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Las emociones están principalmente compuestas por reacciones

fisiológicas, como la tensión muscular o el incremento de la tasa cardíaca o de la


respiración.

Para poder comprender y controlar las emociones, es necesario tener o


haber adquirido algunas habilidades para manejarlas, ya que si no se logra se
pueden vivir estados desagradables y/o conductas poco deseables. Se habla
entonces de inteligencia emocional, que es la capacidad de enfrentarse y de
adaptarse a las diferentes situaciones a las que la persona se enfrenta en su vida
diaria y su capacidad para resolverlas de forma satisfactoria a la vez que genera
motivaciones beneficiosas para sí mismo.

Dichas emociones pueden tener efectos positivos o negativos en la


persona, depende del tipo de emoción de la cual se trate. Según, Coon L y
Mitterer B., “Estableció que existen ocho emociones básicas o primarias, a saber:
el miedo, la sorpresa, el desagrado, la ira, la tristeza, la anticipación, la confianza
y la alegría, y que éstas pueden tener variaciones”; también se sabe que las
emociones pueden mezclarse y dar lugar a otra emoción más compleja. Las
emociones mandan señales a las personas, quienes tienen que desplegar algunas
conductas adaptativas, evidentemente, todos los sistemas del sujeto se ponen en
activación para dar la respuesta correspondiente.

Como ya se mencionó, las emociones pueden positivas o negativas y las


personas pueden sentir ambas al mismo tiempo; esto es posible porque las
emociones positivas son procesadas en el hemisferio izquierdo y las negativas en
el derecho. Las reacciones o respuestas fisiológicas ligadas a la emoción son
producto de la actividad involuntaria del sistema nervioso autónomo, la rama
simpática prepara al cuerpo para las emergencias, activa algunos sistemas
corporales e inhibe temporalmente a otros, para que la persona esté preparada y
de una respuesta ante la situación que se vive como una amenaza. Por ejemplo, si
la persona experimenta una sensación de peligro y aparece la emoción de miedo,
el simpático provocará la liberación de glucosa para obtener energía rápida, el
corazón se acelerará para proveer de más sangre a los músculos, la digestión se
desacelerará temporalmente (porque el flujo sanguíneo se requiere para la huida),
el flujo sanguíneo en piel disminuirá para prepararse para que un posible sangrado
sea menor y otras respuestas más, que posibilitan la supervivencia de la persona
en cuestión. Una vez que pasa la situación de amenaza, la rama parasimpática del
sistema nervioso autónomo (SNA) devuelve la calma al organismo, aunque es
más lento que la rama simpática.

Las emociones pueden ser advertidas a través de la expresión facial y, son


innatas. La expresión de las emociones y la comprensión de éstas son parte del
funcionamiento del hemisferio derecho; sin embargo, las palabras que se utilizan
para realizar conceptualizaciones particulares son aprendidas en la cultura en la
cual el individuo esté inserto. El estado de ánimo es un estado emocional de baja
intensidad, cuya duración puede oscilar entre días y horas y puede llegar a afectar
la conducta diaria.

Hasta aquí queda explicada la respuesta emocional desde la perspectiva


fisiológica, no obstante, es de crucial importancia que el ser humano aprenda a
realizar un control o manejo adecuado de las emociones, lo cual le permitirá
mejores procesos adaptativos y de desarrollo personal.

Para esto, es necesario que el individuo aprenda a reconocer las


emociones que vive y que tenga una adecuada interpretación de ellas, de manera
que pueda dar respuestas moduladas, acordes a la experiencia y a la intensidad
de ésta. Por ejemplo, un estudiante puede experimentar miedo ante una situación
de examen, pero si no logra matizar la vivencia de esta su organismo puede
llevarle a una situación de parálisis en la cual no consiga dar una respuesta
acorde, perdiendo inclusive la capacidad de pensar; si el joven no logra reconocer
la dificultad que está teniendo podrá atribuir su respuesta a otras causas o
responsabilizar a otras personas, en lugar de trabajar en su propia persona para
remontar la situación de aprensión. Es decir, las respuestas desproporcionadas
pueden colocar en una situación de riesgo al individuo mismo y, en casos
extremos, a otras personas.
Así, las emociones pueden ser comprendidas como reacciones innatas
personales ante los eventos relevantes para las metas de cada persona o ante
eventos psicológicos de importancia para el sujeto.

Las emociones tienen funciones importantes: optimizan el procesamiento


de información, le ayudan a la persona a clarificar metas, como coordinar sistemas
de respuestas cognitivas (de pensamiento), conductuales y fisiológicos; comunicar
necesidades y orientar la vinculación interpersonal.

Contamos con dos tipos de inteligencia, la inteligencia emocional y la


inteligencia racional, en la inteligencia emocional somos capaces de sentir todo lo
que vivimos; situaciones que van desde una profunda y plena alegría hasta
eventos de una tristeza inmensa, es así que las decisiones que tomamos se basan
en estos sentimientos. Por otra parte, en la inteligencia racional todos los
individuos activamos las habilidades propias de nuestro pensamiento y casi
siempre nos inclinamos por las decisiones que creemos que son más pertinentes.
Es de suma importancia señalar que existen personas con una capacidad
extraordinaria.

En los últimos tiempos la “enfermedad emocional”, causada por el


inadecuado manejo de las emociones, se ha propagado como virus letal, dando
como resultado el constante aumento de enfermedades depresivas, maltratos y
violencia intrafamiliar, niños y adolescentes que pasan a ser criminales en
potencia con el manejo de las armas y el consumo de drogas, el estrés, etc.

Pero la empatía se construye sobre la conciencia de uno mismo, entre más


nos conozcamos y aprendamos a identificar nuestras emociones, más habilidades
adquirimos para la interpretación de los sentimientos y emociones de otros.
Cuando logramos sentir lo que el otro siente, nos preocupamos por él y por ende
no propiciamos ninguna acción que pueda causarle daño. Si este valor ha sido
adquirido, interiorizado y aplicado en nuestro diario vivir, seremos capaces de
practicar el altruismo que en su sentido más simple es “hacer el bien sin mirar a
quien”, pero que si lo llevamos a la aplicabilidad de nuestras creencias religiosas,
notaremos que se fundamenta en los mandamientos de la ley de Dios: “Amarás a
Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” y en el valor de la
compasión, que Cristo nos enseñó. Lo rescatable de todo esto es que no solo la
experiencia, sino todos los datos neuro-biológicos hallados a través de la ciencia,
abren un sinnúmero de posibilidades para crear, mantener y fortalecer hábitos
emocionales favorables en nuestros hijos y si se quiere en nuestros jóvenes, para
cultivar su inteligencia emocional y así poder controlar de alguna manera sus
impulsos emocionales, practicar la empatía interpretando y entendiendo la postura
del otro.

La comunicación se puede traducir en convivencia, paz y armonía, al


utilizarla como puente para expresar ideas que promuevan el respeto, la
cordialidad y los buenos modales; como dice el dicho “la decencia no pelea con
nadie”. Lo que se debe tener en cuenta es ser lo más asertivo posible, para poder
y saber decir las cosas en el momento adecuado, a la persona indicada y en el
tono correcto. La comunicación lleva al disfrute de las relaciones humanas, porque
en la medida que nos comunicamos adecuada y asertivamente, podemos
compartir experiencias enriquecedoras, que nos permitirán conocer a otras
personas y crear lazos de amistad y afectivos, que se traduzcan en buenos
momentos y nuevas experiencias para compartir, de acuerdo con nuestras
aptitudes, habilidades y afinidades.

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