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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath
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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath
Para mi papá…
hecho realidad.
Te extraño.
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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath
Prólogo
Londres 1879
Los gritos sin aliento de la joven se elevaron hasta un tono febril, mientras él
la impulsaba hábilmente hacia el pináculo del placer. Contra sus palmas, las caderas
femeninas se estremecieron.
- Geoffrey, ¡oh, Geoffrey!
¡Confundirlo!
Enmudeció, sabiendo sin lugar a dudas lo que seguiría. Un pequeño gemido y
luego lágrimas. Más rápido que la mayoría, ella sucumbió a ambas insípidas
reacciones.
Muy lentamente levantó la cabeza de entre sus muslos y capturó por solo un
latido de corazón la horrorizada mirada verde, antes de que apartara la mirada y
comenzara a llorar.
- Lo siento mucho - dijo con voz ronca.
Era lo correcto. Ya que era extremadamente malo nombrar al marido de una
mientras estaba en la cama con otro…pensó Rhys Rhodes mientras le daba un
ligero beso en el interior del muslo, lo que solo sirvió para hacer que se estremeciera
y transformara su llanto en aborrecibles sollozos. Con ternura movió la esbelta
pierna de la joven, para poder salir de ese íntimo lugar, en el que obviamente ya no
deseaba estar.
Se sentó en el borde de la cama y abrió un cajón de la mesa de noche. De
allí, sacó un pañuelo con monograma, que estaba cuidadosamente doblado, uno de
una docena que tenía disponibles para esas ocasiones. Últimamente estaban
sucediendo con una frecuencia irritantemente creciente.
Realmente necesitaba hablar con Camilla sobre las mujeres que le estaba
enviando.
Echó un vistazo por encima del hombro. La muchacha se había alejado de él,
dándole su hermosa espalda. Se asomó sobre su hombro encrespado y colgó el
pañuelo delante de ella.
- Aquí tienes, usa esto.
Ella arrebató su ofrenda y procedió a secarse las lágrimas, aspirando por la
nariz de una manera poco elegante durante el proceso.
- No es justo - murmuró. – Él está con su horrible amante esta noche. ¿Por qué yo
no puedo disfrutar de un amante sin sentirme culpable?
Cogió su bata de una silla cercana, se cubrió con la seda y se ajustó el cinto.
La experiencia le había enseñado que la mejor manera de ser indulgente era cuando
las pieles no estaban en contacto. Volvió a la cama, se extendió sobre las sábanas
de raso y le pasó una mano suavemente por el hombro tembloroso.
- Ven acá.
Ella sacudió la cabeza.
- No puedo. Aún no.
- Condesa, déjame abrazarte. Incluso te permitiré golpear mi pecho si eso te hace
sentir mejor - dijo en voz baja.
Lo miró por encima del hombro. Las lágrimas humedecieron sus mejillas y se
juntaron en las comisuras de su boca.
- ¿No quieres terminar?
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Hijas de Fortuna 02
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- Te aseguro que no tengo la menor idea. No estoy muy versado en asuntos del
corazón.
Contempló la misiva arrugada dentro del puño de nudillos blancos. Las
palabras ya no eran visibles, pero quedarían estampadas para siempre en su
memoria.
- No te sientas tan devastado, Rhys. No es propio de ti. Puedo asegurarte que el
amor está muy sobrevalorado y para lo único que sirve, es para que se mantenga la
situación en secreto, como lo ha demostrado nuestra condesa en el piso de arriba.
Ignorando su parloteo sin sentido, lentamente se puso de pie.
- Mi hermano está muerto.
- Debo confesar que no estoy terriblemente sorprendida de que haya tenido un final
prematuro. Por lo que escuché, Texas es un desierto sin ley. Tu padre estaba
pidiendo un dolor de corazón cuando envió a su bastardo allí. ¿Cómo murió?
¿Indios? ¿Bandidos? ¿Fue terriblemente sangriento? Comparte los detalles.
Negando con la cabeza, ya que aún no era capaz de comprender el motivo
por el que Satanás se había llevado con él a su secuaz.
- No Grayson. Quentin.
Camilla jadeó y presionó una mano contra su garganta.
- ¿El marqués de Blackhurst? ¿Cómo en el nombre de Dios…
- Aparentemente se ahogó en el estanque familiar.
Rápidamente su conmoción cedió paso a su inclinación por los proyectos,
como lo demostraba la sonrisa triunfante que se extendió lentamente por su rostro
sorprendentemente hermoso.
- Bien… bien… bien. Así que el hijo de repuesto se convierte en el heredero. -
Acercándose, colocó su palma sobre el lugar donde una vez había habitado un
corazón. - Siempre quise ser duquesa.
Envolvió con su mano la de ella y la apartó de su pecho.
- Entonces puedes seguir queriéndolo un poco más de tiempo, condesa.
- No seas absurdo. Hemos trabajado muy bien juntos durante todos estos años.
Somos un buen equipo, tú y yo.
- Me atrevo a decir que nunca nos hemos considerado como tal cosa. - Giró sobre
sus talones. Podía empacar, salir de esa casa permanentemente y fuera de su
presencia, en cinco minutos.
- Y dime, ¿qué crees que sucederá la primera vez que asistas a un baile o a una
cena? - Le lanzó a la espalda cuando se retiraba. - ¿Cuándo mis damas descubran
exactamente quién eres? - Él se congeló, su corazón tronaba. - ¿Honestamente
crees, después de todo lo que has hecho, que las lenguas no se moverán y que
conseguirás que cualquier dama te quiera?
- Soy muy consciente de que el matrimonio no es una opción para mí, condesa.
- ¿Entonces por qué no te conformas conmigo? - preguntó - Estoy más que
dispuesta a aceptar tus pecados y mantenerlos cuidadosamente guardados.
- Porque yo no estoy dispuesto a aceptarlos. – contestó aún sin volverse.
No solo los pecados que había cometido en esa casa, sino también los que
había cometido antes de establecerse allí. Los que encontraba verdaderamente
imperdonables.
Saliendo a zancadas de la habitación, aceptó que nunca poseería la única
cosa que siempre había anhelado: el amor de una mujer.
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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath
Capítulo 1
“Una verdadera dama se comportará de una manera digna que servirá para
llamar poco la atención sobre sí misma.”
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
Mientras el oscuro carruaje carmesí aceleraba a lo largo de la estrecha senda
rural, Lydia Westland contemplaba por la ventana y luchaba por mantener un aire de
casual indiferencia, para dar la impresión de que viajar en un coche con escudo
ducal, era un hecho cotidiano para ella, algo para tomarse con calma. Cuando en
realidad, era la aventura más emocionante de su vida.
Con un suspiro de satisfacción, se recostó contra el acolchado interior de
felpa. Viajar del pueblo a casa, nunca había sido tan cómodo ni elegante. No pudo
evitar sentirse impresionada por la pompa y la formalidad.
El hermoso abrigo carmesí del cochero estaba adornado con una trenza
plateada. Sus pantalones blancos se ajustaban cómodamente y se detenían justo
debajo de la rodilla, dejando las medias blancas y los zapatos negros claramente
visibles. Debajo de su sombrero, llevaba una peluca blanca. Al igual que los dos
lacayos que viajaban de pie en la parte trasera del vehículo. Todavía le sorprendía
que no se hubieran caído.
Cuando el carruaje pasó por debajo de un arco macizo sostenido por dos
columnas de piedra, su corazón recobró el ritmo del batir de los cascos de los seis
caballos grises que encabezaban el cortejo. El vehículo bien construido giró
suavemente hacia otra carretera donde magníficos olmos se alineaban a ambos
lados del camino como un regimiento de soldados bien entrenados. La luz del sol
moteada, se abría paso a través de las abundantes hojas que formaban un puente
sobre sus cabezas, creando una escena impresionante.
- Había olvidado lo grande que es Harrington - dijo su padrastro en voz baja.
Lydia lanzó una mirada en su dirección. Las líneas en su amado rostro se
habían profundizado desde que el nuevo marqués de Blackhurst le había enviado un
cable para informarle sobre la salud deficiente de su padre. Ella sufría por su
padrastro y por toda la tristeza que sufriría en los siguientes días.
Grayson Rhodes había sido una constante en su vida durante casi todos los
años de los que tenía memoria. Ella tenía siete años cuando el hombre llegó a la
granja de su familia para ayudarlos a cosechar el algodón, poco después de que la
Guerra entre el Norte y el Sur hubiera terminado. Su cabello había sido un poco más
rubio entonces, su rostro considerablemente más pálido. Ahora revelaba claramente
los lugares donde lo había reclamado el sol y el viento. Estaba más bronceado, más
curtido.
El distinguido acento en su hablar, la había intrigado desde el comienzo y
había sido un poco más pronunciado de lo que era ahora. Sus modales impecables
la habían fascinado y mientras que todos los demás aspectos de él habían
cambiado, solo ellos habían permanecido firmes a través de los años. Sus hombros
se habían ensanchado, sus manos estaban ásperas, y cada vez que miraba a la
mujer sentada a su lado, Lydia sabía que el amor por su madre se había fortalecido.
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mucho cuidado de cumplir con el deber para con su hijo. Lo había reconocido de
palabra y le había permitido usar su apellido. Aun así, ella no podía pasar por alto el
hecho de que el duque había enviado a Grayson a Texas para ganarse la vida,
mientras que a los hijos legítimos les había entregado todo. La insistencia de su
padrastro en no tener ninguna disputa con la ley inglesa, hizo poco para convencerla
de que había sido tratado con absoluta injusticia.
Sus padres habían planeado dividir en partes iguales, todo lo que habían
adquirido en tierras y riquezas entre sus cinco hijos. No importaba que tres de ellos
tuvieran un padre diferente. Todos compartían la misma madre, y para Grayson
Rhodes, cada niño era suyo, un hijo de su corazón si no de su sangre.
No podría amarlo más si hubiera sido el hombre que la engendró y él la
amaba sin reservas. La había consolado cuando estaba enferma, le había besado
las rodillas raspadas y había bailado su primer vals con ella.
El carruaje se detuvo y todos los que estaban dentro, excepto su padrastro,
intercambiaron miradas nerviosas. Apenas podía creer que habían llegado al fin.
Un lacayo, sin sonrisas, inmediatamente abrió la puerta del carruaje y ayudó a
todos a salir. Otros sirvientes comenzaron a descargar rápidamente el equipaje.
Un hombre de rostro severo con pantalones y abrigo negro se acercó. Se
inclinó levemente y dijo:
- Me siguen.
Los escoltó hasta lo alto de un tramo de escalones de piedra, abrió la pesada
puerta de madera tallada y retrocedió discretamente para dejarlos entrar.
Su respiración casi se cortó ante el inmenso vestíbulo delantero. El reluciente
piso de mármol se bifurcaba en tres pasillos diferentes, dos casi ocultos por las
anchas y curvas escaleras a cada lado. Un largo balcón se unía a las escaleras en la
parte superior y quedaba sobre el hall de entrada. Enormes retratos con marcos
dorados adornaban las paredes en la parte superior e inferior.
Dobló el cuello casi en ángulo recto para poder estudiar mejor la pintura en el
techo abovedado: un hombre vestido con una toga conducía un carro a través de
una gran cantidad de nubes. Pensó que era completamente inapropiado, debería
haber visto un caballero, vestido con armadura, sentado a horcajadas sobre su gran
corcel.
Bajó la mirada hacia el hombre serio de pasos silenciosos y dignos, que los
precedía, asumía que era el mayordomo, aunque fuera vestido como imaginaba que
vestiría un caballero: pantalón y chaqueta negra, camisa blanca y corbata. Parecía
tener miedo de que se le rompiese la cara si esbozaba una sonrisa.
- Señor Rhodes, se me ha ordenado escoltarlo a usted y a su familia directamente al
dormitorio de Su Gracia. Si es tan amable de seguirme.
Ella se enfureció ante lo que probablemente todos creyeron que era una
“cálida” bienvenida. Aunque su padrastro no fuera el heredero legítimo, pensaba que
los criados, al menos, deberían dirigirse a él como "mi Lord". Después de todo, su
padre era un duque, y esa conexión debería haberle ganado un mínimo respeto.
Había estudiado todo lo que había podido encontrar sobre la aristocracia y
finalmente había logrado desentrañar el laberinto de títulos, rangos y jerarquías. En
Texas, un hombre se ganaba su lugar en la sociedad. Aquí, se nacía con él.
Agarrando la mano de Sabrina y dirigiendo a Colton con un toque en su
hombro, se pusieron detrás de sus padres y subieron por la escalera de mármol.
Cantidad de retratos se alineaban en los laterales con paneles oscuros. En algunas
de las caras de los hombres, detectó un parecido con su padrastro, aunque la
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Había temido que la viera carente de presencia, pero con su atención clavada
en ella, se sintió confiada en su deseo de encajar en esta sociedad. Ella levantó su
mano. Él pareció momentáneamente sorprendido. Luego la tomó con dedos que no
tenían callos, abrasiones o cicatrices de años cosechando algodón. Dedos que a
pesar de una vida de ocio lograron revelar su fuerza.
Él se inclinó levemente, y su cálido aliento flotó hasta su muñeca. Sus rodillas
se debilitaron, mientras que él no hizo nada más que dejar la sombra de un beso
sobre su piel.
- Un placer, señorita Westland - dijo solemnemente.
- El placer es mío, Su Gracia - temblaba, su voz era casi tan inestable como sus
piernas.
Él soltó su mano y se enderezó.
- Mi lord. No deberías dirigirte a mí como Su Gracia hasta después de que mi padre
haya exhalado su último aliento.
- Oh, sí, por supuesto, lo sabía. Realmente no sé por qué lo dije. Me disculpo por el
error.
- No necesitas disculparte. Aprendemos más de nuestros errores que de nuestros
éxitos, ¿no es así?
Ella parpadeó para evitar el súbito escozor de lágrimas que amenazaba con
mortificarla aún más. Había esperado mucho su primer encuentro con un lord inglés.
Por mucho que quisiera impresionarlo, lo que más quería que él viera, que todos
vieran, era cuán bien había hecho su padrastro educándolos. Que su familia de
Texas era igual a la de todos ellos.
El Marqués se volvió hacia su padrastro, su despedida dolía mucho más de lo
que quería admitir.
- Estaré en la biblioteca - dijo el Marqués - Cuando hayas terminado de visitar a
padre, puedes reunirte conmigo. ¿Recuerdas dónde está?
- He olvidado muy poco de este lugar - dijo Grayson.
- El infierno tiene una forma muy particular de dejar una marca indeleble en nuestras
almas, ¿no?
Con una reverencia cortante, el marqués los dejó para cumplir con el
propósito de su visita.
- Lydia – le dijo su madre - ¿podrías por favor ver nuestras cosas mientras tu padre y
yo visitamos solos al Duque?
Ella apartó la mirada de las escaleras por las que el marqués había
desaparecido. Asintió, tratando de no decepcionarse porque su primer encuentro
con la aristocracia no había ido del todo bien.
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Capítulo 2
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Capítulo 3
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- Podríamos discutir sobre este asunto todo el día, pero si te sientes culpable,
entonces no voy a poder convencerte de que lo dejes ir.
Él dejó de caminar y la tomó en sus brazos.
- ¿Es eso lo que estamos haciendo? ¿Discutiendo?
Extendiendo las manos, ella le acarició con los dedos, llenos de cicatrices de
años de arrancar las cápsulas de algodón del tallo, su cabello.
- No se puede cambiar lo que sucedió hace quince años, o lo que podría haber
sucedido aquí, después de que te fuiste. Quentin está muerto. Déjalo descansar en
paz.
- No es su paz lo que me preocupa, sino la de Rhys.
- Estás aquí para despedirte de tu padre - le recordó.
Pero su padre no se había despertado. Grayson había observado sus rasgos
encogidos, había sostenido su mano reseca y había hablado con él. En vano.
- No debería haber esperado tanto tiempo para regresar.
- Considerando la bienvenida que recibiste, me sorprende que hayas regresado. Me
estremezco cuando pienso cómo debe haber sido tu vida mientras vivías aquí.
Él sonrió cálidamente, arrastrando los dedos amorosamente sobre su rostro.
- Si no fuera por mi vida aquí, tal vez nunca hubiera tenido mi vida contigo.
- Tal vez lo mismo sea para Rhys. Con el tiempo llegará a apreciar lo que ganó al
quedarse, en lugar de preguntarse qué podría haber conseguido yéndose.
Grayson solo podía desearlo, pero pensó que eso era muy poco probable.
*-*
- ¿Por qué no puedes cenar con nosotros, Lyd? - Preguntó Sabrina con la voz
cantante que usaba cuando estaba decepcionada.
Ella no se molestó en levantar la vista de los libros y papeles que había
extendido sobre la cama, donde se sentó con las piernas dobladas debajo de ella, y
las almohadas amontonadas detrás de su espalda, en una postura muy poco
femenina. Había tenido que usar una pequeña escalera para subir a la cama con
dosel.
- Porque ya no soy una niña - respondió Lydia distraídamente. - Me invitaron a cenar
con el Marqués. Y por favor, no me llames Lyd mientras estamos aquí. Me hace
pensar que pertenezco a la cocina.
- Pero siempre te he llamado Lyd.
Ante el tono de tristeza en la voz de Sabrina, miró a su hermana. Estaba
tirada en el piso, con su bloc de dibujo frente a ella. Se deleitaba tanto con el dibujo
que siempre la animaba.
- Sé que lo has hecho - dijo amablemente - pero estamos visitando un mundo
encantado. Lady Lydia suena mucho mejor que Lady Lyd. ¿No crees?
Sabrina arrugó su cara de duendecillo.
- Pero no eres Lady Lydia.
- Aún no. Pero si termino de estudiar mis libros, entonces tal vez pueda serlo. Cenar
con el Marqués será mi primera prueba.
No quería considerar la debacle durante las presentaciones como una prueba,
ya que había fallado miserablemente. No solo se había dirigido al marqués
incorrectamente, sino que le había ofrecido su mano. Debería haber simplemente
hecho una reverencia ante él.
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Ya no lo veía tan elegante, pero el apuro con el que se habían preparado para
el viaje no le había dado tiempo para que le hicieran vestidos nuevos y refinados.
Apenas había tenido tiempo de coser un par de vestidos para todos los días. La
fortuna familiar carecía de sofisticación, ella rara vez tenía la oportunidad de estrenar
un vestido de noche distinguido.
Apretó a Sabrina.
- Termina tu dibujo ahora.
Sabrina bajó al piso y se tendió boca abajo. Ella volvió su atención hacia la
doncella.
Mary la había ayudado a desempacar sus baúles para instalarse. Antes del
viaje había sido ella misma quien había empacado. Se había sentido un poco tonta
de pie en la habitación, mirando mientras la muchacha extraía los artículos del baúl,
pero cuando había intentado ayudar, Mary había insistido en que le permitiera
ocuparse de las cosas. No quería que la joven creyera que la consideraba incapaz
de desempacar, por lo que finalmente le permitió a la doncella encargarse de todo.
Sentía como si estuviera atrapada entre dos mundos. El mundo que ella
entendía y habitaba, y el mundo del que había soñado desde siempre ser parte.
- He planchado su vestido, señorita - dijo Mary mientras lo llevaba al armario. -
¿Quiere un baño antes de la cena?
- Sí, por favor - dijo.
No podía creer que la estaban ayudando a vestirse para la cena. En su casa,
simplemente se lavaba las manos después de un largo día de ayudar con los
quehaceres. Realmente no le molestaba que sus padres nunca hubieran tenido
sirvientes, pero ella sabía que podían pagarlos. Después de pasar la tarde con Mary
corriendo alrededor de ella y atendiendo sus necesidades, supo inequívocamente
que muy rápido podría acostumbrarse a ser mimada.
- ¿Y querrá que la ayude con su cabello, señorita? - Preguntó Mary.
- Sí por favor.
- ¡Lyd, tú sabes cómo arreglar tu cabello! - Gritó Sabrina.
Gimió, luchando por evitar la exasperación en su voz. Su hermana era
demasiado joven para apreciar las sutilezas de esta nueva vida. Después de
despedir a Mary, esperó hasta que la sirvienta cerrara la puerta detrás de ella antes
de volver su atención a su hermana y a su comentario anterior.
- Esta noche es una ocasión especial, Sabrina.
- ¿Arreglar tu cabello es parte de la prueba? - le preguntó Sabrina.
- Sí, de hecho lo es.
- El maestro hizo que Andy Warren se parara en la esquina del aula con un gorro de
burro encaramado en su cabeza, porque hizo trampa en su examen de ortografía.
¿No estás haciendo trampa en la prueba si alguien más te arregla el cabello? Si te
atrapan, no quiero ni pensarlo que esa vieja bruja te hará.
Se hubiera reído si Sabrina no se hubiera visto tan seria. "
- Esta prueba se trata de reconocer la posición de uno dentro de la sociedad. Es
imposible hacer trampa.
- No quiero hacer una prueba - refunfuñó Sabrina.
- No tendrás que hacerla, al menos por un tiempo todavía. - Pero como no podía
decir lo mismo de ella, volvió su atención a los libros.
Con su madre a su lado, descendió las escaleras. El dobladillo del vestido
susurraba sobre la madera pulida. Mary había hecho un trabajo exquisito manejando
las gruesas y rubias trenzas, tan rebeldes a menudo.
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- Siempre estaba poniendo de nuevo en orden los cabellos de alguna dama después
de que ella había visitado a Su Señoría, antes de que fuera “Su Señoría" - le había
explicado Mary.
No estaba segura de qué hacer con ese comentario, aunque había
reflexionado sobre su significado mientras se preparaba para la noche. Obviamente,
el Marqués tenía frecuentes visitas femeninas, y su cabello a menudo se había
despeinado. Tal vez cuando las llevaba a pasear por el parque, o cuando se
sentaban en el jardín a tomar el té mientras la brisa era fuerte.
Echó un vistazo a su madre. No había hecho nada especial con su cabello, ni
rizos que enmarcaran su rostro, ni rizos que colgaran tentadores a lo largo de su
cuello. Sin joyas, cintas o pequeñas flores de seda. Parecía ser exactamente lo que
era: una simple campesina.
- ¿Estás segura de que sabes a dónde vas? – le preguntó a su madre.
- Ciertamente. Tu padre me dio instrucciones detalladas para encontrar el salón.
Creo que quería unos minutos a solas con Rhys - dijo.
- Creo que se supone que las damas se unan a los caballeros - explicó Lydia.
Llegaron al vestíbulo, y su madre alzó una ceja.
- ¿Eh?
- Simplemente creo que es parte de la etiqueta. Y no estoy segura de que se
suponga que debamos dirigirnos al hermano de papá como Rhys. Después de todo,
él es un marqués.
- Has estado leyendo tus libros otra vez - reflexionó su madre.
- Claro que sí.
- Me sorprende que a estas alturas ya no tengas las cosas memorizadas. - Pasó un
brazo por el suyo mientras la dirigía hacia otro amplio pasillo. - Simplemente se tú
misma, Lydia. Te llevará mucho más lejos que todas las pavadas que has estado
leyendo.
- No son pavadas, mamá. Los modales de una persona revelan mucho de ella. Sé
que estás de acuerdo; de lo contrario, no regañarías a Colton cuando eructa en la
mesa.
- Supongo que es verdad.
- Debo confesar, sin embargo, que me siento un poco culpable por esperar con tanta
alegría esta cena, teniendo en cuenta la razón por la que estamos aquí: la mala
salud del Duque.
Su madre sonrió suavemente.
- No te sientas culpable. Tu padre y yo somos muy conscientes de que has querido
venir a Inglaterra desde hace mucho. Es una lástima que el viaje no haya podido ser
bajo diferentes circunstancias, pero queremos que disfrutes tu tiempo aquí tanto
como sea posible. - Su madre le apretó el brazo. - Honestamente, Lydia, aunque
vamos a experimentar tristeza mientras estemos aquí, no veo ninguna razón para
que estemos apenados todo el tiempo. Debo admitir que he disfrutado de ver ciertos
aspectos del país en el que Grayson creció. Me ayuda a entenderlo un poco mejor.
- Tenía la impresión de que se entendían muy bien.
- En lo que a él respecta, siempre estoy dispuesta a aprender más.
- ¿Te dijo el duque algo especial cuando lo visitaste? – le preguntó.
- No, él durmió todo el tiempo que estuvimos en la habitación. Mañana creo que
todos iremos a verlo por un corto tiempo. Hace que sea más fácil que Grayson nos
tenga a todos aquí.
- Tal vez el Duque esté despierto mañana - le dijo.
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nivel, una escalera con ruedas, brindaba acceso a los estantes que se encontraban
cerca del techo.
Y libros. Recordaba la emoción que había experimentado la primera noche
que su padrastro había compartido su único libro: Ivanhoe con la familia. Y allí, una
increíble cantidad de libros encuadernados en cuero, se alineaban en los estantes.
Un inmenso escritorio se ubicaba en un extremo de la habitación y una sala
de estar ocupaba el área frente a la gran chimenea que dominaba la parte inferior de
una de las paredes.
Se imaginaba todas las noches a los residentes de la mansión acurrucados
en sus sillas frente a un fuego acogedor, después de haber seleccionado una lectura
atrapante. La abundancia de buena fortuna que había caído sobre estas personas
era abrumadora.
Sin embargo, a pesar de todos los ropajes y posesiones que los rodeaban,
aún no había visto reír al marqués, ni siquiera sonreír. Estaba sentado en un sillón
frente a ella, mientras sus padres compartían un sofá ubicado junto a su silla. El
marqués parecía terriblemente aburrido mientras escuchaba a su padrastro contar
varios aspectos de su aventura ganadera.
Escuchó el clic de la puerta al abrirse detrás suyo, pero se negó a darse
vuelta, no daría ninguna indicación de su curiosidad. Una verdadera dama no
exhibía una curiosidad vulgar.
El marqués simplemente levantó una mano e hizo un gesto para que alguien
entrara, apenas apartando la mirada de su padrastro. No la había mirado desde que
habían entrado a la habitación. Sintiéndose tonta y carente de interés, deseó no
haber aceptado pasar la noche en su compañía.
Sintió pasos sigilosos y un susurro silencioso. Miró por encima del hombro y
vio a media docena de sirvientes jóvenes rodeando a su hermano y hermana. En su
sorpresa, dijo bruscamente:
- ¿Qué están haciendo aquí?
- Ellos dijeron que se suponía que podíamos venir - respondió Sabrina, señalando
con el dedo a los sirvientes.
- Debo disculparme, señorita Westland. Cuando le pregunté si leería, me olvidé de
aclarar que mis sirvientes se unirían a nosotros - dijo el Marqués - Espero que no le
moleste. Los más jóvenes, en particular, disfrutan mucho escuchando.
- No, por supuesto, no me importa - dijo, obligándose a sonreír. Había esperado
deslumbrarlo con su lectura, pero no había esperado una gran audiencia.
- ¿Pasaste la prueba, Lyd? - Preguntó Sabrina mientras saltaba hacia adelante y se
acomodaba en una silla grande, a su lado.
- ¿Qué prueba? - preguntó su madre.
El calor inundó su cara, y descubrió que finalmente había captado toda la
atención de Rhys. Pero en ese momento, no la quería. Sacudió la cabeza y dijo:
- Nada.
- Lyd estaba haciendo una prueba esta noche - anunció Sabrina. – Ella quiso
morirse, cuando la mirada de Rhys se intensificó como si quisiera descifrar este
extraño anuncio. - Estaba estudiando sus libros antes de la cena.
Interrumpió a su hermana.
- Hablando de libros, estoy lista para comenzar a leer cuando quieran.
El marqués tomó un libro de la mesa que estaba junto a él, se levantó, lo dio
vuelta y se lo entregó.
Ella lo observó y luego miró a Rhys.
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incómoda situación. A decir verdad, la comodidad le era tan extraña, como la tierra
en la que ahora residía su hermano, al otro lado del océano.
- ¿Tienes la intención de permitir que la señorita Westland experimente una
temporada aquí? - le preguntó en voz baja, aunque dudaba de que ningún ruido
perturbara el sueño profundo de su padre.
Grayson volvió su mirada hacia él y sus cejas se juntaron.
- No había contemplado hacerlo. ¿Tienes alguna razón para preocuparte?
- Es solo que ella parecía expresar interés en hacerlo. Creo que no necesitaría más
que un baile o dos para engancharse a un hombre distinguido.
- Ella no podría ser más mi hija mía si la hubiera engendrado.
- Eso es obvio.
- Es igualmente obvio que tienes interés en ella.
- Te aseguro que la veo como nada más que mi invitada. ¿Te gustaría que la
ignorara?
- Quiero que reconozcas que está lejos de ser mundana. Fortuna es una ciudad muy
pequeña y Lydia no tiene experiencia en los coquetos juegos que se juegan aquí. No
quisiera que la lastimaran, ni que le rompieran el corazón.
- Ella es extremadamente encantadora. Pero te aseguro que nunca explotaré su
inocencia.
Con un profundo suspiro, Grayson se pasó las manos por el pelo.
- Mis disculpas. Ha sido un día largo. Todo hombre debería ser bendecido y
maldecido con una hija. Es difícil verla como una mujer y reconocer los
pensamientos espeluznantes que a menudo se encuentran en las mentes de los
hombres.
Él desvió la mirada. Grayson sin duda estaría horrorizado de conocer sus
exactos pensamientos. Aunque no los clasificaría como espeluznantes. Sino que se
inclinarían más hacia lo sensual. Erótico. Agradable. Estaba agradecido de que sus
recámaras estuvieran a un ala de distancia, de la de sus invitados.
- Supongo que una vez que entres en los zapatos de Padre, tienes que pensar
seriamente en el matrimonio - dijo Grayson especulativamente.
Volvió su atención a su hermano.
- No había planeado hacerlo.
- Necesitarás un heredero.
- Estoy seguro de que un estudio del árbol genealógico descubrirá un primo lejano
en alguna parte, que será suficiente para ese fin.
Grayson se inclinó hacia delante, apoyando los codos en los muslos.
- No puedes hablar en serio.
- Lo hago.
- Pero tienes una responsabilidad…
- ¿Para qué? - Se levantó de la silla y comenzó a caminar. - ¿Para hacer a una
mujer miserable? Mi madre nunca conoció un día de felicidad. Y Annie, cariño, dulce
Annie...
Le dio la espalda a su hermano y envolvió su mano alrededor de la columna
de la cama. Pensó que su pecho podría explotar cuando los dolorosos recuerdos lo
inundaron.
- Annie era la esposa de Quentin, ¿no? - Preguntó Grayson en voz baja.
Tragando saliva, asintió.
- Padre me escribió cuando ella murió.
Lo enfrentó.
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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
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Hijas de Fortuna 02
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Capítulo 5
Una verdadera dama debe conversar alegremente sobre asuntos agradables que
no ofrezcan ninguna oportunidad para ofender al oyente.
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland.
Incapaz de dormir, miró las sombras que se agazapaban en las esquinas de
su dormitorio. No era exactamente cómodo ya que el entorno era desconocido,
Sabrina había pedido compartir su cama esa noche. A ella no le había importado.
Encontraba consuelo en la suave respiración de su hermana y en su pequeño
cuerpo acurrucado contra su espalda. Para Sabrina, los sueños sin duda habían
llegado poco después de cerrar los ojos.
Sabía que debería encontrar consuelo en los suyos con la misma facilidad,
pero la excitación del día aún no había menguado, a pesar de que la decepción se
había abierto paso a través de ella. Aunque su viaje había comenzado como
resultado de una triste noticia, había esperado que el viaje le diera la oportunidad de
ver una parte del mundo de la que solo había oído hablar.
Ahora su entusiasmo por viajar a Londres había disminuido. Repetidamente
había cometido errores durante toda la tarde y noche. Rhys a menudo la había
ignorado. Estaba segura de que estaba acostumbrado a una conversación más
ingeniosa y animada. Habían pasado años desde que se había sentido como una
niña tratando de ver el mundo de los adultos. Sabía que fracasaría miserablemente
en Londres.
Dejando las mantas a un lado, se levantó de la cama, tomó su bata se la
puso. A pesar de lo grande que era esa casa, de repente sintió que se cerraba sobre
ella.
Caminó descalza hacia la puerta. En silencio, la abrió y miró el pasillo. Nadie
se movía. Pero entonces, ¿por qué lo harían? Era mucho más allá de la
medianoche.
Arrastrándose por el pasillo, se acercó al dormitorio del duque. Se preguntó si
Rhys seguiría en el cuarto de su padre. Su padrastro había regresado a la biblioteca
poco antes de irse todos a dormir. Parecía más demacrado que nunca.
Casi había llegado a la escalera cuando escuchó un gemido bajo procedente
del dormitorio del duque. ¿Alguien estaba con el hombre ahora? Seguramente no lo
habían dejado solo en su débil estado.
Se preguntó si debería buscar a su padrastro para que viera cómo estaba.
Pero no podía molestarlo, si existía la más mínima posibilidad de que ya estuviera
dormido. No creía que hubiera dormido bien desde que recibió la noticia de la salud
deficiente de su padre.
Seguramente nadie la culparía por mirar si el Duque se hallaba bien. Si existía
un problema, estaba segura de que podría encontrar un sirviente en algún lugar de
la casa. Y si no, entonces, despertaría a su padrastro.
Colocando una mano en la fría perilla, la giró lentamente, en silencio. Al abrir
la puerta, fue recibida por la abrumadora fragancia de demasiadas flores. Habría
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abierto una ventana para dejar entrar un poco de aire fresco, pero la escena que
encontró más allá de las sombras la cautivó.
Con la llama baja de la lámpara sobre la mesa junto a la cama arrojando un
halo alrededor de su cabeza inclinada, Rhys sostenía la mano de su padre. Una
pose desgarradora, un hijo con su padre en las últimas horas.
Se sentía como una intrusa y, sin embargo, no podía irse.
Varias veces durante sus encuentros con el hombre, había pensado que
parecía ser una figura solitaria, solo dentro de su propia familia. Parecía incluso más
en ese momento.
Quería que supiera que no estaba solo. Que venían para ofrecerle su apoyo y
su fortaleza. Como familia, soportarían esos tiempos problemáticos. Juntos lo
superarían.
Entró silenciosamente en la habitación, con la intención de acercarse y
ofrecerle consuelo, pero la visión del hombre marchito y frágil que yacía en la cama
la detuvo. Este hombre era el padre de su padrastro. No se parecía en nada a él,
seguramente no se parecería en nada al gran noble que debió haber sido alguna
vez.
- ¿Padre? - Rhys presionó en voz baja.
Le pareció detectar que el Duque movía la cabeza casi imperceptiblemente.
¿Estaba despierto o simplemente reaccionando al barítono tono de la voz de su
hijo?
- Padre, no sé si puedes oírme, pero te lo ruego, no dejes este mundo sin decirle a
mamá que la amas. Incluso si las palabras son falsas, te imploro que se las digas.
Ella te ha servido fielmente todos estos muchos años. Y a pesar de sus fallas, de las
que sé que hay muchas, tiene un gran sentimiento hacia ti. Si lo haces, te juro que
me aseguraré de que Grayson reciba todas las propiedades que no estén
relacionadas al título. Le daré todas las cosas que la Corona no ha prohibido
expresamente. Todo lo que atesoras, se lo daré. Él siempre será bienvenido aquí y
no deseará nada.
- Él no quiere nada - dijo en voz baja.
Rhys giró la cabeza para mirarla, parada al pie de la cama, su mano
envolviendo el poste que sostenía el pesado toldo. Ella no recordaba haberse
acercado a la cama. Solo sabía que la voz suplicante de Rhys la había atraído hacia
él.
Se levantó de la silla como un hombre poseído. Sin decir una palabra, la
agarró del brazo y la sacó de la habitación. Su agarre era firme, pero no doloroso. La
furia brillaba en él.
Esperaba que la liberara tan pronto como salieran al pasillo. Para gritarle y así
despertar a su padrastro. En lugar de eso, bajó las escaleras y la llevó consigo. Con
los dedos de los pies bailando sobre los escalones, luchó por mantenerse al ritmo de
sus rápidos pasos.
Cruzó el vestíbulo. La puerta de entrada. Los escalones de piedra hasta el
camino adoquinado.
Finalmente se le ocurrió que no tenía intención de detenerse hasta escoltarla
fuera del país.
Ella se soltó.
- ¿Qué demonios creías que estabas haciendo? - Exigió, girándose hacia ella y
mirándola como a un animal acorralado. - ¿Qué derecho tenías para entrometerte en
un momento privado con mi padre?
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la mayor parte del día y de la noche. - Vuelve a la casa…ahora - repitió en voz baja.
No, lo que menos quería era regresar a la casa. Corrió tras él.
- ¿Es ese el estanque en el que se ahogó tu hermano?
- Sí, pero no debes preocuparte, por muy tentadora que sea la idea, no tengo planes
de ahogarme.
- ¿Por qué siquiera lo considerarías? - le preguntó cuándo lo alcanzó.
Él se detuvo abruptamente.
- ¿No puedes comprender que busco soledad?
- No creo que tengas que buscarla. La usas como una mortaja.
Ella caminó hacia el puente curvo y se sentó en la parte inclinada. Levantó las
rodillas y las envolvió con sus brazos para capturar la mayor cantidad de calor
posible. Finalmente lo tenía para ella sola y no estaba dispuesta a volver corriendo a
la casa.
Sintió cierta satisfacción al verlo acercarse desde las sombras. Las lámparas
a cada lado del puente arrojaban un brillo pálido a su alrededor, mientras se quitaba
la chaqueta.
- Puedo escuchar tus dientes castañetear - dijo, mientras cubría con su chaqueta sus
hombros.
Le dio la bienvenida a la calidez que aún conservaba y al aroma que
impregnaba la tela, mientras se envolvía con ella. Arrodillándose ante ella, él colocó
las manos sobre sus pies.
- Tus pies son como el hielo - murmuró. - Deberías volver adentro.
Pero ella no tenía ningún deseo de regresar a la casa, a su cama. Era una
noche de luna, y finalmente estaba a solas con un hombre que la intrigaba. Su
padrastro no estaba allí para distraer a Rhys. Su madre no estaba allí para
cuestionar nada de lo que dijera.
- ¿Por qué estarías dispuesto a renunciar a tanto, solo para que tu padre le diga a tu
madre que la ama? – le preguntó.
- ¿Sabes lo que le hizo la curiosidad al gato? - preguntó.
- No soy un gato - le aseguró.
- De hecho, no lo eres.
Girando, se sentó con la espalda contra la pared del puente y colocó los pies
de ella sobre sus muslos. Muslos firmes Lo suficientemente calientes como para que
su calor penetrara a través de los pantalones para eliminar el frío de sus pies. Le
pasó las manos por las plantas y por los tobillos, envolviendo su piel con un calor
más que delicioso.
- ¿Qué haces a medianoche, mi pequeña soñadora? - Preguntó en voz baja.
Mi pequeña soñadora. No era exactamente, mi cielo, mi querida o mi amor,
pero por ahora tenía la atención de un marqués inglés, y no iba a desperdiciarlo
deseando más.
- ¿Por qué me llamas soñadora? – le preguntó.
- Es simplemente una impresión que tengo de ti. Ahora responde mi pregunta.
- No podía dormir.
- Supongo que no debe ser tan tarde en casa… en Texas. ¿Estarías volviendo de
los campos, a esta hora? - Preguntó.
- No, hubiera vuelto antes. Estaría ayudando a mamá a preparar la cena - admitió.
- ¿Te molesta realizar esa tarea?
- No es exactamente como una mujer quiere gastar su tiempo.
- ¿Y cómo le gusta gastarlo? ¿Con galanteos y mimos?
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Ella sentía que no solo estaba jugando con fuego, sino que estaba
completamente rodeada por él. ¿Cuándo la noche se había puesto tan
increíblemente cálida? ¿Cuándo el calor había comenzado a correr a través de ella
como manantiales sofocantes?
- No fue mi intención acercarme a ti en ropa de dormir – le dijo sosteniendo su
mirada, era consciente de que su voz sonaba como si viniera desde muy lejos.
- Tu intención apenas importa cuando te encuentro tan interesante. ¿Tienes alguna
idea de lo verdaderamente encantadora que eres?
- Me ignoraste la mayor parte del día - señaló.
- Ni por un momento. - Las manos abandonaron sus tobillos para acunar su rostro. -
Me tientas, y no he sido tentado en mucho tiempo.
Le resultaba difícil respirar, pensar. Estaba segura de que se suponía que
debería responder con algún tipo de frase ingeniosa, pero no se le ocurría nada
inteligente o interesante.
- Apenas estoy vestida para ser una tentadora.
- Apenas estás vestida para nada. Ese fue tu segundo error.
- ¿Y mi primer error?
- No regresar a la casa cuando te ordené que te fueras.
Antes de que pudiera protestar diciéndole que no era de las que aceptaban
órdenes, él colocó su boca sobre la de ella, exigiendo insistentemente, era la única
orden a la que estaba más que dispuesta a obedecer.
No era una inocente cuando se trataba de besar. Las chaperonas eran
prácticamente inexistentes en Texas. Las señoras iban de picnic con caballeros y
daban paseos en carruajes. Salían a caminar y nadaban en el río. Compartían la
vida y, en ocasiones, compartían un beso.
Nunca había querido alentar a hombres por los que no tenía ningún interés.
Pero tampoco los había desanimado negándoles un beso. Entendía que algunas
cosas de la vida se aprendían mejor haciéndolas, y ciertamente no habría podido
aprender a besar, leyendo un libro.
Pero los hombres que la habían besado no le habían enseñado lo que Rhys le
estaba enseñando hábilmente en ese momento.
Sus labios habían capturado su boca, pero también tentaba a todo su cuerpo
para que participara.
Nunca había experimentado algo así. Rendición completa y total. No
recordaba a Rhys acostándola, pero descubrió que estaba apoyada sobre su
espalda. Solo se dio cuenta que de repente, sus grandes manos le sujetaban la
cabeza y la protegían de la dureza del puente. Sus antebrazos, temblorosos,
estaban apoyados a ambos lados de su cuerpo, mientras la boca continuaba
aplicando magia sobre la suya.
De un lord inglés, habría esperado moderación, algo un poco más apropiado,
más refinado. Ciertamente no habría esperado que él encendiera un fuego
impetuoso en lo profundo de su vientre, que su lengua girara y bailara dentro de su
boca con un salvajismo que rayaba en lo primitivo. O que tuviera el pecho
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Capítulo 6
Lydia Westland era una tentación que cualquier hombre en su sano juicio
encontraría difícil de resistir. Pero para un hombre que había estado sin una mujer
en su cama, durante varios largos meses...
Se sentó a la mesa, mirando sus fríos huevos escalfados. Siempre se había
enorgullecido del dominio de sus instintos más básicos. Él podía complacer a una
mujer y, si era necesario, abstenerse de experimentar su propia satisfacción.
Para él, hacer el amor era una forma de arte, una serie de movimientos bien
coreografiados, diseñados para mejorar las sensaciones, estimular y excitar. Pero
sabía cómo mantenerse a distancia. El director, protagonista y encargado de la
producción, viendo desde el palco, pero nunca participando completamente en la
obra.
¿Por qué Lydia Westland lo había hecho sentir como un león que se había
abalanzado sobre su presa, una bestia que aún no había sido domesticada? ¿Por
qué ella lo había hecho sentir como si estuviera audicionando para un papel que no
deseaba interpretar?
Era la más dulce de las criaturas. Durante su beso, se había perdido,
completa y absolutamente, a la deriva en el mar de su inocencia. Sus suspiros y
gemidos habían encendido pequeñas chispas dentro de él que lo había abrasado
rápidamente. Sus propios gemidos habían llenado la noche, haciendo eco a su
alrededor, como el gruñido de un animal que buscaba a su pareja, imponiendo un
reclamo primario. Quería declararla como suya: poseer su corazón, su cuerpo, su
alma.
- El médico se veía bastante preocupado cuando salió de la habitación de padre esta
mañana - dijo Grayson mientras tomaba su lugar en la mesa.
Levantó la vista. Tan absorto en sus pensamientos, no se había dado cuenta
que su hermano había entrado al comedor y que ya había cargado su plato con las
ofrendas del aparador.
- Sí, bueno, el viejo Fitzhugh siempre luce sombrío - le aseguró. - No me preocuparía
demasiado. No se habría ido si hubiera pensado que este sería el último día de
padre.
- No sabía que la muerte cumplía un cronograma.
- Tienes toda la razón. Me equivoqué. Supongo que todos debemos enfrentar lo
inevitable a nuestra manera. - Ansioso por cambiar de tema, dijo: - Te ves como si
hubieras descansado bien.
-Y tú te ves como si no lo hubieras hecho.
Un eufemismo. Había yacido en su cama con el aroma de Lydia todavía
llenando sus fosas nasales, la sensación de su suave piel como un recuerdo contra
las yemas de sus dedos, el sabor de sus labios permaneciendo en su lengua para
ser saboreado por más tiempo. Se movió en la silla en un esfuerzo fútil por aliviar el
dolor que se negaba a desaparecer. Él nunca había estado obsesionado con las
mujeres. Lo usaban. Él las usaba. Ese era el camino correcto.
- Simplemente tengo un problema en mente - murmuró.
- ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? - Preguntó Grayson.
Toma a tu hijastra y vete de aquí.
- No, pero aprecio tu oferta.
- No estoy acostumbrado a una vida de ocio, Rhys. Aunque tengo la intención de
visitar a padre a menudo, también estoy bastante seguro de que los visitantes
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frecuentes lo cansan. Entonces, si hay algo que pueda hacer para aliviar tu carga,
me gustaría ayudar.
- Tendré en cuenta tu oferta. Supongo que padre estuvo despierto esta mañana.
- Por un corto tiempo, sí. Se durmió antes de que pudiera llevarle a los niños. Pero
fue bueno tener unos minutos con él.
- Sus momentos de lucidez son raros. Me alegra que sepa que estás aquí. -
Desplegó el periódico y miró inexpresivamente las palabras que parecían correr
juntas, una serie de letras que no tenían sentido. Apenas podía concentrarse por
pensar en Lydia. A la luz de la luna, en la biblioteca, durante la cena. Había sido
consciente de cada movimiento, cada suspiro, cada sonrisa. Ella lo perturbaba, y él
no era alguien a quien le agradara sentirse inquieto. - Supongo que te mantendrás
bastante ocupado defendiendo a Lydia de los jóvenes - dijo con ligereza.
- Ella tiene algunos pretendientes, pero apenas muestra un poco de interés por
ninguno de ellos, para su decepción eterna, debo agregar. Ella y Abbie deberían
llegar en cualquier momento.
Dejó el periódico a un lado. Su silla raspó el suelo mientras se ponía de pie y
decía:
- Si me disculpas, necesito ocuparme de algunos asuntos.
Salió de la habitación, un hombre inclinado a escapar.
*-*
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muchas sutilezas aún le eran desconocidas. Algo que no había considerado cuando
estaba a medio mundo de distancia, pero algo que ahora le resultaba obvio.
Su madre habría tenido una conmoción si la hubiera visto la noche anterior,
usando solamente ropa de dormir y paseando por el césped con Rhys. Y si la
hubiera visto en el puente con el marqués sobre ella, devorando su boca...
Ventiló su rostro acalorado e intentó borrar el recuerdo que no deseaba
olvidar.
Lo que había sucedido la noche anterior no se podía repetir. No en
Harrington, no con Rhys. Mientras él decía estar intrigado por ella, y ella estaba
completamente fascinada con él, estaba bastante segura de que no podía esperar
más que miseria si se uniera con esa familia, donde la duquesa odiaba tanto a su
padrastro. No, definitivamente había empezado mal con Rhys. Necesitaba
prepararse para una posible estancia en Londres.
Tan pronto como el mayordomo trajera el té, comenzaría a practicar. Mientras
tanto, volvió la atención a su libro y a memorizar más reglas que probablemente
nunca tendría la oportunidad de poner en práctica. Pero al menos concentrarse en
ellas distraía su mente del marqués y de lo inapropiado que había sido su
comportamiento la noche anterior.
Lo último que quería era verse envuelta en algún tipo de escándalo. La
experiencia de su madre con Grayson Rhodes le había enseñado eso.
Por extraño que pareciera, la sociedad inglesa y todas sus reglas la atraían.
No se dejaba ningún comportamiento al azar. La etiqueta dictaba cada acción.
Parecía un mundo tan seguro, un mundo donde los hombres de rango estaban tan
ansiosos por evitar el escándalo como las mujeres.
El nacimiento de Grayson Rhodes lo había excluido de ese nivel superior. Ella
estaba segura de que dentro de la alta sociedad londinense, una dama estaría
protegida a toda costa. Quería profundamente lo que la Duquesa poseía: respeto. Y
eso venía con la posición de uno, independientemente de las acciones de uno.
Solo podría lograr eso al conquistar Londres.
*-*
Pasó las primeras horas del mañana, recluido en su estudio. Repasó los libros
mayores y estudió las copiosas notas que su padre había hecho algunos meses
antes sobre las mejoras que deseaba hacer en Harrington.
Luego se encontró con el Sr. Willis. El hombre era casi tan viejo como su
padre e igualmente seguro sobre lo que se debía hacer. Había supervisado
Harrington mucho antes de que él fuera una desilusión a los ojos de su padre o una
maldición en los labios de su madre.
Que el Sr. Willis no comprendiera la importancia de la tecnología moderna era
solo un poco inquietante. Que fuera casi sordo, ciego de un ojo y que sufriera de un
reumatismo, extremadamente doloroso cada vez que se movía, era una mezcla por
demás de desconcertante.
Tendría que reemplazarlo pronto, y esa acción no encajaría bien con aquellos
que le tenían lealtad al hombre. Siempre había sido muy querido y trataba a los
trabajadores de manera justa. Lo mantendría en su puesto un poco más, los
cambios rara vez eran bienvenidos, y esperaba mantenerlos al mínimo, .ya era
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No pudo evitar que una esquina de su boca se arqueara mientras alzaba una
ceja.
- ¿Entonces verter té en dos tazas, en lugar de una dos veces, te permite beber más
rápido?
- El doble de té puede enfriarse en la misma cantidad de tiempo. Por lo tanto, puedo
beber uno inmediatamente después del otro, en lugar de servir uno, dejarlo enfriar,
beberlo y luego verter otro…
- Y tener que esperar a que se enfríe – terminó él. Ella asintió con entusiasmo, como
si realmente creyera que él creía en su embuste - Fascinante – murmuró mientras
cruzaba la habitación y se sentaba en la silla acolchada de respaldo alto. Ella se
agitó como si la hubiera abofeteado, claramente no deseaba que se quedara. Sin
embargo, él era reacio a irse. - ¿Qué otros hábitos ingeniosos de ahorro de tiempo
practican los estadounidenses? - Preguntó secamente.
La sospecha oscureció el violeta de sus ojos.
- Te estas burlando de mí.
- Solo porque sentí que tú te estabas burlando. ¿Qué estás haciendo aquí, Lydia?
Parecía sorprendida por el hecho de que él usara su primer nombre, como lo
había estado cuando lo vio de pie frente a la puerta de la sala, como un niño
mendigo que mira con añoranza el escaparate de una tienda en Navidad.
Ella se sentó muy derecha en el sofá y cruzó las manos en su regazo.
- Estaba practicando - admitió en voz baja.
- ¿Practicando?
- Como servirle el té a un caballero.
- Ya veo. ¿Y dónde está este caballero que es el afortunado receptor de tu amable
consideración?
- Estás siendo deliberadamente obtuso.
- Quizás. ¿Por qué no me explicas?
*-*
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*-*
Lo él pensaba era que Lydia Westland pertenecía a un brillante salón de baile,
con caballeros apiñados a su alrededor. De acuerdo, tenía que admitir que sin duda
había problemas más apremiantes en el mundo que el corte de un vestido de gala,
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pero nada era más importante para una mujer joven, nada más que su Temporada
para determinar el resto de su vida.
Lydia tenía razón en que la percepción de un caballero sobre la etiqueta de
una dama, influía en su interés por ella como material matrimonial. Durante la
Temporada, las mujeres audicionaban, demostrando su valía al hacer alarde de su
gracia y demostrando su capacidad de encanto para lograr casarse con un lord.
No podía culparla por querer causar una buena impresión, especialmente si
no esperaba estar demasiado tiempo en Londres. El mes de mayo y la temporada ya
estaban en marcha.
Levantada de puntillas, con las manos juntas, lo miraba como si esperara que
él le diera una respuesta profunda.
- Encuentro que la mayoría de las mujeres son superficiales - respondió
alegremente. - Ella puso los ojos en blanco y dio la vuelta. - Pero también entiendo -
continuó, incapaz de comprender las razones por las que deseaba
desesperadamente no decepcionarla – lo qué es desear lo que nunca has poseído.
Desafortunadamente en tu caso, Lydia, me temo que descubrirás que la realidad
está muy lejos del sueño.
Ella lo miró por encima del hombro, el desafío se veía en sus ojos.
- No estaría tan lejos si me ayudaras.
Dejó de respirar.
- ¿Disculpa?
Ella corrió a través de la habitación, se arrodilló ante él con su falda ondeando
a su alrededor, y le agarró las manos.
- Podrías enseñarme lo que no sé. - La calidez de sus palmas era tan convincente
como la súplica en sus ojos. Le tomó toda su fuerza de voluntad no doblar los dedos
alrededor de sus manos, apretarlas suavemente, y acercarla más a él.
- Parece que sabes mucho - logró decir finalmente.
- Pero no todo. Y me pongo nerviosa. Como cuando nos conocimos y me dirigí a ti
como “Su Gracia”. Honestamente, sé mucho, pero he tenido muy poca experiencia.
Si simplemente practicaras conmigo...
- ¿Que practique contigo?
Ella asintió con entusiasmo.
- Toma el té conmigo. Escóltame a la cena a mí, en lugar de a mi madre. Murmura
en mi oído si mi toque no es lo suficientemente ligero o si lo es demasiado. Si mis
pasos son demasiado lentos o demasiado rápidos. O si no debería moverme en
absoluto.
Sacudiendo la cabeza para aclararla, cerró sus ojos. Lo que él deseaba
murmurar en su oído tenía poco que ver con la etiqueta y todo que ver con la
seducción.
Luchando por controlar sus instintos más básicos, abrió los ojos.
- Imposible.
- ¿Por qué? Somos prácticamente familiares, y sé que a menudo un hombre toma a
un pariente bajo su protección.
Querido Dios, lo que él quería era tomarla bajo su cuerpo, tenerla
revolcándose debajo de él y gritando su nombre. ¿Era tan increíblemente inocente
que no podía sentir nada de su apasionada agitación? ¿Nada de ese maldito deseo
que rabiaba a través de él?
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Se sentía como un volcán ardiente, mientras que ella parecía tan fría como
una noche invernal. Quería derretir su escarcha y avivar las llamas de lo que habían
comenzado en la abrigadora oscuridad del puente.
- Como se demostró la noche pasada, transitar nuestros momentos juntos sería
como mínimo… imprudente - le dijo. Y era verdad. Su moderación estaba a punto de
desertar.
- No me estás deslumbrando ahora. - No por falta de deseo de su parte. Ella soltó
sus manos, y él lloró por la pérdida del toque. La muchacha se sentó sobre sus
talones. - He leído muchos libros, pero hay infinidad de cosas simples que no me
dicen. Cosas que seguramente tú sabes.
- No hice las rondas sociales mientras estuve en Londres.
Ella arrugó su delicada frente y él quiso pasar el pulgar sobre los pliegues y
ahuyentarlos.
- ¿No, en absoluto? – le preguntó.
- No tenía interés en los bailes. Y aunque como segundo hijo podría haber sido
considerado una buena elección, Quentin siempre fue el favorito, buscado e invitado
a todas las veladas que tenían lugar.
- Pero seguramente te enseñaron a comportarte por si te invitaban.
- No estoy diciendo que no tenga el conocimiento. Más bien me falta la experiencia
que tú buscas.
Se movió en la silla, no del todo cómodo por la forma en que ella lo estaba
examinando, como si tratara de descifrar exactamente qué conocimientos poseía.
La joven bajó la mirada a su regazo.
- ¿Qué pasa si llego a Londres y hago el ridículo?
- No lo harás.
Lentamente levantó la mirada hacia él, sus increíbles ojos lavanda revelaron
sus vulnerabilidades y miedos.
- ¿Cómo estás tan seguro cuando nunca he tenido la oportunidad de poner en
práctica lo que he aprendido? Las ilusiones y los caballeros imaginarios apenas me
han preparado para entrar en un salón de baile con confianza, y mucha confianza es
lo que necesitaré si quiero tener éxito.
- Lo cual, por supuesto, tienes.
Eligió ese momento para otorgarle una sonrisa llena de asombro y
admiración.
- He vivido toda mi vida casi como si fuera la Cenicienta. ¿Conoces esa historia?
- Un cuento escrito por Perrault. No sabía que tenías una madrastra malvada. O en
tu caso, tal vez sea un padrastro malvado.
Su sonrisa floreció.
- No!!!! Pero soy una campesina que ha pasado la mayor parte de su vida soñando
con una noche mágica. Con tu ayuda, tal vez se convierta en más.
Él entrecerró los ojos.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- No estoy interesada en regresar a Texas. Quiero vivir entre el brillo de Londres.
- ¿Y cuando descubras que no todo lo que brilla es oro, sino simplemente una pobre
imitación?
La preocupación se grabó en sus rasgos.
- Papá dijo algo similar. Creo que es solo porque son hombres, y no pueden
comprender de lo que estoy hablando.
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Capítulo 7
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- No hizo nada más que salir al pasillo - protestó Lydia, hirviendo de furia.
- Estaba buscando a Lyd - dijo el muchacho, saliendo de detrás de su hermana,
quien rápidamente se movió para seguir escudándolo.
En cualquier otro momento, podría haber pensado que sus acciones eran
divertidas. En ese momento, sin embargo, su mejilla, su boca y su corazón todavía
estaban irritados.
- ¡Lo prometiste! - Reiteró su madre.
- Sé que lo hice - dijo en voz baja. - Voy a rectificar la situación de manera urgente.
- ¡Los quiero fuera de mi casa!
- Ese deseo no puedo otorgártelo.
- ¡Quiero que azoten al pequeño bastardo!
- Sobre mi cadáver - gruñó Lydia.
- Eso se puede arreglar – acotó su madre altivamente.
- Madre, ¿hay alguien con padre? - Preguntó en un esfuerzo por distraerla del
problema que tenía entre manos. Cualquier cosa para calmar los temperamentos.
Ella giró su mirada clavándola en la suya, el horror claramente grabado en su
rostro envejecido.
- ¿Crees que lo escuchó?
Seguramente estaba bromeando. Su padre lo habría escuchado incluso si ya
estuviera acostado en su tumba. Aun así, negó con la cabeza.
- Con suerte no, pero si lo hubiera hecho, dile que has visto un ratón.
- Sí, sí - murmuró distraídamente antes de girar hacia la puerta. - Él sabe que me
aterrorizan terriblemente esas viles criaturas.
Cuando ella entró en el dormitorio del duque, desvió su atención hacia Lydia y
Colton. No le agradaba la desagradable tarea que le esperaba, pero las órdenes
debían cumplirse.
- Discutiremos este desafortunado incidente en mi estudio.
- Colton no hizo nada malo - insistió Lydia.
Entrecerrando los ojos le contestó:
- No estoy de humor para ser corregido o cuestionado en este momento. Y teniendo
en cuenta los fuegos artificiales que disparan tus ojos, creo que apreciaríamos unos
momentos para calmarnos, antes de discutir por qué tú y tu hermano están en este
pasillo… cuando solicité específicamente que Grayson y su prole desalojaran las
instalaciones todas las tardes entre las dos y las cinco. - El comentario solo sirvió
para agitar aún más las plumas de la muchacha, si su mirada asesina era una
indicación. Ella abrió la boca, y él levantó un dedo para silenciarla. - En mi estudio.
La joven cerró la boca, cuadró los hombros, se arremolinó la falda con los
puños apretados y bajó las escaleras. Su hermano comenzó a seguirla, luego se
detuvo y giró para mirarlo.
- Realmente no quieres conocer el lado malo de Lyd – le advirtió antes de seguir a
su hermana.
Por el contrario. Él definitivamente estaba esperando ese encuentro. Quizás
luego ella le exigiría que cancelara su oferta para ayudarla a practicar etiqueta.
Basado en lo que acababa de presenciar, “SÍ” necesitaba un tutor a la hora de
aprender sobre la forma adecuada de manejar situaciones desagradables.
Tomando un pañuelo con monograma del bolsillo, se lo llevó a la boca,
decepcionado al descubrir sangre. No le apetecía ser un guerrero herido, reflexionó
mientras los seguía por las escaleras. En el hall de entrada, Lydia ya había girado a
la derecha.
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Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath
- A mi estudio - le gritó.
Ella giró frunciendo el ceño, su mirada rápidamente daba vueltas alrededor
del vestíbulo. Señaló sobre su hombro.
- La biblioteca…
- No, a mi estudio – la interrumpió. - ¿Si eres tan amable de seguirme?
Sabía por la línea rebelde de su boca que ella preferiría ser la líder. Qué
diferente era cuando alguien a quien amaba estaba amenazado. Él la había
percibido como joven, dulce e inocente. En este preciso momento, parecía como si
deseara sacarle los ojos. No pudo determinar por qué le pareció atractivo ese
aspecto de su personalidad.
Lideró el ancho pasillo y entró en una habitación que, como la biblioteca, daba
al jardín. Pero donde no había libros para el placer en los estantes detrás de su
escritorio. Allí, había poco más que libros y libros diseñados para ayudar a
administrar sus fincas. Allí, él no podía escapar de sus obligaciones. Y, en esta
habitación más pequeña, ellos no podrían escapar de él.
Cruzó la habitación, se volvió, apoyó las caderas en el escritorio y clavó los
dedos en el borde pulido. No invitó a sus espectadores beligerantes a sentarse. Lo
que él tenía que decir era mejor escucharlo de pie.
- ¿Tu padre no te informó que debías abandonar las instalaciones durante la tarde? -
Preguntó.
- Lo hizo - respondió Lydia sucintamente – pero…
- No quería ir a pasear en carruaje - terminó Colton.
Lydia se volvió hacia él.
- Yo manejaré esto.
- Yo puedo cuidar de mí mismo.
Reconoció la batalla que se libraba en la joven. La hermana mayor que quería
proteger al hermano menor, quien deseaba probarse a sí mismo que podía actuar
como un hombre. Estaba cautivado por las diversas emociones que cruzaban por su
rostro, y sin embargo, dentro de cada una de ellas se ocultaba la profundidad del
amor por el niño.
Ella hizo un gesto de asentimiento casi imperceptible, y el chico dio un paso al
frente, la boca era una línea sombría.
- Sentarse en un carruaje, es más aburrido que un mes de domingos sin hacer nada.
Pa dijo que podía quedarme aquí mientras me mantuviese en mi habitación. Estaba
mirando por la ventana y vi entrar a Lydia. Quería encontrarla para ver si podía
tomar prestado un caballo y salir a cabalgar. Salí al pasillo casi al mismo tiempo que
la duquesa subía las escaleras. - Se encogió de hombros - "Mal momento".
- Me atrevo a decir que es una subestimación - reflexionó en voz alta.
Por el rabillo del ojo, vio que Lydia se mordía el labio superior. Entonces, él se
inclinó ligeramente hacia adelante, y todo el humor huyó de su rostro. La joven dio
un paso casi imperceptible hacia adelante y más cerca del muchacho. Él se movió y
ella se retiró.
Fascinante.
- ¿Cómo es que no encuentras que montar a caballo, mirando solamente el campo,
no es tan aburrido como... qué era? ¿Un mes de domingos?
- Sentado en un carruaje, no estás haciendo nada. Montando a caballo… - una
profunda emoción apareció en los ojos del niño - eres libre.
- ¿No crees que tu padre se opondría a que montes solo por un campo que es
decididamente extraño para ti?
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Apartó esos pensamientos, antes de hacer algo que lamentaría, como tomarla
entre sus brazos y comenzarla a seducir. Ella no era de las mujeres aburridas que lo
buscaban para probar lo que él podía ofrecerles en los caminos del placer. Ella era
una inocente, su invitada, la hijastra de su hermano bastardo. Lo que él tenía en
mente para hacer con ella, era completamente inapropiado. Lo mejor era volver al
asunto que los ocupaba si quería tener alguna esperanza de mantener la cordura.
- Confío en que nuestra invitada se abstendrá de darle a la Duquesa lo que ha
deducido que necesita.
Esos malditos y besables labios se transformaron en una suave sonrisa.
- Lo he logrado hasta ahora, ¿no?
- Apenas. Sospecho que si mi madre se hubiera tomado la molestia de tomar aire,
habrías asaltado el castillo, como un caballero en una cruzada.
Su sonrisa se marchitó.
- Eso hubiera sido poco femenino.
- Así es. - Extendiendo la mano, acunó su mejilla y pasó el pulgar por esos
suntuosos labios. - Aunque en verdad, no puedo imaginar que seas otra cosa que no
sea una dama. - Eso no muy fue muy sabio de su parte, porque ella no se movió,
sino que simplemente lo miró. Esperando. Esperando lo que veía en sus ojos, lo que
deseaba otorgarle. Esperando lo que sabía en su corazón, que no debería brindarle.
- Tu prima está absolutamente equivocada sobre su evaluación de tu situación, -
murmuró - En caso de que vayas a Londres antes de que termine la temporada,
tendrás una multitud de hombres acudiendo a tu lado, encantados de hacerlo.
- Eres demasiado amable - Sonó sin aliento, como si le resultara tan difícil respirar
como a él.
- Te lo aseguro, soy todo menos amable. Y voy a darte tu segunda lección. Algo que
tus libros indudablemente no pudieron enseñarte. Algo que no aprendiste anoche.
Nunca debes quedarte sola con un hombre.
Él bajó la cabeza. Sus ojos se abrieron una fracción de segundo antes de que
se cerraran y que sus labios se separaran. Las entrañas se apretaron por su
aprobación, y la sangre le rugió en la cabeza, mientras tocaba con sus labios los de
ella.
El fuego fue instantáneo. No fue una chispa que necesitaba afianzarse y
crecer, sino que fue un fuego ensordecedor. Ella se derritió contra él, sus pechos se
aplastaron contra el suyo, sus brazos le rodearon la cintura y sus manos le
acariciaron la espalda.
Fue muy consciente de cada centímetro de ella que se entrelazaba a su
alrededor como una enredadera que busca asirse al poderoso roble. Su inocencia lo
llenó, lo inundó y lo atrapó. Quería poseerla, ser su dueño.
Mientras la lengua recorría su boca, ahuecó sus nalgas y apretó las caderas
femeninas contra su dolorido cuerpo. El gruñido gutural que escapó de su interior,
sonaba como el de un animal herido, un animal que reconoce que la presa se ha
convertido en el cazador.
Había pensado en intimidarla, asustarla, y en cambio, había descubierto que
su arsenal era muy superior al suyo. La inocencia desatada era devastadoramente
poderosa.
- ¡Lyd! - Gritó Colton desde el pasillo exterior. - Pa ha vuelto.
Lydia se alejó en el preciso momento en que Rhys se enderezó bruscamente.
Ambos estaban sin aliento, temblando de necesidades incumplidas.
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Capítulo 8
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Una parte de ella se sentía egoísta por pedirle que le dedicara algún tiempo,
pero disfrutaba mucho de su compañía… cuando no estaba irritable.
Después de cenar, tal como lo había hecho la noche anterior, la había dejado
en la biblioteca para leerles a los sirvientes más jóvenes, mientras él subía a visitar a
su padre. Esta vez, su padrastro no lo había acompañado. No sabía si Rhys todavía
estaba allí. Había esperado escuchar la apertura de una puerta o unos pasos
dignos, pero no había escuchado nada excepto el constante latido de su corazón.
Él podría haber dejado esa ala antes de que ella hubiera llegado. O quizás
aún estuviera en esa parte de la casa.
Tomando una respiración profunda, llamó suavemente a la puerta del
dormitorio del duque. Escuchó los sonidos apagados de alguien que intentaba
caminar sin molestar, y se preguntó brevemente qué haría si la Duquesa estuviera
dentro.
Rhys abrió la puerta ligeramente. Detrás de él, la pálida luz parpadeaba y las
sombras bailaban. Él la miró como si no pudiera entender lo que estaba haciendo
allí.
No estaba segura de haber podido responder esa pregunta si se la hubiera
hecho. Solo sabía que se lo veía cansado. En algún momento, se había
desabrochado la corbata, pero aún colgaba de su cuello. Se había quitado la
chaqueta. Tres botones de su camisa estaban desabrochados, lo que le
proporcionaba una mínima visión de su pecho. Suponía que una verdadera dama
inglesa se habría sorprendido. Pero ella había trabajado en el campo junto a
hombres que a menudo se quitaban la camisa cuando el sol caía sin piedad.
Ella se lamió los labios y el inmediatamente bajó la mirada a su boca. Hubiera
sonreído si la ocasión no hubiera sido tan sombría.
- ¿Estás solo allí? - Susurró.
Sus oscuras cejas se juntaron hasta parecerse a las alas de un cuervo. "
- Mi padre está adentro.
- Por supuesto, ya lo sabía. Me refería a si había alguien más. En particular, a la
duquesa.
Una esquina de su boca se curvó hacia arriba.
- No. Han pasado algunos años desde que mi madre ha tenido la costumbre de
visitar el dormitorio de mi padre durante las noches.
La vergüenza hizo que se sonrojara al darse cuenta de lo que estaba
revelando. Parecía demasiado íntimo, de alguna manera una violación de la
privacidad que uno esperaría en el matrimonio.
- ¿Está despierto? - le preguntó.
- No.
- ¿Te gustaría una compañía?
Sus cejas se dispararon hacia arriba, casi perdiéndose en los pesados y
oscuros mechones de pelo que habían caído sobre su frente.
- Esta no es la hora del té, Lydia.
- Lo sé. Pero cada vez que estábamos enfermos y mamá se sentaba junto a nuestra
cama para cuidarnos, papá siempre estaba allí también. Más para ofrecer apoyo a
mamá que otra cosa. Pensé que ya que no tienes esposa para compartir tu pesar, tal
vez te conformes con mi compañía.
- ¿Te consideras como un ángel de la misericordia?
- Me considero una amiga.
El remordimiento se reflejó en su cara.
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- Me disculpo. De hecho, me estoy volviendo loco sin escuchar nada más que el
tictac del reloj y el crepitar del fuego. Por supuesto, únete a mí.
Retrocediendo, abrió más la puerta y extendió una mano a un lado en señal
de invitación. Entró, muy consciente del clic de la puerta cuando la cerró. Rhys pasó
a su lado, ella observó fascinada cómo levantaba una silla y la colocaba junto a otra
situada cerca de la cabecera de la cama. Se deleitó cuando su camisa ondeó sobre
sus músculos contraídos y relajados por el esfuerzo.
Con un ligero movimiento de cabeza, indicó la silla que acababa de colocar
junto a la suya. Tan silenciosamente como pudo, se deslizó más adentro de la
habitación y se sentó. Él se dejó caer a su lado.
Un fuego ardía bajo dentro de la chimenea, proporcionando la única luz en la
habitación. La oscuridad flotaba en las esquinas y amenazaba la gran cama con
dosel. Sus gruesas cortinas de terciopelo estaban echadas hacia atrás, atadas en su
lugar con borlas doradas. Los postes de la cama eran macizos, intrincadamente
tallados, y se preguntó brevemente si Rhys había sido concebido allí. Si su propio
padrastro lo había sido.
- ¿Quién lo cuida cuando no estás aquí? – le susurró.
- Una enfermera está durmiendo en la habitación contigua. Ella se sentará junto a su
cama cuando esté dispuesto a retirarme. Con su frágil salud, no nos atrevemos a
dejarlo desatendido.
Su voz baja no contenía el áspero susurro, no insinuaba un intercambio de
secretos, sin embargo, lograba tejer un capullo de intimidad a su alrededor, lo que
hacía que ella se inclinara hacia él.
- Lo dejaste solo anoche - le recordó.
- Sí, bueno, creo que ambos podemos dar fe del hecho de que no me estaba
comportando como debería.
Sabía que él se estaba refiriendo a su mala conducta, no simplemente a
haber dejado a su padre sin nadie que cuidara de él, pero pensó que era inteligente
desviar la conversación a un terreno más seguro.
- Tu padre estaba dormido cuando papá nos trajo para presentarnos. ¿Alguna vez
se despierta?
Él sostuvo su mirada.
- Raramente. Duerme más profundamente ahora.
- Es muy generoso de tu parte permitir que todos los demás lo visiten durante el día
y guardar tus visitas para la noche.
Le dio una sonrisa irónica.
- Me halagas con suposiciones falsas. Pero tengo muchas responsabilidades con
respecto a Harrington y Blackhurst, que se manejan mejor durante el día.
Se sentía como una niña pequeña castigada por meter la mano en el tarro de
las galletas antes de la cena. No sabía por qué le arrojaba todos sus cumplidos a la
cara. Era como si no deseara que nadie reconociera la bondad en él. Quizás él
mismo no la veía.
Cambió su mirada hacia el hombre que yacía en la cama. El suave ascenso y
descenso de su pecho eran los únicos indicios de que estaba con ellos. Sus finos
mechones de cabello, blancos como la nieve, estaban alejados de su frente,
parecían recién lavados. Las responsabilidades que ella no podía imaginar habían
tallado profundas líneas en su rostro. Se preguntó si harían lo mismo con Rhys.
Sin embargo, sintió que la paz rodeaba al Duque. Le habría gustado conocer
a este hombre que había tenido una influencia tan profunda en su vida. Había
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- ¡Oye, Lyd!
Apartó su atención de Rhys y se la concedió a Colton que corría hacia ella.
- ¡Tienen perros! - Dijo emocionado y sin aliento, deteniéndose a su lado.
- ¿¡Perros!? - Gritó Sabrina, dejando caer su mazo antes de correr hacia su
hermano.
- Están encerrados - explicó Colton - ¿Podemos sacarlos a correr?
Ella desvió su mirada hacia Rhys, su boca se había curvado ligeramente, con
diversión. Incluso disfrutaba del más mínimo indicio de sonrisa, que esbozara su
bello rostro.
- ¿Los perros están domesticados? - Le preguntó a Rhys.
- Son perros utilizados para la caza del zorro.
- ¿Harán daño a los niños si juegan con ellos?
- No. - Se volvió hacia William. - ¿Por qué no supervisas las cosas? Dile al Sr.
Burrow que les he dado permiso a todos ustedes para sacar a los perros.
- Sí, jefe, yo me ocupo.
Sacudió la cabeza mientras William, Colton y Sabrina salían corriendo.
- ¿Por qué te llamó Jefe? – le preguntó Lydia.
- Está teniendo dificultades para adaptarse a mi nuevo estado.
- No entiendo. Pensé que como segundo hijo, se te habría otorgado el respeto de
que te trataran como milord.
Pareció dudar, su mirada la recorrió, y en sus ojos, creyó detectar la pérdida y
la aceptación.
- Durante un tiempo, me alejé de la familia. No los reconocía, ni ellos me reconocían
a mí. Por lo tanto, mis sirvientes simplemente asumieron que no tenía ninguna
relación con la nobleza, que simplemente poseía algún medio mágico para
abastecerlos si me servían bien.
Se preguntó cuánto más revelaría si presionaba suavemente, también se
cuestionó si tenía derecho a hacerlo.
- ¿Qué sucedió para causar la grieta entre ustedes?
- Hice algo que encontraron absolutamente imperdonable. ¿Entiendes cómo jugar al
croquet?
Con elegancia, aceptó su determinación de no hablar sobre el pasado más de
lo que ya lo había hecho.
Levantó su mazo.
- No puedo entender cómo sostener la maldita cosa.
Él sonrió, sus ojos brillaban, y ella sintió como si hubiera tocado las estrellas.
Era extraño cómo un mero destello de felicidad en él, podía hacerla sentir casi
mareada de alegría.
- Permíteme demostrártelo - ofreció. Se ubicó detrás de ella, la rodeó con sus largos
y fuertes brazos y colocó las manos sobre las suyas que estaban agarrando el mazo.
- ¿Cuál es el perfume que usas? – le preguntó.
Su aliento le rozó la sensible piel debajo de la oreja. Hubiera esperado que le
hiciera cosquillas, no que enviara deliciosos escalofríos a través de su cuerpo.
- Rosas.
- Huele más dulce en ti que en cualquier brote que haya encontrado.
Ella inclinó la cabeza ligeramente, dándole a su aliento más área para viajar.
Aunque estaba mirando hacia adelante, sentía que su cabeza estaba inclinada muy
cerca de la suya.
- Pasas una gran cantidad de tiempo oliendo capullos de rosa, ¿verdad?
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Capítulo 10
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Por lo general, el pueblo era tan silencioso como una iglesia. No podía creer
la conmoción que ese par estaba causando con su pelea.
- Perdón. Disculpe. Déjeme pasar, por favor - decía mientras trataba de apartar a la
gente diplomáticamente.
Se acercó al carro, justo cuando la mujer subía a bordo. No una mujer. Una
dama. Una dama elegantemente vestida. No solo una dama.
¡Lydia!
Por Dios, ella estaba furiosa.
- ¡Dame ese látigo, maldito hijo de puta!
La joven intentó arrebatárselo de la mano. Bower la empujó hacia atrás, y ella
se tambaleó, los brazos agitándose como aspas de molino.
Él contuvo el aliento dolorosamente en los pulmones, y aceleró el paso.
El hombre la empujó de nuevo, y Lydia perdió el equilibrio por completo.
Cuando ella cayó gritando fuera del carro, él empujó a alguien hacia un lado y
la atrapó antes de que tocara el suelo. La muchacha le echó los brazos al cuello
como si no confiara en que él no la dejaría caer, cuando soltarla era lo más alejado
que tenía en la mente.
Ambos respiraban con dificultad, sus miradas estaban entrelazadas. La
pasión alimentaba el violeta de sus ojos, enmarcados por las pestañas más largas
que jamás había visto. Hubiera querido mirarlos hasta perderse en ellos, hasta que
sus pecados del pasado se desvanecieran. Los tentadores labios entreabiertos
estaban tan increíblemente cerca de los suyos, que solo necesitaría bajar la cabeza
un milímetro para poder saborearlos. La tentación era casi más de lo que podía
tolerar.
Sintió fascinantemente que el costado de uno de sus pechos, estaba
aplastado contra el suyo y que el calor de su cuerpo se abría paso a través de la
tela, mezclándose con su temperatura y saturando su piel.
Había llevado a muchas mujeres en brazos a la cama, pero ninguna se había
sentido tan bien allí. Con ninguna había sentido que pertenecía a ese lugar. Y
ninguna había hecho que se arrepintiera tan profundamente de no poderle ofrecer
nada más que eso, como lo hacía ella.
- Bájame – chilló entre dientes.
Aparentemente había confundido la pasión con la furia. Eso hizo que se
volviera cada vez más consciente de las personas que los rodeaban, y que todavía
estaban empujándose en un intento de determinar exactamente qué estaba pasando
allí.
Inclinó la cabeza ligeramente en señal de aceptación, y lentamente permitió
que bajara los pies al suelo, mientras saboreaba toda la longitud de su cuerpo que
se deslizaba contra el suyo. Apenas Lydia tocó la tierra, retrocedió un paso, y el aire
frío se precipitó entre ellos restaurando sus sentidos.
- Señorita Westland, tal vez le interese explicar de qué se trata esta conmoción.
Desde mi punto de vista, parece que atacaste al Sr. Bower, aquí presente.
- Sí, eso fue, mi lord. Una mujer salvaje, sin duda...
Le dirigió una mirada tan mordaz a Bower que silenció al hombre
bruscamente. Entonces volvió su atención a Lydia.
- ¿Señorita Westland?
- No es que te importe, pero su carro está cargado con demasiados suministros. Es
demasiado pesado para que un caballo tire de él. Además estaba usando ese látigo
en el pobre animal. Yo solamente estaba tratando de detenerlo.
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- Gracias, Sr. Bower. Una última cosa. Mejoraría mi opinión sobre usted
considerablemente, si le ofreciera una disculpa a la señorita Westland.
El hombre miró a Lydia.
- Me disculpo con usted, señorita.
El tono de su voz transmitía con gran precisión que deseaba que le ocurriera
alguna desgracia. Tendría que hacerle una visita al señor Bower más tarde y
enseñarle algunos modales, ya que volver a castigarlo públicamente solo serviría
para avergonzar más al hombre.
Lydia asintió con la cabeza, pareciendo tan feliz de recibir la disculpa como el
hombre por emitirla. Bower avanzó pesadamente en busca de alguien que lo
ayudara a descargar el carro.
- Matará a ese caballo en la próxima oportunidad que tenga - dijo.
- Para asegurarme de que no lo haga, volveré a hablar con él sobre el asunto más
tarde - dijo.
Ella frunció el ceño como si hubiera hablado en un idioma extraño para ella.
Nunca había tenido mucha suerte tratando de entender la mente de las mujeres
cuando éstas mantenían un diálogo trivial, mucho menos cuando podía ver en sus
ojos las ruedas de la mente girar. Dondequiera que se dirigieran sus pensamientos,
decidió que sería mejor simplemente pasar a preocupaciones más apremiantes.
Mientras tironeaba de un guante, miró alrededor y le preguntó a la muchacha
- ¿Dónde está tu hermano?
- A estas alturas probablemente ya haya vuelto a la casa.
Seguía sin entenderla.
- ¿Disculpa? Pensé que habían planeado salir a montar juntos.
- Y así fue, salimos juntos. Luego vi el pueblo y quise echar un vistazo más de cerca.
Él pensó que seguramente me detendría a hacer algunas compras, y como no
estaba interesado siguió solo.
- Entonces, ¿quién te acompañó a la aldea?
Encogiéndose de hombros, negó con la cabeza.
- Nadie.
- ¿Me estás diciendo que montaste hasta aquí sin acompañante o chaperón?
- Sí. - contestó lanzándole una penetrante mirada. - Te veo más tarde.
- ¿A dónde vas?
- De vuelta a la mansión.
- No puedes volver sola.
- ¿Por qué no?
- Porque simplemente no puedes. Una dama no monta sola por el campo.
Ella palideció ante eso, pero levantó su barbilla en desafío.
- Lo hago todo el tiempo en casa.
- Bueno, pero no lo harás en mis tierras. Te acompañaré a casa.
- No necesito un acompañante - insistió.
- No haré que tu padre me regañe por no velar por tu bienestar.
Desafortunadamente, el platero no ha terminado la tarea que le he asignado. Iba a
tomar un té en la posada de la carretera mientras termina, quizás quieras unirte a mí.
Ah, podía ver girar esas pequeñas ruedas de indecisión.
- La señora Forest es conocida por sus postres de chocolate deliciosamente
pecaminosos – dejó caer en un intento por tentarla.
- No.
Él suspiró profundamente.
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No podía creer que hubiera permitido que el malvado la convenciera para que
se uniera a él para tomar el té. Aunque “malvado” era un poco duro, parecía tan
caballeroso como su padrastro cuando hablaba con ella.
Había sido por el escalofrío que había caído en cascada a través de su
cuerpo cuando él la había agarrado del brazo, lo que la había llevado a atacarlo. No
quería verse atraída por ese hombre que podía abusar de los animales.
El abusar de los animales estaba solo a un paso de abusar de las personas.
¿Qué sabía realmente de él? Que había sido criado junto a su padrastro, aunque
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fuera legítimo. Y que nunca habían permitido que Grayson olvidara quién era o, lo
que era más importante, qué era él.
¿Por qué estaba tomando el té con un hombre que desorganizaba de tal
forma sus emociones? ¿Por qué tenía que estar tan devastadoramente guapo,
sentado frente a ella, en la parte posterior de una posada, donde la luz del sol se
filtraba por una ventana y lo bañaba?
Estaba respetando las condiciones que ella había impuesto para ir con él. No
la estaba tocando, ni le estaba hablando. Sin embargo, estaba logrando
comunicarse con ella. Y no estaba del todo segura que lo que sentía al respecto le
gustase.
Estremecimientos, nervios, agitación, calidez.
Su intensa mirada gris no la había dejado desde que se sentaron, había
permanecido sobre ella mientras sorbía tranquilamente su té e ignoraba los pasteles
rellenos de crema y untados con chocolate que la camarera le había puesto delante.
Ella se había tragado los suyos como si estuviera en un concurso de comer
sandías en casa.
- ¿Qué? - estalló finalmente.
Un brillo de sonrisa tocó sus ojos.
- Me preguntaba si te gustaría deleitarte con mis pasteles también.
Se removió en la silla y sus ojos se dirigieron hacia las masas de grueso
chocolate que había en su plato. No sabía por qué el chocolate allí sabía mucho
mejor, más cremoso y más rico. Era imposible resistirse.
- No es propio de una dama comer doble ración.
- No es propio de una dama devorar sin respirar entre bocados.
El calor de la vergüenza le escaldó la piel y logró hervir su temperamento.
Arrojó la servilleta sobre la mesa y se levantó.
- Me voy a la casa.
Lanzándose a través de la mesa, él le agarró la muñeca y ella se detuvo,
mirándolo.
- Por favor, no te vayas - suplicó en voz baja. - Eso fue innecesario y grosero.
Incorrecto. Descortés. Fui un patán maleducado. - Una esquina de su boca se curvó
- Puedes, por supuesto, sentirte libre de detener mi autoflagelación en cualquier
momento.
- ¿Por qué debería hacerlo cuando creo que te lo mereces?
- ¿Por burlarme de tu entusiasta degustación de nuestros chocolates? - Sacudió la
cabeza ligeramente. - No lo creo. Aquí hay algo más, y no puedo entender qué es.
La mayoría de las mujeres estarían agradecidas de haber sido rescatadas de un
bruto como Bower. Y tú pareces disgustada por mi intromisión.
- No por tu intromisión. Por ti. – le dijo mientras volvía a tomar asiento.
Despacio, deslizando los dedos de su muñeca, se enderezó.
- Ya veo.
La mirada herida que reflejaron sus ojos, casi hizo llorar a los suyos. ¿Esa era
su estratagema? ¿Para ocultar que era cruel, parecer herido? Sin embargo, a
menudo había sido amable.
- Vi tus caballos - le espetó.
Surcos profundos arrugaron su frente.
- ¿Mis caballos? Por supuesto que los viste. Supongo que entraste en uno de ellos
al pueblo.
- Los que están en el prado detrás de los establos.
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Sus ojos brillaron con malicia, como si supiera el camino por el que divagaban
sus díscolos pensamientos. Luego se inclinó hacia ella, y con el pulgar acarició la
esquina de su boca, su pulso se aceleró haciendo que sus labios anhelaran más.
- La próxima vez que quieras ponerme en mi lugar - dijo en voz baja y sensual - te
sugiero que lo hagas sin tener un poco de chocolate burlándose de mí en la esquina
de tu boca. - Ella retrocedió como si él la hubiera abofeteado. La humillación la
colmó, agarró su servilleta y se limpió la boca. - Demasiado tarde. Ya me he
ocupado de eso.
Observó con asombro, que él devolvía el pulgar brevemente a su boca, y ella
se preguntó si la estaría degustando como si hubiera estado probando el chocolate.
- Deberías haber dicho algo. - el castigo perdió impacto cuando se lo dijo con voz
chillona.
- Estás en lo cierto. Pero estaba demasiado distraído preguntándome cómo el sabor
de tu piel, lograría mejorar el sabor del chocolate.
*-*
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Capítulo 11
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- Era bastante hábil en la manipulación de personas, y mucho más hábil para ocultar
su verdadero yo.
- ¿Cómo pudo ocultar lo que le hizo a esos caballos?
Él dirigió su atención hacia ella, y sintió todo el peso de su mirada.
- Imagino que encontró alguna forma de justificar su comportamiento hacia los
animales. Sin duda, le dijo a quien quisiera escuchar, que eran desobedientes.
Ella se estremeció.
- Gracias a Dios que no tenía hijos. - Trató de recordar qué más sabía de Quentin -
¿Estaba casado?
- Por un tiempo. - Señaló hacia el horizonte - Si no tienes inconveniente en montar
un poco más rudo, el paisaje es mucho más agradable si cruzamos la finca.
- Estoy acostumbrada a montar a caballo - le aseguró, encantada con la idea de un
desafío.
Algo extraño brilló en sus ojos, y tuvo la sensación de que había algo más en
su invitación, algo no del todo inocente.
Encaminó su caballo fuera de la carretera principal y se lanzó al galope. Ella
lo siguió, alcanzándolo rápidamente, aunque no estaba acostumbrada a ese tipo de
silla de montar. En casa, usaba una falda dividida al medio y montaba a horcajadas.
Pero cuando había preparado su baúl, había asumido que ese hábito de montar no
sería apropiado allí, por lo tanto no había empacado esas prendas. Tenía que
admitir que en ese momento, se sentía más como una dama, aunque a una parte
secreta de sí misma, no le hubiera importado desafiarlo a una carrera. Pero como no
estaba acostumbrada a ese tipo de silla, no quería arriesgarse a perder.
Disfrutaba del sutil rodar de la tierra bajo los cascos del animal. Del campo
verde oscuro y de la abundancia de árboles. Del inconmensurable y bello cielo azul,
el mismo cielo que miraba cuando trabajaba en el campo. Era extraño, cómo, de
repente, parecía mucho más hermoso cuando no estaba trabajando debajo suyo.
Detuvieron sus caballos cerca de unos pilares de piedra desmoronados, casi
perdidos entre el follaje. Ni siquiera los habría notado si él no la hubiera dirigido
hacia ellos.
- ¿Qué es este lugar? – le preguntó.
- Los restos de un castillo olvidado.
- No se puede olvidar si tú lo recuerdas - dijo.
- Supongo que no.
Esperó mientras Rhys desmontaba y caminaba hacia ella. Levantó los brazos,
colocando sus fuertes manos alrededor de su cintura. Ella apoyó las suyas sobre sus
anchos hombros, conteniendo la respiración, mientras él la bajaba lentamente hasta
el piso, con su mirada fija en la de ella.
El calor se arremolinó a través de su cuerpo. Era consciente de que su
corpiño rozaba ligeramente contra su camisa, de que su falda raspaba sus
pantalones y de que las puntas de sus zapatos se estaban tocando. Era consciente
de que ahora él miraba hacia abajo, y de que ella al mirarlo, se veía atraída por el
gris de sus ojos tempestuosos.
El deseo cruzó por su rostro como las nubes de tormenta ondeaban sobre la
tierra, oscureciéndose mientras buscaban liberar todo lo que habían cargado. Él la
deseaba, estaba segura de eso. Y ella tembló al saber que también lo deseaba.
Varios jóvenes la habían rondado, sin embargo, nunca había tenido tal
conciencia de sus deseos, como si una cuerda invisible hubiera sido atada alrededor
de sus cuerpos y los estuviera acercando.
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Lo había estado mirando a los ojos, sin darse cuenta de que él se había
acercado lo suficiente como para sentir la fragancia a limón que adornaba su piel,
junto con el aroma masculino que flotaba debajo. Lo suficiente como para sentir el
calor de su cuerpo a través de la ropa.
Él ahuecó su barbilla y con el pulgar acarició la comisura de su boca.
- Tú no besas como una mujer que se ha comportado.
Él bajó su boca hasta la de ella, haciendo que sus ojos se cerraran. Era como
si cada terminación nerviosa de su cuerpo se desplegara. ¿Cómo podía un beso
tocarla en tantos lugares diferentes?
Rhys estaba en lo correcto. Ella no era ajena a los avances de los hombres, y
sin embargo, ningún beso que había recibido antes la había hecho sentir floja, como
si sus huesos simplemente se estuvieran derritiendo. Un brazo masculino rodeó su
espalda, presionando más cerca sus cuerpos. Agarrándose de sus hombros, ella
inclinó la cabeza para darle un acceso más fácil, para anunciarle su aquiescencia a
su inquisitiva lengua.
Él respondió con un gruñido gutural, totalmente salvaje, completamente en
sintonía con su entorno. Antiguo y básico. Una bestia cuya correa había sido
desatada.
*-*
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Capítulo 12
Era muy consciente del incómodo silencio que se extendía entre ella y Rhys.
Iniciado mientras habían cabalgado hacia la casa. Construido cuando habían
entregado sus caballos en el establo. Profundizado mientras subían penosamente
los escalones de la mansión.
No estaba segura de qué hacer con él o qué pensar sobre lo que había
pasado entre ellos. ¿Cómo podía actuar ahora como si nada hubiera sucedido,
cuando su cuerpo aún vibraba por las promesas incumplidas?
Solo tenía que mirarlo para recordar la presión de sus labios contra los de
ella, el roce de su palma a lo largo de sus costillas, la sensación de su mano
acunando su pecho.
Que ella hubiera estado a punto de ahogarse en las sensaciones que había
provocado dentro suyo, debería haberla asustado. Sin embargo, parecía que todo lo
que era capaz de hacer, era sentirse decepcionada de que hubiera detenido su
exploración y de que no hubiera ido más allá de donde había llegado.
Como mujer que valoraba su virtud, sabía que debería estar agradecida de
que hubiera mostrado una moderación tan notable. Como mujer que apenas
comenzaba a explorar el territorio desconocido que existía entre un hombre y una
mujer, sentía curiosidad por todo lo que no sabía.
- ¿Vas a ignorarme de ahora en adelante? – le preguntó en voz baja, mientras se
acercaban a la parte superior de la escalera.
Él la miró, con los ojos grises como el cielo advirtiendo de la tempestad por
venir.
- Si fue así de fácil. Desafortunadamente, soy consciente de cada aliento que tomas.
Una pequeña emoción de placer la atravesó. Así que no estaba tan
imperturbable por lo que había pasado entre ellos como parecía ser.
- ¿Es eso tan horrible? – le preguntó.
- Por razones que no deseo explicar... sí. Creo que sería mejor si prescindimos de
compartir las comidas por la noche o para el caso, en cualquier otro momento.
Como si no quisiera discutir la situación más allá, apuró sus pasos. Ella lo
seguía como un perro fiel, pero en realidad quería agarrarlo del brazo, darle vuelta y
exigirle que le explicara todo. Era injusto seguir siendo misterioso en lo que se
refería a su corazón. Ella quería explicaciones. Se las merecía.
Un sirviente abrió la puerta, y Rhys se hizo a un lado, inclinando cortésmente
la cabeza para indicarle que debería precederlo al entrar en la mansión.
Entrecerrando los ojos, le dirigió una mirada que sabía que a sus hermanos los
habría hecho alejarse lo más posible de ella, entró con la mayor dignidad posible.
- Mi lord, por fin ha regresado a casa, - dijo el mayordomo mientras se aproximaba a
ellos.
- No tenía la impresión de que había un toque de queda - dijo Rhys.
- Es claro que no, milord. Sin embargo, Su Gracia me ordenó que les dijera a usted y
a la joven dama, tan pronto como cualquiera de ustedes regresara, que desea que
se unan a él en el salón.
Rhys se inclinó hacia el sirviente.
- Quieres decir en su dormitorio.
- No, mi lord. - Los ojos del criado brillaban como si estuviera repartiendo regalos en
la mañana de Navidad. - Su Gracia aparentemente tuvo una notable recuperación.
Si puedo decirlo, mi lord, es algo así como un milagro.
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- Sería un pobre anfitrión si no me uniera a mis invitados por lo menos para una
comida, ¿no? - preguntó el duque.
- Considerando que has estado bastante mal, creo que todo habría sido perdonado.
- Es más fácil obtener el perdón de los demás que obtenerlo de uno mismo.
Preséntame a tu dama.
Rhys se aclaró la garganta.
- Ella no es mi dama, padre. Es la hijastra de Grayson. Nuestros caminos se
cruzaron en el pueblo, y la escolté hasta casa. ¿Puedo tener el honor de presentarte
a la señorita Lydia Westland?
Su corazón latía tan fuerte que casi no escuchó la presentación. A ella no le
importaba lo que Rhys le había dicho en el pasillo, el hombre sentado frente a ella
tenía la nobleza tallada en cada línea de su rostro, en el conjunto de sus hombros y
en la profundidad de su mirada.
Soltó a Rhys, se acercó e hizo una reverencia.
- Su Gracia, es un honor conocerlo por fin.
Se inclinó hacia ella y dijo en voz baja:
- Entonces eres tú quien susurra con mi hijo a la mitad de la noche y le hace
compañía.
- Pensé que estaba dormido.
- Estoy demasiado cansado para abrir los ojos, querida niña. Me pregunto si mi hijo
ha abierto los suyos.
Sintió que una mano se detenía debajo de su codo mientras Rhys la ayudaba
a enderezarse. El duque miró hacia donde estaban sus padres.
- Encantadora niña, Grayson.
- Tuve poco que ver con eso, Su Gracia.
Ella era muy consciente de que dentro de esa habitación, su padrastro
actuaba formal con ese hombre que lo había engendrado, y se preguntó si era por
respeto a la bruja sentada junto al duque.
- Quizás no tuviste nada que ver con engendrarla, pero veo tu influencia allí. Tus
propios hijos veo que son motivo de orgullo. ¿No estás de acuerdo, Winnie?
Miró a la mujer que acariciaba amorosamente la mano de su esposo.
¿Winnie? Parecía un nombre demasiado blando, demasiado bromista para la
musaraña chillona con la que se había encontrado un par de veces en el pasillo.
- Por supuesto, cariño - dijo la duquesa.
- Me gustaría que todos cenáramos juntos esta noche - dijo el duque, e incluso en su
estado de debilidad, su voz sonó como una orden.
- Si eso es lo que quieres, cariño, entonces veré que sea así - dijo la duquesa. -
Instruiré a Cook para que prepare tus platos favoritos. - Ella se levantó con gracia. -
Me ocuparé de eso de inmediato. Si me disculpan.
No pudo evitar mirarla. La mujer que salió de la habitación era completamente
regia en su porte, acababa de ver un lado de la duquesa que nunca sospechó que
existía. No pudo evitar sentirse impresionada de que, al menos para esta ocasión,
para su esposo, estuviera dejando de lado sus sentimientos personales de repulsión
hacia Grayson Rhodes.
- Si me disculpa, padre, tengo algunos asuntos que ver también - dijo Rhys.
- Por supuesto. Aunque espero que consideres tocar el piano para nosotros esta
noche.
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*-*
Alcanzó a su madre en el vestíbulo. Cuando tenía una misión, podía ser una
bola de energía.
- ¿Madre?
Ella se volvió y secándose la comisura de los ojos con un pañuelo de lino
blanco, le dio una dulce sonrisa.
- Me pareció que se ve bastante bien, ¿verdad?
Él pensaba que su padre estaba haciendo una buena representación de verse
bien, pero no se atrevió a admitir la verdad.
- Sí.
- Aunque no está completamente recuperado - susurró, como si temiera que pudiera
perjudicar al Duque al pronunciar las palabras lo suficientemente fuerte como para
que cualquiera las oyera.
Negó con la cabeza tristemente.
- No.
Tomando una respiración profunda, ella asintió.
- Entonces aprovecharemos al máximo esta noche. Tu padre tiene tres postres
favoritos. No estoy segura de cuál preferirá.
- ¿Por qué no pedirle a Cook que haga los tres?
Sus ojos brillaron.
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- ¡Espléndida idea! Haré exactamente eso. El arreglo de los asientos será un poco
complicado.
- ¿Puedo sugerir que prescindamos de la formalidad por esta noche?
- Espléndida idea. Además, dudo que Debrett's proporcione información sobre cómo
sentar el tipo de invitados con los que hemos sido honrados. - Arrugó la nariz como
si percibiera algo desagradable. No pudo evitar pensar que por siempre consideraría
a ciertas personas como inferiores a ella. - Estoy segura de que tu padre querrá a
Grayson a su lado – reflexionó - Te ubicaré en el otro. Y yo me sentaré en el otro
extremo de la mesa.
Hacía un momento había notado lo que había visto toda su vida. Cada vez
que su padre estaba en presencia de su madre, ella agitaba sus manos sobre él. Un
toque en su mano, un peinado hacia atrás, un enderezamiento de su ropa. Ella
sentada al otro extremo de la mesa no sería conveniente para esa noche.
- Creo que tienes razón en tu suposición. Él querrá a Grayson a su lado. Sin
embargo, estás mucho más en sintonía con las necesidades de Padre que
cualquiera de nosotros. Creo que deberías sentarte cerca de él, porque sentirás más
que nadie cuando esté cansado.
Ella asintió enérgicamente.
- Tienes toda la razón… Ha pasado un tiempo desde que estuvimos sincronizados,
tú y yo.
De hecho sí que había pasado.
Ella frunció los labios.
- Esta chica. Esta Lydia. ¿Qué estabas haciendo con ella?
- Como ya he dicho. Nuestros caminos se cruzaron en el pueblo, y la escolté hasta
casa.
- ¿Estaba sola entonces?
- Sí.
- Eso es terriblemente atrevido de su parte.
- Bastante. Aparentemente, no es raro en Texas que una mujer pasee sin
acompañante.
- Paganos - murmuró antes de girar, sus tacones hicieron clic enérgicamente sobre
el suelo de mármol. Ella movió un dedo en el aire, sin molestarse en volver a mirarlo
mientras anunciaba, - ¡Él querrá que toques esta noche! Te irá mejor si simplemente
haces las paces con su pedido ahora y lo haces.
La vio desaparecer por el pasillo. Era extraño que casi hubiera olvidado que
había momentos en los que realmente disfrutaba de su compañía. Igualmente
asombroso era saber que ella desempeñaría bien su papel de duquesa esa noche.
No estaba en su naturaleza ser menos que regia cuando la situación lo justificaba y
cuando entre su audiencia estuviera el hombre que amaba.
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- Te estaré esperando.
Caminó hacia la puerta, deteniéndose brevemente ante su padrastro y
levantando la ceja le dijo:
- Cuídalo.
- Por supuesto, Su Gracia.
Puso una mano en el brazo de su hijo y salió de la habitación, tan regiamente,
que estaba dividida entre despreciar a la mujer o admirarla.
- Lydia, ¿llevarás a Colton y a Sabrina a sus habitaciones?
Ella volvió la atención a su madre, dándose cuenta de que había estado tan
concentrada en Rhys y en la duquesa que no había notado cuando su padrastro se
había movido para pararse junto al Duque. No imaginaba que el anciano caballero
quisiera que vieran que lo llevaban como si fuera un niño. Había estado en el
comedor cuando entraron, ya había estado sentado en esa habitación cuando los
habían traído para reunirse con la familia. Qué humillante debía ser para un hombre
que había sido poseedor de tanto poder, repentinamente necesitar de la tierna
misericordia de todos.
- ¿Lydia? - Su madre la llamó de nuevo.
- Lo haré - dijo ella - pero primero... - Se acercó al Duque, buscando su cara
envejecida. Rhys había hablado en nombre de su madre, instando al duque a decirle
que la amaba. Su madre hablaría en nombre de Grayson, asegurándose de que el
duque comprendiera lo buen hombre que era su hijo ilegítimo. ¿Quién hablaría por
Rhys?
- Creo, Su Gracia, que ni usted ni su esposa aprecian por completo todas las
bondades de Rhys.
El Duque se rio entre dientes.
- ¿Le gusta, verdad?
Dirigió una rápida mirada a su padrastro, que la estaba examinando. No
estaba segura de que alguien entendiera lo que sentía por Rhys. Ni ella estaba
segura de entenderlo. Se encontró con la mirada del Duque.
- Simplemente noté que parece inclinarse ante los deseos de todos, excepto de los
suyos.
- Un hombre que debe ser duque no debe inclinarse ante nadie.
- Sin embargo, te inclinaste ante las convenciones cuando se trató de matrimonio.
- Lydia – le advirtió su padrastro. No era frecuente que él la riñera, y ella sabía que
estaba cerca de ser irrespetuosa. Pero quería que el Duque se diera cuenta de que
Rhys era tan buen hombre como su primogénito.
- No, Grayson, déjala en paz, me gusta su fibra. Pero Winnie no te permitirá ser la
nueva duquesa de Harrington - dijo el duque - Encontrará para Rhys una esposa
aburrida para darle hijos aburridos.
No si puedo evitarlo, flotaba en la punta de su lengua. Masticó las palabras.
- Nunca se me pasó por la mente convertirme en la nueva duquesa de Harrington.
- Como desees, niña.
Ella hizo una pequeña reverencia.
- Si me disculpan, tengo que acostar a los niños, y luego pienso dar un paseo por el
jardín. Necesito un poco de aire fresco.
*-*
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¡Maldita sea! Maldita ella por hacerlo sentir que podía estar dentro de sus
brazos y no de los de otra. Se dijo a sí mismo que la deseaba más porque no podía
tenerla, pero la verdad se burlaba de él. La quería porque ella era todo lo que él no
era, todo lo que hacía mucho tiempo había perdido. Inocencia y belleza. Ella todavía
creía en los sueños.
Sus manos se cerraron alrededor de los brazos femeninos con fuerza,
mientras la sentía caer en el letargo. Luego le pasó un brazo por la cintura y la
sostuvo contra su cuerpo duro, su cuerpo palpitante.
A la luz de la luna, podía verla mirándolo a través de los ojos entornados,
esperando, aguardando, confiando, deseando y suplicando en silencio por la
liberación que él podía darle. El placer que podía concederle.
Con la cabeza inclinada, él continuó torturando con sus labios y su lengua los
pechos desnudos, prestando atención a uno y luego al otro, amamantando y
acariciando, mimando y mordisqueando, mientras su mano libre recogía la falda
hasta apretujarla entre ellos, dejándola sostenida en su lugar por dos cuerpos juntos
presionados, tan fuertemente, que ni siquiera la brisa podría mover la tela.
Deslizando los dedos por su cálido y aterciopelado muslo, escuchó la aguda
inspiración de su respiración, percibió con agrado el calor que manaba de su piel
bajo su boca y se regocijó por el temblor de su cuerpo.
Bajó los dedos y luego retrocedió. Bajó de nuevo, capturando su rodilla,
levantándola, lenta y provocativamente hasta que la enganchó sobre su cadera, la
sostuvo con su brazo, extendiéndola hasta que el dulce y almizclado perfume de su
deseo se elevó hacia lo alto.
Él deslizó los dedos a lo largo de su muslo, hasta el corazón de su feminidad.
Esta vez apartó el último pedazo de delicado encaje que servía como barrera hacia
su objetivo. Ella gimió de nuevo, su cuerpo tembló contra su palma, mientras pasaba
los dedos por sus rizos. Ella estaba pecaminosamente caliente y húmeda. Terciopelo
y seda entrelazados. Hinchada. Madura por el deseo.
La acarició lentamente. Ella lanzó un pequeño grito, una súplica rotunda.
Regresó su boca a la de ella, profundizando el beso mientras sus dedos
aumentaban la presión. Ella se retorcía contra él, una mujer que intentaba escapar,
una mujer desesperada por quedarse. Ella le chupó la lengua como si quisiera
atraerlo hacia su interior.
Él capturó su sollozo mientras su cuerpo se arqueaba cuando deslizó el dedo
medio en la caverna de seda donde su cuerpo latía con fuerza por el viaje hacia el
éxtasis que había emprendido.
Resbaló la boca hasta su oreja, respirando pesadamente, escuchando
mientras su respiración rápida llenaba el aire de la noche. Ella se desplomó contra
él, con los brazos colgados sobre sus hombros y la cara apretada contra su pecho.
Había complacido a muchas mujeres de una manera similar, pero nunca
antes había sentido tal satisfacción, tal disfrute, tal... placer. Victorioso. Él se sentía
victorioso.
No importaba que todavía le doliera por la necesidad. Con ella temblando en
sus brazos, encontró una satisfacción que nunca antes había conocido.
- Dios mío, su gracia - dijo en un suspiro. Levantó la mirada hacia él y se rio, un
tintineo de pura alegría como un millar de campanas que resuenan de júbilo - Mis
libros nunca explicaron algo como esto. - El estruendo comenzó en lo profundo de
su pecho, como un trueno precediendo a la tormenta, y cuando la risa explotó desde
dentro, casi lloró por haber pasado tanto tiempo sin haberla escuchado. No era
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importara que una dama no debería suspirar de placer cuando le arrancaban la ropa
y la boca de un hombre la devoraba, trazando un sendero caliente a lo largo de su
garganta.
Sabía que iba a perder la batalla de seguir siendo una dama, pero al perder,
ella ganaría, porque Rhys era lo único que le importaba, y le daría voluntariamente
cualquier cosa que necesitara.
Se estremeció mientras ardía, echaba la cabeza hacia atrás, y él mordía la
tierna carne de su hombro.
- Dime que me quieres - gruñó.
- Te quiero - repitió, aturdida por el deseo. Lo había querido en el jardín por todo lo
que le había dado. Pero se había sentido desairada, engañada, cuando él se había
reprimido, y no había buscado su propio placer con ella.
Lo había querido desde el primer momento en que lo había visto. ¿Cómo
podría alguien no ver el hombre bueno que era? Ella lo había visto. Lo veía en todas
las pequeñas cosas que hacía, cosas que nunca había considerado que un noble
podría hacer.
Rhys movió sus labios más abajo, mientras su lengua lamía y saboreaba, su
boca besaba. Ella jadeó cuando él cerró la boca alrededor de su pezón y sintió un
tirón mientras se amamantaba, un tirón que pareció atravesar su cuerpo para tocar
los lugares más íntimos. Antes de Rhys, nunca se había dado cuenta de lo
conectadas que estaban las diferentes partes de su cuerpo.
Sus rodillas se debilitaron y temblaron, podría haberse estrellado contra el
suelo si él no la hubiera estado sosteniendo. En ese momento la deslizó hacia la
alfombra, siguiendo su camino.
Cuando ella le pidió que la instruyera, no tenía idea de las cosas que podía
enseñarle. Esta vez, sin embargo, estaba decidida a que la lección concluyera. Este
momento no era solo de ella, sino de ambos.
Trató de desprender los botones de su camisa, pero le temblaban los dedos.
Él movió la boca sobre sus costillas y su aliento flotó sobre su piel mientras
los labios le rendían homenaje a cada tramo de piel que revelaba, mientras hacía a
un lado su ropa.
- Tu camisa – le dijo sin aliento.
Se sentó, y tiró de la camisa sobre su cabeza, ella quiso reír, porque después
de todo no había tenido necesidad de molestarse con los botones. Extendiendo el
cuerpo junto al suyo, se levantó sobre un codo y comenzó a desatar su cabello.
- Quiero ver tu cabello suelto - dijo, con un tono febril en la voz y un propósito en los
dedos.
Mientras ella extendió la mano, y tímidamente presionó su palma sobre el
fuerte pecho desnudo. Terciopelo contra acero. Rápidamente su cabello estuvo libre,
y él lo extendió a su alrededor, sobre sus hombros, sobre su pecho.
- Glorioso - le dijo justo antes de volver su boca a la de ella.
Con impaciencia, le dio la bienvenida al beso, mientras sus dedos delineaban
cada una de sus costillas. Siguiendo cada músculo, su mano bajó más, hasta llegar
a la cintura de los pantalones. En ese momento escuchó como su respiración se
detenía.
Arrastró su boca lejos de la de ella, con su aliento entrecortado en fuertes
jadeos, como si estuviera luchando por atraer cada milímetro de aire. Levantándose
sobre las rodillas, sostuvo su mirada, mientras bajaba su camisón, abajo, abajo...
más allá de sus caderas, sus rodillas, sus pies.
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y luego pedir su mano en matrimonio. Sí, seguramente eso era todo. Quería que
ella, al principio, experimentara Londres sin estar atada a él.
Bajó corriendo las escaleras. Sí, sí, esa tenía que ser la idea de su
sugerencia. Era completamente inapropiado que se comprometieran tan pronto
después de la muerte de su padre. Llevarla a Londres era un regalo. Él realmente no
planeaba actuar como su mecenas para encontrarle un marido.
No cuando ella ya le había demostrado con sus palabras y con su cuerpo lo
profundamente que lo amaba.
Al llegar al vestíbulo, se volvió hacia el estudio. Sus tacones resonaron
impresionantemente fuerte sobre el mármol, como tambores durante una batalla.
Pero ella y Rhys no estaban en guerra. Simplemente no se estaban comunicando
muy bien.
El joven lacayo que montaba guardia fuera del estudio no se movió para abrir
la puerta cuando ella se acercó.
En cambio, simplemente inclinó levemente la cabeza.
- Su Gracia ha indicado que no desea ser molestado, mientras trabaja en sus libros
mayores - le informó.
- Su Gracia puede irse al infierno.
Los ojos del lacayo casi se salieron de su cabeza.
Tomó el picaporte, y él la agarró de la muñeca. Ella lo miró y sus mejillas se
pusieron rojas.
- Señorita Westland, debo insistir en que no moleste a Su Gracia.
Consideró hacer una escena, pero no era culpa de este pobre hombre que su
amo hubiera perdido la cabeza repentinamente. En cambio, juntó su dignidad como
una capa hecha jirones, giró sobre sus talones, y se marchó por el pasillo.
Rhys tenía que haber sabido que ella tendría preguntas sobre su viaje a
Londres. Que le ordenara a su lacayo prohibirle verlo, era desmesurado.
Cuando llegó al jardín, comenzó a caminar hacia el otro lado de la casa, su
temperamento se calentaba con cada paso que daba. Hasta ese momento, nunca se
le había ocurrido que en realidad la había estado evitando. Le había dado el
beneficio de la duda y había asumido que sus deberes con respecto a la propiedad
lo habían mantenido alejado. Ya no estaba tan segura.
Reconoció las puertas de cristal por las que una vez había emergido para
unirse a ella en un juego de croquet. Si estuvieran trabadas, agarraría un mazo y las
rompería.
Se había puesto furiosa cuando intentó abrir la puerta. Que se abriera con un
chirrido resonante de sus bisagras, debería haberla calmado un poco. En cambio,
solo sirvió para encender aún más su temperamento.
Entró en la habitación y miró al hombre que estaba sentado detrás del
escritorio, garabateando algo en su libro de contabilidad, ignorándola en el proceso.
- ¿De verdad creías que podrías mantenerme fuera? - Exigió.
Su cabeza se levantó bruscamente como si recién fuera consciente de su
presencia. Dejó la pluma a un lado, se reclinó en su silla y suspiró.
- No, supongo que no. - Mientras se levantaba, deslizó una mano sobre su escritorio,
indicando una de las sillas frente a él. - Por favor, entra y siéntate.
Ella cerró la puerta y entró, pero no tenía intención de discutir esta situación
sentada.
- Mi madre me dice que vamos a ir a Londres.
- Es un mercado favorable para la caza de marido.
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Capítulo 16
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- Viajaremos la mayor parte del día. Esta noche nos quedaremos en una posada.
Entonces mañana volveremos a viajar la mayor parte del día y mañana por la tarde,
estaremos en Londres.
Colton gimió y echó la cabeza hacia atrás como si alguien le hubiera partido
un látigo en la espalda.
- Colton, compórtate - lo regañó Abbie.
- Pero dos largos días dentro del carruaje escuchando a Lyd y todo lo que ve y
Sabrina preguntando cuánto tiempo más… es suficiente para volver loco a alguien -
refunfuñó el chico.
Él no podía estar de acuerdo con la evaluación del muchacho. Pensó que
sería agradable presenciar la emoción de Lydia cuando viera las cosas por primera
vez.
- Colton, llevaré mi caballo a Londres - le dijo. - Él estará atado al último carruaje. Tal
vez puedas hacer parte del trayecto montándolo un poco esta tarde.
- ¿Lo dices en serio? - Preguntó el muchacho.
- Su Gracia no es alguien que mienta - dijo Lydia, antes de que él pudiera responder.
El frío borde en su voz la hizo sonar como si realmente él hubiera dicho
mentiras. Sus ojos brillantes lo dijeron aún más claramente. De repente recordó a
Colton advirtiéndole sobre el lado furioso de Lydia. Era un lugar solitario y gélido en
el que estar.
- Nunca he dicho falsedades – le dijo con los dientes apretados.
- ¿No acabo de decir eso? - Preguntó a la ligera.
- Fue la manera en que lo dijiste.
- Creo, Su Gracia, que está buscando y encontrando insinuaciones donde no
existen.
- Siento que estoy en medio de una discusión - dijo Abbie, su mirada entre él y su
hija. Incluso Grayson había entrecerrado los ojos.
- Lydia, ¿ha sucedido algo que necesitemos saber? - Preguntó Abbie.
Lydia sonrió dulcemente mientras estiraba la mano hacia su madre.
- ¡Por supuesto que no, mamá! Simplemente estoy practicando mi réplica. Sabes
cuánto me gusta poner en práctica las cosas que leo en mis libros. Además, lo
necesitaré en Londres para ser un éxito. Estaba pensando que debería viajar en el
carruaje con Su Gracia, así podría continuar practicando.
Sintió cada músculo de su cuerpo tensarse en un nudo doloroso.
- Lydia, no estoy segura de que sea una buena idea - dijo su madre. – Ya nos hemos
impuesto mucho.
- Pero tengo muchas preguntas sobre la Temporada, que el Duque podría
responderme en el camino. Además, se ofreció a enseñarme lo que no sabía.
- ¿Cuándo fue eso? - Preguntó Grayson.
- Una mañana, cuando me descubrió estudiando mis libros - dijo Lydia, con su
mirada fija en él.
- No estoy segura de que sea apropiado, Lydia - dijo Abbie.
- Me ha ofrecido su protección, mamá. De acuerdo con mis libros, eso lo convierte
en un chaperón de confianza. Además, estamos viajando en una caravana. Papá
estará solo a un grito de distancia.
- ¿Por qué gritarías? - La voz de Grayson tenía un filo salvaje.
Riendo, Lydia se acercó a él y lo abrazó.
- Ahora todos están siendo tontos. Es familia, por Dios, y viajaremos en el carruaje
frente al tuyo. Levantó la cara hacia Grayson, luciendo como una inocente otra vez. -
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Por favor, papá, tengo muchas preguntas y no puedo encontrar las respuestas en
mis libros.
Grayson lo estudió.
- Depende de ti, que quieras o no que Lydia viaje contigo.
- Por favor, di que sí - dijo Colton - Me daría más espacio para moverme.
Consideró sugerirle a Colton que viajara con él, para que tuviera todo el
espacio que necesitaba. Pero negar la solicitud de Lydia sin duda abriría una caja de
Pandora de especulaciones y sospechas, y si bien se lo merecía, prefería manejar
este asunto tan diplomáticamente como fuera posible. Que Grayson hubiera
aceptado alegremente su deseo de ofrecerle a Lydia participar de la temporada,
como un simple acto de bondad de su parte y una forma de compensar la
inhospitalidad de su madre, había sido un regalo del cielo.
- Me sentiré muy honrado de que Lydia viaje en mi carruaje.
La mirada que ella le destinó indicaba que tenerla de viaje con él no tendría
costo… ¿?
Sentado frente a Lydia mientras el carruaje viajaba hacia Londres, lo hizo muy
consciente de todos los aspectos de su ser. El lento subir y bajar de su pecho. El
brillo en sus ojos mientras miraba por la ventana. La suave fragancia de las flores
que la rodeaban.
No había pronunciado una sola palabra desde que había entrado al carruaje.
Él podía acusarla de tener un corazón frío, pero sabía que no era glacial. Ella era tan
cálida como la luz del sol en un prado.
Sin embargo, parecía demasiado correcta, demasiado perfecta, sentada allí
con las manos cruzadas sobre el regazo. En silencio. La amante herida que busca
curar sus heridas.
Se movió en su asiento, como imaginaba que Colton lo había hecho durante
la mayor parte del viaje.
- Estás siendo muy desagradable - finalmente dijo.
Manteniendo su perfil para él, ella hizo poco más que mover los ojos en su
dirección.
- Por el contrario, Su Gracia. Accedí a ir a Londres. Acepté asistir a los bailes. He
acordado encontrar un marido. Rezo todos los días por no estar embarazada.
¿Cuánto más agradable querría que fuera?
No pudo evitar que su mirada se deslizara hasta su cintura, ni pudo evitar
preguntarse si realmente estaría cargando a su hijo. Le complacía pensar en ella
teniendo a su hijo o hija, mientras que al mismo tiempo estaba horrorizado de
considerar las ramificaciones. Cómo su pasado podría afectar a su hijo. Si él no fue
aceptado en la sociedad educada, tampoco lo sería su descendencia.
Siempre se había preocupado tanto por las damas que Camilla le había
enviado. Siempre había usado un condón si una dama quería alcanzar su
realización con él acurrucado dentro de ella. Con Lydia, él no había pensado en
protegerla, solo en poseerla. ¿Cómo podía haber tenido tan poco cuidado con la
única dama que significaba tanto para él?
- Te haría ir en el otro carruaje - finalmente admitió.
Ella se encogió de hombros.
- Solo necesitas decirlo.
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*-*
Había estado mirando por la ventana de la posada, segura de que las tenues
luces que vio en la lejanía eran las de Londres, cuando vio a Rhys caminando por la
colina. Ahora caminaba por el mismo sendero que él había tomado.
La cena había sido un asunto increíblemente informal. Sabrina tenía casi
tantas preguntas para hacerle como ella le había hecho en el carruaje. Él había sido
paciente con sus respuestas en ambas ocasiones. Durante la comida, simplemente
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Llevaremos a los niños más pequeños al piso de arriba para darles dulces pasteles.
Tal vez te gustaría unirte a Grayson y a mí en la biblioteca.
- Agradezco la invitación, pero simplemente había planeado ver que fueran
bienvenidos y luego seguir mi camino. Enviaré mi carruaje para ellos más tarde.
*-*
- ¡No puedo creer que estés realmente aquí! - Dijo Lauren con entusiasmo mientras
envolvía su brazo a su alrededor y la conducía por el jardín.
Apenas podía creerlo ella misma. Ella y Lauren se habían escrito a lo largo de
los años expresando cuánto querían compartir los bailes y Londres. Y ahora aquí
estaba ella. Sin embargo, todo lo que parecía capaz de hacer era preguntarse
cuándo regresaría Rhys.
Su madre y la tía Elizabeth estaban sentadas a una mesa debajo de un árbol,
bebiendo té y hablando. Lauren no se molestó en preguntar si Lydia quería té.
Simplemente la había conducido al jardín.
- Quería alejarte de ellos, para que podamos hablar en privado sin oídos indiscretos -
susurró Lauren, cuando estaban a una buena distancia.
Ella se inclinó hasta que sus hombros se tocaron.
- ¿Qué está pasando entre el Duque y tú?
El corazón de Lydia saltó en su pecho.
- ¿Qué quieres decir?
- Dios mío, Lydia, el hombre apenas te quitó los ojos de encima todo el tiempo que
estuvo aquí. Y por la forma en que él te miró - ella abanicó su rostro con su mano
como si de repente estuviera ardiendo de fiebre - si un caballero alguna vez me
mirara así, te juro que me casaría con él mañana.
Ella también se casaría con Rhys si no decía una cosa y hacía otra. La
amaba, pero no lo suficiente como para arriesgarse a casarse con ella, por temor a
casarse con ella, la había lastimado. Sin embargo, estaba segura de que su amor
era lo suficientemente fuerte como para soportar cualquier tormenta. Pero un
hombre que nunca había conocido el amor no podía comenzar a comprender su
poder.
Negó con la cabeza, pero no pudo evitar que se formaran las lágrimas.
- No tiene ningún interés en casarse conmigo.
- ¡Oh, Dios mío! - Lauren la agarró del brazo y la jaló detrás de un enrejado cubierto
de enredaderas y rosas. - ¿Tu lo amas?
Surgieron más lágrimas cuando se llevó las manos a la boca y asintió.
- Tanto - dijo con voz áspera. - Estoy tratando de ser una dama al respecto. He leído
todos esos libros sobre cómo se comporta una dama, y nada explica cómo actuar
cuando se te parte el corazón.
Lauren la abrazó y la atrajo hacia sí.
- ¿Qué dicen tus padres?
- No lo saben. - Ella se secó los ojos, olisqueó, y se echó hacia atrás. - Y no debes
decirles. Rhys simplemente les dijo que, mientras estuviéramos aquí, debería tener
la oportunidad de visitar Londres, asistir a un baile y que estaba dispuesto a
ayudarme a encontrar un marido adecuado.
- Qué maldito inglés es él.
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Capítulo 17
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suyo no haya sido el mejor baile para comenzar. La quiero mucho, pero ella no tiene
ningún interés en conformarse. Y míranos. Estuvimos aquí un montón de tiempo
mientras la música sonaba y otros bailaban. Las jóvenes se paran a lo largo de las
paredes como fósiles. ¿Alguna vez has visto incluso a las mujeres más hogareñas
de Texas sentadas en un solo baile?
Ella sonrió con el recuerdo.
- Supongo que tienes un punto válido.
- Por supuesto que sí. Todo es muy apropiado aquí. A veces lo considero todo
espléndido y otras veces deseo algo más. Oh, escúchame. Esta se supone que es tu
noche. Realmente debemos encontrarte un compañero de baile. - La sonrisa jubilosa
de Lauren realzó su belleza. - Y aquí viene una posibilidad.
Pero el duque de Kimburton, aunque cortés con ella, obviamente solo estaba
interesado en Lauren y rápidamente la acompañó a la pista de baile. Echó un vistazo
a todo el brillo y el glamour y de repente deseó lo que nunca había esperado desear
en ese momento.
Ojalá estuviera en cualquier lugar, pero no donde estaba.
*-*
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Sentado al lado de la ventana del salón, pensó que el tic-tac constante del
reloj en la repisa de la chimenea podría volverlo completamente loco. A través de la
puerta abierta, tenía una vista clara del hall de entrada. Durante la última hora había
esperado que Lydia regresara a casa en cualquier momento.
Su mirada continuamente saltaba entre la puerta y el libro que descansaba
sobre su regazo, continuamente saltaba desde la puerta de entrada a la única
palabra en la página que parecía incapaz de moverse más allá, saltaba al ritmo del
maldito tictac del reloj.
No ayudaba que Grayson y Abbie también estuvieran en la habitación.
Aparentemente estaban leyendo, porque de vez en cuando escuchaba el suave
sonido de las páginas al darlas vuelta.
Debería haber asistido al baile. Incluso había contemplado ir a la residencia
de Huntingdon y asomarse a mirar por las ventanas hasta que viera la sala en la que
se celebraba el baile, hasta que viera a Lydia y pudiera estar seguro de que se
estaba divirtiendo.
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- Entonces, ¿por qué nadie me pidió que bailara, por qué nadie se me acercó o me
habló? A Lauren le prestaban tanta atención. No la culpo por no pasar más tiempo
conmigo. Honestamente. Me sentí como un alhelí.
- Cuando tengo pocas dudas de que eras la flor más hermosa allí.
- No hagas eso, Rhys, no me halagues cuando te importa tan poco de mí.
- ¿Cómo puedo convencerte de que es porque me preocupo por ti tanto, que no
consideraré casarme? - Él llovió besos sobre su rostro, saboreando la sal de sus
lágrimas. - Me rompe el corazón verte tan infeliz, pero el matrimonio conmigo solo
profundizaría tu dolor. De eso estoy seguro.
- Sé que estoy siendo tonta - dijo sin aliento, mientras él arrastraba su boca a lo
largo de la longitud de marfil de su garganta. - Pero esta noche iba a ser la
realización de mi sueño. - Bajó la cabeza, pasando los labios y la lengua por las
suaves ondas de su pecho. Ella clavó sus dedos enguantados en su cabello.- Te
quería allí tan desesperadamente. Seguí pensando que me sorprenderías y
aparecerías.
Levantando la cabeza, él sostuvo su mirada llena de lágrimas.
- Te prometo que el próximo baile será todo lo que has soñado. - Su voz era ronca
debido a su necesidad de calmar su dolor. Había disminuido el dolor del corazón de
otras mujeres, y sabía que sus dones no se basaban en la narración, sino en la
actuación.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro? - Preguntó en voz baja.
- Confía en mí. - Él le acarició los labios con el pulgar. - Será mejor que te vayas a la
cama ahora. Te llevaré.
Se puso de pie y extendió su mano. No podía explicar por qué se sentía tan
bien cerrar los dedos alrededor de los suyos y ponerla de pie. Continuó tomándola
de la mano, la condujo fuera de la habitación y subió las escaleras.
La escoltó por el pasillo hasta la puerta que conducía a la habitación en la que
él había dormido cuando era joven. Ahora ocupaba el dormitorio más grande, el
designado para el duque, uno que se unía a la habitación donde una vez durmió la
duquesa.
- Dejaré que Mary te ayude a prepararte para la cama.
Ella sacudió la cabeza.
- No la molestes. Es tarde, y realmente no quiero ver a nadie.
- No puedes dormir con tu ropa.
- Creo que me voy a sentar y mirar por la ventana.
Echó un vistazo al pasillo. Todas las puertas estaban cerradas. Todo estaba
en silencio.
- Al menos déjame desabrochar tu vestido - ofreció. Sus ojos se ensancharon.- Así
puedes descansar cómodamente - se apresuró a agregar.
Ella asintió levemente. Él abrió la puerta y la siguió a la habitación. Una
lámpara ardía baja. La colcha había sido corrida.
Él cerró la puerta. Ella se giró, pero él no vio miedo en sus ojos. Solo
curiosidad.
- ¿Sería bueno que te desabroche el vestido? - preguntó en voz baja.
Ella asintió una vez más y le dio la espalda.
- Siéntate en la cama mientras te quito las pantuflas.
- Tal vez debería enviar a buscar a Mary.
Acercándose por detrás de ella, susurró.
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- Tengo el talento para hacerte olvidar esta noche, pero solo si estás dispuesta. - Le
dijo tocándole la nuca con los labios. - ¿Estás dispuesta, Lydia?
¿Si estaba dispuesta? pensó. Debería estar preocupada, ¿o no? En un
oscuro rincón de su mente, estaba desesperada por siquiera contemplar la
posibilidad de compartir otra noche con él. Porque ella lo amaba. Y si ya estaba
arruinada, ¿qué diferencia haría una noche más de dicha?
Se apartó de él y se sentó en la cama, su corazón latía como alas de un
colibrí. La anticipación le cortaba el aliento. Arrodillándose ante ella, él colocó un pie
sobre su muslo. Mientras le quitaba la zapatilla, ella pasó sus dedos entre los rizos
de su cabello.
- Nadie esta noche era tan guapo como tú - susurró.
Él dejó su zapato a un lado. Sujetando su tobillo, frotó su pie hacia arriba y
hacia abajo hasta su firme muslo, haciendo que los dedos de sus pies se rizaran y
desenroscaran. Una deliciosa sensación recorrió la longitud de su lengua.
- Aunque no asistí, sé que ninguna dama era tan hermosa como tú.
- Eres tan talentoso en la adulación.
Sacudió la cabeza.
- No es adulación, Lydia, es la verdad absoluta. Te juro que conozco a muchas
damas de Londres y ninguna de ellas brilla con tu belleza.
Puso su otro pie sobre su muslo y pronto estaba colocando ese zapato al lado
del primero. Se paró, la tomó de las manos y la hizo ponerse de pie. Él le dio un
suave beso en los labios, casi un beso de despedida antes de girarla para que le
diera la espalda.
Ella lo sintió trabajando en las ataduras del vestido mientras sus labios
jugaban suavemente a un lado de su cuello. El aliento era cálido y su boca más
cálida.
Durante una noche distante, ella podría reflexionar sobre este momento y
reconocer que había sido desvergonzada, pero por ahora no quería nada más que
recibir lo que él le daba. Él le hablaba de amor. Él le demostraba amor. Sin embargo,
no se comprometería con ella. Como nunca lo había sentido sobre él, le temía a su
poder.
Pensó que le quitaría la ropa rápidamente, pero las yemas de sus dedos, sus
labios y su lengua le rindieron homenaje a cada pulgada de su espalda que se
revelaba lentamente, mientras dejaba de lado su ropa, pieza por pieza, hasta que
estaba descubierta por completo, como una obra de arte recién exhibida.
Continuó de pie con él a su espalda. Sintió el suave tirón en su cabello
mientras le quitaba las peinetas y las hebillas.
Todo eso era inapropiado, los dos en esa habitación, solos. Pero después de
una tarde en que todo había sido tan increíblemente apropiado, cuando se había
preocupado por cada momento, por cada mirada, por cada presentación, cuando
había querido pertenecer tan desesperadamente al entorno, se alegraba de saber
que a Rhys, por ahora, le pertenecía.
Su cabello cayó a su alrededor. Ella de repente, era como lo había sido antes
de la fiesta. Simple, sin restricciones.
Anticipando lo que vendría, se dispuso a girar, pero él le colocó las manos
sobre sus hombros.
- Todavía no - dijo con una voz tan baja que casi no lo escuchó.
Él colocó la cortina de su pelo sobre un hombro. Entonces comenzó el asalto
sensual. Lentamente, tan lentamente, no hizo nada más que mover su boca sobre
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Capítulo 18
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muchacho con pantalones cortos que tendrá un tutor, que sin duda no me
favorecerá.
Su agitación aumentaba con cada oración pronunciada.
- Me trasladarán a la pequeña casa de la viuda. Dios sabe lo que determinarán que
es una asignación adecuada. Mi esposo, que descanse en el infierno, no dejó un
testamento con ninguna estipulación sobre mí. Estoy a merced del nuevo conde que
llegará en cualquier momento.
Giró y lo miró.
- ¿Qué hay de mí, Rhys? ¿Cómo me beneficio si logro que esta chica sea aceptada?
- Te convertirás en mi duquesa.
Que ella había esperado tal anuncio, tenía pocas dudas. Que todavía la
tomara por sorpresa era evidente por su boca abierta y por su hundimiento en la
silla.
- ¿Lo dices en serio? - Preguntó dubitativa.
- ¿Alguna vez me has visto hablar falsamente?
Camilla negó con la cabeza ligeramente, y él podía ver las posibilidades
girando en su mente.
- No será suficiente que le hayas otorgado tu respaldo. Debes asistir al próximo baile
también. El título tiene peso, seguro, pero no tanto como el hombre que lo usa.
- Estoy de luto.
- Si fueras una mujer, sería inaceptable. Como hombre, tendrás algunos ceños
fruncidos, pero todos son extremadamente curiosos de conocer al nuevo Duque de
Harrington. Creo que serás perdonado por tu incumplimiento de etiqueta. Podemos
anunciar nuestro compromiso en ese momento.
No estaba seguro a que le temía más: si a asistir al maldito baile o a hacer
que su compromiso con Camilla fuese tallado en piedra.
- Si eso es lo que deseas.
Ella rio ligeramente.
- Oh, eso es definitivamente lo que deseo, Rhys. En cuanto a nuestra boda...
- Los detalles sobre eso esperarán hasta que Lydia se haya ubicado
satisfactoriamente. No me distraeré de mi propósito en lo que a ella respecta.
- ¿Y cuál es?
- Encontrarle un marido adecuado entre la aristocracia.
- Te preocupas por ella.
Lo emitió como una declaración, no como una pregunta, una que le pareció
bastante irritante.
- Ella es encantadora – admitió - Aparte de eso, simplemente deseo verla feliz.
- Entonces, ¿por qué no te casas con ella? - Le otorgó una mirada penetrante que
indicaba que él pensaba que ella era una idiota por siquiera preguntar. - Temes que
tus pecados sean descubiertos. Mis damas desean guardar sus secretos tanto como
tú.
- Esperemos que ese sea el caso. A pesar de eso, no estoy dispuesto a arriesgarme
a hacerle daño.
- Mientras que a mí, sí puedes herirme.
- Tú ya sabes en qué te estás metiendo.- Él no se estaba refiriendo al título, y
bueno, ella lo sabía.
- Lo pasaré por alto para obtener un título. Pero creo que ella quiere mucho más.
- Ella merece mucho más.
- Entonces veamos que es lo que consigue.
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- Deberías haberlo visto, Lyd. Había sangre por todas partes y la gente gritaba. Te
enfermarías al mirarlos. Colton arrugó la cara, se envolvió las manos alrededor de la
garganta, sacó la lengua e hizo ruidos de asfixia.
Sentada en el salón delantero de la casa de Rhys, ella trató de parecer
apropiadamente horrorizada. Acurrucada en su regazo, Sabrina chillaba y enterraba
el rostro contra su pecho.
- Colton, compórtate - reprendió su padrastro. - El objetivo de tener en particular
esas figuras de cera en una habitación aparte, es preservar la sensibilidad de las
damas.
- Gracias a Dios por eso - dijo su madre con un estremecimiento. - He escuchado
suficiente de Colton para aplacar cualquier deseo que haya tenido de ver lo que
había dentro de esa habitación.
Colton hinchó su pecho con orgullo.
- Solo yo, Pa, y William llegamos a la Cámara de los Horrores. Te hubiera gustado
ver lo que hizo Madame Tussaud, Lyd.
Mientras despertaba su curiosidad, decidió que si visitaba la exposición,
pasaría por esa habitación en particular sin mirar dentro.
- ¿Llevaste a William contigo? – le preguntó.
- Claro que sí. Tío Rhys dijo que estaba bien que él fuera con nosotros.
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de Grayson a su casa de campo, porque había pospuesto lo que sabía que sería
desagradable.
Ese momento prometía ser diez veces peor. Por nada del mundo quería
hacerle daño a Lydia, pero una parte de él no podía evitar preguntarse si este no era
el mejor camino. Cualquier esperanza que la muchacha tuviera de una vida con él,
moriría con la misma certeza con que la llama de una vela se apagaba con poco
más que la presión de dos dedos.
- Sé que todos sentimos tristeza por el fallecimiento del duque de Harrington. Esta
noche nos sentimos honrados de tener a su sucesor entre nosotros, y lo recibimos
encantados. Me han informado que tiene un anuncio bastante especial que hacer.
- Haz que cuente, Rhys - susurró Camilla - O tu dama encontrará que este es el
último baile al que asiste.
- Por ti, Camilla, seguiré los pasos de mi padre. - Se dirigió hacia Whithaven,
dándose cuenta de que, de hecho, tenía mucho más en común con su padre de lo
que se había imaginado. Se casaría con una mujer, mientras amaría a otra por
siempre. ¿Cómo pudo su padre encontrar la fuerza para hacerlo?
Años de matrimonio con el viejo Sachse habían demostrado que Camilla era
estéril. Él no tenía que preocuparse por cómo se sentirían sus hijos al saber que su
padre no amaba a su madre. Por eso estaba agradecido. Encontraría un heredero
en otro lugar de la familia.
Cuando pisó la tarima, le dio a Whithaven una brusca inclinación de cabeza
antes de volver su atención a la multitud.
- Soy nuevo en el título y seguro que daré muchos pasos en falso en el camino - dijo,
- pero estoy seguro de esto, que solo amaré una vez y será para siempre. Es con
honor que anuncio mi intención de pedirle a Lady Sachse su mano en matrimonio.
¡Escapar! ¡Escapar! Era todo lo que Lydia podía pensar. Ella tenía que
escapar. Moviendo los hombros hacia un lado y otro, se abrió paso entre la multitud
hasta llegar a las puertas que daban al jardín.
No tenía fuerza en su mano mientras luchaba por girar la perilla. Ninguna
fuerza en sus piernas cuando llegó afuera y tropezó. Estaba temblando y con
náuseas, mientras que los escalofríos caían en cascada a través de ella. Tambaleó
hacia la barandilla y la agarró con dedos helados.
Le había jurado que nunca se casaría. ¡Y ahora tenía la intención de casarse
con Lady Sachse!
Ella había sido tan tonta. Le había pedido que le enseñara lo que sus libros no
habían hecho. Y él le había enseñado lo doloroso que podía ser un corazón
destrozado.
Quería quedarse en Londres para tener más tiempo con él. Había pensado
que si la veía con hermosos vestidos de baile, si él veía que ella se comportaba con
gracia, si él veía que realmente pertenecía a ese mundo, entonces dejaría sus dudas
a un lado.
En cambio, la echaría a un lado.
- ¿Señorita Westland? ¿Estás bien?
Lord Sachse. Ella reconoció su voz, escuchó su preocupación por ella. Las
lágrimas picaban sus ojos. Tomó una respiración profunda y temblorosa. Tenía que
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Capítulo 20
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- ¿Dices que no? Me parece recordar que fue el tema de conversación hace algunos
años. Recuerdo que mi padre lo discutía con sus amigos y mencionó que esa terrible
guerra había sido la responsable del asesinato de su presidente Lincoln.
Ella inclinó la cabeza pensativa.
- ¿Se refiere a la guerra del norte contra el sur?
Sonriendo alegremente, él asintió con entusiasmo.
- Sí, por Jove, creo que fue eso. ¿Por qué Norteamérica se interesó tanto en un
vecino tan lejano?
Se le ocurrió que él podría estar bromeando. Tal vez tenía un irónico sentido
del humor, pero la seriedad en sus ojos indicaba que realmente estaba buscando
una respuesta a su pregunta.
- No, fue en Norteamérica. Los estados del norte. Lucharon contra los estados del
sur.
Su sonrisa se desvaneció.
- No estoy seguro de entender lo que dices.
Suspiró, incapaz de determinar exactamente cuán involucrado quería que él
estuviera en la lección de historia.
- Bueno, Norteamérica está dividido en estados, como estoy segura que sabes. - Él
ni asintió ni confirmó de ninguna manera que realmente conocía ese pequeño
hecho. - Fue una guerra muy complicada. La esclavitud dividió los estados, obligó a
los del Sur a decidir que ya no querían ser parte de la Unión, parte de Norteamérica.
Querían establecer su propio gobierno para poder gobernarse a sí mismos,
establecer sus propias leyes.
Él comenzó a parpadear rápidamente y a sacudir la cabeza.
- Pero recuerdo claramente que fue el Norte contra el Sur.
- Sí, los estados del norte contra los estados del sur.
- Norteamérica contra Sudamérica.
Ella sacudió la cabeza.
- No, en realidad no.
- Entonces no entiendo.
- ¡Dios mío, amigo! - Gritó Rhys desde su rincón, sorprendiéndola y haciendo que
emitiera un pequeño chillido.
Aparentemente, también había asustado al conde de Langston, porque la taza
y el platillo aterrizaron a sus pies con un pequeño kerplunk y un leve tintineo
mientras la porcelana china golpeaba contra la alfombra. Gracias a Dios, la gruesa
tela impidió que las piezas se rompieran, aunque pensó que la taza podría haberse
astillado. El conde ahora miraba boquiabierto al duque.
- ¿Nunca has tomado una lección de historia? - Rhys exigió saber. - ¿Nunca has
visto un mapa?
- Ciertamente, Su Gracia, he logrado ambas cosas.
- Entonces, ¿cómo es que no puede comprender lo que la señorita Westland ha
explicado adecuadamente?
- Yo... no sé.
Observó con atónita fascinación cómo Rhys sacaba el reloj de su bolsillo,
abría la tapa, la miraba y la cerraba.
- Su tiempo se acabó, lord.
El conde meneó la cabeza como una manzana en un cubo de agua.
- Sí, Su Gracia. - Se puso en pie de un salto, miró su taza de té y la miró, con el
rostro enrojecido. - Lo siento muchísimo.
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meterse los pasteles en la boca que en mantener una conversación. El otro estaba
añejado, «como el buen vino», había bromeado durante la presentación, y se había
llevado un cuerno a la oreja para mejorar su audición. Y el último había hablado
apasionadamente sobre la chica con la que quería casarse si solo las obligaciones
con su familia no requirieran que se casara con alguien que pudiera ayudar a
reponer las arcas familiares.
- ¿Te duele la cabeza? - Preguntó Rhys en voz baja.
Ella gimió afirmativamente.
- Nunca pensé que el cortejo fuera tan doloroso.
Aunque se movió silenciosamente por la habitación, sintió su presencia detrás
de ella antes de que pusiera sus manos sobre las suyas en su sien.
- Baja las manos – le ordenó.
- ¿Y por qué debería hacer eso?
- Porque puedo ayudar a que tu dolor de cabeza desaparezca.
Puso las manos en su regazo, y él movió sus dedos en un lento meneo
circular contra sus sienes.
- ¿Dónde duele? - Preguntó.
- En todos lados.
Él deslizó sus manos a lo largo de los lados de su rostro, deteniéndose
momentáneamente en los puntos sensibles debajo de sus orejas, antes de
detenerse en la base de su cuello. Comenzó lentamente, amasando suavemente los
músculos tensos que descendían hasta sus hombros. El cambio en la presión y el
ángulo de sus manos le dijeron que se había arrodillado detrás de ella.
- Tendría más éxito para eliminar el dolor si no te opusieras a que te suelte el pelo.
Mary puede arreglarlo antes de que te unas a tu tía
Ella no deseaba que sus manos dejaran de hacer su magia cuando le quitara
los alfileres del cabello, pero imaginaba que él podría hacer mucho más por ella si su
cabello no estuviera elegantemente arreglado. Decidió que su declaración debía
haber sido retórica, porque antes de que pudiera darle permiso, ya había
comenzado a arrancar los alfileres con una mano mientras la otra continuaba
apretando y frotando.
Recordó un desafío que su padrastro les había hecho una vez a los niños
frotar sus estómagos y darse palmaditas en la cabeza. Todos se habían reído de sus
esfuerzos. Tenía la sensación de que Rhys se destacaría en esa prueba.
Su cabello comenzó a caer, y la simplicidad de no tenerlo apilado en su
cabeza alivió su dolor de alguna manera. Rhys enterrando sus dedos en su cabello y
acariciando su cuero cabelludo causó que el dolor disminuyera aún más.
Y cuando él apartó su cabello y colocó sus labios contra la sedosa curva de
su cuello, todo el dolor desapareció.
- Eres muy buena - dijo letárgicamente, mientras todo su cuerpo parecía derretirse
en la silla.
Sus manos continuaron amasando su cabeza, frotando las sienes y
acariciándole las orejas, mientras su boca y lengua calientes viajaban arriba y abajo
por su cuello.
- ¿Esto ayuda?
- Seguro. Deberías considerar que te contraten.
Sus manos se detuvieron, y su boca se cernió sobre su piel.
- ¿Perdón?
- Eres mucho mejor que un tónico para el dolor de cabeza.
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Miró con furia a Camilla. Había pensado que su hábito continuo de aparecer
sin haber sido invitada había terminado cuando había salido de su casa. Sacó las
manos del maravilloso y abundante espesor de los rizos de Lydia y se puso en pie.
- Lydia tenía un dolor de cabeza después de una tarde de lidiar con pretendientes.
- Bueno, entonces, espero con ansia los dolores de cabeza después de que nos
casemos - dijo Camilla mientras entraba más completamente en la habitación. Ella
inclinó la cabeza. - Deja de dispararme dardos con tus ojos, Rhys. No te representa.
Y tú, querida, no necesitas molestarte en arreglar tu cabello. Es realmente bastante
hermoso suelto.
Lydia se detuvo, frenéticamente estaba tratando de recoger su cabello. Le
lanzó una rápida mirada cuando él se paró frente a ella, le dio un breve asentimiento
y ella dejó caer sus manos sobre su regazo.
Camilla hizo como si estuviera en casa, y se sentó en una silla cercana. Lord
Sachse se movió para pararse junto a ella, pero él era muy consciente de que la
mirada del hombre nunca se apartaba de Lydia.
- Archie nunca ha estado en Londres - comenzó Camilla. - No puedo comprenderlo,
pero sea como fuere, decidí mostrarle un poco de la ciudad, así que hemos estado
paseando en el carruaje.
- Es un buen día para eso - murmuró Rhys, esforzándose por no mostrar cuánto le
molestaba la intrusión, al tiempo que estaba inmensamente agradecido por ello.
Tocar a Lydia siempre parecía ser un camino desafortunado, porque parecía no
tener ningún tipo de restricción en lo que a ella concernía.
- De hecho lo es - dijo Camilla. - Y mientras estábamos afuera, me sorprendió la idea
más espléndida. Pensé que los cuatro, tú y yo, y la señorita Westland y Lord Sachse,
podríamos asistir al concierto en el Royal Albert Hall esta noche.
Negó con la cabeza.
- Como he indicado, deseo encontrar una pareja adecuada para Miss Westland.
Sentarse en un teatro no se adapta a ese propósito.
- No seas obtuso, Rhys. El Royal Albert Hall es un lugar espléndido para ser visto.
No querrás que los caballeros de Londres crean que a la señorita Westland no le
importa nada más que bailar. Siendo norteamericana, ella está en desventaja.
Necesita ser vista como si tuviera un poco de cultura, no siendo totalmente salvaje.
- Supongo que son conscientes de que estoy en la habitación - declaró desafiante
Lydia.
Eso le llamó la atención. A Camilla también. La atención de Lord Sachse
nunca había vacilado de Lydia.
Ella le dirigió una mirada penetrante.
- Me gustaría asistir al concierto. - Miró a Camilla. - En cuanto a tener un poco de
cultura, quiero que sepas que un grupo teatral que representa obras de
Shakespeare hizo una actuación maravillosa de Hamlet en el salón del tío Harry. Y lo
disfruté inmensamente.
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Sachse tosió, sin duda tratando de ocultar su risa, mientras que Camilla
parecía insegura de lo que debería decir. Él, como siempre, estaba encantado con
su pequeña soñadora.
Camilla finalmente se las arregló,
- No estoy segura de cómo el Royal Albert Hall se comparará con el salón del tío
Harry. Sin duda lo encontrarás carente, pero ¿debemos intentarlo?
- Guarda tus garras, Camilla – dijo él, su voz vibrando con advertencia.
- Creo que la señorita Westland es totalmente capaz de defenderse por sí misma, Su
Gracia - dijo Sachse y le sonrió cálidamente a Lydia. - Debo admitir que carezco
completamente de cultura, aunque Shakespeare es una de mis pasiones, nunca he
tenido el lujo de asistir a una obra de teatro. Tampoco he asistido a un concierto
como este. Me sentiría honrado si me acompañaras esta noche.
- Yo me sentiría honrada de hacerlo, mi lord - dijo Lydia, devolviéndole la sonrisa.
- Entonces todo está arreglado - anunció Camilla mientras permanecía de pie. -
enviarás tu carruaje por nosotros, ¿verdad, Rhys?
- Por supuesto.
Ella sonrió brillantemente.
- Entonces te veremos esta noche.
Ella salió de la habitación. Sachse hizo una reverencia cortés.
- Su gracia. Señorita Westland. Espero con ansias esta noche.
Siguió a Camilla y cerró la puerta. Lydia se puso de pie, su pelo se derrumbó
a su alrededor y por su espalda, deteniéndose en seco una vez que se enroscó
sobre su trasero. Rhys agarró sus manos detrás de la espalda para evitar acercarse
a ella.
- No serás feliz si te casas con ella - dijo Lydia.
Su felicidad nunca había sido una consideración. Su única preocupación
seguía siendo la felicidad de ella.
- Ella y yo estamos cortados del mismo paño.
- Ella actúa como si fueras suyo.
En muchos sentidos, tal vez lo era. Ciertamente ella sabía más acerca de él
que la mayoría.
- ¿Cómo está tu cabeza ahora? - Preguntó, sin interés en un discurso sobre su
selección de novia.
Lydia se frotó el cuello.
- Está bien. Creo que veré si la tía Elizabeth está lista para irse, así tendré tiempo de
echarme una siesta antes de salir esta noche.
Dio un paso vacilante hacia ella.
- ¿Cómo te sientes de lo otro?
La tristeza tocó sus ojos.
- Ya debería haber tenido mi menstruación.
- Tal vez tu cuerpo simplemente no se ha adaptado a estar en Inglaterra.
Le dio lo que él pensó que pretendía que fuera una sonrisa, pero en cambio
parecía una imitación cansada y decepcionada.
- Esperamos que sea eso.
Salió de la habitación sin decir una palabra más. Él se dirigió al gabinete para
prepararse una bebida fuerte.
¡Condenación! Una parte de él deseaba desesperadamente que lo obligaran a
casarse con ella, mientras que otra parte temía arrastrarla a su infierno.
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- A decir verdad, cariño, ¿cómo se compara esto con el salón del tío Harry?-
Preguntó Camilla.
Sentada con Lord Sachse a su izquierda, Rhys a su derecha, miraba
maravillada el majestuoso techo abovedado, los balcones que daban vueltas sobre
ella. Podría haber agradecido a Rhys por separarla de la gata, pero estaba decidida
a que nada estropeara su noche.
Apenas podía asimilarlo todo.
- Es magnífico.
- ¿Tiene más gente que el salón del tío Harry?
- Camilla - dijo Rhys en voz baja, un ronroneo de advertencia en su voz.
Ella miró hacia donde estaba Camilla.
- Puedes ser tan mezquina como quieras, no arruinarás mi disfrute de la noche.
Camilla inclinó la cabeza altivamente.
- Querida, no tenía planes ni siquiera de intentar arruinarte la noche.
Mentirosa, pensó. Incapaz de contener su emoción al ver el edificio, apretó el
brazo de Rhys.
- Ojalá mamá hubiera podido ver este lugar. Es mucho más impresionante que la
Cámara de los Horrores.
- Tal vez ella tenga motivos para regresar a Londres, y nos aseguraremos de traerla.
¿Nos? pensó, una vez que se hubiera casado con alguien más, Rhys estaría
fuera de su vida por completo, para siempre. Pasar un momento con él ahora le
dejaba un sabor agridulce.
Ella devoraba con avidez cada momento que él le daba, sabiendo que cada
éxito lo llevaba más lejos. Todavía no podía entender por qué había atado su vida a
una mujer tan fría como la que estaba sentada a su lado ahora.
¿Qué era lo que le daba a Camilla tan fuerte control sobre él?
Con Rhys mirándola a los ojos, ella corría el riesgo de olvidar que otra
persona había terminado ocupando su lugar.
Se volvió hacia Lord Sachse, que parecía desorientado.
- ¿Qué piensas del lugar? - le preguntó ella.
Él sonrió cálidamente.
- Me siento bastante abrumado.
- Creo que podría usar cada palabra del diccionario y no llegar a describir este
edificio.
Se inclinó un poco más, como para compartir un secreto.
- He oído decir que su órgano debería ser considerado la octava maravilla del
mundo.
- ¿Crees que lo tocarán esta noche?
- Eso espero.
Ella se echó hacia atrás y suspiró profundamente.
- Creo que es magnífico. - y rio ligeramente. - Ya lo dije, ¿no?
- De hecho lo hiciste, pero yo, por mi parte, nunca me canso de escuchar tu
entusiasmo.
- A veces mi entusiasmo puede ser muy poco femenino - le aseguró.
- Nunca deberías considerar tu entusiasmo indecoroso. ¿Qué hay de usted, Su
Gracia? ¿No encuentras que el entusiasmo de la dama es más que agradable?
Rhys la miraba atentamente, y ella se preguntó si él estaba recordando las
veces que había frenado su entusiasmo, y las veces que no lo había hecho.
- Su entusiasmo se agrega inmensamente al disfrute de mi velada - dijo.
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Capítulo 21
No era de los que se asustan fácilmente, pero cuando bajó del carruaje frente
a la casa de Ravenleigh, no pudo evitar estar alarmado. La nota que Lydia le había
mandado hacía poco tiempo, simplemente declaraba que no estaba dispuesta a
recibir caballeros ese día.
¿Qué significaba eso?
Él tenía una fuerte sospecha de que después de descubrir, la noche anterior,
el trato que había hecho con Camilla con el fin de obtener beneficios para ella; Lydia
había decidido que ya no quería ser la reina de Londres. Era demasiado
independiente y estaba demasiado segura de que su amor podría resistir todas las
tempestades.
Qué tentación tenía de ponerla a prueba.
Atravesó la puerta de Ravenleigh, era un hombre con una misión. No mejoró
su disposición el ver a Lauren bajando sola por las escaleras.
- Su Gracia, vi su carruaje llegar. ¿Pasa algo?
- He venido a hablar con la señorita Westland. Si quieres, traerla.
- No puedo hacer eso.
En el proceso de quitarse los guantes, se quedó inmóvil.
- ¿Perdón?
- Ella no está del todo bien.
- ¿Qué quieres decir con que ella no está bien?
Lauren se sonrojó.
- Ella simplemente quiere quedarse en la cama.
- ¿Tiene fiebre? - Preguntó mientras pasaba corriendo por al lado de ella y subía las
escaleras.
- No, Su Gracia.
- ¿La comida le cayó mal?
- Ni siquiera creo que haya intentado comer.
- Ahogos, entonces. ¿Está teniendo dificultades para respirar?
- No, Su Gracia.
Todo tipo de imágenes de enfermedades devastadoras pasaron por su mente.
El aire en Londres no era tan fresco como el aire en el campo. Él la devolvería al
campo donde podría respirar aire puro.
Llegó al pasillo superior.
- ¿Qué habitación ocupa ella?
- Su Gracia, esto es completamente inapropiado…
Él se giró y la inmovilizó con la mirada más intimidante.
- ¿Qué cuarto?
Ella señaló una puerta cercana. Él le dio un brusco asentimiento.
- Gracias.
Cruzó y la abrió de par en par sin pedir permiso. Ella estaba acurrucada de
lado en la cama. La única luz era la que se filtraba desde el pasillo, y aun así podía
ver que estaba increíblemente pálida.
Su garganta se tensó cuando se arrodilló junto a la cama y tomó su mano
inerte entre las suyas.
- ¿Lydia?
Sus ojos se abrieron de golpe, y le dio una débil sonrisa.
- Te envié una nota. ¿No la entendiste?
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Prefería ser cortejada al aire libre. Estaba paseando por Hyde Park con su
último pretendiente. El encantador parque parecía ser el lugar por el que pasaban
todos los que querían mostrarse. Pero no estaba exactamente segura de que estaba
siendo cortejada. Lord Sachse caminaba junto a ella, muy majestuoso, mirando su
sombrero de copa.
Lady Sachse había llegado a media tarde y anunció que un paseo por el
parque sería oportuno. Rhys había dado su consentimiento, y allí estaban, con él y
su intención de caminar detrás de ella y su escolta.
El parque no estaba tan cargado como la desordenada sala donde temía
constantemente derribar algo y romperlo. Ella disfrutaba el aire fresco y el gorjeo de
los pájaros en los árboles. La rodeaba la vida allí, y casi podía pasar por alto la
decepción de no llevar al hijo de Rhys, y de que él no hubiera cesado en su
intención de conseguirle marido.
- Si puedo hablar con audacia, señorita Westland, su corazón no parece estar
abocado a la cacería de un esposo - dijo Sachse en voz baja.
Ella le lanzó una rápida mirada.
- Tuve una visión de Londres con sus bailes y su brillo. A veces desearía haberme
aferrado al sueño, en lugar de tocar la realidad.
- Soy un erudito, Miss Westland, estoy mucho más cómodo con mis libros.
Ciertamente, nunca esperé tener tanta fortuna en mi regazo, por así decirlo. Debo
confesar que asegurarme una esposa para poder dejar atrás el brillo me atrae
mucho.
Ella inclinó la cabeza pensativa.
- Entonces, ¿cómo va tu caza de esposa?
- No del todo bien, me temo.
Sonriendo, le palmeó el brazo con simpatía.
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- Deja de fruncir el ceño, Rhys. No es propio de ti - le dijo Camilla, con una mano
descansando sobre su brazo.
Él se concentró en relajar los músculos faciales, una tarea nada fácil cuando
la risa de Lydia continuaba flotando a su alrededor. ¿Qué demonios le estaba
diciendo Sachse a ella que le causaba tanta risa?
- ¿Hay algo en mí que sientas que es propio de mí? - preguntó desconcertado.
- Tu título - respondió sin dudarlo.
Suspiró pesadamente.
- Tengo la impresión de que el nuestro será un matrimonio frío.
- Más frío de lo que piensas. No voy a compartir tu cama.
Él giró la cabeza.
- ¿Perdón?
Ella inclinó ligeramente la barbilla sin mirarlo a los ojos.
- No tengo objeción a que encuentres tus diversiones en otro lado.
- Espero que no, si tú no estás dispuesta. No puedes hablar en serio ¿Nunca? ¿No
tienes planes para compartir mi cama alguna vez?
Lanzó una rápida mirada hacia él, coloreándose sus mejillas.
- Tengo mis razones.
- Supongamos que me iluminas.
- No deseo ser comparada con ninguna otra mujer que haya honrado tu cama.
- Tú las colocaste allí - le recordó. - ¿Te asusta que tu actuación se quede corta?
¿Es esa la razón por la que nunca visitaste mi cama?
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- Mis razones son personales y no tienen nada que ver contigo. Simplemente
continuaremos donde lo dejamos, cuando Quentin, que descanse en el infierno,
cayó en el estanque.
- No sabía que conocías bien a Quentin.
- Hay mucho sobre mí que no sabes. Es mejor si lo mantenemos de esa manera.
- ¿Hay algo acerca de ti, algo que no sé, que volverá para perseguir a Lydia?
- Por supuesto que no. Pero son mis secretos, y prefiero guardarlos para mí.
No estaba seguro de por qué, una sensación de mal presagio se había
apoderado de él. Necesitaba ver a Lydia bien situada, y luego, cualquiera que fuera
su matrimonio con Camilla, lo aceptaría. Después de todo, ella lo había ayudado dos
veces cuando nadie más lo había hecho.
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Capítulo 22
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Se presionó los dedos contra los labios mientras las lágrimas se derramaban
de sus ojos.
- Ella dijo que eras el hombre más amable y respetuoso.
- Me siento honrado de que Lady Sachse haya hablado tan bien de mí, pero te
aseguro…
Negó con la cabeza con vehemencia, mientras más lágrimas se acumulaban
y se derramaban sobre sus mejillas.
- No Lady Sachse - dijo con voz ronca. - Mi querida amiga Annie.
Pensó que sus piernas podrían doblarse debajo de él.
- ¿Annie?
- No sabía que eras el hermano de Quentin. Hasta que asististe a nuestra fiesta, no
tenía nombre para asociarlo contigo. Te conocía solo como el amante de Lady
Sachse. No tenía idea de quién eras realmente. Ahora que lo sé, estoy obligada a
confesarlo todo. ¿Puedo sentarme?
- Por supuesto. - Una idea espléndida, porque pensó que en cualquier momento ya
no sería capaz de mantenerse en pie. - ¿Puedo ofrecerte algo para beber?
- Sí, por favor - dijo mientras se sentaba en una silla cerca de la que él había estado
usando antes. - Preferiría algo fuerte si lo tienes.
Él también tenía anhelo por algo fuerte.
- Solo tengo whisky. - Sirvió del último que su hermano le había traído de Texas en
dos vasos y le dio uno. Advirtió: - Bebe despacio. Quema y calienta, pero trae una
aliviadora sensación de paz.
- Me temo que nada me traerá paz. - Ella agarró el vaso y tomó un generoso trago. -
Era fabulosa esa fuerte bebida y ya había contemplado pedirle a Grayson que le
enviara más. Puso el vaso sobre la mesa entre ellos y se acomodó en la silla - Estoy
segura de que debimos habernos conocido en la boda de Annie, pero solamente
veía a Geoffrey en ese momento y apenas noté a nadie más.
- Debo confesar que recuerdo poco de tu boda. Tenía dieciséis años y solo asistí
porque el deber me lo dictaba. Me escapé tan pronto como me fue permitido.
- Annie estaba muy descontenta con Quentin. Él tenía un gusto más bien... morboso.
- Sus mejillas se enrojecieron. Con una mano visiblemente temblorosa, tomó su vaso
y bebió otro sorbo de whisky antes de dejarlo a un lado. Le dio una sonrisa trémula. -
Puedo ver por qué tantas mujeres buscaron tu consejo. Le das a una dama la
oportunidad de ordenar sus pensamientos.
Lo que estaba tratando de hacer era ordenar los suyos. Se movió hasta que
estuvo arrodillado ante ella. Tomando su mano, la apretó. Su pecho se oprimió en un
nudo doloroso.
- Lo siento mucho. No sabía que Annie era tu amiga. Nunca me puedo perdonar a
mí mismo por hacer que se quitara la vida...
- Considero a Quentin completamente responsable.
- Entonces no sabes toda la historia…
- Sé mucho más de lo que piensas. Sé que abusó de ella en la cama. Sé que la
envió a ti y le dijo que si ella no te seducía, entonces le haría la vida más miserable
de lo que ya era.
Su mano se relajó alrededor de la de ella.
- ¿La envió a ella? - Lady Whithaven asintió, sus ojos reflejaban su propio horror por
lo que Quentin había hecho. - ¿Por qué querría hacer eso?
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- Era un voyeur. Tus habitaciones compartían los muros con las suyas. Annie dijo
que podía él ver la tuya sin ser visto. Te había enviado criadas antes, y estaba
aburrido con esa distracción. Él quería tentarte con un pecado imperdonable.
Se puso de pie, su corazón latiendo con fuerza, su estómago revuelto. Tenía
diecinueve años y apenas comenzaba a experimentar los placeres que el cuerpo de
una mujer podía ofrecer.
- Él miraba - dijo con voz áspera, incapaz de creerlo, incapaz de ir más allá de la
sensación de violación que sentía. Se giró y la atravesó con la mirada. - Estás
equivocada. Él no la habría enviado a mí, cuando necesitaba que le diera un
heredero. Él no se habría arriesgado a que mi semilla la fecundase.
Más lágrimas cayeron sobre sus mejillas.
- Ella ya estaba embarazada. – él se tambaleó hacia atrás, se dejó caer en una silla
e inclinó la cabeza. No podía ser. - Ella se lo había dicho ese día. Él deseaba
celebrar. Querido Dios, ese hombre era la más vil de las criaturas. No me atrevía a
contárselo a nadie porque no deseaba manchar la memoria de mi querida amiga.
Después de su muerte, escuché los rumores de que era el segundo hijo el que había
traicionado al primero, pero yo solo sabía que era el primero el que había traicionado
al segundo. Aunque supongo que lady Sachse también lo sabía.
Levantó la cabeza.
- Lady Sachse. ¿Cómo lo supo ella?
- No estoy exactamente segura. Sólo sé que Annie mencionó que lady Sachse había
tratado de consolarla. Pero Annie sostenía que todo el consuelo del mundo no
podría disminuir su desgracia, su aborrecimiento por lo que había hecho. Ella estaba
bastante fuera de sí cuando vino a verme. Esa noche ella se suicidó y yo culpo a tu
hermano.
Él se pasó los dedos por el pelo. Sabía que estaba loco, pero esta revelación
lo enfermaba.
- ¿No se lo has mencionado a nadie?
- No. No había tenido el coraje de venir a ti hasta esta noche, es que parecías tan
infeliz en mi baile. Infeliz, pero sin embargo, anunciaste tu intención de casarte con
Lady Sachse, una combinación maravillosa. Ustedes habían sido increíblemente
amables conmigo. Supongo que una vez que te cases, dejará de ser tan generosa y
ya no te compartirá con sus amigas. Estoy sorprendida de que lo haya hecho, si
fueras mío, creo que te mantendría solamente para mí.
Sí, había muchas cosas de las que estaba empezando a darse cuenta que
Lady Sachse se había reservado.
*-*
- Rhys Rhodes. Por Dios, deberíamos haberlo adivinado - dijo Reynolds. Desde el
interior de las sombras de su carruaje, Whithaven vio cómo su esposa se metía en el
suyo y apretó el pañuelo de lino mientras su ira hervía. - Al menos ahora el
monograma tiene sentido - reflexionó Reynolds.
Que Reynolds hubiera encontrado un pañuelo idéntico que llevara la misma
inicial carmesí entre las cosas de su esposa no le proporcionaba consuelo a él.
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- Hace algunos años recuerdo que había rumores de que había traicionado a su
hermano - les dijo Kingston. - Supongo que no debería sorprendernos que él te
traicionara también.
- No suenes tan superior - dijo Reynolds - El simple hecho de que no hayas
encontrado evidencia de un pañuelo en tu casa, no significa que no se haya
acostado con tu esposa.
- Mantengo a mi esposa bien complacida. No te equivoques al respecto. Quiero decir
que no tiene motivos para buscar su satisfacción en otro lado.
- ¿Estás diciendo que no tengo tus habilidades en la cama?
- Estoy diciendo que si el zapato te va, úsalo.
- Te haré saber que últimamente mi esposa apenas puede apartar sus manos de mí,
por lo que este tipo no puede ser tan talentoso como se rumorea.
- Pero en algún punto, obviamente, no fuiste tú a quien ella deseó ponerle las manos
encima.
- Caballeros – gruñó él. - Luchar entre nosotros difícilmente hará que este problema
desaparezca.
- ¿Qué propones? - Preguntó Reynolds.
Entrecerró los ojos cuando otro carruaje salió de la propiedad. Llevaba la
cresta ducal.
- Digo que averigüemos a dónde va.
*-*
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Hijas de Fortuna 02
Lorraine Heath
pasaste con tu carruaje. Sabías quién era yo. No pensé en preguntarme en ese
momento cómo lo sabías, cuando nunca antes te había visto. ¿Cómo supiste quién
era?
- Estoy segura de que nuestros caminos deben haberse cruzado en algún momento.
Él golpeó su puño contra la mesa, y ella se sacudió.
- Quiero respuestas. Hicimos un trato en ese entonces. Me llevaste a tu casa más
pequeña. Me ofreciste refugio, comida, cualquier cosa que quisiera si me mantenía
disponible para ti. Estaba desesperado y acepté tu oferta. Solo que tú nunca viniste
a mí. Nunca. Solo me enviaste a otras mujeres.
- Eras joven, viril. Fui generosa contigo.
- ¿Cómo sabías que era viril? - Gruñó.
- Rhys…
- Encontré unas mirillas en la habitación de mi hermano. Así que te pregunto de
nuevo. ¿Cómo supiste que era viril?
- ¡Porque te observé!
Sintió como si alguien acabara de golpear su corazón.
Camilla bebió con avidez, su mano temblaba tanto que el vino se derramó
sobre su vestido.
- ¿Por qué? - Dijo con voz áspera.
- El viejo Sachse, mi querido marido fallecido, que descanse en el infierno, era un
hombre cruel. Él y Quentin eran amigos, dos caras del mismo centavo falso, por así
decirlo. Les gustaba el voyeurismo, y un joven aún en su mejor momento podía
proporcionarles un poco de entretenimiento.
Un escalofrío lo recorrió y pensó que lo partiría a la mitad. Fue hacia la mesa,
se sirvió un vaso de vino y se lo tragó de un solo trago antes de atreverse a mirar a
Camilla.
- ¿No tienes nada más fuerte para beber?
- En el armario.
En un lugar tan oscuro como sus pensamientos. Agarró una jarra, vertió el
líquido descuidadamente en el vaso y rápidamente lo bebió.
- ¿Cuántas veces me viste con ellos?
- Sólo una vez. Podría decirte que me obligaron a verte - podía verla parpadear para
contener las lágrimas, esforzándose por mantener la compostura - pero quería
asegurarme de que el... acto... era tan desagradable para cualquier otra mujer como
lo era para mí. - se sentó en el diván. - Dios mío, Rhys, el cuidado con el que tocaste
a Annie. - negó con la cabeza, con lágrimas en los ojos. - Fue la primera vez que
lloré.
- Y en tu casa más pequeña, donde me permitiste vivir... ¿Cuántas veces me viste
allí? - Ella bajó la mirada.
- ¡Maldición! - Pasó su mano sobre la mesa, derribando el contenido que se estrelló
contra el suelo. - ¡Estás verdaderamente enferma de la mente y eres repugnante de
corazón!
- Lo sé - susurró lastimeramente.
Quería doblarse en dos por la rabia.
- ¿Sabían tus mujeres que nos estaban espiando?
Ella levantó la cabeza, con una horrorizada expresión en su rostro.
- No claro que no.
- ¿Por qué, por el amor de Dios, por qué?
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- Porque descubrí que el viejo Sachse no era el único que no era delicado cuando se
acostaba con su esposa. Creí que, al menos una vez, una mujer debería estar con
un hombre que no la abriera como si fuera un campo para surcar. - Se puso de pie. -
Y porque mi esposo era un sádico. Tenía 16 años cuando nos casamos, y para
cuando tuve el conocimiento suficiente como para darme cuenta de que lo que él me
había convencido que era el camino correcto, era su camino... ya era demasiado
tarde para mí. Ni siquiera tu tierno toque me llevaría a las alturas que te he visto
llevar a otras mujeres. Entonces encontré satisfacción en brindarte a otras damas. -
Él le dio la espalda. - No espero que me perdones.
- Eso es muy sabio de tu parte, porque no lo haré.
- Espero que puedas entender…
Se giró con tanta fuerza que ella se tambaleó hacia atrás y cayó sobre el
diván.
- ¿Entender? - Exigió. - ¡Fui una maldita puta! Lo sabía y lo acepté. Pero ahora me
entero que también estuve en exposición como un semental, para tu diversión. Dios
mío, si fueras un hombre, te golpearía hasta casi quitarte la vida.
Ella se enderezó, se secó las lágrimas y se encontró con su mirada.
- Al menos ahora sabes por qué tendremos un matrimonio casto.
- No tendremos un matrimonio en absoluto.
Ella aspiró y alzó la cabeza.
- No puedes negarte. Te demandaré por incumplimiento de contrato y abuso de fe. Y
debes saber que no soy una enemiga sosegada.
- ¿Estás amenazando con exponer mi pasado?
- No estoy amenazando, estoy prometiendo. Tienes mucho más que perder que yo,
y si aprendí una cosa de tu aborrecible hermano, fue cómo hacer girar un hilo para
que yo sea la víctima. Tendré la simpatía de todos, mientras que tú no tendrás nada
más que su desdén.
- No me importa lo que piensen.
- Tal vez de ti no. Pero creo que te importará lo que piensen de Lydia. Ella se ha
quedado en tu casa. ¿Quién pensaría que ella no ha sido parte de nuestros juegos?
- Ni siquiera pienses en hacerle daño con insinuaciones.
- Entonces no pienses en romper nuestro compromiso. Deseo ser una duquesa. Es
todo lo que ansío.
- ¿No crees que preferiría no volver a verte nunca más?
La familiar mirada intrigante apareció en sus ojos.
- Todo lo que quiero es el título. Después de que nos casemos, puedes ir a los
rincones más remotos de la tierra y no me importará. - le dirigió una triste sonrisa. -
Protege a tu pequeña soñadora, Rhys. Sabes que tengo garras afiladas y que no
tengo corazón.
Se volvió y salió de la habitación. Que ella hiciera su jugada como quisiera.
A él no le importaban las amenazas, ni los matones, pero Camilla lo había
leído bien. Solo le importaba Lydia y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario
para verla feliz.
Se apresuró a bajar los escalones exteriores solo porque deseaba alejarse de
Camilla lo más rápido posible, pero una vez que llegó a la acera, se dio cuenta que
no deseaba ir a ninguna parte. Su lacayo abrió la puerta del carruaje, y él
simplemente negó con la cabeza, sorprendido por el esfuerzo que le había
producido esa simple acción.
- Lleva el carruaje a casa. Deseo caminar.
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Capítulo 23
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- Decir que fue una pelea implicaría que he participado, que tuve la oportunidad de
defenderme. Fue más una paliza.
- ¿Por qué?
Negando con la cabeza, miró hacia otro lado.
Hombre obstinado. Presionó su pecho, y él emitió un gemido bajo antes de
apartar su mano.
Ella le lanzó una mirada penetrante.
- Tus costillas probablemente estén rotas. Déjame enviar por un médico.
- No. Puedo atenderme a mí mismo.
- No sé por qué los hombres piensan que enviar por un médico es una señal de
debilidad. Mis hermanos tienden a evitar a los médicos también. Si no me dejas que
te traiga un médico, entonces tendrás que dejar que te atienda yo.
Él bufó.
- Regresa a Ravenleigh, Lydia.
- Un médico no siempre está disponible en Fortuna. Sé bastante acerca de las
lesiones.
- Tráeme una botella y déjame en paz.
Ella se volvió hacia William.
- Tráele una botella del armario de licores y un vaso.
- Sin vaso, esta noche no deseo ser refinado.
- Bien, pero creo que te será más fácil beber con un vaso. - Mientras William
buscaba el alcohol, trató de evaluar las heridas de Rhys. Levantó el cabello de su
frente e hizo una mueca. - ¿Cuantos hombres?
- Tres.
- Espero que hayas dado tan bien como recibiste.
- Dadas las circunstancias, decidí aceptar lo que venía como un hombre.
- ¿Entonces no te resististe?
Apenas sacudió la cabeza.
- Aquí tienes, Jefe.
Rhys se llevó la botella a la boca, haciendo muecas y gimiendo mientras la
levantaba. Ella puso su mano debajo para mantenerla firme mientras tragaba el
líquido, sin duda esperando el rápido olvido.
- Seguramente va a hacer algo más que eso por él - dijo William.
- Sí. Ve a la cocina y mira si puedes encontrar un trozo de carne de res, cuanto más
grande, mejor. También necesitaremos agua tibia, toallas y pedazos de tela.
- Encontraré todo. – Y se fue corriendo.
Ella soltó la botella y se sentó sobre sus talones.
- No te preocupes mucho, Lydia.
- No puedo jugar estos juegos, Rhys. No puedo pretender que no siento algo que
siento.
- Entonces te estás condenando a una vida de miserias si te quedas en Inglaterra y
sigues buscando un marido aristocrático. La felicidad en el matrimonio, rara vez se
encuentra.
- No lo creo. No puedo creer que los matrimonios infelices que he visto aquí sean la
regla y no la excepción.
- ¿No? - Se inclinó amenazadoramente hacia ella. - Los caballeros que me
golpearon lo hicieron porque se molestaron cuando se enteraron que había
entretenido a sus esposas.
Ella parpadeó confundida.
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podría ganar con ellas. ¿Cómo puedes estar segura, mi pequeña soñadora?
Siempre te preguntarás si mis palabras fueron ensayadas y susurradas a alguien
antes de que te las susurrara a ti. He dado innumerables recuerdos a muchas
mujeres para reemplazar aquellos que deseaban olvidar. ¿Por qué debería ser
diferente contigo?
- Porque me amas.
- Te dije antes que no tengo amor para dar. La lujuria la conozco bien. Al amor no lo
conozco en absoluto. Has confundido uno con el otro. Quizás necesites otra lección.
Lentamente se puso de pie. No soportaba las dudas que la atormentaban, la
idea de que él la tocara como había tocado a tantas otras, no con amor, sino solo
con lujuria.
Ella se puso de pie y corrió hacia la puerta.
Escuchó su voz áspera diciéndole.
- Está bien. ¡Corre, Lydia, corre!
Ella salió corriendo hasta el carruaje. Mientras el conductor la guiaba por las
calles de Londres, se hizo un ovillo y lloró. No conocía al hombre que acababa de
dejar. Tal vez nunca lo había conocido.
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Lorraine Heath
Capítulo 24
Su corazón estaba destrozado. De hecho pensó que podía sentir las fisuras
ensanchándose a medida que el dolor se intensificaba hasta que era casi
insoportable.
Sus palabras, su toque, su beso, todas las habilidades de un maestro
seductor. Se destacó en complacer a las mujeres, complacerlas por una
compensación. ¿Qué tipo de compensación le habían ofrecido? Supuso que debería
considerarse afortunada de que hubiera compartido sus talentos con ella sin haber
recibido el pago por el privilegio.
Abrió su baúl, caminó hacia el armario y tomó un vestido. Trató de aplastarlo,
de convertirlo en una pequeña bola, con sus puños… golpeándolo…
- ¿Lydia?
Lo dejó caer en el baúl, cayó de rodillas y comenzó a aplastarlo, hundiéndolo,
reduciéndolo...
- ¡Lydia!
Ella lo quería muy pequeño para nunca volverlo a ver.
Unas manos la agarraron por los hombros y la hicieron girar.
- Lydia, ¿qué pasa?
- Él no me ama - Buscó la cara preocupada de Lauren. - Oh, Lauren, yo no era
especial. Todo fue una mentira. Todo.
Un sollozo desgarrador se liberó cuando las lágrimas brotaron de sus ojos y
rodaron por sus mejillas.
Lauren la abrazó y la apretó contra ella.
- ¿De qué estás hablando? Los sirvientes me trajeron un mensaje urgente del duque
indicando que debía atenderte de inmediato. Y aquí estás, vestida y empacando.
¿Qué está pasando?
¿Él había enviado una misiva? Que compasivo. Probablemente temía que ella
se quitara la vida como Annie, entonces tendría eso también en su conciencia. Pero
ella lo mataría a él antes que suicidarse.
Sin embargo, incluso su furia contra él no podía disminuir la agonía de su
traición. No podía controlar el flujo de lágrimas, asintió con la mejilla presionada
contra el delicado hombro de Lauren.
- Fui a ver a Rhys. Lo habían golpeado, y yo quería ayudarlo...
- ¿Quién lo golpeó?
Sacudió la cabeza.
- Solo quiero irme a casa ahora.
Lauren comenzó a sacudirla.
- Oh, Lydia, ¿qué ha pasado?
Sus hombros temblaron cuando liberó la fuerza de su dolor, su
desesperación. Pensó que las costillas podrían quebrarse y aplastar sus pulmones.
Si dejaba de respirar, no le importaría. Si su corazón dejaba de latir, le daría la
bienvenida al final de su agonía.
Quería tomar un baño, se sentía sucia. Avergonzada. Se había entregado a él
con amor, y sin embargo, para él, cada toque había sido una ejecución practicada.
Él había usado su boca, su lengua y sus manos para ayudarla a olvidar su primer
baile.
¿Quién la ayudaría a olvidar esa noche de despreciables revelaciones?
- Aquí, ven, siéntate en la silla y cuéntame qué pasó.
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- Espera aquí.
¿Esperar allí? Como si tuviera la voluntad de hacer cualquier otra cosa.
Lauren salió corriendo de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí. Con
un suspiro tembloroso, tiró cabeza hacia atrás. No quería pensar en Rhys con todas
esas otras mujeres. Ella no quería pensar en ellas pagándole. Pagándole, por hacer
el amor por Dios. Honestamente, no sabía quiénes era más repugnantes: si esas
mujeres o Rhys.
Se pasó el pañuelo entre los dedos, una y otra vez. Sentía como si no lo
hubiera conocido en absoluto. ¿Cómo pudo haber sido tan ingenua, tan estúpida
como para creer que él se preocupaba por ella?
Levantó el pañuelo para secarse más lágrimas, y su mirada se posó en la
solitaria inicial. “R”… Rhys.
Él le había dado ese pañuelo el día en que su familia se había ido. Ella se
había aferrado a él, no lo había lavado, sino que simplemente lo había escondido.
Se lo llevó a la nariz y olió su persistente aroma.
La fragancia a limón despertó tantos recuerdos. Todas las veces que cedió a
la tentación. Todas las veces que él le había advertido. Él le había advertido con
mucha más frecuencia de las que ella había cedido.
Lauren regresó a la habitación.
- Aquí estás. Tu té justo como te gusta - lo dejó sobre la mesa de patas flacas a su
lado.
Apartó la vista del pañuelo, y la dirigió al vapor que se elevaba por encima de
la taza y de la ropa de cama.
- ¿Sabías cómo preparar mi té antes de que Rhys te lo dijera? – le preguntó.
- Sabía que te gustaba el limón, el azúcar y la crema. Pero no las cantidades
exactas. Nadie se da cuenta de ese tipo de cosas.
- Rhys lo hizo. - Se levantó de la silla, caminó hacia la ventana, y miró hacia afuera.
- Lydia, no debes desesperarte. Puedes denunciarlo públicamente. Tu Temporada
se puede salvar.
- No estoy segura de volver a salir en público alguna vez.
*-*
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Lorraine Heath
- Estoy diciendo que no te fue infiel, que simplemente es infeliz. Sería sabio
deshacerte de tu amante. Enfoca tus energías y tiempo en complacer a tu esposa.
En cuanto a los caballeros que se unieron a ti para abordarme anoche, puedo
adivinar quiénes han sido. Puedes tranquilizarlos diciéndoles que sus secretos, en
especial sus deficiencias, están a salvo conmigo. Pero si desean discutir el asunto
más completamente, estaré disponible esta tarde.
Whithaven estaba moviendo la boca como si quisiera decir algo, pero no
sabía lo que quería decir. Giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la
puerta.
- ¿De verdad te acuestas con cualquiera de nuestras esposas como se rumorea?
Se detuvo y miró por encima del hombro. Lo único que nunca había hecho era
no decir la verdad. Era tentador hacerlo en ese momento, pero si lo hiciera, ¿qué le
habría quedado? Nada.
- Desafortunadamente, siempre hay una semilla de verdad en cualquier rumor, pero
le juro, señor, que su esposa no era una de ellas.
Saliendo de la habitación, deseó poder decir lo mismo a todos los caballeros
que pudieran ser lo suficientemente curiosos como para hacerle una visita esa tarde.
Casi había llegado a la puerta de entrada cuando oyó el ruido de zapatillas sobre el
suelo de mármol. Echó un vistazo hacia las escaleras, y allí estaba ella: la
encantadora condesa.
Sus ojos se abrieron con horror mientras se acercaba cautelosamente.
- Su Gracia, ¿qué le ha pasado?
Aunque su mandíbula protestó, él le dio una sonrisa irónica.
- Un hombre no le hace esto a otro si no ama a su esposa y si no le hubiera
importado que vinieras a verme.
- ¿Geoffrey te hizo eso?
- Le he explicado que no has hecho nada, excepto llorar en mis brazos.
Ella extendió la mano para tocar su mejilla magullada, luego la dejó caer.
- Encontró tu pañuelo en un cajón. No debería haberlo guardado. Lo siento
muchísimo.
- No hay necesidad de disculparse, condesa. Le pediría, sin embargo, que haga lo
que pueda para proteger a la señorita Westland. Ella es inocente en todo esto.
Escuchó el suave aclaramiento de una garganta. Lady Whithaven dirigió su
mirada hacia el pasillo del que él acababa de salir. No necesitaba mirar. Si nunca
volvía a ver a Whithaven, sería demasiado pronto.
Ella lo miró, con lágrimas en los ojos.
- Quédate tranquilo. Me ocuparé de la señorita Westland. Por la memoria de Annie.
- Gracias - Continuó, salió por la puerta y se dirigió hacia su carruaje.
Cuando llegó a su casa, alertó a Rawlings sobre el hecho de que sin duda
tendría algunos visitantes esa tarde. Él atendería a todos ellos, uno a la vez. Luego
llamó a William a su oficina y escribió una misiva para que el muchacho la entregara.
- ¿Recuerdas dónde vivíamos justo antes de mudarnos a Harrington? - le preguntó
mientras doblaba y sellaba la carta.
- ¿La casa que nos mantuvo calientes, donde iban todas las damas?
- Esa.
- Sí, jefe, la recuerdo.
No veía ningún punto para corregir a William en su forma correcta de tratarlo;
después de todo, probablemente no sería un duque por mucho tiempo más, no si los
que tenían escaños en la Cámara de los Lores se salieran con la suya.
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*-*
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quería preguntar por Rhys, y sin embargo su vida anterior era como él le había
prometido que sería, detestable para ella.
Sachse leyó la nota antes de volverse hacia ella.
- Parece que Harrington desea verme. Una cuestión de cierta importancia.
- ¿Está bien? - preguntó ella, incapaz de apartar la preocupación de su voz, insegura
de por qué seguía preocupada por él.
- Estoy seguro de lo que es, pero será mejor que vea de qué se trata. Chico,
¿querrías regresar en mi carruaje?
William sacó un reloj de su bolsillo, el reloj que ella había visto recoger a Rhys
en el pueblo. Él lo abrió de golpe y lo estudió cuidadosamente. - Tengo un poco de
tiempo. Creo que caminaré, pero gracias por la oferta.
Ella le tocó el hombro.
- Únete a mí para algunos dulces y pasteles antes de irte.
Después de despedirse de Sachse, llevó a William al jardín, donde un
sirviente les trajo algunos dulces. Dudaba que muchos señores le dieran a sus
ayuda de cámara el tipo de regalos que Rhys le había dado a William: relojes y
lecturas caras por las noches.
El muchacho estaba metiéndose un pastelito en la boca cuando le preguntó:
- ¿De dónde sacaste el reloj?
Sus ojos se hincharon mientras trataba de tragar.
- No lo robé si eso es lo que estás pensando. El jefe.
- ¿Por qué?
Él se encogió de hombros.
- Dijo que un hombre debería tener un reloj.
- Esa es una muy buena razón.
Él se retorció en la silla como incómodo bajo su escrutinio. Finalmente
admitió:
- También podría ser porque mencioné lo afortunado que era Colton de tener un reloj
con todas esas tallas finas.
Eso podía creerlo.
- ¿Por qué lo llamas Jefe?
- Es que lo llamé así durante tanto tiempo, que sigo olvidando que ahora es Su
Señoría... o Su Gracia. Para mí no ha cambiado, ¿sabes?
- Entonces ¿cuándo comenzaste a trabajar para él…
- En realidad, no trabajé para él, al principio al menos. Éramos socios, él y yo.
Eso era interesante. Ella se inclinó hacia adelante, y aunque sabía que era
muy poco femenina, apoyó el codo sobre la mesa y la barbilla en la palma de su
mano.
- ¿Qué tipo de negocio tenían?
- No era realmente un negocio. Como dije, éramos socios. Si uno de nosotros
encontraba un trabajo, lo compartíamos con el otro. Nos ayudábamos mutuamente:
cargar cosas, levantar cosas, acarrearlas. Eran trabajos honestos.
- ¿Cómo lo conociste?
Su mirada se lanzó hacia los pasteles.
- Tienes muchas preguntas. Tal vez deberías preguntarle a él.
Ella empujó el plato más cerca de él.
- Puedes comer los pasteles mientras me dices cómo se conocieron.
Él aceptó el soborno y después de terminar un pastel, continuó.
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cámara. A veces íbamos a dar paseos en las partes de Londres que a los buenos no
les gustan. Ahí es donde encontró a sus sirvientes. Como Mary.
Se recostó en su silla, sin saber qué decir. Rhys la había bombardeado con
toda la fealdad de su vida, con todas las acciones que él sabía que ella encontraría
reprobables. Y solo ahora se daba cuenta de lo desiguales que habían sido sus
confesiones.
Había escuchado lo que él había hecho, pero nunca había insistido en que le
explicara por qué lo había hecho. Necesitaba saber por qué. La historia que William
le había relatado, le había explicado bastante, pero contenía algunos agujeros. Ella
conocía a alguien que probablemente podría llenarlos y estaba decidida a obtener
respuestas.
*-*
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- Más que interés. Deseo casarme con ella. Acababa de hablar del tema con la dama
cuando llegó tu misiva.
Clavó los dedos en el escritorio. Bendito William por su talento en llegar en el
momento oportuno, no muy diferente del que tenía Colton, tendría que reflexionar
sobre esa idea más tarde.
- ¿Cómo está Lydia? - Preguntó.
- Con el corazón roto, pero no derrotada.
El alivio pasó por él. Había estado aterrorizado de haber sido demasiado
brutal en su intento de obligarla a odiarlo. Inmediatamente le había enviado una
misiva a Lauren porque no quería que Lydia estuviera sola.
Ahora parecía que no solo tendría a Lauren a su lado, sino también a Sachse.
Verdaderamente no estaba preparado para sentir como si hubieran apuñalado su
corazón con un atizador al rojo vivo. Había planeado convencer a Sachse de que
Lydia era inocente, y que sería una buena esposa. Pero parecía que no tenía
necesidad de convencer al hombre de nada.
- Me complace escuchar que ella continúa con su vida, incluso más feliz de escuchar
que deseas casarte con ella.
- Realmente no me importa si estás contento. Estuviste a punto de arruinar a la
chica.
- Estoy muy consciente de ese hecho y quiero asegurarte de que no pasó nada malo
entre nosotros. - Lo que había pasado entre él y Lydia se había basado en el amor,
no en un negocio. Aunque ella nunca lo creería ahora. Sus duras palabras se habían
encargado de eso.
- No necesito tus garantías. Para mí, y para todos los demás, es muy claro que la
señorita Westland es una dama del más alto calibre e irreprochable.
Estaba agradecido de saber que los sentimientos de Sachse tenían eco en
otras personas.
- ¿Sabes si irá a Kimburton esta noche?
- Sí. Supongo que tú no asistirás.
- Supones mal.
Parecía que finalmente había logrado decir algo para sorprender al hombre.
- No soy hábil en los juegos que juega la aristocracia, pero tenía la impresión de que,
en base a todos los rumores que corren sobre Londres, no serías bienvenido en la
reunión social de Kimburton o de cualquier otra persona - dijo Sachse.
Tu impresión es correcta y con más razón debo ir, y por eso debes asegurarte
de que Lydia esté allí. Es imperativo que ella me haga un desaire público; de lo
contrario, corre el riesgo de arruinarse a sí misma. Tienes que estar junto a Lydia,
eso hará que sea más fácil para ella, creo.
- No me puedo imaginar a la señorita Westland haciendo un desaire público a nadie,
mucho menos a ti.
El asintió.
- Va en contra de su naturaleza, pero debe hacerlo. Como inglés, tú entiendes eso.
Debes asegurarte de que comprenda su importancia. Ella de ninguna manera debe
dar indicación alguna de que sienta algo más que asco en mi presencia.
- ¿Y después de esta noche?
- Ella no me verá otra vez. Soy bastante bueno en desaparecer.
- La amas.
- Lo que yo sienta por ella no es importante. Todo lo que importa es hacer lo que
debo para disminuir el daño que podría sufrir.
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Al llegar a casa de lady Sachse, intentó parecer una dama, pero estaba
temblando de tal furia que le era difícil. Sabía que desde el principio esa mujer no le
había caído bien, que no le había gustado. Había encontrado poco consuelo en
saber que sus sospechas habían estado justificadas.
Tampoco encontró consuelo en la aparente pena de Lady Sachse. Sentada
en la habitación a oscuras, con las cortinas cerradas, con una jarra a medio llenar
sobre la mesa junto a su silla y un vaso en la mano.
- Mi vida está arruinada - susurró.
- ¿Alguna vez piensas en alguien además de ti? – le preguntó mientras cruzaba la
habitación y abría las cortinas.
La mujer gritó y se cubrió los ojos.
- Ciérralas inmediatamente.
- No, quiero verte claramente cuando me expliques cómo le pudiste hacer a Rhys lo
que le hiciste.
- ¿Y qué hice? Le di un techo sobre su cabeza, carbón para sus fuegos, ropa fina,
comida, sirvientes. Pero él no quería nada.
- Excepto amor y aceptación.
- Oh, fue amado y aceptado. Dios mío, niña, mis damas lo adoraban.
- Las mujeres que fueron a verlo… ¿cómo es que no sabían quién era?
- Era joven cuando huyó de su casa, creo que diecinueve. Aún no había hecho su
entrada en la escena social. Como repuesto, tenía poco interés para nadie. Además,
Quentin era el que llamaba la atención. Cuando volví a ver a Rhys, había envejecido
considerablemente, si no por años, al menos por apariencia, por experiencia. La vida
dura que había soportado durante esos años estaba claramente tallada en su rostro.
Entonces creé una historia fantástica sobre sus orígenes, que era un plebeyo con
talento para la seducción. Un libertino. Un hombre que dedicaba su vida al placer
sensual.
La repulsión por esta mujer continuaba creciendo a pasos agigantados.
- ¿Cómo descubrieron quién era? – le preguntó.
Lady Sachse le lanzó una mirada penetrante y su corazón se hundió.
- Porque asistió a un baile - susurró. - Deseaba ver que tuvieras éxito. Y pensé que
mis damas guardarían sus lenguas. Al parecer, alguien no lo hizo.
Por ella, Rhys se había arriesgado a exponer su pasado. Debido a su sueño,
él estaba más marginado que nunca.
- ¿Quién sabe todo? - Preguntó.
- Desafortunadamente, los rumores abundan en Londres. Antes de que termine el
día, ni un solo par del reino habrá dejado de preguntarle a su esposa si ha visitado a
Rhys. - Insegura, colocó el vaso junto a la jarra y la miró humillada. - Le ha dicho a la
gente que yo no estaba al tanto de sus acciones. ¿Por qué haría eso? ¿Por qué me
ahorraría la vergüenza que tan indiscutiblemente merezco?
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Capítulo 25
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- Ciertamente, Su Gracia.
- ¿Nos disculpas, Lady Sachse? - Preguntó Kimburton.
- Por supuesto. - Se inclinó hacia ella. - Recuerda, querida, entre la aristocracia
siempre debemos recorrer el camino más difícil y nunca revelar cuán difícil es el
viaje. Rhys lo entiende bien. No lo decepciones.
Quería preguntarle exactamente de qué estaba hablando, pero el duque
estaba esperando, al igual que su madre. Tan pronto como se hicieran las
presentaciones, buscaría a lady Sachse y exigiría saber lo que la mujer sabía que
ella no.
Sintió que los ojos de todos se posaban sobre ella mientras seguía al duque y
se preguntó brevemente si así era como se habían sentido los animales en los
jardines zoológicos cuando Sabrina había ido a verlos. Cada aspecto escudriñado y
medido.
Ella había estudiado sus libros, ya que había querido causar una gran
impresión. De repente, se preguntó por qué había pensado que todo era tan
importante. Nadie la miraba de forma tan acechante en Texas.
La duquesa estaba sentada en una gran silla mullida como si fuera un trono.
La mujer exudaba dignidad real y gracia, tal como había esperado de la aristocracia.
La mujer sonrió cálidamente.
- Lord Sachse, entiendo que es un erudito.
- Sí, Su Gracia.
- Entonces explícame lo que nos va a pasar a todos nosotros, con estas niñas
estadounidenses invadiendo nuestras costas.
- Sospecho, Su Gracia, que seremos más ricos por eso.
Ella rio, un sonido gutural de puro placer.
- Eres muy sabio o muy tonto.
- Tontamente enamorado, tal vez - admitió.
Ella sintió que sus mejillas se calentaban. Era amable, educado y encantador.
Cualquier dama estaría complacida de tener sus atenciones. Pero ella solo estaba
ligeramente halagada.
La duquesa volvió su atención hacia ella.
- Debo decir, querida, que eres muy hermosa y valiente.
- Gracias, Su Gracia.
- Hay un escándalo girando en torno a ti, y aun así te mantienes firme. Se me ocurre
que el Príncipe de Gales querría conocerte. ¿No estás de acuerdo, Kim?
El duque asintió.
- Sí Madre.
- ¿Y usted, señorita Fairfield? Te he estado observando, o más precisamente, viendo
a mi hijo cuidarte.
- Es uno de los solteros más elegibles de Londres, Su Gracia. Me imagino que mira
a muchas chicas - dijo Lauren.
- Sí, supongo que lo hace.
Mientras la duquesa continuaba hablando con Lauren, ella no pudo evitar
sentir que de alguna manera, a pesar de todo, había logrado pasar su examen. Ella
realmente podría codearse con la familia real. ¿A qué clase de asuntos elegantes
asistiría entonces?
¿Cómo crecería la apreciación de su padrastro? ¿Un hombre cuyo nacimiento
lo había negado tanto?
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Amar a un Lord escandaloso
Granujas en Texas 05
Hijas de Fortuna 02
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Lorraine Heath
caminaba hacia él, una leona, una mujer que no sería domesticada por las reglas de
la sociedad.
- Eres una tonta, - dijo con voz ronca mientras llovía besos sobre su rostro.
- Te amo, Rhys.
Él se inclinó hacia atrás, acunando su rostro entre sus manos. Nunca pensó
volver a estar tan cerca de ella.
- Grayson me matará. Como lo hará tu madre.
Ella sonrió.
- No, no lo harán.
- Debes entender. Cuando Annie murió, traté de esconderme en el vientre de
Londres. Cinco años vagué. Un hombre puede perderse fácilmente en Londres. Un
joven devorado por la culpa podría arriesgarse a no encontrar la salida.
- Pero tú la encontraste.
El asintió.
- Finalmente. Nunca hice nada durante esos cinco años perdido, por lo que tuviera
que avergonzarme. Trabajé trabajos menores para comida y refugio. Levantando,
acarreando, construyendo, limpiando. Yo no era exquisito. Entonces William se
enfermó.
- Me lo dijo. También hablé con Lady Sachse.
-Cuando Camilla hizo su oferta, no parecía difícil. ¿Qué joven no sueña con que las
mujeres lo quieran? Debes comprender lo que dije la otra noche: quería que
corrieras. No quería que mi pasado te lastimara.
- La única vez que me sentí lastimada fue cuando me estuve lejos de ti. Te quiero
mucho.
- Hay una buena posibilidad de que no tengamos nada. La Reina podría llevárselo
todo.
- Entonces no tendremos nada… juntos.
Se quitó los guantes, y luego lentamente quitó los de ella. Tomó sus manos y
las presionó contra sus labios, inhalando el dulce aroma que ella había puesto en
sus muñecas.
- He buscado toda mi vida, sin saber realmente lo que buscaba. Hasta que te miré a
los ojos, hasta que vi tu aceptación de mí. Te quería ver feliz a toda costa. Te quiero
más que a la vida. ¿Me harías el honor de ser mi esposa?
Ella lanzó una risa alegre.
- ¡Oh… sí!
Ella le rodeó el cuello con los brazos y lo besó apasionadamente. Con ella,
rara vez habría decoro. Y, sin embargo, cuando más lo necesitaba, como lo había
demostrado esta noche, tenía el porte regio de una reina.
- Hazme el amor, Rhys.
Cómo estuvo tentado de hacer exactamente eso. En cambio, retrocedió.
- No, la próxima vez que te haga el amor, querida Lydia, será después de que
hayamos firmado el acuerdo matrimonial. No haré que mi hijo llegue solo meses
después de que nos casemos y de que les avisemos a tus padres. Ya habrá
suficientes susurros en lo que a nosotros respecta.
Ella le besó la barbilla.
- No quiero esperar.
- Mañana enviaremos una carta a tus padres.
Ella presionó su cabeza en el rincón de su hombro.
- Vamos a ser tan felices.
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*-*
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- Había ido a verlo porque mi querido esposo era un poco apresurado a veces - Su
sonrojo se hizo más profundo. - Su Gracia, por supuesto que él no era Su Gracia en
ese momento, compartió conmigo varias estrategias para reducir el entusiasmo de
mi esposo, y todo el tiempo que me explicaba cómo hacerlo, me frotaba los pies.
Fue tan delicioso.
- A mí me frotó la espalda - admitió Lady Wrotham. - Me senté en su regazo como
una niña y lloré con todo mi corazón. De ahí la razón por la que tenía el pañuelo, que
descubrió mi marido. En mi matrimonio, no encontré nada parecido a la pasión que
leí en los libros de Jane Austen.
- Sí, también me dio su pañuelo - dijo Lady Reynolds. - Lloré abominablemente al
principio, mientras relataba mi triste historia.
- A mí me dio de comer bombones hasta que pensé que iba a explotar - contó Lady
Kedelbrooke. - Fue una noche muy agradable.
- ¿Agradable? - Preguntó ella. Agradable ni siquiera comenzaba a expresar lo que
era tener a Rhys haciendo el amor con una mujer.
- Oh sí. Él tiene una pasión por los libros igual que yo. Aunque contrastamos entre
Dickens y Twain.
Chocolates y libros. Masajes de pies y consejos.
- ¿Les han contado a sus maridos exactamente lo que ocurrió entre ustedes y Rhys?
– les preguntó.
- Oh, no - dijo Lady Kedelbrooke. - Prefiero que mi esposo piense que fui mala. Él ha
estado muy atento desde entonces, esforzándose por asegurarse de que no me
desvíe nuevamente.
Cuando en realidad nunca se había desviado para empezar.
No tenía dudas de que algunas mujeres habían recibido mucho más de Rhys
que estas damas. Pero ella no sentía celos ni envidia. Ella tendría lo que todas estas
damas nunca tuvieron. Un marido que la adoraba, que estaría atento y que nunca la
haría desviarse.
*-*
Su familia había llegado tres días antes de la boda. Su vestido de novia había
llegado el día anterior. En las semanas transcurridas desde el infame baile, como se
lo conocía en Londres, los susurros eran cada vez más silenciosos.
Unas pocas damas más habían llamado a su puerta. Ella era la envidia de
muchas.
En dos días, ella y Rhys se casarían. Pero tenía una cosa más que quería
hacer.
Estaba de pie en el vestíbulo de la casa que el duque de Harrington había
elegido para su duquesa. Una casa que ella suponía de alguna manera pertenecía a
Rhys. Sin embargo, ninguno de ellos había sido invitado allí.
Ella le había dado su tarjeta al mayordomo, una tarjeta que pronto sería
diferente, ya que pronto llevaría su nombre de casada.
Oyó que el mayordomo se acercaba y reforzó su resolución.
- Lo siento - dijo con frialdad. - La duquesa no está en casa.
Ella sonrió.
- Entonces esperaré aquí hasta que esté.
Él parpadeó.
- Su Gracia no está en casa.
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Ella asintió.
- Lo oí. Esperaré por aquí junto a esta planta que está en su maceta hasta que
regrese.
El hombre giró sobre sus talones y caminó por el pasillo del que había venido.
Un momento después, la duquesa viuda caminaba pesadamente hacia ella.
- ¿No entiendes que cuando te dicen que no estoy en casa, simplemente significa
que no estoy en casa para ti? - Preguntó ella.
- Lo entiendo perfectamente, Su Gracia.
La duquesa se detuvo como si se hubiera golpeado contra una pared de
ladrillos.
- Entonces, ¿por qué le dijiste a mi mayordomo que esperarías hasta que volviera?
- Porque quiero hablar con usted, y esperaré todo el día si es necesario.
- Pero yo no deseo hablar contigo, y puedes esperar todo el mes. No-estoy-en-casa.
Ella sonrió.
- Entonces esperaré todo el mes.
- ¡Impertinente muchacha! – dio un florido giro, y se dirigió hacia el pasillo.
- ¿Le gustaría una silla en la que esperar? – le preguntó el mayordomo.
Ella negó con la cabeza.
- No, esperaré de pie. - Y ella lo hizo. Mientras el mayordomo ocasionalmente
consultaba con la duquesa, solo para regresar con el mensaje de que aún no estaba
en casa.
Si la duquesa quería una prueba de voluntades, descubriría que ella no era
alguien con quien jugar, ni con Rhys.
- La duquesa está en casa - dijo el mayordomo en voz baja.
Ella miró el reloj del pasillo. Cuatro horas. No había tenido que esperar todo el
tiempo que pensaba.
Siguió al mayordomo al salón.
- Alto - dijo la duquesa, desde su silla junto a la ventana. - Has sido recibida. Ahora
puedes irte.
- No lo creo. – caminó más adentro de la habitación y estudió un retrato que estaba
colgado sobre el hogar. El hombre era realmente guapo, pero también hizo que un
escalofrío recorriera su espina dorsal. - ¿Ese es Quentin?
- Sí.
- Tuvo dos hijos, Su Gracia. - dijo enfrentándose a la mujer. - Pasado mañana, me
voy a casar con Rhys.
- No me estás diciendo nada que yo no sepa. Vi el anuncio en el Morning Post.
- Significaría mucho para nosotros que estuviera allí.
- No estoy dando mi bendición a esa unión. Quentin está muerto por culpa de Rhys.
Rhys lo traicionó. - Bajó la mirada. - Quentin comenzó a beber después de la muerte
de Annie. Fue esa bebida la que lo hizo tropezar en el estanque familiar e hizo que
se ahogara.
- No conocí a Quentin, Su Gracia. Pero sé que Rhys es un buen hombre.
- ¡Ah! Y envió por el bastardo del Duque en contra de mis deseos.
- ¿No ve nada bueno en él… en absoluto?
- No puedo ver lo que no existe.
Ella suspiró profundamente, tan desesperadamente quería hacer que esta
mujer entendiera lo valioso que era Rhys. Pero la única forma de hacerlo era
destruyendo a Quentin, o revelando que Rhys le había pedido al Duque que le dijera
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que la amaba. ¿Y arrebatarle lo que ella tanto apreciaba? No podía hacer ninguna
de las dos cosas.
- Amo a su hijo, Su Gracia, con todo mi corazón. Y no he podido encontrar ningún
momento en su vida en que se haya colocado antes que nadie. Él es un buen
hombre, un hombre honorable. Pasado mañana, toda mi familia estará conmigo en
la iglesia. Rhys no tendrá familia. Amaba a su Duque, yo amo al mío y le pediría que
lo ame usted también. Únase a nosotros cuando comencemos nuestra vida juntos.
No podemos cambiar las heridas del pasado pero podemos asegurarnos de que
haya menos en el futuro.
- Eres muy mal educada, pero… - dijo la duquesa y miró por la ventana. –…ahora,
dime todas las razones por las que amas a mi hijo.
Sin dudarlo, ella lo hizo.
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Capítulo 26
“Una verdadera dama no dejará ninguna duda en la mente de nadie, de que ama al
hombre de su elección con todo su corazón.”
< Como corregir los errores en el comportamiento>
Srta. Westland
Estaba parado en una pequeña habitación no lejos de donde entraría a la
iglesia. Lord Sachse esperaba con él. Hubiera querido que Grayson lo acompañara,
pero su medio hermano tenía una obligación más apremiante, debía entregar a su
novia.
Había pensado que la capilla sería suficiente ya que estaba seguro de que
solo la familia de Lydia estaría presente. Pero ella había querido la iglesia grande y
como siempre, se encontró incapaz de negarle nada.
Un brusco golpe en la puerta, y Camilla entró a zancadas a la habitación. Él
nunca pensó que volvería a hablar con ella, y sin embargo, de alguna manera, se
encontró haciendo exactamente eso. La había perdonado por sus mentiras y
engaños, tal vez porque cuando todo estuvo dicho y hecho, había reconocido que
ella había sufrido mucho más que él, había tenido un marido poco amable con quien
lidiar, similar a Quentin. Y a su extraño modo, había creído que les estaba dando a
las damas de Londres algo que de otra manera no podrían adquirir.
- Los invitados están llegando – anunció, se acercó a él y le dio unas palmaditas en
las solapas. - Puedes agradecerme apropiadamente más tarde.
- Si los invitados están aquí, sospecho que es más obra de Lydia que tuya - le dijo.
- No seas tan abominablemente correcto, Rhys. No es propio de ti. - le palmeó las
solapas otra vez antes de retroceder. - Aunque debo admitir que hoy te ves
terriblemente guapo. - Se volvió hacia Lord Sachse. - Y tú también.
- Gracias por el cumplido, Lady Sachse.
- Honestamente, Archie, no necesitas ser tan formal. Estamos prácticamente
emparentados.
- No estamos emparentados en absoluto, lady.
Él se sobresaltó por el comentario del hombre y la advertencia premonitoria
que sintió vibrar en las palabras pronunciadas en voz baja. ¿No le había dicho él lo
mismo a Lydia, de la misma manera, y en el mismo tono?
Camilla se sonrojó, en realidad parecía nerviosa.
- Quizás la próxima temporada tengas un poco más de suerte para encontrar una
esposa.
Archie se encogió de hombros.
- Prefiero elegir sabiamente que apresuradamente. Ahora que la Temporada está
llegando a su fin, sin embargo, necesito echar un vistazo a todas las propiedades de
Sachse, esperaba que pudieras acompañarme, no sé nada sobre la gestión de una
finca tan grande y tú has hecho un trabajo tan espléndido al familiarizarme con
Londres, que pensé que podrías ser una excelente tutora mientras aprendo lo que
debo para evitar que el apellido Sachse se arruine.
- Estoy bastante lista para salir de Londres - dijo Camilla - Estaré más que
encantada de acompañarte.
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Él observó el intercambio con interés. Camilla era una mujer coqueta, cada
palabra y acción estaba diseñada para controlar a un hombre. ¿Pero Archie? ¿Cuál
era su interés en Camilla?
Ella se acercó a él nuevamente, puso las manos sobre sus hombros, se puso
de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
- Te deseo lo mejor, Rhys.
Cuando dio un paso atrás, él se sorprendió al ver las lágrimas en sus ojos.
Retiró el pañuelo de su bolsillo.
- Toma.
Al ver su ofrenda, ella rio ligeramente y lo tomó.
- Honestamente, Rhys, debes asegurarte que pongan un monograma diferente en
tus pañuelos. Estos son conocidos en todo Londres.
- Estás en lo cierto. Me ocuparé de eso después de mi boda.
- Ella es una chica con suerte, Rhys. Bueno, ahora los dejaré caballeros, - caminó
hacia la puerta y agitó los dedos en el aire. - Archie, espero verte esta noche.
- Será un placer hacerlo... Camilla.
Ella se detuvo y miró por encima del hombro. Nunca la había visto tan dócil,
tan vulnerable.
- Entonces podríamos discutir nuestros planes para recorrer las fincas.
- Por supuesto - dijo Lord Sachse en voz baja.
Con una sacudida de su cabeza, Camilla salió de la habitación.
- Cuidado con su corazón, Archie - dijo él en voz baja, sin saber por qué sintió la
repentina necesidad de proteger a Camilla.
Archie lo miró y le dio un brusco asentimiento.
- Tengo la intención de hacer exactamente eso. Sospecho que nadie lo ha hecho,
aunque es probable que hayas sido tú el que estuvo más cerca.
- Debo confesar que nunca entendí por qué me gustaba en la misma proporción en
la que la despreciaba.
- Tal vez porque comprendiste que ella no es tan insensible como parece. El anterior
conde de Sachse, ojalá se pudra en el infierno, guardó un diario que descubrí
cuando pasé la noche en la casa solariega antes de llegar a Londres. Mientras ella y
yo recorremos las fincas, pretendo convencerla de que no soy como mi predecesor.
- Ella no podrá darte un heredero.
Archie se encogió de hombros.
- Veremos. Estoy más inclinado a creer que la culpa era de su esposo.
Antes de que él pudiera decir más, sonó otro golpe. Su corazón dio un salto, y
tomó una respiración profunda. Era hora.
La puerta se abrió y su madre entró, regia en todo su porte. No podría haber
estado más sorprendido si hubiera sido la misma Reina quien entrara. Había ido a
verla poco después de la debacle del baile, para anunciarle su intención de casarse
con Lydia. Pero ella se había negado a verlo.
- Madre, ¿qué estás haciendo aquí?
Ella envió una mirada arrogante a Archie.
- ¿Podría por favor disculparnos?
- Ciertamente, Su Gracia.
El hombre salió de la habitación, cerrando la puerta silenciosamente detrás de
suyo.
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Granujas en Texas 05
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Lorraine Heath
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El órgano, de repente, llenó la iglesia con los gloriosos acordes para anunciar
la llegada de su novia. Miró hacia el pasillo y supo que nunca había visto una mujer
más bella.
Cantidad de encaje en cascada sobre satén blanco. Una blancura ondeante
fluía a lo largo de su parte trasera. Un velo gastado caía sobre su rostro hasta las
rodillas. Sin embargo, a través de él, podía ver su brillante sonrisa, y sus radiantes
ojos.
Llevaba un ramo de orquídeas blancas y caminaba despacio, elegantemente,
del brazo del hombre que había sido su padre desde que era una niña, el hombre
que involuntariamente la había traído hasta él. No podía evitar creer que la fortuna
era una dama traviesa, tejiendo los tapices más elaborados con las vidas de las
personas.
Pero sabía que el resto de su vida, al menos, se tejería con hilos de oro.
Lydia se detuvo antes de llegar al altar, al lado del banco donde estaba
sentada la duquesa. Sacó una flor de su ramo y se la ofreció a su madre. La
duquesa se levantó y la abrazó suavemente antes de tomar la orquídea y regresar a
su asiento.
Entonces ella estaba a su lado, una mano en su brazo, su mirada fija en la
suya, su sonrisa irradiando su amor por él.
Y todo lo que importaba era que sería suya durante el resto de su vida, y que
le había enseñado, a un realista, cómo soñar.
- ¿Qué has hecho con mi madre? – le preguntó Rhys desde la puerta que separaba
su dormitorio del de ella. - La mujer que afirma ser la Duquesa Viuda de Harrington
no es una mujer que conozca.
Sonriendo ante el reflejo de su marido, movió lentamente el cepillo por su
cabello.
- Simplemente le recordé que tenía otro hijo, y que era muy digno.
- En lo que a ti respecta, nada es tan simple.
Él caminó hacia ella. Su cuerpo temblaba de necesidad y deseo. Llevaba una
bata de seda. No le tomaría ningún tiempo quitársela de encima.
Sostenía un pequeño cántaro de plata, del tamaño de una taza de té.
- ¿Qué es eso? – le preguntó.
- Ya verás.
Puso el cántaro sobre el tocador y tomó el cepillo de sus manos. Observó los
movimientos lentos, pausados y la forma en que su mano sujetaba su cabello antes
de deslizar el cepillo a través de él.
- ¿Qué te dijo mi padre? – le preguntó.
Rhys detuvo su cepillado y se arrodilló junto a ella, la giró para que lo
enfrentara.
- Se llevará a William a Texas con él.
Y en su voz, escuchó el dolor. Ella pasó los dedos por su cabello, los arrastró
por su rostro y acunó su mandíbula.
- Lo extrañarás.
Él asintió.
- Viajamos juntos a través de la oscuridad. Él todavía tiene que encontrar su luz.
Mientras que tú, mi querida Lydia, eres toda la luz que necesitaré alguna vez.
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complacerlo tanto como él la complacía. Nunca había sabido que podía tomar,
además de dar.
Había planeado una lenta seducción, pero su resolución se marchitó por el
entusiasmo que sentía ella. Tendrían tiempo luego, más tarde. Por ahora, el fuego
de la pasión corría desenfrenado. Y deseaba a Lydia con una desesperación que
nunca había conocido. La quería egoístamente, para sí mismo.
Arrastró su boca por su garganta.
- Rhys. - Ella se adosó a él, arqueando las caderas contra su cuerpo. - Te quiero. Te
quiero ahora.
Gimiendo bajo, deslizó una mano entre sus cuerpos, ella gemía mientras él
tanteaba y acariciaba, estaba caliente, húmeda y lista.
Se levantó por encima de ella, sosteniendo su hermosa mirada violeta y
observando cómo la felicidad cruzaba por su rostro mientras él se deslizaba
lentamente dentro de ella, pulgada a pulgada, llenándola por completo, reclamando
sin remordimientos o culpas, lo que acababa de adquirir.
Una mujer que lo amaba
Ella le dio la bienvenida a su plenitud, cerrándose con su cuerpo a su
alrededor. Lydia ahuecó la parte de atrás de su cabeza y bajó su boca hacia la de
ella. Cuando él comenzó a moverse lentamente dentro de ella, sus lenguas se
acompasaron y empujaron al ritmo de sus caderas. Ella apartó su boca de la suya.
- Eres mío - gruñó.
- Siempre.
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Epílogo
“Un verdadero caballero amará a su Dama con todo su corazón y hará todo lo
que esté a su alcance para hacerla feliz.”
< Como corregir los errores de la vida>
El Duque de Harrington
Se había susurrado en todo Londres que el baile de esa noche sería el evento
social de la temporada, que no se podía perder aquel lo suficientemente afortunado
que había recibido una invitación.
Ella había estado anticipando esa noche durante semanas.
- ¿Qué piensas, Mary? - Preguntó, mirando su reflejo en el espejo, satisfecha con las
líneas de su nuevo vestido.
- Estás preciosa. Su Gracia estará muy complacido, estoy segura.
- Has hecho maravillas con mi pelo como siempre. Gracias.
Cuando Mary abrió la puerta, oyó las risas, una era un profundo estruendo
tejido a través de cuerdas con otra mucho más ligera, flotando en el aire.
Mary la miró.
- Suena como si el duque y Lady Katherine estuvieran juntos otra vez.
- De hecho lo hace.
Sabiendo que ella y su marido llegarían tarde una vez más, se dirigió a la
habitación frente a la de ellos, la habitación designada como la guardería. Su
corazón se expandió, y se preguntó si alguna vez no sentiría esa inmensa
satisfacción al ver a Rhys sosteniendo a su hija de seis meses. Raramente dejaba
pasar la oportunidad de tomarla en sus brazos. Era un padre tan atento como marido
considerado. Ella sabía que dos mujeres más afortunadas no existían en toda Gran
Bretaña.
Vio como Rhys movía a su hija acercándola al espejo hasta que sus agudas
carcajadas resonaban alrededor de él, entonces sus risas se unían. Últimamente,
Katherine se había cautivado con su imagen en el espejo, y su padre aprovechaba
su fascinación para sacar el máximo provecho. No creía que la risa hubiera sonado
en esa casa tan a menudo o tan fuerte.
- Rhys, ¿te das cuenta de que es extremadamente malo para nosotros llegar tarde a
un baile que estamos organizando? - le preguntó.
Se calmó, pero su sonrisa no disminuyó.
- ¿Cómo puedo llegar tarde cuando vivo en la casa donde se realiza?
- Llegarás tarde si no estás abajo para saludar a nuestros invitados a su llegada.
Sosteniendo su mirada en el espejo, dijo:
- Entiendo que el baile de Harrington se promociona como el evento social del año.
Ella no pudo contener su sonrisa.
- Eso es lo que escuché.
- ¿Qué tal eso, Katherine? – le preguntó a la pequeña - Esta noche asistirás al
evento social de la temporada.
- Rhys, no estarás pensando en llevarla abajo.
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- ¿Por qué no debería? Ella está tan feliz como su madre. Todos la adorarán tanto
como yo. - Él acercó a Katherine al espejo y de nuevo la niña estalló en carcajadas.
- Escúchala, Lydia - dijo con reverencia. - suena tan increíblemente feliz.
- Tal vez porque lo es - dijo mientras cruzaba la habitación y apoyaba la cabeza en el
brazo de su esposo hasta que el espejo reflejaba a la familia como un retrato
perfecto. La nena de cabello oscuro y ojos violeta sostenida por su adorado padre y
la madre y esposa que los amaba tanto a ambos. - Suenas feliz también, Rhys.
- Lo soy. Más de lo que alguna vez pensé que sería posible. ¿Y tú?
Ella sonrió cálidamente.
- ¿No lo sabes sin preguntar?
- Lo sé, pero todavía disfruto oyendo las palabras, mi pequeña soñadora.
Levantándose de puntillas, lo besó antes de susurrar:
- Mi querido Rhys, contigo a mi lado, estoy viviendo mi sueño.
FIN
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Sobre el Autor
LORRAINE HEATH les da crédito a sus padres por su fascinación con el romance.
Ella es la hija de una belleza británica y un tejano que estuvo estacionado en
Bovingdon mientras servía en la Fuerza Aérea. Lorraine nació en Watford, Herts,
Inglaterra, pero se mudó a Texas poco después. Dado que su nacionalidad "dual" le
ha dado un amor por todas las cosas británicas y texanas, disfruta tejiendo ambas
herencias a través de sus historias. Sus novelas han sido reconocidas con
numerosos premios, incluyendo RITA de Romance Writers of America, el medallón
HOLT y cinco premios Texas Gold. Puede escribirle por correo electrónico a
www.lorraineheath.com
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