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Coordinadoras
Salud Adelaida Flores Borjabad
Rosario Pérez Cabaña
2021
NUEVOS RETOS Y PERSPECTIVAS DE LA INVESTIGACIÓN EN LITERATURA,
LINGÜÍSTICA Y TRADUCCIÓN
ISBN 978-84-1377-325-4
INTRODUCCIÓN ............................................................................................... 20
SALUD ADELAIDA FLORES BORJABAD
ROSARIO PÉREZ CABAÑA
SECCIÓN 1
LITERATURA, CULTURA Y PENSAMIENTO
RESUMEN
Este proyecto busca analizar la incorporación del espacio de Madrid al estudio de la
literatura autobiográfica del mundo hispano en las tres primeras décadas del siglo XX.
Para ello, propongo que los escritores hispanoamericanos que fueron testigos del cam-
bio de siglo en Madrid construyeron imágenes de esta ciudad que se convirtieron en
valiosas herramientas para ganar y acumular capital simbólico en el campo panhispá-
nico de la producción cultural. Estas representaciones quedaron insertas en diferentes
discursos sobre las relaciones postcoloniales y las asociaciones culturales que incluían
desde críticas de los escritores latinoamericanos al perfil todavía provincial de Madrid
en contraste con otras grandes ciudades del mundo hispano, hasta polémicos y fallidos
intentos de los escritores europeos de anclar de nuevo el centro perdido de la cultura
hispana transatlántica en Madrid.
Para este ensayo me centro en estos aspectos analizando el tercer volumen de las me-
morias de Enrique Gómez Carrillo La miseria de Madrid, un texto escrito veintinueve
años después de su estancia en la capital. Mi hipótesis parte de dos supuestos: el autor
salda cuentas con la ciudad que no fue capaz de valorar su fuerza creativa al tiempo
que reivindica su cosmopolitismo y su defensa inquebrantable de París, justificando la
poca atención que prestó a Guatemala en un momento de resurgimiento de las letras
hispanoamericanas.
PALABRAS CLAVE
Autobiografía, Madrid, siglo XX, Gómez Carrillo
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INTRODUCCIÓN
La miseria de Madrid es el último libro de las memorias inconclusas de
Enrique Gómez Carrillo, donde describe su estancia en la capital entre
diciembre de 1891 y agosto de 1892. Pero su primera experiencia en la
ciudad fue en 1885 cuando su padre decidió llevar allí a su familia espe-
rando la estabilidad política en Guatemala tras la caída de Justo Rufino
Barrios. Años más tarde, en 1898, “el príncipe de los cronistas” regresa
a Madrid tras haber sido nombrado corresponsal de El Liberal (Palacio,
1973, p.203). Sin embargo, ninguna de estas experiencias es mencio-
nada como material autobiográfico en este tomo, a pesar de que son
esenciales −más su estancia final− para entender el papel que desempeñó
y la influencia que este autor tuvo en la sociedad literaria madrileña de
finales del siglo XIX y principios del XX.
Lo que propongo como tesis inicial es que La miseria de Madrid, un
texto escrito veintinueve años después de su estancia en la capital, cum-
ple dos funciones esenciales en la configuración de la imagen que el
mismo autor quería perpetuar para su recuerdo en la historia literaria.
Por un lado, salda cuentas con la ciudad que no fue capaz de valorar su
fuerza creativa, adelantando la decadencia que años más tarde permearía
las letras españolas. Por otro, reivindica su cosmopolitismo y su defensa
inquebrantable de París, justificando la poca atención que prestó a Gua-
temala en un momento de resurgimiento de las letras hispanoamerica-
nas. Con este meditado objetivo, el autor logra “completar” la trilogía
que comienza con su infancia (El despertar del alma), continúa con sus
experiencias en el Barrio Latino de París (En plena bohemia) y termina
en Madrid (La miseria de Madrid), cerrando un proyecto en su carrera
literaria que siempre, como muestra la misma organización de los tres
tomos, tuvo a París como centro.
Como muchos autores han subrayado, Gómez Carrillo destacó por en-
cima de todo por su faceta de cronista, lo que le permitió estar al tanto
de todas las tendencias que a uno y otro lado del Atlántico se estaban
produciendo. Esto le proporcionó una visión única del mercado literario
en el que se movía, completamente subordinado a los gustos del público.
En su célebre ensayo Todo lo sólido se desvanece en el aire, Marshall
– 292 –
Berman describe la nueva economía de la mercancía a través de las me-
tamorfosis de los valores de mercado:
En esta economía, cualquier cosa tiene cabida si es rentable y ninguna
posibilidad humana es excluida jamás de los libros; la cultura se con-
vierte en un enorme almacén en que todo se mantiene en reserva ante
la posibilidad de que algún día, en algún lugar, pueda venderse (1989,
p.162)
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En ese momento, España está experimentando un momento de estabi-
lidad política, de tranquilidad económica y de prosperidad burguesa.
Guiada por los cambios de la Restauración, la capital sufre numerosas
transformaciones en su estructura alrededor del Paseo del Prado, del Pa-
seo de Recoletos y de la Castellana, “with more concerted expansion of
the district of Salamanca, and the rapid and extensive growth of nort-
hern suburbs additional to the original” (Parsons, 2003, p.57 y Phillips,
1999, p.13). No obstante, no es este el Madrid que Gómez Carrillo nos
ofrece. Al igual que nos presenta un “yo” autobiográfico malviviendo
sin dinero a su regreso forzado de París, nos describe una ciudad estan-
cada en su podredumbre y reacia a aceptar los cambios que recorren
Europa. Su autorrepresentación y el espacio urbano quedan vinculados
por los mismos patrones de miseria e inadaptabilidad. Siguiendo esta
lógica, al momento de dejar la ciudad, rompe esa unión y su destino
cambia. No es el mismo “yo” autobiográfico el que recorre las páginas
de En plena bohemia ni el que narra sus Sensaciones de París y de Madrid,
a pesar de las confluencias biográficas entre estas obras. Son otros suje-
tos, otras representaciones del mismo hombre que se construyen según
la perspectiva del momento en que redacta y de la finalidad que persi-
gue.
Por este motivo, partiendo del concepto de “autofiguración” acuñado
por José Amícola112, concuerdo con la perspectiva de Eakin cuando des-
cribe el proceso autobiográfico bajo la metáfora “making selves”. Si Amí-
cola entiende que el sujeto autobiográfico tiene un fin que comple-
menta, afianza o recompone la imagen propia que el autor ha labrado
dentro del ámbito en que su texto se inserta (2007, p.14), Eakin de-
fiende que no es solo uno sino varios los sujetos que serán narrados para
llevar a cabo ese fin, dependiendo del espacio y el tiempo de la escritura:
I find myself reluctant to speak of “the self ”, for the definite article sug-
gests something too fixed and unified to represent the complexity of
self-experience. […] I prefer to think of “self ” less as an entity and more
– 294 –
as a kind of awareness in process, a process I have sought to capture in
the phrase making selves… (1999, p.X)
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En este sentido, la introducción de otras voces en el relato tiene una
importancia similar al orden de articulación de los sucesos. Como indica
Eakin, “we are bodies and selves in a social world” (1999, p.40), así que
la historia de uno mismo no puede quedar restringida a una sola mirada.
Por ello, en un afán de dar mayor veracidad, La miseria de Madrid in-
cluye transcripciones de cartas, reproducciones de artículos y multitud
de anécdotas sociales que van añadiendo más datos a su autorrepresen-
tación. La identidad, ya sea creada, representada o figurada, se consolida
en la mirada ajena: la ambivalencia de ser sujeto y objeto de la narración,
pero también de ser foco de atención de otros. Desde la misma perspec-
tiva, el autobiógrafo “se apropia” de otras vidas que incluye para sus fines
en el relato. Así, mientras crea un “yo” narrativo, introduce voces que,
habiendo sido reales, se convierten en personajes de su historia:
[…] the space of autobiography, the space of the self, is literally occu-
pied by the autobiography and self of the other. Yet, at the same time,
the telling of the story of the other offers there oral historians a measure
of self-determination, for the other’s story, the other’s life is possessed –
indeed created– by the recording self (Eakin, 1999, p.61)
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madrileña finisecular y con el espacio de las tertulias. Este mundo des-
ordenado y muchas veces holgazán le permite hacer una lectura estética
de la ciudad desde los lugares más sórdidos y tristes que prefiguran la
modernidad, siguiendo la estela de Baudelaire. Gracias a este grabado
urbano consigue cerrar su ciclo de memorias mostrando la aristocracia
intelectual a la que pertenece, muy alejada de las raíces coloniales, cos-
mopolita hasta el punto de no pertenecer a ninguna nación, ni siquiera
a Guatemala, y la comparación tremendista de Madrid con París, en un
momento en que se comienzan a buscar “meridianos” donde hacer con-
fluir la literatura hispanoamericana y europea.
DATOS ERRÓNEOS
Una de las cuestiones más comentadas por los estudiosos de la obra del
guatemalteco ha sido el laberinto bibliográfico con el que se encuentran
al intentar abordar su producción. La mayor parte de su obra tiene un
origen periodístico y es reflejo de un determinado momento histórico
en que la omisión de datos es frecuente y las reediciones toman forma
con la combinación de distintos textos. Tristes idilios reúne los cuentos
de Almas y cerebros con el añadido de algunos fragmentos de Bohemia
sentimental y Del amor, del dolor y del vicio; los capítulos que integran
Ciudades de ensueño están extraídos de diversos libros de viajes; Litera-
tura extrajera, estudios cosmopolitas vuelve a editarse con el título de No-
tas y estudios un año después; etc. (García Martín, 1998, p.26-27).
Aparte de este intercambio textual, el autor omite numerosos episodios
en sus relatos o los reemplaza con otros que suceden en tiempos y lugares
distintos para hacer más veraz su propuesta textual. González-Ruano es
consciente de esta estrategia al señalar: “Cometería, además de una in-
justicia, un error cualquier curioso contemporáneo que leyera los libros
o las crónicas de Enrique Gómez Carrillo sin tener muy presente la
época en que fueron escritas” (1928, p.57).
En primer lugar, el autor describe todo su recorrido por Madrid aludiendo constante-
mente a la “miseria” padecida, pero no explica la causa real: el desacato cometido a las
órdenes de su presidente. El decreto expedido para poder tener acceso a una beca de
estudios era claro:
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El General Presidente de la República, en el deseo de que en el exterior
se tenga conocimiento exacto de la marcha progresiva del país, Acuerda
[sic]: encargar a don Enrique Gómez Carrillo, para que con el objeto
dicho, haga publicaciones en los periódicos de Madrid y otros, señalán-
dose el sueldo de ciento veinticinco pesos oro mensuales además del
pasaje a Europa (cuyas cantidades se tomarán de la partida de impresio-
nes oficiales), y quedando sin efecto lo dispuesto en acuerdo fecha de
22 de noviembre ppdo. –Comuníquese (Barrientos, 1959, p.45)
– 298 –
67), Max Estrella (Luces de bohemia) y Gómez Carrillo lo viven como
personajes y el cuento bohemio finisecular lo consagra como tema pro-
picio para la narración breve y crítica (Fuentes, 2005, p.84). De una u
otra manera, los jóvenes escritores se sometieron al editor que les impo-
nía tareas secundarias al igual que se habían sometido con anterioridad
al librero “bestia especuladora del genio, especie de ave de rapiña”
(Fuentes, 2005, p.55). Solo una minoría supo aprovechar sus dotes de
escritor para fundar periódicos independientes basados en ideales socia-
listas, anarquistas y del radicalismo republicano (Phillips, 1999, p.15).
No obstante, Gómez Carrillo no menciona en ningún momento estos
datos. La razón fundamental parece residir en su elaborada imagen lite-
raria. El periodismo era el lugar donde desembocaban todos aquellos
que querían subsistir de su pluma, ser destinado allí ensombrecía la po-
sibilidad de un inicio literario glorioso.
En tercer lugar, en estos meses madrileños, el autor publica un folleto
de 72 páginas titulado Esquisses, que fue muy criticado por su vena afran-
cesada. El guatemalteco señala la repercusión que tuvo en los círculos
literarios y destaca un artículo de Clarín en el periódico El Imparcial. En
ese momento Clarín era uno de los escritores y críticos más reconocido
y respetado dentro y fuera de las fronteras españolas. Poner énfasis en la
atracción de Clarín por la obra de un principiante implicaba señalar a
Gómez Carrillo como una posible promesa literaria con un talento tem-
prano reconocido por los grandes. No obstante, dicho artículo se pu-
blicó en Madrid Cómico, no en El Imparcial, y las líneas dedicadas a
Carrillo son mínimas. Lo que el autor reproduce en sus memorias es un
párrafo sacado del prólogo que Clarín hizo en 1898 a su obra Almas y
cerebros. Las circunstancias cambian considerablemente entendiendo el
contexto temporal y social de la publicación. La divergencia mostrada
por sus biógrafos subraya lo controvertido que resulta el estudio de este
episodio. Mientras Mendoza se remite a copiar lo que Gómez Carrillo
describe como real (Vol. I, 1946, pp.333-335), Barrientos relata la es-
cena con los datos verdaderos, sin llegar a mencionar la burla del autor
(1959, p.43-44).
Por último, el autor incluye a varios personajes de los que no se conocen
datos reales pero que cumplen una función esencial en el desarrollo de
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los acontecimientos. Me refiero a Jesús Renjifo, el historiador autodi-
dacta y a su joven amante Ramón. Gracias a la relación entre ambos la
historia autobiográfica cobra mayores tintes decadentistas al incluir tó-
picos considerados escandalosos para la época: transexualidad, homose-
xualidad y fetichismo. Apartándose de las teorías deterministas del mo-
mento, Gómez Carrillo hace a Renjifo portador de virtudes que otros
literatos no tienen. El humanista destaca por sus traducciones de textos
griego y latinos –incluso Juan Valera utiliza sus servicios-, y por sus co-
nocimientos en Historia. Sin embargo, Gómez Carrillo valora por en-
cima de todo el haber sido el único que les ofrece ayuda y asilo cuando
se quedan sin recursos para subsistir. Quizá esta sea la razón por la que
solo a él denomina “bohemio”. En el personaje de su amante, el andró-
gino Ramón, el guatemalteco refleja la ambigüedad y la perversión fini-
seculares. Ambos son claros descendientes de los personajes que cobran
vida en sus obras, siempre enredados en amores ilícitos y entregados a
los vicios más criticados por la sociedad de finales del XIX. Pero más allá
de su conexión decadentista, los personajes cumplen otras funciones en
el texto: son los contrapuntos a los literatos “oficiales” que carecen de
opiniones respetables para Gómez Carrillo y, por ello, los únicos que
merecen expresar las opiniones más radicales sobre el panorama español:
Para decir Enrique lo que nunca se había dicho contra los buenos esti-
listas ibéricos, puso intencionalmente en labios del latinista don Jesús
Miura y Renjifo, duras e inaceptables expresiones, despojadas de una
crítica sensata, y en donde se advierte la dirección de un esfuerzo deter-
minado, calculadizo, intencional, como si se tratara de saldar cuentas
pendientes en rudo y formidable desacuerdo de partes contendoras
(Mendoza, V. II, 1946, p.189)
– 300 –
decadente, la novela realista de la Restauración (Galdós, Pardo Bazán,
Valera, Clarín…) proyectaba la necesidad de conformar un sentido de
nación (Álvarez Junco, 2001, p.546 y Labanyi, 2000, p.65) que hiciera
renacer una España en declive. De esta perspectiva surgen también las
distintas narrativas que intentan explicar la pérdida de “masculinidad”
de la población española (Cleminson y García, 2011, p.72). En todo
caso, para Gómez Carrillo ni la realidad ni el panorama literario de la
Península parecen suficientes para la elaboración del arquetipo que agra-
ciaría su vida con la linealidad y la lógica pretendida desde la mirada de
la vejez.
DECADENTISMO
Muchos de los escritores de finales del siglo XIX tomaron posturas que
los caracterizaron como malditos o decadentes (Phillips, 1999, p.17). El
poeta modernista y decadente por excelencia fue Rubén Darío y no es
fútil la relación que mantiene con el joven Carrillo para entender su
adhesión al modernismo y su fascinación temprana por la suntuosidad
y la perversión. Más allá de este vínculo, el crecimiento constante de las
ciudades y su progresiva modernización fue determinante en la apari-
ción de los movimientos innovadores de los que el guatemalteco se man-
tenía bien informado. La consolidación del campo cultural de París du-
rante la segunda mitad del siglo XIX y la postura cosmopolita de los
escritores de este período convirtieron ese espacio en idóneo para la
transgresión y el “campo de trabajo” necesario para la consagración de
escritores provincianos y de otros países (Williams, 1997, p.66). No obs-
tante, la llegada del Decadentismo a las letras, a nivel formal y temático,
no se produjo tan solo por la migración de los artistas a las principales
capitales del arte sino por la participación de estos en el intercambio de
ideas que desembocó en numerosas posiciones críticas y en los discursos
estéticos de la vanguardia. Específicamente, el Decadentismo es acep-
tado oficialmente en Francia tras la publicación del artículo de Anatole
Baju titulado “¡Lectores!” en la revista Le Décadent cuya frase “épater le
bourgeois” ha quedado adscrita como su proclama (Calinescu, 1987,
p.175). A pesar de que el término ya había sido usado anteriormente
– 301 –
para describir un tipo de literatura contraria en su reivindicación moral
y estética a las instituciones culturales y educativas, con este artículo se
institucionaliza formalmente una forma de narrar vinculada a las nuevas
formas de ver el mundo del hombre moderno. Huysmans defendía que
toda obra decadente debía revelar la psicología del autor moderno: “un
sujeto dominado por sus nervios, cuyo organismo está desequilibrado”
(Uzcátegui, 2013, p.187). Para Gómez Carrillo, todas las premisas que
propugnaba –la guerra hacia las instituciones culturales, la censura a la
burguesía, el repudio a la tradición y el dandismo– eran idóneas para
trasladar al texto sus vivencias en Madrid. Más aún, sus referencias lite-
rarias –Baudelaire, Huysmans, Mallarmé, Verlaine– fueron parte im-
pulsora de su primera fase decadentista y a ellas regresa en sus compara-
ciones de los campos literarios español y francés. Este gusto por lo
decadente llega a las letras hispanas con más recato y, en el caso de His-
panoamérica, a través del Modernismo (Onís, 1955, p.174). El guate-
malteco acepta el modelo decadentista o malditista y lo hace como un
signo de rebeldía frente a la literatura vigente.
Por una parte, Gómez Carrillo nos deja una visión amarga de la penuria
y de la indigencia con una clara intención de rechazo. Por otra, se apro-
vecha de estas desdichas para afianzar su imagen itinerante por los espa-
cios madrileños más sórdidos que le sirven como escenario. Alrededor
de 1900, el joven autor expresaba: “La bohemia es, sencillamente, la ju-
ventud pobre que se consagra a las artes y lleva su miseria con orgullo”
(Mendoza, Vol. II, 1946, p.222), aludiendo no solo a los escasos medios
económicos de estos jóvenes, sino también a la altitud altiva de todo
bohemio que se precie. El joven Gómez Carrillo y su amante pasan por
constantes privaciones, pero manifiestan sin fisuras el aristocratismo es-
piritual que les ensalza como artistas, seres invariablemente superiores a
pesar de las circunstancias materiales en las que se encuentren. Son cons-
tantes las alusiones a la curiosidad que producen las prendas francesas
de Alice, o las costumbres que, mostradas en espacios públicos, provo-
can las miradas más exaltadas. Ahí reside parte de la influencia de Bau-
delaire, en el dandismo profesado y en el encuentro con lo bello, aunque
sea a través de la propia estilización de lo deforme.
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En este punto, cabría empezar a delinear cómo este viaje por las calles
de Madrid tiene connotaciones de devenir picaresco. Cansinos Assens
utiliza dos imágenes: la de “ególatra inexorable” y la de “aventurero sin
escrúpulo” (1924, p.115) para enjuiciar el “parasitismo social” (1994,
p.92) que incita a los bohemios a eludir la responsabilidad y el deber.
García Martín, el editor de La miseria de Madrid, entiende este compor-
tamiento aventurero como el material perfecto para la creación de un
personaje picaresco moderno (1998, p.40). El guatemalteco también
percibió tal beneficio cuando hizo a sus personajes deambular por
“aquellos siniestros antros en que los noveladores picarescos hacen vivir
a sus bachilleres famélicos, a sus escuderos sin amo, a sus licenciados
esqueléticos, a sus pajes rapaces” (134), introduciendo una ventaja aña-
dida: la posibilidad de subrayar a través de una corriente pasada el des-
fase de la modernidad que vive España, acentuando su “poética de la
miseria” (Ricci, 2005, p.66). Madrid, como señala el siguiente artículo
anónimo publicado en El Heraldo en 1910, era el botón de muestra de
la situación nacional desde hacía una década y a la que los gobiernos
parecían no prestar atención:
El mal no está en Madrid, sino en toda la nación; sólo [sic] algunas
comarcas del norte se libran aún. El pueblo español, en sus cuatro quin-
tas partes por lo menos, arrastra una vida miserable, insufrible. Y esto al
cabo de diez años de paz interior, después de una sucesión de gobiernos
que procuraron, todos con buena voluntad, aunque erraron, difundir la
riqueza y tras unos años en que, optimistamente, creímos abierto un
período de creciente prosperidad. […]
A un pueblo hambriento, hambriento hasta el punto de morir exte-
nuado por el esfuerzo para no perecer y ensombrecido por la zozobra
del combate, pedidle que se interese por grandes ideales, por la ciencia,
por la belleza, por todo lo que revela pujanza psíquica, y os responderá:
“Dadme pan”. […] El hambre es el más osado y próximo enemigo de
la monarquía, del orden y de la patria, porque ese hambre que asoma
de tiempo en tiempo a la crónica de sucesos, roe a diario el corazón y el
espíritu del pueblo español (1)
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Arte Joven o el Azorín de La Voluntad, entre otros muchos. Es de notar
que unos meses antes de la publicación de La miseria de Madrid aparece
por entregas Luces de bohemia de Valle Inclán. Con ella se introduce una
nueva estética que sirve para narrar la España de la Restauración desde
la deformidad y el absurdo113. Al igual que Valle, Gómez Carrillo hace
uso de los recursos esperpénticos para recrear el espacio de la Corte-Villa
a través de la exageración. Su crítica hiriente es evidente cuando hace
descripciones tales como “sus calles de una vulgaridad gris […] sin estilo,
sin facha, sin abolengo114” (1998, p.104); o al transcribir el habla de los
personajes madrileños con la rimbombancia de los diálogos del teatro
dieciochesco. En esta mezcla grotesca de modernismo y expresionismo
se denuncia el declive histórico que, iniciado tras el Siglo de Oro, la-
menta ahora la pérdida de las últimas colonias del Imperio español. Una
preocupación latente que, también a la hora de tratar la visibilidad de la
homosexualidad, impulsa los numerosos tratados médicos, científicos y
criminológicos que pretenden explicar las nuevas perversidades del es-
pacio capitalino.
113MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido
trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.- España es una deformación grotesca de la civilización europea.
[…]
MAX.- […] Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas
clásicas.
[…] Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la
vida miserable de España (Valle-Inclán, 1970, p.140-141)
114 En esta frase Cristián Ricci ve como una mención ácida a la falta de un símbolo arquitectónico
moderno que, en el caso de París, había marcado la época artística y literaria del parnasianismo
y el simbolismo (2005, p.70).
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En primer lugar, Madrid no puede competir con otras grandes capitales
europeas mucho más adelantadas. Para Dauzat ni siquiera con “las prin-
cipales metrópolis provinciales de Francia, Alemania o Italia” (cit. Flo-
res, 1972, p.287). Pese a ser el foco que irradia “lumbres fugitivas e in-
termitentes a toda la península” (Paniagua, 1964, p.83), la pobreza sigue
siendo un problema mayoritario. Por otro lado, el estancamiento co-
mentado anteriormente no favorece una regeneración cívica que provo-
que la agilización de mejoras sociales y cambios en la estructura de la
ciudad. Por el contrario, los viajeros se topan con una imagen inacabada
de la urbe moderna a través de imágenes de una gran avenida en obras
y barrios pobres que han sido enviados a las zonas más periféricas de la
ciudad (Parsons, 2003, p.84-84). No obstante, este escenario urbano
permite al autor introducir personajes difíciles de encontrar en espacios
rurales como son los serenos, las prostitutas o los taberneros. Ofrece
también la posibilidad de describir espacios que no habría tratado en
otras situaciones económicas. De ese modo, junto al famoso café de For-
nos donde se concentran Bonafoux, Clarín, Palomero, Dicenta; y la li-
brería Santa Fe donde se reúnen los consagrados Galdós, Castelar, Zo-
rrilla y Bobadilla, los dos jóvenes recorren casas de empeño, pensiones
humildes, calles desiertas y tabernas destartaladas. También el exterior
es motivo narrativo cuando reproduce sus paseos nocturnos por la Cas-
tellana o el deambular sin sentido por la Puerta del Sol. Ambos son mo-
tivos recurrentes en las narraciones de la época por ser “centro de la ani-
mación” donde “convergen todos los tranvías y transeúntes” (cit. Flores,
1972, p.289). Es en este deambular donde Gómez Carrillo ejerce como
flâneur y nos ofrece una lectura estética de la ciudad de Madrid, lo que
Julio Ramos ha denominado la “retórica del paseo”: “[…] un sujeto que
al caminar traza un itinerario –un discurso- en el discurrir del paseo. El
paseo ordena, para el sujeto, el caos de la ciudad, estableciendo articula-
ciones, junturas, puentes, entre espacios (y acontecimientos) desarticu-
lados” (2003, p.22).
Como lugares recurrentes, destacan las “obligadas estaciones de los
bohemios” en palabras de Víctor Fuentes (1998, p.78) y, de ellas, espe-
cialmente los cafés. En estos espacios de reunión, dice, los holgazanes de
Madrid se lamentan del amargo sino de España mientras no hacen nada
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para remediarlo. Pero es un espacio que tiene que transitar para acceder
al campo literario de la capital. En las tertulias ve desfilar por vez primera
a muchos escritores, mayores y jóvenes que había leído, pero también es
el lugar donde vive más desilusiones al comprobar que las imágenes que
él tenía de ellos no se corresponden con la realidad. Como indica Men-
doza, fuera de París todo le inspiraba desdén y tristeza (Vol. II, 1946,
pp.85-86). Él, recién llegado del barrio Latino, estaba condicionado por
las Scénes de la Vie de Bohème de Henri Murger (1845-1849) y quería
vivir la belleza y la rebelión románticas del personaje principal, alejado
completamente de su origen burgués. A su pesar, la bohemia que en-
cuentra en Madrid dista mucho de esta descripción. Por el contrario, es
una bohemia improductiva y sin recursos que Zamora Vicente en su
prólogo a Luces de bohemia describe de la siguiente manera:
[…] la bohemia, tan inoperante, tan estéril. Contemplamos la esque-
mática alusión a personajes desaparecidos y a personajes vivos, a los ma-
los procedimientos de la administración, a los concursos literarios ba-
nales y con resultados de abrumadora mediocridad; asistimos a diálogos
sobre la inutilidad de los servicios públicos, los tranvías, las comedias,
los malos comediantes, las lecciones académicas (1970, p.35)
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siempre se caracterizaron por su visita constante a las tabernas. En todo
caso, muchos de los que pertenecieron a la bohemia en sus inicios y más
tarde renegaron, utilizaron estas tipologías para perpetuar verdaderos
personajes literarios añadiendo a su “romanticismo ficticio” otras per-
versiones como el robo. Los regeneracionistas, por ejemplo, asociaban el
decadentismo con la bohemia artística y con la inversión sexual (Cle-
minson y García, 2011, p.196-197).
CONCLUSIONES
A lo largo de este trabajo, he intentado demostrar la conciencia au-
tonoética de Gómez Carrillo en la representación de los episodios que
acontecieron en Madrid durante su estancia forzada entre 1891 y 1892.
En mi opinión, el autor escoge con cautela los datos que va a presentar
al lector con el propósito de crear una imagen futura que justifique esta
etapa forzada en la capital. La mejor justificación la encuentro en las
primeras páginas de La miseria de Madrid, cuando escribe en su dedica-
toria: “Así, Raquel, con este tercer tomo pongo fin a mis memorias ape-
nas iniciadas, porque, verdaderamente, ya no recuerdo lo que fue mi
existencia, y si quisiera contar más tendría que inventar” (1998, p.91).
A pesar de todo lo que va a acontecer mucho después a los sucesos que
en él se narran, el guatemalteco decide terminar aquí su narrativa auto-
biográfica, cerrando el proyecto de Treinta años de mi vida. Mi hipótesis
inicial sugería que el autor salda cuentas con un tiempo en que su ca-
risma y su literatura no fueron valorados como él creía merecer. Tal
como describe Mendoza “Enrique no era susceptible de olvidar ningún
desaire contra su persona” (Vol. I, 1946, pp.247) y esta actitud de ataque
parece contrarrestar la indiferencia con que se le miró en Madrid, a pesar
de concedérsele años más tarde la dirección de El Liberal, la entrada a
los salones más prestigiosos, a las tertulias de mayor valía y a los eventos
sociales de mayor relevancia gracias al capital simbólico acumulado
como director de la sección hispánica del Mercure. Este mismo compor-
tamiento hostil lo tuvo con muchos de sus contemporáneos. López-
Calvo señala los altibajos que sufrió su amistad por motivos de envidias
y malentendidos que siempre desembocaban en artículos negativos, car-
tas críticas y otras desavenencias. Hay algo de sentimiento edípico hacia
– 307 –
Darío por parte de Gómez Carrillo, como hay algo de recelo por la gran
popularidad que logró Gómez Carrillo en París y que supo mantener
cuando Darío ya se encontraba ensombrecido por otras tendencias.
Dejando a un lado estos resarcimientos, la misma autobiografía tiene un
valor que tan solo Ricci supo apreciar y es el ser el “primer testimonio
novelesco de un hispanoamericano acerca de la vida finisecular madri-
leña” (2005, p.66). El autor narrativiza su vida para convertirla en una
Bildungsroman, en una novela ejemplar que, proyectando su revolución
personal y poco entendida en las letras españolas, le construye como el
visionario que supo hacia dónde se aproximaba la literatura del mo-
mento mucho antes del desastre de 1898. Es su manera de reponerse a
la experiencia de invisibilidad que vivió en Madrid, su revolución per-
sonal y su manera de legitimarse en el campo literario hispánico trans-
atlántico.
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– 311 –
INTRODUCCIÓN
– 20 –
En este libro se reúnen reflexiones sobre la lengua en torno a las dis-
ciplinas de la literatura, la lingüística y la traducción, espacios inter-
conectados que plantean nuevos retos para su investigación, su cul-
tura y su evolución, encuadradas dentro del pensamiento del ser
humano.
Para ello, se ha dividido el volumen en cuatro secciones con el fin de
analizar los diferentes enfoques de análisis desde un punto de vista
científico y metodológico. La primera parte se centra en el estudio de
la literatura, la cultura y el pensamiento. La literatura —y su reflejo en
el pensamiento humano— se integra en un ente confuso y dinámico
que muestra una mirada compleja y cambiante, al mismo tiempo que
exige una revisión que trascienda lo estrictamente literario y que fije su
atención en las múltiples áreas de la cultura y el pensamiento desde una
indagación crítica. Por ello, debe considerarse que la literatura es una
forma de transformación del pensamiento que actúa como artefacto de
conocimiento humanístico. En este contexto, esta parte del libro aborda
diferentes enfoques teóricos y acerca el concepto de lo literario desde la
propia observación de la literatura, literariedad, funciones de la litera-
tura, estilística y prácticas discursivas hasta la revisión de la literatura
desde las perspectivas propuestas por las distintas escuelas de la teoría de
la literatura. Asimismo, se plantea una aproximación a la literatura desde
una categoría comparatística, mostrando diferentes propuestas teóricas
que abundan en el estudio de la literatura en relación a diferentes ámbi-
tos de la expresión humana. No debe olvidarse que la literatura es un
cauce de pensamiento capaz de revelar diferentes disciplinas y de ser a
su vez observada desde ellas: la historia, la sociología, la teoría social, la
teoría literaria, la teoría de los medios de comunicación, el cine, la an-
tropología cultural, la filosofía y el estudio de fenómenos culturales. De
este modo, en la primera sección del libro, también se acomete el estudio
desde enfoques culturales como la comunicación y la cultura de masas,
la semiótica de la cultura, estudios filosóficos, sociológicos, etnográficos
y antropológicos, arqueología de los saberes, contracultura, subcultura,
cultura pop y cibercultura. De otro lado, se acogen temáticas desde una
perspectiva historiográfica que pretenden mostrar una relación entre los
estudios críticos de los procesos de conocimiento histórico y el decurso
literario, en cuanto la memoria individual y colectiva contribuye al
– 21 –
desarrollo de imaginarios culturales que se reflejan tanto en la literatura
como en la reconstrucción de identidades sociales, generando interesan-
tes —y no siempre inocuas— lecturas del relato histórico.
Por lo que respecta a la segunda sección del libro, se centra en los nuevos
retos para el estudio de la lengua y la lingüística como espacios interdis-
ciplinares que buscan analizar y estudiar el uso de la lengua y el lenguaje
desde enfoques diacrónicos y sincrónicos. Para ello, se establece un aná-
lisis de las diferentes estructuras de la lengua y el lenguaje humano, te-
niendo en cuenta sus variaciones y las condiciones que hacen posible su
comprensión y expresión. Asimismo, esta segunda parte supone una
aproximación a una nueva realidad asistida por las nuevas tecnologías
que están dando lugar al desarrollo de herramientas que permitan en-
tender y analizar la complejidad del sistema lingüístico. De este modo
—y teniendo en cuenta que las lenguas son la base de toda cultura—, se
aborda el estudio lingüístico a través de ámbitos relacionados con la co-
municación, el estructuralismo y la didáctica de las lenguas; de ahí que
esta sección también haga referencia a la propia sociedad en red, en re-
lación a la lingüística y la propia enseñanza de lenguas, como elemento
de comunicación humana basado en una forma de transmisión de co-
nocimiento.
En la tercera sección se plantea un análisis de la relación existente entre
la sociedad y la lengua y la traducción. La traducción y la interpretación
son dos disciplinas complementarias: mientras que la traducción busca
traspasar un texto a una lengua diferente, la interpretación hace referen-
cia a un contexto material expresado a una forma de expresión
lingüística del mismo contenido, siendo fiel al contenido original en la
medida de lo posible. En este sentido, la sociedad tiene un peso impor-
tante, ya que influye tanto en el uso de la lengua como en las normas
culturales y en el contexto de los propios hablantes. La sociolingüística
utiliza la lingüística para estudiar las relaciones entre el lenguaje y los
propios comportamientos sociales, por lo que se encarga de la descrip-
ción de las normas sociales que determinan el comportamiento lingüís-
ticos. Por tanto, en esta sección del libro se analizan los procesos cogni-
tivos de la traducción y la interpretación, en tanto que son una forma
de estudiar la lengua y la cultura, pero también de la sociedad. Por este
– 22 –
motivo, se han incluido trabajos relacionados directamente con la socio-
lingüística, ya que el estudio de la sociedad y la lengua, así como la prag-
mática y el análisis del discurso son complementarios para entender no
solo la lengua, sino también el propio desarrollo lingüístico, aspecto va-
lioso para comprender las estructuras mentales y gramaticales que pue-
den llegar a componer toda lengua, a su vez influida por una sociedad y
una cultura dadas.
Por último, este libro incluye una sección dedicada a la interdisciplina-
riedad, dado que la lengua no puede entenderse como un ente aislado.
Tal como se puede ver en cada una de las citadas partes del libro, la
lengua ocupa todos los aspectos de la sociedad y de la cultura, por lo que
aquí se parte del análisis de aquellos aspectos que traspasan la propia
filología. De este modo, se pretende analizar cuestiones lingüísticas, li-
terarias y pragmáticas en relación a otras disciplinas del ámbito acadé-
mico.
Con todo ello, este libro pretende un acercamiento, desde una perspec-
tiva panorámica e interdisciplinar, a los nuevos retos que plantean los
estudios de la lengua, la lingüística, la literatura y la propia traducción.
Dichas disciplinas están más vivas que nunca y deben ser entendidas
como un elemento fundamental para “traducir” la realidad y la ficción
en conocimiento.
– 23 –
CAPÍTULO 17
RESUMEN
Este proyecto busca analizar la incorporación del espacio de Madrid al estudio de la
literatura autobiográfica del mundo hispano en las tres primeras décadas del siglo XX.
Para ello, propongo que los escritores hispanoamericanos que fueron testigos del cam-
bio de siglo en Madrid construyeron imágenes de esta ciudad que se convirtieron en
valiosas herramientas para ganar y acumular capital simbólico en el campo panhispá-
nico de la producción cultural. Estas representaciones quedaron insertas en diferentes
discursos sobre las relaciones postcoloniales y las asociaciones culturales que incluían
desde críticas de los escritores latinoamericanos al perfil todavía provincial de Madrid
en contraste con otras grandes ciudades del mundo hispano, hasta polémicos y fallidos
intentos de los escritores europeos de anclar de nuevo el centro perdido de la cultura
hispana transatlántica en Madrid.
Para este ensayo me centro en estos aspectos analizando el tercer volumen de las me-
morias de Enrique Gómez Carrillo La miseria de Madrid, un texto escrito veintinueve
años después de su estancia en la capital. Mi hipótesis parte de dos supuestos: el autor
salda cuentas con la ciudad que no fue capaz de valorar su fuerza creativa al tiempo
que reivindica su cosmopolitismo y su defensa inquebrantable de París, justificando la
poca atención que prestó a Guatemala en un momento de resurgimiento de las letras
hispanoamericanas.
PALABRAS CLAVE
Autobiografía, Madrid, siglo XX, Gómez Carrillo
– 291 –
INTRODUCCIÓN
La miseria de Madrid es el último libro de las memorias inconclusas de
Enrique Gómez Carrillo, donde describe su estancia en la capital entre
diciembre de 1891 y agosto de 1892. Pero su primera experiencia en la
ciudad fue en 1885 cuando su padre decidió llevar allí a su familia espe-
rando la estabilidad política en Guatemala tras la caída de Justo Rufino
Barrios. Años más tarde, en 1898, “el príncipe de los cronistas” regresa
a Madrid tras haber sido nombrado corresponsal de El Liberal (Palacio,
1973, p.203). Sin embargo, ninguna de estas experiencias es mencio-
nada como material autobiográfico en este tomo, a pesar de que son
esenciales −más su estancia final− para entender el papel que desempeñó
y la influencia que este autor tuvo en la sociedad literaria madrileña de
finales del siglo XIX y principios del XX.
Lo que propongo como tesis inicial es que La miseria de Madrid, un
texto escrito veintinueve años después de su estancia en la capital, cum-
ple dos funciones esenciales en la configuración de la imagen que el
mismo autor quería perpetuar para su recuerdo en la historia literaria.
Por un lado, salda cuentas con la ciudad que no fue capaz de valorar su
fuerza creativa, adelantando la decadencia que años más tarde permearía
las letras españolas. Por otro, reivindica su cosmopolitismo y su defensa
inquebrantable de París, justificando la poca atención que prestó a Gua-
temala en un momento de resurgimiento de las letras hispanoamerica-
nas. Con este meditado objetivo, el autor logra “completar” la trilogía
que comienza con su infancia (El despertar del alma), continúa con sus
experiencias en el Barrio Latino de París (En plena bohemia) y termina
en Madrid (La miseria de Madrid), cerrando un proyecto en su carrera
literaria que siempre, como muestra la misma organización de los tres
tomos, tuvo a París como centro.
Como muchos autores han subrayado, Gómez Carrillo destacó por en-
cima de todo por su faceta de cronista, lo que le permitió estar al tanto
de todas las tendencias que a uno y otro lado del Atlántico se estaban
produciendo. Esto le proporcionó una visión única del mercado literario
en el que se movía, completamente subordinado a los gustos del público.
En su célebre ensayo Todo lo sólido se desvanece en el aire, Marshall
– 292 –
Berman describe la nueva economía de la mercancía a través de las me-
tamorfosis de los valores de mercado:
En esta economía, cualquier cosa tiene cabida si es rentable y ninguna
posibilidad humana es excluida jamás de los libros; la cultura se con-
vierte en un enorme almacén en que todo se mantiene en reserva ante
la posibilidad de que algún día, en algún lugar, pueda venderse (1989,
p.162)
– 293 –
En ese momento, España está experimentando un momento de estabi-
lidad política, de tranquilidad económica y de prosperidad burguesa.
Guiada por los cambios de la Restauración, la capital sufre numerosas
transformaciones en su estructura alrededor del Paseo del Prado, del Pa-
seo de Recoletos y de la Castellana, “with more concerted expansion of
the district of Salamanca, and the rapid and extensive growth of nort-
hern suburbs additional to the original” (Parsons, 2003, p.57 y Phillips,
1999, p.13). No obstante, no es este el Madrid que Gómez Carrillo nos
ofrece. Al igual que nos presenta un “yo” autobiográfico malviviendo
sin dinero a su regreso forzado de París, nos describe una ciudad estan-
cada en su podredumbre y reacia a aceptar los cambios que recorren
Europa. Su autorrepresentación y el espacio urbano quedan vinculados
por los mismos patrones de miseria e inadaptabilidad. Siguiendo esta
lógica, al momento de dejar la ciudad, rompe esa unión y su destino
cambia. No es el mismo “yo” autobiográfico el que recorre las páginas
de En plena bohemia ni el que narra sus Sensaciones de París y de Madrid,
a pesar de las confluencias biográficas entre estas obras. Son otros suje-
tos, otras representaciones del mismo hombre que se construyen según
la perspectiva del momento en que redacta y de la finalidad que persi-
gue.
Por este motivo, partiendo del concepto de “autofiguración” acuñado
por José Amícola112, concuerdo con la perspectiva de Eakin cuando des-
cribe el proceso autobiográfico bajo la metáfora “making selves”. Si Amí-
cola entiende que el sujeto autobiográfico tiene un fin que comple-
menta, afianza o recompone la imagen propia que el autor ha labrado
dentro del ámbito en que su texto se inserta (2007, p.14), Eakin de-
fiende que no es solo uno sino varios los sujetos que serán narrados para
llevar a cabo ese fin, dependiendo del espacio y el tiempo de la escritura:
I find myself reluctant to speak of “the self ”, for the definite article sug-
gests something too fixed and unified to represent the complexity of
self-experience. […] I prefer to think of “self ” less as an entity and more
– 294 –
as a kind of awareness in process, a process I have sought to capture in
the phrase making selves… (1999, p.X)
– 295 –
En este sentido, la introducción de otras voces en el relato tiene una
importancia similar al orden de articulación de los sucesos. Como indica
Eakin, “we are bodies and selves in a social world” (1999, p.40), así que
la historia de uno mismo no puede quedar restringida a una sola mirada.
Por ello, en un afán de dar mayor veracidad, La miseria de Madrid in-
cluye transcripciones de cartas, reproducciones de artículos y multitud
de anécdotas sociales que van añadiendo más datos a su autorrepresen-
tación. La identidad, ya sea creada, representada o figurada, se consolida
en la mirada ajena: la ambivalencia de ser sujeto y objeto de la narración,
pero también de ser foco de atención de otros. Desde la misma perspec-
tiva, el autobiógrafo “se apropia” de otras vidas que incluye para sus fines
en el relato. Así, mientras crea un “yo” narrativo, introduce voces que,
habiendo sido reales, se convierten en personajes de su historia:
[…] the space of autobiography, the space of the self, is literally occu-
pied by the autobiography and self of the other. Yet, at the same time,
the telling of the story of the other offers there oral historians a measure
of self-determination, for the other’s story, the other’s life is possessed –
indeed created– by the recording self (Eakin, 1999, p.61)
– 296 –
madrileña finisecular y con el espacio de las tertulias. Este mundo des-
ordenado y muchas veces holgazán le permite hacer una lectura estética
de la ciudad desde los lugares más sórdidos y tristes que prefiguran la
modernidad, siguiendo la estela de Baudelaire. Gracias a este grabado
urbano consigue cerrar su ciclo de memorias mostrando la aristocracia
intelectual a la que pertenece, muy alejada de las raíces coloniales, cos-
mopolita hasta el punto de no pertenecer a ninguna nación, ni siquiera
a Guatemala, y la comparación tremendista de Madrid con París, en un
momento en que se comienzan a buscar “meridianos” donde hacer con-
fluir la literatura hispanoamericana y europea.
DATOS ERRÓNEOS
Una de las cuestiones más comentadas por los estudiosos de la obra del
guatemalteco ha sido el laberinto bibliográfico con el que se encuentran
al intentar abordar su producción. La mayor parte de su obra tiene un
origen periodístico y es reflejo de un determinado momento histórico
en que la omisión de datos es frecuente y las reediciones toman forma
con la combinación de distintos textos. Tristes idilios reúne los cuentos
de Almas y cerebros con el añadido de algunos fragmentos de Bohemia
sentimental y Del amor, del dolor y del vicio; los capítulos que integran
Ciudades de ensueño están extraídos de diversos libros de viajes; Litera-
tura extrajera, estudios cosmopolitas vuelve a editarse con el título de No-
tas y estudios un año después; etc. (García Martín, 1998, p.26-27).
Aparte de este intercambio textual, el autor omite numerosos episodios
en sus relatos o los reemplaza con otros que suceden en tiempos y lugares
distintos para hacer más veraz su propuesta textual. González-Ruano es
consciente de esta estrategia al señalar: “Cometería, además de una in-
justicia, un error cualquier curioso contemporáneo que leyera los libros
o las crónicas de Enrique Gómez Carrillo sin tener muy presente la
época en que fueron escritas” (1928, p.57).
En primer lugar, el autor describe todo su recorrido por Madrid aludiendo constante-
mente a la “miseria” padecida, pero no explica la causa real: el desacato cometido a las
órdenes de su presidente. El decreto expedido para poder tener acceso a una beca de
estudios era claro:
– 297 –
El General Presidente de la República, en el deseo de que en el exterior
se tenga conocimiento exacto de la marcha progresiva del país, Acuerda
[sic]: encargar a don Enrique Gómez Carrillo, para que con el objeto
dicho, haga publicaciones en los periódicos de Madrid y otros, señalán-
dose el sueldo de ciento veinticinco pesos oro mensuales además del
pasaje a Europa (cuyas cantidades se tomarán de la partida de impresio-
nes oficiales), y quedando sin efecto lo dispuesto en acuerdo fecha de
22 de noviembre ppdo. –Comuníquese (Barrientos, 1959, p.45)
– 298 –
67), Max Estrella (Luces de bohemia) y Gómez Carrillo lo viven como
personajes y el cuento bohemio finisecular lo consagra como tema pro-
picio para la narración breve y crítica (Fuentes, 2005, p.84). De una u
otra manera, los jóvenes escritores se sometieron al editor que les impo-
nía tareas secundarias al igual que se habían sometido con anterioridad
al librero “bestia especuladora del genio, especie de ave de rapiña”
(Fuentes, 2005, p.55). Solo una minoría supo aprovechar sus dotes de
escritor para fundar periódicos independientes basados en ideales socia-
listas, anarquistas y del radicalismo republicano (Phillips, 1999, p.15).
No obstante, Gómez Carrillo no menciona en ningún momento estos
datos. La razón fundamental parece residir en su elaborada imagen lite-
raria. El periodismo era el lugar donde desembocaban todos aquellos
que querían subsistir de su pluma, ser destinado allí ensombrecía la po-
sibilidad de un inicio literario glorioso.
En tercer lugar, en estos meses madrileños, el autor publica un folleto
de 72 páginas titulado Esquisses, que fue muy criticado por su vena afran-
cesada. El guatemalteco señala la repercusión que tuvo en los círculos
literarios y destaca un artículo de Clarín en el periódico El Imparcial. En
ese momento Clarín era uno de los escritores y críticos más reconocido
y respetado dentro y fuera de las fronteras españolas. Poner énfasis en la
atracción de Clarín por la obra de un principiante implicaba señalar a
Gómez Carrillo como una posible promesa literaria con un talento tem-
prano reconocido por los grandes. No obstante, dicho artículo se pu-
blicó en Madrid Cómico, no en El Imparcial, y las líneas dedicadas a
Carrillo son mínimas. Lo que el autor reproduce en sus memorias es un
párrafo sacado del prólogo que Clarín hizo en 1898 a su obra Almas y
cerebros. Las circunstancias cambian considerablemente entendiendo el
contexto temporal y social de la publicación. La divergencia mostrada
por sus biógrafos subraya lo controvertido que resulta el estudio de este
episodio. Mientras Mendoza se remite a copiar lo que Gómez Carrillo
describe como real (Vol. I, 1946, pp.333-335), Barrientos relata la es-
cena con los datos verdaderos, sin llegar a mencionar la burla del autor
(1959, p.43-44).
Por último, el autor incluye a varios personajes de los que no se conocen
datos reales pero que cumplen una función esencial en el desarrollo de
– 299 –
los acontecimientos. Me refiero a Jesús Renjifo, el historiador autodi-
dacta y a su joven amante Ramón. Gracias a la relación entre ambos la
historia autobiográfica cobra mayores tintes decadentistas al incluir tó-
picos considerados escandalosos para la época: transexualidad, homose-
xualidad y fetichismo. Apartándose de las teorías deterministas del mo-
mento, Gómez Carrillo hace a Renjifo portador de virtudes que otros
literatos no tienen. El humanista destaca por sus traducciones de textos
griego y latinos –incluso Juan Valera utiliza sus servicios-, y por sus co-
nocimientos en Historia. Sin embargo, Gómez Carrillo valora por en-
cima de todo el haber sido el único que les ofrece ayuda y asilo cuando
se quedan sin recursos para subsistir. Quizá esta sea la razón por la que
solo a él denomina “bohemio”. En el personaje de su amante, el andró-
gino Ramón, el guatemalteco refleja la ambigüedad y la perversión fini-
seculares. Ambos son claros descendientes de los personajes que cobran
vida en sus obras, siempre enredados en amores ilícitos y entregados a
los vicios más criticados por la sociedad de finales del XIX. Pero más allá
de su conexión decadentista, los personajes cumplen otras funciones en
el texto: son los contrapuntos a los literatos “oficiales” que carecen de
opiniones respetables para Gómez Carrillo y, por ello, los únicos que
merecen expresar las opiniones más radicales sobre el panorama español:
Para decir Enrique lo que nunca se había dicho contra los buenos esti-
listas ibéricos, puso intencionalmente en labios del latinista don Jesús
Miura y Renjifo, duras e inaceptables expresiones, despojadas de una
crítica sensata, y en donde se advierte la dirección de un esfuerzo deter-
minado, calculadizo, intencional, como si se tratara de saldar cuentas
pendientes en rudo y formidable desacuerdo de partes contendoras
(Mendoza, V. II, 1946, p.189)
– 300 –
decadente, la novela realista de la Restauración (Galdós, Pardo Bazán,
Valera, Clarín…) proyectaba la necesidad de conformar un sentido de
nación (Álvarez Junco, 2001, p.546 y Labanyi, 2000, p.65) que hiciera
renacer una España en declive. De esta perspectiva surgen también las
distintas narrativas que intentan explicar la pérdida de “masculinidad”
de la población española (Cleminson y García, 2011, p.72). En todo
caso, para Gómez Carrillo ni la realidad ni el panorama literario de la
Península parecen suficientes para la elaboración del arquetipo que agra-
ciaría su vida con la linealidad y la lógica pretendida desde la mirada de
la vejez.
DECADENTISMO
Muchos de los escritores de finales del siglo XIX tomaron posturas que
los caracterizaron como malditos o decadentes (Phillips, 1999, p.17). El
poeta modernista y decadente por excelencia fue Rubén Darío y no es
fútil la relación que mantiene con el joven Carrillo para entender su
adhesión al modernismo y su fascinación temprana por la suntuosidad
y la perversión. Más allá de este vínculo, el crecimiento constante de las
ciudades y su progresiva modernización fue determinante en la apari-
ción de los movimientos innovadores de los que el guatemalteco se man-
tenía bien informado. La consolidación del campo cultural de París du-
rante la segunda mitad del siglo XIX y la postura cosmopolita de los
escritores de este período convirtieron ese espacio en idóneo para la
transgresión y el “campo de trabajo” necesario para la consagración de
escritores provincianos y de otros países (Williams, 1997, p.66). No obs-
tante, la llegada del Decadentismo a las letras, a nivel formal y temático,
no se produjo tan solo por la migración de los artistas a las principales
capitales del arte sino por la participación de estos en el intercambio de
ideas que desembocó en numerosas posiciones críticas y en los discursos
estéticos de la vanguardia. Específicamente, el Decadentismo es acep-
tado oficialmente en Francia tras la publicación del artículo de Anatole
Baju titulado “¡Lectores!” en la revista Le Décadent cuya frase “épater le
bourgeois” ha quedado adscrita como su proclama (Calinescu, 1987,
p.175). A pesar de que el término ya había sido usado anteriormente
– 301 –
para describir un tipo de literatura contraria en su reivindicación moral
y estética a las instituciones culturales y educativas, con este artículo se
institucionaliza formalmente una forma de narrar vinculada a las nuevas
formas de ver el mundo del hombre moderno. Huysmans defendía que
toda obra decadente debía revelar la psicología del autor moderno: “un
sujeto dominado por sus nervios, cuyo organismo está desequilibrado”
(Uzcátegui, 2013, p.187). Para Gómez Carrillo, todas las premisas que
propugnaba –la guerra hacia las instituciones culturales, la censura a la
burguesía, el repudio a la tradición y el dandismo– eran idóneas para
trasladar al texto sus vivencias en Madrid. Más aún, sus referencias lite-
rarias –Baudelaire, Huysmans, Mallarmé, Verlaine– fueron parte im-
pulsora de su primera fase decadentista y a ellas regresa en sus compara-
ciones de los campos literarios español y francés. Este gusto por lo
decadente llega a las letras hispanas con más recato y, en el caso de His-
panoamérica, a través del Modernismo (Onís, 1955, p.174). El guate-
malteco acepta el modelo decadentista o malditista y lo hace como un
signo de rebeldía frente a la literatura vigente.
Por una parte, Gómez Carrillo nos deja una visión amarga de la penuria
y de la indigencia con una clara intención de rechazo. Por otra, se apro-
vecha de estas desdichas para afianzar su imagen itinerante por los espa-
cios madrileños más sórdidos que le sirven como escenario. Alrededor
de 1900, el joven autor expresaba: “La bohemia es, sencillamente, la ju-
ventud pobre que se consagra a las artes y lleva su miseria con orgullo”
(Mendoza, Vol. II, 1946, p.222), aludiendo no solo a los escasos medios
económicos de estos jóvenes, sino también a la altitud altiva de todo
bohemio que se precie. El joven Gómez Carrillo y su amante pasan por
constantes privaciones, pero manifiestan sin fisuras el aristocratismo es-
piritual que les ensalza como artistas, seres invariablemente superiores a
pesar de las circunstancias materiales en las que se encuentren. Son cons-
tantes las alusiones a la curiosidad que producen las prendas francesas
de Alice, o las costumbres que, mostradas en espacios públicos, provo-
can las miradas más exaltadas. Ahí reside parte de la influencia de Bau-
delaire, en el dandismo profesado y en el encuentro con lo bello, aunque
sea a través de la propia estilización de lo deforme.
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En este punto, cabría empezar a delinear cómo este viaje por las calles
de Madrid tiene connotaciones de devenir picaresco. Cansinos Assens
utiliza dos imágenes: la de “ególatra inexorable” y la de “aventurero sin
escrúpulo” (1924, p.115) para enjuiciar el “parasitismo social” (1994,
p.92) que incita a los bohemios a eludir la responsabilidad y el deber.
García Martín, el editor de La miseria de Madrid, entiende este compor-
tamiento aventurero como el material perfecto para la creación de un
personaje picaresco moderno (1998, p.40). El guatemalteco también
percibió tal beneficio cuando hizo a sus personajes deambular por
“aquellos siniestros antros en que los noveladores picarescos hacen vivir
a sus bachilleres famélicos, a sus escuderos sin amo, a sus licenciados
esqueléticos, a sus pajes rapaces” (134), introduciendo una ventaja aña-
dida: la posibilidad de subrayar a través de una corriente pasada el des-
fase de la modernidad que vive España, acentuando su “poética de la
miseria” (Ricci, 2005, p.66). Madrid, como señala el siguiente artículo
anónimo publicado en El Heraldo en 1910, era el botón de muestra de
la situación nacional desde hacía una década y a la que los gobiernos
parecían no prestar atención:
El mal no está en Madrid, sino en toda la nación; sólo [sic] algunas
comarcas del norte se libran aún. El pueblo español, en sus cuatro quin-
tas partes por lo menos, arrastra una vida miserable, insufrible. Y esto al
cabo de diez años de paz interior, después de una sucesión de gobiernos
que procuraron, todos con buena voluntad, aunque erraron, difundir la
riqueza y tras unos años en que, optimistamente, creímos abierto un
período de creciente prosperidad. […]
A un pueblo hambriento, hambriento hasta el punto de morir exte-
nuado por el esfuerzo para no perecer y ensombrecido por la zozobra
del combate, pedidle que se interese por grandes ideales, por la ciencia,
por la belleza, por todo lo que revela pujanza psíquica, y os responderá:
“Dadme pan”. […] El hambre es el más osado y próximo enemigo de
la monarquía, del orden y de la patria, porque ese hambre que asoma
de tiempo en tiempo a la crónica de sucesos, roe a diario el corazón y el
espíritu del pueblo español (1)
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Arte Joven o el Azorín de La Voluntad, entre otros muchos. Es de notar
que unos meses antes de la publicación de La miseria de Madrid aparece
por entregas Luces de bohemia de Valle Inclán. Con ella se introduce una
nueva estética que sirve para narrar la España de la Restauración desde
la deformidad y el absurdo113. Al igual que Valle, Gómez Carrillo hace
uso de los recursos esperpénticos para recrear el espacio de la Corte-Villa
a través de la exageración. Su crítica hiriente es evidente cuando hace
descripciones tales como “sus calles de una vulgaridad gris […] sin estilo,
sin facha, sin abolengo114” (1998, p.104); o al transcribir el habla de los
personajes madrileños con la rimbombancia de los diálogos del teatro
dieciochesco. En esta mezcla grotesca de modernismo y expresionismo
se denuncia el declive histórico que, iniciado tras el Siglo de Oro, la-
menta ahora la pérdida de las últimas colonias del Imperio español. Una
preocupación latente que, también a la hora de tratar la visibilidad de la
homosexualidad, impulsa los numerosos tratados médicos, científicos y
criminológicos que pretenden explicar las nuevas perversidades del es-
pacio capitalino.
113MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido
trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.- España es una deformación grotesca de la civilización europea.
[…]
MAX.- […] Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas
clásicas.
[…] Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la
vida miserable de España (Valle-Inclán, 1970, p.140-141)
114 En esta frase Cristián Ricci ve como una mención ácida a la falta de un símbolo arquitectónico
moderno que, en el caso de París, había marcado la época artística y literaria del parnasianismo
y el simbolismo (2005, p.70).
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En primer lugar, Madrid no puede competir con otras grandes capitales
europeas mucho más adelantadas. Para Dauzat ni siquiera con “las prin-
cipales metrópolis provinciales de Francia, Alemania o Italia” (cit. Flo-
res, 1972, p.287). Pese a ser el foco que irradia “lumbres fugitivas e in-
termitentes a toda la península” (Paniagua, 1964, p.83), la pobreza sigue
siendo un problema mayoritario. Por otro lado, el estancamiento co-
mentado anteriormente no favorece una regeneración cívica que provo-
que la agilización de mejoras sociales y cambios en la estructura de la
ciudad. Por el contrario, los viajeros se topan con una imagen inacabada
de la urbe moderna a través de imágenes de una gran avenida en obras
y barrios pobres que han sido enviados a las zonas más periféricas de la
ciudad (Parsons, 2003, p.84-84). No obstante, este escenario urbano
permite al autor introducir personajes difíciles de encontrar en espacios
rurales como son los serenos, las prostitutas o los taberneros. Ofrece
también la posibilidad de describir espacios que no habría tratado en
otras situaciones económicas. De ese modo, junto al famoso café de For-
nos donde se concentran Bonafoux, Clarín, Palomero, Dicenta; y la li-
brería Santa Fe donde se reúnen los consagrados Galdós, Castelar, Zo-
rrilla y Bobadilla, los dos jóvenes recorren casas de empeño, pensiones
humildes, calles desiertas y tabernas destartaladas. También el exterior
es motivo narrativo cuando reproduce sus paseos nocturnos por la Cas-
tellana o el deambular sin sentido por la Puerta del Sol. Ambos son mo-
tivos recurrentes en las narraciones de la época por ser “centro de la ani-
mación” donde “convergen todos los tranvías y transeúntes” (cit. Flores,
1972, p.289). Es en este deambular donde Gómez Carrillo ejerce como
flâneur y nos ofrece una lectura estética de la ciudad de Madrid, lo que
Julio Ramos ha denominado la “retórica del paseo”: “[…] un sujeto que
al caminar traza un itinerario –un discurso- en el discurrir del paseo. El
paseo ordena, para el sujeto, el caos de la ciudad, estableciendo articula-
ciones, junturas, puentes, entre espacios (y acontecimientos) desarticu-
lados” (2003, p.22).
Como lugares recurrentes, destacan las “obligadas estaciones de los
bohemios” en palabras de Víctor Fuentes (1998, p.78) y, de ellas, espe-
cialmente los cafés. En estos espacios de reunión, dice, los holgazanes de
Madrid se lamentan del amargo sino de España mientras no hacen nada
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para remediarlo. Pero es un espacio que tiene que transitar para acceder
al campo literario de la capital. En las tertulias ve desfilar por vez primera
a muchos escritores, mayores y jóvenes que había leído, pero también es
el lugar donde vive más desilusiones al comprobar que las imágenes que
él tenía de ellos no se corresponden con la realidad. Como indica Men-
doza, fuera de París todo le inspiraba desdén y tristeza (Vol. II, 1946,
pp.85-86). Él, recién llegado del barrio Latino, estaba condicionado por
las Scénes de la Vie de Bohème de Henri Murger (1845-1849) y quería
vivir la belleza y la rebelión románticas del personaje principal, alejado
completamente de su origen burgués. A su pesar, la bohemia que en-
cuentra en Madrid dista mucho de esta descripción. Por el contrario, es
una bohemia improductiva y sin recursos que Zamora Vicente en su
prólogo a Luces de bohemia describe de la siguiente manera:
[…] la bohemia, tan inoperante, tan estéril. Contemplamos la esque-
mática alusión a personajes desaparecidos y a personajes vivos, a los ma-
los procedimientos de la administración, a los concursos literarios ba-
nales y con resultados de abrumadora mediocridad; asistimos a diálogos
sobre la inutilidad de los servicios públicos, los tranvías, las comedias,
los malos comediantes, las lecciones académicas (1970, p.35)
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siempre se caracterizaron por su visita constante a las tabernas. En todo
caso, muchos de los que pertenecieron a la bohemia en sus inicios y más
tarde renegaron, utilizaron estas tipologías para perpetuar verdaderos
personajes literarios añadiendo a su “romanticismo ficticio” otras per-
versiones como el robo. Los regeneracionistas, por ejemplo, asociaban el
decadentismo con la bohemia artística y con la inversión sexual (Cle-
minson y García, 2011, p.196-197).
CONCLUSIONES
A lo largo de este trabajo, he intentado demostrar la conciencia au-
tonoética de Gómez Carrillo en la representación de los episodios que
acontecieron en Madrid durante su estancia forzada entre 1891 y 1892.
En mi opinión, el autor escoge con cautela los datos que va a presentar
al lector con el propósito de crear una imagen futura que justifique esta
etapa forzada en la capital. La mejor justificación la encuentro en las
primeras páginas de La miseria de Madrid, cuando escribe en su dedica-
toria: “Así, Raquel, con este tercer tomo pongo fin a mis memorias ape-
nas iniciadas, porque, verdaderamente, ya no recuerdo lo que fue mi
existencia, y si quisiera contar más tendría que inventar” (1998, p.91).
A pesar de todo lo que va a acontecer mucho después a los sucesos que
en él se narran, el guatemalteco decide terminar aquí su narrativa auto-
biográfica, cerrando el proyecto de Treinta años de mi vida. Mi hipótesis
inicial sugería que el autor salda cuentas con un tiempo en que su ca-
risma y su literatura no fueron valorados como él creía merecer. Tal
como describe Mendoza “Enrique no era susceptible de olvidar ningún
desaire contra su persona” (Vol. I, 1946, pp.247) y esta actitud de ataque
parece contrarrestar la indiferencia con que se le miró en Madrid, a pesar
de concedérsele años más tarde la dirección de El Liberal, la entrada a
los salones más prestigiosos, a las tertulias de mayor valía y a los eventos
sociales de mayor relevancia gracias al capital simbólico acumulado
como director de la sección hispánica del Mercure. Este mismo compor-
tamiento hostil lo tuvo con muchos de sus contemporáneos. López-
Calvo señala los altibajos que sufrió su amistad por motivos de envidias
y malentendidos que siempre desembocaban en artículos negativos, car-
tas críticas y otras desavenencias. Hay algo de sentimiento edípico hacia
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Darío por parte de Gómez Carrillo, como hay algo de recelo por la gran
popularidad que logró Gómez Carrillo en París y que supo mantener
cuando Darío ya se encontraba ensombrecido por otras tendencias.
Dejando a un lado estos resarcimientos, la misma autobiografía tiene un
valor que tan solo Ricci supo apreciar y es el ser el “primer testimonio
novelesco de un hispanoamericano acerca de la vida finisecular madri-
leña” (2005, p.66). El autor narrativiza su vida para convertirla en una
Bildungsroman, en una novela ejemplar que, proyectando su revolución
personal y poco entendida en las letras españolas, le construye como el
visionario que supo hacia dónde se aproximaba la literatura del mo-
mento mucho antes del desastre de 1898. Es su manera de reponerse a
la experiencia de invisibilidad que vivió en Madrid, su revolución per-
sonal y su manera de legitimarse en el campo literario hispánico trans-
atlántico.
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