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revista de filosofía
DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA / UMCE
Departamento de Filosofía
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(Universidad de Chile, Chile)
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(Universidad de Valladolid, España)
Pablo Oyarzun
(Universidad de Chile, Chile)
Diego Tatián
(Universidad de Córdoba, Argentina)
DOBLES PÓSTUMOS
José Jara
Edición y Selección
Víctor Berríos Guajardo
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA
La imagen de portada está tomada de El Mercurio de Valparaíso, publicada el 4 de noviembre de
2000.
Dobles Póstumos / José Jara
Dobles Póstumos
Editorial 11
Noticia 13
Abreviaturas 15
Procedencia de los textos 18
Editorial
El proyecto de esta edición comenzó hacia fines del 2015. La idea fue entonces
propuesta a José Jara, quien la suscribió con entusiasmo. Nos reunimos en su casa
más de una vez, cuando ya estaba aquejado de la enfermedad que lo llevaría a la
muerte el 29 de septiembre de 2017. Nos quedamos con un trabajo apenas iniciado.
Después, Valeria, su hija, nos permitió el acceso a sus archivos. Víctor Berríos si-
guió de cerca el Curriculum Vitae, rastreando todas sus publicaciones, distinguien-
do aquellas que formaron parte de su libro sobre Nietzsche, un pensador póstumo
(Barcelona, Anthropos, 1998; Valparaíso, Ed. Universidad de Valparaíso, 2018),
y aquellas otras que no. Son estas últimas, las excluidas, las que forman parte de
este nuevo libro suyo que hemos titulado Dobles Póstumos, y que se publica en este
número especial de Archivos de Filosofía, la revista del Departamento de Filosofía
de la UMCE.
Sus primeras clases a partir de 1963 las hizo como ayudante de Jorge Millas en la
11
Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, y luego, después de la obtención
del Master en Estados Unidos, como profesor en la misma Universidad entre 1968
y 1970. En 1969 fue, además, nombrado Profesor de Filosofía en la sede Valparaíso
de la Universidad de Chile, donde fue el Jefe de Carrera hasta junio de 1971, fecha
en la cual viajó a Alemania a seguir los estudios de doctorado. Cuando regresó a
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Recordaba él mismo, a veces, la ocasión en que Jorge Millas en 1967 puso en sus
manos Les mots et les choses de Foucault. Hasta entonces su inquietud era la filoso-
fía de Heidegger. La lectura de Foucault introduce un giro en esa inquietud, un
giro que lo conduce hacia la filosofía de Nietzsche. Y desde entonces la lectura de
Nietzsche realizada por Foucault toma el relevo de la de Heidegger, y no cesa de
trabajar en su obra. Lo lee infatigablemente, lo traduce, aparece La ciencia jovial
(Caracas, Monte Ávila, 1990, 1992, 1999; Barcelona, Círculo de Lectores, 2002;
Valparaíso, Ed. Universidad de Valparaíso, 2018). Este nuevo volumen, Dobles pós-
tumos, muestra la interrupción de la lectura heideggeriana y la introducción de una
lectura más bien foucaultiana de Nietzsche en Chile. En una primera aproximación
a su trabajo, diríamos que el Pepe Jara, como le llamábamos sus amigos, realiza esta
doble operación en la historia de la filosofía chilena.
Noticia
Hemos indicado anteriormente que aquí se reúnen la casi totalidad de sus artículos.
No hemos podido obtener los siguientes textos que completan la totalidad de su
obra:
«El saber y la multiplicación de sus órdenes». En: María Alruiz (Ed.) Ciencia y socie-
dad en el mundo contemporáneo. Ediciones de la Universidad Nacional Experimental
del Táchira, San Cristóbal, Venezuela, 1993.
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Finalmente, debemos indicar que todos los corchetes que aparecen en esta edición
corresponden a notas del editor, con excepción, obviamente, de los que aparecen en
las citas que corresponden a los Fragmentos Póstumos de Nietzsche.
Víctor Berríos G.
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Dobles Póstumos / José Jara
Abreviaturas utilizadas
Obras de Friedrich Nietzsche1
A. Aurora. Pensamientos acerca de los prejuicios morales.
AC. El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo.
Cr. El crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo.
CI. II. Segunda consideración intempestiva: Sobre la utilidad y el perjuicio de
la historia para la vida.
CI. III. Tercera consideración intempestivas: Schopenhauer como educador.
CJ. La ciencia jovial.
EH. Ecce homo o cómo se llega ser lo que se es.
GM. La genealogía de la moral. Un escrito polémico.
HdH. I, Humano demasiado humano. Un libro para espíritus libres. Tomo I.
HdH. II, Humano demasiado humano. Opiniones y sentencias mezcladas. Tomo II.
HdH. II, v.s. Humano demasiado humano. El viajero y su sombra. Tomo II.
MBM. Más allá del bien y del mal. Preludio a una filosofía del futuro.
NT. El nacimiento de la tragedia o Helenismo y pesimismo.
NW(1955). Nietzsches Werke. C. Hanser Verlag. München, 1955.
NW(1966). Nietzsches Werke in drei Bänden. München: Carl Hanser Verlag, 1966.
SB.KSA. Sämtliche Briefe. Kritische Studienausgabe. Deutsche Taschenbuch
Verlag, de Gruyter, 8 Bänden, München, Oktober, 1986. 15
SW.KSA. Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe. Deutsche Taschenbuch
Verlag, de Gruyter, 15 Bänden, München, Oktober, 1980.
1
Respecto de la obra de Nietzsche, para las citas se utilizan las traducciones existentes en editorial
Alianza. En los demás casos, las traducciones son de José Jara.
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WM. Der Wille zur Macht. Versuch einer Umwertung aller Werte. Alfred Kro-
ner Verlag, Stuttgart. 12ª ed., 1964. (Fragmentos póstumos recogidos
bajo el título de La voluntad de poder por Peter Gast y la colaboración
de Elizabeth Föster Nietzsche).
Z. Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie.
2
José Jara traduce directamente del francés y/o modifica en la mayoría de los casos las citas corres-
pondientes a los textos de Foucault. Sin embargo, entrega las referencias de la obra traducida.
Dobles Póstumos / José Jara
Vida, estilo y arquitectura. Capítulo del libro Otras miradas otras preguntas. Ciudad y
Arquitectura, Universidad Central, Facultad de Arquitectura y Bellas Artes, Escuela
de Arquitectura, Santiago, 2001, pp. 197-224. Este trabajo formó parte del proyec-
to de investigación FONDECYT 1998 Nº 1980450: «Edición de los Fragmentos
Póstumos de Friedrich Nietzsche abril 1888-enero 1889, con traducción al caste-
llano y aparato crítico».
La razón y el lugar de las espadas. Artículo publicado en Revista de Ciencias Sociales,
N° 49-50, 2004-2005, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de
Valparaíso, pp. 199-218. Este trabajo fue leído en una primera versión más breve
en el Coloquio Internacional «Kant. Razón, Historia y Libertad. En el bicentenario
de la muerte del filósofo Immanuel Kant», organizado por UMCE, U. de Chile, U.
ARCIS, U. Diego Portales y Goethe-Institut, Santiago, 2-4 noviembre, 2004. Tam-
bién fue leída en las III Jornadas de Filosofía Teórica «Conocimiento, normatividad
y acción», organizado por Escuela de Filosofía, Universidad Nacional de Córdoba,
31 mayo - 2 junio 2006.
Un siglo corto de Filosofía. Artículo publicado en Archivos. Revista de Filosofía, Nº
1, Departamento de Filosofía, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educa-
ción, 2006, pp. 75-88. También hay versión en La Cañada. Revista del pensamiento
filosófico chileno, Nº 3, 2012, pp. 10-27.
El arte del estilo y las tramas de la recepción. Conferencia leída en las V Jornadas
Internacionales Nietzsche 2006 «La recepción francesa del pensamiento nietzschea-
no» y en Jornadas Internacionales Derrida «Por amor a Derrida», organizado por
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Revista Instantes y
Azares, Centro Franco-Argentino A.E.-UBA, Sociedad Iberoamericana Nietzsche,
Buenos Aires, 18-21 octubre 2006.
20 Vida, arte y filosofía: un triángulo sin fin. Capítulo del libro Nietzsche e os gregos. Arte,
memória e educacao. Assim falou Nietzsche V, Ch. Feitosa, MA. De Barrenechea, P.
Pinheiro (Orgs.), DP&A Editora, Rio de Janeiro, 2006, pp. 145-158. Antes, esta
publicación fue leída como conferencia en el Simposio Internacional de Filoso-
fía «Assim Falou Nietzsche V. Nietzsche e os Gregos, arte memoria e educacäo»,
organizado por Departamento de Filosofía, Universidad de Río de Janeiro,15-18
noviembre 2004.
Dobles Póstumos / José Jara
Entre la crisis y la filia. Capítulo del libro Grafías filosóficas. Problemas actuales de la
filosofía y su enseñanza, Olga Grau y Patricia Bonzi (eds.), Cátedra Unesco y Uni-
versidad de Chile, Santiago, 2008, pp. 69-74. Esta publicación recoge ponencias
del Seminario Internacional de Filosofía y Educación, Santiago, 8-13 enero 2007.
Ensayar y crear, una clave humana. Conferencia dictada el día 11 de noviembre de
2009 en las IX Jornadas de Filosofía en Lengua Alemana, organizadas por el Institu-
to de Filosofía de la Universidad de Valparaíso y el Goethe Zentrum de Valparaíso.
La filosofía, una existencia en viaje. Artículo inédito elaborado en el marco del pro-
yecto de Investigación FONDECYT 2009 Nº 1070917: «Condiciones de existen-
cia de la enseñanza de la filosofía en las universidades chilenas. Dispositivos para
el análisis de una experiencia intelectual, política e institucional: 1935—2006».
La intención de José Jara era publicar un libro con artículos de los investigadores
y colaboradores de dicho proyecto, siendo este artículo su colaboración al mismo.
Una posada en el camino. Artículo publicado en La Cañada. Revista del pensamiento
filosófico chileno, Nº 2, 2011, pp. 125-145. En lo fundamental, este texto corres-
ponde a la ponencia presentada en el Congreso Nacional de Filosofía realizado en la
Biblioteca de Santiago en octubre de 2009. En dicha ponencia y en su publicación
después se recogen los primeros resultados parciales del proyecto FONDECYT
2009 Nº 1070917: «Condiciones de existencia de la enseñanza de la filosofía en las
universidades chilenas. Dispositivos para el análisis de una experiencia intelectual,
política e institucional: 1935—2006», que se hallaba en ejecución.
Condiciones de existencia de la filosofía. Informe final del proyecto de investigación
FONDECYT 2009 Nº 1070917: «Condiciones de existencia de la enseñanza de la
filosofía en las universidades chilenas. Dispositivos para el análisis de una experien-
cia intelectual, política e institucional: 1935—2006», inédito.
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Foucault lee a Nietzsche, su obra y su locura. Texto inédito encontrado entre los
documentos y borradores de José Jara. Según los datos que poseemos, habría sido
reelaborado en 2013 a partir de la conferencia «Foucault y la ausencia de obra» leída
en el congreso «O mesmo e o outro. 50 anos de História da loucura» en la Pontificia
Universidad Católica de Sao Paulo (PUC-SP) en octubre de 2011.
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— yo soy mi propio doble...
F. Nietzsche
Dobles Póstumos / José Jara
El mito de la autenticidad es la obra del afán tenso de un hombre que dispara su ten-
sión en múltiples direcciones, recogiendo de cada una de ellas algo que le acerque al
punto central donde la tensión es máxima, para intentar entenderse cristianamente
en un mundo que lo frustra, en el que sin embargo vive sin otra alternativa. Para
ello ha de lidiar con lo demoniaco de su ser hombre, creatura intermedia entre la
inocencia paradisíaca y la beatitud redimida, con su equilibrarse en la cuerda tendi-
da sobre el abismo de lo humano que sostienen Dios y el mal, teniendo como único
apoyo a su aspiración a la autenticidad.
La autenticidad no es sólo un tema que pueda o deba ser abordado por el sentido
ético que tenga para un vivir y convivir fundado, sino que además y conjuntamente
por su alcance ontológico. El ser del hombre se logrará en cuanto viva auténtica-
mente, y es su autenticidad lo que le ha de conferir ser. Ontología y ética se conju-
gan haciendo del hombre un ser uno.
La investigación de Humberto Giannini «se pregunta por algo que atañe propia-
mente al hombre»: la autenticidad. Los primeros cinco capítulos de su libro son,
preferentemente, un examen de algunas de esas múltiples direcciones en que podría
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responderse a la pregunta, en donde si bien ninguno de los ámbitos que ciñen esos
capítulos le permite dar con lo que busca, queda en cambio en disposición de eli-
minar caminos que en un primer momento podían parecer transitables, cercando
por lo mismo el centro de su tema. Sólo brevemente nos referiremos a ellos, sin
mencionar algunos de los problemas particulares que allí se suscitan.
En un primer término se desecha la investigación acerca del ser del universo, las co-
sas físicas, sus principios y causas, en cuanto se muestra que el hombre se encuentra
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en una región distinta a la de lo físico, que es la historia. Por otra parte, al estar el
hombre en la naturaleza, se tiende a considerar la autenticidad como el reconci-
liarse con lo que se «es» naturalmente en medio de los otros entes naturales, y por
extensión ingenua hacer coincidir ese ser con la espontaneidad; esta suposición ha
de rechazarse por cuanto el hombre más que simplemente «ser» es un «querer ser»,
búsqueda de un ideal sí mismo que cabe realice en el mundo entre los objetos y los
prójimos. Pero en este punto es posible surjan pistas falsas, pues sólo son lo calcula-
ble para un hacer y poseer según notas de previsibilidad, cercanía y manipulación;
en cambio el hombre, con respecto a su sí mismo, en nada esencial tiene que ver
con ellos, ni por ellos ser medido, aun cuando conozca en su cercanía. En todo caso,
es con los prójimos y en la convivencia en donde se podría encontrar algunas direc-
ciones para el movimiento hacia la autenticidad. Sin embargo, lo convencional, la
tradición, el lenguaje solidificado por el uso anónimo, los prejuicios que inundan el
mundo social que habita el hombre, tornan resbaladizo también este nuevo lugar de
relación. Y especialmente cuando se trata de determinar, para la buena convivencia,
cuál ha de ser el principio que regule la bondad de un acto para mí o en referencia
al prójimo, como acceder al bien común desde la pluralidad de actos, si aquél puede
o no ser uno y además válido universalmente.
Aquello que atañe propiamente al hombre y por lo cual se interroga: su ser autén-
tico, no es algo que éste de suyo posea, antes bien se le propone como un llegar
a ser aquello que es, un querer ser. Esta primera formulación tiene su antecedente
más remoto en Píndaro, según lo cita Ortega: genoio ws eidi, «llega a ser el que
Dobles Póstumos / José Jara
eres»1, y que también recoge Heidegger.2 En cada caso el sentido que se le asigna es
diferente, así como ahora Giannini. Aquí lo que el hombre ha de alcanzar y puede
querer no parece encontrarse propiamente en él, ni ser algo de un modo humano;
más bien se encuentra fuera de él como individuo, alojado en el todo del hombre
que es su historia y siendo de un modo ideal. No sólo esto. Ese ideal no parece
intervenir activamente o facilitar el esfuerzo del hombre hacia él, sino que lo espera
en el límite de la historia humana hasta que éste acceda a aquél. Lo que atañe al
hombre es pues, algo que a éste le falta, y al faltarle lo malogra en su esencia más
propia, constituyendo su «esencia negativa». Pero porque aquello le falta es que lo
quiere, para ser. Por donde el hombre es un querer y una deficiencia: es lo que es y
lo que no es. Lo que el hombre ha perdido y no es, es Dios; por tanto, éste queda
así inscrito en el interior más profundo del hombre.
Lo ya dicho lleva a una afirmación aún más categórica con respecto al hombre:
«La vida humana está radicalmente desarraigada de su fundamento» (p. 73). Esto
supone que el hombre no posee en sí mismo su fundamento que pueda en el mun-
do manifestársele en convivencia; es él un ser radicalmente dependiente. Es en el
mundo y en la historia a qué está arrojado donde se cumple su desarraigo, lo cual
transforma a uno y a otro en el lugar en que el hombre se «malogra» y es su «cautive-
rio». Giannini no puede evitar el sentimiento de frustración que le deja lo terreno,
y derechamente lo asume. El cautiverio de la historia no es mera circunstancialidad,
en ella queda el hombre en absoluto «enajenado», puesto que ella no trasunta ni
es el simple hacer humano a través del tiempo. Más bien, la historia humana es
el resultado de un «hecho» que está más allá de la historia y del cual no se puede
dar cuenta racional o científicamente, por pruebas o demostraciones. La historia
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se funda en un mito metahistórico, que cae en el ámbito de lo inefable y de la fe.
1
El hombre y la gente. Ed. Revista de Occidente, 1957, p. 45.
2
Introducción a la metafísica. Ed. Nova, 1959, p. 141.
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Los resultados que ello produzca para la experiencia humana sólo analógicamente
podrían ser presentados. Es éste un punto crucial de la tesis de Giannini, que sin
embargo por lo que ella misma expresa, posterga o impide todo diálogo que no [se]
sitúe en los supuestos por ella colocados. Más adelante volveremos sobre este punto.
caído una deficiencia eficiente y activa, caído en un mundo el que se levanta por su
fuerza y juega el juego intrahumano de «querer ser el ser que es», es decir, querer
ser histórica y mundanamente el ser que es metahistórica e idealmente, en último
término, el ser que alcance será solo en «préstamo», pues la conquista sólo se dará
en cuanto la reconquista llegue hasta ese mito originario que lo funda, y Dios vaya
a su encuentro mediante un acto de gracia redimiéndolo «al término de su (nuestra)
pequeña historia personal».
Lo dicho nos llevaría a concluir que el hombre se encuentra cercado o rodeado por
la divinidad tanto desde su pasado como hacia su futuro. La autenticidad la encon-
trará en cuanto recupere, movido por un sentimiento voluntario, eso que le falta y
que radica en el mito originario de la caída; pero, por otra parte, aquello no podrá
recuperarlo sino saliéndose de la historia humana por el polo opuesto de aquél por
el cual a ella entró, es decir: la redención por la gracia divina (algo que también es
un mito y cae en lo inefable e indemostrable). De donde se ha de desprender que
la autenticidad humana sólo se logrará escapándose de la historia: recuperándose
desde el origen mítico hacia un sí mismo futuro también mítico. Por tanto, que esa
autenticidad, según creemos Giannini la ve, es efectivamente un mito, tanto por su
lugar primero de impulso que patentiza la defección humana como por su punto
de término redentorio extrahumano; es decir, el mito de la autenticidad. Así, la
vida humana del hombre sería un mito, por los supuestos y metas que la sustentan
llenándola de sentido. Pero el hombre vive en un mundo que no es mítico, sino
real, en el cual debe realizar también sus quehaceres cotidianos. Y es por las diarias
situaciones conflictivas que le presenta ese mundo real, incoincidente con la región
mítico-ideal de su autenticidad, y porque a pesar de todo el hombre es libre para ser
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sí mismo en cuanto lo quiere, que su libertad lo es para desenajenarse; por tanto,
libertad para demitizar. Pero, sin embargo, ¿hasta dónde puede él demitizar? ¿Al ha-
cerlo no está ya dependiendo del mito, por ser éste la razón de existir del demitizar,
a la vez que de la suya personal? Y si logra una plena demitización, ¿no queda por
ello fuera del mito, y al perder el mito, pierde también a Dios?
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Es por esto, creemos, que en este punto Giannini se traslada al bien trabajado ca-
pítulo VIII: Apolo y Sócrates, para desentrañar lo que signifique el «proceso de
socratización» del maestro de Platón, a instancias de la enigmática respuesta que el
oráculo délfico da a Querefón.
Sócrates es quien a todo hombre que dice saber algo le interroga por ese su conoci-
miento, para de él aprender. Este cuestionario suyo pone en descubierto, sin embar-
go, que todo ese «saber tradicional» es vacío y mera apariencia. Al cuestionamiento
de la tradición que el pueblo griego cree ver en la actividad de Sócrates, responde
esa tradición colocándole un interdictor que le represente: el dios Apolo, con su
enigmático oráculo de que no existía otro hombre más sabio que Sócrates. Aquí
es donde Giannini introduce una sugestiva afirmación «la predicción del oráculo
es causa de que se produzca lo que se predice» (p. 160), y justo por ello es que co-
menzaría la «socratización» del interdicto por Apolo y la tradición: la búsqueda de
Sócrates de su propio ser. Pero, en la búsqueda emprendida por Sócrates en cierto
modo éste estaría actuando desde fuera de sí mismo, impelido por una predicción
que no ha sido postulada por él, aunque ella afecte a su ser. Sócrates, por su con-
ciencia indagante, ha mordido el anzuelo délfico del cual sólo se liberará cuando,
enfrentado al tribunal que lo juzga, renuncia a la condonación de su muerte, pues
el no hacerlo implicaría renunciar a sí mismo, que en vida se ha manifestado como
el infatigable cuestionar todo saber aparente en pos de uno que sea verdadero. En el
momento de decidir acerca de su socratización, de su ser, calla, el dios Apolo que lo
ha llevado hasta el extremo de asunción de su existencia, y calla su genio personal:
De lo dicho habría que deducir, tal vez, que Sócrates al demitizar (desentrañar el
enigma del oráculo; para el cristiano, recuperar el mito que lo enajena) por medio
del preguntar y el saber, finalmente queda fuera del mito (del alcance de Apolo),
aunque ello le cueste la vida, pero ganando el sumo bien y el valor para sí: su ser.
Aquí Giannini no responde a las preguntas que él mismo se plantea: al aceptar
Sócrates la muerte en su postrer discurso, «¿ha hablado el dios Apolo por boca de
Sócrates? ¿Lo ha inspirado el Dios, o bien, el que ahora es sabio, finalmente se ha
liberado del yugo divino?» (p. 166). Que la falta de respuesta del autor implique
aceptar que la demitización rompe con el mito destruyéndolo y dejando al hombre
sólo consigo mismo, es algo que no podemos afirmar. Pero si así fuera, ello signi-
ficaría que el demitizar humano sería una simple mise en scène ficticia, un buscarse
el hombre a sí mismo como humano —aunque sea desde Dios y contra él— pero
desde la partida no creyendo que ello sea posible; un demitizar que no cree en la
posibilidad radical de demitizar y sólo «hace como si lo hiciera». O bien, el demiti-
zar se presentaría como imposible, porque en último término siempre será el mito
quien hable. Si esto sucede luego de la experiencia demitizante, efectivamente, no
quedaría más que la plegaría silenciosa en la fe, y el resto simples fuegos de artificio
humano.
ello pecaminoso el mundo, y, por tanto, suponiendo una separación del mal moral
y el mal cósmico u ontológico, o al menos subordinando el segundo al primero. La
presencia de la figura mítica de la serpiente haría ver que el pecado no entra en el
mundo por el hombre, sino que el pecado con anterioridad está ya en el mundo,
aparece en él junto con el hecho de la Creación. Es esto último lo que propone
Giannini «un mito radical que compromete a toda la obra de la creación, esto es,
que hace inseparable el mal moral del mal cósmico» (pp. 188-189). El mal surge en la
creación como un «imprevisto» por el Creador, «un super esse, un plus absoluto: el
mal, el mal que convierte el don de la voluntad libre en una maldición». Por tanto,
debido a esta co-originariedad del bien y el mal, como resultado concreto para la
vida del hombre, tenemos que éste no es libre para no pecar, está plenamente de-
terminado por toda eternidad a través de ese mito metahistórico que compromete a
toda la historia y hace que él quede, desde un principio, enajenado en ella. Es sólo
mediante la gracia que se pueda recuperar para el hombre «la continuidad entre la
prehistoria y la historia de su conciencia». Y el hombre podrá saberse a sí mismo en
cuanto recuerde y reconozca que es un «ser-en Dios».
Por otra parte, ese «imprevisto» que surge en la creación: el mal, se le hace patente al
cristiano en su vida terrena a través de la experiencia religiosa de lo demoníaco. Es
porque hay ese mal tan originario como la creación o el bien divino, que el hombre
puede caer en la tentación de lo demoníaco. Porque hay Dios, y gracias a él, es que
le es posible al hombre entrever lo absoluto, pero también porque hay mal siente
la inclinación de verse a sí mismo como absoluto y con prescindencia de Dios. Y
Todo lo cual nos muestra a Giannini como un especial modo de ser cristiano y
encarar su cristianismo, esto al aceptar que Dios no estaba «solo» en el momento de
su máxima obra: la creación, sino que a su lado apareció la nada. Queremos decir,
en su visión del cristianismo se filtran cuestiones que difícilmente un religioso o
teólogo cabal aceptaría del modo como él las plantea. Y una de esas cuestiones es el
viejo y difícil tema con que distintos pensadores a través de la historia de la filosofía
han afilado su pensar: el Ser y la Nada, y entremedio de ellos: el hombre.
33
Dobles Póstumos / José Jara
Las cosas concretas o imaginarias que el hombre piensa y expresa en palabras, pue-
den ser atendidas cuando las cosas y las palabras resaltan sobre un «orden» que actúa
como un trasfondo a priori e histórico que las hace posible. No habrá conocimiento
de ellas en una epistéme, mientras no se precise ese orden previo que enmarca todas
las positividades o ideas que se entrelazan en una cultura. Nuestro tiempo sería uno
en que se sospecha la falta de un código fundamental ordenador de lo concreto y
de las ideas con que nos debatimos. Les mots et les choses es un libro que intenta,
recogiendo el saber que se logra en el Renacimiento, Edad Clásica y Moderna según
peculiares «órdenes», pensar esa carencia actual de un código fundamental.
Michel Foucault escribe un libro de una gran complejidad. Tanto por la tesis «ar-
queológica» que postula para la comprensión de la cultura y lo que en ella y de ella
ha hecho el hombre, como las investigaciones concretas que emprende en los espa-
cios culturales ya mencionados. En uno y otro caso hay postulados y temas de es-
tudio que harían necesarios por sí solos largos y pausados comentarios, discusiones.
No es esto último lo que aquí nos proponemos como tarea, sino en el mejor de los
casos el intento previo de dar cuenta de la tesis de Foucault con la mayor claridad
que nos sea posible, de un medio del torbellino de cuestiones generales unas, muy
concretas otras, que este libro levanta. 35
Durante el Renacimiento y hasta fines del siglo XVI, el nexo de sentido que orga-
nizaba los códigos fundamentales de esa cultura, era la «similitud» o «semejanza».
A través de ella se podía entender todos los fenómenos y realidades que en aquella
época le hacía frente al hombre, quien a su vez no era sino un fenómeno más, entre
otros, inmerso en ese mundo. La explicación de esta figura operaba mediante los
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principios de conveniencia, emulación, analogía y simpatía, con los cuales era po-
sible comprender las relaciones que se establecían entre las cosas; además, porque
éstas en su misma superficie ostentaban «signos» o «signaturas», marcas visibles de
aquel fondo secreto que se suponía ellas guardaban. Las palabras o signos, y las
cosas, se reenvían mutuamente unas a otras, están enigmáticamente unidas, puesto
que los signos bordean la ambigüedad de ser tanto la forma como el contenido de la
cosa que señalan, debido a la articulación que entre ellas ejerce la semejanza. Ambas
se encuentran alojadas en un «plano uniforme» en donde sólo cabe el «comentario»
del texto escrito que intenta al infinito alcanzar el texto primitivo masivo y origina-
rio, escondido a la vista del profano tras aquél. Es de la necesidad del comentario
del discurso absolutamente primero que surge la Divinatio y la Eruditio, en cuanto
técnicas hermenéuticas mostradoras de la naturaleza.
La dificultad, hoy, para entender ese ambiguo oscilar de los signos y las cosas debido
al nexo de la semejanza, y que acercan el comentario a la magia, se explicaría, según
nos dice Foucault, por el hecho de que estamos ya muy alejados de esa cultura.
Entre ella y nosotros se encuentra la Edad Clásica que inaugura un nuevo modo de
comprender las cosas, por medio de la «representación», y que supone «una inmensa
reorganización de la cultura»; por otra parte, si bien de esta última época estaríamos
recién saliendo, ya habría en estos tiempos otra manera de acercarse a las cosas por
medio del lenguaje.
las naturalezas complejas (las representaciones en general, tal como se dan en la ex-
periencia), es necesario constituir una taxinomia y, para ello, instaurar un sistema de
signos».1 Pero, junto a estos sistemas se hace necesario un análisis genético que pon-
ga de manifiesto cómo se constituyen esos órdenes a partir de las series empíricas.
Estas tres directrices que forman el conjunto de la epistéme clásica, teniendo a la
base la representación como aquello que hace necesarios esos sistemas y este análisis,
se articulan en un espacio del saber más amplio que Foucault llama le tableau. Este
al reunir a aquéllos en su conjunto, hace posible que en su interior se manifieste la
diversidad de opiniones, debates, contradicciones aparentes, que en el fondo no ha-
cen sino mostrar la historicidad del saber, que a pesar de todo sigue siendo unitario
porque se mueve en el ámbito posibilitante de diversidades de lo mismo.
1
PC., p. 78; MCh., p. 86. Con respecto a la traducción de E. C. Frost, cabría decir que por ser ex-
cesivamente literal adolece a veces de errores, o de frases que resultan ambiguas si no se cuenta con
el texto francés al lado, que permita cotejarlo. Aun cuando es cierto que el estilo en que está escrito
el libro no facilita especialmente la labor del traductor.
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En este sentido es que puede decirse que deja de existir «el ser del lenguaje» clásico,
a diferencia del texto primitivo del Renacimiento que a pesar de su carácter masivo
y enigmático aseguraba el lenguaje, y garantizaba el «comentario». Ahora el lenguaje
es algo que sólo «funciona», y lo hace según el modo de la representación en donde
encuentra los límites de exactitud, pero donde también se agota. La forma que en
este punto adopta es la del «discurso», y la actitud de estudio que frente a él cabe
es la «crítica», la cual puede realizarse según cuatro direcciones distintas aunque
solidarias y articuladas: 1) crítica de las palabras; 2) del orden de las palabras; 3)
de las formas de retórica, y 4) de las relaciones entre el lenguaje y aquello que él
representa. Así, esta crítica podrá hacerse ya sea en términos del lenguaje como me-
canismo, o de acuerdo a términos de verdad, exactitud, propiedad y valor expresivo;
ello dará origen a la oposición y discusiones acerca de la forma y fondo del lenguaje,
que llegará hasta el siglo XIX cuando se haya debilitado la fuerza de la crítica. En
todo caso, crítica y comentario serán perpetuos enemigos y únicas posibilidades de
entender el lenguaje, mientras éste no rompa sus ataduras con la representación.
Lo que distingue y realza al lenguaje como «discurso» con respecto a otros signos
38 y le permite jugar un papel decisivo en la representación, es que él la analiza y ex-
presa según el orden necesariamente sucesivo. Si el pensamiento es una operación
simple y cada pensamiento una unidad, aun cuando pueda haber una serie de pen-
samientos sucesivos, el lenguaje no puede representar el pensamiento de golpe y
en su totalidad sino que lo dispone en partes según un orden lineal, puesto que los
sonidos mismos que componen las palabras y el lenguaje sólo se pueden articular
uno tras otro. Este proceder ajeno a la representación y al pensamiento es una de
Dobles Póstumos / José Jara
2
PC., p. 88; MCh., p. 97.
3
Ídem.
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los signos él puede representar y establecer lazos entre todas las representaciones;
Es por esto que la Gramática General no pretende ser una Gramática Comparada
que defina las leyes de todos los lenguajes que de uno u otro modo se relacionan
entre sí, sino más bien es «general» en cuanto intenta mostrar el fundamento de la
función representativa del discurso que permita la articulación del pensamiento
consigo mismo, esbozando así una «taxinomia» de cada lengua; es decir, aquello que
40 funda la posibilidad de que haya un discurso. Para ello ha de contar con el elemento
previo y carácter general que es la «representación». Así como existen diferentes len-
guajes, habrá también diferentes Gramáticas Generales propias a cada uno de ellos.
que serlo. Esto es imposible a menos que se acepte un caos inmanejable. De aquí
surge lo necesario de la «generalidad» con respecto a las palabras que nombran.
Esta generalidad se puede lograr por una articulación horizontal agrupando a los
individuos según identidades y diferencias desde el individuo, a la especie, género
y clase, de acuerdo a un esquema taxinómico que da origen al sustantivo; o bien,
por una articulación vertical que distingue entre las cosas que subsisten por sí mis-
mas: sustantivos, y las que dependen de otra o son cualidades: adjetivos. Pero esta
generalización de los hombres y articulación de cosas con sus nombres no se fija ni
cerrada, sino que se puede dar un juego entre ellos que da lugar a los sustantivos
adjetivados y a los adjetivos sustantivados. Es ésta la primera forma de articulación
que permite la libertad, movilidad del discurso, y la diferencia de las lenguas, en
cuanto que la proposición puede articular de uno u otro modo las representaciones
que ella transforma en discurso.
4
PC., p. 105; MCh., p. 115.
Dobles Póstumos / José Jara
el «punto de herejía» que divide a la gramática del siglo XVIII; muestra el hecho
de que dentro de una misma cultura se puedan dar divergencias, interpretaciones
diferentes y hasta disparatadas con respecto a un mismo hecho fundamental, pero
que sin embargo ellas se dan y están posibilitadas por un mismo «orden» común a
esa cultura. El orden propio a la epistéme de una cultura no es cerrado y dogmático
para quienes están en ella, sino básicamente abiertos a la variación y al antagonismo
dentro de lo Mismo. Ese orden común o Mismo, para La Edad Clásica sería: el va-
lor de la representación y, más específicamente con respecto al lenguaje, el hecho de
que la palabra incluso en sus divisiones más ínfimas: sílaba, letra, cumple la función
de «nombrar», y por ello mismo es a la vez representación.
Desde el primer momento en que se acuña una palabra para designar una cosa
queda expuesta a sufrir cambios en su significación. El primer tipo de cambio que
en ella se puede dar es la modificación de su forma, debido a causas externas fácil-
mente localizables, tales como su pronunciación, modas, hábitos, etc., y que por lo
mismo no tienen mayor importancia ya que no alteran su sentido; más bien, es esta
alteración, la del sentido, la que sí importa. Ella obedece a cambios que se dan en
un orden espacial, en un ámbito «cultural» dado, constituido ya sea por supersticio-
nes, creencias, imaginatividad o reflexividad de un pueblo. Los cambios de sentido
de las palabras se dan a su vez dentro de un lenguaje, y, más precisamente en sus
figuras y escrituras. Se conocen dos tipos de escritura: la que fija el sentido, idea de
la palabra, y la que entrega los sonidos de ellas. La primera se puede ejecutar según
eventual ciencia. En oposición a esta escritura hallamos la de tipo alfabético que fija
los sonidos que denotan las palabras, lo que logra gracias a un número pequeño de
signos únicos que al combinarse permite la formación de todas las sílabas y palabras
posibles.5 Si bien la escritura alfabética no pretende esbozar con sus signos elemen-
tales la representación de una idea, sí permite la combinación de letras que pueden
luego señalar a una idea. Esta escritura que combina no ideas, sino sonidos, letras
que luego van a formar ideas, hace posible que se ejerza el análisis dentro del len-
guaje. El progreso indefinido, cambio que puede acontecer en el lenguaje, se aloja
en aquel pliegue de la palabra en donde se junta el análisis de la palabra y lenguaje
y el espacio en donde ellas se dan, comunican entre sí y con otros espacios, es decir,
con otros ámbitos de supersticiones, imaginatividad o reflexividad de un pueblo.
5
PC., p. 117; MCh., p. 128.
6
PC., p. 120; MCh., p. 130.
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7
PC., p. 121; MCh., p. 132.
Dobles Póstumos / José Jara
sí misma. Sin señal no hay o no se conoce lo señalado, pero una vez que llega allí o es
conocido lo señalado, nos quedamos con esto, replegándose la señal. El nombre es el
principio y el término del discurso, que una vez enunciado da lugar al conocimiento.
La investigación del capítulo Parler ha tenido por objeto determinar las condiciones
bajo las cuales el lenguaje ha podido transformarse en objeto de saber, entre qué
límites se despliega su dominio epistemológico, qué es lo que ha hecho posible las
diversas opiniones que se han dado acerca del lenguaje, y cómo lo que le es exterior
—la designación y la derivación— de alguna manera ha influido también en su
constitución interna.
La sólida unidad del lenguaje en la Edad Clásica se logra cuando por medio del
juego de la designación articulada se introduce silenciosa y como anónimamente
la semejanza en la relación proposicional, que era un sistema de identidades y dife-
rencias fundada en el verbo y manifestada en los nombres. La semejanza, que había
sido formalmente excluida del saber a partir del siglo XVII, constituye siempre el
borde externo del lenguaje: el anillo que rodea el dominio de aquello que se puede
analizar, poner en orden y conocer. Es el murmullo que el discurso disipa, pero sin
el cual no podría hablar.8
Podríamos decir que, así como dentro del orden vigente (lo Mismo) de la epistéme
de una cultura se pueden dar divergencias que manifiestan su abertura esencial, los
diversos órdenes de epistéme que se pueden precisar dentro de la evolución de la
humanidad no son incomunicantes entre sí, ni están tajantemente separados unos
de otros. Lo que sí sucedería es que el acento de importancia varía de un orden a
otro, que es precisamente lo que hace que se puedan distinguir diversos órdenes. 47
Para la epistéme del Renacimiento lo decisivo sería la semejanza, para la Edad Clá-
sica la representación; habría que decir que lo que en un momento era principio
unitario, en otro será lo múltiple confuso y disperso que yace en ella.
8
PC., p. 125: MCh., p. 35.
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9
PC., p. 207; MCh., p. 222.
Dobles Póstumos / José Jara
dar cuenta de ellos. Lo que acontece allí, es que, en cierto modo, la Historia y el
Tiempo se filtran en la representación inmóvil, neutra y transparente, invalidándo-
la, mostrando su esterilidad histórica, temporal.
Esto acontece en la economía, incluso con Adam Smith, en cuanto si bien los hom-
bres intercambiaban cosas porque experimentaban necesidades y deseos, podían
cambiar y ordenar esos cambios porque estaban sometidos al tiempo y a la gran
fatalidad externa que se desarrolla según su propia necesidad y leyes autónomas:
régimen de producción, formas de trabajo y el tiempo del capital.10 Con respecto a
la biología ya no tratará de clasificar estáticamente a todos los individuos posibles
según la noción general de «caracteres» —posibilitado también por la representa-
ción— en un orden que dé lugar a una taxinomia pulcra y bien hecha. Esto porque
ahora se introduce la noción de «organización» en cualquier fijación taxinómica,
que lleva a distinguir tajantemente entre seres organizados y no-organizados, es de-
cir, vivientes y no-vivientes. Por tanto, se hace necesario estudiar lo orgánico según
la noción de vida, funciones para la vida y jerarquización de funciones; ingresa aquí
también la noción de tiempo y de sentido, algo ajeno a los marcos de orden de la
representación. Esto, sin embargo, no significa la consagración del vitalismo, el cual
no sería más que un efecto de superficie de este otro acontecimiento arqueológico.
En el lenguaje es la flexión de las palabras como algo que acontece en el interior de
la lengua con sus propias reglas, ajenas ya al criterio de la representación, lo que
permitirá ver el cambio que se opera hacia fines del siglo XVII y comienzos del siglo
XIX. Es la historicidad que se introduce en el espesor de la palabra misma.11
10
PC., p. 222; MCh., p. 238.
11
PC., p. 232; MCh., p. 249.
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Las nuevas ciencias que se crean con sus respectivos objetos temáticos (el trabajo,
la vida, el lenguaje) instauran una filosofía trascendental. Estos trascendentales; «en
su ser, están más allá del conocimiento, pero son, por ello mismo, condiciones de
los conocimientos». Curiosamente, como ya antes se ha visto en la Edad Clásica,
esto da origen a dos modos diferentes de desarrollarlo, contrapuestos en sus proce-
dimientos y metas, pero cercanos en mutuo corresponderse como «partes» de un
todo que necesita verse unido; y lo ve en su unión esencial sólo el «arqueólogo»
que intenta ir más abajo de las contradicciones aparentes, hasta las condiciones de
posibilidad de esas manifestaciones del espíritu. Esas «partes» serían las metafísicas
que se desarrollan a partir de trascendentales objetivos, y de los «positivismos». Así,
lo que constituiría el pensamiento europeo desde principios del siglo XIX hasta
50 Bergson sería el triángulo: crítica-positivismo-metafísica del objeto.14
12
PC., p. 235; MCh., p. 252.
13
PC., p. 237; MCh., p. 255.
14
PC., p. 240; MCh., p. 258.
Dobles Póstumos / José Jara
Con respecto a las ciencias positivas del siglo XIX, es el régimen de producción y el
trabajo en la economía, la vida que sustenta la biología, la sonoridad de la palabra
en la lengua, y el hombre mismo que trabaja, vive y habla, lo que muestran la irrup-
ción del hombre y la historia en él y en esas ciencias.
Con el cambio de eje que se produce en el siglo XIX las cosas ya no se muestran
según un ordenamiento de identidades y diferencias, sino según su relación al ser
humano. El hombre es ahora designado, conocido por aquellas cosas que le rodean
y entremedio de las cuales se halla inmerso, siendo a la vez él el principio y medio de
aparición de esas cosas, como cosas que constituyen un mundo humano. El hombre
es conocido por las cosas que hace y con que se relaciona, a la vez que éstas por
aquél. Pero con esto, el hombre queda transformado en algo así como «un objeto
natural o un rostro que ha de borrarse en la historia».
Y por aquí se filtra la finitud del hombre que da lugar, además, a la finitud del saber
positivo acerca de las cosas. Es efectivamente una comprensión circular de la finitud
humana y de las cosas, pero que se funda en la figura de lo Mismo. Es eso Mismo
que está en la base de la cultura de una época, lo que se manifestará ahora a través de 51
la finitud que hace aparecer las identidades y diferencias tanto en las positividades,
como en la relación de éstas a su fundamento. Lo trascendental va a volverse suce-
sivamente a lo empírico, y el cogito dirigirse a lo impensado. Es la movilidad que se
produce en el seno de lo Mismo de esta nueva época, a través de la finitud, y según
la alternancia de lo trascendente-empírico, identidad-diferencia, que disuelven en
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esa movilidad sus fronteras, lo que hará irreductible a los moldes de la filosofía clá-
sica este nuevo pensamiento que se inaugura.15
15
PC., p. 307; MCh., p. 326.
16
PC., p. 309; MCh., p. 328.
Dobles Póstumos / José Jara
que se inicia después del siglo XIX aparece el hombre. «Lo impensado (...) es, en
relación con el hombre, lo Otro: lo Otro fraternal y gemelo, nacido no de él ni
en él, sino a su lado y al mismo tiempo, en novedad idéntica, en una dualidad sin
recurso».17 El pensamiento moderno tiene como tarea avanzar en la dirección «en la
que lo Otro del hombre debe convertirse en lo Mismo que él».
Cualesquiera que sean las formas concretas en que se piense el origen (desde Hegel a
Marx y Spengler, o según Hölderlin, Nietzsche y Heidegger), lo que lo hace posible
es el pensar algo así como lo Mismo; el esfuerzo del pensamiento moderno «por reen-
contrar al hombre en su identidad —en esta plenitud o en esta nada que es él mis-
mo». Y ello, por «la relación insuperable del ser del hombre con el tiempo»19, que, de 53
nuevo, aunque de un modo distinto que en la Edad Clásica, revela la finitud humana.
Una vez que se quiebra la posibilidad del análisis del discurso según el modo de
17
PC., p. 317; MCh., p. 337.
18
PC., p. 321; MCh., p. 341.
19
PC., p. 326; MCh., p. 346.
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Por otra parte, el análisis de la finitud del hombre lleva a que se tienda a ver lo Otro,
lo Lejano que le aparece al hombre, a vez como lo Mismo y más Próximo. Y como
se trata en el pensar moderno de ir desvelando eso Mismo que parece ocultarse
en lo Otro, la reflexión tomará el modo de un juego dialéctico y de una ontología
sin metafísica, en donde se responden uno a otro.20 Es la distancia espacial que se
extiende en el seno de lo Mismo (en referencia constante a lo Otro) lo que lleva a
pensar el tiempo, a diferencia del pensar clásico que desde un tiempo continuo y de
mera sucesión instaurada por la representación, espacializaba las cosas en el interior
de le tableau.21
Con la pregunta kantiana Was ist der Mensch? comienza ya en el umbral del siglo
XIX el camino antropológico, aun cuando no les haya así aparecido explícitamen-
te a quienes se encontraban en ese nuevo espacio. Es en el pliegue confuso de lo
empírico-trascendental donde se aloja la antropología que ha querido pensar al
hombre en su finitud. Ese fondo antropológico es lo posibilitaría incluso los in-
tentos de traspasarlo y superarlo, ya sea por medio de un pensamiento radical del
54 ser o por el proyecto de una nueva crítica general de la razón. Sin embargo, con
la crítica de Nietzsche a la antropología y su anuncio del superhombre que signi-
fican la ya pronta muerte del hombre y Dios, se revelaría no sólo el decaimiento
de la antropología, sino que a la vez, se liberaría el futuro hacia el comienzo de un
20
PC., p. 330; MCh., p. 351.
21
PC., p. 331; MCh., p. 351.
Dobles Póstumos / José Jara
Con respecto a la ubicación en un nuevo orden de las ciencias humanas que de todos
modos se despliegan a partir del siglo XIX, la epistéme moderna significa un espacio
voluminoso en el cual ellas no tienen un lugar específico claramente precisable. Esa
ciencia, más bien, se desplazaría como una niebla entre los intersticios y el todo
que conforman las ciencias particulares albergadas en aquel volumen: ciencias físico-
matemática, ciencias del lenguaje, vida y trabajo, y la reflexión filosófica acerca de lo
Mismo. Esta precariedad de ubicación de las ciencias humanas la hacen peligrosa,
puesto que deja cernir sobre las demás el fantasma siempre latente de la «antropo-
logización»; así como queda ella misma en peligro de vaguedad e incertidumbre en
sus logros por inestabilidad de su sitio. Y es también por este hecho, antes que por la
complejidad de su objeto de estudio: el hombre, que su investigación se hace difícil.
Quien intente precisar la forma de las ciencias humanas no debe confundirla con
aquellas ciencias entre las cuales y en su conjunto ella aparece. Menos que ninguna
con la matemática; precisamente, justo cuando se ha dado una «desmatematización»
en la comprensión del hombre en sus fundamentos es cuando ha podido aparecer la
ciencia humana, a pesar de los parciales requerimientos de ésta para con aquélla. Por
otra parte, si bien la biología, la economía y la filosofía están más cerca del hombre
en algunos aspectos, no son ni primarias ni fundamentales para la ciencia humana.
Esta se interesa más que por los resultados y conclusiones manejables que aquéllas
descubran para el hombre, se preocupa por lo que éste es en su ser concreto y por
la necesidad que lo mueve a saber y pensar «lo que es la vida, en qué consisten la
esencia del trabajo y sus leyes y de qué manera puede hablar». Con respecto a esas 55
ciencias particulares se trataría más bien de ver cómo son ellas posibles desde el ser
mismo del hombre. La tarea de las ciencias humanas sería mostrar «cómo puede
el hombre habérselas en su ser con esas cosas que conoce y conocer esas cosas que
determinan, en la positividad, su modo de ser».22
22
PC., p. 343; MCh., p. 365.
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En un primer momento, sin embargo, podría afirmarse que las ciencias de la bio-
logía, economía y filología, dominan la investigación de las ciencias del hombre.
Ello, en cuanto ésta usa para su investigación «modelos» tomados de esas ciencias;
modelos, que, respectivamente, podrían ser nombrados según las categorías de: fun-
ción y norma, conflicto y regla, significación y sistema. Pares de categorías que son
usados en distintas combinaciones según sea la situación en que se halle el objeto
examinado. Pero también, según se ponga énfasis en los primeros o segundos com-
ponentes de aquellos pares de categorías, se realizará un análisis en el sentido de
la continuidad o de la discontinuidad. A través de este último tipo de análisis será
posible estudiar toda la diversidad que aparece en el campo de las ciencias humanas
de acuerdo a un sistema unificado, superando las escisiones aparentes.
Pero debido a esta línea de análisis que se abre, es como reaparece en el pensar mo-
derno la «representación» que había dominado en la Edad Clásica. La representa-
ción sigue existiendo, pero ahora de un modo inconsciente. No podía borrársela de
raíz, puesto que el hombre la necesita para hacerse presente aquello que piensa. Pero
no es ella la que en este punto organiza el saber, sino esos tres modelos fundados
en la dualidad de lo empírico-trascendental, y en lo Mismo. La representación se
introduce aquí como un elemento más que permite comprender lo que el hombre
es en su empiricidad y afán de fundamento, que se transforma ahora en la oscilación
entre la polaridad conciencia-inconsciente de su ser y hacer. Lo representado al pen-
samiento humano al moverse entre esos polos, hace que el inconsciente se convierta
en tema constitutivo de las ciencias humanas; ahora se trata no sólo de aprehender
56 lo que hay, sino de ir a las condiciones reales, a los contenidos y formas que han he-
cho nacer a eso consciente, pero que quedan cubiertos por esa misma patentización
suya. Y aquello de donde surgen es lo inconsciente que es preciso desvelar. De aquí
la importancia que va a adquirir en el pensar moderno el psicoanálisis y, por cierto,
con ello, Freud.
Por otra parte, una vez que se vea bien esa nueva configuración del hombre que la
epistéme moderna ha hecho posible al cambiar los códigos fundamentales, se caerá
en la cuenta que es un error llamar ciencia al estudio del hombre, y que ese apelativo
sólo se le ha podido dar por extensión, y debido a su vecindad con las otras ciencias
nombradas (y los modelos que de ellas ha tomado en préstamo). Antes bien habría
que llamarla directamente, un saber.
No cabe una investigación de las ciencias del hombre sin que en ella intervenga la
historia. No era ajena a la Edad Clásica, aunque allí se tradujese el tiempo a algo
homogéneo y uniforme y aunque variasen las superficies de las interpretaciones. A
comienzos del siglo XIX se rompe esa homogeneidad al descubrirse la historicidad
propia de la naturaleza, que se muestra tanto en las cosas que ya no son subor-
dinadas sólo a la cronología humana —quedando ellas liberadas hacia su propio
campo—, como en el hombre al que se lo ve como expuesto al acontecer. Al quedar
el hombre traspasado por su historicidad se revela, sin embargo, plenamente su
finitud concreta enfrentada a lo infinito de la historia. Así como en un cierto plano
lo inconsciente llevaba a pensar siempre de nuevo lo que aparecía en la superficie
de lo consciente, la ley del tiempo indicará desde su exterioridad que todo lo ya
pensado puede volver a replantearse en un pensamiento futuro. Estas dos caras de
la finitud son las que muestran la figura del hombre en el siglo XIX. Una finitud sin 57
infinito que, por lo mismo, coloca el imperativo de descongelar lo ya pensado en un
continuo tener que volver a pensarlo.
Desde esta línea es que surgen el historicismo y la analítica de la finitud, ya sea que
en último término la investigación se queda sólo en el terreno de las positividades,
o que desde ellas se inquiera por su fundamento y la finitud que las hace posibles.
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La finitud tiene sus figuras concretas que se alojan en el inconsciente del hombre,
haciendo pesar sobre él esa su finitud que el psicoanálisis tendría por tarea despejar.
Son las figuras de la muerte, el deseo y la ley. Ellas apuntan hacia ese fondo que
hace posible todo saber del hombre en su finitud. Y justo porque son eso, cuando
la muerte y el deseo rompen sus delgadas ataduras y se liberan hacia lo que ellas
significan y son, se introduce la locura en lo finito, la esquizofrenia. Es allí donde
se reconoce el psicoanálisis a sí mismo como análisis de lo finito, que pone el alerta
frente a la seguridad que se creía ya adquirida. La posibilidad de la locura es lo que
muestra al hombre en su verdad y alteridad, su oscilar entre lo finito-infinito.
Pero el psicoanálisis no puede nunca significar sólo una teoría general del hombre,
puesto que éste es para él un paciente dolorosamente aquejado por las formas de su
finitud; supone una práctica que le haga a aquél encarar precisamente aquello de lo
cual aleja la mirada.
23
PC., p. 367; MCh., p. 389.
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El acabamiento y fin del hombre habría sido ya adelantado por Nietzsche. La muer-
te de Dios por el hombre supone que éste era además el último hombre, y debía
desaparecer con aquel a quien dio muerte. «El último hombre es a la vez más viejo
y más joven que la muerte de Dios; dado que ha matado a Dios, es él mismo quien
debe responder de su propia finitud; pero dado que habla, piensa y existe en la
muerte de Dios, su asesino está abocado él mismo a morir».24
24
PC., p. 373; MCh., p. 396.
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Para concluir esta presentación de Les mots et les choses, antes que decir algo noso-
tros, sería oportuno más bien recoger lo dicho por M. Merleau-Ponty en un ensayo
que escribe acerca del sentido y objetivos de la antropología de Lévi-Strauss. La
comunidad de propósitos entre éste y Foucault es lo que nos permitiría extender el
juicio de Merleau-Ponty a este libro.
Las estructuras que Foucault busca en su arqueología de las ciencias humanas se-
rían unas que nos habrían de servir como «instrumentos de conocimiento» para
aprehender correctamente el modo concreto de desplegarse la vida y reflexión del
Renacimiento, Edad Clásica y Moderna; pero estructuras tales que no pretenden
ser ellas «quienes hacen que haya unos hombres, una sociedad, una historia (puesto
que) un retrato formal de las sociedades o incluso de las articulaciones generales de
toda sociedad no es una metafísica».25 Que esta búsqueda de las estructuras de una
cultura, de una epistéme, no es algo ajeno al interés de Foucault, podría ponerlo de
manifiesto, por otra parte, algunas de las líneas finales de su prefacio a El nacimiento
de la clínica, en donde lo que se pretende es «determinar las condiciones de posibili-
dad de la experiencia médica». Allí dice: «Aquí, como en otras partes, se trata de un
estudio estructural que intenta descifrar en el espesor de lo histórico las condiciones
de la historia misma».26
Una de las peculiaridades de estas estructuras y lo que suele hacerlas difícil de per-
cibir y precisar es que quienes viven en una cierta cultura regida por una estructura
dada, la practican «como algo fuera de duda. Si cabe decirlo, más que tenerla ellos
es ella quien “los tiene” (...), del mismo modo que el sujeto hablante no tiene nece-
60 sidad, para hablar, de pasar por el análisis lingüístico de su lengua».27
25
M. Merleau-Ponty, Signos. Barcelona, Editorial Seix-Barral, 1964, p. 144.
26
NdC., p. 15.
27
Signos, p. 148.
Dobles Póstumos / José Jara
Esto supone, sin embargo, que tanto para la plena realización de la tarea de la an-
tropología de Lévi-Strauss, que quiere entender al hombre y al mundo primitivo sin
distorsionarlo con nuestras categorías de pensamiento, como para lo que se propone
Foucault con respecto al Renacimiento y Edad Clásica, en cuanto pasos previos para
entender la hora presente, se hace necesario «ensanchar nuestra razón, para hacerla
capaz de entender lo que en nosotros y en los demás precede y excede a la razón».28
28
Signos, p. 148.
Dobles Póstumos / José Jara
1. Introducción
Afirmar que el hombre es un ser temporal, puede ser un enunciado que no provoque
mayores conflictos. Estos sí, en cambio, pueden comenzar a surgir cuando intente-
mos especificar qué es lo que entendemos bajo esa temporalidad del hombre, desde
dónde y cómo ha de interpretársela, de qué manera el tiempo se traduce en historia
y, ubicados en este ámbito de concreción de la temporalidad, determinar cómo es
que se configura y se accede concreta y epistemológicamente a ese espacio de reali-
dad en el que el hombre no sólo hace y deshace cotidianamente su existencia, sino
que también pretende dar cuenta razonada de su hacer y proyectar. Es decir, busca
reencontrarse a sí mismo desde los laberintos aleatorios y de múltiples niveles de la
historia, sin saber exactamente con qué figura de sí mismo se encontrará al lado de
afuera de las puertas de la historia —suponiendo que existan tales puertas y él pueda
entrar y salir de ellas a voluntad— y, además, sin saber previamente y teniendo que
inventar la calidad del hilo que le permita transitar sin extravíos por ese laberinto.
En un tránsito cuyas huellas perfilarán ya el peso de su paso y su figura, y que por
su materialidad misma y el residuo que han dejado en el hombre, no son sin más
borrables con un simple golpe de mano. Si el ritmo y las detenciones del tránsito
del hombre por la historia no son ajenas a su ser y hacer, ¿desde dónde y cómo las 63
determina él cuando está en ella? ¿Desde dónde y cómo las reconocemos nosotros,
cuando estando en ella, pretendemos tomar distancia frente a su acaecer para reen-
contrarnos y aprehendernos en el cruce temporal del hoy preñado de pretéritos y
porvenires, traspasado de provisoriedad histórica?
bre en su tránsito por ella, aunque se presenten como imágenes de rango más bien
literario, no dejan de llevar implícita una cierta comprensión de la historia y del ser
temporal del hombre; y aquí sí pueden surgir conflictos de interpretación.
1
El subrayado en el subtítulo es nuestro.
Dobles Póstumos / José Jara
Pero como toda historia suele ser larga de contar y recorrer, es de suponer que cuan-
do se trata de la peculiar historia del hombre que nos cuenta Foucault, será preciso
dar algunos rodeos antes de llegar al nudo —o a los nudos— de esa trama histórica.
El nacimiento del hombre cabría ubicarlo en las primeras décadas del siglo XIX,
luego de una transformación radical producida en el modo de constitución del sa-
ber occidental. Para constatar y aprehender arqueológicamente ambos fenómenos,
Foucault estudia las modalidades de formación del saber de la Edad Clásica (siglos
XVII y XVIII) y el lugar posible ocupado allí por el hombre. De las dos partes del
libro en cuestión, la primera se remite a un análisis del modo de formación del saber 65
de los siglos de la Edad Clásica y su especificación en algunas formaciones discur-
sivas determinadas, y la segunda continúa un análisis paralelo con respecto al saber
moderno iniciado en el siglo XIX y que llegaría, por lo pronto, hasta nuestro propio
tiempo. En las páginas siguientes, reseñaremos brevemente lo planteado en la pri-
2
Ver: VC.; HdS1.
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mera parte de Las palabras y las cosas, para detenernos luego más pausadamente en
las tesis expuestas en su segunda parte y concluir proponiendo una interpretación
acerca del tema del nacimiento y fin del hombre, allí expuesto.
Hacia mediados del siglo XVII se afianza una transformación profunda en la moda-
lidad de formación del saber. En la Edad Clásica, el saber comienza a constituirse a
partir del espacio instaurado por la representación. En cuanto signo privilegiado, a
través del cual se hace posible el conocimiento, la representación se muestra como
un medio neutro y transparente en donde ella es siempre perpendicular a sí misma.
Es decir, ella es indicación, relación a un objeto: desdoblamiento; pero ella es a la
vez aparecer, manifestación de sí misma como representación, signo redoblado so-
bre sí, que se señala a sí mismo como signo. «A partir de la Edad Clásica, el signo es
la representatividad de la representación en tanto que ella es representable».3
3
PC., p. 71; MCh., p. 79.
4
Cfr. AS., cap. III, sec. V.
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presente en todo él. Sin el sujeto no habría conocimiento, pero en ese conocimien-
to alcanzado él desaparece como sujeto —podríamos decir, como sujeto personal
e histórico—, para entregarse convertido en aquello que, para el saber clásico, él
profundamente es: pensar y, por tanto, posibilitación de conocimiento.5
68
reemplazados por los fenómenos del trabajo, la vida y la sonoridad de las palabras.
Sin presuponer un tránsito continuo ni la prefiguración de éstos en aquéllos, estos
fenómenos se abrirán paso a través del nuevo siglo —sin pretender aquí tampoco
exactitud matemática en la cronología— en los esfuerzos que realiza el hombre para
5
Cfr. PC., capítulos I y III.
6
PC., p. 235; MCh., p. 253.
7
PC., p. 207. MCh., p. 222.
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A partir del siglo XIX son el régimen de producción y el trabajo en la economía, las
funciones de la vida, la sonoridad de la palabra en la lengua y el hombre mismo que
trabaja, vive y habla, los que muestran la irrupción del hombre en la historia y, a su
vez, la irrupción de la historia en el hombre y en aquellos campos científicos. Las
investigaciones en torno al trabajo, la vida y la lengua acotan los espacios de positi-
vidad en que se encuentra inmerso el hombre, pero a la vez muestran la anterioridad
de configuración de ellos con respecto a su aparición individual y, además, el hecho
de que el funcionamiento interno de aquellos espacios excede a la acción particular
del hombre como trabajador, viviente y hablante. Pero la formación de aquellos sa-
beres positivos le muestran al hombre, paralelamente, su finitud. No sólo por existir
entre aquellas positividades. Como ser viviente, la biología lo enfrenta a la organi-
cidad de su cuerpo sometido concreta y continuamente a la presión y presencia de
la muerte. Como trabajador, el régimen de producción y el tiempo del capital en la
economía lo escinden, dilaceran al hombre entre la realización de sus necesidades
por medio del trabajo y la penuria corporal y espiritual creciente a que lo obliga el
trabajo para satisfacer sus necesidades y deseos. Como hablante, está encadenado
al tiempo del lenguaje que se ha configurado desde antes e independientemente al
momento en que él comienza a hablar y, un lenguaje en que, sin embargo, él ha de
expresar lo que desde sí mismo quiere decir. 69
En su finitud el hombre se mueve repetidamente entre la cotidianidad de su exis-
tencia y aquellas figuras fundamentales, lejanas, pero siempre presentes a él, de
la muerte, del deseo y la necesidad, y el tiempo del lenguaje. «La experiencia que
se forma a comienzos del siglo XIX coloca el descubrimiento de la finitud no ya
al interior del pensamiento de lo infinito, sino en el corazón mismo de aquellos
contenidos que, para un saber finito, son entregados como las formas concretas de
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Desde el momento, sin embargo, en que el hombre surge como un tema expreso
para la antropología, se plantea una alternativa a propósito de la modalidad de co-
nocimiento con la cual se lo puede describir e interpretar. Una alternativa fundada
en lo que, Foucault propone, se muestra como la doble constitución «empírico-
trascendental» del hombre. En efecto, se inicia una investigación que cree encon-
trar los supuestos de formación del conocimiento ya sea en condiciones de tipo
anátomo-fisiológico o bien en condiciones históricas, sociales o económicas. Pero
8
PC., pp. 307-308; MCh. p. 327.
9
PC., p. 309; MCh., p. 328.
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10
PC., p. 311; MCh., p. 331.
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72 Pero el giro reflexivo del hombre hacia la región de lo impensado se hace posible
desde el análisis de la finitud iniciada en el espacio del saber moderno, en donde
el hombre aparece como un doble empírico-trascendental. Una región que aun
cuando sea exterior a la inmediatez de su experiencia individual le es, sin embar-
go, indispensable y constitutiva. Por eso es que aquello impensado, bajo diversas
11
PC., p. 316; MCh., pp. 335-336.
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12
PC., p. 318; MCh., p. 338.
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74 histórico anteriores a él. Pero el origen le es a la vez interno, en cuanto sólo puede
dirigirse a él y pensarlo desde el momento mismo en que se encuentra trabajando,
viviendo y hablando, inmerso fácticamente en un régimen de positividades que aun
cuando tienen un tiempo de formación diferente al suyo, señalan al tiempo en el
cual él comienza a existir junto a ellas. «Paradojalmente, lo originario, en el hombre,
no anuncia el tiempo de su nacimiento ni el nudo más antiguo de su experiencia:
él lo ata a aquello que no tiene el mismo tiempo que él y libera en él todo aquello
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Esta situación da lugar a un pensar que intenta dar cuenta de esta diferencia tem-
poral entre el origen de las cosas y el comienzo del hombre. Una reflexión que se ve
obligada a pensar siempre de nuevo el retroceso originario de las cosas, traerlo hacia
el presente y el porvenir y, junto a ello, tener que repensar continuamente el tiempo
del hombre y de su existencia entre las cosas. Es sobre el trasfondo de este «retroceso
y regreso del origen» que, plantea Foucault, se privilegiará en la interpretación y
modalidades de conocimiento acerca de las cosas y del hombre, ya sea el tiempo de
las cosas o el tiempo del hombre; pero desde allí se perfilan también dos líneas de
pensamiento filosófico sobre el origen. Citamos in extenso:
Así, de Hegel a Marx y a Spengler se despliega el tema de un pensamiento
que a través del movimiento en el cual se consuma —totalidad reunida, re-
conquista violenta en el extremo del desenlace, declinación solar— se curva
sobre sí mismo, ilumina su propia plenitud, acaba su círculo, se reencuen-
tra en todas las figuras extrañas de su odisea y acepta desaparecer en aquel
mismo océano del cual él había surgido. Opuesto a este regreso, que si bien
no es feliz, es perfecto, se diseña la experiencia de Hölderlin, de Nietzsche
y de Heidegger en donde el regreso no se da sino en el extremo retroceso
75
del origen —allí donde los dioses se han ocultado, donde crece el desierto,
donde la tšcnh ha instalado el dominio de su voluntad; de suerte que allí no
se trata de un acabamiento ni de una curva, sino más bien de esta rasgadura
incesante que libera el origen en la medida misma de su retirada; el extremo
es entonces lo más próximo.14
13
PC., p. 322; MCh., p. 342.
14
PC., pp. 324-325; MCh., p. 345.
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El pensar repetitivo del origen señala hacia la última variable arqueológica por me-
dio de la cual se concluye la introducción del tiempo en el pensar sobre el ser del
hombre y, por consiguiente, en el orden del saber moderno.
Ahora bien, esta reorganización del saber moderno sólo habría sido posible desde el
momento en que se produjo la quiebra del poder de dominio de la representación,
llevando consigo la desaparición del discurso clásico como instancia destacada de
configuración del pensar. Y, precisamente, es el espacio abierto dejado por tal desapa-
rición lo que permitiría un pensar sobre el ser del hombre, en su finitud y concretitud.
Pero no sólo eso. Al transformarse el lenguaje en un objeto más de conocimiento, se
abren diferentes modalidades de acercamiento a lo que ahora sólo aparece como un
«objeto», entre otros. Además de las investigaciones de la filología, cabe mencionar,
por una parte, a aquellos intentos de formalización del lenguaje que culminan en
los desarrollos de la lógica simbólica y, por otra parte, a la reaparición de la exégesis
de textos según los distintos métodos de interpretación a que se somete al lenguaje.
Finalmente, en cuanto se libera la propiedad sonora de las palabras que no estabilizan
su flujo parlanchín más que en el simple acto de escribir, surge la literatura como
aquel medio en donde el lenguaje comienza a hablar nada más que desde sí mismo,
de modo tal que Mallarmé llegará a decir que quien habla es la palabra misma, no
el sentido de ella, sino la palabra en su soledad y en «su ser enigmático y precario».
El análisis y la interpretación propuesta por Foucault acerca del modo de cómo co-
mienza a decantarse la finitud de la existencia humana en el ámbito del saber que se
inicia con el siglo XIX, muestra la radical ambigüedad de la finitud del hombre. En
76 efecto, si bien el hombre irrumpe allí como el que vive, trabaja y habla, no puede ser
reconocido en su concretitud sino en cuanto se puedan analizar y comprender las
normas según las cuales funciona como ser vivo; las reglas a través de las que se pa-
tentizan y resuelven sus conflictos, deseos y necesidades, los sistemas en que alcanzan
significado sus palabras.15 Esto significa que, si bien, por una parte y dentro de un
15
PC., pp. 345-352; MCh., pp. 366-474.
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campo acotado de las ciencias, el saber sobre el hombre sólo se alcanzará en la me-
dida en que para su comprensión se apliquen las categorías y modelos cognoscitivos
utilizados por la biología, economía y filología, que lo mediatizan en su existencia
concreta, ésta, por otra parte, aun cuando lo muestre como un centro relativo en
torno al cual giran los fenómenos de la vida, el trabajo y el lenguaje, desde la par-
tida, sin embargo, lo hace aparecer paralelamente como disperso entremedio de la
aleatoriedad temporal y positiva de los fenómenos que multiplican su existencia. La
irrupción reciente de la existencia del hombre no habría sido sino una nueva mo-
dalidad de su mediatización concreta, aunque en un orden epistemológico de otro
nivel. Pero la mediatización que comienza a experimentar el hombre en su finitud
recién conquistada no ha de calificársela con un signo negativo, porque es desde allí
precisamente que se inicia el conocimiento de la realidad en que se despliega su exis-
tencia concreta y que le permite, a pesar de todo, desplazarse por el mundo y entre
las cosas como por una región familiar. Aquella región en que concluyen y buscan su
difícil equilibrio los esfuerzos e ilusiones de la antropología, transitando el camino
abierto críticamente para la época por la pregunta kantiana «Was ist der Mensch?».
El esbozo de los temas arriba expuestos nos ha permitido delimitar algunos de los
parámetros desde los cuales podemos situar más ajustadamente la comprensión del
tema del fin del hombre, tal como es propuesto por Foucault haciendo resonar y
rescatando en su interpretación algunas de las figuras sustentadoras de la frase de
77
Nietzsche: «Dios ha muerto».
Hoy en día —y Nietzsche, una vez más, desde lejos nos indica el punto de
inflexión— lo que se afirma no es tanto la ausencia o la muerte de Dios sino
el fin del hombre (este ligero e imperceptible desfase, este retroceso en la
forma de la identidad que hacen que la finitud del hombre haya devenido su
fin); se descubre, pues, que la muerte de Dios y el último hombre han par-
tido juntas: ¿no es acaso el último hombre quien anuncia que él ha matado
a Dios, colocando de ese modo su lenguaje, su pensamiento y su risa en el
espacio del Dios ya muerto, pero entregándose también como aquél que ha
matado a Dios y cuya existencia incluye la libertad y la decisión de este ase-
sinato? Así, el último hombre es a la vez más viejo y más joven que la muerte
de Dios. Puesto que él ha matado a Dios, es él mismo quien debe responder
de su propia finitud; pero puesto que es en la muerte de Dios que él habla,
piensa y existe, su propio asesino está condenado a morir; los nuevos dioses,
los mismos, surcan ya el Océano futuro; el hombre va a desaparecer. Más
que la muerte de Dios —o más bien, en la estela de esta muerte y de acuerdo
a una profunda correlación con ella—, lo que anuncia el pensamiento de
Nietzsche, es el fin de su asesino; es la fragmentación del rostro del hombre
en la risa y el retorno de las máscaras; es la dispersión de la profunda corrien-
te de los tiempos por la cual él se sentía llevado y de la cual él sospechaba la
presión en el ser mismo de las cosas; es la identidad del Retorno de lo Mismo
y de la absoluta dispersión del hombre.16
Creemos que en este texto se pueden encontrar dos niveles de interpretación po-
sible. Primero, un nivel «retrospectivo» en donde la muerte de Dios y del hombre
78
se pueden explicar por la diferencia entre la configuración del saber moderno con
respecto al orden del saber clásico. Segundo, un nivel «prospectivo» en donde aquel
acontecimiento señala hacia la apertura del saber contemporáneo, en la medida
en que éste habría comenzado a liberarse de la preeminencia antropológica y, por
tanto, humanista surgida en el ámbito del saber moderno. Foucault destaca espe-
16
PC., pp. 373-374; MCh., p. 396.
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cialmente este segundo nivel de interpretación, para el cual el fin del hombre es algo
que puede acontecer en un futuro próximo y, tal vez, acontece ya en nuestro tiempo
actual. Sin embargo, ese posible fin próximo del hombre no podría acaecer hoy sino
sobre la base del espacio y del tipo de saber decantado desde comienzos del siglo
XIX. Y esto, sin duda, lo tiene presente Foucault. La dispersión de la positividad del
hombre en los campos discursivos y científicos del saber moderno es lo que prepara
el fin actual del hombre, que Foucault hoy cree entrever. Y esto es lo que, creemos,
nos autoriza a distinguir los dos niveles propuestos de interpretación del texto y las
figuras nietzscheanas recogidas y elaboradas por Foucault. Comencemos, pues, con
aquel nivel retrospectivo de interpretación.
¿Qué significan para Foucault en el texto citado Dios y el hombre? ¿A qué apuntan
la muerte de Dios y del hombre? Dicho de otra manera: ¿Qué Dios y qué hombre
son los que allí mueren? ¿Por qué mueren ambos? ¿Quién es aquel último hombre,
más viejo y más joven que la muerte de Dios? ¿Quiénes son los nuevos dioses que
avanzan hacia el océano futuro? ¿Qué significa el retorno de las máscaras y el explo-
tar en risa el rostro del hombre?
Dios ha muerto bajo las manos de aquel hombre que, habitando en el espacio de la
infinitud divina, no era más que una criatura finita, dependiente de él. Aquel Dios
es el símbolo, el fundamento último del saber y la ciencia clásica desplegadas en el
espacio epistemológico, en el Orden, en el Tableau, cofundados humanamente so-
bre el principio cognoscitivo, el a priori histórico clásico de la representación. En el 79
orden clásico, el hombre, como ser positivo e histórico, no tenía cabida, pues allí era
sólo un reflejo mediato de la representación. Son esas ciencias y ese saber los que de-
jan de existir al romperse el dominio determinante de la representación en el ámbito
cognoscitivo. La muerte de Dios señala hacia la muerte de la representación como
condición de posibilidad, como a priori histórico de la formación del saber clásico.
Pero la quiebra de la representación señala también hacia el comienzo de la desapa-
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rición del hombre clásico, transfigurado en sujeto representante, situado por obra y
especificidad de su pensar racional, en último término, en un plano trascendental;
allí el hombre sólo existía como sombra pensante, como reflejo de la omnisciencia e
infinitud divina, que garantizaba justamente la verdad de su pensar. Por ello es que
la muerte de Dios, de la representación, no puede sino acontecer simultáneamente
con la muerte del hombre, es decir, de aquel que bajo tal nombre, en el mejor de los
casos, no era pensado sino como un sujeto representante.
Las armas con que el hombre da muerte a Dios y a la representación son, parado-
jalmente, unas armas que aun cuando él las reencuentra en el ámbito de su exis-
tencia concreta, como hombre viviente, trabajador y hablante, sin embargo, han
sido forjadas en un tiempo que no le es contemporáneo y según un procedimiento
y unas reglas que no fueron determinadas por él. Eran los criterios cognoscitivos
80 impuestos por la representación los que le impedían darse cuenta de la contem-
poraneidad de ellas y llegar a conocerlas en su efectividad y constitución positiva.
Es la irrupción de aquellas armas-fenómenos de la vida, el trabajo y el lenguaje tal
como son analizados por la biología, la economía, la filología los que le permiten al
hombre darse cuenta de la concretitud y finitud de su propia existencia, entrecru-
zada indisolublemente con y en los campos de emergencia de aquellos fenómenos,
a los cuales la representación ya no tiene acceso válido, en la medida misma en
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El último hombre es, sin embargo, más viejo y más joven que la muerte de Dios,
por él cometida. Es más viejo, pues ya desde antes de la muerte de Dios «existía»
en el ámbito empírico e impensado de aquellas normas, reglas y sistemas que re-
gían subterráneamente su vida, trabajo y lenguaje, pero de las cuales ignoraba su
funcionamiento y real estructura interna. La muerte que un poco ciegamente el
hombre da a la representación libera la historicidad de esos fenómenos y, con ello, se
posibilita el nacimiento de aquel hombre más joven que la muerte de Dios, al cual
simultáneamente le es entregada su finitud a su propia responsabilidad. Una finitud
que queda dispersada y fragmentada entre las positividades liberadas por el saber
moderno, allí en donde se constituyen las nuevas formaciones discursivas y prácti-
cas discursivas, las ciencias investigadas por Foucault: la biología, la economía, la
filología, pero también los posteriores campos de investigación del psicoanálisis y la
etnología; en resumen, la dispersión del hombre en el espacio de formación de las
llamadas «ciencias humanas». Como resultado de este acontecimiento, los intentos
por desconocer la dispersión moderna del hombre no serían más que los piado-
sos aunque infructuosos esfuerzos de un pensar antropológico y un compromiso
humanista por entregarle nuevamente al hombre una existencia absoluta. Pero tal
existencia humanista del hombre no sería sino una existencia ilusoria.
81
¿No habría que ver acaso en los modernos campos de positividades analizados en su
17
A este propósito es preciso tener presente el papel que Foucault otorga a las prácticas discursivas
y a las prácticas no-discursivas en el proceso de formación del saber de una época dada y que es
justamente lo que le interesa describir a la arqueología del saber. Ver: AdS., cap. IV, sección VI,
especialmente pp. 298-309.
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l
18
NW(1955)., II, p . 449. (La traducción es nuestra).
19
NFM(fr)., p. 186. (La traducción es nuestra).
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Frente al discurso único y universal, por tanto, abstracto de la razón clásica, la mo-
dernidad descubre una figura de la razón que se quiebra en las múltiples modalida-
des de ejercicio que le impone la irrupción de los nuevos campos de positividades,
de acuerdo a sus peculiares modos de manifestación y funcionamiento histórico.
No será ya la razón quien imponga a los discursos una identidad, la identidad de la
razón misma, sino que ésta quedará ahora traspasada en sí misma por la historicidad
de la diferencia de los discursos generados en el espacio del saber moderno. En la
medida en que allí la razón comienza a ejercerse en plural, su identidad será la posi-
tividad de sus diferencias. Por otra parte, la investigación realizada al nivel arqueo-
lógico del archivo22 muestra que la historia no puede ser entendida sólo como un
proceso temporal homogéneo o continuo, en el cual se integren armónicamente las
diferentes épocas reconocibles, justamente, a lo largo de la historia. La historia no se
aloja en el tiempo como en un receptáculo sustancial que permita explicarla ya sea
desde un origen predeterminante o hacia un fin supremo a ser alcanzado. Así como
la razón, el tiempo se patentiza en plural, en donde cada una de sus concreciones
83
históricas se diferencia radicalmente de las otras, tan pronto se nos hagan presentes
las condiciones arqueológicas que las configuran. Y la historia sería, precisamente, la
20
Ibíd., p. 187.
21
AdS., p. 223; AS., pp. 172-173.
22
Cfr. AS., pp. 166-173.
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Desde aquí puede entenderse que nuestro yo, el hombre, sea la diferencia de las
máscaras, así como la muerte del hombre, de Dios y de la representación, signifi-
quen el retorno de las máscaras. La máscara ya no significará la sacralización ritual
84 de uno de los aspectos constitutivos del hombre: la profundidad ideal de la con-
ciencia, con la consiguiente resignación frente a su finitud e hipocresía ante los
ingredientes positivos de su existencia. El retorno de las máscaras señala ahora hacia
la multiplicidad de campos y niveles concretos en donde se despliega la existencia
finita del hombre, allí en donde él queda disperso, pero en donde se reconoce a la
vez en la facticidad de signo positivo de su existencia. La identidad del hombre se
encontrará ahora en aquel espacio de diferencia donde se manifiestan e intercam-
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bian todas las máscaras posibles que él ha colocado sobre su rostro, con las que en
cada caso se ha identificado, creyendo no ser más que aquella que en un momento
dado llevaba sobre sí. Sin embargo, el reconocimiento de la positividad de la exis-
tencia, entrecruzada con la historicidad de las cosas, le muestran que él, en verdad,
no es sino aquel punto de cruce histórico y lugar vacío en que confluyen todas las
máscaras, es decir, todas las formas positivas de existencia que él pueda asumir.
Puesto que el hombre es un ser histórico, él puede ser todas las máscaras —las que
efectivamente ha usado y las que pueda llegar a usar—, pero, precisamente por
eso, ninguna de esas máscaras en particular, en cuanto a una de ellas se le pretenda
otorgar un valor absoluto.
El retorno de las máscaras señala hacia el hecho de que el hombre ha podido ser, sin
duda, el sujeto trascendental de la metafísica, el sujeto valorante y enjuiciador de la
moral, la criatura piadosa de la religión, pero que él también ha sido y es el sujeto
trabajador, viviente y hablante; el hombre alienado en las fantasías de la locura y
aquel que aprende a reconocer su «normalidad» enfrentándose al loco23; el hombre
que reconoce su cuerpo y su mortalidad estudiando la enfermedad en el cadáver
abierto ante el «vistazo» del anátomo-patólogo del siglo XIX, y en el nuevo ámbito
de prácticas institucionales abierto por el hospital24; el hombre transformado en
delincuente y aquel que puede ser regenerado y rediseñada su «alma» por medio de
las técnicas disciplinarias de ablandamiento del cuerpo; el sujeto que manipula los
mecanismos del poder y aquel otro que queda mediatizado y sometido a las estra-
tegias de la «microfísica» y «anatomía política» del poder-saber25; el hombre que es
individualizado y normalizado mediante los secretos de la confesión, las normas de
85
23
Ver HdL., partes II y III y las conclusiones de cap. V de esta última. El tema del hombre se encuen-
tra presente en toda la obra de Foucault, trabajado paralelamente a sus análisis y descripciones de
las prácticas discursivas en que se constituye el saber de una época determinada. En cada caso, se
trata de explicitar el modo de como se ha ido configurando la presencia o ausencia del hombre a
través de instancias no sólo epistemológicas sino también institucionales, económicas, sociales, po-
líticas, que intervienen en la conformación del saber y la delimitación de los discursos del hombre.
24
Ver NdC., cap. 8, 9, 10 y conclusión.
25
Ver VC., partes III y IV.
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La risa en que estalla el rostro del hombre moderno ¿es provocada acaso por el
recuerdo de las ilusiones que el «hombre» clásico se hacía acerca de su peculiar
«existencia»? ¿O es, tal vez, la risa irónica que le provoca al hombre el percibir la dis-
persión de su propia existencia moderna, recién conquistada? ¿No implica toda risa
una cierta distensión y disgregación de aquel que ríe, entremedio de las esquirlas
del estallido de risa? Pero frente a los renovados intentos de otorgar al hombre una
posición absoluta en el pensar y en la historia, es decir, de postular una nueva antro-
pología y un humanismo de nuevo cuño, propone Foucault que a esos intentos es
86 preciso oponer «una risa filosófica, es decir, una risa en parte silenciosa».27 El semi-
26
Ver HdS1. Esta obra representa el tomo introductorio y de decantación polémica de conceptos
para una investigación que habrá de traducirse en cinco tomos, dedicados, cada uno, a diferentes
aspectos constitutivos de lo que Foucault considera que desde los siglos XVIII y XIX contribuyó a
formar en Europa algo así como una historia moderna de la sexualidad. Una historia que aún no
habría desaparecido plenamente del diseño y materiales que componen la planta baja de nuestra
hora actual.
27
PC., p. 333; MCh., p. 354.
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Lo que en definitiva subyace al pensamiento de Foucault en torno al tema del fin del
hombre es que su aparición y, por consiguiente, la idea que de él se tiene y se hace,
depende de la configuración y comprensión que se ha tenido o se tenga del saber y
de las formas adoptadas por el conocimiento —como instrumento cognoscitivo—
para dar cuenta de él. Por consiguiente, en la medida en que cambie la figura y la
comprensión del saber, cambiará la figura manifiesta del hombre. Así, por ejemplo,
el hombre conocido y estudiado por la Edad Clásica es el hombre del saber metafí-
sico-teológico fundado instrumental y especulativamente en las posibilidades y en
la realidad cognoscitiva de la representación. Por cierto, no se trata aquí de afirmar
que el hombre es lo que es como producto transparente y exclusivo de la lógica de
los conceptos del saber y de su ideología subyacente. Más bien, lo que aquí se tras-
luce es una comprensión del hombre como un acontecimiento histórico y diferencial,
por tanto, en todo y cada tiempo aprehensible desde condiciones concretas y filia-
bles, pero que, sin embargo, desde esa misma historia ha percibido e interpretado
su rostro, es decir, su identidad, a través de las máscaras que se ha puesto o han sido
adheridas a su rostro, sobre la base de una determinada interpretación temporal de
la realidad concreta en que ha habitado y habita y, sin duda, también de la realidad
87
trascendental —en su sentido religioso e ideológico— en la que se le ha dicho,
hecho pensar y creer que igualmente habita y desde donde adquirirían verdadero
sentido los acontecimientos de su existencia finita. Al patentizarse el hombre como
un ser finito, diferencialmente histórico, su identidad queda expuesta y sometida a
la cadena temporal de las interpretaciones; interpretaciones que no se irrigan sólo
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desde las vertientes teóricas del saber y la ciencia, sino igualmente desde las represas
tecnológicas y acueductos políticos del poder.
El desarrollo de la obra posterior a Las palabras y las cosas (que, por cierto, no está
desligada de los supuestos de este libro, sino que, en cada caso, se acentúan diferen-
tes vías y objetos de investigación) se propone explicitar a través de estudios históri-
co-epistemológicos concretos cómo es que se han ido constituyendo históricamente
formas determinadas de saber, especificadas en diferentes disciplinas, mediante su
relación y permeabilización con un medio de prácticas cotidianas e institucionales
de poder, que prefiguran el perfil y consistencia del hombre y de un saber sobre él.
Lo que a propósito del tema del hombre, y a partir de La arqueología del saber y
las subsiguientes investigaciones de Vigilar y castigar y La voluntad de saber, pro-
pone Foucault, es que, en la medida en que la constitución del saber se muestra
indisolublemente ligada a las instancias de poder entre las cuales y con las cuales se
decantan diferentes disciplinas teóricas identificables, el hombre con que allí nos
encontramos será, a su vez, uno que estará traspasado y modelado por todos los
elementos positivos y aleatorios de ese poder, y según las relaciones estratégicas a
que ellos queden sujetos en la manifestación del ejercicio del poder, difuminados y
operantes a través de todos los niveles del cuerpo social. La figura de un hombre que
se desprende desde un poder que en su ejercicio utiliza todos los recursos institucio-
nales y de cotidiano reforzamiento práctico que tiene a su disposición. Sin olvidar
que el poder busca reproducirse a sí mismo desde el poder disponible y el saber que
ese poder le otorga y, paralelamente, promueve las formas de saber que afianzan su
88 reproducción y excluye aquellas que lo amenazan.
Ahora cabe que nos dirijamos hacia el nivel «prospectivo» de interpretación del texto
de Foucault, en donde, comentando a Nietzsche, se anuncia la muerte del hombre
actual. Para preparar esta interpretación es preciso, sin embargo, dar un rodeo previo
por las modalidades de formación de las llamadas «ciencias humanas». Desde allí se
podrá disponer de un nivel de comprensión más adecuado acerca de los supuestos en
que se apoyan las investigaciones del psicoanálisis, la etnología y la lingüística, como
disciplinas en cuyo ámbito se pondría de manifiesto, precisamente, el «fin» del hom-
bre, en cuanto tema propuesto al pensar actual para su disección y recomposición.
28
PC., p. 343; MCh., pp. 364-365.
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Por otra parte, es el uso específico que las ciencias humanas (y seguiremos usan-
do este término, así como también lo hace Foucault, por comodidad de lengua-
je) hacen de los modelos cognoscitivos anteriormente señalados, lo que permitiría
apreciar cuándo es que ellas investigan sus respectivos campos temáticos desde una
perspectiva psicologista, sociologista o culturalista, revelándose así la ambigüedad
Dobles Póstumos / José Jara
Pero, sin duda, lo más importante es que el uso hecho por las ciencias humanas de
estos tres modelos permite la reincorporación de la representación a sus discursos,
aun cuando sea según una modalidad y rango distintos a los ejercidos por ella en
la Edad Clásica. La representación se introduce ahora como un elemento cognos-
citivo más, que permite comprender lo que el hombre sea en su empiricidad y
afán de fundamento. Los ámbitos de las funciones de la vida, de los conflictos eco-
nómicos y de los significados lingüísticos pueden llegar efectivamente a hacérsele
conscientes al hombre por medio de su representación discursiva; ámbitos que sin
la mediación de la representación podrían permanecerle a él como desconocidos, es
decir, inconscientes. Por otra parte, las normas, reglas y sistemas reguladores de esos
ámbitos, si bien no son inmediatamente patentes para una experiencia cotidiana,
para una conciencia no despierta, y por ello permanecen a un nivel inconsciente
en el hombre, pueden sin embargo llegar a hacerse conscientes para él a través de
un saber reflexivo apoyado en el carácter mostrativo de la representación. De este
modo, la representación oscila ahora como una función mediadora entre los polos
de lo consciente y lo inconsciente, entre el ser y el hacer del hombre. Y debido a
esa polaridad entre la que se mueve la representación, el inconsciente pasa a con-
vertirse en un tema constitutivo de las ciencias humanas. Ya no será suficiente con
aprehender sólo lo que hay, en cuanto se ofrece positivamente a la investigación,
91
sino que es preciso dirigirse también a las condiciones reales, a los sistemas, normas
y reglas que han hecho surgir a eso consciente, pero que han quedado encubiertas
por esa misma patentización suya. Es decir, es preciso dirigirse hacia aquella región
del inconsciente, que es necesario desvelar. De aquí la importancia que adquiere el
psicoanálisis en el pensar moderno y, por cierto, con ello Freud.
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Por otra parte, puesto que las investigaciones de las ciencias humanas se realizan so-
bre el fondo de la historia, en donde se muestra que todos los fenómenos acaecidos
en el tiempo han de ser continuamente repensados desde las condiciones históricas
que determinan en cada caso su configuración, se abre la posibilidad del «histori-
cismo» como modalidad de interpretación de los acontecimientos y productos hu-
29
PC., p. 353; MCh., pp. 375-376.
Dobles Póstumos / José Jara
Mientras las ciencias humanas se encuentran en una situación ambigua con respec-
to al inconsciente, en la medida en que se ven en la necesidad de desvelar lo que en
él queda oculto, pero sin transgredir las modalidades cognoscitivas de la representa-
ción y la conciencia, el psicoanálisis se dirige directamente hacia el inconsciente con
la seguridad de encontrar allí las figuras fundamentales que determinan la finitud
del hombre, aun cuando ellas no puedan ser inmediatamente aprehendidas por
medio de la representación e incluso la sobrepasen. En el inconsciente «se dibujan
las tres figuras a través de las cuales la vida con sus funciones y sus normas llega a
fundarse en la muda repetición de la Muerte, los conflictos y las reglas en la desnuda
abertura del Deseo, las significaciones y los sistemas en un lenguaje que es al mismo
tiempo Ley».30 Y aun cuando estas figuras puedan no encontrarse en las investiga-
ciones empíricas en torno al hombre, a un nivel arqueológico ellas marcan las con-
diciones de posibilidad de todo saber moderno sobre él: en la muerte transparece
la reduplicación empírico-trascendental de la finitud del hombre, en el deseo lo
impensado por el pensar y en la ley el origen lejano del lenguaje y su recuperación a
través de la mediación analítica. Es en las figuras de la locura —en la esquizofrenia,
especialmente— en donde el psicoanálisis encuentra expresadas dolorosamente las
limitaciones de la finitud humana. Pero justamente por estar ligado inexorablemen-
te el psicoanálisis a una práctica clínica, en donde se trata de reconocer y aliviar los
sufrimientos de un paciente, se revela su insuficiencia de principio para transfor-
marse en una teoría general acerca del hombre.
93
La etnología se sitúa, en cambio, en la dimensión de la historia. Aceptando y apo-
yándose en el nivel cognoscitivo alcanzado por la ratio occidental, pretende de-
terminar teóricamente las estructuras que han regido la serie de acontecimientos
30
PC., p. 363; MCh., p. 386.
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acaecidos en otras culturas. Para lograr ese objetivo, «la etnología coloca las formas
singulares de cada cultura, las diferencias que la oponen a otras, los límites por los
cuales ella se define y se cierra sobre su propia coherencia, en la dimensión en donde
se anudan sus relaciones con cada una de las tres grandes positividades (la vida, la
necesidad y el trabajo, el lenguaje)».31 Al estudiar esas culturas desde las estructuras
en que se organizan tales positividades y al evitar así la posición histórica del sujeto
investigador, la etnología superaría el peligro de historicismo y quedaría en condi-
ciones de exponer la forma especifica de historia que se ha hecho patente en cada
cultura.
Ahora bien, puesto que tanto el psicoanálisis como la etnología orientan sus investi-
gaciones no en torno al hombre mismo, sino en torno a aquellas regiones en donde
se posibilita un saber acerca del hombre: el inconsciente y la estructura formal
ordenadora de las positividades de una cultura, es que ellas revelan en sus discursos
«el a priori histórico de todas las ciencias del hombre». Por ello es que las ciencias
humanas no pueden sino relacionarse de uno u otro modo con ellas. «De ambas
puede decirse lo que Lévi-Strauss dijo de la etnología: que disuelven al hombre». Y
sin que lo siguiente implique un juicio valorativo, afirma Foucault, «en relación con
las “ciencias humanas”, el psicoanálisis y la etnología son más bien “contraciencias”
(...) y no cesan de “deshacer” a ese hombre que, en las ciencias humanas, hace y
rehace su positividad».32 La relación entre ambas se encontraría no en aquellos du-
dosos intentos de realizar una «psicología cultural» o una etnología que busca el in-
consciente colectivo a una cultura, sino en aquel punto de cruce de la perpendicular
94 dibujada por la serie de experiencias significantes únicas del individuo recogidas por
el psicoanálisis, sobre el plano horizontal del sistema formal en que se constituyen
las significaciones de una cultura, tal como son examinadas por la etnología.
Y es a este propósito, justamente, que los intentos de la lingüística por realizar una
31
PC., p. 366; MCh., p.389.
32
PC., p. 368; MCh., p.391.
Dobles Póstumos / José Jara
teoría pura del lenguaje viene a complementar las investigaciones de aquellas otras
dos «contraciencias», para ofrecerles un modelo formal de análisis: son los proyectos
de la lingüística por determinar la estructura de un sistema significante formal en
donde todos sus elementos componentes alcanzarían su significado real. En cuan-
to este lenguaje puro es exterior al hombre, daría cuenta del orden regulador de
las positividades en que él se encuentra inmerso, pero en la medida en que es a
través de ese mismo lenguaje que, en cada caso, siempre se puede pensar de nuevo
aquellas regiones en las que se determina la finitud del hombre, ese lenguaje queda
internamente ligado con y expresa su finitud. Pero con esto queda claro que en la
lingüística tampoco se trata de pensar al hombre en sí mismo, sino en todo caso a
aquello a través de lo cual a éste se le hace posible hablar y pensar desde las regiones
concretas y epistemológicas en que habita.
A los intentos apoyados en las innovaciones de la lingüística por realizar una formali-
zación del pensar y del conocimiento, empleando para ello incluso modelos o méto-
dos tomados de la matemática, han de agregarse complementariamente y desde otra
perspectiva, los propósitos de una buena parte de la literatura actual por desplegar el
ser del lenguaje en todo su espesor. Aquí habrían de inscribirse los trabajos escritos
por Foucault y las observaciones hechas acerca de la obra de Roussel, Klossowski y
Blanchot, pero también sobre la de Kafka, Artaud y Bataille. Aquella literatura en
donde el lenguaje habla desde la repetición incansable y modulada de sus palabras,
imágenes, espacios y materialidad propia, desde su enfrentamiento con la muerte y
con la finitud de la obra. Aquella literatura en donde el sujeto del lenguaje desaparece
justamente entre el murmullo silencioso o dilacerante de las palabras.33
95
33
Ver: Raymond Roussel, Gallimard París 1963 (versión castellana en Ed. Siglo XXI, Argentina 1973);
«Le “non” de pere», Critique Nº 178, Paris 1962 [DE., I, pp. 189-203]; «Un si cruel savoir», Criti-
que Nº 182, Paris 1962 [DE., I, pp. 215-228]; «Préface à la transgression», Critique Nº 195/196,
Paris 1963 [DE., I, pp. 233-250]; «Distance, aspect, origine», Critique Nº 198, Paris 1963 [DE., I,
pp. 272-285]; «Le langage à l’infini», Tel Quel Nº 15, Paris 1963 [DE., I, pp. 250-261]; «La méta-
morphose et le labyrinthe», Nouvelle Revue Française Nº 124, Paris 1963 [chapitre V de Raymond
Roussel]; «Guetter le jour qui vient», Nouvelle Revue Française Nº 130, Paris [DE., I, pp. 261-268];
«Le langage de l’espace», Critique Nº 203, Paris 1964 [DE. I, pp. 407-412]; «La prose d’Actéon»,
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Y porque este hombre más joven que la muerte de Dios ya nada tiene que ver con
aquella imagen de Dios, es que Foucault lo ve dispersarse entre las máscaras, la risa
y el fluir positivo del tiempo, según la modalidad que antes hemos expuesto. La
finitud a que queda entregado el hombre lo lleva justamente a su fin, en cuanto las
ciencias que se dirigen a él para explicar, conocer y dar cuenta de su existencia, lo
hacen a través de un movimiento elíptico que pasa por sobre él y fuera de él, que
encuentra su condición de posibilidad en el espacio del saber moderno, su reposo
analítico en aquellas figuras positivas del inconsciente y la historia de las culturas,
en las estructuras formales del lenguaje y en el murmullo parlanchín de la literatura.
Es allí en donde el hombre encontraría su fin como sujeto de su libertad y de su
conciencia. A Foucault le es patente la problematicidad para pensar en el presente
y hacia el futuro esta desaparición del hombre, especialmente porque aún no se ha
ganado distancia suficiente frente a ese hecho como para pensarlo adecuadamente
y en todo su alcance; pero del mismo modo, tampoco se dispone de una distancia
reflexiva necesaria frente a la reaparición del ser del lenguaje, que se perfila actual-
mente. «El hombre, constituido cuando el lenguaje estaba avocado a la dispersión,
¿no se dispersará acaso cuando el lenguaje se recomponga? (...) ¿No sería necesario
admitir que, dado que el lenguaje está de nuevo allí, el hombre ha de volver a esta
inexistencia serena en la que lo mantuvo en otro tiempo la unidad imperiosa del
Discurso (clásico)?».35
35
PC., p. 374; MCh., p. 397. Agregamos el paréntesis para evitar confusiones en el uso del término
«Discurso» y el significado que recibe posteriormente en AdS. Habría que decir que esta específica
faceta de interpretación del fin del hombre a partir de la recomposición del ser del lenguaje no es
retomada ni desarrollada por Foucault en su última obra. Luego de AdS. y a partir de 1971, se
97
le impone un nuevo tema como el decisivo para el estudio de las ciencias humanas y el hombre,
pero ahora dentro del marco más apremiante de las instancias de formación y ejercicio del poder
en la sociedad. Los puntos de fricción en que la figura del hombre se torna incandescente, en que
se dispersa, fragmenta y transforma su existencia son aquellos en que ésta aparece imbricada con
y multiplicada desde y por una microfísica del poder, una anatomía política de los cuerpos, una
economía del placer y de los dispositivos de sexualidad. Hacia estos complejos temáticos se vuelcan
los análisis de Foucault en sus dos últimos libros, con la pretensión de realizar diversos estudios
arqueológicos acerca del «poder de normalización y la formación del saber en la sociedad moderna»
(VC., p. 314). Aunque estos trabajos no tengan como su objetivo central la historia del hombre
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Para ir concluyendo este trabajo, citaremos dos textos que complementan nuestra
interpretación del tema del nacimiento y fin del hombre en el espacio del saber
moderno y lo colocan, a la vez, en relación con los supuestos teóricos centrales que
orientan la investigación arqueológica de Foucault.
La muerte del hombre es un tema que permite actualizar la manera de como
ha funcionado el concepto de hombre en el saber (...) No se trata de afirmar
que el hombre ha muerto, se trata, a partir del tema —que no es mío y que
no ha cesado de ser repetido desde el fin del siglo XIX— que el hombre ha
muerto (o que él va a desaparecer, o que él será reemplazado por el super
hombre), de ver de qué manera, según qué reglas se ha formado y ha fun-
cionado el concepto de hombre. Yo he hecho la misma cosa para la función
de autor.36
No cabe emocionarse especialmente con el fin del hombre: él no es más que
el caso particular o, si se quiere, una de las formas visibles de un deceso mu-
cho más general. Yo no entiendo con esto la muerte de Dios, sino aquella del
sujeto, del Sujeto con mayúscula, del sujeto como origen y fundamento del
Saber, de la Libertad, del Lenguaje y de la Historia. Se puede decir que toda
la civilización occidental ha sido subjetivada-sojuzgada (assujettie), y los filó-
sofos no han hecho más que establecer su constatación al referir todo pensa-
miento y toda verdad a la consciencia, al Yo, al Sujeto. En el estruendo que
nos estremece hoy, es preciso, tal vez, reconocer el nacimiento de un mundo
en donde se sabrá que el sujeto no es uno, sino escindido, no soberano, sino
dependiente, no origen absoluto, sino función sin cesar modificable.37
98
moderno, sino en todo caso una historia del poder-saber y sus estrategias, sus resultados no son de
ninguna manera indiferentes para aquel otro problema.
36
«Qu’est ce qu’un auteur?», p. 101. Publicado en Bulletin de la Société Française de Philosophie 63
année, nº3, juillet-septembre 1969, pp. 73-104. [DE., I, p. 789-821]. (El subrayado es nuestro).
Incluimos la última frase de este texto para dejar planteada la comunidad de estilo en el trabajo de
los temas: hombre-autor-sujeto. (La traducción es nuestra).
37
«La naissance d’un monde» (entretien avec J.-M. Palmier). Le Monde, supplément: Le Monde des
libres, nº 7558, 3 mai 1969, p VIII. [DE. I, p. 786-789] (La traducción es nuestra).
Dobles Póstumos / José Jara
Luego de estos textos se podrá apreciar cómo el tema del hombre no es sino una
concreción de otro más general, que señala hacia el andamiaje teórico que sustenta
la labor de excavación, socavamiento y subversión de la arqueología, para crear des-
de allí las condiciones positivas de examen del archivo del saber occidental, sobre el
cual la arqueología pueda convertirse en algo así como una filosofía diagnóstica del
presente y del tiempo venidero. Si dentro de la variedad de temas y ángulos destaca-
dos de acercamiento a ellos, en el conjunto de la obra escrita por Foucault se puede
reconocer la persistencia de unos supuestos teóricos y una actitud crítica determi-
nada, ella podría resumirse en las siguientes líneas: intentar sistemáticamente y sin
tregua el desmantelamiento y desmitificación de la asignación de responsabilidad
histórica y metafísica al sujeto y a la conciencia como centros absolutos de constitu-
ción de la verdad de los discursos del saber y las ciencias, propuestos sobre el fondo
de una continuidad ideal de los tiempos y la historia, que le garantizan al sujeto y
a la conciencia el reencontrar en sus palabras la verdad de las cosas, actuando, en
definitiva, como juez y parte interesada a la vez en el litigio de su propia existencia
en el mundo.
Si en su última obra Foucault liga explícita y concretamente el análisis del saber con
los mecanismos del poder, lo que allí se intenta es, en cada caso y dentro del conjun-
to de su investigación, desacralizar lo absoluto y la totalidad, como instancias finales
y unificadoras de sentido en que se resuelven las diferencias de los hombres, las cosas
y la historia, mediante un sostenido trabajo puntual y coyuntural de la multipli-
cidad y aleatoriedad de lo real, de la historia. Con esto no se quiere propugnar tal
vez un anarquismo del saber y el poder, sino en todo caso promover mediante un
positivismo sin ilusiones utópico-humanistas el levantamiento de —por lo menos y
99
por lo pronto— un archivo y un plano topográfico-epistemológico de las estrategias
del poder-saber, que aprisionan y en que se debate el hombre en su nueva finitud
y saber.
Sin duda que la ampliación del campo de trabajo iniciado por Foucault a propó-
sito de los temas arriba esbozados, plantea una serie de cuestiones que han de ser
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l
100
38
Ver «Verité et pouvoir», p. 22-26, en L’Arc, nº 70: La Crise dans la tête, Paris. 1977, pp. 16-26 (ex-
trait de l’entretien avec A. Fontana et P. Pasquino, juin 1976, publié in Fontana [A.], et Pasquino
[P.], Microfísica del potere: interventi politici, Turin, Einaudi, 1977, pp. 3-28 [DE. III, pp. 140-
160]).
Dobles Póstumos / José Jara
Las relaciones de poder penetran los cuerpos y transitan pluralmente por las calles,
los lugares de trabajo, de vida y de muerte. La historia concreta de sociedades de-
terminadas, en continentes y tiempos definidos, hace que esas relaciones de poder
deban ser analizadas e interpretadas en cada caso recogiendo las huellas y las reali-
dades que ellas han dejado sobre el cuerpo de los individuos y en el pulso vital de
la sociedad.
No parecen ser siempre los deseos, las ideas, los proyectos los que modelan los ges-
tos, las conductas y las acciones de los cuerpos, así como ni éstos ni aquéllos encuen-
tran su centro de formación y expresión exclusivamente en el reducto amurallado
o poroso de los individuos que canjean entre sí sus impresiones o se han tornado
incomunicantes el uno para el otro. Más allá de ellos y entremedio de sus cuerpos
1
[La primera versión de este texto, en Revista Mensaje, tiene la siguiente bajada: «El pensamiento
de Michel Foucault, filósofo francés que desde la década del 60 viene publicando numerosos li-
bros y artículos, no es fácil captar. Contribuye a esto el que lo que es nuevo no son las respuestas a
problemas ya familiares en la tradición filosófica, sino el planteo mismo de los problemas. Así, por
101
ejemplo, el que quisiera enterarse de su «metafísica» y de su «epistemología» tendría que leer La ar-
queología del saber y Las palabras y las cosas. Y allí leería afirmaciones como ésta «(…) en un análisis
como el que yo llevo a cabo, las palabras están tan deliberadamente ausentes como las cosas mismas
(…) No nos situamos más acá del discurso (...), tampoco nos trasladamos más allá del discurso;
nos mantenemos (…) al nivel del discurso mismo» (L'archeologie du savoir, p. 66). El artículo que
publicamos se ocupa de otra problemática central en el pensamiento de Foucault: la relación entre
el saber y el poder, entre los discursos y las instituciones. Por «poder» no entiende lo que suele
tenerse presente cuando se habla del poder político, económico, cultural, etc. Él entiende más bien
el poder como una realidad difusa en todo el cuerpo social. Así, por ejemplo, el disciplinamiento
que ha impuesto a todos sus miembros la sociedad industrial es una forma de poder. El poder que
los padres tienen sobre los hijos en su función de superego es otra forma de poder»].
2
[En su primera versión, este texto no poseía subtítulos, los que la segunda versión sí consigna].
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Esas relaciones y esos lugares tienen su burocracia oficial de saber y de poder que se
102 acuña en normas, reglamentos y leyes, en indicaciones, memorándum, fichas, cua-
dros, estadísticas, historiales penales, clínicos, laborales, asistenciales, pedagógicos,
prescripciones y ordenanzas que pueden traducir o inducir y normalizar hábitos y
costumbres, opiniones y convicciones. Ellas se legitiman sabia y poderosamente a
través de toda una literatura menor, administrativa y técnica, tediosa pero inflexible
por lo casuística, y que aún cuando pueda dejar lagunas, la práctica de su omisión
permite recuperarlas luego en un nuevo reglamento que modifica y amplía el ante-
Dobles Póstumos / José Jara
rior; pero que, en todo caso, no por ser una literatura gris y anónima tal vez, sin que
llegue a alcanzar el brillo acicateante de una verdad trascendental y universal, deja
de producir, sin embargo, efectos de verdad incontrarrestables, precisamente porque
se dirigen y anidan en lo concreto del detalle de la vida cotidiana.
Pero así como esas relaciones no son analfabetas ni son ubicuos sus lugares, tam-
poco es indiferente el que ello acontezca en una sociedad del primer o del tercer
mundo, con una estructura de producción y laboral agraria o industrial, avanzada o
retrasada en su desarrollo con resabios colonizadores o distorsiones de colonizado.
Sobre el fondo y de entre las redes mundiales de poder cabe detener y apuntar la
lupa también hacia los detalles múltiples, las filigranas contradictorias y los orna-
mentos necesarios que constituyen la producción de poder y de saber en una socie-
dad dada a través de los cuerpos de sus ciudadanos, en los lugares en que habitan y
laboran, en los lenguajes y en los códigos que usan y abusan de ellos.
Las relaciones de poder y de saber penetran y modelan los cuerpos y la vida social,
constituyen a los individuos y a las sociedades como un efecto y un objeto de poder,
trabajándolas como un efecto y un objeto de saber.
Con todo esto, de lo que se trata es: del individuo y la sociedad; seguro. De psicolo-
gía conductual y de sociología del conocimiento; tal vez. Del Estado y las Ciencias;
también. Pero igualmente puede decirse todo eso de otro modo, por ejemplo, «saber
cómo se gobiernan los hombres (a sí mismos y a los otros) mediante la producción
de verdad».3 O bien, llevar a cabo un análisis que puede llamarse una «microfísica
del poder» que se detenga en los detalles de un saber que, a su vez, puede recibir el
nombre de una «anatomía y economía política de los cuerpos»; un saber que ponga 103
de manifiesto los mecanismos, técnicas, enunciados y postulados que han contri-
buido a producir e incorporar en las conductas y en las palabras de los individuos
específicas relaciones de dominación y sometimiento.
3
IP(fr)., p. 47. Junto a una serie de artículos de historiadores franceses, recoge la respuesta de Fou-
cault a uno de esos artículos y el protocolo de una mesa redonda sostenida entre ellos.
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También puede expresarse todo lo dicho, afirmando que, «en suma, la cuestión po-
lítica no es el error, la ilusión, la conciencia alienada o la ideología: es la verdad mis-
ma».4 Afirmar que la verdad es política, y que su desocultamiento, su conquista o su
producción ha de pasar por los trabajos diarios de una historia política de la verdad.
Pero lo escrito hasta el punto que cerró el párrafo anterior no es propiedad intelec-
tual exclusiva del autor que redacta estas líneas. Ellas exponen una interpretación,
que es a su vez una primera aproximación a y presentación de algunos de los análisis
y problemas que desde fines de 1970 viene desarrollando Michel Foucault en su
cátedra de «Historia de los sistemas de pensamiento» en el Colegio de Francia, en
París, y que han sido publicados en sus libros: 1. Vigilar y castigar. El nacimiento de
las prisiones; 2. Historia de la sexualidad. I. La voluntad de saber; 3. La verdad y las
formas jurídicas; 4. Microfísica del poder; y estos libros a la vez que trasladan fuerte-
mente los acentos hacia las cuestiones relativas a los dispositivos de producción del
poder-saber, recogen y transforman puntualmente las investigaciones de otras obras
suyas editadas en la década del 60, que abordan temas tan diversos entre sí como los
ya señalados; 5. Historia de la locura en la edad clásica; 6. El nacimiento de la clínica.
104 Una arqueología de la mirada médica; 7. Las palabras y las cosas. Una arqueología de
las ciencias humanas; 8. La arqueología del saber.5
4
MP., p. 189.
5
Con excepción de 3., editado por Ed. Gedisa, Barcelona, España; de 4., editado por Ed. La Pique-
ta, Madrid, España; y de 5., editado por Ed. F.C.E., México, todas las otras obras de M. Foucault
han sido traducidas al castellano y editadas por Ed. Siglo XXI, México.
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6
IP(fr)., p. 41.
7
[Laguna en el texto, cuestión que está resuelta en su primera versión y que aquí hemos añadido].
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o para filósofos, que pretende fijar la identidad del presente en la continuidad sin
mancilla ni ruptura de los tiempos, en el reencuentro del origen o en el cumpli-
miento de un fin trascendental. Por el contrario, se ha de intentar multiplicar ana-
líticamente la historia en los «acontecimientos», en las «singularidades» que la han
entramado. ¿Para qué?
Por lo pronto para provocar una ruptura de evidencias. Por ejemplo, aquella de que
lo que es, es necesario, porque desde todos los tiempos ha sido esencialmente así,
como hoy es, aun cuando accidentalmente se haya vestido con distintos ropajes.
Pero también porque al «acontecimentalizar» la historia, el análisis puede hacer
aparecer una variedad aleatoria de conexiones, apoyos, encuentros, bloqueos, jue-
gos de fuerza, estrategias, que a pesar de y con las contradicciones que allí puedan
surgir, posibilitan un enriquecimiento de la comprensión de los hechos históricos
en su materialidad. Y ello, aún cuando toda esa aleatoreidad de los acontecimientos
pueda luego funcionar, a partir de una coyuntura y urgencias dadas, con un carácter
de evidencia y necesidad, integrándose eventualmente a una estrategia global de
dominación de un poder y un saber específicos.
Pero habría que agregar que ni los fragmentos ni las canteras son un dogma, sino
una elección coyuntural y estratégica de análisis.
Digamos, en primer término, algo sobre los discursos. La relevancia que le otorga
Foucault a los discursos radica en el hecho de que ellos mismos remiten a lo ya di-
cho y escrito acerca de un objeto o situación dada, de modo que se puedan así filiar
las condiciones concretas de existencia en que se produjeron objetos y prácticas
efectivas: la locura, el discurso clínico de la medicina, la sexualidad, entre otros. En
Dobles Póstumos / José Jara
Así, por ejemplo, los discursos sobre la creación de riqueza y progreso a través del
juego de la oferta y la demanda en la economía de libre mercado, no encuentra ni
legitima su verdad en el santuario oficial de la Ciencia de la Economía Política,
sino en las instituciones y prácticas de poder: ministerios, centros financieros y
empresariales, complejos de comunicación social y de masas, corporaciones de altos
estudios. Y todos ellos y cada uno de acuerdo a sus peculiares intereses hacen circu-
lar, usan, repiten y estabilizan ese discurso confiriéndole un efecto de verdad, que no
por ser sutil o gruesamente interesado deja de crear concretos, y en algunos casos
—según las condiciones internas de dominio en una sociedad dada—, inexorables
efectos de poder que traspasan todas las relaciones individuales y sociales, al punto
que no llegan a faltar quienes, ya sea por ingenuidad, comodidad, resignación u
oculta convicción reactivada por la «realidad» inmediata, terminan considerando a
ese discurso como la verdad misma, y sin vuelta de hoja.
8
VC., III parte, cap. I, II, III.
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De este modo no sólo se controla más eficazmente a las masas de hombres que
crecen y pueblan las sociedades industriales del siglo pasado (explosiones demográ-
ficas, migraciones del campo a la ciudad, etc.), sino que también se los disciplina,
apuntando finalmente hacia la normalización de sus conductas, deseos e ideas. El
premio y el castigo son los operadores de cambio entre el cumplimiento y el incum-
plimiento o desacato a la norma. Se produce y se conquista el «alma» del hombre
a través de la talla y docilización de las necesidades y deseos de los cuerpos. (Y por
aquí habría que buscar también la figura del hombre que estudia e interpretan las
llamadas ciencias humanas).
Paralelamente, estas prácticas están traspasadas por y aseguradas mediante los dis-
positivos peculiares a cada lugar de una vigilancia jerarquizada. Una vigilancia en la
que el que ve, debe ver sin ser visto, de modo que todos y cada uno de los vigilados
deba sentir y saber siempre que está vigilado, para que éste a su vez ni siquiera tenga
el deseo de hacer o querer aquello que el que lo vigila, no quiere que él haga o desee.
Con todo esto se trata de analizar y comprender de una manera más positiva el
108 cómo de la eficacia de los aparatos de disciplinamiento de los hombres, usados por
el poder. Pero también y en su reverso, Foucault pretende destacar, para su empleo
posible y necesario, los puntos de fricción, de enfrentamiento, conflicto y lucha, de
resistencia frente a los mecanismos de disciplinamiento y normalización con que el
poder aprende a y sabe «gobernar» a los hombres.
Dobles Póstumos / José Jara
Por ello es que, puestos ante la realidad del poder y del saber oficiales en una socie-
dad dada, propone Foucault la modificación del eje de sus análisis.
Un punto de partida general aunque concreto para operar este cambio, consiste en:
antes que privilegiar el modelo jurídico de la ley y la soberanía: de la legitimidad o
ilegitimidad de quien posee el poder —trátese del rey en la época moderna, o del
pueblo en las democracias contemporáneas, con su correspondiente contrato social
entre ciudadanos libres e iguales—, cabe adentrarse, más bien, en los mecanismos
y técnicas específicas de dominación y sometimiento usados por el poder-saber ofi-
ciales. Pues cualquiera sea la forma jurídica en que se apoya el poder, éste siempre se
ejerce de acuerdo a modalidades precisas de dominación, con todas las gradaciones
democráticas o autoritarias que aquél pueda inventar o absorber desde otros lugares
de prácticas.
110
9
MP., p. 189.
Dobles Póstumos / José Jara
Crisis, es uno de los términos del hablar cotidiano que hoy en día goza de amplia
circulación en todos los medios en que se reflexiona y discute acerca del hacer y el
pensar del hombre contemporáneo. Crisis, se ha transformado en la moneda de
cambio en la que confluyen las múltiples significaciones de las dudas y las inquietu-
des que el presente depara al hombre, sea que ellas surjan en el ámbito de la familia,
el trabajo, la sociedad, en el de las ciencias naturales, físico-matemáticas, humanas o
sociales, en el de la teoría y la acción política, cualquiera sea el nivel y la latitud de su
ejercicio. Pero si la crisis ha llegado a convertirse en el poderoso imán que aprisiona
el quehacer y las esperanzas de los hombres de hoy, es, con alta probabilidad, porque
el presente no puede ser percibido sólo como el fulgor del instante que se vive y en
que, eventualmente, se pronuncia tal palabra. La crisis del presente tiene una histo-
ria que amplía retroactivamente su valor de cambio, algunos dirán por fetichismo
tal vez de las fechas seculares, ante la escasez de los cumplimientos milenarios, hasta
los comienzos de este siglo; otros la harán retroceder hasta el amplio umbral inicial
del siglo XIX, en que pueden caber las decisivas transformaciones político-institu-
cionales y socio-económicas de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial,
que derrumbaron el viejo orden monárquico que había afianzado una comprensión 111
del hombre, la sociedad y la naturaleza, de acuerdo a los preceptos del derecho natu-
ral y de la razón teológico-metafísica; otros con un afán universalista y apocalíptico
pueden hacer retroceder todavía el origen de la significación histórica de la crisis
hasta la disolución de la polis democrática ateniense, el extravío de la Arcadia o la
expulsión del paraíso terrenal.
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Pero si la ausencia de tales ideas y tales hombres pareciera estar a la base de la tan
mentada crisis actual, cabría preguntar si esa crisis es casual o es un hecho inevi-
table: Y por cualquiera de las dos alternativas que se incline la respuesta, con ello
habremos hecho una elección que afecta al conjunto del hacer y el pensar del hom-
bre: si es casual, será preciso agenciar los medios para recuperar aquel saber hoy
extraviado, que con su dictum necesario y absoluto esté más allá de toda sospecha
y toda crítica incoativa de crisis; si es un hecho inevitable, será preciso aprender a
reconocer las nuevas condiciones de existencia del hombre, que le permitan asumir
afirmativa y concretamente el presente, desmantelando la crisis mediante la des-
De este modo, la crisis pareciera estar relacionado con algo más «profundo» que las
manifestaciones de su superficie social cotidiana. Ella provendría más bien de la ca-
rencia de aquella verdad transparente de las ideas universales y necesarias, digámos-
lo, de la filosofía, la ciencia, y por qué no, la moral, antes que de los turbios hechos
Dobles Póstumos / José Jara
Sin embargo, el tema invocado ama las paradojas y está repleto de ellas. Tal vez por
eso es que frente a él nuestra elección de la vía para abordarlo puede ser o parecer
paradojal. No la vuelta a la filosofía, en la relectura de los textos de sus autores clási-
cos del pasado, a falta de pensadores señeros del hoy en su sentido también clásico,
sino más bien el trabajo y la reflexión en torno a un autor que, ejerciendo hoy una
cátedra de filosofía, la de «Historia de los sistemas de pensamiento», en una de las
más relevantes instituciones de educación superior francesa, el Colegio de Francia,
ha afirmado hace ya quince años que, «según mi opinión, hoy en día la filosofía ya
no existe más».1
Lo primero que puede decirse sobre este enunciado de Michel Foucault, puesto
que él es quien pronunció dichas palabras, es que en él se encuentran puestos en
conexión el presente y la filosofía: pero también puede decirse, luego, que él remite
a su vez a un conjunto de obras suyas en que esos temas resuenan continuamente
a través del análisis de diferentes problemas que son, en definitiva, aquellos en que
se manifiesta una buena parte del proceso de formación del hacer y pensar del
hombre actual. Frente a dichos temas, señalemos que nuestro propósito es el de ver
hasta qué punto y de qué manera el trabajo de Michel Foucault puede entregarnos
indicios o claves para la interpretación del presente que vivimos, de las condiciones
en que se ejerce la reflexión del pensar actual y que no puede sino estar movido, en- 113
tramado y llegar a decantarse en medio del juego mismo y quehacer de tal presente.
Que hoy la filosofía ya no exista más, no quiere decir para Foucault, sin embargo,
1
«Sur les façons d’écrire l’histoire» (entretien avec R. Bellour), Les lettres françaises, nº 1187, 15-21
juni 1967, pp. 6-9. [DE. I, pp. 585-600].
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que ella haya desaparecido; lo que ha sucedido con ella más bien es que «se ha disuel-
to en un gran número de actividades diversas».2 La disolución de la tradicionalmente
llamada «madre de las ciencias» no la habría conducido a una desaparición sino tal
vez sólo a su transformación, probablemente de un modo análogo, por ejemplo, al
modo de como la energía liberada por la fisión del átomo transforma, mortalmente y
en miles de kilómetros a la redonda, a toda forma de vida existente. Si el núcleo se ha
roto, la energía no se ha perdido; sólo se ha transformado. Sin duda, más de alguien
podría decirnos que esta imagen, este ejemplo, podría ser interpretado como una
muestra más de que la filosofía, hasta en su disolución o en su muerte, persiste en
su sapiente arrogancia milenaria que no muere sin pretender producir a su alrededor
una devastación acorde con, por lo menos, su autovaloración.
114 podría caracterizar el proyecto básico de toda filosofía que asiente el poder de su
sabiduría en la fuerza de la razón—. Las pretensiones de estos otros campos de saber
que habrían quedado permeados, hoy diríamos, contaminados con la disolución-
transformación de la filosofía, serían más modestos en comparación con aquel afán
de totalización, pero no por ello menos rigurosas en el cumplimiento de sus actuales
2
Ídem.
Dobles Póstumos / José Jara
tareas, las que, por lo menos, consistirían en «hacer visibles (es decir, descriptibles,
analizables, interpretables) nuevos objetos del conocimiento y de la praxis».3 Lo
cual, a su vez, querría decir, por uno de sus lados, que la presencia de un cierto estilo
de hacer filosofía predominante en Occidente a lo largo de 25 siglos habría dificul-
tado, cuando no impedido, el avistar determinados objetos de conocimiento y de
práctica —lo cual no quiere decir que ellos no hayan existido, aún cuando habría
que precisar la modalidad de su existencia invisible, encubierta o soterrada durante
ese tiempo—, conocimientos y prácticas que ahora emergerían en los diferentes
campos del saber y hacer contemporáneos.
II
115
llegue al río de las doctas polémicas. Pues es él mismo quien se encarga de decir que
sus libros son «cuando más, fragmentos filosóficos en los talleres de la historia».4
Es evidente, puede decirse qué más cabría esperar de alguien que propala la diso-
lución y la fisión, decimos nosotros, del núcleo de la filosofía tradicional, o más
3
Ídem. (El texto entre paréntesis es nuestro).
4
IP(fr)., p. 41; IP., p. 57.
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precisamente, de la metafísica moderna. Hay que señalar, sin embargo, que los frag-
mentos escritos por Foucault —con un promedio de 310 páginas para cada uno de
sus ocho libros, sin contar aquí una serie de artículos y entrevistas— no transcriben
ni son el resultado de una crítica de estilo académico a ese núcleo de la metafísica
moderna, pues más bien cabría decir que dichos fragmentos fueron escritos por él,
por así decir, luego de la disolución de ese núcleo; lo cual significaría, por otra parte,
la constatación de su disolución efectiva, o cuando menos de su prescindibilidad
histórica.
116 sentido, plantea la elección de: o bien remontarse hasta los orígenes para allí en-
contrar la manifestación de la verdad primigenia, o bien asumir resueltamente las
exigencias de todo orden y nivel impuestas por el fin pensado por el «logos», que
garantice precisamente el cumplimiento de la teleología de la razón, la cual a su vez
5
«La naissance d’un monde» (entretien avec J.-M. Palmier). Le Monde, supplément: Le Monde des
libres, nº 7558, 3 mai 1969, p VIII. [DE. I, p. 786-789].
Dobles Póstumos / José Jara
Una vez dichos estos enunciados acerca del núcleo de la metafísica moderna, cabría
añadir que Foucault no sólo prescinde de él para llevar a cabo los análisis de sus
libros por razones epistemológicas y por una toma de posición exclusivamente teó-
rica frente al tema del sujeto, que le lleva a distanciarse de él mediante una crítica
larvada que se manifiesta en la elección, tipo de análisis e interpretación de los te-
mas elegidos por él. También lo hace, y de manera muy especial, porque estima que
dicha interpretación del tema del sujeto conduce a la elaboración de una teoría y de
un saber que tienen efectos muchos más amplios e insidiosos que los de disponer
básicamente de un saber contemplativo sobre el ser del hombre, de las cosas, que
pueda servir de fundamento para una moral consistente y, por consiguiente, para
la legitimación de la acción humana que se rija por ésta. La insidia a que da lugar
dicho tema del sujeto en la constitución de la teoría y del saber, estriba en que él
oculta los efectos contingentes que produce simultáneamente a su movimiento de
constitución y ejercicio trascendental; es decir, ignora, guarda silencio o explica o
justifica, en nombre de los supremos intereses del discurso del «logos», todos aque-
llos efectos inhibitorios producidos por su saber totalizador frente a cualquier otra
forma de saber que no se remita ni se adecúe a las reglas establecidas por él en su
discurso. Dicho de otra manera, tal discurso totalizador del sujeto trascendental,
al excluir, marginar, censurar a cualquier otro discurso que no respete o acate sus
principios y reglas, ejerce sobre éstos algo más que un saber, ejerce un plus que bien
podría considerarse como la plusvalía de ese saber totalizador; una plusvalía que se
expresa en lo que Foucault llama los efectos de poder ejercidos por éste sobre otras
117
posibilidades de articulación de discursos, que quedan convertidos así en discursos
no oficiales de saberes no legitimados, y que por ello son marginalizados y quedan
expuestos a las variadas formas del silenciamiento, la exclusión o la represión.
Por otra parte, según señala Foucault, no sólo en el discurso filosófico se puede
detectar este peculiar efecto de poder. También lo encontramos en el propósito y
el trabajo de la Ciencia cuando ella le asigna a la objetividad privilegiada de sus
proposiciones y teorías el carácter de juez universal que reconoce, absuelve y libera,
o condena, censura e ignora a los discursos con pretensión científica que puedan
someterse a su jurisdicción —y podríamos decir también con un término usado
por Foucault, a su «veridicción». Sin duda, hoy en día muchos y genuinos hombres
de ciencia manejan con cautela y distancia crítica tales nociones de «objetividad»,
«universalidad» y «necesidad», pero también en este ámbito —como, por cierto, en
muchos otros— suele todavía acontecer lo dicho por aquel viejo refrán: «una go-
londrina no hace primavera». Una muestra del sabio y poderoso prestigio poseídos
por la noción y la realidad de la Ciencia se encuentra en aquella polémica que, desde
hace por lo menos un siglo, se inició acerca de la precisión conceptual y delimita-
118 ción de campos entre las Ciencias Naturales y Físico-matemáticas y las Ciencias del
Espíritu, en donde eran estas últimas las que más ardorosamente buscaban filiar su
identidad, y justamente en tanto ese era, o es aún, un campo multiforme en que los
ámbitos de lo humano y lo social: lo histórico, se encontraba en ebullición creadora
o, por lo menos, en una actitud indagadora con respecto a sí misma a propósito
de la caracterización y delimitación de sus objetos y de sus métodos. Y todavía hoy
no faltan las tendencias dentro de estos nuevos campos del saber de las ciencias
Dobles Póstumos / José Jara
humanas y las ciencias sociales, que, cuál más, cuál menos, pugnan por legitimar su
quehacer teórico con el deslumbrante nombre de «ciencia». Y en esta coyuntura po-
dríamos recordar algunas de las preguntas que a propósito del valor de la ciencia —y
cabría agregar también de las teorías totalizadoras-totalitarias— plantea Foucault:
«¿no sería preciso preguntarse sobre la ambición de poder que conlleva la pretensión
de ser ciencia? (…)¿qué tipo de saberes queréis descalificar en el momento en que
decís: esto es una ciencia?¿Qué sujetos hablantes, charlantes, qué sujetos de expe-
riencia y de saber queréis “minorizar” cuando decís: “Hago este discurso científico,
hago un discurso científico, soy un científico”?».6
Por ello, cuando Foucault nos dice de sus libros que son, «cuando más, fragmentos
filosóficos», creemos que puede tener presente en la elección de esta denominación
los efectos inhibitorios propios a las teorías totalitarias, globales del saber, denuncia-
dos por él. Pero llegados a este punto alguien podría argumentar, preguntando: «Y
no cabe aplicar a los escritos del propio Foucault, y reconocer en ellos también, por
muy filosóficamente fragmentarios que sean, posibles efectos de poder que él parece
endilgar exclusivamente a las teorías totalitarias, aunque en sus libros —pueda de-
cirse con sorna— no aparezcan más que esquirlas de efectos de poder?». Sin duda.
La respuesta no puede ser sino afirmativa. Y podemos usar sus propias palabras para
responder a dicha pregunta, cuando nos dice cómo ve o quisiera ver las esquirlas de
poder que tengan sus fragmentos. Nos dice: «No me interesa escribir más que en la
medida en que ello se incorpore a la realidad de un combate, a título de instrumen-
to, de táctica, de iluminación que enfoca. Quisiera que mis libros fueran especies de
bisturís, de cocktails Molotov o de galería de minas, y que ellos se carbonicen des-
pués de su uso a la manera de los fuegos de artificio (...) La utilización de un libro
119
está estrechamente ligada al placer que él puede dar, pero no concibo de ninguna
manera lo que hago como una obra, y me choca que pueda ser llamado un escritor.
6
MP., p. 131. [En la expresión «Hago este discurso científico», José Jara agrega en su traducción la
palabra «científico», la que no está en el original francés].
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Dejemos, por el momento, que la elocuencia de estas palabras provoque en quien las
escuche o las lea, sus propios comentarios. Por nuestra parte, arribados a este punto
preferimos dedicarnos a hurgar entre los talleres, canteras, astilleros (chantiers) de la
historia en que Foucault ha labrado, tallado, tejido sus fragmentos filosóficos.
Al referirnos hace un momento atrás a la prescindencia que hace Foucault del tema
del sujeto trascendental para llevar a cabo sus análisis, señalamos que su correlato
temporal apuntaba a una comprensión de la historia como un gran horizonte conti-
nuo sobre el cual se destacaría la evolución de los acontecimientos que se despliegan
entre los polos de la génesis y el fin. Sobre la base de estos supuestos teóricos se
ha escrito, nos dice Foucault, buena parte de lo que se ha llamado la historia de
las ideas, así como es también el ámbito que los filósofos han solido considerar
como el único valedero para poder pensar, comprender y escribir la historia. Pero
eso no sería más que una ilusión de filósofos; ilusión de la que él busca alejarse
resueltamente. Y para hacerlo estima que es preciso, en primer término, poner en
entredicho tal noción de continuidad, que conduce fatalmente a dar cuenta de los
hechos de la historia en términos de totalización. Esta disposición suya a revalorar
los desfases y discontinuidades en la historia, paralela a la operación de destacar la
singularidad de los acontecimientos y el carácter problemático que ellos puedan
ofrecer para la interpretación, condujo a más de un crítico, creemos, apresurado, a
denunciar en el trabajo de Foucault la negación de la historia. Una lectura cuida-
120 dosa de sus libros, y especialmente de Las palabras y las cosas, que a este propósito
causó el mayor desasosiego o indignación, creemos, puede desbaratar rápidamente
esas aprehensiones críticas.
7
«Sur la sellette» (entretien avec J.-L. Ezine), Les Nouvelles Littéraires, nº 2477, 17-23 mars 1975, p.
3 [DE. II, pp. 720-725].
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8
AdS., p. 293; AS., p. 228.
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l
122
9
A este propósito cabe hacer la referencia a dos textos que conforman algo así como el horizonte
contemporáneamente amplio sobre el cual Foucault pareciera perfilar algunos aspectos del tema:
«los archivos de la historia». Uno es la nota que Engels agrega en 1890 a la primera frase, ya clásica,
de la primera parte del Manifiesto, escrito junto con Marx y publicado en febrero de 1848. El texto
dice: «La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases», y
la nota de Engels especifica: «Es decir, la historia escrita», (el subrayado es de Engels). El otro texto
es del parágrafo 7 del prólogo a La genealogía de la moral de Nietzsche, escrito en 1887, y en el que
señala aquello sobre lo cual hay que trabajar, si se quiere cuestionar radicalmente el valor mismo de
los valores que han sido dominantes en la historia de la moral. Lo importante para el trabajo de un
genealogista de la moral es investigar «lo fundado en documentos, lo realmente comprobable, lo
efectivamente existido, en una palabra, toda la larga y difícilmente descifrable escritura jeroglífica
del pasado de la moral humana».
Dobles Póstumos / José Jara
Por cierto, llegados a esta coyuntura es oportuno indicar que a Foucault no le pre-
ocupa describir y analizar dichos discursos desde las perspectivas y exigencias de
la gramática, la lingüística, la lógica o la psicología, aun cuando cada una de ellas
tenga algo específico que aportar sobre éstos. Él hace recorrer más bien su análisis
por entre los discursos y las prácticas discursivas, en tanto éstas son un material
de la historia que remite a lo que los hombres concretamente han hecho —ya sea
mediante su acción u omisión— y han sido, ya sea presionados por afanes críticos
y transformadores o bajo la inercia del letargo burocrático. Además, no sólo porque
en ellas se expresa un cierto saber acerca de la manera como los hombres se entien-
den entre sí y buscan dar cuenta de aquello que les rodea, sino también en tanto
que en torno a ellas se plantea la cuestión del poder y se libran luchas que son, en
definitiva, políticas. Y lo son en la medida en que los discursos aparecen como un
«bien» que es preciso poseer y apropiarse, puesto que desde ellos y con ellos se puede
gobernar, dominar a los hombres de acuerdo a la verdad allí enunciada y propalada.
Pero ya volveremos sobre este último tema, dejémoslo por el momento en suspenso,
Estos textos nos mostrarían, por una parte, que tanto para Engels —y habría que agregar, también
para Marx, dada la relevancia que otorga a la historia, de la que dice en La ideología alemana:
«Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de la historia»—, como para Nietzsche, el material escrito
aparece como aquello a través de lo cual se puede conjurar el continuo cambio de los hechos histó-
ricos, recuperando vicariamente en los documentos su permanencia comprobable y efectivamente
existida, agenciándose de ese modo un campo seguro y real de trabajo en la historia y, por consi-
guiente, a lo largo de las relaciones que en ella y entre ellos establecen los hombres, ya sea que tales
relaciones aparezcan «clasificadas» como socio-económicas, políticas o morales. Y no caben dudas
que la historia es uno de los ámbitos privilegiados de análisis para Marx, Engels y Nietzsche. Pero,
123
por otra parte, el recorrido que ellos realizan críticamente por la historia les permite, en un primer
momento, liberarse de los fantasmas de la «ideología alemana» y de la «metafísica de la moral» de su
tiempo; y es un recorrido, en cada caso, a la vez autocrítico, que les posibilita conquistar la vía hacia
sus interpretaciones y obras, respectivamente, más maduras, en tanto más seguras de sí mismas; y
más seguras, por estar afincadas en acontecimientos cuyos testimonios no pueden ya ser fácilmente
mellados por las especulaciones de la razón librada sólo a sí misma.
Podríamos decir, los documentos escritos no son toda la historia, pero en ellos se han asentado, re-
tenido los acontecimientos e ideas que han hecho historia, tanto para la posteridad, como para aquel
tiempo en que ellos fueron realidad efectiva o inmediata, ya sea que fuesen objeto de polémica, de
acuerdos transitorios o se expresasen en normas, reglamentos o leyes de instituciones de diverso
tipo y nivel, incluido el Estado.
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para regresar a él una vez que hayamos dado una vuelta de tuerca más en el taller
de la historia, que tal vez pueda acercarnos más decisivamente a la poderosa verdad
que se encuentra en los discursos.
Por lo pronto, nos dice, para provocar una ruptura de evidencias, es decir, una rup-
tura con las formas de objetivación que hasta ahora se han tenido como verdaderas
y como las únicas formas válidas de configuración de cosas, hechos, fenómenos,
situaciones, que le otorguen a éstas su sentido. Dicho de otra manera, llevar a cabo
un examen y cuestionamiento de los efectos de prescripción, de reglamentación,
de «jurisdicción», dice Foucault, que han tenido las formas de objetivación de las
teorías totalizadoras sobre lo que quepa hacer con los objetos en cada caso estudia-
dos, así como examinar los efectos de codificación, de «veridicción», que ellas han
tenido con respecto a la conformación del saber que se podía elaborar y proponer
acerca de ellos.
124 La ruptura de evidencias implícita en el «acontecimientalizar» significa, por ejem-
plo, trabajar singularmente el fenómeno de la locura, de modo tal que no quepa
tratarla sin más como la «insensatez», a la manera en que se hacía en los siglos XVII,
XVIII en donde el loco era juzgado de acuerdo a los criterios del discurso de la razón
como el que carecía del «buen sentido», la cosa cartesianamente mejor repartida del
mundo; o bien, caracterizarla desde un discurso llanamente médico como simple o
Dobles Póstumos / José Jara
Una acontecimientalización semejante puede hacerse con los fenómenos del encie-
rro carcelario y la sexualidad. Y es lo que Foucault ha realizado en sus libros Vigilar y
castigar (1975), y en el primer tomo de su anunciada obra de seis volúmenes, la His-
toria de la sexualidad, de la que hasta ahora no tenemos más que el primero, subtitu-
lado La voluntad de saber (1976).10 El encierro carcelario que se podía hacer del de-
lincuente, en el siglo pasado, no era la decisión más evidente ni democráticamente
mayoritaria que cabía adoptar, en el momento de las discusiones sobre las medidas
a tomar ante las transformaciones político-institucionales y socio-económicas a que
dieron lugar la Revolución Francesa y la Revolución Industrial, que exigían pensar
modalidades adecuadas y eficientes para un nuevo orden y control social. Por otra
parte, tampoco parece ser la vieja figura del tabú, la censura y la represión, el eje de
interpretación más transparente ni iluminador frente al fenómeno de la sexualidad.
En uno y otro caso, las formas de objetivación del encierro y la represión pueden ser
disueltas, en su carácter constituyente de realidad, en tanto el énfasis se detenga a
125
10
Poco más de un mes antes de la muerte de Michel Foucault, el 25 de junio de 1984, fueron publi-
cados el tomo 2: L’usage des plaisirs, y el tomo 3: Le souci de soi de esa Historia de la sexualidad por
la Editorial Gallimard. Al publicarlos, Foucault anunció la transformación del proyecto inicial de
esa Historia…, reduciéndolo además a 4 volúmenes, cuyo último tomo se titularía: Les aveux de la
chair. Sin embargo, a propósito de éste señaló, semanas antes de su muerte, que necesitaba aún un
buen mes de trabajo antes de terminarlo definitivamente. [En febrero de 2018, ha sido publicado
este cuarto volumen: Histoire de la sexualité 4. Les aveux de la chair. Collection Bibliothèque des
Histoires, Gallimard, Paris, 2018].
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Para llevar a cabo esta tarea es preciso, sin embargo, usando una imagen con paren-
tesco nietzscheano, revolver de nuevo, y bien, prolijamente, el mazo de la historia;
revolver las cartas para comenzar otro juego, en donde el azar y la necesidad del jue-
go puedan hacer aparecer otras jugadas y otros jugadores, que modifiquen la mano
que hasta ahora ha sido ganadora, en tanto ha impuesto las reglas del juego: la mano
del sujeto trascendental y la continuidad, para decirlo abreviadamente en pocas
palabras. En este punto, puede imponerse por sí misma la urgencia de la pregunta:
«¿Cómo ordenar las nuevas cartas de la historia?». Comprimamos nuestra vanidad
y no pretendamos decirlo todo y ampliamente de una sola vez, y en escasos sesenta
minutos; guardémonos también algunas cartas para otros juegos. Seamos entonces
solamente fragmentarios, corriendo el riesgo de la oscuridad y el cripticismo, que
no tiene por qué ser entendido como esoterismo.
Así, por ejemplo, aquellas prácticas y saberes específicos que se han constituido y
ejercido en espacios cerrados hacia afuera, pero calculadamente distribuidos en su
interior; los espacios de peculiares reclusiones que son las escuelas, los cuarteles, los
talleres y las fábricas, los hospitales y las prisiones, en donde se tallan minuciosa-
mente los gestos, posturas y conductas del cuerpo del escolar, el soldado, el traba-
jador, el enfermo, el reo, de acuerdo en cada caso al objeto que deba producir, a la
orden que cumplir, al problema que resolver. Lo que se pone en obra en cada uno
de esos espacios locales son las técnicas de control y ablandamiento de los cuerpos
de los hombres, que se ejecutan de acuerdo a los preceptos y a las tácticas de lo que 127
Foucault denomina una «anatomía política del detalle» y una «economía política de
los cuerpos».12 A través de estas técnicas se busca no sólo controlar más eficazmente
—haciendo valer lo que podríamos llamar la «diferencia específica» de los diferentes
11
IP., p. 62; IP(fr)., p. 45.
12
Cfr. VC., capítulos II y III, sección I.
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128 Y la prisión regenera, así como la escuela, el cuartel y la fábrica han de «formar» a
los escolares, soldados y obreros «modelos» y «disciplinados», y los hospitales y ma-
nicomios han de devolver sanos a los hombres que entraron enfermos a sus locales.
13
VC., p. 230; SP., p. 264.
14
MP., p. 81.
Dobles Póstumos / José Jara
por uno de sus lados, en que nos induce a tener que repensar, ahora en conexión, a
prácticas sociales e institucionales que aparentemente nada tenían que ver entre sí.
El cambio de perspectiva «local» del análisis nos multiplica peligrosamente —para
el orden social— lo que considerábamos nuestra más inmediata y transparente rea-
lidad. Así es como, de pronto, nos encontramos que ya en el aparentemente inocuo
trazado arquitectónico y urbanístico de los espacios de vida, trabajo y muerte —que
cuadriculan, distribuyen, controlan, mezclan y separan la cotidianidad de los hom-
bres en el archipiélago de libertades y de prohibiciones de la sociedad contempo-
ránea—, se articulan y tejen las finas, pero implacables, redes de disciplinamiento
y normalización que traspasan y transitan ya por los cuerpos de los hombres, de
nuestros cuerpos.15 Esos diferentes tipos de prácticas y de saberes locales expresa-
dos en regímenes discursivos múltiples, son los que Foucault —usando frente a la
historia el instrumento interpretativo de la genealogía, que tiene claras resonancias
nietzscheanas— busca poner en movimiento para liberarlos del sometimiento que
Si ponemos en relación lo recién dicho con la nota 9 sobre «los archivos de la historia», podemos
15
ahora agregar que Foucault también ha intentado leer y descifrar en el cuerpo de los hombres las
huellas jeroglíficas de la historia de su formación-deformación. El cuerpo tiene una historia que
no queda inscrita sólo pasivamente en él, sino que actúa trasudando, modelando lo aparentemente
más opuesto —por incorpóreo— a él: el «alma» y también esa otra problemática dimensión desde
la que la filosofía ha intentado comprender de diversas maneras la existencia humana: la «subjetivi-
dad».
No creemos violentar toda la obra escrita por Foucault, si la leemos afirmando que, por uno de
sus lados, ella supone el esfuerzo por descifrar lo «humano» del hombre —léase si se quiere, en
las comillas, la subjetividad, el alma, el sentido... del hombre—, al hilo de las peripecias y los
acontecimientos sucedidos a su cuerpo a lo largo de la historia. Y desde la Historia de la locura en
129
la edad clásica hasta la Historia de la sexualidad, podemos encontrarnos, con distintos trozos calei-
doscópicos de un saber y un poder ejercidos sobre los cuerpos de los hombres, y que se encuentran
subyaciendo a su locura, a su enfermedad, a su lenguaje, a sus delitos y a su sexo. Pero con ello
queda dicho también, aunque en esta ocasión sólo apuntado, lo decisivo que es el tema del cuerpo
para adentrarse en la comprensión de los diversos análisis y proposiciones de Foucault, a la vez que
sólo esbozada la poderosa arma que es el cuerpo del hombre para el hombre, y que paradojalmente
ha solido usar una y otra vez en contra de sí mismo. Sin duda habría que precisar el por qué, cómo
y para qué de ese «en contra». Y esa tarea cabría realizarla no sólo trabajando detenidamente en la
obra de Foucault y en la positividad de los discursos de la sociedad actual, sino paralelamente en los
archivos de la historia misma del hombre, para lo cual se puede encontrar entre la obra ya «clásica»
de Marx, Nietzsche e incluso Freud, unas cuantas claves, básicas de interpretación, rearticulables
contemporáneamente.
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Foucault mismo es quien nos entrega algunos elementos de respuesta posible a estas
preguntas, cuando nos dice que la elección de los objetivos de la crítica y lucha
locales responde, en el momento actual de la sociedad, a la condición misma de los
enfrentamientos con la masividad y extensión del poder vigente en esta sociedad.
Un poder que además de expresarse en los tradicionales aparatos de Estado, lo hace
también, y con tanto o mayor eficacia, a través de los usos y prácticas institucionales
de diferente tipo y peso específico existentes en la sociedad, que reproducen prác-
ticas de dominación, de formación de opinión y de deseos en las masas ciudadanas
consumistas y con derecho a voto. «Es el sistema mismo que se cuestiona el que le
da su unidad» a las luchas locales, que a menudo muestran ser «largas repetitivas e
130 incoherentes en apariencia».17 Pero, puesto que se carece de la fuerza para enfrentar
directa y globalmente al poder en toda su extensión, y aun cuando se debiese estar
presente en todos los frentes, la incapacidad de la simultaneidad en el ataque y la
crítica bien pueden llevarnos a elegir puntos coyunturales de ataque, que si bien po-
16
MP., p. 130.
17
MP., p. 42.
Dobles Póstumos / José Jara
drían no afectar al sistema entero y hacerlo caer, pueden crear trastornos, trizaduras
locales y específicas en el poder.
18
Para Foucault no cabe entender la «experiencia de la lucha» como algo que solamente puede quedar
131
legitimado mediante la «toma de conciencia» de los conflictos y contradicciones existentes en un
orden de dominación dado, y que —de acuerdo a un discurso político que reconoce sus raíces en
Marx, y a través suyo en Hegel— sería dicha conciencia la que garantizaría por lo menos el inicio
del probablemente largo proceso de superación de esas contradicciones. Más bien es el cuerpo,
como campo primario y concreto de inscripción y registro de lo que cotidianamente experimentan
los hombres, lo que también cabría privilegiar en el análisis de las luchas mediante las que éstos
perciben el poder y se enfrentan con él. Cabe entender la «experiencia de la lucha» como una di-
mensión de análisis que puede deparar resultados tan reveladores y complejos como los expuestos
en Vigilar y castigar a propósito de los cuerpos disciplinados y normalizados, si se la estudia sobre el
trasfondo de las variantes de lo que allí propone Foucault como una anatomía política del detalle y
una economía política de los cuerpos. En las luchas con el poder no cabría olvidar al cuerpo cuando
se lucha con las ideas en que aquél se reconoce a sí mismo e impone sobre los otros. La «toma de
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Por lo demás, con respecto a este punto tiene Foucault un ilustre antecesor en Marx,
cuando en el Manifiesto éste nos dice que las etapas del desarrollo del proletariado,
que van desde la «lucha entablada por obreros aislados, después, por los obreros de
una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad con-
tra el burgués individual que los explota directamente(...) (hasta la) organización
del proletariado en clase y, por tanto, en partido político», que esa lucha, nos dice,
está jalonada también por derrotas: «A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo
efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión
cada vez más extensa de los obreros». Subrayemos aquí el hecho de que para Marx
el éxito de las luchas de los trabajadores se mide, en el proceso de su lucha, por la
unión que entre ellos ella crea, y podríamos agregar también, por el reforzamiento
de la disposición a la lucha que los logros parciales y efímeros pueda producir. Y
es él mismo quien, a renglón seguido, añade que es el propio poder contra el cual
se lucha el que facilita el contacto, por consiguiente, la ampliación de la unidad
entre los obreros, al propalar sus luchas —así sea distorsionándolas— a través de
los medios de comunicación creados por él. Para concluir luego Marx con una
afirmación cuyas resonancias, a pesar de la evaluación precisa que pueda hacerse
de algunos términos, no podemos menos que dejar de apreciar como una variación
sobre el mismo tema en una serie de textos de Foucault, pero que sin embargo rara
vez se escucha la vecindad armónica entre esos acordes. Marx concluye: «Y basta
ese contacto para que las numerosas luchas locales. que en todas partes revisten el
132 conciencia», y la conciencia misma, bien puede ser entendida en un importante aspecto suyo como
un efecto, un producto del ejercicio microfísico del poder sobre los cuerpos de los hombres y, por
consiguiente, entender los procesos de incorporación de las ideas de acuerdo a una lógica y ritmo
distinto que los de la razón metafísica analítica o dialéctica.
Pareciera que la pervivencia de las ideas por las que se lucha más allá de la desaparición de los
cuerpos que en ella resultaron martirizados, torturados o pudieron celebrar jubilosos una victoria,
a menudo ha hecho olvidar la peculiar solidez que éstos confieren a aquéllas a través de su defensa y
propagación. La caducidad del cuerpo pareciera facilitar el olvido de la concreción personal y social
que los cuerpos y las relaciones que se establecen entre ellos confieren a las ideas, y que tal vez es la
concreción decisiva y única a que han aspirado para sus ideas todas las cabezas pensantes a través
de los tiempos: que se hagan reales en aquellos mismos cuerpos y vidas de que proceden.
Dobles Póstumos / José Jara
mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Más
toda lucha de clases es una lucha política».19
Acerca del término a primera vista diferencial entre Foucault y Marx, reproduzca-
mos sólo dos líneas escritas por Foucault, sin pretender discutirlas o trabajarlas en
esta ocasión; dicen: «La lucha de clases bien puede no ser “la ratio del ejercicio del
poder” y ser, sin embargo, “garantía de inteligibilidad” de ciertas grandes estrate-
gias».20 Digamos solamente que la lucha de clases sería más bien un efecto estratégico
de las múltiples luchas por el poder presentes en las diferentes regiones y niveles de
la sociedad, antes que ser un hecho originario que expresaría la lógica de toda forma
de ejercicio del poder a través de la historia. También cabría considerar y analizar a
la lucha de clases como a un acontecimiento, empleando para ello la desmultiplica-
ción causal de sus elementos que permita disponer de un poliedro de inteligibilidad
de mayor saturación histórica de las modalidades y alternativas de la lucha.
Volviendo a la objeción de reformismo a que darían lugar las críticas y luchas locales
destacadas por Foucault, digamos que éste responde apuntando sus palabras contra
dos objetivos prestigiosos: contra lo que se ha terminado haciendo en el discurso
revolucionario de «la teoría del eslabón más débil» de Lenin, y la contradicción en
Hegel. La precariedad y el problema de la «teoría del eslabón» —aplicada dialécti-
camente de un modo tal que ella abriría la «posibilidad para una situación local, de
servir como la contradicción del todo», y de ese modo hacer saltar la totalidad del
sistema de poder imperante— consistiría en «saber si la lógica de la contradicción
133
19
C. Marx y F. Engels, Obras escogidas. Ed. Progreso, Moscú, 1976, pp. 118-119. (El subrayado es
nuestro).
20
MP., p. 171. Refiriéndonos tan sólo a uno de los polos de esa lucha de clases, cabe decir que bas-
taría un somero análisis del presente y el pasado de los movimientos y organizaciones obreras en
diferentes latitudes occidentales, para poner de manifiesto las vicisitudes a que se expone y con que
ha de enfrentarse la clase cuando no es entendida sólo como una solidificada categoría de análisis
teórico-política, sino como una realidad histórica que puede o no llegar a constituirse, y que una
vez logrado eventualmente esto, nada garantiza que su actuación política sea siempre consistente
con el postulado revolucionario de su definición teórica.
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Una consecuencia de estos puntos que hemos venido tocando en las últimas pági-
nas, le parece a Foucault, incide en el rol que hoy en día puede tener y asumir la
teoría: «no ya el formular la sistematicidad global que vuelve a colocar todo en su
lugar, sino analizar la especificidad de los mecanismos de poder, descubrir, localizar
134 las ligazones, las extensiones, edificar, poco a poco, un saber estratégico».23 A par-
tir de aquí, la teoría ya no podría ser vista como aquel saber que nos entregaría la
fórmula alquímica de la transmutación de todos los metales en oro, de lo histórico
21
MP., p. 172.
22
«Sur la sellette» (entretien avec J.-L. Ezine), Les Nouvelles Littéraires, nº 2477, 17-23 mars 1975, p.
3 [DE. II, pp. 720-725].
23
MP., p. 173.
Dobles Póstumos / José Jara
Y desde aquí podría destacarse, por lo menos brevemente, uno de los puntos de
inflexión del pensamiento de Foucault, que de hecho ha venido apareciendo ya a lo
largo de nuestras páginas, pero que no lo hemos aislado temáticamente, y que cons-
tituye el centro de su reflexión. Se trata del tema del poder, pero en una variante
realzada por él que sin duda no es nueva en la historia: la variante del poder-saber;
podríamos decir, la variante de las relaciones entre la filosofía y la política, pero
en donde lo novedoso residiría más bien en la modificación de los supuestos y del
eje de análisis con que él propone trabajarlos. Seamos parcos en esta ocasión para
perfilar la novedad del análisis y digamos, esquemáticamente, que su propuesta de
transformación del análisis supone:
24
HdS1., p. 124; HS1., p. 135.
25
Karl von Clausewitz, De la guerra. Ed Diógenes S.A., México, 1977, tomo I, p. 24.
Dobles Póstumos / José Jara
la guerra continuada por otros medios».26 Esto trae como consecuencia la inter-
pretación de que la paz civil impuesta y administrada por el poder político busca
reinscribir en la paz el resultado de las relaciones de fuerza que participaron en la
guerra, pero sometiendo ahora las fuerzas vencidas a formas más o menos larvadas
de dominación, entre otras, mediante las instituciones de diverso tipo, las desigual-
dades sociales y económicas, el uso de las prácticas discursivas, el disciplinamiento y
la normalización de las conductas de los cuerpos de los hombres. La paz se convierte
así en la sanción y legitimación civil y política del desequilibrio de fuerzas estable-
cido por el desenlace de la guerra. De este modo, los procesos que se desarrollan en
la paz habría que entenderlos desde la perspectiva de la lucha y como «episodios,
fragmentos, desplazamientos de la guerra misma», de las continuas reacomodacio-
nes de relaciones de fuerza, que serán las que, en su momento y de acuerdo a la
historicidad de sus estrategias, podrán nuevamente buscar redistribuir las fronteras
de los mapas geográficos y los espacios de la vida cotidiana, laboral, institucional
de las sociedades. Por consiguiente, las sociedades parecieran no poder vivir sino en
el perpetuum mobile de un equilibrio inestable generado por la lucha que rige a sus
relaciones de fuerza.
A esta altura de lo trabajado, podemos decir que los talleres y las canteras de la his-
toria, con su peculiar riqueza, nos han hecho detenernos en varios puntos aparente-
mente distintos y dar largos y sinuosos rodeos por entremedio suyo. Pero tal vez esto
no es más que un lugar común en el trabajo histórico, que más parece asemejarse
al juego con un caleidoscopio27, antes que al juego de los reflejos producidos por
el mirarse a sí mismo del sujeto en los espejos del discurso del logos, que parece ser
137
26
MP., p. 136.
27
En tanto que para narrarla siempre es posible diseñar diferentes recortes de entre la pluralidad y
variedad del material disponible, y en unos diseños cuya diversidad no tiene por qué implicar la
falsedad de muchos frente a la verdad de uno. Bien puede que sean simplemente diferentes, y que
más bien haya que preguntarse por los intereses y las fuerzas que se hacen presentes y que contribu-
yen a configurar dicha diversidad de interpretaciones, de manera que tal vez sólo entre todos esos
diseños pueda circunscribirse el juego de variables probabilísticas del caleidoscopio de la historia.
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III
Dejémonos tentar por otra seducción, por otro enunciado de Foucault que pueda
servirnos como otra herramienta de la «caja de útiles», y que, en este caso, nos
ayude a concluir el trabajo de estas páginas, y que además, luego de todo lo expues-
to, puede resultar más rápidamente comprensible en sus diferentes niveles.28 Este
enunciado nos permitiría concluir en tanto que retoma de otro modo, podríamos
decir, más positivamente, el tema inicial de esta conferencia sobre Michel Foucault:
la filosofía hoy, su disolución y transformación.
(Y no olvidemos que la palabra caleidoscopio tiene una vieja y noble procedencia griega, en la que
significaba: observar una bella imagen, éidos). Pero, también cabría preguntar, ¿hay, o puede haber
una imagen total, final, en los juegos caleidoscópicos? Tal vez ese todo y ese fin no dependen sino
del número de piezas, y de las combinaciones entre ellas, de que ese instrumento está compuesto.
¿Se puede saber, sin embargo, a propósito de la historia, con certeza y por adelantado, cuántas son
las piezas que la componen y el cuándo y el cómo de sus combinaciones posibles, así como un buen
138
artesano de caleidoscopios podría eventualmente responder acerca de todas las partes y tramado del
instrumento de juego que elabora?
28
Y en este lugar, como una nota al pié de página, quisiéramos destacar la fortuna de habernos en-
contrado con aquel enunciado, dicho tal vez al pasar por Foucault en una mesa redonda, en que
proponía que sus libros, eran «cuando más, fragmentos filosóficos en los talleres de la historia»,
y que nos ha permitido armar buena parte de este trabajo. Tal vez con ese enunciado no hemos
hecho mucho más que lo que el carpintero lleva a cabo cuando cepillando un trozo de madera sin
labrar, le saca virutas hasta dejarlo suave y manejable al tacto. O con una imagen inversa: no hemos
hecho más que como el tejedor que desteje un tejido ya urdido, empleando el mismo material en
otro tejido que teje ante los requerimientos de otra ocasión, que se le impone o forma parte de su
actividad cotidiana, para ganarse el diario sustento que sus tejidos le procuran, a la vez que puede
saborear el placer que le deja entre las manos su propio quehacer.
Dobles Póstumos / José Jara
29
«Foucault répond à Sartre» (entretien avec J.-P. Elkabbach), La Quinzaine Litteraire nº 46, 1-15
mars 1968, pp. 20-22. [DE. I, pp. 662-668].
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Así como hay quienes solían afirmar, o aún hoy lo hacen, que «nobleza, obliga», a
este propósito podríamos variar esa fórmula por esta otra: «el presente obliga». Y
obliga, en tanto Foucault nos dice que ese nombre, el de arqueología, no es más
que «el nombre dado a una cierta parte de la coyuntura teórica, que es la de hoy».
La arqueología, la filosofía diagnóstica de Foucault es un quehacer coyuntural que
privilegia en sus elecciones temáticas a los acontecimientos, los sucesos del presente.
Como ya creemos haber señalado, esto no implica un activismo febril e ignoran-
temente inmediatista o que sólo destaca lo que se encuentra sobre la cresta de la
última ola que se cierne sobre la actualidad, sino más bien un duro y prolongado
trabajo histórico y de interpretaciones de regímenes de prácticas y de discursos que
intentan aprehender los puntos de saturación y las redes entre las que se articulan
las relaciones de poder-saber vigentes en un presente. Y es por esto, por tratarse de
ese tipo de relaciones, inseparables en su gestación de una cronología social, que el
presente ha de entenderse como uno que posee una amplitud y un ritmo temporal
de formación diferente al que es propio a las vidas personales. Es un presente que
plantea, entre otros, el problema de las periodizaciones y de sus justificaciones, por
lo menos a propósito de la elección de lo que se considere como el eventual punto
o umbral inicial de un presente, y que, en principio, sólo cabría precisar a partir de
los problemas específicos que se investiguen. Con lo cual el presente se convierte
también en una realidad histórica plural en lo que dice relación con el análisis
arqueológico de sus diversas regiones e interrogantes. Y es dentro de este marco
de referencias que la arqueología es entendida igualmente por Foucault como una
disciplina inscrita en la coyuntura teórica en que ella misma se decanta y él trabaja,
140 la cual contribuye además a delimitar su estilo y características como tal disciplina,
y que a la vez deja abierta la posibilidad —que Foucault de ningún modo pretende
cerrar— de que ella pueda ser retomada más tarde, nos dice, en otro lugar, «de
manera distinta, a un nivel más elevado o de acuerdo a métodos diferentes, y acerca
de todo esto yo no sabría decidir en este instante. Y a decir verdad, no seré yo, sin
duda, quien establecerá esa decisión. Acepto que mi discurso se borre según la figura
Dobles Póstumos / José Jara
que ha podido traerlo hasta aquí».30 Tanto la arqueología como Foucault, en tanto
intérprete del presente, están inmersos en las transformaciones que acontecen en el
presente y no son impermeables a las fuerzas que allí pugnan por manifestarse y do-
minar: las fuerzas del poder-saber operantes en el tiempo en que se piensa y escribe.
30
AdS., pp. 349-350; AS., p. 271. (El subrayado es nuestro).
31
MP., p. 136. [pp. 187-189].
32
Ibíd., p. 140.
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Agreguemos otra hebra más a este tejido urdido por Foucault sobre el diagnóstico del
presente, y que nosotros nos hemos propuesto aquí «retejer». Desde el momento en
que la filosofía y los filósofos entiendan su quehacer como referido al presente que
somos nosotros mismos, la consecuencia para ella habrá de ser que, hoy, no puede
ser sino «enteramente política y totalmente “historiadora”. Es la política inmanente a
la Historia, la Historia indispensable para la política».33 Y esto, en la medida en que
el acaecer de una sociedad dada expresa y traduce el lugar de cruce donde se ponen
en relación y operan los elementos, instancias, fuerzas que configuran la polis, gene-
rando de ese modo aquella peculiar actividad suya llamada la «política»; la política se
convierte así en la actividad más propia a la historia e inseparable de ella, puesto que
refleja y se muestra como el juego táctico y estratégico de las relaciones de fuerza que
conforman a toda sociedad en un momento dado cualquiera de su existencia. Pero,
por otra parte, como esas fuerzas no surgen de la nada ni tampoco ya perfectamente
hechas desde la magnífica cabeza del mítico dios Zeus, sino que pueden ser reconoci-
das en lo que son porque han llegado a ser a través del tiempo eso que ahora son, es que
la historia aparece como indispensable para la política. Aparece como aquel ámbito
en donde podemos aprender a ver y reconocer el proceso de formación de las fuerzas
que, al estar hoy en plena actividad en la sociedad, constituyen las referencias inelu-
dibles para poder entender, participar, y eventualmente ganar, en el debate y la lucha
142 política de cada hora; en aquellas horas en que se busca decidir, determinar el rostro y
la figura del inmediato presente que somos, así como de aquel otro presente más me-
diato, algo más alejado del hoy, pero inminente en su acercamiento, que es el futuro.
Por esta razón, aún cuando Foucault nos diga que en su tránsito por la filosofía y
la arqueología tardó mucho en darse cuenta acerca de cual era el problema real que
33
DP., p. 160.
Dobles Póstumos / José Jara
34
Y teniendo presente que esa es una tarea que habría de cumplirse a través del desarrollo de la
143
arqueología del poder-saber, dejemos consignado, por ahora en una nota, que ella se inscribiría
dentro del mismo propósito que poseen un par de fórmulas utilizadas por Foucault para delimitar
el campo de trabajo de la arqueología, y que a la vez, creemos, permitiría dar cuenta de lo que
se podría llamar, a pesar de todo, la «coherencia» del conjunto de la obra escrita por él. Sobre la
arqueología dice Foucault que, tal vez, «no hace nada más que jugar el rol de un instrumento que
permite articular, de una manera menos imprecisa que en el pasado, el análisis de las formaciones
sociales y las descripciones epistemológicas; (…) o que permite situar el lugar del entrecruzamiento
entre una teoría general de la producción y un análisis generativo de los enunciados» (AdS., p.
349; AS., pp. 270-271). Creemos que desde acá se puede precisar la consistencia de las relaciones
que atraviesan y reúnen a la diversidad de temas trabajados por Foucault, el método y el aparato
conceptual según el cual lo ha hecho y el propósito que tiene su hacer.
35
MP., p. 189.
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Sin embargo, nos sería difícil negar que la serie de per-versiones que él hace desfilar
ante nuestros ojos bajo el titulo de «filosofía» dejan de conducirnos hacia regiones
de análisis, critica y polémica altamente atractivas, que nos atraen como un pode-
roso imán gravitatorio. Y el saber de la filosofía tradicional, a pesar de todo, ha ejer-
cido siempre sobre los hombres este curioso efecto de imán gravitatorio que atrae;
no en vano lo lleva grabado en su propio nombre: ella es filia, amistad, atracción,
amor por el saber, que conduce al saber en tanto nos intro-duce a él, siguiendo las
huellas, las preguntas, las palabras, los versos, los textos que cualquier buen ductor
de ella deja detrás suyo, y poder ser así reconocido como un con-ductor del saber. El
filósofo es el que —retomando el sentido latino del ducere, como el que guía, dirige,
mente ama, pero con un amor al que la historia le ha quitado su famoso velo mítico
de la verdad, dejando al descubierto que no es un amor puro por el saber, sino el
más cotidiano y coyuntural amor por interés, aquél que se deja seducir por el poder
que otorga la verdad. No parecen caber dudas de que Foucault trata perversamente
al discurso de la tradición filosófica y que, además, se comporta con él, para terminar
jugando con las palabras, de una manera sediciosa y, finalmente, sub-versiva.36
Sin embargo —y valga la nota como «coda» de una conclusión que no parece querer acabar—,
36
si tenemos presente que en los libros de Foucault resuenan ecos de los martillazos del filósofo del
devenir y de las genealogías, cabría decir con Nietzsche que sería precisamente la filosofía clásica
la que ha ejercido sobre el hombre occidental los efectos de una seducción perversa. La seducción
de la trascendencia metafísico-ontológica que garantiza para sus discursos la universalidad de la
verdad y en que el bien moral y los valores encuentran el puerto seguro de lo absoluto de su validez;
de esta manera, las acciones humanas evitarían el incierto quedar al garete de la contingencia del
devenir de la existencia y, a la vez, paliarían la desazón, el sufrimiento y la angustia que le significa
al hombre la caducidad de su tránsito por la tierra y la precariedad de sus obras y acciones.
Pero junto con ejercer la trascendencia de la metafísica los efectos de una seducción hacia lo eterno,
lo universal y lo absoluto en el hombre, encontrando en ella una respuesta y un ámbito en que reali-
zar teóricamente su deseo de eternidad, y precisamente en tanto que de ese modo lo realiza, a la vez
devalúa y margina los intentos de reflexión sobre la contingencia, finitud y materialidad de su vida
corpórea y terrenal. De este modo es entonces la realidad histórica del hombre, de sus necesidades y
deseos, pasiones y pensamientos que recorren y constituyen su cuerpo, lo que queda transformado,
trastocado, descentrado, vertido hacia fuera de él, hacia toda esa otra región trascendental que lo
juzga desde una verdad siempre inalcanzable e incumplible debido a la precariedad y caducidad de
su existencia, de modo tal que su cuerpo y la tierra en que habita quedan metafísicamente perver-
tidos. Es decir, aquejados por una perversión que conduce al debilitamiento, a la «enfermedad»,
a la mansedumbre, a la prudencia y al cansancio que el hombre termina experimentando sobre sí
mismo, desesperando en último término incluso de sí mismo, para acabar reconociendo su única
esperanza de sobrevida sólo en el recuerdo y la imaginación del origen metafísico, que señala a la
vez a su consumación en el fin de los tiempos: es la perversión del nihilismo de que habla Nietzsche
(GM., I, §12). Y ese nihilismo sería el resultado de la perversa seducción que ha significado para el
145
hombre de Occidente la filosofía y la moral clásica a través de su historia. (Con lo dicho, pareciera
que la y del título de este trabajo, «Foucault y la filosofía: ¿una seducción perversa?» adquiere una
movilidad de significado que permitiría invertir el orden en que aparecen los términos conjugados
por ella, modificándose también las espaldas sobre las que cae el peso de esa seducción perversa.
Pero hacer resonar en sus dos direcciones intercambiables el significado de esa y, seguramente con-
duce de nuevo al polémico ámbito de la verdad y de la política de la verdad).
Y como en Nietzsche, para Foucault se trataría también de desmitificar el mito de lo que ha sido
la filosofía y la verdad para el hombre, pero especialmente para acceder a través de esa crítica a la
variante de lo que ellas han llegado a ser hoy para él, de manera que pueda enfrentar su presente sin
las ambigüedades que la tradición ha hecho caer encima suyo, aquellas que señalan que el presente
se develaría sólo mediante la recuperación del origen en que se anuncia a la vez la consumación del
final.
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La utopía remite a un «no lugar». Con ella se alude a una peculiar dimensión, a un
espacio no existente en la actualidad, en el que, sin embargo, se postula, se propone
que podría llegar a existir lo que hoy precisamente carece de lugar para realizarse.
Pero junto con darse en la utopía la apertura de una geografía imaginaria, a partir de
la valoración del espacio en que se habita como poseyendo una índole deficitaria, se
patentiza igualmente la referencia a un tiempo despojado de las carencias y urgen-
cias del presente, a un tiempo en el que se ficciona la suspensión de la historia, y en
el cual se espera que se cumpla la ausencia de sus avatares.
La utopía, por uno de sus lados, al menos, parece responder a una cierta voluntad
de fuga del presente, para redimensionarlo más allá de él, de acuerdo al deseo de
una eliminación de los conflictos que a él lo puedan traspasar. Así, se convertiría
a ese más allá en un ámbito privilegiado de despliegue de las virtudes humanas y,
por consiguiente, en un lugar futuro de perfección posible, acorde a ese deseo de
insatisfacción generado por el presente. Tal vez por eso la invocación de la utopía
despierta en el ánimo de los hombres las figuras de lo estable, seguro y, por ello, de
lo absoluto; pero también, por eso mismo, suele recibir la calificación de lo irreali-
zable, precisamente de lo utópico.
Pero quizá sea posible percibir en las cercanías de las condiciones humanas, desde
147
las que suele practicarse la utopía, otras características de una voluntad de ella que
revelen más bien el movimiento contrario al de la fuga frente a los déficit del presen-
te. Un movimiento que en lugar de orientarse por el imán de un futuro garantizado
en su perfección por su irrealizabilidad en términos humanos, adquiriese toda su
fuerza a partir de su encontrarse inmerso en el multifacético tráfago del presente
que acucia y conmueve.
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De este modo, si bien a esa vieja voluntad no le es ajeno el presente, cabría pensar
otro tipo de voluntad que ejercerá su fuerza no desde lo otro lejano, utópico, que
ella quiere imponer —porque le confiere el valor de lo universal, necesario y por
ellos situado en las inmediaciones de la dimensión religiosa de lo eterno y sagrado,
de lo cual no han estado exentas las que han sido consideradas como las buenas
utopías—, sino más bien, digo, cabría pensar ese otro tipo de voluntad desde la cer-
canía misma de la impugnación y transgresión de esos límites, o bien desde el rodeo
y el merodeo en torno a ellos que en un movimiento de seducción pretende hacerlos
suyos, identificándose con ellos y, de ese modo, haciéndolos también desaparecer,
a través de aquel peculiar movimiento en que llega a hacerse cuerpo con ellos. Pero
en cualquiera de estos dos casos extremos, esos límites quedarían asumidos justa-
148 mente como tales. Es decir, como aquello que no existe sino en la medida misma
en que está allí para ser transgredido o incorporado, pero en un movimiento en que
la transgresión o la incorporación del límite reciben de éste igualmente su propia
existencia. Pues nada habría fuera de ellos que pudiese legitimar sus respectivas
existencias, como no sean las experiencias y valoraciones que unos y otros hombres
han hecho de los acontecimientos que pueblan sus respectivos presentes, en que
esos límites acontecen.
Dobles Póstumos / José Jara
Pero esto implica, a su vez, que el traspasar o el identificarse con un límite no abre
ni el vacío ni se funda en algo subsistente o valioso por sí mismo. Antes bien, lo que
allí se abre es la ilimitada condición del límite, de los límites, el hecho de que éstos
son precisamente lo que llena el presente, lo que lo hace inalcanzable en el recorri-
do que por entre él realizamos todos los días, que no concluyen sino con la última
e irrevocable exposición de nuestra más inmediata limitación. Aquella que desde
hace muchos siglos, milenios, los hombres han solido sentir como una fatalidad: la
finitud humana, esa que antes que nada y en último término se exhibe en lo que
para cada uno es lo más propio, más cercano e incanjeable que posee: su cuerpo.
El cuerpo sería así nuestro límite múltiple como seres humanos: el nacer y el morir
sólo marcan sus extremos más notorios Más acá de él y por dentro estaríamos noso-
tros, cada uno con su yo particular; más allá y por fuera, los otros, que nos limitan
con sus límites propios, sus respectivos cuerpos y egos. Así, mediante el cuerpo se
nos abre otra dimensión para transitar por otra experiencia de otra voluntad que
puede ser igualmente utópica.
Se sabe ya que alguien ha dicho que la piel es lo más profundo que posee el hombre.
Además de ser ella nuestro límite más visible hacia los otros y que de ellos puede
separarnos, es también la piel el lugar por donde el otro se nos puede colar hasta
regiones insospechadas de esa interioridad nuestra, que queda así vuelta del revés,
y expuesta a un fuera que como nunca antes puede llegar a convertirse en lo más
interior de nuestro dentro, de aquella interioridad de nuestro cuerpo, que solemos
llamar alma, poblada de afectos y de pasiones. No sólo en las situaciones límites del
amor y el odio quedarían deshechas, desahuciadas, sin embargo, las distinciones
entre el dentro y el fuera de ese límite que es el cuerpo. Ni tampoco entre los senti-
149
mientos que se anudan a partir de los momentos en que un embarazo se consuma
en un parto, o el asecho de un puñal en la ejecución de su crimen. En innumera-
bles actos de la vida cotidiana se nos hace patente esa porosidad y maleabilidad del
cuerpo que lo muestra como un límite con ilimitadas posibilidades de relaciones
y sensaciones, que hacen tambalear los pretendidos límites del dentro y del fuera.
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Ese límite necesario y a la vez contingente que es nuestro cuerpo, por otra parte,
limita con mucho más que todo aquello que inmediatamente lo rodea. En él y en la
voluntad que lo mueve a actuar, deliberar y desear, se cruzan también todas aque-
llas instancias y dimensiones que configuran el presente, y que quedan recogidas o
clausuradas a través de la memoria y el olvido, impulsadas o reprimidas mediante el
proyectar y el ficcionar. Insertar esa voluntad en el presente a través de su límite más
evidente que es el cuerpo, supone así, pues entender al presente no simplemente
como a un punto evanescente del tiempo que a cada instante se deshace hacia atrás
en el pasado o que aún no se fija en un gesto entero todavía en ciernes, sino más
bien implica considerarlo desde la densa complejidad de una figura que lo exhibe
como eje y encrucijada, que, a la vez, es un efecto de todo cuanto hacia él va, pasa
por él y continúa su marcha certera o inquieta, reobra también sobre cada uno de
esos momentos de tránsito en que se recrea el vivir.
Pero al juntar de ese modo al presente y al cuerpo, como lugares habitados por
múltiples límites rediseñables continuamente, cabría decir que asumir desde ellos
una voluntad utópica de otro cuño que la sabida usualmente, significa ejercitar esa
voluntad desde la ilimitada historia y geografía de los límites humanos. La eventual
bondad de esta paradoja de lo ilimitado de los límites, radicaría en que ella no bo-
rra ninguna presencia ni hace enmudecer ningún argumento esgrimido por ellos,
sino que precisamente, al revés, la multiplica al darles cabida y la palabra en lo que
sucede, en tanto fuerza a tener que moverse dentro de la condición inapelable de
los hechos de la cotidianeidad, de la materialidad de lo concreto. Pero esto no sig-
150 nifica sino el tener que moverse entremedio de la historia que está a la base de toda
memoria y olvido, de lo que de éstos se ha hecho cuerpo en los hombres mediante
sus actos y omisiones, y pasando igualmente a través de la geografía específica de los
lugares que recogen o pretenden ocultar las conductas y los hechos de hombres que
se han solidarizado o enfrentado, unos con otros, en el curso del siempre conflictivo
y agónico propósito de modelar un cuerpo más amplio que el propio, el de aquella
sociedad en la que los hombres despliegan y buscan modelar sus deseos e ideas.
Dobles Póstumos / José Jara
El presente es, así, un acontecer que sucede tanto en ese lugar intransferible que es el
propio cuerpo, como en aquél otro muchas veces ajeno y enajenante, el social, que
aun cuando suele mostrársenos como siendo algo múltiple, heterogéneo, contradic-
torio y transformable, también llega a convertírsenos en una referencia incanjeable
para entender mucho de lo que nos pasa y se queda en nosotros, y a pesar de que
estemos conscientes o no de ello. Una voluntad que insista en permanecer y recorrer
el presente, tal vez no hace otra cosa más que esforzarse por pensar y ganar el único
espacio donde una y otra vez se ponen en juego el pasado y el futuro, desde donde
éstos son reinterpretables y se puede rearticular o configurar sus movimientos, y
desempolvar o modelar las máscaras con que uno ha sido cubierto o al otro se lo
anticipa imaginariamente. La voluntad de pensar este acontecer seguramente supo-
ne estar dispuesto a trastocar o fracturar muchas de las figuras e ideas mediante las
que se ha intentado comprenderlo, aunque haya sido al precio de congelarlo en las
diversas imágenes de una identidad que se suele pulir en los fastos oficiales de los
homenajes conmemorativos. Quizá, debido a los riesgos implícitos en ese pensar, a
las inercias que éstos despiertan en las mentes, o a la fuerza de gravitación que sobre
muchos hombres generan estos discursos de poder —inseparables de cualquier ejer-
cicio de reflexión—, resulta que insistir en pensar ese acontecer puede convertirse,
hoy, en una tarea utópica. Bien pudiera ser, así, que lo utópico fuese justamente in-
tentar ejercer el pensar a través de todo cuanto hoy se ha hecho cuerpo en nosotros
de ese acontecer que somos o estamos siendo.
Una voluntad de pensar a partir de la ilimitada historia y geografía de los límites del
presente —que hoy podría percibirse como una modulación utópica, y sin embargo
construible— no parece que deba temer que oscile por sobre ella el fantasma del
151
aplanamiento o la obnubilación de sus deseos. Pues, precisamente, es allí en donde
cabría que el hombre se ponga radicalmente en juego y corra el riesgo de asumir la
finitud y aleatoreidad de su existencia. Es allí también donde ésta bien puede alcan-
zar su mayor brillo humano en la posibilidad de que esa voluntad se muestre como
una voluntad de crear y recrear en el presente la entera figura de unos hombres que
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Tal vez sea posible pensar en la existencia de una voluntad «utópica» del presente
que desde él actúe con él y contra él, para de ese modo perfilar la figura de otros
presentes, que habrán de ser asumidos cada vez como tales. Se trataría, con esto,
de aprender a desplegar el ejercicio de una voluntad que no postergue el presente,
sino que más bien lo afirme incluso en todas las dimensiones espurias, fugaces,
frustrantes que lo componen, pero que no lo agotan, pues a su lado y entre ellos
podría percibirse también el destello de lo que en él se sea capaz de crear y de
afianzar entremedio del acontecer. Y no, en último término, crear la posibilidad de
diseñar para la finitud de la propia vida un estilo en el que transparezcan nuestros
más íntimos deseos, capaces de ficcionar también ideas, al hilo de los acuerdos y
desacuerdos del estilo de un pueblo entero, una sociedad pueda llegar paralelamente
a crear para sí. Es probable que una utopía del presente —en la que tal vez nuestros
actuales desconciertos y desazones mostrarían que ya hemos comenzado a habitar
un poco a tientas en ella— tenga que aprender a conjugar de otro modo la verdad
y la felicidad, en términos que posean una densidad transitiva y plural, como accio-
nes y prácticas discursivas de las que intentamos apoderarnos y que nos apoderan,
que caleidoscópicamente se hacen y deshacen, pero que no por ello cesa de tejerse
entremedio de ellas la tela con que nos vestimos cotidianamente.
152
Dobles Póstumos / José Jara
El «boomerang» nietzscheano
153
Es un hecho que son muchos los que sólo con remilgos aceptan incluir a Nietzsche
en la galería académica de los filósofos, para no hablar siquiera de incluirlo entre los
pensadores fundamentales de su historia. Pero también es un hecho que esos mu-
chos suelen tener apellidos tradicionales, dentro de la historia de la filosofía. Para ci-
tar algunos, cabría decir, son los apellidos del «platonismo, tomismo, cartesianismo,
kantismo, hegelianismo» —con lo cual se abarca a las figuras más egregias, entre
otros, de todo pensum de cualquier Escuela de Filosofía de cualquier universidad—,
y que son asumidos de variada manera por el amplio gremio de profesores de filo-
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sofía, que continúa creciendo a pesar de todo. Y Nietzsche se caracteriza por ser tal
vez uno de los críticos más virulentos de la metafísica occidental, en la persona de
sus más distinguidos filósofos y, para decirlo rápidamente, éstos parecieran tomar su
venganza ahora de Nietzsche a través de las interpósitas personas que se reconocen
a sí mismas y a su propio pensar en la obra de aquellos filósofos criticados por él.
Pareciera que esta situación fuese una variante más del hecho de que la palabra, por
nimia que sea, no carece de poder, así sea el poder del «boomerang». Y así como en la
vida cotidiana bien podemos ganar la impresión de que no se puede criticar o atacar
impunemente a alguien, en la filosofía y con Nietzsche, sucede algo semejante. Con
un agravante, sin embargo. Y es que Nietzsche para hacer la crítica de la filosofía de
su tiempo, coloca en el centro de ella a aquello que puede herir más profundamente
la estimación que el hombre tiene de sí mismo: que sus juicios morales y de valor
no se constituyen, sin más, desde su «voluntad libre»1 ni desde su razón esclarecida
y fundadora. Esto implica que él no es bueno y justo debido sólo a su libre decisión
racional, sino que en todo caso ha llegado a creer que decide de ese modo y posee tal
posibilidad como producto, sin embargo, de un largo y complejo proceso histórico
de domesticación y encauzamiento de sus necesidades, deseos, fantasías, de todo
aquello que surge desde la realidad inmediata de su cuerpo2 y de las relaciones so-
ciales en que éste se modela y se experimenta a sí mismo como tal. Y esa domestica-
ción y encauzamiento han recibido, en la interpretación de Nietzsche, un impulso
decisivo para la delimitación de la idea del hombre occidental por parte de Platón y
la moral cristiana3; y lo lograron de un modo tal, que el desarrollo de la metafísica
1
Ver, HdH., I, §18; HdH., II, v.s., §9 a §12, §28; CJ., §345; MBM., §18, §19, §21; GM., II, §4;
III, §10; Cr., «Los cuatro grandes errores» §3, §7; WM., §288, §289, §667.
2
Ver CJ., §2, §3, §11, §110, §120; Z., Prólogo, §3, «De los trasmundanos», «De los despreciadores
del cuerpo», «De la virtud que hace regalos», «De la superación de sí mismo»; Cr., «Lo que los
alemanes están perdiendo» §47; WM., §491 §492, §532, §659, §660.
3
MBM., Prólogo, §14; GM., II, §20, §21, §22; WM., §572.
Dobles Póstumos / José Jara
4
Ver, GM., III.
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de Nietzsche, los filósofos, como los adalides de la razón, son quienes con mayor
decisión le endilgan el calificativo de «irracionalista», justo porque él, Nietzsche,
desconfía de y además denuncia aquellos instrumentos, supuestos y propósitos que
ellos utilizan y son los suyos, los de la razón metafísica.
Pero ése es sólo un lado del asunto. Otro lado sería si es que en nuestro tiempo efec-
tivamente hace más falta el imperio de la razón y de cuál razón. Tal vez esto se pueda
explicitar algo más mediante una imagen: cuando construimos una gran mansión
a la orilla de un río, sobre las faldas de una colina o en un paraje privilegiado de
la topografía urbana, y de pronto suceden catástrofes naturales como la crecida de
los ríos por las lluvias inclementes, un gran sismo o un terremoto, y esa mansión se
agrieta o en un caso extremo se derrumba; o cuando por el crecimiento poblacional,
industrial de una ciudad, por la avidez especulativa o las necesidades reales esa urbe
se transforma y surgen nuevos barrios y urbanizaciones selectas, mientras otras caen
en desuso o minusvalía, y los dueños de aquella gran mansión se encuentran con
el correr el tiempo, para su gran sorpresa y disgusto, rodeados de fábricas, masas
de trabajadores, barrios, comercio ambulante, buhoneros, así como, paralelamente,
sus otrora impolutos pulmones tienen ahora que respirar democráticamente la con-
taminación ambiental —si es que la reinversión de la plusvalía devengada por su
propiedad no les ha permitido encontrar refugio ya en otros paraísos idílicos, puros.
Digo, quiero decir, cuando esto sucede eventualmente con la gran mansión de ra-
zón, no culpamos de su deterioro sólo a los arquitectos de la mansión y de la razón,
puesto que ella estaba bien construida y durante largo tiempo cumplió a cabalidad
156 sus funciones, sino que más bien podemos decir que esa mansión-razón, como todo
producto humano, está sujeta a las inclemencias de tiempo, en sus varias acepciones
de, por lo menos, tiempo atmosférico: natural, y de tiempo social: histórico.
Así, pues, frente al supuesto de que en nuestro tiempo hace falta una mayor racio-
nalidad, habría que preguntarse, tal vez, qué tipo de racionalidad es la que hace
falta. Y si retomamos la imagen propuesta, podríamos decir, simplificadamente,
aquella que sea capaz de dar cuenta de las transformaciones azarosas o en algún
grado planificadas del tiempo natural y del tiempo histórico, y hacerse permeable
con ellos —puesto que han de ser considerados como inherentes a los diseños e
interpretaciones de los arquitectos-filósofos—, si no quieren que sus construcciones
sean arrasadas por los temporales naturales o sociales, que suelen llevar el nombre
de revoluciones o de transformaciones sociales de amplia gama.
De este modo, el cuerpo resulta ser el lugar de cruce y gestación de los hechos e
ideas del hombre. Pero como encrucijada de elecciones, el cuerpo es a su vez el re-
sultado de las diferentes modalidades de dominación que sobre él se han ejercido en 157
la historia, sean éstas dominaciones religiosas (el cuerpo como lugar del pecado y, por
tanto, culpable y condenable, aunque el hombre pueda aún ser redimible mediante
5
Ver, HdH., I, §2; HdH., II, §10, §17, §223; HdH. II, v.s., §188; A., §1, §34, §44, §95; Cr., «La
razón en filosofía», §1; WM., §850.
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Y el cuerpo tiene esa relevancia porque lo que en él acontezca y con él se haga queda
grabado en ese mismo cuerpo, en la piel y también debajo de ella, en los deseos e
inhibiciones6; y esos efectos, propone Nietzsche, pueden ser descifrados, olidos en
cualquier momento por un olfato7 agudo, aquel que él pide a los filósofos del futu-
ro. De este modo, la historia se convierte en lo propiamente humano del cuerpo,
158 es la que lo llena de marcas, señales, signos y sentidos, que a lo largo de la vida nos
esforzamos por aprender a descifrar y a leer.8 Y así como la historia puede ser la de
un hombre o de un pueblo, cada cuerpo puede ostentar no sólo los peculiares sín-
6
Ver HdH., I, 1§, §12, §13; A., §119; CJ., §8; MBM., §193.
7
Ver MBM., §45; Cr., «La razón en la filosofía», §2; EH., «Por qué soy un destino», §1.
8
Ver CJ., §7, §11, §23, §47, §54, §152; GM., Prólogo, §7; II, §12.
Dobles Póstumos / José Jara
Pero de este modo, entonces, quien domine el cuerpo de los hombres —y según
cómo lo haga— dominará a la vez el «alma» y el pensamiento de ellos. Y como al
cuerpo se lo puede modelar desde mucho antes que el hombre llegue a tener con-
ciencia de sí mismo, y como cuando finalmente accede a ésta, el sutil tramado de los
usos y de los hábitos familiares y sociales continúa ejerciendo su trabajo de zapa —
reforzado por los modernos modificadores de conducta—, sucede que, en muchos
casos, ya ni siquiera es tan imprescindible apelar a un riguroso discurso de ideas y
de moralidad para afianzar el imperio de las ideas dominantes en los cuerpos, ya
controlados y disciplinados. El alma, el espíritu o la razón —a lo que va dirigido el
discurso de idea y que en tal trinidad nominal van emergiendo juntos, entreverados
con los procesos y técnicas de modelación y talla del cuerpo— actúan luego como
los legitimadores de unas prácticas sólidamente asentadas bajo la piel; ellas como
instancias conscientes, asumen el papel de jueces que pueden ahora enjuiciar, san-
cionar, condenar al cuerpo, sin que a éste le quede —es lo que se pretende— ningún
recurso de apelación. Ahora es cuando, paradójicamente, el hombre cree poder
decirse a sí mismo: soy yo mismo quien emite el veredicto sobre mis actos, soy libre,
decido libremente y en conciencia sobre lo que hago y dejo de hacer.9
Esto es, de alguna manera, lo que está implícito, por otra parte, en aquella frase de
Foucault que traduce buena parte de los planteamientos centrales de su libro Vigilar
y castigar: «El alma, prisión del cuerpo».10 Es una frase que cabe hilvanar en este 159
discurso sobre Nietzsche, puesto que su trabajo continúa en buena medida la línea
de interpretación del hombre desbrozada por Nietzsche. Y ésta, a su vez, entronca,
9
Ver MBM., §19; WM., §676, §707.
10
VC., p. 36.
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en un cierto nivel, con la línea que viene desde más atrás, desde Marx, y en las que
queda de manifiesto el carácter radicalmente político que ha tenido el cuerpo en la
formación de la historia del hombre en sociedad.
Tal vez cabría decir que si desde Marx la moneda y el dinero aparecen como el eje
del intercambio de las mercancías dentro de un modo de producción determinado,
desde Nietzsche el cuerpo aparece como un operador de cambio de las relaciones
morales, culturales, políticas, sociales, dicho en general, ideológicas, que terminan
constituyendo la subjetividad del hombre, dentro de una sociedad con un modo de
relaciones sociales de producción de saber y de poder dado. El cuerpo es también
el lugar de los intercambios políticos y morales de una sociedad, sobre el cual se va
diseñando históricamente la subjetividad.
Por tanto, es evidente que en Nietzsche, así como en Marx, no podrá encontrarse
sino una crítica desembozada a todo intento de filosofar —y habría que agregar—,
de hacer política desde una subjetividad trascendental, desde una conciencia pura y
en nombre de ideales puramente trascendentales, para revalorizar y reinterpretar, en
cambio, la materialidad de la historia y de los cuerpos sociales, entendido esto úl-
timo no como una imagen con intención organicista, sino histórico-social, aunque
juntar estos dos términos por un guión sea algo así como un pleonasmo.
Pero destacar el fenómeno del cuerpo de la manera señalada, vuelve inevitable con-
siderar a propósito suyo algo que Nietzsche piensa que le es constitutivo: la realidad
160 de los instintos, de las fuerzas, de la voluntad, entendida como voluntad de poder11,
la cual sería aquello desde donde se delimitaría el hacer del hombre. ¿Podría pensarse
que es sobre la base de una determinada manera de entender la voluntad de poder,
que se ha concluido, además, que la proposición nietzscheana es «irracionalista»?
Ver MBM., §13, §21, §23, §36, §44, §211,; Z., «De la virtud que hace regalos», «En las islas afor-
11
tunadas», «De la superación de sí mismos»; GM., II, §12; III, §27; WM., §639, §643, §688 a §693.
Dobles Póstumos / José Jara
12
G. Lukács, El asalto a la razón. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1968.
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Este hecho de la apropiación nazi de Nietzsche ha tenido sin duda una influencia
importante aun más allá del ámbito puramente teórico, condicionando también la
valoración política que se puede hacer de su obra. Es evidente que si se acepta el uso
y abuso nazi de Nietzsche, éste queda inmediatamente descalificado políticamente.
Y si Nietzsche es descalificado desde el ámbito de la filosofía, de la moral y de la
política pareciera no quedar casi ningún residuo utilizable de sus libros. Con esto se
habría consumado la venganza perfecta —a que aludíamos con anterioridad— de
todos aquellos que fueron sometidos a la lacerante crítica de su palabra.
Por otra parte, y también en Alemania y como contrapartida al uso nazi de Nietzs-
che, surgió una línea de interpretación suya que buscaba de alguna manera rescatar
su obra, transformándola en una suerte de oposición espiritual al nazismo, en tanto
«redescubría» en ella el antiguo impulso metafísico, que aun cuando —se conce-
día—cuestionaba radicalmente a la metafísica, en ella Nietzsche seguía quedando
preso del espíritu de esa metafísica. Es, grosso modo, la interpretación de Heideg-
ger13, para quien Nietzsche es el último gran metafísico, en tanto critica y consuma
a la metafísica a través de las figuras de la voluntad de poder y el eterno retorno,
entendidas en último término como expresión límite de la subjetividad de la razón
y como horizonte total de su manifestación. Cabría decir, sin embargo, que su in-
terpretación —además de inscribirse en su gran «fresco» de la historia del ser, que la
metafísica ha olvidado y finalmente desquiciado— pasa por alto, no da cuenta ni
162 interpreta suficientemente esta realidad del cuerpo, las series de instintos y de fuer-
zas que están presentes en la acción de los hombres, y constituyen la prehistoria y
la historia de su formación moral, la cual no cabe sublimar sin más por un juego de
13
M. Heidegger, Nietzsche, 2 tomos. Verlag Günther Neske, Pfullingen, 1961; «Nietzsches Wort
Gott ist tot» en Holzwege. Vittorio Klostermann, Frankfurt am Main, 1963; «Wer ist Nietzschen
Zarathustra?», en Vorträge und Aufsätze, II Teil, Verlag Günther Neske, Pfullingen 1967.
Dobles Póstumos / José Jara
Después de esto se puede decir que las motivaciones y las consecuencias de una
lectura son bastante imprevisibles para aquel que es leído, y pueden llegar a consti-
tuirse en una experiencia peligrosa para él mismo, si es que aún vive, así como para
quienes sientan la necesidad de recurrir a esos intérpretes, cuando por sí solos no
encuentran la clave para acceder al texto primero, en este caso Nietzsche, que ha
levantado las compuertas de un verdadero torrente de las interpretaciones.
Y sin duda aquí se plantea otro problema a propósito de la obra de Nietzsche, el de su 163
lectura y de cómo leerlo. Lo que inadecuadamente se ha llamado la «asistematicidad»
de los escritos de Nietzsche —y que más bien tiene que ver con una clara elección de
estilo y de los problemas que él se propone tratar—, pareciera conducir a tener que
leer sus textos como si se recorriese un edificio que posee tantos sótanos y subsuelos,
como pisos hacia arriba. Y aún más, ellos se presentan como si fuesen complejo de
edificios conectados entre sí por rampas diseñadas a distintos niveles, y que si uno
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quiere moverse por él y entre él tiene que agenciarse un buen plano suyo en la cabe-
za, y además un buen estado físico, pues como en todo quehacer humano, no todo
siempre funciona perfecto, y a veces se va la luz, fallan los ascensores y uno tiene
que usar velas, el recuerdo del tacto en la oscuridad, y empapar la camisa subiendo y
bajando por las escaleras de servicio o de emergencia, o se distrae con alguien a quien
se encuentra azarosamente en los pasillos o en una cafetería, se sale hacia la calle, y
luego de absueltos los menesteres cotidianos, se puede reingresar a él por cualquier
lado al que a uno lo haya impulsado la locomoción colectiva o personal, etcétera.
Esta es una imagen para la obra de Nietzsche a la que se le podría dar muchas vuel-
tas más aún, pero que en todo caso apunta a un tener que detenerse en sus palabras
y aforismos buscando resonancias y sentidos, que sólo parecen delinear su perfil
cuando uno se demora minuciosa y a la vez ágilmente entremedio de su haz de
relaciones. Llevar a cabo esto, tal vez, no es sino hacer buena la petición hecha por
Nietzsche a sus lectores de practicar una «lectura lenta», de «rumiar»14 sus aforis-
mos, y de tener a la vez, un «estómago firme» para aceptar o soportar sus andanadas
contra la tradición filosófica-teológica-moral.
Pero también rumiar sus palabras para no dejarse llevar exclusivamente por las im-
presiones o reacciones inmediatas provocadas por sus estampidos, los que muchas
veces pueden sonar a nuestros oídos como dinamitazos en la paz de la noche de
nuestras eventuales conciencias dormidas. Rumiar esos aforismos significa, de algu-
na manera, hacer el intento de volver a tejer sus palabras en la gran estrategia y en
las tácticas utilizadas por él en su enfrentamiento, guerra con la cultura, la filosofía
164 y la moral de Occidente, para reencontrar, por así decir, las diferentes capas y con-
sistencias del suelo olvidado por el cual caminan nuestros cuerpos.
14
Ver GM., Prólogo, §8; Cr., «Lo que los alemanes están perdiendo», 51 [«Incursiones de un intem-
pestivo», 51]; J. Jara «Nietzsche: entre imágenes e ideas» Revista Venezolana de Filosofía, Nº 27.
Caracas, Venezuela, 1992. [También publicado en Jara, José. Nietzsche, un pensador póstumo. El
cuerpo como centro de gravedad. Barcelona, Ed. Anthropos, 1998, pp. 23-43. También hay nueva
edición en Editorial UV, Valparaíso, 2018, pp. 21-38].
Dobles Póstumos / José Jara
Y aquí es donde Nietzsche busca irrumpir con sus aforismos y escritos, para mostrar
que si el hombre es la continua reedición de Sísifo es porque se le ha hecho creer y
él ha terminado creyendo en la existencia y en el carácter absoluto de los dictámenes
de los dioses o el Dios, que lo ha condenado a tal existencia pesarosa y, en último
término, siempre en déficit con lo que se puede llamar su dignidad humana. Pero,
además, Nietzsche muestra cómo ellos no son un dato en sí ni existieron siempre,
165
sino que al igual que los hombres, llegaron a existir un día con la figura todopode-
rosa que desde ese día ostentaron. Que esa omnipotencia, ese poder divino sobre
los mortales, lo conquistaron como se conquista todo poder: por la fuerza y en la
guerra, con la astucia de las luchas negociadas en la paz civil, prestidigitando las ver-
dades, engaños y temores que, en el curso de la vida de los hombres, algunos de en-
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tre ellos lograron destilar para su uso y el de sus asociados, filtrar de entre el tráfago
de su cotidianidad inmediata, y que luego usaron precisamente para sobreponerse a
los que ya no eran, sin más, sus iguales —en tanto no tuvieron la fuerza, la astucia
o el deseo de filtrar sus acciones y fantasías con miras a imponer justamente aquello
que ellos sentían como suyo. Sin duda, todo esto es muy esquemático y requiere ser
desarrollado, especificado, aunque en otro contexto que no es éste
Puede importar leer a Nietzsche con detención en la medida en que importe con-
tinuar aprendiendo a reconocer al hombre y a uno mismo, a los que nos rodean
y a aquellos con que uno se relaciona, como vivientes y murientes, es decir, como
mortales y no sólo como seres cartesianamente pensantes para los que se postula un
alma inmortal. Y si al leer así, se ejecuta alguna forma de acrobacia, se manipula
o se interpone uno en el texto, el que se arriesga a ser descalificado por ello no es
166 otro que uno mismo. Sin duda que en ello hay un riesgo, pero como lo hay en
toda actividad con la que uno se compromete como propia y de la cual, en tanto
es hecha con otros, se puede pedir cuentas; y por cierto uno ha de poder estar en
condiciones de dar cuenta ante los otros y ante uno mismo de lo que hace. Y podría
15
Ver CJ., §110, §116, §117, §333, §335, §337; HdH., I, §95 a §99, §103, §104, §107; A., §9,
§18; GM., II, §1 a §3.
Dobles Póstumos / José Jara
agregarse, para pedir y dar cuenta es preciso que haya previamente algo que valga la
pena sometido a ese régimen de contabilidad teórica; y algo que vale la pena es, por
lo pronto, aquello por lo que uno se arriesga.
Pero además de todo esto, también está en juego en esta forma de lectura la necesi-
dad de contar con un criterio para calibrar la verdad de los discursos, de las interpre-
taciones, las cuales se manifiestan como múltiples e infinitas desde el momento mis-
mo en que se considera radicalmente a la historia y a las luchas como constitutivas
del quehacer del hombre, e inscritas a la vez en los diferentes niveles de la sociedad
entera. Pero éste es un tema bastante complejo a su vez que, como tantos otros en
Nietzsche, requiere un tratamiento más pormenorizado.
Por otra parte, parece ser recomendable esta forma de leer a Nietzsche porque hoy, y
desde hace ya tiempo, a muchos se les hace patente que hay demasiados «universa-
les» y «absolutos», demasiados «siempre» y «jamases» que se han hecho trizas ante el
ligero embate de los acontecimientos de la historia, y que cada vez se hace más difícil
escribir con mayúsculas palabras como ley, justicia, libertad, amor, bondad. No se
trata de que ellas desaparezcan y quepa invocar el caos moral, político y teórico, sino
solamente hacer presente que ellas ostentan otra textura y consistencia, más cerca-
nas a los cuerpos y a la mortalidad, al quehacer y deshacerse, a las regularidades y
transformaciones de la historia terrena del hombre, antes que a las ideas y al espíritu
de una historia sagrada de dioses o trascendental de la razón pura. Esto no significa
que sea posible saltar por encima de o aniquilar la propia sombra, es decir, todo el
pasado de nuestra cultura occidental y la razón que la ha engendrado con su fuerza
y su poder espiritual y terrenal, sino sólo que es preciso agenciarse una nueva forma, 167
podríamos decir, una nueva piel de la razón, que sea más porosa y permeable a las
realidades y exigencias múltiples del cuerpo y de sus relaciones que lo configuran.
Pues bien pudiera ser que el cuerpo no fuese mucho más, pero tampoco mucho
menos que una red de relaciones múltiples de fuerzas de distinto calibre, dirección
y nivel, traducidas continuamente en palabras e ideas, que cruzan por él y él re-
conduce, que lo tallan y él rediseña, que lo hacen y él rehace. Con todo lo cual el
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cuerpo, cada cuerpo, es impensable e irrealizable sin los otros cuerpos, es decir, sin
todos los cuerpos que en su diversidad de grupos, poblaciones, masas o clases cons-
tituyen una sociedad. Por tanto, se trataría de pensar y agenciarse una razón que
sea capaz de analizar e interpretar y esté a la altura terrena de la existencia concreta
de los hombres: de sus cuerpos y de sus sociedades. Por consiguiente, algo así como
una razón que sea capaz de historia, es decir, abierta a la multiplicidad variable aun-
que determinada de los acontecimientos, de sus transformaciones en niveles micro
y macrosociales, de sus regularidades, contrastes, desapariciones y surgimientos,
constancias y desfallecimientos.
Pensar una razón y un hombre que pueda entenderse a sí mismo y a los demás de
este modo, para muchos significa, tal vez, exigirles aquello extremadamente difícil
de cumplir, que ya Nietzsche decía habría que pedirles a quienes intentaran plan-
tearse preguntas acerca de la procedencia y los comienzos de nuestras representa-
ciones y sentimientos morales, religiosos, estéticos. Es decir, para pensar esta razón
que piensa también acerca del proceso de formación, de la genealogía de nuestras
ideas y sentimientos sobre el hombre, «uno casi tiene que deshumanizarse».16 Dicho
de otra manera, al comprenderse que nada de lo que es, es absoluto, sino que todo
lo que es ha llegado a ser eso que es, y que no hay verdades absolutas, se tiene que
aprender la virtud de la modestia. Pero modestia no sólo por contraposición a la
omnipotencia divina que obliga a la humildad humana, sino también por oposición
a aquella arrogancia de la razón que se creyó pura y divinizable. Modestia que de la
muerte aprende lo histórico de la vida, asumiéndola con la risa y la esperanza de la
168 gaya ciencia, de la ciencia jovial; aquella que no pretende hablar sino de lo humano,
de lo mudable y transformable, aunque no menos real y lleno de sentido en cada
diferencia de sus transformaciones con sello terrenal; y hablar para los hombres
del tiempo en que efectivamente se vive y se piensa, y no ya para la eternidad ni el
bronce de los monumentos incorruptibles.
16
Ver HdH., I, §l.
Dobles Póstumos / José Jara
El sujeto de la paz
Pareciera que la paz es una idea sobre la cual se puede reflexionar más allá de los
ámbitos de la sociedad y de las naciones, en los cuales pueden presentarse con toda
complejidad implícita en las modalizaciones de la paz social y de la paz entre na-
ciones o Estados. En ambos casos, se suele pensar a la paz desde la dimensión de la
política y en conexión con esa otra idea o realidad, al parecer naturalmente asociada
a ella, de la guerra; y en este caso como guerra civil —en tanto situación extrema en
que pueden llegar expresarse los conflictos políticos en una sociedad— o bien como
guerra entre naciones o entre conjuntos de naciones bajo la forma de alianzas entre
algunas de ellas frente a otras.
La asociación de la paz con la guerra parece ser tan natural, que hay quienes a la
hora de definir la paz, pareciera que no encuentran muchas alternativas más para
hacerlo que calificarla como la ausencia de guerra o como la no-guerra. Así lo plan-
tea Bobbio en uno de sus libros y cita en apoyo de esta propuesta textos de Hobbes
y de Raymond Aron.1 Es posible que esta alternativa se presente como la natural
cuando se accede al tema de la paz, especialmente desde la perspectiva política de la
sociedad y de las naciones.
169
Pero también podrían pensarse a la paz como una idea que se pone en juego en el
ámbito más restringido y personal el hombre como individuo, bajo la forma, por
ejemplo, de la paz consigo mismo que alguien procura o desea obtener, o bien, ya
ha alcanzado. E incluso explicitarlo algo más, diciendo que se podría pensarla como
la identidad o coincidencia de alguien consigo mismo, y esto como una situación en
1
Norberto Bobbio, El problema de la guerra y las vías de la paz. Ed. Gedisa, Barcelona, 1982, p. 160.
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l
la que ese alguien siente y entiende que ha logrado reunir en sí —satisfactoria o con-
sistentemente— las opciones o alternativas de experiencias, de hechos y proyectos
de vida que se le ofrecen, que él elige y acepta como suyos. Aquí podría apreciarse
una cierta aproximación a la paz, al menos y teóricamente, positiva, es decir, no
inmediatamente dependiente de ni en oposición a la guerra.
De entre las diversas cuestiones en la que cabría detenerse y analizar en esta propo-
sición, hay por lo menos un mínimo de elementos teóricos allí expresados que se
repite en numerosas propuestas filosóficas a través de los siglos. Se trata de la rela-
ción entre lo uno y lo múltiple. Así, en esta primera aproximación a ese tema desde
otra perspectiva, la paz sería ese estado del hombre en el que un individuo reúne en
sí mismo lo múltiple que experimenta como constitutivo suyo. Al lograr un hombre
esa unidad de lo múltiple que siente que hay en él, accedería a una o a la identidad
consigo mismo, a una o a la coincidencia consigo mismo, es decir, a la paz.
Cualquiera sea la forma que adopte eso «uno» en un hombre, o las figuras con que
se manifieste lo «múltiple» que en él haya, esa identidad, coincidencia, o esa paz,
pareciera que sólo pueden entenderse como un proceso, como algo que en algún
momento puede lograrse cuando se cumple con las condiciones propias a ese pro-
ceso. Y cabe suponer que la posibilidad o el poder implícitos en ese «puede» son
efectivamente realizables. Por algo el hombre es un ser dotado al menos de razón
y de voluntad que le permitirían alcanzar eso que puede, siempre que se cumpla
con las condiciones en cada caso correspondientes, exigidas por esa razón o por
esa voluntad. Y si la identidad o la paz son un proceso en el que un hombre puede
170 encontrarse como siendo partícipe de él, buscar o asumir, si ese proceso se consumó
favorable o positivamente, cabría decir que lo allí logrado es la paz y que la paz es
un acontecimiento, algo que pueda acontecer.
consigo mismo, así como lo uno en que él procura reunir eso múltiple, son, en cada
caso, asuntos que pueden presentarse o darse de diversas maneras, o bien pueden
no presentarse ni darse. Es decir, lo múltiple dado o dable y lo uno alcanzado o
alcanzable, como elementos mínimos de ese proceso, tendrían una condición histó-
rica, algo que se ha hecho, se hace o podrá hacerse. Y pareciera que algo semejante
habría que decir de aquella razón o de esa voluntad implícitas en aquel «puede»,
que permitiría que ese proceso culmine en un acontecimiento. Es decir, habría que
disponerse a pensar a la razón y a la voluntad como asuntos o disposiciones huma-
nas que estarían traspasadas o inmersas en los sucesos de la historia, de la historia
humana. Paralelamente, la paz, como acontecimiento en que este proceso puede
culminar, tendría igualmente una condición histórica, remitiría a un estado de vida
o de experiencia que se puede alcanzar o no.
Esto último, efectivamente, puede sonar como algo obvio. Lo que puede no resul-
tar tan obvio, sin embargo, es cómo pensar la condición histórica de los elementos
configuradores de ese proceso y, además, por así decir, los instrumentos con que se
piensa y se articula a esos elementos. Pero también pueden considerarse como pro-
blemáticas las consecuencias que tendrían para el modo como hayan de integrarse y
operar en la economía que la vida cotidiana de un individuo —es decir, en esa vida
suya efectivamente marcadas por el tiempo, traída y llevada por los sucesos de la
historia— los resultados de ese proceso; todo lo cual apunta hacia la valoración que
se haga de éstos en la vida de un individuo que quiere estar en paz consigo mismo,
o bien, que quiera acceder a una identidad o coincidencia consigo mismo. Espe-
cialmente cuando ahora se encontraría con que esa paz, identidad o coincidencia es
sólo histórica, es decir, no sólo afectada por ingredientes que pueden ser mudables y
171
diversos, sino que su resultado también es susceptible de que experimentar cambios,
de ser un estado provisorio.
la que pareciera ofrecerse bajo esta propuesta de reflexión sobre el tema de la paz?
¿De dónde procede esa carga de sentido más fuerte que pareciera encontrarse en las
aspiraciones cotidianas de los hombres? ¿Son reales, legítimas, esas aspiraciones? Si
lo son, como parece difícil de negar, ¿por qué se ven ellas una y otra vez frustradas
cotidianamente? ¿Tiene eso, acaso, algo que ver con la manera como se ha pensado
en Occidente a través de siglos a los elementos y a los instrumentos con que se ha
valorado a la idea de la paz y al hecho de si ésta es un estado, un proceso, un acon-
tecimiento, o bien algo otro que esto, más bien una idea de algún tipo determinado
de razón o racionalidad, o también un don o un estado que se concede, de gracia,
por ejemplo, y quien quiera sea que otorgue esa gracia, un hombre o un Dios? Por
otra parte, ¿es que habría de aceptarse que la historia, a pesar de sus cambios y provi-
soriedad de lo logrado en ella, pueda tener también algún peso y permanencia en la
vida de los hombres? Si lo tiene, como igualmente parece difícil de negar, ¿por qué
cuesta tanto a veces aceptar que se la introduzca como una instancia legítima en el
ejercicio de pensar y de los elementos teóricos que lo configuran y con los que él se
vuelve operativo, es decir, se piensa lo que se quiere pensar, por ejemplo, la paz —o
incluso igualmente la idea y la realidad de la libertad?
Tal vez cabría pensar la paz de una manera similar a como se piensa y se acepta que
en la vida de un hombre puede darse la felicidad. Como algo que se tiene a ratos,
por momentos, incluso por instantes; y que allí también interviene a veces la buena
o la mala fortuna, así como el saber o no reconocerla cuando ella pasa junto a no-
sotros con el rostro descubierto o velado, haciéndonos señas o en silencio. O bien,
172 que se puede acceder a la paz así como se tiene salud, es decir, que se la pueda tener,
perder y recuperar, y que, a propósito de la buena o de la mala salud, podemos dis-
poner de y reconocer síntomas de ellas, preservar una y prevenir la otra, ya sea que
se trate de la salud física o mental, y que en cada caso puede estimularnos a acciones
determinadas o dejar secuelas en uno, etc. Efectivamente, la casuística puede aquí
ser muy amplia, pero no por ella indeterminada ni irrelevante.
que lindan de manera inmediata con los hechos y sucesos de la historia —aunque
sólo sea inicialmente bajo la perspectiva de una historia personal del individuo—
supone tomar distancia del sujeto metafísico aún vigente subrepticiamente en tan-
tos discursos teóricos. Pues éste, y de manera privilegiada, ha solido restringir los
márgenes del ejercicio de su pensar a aquellos más bien estrechos que se extienden
entre los polos de la dualidad de los opuestos, contrarios o contradictorios. La his-
toria del individuo en la facticidad de su existencia, desde la óptica de ese sujeto
metafísico, rara vez se hace presente, y cuando ello sucede, suele hacerlo —y para
usar una imagen— bajo lo que podría denominarse como un único camino más
bien lineal, en el que la conciliación entre el punto de partida y el de llegada se logra
mediante alguna forma de reducción del uno al otro. Una reducción que, con todas
las variantes que se puedan mostrar, sólo cabe resolver ante el tribunal que ese tipo
de racionalidad ha establecido, y de acuerdo a las únicas normas y procedimientos
válidos postulados y garantizados por ella misma.
Y lo más inmediato y concreto que, sin duda, el hombre parece tener a su alcance
con estas características, es un propio cuerpo; ese cuerpo que en la tradición del
pensar se ha experimentado paradojalmente como propio y extraño la vez, como
insustituible y sin embargo, de algún modo, desechable a la hora de pensar sobre
el sujeto, el individuo que parece tornarse así irreconocible, ubicuo, sin ese cuerpo
suyo. Cabe abrirse a la posibilidad de pensar y entender al cuerpo como el centro
de gravedad del hombre, como a ese centro siempre desplazable de un único e ina-
movible punto fijo, puesto que su fijeza en el mundo en que habita deriva también
de las múltiples fuerzas que desde dentro y fuera suyo lo constituyen, y que a partir
de sus interacciones le otorgan la tal vez inquietante consistencia de un centro sus-
ceptible de transformación y tránsito De tránsito por la historia, sin duda, como
el ámbito u horizonte más amplio que acoge dentro de sí al mundo habido y por
haber, en cuya geografía oficial y cotidiana, real e imaginaria, se despliegan de dis-
tintas y variadas maneras las fuerzas y las palabras que gravitan y se articulan en su
174 existencia, la que a pesar de la caducidad del cuerpo que la sostiene, es la única con
que humanamente puede contar. En la medida en que se otorgue también la pala-
bra a estas otras perspectivas de aproximación al cuerpo y a la historia, es probable
que sea todo este complejo dispositivo de la existencia humana en donde habría
que rastrear algunas huellas que conduzcan hacia otra comprensión de la paz en el
hombre y del sujeto de la paz.
existencia del hombre, del sujeto, haría inevitable que cuando se quiera pensar el
tema de la paz, ésta aparecería como algo provisorio, que puede o no suceder. Pero
no sólo esto, pues además y por uno de sus lados, la paz de este sujeto podrá ser con-
tinuamente fugaz y volátil, puesto que su propia existencia y la que hace y despliega
diariamente con los otros individuos está inmersa en un continuo proceso de que-
haceres que le plantean renovadas y diversas posibilidades de elección y acción. Y sin
embargo, no parece que quepa decir, sin más, de esos momentos de paz alcanzados,
que por ser fugaces sean una nada de experiencia, o sean algo así como una nada
vital. En la medida en que los momentos de esa paz lograda se hagan cuerpo en él,
podrán llegar a convertirse en referencias específicas y concretas para sus próximas
percepciones de situaciones en que se encuentre y para sus subsiguientes acciones.
Es probable que esos instantes de paz puedan llegar a convertirse en momentos de
reflexión sobre lo vivido, de una suerte de balance experiencias que lleguen a aden-
trarse y consolidarse en él como instancias personales de conocimiento de sí mismo,
de los diversos elementos que configuran sus aspiraciones y elecciones, así como el
complejo dispositivo en que se enlazan y expresan sus acciones y respuestas a lo que
aparece en su horizonte de vida. Así, cabría entender la paz como un momento de
articulación y un operador de cambio que actúa como un tamiz, a partir del cual
se le puede abrir a cada individuo una renovada y fecunda posibilidad de relación
con los otros hombres, sobre la base de esta continua y renovada experiencia de esa
multiplicidad percibida por él como suya.
Por otra parte, también cabría considerar desde otra perspectiva aquella oposición
corriente que se establece entre la paz y la guerra, y que tiende a calificar a ésta y a
los conflictos y luchas que la preludian o también la conforman, como algo a ser
175
evitado, superado o eliminado del ámbito de posibilidades de lo humano. Pues
también es pensable que la paz adquiera su más propia posibilidad de ser fecunda a
partir del asumir plenamente, es decir, de traspasar también con la reflexión y el co-
nocimiento a la entera diversidad, multiplicidad de elementos, de pasiones, fuerzas
y palabras, de conceptos e ideas que han conducido al hombre a una lucha o con-
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flicto determinado, no sólo con los otros hombres, sino, ante todo, consigo mismo.
Pues aquí, en el individuo, en tanto se asuma esa multiplicidad que está en obra en
la conformación del sujeto mismo, de su subjetividad, es en donde se encontraría,
hoy, el escenario primero de aparición de confrontaciones y antagonismos que lue-
go pueden aparecer también en la sociedad según modalidades específicas. ¿Cómo
podría imaginarse otro tipo de sociedad que la existente, ante la insatisfacción que
ésta pueda suscitar, si se sigue pensando a sus individuos, sujetos o ciudadanos, de
acuerdo a los modelos tradicionales, vigente de ellos, pero también insatisfactorios?
Pareciera que es allí, en el recinto de la propia subjetividad en vías o en proceso de
decantación y consolidación, donde es posible encontrar la procedencia inmediata
o lejana de esos otros tipos de pugnas con carácter y estaturas sociales, de las que
se clama y reclama por su superación o transformación. Pero entonces habría que
abrirse a la posibilidad de considerar a esos múltiples elementos constitutivos de la
lucha y el conflicto en el sujeto, como no siendo ajenos a la paz. Más bien ésta sería
deudora de ellos, pues sin ellos no se accedería a esos momentos especiales que han
recibido el nombre de «victoria» y que en su eventualidad se estima que traen con-
sigo a la paz. Para ser fecunda, la paz habría de ser algo más que el mero desenlace
mecánico, o por fatiga, de las fuerzas y palabras en pugna, o bien una aspiración o
una imposición que procedan desde instancias exteriores a la fuerzas o ideas —ideo-
logías o concepciones de mundo, si se quiere— que se han trabado en lucha. La paz
podría ser, así, algo más y algo otro que el simple fin procedimental y formal de un
ordenamiento político, como plantea Norbert Bilbeny2, reflexionando a propósito
de la política en el campo tradicional de la sociedad civil, que es en el cual casi con
176 exclusividad se ha solido pensar sobre la paz, sobre el trasfondo de una guerra que
se procura evitar. O bien, podría ser a la vez algo distinto de lo que propone Kant
cuando dice, «la paz es algo que debe ser “instaurado”»3, y ha de instaurarse median-
2
Norbert Bilbeny, Política sin Estado. Ed. Ariel, Barcelona, 1998. p. 89.
3
Immanuel Kant, La paz perpetua. Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1972. p. 101. El término aquí emplea-
do es stiften, (en la frase Er {der Friedenzustand} muss also gestiftet werden), y puede ser traducido
Dobles Póstumos / José Jara
te una constitución civil republicana que ve en la paz el fin anhelado por la razón y
el derecho, para configurar una relación libre entre los ciudadanos de una sociedad.4
Y parece indudable que una de las dimensiones sin la cual la historia no podría
llegar a convertirse en una instancia válida de referencia para la comprensión de las
acciones de los hombres y de las experiencias que éstas dejan en ellos, es la memoria;
tanto como la transformación de ésta, de lo que ella alberga, a manos de las propias
acciones u omisiones realizadas por esos mismos hombres y que dan lugar a ese
extraño, enigmático espacio del olvido.
que su trama no está configurada sólo por acciones detentoras de una imposible
vigencia plena en un presente perenne. Los momentos activos y fulgurantes de un
presente cualquiera son los que sustentan el curso de la historia, aquéllos que al ac-
tivarse la memoria en narración son recuperados para convertirse en otro presente,
que así escapa al olvido. Como actividad radicalmente humana, la historia se hace y
rehace a través de los múltiples caminos recorridos por la memoria y el olvido, por
la reinterpretación del pasado en el presente y del presente que procura asumir un
pasado, o lo que estima como su pasado. Y esta es una de las encrucijadas ante la que
el sujeto múltiple también se enfrenta una y otra vez en su tránsito hacia sí mismo.
¿Es que la memoria sólo puede ser el recuerdo de episodios siempre y en cualquier
178 momento claramente datables, no afectados por la herrumbre del olvido? ¿Por qué
no podría llegar a convertirse la paz en el momento de constitución y manifestación
de algo que pudiera denominarse como lo inmemorable para el sujeto? ¿Al menos
en alguno o algunos de los momentos de entre los muchos de ellos que puede
experimentar en su vida? Pues la paz puede ser el momento en que el sujeto logre
situarse más allá de las peripecias de la memoria y el olvido frente a la diversidad de
los elementos, de hechos, situaciones o acontecimientos que habitan en su historia
Dobles Póstumos / José Jara
particular, para encontrar los puntos de apoyo insustituibles, los puntos cardinales
imborrables de su existencia pasajera, y que le permiten trazar el diseño más propio
de las decisiones de su presente —que está una y otra vez volcado también hacia el
porvenir de ellas. Esos puntos de cruce de su vida, esas encrucijadas que pudieran
convertirse en inevitables para su pensar y actuar de cualquier otro tiempo posterior
—y que se perfilarían en los instantes de una paz—, serían lo inmemorable para
este sujeto múltiple: aquello cuyo comienzo no parece que pueda ser datado ni
delimitado inequívocamente por la memoria y que, sin embargo, es insobornable
a los rigores del olvido. Esas encrucijadas a veces difícilmente perceptibles, puesto
que ellas mismas están hechas de caminos que vienen de otros lugares o también van
hacia otros parajes, que pueden distraer nuestra atención de ellas como puntos de
cruces decisivos. Y sin olvidar las casualidades o azares que nos puedan llevar a ellos
o igualmente, en otros momentos, haber pasado o pasar por encima de sus señales.
Esos puntos inmemorables de la existencia de este otro tipo de sujeto bien pueden
exhibirse como el lugar históricamente incanjeable de reunión de la pluralidad que
se es, como referencia obligada en el momento en que se sopesen alternativas o
viabilidades de acciones a cumplir, como señales de la identidad consigo mismo a
que puede retornar y a la que también puede recrear cuando se abre al espacio en
que habita y a aquellos con quienes convive, a los que pueda recordar y a los que
haya olvidado.
Eso inmemorable del sujeto de esta paz puede no ser un fundamento que funda
irrecusable o irrevocablemente. Pues eso inmemorable sería deudor de la historia
particular de cada sujeto y como toda historia humana habrá de tener las huellas,
cicatrices y memorias que con el correr del tiempo se hagan cuerpo en él, con o a
179
pesar de los olvidos que lo recubran. Y por esto, eso inmemorable podrá esclare-
cerse según distintos perfiles en un sujeto, de acuerdo a la altura de la vida en que
se encuentre y a las circunstancias que le lleven a recorrerla en su historia. Así, el
número y el lugar en que se encuentran las encrucijadas de lo inmemorable pueden
modificarse en el curso de la propia vida, a medida que en ella se avanza en años o
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Pero tal vez no sólo esto sucede con los inmemorable, cuando se asume la condición
histórica, propiamente humana del hombre. Cuando de la paz se llega a percibir el
pasado como propio, por tanto como formando parte también del hoy y del maña-
na que ahora avistamos, y por los cuales podemos ponernos en juego aun a riesgo
de esa misma paz, los hechos de ese pasado pueden recibir la acción transformadora
de un querer que ya no los ve sólo como el resultado aleatorio de decisiones que
no fueron necesaria ni exclusivamente nuestras. Apropiarse lo inmemorable de la
propia historia significaría otorgarle también la condición de ser no simplemente
un hecho al que pudimos ser conducidos por otras manos, de algún modo ajeno o
extraño a las propias decisiones, sino algo que puede ser reintroducido en nuestra
experiencia, reinterpretado como habiendo sido querido por nosotros mismos. Un
querer que reatrapa así en su vuelo a la linealidad unidireccional —e irreversible, se
dice— de la flecha del tiempo, en tanto puede llegar a ser un querer que transforma
lo querido e inventa lo querible desde la afirmación que en ese instante sea capaz de
recordar, imaginar y hacer. Sería este un querer que se resiste al yugo de un tiempo
que sobrevuela o circula por fuera de él, y que más bien procura reinsertarlo en la
trama temblorosa y, sin embargo, también bravía de su existencia terrenal. Al proce-
180 der de este modo, lo que se hace, en rigor, es incorporar como propios a los diversos
5
Tal vez aquí cabría recordar esas palabras que Zaratustra pronuncia en la sección «Del espíritu de
la pesadez», a propósito de cuándo y cómo podría acceder un hombre a sí mismo, por fuera de las
coordenadas teóricas del sujeto metafísico. Allí dice: «Y en verdad, no es un mandamiento para
hoy ni para mañana el de aprender a amarse a sí mismo. Antes bien, de todas las artes es ésta la más
delicada, la más sagaz, la última y la más paciente: A quien tiene algo, en efecto, todo lo que él tiene
suele estarle bien oculto; y de todos los tesoros es el propio el último que se desentierra, —así lo
procura el espíritu de la pesadez».
Dobles Póstumos / José Jara
Pensamos que mucho de lo elaborado en estos últimos párrafos está presente como
una línea pespunteada en la propuesta de Nietzsche acerca de la voluntad, cuando
la entiende como esa otra forma de racionalidad del tipo de hombre que él procura
pensar, y que habría de suceder a ese hombre pensado por la metafísica como un
sujeto uno y universal, que pretende conocer y pensar, fundar la multiplicidad de
lo existente desde una instancia trascendental. El tipo de racionalidad incluido en
aquella otra voluntad sería una que convierte al sujeto plural en un «creador», en
«un libertador y portador de alegría»6, teniendo a ese centro de gravedad suyo que es
su cuerpo, situado entre los cambios y permanencias de la historia, como los puntos
de apoyo desde los cuales el hombre procura abrirse hacia sí mismo y hacia otros.
La alegría que puede otorgar al sujeto ese o esos instantes inmemorables de la paz
serían el resultado de la acción de ese querer que hace suyo lo que, habiéndole de
hecho pertenecido en su pasado de algún modo, se le escapaba sin embargo entre
el tráfago de su quehacer cotidiano de hoy y del borroso olvido que la rutina de lo
cotidiano de ayer, aunque también de hoy, suele traer consigo para lo que lo confi-
gura. Sería así la alegría que le procura al sujeto la acción que su propio querer, de
su voluntad, que al reapropiarse las huellas de sí mismo y convertirlas en un instante
fulgurante de su subjetividad, de hecho se encuentra con que está creando esa subje-
tividad suya, y que a ésta puede considerarla ahora como suya, porque la ha creado 181
él mismo al recrear ese pasado que de alguna manera permanecía ciego para él. Es la
alegría ante la obra creada por su propia voluntad que, además, lo hace libre frente
a sí mismo y a partir de sí mismo, libre para emprender otros quereres, proyectos
6
Z., «De la redención».
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l
y acciones en las que, qué duda cabe, podrá ponerse en juego y arriesgarse una vez
más a seguir queriendo. Es también la alegría que puede traerle el experimentar la
libertad frente sí mismo a partir de ese instante inmemorable, que podrá tener toda
la fugacidad de esas fotografías instantáneas que logran hacer cuajar en el gesto allí
grabado, a la vez, el trazo duradero, sin embargo, de una vida que se asienta y se re-
pite en tantos otros gestos y momentos que, opacados por la rutina diaria, guardan
y otorgan también a ese instante la consistencia de una vida entera. Es la alegría de
otro tipo de sujeto, para otro tipo de paz, a los cuales bien puede valer la pena darles
tiempo para que lleguen a manifestarse en otro tipo de vida cotidiana que algún día
pueda llegar.7
182
7
Y, ¿quién lo sabe?, tal vez todo esto existe ya —y puede incluso haber existido— en algún paraje
humano que ha ignorado o se ha resistido a recorrerse y a mirarse a sí mismo desde fuera de sí,
desde algún más allá escrito en clave divina, teleológica o trascendental y que, por el contrario,
ha insistido en buscarse y diseñarse a sí mismo entremedio de la contingencia y precariedad de lo
humano, sospechando o sabiendo que allí también se albergan fugaces y extrañas posibilidades de
la belleza de lo humano.
Dobles Póstumos / José Jara
Hacia mediados de la penúltima década del siglo en que Nietzsche vivió, afirmó
que veía aparecer en el horizonte del futuro a un nuevo género de filósofos. Proba-
blemente era en ellos en quienes preveía que sus palabras podrían encontrar algún
eco que tuviera consonancia con uno de los nombres usados por él para designarse
a sí mismo y a su forma de ejercer el pensar: como un hombre y un pensador pós-
tumo. ¿Habrá aparecido ya en el horizonte del siglo XX alguna de las figuras de esos
filósofos del futuro? A 100 años de su muerte, tal vez quepa arriesgar por lo menos
un nombre propio para una de esa figuras eventuales. Esto implica, sin embargo,
ensayar también un ejercicio de reconstitución de algunos nexos entre las pági-
nas escritas por Nietzsche —quien paradojalmente se sintió en algunos momentos
como careciendo de un nombre con el cual designarse1 y, en otro, como siendo
«todos los nombres de la historia»2— y las páginas escritas por aquél al que, en este
caso, tomamos como un riesgo, Foucault, quien de sí mismo dijo en una ocasión
que escribía «para no tener más un rostro»3, y que al pensar y escribir lo hacía por
fuera de las exigencias de identidad de una moral de estado civil.
Fractura, desafío, revelación, cesura, conmoción filosófica4 son algunas de las pala-
bras empleadas por Foucault para señalar el efecto producido en él por su lectura de
la obra de Nietzsche, especialmente la del período de 1880 que se abre con Aurora 183
y La ciencia jovial. Diversas fueron las vías que le condujeron hacía esa gama de
1
«Nosotros los nuevos, los sin nombre, los mal comprendidos, los nacidos prematuramente para un
futuro aún no demostrado(...)» CJ., §382.
2
SB.KSA., 8, p. 578.
3
AS., p. 28.
4
DE., IV, pp. 436 y 780; DE., I, p. 551; DE., IV, p. 703.
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184 mino», para preguntar luego, —«¿dónde esté el vuestro?». Pues a quienes pregunta-
ban «por el camino», sin titubeos, respondía: «¡El camino, en efecto, —no existe!».6
Así pues, si Foucault llegara a alcanzar una estatura que pueda mantenerse más
allá de la que en vida se le concedió, tal vez ella habría de estar emparentada con la
5
DE., IV, p. 529.
6
Z., «Del espíritu de la pesadez».
Dobles Póstumos / José Jara
inflexión que él llegó a dar a la cercanía que experimentaba con ese pensador, pero
también a la distancia que le habría sido necesario conquistar para dejar, asimismo,
tras la huella de Nietzsche, el rastro de lo que haya sido «su camino».
Pero allí despliega Foucault una conexión dual de cercanía y distanciamiento con
Nietzsche, en cuanto a recursos y actitud. A través de una línea paralela a la im- 185
portancia concedida por Nietzsche a la historia como instancia esclarecedora de
hechos y obras que siempre aporta «nuevas verdades»7, Foucault tematiza ese rol
de la historia como una arqueología del saber clásico y moderno, que describe e
7
«Un hecho, una obra es para cada tiempo y para cada tipo de hombre de una nueva elocuencia. La
historia habla siempre nuevas verdades». SW.KSA., 10. 16[78].
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El lugar central que ocupa su manejo del enunciado en sus análisis de los discursos
de un saber sobre la locura, la enfermedad, el hombre en cuanto ser viviente, traba-
jador y hablante, revela una particular modalización del trabajo genealógico. Y esto,
en tanto las condiciones de lo denominado por él como el referente, el lugar vacío
del sujeto, el campo asociado y la materialidad institucional de la función enuncia-
tiva, desplazan ese análisis fuera de la órbita del modelo de racionalidad que tiene a
la conciencia como basamento, hacia lo que se exhibe como el complejo y aleatorio
entramado de prácticas discursivas y no discursivas. El trabajo en torno a éstas
186 confieren a lo realizado por Foucault en su obra una persistencia específica y siste-
mática, pero también un corrosivo deslizarse por entre las disciplinas examinadas
dentro de los períodos acotados y abordados por él en los «talleres de la historia».9 Y
a partir de allí, su actividad adquiere también un estilo distinto que el de Nietzsche.
8
AS., pp. 182-183; AdS., pp. 233-235.
9
IP., p. 57.
Dobles Póstumos / José Jara
La limitación que Foucault se impone ante la alternativa de querer dar «como título
general»11 a lo que él hace el de genealogía de la moral, es lo que, por uno de sus
lados, diferencia su trabajo del de Nietzsche. Más bien se trata, para él, de conjugar
y de mantener en equilibrio los elementos comunes y diferenciales de las dimen-
siones arqueológicas y genealógicas de su investigación. Al llevar a cabo el análisis
arqueológico de las discursividades locales12 en que se expresan saberes acerca del
hombre y en los que éste alcanza diversos grados de comprensión de sí mismo, de
subjetivación, se ha de tener presente que esos discursos, a pesar de la estabilización
teórica que puedan adquirir en un momento determinado, son también «aconte-
187
cimientos históricos»13 surgidos desde condiciones precisas que, en cada caso, es
10
GM., Prólogo, §6.
11
DE., II, p. 753; MP, p. 101.
12
DE., III, p. 167; MP, p. 131.
13
DE., IV, p. 574; QI, p. 105.
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14
Ídem.
15
Z., «De la redención».
Dobles Póstumos / José Jara
abierto, para ser transfigurado una y otra vez mediante esa voluntad entendida por
Nietzsche como siendo un complejo de actividad sintiente, volente y pensante.
16
«Después de la muerte de Buda, durante siglos se mostró su sombra en una caverna —una sombra
monstruosa y pavorosa. Dios ha muerto: sin embargo, tal como es la especie humana, durante
milenios habrá cavernas en las que tal vez se mostrará su sombra. Y nosotros —¡también nosotros
tenemos que vencer todavía su sombra!» CJ., §108.
17
Resulta difícil no escuchar aquí el eco de, por lo menos, dos textos de Nietzsche. El primero, de La
genealogía de la moral y, el segundo, de La ciencia jovial. Ellos dicen: «¡Pues resulta evidente cuál
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190 color ha de ser cien veces más importante para una genealogía de la moral que justamente el azul; a
saber, el gris, quiero decir, lo fundado en documentos, lo realmente comprobable, lo efectivamente
existido, en una palabra, toda la larga y difícilmente descifrable escritura jeroglífica del pasado
de la moral humana!» (GM., Prólogo, §7). El otro: «Todo lo que hasta ahora los hombres han
considerado como sus “condiciones de existencia” y toda la razón, pasión y superstición que hay
en esta consideración —¿ha sido investigado esto hasta el final?» (CJ., §7). Esta doble referencia
de afirmación e interrogación nietzscheana ha estado presente como trasfondo, sin duda, en todo
el curso de las investigaciones realizadas por Foucault. Ver además nuestro artículo «Foucault y la
filosofía: ¿una seducción perversa?», especialmente sus notas 9, 15 y 36.
18
SW.KSA., 11. 26[137].
Dobles Póstumos / José Jara
Sin embargo, podría pensarse que al emplear Foucault otra expresión como equi-
valente para aquella de diagnóstico del presente, la de que mediante su trabajo
procura realizar también «una ontología histórica de nosotros mismos»19 estaría
recuperando subrepticiamente para su quehacer algo de esa dimensión tradicional
de la filosofía, en tanto pregunta por el ser, y que quedaría delimitada por la palabra
«ontología». Pero a lo que apunta esta propuesta foucaultiana de la ontología no es
al ser en cuanto tal, sino más bien a la pregunta «¿qué somos nosotros?» y, además,
bajo la modalización histórica de «¿qué es lo que ocurre?».20 En tales preguntas hay
el propósito de establecer un diagnóstico sobre aquellos procesos, movimientos y
fuerzas por los que nosotros estamos atravesados cotidianamente, y que ponen de
manifiesto a las condiciones de existencia de los hombres como siendo un aconteci-
miento, como algo que ocurre, se repite entre márgenes de estabilización y variación
de esas mismas condiciones —las que nos marcan. Sin olvidar, empero, que esa es
una manera de ser hombre, hecha y traspasada continuamente por las acciones y
191
pensamientos de esos mismos hombres, que en el curso del tiempo han llegado a
hacer historia.
19
DE., IV, p. 574; SV., p. 194.
20
DE., III, p. 573.
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l
192 para seguir siendo aún filósofo, parece imprescindible plantearse la pregunta por el
conocimiento y acceder a través de él a algún tipo de verdad sobre aquello que se
interroga, en último término, por el hombre y los procesos de conocimiento o de
saber en que éste se constituye o cree constituirse a sí mismo en su relación con el
21
DE., III, p. 572.
22
HS2., pp. 12-13 [p. 13]; HdS2., p. 10.
Dobles Póstumos / José Jara
mundo en que habita, resulta inevitable la pregunta que Foucault se plantea: «¿qué
puede ser el saber histórico de una historia que produce la división verdadero/falso
de la que depende este saber?».23
Si se asume el hecho de que el hombre y los saberes que logre no remiten a un tiem-
po en el que pueda descubrirse un origen fundante ni un fin redentor, escatológico
o teleológico; si se acepta que uno y otros remiten a un transcurrir del tiempo que
una y otra vez se hace historia a partir de los acontecimientos que la configuran,
la marcan y transforman, al hilo de los hechos y situaciones en que los hombres al
hacerse allí a sí mismos, la hacen a su vez a ella, a la historia, la consecuencia para el
saber que allí se logre, es que no podrá ser sino interpretación. Una interpretación
que, al decir de Foucault aludiendo a Nietzsche, no puede detenerse jamás ante una
supuesta primacía originaria de los signos, pues éstos, a su vez, no son sino «inter-
pretación de otros signos»24, convirtiéndose así la interpretación en una tarea siem-
pre inacabada y siempre por recomenzar. Y que cuando se quiere rastrear la historia
entera de algo existente, de una «cosa» —y ahora al decir de Nietzsche—, lo que
se encuentra no sería más que «una ininterrumpida cadena indicativa de interpre-
taciones y reajustes siempre nuevos»25, que se exhibirían como resultado, efecto de
procesos de avasallamiento y de resistencias a ellos, de metamorfosis, de casualida-
des y de contraacciones afortunadas, que pondrían de manifiesto la condición fluida
del «sentido». Y precisamente porque éste es uno que históricamente los hombres
han venido haciendo a través de los siglos y habrán de continuar creándolo en y
con todo cuanto hacen, el mundo, alejándose ya de Dios y del sujeto trascendental,
se transforma en lo que Nietzsche denomina «nuestro nuevo “infinito”, aquél que
incluye dentro de sí infinitas interpretaciones».26
193
Mas aquí se introduce no solo el conflicto de las interpretaciones, la lucha por ellas
23
IP., p. 72.
24
DE., I, p. 571; NFM, p. 36.
25
GM., II, §12.
26
CJ., §374.
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l
y entre ellas, sino que también el juego de lo verdadero y lo falso. Y lo que entre
esas luchas y estos juegos se configura no son solo saberes mediante los cuales los
hombres procuran conocerse a sí mismos y a cuanto los rodea, sino que a la vez y
de un modo indisociable con esos saberes, se delinea y establece la manera en que
los hombres «se gobiernan a sí mismos y a los otros».27 Esta otra dimensión de las
formas de gobierno y de gobernabilidad existentes entre los hombres, es exhibida
y hecha operativa por Foucault cuando sitúa lo pensado y hecho por ellos en ese
ámbito de exterioridad de las prácticas discursivas y no discursivas, en que las pala-
bras adquieren la solidez de cosas y la inminencia de acontecimientos entre los que
sus acciones posibles quedan reguladas por instancias de estabilización y utilización
institucional, por formas de legitimación y de control social. Estas son las que po-
nen de manifiesto algunas de las diversas modalidades en que las figuras de saber
quedan entrelazadas con y marcadas por instancias de poder, indisociables no solo
de la búsqueda de validez teórica de ellas, sino también de vigencia y efectividad
social, es decir, de relevancia humana e histórica.
Bien podría decirse que en ese libro en que Foucault desarrolla de manera más ex-
plícita y sistemática el dispositivo de poder-saber, operante en el nuevo régimen de
verdad que establece el complejo científico-judicial que da lugar al nacimiento de la
prisión, a la vez que al surgimiento de muchas de las técnicas y procedimientos de
las ciencias humanas, en Vigilar y castigar, se pone en obra un análisis particular y
acotado de lo que Nietzsche —en aquel mismo texto citado acerca de la interpreta-
ción— denomina a aquello que está en la base de ésta como: «la teoría de una volun-
194 tad de poder que se despliega en todo acontecer». Cabría leer este libro de Foucault
como uno en el que él habría utilizado, así sea haciéndolo «chirriar, gritar»28, pre-
cisamente ese concepto de la voluntad de poder. Por lo menos, en tanto entiende
a ese concepto como «un principio de desciframiento intelectual, un principio de
comprensión para delimitar la realidad», aun cuando, por otra parte, también se
27
IP., p. 72.
28
MP., p. 101.
Dobles Póstumos / José Jara
29
SP., p. 34 [38]; VC., p 36.
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196 como «el más siniestro de todos los invitados»30: el nihilismo. Pues para Foucault,
si puede ser filosófica su risa ante la desaparición del hombre que va aparejada con
la muerte de Dios, es porque a partir de este hecho él entiende que se «desplie-
ga un espacio donde de nuevo es finalmente posible pensar».31 Mientras que para
30
WM., p. 7.
31
MCh., p. 353.
Dobles Póstumos / José Jara
32
Z., [«Del leer y el escribir»]. Y lo que allí ha de matar la risa es el espíritu de la pesadez, el espíritu de
aquel tipo de hombre que «semejante al camello, se arrodilla y se deja cargar bien. (...) demasiadas
197
palabras y valores ajenos, pesados, carga él sobre sí» (Z., [«Del espíritu de la pesadez»]). Es ese espí-
ritu que se convierte en enemigo del hombre, de un pueblo, pues le impide «aprender a amarse a sí
mismo» y, por ello, expresa un modo de existencia que deja abierta la puerta al arribo del nihilismo.
33
«Hoy no vemos nada que aspire a ser más grande, barruntamos que descendemos cada vez más abajo,
más abajo, hacia algo más débil, más manso, más prudente, más plácido, más mediocre, más indife-
rente, más chino, más cristiano —el hombre, no hay duda, se vuelve cada vez “mejor” (...) Justo en
esto reside la fatalidad de Europa —al perder el miedo al hombre hemos perdido también el amor
a él, el respeto a él, la esperanza en él, más aún, la voluntad de él. Actualmente la visión del hombre
cansa —¿qué es hoy el nihilismo si no es eso? (...) Estamos cansados de el hombre (...)» (GM., I, §12).
34
Esos tres ejes se articulan en relación con «la verdad a través de la cual nos constituimos en sujetos
de conocimiento», con el «campo de poder a través del cual nos constituimos en sujetos que actúan
sobre los otros», con «la ética a través de la cual nos constituimos en agentes morales». SV., p. 194.
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cursos para transitar por ellos, es lo que nos puede llevar a pensar que son el rostro y
la figura de Foucault, al menos una de las que, tal vez, podrían llenar el lugar vacío
que en un momento imaginó Nietzsche para ese nuevo género de filósofos que él
creía podría aparecer en el siglo siguiente al suyo, y a través de los cuales, él mismo
habría de convertirse en la figura que imaginó para sí: un pensador póstumo. El los
bautizó con un nombre, dice, «no exento de peligros». Los llamó Versucher, los que
ensayan, buscan, tientan, aquellos para quienes la filosofía misma y su propia vida
se convierte en un ensayo, un experimentar en torno suyo y consigo mismos para
poder seguir pensando lo mudable de los hechos y acontecimientos de la historia
humana, del «reino ilimitado del Límite»35, como denomina Foucault a aquello en
que se convierte el mundo luego de la muerte de Dios, interpretando a Nietzsche
al hilo de la noción de transgresión en el pensamiento de Bataille. En esa tarea, en
ese ensayo, ellos se ponen en juego a sí mismos. Y por eso, también puede decir
Nietzsche de ellos que «forma parte de su naturaleza el querer seguir siendo enigmas
en algún punto».
198 le lleva a entender al cuerpo viviente de la filosofía como un «“ensayo” (...) como
prueba modificadora de sí mismo en el juego de la verdad (...) un ejercicio consigo
mismo en el pensamiento».37 Y bien podría pensarse que este episodio sucedido con
Foucault, de alguna manera quizá no tan enigmática, fue entrevisto por Nietzsche
35
DE., I, p. 235; OE1., p. 165.
36
SV., p. 229.
37
HS2., pp. 14-15 [p. 16]; HdS2., p. 11 [p. 12].
Dobles Póstumos / José Jara
cuando imaginaba las condiciones en que esos filósofos del futuro habrían de en-
frentar el nuevo infinito de las interpretaciones. Pero también podría decirse que
aquí se expresa algo de esa extraña condición de «psicólogo» suya —que es difícil
no reconocerle en tantos lugares de su obra cuando se escuchan sus hallazgos reco-
gidos desde su escarbar en los confines «de la historia del alma humana»38—, que
le permitió avistar los instantes de locura, de coraje, obstinación, pero también de
desfallecimiento que puede aquejar a los hombres que se asumen como siendo solo
hombres. Eso demasiado humano de todo lo humano, que puede sentirse extravia-
do cuando se sitúa ante los laberintos de la historia, trastabillar frente al abismo de
la ausencia de fundamento, pero también lanzar una flecha hacia otra esperanza y
habitar en el discurso de otra «estrella titilante» en el universo infinito del ejercicio
del pensar y de la interpretación.
Y son tal vez estas situaciones tan humanas que pueden llegar a traspasar, horadar
los propósitos y los discursos de quienes asumen la tarea del pensar —por lo que allí
a ellos puede sucederles y por lo que allí ellos tienen que pensar—, lo que se trasluce
en esa expresión con que Nietzsche los designa: son los «filósofos del peligroso tal
vez, en todos los sentidos de esta palabra».39 Y peligrosos porque justamente ya no
sitúan su discurso bajo el lema o la consigna de la apodicticidad o universalidad,
que solía enaltecer y dar dignidad a las proposiciones de la racionalidad metafísica,
imperturbable ante la contingencia de lo meramente actual, pues eso actual no pue-
de competir con la tradicional nobleza de lo universal o de lo eterno. Al descender
a la transitoriedad de todo presente, estos filósofos quedan expuestos al reconoci-
miento siempre provisorio de que se acepte la interpretación en curso, de conside-
rársela como un simple tal vez, que más tarde puede incluso no llegar a ser tal. Pero
199
tanto Nietzsche como Foucault entienden y aceptan que todo presente se enraíza en
esa temporalidad más amplia pero concreta que es la historia, a la que asumen como
38
MBM., §45.
39
MBM., §2. Hemos traducido Vielleicht por tal vez, y le hemos puesto cursiva para destacar el hecho
de que Nietzsche usa allí este adverbio como sustantivo.
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Por otra parte, al entender Nietzsche que el cuerpo es el centro de gravedad del
hombre, como esa realidad incanjeable de cada quien mediante la que experimenta
los diversos grados de inmediatez y de mediación de todo cuanto llega hasta él y
desde él sale; al describir Foucault las estrategias que sostienen la anatomía política
del detalle puesta en obra por el aparato disciplinario, que pretende normalizar
los gestos y los deseos de los cuerpos, se puede avistar hasta qué punto, tanto en
Nietzsche como en Foucault, las interpretaciones pueden llegar a ser efectivamente
realidades, en la medida en que se hagan cuerpo en los hombres. Y que cuando esto
sucede, estamos de nuevo no solo frente a un criterio de validación práctica de ellas,
sino también de validación teórica. Es decir, a través del campo más amplio de la
historia y del campo más personal del cuerpo, para Nietzsche y Foucault, cabría
afirmar que se accede a la posibilidad efectiva de repensar la vieja relación, tan traída
y llevada en el curso de los tiempos, de la teoría y de la práctica: de la interpretación.
200 Así, mediante el estilo diferenciado de pensar de ambos, bien se puede aprender
a asumir algún día a las interpretaciones, tal vez, de un modo semejante a como
los buenos navegantes y los caminantes de todos los tiempos recurren y confían
también en la rosa de los vientos, las constelaciones del cielo estrellado y el pulso
de sus decisiones, para orientar su tránsito por sobre las aguas y la tierra y entre los
hombres.
Como quiera que sea, creemos que en esas últimas frases de Foucault en que aludía
Dobles Póstumos / José Jara
201
40
MBM., [«Desde las altas montañas»].
Dobles Póstumos / José Jara
Hablar hoy de Nietzsche es hablar del «pensador póstumo» No porque esté muerto
—de eso ya 100 años, y todos se enteraron—, sino porque sus palabras resultaron
como semillas porfiadas, lentas. O —y esto es más bien ofensivo— porque los sa-
crosantos filósofos de cátedra demostraron su más refulgente taradez a la hora de
asumir los martillazos.
Con el empellón del mítico Martin, todos agarraron vuelo, incluso en Alemania y
contra la culposidad enferma derivada del período nazi. Surgieron, hacia los años
sesenta, dos corrientes fundamentales en la reinterpretación de Nietzsche, mismas
que siguen vigentes hasta ahora: una es de corte heideggeriano y la otra, venida de
203
1
[La entrevista tiene la siguiente bajada de título: «Nietzsche vuelve para quedarse. Hasta hace poco
degradado e incluso demonizado, se alza ahora como un grande e imperativo faro. ¿Su mensaje?
Pues que se ha de comenzar de nuevo, sin razón pura, sin Dios, en total desamparo].
2
[La entrevista entrega los siguientes datos biográficos: «José Jara vive en Santiago pero hace clases en
la Universidad de Valparaíso. Porteño, ex alumno del Liceo Eduardo de la Barra y de la Universidad
de Chile, fue exonerado en 1976, "sin siquiera hablar de Marx". Estuvo 15 años en Venezuela,
trabajando en las universidades Simón Bolívar y Central. Volvió a principios de los 90. Entre sus
publicaciones se cuentan variados textos sobre Nietzsche. Es master of arts y doctor, títulos que
logró en la Universidad de Texas, EE.UU., y en la de München, Alemania].
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Hay también un factor técnico y más o menos de última hora que contribuye a
explicar la actualidad de Nietzsche: todos los textos póstumos se están publicando,
debidamente exorcizados de las pasiones de Elizabeth Föster Nietzsche, la hermana
plenamente nazi y algo obtusa, que editó a su amaño el libro conocido como La
voluntad de poder.
José Jara enfatiza la importancia actual del pensador germano apuntando que su
obra define un punto crucial en el desarrollo milenario de la cultura de Occidente.
«Con Nietzsche un tema central es la historia, que concibe como el proceso median-
te el cual los hombres, a lo largo de milenios, millones de años, han llegado a ser esta
Dobles Póstumos / José Jara
figura humana que hoy somos, en cuanto herederos, muchas veces inconscientes, de
tradiciones, costumbres y hábitos. Y tales creencias se han hecho cuerpo en noso-
tros. La razón metafísica creía que ella, por sí sola, pensando, podía determinar qué
es el bien, qué es la justicia, qué es la belleza. Nietzsche va a decir no: los valores y las
ideas, como todo lo que es, ha llegado a ser, tiene historia. La filosofía ya no puede
decir más que existe una verdad absoluta, un bien absoluto, universal y necesario o
una justicia absoluta, universal o necesaria de acuerdo a los criterios de la razón. Eso
significa que hay que repensar todo estilo de hacer ejercicio del pensar».
—¿Para qué todo eso? ¿Qué tanto importa el ejercicio del pensar?
«¿Qué haríamos sin él? En cualquier relación cotidiana… uno saca un cigarrillo.
¿Por qué fumar, si el tabaco hace mal para la salud?».
«¿Para qué la vida? ¿Por qué la muerte? Hay demasiadas preguntas que el hombre
siempre se ha hecho».
—¿Y de verdad cree usted que pensando se puede arrojar luz sobre ellas?
205
que responder, que tiene que buscar el origen, el de dónde provienen estas tantas
preguntas, estos enigmas que pueblan la vida».
—¿Qué cosas ha logrado comprender usted con todo este ejercicio de pensar, de filosofar?
en Nietzsche. Dice que una vez que se ha comprendido por qué los hombres han
necesitado creer en Dios, se hace innecesario ya dar una prueba ontológica de la
existencia de Dios. El problema no es demostrar la existencia, es un problema de
creencia que remite a los sentimientos en los que se apoyan los hombres para re-
lacionarse unos con otros y con las cosas del mundo y buscar responder. Cometer
menos errores quiere decir situar los problemas en niveles de análisis cada vez más
adecuados para comprender qué son. Con la medicina de hoy, con la física de hoy,
cometemos menos errores: sabemos que no es sólo la gravitación universal, está
también la relatividad».
—¿Y no le parece que en última instancia, simplificando, vamos sabiendo que es imposi-
ble saber, cosa con la que, entre paréntesis, volvemos a coincidir con los primeros griegos?
«Nietzsche nos indica cómo pensar ahora, cuando sabemos que ya no hay respues-
tas absolutas, universales y necesarias a los problemas que los hombres han tenido
durante siglos. Lo posible hoy es la interpretación, y una interpretación acotada
históricamente. Nietzsche pensó que hasta su tiempo todos los hombres habían vi-
vido de acuerdo a ciertos valores, pero sin preguntarse por el valor de los valores, en
qué circunstancias surgieron, desde qué condiciones, en vista de qué necesidades,
apremios, urgencias. Sobre la base de su crítica a la metafísica y al sujeto, Nietzsche
señala que hay que asumir la historia y el hecho de que los pensamientos son inse-
parables de afectos, de sentimientos, de pasiones. Los conceptos y las ideas no son
un asunto sólo de la razón».
Voluntad de poder, esa es la palabra que él usa, y eso no significa en definitiva otra
cosa que voluntad de crear desde esta condición finita, asumiendo el hecho de que
por bellas y magnificas que sean nuestras respuestas, moriremos, pero no porque
vayamos a morir quedamos exentos de plantearnos la pregunta ¿para qué vivir, por
qué vivir, como hacemos que nuestra vida tenga sentido, que sea bella, sea justa,
sea buena? Tenemos también que asumir el riesgo de que nuestras respuestas sean
válidas sólo para nosotros y no para mañana. No podemos quitarles por adelantado
la vida a los hombres del futuro, ellos tendrán sus problemas, que ellos tendrán que
responder para hacer que esas vidas sean suyas y no depositarlas en una instancia
divina o metafísica, en todo caso trascendental».
—¿Cree usted factible realizar hoy esa transvaloración, dado el esquema social que tene-
mos, que destaca por sus mecanismos de control?
—De acuerdo. A lo que voy es al ámbito en que puede actuar consecuentemente alguien
que adscribe a la moral nietzscheana y a la voluntad de poder. Deduzco que terminaría
preso harto luego.
«Es posible. Pero la experiencia que se genera en los hombres cuando se enfrentan
a cualquier tipo de injusticia, dominación, sojuzgamiento, aun cuando terminen
muertos, es una experiencia que se transmite».
207
«No, ninguna. Ninguna. Sólo una confianza en lo que los hombres sean capaces de
hacer y no tomarles la palabra para decir lo que yo quiera decir. La palabra es de
cada quien. Y en Nietzsche está eso: no puedes hacerle al otro su vida. En algunos
casos será exitoso».
«Alguien gana y alguien pierde, alguien manda y alguien obedece. Mandar es más
difícil que obedecer, dice Nietzsche. Porque cuando uno manda tiene que ser juez,
legislador y expiador de su propia palabra».
—¿Y quién se atreve hoy a mandar? Digamos que nadie parece dispuesto a asumir el
discurso nietzscheano simplemente porque pesa mucho.
«O vives de rodilla o parado en tus dos pies. Será difícil, pero jamás de rodillas, fren-
te a otros. No es fácil pensar de acuerdo a Nietzsche: implica una moral más dura
que la moral cristiana. No por nada Nietzsche es tan crítico con ella, porque es una
moral, en último término, que te conduce a poner tu vida en manos de Dios antes
que en las tuyas propias, a renunciar al cuerpo para salvar el alma. Nietzsche dice
no, con tus manos has de forjar, tallar, modelar tu vida, y ella será lo que tú hayas
sido capaz de tallar. Y tu cuerpo —una pluralidad de sentimientos, afectos, pasio-
nes, palabras, conceptos e ideas indisociables, unas de otras— te dice qué puedes
querer y hasta dónde podrías llegar».
208
Dobles Póstumos / José Jara
209
poner-separar-uno-con-otro, es decir, un enfrentamiento en donde se enfrentan dos
pensamientos: «lo pensado por Nietzsche» y lo que para él es «digno de ser pensa-
do».3 De este modo puede concluir Heidegger allí que su encuentro y enfrentamien-
1
M. Heidegger, Nietzsche. I. Zwei Bände, Verlag Günther Neske, Pfullingen, 1961. p. 79. (En lo
sucesivo, citado como N., número del tomo y de página).
2
M. Heidegger, Gesamtausgabe. II. Abteilung: Vorlesungen 1919-1944. Band 50, Frankfurt am Main:
Vittorio Klostermann, 1990. p. 98. (En lo sucesivo GA.).
3
N., I, p. 84.
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l
Debe quedar claro, sin embargo, que esta liberación del antagonismo se produce a
partir de lo que para Heidegger es «lo mismo», lo «digno de ser pensado», es decir,
asumiendo de manera esencial aquella pregunta que una y otra vez él plantea y
reformula de distintas maneras desde los comienzos de su obra pensante y hasta el
final de ella: la pregunta por el ser. Esta es la pregunta que ha de ser recuperada des-
de el olvido en que ha caído, hasta que se acceda a aquel camino que permita salir
del extravío y de la inautenticidad que se patentiza en la «omisión de la ausencia»
del ser, aquélla que finalmente se consuma en el nihilismo, en tanto a partir de la
«mera y ruidosa afirmación de los entes como tales no [se] admite nada y tampoco
[se] puede admitir lo que podría concernir al ser mismo».5
4
N., I, p. 87.
5
N., II, pp. 360-361.
Dobles Póstumos / José Jara
6
N., I, p. 76.
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l
despliegue de aquella doctrina de Descartes, según la cual toda verdad queda fun-
dada retroactivamente en la autocerteza del sujeto humano».7 En la interpretación
de Heidegger esto significa que la autocerteza del yo se funda y se despliega en el
ámbito de la representación, en la que al iniciarse metódicamente todo cogitare me-
diante el dubitare de un yo, en esta duda queda incluido como referencia ineludible
todo lo otro fuera del yo. De este modo, al re-presentarse lo otro que está ante él, a
la vez, el yo se pone a sí mismo en ese re-presentar de manera que, «en tanto [el yo
es] un representante, en cada caso “pone” a lo re-presentado, le exige dar cuentas, es
decir, lo retiene y lo afianza para sí, lo trae a posesión, lo asegura. ¿Para qué? Para el
ulterior re-presentar, que en todas partes es querido como un poner-sobre-seguro y
que se dirige a determinar lo ente como lo asegurado».8
212 la esencia de la voluntad, acaba rápidamente concluyendo algo que le parece que basta
para establecer la esencial conexión metafísica de Nietzsche con Descartes: «La volun-
tad de poder es, así, voluntad de voluntad, es decir, querer es: quererse a sí misma».11
7
N., II, p. 129.
8
N., II, pp. 152-153.
9
N., II, p. 147.
10
N., II, p. 382.
11
N., I, p. 46.
Dobles Póstumos / José Jara
Pero agreguemos aún algo más a esta réplica de Heidegger a Nietzsche. Puesto que
para aquél, mediante la voluntad de poder nombrar «al ser de los entes en cuanto
tales, la essentia de los entes»12, con ella y una vez alcanzada esa cima de la sujetidad
también por parte de la filosofía de Nietzsche, lo que en ésta se habría logrado es
que «el hombre se asegura como el ente que es acorde al ente en cuanto tal, en tanto
que él se quiere a sí mismo como el sujeto que es yo y nosotros, se representa a sí
mismo y así se coloca a sí mismo ante-sí».13 De este modo, además de consumar
Nietzsche la metafísica moderna y precisamente en tanto lo hace de acuerdo a esta
lectura de Heidegger, se ha perdido, se ha olvidado una vez más lo que para éste es
lo digno de ser preguntado, el ser. Y, por tanto, se debería aceptar que la consecuen-
cia del nihilismo no es sólo aquello que Nietzsche entiende por tal, sino más bien,
según Heidegger, «el esenciar del nihilismo es el ausentarse del ser como tal».14 Un
ausentarse que no deriva sólo de esta máxima intervención de la voluntad de poder,
sino también de su indisoluble conexión con ese otro tema central del pensamiento
de Nietzsche que es el eterno retorno, al cual Heidegger interpreta como el nombre
con el que Nietzsche enuncia al ente en totalidad, la existentia de los entes. Pues,
Heidegger, al pensar conjuntamente ambas palabras de Nietzsche, afirma:
El ente que en cuanto tal tiene el carácter fundamental de la voluntad de
poder, sólo puede ser en totalidad eterno retorno de lo mismo. Y a la inversa:
lo ente que en totalidad es eterno retorno de lo mismo, tiene que tener, como
ente, el carácter fundamental de la voluntad de poder.15
Es en medio del juego de relaciones que se produce entre esos dos grandes temas
nietzscheanos, en donde para Heidegger se perfila el verdadero entramado y las
213
consecuencias del nihilismo que pondrían de manifiesto, precisamente, su esencial
olvido de lo digno de ser pensado, elemento metafísicamente desestabilizador del
12
N., II, p. 260.
13
N., II, p. 382.
14
N., II, p. 383.
15
N., II, p. 284.
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
pensar, al cual deja en la precaria condición de tener que realizar su tarea más propia
sólo sobre el trasfondo de aquel «ausentarse del ser como tal».
16
N., II, p. 186.
17
N., II, p. 186.
Dobles Póstumos / José Jara
Está claro para Heidegger, sin embargo, que los múltiples y variados desarrollos
hechos por Nietzsche en torno al tema del cuerpo, sólo pueden poner de manifiesto
cuán lejos se encontraba Nietzsche, en ocasiones, de llegar a pensar realmente sus
más propios pensamientos. Así es como, cuando se encuentra con distintas referen-
cias de Nietzsche al cuerpo, las resuelve prontamente en tanto las sitúa como una
de las alternativas metafísicas según las cuales tradicionalmente se ha interpretado la
esencia del hombre: como animal rationale o como animalitas, en la que se incluye
a la vez la animalidad y la corporalidad, o bien como un equilibrio soportable entre
ambas.19 Pareciera que cuando esta alternativa de interpretación aún le parece a él
mismo como un tanto débil frente al peso de los correspondientes desarrollos de
Nietzsche sobre el cuerpo, muestra su disposición a situar al cuerpo incluso en una
posición que lo haga, así sea paradójicamente, de algún modo asociable o identifi-
cable con la subjetividad moderna. Así es como señala que, si se toma en cuenta el
hecho de que «el suceso de esta historia [de la metafísica] fue, en último término, la
transformación de lo entitativo en la subjetividad», uno, es decir, él, podría sentirse
inclinado a preguntar si una de las alternativas para dar cuenta de esa transforma-
215
ción no residiría acaso en que «el esbozo de lo entitativo como voluntad de poder es
el fundamento de la posibilidad para el dominio de la incondicionada subjetividad
18
N., II, p. 170.
19
N., II, pp. 193-194.
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l
del “cuerpo”, sólo mediante la cual se llegará a poner en lo libre la peculiar efectivi-
dad de la realidad».20 Sin duda que esta posibilidad será rechazada por Heidegger,
pues él podrá asignar a la voluntad de poder la condición de ser en Nietzsche la
palabra con que se nombra el ser de los entes en cuanto tales, pero la voluntad de
poder no podrá arrogarse jamás el lugar del ser, puesto que, a la inversa, es «el ser [el
que] esencia a través de sí mismo como voluntad de poder». En cualquier caso, este
haber llegado a asociar el cuerpo con la subjetividad parece ser la posición extrema
que está dispuesto a concederle Heidegger a Nietzsche a propósito de este tema, a
pesar de que esto no sea obstáculo para que, ya en páginas anteriores, haya dicho
lo que realmente piensa a este respecto sobre Nietzsche y sobre lo que él considera
como su inquebrantable relación con Descartes:
Que Nietzsche ponga el cuerpo en el lugar del alma y de la conciencia, no
cambia nada en la posición metafísica fundamental establecida por Descar-
tes. Mediante Nietzsche, ella sólo se volverá más grosera y llevada al límite o
incluso puesta en el recinto de la incondicionada falta de sentido.21
II
El eco de las palabras de esta última cita puede llevarnos a pensar que la réplica de
Heidegger a Nietzsche parece haberse convertido en algo más que eso, más bien en
un desafuero de su pensar. Por lo menos en un desafuero del tema central mediante
el cual éste piensa la voluntad, el cuerpo, con lo cual quedan sacados también fuera
de su centro articulador aquellas otras dos nociones fundamentales de la voluntad
216 de poder y el eterno retorno, con las que Nietzsche procura pensar, más allá de la
tradición y por fuera de ella, el fenómeno de la vida con que él asocia a ambas, para
así pensar también, por esa vía, al hombre. Sin embargo, que Nietzsche, para re-
pensar la noción de voluntad tenga que recurrir al tema del cuerpo, situando a una
20
N., II, p. 239 (las cursivas son nuestras).
21
N., II, p. 187.
Dobles Póstumos / José Jara
A pesar del juicio expresado por Heidegger sobre Nietzsche, en lo que sigue qui-
siéramos adentrarnos mínimamente en un camino seguramente aberrante para ese
juicio, puesto que intentar esbozar el contexto en el cual el cuerpo adquiere una
posición central para el pensar de Nietzsche, supone arriesgarse a andar errante y
extraviarse en «la incondicionada falta de sentido». Pero sin duda coinciden ambos
pensadores en el riesgo que significa pensar, aunque cada uno le otorgue a ese riesgo
un sentido distinto.
Que Nietzsche no titubea en asumir tal riesgo, queda clara y taxativamente expre-
sado en el siguiente texto de su Así habló Zaratustra:
El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una
guerra y una paz, un rebaño y un pastor.
Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la
que llamas «espíritu», un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu
gran razón.
Dices «yo» y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa más grande aún,
en la que tú no quieres creer, tu cuerpo y su gran razón: esa no dice yo, pero
hace yo.22 217
Destaquemos entre estas palabras sólo aquellas que para la ocasión nos parecen más
relevantes. Y hagámoslo con la concisión que esta oportunidad obliga. Su afirma-
ción de que el cuerpo es una gran razón, no elimina, aunque sí lo subordina, aquello
22
Z., «De los despreciadores del cuerpo».
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l
Además, esa subordinación del espíritu al cuerpo resulta ser aún más peculiar, en
tanto que, para que el cuerpo pueda habérselas con su pluralidad, le es menester
disponer de ese espíritu como un «instrumento» para modelar y trabajar esa plu-
ralidad, pero también como un «juguete» para recrearse y jugar en ella y con ella,
asignándoles a ambos la misma condición de ser «pequeños», así como pequeña es
la razón en la que el espíritu queda convertido dentro de la economía de más amplia
218 pluralidad que es esa gran razón. Pero no sólo el espíritu, en su sentido tradicional
más amplio, y toda la tradición filosófica que se reconoce en él, han de sentirse
incómodos en esta situación que Nietzsche les asigna. También ha de estarlo ese
moderno ejecutor de los pensamientos del espíritu, el «yo», que incluso no quiere
creer en esa gran razón, especialmente tal vez porque ella parece despojarlo de esa
posesión que a él ha solido atribuírsele como condición exclusiva e identificadora,
y en donde parecía radicar su orgullo: la palabra, el habla, el lenguaje mismo con el
Dobles Póstumos / José Jara
que dice «yo», para quedar expuesto a lo que esa pluralidad del cuerpo haga con él.
Y pareciera que Nietzsche, no satisfecho aún con este ya inmenso proceso de expro-
piación de las tradicionales propiedades del espíritu y del yo y, por tanto, de lo ya
consolidado en una tradición de muchos siglos, agrega otra más, en la que podría
mostrarse otro signo de su irracionalidad, como característica derogatoria con que
se ha solido calificar su proceder y pensar. En dos líneas inmediatamente anterio-
res a la cita entregada, extiende aún más el ámbito de lo que se ha denominado la
radicalidad de su crítica al pensar y a la cultura de Occidente: «Pero el despierto, el
sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa: y alma es sólo una
palabra para designar algo en el cuerpo».23
Llegados a este punto, tal vez sea preciso poner límites en nuestra exposición a este
amplio trazado de expropiaciones ejecutadas por Nietzsche en nombre de la gran
razón del cuerpo, y hacerlo para preguntar primero por aquello con que él positiva-
mente la circunscribe: «una pluralidad». Cabría dejar para otra ocasión el intento de
delimitar quién es aquel «despierto y sapiente» que dice, que enuncia esas propieda-
des del cuerpo. ¿De qué está compuesta esa pluralidad? ¿Cómo se manifiesta, cómo
actúa para disponer de ese único sentido del que, sin embargo, la pluralidad está
dotada? ¿En dónde sucede esa manifestación y acción, que la dirige u orienta, para
ir hacia dónde, con qué propósito? Sabemos, al menos hasta ahora, que el espíritu
es un instrumento con el que el cuerpo maneja esa pluralidad, para por lo pronto
hacer algo supuestamente inocente con ella: jugar. Pero ¿con qué reglas se juega allí
y con cuáles se manipula ese instrumento? ¿De dónde saca Nietzsche los elementos
y las referencias que permitan orientarse en esa pluralidad del cuerpo?
219
Y es importante dejar planteado al menos un inicio de respuesta a estas preguntas,
pues al hacerlo, se podría mostrar que la «singularidad» del pensar de Nietzsche se
sitúa en un tipo de relación distinta con la tradición filosófica occidental a la que
Heidegger le asigna. Pues para éste, son dos preguntas, la pregunta conductora ¿qué
23
Ídem.
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es el ente? y la pregunta fundamental ¿qué es el ser?, las únicas que, aun cuando
«preguntan por encima y más allá de Nietzsche», sin embargo, «garantizan que
traigamos su pensamiento hacia lo libre y lo hagamos fecundo».24 Se puede prever
ya de dónde obtiene Heidegger el apoyo para esa prueba de fuerza interpretativa
suya que procura hacer fecundo el pensar de Nietzsche llevándolo, según él, hasta lo
impensado por éste y que, sin embargo, sería lo «digno de ser pensado»25 Eso «libre»
hacia lo cual Heidegger quiere llevar el pensamiento de Nietzsche se encuentra en el
ámbito del ser, pues «el ser esencia en tanto que él —la libertad de lo libre— libera
a todo ente hacia sí mismo y al pensar hacia lo que queda por pensar».26
Como parece que no puede menos que suceder a propósito del pensar de Nietzsche,
el punto de partida para procurar delimitar y responder a las preguntas formuladas
más arriba, y de acuerdo a algo de lo ya dicho por él en el texto citado anteriormen-
te, sólo podrá encontrarse inicialmente en nada distinto a otra palabra: la voluntad.
Pero es preciso tener claro que no se trata aún aquí de la voluntad de poder —que
ha sido tan traída y llevada por tantas interpretaciones sobre Nietzsche, y no exclu-
sivamente por la de Heidegger—, sino sólo de la simple palabra voluntad. Se trata
de un texto de Más allá del bien y del mal, usado también por Heidegger, y que
transcribimos abreviadamente:
A mí la volición me parece ante todo algo complicado, algo que solo como
palabra forma una unidad, —y justo en la unidad verbal se esconde el prejui-
cio popular que se ha adueñado de la siempre exigua cautela de los filósofos
(...): en toda volición hay, en primer término, una pluralidad de sentimien-
220 tos, a saber, el sentimiento del estado de que nos alejamos, el sentimiento del
estado a que tendemos, el sentimiento de esos mismos «alejarse» y «tender», y,
además, un sentimiento muscular concomitante que, por una especie de há-
bito, entra en juego tan pronto como «realizamos una volición», aunque no
24
N., I, p. 81.
25
N., I, p. 84.
26
N., II, p. 398.
Dobles Póstumos / José Jara
Sólo como palabra logra reunir la voluntad esa compleja pluralidad de pensamien-
tos, de sentir, de pensar y de afectos, como el del mando, que puede llegar a dar
unidad efectiva a esa pluralidad. Y que cuando lo hace, lo realiza sobre la base de
esa rutina gramatical que emplea «al concepto sintético “yo”» como si fuese él quien
efectivamente logra la unidad de esa acción volitiva, alcanzando así una supuesta
«libertad de la voluntad», en la que se ha omitido y se desconoce, sin embargo, toda
esa compleja pluralidad de elementos que la configuran. A partir del texto citado,
se puede entrever que esa pluralidad tiene al cuerpo como escenario inmediato de
aparición, aunque lo allí apuntado requiera, sin duda, de una mayor ampliación.
Pero como ya lo había señalado Nietzsche y lo reitera aquí, no se puede esperar que
sea el «yo» quién realiza esa unidad, ¿quién la logra y cómo lo hace?
Al final de ese mismo parágrafo se encuentra una frase que puede permitirnos avan-
zar en la dirección buscada, frase que Heidegger deja fuera de toda consideración
en su lectura, y que además puede ser conectada con otra del mismo libro en don-
de explicita inmediatamente uno de sus términos mediante el mismo recurso que
apunta al cómo se logra esa unidad. Allí dice: «nuestro cuerpo, en efecto, no es más
que una estructura social de muchas almas»28, y luego: «Pero está abierto el camino
221
que lleva a nuevas formulaciones y refinamientos de la hipótesis alma: y conceptos
tales como “alma mortal” y “alma como pluralidad del sujeto” y “alma como estruc-
tura social de los instintos y afectos” desean tener, de ahora en adelante, derecho de
27
MBM., §19.
28
Ídem.
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Detenerse analítica e interpretativamente en esta otra vía abierta por Nietzsche para
acceder a la gran razón del cuerpo, significa alejarse tanto del ámbito teórico como
del práctico en el que se despliega la reflexión metafísica moderna sobre el yo, el
sujeto y sobre las coordenadas del tipo de racionalidad allí imperantes. Es decir,
significa también trasladarse a otro ámbito de reflexión que el privilegiado por Hei-
degger en su lectura e interpretación de Nietzsche.
222 Como preámbulo a un excurso que habremos de realizar a fin de intentar delimitar
una de las vías centrales mediante la que podamos conectar y, a la vez, explicitar la
manera en que Nietzsche procura entender cómo se articulan esa pluralidad de ins-
tintos y afectos, de almas en el cuerpo a través de una estructura social, recurramos
a otro texto en el que él nombra aún con otra palabra a los instintos y a la voluntad.
29
Ibíd., §12.
Dobles Póstumos / José Jara
223
30
GM., I, §13.
31
En los trabajos «Una transvaloración del hombre democrático», secciones IV, V y en «Los desafíos
de la política», secciones III, IV, V, contenidos en nuestro libro Nietzsche, un pensador póstumo. El
cuerpo como centro de gravedad, hemos desarrollado los temas aludidos en estos últimos párrafos,
especialmente lo referido a la voluntad en su relación con cuerpo, alma, estructura social, mando y
obediencia. A partir de ese complejo de relaciones se entrega una interpretación de la democracia y
la política, nos parece, significativamente distinta de la que suele afirmarse que sería la posición de
Nietzsche sobre estas cuestiones.
32
SW.KSA., 12. 2[127].
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Ante esa desorientación y enigma de tal x, por una parte, se reforzó en la vida cotidiana
e institucional de los hombres la vieja creencia en la existencia de un centro ordenador
y creador de la tierra, el universo y el hombre: el Dios del cristianismo, incluidos los
cismas, Reformas y Contrarreformas de la institución eclesiástica que sobre ese credo
se fundó. Pero, por otra parte, el impulso secularizador que traspasaba esa reflexión
del pensar renacentista que se acentuó a partir de los inicios de la modernidad, dio
también lugar a una propuesta estabilizadora, tranquilizante para el saber de la ciencia
que se desarrollaba a grandes pasos cuando, con Newton, se adquirió la certeza de que
el Universo sí posee un orden mediante el cual se regula la posición y la relación de los
cuerpos en el espacio: la ley de la gravitación universal entregó un nuevo centro a los
hombres. Pero este centro secularizado ya no tenía la solidez monolítica del antiguo
centro mítico-religioso. Cuando la gravitación universal permite pensar y hablar de
un centro de gravedad, se trata ahora de un centro que se puede determinar, en cada
caso, a partir de la condición especifica y de la posición de los cuerpos que entran en
relación unos con otros: son la masa y la relación inversa del cuadrado de la distancia
que media entre esos cuerpos lo que determina la posición, la atracción y el efecto que
entre ellos se produce. De manera que por obra de esa gravitación universal se llega a
224 saber que, cuando se busca establecer la regularidad de sus comportamientos naturales
en el espacio, todos esos cuerpos son interdependientes entre sí, se condicionan mu-
tuamente unos a los otros. Que, por consiguiente, se torna cada vez más insostenible
o imposible afirmar que esos cuerpos posean una naturaleza, sustancia o esencia que
en sí misma, desde sí y por sí misma, nos diga (o sea dicha) por el intelecto que los
piensa, lo que ellos plenamente son.
Nietzsche toma pie en este nuevo saber secularizado de la ciencia para recoger de allí
Dobles Póstumos / José Jara
una palabra: Schwergewicht, centro de gravedad. Con ella procura seguir pensado la
condición del hombre, abriéndose a los hallazgos y a la lógica o inercia propia del
saber de esa ciencia físico-matemática, —pero no sólo de ella, como podrá apreciarse
por el uso que él hace de lo producido en otras ciencias, en las que no es del caso ahora
detenerse—, y con la cual es posible seguir avanzando en la dirección de las aspas de
esa x, a que arrojara Copérnico al hombre desde su viejo y perdido centro. Nietzsche
es selectivo cuando emplea en su obra esta nueva expresión que evoca a la ciencia de
Newton, «centro de gravedad», y la usa sólo en relación a unos pocos temas centrales
de su propuesta filosófica: para calificar el efecto producido por el cristianismo sobre
la cultura occidental; para denominar al cuerpo; para calificar la condición en que
queda la vida cuando se la contrapone a la nada y para designar el pensamiento del
eterno retorno. Así es como, cuando él reflexiona sobre las formas que adopta y los
efectos producidos por la contracorriente a ese pensamiento secularizado, pero que es
a la vez un pensamiento y una doctrina que corre paralelo a éste y que ha envuelto a
esa vida de los hombres desde antiguo, desde aquel comienzo de los siglos que a través
de la figura de Dios y Cristo les garantizaba la existencia de un centro que era a la vez,
uno, eterno y la verdad, recurre Nietzsche a esta expresión para calibrar el efecto pro-
ducido por el cristianismo sobre la valoración del hombre y de la tierra en que habita:
Llega el tiempo en que tendremos que pagar por haber sido cristianos —du-
rante dos milenios: perdemos el centro de gravedad que nos permite vivir—,
durante un largo tiempo no sabemos desde dónde, hacia dónde. Nos arro-
jamos precipitadamente hacia valoraciones contrapuestas con la misma masa
de energía con la que hemos sido cristianos, con la que nosotros, la insensata
exageración del cristiano (...) 225
c) Se intenta incluso retener el «más allá», aunque no sea más que mediante
una antilógica x: pero de inmediato se la viste de tal modo, que se pueda dedu-
cir desde allí una especie de consuelo metafísico de viejo estilo.33
33
SW.KSA., 13. 11[148]. Los puntos suspensivos con que concluye el primer párrafo de esta cita
expresan una de las formas de la condición fragmentaria de este texto, al quedar inconclusa la
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Aquí nos encontramos con una caracterización general del cristianismo como lo que
le ha hecho perder al hombre su centro de gravedad, de manera que, con él, perdió
también toda orientación humana posible en el mundo. Sin embargo, esa desorien-
tación no habría logrado despojarlo de lo más propio de su condición humana, de
la energía, de las fuerzas con las cuales poder hacer una vez más el intento de acceder
a sí mismo, pero de manera que no tenga que vestirse nuevamente con un ropaje
metafísico, como ya lo ha hecho, que encubra al hábito religioso del que proceden
esos otros ropajes teóricos. En un texto de Ecce homo especificará con mayor detalle
el lugar en que se asienta en el hombre la pérdida de ese centro de gravedad. Allí
señala Nietzsche qué es lo que sitúa su pensamiento a la mayor distancia posible del
cristianismo, en tanto ha descubierto la condición corruptora de la moral cristiana,
puesto que en ella se expresa «la forma más maligna de la voluntad de mentira» en
la medida en que lo antinatural recibe allí los máximos honores de la moral:
Que se aprendiese a despreciar los instintos primerísimos de la vida; que se
fingiese mentirosamente un «alma», un «espíritu», para arruinar el cuerpo;
que se aprendiese a ver una cosa impura en el presupuesto de la vida, en la
sexualidad; (...) que, por el contrario, se viese el valor superior, ¡que digo! el
valor en sí, en los signos típicos de la decadencia y de la contradicción a los
instintos, en lo «desinteresado», en la pérdida del centro de gravedad (...)34
Al quedar arruinado el cuerpo por esa moral, que así le enseña a perder su centro
de gravedad más propio, el hombre queda desprovisto de la posibilidad de situarse
en ese cruce de caminos, en la encrucijada de esa x, de ese enigmático escenario que
226 es su cuerpo en el que convergen y del que se irradian las fuerzas, los sentimientos,
afectos, instintos, conceptos e ideas que lo cruzan. Todos ellos provienen desde lo
más profundo y diverso de los elementos, hechos y situaciones de su historia perso-
nal, pero también desde todo lo que en esas mismas fuerzas ha quedado adherido
redacción de este párrafo. Ese fragmento continúa, sin embargo, en otros párrafos, de entre los que
seleccionamos su parte c).
34
EH., «Por qué soy un destino», §7.
Dobles Póstumos / José Jara
Pero digamos algo más acerca de ese centro de gravedad, en tanto su pérdida pre-
para la llegada de ese huésped inhospitalario y terrible que es el nihilismo. Efecti-
vamente, esa ruina y desprecio del cuerpo, esa renuncia a sí mismo que le enseñó la
moral cristiana a aplicar a su vida, en tanto el concepto «Dios» fue «inventado como
concepto antitético de la vida», sólo puede tener como consecuencia que «al perder
el miedo al hombre hemos perdido también el amor a él, el respeto a él, la esperanza
en él, más aún, la voluntad de él. Actualmente la versión del hombre cansa —¿qué
35
CJ., §7.
36
GA., p. 98.
37
GM., I, §12.
Dobles Póstumos / José Jara
Ya indicamos antes que con esta expresión, «centro de gravedad», Nietzsche deno-
minaba otro tema central de su pensamiento, y que ahora es preciso conectar con
lo que hemos dicho acerca de él en relación con la gran razón del cuerpo, a que
nos hemos venido refiriendo. En el §341 de La ciencia jovial expone Nietzsche por
primera vez su pensamiento del eterno retorno y a ese parágrafo le pone como título
El mayor centro de gravedad. Allí el eterno retorno es el nombre para denominar la
constitutiva finitud de la vida, de la existencia humana. Es una finitud de la vida
que presenta, además, por lo menos un doble ámbito de manifestación. Por lo pron-
to, es este fenómeno peculiar de la vida el que nos ha llevado a considerar y a con-
vertir a la tierra en el único planeta hasta ahora conocido de entre las innumerables
estrellas y sistemas solares del universo, que es humanamente habitable y que por
eso en ella se hace historia, una cuyo sentido más propio entiende Nietzsche que es
precisamente el de la historia del hombre —a pesar de que éste, en «el minuto más
arrogante y más solapado» de su existencia y en lo que no es más que «algún rincón
apartado del universo titilante»39, haya pretendido que hacía «historia universal»—.
Y es en ese rincón apartado, finito, que es la tierra, en donde la vida se singulari-
za, en cada caso, a través del cuerpo de los hombres, que con su propio paso los
arraiga a la tierra, los asienta en ella. Pero es también ese cuerpo el que se convierte
para ellos en el escenario o en la sede inmediata, incanjeable y privilegiada en que
transcurren todos los hechos, experiencias, situaciones que pueblan o despueblan
su existencia, que fecundan o convierten en un desierto su relación consigo mismos
o con los otros hombres, y a su vez en aquel ámbito más ancho y ajeno que es la
229
sociedad, a la que, por lo demás, suele también llamársela como un cuerpo social.
38
AC., §43.
39
F. Nietzsche, «Acerca de la verdad y la mentira en sentido extramoral», en Revista Venezolana de
Filosofía, Nº 24, Caracas, 1988, pp. 57-74. [De manera póstuma, se ha editado esta traducción en:
Friedrich Nietzsche, Verdad y mentira. Editorial UV, Universidad de Valparaíso, 2018, pp. 19-34].
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230 dice tu conciencia? “Debes llegar a ser el que eres”». En el otro, queda expresada en
la primera línea de un parágrafo que lleva como título: «Una cosa es necesaria. “Dar
estilo” al propio carácter —¡un arte grande y escaso!».40 Entendemos, y parece obvio
que así sea, que lo que aquí dice Nietzsche acerca de este arte peculiar, está referido
a esas dos tareas que se le plantean al hombre: llegar a ser el que se es y dar estilo al
40
CJ., §270.
Dobles Póstumos / José Jara
Todo cuanto está presente y resuena en ese centro de gravedad, es lo que también
convierte a la propuesta de Heidegger de entender la esencia de la voluntad en
232 Nietzsche como una «voluntad de voluntad» para la cual «querer es: quererse a sí
misma»43, en una interpretación que efectivamente puede conducir a lo que él,
Heidegger, considera como lo «digno de ser pensado», pues el ser sería «lo que
queda por pensar». Pero ciertamente esa no es una vía que conduzca a lo pensado
41
Ibíd., §290.
42
Ibíd., §341.
43
N., I, p. 46.
Dobles Póstumos / José Jara
por Nietzsche en su obra, ni menos aún que pueda fecundarla. El camino pensante
de Nietzsche no intenta recorrer la historia del ser, sino más bien procura recorrer
genealógicamente la historia del hombre y de las palabras con que se ha esforzado
por entenderse a sí mismo y poner así límites a su ignorancia.44 Es al recorrer esta
historia, plantea Nietzsche, que se puede encontrar, en todo caso, cómo es que el
ser, el concepto «ser» ha aparecido en ella como un derivado del largo proceso de
formación del concepto «yo».45
Pero volviendo al tema recién esbozado, si el eterno retomo y el cuerpo son nombra-
dos por Nietzsche en distintas ocasiones con el mismo nombre, con la misma expre-
sión «centro de gravedad», es porque en ambos, en uno de sus contextos de sentido,
se patentiza la finitud declarada y aceptada de la vida y del cuerpo. Pero ésta supone
a su vez asumir lo que en otros textos Nietzsche ha llamado el «carácter perspectivís-
tico de la existencia». No sólo la vida es la que ha retornado y retoma una y otra vez,
sino que también en cada existencia humana particular la vida retorna eternamente
a través de cada una de las perspectivas mediante las cuales los hombres intentan o
se deciden a tomarla al cuidado de sus propias manos y designios, cuando no tienen
otra alternativa más que, situados en la encrucijada de caminos y de fuerzas que
es su cuerpo, la de alejarse de aquella «ridícula inmodestia de decretar, a partir de
nuestro rincón, que sólo desde este rincón se permite tener perspectivas. El mundo
se nos ha vuelto más bien «infinito» una vez más, en la medida en que no podemos
rechazar la posibilidad de que él incluye dentro de sí infinitas interpretaciones».46
El eterno retorno, además de ser una condición general de la vida, es algo que tam-
bién acontece a través de todos los ámbitos y momentos en que se hacen concretas 233
las pequeñas o grandes vidas de los hombres que cotidianamente pueblan la tierra,
44
«Nosotros colocamos una palabra allí donde comienza nuestra ignorancia, donde no podemos ver
más lejos, por ejemplo, la palabra “yo”, la palabra “hacer”, la palabra “sufrir”: —éstas son tal vez
líneas de horizonte para nuestro conocimiento, pero no son “verdades”». SW.KSA., 12, 5[3].
45
Cr., «La “razón” en la filosofía», §5.
46
CJ., §374.
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y en ellas sucede mediante esta infinitud de las interpretaciones que les impone a los
hombres la condición perspectivística de su existencia. Con esta propuesta, Nietzs-
che rompe, como no podrá menos que verse, con aquella voluntad de verdad del
discurso de la metafísica tradicional que aspira a pensar y detentar una verdad una
y universal, que ahora se quiebra en la pluralidad de verdades en que se articula la
vida. Dejemos sólo indicado que, sin duda, aquí se plantean otros problemas a los
que debería poder darse respuesta a partir del propio planteamiento de Nietzsche,
si éste no ha de carecer de consistencia teórica e histórica. Dejemos también sólo
indicado que, igualmente desde aquí, podría mostrarse uno de los lados por donde
toda la filosofía de Nietzsche pueda aparecer como incomprensible, pues incluso él
mismo, en un parágrafo poco anterior al recién citado, se llama a sí mismo como
«Nosotros los incomprensibles», y en donde adelanta algunas líneas de su pensar
que podrían conducir a extraviarse a algunos de sus lectores.47
Pero llegados a este punto, ahora podemos establecer una mínima conexión entre el
eterno retorno, el cuerpo y la vida con el tema de la voluntad de poder. La voluntad
podrá acceder a ser voluntad de poder cuando ella se convierta en una voluntad
creadora. Una dimensión decisiva en la que habrá de cumplirse su condición crea-
dora radica en la relación que el hombre tenga a través de ella con el tiempo y la
historia. Pues, de lo que la voluntad ha quedado prisionera en la tradición de la filo-
sofía occidental, ha sido del no poder querer hacia atrás, el haber quedado presa del
«fue». Y eso, precisamente porque en esa tradición, la voluntad y el hombre no han
podido enfrentarse con el pasado y con el tiempo más que rechinando los dientes
234 en una solitaria tribulación. La más importante consecuencia de este hecho estriba
en que la existencia misma del hombre se convirtió para él en un «castigo», lo cual
47
Para citar sólo unas pocas líneas, allí dice: «Crecemos como árboles —¡eso es difícil de entender,
como toda vida!; no en un lugar, sino en todas partes, no en una dirección sino tanto hacia arriba,
hacia fuera, como hacia adentro y hacia abajo; nuestra fuerza se ejerce a la vez en el tronco, las
ramas y las raíces, de ninguna manera nos queda ya la libertad de hacer solos cualquier cosa, de ser
aún algo singular (...)» CJ., §371.
Dobles Póstumos / José Jara
Aun cuando, para acceder al pleno sentido de esta propuesta de Nietzsche, habría
que precisar lo que significan esas tres palabras con que se califica el «fue»: fragmen-
to, enigma, azar, y el modo específico cómo a estos se los retoma en el presente y en
el futuro, estimamos que, teniendo presente lo ya expuesto, es mediante la interpre-
tación que se hace posible convertir a la voluntad en una voluntad de poder, en una
voluntad creadora. Muchos son los textos en los que Nietzsche describe y enuncia
esta transformación. Recojamos algunos de ellos:
La voluntad de poder interpreta (...) No se ha de preguntar: «¿quién interpre-
ta entonces?», sino que más bien el interpretar mismo, como una forma de
la voluntad de poder, existe, (pero no como un «ser», sino como un proceso,
un devenir), como un afecto (...) La interpretación misma es un síntoma de
determinados estados fisiológicos, así como un determinado nivel espiritual
de juicios dominantes. ¿Quién interpreta? — nuestros afectos.49
235
Es desde ese centro de gravedad del cuerpo configurado por la pluralidad de fuer-
zas que le son propias, pero en las que también trasparecen las fuerzas de los otros
48
Z., «De la redención».
49
SW.KSA., 12, 2[148]; 2[151]; 2[190].
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III
236
metafísica que, según Heidegger, fue consumada por aquél. Y esta imposibilidad se
mostraría, además, mediante el hecho de que «allí se trataría a la palabra metafísica
como a una magnitud fija y disponible, a pesar de que ese concepto tan evidente-
mente empleado y aplicado a Nietzsche como criterio, procede precisamente de
50
Eckardt Heftrich, Durchblicke. Martin Heidegger zum 80. Geburtstag, Frankfurt am Main: Vittorio
Klostermann, 1870, p. 332.
Dobles Póstumos / José Jara
51
Un juicio similar a éste sostiene Wolfgang Müller-Lauter, uno de los más competentes comenta-
ristas alemanes de la obra de Nietzsche, quien además junto a M. Montinari y H. Wenzel inició
la edición de los Nietzsche Studien. Internationales Jahrbuch für die Nietzsche-Forschung en 1972.
En su documentado ensayo «La esencia de la voluntad y el superhombre. Una contribución a
la interpretación de Nietzsche por Heidegger», publicado en los Nietzsche-Studien, Band 10-11,
1981-1982, pp. 132-177, afirma acerca del libro de Heidegger, Nietzsche: «Ahora bien, pero la
publicación de sus relaciones sobre Nietzsche en el año 1961 tuvo como consecuencia que, en
muchos lugares, se vio en ella a la auténtica exposición de Nietzsche, sin considerar la especificidad
de su estar encuadrada en la historia del ser. A menudo se ha hablado y se habla de la metafísica
de Nietzsche apelando a Heidegger, aún cuando no se acepte su comprensión de la metafísica o
tan siquiera se la discuta seriamente. A pesar del movimiento regresivo que tiene el significado de
Heidegger para la discusión de Nietzsche, considero necesario separar el filosofar de Nietzsche de
los “aditamentos” de Heidegger, cuyas pretensiones no pocas veces sólo se pueden sostener median-
te referencias incompletas de pasajes de Nietzsche en su interpretación de textos» (pp. 137-138).
Si bien podría decirse, por una parte, que los escritos de Heidegger sobre Nietzsche pueden haber
contribuido a posicionar la obra de éste en distintos medios académicos como teniendo un legí-
timo valor filosófico —valor que se solía rehusar con distintos énfasis y argumentos—, sin duda,
237
por otra parte, resume certeramente Müller-Lauter el efecto distorsionador o más benignamente
distractor (Müller-Lauter dice Rückläufigkeit: carácter retrogrado, movimiento regresivo), que tuvo
esa interpretación de Heidegger en todas las latitudes geográficas de la academia con respecto a un
acceso directo a la obra de Nietzsche, que no quedase tan fuertemente marcada en su lectura por el
peso teórico que llegó a alcanzar la filosofía de Heidegger. La actual bibliografía existente sobre esta
relación parece mostrar claramente —al menos a quienes aún mantienen un recelo filosófico ante
Nietzsche—, que los textos de Heidegger sobre Nietzsche son más importantes para comprender
algunos de los planteamientos y evolución del pensamiento de Heidegger, antes que las propuestas
contenidas en la filosofía de Nietzsche.
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Nosotros los generosos y ricos del espíritu, que nos encontramos en la calle
como fuentes abiertas y a nadie quisiéramos impedir que saque agua de no-
sotros, desgraciadamente no sabemos defendernos de lo que quisiéramos, no
podemos evitar de ninguna manera que se nos enturbie, que nos oscurezcan
(...). Pero haremos como siempre hemos hecho: también lo que se arroja en
nosotros lo llevaremos hasta nuestra profundidad —pues somos profundos,
no lo olvidamos— volveremos a ser nuevamente diáfanos (…).52
239
52
CJ., §378.
Dobles Póstumos / José Jara
Para bosquejar una ruta que permita adentrarse en el planteamiento de esas pregun-
tas, nos proponemos delimitar mínimamente algunos de los elementos que están 241
presentes en la reflexión y en la mirada dirigida por F. Nietzsche hacia las construc-
ciones arquitectónicas con las que algunos hombres identificaron el quehacer más
propio de sus personales vidas. Puede ser relevante hacer un recorrido por la obra de
este filósofo, en la medida en que el tema central de su pensamiento apuntó hacia
una crítica radical de la manera en que se había venido entendiendo lo que habría
sido la vida humana en el curso de la historia occidental, junto a todo cuanto en
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ella y con ella los hombres habían hecho. Su propósito fue el de introducir otros
criterios y coordenadas teóricas para comprender las condiciones de existencia de
esa vida, en tanto él entendía que, por obra de los tradicionales criterios con que
a ésta se la había pensado por parte de la metafísica, la moral y la religión, la vida
había sido debilitada y rodaba por la pendiente de la decadencia.
Nihilismo fue el nombre con que él designó a este fenómeno que ya acontecía en
su tiempo, pero que sobre todo habría de hacer su plena irrupción en los dos siglos
siguientes al suyo, es decir, en este siglo XX que ahora concluye y en el que está
próximo a iniciarse. Cualquiera sea el juicio que finalmente nos formemos acerca
de lo pensado por Nietzsche, sus palabras enunciadas hace algo más de cien años,
efectivamente las dirigió hacia nuestro tiempo, aguardando a que pudieran ser re-
cogidas de algún modo en él y así contribuir eventualmente a bosquejar otra forma
de hacer y recrear los hombres, los hechos y quehaceres de su existencia. Y en este
caso, tal vez pudieran tener algún grado de pertinencia actual a la hora de dar una
mirada desde su filosofía a la arquitectura y la ciudad.
Sin embargo, de inmediato cabría decir que son muy escasas las referencias directas
hechas por Nietzsche en su obra a estos dos temas. Dada la conexión de la arquitec-
tura con el arte, se constata que son mucho más numerosas sus reflexiones acerca de
otras formas del arte, y precisamente en la medida en que mediante ellas los hom-
bres procuraron, o bien despejar ese dato no entregado a ellos por las comunidades
en que habitaban, ese enigma a resolver, esa X que convierte en una ecuación a su
vida personal en algunos de sus momentos decisivos de ella, o bien en tanto a tra-
242 vés de esas formas artísticas se insertaban en y respondían a exigencias y realidades
de esas mismas comunidades. La música, el teatro, la poesía, la prosa literaria, la
retórica, la pintura, la danza, junto a las actitudes, sentimientos, propósitos y sig-
nificados que tuvieron tales actividades para los individuos que las hicieron suyas,
recibieron de él una preocupación teórica mucho más amplia que la arquitectura y
el arquitecto. A pesar de eso, las relaciones que establece entre éstos y aquéllas, son
especialmente significativas en varios casos que habremos de especificar, pero aún
Dobles Póstumos / José Jara
más cuando establece el nexo entre la arquitectura y esa otra antigua realidad huma-
na que subyace incluso a las formas primeras de manifestación del arte: la religión.
1
SW.KSA., 8. 23[167].
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religión. Así, la mayoría de edad de la arquitectura es, para Nietzsche, una realidad
indisociable del encuentro de ella con las experiencias humanas que la religión y el
arte dejan traslucir. ¿Cómo orientarse en ese cruce de por lo menos tres caminos que
hizo salir de la cuna a la arquitectura?
2
HdH., I, §2
Dobles Póstumos / José Jara
una contraprueba de que Dios exista».3 Con esta propuesta suya, la existencia de los
dioses queda despojada de una supuesta condición de eternidad, para convertirse
más bien en un hecho que sólo a partir de ciertos momentos comenzó a gravitar
como decisivo en las vidas de los hombres, y que lo hizo bajo el modo de un pecu-
liar sentimiento: el de la creencia en que habría o debería haber algo que tuviese una
condición distinta que la de la finitud y mortalidad humana, y que permaneciese
siempre siendo igual a sí mismo, poseyendo un tipo de existencia que estuviese más
allá o por encima que los desagradables o dolorosos cambios experimentados por
el hombre en su vida cotidiana. Eran también unos dioses o un dios al que se le
atribuía un poder capaz de determinar el curso de los fenómenos naturales, y que
se expresaba en la voluntad de ese dios para, en un caso dado, acoger los ruegos y
oraciones de los hombres para modificar dicho curso, o bien abstenerse de hacerlo,
de acuerdo a los humanamente inescrutables designios de esa voluntad divina.4
3
A., §95.
4
En distintos lugares de su obra Nietzsche reflexiona acerca de diversas situaciones y sentimientos
marcados por el espíritu de la vida religiosa. Entre otros, ver HdH., I. Tercera parte, La vida reli-
giosa. Especialmente §110, §111, §115, §130-§135, §140-143.
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por el cual pueden discurrir en una sola dirección y más apaciguadamente las espe-
ranzas, las vivencias y sentimientos que su difícil vida diaria. En este contexto es que
se pueden enunciar dos principios que, en el fondo, dicen lo mismo, pero expresa-
dos desde dos actitudes frente a lo divino y que, señala Nietzsche, habrían regido a
la construcción de las casas para los dioses: «La arquitectura: traer cerca a lo lejano
(iglesia de San Pedro) otro principio: la mayor aspiración posible hacia lo lejano».5
5
SW.KSA., 10. 7[13].
Dobles Póstumos / José Jara
Pero tratándose del hombre, que tiene a su espalda una historia de milenios y mi-
llones de años, su permanencia como un ser viviente en ella supone también una
capacidad para transformar y recrear de otro modo todo cuanto ha formado parte
de su existencia.6 Otro camino transitado por el hombre y que se cruza con el de la
religión, es el del arte, en el cual también la arquitectura ha dejado sus huellas. Y
nuevamente el punto de conexión entre ambas son aquellos sentimientos que han
ido poblando, enriqueciendo, haciendo cada vez más compleja, caleidoscópica, múl-
tiple y delicada en sus relaciones íntimas el alma de cada hombre, aquella desde la
6
Parece oportuno transcribir un fragmento en el que Nietzsche se refiere al proceso de cambios de
los sentimientos en el alma del hombre, suscitados por el culto de la religión en conjunto con las
construcciones arquitectónicas, y que pueden perdurar en esa alma: «Pervivencia del culto religioso
247
en el ánimo. La Iglesia católica, y antes que ella todo culto antiguo, dominaba toda gama de me-
dios por los que el hombre es transportado a disposiciones insólitas y arrancado al frío cálculo o
al puro pensamiento racional. Una iglesia estremecida por sones profundos, invocaciones sordas,
regulares, contenidas, de una cohorte de sacerdotes que involuntariamente transmite su tensión a
la comunidad y la hace escuchar casi angustiada, como si se preparase un milagro, el soplo de la
arquitectura que como morada de una deidad se extiende a lo indeterminado y en todos los espacios
sombríos hace temer el despertar de la misma: ¿quién querría retrotraer al hombre a semejantes
fenómenos, si ya no se cree en los presupuestos de los mismos? Pero los resultados de todo ello, sin
embargo, no se han perdido: el mundo interno de las disposiciones sublimes, conmovidas, llenas
de presentimientos, profundamente contritas, dichosamente esperanzadas, se lo ha hecho ingénito
al hombre primordialmente el culto; lo que de ello existe ahora en el alma fue cultivado en grande
cuando aquél germinaba, crecía y florecía». HdH., I, §130. (La itálica en el texto es nuestra).
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cual procura comunicarse tanto consigo mismo como con los otros seres humanos.
En dos fragmentos escritos por Nietzsche también en 1877 señala la manera como
interviene el arte en lo logrado por esa primera elaboración de los sentimientos
experimentados por los hombres frente a lo divino, cumplida bajo la tutela de la
religión. En uno de ellos dice: «El arte retoma los sentimientos que han sido enal-
tecidos mediante la religión».7 Y en el otro agrega: «El arte levanta su cabeza allí
donde las religiones se debilitan. Él se hace cargo de una cantidad de sentimientos
y estados de ánimo engendrados mediante la religión, los coloca en su corazón, y
se convierte él mismo en más profundo, lleno de alma, de manera que es capaz de
comunicar lo que antes no podía: elevación y exaltación».8 Hacerse cargo de aquel
progresivo modelar y refinar las experiencias vividas íntimamente por los hombres
en su relación con aquella realidad de algún modo otra y lejana de lo divino, que
habían crecido y florecido bajo el amparo de sentimientos religiosos. Retomar lo
que de éstos se hallaba entreverado dentro de los hombres con la vivencia de la
persistencia de lo eterno, para traducirlos y desplazarlos hacia el proceso de creación
de obras con las que comenzar a abrir otra vía de acceso hacia lo que ellos también
podían hacer en y con sus propias vidas, son actitudes mediante las que el arte
paulatinamente habría ido cambiando los acentos pronunciados por la modulación
religiosa de esos sentimientos. El arte transita igualmente por ese largo camino
mediante el cual se acorta la distancia con aquella lejanía de otrora, que atraía iner-
cialmente a los hombres y gravitaba sobre ellos, en la medida misma en que a eso
divino además se lo entendía como el origen del humano.
248 Pero si los hechos y acciones de los hombres no parecen caer sin más en un vacío
en el que ellos se diluyan y aniquilen, sino más bien, entremedio del juego y con-
flicto del olvido y la memoria, «la historia siempre habla nuevas verdades»9, como
7
SW.KSA., 8 24[1].
8
HdH., I, §150.
9
SW.KSA., 10. 16[78].
Dobles Póstumos / José Jara
10
A., §44. (Traducción nuestra).
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Y la condición mortal de esta otra alma es aquélla propuesta por él como confi-
gurada por toda la pluralidad de fuerzas y sentimientos que se perfilan y expresan
dentro de la única realidad humana en que pueden aparecer y ser sentidas como
tales, en el cuerpo de los hombres, y que además se articulan entre sí de acuerdo
a las exigencias y modalidades prevalecientes o en pugna dentro de una sociedad
dada. Las fórmulas usadas por Nietzsche para expresar este cambio de perspecti-
va interpretativa acerca de los datos y hechos más elementales constitutivos del
hombre son: «nuestro cuerpo, en efecto, no es más que una estructura social de
muchas almas», y luego, especificando uno de los términos de esa fórmula, propone
entender el «alma como estructura social de los instintos y afectos».12 Sobre la base
de estas dos fórmulas se podrá apreciar el trasfondo de realidades individuales y de
250 líneas de horizonte saturadas con elementos de sociabilidad que se hacen presentes
en el arte y los artistas cuando ellos, a través de «la intensidad y la multiplicidad
de los goces de la vida»13 que se transparentan en sus obras y en su propio proceso
11
Ibíd., p. 129.
12
MBM., §19 y §12.
13
HdH., I, §222. En este contexto creemos pertinente citar por lo menos parte del fragmento en
que aparece esta cita: «(…) para nuestra concepción el artista nunca puede darle a su imagen más
Dobles Póstumos / José Jara
Con este viraje introducido por Nietzsche para reinterpretar el proceso de forma-
ción del alma humana, que en esta ocasión nos pueda llevar desde esa cuna en que
se encontraba la arquitectura antes de construir casas para los dioses, hasta el mo-
mento actual en que esa ya no es la tarea constructiva más decisiva para ella, pode-
mos ahora abordar otros aspectos del problema que nos trazamos para esta ocasión.
En un fragmento del verano de 1880, Nietzsche establece un parentesco entre el
arte, la arquitectura y la retórica, en donde estas dos últimas quedan marcadas en
su relación con el primero mediante la manera en que logren recrear, transfigurar
la utilidad de que son deudoras, en un primer momento al menos. Pues al encon-
trarse ambas insertas desde la partida en una red de intereses y de necesidades, a la
vez, propias y de otros hombres, el propósito de ellas tiene como primera tarea res-
ponder con efectividad a lo que de ellas se espera: persuadir mediante un discurso,
hacer habitable una construcción. Ante la posibilidad que en cada caso tienen de
convertir sus discursos y construcciones en obras de arte, todo se juega en la apuesta
que hagan acerca del peso y presencia de la utilidad. «La retórica [es] un arte como
la arquitectura —la utilidad es la primera norma (y tan pronto ella actúa conscien-
temente como arte, supera el efecto de su utilidad o lo pone en cuestión. ¿O a la
inversa?). Allí no debemos pensar en la utilidad, sino ser conducidos inadvertida-
mente hacia el hecho de que nos será de utilidad».14 Borrar sin olvidar, seducir sin
prometer, parecieran ser las acciones que habrían de estar presentes en ese actuar
251
que validez para una época, pues el hombre en conjunto ha devenido y es mudable, y ni siquiera
el hombre singular es nada fijo y persistente. (…) ¿Qué posición le queda ahora todavía al arte
después de esta constatación? Ante todo, durante milenios ha enseñado a ver con interés y placer la
vida en todas sus formas y a llevar nuestro sentimiento tan lejos que finalmente exclamemos: “sea
como sea la vida, es buena”».
14
SW.KSA., 9 4[31].
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Este proceso recíproco de deslinde y permeabilidad entre el arte y el alma, que con-
duce a reafirmar en el hombre su condición de ser mortal, al punto que a través suyo
puede llegar a aprender a verse a sí mismo por entero sin temor y sin tener que biz-
quear hacia una dimensión divina, otra y distinta que él, queda reforzado mediante
lo que Nietzsche considera como el logro esencial del arte: «su perfeccionamiento-de-
la-existencia, su producción de la perfección y la plenitud; el arte es esencialmente
afirmación, bendición, divinización de la existencia».17 El recurso a que echa mano el
arte para decir sí, para llevar a su máxima posibilidad de manifestación y esplendor
a la pluralidad de elementos, de fuerzas y sentimientos que configuran la vida en su
15
HdH., I, §215.
16
SW.KSA., 8. 23[150] y 8. 23[138].
17
SW.KSA., 13. 14[47].
Dobles Póstumos / José Jara
18
SW.KSA., 13. 16[40].
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de existencia. Y si bien éstas nos abren hacia lo que hay en torno nuestro, a la vez
que eso bello puede confirmar y reforzar la percepción que tenemos de tales con-
diciones, el cambio experimentado por éstas en el curso de la historia multiplica y,
por ello, limita e introduce, por lo pronto, diferencias epocales en las modalidades
según las cuales el hombre se percibe a sí mismo y a cuanto de su entorno trans-
parece recortado sobre el horizonte de la sociedad y naturaleza en que habita. La
persistencia con que el hombre habría llenado de belleza el mundo, procedería de
este giro con el cual Nietzsche procura pensar al hombre por sobre las inercias del
sentimiento religioso, pero también más acá del sentimiento metafísico que apa-
recerá más tarde, que lo habrían alejado interpretativamente de los elementos que
configuran esas realidades incanjeables suyas, como son su cuerpo y su alma.
254 también, y en cuanto filósofo, desde la perspectiva teórica de interpretación del ser
humano de acuerdo a los rasgos que como un tipo de lo viviente se expresan en él.
Por eso lo hace a partir de aquellos elementos y condiciones de existencia que per-
mitirían reconocer y pensar lo que le es propio y sin lo cual su vida quedaría vacía:
19
A., §48: «“Conócete a ti mismo” es toda la ciencia. Sólo al final del conocimiento de todas las cosas
el hombre se habrá conocido a sí mismo. Pues las cosas sólo son los límites del hombre».
Dobles Póstumos / José Jara
las fuerzas que modelan y expresan lo que experimenta en su cuerpo y alma. Sin ol-
vidar, sin embargo, que esas fuerzas de que él dispone, ha de apropiárselas, hacerlas
efectivamente suyas. Una de las formas concretas a través de las que puede lograrlo
y de hecho lo habría alcanzado, es precisamente colmando el mundo «siempre sólo
con su propia “belleza”», con aquella modificación, recreación de las cosas que em-
prende desde sí mismo, a la vez que con esa transfiguración de sus propias fuerzas
«que le recuerda(n) el sentimiento de perfección con que él, en tanto hombre, se
encuentra entre todas las cosas».
20
A., §168. (Traducción nuestra).
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En este caso, el imperio romano aparece como un tipo de obra humana realizada
por generaciones de hombres, quienes, entremedio de toda la diversidad de senti-
miento y acciones decantadas y trasvasijadas en sus siglos de existencia, supieron
construir una obra con un aliento de perduración terrenal, no mellado por «el azar
de las personas», y que, sin embargo, hasta hoy se exhibe como una rareza lograda
por una sociedad: que su resultado pueda equipararse a una «obra de arte de gran
256 estilo». Más adelante habremos de detenernos en esta noción de «gran estilo». Baste
por el momento retener el uso alegórico allí hecho a la arquitectura y a lo que sería
su primer principio De ahí cabría derivar la propuesta de que la arquitectura, cuan-
do por lo menos pretende acceder al calificativo de «grande», ha de proyectar sus
construcciones más allá y por encima del hombre como individuo, para extenderse,
21
AC., §58.
Dobles Póstumos / José Jara
por lo pronto, hacia esa otra dimensión física y espiritualmente más perdurable
de la sociedad: la ciudad, la urbe. Teniendo presente, a la vez, que cabe entender
lo «grande» de una ciudad como aquello que ha de ser igualmente medido por la
perdurabilidad del estilo de vida que en ella hayan logrado crear sus habitantes,
reflejado en la materialidad de sus construcciones y en el hálito de espiritualidad
que las permee y envuelva, como resultado, por lo pronto y paralelamente, de las
formas particulares de belleza con que los arquitectos de su tiempo hayan sido capa-
ces de revestir sus obras, insuflándoles justamente un estilo definido de humanidad,
espiritualidad. Este otro espacio de la ciudad, tan habitable como ha de ser también
una construcción domiciliaria o laboral, es igualmente uno en el que la arquitectura
habría de cumplir su tarea, oscilando entre las exigencias de la utilidad y el arte —
según indicamos antes—, borrando los requerimientos de la utilidad, sin olvidarlos,
seduciendo hacia la grandeza de un estilo, aunque sin descomprometerse con los
menesteres de un uso cotidiano de esos espacios.
Llegados a este punto en nuestro recorrido con Nietzsche hacia lo que puedan ser
la arquitectura y el arquitecto, como expresiones específicas del fenómeno humano,
parece insoslayable referirse a dos nociones constitutivas de este fenómeno y parti-
cularmente, para él, de la existencia del arte y los artistas. Así como para comprender
la riqueza y diversidad de los aspectos configuradores del hecho de la vida humana,
resulta imprescindible esforzarse por arrojar luz a ella desde múltiples perspectivas,
257
bien puede entenderse que cuando él se refiere a lo dionisíaco y apolíneo como dos
estados mediante los cuales se puede delimitar el surgimiento del fenómeno del arte,
con ello está mencionando dos tipos de situaciones del hombre que se encuentran
en la base de tal proceso creador. Esos dos estados o tipos de condiciones desde los
que se expresa la acción artística de los hombres, resultan especialmente relevantes
en esta ocasión, pues es frente a ellos que Nietzsche delimita lo que estima como
más decisivo para la comprensión del personajes del arquitecto. Y lo hace en uno de
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los poquísimos textos en que se refiere a él, aunque, sin duda, posee una significativa
relevancia dentro del conjunto de su obra:
El arquitecto no representa ni un estado dionisíaco ni un estado apolíneo:
aquí los que demandan arte son el gran acto de voluntad, la voluntad que
traslada montañas, la embriaguez de la gran voluntad. Los hombres más
poderosos han inspirado siempre a los arquitectos; el arquitecto ha estado
en todo momento bajo la sugestión del poder. En la arquitectónica deben
adquirir visibilidad el orgullo, la victoria sobre la fuerza de gravedad, la vo-
luntad de poder; la arquitectura es una especie de elocuencia del poder ex-
presada en formas, elocuencia que unas veces persuade e incluso lisonjea y
otras veces se limita a dictar órdenes. El más alto sentimiento de poder y de
seguridad se expresa en aquello que posee gran estilo.22
260 interpretación del sentido mismo de las condiciones de existencia del hombre sobre
el trasfondo de la historia. Y al hacerlo, es la vía del arte la que le permite acceder a
una compresión del hombre en la que lo humano de sus realidades y limitaciones
terrenales se conjugan con sus aspiraciones hacia una perfección denominada en
otro tiempo como divina, y que les permanecía aún como lejana y distante. Sólo
27
Z., «De la virtud que hace regalos», §2.
Dobles Póstumos / José Jara
que ahora este calificativo de divino es uno que puede ser atribuido a las propias
obras de los hombres, en tanto en ellas transparece la condición creadora conquis-
tada por ellos para relacionarse consigo mismos y con todo cuanto se les ofrece en
el mundo en que habitan, con cuanto en él haya de obstáculo y facilidad, de rutina
e inusual, de desfallecimiento y exuberancia. Mediante esta acción creadora suya
traducida en obras, con las cuales puede identificarse y vestirse por ser resultado de
su propio quehacer, es él mismo quien ahora, como hombre, puede experimentar la
perfección como un atributo aplicable a lo humano y, paralelamente, acercar así el
antiguo y distante calificativo de divino hasta la piel de sus sentimientos, el perfil de
sus actos y la trama de sus pensamientos. Es aquí donde se puede apreciar ahora la
relevancia de esos dos tipos de estado, lo dionisíaco y lo apolíneo, como los pilares
básicos pensados, interpretados por Nietzsche para despejar la X de esa humana
ecuación más general que es la vida, para enfrentar el enigma que le significa al
hombre el desafío y el riesgo de llegar a ser el que se es.
A partir de lo ya expuesto, entendemos que puede afirmarse que la palabra con que
Nietzsche designa a esta otra perfección ahora enteramente humana, es estilo, y al
camino para llegar a él lo designa como un arte. «“Dar estilo” al propio carácter
—¡un arte grande y escaso!».28 La rareza de este otro arte reside, por lo pronto, en el
hecho de que él supone modificar los criterios tradicionales mediante los cuales se
ha pensado lo que sea lo más propio del ser humano. Una modificación que apunta
a la necesidad de configurar otro tipo de hombre que el habido. Pues el sentido del
arte que aquí se pone en juego, es el de asumir la vida misma como un proceso, un
acontecimiento inseparable de la índole de la obra de arte. Por eso postula Nietzs-
che la necesidad de contar con un tipo de hombre que para acceder a sí mismo sólo
261
acepta y recurre a esa pluralidad de fuerzas ya señaladas que atraviesan su cuerpo,
pero que frente a ellas es capaz ahora de operar como suele hacerlo el artista cuando,
«luego de un largo ejercicio y trabajo diario» con los materiales de procedencia y ca-
28
CJ., §290.
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lidad más diversa, los mezcla, desplaza de sus lugares y usos habituales y reintrodu-
ce en otros inusuales, inesperados, produce aleaciones, los transfigura, reinterpreta
desde ese sentimiento experimentado por él como la coacción de una ley inexorable:
de su gusto, de aquel incanjeable modo suyo de sentir la plenitud e intensificación
de las fuerzas que lo recorren y están a la vez dirigidas a lo existente en torno suyo,
que ahora le permiten considerar a lo que allí de ese modo experimenta como la más
propia expresión de sí mismo. Y en esto consiste precisamente también lo grande
de ese arte: que el hombre convierta su propia existencia en una obra suya, creada
por él. «Pues una cosa es necesaria: que el hombre alcance su satisfacción consigo
mismo —ya sea a través de este o aquel poetizar y arte ¡pues sólo entonces se hace
plenamente soportable mirar al hombre!».29
Y ateniéndonos al contexto de este trabajo, por lo pronto, este tema del estilo es
especialmente significativo, pues al final del párrafo ya citado en que habla acerca
del arquitecto, se refiere a él, aunque con un agregado en el cual es preciso dete-
nerse. Allí habla del gran estilo. Y éste está allí puesto en inmediata relación con «el
más alto sentimiento de poder y de seguridad» presente en el arquitecto, cuando
experimenta que es el «gran acto de voluntad» el que de él demanda convertir sus
construcciones en una obra de arte. De manera que el «gran estilo» es inseparable
de la «embriaguez de la gran voluntad», así como esas dos vías serían las que le per-
mitiría al hombre alcanzar, por lo pronto, la «satisfacción consigo mismo» en que
consiste el ya señalado «dar estilo» al propio carácter, pues «el estado de placer al que
se llama embriaguez, es exactamente un elevado sentimiento de poder».30 Entrevera-
262
29
Ídem. Con este calificativo de «soportable» con que ahora se puede mirar al hombre se puede
conectar el de «tolerable» con que un poco antes Nietzsche, en el §107, ya se había referido a la
relación entre arte y existencia, modificando sus planteamientos sobre la metafísica del arte hechos
en El nacimiento de la tragedia. Además, en el trasfondo de estos dos calificativos resuena lo que en
el §370 de este mismo libro denomina como el «pesimismo del futuro —¡pues ya viene! ¡lo veo ve-
nir!— el pesimismo dionisíaco». En ese §107 dice: «Como fenómeno estético, la existencia todavía
nos es tolerable, y mediante el arte se nos entregan los ojos y las manos y por sobre todo la buena
conciencia, para poder hacer de nosotros mismos un fenómeno tal».
30
SW.KSA., 13. 14[117].
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do con esas dos vías, surgiendo desde ellas en un peculiar proceso de destilación que
en cada época histórica podrá alcanzar su propia especificidad, carácter, es donde
se tendría que hallar la condición de arte que pueda alcanzar la obra del arquitecto.
¿Qué significa, sin embargo, que las acciones creadoras del arquitecto no sean sin
más delimitables ni por el estado dionisíaco ni por el estado apolíneo? A pesar de
estar marcados los momentos más altos de esos dos estados por la embriaguez,
Nietzsche introduce un elemento de distinción entre ellos. Dicho escuetamente,
mientras en el estado dionisíaco «lo que queda excitado e intensificado es el sistema
entero de los afectos: de modo que ese sistema descarga de una vez todos sus medios
de expresión y al mismo tiempo hace que se manifieste la fuerza de representar,
reproducir, transfigurar, transformar, toda especie de mímica y de histrionismo»,
actuando así como la amplia y compleja base ineliminable de la totalidad de las
fuerzas constitutivas del hombre, «la embriaguez apolínea mantiene excitado ante
todo el ojo, de modo que éste adquiere la fuerza de la visión. El pintor, el escultor,
el poeta épico son visionarios par excellence».31 Lo apolíneo aparece aquí como la
sola especificación de uno de los afectos, fuerzas, la del ojo y la visión, de entre el
conjunto del sistema de ellas que se expresa en lo dionisíaco, de manera que el ojo
aparece como lo que de manera preferente e inmediata, súbita, singulariza, separa y
distingue unas cosas de otras. Con esto, Nietzsche pareciera inscribirse en toda una
larga tradición filosófica que ha privilegiado el poder del ojo y la visión, aunque, de
hecho, no la suscriba sin más, puesto que realza por encima de ella precisamente
al sistema entero de los afectos, del cual aquél no es sino una parte. Sin embargo,
y limitándonos a nuestro tema, persiste la pregunta anterior. ¿Cómo acceder a la
compresión de este artista particular que, en el mejor de los casos, puede llegar a
263
ser el arquitecto?
31
Cr., «Incursiones de un intempestivo», §10. Las primeras itálicas son nuestras. Hemos modificado
la traducción de A. Sánchez Pascual para «die Kraft der Vision», pues él traduce como «la fuerza de
ver visiones».
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Una alternativa puede ser que a propósito suyo, lo sólo dionisíaco y lo solamente
apolíneo no bastan para dar cuenta de lo que Nietzsche espera del arquitecto como
artista posible, pues en este caso se requeriría de la máxima intensificación de los
dos estados para lograr esa condición. Pero tal vez esta alternativa es insuficiente. Tal
vez haya que detenerse en las imágenes empleadas por él para circunscribir el espec-
tro de realidades entre las que se mueve ese «gran acto de voluntad» que demanda
arte, y que parecen sacarlo del ámbito particular de las obras de arte singularizadas.
Así, aquello de que habría de ser capaz la embriagada intensificación de las fuerzas
que han logrado alcanzar para sí un estilo, sería la de que la voluntad pueda ahora
«trasladar montañas», es decir, modificar la faz de la tierra, cambiar el perfil de los
espacios por los que el hombre transita y en los que procura un cobijo. Y para ello,
el hombre que procura entenderse a sí mismo como arquitecto habría menester de
alcanzar «la victoria sobre la fuerza de gravedad». No sólo abrir otros espacios, calles
y avenidas, plazas y parques, sino también levantar casas, sean estas para los dioses,
para príncipes y poderosos hombres gobernantes y quienes con ellos gobiernan a
través de todas las distribuciones de los poderes habidos y por haber, instituciona-
lizados o no, sino igualmente para los hombres de todos los días que conviven y
entran en conflictos cotidianos en ese ámbito más amplio, complejo y abigarrado
que son las ciudades.
264 artistas, esa ley natural ha de ser doblegada mediante la transformación de los ma-
teriales empleados en un acto que signifique un «embellecimiento como expresión
de una voluntad victoriosa». En una victoria —interpretando esta palabra al hilo de
su conexión con las otras expresiones con que aquí está puesta en relación— que se
logra sobre esos materiales y espacios que están allí fuera en la naturaleza, mediante
la máxima coordinación y armonización de todas las fuerzas que encuentre dentro
de sí, y que habrían de permitirle diseñar, actuar y construir desde ese «infalible y
Dobles Póstumos / José Jara
perpendicular centro de gravedad», en que puede convertirse a través del «gran esti-
lo» el sistema entero de sus afectos y fuerzas radicadas en su cuerpo, el que, además,
puede otorgarle la seguridad y el placer de estar ejerciendo ese sentimiento de poder,
que es la voluntad de poder.
decantan una y otra vez entremedio de los trasvasijes y dominios que en cada uno
de esos ámbitos puedan de hecho ejercer los dictados de las modas y de los modos
de experimentar las distintas perspectivas desde la que se configura la vida.
Esta oscilación inevitable para el quehacer del arquitecto entre la diversidad de as-
pectos de las dimensiones de lo público y lo privado, como variantes de esa cuerda
floja por la que transita entre el dentro y el fuera ya aludidos, es lo [que] quedaría
implícito en la referencia hecha por Nietzsche a que «el arquitecto ha estado en
todo momento bajo la sugestión del poder». Entre los textos de Nietzsche se pueden
encontrar por lo menos dos tipos de situaciones, actitudes específicas, en la que se
expresa esa sugestión del poder ejercidas sobre ellos. En primer término, la señalada
inicialmente de que la arquitectura habría salido de «la cuna» en aquellos tiempos en
que hubo hombres que comenzaron a levantar construcciones de templos y catedra-
les, que acogieron y dieron cabida a la expresión de los diversos tipos de religiosidad
y de sentimientos anejos a ellas habidos en la historia. El poderío de la institución
eclesiástica, así como el subsiguiente poderío alcanzado por las instituciones seculari-
zadas de todo tipo de gobierno sobre los hombres, no sólo le habrían permitido a la
arquitectura alcanzar su mayoría edad, sino también esa «elocuencia» de formas, de
construcciones con que ha vencido la fuerza de gravedad y ha generado, a la vez, las
distintas calidades de condiciones de habitabilidad y convivencia pública y privada
en las ciudades, que a partir de allí fueron creciendo paralelamente.
Otra forma distinta de como la presencia del sentimiento de poder puede hacerse
presente en la obra arquitectónica, se encuentra en un parágrafo en el que Nietzsche
266 expresa su admiración por la ciudad de Génova y por los hombres que la cons-
truyeron. Y ello, en cuanto ve en éstos a un tipo de constructores que, pasando
por encima o al margen de los poderes institucionales allí constituidos, más bien
habrían actuado a partir de un radical apropiarse sus más íntimas fuerzas dirigidas
a transformar los materiales y los espacios, para generar, a la vez, habitabilidad,
arraigo y proyección en el tiempo, en una geografía y en una ciudad que sólo pue-
de entenderse como suya, precisamente en la medida en que la renueva y amplía
Dobles Póstumos / José Jara
32
CJ., §291.
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l
Podemos concluir este trabajo, aludiendo a un último tema mediante el cual, po-
niendo en relación Nietzsche la arquitectura y el alma de los hombres que le die-
ron forma, traza un amplio arco comparativo entre la masividad de mucha de la
arquitectura antigua y moderna, frente a la nobleza alcanzada por la arquitectura
griega clásica con un mínimo de masa material, que estaría en correspondencia
precisamente con la simpleza con que los griegos se percibían a sí mismos en sus
almas. Frente a esas referencias históricas, junto con dejar abiertas las posibilidades
constructivas acerca de cómo continuar haciendo arquitectura, una vez que se haya
asumido todo el espectro de cambios y de alternativas experimentadas por los hom-
bres con el correr de los siglos, y que operan como trasfondo de su posibilidad de
acceder a ese designio de su pensamiento con respecto a los hombres de «dar estilo»
a su carácter, pero sin desconocer, además, las diversas vías que en su tiempo se le
ofrecían en un mundo secularizado, en el que impera ya su anunciada «muerte de
Dios», emplea Nietzsche una palabra para designar la peculiar y ambigua forma del
268 campo abierto dejado a la arquitectura: laberinto. Dice y afirma: «¡Pero cuán labe-
rínticas se presentan nuestras almas y nuestra representación de las almas frente a la
de ellos [los griegos]! Si quisiéramos y nos atreviéramos a hacer una arquitectura de
acuerdo al tipo de nuestra alma (¡somos demasiado cobardes para eso!) —entonces
¡nuestro modelo tendría que ser el laberinto!».33
33
A., §169.
Dobles Póstumos / José Jara
Coraje, parece ser el estado de ánimo, de alma, requerido e invocado por Nietzsche
para aventurarse por entremedio de esa pluralidad de fuerzas constitutivas de lo
que él entiende por el cuerpo y el alma de los hombres. Una pluralidad de fuerzas
para las que ya no ha de ser sin más posible distinguir entre un dentro y un fuera
absolutos. De manera que, una vez que en ellos se haga realidad la ausencia de ese
resguardo y garantía de aquel poder sobreterrenal, divino de otros tiempos, lo que
podrá encontrar dentro suyo serán los vestigios de unas relaciones de poder de aque-
llas estructuras sociales que vertebran históricamente su cuerpo y su alma. De algún
modo remoto tal vez, y que por ello requerirá ser descifrado, traducido a un lengua-
je actual, ellas podrán también contribuir a orientarlo al momento de emprender
el recorrido por entre las experiencias en que vivencie esa multiplicidad de fuerzas
que dan lugar a deseos, aspiraciones y proyectos que, sin embargo, seguramente
no podrán prescindir de sentir esta nueva situación humana en que han de vivir,
como el tener que habitar en un laberinto. El extravío en él o la victoria alcanzable
en las diversas apuestas que puedan cruzarse sobre el fondo del mítico y siempre
históricamente renovable sentido de tal espacio, son por lo menos dos alternativas
limítrofes que pueden derivarse de la imagen siempre interpretable del laberinto. En
cualquier caso, el ensayo, el ponerse a prueba a sí mismos, el renovado experimentar
y someterse a riesgos al hilo de todo cuanto se ha sido y se puede llegar a ser, es el
camino o encrucijada que parece destilarse de las reflexiones hechas por Nietzsche
sobre el lugar que pueden ocupar la arquitectura y la ciudad, dentro de los persona-
les quehaceres de los hombres que a ellas las conviertan en su tarea y placer, cuando
lleguen a ser suyas la diversidad de perspectivas configuradoras del fenómeno de la
vida humana, sobre la base del estilo que sean capaces de crear y del poder que, a 269
través de él, lleguen a ejercer ante todo sobre sí mismos.
Dobles Póstumos / José Jara
Aunque desde muy temprano en la historia las imágenes han acompañado a los
conceptos en el camino hacia su mayoría de edad filosófica, la relación entre ellas
y éstos no ha estado exenta de disputas y malentendidos. La condición universal
de los conceptos, se dice, suele verse enturbiada por la contingencia de las imá-
genes que con frecuencia apelan al reino a veces incontrolable de la imaginación.
La pregnancia alusiva que para cualquier mortal a menudo tienen las imágenes
desequilibraría en ocasiones la claridad y distinción, el rigor y la necesidad exigidos
por los conceptos del pensar para acceder a una verdad que sea siempre y plena-
mente tal. La antigüedad de esta conjunción, a veces problemática, es ilustrable con
algunos casos egregios: se puede ir desde la desazón en que sume a los humanos el
río heracliteano del devenir, pasando por los caballos y las doncellas que conducen
al hombre parmenídeo al «intrépido corazón de la Verdad», hasta la distancia entre
apariencia y realidad que media para los hombres alumbrados por el fuego de la ca-
verna platónica o por el sol fuera de ella. Tal vez la inestable relación que entre ellas
y ellos, las imágenes y los conceptos, suele darse, no sea muy distinta de la que existe
entre los hombres, en general, y ese peculiar conjunto de éstos, que son los filósofos.
que ahora queremos referimos, es la de la espada. Pero sin dejar de señalar que, en
los tres siglos anteriores al siglo XX que acaba de concluir, por lo menos otros dos
filósofos hacen uso también de esa misma imagen de la espada, aunque por cierto
cada uno de manera muy específica. Se trata de Hobbes y de Nietzsche.
Ellos tres dan testimonio de esa imagen de la espada, que puede ser considerada
como una imagen marginal en el discurso de la filosofía, especialmente de la de
Kant y que, sin embargo, señala de un modo peculiar hacia el lugar desde donde
se ejercita el pensar de la razón en la filosofía de estos tres personajes, al punto que
arriesguemos aquí la propuesta de que el lugar de las espadas es, a la vez, el lugar de
la razón. A través de esa imagen se vislumbra también un cierto aspecto del modo
específico como cada uno de ellos tres asumen la realidad del discurso filosófico en
sus respectivos presentes.
Esa imagen que ahora destacamos se encuentra hacia el final del Apéndice I de La
paz perpetua, escrita por Kant en 1795. Es ese un momento en que él está vivamente
interesado por mantenerse al día en la información sobre eventuales consecuencias
que el hecho recientemente sucedido de la Revolución francesa pudiera tener sobre
el ordenamiento político de algunos países europeos, así como por entrever y sope-
sar a la vez síntomas relevantes acerca de la presencia de algunas ideas de la razón
en el futuro de la vida de los hombres, como la idea de la libertad, tan importante
en su discurso filosófico.
El texto ya aludido dice: «La verdadera política no puede pues dar un paso sin haber
rendido homenaje previamente a la moral, y aun cuando la política es para sí misma
272 un arte difícil, por cierto la unión entre ésta y la moral no es ningún arte; pues tan
pronto surge una disputa entre ambas, que la política no es capaz de resolver, la
moral corta el nudo en dos».1
1
Kants Werke, Zum ewigen Frieden. Akademie-Textausgabe. Walter de Gruyter & Co. Berlin 1968.
Tomo VIII. p. 380. (Traducción nuestra). (Edición castellana: Lo bello y lo sublime. La paz perpetua.
Ed. Espasa-Calpe S. A, 5ª. ed., Madrid, 1972, p. 149).
Dobles Póstumos / José Jara
En primer término, es preciso decir que el interés de Kant por la política se hace
patente en tanto en ella puede manifestarse también la verdad, pues en caso con-
trario su interés filosófico tiende a desvanecerse. Sólo su conjunción con ésta es la
que puede elevarla a la condición relevante para él de una política verdadera, y así
en un arte, aunque como tal sea difícil de lograr. La relación de la política con la
moral es, en cambio, de otro tipo. Entre ellas el arte no tiene cabida, puesto que
allí se establece una relación de subordinación de la primera ante la superioridad
de la segunda, que implica un tener que honrar previamente la política a la moral,
debido a la condición de universalidad y necesidad de los principios de la razón en
que ella se asienta. Es a partir del discurso teórico generado desde estos principios
donde puede transparecer el perfil de la verdad que habría de modelar a la política,
para que en ella coincidieran lo posible y lo real. Pero Kant no estimó viable la
construcción de un camino directo que permitiese esa coincidencia, que sí podría
alcanzarse mediante la moral. Pues en ésta es donde al hombre cabe pensarlo como
un miembro y legislador a la vez en el reino de los fines en sí mismos, precisamente
en tanto que como ser racional él puede proponerse actuar conforme a los princi-
pios y supuestos de la buena voluntad de la moral. Junto con mostrarse allí la vía
por la cual se vuelve realizable la idea de la libertad, se patentizaría también la con-
tinuidad de los tiempos que hacen posible la afirmación de un fin, de un telos y una
paz, que tienen como su lugar propio de cumplimiento algún punto del futuro de
la historia universal en el que la especie humana ha de acceder a su fin más propio,
por cierto, tras la huella de una evolución regular del progreso de las facultades de
la razón humana. Es esta superioridad de la moral la que no debe ser alterada por
las contingencias de la política 273
Si no se reconoce esta superioridad y se produce un conflicto entre el arte de la
política y la razón de la moral, Kant tajantemente afirma que a ésta no ha de tem-
blarle la mano para cortar en dos el nudo gordiano2 de ese conflicto. Sin embargo,
2
Cuando Alejandro el Grande llega en el año 333 a C. a Gordia, capital de Frigia, le muestran el
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l
la espada con que la moral corta el nudo, no es allí nombrada directamente, sino
sólo aludida de modo implícito, tácito. Kant es consecuente con su pensar, cauto a
propósito de las cuestiones de Estado y cuidadoso al momento de nombrar explíci-
tamente a quien corresponde ese uso de la espada. ¿Por qué?
En esas circunstancias, Kant —como un filósofo ilustrado, pero sin dejar de ser un
súbdito obediente— escribe su ensayo filosófico Acerca de la paz perpetua. En la
segunda parte de ese ensayo agrega un suplemento en el que se refiere a un «artículo
secreto» que concierne al rol del filósofo a propósito de la posibilidad de alcanzar
la paz perpetua, en el marco de las negociaciones del derecho público. Allí escribe:
«Las máximas de los filósofos sobre las condiciones de posibilidad de la paz pública
deben ser consultadas por los Estados que se preparan para la guerra».3 Como es un
artículo secreto, enunciado por un filósofo sin otro apoyo que la condición moral-
mente legisladora pensada por él como inherente a la razón humana, al Estado sólo
le es aconsejable tenerlo presente y, por ello en el mejor de los casos, puede exhortar
tácitamente a los filósofos a que cumplan con su rol, es decir: «dejarlos hablar libre
y públicamente sobre las máximas generales de la conducción de la guerra y de la
274 instauración de la paz».4 Ese es el marco más amplio de asuntos políticos en que a
carro que Gordio había legado a su reino, junto a una peculiar predicción. La yunta de ese carro
estaba atada a su pértiga por un nudo, imposible de desatar hasta esa fecha, pues sus extremos
estaban escondidos dentro de él. Gordio había predicho que ese nudo sólo sería desatado por el
conquistador de Asia. Puesto ante él, con su espada, Alejandro corta el nudo en dos.
3
Ibíd., p. 368. (p. 129).
4
Ibíd., p. 369. (p. 130).
Dobles Póstumos / José Jara
este tipo de pensar le cabe intervenir, en concordancia con el espacio real que le con-
ceden los legítimos poderes políticos gobernantes: los filósofos sólo han de pensar y
hablar, y se los puede oír, pero a ellos no les corresponde actuar.
5
Ídem.
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trascendental del discurso de la razón kantiana. Quizás sea posible desentrañar algo
del tono humano de esa interpolación desde datos usualmente ignorados de la vida
del individuo llamado Inmanuel Kant.
Como sea que pudiera resolverse la pregunta acerca del gesto reflexivo y humano
contenido dentro de ese paréntesis, lo que aparece como evidente en lo ya dicho es
que el filósofo y la moral sólo en teoría cortan el nudo del conflicto entre la política
y la moral. Pues en los hechos y en la práctica de gobierno, cuando la «política no
dobla la rodilla ante el derecho»6, es en las manos del titular de éste, el jurista, que
recae el uso de la espada con la que se corta en dos ese nudo que obstaculiza las
verdaderas relaciones que deben unir a las acciones de la política con el derecho y,
en definitiva, con los principios de la moral.
Al filósofo sólo le compete hablar y eventualmente ser oído acerca del estatuto
«sagrado del derecho de los hombres» propalado por él, sin importar los «grandes
sacrificios (que ello) le cueste al poder dominante».7 El prurito de resguardar la
condición crítica del pensar es reforzada doblemente por Kant, cuando afirma que
si es recomendable para el Estado no acallar sino oír los consejos de los filósofos,
es porque, en primer término, tal como él entiende su naturaleza específica, ésta
les hace ser «incapaces de formar banderías y alianzas de grupo, por lo que no son
sospechosos de caer en las calumnias de la propaganda». Más allá de la respuesta que
se de y de su consiguiente evaluación, a la pregunta por la procedencia de su convic-
ción sobre tal naturaleza, de si ella deriva de un examen riguroso de la razón pura o
de lo que deba ser una razón ilustrada, o bien si se trata de una personal experiencia
276 suya consigo mismo u observación del proceder de otros filósofos, a ella agrega otra
afirmación que resuena como un corolario: «la posesión del poder daña inevitable-
mente el libre juicio de la razón». Por eso Kant no duda en separar drásticamente a
la razón de las cercanías con el poder, y a los filósofos del rey: «no hay que esperar
6
Ibíd., p. 380. (p. 150).
7
Ídem.
Dobles Póstumos / José Jara
que los reyes filosofen o que los filósofos lleguen a ser reyes, pero tampoco hay que
desearlo».8 La separación fáctica que entre unos y otros ha de mantenerse, no deja
cabida ni a la esperanza ni menos al deseo. La autosuficiencia de la razón que le ga-
rantizan su apodicticidad y universalidad no pueden permitirle albergar esperanzas
provenientes de fuera de su propio tribunal trascendental, ni menos aún nada que
proceda de la particularidad individual del deseo.
Y sin embargo, teniendo en cuenta las vías y los supuestos teóricos afirmados irre-
nunciablemente por Kant mediante los que la razón debe intervenir en la política,
nos parece inevitable plantear que en su propuesta filosófica la razón es el lugar de
la espada. Además, puesto que la razón no es allí, en último término, sino una sola,
es preciso usar esa imagen en singular y hablar de la espada de la razón kantiana.
Una razón que en su uso político terrenal se expresa con la imagen más tradicional
del poder habida hasta ese momento. De modo que la espada aparece en él como
la imagen del poder de la razón. Por supuesto, teniendo presente que su lugar y su
poder sólo son de índole netamente teórica, pues él tampoco puede dejar de perci-
bir que en los hechos y en la práctica del Estado y la política, la razón pura queda al
margen de los intereses de los poderes aliados del Estado y del derecho. Y que ante
éstos él sólo puede aguardar que, en algún momento futuro de la historia universal,
se cumpla su fe ilustrada en el progreso en el uso de la facultad de la razón por parte
de los hombres.
Frente a esa inferioridad fáctica de la filosofía, Kant no puede sino recordar la exis-
tencia de una ya larga tradición que la sostiene, pues de inmediato agrega en ese
texto lo que se afirmaba en otro tiempo acerca del rol de sirvienta de la filosofía con 277
respecto a la teología. Si bien ahora cabe decir que él, haciendo uso de un paraguas
ilustrado, coquetea con la ambigüedad, o bien quizás reflexiona como un observa-
dor escarmentado acerca de la real condición humana, o como alguien que hace uso
de su razón con una ironía tal vez dolorida o resignada, cuando se refiere al nuevo
8
Ibíd., p. 369. (p. 131).
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l
rol de la filosofía como sirviente «ilustrado» del Estado y del derecho. Pues allí seña-
la que no se ve claramente «si ella lleva la antorcha por delante de su señoría, o lleva
detrás suyo la cola de su vestido».9
Poco más de 150 años antes que Kant, Thomas Hobbes es bastante más explícito en
su uso de esta imagen del pensar que es la espada, junto con designar su lugar propio
eminente, la mano del soberano. A raíz de los agudos conflictos políticos en su país,
de los que con sus escritos él formaba parte, es en su primer año de auto-exilio en
Francia donde en 1641 escribe su obra conocida bajo el nombre de Del Ciudadano,
y que en 1642 hizo circular anónimamente en París en una edición de pocos ejem-
plares. Acorde al uso corriente de escritura en ese tiempo de los textos filosóficos
y científicos, Hobbes la escribió primero en latín y diez años después la tradujo a
su propia lengua, dedicándosela a Guillermo Cavendish, conde de Devonshire, en
una importante carta fechada en París el 1° de noviembre de 1646, incluida en la
publicación formal de ese libro hecha en Ámsterdam en 1647.
9
Ídem.
Dobles Póstumos / José Jara
natural de la codicia, que anima a los hombres a considerar como suyo lo que es aje-
no, o como sólo suyo lo que es común. Pero ese orden civil sólo será capaz de ofrecer
la seguridad y paz requerida por los hombres, cuando mediante el pacto se traspase
todo el poder natural de cada uno de ellos a las manos del soberano, quien detentará
así necesariamente un poder absoluto.
Aquí es donde Hobbes introduce la imagen de la espada para ilustrar ese poder sin
fisuras del soberano, respaldado por los argumentos de la recta razón de la filosofía,
tal como él la entiende. Pero su espada es una doble espada, o más bien, para él se
trata de la existencia de dos espadas. La primera es aquella que detenta el poder de
castigar a todos quienes infringen la seguridad, que cada quien desea para llevar a
cabo en paz su vida en la sociedad. Y el pacto es el que garantiza que no se ha de
ayudar «a quien ha de ser castigado»10 por quien posee el derecho de castigar, el
soberano, que lo ejerce mediante la espada de la justicia.
10
Thomas Hobbes, Del ciudadano. Traducción del latín Andrée Catrysse. Instituto de Estudios Polí-
ticos, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1966, p. 128.
11
Ibíd., p. 129.
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La conclusión necesaria a que conduce el uso hecho por él de esa doble imagen, sólo
puede ser que el lugar de las espadas hobbesianas es también el lugar de la razón,
pues de ella proceden tanto la fundamentación, como los argumentos y los símbo-
los del soberano absoluto, garante del orden civil. Cabe agregar que esta conclusión
queda precisamente reforzada cuando se da el caso de que el Estado y el soberano,
sólo instaurados legítimamente por la convención racional del pacto, ya no son ca-
paces de proteger a sus súbditos. Estos quedan entonces liberados de la obediencia
total al poder absoluto del soberano —tal como es exigida por el pacto—, pues al
perder éste su poder, el pacto se desvanece, y los súbditos recuperan así su derecho
natural de protegerse a sí mismos. Pues «el fin de la obediencia es la protección, y
cuando un hombre la ve, en su propia espada o en la de otro, por naturaleza sitúa
allí su obediencia, y su propósito de conservarla».12 El quiebre o la impotencia de
las espadas del soberano trae consigo la disolución del orden civil instaurado por la
razón del pacto hobbesiano. Pero también el consiguiente retorno al estado natural
en que cada quien queda librado a la protección que le entregue su propia espada
o la de cualquier otro, siempre que con ello pueda, en el límite, evitar la muerte.
Esta disolución posible del pacto no sólo exhibe un fracaso particular de la razón,
sino que conduce también al regreso de la multiplicación innumerable de las espa-
das individuales. Y a pesar de que cada uno de quienes las empuñen, también razo-
nen, nada asegura ya que lo hagan conforme a las exigencias del orden civil común,
afianzador de la paz. Más bien allí se generan las condiciones para la formación de
facciones, el proliferar de la sedición y, junto con ello, el desenlace y los peligros
280 de la guerra civil, que Hobbes veía acercarse en su propio presente. Sin duda, él no
podía pretender evitar esa guerra, y más bien ella lo mantuvo durante una década
fuera de su país, en la que modificó sus planes de trabajo teórico para redactar de in-
mediato su Del ciudadano. Frente a la confianza kantiana en el progreso en el uso de
12
Thomas Hobbes, Leviatán o la materia, forma y poder de una república, eclesiástica y civil. Traduc-
ción Manuel Sánchez Sarto. Ed. Fondo de Cultura Económica, 2ª reimpresión, México, 1984,
pp. 180-181.
Dobles Póstumos / José Jara
la razón que la Ilustración traería consigo a los hombres, y que podría abrir una po-
sibilidad más cierta de una paz perpetua, la reflexión hobbesiana queda fuertemente
marcada por las urgencias de su presente, como lo explicita con nitidez al final de su
Prefacio al lector, al decir que «sufre las calamidades actuales de su patria». Es claro
que las realidades políticas, religiosas y sociales de su tiempo, que determinaban las
condiciones de existencia de los hombres como súbditos de un rey y fieles de una
iglesia, resultaban impensables de ser modificadas con radicalidad por un individuo.
Sin embargo, tal vez podría visualizarse el esfuerzo de reflexión hecho por él, como
uno bastante audaz en su distanciamiento personal y crítico frente al horizonte de
pensamientos vigentes en ese entonces en los ámbitos de la filosofía, la política y
la religión. De manera que bien podría verse en Hobbes no sólo el proceder típico
de un individuo que es filósofo, sino también un rasgo del perfil compartido por él
junto a otros individuos que a través de siglos han hecho del pensar un compromiso
radical para abordar las interrogantes y conflictos de sus respectivos presentes, más
allá de lo que en éstos prevaleciera como un saber inexpugnable. Un compromiso
históricamente múltiple, aunque personal en cada caso, a cuya luz seguramente
enunció Kant su lema de la Ilustración, un siglo y medio más tarde y aguardando
una propagación más amplia de él: «¡Sapere aude! ¡ten el coraje de servirte de tu
propio entendimiento!».13
90 años después del escrito de Kant y dos siglos y medio después de Hobbes, el lu-
gar de las espadas adquiere en Nietzsche un escenario distinto de aquel en que ellas
aparecen en esos otros dos pensadores. Después de la Revolución francesa comienza 281
a declinar esa relación habida entre los hombres, que situaba a unos muchos como
súbditos frente a unos pocos reyes que solían empuñar directamente la espada, o
bien lo hacían por la interpósita persona de un o unos juristas. El importante y
13
Kants Werke, tomo VIII, p. 35. (Trad. nuestra). (Edición castellana: Filosofía de la historia. Ed.
Fondo de Cultura Económica, 2ª reimpresión, Madrid, 198l, p. 25).
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Así como hacia fines del siglo XIX los reyes están en decadencia y la figura política
del súbdito tiende a desaparecer, por su parte, los ciudadanos buscan delinear con
diversos ímpetus y claridad su propio perfil público. Es en esa zona históricamente
intermedia, podría decirse, de una cierta transición del reordenamiento político de
las sociedades europeas, donde Nietzsche ejercita su pensar, para todos y para na-
die. Y su personaje Zaratustra, en una de las últimas caminatas por su montaña, no
oculta su asombro al ver aproximarse a dos reyes acompañados de un solo asno. Su
extrañeza ante esos visitantes se acrecienta cuando, semi-oculto, les escucha el reco-
nocimiento que hacen en su conversación de que sus existencias se han vuelto falsas
en medio del indetenible predominio de la plebe, con cuya mezcolanza característi-
ca ha ascendido ya hasta las cortes, haciéndoles perder a ellos toda importancia. De
esa plebe huyen los reyes. Zaratustra se alegra al oír esas palabras, por ser semejantes
a las que él en otro tiempo había dicho sobre ellos, sale de su escondite, se presenta
a los reyes y les pregunta si han encontrado en el camino a quien él busca, al hom-
no son también los primeros hombres. Entonces todo se vuelve falso y torcido y
monstruoso».14
Aquí la espada queda convertida sólo en una palabra, pero una palabra que designa
un hecho inusitado y complejo. Pues con ella se nombra simultáneamente tanto a
ese hombre o a esos hombres superiores cuya existencia es posterior a la muerte de
Dios, como al acontecimiento15 mismo implicado por dicha muerte, con todas las
consecuencias percibidas por Nietzsche que trae consigo para los hombres. Por lo
pronto, esos hombres superiores aún han de aprender a descubrir otras coordena-
das teóricas por las que orientar sus existencias, así como aprender a reexaminar y
a apartarse de las opiniones de la plebe, de las pretensiones de los doctos, a reír y
a reírse de sí mismo.16 Es una palabra que delata el cambio radical experimentado
ya por los reyes, aunque inicialmente éstos no se sientan afectados más que por la
superficie de tal acontecimiento, pero que es lo suficientemente fuerte como para
producirles náusea. Por otra parte, éstos y probablemente muchos de sus cortesanos
tampoco pueden evitar sentir la nostalgia de otros tiempos, el de sus antepasados,
en que las espadas lo eran de verdad. Allí, como dice uno de los reyes, «cuando las
espadas se cruzaban como serpientes de manchas rojas, entonces nuestros padres
encontraban buena la vida; el sol de toda paz les parecía flojo y tibio, y la larga paz
daba vergüenza. // ¡Cómo suspiraban nuestros padres cuando veían en la pared
espadas relucientes y secas! Lo mismo que éstas, también ellos tenían sed de guerra.
Pues una espada quiere beber sangre y centellea de deseo».17
Tal vez esas antiguas espadas por las que estos reyes sentían nostalgia, operaban
también en algún trasfondo de recuerdos de aquellas otras postuladas para ser em- 283
14
Z., «Coloquio con los reyes» §1. (Hemos corregido ligeramente la traducción. La cursiva es nues-
tra.).
15
Ver. CJ., §343.
16
Z., «Del hombre superior».
17
Z., «Coloquio con los reyes» §2.
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pleadas por ese soberano hobbesiano con poder absoluto, para quien la desobe-
diencia expresada por un civil o un religioso sólo tenía una consecuencia legítima:
sentir caer sobre ellos el filo de la espada que los castigaba; o bien, en otro plano
argumental, susceptibles de suprimir incluso las verdades de la geometría, en caso
que ellas fueran una doctrina contraria a su derecho de dominio.18 Y aunque como
filósofo Hobbes buscaba asegurar y legitimar la paz, difícilmente podía ser ajeno a
las consecuencias belicosas de la razón de su discurso. ¿Habrá encontrado Kant en
sus abundantes lecturas algún párrafo en el que resuene algo de la nostalgia de esos
reyes, y que le haya conducido a concebir ese peculiar desdoblamiento en el uso
tajante de la espada, por una parte, en los razonamientos del filósofo moralista y,
por otra, en las acciones del jurista? Un desdoblamiento que, por cierto, no parece
poder evitar el reconocimiento de la violencia y crueldad derivadas de la realidad
humana del uso de la espada, pero que ante ella él opta por aconsejar —ya que no
puede imponer— normas racionales, morales o jurídicas, para su empleo.
284 de las cosas, no es tal. Ellas no poseen esas cualidades. sino más bien, «las cosas
mismas (...) no tienen ninguna existencia propia, ellas son el relampaguear y las
centellas de espadas desenvainadas, ellas son el resplandor de la victoria en la lucha
de cualidades contrapuestas».19
18
T. Hobbes, Leviatán, p. 84.
19
SW.KSA., 1. p. 826. (Traducción nuestra). (Versión castellana: La filosofía en la época trágica de los
griegos. Trad. Guillermo T. Schuster. Ed. Los libros de Orfeo, Buenos Aires, 1994).
Dobles Póstumos / José Jara
20
Ibíd., p. 825.
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Sobre el trasfondo de esa interpretación suya del fenómeno griego, Nietzsche se pro-
pone pensar su propio presente y, para ello, experimenta la necesidad ineludible de
replantear tanto los supuestos como el estilo de ejercicio de la razón, predominantes
hasta entonces. La transformación implicada en ello había de ser tan radical como
los cambios que se sucedían en el orden político de su tiempo, aunque al igual que
éstos, ese pensar «para todos y para nadie» requiriese por lo menos de un par de si-
glos22 antes de convertirse eventualmente en moneda común. Su propuesta teórica,
en el contexto aquí abordado, queda expresada en el hecho de que tanto las cosas,
así como el conocimiento de ellas e igualmente la razón que procura conocerlas, no
serían sino el efecto, el resultado, es decir, ese «resplandor de la victoria» de quienes
luchan, compiten por aprehenderlas, y que para hacerlo, transforman en palabras,
286 21
Ya en el primer párrafo de Acerca de la verdad y la mentira en sentido extramoral, escrito en 1873,
Nietzsche plantea la condición histórica del pensar y de la razón humanas a través de la acción del
verbo «inventar»: «En algún rincón apartado del universo titilante que se derrama en innumerables
sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimien-
to». [Traducción José Jara]
22
Es esta una referencia o imagen temporal importante, ya usada por Nietzsche en un fragmento
póstumo de marzo de 1888, con la que señala tanto a un tema central de su pensamiento, como a
la dificultad para acceder a él intelectual y humanamente: «Lo que yo cuento es la historia de los
próximos dos siglos. Describo lo que viene. lo que no puede venir de otro modo: el arribo del nihi-
lismo. Esta historia ahora ya puede ser contada: pues ahora está en obra aquí la necesidad misma.
Este futuro habla ya en cien signos». [SW.KSA., 13. 11[411].
Dobles Póstumos / José Jara
esto es, en conceptos, juicios, categorías e ideas a sus «espadas desenvainadas». Pues
esto es lo que son todos sus sentidos abiertos y todas sus fuerzas y recursos del
pensar puestos en alerta, así como despiertos están allí sus afectos y pasiones. Así,
es ese conjunto de dimensiones constitutivas de la vida de los hombres lo que éstos
sienten que es convocado por esas cosas y por ese mundo en que ellos y las cosas se
encuentran, para ponerlas precisamente en palabras, y así procurar entenderse a sí
mismos, con ellas y en el tiempo del mundo en que habitan.
Y esa imagen de su paraíso, por otra vía, cabe decir que lo conecta de nuevo con ese
23
EH., «Las intempestivas», §2,
24
EH., Prólogo, §1.
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mundo griego trágico que le abrió las puertas hacia sí mismo. Pues, en definitiva, lo
señalado por él como lo que distingue a unos hombres de otros, es el hecho de que
puedan hacer suyo el lema de Píndaro, asumido por él: «Debes llegar a ser el que
eres».25 Pero para acceder a la contienda consigo mismo implícita en dicho lema, y
para poder entrar así en relación con otros hombres, es preciso aceptar y reconocer
en plenitud la pluralidad y diversidad de fuerzas —de espadas desenvainadas— que
configuran la existencia de los hombres. Sólo desde allí es posible hacer emerger y
poder distinguir luego, en medio de la disputa que entre ellas se experimente en uno
mismo, el centellear de lo que se es para llegar a quererlo, y así trazar la apuesta de
poder llegar a serlo.
288 por el conocimiento y que ha de resolverse en el juego y la lucha entre quienes las
asuman, sin excluir a ninguno de los recursos intelectuales, estilísticos y de comu-
nicación, que la experiencia humana de cada quien sea capaz de elaborar y destilar.
De manera que el «para todos y para nadie» a quienes se dirigen los discursos de
Zaratustra tienen un mismo punto de separación de las aguas, que se resuelve con
25
CJ., §210.
Dobles Póstumos / José Jara
el sí o con el no que cada quien haga suyo frente a esas apuestas, juego y lucha; pues
sin éstas, la razón deja de ser para Nietzsche un hecho humano, así como la espada
dejaría de ser una imagen con la que se expresa, pero también se dirime, en último
término, una relación de poder y, en este caso, una victoria o una derrota o la con-
tinuación de la contienda de vivir y conocer.
Tal vez sea esa misma pregnancia alusiva de las imágenes, evocada al comenzar
estas páginas, la que suele ser temida por algunos filósofos a la hora de precisar
conceptualmente su discurso. Y sin embargo, algunos grandes nombres entre ellos
no evitaron recurrir a imágenes cuando se trataba de hacer más «visible» y no sólo
«inteligible» ese discurso suyo. Pareciera que allí la cautela del rigor argumentativo
cedió ante la necesidad de volver más explícitos y más ampliamente o de otro modo
asequibles los enunciados teóricos del pensar, sin dejar de ser conceptualmente pre-
cisos. Pero esa diferencia no debiera conducir a engaño, pues el carácter rotundo de
una imagen —y en especial la de la espada— no deriva sólo de la múltiple reverbe-
ración suscitada por ella en y a partir de la experiencia cotidiana de la imaginación
humana. Una imagen, cuando es bien usada por un filósofo, sin duda se asienta
también en una cadena argumentativa teórica, cuyos eslabones no proceden de
una experiencia exclusivamente conceptual. Pues a pesar de sentirse atraídos y de
transitar corrientemente los filósofos —ya desde Tales, según se dice— por el cielo
de los conceptos, son también hombres traídos y llevados por los flujos de la vida
cotidiana —un hecho al que, a pesar de ser obvio, no se ha solido reconocerle un
valor teórico, discursivo. De modo que en el caso de éstos, sería preciso decir que
las imágenes cumplen igualmente un rol argumentativo. Sólo que lo hacen en un
registro discursivo distinto al de los conceptos. En el caso de las imágenes, se trata
289
de ese peculiar registro que apunta al conjunto complejo de elementos y dimensio-
nes constitutivas de la experiencia humana. Allí en donde no sólo está en juego un
afinar el sonido significativamente inconfundible, demostrativo de los conceptos e
ideas, sino de otorgar a éstos también una fuerza comunicativa, capaz de conmover
y convencer a quienes van dirigidos, con la pretensión última de generar en ellos
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una acción acorde con lo pensado a través suyo. De manera tal que el empleo de
imágenes en el discurso filosófico, bien puede no ser exclusivamente un elemento
característico del estilo de escritura de su autor, sino también un indicio de su
personal manera de reelaborar, desde una distancia reflexiva específica, el conjunto
de los elementos que configuran el horizonte de experiencias cotidianas desde las
que se decanta su propio ejercicio del pensar, sobre el trasfondo del modo como se
relaciona o pretende relacionarse con los hombres con que comparte el tiempo en
que viven.
El uso de las espadas hecho por Kant, Hobbes y Nietzsche, nos parece que muestra
precisamente ese rol argumentativo de las imágenes en el registro comunicativo de
la experiencia humana, que ellos tres emplean. Seguramente en cada uno de ellos
ese uso, junto con ser deudor de los hechos y acontecimientos vigentes en el mo-
mento histórico que les tocó vivir, también lo es del modo personal como cada uno
reflexionó y elaboró esa deuda con sus respectivos presentes. Es el cruce de las dis-
tintas dimensiones de vida y de pensar presentes en ellos, aquí bosquejado, lo que
nos lleva a decir que, en sus filosofías, el lugar de las espadas es el lugar de la razón.
Aunque no pueda dejar de mencionarse, al menos, que el lugar de la razón queda
firmemente asentado, si bien en cada caso de modo diferenciado, en las distintas
modalidades de entender el ejercicio de las relaciones de poder, de acuerdo, por lo
pronto, a quién o quiénes, cómo y en vistas de qué realidades humanas, hagan uso
de la imagen y del concepto de las espadas.
290
Dobles Póstumos / José Jara
Los años del siglo XX delimitan un período más amplio que el de la existencia de la
filosofía en Chile. También son muy disímiles en su agrupación en décadas, con al-
gunas propicias para el cultivo de ella según un perfil teórico propio distinguible de
otras disciplinas o saberes, y otras muy adversas. El gran factor común que diferen-
cia y especifica su existencia en ese tiempo es uno que, sin embargo, no la considera
a ella como su preocupación exclusiva ni principal: la Universidad o, más bien, las
universidades. Pero a través de este factor, la filosofía no pudo menos que inscribirse
en y quedar marcada por las necesidades e intereses de esa(s) institución(es), aun-
que a la vez y a través suyo también por los de la sociedad a que ellas responden, o
por los particulares encuentros y desencuentros de distinto tipo habidos entre la(s)
universidad(es) y la sociedad durante el siglo.
292 Ella es también la que propone y logra la creación de la Revista de Filosofía, con
el patrocinio de la Universidad de Chile y de su Departamento de Filosofía del
Instituto Pedagógico, que poco después se hace cargo por entero de su publicación.
1
Pedro León Loyola, Hechos e ideas de un profesor. Universidad de Chile, 1966, p. 19.
2
Anuario de Filosofía Jurídica y Social, Estudios en memoria de Jorge Millas. (AFJS). N° 2, 1984, p. 31.
3
P. L. Loyola, p. 41.
Dobles Póstumos / José Jara
Una vez concluidos los años del siglo XX, curiosamente, podría considerarse que la
creación de la Sociedad Chilena de Filosofía parece marcar un cierto hito temporal
que permitiría situar más de algo de lo sucedido con la filosofía en el país durante ese
período. Desde allí se puede avistar el creciente desarrollo de la actividad filosófica
en la década inmediatamente anterior a esa fecha, así como su sostenido despliegue
en las dos décadas siguientes. Durante ese tiempo se alcanza la formación de un
importante grupo de nuevos intelectuales con grados más altos de especialización,
complementados luego usualmente con estudios de postgrado en otros países. Con
ellos se abre y diversifica el proceso de formación de nuevos profesores y licenciados
en filosofía, que en la última década del siglo se ampliará a estudios de postgrado
en distintas universidades.
cual se pudieran delinear los contornos de lo que entendía como los problemas más
originarios y el estilo de pensar más propio de la filosofía contemporánea; y asumía
ese quehacer con la disposición de un compromiso personal que solía traducirse en
nítidos estímulos intelectuales en sus oyentes.
4
AFJS., pg. 27.
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296 en algunas de las décadas referidas también en otros ámbitos universitarios. Pero re-
sulta indiscutible que muchos de los nombres ya señalados, junto a otros que allí se
formaron, participaron en distintos momentos y por diversos períodos en diferentes
actividades de ampliación de la actividad filosófica en otras universidades del país
con prescindencia de la imposición externa a su trabajo de cualquier orientación
teórica predeterminada, ya fuese como profesores regulares de ellas o promovien-
do su inicio mediante su participación en ciclos de conferencias o cursos especia-
Dobles Póstumos / José Jara
5
Luis Celis M. (Coord.), La presencia de la filosofía en la Universidad Católica (1888-1973). Anales
de la Escuela de Educación, N° 5 Tercera Época, PUCCh, 1982, p. 81.
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res católicos para ese efecto. Esta orientación doctrinaria del cultivo de la filosofía
queda claramente expresada en el Artículo 9 del Reglamento del Departamento de
Filosofía de esa universidad, publicado en 1953, en tanto se afirma que los estudios
allí ofrecidos «se inspirarán en la doctrina de Santo Tomás, en conformidad con las
Instrucciones Pontificias, tomando en cuenta a la filosofía moderna y contemporá-
nea, pero sin dejar a un lado las orientaciones trazadas por el Doctor Angélico. Tanto
los alumnos como los profesores tratarán de seguir una línea netamente tomista».6
Sin calificarla como una limitación, sí cabe considerarla como una opción teórico-
doctrinaria que delimita el alcance y modalidad de existencia allí de la filosofía. Lue-
go de separarse el Departamento de Filosofía de la Escuela de Educación en 1968,
se crea el Instituto de Filosofía, a fines de 1970, que, sin desconocer su tradición, se
propone ampliar sus posibilidades de reflexión filosófica autónoma.
De entre los filósofos activos en esta Universidad, junto al último señalado más
arriba y graduado en ella, cabe destacar como nombres de referencia los de Claren-
ce Finlayson (a quien en ese tiempo suele considerarse como al pensador católico
de mayor profundidad metafísica), P. Agustín Martínez, P. Osvaldo Lira, P. Rafael
Gandolfo, Armando Roa, Manuel Atria. Algunos de estos nombres se repiten en el
Instituto de Filosofía de la Universidad Católica de Valparaíso, fundado en 1949,
y a los que en sus primeros momentos es preciso agregar también como referencias
significativas los de su primer director, Luis López, y los jesuitas Arturo Gaete, Rai-
mundo Larraín y, más tarde, Jorge Eduardo Rivera.
6
Ibíd., p. 129.
Dobles Póstumos / José Jara
das en nombres de filósofos que se reiteran en las latitudes del continente, concita
adhesiones, polémicas y elaboraciones individuales de ellas, no exentas del afán
por resituarlas sobre el trasfondo de diversas manifestaciones de lo que se entiende
como algunos de los elementos más peculiares de la cultura nacional. Y puesto que
la universidad, como institución en la que se elabora y expresa el progresivo decan-
tamiento del pensar, las ciencias y las artes en el país, no puede ni pretende situarse
al margen de las solicitaciones que recibe de la sociedad en esos momentos de de-
sarrollo suyo, paulatinamente se ve llevada o desde ella misma surgen voces que la
conducen a tener que replantear sus propias condiciones de existencia académica. Y
entre éstas también se hacen oír las voces de distintos filósofos.
Aliados de obra, que desde los nuevos cargos de poder universitario que entonces
se llenaron no por vía de elección de los pares, sino por designación del que en la
Universidad era radicalmente impar —el oficial militar designado como Rector a su
vez por decreto de su superior jerárquico castrense, autoridad máxima del país—,
fueron quienes asumieron la responsabilidad de implantar una pureza ideológica,
reestructurar la Universidad y exonerar de ella a todos los académicos que, o bien
301
eran calificados como responsables ideológicos o militantes o activistas de aquella
doctrina política a la que se hacía responsable del descoyuntamiento de los saberes
y las ciencias en la Universidad, y desde allí del travestismo o infección cancerosa de
7
Renato Cristi, Carlos Ruiz, El pensamiento conservador en Chile, Editorial Universitaria, Santiago
1992, p. 105 ss. y 129 ss.
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8
Ver sobre este tema: Patricio Marchant, Sobre árboles y madres, Ed. Gato Murr, Santiago 1984, en
Dobles Póstumos / José Jara
tucional catapultó a lo que en condiciones distintas a esas no podía ser más que una
de las vías corrientes de acceso a problemas y preguntas centrales y reiteradas de la
filosofía, a convertirse en la instancia privilegiada de ejercicio del pensar filosófico,
así como en el elemento decisorio de la estructura formal de los planes de estudio
de la carrera en la especialidad, con expresas exclusiones de importantes pensadores
de la filosofía contemporánea y privilegio también de otros, muy en particular de
M. Heidegger. El trabajo sobre aquellos textos y temas considerados como señeros,
predominantes en el espectro de la filosofía en su historia, y que no entraran en
disonancia con las voces prevalecientes en la institución y en la sociedad en ese en-
tonces regimentada, acabó convirtiéndose en una suerte de escudo o en un paraguas
que permitía ignorar, guardar silencio, parapetarse o defenderse teóricamente frente
a los hechos que convulsionaban políticamente a la sociedad, despojada de criterios
públicos mínimamente compartidos de reflexión y convivencia democrática.
especial I Parte, Cap. 1°, así como Escritura y temblor, Ed. Cuarto Propio, Santiago 2000, pp. 269-
282 y 417-433.
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304 cenciatura en Filosofía que había sido cerrada 9 años antes. Con una sola excepción,
tres de esos Departamentos reincorporaron con distinta prontitud y efectividad a
académicos previamente exonerados, aunque esa excepción, en la UMCE, y a par-
tir de un decisivo movimiento de los estudiantes de filosofía, el año 2000 inició y
logró un cambio cabal de su plantel académico, no deudor ya de esa intervención
aludida. En el campo de las universidades privadas, mientras el Instituto de Filoso-
fía de la PUCCh experimentó en esa década reordenamientos académicos internos,
Dobles Póstumos / José Jara
Pensadas por él desde el tiempo en que le tocó vivir, sus palabras las escribió de una
manera tal que al menos —como reitera en distintas páginas suyas— algunos pocos
hombres del siglo venidero pudiesen oírlas, recibirlas y elaborarlas de acuerdo al
estilo que cada uno de ellos supiese crear para su propio decir y pensar. La ocasión
que aquí nos reúne está conectada con ese calificativo de póstumo que él se asignó
a sí mismo, tiene que ver con la recepción que tuvieron sus palabras en ese siglo
XX que ya concluyó y del cual él no fue testigo de cuerpo presente. Sabemos, sin
embargo, cuánto anhelaba él poder adelantarse con su pensar a lo que estaba seguro 307
que no habría de compartir en su vida. Pues ya en la última línea del prólogo con
que delimita en febrero de 1874 la condición «intempestiva» de sus consideraciones
Acerca de la utilidad y las desventajas de la historia para la vida, emplea un adverbio:
hoffentlich: espero que, con el que califica el modo y la ocasión con que vivencia una
acción posible para su tipo de pensar: «espero que a favor de un tiempo por venir».
Y el verbo al que allí modifica, lo transformará 8 años más tarde en un sustantivo,
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puesto en boca de Zaratustra y con el que nombra la «esperanza más alta»1 de éste
—que por cierto, es a la vez la suya—, aquélla que por ser también «el pensamiento
más alto de la vida», para que llegue a cumplirse, uno y otro dicen, al comienzo de
la cuarta y última parte de esos discursos, que «tenemos paciencia, y tiempo, y más
que tiempo», pues lo que un día habrá de llegar es «nuestro grande y remoto reino
del hombre, el reino de Zaratustra de los mil años». Puesto que la realización de
ese reino supone un cambio demasiado grande con respecto a lo que se percibe en
su tiempo, y por ello a sus contemporáneos puede serles difícil tener la vivencia de
un acontecimiento tal, introduce Nietzsche en su libro siguiente una pregunta que
apunta en una dirección temporal semejante, al usar la imagen de la luz de los astros
y su tardanza en ser vista por los hombres: «¿Cuántos siglos necesita un espíritu para
ser comprendido?».2
Entre la primavera y el otoño de 1886, escribe Nietzsche varios prólogos para las
segundas ediciones de algunos de sus libros. En ellos reflexiona sobre buena parte
del camino ya recorrido y redimensiona personajes y situaciones de su vida personal
al hilo de algunos de los temas centrales de su pensamiento: el espíritu libre, la gran
salud, los nudos y desenlaces entre el romanticismo y el pesimismo, las confianzas
sostenidas por la moral y las imprescindibles desconfianzas exigibles frente a ella, el
haberse echado a perder con prisa aún juvenil el grandioso problema de los griegos
y la interrogante dionisíaca, la filosofía como un arte de la transfiguración de cuanto
habita el alma, el cuerpo y el espíritu. En todos ellos resuena como el ritmo de un
bajo continuo la preocupación por la figura del libro y la escritura, entre los que
308 se juegan lo que vivencia como su tarea y la «salud de mañana y pasado mañana»
de aquellos a los que nombra como a los buenos europeos. Y este nombre aparece
reiteradas veces en el Libro V de La ciencia jovial, escrito por esas mismas fechas,
asociado ahora consigo mismo como filósofo, si bien para ello se refiere a sí mismo
corrientemente en primera persona plural: «¡Nosotros los hombres póstumos!».
1
Z., «De la guerra y el pueblo guerrero».
2
MBM., §285.
Dobles Póstumos / José Jara
Aunque en muchos lugares de sus libros previos, Nietzsche se había referido a una
gran diversidad de temas usando la primera persona de singular para expresar su
pensamiento, sólo en los escritos de los últimos meses de 1888 comienza a emplear
para los títulos de algunas secciones de sus libros esa primera persona de singular,
cuando ya le parece indispensable decir «quién soy yo». Ecce homo es, sin duda, el libro
en que este recurso de autodesignación es el más notorio y desenfadado. Y lo hace
en un momento en que siente que ha de dirigirse «a la humanidad presentándole la
más grave exigencia que jamás se le ha hecho», interpelando a sus interlocutores, es
decir, a sus lectores futuros con un decir que en ese instante se ha convertido para
él en un deber: «¡Escuchadme! Pues yo soy tal y tal. ¡Sobre todo no me confundáis!».3
Es el momento en que paralelamente distingue su yo de sus escritos, al decir: «Uno
soy yo, otro, son mis escritos». Aunque esa distinción parece quedar prontamente
abolida, cuando en un giro que resuena como una cierta paradoja, de estos últimos
dice que los siente como incomprendidos hasta ese entonces y los conecta de inme-
diato consigo mismo, pues tampoco para él mismo, en tanto un individuo que es un
filósofo, dice, «ha llegado aún el tiempo, algunos nacen póstumamente».4
Por otra parte, puesto que en los parágrafos de esa sección de Ecce homo «Por qué
yo escribo tan buenos libros», aunque también en otros lugares, él entrega distintas
variantes de expresiones en las que afirma su certeza sobre la calidad de sus libros,
a la vez que explicita el tipo de lectores requeridos por ellos, sería preciso destacar
el hecho de que él entiende que la escritura y los libros no sólo son la condición
básica a ser cumplida por todo individuo que se asuma a sí mismo como filósofo, y
que como tal pretenda decir alguna verdad a otros hombres, sino más aún cuando
uno de ellos pudiera llegar a convertirse en la singularidad de un destino, como él
allí se autocalifica, y que por eso sólo puede ser oído después de su propio tiempo.
¿Qué señales de acceso, qué huellas estampa él en el territorio de sus escritos que
puedan servir de guías para quienes quieran adentrarse en «abismos laberínticos» o
se atrevan a lanzarse «con astutas velas a mares terribles», en pos de un «adivinar»
antes que de un «deducir», como él advierte allí a sus futuros lectores con palabras
310 dichas ya antes por Zaratustra? Pero la respuesta dada por él a renglón seguido en
el §4 de ese texto, sólo añade, dice, «algunas palabras generales», aunque éstas se
refieran a algo subrayado allí por él: su arte del estilo. Recordemos lo que allí dice
sobre éste:
Comunicar un estado, una tensión interna de pathos, por medio de signos,
incluido el tempo [ritmo] de esos signos —tal es el sentido de todo estilo; y
teniendo en cuenta que la multiplicidad de los estados interiores es en mí
Dobles Póstumos / José Jara
¿A quién corresponde aquí lo infalible de ese instinto? ¿Al «yo» del señor Nietzsche
o al de ese individuo que se entiende a sí mismo como un pensador póstumo? ¿En
cuál de estos dos hay que ver esa multiplicidad de estados interiores que hacen po-
sible el más diverso arte del estilo? Tal vez cabe aquí tener presente lo que en otra
ocasión él dijo de sí mismo cuando recordaba anteriores enfermedades y padeci-
mientos suyos, de los que al lograr su convalecencia dieron lugar a La ciencia jovial,
como agradecimiento luego de haber «resistido pacientemente una larga y terrible
presión». Y es en su prólogo de 1886 donde dice: «Pero dejemos a un lado al señor
Nietzsche, ¿qué nos importa que el señor Nietzsche esté nuevamente sano?». Y en
lugar de ese señor, quien toma allí la palabra por él es aquél que como filósofo se
desdobla en otras dos figuras de hombres del conocimiento, el psicólogo y el histo-
riador, para aportar cada uno de ellos, en cada caso desde su particular perspectiva,
su «curiosidad científica» frente a la relación entre salud, enfermedad y filosofía, que
les impide separar lo que configura el cuerpo, el alma y el espíritu. Pues las múl-
tiples, refinadas y sutiles correas de transmisión que recorren las fuerzas propias a
ellos tres, son las que dan como un peculiar resultado ese «arte de la transfiguración
(que) es precisamente la filosofía».
Por lo demás, así como las posibilidades del estilo tienen que ver con la tensión
311
suscitada por la multiplicidad de estados internos de un pathos, es decir, de algo que
se experimenta como una afección y que se padece, pero que ha de transformarse de
acuerdo a la sonoridad de las palabras y el ritmo de los signos y la duración de las
frases y los períodos con que se procura comunicarlos, también la filosofía es una
6
HdH., I, §211. (Traducción nuestra).
7
Ver GM., Prólogo, §8. También el capítulo «Entre imágenes e ideas» de nuestro libro Nietzsche, un
pensador póstumo. El cuerpo como centro de gravedad.
Dobles Póstumos / José Jara
ducido por él en la figura del filósofo, en cuanto a lo que considera como válido y
necesario a la hora de ejercitar el pensar y el conocer. Es decir, en el filo de la distin-
ción entre su yo personal y el de su yo como filósofo, que escribe, es preciso destacar
su haber replanteado el perfil y la consistencia de la razón filosófica misma, su uso
y sus posibilidades de acceso a la comprensión de todo ese complejo de realidades
humanas que traspasan y afectan a sus propósitos y deseos, acciones y decisiones.
Dicho de otro modo, se trata de asumir y poner en obra la mayor apertura imagina-
ble a todo el espectro de los sentidos, de la sensibilidad y la pasión experimentables
humanamente frente a los hombres, hechos y situaciones del mundo, y hacerlo con
la persistencia y la distancia, el rigor y la riqueza de medios conceptuales, como
nunca antes habían sido acogidas ambas líneas de comunicación con tal intensidad,
como por él. Pues en esta específica apertura del pensar nos parece que radica esa
infalibidad del instinto filosófico, que enfáticamente dice Nietzsche poseer. Y en
una apertura de segunda grado con respecto a ella, pareciera que cabría situar allí
también uno de los criterios para evaluar la recepción que de su pensamiento se
haya hecho y pueda seguir haciéndose.
Por lo pronto, los tres conceptos ya aludidos, el cuerpo, el alma y el espíritu, cabe
entenderlos como aquellos frente a los que la filosofía y su escritura han de ejercitar
el arte de la transfiguración que le es propio. Son tres conceptos que poseen una
larga historia de transformaciones o interpretaciones tras suyo y que, sin embargo,
una vez más, han de experimentar un cambio en lo que con ellos se dice y entiende.
Si nos detenemos en primer término en la noción de alma, son la condición de
psicólogo poseída por él —según señala en lo ya citado de Ecce homo así como en
muchos otros textos y que sus lectores, dice, sabrán reconocer en ellos—, unida
313
a la condición de un historiador en sintonía con aquél, las dos condiciones que
habrán de ensayar los nuevos filósofos convocados por él en sus páginas ante un
ámbito privilegiado donde ellos tendrán que desplegar todo su olfato y su pensar
de nuevo cuño, así como él procuró hacerlo en sus escritos: «la historia entera del
alma hasta este momento y sus posibilidades no bebidas aún hasta el final: ése es,
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Es decir, es preciso adentrarse en la historia del alma humana de modo que se sea
capaz de dar cuenta de lo sucedido en ella, por una parte, en aquellos momentos
primeros de la historia en que la separación entre los hombres estuvo marcada por
lo denominado por él como el pathos de la distancia, establecida entre estamentos de
nobles y plebeyos, y entre los que se encuentra también «el origen del lenguaje como
una exteriorización de poder de los que dominan»9 y que en aquel entonces habrían
acuñado esa antítesis de nombres y valores tales como «bueno» y «malo». Pero que,
por otra parte, en esa historia ha de ser posible rastrear a la vez cómo en ese terreno
de caza se llegó desde aquel pathos primigenio hasta ese otro «pathos misterioso», en
el que más tarde pudo expresarse «aquel deseo de ampliar constantemente la dis-
tancia dentro del alma misma, la elaboración de estados siempre más elevados, más
raros, más lejanos, más amplios, más abarcadores, en una palabra, justamente la ele-
vación del tipo “hombre”».10 Y el recorrido por entre esos dos extremos históricos de
las manifestaciones de los estados afectivos de los seres humanos, situados en cada
una de esas etapas pensadas por Nietzsche en vistas de lo que ha sido y pueda llegar
a ser el hombre, está jalonado por palabras creadas por ellos y que con el correr del
tiempo se convirtieron en valores según los cuales configuraban sus vidas, a la vez,
diversos pueblos, así como hombres que procuraron acceder a sí mismos, en tanto
individuos. Entremedio de la reflexión de Nietzsche sobre lo llamado también por
él como el «gran número» o el rebaño, y las distintas figuras de un «yo», aparecen
una y otra vez textos en los que se decantan para su pensar diversas fases del proceso
314 de formación de la lengua y del arte en el uso de la palabra, sin la cual aquél, el
pensar, no podría encontrar ni su rumbo ni su ritmo de comunicación.
8
MBM., §45. (Hemos modificado la traducción).
9
GM., I, §2.
10
MBM., §257.
Dobles Póstumos / José Jara
esa culminación alcanzada por él en el arte del estilo, es también aquello a partir
de lo cual y desde «un comienzo sólo entre el hombre y el hombre fue necesaria»11,
y cuyos resultados primeros fueron tanto el surgir de un pueblo como el de una
lengua. Así como para que eso sucediera se requirió que esas dos realidades so-
ciales se entrecruzaran y se distinguiesen a la vez, a partir, por lo pronto, de esas
antiguas «sensaciones que se repiten con frecuencia y aparecen juntas, (...) (pues)
son los grupos de sensaciones que se despiertan más rápidamente dentro de un
alma, que toman la palabra, que dan órdenes, (...) que deciden sobre la jerarquía
entera de sus valores, (...) y delatan algo de la estructura de su alma».12 Y esto pudo
suceder así, puesto que las palabras, al ser «signos-sonidos de conceptos», y éstos
«signos-imágenes» de esos grupos de sensaciones del alma, le permitieron a tales
hombres que vivían juntos bajo condiciones similares, entenderse entre sí y formar
un pueblo, precisamente sobre la base de esas vivencias de variado calado personal,
pero que al ser traducidas por esas abreviaturas de ellas —que es lo que son esos
signos-palabras—, dieron lugar a una lengua. Es la unión de esas dos condiciones
mencionadas del filósofo pensado por Nietzsche, a las que él añade su propia pro-
cedencia filológica, lo que le lleva a decir que «la historia de la lengua es la historia
de un proceso de abreviación».13
Pero ¿qué es lo que de este proceso resulta relevante para nuestro asunto del estilo?
Varias cosas. Además del hecho de que esas abreviaturas de la lengua hayan teni-
do el efecto positivo de permitirles comunicarse para contrarrestar los peligros, las
penurias a las que tales hombres tuvieron que enfrentarse, tales palabras fueron
también un instrumento con el que tomaron distancia frente a las sensaciones allí
experimentadas, pues mediante ellas comenzaron a nombrar y, así, a acceder a tres
315
formas, por lo menos, de un «saber» inicial acerca de: qué sentían, qué querían y
qué pensaban allí que podían hacer para superar el estado de menesterosidad en que
11
CJ., §354.
12
MBM., §268.
13
Ídem.
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l
se encontraban. A través de esos saberes montados sobre los signos de una lengua,
habría comenzado el largo proceso de conocimiento de todo el amplio espectro de
sensaciones de sus almas, que, por una parte llevó hasta el que así llegasen a ser cons-
cientes de sí mismos, es decir, hasta lo que más tarde se llamó la «conciencia» y, por
otra parte, condujo hasta el perfilamiento especial de algunos de ellos como maes-
tros en «la fuerza y arte de la comunicación» de lo que habían menester de decir y de
hacer, individuos que se diversificaron luego bajo la figura de los artistas, «los orado-
res, predicadores, escritores, todos los cuales son hombres que llegan siempre al final
de una larga cadena, los que en cada caso “han nacido tardíamente”».14 Es decir,
individuos que coinciden con Nietzsche en la condición tardía, o incluso póstuma
en éste de su afán de comunicar, que, de este modo, se muestra como algo que no es
sin más un privilegio suyo, sino una realidad humana que puede hacerse patente en
cada momento histórico en el que, por haber experimentado algunos de ellos lo que
en sus respectivos tiempos había llegado hasta un nivel de incisiva realidad nueva
imposible ya de acallar, se convirtieron en «derrochadores». Esto es, se convirtieron
en individuos que, en su momento y en su estilo, realizaron acciones de comuni-
cación excedentarias frente a lo experimentado en su tiempo por los miembros de
su comunidad, fueron capaces de traducirlas en palabras inéditas hasta ese enton-
ces, para situarse así en un cierto nivel de avanzada con respecto a las experiencias
comunitarias habidas. Y en tal caso, puede decirse que tales individuos asumieron
una posición al menos semejante con aquel carácter «transfigurador» asignado por
Nietzsche a la filosofía, entendiendo que éste último a su vez lo hizo en la medida
en que tal carácter correspondía con lo dicho por Zaratustra como aquel misterio
316 que la vida una vez le confió: «yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo».15
14
CJ., § 354 .
15
Z., «De la superación de sí mismo».
Dobles Póstumos / José Jara
con quienes convive o que sabe que existieron en el curso de la historia. Y lo que
Nietzsche rescata de esos individuos tardíos, y que él incorpora en su replantea-
miento de una racionalidad venidera, es que en el sí mismo alcanzado, o más bien
alcanzable por otros hombres, se extienda esa abreviatura que es cada lengua a una
nueva comprensión de lo denominado por él como una «voluntad fundamental del
espíritu». De aquél espíritu que impulsado por ese pathos misterioso, ya aludido, se
adentra en la amplitud del alma, pero tomando ahora esa distancia que le permite
ir de la pluralidad de sensaciones a la simplicidad de las palabras, asemejar lo nuevo
de aquéllas a lo antiguo, «a pasar por alto o eliminar lo totalmente contradictorio»,
de modo que allí «el espíritu subraya, destaca de modo arbitrario y más fuerte, rec-
tifica, falseándolos, determinados rasgos y líneas de lo extraño, de todo fragmento
de “mundo externo”».16 Pero de este modo el espíritu adquiere y pone en práctica,
a la vez, nuevas experiencias descritas por Nietzsche mediante distintas perspectivas
de enumeración de lo que configura el «sentimiento de la fuerza multiplicada», lo-
grada por él. Por ejemplo, la resolución de ignorar, de aislarse voluntariamente, de
contentarse en ocasiones con la oscuridad, un decir sí a la ignorancia y un darla por
buena, de dejarse engañar y a hacerlo a veces con picardía, experimentar placer en
la inseguridad y equivocidad, en la estrechez y clandestinidad de estar en un rincón,
de engañar a otros espíritus y disfrazarse ante ellos, para gozar así de su pluralidad
de máscaras y de su astucia, de manera que, exclama, «¡son cabalmente sus artes
proteicas, las que mejor le defienden y esconden!».17
16
MBM., § 230.
17
Ídem. Este párrafo lo hemos redactado seleccionando algunas de las enumeraciones hechas por
Nietzsche.
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la historia» es como la filosofía puede aún ser válida, es decir, «como el intento de
describir de algún modo el devenir heraclíteo y de abreviarlo en signos (y por así
decir, de traducirlo en una especie de ser aparente y de momificarlo)».18 Eso es lo
que también le conduce a desplazar los esfuerzos del espíritu por conocer las cosas
y el proceso en el cual están incluidas en una dirección que califica a esos esfuerzos
como procedentes más bien del hecho de que «en nosotros hay un poder ordenador,
simplificador, falseador, artificialmente separador», y que, sin embargo, es impres-
cindible a la condición humana, por lo pronto, en cuanto contribuye a despejar en
algún grado nuestra ignorancia inicial con respecto a las cosas, en tanto las palabras
con que las designamos «son tal vez líneas de horizonte para nuestro conocimiento,
pero no son “verdades”».19 Con lo cual es el mundo entero el que también queda
ahora abierto para el espíritu del hombre, pues la extensión toda suya y los límites
que en él puedan detectarse, son igualmente ficciones necesarias que él introduce
en sus territorios, tal como lo son esas líneas de horizonte, y habría que agregar, al
igual que los puntos cardinales que a él le sirven para orientarse allí, pues todas esas
son invenciones y convenciones ficcionadas, tal como lo son las palabras y signos
empleados por ese espíritu en su afán y menesterosidad por conocer cuanto le rodea
y encuentra dentro suyo.
Esta otra manera de entender al espíritu, sin duda problemática en más de un as-
pecto con respecto a la aceptada en la tradición, pero que implica también su con-
dición proteica al hilo de esas imprescindibles ficciones que crea para habérselas con
las penurias y menesterosidades experimentadas por los hombres en su existencia
318 de sociedad y como individuos —y limitándonos ahora al tema que nos ocupa—,
nos permite establecer otra conexión temática con la trama de que está hecho todo
estilo así como, además, de la recepción que de él puede hacerse y que nos conduce,
por lo pronto, a la figura del artista. Pues éste actúa echando mano al mismo tipo de
recursos empleados por el espíritu, tal como lo entiende Nietzsche, sacándolo radi-
18
SW.KSA., 11. 36[27].
19
SW.KSA., 12. 5[3].
Dobles Póstumos / José Jara
Y es a propósito de una variante denominativa de ese sí-mismo que ronda por las
profundidades del alma y de la superficie de la conciencia, en tanto ese llegar-a-ser
consciente-de-sí mismo, tal como lo especifica Nietzsche en relación con lo que
subyace a la comunicación, lo que permite establecer la conexión con el arte del
estilo que recorre a sus escritos, y que señala hacia la operación mediante la cual
habría que distinguir entre el yo del señor Nietzsche y el yo del filósofo póstumo
que se expresa en ellos. La palabra con que designa en otro lugar a ese sí-mismo es:
carácter, y la frase en que lo conecta con el arte y el artista es: «“Dar estilo” al propio
carácter —¡un arte grande y escaso!».20 Y la escasez de este tipo decisivo de arte,
remite a su reiterada crítica tanto de la noción moderna del laissez aller [dejarse ir],
como de la más tradicional de la «inspiración», en tanto aquella que en este caso
apela a distintos tipos de divinidades usualmente extrahumanas, que insuflarían
en la acción creadora de los hombres la belleza y el éxito que pudiesen lograr. Por
el contrario, lo exigido por Nietzsche tanto a la acción del espíritu como a la del
artista, si han de querer aprender a ver, a pensar, a hablar y a escribir, en acciones de
verbos subrayadas por él en su texto, es a «habituar el ojo a la calma, a la paciencia,
a dejar-que-las-cosas-se-nos-acerquen; aprender a aplazar el juicio, a rodear y a abar-
car el caso particular desde todos los lados. Esta es la primera enseñanza preliminar
para la espiritualidad (...): el poder no “querer”, el poder diferir la decisión».21
319
Si esta primera y preliminar enseñanza para el ejercicio de la espiritualidad y de la
acción creadora del artista puede resultar extraña o paradojal, debido a ese «poder
20
CJ., §290.
21
Cr., «Lo que los alemanes están perdiendo», §6.
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22
Z., «De la superación de sí mismo».
Dobles Póstumos / José Jara
en la tierra, por ejemplo, virtud, arte, música, baile, razón, espiritualidad, —algo
transfigurador, refinado, loco y divino».23
Si bien esta embriaguez queda calificada por él mediante los nombres de dos dioses
griegos, Apolo, que «mantiene excitado ante todo el ojo», sin duda, es su propuesta
final de interpretación de Dioniso —de quién él se considera un discípulo privile-
giado— la que le confiere una suerte de certeza ficcional de que su pensar puede
también renacer, ser póstumo, y convertirse en un destino. Pues lo esencial al 321
estado dionisíaco, dice, es que «él no pasa por alto ningún signo de afecto, posee el
más alto grado del instinto de comprensión y de adivinación, de igual modo que
posee el más alto grado del arte de la comunicación. Se introduce en toda piel, en
todo afecto: se transforma permanentemente». Pero lo hace de una manera tal que
23
MBM., §188.
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acoge y promueve no sólo las fuerzas y los medios de expresión de quien experimen-
ta esa embriaguez, sino que al estar ella en una relación inmediata y distante a la vez
con todo cuanto le rodea en el mundo, «al mismo tiempo hace que se manifieste
la fuerza de representar, reproducir, transfigurar, (...) [de modo que] en ese estado
uno enriquece todas las cosas con su propia plenitud, (...) transforma las cosas hasta
que ellas reflejan el poder de él, —hasta que son reflejos de la perfección de él. Este
tener-que-transformar las cosas en algo perfecto es —arte».24
Se podrá apreciar que varias de las palabras, conceptos, empleados por él para des-
cribir ese estado dionisíaco de embriaguez, él ya las ha usado —y nosotros los he-
mos puesto en relación en diversos contextos temáticos de su pensar póstumo—
para señalar los rasgos propios de su arte del estilo al escribir y pensar. Y luego de
este recorrido por varios de esos temas centrales trabajados por él mediante ellas,
podemos ahora enunciar esa otra palabra-símil empleada por él para reunir, de-
signar, realzar y pensar esa pluralidad de afectos y fuerzas que configuran el alma
y el espíritu, entre todas las cuales las palabras del mandar y obedecer resultan ser
imprescindibles para lograr esas acciones transfiguradoras tanto del arte como de
la filosofía. Es una palabra calificada por él como «el mejor símil» para denominar
esa realidad humana «más sorprendente» que, sin embargo, «sucede a ojos vistas
[y] no mediante la conciencia».25 Se trata del cuerpo, al que en otro texto también
nombra como «un soberano poderoso, un sabio desconocido —llámase sí-mismo.
En tu cuerpo habita, es tu cuerpo».26 Si el cuerpo es lo más propio e incanjeable de
cada quien, pues en él habita el sí mismo y, sin embargo, ha sido un desconocido
322 para los hombres, Nietzsche entiende que eso sucede —en antagonismo frente al
conjunto de la tradición filosófica—, porque en ella él ha sido regularmente mar-
ginado durante milenios como instancia teóricamente relevante para el pensar, que
ha privilegiado, en cambio, a otras nociones diferentes. De allí que como pensador
24
Cr., «Incursiones de un intempestivo», §8 a §10.
25
SW.KSA., 11. 37[4].
26
Z., «De los despreciadores del cuerpo».
Dobles Póstumos / José Jara
póstumo, que no puede dejar de hacerse cargo de la realidad del peso inercial de
lo sucedido en esa historia, señala que «no es un mandamiento para hoy y para
mañana el de aprender a amarse a sí mismo. Antes bien, de todas las artes es ésta la
más delicada, la más sagaz, la última y la más paciente, (...) y de todos los tesoros
es el propio el último que se desentierra».27 Mientras que lo poderoso de ese sabio
soberano radica en el hecho de que él, y a pesar del paso del tiempo y del debili-
tamiento que allí ha debido soportar, se ha mantenido como lo que es, el centro
de gravedad del hombre. Como aquella instancia en la que han tenido lugar, una
y otra vez, todos los conflictos y desenlaces sucedidos entre las múltiples fuerzas y
afectos que contribuyeron a configurar las diversas máscaras a través de las que se
han manifestado los distintos tipos de hombres habidos en el curso de la historia.
Y es ese centro de gravedad del cuerpo el que ha sostenido, a pesar de todo, sabia y
soberanamente la existencia del espíritu, de acuerdo a la tarea que Nietzsche le asig-
na: ser «heraldo de sus luchas y victorias, compañero y eco»28, en la medida en que
precisamente decanta en signos y en símbolos los diversos conflictos, antagonismos,
agonías y éxitos de que hayan sido actores la pluralidad de fuerzas que transitan por
el cuerpo y en él se encuentran reunidas.
La confluencia propuesta por Nietzsche entre alma, cuerpo y espíritu no sólo trae
consigo el hecho de que al pensar el espíritu como compañero del cuerpo, éste «se
convierta en creador y en apreciador y en amante y en benefactor de todas las cosas»,
sino que incluso transforma «también todo lo que nos hiere».29 Y el no poder excluir
los dolores y heridas experimentadas en ese sí-mismo que es el cuerpo, apunta hacia
otro aspecto del arte del estilo practicado por él; aquél que bien puede mostrarse
a primera vista como uno de esos usuales tonos dramáticos de su escritura, en que
323
parece llevar las cosas al límite de su expresividad. Como cuando dice: «De todo lo
escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre:
27
Z., «Del espíritu de la pesadez».
28
Z., «De la virtud que hace regalos».
29
CJ., Prólogo, §3.
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y te darás cuenta de que la sangre es espíritu».30 Aquí nos parece necesario tener pre-
sente ese misterioso pathos de la distancia que introduce el espíritu transfigurador
del artista que Nietzsche también se siente ser, y no sólo como escritor, para acceder
a lo que se quiere decir con tal imagen de la sangre. Pues ésta no es sino aquello que
circula a través de todo el cuerpo, nutre a cada uno de sus órganos, pulsa en él a
distinto ritmo de acuerdo a lo experimentado por el alma, y es lo que también aflora
en su superficie cuando es herido en cualquier lugar. Son igualmente las heridas del
cuerpo y del alma las que Nietzsche procura acoger mediante su reinterpretación
del espíritu, bajo su perspectiva póstuma. Pero no es esta la única vía mediante la
que lo situado al interior del cuerpo puede emerger a la superficie y comunicar con
su color algo de lo que allí sucede. Pues esa interioridad del alma y del cuerpo se co-
munica por igual mediante «la mirada, los énfasis, los gestos»31, que se agregan con
su espontaneidad o artificio actoral, a las abreviaturas de las palabras-signos usadas
por el espíritu cuando habla o cuando escribe, pues, como ya dijo, «todas las leyes
del período son arte del gesto», es decir, de la respiración larga, pausada, de prisa o
sincopada, que los párrafos de una escritura le imponen al lector.
Junto a los temas que hemos procurado exponer y conectar entre sí acerca del arte
del estilo de los yoes de Nietzsche, que se transforman por entre los caminos del psi-
cólogo, historiador, filólogo, filósofo y el enigma a descifrar que pueda ser su propia
persona, puesto que transita por todos ellos, se entreteje la trama de la recepción de
sus palabras como pensador póstumo. Se podrá apreciar ya que es una trama nada
simple de urdir en otros tejidos por otros tejedores, y no otros tejidos por otros
30
Z., «Del leer y escribir».
31
CJ., §354.
Dobles Póstumos / José Jara
esto, en último término, debido a que tanto el estilo como la comunicación, señala,
remiten al hecho de que cuando se trata de pensar, escribir o hablar, sucede allí
como lo que pasa en su modo de vivenciar e interpretar el caminar. Lo que en éste
está en juego es, una y otra vez, «un ensayar y un preguntar», que, si ha de responder
a ese sí-mismo que en cada caso se ha de llegar a ser, se apoyan «no [en] un buen
gusto, no [en] un mal gusto, sino [en] mi gusto», pues «¡El camino, en efecto, —no
existe!»32 Sin olvidar que el camino del creador, que es el camino hacia el sí-mismo
de cada quien, recuerda él, corre junto a «tu tribulación», «tus siete demonios» y
«tus siete soledades»33, es decir, entre todos los conflictos, peripecias, obstáculos y
estados del alma que median entre el vislumbrar un querer del propio sí mismo, y
el cumplimiento de lo que la conciencia le dice a un tú: «Debes llegar a ser el que
eres».34
Las consecuencias de su arte del estilo de pensar para las tramas de la recepción en el
discurso filosófico habido en el tiempo posterior a él, se pueden apreciar en el siglo
ya concluido y que para él era aún algo por venir. Distintos son los modos en que
diversos filósofos han hecho suyo y elaborado en sus respectivas propuestas teóricas,
el carácter de ficción denunciado por Nietzsche de aquel sujeto trascendental enten-
dido por la modernidad como fundamento absoluto del discurso de la racionalidad
metafísica. Y el haberse asumido ya esa denuncia suya, trajo consigo, a la vez, la
disolución de la condición necesaria y universal de tales discursos, abriendo paso a
las distintas variantes de ese «nuevo “infinito”» anunciado por él bajo el nombre de
la interpretación. Y ya sea que haya habido filósofos que asumieron directamente
este nombre para calificar lo hecho por ellos, o bien lo hayan colocado bajo el alero
de esa tradición de resonancia griega que es la hermenéutica, en todos los casos
325
se ha tenido que repensar también la consistencia que siga teniendo la noción de
verdad, desenmascarada por él más bien como una voluntad de verdad. Es decir,
32
Z., «Del espíritu de la pesadez».
33
Z., «Del camino del creador».
34
CJ., §270.
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una relación con la verdad en la que no pueden dejar de escucharse los ecos de los
temas aludidos del cuerpo, el alma y el espíritu, de acuerdo al estilo de quien habla,
escribe y piensa. Y esta diversidad de estilos en el pensar filosófico era ciertamente
la que Nietzsche invocaba bajo el nombre acuñado por él de perspectivismo para
su pensar póstumo, cuando afirmaba que «cuanto mayor sea el número de ojos, de
ojos distintos que sepamos emplear para ver una misma cosa, tanto más completo
será nuestro “concepto” de ella, tanto más completa será nuestra “objetividad”».35
Pues a pesar de lo que haya podido creerse en una determinada tradición, esa plura-
lidad no desacredita sino que incluye la independencia de aquellos individuos para
quienes es la «grandeza de alma inseparable de la grandeza de espíritu»36 propia al
ideal de los filósofos del futuro avistados por él, para los que, dice, la «grande-
za debe llamarse precisamente el poder ser tan múltiple como entero, tan amplio
como pleno».37 Y seguramente puede hoy responderse afirmativamente, a la luz de
la diversidad de estilos de la recepción habida del pensamiento de Nietzsche por
filósofos de distintas latitudes en el siglo hace poco concluido, aquella pregunta que
él se hizo a renglón seguido de haber expresado lo que entendía como grandeza:«¿es
hoy —posible la grandeza?».
326 la que le llevó a insistir en su condición póstuma. Aquélla que le exigió pensar a
Europa mucho más allá de cualquier territorio de una geografía particular. Pues
bajo ese nombre, de hecho, él entiende más bien a lo que denomina como el «país
hombre», aquél que se ha de aprender a amar como «el país de vuestros hijos» que
35
GM., II, §12
36
SW.KSA., 11. 27[11]
37
MBM., §212.
Dobles Póstumos / José Jara
vivirán mañana y pasado mañana y que, sin embargo, es también el país de aquellos
que ayer y antes de ayer hicieron suyos «una suma de juicios de valor que coman-
dan y se [les convirtieron] en carne y sangre»38, precisamente según el estilo de esa
conjunción de cuerpo, alma y espíritu a que nos hemos referido. Y al designar a un
momento decisivo de la tarea de su pensar con otra imagen, la del «gran mediodía»,
donde el sol derrama y regala su luz en vertical sobre la tierra, que le permite mirar
«hacia atrás y hacia delante»39 en el discurrir del hombre en el tiempo y de la histo-
ria acaecida más allá de cualquier frontera nacional, puede luego afirmar que es en
ese país hombre en el cual habrá de cumplirse que «en vuestros hijos debéis reparar
el ser vosotros hijos de vuestros padres: ¡así debéis redimir todo lo pasado!».40 De
modo que la certeza de poder hablar hacia el futuro, tiene en Nietzsche el respaldo
de que puede hacerlo, porque cree haber recorrido ese «país» con la clave genealó-
gica precisa que le abrió el acceso a los laberintos del pasado del alma humana. Sin
duda, en esta clave se encuentra otro indicio para seguir la huella de las recepciones
filosóficas habidas de él.
Finalmente, así como Nietzsche fue un individuo con fecha de nacimiento, de lo-
cura y de muerte conocidas, en su momento no pudo menos que auscultar y sope-
sar entre los hombres de algunas de las naciones del territorio europeo que le era
cercano, las posibilidades de que a partir de las condiciones de existencia históricas
de esos pueblos entre los que vivió, viajó por ellos o de ellos supo a través de sus
lecturas, hubiese algunos que pudieran ser más afines a un vivenciar y experimentar
lo pensado por él. Y en sintonía o en una suerte de eco del calificativo francés para
la recepción de su obra, que aquí nos convoca, él señala a Francia como la que en su
tiempo continúa siendo «la sede de la cultura más espiritual y refinada de Europa y
327
la alta escuela del gusto».41 Y las tres características señaladas por él como patrimo-
38
CJ., §380.
39
EH., «Aurora», §2.
40
Z., «De las tablas viejas y nuevas», §12.
41
MBM., § 254.
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328
42
Ídem.
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Los tramos iniciales del recorrido de Nietzsche en su camino de pensador los realizó
provisto de los instrumentos de la filología, que desplegó en su trabajo sobre los más
importantes creadores de la cultura greco-romana antigua. Un rasgo peculiar de su
actitud intelectual frente a ese pasado, que le permitió avanzar en el camino que le
llevó hacia la filosofía, se expresa en la aguda conciencia con que experimentó en sí
mismo la más profunda desazón frente al absurdo que destilaba por todos sus poros
la trama del tejido de la cultura, en que se debatían los hombres y las instituciones
de su tiempo. Sin duda, el timbre y la tonalidad de sus vivencias producidas por esa
confrontación con su presente, no es sino una experiencia suya, incanjeable. Pero
es el conjunto de lo que sucede en ese tempo en el que él vive lo que conmueve,
lo hace reflexionar sobre lo que allí ausculta y lo conduce a tomar distancia de él,
mediante su rodeo filológico dirigido hacia la antigüedad griega. Es un rodeo que,
en último término, no tiene otra meta inmediata más que la de respetar, aprender a
apreciar las exigencias de su «propia alma»1, en pos de la pretensión de «sostenerse
sobre sí mismo»2 como individuo. Una pretensión en la que se exhibiría el parentesco
de su actitud con el peculiar orgullo y egoísmo de esos forjadores de aquel tipo de
hombre que, desde Tales a Demócrito, habrían dibujado el primer gran perfil de los
filósofos en aquella época trágica de los griegos. Es a partir de esa experiencia que él 329
planteará luego una propuesta de transformación de la filosofía y de su ejercicio por
parte de los filósofos, cuyo cumplimiento exige un horizonte temporal que incluso
rebasará su propio tiempo.
1
NW(1966)., t.3, p. 329, (traducción nuestra).
2
Ibíd., p. 334.
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330 por lo pronto, apunta hacia el hecho de que ya no postula un telos enunciado desde
alguna modulación epocal del logos, una realidad trascendental otra que la vida
misma, hacia la cual ella habría de dirigirse para acceder a lo más propio suyo. Es a
partir de lo que a ella le es constitutivo en su realidad inmediata que ha de superarse
siempre a sí misma. Y lo que se muestra a través de esa reiterada superación suya es
3
Z., «De la superación de sí mismo».
Dobles Póstumos / José Jara
una peculiar menesterosidad y grandeza, a la vez, de la vida, el hecho de que ella tie-
ne que ser «lucha y devenir y finalidad y contradicción de las finalidades: ¡ay! Quien
adivina mi voluntad, ese adivina sin duda también por qué caminos torcidos tengo
que caminar yo». Si el devenir se exterioriza en ella como una lucha, es porque lo
viviente, lejos de poseer una realidad «en sí», en primer término, es más bien algo de
lo que no es posible obviar su realidad fisiológica, que como tal, «ante todo, quiere
descargar su fuerza».4
Numerosos son los textos en los que Nietzsche afirma que la condición humana de
esa fuerza vital excede de muchas y diversas maneras a su manifestación como una
mera realidad orgánica. La pluralidad de esa fuerza, a la que usualmente se refiere
también como a los instintos que conforman la vida, se especifica y expresa a través
de los afectos, emociones, sentimientos, pasiones, así como mediante las palabras,
conceptos e ideas, con todos los cuales los hombres procuran realizar lo que quie-
ren. De modo que esa pluralidad de fuerzas tiene su lugar de reunión denominativa
en este querer, es decir, en la voluntad presente en todas esas fuerzas y activada a
través de ellas. Y la manera decisiva en que la voluntad las pone en juego y las hace
efectivas, es mediante aquellos actos esenciales suyos expresados en un tener que
«elegir y llevar a cabo lo elegido»5, es decir, en un crear lo que sin su mediación no
habría llegado a existir: una «obra». Es esta obra así lograda, la que no sólo le permi-
te acceder al hombre a esa dimensión propiamente humana de hacerse consciente
de lo querido y hecho por él, sino también experimentar aquello que le confiere otra
tonalidad personal y afectiva a la actividad de sus fuerzas: «el placer en el crear y en
lo creado»6, que es también el modo en que el placer se hace patente en ese pensar
que supo elegir y hacer lo querido por él.
331
Es sobre la base de esta voluntad y pensar creadores que la vida puede superarse
4
MBM., §13.
5
SW.KSA., 10. 24[5].
6
SW.KSA., 12. 7[2].
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332 despreciar el cuerpo como instancia relevante para el pensar, ha llegado al más peli-
groso extravío de condenar «a la entera espiritual a ser enfermiza, a los vapores del
idealismo».10 Por eso es que no sólo las «audaces extravagancias de la metafísica», sino
7
Z., «De las islas afortunadas».
8
SW.KSA., 13. 14[81].
9
CJ., Prólogo, §2.
10
SW.KSA., 13. 14[37].
Dobles Póstumos / José Jara
también las de la moral y la religión han de ser entendidas no sólo desde los princi-
pios y argumentaciones teóricas que las sostienen, sino igualmente desde su condi-
ción de ser «síntomas de determinados cuerpos». Con lo cual las propuestas teóricas
de los filósofos quedan expuestas a la sospecha de no ser sino expresiones personales
de sus particulares modos de relacionarse con esa realidad incanjeable de sus respec-
tivas vidas, su cuerpo. Una afirmación escandalosa ante los ojos de todo pensador
de la tradición. Pero no sólo frente a esa tradición venerable, sino también frente a
lo experimentado por Nietzsche en su propio tiempo, es que él entiende a su pensar
como «intempestivo», haciéndose eco probablemente así de la actitud «correctiva»
percibida por él en los filósofos de la época trágica de los griegos con respecto a lo que
era vigente en la polis habitada por ellos, y que él asume con su propuesta teórica de
acuerdo a las realidades sopesadas por él como prevalecientes en su presente.
Se trata de las elecciones del mandar y obedecer, que muestran el ensayo y el riesgo
a que quedan expuestos quienes asumen el primero, y la condición inevitable del
11
Z., «De los despreciadores del cuerpo» (hemos modificado la traducción de A. Sánchez Pascual).
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l
segundo para todos los hombres sin excepción. También quien hace suyo el ensayo
de mandarse algo a sí mismo, ha de aprender a ejercitar la obediencia frente a su
propio mandato, pues nada ajeno a su propia acción garantiza, por lo pronto y en
último término, sin riesgo, el cumplimiento de una orden dada por una palabra
suya. Si bien el mandar y el obedecer son propios a toda vida, aunque cada uno de
ellos se expresen diferenciadamente en cada hombre, es desde esas acciones que la
filosofía puede convertirse en un «arte de la transfiguración», precisamente porque
el vivir ya no significa para Nietzsche más que el «transformar continuamente todo
lo que somos en luz y en llama, también todo lo que nos hiere: no podemos actuar
de otra manera».12
Puesto que entre las fuerzas existentes en el cuerpo se encuentra también el espí-
ritu, éste juega un rol insoslayable en ese arte de la transfiguración que ahora es la
filosofía para él. Sólo que una vez más se aprecia aquí el desplazamiento operado
por Nietzsche frente a la comprensión y al rol usual que una larga tradición le con-
fería al espíritu, así como también el cambio en la estrecha conexión del espíritu
con lo esencial de la vida y del cuerpo, pues para éste ahora él queda convertido en
«heraldo de sus luchas y victorias, compañero y eco».13 En tanto algo inseparable
del cuerpo, es preciso entender al espíritu como el que traduce en «señas» y en
«símbolos» lo que sucede con el conjunto de las fuerzas que en el cuerpo luchan
por lograr lo querido por ellas, y así expresarse a través de ellas. Y para lograr esa
comunicación y erigirse así en vocero y señor sobre esas fuerzas, el espíritu acude
a un proceder domeñador y de dominio sobre ellas: simplifica la diversidad de lo
334 plural y lo complejo, suele asemejar lo nuevo a lo antiguo, destacar e incluso ignorar
o falsear algunos rasgos de lo que se le presenta como otro o extraño, procedente de
aquello que se ha solido denominar como un «mundo externo» a él.14 Lo estrecho
de la relación replanteada por Nietzsche entre cuerpo y espíritu se exhibe en su
12
CJ., Prólogo, §3.
13
Z., «De la virtud que hace regalos», §1.
14
MBM., §230.
Dobles Póstumos / José Jara
Llegados a este punto, podría decirse ya que esta inevitable transformación y trans-
figuración que una y otra son, la vida y la filosofía —acompañada por la traducción
hecha por el espíritu de las luchas del cuerpo—, y siempre que todo ello sea asu-
mido según el estilo del pensar nietzscheano, es lo que exhibe no sólo la «profunda
relación de familia» existente entre la filosofía y la vida, sino también el hecho
de que la filosofía no puede ser entendida ya bajo el perfil de la «chatura» de sus
proposiciones, en tanto provenientes de una dimensión simple y exclusivamente
teórico-racional. Pues además de no haber ahora una única instancia trascendental
que actúe como fundamento, legitimación y garantía indubitables de lo que las co-
sas, el mundo y el hombre entre ellas sean, el «gran dolor» experimentado ante los
cambios inevitables de la historia y el devenir, son los que conducen precisamente
al espíritu a tomar una peculiar distancia frente a todas las ataduras inmediatas de
la contingencia de lo existente, puesto que el intento eventual de ignorar o liberarse
de ellas se le presenta como una vía ya clausurada. Pero esa distancia no puede ser
ya una que pretenda o aspire a distinguirse por algún tipo imposible de neutralidad,
sino aquélla marcada por un afecto peculiar, susceptible de convertir al hombre
en un maestro con un sello especial: el «páthos de la distancia», que puede llegar a
335
transformar el pensar de un hombre en el ejercicio de la gran sospecha, esa que se
expresa en «la voluntad de preguntar más, más profunda, rigurosa, dura, malvada
tranquilamente que lo que hasta entonces se había preguntado».16
15
Z., «De la virtud que hace regalos», §2
16
CJ., Prólogo, §3.
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l
Nada puede escapar ya a esa sospecha de la propuesta hecha por Nietzsche para
entender el quehacer de la filosofía, ni siquiera la confianza que en algún momento
se pudo haber tenido para con la vida, pues también ante esa «luz y llama» en que la
vida se transfigura desde el páthos de la distancia filosófica, ella «misma se convirtió
en problema». Sólo que ahora el problema que es la vida aparece como un desafío
y un riesgo más para las fuerzas de la voluntad, que en su repertorio de manifes-
taciones humanas puede recurrir a una que tal vez es la más propia suya, el amor,
especificado por lo menos en una quíntuple perspectiva de manifestación suya: «el
amor a la vida», que a partir del problema en que ella queda convertida por la gran
sospecha, Nietzsche propone transformar a ese afecto radical en otra variante suya:
la del «amor a una mujer que nos hace dudar». Y puede hacerlo, precisamente por-
que él circunscribe también a la mujer como un tema y una imagen para designar
a la vida, pues como ésta, ella es «mudable» y «salvaje» y «terca», tal como queda
expresado en el diálogo que en «La canción del baile» Zaratustra sostiene con ellas
dos: la vida y la mujer, la que a su vez comparte esos mismos rasgos con la sabiduría,
la que además es «malvada y falsa», así como también más adelante Zaratustra, rien-
do a su corazón, burlonamente dice que «la felicidad es una mujer». Seguramente
son estas diversas perspectivas desde las que puede ser vista la mujer —entendida
como una imagen y como un tema de reflexión para aproximarse a la vida—, las
que en otro lugar le llevan a suponer desde otro punto de vista que pone en jaque el
proceder dogmático de los filósofos habidos hasta la fecha, que también «la verdad
es una mujer», pues, sin duda, ella «no se ha dejado conquistar», a pesar de la torpe
insistencia con que ellos se han aproximado a la verdad, ignorando el profundo
336 nexo existente entre la vida, la mujer, la sabiduría y la felicidad.
La miopía parece ser la diferencia más notoria del arte con respecto a la vida y la
filosofía, en sus respectivas actitudes frente al devenir. Una miopía singular, sin em-
bargo, pues al derivar ella desde la perspectiva en que «en cada caso» se sitúa el arte,
esto es, el artista, para así superar el devenir a través de su quehacer propio, es decir,
del crear una «obra» que pueda recibir el calificativo de bella, artística, es preciso te-
ner presente que para Nietzsche «el perspectivismo sólo es una forma compleja de la
especificidad».18 Y la condición específica destacada por él para hacer posible la obra
de arte es de una compleja índole fisiológica, corporal: la embriaguez, entendida
como el «sentimiento de plenitud y de intensificación de las fuerzas», o bien, como
ese estado en donde «lo que queda excitado e intensificado es el sistema entero de
los afectos», pero donde hay que entender que ese sistema descarga de una vez to-
dos sus modos de expresión de modo privilegiado en lo denominado por Nietzsche
como el «estado dionisíaco». Es allí donde se manifiesta toda la diversidad de las
fuerzas del cuerpo y de la vida, pero es allí también donde se muestra que las propie-
337
dades singulares de esas fuerzas ejercitadas mediante las acciones del arte no actúan
sólo de un modo mecánico, gruesamente instintivo. Es la especificidad del «arte de
17
SW.KSA. 12. 7[54].
18
SW.KSA. 13. 14[186].
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l
la comunicación» que atraviesa al estado dionisíaco la que dirige a tales fuerzas hacia
un querer «representar, reproducir, transfigurar, transformar».19 Es esta intervención
de todos los afectos lo que, por lo pronto, distingue a lo dionisíaco del estado apo-
líneo, en donde la excitación prioritaria del ojo refuerza, más bien, la posibilidad
más limitada de proyectar «visiones». La embriaguez, en cambio, se descubre en las
manos del artista como «un excedente de fuerza» que en él puede dar lugar al embe-
llecimiento de las cosas, «como expresión de una voluntad victoriosa» que, luego de
las luchas con los materiales a su disposición y lo que con ellos quiera expresar, le
pone en condiciones de crear lo que ha querido, a partir precisamente «de una co-
ordinación acrecentada, de una armonización de todas las fuertes apetencias, de un
infalible y perpendicular centro de gravedad»20, que es justamente como Nietzsche
entiende al cuerpo, en el que se reúnen y expresan las fuerzas que lo atraviesan y
componen. Y es a través de las posibilidades que mediante ese estado dionisíaco se le
abren al hombre y al artista, como éste «embellece» y «enriquece todas las cosas con
su propia plenitud» y convierte al arte en un «tener-que-transformar las cosas en
algo perfecto, [de modo que así también él] se goza a sí mismo como perfección».21
Con las palabras de Nietzsche de estos diversos textos escritos en sus últimos años
de vida lúcida, aquí entrelazadas, se hace explícita esa «profunda relación de familia»
existente entre arte, la vida y la filosofía. Y a lo ya dicho, cabe agregar que mediante
la perfección de la belleza manifestada en la obra creada, que el arte alcanza ese
instante de eternidad con el que quiere «superar el devenir». Aunque la vida no es el
arte, pues más bien éste puede acaecer en ella, un rasgo de la cercanía familiar entre
338 ambos estriba en que la vida es lo que siempre tiene que superarse a sí misma para
incluso transformar en luz y en llama lo que a ella la hiere y le hace sentir dolor. La
filosofía, por otra parte, se sitúa frente a la diversidad de fuerzas que recorren y con-
figuran las manifestaciones del alma, cuerpo y espíritu con ese «páthos misterioso»
19
Cr., «Incursiones de un intempestivo», §8 y §10.
20
SW.KSA. 13. 14[117].
21
Cr., «Incursiones de un intempestivo», §9.
Dobles Póstumos / José Jara
En esta coyuntura puede resultar paradojal que Nietzsche llegue a conectar las con-
diciones que conducen al embellecimiento de las cosas desde el estado dionisíaco
con el del ejercicio del espíritu y del consiguiente pensar filosófico, e incluso del de
tipo matemático. Pues agrega en líneas siguientes a las de un fragmento ya citado:
«la simplificación lógica y geométrica es una consecuencia del aumento de fuerzas:
a la inversa, la percepción de tales simplificaciones aumenta nuevamente el senti-
miento de fuerza».25 Se podrá apreciar, sin embargo, que es precisamente su esfuerzo
por pensar las profundas relaciones de familia entre los tres lados de ese triángulo
humanamente construible, y el hacerlo al margen de los supuestos y prescripciones
del método de una larga tradición metafísica, lo que le lleva a recurrir a los criterios
de su proceder genealógico para poder repensar las condiciones de existencia que
hagan viable esa elevación del tipo «hombre», ya aludida.
339
Y es precisamente a continuación del texto recién citado, que agrega una suerte
de corolario, una frase donde dice que la «cima del desarrollo», es decir, de la con-
22
MBM., §23.
23
MBM., §45.
24
MBM., §257.
25
SW.KSA. 13. 14[117].
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fluencia de las perspectivas del despliegue de la vida y la filosofía, pero también del
arte, se encuentra en lo denominado por él como el «gran estilo». Ante esto, y en el
contexto de este trabajo, cabe señalar que así como la miopía del arte le lleva al ar-
tista a singularizar siempre, a «repetir en pequeño» la tendencia y el acontecimiento
del todo de la vida, en el escenario más reducido de la existencia de cualquier otro
hombre que se enfrenta a ella en primera persona en singular, Nietzsche especifica
algunos rasgos de lo que haya de entenderse bajo ese «gran estilo». Por lo pronto, en
el parágrafo en el que se refiere a él en La ciencia jovial, lo destaca ya en su título:
«Una cosa es necesaria», para delimitarlo en sus primeras líneas, al decir: «Dar estilo
al propio carácter —¡un arte grande y escaso! Lo ejerce aquel cuya vista abarca todo
lo que de fuerzas y debilidades le ofrece su naturaleza, y luego les adapta un plan
artístico hasta que cada una aparece como arte y razón, en donde incluso la debili-
dad encanta al ojo».26
Dioniso y Apolo se encuentran reunidos en este arte «grande» del poder llegar algún
día a dar estilo al propio carácter. Pero es este igualmente un arte «escaso», tal vez
porque el superarse a sí mismo en la vida de todos los días para convertirse cada
hombre en un poeta de su existencia —como señala Nietzsche que es también la
aspiración de ese nosotros bajo el que se sitúa las propuestas de su pensar—, implica
un tener que asumir también «lo más pequeño y lo más cotidiano»27 de ella. En al-
gunos parágrafos posteriores a ese, entre otros, indica algunas pistas para abordar esa
tarea, al referirse a los rasgos de «dos hombres felices» y a «estoicos y epicúreos»28, a
los que aquí ahora sólo aludimos. Por otra parte y sin embargo, el continuo alerta
340 de la gran sospecha puede ser experimentado también como ese peculiar páthos no
exento de elementos a veces contradictorios, y aún así insoslayable, que estimula,
pero que puede igualmente inhibir las fuerzas que le permitan a un hombre poetizar
eso que él es, pero que, antes que nada, ha de llegar a ser.
26
CJ., §290.
27
Ibíd., §299.
28
Ibíd., §303 y §306.
Dobles Póstumos / José Jara
29
Ibíd., §374.
30
NT., §24.
31
CJ., §107.
32
CI. III, §2 (traducción nuestra).
33
HdH., I, §145 (traducción nuestra).
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observación con tono de advertencia hecha por Nietzsche, cuando apunta hacia la
necesidad de «respetar más el pudor con que la naturaleza se ha ocultado detrás de
enigmas e inseguridades multicolores». También ese pudor es algo de lo que permite
que el filósofo continúe siendo tal, como aquel que es capaz de «quedarse valiente-
mente de pie ante la superficie, el pliegue, la piel, venerar la apariencia, creer en las
formas, en los sonidos, en las palabras, en todo el Olimpo de la apariencia».34 Es este
complejo de relaciones el que habría de permitir que el hombre no se engañe con la
obra de arte, en que pueda eventualmente haber convertido durante algún tiempo a
su vida. Sin duda, es pertinente aquí también no olvidar esas otras frases de Nietzs-
che en las que, pensando en el filósofo o el hombre del futuro, señala algunos rasgos
de lo que puede ser ese hombre preparatorio que «vive peligrosamente», puesto que
«lleva el heroísmo al conocimiento y hace la guerra a causa del pensamiento y de
sus consecuencias» y que, como tal, «tiene un juicio agudo y libre sobre todos los
vencedores y sobre la porción de azar que hay en toda victoria y fama».35
Si para ilustrar las relaciones existentes entre la vida, la filosofía y el arte hemos usa-
do aquí la figura del triángulo, por uno de sus lados, la hemos empleado para sim-
plificar un acceso posible a la comprensión de los flujos y reflujos que se produzcan
entre la conexión de sus flancos, en el espacio humano que emerja al interior de sus
tres límites, así como desde el horizonte en que se perfilan esos tres modos de decan-
tación de la fuerzas. Flujos y reflujos de fuerzas que, como movimientos gravitacio-
nales entre las dimensiones humanas de esas tres masas de fenómenos, no pueden
sin más resolverse con la aplicación indiferenciada a ellos de la ley de gravitación
342 universal de Newton, que Nietzsche por su parte toma en préstamo de él como una
imagen para el pensar, pero redimensionándola, y por ello, transformándola, de
acuerdo a las condiciones de existencia en que se despliegan los hechos, palabras y
promesas de lo humano, susceptibles de ser pensadas desde un «tal vez» no exento
34
CJ., Prólogo, §4.
35
Ibíd., §283.
Dobles Póstumos / José Jara
343
36
Ibíd., §341. Sólo en la 3ª edición de la traducción que hice de este libro, publicada por Monte
Ávila Editores (Caracas, 1999), pues la 2ª edición fue una reimpresión de la primera, estuve en
condiciones de corregir mi traducción de Das grösste Schwergewicht con que Nietzsche titula allí
ese parágrafo y nombra el pensamiento del eterno retorno, por la única traducción que estimo
acertada para esa expresión: «el mayor centro de gravedad», y no como apareció en las dos primeras
ediciones «la mayor gravedad». Esta corrección lamentablemente no está incluida en la edición que
de esa traducción hizo la Editorial Círculo de Lectores (Barcelona, 2002).
37
Ibíd., §270.
Dobles Póstumos / José Jara
¿Hasta qué punto la trama básica de lo que hoy es pensable y piensa la filosofía
puede estar en consonancia con lo que la sociedad y sus instituciones requieren para
satisfacer sus intereses y, de se modo, consolidarse en el logro de sus propósitos?
Está claro que esta es una pregunta planteada en un nivel demasiado general, pues
no sólo resulta por lo menos difícil encontrar hoy una delimitación unívoca bajo
el nombre de filosofía, sino que tampoco se encuentran acuerdos irrestrictos entre
los representantes de sus variadas figuras disciplinarias acerca de lo que en ellas cada
uno hace. Si bien pueden identificarse tendencias teóricas básicas de acuerdo entre
filósofos en áreas disciplinarias, llegado el momento de especificar posturas ante
problemas y situaciones, y de expresarlas en un régimen de comunicación amplio,
las diferencias de opciones y de estilo suelen multiplicarse según variantes indivi-
duales de una manera no siempre reunificable con niveles de sentido para la acción,
conforme a criterios de racionalidad estricta. Pareciera que las diversas formas y
escenarios de manifestación de la filía, conjugada de acuerdo a distintos modelos
decantados en la historia, suele contribuir a determinar rumbos compartidos.
También las sociedades por lo pronto en el curso del siglo pasado, aumentaron las
345
diferencias entre su miembros, grupos, sectores o clases, de acuerdo a la irrupción
y consolidación aleatoria de lo que se ha solido denominar como el «gran número»
o más tradicionalmente las «masas», conforme a los criterios socioeconómicos o
político-culturales, que en cada caso se apliquen.
Sobre el trasfondo del contexto mínimo aludido en ambos casos, las instituciones
suelen jugar un rol en cierto modo articulador, de una especie de bisagra socio-
individual, en la que cada uno de sus lados tienen la tarea y el desafío de mantener
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Se puede imaginar otra vía de acceso para aproximarse a cada una de las cuatro pa-
labras del título de la convocatoria de esta mesa, aunque la palabra con resonancias
de mayor urgencia en él, la crisis, sea la que aparezca en último término en ella. Esa
346 vía señala hacia un hecho simple, aunque a la vez complejo en sus consecuencias.
Ella se expresa en la frase: todo lo que es, comenzó por no existir. O dicho de otra
manera: todo lo existente tiene un largo y aleatorio proceso de cambios y transfor-
maciones a su espalda. Sin duda la generalidad de estas dos frases requiere a su vez
de una mínima delimitación conceptual.
La gran cantidad de distintos tipos de instituciones que han surgido, se han mo-
dificado y desaparecido a lo largo de milenios en la más diversas sociedades, nos
Dobles Póstumos / José Jara
Bien puede haber sucedido y constatarse ahora que con el transcurrir de los siglos se
haya extraviado la supuesta evidencia de otros tiempos en que la filosofía ostentaría
un sitial de privilegio entre los saberes, debido a su peculiar lucidez fundamentante
y omniabarcadora con respecto a cuanto existe. Probablemente es un hecho discu-
tible, o al menos muy matizable, que la filosofía, incluso en sus momentos de flo-
recimiento griego, albergada en esa suerte de proto-instituciones que habrían sido
la Academia y el Liceo atenienses, haya gozado de ese tipo de privilegio y, menos
aún, entremedio de menesteres de gobierno de la polis y la sociedad de ese entonces.
A los posteriores calificativos de ser una actividad edificante o impulsora de una
ilustración emancipadora, tal vez hoy le asiente mejor a la filosofía ejercitar una ac-
titud y gestos malévolos frente al tiempo en que le toca vivir y procura desplegarse.
Especialmente cuando aún perduran algunas formas de nostalgias sobre el planeta,
de la más variada índole. Nostalgias de divinidades aceptadas como plurales o que
se imponen como una y absoluta, nostalgias de valores firmes e intransables, o de
instituciones graníticas y duraderas como montañas, ajenas a la posibilidad de con-
vertirse en volcanes, o por lo menos, de acuerdo a una figura de más breve duración,
como burbujas sociales incorruptibles o incontaminadas.
348 Frente al anhelo de unidad, continuidad en el logro de los fines y transparencia que
pudiera estimarse necesario de hacer prevalecer en las instituciones y las sociedades,
no parece que esa actitud malévola asignable a la filosofía pueda prescindir de querer
entrar y salir, imbuirse, recorrer y tomar distancia, una y otra vez, ante lo que aparece
como el reverso de las cosas, los elementos y aspectos desagradables, ruines o infelices
que pueblan todos los niveles de lo humano. Adentrarse en ese reverso de las cosas
significa tanto como validar teóricamente el conflicto y la competencia, los antago-
Dobles Póstumos / José Jara
El tránsito por ese reverso y su consiguiente disolución del revés y el derecho, del
dentro y del fuera, al deshacer la contraposición entre apariencia y realidad y entre
todas las polaridades que han configurado el universo del discurso teórico, bien
puede ser experimentado como la desazonadora figura de la crisis. Y sin embargo,
es difícil no entender hoy en día a la crisis como una condición histórica inevitable
en la existencia de individuos y sociedades, cada uno de los cuales en el curso de los
siglos y en distintos momentos específicos de ellos, han sido capaces de rehacerse,
reinventarse con una reiteración tal vez sorprendente. Los saberes logrados por in-
dividuos y filósofos no parecen haber sido mucho más que el resultado de sucesivos
ensayos y riesgos asumidos ante las exigencias y deseos vivenciados como propios
en cada presente. Hoy sabemos que éste —frente a las filosofías del origen y de la
teleología habidas— difícilmente podrá volver a ser ya un simple punto de tránsito
evanescente entre lo sido y lo que será. Pues así como de lo ya sido cabe decir que
se exhibe como una materia viscosa, dúctil y maleable, que persiste más allá de sus
figuras vigentes en otros tiempos, que persevera, trasvestida o depurada, en los des-
ciframientos o reinterpretaciones suyas de hoy y mañana, así también con respecto
a lo que será, puede decirse que posee el perfil de una incógnita de la que no se
espera ya su resolución mediante los artificios de un Deus ex machina o de un telos
redentor, revestida en su aguardar a ser despejada con el temblor de una tragedia a
la que se esté condenado. Más bien, lo que ha de llegar a ser —donde el perfil de ese
ser queda modelado por las obras y los efectos concretos producidos por los sucesos
349
de aquel «llegar» hasta él—, en todo caso estaría emparentado con los juegos de una
parodia, pero ahora exenta de descalificaciones o desvalorizaciones de otrora. En lu-
gar de eso, cabe experimentarla como una parodia que con desenfado e incluso con
algún matiz de ironía, hace suyo todo cuanto ha venido siendo para volver a mezclar
sus materiales en otras figuras mestizas —a semejanza de todas las de otrora—, que
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350 ción—, aquellos viejos verbos que han configurado la trama de la no menos antigua
razón: sentir, querer, pensar.
y certero acoplamiento de sus ingredientes, los filósofos, como una de sus acciones
junto a otras, les cabría ensayar su recreación, su juego y desafío. Una filía tejida de
acuerdo a los contrapuntos existentes en el tiempo en que se vive, expresada según
una tonalidad que haga audible en él el timbre de la voz que se arriesgue a entonar
una frase cualquiera, enunciable y compartible por quienes se lo propongan y quie-
ran hacerlo. Tal vez sea esta una vía por la que pueden llegar a resonar otras verdades
en el discurrir de la historia.
351
Dobles Póstumos / José Jara
Una de las apuestas cruzadas por Nietzsche en dirección al futuro está referida a la
condición que en él pueda llegar a tener el pensar filosófico, la de ser un ensayo,
una prueba, un experimento. Una apuesta en la que se pone en juego el estatuto
tradicional de su discurso, en la medida misma en que se acepta que para llegar a
conocer los problemas fundamentales de «la economía global de la vida», es preciso
conceder al error, al engaño y a la mentira un valor de no menor importancia que
el recibido por la verdad en el curso de la historia de ambas. La nueva disciplina
que tendría que abrirse paso en ese futuro para ganarse un derecho de ciudadanía
entre las ciencias, la psicología, y más específicamente según la variante de una fisio-
psicología —propuesta como otro nombre posible para la filosofía y como un indi-
cador diferencial de tareas con respecto a ésta—, no podrá menos que aventurarse
a pensar bajo los signos de la incertidumbre y el riesgo. Y esta situación se tornará
ineludible en tanto se aviste que una de sus principales actividades preparatorias
habrá de consistir en saber reconocer entremedio de todo cuanto se ha creído, pen-
sado y escrito acerca de ese fenómeno de la vida, que allí no se expresa más que «un
síntoma de lo que hasta ahora se ha silenciado».1
Cabe decir que en esta apuesta se encuentra expresado ya uno de los rasgos de la
transvaloración de los valores postulada por Nietzsche para el ejercicio de su pensar. Y 353
puesto que una de las fórmulas mediante las que enuncia su distancia frente a la ma-
nera habida de hacer filosofía, es esa en que afirma que ésta «no ha sido hasta ahora, en
general, más que una interpretación del cuerpo y una mala comprensión del cuerpo»2,
1
MBM., §23. Cf. §42, §2.
2
CJ., Prólogo, §2.
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l
dicha transvaloración deberá adentrarse por los caminos aún no explorados por
aquélla, e inventar, redescubrir o volver a dar sentido a viejas palabras con las cuales
describir a muchos de los elementos, hechos y situaciones que, a pesar de haber
configurado desde siempre a esos cuerpos, han quedado, sin embargo, en silencio,
o bien, ellos han sido descalificados, cuando no despreciados. Pero tan importante
como esa recuperación del cuerpo para este otro pensar, habrá de ser también la
de esa otra realidad cuyo mayor crédito reside, por lo pronto, en el hecho de que
es «una de las hipótesis más antiguas y venerables» manejada por los hombres para
ganar una cierta comprensión de sí mismos, y que ha recibido indistintamente una
valoración a través de los siglos tanto desde el ámbito de las religiones como de las
filosofías de diverso cuño: el alma.
Un antecedente no desdeñable para volver a plantearse los temas del cuerpo y del
alma desde una perspectiva que resitúe el valor de ellos para esta otra manera de
entender la filosofía, apunta hacia los diversos niveles en que Nietzsche visualiza que
ambos son decisivamente operativos y que, por el momento, sólo mencionaremos
brevemente. En un primer término, se trata de su reiterada afirmación de que ya no
es posible separar el ejercicio del pensar filosófico de la persona que se es3, del modo
como ésta se sedimenta y expresa a través de las carencias y de las riquezas que cada
quien experimenta como sus referencias personales inmediatas, intransferibles, y
que ante él mismo y ante los otros hombres precisamente lo delimitan mediante la
diversidad de grados y de formas que adoptan las fuerzas que, él propone, confor-
man su cuerpo y su alma. Y como una consecuencia de esto, se desprende el hecho
354 de tener que considerar a la moral como el ámbito privilegiado de la filosofía en que
se exhibiría el testimonio de quién es el que en ella procura pensar. Pues es a través
de la consistencia otorgada por él a sus acciones, teniendo presente la diversidad
y complejidad de instancias desde las que ellas proceden y sobre las cuales ellas se
proyectan, que podrá hacerse patente hasta que punto él se ha hecho cuestión o no,
3
Ibíd. Véase también CJ., §345, y MBM., §3, §5, §6.
Dobles Póstumos / José Jara
Puesto que Nietzsche tiene la convicción de que los filósofos no se han abocado
con rigor a examinar cómo y de qué manera esas condiciones de existencia de los
hombres están atravesadas por todo cuanto forma parte del entramado de elemen-
tos y de relaciones constitutivas del cuerpo y del alma, es que llega a plantear que,
en último término, la moral nunca se les convirtió a ellos en problema. Y de allí
deriva la consecuencia de que su tarea ha de ser la de someter a prueba precisamente
el valor de los valores imperantes hasta ahora en la moral. Y de manera explícita, a
partir de por lo menos Humano, demasiado humano y hasta el último de sus escritos,
su reflexión tendrá a la moral como tema recurrente, aunque abordada desde dis-
tintas perspectivas. En todas ellas, sin embargo, se puede apreciar el tono de ensayo
con que asume esa tarea: su examinar los distintos tipos de accesos a ese territorio
de la moral; su distinguir las diversas capas de sedimentación de las acciones hu-
manas que se ocultan a la mirada dirigida a su superficie actual y que, de alguna
manera, le dan la apariencia de una relativa solidez; las modalidades de asentarse y
de convivir en ese territorio y, a la vez, de proyectar tareas y deseabilidades dentro
de los márgenes ya conocidos o en territorios aledaños o incluso poco conocidos.
Paralelamente a ese tono de ensayo y frecuentemente entreverado con él, se escucha
el énfasis transvalorador, irruptivo, de muchas de sus propuestas, que no por pre-
355
sentarse tantas veces como afirmaciones rotundas, dejan de poseer una condición
experimental, renovadora, en búsqueda de su propio equilibrio, tanto en el discurso
enunciado por él mismo, como con respecto a lo que ya se ha dicho sobre la moral
en la tradición, o bien por la recepción que ellas puedan llegar a tener en el futuro
hacia el cual él se dirige.
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Para intentar acceder a eso que hemos denominado como el proceso de formación
de la subjetividad, tal como entendemos que lo lleva a cabo Nietzsche, y para hacer-
lo al hilo de sus reflexiones en torno a los temas del cuerpo y del alma, quisiéramos
remitimos sólo a un par de textos de entre los muchos en que se refiere a ellos, para
luego detenemos en una de las imágenes empleadas por él para describir lo que se
encuentra y sucede con esos dos temas y, a su vez, destacar allí el rol que juega ese
operador relacional de transformaciones humanas designado como el mandar y obe-
decer, que permitiría articular lo que a través de esas imágenes se ofrece. Desde allí
han de aparecer a la vez algunos indicios acerca de la trama que atraviesa y configura
356 a las acciones morales de los hombres y, a la vez, se vislumbrará una cierta clave de
acceso para la comprensión propuesta por Nietzsche de la condición humana.
En un texto del primer discurso de su Así habló Zaratustra, Nietzsche enuncia una
frase en la que junto con decir lo que es el cuerpo, desplaza de inmediato el ámbito
en que se mueve su pensamiento hacia otro de una condición distinta al que ha
hecho suyo el pensar de la modernidad filosófica. Es un desplazamiento con el cual
busca incluso sustituir no sólo el espacio en que se desenvuelve la reflexión de esa
Dobles Póstumos / José Jara
tradición, sino que a la vez cambia los referentes que lo configuran, para los cuales
habrá que encontrar otro modo de articulación entre sí. Allí dice: «El cuerpo es una
gran razón, una pluralidad con un sentido, [...] tu cuerpo y su gran razón: ésa no
dice yo, pero hace yo».4 Lo que concedería al cuerpo su condición de ser el hasta ese
entonces desconocido escenario, ámbito real de manifestación y de ejercicio de la
razón, pero que ahora es conjugada y asumida como una razón grande, a diferencia
de la moderna que precisamente excluía al cuerpo y a las sensaciones de ella, es que
junto con llevar consigo o estar formado él por una pluralidad de referentes o ele-
mentos, es capaz de hacer algo con ellos, por lo pronto, ejercer una acción con la que
les hace o les da un sentido. De este modo, se da un paso más allá del valor enun-
ciativo, judicativo del decir del pensar, para traspasarle a éste desde un comienzo
el valor agregado que el peso de la consistencia y compromiso corpóreo le añade al
hacer de las palabras del pensar. Esta intervención directa de un amplio espectro de
elementos y de sus relaciones que intervienen en el pensar, que desde sus primeras
manifestaciones es considerado ya como una acción, es lo que califica al cuerpo, en
una primera aproximación, como una «gran» razón, frente a la pequeña razón a que
quedaría reducido el yo, el «espíritu», como afirma allí luego Zaratustra.
Pero, sin duda, las preguntas inmediatas que surgen son: ¿qué y cuáles son esos
«algos» plurales? ¿Cómo hace el cuerpo para convertir eso plural en algo uno? ¿Por
qué requiere el cuerpo convertir eso plural en algo uno? ¿Cómo se sabe que eso uno
puede convertirse en el sentido de esa pluralidad del cuerpo? ¿Qué se gana para el
hombre con este desplazamiento hacia la gran razón del cuerpo? En líneas inmedia-
tamente anteriores a las del texto citado, Zaratustra se refiere a algo más que tam-
bién forma parte del cuerpo, que lo especifica, a pesar de que allí sólo diga de eso
357
que no sería más que una palabra con la que se lo nombra. Esa palabra es el alma. Y
aunque no sea más que una palabra, como tal nos puede entregar al menos una pista
para delimitar a esa pluralidad del cuerpo, como aquello único que a partir del texto
4
Z., «Los despreciadores del cuerpo». (Hemos modificado la traducción de A. Sánchez Pascual).
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citado, por ahora, sabemos de él. Si tras esa pista nos dirigimos hasta el final del
§19 de Más allá del bien y del mal, podemos encontrar nuevamente conectada esa
palabra con el cuerpo. Allí dice: «nuestro cuerpo, en efecto, sólo es una estructura
social de muchas almas». Y aun cuando aquí no se nos diga qué sea el alma, por lo
menos su conexión con lo que ya sabemos del cuerpo es pertinente, pues también
aquí se nos habla de una pluralidad, de las muchas almas que integran ese cuerpo. Si
por el momento dejamos en suspenso lo que Nietzsche quiera decir ahí con eso de
que la relación del cuerpo con la pluralidad de almas sea una que queda delimitada
por una «estructura social», haríamos bien en seguir la pista de esa palabra y precisar
algo más de lo que con ella se quiera decir o a lo que con ella se refiere este pensador
del experimento y del ensayo.
Es al §12 de ese mismo libro a donde nos conduce la palabra alma. Con ésta nos re-
mite Nietzsche a los más lejanos confines de la historia de los hombres, de los cuales
tenemos memoria y constancia precisamente porque éstos se han referido con ella a
algo experimentado por ellos como eso que les acompaña a través de su existencia y
que ha dispuesto de alguna maravillosa o enigmática atracción, porque han solido
llegar a venerarla. El alma es algo antiguo y venerable en el hombre, pero también,
añade Nietzsche, una hipótesis. Es, dicho de otro modo, no mucho más que lo
que en su comienzo son las palabras, entendidas éstas como aquello que colocamos
«allí donde comienza nuestra ignorancia, donde no podemos ver más lejos», y que
por eso habría que considerarlas más bien como «líneas de horizonte para nuestro
conocimiento».5 De modo que el significado o el sentido de ella, en este caso, no
358 expresa una «verdad», sino más bien ese peculiar punto de apoyo que nos permitiría
en un momento dado intentar despejar una incógnita, una ignorancia, abrir un
espacio por donde orientar los propios pasos, en suma, una hipótesis. Y como tal,
por el distinto uso milenario que de ella han hecho los hombres, no sólo no podrían
excluirse los otros usos o resignificaciones de sentido que puedan habérsele dado o
5
SW.KSA., 12. 5[3].
Dobles Póstumos / José Jara
dársele, sino que a partir de ese filosofar experimental propuesto por Nietzsche, más
bien es una exigencia. Y eso es lo que él va a hacer a propósito suyo, cuando agrega
otras tres hipótesis para el alma.
Con su tercera hipótesis sobre el alma da un paso aún más enérgico en esa dirección,
pues de ella dice que es «una estructura social de los instintos y afectos». De mane-
ra que la pluralidad de almas, o también de sujetos, por la que está compuesto el
cuerpo, según ya nos lo dijo antes, ahora queda ampliada por esta otra pluralidad de
instintos y afectos. En otro texto, junto con entregar una mayor especificación de lo
que él entiende bajo la palabra «instinto», da también otras referencias que ofrecen
otras pistas para nuestro tema actual. Dice:
un quantum de fuerza es justo un tal quantum de instinto, de voluntad, de
actividad —más aún, no es nada más que ese mismo impulsar, ese mismo
querer, ese mismo actuar, y si puede parecer algo distinto, se debe tan sólo a
la seducción del lenguaje (y de los errores radicales de la razón petrificados
en el lenguaje), el cual entiende y malentiende que todo hacer está condicio-
nado por un agente, por un «sujeto».6
Poniendo en conexión los textos ya citados sobre el cuerpo y el alma, sería preciso
decir que: 1. lo grande de la razón que es el cuerpo reside en que el punto de par-
360 tida para acceder a él no es el de «lo uno», pues éste bien podría no ser más que el
resultado de la petrificación ocasionada por los errores de la razón y las seducciones
del lenguaje; 2. estos errores y seducciones pondrían de manifiesto que la verdad
enunciada por tales instancias no ha sido siempre el mejor ni el único camino
recorrido por el discurso de los hombres para acceder al cuerpo, y habría que agre-
6
GM., I, §13. (Hemos modificado la traducción de A. Sánchez Pascual).
Dobles Póstumos / José Jara
gar, tampoco al alma; 3. que esa petrificación de la razón pone de manifiesto las
dificultades de ella para abrirse a las transformaciones y al devenir que acontece en
la historia, y que ella no siempre se deja convencer sólo por ideas claras y distintas
o argumentos lógicamente consistentes, sino que también puede doblegarse ante
peculiares seducciones, como las que se ejerzan desde esas «líneas de horizonte» en
las que, por lo demás, también será humano esperar que aparezca una pluralidad
de afectos; 4. el hacer ejecutado por el cuerpo, y por el alma, es uno que se apoya
en una cantidad de fuerzas —que es lo que son esos instintos—, las cuales quedan
coloreadas, calificadas, por lo pronto, por esos afectos con que conviven, o que
ellas mismas son; pues los afectos son también aquello que desde siempre ha solido
impulsar a los hombres a actuar, a hacer aquello que luego un «sujeto» o un «yo»
dice que es obra suya, haciendo uso para ello de esas seducciones del lenguaje que
pueden simplificar y modular las acciones de tales fuerzas que anteceden a su decir,
y lo provocan; 5. si lo que condiciona la acción de las fuerzas y los afectos no es ya,
sin más, un «sujeto», este texto nos da otra pista para adentrarnos en esa pluralidad
que es el cuerpo y el alma, puesto que esas fuerzas son a la vez un querer, una volun-
tad; y tal vez este querer pueda conducirnos a encontrar otra clave para acceder a lo
«grande» de la razón del cuerpo.
Y no es preciso ir muy lejos para circunscribir lo que Nietzsche nos dice acerca del
querer y la voluntad, pues todo lo que antecede al final de ese §19 ya citado de Más
allá del bien y del mal, en que nos hablaba del cuerpo como «una estructura social
de muchas almas», está dedicado a mostrar de qué manera sólo mediante las seduc-
ciones que pueden ejercer las palabras, se nos puede ocultar lo complicado que es
una volición, y llegar a creer que ella no es algo múltiple, sino una unidad. Dicho
361
brevemente, a través de todo y cada querer opera una pluralidad de fuerzas, de sen-
timientos, referidos tanto a los estados y cosas con que ellas se relacionan a partir
de su encontrarse habitando el cuerpo y en medio de las situaciones en que éste se
haya inserto, como a las sensaciones fisiológicas que se experimentan de distintos
modos a través de los movimientos corporales requeridos para la acción del querer.
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
7
SW.KSA., 10. 24[5].
8
SW.KSA., 13. 14[101].
9
SW.KSA., 12. 7[2].
10
SW.KSA., 12. 7[2] y 13. 14[101].
Dobles Póstumos / José Jara
Si con lo expuesto hemos querido lograr una primera aproximación a esa plurali-
dad de fuerzas de la gran razón del cuerpo, delimitar inicialmente lo que ellas son,
cómo se articulan mediante el mandar y obedecer, para mostrarle al hombre quién
es él y cómo puede llegar a ser algo de lo que él quiera ser, el camino recorrido por
363
el pensar de Nietzsche a través de sus textos es todavía más largo, complejo, lleno
de matices y de perspectivas desde las cuales procura aprehender la trayectoria del
hombre sobre la tierra. Desde aquí y teniendo en vistas lo que aún habría que tra-
11
MBM., §19.
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l
bajar a este propósito, bien podría adelantarse que mediante ese operador relacional
de las fuerzas del querer, que es el mandar y obedecer, él desplaza el ejercicio del
pensar filosófico hacia todas las modalidades a través de las que la historia y la geo-
grafía, es decir, hacia la pluralidad de modos de ser un ser humano que han existido,
han operado e intervenido en las acciones de los hombres sobre la tierra, para abrir
así las posibilidades de que ellos puedan de nuevo otorgarle a la tierra su sentido,
es decir, los sentidos que en ella los hombres puedan volver a experimentar como
suyos, porque ellos los han querido y creado. Y otra perspectiva transvaloradora
abierta por él para acceder a las condiciones en que el hombre ha habitado y habi-
ta esos diversos tiempos y espacios en que se han hecho distintas experiencias del
querer humano sobre la tierra, se encuentra en la conexión que es preciso realizar
entre esa instancia de la estructura social con la dupla del mando y la obediencia,
que recorren, ambas, a la pluralidad de las fuerzas del cuerpo y del alma. Uno de los
rasgos importantes que adquiere esta conexión estriba en que mediante ella cabría
entender y abordar a la moral como una «doctrina de las relaciones de dominio en
que surge el fenómeno “vida”».12
Para acceder a este otro nivel de la propuesta de Nietzsche, cabe hacer, por lo pron-
to, una referencia preliminar a un par de imágenes mediante las que precisamente
Zaratustra indica a dos modos según los cuales esa pluralidad que es la gran razón
del cuerpo, puede adquirir un sentido. Son dos imágenes que completan la primera
parte de la frase que citamos al comenzar. Ellas son: «un rebaño y un pastor, una
guerra y una paz». Lo primero que se puede decir de estas dos imágenes, es que
364 ellas apuntan a dos niveles de realidad en el hombre mismo, por una parte, como
individuo y, a la vez, por otra, como siendo cada uno de ellos parte de una relación
social, miembros de una sociedad. Pero en todo caso, se puede apreciar que las
realidades humanas aludidas en ambas imágenes, están marcadas por el hecho y la
acción de mandar y obedecer, cualesquiera sean los miembros que se encuentren a
12
Ídem.
Dobles Póstumos / José Jara
cada lado de la «y» que las une y separa, a la vez, y cualquiera sea la condición que se
asigne o reconozca a esos miembros dentro de tales relaciones. En el individuo, por
lo pronto, es precisamente esa pluralidad de fuerzas constitutivas suyas, la que exige
que sean dirigidas por lo menos con alguna persistencia en una sola dirección, a
riesgo, en caso contrario, de aniquilarse entre sí o de volverse inoperantes, estériles,
no creadoras. En las relaciones sociales aludidas por esas imágenes, la presencia de
ese mando y obediencia resulta inmediatamente visible en la primera de ellas, pero
sin duda también está presente en la segunda, pues al margen de que haya o no una
declaración explícita de guerra o de paz, son las acciones y los hechos cumplidos
por quienes allí mandan u obedecen los que desencadenan o determinan uno u otro
estado.
Por otra parte, cabría añadir que, terciando por entremedio de las interpretaciones
esgrimidas en su tiempo —y que con diversas variantes pueden perdurar aún hoy—
acerca de la primacía que quepa dar a uno u otro de los términos de la relación
entre el individuo y la sociedad, el hecho de haber asumido Nietzsche con toda
radicalidad en su pensar el sentido histórico —del que precisamente han solido ca-
recer los filósofos a través del tiempo—, y realzando con ello el complejo proceso de
transformaciones que está a la base de todo lo humano, son numerosos los textos en
donde afirma que el individuo no es sino el «fruto más maduro» que, después de lar-
go tiempo y de grandes esfuerzos, se logra cosechar del árbol de la sociedad.13 Aquí
podemos traer ahora a colación lo ya planteado por Nietzsche, de que el fenómeno
«vida» surge a partir de las relaciones de dominación, por tanto, desde un modo
específico del mando y la obediencia, y que allí se encuentra también el campo
privilegiado de análisis para aproximarse a la moral, tanto desde la perspectiva de lo
365
que competa al hombre como individuo o como simple miembro de una sociedad.
13
GM., II, §2.
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a la primera de las dos imágenes ya señaladas, la del rebaño, cabe decir de ella que
es precisamente la que le permite a Nietzsche describir un aspecto determinado
del comportamiento de los hombres en esa historia y de lo que entre ellos allí ha
sucedido, pues esa imagen también es modulable conforme a una tonalidad que se
hace oír como la de los rebaños humanos, esto es, la de «agrupaciones familiares,
comunidades, estamentos, pueblos, Estados, Iglesias».14 Y lo que se mantiene como
inalterable en todos ellos es la persistente presencia de ese operador relacional del
mando y la obediencia, que delineado nítidamente como un operador a la vez so-
cial, establece la diferencia entre unos pocos que mandan y unos muchos que obe-
decen. Esa es una diferencia que dominó de manera más cruda, tiránica y directa
durante los más largos períodos de la historia humana, aquéllos que antecedieron al
momento en que comenzó a gestarse y a imponerse ese imperativo griego del «¡co-
nócete a ti mismo!». Este imperativo es el que marcaría el inicio de lo que, Nietzsche
plantea, cabría llamar como propiamente el período moral, pues el anterior a éste,
el período pre-moral15, habría sido aquél en donde a propósito de las acciones de
los hombres predominó el interés y la utilidad para la comunidad, es decir, para el
rebaño. La moral recibe allí el nombre de eticidad de la costumbre, en donde son
«unas cuantas exigencias primitivas de la convivencia social», que allí opera como
una «camisa de fuerza social»16, lo que mediante las transformaciones de las condi-
ciones de existencia de los hombres en sus respectivas comunidades, lleva a que en
momentos posteriores surjan aquellos seres que están en condiciones de poder con-
siderarse a sí mismos como individuos. La consecuencia que de allí saca Nietzsche y
que puede resultar irritante para las argumentaciones metafísicas de la moral kantia-
366 na, en tanto socava su piso teórico, es que sólo luego de ese largo y duro aprendizaje
de la obediencia en aquel período pre-moral, se pudo llegar más tarde a pensar que
el obedecer el mandato de la ley moral no requeriría de mayores garantías que las
14
MBM., §199.
15
MBM., §32, §201.
16
GM., II , §2 y §3.
Dobles Póstumos / José Jara
ofrecidas por aquella razón que supo purificarse mediante el examen crítico de sí
misma, el que finalmente le permitiría tal obediencia a partir de la conjugación que
un yo puro hace de la idea trascendental de la libertad, mediante una voluntad que
se entiende como buena en sí misma.
tal pluralidad en la medida misma en que en cada una de sus manifestaciones es una
acción que pone en juego a la voluntad, como aquella palabra que en su amplitud
precisamente reúne, acoge a todas las fuerzas del querer. Pero ya hemos indicado
que lo propio de estas fuerzas reside en un hacer suyo lo querido —por cierto, cada
vez que efectivamente puedan lograrlo—, para de ese modo transformar lo querido
en una obra. Y sin duda es aquí en donde ha de intervenir ese otro tema ya seña-
lado, que ahora es designado por Nietzsche como todo un arte, el arte de mandar.
Aquél mediante el cual esa pluralidad de fuerzas puede convertirse en una obra, en
un sentido. Es un momento en que la gran razón del cuerpo hace yo. Es también un
momento en que la subjetividad adquiere un punto de decantación en su proceso
de formación, en el que toda su pluralidad constitutiva queda reunida en eso que
él allí ha llegado a ser, a través de esa obra que quiso hacer, que ahora le pertenece
y lo convierten, en ese instante, en quien es. Es igualmente un momento de trans-
parencia consigo mismo, en el que junto con exhibirse «la libertad alcanzada» con
respecto a sí mismo, puede, sin rubor, quedar abierto a entablar una relación «más
humana» con los otros, una que será propiamente moral, en tanto que teniendo ya
la experiencia de todo cuanto implica en logros y desfallecimientos el hacer ensa-
yos para acceder a sí mismo, puede «ahorrarle a alguien»19 el rubor de un eventual
extravío.
Y para concluir en esta ocasión, digamos, brevemente, que el tránsito por esas múl-
tiples vías abiertas por la gran razón del cuerpo no podrá ser, en último término,
uno radicalmente distinto para el hombre que a lo largo de él llegue a convertirse
368 en individuo, que para aquel otro «nuevo género de filósofos»20 que Nietzsche cree
ver despuntar en el horizonte del futuro. Pues para que éstos puedan asumir la con-
dición intempestiva del pensar como ensayo —frente a lo que en su tiempo pueda
haber de inercial y petrificado y que por ello son un síntoma de la catástrofe del
19
CJ., §270 a §275.
20
MBM., §42.
Dobles Póstumos / José Jara
nihilismo—, es preciso también que hagan suya esa «fortaleza de la voluntad, justo
la dureza y capacidad para adoptar resoluciones largas»21 que les permitan situarse
una y otra vez más allá de las seducciones del lenguaje, del «autoescarnio ascético de
la razón» y del «sujeto puro de conocimiento».22 Es apropiándose de esos elementos
de la gran razón del cuerpo, como también ese filosofar intempestivo podrá acceder
a la grandeza que, Nietzsche estima, es su meta y su tarea, pues «grandeza debe
llamarse precisamente el poder ser tan múltiple como entero, tan amplio como
pleno».23
369
21
MBM., §212.
22
GM., III, §12.
23
MBM., §212 .
Dobles Póstumos / José Jara
1. Condiciones de existencia
1
FONDECYT 2007, N°1070917: «Condiciones de existencia de la enseñanza de la filosofía en las
universidades chilenas. Dispositivos para el análisis de una experiencia intelectual, política e insti-
tucional: 1935-2006».
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ducirle una serie de cambios no siempre asibles por quienes expresamente procuren
incluso distanciarse o separarse de él. Especialmente cuando podría decirse que
durante buena parte de los dos últimos siglos ha quedado fuertemente adherido a la
piel del pensar filosófico, practicado por distintas escuelas o tendencias según mo-
dalidades variadas. Al menos una muestra notoria de esa permanencia parece apre-
ciarse al trasluz del extenso uso que suele hacerse en diversos contextos de la expre-
sión «condiciones de posibilidad», aún cuando no se la desarrolle necesariamente en
clave kantiana. Cabría considerar que la frecuencia del recurso a ella alude o aparece
como una suerte de sello identificatorio de que se está ya en terreno filosófico.
Abrirse a una variante distinta a la de ese modelo de ejercicio moderno del pensar
filosófico, implica por lo pronto, a propósito de las nociones de espacio y tiempo,
transitar por un territorio diferente a la comprensión kantiana de ellas en la estética
transcendental. En lugar suyo, cabría pensar más bien en salir hacia un ámbito que
presenta otro tipo de complejidades y dificultades, por ejemplo, las que surgen al
adentrarse en la geografía y la historia en que se encuentra quien piensa y que, al
hacerlo, lo hace en la dimensión de sus actividades de todos los días. Esto le con-
duce a percatarse que allí se le hace patente a la vez la diferencia de los tiempos de
la historia habida y, además, en un continuo proceso de reconfiguración suya en los
múltiples escenarios y niveles de realidad humana, individual y social, que lo atra-
viesan y configuran desde antiguo en la condición finita y aleatoria de su existencia.
De manera que esta existencia se le aparece a cada individuo que forma parte de una
sociedad —o según cual sea el caso, a cada sociedad en su conjunto—, por un lado,
372 como eje y encrucijada de los puntos cardinales detectables mediante una brújula,
o trazables mediante lo que el deseo o la imaginación creadoramente elaboren y
lleguen incluso a convertir en algo real a lo que en su inicio pudo haber lindado,
más bien, con los perfiles de la ficción. Una existencia, por otro lado, provista de
una densidad transitiva y plural conformada por todas las huellas, aspiraciones,
obsesiones reconocibles en ella en algún momento determinable, en medio de los
incontables límites que se le han hecho patentes en esa existencia y que, entremedio
Dobles Póstumos / José Jara
de cada uno de ellos, procura asumirla para recomponer una y otra vez un rostro
con el cual continuar su camino.
De una tal existencia, y acerca de la que luego cabrá preguntarse por las condiciones
en que ella sucede, por lo pronto, ha de poder indicarse un comienzo. Uno que será
susceptible de ser señalado ya sea mediante un nombre propio o una fecha o un
lugar o un hecho, o por una conjunción de alguno de estos elementos o incluso de
todos ellos. En el caso que nos interesa, varios de éstos pueden ser los elementos que
intervinieron en los comienzos de la existencia de la filosofía en Chile.
Para que alguien llegue a preguntar por ese comienzo, es probable que se requiera
al menos que lo allí sucedido haya dejado alguna huella, que eventualmente pueda
haberse convertido en un sendero o incluso más tarde en un camino reconocido
como tal y por el que comenzaron a transitar otros individuos, al punto de llegar
a transformarse en una referencia ineludible, en un hito, en un punto localizable
mediante su latitud y longitud en el mapa que se emplee para desplazarse por ese
tipo de actividad humana. De manera que ese comienzo puede haber dado lugar
a y adquirido las características de un hecho singular, delimitable, reconocible por
algunos rasgos descriptibles suyos. Acontecimiento, estimamos, es la palabra que
en su unidad remite a la vez a la constitutiva pluralidad de elementos, situaciones,
hechos, que han formado parte de ese comienzo y de al menos alguna parte impor-
tante de su trayectoria, al margen de que en ese momento resultase probablemente
difícil avistar aún la estatura de reconocimiento social, institucional o las señales
de identificación discursiva que con el correr del tiempo pudiera llegar a tener. Es
precisamente el conjunto de los efectos producidos por lo que sucedió a partir de 373
ese comienzo, lo que más tarde puede conducir al intento de establecer la conexión
entre la figura alcanzada con el correr del tiempo por aquello que en un momento
fue simplemente un punto de partida y, a su vez, a preguntar, por así decir, re-
trospectivamente por éste inicio mismo. De manera que a través de la noción de
acontecimiento nos encontramos con la remisión mutua, en doble dirección, entre
los comienzos y aquellos puntos de llegada reiteradamente transitorios que puedan
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2
Hacemos uso de esta expresión, condiciones de existencia, siguiendo la línea temática abierta
tempranamente por Nietzsche mediante ella y que, entre otros conceptos y temas de la filosofía
contemporánea —como también el de horizonte—, él conecta de manera directa con la noción
de acontecimiento. Esta última, a su vez, permite establecer un vínculo inmediato tanto con la
temática nietzscheana por parte de Foucault, como con la noción de dispositivo introducida por
éste en la década de 1970 en varios de sus escritos.
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2. Un largo viaje
Sería preciso tener presente también que desde un comienzo esa capital griega es-
tuvo marcada por migraciones desde distintas otras ciudades del Peloponeso, com-
Dobles Póstumos / José Jara
puestas por ese peculiar tipo de individuos que crearon un nuevo estilo de ejercer
el pensar, que al incorporarlo a sus vidas cotidianas, comenzaron a ser llamados
filósofos. Algunos de ellos salieron más tarde desde allí hacia otras latitudes del
mundo greco-romano de los siglos posteriores a los de su apogeo en ese lugar, hacen
ya 25 siglos. De modo que la condición de existencia misma de la filosofía cabría
describirla como la del desplazamiento, de la migración reiterada, del viaje y, en
especial, la de carecer de un único lugar en el que su ejercicio sea absolutamente
nativo, aborigen. Así, el estilo de ejercicio del pensar puesto en obra por ella, sería
preciso entenderlo como uno ya configurado, recubierto por las huellas y señales
que en su discurso han dejado el ir y venir por territorios, poblaciones, tipos de
acciones y de relaciones humanas generadas por culturas diversas, practicadas en
lenguas múltiples. Toda esa pluralidad de aspectos y de cuestiones no puede haber
sido ajena a la constitución del corpus de tal pensar. De modo que, además, el
ser políglota señala hacia otro rasgo necesario de añadir a la itinerancia, al viaje y
proceso migratorio que delinean el perfil de las milenarias, históricamente diversas
condiciones de existencia de la filosofía.
En los milenios posteriores a aquel siglo de oro ateniense que actuó como una suerte
de primer registro civil cosmopolita de la filosofía, se han multiplicado los lugares
y las lenguas en las que resuenan las muy diversas variaciones solistas o de cámara
de aquel discurso de los comienzos. Lo pensado de acuerdo a las cadencias de aquel
inicial logos griego persiste en hacerse oír hasta hoy como una suerte de bajo con-
tinuo, que aún resuena entre las palabras del pensar que se enfrenta a interrogantes
del presente. Sólo que Occidente ha creado una nueva torre de Babel con otras
lenguas modernas, y éstas han continuado pensando en su propio estilo lo que una
377
vez fue solo griego. Con el correr de los muchos siglos, el filosofar convirtió a quie-
nes practican tal ejercicio del pensar en trotamundos, tal vez en peregrinos o bien
en nómades por viajes reales o imaginados por entre las páginas de libros, en viajes
posibles e imposibles a la vez. El curso de la historia de los hombres grabó sus sellos
en sus múltiples viajes finitos a través de lo infinito. Y lo sucedido en ellos quedó
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registrado por quienes bien pudieran denominarse como los muchos payadores,
cantantes y cantores que en el mundo han sido, y han compuesto en clave filosófica
lo que cabría llamar, por así decir, sus versos a lo humano y lo divino.
La así llamada condición universal de la filosofía, que pareciera aún apelar a una
versión o verso único, fundante o perenne de ella, tiende a convertirse cada vez
con mayor intensidad en un nostálgico eufemismo. La cruda realidad de muchas
acciones y omisiones humanas, repetidas veces ha desenmascarado la condición
universal de derechos, credos y declaraciones humanitarias hechas por hombres de
todo el mundo. La invocación que todavía se hace de ella en algunos ámbitos, tal
vez no tenga ya más aspiraciones que las de pretender amortiguar las diferencias
territoriales y nacionales que —al menos con el paso de los siglos de la modernidad
hasta hoy—, han ido quedando grabadas en las lenguas con que en la actualidad se
reflexiona bajo el signo de la filosofía, por lo pronto, en este hemisferio del planeta
e incluso más allá de él.
3. Una posada
¿Desde qué lugar y con qué propósito emigraron los primeros inmigrantes que
abrieron un espacio en la universidad de este país, Chile, que, de algún modo bus-
caron aproximarse a lo que hacía 25 siglos atrás había sucedido en Atenas, con la
Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles? Sabemos que esta pregunta puede
provocar sonrisas un tanto irónicas y gestos de sorpresa e incluso de rechazo, por
contener anacronismos y desmesuras evidentes, se dirá. Sabemos que desde aquellas
paradigmáticas «instituciones» atenienses hasta que se abrieron en Occidente las
primeras universidades, pasó más de un milenio y medio. Sabemos que pasaron más
de siete siglos desde que comenzó el proceso de consolidación de las universidades
europeas, hasta que en algunas de ellas comenzaron a formarse y graduarse filósofos
que inauguraron una profesión académica, inédita hasta hace un par de cientos de
años. Pero también sabemos que prácticamente todos quienes ejercemos hoy en día
el rol de profesor de filosofía en algún establecimiento de educación media o supe-
rior del país, procedemos de aquellos gestos y actos de algunos pocos hombres que,
primero en una y después en otra universidad de la capital de este país, decidieron
abrir y habitar los primeros espacios universitarios, las aulas que pudiesen acoger a
quienes se entusiasmaban, como ellos, con las palabras de unos cuantos puñados de
379
filósofos habidos en Occidente. Lo que aquí sucedió hacen 76 años por primera vez
en la Universidad de Chile, sucedió también antes y después en otros países de la re-
gión y más allá de nuestro continente. Lo que sí podría causar alguna sorpresa para
muchos que con distintas edades se dedican actualmente en este país a la filosofía,
es que lo sucedido hasta hoy con la profesión de profesor de filosofía o licenciado
en ella, sea algo que posea una historia tan breve y, además, usualmente muy poco
conocida por quienes son parte de ella.
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Esta misma situación vista desde otro ángulo, nos lleva a destacar otro aspecto de
ella. Así como el día de celebración oficial de un hecho histórico de algún otro siglo
distinto a aquel en que se cumple la celebración, no suele recoger la diversidad de
elementos, instancias y procesos que condujeron a que él sucediera o comenzara en
esa fecha, con el ejercicio profesional de la filosofía sucede lo mismo en este país.
Se comenzó a practicarla antes de que hubiera individuos que hubiesen recibido
una formación académica sistemática para ello. Por lo demás, este es un hecho que
todos sabemos se encuentra ya en el modo de existencia de los primeros filósofos
griegos, ninguno de los cuales comenzó a pensar provisto de un título o grado
que lo legitimara y, muchos de ellos, ni siquiera disponían del nombre de filósofo
con que denominar su actividad. Si damos un vistazo rápido a lo sucedido aquí,
mediante un recorte temporal que privilegia algunos hechos acaecidos luego de
haberse afianzado ya en buena medida la organización de este país como república,
nos encontramos con que en algunas de sus instituciones se iniciaron los primeros
escarceos de existencia independiente de ella.
380 bación. Una huella de esa realidad centenaria se encuentra en que latín era la única
asignatura que allí se enseñaba desde 1º a 6º año, aunque religión sólo se impartía
dos veces por semana a los estudiantes internos del Instituto. A partir de 1893 con
la aplicación de lo que se denominó el plan de estudios concéntrico que incluía la
enseñanza desde 1º a 6º año de las asignaturas de castellano, matemáticas, ciencias
naturales y geografía e historia, filosofía se enseña en 5º y 6º año con 2hrs. c/u, así
como se entregan 2hrs. de Religión de 1º a 4º año. Esas horas de filosofía se mantie-
Dobles Póstumos / José Jara
nen en el nuevo plan de estudios de 1912, junto con introducirse Educación Cívica
con el mismo régimen horario, mientras que religión se convierte en optativa de 1o
a 6o año con un número variable de horas. En la importante reforma educacional
de 1928, filosofía aumenta su enseñanza en los institutos y liceos del país a 3hrs. en
5º y 6º año, así como 2hrs. en este último año de la sección científica. En ese Plan
se mantienen las 2hrs. de Cultura Cívica, pero se aumenta en un año, de 4º a 6º,
mientras que Religión o moral queda con 2hrs. de 1º a 3º año. En 1935 se intro-
duce un nuevo plan de estudios que busca perfeccionar lo hecho hasta entonces en
todos los liceos del país. En lo que compete a nuestro interés, se mantiene filosofía
en 5º y 6º año, aunque se modifica en dos sentidos, disminuye una hora en 5º año
manteniéndose las 3hrs. de 6º año, con la indicación expresa de que una de esas ho-
ras ha de tener un carácter práctico. Lo mismo sucede con Educación Cívica, mien-
tras que Religión pasa a ser optativo de 1º a 3º año con una hora de clases semanal.
ella, no es imprescindible moverse del lugar en que se nació y creció. Puede bastar
con una buena lectura de unos cuantos libros de tal oficio bien seleccionados. Con
ella, además de tener que descifrar conceptos y alfabetizarse sobre el conocimiento
y la verdad de las cosas, la naturaleza, la condición humana y las relaciones entre los
seres de nuestra especie, de hecho y por lo menos, se recorre, se viaja por gran parte
de Europa y el Mediterráneo.
382 el hecho de que varios de los mejores graduados de esas primeras promociones de
estudiantes, se hayan convertido muy pronto en profesores de ese Departamento así
como de los de otras universidades, que poco después comenzaron a abrir también
Departamentos de Filosofía. Quienes en la Universidad de Chile comenzaron ese
camino y lo estructuraron, fueron Pedro León Loyola y Eugenio González Rojas.
Un rasgo adicional común a ellos es que ambos, como estudiantes, fueron presi-
dentes de la Federación de Estudiantes de Chile, FECH, en 1918 y 1922, respec-
Dobles Póstumos / José Jara
Por lo menos entre 12 y 15 años después de 1935, hubo otros inmigrantes —en el
sentido con que hemos venido usando esta palabra— que asumieron un rol semejan-
te con respecto a la filosofía en las universidades católicas de Santiago y Valparaíso.
Puede decirse de ellos que también fueron inmigrantes de dos mundos. Por una
parte, provenían del mundo de la religión católica y de la teología, que buscaban
consolidar los principios y verdades de su doctrina religiosa en la población del país
y en particular en todos los niveles de la educación nacional. Por otra parte, transi-
taban igualmente por el mundo de la filosofía, que ejercía su atracción sobre ellos y
para quienes el principal vínculo de conexión entre ambos mundos lo constituían las
enseñanzas del doctor angélico Santo Tomás de Aquino. También en ellas el inicio
específico de los estudios de filosofía tuvo el propósito de formar profesores para la
enseñanza media y, en este caso, con una orientación declaradamente católica. Si hu-
biera que dar un par de nombres significativos de estas universidades por el estilo que
imprimieron a sus enseñanzas y la huella que dejaron en esas instituciones, probable-
mente los de los sacerdotes Osvaldo Lira y Rafael Gandolfo serían los más relevantes.
Otra mención inevitable frente a la imagen empleada aquí de inmigrantes de la fi- 383
losofía en Chile, se dirige a aquellos filósofos provenientes de España, Polonia, Ale-
mania, Italia, Perú y Bolivia3, que especialmente entre las décadas de 1940 y 1960-
70, enseñaron por distintos períodos en la Universidad de Chile y ocasionalmente
3
Se trata de: José Ferrater Mora, Bogumil Jasinowski, Erwin Johan Rüsch, Ernesto Grassi, Gerald
Stahl, Alberto Wagner de Reyna, Francisco Soler, Manfredo Kempff y Roberto Prudencio.
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
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4. Un camino recorrido
384
la filosofía, hacia 1962 ya habían graduado a 98 estudiantes y que en esa década de
los años 60 consolidaron en diverso grado tales estudios, fueron la Universidad de
4
La última vez que don Pedro León Loyola dio clases de Metafísica en el Departamento de Filosofía
de la UCH, después de haberse acogido a jubilación y de volver a reincorporarse a ese lugar fun-
dado por él y que no le resultaba fácil desligarse de él, es decir, de la docencia en filosofía, fue al
término del primer semestre de 1960. En esa misma década, las labores de Decano de la Facultad
de Filosofía y Educación y luego de Rector de la Universidad de Chile, paulatinamente habían
alejado a don Eugenio González de impartir clases en esos lugares.
Dobles Póstumos / José Jara
primera década de este siglo XXI con poco más del 40 % de la población de Chile,
a pesar de tener la menor superficie de entre las quince regiones del país, es el lugar
que cuenta con la mayor concentración de universidades, ocho, en las que se ofre-
cen estudios formales de filosofía, que han graduado a 1.421 estudiantes, es decir,
el 51.63% del total de graduados en el período ya indicado. La V Región ocupa el
siguiente lugar con un 23.22% de esos graduados, equivalente a 639 estudiantes,
que han recibido allí sus títulos y/o grados de parte de cinco universidades, a pesar
de que tres de ellas son actualmente la continuación bajo otra denominación insti-
tucional de la Sede Valparaíso de la Universidad de Chile, situación a la que nos re-
feriremos más adelante. La VIII Región, a través de la Universidad de Concepción,
aporta el 18.86% de graduados, equivalente a 519 profesionales. Mientras que en
la X Región la Universidad Austral de Chile graduó en 1975 al primero de sus 115
profesionales en filosofía, que conforman el 4.18% del total. La Universidad de La
Serena contribuye en la IV Región con 58 graduados, equivalentes al 2.11% de esos
2746 estudiantes que cuentan con un título o grado de estudios de filosofía. Por
cierto, con esta referencia sólo se indican las cuatro regiones en las que se han esta-
blecido Departamentos o Institutos de Filosofía que reciben estudiantes para prose-
guir esos estudios. Pero con ello no está dicho cuál sea el número de estudiantes de
las otras regiones del país que están matriculados en alguna de esas 16 universidades
o se han graduado en ellas, pues carecemos de esa información.
386 que también marcó las condiciones de existencia de la filosofía en las universidades
chilenas, aunque por cierto su importancia irradió sobre diversos otros aspectos
de toda la sociedad chilena. De acuerdo a la información registrada acerca de la
frecuencia de graduados en filosofía en las universidades de este país en el período
trabajado, es en la década de los años 60 en la que se estabilizan esos estudios en
las cuatro universidades que los ofrecían. A comienzos de esa década se inicia un
ascenso en la cifra de graduados que parte con 13 en el año 1962, la que con leves
Dobles Póstumos / José Jara
388 cabría decir que, en por lo menos algún sentido, dividió a la enseñanza universitaria
de la filosofía en dos partes, en dos mitades: antes y después de Septiembre de 1973.
Otro de los efectos de ese acontecimiento sobre el tema que aquí nos interesa, se
puede apreciar en el hecho de que desde el Ministerio de Educación se impuso a
comienzos de 1981 una drástica transformación del Sistema de Educación Superior
que, entre sus distintas consecuencias, produjo el quiebre del carácter nacional que
tenía la Universidad de Chile. Esto trajo consigo la transformación de sus Faculta-
Dobles Póstumos / José Jara
Desde 1935 hasta el año de cierre de la información registrada en esta investigación, 389
2008, además de los miles de graduados en filosofía en un amplio conjunto de
universidades, las condiciones de existencia generadas en ese período han llevado a
esos filósofos a incorporarse en los distintos niveles del sistema educacional del país.
En agosto de 1949 se publicó el Volumen 1, Número 1 de la primera Revista de
Filosofía del país, auspiciada por la Sociedad Chilena de Filosofía y la Universidad
de Chile. Ya antes de esa fecha habían comenzado los diferentes tipos de desplaza-
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
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mientos de los filósofos locales por entre los diversos campos de realidad social, cul-
tural, institucional, política existentes en Chile, así como por otros países hablantes
de nuestra misma lengua o de otras foráneas. Entre el 8 y el 15 de julio de 1956 los
filósofos chilenos recibieron en Santiago de Chile por primera vez oficialmente a
sus colegas viajeros procedentes de otros países occidentales. La Sociedad Interame-
ricana de Filosofía convocó en esta capital al Primer Congreso Interamericano de
Filosofía, realizado en el Salón de Honor de la Universidad de Chile. Fue presidido
por uno de los primeros graduados en esta universidad en el año 1941, Jorge Mi-
llas. En su sesión inaugural, junto a representantes de EE.UU. y México, hicieron
uso de la palabra el Presidente de la Sociedad Interamericana de Filosofía y de la
Sociedad Chilena de Filosofía, el filósofo Pedro León Loyola, y en representación
del gobierno chileno, otro filósofo graduado allí también en 1944, Mario Ciudad.
Podría decirse que ese Congreso fue la primera ocasión oficial en que se colocó a
Chile en el mapa de viajes y de viajeros de la filosofía por el mundo.
390
Dobles Póstumos / José Jara
Sería preciso tener presente también que desde un comienzo esa capital griega estuvo
marcada por migraciones desde distintas otras ciudades del Peloponeso, compuestas
por ese peculiar tipo de individuos que crearon un nuevo estilo de ejercer el pen-
sar, que al incorporarlo a sus vidas cotidianas comenzaron a ser llamados filósofos.
Algunos de ellos salieron más tarde desde allí hacia otras latitudes del mundo greco-
romano de los siglos posteriores a los de su apogeo en ese lugar, hace ya 25 siglos. De
modo que la condición de existencia misma de la filosofía cabría describirla como la
del desplazamiento, de la migración reiterada, del viaje y, en especial, la de carecer de
391
un único lugar en el que su ejercicio sea absolutamente nativo, aborigen. Así, el estilo
de ejercicio del pensar puesto en obra por ella sería preciso entenderlo como uno ya
configurado, recubierto por las huellas y señales que en su discurso han dejado el ir
y venir por territorios, poblaciones, tipos de acciones y de relaciones humanas gene-
radas por culturas diversas, practicadas en lenguas múltiples. Toda esa pluralidad de
aspectos y de cuestiones no puede haber sido ajena a la constitución del corpus de
tal pensar. De modo que, además, el ser políglota señala hacia otro rasgo necesario
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
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En los milenios posteriores a aquel siglo de oro ateniense que actuó como una suerte
de primer registro civil cosmopolita de la filosofía, se han multiplicado los lugares
y las lenguas en las que resuenan las muy diversas variaciones solistas o de cámara
de aquel discurso de los comienzos. Lo pensado de acuerdo a las cadencias de aquel
inicial logos griego persiste en hacerse oír hasta hoy como una suerte de bajo con-
tinuo que aún resuena entre las palabras del pensar que se enfrenta a interrogantes
del presente. Solo que Occidente ha creado una nueva torre de Babel con otras
lenguas modernas, y éstas han continuado pensando en su propio estilo lo que una
vez fue solo griego. Con el correr de los muchos siglos, el filosofar convirtió a quie-
nes practican tal ejercicio del pensar en trotamundos, tal vez en peregrinos o bien
en nómades por viajes reales o imaginados por entre las páginas de libros, en viajes
posibles e imposibles a la vez. El curso de la historia de los hombres grabó sus sellos
en sus múltiples viajes finitos a través de lo infinito. Y lo sucedido en ellos quedó
registrado por quienes bien pudieran denominarse como los muchos payadores,
cantantes y cantores que en el mundo han sido, y han compuesto en clave filosófica
lo que cabría llamar, por así decir, sus versos a lo humano y lo divino.
La así llamada condición universal de la filosofía, que pareciera aún apelar a una
versión o verso único, fundante o perenne, tiende a convertirse cada vez con mayor
intensidad en un nostálgico eufemismo. La cruda realidad de muchas acciones y
omisiones humanas, repetidas veces ha desenmascarado la condición universal de
392 derechos, credos y declaraciones humanitarias hechas por hombres de todo el mun-
do. La invocación que todavía se hace de ella en algunos ámbitos, tal vez no tenga
ya más aspiraciones que las de pretender amortiguar las diferencias territoriales y
nacionales que —al menos con el paso de los siglos de la modernidad hasta hoy—,
han ido quedando grabadas en las lenguas con que en la actualidad se reflexiona
bajo el signo de la filosofía, por lo pronto, en este hemisferio del planeta e incluso
más allá de él.
Dobles Póstumos / José Jara
II
¿Desde qué lugar y con qué propósito emigraron los primeros inmigrantes que
abrieron un espacio en la Universidad de este país, Chile, que, de algún modo
393
buscaron aproximarse a lo que hacía 25 siglos atrás había sucedido en Atenas, con
la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles? Sabemos que esta pregunta pue-
de provocar sonrisas un tanto irónicas y gestos de sorpresa e incluso de rechazo,
por contener anacronismos y desmesuras evidentes. Sabemos que desde aquellas
paradigmáticas «instituciones» atenienses hasta que se abrieron en Occidente las
primeras universidades, pasó más de un milenio y medio. Sabemos que pasaron más
de siete siglos desde que comenzó el proceso de consolidación de las universidades
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
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Esta misma situación, vista desde otro ángulo, nos lleva a destacar otro aspecto de
ella. Así como el día de celebración oficial de un hecho histórico de algún otro siglo
distinto a aquel en que se cumple la celebración, no suele recoger la diversidad de
elementos, instancias y procesos que condujeron a que él sucediera o comenzara en
esa fecha, con el ejercicio profesional de la filosofía sucede lo mismo en este país.
Se comenzó a practicarla antes de que hubiera individuos que hubiesen recibido
una formación académica sistemática para ello. Por lo demás, este es un hecho que
todos sabemos se encuentra ya en el modo de existencia de los primeros filósofos
394 griegos, ninguno de los cuales comenzó a pensar provisto de un título o grado
que lo legitimara y, muchos de ellos, ni siquiera disponían del nombre de filósofo
con que denominar su actividad. Si damos un vistazo rápido a lo sucedido aquí,
mediante un recorte temporal que privilegia algunos hechos acaecidos luego de
haberse afianzado ya en buena medida la organización de este país como república,
nos encontramos con que en algunas de sus instituciones se iniciaron los primeros
escarceos de existencia independiente de ella.
Dobles Póstumos / José Jara
Sobre el trasfondo del valor y el brillo milenario adquirido por la filosofía en Oc-
cidente, en 1843 comienza en nuestra república la enseñanza formal de ella en el
Instituto Nacional, respaldada por su inclusión con tres horas en el último año de
su plan de estudios específico. Un año después de la fundación de la Universidad
de Chile, la filosofía sale así a un espacio distinto de aquel donde había crecido al
alero de la Universidad de San Felipe y de los claustros eclesiásticos que, tanto en
Europa como, por lo pronto, en este país, fueron sus primeros lugares subsidiarios
de incubación. Una huella de esa realidad centenaria se encuentra en que el latín
era la única asignatura que se enseñaba en ese Instituto desde 1º a 6º año. Sin entrar
ahora en detalles, y dando un salto largo, triple, solo digamos que en las reformas
educacionales de 1893, de 1912 y 1935 se consolidan los estudios de filosofía en los
dos últimos años de la Enseñanza Media, con dos o tres horas en cada uno de ellos.
Nos detenemos en una fecha indicada en esta rápida mirada, pues 1935 es un año
especial. A semejanza de lo que sucedió en Europa, aunque con otros tiempos dis-
tintos, acá hubo que esperar casi un siglo antes que se convirtiera en realidad la
necesidad de comenzar a formar profesores de filosofía que, como profesionales con
una formación específica, se hicieran cargo de ampliar la educación de los jóvenes
de la Enseñanza Media a través de ese saber.
396 como de los de otras universidades, que poco después comenzaron a abrir también
Departamentos de Filosofía. Quienes en la Universidad de Chile comenzaron ese
camino y lo estructuraron fueron Pedro León Loyola y Eugenio González Rojas. Un
rasgo adicional común a ellos es que ambos, como estudiantes, fueron presidentes
de la FECH en 1918 y 1922, respectivamente, y también rectores de la Universidad
de Chile, en calidad de interino y por un breve período, el primero, y entre 1963 y
1967, el segundo. En conjunción con estos dos personajes, un tercer nombre que se
Dobles Póstumos / José Jara
Por lo menos entre 12 y 15 años después de 1935, hubo otros inmigrantes —en el
sentido con que hemos venido usando esta palabra— que asumieron un rol seme-
jante con respecto a la filosofía en las universidades católicas de Santiago y Valparaí-
so. Puede decirse de ellos que también fueron inmigrantes de dos mundos. Por una
parte, provenían del mundo de la religión católica y de la teología, que buscaban
consolidar los principios y verdades de su doctrina religiosa en la población del país
y en particular en todos los niveles de la educación nacional. Por otra parte, transi-
taban igualmente por el mundo de la filosofía, que ejercía su atracción sobre ellos y
para quienes el principal vínculo de conexión entre ambos mundos lo constituían
las enseñanzas del doctor angélico Santo Tomás de Aquino. También en ellas el ini-
cio específico de los estudios de filosofía tuvo el propósito de formar profesores para
la Enseñanza Media y, en este caso, con una orientación declaradamente católica.
Si hubiera que dar un par de nombres significativos de estas universidades por el
estilo que imprimieron a sus enseñanzas y la huella que dejaron en esas institucio-
nes, probablemente los de los sacerdotes Osvaldo Lira y Rafael Gandolfo serían los
más relevantes.
1
Se trata de José Ferrater Mora, Bogumil Jasinowski, Erwin Johan Rüsch, Ernesto Grassi, Gerald
Stahl, Alberto Wagner de Reyna, Francisco Soler y Manfredo Kempff y Roberto Prudencio.
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l
III
398
grado, los profesores guías que las dirigieron, el año en que fueron aprobadas y el
título profesional o grado académico recibido por sus autores. A pesar de los apenas
70 años transcurridos desde que en 1939 hubo el primer graduado en filosofía en
la UCH, la memoria institucional al respecto es tan fragmentaria y frágil como el
conocimiento que durante milenios se ha tenido de los primeros filósofos griegos,
fuera de Atenas. Tuvimos que renunciar a obtener otros datos que en un comienzo
nos propusimos, pues ya el logro de estos pocos indicados requirió de una tarea mu-
Dobles Póstumos / José Jara
chas veces ardua. Creemos poder afirmar que en la base de datos confeccionada está
la información señalada de todos quienes participan en este Congreso Nacional de
Filosofía (2009), que estudiaron y se graduaron en este país. A pesar de lo escueto
o incluso anodino que puedan parecer estos datos, entregan información suficiente
como para trazar un perfil significativo, sintomático de algunos aspectos de lo suce-
dido en el país con la enseñanza universitaria de la filosofía.
Para referirnos muy puntualmente solo a algunos pocos de los resultados de esta
investigación, recurriremos a un apoyo comunicacional para nada frecuente en las
ponencias presentadas en congresos de filosofía, proyectaremos algunos gráficos de
apoyo en un programa power point. Más infrecuente aún en la preparación de este
tipo de ponencias es que para llegar a algunos de los resultados que mostraremos,
en algunas etapas hemos trabajado en equipo con profesionales de la estadística.2
399
2
En los gráficos en que aparece el año 1935, éste solo indica la referencia genérica al inicio de los
estudios de filosofía en Chile. En los gráficos 2 y 3, el año que sigue a 1935, indica el año del primer
graduado en esa universidad, así como en los gráficos 4 y 5.
3
Con posterioridad a la redacción de esta ponencia, se amplió y cerró el registro de las tesis de pre
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l
400
grado ingresadas en la base de datos de esta investigación, hasta llegar a un total de 2.752 tesis. Por
consiguiente, se modificaron las cifras que aparecen en los párrafos siguientes de este trabajo, así
como en los gráficos ofrecidos, aunque se mantienen las tendencias allí expresadas. Debido a este
hecho, no hemos actualizado esas cifras para esta publicación que nos solicitó La Cañada, como
una suerte de adelanto a la que nos proponemos realizar una vez plenamente concluidos los análisis
de esa investigación.
Dobles Póstumos / José Jara
401
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Estas son las 4 universidades que regularmente han venido formando profesores y
licenciados en filosofía, por lo menos en los últimos 50 años, con un total de 1.338
graduados.
Las series de tiempo expresadas en estos gráficos muestran algunos hechos y hacen
surgir algunas preguntas que, en esta ocasión y en lo fundamental, solo podemos
dejar planteadas como interrogantes.
En los primeros 20 años hay un lento crecimiento de graduados que toma impulso
en la década de los años 60, y en 1964 llega a 21 graduados. Oscila en la década
siguiente para llegar en 1971 a 41 graduados. En 1973 se experimenta una brusca
caída en todas las universidades para llegar a 4 graduados. Esta brusca caída se expe-
rimenta por igual en las 4 universidades graficadas: 1 en cada una de ellas. El golpe
militar de septiembre de 1973 produjo también un efecto inmediato en los Depar-
tamentos y en los estudios de filosofía del país. No solo queda graficado por la caída
abrupta de los graduados en ese año. También se aprecia en el hecho de que varias
decenas de profesores de estas universidades fueron exonerados de sus funciones
en distintas fechas a partir de septiembre de 1973. 45 profesores de la Universidad
de Chile, repartidos entre sus sedes Oriente (15), Norte (18) y de Valparaíso (12).
En la Universidad de Concepción fueron exonerados 9 profesores y 2 renunciaron
a sus cargos. En la Pontificia Universidad Católica de Chile fueron exonerados 7
profesores. La exoneración de un total de 63 miembros de Departamentos de filo-
sofía universitarios, dio inicio a diversas variantes de aquel proceso de emigración
señalado al comienzo, de exilio en algunos casos, o de desplazamientos ya sea hacia
402 fuera del mundo académico oficial, fuera del país, y en ocasiones incluso fuera de
la profesión de la filosofía. Algunos de ellos no pudieron o no quisieron regresar
nunca más a la filosofía. Para esas exoneraciones, en la gran mayoría de los casos se
adujeron razones políticas, por ser partidarios en distintos grados del régimen po-
lítico derrocado por el golpe militar, o bien por no estar dispuestos a identificarse
con los principios del gobierno militar que se implantó, o bien por no defender
o compartir públicamente tales principios. La filosofía pasó a convertirse en esos
Dobles Póstumos / José Jara
En una primera aproximación a ese hecho, desde la cierta perspectiva del ejercicio
de la filosofía, bien podría decirse que ese acontecimiento político de la sociedad
chilena es un hecho externo a la práctica de la filosofía y a su enseñanza en las
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404 planta de profesores y estilo genérico de trabajo académico? ¿Cómo se llenaron los
cargos vaciados por las exoneraciones?
Los efectos del golpe militar sobre las Carreras de filosofía de estas tres últimas uni-
versidades, puede decirse que se sintieron en ellas por lo menos durante una década;
y a pesar de los matices que puedan señalarse entre ellas, les es común un grado de
involución claramente perceptible con respecto a lo alcanzado en la década anterior
a 1973. Como ya aludimos antes, el daño más profundo en la formación de gradua-
dos en filosofía a raíz del golpe militar lo experimentó, sin duda, la Universidad de
Chile, y no solo por el hecho de que a ella le tomó por lo menos 24 años recuperar
una proporción o tendencia de su nivel de tasas de graduados semejante al de los
años anteriores a 1973.
La última pregunta de las formuladas más arriba, se puede abordar con mayor rapi-
dez, pues los nombres de filósofos censurados son ampliamente conocidos y no es
del caso repetirlos ahora. En cambio, sí es preciso decir claramente que el silencio
y la cautela intelectuales —para ser discretos en el decir, a más de 20 años de esos
hechos— se convirtieron en un modo de vida, o más bien de sobrevivencia, para
muchos que permanecieron en las universidades. Aunque la convivencia y el aire
que allí se respiraba estuviera enrarecido, en muchos casos se experimentaba como
siendo preferible a carecer totalmente del aire no solo filosófico, sino también vital.
406 Varios Departamentos de filosofía tuvieron que extremar un procedimiento que ha-
bía resultado natural en las primeras décadas —no tan lejanas en aquel momento—
de sus respectivos procesos de desarrollo y de formación del personal académico.
Se reforzó la endogamia académica, la autorreproducción de las comunidades aca-
démicas, y se entregaron responsabilidades docentes o de investigación a estudian-
tes o ayudantes circunstancialmente recién graduados. Junto a otros profesores de
confianza del régimen universitario-militar, se configuraron así plantas académicas,
Dobles Póstumos / José Jara
Un solo dato indicativo del cambio de régimen producido en esas fechas en la edu-
cación universitaria, es que el año 1982 se graduó el último estudiante con el título
de Profesor de Estado en Filosofía, pues ese título fue eliminado de entre los que
otorgaba la Universidad de Chile, para entregar en adelante solo la Licenciatura en
Filosofía. Estimo que este dato corresponde probablemente a uno de los últimos
elementos explícitos de la vieja disputa establecida en el campo de la educación,
existente todavía en las décadas de 1940 a 1970: la que enfrentaba a las posiciones
del Estado Docente que propiciaba una educación pública, con preocupación so-
cial y laica, y la de la Libertad de Enseñanza que defendía una educación privada
o particular con opciones religiosas explícitas, y que en los años 80 tendió a hacer
alianzas puntuales con los valores del nacionalismo tradicional y de realce de la
patria. La desaparición de ese título para quedar solo el de Profesor de Filosofía,
que se contrapone y distingue frente al de Licenciatura en Filosofía, estimamos que
reproduce una vieja querella que comenzó a darse relativamente pronto luego del
inicio de los estudios de filosofía en la Universidad de Chile. Este tema, a semejanza
de lo dicho al final del párrafo anterior, requiere de un análisis que no es posible
presentar en esta ocasión.
Como señalé antes, esta es una investigación que aún está en curso acerca de las
condiciones de existencia de la filosofía en las universidades chilenas. Agradezco la
oportunidad ofrecida de presentarles hoy un avance de un par de aspectos de ese
trabajo, que aún requiere de una mayor elaboración y análisis del material recogido
y registrado.
408
Dobles Póstumos / José Jara
Introducción
409
correspondientes instancias universitarias y del Ministerio de Educación para estos
efectos. De manera que nos propusimos llevar a cabo esta tarea durante el lapso de
1
Proyecto de investigación FONDECYT 2007, Nº 1070917. Participó activamente en este trabajo
en su condición de co-investigador el profesor Dr. Fernando Longás, UMCE, actualmente profesor
en UVa, España. Contribuyeron en diversas partes de esta investigación y con importantes aportes,
los profesores Dr. Víctor Berríos, UMCE, el Dr.(c). Lenin Pizarro, UV, y el Ingeniero Estadístico
Lic. Bernardo Pizarro, UV.
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tiempo acotado desde su inicio en 1935 en una de ellas y hasta el año 2008, en un
conjunto ya de 16 universidades.
Para los efectos de nuestro trabajo, podemos considerar a los 73 años que confor-
man a ese período como un fenómeno singular abordable en los términos de un
acontecimiento.
Es decir, como un hecho que en su unidad del número circunstancial de años con-
siderados en esta ocasión, remite a la vez a una pluralidad diferenciada de elementos
y situaciones que forman parte de él, al margen y aunque no sea ajeno a que en los
momentos de sus comienzos resultase probablemente difícil avistar algunas de las
transformaciones, obstáculos que acaecieran o perfiles que adquiriese con el correr
del tiempo. Estimamos que cabe considerar a ese acontecimiento de la filosofía en
Chile como a un dispositivo analizable en términos de algunas relaciones de orden
institucional y político, junto con otras en que se ponen en juego opciones intelec-
tuales de carácter individual o grupal. Todas ellas articuladas o articulables desde
el ejercicio de una práctica filosófica y comprensión específica de ella. Juntar en un
mismo plano a Chile y a la existencia de la filosofía a través de la noción de aconte-
cimiento puede conectarnos, además, con diversas variantes de su empleo por parte
de distintos filósofos de los siglos XIX y XX.
zamientos en la relación de los individuos consigo mismos y con los otros, ya sea
que a éstos se los considere individual, grupal o colectivamente, y eventualmente
incluidos en algún tipo de institucionalidad. Este hecho le confiere a esta forma de
reproducción algunas consecuencias susceptibles de delinear entre quienes allí par-
ticipan: adquieren no sólo perfiles intelectuales y éticos, sino también políticos. La
palabra filosófica pensada y transmitida a otros no puede obviar ni ignorar los efec-
tos de transformaciones de conductas, convicciones e interrogantes que ella puede
suscitar. Es una palabra que atraviesa una y otra vez el dintel que separa sus efectos
de poder o de carencia de él, de avances, retrocesos y resistencias, tanto en quienes
se las aclaran a sí mismos y las enuncian, como en quienes las escuchan, las elaboran
y hacen suyas, o bien continúan a partir de allí por otros caminos reflexivos y de
acciones con una eventual reverberancia colectiva. La libertad es el espacio humano
y social en que se piensan y pronuncian las palabras de la filosofía.
Por otra parte, al ingresar esta reproducción de la filosofía al circuito de las ciencias,
tecnologías y saberes reconocidos como de nivel superior de la educación, garantes
de lo que el discurso público usual considera como instancias del progreso de una
sociedad y de sus miembros, existe la posibilidad de que ella adquiera precisamente
un estatuto profesional con irradiaciones de signo positivo frente a los requerimien-
tos del conjunto de esa sociedad. Y ésta a su vez, podría entregarle a ella algún grado
de una suerte de plusvalía social y política, que se integre al registro de su estructura
teórica como disciplina. Sin embargo, es preciso tener presente que el prestigio que
en ocasiones se atribuye a la trayectoria de 25 siglos detentada por la filosofía, no es
un bien heredable inercialmente por quienes declaren hacer suya tal tradición. Más
bien y por el contrario, ella puede convertirse en un peso gravitante, en un fantasma
413
con el cual tiene que lidiar, en algunas ocasiones con ardor, alguna nueva forma
peculiar de institucionalidad filosófica que entre al ruedo de las ya establecidas.
Más aún cuando ella sólo exhibe algunas pocas décadas de su práctica institucional,
inferiores a un siglo, como en el caso de este país.
Otro factor que nos ha hecho elegir a la universidad en Chile, como lugar de análisis
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Comentario general
2
En lo que sigue, usaremos el término de «graduado» para referirnos a todos aquellos estudiantes
que concluyeron sus estudios de filosofía, ya sea con un grado académico de Licenciatura, o bien
con un título profesional de Profesor, cualesquiera sean las especificaciones o menciones que esos
grados o títulos hayan recibido en las distintas universidades incluidas en este estudio.
Dobles Póstumos / José Jara
estudios durante ese período. De modo que esta investigación hace la distinción
entre dos períodos: uno de 74 años que va desde 1935 a 2008, en el que ha habido
estudios formales de filosofía conducentes a la obtención de títulos profesionales o
grados académicos en las universidades del país, y otro período de 70 años, entre
1939 y 2008, en el que las universidades incluidas en ella otorgaron tales títulos o
grados. Son los datos del segundo período de 70 años los que están incluidos en este
Análisis Estadístico Descriptivo (AED) que comentamos de acuerdo a un análisis
interpretativo de las cifras, pues contiene información acerca de todos aquellos estu-
diantes que concluyeron entera y formalmente sus estudios de filosofía iniciados en
algún año entre 1935 y 2005, considerando en este último caso a quienes se hayan
graduado en un programa de Licenciatura en filosofía dentro del plazo regular pre-
visto de cuatro años de duración.
El dato básico, objetivo, público y por ello verificable, sobre el cual se ha construido
este AED es el título del trabajo final de grado con que un estudiante concluyó sus
estudios de filosofía. A partir de él, hemos obtenido y determinado otras informa-
ciones complementarias, recogidas en las distintas Tablas y Figuras de sus capítulos.
Esa información es la que a continuación analizamos y comentamos, de acuerdo a
los criterios que delimitamos al inicio de esta investigación, así como conforme a
los sucesivos ajustes que sus resultados parciales y finales nos condujeron a intro-
ducir.
415
universidades chilenas
I.1. Frecuencia de graduados en las cuatro universidades que primero iniciaron los
estudios de filosofía en el país.
Realizamos esta última distinción, puesto que es la más genérica que nos parece
como pertinente de hacer a propósito de la enseñanza de la filosofía, especialmente
al considerar la expresa decisión de formar profesores de filosofía con orientación
católica, por parte de las dos primeras universidades que así lo declararon desde un
comienzo y procedieron a graduar estudiantes en concordancia genérica con ella
(PUCCH y PUCV). Éstas y las otras universidades que posteriormente iniciaron
este tipo de estudios con un compromiso semejante, son universidades de carácter
privado, distinguiéndose de las de carácter público, que, en este plano, se definen
desde un comienzo como universidades laicas. En lo fundamental y junto a otras
características identificatorias, las universidades laicas no consideran el asunto re-
ligioso como un criterio de base o de orientación de los estudios de filosofía o de
416 los que ofrecen en todas las otras áreas de ciencias y de saberes entregados por ellas.
Puesto que este criterio de laicismo está presente también en otras universidades
privadas, hemos considerado pertinente formar el mencionado sub-conjunto.
3
Hemos ordenado a estas cuatro universidades de acuerdo al año en que tuvieron a su(s) primer(os)
graduado(s): UCH 1939, PUCCH 1947, PUCV 1956, UDEC 1962
4
Incluye los 89 graduados (3.23%) en la Universidad de Chile, Sede Valparaíso, que funcionó con
ese nombre durante el período 1962-1980. Después de ese año esa Carrera fue cerrada y reabierta
en 1990 por la Universidad de Valparaíso, creada en 1981 como continuadora de la UCHSV.
Dobles Póstumos / José Jara
Uno de los resultados que se obtiene a partir del análisis de la Tabla 1.1. es que las
universidades de la Región Metropolitana, RM, muestran el grado más alto de con-
centración de graduados en filosofía en el país, con un 51.63%.
418
Universidades laicas en RM Universidades católicas en RM
UCH. 534 19.40% PUCH 357 12.97%
UMCE 276 10.03% UCSH 86 3.13%
USACH 81 2.94% ULA 30 1.09%
ARCIS 28 1.02% UAH 29 1.05%
Total 919 33.39% Total 502 18.24%
Dobles Póstumos / José Jara
I.3.2. Esta misma distinción podemos hacerla con respecto a las universidades
laicas o católicas que graduaron estudiantes en regiones del país, fuera de la RM.
I.3.3 Al reunir las cifras de las dos secciones anteriores, se obtiene el siguiente
resultado total para los graduados en filosofía en universidades laicas o católicas:
A partir de estas cifras se puede señalar que de entre el 27.03% del total de gra-
duados con formación católica en el país, un 67.47% lo hicieron en la RM y un
419
32.53% lo hicieron en otras regiones del país. No existe, sin embargo, la misma
relación en las universidades que disponen de una formación laica, pues de entre
5
Es preciso hacer notar que la Universidad Católica del Norte y la Universidad Católica del Maule
cuentan con las Carreras de Pedagogía en Filosofía y Teología. Lamentablemente y a pesar de ha-
bérselos solicitado, de ellas no logramos tener en su momento registros de sus graduados.
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El total de 1331 graduados en filosofía en todas las regiones del país, corresponde
al 48.37% del total de 2746 graduados, registrados en esta investigación. Ellos se
distribuyen en las cuatro regiones en que se ofrecen estos estudios, de la siguiente
manera:
Capítulo II. Frecuencia del tipo de tesis presentadas para graduarse y del año de
graduación en filosofía en el período 1939-2008 en las universidades chilenas
(Tabla 2.1.)
El primer resultado que entrega la revisión de la Tabla 2.2. hecha desde una mirada
global, es que a partir del año 1939 en que hubo el primer graduado en filosofía en
el país hasta el término de ese período en 2008, en el que hubo 59 graduados, se
graduaron 2746 estudiantes, con un promedio anual de 39.23 graduados durante
un período de 70 años; además, hay un conjunto de 33 graduados (1.20%) de los
cuales no tenemos información acerca del año en que se graduaron. Estos son los
datos que arroja un criterio puramente aritmético de revisión de esa Tabla.
Sin embargo, es claro que este criterio no es adecuado para visualizar los resultados
del proceso concreto de desarrollo de los estudios formales de filosofía en el país. La
distribución de esos 2746 graduados en siete décadas, por lo pronto, nos parece que
ofrece una visión más significativa de lo sucedido en esos años. Sin embargo, dado
el hecho particular de que tales estudios de filosofía tuvieron su primer graduado en
la UCH en 1939 y que nuestra investigación concluye con el registro de graduados
hasta el año 2008, la división en décadas presenta un pequeño escollo numérico
que hemos resuelto mediante la introducción de una ligera adecuación al manejo
del concepto década, al comienzo y al final de ese período. Así, de esas 7 décadas
hemos convenido en una primera década larga de 12 años: 1939-1950, y una úl-
tima década corta de 8 años: 2001-2008. Las otras 5 décadas intermedias cuentan
efectivamente con 10 años cada una, como lo indica su nombre.
semestres reales en que suelen graduarse los miembros de una cohorte determinada,
que suele oscilar entre 2 a 8 semestres adicionales para aquellos que efectivamente
concluyen formalmente sus estudios iniciados en un año determinado.
formales de filosofía. Ellas son la UCH (19396) con 150 graduados, más la Sede
Valparaíso de la UCH (1962) con 17 graduados. La PUCH (1947) con 98 gradua-
dos. La PUCV (1956) con 38 graduados. La UDEC (1962) con 37 graduados. El
fuerte crecimiento de graduados en las décadas siguientes entre 1971 y 2008 podría
decirse que corresponde, al menos parcialmente, a la aparición de nuevas universi-
dades que en esos años abrieron Departamentos de Filosofía.
6
Las siguientes cifras indicadas entre paréntesis en este párrafo corresponden al año en que se graduó
el primer estudiante en esa universidad.
7
Como es sabido, los poderes ejecutivo y legislativo fueron concentrados en los 4 miembros de la
Junta Militar de Gobierno, que posteriormente nombró al Comandante en Jefe del Ejército como
Presidente de la República. Los distintos tipos de transformaciones políticas, sociales, económicas
y culturales acaecidas durante ese régimen o dictadura militar, sucedieron durante el período de 17
años de su ejercicio directo del poder en el país.
Dobles Póstumos / José Jara
grado por el Ministerio de Educación del momento con las comunidades univer-
sitarias del caso. Esas dos Academias primero y las siguientes dos universidades
derivadas de ellas, más la Universidad de Valparaíso, creada también en 1981, en
reemplazo de la Sede Valparaíso de la Universidad de Chile, crearon cada una de
ellas sus respectivos Departamentos de Filosofía, que continuaron impartiendo los
estudios de filosofía que previamente entregaba la UCH.
De tal modo que se encontraría dentro de una línea —podría decirse— de ficción
histórico-institucional del desarrollo de los estudios de filosofía en el país, consi-
derar que los graduados de este conjunto de nuevas universidades, podría exhibir
alguna forma de continuidad con lo iniciado en 1935 por la UCH. Aunque más
adelante será necesario precisar algunas cuestiones a este respecto, si expresamos en
cifras tal línea de ficción histórico-institucional imaginable para ese conjunto de
universidades, su número de graduados sería:
Uno de los objetivos específicos que nos propusimos en el análisis de los trabajos
finales de grado a nivel de pregrado aprobados en las universidades chilenas, fue el
de establecer la frecuencia con que se trabajaron distintos pensadores en ellos. La
relevancia de esta información apunta al hecho de que a través suyo y de manera ob-
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Un primer aspecto revelador de esa tendencia genérica apunta al hecho de que las
mallas curriculares o los planes de estudio mediante los que se han configurado du-
rante 74 años las condiciones de existencia cotidiana de la enseñanza de la filosofía
en las universidades chilenas, tienen en todos los casos su punto de culminación
formal en el trabajo final de grado con que concluyen dichos estudios; y esta es una
exigencia ineludible para todos quienes efectivamente los finalizan en un número
de años usualmente mayor que el previsto en esas mallas o planes. Acá sólo nos ocu-
pamos de quienes alcanzaron la condición de graduados en filosofía, sin habernos
propuesto, entre otras cosas por ejemplo, determinar el porcentaje de retención ni
de deserción de los estudiantes que ingresaron a este tipo de estudios en una univer-
sidad chilena en algún año.
Nuestra opción de trabajar sobre la base de las tesis escritas acerca de pensadores
426 señalados en los títulos de ellas —equivalentes en la práctica al 60% de ese total—,
nos pareció suficientemente significativa en su volumen, así como también en la
diversidad de elementos susceptibles de ser analizables y diferenciables en distintos
conjuntos relevantes de ellas. Por otra parte, el total de las tesis escritas sobre temas
filosóficos, equivalentes al 23.12% de ese total, nos presentó algunas dificultades:
resultaba muy complejo establecer alguna clasificación u ordenamiento acotado y
mínimamente precisable y/o que evitase incertidumbres o ambigüedades al menos
Dobles Póstumos / José Jara
de épocas, períodos o siglos en los que tales temas habían sido tratados. Para resolver
tal dificultad tendríamos que haber dispuesto físicamente de esas tesis, lo cual en
muchísimos casos nos era imposible lograr, pues no siempre estaban disponibles
en bibliotecas y, además, en el caso que lo hubieran estado, su revisión aunque
sólo fuese de manera parcial, nos era imposible llevar a cabo, por lo pronto, en los
tiempos disponibles. Con respecto a las tesis escritas sobre temas de educación, no
nos pareció que entre ellas hubiera algunas que tuviesen conexión con cuestiones
relevantes para el objetivo de nuestra investigación.
mayor grado de formalidad en dicho campo, que, por lo pronto, los ha habilitado
para un ejercicio profesional en el área de ese saber elegido por ellos.
428
cuestiones a considerar. Es fácilmente constatable que en ese lapso de tiempo, entre
otros hechos, han aparecido, se han desarrollado o se han debilitado o casi des-
aparecido, diferentes tendencias teóricas en el campo de la reflexión filosófica, las
cuales han estado estrechamente asociadas con la actividad y el nombre de distintos
filósofos. Tener algún conocimiento específico, objetivo, de las tendencias consta-
tables a este respecto, y de los eventuales cambios habidos en ese aspecto durante
esos años, nos parece importante en la medida que entrega un dato firme, relevante,
Dobles Póstumos / José Jara
para señalar cuáles han sido las condiciones de existencia de la filosofía, a través de
su enseñanza en las universidades chilenas.
Esa tripartición se nos hizo especialmente necesaria cuando tuvimos disponible una
de las varias versiones del AED, hecha a partir de la información introducida en la
base de datos que lo sostiene. Hacia agosto del año 2009 esa base de datos contaba
con 2383 registros de tesis de pregrado aprobadas en todas las universidades chi-
lenas. El examen de una de las series de tiempo que recogía la variación de la fre-
cuencia de los años en que se habían graduado esos 2383 estudiantes, nos permitió
disponer de un criterio de periodización.
8
Se trata de la UCH, la PUCCH, la PUCV, la UDEC. En el Congreso Nacional de Filosofía realiza-
do en la Biblioteca de Santiago, en octubre de 2009, como Investigador Responsable de este proyec-
to, tuve la ocasión de presentar elementos de esta investigación en curso sobre la filosofía en Chile:
expuse 5 gráficos de series de tiempo correspondientes a esas 4 universidades y una general de todas
las universidades. [Ver en este volumen: Una posada en el camino. Chile, en el viaje de la Filosofía].
Dobles Póstumos / José Jara
graduados en filosofía alcanzado hasta esa fecha en las universidades chilenas, nos
condujo a establecer ese año como el que se podía aplicar para fijar el límite del pri-
mer período: 1939 a 1973. De acuerdo a esa misma serie de tiempo, se apreciaban
variaciones notoriamente irregulares en el resto de la década de los años 70 y espe-
cialmente en la década de los 80, que llegaba hasta 88 graduados en el año 1981,
descendía en 1982 a 42 graduados y volvía a subir hasta 78 en 1983, para bajar a
24 en 1984, con oscilaciones igualmente irregulares entre la cifra de ese año y 1993
en que se graduaron 40 estudiantes, dentro de un rango menor de variación en
esos 9 años que osciló entre 32 y 53 graduados. A partir de 1993 se inicia luego un
ascenso relativamente regular hasta llegar a 140 graduados en 2002, 120 graduados
en 2003 y 110 en 2004. Estos datos nos hicieron tomar la decisión de establecer
otros dos períodos entre los años 1974 y 1993, y entre 1994 y 2008. Nos parece
que ellos representan de manera bastante adecuada la variación de esas cifras en un
período total de 35 años, que de este modo quedaba dividido en dos períodos de 20
y 15 años respectivamente. La determinación de este criterio, se aplicó luego en el
capítulo 3 para construir las diferentes Tablas que allí se encuentran.
Por otra parte, si comparamos la serie de tiempo disponible en agosto de 2009 que
incluía a 2383 graduados con la que tenemos ahora en la figura 2.2., que incluye a
2746 graduados, a la fecha de cierre de nuestra base de datos en mayo de 2010, se
pueden apreciar unas oscilaciones bastante semejantes entre ambas, a pesar de que
en esta última se incluye a 363 graduados más que en la penúltima.
tales pensadores fueron trabajados en esas tesis, la que es recogida en la cuarta co-
lumna de esa Tabla. Puesto que esta es una Tabla Resumen, introdujimos un corte
hasta aquellos pensadores que acreditaban una frecuencia de aparición de hasta en
5 tesis. A continuación entregamos esa Tabla de pensadores trabajados en las tesis
de pregrado, PTP, y luego algunos comentarios sobre ella como variantes de análisis
derivables de esas cifras.
Agregamos que sobre cada uno de 13 pensadores se han escrito 4 tesis, con un total de
52 tesis; sobre cada uno de 22 pensadores se han escrito 3 tesis, que suman 66. Acerca
de 42 pensadores se han escrito en cada caso 2 tesis, con un total de 84; cada una de
90 tesis se han escrito sobre 90 pensadores distintos o alguna combinación diferente
de dos o tres pensadores. Este conjunto da un total de 292 tesis, que al sumarlo al
total anterior, entrega un total de tesis de pregrado escritas sobre pensadores de:
1348 + 292 = 1640
III.4.1. Se pueden entregar algunas observaciones acerca de los datos de esta Tabla,
sin pretender realizar en esta ocasión un análisis exhaustivo de ella:
a) Resulta de interés destacar que uno de los dos filósofos sobre el cual explícita-
mente se ha trabajado en un mayor número de tesis, 131, lo haya sido sólo en los
2 últimos períodos. Y además, en el más breve de los dos, en los 15 años del 3er.
período, fue objeto de trabajo en el 66,41% de ellas, es decir, en 87 tesis, mientras
que en el 2º. período de 20 años apareció como tema de investigación en 43 tesis,
equivalentes al 32.82% de su total. De modo que en los últimos 55 años se incor-
pora Nietzsche no sólo como una referencia válida de trabajo filosófico en Chile,
sino que además lo hace con una frecuencia tal que lo convierte en una de las dos
mayores referencias en ese período total de 70 años. Pues allí alcanza a un 99.2% de
sus menciones, mientras que en el 1er. período que suma 15 años, llegó sólo a un
0.76% de mención, correspondiente a una sola tesis. Los profesores que han diri-
gido el mayor número de tesis sobre este filósofo son: Iván Avello, UCH-V, UPLA
(18); Cristóbal Holzapfel, UCH (17); P. Oyarzún, UCH, PUCCH (9); Eduardo
434 Carrasco, UCH (8); José Jara, UV (6); Álvaro García, UPLA, UMCE (5); Cristina
Orrego, UPLA (5). Estos 7 profesores en conjunto dirigieron 68 de las 125 tesis
dedicadas a él, con un 54.4% de ellas. El otro 45.6% se distribuye entre numerosos
profesores que dirigieron entre 4 y 1 tesis sobre este pensador.
b) Con el otro pensador, José Ortega y Gasset, que también es trabajado en 131
tesis, se aprecia que fue en el 2º período cuando recibió la mayor dedicación, en 68
Dobles Póstumos / José Jara
tesis, con un 51.9% de su respectivo total. Mientras que en el 1er. período había
alcanzado a un tercio de esa cantidad, 22 tesis, que casi duplica en el 3er. período
con 41 tesis. De manera que se puede apreciar una alta presencia persistente de este
pensador en esos tres sub-períodos de registro de graduados de filosofía en Chile.
Los profesores que han dirigido el mayor número de tesis sobre este pensador son:
Francisco Soler, UCH y UCH-V (38), y sus discípulos graduados con él, Cristina
Orrego, UPLA (15); Jorge Acevedo, UCH (11); Iván Avello, UCH-V y UPLA (11).
Estos 4 profesores dirigieron en conjunto 75 de las 117 tesis dedicadas a él, con un
64.10% de ellas. El restante 35.9% se distribuye entre profesores de distintas otras
universidades que dirigieron un número menor de esas tesis.
f ) Por otra parte, con algunos filósofos se aprecia un claro decrecimiento o incluso
desaparición en la dedicación a ellos al pasar del 1er. al 3er. período. Es el caso de J.
Maritain, G. Marcel, B. Pascal, P. Teilhard de Chardin, N. Hartmann, que pareciera
indicar hacia un cierto condicionamiento de «época», por así decir, para su presen-
cia en los trabajos de tesis desde el momento en que su obra se hizo conocida en las
universidades chilenas o fue traducida al castellano, y que en los años siguientes a
su primer conocimiento no habrían logrado asentarse entre las preferencias de los
estudiantes, pero aparentemente tampoco entre las de los profesores de las universi-
dades, si se mantiene la referencia general señalada anteriormente.
9
Se trata de Jorge Millas, quien fue profesor y luego Director del Departamento de Filosofía, así
como después Director del Departamento Central de Filosofía y Letras, del cual dependía el Depar-
tamento de Filosofía. Cuando ejercía como profesor y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras
en la UACH fue exonerado en 1980, reincorporado poco después, para renunciar él en 1981.
Dobles Póstumos / José Jara
dos en su orientación teórica por la autoridad militar que dirigía las universidades, y
a través de quienes fueron designados por ella en la dirección de los Departamentos
de Filosofía. Fueron momentos en los que, es sabido, así como existió una restric-
ción con respecto a los filósofos susceptibles de ser trabajados en los cursos, semina-
rios y, por cierto, tesis de grado —pues algunos de ellos fueron vetados y a otros se
los consideraba no recomendables—, de hecho se favoreció el que otros pensadores
tuvieran una mayor oportunidad de ser trabajados sin inconvenientes.
h) Así, por ejemplo, es el momento en que filósofos como Platón, Aristóteles, Kant,
Ortega y Gasset10 aparecen como inobjetables y suben notoriamente su presencia
en el nivel de tesis trabajadas sobre ellos, así como sucede con dos filósofos estricta-
mente contemporáneos, Heidegger y Sartre, más otro que sin ser cronológicamente
contemporáneo en sentido estricto, Nietzsche, comienza a tener una notoria pre-
sencia alrededor de mediados del siglo XX en el medio filosófico nacional.11
10
Indicamos el número de tesis en que cada uno de los nombrados en este párrafo es trabajado, en-
tregando el número de ellas aprobadas en el 1er. y 2º período: Platón 17-36; Aristóteles 9-30; Kant
437
6-17; Ortega y Gasset 22-68; Heidegger 14-22; Sartre 5-22; Nietzsche 1-43.
11
Cabe hacer aquí una breve referencia de contexto para Chile sobre esta presencia de Nietzsche. Ya
desde la década de los años 30 se disponía en castellano de una traducción directa del alemán de
su obra, y dada la relevancia adquirida por Heidegger en el medio universitario local en torno a los
años 60 y con la traducción y publicación de algunos de sus libros que contenían capítulos sobre
temas del pensamiento de Nietzsche, se reforzó esa presencia suya. Y esto, sin referirnos a los temas
y valor teórico de la obra de este pensador.
12
Para el efecto de esta Tabla y empleado en un sentido amplio, consideramos como contemporáneos
a los filósofos que escribieron o publicaron toda o parte importante de su obra a partir del siglo XX.
Modernos a quienes lo hicieron entre los siglos XVII y XIX. Renacentistas a quienes ejercitaron su
pensamiento en los siglos XV y XVI. Medievales a quienes lo hicieron entre el siglo IV y XIV. De
la antigüedad griega a quienes lo hicieron en los siglos a.C.
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
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Una distinción que resulta problemática en varios casos es la que agrupa a estos
filósofos de acuerdo a la lengua en que escribieron (para no hablar de nacionali-
dad), pues varios de ellos lo hicieron en más de una lengua. Por ejemplo, Spinoza,
Leibniz, Popper o Arendt. En estos casos, los hemos contado más de una vez, consi-
derando las lenguas en que publicaron algunos de sus importantes escritos, o bien,
como en el caso de Sócrates, asimilándolo a los escritos de Platón.
Así, entre quienes han pensado, escrito y/o publicado en distintas lenguas, podemos
muy sintéticamente hacer la siguiente enumeración:
Otra distinción bastante genérica que puede hacerse es la que agrupa a estos pen-
sadores de acuerdo al continente en que ejercieron su actividad filosófica. Así, se
438 puede apreciar una amplísima presencia de los filósofos del continente europeo con
51 representantes suyos, frente a 4 pensadores de América latina y 2 de Norteamé-
rica (que podrían llegar a 4 si se agrega a Arendt y Marcuse, que ejercieron allí su
actividad durante varios años).
Dado el carácter central o de bisagra que tiene el período B: 1974-1993, con res-
pecto a los otros dos, será con respecto a él que se establecerá la mayor parte de las
relaciones, comparaciones. Además, es un período que coincide en gran medida
con los 17 años de la dictadura en Chile que, entre otras varias cosas, significó la
exoneración de 45 profesores de diversos Departamentos. de Filosofía de las uni-
versidades chilenas.
Scheler = de 4 a 1 Marcel = de 3 a 1
Teilhard de Chardin = de 3 a 1
Diego Portales, Nicanor Parra, Bogumil Jasinowsky, Miguel Rojas Mix, Andrés
Bello, Juan Radrigán, Francisco Bilbao, Pablo de Rokha, Manuel de Salas, José
442 Donoso, Enrique Lihn, José Echeverría, Clarence Finlayson, José Victorino
Lastarria, Fray Camilo Henríquez, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Humberto
Maturana
C. Orrego: Ortega y Gasset 13, Sartre 10; Heidegger, Nietzsche: 5 c/u. (69)
H. Ochoa: Kant 6; Bachelard, Descartes, Popper: 4 c/u; 27 pensadores con 1
c/u. (63)
F. Soler: Ortega y Gasset 37; Heidegger 7. (50)
J. E. Rivera: Heidegger 18; Unamuno, Platón 4 c/u. (47)
C. Holzapfel: Nietzsche 17; Heidegger 7. (46)
J. Acevedo: Heidegger 15; Ortega y Gasset 11. (35) 443
I. Avello: Nietzsche 18; Ortega y Gasset 11. (34)
H. Giannini: Aristóteles 5; Descartes, San Anselmo, Santo Tomás, Jacobi 2 c/u.
(34)
H. Carvallo: Platón 18; Heidegger 5; Aristóteles 4. (33)
A. Escríbar: Bergson 10; Nietzsche 8. (31)
P. Oyarzún: Nietzsche 9; Kant 3; 16 pensadores distintos 1 c/u. (30)
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III.5.1. Puesto que usualmente es un número reducido de profesores del plantel aca-
444 démico de una universidad el que suele dirigir una cantidad proporcionalmente alta
de tesis de los estudiantes que allí se han graduado, a partir de la información conte-
nida en las Tablas de la 6.2. a la 6.17. del AED en que se consideraron los 3 períodos
desde 1939 a 2008, construimos un cuadro específico. Tomamos como criterio con-
siderar el número de profesores que habiendo dirigido un alto número de tesis, con
ello contribuyeron a graduar al 50%, o poco más, del total de los estudiantes de cada
universidad. Paralelamente el otro 50%, o poco menos, de estudiantes se graduaron
Dobles Póstumos / José Jara
con un número mayor de profesores, cada uno de los cuales dirigió una cantidad
menor de tesis que sus colegas del grupo anterior. Así, en la 1a columna se puede
apreciar el número reducido de profesores que dirigieron el mayor número de tesis
en una universidad y que configuraron el 50% del total de ellas. En la 2ª columna se
muestra el número mayor de profesores que dirigieron el otro 50% de las tesis. En las
siguientes columnas se indica el número total de tesis y de profesores que dirigieron
tesis en cada universidad. Y en la 5ª columna se indica el número total de años en
que se aprobó el número ya indicado de tesis. Puesto que en algunas universidades
hay un número de tesis (bastante alto en algunas de ellas) para las que no hemos
logrado tener información acerca de los profesores que las dirigieron, hemos optado
por restar ese número de profesores «no especificados» del total efectivo de esas tesis;
sin embargo, agregamos entre paréntesis ese número total de ellas.
Pareciera que estas cifras son indicativas —al menos como uno de los aspectos a
considerar— de algún tipo de equilibrio/desequilibrio en la composición del plan-
tel académico en filosofía de cada universidad. Su lectura puede hacerse de distintas
maneras en cada universidad en particular, y seguramente se habrá de tomar en
cuenta la presencia y la relación entre la estructura de dirección de cada Depar-
tamento/Instituto, los intereses de los académicos y de los estudiantes, el tipo de
malla curricular y las modalidades o tipos de exigencia en ella con respecto a la
dirección de tesis. Algunos de estos factores a sopesar tendrían que ver con:
— el compromiso de cada uno de los docentes con la totalidad de las fases del pro-
ceso de formación académica de los estudiantes;
— filósofos o áreas del saber filosófico de especial interés por su actualidad, relevan-
cia en los debates de la especialidad o calidad con que son trabajados por unos
u otros profesores;
Comentario general
Universidad Frecuencia %
Universidad de Chile 131 46.29
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso 35 12.37
Universidad de Santiago 30 10.60
Universidad de Concepción 28 9.89
Pontificia Universidad Católica de Chile 20 7.07
Universidad de Valparaíso 19 6.71
Universidad Austral de Chile 12 4.24
Universidad de Los Andes 8 2.83
Total 283 100,00
448
Dobles Póstumos / José Jara
I.1. Frecuencia del año de graduación en los post-grados de filosofía en todas las
universidades en el período 1982-2008.
También en este nivel de estudios cabe distinguir entre dos sub-períodos en que se
los puede precisar en un sub-período inicial entre 1982 y 1993 se puede apreciar un
proceso de consolidación ascendente entre los graduados en esos programas, para
continuar ese ascenso con cifras anuales superiores entre los años 1994 y 2008. Nos
parece que aquí se aprecia un aspecto de lo que cabe considerar como la indicación 449
de un proceso normal de estabilización y crecimiento de dichos estudios.
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
Otro aspecto importante que ratifica lo dicho más arriba a propósito de estos dos
sub-períodos, lo pone de manifiesto el hecho de que en el primero de ellos sólo
se gradúan estudiantes al nivel de programas de magister, con 44 graduados en 7
universidades. En cambio, en el sub-período 1994-2008 —que aumenta a 8 uni-
versidades— se gradúa el primer grupo de doctores con un total de 36 de ellos,
distribuidos entre la UCH 17, que cuenta con 5 menciones distintas; la PUC-Ch
12 y la PUC-V 7 que entregan el grado de Doctor en Filosofía, sin menciones.
450
Capítulo II. Frecuencia de pensadores estudiados en las tesis de post-grado en las
ocho universidades con programas a ese nivel en los sub–períodos 1982-1993 y
1994-2008
De manera semejante a como lo hicimos antes con respecto a los pensadores trabaja-
dos en las tesis de pregrado, presentamos ahora una Tabla de pensadores considera-
dos en las tesis de postgrado, TPPG, distribuidos en los dos sub-períodos señalados.
Dobles Póstumos / José Jara
13
Estimamos que la diferencia entre este total con respecto al de los post-graduados corresponde al
hecho de que se encuentra un número de tesis escritas sobre dos o más pensadores a la vez.
Dobles Póstumos / José Jara
II.1 A partir de esta TPPG, cabe hacer algunas observaciones generales, aunque
como ya hemos dicho antes en el contexto semejante de tesis de pregrado, sin nin-
guna pretensión de exhaustividad ni de agotar el tema.
Cercanos a este filósofo en cuanto a las cifras de tesis, se encuentra Nietzsche con las
141 tesis dedicadas a él en ambos niveles, quien de este modo se distancia levemente
de Ortega y Gasset con quien compartía en pregrado el primer lugar de dedicación,
al sumar éste ahora un total de 138 tesis.
Otra distinción entre esos dos sub-períodos es que en el primero de ellos se escriben
tesis sólo sobre 28 pensadores, mientras que en el segundo esa cifra se triplica al
llegar hasta un número de 90 tesis escritas sobre pensadores diferentes.
d) También se puede visualizar que en el segundo sub-período entre los años 1994 y
2008 se hace patente la consolidación de los estudios de filosofía en las universida-
des chilenas, en tanto quienes se graduaron en los niveles de pregrado y postgrado
en ellas representan el 53.33% del total del conjunto de todos los estudiantes que
concluyeron formalmente sus estudios de filosofía entre 1939 y 2008, es decir, en
los 70 años comprendidos en esta investigación sobre las condiciones de existencia
de la enseñanza de la filosofía en las universidades chilenas. Sin duda es un perío-
do breve al lado de los 25 siglos de existencia de la filosofía en Occidente, pero es
dable pensar que puede haber configurado una experiencia significativa e incluso
eventualmente intensa para cada una de las 1933 personas que se graduaron con
tesis escritas sobre algún pensador específico en este campo del saber durante esos
70 años. Esa cifra equivale a un total del 70.39% del total de 2746 graduados regis-
454 trados en esta investigación.
456
Dobles Póstumos / José Jara
Universidad de Chile
Director Frecuencia % % Total
Acevedo Guerra, Jorge 24 20,34 8,48
Ruiz Schneider, Carlos 15 12,71 5,30
Carrasco Pirard, Eduardo 10 8,47 3,53
No especifica 10 8,47 3,53
Oyarzun Robles, Pablo 10 8,47 3,53
Escríbar Wicks, Ana 8 6,78 2,83
Giannini Iñiguez, Humberto 8 6,78 2,83
Vellejos Oportot, Guido 8 6,78 2,83
Holzapfel Ossa, Cristóbal 6 5,08 2,12
Benzi Zenteno, Ives 5 4,24 1,77
Ramírez Figueroa, Alejandro 4 3,39 1,41
Contreras Guala, Carlos 2 1,69 0,71
Valenzuela Erazo, Fernando 2 1,69 0,71
Villarroel Soto, Raúl 2 1,69 0,71
Carvallo Castro, Héctor 1 0,85 0,35
Gutiérrez Olivares, Claudia 1 0,85 0,35
Morales Toro, Leonidas 1 0,85 0,35
Parada Allende, Rafael 1 0,85 0,35
Total 118 100,00 41,70
Base % Total = 283
457
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
458
Total 30 100,00 10,60
Base % Total = 283
Dobles Póstumos / José Jara
Universidad de Valparaíso
Director Frecuencia % % Total
Jara García, José 4 28,57 1,41
Verdugo Serna, Carlos
Acuña Díaz, Miguel
3
2
21,43
14,29
1,06
0,71
459
González Rojas, Abel 2 14,29 0,71
Orellana Benado, Miguel 1 7,14 0,35
Villegas Torrealba, Jaime 1 7,14 0,35
Zabala Caussin, Fernando 1 7,14 0,35
Total 14 100,00 4,95
Base % Total = 283
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
Universidad de Santiago
Director Frecuencia % % Total
Díaz, Marcelo 6 26,09 2,12
Lozzano, Luis 3 13,04 1,06
Zamorano, Jorge 3 13,04 1,06
Jerez, Sergio 2 8,70 0,71
Molina Fuenzalida, José Ramón 2 8,70 0,71
No especifica 2 8,70 0,71
Quezada Pulido, Wilfredo 2 8,70 0,71
Atria Ramírez, Manuel 1 4,35 0,35
Devés, Eduardo 1 4,35 0,35
Orellana Benado, Miguel 1 4,35 0,35
Total 23 100,00 8,13
Base % Total = 283
Los nombres personales que aparecen en las Tablas incluidas más arriba, son sólo un
número limitado de todos los académicos que han formado parte de las universida-
des en las que se han formado y graduado estudiantes de filosofía. En su conjunto
de individuos e instituciones configuran el acontecimiento singular de la existencia
de la filosofía en Chile, como una instancia oficialmente instalada de formación
universitaria conducente a un grado académico o a un título profesional.
La gran mayoría de esos académicos así como muchos de quienes imparten clases a
460 nivel de pregrado en alguna de las universidades del país, iniciaron y concluyeron
sus estudios de filosofía en alguna de las universidades de esta nación. Una canti-
dad de quienes hoy dirigen o han dirigido tesis de postgrado, hicieron sus propios
estudios de ese nivel en universidades chilenas o bien de otros países a los que se
dirigieron por un tiempo ya sea como beneficiarios de una beca de estudios nacional
o extranjera, o mediante una comisión de estudios otorgada por la institución en la
que laboraban o creando sus propios medios.
Dobles Póstumos / José Jara
461
Dobles Póstumos / José Jara
La Historia de la locura en la edad clásica se cierra en sus últimas páginas con refe-
rencias a tres personajes, Nietzsche, Van Gogh, Artaud, cada uno de los cuales se
exhibe para los tiempos posteriores a ellos como un acontecimiento en el espacio de
la cultura en que aún hoy nos encontramos. Es al primero de ellos a quien Foucault
dedica allí un mayor grado de reflexión, así como también lo hace con cierta fre-
cuencia en sus escritos de años posteriores. La interpretación hecha por él acerca de
la relación existente entre la locura y la obra de Nietzsche tiene, por lo pronto, la
relevancia de acoger la percepción que éste tenía de sí mismo y de su obra: la de ser
un hombre cuyo pensar estaba marcado por esa condición póstuma prevista por él
mismo, referida al tiempo requerido para hacer audible sus palabras en vistas de una
recepción de los resultados de su esfuerzo por comprender el tiempo en que vivía.
Una condición lograda mediante el gesto de la intempestividad de su reflexión,
marcada por la apuesta paradojal de que para abrirse al propio tiempo y al que un
día habrá de llegar, es preciso pensar y actuar en contra del presente en que se vive.1
Y esto implica hacer patente los pedestales de apoyo, el esqueleto y la nervadura que
sostienen la trama de lo que se exhibe en el diario acaecer de ese presente, pero que
suelen ser ignorados por quienes habitan en él o son inercialmente aceptados sin
mayores sobresaltos o bien sin un examen incisivo de lo que allí sucede. Nietzsche se 463
adelantó por algunas décadas a los hombres de su propio tiempo, haciendo uso del
agudo instrumento de su pensar con el que excavó en el suelo teórico de siglos que
sustentaba lo que, sin embargo, no había sido visto con precisión por quienes tran-
sitaban por sobre él. Esto le permitió abrir un estilo de análisis sobre dimensiones de
1
SW.KSA., 1, p. 247. [CI., II, Prólogo, p. 39].
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
la existencia de los hombres, que sólo mucho más tarde se comenzó a experimentar
algunas de las perspectivas de reflexión trabajadas por él como algo relevante —o
incluso tal vez irrenunciable— para el ejercicio del pensar filosófico a partir del siglo
XX. Y además de comprender ese gesto paradojal de Nietzsche, Foucault lo hace
suyo con las variantes que sus propias palabras introducen.
Frente a la figura de este pensador, Foucault destaca un hecho que posee dos as-
pectos complementarios, excluyentes entre sí y simultáneos a la vez, que indican el
camino de entrada y de salida con respecto a las palabras mediante las que Nietzsche
se distancia de su tiempo, logrando así adentrarse en él y en el tiempo por venir.
Son los momentos de la aparición final de la locura en los primeros días de enero de
1889 y de la apertura y cierre de la totalidad de esa obra, que no habría de recibir
ni una sola palabra adicional a las ya pensadas y escritas por él antes de esos días. La
comprensión valorativa de la relación entre locura y obra es recogida por Foucault
en unos pocos enunciados. Mediante éstos sitúa el inicio y el final del punto de
cruce de la existencia de ambas, que indica hacia ese instante en que cada una es
tangencial a la otra en los límites de su acceso a esa reflexión volcada hacia lo que
se asentó en el curso de la historia de los hombres y de las palabras, y que, sin em-
bargo, se separan una de la otra mediante las vías excluyentes recorridas por ellas.
Podría decirse que con el mismo gesto mediante el cual él las separa analíticamente
en su pertenencia a esos últimos quince días, en que él comienza a oscilar entre la
firma de sus cartas con su nombre y los de El Anticristo, Nietzsche César, Nietzsche
Dionisos, Dionisos, El Crucificado, el propio Foucault se sitúa con una mirada
464 vertical en medio del campo de resonancias de esas palabras de la locura. Palabras
que terminaron por inundar de silencio la cabeza de aquel hombre en esos días y, a
la vez, abrieron la sonoridad venidera de esa obra ya escrita y concluida. Con unos
cuantos enunciados, él recrea los efectos centrales de esos instantes finales.
Dobles Póstumos / José Jara
Son tres enunciados dichos desde cada uno de los dos extremos de esos polos de
la locura y la obra, en las que se expresan por vía directa o alusiva una relación
de exclusión, de imposible convivencia o coexistencia simultánea entre ellas. No
obstante eso, Foucault añade un cuarto enunciado con el que tiende un puente
entre ambos polos. Y lo hace mediante esa antigua vía buscada por los hombres que
marca el discurso de la filosofía a través de los tiempos. Una vía que también a él le
permite aceptar el hecho de quedar inscrito en esa dimensión peculiar al campo de
la filosofía, en paralelo a la notoria presencia de la historia en sus escritos. Se trata
del camino de la verdad. Ese enunciado dice:
Tal vez lo primero que cabría decir ante esa suerte de primacía inaugural de la lo-
cura frente a la obra, es que ella apunta hacia algo extraño. Por lo pronto, porque
en los 19 años anteriores a esa última carta suya dirigida a J. Burckhardt, escrita el
6 de enero de 1889 y firmada con su propio nombre, Nietzsche había publicado ya
más de una docena de libros y escrito otros varios miles de páginas de textos que
quedaron inéditos. Pero lo inaugural dicho en ese enunciado, estimamos, no apunta
hacia lo ya publicado o escrito por él. Pues si bien en varios lugares de sus escritos se 465
encuentra expresada una predicción acerca de la repercusión de su obra, tal vez sea
en alguno de los dichos de Zaratustra donde mejor se trasluce el punto de apertura
de ella hacia el porvenir, como cuando éste advierte: «Más yo y mi destino —no
2
HF., pp. 556-557. [HdL., II, pp. 302-304].
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
Tras la huella de esa lectura, creemos poder decir que la condición inaugural y,
por ello, radical de tal locura, reside en que a través suyo se pone de manifiesto lo
indicado por Foucault en ese mismo extenso párrafo final. Esto es, la culpabilidad
que recae sobre ese mundo al silenciar con la locura a la continuación de una obra
que al adentrarse en su trama mundanal interrogándolo, lo despojaba de un sentido
que pretendiese asentarse en alguna instancia trascendental. Un mundo responsable
de la locura de ese individuo, y que a pesar del abismo de silencio que aquél trae
consigo para el ejercicio del pensar de éste, desde allí resurgen y se reinstalan a la
vez las palabras de la obra, frente a las que Foucault afirma que son «el espacio de
nuestro trabajo». El uso hecho por él de la primera persona de plural, nosotros, pa-
reciera dejarnos en la ambigüedad acerca de si él la entiende como una opción per-
sonal, o bien como una abierta a quienes pudieran sentirse atraídos para pensar una
cuestión como ésta. Una ambigüedad que se despeja, sin embargo, si tomamos en
consideración los tres sustantivos de la última frase de lo que dice inmediatamente
a continuación: «es el camino infinito para llegar hasta el final, es nuestra vocación
466 mezclada de apóstol y de exégeta».4 Resulta ser bastante fuerte esta referencia a una
vocación de apóstol y de exégeta, como para ser atribuible en tanto vocación, desde
fuera y en general, a otros pensadores. Pero es igualmente fuerte si se la considera
como una opción prevista por Foucault para sí mismo al concluir su primer gran
3
Z., «La ofrenda de la miel».
4
HF., 557. [HdL., p. 303].
Dobles Póstumos / José Jara
libro de 1961. A pesar de ello, es una proyección de trabajo que hoy puede ser con-
trastada poniéndola al trasluz de su propia obra llevada a cabo desde entonces. Y
así cabría apreciar las variantes que él pueda haber introducido al perfil de esos dos
roles, en el curso de su reflexión posterior.
Una de las orientaciones de lectura posible que cabría hacer de esos términos, nos
parece que la entrega en un texto escrito por él tres años más tarde, Nietzsche, Freud,
Marx, en el que califica a la hermenéutica como esa «región medianera de la locura y
del puro lenguaje», en la que nos dice reconocer la presencia de Nietzsche. Es decir,
aquella alternativa abierta por él para la reflexión en el campo renovado de la filoso-
fía en la que «la interpretación se encuentra delante de la obligación de interpretarse
a sí misma al infinito, de retomarse a sí misma siempre». Con lo cual, entendemos,
Foucault toma distancia del espacio de tradición religiosa que resuena en torno a
las figuras del apóstol y el exégeta del texto revelado, para situarse en el escenario
de transformaciones históricas que las revoluciones industrial y francesa trajeron
consigo, y que se entrecruzaron con las relaciones económicas, sociales, políticas y
teóricas que a partir del siglo XIX alcanzaron diversas otras formas e intensidades
de manifestación y asentamiento. De manera que si retomamos lo dicho un poco
más arriba, es el silencio de la locura el que le abre a las palabras de la obra el tiem-
po por venir, aquel del infinito de la interpretación, la que, sin embargo, quedará
circunscrita «siempre en adelante por la interpretación mediante el ¿quién?».5 Y en
este caso, nos encontramos con dos nombres que responden a ese ¿quién? de la in-
terpretación. Por lo pronto, el de Foucault en su trabajo de lectura e interpretación
de lo que Nietzsche hace con la filosofía. Pero, a la vez, también del trabajo realizado
por él en distintos campos disciplinarios del saber, dentro del marco de las periodi-
467
zaciones de la Edad clásica y moderna, de acuerdo a las distinciones planteadas por
él a este respecto en varios de sus primeros libros. Igualmente ese ¿quién? remite al
nombre de Nietzsche, en tanto es el que a partir de las direcciones en que orienta
5
DE., I, p. 573-574.
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
Sería tan amplia y diversa la sinrazón existente en ese mundo y que el pensar enun-
ciado en la obra de Nietzsche pondría de manifiesto al denunciarla en su raíz mis-
468 ma, que habría conducido finalmente a que ese pensar se apoyase en aquel otro
gesto peculiar con el cual llama a enfrentar lo denominado por él como el espíritu
de la pesadez, dominante durante mucho tiempo. Es decir, aquél que lleva al hom-
bre a extraviarse de sí mismo, en tanto acepta sin mayor cuestionamiento y asume
para sí mismo y sus acciones «demasiadas pesadas palabras (…) y valores ajenos»,
en sus intentos por comprender ese mundo y lo que en él sucede. La risa es el gesto
propuesto por Zaratustra para disolver las solemnidades, fosilizaciones conceptuales
Dobles Póstumos / José Jara
De tal modo que sería la sinrazón de esa razón erguida como una, absoluta y do-
minante a través de los tiempos, la que, por uno de sus lados, sería desnudada y
puesta del revés mediante la risa. Así como por otro de sus lados, sería aquélla que
habría de responder por lo que llevó a que se produjesen aquellos episodios finales
de la lucidez de Nietzsche y que se entrecruzan con la aparición de la locura en él, y
el modo como ésta reobra sobre la apertura del tiempo de la verdad pensada por él
acerca de ese mundo y expuesta en su obra.
6
Z., «Del leer y del escribir».
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
que estaban reunidos en el mercado de una ciudad, aunque ninguno de ellos, señala
Nietzsche, entendió los distintos aspectos del despliegue literario y conceptual a que
él recurrió para anunciar tal acontecimiento. Sobre éste, escribe allí Foucault, «La
muerte de Dios, quitándole a nuestra existencia el límite de lo Ilimitado, la conduce
a una experiencia en la que nada puede anunciar ya la exterioridad del ser. [En ella
el hombre] descubre (…) su propia finitud, el reino ilimitado del Límite».
«La locura es a la obra, así como la muerte de Dios es al reino ilimitado del Límite».
mismos y con todo cuanto les rodea, a través de las sensaciones, palabras, concep-
tos, experiencias que traspasan, configuran, animan sus cuerpos, deseos, fantasías,
proyectos. Es la ganancia de experimentar la pluralidad de una finitud poblada por
una ilimitada diversidad de alternativas. Sin duda es una finitud que sitúa a los
hombres, en cada caso, en el centro de distintos cruces posibles de caminos, entre
los cuales cada quien tendrá que aprender a elegir aquel o aquellos que lo conduzcan
hacia donde quiera dirigirse. Ciertamente esto podrá aparecer como un territorio
inexplorado sobre el fondo de un horizonte que será preciso contribuir a diseñar.
Desazón e incertidumbre pueden ser los estados de ánimo que se hagan presentes
en este tipo de finitud.
F[oucault] con su arqueología del saber ofrece otras vías de lectura sobre los saberes
del presente, frente a los que él procura entregar sólo un diagnóstico.
Ambos, Nietzsche y Foucault no trabajan ni apuestan por acceder a una verdad que
sea a la vez fundamento y punto de consumación o de culminación de una cien-
cia, de un saber [+++]7 una cantidad ilimitada de caminos, referencias, de límites
que una vez traspasados, transgredidos, dejan enfrente de otros nuevos y distintos
límites que configuran ese mundo, marcado por múltiples hechos que aparecen
unos tras otros o entrelazados entre sí. Límites y sucesos nuevos, configurados por
historias que se suceden y recrean una tras otra. Es mediante sus diversos entrecru-
zamientos y hechos posibles que se llega a generar la trama de la historia. Es a partir
de ese entonces que tales caminos podrán comenzar a ser recorridos en todas sus 471
direcciones marcadas por la rosa de los vientos, por esas brújulas que los hombres,
como buenos marineros que habrán de recordar que lo son ya, porque lo han sido
desde siempre, volverán a navegar por esos mares tempestuosos o en calma que re-
7
[Laguna en el texto, aquí proponemos: (…), sino que abren (…)].
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
corren todo el globo de la tierra. Como los buenos marineros, los hombres habrán
de incorporar al haber, a los activos de su pensar, el hecho de que la menor distancia
entre dos puntos ya no se encuentra en la dirección de la línea recta trazada por los
compases y reglas de la geometría, sino en aquella dirección hacia la que nos empu-
jan los buenos vientos que hinchan las velas del propio navío.8
Si ante el título de ese artículo en que retoma Foucault los cuatro enunciados antes
señalados, La locura, la ausencia de obra, y que más tarde, en 1972, agrega como
apéndice a la 2ª edición de la Historia de la locura, quisiéramos transformar su tono
de total exclusión con la obra, en un tono positivo, alejado de la muerte de Dios,
recurriendo para ello a ese otro espacio en que se ha de transformar el mundo, aho-
ra, como un reino ilimitado del límite, podríamos proponer un enunciado como
el siguiente:
«Los momentos de creación son los únicos límites de una obra en la vida de un
hombre».
Lo que en esta frase ahora se exhibe como temible, sólo sería la monotonía, ese tono
único irradiado por un silencio sólo deudor de la desaparición o la borradura de
esos límites por los que está poblada a veces densamente la vida cotidiana, o bien
que aparecen en circunstancias especiales, previsibles o inesperadas, y que incitan a
ir más allá de ellos, a su transgresión. Pero la fatalidad del cierre o del agotamiento
de esos momentos creadores, en Nietzsche, Foucault o en cualquier otro hombre
que acepte el desafío de esos momentos, abren el destino de la interpretación a que
quedan entregadas irremediablemente esas palabras anteriores al silencio de enero
472 de 1889, de julio de 1984 o de cualquier otra fecha en que se perfile la silueta de
otro hombre cuyas palabras o hechos nos convoquen a pensarlos.
8
HdH., [II, v.s., §59].
Dobles Póstumos / José Jara
su esperanza de que algún día habría de llegar a caminar por la tierra esa figura del
suprahombre, del Übermensch.
Foucault provisto de otros conceptos, otro lenguaje, otro estilo de mirar y usar el
escalpelo y el «vistazo», por ejemplo, de la nueva medicina clínica que se apoya en
los tratados de anatomía de Bichat, resultantes del aprendizaje acerca de los sistemas
de órganos que articulan los cuerpos vivos, a partir del hecho de abrir los cuerpos
muertos en la autopsia, luego de adquirir ésta un estatuto epistemológico válido e
inédito hasta comienzos del siglo XIX.
Quisiera concluir con sólo dos observaciones acerca del aparato conceptual emplea-
do por Foucault y que mantiene en su enunciado desde su aparición en Las palabras
y las cosas, hasta el final de ese artículo escrito por él bajo el nombre de «Maurice
Florence». Se trata del a priori histórico. Entendemos que con esta noción Foucault
habría hecho una doble apuesta denominativa y teórica a la vez. Por una parte, en
esa noción resuena fuertemente un chirrido que apunta hacia una contradicción en
los términos, pues allí se señala hacia lo que se exhibe como necesario y universal:
lo a priori, y por otra parte, se lo empalma con esa dimensión de lo contingente
por excelencia: la historia, lo histórico. Pero además y en otro plano, puede decirse
que allí son nombrados de un modo implícito dos personajes filosóficos que bajo
cualquier tipo de apariencia suelen ser entendidos como siendo incompatibles entre
sí, a los que, sin embargo, Foucault junta en una expresión teórica central para el
planteamiento de su propio pensamiento. Ellos son Kant y Nietzsche. El a priori
kantiano queda limitado a no tener una validez mayor que la de una período deter-
minado, los siglos XVII y XVIII de la Edad clásica, en la cronología de los análisis
llevados a cabo en Las palabras y las cosas, pero que ya es usado implícitamente en
sus dos obras anteriores, la Historia de la locura en la edad clásica y en El nacimiento
de la clínica, así como lo hará después en Vigilar y castigar. Y después el período
que se inicia en el siglo XIX y llega hasta el siglo XX. Y por otra parte, es la historia
476 nietzscheana la que recorta la extensión de validez temporal del universal kantiano,
el que efectivamente chirría bajo la presión del sentido histórico que en las manos
de Nietzsche rechaza toda proyección teleológica para ese tiempo cosmopolita pro-
yectado por Kant, y por el contrario, con su filosofar histórico que ya no acepta
hechos eternos ni verdades absolutas, se compromete a tener que asumir la virtud
de la modestia, por lo pronto, acerca de las verdades que pudiera querer enunciar
desde su voluntad creadora.
Dobles Póstumos / José Jara
Llegados a este punto y con el propósito de entregar una mínima aclaración concep-
tual, nos parece que cabe señalar que con la calificación de «enunciado» empleada
para referirnos a esos cuatro breves textos señalados, tenemos presente el sentido
que Foucault le da a ese término en L’archéologie du savoir. De modo que, por lo
pronto, en el debate que en cualquier momento se suscite en torno a su locura y
a la presencia de ésta sobre su obra, con el efecto de sombra que arrojaría sobre el
momento preciso de su (in)validación teórica posible, Foucault, con la propuesta
a que nos estamos refiriendo, ocupa en ese debate una de las posiciones de sujeto
posible en ese lugar vacío de un enunciado, pero determinado, en la medida en
que él acota el campo de exterioridad desde el cual alguien toma la palabra y puede
ejercer allí la función de sujeto.9 Es una posición que no puede sino quedar abierta
a relacionarse con la diversidad de otras posiciones de sujetos posibles de otros
conjuntos significativos existentes, y susceptibles de delimitarse en el campo aso-
ciado en que se despliega cualquier enunciado. Es un espacio en el que se pone de
manifiesto además la condición material de los enunciados, calificada así en tanto
alcancen una estabilidad conceptual determinada, que a la vez los habilite para ser
transcritos, reinscritos o utilizables en otros campos de acuerdo a otros criterios
precisables en cada caso. Es ese tipo de inserción institucional de los enunciados en
un campo discursivo, repetibles bajo condiciones dadas, lo que los convierte en un
bien deseable, a pesar de las necesarias especificaciones de su uso. Así es como ellos
también quedan expuestos a formar parte de las distintas formas de luchas, entre las
que se perfila la variedad de elementos que configuran a la vez la dimensión de po-
der que atraviesa a esa polifacética materialidad de los enunciados y de los discursos,
477
a través de los tiempos.10 (Y cabrá destacar o aludir por lo menos a algunos de estos
aspectos operantes en los enunciados, en relación con lo dicho en esos otros cuatro
ya señalados a propósito de la obra y la locura en Nietzsche).
9
AS., p. 125 [124-126]; AdS., p.161[158-159].
10
AS., [p. 126; AdS., p. 160].
ARCHIVOS DE FILOSOFÍA 11-12 2016-2017
l
478
Dobles Póstumos / José Jara
A Humberto Giannini
Pero muchas de sus horas diarias transcurrieron en la escritura sobre una y otra
página en blanco, que luego se convirtieron en esos muchos libros que circulan por
las manos de quienes han sido sus lectores, y de los que también lo serán mañana.
Se habrá perdido la vivacidad de su conversación y el disfrutar de su humor, pero
nos ha dejado en la claridad de su palabra escrita esa reflexión suya que sostiene un
discurso abierto a lo incisivo de sus preguntas.
Aunque tal vez resulte extraño, podría decirse que la manera como sucedió la llega-
479
da al silencio final de la vida de Humberto, es expresión de un bello final. El de una
vida dedicada al pensar y que, además, se ejerció en medio de una apertura al otro.
A aquél con quien se sostiene un diálogo mediante una palabra en estado de alerta
reflexivo frente a un tema, pero que deja entrar a todas aquellas otras cuestiones
que se asoman y tienen alguna relación de sentido con él. Es la vía de llegada a un
silencio final que otro pensador quizás pudiera también imaginar, desear para sí,
semejante a como sucede con la satisfacción de alguien al terminar de escribir una
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página que se sostiene por sí misma, según siente. Así sea que vuelva a ella una y otra
vez para corregir algo en lo que aún escucha algo así como un ruido. Para un pen-
sador que escribió tantas páginas, como Humberto, difícilmente ese último silencio
podrá acallar, perturbar la voz pensante, humana, que resuena entre sus escritos.
480
Dobles Póstumos / José Jara
blicas en este continente latinoamericano a partir del siglo XIX, y de acuerdo a tales
declaraciones, la libertad se ejercía en ellas en igualdad de condiciones en la relación
de unos con otros, ya sea que se perteneciese a alguna de las series de autoridades
institucionales o se fuese un ciudadano cualquiera del pueblo. Tampoco es recomen-
dable olvidar que ambos experimentan la presión, así sea en diferentes grados, de los
cambios tecnológicos de inicios del siglo XXI y provenientes del siglo anterior, pero
también por la explosión demográfica sucedida en los países de América latina du-
rante el siglo XX. Particularmente es en medio de algunas de las realidades sociales
que trae consigo este crecimiento poblacional de las naciones del continente, que la
figura del ciudadano tiene que comenzar a librar sus batallas de diverso tipo y cuan-
tía, para no ser arrastrado por esa misma marea humana en la que él se encuentra y
que comienza a desbordar en especial a las grandes ciudades de la región.
Las ciudades en que comenzó a formarse ese conjunto de hombres que hacia el siglo
XIX se calificó como a una clase social, la burguesía, surgieron en lugares con cruces
de caminos que convocaban a la instalación de ferias y al comercio, o bien en puer-
tos, que en un primer momento atraían para participar en ellas a los hombres de
poblaciones vecinas o incluso distantes, pero que más tarde también debían cons-
truir murallas y fuertes para defenderse de continuos asedios hostiles. Burgos en el
siglo X en España1 y desde los siglos V y VI Borgoña2, situada entre las fronteras de
lo que hoy son tres países: Francia, Suiza e Italia, dan muestras de tal comienzo, que
con sus nombres contribuyeron a asentar aquel otro nombre que llegó a convertirse
en el de una nueva clase social.
482 Paralelamente a estas dos ciudades y a partir del siglo XI, en muchas otras de Eu-
ropa comenzaron a generarse migraciones del campo a las ciudades, que acogían a
1
Aunque exhibe una larga historia que va desde asentamientos preromanos ya en 4500 a.C. hasta
convertirse en la capital del reino de Castilla en 1038 d.C. y ser la ciudad en que en 1512 los Reyes
católicos dictaron las leyes de Burgos, aplicadas más tarde en la conquista de América.
2
Con un variado movimiento sucesivo de habitantes celtas, galos, romanos, galo romanos y varios
pueblos germánicos.
Dobles Póstumos / José Jara
quienes huían de las malas cosechas, de la gratuidad del trabajo o el mal pago que
los campesinos y vasallos recibían de los señores feudales. Las labores y los oficios
que esos hombres comenzaron a desempeñar, contribuyeron a generar junto a ar-
tesanos, comerciantes y hombres de letras, el lento pero sostenido crecimiento y
ascenso social de lo que en Francia se llamará en el siglo XVIII el Tercer Estado o
Estado llano. Se trata de ese nuevo estamento social situado por fuera de la nobleza
y del clero, y que como burguesía participa en las primeras filas de ese movimiento
históricamente revolucionario que, desde París, acaba por abolir el régimen feudal
y señorial de la nobleza y la monarquía, así como el pago del diezmo que recibía el
clero. La Constitución de 1791 consolida lo iniciado el 9 de julio de 1789 por la
nueva Asamblea Nacional Constituyente, que mediante la Declaración de los Dere-
chos del Hombre y del Ciudadano, al igual que con la Constitución civil del clero
en 1790, junto con asentar el ascenso social y político de la burguesía, sanciona en
un plano legal la disolución de la desigualdad vigente entre los estamentos tradicio-
nales de la nobleza y el clero, enfrente del resto de la población francesa.
Si nos desplazamos de continente hacia América latina y nos adelantamos en dos 483
siglos, manteniendo la referencia a la variable demográfica de la población señalada
más arriba, podemos encontrarnos con importantes consecuencias para delimitar
algún aspecto de la realidad actual del ciudadano en varios países de nuestra región.
En lo que sigue, me referiré a algunos datos e información recogida por la Comi-
3
En lo sucesivo nos referiremos a esta palabra «millones» solo con la letra M.
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4
Alicia Bárcena (coordinadora), Antonio Prado y Martín Hopenhayn, La hora de la igualdad: bre-
chas por cerrar, caminos por abrir. CEPAL, 31 de mayo 2010. 290 pgs. (Versión electrónica: www.
cepal.org)
Dobles Póstumos / José Jara
media de pobreza. Dos de los países que tienen la mayor población del continente,
México y Brasil, tienen un 31.7% y un 30% en esta situación, considerando que la
capital de la primera concentra el 19.5% de su población, 22 M, la mayor aglome-
ración urbana del país y de Iberoamérica, así como la segunda del mundo después
de Tokio. Mientras que en Brasil, sus dos más grandes ciudades, Sao Paulo y Rio de
Janeiro concentran el 17.3% de su población con 20 M y 12 M cada una, de los cua-
les casi el 40% en la primera y el 30% en la segunda habitan en favelas, es decir, con
precarias infraestructura y equipamiento social. En seis países sus poblaciones bor-
dean el 30% y el 20% de la pobreza, con 29%, 28.5%, 21%, 20%, 18.6%, 18.1%,
mientras que dos de ellos se encuentran en el límite inferior con 14.8% y 13.9%.
Como dijimos más arriba, son 180 M de habitantes de los que difícilmente cabe
esperar que tengan alguna noción efectiva o experiencia real de lo que significan
algunas de las expectativas y comportamientos básicos de la noción ilustrada de
ciudadano, pero frente a los cuales también resulta complejo, cuando no imposi-
ble, o por lo menos conceptualmente resbaladizo, esperar comportamientos de una
mayor elaboración de acuerdo a ese criterio. Es una población que se ve enfrentada
a situaciones de inequidad agobiadoras. Pues además no sólo el presente les resulta
diariamente hostil en sus condiciones de vida, también el futuro de ellos se avista
ya con una carga negativa tan fuerte como la que hoy han de soportar. La desnu-
trición crónica que afecta especialmente a la población infantil de nuestros países,
pero también a los adultos —y sin entrar en excesivos detalles numéricos—, en diez
países oscila en sus cifras máximas en algunas de sus regiones entre 73.1% de su po-
blación y 38.2%, mientras que la cifra menor en esos mismos países se mueve entre
un 21.7% y un 7.4%. En siete países esa cifra máxima de desnutrición oscila entre
485
un 34.6% y un 10.3% y la mínima en ellos entre un 14.5% y un 1.2%. Sólo en
uno de esos 18 países estudiados a este respecto, los extremos mínimos y máximos
se reducen notoriamente, pues se encuentran entre 2.3% y 1.6%. Es en las zonas
altas de Centroamérica y en las sierras y el altiplano de los Andes donde se presenta
la mayor vulnerabilidad nutricional de la población infantil, particularmente en
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familias de origen indígena, usualmente con madres analfabetas absolutas o con una
educación primaria inconclusa, y en condiciones de pobreza extrema.
Es una situación que tiende a quitarnos el aire para respirar y, por consiguiente,
hace bastante más complejo iniciar una mínima reflexión en torno a la ciudadanía,
al ver que ésta se ve coartada en su raíz misma o en el suelo en que debiera crecer.
Si bien este es un hecho constatable mayoritariamente en zonas rurales antes que en
las de carácter urbano, en éstas se manifiesta por lo menos otro tipo de problemas.
Las desigualdades producidas en las ciudades de América latina por la dinámica
económica del libre mercado, se manifiestan en la segregación social que genera la
multiplicación de poblaciones periféricas, marcadas por una marginalidad urbana
que queda estrechamente asociada a condiciones laborales informales con ingresos
salariales irregulares y generalmente insuficientes. Son situaciones de desigualdad
que dificultan notoriamente tan siquiera la posibilidad de una real aproximación a
esa noción ilustrada de la dignidad humana en las condiciones de vida. Limitándo-
nos a señalar un solo caso de una gran ciudad capital, con un índice de pobreza bas-
tante por debajo de la media en la región, la concentración de pobres en su periferia
marginal conduce a un hacinamiento de las familias entre un 10.2% y un 15.5%,
lo cual trae consigo unas cifras casi paralelas de madres adolescentes, entre 12.5% y
16.9% de esas poblaciones, mientras que por otra parte, el bajo nivel de escolaridad
del jefe de hogar, de 7.1 a 8 años de estudios, genera una alta tasa de desempleo de
éstos, que va del 25.7% al 35.4%. Estos asentamientos precarios en los márgenes
urbanos con débil infraestructura de vivienda y de servicios públicos, conduce a
486 que quienes aumentan en algún grado su ingreso medio, muy pronto abandonen
esas zonas; de ese modo se intensifica a la vez la segregación residencial entre los
diferentes grupos socio-económicos de una ciudad o de una metrópolis, que tienen
una escasa o nula convivencia entre tales sectores de población.
Las referencias básicas hechas más arriba a esa dimensión problemática que la pobre-
za pone de manifiesto para la delimitación de la existencia actual de la ciudadanía
en importantes sectores de las sociedades latinoamericanas, cabe complementarlas
con una mínima alusión histórica a otro concepto asociado con ella, la obedien-
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lugar a algunos de los partidos actualmente vigentes. A través de ellos se muestra una
contextura política de la mayor relevancia en nuestras sociedades, y en la medida
que sean capaces de procesar y/o rediseñar las propuestas que puedan surgir de otras
instancias o movimientos sociales significativos. Pues finalmente son ellos los que en
un régimen de institucionalidad republicana, democrática, han de enunciar y pro-
mover la ejecución a través de los organismos que correspondan, de lo que cada uno
de ellos considera hoy, o en su momento, como la mejor alternativa de bienestar y
progreso para la totalidad de los miembros de sus respectivas sociedades. Y en tanto
que cada uno de ellos no puede dejar de presentar su posición y visión como la que
mejor garantiza esos logros para el conjunto de los ciudadanos, ya sea que lo haga
en su formulación de principios, de búsqueda de apoyo proselitista o en los procesos
electorales para elegir autoridades en todos los niveles de decisiones públicas, su
discurso político no puede menos que entrar de lleno en el terreno de la ficción. Es
decir, de esa comprensión de ésta, mediante la cual ningún partido puede escapar a
la repercusión ideológica de proyectar el planteamiento teórico propio a una parte
de la sociedad, como siendo válido para el mejor funcionamiento de la totalidad de
ella. Se trata de la ficción ideológica de tomar a algo que es o representa solo a una
parte del campo de acción política de la sociedad, como si ésta fuese el todo de ella.
Es esta una referencia que, sin ironía, en estas décadas de franco predominio de las
transacciones de los mercados nacionales y globales, bien podría recrear aspectos
de las reflexiones de otros siglos orientadas nítidamente hacia los horizontes de
la utopía. Unos postulados de igualdad y dignidad, que ante la dura realidad que
5
Para dar una sola referencia cercana, puede señalarse que en los últimos sesenta años, desde el censo
Dobles Póstumos / José Jara
Otras figuras podrían dejarse ver también ante ese trasluz del ciudadano. Entre
ellas, el discurso de una política que al postular, ficcionar una respuesta para una
situación reiterada o inédita, podría poner la primera piedra de una historia que
eventualmente concluya con éxito la obra iniciada. O una realidad obstinada que
convierta en ficción, en realidades y efectos semejantes a los fuegos de artificio,
a aquellas propuestas políticas que se consumen entre las palabras y la miopía o
los desaciertos de sus acciones correlativas. O logros y desafíos planteados una vez
más desde acontecimientos del pasado que con puntual periodicidad se ficcionan
ritualmente, más tarde, como habiendo sido ya alcanzados o renovados. O las re-
interpretaciones de tales acontecimientos pasados que no temen ficcionar sus actos
presentes, como una avanzada hacia un futuro que —según quieren creer sus auto-
res— en su momento habrá de rendir tributo a esos predecesores visionarios, según
las versiones que a sí mismos suelen contarse tales actores.
Cualesquiera sean las variantes mediante las que se concreten las relaciones entre
la política, la ficción, la historia y la actualidad, el siglo XXI, con su entramado de
desigualdades tan notorias en los espacios de la condición pública del ciudadano en 491
América Latina, ya no se presenta como un tiempo en el que se pueda intentar abor-
darlas para procurar resolverlas mediante una Declaración de Derechos del Hombre
y del Ciudadano, como se hizo en 1789. Más bien esa condición actual de los ciuda-
492
Dobles Póstumos / José Jara
El êthos de la promesa
493
década», y es avistado «como un torrente que quiere llegar hasta el final».1 La vigen-
cia actual de esa historia contada por él hace unas doce décadas impulsa a dirigir
la mirada a ese otro punto de partida más lejano que antecede por muchos siglos o
incluso milenios a esa narración suya más cercana a nuestro presente, y que en sus
palabras queda conjugada mediante una afirmación y un par de preguntas acerca
1
SW.KSA. 13. 11[411].
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de ella: «Criar un animal al que le sea lícito hacer promesas, ¿no es precisamente esta
misma paradójica tarea la que la naturaleza se ha propuesto con respecto al hombre?
¿No es éste el auténtico problema del hombre?».2
Los diversos momentos del proceso de aparición entre los hombres de la promesa
pondrían al descubierto la condición problemática que los ha atravesado y atraviesa
en su existencia. Allí es cuando habrían comenzado a producirse aquellos puntos
de inflexión entre el largo pasado aún preponderantemente animal del hombre y
los primeros pasos en la decantación de lo que a éste lo iría lenta y gradualmente
separando de su animalidad aún desnuda, para revestirlo con una historia todavía
breve y frágil. Son probablemente esos momentos de prolongada duración en los
que emergió la experiencia de un peculiar vértigo, que fue dejando grabadas sus
huellas por debajo de la superficie corpórea de los hombres, en ese laberinto en ges-
tación al que más tarde se denominó como el alma. Es cuando la memoria comienza
a entrar en escena. Es el inicio de ese enigmático proceso de formación de ella. Tal
vez, entre las realidades e imágenes que también podrían entregar indicios acerca
de ese proceso, pudiera avistarse algún rasgo de semejanza con la formación de esos
complejos espacios en los que la pleamar de las aguas saladas del océano represa las
aguas dulces de los ríos que en él desembocan y, a su vez, en él se adentran durante
la bajamar. En algún grado puede suceder con la memoria algo de lo que ocurre
entre los límites de aquellos estuarios que allí se forman, reuniendo y separando a
la vez la estable grafía de la tierra con el movimiento incesante de las olas del mar,
y donde se generan esas zonas de marismas que suelen exhibir ecosistemas con una
Toda la larga historia de la condición humana habría quedado marcada por aquel
prolongado ejercicio de la memoria de la voluntad.3 Con ello, Nietzsche distingue
2
GM., II, §1.
3
A propósito de este tema y en conexión con lo recién dicho sobre estuarios y marismas, cabe tener
presente la estrecha relación que en numerosos textos establece Nietzsche entre la voluntad y las
olas del mar, así como inevitablemente entre mar y tierra. Véase CJ., §310, §124 y §240. Y acerca
Dobles Póstumos / José Jara
Nos parece que no sería aventurado establecer alguna conexión entre las palabras de
495
la promesa y las palabras, los escritos de algunos de los más grandes pensadores que
de la referencia en forma de símil al semianimal que una vez fue el hombre, en conjunción con la
conversión acaecida en algún momento de los animales marinos en terrestres, véase GM., II, §16.
4
GM., II, §2.
5
MBM., §32.
6
GM., I, §12.
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la filosofía ha tenido en su historia. Podría decirse que, al menos las suyas, han sido
palabras de individuos enunciadas desde un haber asumido fuertemente la condición
de tales a través de su más propio pensar, estableciendo así una notoria distancia,
quizá irreversible, frente al silencio de la animalidad; aunque no sería lícito suponer
que este silencio suyo signifique su desaparición. Las palabras o discursos del pensar
de tantos filósofos no parecen haberse gestado sino a partir de una cierta toma de
posición con respecto a lo que veían, experimentaban en su tiempo como deficitario,
insuficiente o menesteroso de ser repensado, y esto con vistas a algún otro proyecto
—cosmovisión o concepción de mundo, si se quisieran emplear tales términos— en
el que se pudieran remediar o replantear las formas de pensar y relacionarse los hom-
bres consigo mismos, con los otros y con el mundo que los circunda y en el que ha-
bitan. Importantes discursos de filósofos pueden ser leídos también como formas de
reflexión abiertas hacia el perfil reconocible, si se quiere, de las utopías, susceptibles
de ser consideradas como una variante de las promesas, o al menos de lo promisorio
precisamente del pensar. Cabe decir que Platón lo hace en La República y en Las Le-
yes, san Agustín en La ciudad de Dios, Tomás Moro y Campanella en sus respectivos
proyectos utópicos; así como lo sería igualmente la búsqueda metódica de la verdad
en Descartes para construir sobre ella el edificio entero de las ciencias, la crítica kan-
tiana de la razón para emprender con los recursos de la Ilustración el seguro camino
de la ciencia, la fenomenología y la lógica hegelianas que han de conducir dialéctica-
mente a la condición de ciencia del saber absoluto, o la lucha revolucionaria de clases
que en Marx ha de llevar a la sociedad sin clases.
496 En cada uno de estos casos se aprecia una reflexión que procura adentrarse hasta
las raíces o el fundamento mismo de lo que se considera la esencia o la naturaleza
humana provista de facultades que le serían propias y, por consiguiente, se señala
en ellos lo que en algún momento del porvenir debería llegar a producirse entre los
hombres una vez que hagan un uso apropiado de tales recursos. Genéricamente,
en ellos se trata de ver cómo hacer para que eso suceda a través de vías e instancias
que permitan el acceso a y traduzcan la especificidad de lo que, en cada caso, se
Dobles Póstumos / José Jara
¿Es aún sostenible hoy esa pretensión nietzscheana, de la que bien pudiera alguien
decir que no procede más que de la típica arrogancia expresada en muchos de sus
textos? O bien, al margen de entrar a examinar la eventual calificación de arrogancia
para esas palabras, ¿cabría ponerlas en relación con ese otro antecedente dramático
de ellas, que se escucha en las palabras pronunciadas al mediodía por ese hombre
frenético que lanza su lámpara al suelo en medio de la plaza pública, poco después 497
de anunciar la muerte de Dios, interpelar a sus hechores por lo cometido, describir
sus consecuencias y prometer el comienzo de otra «historia más alta que todas las
historias habidas hasta ahora»?8
7
EH., «Por qué soy un destino», §8.
8
CJ., §125.
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Es la enajenación en que han vivido durante siglos esos hombres de la plaza pública
la que les impide darse cuenta de la condición de deudores en que ha transcurrido su
existencia, a pesar de lo mucho y diverso que efectivamente en ella y con ella hayan
hecho, y que sólo ellos han hecho. Lo risible para ellos de ese frenesí del desaforado
y la consiguiente burla con que enfrentan a ese frenético, son para éste exactamente
Dobles Póstumos / José Jara
A partir de lo dicho entre los actores sobre lo sucedido en esa escena de la plaza
pública, por lo pronto, se puede señalar uno de los aspectos seguramente más evi-
dentes de la palabra de la promesa: su condición temporal. Esto es, el hecho de que
con ella queda comprometida toda la amplitud, diversidad e intensidad de un futu-
ro a través del cual el presente en el que ella es dicha pretende extenderse más allá
de sí mismo, aunque sin poder dibujar por adelantado con exactitud irrecusable los
personajes, hechos y situaciones que habrán de convertir ese futuro en una historia
susceptible de ser narrada, analizada o interpretada en algún momento posterior. La
promesa abre una temporalidad que, para convertirse en historia efectiva, requiere
de un conjunto de otros componentes humanos, más terrenales, de consistencia
material, que le permitan concretar, multiplicar sus posibilidades de cumplimiento.
499
Por eso es preciso tener presente que la promesa no es sólo una palabra, sino que
con ella se indica también una actividad. Y aunque se pueda entender como una
palabra singular, la actividad implicada por ella requiere usarla siempre en plural.
Así, la promesa remite a todos los hechos y situaciones, así como a las actividades
y procesos que condujeron a ella, y también a los que se derivan de ella y que hay
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Aunque resulte una tarea compleja que seguramente exige de largos y minuciosos
análisis de tipos y niveles de realidad diversos, resulta igualmente ineludible tener
que asumir el examen de esa profusión de elementos y de sus conexiones implicadas
en estos dos puntos, si se quiere acceder a toda la dimensión teórica que Nietzsche le
otorga a la promesa en sus textos. Pues «el auténtico problema del hombre», una vez
que se encuentra existiendo en esa «naturaleza» a la que más tarde se llamará «mun-
do», no puede reducirse a una comprensión de la promesa como siendo sólo una
9
GM., II, §12.
Dobles Póstumos / José Jara
De manera que en tales palabras, en las que siempre resuenan ya actividades como
las indicadas, y como consecuencia de ellas, es preciso ver que allí se expresan tam-
bién formas históricas específicas del ejercicio de aquello que Nietzsche propuso
como esa «teoría de una voluntad de poder que se despliega en todo acontecer».10 Los
11 casos enumerados esquemáticamente por él a propósito de la fluidez del «senti-
do» apreciable en los modos como se han aplicado «penas», castigos a los hombres, o
la secuencia de esos otros 10 casos señalados en otro texto con respecto a la «paz del
alma»11, son una indicación circunscrita de esa metodología histórica de la puesta en
obra del pensar a partir de esta teoría suya —a la que en ocasiones califica también
como una hipótesis—, que es la voluntad de poder presente en «el mundo visto des-
de dentro» y que quedaría así «definido y designado en su “carácter inteligible”».12
De ahí que algunas de las promesas enunciadas por los hombres a través de la histo-
ria hayan sido palabras-realidades con las que se ha modelado la condición humana
y que, como tales, les haya sido lícito penetrar en la configuración de diversos discur-
sos de distinto tipo y calidad con que ellos se han ido haciendo a sí mismos. Esto es,
desde aquellos discursos que en los periodos iniciales de la historia condujeron hasta
10
Ídem.
Acerca de la primera referencia, véase GM., II, §13, y acerca de la segunda, véase Cr. «La moral
501
11
como contranaturaleza», §3. El uso frecuente por parte de Nietzsche de las enumeraciones ofreci-
das para delimitar un análisis posible de algunos conceptos o realidades humanas de acuerdo con
el estilo de su pensar, en que pone en juego la historia y la genealogía, no lo lleva a desconocer
las dificultades presentes en tales análisis, que suelen concluir en que «resulta del todo indefinible»
la «síntesis de “sentidos”» presente en lo denominado y entendido como una unidad conceptual.
A este propósito, véase la muy interesante perspectiva de lectura expuesta en el trabajo de Sabine
Mainberger «La enumeración como forma artístico-filosófica en Nietzsche», en consonancia con
su uso de la retórica, publicado en Germán Meléndez (comp.), Nietzsche en perspectiva, Siglo del
Hombre Editores / Pontificia Universidad Javeriana / Universidad Nacional de Colombia, Bogotá,
2001, pp. 199-214.
12
MBM., §36.
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502
vez —lo opuesto: en unión con ella, lo individual recibe antes que nada alguna
fuerza—».15 Si sus primeras acciones se perfilaron, por una parte, entre los extremos
de los «actos de violencia» de una guerra y los «sortilegios de la paz»16, con todos los
13
GM., II, §16.
14
Z., «De las tablas viejas y nuevas», §25.
15
SW.KSA., 9. 11[171].
16
GM., II, §16.
Dobles Póstumos / José Jara
Y entremedio de las acciones de uno y de otro que modelan a uno y erigen al otro,
emerge y se decanta esa acción definitoria y decisiva para cada uno de ellos —indi-
viduo y «Estado»—, así como es igualmente determinante para entender tanto la
palabra de la promesa como el fenómeno entero de la vida: el mandar, junto al con-
siguiente e indispensable obedecer. Estos dos verbos y, por consiguiente, estas dos
acciones que sostienen y con las que se construyen la promesa y la vida son también
las palabras decisivas dichas por Zaratustra para que los hombres entiendan aquello
que está en la base del bien y del mal19, es decir, de toda acción moral, así como, pa-
ralelamente, habría que agregar, de toda acción política en la que se manifiesta, por
lo pronto, la existencia y la relación del hombre con el hombre en la sociedad. Pero
Zaratustra califica allí igualmente las circunstancias y la modalidad en que se ejercen
esas acciones de mandar y obedecer, así como la condición del ser humano cuando
las asume y las hace suyas, y que se ponen al descubierto mediante las palabras de la
promesa. Lo que con ellas se pone en juego es: 1) calibrar cómo y cuándo un hom-
503
bre ha llegado a constituirse en individuo, si ha sido capaz de acceder a una palabra
que sea suya, a una promesa a la cual obedecer, obedeciéndose así a sí mismo; 2)
17
CJ., §23.
18
GM., II, §17.
19
Z., «De la superación de sí mismo».
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504 flexiones de énfasis para la importancia que allí puedan adquirir los elementos cons-
titutivos del pasado y el futuro, cada uno de éstos puede retornar o irrumpir en el
presente con una fuerza tal que llegue a debilitar notoriamente su inmediatez o bien
pueda hacerlo incluso desaparecer en su urgencia. Esa palabra adquiere así una ma-
terialidad temporal que incide decisoriamente en la contextura de la promesa, tanto
20
MBM., §19.
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por parte de quien la asuma como ejecutor responsable de ella, como por quien la
reciba para acogerla, rechazarla o poner en duda su cumplimiento, de acuerdo con
el grado de certeza de que disponga para poder o tener que cobrarla más tarde. Es
una palabra que se transforma en una materia prima contable e insustituible dentro
de la cadena productiva y de transmisión de los hechos y personajes involucrados en
esa historia específica allí en juego. En cierto modo, ella opera también allí, por una
parte, como una peculiar garantía de reunión, de estabilización —¿podría incluso
decirse de identidad?— con respecto a la diversidad de esos hechos, pues a través
de ella sería preciso reconocer la coherencia, persistencia o necesidad fáctica de su
reunión, convocada precisamente por esa promesa. Aunque, por otra parte, en esa
palabra se traduce igualmente el riesgo de la apuesta que traspasa inevitablemente
a la promesa, en tanto ésta queda expuesta a la contingencia de todo cuanto pueda
intervenir allí para favorecer o perturbar u observar con indiferencia el despliegue
del esfuerzo implicado en el cumplimiento de ella.
Si bien la promesa es algo que adquiriría todo su real sentido humano cuando es di-
cha por un individuo que ha llegado a ser tal, eso sólo parece suceder luego de aquel
largo rodeo y proceso que él ha de emprender para superar, transformar, delimitar,
subjetivar todo cuanto lleva dentro de sí, incluida la comunidad o el pueblo del cual
procede. Y esto señala hacia una trayectoria que, sin embargo, tiene siempre una do-
ble dirección de ida y vuelta, pues teniendo incluso presente la diferencia contextual
y temática de lo aludido por Nietzsche en el texto siguiente, creemos que también
siguen siendo válidas y aplicables a este propósito aquellas palabras suyas en las que
afirma que «un pueblo es el rodeo de la naturaleza para llegar a seis, a siete grandes
hombres. —Sí: y para eludirlos luego».21 Es entre la persistencia, inestabilidad y
505
transformaciones de esos puntos de partida y de llegada cuando, en algún momen-
to, maduran algunos frutos, privilegiados o geniales, de exportación o de consumo
interno, en cualquier caso, humanos todos, sin que en ninguno de ellos pueda ex-
21
MBM., §126.
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506
22
Y las variaciones sobre esta polifacética relación entre un pueblo y un individuo —además de ser
aplicables al propio Nietzsche, como se puede ver en numerosos textos suyos— pueden extenderse,
si no al infinito, en todo caso a las múltiples perspectivas de acercamiento a ella desde cada uno
de sus términos, pero también desde cada uno de aquellos cortes en el discurrir del tiempo que se
convenga en establecer o sea preciso introducir, conforme al nombre de épocas o periodos históricos
válidos de distinguir, y de acuerdo con la sustentabilidad del núcleo del análisis e interpretación que
se haya elegido emprender. Entre algunos textos de Nietzsche a este propósito, véanse CJ., §1, §23,
§143, §149, §356, §357 y §377; MBM., §241, §244, §251 y §254; Cr., «Lo que los alemanes están
perdiendo», §3 y §4; «Incursiones de un intempestivo», §23, §33, §37, §38, §39, §44 y §47.
Dobles Póstumos / José Jara
frase de Foucault, se convierten en el «reino ilimitado del Límite»23 que atraviesa las
condiciones materiales de existencia de los hombres y de los regímenes de prácticas
en que, a su vez, se cruzan los «efectos de prescripción o jurisdicción» y los «efectos
de codificación o veridicción»24, en los que se ponen en juego los diversos tipos de
racionalidad con que un ser humano procura solventar aquello que se le presenta
como un problema. Aparte de las cuestiones que con esta referencia a Foucault
habría que precisar a propósito suyo, y retornando a palabras de Nietzsche, lo que
además se exhibe en las encrucijadas materiales de la promesa es, por lo pronto, ese
instante inconmovible de una palabra lanzada hacia el futuro y que, sin embargo,
se convierte a la vez en el «mayor centro de gravedad»25, ese instante que se mul-
tiplica y vuelve una y otra vez, en el que y en los que es preciso enfrentar, decidir,
asumir las palabras y los hechos cargados de la temporalidad plural de una prome-
sa, en torno a los cuales gira su existencia terrenal. Pues con la muerte de Dios es
otra conjugación del tiempo y otro tipo de acción la que se inicia, aquella que aho-
ra impone «no mirar hacia lejanas, desconocidas bienaventuranzas y bendiciones y
perdones, sino vivir de tal modo que queramos vivir otra vez y ¡querer vivir de tal
modo por la eternidad! —Nuestra tarea se dirige hacia nosotros en cada instante».26
Como no podría menos de suceder y aunque en esta ocasión sólo aludamos a ella,
al asignarle Nietzsche a la promesa un rol tan importante en la historia del hom-
bre, no puede ella permanecer ajena o serle indiferente ese otro tema central de su
reformulación y propuesta teórica sobre las condiciones de existencia del hombre
sobre la tierra, que es el del eterno retorno, inseparable, a su vez, del tema de la
voluntad de poder.
507
23
DE., I, p. 235; OE1., p.165.
24
DE., IV, p. 22; IP., p. 59.
25
CJ., §341. (Conforme a la corrección que hemos hecho en la 3a ed., 1999, de nuestra traducción de
La ciencia jovial, el título del §341, en el que Nietzsche enuncia públicamente su primera formu-
lación explícita sobre el eterno retorno, es precisamente «El mayor centro de gravedad» (Das grösste
Schwergewicht)).
26
SW.KSA., 9. 11[161]. (Traducción nuestra).
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Así, en ese instante de la promesa se pone en juego la apuesta hecha por el hombre,
por lo pronto, consigo mismo, aunque a la vez en él queda incluido todo cuanto
media y aparece, o más bien, aparecerá entre aquel instante en que dice tal palabra
y aquel otro en que ésta habrá de cumplirse. Lo que allí se pone en juego es la per-
severancia de la voluntad en lo querido una vez y poder volver a quererlo más tarde,
a pesar de que entremedio puedan suscitarse transformaciones en las condiciones
concretas de existencia, que hagan pesaroso el mantener aquella resolución inicial.
Esta radical pre-visión, esa mirada y ese pre-sentimiento del hombre hacia lo que
aún se encuentra por delante, en el futuro, así como esa relampagueante retro-
visión, esa mirada hacia atrás suspendida en la dimensión aún virtual de un futuro
todavía no acaecido, sino únicamente entrevisto y que sólo se apoya en lo que su
querer sea capaz de imaginar en tal coyuntura, es lo que en última instancia se anun-
cia en ese «instante terrible» en el que resuena el pensamiento del eterno retorno de
las acciones de la existencia, y que lo transforman en el mayor centro de gravedad
de la voluntad.27 Pues lo que allí también aparece en escena y juega su rol es esa
hipótesis de Nietzsche, presentada en otros momentos como su tesis de la voluntad
de poder, que habría de hacer inteligibles las acciones de cada individuo consigo
mismo y, a la vez, con y entre todos los seres humanos. Pues igualmente es preciso
tener presente que, ya sea que se mantengan o se alteren las condiciones concretas
en que se hizo una promesa, la reiteración, modificación o liberación de ella supone
la inevitable aceptación de que eso sólo podrá hacerse mediante la intervención de
aquel —o de aquellos— a quien se la hizo, la aceptó y la hizo suya, como palabra
empeñada ante él, ella, ante nosotros o ellos. También ante sí mismo. Puesto que
508
27
Probablemente es en ese instante terrible cuando Nietzsche entiende que resuena paralelamente
un peculiar inicio de tragedias y de parodias, aunque ahora ellas habrían de disponer de un temple
netamente humano, si es que allí efectivamente y a pesar del rechinar de dientes de quien sienta que
sobre él adquiere poder tal pensamiento, es éste también el que, a la vez, le trae a la subjetivación
individual allí alcanzada su «última y eterna confirmación y sello». Última porque es aquella en que
incanjeablemente se pone en juego en cada caso, y eterna en tanto esos instantes habrán de retornar
reiteradamente en el curso de su existencia y mientras exista. Véanse CJ., §341, y prólogo, §1.
Dobles Póstumos / José Jara
si esa promesa no ha de ser una palabra vana, es preciso conceder que «en todos
aquellos lugares donde reconocemos que hay “efectos”, una voluntad actúa sobre
otra voluntad».28 Podrá apreciarse, a su vez, que lo que atraviesa la encrucijada de
la promesa en todos estos casos es la entera dimensión de la ética y de la moral, del
êthos de quien promete y también del êthos, o por lo menos de las mores, de quien o
quienes reciben y aceptan la promesa.
Pero como entre el instante en que se enuncia la promesa y aquel otro en que fi-
nalmente se cumpla, modifique o anule, puede mediar un tiempo imprevisible o
diversamente reajustable de acuerdo con las condiciones materiales, pero también
humanas, subjetivas, involucradas en su acontecer, ella requiere de un estado durade-
ro del alma del hombre, de un êthos que la sostenga a través de un discurrir temporal
prolongado y expuesto a embates fortuitos de la existencia, y no sólo del «pathos, del
querer apasionado», «para decirlo y hacer la distinción con los griegos»29, como se-
ñala Nietzsche, aunque en un contexto diferente al que aquí consideramos. Si no se
quiere despojar de espesor a los hechos y de intensidad al paso del tiempo, así como
de porosidad al hombre que se mueve entre unos y otro, quedando permeado en
algún grado por ellos, seguramente podrá aflorar en el êthos que sustenta el querer
de la partida y el de la llegada, por lo menos algún ligero temblor o estremecimiento
mayor en el pulso de quien sostiene la acción cumplida, lograda o malograda. Pero
justamente en esa porosidad y permeabilidad del querer abierto a lo que le sucede
cuando se pone en juego y apuesta es donde podrán reconocerse los límites efectivos
de ese individuo y de esa subjetividad suya atravesada y configurada ahora por ese
reino ilimitado del límite, así como habrá de percibirse allí también el modo como
logra enfrentar, atravesar o transformar por diversas vías y maneras tales límites. Y
509
lo que entremedio de toda esta situación se dibuja es otro rostro de lo que se ha
solido llamar la identidad del individuo. Un rostro hecho también de máscaras30,
28
MBM., §36.
29
CJ., §317, y CI., III, §9. [Esta última referencia no hallada, proponemos GM., III, §9].
30
MBM., §40, §270, §278 y §289.
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así como una identidad lábil que ha de aprender a caminar por la cuerda floja31 y
los laberintos de la existencia32, expuesta, como ahora está, a ese eterno retorno de
las palabras que emergen desde ese otro centro de gravedad también suyo que es
su cuerpo y de «la estructura social de instintos y afectos»33 que alberga su alma, la
configuran y se recrean en ella.
Aquí es donde se pueden apreciar todos los subsuelos y pisos en elevación que se
construyen desde el êthos y las palabras de la promesa, que conducen a conjugar de
acuerdo con otros criterios el valor y el sentido de la acción y el querer moral. Aquí
es donde habría que aprender a leer la respuesta de Nietzsche a esa pregunta que
apunta a la conciencia moral, aunque esté dirigida simplemente a «¿qué dice tu con-
ciencia?», y que tiene como respuesta: «debes llegar a ser el que eres». Pues no sólo
en ese «debes» de la respuesta se percibe la inflexión moral de la pregunta. También
en la respuesta a la pregunta inmediatamente siguiente, «¿dónde se encuentran tus
mayores peligros?», señala él hacia la distancia que lo separa de la moral tradicional,
o más bien, de la moral cristiana dominante durante tantos siglos en Occidente,
pues su respuesta dice: «en la compasión». Para agregar de inmediato en la respues-
ta: «Mis esperanzas», la alusión tanto a ese otro tipo de hombre que habita en la
tierra siendo fiel34 a las condiciones efectivas de existencia que en ella prevalecen
para él, como a su propia apuesta por la resonancia que quisiera que tengan en los
otros las promesas hechas a ellos cuando pregunta: «¿Qué amas en los otros?», y, en
510 31
Luego de la caída del volatinero de la cuerda sobre la que caminaba, tendida entre dos torres y sobre
el mercado y el pueblo, Zaratustra le dice «tú has hecho del peligro tu profesión, en ello no hay
nada despreciable. Ahora pereces a causa de tu profesión: por ello voy a enterrarte con mis propias
manos». Z., Prólogo, § 6.
32
«Símil. Aquellos pensadores en los que todas las estrellas se mueven en órbitas cíclicas, no son los
más profundos; quien mira dentro de sí como en un inmenso espacio sideral y lleva vías lácteas
dentro de sí, sabe también cuán irregulares son todas las vías lácteas; ellas conducen hasta el caos y
el laberinto de la existencia». CJ., §322.
33
MBM., § 12.
34
Z., Prólogo, §3.
Dobles Póstumos / José Jara
definitiva, no le quede más alternativa que la de aguardar o procurar que las propias
esperanzas puestas en la palabra empeñada sean acogidas por quien la recibió.
Y en las tres preguntas que siguen a las tres anteriores —con las que concluye el
tercer capítulo de La ciencia jovial, con sus seis fragmentos de menos de una línea
cada uno en los que responde a tales preguntas, y que aquí elaboramos entrelazando
preguntas y respuestas en un texto continuo y con el tema de la promesa— anuda
mediante una sola palabra, vergüenza, las posibilidades de su modulación entre las
acciones de los hombres cuando se les pregunta por lo que estiman acerca de: «¿a
quién llamas malo?», «¿qué es para ti lo más humano?», y «¿cuál es el sello de la
libertad alcanzada?» Es la resonancia de otro tipo de relación moral con los otros y
consigo mismo la que tiene como común denominador las inflexiones que unos y
otros puedan sentir frente a la vergüenza, experimentada como aquel temple de áni-
mo que permea y ha de marcar a los hombres frente a las palabras de sus promesas.
Éstas quedan situadas en la profunda transformación de la interpretación acerca de
la condición humana que ahora resuena en la relación moral. Pues la respuesta a la
pregunta por aquel a quien se llama malo dice: «Al que siempre quiere avergonzar»,
mientras que la respuesta ofrecida frente a lo que sea lo más humano dice: «ahorrar-
le a alguien la vergüenza», para finalizar con la manifestación de la libertad lograda
en el hecho de «ya no avergonzarse ante sí mismo». Es la superación del paradigma
de la vergüenza acuñado para Occidente por la moral cristiana, como aquella ver-
güenza que se experimenta por las palabras, pensamientos y acciones propias, que
puedan aparecer como pecados de hecho o de intención ante el Dios que los juzga,
puesto que se lo permite su condición de haber sido considerado durante tanto
tiempo como el Padre-creador de todos los hombres. Un creador y juez, del que las
511
palabras dichas por ese hombre frenético en la plaza pública anunciaron un día que
ya no existía. Quien es malo, lo humano y la libertad, quedan ahora delimitados,
propuestos, entendidos y conjugados por la relación que entre sí y consigo mismos
los hombres sean capaces de sostener frente al sentimiento de la vergüenza que a
otro se quiera imponer, se le ahorre o se supere en uno mismo.
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Si hacia el comienzo de estas páginas conectamos las palabras de la promesa con las
de la filosofía y el efecto que sobre las de ésta parece haber tenido ese fenómeno del
nihilismo, con lo dicho ahora acerca del êthos de la promesa y sus efectos sobre la
acción moral cabría esperar también una transformación del discurso mismo de la
filosofía. Cuando Nietzsche lanza una mirada hacia el horizonte del futuro, más que
la figura de la filosofía con una cierta entidad esencial, lo que vislumbra es la figura
de un tipo de hombres a los que cabría llamar filósofos, y ante los que él siente la
tentación de llamarlos «tentadores», Versucher, los que ensayan, experimentan y
que, por eso, pueden convertirse en «filósofos del peligroso tal vez (Vielleicht), en
todo sentido».35 Esta tentativa de denominación suya es coherente con su protesta
frente a la falta de honestidad exhibida por tantos filósofos, aquella que habían con-
vertido en un sello de su pensar: la tajante separación entre la condición metafísica
y apodíctica de sus discursos teóricos, y la desconexión de éstos con interrogantes
acerca de la contextura de su condición de individuos. Frente a ellos, Nietzsche es
enfático al afirmar que «en el filósofo, nada, absolutamente nada es impersonal».36
Y cabría decir que es por entremedio de los peligros de ese «tal vez» que para las
palabras de estos otros filósofos avistados por él se abre el camino hacia el ensayo, el
experimento. Pero también, y de acuerdo con lo ya expuesto, que es a través de ese
êthos de la promesa donde para ellos se introduce toda la gama de realidades de sus
condiciones de existencia y del ejercicio de su pensar, que convierten sus discursos
en una interpretación.
512 Entre los filósofos que ya han hecho historia en el siglo XX, es probable que sea Mi-
chel Foucault uno de los que han asumido el pensar filosófico en una cercanía más
estrecha con el de Nietzsche, aunque modulada de acuerdo con el estilo que él supo
forjar para su propio pensar. Muchas son las referencias explícitas que él mismo
35
MBM., §42 y §2. (Hemos modificado la traducción de A. Sánchez Pascual).
36
Ibíd., §6.
Dobles Póstumos / José Jara
entrega a este propósito. Y algunos de los términos con que expresa su manera de
concebir la filosofía, especialmente en algunos de sus últimos escritos, nos llevaron a
establecer la conexión entre una de las palabras usadas por él para ese efecto, êthos, y
la empleada por Nietzsche para referirse al «problema del hombre», la promesa. En
la conjunción que aquí hemos hecho de ambas nos parece que resuena algo del tra-
bajo realizado por Foucault, cuando al referirse a su propio quehacer con la filosofía,
pero a la vez a ésta misma, señala que él caracterizaría «el êthos filosófico propio a
la ontología crítica de nosotros mismos como una prueba histórico-práctica de los
límites que podemos franquear y, por consiguiente, como el trabajo de nosotros
mismos sobre nosotros mismos en cuanto seres libres».37
Nos interesa ahora destacar sólo un par de cuestiones implícitas en estas palabras.
La primera se refiere a la conexión existente entre esos «límites que podemos fran-
quear» y las relaciones de poder desde las que se establecen esos límites con que nos
encontramos en la vida en sociedad, y que afectan a aquello que nosotros mismos
seamos en tanto se interpongan frente a nuestra libertad. Y lo que sostiene a esa on-
tología crítica que se proponga franquear tales límites sería justamente un êthos que,
como él señala en otro lugar, estaría constituido por «la indocilidad del querer y la
intransitividad de la libertad».38 De un querer que no se doblega ante la dificultad o
imposibilidad de obtener respuestas o ante el matiz evasivo que puedan tener algu-
nas de ellas, sino que más bien insiste en preguntar una y otra vez; y que al hacerlo,
lo hace apoyado en ese intransferible querer suyo que es tanto el sello de su libertad
como el del modo particular en que, en él, se despliega y él ejerce su voluntad de
poder. Pues ésta y el «instinto de la libertad»39 son sólo dos nombres para denominar
el mismo asunto. Lo que, luego de lo señalado en páginas anteriores acerca de la
513
propuesta de Nietzsche sobre la voluntad de poder, puede no resultar tan extraño
es que también esos límites, que derivan de la puesta en práctica de las relaciones
37
DE., IV, p. 575. Versión castellana: OE3, p. 349.
38
DE., IV, p. 238. SyP., p. 254.
39
GM., II, §18.
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de poder vigentes en una sociedad, proceden del querer de una acción que no ceja
en su propósito. Sólo que en este caso puede tener un objetivo distinto que el del
êthoss filosófico. Y ciertamente no parece que pudiera ser de otro modo, pues ambos
proceden de una condición humana que se propone llevar a cabo, en cada caso,
una actividad que estime como propia, una tarea o una promesa. En ambos casos,
lo que allí interviene y produce efectos, resultados, es «una acción sobre la acción,
sobre las acciones eventuales o actuales, futuras o presentes». Es decir, algo no muy
diferente de la cita ya hecha de palabras de Nietzsche: «en todos aquellos lugares
donde reconocemos que hay “efectos”, una voluntad actúa sobre otra voluntad». Y
la intransitividad de la libertad que acompaña a esas acciones es efectivamente una
que puede conjugarse desde lo incanjeable del querer tanto en las tres primeras per-
sonas de singular como en las tres personas de plural, poniendo también en juego
cada una de ellas lo que con esa libertad quiera o pueda hacer: una tarea y promesa
singular o una establecida en común.
La segunda cuestión se refiere al hecho de que, para franquear libremente tales lí-
mites, pareciera que son imprescindibles todos los recursos que en su existencia los
hombres han inventado para con ellos hacer, en cada caso, sus vidas. Y entre ellos,
por lo menos uno de relevancia filosófica, «las ficciones lógicas»40, como por ejem-
plo, la de los juicios sintéticos a priori, que no por ser falsos han probado ser tam-
40
MBM., §4. Muchos son los textos en los que Nietzsche elabora esta compleja relación entre la
lógica, el pensar, el conocer y la historia y la vida. Entre ellos, dejemos consignados sólo dos:
514 «Hasta hoy incluso la mayor parte de los filósofos ni siquiera barruntan la verdadera crítica de los
conceptos o (como lo designé una vez) la efectiva “historia del surgimiento del pensar”. Se deberían
descubrir y apreciar de nuevo las estimaciones de valor que yacen en torno a la lógica; por ejemplo,
“lo cierto es de mayor valor que lo incierto”, “el pensar es nuestra más elevada función”; así como
“el optimismo en lo lógico, la conciencia de triunfo en cada conclusión, lo imperativo en el juicio,
la inocencia en la creencia de la comprensibilidad del concepto», SW.KSA., 11. 40[27]. También:
«La única manera como aún considero válida la filosofía es como la forma más general de la histo-
ria, como el ensayo por describir de algún modo el devenir heraclíteo y de abreviarlo en signos (y
por así decir, de traducirlo en una especie de ser aparente y de momificarlo)», SW.KSA., 11. 36[27].
Véanse igualmente: SW.KSA., 11. 26[61] y SW.KSA., 12. 9[89]; CJ., §110, §111, §112, §333 y
§355; MBM., §6 y §230.
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Y el êthos filosófico desde el que Foucault entiende haber realizado su trabajo per-
sonal no es ajeno a este uso de la ficción y de la interpretación. Pues en su obra, de
hecho, pone en conexión los temas de la ficción, la verdad y la historia, cuando a
propósito de sus libros afirma no haber «escrito más que ficciones». Es una afirma-
ción que puede resultar paradójica si se tiene presente la cantidad de referencias y
documentación histórica, usualmente extensa y abrumadora, que llena las páginas
de esos libros suyos en que abordó las problematizaciones de la locura, el saber mé-
dico y psiquiátrico, la condición del hombre como ser vivo, hablante y trabajador,
y de las modalidades de castigo, analizadas todas ellas en los discursos y prácticas
de los siglos XVII al XIX particularmente en Francia, así como los de la guberna-
mentalidad y la biopolítica, aunque no sólo allí y, finalmente, su elaboración de
las formas del cuidado de sí y del uso de los placeres en el mundo grecorromano
del siglo IV a. C. y de los primeros siglos de esta era, junto a los del decir verdad.
Y sin embargo, ese trabajo suyo en las canteras de la historia, de las que extrae
algunos «fragmentos filosóficos»42, le permite —sopesando y orientándose por las
interrogantes que cruzan los aires del presente— conectar la ficción con la verdad,
515
buscando vías de acceso para las de su actualidad a través de las otras numerosas
interrogantes planteadas también a los hombres en el curso de siglos ya pasados.
41
MBM., §4.
42
DE., IV, p. 21 (IP., p. 57).
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l
43
DE., IV, p. 22; IP., p. 59.
44
MP., p. 188.
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que la hace verdadera, se «ficciona» una política que no existe todavía a partir
de una realidad histórica.45
De modo que a partir de esto podría afirmarse también que las palabras de la promesa
«fabrican», «ficcionan» un futuro a partir de las condiciones materiales de existencia
del pasado de un individuo —o de un pueblo—. Ellas son recogidas en ese instante
de reunión temporal en que se las enuncia y que habrá de ser reiterado una y otra vez
en todo otro momento en que alguien se sienta capaz de realizar la acción compro-
metida en esas palabras, para de ese modo imprimirle su sello al curso de unos hechos
inexistentes aún, los que sin embargo pueden comenzar a perfilarse ya a través de los
efectos de verdad producidos por esa promesa que, como palabra, por ahora y entre-
tanto, todavía se desplaza sobre esa suerte de cuerda floja de la ficción. Es debido a los
sentimientos de confianza, temor y respeto46 reales —según nos dice Nietzsche— que
nos merece quien hizo tal promesa, porque ya se ha convivido con ese alguien en una
sociedad con una mutua historia efectiva, que allí se da pie para que esa ficción de lo
que todavía no existe se levante delante de nosotros como una verdad.
La imagen en el pensar
Para acceder a algunas de las diversas respuestas a las preguntas por el ser, el bien y la
verdad, los filósofos han requerido de siglos en su uso y recreación del lenguaje antes
de poder contar con las palabras apropiadas, los conceptos, con que han designado
y argumentado acerca de esas cuestiones que han acuciado el pensar del hombre
acerca de su existencia en el mundo, es decir, acerca de su relación consigo mismo,
con los otros hombres y con las cosas y situaciones con que se ha encontrado e ima-
ginado en ese mundo y en el curso de la historia.
Tal vez se podría responder con una sola palabra a lo que significó ese costo y esos
requisitos en el mundo griego, medieval y moderno cuando, en cada caso, se in-
tentó pensar el ser, el bien y la verdad, por diferentes que hayan sido las respuestas
sistemáticas dadas a esas interrogantes en cada uno de esos mundos por parte de
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losóficos habidos, que implica dejar de lado, evitar o eliminar el uso de las múltiples
y variadas imágenes que delimitan en la vida cotidiana a la pluralidad de cosas y a sus
variantes y matices, imágenes que, a su vez, son recogidas en el lenguaje corriente
con que el hombre nombra las cosas en su relación con ellas en el diario vivir.
Cabría decir que —al menos durante la modernidad, de la que algunas de sus líneas
se extenderían aún hasta nuestros días—, la reflexión filosófica ha tenido como
meta, punto de llegada o como norte, o bien, lo mismo pero dicho al revés, ha
establecido como fundamento de su reflexión a lo inimaginable. El yo pienso carte-
siano, primera verdad indubitable de su reflexión, el yo puro trascendental kantiano
o el saber absoluto hegeliano, el yo trascendental husserliano o el ser heideggeriano,
no son susceptibles de ser traspuestos en algún tipo de imagen que los exprese sin
resquicio, precisamente porque son instancias mediante las cuales, más bien, se ha
de llegar a pensar lo que aparece como inmediatamente sensible, fenoménico, como
un hecho o un acontecimiento, traducible o accesible —éstos sí— de algún modo,
en imágenes. Eso inimaginable es situado en un ámbito que, al menos desde Kant,
es denominado como el de lo trascendental. Podría decirse que lo inimaginable
de lo trascendental consiste en su pureza, puesto que aparece como la región de lo
incontaminado con la mudabilidad y contingencia de todo lo concreto, sensible, y
por ello también incontaminado de toda imagen. Pues ésta, a su vez, en cuanto ima-
gen, aparecería como deudora de aquello de que es imagen, de la cosa o fenómeno
mismo, que así se mostraría, al menos, como el punto de referencia de la imagen,
pues su punto o lugar de origen se encontraría más bien en algún ámbito de las
condiciones subjetivas del hombre, por ejemplo, en la imaginación, si aceptamos
la definición que de ésta da Kant como «la facultad de representar en la intuición
521
un objeto aún sin que esté presente». Pero, claro está, dentro de los ámbitos de esa
modernidad señalada, los fenómenos y las cosas no son sólo contingentes y efíme-
ras, sino además, y por ello mismo, lo que requiere de explicación, conocimiento
o comprensión, las que, precisamente no pueden ser alcanzadas sino desde esa di-
mensión de lo trascendental, que no puede ser reducida a ninguna imagen y es, con
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De alguna manera cabría decir que es el propio Kant quien, al establecer los límites
de la razón mediante la distinción de las posibilidades propias al conocer y al pensar,
quien, a la vez y a pesar suyo, abriría el camino a otras propuestas teóricas que ha-
rían estallar el planteamiento moderno de la razón. Pues en buena medida, y entre
otras cosas, ese planteamiento deja fuera a la imagen —o más bien la subordina
nítidamente a los conceptos y a las representaciones del entendimiento— como ins-
tancia válida para acceder a la variabilidad y pluralidad, a la contingencia concreta
de las cosas, a la dimensión de la cotidianidad y de la historia en que ellas se hacen
presentes en el diario vivir de los hombres, quienes entre ellas a su vez procuran
hacerse a sí mismos.
Al establecer Kant esos límites de la razón, dejaría un vacío dentro de ella, o dicho
de otro modo, abriría en ella una fisura por la cual se introducen los hechos y los
522 cambios que la historia pone de manifiesto, no sólo como transformadores, sino
también como hacedores de las cosas dentro del complejo proceso en que ellas son
hechas y rehechas, creadas y recreadas en el entramado de acciones de los hombres
con las cosas, y de los efectos y huellas que las cosas producen y dejan en los hom-
bres, de una manera tal que resulta ya cada vez más insostenible la distinción entre
el dentro y el fuera que venía marcando la relación entre el sujeto pensante y el obje-
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Homero y su carencia de una palabra para designar el cuerpo como una realidad
viva, aunque tenga muchas palabras para denominar a cada uno de sus miembros,
en contraposición al hecho de que sí tenga una palabra para designar al cuerpo
muerto, inanimado, cadáver: sema. Paralelamente para designar lo viviente en el 523
cuerpo, Homero disponía más que de un concepto, de una imagen para algo sen-
sible en el cuerpo y perceptible cuando abandonaba a éste: psyché=hálito, el último
hálito de alguien que al expirarlo, muere.
Heráclito: el río, el fluir de sus aguas, para indicar el devenir. Un niño que juega con
dados, para indicar el tiempo. El fuego, para indicar las diversas formas que toman
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todas las cosas: día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hartura y hambre1; así
como para indicar lo que es siempre viviente, que se prende y se apaga.2 Zeus o el
rayo, como imágenes para designar lo uno-todo y lo que lo gobierna.
Categoría: designa a lo que se dice y acepta sin más en la plaza pública o en el mer-
cado: katé agorein. Lo que es común a los hombres, más tarde, lo universal.
Substancia: lo que está por debajo de algo y sostiene a eso que está a la vista. Sub-
stante. Hypokéimenon.
Platón y su acuñar el término idea, éidos, para referirse a aquello en donde se mos-
traría lo que propiamente es de una cosa; aunque éidos haya significado primaria-
mente el aspecto de una cosa, lo rosado de una mejilla que denota la buena salud del
hombre en que se la percibe. Caleidoscopio: mirar una bella imagen —kalós, éidos.
Dios nombrado como padre y Cristo como su hijo, con dos imágenes de la vida
humana, inaplicables, por lo pronto, a Dios: como ser eterno, omnipotente, etc.,
no puede ser un padre que tenga un hijo, ¿con quién lo habría de haber tenido, si él
es puro espíritu? Sin duda, una manera de hacer accesible a los hombres lo inacce-
sible por naturaleza, lo absolutamente otro que el hombre. (Sin hablar del número
524 mágico y del dogma de la trinidad: padre, hijo y espíritu santo). El vino y el pan
consagrados como imágenes para referirse a la sangre y a la carne de Cristo y volver
a comunicarse con él en el ritual de la comunión.
1
[Cfr. Heráclito, fragmento 67].
2
[Cfr. Heráclito, fragmento 30].
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Kant: su referencia al cielo estrellado y a la ley moral como las dos realidades máxi-
mas que admira y respeta en cuanto ser racional: una fuera de él y la otra dentro
de él.
Los siglos de la modernidad filosófica han sido —visto por uno de sus lados—
aquellos en los que la razón, junto con desplegar su esfuerzo por delimitar, regular
y asegurar su ejercicio autónomo para disponer de un discurso apodíctico en el que
se muestre la verdad de lo que es, se autoimpuso una fuerte restricción en el uso de
imágenes como elementos y recursos del pensar. La modernidad filosófica —a dife-
rencia de lo que pareciera haber ocurrido entre los griegos, y tal vez porque ellos ya
lo hicieron y acuñaron los conceptos centrales de la reflexión filosófica, sobre cuya
base se siguió trabajando en tiempos posteriores— tomó progresivamente distancia
del ámbito contingente de lo sensible y de cuanto afecta de modo inmediato al
hombre y, por consiguiente, limitó su uso de las imágenes en el pensar. Esta asepsia
de la razón metafísica podría verse como un síntoma de su afán por que se reco-
nociese su mayoría de edad, la autonomía alcanzada por su lenguaje conceptual y
categorial sobre la base de un yo trascendental que actúa como fundamento de su
pensar. Un síntoma también de su aspiración a secularizar el ejercicio de la razón.
Cabe plantearse como pregunta y como problema para el pensar, hoy y una vez
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más, cuánto y cómo puede éste ejercitarse en su referencia al hombre y a las cosas,
a los hechos contingentes y mudables del mundo, con prescindencia de esos ele-
mentos mediante los que se hacen patentes los hechos, sucesos, acontecimientos y
azares que configuran la dimensión de la historia, entendida como aquélla en que
los hombres experimentan la realidad inmediata de lo que les afecta, conmueve e
impulsa precisamente a pensar para hacer frente a eso que, de otro modo y si no lo
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¿Cómo pensar esa pluralidad? Rebaño y pastor; juego y lucha; guerra y paz; movi-
mientos planetarios dentro de sistemas con más de un sol, y en galaxias con toda la
irregularidad de sus configuraciones; jardinero y su jardín; relación del artista con el
material empleado en la obra que crea; gobernante y los gobernados.
Europa: una suma de juicios de valor que comandan y se nos han convertido en
carne y sangre.
¿Qué acciones y cuánto tiempo se requiere para que una idea se haga cuerpo en
nosotros y para que, luego, haga historia? Al lograrse esto, si bien puede no en-
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contrarse allí un criterio de verdad para esa idea, sí se encontraría allí un índice de
realidad vital, individual y social de ella; eventualmente podría verse allí un criterio
de valor humano, aunque sólo sea humano, ¿se estará dispuesto a aceptar criterios
de valor nada más que humanos? Si no se lo acepta, ¿por qué se estima en tan poca
cuantía a lo humano, por qué se le reconoce tan poco valor a lo humano? ¿De qué
seria síntoma esa subestimación y subvaloración?
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Regreso a la cotidianidad exhibida a través de las imágenes con que los hombres dia-
riamente nombran las cosas. Dificultad para aprehender y pensar esa cotidianidad.
Dificultad mayor, tal vez, cuando esa imágenes del lenguaje son reduplicadas por
las imágenes audiovisuales con el ritmo frenético que pueden alcanzar y las infinitas
síntesis y recreación de ellas logrables mediante los dispositivos altamente refinados
de la tecnología actual. ¿Cómo pensar ese mundo de las imágenes generadas audio-
visualmente, digitalizadas, y cómo y en qué medida ellas pueden hacerse cuerpo
en los hombres para disponer frente a ellas de alguna referencia que se constituya
en criterio de evaluación, valoración y acción humana real? ¿Qué tiempo y cuánto
tiempo se requiere para hacerse cuerpo con esas imágenes? ¿Es eso posible? ¿Qué
cambio de mundo y de cotidianidad trae eso consigo?
Ellos remiten a ciudades y países en los que durante siglos han habitado hombres
que también han hecho historia de distintas maneras. Por entremedio de esos con-
ceptos ubicuos de la cartografía se deslizan a la vez remanentes de hábitos, tradicio-
nes, costumbres, valores, que persisten en diversificar el entramado de emociones
y de sentimientos que rodean y se levantan por sobre las primeras impresiones y
emociones desatadas. Probablemente allí se exhibe un cierto margen de diferencia
cultural que distingue y especifica a unos pueblos frente a otros, cuando se sitúan
ante un mismo hecho humano básico. La acelerada confluencia de semejanzas y
diferencias de hechos y conductas humanas, puestas de manifiesto con la intensidad
que una imagen delicada o fulgurante impone ante nuestra mirada, tendrían que
contribuir también a hacernos repensar cuáles puedan ser los reductos esenciales en
los que se aloja nuestra individualidad como seres humanos, eso que, en cada caso,
pueda llamarse nuestro sí mismo, nuestra identidad o nuestro yo.3
Las veloces e intensas imágenes recogidas desde distintos lugares del mundo con
que la televisión y el cine, las redes computacionales y la Internet suelen impactar-
nos, dejan huellas en nosotros que, a veces, pueden resultarnos enigmáticas. Bien
puede tratarse allí que lo enigmático sea la conjunción extrema, instantánea, de una
emoción pensante, de una sensación pensante. Es decir, que lo que allí conmueve
sea una escena en la que es imposible disociar el estremecimiento o la delicadeza
física, corporal experimentada, del rechazo o la complacencia en la situación huma-
na percibida y que se asienta en las ideas o en los valores que aceptamos o vivimos
como nuestros, con los que nos identificamos consciente o inconscientemente y, en
cualquier caso, como algo que está más acá de cualquier grado de reflexión que lo
soporte. Lo enigmático que puedan resultarnos esas imágenes apuntaría al hecho
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de tener que repensar el modo como se está ahora configurando nuestra más íntima
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Y no es casual que aquí juntemos en una misma expresión la primera persona plural y singular para
referimos a lo que cada quien sea o experimente como suyo; muchos son ya los pensadores que han
señalado que el camino hacia el yo parte desde un nosotros, y que el yo es más un eventual punto
de llegada antes que un punto de partida.
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El sujeto de la imagen
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