hacer realidad la fantasía que me quitaba el sueño desde que se me
había ocurrido el plan del falso compromiso. Durante el desayuno, me
incliné de forma casual y con mucha brusquedad para besar a Madison en
los labios. No fue más que un pico, ya que opinaba que las personas que se
profesaban muestras de cariño en público debían ser ejecutadas en la plaza
del pueblo. Pero eso fue suficiente para mostrarles a todos que lo nuestro
era real.
La expresión del rostro de Amber (como si se hubiera tragado una
mosca) junto con el ceño fruncido de horror de Julian casi me hicieron reír.
Ahora que nos dirigíamos a casa, me enfurecía la idea de despedirme.
Mi ex-novia-actual-temporal era increíble y mantuvo alejada mi mente de la
enfermedad de mi padre. Algo que definitivamente era un plus.
—¿Dónde quieres dormir esta noche? —pregunté mientras conducía a
un ritmo que haría que los ciudadanos de la tercera edad pareciesen punks
delincuentes. El paisaje rural pasó como si fueran imágenes en movimiento
y se convirtió de forma gradual en edificios más altos con más hormigón y
aceras más estrechas a medida que nos acercábamos a Nueva York.
—En mi cama. —Se rio—. ¿Dónde si no?
—En la mía —afirmé con rotundidad.
—Daisy —señaló—. Probablemente, me echa mucho de menos.
—Podrías traértela.
«¿Qué demonios estaba diciendo?». Cuando veía cabellos de mujer en
mi almohada me daban ganas de reformar todo el apartamento. Si viera una
bola de pelo en el suelo probablemente me entrarían ganas de prenderle
fuego a todo el edificio.
—Creo que se asustaría. —Mad se detuvo—. De hecho, creo que tú
también. No, gracias.
Esperé a que me invitara mientras Mad hojeaba una revista de boda que
se había traído. «Para investigar», me recordé. Ella sabía cómo eran las
cosas. Cuando entramos en Manhattan, finalmente dije:
—O podría quedarme a dormir contigo.
Cerró la revista y la colocó sobre las piernas cruzadas.
—¿No quieres un poco de espacio? Acabamos de pasar el fin de semana
juntos.
—Acostarse con alguien de forma habitual supera lo del espacio
personal —repliqué con ironía—. Cualquier día de la semana. Es ciencia.
—¿Eso significa que le vas a dar a la monogamia una oportunidad
mientras estemos temporalmente juntos? —Era más una burla que una
pregunta.
—¿Quieres que así sea? —respondí. Sonaba como mi madre y mi
hermana cuando trataban de convencerse la una a la otra para que se
comieran el último trozo de tarta de forma pasivo-agresiva en Acción de
Gracias.
—¿Eso quieres? —contraatacó. El teclado de mi cerebro destrozó una
respuesta grosera. ¿Tenía cinco años?
—Claro —corté—. Haré monogamia temporal si tú lo haces.
—¿Si yo lo hago? —La vi sonreírme de reojo—. ¿Me conocen por ir
por la ciudad de cama en cama?
Bien visto. Era cierto que desde que nos metimos en la cama, parecía
que estuviera perdiendo unos cuantos puntos de inteligencia cada vez que
me corría en su interior. Era como si me succionara la lógica. La Dalila para
mi Sansón, si él fuera un genio y ella…, bueno, una hípster peculiar. Tomé
un sorbo de café.
—¿Crees que si alguna vez nos grabáramos en vídeo teniendo sexo
quedaría raro? Eres muy grande —reflexionó Mad.
Casi rocié el café por todo el parabrisas.
—Antes que nada, nunca me grabaría practicando sexo, ni documentaría
mi cariño hacia otra persona de ninguna forma. —Metí el vaso de usar y
tirar en el portavasos—. Pero déjame asegurarte que no quedamos raros en
la cama.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque nos observé en el espejo de mi dormitorio mientras lo
hacíamos. —Me detuve—. Estábamos jodidamente épicos, muchas gracias.
Mad jugó con su anillo de compromiso haciendo pucheros mientras
procesaba todo esto. Estábamos a diez minutos de su casa. Todavía no me
había dicho si podía quedarme con ella. Me volví a enfadar. Tal vez era
buena idea pasar algo de tiempo separados.
—Creo que me gustaría dormir sola esta noche —dijo finalmente—. Ya
sabes, solo para asegurarme de que la relación no es tan intensa y para no
tener sentimientos el uno por el otro.
—Vale —contesté. No tuve corazón para corregirla y señalar que…
Bueno, no tenía corazón, por lo que eso de albergar sentimientos no era una
posibilidad para mí.
—Genial.
Aparqué frente a su casa de piedra rojiza y la ayudé con las maletas.
Tras dejarlas en la sala de estar, nos besamos en la boca, me giré y me dirigí
hacia el coche.
Me detuve en la entrada del edificio.
Me di la vuelta y volví a subir con el puño ya cerrado y preparado para
llamar a la puerta. Levanté la mano para hacerlo, pero la puerta se abrió
justo cuando iba a golpear la madera con los nudillos. Ahí estaba Madison,
jadeando.
Parpadeé esperando instrucciones. ¿Debería besarla? ¿Darle espacio?
¿Reprenderla por ser tan jodidamente indecisa?
—Normas básicas —Levantó la mano a modo de advertencia— porque
sé que tú no tienes sentimientos, pero yo sí, y estoy aquí para protegerme.
Alcé la barbilla indicándole que estaba escuchando. Me quedé de pie
fuera del apartamento. Ella estaba dentro. Quería tener permiso para entrar.
Seguramente, aceptaría vender todas las acciones de Black & Co. por una
mamada ahora mismo.
—Uno, no podemos dormir juntos más de tres noches a la semana entre
los dos apartamentos. Ese es el máximo.
—Hecho —espeté.
—Dos, tienes que cuidar de Daisy cuando esté fuera de la ciudad. No es
justo que Layla tenga que encargarse de ella. Fuiste tú quien me la regaló.
—Dijiste que siempre habías querido un cachorro cuando pasamos junto
a un aussiedoodle por la calle —señalé. En ese momento pensé que le
estaba haciendo un maldito favor.
Me miró como si estuviera loco.
—Digo muchas cosas, Chase. También dije que quiero casarme en un
castillo italiano.
—¿Y? —La miré sin comprender.
—¡Y por supuesto que me casaré en el patio de mi padre! —Lanzó las
manos al aire, como si fuera obvio.
—Muy bien. Cuidaré de Daisy cuando estés fuera de la ciudad y no te
regalaré nada que necesite algo más que agua o pilas para sobrevivir. —
Tomé nota mental de regalarle solo cosas horribles. Cojines eléctricos,
agendas estampadas con flores y cremas de manos que olían a postre. La
mierda barata que hacía sonreír a Mad—. ¿Algo más? —Extendí mis brazos
de forma teatral.
—Mmm. —Se dio toquecitos en el labio inferior—. Oh, sí. No podemos
contarle a nadie del trabajo lo que tenemos. Esto tiene fecha de caducidad y
no quiero que parezca que me has dejado. Dos veces.
Mad no le había contado a nadie que habíamos salido ni antes ni ahora.
A mí, sin embargo, me daba igual si me veían besándola por la mañana
cuando íbamos a trabajar juntos.
—Tampoco te dejé la primera vez.
Hizo un ademán con la mano.
—Eso es lo que asumirán.
No estaba equivocada. La gente siempre asumía que la persona de
dinero era la que dejaba.
—Y una cosa más. —Levantó el dedo en el aire. Esperaba que fuera
solo una, porque empezaba a pensar que tal vez fuera buena idea que
estuviera presente el abogado de la empresa. Mad tenía muchas normas
para lo que posiblemente iba a ser una aventura de dos semanas, si es que
llegaba a eso. Se me revolvió el estómago al pensar lo que eso significaba
para papá.
—Termina con esto. —Puse los ojos en blanco.
—Cuando acabe, prométeme que nunca me buscarás ni intentarás
prolongar la relación. Me dijiste que estoy obsesionada con las bodas y el
matrimonio y es cierto. Son cosas que me importan mucho, aunque no sean
algo feminista ni hípster ni algo típico de Manhattan en el siglo xxi.
Prométeme que me dejarás marchar para siempre. Haz lo correcto y deja de
perseguirme cuando nos despidamos.
—Lo prometo —dije, dando un paso hacia adelante para eliminar el
espacio que nos separaba. Ahora estábamos boca a boca. Pecho a pecho.
Polla a coño—. Prometo salvaguardar tu corazón. ¿Ya puedo tener el resto
de ti?
Me rodeó el cuello con los brazos.
—Después de ducharnos.
Capturé su boca y la besé con intención. Me quité los zapatos de una
patada mientras la empujaba hacia el apartamento. El nivel de satisfacción y
alivio que sentí al dormir en su casa debería haberme preocupado.
Afortunadamente, el noventa por ciento de mi flujo sanguíneo estaba por
debajo del cinturón, así que mi cerebro no tenía mucho con lo que trabajar.
—Destino —murmuró contra mi boca.
—¿Puedes repetirlo otra vez? —Pregunté. «Y otra vez y otra vez y otra
vez». En mi cara a poder ser.
—El viernes, la palabra del día de Layla fue «destino». La acabo de ver
en su puerta.
Hice un sonido de indiferencia para señalar que la había oído y la
empujé el resto del camino hacia la ducha, abrí el grifo con la ropa todavía
puesta y le quité el vestido con los dientes.
Sin duda, la ducha más larga y lasciva que me he dado.

Dos días después, Grant y yo estábamos corriendo por Central Park. Un


hábito que manteníamos desde que éramos adolescentes, desde que los dos
vivíamos en la misma manzana, nos autodiagnosticamos TDAH y
necesitábamos liberar algo de energía. A veces, lo hacíamos en silencio; a
veces, hablábamos sobre el instituto, las chicas, el trabajo y toda esa mierda
(no mierda literal, aparte de aquella vez en la que Grant se intoxicó con
comida durante unas vacaciones esquiando en Tahoe, de lo que habíamos
hablado largamente).
Solíamos superar el circuito completo, una carrera diaria de 9,8 km
seguida de una breve sesión de entrenamiento de fuerza en el gimnasio de
mi edificio antes de empezar nuestra jornada laboral. Como ayer me quedé
en casa de Mad y solo había ido a mi apartamento a coger ropa limpia y a
echar una cagada de media hora (me habían dicho que era muy poco
caballeroso ocupar el baño del apartamento estudio de una mujer solo para
poder leer todos los artículos del New York Times mientras estás sentado en
el inodoro), nos habíamos saltado un día de entrenamiento.
—Así que las cosas se están poniendo serias.
Grant era la visión de un corredor, con sus zapatillas de correr
acolchadas, los pantalones cortos de correr, la gorra de béisbol, el Apple
Watch y los calcetines de gel especiales. Lo único que necesitaba para
completar el look era un maldito número pegado a la espalda, a lo Usain
Bolt. Yo era más discreto, con (sí, lo has acertado, ding, ding, ding) unos
pantalones cortos de correr negros, una camiseta negra y unas zapatillas
deportivas negras que Katie me regalaba cada tres meses para asegurarse de
que las plantas de mis pies no se llenaban de ampollas. Aunque no me
gustaban las medias maratones como a Ethan y a Katie. Entrenaba porque
no quería morir joven ni lucir una barriga de treinta y tantos.
—Al contrario, Gerwig. Tenemos un plazo ajustado, así que lo estoy
aprovechando al máximo. Lo tengo todo resuelto.
Cuando papá muriera, también lo haría la relación con Madison.
—Me encantaría escucharlo —dijo Grant, fingiendo apoyar la barbilla
sobre el puño sin interrumpir el ritmo—. Cuéntame cómo lo has resuelto.
—Pasaré los días con papá. Volver a su casa todos los días después del
trabajo, jugar al ajedrez, cenar, ver la televisión, hablar y luego ir a casa de
Mad a pasar la noche con ella. Así disfruto de ambos mundos sin que me la
vuelvan a jugar.
—Jugártela —repitió Grant esperando una mayor explicación.
—La última vez, fui absorbido por un agujero negro de sexo lascivo y
conversaciones triviales. Nunca más.
—Se llama enamorarse, idiota. Te enamoraste y te fastidió mucho que
nadie te avisara. Así que procediste a hacer algo alucinantemente estúpido,
te arrepentiste, tuviste una segunda oportunidad y ahora, de acuerdo con lo
que estoy entendiendo, estás a punto de cagarla otra vez.
«Enamorarse». Esa era la palabra que había utilizado. Grant estaba loco.
De eso estaba seguro. El hecho de que le confiara la salud de mi padre me
preocupaba.
—No quiero una relación —solté.
—Bueno, ya tienes una.
—Sabe que no es real —dije, aunque no se me pasó por alto que
estábamos a punto de mandar a la mierda la norma de las tres noches por
semana.
—No es ella quien me preocupa, Chase.
Íbamos a dar la vuelta a la curva, cuesta arriba. Recordé que mi padre
me había dicho que los caminos de Central Park eran curvos para evitar
carreras de caballos y carruajes. Me pregunté qué otros datos curiosos no
había tenido oportunidad de contarme todavía. Grant se quedó atrás y
aproveché la situación para cambiar de tema.
—¿Qué hay de Layla y tú? —pregunté.
—Se ha acabado.
—Interesante —contesté. Aunque no era interesante. Grant y Layla eran
casi tan compatibles como Daisy y Frank. Grant quería una relación seria y
Layla quería follarse a todos los que pudiera físicamente antes de conocer a
su creador.
—Sí —suspiró Grant—. Averigüé que no quiere tener hijos.
—Sabías que no quería tener hijos —repliqué. Cuando la conoció esa
había sido literalmente la primera conversación que habían tenido. «Hola,
soy Layla. No quiero tener hijos, pero soy maestra de preescolar. Por favor,
ahórrate tu opinión sobre ello. Oh, oye, bonita camisa».
—Bueno, pensé que era una forma de hablar. Ya sabes, como la gente
que dice que no comerán mucho en la cena de Acción de Gracias porque
están guardando la línea pero aun así se hartan cuando llega el momento.
—Los niños y las tartas de calabaza tienen mucho en común —dije de
forma sarcástica mientras aceleraba el paso. Grant me alcanzó—. Sigo sin
entender por qué no dejaste que la relación siguiera su curso mientras tenías
sexo estable.
—Porque no soy un completo idiota —explicó con los dientes apretados
—. No quiero despertarme dentro de dos años con una mujer que quiere
exactamente lo contrario a lo que yo quiero.
—¿Cómo se lo tomó ella? —pregunté, porque parecía algo que debía
hacer.
—Bastante bien, ya que fue ella la que me dejó.
—Mierda —ofrecí—. Lo siento.
Obviamente, era un excelente amigo, con una gran y valiosa aportación.
—¿No crees que es irónico? Layla me dejó porque quería algo serio. Tú
trataste de ahuyentar a Maddie porque iba en serio. Las cosas habrían
funcionado a la perfección si Madison y yo nos hubiéramos conocido antes
que ella y tú. Entonces ella podría haberte liado con Layla.
—¿Mad y tú? —espeté—. Ninguna posibilidad. Es demasiado rara y tú,
demasiado… tú.
—¿Ah, sí? —preguntó Grant, divertido. Estaba provocándome—. Tal
vez esté equivocado. Tal vez haríais buena pareja. No importa. El código de
hermanos determina que no puedes tocarla ni con un poste de tres metros
porque yo la toqué primero. —Me detuve—. Y la he tocado por todas
partes.
—No creo que funcione así. —Grant se rio y sentí que mi cuerpo se
tensaba. Quería correr con él cuesta arriba solo para poder hacerlo rodar
hacia abajo, con la esperanza de que se rompiera una maldita cadera—. Ya
no estamos en el instituto. Ni siquiera te gusta mucho. O eso dices.
—¿Qué cojones insinúas, Grant? —Dejé de correr y le fruncí el ceño a
mi amigo. Grant siguió corriendo en el lugar. Siempre había pensado que
correr en el lugar era la señal internacional de ser un capullo pretencioso.
¿No lo había hecho Ethan el otro día? De repente, no podía ver a mi
mejor amigo.
—No te molestes tanto. Aunque alguna vez decidiera ir a por Maddie,
ella nunca saldría conmigo. El código de hermanos puede no ser gran cosa,
pero el código de hermanas es real y Maddie es una buena chica. Nunca le
haría eso a Layla.
Sabía que tenía razón. Seguí corriendo, ignorando su risa a mi lado. No
era gracioso. ¿Y qué si no quería que mi mejor amigo se acostara con mi
ex? Eso no significaba que estuviera «enamorado» de ella.
—En cuanto a lo que insinuaba —dijo con una amplia sonrisa—, creo
que el término que estaba buscando es que tú, amigo mío, estás real, crucial
y oficialmente jodido.
Capítulo veinte
Maddie

Había pasado casi una semana entera desde la ruptura madura y cordial
con Ethan.
El tiempo siguió su curso, como si fuera un collage de vacaciones.
Cenas familiares editadas con Photoshop en casa de los Black, intercambio
de opiniones sobre los mejores diseñadores de la familia real con Lori,
susurros con Katie a modo de colegiala y clases de repostería con
preparación de magdalenas a Clemmy mientras le trenzaba el pelo. Charlé
con Ronan tanto como pude, sin monopolizar su tiempo. Tenía experiencia
de primera mano en lo que se refería a lidiar con un familiar enfermo. A
menudo, las personas preferían evitar la enfermedad. Conversar con otros
miembros de la familia. Suponía que con esos a los que era más fácil mirar.
Aprendí a ignorar a Amber y a Julian sin que me ardiera la sangre
cuando se dirigían a mí como si fuera una sirvienta. En realidad, no fue
difícil. Amber, por lo general, bebía hasta el olvido con fines de lubricación
social y era fácil de burlar. Julian seguía siendo una víbora, pero pasaba
mucho tiempo tratando de reunirse a escondidas con Ronan o encerrándose
con Chase en la biblioteca, donde las octavas alcanzaban unos máximos
dignos de Broadway, incluso con las puertas cerradas.
No le preguntaba a Chase por las reuniones con Julian. No me
incumbían. Sabía que Julian estaba al tanto de mi beso con Ethan, pero
suponía que Chase se había ocupado de eso. No quería meterme. Mientras
más sabía, más me involucraba y más intentaba aferrarme con
desesperación al resto de mis sentidos y dejar mi corazón al margen de este
acuerdo.
Sin embargo, mi cuerpo era un participante entusiasta. Chase y yo
teníamos sexo como si fuera un deporte de competición. «Y estábamos
ganando». En mi cama, en la suya, en la ducha, en la bañera, en la encimera
de la cocina (no era la primera vez), contra el ventanal de su apartamento y
encima de mi lavadora (una fantasía personal mía).
Seguía despertándome cada mañana diciéndome que Chase Black era
una solución temporal. Como una tirita o un producto para controlar el
peso. Algo que me tenía ocupada mientras esperaba la llegada de lo
definitivo. Me negaba a ir a eventos con él, y, cuando Chase mencionó algo
sobre una doble cita con Grant y una compañera de trabajo suya («¿En
serio? ¿Tan rápido?»), le contesté rotundamente que ni de coña me verían
en público con él. Esas eran las medidas de seguridad que había tomado con
más cuidado, aunque hubiera lanzado por la ventana la norma de dormir
juntos tres veces a la semana.
Entonces recibí un mensaje de Ethan. Fue la mañana que pasé sin
Chase. En algún momento del día anterior, lo había empujado literalmente
hacia la salida de mi apartamento para tener algo de tiempo a solas.
Ethan me devolvió las azaleas. Bueno, lo que quedaba de ellas. Las
flores estaban marchitas, con las hojas arrugadas, de color gris, los bordes
negros y encogidas. La maceta en la que la tenía estaba cubierta de arena
cuarteada parecida al alquitrán. La sostuve en los brazos, miré hacia el
alféizar de la ventana, donde crecían mis flores, y volví a mirar las azaleas
muertas mientras sentía el chisporroteo de algo caliente, rojo y furioso
desde el centro de mi ser. Había una nota. La saqué.

Lo siento mucho. Estaba ocupado salvando vidas y se me


olvidó la planta. ¿Tal vez puedas salvarla?
Aun así, gracias por el regalo.
E

Pensé en las azaleas muertas durante toda la primera mitad del día
mientras trabajaba en el vestido de novia de ensueño. Apuñalé el bloc de
dibujo con el lápiz, rompiéndolo varias veces.
—¿Qué ocurre? ¿Ha muerto una de tus hijas? —Nina se burló desde su
rincón del estudio una vez que Sven no podía oírnos, en referencia a la
planta marchita—. Maddie, qué mala madre.
Agaché la cabeza y seguí trabajando.
—Maddie. —Sven apareció por detrás de mi hombro. Di un respingo y
jadeé—. ¿Cómo estás?
Abrí la boca para responder, pero me cortó con un gesto de la mano.
—No importa, no estoy aquí para eso. ¿Está listo el boceto?
—Casi. —Lo sostuve contra el pecho de forma protectora. Me había
encariñado mucho con él. Significaba mucho para mí. Lo había diseñado
viéndome a mí misma con el vestido puesto.
—Veamos. —Arrastró hacia mi escritorio un taburete del cubículo de
otra persona y se sentó frente a mí.
—¿Ahora? —Miré a mi alrededor para ganar algo de tiempo.
—No hay mejor momento que el presente. —Sacó el portapapeles con
el boceto de entre mis dedos. Respiré profundamente y sentí que las paredes
del estudio se cerraban sobre mí. Me ardían los pulmones y estaba muy
nerviosa.
—Oh. —Eso fue todo lo que Sven dijo después de un minuto completo
de silencio. «Oh» no podía ser bueno. Ni siquiera arrastró la H.
«Ohhhhhhh». No. Solo «Oh». Sentí náuseas.
Sven frunció el ceño.
—Muchos detalles.
—Sí —contesté—. Me pediste que fuera artística.
—También pensé que estarías cuerda. —Arrugó la nariz, todavía
observando el boceto.
—En realidad, utilizaste la palabra «loca» —respondí sin creer de
verdad lo que oía. ¿Estaba discutiendo con Sven? Era la primera vez. Nunca
había retado a mi jefe. Sospechaba que esta era la razón por la que me había
ascendido tan pronto. Era la mujer que siempre le decía que sí. Pero ahora
no. No cuando sabía que este vestido era mi mejor diseño hasta la fecha.
Sven me tendió el boceto y me miró.
—Mira, no digo que no sea bueno, pero hay que ganar dinero y esta
temporada va de líneas sencillas.
—Me dijiste específicamente que no había normas que cumplir. —Le
arrebaté el boceto de las manos—. Y eso es exactamente lo que he hecho.
Todos van a aparecer en la Semana de la Moda con variaciones del mismo
vestido sencillo y yo voy a darles algo nuevo. Algo grande. Algo fuera de lo
común. Me asignaste este proyecto porque dijiste que estaba preparada.
Bueno, lo estoy, Sven. Y me encanta este diseño. Me apasiona.
Pensé en las palabras de aliento de Chase. Parecía que le encantó. No,
más que eso. Parecía maravillado. Eso me ayudó a decidirme por este
boceto. No se trataba solo de alta costura en lo que se refiere a los vestidos
de novia. A veces, se trataba simplemente de ver a los hombres (hombres
como Chase) mirar un bonito vestido y tener esa sensación de que te dan un
puñetazo en el estómago.
Sven me miró largo y tendido. Yo le devolví la mirada. Aunque estaba
fuera de lugar, sabía que hacía lo correcto. No solo por mí, sino por la
empresa.
Señaló el boceto con la barbilla.
—Los peces gordos me pondrán a caldo por esto, lo sabes ¿no?
No aparté la mirada de sus ojos.
—Por cierto, no es blanco.
Abrió los ojos de par en par.
—Pero el blanco cisne…
Negué con la cabeza y levanté la mano.
—Se venderá, Sven. Te lo prometo.
Se puso en pie, rascándose la mejilla. Pensé que estaba impresionado.
Yo sí que lo estaba por mi terquedad.
—¿Cuándo te has vuelto tan —Buscó la palabra correcta— feroz?
Sonreí.
—Cuando me di cuenta de que ser pusilánime no es lo mismo que ser
amable. Que no hay que ser fuerte solo con uno mismo, sino con el resto de
las personas también.

A media tarde, mientras los demás estaban en un descanso, alguien me


dio un toquecito en el hombro. Seguía inclinada sobre la mesa de dibujo,
sacando la lengua por un lado de la boca, dibujando. Me di la vuelta.
Ahí estaba Chase, levantando una bolsa de plástico blanca llena de
fiambreras. El olor a sopa pho* llenó el ambiente y vislumbré las albóndigas
de arroz blanco, finas como el papel, en los cuencos pequeños de plástico.
Se me hizo la boca agua durante cinco segundos, antes de darme cuenta de
lo que estaba haciendo. Le di un leve empujón y miré a ver si Nina se
encontraba en su cubículo. No estaba.
—¿Estás loco? —susurré, aunque el gesto de mis ojos abiertos de par en
par sugería más bien un grito—. Alguien podría verte aquí.
—¿Y? —Entrecerró los ojos—. Estoy ofreciéndote sopa, no mi polla.
No habrá rumores por almorzar juntos.
Me di cuenta de que estaba siendo desagradecida. Había venido a mi
oficina con la intención de invitarme a comer. Respiré profundamente y, a
continuación, dibujé una sonrisa en mi rostro.
—Aunque me conmueve mucho tu preocupación, estoy muy
convencida de que nadie debe saber lo nuestro. Es temporal y, como ya
dije…
—Sí, sí. —Hizo un gesto con la mano libre, como si ya hubiera oído el
discurso miles de veces—. Dios no quiera que alguien piense que el jefe te
dejó.
—No es solo eso. —Apreté los dientes. Apoyó una cadera sobre la mesa
de dibujo mientras esperaba una explicación. Miré a mi alrededor. El
estudio estaba vacío. Era uno de esos días de verano en los que quedarse en
el interior del edificio era como estar al borde del masoquismo. Eché un
vistazo al teléfono. Teníamos al menos media hora hasta que la gente
regresara a sus puestos. Además, llevaba razón. Estábamos compartiendo
comida, no orgasmos. Negué con la cabeza.
—Vale. Solo porque me estás retorciendo el brazo.
—Te voy a retorcer otra cosa después de que terminemos con el plato
principal. —Me guiñó un ojo.
Chase puso rápidamente la mesa en la zona de cocina mientras cogía
dos latas de Coca-Cola Light. Le conté lo de las azaleas de Ethan y observé
con cuidado su reacción. Había ido a la casa de Chase unas cuantas veces
desde que le había regalado las azaleas, pero sabía que se había deshecho de
ellas en algún momento. Ya no estaban en la mesa de la sala de estar ni en
ningún otro lugar del apartamento. Había suspendido el examen que él
mismo se había puesto. Aunque no importaba, ya que los dos habíamos
acordado que esto era algo temporal.
—Asesino de flores. —Chase chasqueó la lengua mientras sacaba una
gamba de la sopa con los palillos y se la metía en la boca—. Es una pena
teniendo en cuenta que a Katie se le hace el chocho agua por él.
—Ah, ¿sí? —Sorbí un fideo entre los labios. Ethan y Katie tenían
sentido, como las galletas y la leche. Encajaban de forma poco inspiradora
pero legendaria. Un clásico. Chase frunció el ceño y me di cuenta de que
confundió mi reflexión con otra cosa.
—¿Es un problema? —Dejó caer los palillos en la sopa. Mordisqueé el
pastel de cangrejo y lo hice esperar. No me gustó su tono.
—Nop —dije por fin, pronunciando mucho la p. Chase seguía con el
ceño fruncido. Vi el momento en el que decidió relajarlo. Cambiar de tema.
Se limpió la comisura de los labios con una servilleta.
—¿Me acompañas al baño, señorita Goldbloom?
—Mmm. —Miré a mi alrededor. La oficina seguía vacía—. Puedes ir tú
solo. Confío en que sabes cómo se hace.
—No sé muy bien dónde está el baño en esta planta —dijo con
sequedad.
—Esa es la excusa más estúpida que he oído nunca. —Lo miré
fijamente, divertida por lo mucho que deseaba atraerme a sus garras.
Se encogió de hombros.
—Canalizo las células cerebrales que funcionan para dirigir una
empresa que vale miles de millones de dólares. Prioridades, nena.
—Cuánta modestia —me burlé.
—Tienes razón. Decir que soy bueno es de mala educación. Permíteme
demostrártelo. —Chase me guiñó un ojo y me ofreció la mano por encima
de la mesa. La tomé y observé las manos entrelazadas. Él tiró de mí. Me
levanté, miré a nuestro alrededor y rodeé la mesa para sentarme en su
regazo. Tenía unas buenas vistas de los ascensores y vería si las puertas se
abrían. Eso me dejaba un intervalo de tres segundos para levantarme.
Estaba a salvo.
—Eso está mejor. —Sus ojos eran de plata fundida, oscurecidos por la
lujuria. Me acarició el labio inferior con el pulgar—. Mucho mejor.
Sus labios se encontraron con los míos. Vacilantes al principio.
Cerramos los ojos al mismo tiempo. Compartimos el aliento. Un latido. El
mismo latido por un segundo. Movió la boca sobre la mía. De forma
paciente, seductora, casi dulce. Me di cuenta de que los buenos besos eran
como el buen vino. Te emborrachas antes de darte cuenta. Eran como
hechizos.
—¿Esto es apropiado según el manual de recursos humanos de Black &
Co.? —murmuré en sus labios—. Porque seguro que en Croquis esto no
está permitido.
—Nunca lo he leído, pero si no lo es, puedo comprar Croquis solo para
que lo sea. —Me volvió a besar. No había rastro de sarcasmo en su voz. Me
reí mientras lo besaba y le mordí el labio inferior suavemente.
—Debería invitarte a comer más a menudo —dijo.
—Puedes invitarme a cenar. —Lo volví a besar. Sabía que estábamos
arriesgándonos mucho a que nos pillaran, pero por mi vida que no podía
detenerme.
—Es una cita.
—Nosotros no hacemos eso —insistí—. ¿Recuerdas las normas?
Fingió poner los ojos en blanco mientras me agarraba por el trasero y
me apretaba contra su erección.
—Pero seguimos haciéndolo, así que deja que te lo pregunte de nuevo:
¿dónde está el baño?
—Alguien podría pillarnos.
—Eso no pasará.
—¿Cómo lo sabes? —Casi ronroneé. Sonaba como una adolescente
virgen que escuchaba al quarterback guaperas del instituto explicarle por
qué podía hacer la marcha atrás y no dejarla embarazada en la camioneta.
—Sencillo. Lo sé todo —espetó Chase con una máscara como
expresión.
—Tú no… —empecé.
Me cortó.
—Ten un poco de fe, Mad. Solo se vive una vez.
«¿No era eso cierto?». Chase debió de haber deducido que su última
frase me había afectado, porque sonrió.
—Venga, no tenemos mucho tiempo.
No sabía si se refería al descanso para comer o a todo. Lo más probable
es que se refiriera a las dos cosas.
Corrimos al baño de la mano. Chase abrió la puerta de un aseo y me
metió dentro mientras me besaba por todas partes. Murmuré algo sobre el
manual de recursos humanos de Croquis y mi preocupación por la falta de
higiene en lo que estábamos a punto de hacer. Entonces la lujuria ganó la
partida y antes de que supiera lo que estaba pasando, me puso contra la
puerta y se metió entre mis muslos. Se desabrochó los pantalones y se
apretó contra mí mientras me apartaba las braguitas por debajo del vestido.
—Me encanta que uses vestidos. —Me dio un beso en la nariz. Le
arrebaté los labios antes de que se alejara y lo devoré apasionadamente—.
Te hace follable ya no solo de forma teórica, sino también práctica. Lo
cierto es que no tengo condón —me susurró en la boca—. Pero estoy
limpio.
—Yo tomo la píldora y estoy limpia —dije.
—Bueno, estoy a punto de ensuciarte.
Cuando me penetró, se me vino a la cabeza que estaba rompiendo una
de mis propias reglas. Tener sexo sin preservativo era algo que se hacía
claramente en una relación de verdad. Por otra parte, no tener sexo con él a
estas alturas me mataría.
Me penetró profundamente mientras me agarraba uno de los muslos y lo
estiraba por su cuerpo.
Eché la cabeza hacia atrás, golpeé la puerta con ella y después gemí.
—Voy a morir.
—Sé una buena deportista y espera unos minutos. Agradecería mucho
correrme antes de irme de aquí. —Empujó más fuerte. Me reí. Él también.
¿Era raro que nos riéramos mientras teníamos sexo? Tal vez, pero era
nuestra esencia. Fuera lo que fuera lo que tuviéramos el uno con el otro
siempre estaba impregnado de locura.
El sexo en el baño resultó ser menos sexy de lo que anunciaba la
televisión. Por un lado, estábamos sudando. El aire acondicionado industrial
no llegaba a los baños. Se me pegaba el vestido a la piel como papel film.
Miré a Chase, sorprendida por la vulnerabilidad juvenil que vi en su cara
cuando pensó que no lo estaba observando. El orgasmo creció en mi
interior. Cada vez que me penetraba, la punta de su hebilla me rozaba el
clítoris. Estaba temblando por todas partes y no estaba totalmente segura de
cómo me sostenía en el aire y evitaba que cayera al suelo de culo. Dejando
a un lado la física, no quería que esto terminara. Nunca. Y eso me asustó.
—Córrete, Mad —gruñó.
—No. —Le besé la curva de la mandíbula—. No, no, no. Quiero seguir.
¿No puedes aguantar un poco más?
—Sí —dijo dolorosamente, pero estaba segura de que no era así. Tenía
la mirada perdida y podía observar los primeros temblores del orgasmo que
estaba por llegar debilitándole los músculos—. Pero no nos queda tiempo…
Justo cuando dijo esto, me derrumbé y dejé escapar un fuerte gemido
mientras me aferraba a sus hombros. Él me sostuvo inmóvil, pero en vez de
empujar en mi interior y buscar la liberación, puso una mano en mi boca.
Oí que la puerta del baño se abría y luego se cerraba de un golpe. Sentí
como si echaran un cubo de agua helada sobre el orgasmo. Se me
encendieron los ojos y apreté la boca por debajo de su mano.
«No, no, no, no».
Me puso de pie y me ayudó a alisarme el vestido sobre los muslos,
todavía duro e insatisfecho. Aparté la mano y sentí que las lágrimas me
escocían en los ojos. Claro que había dicho que no pasaría nada. Y claro
que había pasado. Qué idiota había sido al confiar en él. Pero no podía
negar mi propia responsabilidad. Era la animadora cabeza hueca que había
aceptado hacerlo a pelo en esa camioneta imaginaria. Demonios, había
dejado que el quarterback se cagara encima de mí.
—Mad —dijo mientras se vestía. Había algo sorprendentemente
lamentable en ver a Chase todavía erecto y deseoso tratando de consolarme.
Sabía que no había querido que esto sucediera. Que había tratado de
advertirme cuando había oído la puerta—. Quienquiera que sea no sabe que
eres tú. Me estabas rodeando con las piernas, por lo que no te ha visto los
zapatos. Lo único que ha oído ha sido el gemido. Por lo que podía ser
alguien estreñido.
—Te estaba rodeando con una de mis piernas —comenté mientras
estaba de pie en el cubículo que, de repente, parecía más pequeño de lo que
era cuando habíamos entrado en él. Quería salir de ahí, pero al mismo
tiempo lo temía—. Solo una. La otra estaba en el suelo.
—Tus zapatos no son tan reconocibles —trató de razonar. Los dos
miramos los zapatos. Llevaba unos tacones de flores con un moño en la
parte delantera. Bastante reconocibles, a menos que vivieras en un set de
Eurovisión.
—Tal vez no ha mirado hacia abajo —sugirió Chase.
—¿Después de oír a una pareja teniendo sexo en un cubículo de un
baño? —Me reí amargamente—. Ni de coña, Chase.
—Mad. —Apretó mi rostro entre sus manos y apoyó la frente sobre la
mía.
Moví la cabeza tratando de escapar de su caricia.
—Da igual. Te has salido con la tuya. ¿No era eso lo que querías?
¿Salirte con la tuya? —Sonaba amargada, nada que ver conmigo.
—Mad.
—¿Qué? —espeté.
—No te preocupes. Pase lo que pase, vamos a enfrentarlo juntos.
Las rodillas me temblaron durante todo el camino hacia la oficina. Traté
de autoconvencerme. Me dije que Chase tenía razón. Que no había motivo
para creer que la gente sabía lo que había hecho o que había sido yo la que
estaba en el cubículo.
Regresé a la zona de cocina para tirar las fiambreras. Había una nota en
la nevera, hecha con Word para que nadie reconociera la letra:

Adivina esto: es bonita, pequeña y su nombre rima con


GRITO.
Por no hablar de que derrite a los chicos hasta hacerlos
batido.
Para ser más específicos, acabo de pillarla con los
pantalones bajados teniendo sexo con el gran jefe de Black & Co.
El que viste de NEGRO y normalmente sale con chicas tipo
Kate Moss.
Con este tipo de servicio, no es de extrañar que acaben de
ascenderla.
Demasiado para ser Maddie la Mártir, toda buena voluntad y
devoción.
Arranqué la nota de la nevera y la tiré al cubo de la basura. Salí como
una bala hacia mi cubículo y eché un vistazo por encima del hombro. Nina
estaba ocupada limándose las uñas y tarareando una canción de Ariana
Grande con una sonrisa en la cara. Me pilló mirándola, cogió un vaso de
batido de su escritorio y sorbió de forma ruidosa.

«Por no hablar de que derrite a los chicos hasta hacerlos batido». Ajá.
No hacía falta ser investigador para ver esto como una admisión de culpa.
Estaba tan avergonzada porque me habían pillado que quería llorar. Saqué
el teléfono.

Maddie: Nos han pillado.


Chase: ¿Cómo lo sabes?
Maddie: Había una nota en el frigorífico.
Chase: Mierda. ¿Sabes quién nos ha pillado?

Nos. Ha dicho «nos». Eso me dio la esperanza de que viera esto como
un problema para ambos.

Maddie: Nina Na, creo. Tenía que ser mi archienemiga.


Chase: ¿Se llama Nina Na y te burlaste de MÍ por tener un nombre
divertido?
Maddie: Creo que tiene algo de coreana. Céntrate, Black.
Chase: Me encargaré de ello.
Maddie: Eso suena críptico y superturbio. ¿Qué vas a hacer?
Chase: Déjamelo a mí. Nos vemos esta noche.
Capítulo veintiuno
Chase

En líneas generales, si tuviera que calificar el día de ayer, le daría una


reseña de «cero estrellas», «quiero que me devuelvan el dinero» y «no
volveré a visitarlo».
Aparte de no haber muerto en un extraño accidente de metro, todo había
ido cuesta abajo y sin frenos. Nos pillaron a Mad y a mí follando en el baño
de la planta donde trabaja (mea culpa), Katie me regañó por preguntarle a
Mad si no había problema en que saliese con Ethan (ese hombre estaba
empeñado en meterse en mi círculo cercano o eso parecía) y, la guinda del
jodido pastel, papá se había reunido con Julian, nuestro director financiero,
Gavin, y yo para anunciar que iba a teletrabajar desde casa a partir de la
próxima semana. Lo que en realidad significaba que ni siquiera podía
mantenerse en pie. Todavía no había informado a la junta de su situación
médica y, a estas alturas, entendía lo que opinaba Julian sobre ello, pero
preferiría morir a ponerme del lado de ese imbécil.
Mi padre había perdido más de diez kilos en menos de dos meses y
parecía un cadáver andante. Seguir guardando el secreto de su enfermedad
era una soberana tontería a estas alturas. Sin embargo, no podía juzgarlo.
Estar muriéndose era algo vergonzoso y casi humillante de algún modo. Y
él era un hombre poderoso.
Julian fue el primero en reaccionar a la noticia de papá. Lo abrazó, le
dijo que lo entendía y le preguntó si pensaba retirarse. Esta vez papá no
parecía oponerse a la idea. Nos dijo que nos invitaría a discutir sobre ello
más adelante.
Julian estaba dedicando todo su esfuerzo a difundir rumores por detrás
sobre mi desempeño como director de operaciones y planear una votación
en mi contra para no ocupar el puesto cuando lo heredara. También estaba
ese estúpido triángulo Ethan-Madison-Chase al que seguía dando vueltas,
pero como eso podría desaparecer fácilmente (Katie estaba a segundos de
salir con Ethan y Mad y yo estábamos juntos de verdad), me concentré en
trabajar duro y seguir con mis asuntos. Sabía que en algún momento tendría
que lidiar con Julian, pero esperaba prolongarlo hasta después de la muerte
de mi padre porque no quería que presenciara cómo iba a despedazarlo para
luego esparcir sus restos por la calle comercial para que empezara desde
abajo en alguna empresa de mierda porque nadie en toda la ciudad querría
trabajar con él.
Lo entendía, de verdad. Mi existencia había pillado a Julian por
sorpresa. Katie y yo fuimos una sorpresa maravillosa para Lori y Ronan
Black, que pensaban que no podían tener hijos. Déjadme corregirlo: yo fui
un milagro. Katie, una sorpresa maravillosa. Mi madre sufría el síndrome
del ovario poliquístico y los médicos le dijeron que las posibilidades de
quedarse embarazada eran prácticamente nulas. Julian había pasado buena
parte de su infancia creyendo que era el único heredero del imperio de los
Black. Mi repentina aparición cuando él tenía diez años no había
significado mucho para él en ese momento, pero cuando me hice mayor
empezó a sentir cada vez más resentimiento hacia mí cuando se dio cuenta
de la tarta de fortuna y poder que tenía que compartir conmigo.
Y, obviamente, no apreció el hecho de que demostrara ser mejor que él
en todo lo que los dos tocábamos.
Después de un desastroso día en el trabajo, llevé a mi padre a casa y me
senté a su lado, pero él apenas estaba consciente.
Cuando me fui de casa de mis padres estaba demasiado cansado como
para ir a casa de Mad para extinguir el fuego en el que nos estábamos
quemando cuando nos pillaron. Regresé a mi apartamento, me emborraché,
le dejé mensajes disculpándome a medias a una Madison muy asustada, y
me quedé frito.
Esta mañana tenía la esperanza de solucionar algo de la mierda también
conocida como mi vida. Le envié flores a Madison a la oficina. De las
grandes y caras. Flores que no decían «gracias por la aventura», sino que no
dejaban lugar a dudas de que iba en serio. De esa forma, tanto Nina como
los demás compañeros de trabajo de Mad al menos sabrían que no era flor
de un día.
Arrojar dinero al problema de Madison fue lo primero y lo último bueno
de la mañana. En cuanto entré en la oficina, me di cuenta de que algo
andaba mal. Y cuando digo que algo andaba mal me refería a la cordura de
mi primo hermano.
Estaba de pie en mitad de la oficina, con los brazos abiertos, vestido con
un traje arrugado con una mancha de café del tamaño de Minnesota, dando
órdenes frenéticas a cada secretaria y asistente que tenía a la vista. Los que
lo rodeaban estaban pálidos, asustados y francamente destrozados. Unas
cuantas secretarias y becarias estaban llorando. ¿Qué había hecho para
desestabilizar a todo el mundo? Además del pecado obvio de vivir y
respirar.
Salí del ascensor y sopesé la idea de llamar a seguridad o darle un
puñetazo directamente en la cara yo mismo. Lo último significaría mucho
papeleo legal, pero bien sabía Dios que deseaba hacerlo.
Sus pequeños ojos negros corrían sin rumbo en sus cuencas, como si
también quisieran escapar del hombre en el que se encontraban. Una
asistenta le pasó un traje limpio y corrió al baño a cambiarse. Eché un
vistazo a la oficina de papá. Aún no estaba allí. Saqué el teléfono y le envié
un mensaje a mamá preguntándole si papá estaba bien.
—¡Señor Black! Siento mucho las noticias.
—Señor Black, solo quiero que sepa que si alguna vez quiere hablar con
alguien, estoy aquí.
—Chase, ¿puedo llamarlo Chase? Seguiré rezando por su familia.
Pasé junto a un montón de asistentes mientras me abría paso hacia la
oficina. No tenía ni puta idea de lo que hablaban, pero estaba ansioso por
averiguarlo después de tomarme mi primer café y pasar de zombi a
semiconsciente. Sentí una mano en el brazo. Alcé la vista del teléfono. Era
Julian. Estaba vestido con un traje de firma nuevo. Qué rápido. ¿Poseía el
poder más inútil de todos, el de vestirse rápido en baños públicos?
—Hablemos un momento —gruñó.
Entré en la oficina y tomé asiento detrás del escritorio. Él me siguió de
cerca. Me enorgullecía de ser dueño de mí mismo cuando se trataba de
Julian, pero hasta yo tenía mis límites. Algo me decía que esos límites
estaban cerca.
—¿Y bien? —Encendí el portátil sin dirigirle la vista. Había una taza de
café recién hecho en el escritorio y tomé un sorbo—. ¿Esperas una
invitación real de los Windsor o puedes escupirlo antes del almuerzo? —
Hice el show de mirar el Rolex para darle énfasis. Noté que llevaba un
montón de papeles en la mano.
—Les he contado a los demás lo de Ronan. Lo de su cáncer terminal.
Lo de que solo le quedan unas pocas semanas de vida —dijo. Levanté la
mirada. Le temblaba el labio inferior, pero mantuvo la cabeza alta—. Esto
no tiene nada que ver con nosotros. Quiero a Ronan como a un padre, pero
no puede ir por ahí fingiendo que no ocurre nada. Esta empresa da de comer
a miles de familias. Familias que merecen saber qué sucede.
No podía rebatir su lógica, pero sí crucificarlo por habérselo contado a
todos.
—No tenías ningún jodido derecho —dije entre dientes, sintiendo que
mi compostura se iba al garete. No podía sentarme y dejar que hiciera eso.
Estaba enfadado.
—Bueno, eso no es cierto. Todos teníamos la responsabilidad de
notificarlo a la empresa, pero nadie quería hacerlo por la lealtad que
sentimos hacia él. Porque lo queremos.
Estaba a punto de soltar que Julian nunca había querido a mi padre en
base a su comportamiento cuando deslizó un papel por el escritorio en mi
dirección.
—Ronan no está dispuesto a cambiar su postura sobre el puesto de
director ejecutivo, así que lo harás tú. Rechaza la herencia.
—¿Te drogas? —Me ajusté la corbata—. ¿Por qué demonios haría eso?
—Porque… —empezó.
Levanté una mano para detenerlo.
—Deja que lo adivine: vas a hacerme una moción de censura. Ten por
seguro que estoy muy por delante de ti. Todas las personas que has tratado
de poner en mi contra me han llamado para decirme que necesitaba volver a
darte la medicación. Los tengo en el bolsillo y cuento con su total
cooperación.
—No. —Se sonrojó y apretó los puños con ira—. Porque…
—¿Por Ethan y Madison? ¿Esa tontería? —Me eché hacia atrás y forcé
una risa metálica. Aún sentía que estaba dando un largo paseo por el
infierno con los pies descalzos cuando hablaba de Ethan—. Madison y yo
estamos prometidos. Paso todas las noches con ella. Parece que mis trajes
están hechos de pelo marrón gracias a su perro. Queda con mamá y Katie
más de lo que Amber lo ha hecho durante todo vuestro matrimonio.
Demonios, ayer nos pillaron teniendo sexo en el baño de la planta donde
trabaja. —Me reí, pero lo reconocí con amargura. No tendría que haberlo
dicho. Solo quería echárselo en cara. Asegurarme de que supiera que lo de
Mad y yo era real.
Julian dio un puñetazo en el escritorio tan fuerte que el teclado voló
unos centímetros por encima de la superficie.
—¡No! No me refiero a nada de eso, imbécil. Si me dejas un
momento…
—Solo uno, por favor.
—¡Clementine es tuya! —escupió sujetando uno de los papeles con la
mano y arrojándomelo. Flotó entre ambos y aterrizó como una pluma en el
escritorio—. Joder, es tuya, ¿vale? Mía no es, eso seguro.
Me senté estoicamente sin tocar el papel que había entre los dos. No
había que ser un genio para saber que se trataba de una prueba de
paternidad. Julian respiró de forma entrecortada y se pasó los dedos por la
calva.
—Me hice la prueba. Al fin. Amber llevaba un tiempo molestándome
con ello. Cada vez que discutíamos, me lo echaba en cara. Estoy seguro de
que no te sorprende que llevemos mal un tiempo. —Me dirigió una mirada
con ojos entrecerrados, como si fuera culpa mía que fueran dos idiotas sin
remedio que se odiaban y se habían casado por razones equívocas—. Tres
años, para ser exactos —añadió.
—Qué curioso —dije con frialdad.
—En realidad, no. —Exhaló. Le tembló el cuerpo mientras lo hacía—.
Desde que se enteró de que serías director ejecutivo, me ha estado tocando
los huevos como si no hubiera un mañana.
Entonces, ¿por eso se había vuelto así? ¿La maldita Amber?
Julian se frotó la frente y echó un vistazo a la oficina.
—Ayer por fin me hice el test. Supongo que después del fin de semana
en la casa de campo, su burla fue demasiado. Amber estaba de mal humor y
yo quería saber si me engañaba o no. No. No soy el padre de Clementine.
Ya sabes lo que significa… —Su cara roja se transformó en una sonrisa tan
nefasta que pensé que le saldrían cuernecitos a los lados de la cabeza—.
Eres el padre de la criatura, primo hermano. Ahora, dime, ¿no te mataría
que tus padres supieran que eras el padre desaparecido en combate de su
nieta? —Ladeó la cabeza—. Esto es poco ortodoxo. Algo típico del
programa de Jerry Springer.*
Agarré el papel y lo hojeé. Julian no mentía. Según la prueba, no era el
padre biológico de Clementine. Volví a mirarlo mientras hacía una bola con
el papel y la tiraba a la papelera que había al otro lado de la oficina con gran
precisión. No dije nada.
—Amber me dijo que ha tratado de contártelo en varias ocasiones —
acusó Julian con los labios torcidos con gran disgusto. Me preguntaba si
estaría clínicamente cuerdo. Parecía mucho más ansioso por chantajearme
para quitarme el puesto de director ejecutivo que por llorar porque su hija, a
la que había criado durante nueve años, no era suya biológicamente.
Solo yo conocía a Julian lo suficiente como para saber que la vida le
había dejado demasiadas cicatrices por dentro. Esa era su forma de lidiar
con ello. Y también sospechaba otra cosa: él ya lo sabía. No podía ser de
otra manera. Clementine no se parecía ni a él ni a Amber. Pero tampoco
tenía mi color, mis rasgos ni mis expresiones.
—Supongo que se le olvidó mencionar que le pedí una prueba de
paternidad en distintas ocasiones —comenté.
—Bueno, ahora la tienes. —Julian señaló la papelera que había detrás
de nosotros—. Obviamente, tengo más copias.
—Así no funcionan las pruebas de paternidad, idiota. Lo único que se
demuestra con esta prueba es que tú no eres el padre. También habría que
buscar al candidato entre el resto de la población masculina mundial.
—Te agarras a un clavo ardiendo —dijo Julian entre dientes. Le
brillaban los ojos. Quería llorar. Me incliné hacia adelante, sin rastro de
malicia en la voz.
—No, vas a perder todo lo que tienes porque has tratado de robarlo en
vez de ganártelo. Ahora sal de mi oficina, Julian. Si quieres un hermano,
vuelve con una disculpa. No te quiero ver en calidad de otra cosa.
Sabía lo que tenía que hacer, pero me llevaría un minuto.
En vez de salir corriendo de mi oficina y dejar un rastro de humo y el
olor rancio de desesperación, Julian se recostó en el asiento frente a mí.
—En cuanto a Maddie… —Se detuvo. Oír su nombre en su lengua
provocó en mí el deseo de romper todas las paredes de vidrio de la oficina
con su cabeza como martillo—. Puede que ahora estéis juntos, pero sé que
no estabais juntos. Poco antes de que vinierais a la casa de campo, Ethan
me lo contó todo. La engañaste y te dejó. Tu noviecita hasta le habló de las
mujeres con las que estuviste después de ella. Todas las desvergonzadas que
su jefe vio subiendo a tu apartamento. Ahora, veamos. ¿Qué tenemos aquí?
Mentiste a tu familia con lo del compromiso. Engendraste un hijo con la
mujer que se casó con tu hermano ocultándoselo tanto a ellos como a mí y
haciendo que la criara como si fuera mía. Puedo decirles a Lori y Ronan
que probablemente no vayas a ver mucho a Madison después de la muerte
de Ronan. Que es un acuerdo. ¿Qué le estás prometiendo para que se aferre
a tu brazo con ojos brillantes? ¿Dinero? ¿Acciones? ¿Estatus? ¿No ves lo
patético que parece desde fuera? O tal vez… —Se levantó riéndose
mientras negaba con la cabeza como si no fuera más que un chiste personal.
Estaba perdiendo la cabeza. Lloraba y se reía. Temblaba de arriba abajo—.
Tal vez debería ir directamente a Madison para hablarle del tipo de persona
con el que está saliendo. Un hombre que engendró a su hija y ni siquiera…
Nunca llegó a terminar la frase.
Me abalancé sobre él a tal velocidad que los dos caímos al suelo por el
impulso y chocamos contra la puerta de vidrio. Julian se golpeó la cabeza.
Me senté a horcajadas sobre él sin importarme que tuviéramos público y
que estaba jugando en sus manos. Hablando con objetividad, sabía que
parecía un completo idiota. Pero había llegado al final del camino. Julian
había cruzado corriendo todas las líneas rojas que tenía y estaba
oficialmente tan descarriado que no podía ni ver la línea. La idea de perder
a Madison después de todo por lo que habíamos pasado (todas las mentiras,
las mierdas y los quizá) por algo tan estúpido y malicioso me hacía hervir la
sangre.
—No te atrevas a pronunciar su nombre. —Arrugué las solapas de su
traje y las retorcí salvajemente.
Julian se rio y meneó la cabeza como un loco sobre la alfombra.
—Estás loco. Jodidamente loco. Tu polla te ha costado el reino.
Clementine es tuya y la empresa, mía.
Trató de darme un puñetazo en la cara, pero yo era más rápido. La gente
se arremolinó fuera de la oficina y nos miraba a través de la pared de vidrio
con la boca abierta. Le lancé un puñetazo directo al ojo. Gritó y, a su vez,
intentó en vano darme un puñetazo.
—¡Me haré con tu reino cuando el viejo estire la pata!
—Cállate —rugí.
—Y, en caso de que te lo estés preguntando, sí, me follé a Amber
mientras todavía era tuya. Antes de que le pusieras un anillo en el dedo.
Cuando todavía vivías en la residencia…
Le lancé otro puñetazo.
Y otro.
Y otra vez.
No podía ver a través de la neblina roja de ira y rabia.
Dos hombres de seguridad corpulentos entraron a toda prisa en mi
oficina, seguidos por mi padre, que debió de haber llegado mientras
estábamos enzarzados. Sostenía un bastón sobre el que se encorvaba. El
bastón bailaba entre sus dedos mientras luchaba por mantenerse en pie. Sus
ojos lo decían todo. Nos había oído. Hasta la última palabra.
Julian y yo nos levantamos del suelo, enderezando la espalda como dos
gamberros rebeldes sorprendidos robando en una tienda. Julian estaba
magullado, con un ojo negro y el labio partido. Me asombró cómo
seguíamos siendo; en el fondo, los mismos niños que competían por la
valiosa aprobación de nuestro padre.
—De vuelta al trabajo —rugió mi padre, dándose la vuelta para mirar a
los que estaban de pie detrás de él mirándonos a Julian, a mí y a mi padre,
conscientes ahora de que a este último le quedaba poco tiempo de vida. Los
empleados corrieron a sus puestos tan rápido que parecía que tuvieran el
trasero en llamas. Papá volvió su atención hacia nosotros.
—En mis setenta y dos años de vida, nunca he estado tan decepcionado
como hoy. Pensé que había criado hombres. Sabía que no siempre estabais
de acuerdo. No estaba ciego ante la forma en que intercambiabais palabras
y provocaciones desde el otro lado de la mesa en las cenas de los últimos
años. Me entristeció terriblemente cuando Amber decidió finalizar su
compromiso con Chase para comprometerse con Julian poco después, pero
me mordí la lengua, sabiendo que, en esencia, erais buenos hombres y que
podíais cometer errores y aprender de ellos. Julian. —Se giró hacia mi
primo hermano. Julian miró al suelo y parpadeó—. Desde el momento en
que te acogimos, fuiste el niño de nuestros ojos. Eres mi hijo tanto como
Chase.
Julian levantó la cabeza de golpe.
—Entonces, ¿por qué le diste…?
—Porque es más adecuado para el puesto —espetó mi padre, golpeando
la alfombra con el bastón—. Se esforzó más y, francamente, cometió menos
errores. Su enfoque es más analítico y no es de gatillo fácil cuando hay una
crisis. Será el director ejecutivo porque, en mi opinión, tiene todas las
habilidades que un director ejecutivo necesita. Tú eres emocional, Julian,
con tendencia a tener reacciones instintivas. Si necesitas un punto de
referencia para saber por qué no podría confiar en ti como director
ejecutivo, lo único que tienes que hacer es echar la vista atrás hacia el
comportamiento que has tenido los últimos años o semanas. Provocar a
Chase, tratar de poner a los accionistas en su contra, intentar hacerme
firmar contratos mientras estaba semiinconsciente… Sí, lo recuerdo, y hacer
público lo de mi enfermedad antes de que estuviera preparado para
decírselo a los demás.
Julian dejó escapar un gemido y se cubrió la cabeza con las manos. Era
la primera vez en años que parecía humano. Mi padre giró la cabeza hacia
mí y frunció el ceño.
—En cuanto a ti, Chase, de verdad que no sé qué decir. Fingir un
compromiso con Maddie. Manipular a tu familia para asegurarte el
puesto…
—No era por el puesto —espeté—. Era por ti. —Sentí la amarga
admisión—. Quería que pensaras que lo había superado todo antes de
despedirnos. Quería que estuvieras orgulloso de mí.
Sonaba patético saliendo de mi boca. Tanto que quería reírme. Papá se
rio. Aunque sin pizca de alegría.
—Evidentemente, has fallado. No has superado nada. Toda la mierda
que tienes dentro ha salido disparada y ahora todo el mundo apesta.
Ahora fue Julian quien se rio. El cabrón tenía la osadía de disfrutarlo.
—Ahora hablemos de Clementine. —Papá volvió a dar un golpecito con
el bastón para redirigir la conversación a la parte que importaba. Era
surrealista estar aquí frente a mi padre y verlo desentrañar todas las cosas
vergonzosas que sus dos hijos habían hecho en los últimos diez años—. Los
dos tenéis que dar un paso al frente.
—Lo haré —dije sin dudarlo, incluso sabiendo lo que sabía. No
importaba. Siempre estaría ahí para la mocosa, hasta el final de los días, de
cualquier forma, sin importar quién fuera el padre.
—Yo también. —Julian asintió con la cabeza, ya más espabilado—.
Dios, no soy un monstruo. Y, en cualquier caso, supongo que una parte de
mí siempre lo supo. Clemmy es mía. Siempre lo será.
Papá usó las últimas onzas de energía para levantar el bastón e
hincárselo a Julian en el brazo.
—No trates a esa niña de forma distinta. No es culpa suya haber nacido
en esta situación. ¿Entendido? —Sostuvo el bastón entre los dos.
—Sí, señor —dijimos al unísono.
Mi padre negó con la cabeza y suspiró.
—Ahora, si me disculpáis, tengo que pedirle disculpas a Lori por dejarla
con este lío y ponerla al día.
Se dio la vuelta y salió de la oficina. Cuando entró en el ascensor me di
cuenta de que Madison estaba al otro lado del cristal.
Lo había oído.
Lo de Clementine. O al menos, lo que ella pensaba; que era el padre de
Clementine.
Que nuestra farsa se había descubierto.
Todo en absoluto.
—Mad, espera.
Pero era demasiado tarde. Se dio la vuelta y tomó el ascensor con mi
padre.

Chase: No estás en tu oficina.


Maddie: Gracias, Capitán Obvio.
Chase: Voy a tu casa.
Maddie: Yo no lo haría si fuera tú.
Chase: Puedo explicarlo.

(A estas alturas no podía, pero eso era lo que la gente decía a menudo).

Maddie: ¿Qué exactamente? ¿La parte en la que tu padre nos ha


descubierto? ¿O tal vez la parte en la que me follaste en mi oficina y luego
se lo contaste a Julian cuando te hizo enfadar? Sí, Chase. La puerta es de
vidrio fino. TODO EL MUNDO lo ha oído.
Maddie: ¿O tal vez puedes explicar la parte en la que ENGENDRASTE
A CLEMENTINE Y OLVIDASTE MENCIONÁRSELO A TODOS?
Maddie: Pensaba que antes te odiaba, pero estaba equivocada. Esto, lo
que siento aquí, justo ahora, es odio.
Maddie: No hay nada de lo que hablar. Esto era temporal, ¿no? Tú
mismo lo dijiste. Misión cumplida. Me follaste. Te jactaste de ello. Todo el
mundo lo sabe. Ahora déjame en paz.
Maddie: Y una cosa más. Sé bueno con Clemmy. Eso es lo mínimo que
puedes hacer.

Llovía a cántaros cuando el taxi se detuvo junto a la casa de piedra


rojiza de Madison. Metí los papeles en la blazer para evitar que se mojaran
y agaché la cabeza mientras salía del taxi. Pulsé el timbre tres veces,
caminando de un lado al otro. Sin respuesta. Traté de llamarla. No contestó.
A través de la ventana veía claramente que tenía la luz encendida. Tenía las
plantas detrás del vidrio a resguardo mientras la lluvia golpeaba el cristal
desde el exterior. La llamé, le escribí y supliqué durante veinte minutos
antes de que la puerta del edificio se abriera.
—Dios, Mad. Por fin. Yo… —Me detuve cuando vi quién era. Layla.
—Guau, Satán, pareces hecho mierda. Lo cual es francamente un logro,
teniendo en cuenta tu genética. —Mordió el borde de un Twizzler y disfrutó
mucho al verme empapado hasta los huesos. Ella estaba dentro. Yo seguía
fuera. De repente, no estaba seguro de lo que hacía allí. Madison había dado
razones lógicas en sus mensajes de texto (se suponía que esto iba a ser
temporal y nos habían descubierto. Hecho. ¿Qué me importaba si sabía o no
la verdad? Especialmente ahora, cuando mi vida era un fuego gigantesco
que necesitaba ser extinguido).
—Déjame entrar. —Fruncí el ceño mientras notaba caer gotas de lluvia
en el pelo y en la punta de la nariz. ¿Cómo es que ni siquiera me sentía
mojado?
—Inténtalo de nuevo. Esta vez de forma más amable —canturreó
cruzando los brazos sobre el pecho. Llevaba una bomber de color verde
neón a juego con el pelo.
—No estoy muy familiarizado con ese término —espeté.
—Qué pena. —Se movió hacia la puerta, cerrándola a medias en mi
cara.
—Por favor, ¿puedo entrar? —pregunté en voz alta. Joder. Volvió a
abrir la puerta.
—¿Qué intenciones tienes con mi amiga? —Fingió sopesar mi petición
mientras le daba otro mordisco al Twizzler.
«Bueno, me gustaría darle una explicación, follármela de todas las
formas posibles y luego gritarle por ser tan jodidamente imposible para
finalmente follármela otra vez».
—Hablar —dije, optando por la respuesta más corta y segura—. Solo
quiero hablar con ella.
La lluvia me golpeaba en la cabeza. Layla se estaba tomando su tiempo
para decidirse. La lista de personas a las que quería asesinar crecía por
nanosegundos.
—Está muy enfadada contigo, así que puede que pases por esta puerta,
pero eso no significa que pases por su puerta. —Finalmente abrió la puerta
de par en par—. Buena suerte, Satán.
Subí las escaleras corriendo, de tres en tres. Cuando llegué a la puerta
de Madison, me inundó una oleada de algo extraño. Casi podía oler a Daisy,
las flores, el champú de Mad y la comida recién horneada a través de la
rendija de la puerta. Quería plantar un pino, ducharme y tomar una siesta
para luego comerme dos de sus magdalenas con una guarnición de mamada.
Quería su consuelo, no una puta pelea más de las tres mil que teníamos al
día.
—Madison. —Golpeé la puerta. Había mojado todo el pasillo, me
pesaba la ropa por la lluvia. Tampoco sentía la mitad inferior del cuerpo.
Quizá necesitaba que me amputaran el puto culo porque lo tenía helado—.
Abre la puerta.
—No lo creo.
Me pregunté cómo había acabado aquí. No me refería a hoy, sino en
general. Había visto este lado de la puerta muchas veces, siempre con un
plan a medias, siempre con alguna explicación convincente que dar,
constantemente sin invitación.
Le rogué, le robé, le regateé y la manipulé tantas veces que estar cerca
de ella se convirtió en un trabajo a jornada completa. Y, cuando estábamos a
solas, cuando por fin la tenía para mí, seguía recordándole que no iba en
serio. Que era temporal. Que no me importaba.
Spoiler: me importaba. Mucho. Eso era un giro en la trama que no había
visto venir y que me hizo tropezar hacia atrás y dar con la espalda contra la
puerta de Layla (gracias a Dios que acababa de marcharse). Dejé escapar un
gruñido de frustración.
Mierda. Estaba enamorado de Mad.
De Madison «Maddie» Goldbloom. La chica que llevaba ropa con
estampados horribles y tenía un corte de pelo pixie que había pasado de
moda en los noventa y estaba obsesionada con agradar a la gente, las flores
y las bodas. Me encantaba que fuera dulce, amable y atenta, pero también
atrevida, ingeniosa y que ganara su propio dinero.
Estaba dolorosamente enamorado de Mad y ni siquiera me había dado
cuenta hasta que fue un segundo demasiado tarde.
—Mad.
Volví a trompicones a su puerta, aplasté la frente contra ella y cerré los
ojos. Dios. Perder a mi padre y a la mujer a la que amaba, uno tras otro, era
demasiado. ¿Qué le había hecho al karma para merecer que me follara sin
lubricante?
No importa. Había una larga lista de razones.
—Por favor.
—Chase —oí detrás de la puerta. Tenía una voz suave, suplicante—. No
hay mucho que decir. Me siento humillada. Nina me ha estado molestando
todo el día en la oficina y tu familia probablemente me odia, algo con lo
que en realidad no quiero lidiar, y lo de Clemmy parece sacado de un
programa de Ricki Lake.*
Al menos no había dicho «Jerry Springer». Un progreso, ¿no?
—Abre la puerta, por favor. Te lo explicaré y luego me iré.
—No voy a caer en eso. —Oí su amarga sonrisa detrás de la puerta—.
Así es como entraste a hurtadillas en mi vida la otra vez.
Al saber que no podía convencerla, me di la vuelta y deslicé la espalda
por la puerta. Me senté y esperé. Sabía que estaba ahí. Hubo una pausa.
—¿Estás sentado contra la puerta?
—Exacto.
—¿Por qué?
—Quiero que veas algo. Esperaré.
Y lo hice. Esperé durante una puta hora y media. Oía a Madison
mientras hacía sus cosas. Cocinar (pasta, albahaca y aceite de oliva. El
aroma era demasiado intenso como para no notarlo), darle de comer a Daisy
y ver un episodio de You que no había visto todavía (maldita sea). Después
de todo eso, volvió a la puerta.
—Vale. Estoy lista para escuchar lo que tengas que decir, pero hazlo
rápido.
La puerta seguía cerrada. Me di la vuelta y miré a la puerta con el ceño
fruncido. Vale. Lo haríamos a su manera.
—No soy el padre de la mocosa. Toma. Me he hecho la prueba de
paternidad esta tarde. En cuanto Julian me ha mostrado la suya. —Deslicé
el papel por la rendija de la puerta. Sabía que no podía ser el padre de
Clemmy. Las fechas no coincidían. A menos que me las hubiera ingeniado
para dejar embarazada a Amber desde Malta, si había hecho los cálculos
correctamente (y siempre hacía bien los cálculos).
Tenía los ojos fijos en el borde del papel que estaba bajo la puerta. Mad
lo cogió desde el otro lado. Dejé escapar un suspiro y cerré los ojos,
aliviado.
—Siempre supe que no podía ser el padre de la mocosa. Esa es la razón
por la que le pedía a Amber una prueba de paternidad cuando me hablaba
de ello. ¿Crees que le daría la espalda a un hijo mío? —gruñí—. Joder, la
quiero como si fuera mía y ni siquiera lo es. De hecho, supuestamente era el
producto de mi prometida con mi hermano mientras ella me engañaba a mis
espaldas.
Silencio. Ouch. Vale. Para ser honestos, lo había visto venir. No solo era
el hecho de que supuestamente no le había contado que era el padre de la
hija de mi exprometida, sino mi comportamiento de mierda.
—¿Quién es su padre biológico? —preguntó Mad a través de la puerta.
—Un chico de Wisconsin. Me he enfrentado a Amber después de
hacerme la prueba de paternidad. —Me pasé una mano por el pelo—.
Cuando Amber y yo rompimos, ella se arrepintió y trató de llamarme, sin
que lo supiera Julian, para hacer las paces. Por aquel entonces, yo estaba de
viaje y no contesté. Ella regresó a casa para recomponer la patata que tenía
por corazón. El padre de Clemmy es un antiguo amor de instituto. Amber
dijo que iba a hablar con él. Lo arreglaremos todo para que la mocosa tenga
la mejor infancia.
—Vaya lío. —Mad suspiró.
—Sí.
—Pobre Clemmy.
Suspiré.
—Sí.
Quería a muerte a mi sobrina, pero no había venido a hablar de ella.
—Por cierto —me aclaré la garganta—, mi familia no te odia. Para que
lo sepas. Mamá piensa que soy un imbécil de primera y es probable que
papá me desherede. Pero les sigues gustando. En todo caso, cuando
expliqué que no me habías pedido dinero ni nada y que solo lo habías hecho
por papá, te volviste más heroica y perfecta a sus ojos.
La llamaba Maddie la Mártir, pero la verdad era que últimamente no era
esa misma chica insegura y mansa que conocí meses atrás. Se defendía
constantemente y solo hacía lo que creía que debía hacer.
Y, por desgracia, eso la hacía estúpidamente irresistible.
El silencio desde el otro lado de la puerta me crispó los nervios.
Arrastré la frente por la madera y cerré los ojos con fuerza.
—No quiero que esto se acabe. —Pronuncié aquello en un susurro.
Todavía no estaba preparado para decírselo todo. Sabía que iba a
parecer un momento muy conveniente para darme cuenta de que estaba
enamorado de ella. Pero valía la pena sacrificarme si contárselo ahora
significaba que mañana me despertaría con la seguridad de que Mad ya no
iba a estar en mi vida.
—Por favor —le temblaba la voz—. Vete.
Presioné los dedos en la puerta y luego me alejé, respetando sus límites
por primera vez desde que la había conocido. Decían que hacer lo correcto
te hacía sentir bien.
Se equivocaban.
Hacer lo correcto te hacía sentir desgraciado. Absolutamente estúpido.
Ya de vuelta en la calle, miré hacia arriba, a su ventana, ignorando las gotas
de lluvia que me golpeaban la cara. Vi su rostro aparecer por detrás del
cristal. Estaba llorando.
Y cuando me subí al Uber, con las gotas aún cayéndome por la cara,
pensé que tal vez yo también.
Capítulo veintidós
Maddie

Lo había hecho.
Había mirado por mí.
No más Maddie la Mártir. Me enfrenté a Chase Black. Lo rechacé
tajantemente. Corté las cosas con Ethan. Incluso le envié un mensaje a
Katie explicándole que estaba totalmente de acuerdo con que saliese con mi
exalgo. Estaba tomando una postura proactiva en mi vida.
Así que ¿por qué me sentía de todo menos empoderada?
Siempre había pensado que al mirar por mí me sentiría increíble. Como
una mariposa batiendo sus coloridas alas al salir del capullo. En la práctica,
me sentía asqueada conmigo misma por la forma en que había rechazado a
Chase el día que se apresuró a ir a la clínica para hacerse una prueba de
paternidad. Me sentía tan vacía que sentí los huesos retumbando dentro de
mi cuerpo cuando puse un pie en el estudio a la mañana siguiente.
Quedaban pocas semanas para la Semana de la Moda de Nueva York.
Agosto había dado paso a septiembre y mi boceto estaba listo y enviado a
Sven. Hoy íbamos a empezar a coser el vestido. Se suponía que la modelo
estaba de camino a la oficina. Sven me dijo que se había tomado muy en
serio nuestra conversación sobre el boceto. No solo no le había hecho
ningún cambio, sino que también había sugerido que una mujer común
llevara el vestido. Y por «una mujer común» se refería a una modelo
preciosa hasta decir basta de diecinueve años con la piel perfecta y el
cabello sedoso. No obstante, a diferencia de la mayoría de las modelos de
pasarelas, tenía una «enorme» talla treinta y ocho. Superdelgada y en forma
para el resto del mundo, aunque con curvas para los estándares de la moda.
Lo único que tenía que hacer era ver la producción del vestido paso a
paso.
—Pero si es el colchón de la oficina. Coged un ticket, caballeros. Todos
consiguen acostarse en él —proclamó Nina mientras me escondía en la
oficina. Éramos las únicas allí. A los demás compañeros de Croquis les
gustaba llegar elegantemente tarde.
Ayer Nina alcanzó el nivel de zorra suprema. Del tipo que se reserva
para las series de instituto koreanas y las telenovelas de la tarde. Cuando
bajé las escaleras para comprar una ensalada, cayeron a mis pies un montón
de preservativos del bolso. Los había metido dentro cuando no estaba
mirando.
—Cállate, Nina —dije cansada mientras colapsaba en mi asiento y
encendía el portátil.
Al darse cuenta de que le había respondido, Nina giró la cabeza y torció
la boca con disgusto. Llevaba un vestido de día negro de Stella McCartney,
a juego con unos Louboutin planos.
—¿Ahora tienes boca? Es decir, ¿para algo más que para chupársela a
hombres importantes? Números.
«¿Números?». ¿Qué quería decir?
—En serio. —Puse los ojos en blanco, harta de su comportamiento tan
grosero—. Ese cliché de chica mala es muy de principio de los 2000.
Estamos en 2020. Métete conmigo. Hazte una cuenta falsa de Instagram
suplantándome. Gradúate en ser una zorra mezquina que no deja de
avergonzarme. Esto se vuelve un poco agotador.
—Tienes suerte de no tener principios —siguió impertérrita—. Apuesto
a que podría llegar a donde estás si me acostara con las personas adecuadas
de la industria.
Cerré el portátil de un golpe.
—Nina —advertí, y finalmente la miré. Estaba metiendo las fotos de
ella con su novio cabildero en una caja de cartón. Tenía los ojos rojos.
Estaba… Oh, Dios, estaba recogiendo sus cosas.
—Ahórrate el discurso de victoria, ¿vale? Ayer me despidieron, como
bien sabes. Sven me entregó el aviso personalmente. Dijo algo así como
que Chase Black había dirigido su atención al manual de recursos humanos
de Croquis. Al parecer, el señor Black lo leyó entero ayer mientras esperaba
en la clínica algún tipo de resultados (de qué, no lo quiso decir. Con suerte,
de clamidia, y ojalá diera positivo). En cualquier caso, Chase se alegró
mucho de avisar a Sven de que aparentemente te estoy acosando. —Sorbió
por la nariz. Pero yo sabía que estaba hablando de la prueba de paternidad
—. Da igual, no importa. Mi primera elección para hacer las prácticas era
Prada, la segunda Valentino. Croquis era la quinta. —Se limpió una lágrima
que se deslizaba por la punta de su nariz.
Me levanté y me dirigí hacia ella. Esta tomó una de las cajas y me dio la
espalda. Le tiré de la tela de la manga.
—Mírame —dije con dureza. No había ni rastro de Maddie la Mártir.
Estaba enfadada y tomé las riendas de la situación.
Agachó la mirada y negó con la cabeza.
—Nina —dije con voz más aguda—. Me estás acosando.
—¡Solo son bromas! —gritó.
Una mierda.
—¿Por qué me odias tanto?
Levantó la vista y me lanzó una mirada que decía que era obvio.
—¿Por qué no? Mírate. Tienes un gusto horrible para vestir y, sin
embargo, te sientes muy cómoda contigo misma. Eres la persona más
hortera que he conocido, sin ofender. Pero quizá eres la empleada favorita
de Sven. Los hombres como Chase Black se lanzan sobre ti, tienen sexo
contigo en el baño y despiden a gente por ti. Eres muy buena en esto para
nuestra edad y ni siquiera fuiste a una buena universidad. Simplemente… lo
tienes todo. No sé. No parece normal en una persona de veintiséis años. Has
tomado muchos atajos.
—¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que en mi vida no todo son
unicornios, corazones y repostería? —Me sorprendió el hecho de que estaba
gritándole—. En realidad soy superinsegura para… Bueno, la mayoría de
las cosas. Vivo en un diminuto apartamento con un perro al que soy
alérgica. Mi vida amorosa es un desastre, mi madre murió cuando era
adolescente y nunca me he recuperado del todo de su pérdida. Para
mantenerme en la cima de esto, básicamente no he tenido vida social
durante los últimos cinco años y me he centrado en abrirme camino. Ser
becaria no era un lujo que pudiera permitirme, ya que significaba ser una
sintecho. Razón por la cual conseguí un ascenso rápido por parte de Sven al
precio de mis cincuenta horas de trabajo a la semana. La hierba siempre es
más verde a través del filtro de Instagram de otra persona. Nadie tiene una
vida perfecta, al menos no completamente. Simplemente fingimos que
sabemos lo que estamos haciendo. Los que lo hacemos con una sonrisa en
el rostro simplemente parece que estamos disfrutándolo más.
Nina sorbió por la nariz.
—Bueno, sí, supongo, pero…
—Te has comportado conmigo como una zorra mezquina, celosa y fuera
de control, Nina. Y yo no puedo ni voy a permitir que nadie me vuelva a
tratar así. Basta es basta. Para ser honestos, probablemente te merezcas que
te despidan. Me has llenado el bolso de preservativos para reírte de mí. Pero
¿sabes qué? No quiero que tu despido caiga sobre mi conciencia, por lo que
voy a darte una oportunidad. Hablaré con Sven para que mantengas tu
puesto. Quizá me escuche, al ver que soy la víctima. Pero tienes que
prometerme que no dejarás que el monstruo de ojos verdes se apodere de tu
boca y me diga cosas horrendas de nuevo. La envidia es como un pedo.
Apesta, todos la tenemos, pero es mejor mantenerla dentro o liberarla
cuando nadie pueda oírnos ni vernos. ¿Entendido?
Me miró sorprendida mientras apartaba las lágrimas de su visión.
—Nina, respóndeme.
—Sí —susurró todavía maravillada por el giro de ciento ochenta grados
que había dado—. Lo prometo. Lo… Lo siento.
—Deberías.
—Así es.
Hubo una pausa.
—¿Por qué haces esto? —Se frotó el puente de la nariz haciendo una
mueca—. No tienes por qué. Sin embargo, continúas siendo amable
conmigo aunque te importe una mierda.
—Oh —dije despreocupadamente—. No lo hago por ti. Lo hago por mí.
Ser buena me hace dormir mejor por la noche. No es que no sufra los
mismos síntomas que tú: celos, angustia, inseguridad. Son los efectos
colaterales de estar viva, más o menos. Pero hace poco aprendí algo
sencillo: que en el espacio entre la realidad y nuestros sueños se halla la
vida

Al final, no pude hacerlo.


Alejarme de Chase sin aclarar las cosas, por mucho que supiera que me
haría daño volver a verlo otra vez. Además, estaba el pequeño asunto de
devolverle el anillo de compromiso de miles de dólares.
La peor parte era que ni siquiera era una decisión consciente. No seguí
la ruta habitual de descolgar el teléfono y llamarlo o mandarle un mensaje
para quedar en un lugar y a una hora. Ya sabes, como una persona cuerda
haría. Simplemente me encontré yendo a su casa después del trabajo, sin
avisar.
Esperé (bueno, recé) por tener unos cuantos minutos a solas en el
apartamento para componerme (traducción: tener un ataque de nervios y
lavarme la cara). Las posibilidades estaban a mi favor. Sabía el horario de
Chase, que incluía visitar a sus padres después del trabajo para comprobar
el estado de su padre.
El portero de su edificio, un caballero llamado Bruce, me reconoció y
me dejó entrar. Supongo que era la ventaja de ser la persona más hortera del
universo, como Nina me había llamado. No parecía el tipo de mujer que
vacía el apartamento de un multimillonario de posesiones y joyas.
—No la he visto por aquí mucho últimamente. El señor Black ha estado
un poco amargado desde que dejó de venir. —Bruce me guio hasta el
ascensor. Todavía tenía la llave desde nuestra primera relación. Chase nunca
me la había pedido y yo no había estado precisamente de humor para
entablar más conversación con él. Abrí la puerta de Chase de un empujón,
justo cuando me sonó el teléfono con un mensaje.

Sven: Malas noticias. La modelo del vestido de novia de ensueño no ha


aparecido. Estaba en una sesión en exteriores.
Maddie: ¡Mierda! ¿Podemos reprogramarlo?
Sven: No tenemos tiempo. Necesitamos empezar mañana si queremos
que todo esté a tiempo. ¿No tienes tú la talla treinta y ocho?
Maddie: Claro. También mido la mitad que ella.
Sven: Envíame tus medidas. Lo ajustaré en consecuencia cuando la
prima donna pueda quedar con nosotros al fin para una prueba.

Le di las medidas y pulsé «enviar». Durante la siguiente hora, me di un


paseo por el apartamento de Chase, memorizando cada detalle, ya que sabía
que era la última vez que estaría allí. Esta vez de verdad. Las azaleas, como
había sospechado, no estaban por ningún lado. Ni en los dormitorios, ni en
los baños, ni en la sala de estar ni en la cocina. Al final, me dejé caer en el
sofá, miré hacia el techo y dejé escapar un suspiro. No recordaba el
momento exacto en el que me quedé dormida. Para cuando desperté, el
teléfono indicaba que era casi la una de la madrugada. Oí a Chase jugar con
la cerradura fuera del apartamento y me senté muy derecha, apartando los
mechones de pelo que tenía en las mejillas pegados a la saliva seca.
Oí las llaves caer al suelo, un gruñido y luego una mujer resoplar y
recogerlas por él. Una mujer.
Sentí un déjà vu del día en el que Chase entró en el apartamento con una
desconocida. Me levanté, lista para una pelea. Aunque no tendría que
haberla, ya que ya no estábamos juntos. O nunca lo habíamos estado. Sin
embargo, no podía evitar pensar en él como si fuera mío.
—Quédate quieto —murmuró la mujer. Él dio un hipido. Estaba
borracho. La puerta se abrió. Chase entró a trompicones con la camisa de
vestir negra abierta y apoyado en una mujer esbelta que lo agarraba por el
hombro para mantenerlo erguido.
—No has tardado mucho en pasar página —dije con las manos cerradas
en puños a mis costados. Todos y cada uno de los músculos me temblaban
de ira—. Otra vez.
Levantó la cabeza a la vez que la mujer. Los dos me miraron.
Katie.
Era Katie.
Dios, qué idiota. Ahora era buen momento para dejar el anillo de
compromiso en la mesa y salir corriendo. Sin embargo, estaba pegada al
suelo.
—Estás aquí —dijo con voz neutra.
—Estás… borracho —repliqué mirando a Katie con lo que esperaba que
fuera una expresión de disculpa.
Ella sonrió y colocó a Chase contra la puerta para poder acercarse a
darme un leve apretón.
—Oye, no te preocupes. No pasa nada. Mi hermano se sintió algo peor
por el desgaste después del trabajo y decidió irse de copas con unos amigos.
Pasé por el bar en el que estaba antes de irme a casa y lo encontré así. Me
imaginé que necesitaba una buena noche de sueño antes de que empezara la
resaca…
—Buena idea. —Asentí con la cabeza.
—Os dejaré a solas.
Katie se marchó y entonces Chase y yo nos quedamos solos. Bueno, una
versión muy ebria de él. Me sentí furiosa con el universo por traerme a
Chase así. Apenas coherente cuando había tantas cosas que quería decirle
en la que sería la última vez que hablaríamos.
Me quité el anillo del dedo. Era raro. Durante las semanas que fingimos
salir, había tenido cuidado en quitármelo en el trabajo, pero había disfrutado
de alardear de él en cualquier otro momento. Cuando estaba en el metro,
salía con amigos o llevaba a Daisy de paseo. Vi que la gente miraba el
anillo de compromiso mientras agarraba la barra del tren, le hacía señas a
un taxi o pasaba una página en el Kindle mientras esperaba mi turno en la
peluquería. Veía cómo giraban las ruedas en sus cabezas. Las historias que
se inventaban para este espectacular anillo. Esta parte es la que más me
gustaba. La parte de las suposiciones. Me di cuenta de que no estaba
obsesionada por la ceremonia de la boda en sí, sino por el encuentro de
película, la historia de amor. Me habría gustado sentarme con ellos y
hablarles de Chase. De lo divertido y guapo que era. De que amaba a su
familia con fervor y de lo mucho que le importaba su sobrina.
—Bueno, pensé en pasarme por aquí y darte esto. —Le pasé el anillo.
Ignoró la mano extendida y parpadeó mientras trataba de centrarse en
mi cara.
—Quédatelo.
—Chase…
—Véndelo. Regálalo. Te lo has ganado.
Negué con la cabeza con el corazón en un puño.
—Es demasiado.
—No lo devolveré. —Se tambaleó hasta la sala de estar, se dejó caer en
el sofá y encendió la televisión. ESPN era su canal por defecto—. Ni
siquiera puedo mirarlo.
Parecía tan cansado que pensé que discutir con él sobre esto era menos
condescendiente que quedarme con el anillo.
—Oye… —Me senté a su lado mientras sentía que se alejaba de mí y
deseaba inmovilizarlo—. En cuanto a Nina, agradezco lo que estás tratando
de hacer, de verdad, pero, por favor, dile a Sven que le devuelva el trabajo.
Lo necesita y no quiero hablar de esto con Sven.
—Lo que necesita es una lección de modales —dijo arrastrando las
palabras y frunciendo el ceño a la televisión como un niño—. Y tal vez un
viejo ricachón que le pague todo ese Prada que lleva. La busqué en
Instagram. ¿Otra vez siendo Maddie la Mártir? Porque no toleraré ese tipo
de mierdas en tu nombre.
—Llegamos a un entendimiento. —Deslicé el anillo en mi dedo antes
de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Ignoré la corriente cálida que
me recorrió cuando lo hice.
—¿Eso te hará feliz? —Giró la cabeza hacia mí. La vulnerabilidad de su
expresión casi me hace añicos. Asentí con la cabeza—. Bien. Puede
mantener el trabajo. Hablaré con Sven.
—Gracias.
—Pero también le daré algunos consejos amistosos para que te haga su
jefa. Parece justo, después de todo.
No discutí.
—¿Cómo está tu padre? —pregunté, entreteniéndome. Dejarlo así,
borracho, amargado y herido, me parecía imposible.
Me ofreció un encogimiento de hombros. Cierto. Pregunta estúpida.
—Solo quiero que sepas que estaré ahí para tu familia y para ti, sin
importar qué necesitéis. Como amiga.
—No quiero ser tu amigo. —Chase me miró a los ojos y se puso serio
por una fracción de segundo—. Quiero ser tu todo. Ni siquiera eso es
suficiente. Así que gracias, pero no.
Está «borracho», me gritó la mente mientras mi corazón latía por él.
«Borracho. Ebrio. Ciego». No lo dice en serio.
Le di un incómodo abrazo en el sofá y un beso en el cuello mientras
inhalaba su aroma diluido por el alcohol que había consumido esta noche.
—Eso es mucho pedir. —Sonreí con tristeza mientras le daba un beso
por debajo de la oreja. Sentí sus palabras dentro de mi cuerpo mientras
respondía.
Capítulo veintitrés
Maddie

2 de noviembre de 2009

Querida Maddie:
Esto es una despedida. Lo siento en los huesos. Siento mucho
no estar ahí para verte entrar en la iglesia y ayudarte con tus
hijos si decides tenerlos. Siento muchísimo no estar ahí en las
rupturas, la adolescencia y sus problemas, las pequeñas victorias
y todo el aprendizaje que se da a lo largo de la vida, que es como
un trozo de chocolate envuelto en una fina lámina. Cada
aprendizaje es un trozo y cada trozo sabe distinto, querida
Maddie. Todas las lecciones que la vida te enseña son un regalo,
por muchos obstáculos que pongan en tu camino.
Te quiero, Madison. No solo porque eres mi hija, sino porque
eres una niña maravillosamente buena, considerada, brillante y
dulce. Porque eres creativa y tu risa me recuerda a las campanas
de Navidad. Porque tienes lo mejor de tu padre y todo lo bueno
de mí. Estoy egoístamente orgullosa de ti.
Antes de plasmar mi último adiós, te voy a dar el último dato
curioso sobre las flores. Las flores en forma de pompón de la
mimosa púdica parecen hermosas, brillantes y mullidas, pero son
bastante sensibles. Los pompones se doblan tímidamente cuando
los tocan. Son vibrantes y florecientes, pero solo desde lejos. Son,
en esencia, intocables.
No te alejes del mundo. Te harán daño. Harás daño a otros,
aunque no lo pretendas. El dolor es inevitable en la vida. Pero la
alegría también. Así que aprovecha el momento.
Ama mucho.
Duerme más.
Come bien.
Y recuerda nuestra norma floral: si no te hace crecer ni
florecer, déjalo marchar.

Con todo mi amor,


Mamá

Tres días después, tomé un tren hacia Filadelfia para ver a mi padre. No
había hablado con él de Chase desde que habíamos vuelto juntos unas
semanas antes. Me parecía redundante, ya que no íbamos a durar. Papá y yo
teníamos una rutina. Quedábamos en el Iris’s Golden Blooms, donde lo
ayudaba con la contabilidad dos veces al mes y, a cambio, me invitaba a
comer en un chino que hacía esquina cerca de casa y nos tomábamos un
helado industrial Costco frente a la televisión mientras me contaba los
chismorreos de nuestra pequeña ciudad. Papá tenía novia. Una mujer dulce
llamada Maggie, a la que estaba muy agradecida porque lo mantenía
ocupado y contento, y le daba la atención que yo no podía. Además, nos
comprendía a otro nivel y nunca se quejó por el hecho de que la floristería
que regentaba todavía llevara el hombre de su antigua mujer.
Hoy no hubo nada distinto. Seguí los mismos pasos: contabilidad,
comida china y helado como para poder bañarte en él. Papá me preguntó si
quería quedarme a dormir. Para su deleite, acepté.
Nueva York me recordaba mucho a Chase. Cada esquina y rascacielos
estaba empapado con un recuerdo suyo.
A la mañana siguiente fui al cementerio. No me gustaban mucho los
cementerios. Me parecían un recordatorio de que algún día residiría allí.
Pero una vez al año, por el cumple de mamá, lo visitaba.
Y ese día era hoy.
Siempre llevaba repostería, un globo y (redoble de tambores, por favor)
flores. Muchas flores. Esta vez le llevé lilas, tulipanes y caléndulas, y las
dejé en su tumba después de frotarla para limpiarla hasta el punto de
dejarme los nudillos llenos de ampollas. Después me senté junto a un plato
de papel repleto de muffins que había horneado al amanecer y acaricié la
piedra fría mientras le contaba las travesuras de Layla.
—Olvidé decírtelo. Me eligieron para diseñar el vestido de novia de
ensueño en el trabajo. Después de casarme con la mitad de los chicos de la
manzana, por fin creé mi propio vestido de ensueño personal. ¿Sabes la
mejor parte, mamá? Aunque a mi jefe no le gustara mucho el diseño, me
mantuve firme y seguí adelante con él. Pero lo cierto es que he llegado a
comprender que tal vez el vestido perfecto con el que he estado obsesionada
no es lo que más debería preocuparme. Creo que acabo de dejar marchar a
mi príncipe azul. Y… eso me asusta.
El silencio se extendió por el aire frío de la mañana. Los pájaros
cantaban y todo estaba cubierto de rocío fresco. Respiré hondo y cerré los
ojos.
—¿Sabes, mamá? Al final me di cuenta de que no era culpa mía. Sé que
suena raro y tal vez un poco infantil a los veintiséis años, pero siempre me
he preguntado si te apartaron de mí porque era una persona horrible. Ya no
pienso así. Al ver que Katie, Chase y Lori están perdiendo a la persona que
más quieren, lo he entendido. La vida es como una ruleta rusa. En realidad,
no sabes qué va a pasar, simplemente estás ahí para jugar. La tragedia es
como ganar la lotería, pero al revés. Ya no tengo miedo a vivir. A defraudar
a los demás. A acobardarme. Ya no volveré a ser Maddie la Mártir. Pensaba
que si era buena y dulce para todos, evitaría otro desastre. Pero no puedes
esperar ganar la lotería. Así que ¿por qué deberías estar constantemente
preocupada porque otra tragedia llame a la puerta? Ya no volveré a jugar a
lo seguro.
Besé la tumba y acaricié una última vez el nombre de mamá.
—Por cierto, Daisy te habría encantado. Es un puntazo. La próxima vez
que venga a visitarte te traeré una foto suya. ¿Sabes que Chase es el único
hombre que ha entrado en mi apartamento sin que Daisy se mee en sus
zapatos? ¿Crees que eso es una señal?
Miré a mi alrededor esperando una señal. Como en las películas. Un
dramático relámpago rompiendo el cielo. Una flor abriéndose
inesperadamente en plena floración. Incluso una llamada de teléfono de
Chase habría sido suficiente. Por eso, la quietud de todo lo que me rodeaba
me hizo reír. El destino no existía.
Justo cuando me giré para marcharme, apareció un jardinero desde
detrás de un árbol con un soplador de hojas y me dedicó una sonrisa
cansada. Llevaba un uniforme negro. La camiseta que se extendía sobre su
pecho tenía una inscripción en blanco: Black Solutions.
—Gracias, mamá. —Sonreí. Para mí, fue suficiente.

Chase: ¿La oferta de ser amigos sigue sobre la mesa?


Maddie: ¿Te refieres a la que rechazaste?
Chase: *Cuando estaba muy borracho y ahogaba un ego muy
destrozado. Sí.
Maddie: Sí. Me encantaría estar ahí para ti.
Chase: ¿Tienes planes esta noche?
Maddie: ¿Ver a Daisy perseguir a Frank la ardilla en su intento de
hacerle el amor?
Chase: ¿Puedo acompañaros?
Maddie: Bueno, tendrías que preguntarles a ellos, pero Daisy tiene el
listón bastante bajo si elige a Frank como amante.
Chase: Además, sería coherente con mi reputación diabólica acostarme
con tu compañera de piso.
Maddie: Oh, chico. Pagaría mucho dinero por ver tu cara cuando Daisy
y Frank lo hagan.
Chase: Necesitas un hobby.
Maddie: No todos podemos permitirnos entretenimientos del tipo de
casas de campo exóticas en lagos o mansiones en los Hamptons. Los
mortales tenemos que arreglárnoslas con perder el tiempo en cosas menos
lujosas.
Chase: Los mortales también tenéis Netflix.
Maddie: Retiro la invitación para ver a Daisy y Frank recreando Lo que
el viento se llevó.
Chase: ¿Qué tal si llevo comida?
Maddie: ¿Sushi?
Chase: Obvio.
Maddie: Vale. Pero no digas ni una palabra sobre la elección de la
película cuando estés aquí. No me gusta tu descaro.
Chase: Francamente, querida, me importa una mierda.

Chase: Gracias por llevar a Katie y a mi madre a almorzar. Lo


apreciaron mucho.
Maddie: Técnicamente, ellas me llevaron a mí.
Chase: Pagaste tú.
Maddie: A escondidas. -.-
Chase: Eres buena metiéndote a escondidas en lugares.
Maddie: ¿Como cuáles?
Chase: Mi corazón.
<Chase ha eliminado un mensaje del chat>
Maddie: Estaba comprando juguetes eróticos con Layla. ¿Qué has
eliminado? ¿En dónde entro a escondidas?
Chase: Nada.
Maddie: CHASE.
Chase: ¿Pizza platónica esta noche?
Maddie: No sé si conozco ese tipo de pizza.
Chase: Es la que menos me gusta y te incluye a ti totalmente vestida.
Luego me iré a mi casa para masturbarme mientras tú disfrutas de tus
nuevos juguetes eróticos.
Maddie: La pizza platónica suena bien.
Chase: Me toca a mí elegir la película.

Maddie: Quiero que sepas que nunca te perdonaré por Scarface.


Chase: Iba a elegir Love Actually, pero no quería que se me arruinara el
maquillaje.
Maddie: No llorarías ni viendo La lista de Schindler. No tienes corazón,
¿recuerdas?
Chase: Sí, porque me lo has robado.
<Chase ha eliminado un mensaje del chat>
Maddie: ¿Qué has borrado? He sacado a Daisy de paseo y las cosas se
han puesto un poco intensas con Frank. Casi lo pilla esta vez.
Chase: He dicho que sí tengo corazón.
Chase: Lo guardo en una jarra de cristal en el escritorio.
Chase: Vale, es una frase de Stephen King, pero el sentimiento es claro.
Maddie: Exijo una revancha.
Chase: ¿Una revancha?
Maddie: Una película de mi elección que sea insufrible para ti. De
hecho, estoy pensando en hacerlo incluso más doloroso. ¿Qué tal si la elige
Clemmy? ¿Ya ha vuelto de Wisconsin?
Chase: Sí, anoche. Deja que llame a Amber para organizarlo.
Maddie: ¿Qué tal las cosas entre Amber y tú?
Chase: Creo que está empezando a asumir que entre nosotros no va a
pasar nada.
Maddie: ¿Y Julian?
Chase: Entre Julian y yo definitivamente no va a pasar nada.
Maddie: ¬¬
Chase: Está ocupado con el divorcio. En realidad, no hemos hablado de
nosotros (no sé qué tienes que me haces hablar como una chica).
Maddie: Tengo que confesarte algo.
Chase: Que fui el mejor para ti, ¿no? Lo sabía.
Maddie: Extraño lo que teníamos, pero me asusta que me vuelvas a
romper el corazón o me dejes después de que todo esto termine.
<Maddie ha eliminado un mensaje del chat>
Chase: ?
Maddie: Lo siento, no sé qué me ha pasado. Olvídalo.
Chase: _|_
Capítulo veinticuatro
Chase

—Hoy voy a ver a Clementine. —Julian estaba de pie en la puerta de mi


oficina. Todavía se le veía el ojo un poco negro, tenía un corte en el labio y
la expresión malhumorada de un idiota de mediana edad al que le habían
dado una tunda en una pelea.
Alcé la vista del portátil porque estábamos hablando de la mocosa. Me
pasé el dedo índice por la boca.
—¿Por primera vez desde cuándo? —pregunté mientras me inclinaba
hacia atrás en la silla de ejecutivo.
Desde el momento en el que Julian se había enterado de lo del chico de
Wisconsin, había sido un desastre. Todo el asunto del puesto de director
ejecutivo había pasado al fin a segundo plano y se había impuesto la
realidad de que su matrimonio (su familia) era una farsa. Parecía
destrozado. Como si la realidad al final hubiera despertado algo de sentido
en él. Sobre todo cuando Amber no había perdido el tiempo, se había
llevado a Clementine a rastras a Wisconsin para esconderse del golpe social
y había aprovechado la oportunidad para presentarle al chico como un
«buen amigo de la familia».
Julian asintió con la cabeza y se frotó la mandíbula.
—No sé qué decirle.
—¿Qué tal que lo sientes mucho, joder?
—Tal vez sin eso de «joder». Amber me matará y creo que son cien
dólares en la hucha de las palabras malsonantes. —Se frotó la nuca—.
Espera, ¿qué siento exactamente?
—En primer lugar, que se encuentre en esta situación —dije—, así
como las circunstancias. ¿Dónde la vas a llevar?
—No lo sé. Amber solo me ha dicho que la recoja a las cinco. ¿Dónde
debería…? ¿Qué le gusta? Dios Santo, ni siquiera sé lo que le gusta.
Julian se dejó caer en la silla que había frente a la mía con un suspiro,
sin tomarse la molestia de recibir una invitación formal para entrar. Lo
observé como si se acabara de cagar en el escritorio. No estábamos
precisamente en términos amistosos desde que había anunciado la
enfermedad de mi padre y yo le había reorganizado cada parte de la cara. Ni
siquiera habíamos hablado desde que había ido a restregarle lo de la prueba
de paternidad negativa, tanto a él como a Amber (literalmente, se la pasé
por la nariz y la restregué de arriba abajo. Habría sido lo más destacado del
año si no hubiera significado más malas noticias para Clemmy).
—¿Qué tal si la llevas a una hamburguesería y Mad y yo la recogemos y
la llevamos a ver una película después? —sugerí—. Suavizará el golpe.
Julian levantó la cabeza de pronto.
—¿Sigues viéndote con ella?
—De forma platónica. —Escupí las palabras como si fueran una
blasfemia. Parecía sumamente injusto que me empujaran a la friendzone
como un par de calcetines viejos después de haberle ofrecido tantos
orgasmos como para prenderle fuego a una refinería. Me encogí de hombros
como si no me importara. Pero sí me importaba—. Su funeral.
—Hablando de funerales. —Julian respiró hondo y evitó el contacto
visual conmigo mientras tomaba un lote de pósits negro del escritorio y
empezaba a hojearlos con nerviosismo—. Contarles a todos lo de Ronan…,
fue horrible. Me he disculpado con él. Le he asegurado que no intentaré ser
el director ejecutivo en una buena temporada. Pensaba que debías saberlo.
No dije nada. Es comprensible que sospechara de sus palabras. Echó la
cabeza hacia atrás y miró al techo con un suspiro.
—Solo quería algo propio.
—Tenías algo propio. Una mujer, una hija, una buena carrera.
—Una mujer que me odiaba a pesar de mis intentos por complacerla en
todos los sentidos. Una mujer a la que le había prometido que se convertiría
en la mujer del director ejecutivo y cuando se dio cuenta de que la promesa
no se iba a cumplir, se dedicó a amenazarme para dejarme. Yo quería el
puesto de director ejecutivo porque pensé que eso significaba conservar a
Amber. Ella y Clemmy eran lo único que yo tenía y tú no. Al intentar
conservarlas, las descuidé pasando todo el tiempo en el trabajo. Y ahora me
voy a divorciar. —Puso los brazos en el aire y se rio con amargura—. La
ironía es una putada.
—Todavía puedes tener a Clemmy. Lo único que sabe es que eres su
padre. En cuanto a Amber, puedo sinceramente decir que meter la polla en
una pajita de papel te dará más satisfacción que estar con una mujer que
solo te quiere por la billetera y el estatus. Hasta tú puedes hacerlo mejor. —
No estaba preparado para consolar a mi primo hermano después de toda la
mierda que me había comido por su culpa en los últimos tres años, pero
machacar a alguien que está en su peor momento no era mi estilo. Bueno…
—Levanté una ceja cuando vi claro que Julian no iba a moverse ni un
centímetro hasta que lo echara de ahí—, tengo trabajo que hacer. Mándame
un mensaje con la dirección donde tengo que recoger a la mocosa.
Se levantó y miró a su alrededor como si se le olvidara algo. Tal vez sus
modales. Debería haber llamado a la puerta. También debería haberse
disculpado por los últimos tres años. Estar arrepentido no valía una mierda
si no lo admitía de forma oficial.
—¿Sabes, Chase? No eres tan malo. —Se detuvo en la puerta.
Lo miré sin comprender.
—Gracias por el tibio cumplido. «¿No eres tan malo» es sinónimo de
«he conocido a gente más idiota que tú?».
Soltó una carcajada.
—¿Ves? A eso me refiero. Siempre pensé que no tenías corazón y por
eso era más fácil hacerte villano. Pareces tan ajeno a todo lo que te rodea…
Vas por la vida con ese halo oscuro y melancólico que te envuelve. Casi
como si fueras el diablo. —Frunció el ceño. Un escalofrío me recorrió la
espalda. Así es como Madison se había referido a mí. Pensaba que solo
estaba bromeando. Ahora ya no—. Pero me di cuenta de que simplemente
eres tú siendo tú. Y de que eres capaz de preocuparte por los demás. Que
Lori, Ronan, Katie y Clemmy te importan.
Y Madison. También me importaba Madison.
De hecho, una parte de mí no estaba tan segura de ser muy diferente de
mi exnovia. En algunos sentidos, yo también hacía todo lo posible por
complacer a los que me importaban. Esa era la razón por la que me
arriesgué tanto por papá. Pero, a diferencia de Madison, mi tendencia a
complacer a los demás había hecho que me metiera en camisa de once
varas. Le había prometido matrimonio a Amber. Y la traición me había
abofeteado la cara.
Pero seguía siendo un fanático de las personas a las que quería.
Siempre tendría el respaldo de mi familia.
Julian me lanzó una mirada de esperanza. Oh, por el amor de Dios.
Justo cuando pensaba que estábamos alejándonos del territorio de Jerry
Springer, fue y me dio con toda la tribu de los Brady en el culo. No me
daba un descanso. Respiré profundamente.
«Dilo».
«Va a saber a mierda, pero tienes que decirlo».
«Forma parte de la familia».
—También me importas tú. —Traté de no rechinar los dientes
demasiado al pronunciar la frase. A Julian se le iluminaron los ojos. Lo
pilló. En su mente, lo habíamos estado jodiendo, le habíamos dado el
apellido Black sin las ventajas, y por eso se había rebelado. No era una
excusa para el comportamiento de mierda que había tenido, pero era un
incentivo.
—¿De verdad? —preguntó.
—Eso parece.
—¿Eso significa que puedo conservar el puesto de director de sistemas
de información?
«O tal vez solo quiere salvarse el culo y asegurarse el puesto».
—Demasiado pronto —advertí.
—Gracias, hermano. —Me guiñó un ojo.
Esperé a que se marchara de la oficina para dar rienda suelta a las
arcadas.

Hice una parada en Croquis para recoger a Mad. Sven estaba junto a los
ascensores, frotándole la barriga a una empleada embarazada como si fuera
una bola de cristal y hablando sobre bebés. Le dediqué un asentimiento de
cabeza y pasé por su lado. Una chica que me parecía familiar, con el cabello
rubio a lo Khaleesi, me acorraló y me persiguió por todo el estudio.
—¡Señor Black, espere! Solo quería agradecerle de nuevo por
convencer a Sven para que me diera otra oportunidad. No sé si ha leído los
dos correos… o ha visto las flores. Quiero que sepa que no lo tomo a la
ligera y que no desaprovecharé esta segunda oportunidad.
Solo emití un sonido de «Mmmm». No tenía ni idea de quién era o qué
quería de mí. Tenía la mirada centrada en mi objetivo: Madison Goldbloom,
sentada en su cubículo con un vestido azul claro con estampado de cisnes
blancos.
—Maddie y yo estamos totalmente unidas. El otro día fuimos a
almorzar juntas, no sé si se lo ha dicho. Nos llevamos bien.
Ahora estaba obstaculizándome el camino, así que supuse que tenía que
hablar con ella.
—Nadia, ¿no? —pregunté.
—Nina. —Me ofreció una espléndida sonrisa—. Maddie me ha dicho
que ya no estáis juntos. Lo siento mucho. —Se llevó una mano al corazón.
Sí. Parecía sentirlo tanto como Daisy después de tratar de preñar al pobre
Frank—. Si alguna vez necesitas hablar con alguien…
«Buscaré ayuda profesional de alguien que no quiera mi polla en su
boca», estuve tentado a acabar por ella, pero sabía que Mad me llamaría
imbécil y no quería que me viera nunca más como la reencarnación del
diablo.
—Gracias. —Pasé por su lado y fui directo a Madison, que estaba al
teléfono con el ceño fruncido. Levantó la vista cuando notó mi presencia,
cogió la chaqueta y me dio un beso distraído en la mejilla que casi hizo que
me explotara el maldito corazón.
—Gracias. Por cierto —Me sonrió— esperaba poder saludar a Ronan al
regresar de ver la película. Le he hecho un pan de plátano sin machacar.
—¿Sin machacar? —Agaché la cabeza para atrapar su mirada. Esquivó
el contacto visual. Todo lo relativo a la mierda platónica era aguado e
impersonal.
—Significa que no le di de hostias. Por fuera es horroroso, pero por
dentro sabe bien.
—El exterior está mejor de lo que piensas —murmuré. Sabía que era
hora de hundirse o nadar y al fin (al fin) decidí sacar la cabeza del agua.

Terminó siendo una velada agradable, teniéndolo todo en cuenta (lo que
tuve en cuenta: me vi obligado a ver otra vez la cara amargada de Julian y
Madison estuvo todo el tiempo con la ropa puesta).
Después de la película, llevamos a la mocosa a ver a papá y nos
quedamos a tomar el té. A la hora de irnos, Madison me detuvo en la puerta
y me puso una mano en el pecho. Se me contrajeron los músculos bajo sus
dedos, como si fuera fuego.
—No tiene muy buen aspecto —susurró mientras trazaba círculos con
los dedos en el pecho—. Quédate con él. Tomaré un tren para volver a casa.
Por lo general, trataría de pasar más tiempo con ella. Pero sabía que hoy
tenía razón. Le di un beso en la mejilla.
—Gracias por matar mi libido y posiblemente mis retinas con esa
película. Nunca miraré los vestidos de baile y las tiaras de la misma manera.
—Gracias por tomártelo con filosofía.
Se detuvo ahí. Mamá y Clemmy estaban en la sala de estar haciendo un
puzle. Papá estaba en el dormitorio principal. Podía inclinarme a besarla y
ella me dejaría. Le ardía la mirada con esa cosa que había aprendido a
reconocer. Hambre carnal.
Pero ahora no era el momento.
Y estaba claro que no era el lugar.
Me eché hacia atrás y le rocé la nariz con el dedo mientras le dedicaba
una sonrisa.
—Adiós.
—Adiós —contestó con voz espesa.
En cuanto entró en el ascensor, busqué el teléfono y le mandé un
mensaje, porque sabía que allí la cobertura era una mierda.

Chase: Maldita sea, Madison Goldbloom, te quiero. Te quiero tanto que


a veces duele mirarte a la cara.
<Chase ha eliminado un mensaje del chat>

Un minuto después, contestó:


Maddie: ¿Qué has enviado y luego borrado? Voy a matarte algún día
por hacer eso, Chase.
Chase: Papá dice que el pan de plátano no estaba muy mal. No quería
que te sintieras ofendida.
Maddie: Eres imbécil.
Chase: Alguien tiene que serlo.

—Pasa.
Papá tenía la voz ronca debido a que los pulmones le funcionaban solo
al 10 por ciento de su capacidad. Empujé las puertas dobles para abrirlas.
Apoyé la espalda contra las puertas y metí los pulgares en los bolsillos
delanteros. Estaba acostado en las sombras. Grant me había explicado que
estaba tomando mucha medicación para el dolor, pero aun así no se sentía
bien. Le costaba tanto respirar que sonaba como si fuera un coche viejo
tratando de recorrer sus últimos kilómetros antes de quedarse sin gasolina.
Respiraba al mismo tiempo de forma rápida y lenta.
—No te quedes ahí, muchacho. Entra. No muerdo. —Tosió. Di unos
pasos y me sentí abrumado por primera vez en mi vida. Tal vez le quedaban
días. O más bien horas. Sin embargo, el mundo seguía girando. Llevábamos
a la mocosa a ver películas. Íbamos a trabajar. Vivíamos. Cada momento
que pasaba sin él parecía una traición.
Se apoyó en la cabecera de la cama y extendió el brazo para llegar hasta
la mesita de noche y coger un porro liado. Levanté una ceja mientras cogía
el mechero que estaba al lado.
—¿Te vas a colocar? —pregunté con ironía.
—Tanto como me deje el estado de los pulmones. Cannabis medicinal.
Hace maravillas para el dolor. —Lo encendió y dio una profunda calada,
hasta que no pudo más. Tosió el humo. Me senté a su lado—. Maddie
parece de buen humor —recalcó.
—¿De verdad vamos a hablar de Maddie? —Cogí el frasco de
marihuana que había junto a la mesita de noche y lo examiné.
—No, lo siento. Vamos a hablar de mi tema favorito: mi muerte.
—Touché. —Me rasqué la barba—. Sí, está bien. Aunque está
preocupada por ti.
—¿Estás teniendo una aventura con la pobre chica? —Ladeó la cabeza
hacia un lado y dio otra calada. Era surrealista estar sentado aquí mientras
él se fumaba un porro. Lo único que necesitaba ahora era una gorra de
béisbol hacia atrás y una suscripción Premium a Pornhub para ser uno de
los chicos que había conocido en la universidad.
Me reí.
—Todavía no tiene la desgracia de estar liada conmigo, pero estoy
trabajando en ello.
—Poco a poco. —Dio toquecitos para que cayera la ceniza en el
cenicero.
—Deja que yo me preocupe del ritmo. Tú preocúpate por pasártelo lo
mejor que puedas las próximas semanas. Mira, quiero aclarar toda la
asquerosa historia de Julian y yo en la oficina. En realidad, no hemos
hablado de ello.
Papá me hizo un movimiento con la mano.
—No es necesario. De forma subconsciente, sabía que esto iba a
suceder en algún momento. Los dos teníais que resolverlo y lo hicisteis. El
equilibrio del poder. Julian probó suerte con el líder de la manada y no lo
consiguió. Ahora está lamiéndose las heridas, y sería prudente que no hagas
sangre mientras todavía están frescas. Como ya te mencioné, para mí es
como un hijo. Clementine es mi nieta. Nada va a cambiar eso. La biología
nunca podría rivalizar con los lazos familiares. Pero te diré algo, Chase: de
todos mis hijos, tú eres el que más se parece a mí.
Cuando terminó de hablar, respiró profundamente, como si no pudiera
soportar la tensión en sus pulmones después de pronunciar unas cuantas
frases seguidas.
—Gracias. —Incliné la cabeza.
—No es un cumplido —dijo inexpresivo, sorprendiéndome. Levanté la
mirada y fruncí el ceño. Él suspiró, dio otra calada y habló con el porro
entre los dedos—. Soy cabezota, testarudo y a veces extremadamente
irracional. Quiero a tu madre, pero soy el primero en reconocer que le he
hecho pasar un infierno por mis estados de ánimo radicales. No tengo
modales y soy sarcástico hasta cuando el momento no lo requiere, que es
siempre. Quiero que me prometas algo.
Esperaba con todas mis fuerzas que no tuviera intención de decirme que
no fuera sarcástico. Tendría que cortarme la mitad del cerebro y la lengua
para estar en el camino de no hacer un chiste macabro sobre cualquier cosa.
—Suéltalo —dije con cautela.
—Dale una oportunidad al amor. Es raro, puro y te cambia por completo
la vida. No todos los días caen en tu regazo chicas como Madison. Si echas
a perder la oportunidad de estar con ella, nada te garantiza que entre en tu
vida otra chica hecha para ti. Sé que Amber te hizo daño, mucho daño. Pero
no la querías. Lo que querías era sentar cabeza y quitarte de en medio todo
eso del amor. Vi la forma en la que te miraba y cómo la mirabas a ella.
Sabía a lo que se refería. Yo miraba a la Amber posuniversitaria como
un coche nuevo, brillante y de edición limitada. Ella había aumentado mis
acciones y parecía un buen complemento en mi vida en aquel entonces. En
cambio, miraba a Madison como si fuera una piñata llena de sorpresas y
orgasmos que quería explotar con mi bate en forma de pene. Me mantenía
alerta y me hacía dudar de lo que iba a hacer o decir. Y había terminado
viendo Antes de ti. ¿Adivina qué? Louisa Clark estaba buenísima.
—Abre tu corazón. La vida es más corta de lo que piensas. Y, cuando
estás en mi posición, postrado en una cama, a un suspiro de la muerte, no
piensas en el dinero que has conseguido, en los acuerdos lucrativos que has
firmado, en los ingresos o en las personas que te jodieron o a las que jodiste
en los negocios. Piensas en lo afortunado que eres por comer pan de plátano
casero y oír las risas de tu nieta desde la otra habitación, y al amor de tu
vida haciéndola reír.
Cerré los ojos y asentí con la cabeza.
—Te prometo que… —empecé a decir, pero, cuando abrí los ojos, vi
que papá se había quedado frito. Estaba profundamente dormido y tenía el
porro casi consumido en la mano. Se lo quité, lo puse en el cenicero de la
mesita de noche, le di un beso de buenas noches y me marché.
Capítulo veinticinco
Maddie

—¿Estás bien? —Sven preguntó mientras tiraba del vestido y lo alisaba


sobre mi cuerpo.
No lo estaba.
No estaba nada bien.
La modelo para el vestido de novia de ensueño estaba desaparecida en
combate, otra vez, y tuve que reemplazarla. A esas alturas, estaba furiosa.
Una cosa era darle mis medidas y otra hacer de modelo con el maldito
vestido, sobre todo cuando ella era al menos veinte centímetros más alta
que yo. Qué poco profesional.
—Estoy bien —corté—. Deberías hablar con la agencia de esta chica.
Nos ha dejado plantados dos veces seguidas. Tal vez deberías buscar una
sustituta de talla treinta y dos.
Uf, ahora estaba a un largo llanto de Maddie la Mártir. La antigua yo
nunca diría algo remotamente negativo a alguien. Sin embargo, la nueva yo
quería responsabilizar a las personas por sus acciones. Me di cuenta de que
vivir con la nueva yo era mucho más práctico que compartir cuerpo con la
anterior versión de mí misma.
—Nah, demasiado tarde para eso. —Sven se agachó y clavó agujas
alrededor de la tela amontonada en mi cintura. Tenía otra hilera de agujas en
la boca mientras hablaba—. Además, aunque consiguiera otra modelo,
quiero una que se asemeje a una mujer real. Ella lo vale. Confía en mí.
—Las supermodelos también son mujeres reales. De hecho, las mujeres
pueden ser de cualquier forma, tamaño, color y altura, y ninguna de sus
características físicas las hace menos mujeres. —Nina levantó el brazo en el
aire como para pedir permiso mientras los dos me examinaban con mi obra
de arte puesta.
—Amén. —Choqué la mano con la de Nina antes de dar la habitual
vuelta de la futura novia frente al gran espejo, que ocupaba la longitud de
toda la pared y que guardábamos en el estudio, principalmente para que
Sven se mirase en él todos los días. Los diseñadores, becarios y asistentes
administrativos me rodearon para contemplar el vestido. El color carmesí
avanzaba por el cuello y las mejillas, y la piel se me llenó de manchas por la
vergüenza. No estaba acostumbrada a que todas las miradas estuvieran
puestas en mí.
—Vale. Lo arreglaré. La modelo vale la pena porque parece que nació
para ese vestido, y no me importa que esté ocupada. Ahora, Maddie, ¿me
harías el favor de enderezarte? Parece que estás a punto de esconderte
dentro del vestido.
Hice lo que me dijo mientras pasaba una mano por el exuberante «Flor
de luna». Le había puesto ese nombre al vestido porque cuando se abría en
medio de un giro, se parecía a la flor blanca. Pero hubo algo que me hizo
insistir en el nombre (la flor de luna solo se abría por la noche. Florecía en
la oscuridad). Sven me dijo que lo llamara de alguna forma que me
recordara a mí.
Nada me recordaba más a mí que florecer en los brazos de la oscuridad.
Había perdido a mi madre en medio de un incómodo giro hacia la edad
adulta. Solo tuve la guía de mi padre viudo, que estaba ocupado salvando el
otro legado de mi difunta madre, su floristería.
Me enamoré de Chase Black cuando su padre estaba muriendo.
Y también me enamoré de mí misma cuando me di cuenta de que
merecía un hombre como Chase Black. Francamente, yo era digna de
cualquier hombre.
Me mordí el labio inferior mientras me miraba en el espejo y pensaba en
todas las mujeres que, con suerte, caminarían hacia el altar con este vestido.
Luego pensé en las vidas que iban a tener con sus maridos (o mujeres) tras
ello. Pensé en los niños que tendrían. Las pruebas de embarazo positivas.
Los ascensos. Las mañanas de Navidad. Las vacaciones en familia. Todas
las vidas que estarían envueltas alrededor del Flor de luna. Miles de mujeres
mirarían el vestido años después y su significado sería distinto para cada
una de ellas. Amor, esperanza, desamor. El corazón se me hinchó de
emoción.
—Maddie. —Nina dio un paso al frente y me pasó el teléfono, que se
movía en su mano temblorosa—. Tienes una llamada.
Fruncí el ceño al ver quién era. Katie. ¿Quería cancelar los planes para
almorzar juntas? Me llevé el teléfono a la oreja.
—Hola, K. ¿Qué pasa?
—Maddie —dijo con dificultad. De inmediato se me cayó el alma a los
pies.
—Katie… —Me tembló la voz—. ¿Qué ha pasado?
Era terrible formular una pregunta cuya respuesta ya sabías solo para
escucharla en voz alta. Para poder lidiar con ella. La palabra del día de hoy
de Layla era «desastre». Debería haberlo sabido.
—Es papá. —Tenía la voz suave y ronca, como si se estuviera
derritiendo en la garganta—. Ha muerto.

La siguiente hora pasó como un borrón. No podía respirar, no podía


pensar, no podía ver con claridad.
Tal vez eso fue lo que me hizo salir pitando del edificio con el vestido
de boda, que parecía una tarta de tres pisos, antes de que Sven y Nina me
agarraran mientras yo daba patadas y gritaba que tenía que ir a ver a los
Black. Nina me metió en el baño y me sacó el vestido del cuerpo antes de
vestirme con mi ropa normal. Temblaba de forma descontrolada tratando de
llamar a Chase, pero una y otra vez me saltaba el sonido frío e impersonal
de su buzón de voz. Gracias a Dios que Nina se había esforzado mucho en
enmendar su comportamiento y ser la mejor versión de sí misma en la
oficina. Se aseguró de pedirme un taxi, que me esperaba en la puerta.
El trayecto hasta el hospital pasó en un abrir y cerrar de ojos. No pude
descifrar los rostros ni las palabras del personal que me dirigió hasta la
habitación de Ronan Black. No estaba allí cuando llegué. Chase estaba de
pie, de espaldas a mí, mirando por la ventana, y detrás de él estaba la cama
vacía con las sábanas todavía arrugadas. Lori estaba acurrucada sobre sí
misma en un sofá de dos plazas de color verde, con la cabeza apoyada en el
hombro de Katie. Julian estaba sentado al borde de la cama mirándose las
manos, que mantenía apoyadas en el regazo. Amber y Clementine no
estaban por ninguna parte. Primero corrí hasta Katie y Lori, ya que no
estaba del todo lista para presenciar el dolor de Chase de cerca.
—¿Cómo ha sucedido? —pregunté, sabiendo muy bien que no era una
pregunta que querrían responder.
El día que me enteré de lo de mamá, papá no quería hablar de nada,
mucho menos de los tecnicismos, de la forma en la que había sucedido. Y,
sin embargo, a medida que los amigos y la familia iban llegando, nos
inundaban a preguntas. ¿Cómo había muerto? ¿Quién la había encontrado?
¿Cómo me había dado la noticia mi padre?
—Mamá ha entrado en el dormitorio para preguntarle si le gustaría que
ella almorzara a su lado —sorbió Katie mientras sujetaba la nuca de Lori—.
No ha respondido. Mamá ha pulsado el botón de emergencia. —Los Black
habían instalado el servicio de teleasistencia junto a la cama de Ronan—.
Cuando han llegado los paramédicos, todavía tenía el pulso débil, así que lo
han traído aquí. Ha muerto en cuestión de minutos.
Las rodeé con los brazos, como si de alguna forma las estuviera
manteniendo unidas. Me embebí de su tristeza y les di un beso en la cabeza,
sin saber muy bien si tenía derecho a hacerlo, pero desesperada por
consolarlas.
Cuando dejaron de respirar de forma irregular, me levanté. Tanto Julian
como Chase estaban de espaldas a mí en distintas esquinas de la habitación.
Primero, me dirigí hacia Julian. Estaba pálido como un huevo. Tenía ese
brillo supersolitario tan suyo, el brillo de alguien que había perdido
recientemente mucho más que a su padre. Sabía que estaba en proceso de
divorcio y que adaptarse a la nueva realidad con Clementine no era un
pícnic para él. Con cautela y conteniendo la respiración, le puse una mano
en el hombro y le di un firme apretón. Arrastró la mirada hacia la mía,
centímetro a centímetro, tan lentamente que era obvio que estaba esperando
algún tipo de enfrentamiento.
—Lamento tu pérdida —dije simplemente.
—No deberías sentir nada, excepto desprecio hacia mí. —Inclinó la
cabeza—. Pero te lo agradezco.
—Y sé que eso no significa nada ahora mismo, cuando la herida es un
corte abierto y sangrante, pero te prometo que vendrán días mejores. Solo
tienes que aguantar. —Ignoré sus palabras.
—¿Por qué haces esto? —Tragó saliva con dificultad—. ¿Por qué
siquiera te importa? Lo único que he hecho es portarme fatal contigo.
—Así es —admití, incapaz de mover la mano de su hombro—. Les
contaste a todos lo de la mentira de Chase conmigo, y dijiste que yo era un
seis. No fuiste nada amable conmigo, pero eso no significa que me tenga
que portar igual contigo. Me gusta quien soy. Un seis, pero con un corazón
diez.
—¿Has oído eso? —Levantó las cejas casi de forma cómica.
Me encogí de hombros.
—La belleza es subjetiva. —No era el momento ni el lugar de hablar de
ello, pero tenía el presentimiento de que mantendría ocupado a Julian, y esa
era la esencia de lidiar con el dolor. Seguir adelante, hablar, hacer cosas.
—Quería irritar a Chase —sorbió Julian—. No lo decía en serio. Y, para
que conste, lo conseguí. Es decir, lo irrité. Así que… —Desvió la mirada
hacia la ventana donde estaba Chase, todavía ajeno a mi presencia, sumido
en sus pensamientos—. Saca tus propias conclusiones.
Lo que significaba que a Chase y Julian les encantaba odiarse. No podía
permitirme creer otra cosa distinta. Arrastré la mirada hasta Chase. Él
apoyó la frente contra la ventana, el vaho de su respiración se extendió por
el cristal, como una nube gris. La necesidad de abrazar a esta bestia salvaje
y oscura me destrozó.
—Ve. —Julian me dio una palmadita en la mano que tenía sobre su
hombro—. Has venido por él.
Me aproximé a Chase. Le puse una mano en la musculosa espalda. El
corazón se me encogió en el pecho. Daba vueltas, se retorcía y rogaba:
«Déjame salir». Nunca había tenido tanto miedo de hablar con alguien. No
sabía si podría sobrevivir a su dolor.
—Chase.
Él se dio la vuelta y se tiró a mis brazos. Di un paso hacia atrás,
desestabilizándome por el impacto, pero rodeada por él como un tornillo.
Estábamos conectados con cada centímetro de nuestro ser. Estábamos
unidos, como si estuviéramos enchufados, como si yo fuera el cargador y él
absorbiera mi energía. Tenía el rostro cargado de emociones que nunca
había visto. Había tanta vulnerabilidad que parecía que lo habían abierto
con un cuchillo afilado. Las lágrimas me caían por la cara tan libremente
que temía por mi propia cordura. Adoraba a Ronan, pero no lo conocía lo
suficiente como para que su muerte me inspirara tal reacción. Lo único que
sabía era que había dejado a una familia que lo quería de verdad. Eso
significaba que era una persona digna de mis lágrimas.
—Voy a llevarte a casa ahora —susurré.
Negó con la cabeza.
—Hay mucho que hacer.
—No —dijeron Katie y Lori al unísono, y se pusieron en pie.
—No. Todo es burocracia. Nos vemos en unas horas para reagruparnos
—insistió Lori—. Quiero darme una ducha. Quiero recomponerme. Tengo
que contárselo a mis hermanas.
Durante el trayecto en taxi hacia la casa de Chase fuimos en silencio.
Nos tomamos de la mano en el asiento trasero mientras observábamos el
paisaje de Nueva York a través del cristal. Cuando llegamos a su
apartamento, le serví una generosa copa de whisky y él la agarró. Lo senté
en la encimera en forma de U de la cocina y luego me dirigí al baño para
abrir el grifo de la ducha. El vapor que salía por las cinco boquillas cubrió
las puertas de cristal. Coloqué una toalla sobre el calefactor, regresé a la
cocina, le llevé la copa con el resto del whisky a los labios y le pedí que se
lo terminara de un trago. Luego lo arrastré hasta la ducha.
—Llámame si me necesitas.
—No soy inválido —dijo hosco, y luego respiró de forma entrecortada
—. Joder, lo siento. Gracias.
Le preparé algo sustancioso de comer mientras tomaba una ducha. No
era muy buena cocinera, pero sabía que él necesitaba comida reconfortante
de verdad, no una comida para llevar muy elaborada. Se notaba que alguien
que sabía que era un soltero que no frecuentaba la cocina le había llenado la
nevera. Me conformé con chili de ternera con champiñones, berenjenas y
una calabaza que encontré en un frutero de productos ecológicos intacta que
alguien le había regalado y que se encontraba en la encimera.
Leí la receta en el teléfono mientras movía con una cuchara de palo el
chili humeante en una olla. El único ingrediente que faltaba era el pimiento.
Abrí la despensa de Chase para ver si por casualidad tenía especias. Me
detuve. Me llevé una mano al corazón y dejé que el teléfono se deslizara
por mis dedos y cayera al suelo.
Allí estaban las azaleas, escondidas en la oscuridad de la despensa, que
ahora no tenía nada excepto tres humidificadores encendidos. Las azaleas
estaban en plena floración, rebosantes de color en la oscuridad. Los pétalos
de un rosa brillante con los bordes blancos me devolvían la mirada. Di un
paso hacia adelante e incliné con cuidado la planta para ver la marca secreta
que había dejado para asegurarme de que era la misma planta.
Lo era.
«Espacios oscuros, húmedos y cálidos. Las azaleas crecen en ese tipo de
lugares». Eso es lo que le dije aquel día.
Lo había recordado.
No las había tirado ni había dejado que se murieran. Las había cuidado.
Cerré la puerta y anduve hacia atrás a trompicones, luchando por
respirar. Sentía los pulmones diez veces más pequeños que el resto del
cuerpo. Había hecho lo imposible. Había mantenido vivas las flores durante
muchas semanas, vaciando toda la despensa y cuidando las flores a diario.
Chase estaba listo para el compromiso. Lo sabía con cada fibra de mi
corazón. Pero también sabía que estaba afligido y confuso, y que ahora
mismo no era el momento idóneo.
—Oye. —Se oyó su voz detrás de mí. Di un salto y me giré.
—Oh, hola.
—¿Estás preparando algo? —Parecía exhausto mientras se frotaba el
cabello rebelde con una toalla.
—Sí, chili. ¿Tienes hambre?
—Claro, si no está quemado.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el chili estaba, de hecho,
bastante quemado. Para cuando llegué al fogón, una costra negra de alubias
carbonizadas cubría la olla.
Chase asomó la cabeza por debajo de mi hombro para mirar la comida
chamuscada.
—¿Pizza? —suspiré.
Asintió con la cabeza y me tocó el omóplato con la barbilla.
—Con pepperoni y corazones de alcachofa. Como le gustaba a mi
padre.

Chase

Cinco días después, enterramos a papá.


Mamá quería que fuese a los tres días, pero venían familiares de
Escocia, Virginia y California y había que tener en cuenta los distintos
horarios y vuelos. Madison había estado ahí en cada paso del camino, tal y
como había prometido. Había acompañado a mi madre a comprar el ataúd,
había encargado personalmente el arreglo floral para el funeral y había sido
de gran ayuda al recibir visitas en la casa de mi madre y firmar las entregas
de condolencias.
El ataúd de Ronan Black descendió hacia la boca abierta de la tierra en
un día gris de otoño. El funeral fue un gran evento al que asistieron mil
personas, pero pedimos que la ceremonia del entierro fuera exclusiva para
la familia más cercana. Mad estuvo todo el tiempo agarrándome la mano
con la suya, cálida y pequeña. Era una locura que no pudiera besarla cada
vez que quisiera. Enterrarme en ella cuando la vida parecía tan insoportable.
Los días que siguieron al funeral se pegaron como las páginas de un libro
sin leer.
La gente traía comida a nuestra casa, como si alguien tuviera apetito, y,
cuando todo se volvía demasiado real, cuando no podía ofrecer ni una
sonrisa cortés más, Mad se hacía cargo y entretenía a los invitados por
nosotros. Dudaba que hubiera dormido mucho durante aquellos días. Seguía
trabajando a caballo entre la casa y la oficina, y estaba ahí para nosotros
hasta altas horas de la noche.
Una semana después del funeral, nos sentamos juntos a leer el
testamento como familia. Madison había insistido en no tomar parte en esto.
Lo llamó «el lado clínico de la muerte con el que no estaba cómoda». Todos
respetamos su decisión, aunque para entonces la veíamos como una parte
no designada de la familia. Lo cual (yo fui el primero en admitirlo) era otro
nivel de cagada. Quedamos en casa de mi madre. El ama de llaves nos
sirvió cranachan parfait, el postre escocés favorito de papá. Lo comimos
mientras bebíamos el apenas soportable vodka de patata Ogilvy, como a él
le gustaba.
Katie era quien iba a leer el testamento. Era la única hermana de los tres
que no parecía empeñada en matar a alguien si no obtenía lo que quería, así
que era justo.
—Mamá se queda con las propiedades, el veinticinco por ciento de las
acciones de Black & Co. y todas las joyas de la familia. —Katie levantó la
vista del papel y le dio un apretón a mamá en la mano.
—Mierda, solo había venido por el collar de Tiffany. Bueno, ha sido
rápido —dijo Julian, fingiendo levantarse de la silla. Mamá le dio una
palmada en el muslo para que se sentara de nuevo. Compartieron una risa
cansada. Agradecía que Julian volviera a introducir el sarcasmo en la rutina
diaria postpapá, pero yo no estaba de humor para reírme.
Katie volvió la vista al papel, que tembló como una hoja en sus manos.
Se tapó la boca y los ojos le brillaron con lágrimas no derramadas.
—He heredado los vestidos vintage que posee Black & Co. diseñados o
usados por iconos de la moda. El quince por ciento de las acciones de la
empresa… ¡Y el loft! —Pero sabía lo que le estaba haciendo llorar. Los
vestidos. Lo significaban todo para ella. Teníamos un museo Black & Co.
en la parte alta de la ciudad que contenía vestidos históricos famosos que le
encantaban. Cuando era niña, iba allí casi todos los meses. Me preguntaba
si Mad habría estado alguna vez. Me preguntaba si podría llevarla. Me
preguntaba si me lo permitiría.
—Julian, eres el siguiente. —Se inclinó hacia adelante y le dio un
apretón en la rodilla. Si había algo positivo tras la muerte de mi padre era el
hecho de que le habíamos dado una segunda oportunidad a Julian sin
realmente haberla pedido. Se acordó de forma universal y silenciosa que era
un idiota de primera clase que había actuado como un imbécil de
proporciones gigantescas durante los últimos años, pero el karma lo había
jodido tanto (a pelo, sin lubricante) que ninguno de los miembros de la
familia sentía especial pasión por arruinarle más la vida. Déjame corregirlo:
nunca dejaría pasar una buena oportunidad de torturar a Julian, pero ya no
quería arruinarle la vida.
—Julian, tienes el veinte por ciento de las acciones, la propiedad en la
que resides con Amber, el castillo de Edimburgo y la casa de Dundee donde
pasaste la infancia. También hay un mensaje personal. —Se aclaró la
garganta y lo miró con preocupación. Julian agachó la cabeza y cruzó las
manos por encima de ella. Le temblaba la espalda. Estaba sollozando. La
casa de Dundee era un bonito detalle. Ninguno de nosotros sabíamos que
papá la había conservado. Siempre asumimos que, como papá gestionaba la
herencia de Julian, había vendido la casa. Parecía más práctico. Julian
también consiguió más acciones que Katie, prueba de que papá no había
mentido. Realmente consideraba a Julian como un hijo.
Cuando Julian volvió a mirar hacia arriba, tenía los ojos rojos y
húmedos.
—¿Un mensaje personal? —repitió—. ¿Cómo es que tú y Lori no tenéis
uno?
—Lo tuvimos. En privado —explicó mamá desde el sofá—. Tengo el
presentimiento de que lo que tenga que decirte debe ser público y todos los
miembros de la familia deben escucharlo.
—Vale —vaciló Julian—. Vamos a escucharlo.
—Dijo… —Katie se detuvo y frunció el ceño—. Vale, lo voy a decir
palabra por palabra, así que no mates al mensajero: «Querido Julian: ¿qué te
pasa en la maldita cabeza? Tienes todo lo que un hombre podría soñar, ¿y
vas a tirarlo todo por la borda por más trabajo, más dolores de cabeza y más
responsabilidad? Empieza a enfrentarte a las cosas importantes. El dinero,
el estatus y Amber nunca fueron parte de esas cosas. Te quiero, hijo, pero
eres un completo quebradero de cabeza. Si no tienes claras tus prioridades,
estás desterrado del cielo. Me aseguraré de ello. Creéme cuando te digo que
no te gustará la alternativa. Toma decisiones sabias y ama con todas tus
fuerzas. Papá».
Toda la habitación estalló en risas. Era la primera vez que nos reíamos
desde que papá había muerto hacía casi dos semanas. Katie me lanzó una
mirada de reojo y levantó una uña con perfecta manicura como advertencia.
—No estaría tan alegre si fuera tú. Eres el siguiente, hermano.
—Adelante. —Me tumbé sobre el sofá de damasco, bromeando.
—El veinticinco por ciento de las acciones —dijo simplemente Katie.
—¿Eso es todo? —Mamá levantó las cejas. Me hice la misma pregunta
en mi mente, pero obviamente no era lo bastante crío como para decirlo en
voz alta. El otro quince por ciento de las acciones estaba bloqueado por
accionistas externos.
—No, también tienes una nota. —Katie sonrió, disfrutando. Fui el que
menos cosas materiales obtuvo. Lo cual iba conmigo, ya que nunca me
importaron.
Julian me pasó un artículo imaginario por el sofá.
—Su lubricante, señor.
Fingí cogerlo. Como en los viejos tiempos. Cuando era niño.
—Un buen hermano también se ofrecería a aplicarlo —apunté.
—Parece justo, ya que patearte el culo en el ajedrez siempre ha sido mi
hobby favorito.
Nos miramos a los ojos por un instante y luego estallamos en risas.
Katie negó con la cabeza, acostumbrada a las payasadas de sus hermanos
mayores.
—El mensaje de papá dice lo siguiente: «Querido Chase, si estás
sentado aquí sin Maddie bajo el brazo es que me has fallado y, francamente,
a todos los hombres como género. Ve y rectifica la situación de inmediato.
La mujer te devolvió la vida después de años siendo la sombra de tu antiguo
yo. No estoy seguro de lo que hizo o de lo que te pasó para que cambiaras
así, en primer lugar, pero no puedes permitirte dejarla marchar. Con amor,
papá».
Las palabras se hundieron en la habitación y se grabaron en las paredes.
Katie asintió brevemente como si estuviera de acuerdo con sus palabras y
luego continuó.
—Dejé algo para Maddie. Está en la caja fuerte. Por favor, dáselo lo
más pronto posible. P. D.: Si despides a tu hermano, tú también estás
desterrado de la mansión que estoy construyendo en el cielo.
Me giré hacia Julian y le devolví el lubricante imaginario.
—Parece que voy a ser tu jefe por una buena temporada. Creo que
necesitarás un poco de lubricante para eso también.
—Chicos. —Mamá se agarró las perlas como si volviéramos a ser
preadolescentes—. Comportaos.
—Vale —dijo Julian, malhumorado.
—Él ha empezado —murmuré.
Julian se rio y me dio un codazo en las costillas.
Katie nos miró y empezó a reír y a llorar al mismo tiempo. Me sentí
extrañamente obligado a compartir su mezcla de emociones. Le agradecía a
papá que se hubiera despedido de nosotros así. Con una explosión de
humor, por así decirlo.
—Y hay otro mensaje general dirigido a todos nosotros. —Katie se
limpió una lágrima bajo el ojo—. «Querida familia: por favor, no olvidéis
que siempre he sido bastante ingenioso cuando se trataba de cuidar de mí
mismo. No os preocupéis. Dondequiera que esté, estoy bien. Os extraño, os
quiero y os pido amablemente que os toméis vuestro tiempo para uniros a
mí. Con amor, papá».
—Mentira —murmuró mamá—. Nunca sabría cuidar de sí mismo.
Otra ronda de risas.
—Sí, sí sabría. —Julian se rascó la barbilla—. Si el cielo resulta ser una
especie de situación a lo Señor de las moscas, ya sabes que papá sería
Ralph.
«Papá». Otra vez decía papá. Sonreí.
Si nos reíamos así a menos de dos semanas tras su muerte, tal vez
podríamos sobrevivir, después de todo.
Capítulo veintiséis
Maddie

Cuando sonó el timbre, estaba acurrucada en el sofá. Me levanté para


abrir la puerta con Daisy pisándome los talones y ladrando emocionada,
como hacía cuando Chase venía. No habíamos quedado en vernos, pero el
vacío que había sentido al no estar con él hoy, por primera vez en semanas,
me aterrorizaba. Abrí la puerta de un tirón. El pasillo estaba vacío. Me
pregunté cómo había entrado quienquiera que fuera. No había sonado el
timbre del portero automático. Supuse que había sido Layla. Examiné el
pasillo vacío y fruncí el ceño.
—¿Layla? ¿Chase? —Mi voz retumbó en las paredes. Daisy gimió, bajó
la cabeza y golpeó la nariz contra algo que había en el suelo, junto a la
puerta. Miré hacia abajo. ¿Era… una máquina de coser? Parecía antigua.
Pesada. Cara. Una Singer vintage de color negro y dorado. Me agaché, la
recogí y la metí en el apartamento. Tenía una nota pegada. No llevaba caja.
Arranqué la nota.

Maddie:
Crecí en Dundee, donde mi madre era la costurera del barrio.
Presencié de primera mano la forma en la que la ropa transforma
a las personas. No solo visualmente, sino sus estados de ánimo,
habilidades y ambiciones. Cuando me mudé a Estados Unidos,
decidí crear Black & Co. y basé todo el plan de negocios en algo
que aprendí de una pobre viuda que no podía permitirse tener
leche en la mesa. De mi madre.
Esto es lo que Gillian Black me enseñó: si amas lo que haces,
nunca será un trabajo.
Que hagas muchos más vestidos y ojalá que construyas
recuerdos felices con mi hijo.
Ronan Black

Parpadeé con desesperación, tratando de deshacerme de las lágrimas


para poder releer la carta una y otra vez. Ronan había dejado algo para mí.
No sabía por qué me había conmovido tanto. Tal vez porque las
circunstancias me recordaban a mi madre y lo único que pudo permitirse
dejarme fueron cartas. Calmarme me llevó otros veinte minutos y dos vasos
de agua. Busqué el teléfono y le escribí a Chase. Sabía que una persona
normal llamaría, pero mandarnos mensajes era nuestra red de seguridad.
Todavía íbamos con cuidado, tratando de no revelar demasiado lo que decía
nuestro corazón. Los mensajes de texto se podían borrar. Las palabras
habladas se grabarían en nuestra mente para siempre.

Maddie: Gracias por la máquina de coser. ¿Qué tal ha ido el día?


Chase: Sorprendentemente, no ha sido horrible. Creo que Julian y yo
podemos salvarnos.
Maddie: Me alegra oír eso.
Chase: *Leer eso.
Maddie: Ya veo que sigues siendo un idiota.
Chase: Qué bien que me dejaste, ¿no?
Maddie: Eso no es exactamente lo que sucedió.

Todavía no le había contado que había encontrado las azaleas. No me


parecía buen momento para hablar de nosotros cuando él estaba pasando
por algo tan importante en su vida. Por otra parte, me sentía atrapada en un
limbo de sentimientos que no podía desentrañar. La peor parte era que en
realidad no había nada de lo que hablar. Estaba enamorada de Chase Black
y él me había puesto en la friendzone porque yo había insistido en ello.
Porque, aunque había superado la prueba de las azaleas y casi había
despedido a alguien por mí y me había cuidado en muchas más formas de
las que podía contar (para ser honestos, nadie me había cuidado así antes),
elegí creer eso tan estúpido y cobarde que me había dicho una y otra vez.
Que no estaba listo para enamorarse.
«Aunque llevaba semanas sin decírmelo».

Chase: ¿Cenamos mañana?


Maddie: Claro. ¿Chili quemado te suena bien?
Chase: Mi comida favorita.

Era el día del desfile en la Semana de la Moda y tenía los nervios a flor
de piel mientras caminaba de un lado a otro.
—¡Te lo dije! —le gruñí a Sven mientras sacudía el dedo en su
dirección—. Te dije que no podíamos contar con ella. ¿Qué tipo de modelo
no aparece en la Semana de la Moda? ¿De qué agencia te dijo que era?
La modelo no se había presentado. Repito: no teníamos a nadie que
desfilara con el vestido de novia de ensueño que había diseñado. En el que
había puesto toda mi alma y mi corazón.
—Bueno, tiene neumonía. Sé que ya no eres Maddie la Mártir, pero un
poco de empatía no vendría mal. —Sven hizo una mueca.
Me dejé caer en la silla y enterré la cabeza en las manos.
—No puedo creer que esté pasando esto. Era un sueño hecho realidad.
Sven, Nina y Layla (que se había tomado el día libre y me acompañaba
para brindarme apoyo moral) me miraban con una mezcla de fascinación
horrorizada y lástima.
—Bueno —empezó Layla—, siempre puedes desfilar tú con el vestido.
Levanté la cabeza de golpe y torcí el rostro hacia ella, horrorizada.
—¿Qué?
—Tiene tus medidas —dijo Nina en voz baja, cruzando los brazos sobre
el pecho con un encogimiento de hombros.
—Y… bueno, tenemos el vestido. Lo único que necesitamos es una
modelo —terminó Sven, frotándose la barbilla.
—No puedo desfilar con mi propio vestido. —Negué con la cabeza de
forma violenta—. No puedo.
—Técnicamente, sí puedes —dijo Layla.
—Lógicamente, también puedes —señaló Sven.
Miré a los tres con la certeza de que tenía los ojos enrojecidos. Me
temblaban las manos. Odiaba llevarme el protagonismo. Odiaba ser el
centro de atención. Pero también sabía que no había alternativa. Cualquier
otra modelo de este lugar nadaría en el vestido. Era demasiado grande para
una modelo de talla normal.
—Dios. —Cerré los ojos—. De verdad voy a hacerlo, ¿no?
—Eso parece. —Layla me cogió de las manos y me levantó—. Es hora
del espectáculo, chica.

Media hora después, estaba vomitando en un balde detrás del escenario,


con el vestido de boda que yo misma había diseñado. Sven había metido el
dobladillo del vestido para adaptarlo a mi altura y sorprendentemente había
sido fácil de arreglar. El vestido tenía mangas largas hechas de encaje color
crema, un profundo escote en V y una cola de un metro. Los adornos de
satén, las líneas suaves y la espalda desnuda lo convertían en un vestido
memorable o eso es lo que Layla seguía diciéndome.
Me ayudaría saber dónde estaba Sven, mi jefe, en ese momento, cuando
más necesitaba su apoyo. Estaba vomitando el sándwich de pavo bajo en
grasa y beicon que me había tomado para desayunar en un balde que hacía
un momento estaba lleno de botellas de cava frías.
—Por favor, déjame ir al baño. Cada vez siento más náuseas —gemí
dentro del balde, jadeando.
Layla me dio un toquecito en la espalda y Nina me sostenía el balde.
—Ni de coña —oí decir a Nina mientras chasqueaba la lengua con
repugnancia—. El vestido se podría ensuciar en el baño y Sven nos mataría.
No voy a arriesgarme.
—Vamos, al baño solo pueden ir las modelos. Solo puede estar sucio de
restos de cocaína, y es blanca como el vestido. —Layla trató de persuadir a
Nina para que se apartara de su puesto, pero la última negó con la cabeza.
—Lo siento, no puedo permitir que eso suceda. Estoy tratando de
mantener mi puesto de trabajo, para variar.
Levanté la cabeza del balde y miré a mi alrededor. El backstage del
espectáculo de moda estaba a rebosar de coordinadores del evento, modelos
y estilistas. Las demás modelos parecían doblar mi estatura y estaban tan
delgadas que se les distinguían las costillas cuando estaban sin camiseta. Y
ese era el caso en prácticamente la mitad de ellas. Paseaban con tacones
altos y tangas de color carne, hablando entre sí.
—¿Dónde está Sven? —gemí justo cuando una de las asistentas se
acercaba rápidamente hacia nosotras, hablando al micrófono de Madonna
que llevaba mientras me lanzaba un guiño.
—Diez minutos y te toca a ti. Valentino está terminando ahora mismo.
Layla arrastró una silla plegable hasta ponerla detrás de mí, donde me
dejé caer y cerré los ojos con fuerza. No era exactamente un alhelí, pero
exhibirme nunca había sido algo que deseara. Aun así, mis nervios no se
debían únicamente al espectáculo. Chase había estado actuando de forma
extraña durante los últimos días. Y cuando decía «extraña» me refería a
agradable. Oh, había sido muy agradable. Atento, dulce, cariñoso… no era
él. Me preocupaba que estuviera pasando por un ataque de nervios o algo.
Lo que encontraba… horrible. No podía evitar pensar en que algo iba
realmente mal, pero cuando se lo decía, se hacía el sueco. Me gustaba
cuando nos peleábamos, provocábamos y burlábamos el uno del otro. Esta
nueva versión dulce de él me desconcertaba.
—Dejad paso, dejad paso. Hacerse a un lado. Dios, ¿esto qué es?
¿American Horror Story? Es broma, señora Westwood. Me encanta el
personal. Mucho respeto. Los Sex Pistols eran mi grupo favorito en el
instituto. Aunque es cierto que era porque me hacía parecer más guay, la
música no es tan de mi estilo, pero bueno. ¿Ha visto a mi diseñadora?
¿Maddie? ¿Maddie Goldbloom? Cabello corto estilo pixie, expresión de
puro horror en el rostro… Oh, no importa. Ahí está. —Sven soltó una risita
y pasó entre los diseñadores, asistentes y modelos con una taza de café en la
mano. Me agarró del hombro y me levantó de la silla.
Me volvieron a entrar ganas de vomitar mientras me enderezaba.
—Guau. En serio, Maddie, el vestido no es ni la mitad de malo que
pensé que sería. Puedo hasta llamarlo bonito.
Lo miré con escepticismo («con desconsuelo») y asentí con la cabeza.
—Mmmm, ¿gracias?
—Tengo que hablar contigo. —Me sacó de la zona del backstage para
llevarme al pasillo. Un pasillo blanco y estrecho, lleno de puertas que
llevaban a distintas habitaciones.
Estaba pensando en señalar que tenía que salir a desfilar en menos de
diez minutos, pero, a decir verdad, no derramaría ni una lágrima si no me
presentaba a lo que se convertiría en un espectáculo vergonzoso.
Tropecé con mis pies cuando Sven me empujó con demasiada fuerza
hacia el pasillo. No solo era torpe por naturaleza, sino que gracias a mi
ridícula estatura (o, como había dicho Layla tratando de consolarme,
«“estatura graciosa” suena mejor»), tenía que llevar tacones de quince
centímetros, por lo que caminar era tarea complicada y correr, imposible.
—Enhorabuena, han comprado de forma oficial el vestido de novia de
todos los vestidos de novia —dijo Sven con alegría.
—¿Lo han comprado? —jadeé, tratando de mantener el ritmo—. ¿Te
refieres a Black & Co.? Siempre compran nuestra colección. Pensaba que
teníamos un acuerdo de tres años con ellos.
—No, no ha sido Black & Co. Ha sido un comprador privado.
—¿Cómo lo ha comprado un comprador privado? Todavía no está a la
venta. E incluso si así fuera, nadie lo ha visto. Esa es la razón por la que
estamos aquí. Para mostrarlo por primera vez.
—Sí, bueno, el comprador está seguro de que le gustará el vestido.
—¿Qué hay del compromiso con Black & Co.?
—Hemos encontrado una laguna en el contrato. El dinero era demasiado
bueno para rechazarlo.
—Pero… —empecé.
—El vestido está vendido. Ese no es el problema —me interrumpió
mientras se movía rápidamente. Estábamos alejándonos del backstage y
entrando en algún tipo de planta de oficinas.
—¿Cuál es el problema?
Traté de regular la respiración. Oh, demonios. ¿Y si lo había comprado
alguna celebridad? ¿Y si la celebridad no quería que nadie más lo viera para
tener la exclusiva y mostrarlo? ¿Y si se cancelaba el desfile y podía seguir
con el día y ver el espectáculo desde el banquillo? Ya podía imaginarme a
Dua Lipa en la portada de la revista OK! con el vestido puesto (¿estaba
saliendo con alguien ahora?) y mareándome con la noticia. Se me hinchó el
pecho de orgullo.
—El comprador tiene una petición inusual. —Sven finalmente se
detuvo. Estábamos bastante lejos del backstage como para que nos vieran,
de pie frente a una puerta de madera blanca.
Me coloqué varios mechones de pelo suelto detrás de la oreja. Sven me
apartó las manos de un manotazo.
—No has estado sentada durante cuarenta minutos mientras te rizaban
el pelo solo para poder echarlo a perder un segundo antes del espectáculo.
«¿Eso quiere decir que voy a salir? ¿Qué ha pasado con mi sueño con
Dua Lipa?».
—¿Cuál es la petición? —resoplé, cansada de secretismos.
—Bueno… —Sven miró a su alrededor, un poco inquieto—, tendrás
que preguntárselo al novio.
—¿Al novio?
Sven abrió la puerta que había frente a los dos y, de la impresión,
tropecé hacia delante con los tacones. Un par de manos grandes y seguras
me sujetaron en el último instante.
Chase.
Chase estaba sosteniéndome.
No solo me estaba sosteniendo, sino que me contemplaba clavándose en
mis ojos con una mirada azul grisácea brillante, llena de picardía y calidez
desgarradora que nunca antes había visto en él.
—Hola —suspiró.
—¿H-hola…?
Me puse en pie, consciente de que probablemente el aliento me olía a
vómito y miré a mi alrededor. Todos estaban aquí. Bueno, todos los que
conocía de Nueva York. Lori, Katie, Julian, Clementine, Sven, Ethan
(«¿Ethan?»), Grant, Francisco y todos los compañeros de trabajo con los
que tenía más relación. Nina y Layla entraron justo cuando tomé nota de las
personas que había en la habitación. Aparentemente, nos habían seguido (a
Sven y a mí) todo el tiempo.
Miré a Chase y a Sven mientras trataba de obligar a mi corazón a que no
se saliese del pecho. Tomar conclusiones apresuradas podría destrozarme.
Además, conocía a Chase desde hacía poco más de un año. De acuerdo,
había sido uno de los años más intensos de mi vida.
—¿Tienes una petición que hacerme? —Mi boca desafió a mi cerebro
mientras pronunciaba las palabras. Por dentro, le estaba rogando que fuera
el novio. O… que no lo fuera. ¿Y si se iba a casar con otra? ¿Y si
finalmente iba a seguir el plan de complacer a la familia, pero con otra
chica? ¿Era esa la razón por la que había estado tan amable y raro conmigo
esta semana?
Dios, ¿y si era Ethan el que iba a casarse con Katie y yo me había
precipitado? La cabeza me daba vueltas. Necesitaba sentarme. Chase asintió
brevemente con la cabeza. Necesitaba más. Necesitaba palabras.
—Por favor, di algo —supliqué con la boca seca como un zapato—. Lo
que sea. Me estoy volviendo loca.
Chase se rascó una ceja. Algo muy mundano, pero nunca le había visto
hacerlo antes. Parecía inseguro o reflexivo.
—Llevas planeando tu boda desde el día en que naciste. Lo sé porque se
lo pregunté a tu padre. Se lo pregunté porque la semana pasada fui a
Pensilvania para quedar con él. Quedé con él porque he estado intentando
averiguar por qué eres como eres. Y creo que lo he conseguido.
—Ah, ¿sí? —Parpadeé.
—Eres de las que les gustan las declaraciones públicas de amor. Quieres
el cuento de hadas enrevesado, multicolor y a lo grande. No sé si hay algo
más público que lo que estoy a punto de hacer aquí.
Sven aplaudió emocionado desde la esquina de la habitación, saltando
arriba y abajo.
—Está canalizando al Hugh Grant que lleva dentro. He venido justo por
eso.
Chase le lanzó una mirada y luego se giró hacia mí.
—Solo me preguntaba si… —Me recorrió el escote del vestido con la
mirada y una sonrisa torció sus labios. Como si hubiera encontrado el
equilibrio. Necesitaba que hiciera eso. Encontrar el equilibrio. «Habla».
—¿Si…? —Traté de mantener la voz neutra.
—Si podía ser el capullo con suerte de destrozar esta obra de arte con
los dientes mientras estoy borracho y completamente enamorado de ti en
nuestra noche de bodas.
—Oh —susurré.
—Oh —repitió con una amplia sonrisa—. También me pregunto si
podría ser el hombre que te sostenga el cabello mientras vomitas y no ser la
razón por la que cojas una estúpida borrachera, en primer lugar.
La respiración se me atascó en el pecho. Eso me recordó que tenía un
aliento terrible. Como si me estuviera leyendo la mente, Layla me pasó dos
chicles y luego dio un paso atrás. Me los metí en la boca. «Menta». Chase
continuó.
—Me pregunto si podríamos hacernos fotos de compromiso juntos en
algún lugar que no oliera a los ochenta, tal vez sin tener que preocuparme
de que vas a salir de allí para quedar con algún idiota con corbata graciosa y
mallas; sin ofender, Ethan. —Se giró y le guiñó un ojo a
miexloqueseaquefueseenesemomento.
—Nada, nada. —Ethan se encogió de hombros al lado de Katie y le
agarró la mano. Me reí mientras lloraba. Era la mejor peor propuesta de
matrimonio que había escuchado, y Chase aún no había terminado.
—¿Quieres saber qué más me estoy preguntando? —Levantó una ceja.
—Me muero por saberlo. —Me reí entre lágrimas.
—Me pregunto si podrías mirarme igual que la primera vez que nos
vimos. Como si fuera una posibilidad real. Con un potencial puro de ser
algo que deseabas para ti. Quiero serlo todo para ti hasta que traigamos al
mundo réplicas de ambos y nos convirtamos en sus esclavos, porque tú
deseas tener hijos y toda esa mierda.
Reí. Y lloré. Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras lo
contemplaba. Un hombre esperanzado, juvenil y elegante, con una altura
imperial, el cabello negro como el alquitrán y los ojos brillantes que nunca
eran del mismo color y siempre me mantenían alerta. Me tomó de la mano.
Estaba temblando y, por alguna razón, eso me descompuso.
—En resumen, me pregunto si, ya que tienes el vestido de novia cosido
a tu medida y unas flores que mantuve vivas para ti (por cierto, fue muy
jodido mantenerlas vivas), tal vez quieras casarte conmigo. Porque,
Madison —Le brillaban los ojos con picardía, emoción y la promesa de
hacer que mi futuro fuera más brillante—, te llamé Mad, ‘loco’, porque
estaba loco por ti y ni siquiera me di cuenta hasta que te alejaste de mi vida.
Después de eso, seguí pensando en qué forma y con qué razones podría
ponerme en contacto contigo. Durante meses, me convencí de que no eras
más que un sarpullido que quería rascar, y la enfermedad de mi padre me
ofreció una estúpida excusa para ir a por ti y saber lo que pasaría. Joder, te
quiero, Goldbloom. Me ablandas —dijo bruscamente mirando hacia abajo,
hacia los dedos entrelazados—. Pero, ya sabes que no en todas partes.
La habitación estalló en risas. Era tal la adrenalina que corría por mis
venas que estaba temblando de arriba abajo. La risa me parecía miel en la
garganta. Así que esa era la razón por la que había estado tan raro
últimamente.
La asistenta con el micrófono de Madonna irrumpió en la habitación
agitando histéricamente el iPad que llevaba en la mano.
—¡Ahí estás! Eres la siguiente. ¡Venga!
Todo el mundo dirigió su atención hacia ella. Layla empezó a empujar
la puerta y la cerró en su cara.
—Venga te voy a dar yo si no te marchas. Estoy presenciando la cosa
más romántica del mundo aparte de El guardaespaldas con Whitney
Houston y no me lo vas a echar a perder —dijo enfurruñada y mirando en
nuestra dirección—. Y supongo que a ellos tampoco.
—Entonces, ¿qué dices? —Chase me miró a la cara con impaciencia.
Metió la mano en el bolsillo trasero para sacar un anillo. Le coloqué la
mano en el brazo para detenerlo.
—En realidad… —Me mordí el labio inferior y miré de reojo a Layla,
que tenía los ojos abiertos de par en par y me hacía señales para que le diera
el sí quiero—. No vendí el anillo. No me atreví a hacerlo. Sabía que no era
real, me refiero al compromiso, pero, para mí, fue real. Una gran parte del
tiempo, de hecho. Así que… me lo quedé.
—¿Te quedaste el anillo? —preguntó estupefacto.
Asentí con la cabeza. Era vergonzoso. Pero tal vez no tanto como pedir
matrimonio a alguien en una habitación llena de personas a las que conocías
cuando ni siquiera estabais oficialmente juntos.
—Y todas las veces que borrabas mensajes de texto… —No acabé la
frase.
—Te decía que te quería —terminó—. ¿Y cuando lo hacías tú? —Ladeó
la cabeza hacia un lado.
Me reí, y tuve que secarme las lágrimas. Al diablo con el desfile de
moda.
—Ídem.
La asistenta volvió a llamar a la puerta y asomó la cabeza.
—Croquis debería haber empezado hace ocho minutos. Solo para que lo
sepas. Alguien está a punto de ser despedido.
—Sí —estalló Chase—. Y serás tú porque yo soy el director de Black &
Co., el patrocinador oficial de este evento. ¡Ahora, lárgate!
Ahí estaba. El hombre del que me había enamorado contra viento y
marea. Y contra toda razón. Y… no tenía sentido negarlo, ni lógica.
Teníamos que terminar esto, lo sabía, pero no quería que acabara este
momento.
—No quiero que sientas que estás cediendo a mis términos —dije
suavemente—. Podemos esperar, si quieres.
—¿Ceder a tus términos? —Frunció el ceño con una expresión de
completo horror—. No estoy haciendo esto para complacerte, Madison.
Estoy haciéndolo para complacernos. Me haces feliz. Bañarte con regalos,
amor y orgasmos me hace más feliz.
Oí a Ethan gemir, a Layla chillar y a Sven suspirar soñadoramente. Me
mordí el labio inferior para reprimir una risita.
—Entonces, sí —dije—. Sí, quiero casarme contigo, Chase Black.
Iba a rodearle los hombros con los brazos como siempre había
imaginado. Como en las películas. Pero me levantó en brazos al estilo de las
lunas de miel y abrió la puerta de una patada. La asistenta casi salió volando
hacia atrás del impacto. Él corrió por el pasillo mientras yo me reía con la
cara enterrada en su pecho e inhalaba su particular aroma. Minutos después,
irrumpió en la pasarela conmigo en brazos mientras yo daba patadas de
forma juguetona con el vestido de boda. El rótulo de Croquis estaba detrás
de nosotros y brillaba con luces de neón.
Los proyectores nos apuntaban. Filas y filas de periodistas de moda de
aspecto serio, famosos, personalidades de los medios y otros diseñadores
nos miraban. Disparaban las cámaras. La gente silbaba, se reía y aplaudía.
¿Y Chase? Sonreía a todos con esa sonrisa despreocupada que podía
derretirme hasta convertirme en un charco de agua.
—Me llamo Chase Black y soy el director ejecutivo de Black & Co.
¿Quieren ver mi creación nupcial favorita para esta temporada? —preguntó
mientras me dejaba en el suelo con suavidad. El vestido se hinchó en la
parte inferior y sentí que todos los ojos me abrasaban el cuerpo mientras
recorrían el vestido con la mirada—. Aquí la tienen.
Epílogo
Chase

Seis meses después

Querido Chase:
Cuando estuvimos en los Hamptons y estabas ocupado
discutiendo con Julian, y tu madre, tu hermana, Amber y Clemmy
estaban ocupadas comprando en el centro, Maddie vino a verme a
la biblioteca. Lo consideré un movimiento audaz, ya que éramos
unos completos extraños y yo, esencialmente, era su jefe.
Madison me explicó que su madre le escribía cartas durante el
proceso de su lucha contra el cáncer para inmortalizar sus
sentimientos hacia su hija después de su muerte. Naturalmente,
sus palabras me interesaron. Le pedí a Madison si podía
mandarme por correo electrónico copias de esas cartas. Me dijo
que sí. Pasé muchas noches leyendo las cartas que Iris Goldbloom
le dedicó a su hija. Sospecho que era una buena mujer.
He tratado de escribiros muchas cartas a ti, a Julian, a Kate y a
Clementine. Pero, a decir verdad, expresar mis sentimientos en
palabras nunca ha sido mi fuerte. Supongo que soy más el tipo de
hombre que no dice nada. Hasta hoy. Por fin he encontrado algo
que merecía la pena escribirte. Algo que no me parecía mundano
o completamente aburrido.
Hoy he averiguado que tu relación con Madison fue una farsa.
Que, en parte, lo hiciste para tranquilizarme. El hecho de que
hayas hecho todo lo posible para darme tranquilidad me
conmueve.
Te quiero.
Estoy orgulloso de ti.
¿Y tu compromiso con Maddie? Aunque pensaste que todo
tenía que ver conmigo y nada contigo, el día que se te iluminaron
los ojos en los Hamptons cuando apareció para aquella cena
tardía supe que era tuya.
Trátala bien. Cuida de tu madre. Protege a tu hermana. Ayuda
a criar a tu sobrina.
Oh, y no trates de matar a tu hermano.

Con amor,
Papá

Me metí la carta de mi padre en el bolsillo del pecho antes de ajustarme


la pajarita frente al espejo de la pequeña habitación con el empapelado
amarillo anticuado. Estaba elegante con un traje negro de Black & Co.
—¿Sabes lo que más me aturde? —preguntó Grant a mi lado, pasándose
la mano por el cabello. Obviamente, mi padrino quería estar guapo frente a
la dama de honor, también conocida como Layla. Todavía no había
superado que lo hubiera rechazado. Dudaba que esa palabra estuviera en su
vocabulario.
—¿Mi perversa belleza? —repliqué con ironía. Por el rabillo del ojo, vi
a Julian negar con la cabeza, agacharse y ajustarle la corona de flores a
Clementine. Era la niña de las flores, y menuda flor era. Mad le había
diseñado un vestido especialmente para ella después de mucha consulta y
alboroto y en la que se sugirió que fuera Clementine quien hiciera los votos.
—Tontos —murmuró Julian con una sonrisa en la cara—. No te cases
nunca, Clemmy.
—Oh, pero quiero hacerlo, papá. —Abrió los ojos como platos—. Con
Chase.
Grant se echó a reír y se giró hacia mí.
—Lo que me aturde es que Maddie decidiera casarse contigo aun
sabiendo el tipo de arrogante, engreído y arp… —Grant estaba a punto de
terminar la frase, pero la mocosa levantó la cara y lo miró con expectación.
Estaba muriendo porque alguien la cagara y echara un billete de cinco
dólares en la hucha de las palabrotas. Contaba con comprarse una bicicleta
de Barbie para Navidad.
—Basta ya, buen señor —advirtió Julian.
Clementine vaciló.
—Arpa —terminó Grant—. ¿Sabes que tu tío toca el arpa, Clem? —Se
giró hacia donde estaba ella, de pie junto a la cama, mostrándole una
sonrisa deslumbrante.
—No. —Entrecerró los ojos, escéptica—. No sabe.
—Huelo a desafío —comenté.
—Creo que lo que hueles es la suela de mi zapato en tu culo por llegar
demasiado tarde. —Layla asomó la cabeza por mi suite. Y cuando decía
suite, me refería al dormitorio principal del señor Goldbloom.
Sí, me iba a casar en una casa unifamiliar de Pensilvania.
No, no estaba loco. Al menos no de forma clínica.
—Estás guapa, Layla. —Grant saludó a su exrollo de pelo verde.
Ella le dedicó una sonrisa franca.
—Igualmente, Grant. ¿Cómo te trata la vida?
—Mejor de lo que lo trataste tú —murmuré mientras bebía el whisky y
vaciaba la copa de un trago. Layla tomó a la mocosa de la mano y la dirigió
a la suite de la novia (es decir, el dormitorio de la infancia de Mad). Grant y
Julian me acompañaron al altar del patio trasero. Julian iba el primero en la
fila detrás de mí, y luego Grant. Detrás de ellos estaban todos los hombres
del barrio con los que Madison se había casado de mentira. Layla pensó que
sería divertido invitarlos. Yo pensé que el sentido del humor de Layla era
pésimo, pero me porté bien porque sabía que a Mad le encantaría. Detrás de
Grant estaban Jacob Kelly, Taylor Kirschner, Milo Lopez, Aston Giudice,
Josh Payne y Luis Hough.
A diferencia de Madison, mi única expareja que había acudido era
Amber, que estaba sentada en una de las sillas blancas plegables frente al
arco nupcial, con las gafas de sol puestas, resoplando mientras bebía de una
copa de vino espumoso y se quejaba de la falta de cava francés. Mad había
querido que el evento fuera muy modesto. Mi novia mártir iba a donar la
mayoría del presupuesto de la boda para la investigación del cáncer. Mi
madre y Katie estaban sentadas al lado de Amber, que había asistido por el
mero hecho de quedar bien con los Black. No parecía justo que la mocosa
sufriera solo porque las cosas no habían funcionado entre Amber y Julian.
Ethan agarraba la mano de Katie, y me hizo una señal con el pulgar hacia
arriba. Seguía sin aprobar las mallas de correr y las corbatas de Dora la
exploradora, pero ya no me importaba lo que se ponía.
Katie llevaba cuatro meses saliendo en serio con Ethan. Dos meses
después de la muerte de papá, Ethan le pidió salir. Hasta entonces, solo
había estado allí para ella de forma emocional, pero veía que se moría de
miedo de quedarse otra vez en la friendzone. De hecho, fui yo quien le dijo
que sellara el trato con ella antes de que Katie se diera por vencida con él.
Ahora estaban preparando su primera (entera, no media) maratón juntos.
A mi madre también le iba bien, a pesar de las circunstancias. Ayudaba
que Mad y Clementine estuvieran a su lado y que Julian se hubiera acercado
más a ella después del divorcio para tratar de encontrar el equilibrio como
padre tras conseguir la custodia compartida de la mocosa.
Amber estaba introduciendo poco a poco en la vida de Clementine a su
padre biológico. Hasta la fecha, era algo incómodo, pero la mocosa nos
tenía a nosotros cuando las cosas se volvían demasiado raras.
Después estaban Sven, Francisco y su nueva hija adoptada, Zooey,
sentados en primera fila. Iban vestidos a juego con conjuntos negros y
movían la mano regordeta de Zooey en mi dirección con sonrisas
entusiastas. La adopción había finalizado hacía tres meses y no podía haber
llegado en mejor momento. Mad y yo discutíamos sobre quién se iba a
mudar al apartamento del otro. Sven señaló que probablemente necesitaría
ayuda con el bebé, por lo que Mad cedió y se mudó conmigo. En los
últimos meses se habían hecho íntimos, desde que Mad había defendido su
diseño para el vestido de novia de ensueño y se había convertido en su
igual.
Yo había pagado el diseño y el mobiliario de todo el dormitorio de
Zooey por ese pequeño favor.
El pastor que había junto a mí se movió y me sacó de mi
ensimismamiento. Soltó un leve grito ahogado y, cuando levanté la mirada,
ahí estaba ella. La mujer de mis sueños con el vestido de sus sueños. Las
palabras se quedaban cortas para ese momento. Le dediqué una sonrisa
mientras caminaba hacia el altar escoltada por su padre, Clementine tiraba
flores de luna hacia atrás de la cesta decorada y Layla agarraba el dobladillo
de la cola. Mad se detuvo a mi lado y me premió con una de sus magníficas
sonrisas.
Una sonrisa que hizo que el mundo se detuviera.
Agaché la mirada a punto de contarle cualquiera de las quinientas mil
cosas que se me pasaron por la mente. Que estaba tan jodidamente deliciosa
con ese vestido que había sido un gran éxito en la Semana de la Moda de
Nueva York, y que ya se habían vendido treinta mil vestidos
aproximadamente y se había convertido en el segundo vestido más popular
de Croquis. Quería decirle que la amaba. Mucho, muchísimo. Pero, antes de
eso, Mad se dio la vuelta, abrió la mano y esperó a que Layla le pusiera el
teléfono en la palma.
Todos los asistentes se quedaron boquiabiertos y escandalizados. Estaba
escribiendo un mensaje de texto. ¡Ahora!
Mad empezó a mover los dedos por la pantalla mientras escribía, con
una leve sonrisa en la cara. La observé, así como el resto de los invitados.
El pastor se aclaró la garganta, tratando (sin éxito) de llamar su atención.
Me sonó el teléfono en el bolsillo un segundo después. Lo saqué. Abrí el
mensaje.

<Maddie ha eliminado un mensaje del chat>


Chase: Oh, no, no lo has hecho.
Maddie: Ataque de pánico.
Chase: Tócame el botón del pánico.
Maddie: Cada vez más lejos de casarme.
Chase: Escúpelo. ¿Qué has borrado?
Maddie: ¿Me prometes que no vas a asustarte?

La miré y levanté una ceja a modo de: «¿Nos conocemos siquiera?».


Ella volvió a agachar la mirada y escribió.

Maddie: Estoy embarazada.


Chase: ¿Es mío?
Maddie: ¿¡Lo dices en serio?!

Levantó la mirada, se puso de puntillas y me dio una colleja. Me reí


mientras la tomaba en brazos frente a un estupefacto pastor. E invitados. Y
el harén de chicos con los que se había casado cuando era más joven.
—Entonces, ¿por qué demonios iba a asustarme? —le murmuré muy
cerca de sus labios, maldita sea la decencia. Ella me rodeó con los brazos.
La multitud rio.
—Se te ven los cuernos, señor Black.
—Eso —le susurré en la boca, mientras le atrapaba el labio inferior
entre los dientes y tiraba de él, hablando lo bastante bajo como para que
nadie nos oyera— es por ti. Siempre tengo el cuerno preparado.

1 de enero de 2002

Querida Maddie:
¿Puedes hacerle un favor muy extraño a tu madre? Cuando
llegue el momento, cásate con un hombre con el que puedas
reírte. No tienes ni idea de lo importante que es hasta que llegan
esos días tristes y lo único que los mejora es alguien que te ponga
una sonrisa en la cara.
El día de tu boda, hazlo sudar un poco. Asegúrate que se le
para el corazón una o dos veces. A ver si se lo toma con calma. Si
es así, es que vale la pena (pero ya deberías saber eso. Ja).

Con amor,
Mamá

Maddie
Ocho meses después

—Te odio mucho. —Agarré a mi marido por las solapas de la blazer


mientras lo zarandeaba desde mi posición de desventaja en la cama del
hospital. Se podría decir que no estaba sudando, sino goteando. Parecía que
acababa de salir de la ducha sin secarme con la toalla. Por no mencionar
que estaba a punto de sacar a un humano de mi cuerpo. Sí, era consciente de
que muchas mujeres del mundo lo hacían cada día, muchas de ellas sin
acceso a asistencia médica occidental. Pero, en mi defensa, ninguna de esas
mujeres estaba casada con Chase Black.
—¿Eso es un no? —Chase frunció el ceño mientras se enderezaba y
daba un paso atrás, antes de que le sacara el ojo con el objeto más cercano.
—No, no quiero acelerar el proceso teniendo sexo contigo. No funciona
así. ¡Ya he dilatado cuatro centímetros!
—Yo tengo al menos veinte centímetros más que puedo meter en tu…
—No termines la frase. —Señalé con un dedo en su dirección. Él
levantó las manos a modo de rendición y dio otro paso atrás.
Layla entró corriendo en la habitación con apariencia cansada.
—Vale, solo quería que supieras que Daisy está con la cuidadora de
perros… —Se detuvo y nos miró a Chase y a mí—. Lo siento, todavía sigo
sin creerme que tenga que decir esto con cara seria. Y te he regado las
plantas, lo que significa que están todas vivas.
Daisy lo estaba haciendo increíble. No había vuelto a mearse en los
zapatos de nadie desde que Chase y yo habíamos vuelto. Aparentemente, lo
único que tenía que hacer para librarla del desagradable hábito era dejar
entrar al hombre correcto. Abrí la boca para decir algo, pero Layla me hizo
señas para detenerme.
—Sí, incluida la azalea de la despensa. Dios, y pensar que esa despensa
gigante podría tener un buen uso. ¿Cómo lo está haciendo el pequeño
Ronan?
—Todavía está dentro de mi cuerpo. —Señalé mi enorme barriga.
—Cabrón con suerte —murmuró Chase. Layla le dio un codazo. Yo me
reí. Los últimos ocho meses habían sido un sueño. ¿Quién iba a saber que
este hombre diabólicamente hermoso con esa boca que deseaba golpear y
besar al mismo tiempo podría ser tan buen marido? Habíamos caído en una
cómoda rutina cargada de familia, amigos y risas. Habíamos pasado mucho
tiempo con Zooey, Sven y Francisco, así como con Clemmy, que estaba
obsesionada con el vestido de la niña de las flores y, siguiendo mis pasos,
había obligado a un compañero de clase a casarse con ella durante una
quedada para jugar. Ronan parecía una perfecta adición para una familia
muy grande y llena de amor.
Me golpeó otra contracción. Parecía que alguien hubiera cogido un
fósforo y lo hubiera encendido en la zona baja de mi espalda. Hice una
mueca y agarré la sábana hasta el punto de que los nudillos se me pusieron
blancos. Una de las enfermeras (Tiffany, una mujer pelirroja de unos
cincuenta años) entró en la habitación y Layla supuso que la estancia ya
estaba muy llena, por lo que la saludó mientras se marchaba de allí. La
enfermera se asomó por debajo de la sábana que me cubría las piernas.
—Sí, ya está listo para su gran entrada al mundo. De acuerdo, sigue
respirando. —Me dio una palmadita en la rodilla. Nunca había entendido
esa expresión. ¿Alguien dejaba de respirar de forma voluntaria?
¿Especialmente cuando daba a luz?
Tiffany se marchó de la habitación, llamó al doctor y luego volvió a
asomar la cabeza por la puerta.
—¿Qué va a hacer? ¿El papá se va a quedar en el parto?
Chase y yo intercambiamos una mirada. Habíamos planeado todos y
cada uno de los detalles del nacimiento (la bolsa de viaje que habíamos
preparado juntos cuando estaba de siete meses, las clases de preparación al
parto que habíamos tomado, el plan de lactancia…, pero nunca habíamos
hablado de si se quedaría a mirar o no).
—Lo que tú digas. —Se aclaró la garganta. Nos miramos a los ojos. Por
un instante, pensé que sacaríamos los teléfonos para hacer el antiguo baile
de bromas. Entonces, mi marido me sorprendió cogiéndome de la mano—.
Por favor.
Y lo supe.
—Sí —sonreí—. Se queda.
Cuarenta y cinco minutos después, Ronan llegó al mundo llorando a
todo pulmón. Tenía los mismos ojos azules brillantes y plateados de Chase,
mi cabello castaño miel y dos puños cerrados con unas uñas curiosamente
largas. Era como un bebé dragón. Me reí y lloré cuando Tiffany me lo
colocó en el pecho desnudo. Porque sabía que era un regalo de mamá y de
Ronan.
De hecho, eso fue lo único que le dije al bebé Ronan en la primera carta
que me senté a escribirle cuando me enteré de que estaba embarazada. Una
de muchas que tenía la intención de escribir. Le dije que era un regalo
precioso y maravilloso que se suponía que no debía ocurrir. Que su padre y
yo habíamos tenido cuidado (yo me había tomado la píldora todos los días).
La semana en la que el fabricante de mis píldoras anticonceptivas se
disculpó por las pastillas defectuosas, me di cuenta de que tenía un retraso
de semana y media. La idea de estar embarazada no se me había pasado
antes por la cabeza, por lo que nunca estaba atenta a las fechas.
Me hice una prueba de embarazo. Dio positivo.
Chase y yo estábamos prometidos para casarnos. Pero todavía no
habíamos hablado de la otra palabra con C: críos. Recordé el momento en el
que lo averigüé. Estaba sentada en el retrete cerrado del aseo de Croquis,
ironías de la vida era el mismo en el que Chase y yo habíamos tenido sexo
meses atrás, mirando las dos líneas azules y luego mirando al techo y
sonriendo al cielo.
—Touché, Ronan y mamá. —Negué con la cabeza—. Touché.
Ahora tenía un hijo. Alguien a quien amar. A quien escribirle cartas. A
quien ver crecer.
Observé a Chase mientras lo cogía en brazos, envuelto como un burrito,
con su pequeño gorro a rayas. Mi marido le sonrió y el corazón se me
hinchió.
—¿Que cómo me dijo que sí? Bueno, Ronan, esa es una historia
divertida. Déjame que te la cuente…
Agradecimientos

Dicen que escribir es un trabajo solitario y, a pesar de que estoy


totalmente de acuerdo con esa afirmación, es muy gratificante ver tu
nombre en la portada de un libro y enorgullecerte de que hayan reconocido
tu esfuerzo.
Este libro, sin embargo, es el fruto del trabajo de muchas mujeres
maravillosas y me gustaría aprovechar esta oportunidad para agradecérselo
de forma adecuada.
En primer lugar, muchas gracias a mi agente, Kimberly Brower. Este
año quería hacer algo distinto y has logrado que suceda. No podía haber
pedido una mejor copiloto para navegar por el mundo editorial.
A mis editoras de la editorial norteamericana Montlake Publishing,
Lindsey Faber y Ahn Schluep. Muchas gracias por el increíble trabajo, la
alucinante experiencia y la excelente atención al detalle. Saber que Chase y
Maddie estaban en unas manos tan capaces hizo que el proceso fuera
impecable.
Quiero dar las gracias en especial a mi asistenta personal, Tijuana
Turner, y a las lectoras beta, Sarah Grim Sentz, Vanessa Villegas y Lana
Kart. Chicas, sois mi tribu.
A mis mejores amigas escritoras, Charleigh Rose, Parker S. Huntington,
Ava Harrison y Helena Hunting. Me inspiráis. Gracias por sostener mi
mano en todo este proceso.
A mi estupendo equipo callejero y al grupo de Facebook Sassy
Sparrows: ¡chicas, sois las mejores! Lo he dicho antes y sigo diciéndolo: me
empujáis a mejorar en lo que hago.
A mi marido y mi hijo, que tienen una paciencia infinita. Gracias por ser
comprensivos cuando me sumerjo en un universo paralelo a pasar el rato
con mis personajes.
A las blogueras y bookstagrammers que hablan de mis libros
constantemente. No puedo describir con palabras lo agradecida que estoy
por el tiempo y el esfuerzo que ponéis en vuestra pasión. Sois verdaderas
artistas.
Hay muchas otras personas que han contribuido a que este libro saliera
a la luz. Yamina Kirky, Marta Bor, Amy Halter, Ratula Roy y muchas más.
Por desgracia, no recuerdo a todas a las que tengo que dar las gracias al
escribir este apartado. Por favor, tened piedad si no os he incluido aquí pero
lo debería haber hecho.
Por último, me gustaría daros las gracias a vosotros, mis lectores. Doy
gracias al cielo por teneros todos los días. Escribir es un privilegio. ¿Poder
pagar las facturas con la escritura? Bueno, eso es poco menos que un
milagro.
Gracias.

Con todo mi amor,


L. J. Shen
Notas
(Todas las notas son de la traductora)

Lorde: es una cantante neozelandesa. Lord también es «Señor, Dios» en


inglés.

TED: (Tecnología, Entretenimiento, Diseño). Conferencias que se dan


por todo el mundo sobre un amplio espectro de temas.

Atticus: poeta urbano muy conocido en Estados Unidos.

Pho: sopa típica vietnamita.

Jerry Springer:  programa conocido por mostrar historias de personas


reales pero extrañas, semejantes a las que se ven en las telenovelas:
infidelidad, engaños y, a veces, violencia.

Ricki Lake: programa que trata temas sensacionalistas y personales.

Sobre la autora

L. J. Shen es una autora best seller internacional de romántica


contemporánea y New Adult. Actualmente, vive en California con su
marido, su hijo y su gato gordinflón.
Antes de sentar la cabeza, L. J. viajó por todo el mundo e hizo amigos
en todos los lugares que visitó, amigos que no tendrían problema en afirmar
que siempre se olvida de sus cumpleaños y que nunca envía postales por
Navidad.
Le encantan los pequeños placeres de la vida, como pasar tiempo con su
familia y sus amigos, leer, ver HBO o Netflix. Lee entre tres y cinco libros a
la semana y cree que los Crocs y los peinados ochenteros deberían estar
prohibidos.
Gracias por comprar este ebook. Esperamos que hayas
disfrutado de la lectura.

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