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Amar a un Lord escandaloso

Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Para mi papá…

Soñaste sueños tan grandes para tus hijos…

Ojalá estuvieras aquí para compartir este…

hecho realidad.

Te extraño.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Prólogo

Londres 1879

Los gritos sin aliento de la joven se elevaron hasta un tono febril, mientras él
la impulsaba hábilmente hacia el pináculo del placer. Contra sus palmas, las caderas
femeninas se estremecieron.
- Geoffrey, ¡oh, Geoffrey!
¡Confundirlo!
Enmudeció, sabiendo sin lugar a dudas lo que seguiría. Un pequeño gemido y
luego lágrimas. Más rápido que la mayoría, ella sucumbió a ambas insípidas
reacciones.
Muy lentamente levantó la cabeza de entre sus muslos y capturó por solo un
latido de corazón la horrorizada mirada verde, antes de que apartara la mirada y
comenzara a llorar.
- Lo siento mucho - dijo con voz ronca.
Era lo correcto. Ya que era extremadamente malo nombrar al marido de una
mientras estaba en la cama con otro…pensó Rhys Rhodes mientras le daba un
ligero beso en el interior del muslo, lo que solo sirvió para hacer que se estremeciera
y transformara su llanto en aborrecibles sollozos. Con ternura movió la esbelta
pierna de la joven, para poder salir de ese íntimo lugar, en el que obviamente ya no
deseaba estar.
Se sentó en el borde de la cama y abrió un cajón de la mesa de noche. De
allí, sacó un pañuelo con monograma, que estaba cuidadosamente doblado, uno de
una docena que tenía disponibles para esas ocasiones. Últimamente estaban
sucediendo con una frecuencia irritantemente creciente.
Realmente necesitaba hablar con Camilla sobre las mujeres que le estaba
enviando.
Echó un vistazo por encima del hombro. La muchacha se había alejado de él,
dándole su hermosa espalda. Se asomó sobre su hombro encrespado y colgó el
pañuelo delante de ella.
- Aquí tienes, usa esto.
Ella arrebató su ofrenda y procedió a secarse las lágrimas, aspirando por la
nariz de una manera poco elegante durante el proceso.
- No es justo - murmuró. – Él está con su horrible amante esta noche. ¿Por qué yo
no puedo disfrutar de un amante sin sentirme culpable?
Cogió su bata de una silla cercana, se cubrió con la seda y se ajustó el cinto.
La experiencia le había enseñado que la mejor manera de ser indulgente era cuando
las pieles no estaban en contacto. Volvió a la cama, se extendió sobre las sábanas
de raso y le pasó una mano suavemente por el hombro tembloroso.
- Ven acá.
Ella sacudió la cabeza.
- No puedo. Aún no.
- Condesa, déjame abrazarte. Incluso te permitiré golpear mi pecho si eso te hace
sentir mejor - dijo en voz baja.
Lo miró por encima del hombro. Las lágrimas humedecieron sus mejillas y se
juntaron en las comisuras de su boca.
- ¿No quieres terminar?

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Él le dedicó una sonrisa irónica.


- Querida dama, créeme: estamos bien y hemos terminado verdaderamente.
Más lágrimas surgieron en sus límpidos ojos mientras se acercaba. La tomó
entre sus brazos y acunándola, la meció suavemente.
- Quiero odiarlo, realmente lo deseo con todo mi corazón, pero parece que no puedo
encontrar dentro de mí, otro sentimiento que no sea el de la decepción, me
desilusiona que nuestro matrimonio no sea más de lo que es - susurró.
- Lo sé.
- ¿Por qué no puede Geoffrey amarme?
- Quizás lo haga – deslizó, aunque sabía que probablemente el conde de Whithaven
no amaba a su esposa. El amor no siempre era una condición para el matrimonio
entre la aristocracia. Como lo demostraba el trágico matrimonio de su hermano
Quentin, el marqués de Blackhurst.
- Venir fue una idea tonta. No puedo entender por qué siquiera lo consideré - lo miró,
buscando sus ojos. - ¿Fui infiel, aunque, en realidad… nunca estuvimos… realmente
unidos?
Tocó con sus labios la suave frente femenina. Las mujeres lo buscaban
porque él era experto en darles lo que deseaban, incluso cuando todo lo que
realmente querían eran verdades cuidadosamente elegidas, que bordeaban, pero
que no cruzaban del todo, al reino de la mentira.
- No, no fuiste infiel.
- ¿De verdad?
- No a mi manera de ver, pero no creo que deberías abordar el tema con tu marido
si fuera tú. Puede que no sea tan comprensivo como yo.
Ella entonces sonrió, una sonrisa dulce y tierna que lo hizo querer buscar a su
marido errante y golpear al hombre poco apreciativo hasta que recobrara el sentido.
- Gracias - dijo en voz baja.
- Fue verdaderamente un placer.
Su sonrisa creció levemente, casi traviesa.
- Realmente no fue así, ¿verdad? Tu placer, quiero decir.
Rara vez lo era. Pero no tenía planes de cargarla con la verdad y arriesgarse
a que lo susurrara sobre todo Londres.
- ¿Por qué no bajo las escaleras y busco algo de cacao caliente para que bebas,
antes de ir en busca del carruaje para llevarte a casa? - Ofreció.
Aspiró por la nariz una vez más, se secó los ojos y asintió.
- Espléndido.
Mientras rodaba fuera de la cama, ella se apuró a cubrirse con las sábanas.
“Ah, qué pronto regresaba la modestia cuando se recordaba el lugar que ocupaba
cada uno.”
Salió del dormitorio y bajó las escaleras. Al ver a William sentado en el último
escalón, suspiró. Su ayuda de cámara estaba rascándose la cabeza como si tuviera
piojos, pero él sabía que había prescindido de las viles criaturas hacía mucho
tiempo. Se preguntó por qué estaba preocupado el muchacho ahora.
Al escuchar el descenso de su señor, William se giró y se puso en pie.
- Llegó un mensaje, señor. No estaba seguro de sí debería llevártelo -echó una
furtiva mirada hacia las escaleras - con una de sus señorías allí arriba y todo. El tipo
que lo entregó...
- Quien lo entregó… - Corrigió amablemente.
El muchacho frunció el ceño como sumido en sus pensamientos.

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- No sé su nombre. Nunca lo había visto antes.


Si no hubiera perdido su capacidad de reír hacía mucho tiempo, podría
haberlo hecho ahora. En cambio, simplemente dijo:
- Dijiste “el tipo que lo entregó”, y deberías haber dicho “quién lo entregó”. Te estaba
instruyendo, no haciendo una pregunta.
- Correcto. Entendido.
- También estoy bastante seguro de que era un caballero y no un tipo.
- Oh, está bien, señor. El caballero dijo que era de naturaleza urgente.
- Estoy seguro de que lo es, a esta hora de la noche. - Y sin duda requeriría que se
adentrara en los rincones más oscuros de Londres, tan pronto como su invitada se
fuera. William le entregó la carta, y él inclinó levemente la cabeza. - Tráeme un poco
de chocolate caliente para servirle a mí invitada antes de que se vaya. Luego
asegúrate de tener el carruaje preparado.
- Sí, señor. - El muchacho se escapó de un salto.
- William - Éste se detuvo y lo miró con tanta seriedad que una vez más se preguntó
cómo la madre del niño había podido, alguna vez, vender al muchacho a los seis
años. Habían pasado dos años antes de que se cruzaran sus caminos y nunca
había hablado de los horrores que seguramente había vivido durante esos dos
largos años. - Haz que Cook te de algo de cacao mientras esperas.
La cara del muchacho se rompió en una sonrisa encantada.
- Gracias, Jefe.
Abrió la misiva y miró la precisa letra de su padre. El duque de Harrington no
era propenso a hacer bromas, no era propenso a bromear en absoluto, pero
seguramente sus palabras estaban diseñadas para impartir algún tipo de broma
cruel.
En un inconsciente aturdimiento, entró al salón y se dirigió a su gabinete
favorito. Con una mano temblorosa, vertió whisky en un vaso. Whisky, que su medio
hermano había enviado desde Texas. "Garantizado para darte una buena patada en
el estómago", había escrito Grayson en la nota que acompañaba su regalo.
Había olvidado mencionar que también incendiaba como lava ardiente en el
camino de descenso. Tosiendo, con los ojos llorosos, dio la bienvenida al calor del
whisky que saturaba su entumecido cuerpo. Al leer nuevamente las palabras de su
padre, se desplomó en una silla, mientras el mundo que cuidadosamente había
construido se derrumbaba a su alrededor.
- Entonces, ¿cómo le fue a nuestra pequeña condesa una vez que experimentó en
carne propia la singularidad de tus habilidades? - preguntó una voz suave y
femenina, haciéndolo reaccionar de su desesperación.
Camilla. Una vez esposa del conde de Sachse, ahora viuda. Su benefactora,
y la mayoría de las veces, su torturadora. Debido a que generosamente le había
proporcionado un techo sobre su cabeza, tenía la desagradable costumbre de pasar
a todas horas, sin anunciarse.
La miró. Con su cabello castaño, ojos marrones y facciones patricias
perfectas, era realmente hermosa. A menos que uno comenzara a buscar debajo de
la superficie.
- Como a cualquier mujer que está enamorada de su esposo - respondió.
Ella lanzó un suspiro de enojo.
- ¿Por qué en el nombre de Dios amaría al conde de Whithaven?
Él se encogió de hombros.

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- Te aseguro que no tengo la menor idea. No estoy muy versado en asuntos del
corazón.
Contempló la misiva arrugada dentro del puño de nudillos blancos. Las
palabras ya no eran visibles, pero quedarían estampadas para siempre en su
memoria.
- No te sientas tan devastado, Rhys. No es propio de ti. Puedo asegurarte que el
amor está muy sobrevalorado y para lo único que sirve, es para que se mantenga la
situación en secreto, como lo ha demostrado nuestra condesa en el piso de arriba.
Ignorando su parloteo sin sentido, lentamente se puso de pie.
- Mi hermano está muerto.
- Debo confesar que no estoy terriblemente sorprendida de que haya tenido un final
prematuro. Por lo que escuché, Texas es un desierto sin ley. Tu padre estaba
pidiendo un dolor de corazón cuando envió a su bastardo allí. ¿Cómo murió?
¿Indios? ¿Bandidos? ¿Fue terriblemente sangriento? Comparte los detalles.
Negando con la cabeza, ya que aún no era capaz de comprender el motivo
por el que Satanás se había llevado con él a su secuaz.
- No Grayson. Quentin.
Camilla jadeó y presionó una mano contra su garganta.
- ¿El marqués de Blackhurst? ¿Cómo en el nombre de Dios…
- Aparentemente se ahogó en el estanque familiar.
Rápidamente su conmoción cedió paso a su inclinación por los proyectos,
como lo demostraba la sonrisa triunfante que se extendió lentamente por su rostro
sorprendentemente hermoso.
- Bien… bien… bien. Así que el hijo de repuesto se convierte en el heredero. -
Acercándose, colocó su palma sobre el lugar donde una vez había habitado un
corazón. - Siempre quise ser duquesa.
Envolvió con su mano la de ella y la apartó de su pecho.
- Entonces puedes seguir queriéndolo un poco más de tiempo, condesa.
- No seas absurdo. Hemos trabajado muy bien juntos durante todos estos años.
Somos un buen equipo, tú y yo.
- Me atrevo a decir que nunca nos hemos considerado como tal cosa. - Giró sobre
sus talones. Podía empacar, salir de esa casa permanentemente y fuera de su
presencia, en cinco minutos.
- Y dime, ¿qué crees que sucederá la primera vez que asistas a un baile o a una
cena? - Le lanzó a la espalda cuando se retiraba. - ¿Cuándo mis damas descubran
exactamente quién eres? - Él se congeló, su corazón tronaba. - ¿Honestamente
crees, después de todo lo que has hecho, que las lenguas no se moverán y que
conseguirás que cualquier dama te quiera?
- Soy muy consciente de que el matrimonio no es una opción para mí, condesa.
- ¿Entonces por qué no te conformas conmigo? - preguntó - Estoy más que
dispuesta a aceptar tus pecados y mantenerlos cuidadosamente guardados.
- Porque yo no estoy dispuesto a aceptarlos. – contestó aún sin volverse.
No solo los pecados que había cometido en esa casa, sino también los que
había cometido antes de establecerse allí. Los que encontraba verdaderamente
imperdonables.
Saliendo a zancadas de la habitación, aceptó que nunca poseería la única
cosa que siempre había anhelado: el amor de una mujer.

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Capítulo 1

“Una verdadera dama se comportará de una manera digna que servirá para
llamar poco la atención sobre sí misma.”
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
Mientras el oscuro carruaje carmesí aceleraba a lo largo de la estrecha senda
rural, Lydia Westland contemplaba por la ventana y luchaba por mantener un aire de
casual indiferencia, para dar la impresión de que viajar en un coche con escudo
ducal, era un hecho cotidiano para ella, algo para tomarse con calma. Cuando en
realidad, era la aventura más emocionante de su vida.
Con un suspiro de satisfacción, se recostó contra el acolchado interior de
felpa. Viajar del pueblo a casa, nunca había sido tan cómodo ni elegante. No pudo
evitar sentirse impresionada por la pompa y la formalidad.
El hermoso abrigo carmesí del cochero estaba adornado con una trenza
plateada. Sus pantalones blancos se ajustaban cómodamente y se detenían justo
debajo de la rodilla, dejando las medias blancas y los zapatos negros claramente
visibles. Debajo de su sombrero, llevaba una peluca blanca. Al igual que los dos
lacayos que viajaban de pie en la parte trasera del vehículo. Todavía le sorprendía
que no se hubieran caído.
Cuando el carruaje pasó por debajo de un arco macizo sostenido por dos
columnas de piedra, su corazón recobró el ritmo del batir de los cascos de los seis
caballos grises que encabezaban el cortejo. El vehículo bien construido giró
suavemente hacia otra carretera donde magníficos olmos se alineaban a ambos
lados del camino como un regimiento de soldados bien entrenados. La luz del sol
moteada, se abría paso a través de las abundantes hojas que formaban un puente
sobre sus cabezas, creando una escena impresionante.
- Había olvidado lo grande que es Harrington - dijo su padrastro en voz baja.
Lydia lanzó una mirada en su dirección. Las líneas en su amado rostro se
habían profundizado desde que el nuevo marqués de Blackhurst le había enviado un
cable para informarle sobre la salud deficiente de su padre. Ella sufría por su
padrastro y por toda la tristeza que sufriría en los siguientes días.
Grayson Rhodes había sido una constante en su vida durante casi todos los
años de los que tenía memoria. Ella tenía siete años cuando el hombre llegó a la
granja de su familia para ayudarlos a cosechar el algodón, poco después de que la
Guerra entre el Norte y el Sur hubiera terminado. Su cabello había sido un poco más
rubio entonces, su rostro considerablemente más pálido. Ahora revelaba claramente
los lugares donde lo había reclamado el sol y el viento. Estaba más bronceado, más
curtido.
El distinguido acento en su hablar, la había intrigado desde el comienzo y
había sido un poco más pronunciado de lo que era ahora. Sus modales impecables
la habían fascinado y mientras que todos los demás aspectos de él habían
cambiado, solo ellos habían permanecido firmes a través de los años. Sus hombros
se habían ensanchado, sus manos estaban ásperas, y cada vez que miraba a la
mujer sentada a su lado, Lydia sabía que el amor por su madre se había fortalecido.

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Era diferente a cualquier otra persona que hubiera conocido. Era


increíblemente cosmopolita y a pesar de las desafortunadas circunstancias que lo
habían llevado a la puerta de su hogar, ella se había aferrado a cada una de sus
palabras, lo acosaba con preguntas sobre su patria y rezaba por el día en que
decidiera regresar, llevándose a su nueva familia con él.
El remordimiento la inundó porque sus oraciones por fin habían sido
respondidas, pero no como había esperado. Ella no había querido que su padrastro
sufriera simplemente para poder vivir en un mundo de fantasía por un breve tiempo.
Se sentía culpable porque albergaba algo de alegría en lo que respectaba a ese
viaje. Pero había querido viajar a Inglaterra desde que la había obsequiado con
historias de valientes caballeros y damiselas que necesitaban ser rescatadas.
A menudo había pensado que necesitaba ser rescatada de la aburrida
Fortuna, en Texas, donde cada día se fundía con el siguiente, separados solamente
por estaciones de siembra y de cosecha. A diferencia de Londres, donde la
temporada tenía una connotación completamente diferente. Evocaba imágenes de
bolas doradas y hermosos vestidos de Worth's, etiqueta, modales elegantes, rituales
y tradiciones Aquí el cortejo era mucho más intrigante y complicado que cualquier
cosa que hubiera experimentado en su casa.
Su prima Lauren, tres años mayor que ella, le había escrito largas cartas
describiendo sus emocionantes temporadas. Había contado con gran detalle sobre
los distinguidos caballeros que la habían visitado. Duques, marqueses, condes y
barones. Hombres con títulos, que no eran simplemente los vaqueros que vivían en
Fortuna. Ella lo encontraba increíblemente romántico.
Sabía que estaba siendo egoísta, tal vez incluso poco amable, esperando que
se le permitiera experimentar una temporada corta mientras estaba allí. Pero no
podía renunciar por completo a un sueño que albergaba desde la más tierna edad:
salir de lo mundano y ordinario y adentrarse en el reino de la aristocracia inglesa.
- ¿Cuánto tiempo más, papá? - Preguntó Sabrina, royendo la punta de una de sus
trenzas.
Su medio hermana de ocho años, fue la razón principal por la que tuvo la
oportunidad de hacer ese viaje. Su madre quería a alguien disponible para vigilar a
los niños más pequeños, mientras dedicaba toda la atención a su marido durante
ese difícil momento. Además estaba segura de que el duque querría ver a sus nietos
de sangre antes de morir.
- Deberíamos llegar en cualquier momento – dijo Grayson, con una amorosa sonrisa
en la boca, dedicada a su hija más pequeña.
Colton se movió inquieto en el cómodo asiento a su lado. A los trece años, se
había sentido fascinado con el barco en el que habían viajado, pero el paisaje por el
que estaban pasando, lo tenía un poco desinteresado. Sus otros hermanos, Johnny
y Micah Westland, con quienes compartía un padre fallecido, se habían quedado en
Fortuna para supervisar las cosechas y el ganado. Su padrastro había logrado hacer
de la agricultura y la ganadería empresas extremadamente rentables para su familia.
Por supuesto, no se había atribuido el mérito de tal logro, por el contrario, siempre
había dicho que los esfuerzos de cada miembro habían sido los responsables de
ello.
Estaba agradecida de que Johnny no los hubiera acompañado en ese viaje,
ya que se burlaba sin piedad de ella, y de sus aspiraciones de ser tratada como una
dama refinada.

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Cuando tenía doce años, la había sorprendido caminando con un libro


balanceándose sobre su cabeza y se había reído de ella por días.
Cuando tenía dieciséis años, había tratado de convencer a algunos de sus
amigos sobre que ella podría estar interesada en tan excelentes partidos y se lo
había tomado como algo personal cuando no había mostrado ningún interés por los
jóvenes que él consideraba tan distinguidos. Ella admitió que la capacidad de bailar
sin pisar los dedos de una dama, de tener excelente puntería, de domar un caballo
salvaje o de reducir los peligros de una estampida eran habilidades admirables, pero
ella estaba buscando algo muy diferente en un hombre.
Se había hecho la imagen en su mente, de un hombre que en el momento de
entrar en una habitación, lo hiciera con tal firmeza que nada podría sacudirlo.
Había intentado en numerosas ocasiones explicarle a Johnny lo que quería,
pero era algo intangible, sin forma concreta, por eso no la entendía.
Simplemente sabía que lo reconocería cuando lo viera.
Johnny no podía entender la razón por la que anhelaba un mundo tan
diferente al que vivían. Y aunque no sentía que le faltara nada, lo consideraba
increíblemente mediocre.
Ella anhelaba mucho, mucho más.
- ¡Mira! ¡Cisnes! - Dijo Sabrina con entusiasmo.
Volviendo la atención al escenario que pasaba junto al carruaje, vio un gran
estanque, su superficie estaba tan lisa como el cristal azul a excepción de las ondas
creadas por los cisnes blancos que se deslizaban graciosamente sobre él. Un
puente de piedra curvado, lo cruzaba de lado a lado.
Se preguntó si ese habría sido el estanque en el que el hermano de su
padrastro se había ahogado. Aunque Grayson había expresado pesar al recibir la
carta del duque que le contaba sobre el accidente, ella sospechó que no se había
perdido el amor entre los dos hermanos.
Más allá del estanque se alzaba una enorme casa. No, “casa” era una palabra
demasiado sencilla para esta inmensa estructura. Se parecía mucho a la idea que
ella tenía de cómo sería un palacio, presionó una mano contra su garganta y pensó:
Santa Madre.
- ¿Esa es tu casa, papá? - Preguntó Sabrina. - ¿Lo es?
- Mi casa está en Fortuna - dijo cálidamente. - Esa es la casa del Duque.
- Pero viviste allí - insistió Sabrina.
- Por un tiempo, sí - reconoció.
Apenas podía imaginar que su padrastro hubiera sido criado dentro de los
confines de esas enormes paredes de ladrillo. Contó tres filas de ventanas. ¿Cómo
podía sentirse feliz con la casa que tenían en Fortuna? Por supuesto, era más
grande que muchas en el área, y ella tenía su propia habitación, pero seguramente
diez de sus casas cabrían dentro de esta.
El carruaje rodó hacia un camino de adoquines que daba vueltas frente al
palacio. Una variedad desenfrenada de coloridas flores se alineaba en el camino y
bordeaban la casa.
Por el rabillo del ojo, vio que su madre envolvía con una mano la de su
esposo y lo tranquilizaba. Ella sabía que ese momento no podía ser fácil para él, en
realidad, no podía ser fácil para ninguno de los dos.
Grayson Rhodes había nacido en el lado equivocado de la manta, aunque no
había sido reconocido legalmente como hijo del duque, el hombre había tenido

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mucho cuidado de cumplir con el deber para con su hijo. Lo había reconocido de
palabra y le había permitido usar su apellido. Aun así, ella no podía pasar por alto el
hecho de que el duque había enviado a Grayson a Texas para ganarse la vida,
mientras que a los hijos legítimos les había entregado todo. La insistencia de su
padrastro en no tener ninguna disputa con la ley inglesa, hizo poco para convencerla
de que había sido tratado con absoluta injusticia.
Sus padres habían planeado dividir en partes iguales, todo lo que habían
adquirido en tierras y riquezas entre sus cinco hijos. No importaba que tres de ellos
tuvieran un padre diferente. Todos compartían la misma madre, y para Grayson
Rhodes, cada niño era suyo, un hijo de su corazón si no de su sangre.
No podría amarlo más si hubiera sido el hombre que la engendró y él la
amaba sin reservas. La había consolado cuando estaba enferma, le había besado
las rodillas raspadas y había bailado su primer vals con ella.
El carruaje se detuvo y todos los que estaban dentro, excepto su padrastro,
intercambiaron miradas nerviosas. Apenas podía creer que habían llegado al fin.
Un lacayo, sin sonrisas, inmediatamente abrió la puerta del carruaje y ayudó a
todos a salir. Otros sirvientes comenzaron a descargar rápidamente el equipaje.
Un hombre de rostro severo con pantalones y abrigo negro se acercó. Se
inclinó levemente y dijo:
- Me siguen.
Los escoltó hasta lo alto de un tramo de escalones de piedra, abrió la pesada
puerta de madera tallada y retrocedió discretamente para dejarlos entrar.
Su respiración casi se cortó ante el inmenso vestíbulo delantero. El reluciente
piso de mármol se bifurcaba en tres pasillos diferentes, dos casi ocultos por las
anchas y curvas escaleras a cada lado. Un largo balcón se unía a las escaleras en la
parte superior y quedaba sobre el hall de entrada. Enormes retratos con marcos
dorados adornaban las paredes en la parte superior e inferior.
Dobló el cuello casi en ángulo recto para poder estudiar mejor la pintura en el
techo abovedado: un hombre vestido con una toga conducía un carro a través de
una gran cantidad de nubes. Pensó que era completamente inapropiado, debería
haber visto un caballero, vestido con armadura, sentado a horcajadas sobre su gran
corcel.
Bajó la mirada hacia el hombre serio de pasos silenciosos y dignos, que los
precedía, asumía que era el mayordomo, aunque fuera vestido como imaginaba que
vestiría un caballero: pantalón y chaqueta negra, camisa blanca y corbata. Parecía
tener miedo de que se le rompiese la cara si esbozaba una sonrisa.
- Señor Rhodes, se me ha ordenado escoltarlo a usted y a su familia directamente al
dormitorio de Su Gracia. Si es tan amable de seguirme.
Ella se enfureció ante lo que probablemente todos creyeron que era una
“cálida” bienvenida. Aunque su padrastro no fuera el heredero legítimo, pensaba que
los criados, al menos, deberían dirigirse a él como "mi Lord". Después de todo, su
padre era un duque, y esa conexión debería haberle ganado un mínimo respeto.
Había estudiado todo lo que había podido encontrar sobre la aristocracia y
finalmente había logrado desentrañar el laberinto de títulos, rangos y jerarquías. En
Texas, un hombre se ganaba su lugar en la sociedad. Aquí, se nacía con él.
Agarrando la mano de Sabrina y dirigiendo a Colton con un toque en su
hombro, se pusieron detrás de sus padres y subieron por la escalera de mármol.
Cantidad de retratos se alineaban en los laterales con paneles oscuros. En algunas
de las caras de los hombres, detectó un parecido con su padrastro, aunque la

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mayoría de ellos tenían cabello y ojos oscuros. Se preguntó si representaban a las


generaciones que habían residido allí.
.- ¿Es esto un castillo? - Susurró Sabrina, obviamente tan impresionada como ella,
por la majestuosidad de la residencia.
- Casi – le respondió en un susurro.
Ojalá hubieran tenido un momento para ponerse presentables. Debido a que
tenían prisa por llegar, esa mañana habían hecho poco más que peinarse y atarse
cintas alrededor del cabello para mantenerlo en su lugar. Su vestido de viaje de lana
azul marino, le había servido bien durante el traslado, pero ahora estaba arrugado y
apenas limpio. Había esperado que se hicieran las presentaciones con algo un poco
más halagador. Con todas las habitaciones de esa casa, seguramente ellos podrían
haberse adecentado durante unos minutos.
Llegaron a la cima de la escalera que se abría a un corredor impresionante,
un pasillo que se parecía más a una gran sala con mesas, sillas, lámparas, retratos y
macetas con plantas. Solo la miríada de puertas que convergían en él lo identificaba
como un pasillo. Estaba sospechando que el palacio tal vez vendría con un mapa.
La puerta más cercana a la escalera se abrió, y una mujer elegantemente
vestida salió de la habitación. Unos pocos mechones oscuros de su pelo, daban
testimonio del hecho de que los otros habían mutado de negro a plateado. Cuando
su mirada se posó en su padrastro, sus ojos adquirieron un brillo asesino. La dama
cerró de golpe la puerta y apretó las manos a los costados de su cuerpo.
Todos dejaron de caminar. Su padrastro se inclinó levemente, y ella pensó
que, a pesar del cansancio por el viaje y por su ropa desaliñada, nunca le había
parecido más majestuoso.
- Su Gracia - dijo en voz baja.
- ¡Bastardo! – Escupió…literalmente, ya que la saliva salió volando de entre sus
delgados labios. - Tú no eres bienvenido aquí. No te permitiré entrar a mi casa,
mucho menos dentro de este dormitorio.
- ¿Ella es la bruja? - Susurró Sabrina.
- Creo que sí - se obligó a responder, horrorizada por el trato que la mujer le estaba
brindando a su padrastro.
- Su Gracia… - comenzó el mayordomo.
- ¡Simplemente no lo permitiré! Y si valoras tu posición aquí, Osborne, ¡escoltarás a
estas personas fuera de las instalaciones de inmediato!
La apertura de una puerta distante, hizo que todos volvieran su atención hacia
la joven que salió de la habitación hacia el pasillo. Llevaba un delantal sobre su
vestido negro y una gorra en la cabeza.
- Mary, trae a su Señoría - instruyó Osborne a la mucama.
- Sí, señor Osborne. - Mary corrió hacia las escaleras.
- ¡No lo busques! – le gritó la duquesa.
A pesar de la orden, Mary se apresuró a bajar las escaleras.
- Pequeña mocosa. Los sirvientes que Rhys trajo no saben nada de disciplina. Él no
gobierna este dominio. Yo lo hago. En cuanto a ti, bastardo...
- Dejará de insultar a mi marido...
- Abbie - la interrumpió su padrastro en voz baja, negando con la cabeza.
- Bien. Él entiende su lugar, y no está dentro de mi casa - dijo la duquesa. - ¡Ahora
váyanse todos ustedes, antes de que llame a los perros para que los echen!
Su diatriba continuó y su voz se elevaba cada vez más fuerte con cada
palabra desagradable que lanzaba.

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Ella había esperado un comportamiento elegante por parte de una mujer


noble, no a una bruja chillando como los pescadores que había visto en los muelles,
cuando llegaron a Liverpool.
- Lyd, estás lastimando mi mano – le dijo Sabrina suavemente.
Soltó el agarre de su hermanita, mientras su corazón sufría por el
espectáculo que estaba teniendo lugar delante de ella.
Qué humillante para su padrastro. Qué devastador para sus hijos más
jóvenes e impresionables. Basado en el inmenso tamaño de la casa, asumió que a
Mary le tomaría varios minutos localizar a Su Señoría, más el tiempo para que él
llegara hasta allí. Ella quería quedarse, pero no podía permitir que su hermano y su
hermana presenciaran la degradación de su padre por más tiempo. No estaba
huyendo. Estaba protegiendo.
Rápidamente miró alrededor, irrumpir en otra habitación estaba fuera de
discusión. No tenía idea de lo que encontraría dentro. Además, no creía que una
puerta o cuatro paredes pudieran bloquear el desvarío de la Duquesa.
- Vamos - susurró. Tirando de la mano de Sabrina y empujando el hombro de Colton,
guiándolos por donde habían venido.
Bajando con las criaturas por el tramo de escaleras, pensaba que
sencillamente no podía creer la furia de esa mujer por la llegada de su padrastro.
Habían enviado por él, por el amor de Dios.
Se detuvo cuando vio que tres hombres corrían hacia ellos. El hombre a la
cabeza irradiaba poder y gracia, sus fluidos movimientos mantenían ajustados los
pantalones grises alrededor de sus muslos. El abrigo azul oscuro se asentaba
perfectamente sobre sus anchos hombros. Su camisa blanca, el chaleco y la corbata
indicaban que era un hombre que claramente sabía que valía la pena vestirse con
sus mejores galas a pesar de que no fuera una ocasión especial.
Tenía pocas dudas de que fuera el hermano de su padrastro, a pesar de que
no se parecía en nada a él. Rhys. El Marqués de Blackhurst. Presentía que era un
hombre oscuro. Sus ojos gris plateado reflejaban la furia de las tormentas que
azotaban a menudo la costa de Texas. Ella quedó atrapada en la tempestad de su
mirada, incapacitada, sin ganas de moverse más allá de su camino.
Igualmente aturdido por su presencia, él se detuvo abruptamente y los
sirvientes que venían detrás suyo de golpe también pararon.
Con la intensidad de la mirada masculina, el corazón de ella martilleó
rápidamente contra sus costillas. Atrapada por su imponente presencia, era muy
consciente de su cercanía y de su respiración áspera. El cabello, negro como la
medianoche, le había caído sobre la frente. Deseaba con desesperación tomarlo y
colocarlo nuevamente en su lugar.
Un chillido agudo destrozó el momento. La rabia, rápida y furiosa, brilló en sus
ojos, en ese momento, pensó que debería haberle temido y, sin embargo, se sintió
completamente segura. Indudablemente él estaba allí para rescatar a su padrastro
de la abusiva mujer del piso superior. Una mujer protegida por el privilegio de su
rango.
Aunque la escalera era lo suficientemente ancha como para que alguien
pasara junto a ellos, ella agarró a sus hermanos y los apretó contra la pared,
dándole al hombre un amplio espacio para que pasara a su lado y poner fin de
inmediato a los gritos de la musaraña.
- No es necesario huir – le dijo con una voz tan cálida y relajante como el néctar de
la miel bajo el cielo de Texas.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- No estaba huyendo. - Pero su inesperada falta de aliento desmintió su declaración.


Él arqueó una ceja oscura con escepticismo.
Luego continuó subiendo las escaleras, con sus largas piernas trepando los
escalones de dos en dos, detrás iban sus sirvientes y en la retaguardia ella, con su
hermano y su hermana a cuestas, ya que tenía la sensación de que la duquesa
estaba a punto de recibir su merecido, y quería estar lo suficientemente cerca como
para presenciarlo.
Cuando llegó al rellano, solo un paso o dos detrás de los demás, tiró de
Sabrina y de Colton a un lado para que estuvieran fuera del peligro, pero ella tenía
una vista clara del Marqués. La duquesa aún no lo había visto, aunque para ella, la
presencia masculina dominaba el pasillo.
- Madre. - La profunda voz de su señoría hizo eco a su alrededor, con un toque de
advertencia. La duquesa se dio la vuelta.
- ¡Tú! ¡Tú has enviado por él!
- Sí. - La sola palabra no lo disculpaba por lo que obviamente la mujer veía como
una traición imperdonable.
- Eres una excusa inútil para un hijo. Mientras tu padre respire, tu título no es más
que una cortesía.
- Mientras mi padre esté vivo, estoy obligado a cumplir sus deseos, y él quiere ver al
hijo que ama, y tú lo permitirás.
Levantó su barbilla apoyada en capas de grasa.
- No lo haré.
- Lo harás. - Hizo un gesto con la mano a los dos jóvenes que lo habían
acompañado. - Escolten a su excelencia a sus habitaciones.
Su Gracia sacudió un puño en el aire.
- ¡No voy a ir!
- Puedes irte con una medida de decoro y respetabilidad, o irás tirada sobre mi
hombro como un saco de patatas, pero de una forma u otra, Su Gracia, te irás para
que Padre pueda ver a su hijo en paz. La elección es tuya, pero no te confundas,
tienes dos segundos para tomar una decisión.
La furia contorsionó sus facciones.
- Le pregunto a Dios todos los días ¿por qué no fuiste tú quien se ahogó?
La tristeza brotaba de sus ojos grises cuando dijo con gran angustia:
- Lo sé.
Él inclinó levemente la cabeza, y los sirvientes se acercaron a la duquesa,
quién dirigió una última mirada mordaz a su padrastro y luego a su hijo, antes de
levantarse la falda, llegar hasta las escaleras y bajar por ellas. No muy rápido, según
su opinión.
El marqués se volvió hacia su padrastro.
- Mis disculpas. Espero que perdones el comportamiento desagradable de la
Duquesa. Los últimos meses han sido extremadamente difíciles para ella, y está un
poco sobreexcitada.
En las escaleras, la había impresionado como un hombre lleno de convicción
y pasión. Apenas podía ensamblar esa imagen con el saludo frígido que le había
otorgado a su padrastro. Habían pasado casi quince años desde que Grayson
Rhodes había dejado su hogar y había viajado a Texas. Quince años, y no fue
recibido con sonrisas o abrazos de bienvenida. En lugar de eso, le hablaban como si
fuera un extraño inoportuno cuya presencia era apenas tolerada.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Sin embargo, su padrastro, fiel a su naturaleza, más que compensó la falta de


hospitalidad y sonriendo ampliamente le dijo:
- Es bueno verte, Rhys. - El marqués parecía haber sido abofeteado.
- Es Blackhurst ahora.
- Por supuesto. Mis disculpas por el desaire. Lamenté oír lo que le sucedió a
Quentin.
El Marqués asintió levemente.
- Como todos nosotros. Confío en que tu viaje haya sido agradable, hasta que
llegaste a nuestros sagrados salones.
Ella sabía poco sobre el marqués porque su padrastro rara vez mencionaba a
la familia que había dejado en Inglaterra. Después de presenciar el encuentro con la
Duquesa y ahora escuchando este incómodo intercambio, sin duda comprendía la
razón por la que había sido reacio a hablar de ellos.
Con sus ojos azules centelleando, su padrastro parecía no verse afectado por
toda la grosería que había vivido antes.
- En realidad tengo la desgracia de sufrir de mareos.
- Me apena escuchar eso. Sin embargo, hará que tu disposición a viajar sea mucho
más significativa para Padre. Él te espera. - Dio un paso atrás como si tuviera la
intención de irse sin decir una palabra más.
- ¿Cómo está? - Preguntó su padrastro rápidamente.
El marqués se detuvo, pareciendo dudar, aparentemente inseguro de cómo
debería responder.
- No está bien en absoluto, me temo. No estará con nosotros mucho más tiempo.
Creo que solo ha estado aguantando porque deseaba verte desesperadamente.
- Esperaba una perspectiva más optimista.
- Quizás estoy equivocado, y tu llegada cambie la situación para él. Por cierto, en la
remota posibilidad de que nadie te haya explicado, antes de que madre volcara su
fabulosa diatriba, puedes utilizar cualquiera de las habitaciones en este pasillo,
mientras estés aquí. He asignado mis sirvientes personales a esta ala y les he dado
instrucciones específicas para atender todas sus necesidades. Ellos estarán muy
honrados de hacerlo.
- Eso es muy generoso de tu parte - dijo Grayson solemnemente, como si de repente
se hubiera dado cuenta de que estaban todos en una obra de teatro y esperaran
interpretar sus papeles. - ¿Puedo presentarte a mi familia?
- Por supuesto.
Mientras su padrastro presentaba a su madre y a los dos hijos que habían
tenido, todos eran formales, rígidos y sombríos.
En espera de su presentación, sintió un rugido como si tuviera conchas
marinas en sus oídos. Necesitaba desesperadamente aire, pero su pecho estaba tan
apretado que apenas podía respirar. Pareció pasar una eternidad antes de escuchar
a su padrastro decir: "
- Permíteme presentarte a Lydia, nuestra otra hija.
- ¿Tu hija? - Cuestionó el marqués.
Algo, ella no podía determinar si era admiración o disgusto, brilló en sus ojos.
Sintió que su impresión anterior, la de la escalera, de repente volvía. Ahora él estaba
mirándola con otros ojos.
- Mi hijastra, Lydia Westland, para ser precisos - dijo su padrastro.
- Hay mucho que decir acerca de la precisión - murmuró el Marqués.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Había temido que la viera carente de presencia, pero con su atención clavada
en ella, se sintió confiada en su deseo de encajar en esta sociedad. Ella levantó su
mano. Él pareció momentáneamente sorprendido. Luego la tomó con dedos que no
tenían callos, abrasiones o cicatrices de años cosechando algodón. Dedos que a
pesar de una vida de ocio lograron revelar su fuerza.
Él se inclinó levemente, y su cálido aliento flotó hasta su muñeca. Sus rodillas
se debilitaron, mientras que él no hizo nada más que dejar la sombra de un beso
sobre su piel.
- Un placer, señorita Westland - dijo solemnemente.
- El placer es mío, Su Gracia - temblaba, su voz era casi tan inestable como sus
piernas.
Él soltó su mano y se enderezó.
- Mi lord. No deberías dirigirte a mí como Su Gracia hasta después de que mi padre
haya exhalado su último aliento.
- Oh, sí, por supuesto, lo sabía. Realmente no sé por qué lo dije. Me disculpo por el
error.
- No necesitas disculparte. Aprendemos más de nuestros errores que de nuestros
éxitos, ¿no es así?
Ella parpadeó para evitar el súbito escozor de lágrimas que amenazaba con
mortificarla aún más. Había esperado mucho su primer encuentro con un lord inglés.
Por mucho que quisiera impresionarlo, lo que más quería que él viera, que todos
vieran, era cuán bien había hecho su padrastro educándolos. Que su familia de
Texas era igual a la de todos ellos.
El Marqués se volvió hacia su padrastro, su despedida dolía mucho más de lo
que quería admitir.
- Estaré en la biblioteca - dijo el Marqués - Cuando hayas terminado de visitar a
padre, puedes reunirte conmigo. ¿Recuerdas dónde está?
- He olvidado muy poco de este lugar - dijo Grayson.
- El infierno tiene una forma muy particular de dejar una marca indeleble en nuestras
almas, ¿no?
Con una reverencia cortante, el marqués los dejó para cumplir con el
propósito de su visita.
- Lydia – le dijo su madre - ¿podrías por favor ver nuestras cosas mientras tu padre y
yo visitamos solos al Duque?
Ella apartó la mirada de las escaleras por las que el marqués había
desaparecido. Asintió, tratando de no decepcionarse porque su primer encuentro
con la aristocracia no había ido del todo bien.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Capítulo 2

Aborrecía a las mujeres que lloraban. Se quedó de pie en el dormitorio de su


madre, con las manos entrelazadas detrás de la espalda, esperando pacientemente
mientras ella empapaba un pañuelo tras otro.
- Me traicionaste - murmuró. – es como si me hubieras clavado un puñal en la
espalda.
- Sería sabio no poner en mi cabeza ideas tentadoras, madre - murmuró.
Ella levantó la cabeza, el flujo de lágrimas se detuvo abruptamente, como si
hubiera erigido un muro rápida y eficientemente. Con sus labios apretados en una
fina línea, siempre con gracia, se levantó elegantemente del sofá ubicado frente a la
chimenea y comenzó a pasearse por la habitación.
- No puedo quedarme aquí.
- Grayson y su familia mientras estén aquí, residirán en el ala de la casa que
pertenece a padre. Raramente debería verlos.
- Iré al mar.
- Debería pensarlo, ya que sería completamente inapropiado a la luz del hecho de
que su esposo por casi cuarenta años, yace en su lecho de muerte.
- Mi esposo – escupió - Mi esposo, que no dejó pasar un solo día sin recordarme que
su verdadero amor fue una actriz desvergonzada. No puedes imaginar la agonía que
fue saber que nunca podría tener un lugar especial, en el corazón de la persona que
amas.
Oh, él bien que podría imaginarlo, pero estaba tratando de aliviar el dolor de
la mujer, no el suyo.
- Si ama a padre como dice, entonces creo que entiende que desee
desesperadamente pasar sus últimas horas con Grayson. Han pasado casi quince
años desde que lo despidió, madre, lo envió lejos en un esfuerzo por apaciguarla a
usted.
Las lágrimas se derramaron sobre sus mejillas, mientras se dejaba caer en el
sofá.
- Quentin no habría permitido que ese bastardo pusiera un pie en esta casa.
Decidió que lo mejor que podía hacer era no nombrar al hermano que ella
había amado y mantenerse firme ante el hermano que había despreciado.
- Padre me suplicó que enviara a buscar a Grayson. No podía negarle una solicitud
como esa. - incluso si hubiera decidido ignorar el ruego de su padre, no lo habría
hecho. Quería ver por sí mismo cómo le había ido a Grayson en Texas.
Por lo que parecía, lo había hecho bastante bien. Su esposa había estado a
punto de lanzarse a la batalla para defender a su marido, mientras él estaba
subiendo las escaleras.
Pero había sido la hija mayor de Grayson, su hijastra para empezar, quien
había captado su atención y casi lo había distraído del propósito inicial de subir las
escaleras Que él la había aterrorizado, había sido evidente al notar como se
abrieron sus ojos violetas, ojos que tenían mucha más inocencia de la que había
visto en cualquier mujer en mucho tiempo. En ese momento había querido desatar la
cinta que le mantenía el cabello en su lugar y pasarlos dedos a través de las largas
trenzas rubias, simplemente para determinar si se sentían tan sedosas como
parecía.
Que ella sintiera la necesidad de apartar a su hermano y a su hermana de su
camino, lo había dejado momentáneamente desconcertado. No había tenido la

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

intención de asustarlos, se había repetido a sí mismo mientras atravesaba la


mansión y subía las escaleras, ante el chillido de su madre que le perforaba los
oídos. Se había regañado por no decirle a la muchacha que habían enviado a
buscarlo al llegar ellos. Se había reprendido por no haber manejado el asunto de
otra manera, una más satisfactoria.
Había pospuesto lo que sabía que sería una confrontación desagradable y, al
hacerlo, simplemente había exacerbado la incómoda situación. Su padre, sin duda,
estaría seriamente decepcionado con su manejo del asunto.
Como resultado, había subido las escaleras desbordándola ira que
amenazaba con escapar de los límites que le había impuesto. Había enardecido aún
más su furia el ver la reacción de la señorita Westland ante su apariencia y saber
que había leído con total precisión la cólera que había intentado ocultar sin éxito.
Recordó haber leído una carta que Grayson le había escrito a su padre años
atrás para describir a su nueva familia. ¿Qué edad tendría la joven ahora? ¿Veinte?
¿Veintiuno?
Una niña realmente. Él haría bien en recordar eso y olvidarse del ligero
temblor que sintió en sus dedos al tomarle la mano, el olor de la cálida piel de su
muñeca, y el destello completamente inapropiado de deseo en su propio cuerpo ante
su cercanía.
- Por favor, échalos, Rhys - su madre rogó una vez más, volviendo a su actual
dilema. - Por favor.
- Lo máximo que puedo hacer es asegurarme de que no estén en el ala oeste de la
casa cuando visites a padre. Hablaré con Grayson y haré arreglos para que él y su
familia den un paseo todas las tardes entre las dos y las cinco. Puede visitar a padre
durante ese tiempo, sabiendo que no se cruzarán en su camino.
Ella absorbió por la nariz.
- No cenaré con ellos.
- No esperaba que lo hiciera. Haré que lleven sus comidas a sus habitaciones, como
siempre.
Ella miró el hogar vacío, de repente pareció derrotada y vulnerable.
- ¿Por qué no pudo amarme?

*=*

- Una vez más, debo disculparme por el comportamiento bastante desagradable de


mi madre esta tarde - dijo mientras vertía agua en dos vasos.
Unos momentos antes, Grayson se había unido a él en la biblioteca,
apareciendo más demacrado y cansado de lo que lo había visto a su llegada. No
podía ser fácil para él ver la deteriorada condición del padre que lo había adorado.
- Debería haber esperado su arrebato - murmuró Grayson. - Había asumido que el
respeto que he ganado en Texas variaría nuestra relación.
- Debería - le aseguró mientras le entregaba un vaso.
Caminó hacia la ventana y miró al jardín donde la esposa y las hijas de
Grayson estaban tomando el té. Si el movimiento rápido de su boca era una
indicación, el más joven estaba hablando con entusiasmo, mientras la mayor miraba
soñadoramente algo. Los pétalos de una rosa, tal vez, o el jardín como un todo. Tal
vez en Texas no tenían jardines sin otro propósito que el de producir placer.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

El delicado perfil de Miss Westland debería inmortalizarse en mármol. Su


cabello asemejaba la suave sombra de la luna llena en una noche de invierno,
todavía se mantenía en su lugar gracias a una cinta a la moda. El arreglo era simple,
sin embargo, él lo encontraba increíblemente tentador. El atractivo de la inocencia.
Bebió un sorbo de su vaso antes de comentar.
- Tienes una familia encantadora.
Grayson se colocó a su lado, se apoyó contra la pared y también miró hacia
afuera.
- De hecho, he sido muy afortunado. El destino parece haberte sonreído también.
- Es una sonrisa sombría, si es que existe.
- Puede que no lo creas, pero lamenté oír hablar de la muerte de Quentin. Ahogarse
no puede ser un camino fácil de seguir.
- Estaba tan metido en sus copas, que obviamente no se dio cuenta. Aparentemente
tenía la desagradable costumbre de beber sin parar. Si hubiera caído solo dos pasos
antes, habría esquivado el estanque por completo. Mi madre, por supuesto, estaba
devastada. Poco después, padre se enfermó. Como mencioné anteriormente, han
sido unos meses difíciles.
- No puedo imaginar que haya sido fácil para ti tampoco. Las responsabilidades
involucradas en el manejo de Harrington y Blackhurst son muchas. Pero tengo la
máxima confianza en tu capacidad para manejarlos.
- Hablando de responsabilidades, te pediría que lleves a tu familia a pasear todas las
tardes desde las dos hasta las cinco. Prepararé un carruaje para tu conveniencia. Mi
madre visitará a Padre durante ese tiempo. Cuanto menos se crucen sus caminos,
mejor.
- No le dijiste que habías enviado por mí.
Era una afirmación, no una pregunta. Él se encogió de hombros. Había
informado a varios sirvientes de que los invitados llegarían porque las habitaciones
debían prepararse y había enviado el carruaje.
- Había planeado informarla esta tarde. Calculé mal qué pronto llegarías.
-Estoy agradecido de que hayas enviado por mí.
- Fue el deseo de padre.
- Pero no el tuyo - dijo Grayson.
- Me complace ver que lo has hecho muy bien. - Se apartó de la ventana. - Ahora, si
me disculpas, tengo asuntos urgentes a los que debo asistir. Cenaré contigo y tu
familia esta noche.
Se sentó en el escritorio y comenzó a organizar unos papeles como si fueran
de gran importancia, esperando que Grayson lo entendiera, sin necesidad de decirle
que lo estaba despidiendo.
- Me prohibió llevarte conmigo - dijo Grayson en voz baja.
Él levantó la mirada, permitiendo que su resentimiento saliera a la superficie.
- Sorprendentemente conveniente: que hayas elegido desobedecerlo en todos los
asuntos excepto en ese.
- Eras su hijo.
- Como tú.
- Tu lugar estaba aquí.
- Mi lugar ha estado en el infierno.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Capítulo 3

- Debería haberlo llevado conmigo.


Con el brazo de su esposa entrelazado con el suyo, caminó a través de los
elaborados jardines que lo habían calmado cuando era niño. Encontró poco
consuelo en las flores brillantes o en los setos perfectamente podados ahora.
¿Cómo iba a saber cuánto echaría de menos los campos de algodón sin fin?
O cuánto llegaría a confiar en la fuerza interior de la mujer que paseaba a su
lado. A través de los años, se habían vuelto expertos en juzgar el estado de ánimo
de su pareja, leyendo los pensamientos del otro, de modo que incluso ahora ella no
lo empujó a continuar, esperó pacientemente a que desenmarañara sus dudas a su
propio ritmo.
- Me lo suplicó. Tenía solo quince años y me imploró que le permitiera viajar a Texas
conmigo. Sabiendo que mi padre se oponía a la idea, me negué siquiera a
considerar llevarlo.
- No puedes sentirte culpable. Estabas viajando a través de un océano y no tenías
idea de lo que podría estar esperándote en Texas. Recuerdo que cuando te dijeron
que La Fortuna te esperaba, pensaste que se estaban refiriendo al dinero, no a la
ciudad.
Él se rio entre dientes.
- De hecho, aprendí rápidamente que existía más de un tipo de fortuna.
Su esposa representaba el mejor tipo de fortuna que se le podía otorgar a un
hombre.
- Desafortunadamente, Abbie, puedo sentirme culpable por no haberlo llevado, y por
Dios, lo hago. Rhys ha cambiado.
- Eso espero. Todos hemos cambiado. Han pasado quince años - le recordó.
Él la miró, esa mujer había visto más allá del accidente de su nacimiento, la
primera y única mujer que le había dado amor incondicional.
- No me refiero a la forma en que se ve o al hecho de que ya no es un muchacho
inexperto. Más bien, me temo que puede haber sufrido por mi partida. Solo era un
poco mayor que Colton ahora, cuando nació Rhys. Debería haber tenido poco
interés en él. Sin embargo, a medida que crecía, parecía tan solo como yo. Por eso
se desarrolló un vínculo entre nosotros. Tal vez porque teníamos un enemigo en
común. Quentin. Lo evitábamos a toda costa. Pero hubo momentos en que no
podíamos evitarlo siempre. Quentin volcaba su ira sobre mí, y al no estar más aquí,
creo que puede haber cambiado su feo temperamento hacia Rhys.
- No es tu culpa.
Sacudió la cabeza, incapaz de explicar completamente los horrores que lo
habían rodeado aquí. El heredero poseía una naturaleza maligna diferente a
cualquiera que Grayson hubiera encontrado desde entonces.
- Rhys tenía derecho a enojarse. Me mantuve firme en mi desobediencia en cada
asunto, excepto en este. Hice lo que mi padre me pidió y no pensé en llevarme a
Rhys conmigo.
- De nuevo, Grayson, él no era tu hijo, no era tu responsabilidad. - Le dio una sonrisa
irónica, y ella suspiró antes de decir: - Lydia, Johnny y Micah son otro asunto.
Los hijos que John Westland, su primer marido, le había dado, hacía mucho
que habían ganado su corazón.
- Los protegería de todo lo desagradable del mundo, Abbie. Debería haber extendido
la misma consideración a Rhys.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Podríamos discutir sobre este asunto todo el día, pero si te sientes culpable,
entonces no voy a poder convencerte de que lo dejes ir.
Él dejó de caminar y la tomó en sus brazos.
- ¿Es eso lo que estamos haciendo? ¿Discutiendo?
Extendiendo las manos, ella le acarició con los dedos, llenos de cicatrices de
años de arrancar las cápsulas de algodón del tallo, su cabello.
- No se puede cambiar lo que sucedió hace quince años, o lo que podría haber
sucedido aquí, después de que te fuiste. Quentin está muerto. Déjalo descansar en
paz.
- No es su paz lo que me preocupa, sino la de Rhys.
- Estás aquí para despedirte de tu padre - le recordó.
Pero su padre no se había despertado. Grayson había observado sus rasgos
encogidos, había sostenido su mano reseca y había hablado con él. En vano.
- No debería haber esperado tanto tiempo para regresar.
- Considerando la bienvenida que recibiste, me sorprende que hayas regresado. Me
estremezco cuando pienso cómo debe haber sido tu vida mientras vivías aquí.
Él sonrió cálidamente, arrastrando los dedos amorosamente sobre su rostro.
- Si no fuera por mi vida aquí, tal vez nunca hubiera tenido mi vida contigo.
- Tal vez lo mismo sea para Rhys. Con el tiempo llegará a apreciar lo que ganó al
quedarse, en lugar de preguntarse qué podría haber conseguido yéndose.
Grayson solo podía desearlo, pero pensó que eso era muy poco probable.

*-*

- ¿Por qué no puedes cenar con nosotros, Lyd? - Preguntó Sabrina con la voz
cantante que usaba cuando estaba decepcionada.
Ella no se molestó en levantar la vista de los libros y papeles que había
extendido sobre la cama, donde se sentó con las piernas dobladas debajo de ella, y
las almohadas amontonadas detrás de su espalda, en una postura muy poco
femenina. Había tenido que usar una pequeña escalera para subir a la cama con
dosel.
- Porque ya no soy una niña - respondió Lydia distraídamente. - Me invitaron a cenar
con el Marqués. Y por favor, no me llames Lyd mientras estamos aquí. Me hace
pensar que pertenezco a la cocina.
- Pero siempre te he llamado Lyd.
Ante el tono de tristeza en la voz de Sabrina, miró a su hermana. Estaba
tirada en el piso, con su bloc de dibujo frente a ella. Se deleitaba tanto con el dibujo
que siempre la animaba.
- Sé que lo has hecho - dijo amablemente - pero estamos visitando un mundo
encantado. Lady Lydia suena mucho mejor que Lady Lyd. ¿No crees?
Sabrina arrugó su cara de duendecillo.
- Pero no eres Lady Lydia.
- Aún no. Pero si termino de estudiar mis libros, entonces tal vez pueda serlo. Cenar
con el Marqués será mi primera prueba.
No quería considerar la debacle durante las presentaciones como una prueba,
ya que había fallado miserablemente. No solo se había dirigido al marqués
incorrectamente, sino que le había ofrecido su mano. Debería haber simplemente
hecho una reverencia ante él.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Mirar fijamente los tormentosos ojos grises del marqués de Blackhurst de


alguna manera había confundido su mente. Esa noche, durante la cena, miraría su
nariz. A pesar de que era una nariz muy hermosa, no pensó que la distraería tanto
como sus ojos parecían hacerlo.
Consideró mirarlo a la boca, pero se excitaba cada vez que pensaba en lo
cerca que había estado de besarle la mano. Por supuesto, su nariz había liberado el
aliento que había rozado a lo largo de su muñeca como la primera brisa suave del
verano. Tal vez sería mejor que le mirara las orejas cuando hablaran. Aún no le
habían convertido las rodillas en gelatina.
- ¿Prueba? ¿Vamos a ir a la escuela mientras estamos aquí? - Preguntó Sabrina,
malentendiendo por completo hacia dónde se dirigía Lydia con su explicación.
- No, tonta - Señaló hacia el papel. El tiempo se estaba agotando rápidamente y
todavía tenía varias cosas que quería repasar antes de la cena. No solo para ella,
sino para su padrastro. Si hubieran recibido una bienvenida más cálida, no estaría
tan decidida a demostrar su valía. Ella no quería avergonzarlo. - Termina tu dibujo.
Sabrina volvió la atención a sus bocetos, y ella devolvió sus esfuerzos a sus
estudios. Tan pronto como su baúl había sido llevado a la habitación, había revisado
todo hasta que encontró los libros que había empacado en la parte inferior. Consejos
sobre protocolo y su importancia para la sociedad, las leyes de la etiqueta y Las
jóvenes Damas-Amigas. Ella había traído numerosos números de Lady Godey's &
Harper's Bazar. Independientemente de la información que pudieran proporcionarle,
estaba segura de que encontraría todos en<Como corregir los errores en el
comportamiento> de la Srta. Westland.
El último libro no era un trabajo publicado, sino uno que ella pensaba que era
más valioso que todos los demás juntos. Era una colección de las reglas que su
prima había compartido en sus cartas a lo largo de los años. Ella misma había
elegido el título. Lauren había cometido tantos errores después de haber llegado a
Inglaterra que ella no deseaba cometerlos mismos.
Lauren había sido increíblemente sincera y honesta al compartir sus
experiencias. Algunas de sus cartas estaban estropeadas con manchas secas que,
estaba segura, habían sido causadas por la humedad de sus lágrimas.
Ella había compilado cuidadosamente todas las facetas importantes de cada
carta, aprendiendo de los errores de Lauren, creando su propio libro sobre etiqueta,
que esperaba compartir con Lauren cuando la viera de nuevo.
Y estaba segura de que la vería de nuevo. Seguramente su madre no
abandonaría Inglaterra sin viajar a Londres para visitar a su hermana al menos una
vez. Ella tenía la intención de estar completamente lista para aprovechar al máximo
el tiempo que estuviera allí, y su preparación dependía de la práctica en Harrington.
Nunca había estado sentada en el salón principal, ni había tomado el té, ni
había paseado con un caballero.
Oh, sí había salido a caminar con uno o dos hombres, pero… "Oye, Lydia,
¿quieres ir a caminar?... Simplemente no tenía el mismo tono romántico que
"Señorita Westland, ¿me haría el honor de dar una vuelta por el jardín conmigo?"
No podía creer que el marqués de Blackhurst la hubiera llamado señorita
Westland. La formalidad de la presentación había puesto su corazón a temblar. Esa
tarde la formalidad continuaría y apenas podía esperar.
- ¿Cómo es que papá no sabía el nombre de su hermano? - Preguntó Sabrina.
Miró a su hermana que tenía una cara muy seria.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Él sabía su nombre. Es solo que en los últimos meses, el hermano de papá se ha


convertido en el marqués de Blackhurst. Un título es mucho más importante que un
nombre. Entonces se supone que la gente lo debe llamar Blackhurst.
- ¿Tío Blackhurst? No me gusta.
Suspiró.
- No tío. Solo Blackhurst.
- Pero llamamos al hermano de mamá, tío James.
- Sí, lo sé, pero las cosas son un poco diferentes aquí.
- ¿Qué es un bastardo?
Cerró los ojos y se frotó las sienes. Se había preguntado cuánto le tomaría a
Sabrina hacer esa pregunta. Al abrir los ojos, empujó los libros y papeles hacia los
pies de la cama. Palmeó un lugar a su lado, invitándola a sentarse allí
- Ven acá.
Sabrina trepó a la cama y se acurrucó contra su costado, ella la rodeó con sus
brazos y la apretó.
- Hace muchos años - comenzó en voz baja - el duque se enamoró de una actriz.
Pero su familia quería que se casara con otra persona, y él lo hizo. Aun así, la actriz
le dio un hijo. Nuestro Padre. Pero algunas personas fruncen el ceño a las mujeres
que tienen hijos cuando no están casadas. De hecho, todos los que conocía lo
miraban mal.
En su juventud, ella había observado frecuentemente la angustia que causaba
a los demás un comportamiento inapropiado. Tal vez esa era la razón por la que
comportarse adecuadamente le importaba tanto. Nunca quiso experimentar la
vergüenza del escándalo en carne propia.
- Esa mujer en el pasillo hizo ver que ser un bastardo es algo terrible - dijo Sabrina.
Negando con la cabeza, le sonrió suavemente.
- Bastardo no es una buena palabra, pero papá es un hombre muy bueno. No fue su
culpa que sus padres no se casaran. La duquesa no es la madre de papá, así que
sospecho que simplemente está celosa.
- ¿Blackhurst es su hijo?
- Sí.
- Me pareció que también era mala con él.
- Sí, eso parece.
- Me sentí mal por él.
- Es un marqués. Es muy poderoso e influyente.
- ¿Pero quién lo ama, Lyd?
¿Quién, de verdad? Puso una mano sobre el pecho de Sabrina donde su
corazón descansaba.
- Estoy segura de que su madre lo hace, en el fondo, aquí.
El golpe en la puerta las hizo saltar a las dos.
- ¿Qué pasa si es la bruja? - Preguntó Sabrina en un susurro.
Ella se rio suavemente.
- No creo que golpee. Simplemente soplaría y soplaría y rompería la puerta. "
Haciéndole cosquillas a su pequeña hermana hasta que logró que riera, gritó,
- Adelante.
Mary, la joven sirvienta que había sido enviada antes a buscar al Marqués,
entró. Sostenía el vestido azul claro que les había pedido a sus padres para la
celebración especial que habían organizado en honor a su décimo octavo
cumpleaños.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Ya no lo veía tan elegante, pero el apuro con el que se habían preparado para
el viaje no le había dado tiempo para que le hicieran vestidos nuevos y refinados.
Apenas había tenido tiempo de coser un par de vestidos para todos los días. La
fortuna familiar carecía de sofisticación, ella rara vez tenía la oportunidad de estrenar
un vestido de noche distinguido.
Apretó a Sabrina.
- Termina tu dibujo ahora.
Sabrina bajó al piso y se tendió boca abajo. Ella volvió su atención hacia la
doncella.
Mary la había ayudado a desempacar sus baúles para instalarse. Antes del
viaje había sido ella misma quien había empacado. Se había sentido un poco tonta
de pie en la habitación, mirando mientras la muchacha extraía los artículos del baúl,
pero cuando había intentado ayudar, Mary había insistido en que le permitiera
ocuparse de las cosas. No quería que la joven creyera que la consideraba incapaz
de desempacar, por lo que finalmente le permitió a la doncella encargarse de todo.
Sentía como si estuviera atrapada entre dos mundos. El mundo que ella
entendía y habitaba, y el mundo del que había soñado desde siempre ser parte.
- He planchado su vestido, señorita - dijo Mary mientras lo llevaba al armario. -
¿Quiere un baño antes de la cena?
- Sí, por favor - dijo.
No podía creer que la estaban ayudando a vestirse para la cena. En su casa,
simplemente se lavaba las manos después de un largo día de ayudar con los
quehaceres. Realmente no le molestaba que sus padres nunca hubieran tenido
sirvientes, pero ella sabía que podían pagarlos. Después de pasar la tarde con Mary
corriendo alrededor de ella y atendiendo sus necesidades, supo inequívocamente
que muy rápido podría acostumbrarse a ser mimada.
- ¿Y querrá que la ayude con su cabello, señorita? - Preguntó Mary.
- Sí por favor.
- ¡Lyd, tú sabes cómo arreglar tu cabello! - Gritó Sabrina.
Gimió, luchando por evitar la exasperación en su voz. Su hermana era
demasiado joven para apreciar las sutilezas de esta nueva vida. Después de
despedir a Mary, esperó hasta que la sirvienta cerrara la puerta detrás de ella antes
de volver su atención a su hermana y a su comentario anterior.
- Esta noche es una ocasión especial, Sabrina.
- ¿Arreglar tu cabello es parte de la prueba? - le preguntó Sabrina.
- Sí, de hecho lo es.
- El maestro hizo que Andy Warren se parara en la esquina del aula con un gorro de
burro encaramado en su cabeza, porque hizo trampa en su examen de ortografía.
¿No estás haciendo trampa en la prueba si alguien más te arregla el cabello? Si te
atrapan, no quiero ni pensarlo que esa vieja bruja te hará.
Se hubiera reído si Sabrina no se hubiera visto tan seria. "
- Esta prueba se trata de reconocer la posición de uno dentro de la sociedad. Es
imposible hacer trampa.
- No quiero hacer una prueba - refunfuñó Sabrina.
- No tendrás que hacerla, al menos por un tiempo todavía. - Pero como no podía
decir lo mismo de ella, volvió su atención a los libros.
Con su madre a su lado, descendió las escaleras. El dobladillo del vestido
susurraba sobre la madera pulida. Mary había hecho un trabajo exquisito manejando
las gruesas y rubias trenzas, tan rebeldes a menudo.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Siempre estaba poniendo de nuevo en orden los cabellos de alguna dama después
de que ella había visitado a Su Señoría, antes de que fuera “Su Señoría" - le había
explicado Mary.
No estaba segura de qué hacer con ese comentario, aunque había
reflexionado sobre su significado mientras se preparaba para la noche. Obviamente,
el Marqués tenía frecuentes visitas femeninas, y su cabello a menudo se había
despeinado. Tal vez cuando las llevaba a pasear por el parque, o cuando se
sentaban en el jardín a tomar el té mientras la brisa era fuerte.
Echó un vistazo a su madre. No había hecho nada especial con su cabello, ni
rizos que enmarcaran su rostro, ni rizos que colgaran tentadores a lo largo de su
cuello. Sin joyas, cintas o pequeñas flores de seda. Parecía ser exactamente lo que
era: una simple campesina.
- ¿Estás segura de que sabes a dónde vas? – le preguntó a su madre.
- Ciertamente. Tu padre me dio instrucciones detalladas para encontrar el salón.
Creo que quería unos minutos a solas con Rhys - dijo.
- Creo que se supone que las damas se unan a los caballeros - explicó Lydia.
Llegaron al vestíbulo, y su madre alzó una ceja.
- ¿Eh?
- Simplemente creo que es parte de la etiqueta. Y no estoy segura de que se
suponga que debamos dirigirnos al hermano de papá como Rhys. Después de todo,
él es un marqués.
- Has estado leyendo tus libros otra vez - reflexionó su madre.
- Claro que sí.
- Me sorprende que a estas alturas ya no tengas las cosas memorizadas. - Pasó un
brazo por el suyo mientras la dirigía hacia otro amplio pasillo. - Simplemente se tú
misma, Lydia. Te llevará mucho más lejos que todas las pavadas que has estado
leyendo.
- No son pavadas, mamá. Los modales de una persona revelan mucho de ella. Sé
que estás de acuerdo; de lo contrario, no regañarías a Colton cuando eructa en la
mesa.
- Supongo que es verdad.
- Debo confesar, sin embargo, que me siento un poco culpable por esperar con tanta
alegría esta cena, teniendo en cuenta la razón por la que estamos aquí: la mala
salud del Duque.
Su madre sonrió suavemente.
- No te sientas culpable. Tu padre y yo somos muy conscientes de que has querido
venir a Inglaterra desde hace mucho. Es una lástima que el viaje no haya podido ser
bajo diferentes circunstancias, pero queremos que disfrutes tu tiempo aquí tanto
como sea posible. - Su madre le apretó el brazo. - Honestamente, Lydia, aunque
vamos a experimentar tristeza mientras estemos aquí, no veo ninguna razón para
que estemos apenados todo el tiempo. Debo admitir que he disfrutado de ver ciertos
aspectos del país en el que Grayson creció. Me ayuda a entenderlo un poco mejor.
- Tenía la impresión de que se entendían muy bien.
- En lo que a él respecta, siempre estoy dispuesta a aprender más.
- ¿Te dijo el duque algo especial cuando lo visitaste? – le preguntó.
- No, él durmió todo el tiempo que estuvimos en la habitación. Mañana creo que
todos iremos a verlo por un corto tiempo. Hace que sea más fácil que Grayson nos
tenga a todos aquí.
- Tal vez el Duque esté despierto mañana - le dijo.

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- Eso espero. Me gustaría agradecerle al hombre por enviarme a su hijo.


Un sirviente de pie frente a una puerta se inclinó levemente, antes de abrirla.
- Su Señoría te está esperando.
Se sentía como si estuviera viviendo un cuento de hadas. Todos atendiendo
sus caprichos, anticipando sus necesidades. Si tan solo su alegría por estar allí no
estuviese manchada por el dolor que su padrastro experimentaría.
Cuando vio a Rhys apoyado casualmente contra el complicado trabajo de
volutas que rodeaba la enorme chimenea, su corazón comenzó a tronar. Era
sorprendentemente guapo, llevaba una chaqueta negra sobre un chaleco negro.
Sosteniendo un vaso, su mano estaba cerca de los labios como si hubiera estado a
punto de tomar un sorbo y de repente hubiera decidido que prefería estar haciendo
otra cosa.
Como mirarla.
Se entibió considerablemente con la atención recibida, agudamente
consciente de la tormentosa mirada que viajaba sobre ella, acariciando sus mejillas,
su garganta, sus hombros desnudos.
- Dios mío, Lydia, ¿cuándo te hiciste mayor? - Preguntó su padrastro.
Ella apartó su mirada de Rhys. No había notado que su padrastro saludaba a
su madre y se sorprendió al encontrarlo parado a su lado.
- Padre, sabes que crecí hace mucho tiempo.
Él arqueó una ceja.
- ¿Padre? Esta mañana todavía era papá.
El calor de la vergüenza trepó por su pecho, su garganta, su rostro.
- Tal vez es por la formalidad de la ocasión - dijo Rhys.
Se alejó de la chimenea y colocó el vaso sobre una mesa cerca de un piano
grande y reluciente. Un arpa descansaba al lado del piano. Ella se preguntó si
ambos instrumentos serían meramente decorativos o si el marqués sabía cómo
tocarlos.
Sonrió tentativamente, deseando que solo él y ella estuvieran en la
habitación. No le gustaba tener una audiencia que parecía decidida a arruinar todo,
no intencionalmente, sino a través de la ignorancia. ¿Cómo podían sus padres no
entender lo que este momento significaba para ella y cuán desesperadamente
quería ser vista como una verdadera dama?
- Papá suena tan a Texas - admitió.
- Me atrevo a decir que usted también, señorita Westland - dijo el Marqués - Tienes
un acento delicioso.
- Para mí, mi lord, tú eres el que tiene acento.
- En Inglaterra, uno no corrige a sus superiores - dijo.
- Estaremos de acuerdo si nos topamos con alguno de ellos - replicó su madre.
Rhys desvió su mirada hacia su madre. Ella quería morir de aflicción en el
acto. Honestamente, ¿le habría dolido a su madre conocer algunas de las reglas y
atenerse a ellas?
- Abbie - advirtió su padrastro.
- Me mantuve callada esta mañana cuando esa vieja hacha de batalla te insultaba.
No vine aquí para ser ultrajada, y no lo toleraré Grayson.
- Tiene toda la razón, Sra. Rhodes… me disculpo. Grayson, ¿me permitirías el honor
de acompañar a tu esposa a la cena? - Preguntó.

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No podría haberse sentido más decepcionada si le hubiera anunciado que


tenía que comer en la habitación de los niños. Ella quería su atención, y aquí estaba
ofreciéndole el brazo a su madre.
Los observó mientras caminaban hacia afuera de la habitación. Rhys
inclinaba la cabeza y hablaba en voz baja con su madre, obviamente encantado con
ella. Sin embargo, ella nunca había abierto un libro de etiqueta en su vida.
- ¿Lydia?
Sobresaltada, luchó por recuperar la compostura. Miró a su padrastro.
- Supongo que tendrás que acompañarme a cenar - dijo en voz baja, tratando de
ocultar su frustración.
- Será realmente un honor hacerlo.
Apoyó la mano en su brazo.
- No puedo creer que hayas crecido rodeado de todo esto.
- Fue más como si yo lo hubiera rodeado. Siempre estaba bordeando los márgenes,
intentando encontrar mi camino hacia adentro, pero nunca tuve éxito.
- Sería una dulce venganza si una de tus hijas se casara con un lord inglés, ¿no
crees, papá? – le Preguntó.
La tristeza y la pérdida llenaron sus ojos, cuando tocó sus mejillas con los
nudillos.
- ¿Estás pensando que serás esa hija?
- No me importaría.
- Recuerda, Lydia. Simplemente porque algo reluce, no significa que sea oro. Hace
quince años, si hubiera tenido la oportunidad de cambiar de lugar con Lord
Blackhurst, lo habría hecho con mucho gusto. Hoy soy demasiado inteligente para
aceptar una oferta así.
Sabía que su cambio había ocurrido porque amaba a su madre de corazón.
Pero ella no amaba a ningún hombre. ¿Por qué no encontrar uno allí?

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Capítulo 4

Estaba bastante seguro de haber cenado pato glaseado, después de todo no


quedaban más que huesos en su plato cuando el lacayo se lo llevó. Pero no podía
recordar su sabor o textura, porque desde que él y sus invitados se habían sentado
a cenar, no había sido capaz de distraerse de la tentadora señorita Westland.
¡¿Querido Señor la había considerado una niña?! Ella tenía hombros de
alabastro que suplicaban a los labios de un hombre que jugaran ligeramente sobre
ellos. Sus labios eran increíblemente rápidos para sonreír y él bien podía imaginar su
sabor, su suavidad, su calidez. Claramente los imaginaba abiertos ante la pasión,
mientras sus ojos violetas se encendían y se oscurecían con el deseo.
Aclarándose la garganta, hizo una señal para que trajeran el siguiente plato.
No se relacionaría con la hijastra de Grayson de ninguna otra manera que no
fuera como con una invitada respetada.
A pesar de que esa noche se parecía a una mujer atractiva, no se atrevía a
pasar por alto el hecho de que todavía era inocente, o que su hermanastro en más
de una ocasión durante la comida, lo había mirado como si supiera el camino exacto
por el cual viajaban sus errantes pensamientos.
Tenía pocas dudas de que Grayson había adoptado algunas tendencias
bastante salvajes mientras estuvo en Texas, y él no tenía deseos de ponerlas a
prueba.
- Dígame, señorita Westland, ¿toca el piano? - Preguntó, repentinamente
desesperado por romper el incómodo silencio que flotaba en el comedor.
La mujer, no, la niña… Tenía que entrenar su mente para verla como una
niña, una inocente, una niña ingenua. Pero su mente se negaba a ser entrenada, se
negaba a verla como otra cosa que no fuera la mujer joven y seductora que era…
Levantó su servilleta y tocó cada esquina de su deliciosa boca antes de responder
con una sonrisa vacilante.
- No, mi lord.
- Una pena. ¿El arpa?
Ella negó con la cabeza ligeramente, sus mejillas florecieron a la sombra de
una rosa descolorida.
- No.
- Me temo que trabajar en la granja no les ha dado a los niños mucho tiempo para
aprender las bellas artes - explicó Grayson.
- Ya veo – murmuró tomando un sorbo de vino y mirando a su hermano. - ¿Entonces
te involucras en el trabajo real tú mismo?
- Pagamos trabajadores para trabajar en los campos de algodón. Contratamos
vaqueros para vigilar el ganado y llevarlos al mercado. Pero una buena parte de lo
que hay que hacer, la hacemos nosotros mismos o supervisamos a quienes lo
hacen.
- ¿Las damas también?
- Las damas también - respondió Grayson, casi en un desafío.
Viró su mirada hacia la señorita Westland. Estaba mirando su plato como si
esperara ver la huella de Waterford en el fondo. Mortificada. Ella estaba claramente
mortificada.
- Encuentro esa dedicación admirable - dijo en voz baja. Tímidamente la muchacha
elevó su mirada hasta la suya y le otorgó una sonrisa agradecida que lo hizo desear
no haber instigado la conversación. Tan dulce, tan caritativa, tan mala para él.

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- ¿Lee usted, señorita Westland? - Le preguntó, luchando por mantener la formalidad


en el comedor, cuando tenía un impulso irracional de inclinarse hacia ella y
preguntarle qué podía otorgarle que mantuviera la sonrisa adornando su rostro.
- Oh, sí, me encanta leer.
- ¿Tal vez sería tan amable de honrarnos con una lectura después de la cena?
Sus ojos se iluminaron como si acabara de ofrecerle un cofre lleno de
diamantes, esmeraldas y rubíes.
- Me encantaría leer en voz alta - dijo.
- Espléndido. Han pasado algunos años desde que mi madre nos leía en la
biblioteca durante la noche. Yo más bien lo extraño.
- Supongo que papá también se lo perdió una vez que se mudó a Texas. Él siempre
nos lee después de la cena.
- Grayson nunca fue incluido en nuestra pequeña reunión familiar - dijo.
Ella retrocedió levemente como si él la hubiera abofeteado. No sabía por qué
sentía la necesidad de hablar sin rodeos, de revelar el lado feo de su familia.
- Espero que me perdones mi lord, si hablo con franqueza, pero estoy teniendo
dificultades para ver a tu madre como algo más que cruel.
Su arrebato lo intrigó, no solo porque parecía fuera de lugar ya que se
mostraba claramente mortificada cuando su madre decía lo que pensaba, sino
porque eso le hizo darse cuenta de que su madre podría no haber sido la única
dispuesta a ir a la batalla por Grayson. Esa tarde o en ese momento. Se encontró
preguntándose que podría llevar a Lydia a que reaccionara en su defensa, y con la
misma rapidez descartó el pensamiento fantasioso. Si había algo que él había
aprendido a lo largo de los años, era que no era propenso a recibir la lealtad de las
damas de alcurnia. Y por una buena razón.
- Con la excepción de tu padrastro, toda mi familia es cruel.
- No creo que tú lo seas - dijo ella.
- Créeme. Puedo ser muy desagradable cuando a mi estado de ánimo le apetece.
- No recuerdo que hayas tenido estados de ánimo desagradables cuando eras más
joven - dijo Grayson.
- Todos cambiamos.
¡Caramba! No sabía qué lo había impulsado a decir eso o por qué sentía que
tenía que comportarse de manera irascible. Si no quería cenar con esta gente, no
tendría que haberlos invitado a unirse a él.
- Supongo que como tu padre está enfermo, te perderás la temporada - dijo Lydia en
voz baja, como si probara su estado de ánimo.
- ¿La temporada? –preferiría haber estado disfrutando de un clima más suave ya
que mayo estaba sobre ellos. ¿Pero qué había para perder?
Ella asintió rápidamente y al ver su cara de desconcierto dijo:
- En Londres. Los bailes.
- Ah, sí, la temporada. - Incluso si su padre no estuviera enfermo, dudaba de que
fuera bienvenido en ningún hogar. Los caballeros podrían no saber quién era, pero
muchas de las damas lo reconocerían, y nadie se arriesgaría a decir una palabra
descuidada o una mirada íntima que revelara que habían pasado tiempo en su
compañía y solos. - Sí, me temo que los voy a extrañar este año.
Y cada año por lo tanto.
- Lauren sospecha que esta temporada será la última - dijo.
- ¿Lauren?
- Mi prima. La sobrina de mamá, la hijastra del conde de Ravenleigh.

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- Ah, sí. - La tarea de desentrañar el intrincado tejido de estas familias seguramente


le daría dolor de cabeza. Cambió su atención a Grayson. - El hermano de
Ravenleigh era uno de tus amigos, ¿no es así?
- Kit todavía lo es, de hecho. Ahora representa la ley en Texas.
- ¿Quién hubiera pensado que a esos jóvenes incorregibles les iría tan bien? ¿Qué
hay de Bainbridge?
- Harry posee un salón, un pub, por así decirlo. Es el que proporcionó el whisky que
te envié.
- De hecho eres afortunado de tener tan buenos amigos. - Levantó su copa para otro
sorbo de vino, repentinamente muy consciente de que si Grayson preguntaba por
sus amigos, tendría que admitir fácilmente que no tenía ninguno.
No pudo evitar que su mirada volviera a la señorita Westland. Estaba sentada
con la cabeza inclinada como si hubiera sido debidamente castigada, ya que ella
había intentado entablar conversación con él, y él había dirigido su diálogo hacia
Grayson.
Si la metiera en su cama, podría comunicarse con ella durante toda la noche.
Era menos hábil en la conversación de la cena.
- Señorita Westland, usted estaba diciendo que su prima esperaba que esta
temporada fuera la última -recordó.
La joven le dio la más encantadora de las sonrisas, obviamente contenta de
que le hubiera prestado la más mínima de las atenciones.
- Si mi lord. Ella espera casarse con un caballero muy pronto. - se inclinó hacia él y
le susurró con complicidad - Está muy cerca de ser considerada no casadera.
- ¡Lydia! - Dijo su madre con severidad.
- Bueno, es así, mamá. Tiene veintitrés años. - lo miró con expresión afirmativa -
¿No crees que si no elige a alguien pronto, puede perder toda esperanza de elegir a
alguien en absoluto?
- Creo que si ella es la mitad de encantadora que tú, su edad no importará para
nada. Cualquier hombre se considerará más que afortunado de ser el beneficiario de
sus afectos.
Observó que su pecho subía y bajaba mientras luchaba por no sentirse
aturdida por la adulación. Mucho podría decirse del corte bajo de su modesto
vestido.
- Eres muy amable de decirlo, mi lord.
Casi le recordó que no era amable, solo las palabras habían sido amables,
pero el cálido placer en sus ojos era tan embriagador como su vino.
- Supongo que tengo mis momentos.
Y necesitaba asegurarse de tener menos de ellos. La señorita Westland
mirándolo como estaba haciéndolo ahora podría inducirlo a olvidar los errores del
pasado y, al hacerlo, destruirlos a los dos.

*-*

Estaba sentada en la biblioteca, emocionada. Las paredes tenían al menos


dos pisos de altura, con un balcón a lo largo de dos de ellas, a medio camino entre
el piso y el techo. Una escalera subía en espiral hasta el rellano y en el segundo

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nivel, una escalera con ruedas, brindaba acceso a los estantes que se encontraban
cerca del techo.
Y libros. Recordaba la emoción que había experimentado la primera noche
que su padrastro había compartido su único libro: Ivanhoe con la familia. Y allí, una
increíble cantidad de libros encuadernados en cuero, se alineaban en los estantes.
Un inmenso escritorio se ubicaba en un extremo de la habitación y una sala
de estar ocupaba el área frente a la gran chimenea que dominaba la parte inferior de
una de las paredes.
Se imaginaba todas las noches a los residentes de la mansión acurrucados
en sus sillas frente a un fuego acogedor, después de haber seleccionado una lectura
atrapante. La abundancia de buena fortuna que había caído sobre estas personas
era abrumadora.
Sin embargo, a pesar de todos los ropajes y posesiones que los rodeaban,
aún no había visto reír al marqués, ni siquiera sonreír. Estaba sentado en un sillón
frente a ella, mientras sus padres compartían un sofá ubicado junto a su silla. El
marqués parecía terriblemente aburrido mientras escuchaba a su padrastro contar
varios aspectos de su aventura ganadera.
Escuchó el clic de la puerta al abrirse detrás suyo, pero se negó a darse
vuelta, no daría ninguna indicación de su curiosidad. Una verdadera dama no
exhibía una curiosidad vulgar.
El marqués simplemente levantó una mano e hizo un gesto para que alguien
entrara, apenas apartando la mirada de su padrastro. No la había mirado desde que
habían entrado a la habitación. Sintiéndose tonta y carente de interés, deseó no
haber aceptado pasar la noche en su compañía.
Sintió pasos sigilosos y un susurro silencioso. Miró por encima del hombro y
vio a media docena de sirvientes jóvenes rodeando a su hermano y hermana. En su
sorpresa, dijo bruscamente:
- ¿Qué están haciendo aquí?
- Ellos dijeron que se suponía que podíamos venir - respondió Sabrina, señalando
con el dedo a los sirvientes.
- Debo disculparme, señorita Westland. Cuando le pregunté si leería, me olvidé de
aclarar que mis sirvientes se unirían a nosotros - dijo el Marqués - Espero que no le
moleste. Los más jóvenes, en particular, disfrutan mucho escuchando.
- No, por supuesto, no me importa - dijo, obligándose a sonreír. Había esperado
deslumbrarlo con su lectura, pero no había esperado una gran audiencia.
- ¿Pasaste la prueba, Lyd? - Preguntó Sabrina mientras saltaba hacia adelante y se
acomodaba en una silla grande, a su lado.
- ¿Qué prueba? - preguntó su madre.
El calor inundó su cara, y descubrió que finalmente había captado toda la
atención de Rhys. Pero en ese momento, no la quería. Sacudió la cabeza y dijo:
- Nada.
- Lyd estaba haciendo una prueba esta noche - anunció Sabrina. – Ella quiso
morirse, cuando la mirada de Rhys se intensificó como si quisiera descifrar este
extraño anuncio. - Estaba estudiando sus libros antes de la cena.
Interrumpió a su hermana.
- Hablando de libros, estoy lista para comenzar a leer cuando quieran.
El marqués tomó un libro de la mesa que estaba junto a él, se levantó, lo dio
vuelta y se lo entregó.
Ella lo observó y luego miró a Rhys.

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- Mark Twain. Pensé que preferiría autores británicos.


- Encuentro que sus obras son apasionantes. Si me disculpan, ahora deseo pasar
algo de tiempo con mi padre. Realmente aprecio su disposición a leerles a mis
sirvientes señorita Westland. Un capítulo o dos deberían ser suficientes por esta
noche.
La decepción se estrelló dentro suyo al darse cuenta de que obviamente la
habían despachado.
- Estoy feliz de complacer.
Se puso de pie, y los sirvientes rápidamente se reunieron frente a ella,
sentándose en la gruesa y exuberante alfombra a sus pies.
- Me reuniré contigo, si no tienes objeciones - dijo su padrastro.
- Ninguna en absoluto - murmuró el Marqués, se inclinó levemente.
- Damas, fue un placer cenar con ustedes esta noche. Ahora, les deseo buenas
noches.
Lo vio alejarse de la habitación. Su padrastro rozó un beso en la mejilla de su
madre antes de seguir a su hermano.
- Su Señoría llegó hasta el capítulo diez anoche - dijo un joven, con la voz rizada por
la impaciencia.
Ella lo miró. Probablemente solo tenía un año o dos más que Colton, pero sus
ojos marrones parecían mucho más viejos.
- ¿Su señoría les lee?
- Todas las noches - respondió. Los otros sirvientes inclinaron la cabeza. Algunas
chicas parecían tener unos pocos años más que Sabrina.
- William vino y nos avisó que era hora de venir - dijo Sabrina, como si el niño
sentado a su lado, el que había hablado recientemente, fuera la más maravillosa de
las creaciones. - Nos contó sobre lo que ya les habían leído.
- Eso hice - dijo el niño.
- Bueno, intentaré hacer un trabajo tan bueno como su señoría.
Abrió el libro en la página que había sido marcada con un hilo de seda, y se
preguntó qué clase de hombre podía parecer tan distante, y aun así se tomaba el
tiempo de leerle a sus sirvientes.

*-*

Estaba sentado en la habitación apenas iluminada, la lámpara con su llama


baja, descansaba sobre la mesa junto a la cama de su padre. Las cortinas estaban
cerradas, como si alguien temiera que un punto de luz de luna sirviera para que la
habitación no fuera tan sombría. Y que eso diera indicación de que no estaban al
borde del luto.
Solo había esperado unos minutos a solas con su padre, pero no podía culpar
a Grayson por querer pasar más tiempo con el anciano. Después de todo, para
todos los efectos, había sido exiliado estos últimos quince años. Tenía mucho para
ponerse al día, y los momentos lúcidos de su padre eran pocos.
Grayson estaba sentado en una silla en el lado opuesto de la cama. No
habían hablado desde que salieron de la biblioteca, y la mirada de su hermano rara
vez se apartaba de la cara de su padre. Le resultó difícil encontrar consuelo en la

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incómoda situación. A decir verdad, la comodidad le era tan extraña, como la tierra
en la que ahora residía su hermano, al otro lado del océano.
- ¿Tienes la intención de permitir que la señorita Westland experimente una
temporada aquí? - le preguntó en voz baja, aunque dudaba de que ningún ruido
perturbara el sueño profundo de su padre.
Grayson volvió su mirada hacia él y sus cejas se juntaron.
- No había contemplado hacerlo. ¿Tienes alguna razón para preocuparte?
- Es solo que ella parecía expresar interés en hacerlo. Creo que no necesitaría más
que un baile o dos para engancharse a un hombre distinguido.
- Ella no podría ser más mi hija mía si la hubiera engendrado.
- Eso es obvio.
- Es igualmente obvio que tienes interés en ella.
- Te aseguro que la veo como nada más que mi invitada. ¿Te gustaría que la
ignorara?
- Quiero que reconozcas que está lejos de ser mundana. Fortuna es una ciudad muy
pequeña y Lydia no tiene experiencia en los coquetos juegos que se juegan aquí. No
quisiera que la lastimaran, ni que le rompieran el corazón.
- Ella es extremadamente encantadora. Pero te aseguro que nunca explotaré su
inocencia.
Con un profundo suspiro, Grayson se pasó las manos por el pelo.
- Mis disculpas. Ha sido un día largo. Todo hombre debería ser bendecido y
maldecido con una hija. Es difícil verla como una mujer y reconocer los
pensamientos espeluznantes que a menudo se encuentran en las mentes de los
hombres.
Él desvió la mirada. Grayson sin duda estaría horrorizado de conocer sus
exactos pensamientos. Aunque no los clasificaría como espeluznantes. Sino que se
inclinarían más hacia lo sensual. Erótico. Agradable. Estaba agradecido de que sus
recámaras estuvieran a un ala de distancia, de la de sus invitados.
- Supongo que una vez que entres en los zapatos de Padre, tienes que pensar
seriamente en el matrimonio - dijo Grayson especulativamente.
Volvió su atención a su hermano.
- No había planeado hacerlo.
- Necesitarás un heredero.
- Estoy seguro de que un estudio del árbol genealógico descubrirá un primo lejano
en alguna parte, que será suficiente para ese fin.
Grayson se inclinó hacia delante, apoyando los codos en los muslos.
- No puedes hablar en serio.
- Lo hago.
- Pero tienes una responsabilidad…
- ¿Para qué? - Se levantó de la silla y comenzó a caminar. - ¿Para hacer a una
mujer miserable? Mi madre nunca conoció un día de felicidad. Y Annie, cariño, dulce
Annie...
Le dio la espalda a su hermano y envolvió su mano alrededor de la columna
de la cama. Pensó que su pecho podría explotar cuando los dolorosos recuerdos lo
inundaron.
- Annie era la esposa de Quentin, ¿no? - Preguntó Grayson en voz baja.
Tragando saliva, asintió.
- Padre me escribió cuando ella murió.
Lo enfrentó.

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- ¿Compartió los detalles?


- No.
Torció los labios en una sonrisa cínica.
- Confía en Padre para evitar la realidad de la situación. Tal vez estaba tan fascinado
con tu madre, porque vivía en el escenario un mundo tan alejado de este. Sin duda,
deseaba unirse a ella en el reino de la fantasía.
- ¿Cómo murió Annie?
Bajó la mirada, aumentando el dolor en su pecho.
- Ella se quitó la vida.
- El matrimonio con Quentin no pudo haber sido agradable.
No, él estaba seguro de que no lo había sido. A menudo la había atrapado
llorando en el jardín, y aunque se había negado a admitir que Quentin era la causa,
a él no se le ocurría ninguna otra explicación. De vez en cuando, en su casa
londinense, donde sus habitaciones se encontraban pegadas, creía haber oído a
Annie ahogada en llanto durante toda la noche. Pero también estaba seguro de que
las crueldades de Quentin palidecían en comparación con las suyas.
Negó con la cabeza reconociendo lenta y dolorosamente la verdad que hasta
ese momento solo había compartido la familia inmediata, los que habían leído las
palabras que había escrito en sus últimos momentos en un pergamino.
- Quentin no la obligó a hacer lo impensable. Yo sí. - La confesión le dejó un sabor
amargo en la boca. Pensó que podía ponerse enfermo, tan enfermo como lo había
estado la noche en que Annie murió. Odiando el pesado silencio, miró a Grayson. -
¿No tienes nada que decir? ¿No hay condena?
- En base a lo que estoy viendo, sospecho que recibiste suficiente de eso cuando
sucedió. ¿Qué hiciste exactamente para que ella se quitara la vida?
Sus labios se torcieron en una sonrisa irónica.
- La amé.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Capítulo 5

Una verdadera dama debe conversar alegremente sobre asuntos agradables que
no ofrezcan ninguna oportunidad para ofender al oyente.
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
Incapaz de dormir, miró las sombras que se agazapaban en las esquinas de
su dormitorio. No era exactamente cómodo ya que el entorno era desconocido,
Sabrina había pedido compartir su cama esa noche. A ella no le había importado.
Encontraba consuelo en la suave respiración de su hermana y en su pequeño
cuerpo acurrucado contra su espalda. Para Sabrina, los sueños sin duda habían
llegado poco después de cerrar los ojos.
Sabía que debería encontrar consuelo en los suyos con la misma facilidad,
pero la excitación del día aún no había menguado, a pesar de que la decepción se
había abierto paso a través de ella. Aunque su viaje había comenzado como
resultado de una triste noticia, había esperado que el viaje le diera la oportunidad de
ver una parte del mundo de la que solo había oído hablar.
Ahora su entusiasmo por viajar a Londres había disminuido. Repetidamente
había cometido errores durante toda la tarde y noche. Rhys a menudo la había
ignorado. Estaba segura de que estaba acostumbrado a una conversación más
ingeniosa y animada. Habían pasado años desde que se había sentido como una
niña tratando de ver el mundo de los adultos. Sabía que fracasaría miserablemente
en Londres.
Dejando las mantas a un lado, se levantó de la cama, tomó su bata se la
puso. A pesar de lo grande que era esa casa, de repente sintió que se cerraba sobre
ella.
Caminó descalza hacia la puerta. En silencio, la abrió y miró el pasillo. Nadie
se movía. Pero entonces, ¿por qué lo harían? Era mucho más allá de la
medianoche.
Arrastrándose por el pasillo, se acercó al dormitorio del duque. Se preguntó si
Rhys seguiría en el cuarto de su padre. Su padrastro había regresado a la biblioteca
poco antes de irse todos a dormir. Parecía más demacrado que nunca.
Casi había llegado a la escalera cuando escuchó un gemido bajo procedente
del dormitorio del duque. ¿Alguien estaba con el hombre ahora? Seguramente no lo
habían dejado solo en su débil estado.
Se preguntó si debería buscar a su padrastro para que viera cómo estaba.
Pero no podía molestarlo, si existía la más mínima posibilidad de que ya estuviera
dormido. No creía que hubiera dormido bien desde que recibió la noticia de la salud
deficiente de su padre.
Seguramente nadie la culparía por mirar si el Duque se hallaba bien. Si existía
un problema, estaba segura de que podría encontrar un sirviente en algún lugar de
la casa. Y si no, entonces, despertaría a su padrastro.
Colocando una mano en la fría perilla, la giró lentamente, en silencio. Al abrir
la puerta, fue recibida por la abrumadora fragancia de demasiadas flores. Habría

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

abierto una ventana para dejar entrar un poco de aire fresco, pero la escena que
encontró más allá de las sombras la cautivó.
Con la llama baja de la lámpara sobre la mesa junto a la cama arrojando un
halo alrededor de su cabeza inclinada, Rhys sostenía la mano de su padre. Una
pose desgarradora, un hijo con su padre en las últimas horas.
Se sentía como una intrusa y, sin embargo, no podía irse.
Varias veces durante sus encuentros con el hombre, había pensado que
parecía ser una figura solitaria, solo dentro de su propia familia. Parecía incluso más
en ese momento.
Quería que supiera que no estaba solo. Que venían para ofrecerle su apoyo y
su fortaleza. Como familia, soportarían esos tiempos problemáticos. Juntos lo
superarían.
Entró silenciosamente en la habitación, con la intención de acercarse y
ofrecerle consuelo, pero la visión del hombre marchito y frágil que yacía en la cama
la detuvo. Este hombre era el padre de su padrastro. No se parecía en nada a él,
seguramente no se parecería en nada al gran noble que debió haber sido alguna
vez.
- ¿Padre? - Rhys presionó en voz baja.
Le pareció detectar que el Duque movía la cabeza casi imperceptiblemente.
¿Estaba despierto o simplemente reaccionando al barítono tono de la voz de su
hijo?
- Padre, no sé si puedes oírme, pero te lo ruego, no dejes este mundo sin decirle a
mamá que la amas. Incluso si las palabras son falsas, te imploro que se las digas.
Ella te ha servido fielmente todos estos muchos años. Y a pesar de sus fallas, de las
que sé que hay muchas, tiene un gran sentimiento hacia ti. Si lo haces, te juro que
me aseguraré de que Grayson reciba todas las propiedades que no estén
relacionadas al título. Le daré todas las cosas que la Corona no ha prohibido
expresamente. Todo lo que atesoras, se lo daré. Él siempre será bienvenido aquí y
no deseará nada.
- Él no quiere nada - dijo en voz baja.
Rhys giró la cabeza para mirarla, parada al pie de la cama, su mano
envolviendo el poste que sostenía el pesado toldo. Ella no recordaba haberse
acercado a la cama. Solo sabía que la voz suplicante de Rhys la había atraído hacia
él.
Se levantó de la silla como un hombre poseído. Sin decir una palabra, la
agarró del brazo y la sacó de la habitación. Su agarre era firme, pero no doloroso. La
furia brillaba en él.
Esperaba que la liberara tan pronto como salieran al pasillo. Para gritarle y así
despertar a su padrastro. En lugar de eso, bajó las escaleras y la llevó consigo. Con
los dedos de los pies bailando sobre los escalones, luchó por mantenerse al ritmo de
sus rápidos pasos.
Cruzó el vestíbulo. La puerta de entrada. Los escalones de piedra hasta el
camino adoquinado.
Finalmente se le ocurrió que no tenía intención de detenerse hasta escoltarla
fuera del país.
Ella se soltó.
- ¿Qué demonios creías que estabas haciendo? - Exigió, girándose hacia ella y
mirándola como a un animal acorralado. - ¿Qué derecho tenías para entrometerte en
un momento privado con mi padre?

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Antes de que pudiera contestar, nuevamente le aferró el brazo y la alejó aún


más de la casa, lejos de oídos y miradas indiscretas, que pudieran ser testigos de su
arrebato y juzgarlo como indigno. La estaba tratando como un hombre
extremadamente afectado, un hombre que necesitaba distancia para reconstruir las
paredes que había bajado en el dormitorio de su padre. Ciertamente parecía
decidido a alcanzar los límites del territorio.
- ¿Mi lord? - Sus pies se deslizaron primero, sobre los fríos adoquines y luego sobre
la hierba fresca, que parecía terciopelo bajo sus plantas. Sentía tanto frío como en la
casa, incluso mucho más, ya que allí entendía medianamente las reglas. En el
hogar, residía su fuerza. - ¿Blackhurst? - Vio que estaban cerca del estanque. Las
lámparas a cada lado del puente proporcionaban un débil resplandor que se
reflejaba en el agua negra. - ¿Rhys? - clavó sus talones y se echó hacia atrás. El
fuerte agarre se aflojó, y agitando los brazos, perdió el equilibrio y aterrizó en el
suelo muy poco femeninamente y con un sordo ruido.
Él se giró.
- No tenías derecho.
Su voz era tranquila, lo suficientemente calmada como para ser intensamente
aterradora. Como si hubiera acumulado toda su ira, pero a la que en cualquier
momento le daría libertad. Como la calma antes de la tormenta. Había vivido
suficientes huracanes como para saber que los momentos más espantosos llegaban
justo antes de que la furia se desatara.
Pareciendo débil cuando no lo era, tumbada sobre su trasero, no era el lugar
donde ella quería que la vieran. Rápidamente se puso de pie, muy consciente de su
estado desaliñado y de que su ropa de dormir se pegaba a su cuerpo con la brisa.
- Estaba preocupada. Escuché un ruido…
Él dio un paso hacia ella.
- No tenías derecho a meter la nariz en mis asuntos.
- ¡Bien, perdón a todos en el infierno por preocuparme por tu padre!
Pareció momentáneamente sorprendido. Como si le hubiera arrojado un balde
de agua fría. Giró sobre sus talones, dio dos pasos alejándose y luego se volvió
hacia ella.
- ¿Perdón a todos en el infierno? ¿Qué diablos significa eso?
Sonaba realmente desconcertado. Más importante aún, su voz ya no tenía el
borde duro de la ira.
Haber usado malas palabras la avergonzó profundamente. Odiaba volver a
sus raíces, no se parecía para nada a la refinada joven que quería ser.
- Significa que lo siento. No quise inmiscuirme. Escuché un gemido y pensé que tal
vez tu padre necesitaba algo - se apresuró a explicar.
- Él tiene que enderezar las cosas.
- ¿Decirle a tu madre que la ama? - Se atrevió a preguntar.
- Ese sería un buen lugar donde comenzar- Soltando un profundo suspiro, se pasó
los dedos por el pelo. - ¿No estás calzada?
De repente se dio cuenta de cuán frío estaba el aire y el suelo.
Supuestamente debería haberse puesto zapatillas, pero no se le había ocurrido que
iría al exterior, solo quería alejarse de su habitación por un rato. Una idea extraña
cuando ya estaba a miles de kilómetros de la casa.
- No esperaba que me alejaran corriendo de la casa.
- No, supongo que no. Vuelve ahora. Y confío en que guardarás lo que te has
enterado para ti misma. - Caminó hacia el estanque, ignorándola como había hecho

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la mayor parte del día y de la noche. - Vuelve a la casa…ahora - repitió en voz baja.
No, lo que menos quería era regresar a la casa. Corrió tras él.
- ¿Es ese el estanque en el que se ahogó tu hermano?
- Sí, pero no debes preocuparte, por muy tentadora que sea la idea, no tengo planes
de ahogarme.
- ¿Por qué siquiera lo considerarías? - le preguntó cuándo lo alcanzó.
Él se detuvo abruptamente.
- ¿No puedes comprender que busco soledad?
- No creo que tengas que buscarla. La usas como una mortaja.
Ella caminó hacia el puente curvo y se sentó en la parte inclinada. Levantó las
rodillas y las envolvió con sus brazos para capturar la mayor cantidad de calor
posible. Finalmente lo tenía para ella sola y no estaba dispuesta a volver corriendo a
la casa.
Sintió cierta satisfacción al verlo acercarse desde las sombras. Las lámparas
a cada lado del puente arrojaban un brillo pálido a su alrededor, mientras se quitaba
la chaqueta.
- Puedo escuchar tus dientes castañetear - dijo, mientras cubría con su chaqueta sus
hombros.
Le dio la bienvenida a la calidez que aún conservaba y al aroma que
impregnaba la tela, mientras se envolvía con ella. Arrodillándose ante ella, él colocó
las manos sobre sus pies.
- Tus pies son como el hielo - murmuró. - Deberías volver adentro.
Pero ella no tenía ningún deseo de regresar a la casa, a su cama. Era una
noche de luna, y finalmente estaba a solas con un hombre que la intrigaba. Su
padrastro no estaba allí para distraer a Rhys. Su madre no estaba allí para
cuestionar nada de lo que dijera.
- ¿Por qué estarías dispuesto a renunciar a tanto, solo para que tu padre le diga a tu
madre que la ama? – le preguntó.
- ¿Sabes lo que le hizo la curiosidad al gato? - preguntó.
- No soy un gato - le aseguró.
- De hecho, no lo eres.
Girando, se sentó con la espalda contra la pared del puente y colocó los pies
de ella sobre sus muslos. Muslos firmes Lo suficientemente calientes como para que
su calor penetrara a través de los pantalones para eliminar el frío de sus pies. Le
pasó las manos por las plantas y por los tobillos, envolviendo su piel con un calor
más que delicioso.
- ¿Qué haces a medianoche, mi pequeña soñadora? - Preguntó en voz baja.
Mi pequeña soñadora. No era exactamente, mi cielo, mi querida o mi amor,
pero por ahora tenía la atención de un marqués inglés, y no iba a desperdiciarlo
deseando más.
- ¿Por qué me llamas soñadora? – le preguntó.
- Es simplemente una impresión que tengo de ti. Ahora responde mi pregunta.
- No podía dormir.
- Supongo que no debe ser tan tarde en casa… en Texas. ¿Estarías volviendo de
los campos, a esta hora? - Preguntó.
- No, hubiera vuelto antes. Estaría ayudando a mamá a preparar la cena - admitió.
- ¿Te molesta realizar esa tarea?
- No es exactamente como una mujer quiere gastar su tiempo.
- ¿Y cómo le gusta gastarlo? ¿Con galanteos y mimos?

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Creyó detectar desaprobación en su voz. ¿No era la aristocracia conocida por


su ociosidad? En sus cartas, Lauren ciertamente había indicado que los aristócratas
preferían la diversión.
- Soy real y terriblemente aburrida - admitió. - Prefiero hablar de ti.
Sus manos se aquietaron.
- ¿De verdad? Nunca he conocido a una mujer que pensara más allá de ella misma.
- Supongo que, como tu padre es un duque, conoces a muchas mujeres.
- He conocido una parte justa.
- Mary mencionó que siempre estaba arreglándoles el pelo después de que te
visitaban…
- ¡¿Qué?! - Los dedos se clavaron en sus plantas. - ¿Qué dijo ella exactamente?
- Solo que a menudo les arreglaba el cabello. O algo parecido a eso. Supuse que
después de llevarlas a dar un paseo por el parque o de pasear por el jardín, el
viento les desordenaría el cabello.
- Ah, sí, así es. Tendré que hablar con Mary sobre guardar las indiscreciones de su
amo para ella.
- No fue mi intención meterla en problemas.
- No tengo intención de castigarla, si ese es tu miedo. Ella solo ha estado a mi
servicio por un corto tiempo, todavía tiene que aprender el valor del silencio.
- Tu madre no piensa muy bien de tus sirvientes.
- Sí, bueno, hay mucho sobre mí de lo que tiene una muy baja opinión. - comenzó a
frotarle los pies otra vez. - Todos tenemos nuestras cruces que soportar, y te pediría
nuevamente, que no repitas lo que escuchaste en el dormitorio de mi padre.
- Nunca se me ocurrió decirle a nadie.
- Pensé que el chisme era el pasatiempo favorito de una dama.
Recordó lo doloroso que había sido escuchar a las mujeres de la ciudad
hablar sobre su madre y Grayson, incluso después de que se casaran.
- Desprecio el chisme y no participo en su práctica.
- Entonces eres una dama rara, de hecho.
No estaba segura realmente, de si la había felicitado o si se estaba burlando
de ella. No se sentía cómoda coqueteando con él y, sin embargo, quería dominar el
arte del coqueteo antes de viajar a Londres. Ciertamente no podía practicar con
Colton.
- No creo que sea rara en absoluto.
- Entonces no estás familiarizada con lo que es común. - Él se relajó hasta que sus
rodillas descansaron contra sus muslos. - ¿Las señoras de Texas no piensan nada
sobre estar a solas con un hombre a medianoche? - Preguntó en una voz tan
provocativamente baja que ronroneó bastante con promesas no expresadas.
- Yo también me lo pregunto - admitió con franqueza.
Por primera vez desde su llegada, vio una verdadera sonrisa cruzar su rostro,
una sonrisa que borró el cinismo que parecía ser parte de él. Ella lo había
considerado guapo cuando lo vio por primera vez. Pero cuando mostraba una
sonrisa como esa, era devastadoramente hermoso.
- ¿Y qué te preguntas? - Preguntó en voz baja.
- Me pregunto si los hombres me encontrarán defectuosa.
- Créeme, señorita Westland, ningún caballero te encontrará defectuosa.
- Me pregunto si un beso me robará la respiración.

*-*

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Lorraine Heath

- Fascinante.- La conversación ciertamente no había ido en la dirección que él había


esperado, y se dio cuenta demasiado tarde de que tener a Lydia sola, a la luz de la
luna, en su falda, no era una acción inteligente. Especialmente cuando ella,
obviamente, acababa de levantarse de la cama. Estaba muy tentado de llevarla a la
suya y unirse a ella. - ¿Son todas las damas de Texas tan sinceras como usted al
revelar sus pensamientos? – le preguntó.
- La mayoría lo son. Supongo que no debería serlo. Especialmente si quiero jugar
los juegos que se juegan aquí.
- ¿Qué sabes de nuestros juegos?
- Solo lo que leí en los libros y en las cartas de Lauren. No es lo mismo que
experimentarlo.
No estaba seguro de cuándo sus manos habían dejado de pasar por las
plantas de sus pies, llegando hasta los tobillos y un poco más arriba. Recordaba a
Grayson advirtiéndole que Lydia no estaba acostumbrada a los juegos que se
jugaban allí. Durante los últimos años, con las mujeres a las que había entretenido,
continuamente se había atrevido a romper las reglas. Pero tenía que tener en cuenta
que solamente doblar las reglas con esta en particular, podría hacer que terminara
destrozándole el corazón.
Un riesgo que no estaba dispuesto a correr.
- Cuéntame de tu vida en Texas - exigió, queriendo distraerse, deseando no haber
empezado nunca a frotarle los pies, pero no dispuesto a separarse de la joven.
Ella se encogió de hombros levemente.
- No hay mucho que contar. Papá explicó todo bastante bien durante la cena.
Trabajamos los campos, limpiamos la casa y cocinamos las comidas. Aburrido.
- El vestido que llevabas esta noche no era muy aburrido. - Sus ojos se abrieron un
poco, y pudo sentir que ella estaba complacida con su comentario.- Debes
aprovechar alguna otra oportunidad para ponértelo – murmuró - Y creo que la
ocasión sería realmente emocionante.
Lydia sonrió ampliamente. Estaba agradecido a las linternas y a la luz de la
luna por permitirle verla tan claramente.
- Fue un regalo para mi décimo octavo cumpleaños.
- ¿Hace cuánto tiempo fue eso?
- Dos años.
- ¿Realmente? -Ahora sabía su edad con certeza. Veinte. Demasiado joven para sus
cínicos años.
Le dio la libertad a su mirada de que viajara a lo largo de su cuerpo. Que
tentado estaba de subirla a su regazo y calentarle cada centímetro de piel.
- Encuentro tu mundo fascinante - dijo con una suave voz sensual que transmitía un
toque tintineo gracias a su tonada texana.
Ella hablaba como si no tuviera prisa por pronunciar las palabras. Y entonces
se encontró saboreando cada sílaba, cada inflexión, cada tono. Su inocente discurso
contenía una honestidad que lo atraía.
- Te encuentro fascinante, señorita Westland.
Su respiración se agitó. Y sus ojos se transformaron en límpidas piscinas, con
la capacidad de tragarse a un hombre y hacer que a él no le importara si nunca
volvía a salir a la superficie.
- Somos prácticamente parientes. Podrías llamarme Lydia.

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- No somos parientes en absoluto – le dijo, sin revelar la honesta realidad: que


estaba absolutamente agradecido de que no lo fueran. - Juegas con fuego, cuando
te acercas a un hombre usando nada más que tu ropa de dormir - le informó.

*-*

Ella sentía que no solo estaba jugando con fuego, sino que estaba
completamente rodeada por él. ¿Cuándo la noche se había puesto tan
increíblemente cálida? ¿Cuándo el calor había comenzado a correr a través de ella
como manantiales sofocantes?
- No fue mi intención acercarme a ti en ropa de dormir – le dijo sosteniendo su
mirada, era consciente de que su voz sonaba como si viniera desde muy lejos.
- Tu intención apenas importa cuando te encuentro tan interesante. ¿Tienes alguna
idea de lo verdaderamente encantadora que eres?
- Me ignoraste la mayor parte del día - señaló.
- Ni por un momento. - Las manos abandonaron sus tobillos para acunar su rostro. -
Me tientas, y no he sido tentado en mucho tiempo.
Le resultaba difícil respirar, pensar. Estaba segura de que se suponía que
debería responder con algún tipo de frase ingeniosa, pero no se le ocurría nada
inteligente o interesante.
- Apenas estoy vestida para ser una tentadora.
- Apenas estás vestida para nada. Ese fue tu segundo error.
- ¿Y mi primer error?
- No regresar a la casa cuando te ordené que te fueras.
Antes de que pudiera protestar diciéndole que no era de las que aceptaban
órdenes, él colocó su boca sobre la de ella, exigiendo insistentemente, era la única
orden a la que estaba más que dispuesta a obedecer.
No era una inocente cuando se trataba de besar. Las chaperonas eran
prácticamente inexistentes en Texas. Las señoras iban de picnic con caballeros y
daban paseos en carruajes. Salían a caminar y nadaban en el río. Compartían la
vida y, en ocasiones, compartían un beso.
Nunca había querido alentar a hombres por los que no tenía ningún interés.
Pero tampoco los había desanimado negándoles un beso. Entendía que algunas
cosas de la vida se aprendían mejor haciéndolas, y ciertamente no habría podido
aprender a besar, leyendo un libro.
Pero los hombres que la habían besado no le habían enseñado lo que Rhys le
estaba enseñando hábilmente en ese momento.
Sus labios habían capturado su boca, pero también tentaba a todo su cuerpo
para que participara.
Nunca había experimentado algo así. Rendición completa y total. No
recordaba a Rhys acostándola, pero descubrió que estaba apoyada sobre su
espalda. Solo se dio cuenta que de repente, sus grandes manos le sujetaban la
cabeza y la protegían de la dureza del puente. Sus antebrazos, temblorosos,
estaban apoyados a ambos lados de su cuerpo, mientras la boca continuaba
aplicando magia sobre la suya.
De un lord inglés, habría esperado moderación, algo un poco más apropiado,
más refinado. Ciertamente no habría esperado que él encendiera un fuego
impetuoso en lo profundo de su vientre, que su lengua girara y bailara dentro de su
boca con un salvajismo que rayaba en lo primitivo. O que tuviera el pecho

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Lorraine Heath

presionado contra los suyos, y causara que sus pezones se endurecieran


asemejando sensibles perlas.
En lo más recóndito de su mente, se le ocurrió que lo que estaban haciendo
era completamente inapropiado. Sin embargo, él poseía el poder y la habilidad para
hacer que a ella no le importara. Si los ingleses besaban con tanta pasión, no era de
extrañar que su madre se hubiera casado con uno.
Mientras las llamas del deseo lamían su carne, decidió que no se conformaría
con conocer a los lores de Londres, sino que conquistaría a uno.
Y se dio cuenta de que el que tenía entre sus brazos, podía ser una excelente
elección. Algo había surgido entre ellos en el momento en que se encontraron en las
escaleras. Algo que necesitó poco más que un beso, para convertirse en un infierno
tempestuoso. Nunca en su vida había experimentado las sensaciones tumultuosas
que sentía ahora.
Movió su cuerpo contra el suyo, pasó un pie desnudo a lo largo de la
pantorrilla masculina. Arrastró las manos por su espalda, por sus hombros, y por sus
fuertes brazos, esos brazos que lo sostenían encima de su cuerpo, mientras que ella
quería que la aplastara con su peso.
Escuchando la ronca respiración de Rhys haciendo eco a su alrededor, sintió
como apartaba su boca de la de ella, y le decía:
- Regresa a tu dormitorio, Lydia.
Extendiendo una mano, tocó la fuerte espalda y le dijo:
- Rhys.
- ¡Hazlo ahora! - Se puso de pie y la miró. - O por Dios, te juro que te llevaré al mío.
Su corazón golpeó dolorosamente contra las costillas, mientras su estómago
se agitaba con temor.
- ¿Es eso una amenaza?
- Es una promesa. Una promesa que juro que no querrás que cumpla.
Ella se puso de pie y lentamente comenzó a alejarse de él.
- No me lastimarías.
- No, intencionalmente no. Pero eso no significa que no te cause dolor. ¡Ahora corre!
Él se abalanzó sobre ella, que giró sobre sus talones y corrió hacia la casa.
Recorrió una buena distancia antes de atreverse a mirar hacia atrás. Estaba de pie
en el puente, con la cabeza inclinada, mirando hacia las oscuras aguas que
descansaban debajo.
La mujer dentro de ella le gritó que volviera con él. Pero la dama insistió en
que continuara. No tenía miedo de él, sino de sí misma, de lo que estaba sintiendo.
Estaba increíblemente tentada de dejarlo cumplir su amenaza.

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Lorraine Heath

Capítulo 6

Lydia Westland era una tentación que cualquier hombre en su sano juicio
encontraría difícil de resistir. Pero para un hombre que había estado sin una mujer
en su cama, durante varios largos meses...
Se sentó a la mesa, mirando sus fríos huevos escalfados. Siempre se había
enorgullecido del dominio de sus instintos más básicos. Él podía complacer a una
mujer y, si era necesario, abstenerse de experimentar su propia satisfacción.
Para él, hacer el amor era una forma de arte, una serie de movimientos bien
coreografiados, diseñados para mejorar las sensaciones, estimular y excitar. Pero
sabía cómo mantenerse a distancia. El director, protagonista y encargado de la
producción, viendo desde el palco, pero nunca participando completamente en la
obra.
¿Por qué Lydia Westland lo había hecho sentir como un león que se había
abalanzado sobre su presa, una bestia que aún no había sido domesticada? ¿Por
qué ella lo había hecho sentir como si estuviera audicionando para un papel que no
deseaba interpretar?
Era la más dulce de las criaturas. Durante su beso, se había perdido,
completa y absolutamente, a la deriva en el mar de su inocencia. Sus suspiros y
gemidos habían encendido pequeñas chispas dentro de él que lo había abrasado
rápidamente. Sus propios gemidos habían llenado la noche, haciendo eco a su
alrededor, como el gruñido de un animal que buscaba a su pareja, imponiendo un
reclamo primario. Quería declararla como suya: poseer su corazón, su cuerpo, su
alma.
- El médico se veía bastante preocupado cuando salió de la habitación de padre esta
mañana - dijo Grayson mientras tomaba su lugar en la mesa.
Levantó la vista. Tan absorto en sus pensamientos, no se había dado cuenta
que su hermano había entrado al comedor y que ya había cargado su plato con las
ofrendas del aparador.
- Sí, bueno, el viejo Fitzhugh siempre luce sombrío - le aseguró. - No me preocuparía
demasiado. No se habría ido si hubiera pensado que este sería el último día de
padre.
- No sabía que la muerte cumplía un cronograma.
- Tienes toda la razón. Me equivoqué. Supongo que todos debemos enfrentar lo
inevitable a nuestra manera. - Ansioso por cambiar de tema, dijo: - Te ves como si
hubieras descansado bien.
-Y tú te ves como si no lo hubieras hecho.
Un eufemismo. Había yacido en su cama con el aroma de Lydia todavía
llenando sus fosas nasales, la sensación de su suave piel como un recuerdo contra
las yemas de sus dedos, el sabor de sus labios permaneciendo en su lengua para
ser saboreado por más tiempo. Se movió en la silla en un esfuerzo fútil por aliviar el
dolor que se negaba a desaparecer. Él nunca había estado obsesionado con las
mujeres. Lo usaban. Él las usaba. Ese era el camino correcto.
- Simplemente tengo un problema en mente - murmuró.
- ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? - Preguntó Grayson.
Toma a tu hijastra y vete de aquí.
- No, pero aprecio tu oferta.
- No estoy acostumbrado a una vida de ocio, Rhys. Aunque tengo la intención de
visitar a padre a menudo, también estoy bastante seguro de que los visitantes

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frecuentes lo cansan. Entonces, si hay algo que pueda hacer para aliviar tu carga,
me gustaría ayudar.
- Tendré en cuenta tu oferta. Supongo que padre estuvo despierto esta mañana.
- Por un corto tiempo, sí. Se durmió antes de que pudiera llevarle a los niños. Pero
fue bueno tener unos minutos con él.
- Sus momentos de lucidez son raros. Me alegra que sepa que estás aquí. -
Desplegó el periódico y miró inexpresivamente las palabras que parecían correr
juntas, una serie de letras que no tenían sentido. Apenas podía concentrarse por
pensar en Lydia. A la luz de la luna, en la biblioteca, durante la cena. Había sido
consciente de cada movimiento, cada suspiro, cada sonrisa. Ella lo perturbaba, y él
no era alguien a quien le agradara sentirse inquieto. - Supongo que te mantendrás
bastante ocupado defendiendo a Lydia de los jóvenes - dijo con ligereza.
- Ella tiene algunos pretendientes, pero apenas muestra un poco de interés por
ninguno de ellos, para su decepción eterna, debo agregar. Ella y Abbie deberían
llegar en cualquier momento.
Dejó el periódico a un lado. Su silla raspó el suelo mientras se ponía de pie y
decía:
- Si me disculpas, necesito ocuparme de algunos asuntos.
Salió de la habitación, un hombre inclinado a escapar.

*-*

Estaba sentada en una habitación alegre que el mayordomo había


identificado como la sala de la mañana. También le había asegurado que la duquesa
rara vez usaba esa habitación, por lo que no tenía que preocuparse de que la
molestaran.
Sabrina estaba durmiendo la siesta, no se había recuperado del largo viaje.
Ella sabía que probablemente debería descansar también, pero no quería
desperdiciar un solo momento en dormir.
Su padrastro los había llevado a todos a la alcoba del duque poco después de
desayunar, pero no se había despertado mientras estuvieron allí.
Se entristecía cada vez que se daba cuenta de que nunca tendría la
oportunidad de hablar con ese hombre. Esperaba que al menos tuviera la ocasión de
conocer a Colton y Sabrina.
El tamaño inmenso de la casa los ayudaba a alejarse de la habitación del
enfermo y a olvidarlo fácilmente. El hecho de que ninguno de ellos fuera necesario, o
realmente deseado, hacía que a menudo pasara por alto el motivo por el que habían
viajado. Aunque sus padres les habían explicado antes de salir de Texas que no
esperaban que pasaran el tiempo con ojos de cachorro, ella aún se sentía culpable
cada vez que se escapaba para tener unos minutos para sí misma.
Ahora estaba tratando de concentrarse en leer su libro, pero los esfuerzos
eran inútiles. Había memorizado tantas pequeñas reglas: cómo se dejaba una tarjeta
de visita, que ella no poseía, cuando era apropiado usar guantes, cuando una debía
ponerse un sombrero. El problema era que, a pesar de todas las reglas que conocía,
no sabía exactamente cómo ponerlas en práctica. El estudio la había preparado para
gran parte de lo que experimentaría allí, pero rápidamente había descubierto que

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

muchas sutilezas aún le eran desconocidas. Algo que no había considerado cuando
estaba a medio mundo de distancia, pero algo que ahora le resultaba obvio.
Su madre habría tenido una conmoción si la hubiera visto la noche anterior,
usando solamente ropa de dormir y paseando por el césped con Rhys. Y si la
hubiera visto en el puente con el marqués sobre ella, devorando su boca...
Ventiló su rostro acalorado e intentó borrar el recuerdo que no deseaba
olvidar.
Lo que había sucedido la noche anterior no se podía repetir. No en
Harrington, no con Rhys. Mientras él decía estar intrigado por ella, y ella estaba
completamente fascinada con él, estaba bastante segura de que no podía esperar
más que miseria si se uniera con esa familia, donde la duquesa odiaba tanto a su
padrastro. No, definitivamente había empezado mal con Rhys. Necesitaba
prepararse para una posible estancia en Londres.
Tan pronto como el mayordomo trajera el té, comenzaría a practicar. Mientras
tanto, volvió la atención a su libro y a memorizar más reglas que probablemente
nunca tendría la oportunidad de poner en práctica. Pero al menos concentrarse en
ellas distraía su mente del marqués y de lo inapropiado que había sido su
comportamiento la noche anterior.
Lo último que quería era verse envuelta en algún tipo de escándalo. La
experiencia de su madre con Grayson Rhodes le había enseñado eso.
Por extraño que pareciera, la sociedad inglesa y todas sus reglas la atraían.
No se dejaba ningún comportamiento al azar. La etiqueta dictaba cada acción.
Parecía un mundo tan seguro, un mundo donde los hombres de rango estaban tan
ansiosos por evitar el escándalo como las mujeres.
El nacimiento de Grayson Rhodes lo había excluido de ese nivel superior. Ella
estaba segura de que dentro de la alta sociedad londinense, una dama estaría
protegida a toda costa. Quería profundamente lo que la Duquesa poseía: respeto. Y
eso venía con la posición de uno, independientemente de las acciones de uno.
Solo podría lograr eso al conquistar Londres.

*-*

Pasó las primeras horas del mañana, recluido en su estudio. Repasó los libros
mayores y estudió las copiosas notas que su padre había hecho algunos meses
antes sobre las mejoras que deseaba hacer en Harrington.
Luego se encontró con el Sr. Willis. El hombre era casi tan viejo como su
padre e igualmente seguro sobre lo que se debía hacer. Había supervisado
Harrington mucho antes de que él fuera una desilusión a los ojos de su padre o una
maldición en los labios de su madre.
Que el Sr. Willis no comprendiera la importancia de la tecnología moderna era
solo un poco inquietante. Que fuera casi sordo, ciego de un ojo y que sufriera de un
reumatismo, extremadamente doloroso cada vez que se movía, era una mezcla por
demás de desconcertante.
Tendría que reemplazarlo pronto, y esa acción no encajaría bien con aquellos
que le tenían lealtad al hombre. Siempre había sido muy querido y trataba a los
trabajadores de manera justa. Lo mantendría en su puesto un poco más, los
cambios rara vez eran bienvenidos, y esperaba mantenerlos al mínimo, .ya era

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Lorraine Heath

suficientemente desafortunado que todos tuvieran que acostumbrarse a un nuevo


duque.
Estaba paseando por la casa, reflexionando sobre su dilema, cuando pasó
por la sala de la mañana. Por lo general, la encontraba en penumbras y a oscuras,
debido a las pesadas cortinas que nunca se retiraban, de alguna manera lo sombrío
de la sala era reconfortante. Pero esa mañana, sin embargo, la habitación estaba
inundada de luz exterior. Los arco iris danzaban sobre las paredes, reflejándose en
los cristales de las lámparas a cada lado del sofá. A través de los postigos de las
puertas cerradas, pudo ver a Lydia sirviendo té.
Estaba tan cautivado por su sonrisa alegre, sus ojos chispeantes y su gesto
tintineante que estuvo medio tentado de pasar por alto el hecho de que estaba
absoluta y completamente sola.
Seguramente estaba equivocado.
Manteniéndose a un lado para no estar frente a la puerta, ni directamente a su
vista, se acercó más y miró a través de una de las ventanas, tratando de observarlos
rincones. Nadie entraba en su ángulo de visión de uno ni del otro lado. La habitación
parecía estar completamente vacía, excepto por la intrigante señorita Westland.
Dirigió su atención hacia ella. Ya no estaba entreteniendo a un amigo
imaginario, sino que se había sentado sobre el sofá y estaba pasando uno de sus
dedos sobre la página de un libro abierto.
Qué extraña criatura.
¿Tal vez estaba practicando su papel para una obra de teatro?
Contempló las ventajas de silenciosamente dar un paso atrás, fuera de la
vista, y fingir desde un principio que nunca la había visto, pero ninguna de esas
ventajas sobrepasaba su deseo de permanecer donde estaba y continuar
simplemente observándola.
No podía recordar un momento en el que algo le hubiera proporcionado tanto
placer. Sin embargo, sabía que estaba siendo inexplicablemente grosero, invadiendo
su privacidad, comportándose como un voyeur. Desafortunadamente, parecía
incapaz de retirarse noblemente.
Al parecer, la muchacha había perdido interés en lo que estaba leyendo,
porque volvió al servicio de té que descansaba sobre una mesita que tenía delante.
En ese mismo momento, su cuerpo se estremeció, sus ojos se agrandaron, y
presionó una mano justo encima de su pecho izquierdo, como para calmar su
corazón palpitante.
El hecho de que su mirada estuviera fija en la suya, revelaba la causa de la
sorpresa. Debería haberse avergonzado de ser atrapado mirando con curiosidad a
través del cristal de las puertas cerradas, excepto que no pudo sentir nada más que
agradecimiento, ya que ahora estaba obligado a hablar con ella.
Y más agradecido por haber fallado tan miserablemente en su casi intento de
alejarse del lugar.
Recopilando todo su ingenio, silenciosamente abrió la puerta y se esforzó por
sonar como si fuera el maestro del decoro y no solo hubiera sido atrapado con su
mano en el bolsillo de otra persona.
- Señorita Westland.
- Mi lord – respondió ella sin aliento, su voz sonaba áspera haciendo que en su
interior algo se contrajera. - ¿Cuánto tiempo has estado parado allí?
- Como un caballero, debería decir que solo estuve allí en el momento exacto en que
miraste hacia arriba…

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- Si eso fuera cierto, no creo que tu aliento hubiera empañado el vidrio.


Echó un vistazo hacia la puerta. No quedaba evidencia de su reclamo. No es
que importara. A menos que ella deliberadamente hubiera mentido para poner a
prueba sus palabras. ¿Era tan inteligente? Estaba seguro de que lo era, y más.
Entonces se volvió hacia ella.
- Es de mala educación interrumpir.
- ¡Es descortés espiar! - Las tazas de té se sacudieron con fuerza cuando ella se
puso de pie.
- Creo que dije palabras similares anoche - le recordó.
- Eso fue diferente.
- ¿Cómo es eso?
- La preocupación me llevó a la habitación de tu padre.
- Y la preocupación me trajo a esta sala. Te aseguro que no estaba espiando.
Simplemente estaba... - ¿Qué podía admitir? ¿Que si fuera sabio, se mantendría
alejado de ella? ¿Que se sentía atraído por ella como las aguas de un océano eran
atraídas por la luna? - …Simplemente deseaba disculparme por mi comportamiento
en el estanque. Fue completamente inapropiado y no volverá a suceder.
- ¿Que me besaras?
Que te besara, que me deslumbraras, que disfrutara de ti.
- Exacto.
Ella se relajó visiblemente.
- Llegué a la misma conclusión anoche. Mi comportamiento fue completamente
inapropiado para una dama.
- Entonces pensamos de forma similar. Encuentro eso más bien tranquilizador.
- ¿Me estabas buscando a mí entonces? ¿Para pedir disculpas?
- No, simplemente estaba pasando cuando algo me llamó la atención, y pensé
aprovechar el momento. Ha pasado mucho tiempo desde que vi entrar la luz del sol
en esta sala.
Caminó adentrándose en la habitación bañada de amarillo, naranja y verde.
Siempre había pensado que parecía que su madre había plantado un jardín dentro
del lugar. Por las telas, los muebles y las cortinas. Había sido un sitio que alguna vez
había brillado, que siempre había parecido feliz. Pero mientras miraba por una
ventana, comprendió que ahora su madre había convertido la sala de la mañana en
una habitación de luto, ya que una pequeña rendija de la ventana tenía la desgracia
de mostrar el estanque familiar.
- No pensé que molestaría a nadie aquí - dijo a la defensiva.
Estudió el color intenso en sus mejillas, un rojo casi tan vibrante como el de
sus labios.
- Y tienes toda la razón. No me molestó tu presencia. Simplemente me intrigó. -
inclinó la cabeza hacia el servicio de té y las dos tazas llenas casi hasta el borde. -
¿Estabas esperando compañía?
Su rubor se hizo más oscuro, si eso era posible. Parecía positivamente
mortificada y tan increíblemente hermosa que pensó que podía contentarse
simplemente con sentarse y mirarla durante horas y horas.
Nunca antes se había sentido así por ninguna mujer. Tal vez porque siempre
había sabido que no tenía ninguna esperanza de ganar de manera permanente el
favor de una. Sin embargo, esa deducción abarcaba también a Lydia, ya que sabía
que tampoco tenía esperanzas de tener algo permanente con ella.
- Yo… estaba... eh... - Se aclaró la garganta. - Tenía mucha sed.

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No pudo evitar que una esquina de su boca se arqueara mientras alzaba una
ceja.
- ¿Entonces verter té en dos tazas, en lugar de una dos veces, te permite beber más
rápido?
- El doble de té puede enfriarse en la misma cantidad de tiempo. Por lo tanto, puedo
beber uno inmediatamente después del otro, en lugar de servir uno, dejarlo enfriar,
beberlo y luego verter otro…
- Y tener que esperar a que se enfríe – terminó él. Ella asintió con entusiasmo, como
si realmente creyera que él creía en su embuste - Fascinante – murmuró mientras
cruzaba la habitación y se sentaba en la silla acolchada de respaldo alto. Ella se
agitó como si la hubiera abofeteado, claramente no deseaba que se quedara. Sin
embargo, él era reacio a irse. - ¿Qué otros hábitos ingeniosos de ahorro de tiempo
practican los estadounidenses? - Preguntó secamente.
La sospecha oscureció el violeta de sus ojos.
- Te estas burlando de mí.
- Solo porque sentí que tú te estabas burlando. ¿Qué estás haciendo aquí, Lydia?
Parecía sorprendida por el hecho de que él usara su primer nombre, como lo
había estado cuando lo vio de pie frente a la puerta de la sala, como un niño
mendigo que mira con añoranza el escaparate de una tienda en Navidad.
Ella se sentó muy derecha en el sofá y cruzó las manos en su regazo.
- Estaba practicando - admitió en voz baja.
- ¿Practicando?
- Como servirle el té a un caballero.
- Ya veo. ¿Y dónde está este caballero que es el afortunado receptor de tu amable
consideración?
- Estás siendo deliberadamente obtuso.
- Quizás. ¿Por qué no me explicas?

*-*

Lydia pensó en arrojarle el té caliente a la cara, pero como todavía no se


había echado a reír a carcajadas, esperaba que tal vez estuviera tratando de
tranquilizarla con sus burlas. O tal vez simplemente quería avergonzarla más. Aun
así, decidió arriesgarse y esperar que con su confesión él se decidiera ayudarla.
Levantó el libro del sofá y se lo extendió. Sus ojos se abrieron con sorpresa,
pero tomó la ofrenda y arrastró los dedos suavemente sobre la cubierta.
- “Las leyes de la etiqueta" – murmuró levantando su mirada hacia ella con una
pregunta en los ojos.
Pensó que si se sonrojaba más por el tono de su voz, podría hervir una taza
de té nueva.
- Estoy tratando de educarme sobre lo que es un comportamiento aceptable.
- Si bien debo confesar que no te conozco bien, difícilmente puedo imaginar que te
involucres en un comportamiento inaceptable. – Ella le dirigió una mirada penetrante
y se aclaró la garganta. - Anoche fue una rara excepción, estoy bastante seguro.
Se deslizó hasta el borde del asiento y preguntó con vergüenza
- ¿Puedo hablar con sinceridad?
- Por supuesto.
Se pasó la lengua por los labios y respiró temblorosa.
- No deseo que tu padre muera.

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- Extremadamente caritativo de tu parte.


- Por favor, no hagas comentarios sarcásticos.
- Un tigre no puede cambiar sus rayas. Aun así, me esforzaré por ser más
agradable. - Dejando el libro a un lado, se enderezó y le dedicó toda su atención,
como si tuviera la intención de tomarla en serio por fin.
Ella vaciló, pero quería demasiado el éxito como para no arriesgarse, como
para no atreverse a explicar.
- Tengo la ferviente esperanza de que mientras estemos en Inglaterra, tenga la
oportunidad de viajar a Londres antes de que termine la temporada.
Él apoyó el codo en el brazo de la silla y se pasó el dedo por el borde del labio
inferior. Ella amaba la forma de sus labios. No demasiado delgados, como los de
tantos hombres que conocía. Sino más bien llenos, pero no del todo femeninos. No
como haciendo pucheros, pero suntuosos. Amplios. Increíblemente suaves, no
agrietados por el viento seco y el sol de Texas. Su perfecta forma, se había
moldeado contra la suya… había sido puro cielo.
Él aclaró su garganta, y ella levantó la mirada.
- Continúa - insistió, luciendo como si estuviera luchando por no permitir que la boca
se curvara en la media luna de una sonrisa.
Se lamió los labios otra vez, preguntándose por qué le picaban. ¿Tendría la
capacidad de recordar lo que ella recordaba? ¿Lo había marcado su beso? ¿Le
temblarían los labios también?
Apartó sus pensamientos de la distracción.
- Mi estadía en Londres será breve y quiero causar una impresión favorable.
Necesito aprender todo lo que me hubieran enseñado, si hubiera vivido aquí durante
años. No quiero fracasar en mi primer baile como la prima del campo que ha venido
a la ciudad.
- Seguramente has asistido a un baile.
- ¡En un granero! - Se puso de pie, rodeó el borde de la mesa y comenzó a caminar,
incapaz de reprimir su agitación. Giró y lo miró implorante. - Celebramos nuestros
bailes en el granero. No importa cuánto lo limpien o cuanta paja nueva depositen,
todavía huele a estiércol y a pelo de caballo. Nunca he tenido una invitación en
papel. El boca a boca o una nota con tachuelas fuera de la tienda general, es la
forma en que las personas son invitadas. Este vestido – señaló con las manos desde
el pecho hasta las caderas- es más elegante que cualquier cosa que haya usado en
un baile, excepto en mi cumpleaños. Uno hecho en casa... ¡oh! - Frustrada, reanudó
su ritmo. ¿Cómo podía explicar lo inexplicable? Como regla general, despreciaba a
las mujeres quejosas. Y no quería que él la percibiera como tal, pero había viajado
desde tan lejos, no solo en millas, sino en esfuerzos por lograr su sueño… - No
quiero parecer ingrata, pero durante años he leído las cartas de Lauren. Todo lo que
ella escribía sobre el brillo y del oro de Londres. Todo lo que he tenido es estaño. No
es culpa de nadie. Es simplemente la naturaleza de Fortuna. Nacemos para ser
aburridos, tediosos y envueltos en tonos de marrón. - Giró y capturó su mirada. -
Debes pensar que soy terriblemente superficial.

*-*
Lo él pensaba era que Lydia Westland pertenecía a un brillante salón de baile,
con caballeros apiñados a su alrededor. De acuerdo, tenía que admitir que sin duda
había problemas más apremiantes en el mundo que el corte de un vestido de gala,

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pero nada era más importante para una mujer joven, nada más que su Temporada
para determinar el resto de su vida.
Lydia tenía razón en que la percepción de un caballero sobre la etiqueta de
una dama, influía en su interés por ella como material matrimonial. Durante la
Temporada, las mujeres audicionaban, demostrando su valía al hacer alarde de su
gracia y demostrando su capacidad de encanto para lograr casarse con un lord.
No podía culparla por querer causar una buena impresión, especialmente si
no esperaba estar demasiado tiempo en Londres. El mes de mayo y la temporada ya
estaban en marcha.
Levantada de puntillas, con las manos juntas, lo miraba como si esperara que
él le diera una respuesta profunda.
- Encuentro que la mayoría de las mujeres son superficiales - respondió
alegremente. - Ella puso los ojos en blanco y dio la vuelta. - Pero también entiendo -
continuó, incapaz de comprender las razones por las que deseaba
desesperadamente no decepcionarla – lo qué es desear lo que nunca has poseído.
Desafortunadamente en tu caso, Lydia, me temo que descubrirás que la realidad
está muy lejos del sueño.
Ella lo miró por encima del hombro, el desafío se veía en sus ojos.
- No estaría tan lejos si me ayudaras.
Dejó de respirar.
- ¿Disculpa?
Ella corrió a través de la habitación, se arrodilló ante él con su falda ondeando
a su alrededor, y le agarró las manos.
- Podrías enseñarme lo que no sé. - La calidez de sus palmas era tan convincente
como la súplica en sus ojos. Le tomó toda su fuerza de voluntad no doblar los dedos
alrededor de sus manos, apretarlas suavemente, y acercarla más a él.
- Parece que sabes mucho - logró decir finalmente.
- Pero no todo. Y me pongo nerviosa. Como cuando nos conocimos y me dirigí a ti
como “Su Gracia”. Honestamente, sé mucho, pero he tenido muy poca experiencia.
Si simplemente practicaras conmigo...
- ¿Que practique contigo?
Ella asintió con entusiasmo.
- Toma el té conmigo. Escóltame a la cena a mí, en lugar de a mi madre. Murmura
en mi oído si mi toque no es lo suficientemente ligero o si lo es demasiado. Si mis
pasos son demasiado lentos o demasiado rápidos. O si no debería moverme en
absoluto.
Sacudiendo la cabeza para aclararla, cerró sus ojos. Lo que él deseaba
murmurar en su oído tenía poco que ver con la etiqueta y todo que ver con la
seducción.
Luchando por controlar sus instintos más básicos, abrió los ojos.
- Imposible.
- ¿Por qué? Somos prácticamente familiares, y sé que a menudo un hombre toma a
un pariente bajo su protección.
Querido Dios, lo que él quería era tomarla bajo su cuerpo, tenerla
revolcándose debajo de él y gritando su nombre. ¿Era tan increíblemente inocente
que no podía sentir nada de su apasionada agitación? ¿Nada de ese maldito deseo
que rabiaba a través de él?

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Amar a un Lord escandaloso
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Lorraine Heath

Se sentía como un volcán ardiente, mientras que ella parecía tan fría como
una noche invernal. Quería derretir su escarcha y avivar las llamas de lo que habían
comenzado en la abrigadora oscuridad del puente.
- Como se demostró la noche pasada, transitar nuestros momentos juntos sería
como mínimo… imprudente - le dijo. Y era verdad. Su moderación estaba a punto de
desertar.
- No me estás deslumbrando ahora. - No por falta de deseo de su parte. Ella soltó
sus manos, y él lloró por la pérdida del toque. La muchacha se sentó sobre sus
talones. - He leído muchos libros, pero hay infinidad de cosas simples que no me
dicen. Cosas que seguramente tú sabes.
- No hice las rondas sociales mientras estuve en Londres.
Ella arrugó su delicada frente y él quiso pasar el pulgar sobre los pliegues y
ahuyentarlos.
- ¿No, en absoluto? – le preguntó.
- No tenía interés en los bailes. Y aunque como segundo hijo podría haber sido
considerado una buena elección, Quentin siempre fue el favorito, buscado e invitado
a todas las veladas que tenían lugar.
- Pero seguramente te enseñaron a comportarte por si te invitaban.
- No estoy diciendo que no tenga el conocimiento. Más bien me falta la experiencia
que tú buscas.
Se movió en la silla, no del todo cómodo por la forma en que ella lo estaba
examinando, como si tratara de descifrar exactamente qué conocimientos poseía.
La joven bajó la mirada a su regazo.
- ¿Qué pasa si llego a Londres y hago el ridículo?
- No lo harás.
Lentamente levantó la mirada hacia él, sus increíbles ojos lavanda revelaron
sus vulnerabilidades y miedos.
- ¿Cómo estás tan seguro cuando nunca he tenido la oportunidad de poner en
práctica lo que he aprendido? Las ilusiones y los caballeros imaginarios apenas me
han preparado para entrar en un salón de baile con confianza, y mucha confianza es
lo que necesitaré si quiero tener éxito.
- Lo cual, por supuesto, tienes.
Eligió ese momento para otorgarle una sonrisa llena de asombro y
admiración.
- He vivido toda mi vida casi como si fuera la Cenicienta. ¿Conoces esa historia?
- Un cuento escrito por Perrault. No sabía que tenías una madrastra malvada. O en
tu caso, tal vez sea un padrastro malvado.
Su sonrisa floreció.
- No!!!! Pero soy una campesina que ha pasado la mayor parte de su vida soñando
con una noche mágica. Con tu ayuda, tal vez se convierta en más.
Él entrecerró los ojos.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- No estoy interesada en regresar a Texas. Quiero vivir entre el brillo de Londres.
- ¿Y cuando descubras que no todo lo que brilla es oro, sino simplemente una pobre
imitación?
La preocupación se grabó en sus rasgos.
- Papá dijo algo similar. Creo que es solo porque son hombres, y no pueden
comprender de lo que estoy hablando.

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Hijas de Fortuna 02
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- Oh, sí que lo comprendo… mucho mejor de lo que piensas Y no puedo evitar


preguntarme si no sería mejor mantener el sueño en lugar de tratar de vivir la
realidad.
- Eres demasiado cínico. No sé por qué me molesté en preguntarte o por qué pensé
que estarías dispuesto a ayudarme.
Comenzó a levantarse, pero él extendió la mano y la agarró de la muñeca,
deteniendo sus movimientos y acelerando el latido de su corazón. Estaba seguro de
que analizaría este momento hasta el día de su muerte y nunca comprendería
completamente lo que lo había poseído para decir:
- Te ofreceré mi ayuda, te enseñaré lo que crees que no sabes.
Pura alegría se extendió por el rostro femenino, sus brazos se le envolvieron
alrededor del cuello, la mejilla se presionó contra la suya y la parte superior del
cuerpo quedó acurrucada dentro de su regazo.
- ¡Oh, Rhys, gracias!
Él apretó los dedos en los apoyabrazos de la silla para evitar hundirlos en ella,
enterrando las manos en su pelo, o ahuecándolas palmas alrededor de su cintura.
Ella retrocedió hasta que pudo mirar dentro de las profundidades de sus ojos.
Entonces deslizó las pequeñas manos hasta que acunaron su cuello, y sus pulgares
presionaron debajo de la barbilla. Sin duda, estaría sintiendo el rápido tintineo de su
pulso.
Sintió como si el sol se hubiera instalado repentinamente en la habitación,
calentando su carne. Toda la alegría pareció escapar de ella cuando tomó
conciencia del momento. Para él, había sido inmediato. Para ella, había sido un
amanecer lento, y él pudo ver su llegada tan nítido como habitualmente notaba los
primeros signos de la primavera. El florecimiento de sus pechos, el esplendor de sus
labios.
Reconocía que debería haber tenido la caballerosidad de apartarla de su
regazo, pero temía que si la tocaba, sería para presionarla más cerca de él y poner
su boca directamente sobre la suya.
Parpadeando, ella sacudió la cabeza rápidamente, antes de deslizarse fuera
de su regazo. Sus mejillas se pusieron rojas.
- Lo siento.
- Sí, bueno, la lección número uno es que en el futuro, un simple agradecimiento
será suficiente si alguien hace algo que te agrade.
- Gracias – le dijo en voz baja mientras se levantaba y daba un paso atrás.
- De nada. – Contestó mientras soltaba el agarre de la silla, temiendo que llevaría
para siempre la huella de sus dedos.
Él se levantó y ella dio un paso atrás, sin poder mirarlo a los ojos.
- Lydia...
Levantó sus ojos hacia él.
- Necesitamos frenar tu entusiasmo.
Ella asintió.
- Esa fue una exhibición muy poco femenina.
- En efecto. Yo, por mi parte, no estoy a favor de lecciones formales. Simplemente te
instruiré cuando nuestros caminos se crucen.
La muchacha sacudió la cabeza.
- Está bien.
- Muy bien. - Empezó a alejarse hacia la puerta.
- ¿Cuándo crees que nuestros caminos se cruzarán? - Preguntó ella.

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Lorraine Heath

Se detuvo, con la mente acelerada. “Lo menos posible”, colgaba de la punta


de su lengua. Pero al mirarla por encima del hombro, supo que no podía soportar la
idea de decepcionarla.
- Me esforzaré porque sea a menudo.
-´Gracias.
Dio un rápido asentimiento antes de salir de la habitación. Lo que necesitaba
era una cabalgata agotadora por el campo, aunque sospechaba que nada de lo que
hiciera lo llevaría a no arrepentirse de su decisión de ayudarla.

Capítulo 7

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Los gritos comenzaron precisamente a las cuatro en punto.


Estaba absolutamente seguro de la hora, porque acababa de regresar de su
cabalgata, cuando al dirigirse hacia su recámara pasó junto al gran reloj del pasillo,
que estaba haciendo sonar sus lentas campanadas.
El crescendo ensordecedor de los gritos, reverberaba por toda la mansión. La
última vez que su madre había emitido gritos tan agudos, había sido al ver un ratón
temblando de miedo debajo de su tocador. Afortunadamente, William tenía un
talento extraordinario cuando se trataba de atrapar roedores, una habilidad que
había dominado durante su tiempo en las calles de Londres, y había logrado
capturar a la criatura errante y sacarla de las habitaciones. O eso había dicho,
sospechaba que el muchacho lo había engañado.
William ya estaba subiendo las escaleras cuando él lo alcanzó.
- Estoy seguro de que es otro ratón, Jefe -dijo sobre su hombro, ralentizando sus
pasos para que pudiera alcanzarlo.
- Mi señor - lo corrigió.
- No necesitas rezar, Jefe. Puedo atrapar al pequeñín rápidamente.
Reprimió un gemido.
- No estaba rezando. Te estaba indicando cómo debes dirigirte a mí, ahora que
estamos en esta residencia.
- Ah, correcto, correcto. Me sigo olvidando.
Antes de que Quentin hubiera ocasionado su desafortunada caída en el
estanque familiar, él se había distanciado de su familia a tal grado que solo unas
pocas personas sabían de su noble herencia. Ciertamente, ninguna de “sus damas”
lo sabía. Preferían pensar que era un vulgar plebeyo entrenado en el arte de la
seducción por Lady Sachse.
Lady Sachse, a quien nunca había besado, y con la que mucho menos se
había acostado. Nunca había entendido por qué ella se interesaba tanto en los
asuntos íntimos, por así decirlo, de otras damas, cuando era tan célibe como una
monja.
Todos los pensamientos sobre Lady Sachse volaron de su mente al llegar a la
parte superior de las escaleras, cuando tuvo que detener abruptamente la carrera.
William, obviamente deduciendo rápidamente que un roedor no era la causa de la
conmoción, estaba retrocediendo cautelosamente en un esfuerzo por no ser notado.
Apenas lo culpó por su cobarde retirada.
No era frecuente en esta casa ver a dos mujeres furiosas enfrentándose.
Hubiera pensado que la victoria era de su madre, cuya voz estaba causando que las
paredes vibraran, pero al ver el ardor en los ojos de Lydia, que estaba parada entre
la duquesa y su hermano: fuego, pasión y advertencia, no estaba tan seguro.
Dios mío, era una tigresa defendiendo a su cachorro. Esperando, deseando
que la batalla pasara de lo verbal a lo físico en ese mismo momento, que Dios
ayudara a su madre.
- ¿Madre? - Se atrevió a intervenir en la refriega.
Ella giró y la palma se conectó fuertemente contra su mejilla, dando como
resultado un eco que hizo que una quietud antinatural descendiera por el pasillo. Los
ojos de su madre se llenaron de lágrimas. Las lágrimas eran su debilidad. Dio un
paso hacia ella, con la intención de envolver los brazos a su alrededor… pero lo
detuvieron sus palabras:
- ¡Lo prometiste! Prometiste mantenerlos a raya. Y ahora ese miserable y horrible
chico...

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- No hizo nada más que salir al pasillo - protestó Lydia, hirviendo de furia.
- Estaba buscando a Lyd - dijo el muchacho, saliendo de detrás de su hermana,
quien rápidamente se movió para seguir escudándolo.
En cualquier otro momento, podría haber pensado que sus acciones eran
divertidas. En ese momento, sin embargo, su mejilla, su boca y su corazón todavía
estaban irritados.
- ¡Lo prometiste! - Reiteró su madre.
- Sé que lo hice - dijo en voz baja. - Voy a rectificar la situación de manera urgente.
- ¡Los quiero fuera de mi casa!
- Ese deseo no puedo otorgártelo.
- ¡Quiero que azoten al pequeño bastardo!
- Sobre mi cadáver - gruñó Lydia.
- Eso se puede arreglar – acotó su madre altivamente.
- Madre, ¿hay alguien con padre? - Preguntó en un esfuerzo por distraerla del
problema que tenía entre manos. Cualquier cosa para calmar los temperamentos.
Ella giró su mirada clavándola en la suya, el horror claramente grabado en su
rostro envejecido.
- ¿Crees que lo escuchó?
Seguramente estaba bromeando. Su padre lo habría escuchado incluso si ya
estuviera acostado en su tumba. Aun así, negó con la cabeza.
- Con suerte no, pero si lo hubiera hecho, dile que has visto un ratón.
- Sí, sí - murmuró distraídamente antes de girar hacia la puerta. - Él sabe que me
aterrorizan terriblemente esas viles criaturas.
Cuando ella entró en el dormitorio del duque, desvió su atención hacia Lydia y
Colton. No le agradaba la desagradable tarea que le esperaba, pero las órdenes
debían cumplirse.
- Discutiremos este desafortunado incidente en mi estudio.
- Colton no hizo nada malo - insistió Lydia.
Entrecerrando los ojos le contestó:
- No estoy de humor para ser corregido o cuestionado en este momento. Y teniendo
en cuenta los fuegos artificiales que disparan tus ojos, creo que apreciaríamos unos
momentos para calmarnos, antes de discutir por qué tú y tu hermano están en este
pasillo… cuando solicité específicamente que Grayson y su prole desalojaran las
instalaciones todas las tardes entre las dos y las cinco. - El comentario solo sirvió
para agitar aún más las plumas de la muchacha, si su mirada asesina era una
indicación. Ella abrió la boca, y él levantó un dedo para silenciarla. - En mi estudio.
La joven cerró la boca, cuadró los hombros, se arremolinó la falda con los
puños apretados y bajó las escaleras. Su hermano comenzó a seguirla, luego se
detuvo y giró para mirarlo.
- Realmente no quieres conocer el lado malo de Lyd – le advirtió antes de seguir a
su hermana.
Por el contrario. Él definitivamente estaba esperando ese encuentro. Quizás
luego ella le exigiría que cancelara su oferta para ayudarla a practicar etiqueta.
Basado en lo que acababa de presenciar, “SÍ” necesitaba un tutor a la hora de
aprender sobre la forma adecuada de manejar situaciones desagradables.
Tomando un pañuelo con monograma del bolsillo, se lo llevó a la boca,
decepcionado al descubrir sangre. No le apetecía ser un guerrero herido, reflexionó
mientras los seguía por las escaleras. En el hall de entrada, Lydia ya había girado a
la derecha.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- A mi estudio - le gritó.
Ella giró frunciendo el ceño, su mirada rápidamente daba vueltas alrededor
del vestíbulo. Señaló sobre su hombro.
- La biblioteca…
- No, a mi estudio – la interrumpió. - ¿Si eres tan amable de seguirme?
Sabía por la línea rebelde de su boca que ella preferiría ser la líder. Qué
diferente era cuando alguien a quien amaba estaba amenazado. Él la había
percibido como joven, dulce e inocente. En este preciso momento, parecía como si
deseara sacarle los ojos. No pudo determinar por qué le pareció atractivo ese
aspecto de su personalidad.
Lideró el ancho pasillo y entró en una habitación que, como la biblioteca, daba
al jardín. Pero donde no había libros para el placer en los estantes detrás de su
escritorio. Allí, había poco más que libros y libros diseñados para ayudar a
administrar sus fincas. Allí, él no podía escapar de sus obligaciones. Y, en esta
habitación más pequeña, ellos no podrían escapar de él.
Cruzó la habitación, se volvió, apoyó las caderas en el escritorio y clavó los
dedos en el borde pulido. No invitó a sus espectadores beligerantes a sentarse. Lo
que él tenía que decir era mejor escucharlo de pie.
- ¿Tu padre no te informó que debías abandonar las instalaciones durante la tarde? -
Preguntó.
- Lo hizo - respondió Lydia sucintamente – pero…
- No quería ir a pasear en carruaje - terminó Colton.
Lydia se volvió hacia él.
- Yo manejaré esto.
- Yo puedo cuidar de mí mismo.
Reconoció la batalla que se libraba en la joven. La hermana mayor que quería
proteger al hermano menor, quien deseaba probarse a sí mismo que podía actuar
como un hombre. Estaba cautivado por las diversas emociones que cruzaban por su
rostro, y sin embargo, dentro de cada una de ellas se ocultaba la profundidad del
amor por el niño.
Ella hizo un gesto de asentimiento casi imperceptible, y el chico dio un paso al
frente, la boca era una línea sombría.
- Sentarse en un carruaje, es más aburrido que un mes de domingos sin hacer nada.
Pa dijo que podía quedarme aquí mientras me mantuviese en mi habitación. Estaba
mirando por la ventana y vi entrar a Lydia. Quería encontrarla para ver si podía
tomar prestado un caballo y salir a cabalgar. Salí al pasillo casi al mismo tiempo que
la duquesa subía las escaleras. - Se encogió de hombros - "Mal momento".
- Me atrevo a decir que es una subestimación - reflexionó en voz alta.
Por el rabillo del ojo, vio que Lydia se mordía el labio superior. Entonces, él se
inclinó ligeramente hacia adelante, y todo el humor huyó de su rostro. La joven dio
un paso casi imperceptible hacia adelante y más cerca del muchacho. Él se movió y
ella se retiró.
Fascinante.
- ¿Cómo es que no encuentras que montar a caballo, mirando solamente el campo,
no es tan aburrido como... qué era? ¿Un mes de domingos?
- Sentado en un carruaje, no estás haciendo nada. Montando a caballo… - una
profunda emoción apareció en los ojos del niño - eres libre.
- ¿No crees que tu padre se opondría a que montes solo por un campo que es
decididamente extraño para ti?

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- No. Voy solo a la ciudad o a buscar ganado perdido.


- Perfecto. Pero en Texas, allí estás familiarizado con el área. Aquí fácilmente
podrías perderte.
- Sé cómo marcar un camino y buscar hitos. Siempre podría encontrar el camino de
regreso. Te apuesto que incluso de noche.
- ¿Podrías hacerlo ahora? – le preguntó, incapaz de alejar el escepticismo de su voz.
- Sí, podría - intercedió Lydia.
Su voz no tenía reservas, lo desafiaba a dudar de ella o a cuestionar las
afirmaciones de su hermano.
- Ya veo. Hablaré sobre el asunto con tu padre. Si él está de acuerdo, entonces haré
los arreglos para que un caballo esté disponible para tu uso mientras estés aquí.
Los ojos de Colton se iluminaron.
- Gracias.
- ¿Eres tan hábil como para calcular la hora durante un paseo? – le preguntó.
- Sí señor.
- Entonces explícame cómo fue que estabas, en el pasillo, fuera de tu habitación,
durante el horario prohibido.
- No tengo reloj. Me sentí como si hubiera estado allí sentado por siempre.
Él enderezó su postura y se alejó un poco del escritorio. Notó al mismo tiempo
que Lydia se acercaba más a su hermano. Compadecía al hombre que lastimara un
pelo de la cabeza del muchacho.
Metió la mano en el bolsillo de su chaleco, destrabó la cadena y quitó su reloj.
Pasó el pulgar por el escudo de armas ducal grabado en la pesada cubierta dorada.
- Este reloj perteneció a mi padre - dijo en voz baja – Fue dado a él por su padre. -
Lo extendió hacia el muchacho y le agradó sobremanera ver que el chico lo tomaba
con la reverencia que merecía.
- ¡Guau! Es muy elegante - dijo con asombro. - Míralo, Lyd. - Acercándose más, ella
murmuró su acuerdo.
- Es tuyo – le dijo él.
Colton y Lydia lo miraron como si claramente hubiera perdido la cabeza. Tal
vez lo hubiera hecho. Sabía que la tradición dictaba que la posesión seguía la línea
de hijos legítimos.
- ¿Quieres decir que quieres que lo use mientras estoy aquí? - Preguntó Colton.
- Quiero decir que es tuyo para atesorar por siempre. Seguramente era la intención
de mi padre pasárselo a su hijo primogénito... que es tu padre. A su vez, él se lo
pasaría a su hijo primogénito. Ese eres tú. Me parece recordar que el duque le dio
uno a tu padre cuando se fue a Texas. Por lo tanto, tu padre no necesita otro, y este
te pertenece por derecho.
El muchacho le sonrió radiante.
- Lo cuidaré extremadamente bien. Gracias, tío Rhys.
Sintió que su corazón se sacudía ante la familiaridad que nunca había existido
en esa casa. Se aclaró la garganta.
- Espero que lo hagas. Vete.
Lydia puso una mano sobre el hombro de su hermano.
- Ve y espérame en el pasillo.
Ella observó al chico hasta que él salió de la habitación, luego se volvió hacia
él.
- Gracias – le dijo en voz baja.
- El regalo no tiene importancia. Tengo otro reloj que es mi preferido.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Negando con la cabeza, se acercó a él.


- No te estaba agradeciendo por el reloj. Te estaba agradeciendo por no corregirlo
cuando te llamó tío. Escuché a mi padre una vez que se lo explicaba a mi madre. Sé
que bajo la ley inglesa, a un bastardo, se lo considera un no-persona. Ciertamente
no se considera que tengan un parentesco real. Que lo hayas aceptado con dignidad
es una consideración de tu parte y te lo agradezco.
- Estás haciendo mucho de nada.
- No lo creo. Lauren me explicó que incluso si voy a Londres parte de la temporada,
no recibiré la bienvenida que ella recibió, no me aceptarán como a ella. Su padrastro
es un lord. El mío no es nadie bajo la ley.
Era extraño cómo había logrado explicarle que lo que era nada para él, era
algo importante, querido y anhelado para ella,
- Te aseguro, Lydia, que independientemente de la posición que Grayson tenga
dentro de la sociedad, serás aceptada. Ahora, si me permites...
- Tu labio está sangrando otra vez.
Con cuidado, tocó con la lengua la comisura de su boca y probó el sabor
oxidado de la sangre.
- No es nada por lo que preocuparse.
Aun así, metió la mano en su bolsillo y retiró el pañuelo otra vez. Mientras lo
acercaba a su boca, la mano de ella se cerró alrededor de la suya, sus dedos
pálidos contra los suyos bronceados, delicado contra fuerte.
- Déjame - le ofreció con una voz sensual que debía estar acompañada por la luz de
la luna sobre una cama de sábanas de satén.
Estaba bastante seguro que ella no había querido sonar seductora. Aun así,
cuando le quitó el pañuelo y le secó suavemente la comisura de la boca no pudo
moverse. Las fantasías estaban haciendo estragos en su mente, imaginando que su
toque no solo era contra sus labios, sino sobre cada pulgada de su carne.
Con sus delicadas cejas unidas en un seño preocupado, inclinó la cabeza
levemente y miró más de cerca su boca. ¿Cuándo había sido la última vez que
alguien había mostrado preocupación por él? Podría haber jurado que sus labios le
hormigueaban, hinchados por querer presionarlos contra los de ella. ¿Estaría
recordando el beso que habían compartido?
Lydia envolvió una esquina del pañuelo alrededor de un dedo y se lo llevó a la
boca para poder mojarlo con su lengua antes de volver a llevarlo húmedo a su cara.
- Parte de la sangre se secó - le explicó. - Él tragó saliva, tratando de no sentir
envidia del trozo de lino que ahora conservaba su sabor, su aroma y su calidez. - No
puedo creer que te haya abofeteado - dijo con profunda pena en su voz.
- No fue a propósito, te lo aseguro. Ella simplemente está sobreexcitada y reaccionó
sin pensar.
Dejó de administrar las tiernas caricias a su boca y levantó la mirada hacia él.
- La estas echando a perder.
- Es una duquesa. Ser mimada es un privilegio de su rango.
- Una buena nalgada es lo que necesita.
¿Nalgada? Una imagen cruzó por su mente… del tipo de nalgada que le
gustaría darle a Lydia, ciertamente no debía ser a la que ella se refería. No sería un
castigo, sino que le daría chirlos que se asemejarían más al terciopelo contra la seda
en los lugares más íntimos, hasta que ella se retorciera contra él… extasiada de
placer y gritara su nombre.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Apartó esos pensamientos, antes de hacer algo que lamentaría, como tomarla
entre sus brazos y comenzarla a seducir. Ella no era de las mujeres aburridas que lo
buscaban para probar lo que él podía ofrecerles en los caminos del placer. Ella era
una inocente, su invitada, la hijastra de su hermano bastardo. Lo que él tenía en
mente para hacer con ella, era completamente inapropiado. Lo mejor era volver al
asunto que los ocupaba si quería tener alguna esperanza de mantener la cordura.
- Confío en que nuestra invitada se abstendrá de darle a la Duquesa lo que ha
deducido que necesita.
Esos malditos y besables labios se transformaron en una suave sonrisa.
- Lo he logrado hasta ahora, ¿no?
- Apenas. Sospecho que si mi madre se hubiera tomado la molestia de tomar aire,
habrías asaltado el castillo, como un caballero en una cruzada.
Su sonrisa se marchitó.
- Eso hubiera sido poco femenino.
- Así es. - Extendiendo la mano, acunó su mejilla y pasó el pulgar por esos
suntuosos labios. - Aunque en verdad, no puedo imaginar que seas otra cosa que no
sea una dama. - Eso no muy fue muy sabio de su parte, porque ella no se movió,
sino que simplemente lo miró. Esperando. Esperando lo que veía en sus ojos, lo que
deseaba otorgarle. Esperando lo que sabía en su corazón, que no debería brindarle.
- Tu prima está absolutamente equivocada sobre su evaluación de tu situación, -
murmuró - En caso de que vayas a Londres antes de que termine la temporada,
tendrás una multitud de hombres acudiendo a tu lado, encantados de hacerlo.
- Eres demasiado amable - Sonó sin aliento, como si le resultara tan difícil respirar
como a él.
- Te lo aseguro, soy todo menos amable. Y voy a darte tu segunda lección. Algo que
tus libros indudablemente no pudieron enseñarte. Algo que no aprendiste anoche.
Nunca debes quedarte sola con un hombre.
Él bajó la cabeza. Sus ojos se abrieron una fracción de segundo antes de que
se cerraran y que sus labios se separaran. Las entrañas se apretaron por su
aprobación, y la sangre le rugió en la cabeza, mientras tocaba con sus labios los de
ella.
El fuego fue instantáneo. No fue una chispa que necesitaba afianzarse y
crecer, sino que fue un fuego ensordecedor. Ella se derritió contra él, sus pechos se
aplastaron contra el suyo, sus brazos le rodearon la cintura y sus manos le
acariciaron la espalda.
Fue muy consciente de cada centímetro de ella que se entrelazaba a su
alrededor como una enredadera que busca asirse al poderoso roble. Su inocencia lo
llenó, lo inundó y lo atrapó. Quería poseerla, ser su dueño.
Mientras la lengua recorría su boca, ahuecó sus nalgas y apretó las caderas
femeninas contra su dolorido cuerpo. El gruñido gutural que escapó de su interior,
sonaba como el de un animal herido, un animal que reconoce que la presa se ha
convertido en el cazador.
Había pensado en intimidarla, asustarla, y en cambio, había descubierto que
su arsenal era muy superior al suyo. La inocencia desatada era devastadoramente
poderosa.
- ¡Lyd! - Gritó Colton desde el pasillo exterior. - Pa ha vuelto.
Lydia se alejó en el preciso momento en que Rhys se enderezó bruscamente.
Ambos estaban sin aliento, temblando de necesidades incumplidas.

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Ruborizada hasta la garganta, le extendió su pañuelo con mano temblorosa,


él lo tomó y mientras ella salía corriendo de la habitación, él cerraba sus dedos
alrededor de su calor que aún permanecía dentro de la tela.
Pero no fue suficiente, no pudo restaurar su cordura.

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Capítulo 8

Lydia no podía explicar qué la había llevado al oscuro pasillo después de la


medianoche. No podía dormir. Su mente se arremolinaba con demasiadas preguntas
y muy pocas respuestas.
Rhys había sido el caballero perfecto esa noche. Demasiado perfecto. Estaba
irritada con él por razones que no podía explicar y más fascinada con él de lo que
quería admitir.
Había cumplido su promesa de ayudarla a aprender lo que sus libros no
podían enseñarle. La había acompañado hasta el comedor, murmurando cerca de
su oído que es lo que era considerado incorrecto. Por ejemplo esperar a que todos
fueran servidos como lo había hecho la noche anterior. Por el contrario, se esperaba
que comenzara a comer tan pronto como la comida fuera colocada delante de ella.
De alguna manera se había perdido esa pequeña advertencia. Su familia siempre
había esperado hasta que todos estuvieran servidos. Tal vez porque cada uno
colocaba su propia comida en los platos, pasándose las ollas y los cuencos
alrededor de la mesa.
Aunque Rhys había conversado abiertamente con su padrastro más que con
cualquier otra persona, ellos habían mantenido una conversación secreta durante
toda la comida. El desafío había sido transmitirle discretamente los mensajes solo a
él, de una manera que nadie más se diera cuenta. Una caída de ojos a su plato, el
arqueamiento de las cejas, sus asentimientos eran imperceptibles para todos menos
para ella. Nunca se había sentido tan sintonizada con los pensamientos o el estado
de ánimo de otra persona.
Especialmente cuando se habían besado. Ella había respondido a cada golpe
de su lengua, a cada movimiento de sus labios. Él la había guiado sin palabras. Sin
embargo, nunca había dudado sobre la dirección en la que debía moverse, nunca se
había aburrido con ese viaje.
Él representaba todo lo que alguna vez había soñado con adquirir.
Hermoso. Tan guapo que estaría contenta de mirarlo por el resto de su vida.
Justo. ¿No lo había demostrado al invitar a su padrastro allí en contra de los
deseos de la Duquesa?
Generoso. Le había dado a Colton el reloj del duque, una reliquia familiar,
algo que sin duda podría haber pasado a su propio hijo.
Un caballero. Sus modales eran impecables. Incluso cuando estaban solos.
No consideraba que él se hubiera aprovechado de ella al besarla. Tanto al lado del
puente, como en su despacho, él la había advertido. Simplemente, ella no había
querido prestar atención a la advertencia.
Respetable. A diferencia de su padrastro, a él no lo habían enviado lejos por
un escándalo.
Él era el señor de la casa solariega y pensó que fácilmente podría convertirse
en el señor de su corazón.
Sin embargo, parecía que tan rápido como avanzaba, se retiraba. Un
momento estaba dispuesto a enseñarle, al siguiente, obviamente, deseaba no haber
estado de acuerdo con tal cosa.
Estaba segura que Rhys tenía muchas cosas en la mente debido a la salud
deficiente de su padre y a las responsabilidades con respecto a la administración de
las propiedades que había recaído sobre él.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Una parte de ella se sentía egoísta por pedirle que le dedicara algún tiempo,
pero disfrutaba mucho de su compañía… cuando no estaba irritable.
Después de cenar, tal como lo había hecho la noche anterior, la había dejado
en la biblioteca para leerles a los sirvientes más jóvenes, mientras él subía a visitar a
su padre. Esta vez, su padrastro no lo había acompañado. No sabía si Rhys todavía
estaba allí. Había esperado escuchar la apertura de una puerta o unos pasos
dignos, pero no había escuchado nada excepto el constante latido de su corazón.
Él podría haber dejado esa ala antes de que ella hubiera llegado. O quizás
aún estuviera en esa parte de la casa.
Tomando una respiración profunda, llamó suavemente a la puerta del
dormitorio del duque. Escuchó los sonidos apagados de alguien que intentaba
caminar sin molestar, y se preguntó brevemente qué haría si la Duquesa estuviera
dentro.
Rhys abrió la puerta ligeramente. Detrás de él, la pálida luz parpadeaba y las
sombras bailaban. Él la miró como si no pudiera entender lo que estaba haciendo
allí.
No estaba segura de haber podido responder esa pregunta si se la hubiera
hecho. Solo sabía que se lo veía cansado. En algún momento, se había
desabrochado la corbata, pero aún colgaba de su cuello. Se había quitado la
chaqueta. Tres botones de su camisa estaban desabrochados, lo que le
proporcionaba una mínima visión de su pecho. Suponía que una verdadera dama
inglesa se habría sorprendido. Pero ella había trabajado en el campo junto a
hombres que a menudo se quitaban la camisa cuando el sol caía sin piedad.
Ella se lamió los labios y el inmediatamente bajó la mirada a su boca. Hubiera
sonreído si la ocasión no hubiera sido tan sombría.
- ¿Estás solo allí? - Susurró.
Sus oscuras cejas se juntaron hasta parecerse a las alas de un cuervo. "
- Mi padre está adentro.
- Por supuesto, ya lo sabía. Me refería a si había alguien más. En particular, a la
duquesa.
Una esquina de su boca se curvó hacia arriba.
- No. Han pasado algunos años desde que mi madre ha tenido la costumbre de
visitar el dormitorio de mi padre durante las noches.
La vergüenza hizo que se sonrojara al darse cuenta de lo que estaba
revelando. Parecía demasiado íntimo, de alguna manera una violación de la
privacidad que uno esperaría en el matrimonio.
- ¿Está despierto? - le preguntó.
- No.
- ¿Te gustaría una compañía?
Sus cejas se dispararon hacia arriba, casi perdiéndose en los pesados y
oscuros mechones de pelo que habían caído sobre su frente.
- Esta no es la hora del té, Lydia.
- Lo sé. Pero cada vez que estábamos enfermos y mamá se sentaba junto a nuestra
cama para cuidarnos, papá siempre estaba allí también. Más para ofrecer apoyo a
mamá que otra cosa. Pensé que ya que no tienes esposa para compartir tu pesar, tal
vez te conformes con mi compañía.
- ¿Te consideras como un ángel de la misericordia?
- Me considero una amiga.
El remordimiento se reflejó en su cara.

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- Me disculpo. De hecho, me estoy volviendo loco sin escuchar nada más que el
tictac del reloj y el crepitar del fuego. Por supuesto, únete a mí.
Retrocediendo, abrió más la puerta y extendió una mano a un lado en señal
de invitación. Entró, muy consciente del clic de la puerta cuando la cerró. Rhys pasó
a su lado, ella observó fascinada cómo levantaba una silla y la colocaba junto a otra
situada cerca de la cabecera de la cama. Se deleitó cuando su camisa ondeó sobre
sus músculos contraídos y relajados por el esfuerzo.
Con un ligero movimiento de cabeza, indicó la silla que acababa de colocar
junto a la suya. Tan silenciosamente como pudo, se deslizó más adentro de la
habitación y se sentó. Él se dejó caer a su lado.
Un fuego ardía bajo dentro de la chimenea, proporcionando la única luz en la
habitación. La oscuridad flotaba en las esquinas y amenazaba la gran cama con
dosel. Sus gruesas cortinas de terciopelo estaban echadas hacia atrás, atadas en su
lugar con borlas doradas. Los postes de la cama eran macizos, intrincadamente
tallados, y se preguntó brevemente si Rhys había sido concebido allí. Si su propio
padrastro lo había sido.
- ¿Quién lo cuida cuando no estás aquí? – le susurró.
- Una enfermera está durmiendo en la habitación contigua. Ella se sentará junto a su
cama cuando esté dispuesto a retirarme. Con su frágil salud, no nos atrevemos a
dejarlo desatendido.
Su voz baja no contenía el áspero susurro, no insinuaba un intercambio de
secretos, sin embargo, lograba tejer un capullo de intimidad a su alrededor, lo que
hacía que ella se inclinara hacia él.
- Lo dejaste solo anoche - le recordó.
- Sí, bueno, creo que ambos podemos dar fe del hecho de que no me estaba
comportando como debería.
Sabía que él se estaba refiriendo a su mala conducta, no simplemente a
haber dejado a su padre sin nadie que cuidara de él, pero pensó que era inteligente
desviar la conversación a un terreno más seguro.
- Tu padre estaba dormido cuando papá nos trajo para presentarnos. ¿Alguna vez
se despierta?
Él sostuvo su mirada.
- Raramente. Duerme más profundamente ahora.
- Es muy generoso de tu parte permitir que todos los demás lo visiten durante el día
y guardar tus visitas para la noche.
Le dio una sonrisa irónica.
- Me halagas con suposiciones falsas. Pero tengo muchas responsabilidades con
respecto a Harrington y Blackhurst, que se manejan mejor durante el día.
Se sentía como una niña pequeña castigada por meter la mano en el tarro de
las galletas antes de la cena. No sabía por qué le arrojaba todos sus cumplidos a la
cara. Era como si no deseara que nadie reconociera la bondad en él. Quizás él
mismo no la veía.
Cambió su mirada hacia el hombre que yacía en la cama. El suave ascenso y
descenso de su pecho eran los únicos indicios de que estaba con ellos. Sus finos
mechones de cabello, blancos como la nieve, estaban alejados de su frente,
parecían recién lavados. Las responsabilidades que ella no podía imaginar habían
tallado profundas líneas en su rostro. Se preguntó si harían lo mismo con Rhys.
Sin embargo, sintió que la paz rodeaba al Duque. Le habría gustado conocer
a este hombre que había tenido una influencia tan profunda en su vida. Había

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Lorraine Heath

engendrado a Grayson Rhodes, lo había criado y luego lo había enviado lejos. Y en


ese exilio, le había proporcionado un padre para reemplazar al suyo.
- ¿De qué color son sus ojos? - Preguntó en voz baja.
- La sombra del estaño.
Lo miró y sonrió suavemente.
- ¿Como los tuyos?
- Los suyos tienen mucha más sabiduría.
- Lo admiras.
- Por supuesto. Ha hecho un buen negocio con su vida.
- ¿Eran cercanos, entonces?
- Apenas.
Se sorprendió por la amargura que escuchó reflejada en su voz.
- Pero fuiste criado aquí…
- Estabas en lo correcto esta tarde cuando dijiste que, según la ley inglesa, un
bastardo no tiene derechos, ni pretensiones, ni familia, excepto la madre que lo
parió. Pero dentro de este hogar, los hijos legítimos del duque tenían poca relación
con él. Él pensaba que Grayson caminaba sobre las aguas. Mi madre creía que era
Quentin quien lo hacía...
- ¿Y tú? - Le preguntó con suavidad.
Observó su garganta moverse mientras tragaba, su mandíbula apretarse.
- Muchas veces fui una decepción.
Extendiendo la mano y envolvió una mano alrededor de la suya.
- Lo siento.
- No quiero tu pena. Hace mucho tiempo acepté mi lugar dentro de sus corazones.
Me he conformado con restos durante tanto tiempo, que me temo que una gracia, sin
duda, me pondría enfermo.
Intentó darle sentido a sus palabras, descifrar su significado. ¿Se estaba
refiriendo al amor? ¿Que ni lo quería ni lo necesitaba?
- No puedo imaginar lo difícil que debe haber sido sentirte menos favorecido que tus
hermanos. Mis padres siempre nos han amado a todos por igual.
- ¿No crees que Grayson ama a Colton, un niño que engendró, un niño que lleva su
sangre dentro de sus venas, más de lo que te ama a ti?
- Sé que no lo hace.
- Eres una ingenua - Desvió su mirada hacia la cama. Ella luchó contra el impulso de
golpearlo en el hombro.
- Y tú eres un cínico - le lanzó antes de quitar su mano de la suya.
- Soy un estudiante de la vida. El amor está sobrevaluado.
- Dicho por alguien que obviamente nunca lo ha experimentado completamente.
Él giró la cabeza, su mirada era tan dura como un pedernal. Esta
conversación no era en absoluto como ella había imaginado. Había esperado
consolarlo y contenerlo, en cambio, tenía una fuerte inclinación por sacudirlo un
poco para que comprendiera y eliminara la autocompasión.
Él se reclinó casualmente en su silla y la estudió con insolencia.
- Conoces el amor entre un padre y un hijo. ¿Qué hay del amor entre un hombre y
una mujer?
- ¿Qué hay con eso?
- ¿Alguna vez lo has experimentado?
Ella se encogió de hombros, tratando de mantener su temperamento en
control.

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Amar a un Lord escandaloso
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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Ha habido chicos que me han gustado, hombres cuya compañía he disfrutado.


Pero no, nunca ha habido alguien sin quien no pudiera vivir.
- En mi mundo, es mejor conformarse con alguien con quien puedas vivir.
- Como lo hicieron tu madre y tu padre - respondió ella - Casándose el uno con el
otro cuando el amor de su vida era alguien más.
- Exactamente - respondió engreído.
Toda su irritación desapareció, y la tristeza la invadió.
- Debe haber sido una existencia solitaria para ambos, ¿no crees?
- Esa es la naturaleza de un matrimonio por conveniencia.
- ¿Y eso en que los convirtió?
- La mayoría de los matrimonios entre la aristocracia son así.
No había tenido en cuenta ese aspecto nada halagador de casarse con un
lord. Por mucho que ella deseara casarse con un hombre con título, siempre había
asumido que conocería a un hombre que tendría el poder de conquistarla y seducirla
hasta que se enamorara perdidamente de él. Y que ella pudiera hacerle sentir lo
mismo.
- Aunque hay algunos que se casan por amor, ¿no? – le preguntó.
- Ninguno que yo sepa, aunque debo confesar que mis conocidos son pocos.
- El padrastro de Lauren es un conde. Se casó con su madre, porque la amaba -
dijo, señalando lo que esperaba no fuera la única excepción a su regla.
- Algo raro, te lo aseguro.
- Qué triste - murmuró.
Siempre había pensado que era injusto que su padrastro no hubiera sido
parte de la aristocracia, pero ahora tenía que preguntarse si tal vez el duque no le
había hecho un gran favor al no haberse casado con la actriz. El duque había dejado
a su hijo ilegítimo en libertad para casarse con una mujer, basado en su amor por
ella.
- No te angusties por eso - dijo Rhys. - Los de la aristocracia conocen bien su papel
en la sociedad.
- No estoy angustiada. Yo solo... - Estaba increíblemente tentada de levantar los pies
sobre la silla y meter las piernas debajo de ella, acomodándose para contarle todas
las cosas que realmente quería de un esposo. Amor, por supuesto, pero también
respetabilidad.
- Crees que el matrimonio debería basarse en el amor - terminó por ella.
- Sí, bueno, no. Quiero decir, que debería estar basado en el amor, sí, pero no solo
en el amor…
- Cómo buena mujer no te contentas con la joya, sino que insistes en que también
esté rodeada de oro.
Ella frunció el ceño.
- No creo que la respetabilidad además del amor sea demasiado pedir.
Él frunció el ceño.
- ¿Respetabilidad?
Ella vaciló. Nunca había compartido este secreto con nadie, ni siquiera con
Lauren. Residía en su corazón, una parte de ella que especialmente no le gustaba
revelar. Sin embargo, seguramente un hombre como él, un hombre que entendía
sobre el honor, que pondría el bienestar de su dinastía sobre la comodidad de su
corazón, lo entendería.
- Si te confío algo, ¿prometes nunca contarlo?
- ¿A quién le diría?

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Lorraine Heath

Lanzó una mirada hacia el hombre que yacía en la cama. Su respiración


regular aún era superficial; sus ojos estaban cerrados. Ella miró hacia atrás a Rhys.
- Amo a mi padrastro.
- Eso es bastante evidente.
Ella respiró hondo.
- ¿Conoces la historia de su matrimonio con mi madre?
- Nunca compartió detalles conmigo, pero no hace falta ser un hombre sabio para
saber que un niño nacido tan pronto después de que sus padres se casaron rara vez
sobrevive a menos que haya sido concebido mucho antes de que los votos fueran
intercambiados.
Ella asintió. Su culpa por revelar la situación se alivió por el conocimiento de
que él ya había sospechado la verdad. Además, él era familia, por así decirlo.
- Cuando mi padre se dio cuenta de que mi madre estaba encinta, se puso malo,
espantoso. Recuerdo que gritó, que llamó a mi madre puta...
- ¿Tu padre? ¿Te refieres a Grayson?
Negó con la cabeza, con el estómago revuelto por los recuerdos que había
luchado durante tanto tiempo por reprimir. Pero ellos no querían ser reprimidos por
inútiles. Eran como un dolor de muelas, empeoraban por la constante atención que
ella les prestaba.
- Mi verdadero padre - dijo con voz ronca - John Westland.
Aunque decir que él era su verdadero padre tampoco lo describiría con
precisión. No tenía recuerdos de él antes de la guerra. Su regreso solo había traído
tristeza y lágrimas.
La confusión cubrió sus ojos.
- Quizás será mejor que comiences desde el principio.
- Habíamos pensado que mi padre había muerto durante la guerra. Los soldados
regresaban a casa y cuando mi tío James regresó, todos estábamos felices. No fue
así con mi padre. Un día él simplemente apareció en los campos. No sabía quién
era, al principio. Simplemente pensamos que parecía un hombre perdido, alguien
tratando de encontrar su hogar, pero que no podía recordar dónde lo había dejado.
Grayson había estado viviendo en nuestro granero. Se mudó a la ciudad una vez
que mamá nos dijo que el hombre que habíamos visto en el campo era su marido,
nuestro padre. Unos días después, papá estaba gritándole a mamá. Llamándola
puta. Llamando bastardo a Grayson. Llamando bastardo al bebé que ella estaba
esperando. La mayoría de lo que dijo no tenía ningún sentido para mí en ese
momento. Era pequeña. Sobre todo recuerdo la forma en que la furia le había
deformado el rostro. Fue aterrador. También los fuertes gritos cuando Grayson lo
confrontó… Asimismo la forma en que la gente de la ciudad miraba a mamá. Incluso
después de que mi padre murió, después de que se casaran, algunas mujeres
todavía la miraban fijamente como si estuviera por debajo de ellas, como si fuera
algo que debían quitarse de los zapatos. Siempre he tratado de evitar ser el centro
de atención por una mala acción. Me he esforzado por ser una buena hija. Una
mujer admirada por sus principios. Nunca aceptaré que la gente me mire como la
miraron a mi madre. Como si pudieran esculpir mis pecados en mi frente.

*-*

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

La estudió. La determinación en su mandíbula. La petición de comprensión


en sus ojos. Ella amaba a las tres personas y, sin embargo, habían logrado
traicionarla con circunstancias fuera de su control. Quizás incluso más allá del
control de ellos mismos.
- Entonces colocas la respetabilidad por encima del amor - murmuró.
Incluso a la luz del fuego que bailaba alrededor de la habitación, él podía ver
su sonrojo, podía ver la incomodidad en sus ojos. A pesar de todo lo que había
reflexionado sobre el amor y sobre su aparente desprecio por las restricciones que
se aplicaban al matrimonio entre los de rango, ella era apenas diferente.
- Supongo que sí - dijo en voz baja - Quiero decir que nunca me casaría con un
delincuente o un inmoral, incluso aunque lo amara. En realidad no puedo
imaginarme en una situación en la que tuviera la oportunidad de enamorarme de
alguien a quien no pudiera respetar. - Ella inclinó la barbilla con determinación. -
Estoy segura de que nunca tendré que elegir entre la respetabilidad y el amor.
- En su juventud, me imagino que mi padre pensó más o menos lo mismo - dijo en
voz baja.
Ella giró su mirada hacia la cama.
- ¿Hubiera sido tan horrible para él casarse con una actriz?
- Escandaloso en el momento. Tal vez más aceptable ahora. ¿Quién puede saberlo?
Yo, por mi parte, creo que no debemos juzgar el pasado, sino el presente.
Ella volvió su atención hacia él.
- Pero el pasado es lo que nos lleva al presente. ¿Cómo puedes separarlos? Mi vida
sería completamente diferente si tu padre se hubiera casado con su amante actriz.
Tu vida sería diferente.
- No existiría.
- Exactamente - dijo, como si encontrara fascinantes las discusiones filosóficas en
medio de la noche. Subió las piernas a la silla y las colocó debajo de su cuerpo. -
Entonces, ¿cómo puedes descartar la importancia del pasado?
- No dije que lo descartara. Más bien, que no se deben juzgar las acciones pasadas
por lo que es correcto en la actualidad.
- Entonces no crees que haya estado mal que se esperara para comenzar a comer
hasta que todos fueran servidos, cuando estaba de moda hacerlo. Pero críticas a
alguien que lo hace ahora.
- Exactamente.
La muchacha se inclinó hacia él, trayendo su dulce fragancia con ella. Se
preguntó si se habría colocado un poco más de perfume en la garganta, antes de su
incursión por el pasillo.
- ¿Por qué crees que hay tantas malditas reglas?
Dios lo ayudara. Se rio, una suave risa que era tan inapropiada en ese
momento, como en ese lugar, como la joven sentada en la silla a su lado. Ella sonrió
suavemente, de alguna manera cambiando el ambiente melancólico de la
habitación, y se encontró increíblemente agradecido de que estuviera allí.
- Como tu tutor, debo instruirte de que una dama no usa lenguaje profano.
- Pero llamó tu atención, ¿no es así?
- Obvio - Ella había llamado su atención, lo había encantado y lo había atrapado
hasta que casi había olvidado que existía alguien más en el mundo.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Capítulo 9

Calculó meticulosamente la suma de los números escritos en el papel que


descansaba sobre su escritorio. Se aclaró la garganta.
- Has cometido un error en este caso.
- ¿Qué diferencia hace?
Levantó la cabeza bruscamente y miró a William mientras permanecía de pie
frente a la ventana, mirando solo Dios sabía qué. ¿Le parecía a él o la mayoría de
los que residían en esa casa pasaban el tiempo mirando hacia otro lado y deseando
estar en otro lugar?
- La diferencia, William, es que una de las formas es correcta, y todas las otras
formas son angustiosamente incorrectas.
El muchacho se giró, su negro cabello caía sobre sus ojos. Lo apartó con
evidente impaciencia.
- Solo necesito entender cómo funcionan el uno y el dos. Una corbata. Dos guantes.
O un par de guantes. Que es realmente dos guantes. Un par de pantalones. ¿Por
qué se llama par cuando realmente solo es uno?
Con un suspiro, se reclinó en su silla. Últimamente, había estado tratando de
involucrar a William en discusiones filosóficas para expandir su mente. Descifrar los
detalles absurdos de las prendas de vestir no era lo que había imaginado.
- ¿Qué te está molestando, muchacho? ¿No estás satisfecho con tu empleo?
- Sí, estoy contento.
Apenas lo dijo, se volvió hacia la ventana.
- No debes tomar mi corrección como una crítica hacia tu persona – dijo - Debemos
ver nuestros errores como una oportunidad para aprender.
- Estoy aprendiendo, de acuerdo - murmuró William.
- ¿Alguien criticó tus tareas?
- No. Ella simplemente me dio un golpe en la cabeza.
- ¡¿Quién?! - Le preguntó, sonando peligrosamente cerca de un gruñido.
Una esquina de la boca de William se arqueó.
- No literalmente. Metabólicamente.
- ¿Metafóricamente?
- Sí, jefe. Eso es. Lo que me enseñaste el otro día.
- Entonces esa lección no fue totalmente desperdiciada. Y yo que pensé que no
habías estado prestando atención.
A William, los números le daban un ataque, pero las palabras eran otra cosa
completamente diferente. Desafortunadamente, el muchacho se negaba a incluir en
su discurso lo que su mente podía comprender. Una especie de rebeldía. Pero, ¿qué
podía esperarse de un chico de catorce años?
- Señor, la hija de Rhodes… ¿es una plebeya? – le preguntó.
- Así es.
- Entonces… no se espera que se case con ningún lord. ¿No es cierto?
Intentaba inculcarle que nada estaba fuera de su alcance. Sin embargo, en
verdad, muchas cosas lo estarían. Especialmente cuando se trataba de mujeres.
- Ella no es la que te dio el golpe en la cabeza, ¿verdad? - Incluso desde donde
estaba sentado, a pesar de que el muchacho estaba de perfil hacia él, podía ver su
mejilla poniéndose colorada.
- Creo que es la cosa más adorable que se ha cruzado en mi camino - admitió
William.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Ah. De ahí la razón de su melancolía, sin duda. Se levantó y caminó hacia la


ventana. Al contemplar el jardín, se dio cuenta de inmediato de qué había llamado la
atención de William.
Lydia. Adorable Lydia. Su cabello, recogido en un moño, se veía grueso y
pesado, deseaba que en cualquier momento los delicados hilos que lo mantenían
cautivo se rompieran por el peso y los enviaran en cascada a lo largo de su espalda.
Sostenía un mazo de croquet entre sus manos y parecía estar escuchando a
su hermana, cuya boca se movía como siempre, a una velocidad increíble. La
pequeña atraía su atención, y al desviar la mirada hacia Lydia, la observó dedicarle
una sonrisa indulgente.
- Ella es adorable - dijo en voz baja. - Pero unos cinco años mayor que tú.
- ¡¿Qué?! ¡Caray, jefe! ¡Ella no puede serlo! Ni siquiera tiene senos todavía.
- ¿A qué juegas? Por supuesto que tiene. Te concederé que no son tan grandes
como algunos otros, pero no tengo dudas de que encajarían bastante bien en la
palma de la mano de un hombre. Y su cintura. Mis manos pueden abarcar su
contorno. Y sus caderas aún no se han expandido, como sucede luego de un parto,
pero sin embargo... - Su voz se fue apagando, al darse cuenta de hacia dónde lo
estaban conduciendo sus pensamientos, y qué tan rápido su cuerpo deseaba que
siguiera por ese camino. Se aclaró la garganta. - Esa lección fue un ejemplo de lo
que un caballero no debería discutir. Incluso con otro caballero.
Giró su mirada hacia William. Cuando el muchacho reaccionó, su voz fue más
aguda que habitualmente.
- ¿Has puesto tus ojos en la mayor, entonces? - Preguntó.
- No seas absurdo. - Comprendió lo que William le había revelado con su
comentario. - ¿No es sobre Lydia, sobre la que estabas preguntando?
El joven sonrió.
- No, jefe. Es la más joven la que me atrapó.
- Dios mío, muchacho. Tienes el doble de su edad.
William arrugó la frente.
- ¿Entonces, cuando ella tenga cincuenta años, tendré cien?
Sacudió la cabeza.
- No, a medida que envejezcas la disparidad entre sus edades se reducirá.
- No tiene sentido.
- Lo tendría si trabajaras para dominar los números. - Pero conquistar las
matemáticas, de repente, parecía menos importante. - William, ella es una niña.
- No tengo planes de aprovecharme de ella - le respondió con vehemencia.
- No pensé que fueras a hacerlo, pero cualquier tipo de noviazgo en este momento
está totalmente fuera de lugar.
- Ni siquiera estaba planeando un noviazgo. Ella huele tan malditamente a limpio, y
cuando me mira, me hace sentir como un rey, en lugar de lo que soy.
- ¿Y qué serías?
- Un bastardo, como su padre.
Asintió bruscamente y volvió su atención a la ventana. A menudo se
preguntaba si haber traído al muchacho, había sido un error de juicio. Su madre no
ocultaba su intolerancia hacia los ilegítimos.
- El chico, su hermano, me mostró el reloj que le dio su tío.
Él se puso rígido.
- ¿Y qué hay con eso? - Finalmente pudo decirlo con voz neutra.
- Llevaba el escudo de armas del Duque.

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Lorraine Heath

Movió los ojos hacia el muchacho, su cabeza ya estaba a la altura de su


hombro. Pronto sería un hombre con quien contar.
- Sí.
- Tú se lo diste.
- Sí.
- ¿Cómo es que tiene derecho a llamarte tío cuando su padre es un bastardo? Un
bastardo no tiene familia, no pertenece a nadie. - Con una mirada, William lo desafió
a negar los cargos.
- De acuerdo con la ley, sí. Pero lo que un hombre siente en su corazón va más allá
de la ley.
Se preguntó cuándo había creído esa declaración. En su juventud, a menudo
fingía que era ilegítimo, que sus padres nunca se habían casado. Quería tener algo
en común con Grayson. Grayson, a quien el Duque adoraba. Grayson, que siempre
había tenido una sonrisa dispuesta para él, que siempre lo había visto, que siempre
lo había escuchado cuando nadie más parecía hacerlo. Se habría contentado con
pasar su vida a la sombra de Grayson, en lugar de quedarse bajo la de Quentin.
Cruzando los brazos sobre el pecho, apoyó el hombro contra el borde de la
ventana.
- ¿Deseas dirigirte a mí como tío?
Podía ver a William reflexionando sobre las posibilidades.
El joven entrecerró los ojos y respondió.
- Nah, no tenemos ninguna relación en absoluto. Es solo que a veces desearía
pertenecer a alguien.
- Sería un gran honor para mí, William.
El chico se encogió de hombros.
- Si tú lo dices.
- Yo lo digo.
Incómodo con el sentimiento que se había generado entre ellos, el muchacho
miró hacia el jardín.
- No son muy buenas en ese juego.
- Parece que necesitan una lección. ¿No te parece? Tomaremos un descanso en tus
estudios y nos uniremos a ellas.

*-*

De pie en el campo de croquet, era muy consciente de que Rhys la había


estado observando mucho antes de que cruzara las puertas de cristal del estudio
para unírsele. Su mirada había pasado por ella, como si fuera una caricia física.
Trató de no mirarlo fijamente, mientras cruzaba el césped con Williams a la rastra,
pero no pudo evitar sentirse complacida… pronto estaría lo suficientemente cerca
como para poder mirarlo a los ojos, escuchar su voz y disfrutar de su atención.
Tenía la sensación de que venía decidido a enseñarle a jugar al croquet, pero
ella estaba bien versada en las reglas. Había sido decididamente torpe, para que
Sabrina pudiera deleitarse sintiéndose más hábil.
También sabía que el propósito del croquet era proporcionar una oportunidad
para el flirteo inocente. Apenas podía esperar para poner sus conocimientos en
práctica.

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Amar a un Lord escandaloso
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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- ¡Oye, Lyd!
Apartó su atención de Rhys y se la concedió a Colton que corría hacia ella.
- ¡Tienen perros! - Dijo emocionado y sin aliento, deteniéndose a su lado.
- ¿¡Perros!? - Gritó Sabrina, dejando caer su mazo antes de correr hacia su
hermano.
- Están encerrados - explicó Colton - ¿Podemos sacarlos a correr?
Ella desvió su mirada hacia Rhys, su boca se había curvado ligeramente, con
diversión. Incluso disfrutaba del más mínimo indicio de sonrisa, que esbozara su
bello rostro.
- ¿Los perros están domesticados? - Le preguntó a Rhys.
- Son perros utilizados para la caza del zorro.
- ¿Harán daño a los niños si juegan con ellos?
- No. - Se volvió hacia William. - ¿Por qué no supervisas las cosas? Dile al Sr.
Burrow que les he dado permiso a todos ustedes para sacar a los perros.
- Sí, jefe, yo me ocupo.
Sacudió la cabeza mientras William, Colton y Sabrina salían corriendo.
- ¿Por qué te llamó Jefe? – le preguntó Lydia.
- Está teniendo dificultades para adaptarse a mi nuevo estado.
- No entiendo. Pensé que como segundo hijo, se te habría otorgado el respeto de
que te trataran como milord.
Pareció dudar, su mirada la recorrió, y en sus ojos, creyó detectar la pérdida y
la aceptación.
- Durante un tiempo, me alejé de la familia. No los reconocía, ni ellos me reconocían
a mí. Por lo tanto, mis sirvientes simplemente asumieron que no tenía ninguna
relación con la nobleza, que simplemente poseía algún medio mágico para
abastecerlos si me servían bien.
Se preguntó cuánto más revelaría si presionaba suavemente, también se
cuestionó si tenía derecho a hacerlo.
- ¿Qué sucedió para causar la grieta entre ustedes?
- Hice algo que encontraron absolutamente imperdonable. ¿Entiendes cómo jugar al
croquet?
Con elegancia, aceptó su determinación de no hablar sobre el pasado más de
lo que ya lo había hecho.
Levantó su mazo.
- No puedo entender cómo sostener la maldita cosa.
Él sonrió, sus ojos brillaban, y ella sintió como si hubiera tocado las estrellas.
Era extraño cómo un mero destello de felicidad en él, podía hacerla sentir casi
mareada de alegría.
- Permíteme demostrártelo - ofreció. Se ubicó detrás de ella, la rodeó con sus largos
y fuertes brazos y colocó las manos sobre las suyas que estaban agarrando el mazo.
- ¿Cuál es el perfume que usas? – le preguntó.
Su aliento le rozó la sensible piel debajo de la oreja. Hubiera esperado que le
hiciera cosquillas, no que enviara deliciosos escalofríos a través de su cuerpo.
- Rosas.
- Huele más dulce en ti que en cualquier brote que haya encontrado.
Ella inclinó la cabeza ligeramente, dándole a su aliento más área para viajar.
Aunque estaba mirando hacia adelante, sentía que su cabeza estaba inclinada muy
cerca de la suya.
- Pasas una gran cantidad de tiempo oliendo capullos de rosa, ¿verdad?

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Lorraine Heath

- Cuando un caballero te lisonjee, mi querida señorita Westland, debes sonrojarte y


agradecérselo.
Sintió que su cara tomaba temperatura y respondió suavemente:
- Gracias.
- De nada. - Esperó pacientemente, con la respiración contenida y sin siquiera
moverse. Era muy consciente de su cercanía, que la curva de los hombros
masculinos casi acunaba su espalda. Luego sintió sus labios, suaves y cálidos,
tocándole un lado del cuello. Sus ojos se cerraron, y se encontró apoyada contra él -
La lección aquí, Lydia, - susurró seductoramente contra su oreja, - es nunca dejar
que un hombre te distraiga de tu propósito.
- ¿Mi propósito? - preguntó sin aliento.
- Aprender a jugar al croquet.
- Oh… sí. ¿Cuáles son las reglas del croquet, entonces?
- No tengo ni idea.
Riendo, se alejó de él.
- ¡Sinvergüenza!
Él sonreía ampliamente, en realidad reía, y en ese instante se transformó en
el hombre más hermoso que jamás había visto. Todo el tiempo, ella lo había
considerado guapo, pero con una sonrisa adornando su rostro, le había quitado el
aliento.
- Me pediste que te enseñara lo que no encontrarías en los libros.
- Eso hice. - colocó el mazo sobre su hombro, sosteniéndolo como si fuera una
sombrilla.
Él se puso serio.
- Un caballero siempre se aprovechará.
- Entonces, ¿qué debe hacer una dama?
- Siempre debe permanecer atenta, alerta y consciente de las intenciones de los
hombres.
- ¿Y si a ella no le importa que él se aproveche? - Se atrevió a preguntar.
- Entonces ella deja de ser una dama.
Bajó el mazo.
- Y sin embargo, un caballero, mientras se aprovecha, sigue siendo un caballero.
- Hay ira en tu voz.
- ¡Hay ira en todo mi cuerpo! - La injusticia de sus reglas era absurda.
Lentamente la recorrió con su mirada, lo que solo sirvió para agitarla aún más.
Estaba contemplando si era mejor aplicar el mazo: contra su cabeza o contra su
espinilla.
- Ese, mi querida señorita Westland, es el objetivo de toda esta lección. La ira no se
debe mostrar bajo ninguna circunstancia.
- Supongo que tu madre nunca aprendió esa lección.
Vio que su lengua cautelosamente tocaba la esquina de su boca. Aunque ya
no había evidencia física de la bofetada de su madre, estaba segura de que no lo
olvidaría fácilmente.
- Obviamente no - murmuró.
De repente, sintiéndose molesta, se acercó a él con los brazos en jarra y lo
miró.
- ¿Sabes lo que pienso? Que no creo quisieras darme una lección en absoluto. Creo
que te divertiste y, que por alguna razón, no crees que debas mostrar alegría bajo
ninguna circunstancia. Estoy tentada de usar tu cabeza como una bola de croquet.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Parecía tan sorprendido que podría haberse largado a reír, si las


circunstancias hubieran sido diferentes. En cambio, dejó el mazo y fue en busca de
sus hermanos.
El marqués de Blackhurst era tan exasperante como guapo. Tenía la intención
de enseñarle algunas cuantas lecciones propias.

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Lorraine Heath

Capítulo 10

“Una verdadera dama debe favorecer a un caballero que muestre una


amable consideración por los animales y los niños.
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
Los establos de Harrington eran enormes. Ella no podía imaginar la alegría
que se debía sentir al poseer tantos hermosos caballos, por el simple placer de
montarlos. La mayoría de los caballos de su familia eran utilizados para trabajar la
granja o como ganado. Y ciertamente no tenían una gran cantidad de sirvientes para
velar por el bienestar de ellos. En su casa, se hacía cargo personalmente de su
caballo, y no le importaba la tarea. Realmente la disfrutaba.
Ese día había decidido unirse a Colton en su paseo de la tarde. Caminaron a
través de la estructura techada, que no olía muy diferente del granero de su casa.
Agradeció el olor a heno fresco y piel caliente.
El resto de la familia iba a hacer otra excursión en el carruaje para ver el
campo circundante.
- Buenas tardes, señorita Westland - dijo un hombre mayor mientras se acercaba a
ella, quitándose la gorra. – Hoy va a unirse al muchacho, ¿verdad?
Después de la debacle de Colton con la Duquesa, y después de obtener la
aprobación de su padre, Rhys le había presentado al encargado de las caballerizas,
el señor Sims, pidiéndole que les preparase un caballo cada vez que lo solicitaran.
El hombre tenía trabajando con él a varios jóvenes, algunos se habían quedado
boquiabiertos con los visitantes, pero la mayoría había continuado trabajando sin
distraerse.
- Hola, señor Sims - dijo ella. - Tiene un excelente establo aquí.
- Sí, señorita. Su Señoría tiene buen ojo. Cualquiera de las bestias de aquí debería
servirle.
Ella sonrió brillantemente.
- Gracias. Echaré un vistazo y le dejaré saber cuál me gusta.
- Muy bien, señorita. - Se volvió hacia Colton. - ¿Montarás el mismo caballo que
antes?
- Sí señor.
El Sr. Sims sonrió.
- Bien, entonces vamos a prepararlo.
Mientras Colton se apresuraba a salir con el Sr. Sims, ella buscó una yegua
que fuera de su agrado. A través de una amplia abertura en el otro extremo del
establo, vio que algunos caballos pasaban a galope tendido. Caminó hacia allí y se
apoyó en la puerta que la separaba de los caballos dentro de los límites del prado.
Contó seis, uno se acercó, captó su olor y se alejó al trote. Su estómago se revolvió.
Los flancos tenían cicatrices inconfundibles, infligidas por una vara o un látigo. Una
fusta tal vez. Pero solo si la hubiera manipulado alguien con una mano muy pesada.
Su mirada recorrió rápidamente los otros animales. Todos tenían cicatrices similares.
Las lágrimas le escocían al pensar en la crueldad que se les había infligido y en todo
lo que habrían sufrido.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- ¿Ha encontrado un caballo apropiado, señorita? – le preguntó el Sr. Sims.


Señaló hacia el corral.
- Esos caballos… - no pudo acabar la frase.
- Su Señoría insiste en que nadie más que él los cabalgue, señorita. Adentro, tengo
una yegua muy fina y suave, creo que disfrutaría cabalgando en ella.
- ¿Su Señoría? - Susurró roncamente. - ¿El marqués?
- Sí, señorita.
Apenas podía creerlo. Habría jurado que Rhys se ocuparía responsablemente
de ellos. ¿Cómo había podido estar tan increíblemente equivocada?
- Lyd, ¿qué estás haciendo? – le preguntó Colton, mientras se acercaba. Sus ojos se
abrieron con horror ante la vista de los animales. - ¡Dios misericordioso! ¿Qué les
pasó?
Podía ver que su hermano estaba sufriendo por los caballos tanto como ella.
Al crecer en una granja, siempre habían tenido el máximo respeto por los animales y
nunca se habrían atrevido a siquiera soñar con abusar de uno. ¿Qué tipo de
monstruo había hecho eso?
- Han sido terriblemente maltratados – le contestó con las lágrimas contenidas.
- Sí, señorita, lo han sido, pero esa no es su preocupación ahora, ¿verdad? - le
preguntó el Sr. Sims. - Venga. Vamos a preparar un caballo para usted.
Dio media vuelta, pero apenas podía apartar la vista de los animales vejados.
- Nunca me había dado cuenta de esto antes - dijo Colton. - ¿Por qué alguien le
haría eso a un caballo?
- Porque él es cruel. Esa es la única razón.
- ¿Crees que el tío Rhys lo hizo?
- ¿Quién más? El Sr. Sims dijo que él era el único que los montaba. - Envolvió con
su brazo los hombros de Colton y lo llevó de vuelta a los establos. Siempre la
tomaba por sorpresa darse cuenta de que era casi tan alto como ella.
Pero esa reflexión la distrajo por solo un latido de corazón, antes de que sus
pensamientos volvieran a los caballos y a Rhys. Nunca habría sospechado que él
fuera un hombre capaz de tal brutalidad.
Había insistido afirmando que no era amable. Pero ella se había negado a
escuchar. Ahora había visto la prueba de sus aseveraciones. Le asqueó darse
cuenta de que le había permitido besarla, que había coqueteado con él, que incluso
había imaginado que se enamoraba de él.

*-*

Escuchó los gritos en el momento en que salió de la platería. Aparentemente,


él no había sido el único, porque la gente había comenzado a salir de las tiendas y
se dirigía hacia donde la conmoción parecía originarse, el final de la calle.
Su altura le proporcionaba una mejor vista que a la mayoría, y apenas podía
creer lo que estaba viendo mientras se acercaba a la carpintería. El Sr. Bower, uno
de sus inquilinos, que trabajaba gran cantidad de tierras de Harrington, estaba
parado sobre su carro, con las riendas en una mano y un látigo en la otra,
amenazando a una mujer que a su vez estaba gritándole.
Se abrió paso entre la multitud de curiosos, una tarea nada fácil cuando todos
estaban compitiendo por tener una vista más conveniente de la agitación.

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Por lo general, el pueblo era tan silencioso como una iglesia. No podía creer
la conmoción que ese par estaba causando con su pelea.
- Perdón. Disculpe. Déjeme pasar, por favor - decía mientras trataba de apartar a la
gente diplomáticamente.
Se acercó al carro, justo cuando la mujer subía a bordo. No una mujer. Una
dama. Una dama elegantemente vestida. No solo una dama.
¡Lydia!
Por Dios, ella estaba furiosa.
- ¡Dame ese látigo, maldito hijo de puta!
La joven intentó arrebatárselo de la mano. Bower la empujó hacia atrás, y ella
se tambaleó, los brazos agitándose como aspas de molino.
Él contuvo el aliento dolorosamente en los pulmones, y aceleró el paso.
El hombre la empujó de nuevo, y Lydia perdió el equilibrio por completo.
Cuando ella cayó gritando fuera del carro, él empujó a alguien hacia un lado y
la atrapó antes de que tocara el suelo. La muchacha le echó los brazos al cuello
como si no confiara en que él no la dejaría caer, cuando soltarla era lo más alejado
que tenía en la mente.
Ambos respiraban con dificultad, sus miradas estaban entrelazadas. La
pasión alimentaba el violeta de sus ojos, enmarcados por las pestañas más largas
que jamás había visto. Hubiera querido mirarlos hasta perderse en ellos, hasta que
sus pecados del pasado se desvanecieran. Los tentadores labios entreabiertos
estaban tan increíblemente cerca de los suyos, que solo necesitaría bajar la cabeza
un milímetro para poder saborearlos. La tentación era casi más de lo que podía
tolerar.
Sintió fascinantemente que el costado de uno de sus pechos, estaba
aplastado contra el suyo y que el calor de su cuerpo se abría paso a través de la
tela, mezclándose con su temperatura y saturando su piel.
Había llevado a muchas mujeres en brazos a la cama, pero ninguna se había
sentido tan bien allí. Con ninguna había sentido que pertenecía a ese lugar. Y
ninguna había hecho que se arrepintiera tan profundamente de no poderle ofrecer
nada más que eso, como lo hacía ella.
- Bájame – chilló entre dientes.
Aparentemente había confundido la pasión con la furia. Eso hizo que se
volviera cada vez más consciente de las personas que los rodeaban, y que todavía
estaban empujándose en un intento de determinar exactamente qué estaba pasando
allí.
Inclinó la cabeza ligeramente en señal de aceptación, y lentamente permitió
que bajara los pies al suelo, mientras saboreaba toda la longitud de su cuerpo que
se deslizaba contra el suyo. Apenas Lydia tocó la tierra, retrocedió un paso, y el aire
frío se precipitó entre ellos restaurando sus sentidos.
- Señorita Westland, tal vez le interese explicar de qué se trata esta conmoción.
Desde mi punto de vista, parece que atacaste al Sr. Bower, aquí presente.
- Sí, eso fue, mi lord. Una mujer salvaje, sin duda...
Le dirigió una mirada tan mordaz a Bower que silenció al hombre
bruscamente. Entonces volvió su atención a Lydia.
- ¿Señorita Westland?
- No es que te importe, pero su carro está cargado con demasiados suministros. Es
demasiado pesado para que un caballo tire de él. Además estaba usando ese látigo
en el pobre animal. Yo solamente estaba tratando de detenerlo.

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- Y te colocaste en un gran peligro durante el proceso.


- Puedo defenderme sola, el caballo no puede.
- Ya veo. - De hecho lo estaba haciendo, ahora que miraba más allá de Lydia hacia
el carro. Muebles pesados habían sido cargados en él. Levantó la vista. - Señor.
Bower, no me gustaría tener tortícolis por hablar así del tema con usted. Por favor,
¿puede bajar? - Eso era algo que Bower no quería, fue evidente por la expresión de
mal gusto que cruzó su rostro, pero igualmente bajó de la carreta. Tan pronto como
los pies del hombre se plantaron firmemente en el suelo, le golpeó la cara con el
puño cerrado, haciéndole golpear el costado del carro antes de deslizarse al suelo.
La boca de Lydia se abrió, al igual que las bocas de la mayoría de la gente que
estaba lo suficientemente cerca como para ver lo que había sucedido. - No tengo
tolerancia para un hombre que abusa de una mujer – le dijo con notable calma,
tratando desesperadamente de no imaginar qué le habría pasado a ella si él no
hubiera sido lo suficientemente rápido o no hubiera estado lo suficientemente cerca
como para atraparla.
- Pero, mi lord, ella me estaba gritando…
- Fui testigo de su comportamiento, Sr. Bower. Lo prudente habría sido ir en busca
de un agente. O de mí mismo. Ahora, si por favor se pone de pie, discutiremos este
asunto como caballeros civilizados. - El hombre se puso de pie vacilante, mirándolo
todo el tiempo como si no confiara en que no lo golpearía de nuevo. Estaba
increíblemente tentado de darle el gusto y de confirmar sus temores con otro golpe.
En cambio, se volvió hacia la multitud. - El entretenimiento ha terminado. Sugiero
que vuelvan a sus asuntos. - Miró a Lydia. - Tú, por supuesto, te quedas.
- Por supuesto.
No podía entender por qué ella parecía tan enojada con él, después de todo,
había venido a rescatarla como un valiente caballero.
Bower se estremeció cuando él, le enderezó la chaqueta y le quitó el polvo de
la ropa. No solía golpear sin pensar, pero en lo que a Lydia se refería, parecía que
rara vez se comportaba como lo hacía habitualmente.
- Ahora, señor Bower, la señorita Westland está en lo cierto. Su carro lleva
demasiado peso para este caballo.
- Pero, mi lord, solo tengo un caballo, y no deseo hacer dos viajes al pueblo, cuando
me quita tiempo de trabajo en el campo. A mi nueva esposa le gustan los muebles
nuevos.
- Sigue golpeando a ese caballo como lo hacías, y él va a morir, y entonces no
tendrás nada en absoluto, idiota - señaló Lydia.
La cara de Bower se volvió roja moteada.
- ¡Ese caballo me ha llevado el carro el tiempo suficiente como para que sepa lo que
puede y lo que no puede cargar!
- ¡Basta! – le ordenó - Aligerará la carga.
- Pero, mi lord…
- Enviaré a algunos de mis hombres con un carro para que recojan los artículos
restantes y los lleven a su casa - le dijo - En el futuro, solo tiene que enviar un
mensaje a Harrington para informar que tiene suministros o muebles o lo que sea
muy pesado, y yo me encargaré de que los trasladen, para ahorrarle problemas a su
caballo y a su tiempo.
El hombre asintió con evidente resentimiento.
- Muy bien, mi lord. Conseguiré ayuda para descargar el carro.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Gracias, Sr. Bower. Una última cosa. Mejoraría mi opinión sobre usted
considerablemente, si le ofreciera una disculpa a la señorita Westland.
El hombre miró a Lydia.
- Me disculpo con usted, señorita.
El tono de su voz transmitía con gran precisión que deseaba que le ocurriera
alguna desgracia. Tendría que hacerle una visita al señor Bower más tarde y
enseñarle algunos modales, ya que volver a castigarlo públicamente solo serviría
para avergonzar más al hombre.
Lydia asintió con la cabeza, pareciendo tan feliz de recibir la disculpa como el
hombre por emitirla. Bower avanzó pesadamente en busca de alguien que lo
ayudara a descargar el carro.
- Matará a ese caballo en la próxima oportunidad que tenga - dijo.
- Para asegurarme de que no lo haga, volveré a hablar con él sobre el asunto más
tarde - dijo.
Ella frunció el ceño como si hubiera hablado en un idioma extraño para ella.
Nunca había tenido mucha suerte tratando de entender la mente de las mujeres
cuando éstas mantenían un diálogo trivial, mucho menos cuando podía ver en sus
ojos las ruedas de la mente girar. Dondequiera que se dirigieran sus pensamientos,
decidió que sería mejor simplemente pasar a preocupaciones más apremiantes.
Mientras tironeaba de un guante, miró alrededor y le preguntó a la muchacha
- ¿Dónde está tu hermano?
- A estas alturas probablemente ya haya vuelto a la casa.
Seguía sin entenderla.
- ¿Disculpa? Pensé que habían planeado salir a montar juntos.
- Y así fue, salimos juntos. Luego vi el pueblo y quise echar un vistazo más de cerca.
Él pensó que seguramente me detendría a hacer algunas compras, y como no
estaba interesado siguió solo.
- Entonces, ¿quién te acompañó a la aldea?
Encogiéndose de hombros, negó con la cabeza.
- Nadie.
- ¿Me estás diciendo que montaste hasta aquí sin acompañante o chaperón?
- Sí. - contestó lanzándole una penetrante mirada. - Te veo más tarde.
- ¿A dónde vas?
- De vuelta a la mansión.
- No puedes volver sola.
- ¿Por qué no?
- Porque simplemente no puedes. Una dama no monta sola por el campo.
Ella palideció ante eso, pero levantó su barbilla en desafío.
- Lo hago todo el tiempo en casa.
- Bueno, pero no lo harás en mis tierras. Te acompañaré a casa.
- No necesito un acompañante - insistió.
- No haré que tu padre me regañe por no velar por tu bienestar.
Desafortunadamente, el platero no ha terminado la tarea que le he asignado. Iba a
tomar un té en la posada de la carretera mientras termina, quizás quieras unirte a mí.
Ah, podía ver girar esas pequeñas ruedas de indecisión.
- La señora Forest es conocida por sus postres de chocolate deliciosamente
pecaminosos – dejó caer en un intento por tentarla.
- No.
Él suspiró profundamente.

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Lorraine Heath

- Muy bien. Te acompañaré a casa y luego regresaré para terminar mi negocio.


- Eso no es necesario.
- Me temo que sí lo es, Lydia. ¿Qué clase de caballero sería si no cuidara de tu
bienestar?
Ella se inclinó hacia él, entornando los ojos.
- Sé exactamente qué tipo de caballero eres, mi lord.
La burla en su voz lo tomó por sorpresa. ¿Todavía estaba furiosa por el
maltrato del caballo, o tenía motivos para estar molesta con él? Si era así, ¿qué
demonios había hecho?
- ¿Qué clase de caballero es ese? - Preguntó.
- Hipócrita. Cruel. Despiadado.
¡Un diablo! Ella podría estar describiendo fácilmente a Quentin. Él había sido
el chivo expiatorio de demasiadas acciones de su hermano. Pero por Dios, no con
ella. Con ella no.
Había colocado una mano alrededor de su brazo antes de darse cuenta de lo
que estaba haciendo. Los ojos de la joven se agrandaron, sus fosas nasales se
abrieron, y esos malditos labios se separaron. Su cuerpo reaccionó como si de
repente hubiera caído sobre un lecho con sábanas de seda. Quería aplastarla contra
su cuerpo, no con ira, sino con pasión. Si fuera un hombre sabio, le permitiría
regresar a la casa sola o encontraría a alguien más que la escoltarla.
Aparentemente la sabiduría no existía en su familia.
- Creo que es hora de una lección.
- No quiero que me enseñes nada. Suéltame - dijo en voz baja.
Él lo hizo, pero solo porque sus dedos estaban en peligro de rozarse contra el
costado de su pecho. ¿Y qué pasaría con su control entonces?
- Por favor, únete a mí en la posada - dijo en la voz más baja que pudo reunir, con la
esperanza de no revelarle nada de la confusión que se arremolinaba a través de él.
¿No era esta la dama que le había pedido que le enseñara? ¿La dama que se sentó
con él en el dormitorio de su padre hasta altas horas de la madrugada?
Al fin asintió brevemente.
- Muy bien. Pero no me toques, ni me hables.
Él arqueó una ceja.
- ¿Podemos al menos sentarnos en la misma mesa?
- Supongo.
- Excelente. - Aunque, en realidad, pensó que esa palabra reflejaba una visión
excesivamente optimista del tiempo que pasarían juntos.

*-*

No podía creer que hubiera permitido que el malvado la convenciera para que
se uniera a él para tomar el té. Aunque “malvado” era un poco duro, parecía tan
caballeroso como su padrastro cuando hablaba con ella.
Había sido por el escalofrío que había caído en cascada a través de su
cuerpo cuando él la había agarrado del brazo, lo que la había llevado a atacarlo. No
quería verse atraída por ese hombre que podía abusar de los animales.
El abusar de los animales estaba solo a un paso de abusar de las personas.
¿Qué sabía realmente de él? Que había sido criado junto a su padrastro, aunque

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fuera legítimo. Y que nunca habían permitido que Grayson olvidara quién era o, lo
que era más importante, qué era él.
¿Por qué estaba tomando el té con un hombre que desorganizaba de tal
forma sus emociones? ¿Por qué tenía que estar tan devastadoramente guapo,
sentado frente a ella, en la parte posterior de una posada, donde la luz del sol se
filtraba por una ventana y lo bañaba?
Estaba respetando las condiciones que ella había impuesto para ir con él. No
la estaba tocando, ni le estaba hablando. Sin embargo, estaba logrando
comunicarse con ella. Y no estaba del todo segura que lo que sentía al respecto le
gustase.
Estremecimientos, nervios, agitación, calidez.
Su intensa mirada gris no la había dejado desde que se sentaron, había
permanecido sobre ella mientras sorbía tranquilamente su té e ignoraba los pasteles
rellenos de crema y untados con chocolate que la camarera le había puesto delante.
Ella se había tragado los suyos como si estuviera en un concurso de comer
sandías en casa.
- ¿Qué? - estalló finalmente.
Un brillo de sonrisa tocó sus ojos.
- Me preguntaba si te gustaría deleitarte con mis pasteles también.
Se removió en la silla y sus ojos se dirigieron hacia las masas de grueso
chocolate que había en su plato. No sabía por qué el chocolate allí sabía mucho
mejor, más cremoso y más rico. Era imposible resistirse.
- No es propio de una dama comer doble ración.
- No es propio de una dama devorar sin respirar entre bocados.
El calor de la vergüenza le escaldó la piel y logró hervir su temperamento.
Arrojó la servilleta sobre la mesa y se levantó.
- Me voy a la casa.
Lanzándose a través de la mesa, él le agarró la muñeca y ella se detuvo,
mirándolo.
- Por favor, no te vayas - suplicó en voz baja. - Eso fue innecesario y grosero.
Incorrecto. Descortés. Fui un patán maleducado. - Una esquina de su boca se curvó
- Puedes, por supuesto, sentirte libre de detener mi autoflagelación en cualquier
momento.
- ¿Por qué debería hacerlo cuando creo que te lo mereces?
- ¿Por burlarme de tu entusiasta degustación de nuestros chocolates? - Sacudió la
cabeza ligeramente. - No lo creo. Aquí hay algo más, y no puedo entender qué es.
La mayoría de las mujeres estarían agradecidas de haber sido rescatadas de un
bruto como Bower. Y tú pareces disgustada por mi intromisión.
- No por tu intromisión. Por ti. – le dijo mientras volvía a tomar asiento.
Despacio, deslizando los dedos de su muñeca, se enderezó.
- Ya veo.
La mirada herida que reflejaron sus ojos, casi hizo llorar a los suyos. ¿Esa era
su estratagema? ¿Para ocultar que era cruel, parecer herido? Sin embargo, a
menudo había sido amable.
- Vi tus caballos - le espetó.
Surcos profundos arrugaron su frente.
- ¿Mis caballos? Por supuesto que los viste. Supongo que entraste en uno de ellos
al pueblo.
- Los que están en el prado detrás de los establos.

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- Ah, esos caballos.


- El señor Sims me dijo que no permites que nadie más que tú los monte. Han sido
horriblemente maltratados.
- De hecho lo han sido, pero no por mi mano.
- ¿Entonces por quién?
- Quentin.
Ella sintió la fuerza con la que había dicho esa única palabra, como un golpe
físico. La dureza de los músculos de su mandíbula, la frialdad de sus ojos y la
firmeza de su boca le indicaron que, más que resentir la conducta de su hermano, lo
que le había molestado, había sido que ella hubiera pensado lo peor de él.
La rabia que había estado sintiendo contra él fluyó como el agua de un lago a
través de una presa reventada. Entonces se apresuró a disculparse.
- Lo siento. El sr. Sims…
- No se debe hablar mal de los muertos. Por Dios, nadie está dispuesto a hablar mal
de los muertos. Casi me hace desear morir.
Alcanzándolo a través de la mesa, ella envolvió con su mano el puño cerrado
que descansaba junto a la taza de té.
- Debería haberme dado cuenta de que no fuiste tú quien había castigado con un
látigo a esos caballos.
- ¿Y por qué, deberías haberte dado cuenta de eso?
Mil respuestas pasaron por su mente. ¿Instinto? ¿Atracción? No, era más que
eso. Era algo indefinible que residía en su corazón… cuando miraba sus ojos, sentía
como si hubiera descubierto la mejor parte de sí misma en ellos.
- No puedo explicarlo - confesó finalmente. - Debería haberlo sabido.
Retiró su mano y se recostó en la silla.
- ¿Por qué no detuviste a Quentin como hiciste con el Sr. Bower?
- Por dos razones. La primera es que es muy difícil alterar el comportamiento y las
acciones de cualquier hombre cuando él se cree superior, ya que la naturaleza de su
nacimiento ha hecho que todo el mundo lo tenga en gran estima.
- ¿Y la segunda? - insistió, cuando parecía que él no continuaría.
- No había estado en Harrington por años y no sabía que Quentin había comenzado
a revelar sus crueldades tan flagrantemente. Sin embargo, aun así, algunos estaban
ciegos a sus faltas.
Su corazón se retorció.
- Tu madre.
- Así es.
- Lo siento. No debería haber sospechado lo peor de ti. Debería haberte
preguntado...
- Déjalo ir, Lydia.
Su nombre se deslizó de su boca, haciéndole pensar en algo espeso y cálido
que lograría mantener a raya el frío en una noche invernal. ¿Por qué él tenía ese
efecto en ella? ¿Por qué la hacía querer ponerse de pie, sentarse sobre su regazo,
envolver con sus brazos el cuello masculino y llevar su boca hasta la suya?
Él tenía la boca más deliciosa que jamás había visto. Y en ese momento
estaba presionando el pulgar contra sus labios entreabiertos. Lo observó,
hipnotizada, mientras con su lengua acarició la parte inferior del dedo. Una vez. Dos
veces. Tres veces. Ella deseó colocar allí su propio pulgar, para permitirle que
también humedeciera su piel.

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Lorraine Heath

Sus ojos brillaron con malicia, como si supiera el camino por el que divagaban
sus díscolos pensamientos. Luego se inclinó hacia ella, y con el pulgar acarició la
esquina de su boca, su pulso se aceleró haciendo que sus labios anhelaran más.
- La próxima vez que quieras ponerme en mi lugar - dijo en voz baja y sensual - te
sugiero que lo hagas sin tener un poco de chocolate burlándose de mí en la esquina
de tu boca. - Ella retrocedió como si él la hubiera abofeteado. La humillación la
colmó, agarró su servilleta y se limpió la boca. - Demasiado tarde. Ya me he
ocupado de eso.
Observó con asombro, que él devolvía el pulgar brevemente a su boca, y ella
se preguntó si la estaría degustando como si hubiera estado probando el chocolate.
- Deberías haber dicho algo. - el castigo perdió impacto cuando se lo dijo con voz
chillona.
- Estás en lo cierto. Pero estaba demasiado distraído preguntándome cómo el sabor
de tu piel, lograría mejorar el sabor del chocolate.

*-*

Y en base al gusto que acababa de sentir, sabía que mejoraba mucho.


¡Maldición! ¿Qué estaba haciendo hablando con ella de esa manera? ¿Por
qué, cuando estaba cerca suyo, parecía incapaz de controlar sus pensamientos, su
lengua o su cuerpo?
Lo miraba con esos hermosos, enormes y curiosos ojos, como si él la hubiera
sacado de su casa y la hubiera arrojado en un país extranjero. Muy probablemente,
a menudo se sentiría de esa manera. ¿Recorrer el campo sola? ¿Enfrentarse en una
pelea con un hombre el doble de su tamaño? ¿Qué iba a hacer con ella?
Ciertamente no lo que estaba pensando que quería hacer, o anhelaba
hacerle. Tenía que ponerlos a ambos en equilibrio. Cambió su plato cargado de
pasteles por el plato vacío.
- Termina mis pasteles - ordenó.
- ¿Después de que me has insultado dos veces?
- No te insulté - se apresuró a corregirla. – Solo bromeé en ambas ocasiones. –
había sido una tentación inevitable.
Ella levantó el tenedor y lo miró con los ojos entrecerrados.
- ¿No te gusta el chocolate?
- Prefiero probar dónde ha estado.
No podría haber dicho palabras más verdaderas, y consideró que morderse la
lengua era lo apropiado. Podía ver pasar la frase a través de su mente como si
estuviera tratando de saber cómo podía él disfrutar dónde había estado el chocolate.
Desafortunadamente, nunca podría demostrarle exactamente cómo prefería disfrutar
de su postre.
- ¿Quieres que raspe el chocolate para que puedas comer la pasta?
Él se rio. Era una delicia tan inocente. Sacudió la cabeza.
- No, termina. Prefiero disfrutar viendo el placer que sientes comiendo tus dulces.
- Tengo una debilidad por el chocolate - admitió mientras recogía su primer bocado.
Desafortunadamente, comenzaba a temer que él tenía una debilidad por ella.
Disfrutaba de cada momento que pasaba en su compañía y quería más. Una
conversación más, una sonrisa más, un toque más... un beso más.
Él quería lo que sabía no se merecía.

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Capítulo 11

Salió de la posada y echó un vistazo a la calle principal que atravesaba el


centro del pueblo. El carro de Bower ya no estaba, pero podía ver dónde había
dejado una buena parte de sus muebles.
Simplemente porque Rhys lo había dicho.
Su familia, sobretodo su padrastro era influyente en Fortuna, sabía sin lugar a
dudas que podría haber evitado que Bower hiciera que el caballo transportara una
carga tan pesada. Pero no habría podido lograr los mismos resultados sin esfuerzo
como lo hizo él. Si Grayson hubiera golpeado al hombre, este sin duda se lo habría
devuelto.
Por mucho que entendiera sobre las complejidades de la aristocracia, se
sorprendió al presenciar el poder que Rhys tenía, simplemente por su nacimiento.
Por su título. Solo lo poseía desde hacía unos meses. Sin embargo, la gente se
agachaba ante él, como si hubiera usado la capa de marqués toda la vida.
Estaba simplemente… asombrada.
Lo observó mientras se colocaba los guantes, miraba alrededor de la aldea y
asentía como saludo hacia aquellos que le llamaban la atención. La vida aquí era
increíblemente diferente. En Fortuna, ciertamente, todos se conocían, pero ella
sentía que allí eran todos iguales, su familia era acomodada, pero la gente no se
inclinaba ante ellos como lo hacían allí con Rhys.
- El platero debería haber terminado con su tarea – le dijo - ¿Dónde nos
encontramos?
- Podría ir contigo – le ofreció.
Él pareció vacilar, y se preguntó brevemente si le avergonzaría que lo vieran
en público con ella. Escondidos en el fondo de una posada era una cosa, pero
caminando descaradamente por el pueblo podría considerarse una cosa muy
distinta.
Él inclinó su cabeza ligeramente y dobló el brazo, ofreciéndoselo.
- Si lo deseas.
- ¿Tú lo deseas?
Sus ojos grises se entibiaron cuando le dedicó la más leve de las sonrisas.
- De hecho, lo hago.
Sonriendo alegremente, colocó una mano en el hueco de su brazo.
- Tú guías, mi lord.
Era muy consciente de que él mantenía sus pasos cortos, lentos y pausados.
No tenía el caminar flojo de un vaquero, su andar tenía una gracia poderosa que la
hipnotizaba.
- ¿Había algo en particular que estabas buscando cuando viniste al pueblo? – le
preguntó.
Sacudió la cabeza.
- Simplemente parecía pintoresco desde la distancia, así que quería echarle un
vistazo más de cerca.
- ¿Tu hermano no compartió tu interés?
Rio ligeramente. "
- Carece de la madurez necesaria para apreciar la increíble oportunidad que
tenemos de experimentar algo tan diferente a lo que tenemos en casa.
- ¿No hay pueblos? - Inquirió.

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- Como este… no. No tenemos techos de paja y jardineras en las ventanas.


Tenemos edificios cuadrados con falsos escaparates. Calles calientes y polvorientas.
Fortuna ha crecido y florecido, pero es más como un niño que aún lucha por
entenderse a sí mismo. Este pueblo parece cómodo con su lugar en el mundo.
- Eres una filósofa.
- ¿Se está burlando de mí, milord?
Sus ojos se calentaron. "
- No, Lydia. Estoy intrigado por ti. - Dio un paso hacia una entrada. - Ya llegamos.
Antes de que intentara abrir la puerta, ya estaba abierta para él. Un caballero
marchito, con gafas de gruesos vidrios que hacían que sus ojos parecieran enormes,
los condujo al interior.
- Mi lord, tengo el reloj listo para ti.
- Muy bien, señor Crump.
Ella no pudo evitar sentir curiosidad por el reloj, especialmente desde que le
había dado el suyo a Colton. Mientras el señor Crump corría por la tienda y se
acomodaba detrás de un mostrador de vidrio, siguió a Rhys hasta que estuvo frente
al platero.
El hombre sacó un reloj de plata, que descansaba sobre un terciopelo azul.
En su cubierta circular había sido tallada la misma imagen que estaba en el reloj de
su hermano.
Vio como Rhys lentamente arrastraba su dedo enguantado sobre el grabado.
- Muy bien, señor Crump. Envuélvelo con cuidado, lo llevaré conmigo.
- Muy bien, mi lord.
- Estás reemplazando el reloj que le diste a Colton - especuló suavemente.
- No exactamente. Simplemente descubrí que necesitaba uno similar al primero.
- Porque no quieres que tu madre sepa lo que hiciste.
Parecía incómodo, y evitando sus ojos le dijo:
- Es una historia bastante larga, pero no tiene nada que ver con mi madre.
Ella consideró sonsacarle un poco más, pero analizando como le había
contestado, ya la había hecho sentir que estaba entrometiéndose en donde no le
correspondía. Se dio vuelta y examinó la pequeña tienda, mientras Rhys terminaba
de hablar con el señor Crump.
Tal vez debería haber esperado afuera.
Estar cerca suyo era demasiado confuso. Hasta a veces, pensaba que él
tenía interés en ella. Aunque, mayormente sospechaba que era nada más que un
dolor en su trasero.

Mientras cabalgaba a su lado, luchaba por concentrar su atención en el


paisaje, pero su mirada la traicionaba constantemente y regresaba a él. A diferencia
de Colton, que se había quejado de la extraña montura inglesa, Rhys parecía estar
muy cómodo y poderosamente elegante en ella.
¿Cómo podía ser, a la vez poderoso y elegante?, parecía contradictorio, y sin
embargo lo era. Era exactamente lo que le había dicho a su hermano Johnny que
ella buscaba en un hombre. Su presencia había dominado al pueblo. Algo en su
personalidad implicaba que nunca se encogería de miedo ante nadie.
Cuán difícil debió de haber sido para él crecer a la sombra de un hermano
que no merecía tener un título.
- No entiendo cómo tu madre podía preferir a Quentin antes que a ti. Llevo poco
tiempo aquí y ya sé que no era un buen hombre.

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- Era bastante hábil en la manipulación de personas, y mucho más hábil para ocultar
su verdadero yo.
- ¿Cómo pudo ocultar lo que le hizo a esos caballos?
Él dirigió su atención hacia ella, y sintió todo el peso de su mirada.
- Imagino que encontró alguna forma de justificar su comportamiento hacia los
animales. Sin duda, le dijo a quien quisiera escuchar, que eran desobedientes.
Ella se estremeció.
- Gracias a Dios que no tenía hijos. - Trató de recordar qué más sabía de Quentin -
¿Estaba casado?
- Por un tiempo. - Señaló hacia el horizonte - Si no tienes inconveniente en montar
un poco más rudo, el paisaje es mucho más agradable si cruzamos la finca.
- Estoy acostumbrada a montar a caballo - le aseguró, encantada con la idea de un
desafío.
Algo extraño brilló en sus ojos, y tuvo la sensación de que había algo más en
su invitación, algo no del todo inocente.
Encaminó su caballo fuera de la carretera principal y se lanzó al galope. Ella
lo siguió, alcanzándolo rápidamente, aunque no estaba acostumbrada a ese tipo de
silla de montar. En casa, usaba una falda dividida al medio y montaba a horcajadas.
Pero cuando había preparado su baúl, había asumido que ese hábito de montar no
sería apropiado allí, por lo tanto no había empacado esas prendas. Tenía que
admitir que en ese momento, se sentía más como una dama, aunque a una parte
secreta de sí misma, no le hubiera importado desafiarlo a una carrera. Pero como no
estaba acostumbrada a ese tipo de silla, no quería arriesgarse a perder.
Disfrutaba del sutil rodar de la tierra bajo los cascos del animal. Del campo
verde oscuro y de la abundancia de árboles. Del inconmensurable y bello cielo azul,
el mismo cielo que miraba cuando trabajaba en el campo. Era extraño, cómo, de
repente, parecía mucho más hermoso cuando no estaba trabajando debajo suyo.
Detuvieron sus caballos cerca de unos pilares de piedra desmoronados, casi
perdidos entre el follaje. Ni siquiera los habría notado si él no la hubiera dirigido
hacia ellos.
- ¿Qué es este lugar? – le preguntó.
- Los restos de un castillo olvidado.
- No se puede olvidar si tú lo recuerdas - dijo.
- Supongo que no.
Esperó mientras Rhys desmontaba y caminaba hacia ella. Levantó los brazos,
colocando sus fuertes manos alrededor de su cintura. Ella apoyó las suyas sobre sus
anchos hombros, conteniendo la respiración, mientras él la bajaba lentamente hasta
el piso, con su mirada fija en la de ella.
El calor se arremolinó a través de su cuerpo. Era consciente de que su
corpiño rozaba ligeramente contra su camisa, de que su falda raspaba sus
pantalones y de que las puntas de sus zapatos se estaban tocando. Era consciente
de que ahora él miraba hacia abajo, y de que ella al mirarlo, se veía atraída por el
gris de sus ojos tempestuosos.
El deseo cruzó por su rostro como las nubes de tormenta ondeaban sobre la
tierra, oscureciéndose mientras buscaban liberar todo lo que habían cargado. Él la
deseaba, estaba segura de eso. Y ella tembló al saber que también lo deseaba.
Varios jóvenes la habían rondado, sin embargo, nunca había tenido tal
conciencia de sus deseos, como si una cuerda invisible hubiera sido atada alrededor
de sus cuerpos y los estuviera acercando.

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Abruptamente él la soltó. No sabía si era porque las sensaciones


amenazaban con abrumarlo como lo habían hecho con ella, o porque estaba
molesto al haberlas experimentado. Sofocó su decepción y lo siguió mientras se
alejaba a grandes zancadas.
Llegó a un área que estaba segura había sido la base de una pared. Se
quedó allí mirando lo que la naturaleza en su mayoría había reclamado.
- Pensé que los castillos tenían fosos - dijo, impresionada por la historia que se
escondía en el lugar. Cientos de años podrían haber pasado desde que ese lugar
había caído.
Una esquina de su boca se arqueó.
- No todos ellos. Ciertamente no este. Al menos no he podido encontrar ninguna
evidencia de ello. Una vez, cuando era mucho más joven, pensé que había
encontrado un pasaje secreto que podría llevarme a las mazmorras. Pero no era
más que un hoyo de tejón.
- Así que viniste aquí a explorar – le dijo.
Se volvió, cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó en el borde de pared
que quedaba.
- Vine aquí a pensar.
- ¿Y esa es la razón por la que estás aquí ahora? ¿Pensar?
- No estoy seguro de por qué vine. Sentí la necesidad de compartir este lugar
contigo, ya que no lo he compartido con nadie antes.
Ella miró alrededor.
- Creo que es hermoso. Pero triste también.
- Tienes una inclinación hacia el romanticismo. Me temo que eso hará que tu
corazón sea más fácil de romper.
- Me halagas al preocuparte por mi corazón.
Él sonrió.
- ¿Estás citando tus libros?
- Estoy tratando de mejorar mi ingenio. Puedo mantener una conversación sobre
ganado, cultivos o clima. Pero no estoy muy segura de los temas que los señores de
aquí quieran tratar.
- De hecho, tienen un talento especial para llevar a cabo una conversación
significativa sobre nada. Supongo que debería proporcionarte una lista de temas
apropiados.
- Estaría muy agradecida si lo hicieras.
- ¿Es tan diferente en Texas? - preguntó en voz baja.
- Sí. No puedo explicar todas las diferencias. Algunas son sutiles.
- ¿De verdad montas por el campo tú sola?
Ella asintió.
- A veces. A veces monto con un hombre.
Cambió su postura como si al fin hubiera despertado su atención.
- ¿Sí?
Ella sonrió cálidamente.
- Nuestras reglas son diferentes. No nos molestamos con los chaperones. He ido a
picnics con hombres jóvenes por el área, y mis padres no estaban por allí. Su
sociedad parece esperar que todos se porten mal, mientras que la mía espera que
se comporten.
- Comentario interesante sobre nuestros diferentes mundos.

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Lo había estado mirando a los ojos, sin darse cuenta de que él se había
acercado lo suficiente como para sentir la fragancia a limón que adornaba su piel,
junto con el aroma masculino que flotaba debajo. Lo suficiente como para sentir el
calor de su cuerpo a través de la ropa.
Él ahuecó su barbilla y con el pulgar acarició la comisura de su boca.
- Tú no besas como una mujer que se ha comportado.
Él bajó su boca hasta la de ella, haciendo que sus ojos se cerraran. Era como
si cada terminación nerviosa de su cuerpo se desplegara. ¿Cómo podía un beso
tocarla en tantos lugares diferentes?
Rhys estaba en lo correcto. Ella no era ajena a los avances de los hombres, y
sin embargo, ningún beso que había recibido antes la había hecho sentir floja, como
si sus huesos simplemente se estuvieran derritiendo. Un brazo masculino rodeó su
espalda, presionando más cerca sus cuerpos. Agarrándose de sus hombros, ella
inclinó la cabeza para darle un acceso más fácil, para anunciarle su aquiescencia a
su inquisitiva lengua.
Él respondió con un gruñido gutural, totalmente salvaje, completamente en
sintonía con su entorno. Antiguo y básico. Una bestia cuya correa había sido
desatada.

*-*

La deseaba como nunca había deseado a ninguna mujer. Allí en el césped,


debajo de los árboles, contra la pared que se desmoronaba. Ella todavía sabía a
chocolate, mientras su lengua la saqueaba y su boca era violada.
Deslizó una mano por sus costillas hasta que sintió el peso de uno de sus
pechos llenando su palma. La perfección celestial.
La había llevado allí simplemente porque habían estado cerca de llegar a
Harrington, y quería tener más tiempo con ella. Solos. Sin otras personas alrededor.
Sin el manto de la muerte para robar sus sonrisas y la alegría de sus ojos.
Era a la vez inocente y tentadora, una mujer a la que no tenía la fuerza ni el
deseo de resistir. Su belleza, que florecía desde lo más profundo de su ser, tenía el
poder de hacer que los barcos naufragaran y que los caballeros se batieran a duelo.
Una parte distante de su mente le advirtió que no podía reclamarla como él
quería. Poseerla sería arruinarla; arruinarla sería destruirla. Él ya había destruido
una vez antes. No podía arriesgarse a hacerlo de nuevo, a pesar de que su cuerpo
clamaba por la liberación y de que su corazón dolía por la necesidad.
Respirando pesadamente, arrancó su boca de la de ella y se alejó.
- Eres una bruja, para tentarme como lo haces.
- Y tú eres un cobarde, para alejarme como lo haces. - Sorprendido por su
comentario, se dio vuelta y la miró. - No soy tan inocente como piensas - insistió, su
respiración era tan trabajosa como la suya. Sus labios todavía llevaban el rocío de
su beso. Sus ojos entrecerrados pertenecían a un dormitorio.
La recorrió con su mirada.
- Dime que no eres virgen, y te tomaré aquí y ahora. - Ella miró hacia otro lado, él
extendió la mano, ahuecó su mentón y atrajo su atención. - Eres tan inocente como
creo. Incluso si no lo fueras, Lydia, no querrías tener nada que ver con gente como
yo. Traicioné a mi hermano, traicioné a mi familia. Agradece que no desee
traicionarlos ni a Grayson, ni a ti.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- A ti, te traicionaron - dijo.


Negó con la cabeza tristemente.
- Se alejaron de mí, pero solo porque les di razones suficientes para hacerlo.
- ¿Qué hiciste?
Pensó en contarle todo, pero no deseaba que lo mirara con repugnancia. Así
que ignoró su pregunta sobre su pasado y se concentró en el presente, en su
necesidad de dejarla tan inocente como la había encontrado.
- Grayson confía en que seré un completo caballero en lo que a ti respecta. - acarició
con el pulgar su labio inferior. - No tengo intención de decepcionarlo. Fue un
hermano mucho mejor para mí, de lo que nunca fue Quentin.
- ¿Pero no te importa decepcionarme? - Preguntó en voz baja.
- Créeme, Lydia, estarías mucho más decepcionada de lo que estás en este
momento, si continuáramos por el camino por el que hemos estado viajando. Me
dijiste que querías respetabilidad y amor. Ninguna de las dos está en mi poder para
dártelo.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Capítulo 12

Era muy consciente del incómodo silencio que se extendía entre ella y Rhys.
Iniciado mientras habían cabalgado hacia la casa. Construido cuando habían
entregado sus caballos en el establo. Profundizado mientras subían penosamente
los escalones de la mansión.
No estaba segura de qué hacer con él o qué pensar sobre lo que había
pasado entre ellos. ¿Cómo podía actuar ahora como si nada hubiera sucedido,
cuando su cuerpo aún vibraba por las promesas incumplidas?
Solo tenía que mirarlo para recordar la presión de sus labios contra los de
ella, el roce de su palma a lo largo de sus costillas, la sensación de su mano
acunando su pecho.
Que ella hubiera estado a punto de ahogarse en las sensaciones que había
provocado dentro suyo, debería haberla asustado. Sin embargo, parecía que todo lo
que era capaz de hacer, era sentirse decepcionada de que hubiera detenido su
exploración y de que no hubiera ido más allá de donde había llegado.
Como mujer que valoraba su virtud, sabía que debería estar agradecida de
que hubiera mostrado una moderación tan notable. Como mujer que apenas
comenzaba a explorar el territorio desconocido que existía entre un hombre y una
mujer, sentía curiosidad por todo lo que no sabía.
- ¿Vas a ignorarme de ahora en adelante? – le preguntó en voz baja, mientras se
acercaban a la parte superior de la escalera.
Él la miró, con los ojos grises como el cielo advirtiendo de la tempestad por
venir.
- Si fue así de fácil. Desafortunadamente, soy consciente de cada aliento que tomas.
Una pequeña emoción de placer la atravesó. Así que no estaba tan
imperturbable por lo que había pasado entre ellos como parecía ser.
- ¿Es eso tan horrible? – le preguntó.
- Por razones que no deseo explicar... sí. Creo que sería mejor si prescindimos de
compartir las comidas por la noche o para el caso, en cualquier otro momento.
Como si no quisiera discutir la situación más allá, apuró sus pasos. Ella lo
seguía como un perro fiel, pero en realidad quería agarrarlo del brazo, darle vuelta y
exigirle que le explicara todo. Era injusto seguir siendo misterioso en lo que se
refería a su corazón. Ella quería explicaciones. Se las merecía.
Un sirviente abrió la puerta, y Rhys se hizo a un lado, inclinando cortésmente
la cabeza para indicarle que debería precederlo al entrar en la mansión.
Entrecerrando los ojos, le dirigió una mirada que sabía que a sus hermanos los
habría hecho alejarse lo más posible de ella, entró con la mayor dignidad posible.
- Mi lord, por fin ha regresado a casa, - dijo el mayordomo mientras se aproximaba a
ellos.
- No tenía la impresión de que había un toque de queda - dijo Rhys.
- Es claro que no, milord. Sin embargo, Su Gracia me ordenó que les dijera a usted y
a la joven dama, tan pronto como cualquiera de ustedes regresara, que desea que
se unan a él en el salón.
Rhys se inclinó hacia el sirviente.
- Quieres decir en su dormitorio.
- No, mi lord. - Los ojos del criado brillaban como si estuviera repartiendo regalos en
la mañana de Navidad. - Su Gracia aparentemente tuvo una notable recuperación.
Si puedo decirlo, mi lord, es algo así como un milagro.

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- De hecho, Osborne, puedes decirlo. - Rhys se volvió hacia Lydia. - ¿Deberíamos ir


al salón?
Asintió y comenzó a caminar junto a él. Una vez que estuvieron fuera del
alcance del mayordomo, le dijo en voz baja:
- ¿Rhys?
- ¿Sí?
Ella se detuvo, obligándolo a hacer lo mismo.
- No te hagas ilusiones.
- ¿Qué quieres decir?
Odiaba ser la portadora de posibles malas noticias.
- A veces - comenzó suavemente - me parece que la gente tiene una recuperación
momentánea, solo para dejarnos poco después. Como si les dieran la oportunidad
de decir adiós.
Él asintió pensativo.
- Quizás ese sea el caso. De todos modos, estaremos agradecidos por ello y no
dejaremos a mi padre esperando por más tiempo.
Extendió su brazo hacia ella.
- ¿Debería hacer una reverencia? – le preguntó, mientras colocaba su mano en el
doblez de su brazo.
- No - Le guiñó un ojo, en realidad ¡le había guiñado un ojo! - Sería apropiado, sin
embargo, dirigirse a él como Su Gracia.
Ella arrugó la nariz.
- Lo sabía.
- Lo sé.
Honestamente, no sabía qué pensar de este hombre que parecía advertirle
que se alejara de él un minuto y bromear al siguiente. Se preguntó si Rhys estaba
tan confundido como ella.
Con el corazón tronando, caminó con él por el pasillo decorado con esmero.
Esta vez estaba a punto de conocer realmente a un duque, no solo mirar a uno
mientras dormía. ¿Él sería tan consciente de su presencia como ella de él?
- Debería tomarme un momento para arreglarme el pelo, ponerme un vestido...
- Te ves adorable como estás – la interrumpió.
Alzando la vista hacia él, asintió con gratitud.
- Gracias.
Algo parecido a la satisfacción le calentó los ojos, antes de girar por el pasillo.
Un lacayo se inclinó levemente y abrió la puerta. Todavía no podía acostumbrarse a
nunca tener que abrir una puerta.
Rhys entró con ella en la habitación. Su madre y su padre estaban sentados
juntos en un sofá, Colton y Sabrina descansaban tranquilamente en unas sillas
cercanas.
Pero lo que realmente la sorprendió fue ver a la Duquesa, sentada en una
lujosa silla junto a otra aún más grande, con la mano apoyada en el brazo de un
anciano caballero, que iba vestido como si esperara asistir a una función social esa
noche. Su plateado cabello estaba peinado hacia atrás y sus ojos grises brillaban
pícaramente.
- Ah, el hijo pródigo vuelve por fin - dijo, con una voz temblorosa que delataba la
debilidad que revoloteaba entre sombras.
- Debo decir, Padre, que nos has dado a todos una agradable sorpresa hoy. Es
bueno verte tan bien - dijo Rhys, y ella sintió el verdadero placer en sus palabras.

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- Sería un pobre anfitrión si no me uniera a mis invitados por lo menos para una
comida, ¿no? - preguntó el duque.
- Considerando que has estado bastante mal, creo que todo habría sido perdonado.
- Es más fácil obtener el perdón de los demás que obtenerlo de uno mismo.
Preséntame a tu dama.
Rhys se aclaró la garganta.
- Ella no es mi dama, padre. Es la hijastra de Grayson. Nuestros caminos se
cruzaron en el pueblo, y la escolté hasta casa. ¿Puedo tener el honor de presentarte
a la señorita Lydia Westland?
Su corazón latía tan fuerte que casi no escuchó la presentación. A ella no le
importaba lo que Rhys le había dicho en el pasillo, el hombre sentado frente a ella
tenía la nobleza tallada en cada línea de su rostro, en el conjunto de sus hombros y
en la profundidad de su mirada.
Soltó a Rhys, se acercó e hizo una reverencia.
- Su Gracia, es un honor conocerlo por fin.
Se inclinó hacia ella y dijo en voz baja:
- Entonces eres tú quien susurra con mi hijo a la mitad de la noche y le hace
compañía.
- Pensé que estaba dormido.
- Estoy demasiado cansado para abrir los ojos, querida niña. Me pregunto si mi hijo
ha abierto los suyos.
Sintió que una mano se detenía debajo de su codo mientras Rhys la ayudaba
a enderezarse. El duque miró hacia donde estaban sus padres.
- Encantadora niña, Grayson.
- Tuve poco que ver con eso, Su Gracia.
Ella era muy consciente de que dentro de esa habitación, su padrastro
actuaba formal con ese hombre que lo había engendrado, y se preguntó si era por
respeto a la bruja sentada junto al duque.
- Quizás no tuviste nada que ver con engendrarla, pero veo tu influencia allí. Tus
propios hijos veo que son motivo de orgullo. ¿No estás de acuerdo, Winnie?
Miró a la mujer que acariciaba amorosamente la mano de su esposo.
¿Winnie? Parecía un nombre demasiado blando, demasiado bromista para la
musaraña chillona con la que se había encontrado un par de veces en el pasillo.
- Por supuesto, cariño - dijo la duquesa.
- Me gustaría que todos cenáramos juntos esta noche - dijo el duque, e incluso en su
estado de debilidad, su voz sonó como una orden.
- Si eso es lo que quieres, cariño, entonces veré que sea así - dijo la duquesa. -
Instruiré a Cook para que prepare tus platos favoritos. - Ella se levantó con gracia. -
Me ocuparé de eso de inmediato. Si me disculpan.
No pudo evitar mirarla. La mujer que salió de la habitación era completamente
regia en su porte, acababa de ver un lado de la duquesa que nunca sospechó que
existía. No pudo evitar sentirse impresionada de que, al menos para esta ocasión,
para su esposo, estuviera dejando de lado sus sentimientos personales de repulsión
hacia Grayson Rhodes.
- Si me disculpa, padre, tengo algunos asuntos que ver también - dijo Rhys.
- Por supuesto. Aunque espero que consideres tocar el piano para nosotros esta
noche.

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Granujas en Texas 05
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Lorraine Heath

Rhys se estremeció como si lo hubieran golpeado con un látigo en la espalda.


- Tal vez pueda convencerte de que estarías más entretenido con una lectura de la
señorita Westland.
El duque volvió sus expresivos ojos hacia ella y dio unas palmaditas en la silla
a su lado.
- Siéntate aquí, señorita Westland. Tengo muchos deseos de conocerte mejor.
Se sentó en la silla, sin saber si realmente debería, preocupada por la
conveniencia de tomar la silla que la duquesa acababa de desocupar, pero
pensando que sería inaceptable negar la petición del duque.
- Me iré ahora, padre - dijo el marqués.
- Sí, sí - murmuró el duque distraídamente mientras agitaba su mano en el aire. Fue
vagamente consciente de que Rhys se marchaba, porque estaba notando el gran
parecido entre su padrastro y el hombre sentado a su lado. - ¿Has escuchado a
Rhys tocar? – le preguntó.
- No, Su Gracia.
- Estoy más que sorprendido por eso. Él toca cuando está melancólico. - Le guiñó un
ojo. - Haremos que Rhys toque esta noche.
- No creo que debamos forzarlo si no quiere - le dijo.
- La vida no es más que verse forzado a hacer lo que preferiríamos no hacer.
- No lo creo.
- Entonces sospecho que encontrarías que vivir en nuestro mundo no sería de tu
agrado.
Tragó saliva, preguntándose qué era exactamente lo que había oído en las
sombras de su habitación.
Él desvió su atención de ella.
- Ahora, Grayson, cuéntame más sobre Texas.

*-*

Alcanzó a su madre en el vestíbulo. Cuando tenía una misión, podía ser una
bola de energía.
- ¿Madre?
Ella se volvió y secándose la comisura de los ojos con un pañuelo de lino
blanco, le dio una dulce sonrisa.
- Me pareció que se ve bastante bien, ¿verdad?
Él pensaba que su padre estaba haciendo una buena representación de verse
bien, pero no se atrevió a admitir la verdad.
- Sí.
- Aunque no está completamente recuperado - susurró, como si temiera que pudiera
perjudicar al Duque al pronunciar las palabras lo suficientemente fuerte como para
que cualquiera las oyera.
Negó con la cabeza tristemente.
- No.
Tomando una respiración profunda, ella asintió.
- Entonces aprovecharemos al máximo esta noche. Tu padre tiene tres postres
favoritos. No estoy segura de cuál preferirá.
- ¿Por qué no pedirle a Cook que haga los tres?
Sus ojos brillaron.

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- ¡Espléndida idea! Haré exactamente eso. El arreglo de los asientos será un poco
complicado.
- ¿Puedo sugerir que prescindamos de la formalidad por esta noche?
- Espléndida idea. Además, dudo que Debrett's proporcione información sobre cómo
sentar el tipo de invitados con los que hemos sido honrados. - Arrugó la nariz como
si percibiera algo desagradable. No pudo evitar pensar que por siempre consideraría
a ciertas personas como inferiores a ella. - Estoy segura de que tu padre querrá a
Grayson a su lado – reflexionó - Te ubicaré en el otro. Y yo me sentaré en el otro
extremo de la mesa.
Hacía un momento había notado lo que había visto toda su vida. Cada vez
que su padre estaba en presencia de su madre, ella agitaba sus manos sobre él. Un
toque en su mano, un peinado hacia atrás, un enderezamiento de su ropa. Ella
sentada al otro extremo de la mesa no sería conveniente para esa noche.
- Creo que tienes razón en tu suposición. Él querrá a Grayson a su lado. Sin
embargo, estás mucho más en sintonía con las necesidades de Padre que
cualquiera de nosotros. Creo que deberías sentarte cerca de él, porque sentirás más
que nadie cuando esté cansado.
Ella asintió enérgicamente.
- Tienes toda la razón… Ha pasado un tiempo desde que estuvimos sincronizados,
tú y yo.
De hecho sí que había pasado.
Ella frunció los labios.
- Esta chica. Esta Lydia. ¿Qué estabas haciendo con ella?
- Como ya he dicho. Nuestros caminos se cruzaron en el pueblo, y la escolté hasta
casa.
- ¿Estaba sola entonces?
- Sí.
- Eso es terriblemente atrevido de su parte.
- Bastante. Aparentemente, no es raro en Texas que una mujer pasee sin
acompañante.
- Paganos - murmuró antes de girar, sus tacones hicieron clic enérgicamente sobre
el suelo de mármol. Ella movió un dedo en el aire, sin molestarse en volver a mirarlo
mientras anunciaba, - ¡Él querrá que toques esta noche! Te irá mejor si simplemente
haces las paces con su pedido ahora y lo haces.
La vio desaparecer por el pasillo. Era extraño que casi hubiera olvidado que
había momentos en los que realmente disfrutaba de su compañía. Igualmente
asombroso era saber que ella desempeñaría bien su papel de duquesa esa noche.
No estaba en su naturaleza ser menos que regia cuando la situación lo justificaba y
cuando entre su audiencia estuviera el hombre que amaba.

Sentado en el otro extremo de la mesa, era muy consciente de que su padre


apenas tocaba la comida que tenía delante. Su madre fingió valientemente no darse
cuenta de que sacaban su plato lleno tras otro.
La conversación durante la cena había sido amena. Estaba agradecido de
que a la familia de Grayson se le hubiera dado la oportunidad de ver a su madre en
todo su esplendor, porque la mayoría de las veces, estaba orgulloso de ella. Que la
duquesa no sintiera lo mismo por él era su culpa, no la de ella.
- Grayson, no debes esperar tanto antes de volver al hogar - dijo su padre, el
cansancio se había adueñado de su voz.

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- Con todo respeto, Su Gracia, siento que Texas es mi hogar.


Su padre le ofreció una leve sonrisa.
- Así es como debería ser. ¿No estás de acuerdo, Winnie?
Él vio como su madre con la servilleta, se secaba con elegancia la boca antes
de contestar:
- Por supuesto, cariño. ¿Querrías un poco más de postre?
El hecho de que su padre aún no hubiera sumergido la cuchara en la natilla,
parecía habérsele escapado.
El duque negó con la cabeza.
- Miro a mi alrededor, veo la recompensa que me rodea, y no tengo hambre.
Su madre rio ligeramente y miró alrededor de la mesa.
- Su Gracia siempre ha sido un poco filósofo y poeta. Sospecho que esa es la razón
por la que le gustaba tanto asistir al teatro en su juventud.
- Asistí a las obras porque tenía debilidad por una actriz encantadora - murmuró.
Él levantó su copa de vino y bebió todo lo que quedaba de un trago antes de
pedir que le sirvieran más. Quería gritarle a su padre por arruinar la agradable
velada.
El duque se encontró con su mirada a lo largo de la mesa. No sabía qué
reflejaban sus ojos, pero él miró hacia otro lado. Tomando la mano de su duquesa,
su padre le dio un beso en la punta de los dedos.
La demostración pública de afecto del Duque era desconocida en esa casa, y
él estaba seguro de que el hecho era evidente para sus invitados, ya que su madre
tenía una expresión de sorpresa en el rostro.
- Winnie, no recuerdo haberte dicho nunca que te amo - dijo su padre en voz baja.
Su madre agitó la mano libre contra su pecho.
- Su Gracia, estoy segura…
- No, Winnie, nunca te lo dije, y te amo. Más de lo que alguna vez pensé que sería
posible.
Su madre lanzó un pequeño gemido y presionó una mano apretada en un
puño, sobre su boca.
- ¡No me hagas esto ahora!
Él sonrió levemente.
- ¿Si no es ahora, cuando? Ven aquí, querida niña.
Ella no dudó cuando él tiró de su mano. Enfrente de sus invitados, ella trepó
al regazo de su esposo.
- No te perdonaré por haberme dejado.
- Lo sé – arrulló - Lo sé.
Él captó la atención de Grayson e hizo una señal para que toda la familia se
retirara en silencio. Mientras lo hacían, se encontró y sostuvo la mirada de su padre
sobre los temblorosos hombros de su madre. Levantó su copa de vino en un saludo
silencioso, reconociendo lo que entendía con asombrosa claridad: su padre no solo
era un poeta y un filósofo, sino también un excelente actor.

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Capítulo 13

Estaba sentada en el salón. Algunas lámparas proporcionaban una tenue luz


que parecía muy apropiada para la ocasión.
El duque casi fue tragado por la silla sobredimensionada y mullida en la que
estaba sentado. La duquesa estaba sentada en el brazo de la silla, con los dedos
acariciando su cara, su cuello, su cabello y su mano. De repente estaba viendo a la
mujer bajo una luz completamente nueva. No podía imaginar el dolor de perder a un
cónyuge. Sin embargo, su madre había perdido a su primer marido y se había
casado con otro hombre. Aunque ella apenas recordaba la vida con su primer padre,
sabía sin lugar a dudas que su madre estaba más feliz con Grayson Rhodes.
Estaban sentados uno al lado del otro, tomados de la mano, sus hijos más
pequeños a sus pies. Ella había estado segura de que a la duquesa le daría un
ataque cuando los niños se habían dejado caer al suelo, pero parecía tener ojos solo
para su marido. A pesar de que su hijo los estaba entreteniendo.
La música que Rhys interpretaba era extrañamente oscura, aunque
inquietantemente bella, evocaba imágenes que ella no estaba del todo segura de
querer explorar. Imaginó habitaciones oscuras y cuerpos calientes… juntos.
Se sacudió mentalmente. Sin duda, la mente de nadie más estaba llena de
esos pensamientos lujuriosos y carnales. Culpaba a las fantasías caprichosas de
esa tarde, cuando él había estado tan cerca de llevarla por un camino que nunca
había sabido que tan desesperadamente deseaba recorrer.
Observó sus dedos, largos, esbeltos, fuertes, hábiles, bailando sobre las
teclas, y podía imaginarlos soltando los botones de su vestido. Tenía la cabeza
inclinada, pesados mechones de cabello negro cayendo hacia adelante para
acariciar su frente, su mejilla. Anhelaba apartarlos y verlos caer de nuevo. Una y otra
vez.
Quería ir hacia él, presionar los pechos contra su espalda, envolver los brazos
alrededor de sus hombros y dejar que la música fluyera a través de él. Aunque había
otros en la habitación, se sentía como si solo él y ella existieran, como si solo tocara
para ella, como si se estuviera vertiendo en la música, vertiéndose en su interior.
La música se convirtió en silencio y, sin embargo, su esencia continuó
suspendida en el aire como para provocarle los oídos. Rhys se levantó y se inclinó
levemente, obviamente incómodo al ser el centro de atención.
Esperaba que el duque o la duquesa aplaudieran o, por lo menos, anunciaran
que aprobaban su entretenimiento. Cuando ninguno lo hizo, ella soltó:
- ¡Fue hermoso!
Rhys inclinó la cabeza ligeramente.
- Usted es muy amable, señorita Westland.
Apenas amable. Los pensamientos que corrían por su mente rayaban en
asesinos. Ella podía perdonarle al Duque su silencio, estaba enfermo. ¿Pero la
duquesa? ¿Cómo no podía elogiar los esfuerzos de su hijo?
- Ya es tarde, padre. Debes estar cansado - dijo Rhys.
El duque apenas asintió.
- Grayson puede ayudarme a ir a la cama.
- Como quieras. - dijo Rhys - Madre, ¿debo acompañarte a tus habitaciones?
Ella asintió y se puso de pie, inclinándose ligeramente para besar a su marido
en la mejilla.
- Te veré mañana por la tarde.

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Lorraine Heath

- Te estaré esperando.
Caminó hacia la puerta, deteniéndose brevemente ante su padrastro y
levantando la ceja le dijo:
- Cuídalo.
- Por supuesto, Su Gracia.
Puso una mano en el brazo de su hijo y salió de la habitación, tan regiamente,
que estaba dividida entre despreciar a la mujer o admirarla.
- Lydia, ¿llevarás a Colton y a Sabrina a sus habitaciones?
Ella volvió la atención a su madre, dándose cuenta de que había estado tan
concentrada en Rhys y en la duquesa que no había notado cuando su padrastro se
había movido para pararse junto al Duque. No imaginaba que el anciano caballero
quisiera que vieran que lo llevaban como si fuera un niño. Había estado en el
comedor cuando entraron, ya había estado sentado en esa habitación cuando los
habían traído para reunirse con la familia. Qué humillante debía ser para un hombre
que había sido poseedor de tanto poder, repentinamente necesitar de la tierna
misericordia de todos.
- ¿Lydia? - Su madre la llamó de nuevo.
- Lo haré - dijo ella - pero primero... - Se acercó al Duque, buscando su cara
envejecida. Rhys había hablado en nombre de su madre, instando al duque a decirle
que la amaba. Su madre hablaría en nombre de Grayson, asegurándose de que el
duque comprendiera lo buen hombre que era su hijo ilegítimo. ¿Quién hablaría por
Rhys?
- Creo, Su Gracia, que ni usted ni su esposa aprecian por completo todas las
bondades de Rhys.
El Duque se rio entre dientes.
- ¿Le gusta, verdad?
Dirigió una rápida mirada a su padrastro, que la estaba examinando. No
estaba segura de que alguien entendiera lo que sentía por Rhys. Ni ella estaba
segura de entenderlo. Se encontró con la mirada del Duque.
- Simplemente noté que parece inclinarse ante los deseos de todos, excepto de los
suyos.
- Un hombre que debe ser duque no debe inclinarse ante nadie.
- Sin embargo, te inclinaste ante las convenciones cuando se trató de matrimonio.
- Lydia – le advirtió su padrastro. No era frecuente que él la riñera, y ella sabía que
estaba cerca de ser irrespetuosa. Pero quería que el Duque se diera cuenta de que
Rhys era tan buen hombre como su primogénito.
- No, Grayson, déjala en paz, me gusta su fibra. Pero Winnie no te permitirá ser la
nueva duquesa de Harrington - dijo el duque - Encontrará para Rhys una esposa
aburrida para darle hijos aburridos.
No si puedo evitarlo, flotaba en la punta de su lengua. Masticó las palabras.
- Nunca se me pasó por la mente convertirme en la nueva duquesa de Harrington.
- Como desees, niña.
Ella hizo una pequeña reverencia.
- Si me disculpan, tengo que acostar a los niños, y luego pienso dar un paseo por el
jardín. Necesito un poco de aire fresco.

*-*

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Lorraine Heath

Estaba de pie en la ventana de su dormitorio, observando a Lydia pasear por


los jardines, capturando la luz de la luna. Que ella hubiera felicitado su actuación lo
había complacido sobremanera.
¿Cómo se había vuelto tan importante para él en tan poco tiempo? Se
reprendía continuamente por buscarla y, sin embargo, parecía incapaz de resistir su
inocencia.
Arruinado por todo lo que había visto y experimentado, le preocupaba
corromperla si pasaba más tiempo con ella. En ese momento debería ir al dormitorio
de su padre y visitarlo mientras él estaba más alerta de lo que había estado en algún
momento. Sin embargo, se había convencido a sí mismo de que su padre, sin duda,
estaba cansado y necesitaba descansar después de un día tan agitado.
Él estaba igualmente cansado, pero ¿cómo podía un hombre resistir la
tentación que lo esperaba en el jardín? Incluso mientras se maldecía por su
debilidad, giró sobre sus talones, salió de la habitación y de la casa solariega.
La encontró en el extremo del jardín donde las rosas crecían en abundancia y
su olor aún flotaba en la brisa. Estaba sentada dentro de una glorieta blanca, sus
paredes servían como enrejado para las flores trepadoras.
Que ella no pareciera sorprendida ni asombrada de verlo aparecer dentro de
la glorieta, lo hizo detenerse y preguntarse brevemente si no lo habría atraído a
propósito. Si ella no habría sabido que él la había estado mirando.
Entonces decidió que no importaba. Estaba allí, y solo ella era importante.
Aun así, mantuvo la distancia, sin confiar en que sus manos permanecieran lejos de
su cuerpo, o que su boca no cediera a la tentación de besarla.
Caminó alrededor del círculo hasta que se paró frente a ella. Luego apoyó las
caderas contra la barandilla.
A través de la apertura, ella podía ver las colinas de Harrington, mientras que
él no veía nada más que a Lydia.
Ahora que estaba allí, no podía pensar en nada que decir. Simplemente era
suficiente estar ante su presencia, localizar su olor entre el de las rosas. Disfrutar de
la vista de su silueta en las sombras. Debería haber estado perdida dentro de ellas,
pero su pálido vestido lila y su cabello que parecía haber sido hilado por los rayos de
la luna, le daban una ventaja contra la oscuridad.
- Sabía que vendrías - dijo, su voz flotando hacia él tan suavemente como las nubes
pasaban ante la luna.
- ¿Sabías?
- Te vi parado en una ventana.
- Tal vez simplemente estaba buscando una estrella para pedir un deseo. Tal vez no
te noté en absoluto.
- Me has notado. Siempre puedo sentir cuando me estás mirando fijamente.
- Mirar fijamente suena grosero, sería como invadir donde no me quieren.
- ¿Cómo lo llamarías entonces? - le preguntó.
Anhelando. Un anhelo desesperado.
- Supongo que mirar es una palabra tan buena como cualquier otra - dijo, no
queriendo admitir la verdad de su obsesión.
Miró a lo lejos, pero nada tenía el poder de mantener su atención como ella lo
hacía, y pronto se encontró mirándola nuevamente. La tentación de acercarse era
casi más de lo que podía soportar.
- Adoro la forma en que tocas el piano - dijo.

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Clavó los dedos en la barandilla, saboreando el pellizco de la madera que le


cortaba las palmas.
- Pensé que era una pieza muy oscura - admitió.
- Estaba hipnotizada por eso.
- ¿Qué tipo de imágenes conjuró tu mente? - Ella apartó la mirada y le presentó su
perfil. Como si fuera un artista, le dedicó la vista a su memoria, el barrido de su largo
cuello, la curva de su mejilla, la inclinación de sus hombros. Ningún aspecto de su
belleza pasó desapercibido para él. Y encontró que cada parte de ella era hermosa.
No podría haber explicado su razonamiento, y sospechaba que existían unos pocos
hombres raros que estarían en desacuerdo con su evaluación de Lydia. Pero solo le
importaba lo que él veía. - ¿Qué imágenes? - insistió.
- Las encontré muy… - inclinó la cabeza - sensuales.
- Pensé en ti mientras tocaba.
Cuando volvió la cabeza hacia él, sintió que su mirada se posaba sobre él.
- ¿Lo hiciste? - le preguntó.
- Has logrado hechizarme, y eso no es bueno para ninguno de los dos.
- ¿Por qué?
- Porque eres una mujer que brillaría en Londres. Yo prefiero la reclusión de
Harrington. Porque quieres un hombre sin manchas. Y yo estoy tan lejos de ser uno,
que ni todo el pulido del mundo me haría brillar.
- ¿Es esa la razón por la que me rechazas cada vez que me acerco?
- Son unas de las muchas razones.
- ¿Y qué pasa si no quiero que me rechaces?
Ella se puso de pie, y de repente se le ocurrió que salir de allí era una muy
mala idea.
- No se puede ser una seductora y una dama – le advirtió.
- ¿Por qué?
- Porque una seductora no tiene virtud, mientras que una dama siempre debe
mantenerla y cuidarla.
Ella cruzó el mirador y se colocó a su lado, no lo suficientemente cerca para
que él la tocara, pero lo suficientemente cerca como para que sin ningún esfuerzo
pudiera tenerla entre sus brazos. Ella miró hacia el campo.
- Pensé que era romántico que tu padre le dijera a tu madre que la amaba esta
noche durante la cena.
- Fue una mentira.
Ella giró la cabeza.
- ¿Tienes que ser tan cínico?
- Soy realista. Pensé que encontraría satisfacción en que él se lo dijera, pero en
cambio vi una medida de engaño en sus acciones.
- ¿Dónde está el daño cuando sus palabras la hicieron tan feliz?
- Creo que una relación es mejor vivirla con honestidad.
- ¿Nunca le dirías a una mujer que la amas si no lo haces?
- Nunca. Pero nunca espero amar a una mujer.
- Ni si quiera a mí.
- Especialmente a ti.
- Entonces, si presionara mi cuerpo contra el tuyo, ¿no reaccionarías? - Preguntó
ella.
- Un hombre puede reaccionar sin amor.
- ¿Puede un hombre amar sin lujuria?

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Me dices que deseas ser aceptada por la Sociedad, y luego mantienes


conversaciones que son totalmente inapropiadas.
- Me estás alejando de nuevo - dijo con una voz que parecía vibrar sobre su carne.
Baja, provocativa, acogedora.
Entonces ya no pudo alejarla, sino que la acercó más.
No le sorprendió que ella le diera la bienvenida a su avance y que se apoyara
contra él en señal de rendición. Colocó su boca firmemente sobre la suya, que se
abrió en el instante y sus lenguas bailaron, un ritmo frenético y antiguo.
Sabía al vino que había bebido durante la cena y al chocolate que había
mordisqueado cuando se sirvió el postre. Su sabor era apetitoso y dulce, mezclado
con inocencia. Sus finos dedos agarraron su chaqueta, y un ronroneo vibró dentro
de su garganta.
El deseo furioso se disparó a través de él. Si hubiera pensado que era una
fanfarronada, o que podría haberla domado con acciones en lugar de palabras,
habría subestimado groseramente su poder sobre él. O si tal vez simplemente
hubiera elegido ignorarla.
Desde el primer beso que compartieron, él supo que ella no era una dama
recatada. Le estaba devolviendo el beso ansiosamente, como lo había hecho antes.
Era una participante activa en lo que con la mayoría de las mujeres había
descubierto que era un disfrute pasivo. Las damas que él conocía preferían que
actuara sobre ellas, para que sus sentidos disfrutaran, mientras él encontraba su
propio camino. En cambio Lydia daba tanto, como tomaba. Sus manos
alternativamente tocaron su mejilla, corrieron por su cabello, y le frotaron los
hombros. Ella era tan consciente como él de que esa pasión abarcaba todos los
aspectos de una persona: corazón y mente, cuerpo y alma.
Deslizó la mano a lo largo de su piel sedosa, revelada por el corte bajo de su
vestido. Pasó los dedos sobre las exuberantes curvas, bajando su mano para acunar
el delicioso montículo de un pecho. ¿La había considerado más pequeña que la
mayoría?
Era perfecta en todos los sentidos y de todas las maneras. Deslizó su boca de
la de ella. Con un gemido, la joven echó la cabeza hacia atrás, dándole acceso a la
piel que tan desesperadamente deseaba. Pasó los labios a lo largo de su garganta,
el aroma a rosas aumentaba a medida que alcanzaba el hueco en su base.
Ah, entonces allí era donde había puesto el perfume. Él la imaginó cerrando
los ojos mientras lo hacía, su dedo aplicando las tentadoras gotas. ¿Había pensado
en él mientras el perfume empapaba su piel?
Humedeció ese lugar, mientras deseaba humedecer el refugio de seda entre
sus muslos. El refugio donde podría encontrar consuelo. Lamió su garganta antes de
viajar más abajo. El aroma se desvaneció solo por un breve instante. Sonrió,
imaginándola mientras deslizaba el dedo entre sus pechos para colocar perfume en
el lugar escondido que solo él conocería. El lugar que su lengua ahora estaba
explorando.
Temblando entre sus brazos, ella hundió los dedos en sus hombros. Solo tuvo
que bajar un poco el corpiño de su vestido para revelar el tesoro que buscaba. Cerró
la boca alrededor del orbe satinado, sus dientes alrededor de la perla endurecida.
Tiró, amamantó y rozó la carne con la lengua. Ella gimió y se sacudió.
- ¡Rhys! - Su nombre, un susurro sin aliento en la noche. Su nombre. No el de un
marido errante o el de un amante despreciado.

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Amar a un Lord escandaloso
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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

¡Maldita sea! Maldita ella por hacerlo sentir que podía estar dentro de sus
brazos y no de los de otra. Se dijo a sí mismo que la deseaba más porque no podía
tenerla, pero la verdad se burlaba de él. La quería porque ella era todo lo que él no
era, todo lo que hacía mucho tiempo había perdido. Inocencia y belleza. Ella todavía
creía en los sueños.
Sus manos se cerraron alrededor de los brazos femeninos con fuerza,
mientras la sentía caer en el letargo. Luego le pasó un brazo por la cintura y la
sostuvo contra su cuerpo duro, su cuerpo palpitante.
A la luz de la luna, podía verla mirándolo a través de los ojos entornados,
esperando, aguardando, confiando, deseando y suplicando en silencio por la
liberación que él podía darle. El placer que podía concederle.
Con la cabeza inclinada, él continuó torturando con sus labios y su lengua los
pechos desnudos, prestando atención a uno y luego al otro, amamantando y
acariciando, mimando y mordisqueando, mientras su mano libre recogía la falda
hasta apretujarla entre ellos, dejándola sostenida en su lugar por dos cuerpos juntos
presionados, tan fuertemente, que ni siquiera la brisa podría mover la tela.
Deslizando los dedos por su cálido y aterciopelado muslo, escuchó la aguda
inspiración de su respiración, percibió con agrado el calor que manaba de su piel
bajo su boca y se regocijó por el temblor de su cuerpo.
Bajó los dedos y luego retrocedió. Bajó de nuevo, capturando su rodilla,
levantándola, lenta y provocativamente hasta que la enganchó sobre su cadera, la
sostuvo con su brazo, extendiéndola hasta que el dulce y almizclado perfume de su
deseo se elevó hacia lo alto.
Él deslizó los dedos a lo largo de su muslo, hasta el corazón de su feminidad.
Esta vez apartó el último pedazo de delicado encaje que servía como barrera hacia
su objetivo. Ella gimió de nuevo, su cuerpo tembló contra su palma, mientras pasaba
los dedos por sus rizos. Ella estaba pecaminosamente caliente y húmeda. Terciopelo
y seda entrelazados. Hinchada. Madura por el deseo.
La acarició lentamente. Ella lanzó un pequeño grito, una súplica rotunda.
Regresó su boca a la de ella, profundizando el beso mientras sus dedos
aumentaban la presión. Ella se retorcía contra él, una mujer que intentaba escapar,
una mujer desesperada por quedarse. Ella le chupó la lengua como si quisiera
atraerlo hacia su interior.
Él capturó su sollozo mientras su cuerpo se arqueaba cuando deslizó el dedo
medio en la caverna de seda donde su cuerpo latía con fuerza por el viaje hacia el
éxtasis que había emprendido.
Resbaló la boca hasta su oreja, respirando pesadamente, escuchando
mientras su respiración rápida llenaba el aire de la noche. Ella se desplomó contra
él, con los brazos colgados sobre sus hombros y la cara apretada contra su pecho.
Había complacido a muchas mujeres de una manera similar, pero nunca
antes había sentido tal satisfacción, tal disfrute, tal... placer. Victorioso. Él se sentía
victorioso.
No importaba que todavía le doliera por la necesidad. Con ella temblando en
sus brazos, encontró una satisfacción que nunca antes había conocido.
- Dios mío, su gracia - dijo en un suspiro. Levantó la mirada hacia él y se rio, un
tintineo de pura alegría como un millar de campanas que resuenan de júbilo - Mis
libros nunca explicaron algo como esto. - El estruendo comenzó en lo profundo de
su pecho, como un trueno precediendo a la tormenta, y cuando la risa explotó desde
dentro, casi lloró por haber pasado tanto tiempo sin haberla escuchado. No era

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cinismo, ni descaro. Era simplemente alegría. - Imagina cómo hubiera sido si no me


hubieras dado instrucciones sobre cómo frenar mi entusiasmo – le dijo.
Riendo más fuerte, presionó su frente en la de ella y negó con la cabeza.
- Tal vez por la mañana recuerde qué lección era la que vine aquí a enseñarte.
- Algo sobre la lujuria y el amor, creo - murmuró. Ah, sí, lujuria y amor. Pensó que
era maestro de una y analfabeto del otro. Ahora ya no estaba seguro de ninguna de
las dos cosas. - Hay más cosas que suceden entre un hombre y una mujer,
¿verdad? - Preguntó en voz baja.
- No para nosotros.
- ¿Por qué?
- Porque me preocupo por ti más de lo que debería, y no quiero verte lastimada. - Él
retrocedió ligeramente, y su falda flotó nuevamente en su lugar - Probablemente
sería mejor que volvieras a la mansión. No quisiera alimentar las lenguas de los
sirvientes.
Ella acunó su mejilla.
- ¿Cómo puedes darme tanto y pensar que no sería feliz con todo lo demás que
tienes para ofrecer?
Tomando su mano, giró la cabeza y presionó un beso en su palma.
- Porque todo lo demás no estaría a la altura de lo que acabo de darte.
- No creo que sepas tu valía.
- Sé exactamente lo que valgo. También sé que no puedes pagarlo.

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Capítulo 14

Se despertó, sin saber por qué, con la oscuridad rondando a su alrededor. Se


puso la bata y se asomó por el pasillo. Un sordo gemido escapó por la puerta abierta
que conducía al dormitorio del duque.
Se arrastró por el pasillo, sin querer entrometerse, pero queriendo estar
disponible si fuera necesario. Mirando dentro, vio a la duquesa sosteniendo la mano
del duque, inclinada la cabeza, mientras una mujer que parecía ser más una
acompañante que una sirvienta - quizá era la enfermera - frotaba los temblorosos
hombros de la duquesa. El Duque parecía estar completa y para siempre en paz.
Ella no esperaba sentir tanta pena por el duque y su duquesa.
Sus padres estaban a un lado, abrazados. Ella se acercó, y su padrastro la
recibió en sus brazos.
- Lo siento mucho - dijo en voz baja y respetuosa. Él debería estar sintiendo la
inmensa tristeza que bullía dentro de ella ahora.
- Se fue pacíficamente, con aquellos que lo amaban cerca. Un hombre no puede
pedir más que eso - dijo su padrastro.
- ¿Hay algo que pueda hacer? – le preguntó.
- No. - La liberó y atrajo a su madre contra su costado. La mujer que lo consolaría y
le daría fuerzas. - Estaré bien.
Miró alrededor de la habitación, notando que Rhys estaba ausente, sabiendo
que probablemente había estado allí antes. Probablemente hubiera sido el que dio la
triste noticia.
Con las emociones recientes después del encuentro en el jardín, ella había
decidido no reunirse con él allí esa noche. Ahora deseaba haberlo hecho.
Besó la mejilla de su padrastro, le apretó la mano y luego salió de la
habitación.
Debido al gran tamaño de la mansión, de repente se sintió muy pequeña
cuando se abrió paso a lo largo de los oscuros pasillos. Todo estaba increíblemente
silencioso, como si incluso las llamas de las velas y las lámparas estuvieran de luto y
se hubieran retirado al silencio, sin chisporroteo, ni luz para hacerle compañía.
Sabía dónde encontraría a Rhys. Sabía que lo encontraría a solas con su
dolor. Y ella sabía que su corazón casi se rompería al verlo mover los dedos sobre el
piano, creando acordes melancólicos que le tocaban el alma y le desgarraban las
emociones.
¿Quién le ofrecería consuelo a Rhys?
No su madre. No una esposa o una amante. Ni siquiera un amigo.
Él levantó la cabeza y la atravesó con una mirada que le recordó a un animal salvaje
atrapado. Sus manos se detuvieron, pero sintió que pasó una eternidad hasta que
las inquietantes notas desaparecieron completamente.
- Puedes dirigirte a mí como Su Gracia ahora - dijo en voz baja, sin emoción.
Ella dio un paso hacia él.
- Rhys…
- ¡Nunca se supuso que yo fuera el Duque! - Rugió, mientras se ponía de pie,
golpeaba el arpa que estaba a su lado y lo arrojaba al suelo. Se pasó las manos por
el pelo, su mirada se movió a su alrededor como si desesperadamente quisiera un
santuario en el que esconderse.
- Serás un maravilloso duque – le prometió.

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Amar a un Lord escandaloso
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Lorraine Heath

Su áspera risa hizo eco a su alrededor.


- Oh, mi soñadora, no sabes las cosas que hice.
- Sé que has rescatado niños y caballos e incluso a tu madre de alguna manera.
- Vete, Lydia - ordenó mientras se movía hacia las sombras que se cernían sobre las
esquinas. – Sal de aquí.
- No puedo.
- No sabes lo que estoy sintiendo en este momento; no sabes de lo que soy capaz.
Su voz hirvió de furia. Ella no sabía con quién estaba enojado: si con él
mismo, con su padre, o tal vez con su madre. Tal vez incluso estaba enojado con
ella.
No tenía miedo de su ira. Estaba herido, profundamente, sin nadie para aliviar
el dolor de su corazón, nadie para ofrecerle consuelo.
- Sé que te duele - dijo ella con dulzura, mientras se arrastraba más cerca.
- ¿Doler? ¿Crees que me duele porque está muerto?
Ella asintió con la cabeza, apretando los puños contra su pecho hasta que le
dolió.
- Lo amabas, Rhys. Puedes negar todo lo que quieras, pero él era tu padre y lo
amabas.
Sacudió la cabeza.
- No.
- Sí - insistió ella.
Él negó con la cabeza más ferozmente.
- No. ¿No entiendes? Yo no era nada para él. Simplemente el repuesto. Esperamos
que nunca haya que usarlo, pero a mano, en caso de que ocurra lo impensable. Él
no amaba a mi madre. La pasión no lo llevó a su cama, sino la obligación, la
obligación de proporcionar un heredero y un repuesto.
Alzando los dedos temblorosos, los puso contra su cuello, sintió el rápido
latido de su pulso, la calidez de su piel.
- No eres un repuesto para mí - dijo con voz áspera y con lágrimas por la angustia
que le quemaban la garganta.
- Nadie me ha amado nunca – graznó - Estoy tan malditamente solo, Lydia.
Las llamas ardiendo en la chimenea cercana se reflejaron en las lágrimas que
brotaban de sus ojos.
- No, Rhys, no estás solo. Mientras esté aquí, no estás solo.
Él la atrajo hacia sí, apretando su cuerpo, con certera insistencia. Su boca
estaba húmeda y caliente contra la suya, su lengua barría dentro como si sintiera
una necesidad desesperada de recorrer cada parte de su interior.
Ella inclinó su cabeza y sintió una lágrima de su mejilla deslizarse sobre la de
ella. Él gruñó bajo en su garganta, mientras la aplastaba contra él. Sus pechos se
aplastaron contra los duros planos de su torso. Deslizó sus brazos sobre sus
hombros, maravillada de nuevo por la fuerza que sentía relucir bajo las puntas de
sus dedos. Podía pasar sus manos sobre él toda la noche y nunca cansarse de
hacerlo. Le pasó los dedos por el pelo.
Las sensaciones se arremolinaban a través de ella mientras el deseo ardía
profundamente dentro suyo como un fuego en la pradera, sin nada que lo
contuviera. Era vagamente consciente de que los dedos de Rhys retiraban su bata y
aflojaban los botones de su camisón.
Una parte distante de su mente comenzó a citar reglas de comportamiento -
como lo había hecho antes en el jardín, como si todavía poseyera sus sentidos y le

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importara que una dama no debería suspirar de placer cuando le arrancaban la ropa
y la boca de un hombre la devoraba, trazando un sendero caliente a lo largo de su
garganta.
Sabía que iba a perder la batalla de seguir siendo una dama, pero al perder,
ella ganaría, porque Rhys era lo único que le importaba, y le daría voluntariamente
cualquier cosa que necesitara.
Se estremeció mientras ardía, echaba la cabeza hacia atrás, y él mordía la
tierna carne de su hombro.
- Dime que me quieres - gruñó.
- Te quiero - repitió, aturdida por el deseo. Lo había querido en el jardín por todo lo
que le había dado. Pero se había sentido desairada, engañada, cuando él se había
reprimido, y no había buscado su propio placer con ella.
Lo había querido desde el primer momento en que lo había visto. ¿Cómo
podría alguien no ver el hombre bueno que era? Ella lo había visto. Lo veía en todas
las pequeñas cosas que hacía, cosas que nunca había considerado que un noble
podría hacer.
Rhys movió sus labios más abajo, mientras su lengua lamía y saboreaba, su
boca besaba. Ella jadeó cuando él cerró la boca alrededor de su pezón y sintió un
tirón mientras se amamantaba, un tirón que pareció atravesar su cuerpo para tocar
los lugares más íntimos. Antes de Rhys, nunca se había dado cuenta de lo
conectadas que estaban las diferentes partes de su cuerpo.
Sus rodillas se debilitaron y temblaron, podría haberse estrellado contra el
suelo si él no la hubiera estado sosteniendo. En ese momento la deslizó hacia la
alfombra, siguiendo su camino.
Cuando ella le pidió que la instruyera, no tenía idea de las cosas que podía
enseñarle. Esta vez, sin embargo, estaba decidida a que la lección concluyera. Este
momento no era solo de ella, sino de ambos.
Trató de desprender los botones de su camisa, pero le temblaban los dedos.
Él movió la boca sobre sus costillas y su aliento flotó sobre su piel mientras
los labios le rendían homenaje a cada tramo de piel que revelaba, mientras hacía a
un lado su ropa.
- Tu camisa – le dijo sin aliento.
Se sentó, y tiró de la camisa sobre su cabeza, ella quiso reír, porque después
de todo no había tenido necesidad de molestarse con los botones. Extendiendo el
cuerpo junto al suyo, se levantó sobre un codo y comenzó a desatar su cabello.
- Quiero ver tu cabello suelto - dijo, con un tono febril en la voz y un propósito en los
dedos.
Mientras ella extendió la mano, y tímidamente presionó su palma sobre el
fuerte pecho desnudo. Terciopelo contra acero. Rápidamente su cabello estuvo libre,
y él lo extendió a su alrededor, sobre sus hombros, sobre su pecho.
- Glorioso - le dijo justo antes de volver su boca a la de ella.
Con impaciencia, le dio la bienvenida al beso, mientras sus dedos delineaban
cada una de sus costillas. Siguiendo cada músculo, su mano bajó más, hasta llegar
a la cintura de los pantalones. En ese momento escuchó como su respiración se
detenía.
Arrastró su boca lejos de la de ella, con su aliento entrecortado en fuertes
jadeos, como si estuviera luchando por atraer cada milímetro de aire. Levantándose
sobre las rodillas, sostuvo su mirada, mientras bajaba su camisón, abajo, abajo...
más allá de sus caderas, sus rodillas, sus pies.

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Siempre había creído que sentiría cierta vergüenza en ese momento, la


primera vez que estuviera completamente expuesta a la mirada de un hombre. Sin
embargo, no sentía nada más que alegría, felicidad por saber que se estaba
brindando a ese hombre.
- Dios mío, eres hermosa - susurró, mientras deslizaba su mano a lo largo de ella. -
Tan hermosa.
Rápidamente se desabrochó los pantalones y se los quitó, revelando la
magnificencia de su cuerpo, el poder de lo que tenía para ofrecerle.
Ella le habría dicho que pensaba que él también era hermoso, pero la besó de
nuevo, profundamente, hambriento, presionando su pecho contra el suyo, su mano
acunó su cadera, rodándola hacia él hasta que sintió su calor presionar contra su
estómago.
Gimiendo bajo, él deslizó la otra mano por el interior de su pierna. Ella se
estremeció cuando los dedos masculinos llegaron al ápice entre sus muslos. Su
exploración fue suave pero concienzuda, ya que las sensaciones se acumularon
profundamente dentro de ella y se expandieron hacia afuera.
Que estuviera gimiendo y retorciéndose debajo de él podría haberla
mortificado si sus necesidades no hubieran sido tan fuertes.
Él la condujo hacia el pináculo y luego se alejó.
Clavando los dedos en sus hombros, ella lo instó a terminar lo que había
comenzado. Rhys separó más sus muslos y se acurrucó entre ellos. Se mordió el
labio mientras la estiraba suavemente, mientras la llenaba delicadamente... solo para
retirarse.
- ¡No! - dijo ella con voz ronca.
Él se detuvo con la respiración trabajosa, y le preguntó:
- ¿No?
- No te detengas.
Soltó una risita que sonó como alivio.
- Gracias a Dios. - levantó la cabeza y sostuvo su mirada. - No sé cómo hacer para
que no duela.
Ella acunó su mejilla con las manos, dándole la bienvenida a la piel barbuda
que le raspaba las palmas. Adoraba cada aspecto de él.
- Te amo, Rhys.
Él bajó la boca hasta la de ella, capturando el grito que emitió, mientras se
enterraba en su interior, le clavó las uñas en la espalda, sosteniéndose de él
mientras se mantenía lo más quieta posible.
Besó la comisura de su boca y un punto sensible debajo de su oreja mientras
le confirmaba:
- Lo peor ya pasó. Es hora de soñar, mi pequeña soñadora.
Él comenzó a balancearse contra ella, y el ardor disminuyó, mientras que otra
sensación comenzó a afianzarse. Algo mucho más intenso que lo que había
experimentado en el jardín. Él le estaba ofreciendo un nuevo sueño, una conmoción
tan profunda, tan insondable que le asustaba pensar que pasaría cuando el sueño
estuviera cumplido, la aterrorizaba pensar que se acabaría.
El cuerpo de Rhys se apretó alrededor del suyo, e instintivamente ella se
movió a su ritmo, encontrándolo en cada empuje, codiciando el siguiente.
Entonces el sueño estaba a punto de explotar...
- ¡No! – gritó al sentir que se acabaría.
- Sí - le ordenó él, enterrando su cuerpo en el suyo y catapultándola al precipicio.

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Él, en una última embestida, se arqueó al estallar y de inmediato, de alguna


manera, se las arregló para acurrucarla entre sus brazos, mientras un grito gutural lo
seguía rápidamente, su cuerpo se estremeció cuando él la abrazó y presionó su
rostro contra la curva de su cuello.
Letárgicamente, se dio cuenta de que pequeñas gotas continuaban cayendo
en cascada a través de él. Pasaron varios segundos antes de que ella se diera
cuenta de que no era que estaba atrapado en la agonía de la pasión, sino que
lloraba.
Ella recorrió con sus dedos arriba y abajo su espalda húmeda y vio la luz del
fuego y las sombras jugar sobre su carne reluciente. Estaba llorando por fin, podía
dejar atrás el pasado y abrazar su futuro.

*-*

¡¿Qué había hecho?!


Probó la sal de sus lágrimas corriendo hacia sus labios y quiso llorar aún más.
La sanación había regresado al fin, pero ¿a qué precio había perdido el
control? Y más importante aún, ¿cuál sería el costo para Lydia?
"Te amo", había dicho ella.
Pero no podía, porque no lo conocía, no conocía todos los oscuros secretos
que albergaba en lo más profundo de su ser.
De todas las mujeres que había llevado a su cama, ninguna le había brindado
verdadero afecto. La falla solo podía estar dentro de él.
Con una mano, logró borrar la evidencia de sus lágrimas. Lentamente levantó
la cabeza y se encontró con la mirada de Lydia.
Ella lo miraba con ojos lánguidos, como una mujer que había sido bien y
verdaderamente saciada. Sin embargo, a pesar de su experiencia, la había tomado
demasiado rápido, demasiado bruscamente. No había utilizado ninguna de las
habilidades o finuras que había adquirido a lo largo de los años.
Había perdido completamente la cabeza, y todo parecía estar descontrolado.
Ella le otorgó una sonrisa encantadora, una sonrisa que no se merecía. Él
negó con la cabeza ligeramente.
- No deberíamos haber hecho esto.
Su sonrisa se marchitó cuando el dolor llenó sus ojos.
- Rhys…
- Shh. - Él pasó los dedos a través de los mechones de su pelo que yacían sobre su
mejilla. - Eras virgen y te he comprometido.
- Yo quería que lo hicieras.
- Sea como fuere, el hecho de que no mostrara autocontrol es imperdonable. - Y que
él continuara demostrando que no tenía dos dedos de frente, era desconcertante.
Sin embargo, allí permanecía, levantado sobre los codos, todavía acunado dentro de
su cuerpo, acariciando la sedosa suavidad de su rostro como si sus dedos intentaran
memorizar cada aspecto de ella.
Su sonrisa regresó lentamente, sus ojos se volvieron tan cálidos como la piel
que aún tocaba la suya.

*-*

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Tumbada debajo de él, estudiaba la manera en que su mirada la recorría, con


tanta ternura que le dolía el corazón. No tenía motivos para castigarse por sus
acciones cuando ella nunca había conocido tanta felicidad, tan increíble satisfacción.
Él era su amor atormentado, pero estaba segura de que con el tiempo podría
ayudarlo a sonreír más a menudo, a reír de todo corazón y a disfrutar de toda la vida
que le quedaba. Solo tenía que convencerlo de que en verdad era amado y amado
profundamente.
Él se alejó, y el frío de la noche se deslizó sobre su piel. Sentada, comenzó a
recoger su ropa y ponérsela, mientras él hacía lo mismo con la suya.
Estaba de espaldas a ella y no pudo resistirse a pasar los dedos por sus
hombros, a lo largo de su columna vertebral. Él se detuvo.
- No debes preocuparte - dijo en voz baja. - Después del funeral de mi padre,
hablaré con Grayson y arreglaré el asunto.
La alegría corrió en espiral a través de ella con la seguridad de que él pediría
su mano. Se casarían y serían felices. Ella se ocuparía de eso.
Envolviendo sus brazos alrededor de su cintura, presionó un beso entre sus
hombros y apoyó la mejilla contra su cálida piel.
- No creo que sepas lo feliz que me haces - susurró.

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Capítulo 15

“Una dama no debe temer al matrimonio, cuando su afecto cae


sobre un caballero de reputación inmaculada.”
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
Ella sabía que probablemente era indecoroso parecer que tenía un resorte en
sus pies cuando caminaba por la casa solariega, cuando paseaba por los jardines o
cuando visitaba los establos. Pero no podía contener su júbilo. La hierba nunca le
había parecido tan verde, los árboles estaban más llenos de hojas, las canciones de
los pájaros eran más dulces y el cielo más azul. Todo era vibrantemente hermoso.
Rhys la amaba. Él no había dicho las palabras, pero no las necesitaba cuando
le había demostrado cómo se sentía con ella. Pronto él hablaría con su padrastro.
Sentada en su habitación, hojeaba Harper's Bazar y buscaba un vestido de
novia apropiado, apenas podía comprender cuán rápido había cambiado su vida.
Que hubiera encontrado un amor tan profundo en tan poco tiempo, era casi
increíble, y aunque sabía que el anuncio y la celebración tendrían que esperar un
poco más, rebotaba entre la euforia y la ansiedad.
Habían pasado tres días desde que el duque anciano había sido sepultado.
La duquesa había recogido sus pertenencias de inmediato y se había mudado a la
casa de la viuda, aparentemente una casa más pequeña en un terreno no muy lejos.
Ella sospechaba que su apresurada mudanza había tenido que ver con que no
soportaba estar cerca de Grayson Rhodes y su aborrecible clan.
La duquesa los había tolerado mientras su esposo estaba vivo, pero ahora
era libre de hacer lo que quisiera.
No se entristeció al verla partir. La mansión parecía estar más en paz con su
ausencia. Aunque siempre recibiría a la Duquesa en su casa, no se sentiría
desairada si la mujer nunca aceptara una invitación.
- Lyd, ¿cuándo crees que nos iremos a casa? - Preguntó Sabrina desde su lugar, no
lejos de los pies de Lydia. A pesar de todas las sillas que había, su hermana prefería
acostarse boca abajo en el suelo.
- Estoy segura de que te irás pronto a casa - respondió mientras estudiaba las líneas
del vestido que la había cautivado. Trató de imaginarse cómo se vería vistiéndolo en
la capilla.
- Pero tú también vendrás - dijo Sabrina.
Maldijo su lengua descuidada. Bajó el periódico y se encontró con la mirada
inquisitiva de su hermana.
- Podría decidir quedarme un poco más.
- ¿Por qué?
No podía decirle que se iba a casar a su hermana menor, antes de que Rhys
hablara con sus padres. Se preguntó si tendría tiempo de enviar a buscar a Johnny y
a Micah. ¿Ella y Rhys se casarían en Londres o allí?
Tenía muchas preguntas, pero desde la noche en que había perdido la
inocencia en los brazos de Rhys, no había tenido oportunidad de hablar con él. No
había estado disponible para las comidas. No sabía exactamente dónde estaba su

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dormitorio. No había podido encontrarlo en su estudio o en la biblioteca. Él nunca se


había unido a ella en la sala de la mañana o en la cancha de croquet o en el jardín.
Sabía que tenía muchas cosas que hacer después de la muerte de su padre,
y luchaba para no sentirse descuidada.
Pronto podrían pasar todas las noches juntos, envueltos en el capullo de su
amor.
- Me gusta Inglaterra - le dijo a Sabrina, protegiéndose con la verdad.
- Pero no te quedarás mucho tiempo, ¿verdad?
Para siempre. Ella se quedaría para siempre.
Un golpe rápido la salvó de tener que responder. La puerta se abrió y su
madre entró, una sonrisa vacilante en su rostro. Parecía que deseaba parecer feliz,
pero no estaba del todo segura de que estuviera llena de alegría.
- Rhys acaba de tener una larga conversación con tu padre y conmigo - dijo.
Su corazón pateó contra las costillas, y luchó por mantener la compostura.
- ¿Y?
- Él sugirió que vayamos a Londres.
Sonrió alegremente.
- Londres - repitió, complacida de que se casaran allí.
- Sí, pensó que me gustaría visitar a mi hermana, y parecía pensar que asistir a los
bailes te facilitaría encontrar un marido. Lydia, ¿le dijiste que esperabas encontrar un
marido mientras estuvieras aquí?
Su sonrisa se marchitó y murió.
- ¿Quiere que vaya a Londres a buscar un marido?
Su madre asintió, obviamente tan confundida como ella.
- Debido a que está de luto, él, por supuesto, no asistirá a ninguna función social,
pero dijo que podría ser tu mecenas y asegurarse de que encuentres una buena
pareja. No entiendo por qué está proponiendo algo así a menos que hayas dicho
algo para hacerle creer que esperamos que te cases con un aristócrata. - Su pecho
se tensó y dolió hasta tal punto, que apenas pudo respirar. Seguramente su madre
había malinterpretado lo que Rhys les había dicho, había malinterpretado sus
intenciones. - Lydia, ¿qué le dijiste a Rhys? - Le preguntó su madre.
Negó con la cabeza. No le había dicho nada. Ella solamente había hecho el
amor con él. ¿Por qué estaba hablando de mostrarla por Londres?
- Hablamos de la temporada en ocasiones - logró forzar a través de su boca seca.
Dejando el periódico a un lado, se levantó. - Debe haber entendido mal lo que yo
quería. ¿Sabes dónde está el?
- Lo dejamos en su estudio.
Asintió, tratando de contener los temblores que la recorrían.
- Hablaré con él.
- Estoy dispuesta a ir a Londres, porque me gustaría ver a Elizabeth. No estoy en
contra de que vayas a los bailes mientras estamos allí, pero simplemente no
entiendo por qué siente que tiene la obligación de encontrarte un marido.
- Sí, bueno, tampoco entiendo su razonamiento, pero estoy segura que antes de que
termine la tarde, llegaré al fondo de este malentendido.
Salió de la habitación, con sus pensamientos tan dispersos como las hojas de
otoño empujadas por el primer aliento del invierno.
¡Lo que él estaba proponiendo era absurdo! Ella quería casarse con él, no con
alguien que conociera en un baile de Londres. Tal vez él quería darle una temporada

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y luego pedir su mano en matrimonio. Sí, seguramente eso era todo. Quería que
ella, al principio, experimentara Londres sin estar atada a él.
Bajó corriendo las escaleras. Sí, sí, esa tenía que ser la idea de su
sugerencia. Era completamente inapropiado que se comprometieran tan pronto
después de la muerte de su padre. Llevarla a Londres era un regalo. Él realmente no
planeaba actuar como su mecenas para encontrarle un marido.
No cuando ella ya le había demostrado con sus palabras y con su cuerpo lo
profundamente que lo amaba.
Al llegar al vestíbulo, se volvió hacia el estudio. Sus tacones resonaron
impresionantemente fuerte sobre el mármol, como tambores durante una batalla.
Pero ella y Rhys no estaban en guerra. Simplemente no se estaban comunicando
muy bien.
El joven lacayo que montaba guardia fuera del estudio no se movió para abrir
la puerta cuando ella se acercó.
En cambio, simplemente inclinó levemente la cabeza.
- Su Gracia ha indicado que no desea ser molestado, mientras trabaja en sus libros
mayores - le informó.
- Su Gracia puede irse al infierno.
Los ojos del lacayo casi se salieron de su cabeza.
Tomó el picaporte, y él la agarró de la muñeca. Ella lo miró y sus mejillas se
pusieron rojas.
- Señorita Westland, debo insistir en que no moleste a Su Gracia.
Consideró hacer una escena, pero no era culpa de este pobre hombre que su
amo hubiera perdido la cabeza repentinamente. En cambio, juntó su dignidad como
una capa hecha jirones, giró sobre sus talones, y se marchó por el pasillo.
Rhys tenía que haber sabido que ella tendría preguntas sobre su viaje a
Londres. Que le ordenara a su lacayo prohibirle verlo, era desmesurado.
Cuando llegó al jardín, comenzó a caminar hacia el otro lado de la casa, su
temperamento se calentaba con cada paso que daba. Hasta ese momento, nunca se
le había ocurrido que en realidad la había estado evitando. Le había dado el
beneficio de la duda y había asumido que sus deberes con respecto a la propiedad
lo habían mantenido alejado. Ya no estaba tan segura.
Reconoció las puertas de cristal por las que una vez había emergido para
unirse a ella en un juego de croquet. Si estuvieran trabadas, agarraría un mazo y las
rompería.
Se había puesto furiosa cuando intentó abrir la puerta. Que se abriera con un
chirrido resonante de sus bisagras, debería haberla calmado un poco. En cambio,
solo sirvió para encender aún más su temperamento.
Entró en la habitación y miró al hombre que estaba sentado detrás del
escritorio, garabateando algo en su libro de contabilidad, ignorándola en el proceso.
- ¿De verdad creías que podrías mantenerme fuera? - Exigió.
Su cabeza se levantó bruscamente como si recién fuera consciente de su
presencia. Dejó la pluma a un lado, se reclinó en su silla y suspiró.
- No, supongo que no. - Mientras se levantaba, deslizó una mano sobre su escritorio,
indicando una de las sillas frente a él. - Por favor, entra y siéntate.
Ella cerró la puerta y entró, pero no tenía intención de discutir esta situación
sentada.
- Mi madre me dice que vamos a ir a Londres.
- Es un mercado favorable para la caza de marido.

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- ¿Y crees que necesito buscar un marido?


Él apartó la mirada momentáneamente, mientras ella luchaba por dejar de
temblar. No podía ser tan desapasionado. No después de todo lo que habían
compartido, todo lo que ella le había dado.
- Te he comprometido, y como dije antes, tengo la intención de arreglar el asunto.
Sus frías palabras instalaron fragmentos de hielo alrededor de su corazón.
- Pensé que tenías intención de pedirle a mi padrastro mi mano en matrimonio.
- Entonces malinterpretaste el significado del comentario.
¿Había malinterpretado el comentario? La había abrazado con fuerza, sus
cuerpos desnudos habían estado entrelazados. Él había llorado. ¿Qué hay para
malinterpretar?
- En tu opinión, encontrarme un marido adecuado solucionará las cosas ¿verdad?
- En efecto.
- ¿Crees que un hombre va a contentarse con un producto usado?
Él palideció.
- Dudo que durante el ardor de la pasión se dé cuenta de que no eres virgen.
- Tú notaste que yo lo era.
- Te otorgaré una dote por la que no le importará.
Se giró con un peso pesado presionando su corazón, apretando su pecho y
con el pulso acelerado, hasta que pensó que se derrumbaría. Presionó una mano
temblorosa sobre los labios que él había besado vorazmente.
- Me estás vendiendo.
- Estoy tratando de corregir un error que cometí contra ti.
Se dio la vuelta y miró a este hombre que creía conocer.
- ¿Por qué estás haciendo esto? ¿No sientes algo por mí?
Observó los músculos de su garganta tragar con fuerza.
- Siento todo por ti - dijo con voz ronca.
Ella dio un paso más cerca.
- ¿Entonces por qué?
- Tú quieres el brillo y las luces de Londres. Yo he hecho cosas que están mejor
ocultas en la oscuridad.
- ¿Qué cosas?
Él negó lentamente con la cabeza.
- Ni siquiera por ti, le daré voz a mis pecados.
- ¿Qué pasa si digo que no me importa lo que sea? Te perdono por ellos sin conocer
ninguno de tus pecados. Mi amor por ti es así de fuerte, Rhys.
- Ningún amor es lo suficientemente fuerte para ellos.
Ella apoyó las palmas sobre su escritorio y se inclinó hacia él.
- El mío lo es. No iré a Londres. No disfrutaré de la temporada. Eso fue solo un
sueño…
- Es lo que debes tener. Es todo lo que puedo darte, porque nunca te daré
matrimonio.
- ¿Y qué pasa si estoy embarazada?
La sangre de su rostro se desvaneció rápidamente, y bajó la mirada a su
estómago.
- Rezaremos para que no lo estés.
Bien podría haber apuñalado una bayoneta oxidada a través de su pecho. Se
apartó de su escritorio y se enderezó.

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- Parece, Su Gracia, que he cometido un grave error de juicio. Agradezco tu


generosidad al ofrecerte a patrocinarme mientras estoy en Londres. Trataré de
hacerte sentir orgulloso. En cuanto a una dote, mi padre es completamente capaz de
proveer una para mí. No voy a hacer que abarates aún más lo que pasó entre
nosotros ofreciéndote a pagar – le escupió, sin molestarse en disimular el disgusto
que le producía esa propuesta - por mí.

*-*

La observó cruzar la habitación con un porte majestuoso que habría


enorgullecido a una reina. Abrió la puerta y se marchó sin mirar atrás.
Con la boca abierta, obviamente confundido acerca de cómo alguien que no
había entrado por su puerta ahora estaba saliendo de allí, su lacayo se asomó a la
habitación.
- Su Gracia, lo siento terriblemente.
Levantó una mano.
- Solo cierra la puerta.
Cuando se cerró herméticamente, se hundió en la silla. Los temblores
sacudían su cuerpo, mientras luchaba por evitar llamarla. Dejarla salir de esa
habitación, fuera de su vista, había sido lo más difícil que había hecho en su vida.
Desafortunadamente, temía que ese momento hubiera sido solo el comienzo del
tormento por venir.

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Capítulo 16

De pie en los escalones que conducían a la casa solariega, observó que en el


camino empedrado los carruajes eran preparados para su viaje a Londres.
Viajaría solo, en el primero. La familia de Grayson estaría en el de atrás y los
sirvientes que había traído con él desde Londres, los seguirían en el tercero y en el
cuarto.
Su hermanastro nunca había puesto un pie en la residencia londinense de su
familia, pero igualmente había pasado un largo tiempo desde que él lo había hecho.
En los últimos años, mientras estaba en Londres, se había quedado en una
casa que Camilla le había proporcionado. Más pequeña que su residencia, por
supuesto, pero formaba parte de las propiedades de su difunto esposo. Esperaba
poder llegar a Londres en silencio y no tener que llamarla a ella o a cualquier otra
persona de rango.
Estaba seguro de que estarían muy curiosos con respecto al nuevo Duque de
Harrington, pero sabía que otros pares habían eludido el brillo y el glamour de la
escena social de Londres. No sería el primer lord solitario, y sabía que no sería el
último.
Escuchó que la puerta principal detrás de él se abría. Miró por encima de su
hombro para ver a la pequeña de Grayson al frente de la comitiva, increíblemente
animada. No podía imaginarse tratando de contener su energía.
Grayson y su esposa estaban haciendo todo lo posible para calmar a Sabrina
y responder a todas las preguntas que ella estaba haciendo acerca de su viaje a
Londres. Colton no parecía impresionado con todo el asunto y él ciertamente podía
equipararse con ese sentimiento. Preferiría no ir, pero quería asegurarse de que
Lydia escogiera un poco más sabiamente en Londres que como lo había hecho allí.
Su suave voz flotaba a través de la puerta abierta mientras agradecía a los
sirvientes por el cuidado y la atención que le habían brindado mientras estuvo allí. Él
se puso rígido, esperando ansiosamente verla. Había inventado una excusa para
evitar cenar con ellos todas las noches desde el fallecimiento de su padre. Si solo
hubiera seguido su propio consejo y la hubiese evitado desde que había llegado,
ahora no se encontraría en la posición de sentir que necesitaba ser su mecenas.
Entonces ella se deslizó a través de la puerta y su visión lo golpeó con tanta
fuerza, que le hizo dar un paso atrás.
Llevaba un atuendo de viaje violeta que profundizaba el tono de sus ojos. La
inocente joven que había tropezado al presentarse ante él, parecía ser una mujer
con un propósito, ya no una niña ingenua. Ya no una soñadora.
Una mujer que había sido abofeteada por la dura realidad.
Ella inclinó su barbilla altivamente.
- Su Gracia, fue tan amable de su parte organizar nuestro viaje a Londres.
- Fue lo menos que podía hacer, señorita Westland.
Ella le dirigió una mirada penetrante que claramente indicaba que pensaba
que podía hacer mucho más.
- ¿Su gracia? ¿Su gracia?
Miró hacia abajo, al erizo tirando de su manga, desviando la atención de la
belleza que pronto adornaría solo sus recuerdos.
- ¿Sí?
- ¿Cuánto tiempo tomará? - Preguntó Sabrina.

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- Viajaremos la mayor parte del día. Esta noche nos quedaremos en una posada.
Entonces mañana volveremos a viajar la mayor parte del día y mañana por la tarde,
estaremos en Londres.
Colton gimió y echó la cabeza hacia atrás como si alguien le hubiera partido
un látigo en la espalda.
- Colton, compórtate - lo regañó Abbie.
- Pero dos largos días dentro del carruaje escuchando a Lyd y todo lo que ve y
Sabrina preguntando cuánto tiempo más… es suficiente para volver loco a alguien -
refunfuñó el chico.
Él no podía estar de acuerdo con la evaluación del muchacho. Pensó que
sería agradable presenciar la emoción de Lydia cuando viera las cosas por primera
vez.
- Colton, llevaré mi caballo a Londres - le dijo. - Él estará atado al último carruaje. Tal
vez puedas hacer parte del trayecto montándolo un poco esta tarde.
- ¿Lo dices en serio? - Preguntó el muchacho.
- Su Gracia no es alguien que mienta - dijo Lydia, antes de que él pudiera responder.
El frío borde en su voz la hizo sonar como si realmente él hubiera dicho
mentiras. Sus ojos brillantes lo dijeron aún más claramente. De repente recordó a
Colton advirtiéndole sobre el lado furioso de Lydia. Era un lugar solitario y gélido en
el que estar.
- Nunca he dicho falsedades – le dijo con los dientes apretados.
- ¿No acabo de decir eso? - Preguntó a la ligera.
- Fue la manera en que lo dijiste.
- Creo, Su Gracia, que está buscando y encontrando insinuaciones donde no
existen.
- Siento que estoy en medio de una discusión - dijo Abbie, su mirada entre él y su
hija. Incluso Grayson había entrecerrado los ojos.
- Lydia, ¿ha sucedido algo que necesitemos saber? - Preguntó Abbie.
Lydia sonrió dulcemente mientras estiraba la mano hacia su madre.
- ¡Por supuesto que no, mamá! Simplemente estoy practicando mi réplica. Sabes
cuánto me gusta poner en práctica las cosas que leo en mis libros. Además, lo
necesitaré en Londres para ser un éxito. Estaba pensando que debería viajar en el
carruaje con Su Gracia, así podría continuar practicando.
Sintió cada músculo de su cuerpo tensarse en un nudo doloroso.
- Lydia, no estoy segura de que sea una buena idea - dijo su madre. – Ya nos hemos
impuesto mucho.
- Pero tengo muchas preguntas sobre la Temporada, que el Duque podría
responderme en el camino. Además, se ofreció a enseñarme lo que no sabía.
- ¿Cuándo fue eso? - Preguntó Grayson.
- Una mañana, cuando me descubrió estudiando mis libros - dijo Lydia, con su
mirada fija en él.
- No estoy segura de que sea apropiado, Lydia - dijo Abbie.
- Me ha ofrecido su protección, mamá. De acuerdo con mis libros, eso lo convierte
en un chaperón de confianza. Además, estamos viajando en una caravana. Papá
estará solo a un grito de distancia.
- ¿Por qué gritarías? - La voz de Grayson tenía un filo salvaje.
Riendo, Lydia se acercó a él y lo abrazó.
- Ahora todos están siendo tontos. Es familia, por Dios, y viajaremos en el carruaje
frente al tuyo. Levantó la cara hacia Grayson, luciendo como una inocente otra vez. -

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Por favor, papá, tengo muchas preguntas y no puedo encontrar las respuestas en
mis libros.
Grayson lo estudió.
- Depende de ti, que quieras o no que Lydia viaje contigo.
- Por favor, di que sí - dijo Colton - Me daría más espacio para moverme.
Consideró sugerirle a Colton que viajara con él, para que tuviera todo el
espacio que necesitaba. Pero negar la solicitud de Lydia sin duda abriría una caja de
Pandora de especulaciones y sospechas, y si bien se lo merecía, prefería manejar
este asunto tan diplomáticamente como fuera posible. Que Grayson hubiera
aceptado alegremente su deseo de ofrecerle a Lydia participar de la temporada,
como un simple acto de bondad de su parte y una forma de compensar la
inhospitalidad de su madre, había sido un regalo del cielo.
- Me sentiré muy honrado de que Lydia viaje en mi carruaje.
La mirada que ella le destinó indicaba que tenerla de viaje con él no tendría
costo… ¿?

Sentado frente a Lydia mientras el carruaje viajaba hacia Londres, lo hizo muy
consciente de todos los aspectos de su ser. El lento subir y bajar de su pecho. El
brillo en sus ojos mientras miraba por la ventana. La suave fragancia de las flores
que la rodeaban.
No había pronunciado una sola palabra desde que había entrado al carruaje.
Él podía acusarla de tener un corazón frío, pero sabía que no era glacial. Ella era tan
cálida como la luz del sol en un prado.
Sin embargo, parecía demasiado correcta, demasiado perfecta, sentada allí
con las manos cruzadas sobre el regazo. En silencio. La amante herida que busca
curar sus heridas.
Se movió en su asiento, como imaginaba que Colton lo había hecho durante
la mayor parte del viaje.
- Estás siendo muy desagradable - finalmente dijo.
Manteniendo su perfil para él, ella hizo poco más que mover los ojos en su
dirección.
- Por el contrario, Su Gracia. Accedí a ir a Londres. Acepté asistir a los bailes. He
acordado encontrar un marido. Rezo todos los días por no estar embarazada.
¿Cuánto más agradable querría que fuera?
No pudo evitar que su mirada se deslizara hasta su cintura, ni pudo evitar
preguntarse si realmente estaría cargando a su hijo. Le complacía pensar en ella
teniendo a su hijo o hija, mientras que al mismo tiempo estaba horrorizado de
considerar las ramificaciones. Cómo su pasado podría afectar a su hijo. Si él no fue
aceptado en la sociedad educada, tampoco lo sería su descendencia.
Siempre se había preocupado tanto por las damas que Camilla le había
enviado. Siempre había usado un condón si una dama quería alcanzar su
realización con él acurrucado dentro de ella. Con Lydia, él no había pensado en
protegerla, solo en poseerla. ¿Cómo podía haber tenido tan poco cuidado con la
única dama que significaba tanto para él?
- Te haría ir en el otro carruaje - finalmente admitió.
Ella se encogió de hombros.
- Solo necesitas decirlo.

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- ¿Y hacer que Grayson se pregunte exactamente cuáles eran las corrientes


subterráneas dentro de nuestro extraño diálogo en la mansión?
- La culpa obviamente te ha hecho delirar, por eso estás leyendo mensajes que no
existen en nuestro diálogo.
Cruzando el coche, la agarró del brazo y la sacudió.
- ¡Basta, maldita sea! Esta no eres tú.
Ella se soltó de su agarre, se deslizó hacia la esquina, y lo miró.
- ¿Cómo sabrías?
Equilibrándose, se movió hasta que se sentó a su lado y le acunó la mejilla
contra su palma.
- Una parte de mí siente la necesidad de disculparse por no salir de la habitación esa
noche, antes de que estuvieras lo suficientemente cerca como para que yo pudiera
oler tu dulce fragancia. Pero otra parte de mí, una gran parte de mí, está
increíblemente agradecida de que me hayas regalado tu amor, a pesar de que te
negaste a creer que era tan indigno.
- Rhys…
Él llevó el pulgar a sus labios.
- Lo más difícil que haré será entregarte a otro. Sé que seré un hombre mejor por
haberlo hecho y eso será un pequeño consuelo en los años solitarios que vendrán.
Confía en mí cuando te digo que, llegaría un momento en el que me odiarías y el
sueño que creías haber logrado se convertiría en una pesadilla.
- No sé si quiero casarme con un lord inglés cuando él no puede ser tú.
- Muchos buenos hombres están en Londres, y te encontraremos el mejor.
- Al principio, cuando pensé en venir a Inglaterra, tengo que admitir que pensé que
sería maravilloso casarme con un hombre con un título. Pero después de haber visto
a tus padres, ya no estoy tan segura. Nunca se me ocurrió que habría matrimonios
sin amor.
- Tendrás amor en tu matrimonio. No nos conformaremos con menos.
Él deslizó su brazo alrededor de ella y atrajo su cabeza dentro del hueco de
su hombro.
- Me gustaría que me dijeras que hiciste que es tan horrible - dijo.
- Me odiarías y no podría soportarlo.
Ella se acurrucó contra él, su mano se posó debajo de su chaqueta, contra su
pecho.
- Mamá dijo que nos quedaríamos en tu casa de Londres.
- Pensé que era lo mejor. Soy el único en la residencia, así que hay un amplio
espacio. Aunque creo que la casa de Ravenleigh es grande, tiene cinco hijas para
acomodar.
- ¿Asistirás a los bailes?
- No. - Su luto era la excusa perfecta. Cuanto menos se lo viera, mejor. - Sin
embargo, entrevistaré a cualquier caballero que exprese su interés en visitarte.
- ¿No debería ser ese el trabajo de mi padrastro?
- Su posición no es tan...
Ella inclinó su encantador rostro.
- Es ilegítimo.
- Exacto.
- Su nacimiento no debería hacer ninguna diferencia.
- Pero en mi mundo, hace una gran diferencia.
Alejándose de él, ella se enderezó.

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- De hecho, tengo muchas preguntas.


Se inclinó hacia la esquina del carruaje, cruzó los brazos sobre el pecho y
sonrió tristemente.
- Entonces, por supuesto, que comiencen las lecciones.

*-*

- No sé por qué tenemos que volver a Londres - se quejó William.


Él tomó la chaqueta que el muchacho le ofreció y se la puso.
- Londres es un excelente lugar para que Lydia encuentre un marido.
- Pero me gustó el campo.
Estudió su reflejo en el espejo, preguntándose por qué le importaba cómo se
veía.
- Las cosas ahora serán muy diferentes para nosotros en Londres.
- Nunca seré como tú.
- Deberíamos esperar que no.
Miró más allá de su imagen a la cama donde William estaba sentado, con
aspecto triste. La posada le había brindado habitaciones para él y su séquito para
pasar la noche. La cena pronto se serviría en una habitación privada. La vida
debería haber sido buena. En cambio, la encontraba deficiente. Parecía que William
también lo hacía.
- No te gusta usar la ropa de sirviente, ¿verdad, muchacho? - le preguntó.
William se encogió de hombros.
- No me estoy quejando.
- Quizás mientras estamos en Londres, puedas servir como el compañero de Colton.
La casa de Ravenleigh está llena de chicas. Sospecho que al niño le gustaría tener a
otro hombre cerca cuando estén de visita.
- ¿Quieres decir ser su ayuda de cámara?
Se volvió y sonrió.
- Quiero decir, sé su amigo. Tus deberes hacia mí serán suspendidos. No tendrás
lecciones mientras estamos en Londres, excepto por lo que aprendas de Colton.
Pero esperaré que te apliques más diligentemente a tus estudios cuando
regresemos a Harrington.
- ¿Por qué te importan tanto los estudios?
- Porque tengo grandes expectativas en lo que a ti respecta. No estabas destinado a
ser el sirviente de un hombre, sino tu propio amo. Simplemente tenemos que
determinar la mejor manera de lograr ese fin.

*-*

Había estado mirando por la ventana de la posada, segura de que las tenues
luces que vio en la lejanía eran las de Londres, cuando vio a Rhys caminando por la
colina. Ahora caminaba por el mismo sendero que él había tomado.
La cena había sido un asunto increíblemente informal. Sabrina tenía casi
tantas preguntas para hacerle como ella le había hecho en el carruaje. Él había sido
paciente con sus respuestas en ambas ocasiones. Durante la comida, simplemente

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lo había observado, tratando de entenderlo, mientras buscaba una manera de sanar


su corazón.
Lo amaba. Amaba su paciencia, su amabilidad. La forma en que se frotaba el
labio inferior cuando escuchaba. La forma en que sonreía con diversión, usando sus
ojos más que sus labios. Incluso lo amaba por querer protegerla. Sin embargo, no
pudo evitar resentirse porque él se mantenía tan escondido de ella, juzgándose a sí
mismo a través de sus ojos, y no permitiéndole que ella lo juzgara a través de los
suyos.
Él giró ligeramente la cabeza cuando ella se acercó.
- Creo que habrás aprendido la lección sobre unirte a mí cuando estoy solo por la
noche - dijo en voz baja.
- Eres muy hábil en la seducción, Rhys, pero no te confundas; nada de lo que ha
sucedido entre nosotros habría tenido lugar si yo no hubiera querido.
- Podría probarte que estás equivocada.
- No te estaba lanzando un desafío. Intenta seducirme y triunfarás porque te quiero.
¿Por qué me negaría el placer de tu toque?
- ¿Estás admitiendo que viniste hasta aquí con el propósito de la seducción?
- No. Vine aquí porque tenía curiosidad sobre si esa luz brumosa en la distancia es
Londres. Pensé que tal vez lo sabrías.
- Lo es.
Ella rio ligeramente.
- Es una ciudad mucho más grande que Fortuna, entonces.
- Verás cosas que nunca has visto. Es posible que escuches cosas que preferirías
no escuchar.
- ¿Qué tipo de cosas?
- Cosas sobre mi familia. Sobre mí.
- Te dije antes que no me importan tus pecados. Me siento atraída por ti, Rhys.
Siento que estoy atrapada entre grandes olas, arrojada hacia la orilla y luego
succionada por el mar. No puedes decirme que no te sientes atraído por mí al menos
un poco.
- Mis sentimientos no tienen importancia.
- A mí me importan; Me importan mucho.
- Me dijiste que anhelas la respetabilidad.
- Creo que todas las mujeres lo hacen.
- Precisamente. Esa es la razón por la que nunca me casaré.
- Porque no eres respetable.
- Porque hice cosas que no pueden ser respetadas. Mi madre, como habrás notado,
apenas puede tolerar mi presencia. Ella me hace responsable de la muerte de
Quentin.
Ella puso los ojos en blanco.
- Tu hermano se emborrachó hasta caer en el estanque familiar. ¿Cómo puedes ser
responsable de su descuido y su pobre juicio?
- Te dije que lo había traicionado, que había traicionado a mi familia.

*-*

Había estado parado allí, reflexionando sobre su pasado, preguntándose qué


debería revelarle a Lydia. No deseaba dañarla más. Por lo que él sabía, Quentin
había mantenido su traición dentro de la familia. Pero siempre existía la posibilidad

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de que se lo hubiera contado a alguien durante una de sus estúpidas borracheras. Él


prefería que Lydia escuchara la verdad de su boca.
- ¿Estás tratando de convencerme de que eres tan cruel como él?
- La crueldad no tuvo nada que ver con eso. Ahí radica la ironía. Porque no había
pretendido ser cruel, y sin embargo lo fui.
Ella se acercó a él y le puso una mano en el brazo.
- Eres todo menos cruel. Hiciste que mi familia se sintiera bienvenida. Has rescatado
a los caballos que tu hermano maltrataba.
- Pero no pude rescatar a Annie.
- ¿Annie?
- La esposa de mi hermano. Ella era un ángel. Vino a mí una noche, y yo no tuve la
fuerza de carácter para rechazarla. Allí, en la casa de mi padre, en mi dormitorio,
cerca del de mi hermano, tomé a su mujer como si ella realmente me perteneciera.
- ¿Te acostaste con la esposa de tu hermano?
Su voz reflejaba el horror que sus acciones merecían.
- Al menos tu padrastro pensó que tu madre era viuda cuando visitó su cama. Yo
sabía que Annie no lo era. Sabía que tenía que darle un hijo a mi hermano, para
proporcionarle un heredero. Sabía que ella no era libre. Sin embargo, no mostré
restricción. Más bien, revelé mi verdadero yo. El hombre débil que soy. El hombre
débil que no te mereces.
Ella no pudo evitar sentir cierta repugnancia. Pero Annie había ido a Rhys. Él
no la había buscado. Ella había creído lo peor de él cuando vio los caballos con
cicatrices. Ella no lo creería ahora.
- ¿Cuántos años tenías? - le preguntó.
- Diecinueve.
El alivio la recorrió.
- Eras muy joven. Ya no eres ese hombre.
- ¿No lo soy? Tres noches después, Annie tomó la navaja de afeitar de mi hermano
y se cortó las muñecas.
Sus piernas de repente se volvieron blandas y débiles. Se acercó a un árbol y
presionó la espalda contra el tronco para proporcionarle apoyo.
- ¿Porque durmió contigo?
- Ella dejó una carta: “Querido Rhys", escribió. "Perdóname por lo que sucedió entre
nosotros en tu cama, porque no me lo puedo perdonar a mí misma.” Puedes imaginar la
reacción de mi familia ante sus palabras, ante la verdad de mi traición. Esa noche
me escapé. Solo una vez en todos los años anteriores a la muerte de mi hermano
volví a esa casa. Me rechazaron. Pero uno no puede ignorar al repuesto. Y aquí
estoy. Donde nunca fui destinado a estar.
Se apartó del árbol y se acercó cautelosamente a él.
- Rhys, su muerte debe haber sido horrible para ti. Entiendo que probablemente has
estado plagado de culpa. Pero te conozco. Sé que no fue tu intención dañarla. Mi
amor por ti no disminuye con esta confesión.
- ¿Confesión? Lydia, esa noche fue solo el comienzo de mis pecados. Los otros
están tan enterrados en las sombras de Londres, que solo puedo rezar para que
permanezcan donde están. No es lo que hice con Annie lo que me hace inaceptable,
sino lo que me atreví a hacer en los años posteriores. Tu opinión de mí cambiaría; tu
amor por mí moriría.
- Entonces dime todo.
- No ganaré nada, y todo se perderá. - Se alejó.

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- No dejaré de amarte - juró a la noche, determinada a encontrar la manera de


demostrárselo.

*-*

Nunca antes había presentado su tarjeta. Lo estaba haciendo ahora en la


casa del conde de Ravenleigh en Londres, esperando en el vestíbulo mientras la
familia de Grayson estaba detrás suyo. El mayordomo había tomado su tarjeta y
había entrado para informar a Su Señoría de la llegada del Duque.
Parecía una residencia muy agradable, no tan ostentosa como la suya, pero
no todos poseían los gustos chillones de su madre o su necesidad de rodearse de
desorden.
Un chillido agudo emanó de la escalera. Él levantó la vista y vio a una joven
que bajaba apresuradamente los escalones.
- ¡Mamá! ¡Ellos están aquí!
Caos y locura siguieron a ese pronunciamiento.
Lydia soltó un grito resonante mientras corría por el vestíbulo. Luego, ella y la
joven estaban abrazadas, mientras otras cuatro chicas, completamente desprovistas
de decoro, bajaban apresuradamente la escalera.
Una mujer que se parecía mucho a Abbie en apariencia, salió corriendo de un
pasillo lejano, el que el mayordomo había cruzado recientemente. Ella fue seguida
por un hombre a quien Rhys reconoció como Ravenleigh.
Que Abbie y su hermana se abrazaran no sorprendió a Rhys. Que Ravenleigh
estuviera temblando y apretando de corazón la mano de Grayson, eso sí lo asombró.
Sin embargo, todo lo que podía pensar era que esta bienvenida era la del tipo
que Grayson debería haber recibido al llegar a Harrington. Gritos de alegría en lugar
de gritos de ira.
No pudo evitar sonreír al ver la felicidad de Lydia. Ella era otra vez la mujer
llena de esperanza que había sido cuando llegó a Harrington, antes de que él la
decepcionara al no ofrecerle nada después de que ella le hubiera dado tanto de sí
misma.
Ella y la otra chica, Lauren, recordó ahora, ya no se abrazaban, sino que se
tomaban de la mano como si necesitaran tocarse para confirmar la existencia de la
otra. Qué naturales parecían. Nada afectado.
Tenía pocas dudas de que Lydia podría defenderse en Londres. Simplemente
no estaba seguro de si no sería mejor que ella se fuera sin alcanzar su sueño,
porque la experiencia seguramente la cambiaría de una manera que él no había
hecho.
- Su Gracia, lamenté el fallecimiento de su padre.
Dirigió su atención a Ravenleigh, quien ahora estaba parado frente a él.
Dadas las circunstancias, decidió pasar por alto el desaire de que no lo había
saludado primero.
- No fue totalmente inesperado. Aun así, el fallecimiento de uno de los padres logra
tomarlo por sorpresa.
- Excesivamente, me temo. Las damas van a tomar el té en el jardín. Elizabeth tiene
una inclinación por el cultivo de rosas, y estoy seguro de que ella desea presumir.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Llevaremos a los niños más pequeños al piso de arriba para darles dulces pasteles.
Tal vez te gustaría unirte a Grayson y a mí en la biblioteca.
- Agradezco la invitación, pero simplemente había planeado ver que fueran
bienvenidos y luego seguir mi camino. Enviaré mi carruaje para ellos más tarde.

*-*

- ¡No puedo creer que estés realmente aquí! - Dijo Lauren con entusiasmo mientras
envolvía su brazo a su alrededor y la conducía por el jardín.
Apenas podía creerlo ella misma. Ella y Lauren se habían escrito a lo largo de
los años expresando cuánto querían compartir los bailes y Londres. Y ahora aquí
estaba ella. Sin embargo, todo lo que parecía capaz de hacer era preguntarse
cuándo regresaría Rhys.
Su madre y la tía Elizabeth estaban sentadas a una mesa debajo de un árbol,
bebiendo té y hablando. Lauren no se molestó en preguntar si Lydia quería té.
Simplemente la había conducido al jardín.
- Quería alejarte de ellos, para que podamos hablar en privado sin oídos indiscretos -
susurró Lauren, cuando estaban a una buena distancia.
Ella se inclinó hasta que sus hombros se tocaron.
- ¿Qué está pasando entre el Duque y tú?
El corazón de Lydia saltó en su pecho.
- ¿Qué quieres decir?
- Dios mío, Lydia, el hombre apenas te quitó los ojos de encima todo el tiempo que
estuvo aquí. Y por la forma en que él te miró - ella abanicó su rostro con su mano
como si de repente estuviera ardiendo de fiebre - si un caballero alguna vez me
mirara así, te juro que me casaría con él mañana.
Ella también se casaría con Rhys si no decía una cosa y hacía otra. La
amaba, pero no lo suficiente como para arriesgarse a casarse con ella, por temor a
casarse con ella, la había lastimado. Sin embargo, estaba segura de que su amor
era lo suficientemente fuerte como para soportar cualquier tormenta. Pero un
hombre que nunca había conocido el amor no podía comenzar a comprender su
poder.
Negó con la cabeza, pero no pudo evitar que se formaran las lágrimas.
- No tiene ningún interés en casarse conmigo.
- ¡Oh, Dios mío! - Lauren la agarró del brazo y la jaló detrás de un enrejado cubierto
de enredaderas y rosas. - ¿Tu lo amas?
Surgieron más lágrimas cuando se llevó las manos a la boca y asintió.
- Tanto - dijo con voz áspera. - Estoy tratando de ser una dama al respecto. He leído
todos esos libros sobre cómo se comporta una dama, y nada explica cómo actuar
cuando se te parte el corazón.
Lauren la abrazó y la atrajo hacia sí.
- ¿Qué dicen tus padres?
- No lo saben. - Ella se secó los ojos, olisqueó, y se echó hacia atrás. - Y no debes
decirles. Rhys simplemente les dijo que, mientras estuviéramos aquí, debería tener
la oportunidad de visitar Londres, asistir a un baile y que estaba dispuesto a
ayudarme a encontrar un marido adecuado.
- Qué maldito inglés es él.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Lanzó una pequeña risa.


- ¿No lo es, sin embargo?
- Así que él está dispuesto a encontrarte un marido, pero no a ponerse los zapatos él
mismo. Bueno, tendremos que ver eso.
- ¿Qué quieres decir?
- Como el destino actúa, mi amiga Gina está organizando un baile la noche después
de mañana. La recuerdas, ¿verdad? Ella vivió en Fortuna por un tiempo.
- La recuerdo. Ella trabajó en los campos de algodón con nosotros.
- Exacto. Ella y yo seguimos siendo amigas a lo largo de los años. Cuando vino a
Londres el verano pasado para una visita, la llevé a un baile, y ella tuvo una
propuesta de matrimonio esa misma noche.
- ¿Estás bromeando?
- Absolutamente no. Se casó con el conde de Huntingdon, y ahora están muy felices
de haberse casado, como ya lo verás. No esperaré menos para ti.

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Capítulo 17

Tembló de anticipación, sacudida por la inquietud.


Se sentía como si hubiera esperado toda su vida porque llegara el momento
de caminar en un salón de baile de Londres. Cuatro candelabros de cristal con velas
de gas iluminaban la habitación que era un colorido mar de hombres y mujeres
ataviados con tales galas, que deseó haber tenido tiempo de ponerse un vestido
más de moda.
Aunque Lauren y la tía Elizabeth le habían asegurado que se veía hermosa,
de repente se sintió desaliñada y mal preparada. ¿Dónde estaba Rhys cuando ella lo
necesitaba? ¿Quién le susurraría al oído con suave aliento y anticiparía sus errores
antes de que los cometiera?
Ella entendía que estaba de luto, pero esta noche, ella lo quería allí. ¿Cómo
era posible que deseara su presencia cuando él se negaba a abrazar las emociones
que existían entre ellos?
- Gina y Lord Huntingdon tuvieron problemas cuando descubrieron que el padre de
Gina los había dejado sin nada más que deudas - susurró Lauren detrás de su
abanico. - Pero ahora están tan locamente enamorados que creo que Huntingdon se
considera mucho más rico de lo que hubiera sido con el dinero que el padre de Gina
le había prometido originalmente.
- ¿Me estás diciendo que se casó con ella por el dinero de su padre? – le preguntó.
Rhys le había dicho que el amor no era a menudo una consideración para el
matrimonio, pero creía que su evaluación del matrimonio entre la aristocracia se
vería influenciada por su cinismo y la situación de sus propios padres.
Lauren asintió. "
- No es algo inaudito. Como positivo, estate agradecida de que el Duque esté
dispuesto a entrevistar a cualquier caballero que demuestre un interés en ti. A
menudo es difícil saber si un hombre ha pasado por un momento difícil.
- Estaría agradecida si alguien mirara hacia mí con algo más que morbosa
curiosidad - reflexionó.
- Ellos lo van a hacer. Solo les toma un tiempo aceptar a los extranjeros. Ven.
Déjame presentarte a Lord y Lady Huntingdon.
Respiró profundamente. Dentro de sus ajustados guantes, sus palmas
comenzaron a sudar, aunque sabía que no tenía motivos para estar nerviosa. Ella
había memorizado las diversas formas de presentación, y más importante aún, ella
conocía a Gina.
Su anfitrión y su anfitriona se volvieron hacia ellas. No habría reconocido a la
mujer, si Lauren no le hubiera dicho con quién se iba a reunir. Gina parecía mucho
más bonita de lo que la recordaba. Se preguntó si el amor era el responsable. ¿Era
una emoción tan transformadora?
- Gina, ¿te acuerdas de mi prima Lydia Westland, verdad? - Preguntó Lauren.
Gina le dio la sonrisa más cálida y bienvenida que alguna vez había recibido.
- Por supuesto que la recuerdo. Aunque han pasado años desde que nos hemos
visto. ¿Te gusta Londres?
- Solo llevo aquí unos días, pero creo que es maravilloso - admitió.
- Yo lo desprecio - dijo Gina, todavía sonriendo. - Devon casi terminó sus negocios
aquí. Entonces, gracias a Dios, podremos regresar al campo la próxima semana.
Ella apretó el brazo del caballero que estaba a su lado.
- Lydia, este es Devon, mi esposo.

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Lorraine Heath

En su voz, también escuchó que él era su amor.


Le dio a su esposa una sonrisa indulgente antes de inclinarse levemente
hacia ella.
- Mi esposa no es la indicada para las ceremonias. Es un placer conocerla, señorita
Westland.
- Las ceremonias son lo que amo - admitió ella.
- Apenas puedo tolerarlas - dijo Gina - Tantas reglas. Tengo mejores cosas que
hacer con mi tiempo que memorizar las reglas.
Lauren se rio.
- Ah, Gina, bendito tu corazón, nunca cambias.
- Gracias a Dios por eso - dijo Lord Huntingdon.
Gina agitó su mano.
- Continúa y diviértete. Ve si puedes romper tantos corazones como Lauren.
Siguió a Lauren mientras caminaba por el salón de baile, ocasionalmente
deteniéndose para hacer presentaciones.
- No puedo creer que hayas tenido esta alegría todos los veranos mientras yo he
estado recogiendo algodón - dijo en voz baja más agradecida que nunca por el
hecho de que usara guantes para esconder las pequeñas cicatrices donde las
cápsulas desplumadoras le habían pinchado los dedos.
- Es una vida completamente diferente, eso es seguro - dijo Lauren. - Es una pena
que Harrington no pueda estar aquí.
- Lo sé - dijo, mirando a su alrededor con melancolía. Ella quería compartir este
momento con él. - Siento que falta algo.
- ¿Qué podría faltar?
- No estoy segura. He anticipado este momento por tanto tiempo que supongo que
no tiene más remedio que ser decepcionante.
- No te decepcionará una vez que los caballeros comiencen a pedirte que bailes. -
Lauren movió su dedo hacia una esquina. - ¿Ves a ese caballero alto de allí?
- ¿Cómo podría no verlo? - Preguntó. Era al menos una cabeza más alta que el
hombre más alto que estaba cerca de él. Y tan increíblemente delgado como para
ser raquítico.
- Él siempre se destaca entre la multitud. Es el conde de Whithaven. Y allí, ¿ves a la
mujer menuda de pelo rubio?
Asintió.
- Esa es su esposa.
- Qué pareja tan extraña - reflexionó.
- Es lo que yo pensaría, excepto que ella está tan obviamente enamorada de él.
Deberías ver la forma en que lo mira cuando bailan. Todos dicen que la aristocracia
no se casa por amor, siento que hay un cambio en marcha. El matrimonio por interés
o alianza política está dando paso a asuntos del corazón. Ha sido muy romántico
verlo.
- Dios mío, Lauren, casi suenas británica.
Lauren se rio a la ligera.
- Eso espero. Nueve años en este país miserable, tratando de encajar.
Ella se sorprendió por su declaración.
- Pensé que te encantaba estar aquí.
- Adoro ciertos aspectos de esto. Pero hay tanta ceremonia que a veces se vuelve
demasiado. Puedes ver que a Gina no le importa. Ella presenta a las personas como
si todavía estuviera en Texas. Tras una reflexión más detenida, es posible que el

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suyo no haya sido el mejor baile para comenzar. La quiero mucho, pero ella no tiene
ningún interés en conformarse. Y míranos. Estuvimos aquí un montón de tiempo
mientras la música sonaba y otros bailaban. Las jóvenes se paran a lo largo de las
paredes como fósiles. ¿Alguna vez has visto incluso a las mujeres más hogareñas
de Texas sentadas en un solo baile?
Ella sonrió con el recuerdo.
- Supongo que tienes un punto válido.
- Por supuesto que sí. Todo es muy apropiado aquí. A veces lo considero todo
espléndido y otras veces deseo algo más. Oh, escúchame. Esta se supone que es tu
noche. Realmente debemos encontrarte un compañero de baile. - La sonrisa jubilosa
de Lauren realzó su belleza. - Y aquí viene una posibilidad.
Pero el duque de Kimburton, aunque cortés con ella, obviamente solo estaba
interesado en Lauren y rápidamente la acompañó a la pista de baile. Echó un vistazo
a todo el brillo y el glamour y de repente deseó lo que nunca había esperado desear
en ese momento.
Ojalá estuviera en cualquier lugar, pero no donde estaba.

*-*

El conde de Whithaven estaba en un rincón lejano, lejos de la multitud


enloquecedora, y estudiaba a todos los hombres. Fijándose en que cada uno
encontrara y mantuviera su mirada, haciendo una nota mental de aquellos que
miraron hacia otro lado demasiado rápido, demasiado culpables.
Su altura le daba una ventaja decisiva. Él planeaba aprovecharlo al máximo
esta noche, y cada dos noches mientras estuviera en Londres. Su mirada se dirigió a
su esposa. Su encantadora y traicionera esposa.
- Whithaven, ¿qué pasa, hombre? Parece que encontraste desagradable tu cena, -
dijo el vizconde Reynolds.
Dirigió su atención hacia él y al marqués de Kingston. Amigos de confianza
ambos. Retrocedió un paso más hacia la esquina, y rápidamente se unieron a él,
sintiendo que la discreción estaba a la orden.
- Creo - tragó con fuerza y forzó las palabras detestadas - Creo que mi esposa está
teniendo una aventura.
- ¿Daphne? - Preguntó Kingston.
- Ella es la única esposa que tengo - respondió con aspereza.
- Pero ella te adora, hombre. Siempre ha sido bastante obvio - le aseguró Kingston.
- No más. Estoy seguro de eso.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro? - Preguntó Reynolds.
A nadie más, aparte de estos dos, le confesaría la verdad.
- Hace unas noches, me uní a Daphne en su dormitorio. Para, por supuesto, ejercer
mis derechos como su marido.
- Por supuesto - murmuró Reynolds.
- Exacto - murmuró Kingston.
- Ella sugirió cosas… - Se detuvo, incapaz de continuar mientras los recuerdos lo
bombardeaban.
- ¿Qué tipo de cosas? - Preguntó Kingston.
- Cosas que haría con mi amante pero nunca con mi esposa.
Los ojos y las bocas de ambos hombres se abrieron.
- ¿De dónde sabría ella esas cosas? - Preguntó Reynolds.

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- Como ya he dicho. Ella obviamente ha tomado un amante.


Los caballeros miraron alrededor de la habitación.
- ¿Y crees que él está aquí? - Preguntó Kingston.
- No me sorprendería en absoluto. Él debe ser un lord. No puedo esperar que un
hombre menor atraiga la atención de mi Daphne. Ciertamente, no sería digna de
eso.
- ¿Has considerado… - comenzó Reynolds - …que tal vez ha visitado al infame
Caballero Seductor?
Whithaven se burló.
- Él es solo un mito.
- Tal vez basado en la verdad. Se han susurrado muchos rumores.
Sacudió la cabeza.
- No tiene necesidad de pagar por los servicios de un hombre. Buen Dios, mírala.
Ella es adorable más allá de toda descripción.
- Me atrevo a decir que no hay un caballero presente que no se pregunte si los
rumores sobre este enigmático hombre son ciertos. Yo, por mi parte, he estado más
atento a mi esposa con la esperanza de evitar que visite a este hombre, si él fuera
carne y no mito. Incluso he escuchado rumores de que tiene predilección por el
chocolate - les dijo Kingston.
- ¿No? - Murmuró Reynolds.
- ¿Dónde escuchaste eso? - Preguntó Whithaven.
- Mi esposa" - admitió Kingston.
- ¿Cómo lo sabría ella?
Kingston parecía incómodo, pero reveló:
- Dijo haber escuchado a una dama mencionar que le había hecho una visita.
- No es mi Daphne.
- No, por supuesto que no - se apresuró a asegurar Kingston. - No tengo dudas de
que fue una mujer de poca importancia.
Whithaven una vez más comenzó a leer lentamente a los invitados.
- Por Dios, cuando descubra quién es su amante, lo mataré.

*-*

Sentado al lado de la ventana del salón, pensó que el tic-tac constante del
reloj en la repisa de la chimenea podría volverlo completamente loco. A través de la
puerta abierta, tenía una vista clara del hall de entrada. Durante la última hora había
esperado que Lydia regresara a casa en cualquier momento.
Su mirada continuamente saltaba entre la puerta y el libro que descansaba
sobre su regazo, continuamente saltaba desde la puerta de entrada a la única
palabra en la página que parecía incapaz de moverse más allá, saltaba al ritmo del
maldito tictac del reloj.
No ayudaba que Grayson y Abbie también estuvieran en la habitación.
Aparentemente estaban leyendo, porque de vez en cuando escuchaba el suave
sonido de las páginas al darlas vuelta.
Debería haber asistido al baile. Incluso había contemplado ir a la residencia
de Huntingdon y asomarse a mirar por las ventanas hasta que viera la sala en la que
se celebraba el baile, hasta que viera a Lydia y pudiera estar seguro de que se
estaba divirtiendo.

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Lorraine Heath

A menudo escuchaba distraído mientras Camilla hablaba sobre lo importante


que era ser parte del Marlborough House Set. Lydia estaba asistiendo a un baile
organizado por una estadounidense, siendo introducida por un estadounidense. Sin
duda sería vista como una turista. No creía que fuera rechazada, pero existía la
posibilidad de que no la recibieran con los brazos abiertos.
Solo podía esperar que estuviera haciendo mucho ruido por nada. Era
adorable, elegante y tan llena de vida que estaba obligada a atraer la atención de un
caballero, y al hacerlo, su noche sería victoriosa.
¡Caramba! Conociendo a la nobleza como lo hacía, debería haber tomado
medidas más extremas para asegurarse de que tenía el tipo de noche que siempre
había soñado. Pero temía revelarse en un lugar público causando un daño
injustificado.
Su pequeña soñadora lo haría bien. Su equilibrio y encanto ganarían a los
mejores caballeros. Él estaba seguro de eso. Ella sería la sensación de Londres.
Entrevistaría a posibles pretendientes en los próximos días.
Quizás ahí era donde comenzaban sus preocupaciones, desde lo más
profundo de sus anhelos secretos. Él realmente no la quería con otra persona.
Caminando del brazo de otro hombre, besando la boca de otro hombre, durmiendo
en la cama de otro hombre, abriéndose a las pasiones de otro hombre.
Escuchó un fuerte estallido. Miró hacia su regazo y descubrió que de alguna
manera había logrado romper el lomo de su libro. Como regla, valoraba los libros y
los trataba con el máximo respeto. Tendría que encontrar como arreglar este.
- ¿Cuánto tiempo duran estas fiestas? - Preguntó Abbie.
Su acento era más pronunciado que el de Lydia. Extraño como nunca antes lo
había notado. Podía imaginar a Lydia practicando hasta que sonase más como
Grayson que como su madre.
Él miró el reloj. Un poco después de las dos.
- Creo que llegará a casa en cualquier momento.
Casa. Habían pasado años desde que había pensado en esta casa como su
hogar. A pesar de que era realmente suyo ahora, los fantasmas de su pasado
continuaban persiguiéndolo. Y no deseaba que la afligieran a Lydia.
Afuera, el ruido de pezuñas y ruedas se acercó y se detuvo. Deslizó
discretamente los dedos entre las cortinas, separándolas lo suficiente como para
poder mirar por la ventana. Vio a Lydia bajarse del carruaje de Ravenleigh.
Difícilmente podía describir la alegría que verla le traía. Qué solitaria sería su
vida cuando ella fuera la esposa de otro hombre y ya no lo visitara.
- Ella ha llegado - dijo en voz baja.
Oyó que se abría la puerta de entrada y el mayordomo murmuró un saludo.
Mientras Grayson y Abbie se levantaron de inmediato, Rhys contrajo sus facciones
para no revelar cuán desesperadamente quería saber exactamente cómo había ido
su noche. Ella no era suya para preocuparse como él lo hacía. No debía expresar
cualquier tipo de interés externo.
Echó un vistazo a su pasada y atribuyó la falta de vivacidad en su paso al
cansancio de bailar toda la noche.
- ¡Lydia! - Gritó su madre.
Lydia giró la vista, asomándose a la habitación.
- Mamá, no sabía que ibas a esperarme.
- ¡Por supuesto, que lo haríamos! Todos hemos estado ansiosos por escuchar
acerca de tu noche. Ven a contarnos sobre ella.

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Vaciló antes de entrar a la habitación. Su tarjeta de baile y el abanico de marfil


colgaban de su muñeca. Parecía una rosa marchita, una arrancada y dejada sin
agua, no una que había florecido y luego se había desvanecido como debería.
- ¿Cómo estuvo? - Su madre insistió.
De pie en el centro de la habitación, mirando con incertidumbre, Lydia sonrió
suavemente.
- Justo como pensé que sería. Ojalá hubieras estado allí. Tantas mujeres vistiendo
hermosos vestidos. Caballeros vestidos con sus galas. Había una orquesta. -
Finalmente se encontró con su mirada. - En casa, normalmente solo tenemos un
violinista o dos.
- ¿Bailaste? - Preguntó Abbie.
Ella asintió levemente, deslizando la mano donde su tarjeta de baile colgaba
detrás de su espalda.
- Oh sí.
Su madre sonrió alegremente y la abrazó.
- Estoy tan feliz. Me preocupaba que no pudieras pasar un buen rato.
- ¿Cómo podría no haberlo hecho cuando he deseado esta noche toda mi vida?
Su madre le dio unas palmaditas en la mejilla.
- Es tarde y sé que todos estamos cansados. Puedes darnos todos los detalles
mañana. - Ella deslizó su brazo alrededor de Lydia. - Vamos a meterte en la cama.
- En realidad, no creo que pueda dormir todavía - dijo Lydia. - Tengo un par de
preguntas que me gustaría hacerle a Su Gracia antes de olvidarlas. Solo algunas
preguntas de etiqueta. - miró más allá de su madre a él. - Si no te importa
contestarlas.
- No me importa para nada - le aseguró, encontrándose contento de tener unos
momentos a solas con ella.
Su madre colocó un beso en la mejilla de Lydia.
- Supongo que unos minutos estarán bien. ¿Conseguirás que Mary te ayude a
desnudarte?
- Sí.
Vio como Grayson besaba la mejilla de su hija y murmuraba buenas noches,
antes de que él y su esposa salieran de la habitación. Mientras evitaba su mirada,
Lydia se movió con gracia hacia el sofá y se sentó. Con los ojos bajos, deslizó su
abanico y la tarjeta de baile de su muñeca y los dejó a un lado.
- ¿Realmente bailaste? - Preguntó en voz baja.
Ella levantó su mirada hacia él, las lágrimas se acumularon en sus ojos y se
derramaron en sus mejillas. Sintió como si le hubieran desollado el corazón.
- Lord Ravenleigh y Lord Huntingdon me honraron con un baile. - Soltó un pequeño
gemido y presionó su mano enguantada contra su boca. - Oh, Rhys.
Su libro aterrizó en el suelo con un ruido sordo, cuando se puso de pie. Se
acercó a ella, se sentó a su lado y la tomó entre sus brazos. Sus lágrimas
comenzaron en serio, sus delicados hombros temblaban con la fuerza de su
angustia.
- Shh, shh, cariño, está bien - murmuró.
- Fue horrible. No esperaba ser la belleza del baile, pero tenía la esperanza de que
al menos alguien me notara.
- Estoy seguro de que lo hiciste.
Ella se inclinó ligeramente, sus ojos buscando la verdad.

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- Entonces, ¿por qué nadie me pidió que bailara, por qué nadie se me acercó o me
habló? A Lauren le prestaban tanta atención. No la culpo por no pasar más tiempo
conmigo. Honestamente. Me sentí como un alhelí.
- Cuando tengo pocas dudas de que eras la flor más hermosa allí.
- No hagas eso, Rhys, no me halagues cuando te importa tan poco de mí.
- ¿Cómo puedo convencerte de que es porque me preocupo por ti tanto, que no
consideraré casarme? - Él llovió besos sobre su rostro, saboreando la sal de sus
lágrimas. - Me rompe el corazón verte tan infeliz, pero el matrimonio conmigo solo
profundizaría tu dolor. De eso estoy seguro.
- Sé que estoy siendo tonta - dijo sin aliento, mientras él arrastraba su boca a lo
largo de la longitud de marfil de su garganta. - Pero esta noche iba a ser la
realización de mi sueño. - Bajó la cabeza, pasando los labios y la lengua por las
suaves ondas de su pecho. Ella clavó sus dedos enguantados en su cabello.- Te
quería allí tan desesperadamente. Seguí pensando que me sorprenderías y
aparecerías.
Levantando la cabeza, él sostuvo su mirada llena de lágrimas.
- Te prometo que el próximo baile será todo lo que has soñado. - Su voz era ronca
debido a su necesidad de calmar su dolor. Había disminuido el dolor del corazón de
otras mujeres, y sabía que sus dones no se basaban en la narración, sino en la
actuación.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro? - Preguntó en voz baja.
- Confía en mí. - Él le acarició los labios con el pulgar. - Será mejor que te vayas a la
cama ahora. Te llevaré.
Se puso de pie y extendió su mano. No podía explicar por qué se sentía tan
bien cerrar los dedos alrededor de los suyos y ponerla de pie. Continuó tomándola
de la mano, la condujo fuera de la habitación y subió las escaleras.
La escoltó por el pasillo hasta la puerta que conducía a la habitación en la que
él había dormido cuando era joven. Ahora ocupaba el dormitorio más grande, el
designado para el duque, uno que se unía a la habitación donde una vez durmió la
duquesa.
- Dejaré que Mary te ayude a prepararte para la cama.
Ella sacudió la cabeza.
- No la molestes. Es tarde, y realmente no quiero ver a nadie.
- No puedes dormir con tu ropa.
- Creo que me voy a sentar y mirar por la ventana.
Echó un vistazo al pasillo. Todas las puertas estaban cerradas. Todo estaba
en silencio.
- Al menos déjame desabrochar tu vestido - ofreció. Sus ojos se ensancharon.- Así
puedes descansar cómodamente - se apresuró a agregar.
Ella asintió levemente. Él abrió la puerta y la siguió a la habitación. Una
lámpara ardía baja. La colcha había sido corrida.
Él cerró la puerta. Ella se giró, pero él no vio miedo en sus ojos. Solo
curiosidad.
- ¿Sería bueno que te desabroche el vestido? - preguntó en voz baja.
Ella asintió una vez más y le dio la espalda.
- Siéntate en la cama mientras te quito las pantuflas.
- Tal vez debería enviar a buscar a Mary.
Acercándose por detrás de ella, susurró.

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- Tengo el talento para hacerte olvidar esta noche, pero solo si estás dispuesta. - Le
dijo tocándole la nuca con los labios. - ¿Estás dispuesta, Lydia?
¿Si estaba dispuesta? pensó. Debería estar preocupada, ¿o no? En un
oscuro rincón de su mente, estaba desesperada por siquiera contemplar la
posibilidad de compartir otra noche con él. Porque ella lo amaba. Y si ya estaba
arruinada, ¿qué diferencia haría una noche más de dicha?
Se apartó de él y se sentó en la cama, su corazón latía como alas de un
colibrí. La anticipación le cortaba el aliento. Arrodillándose ante ella, él colocó un pie
sobre su muslo. Mientras le quitaba la zapatilla, ella pasó sus dedos entre los rizos
de su cabello.
- Nadie esta noche era tan guapo como tú - susurró.
Él dejó su zapato a un lado. Sujetando su tobillo, frotó su pie hacia arriba y
hacia abajo hasta su firme muslo, haciendo que los dedos de sus pies se rizaran y
desenroscaran. Una deliciosa sensación recorrió la longitud de su lengua.
- Aunque no asistí, sé que ninguna dama era tan hermosa como tú.
- Eres tan talentoso en la adulación.
Sacudió la cabeza.
- No es adulación, Lydia, es la verdad absoluta. Te juro que conozco a muchas
damas de Londres y ninguna de ellas brilla con tu belleza.
Puso su otro pie sobre su muslo y pronto estaba colocando ese zapato al lado
del primero. Se paró, la tomó de las manos y la hizo ponerse de pie. Él le dio un
suave beso en los labios, casi un beso de despedida antes de girarla para que le
diera la espalda.
Ella lo sintió trabajando en las ataduras del vestido mientras sus labios
jugaban suavemente a un lado de su cuello. El aliento era cálido y su boca más
cálida.
Durante una noche distante, ella podría reflexionar sobre este momento y
reconocer que había sido desvergonzada, pero por ahora no quería nada más que
recibir lo que él le daba. Él le hablaba de amor. Él le demostraba amor. Sin embargo,
no se comprometería con ella. Como nunca lo había sentido sobre él, le temía a su
poder.
Pensó que le quitaría la ropa rápidamente, pero las yemas de sus dedos, sus
labios y su lengua le rindieron homenaje a cada pulgada de su espalda que se
revelaba lentamente, mientras dejaba de lado su ropa, pieza por pieza, hasta que
estaba descubierta por completo, como una obra de arte recién exhibida.
Continuó de pie con él a su espalda. Sintió el suave tirón en su cabello
mientras le quitaba las peinetas y las hebillas.
Todo eso era inapropiado, los dos en esa habitación, solos. Pero después de
una tarde en que todo había sido tan increíblemente apropiado, cuando se había
preocupado por cada momento, por cada mirada, por cada presentación, cuando
había querido pertenecer tan desesperadamente al entorno, se alegraba de saber
que a Rhys, por ahora, le pertenecía.
Su cabello cayó a su alrededor. Ella de repente, era como lo había sido antes
de la fiesta. Simple, sin restricciones.
Anticipando lo que vendría, se dispuso a girar, pero él le colocó las manos
sobre sus hombros.
- Todavía no - dijo con una voz tan baja que casi no lo escuchó.
Él colocó la cortina de su pelo sobre un hombro. Entonces comenzó el asalto
sensual. Lentamente, tan lentamente, no hizo nada más que mover su boca sobre

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sus hombros, sobre su espalda, a lo largo de su espina dorsal. Un beso aquí, un


mordisco por allá, un remolino de su lengua que casi hizo que sus rodillas se
doblaran.
Sus manos sostuvieron sus caderas. Miró por encima del hombro y vio que él
se arrodillaba. Sintió la presión de un beso contra su trasero.
- ¿Sabías que tienes un hoyuelo aquí? - Preguntó con voz áspera que de alguna
manera le recordaba la música que había tocado al piano.
La estaba tocando tan hábilmente como lo había hecho con las teclas de
marfil, cada toque cumplía un propósito, cada vacilación aumentaba la anticipación.
Ella sintió como si él hubiera derramado brandy caliente por sus venas. Sacudió su
cabeza letárgicamente.
- No lo sabía - susurró.
Él dibujó con la lengua un círculo en su piel.
- Lo adoro.
Colocó su boca más abajo, contra la curva de sus nalgas, más abajo aún
hasta su muslo, hasta su rodilla, luego hacia arriba y hacia el otro lado. Luego,
nuevamente.
Sus manos abrían y se cerraban. Quería tocarlo y besarlo como él lo estaba
haciendo. Que también tuviera lo que le había prometido: una noche para recordar.
- ¿Rhys?
- Acuéstate en la cama. Boca abajo.
Ella hizo lo que él le ordenó. Las sábanas estaban frías contra su piel. Giró la
cabeza hacia un lado y observó cómo él se quitaba la ropa, pieza por pieza, sin
apuro, sin prisas, como si entendiera lo que cada uno de sus movimientos le hacía.
Simplemente observarlo hacía que los latidos de su corazón se aceleraran, que su
carne se calentara y que deseara revivir los rescoldos de la pasión.
No había olvidado lo hermoso que era en su desnudo esplendor, pero
agradecía verlo más, ya que había pasado demasiado tiempo sin verlo así. Él estaba
más que listo para ella. Y ella para él.
Mientras se acercaba a la cama, ella comenzó a darse la vuelta para él.
Extendiendo la mano, él le tocó el hombro.
- Aún no.
Se subió a horcajadas sobre sus caderas, se sostuvo sobre ella e
inclinándose le susurró cerca de su oreja,
- Si sientes la necesidad de gritar, entierra tu cara en la almohada para amortiguar el
grito.
Quería gritar ahora con la necesidad ardiente de tenerlo dentro de ella,
meciéndose dentro de ella, aumentando su placer mientras disfrutaba del suyo.
Él deslizó las manos a lo largo de sus costados, sobre sus caderas. Devolvió
su boca a su espalda con besos suaves y ligeros toques. Era como si descubriera
todos sus puntos secretos y sensibles. Lugares que nunca había soñado que
existían.
Se movía, ya no estaba sentado a horcajadas sobre ella, sus labios se
arrastraron una vez más sobre sus piernas, besando la parte posterior de sus
rodillas mientras una mano amasaba un pie y luego el otro. Pies que habían
esperado bailar toda la noche, no quedarse quietos… deseando.
Su cuerpo comenzó a retorcerse y ondularse mientras buscaba el alivio. Ella
estaba caliente, muy caliente. No importaba dónde la tocara, sentía un tirón en el
vientre. No importa dónde la besara, sentía un cosquilleo entre sus piernas.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- ¿Rhys? - Susurró desesperadamente.


Él se movió hacia arriba, mintiendo sobre su cuerpo, pero no sobre el suyo,
una vez más a horcajadas sobre sus caderas, él respiraba tan severamente como lo
hacía ella. Deslizó sus manos debajo de ella, una ahuecando un pecho. Apretó y
amasó el flexible montículo mientras la otra mano se deslizaba a lo largo de su
estómago y luego se arqueaba hacia abajo para acurrucarse entre sus rizos.
Ella soltó un pequeño gemido mientras continuaba trabajando su magia con
sus dedos.
- La almohada - le recordó roncamente. - Enterró su rostro en la almohada,
sofocando el grito, mientras la llevaba a nuevas alturas, su cuerpo se sacudía, pero
se mantenía firme bajo su peso. - Su corazón latía como si fuera posible que sus
miembros se hubieran separado del cuerpo y estuvieran esparcidos sobre la cama.
Él deslizó un dedo dentro de ella, demasiado tarde, pensó, ya había llegado al
clímax, pero lo escuchó susurrar en voz baja - Me encanta cómo se siente.
Ella lo notó entonces, su cuerpo latía suavemente y palpitaba. Ella sonrió
letárgicamente.
Él deslizó sus manos de debajo de su cuerpo, se separó de ella y la hizo
rodar. Ella aceptó voluntariamente, sus huesos se sentían derretidos, estaba feliz de
seguir.
- Ahora para el otro lado - dijo con una voz seductora que prometía más placer.
Se estiró junto a ella, hombro con hombro, y cubrió su boca con la suya, sus
lenguas bailaron al ritmo familiar. Pero la familiaridad no disminuyó la emoción. Más
bien la mejoró.
Ella pensó que debía ser un aspecto del amor. Nunca cansarse del toque de
su amante, anticipar cada beso como si fuera el primero. Para descubrir nuevas
maravillas y deleitarse con cada caricia.
La presión de sus manos era deliciosamente dulce. En sus hombros, en sus
pechos, en su cadera. Una mano recorriendo todo su cuerpo, mientras la otra
masajeaba su cuello. Su pie frotó el de ella; luego se deslizó hasta frotar su
pantorrilla. De vuelta a su pie.
Movimientos sutiles, presión cuidadosa como si no tuvieran prisa pero tenían
toda la noche para simplemente disfrutar de la presencia del otro.
Esto era amor, pensó ella. Una unión tranquila. Dos almas, dos corazones,
dos cuerpos.
¿Por qué no podía entender que ella estaba dispuesta a aceptar su pasado y
mirar más allá de su futuro? Si darle todo, no podría convencerlo de que aceptaba
su compromiso con él, ¿cómo haría?
Ella deslizó sus dedos a lo largo de su cuello, hasta su cuero cabelludo; luego
bajó nuevamente hasta sus hombros, sintió que sus músculos se tensionaban con
sus movimientos.
Él levantó su rodilla y empujó sus muslos, acomodando su cuerpo entre sus
piernas. Ella lo quería allí todas las noches, hasta que fuera vieja y frágil. Quería
dormir con su cuerpo acurrucado alrededor del suyo. Quería despertar con su cara
junto a la suya sobre la almohada, todas las mañanas.
Su boca comenzó una lenta y pausada estadía sobre sus pechos. Su lengua
rodeó cada pezón. Ella arqueó la espalda, levantando su cuerpo para encontrarse
con cada pasada.

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Lorraine Heath

Él murmuraba dulces palabras, palabras tiernas diciéndole lo hermosa que


era. Ella nunca se había sentido tan hermosa como lo hacía cuando él estaba con
ella.
Movía su boca más abajo, a lo largo de cada costilla, más abajo aún hasta su
ombligo. Con su lengua, la marcaba con reverencia antes de deslizarse más abajo.
Presionó su boca en el corazón de su feminidad. Su lengua acarició,
terciopelo contra seda, encendiendo las llamas. Ella subió los pies por sus muslos y
enterró los dedos en su pelo.
- Rhys. - Su nombre en sus labios era una dulce bendición, susurrada una y otra vez.
Su boca trabajó su magia, su lengua girando, acariciando, empujando. Él
deslizó sus manos por su cuerpo hasta que sus dedos se burlaban de sus pezones y
su columna vertebral se curvó hacia arriba.
La tensión aumentó, las sensaciones crecieron. Giró la cabeza hacia un lado
y se metió la esquina de la almohada en la boca para amortiguar sus gritos, mientras
la impulsaba a un reino donde no existía nada más que placer.
Ella se dio cuenta vagamente de las lágrimas que corrían por su rostro, y de
que su mejilla estaba presionada contra su estómago. Ella bajó la mirada hacia su
cabeza oscura.
- Tan hermoso como fue, Rhys, me siento vacía sin que me llenes.
Él levantó su mirada hacia ella.
- No me arriesgaré a dejarte embarazada.
No veía el sentido de recordarle que ya podría estarlo. Él se bajó de la cama.
- No me dejes todavía - le ordenó.
Él vaciló antes de acostarse a su lado y tomarla entre sus brazos.
- ¿Por qué estás tan dispuesto a dar, pero no a tomar? – le preguntó.
Su respuesta fue solo silencio y apretar los brazos más fuerte alrededor de
ella.

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Capítulo 18

Estaba de pie en el desordenado salón de lady Sachse esperando su llegada.


Que ella estuviera dispuesta a recibirlo era una señal prometedora. Que ella lo
hubiera dejado esperando durante casi una hora no auguraba nada bueno para la
reunión.
Tragarse su orgullo le había dejado un sabor amargo en la boca, pero para la
felicidad de Lydia soportaría todo tipo de agravio. Que hubiera sido incapaz de
resistirse a complacerla nuevamente era inconcebible. Todavía no creía ni
remotamente que el matrimonio era una opción para ellos. Incluso si inicialmente
pudiera ofrecerle el brillo de Londres, con él a su lado, pronto perdería el suyo. De
eso estaba completamente convencido.
- Bueno, bueno, bueno, nunca esperé darte la bienvenida en mi casa después de
nuestra despedida - dijo Camilla, entrando en la habitación.
Se acercó a él con la mano extendida, esperando lo que él daría sin querer. Él
tomó la ofrenda y besó el dorso de su mano.
Ella se alejó de él.
- La noticia es que el Duque falleció. No es que lamente escucharlo, ya que sin duda
te beneficiarás inmensamente de su fallecimiento. - lo miró por encima del hombro. -
Usas bien el rango.
- Todavía no es un ajuste cómodo - la contradijo.
Lo enfrentó.
- También se rumorea que estás sirviendo como benefactor de la hija del bastardo
del viejo duque.
- Ella es la hijastra de Grayson.
Arqueó una delgada ceja.
- Entonces es verdad. - Ella se sentó majestuosamente en una silla y lo miró. - ¿Por
qué harías una oferta tan generosa?
- ¿Por qué no lo haría?
Ella se pasó la mano por la falda.
- Estaba en el baile de Huntingdon. A la niña no le fue bien.
- Su falta de éxito es la razón por la que estoy aquí.
La mujer sonrió, como si simplemente hubiera confirmado lo que sospechaba.
- Me necesitas de nuevo, Rhys. Cómo te debe doler eso.
De hecho lo hacía, pero mantuvo sus rasgos faciales lo más ilegibles posible.
- Ravenleigh tiene influencia. Su esposa no tanto, por ser estadounidense - dijo.
Su sonrisa se ensanchó.
- Hay algo que decir sobre la verdadera sangre británica que corre en las venas.
- Tienes influencia, Camilla.
- De hecho, la tengo.
- Deseo que ella tenga más éxito cuando asista a su próximo baile...
- Primero debe ser invitada.
- Lo cual puedes arreglar.
- Sin duda. Pero ¿y yo, Rhys? - se levantó y comenzó a pasearse - Finalmente
lograron determinar quién será el heredero de Sachse. Parece que no fui la única
incapaz de engendrar, y aquellos en la familia que tuvieron éxito, en su mayoría,
solo produjeron chicas. Después de mucho esfuerzo, rastrearon a un primo lejano
varón, y según el abogado, el heredero dudaba en abandonar sus estudios. Es un

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

muchacho con pantalones cortos que tendrá un tutor, que sin duda no me
favorecerá.
Su agitación aumentaba con cada oración pronunciada.
- Me trasladarán a la pequeña casa de la viuda. Dios sabe lo que determinarán que
es una asignación adecuada. Mi esposo, que descanse en el infierno, no dejó un
testamento con ninguna estipulación sobre mí. Estoy a merced del nuevo conde que
llegará en cualquier momento.
Giró y lo miró.
- ¿Qué hay de mí, Rhys? ¿Cómo me beneficio si logro que esta chica sea aceptada?
- Te convertirás en mi duquesa.
Que ella había esperado tal anuncio, tenía pocas dudas. Que todavía la
tomara por sorpresa era evidente por su boca abierta y por su hundimiento en la
silla.
- ¿Lo dices en serio? - Preguntó dubitativa.
- ¿Alguna vez me has visto hablar falsamente?
Camilla negó con la cabeza ligeramente, y él podía ver las posibilidades
girando en su mente.
- No será suficiente que le hayas otorgado tu respaldo. Debes asistir al próximo baile
también. El título tiene peso, seguro, pero no tanto como el hombre que lo usa.
- Estoy de luto.
- Si fueras una mujer, sería inaceptable. Como hombre, tendrás algunos ceños
fruncidos, pero todos son extremadamente curiosos de conocer al nuevo Duque de
Harrington. Creo que serás perdonado por tu incumplimiento de etiqueta. Podemos
anunciar nuestro compromiso en ese momento.
No estaba seguro a que le temía más: si a asistir al maldito baile o a hacer
que su compromiso con Camilla fuese tallado en piedra.
- Si eso es lo que deseas.
Ella rio ligeramente.
- Oh, eso es definitivamente lo que deseo, Rhys. En cuanto a nuestra boda...
- Los detalles sobre eso esperarán hasta que Lydia se haya ubicado
satisfactoriamente. No me distraeré de mi propósito en lo que a ella respecta.
- ¿Y cuál es?
- Encontrarle un marido adecuado entre la aristocracia.
- Te preocupas por ella.
Lo emitió como una declaración, no como una pregunta, una que le pareció
bastante irritante.
- Ella es encantadora – admitió - Aparte de eso, simplemente deseo verla feliz.
- Entonces, ¿por qué no te casas con ella? - Le otorgó una mirada penetrante que
indicaba que él pensaba que ella era una idiota por siquiera preguntar. - Temes que
tus pecados sean descubiertos. Mis damas desean guardar sus secretos tanto como
tú.
- Esperemos que ese sea el caso. A pesar de eso, no estoy dispuesto a arriesgarme
a hacerle daño.
- Mientras que a mí, sí puedes herirme.
- Tú ya sabes en qué te estás metiendo.- Él no se estaba refiriendo al título, y
bueno, ella lo sabía.
- Lo pasaré por alto para obtener un título. Pero creo que ella quiere mucho más.
- Ella merece mucho más.
- Entonces veamos que es lo que consigue.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Dirigió su atención hacia la entrada donde el mayordomo acababa de entrar.


Camilla se inclinó hacia un lado de la silla y miró por encima de su hombro.
- ¿Sí, Matthews?
- Su Señoría ha llegado.
Él nunca había visto a Camilla tan pálida como ahora. Por toda la fría
armadura que siempre llevaba puesta, a veces sospechaba que no era tan fuerte
como parecía.
- ¿Te refieres al conde de Sachse? - Graznó.
- Sí, mi lady.
Ella se levantó inestable en sus pies.
- Entonces, por supuesto, déjalo entrar.
No estaba seguro de lo que lo obligó a avanzar y apretar su mano. Ella le dio
lo que parecía ser una sonrisa terriblemente forzada.
- Tal vez me nombren su tutor, y luego puedo tener todo - dijo.
- Mi lady, el conde de Sachse.
Él miró hacia la puerta y decidió que el conde no necesitaba un tutor, y si la
forma en que los dedos de Camilla se cerraban apretadamente alrededor de los
suyos era una indicación, ella había llegado a la misma conclusión.
- ¿Mi lord?
El hombre alto y bien parecido se inclinó levemente. Su cabello castaño,
demasiado largo, le caía sobre la frente.
- Lady Sachse.
- Por favor, acércate, así no necesitamos gritar.
Entró en la habitación, mirando alrededor como si se sintiera perdido. Cuando
estuvo lo suficientemente cerca, Camilla dijo:
- Su Gracia, tengo el honor de presentarle...
Obviamente, ella había prestado poca atención al nombre del heredero
cuando recibió la notificación de que había sido localizado. Qué típico de ella.
Sachse se sonrojó.
- Archie Warner, Su Gracia.
- Su excelencia es el duque de Harrington - explicó Camilla - Mi prometido.
Él se estremeció como si acabara de aplicar el cincel a la piedra para
comenzar a tallar lo que no se podía cambiar. Sachse parecía completamente feliz.
- ¡Bueno, felicitaciones! ¡No tenía idea!
- En este momento, nadie lo hace - se apresuró a asegurarlo. - Todavía tenemos que
hacer un anuncio formal, y hasta que lo hagamos, preferiría que nos guardemos las
noticias para nosotros.
- Por supuesto, Su Gracia - dijo Sachse. - Ni que decir. Nunca he sido alguien que
disfruta de chismes ociosos.
- Entonces somos de una mente similar, Sachse. - se encontró que el hombre le caía
bien.
- Hubiera esperado para hablarle a Rhys sobre usted, mi lord - dijo Camilla - pero
tenía la impresión de que todavía era un niño en la escuela, cuando me dijeron que
no deseaba abandonar sus estudios.
Él rio.
- ¿Mis estudios? Soy un profesor en el norte.
- Un erudito entonces.
- En efecto.
Ella barrió su mano hacia un lado.

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- ¿Nos sentamos todos?


- Me sentiría honrado de unirme a ustedes – dijo - pero estoy seguro de que tú y el
conde tienen asuntos urgentes para discutir, y no deseo entrometerme...
- No sería intrusión, Su Gracia - dijo Camilla.
- Entonces permítanme simplemente confesar que no puedo quedarme porque
tengo invitados que requieren mi atención.
Ella sonrió falsamente.
- Por supuesto. Permíteme que te acompañe. ¿Si me disculpa, mi lord?
- Oh, de hecho. No me molesta. - Se acercó a una mesa donde descansaba un libro,
solo como decoración, estaba seguro - y volvió la tapa.
Salió de la habitación con Camilla siguiéndolo lo suficientemente cerca como
para pisarle los talones varias veces.
- ¡Cobarde! - Escupió una vez que estuvieron en el pasillo.
Él sonrió.
- Lo tendrás envuelto alrededor de tu dedo meñique antes de que termine el día. No
necesitas mi ayuda.
- Él no es en absoluto lo que esperaba.
- No es un muchacho inexperto, eso es seguro. Me imagino que no tendrá
problemas para encontrar a una dama adecuada en Londres. Quizás debiste haber
esperado para comprometerte.
Ella inclinó la cabeza altivamente.
- No seas ridículo. ¿Decidirme por un conde cuando puedo tener un duque? No,
aunque mi vida dependiera de eso. - Ella le dio unas palmaditas en el brazo. -
Asegúrate de verte feliz cuando anuncies nuestro compromiso.
Ella lo dejó entonces para hacer su propio camino hacia la puerta. Su vida era
un laberinto de remordimientos, pero si podía ver que Lydia fuera feliz, pensaba que
podía perdonarse a sí mismo casi cualquier cosa.

*-*

- Deberías haberlo visto, Lyd. Había sangre por todas partes y la gente gritaba. Te
enfermarías al mirarlos. Colton arrugó la cara, se envolvió las manos alrededor de la
garganta, sacó la lengua e hizo ruidos de asfixia.
Sentada en el salón delantero de la casa de Rhys, ella trató de parecer
apropiadamente horrorizada. Acurrucada en su regazo, Sabrina chillaba y enterraba
el rostro contra su pecho.
- Colton, compórtate - reprendió su padrastro. - El objetivo de tener en particular
esas figuras de cera en una habitación aparte, es preservar la sensibilidad de las
damas.
- Gracias a Dios por eso - dijo su madre con un estremecimiento. - He escuchado
suficiente de Colton para aplacar cualquier deseo que haya tenido de ver lo que
había dentro de esa habitación.
Colton hinchó su pecho con orgullo.
- Solo yo, Pa, y William llegamos a la Cámara de los Horrores. Te hubiera gustado
ver lo que hizo Madame Tussaud, Lyd.
Mientras despertaba su curiosidad, decidió que si visitaba la exposición,
pasaría por esa habitación en particular sin mirar dentro.
- ¿Llevaste a William contigo? – le preguntó.
- Claro que sí. Tío Rhys dijo que estaba bien que él fuera con nosotros.

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Su padrastro se aclaró la garganta.


- Colton, te he explicado acerca de cómo debes dirigirte...
- Al tío Rhys no le importa si lo llamo tío. - Dirigió a Rhys una mirada penetrante. -
¿Te molesta?
Rhys estaba sentado en una silla que lo hacía parecer un extraño.
- No, en absoluto - comentó.
Satisfecho con la respuesta que le habían dado, Colton sonrió hacia toda la
habitación.
- Honestamente, deberías haber estado allí, Lyd - reiteró.
- Puedo visitarlo en cualquier momento, pero no con mi prima. Tuve un momento
agradable de compras con Lauren esta tarde, muchas gracias. Sin muertes, sin
sangre derramada.
- ¿Compras? Aburrido. – su hermano se dejó caer en la silla.
- Me gustaron los animales en el jardín zoológico, - dijo Sabrina, sentada más recta,
ya que se hizo evidente que el tiempo de Colton como el centro de atracción había
llegado a su fin.
Tiró de la trenza de la pequeña y sonrió.
- ¿Sí?
Sabrina asintió con entusiasmo.
- Vi un elefante, un león y un...
Ella tocó con su dedo la boca de la niña sabiendo que su hermana tenía una
memoria impresionante y que sin duda enumeraría todos los animales que había
visto y algunos más.
- ¿Por qué no dibujas las imágenes de todos los diferentes animales que viste?
Ella arrugó la nariz.
- Me gustaría que fueras a lugares con nosotros. Hemos visto todo tipo de cosas, y
te perdiste cada una de ellas.
- He visto muchas cosas también. Solo que son cosas diferentes.
- ¿Por qué no puedes ir con nosotros?
- Es difícil de explicar - le dijo a su hermana.
- ¿Todavía estudias para esa prueba de la que me hablaste?
Confía en Sabrina para recordar las cosas que era mejor olvidar.
- Simplemente disfruto comprar ropa más de lo que me gusta mirar animales.
- Creo que hemos visto casi todo lo que hay que ver en Londres - dijo su madre. –
Además estoy muy feliz de que hayas cumplido tu sueño de asistir a un baile en
Londres. Por lo tanto estoy más que lista para regresar a casa.
Ella le lanzó una mirada a Rhys. Su sueño no era asistir a un baile. Era tener
una temporada exitosa y vivir una vida más allá que para la que ella había nacido.
Obviamente consciente de su inquietud, Rhys se acomodó en su silla.
- Pensé que habíamos acordado que Lydia disfrutaría el resto de la temporada.
Su madre lanzó una mirada a su padrastro antes de concentrar su atención
en Rhys.
- Habías mencionado que Lydia quería encontrar esposo, pero ella me aseguró que
no estaba interesada. - Miró a su hija. - Pensé que eso me habías dicho...
- Quiero una temporada, mamá. No necesariamente un esposo. Aunque si encuentro
uno, no me decepcionaría.
- Lyd, ¿te vas a casar? - le preguntó Sabrina. - ¿Esa es la prueba?
- Colton, lleva a Sabrina a la cocina, vayan por unas galletas - le ordenó su madre.

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Lorraine Heath

Sabrina se deslizó de su regazo, le dio unas palmaditas en la mano, se inclinó


y le susurró:
- Pasarás la prueba, Lyd. Sé que lo harás. - Luego siguió a Colton fuera de la
habitación.
Su madre se puso de pie y comenzó a caminar, más agitada de lo que ella la
había visto alguna vez. Su padrastro simplemente se quedó inmóvil como una piedra
mientras la estudiaba a ella, no a su madre.
- ¿Cuánto tiempo es una temporada? - Le preguntó.
- Durará hasta julio – le respondió.
- Eso son casi dos meses más. No puedes esperar que nos quedemos tanto tiempo,
cuando ya llevamos meses afuera. Sé que Johnny y Micah son capaces de manejar
los negocios, pero nunca fue nuestra intención, al salir, estar lejos por tanto tiempo.
- Puedes irte a casa, mamá. Simplemente déjame aquí.
Pareciendo asustada, su madre se dejó caer en el sofá y tomó su mano.
- No creo que pueda hacer eso. ¿Volver a casa y dejarte aquí? Eres mi pequeña
niña, Lydia.
- Mamá, quiero experimentar todo lo que Londres tiene para ofrecer. Conciertos,
óperas, juegos y paseos en el parque. Cenas, bailes y cortejo. No quiero sonar
ingrata por la vida que me has dado en Fortuna. Es solo que anhelo más. Además
ya no soy una niña pequeña. Me he convertido en una mujer.
Por el rabillo del ojo, vio a Rhys ponerse rígido. Sabía tan bien como ella que
realmente dentro de sus brazos se había convertido en mujer. Ella podría revelar
todo lo que había pasado entre ellos, y su padrastro insistiría en una boda a puerta
cerrada en esta misma habitación antes de que se pusiera el sol.
Solo que ella no quería a Rhys bajo esas condiciones. Ella quería tiempo para
demostrarle que estaban hechos el uno para el otro. Mientras tanto, podría disfrutar
del brillo de Londres.
- Podría quedarme con la tía Elizabeth – sugirió - Lauren me ha pedido incontables
veces en sus cartas que viniera a visitarla. Sé que a ellos no les importará.
- Mientras estábamos en Harrington, ofrecí mi protección a Lydia, - dijo Rhys en voz
baja. - Esa oferta sigue en pie. Soy prácticamente su tío.
Sonó incómodo cuando lo dijo. Estaba segura de que sus padres pensarían
que era por su relación con su padrastro, el bastardo. Pero ella entendió que su
incomodidad se producía porque no estaban relacionados en absoluto. Y porque
habían compartido experiencias prohibidas entre un verdadero tío y su sobrina.
Él cambió su mirada hacia su padrastro.
- Te aseguro que soy muy consciente de que tienes estándares muy altos con
respecto al tipo de hombre que deseas para Lydia. Entrevistaría personalmente a
cualquier caballero que expresara interés en ella, como lo prometí antes de irnos de
Harrington. Podría pasar todas las tardes aquí, con un chaperón, por supuesto, para
recibir visitas.
- No queremos molestarte - dijo su madre.
Lydia apretó los dientes.
- No es problema, te lo aseguro - respondió Rhys.
Ella pensó que su madre parecía haber envejecido de repente diez años.
Pero sabía que tarde o temprano tendría que ejercer su independencia. Ahora,
mientras estaba donde quería estar, era el momento perfecto.
- Mamá, tú y papá siempre me han enseñado que, si quería algo, debía buscarlo,
trabajar para tenerlo, perseguirlo decidida hasta conseguirlo, - le recordó. - Haré lo

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que sea necesario para permanecer en Londres hasta el final de la temporada.


Estoy aquí. ¿Por qué no puedo quedarme un rato más con tu bendición?
- No les costará ni un centavo. Tengo mis propios ahorros, dinero que he separado a
lo largo de los años. Lo usaré para todo lo que necesito.
- Lydia nunca ha sido frívola - dijo su padrastro - Me imagino que tiene más que
suficiente para pasar la Temporada.
Su madre lo miró como si no tuviera idea de quién era.
- ¿Estás a favor de que se quede?
- Sé lo que es querer algo y que te digan que nunca podrás poseerlo. - Se puso de
pie, cruzó la habitación y se unió a su esposa en el sofá. - Lydia es una mujer adulta.
No podemos aferrarnos a ella para siempre. No veo ningún problema en que pase
algún tiempo aquí sin nosotros. Además, si la llevas a casa ahora, volverá el próximo
año. Simplemente pospondrás lo inevitable. Lydia ha hablado de Londres por años.
Es un sueño inofensivo. Déjala tenerlo.
- Eso es bastante fácil de decir para ti. Eres un hombre…
- Fui un canalla escandaloso, mi dulce. Conozco los peligros de Londres. Sé que no
todos los hombres son de fiar. Si Rhys me da su palabra de caballero de que
protegerá a Lydia, entonces le creo. Y si rompe su palabra, lo mataré.
- Tendrás que hacer fila detrás de mí - dijo su madre.
Sabía que su madre no estaba emitiendo una amenaza ociosa. Otra razón por
la que pensó que era inteligente no mencionar cuán involucrada se había vuelto su
relación con Rhys.
Éste se aclaró la garganta.
- Me esforzaré para asegurarme de que ninguno de ustedes tenga motivos para
desear que muera. Cuidaré a su hija como si fuera la más rara de las joyas.
No era exactamente lo que Lydia quería de él. Ella preferiría que la cuidara
como su esposa.
Él miró hacia un lado.
- Sí, Rawlings. ¿Qué sucede?
El mayordomo entró en la habitación, con una bandeja de plata en la mano.
- Ha llegado una invitación, Su Gracia. Para la señorita Westland.
- ¡Oh! - gritó y quitó la invitación de la bandeja. Con dedos temblorosos la abrió y se
llevó una mano a la boca, sonriendo ampliamente.
- Es de Lord y Lady Whithaven. Me invitaron al baile que organizan para la próxima
semana.
Ella se arrodilló frente a su madre.
- Mírala, mamá. ¿No es la invitación más bella que hayas visto? Llegué demasiado
tarde para recibir una invitación escrita de Gina. Ella simplemente aceptó mi
presencia porque es muy buena amiga de Lauren. - Aplanó la tarjeta contra su
pecho. - Esta es una invitación oficial. - Miró a su madre implorante. - Oh, mamá, por
favor di que puedo ir.
- ¿Quién es esta Lady Whithaven? - Preguntó.
Ella negó con la cabeza.
- Lauren me la señaló, pero en realidad no me la presentaron. Alguien que conocí
debe haber hablado con ella en mi nombre. - Contempló a Rhys, que no parecía ni
complacido ni sorprendido por la invitación - ¿Conoces a Lady Whithaven?
- Tenemos un conocido en común.
- Entonces, ¿puedes tranquilizar a mamá diciéndole que lady Whithaven no me va a
corromper?

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- ¡Lydia! - Exclamó su madre. - No espero que nadie aquí te corrompa. Simplemente


no conozco a esta gente. En Fortuna, conozco a todos. Es tan grande Londres, tan
atestada, con demasiada gente. Nunca podría estar cómoda aquí. No entiendo por
qué piensas que tú lo estarías. Pero puedo ver que estás decidida a al menos
experimentarlo por completo. - Suavemente acunó su mentón. - Así que quédate.
Ten tu temporada. Y entonces vuelve a casa. Prométeme que escribirás todos los
días.
- Lo haré. - abrazó a su madre con fuerza. – Lo voy a hacer.

Toda su familia estaba reunida frente a la casa de Ravenleigh. El carruaje de


Harrington estaba esperando para llevarlos, y que pudieran abordar el barco que los
llevaría de vuelta a Texas. Ella no había esperado que este momento fuera tan
difícil.
Las lágrimas picaban sus ojos, mientras se abrazaba a su madre. Lágrimas
de alegría, porque ella iba a quedarse. Lágrimas de tristeza, porque nunca en su
vida se había despedido de ella. Apenas sabía por dónde empezar. Sus libros no le
aconsejaban sobre cómo encarar esta situación.
Podía ver a su madre valientemente luchando por contener sus propias
lágrimas mientras se volvía hacia su hermana.
- Elizabeth, cuida de mi niña.
- Lo voy a hacer. No te preocupes. He estado nueve años en este país. Es mucho
más tranquilo que Texas, créeme.
Miró a Lauren. Estaba prácticamente rebosante de alegría porque le habían
concedido permiso para quedarse. Esperaba que ambas tomaran Londres por
asalto.
- ¿Me escribirías a mí también, Lyd? - le preguntó Sabrina.
Ella miró a su hermana y tiró de su trenza.
- Cada día. Y tú tendrás que enviarme dibujos todos los días.
- Lo haré. - chilló su voz. - Se arrodilló y acercó a su hermana. - Te voy a extrañar,
Lyd.
- Yo también te extrañaré.
- No te quedarás para siempre, ¿verdad?
Ella era muy consciente de que Rhys la estaba mirando. Su presencia le
proporcionaba la fuerza para soltarse de sus seres queridos.
- No para siempre - se cubrió. Incluso si ella se casara y viviera allí, visitaría la casa
a menudo. Se preguntó en qué momento las personas dejaban de pensar en el lugar
donde crecieron como en su casa.
Liberó a Sabrina y rápidamente encontró a Rhys sosteniéndola por el codo,
ayudándola a levantarse. La conciencia se disparó a través de ella, y se dio cuenta
de que era sabio que ya no se quedara en su casa. Ya que no tenía voluntad para
resistirlo.
Se volvió hacia Colton y le tendió los brazos. El muchacho arrugó el rostro y
encogió los hombros.
- Ah, Lyd - murmuró.
- No me verás por meses y meses. Dame un buen adiós.
Se arrastró como un hombre que se acerca a la soga colgando de un árbol. Y
luego la rodeó con tanta fuerza y tensión que casi perdió el equilibrio. Cómo era un

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hombre debía mostrarse indiferente frente a los demás mientras, en privado,


lamentaba verla quedarse atrás, como los demás.
¿Alguna vez hubo manera de que una mujer entendiera las complejidades de
los hombres?
Colton se liberó de repente como si se diera cuenta de que podría haber
revelado demasiado de lo que sentía. Ella alborotó su cabello.
- Dale un abrazo a Johnny.
- ¡No en tu vida! - Gritó con disgusto. - No lo voy a abrazar. Ya es suficientemente
malo que tuviera que abrazarte.
Sonrió alegremente, tratando de mantener el control de lo que sería el más
difícil de los adioses. Su padrastro se paró frente a ella y la tomó de las manos.
- Cuando te vi por primera vez, eras una pequeña cosa flaca con ojos grandes.
Escuchaste mis historias con asombro y admiración. ¿Cómo iba a saber entonces
que verte crecer sería una de las mayores alegrías de mi vida? No te di a tu madre,
pero ella te ha compartido conmigo. No podría amarte más de lo que tu propio padre
hubiera hecho si hubiera vivido. El amor es un viaje, Lydia. A veces tienes que viajar
lejos para encontrarlo. A veces descubres que ha estado a tu lado todo el tiempo. He
vivido buena parte de mi vida sin él, y no me gustaría que eso te pasara a ti. Pero en
su búsqueda, recuerda esto: elije bien y sabiamente. Pero si no lo encuentras,
quiero que sepas que nuestro afecto por ti no va a mermar y que tu hogar siempre
estará donde nosotros estemos.
- Te quiero mucho, papá. - le echó los brazos al cuello y las lágrimas rodaron por sus
mejillas. Él había sido quien le había enseñado a soñar con cosas que se extendían
más allá de Fortuna.
La abrazó con fuerza, meciéndola suavemente.
- Todo lo que quiero es que seas feliz.
Ella asintió y su mejilla rozó la de él. Retrocedió y comenzó a quitarse las
lágrimas de los ojos.
- Toma, usa mi pañuelo - dijo Rhys.
Tomó la tela con la única inicial, una R, bordada en color carmesí decorando
una esquina. Se secó las lágrimas, parte de ella cuestionándose si quedarse era lo
correcto. Otra parte sabiendo que no tenía otra opción. De lo contrario, siempre se
preguntaría qué podría haber sido.
Su padrastro tendió una mano a Rhys, quién vaciló, antes de agarrarla.
- Haré todo lo que esté a mi alcance para asegurar su felicidad - le dijo Rhys.
- No tengo duda de que lo harás - dijo su padrastro - Espero que en el proceso
encuentres tu propia felicidad.
Rhys asintió bruscamente antes de soltar la mano de su padrastro y dar un
paso atrás. Ella se preguntó si él sería capaz de ser feliz.
- Será mejor que se vayan - dijo Rhys - No quisiera que pierdas tu barco.
- Es verdad. Ya hemos cablegrafiado a Johnny para hacerle saber cuándo
esperarnos. No me gustaría que envíe una pandilla para rastrearnos - dijo su
padrastro a la ligera.
- ¿Pandilla? - Murmuró Rhys. - El tuyo sí que es un mundo bastante diferente,
Grayson.
Ella no creía haber escuchado nunca a Rhys llamar a su padrastro por su
nombre. Estaba más sorprendida por el afecto que parecía haber tejido en la simple
palabra.
- Si pudiera hacerlo, Rhys, te llevaría conmigo - dijo su padrastro en voz baja.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Pero la vida no nos da segundas oportunidades. Debemos sacar lo mejor de lo que


tenemos y quedarnos contentos.
Como el aleteo de las alas de una mariposa, la mirada de su padrastro
descansó sobre ella brevemente.
- No estés tan seguro de que las segundas oportunidades no existen - dijo su
padrastro. - El secreto es reconocerlas cuando se nos ofrecen, tomarlas con ambas
manos y aprovecharlas al máximo. - Dio media vuelta. - ¡Todo listo! Tenemos que
irnos.
Luego de otra ráfaga de abrazos apretados y besos precipitados en las
mejillas, ella se quedó tan cerca de sus padres como pudo, mientras todos subían al
carruaje.
- ¡Recuerda escribir!
- ¡Que tengan un buen viaje!
- ¡Te amamos!
-¡Cuídate mucho!
- ¡No se preocupen! ¡Cuidaremos a Lydia!
- ¡Diviértete, Lyd!
- Lo voy a hacer.
Un último apretón de manos por la ventanilla, un último adiós. Entonces el
carruaje se alejó rodando por la calle. Presionó un puño cerrado contra su pecho
para evitar que el dolor inesperado en su corazón creciera.
Rhys se colocó detrás y ella sintió el calor de su cercanía; la fuerza y la
solidez de su presencia.
- Estarás demasiado ocupada como para extrañarlos - dijo sombríamente.
Ella sacudió la cabeza.
- No, el amor no funciona de esa manera. - inclinó la cabeza pensativamente y le
devolvió la mirada. - Pero no sabes lo suficiente sobre el amor para darte cuenta de
eso, ¿verdad?
Lauren agarró su mano.
- Ven. Necesitamos comenzar a planificar nuestra estrategia para el baile de
Whithaven.
Con una última mirada a Rhys, siguió a su prima a la casa. Lo que pretendía
era planear su estrategia para convencer a Rhys de que se pertenecían el uno al
otro.

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Lorraine Heath

Capítulo 19

- La costurera hizo un excelente trabajo en tan poco tiempo - dijo Lauren.


Mirando su reflejo, tuvo que estar de acuerdo. La túnica de raso blanco
revelaba los hombros y la leve insinuación de sus pechos. Las mangas estaban
hinchadas y hechas de encaje. La falda estaba cubierta por volantes de la misma
blonda, del más pálido de los tonos de rosa. Un tono que combinaba perfectamente
con los pimpollos de rosa colocados en su cabello, que estaba recogido en lo alto de
su cabeza desde donde caían, envolviendo su rostro, los rizos más hermosos que
ella hubiera visto.
Con Lauren y la tía Elizabeth habían recorrido las mejores tiendas de Londres
y sentía que realmente estaba lista para hacer su debut. Su nuevo debut. Esa noche
sería un éxito.
Y Rhys estaría a su lado.
Miró a Lauren, sentada en la cama, debajo de un montículo de mantas.
- Como me gustaría que fueras conmigo - le dijo.
Su prima estornudó y se secó la nariz.
- Me siento realmente mal. Un resfriado en verano es lo peor. Solo debería durar un
día más o menos, y luego podremos ir juntos a los bailes. Además, no te hará daño
tener a Harrington todo para ti sola.
- Él me dice que me ama, pero que no se casará conmigo.
Lauren se rio.
- Puede cambiar de opinión después de verte esta noche. Ponlo celoso. Coquetea y
baila con cada hombre, sedúcelo. Enloquécelo de deseo por ti.
- Lo haces sonar tan fácil.
Un fuerte golpe y la puerta se abrió. La tía Elizabeth miró dentro.
- El duque está aquí.
Respiró profundamente.
- Deséame suerte.
- No la necesitarás. Te ves aplastante.
Agarrando el abanico, siguió a su tía Elizabeth por las escaleras.
- No sé por qué estoy más nerviosa esta noche de lo que estuve la otra vez.
Su tía le apretó el brazo.
- Te ves adorable. Harrington está convencido de que las cosas irán bien esta
noche, así que estoy segura de que lo harán. Además, Lady Sachse te está
ofreciendo su respaldo, y eso debería facilitarte el camino.
- ¿Lady Sachse?
Su tía parecía sorprendida.
- Pensé que lo sabías. Ella está con Harrington. Servirá como tu chaperona, y está
bien conectada con la aristocracia. Más que yo, que simplemente nunca pude
encajar en todas estas cosas.
Entraron en el vestíbulo, y casi olvidó respirar al ver a Rhys vestido con sus
galas de noche. Su pelo negro, peinado hacia atrás le quedaba perfecto.
- Dios mío, Rhys, no me dijiste que era hermosa.
Solo entonces se dio cuenta intensamente de la mujer parada a su lado. Era
mucho más joven de lo que ella había esperado de una chaperona. Su cabello
castaño estaba muy alto sobre su cabeza. Sus ojos marrones estaban captando
todos los aspectos de su apariencia.
- Tenía la impresión de que la habías visto antes - dijo Rhys en voz baja.

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- Bueno, sí, pero como no fuimos presentadas adecuadamente, le presté poca


atención.
Él se inclinó levemente.
- Lady Sachse, permítame presentarle a la señorita Lydia Westland.
- Encantada… - dijo Lady Sachse. …mi querida señorita Westland, Rhys ha hablado
muy bien de usted. Me siento honrada de conocerla por fin.
Ella hizo una reverencia.
- También me siento honrada.
- Aunque la mayoría de mis amigos consideran que los estadounidenses tienen
acentos atroces, debo admitir que encuentro el suyo bastante encantador - dijo Lady
Sachse.
No estaba segura de por qué se sentía como si la hubieran insultado. Pero
sonrió y le dijo:
- Gracias.
- Me agradecerás mucho más antes de que termine la noche. - Le dio unas
palmaditas en el brazo a Rhys. - Vamos. Debemos ir a recoger a Lord Sachse.
- ¿Su esposo? – le preguntó con esperanza.
Lady Sachse se rio.
- Oh no. Mi querido esposo, que se pudra en el infierno, hace mucho tiempo que
falleció. Archie es un primo lejano a quien también lo presentaremos esta noche a
Londres. Se instaló gentilmente en una propiedad más pequeña de Sachse mientras
me permite permanecer en la casa grande. Y Harrington cortésmente nos ofreció su
carruaje para esta noche. Entonces, ¿nos vamos?

Recogieron a Lord Sachse y se hicieron las presentaciones. A ella le gustó de


inmediato. Tenía una sonrisa fácil y parecía tan fascinado con Londres como ella.
Mientras viajaban a su destino, con lady Sachse se sentaron una al lado de la otra,
mientras los caballeros se sentaban frente a ellas.
En poco tiempo estaban subiendo los escalones hacia la residencia de
Whithaven, siguiendo el flujo de personas. Cuando ingresaron en el pasillo de
entrada, se dio cuenta de que, aunque la fiesta de Gina había sido agradable, era
evidente que a lady Whithaven le gustaba dar fiestas mucho más glamorosas.
Eso era obvio, había flores frescas adornando casi cada centímetro del piso y
las mesas. Un pequeño grupo de músicos tocaba en el hall de entrada mientras la
gente pasaba. Una puerta distante conducía a lo que podía ver más allá, era el salón
de baile.
- Debo confesar que este es mi primer baile, y estoy aterrorizado de poner mal un
pie - susurró Lord Sachse cerca de su oreja.
Ella le sonrió.
- Lo harás bien.
- Desearía poder parecer tan tranquilo como tú.
- Estoy nerviosa también - le aseguró
- ¿Conoces a Whithaven? - le preguntó.
- No. He visto a la pareja, pero no me han presentado.
Él sonrió.
- Entonces seguiré tu ejemplo cuando se hagan las presentaciones.

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Mientras se acercaban a la puerta, con Rhys y Lady Sachse presidiendo el


camino y entrando en el salón de baile, pudo ver a la pareja que Lauren había
señalado como Lord y Lady Whithaven.
Lady Whithaven era realmente encantadora. Tenía los ojos más verdes que
ella había visto en su vida. Ojos que de repente se ensancharon cuando cayeron
sobre Rhys. Toda la sangre desapareció de su rostro como si hubiera visto un
fantasma. Ella pensó que la pobre mujer podría desmayarse mientras lady Sachse
hacía las presentaciones.
- Debo decir - dijo Lord Whithaven en voz alta, aparentemente sin darse cuenta de la
reacción de su esposa, - que todos hemos tenido curiosidad sobre usted, Su Gracia.
Parece que nadie recuerda haber conocido al hermano menor de Quentin.
- Quentin y yo no hemos estado cerca por años. Tampoco nos movíamos en los
mismos círculos.
Lady Whithaven bajó la mirada y dijo en voz baja:
- Su Gracia, nos sentimos honrados de tenerte en nuestro hogar.
- Me siento muy honrado de estar aquí, Lady Whithaven, y de conocerla por fin - dijo
Rhys en voz baja.
Levantó la mirada hacia él, pero a ella le pareció que la mujer quería mirar a
alguien más que a Rhys.
- Y puedo presentarle a Lord Sachse - dijo Lady Sachse demasiado fuerte, como si
ella también hubiera notado la incomodidad de Lady Whithaven y esperara distraer a
todos de esa situación.
- Señor Sachse - dijo Whithaven. - Esta parece ser la temporada de lores
desconocidos.
- Lores desconocidos y damas desconocidas, para mí también. Me atrevo a decir
que me tomará un tiempo, tratar de recordar quién es todo el mundo - dijo Lord
Sachse.
- Yo no me preocuparía demasiado - dijo Whithaven - Lady Sachse conoce a todo el
mundo. Ella sin duda le ayudará a ponerle nombres a las caras.
- De hecho lo haré - dijo Lady Sachse - En nombre del duque, permítanme presentar
a la señorita Lydia Westland. El Duque y yo tenemos grandes expectativas con
respecto al éxito de su temporada.
Era como si su pronunciamiento estuviera bordeado de oro.
Lord Whithaven le sonrió ampliamente, dándole toda su atención.
- Nos sentimos honrados de tenerle.
Ella hizo una reverencia.
- Gracias mi lord.
- Ah, una estadounidense. No es para preocuparse. No vamos a tomar eso en su
contra, ¿verdad, querida?
Lady Whithaven todavía parecía nerviosa mientras miraba de Rhys a ella.
- Por supuesto que no lo tomaremos en su contra. – Y le tendió la mano. - Ven, te
presentaré por aquí.
Y con eso, fue introducida en la multitud.

*-*

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Mientras Camilla escoltaba a Sachse por la habitación y lo presentaba


a todos aquellos que importaban, él permanecía de pie junto a una maceta de
frondas grandes. Podía sentir cada vez que la mirada sorprendida de una dama
descansaba sobre él. Él les ofrecía el más mínimo asentimiento en reconocimiento, y
la dama apartaba rápidamente la mirada.
Algunos caballeros intentaron involucrarlo en una charla. Pero no tenía interés
en una larga conversación. Simplemente aprovechó la oportunidad para hacerles
conocer su relación con Lydia y su deseo de verla bien establecida.
La hermosa Lydia, que esa noche era la estrella más brillante de la
habitación. No importaba dónde estaba, él la veía. Sonriendo con tanta calidez y
alegría. Bailando con los mejores caballeros. Su confianza iluminaba su rostro.
Podía imaginarse a muchos caballeros cayendo rendidos bajo su hechizo como lo
había hecho él.
Su pecho se apretó con ese pensamiento. Él quería su felicidad, y sin
embargo no le gustaba pensar que ella la experimentaría con otro.
La música terminó, y el caballero con el que había estado bailando la escoltó,
devolviéndosela a él.
Esperó hasta que el hombre estuvo fuera del alcance del oído antes de decir:
- Te gusta.
- Me gusta todo. Esta noche es exactamente lo que pensé que sería la vida en
Londres. - lo miró fijamente. - No has bailado.
- Estoy de luto.
Ella golpeó con el abanico su mano y lo miró a los ojos.
- No estoy segura de que me guste Lady Sachse.
- Debería gustarte mucho. Ella está bien conectada. Muchas de estas damas le
deben mucho, y esas damas influencian a los caballeros. Que no te engañen. Un
caballero puede llevar el título, pero por Dios, es su esposa quien ejerce el poder.
La orquesta nuevamente comenzó a tocar.
- Mi tarjeta de baile tiene un lugar vacío para este baile - dijo Lydia en voz baja.
- Eso no puede ser. - Le tendió la mano.
Ella le dio una sonrisa deliciosamente malvada.
- Pensé que estabas de luto.
- Por ti, haré una excepción. - Ella deslizó su mano en la suya, y él la llevó a la pista
de baile. Le puso una mano en la cintura, mientras ella le ponía la mano en el
hombro - Fuiste hecha para esto - dijo en voz baja, mientras la guiaba a través del
vals. – Eres el brillo de Londres. Nunca he visto a nadie usarlo tan bien.
- No pensé que hubieras asistido a muchos eventos sociales.
- No lo hice, pero eso no significa que no tenga una opinión sobre el asunto.
- Muchas damas parecen sorprendidas de verte aquí.
- Porque estoy de luto.
- Esa excusa es solo para los demás, Su Gracia. Hay un trasfondo que no puedo
entender del todo.
- Déjalo ir, Lydia. Los secretos compartidos en la oscuridad están mejor allí.
- Si es un secreto, ¿por qué siento que todos saben lo que es?
- Solo unos pocos saben y se guardarán la lengua. No deberías preocuparte por las
damas, sino por los caballeros. Estás buscando marido, después de todo.
Ella miró alrededor.
- No creo que pueda cansarme de esto. Es todo lo que siempre soñé y más.
Y él tenía la intención de asegurarse de que ella se aferrase a ese sueño.

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Whithaven estaba agradecido de haber terminado de dar la bienvenida a sus


invitados. Aunque el desfile le había dado la oportunidad de escudriñar a cada
hombre, aún no había determinado quién estaba fornicando con su esposa.
El deseo de saber quemaba dentro de él. Le había costado cada gramo del
civismo que poseía estar a su lado y no mostrar cuánto había llegado a despreciarla.
- ¿Sigues buscando un fantasma? - Preguntó Reynolds en voz baja.
Whithaven miró a Reynolds y a Kingston.
- No hay fantasma. Fui a buscar una joya del cajón para ella, y encontré esto metido
en una esquina trasera. Desplegó sus dedos.
- Supongo que ese no es tu pañuelo - murmuró Kingston.
- ¿Con una R bordada? ¿En carmesí? Debo decir que no. Quizás es tuyo, Reynolds.
- Dios mío, no seas ridículo. ¿Representa su primer nombre o el último? ¿O su
título? - Preguntó Reynolds.
- Tal vez es sinónimo de roué (engaño), - especuló Kingston. - No es la inicial del
hombre en absoluto, sino más bien un símbolo de a lo que ha decidido dedicar su
vida.
Whithaven aplastó la tela entre sus dedos y la devolvió a su bolsillo.
- Sugeriría que ustedes, caballeros, busquen entre las cosas de sus esposas.
- ¿Invadir sus cajones? - Preguntó Reynolds, claramente consternado por la idea.
- Este hombre existe. Si él es uno de nosotros o no, sé que existe. Y por Dios, que
lo encontraré.

- Ven, Rhys. Es hora de que hagas tu anuncio - dijo Camilla.


Él la miró, sin comprender.
- ¿Qué anuncio?
- Que nos casaremos. Te dije que me gustaría el anuncio en el primer baile al que
asistiéramos.
En ese momento recordó que ella se lo había dicho. Simplemente había
estado tan concentrado en lo que quería para Lydia, que había olvidado lo que le
debía a Camilla. Miró alrededor de la habitación, su mirada rápidamente encontró y
se posó en Lydia. Ella se estaba riendo, divirtiéndose, con un caballero escoltándola
de regreso a él.
- Nuestros abogados aún no se han reunido para resolver los detalles - le recordó.
- Una mera formalidad. La paciencia nunca ha sido mi fuerte. Deseo que las
personas sepan que pretendes hacerme tú duquesa.
- Quizás deberíamos esperar un momento más oportuno - dijo.
- Whithaven te presentará en cualquier momento. ¿Qué puede ser más oportuno que
eso?
Como si su voz hubiera llegado a los oídos del anfitrión, el Conde estaba
repentinamente de pie en la plataforma donde estaba sentada la orquesta y gritaba
con su gran voz resonante:
- ¿Puedo tener su atención, por favor?
El murmullo se transformó en silencio inmediatamente. Lydia y su escolta se
detuvieron y se volvieron para mirar a Whithaven. Él recordó la debacle de la llegada

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de Grayson a su casa de campo, porque había pospuesto lo que sabía que sería
desagradable.
Ese momento prometía ser diez veces peor. Por nada del mundo quería
hacerle daño a Lydia, pero una parte de él no podía evitar preguntarse si este no era
el mejor camino. Cualquier esperanza que la muchacha tuviera de una vida con él,
moriría con la misma certeza con que la llama de una vela se apagaba con poco
más que la presión de dos dedos.
- Sé que todos sentimos tristeza por el fallecimiento del duque de Harrington. Esta
noche nos sentimos honrados de tener a su sucesor entre nosotros, y lo recibimos
encantados. Me han informado que tiene un anuncio bastante especial que hacer.
- Haz que cuente, Rhys - susurró Camilla - O tu dama encontrará que este es el
último baile al que asiste.
- Por ti, Camilla, seguiré los pasos de mi padre. - Se dirigió hacia Whithaven,
dándose cuenta de que, de hecho, tenía mucho más en común con su padre de lo
que se había imaginado. Se casaría con una mujer, mientras amaría a otra por
siempre. ¿Cómo pudo su padre encontrar la fuerza para hacerlo?
Años de matrimonio con el viejo Sachse habían demostrado que Camilla era
estéril. Él no tenía que preocuparse por cómo se sentirían sus hijos al saber que su
padre no amaba a su madre. Por eso estaba agradecido. Encontraría un heredero
en otro lugar de la familia.
Cuando pisó la tarima, le dio a Whithaven una brusca inclinación de cabeza
antes de volver su atención a la multitud.
- Soy nuevo en el título y seguro que daré muchos pasos en falso en el camino - dijo,
- pero estoy seguro de esto, que solo amaré una vez y será para siempre. Es con
honor que anuncio mi intención de pedirle a Lady Sachse su mano en matrimonio.

¡Escapar! ¡Escapar! Era todo lo que Lydia podía pensar. Ella tenía que
escapar. Moviendo los hombros hacia un lado y otro, se abrió paso entre la multitud
hasta llegar a las puertas que daban al jardín.
No tenía fuerza en su mano mientras luchaba por girar la perilla. Ninguna
fuerza en sus piernas cuando llegó afuera y tropezó. Estaba temblando y con
náuseas, mientras que los escalofríos caían en cascada a través de ella. Tambaleó
hacia la barandilla y la agarró con dedos helados.
Le había jurado que nunca se casaría. ¡Y ahora tenía la intención de casarse
con Lady Sachse!
Ella había sido tan tonta. Le había pedido que le enseñara lo que sus libros no
habían hecho. Y él le había enseñado lo doloroso que podía ser un corazón
destrozado.
Quería quedarse en Londres para tener más tiempo con él. Había pensado
que si la veía con hermosos vestidos de baile, si él veía que ella se comportaba con
gracia, si él veía que realmente pertenecía a ese mundo, entonces dejaría sus dudas
a un lado.
En cambio, la echaría a un lado.
- ¿Señorita Westland? ¿Estás bien?
Lord Sachse. Ella reconoció su voz, escuchó su preocupación por ella. Las
lágrimas picaban sus ojos. Tomó una respiración profunda y temblorosa. Tenía que

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controlarse. Tragó saliva, tratando de eliminar el hormigueo en su mandíbula. No se


enfermaría allí.
- Sí, mi lord, estoy bien, gracias.
- ¿Estás segura? Te vi salir, y parecías bastante pálida.
- Las multitudes - tartamudeó. - No estoy acostumbrada a las multitudes. En Texas,
puedes caminar por siempre y no toparte con nadie. En el salón, de repente, sentí
como si las paredes, las personas, las pinturas, todo se estuviera acercando a mí.
- Pensé que el anuncio del Duque, tal vez te había impactado - dijo amablemente.
Negó con la cabeza rápidamente.
- No claro que no. ¿Por qué me impactaría con quién se vaya a casar?
- Noté la forma en que lo mirabas mientras bailabas. - Se aclaró la garganta. - Debo
disculparme. Soy un desubicado absoluto, poco versado en el protocolo. Tal vez mis
torpes esfuerzos se vean mejor si te ofrezco un poco de champagne. Entonces
quizás me hagas el honor de bailar conmigo.
Ella asintió con la cabeza, preguntándose cómo en el nombre de Dios podría
pasar el resto de la noche.
- Sí, sí, a ambos. - Giró la cabeza ligeramente, tratando de ser educada sin revelar
sus lágrimas. - Gracias. Y tú no eres un desubicado.
Él se inclinó levemente.
- Eres muy amable. Aguarda nada más que un momento.
Salió corriendo, y ella devolvió su atención al jardín cubierto por la oscuridad.
Realmente no le importaba si él nunca regresaba. Se debatía entre llorar
incontrolablemente y mantener una medida de decoro. Llorar estaba ganando la
batalla.
- ¿Lydia?
Oh Dios. Rhys. Ella no lloraría frente a él, no le dejaría ver lo profundo que la
había lastimado. Ella se pondría a la altura de las circunstancias y le mostraría la
verdadera dama que era.
- Su gracia. Felicidades. - Ella maldijo el temblor en su voz.
- Una docena de veces pensé en decírtelo, pero nunca salieron las palabras - dijo en
voz baja.
- Parece que no has tenido problemas para encontrar las palabras hace solo unos
momentos cuando anunciaste tu intención de casarte.
- Sé que debes pensar que me aproveché…
Ella giró, sus puños apretados, su pecho dolorido.
- ¿Por qué ella? ¿Por qué ella y no yo?
- Es complicado.
- No soy tonta, Rhys. Explícamelo.
- No puedo.
Ella se rio, un horrible sonido que surgió de dentro de ella y alcanzó alturas
histéricas antes de que lograra controlarlo.
- ¿No puedes o no quieres?
- No lo haré.
Miró hacia donde estaba lord Sachse, con la copa de cristal en la mano,
obviamente sin estar seguro de si debería entrometerse. Ella sonrió alegremente y le
tendió la mano.
- Mi lord, gracias.

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Se acercó cautelosamente y le dio la copa. Bebió el contenido en un largo


trago, luego pasó su lengua alrededor de su boca de una manera que estaba segura
haría que Rhys se anudara y le extendió la copa.
Sorprendido, él la tomó.
- Si me disculpa, Su Gracia, voy a divertirme un poco.
Puso su mano en el brazo de Sachse y le permitió llevarla de regreso al salón
de baile.
- Bien hecho - susurró con una sonrisa, justo antes de que la tomara en sus brazos
para el baile.
Ella podría haberle creído si no fuera por el hecho de que se sentía tan tonta
por amar tan desesperadamente a un hombre incapaz de amarla. Porque si la
amaba como decía, ¿por qué no arriesgaría todo por su felicidad?

- Dios mío, la amas.


Parado en una esquina con su prometida junto a él para poder recibir los
buenos deseos de los invitados, no pudo evitar ver a Lydia, sin importar dónde
estaba o con quién. Había bailado todos los bailes desde que volvió a entrar al salón
de baile. Un caballero diferente cada vez.
Su sonrisa crecía, sus ojos brillaban, y reía ligeramente. Si su corazón se
estaba rompiendo, estaba haciendo un espléndido trabajo para volver a armarlo. Por
lo cual estaba agradecido. Mejor haberla lastimado un poco, que haberla roto por
completo.
- Dije…
- Te escuché - respondió.
- No vas a pasar el resto de tu vida comparándome con ella, ¿o sí?
De hecho, sonrió, aunque dudaba de que su expresión transmitiera ninguna
alegría.
- No hay comparación que hacer.
Lydia eclipsaba mucho a la mujer que estaba parada a su lado: en belleza,
elegancia, gracia, humor, amabilidad, compasión. La lista era sin fin. Ella poseía los
mejores aspectos de una dama. Algo que no había aprendido de sus libros. El
intrincado tejido de su alma había creado a una mujer que amaría hasta su muerte.
- Ella es un éxito esta noche, Rhys. Deberías consolarte con eso.
- Me temo que casi la rompí.
- No te halagues a ti mismo. Ella te superará rápidamente.
- Solo eso puedo esperar.
En cuanto a él, nunca la superaría. Ella sería su último pensamiento cuando
tomara su último aliento.
La hermosa Lydia que había gritado su nombre durante la agonía de la
pasión.
Dulce Lydia. Una soñadora que se había enamorado de un realista.

*-*

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
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Lorraine Heath

- ¡¿Qué él hizo qué?! - Preguntó Lauren, sentándose en la cama.


- Declaró su intención de casarse con Lady Sachse - dijo, repitiendo lo que había
anunciado cuando irrumpió en la habitación de Lauren solo un momento antes.
Agarrando su pañuelo, Lauren se sonó.
- No entiendo.
- ¿Y crees que yo lo hago? Volver a casa en el carruaje con él y esa horrible mujer
fue casi intolerable. Pensé que me sofocaría.
- Se cree mucho esa Lady Sachse.
- Bueno, yo, no creo mucho en ella – dijo y se dejó caer en una silla, no tan
suavemente como debería hacerlo una dama, sino como alguien que enfrenta la
derrota.
Lauren se sonó la nariz y se recostó bajo las sábanas.
- Mi cabeza está tan llena que apenas puedo pensar.
- Lo siento. Sé que no debería molestarte ahora...
- No, no. - Lauren agitó su mano - No quise decir eso. Simplemente estoy
confundida. Estaba absolutamente segura de que tenías su corazón.
Ella había sentido lo mismo. Había pensado que todo lo que realmente
necesitaba era tiempo. Que en poco tiempo vería que ella llevaba el brillo de
Londres y que pertenecía allí. Que en poco tiempo se daría cuenta de que ella le
pertenecía.
- Dijo que como se preocupaba tanto por mí no se casaría conmigo. Dijo que había
hecho algo tan vergonzoso, que me destruiría.
- Eso no tiene sentido - dijo Lauren. - Si ese fuera el caso, ¿por qué arriesgarse a
dañar a Lady Sachse?
- Exactamente.
- Entonces, debe haberte mentido sobre la posibilidad de un escándalo. Obviamente,
Lydia, él jugó contigo. - ¿Podría ser eso? ¿Podría haber sido tan ingenua?
Frecuentemente él había mencionado su inocencia, pero no sentía como que
hubiera tomado ventaja. Por alguna razón, no le importaba lastimar a Lady Sachse,
pero sí a ella. ¿Por qué? - Jugó contigo - continuó Lauren, - y no quiso arriesgarse a
que te casaras con él. Por lo tanto, anunció su intención de casarse con Lady
Sachse, para cederte a otro hombre.
Sí, eso tenía sentido. Él quería que ella siguiera adelante.
- Oh, Lauren, hasta que hizo el anuncio, esta noche había sido todo lo que había
esperado de Londres y más. Bailé cada baile. Los caballeros fueron encantadores.
La etiqueta me envolvía. Los hermosos vestidos giraban por doquier. La Orquesta
era sublime. Amé mucho más esta noche porque había sido aceptada, porque había
sido el centro de todo. Lauren, no quiero dejar de serlo.
- Entonces no lo hagas. Dios mío, Lydia, hay caballeros en abundancia en Londres.
Simplemente tendremos que encontrar uno más merecedor de ti que Harrington. Mi
padrastro puede entrevistarlos por ti.
- No, Rhys se ofreció a hacerlo. Y me gusta la idea de obligarlo a ver que otros
hombres me encuentran digna.
- ¡Esa es mi niña!
Suspiró, incapaz de abrazar el entusiasmo de Lauren por la idea. Intentaba
ser fuerte, trataba de ser valiente, cuando lo único que realmente quería hacer, era
hacerse una bola y llorar. Fue extraño cómo en ese momento recordó a la duquesa
de Harrington sentada junto al padre de Rhys. La mujer no había dado ninguna
indicación de que aborreciera a sus invitados. Ella había mantenido la dignidad.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Nunca se le ocurrió que algún día podría considerar a la duquesa como un


ejemplo de comportamiento apropiado. Pero después de reflexionar, parecía que
ella había aprendido casi tanto de la mujer como de su hijo.
Era fácil sostener la cabeza erguida cuando el mundo era de tu agrado. Ella
estaba decidida a demostrarle a Rhys que no caería fácilmente cuando las cosas no
salieran como había esperado.
Y si fuera posible, atormentarlo en el proceso.

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Capítulo 20

“Una dama debe reconocer que la ligereza en un caballero no debe tolerarse y,


por lo tanto, no debe alentarse.”
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
El verdadero noviazgo no era para nada como lo había imaginado.
Ella y su tía habían llegado a la casa de Rhys poco después del almuerzo.
Daban un paseo por el jardín cuando llegó el conde de Langston y fue llamada al
salón. Su tía había decidido seguir disfrutando del jardín. Después de todo, Rhys era
el hermano de su padrastro, por lo tanto confiaba en él. Como ya sabía, los
chaperones significaban mucho más para los ingleses que para los
estadounidenses.
El conde de Langston la estaba esperando, y ella se había unido rápidamente
a él. Ahora ambos se habían sentado silenciosa y adecuadamente en lujosas sillas
con una pequeña mesa entre ellos. Tenía una delicada taza de té sobre un plato
balanceado en un muslo y su bombín en el otro.
No podía imaginar a ningún hombre de Texas bebiendo de una taza de té sin
romperla, mucho menos equilibrándola en su muslo. Ella no se había atrevido a
recoger la suya por temor a que tintineara y traicionara su nerviosismo.
Aunque no era el conde el que la tenía nerviosa, era el duque parado
rígidamente ante la ventana, dándoles la espalda como si quisiera darles privacidad.
Privacidad para que, no podía imaginarlo. El cortejo inglés parecía comprender poco
más que miradas furtivas y sonrojos.
Juzgó al conde que no era mucho mayor que ella, y que era muy agradable
de ver. Su cabello rubio formaba un halo rizado alrededor de su cabeza. Sus largas
patillas eran más pelusas de melocotón que verdaderas patillas. Su postura era
irreprochable, su ropa bien amoldada. Si creía en juzgar un libro por su portada,
tendría que admitir que el conde podría ser un buen marido.
Pero se encontró preguntándose cómo sus besos podrían compararse con los
que Rhys le había dado. ¿Sería el conde capaz de calentar su cuerpo con nada más
que un toque ligero? ¿Poseería la habilidad de hacerla reír? ¿O incluso de hacerla
sonreír? ¿Él la llenaría de alegría a lo largo de los años?
O como Rhys también había hecho, la enojaría más allá de la razón,
traicionaría su corazón y lo llamaría compasión.
- Yo quisiera saber… señorita Westland - comenzó el Conde en una profunda voz de
barítono que casi la hizo saltar de su piel - …a menudo me he preguntado por qué
Norteamérica fue a la guerra contra Sudamérica. Quizás seas tan amable de
iluminarme.
Ella miró fijamente al hombre con la ceja levantada que parecía estar
mirándola a lo largo de su estrecha nariz patricia. Sintió que el color subía por sus
mejillas, porque no tenía ni idea de la guerra a la que se refería.
- Lo siento, mi lord, pero no recuerdo esa guerra en particular.

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- ¿Dices que no? Me parece recordar que fue el tema de conversación hace algunos
años. Recuerdo que mi padre lo discutía con sus amigos y mencionó que esa terrible
guerra había sido la responsable del asesinato de su presidente Lincoln.
Ella inclinó la cabeza pensativa.
- ¿Se refiere a la guerra del norte contra el sur?
Sonriendo alegremente, él asintió con entusiasmo.
- Sí, por Jove, creo que fue eso. ¿Por qué Norteamérica se interesó tanto en un
vecino tan lejano?
Se le ocurrió que él podría estar bromeando. Tal vez tenía un irónico sentido
del humor, pero la seriedad en sus ojos indicaba que realmente estaba buscando
una respuesta a su pregunta.
- No, fue en Norteamérica. Los estados del norte. Lucharon contra los estados del
sur.
Su sonrisa se desvaneció.
- No estoy seguro de entender lo que dices.
Suspiró, incapaz de determinar exactamente cuán involucrado quería que él
estuviera en la lección de historia.
- Bueno, Norteamérica está dividido en estados, como estoy segura que sabes. - Él
ni asintió ni confirmó de ninguna manera que realmente conocía ese pequeño
hecho. - Fue una guerra muy complicada. La esclavitud dividió los estados, obligó a
los del Sur a decidir que ya no querían ser parte de la Unión, parte de Norteamérica.
Querían establecer su propio gobierno para poder gobernarse a sí mismos,
establecer sus propias leyes.
Él comenzó a parpadear rápidamente y a sacudir la cabeza.
- Pero recuerdo claramente que fue el Norte contra el Sur.
- Sí, los estados del norte contra los estados del sur.
- Norteamérica contra Sudamérica.
Ella sacudió la cabeza.
- No, en realidad no.
- Entonces no entiendo.
- ¡Dios mío, amigo! - Gritó Rhys desde su rincón, sorprendiéndola y haciendo que
emitiera un pequeño chillido.
Aparentemente, también había asustado al conde de Langston, porque la taza
y el platillo aterrizaron a sus pies con un pequeño kerplunk y un leve tintineo
mientras la porcelana china golpeaba contra la alfombra. Gracias a Dios, la gruesa
tela impidió que las piezas se rompieran, aunque pensó que la taza podría haberse
astillado. El conde ahora miraba boquiabierto al duque.
- ¿Nunca has tomado una lección de historia? - Rhys exigió saber. - ¿Nunca has
visto un mapa?
- Ciertamente, Su Gracia, he logrado ambas cosas.
- Entonces, ¿cómo es que no puede comprender lo que la señorita Westland ha
explicado adecuadamente?
- Yo... no sé.
Observó con atónita fascinación cómo Rhys sacaba el reloj de su bolsillo,
abría la tapa, la miraba y la cerraba.
- Su tiempo se acabó, lord.
El conde meneó la cabeza como una manzana en un cubo de agua.
- Sí, Su Gracia. - Se puso en pie de un salto, miró su taza de té y la miró, con el
rostro enrojecido. - Lo siento muchísimo.

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Ella se levantó también y sonrió.


- No se preocupe por eso.
- Fue un inmenso placer visitarla, señorita Westland. ¿Me hará el honor de permitir
que vuelva a entrevistarla?
Estaba a punto de decir que sí cuando Rhys ladró:
- No, señor, no lo honraremos tanto.
- Muy bien - dijo el joven, inclinándose repetidamente mientras salía corriendo de la
habitación.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, se volvió hacia su benefactor.
- ¡Fuiste un grosero!
- Él es terriblemente denso. Me horrorizó su falta de conocimiento.
- ¿Porque él no conoce los pormenores de una guerra que tuvo lugar en otro país y
que comenzó hace casi dos décadas?
- Eres una mujer extremadamente inteligente, Lydia. No haré que te cases con un
hombre que te hará llorar cinco minutos después de haber firmado los documentos
de matrimonio.
Ella dio un paso hacia él, inclinando la barbilla.
- ¿Y vas a ser tú quien determine quién me aburrirá hasta las lágrimas y quién no?
Él dio un paso más cerca de ella.
- De hecho lo haré.
Ella dio un paso más cerca.
- ¿Qué medida usarás para determinar quién me aburrirá y quién no?
Otro paso.
- Debe estar al corriente de los asuntos de actualidad.
Dio otro paso, acercándose lo suficiente como para sentir el calor de su
cuerpo.
- ¿Y crees que eso será suficiente para mantenerme entretenida?
- Apenas. También tendrá un profundo conocimiento de la historia, tanto británica
como estadounidense.
- ¿Piensas hacerle algún tipo de examen?
- Quizás lo haga.
Bajó la mirada a su boca. Ella separó los labios ligeramente y pasó la lengua
por el inferior, viendo como sus ojos se oscurecían y sus propios labios se
separaban.
- ¿Qué más debe saber él? - Preguntó, sorprendida por la naturaleza suave y ronca
de su voz.
- Debe conocer de arte... - Su voz se apagó - …pintura, música, teatro – reflexionó -
De seducción - Él bajó su boca
La puerta se abrió y él saltó hacia atrás antes de que sus labios pudieran
presionar contra los de ella. Mareada de anticipación, se sorprendió de que
permaneciera de pie mientras la habitación giraba a su alrededor.
- Sí, Rawlings - exigió Rhys.
Al oír el digno clic de los pasos del mayordomo, se dirigió hacia la ventana,
miró hacia el jardín y deseó que un abanico enfriara su piel caliente. ¿Por qué era
tan incapaz de resistirse a él, incluso cuando estaba furiosa con él?
- Dos caballeros más han venido a visitar a la señorita Westland - dijo Rawlings.
Miró por encima del hombro a tiempo para ver a Rhys levantar las tarjetas de
los hombres de la bandeja de plata que sostenía Rawlings.

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- Vizconde Sandoval - leyó en voz alta antes de sacudir la cabeza y devolver la


tarjeta a la bandeja. - No estamos en casa para nadie menos que un conde. Puede
decirle al conde de Carlyle, sin embargo, que estamos disponibles, y puede
mostrarle el camino.
- Muy bien, Su Gracia.
- Por favor envíe una criada para limpiar el desastre que hizo el pretendiente
anterior. Miss Westland y Carlyle disfrutarán de su té junto a la ventana.
- Muy bien, Su Gracia. – dijo, haciendo una salida muy majestuosa.
- ¿Vas a decirle al vizconde que no estamos en casa cuando estamos en casa? -
Preguntó incrédula.
- ¿No te explicaron tus libros que no es ningún insulto cuando le dices a alguien que
no estás en casa?
- Creo que estás siendo grosero otra vez.
- Sea como fuere, digo en serio que no consideraremos a nadie de menor rango que
un conde.
- ¿Incluso si es inteligente?
- Tengo un grupo de estándares, Lydia. Nos esforzaremos por encontrar un hombre
que cumpla con todos los requisitos, no solo con un puñado de ellos.
- Tal vez deberías aclararme más sobre cuáles son esos estándares, ya que soy yo
quien se casará con el hombre.
Un golpe en la puerta, y su discusión con Rhys se detuvo abruptamente. La
puerta se abrió, y Rawlings entró seguido de un joven. Tenía el pelo castaño lacio y
los bigotes de punta. Sus ojos marrones de cachorro hablaban de inteligencia.
- Carlyle - dijo Rhys sucintamente. - Puede acompañar a la señorita Westland junto a
la ventana.
- Gracias, Su Gracia - Se apresuró a acercarse y le sonrió alegremente, obviamente
suponiendo que había pasado la primera prueba de su benefactor.
Lydia estaba sentada, y rápidamente él la siguió.
- Carlyle, Miss Westland y yo estábamos hablando de la guerra civil norteamericana.
¿Estás familiarizado con eso?
- De hecho, lo estoy, Su Gracia.
- Tal vez seas tan amable de compartir con nosotros lo que sabes.
- Ciertamente.
Mientras Rhys se colocaba frente a la chimenea, ella le sonrió a su último
pretendiente, como si realmente le importasen las diferentes razones que habían
causado una fractura en su país. Su entusiasmo era encantador. Su conocimiento
inmenso. Mientras estaban sentados, estaban a la par, pero cuando se levantó,
apenas alcanzó su hombro.

Cuando su último pretendiente se dio vuelta para salir de la habitación, ella


cerró los ojos. Se había movido de un lado a otro entre las sillas junto a la ventana y
las que estaban en el centro de la habitación. Ahora estaba otra vez en el medio de
la habitación donde había empezado la tarde.
- Ya no estamos en casa, Rawlings - oyó decir a Rhys desde la puerta.
Gracias a Dios por los pequeños favores, era todo lo que podía pensar, con
un suspiro, ella se inclinó hacia atrás y se frotó las sienes. Había tenido cuatro
visitantes más después de Carlyle. Uno obviamente tenía una afinidad por comer
alimentos muy condimentados con ajo. Otro había estado más interesado en

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meterse los pasteles en la boca que en mantener una conversación. El otro estaba
añejado, «como el buen vino», había bromeado durante la presentación, y se había
llevado un cuerno a la oreja para mejorar su audición. Y el último había hablado
apasionadamente sobre la chica con la que quería casarse si solo las obligaciones
con su familia no requirieran que se casara con alguien que pudiera ayudar a
reponer las arcas familiares.
- ¿Te duele la cabeza? - Preguntó Rhys en voz baja.
Ella gimió afirmativamente.
- Nunca pensé que el cortejo fuera tan doloroso.
Aunque se movió silenciosamente por la habitación, sintió su presencia detrás
de ella antes de que pusiera sus manos sobre las suyas en su sien.
- Baja las manos – le ordenó.
- ¿Y por qué debería hacer eso?
- Porque puedo ayudar a que tu dolor de cabeza desaparezca.
Puso las manos en su regazo, y él movió sus dedos en un lento meneo
circular contra sus sienes.
- ¿Dónde duele? - Preguntó.
- En todos lados.
Él deslizó sus manos a lo largo de los lados de su rostro, deteniéndose
momentáneamente en los puntos sensibles debajo de sus orejas, antes de
detenerse en la base de su cuello. Comenzó lentamente, amasando suavemente los
músculos tensos que descendían hasta sus hombros. El cambio en la presión y el
ángulo de sus manos le dijeron que se había arrodillado detrás de ella.
- Tendría más éxito para eliminar el dolor si no te opusieras a que te suelte el pelo.
Mary puede arreglarlo antes de que te unas a tu tía
Ella no deseaba que sus manos dejaran de hacer su magia cuando le quitara
los alfileres del cabello, pero imaginaba que él podría hacer mucho más por ella si su
cabello no estuviera elegantemente arreglado. Decidió que su declaración debía
haber sido retórica, porque antes de que pudiera darle permiso, ya había
comenzado a arrancar los alfileres con una mano mientras la otra continuaba
apretando y frotando.
Recordó un desafío que su padrastro les había hecho una vez a los niños
frotar sus estómagos y darse palmaditas en la cabeza. Todos se habían reído de sus
esfuerzos. Tenía la sensación de que Rhys se destacaría en esa prueba.
Su cabello comenzó a caer, y la simplicidad de no tenerlo apilado en su
cabeza alivió su dolor de alguna manera. Rhys enterrando sus dedos en su cabello y
acariciando su cuero cabelludo causó que el dolor disminuyera aún más.
Y cuando él apartó su cabello y colocó sus labios contra la sedosa curva de
su cuello, todo el dolor desapareció.
- Eres muy buena - dijo letárgicamente, mientras todo su cuerpo parecía derretirse
en la silla.
Sus manos continuaron amasando su cabeza, frotando las sienes y
acariciándole las orejas, mientras su boca y lengua calientes viajaban arriba y abajo
por su cuello.
- ¿Esto ayuda?
- Seguro. Deberías considerar que te contraten.
Sus manos se detuvieron, y su boca se cernió sobre su piel.
- ¿Perdón?
- Eres mucho mejor que un tónico para el dolor de cabeza.

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La puerta se abrió de repente, y sus dedos se estremecieron contra su cuero


cabelludo. Ella volvió la cabeza para ver a Lady y Lord Sachse de pie en la puerta.
- Bueno, milord - dijo Lady Sachse - supongo que me equivoqué cuando le dije a
Rawlings que no teníamos necesidad de anunciar nuestra llegada correctamente.

Miró con furia a Camilla. Había pensado que su hábito continuo de aparecer
sin haber sido invitada había terminado cuando había salido de su casa. Sacó las
manos del maravilloso y abundante espesor de los rizos de Lydia y se puso en pie.
- Lydia tenía un dolor de cabeza después de una tarde de lidiar con pretendientes.
- Bueno, entonces, espero con ansia los dolores de cabeza después de que nos
casemos - dijo Camilla mientras entraba más completamente en la habitación. Ella
inclinó la cabeza. - Deja de dispararme dardos con tus ojos, Rhys. No te representa.
Y tú, querida, no necesitas molestarte en arreglar tu cabello. Es realmente bastante
hermoso suelto.
Lydia se detuvo, frenéticamente estaba tratando de recoger su cabello. Le
lanzó una rápida mirada cuando él se paró frente a ella, le dio un breve asentimiento
y ella dejó caer sus manos sobre su regazo.
Camilla hizo como si estuviera en casa, y se sentó en una silla cercana. Lord
Sachse se movió para pararse junto a ella, pero él era muy consciente de que la
mirada del hombre nunca se apartaba de Lydia.
- Archie nunca ha estado en Londres - comenzó Camilla. - No puedo comprenderlo,
pero sea como fuere, decidí mostrarle un poco de la ciudad, así que hemos estado
paseando en el carruaje.
- Es un buen día para eso - murmuró Rhys, esforzándose por no mostrar cuánto le
molestaba la intrusión, al tiempo que estaba inmensamente agradecido por ello.
Tocar a Lydia siempre parecía ser un camino desafortunado, porque parecía no
tener ningún tipo de restricción en lo que a ella concernía.
- De hecho lo es - dijo Camilla. - Y mientras estábamos afuera, me sorprendió la idea
más espléndida. Pensé que los cuatro, tú y yo, y la señorita Westland y Lord Sachse,
podríamos asistir al concierto en el Royal Albert Hall esta noche.
Negó con la cabeza.
- Como he indicado, deseo encontrar una pareja adecuada para Miss Westland.
Sentarse en un teatro no se adapta a ese propósito.
- No seas obtuso, Rhys. El Royal Albert Hall es un lugar espléndido para ser visto.
No querrás que los caballeros de Londres crean que a la señorita Westland no le
importa nada más que bailar. Siendo norteamericana, ella está en desventaja.
Necesita ser vista como si tuviera un poco de cultura, no siendo totalmente salvaje.
- Supongo que son conscientes de que estoy en la habitación - declaró desafiante
Lydia.
Eso le llamó la atención. A Camilla también. La atención de Lord Sachse
nunca había vacilado de Lydia.
Ella le dirigió una mirada penetrante.
- Me gustaría asistir al concierto. - Miró a Camilla. - En cuanto a tener un poco de
cultura, quiero que sepas que un grupo teatral que representa obras de
Shakespeare hizo una actuación maravillosa de Hamlet en el salón del tío Harry. Y lo
disfruté inmensamente.

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Sachse tosió, sin duda tratando de ocultar su risa, mientras que Camilla
parecía insegura de lo que debería decir. Él, como siempre, estaba encantado con
su pequeña soñadora.
Camilla finalmente se las arregló,
- No estoy segura de cómo el Royal Albert Hall se comparará con el salón del tío
Harry. Sin duda lo encontrarás carente, pero ¿debemos intentarlo?
- Guarda tus garras, Camilla – dijo él, su voz vibrando con advertencia.
- Creo que la señorita Westland es totalmente capaz de defenderse por sí misma, Su
Gracia - dijo Sachse y le sonrió cálidamente a Lydia. - Debo admitir que carezco
completamente de cultura, aunque Shakespeare es una de mis pasiones, nunca he
tenido el lujo de asistir a una obra de teatro. Tampoco he asistido a un concierto
como este. Me sentiría honrado si me acompañaras esta noche.
- Yo me sentiría honrada de hacerlo, mi lord - dijo Lydia, devolviéndole la sonrisa.
- Entonces todo está arreglado - anunció Camilla mientras permanecía de pie. -
enviarás tu carruaje por nosotros, ¿verdad, Rhys?
- Por supuesto.
Ella sonrió brillantemente.
- Entonces te veremos esta noche.
Ella salió de la habitación. Sachse hizo una reverencia cortés.
- Su gracia. Señorita Westland. Espero con ansias esta noche.
Siguió a Camilla y cerró la puerta. Lydia se puso de pie, su pelo se derrumbó
a su alrededor y por su espalda, deteniéndose en seco una vez que se enroscó
sobre su trasero. Rhys agarró sus manos detrás de la espalda para evitar acercarse
a ella.
- No serás feliz si te casas con ella - dijo Lydia.
Su felicidad nunca había sido una consideración. Su única preocupación
seguía siendo la felicidad de ella.
- Ella y yo estamos cortados del mismo paño.
- Ella actúa como si fueras suyo.
En muchos sentidos, tal vez lo era. Ciertamente ella sabía más acerca de él
que la mayoría.
- ¿Cómo está tu cabeza ahora? - Preguntó, sin interés en un discurso sobre su
selección de novia.
Lydia se frotó el cuello.
- Está bien. Creo que veré si la tía Elizabeth está lista para irse, así tendré tiempo de
echarme una siesta antes de salir esta noche.
Dio un paso vacilante hacia ella.
- ¿Cómo te sientes de lo otro?
La tristeza tocó sus ojos.
- Ya debería haber tenido mi menstruación.
- Tal vez tu cuerpo simplemente no se ha adaptado a estar en Inglaterra.
Le dio lo que él pensó que pretendía que fuera una sonrisa, pero en cambio
parecía una imitación cansada y decepcionada.
- Esperamos que sea eso.
Salió de la habitación sin decir una palabra más. Él se dirigió al gabinete para
prepararse una bebida fuerte.
¡Condenación! Una parte de él deseaba desesperadamente que lo obligaran a
casarse con ella, mientras que otra parte temía arrastrarla a su infierno.

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- A decir verdad, cariño, ¿cómo se compara esto con el salón del tío Harry?-
Preguntó Camilla.
Sentada con Lord Sachse a su izquierda, Rhys a su derecha, miraba
maravillada el majestuoso techo abovedado, los balcones que daban vueltas sobre
ella. Podría haber agradecido a Rhys por separarla de la gata, pero estaba decidida
a que nada estropeara su noche.
Apenas podía asimilarlo todo.
- Es magnífico.
- ¿Tiene más gente que el salón del tío Harry?
- Camilla - dijo Rhys en voz baja, un ronroneo de advertencia en su voz.
Ella miró hacia donde estaba Camilla.
- Puedes ser tan mezquina como quieras, no arruinarás mi disfrute de la noche.
Camilla inclinó la cabeza altivamente.
- Querida, no tenía planes ni siquiera de intentar arruinarte la noche.
Mentirosa, pensó. Incapaz de contener su emoción al ver el edificio, apretó el
brazo de Rhys.
- Ojalá mamá hubiera podido ver este lugar. Es mucho más impresionante que la
Cámara de los Horrores.
- Tal vez ella tenga motivos para regresar a Londres, y nos aseguraremos de traerla.
¿Nos? pensó, una vez que se hubiera casado con alguien más, Rhys estaría
fuera de su vida por completo, para siempre. Pasar un momento con él ahora le
dejaba un sabor agridulce.
Ella devoraba con avidez cada momento que él le daba, sabiendo que cada
éxito lo llevaba más lejos. Todavía no podía entender por qué había atado su vida a
una mujer tan fría como la que estaba sentada a su lado ahora.
¿Qué era lo que le daba a Camilla tan fuerte control sobre él?
Con Rhys mirándola a los ojos, ella corría el riesgo de olvidar que otra
persona había terminado ocupando su lugar.
Se volvió hacia Lord Sachse, que parecía desorientado.
- ¿Qué piensas del lugar? - le preguntó ella.
Él sonrió cálidamente.
- Me siento bastante abrumado.
- Creo que podría usar cada palabra del diccionario y no llegar a describir este
edificio.
Se inclinó un poco más, como para compartir un secreto.
- He oído decir que su órgano debería ser considerado la octava maravilla del
mundo.
- ¿Crees que lo tocarán esta noche?
- Eso espero.
Ella se echó hacia atrás y suspiró profundamente.
- Creo que es magnífico. - y rio ligeramente. - Ya lo dije, ¿no?
- De hecho lo hiciste, pero yo, por mi parte, nunca me canso de escuchar tu
entusiasmo.
- A veces mi entusiasmo puede ser muy poco femenino - le aseguró.
- Nunca deberías considerar tu entusiasmo indecoroso. ¿Qué hay de usted, Su
Gracia? ¿No encuentras que el entusiasmo de la dama es más que agradable?
Rhys la miraba atentamente, y ella se preguntó si él estaba recordando las
veces que había frenado su entusiasmo, y las veces que no lo había hecho.
- Su entusiasmo se agrega inmensamente al disfrute de mi velada - dijo.

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- ¿Y usted, Lady Sachse? - Preguntó Lord Sachse.


Ella presionó una mano en su pecho.
- Por un momento, pensé que todos habían olvidado que estaba aquí.
- Debe perdonarnos, querida señora - dijo Sachse - Sospecho que te resulta
bastante tedioso tener que escuchar a aquellos de nosotros que no estamos
acostumbrados a la majestuosidad que ofrece este edificio.
- Por el contrario, me complace que mi sugerencia de asistir esta noche haya
recibido tal aprobación.
- Fuiste muy amable al incluirme en tus planes - dijo Lydia, tratando de dejar de lado
su aversión hacia la mujer, esforzándose por ser tan amable como creía que debería
ser una dama.
- Para nada, querida. Cuanto más se te vea, más probabilidades habrá de atrapar a
alguien que te guste y cuanto antes te cases, más rápido lo haré yo.
Giró su mirada hacia Rhys. Ella vio un músculo en su mejilla apretarse
mientras miraba al frente. Su situación con Lady Sachse estaba empezando a tener
sentido. Le había dicho que muchos de la aristocracia estaban casados por razones
distintas al amor. La razón por la que se casaba con lady Sachse era
repentinamente evidente y dolorosamente clara.
Ella se había equivocado. Lady Sachse, sí tenía el poder de arruinar su
disfrute de la noche.

Había odiado ver el entusiasmo de Lydia decaer a lo largo de la noche. Ella


había culpado a su excitación anterior, alegando que la había agotado. Pero
mientras el carruaje viajaba por Londres, él sospechó que el desafortunado
comentario de Camilla era el culpable. Maldita sea la mujer por no saber cuándo
contener la lengua.
Lydia no era tonta. Armaría el rompecabezas, y con toda seguridad, no le
apetecería la imagen que vería.
Sachse se sentó junto a él mientras las damas se sentaban enfrente. Camilla,
al menos, mantenía su lengua afilada detrás de sus dientes. Estaba de buen humor
porque él había cumplido con la parte de anunciar su casamiento con ella, pero
sabía que las garras de Camilla eran de gran alcance. Había negociado con la novia
de Satanás, y ahora él reinaría en el infierno.
El carruaje disminuyó la velocidad y se detuvo. Antes de que Sachse pudiera
reaccionar, él dijo:
- Llevaré a la señorita Westland a la puerta.
El lacayo la ayudó a salir del carruaje y él la siguió, caminando a su lado.
Había pensado que tendría que correr detrás de ella, pero parecía que no tenía
apuro en avanzar. No estaba seguro de lo que quería decirle o de por qué le había
molestado tanto el notar que Sachse no había quitado los ojos de la muchacha
durante todo el concierto.
Que el hombre estaba bastante encantado con ella era obvio. Pero el sujeto
sabía tan poco de Londres como de ella. Él no era lo suficientemente mundano. Solo
podía esperar que otro caballero le ofreciera matrimonio.
Con gracia, ella subió los escalones, deteniéndose muy cerca de la puerta.
- Negociaste con ella - dijo en voz baja, sin mirarlo a los ojos.
- Ella está bien conectada con el mundo de la nobleza, tiene influencia donde yo no.

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- ¿Ella es la que se está asegurando de que yo tenga invitaciones a más bailes de


los que podría asistir?
- Sí.
Entonces lo miró.
- ¿A cambio de qué?
Él se encogió de hombros como si no tuviera respuestas.
- Se convertirá en mi duquesa.
- Te hará miserable.
- Te veré feliz, Lydia, a cualquier precio.
- No la amas.
- No, pero tampoco ella me ama. Es un negocio justo.
Él vio lágrimas en sus ojos, antes de apartar la vista.
- El precio es demasiado alto para ti.
- No si digo que no es así.
- Si no me caso…
- Nada va a cambiar para mí. Todavía me casaré con Camilla. Nuestro acuerdo fue
que ella lograría que te aceptaran en la alta sociedad y ha tenido éxito. Que haya
aceptado amablemente esperar hasta que esté resuelta tu boda, para realizar la
nuestra es un mérito. - Ella sacudió la cabeza. - Ya sea que te cases o que regreses
a Texas, me casaré con ella. Podría terminar la temporada y tú continuarías la
búsqueda de un marido adecuado.
- Te estás vendiendo.
- No será la primera vez. - Su cabeza giró, sus ojos buscando en su rostro.- No has
vivido en el mundo que yo he vivido, Lydia. No todo Londres es brillo y oro. El
matrimonio con Camilla será conveniente en el mejor de los casos.
- ¿Y en el peor?
- Tolerable. - Él ahuecó su barbilla, sosteniendo su mirada. - Encuentra tu felicidad,
para que pueda regocijarme en ella. El precio ya ha sido pagado.

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Capítulo 21

No era de los que se asustan fácilmente, pero cuando bajó del carruaje frente
a la casa de Ravenleigh, no pudo evitar estar alarmado. La nota que Lydia le había
mandado hacía poco tiempo, simplemente declaraba que no estaba dispuesta a
recibir caballeros ese día.
¿Qué significaba eso?
Él tenía una fuerte sospecha de que después de descubrir, la noche anterior,
el trato que había hecho con Camilla con el fin de obtener beneficios para ella; Lydia
había decidido que ya no quería ser la reina de Londres. Era demasiado
independiente y estaba demasiado segura de que su amor podría resistir todas las
tempestades.
Qué tentación tenía de ponerla a prueba.
Atravesó la puerta de Ravenleigh, era un hombre con una misión. No mejoró
su disposición el ver a Lauren bajando sola por las escaleras.
- Su Gracia, vi su carruaje llegar. ¿Pasa algo?
- He venido a hablar con la señorita Westland. Si quieres, traerla.
- No puedo hacer eso.
En el proceso de quitarse los guantes, se quedó inmóvil.
- ¿Perdón?
- Ella no está del todo bien.
- ¿Qué quieres decir con que ella no está bien?
Lauren se sonrojó.
- Ella simplemente quiere quedarse en la cama.
- ¿Tiene fiebre? - Preguntó mientras pasaba corriendo por al lado de ella y subía las
escaleras.
- No, Su Gracia.
- ¿La comida le cayó mal?
- Ni siquiera creo que haya intentado comer.
- Ahogos, entonces. ¿Está teniendo dificultades para respirar?
- No, Su Gracia.
Todo tipo de imágenes de enfermedades devastadoras pasaron por su mente.
El aire en Londres no era tan fresco como el aire en el campo. Él la devolvería al
campo donde podría respirar aire puro.
Llegó al pasillo superior.
- ¿Qué habitación ocupa ella?
- Su Gracia, esto es completamente inapropiado…
Él se giró y la inmovilizó con la mirada más intimidante.
- ¿Qué cuarto?
Ella señaló una puerta cercana. Él le dio un brusco asentimiento.
- Gracias.
Cruzó y la abrió de par en par sin pedir permiso. Ella estaba acurrucada de
lado en la cama. La única luz era la que se filtraba desde el pasillo, y aun así podía
ver que estaba increíblemente pálida.
Su garganta se tensó cuando se arrodilló junto a la cama y tomó su mano
inerte entre las suyas.
- ¿Lydia?
Sus ojos se abrieron de golpe, y le dio una débil sonrisa.
- Te envié una nota. ¿No la entendiste?

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- No me decía nada. – le dijo apartando los mechones de cabello de su frente. -


¿Estás enferma?
- No, en realidad no. Pero tampoco estoy embarazada.
Escuchó la decepción en su suave voz, sintió una punzada de pesar en su
propio corazón. Deslizó su mirada hacia donde sabía que sus caderas descansaban
debajo de las sábanas.
- Es lo mejor - le dijo distraídamente, pero sin convicción. Miró su rostro - ¿Es tan
malo para ti cada mes?
Pudo ver un poco de color regresar a sus mejillas.
- No usualmente. Supongo que es solo por todo el viaje y la emoción. Estoy agotada.
Asintiendo con la cabeza, echó un vistazo hacia la puerta donde rondaba
Lauren.
- Mantén la puerta abierta. Y tráele a Lydia una taza de té caliente, con tres
cucharaditas de azúcar, media cucharadita de crema y dos gotas de limón.
Lauren se fue rápidamente.
- Sabes exactamente cómo me gusta el té - le dijo Lydia con asombro en su voz.
Levantando su mano, presionó un beso en sus dedos.
- Sé muchas cosas sobre ti.
- ¿Sabías que voy a nadar desnuda?
Sus ojos se agrandaron cuando la imagen se instaló en su mente.
- Hay un arroyo en los terrenos de nuestra casa – agregó - Todos lo hacen.
- Todo lo que tenía en Harrington era un estanque y algunos ríos.
- Quería tanto ser una dama, Rhys.
- Eres la mejor dama que he conocido.
- Una dama no habría estado preocupada por si estaba o no embarazada.
- Creo que estás bastante equivocada. Creo que muchas damas se preocupan por
eso. Los caballeros pueden ser persuasivos cuando se lo proponen, y la mayoría
son expertos en escapar de las chaperonas de vez en cuando.
- Siempre pensé que mi madre debía sentirse avergonzada, porque todos en
Fortuna sabían lo que había sucedido entre ella y Grayson cuando no estaban
casados. Mi padre, John Westland, no ocultó que no era su bebé el que llevaba.
- Dices eso como si ya no estuvieras segura.
- Comprendiendo ahora lo mucho que duele saber que nunca tendré un hijo tuyo...
con mucho gusto habría soportado la vergüenza de su nacimiento y lo habría amado
más, porque era tuyo.
Su declaración casi le quitó el habla.
- Tendrás hijos. Muchos niños.
- Pero no serán tuyos. No puedes comprender cuánto te amo, ¿verdad?
- Comprendo que no sabes cuánto llegarías a detestarme.
- Con todo mi corazón, creo que estás equivocado.
- Afortunadamente, no tengo el valor o la fuerza de convicción para ponerte a
prueba.
- Yo ganaría.
Y en la victoria, eventualmente perdería.

*-*

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Lorraine Heath

- Estoy totalmente confundida - dijo Lauren.


Se sentó en el borde de su cama mientras bebía el té. Rhys se había ido
recientemente, después de asegurarse de que estaría bien cuidada.
- ¿Por qué? – le preguntó.
- El duque. Dios mío, Lydia, deberías haberlo visto. Nada lo iba a mantener alejado
de ti. Absolutamente nada. Sé que fue inapropiado permitirle entrar a tu habitación,
pero era como un hombre poseído - se inclinó más cerca - O un hombre locamente
enamorado.
- Sé que él se preocupa por mí, Lauren. Simplemente no sé cómo convencerlo de
que estoy dispuesta a arriesgarlo todo por él. Cuando abrí los ojos y lo vi aquí, me
sentí tan feliz. No puedo explicarlo. Toca algo tan profundo dentro de mí. Los
caballeros que he conocido me hacen sonreír, me hacen sentir feliz, pero Rhys logra
hacerme sentir como si pudiera volar – suspiró - Escúchame, parloteando como
Sabrina.
- ¿Qué vas a hacer?
- No lo sé. - tomó otro sorbo de té - Supongo que simplemente tendré que
enamorarme de alguien más.
- ¿Crees que eso es posible?
- No lo sé, Lauren. Pero no quiero pensar que voy a pasar el resto de mi vida siendo
tan miserable, o estando tan decepcionada.

Prefería ser cortejada al aire libre. Estaba paseando por Hyde Park con su
último pretendiente. El encantador parque parecía ser el lugar por el que pasaban
todos los que querían mostrarse. Pero no estaba exactamente segura de que estaba
siendo cortejada. Lord Sachse caminaba junto a ella, muy majestuoso, mirando su
sombrero de copa.
Lady Sachse había llegado a media tarde y anunció que un paseo por el
parque sería oportuno. Rhys había dado su consentimiento, y allí estaban, con él y
su intención de caminar detrás de ella y su escolta.
El parque no estaba tan cargado como la desordenada sala donde temía
constantemente derribar algo y romperlo. Ella disfrutaba el aire fresco y el gorjeo de
los pájaros en los árboles. La rodeaba la vida allí, y casi podía pasar por alto la
decepción de no llevar al hijo de Rhys, y de que él no hubiera cesado en su
intención de conseguirle marido.
- Si puedo hablar con audacia, señorita Westland, su corazón no parece estar
abocado a la cacería de un esposo - dijo Sachse en voz baja.
Ella le lanzó una rápida mirada.
- Tuve una visión de Londres con sus bailes y su brillo. A veces desearía haberme
aferrado al sueño, en lugar de tocar la realidad.
- Soy un erudito, Miss Westland, estoy mucho más cómodo con mis libros.
Ciertamente, nunca esperé tener tanta fortuna en mi regazo, por así decirlo. Debo
confesar que asegurarme una esposa para poder dejar atrás el brillo me atrae
mucho.
Ella inclinó la cabeza pensativa.
- Entonces, ¿cómo va tu caza de esposa?
- No del todo bien, me temo.
Sonriendo, le palmeó el brazo con simpatía.

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Lorraine Heath

- No puedo imaginar por qué. Eres guapo, inteligente, agradable...


- Pero yo no soy el duque de Harrington.
Tropezó con sus pies, y él rápidamente la agarró del codo, ayudándola a
equilibrarse.
- No estoy segura de entender lo que quieres decir - dijo, aunque temía que supiera
exactamente a qué se refería. Él sonrió.
- Tengo una hermana mayor, Nancy. Ella es una mujer querida, señorita Westland.
Hermosa, realmente. Como tú. Aunque su apariencia exterior es atractiva, es su
belleza interior que irradia hacia afuera, lo que realmente la hace encantadora de
contemplar. Me recuerdas a ella.
Ella se sonrojó.
- Gracias por el cumplido, mi lord.
- De nada. Aunque debo confesar que no es tu belleza lo que tanto me la recuerda.
- ¿Mi ingenio?
Él sacudió la cabeza, su sonrisa creciendo.
- Su esposo es el tipo más feo que jamás haya visto. - Con los ojos muy abiertos, lo
miró, sin saber cómo responder a una declaración tan cáustica. Él inclinó la cabeza
hacia ella. - Es cierto, me temo. Nadie en la familia podía creerlo cuando este tipo
captó su atención, pero mi hermana lo mira de la misma forma en que miras al
Duque, y su esposo la mira como Harrington te mira.
Ella miró hacia otro lado.
- ¿Y cómo es eso?
- Como si no existiera un amor más grande.
Se atrevió a mirarlo a los ojos.
- Estoy segura de que estás equivocado.
- Estoy seguro de que no lo estoy.
- Eres impertinente.
Tuvo la audacia de sonreír ampliamente.
- Es mi falta de educación. Probablemente debería disculparme.
- Sí, creo que deberías.
- Lo haría si pensara que estás verdaderamente insultada. Ahora dime si he juzgado
correctamente.
- Harrington ha anunciado su intención de tomar a Lady Sachse como su esposa - le
recordó sucintamente.
- De hecho, lo hizo.
Ellos continuaron caminando en silencio. Se le ocurrió que cuando regresara
a Texas discutiría con su familia la posibilidad de reservar un terreno para un parque.
Tenían una gran cantidad de tierras de cultivo donde podía caminar cuando quisiera,
pero le gustaba la idea de diseñar un área para el disfrute de la gente.
Aunque aquí algunas personas viajaban en carruajes y otros montaban a
caballo. Todos estaban vestidos con sus galas como si estuvieran en exhibición.
Suponía que era parte de la razón por la que lady Sachse había sugerido el paseo
por el parque.
- Ya sabe, señorita Westland - comenzó nuevamente Lord Sachse, y ella lo miró - He
estado reflexionando sobre tu situación, y se me ha ocurrido que la forma más rápida
de sentar a un perro, es tirar de su correa.
Sorprendida por el comentario, le dijo:
- ¿Perdón?
- Me gustaría mucho ofrecerme a ti en matrimonio.

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Como si hubiera anticipado que ella tropezaría de nuevo, él ya le había


puesto la mano debajo del codo y le estaba ofreciendo su apoyo.
- ¡¿Qué?!
- Creo que estamos bien juntos. Ciertamente eres hermosa e inteligente. Disfruto tu
compañía, y creo que tú disfrutas de la mía.
No sabía qué decir. Siempre había soñado que su amor caería sobre una
rodilla y le susurraría poesía, antes de pedirle que pasara el resto de su vida con él.
- Esto es bastante inesperado, mi lord.
- No necesitas verte tan asustada. No creo que nuestro matrimonio se realice.
Ella asintió.
- Probablemente tengas razón. Rhys ha logrado encontrar defectos en cada
caballero que me ha visitado.
- Él no encontrará fallas en mí, lady Sachse se encargará de eso. Sospecho que
ante la posibilidad de perderte realmente, Harrington intervendrá y se ofrecerá como
tu esposo.
- ¿Y qué pasa si Rhys no… 'se sienta' como tú sugeriste?
Él se encogió de hombros.
- Entonces me caso con una mujer adorable con quien creo que sería muy feliz.
Ella sacudió la cabeza.
- Él no se casará conmigo.
Extendiendo la mano, metió un mechón de pelo detrás de su oreja.
- ¿No viste la forma en que te miraba cuando estábamos en el concierto? Mi querida
señorita Westland, creo que él moriría por ti.

- Deja de fruncir el ceño, Rhys. No es propio de ti - le dijo Camilla, con una mano
descansando sobre su brazo.
Él se concentró en relajar los músculos faciales, una tarea nada fácil cuando
la risa de Lydia continuaba flotando a su alrededor. ¿Qué demonios le estaba
diciendo Sachse a ella que le causaba tanta risa?
- ¿Hay algo en mí que sientas que es propio de mí? - preguntó desconcertado.
- Tu título - respondió sin dudarlo.
Suspiró pesadamente.
- Tengo la impresión de que el nuestro será un matrimonio frío.
- Más frío de lo que piensas. No voy a compartir tu cama.
Él giró la cabeza.
- ¿Perdón?
Ella inclinó ligeramente la barbilla sin mirarlo a los ojos.
- No tengo objeción a que encuentres tus diversiones en otro lado.
- Espero que no, si tú no estás dispuesta. No puedes hablar en serio ¿Nunca? ¿No
tienes planes para compartir mi cama alguna vez?
Lanzó una rápida mirada hacia él, coloreándose sus mejillas.
- Tengo mis razones.
- Supongamos que me iluminas.
- No deseo ser comparada con ninguna otra mujer que haya honrado tu cama.
- Tú las colocaste allí - le recordó. - ¿Te asusta que tu actuación se quede corta?
¿Es esa la razón por la que nunca visitaste mi cama?

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- Mis razones son personales y no tienen nada que ver contigo. Simplemente
continuaremos donde lo dejamos, cuando Quentin, que descanse en el infierno,
cayó en el estanque.
- No sabía que conocías bien a Quentin.
- Hay mucho sobre mí que no sabes. Es mejor si lo mantenemos de esa manera.
- ¿Hay algo acerca de ti, algo que no sé, que volverá para perseguir a Lydia?
- Por supuesto que no. Pero son mis secretos, y prefiero guardarlos para mí.
No estaba seguro de por qué, una sensación de mal presagio se había
apoderado de él. Necesitaba ver a Lydia bien situada, y luego, cualquiera que fuera
su matrimonio con Camilla, lo aceptaría. Después de todo, ella lo había ayudado dos
veces cuando nadie más lo había hecho.

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Capítulo 22

Había momentos en que se preguntaba cómo podría seguir adelante con su


matrimonio con Camilla. Estaba bastante seguro de que serían más felices si
llevaran vidas completamente separadas. Ella ya había indicado que no pondría
objeciones.
Para él, el tiempo que pasaba con Lydia era una maravillosa tortura.
Atesoraba cada sonrisa, risa y palabra como un avaro. Era una parte de ella que
podría guardar y sacar en años posteriores para disfrutar. ¿Cómo podía cada
momento pasado con ella, ser feliz y triste a la vez?
Se sentó en su salón, con un libro de los sonetos de Shakespeare en su
regazo. Volvería a leer a Hamlet antes de pasar a otra lectura. Recordaba la alegría
de Lydia al ver la obra en el salón de Harrison Bainbridge. Sospechó que ella había
estado tan abrumada allí como lo había estado en el Royal Albert Hall. Tomaba tanta
alegría de la vida, no tenía nada del cinismo que habitaba en él.
Escucharía de ella de vez en cuando, estaba seguro. Quizás en raras
ocasiones sus caminos se cruzaran. Y siempre pensaría sobre lo que podría haber
sido si él no hubiera cometido los errores tan horribles de su juventud, si hubiera
poseído un carácter más fuerte.
Volvió su atención a Shakespeare. El hombre había sido sabio en todos los
aspectos de su vida. Si él solo hubiera sido medio sabio, tal vez ahora no se
encontraría enfrentando años de soledad. Incluso el matrimonio con Camilla no
aliviaría el dolor en su corazón. Más bien, sospechaba que solo lo haría aumentar.
Echó un vistazo mientras escuchaba la silenciosa entrada de su mayordomo.
- Sí, ¿Rawlings?
- Una joven dama ha pedido verte, Su Gracia.
Su primer pensamiento fue que Lydia estaba allí, y su corazón latió con la
expectativa de verla. Pero Rawlings extendiendo la bandeja de plata con la tarjeta
apoyada sobre ella, lo que le aseguró que era más probable que fuera Camilla,
aunque no era propensa a presentarle sus tarjetas.
Levantó la tarjeta, leyó el nombre y sintió que la inquietud lo cortaba.
Asintiendo con la cabeza, se puso de pie.
- Dile a Lady Whithaven que la veré.
Se enderezó la ropa, sacó la chaqueta de la silla donde la había dejado antes
y se la puso. Se pasó los dedos por el pelo y se frotó la barbilla. Necesitaba
urgentemente un afeitado. Estaba seguro de que la dama solo querría garantías de
que él mantendría su secreto. Pensó que le habría convenido lucir bien cuando
hiciera tal promesa.
Ella entró en la habitación y se detuvo, tan pequeña y adorable como siempre.
Un lacayo cerró la puerta detrás suyo. Solo entonces se acercó a él, sus ojos rojos lo
recorrieron. Obviamente había estado llorando, y le dolía haberle causado
preocupación o pesar.
Le hizo una reverencia.
- Mi querida condesa.
Ella negó con la cabeza ligeramente, como atrapada en un sueño.
- No sabía que eras tú.
- Nunca quise que lo supieras, pero surgió una situación que requería que me
mostrara.

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Lorraine Heath

Se presionó los dedos contra los labios mientras las lágrimas se derramaban
de sus ojos.
- Ella dijo que eras el hombre más amable y respetuoso.
- Me siento honrado de que Lady Sachse haya hablado tan bien de mí, pero te
aseguro…
Negó con la cabeza con vehemencia, mientras más lágrimas se acumulaban
y se derramaban sobre sus mejillas.
- No Lady Sachse - dijo con voz ronca. - Mi querida amiga Annie.
Pensó que sus piernas podrían doblarse debajo de él.
- ¿Annie?
- No sabía que eras el hermano de Quentin. Hasta que asististe a nuestra fiesta, no
tenía nombre para asociarlo contigo. Te conocía solo como el amante de Lady
Sachse. No tenía idea de quién eras realmente. Ahora que lo sé, estoy obligada a
confesarlo todo. ¿Puedo sentarme?
- Por supuesto. - Una idea espléndida, porque pensó que en cualquier momento ya
no sería capaz de mantenerse en pie. - ¿Puedo ofrecerte algo para beber?
- Sí, por favor - dijo mientras se sentaba en una silla cerca de la que él había estado
usando antes. - Preferiría algo fuerte si lo tienes.
Él también tenía anhelo por algo fuerte.
- Solo tengo whisky. - Sirvió del último que su hermano le había traído de Texas en
dos vasos y le dio uno. Advirtió: - Bebe despacio. Quema y calienta, pero trae una
aliviadora sensación de paz.
- Me temo que nada me traerá paz. - Ella agarró el vaso y tomó un generoso trago. -
Era fabulosa esa fuerte bebida y ya había contemplado pedirle a Grayson que le
enviara más. Puso el vaso sobre la mesa entre ellos y se acomodó en la silla - Estoy
segura de que debimos habernos conocido en la boda de Annie, pero solamente
veía a Geoffrey en ese momento y apenas noté a nadie más.
- Debo confesar que recuerdo poco de tu boda. Tenía dieciséis años y solo asistí
porque el deber me lo dictaba. Me escapé tan pronto como me fue permitido.
- Annie estaba muy descontenta con Quentin. Él tenía un gusto más bien... morboso.
- Sus mejillas se enrojecieron. Con una mano visiblemente temblorosa, tomó su vaso
y bebió otro sorbo de whisky antes de dejarlo a un lado. Le dio una sonrisa trémula. -
Puedo ver por qué tantas mujeres buscaron tu consejo. Le das a una dama la
oportunidad de ordenar sus pensamientos.
Lo que estaba tratando de hacer era ordenar los suyos. Se movió hasta que
estuvo arrodillado ante ella. Tomando su mano, la apretó. Su pecho se oprimió en un
nudo doloroso.
- Lo siento mucho. No sabía que Annie era tu amiga. Nunca me puedo perdonar a
mí mismo por hacer que se quitara la vida...
- Considero a Quentin completamente responsable.
- Entonces no sabes toda la historia…
- Sé mucho más de lo que piensas. Sé que abusó de ella en la cama. Sé que la
envió a ti y le dijo que si ella no te seducía, entonces le haría la vida más miserable
de lo que ya era.
Su mano se relajó alrededor de la de ella.
- ¿La envió a ella? - Lady Whithaven asintió, sus ojos reflejaban su propio horror por
lo que Quentin había hecho. - ¿Por qué querría hacer eso?

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- Era un voyeur. Tus habitaciones compartían los muros con las suyas. Annie dijo
que podía él ver la tuya sin ser visto. Te había enviado criadas antes, y estaba
aburrido con esa distracción. Él quería tentarte con un pecado imperdonable.
Se puso de pie, su corazón latiendo con fuerza, su estómago revuelto. Tenía
diecinueve años y apenas comenzaba a experimentar los placeres que el cuerpo de
una mujer podía ofrecer.
- Él miraba - dijo con voz áspera, incapaz de creerlo, incapaz de ir más allá de la
sensación de violación que sentía. Se giró y la atravesó con la mirada. - Estás
equivocada. Él no la habría enviado a mí, cuando necesitaba que le diera un
heredero. Él no se habría arriesgado a que mi semilla la fecundase.
Más lágrimas cayeron sobre sus mejillas.
- Ella ya estaba embarazada. – él se tambaleó hacia atrás, se dejó caer en una silla
e inclinó la cabeza. No podía ser. - Ella se lo había dicho ese día. Él deseaba
celebrar. Querido Dios, ese hombre era la más vil de las criaturas. No me atrevía a
contárselo a nadie porque no deseaba manchar la memoria de mi querida amiga.
Después de su muerte, escuché los rumores de que era el segundo hijo el que había
traicionado al primero, pero yo solo sabía que era el primero el que había traicionado
al segundo. Aunque supongo que lady Sachse también lo sabía.
Levantó la cabeza.
- Lady Sachse. ¿Cómo lo supo ella?
- No estoy exactamente segura. Sólo sé que Annie mencionó que lady Sachse había
tratado de consolarla. Pero Annie sostenía que todo el consuelo del mundo no
podría disminuir su desgracia, su aborrecimiento por lo que había hecho. Ella estaba
bastante fuera de sí cuando vino a verme. Esa noche ella se suicidó y yo culpo a tu
hermano.
Él se pasó los dedos por el pelo. Sabía que estaba loco, pero esta revelación
lo enfermaba.
- ¿No se lo has mencionado a nadie?
- No. No había tenido el coraje de venir a ti hasta esta noche, es que parecías tan
infeliz en mi baile. Infeliz, pero sin embargo, anunciaste tu intención de casarte con
Lady Sachse, una combinación maravillosa. Ustedes habían sido increíblemente
amables conmigo. Supongo que una vez que te cases, dejará de ser tan generosa y
ya no te compartirá con sus amigas. Estoy sorprendida de que lo haya hecho, si
fueras mío, creo que te mantendría solamente para mí.
Sí, había muchas cosas de las que estaba empezando a darse cuenta que
Lady Sachse se había reservado.

*-*

- Rhys Rhodes. Por Dios, deberíamos haberlo adivinado - dijo Reynolds. Desde el
interior de las sombras de su carruaje, Whithaven vio cómo su esposa se metía en el
suyo y apretó el pañuelo de lino mientras su ira hervía. - Al menos ahora el
monograma tiene sentido - reflexionó Reynolds.
Que Reynolds hubiera encontrado un pañuelo idéntico que llevara la misma
inicial carmesí entre las cosas de su esposa no le proporcionaba consuelo a él.

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- Hace algunos años recuerdo que había rumores de que había traicionado a su
hermano - les dijo Kingston. - Supongo que no debería sorprendernos que él te
traicionara también.
- No suenes tan superior - dijo Reynolds - El simple hecho de que no hayas
encontrado evidencia de un pañuelo en tu casa, no significa que no se haya
acostado con tu esposa.
- Mantengo a mi esposa bien complacida. No te equivoques al respecto. Quiero decir
que no tiene motivos para buscar su satisfacción en otro lado.
- ¿Estás diciendo que no tengo tus habilidades en la cama?
- Estoy diciendo que si el zapato te va, úsalo.
- Te haré saber que últimamente mi esposa apenas puede apartar sus manos de mí,
por lo que este tipo no puede ser tan talentoso como se rumorea.
- Pero en algún punto, obviamente, no fuiste tú a quien ella deseó ponerle las manos
encima.
- Caballeros – gruñó él. - Luchar entre nosotros difícilmente hará que este problema
desaparezca.
- ¿Qué propones? - Preguntó Reynolds.
Entrecerró los ojos cuando otro carruaje salió de la propiedad. Llevaba la
cresta ducal.
- Digo que averigüemos a dónde va.

*-*

Tardó menos de diez minutos en encontrar la primera mirilla en el que había


sido el dormitorio de Quentin. Estaba escondida detrás de una pintura de una
cacería de zorros y desde allí observó la habitación donde él había dormido cuando
era más joven.
Una habitación donde había perdido la virginidad con una seductora doncella
del piso de arriba, que lo había visitado en medio de la noche cuando tenía dieciséis
años. Él pensó que podría enfermarse.
Para cuando llegó a casa de Camilla, había recordado cada encuentro sexual
que había experimentado en esa cama. Ni uno solo de ellos iniciado por él.
Estaba temblando por la furia y por la sensación de violación cuando cruzó la
puerta. Apretar fuertemente los puños, era todo lo que podía hacer para seguir al
mayordomo al solárium, sin romper objetos en el camino.
Extendida en un sofá, ella le sonrió.
- Mi querido Rhys, ¿qué te trae por aquí tan tarde en la noche?
- Nunca me dijiste que conocías a Annie.
- ¿Annie?
- La esposa de Quentin.
- Ah, sí. Annie. - Con gracia, deslizó una mano hacia una mesa cercana. - Toma un
poco de vino, Rhys.
- Creo que pasaré. - Ella negó con la cabeza, se sirvió un poco y se lo tragó. -
¿Cómo conociste a Annie? - Exigió.
- ¿Importa?
- Creo que sí. La noche en que tú y yo nos conocimos, acababa de dejar la casa de
mi hermano, la residencia aquí en Londres. Me estaba alejando de allí cuando

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pasaste con tu carruaje. Sabías quién era yo. No pensé en preguntarme en ese
momento cómo lo sabías, cuando nunca antes te había visto. ¿Cómo supiste quién
era?
- Estoy segura de que nuestros caminos deben haberse cruzado en algún momento.
Él golpeó su puño contra la mesa, y ella se sacudió.
- Quiero respuestas. Hicimos un trato en ese entonces. Me llevaste a tu casa más
pequeña. Me ofreciste refugio, comida, cualquier cosa que quisiera si me mantenía
disponible para ti. Estaba desesperado y acepté tu oferta. Solo que tú nunca viniste
a mí. Nunca. Solo me enviaste a otras mujeres.
- Eras joven, viril. Fui generosa contigo.
- ¿Cómo sabías que era viril? - Gruñó.
- Rhys…
- Encontré unas mirillas en la habitación de mi hermano. Así que te pregunto de
nuevo. ¿Cómo supiste que era viril?
- ¡Porque te observé!
Sintió como si alguien acabara de golpear su corazón.
Camilla bebió con avidez, su mano temblaba tanto que el vino se derramó
sobre su vestido.
- ¿Por qué? - Dijo con voz áspera.
- El viejo Sachse, mi querido marido fallecido, que descanse en el infierno, era un
hombre cruel. Él y Quentin eran amigos, dos caras del mismo centavo falso, por así
decirlo. Les gustaba el voyeurismo, y un joven aún en su mejor momento podía
proporcionarles un poco de entretenimiento.
Un escalofrío lo recorrió y pensó que lo partiría a la mitad. Fue hacia la mesa,
se sirvió un vaso de vino y se lo tragó de un solo trago antes de atreverse a mirar a
Camilla.
- ¿No tienes nada más fuerte para beber?
- En el armario.
En un lugar tan oscuro como sus pensamientos. Agarró una jarra, vertió el
líquido descuidadamente en el vaso y rápidamente lo bebió.
- ¿Cuántas veces me viste con ellos?
- Sólo una vez. Podría decirte que me obligaron a verte - podía verla parpadear para
contener las lágrimas, esforzándose por mantener la compostura - pero quería
asegurarme de que el... acto... era tan desagradable para cualquier otra mujer como
lo era para mí. - se sentó en el diván. - Dios mío, Rhys, el cuidado con el que tocaste
a Annie. - negó con la cabeza, con lágrimas en los ojos. - Fue la primera vez que
lloré.
- Y en tu casa más pequeña, donde me permitiste vivir... ¿Cuántas veces me viste
allí? - Ella bajó la mirada.
- ¡Maldición! - Pasó su mano sobre la mesa, derribando el contenido que se estrelló
contra el suelo. - ¡Estás verdaderamente enferma de la mente y eres repugnante de
corazón!
- Lo sé - susurró lastimeramente.
Quería doblarse en dos por la rabia.
- ¿Sabían tus mujeres que nos estaban espiando?
Ella levantó la cabeza, con una horrorizada expresión en su rostro.
- No claro que no.
- ¿Por qué, por el amor de Dios, por qué?

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- Porque descubrí que el viejo Sachse no era el único que no era delicado cuando se
acostaba con su esposa. Creí que, al menos una vez, una mujer debería estar con
un hombre que no la abriera como si fuera un campo para surcar. - Se puso de pie. -
Y porque mi esposo era un sádico. Tenía 16 años cuando nos casamos, y para
cuando tuve el conocimiento suficiente como para darme cuenta de que lo que él me
había convencido que era el camino correcto, era su camino... ya era demasiado
tarde para mí. Ni siquiera tu tierno toque me llevaría a las alturas que te he visto
llevar a otras mujeres. Entonces encontré satisfacción en brindarte a otras damas. -
Él le dio la espalda. - No espero que me perdones.
- Eso es muy sabio de tu parte, porque no lo haré.
- Espero que puedas entender…
Se giró con tanta fuerza que ella se tambaleó hacia atrás y cayó sobre el
diván.
- ¿Entender? - Exigió. - ¡Fui una maldita puta! Lo sabía y lo acepté. Pero ahora me
entero que también estuve en exposición como un semental, para tu diversión. Dios
mío, si fueras un hombre, te golpearía hasta casi quitarte la vida.
Ella se enderezó, se secó las lágrimas y se encontró con su mirada.
- Al menos ahora sabes por qué tendremos un matrimonio casto.
- No tendremos un matrimonio en absoluto.
Ella aspiró y alzó la cabeza.
- No puedes negarte. Te demandaré por incumplimiento de contrato y abuso de fe. Y
debes saber que no soy una enemiga sosegada.
- ¿Estás amenazando con exponer mi pasado?
- No estoy amenazando, estoy prometiendo. Tienes mucho más que perder que yo,
y si aprendí una cosa de tu aborrecible hermano, fue cómo hacer girar un hilo para
que yo sea la víctima. Tendré la simpatía de todos, mientras que tú no tendrás nada
más que su desdén.
- No me importa lo que piensen.
- Tal vez de ti no. Pero creo que te importará lo que piensen de Lydia. Ella se ha
quedado en tu casa. ¿Quién pensaría que ella no ha sido parte de nuestros juegos?
- Ni siquiera pienses en hacerle daño con insinuaciones.
- Entonces no pienses en romper nuestro compromiso. Deseo ser una duquesa. Es
todo lo que ansío.
- ¿No crees que preferiría no volver a verte nunca más?
La familiar mirada intrigante apareció en sus ojos.
- Todo lo que quiero es el título. Después de que nos casemos, puedes ir a los
rincones más remotos de la tierra y no me importará. - le dirigió una triste sonrisa. -
Protege a tu pequeña soñadora, Rhys. Sabes que tengo garras afiladas y que no
tengo corazón.
Se volvió y salió de la habitación. Que ella hiciera su jugada como quisiera.
A él no le importaban las amenazas, ni los matones, pero Camilla lo había
leído bien. Solo le importaba Lydia y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario
para verla feliz.
Se apresuró a bajar los escalones exteriores solo porque deseaba alejarse de
Camilla lo más rápido posible, pero una vez que llegó a la acera, se dio cuenta que
no deseaba ir a ninguna parte. Su lacayo abrió la puerta del carruaje, y él
simplemente negó con la cabeza, sorprendido por el esfuerzo que le había
producido esa simple acción.
- Lleva el carruaje a casa. Deseo caminar.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Se quedó allí un momento, escuchando el ruido de los cascos de los caballos


y el zumbido de las ruedas. La niebla se había asentado, y rápidamente se encontró
solo en el aire brumoso.
¿Cómo, en nombre de Dios, había llegado hasta ese momento?
Había estado tan ansioso por gozar con la primera mujer, tan agradecido por
sus atenciones, que al ver que ella no había vuelto a su cama la noche siguiente,
pensó que la culpa había sido suya. Así que había comenzado a buscar respuestas
en libros eróticos que solo podía encontrar en el lado más oscuro de Londres, libros
que revelaban varias posiciones para hacer el amor, escritos que describían formas
de aumentar el placer de la dama. Y lo había puesto en práctica con las criadas que
a lo largo de los años lo habían visitado.
Hasta la noche en que la esposa de Quentin había ido a verlo. Dulce Annie,
que simplemente le había pedido que la amara, y aunque sabía que estaba mal, la
había escuchado llorar en la habitación junto a la suya, demasiadas noches para no
invitarla a su cama. Hicieron el amor tan tierna, lenta y gentilmente que cuando
terminaron, se aferraron el uno al otro y lloraron por lo que podría haber sido y por lo
que no debería haber sido.
Su hermano la había enviado a él. Tres noches después se había quitado la
vida y le había dejado una nota de disculpa, una nota que Quentin había
descubierto. Una nota que había puesto loco al hombre y había atraído a sus padres
a la habitación. Una nota que revelaba que él se había acostado con la esposa de su
hermano, y que había sido el responsable de su muerte. Eso lo había avergonzado
de tal manera, que lo único que se le ocurrió fue correr.
¿Qué clase de mente enferma y retorcida había poseído su hermano?
Fue devuelto al presente por el sonido de unos pasos. No se había dado
cuenta de lo lejos que había caminado.
Echó un vistazo por encima del hombro. Tres sombras emergieron de la
niebla. Antes de que pudiera reaccionar, el dolor llegó a través de su mandíbula. Y
se dio cuenta de que la pesadilla más oscura estaba a punto de descender sobre él.

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Capítulo 23

Lydia se despertó con un golpeteo. Abrió los ojos a la oscuridad, desorientada


y confundida. ¿Qué había hecho ese ruido?
Clic. Clic. Tintineo del cristal.
Salió de debajo de las sábanas, se estremeció por el frío y corrió hacia la
ventana. Corriendo ligeramente las cortinas, miró hacia afuera.
William estaba afuera, lanzando pequeños guijarros contra su ventana. Ella la
abrió.
- ¿William?
- No sabía a dónde más ir - dijo en un susurro silencioso.
- Espera ahí.
Agarró su bata de noche de los pies de la cama y se la puso mientras se
apresuraba a bajar las escaleras. Abrió la puerta de entrada y lo encontró
esperándola. Parecía como si alguien hubiera muerto.
- ¿Qué pasa? - le preguntó.
- Es su gracia. Dijo que me devolvería a las calles si iba a buscar un médico, pero
necesita uno terriblemente. Usted le gusta y pensé que tal vez podría convencerlo
de que recuperara el sentido.
- ¿Está enfermo?
- Peor que eso. - Él la agarró del brazo. - Vamos por favor.
Visiones horribles corrieron por su cabeza. Tal vez su apéndice había
estallado. O había contraído alguna enfermedad: cólera, la peste. ¿Todavía tenían la
peste en Inglaterra? ¿No había aniquilado a la mayoría de la población de Europa en
algún momento?
Rhys sin duda la regañaría por no conocer los detalles.
- ¿Cómo llegaste aquí? – le preguntó.
- Corrí. El día que vino a vivir aquí, vine a despedirme de Colton. Él me mostró qué
habitación era la suya. No pensé que alguna vez necesitaría saberlo.
- Déjame vestirme, y haré que un sirviente traiga un carruaje.
Él asintió, y ella se retiró al interior de la mansión de sus tíos. En todo lo que
podía pensar era que estaría perdida si Rhys muriera. ¿Cómo podía siquiera pensar
en casarse con Sachse cuando su corazón pertenecía tan completamente a ese
hombre?

En la casa de Rhys, William la condujo adentro y corrieron hacia la biblioteca.


Ella entró tras él y de inmediato lo vio desplomado en una silla junto a la chimenea.
- Oh, mí querido Dios - dijo con voz áspera mientras corría por la habitación y se
arrodillaba ante él. Su hermoso rostro estaba cortado, magullado y raspado. Un ojo
estaba tan hinchado que casi no podía abrirlo. - Dios mío, ¿qué pasó?
A través de su único ojo bueno, miró a William.
- Te dije que te fueras a la cama.
- Imaginé que realmente no sabías lo que decías. Pensé que ella te haría bien, jefe.
Pasó suavemente los dedos por su mejilla sangrante. Sus ropas rotas se
habían arruinado aún más donde las manchas de sangre las habían salpicado.
- ¿Qué pasó?
- Tropecé al salir de mi carruaje - murmuró con los dientes apretados.
- No soy estúpida, Rhys. Tengo tres hermanos. Sé cómo son los resultados de una
pelea cuando lo veo.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Decir que fue una pelea implicaría que he participado, que tuve la oportunidad de
defenderme. Fue más una paliza.
- ¿Por qué?
Negando con la cabeza, miró hacia otro lado.
Hombre obstinado. Presionó su pecho, y él emitió un gemido bajo antes de
apartar su mano.
Ella le lanzó una mirada penetrante.
- Tus costillas probablemente estén rotas. Déjame enviar por un médico.
- No. Puedo atenderme a mí mismo.
- No sé por qué los hombres piensan que enviar por un médico es una señal de
debilidad. Mis hermanos tienden a evitar a los médicos también. Si no me dejas que
te traiga un médico, entonces tendrás que dejar que te atienda yo.
Él bufó.
- Regresa a Ravenleigh, Lydia.
- Un médico no siempre está disponible en Fortuna. Sé bastante acerca de las
lesiones.
- Tráeme una botella y déjame en paz.
Ella se volvió hacia William.
- Tráele una botella del armario de licores y un vaso.
- Sin vaso, esta noche no deseo ser refinado.
- Bien, pero creo que te será más fácil beber con un vaso. - Mientras William
buscaba el alcohol, trató de evaluar las heridas de Rhys. Levantó el cabello de su
frente e hizo una mueca. - ¿Cuantos hombres?
- Tres.
- Espero que hayas dado tan bien como recibiste.
- Dadas las circunstancias, decidí aceptar lo que venía como un hombre.
- ¿Entonces no te resististe?
Apenas sacudió la cabeza.
- Aquí tienes, Jefe.
Rhys se llevó la botella a la boca, haciendo muecas y gimiendo mientras la
levantaba. Ella puso su mano debajo para mantenerla firme mientras tragaba el
líquido, sin duda esperando el rápido olvido.
- Seguramente va a hacer algo más que eso por él - dijo William.
- Sí. Ve a la cocina y mira si puedes encontrar un trozo de carne de res, cuanto más
grande, mejor. También necesitaremos agua tibia, toallas y pedazos de tela.
- Encontraré todo. – Y se fue corriendo.
Ella soltó la botella y se sentó sobre sus talones.
- No te preocupes mucho, Lydia.
- No puedo jugar estos juegos, Rhys. No puedo pretender que no siento algo que
siento.
- Entonces te estás condenando a una vida de miserias si te quedas en Inglaterra y
sigues buscando un marido aristocrático. La felicidad en el matrimonio, rara vez se
encuentra.
- No lo creo. No puedo creer que los matrimonios infelices que he visto aquí sean la
regla y no la excepción.
- ¿No? - Se inclinó amenazadoramente hacia ella. - Los caballeros que me
golpearon lo hicieron porque se molestaron cuando se enteraron que había
entretenido a sus esposas.
Ella parpadeó confundida.

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- ¿Te golpearon porque tocaste el piano para ellas?


Lanzó una risa áspera y fea.
- No, mi pequeña soñadora, las seduje, las complací, y me acosté con ellas. - Sus
palabras insensibles causaron que el dolor perforara su corazón. Ella nunca había
esperado que hablara tan groseramente acerca de sus relaciones con otras mujeres
- ¿Te decepciona saber que Annie no fue la única mujer casada con la que me he
acostado?
- Claro que sí. Yo creo en la santidad del matrimonio y pensé que Annie había sido
una excepción.
- No, Lydia. Tú fuiste la excepción.
A ella no le gustó la forma en que dijo eso, como si hubiera más en juego allí.
- Así que tenías aventuras…
- Una aventura indica un largo tiempo juntos. Para mí, por lo general, son solo unas
pocas noches.
¿Algunas noches? ¿Se aburría fácilmente con las mujeres? ¿Se había
aburrido con ella? ¿Era esa la razón por la que ahora parecía preferir a Lady
Sachse?
- ¿Eso fue lo que pasó detrás de tu razón para no casarte conmigo? - Silencio. - Te
amo - dijo ella.
- ¿Me amas? ¿Amas a un hombre que no solo se acostó con mujeres casadas, sino
que fue bien recompensado por hacerlo?
Todo su cuerpo se tensó con la implicación. Seguramente no quiso decir...
- ¿Te refieres como a una mujer en un... un burdel?
- Precisamente.
La repulsión causó que su estómago se revolviera.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué no? Mi familia me había expulsado. Sé dónde las damas son más
sensibles… - Él le pasó el dedo desde la sien hasta la barbilla. - …detrás de su
oreja, a lo largo de su columna vertebral, detrás de su rodilla…
Ella retrocedió, más allá del alcance de su toque.
- No.
- Ah, sí, Lydia. Eres más sensible que la mayoría. Fue muy fácil seducirte.
Ella sacudió la cabeza.
- No, no te aprovechaste de mí.
- ¿No? Soy un maestro del placer. He dedicado mi vida a eso. Pregunta a cualquiera
de las mujeres cuyos maridos me atacaron esta noche, y verás que les di lo que sus
maridos nunca les dieron. He estudiado poesía hasta poder susurrar al oído de una
mujer la adulación más bella y falsa. Desentrañé las artes antiguas y descubrí
secretos que pueden llevar a una mujer a alturas que nunca antes habían logrado.
Puedo hacerles olvidar lo triste que son sus noches.
Él había dicho algo similar antes. Las lágrimas picaron sus ojos.
- La noche de mi primer baile…
- Reemplacé tus recuerdos infelices con sensaciones gloriosas, ¿verdad? ¿Tal como
lo había prometido? Cada toque estaba bien planeado. Cada caricia cumplió un
propósito. Cada golpe de mi lengua fue diseñado para ayudarte a olvidar.
Ella sacudió la cabeza.
- No, no, nunca fuiste falso conmigo.
- Soy un hombre que se ha acostado con innumerable cantidad de mujeres, y no he
amado a ninguna de ellas, he usado cada una de las caricias, calculando lo que

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Hijas de Fortuna 02
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podría ganar con ellas. ¿Cómo puedes estar segura, mi pequeña soñadora?
Siempre te preguntarás si mis palabras fueron ensayadas y susurradas a alguien
antes de que te las susurrara a ti. He dado innumerables recuerdos a muchas
mujeres para reemplazar aquellos que deseaban olvidar. ¿Por qué debería ser
diferente contigo?
- Porque me amas.
- Te dije antes que no tengo amor para dar. La lujuria la conozco bien. Al amor no lo
conozco en absoluto. Has confundido uno con el otro. Quizás necesites otra lección.
Lentamente se puso de pie. No soportaba las dudas que la atormentaban, la
idea de que él la tocara como había tocado a tantas otras, no con amor, sino solo
con lujuria.
Ella se puso de pie y corrió hacia la puerta.
Escuchó su voz áspera diciéndole.
- Está bien. ¡Corre, Lydia, corre!
Ella salió corriendo hasta el carruaje. Mientras el conductor la guiaba por las
calles de Londres, se hizo un ovillo y lloró. No conocía al hombre que acababa de
dejar. Tal vez nunca lo había conocido.

- ¿A dónde se fue la señorita Westland? - Preguntó William mientras entraba


llevando una canasta cargada con las cosas que Lydia había pedido.
- Ella se fue. - localizó un vaso y se sirvió una bebida fuerte. Se lo tomó a pesar de
que le dolían los cortes en los labios y que le dolía la mandíbula cuando abrió la
boca.
- ¿Por qué?
- Porque ella es una verdadera dama.
Ella lo había rechazado por su confesión, reaccionando como siempre había
sabido que lo haría si le revelaba la verdad sobre lo que había hecho.
Por mucho que le doliera su partida, tan duro como había sido para él no
estrecharla entre sus brazos y abrazarla, sabía que todo había sucedido de la mejor
manera.
Ahora estaría a salvo, la salvaría de la humillación que seguramente seguiría.
Tenía pocas dudas de que los chismes correrían desenfrenados y que las
pocas verdades serían pisoteadas hasta que todo lo que quedara fuera la fealdad
del asunto. No quería pensar qué pasaría si los chismes llegaban a oídos de la
Reina. Si ella decidía que no era digno de sus títulos, bien podría perderlos. Con
muchos de los maridos ultrajados en la Cámara de los Lores, pensó que era posible
que su familia lo perdiera todo. Lo mínimo sería que el buen nombre de su familia se
arruinaría.
- Pensé que te gustaba - dijo William.
- Pensaste mal.
No le gustaba; la amaba, más que a la vida misma.
Haría cualquier cosa por verla feliz, incluso destruirse a sí mismo en el
proceso.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Capítulo 24

Su corazón estaba destrozado. De hecho pensó que podía sentir las fisuras
ensanchándose a medida que el dolor se intensificaba hasta que era casi
insoportable.
Sus palabras, su toque, su beso, todas las habilidades de un maestro
seductor. Se destacó en complacer a las mujeres, complacerlas por una
compensación. ¿Qué tipo de compensación le habían ofrecido? Supuso que debería
considerarse afortunada de que hubiera compartido sus talentos con ella sin haber
recibido el pago por el privilegio.
Abrió su baúl, caminó hacia el armario y tomó un vestido. Trató de aplastarlo,
de convertirlo en una pequeña bola, con sus puños… golpeándolo…
- ¿Lydia?
Lo dejó caer en el baúl, cayó de rodillas y comenzó a aplastarlo, hundiéndolo,
reduciéndolo...
- ¡Lydia!
Ella lo quería muy pequeño para nunca volverlo a ver.
Unas manos la agarraron por los hombros y la hicieron girar.
- Lydia, ¿qué pasa?
- Él no me ama - Buscó la cara preocupada de Lauren. - Oh, Lauren, yo no era
especial. Todo fue una mentira. Todo.
Un sollozo desgarrador se liberó cuando las lágrimas brotaron de sus ojos y
rodaron por sus mejillas.
Lauren la abrazó y la apretó contra ella.
- ¿De qué estás hablando? Los sirvientes me trajeron un mensaje urgente del duque
indicando que debía atenderte de inmediato. Y aquí estás, vestida y empacando.
¿Qué está pasando?
¿Él había enviado una misiva? Que compasivo. Probablemente temía que ella
se quitara la vida como Annie, entonces tendría eso también en su conciencia. Pero
ella lo mataría a él antes que suicidarse.
Sin embargo, incluso su furia contra él no podía disminuir la agonía de su
traición. No podía controlar el flujo de lágrimas, asintió con la mejilla presionada
contra el delicado hombro de Lauren.
- Fui a ver a Rhys. Lo habían golpeado, y yo quería ayudarlo...
- ¿Quién lo golpeó?
Sacudió la cabeza.
- Solo quiero irme a casa ahora.
Lauren comenzó a sacudirla.
- Oh, Lydia, ¿qué ha pasado?
Sus hombros temblaron cuando liberó la fuerza de su dolor, su
desesperación. Pensó que las costillas podrían quebrarse y aplastar sus pulmones.
Si dejaba de respirar, no le importaría. Si su corazón dejaba de latir, le daría la
bienvenida al final de su agonía.
Quería tomar un baño, se sentía sucia. Avergonzada. Se había entregado a él
con amor, y sin embargo, para él, cada toque había sido una ejecución practicada.
Él había usado su boca, su lengua y sus manos para ayudarla a olvidar su primer
baile.
¿Quién la ayudaría a olvidar esa noche de despreciables revelaciones?
- Aquí, ven, siéntate en la silla y cuéntame qué pasó.

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Amar a un Lord escandaloso
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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Sintió como si el mismo aire la estuviera aplastando. Sus pies se arrastraron


por el suelo mientras Lauren la guiaba hacia la silla. Se dejó caer en ella con todo el
decoro de una vaca. Ya no quería ser una dama.
Se abrazó a sí misma y comenzó a bambalearse. A través de sus lágrimas, la
habitación era poco más que una mancha de colores. Oyó un cajón abrirse y
cerrarse. Luego sintió el suave lino acariciando su mejilla.
- Vamos a secar tus lágrimas y puedes decirme todo - dijo Lauren.
Cerrando los dedos alrededor de la tela, tomó el pañuelo de su prima.
- Solo quiero irme a casa.
- ¿Hizo algo extraño Harrington, Lydia? ¿Te lastimó?
- Más de lo que pensé humanamente posible. Nunca en mi vida había conocido
tanto dolor.
- ¿Debería despertar a papá? ¿Tiene que encargarse del duque?
Negando con la cabeza, extendió la mano y se aferró a la de Lauren.
- No debemos decirle a nadie. Alguna vez… - dijo con voz ronca intentando controlar
el dolor de su corazón, se secó las lágrimas de los ojos y tragó saliva - …me dijo que
había hecho cosas que era mejor mantener en la oscuridad. Me dijo que lo odiaría si
supiera... - Dejó que su voz se apagara, no quería dar vida a las palabras, decirlas
en voz alta.
- ¿Lo odias? - Preguntó Lauren.
Sacudió la cabeza.
- No lo sé. Solo sé que me duele mucho porque pensé que lo conocía. - Se secó las
nuevas lágrimas. - Lauren… se vendió a sí mismo.
- ¿Te refieres a sus habilidades? - ella asintió - ¿Como en los muelles, descargando
barcos y cosas así?
Nuevamente sintió el dolor de la traición y más lágrimas en la superficie
porque iba a tener que decirlo en voz alta. Sacudió la cabeza.
- Se vendió a las mujeres.
La confusión se apoderó de la cara de su prima.
- ¿Le pagaron a él para que hiciera qué? ¿Acomodar sus muebles?
Ella gimió. No creía que Lauren fuera deliberadamente obtusa, solo pensaba
que era imposible comprender exactamente lo que Rhys había hecho.
- Le pagaron para que las complaciera.
Con los ojos muy abiertos, Lauren se dejó caer en el borde de la cama.
- No hablas en serio. - Presionando una mano en su boca para contener el gemido
que ella quería desesperadamente liberar, asintió de nuevo. - ¿Es él el Caballero
Seductor?
- ¿El qué?
- Los rumores han estado a la deriva durante algún tiempo, sobre la existencia de un
caballero en Londres que entretiene a las damas casadas. Conozco a una joven que
se casó con un hombre al que no podía soportar, solamente para tener una excusa
para ser aceptada por El Lord Seductor. Se supone que es extremadamente hábil.
¿Crees que podría ser Rhys?
¡Querido Dios! Una vez escuchó a Johnny hablar con algunos amigos sobre
los coloridos nombres que tenían las prostitutas. ¿Rhys no era la excepción?
- Creo que me voy a enfermar.
- ¿Debo traer un poco de té? Los ingleses creen que es una panacea para todo.
Nada podría curar lo que sentía, pero aun así asintió, cada movimiento era
más difícil de hacer que el anterior.

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- Espera aquí.
¿Esperar allí? Como si tuviera la voluntad de hacer cualquier otra cosa.
Lauren salió corriendo de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí. Con
un suspiro tembloroso, tiró cabeza hacia atrás. No quería pensar en Rhys con todas
esas otras mujeres. Ella no quería pensar en ellas pagándole. Pagándole, por hacer
el amor por Dios. Honestamente, no sabía quiénes era más repugnantes: si esas
mujeres o Rhys.
Se pasó el pañuelo entre los dedos, una y otra vez. Sentía como si no lo
hubiera conocido en absoluto. ¿Cómo pudo haber sido tan ingenua, tan estúpida
como para creer que él se preocupaba por ella?
Levantó el pañuelo para secarse más lágrimas, y su mirada se posó en la
solitaria inicial. “R”… Rhys.
Él le había dado ese pañuelo el día en que su familia se había ido. Ella se
había aferrado a él, no lo había lavado, sino que simplemente lo había escondido.
Se lo llevó a la nariz y olió su persistente aroma.
La fragancia a limón despertó tantos recuerdos. Todas las veces que cedió a
la tentación. Todas las veces que él le había advertido. Él le había advertido con
mucha más frecuencia de las que ella había cedido.
Lauren regresó a la habitación.
- Aquí estás. Tu té justo como te gusta - lo dejó sobre la mesa de patas flacas a su
lado.
Apartó la vista del pañuelo, y la dirigió al vapor que se elevaba por encima de
la taza y de la ropa de cama.
- ¿Sabías cómo preparar mi té antes de que Rhys te lo dijera? – le preguntó.
- Sabía que te gustaba el limón, el azúcar y la crema. Pero no las cantidades
exactas. Nadie se da cuenta de ese tipo de cosas.
- Rhys lo hizo. - Se levantó de la silla, caminó hacia la ventana, y miró hacia afuera.
- Lydia, no debes desesperarte. Puedes denunciarlo públicamente. Tu Temporada
se puede salvar.
- No estoy segura de volver a salir en público alguna vez.

*-*

Después de haber entregado su tarjeta al mayordomo, esperó dentro del


vestíbulo de Whithaven. Se giró ante el sonido de unos pasos que se acercaban,
medio esperando ver al propio Whithaven. En cambio, era el mayordomo que estaba
volviendo.
- Su Señoría no está en casa - anunció.
Miró más allá del hombre, hacia el pasillo del que había salido el criado.
- ¿Es eso así?
- Es así, Su Gracia. Quizás lo encuentre en la residencia otro día.
- Lo dudo. - comenzó a caminar hacia el pasillo, ignorando el tartamudeo del criado
insistiendo en que el conde no estaba en casa. Aunque dudaba de que tuviera
alguna influencia, todavía poseía rango.
Abrió una puerta y el conde se levantó de detrás de su escritorio, tan alto y
desgarbado como siempre.
- Sabes, Whithaven, eres muy fácil de ver en una multitud, pero pensar que una
mera máscara con capucha escondería tu altura inusual y tu delgado porte hasta el
punto en que no te reconocería, es ridículo.

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Amar a un Lord escandaloso
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- Mi lord, intenté detenerlo - comenzó el mayordomo.


Whithaven levantó la mano.
- Está bien. Por favor cierra la puerta. - Él se adentró más en la habitación - Tienes
valor, al aparecer aquí - dijo Whithaven.
Lo fulminó con la mirada.
- Y tú no tienes vergüenza al golpearme sin explicar lo que había hecho para
merecer ese tratamiento.
- Sabes muy bien lo que has hecho. Mi esposa ha estado fuera de sí misma desde
que apareciste en nuestro baile.
- Fui invitado.
- Aparentemente, lord, usted tenía una vida en las sombras antes de que heredara
sus títulos - inclinó la barbilla puntiaguda y miró hacia abajo, con altivez. No muchos
hombres literalmente pueden mirarlo en silencio. Whithaven podía.- El Lord
Seductor, de hecho.
Apretó los puños, era todo lo que podía hacer para no estremecerse. Había
aborrecido la forma en que Camilla se había referido a él, lo había rebajado...
- ¿Puedo preguntar cómo exactamente, determinaste quién era?
- Tú puedes preguntar. Yo no voy a contestar.
Empaló al hombre con sus ojos. Whithaven desvió la mirada.
- Sospeché que algo andaba mal con mi esposa. Sin que ella supiera, la he estado
siguiendo por todo Londres.
- ¿Te contó tu esposa sobre nuestro tiempo juntos?
Whithaven parecía enfermo.
- Sal de mi casa.
- Hasta que me lleven ante la Cámara de los Lores por algún tipo de cargos, todavía
lo superaré, señor, y sabré lo que sabe.
Whithaven se enderezó.
- Muy bien. Los rumores están comenzando a aparecer… Lady Sachse dirigía la
casa en la que se llevaban a cabo los encuentros. Terriblemente indecoroso de su
parte.
- Ah, los rumores son cosas bestiales. Sí, ella inicialmente me proporcionaba los
encuentros, estoy seguro de que usted tiene una amante - los ojos de Whithaven se
abrieron ante eso – a la que le pasa una asignación, yo estaba algo apretado con la
mía. ¿Qué debe hacer un caballero?
- No ofrecer sus servicios por contrato como un plebeyo. ¿Dónde estaba su orgullo,
hombre?
- No puedes perder lo que nunca poseíste, pero no estoy aquí para hablar de mis
transgresiones, sino de tu idiotez. Tu esposa te ama.
- Ella tiene una forma extraña de demostrarlo.
- Te vuelvo a preguntar, ¿te contó lo que ocurrió cuando me visitó?
- Dios mío, no, y no quiero saber.
- No pasó nada.
- ¡Ah! Eso no lo creo. Ella no estaría caminando por aquí con los ojos enrojecidos si
ese fuera el caso.
- Admitiré que subió a mi cama, pero solo para poder descansar mientras lloraba.
Estabas con tu amante y ella vino a mí deseando nada más que alguien la abrazara.
Una vez que comenzó a llorar, eso es todo lo que le ofrecí.
Él se burló.
- ¿Estás diciendo que no fornicaste?

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- Estoy diciendo que no te fue infiel, que simplemente es infeliz. Sería sabio
deshacerte de tu amante. Enfoca tus energías y tiempo en complacer a tu esposa.
En cuanto a los caballeros que se unieron a ti para abordarme anoche, puedo
adivinar quiénes han sido. Puedes tranquilizarlos diciéndoles que sus secretos, en
especial sus deficiencias, están a salvo conmigo. Pero si desean discutir el asunto
más completamente, estaré disponible esta tarde.
Whithaven estaba moviendo la boca como si quisiera decir algo, pero no
sabía lo que quería decir. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la
puerta.
- ¿De verdad te acuestas con cualquiera de nuestras esposas como se rumorea?
Se detuvo y miró por encima del hombro. Lo único que nunca había hecho era
no decir la verdad. Era tentador hacerlo en ese momento, pero si lo hiciera, ¿qué le
habría quedado? Nada.
- Desafortunadamente, siempre hay una semilla de verdad en cualquier rumor, pero
le juro, señor, que su esposa no era una de ellas.
Saliendo de la habitación, deseó poder decir lo mismo a todos los caballeros
que pudieran ser lo suficientemente curiosos como para hacerle una visita esa tarde.
Casi había llegado a la puerta de entrada cuando oyó el ruido de zapatillas sobre el
suelo de mármol. Echó un vistazo hacia las escaleras, y allí estaba ella: la
encantadora condesa.
Sus ojos se abrieron con horror mientras se acercaba cautelosamente.
- Su Gracia, ¿qué le ha pasado?
Aunque su mandíbula protestó, él le dio una sonrisa irónica.
- Un hombre no le hace esto a otro si no ama a su esposa y si no le hubiera
importado que vinieras a verme.
- ¿Geoffrey te hizo eso?
- Le he explicado que no has hecho nada, excepto llorar en mis brazos.
Ella extendió la mano para tocar su mejilla magullada, luego la dejó caer.
- Encontró tu pañuelo en un cajón. No debería haberlo guardado. Lo siento
muchísimo.
- No hay necesidad de disculparse, condesa. Le pediría, sin embargo, que haga lo
que pueda para proteger a la señorita Westland. Ella es inocente en todo esto.
Escuchó el suave aclaramiento de una garganta. Lady Whithaven dirigió su
mirada hacia el pasillo del que él acababa de salir. No necesitaba mirar. Si nunca
volvía a ver a Whithaven, sería demasiado pronto.
Ella lo miró, con lágrimas en los ojos.
- Quédate tranquilo. Me ocuparé de la señorita Westland. Por la memoria de Annie.
- Gracias - Continuó, salió por la puerta y se dirigió hacia su carruaje.
Cuando llegó a su casa, alertó a Rawlings sobre el hecho de que sin duda
tendría algunos visitantes esa tarde. Él atendería a todos ellos, uno a la vez. Luego
llamó a William a su oficina y escribió una misiva para que el muchacho la entregara.
- ¿Recuerdas dónde vivíamos justo antes de mudarnos a Harrington? - le preguntó
mientras doblaba y sellaba la carta.
- ¿La casa que nos mantuvo calientes, donde iban todas las damas?
- Esa.
- Sí, jefe, la recuerdo.
No veía ningún punto para corregir a William en su forma correcta de tratarlo;
después de todo, probablemente no sería un duque por mucho tiempo más, no si los
que tenían escaños en la Cámara de los Lores se salieran con la suya.

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- ¿Crees que puedes encontrarla de nuevo?


William parecía ofendido porque le había preguntado.
- Absolutamente.
- Bien. - Le tendió la misiva. - Quiero que le entregues esto a Lord Sachse. Si él no
está en casa, quiero que averigües dónde está y se la entregues allí. Es imperativo
que la vea hoy.

*-*

Estaba sentada en una silla, mirando al jardín de rosas. Su corazón


continuaba latiendo pero sin significado.
El mundo nunca le había parecido tan aburrido, tan vacío, tan carente de
alegría.
Lauren insistía en que asistiera a la fiesta de Kimburton esa noche. Todo lo
que ella quería hacer era subirse a un barco e irse a casa. El brillo ciertamente se
había empañado.
La puerta se abrió, pero no miró para ver quién era. La vida continuaba a su
alrededor, pero tenía pocos deseos de participar en ella.
- Lydia, tienes un caballero que te espera. - dijo Lauren.
Se giró en la silla, la inesperada esperanza la llenó.
- ¿Rhys?
- No, Lord Sachse.
Ella frunció el ceño.
- ¿Qué es lo que quiere?
- Bueno, ganso tonta - dijo Lauren. - No lo sé. Está hablando con papá ahora mismo.
Vamos a ponerte presentable para que podamos averiguarlo.
Lo que Lord Sachse quería era cumplir su oferta de casarse con ella. Apenas
podía creerlo mientras él se sentó a su lado en el sofá de la sala, esperando su
respuesta. Había pensado en este momento cientos de veces mientras estuvo en
Texas: llamando la atención de un lord, enamorándose de él, haciendo que se
enamorara de ella.
Entre ella y Sachse, si buscaba lo suficiente, podría encontrar afecto. Se
preguntó si alguna vez se preocuparía tanto por él hasta el punto de que pudiera
romperle el corazón como había hecho Rhys. ¿Alguna vez se atrevería a amar a un
hombre hasta el punto de arriesgar su corazón?
¿O Rhys había arruinado toda posibilidad de amor para su futuro? ¿Se
mantendría alejada, temerosa, insegura, sin saber si su corazón destrozado podría
alguna vez sanarse?
Un toque silencioso en la puerta la salvó de tener que darle a Sachse su
respuesta.
- ¿Mi lord? Hay un muchacho aquí para verlo. Dice que tiene un mensaje importante
para usted que no puede esperar - dijo el mayordomo.
Sachse le dio una sonrisa.
- Será mejor que vea lo que es.
Ella lo siguió al pasillo, donde se sorprendió al ver a William esperando. Tenía
una expresión muy seria cuando le dio una nota a Sachse. Desesperadamente

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Lorraine Heath

quería preguntar por Rhys, y sin embargo su vida anterior era como él le había
prometido que sería, detestable para ella.
Sachse leyó la nota antes de volverse hacia ella.
- Parece que Harrington desea verme. Una cuestión de cierta importancia.
- ¿Está bien? - preguntó ella, incapaz de apartar la preocupación de su voz, insegura
de por qué seguía preocupada por él.
- Estoy seguro de lo que es, pero será mejor que vea de qué se trata. Chico,
¿querrías regresar en mi carruaje?
William sacó un reloj de su bolsillo, el reloj que ella había visto recoger a Rhys
en el pueblo. Él lo abrió de golpe y lo estudió cuidadosamente. - Tengo un poco de
tiempo. Creo que caminaré, pero gracias por la oferta.
Ella le tocó el hombro.
- Únete a mí para algunos dulces y pasteles antes de irte.
Después de despedirse de Sachse, llevó a William al jardín, donde un
sirviente les trajo algunos dulces. Dudaba que muchos señores le dieran a sus
ayuda de cámara el tipo de regalos que Rhys le había dado a William: relojes y
lecturas caras por las noches.
El muchacho estaba metiéndose un pastelito en la boca cuando le preguntó:
- ¿De dónde sacaste el reloj?
Sus ojos se hincharon mientras trataba de tragar.
- No lo robé si eso es lo que estás pensando. El jefe.
- ¿Por qué?
Él se encogió de hombros.
- Dijo que un hombre debería tener un reloj.
- Esa es una muy buena razón.
Él se retorció en la silla como incómodo bajo su escrutinio. Finalmente
admitió:
- También podría ser porque mencioné lo afortunado que era Colton de tener un reloj
con todas esas tallas finas.
Eso podía creerlo.
- ¿Por qué lo llamas Jefe?
- Es que lo llamé así durante tanto tiempo, que sigo olvidando que ahora es Su
Señoría... o Su Gracia. Para mí no ha cambiado, ¿sabes?
- Entonces ¿cuándo comenzaste a trabajar para él…
- En realidad, no trabajé para él, al principio al menos. Éramos socios, él y yo.
Eso era interesante. Ella se inclinó hacia adelante, y aunque sabía que era
muy poco femenina, apoyó el codo sobre la mesa y la barbilla en la palma de su
mano.
- ¿Qué tipo de negocio tenían?
- No era realmente un negocio. Como dije, éramos socios. Si uno de nosotros
encontraba un trabajo, lo compartíamos con el otro. Nos ayudábamos mutuamente:
cargar cosas, levantar cosas, acarrearlas. Eran trabajos honestos.
- ¿Cómo lo conociste?
Su mirada se lanzó hacia los pasteles.
- Tienes muchas preguntas. Tal vez deberías preguntarle a él.
Ella empujó el plato más cerca de él.
- Puedes comer los pasteles mientras me dices cómo se conocieron.
Él aceptó el soborno y después de terminar un pastel, continuó.

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- Estaba trabajando como carterista en ese momento. El hombre al que mi madre me


vendió tenía estándares, ¿sabes? - Su estómago se revolvió ante la idea de que su
madre lo hubiera vendido. Ella quería comentar, pero no quería que perdiera el hilo
de la historia. Él tomó otro bocado de pastel. - Esperaba que trajéramos una cierta
cantidad de dinero, y si no lo hacíamos, no nos daba de comer. Y a veces nos
golpeaba. Estaba un poco desesperado ese día, a causa de que el bolso estaba
delgado, y vi a este tipo que parecía un caballero, pero no lo era realmente. Como si
hubiera sido un caballero pero que ya no lo fuera. Así que pensé que podría tener
algo valioso sobre él. Solo que fui un poco lento, por el brazo roto el día anterior, y él
me atrapó.
Él había adoptado un acento más duro, como el que ella sospechaba había
sido antes de que Rhys lo recogiera.
- ¿El caballero?
- Así es. Me tenía agarrado por la camisa, sosteniéndome contra la pared. Jefe, le
dije, ten piedad. Déjame ir. Pero él solo quería saber quién me había golpeado.
Nunca he visto a un tipo tan enojado. Solo que él no estaba enojado conmigo.
Resulta que estaba enojado con el tipo que me había golpeado. Le conté mi historia,
tratando de que tuviera piedad de mí y me dejara ir. Solo que él me dijo que si iba
con él, nunca más sería golpeado y nunca más pasaría hambre. No, gracias, jefe, le
dije. He oído hablar de tipos como tú. Me dijo que él no era uno de esos tipos y si
alguna vez hacía algo que no me gustara, tenía permiso para cortarle la garganta.
Luego me entregó esto. - William se inclinó y sacó un cuchillo de su bota. – Le dije,
no me conoces, Jefe, pero yo sé bien cómo usar un cuchillo. Y él dijo: Tú no me
conoces. Soy un hombre que sabe cómo cumplir su palabra. Entonces me fui con él.
- Y encontraron sus trabajos ocasionales en Londres - agregó Lydia.
- Así es.
- ¿Pero no te quedaste trabajando en trabajos ocasionales?
- Ah, no, eso fue un golpe de maldita buena suerte, eso fue.
Él terminó otra torta.
- Cuéntame sobre tu buena suerte - ella insistió.
- Estuve cerca de morir.
- ¿Y cómo fue eso afortunado?
- Bueno, estaba muy mal. Ardor y fiebre. No recuerdo mucho. Recuerdo que el jefe
me llevaba consigo, tratando de llevarme a un hospital, pero no querían que
personas como nosotros ensuciaran sus pasillos. Luego me llevó a la casa en la que
vivimos ahora. Recuerdo a Rawlings. No sabía si debería dejarnos entrar. Hubo
muchos gritos. Luego otro tipo vino a la puerta. Los gritos se hicieron más fuertes. Y
finalmente nos fuimos.
Rhys le había contado que una noche su familia lo había rechazado. ¿Lo qué
le habría costado, sabiendo que era responsable de la muerte de Annie, regresar?
Pero había sufrido la indignidad por el bien de William.
- Y fue entonces cuando su señoría se detuvo en su hermoso carruaje - terminó.
- ¿Su señoría?
- Sí. Lady Sachse. Ella nos recibió.
El corazón de Lydia comenzó a latir con fuerza.
- ¿Lady Sachse te llevó adentro?
Él asintió con entusiasmo.
- Ella nos dio una agradable y cálida casa. Hizo ir a un médico para que me curara.
Entonces sus amigas comenzaron a ver al jefe. Y yo me convertí en su ayuda de

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cámara. A veces íbamos a dar paseos en las partes de Londres que a los buenos no
les gustan. Ahí es donde encontró a sus sirvientes. Como Mary.
Se recostó en su silla, sin saber qué decir. Rhys la había bombardeado con
toda la fealdad de su vida, con todas las acciones que él sabía que ella encontraría
reprobables. Y solo ahora se daba cuenta de lo desiguales que habían sido sus
confesiones.
Había escuchado lo que él había hecho, pero nunca había insistido en que le
explicara por qué lo había hecho. Necesitaba saber por qué. La historia que William
le había relatado, le había explicado bastante, pero contenía algunos agujeros. Ella
conocía a alguien que probablemente podría llenarlos y estaba decidida a obtener
respuestas.

*-*

De pie en su biblioteca, pensaba que no había estado preparado para el


desfile de visitantes que habían llegado esa tarde. Hasta hubo un caballero que
había enloquecido al enterarse de que no se había acostado con su esposa.
- ¡¿Qué demonios te pasa que no has reconocido lo bella que es ella?! - Había
exigido saber.
Él simplemente había murmurado que, en retrospectiva, ahora podía ver que,
de hecho, había estado bastante ciego. Había decidido no molestar aún más al
hombre preguntándole si las sugerencias que le había dado a su esposa sobre las
formas de ayudarlo a no liberar su semilla tan pronto, habían sido de alguna ayuda.
Tal vez fuera culpa de la belleza de la mujer lo que motivaba al hombre a eyacular a
poco de comenzar, no pudiendo contenerse lo suficiente como para tener un
heredero.
La mayoría de los caballeros que lo visitaron, estaban bastante complacidos
de saber que sus esposas nunca habían cruzado su umbral. En verdad, durante el
tiempo que Camila le había mantenido, por así decirlo, no había complacido
realmente a tantas mujeres. Varias, como Lady Whithaven, simplemente querían la
proximidad de un hombre o su consejo.
Para aquellas que sí querían más, él lo había hecho por obligación, por una
promesa tácita. Después de todo, le debía a Camilla una deuda considerable. Había
conseguido que un médico atendiera a William, y le había salvado la vida al
muchacho, mientras que Quentin simplemente lo había despreciado y le había
pedido que se fuera. Ir a su hermano había sido lo más difícil que había hecho,
había tenido que tragarse su orgullo para hacerlo, ya que no toleraría otra muerte en
sus manos.
Volviendo al presente, se volvió hacia el conde de Sachse, que había
respondido a su llamado.
- ¿Puedo ofrecerte algo para beber? ¿Whisky? ¿Coñac?
- No gracias. Dudo realmente que esta sea una llamada social.
- No, no lo es – le indicó una silla cercana. - ¿Por lo menos te sentarás?
- No lo creo.
Apoyó las caderas en su escritorio y envolvió sus manos alrededor de su
borde, necesitando la solidez que le ofrecía para lo que estaba a punto de hacer.
- Noté que parecías estar interesado en Lydia.

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- Más que interés. Deseo casarme con ella. Acababa de hablar del tema con la dama
cuando llegó tu misiva.
Clavó los dedos en el escritorio. Bendito William por su talento en llegar en el
momento oportuno, no muy diferente del que tenía Colton, tendría que reflexionar
sobre esa idea más tarde.
- ¿Cómo está Lydia? - Preguntó.
- Con el corazón roto, pero no derrotada.
El alivio pasó por él. Había estado aterrorizado de haber sido demasiado
brutal en su intento de obligarla a odiarlo. Inmediatamente le había enviado una
misiva a Lauren porque no quería que Lydia estuviera sola.
Ahora parecía que no solo tendría a Lauren a su lado, sino también a Sachse.
Verdaderamente no estaba preparado para sentir como si hubieran apuñalado su
corazón con un atizador al rojo vivo. Había planeado convencer a Sachse de que
Lydia era inocente, y que sería una buena esposa. Pero parecía que no tenía
necesidad de convencer al hombre de nada.
- Me complace escuchar que ella continúa con su vida, incluso más feliz de escuchar
que deseas casarte con ella.
- Realmente no me importa si estás contento. Estuviste a punto de arruinar a la
chica.
- Estoy muy consciente de ese hecho y quiero asegurarte de que no pasó nada malo
entre nosotros. - Lo que había pasado entre él y Lydia se había basado en el amor,
no en un negocio. Aunque ella nunca lo creería ahora. Sus duras palabras se habían
encargado de eso.
- No necesito tus garantías. Para mí, y para todos los demás, es muy claro que la
señorita Westland es una dama del más alto calibre e irreprochable.
Estaba agradecido de saber que los sentimientos de Sachse tenían eco en
otras personas.
- ¿Sabes si irá a Kimburton esta noche?
- Sí. Supongo que tú no asistirás.
- Supones mal.
Parecía que finalmente había logrado decir algo para sorprender al hombre.
- No soy hábil en los juegos que juega la aristocracia, pero tenía la impresión de que,
en base a todos los rumores que corren sobre Londres, no serías bienvenido en la
reunión social de Kimburton o de cualquier otra persona - dijo Sachse.
Tu impresión es correcta y con más razón debo ir, y por eso debes asegurarte
de que Lydia esté allí. Es imperativo que ella me haga un desaire público; de lo
contrario, corre el riesgo de arruinarse a sí misma. Tienes que estar junto a Lydia,
eso hará que sea más fácil para ella, creo.
- No me puedo imaginar a la señorita Westland haciendo un desaire público a nadie,
mucho menos a ti.
El asintió.
- Va en contra de su naturaleza, pero debe hacerlo. Como inglés, tú entiendes eso.
Debes asegurarte de que comprenda su importancia. Ella de ninguna manera debe
dar indicación alguna de que sienta algo más que asco en mi presencia.
- ¿Y después de esta noche?
- Ella no me verá otra vez. Soy bastante bueno en desaparecer.
- La amas.
- Lo que yo sienta por ella no es importante. Todo lo que importa es hacer lo que
debo para disminuir el daño que podría sufrir.

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Sachse respiró hondo y pareció relajarse.


- Haré mi parte, Su Gracia.
- Entonces te pediría un favor más.
- ¿Y ese sería?
- Ámala bien.

*-*

Al llegar a casa de lady Sachse, intentó parecer una dama, pero estaba
temblando de tal furia que le era difícil. Sabía que desde el principio esa mujer no le
había caído bien, que no le había gustado. Había encontrado poco consuelo en
saber que sus sospechas habían estado justificadas.
Tampoco encontró consuelo en la aparente pena de Lady Sachse. Sentada
en la habitación a oscuras, con las cortinas cerradas, con una jarra a medio llenar
sobre la mesa junto a su silla y un vaso en la mano.
- Mi vida está arruinada - susurró.
- ¿Alguna vez piensas en alguien además de ti? – le preguntó mientras cruzaba la
habitación y abría las cortinas.
La mujer gritó y se cubrió los ojos.
- Ciérralas inmediatamente.
- No, quiero verte claramente cuando me expliques cómo le pudiste hacer a Rhys lo
que le hiciste.
- ¿Y qué hice? Le di un techo sobre su cabeza, carbón para sus fuegos, ropa fina,
comida, sirvientes. Pero él no quería nada.
- Excepto amor y aceptación.
- Oh, fue amado y aceptado. Dios mío, niña, mis damas lo adoraban.
- Las mujeres que fueron a verlo… ¿cómo es que no sabían quién era?
- Era joven cuando huyó de su casa, creo que diecinueve. Aún no había hecho su
entrada en la escena social. Como repuesto, tenía poco interés para nadie. Además,
Quentin era el que llamaba la atención. Cuando volví a ver a Rhys, había envejecido
considerablemente, si no por años, al menos por apariencia, por experiencia. La vida
dura que había soportado durante esos años estaba claramente tallada en su rostro.
Entonces creé una historia fantástica sobre sus orígenes, que era un plebeyo con
talento para la seducción. Un libertino. Un hombre que dedicaba su vida al placer
sensual.
La repulsión por esta mujer continuaba creciendo a pasos agigantados.
- ¿Cómo descubrieron quién era? – le preguntó.
Lady Sachse le lanzó una mirada penetrante y su corazón se hundió.
- Porque asistió a un baile - susurró. - Deseaba ver que tuvieras éxito. Y pensé que
mis damas guardarían sus lenguas. Al parecer, alguien no lo hizo.
Por ella, Rhys se había arriesgado a exponer su pasado. Debido a su sueño,
él estaba más marginado que nunca.
- ¿Quién sabe todo? - Preguntó.
- Desafortunadamente, los rumores abundan en Londres. Antes de que termine el
día, ni un solo par del reino habrá dejado de preguntarle a su esposa si ha visitado a
Rhys. - Insegura, colocó el vaso junto a la jarra y la miró humillada. - Le ha dicho a la
gente que yo no estaba al tanto de sus acciones. ¿Por qué haría eso? ¿Por qué me
ahorraría la vergüenza que tan indiscutiblemente merezco?

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- Porque no está en su naturaleza lastimar a la gente. Lo he visto poner su mejilla


demasiadas veces. Dime lo que tengo que hacer para ayudarlo.
Con lágrimas en los ojos, la condesa negó con la cabeza.
- Es muy tarde. Todos saben lo que hizo, y pronto sabrán con quién lo hizo. No hay
esperanza para él. Está arruinado completamente. Rhys será excluido, vilipendiado,
rechazado. Acéptalo, niña, y sigue con tu vida.
- ¿Y si no puedo?
- Debes. Es lo más amable que puedes hacer por él. Su mayor temor es arrastrarte a
la alcantarilla con él. No dejes que sus esfuerzos por protegerte sean en vano.
Debes desairarlo públicamente. Debes hacerlo. O destruirás lo que queda de él. Eso
puedo prometértelo.

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Capítulo 25

“Una verdadera dama no revelará ni a través de acciones, ni palabras que su


corazón se está rompiendo.”
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
El baile del duque de Kimburton fue sin duda el evento más elegante al que
ella había asistido.
Con Lord Sachse y Lauren a su lado, también era consciente de que los
invitados estaban más interesados en los últimos chismes que en el baile.
No solo estaban susurrando sobre el malvado duque de Harrington, sino que
también estaban especulando sobre los recientes rumores de que el nuevo conde de
Sachse se casaría con una heredera estadounidense. Ella aún no le había dado su
respuesta. Era extraño… lo que parecía que era su sueño, había cambiado
repentinamente. Mirando a su alrededor ya no estaba segura de cual era realmente.
Esa noche sería fácil quedar atrapada en el brillo de Londres que brillaba tan
magníficamente.
- Este es uno de los eventos más grandiosos de la temporada - susurró Lauren.
- Me sorprende que se nos haya permitido cruzar la puerta - dijo ella.
- No seas tonta. Nadie te culpa por las indiscreciones del duque. Además, no hace
daño tener las atenciones de Sachse. Especialmente cuando Lady Sachse también
es una víctima en todo este escándalo. ¿Una Víctima? La mujer había instigado y
había sido responsable de la mayor parte, por lo que respectaba a ella. - ¿Cómo lo
está aguantando Lady Sachse?" – le preguntó Lauren.
- Bastante bien - respondió Lord Sachse. - La visité brevemente esta tarde, pero
parece estar superando todo esto.
- No me sorprende. En todos los asuntos, ella se coloca primero, - dijo en voz baja.
- ¡Lydia! - Susurró Lauren con dureza. - Tu aceptación en la sociedad educada se ha
visto facilitada por la influencia de Lady Sachse.
¿Pero a qué costo de Rhys?
- ¿Señorita Westland?
Ella se volvió para ver a Lord y Lady Whithaven. Contenta por la distracción,
sonrió cálidamente.
- Lady Whithaven.
La condesa la tomó de las manos y se las apretó suavemente.
- Querida, te ves adorable esta noche.
Se sonrojó.
- Gracias.
- Mi querido esposo esperaba que lo honrases con un baile más tarde.
Ella miró más allá hacia el conde.
- Sí, me sentiría honrada.
- ¿El octavo baile podría ser? - preguntó Lord Whithaven. - Y debes comprender el
honor que te estoy concediendo, ya que tengo la intención de bailar todos los demás
bailes con mi esposa esta noche.

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Sonriendo de alegría, Lady Whithaven le dio unas palmaditas en el brazo a su


marido.
- ¿No es simplemente encantador?
- Sí, lo es - le aseguró. Mucho más que cuando lo había visto por última vez.
Lady Whithaven se volvió hacia su esposo.
- Ibas a presentarle tu primo a la señorita Westland, ¿no es así?
- Oh, sí - dijo Whithaven, mientras miraba a su alrededor. – Es un marqués, pero
debo encontrarlo primero. Hay mucha gente en esta reunión Tan pronto como lo
encuentre, lo traeré hasta aquí. Él querrá un baile. Un compañero muy agradable.
Irreprochable.
Lady Whithaven tomó nuevamente su mano y la apretó.
- Si necesitas algo, querida, estamos aquí para ti.
Ella y su esposo se alejaron.
- Eso fue interesante - dijo Lauren. - Siempre ha sido obvio que Lady Whithaven
amaba a su esposo, pero esta noche, él parece igualmente encantado.
Antes de que pudiera responder, oyó una voz que le crispaba los nervios.
- Mi querida señorita Westland.
Ella se obligó a sonreír.
- Lady Sachse.
- Si puedo decirlo, te ves bastante impresionante esta noche.
Ella se sorprendió al no escuchar ninguna malicia en la voz de la mujer.
- Gracias.
- Un placer querido. Señorita Fairfield, usted está igual de impresionante. – dijo
saludando a sus acompañantes.
- Gracias, Lady Sachse - dijo Lauren.
- Y tú Señor Sachse - ronroneó la condesa - estás tan guapo como siempre.
- Y tú, querida dama, tan encantadora como siempre.
- Apenas. Es simplemente que todos han sido tan amables conmigo esta noche que
quería compartir mi felicidad.
Para gran sorpresa suya, Lady Sachse la tomó del brazo y la condujo unos
pasos más allá. Luego dijo con voz baja y convincente:
- Escucha atentamente lo que voy a decir. Archie, bendito sea, y tu prima
estadounidense, no tienen la sofisticación para comprender la situación delicada en
la que tú y yo nos encontramos. Para nosotras, la ruina se ha evitado. Pero bajo
ninguna circunstancia, en ningún lugar público, debes reconocer a Rhys. Es
imperativo que prestes atención a mis palabras. - Ella escuchó las palabras no
dichas. Rhys soportaría solo, el peso del escándalo sobre sus anchos hombros. -
¿Comprendes la gravedad de lo que te estoy diciendo? - Preguntó Lady Sachse.
- Perfectamente.
- Espléndido. - Lady Sachse dio un paso atrás y miró a su alrededor.
Ella hizo lo mismo y vio al duque de Kimburton caminando hacia ellos. Él era
realmente guapo y en muchos sentidos le recordaba a Rhys. Confiado, llevaba bien
su título. Le sonrió a Lauren y la saludó antes de volver su atención a Lord Sachse.
- A mi madre le gustaría conocerte, Lord Sachse. Además de a tu dama.
Sachse sonrió.
- Nos sentimos honrados, Su Gracia.
Deslizó su mirada hacia Lauren, quien estaba sonriendo como si ella de
alguna manera hubiera logrado algo maravilloso.
- Señorita Fairfield, tal vez le gustaría venir con nosotros también - dijo Kimburton.

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- Ciertamente, Su Gracia.
- ¿Nos disculpas, Lady Sachse? - Preguntó Kimburton.
- Por supuesto. - Se inclinó hacia ella. - Recuerda, querida, entre la aristocracia
siempre debemos recorrer el camino más difícil y nunca revelar cuán difícil es el
viaje. Rhys lo entiende bien. No lo decepciones.
Quería preguntarle exactamente de qué estaba hablando, pero el duque
estaba esperando, al igual que su madre. Tan pronto como se hicieran las
presentaciones, buscaría a lady Sachse y exigiría saber lo que la mujer sabía que
ella no.
Sintió que los ojos de todos se posaban sobre ella mientras seguía al duque y
se preguntó brevemente si así era como se habían sentido los animales en los
jardines zoológicos cuando Sabrina había ido a verlos. Cada aspecto escudriñado y
medido.
Ella había estudiado sus libros, ya que había querido causar una gran
impresión. De repente, se preguntó por qué había pensado que todo era tan
importante. Nadie la miraba de forma tan acechante en Texas.
La duquesa estaba sentada en una gran silla mullida como si fuera un trono.
La mujer exudaba dignidad real y gracia, tal como había esperado de la aristocracia.
La mujer sonrió cálidamente.
- Lord Sachse, entiendo que es un erudito.
- Sí, Su Gracia.
- Entonces explícame lo que nos va a pasar a todos nosotros, con estas niñas
estadounidenses invadiendo nuestras costas.
- Sospecho, Su Gracia, que seremos más ricos por eso.
Ella rio, un sonido gutural de puro placer.
- Eres muy sabio o muy tonto.
- Tontamente enamorado, tal vez - admitió.
Ella sintió que sus mejillas se calentaban. Era amable, educado y encantador.
Cualquier dama estaría complacida de tener sus atenciones. Pero ella solo estaba
ligeramente halagada.
La duquesa volvió su atención hacia ella.
- Debo decir, querida, que eres muy hermosa y valiente.
- Gracias, Su Gracia.
- Hay un escándalo girando en torno a ti, y aun así te mantienes firme. Se me ocurre
que el Príncipe de Gales querría conocerte. ¿No estás de acuerdo, Kim?
El duque asintió.
- Sí Madre.
- ¿Y usted, señorita Fairfield? Te he estado observando, o más precisamente, viendo
a mi hijo cuidarte.
- Es uno de los solteros más elegibles de Londres, Su Gracia. Me imagino que mira
a muchas chicas - dijo Lauren.
- Sí, supongo que lo hace.
Mientras la duquesa continuaba hablando con Lauren, ella no pudo evitar
sentir que de alguna manera, a pesar de todo, había logrado pasar su examen. Ella
realmente podría codearse con la familia real. ¿A qué clase de asuntos elegantes
asistiría entonces?
¿Cómo crecería la apreciación de su padrastro? ¿Un hombre cuyo nacimiento
lo había negado tanto?

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En ese momento se dio cuenta de que el estruendo de la conversación que


los rodeaba caía en el silencio, como el océano que retrocede desde la orilla. La
música dejó de llenar la enorme sala.
- Bueno, esto debería resultar interesante - murmuró la duquesa. - No esperaba que
se presentara.
Ella miró por encima de su hombro hacia donde estaba mirando la Duquesa.
Y allí estaba Rhys.
En la entrada, alto, orgulloso, guapo, incluso con su rostro magullado. Él
había venido. Ella realmente no había pensado que lo haría. Pensó que se habría
ahorrado la humillación de sentir que todos los ojos se centraban en él, de conocer
la pobre opinión que tenían de él.
Se volvió por completo para mirarlo y sintió una mano cerca de cada una de
las suyas: Lauren por un lado, Sachse por el otro.
- No hagas nada precipitado - advirtió Lauren.
- No debes reconocerlo - dijo Sachse.
¿No reconocerlo? ¿No reconocer al hombre que hacía latir su corazón y
respirar sus pulmones?
¿Ignorar al hombre que le había enseñado lo que no estaba escrito en sus
libros?
Permanecía allí como lo había estado toda su vida, solo.
Ella estaba a punto de lograr todo lo que había deseado toda su vida. Todo lo
que tenía que hacer cuando él la mirara, era mirar hacia otro lado.
Había pensado que los pecados del hombre cambiarían sus sentimientos
hacia él. Ahora entendía que se había equivocado, porque se dio cuenta con
sorprendente claridad de que saber todo, había hecho que su amor se profundizara.
Ella podría perdonarle cualquier cosa.
Se volvió hacia Lord Sachse.
- Mi lord, eres un hombre extremadamente amable. Pero descubrí que no me cae
bien el brillo y el oro de Londres.
- Querida, creo que el amor tiene el poder de convertir la paja en oro.
Levantándose de puntillas, le besó la mejilla y susurró:
- Ya veremos.
Le dio a Lauren una sonrisa trémula y le apretó la mano.
- No lo hagas, Lydia - susurró su prima.
- No tengo otra opción.
Y comenzó a abrirse paso a través de la multitud. Podía ver a aquellos que ya
le habían dado la espalda a Rhys y estaban buscando de repente por qué había
movimiento.
Escuchó el primer movimiento de murmullo. Podía sentir la curiosidad
despertándose.
- Mi querida.
Alguien la agarró del brazo, deteniendo su avance. Miró hacia un lado, y lady
Whithaven le sonrió.
- Querida, tienes lágrimas en los ojos - dijo Lady Whithaven. - Estoy segura de que
estás buscando un pañuelo. Aquí, puedes usar el mío.
Ella comenzó a negar con la cabeza, para decirle que no estaba buscando
nada, que había encontrado lo que quería en Rhys, pero su mirada se posó en el
pañuelo, en su monograma solitario, una R bordada en rojo.

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De repente, recordó lo sorprendida que estaba Lady Whithaven al ser


presentada al duque de Harrington. Y todo tenía sentido. Esta mujer había estado
con Rhys. Ella levantó su mirada hacia la cara de Lady Whithaven. Lágrimas
brillaban en sus ojos verdes.
- No debes ir más lejos – le susurró la mujer. - Quédate aquí conmigo, y todo estará
bien.
Esta mujer conocía el toque de Rhys, conocía su bondad. Y sin embargo, ya
le había dado la espalda.
Miró a Lord Whithaven. Con las mejillas encendidas, en una esquina distante
de la habitación. Recordó la poca atención que le había prestado a su esposa antes.
Esta noche la adoraba, y ella no pudo evitar preguntarse qué papel había jugado el
desliz de Lady Whithaven con Rhys en el cambio de actitud del conde.
Agarró el familiar pañuelo en su mano enguantada.
- Gracias, Lady Whithaven. Ahora sé, sin lugar a dudas, que todo estará bien.
Apenas oyó el grito de Lady Whithaven mientras continuaba. Y supo en el
momento exacto en que la mirada de Rhys se posó sobre ella, la sintió como una
caricia de bienvenida, a pesar de que estaba segura de que no lo habría dicho de
esa manera. Ella aceleró su paso hasta que de repente nada estuvo entre ellos solo
el camino desierto, los secretos revelados y los corazones heridos.
Pero las heridas podían sanarse y, en el proceso, los corazones se
fortalecían. Se detuvo frente a él.
- ¿Nadie te explicó que debes alejarte de mí? - Preguntó con los dientes apretados,
sus labios apenas se movían.
- Todos ellos lo hicieron. Lo mismo hicieron mis libros.
- Entonces hazlo. - Lentamente, ella negó con la cabeza. - ¡Maldita sea! - Siseó. -
¿No recuerdas el primer baile al que asististe? ¿La tristeza y la desilusión que
sentiste porque no fuiste bienvenido como esperabas?
Oh, ella lo recordaba. Lo recordaba bien.
- Lo que seguirá será diez veces peor - continuó. - Sin bailes, sin cenas, sin
caballeros visitándote. Serás ignorada y desdeñada. Tú sueño de hacerte un lugar
entre la aristocracia está a tu alcance. Apártate de mí.
- No.
- Lydia, eres digna de un rey, no me mereces. Debes regresar con Sachse.
- Tengo que seguir a mi corazón. - ella hizo una reverencia, con gracia,
elegantemente. Luego levantó su mirada hacia él. – Y mi corazón siempre me lleva
de regreso a ti.
- No sabes lo que estás haciendo.
Ella se enderezó y sonrió cálidamente.
- Oh, pero sí lo hago. Siempre soñé con viajar a Inglaterra y enamorarme, y lo hice.
Te amo, Rhys. Y nada cambiará eso.
Vio como lágrimas se formaron en sus ojos, y tragó saliva.
- Haría cualquier cosa por verte feliz.
Ella le tendió la mano.
- Entonces llévame lejos de aquí.
Él envolvió su mano con la de ella, la acercó a su costado y la acompañó
fuera del salón de baile. Lejos del brillo y el oro de Londres.
Y hacia su sueño.
Dentro de su carruaje, tomó a Lydia en sus brazos y la besó profunda y
desesperadamente. Mientras tuviera aliento, nunca olvidaría cómo se veía mientras

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Lorraine Heath

caminaba hacia él, una leona, una mujer que no sería domesticada por las reglas de
la sociedad.
- Eres una tonta, - dijo con voz ronca mientras llovía besos sobre su rostro.
- Te amo, Rhys.
Él se inclinó hacia atrás, acunando su rostro entre sus manos. Nunca pensó
volver a estar tan cerca de ella.
- Grayson me matará. Como lo hará tu madre.
Ella sonrió.
- No, no lo harán.
- Debes entender. Cuando Annie murió, traté de esconderme en el vientre de
Londres. Cinco años vagué. Un hombre puede perderse fácilmente en Londres. Un
joven devorado por la culpa podría arriesgarse a no encontrar la salida.
- Pero tú la encontraste.
El asintió.
- Finalmente. Nunca hice nada durante esos cinco años perdido, por lo que tuviera
que avergonzarme. Trabajé trabajos menores para comida y refugio. Levantando,
acarreando, construyendo, limpiando. Yo no era exquisito. Entonces William se
enfermó.
- Me lo dijo. También hablé con Lady Sachse.
-Cuando Camilla hizo su oferta, no parecía difícil. ¿Qué joven no sueña con que las
mujeres lo quieran? Debes comprender lo que dije la otra noche: quería que
corrieras. No quería que mi pasado te lastimara.
- La única vez que me sentí lastimada fue cuando me estuve lejos de ti. Te quiero
mucho.
- Hay una buena posibilidad de que no tengamos nada. La Reina podría llevárselo
todo.
- Entonces no tendremos nada… juntos.
Se quitó los guantes, y luego lentamente quitó los de ella. Tomó sus manos y
las presionó contra sus labios, inhalando el dulce aroma que ella había puesto en
sus muñecas.
- He buscado toda mi vida, sin saber realmente lo que buscaba. Hasta que te miré a
los ojos, hasta que vi tu aceptación de mí. Te quería ver feliz a toda costa. Te quiero
más que a la vida. ¿Me harías el honor de ser mi esposa?
Ella lanzó una risa alegre.
- ¡Oh… sí!
Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo besó apasionadamente. Con ella,
rara vez habría decoro. Y, sin embargo, cuando más lo necesitaba, como lo había
demostrado esta noche, tenía el porte regio de una reina.
- Hazme el amor, Rhys.
Cómo estuvo tentado de hacer exactamente eso. En cambio, retrocedió.
- No, la próxima vez que te haga el amor, querida Lydia, será después de que
hayamos firmado el acuerdo matrimonial. No haré que mi hijo llegue solo meses
después de que nos casemos y de que les avisemos a tus padres. Ya habrá
suficientes susurros en lo que a nosotros respecta.
Ella le besó la barbilla.
- No quiero esperar.
- Mañana enviaremos una carta a tus padres.
Ella presionó su cabeza en el rincón de su hombro.
- Vamos a ser tan felices.

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Solo quería poder ser tan optimista.

*-*

- Estás arruinada - anunció Lauren.


Ella cerró su libro. Había estado leyendo en el salón la mayor parte de la
tarde, mientras su prima había estado durmiendo. Ella había llegado a casa bastante
tarde la noche anterior.
- Pero estoy muy feliz – le dijo.
Lauren se sentó.
- Te iban a presentar al Príncipe de Gales.
- Y en su lugar, me casaré.
- Todos quedaron conmocionados cuando te fuiste con él.
Se inclinó y apretó su mano.
- Lo amo, Lauren. No me importa que haya dado placer a innumerables damas de
Londres. Solo me importa que él me ame.
Lauren abrió los ojos.
- ¿Él lo hizo? ¿Anoche? Todo el mundo especuló que lo hizo.
Ella sacudió la cabeza.
- No, simplemente condujimos por las calles de Londres, besándonos, hablando y
planificando nuestra boda.
Lauren miró hacia la puerta.
- ¿Sí? - El mayordomo entró con la bandeja en la mano. - Algunas mujeres están
aquí para ver a la señorita Westland.
Lauren tomó las tarjetas.
- Señoras Reynolds, Kedelbrooke y Wrotham. – La miró. - ¿Estás en casa?
Ella asintió.
- Ciertamente.
Las damas entraron con las mejillas rojo brillante y las miradas que danzaban
alrededor de la habitación como si no estuvieran seguras de querer mirarla
directamente. Lauren las invitó a sentarse y les ofreció té. Todas se sentaron
tranquilamente a beber.
Finalmente, lady Reynolds dijo:
- Señorita Westland, espero que no me considere impertinente, pero nos morimos de
ganas de saber... ¿tiene intención de casarse con el duque?
Ella sonrió, queriendo expresar su absoluta alegría de poder responder lo que
era.
- Sí.
Lady Reynolds parecía increíblemente encantada.
- Espléndido. Mi querida niña, tienes mucha suerte. Él tiene unas manos tan
maravillosas. Honestamente, una vez que te cases, debes hacer que frote tus pies.
De repente deseó que Lauren no hubiera dejado pasar a esas damas. Nunca
se le había ocurrido que hablaría con las mujeres que habían conocido el toque de
su amor. Una cosa era aceptar que se había acostado con algunas damas. Otra muy
distinta era tomar el té con ellas.
- ¿Él le frotó los pies? - Se atrevió a preguntarle.
Lady Reynolds asintió.

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- Había ido a verlo porque mi querido esposo era un poco apresurado a veces - Su
sonrojo se hizo más profundo. - Su Gracia, por supuesto que él no era Su Gracia en
ese momento, compartió conmigo varias estrategias para reducir el entusiasmo de
mi esposo, y todo el tiempo que me explicaba cómo hacerlo, me frotaba los pies.
Fue tan delicioso.
- A mí me frotó la espalda - admitió Lady Wrotham. - Me senté en su regazo como
una niña y lloré con todo mi corazón. De ahí la razón por la que tenía el pañuelo, que
descubrió mi marido. En mi matrimonio, no encontré nada parecido a la pasión que
leí en los libros de Jane Austen.
- Sí, también me dio su pañuelo - dijo Lady Reynolds. - Lloré abominablemente al
principio, mientras relataba mi triste historia.
- A mí me dio de comer bombones hasta que pensé que iba a explotar - contó Lady
Kedelbrooke. - Fue una noche muy agradable.
- ¿Agradable? - Preguntó ella. Agradable ni siquiera comenzaba a expresar lo que
era tener a Rhys haciendo el amor con una mujer.
- Oh sí. Él tiene una pasión por los libros igual que yo. Aunque contrastamos entre
Dickens y Twain.
Chocolates y libros. Masajes de pies y consejos.
- ¿Les han contado a sus maridos exactamente lo que ocurrió entre ustedes y Rhys?
– les preguntó.
- Oh, no - dijo Lady Kedelbrooke. - Prefiero que mi esposo piense que fui mala. Él ha
estado muy atento desde entonces, esforzándose por asegurarse de que no me
desvíe nuevamente.
Cuando en realidad nunca se había desviado para empezar.
No tenía dudas de que algunas mujeres habían recibido mucho más de Rhys
que estas damas. Pero ella no sentía celos ni envidia. Ella tendría lo que todas estas
damas nunca tuvieron. Un marido que la adoraba, que estaría atento y que nunca la
haría desviarse.

*-*

Su familia había llegado tres días antes de la boda. Su vestido de novia había
llegado el día anterior. En las semanas transcurridas desde el infame baile, como se
lo conocía en Londres, los susurros eran cada vez más silenciosos.
Unas pocas damas más habían llamado a su puerta. Ella era la envidia de
muchas.
En dos días, ella y Rhys se casarían. Pero tenía una cosa más que quería
hacer.
Estaba de pie en el vestíbulo de la casa que el duque de Harrington había
elegido para su duquesa. Una casa que ella suponía de alguna manera pertenecía a
Rhys. Sin embargo, ninguno de ellos había sido invitado allí.
Ella le había dado su tarjeta al mayordomo, una tarjeta que pronto sería
diferente, ya que pronto llevaría su nombre de casada.
Oyó que el mayordomo se acercaba y reforzó su resolución.
- Lo siento - dijo con frialdad. - La duquesa no está en casa.
Ella sonrió.
- Entonces esperaré aquí hasta que esté.
Él parpadeó.
- Su Gracia no está en casa.

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Ella asintió.
- Lo oí. Esperaré por aquí junto a esta planta que está en su maceta hasta que
regrese.
El hombre giró sobre sus talones y caminó por el pasillo del que había venido.
Un momento después, la duquesa viuda caminaba pesadamente hacia ella.
- ¿No entiendes que cuando te dicen que no estoy en casa, simplemente significa
que no estoy en casa para ti? - Preguntó ella.
- Lo entiendo perfectamente, Su Gracia.
La duquesa se detuvo como si se hubiera golpeado contra una pared de
ladrillos.
- Entonces, ¿por qué le dijiste a mi mayordomo que esperarías hasta que volviera?
- Porque quiero hablar con usted, y esperaré todo el día si es necesario.
- Pero yo no deseo hablar contigo, y puedes esperar todo el mes. No-estoy-en-casa.
Ella sonrió.
- Entonces esperaré todo el mes.
- ¡Impertinente muchacha! – dio un florido giro, y se dirigió hacia el pasillo.
- ¿Le gustaría una silla en la que esperar? – le preguntó el mayordomo.
Ella negó con la cabeza.
- No, esperaré de pie. - Y ella lo hizo. Mientras el mayordomo ocasionalmente
consultaba con la duquesa, solo para regresar con el mensaje de que aún no estaba
en casa.
Si la duquesa quería una prueba de voluntades, descubriría que ella no era
alguien con quien jugar, ni con Rhys.
- La duquesa está en casa - dijo el mayordomo en voz baja.
Ella miró el reloj del pasillo. Cuatro horas. No había tenido que esperar todo el
tiempo que pensaba.
Siguió al mayordomo al salón.
- Alto - dijo la duquesa, desde su silla junto a la ventana. - Has sido recibida. Ahora
puedes irte.
- No lo creo. – caminó más adentro de la habitación y estudió un retrato que estaba
colgado sobre el hogar. El hombre era realmente guapo, pero también hizo que un
escalofrío recorriera su espina dorsal. - ¿Ese es Quentin?
- Sí.
- Tuvo dos hijos, Su Gracia. - dijo enfrentándose a la mujer. - Pasado mañana, me
voy a casar con Rhys.
- No me estás diciendo nada que yo no sepa. Vi el anuncio en el Morning Post.
- Significaría mucho para nosotros que estuviera allí.
- No estoy dando mi bendición a esa unión. Quentin está muerto por culpa de Rhys.
Rhys lo traicionó. - Bajó la mirada. - Quentin comenzó a beber después de la muerte
de Annie. Fue esa bebida la que lo hizo tropezar en el estanque familiar e hizo que
se ahogara.
- No conocí a Quentin, Su Gracia. Pero sé que Rhys es un buen hombre.
- ¡Ah! Y envió por el bastardo del Duque en contra de mis deseos.
- ¿No ve nada bueno en él… en absoluto?
- No puedo ver lo que no existe.
Ella suspiró profundamente, tan desesperadamente quería hacer que esta
mujer entendiera lo valioso que era Rhys. Pero la única forma de hacerlo era
destruyendo a Quentin, o revelando que Rhys le había pedido al Duque que le dijera

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que la amaba. ¿Y arrebatarle lo que ella tanto apreciaba? No podía hacer ninguna
de las dos cosas.
- Amo a su hijo, Su Gracia, con todo mi corazón. Y no he podido encontrar ningún
momento en su vida en que se haya colocado antes que nadie. Él es un buen
hombre, un hombre honorable. Pasado mañana, toda mi familia estará conmigo en
la iglesia. Rhys no tendrá familia. Amaba a su Duque, yo amo al mío y le pediría que
lo ame usted también. Únase a nosotros cuando comencemos nuestra vida juntos.
No podemos cambiar las heridas del pasado pero podemos asegurarnos de que
haya menos en el futuro.
- Eres muy mal educada, pero… - dijo la duquesa y miró por la ventana. –…ahora,
dime todas las razones por las que amas a mi hijo.
Sin dudarlo, ella lo hizo.

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Capítulo 26

“Una verdadera dama no dejará ninguna duda en la mente de nadie, de que ama al
hombre de su elección con todo su corazón.”
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland
Estaba parado en una pequeña habitación no lejos de donde entraría a la
iglesia. Lord Sachse esperaba con él. Hubiera querido que Grayson lo acompañara,
pero su medio hermano tenía una obligación más apremiante, debía entregar a su
novia.
Había pensado que la capilla sería suficiente ya que estaba seguro de que
solo la familia de Lydia estaría presente. Pero ella había querido la iglesia grande y
como siempre, se encontró incapaz de negarle nada.
Un brusco golpe en la puerta, y Camilla entró a zancadas a la habitación. Él
nunca pensó que volvería a hablar con ella, y sin embargo, de alguna manera, se
encontró haciendo exactamente eso. La había perdonado por sus mentiras y
engaños, tal vez porque cuando todo estuvo dicho y hecho, había reconocido que
ella había sufrido mucho más que él, había tenido un marido poco amable con quien
lidiar, similar a Quentin. Y a su extraño modo, había creído que les estaba dando a
las damas de Londres algo que de otra manera no podrían adquirir.
- Los invitados están llegando – anunció, se acercó a él y le dio unas palmaditas en
las solapas. - Puedes agradecerme apropiadamente más tarde.
- Si los invitados están aquí, sospecho que es más obra de Lydia que tuya - le dijo.
- No seas tan abominablemente correcto, Rhys. No es propio de ti. - le palmeó las
solapas otra vez antes de retroceder. - Aunque debo admitir que hoy te ves
terriblemente guapo. - Se volvió hacia Lord Sachse. - Y tú también.
- Gracias por el cumplido, Lady Sachse.
- Honestamente, Archie, no necesitas ser tan formal. Estamos prácticamente
emparentados.
- No estamos emparentados en absoluto, lady.
Él se sobresaltó por el comentario del hombre y la advertencia premonitoria
que sintió vibrar en las palabras pronunciadas en voz baja. ¿No le había dicho él lo
mismo a Lydia, de la misma manera, y en el mismo tono?
Camilla se sonrojó, en realidad parecía nerviosa.
- Quizás la próxima temporada tengas un poco más de suerte para encontrar una
esposa.
Archie se encogió de hombros.
- Prefiero elegir sabiamente que apresuradamente. Ahora que la Temporada está
llegando a su fin, sin embargo, necesito echar un vistazo a todas las propiedades de
Sachse, esperaba que pudieras acompañarme, no sé nada sobre la gestión de una
finca tan grande y tú has hecho un trabajo tan espléndido al familiarizarme con
Londres, que pensé que podrías ser una excelente tutora mientras aprendo lo que
debo para evitar que el apellido Sachse se arruine.
- Estoy bastante lista para salir de Londres - dijo Camilla - Estaré más que
encantada de acompañarte.

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Él observó el intercambio con interés. Camilla era una mujer coqueta, cada
palabra y acción estaba diseñada para controlar a un hombre. ¿Pero Archie? ¿Cuál
era su interés en Camilla?
Ella se acercó a él nuevamente, puso las manos sobre sus hombros, se puso
de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
- Te deseo lo mejor, Rhys.
Cuando dio un paso atrás, él se sorprendió al ver las lágrimas en sus ojos.
Retiró el pañuelo de su bolsillo.
- Toma.
Al ver su ofrenda, ella rio ligeramente y lo tomó.
- Honestamente, Rhys, debes asegurarte que pongan un monograma diferente en
tus pañuelos. Estos son conocidos en todo Londres.
- Estás en lo cierto. Me ocuparé de eso después de mi boda.
- Ella es una chica con suerte, Rhys. Bueno, ahora los dejaré caballeros, - caminó
hacia la puerta y agitó los dedos en el aire. - Archie, espero verte esta noche.
- Será un placer hacerlo... Camilla.
Ella se detuvo y miró por encima del hombro. Nunca la había visto tan dócil,
tan vulnerable.
- Entonces podríamos discutir nuestros planes para recorrer las fincas.
- Por supuesto - dijo Lord Sachse en voz baja.
Con una sacudida de su cabeza, Camilla salió de la habitación.
- Cuidado con su corazón, Archie - dijo él en voz baja, sin saber por qué sintió la
repentina necesidad de proteger a Camilla.
Archie lo miró y le dio un brusco asentimiento.
- Tengo la intención de hacer exactamente eso. Sospecho que nadie lo ha hecho,
aunque es probable que hayas sido tú el que estuvo más cerca.
- Debo confesar que nunca entendí por qué me gustaba en la misma proporción en
la que la despreciaba.
- Tal vez porque comprendiste que ella no es tan insensible como parece. El anterior
conde de Sachse, ojalá se pudra en el infierno, guardó un diario que descubrí
cuando pasé la noche en la casa solariega antes de llegar a Londres. Mientras ella y
yo recorremos las fincas, pretendo convencerla de que no soy como mi predecesor.
- Ella no podrá darte un heredero.
Archie se encogió de hombros.
- Veremos. Estoy más inclinado a creer que la culpa era de su esposo.
Antes de que él pudiera decir más, sonó otro golpe. Su corazón dio un salto, y
tomó una respiración profunda. Era hora.
La puerta se abrió y su madre entró, regia en todo su porte. No podría haber
estado más sorprendido si hubiera sido la misma Reina quien entrara. Había ido a
verla poco después de la debacle del baile, para anunciarle su intención de casarse
con Lydia. Pero ella se había negado a verlo.
- Madre, ¿qué estás haciendo aquí?
Ella envió una mirada arrogante a Archie.
- ¿Podría por favor disculparnos?
- Ciertamente, Su Gracia.
El hombre salió de la habitación, cerrando la puerta silenciosamente detrás de
suyo.

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- Tu dama vino a verme - anunció su madre. - Ella es bastante... malcriada,


insolente... terca. ¿Sabes que estuvo en el hall de entrada cuatro horas parada,
esperando que yo la recibiera? Mujer impertinente.
- No voy a dejar que arruines mi día – le advirtió - Si tengo que llevarte por la iglesia
como un saco de patatas, por Dios, que lo haré.
- Honestamente, Rhys, ¿debes compararme continuamente con un saco de patatas?
Lo encuentro muy poco halagüeño. - Él la miró, inseguro de cómo responder. ¿Ella
estaba bromeando? Seguramente no. La duquesa viuda se acercó, se puso delante
de él y como había hecho Camilla, comenzó a enderezarle y cepillarle las solapas
con las manos, que no necesitaban atención. - Todos los días debes decirle que la
amas. No esperes hasta que estés en tu lecho de muerte. Una mujer necesita
escuchar esas palabras a menudo.
- Como lo hace un hijo - dijo en voz baja.
La mujer dejó de juguetear con sus solapas y levantó la mirada. Las lágrimas
brotaron de sus ojos.
- Te amo mucho. Siempre lo hice. Me sentía culpable por eso, y entonces arruiné a
Quentin. Hasta la aventura con Annie, siempre habías sido tan dulce, se me rompió
el corazón que traicionaras a tu hermano de esa manera. Y sentí que les había
fallado a los dos. Lo siento mucho.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Él la atrajo hacia su abrazo.
- Nunca me fallaste.
Su madre se estremeció con sollozos silenciosos.
- Me sentí como si lo hubiera hecho - dijo con voz ronca.
Él metió los nudillos debajo de su barbilla e inclinó su rostro hasta que pudo
mirarla a los ojos.
- Te amo madre. - Más lágrimas salieron a la superficie, y él no tenía pañuelo para
dárselo, Camilla se había llevado el último con ella cuando se fue. Entonces recogió
las lágrimas con su guante. - Bien, ahora, no más de esto. Quiero ver una sonrisa.
Ella le dio una, y él se la devolvió con amabilidad.
- Lydia será una maravillosa duquesa – dijo su madre.
- De hecho, lo será.
- Entonces será mejor que continúes con la boda. Estoy ansiosa por tener nietos.

Estaba frente a la iglesia, completamente incapaz de creer en el cambio de su


fortuna. Su pequeña soñadora había acudido a él en busca de lecciones sobre cómo
ser aceptado entre la aristocracia, y al final, había sido ella sola quien se había
ganado tal aceptación.
Los rumores sobre su pasado habían comenzado a calmarse. Si la Reina
estaba disgustada con él, aún no había hecho nada al respecto, lo que le daba más
esperanzas de que todo estuviera bien. Eso y el hecho de que la iglesia estuviera
llena hasta los topes.
Archie estaba de pie a su lado. Se giró levemente, y posó la mirada en su
madre, sentada en el primer banco, quien le sonrió, con una sonrisa que rebosaba
amor. Puso una mano sobre su corazón antes de presionar los labios en sus dedos y
enviarle un beso. Él le devolvió el gesto y podría haber jurado que escuchó algunos
suspiros.

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El órgano, de repente, llenó la iglesia con los gloriosos acordes para anunciar
la llegada de su novia. Miró hacia el pasillo y supo que nunca había visto una mujer
más bella.
Cantidad de encaje en cascada sobre satén blanco. Una blancura ondeante
fluía a lo largo de su parte trasera. Un velo gastado caía sobre su rostro hasta las
rodillas. Sin embargo, a través de él, podía ver su brillante sonrisa, y sus radiantes
ojos.
Llevaba un ramo de orquídeas blancas y caminaba despacio, elegantemente,
del brazo del hombre que había sido su padre desde que era una niña, el hombre
que involuntariamente la había traído hasta él. No podía evitar creer que la fortuna
era una dama traviesa, tejiendo los tapices más elaborados con las vidas de las
personas.
Pero sabía que el resto de su vida, al menos, se tejería con hilos de oro.
Lydia se detuvo antes de llegar al altar, al lado del banco donde estaba
sentada la duquesa. Sacó una flor de su ramo y se la ofreció a su madre. La
duquesa se levantó y la abrazó suavemente antes de tomar la orquídea y regresar a
su asiento.
Entonces ella estaba a su lado, una mano en su brazo, su mirada fija en la
suya, su sonrisa irradiando su amor por él.
Y todo lo que importaba era que sería suya durante el resto de su vida, y que
le había enseñado, a un realista, cómo soñar.

- ¿Qué has hecho con mi madre? – le preguntó Rhys desde la puerta que separaba
su dormitorio del de ella. - La mujer que afirma ser la Duquesa Viuda de Harrington
no es una mujer que conozca.
Sonriendo ante el reflejo de su marido, movió lentamente el cepillo por su
cabello.
- Simplemente le recordé que tenía otro hijo, y que era muy digno.
- En lo que a ti respecta, nada es tan simple.
Él caminó hacia ella. Su cuerpo temblaba de necesidad y deseo. Llevaba una
bata de seda. No le tomaría ningún tiempo quitársela de encima.
Sostenía un pequeño cántaro de plata, del tamaño de una taza de té.
- ¿Qué es eso? – le preguntó.
- Ya verás.
Puso el cántaro sobre el tocador y tomó el cepillo de sus manos. Observó los
movimientos lentos, pausados y la forma en que su mano sujetaba su cabello antes
de deslizar el cepillo a través de él.
- ¿Qué te dijo mi padre? – le preguntó.
Rhys detuvo su cepillado y se arrodilló junto a ella, la giró para que lo
enfrentara.
- Se llevará a William a Texas con él.
Y en su voz, escuchó el dolor. Ella pasó los dedos por su cabello, los arrastró
por su rostro y acunó su mandíbula.
- Lo extrañarás.
Él asintió.
- Viajamos juntos a través de la oscuridad. Él todavía tiene que encontrar su luz.
Mientras que tú, mi querida Lydia, eres toda la luz que necesitaré alguna vez.

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Su beso fue la más dulce de las desesperaciones, reclamando su boca con


audaces caricias de la lengua. Mientras la arrastraba al reino del placer que ella solo
había compartido con él, que solo quería compartir con él, era vagamente consciente
de que había desatado el cinto de su bata y ahora estaba trabajando duro en los
botones de su camisón. Quince botones, y su boca nunca se había apartado de la
suya mientras sus manos se esmeraban.
Por cierto que era un hombre talentoso. Ella enredó los dedos en su cabello,
sosteniéndolo en su lugar para que su lengua pudiera bailar con la suya. Él se
deleitaba con su entusiasmo, y descubrió que eso servía para encender más el
deseo en ella, impacientándola. Ya quería estar en la cama, abriéndose para él,
dándole la bienvenida. Él era su esposo ahora, y esa unión santificaría su
matrimonio, sin que la culpa flotara por los bordes de su conciencia. Aunque ella
había disfrutado cada encuentro que habían compartido, este no le dejaría ese
atisbo de pena, como los anteriores. No tendría necesidad de ofrecerse ningún tipo
de consuelo.
Eran libres de toda restricción, libres de celebrar su amor. Entregándose el
uno al otro.
Él terminó el beso pero no sus atenciones hacia ella, movió los dedos
alrededor de su rostro, su mirada siguiendo el suave movimiento, a lo largo de su
garganta. Bajando aún más, sus manos se deslizaron por la abertura del camisón, y
sus palmas descansaron sobre su cálida piel, capturando los latidos de su corazón.
Provocativamente, con la facilidad de un maestro seductor, movió las manos,
y la tela cayó por sus hombros, bajando por su espalda para amontonarse en su
cintura.
- Levanta las caderas - le ordenó. Ella obedeció y él deslizó su camisón sobre sus
caderas, más allá de sus muslos, rodillas y pies. - Nunca me cansaré de mirarte -
dijo con voz ronca.
- Ni yo - prometió ella mientras se inclinaba hacia adelante y tiraba de su cinturón.
Él cerró su boca sobre un pezón mientras ella luchaba por desatar el nudo
que mantenía su piel fuera de su alcance. Cuando logró hacerlo, empujó la bata
hasta que cayó al suelo.
Se preguntó si su aliento siempre se detendría al verlo, si su corazón siempre
latería más rápido, si su alegría siempre se expandiría para llenar su pecho casi
hasta el dolor.
Mientras le acunaba el pecho, preguntó:
- ¿Recuerdas cuando te dije que prefería el lugar dónde había estado el chocolate?
Sus dedos masajeadores la distraían, provocando que la calidez entre sus
muslos aumentara.
- Sí.
Levantó el pequeño cántaro de plata.
- Chocolate. Caliente. Derretido.
Sus ojos se agrandaron cuando goteó una línea de chocolate sobre el pecho
que todavía sostenía con una mano. Él le dedicó una sonrisa perversamente
encantadora, y el gris en sus ojos se oscureció al estaño. Luego estaba lamiendo lo
que había vertido.
- Dios mío, su gracia - ronroneó mientras clavaba los dedos en sus hombros,
dejando caer la cabeza hacia atrás y rodeándole la cintura con las piernas. Cuando
el chocolate desapareció, él continuó moviendo la lengua sobre su pecho. - Ahora
entiendo - Suspiró. – “Donde ha estado el chocolate".

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Amar a un Lord escandaloso
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Lorraine Heath

- Conozco todo tipo de pequeños trucos - le aseguró.


Ella levantó la cabeza, deslizó una mano debajo de su barbilla, deteniendo
sus tiernas atenciones y levantando su mirada hacia la de ella.
- No necesitas trucos conmigo, Rhys.
Dentro de sus ojos, dejó al descubierto su amor por ella. Casi lloró por la
profundidad de ese sentimiento. Sin rechazo cínico, sin negación protectora. Había
bajado sus paredes, revelando su verdadero yo.
- Lydia, quiero que sepas que nunca hice el amor con ninguna de esas mujeres.
Admito que he complacido a algunas de ellas, pero nunca disfruté. Mi propósito era
consentirlas, darles todo, sin tomar nada para mí. Nunca nadie me ha dado todo,
como lo haces tú. - Sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas. - Nadie jamás
me llamó por mi nombre - dijo con voz áspera.
- Rhys – le dijo en voz baja.
- Dios mío, cuanto te amo.

Él reclamó su boca con desesperada urgencia. Ella era suya, ahora y


siempre. Esa mujer que pronunciaba su nombre como una bendición, esa mujer que
afirmaba no necesitar trucos, no necesitar nada más que a él mismo.
Con cada mujer antes que ella, él había sido extremadamente consciente de
cada toque, cada golpe, cada caricia, determinado a que cada uno aumentara el
placer de la mujer.
Con Lydia, él estaba más allá del pensamiento. Simplemente quería tenerla,
compartir todo con ella, poseerla como ella lo poseía. Sus pequeñas manos estaban
en su pelo, luego frotando su cuello, acariciando su cara, como si no pudiera tener
suficiente de él. Él nunca había conocido tanta alegría.
Colocó las manos a ambos lados de sus caderas y la atrajo hacia adelante.
Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura, sus muslos suaves y cálidos contra
sus costados. Cortó el beso solo el tiempo suficiente para ordenar:
- Agárrate fuerte.
Luego se puso de pie y se levantó con ella alrededor suyo. Él tenía un brazo
debajo de ella, y el otro alrededor de su espalda, mientras sus bocas se devoraban y
sus cuerpos se calentaban.
Una letanía corrió por su mente: era suya, total y completamente.
Absolutamente. Ella no pertenecía a nadie más, nunca había pertenecido a otro
hombre.
Y él nunca había pertenecido a otra mujer. Solo ella se había atrevido a
romper sus defensas y conquistar su corazón.
Sus pasos se aceleraron y su corazón latió con fuerza. La llevó al otro lado de
la habitación, la acostó en la cama y la siguió, sus bocas nunca se separaron, sus
cuerpos se cerraron.
Ella dijo que no necesitaba trucos. Con ella, nunca había usado ninguno. Él la
tocó tanto por su placer como por el de ella. Su piel era la suavidad de la seda, su
calor como el de un fuego recién encendido.
Sus suspiros lo estimulaban, sus gemidos lo volvían loco. Ella lo acariciaba
como si nunca fuera a tener suficiente de él, le frotaba la espalda, los costados, la
espalda otra vez, las nalgas, instándolo a continuar. Con las plantas de sus pies, ella
acarició sus pantorrillas, sus pies. Nunca había estado con una mujer que buscara

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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

complacerlo tanto como él la complacía. Nunca había sabido que podía tomar,
además de dar.
Había planeado una lenta seducción, pero su resolución se marchitó por el
entusiasmo que sentía ella. Tendrían tiempo luego, más tarde. Por ahora, el fuego
de la pasión corría desenfrenado. Y deseaba a Lydia con una desesperación que
nunca había conocido. La quería egoístamente, para sí mismo.
Arrastró su boca por su garganta.
- Rhys. - Ella se adosó a él, arqueando las caderas contra su cuerpo. - Te quiero. Te
quiero ahora.
Gimiendo bajo, deslizó una mano entre sus cuerpos, ella gemía mientras él
tanteaba y acariciaba, estaba caliente, húmeda y lista.
Se levantó por encima de ella, sosteniendo su hermosa mirada violeta y
observando cómo la felicidad cruzaba por su rostro mientras él se deslizaba
lentamente dentro de ella, pulgada a pulgada, llenándola por completo, reclamando
sin remordimientos o culpas, lo que acababa de adquirir.
Una mujer que lo amaba
Ella le dio la bienvenida a su plenitud, cerrándose con su cuerpo a su
alrededor. Lydia ahuecó la parte de atrás de su cabeza y bajó su boca hacia la de
ella. Cuando él comenzó a moverse lentamente dentro de ella, sus lenguas se
acompasaron y empujaron al ritmo de sus caderas. Ella apartó su boca de la suya.
- Eres mío - gruñó.
- Siempre.

Rhys se rindió con desenfrenado abandono a la pasión que ella despertaba


en él. Aceleró sus golpes, profundizó sus embestidas. Ella sostenía su mirada,
viendo cómo la tempestad que se fraguaba dentro de él oscurecía sus ojos, de color
gris plateado, a peltre. Había tanta belleza en su moderación, tanto poder en su
resolución. Ella sabía que no terminaría sin ella.
Gritó su nombre, y él bramó el suyo cuando juntos alcanzaron el pináculo del
placer, sus cuerpos se derrumbaron. Cuerpos traspirados temblando, miembros
cansados vibrando. Sintió que su corazón latía con fuerza y se preguntó si él podría
sentir el suyo.
Él cerró sus brazos alrededor de ella y los rodó, colocándose de costado, sus
cuerpos aún unidos. Letárgicamente ella arrastró sus dedos a lo largo de su costado.
- ¿Rhys?
- ¿Mmm?
- Quiero que me enseñes todo lo que sabes sobre el placer.
- No necesitas lecciones, Lydia - murmuró. - Posees un talento natural cuando se
trata de hacer el amor.
Ella presionó un beso en su garganta.
- Creo que necesito lecciones. He estado pensando en el chocolate.
- ¿Qué hay con eso?
- Creo que me gustaría probar dónde ha estado - se inclinó hacia atrás y sostuvo su
mirada - si es en ti.
Él se levantó por encima de ella y le sonrió.
- Entonces, por supuesto… comencemos las lecciones.

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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Epílogo

“Un verdadero caballero amará a su Dama con todo su corazón y hará todo lo
que esté a su alcance para hacerla feliz.”
< Como corregir los errores de la vida>
El Duque de Harrington

Se había susurrado en todo Londres que el baile de esa noche sería el evento
social de la temporada, que no se podía perder aquel lo suficientemente afortunado
que había recibido una invitación.
Ella había estado anticipando esa noche durante semanas.
- ¿Qué piensas, Mary? - Preguntó, mirando su reflejo en el espejo, satisfecha con las
líneas de su nuevo vestido.
- Estás preciosa. Su Gracia estará muy complacido, estoy segura.
- Has hecho maravillas con mi pelo como siempre. Gracias.
Cuando Mary abrió la puerta, oyó las risas, una era un profundo estruendo
tejido a través de cuerdas con otra mucho más ligera, flotando en el aire.
Mary la miró.
- Suena como si el duque y Lady Katherine estuvieran juntos otra vez.
- De hecho lo hace.
Sabiendo que ella y su marido llegarían tarde una vez más, se dirigió a la
habitación frente a la de ellos, la habitación designada como la guardería. Su
corazón se expandió, y se preguntó si alguna vez no sentiría esa inmensa
satisfacción al ver a Rhys sosteniendo a su hija de seis meses. Raramente dejaba
pasar la oportunidad de tomarla en sus brazos. Era un padre tan atento como marido
considerado. Ella sabía que dos mujeres más afortunadas no existían en toda Gran
Bretaña.
Vio como Rhys movía a su hija acercándola al espejo hasta que sus agudas
carcajadas resonaban alrededor de él, entonces sus risas se unían. Últimamente,
Katherine se había cautivado con su imagen en el espejo, y su padre aprovechaba
su fascinación para sacar el máximo provecho. No creía que la risa hubiera sonado
en esa casa tan a menudo o tan fuerte.
- Rhys, ¿te das cuenta de que es extremadamente malo para nosotros llegar tarde a
un baile que estamos organizando? - le preguntó.
Se calmó, pero su sonrisa no disminuyó.
- ¿Cómo puedo llegar tarde cuando vivo en la casa donde se realiza?
- Llegarás tarde si no estás abajo para saludar a nuestros invitados a su llegada.
Sosteniendo su mirada en el espejo, dijo:
- Entiendo que el baile de Harrington se promociona como el evento social del año.
Ella no pudo contener su sonrisa.
- Eso es lo que escuché.
- ¿Qué tal eso, Katherine? – le preguntó a la pequeña - Esta noche asistirás al
evento social de la temporada.
- Rhys, no estarás pensando en llevarla abajo.

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

- ¿Por qué no debería? Ella está tan feliz como su madre. Todos la adorarán tanto
como yo. - Él acercó a Katherine al espejo y de nuevo la niña estalló en carcajadas.
- Escúchala, Lydia - dijo con reverencia. - suena tan increíblemente feliz.
- Tal vez porque lo es - dijo mientras cruzaba la habitación y apoyaba la cabeza en el
brazo de su esposo hasta que el espejo reflejaba a la familia como un retrato
perfecto. La nena de cabello oscuro y ojos violeta sostenida por su adorado padre y
la madre y esposa que los amaba tanto a ambos. - Suenas feliz también, Rhys.
- Lo soy. Más de lo que alguna vez pensé que sería posible. ¿Y tú?
Ella sonrió cálidamente.
- ¿No lo sabes sin preguntar?
- Lo sé, pero todavía disfruto oyendo las palabras, mi pequeña soñadora.
Levantándose de puntillas, lo besó antes de susurrar:
- Mi querido Rhys, contigo a mi lado, estoy viviendo mi sueño.

FIN

TRADUCCION SIN FINES DE LUCRO: FABYFER - 2019

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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath

Sobre el Autor

LORRAINE HEATH les da crédito a sus padres por su fascinación con el romance.
Ella es la hija de una belleza británica y un tejano que estuvo estacionado en
Bovingdon mientras servía en la Fuerza Aérea. Lorraine nació en Watford, Herts,
Inglaterra, pero se mudó a Texas poco después. Dado que su nacionalidad "dual" le
ha dado un amor por todas las cosas británicas y texanas, disfruta tejiendo ambas
herencias a través de sus historias. Sus novelas han sido reconocidas con
numerosos premios, incluyendo RITA de Romance Writers of America, el medallón
HOLT y cinco premios Texas Gold. Puede escribirle por correo electrónico a
www.lorraineheath.com

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