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Alianzas rebeldes

Un feminismo más allá de la identidad


Consejo editorial

María Eugenia Aubet


Barbara Biglia
Elvira Burgos Díaz
Manuel Cruz Rodríguez
Manel Delgado
Josep M. Delgado Ribas
Mari Luz Esteban
Oscar Guasch Andreu
Antonio Izquierdo Escribano
Dolores Juliano
Raquel Osborne
R. Lucas Platero
Oriol Romaní Alfonso
Carmen Romero Bachiller
María Rosón Villena
Amelia Sáiz López
Verena Stolcke
Meri Torras Francés
Francisco Vázquez García
Olga Viñuales Sarasa

bellaterra edicions | serie general universitaria | 263


CLARA SERRA,
CRISTINA GARAIZÁBAL
Y LAURA MACAYA (COORDS.)

Alianzas rebeldes
Un feminismo más allá de la identidad

prólogo de empar pineda


Diseño de la colección: Dani Rabaza (Munster Studio)
Diseño original: Joaquín Monclús
Ilustración de la cubierta: Mari Fouz

Título: Alianzas rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad

Corrección de Manuel Azuaje

© Empar Pineda, del prólogo © Laura Macaya


© Clara Serra © Cristina Garaizabal
© Miriam Solà © Noemí Parra
© Paloma Uría © Miquel Missé
© Santiago Alba Rico © Sejo Carrascosa
© Paz Francés © Josetxu Riviere
© Violeta Assiego © Nuria Alabao
© Laura Pérez © Mamen Briz
© Miren Ortubay © Siobhan Guerrero

© Edicions Bellaterra (Cultura21, SCCL), 2021

Edicions Bellaterra (Cultura21, SCCL)


C. Balmes, 25-27, bajos izquierda, 08242 Manresa
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Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-18684-11-1
ISBN e-book: 978-84-18684-62-3
Déposito Legal: DL B 8042-2021

Impreso por Prodigitalk (Barcelona)


Índice

Prólogo11
Introducción15
Agradecimientos25

Primera parte. Debate, pluralidad y disenso. Contra la censura


y la imposición de la unidad29

1. El feminismo surca aguas procelosas. Paloma Uría Ríos31


El feminismo se renueva; los debates permanecen 31
La construcción de la identidad 33
Las diferencias entre mujeres 34
La sexualidad 35
Lo individual o lo social. Los hombres o el patriarcado 37
Diversidad del movimiento feminista 39

2. Más allá de nosotras mismas. Clara Serra41


Una rendición celebrada 41
La santificación de las víctimas 45
La culpa y el castigo 49
Salir de nosotras mismas 52

3. Vivir en peligro. Santiago Alba Rico 57


Feminismo e izquierdismo 58
La necesidad de correr riesgos 60
Segunda parte. Transformación social y justicia versus castigo.
Contra el punitivismo63

4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los


feminismos. Paz Francés65
Introducción65
Los feminismos garantistas y abolicionistas de la cuestión penal 67
Algunas propuestas para avanzar hacia caminos más justos 70
Las sinergias entre las propuestas y reflexiones finales 75

5. Justicia feminista: la revolución inaplazable. Violeta Assiego79


La justicia feminista no puede ser derecho penal del enemigo 81
La justicia feminista ha de ir más allá de la justicia penal 84
La justicia feminista y la reparación a las víctimas 86
La justicia feminista y la comprensión colectiva 88

6. Una institución feminista. Laura Pérez Castaño91

7. Violencia sexista: qué podemos esperar del derecho penal.


Miren Ortubay Fuentes99
El castigo como respuesta 100
¿Es posible una justicia diferente? 101

Tercera parte. Un feminismo de la libertad. Contra


normatividades sexuales, purezas y moralismos107

8. La violación o la vida: subjetividades punitivas.


Laura Macaya Andrés 109
El disciplinamiento sexual de las víctimas 111
Subjetividades punitivas  117

9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad.


Cristina Garaizabal123
Los primeros años 123
Feministas culturales 125
Feminismo Pro Sexo 126
Heterosexualidad y violencia sexual 127
Los debates sobre la pornografía 129
Recapitulando135
10. ¿La juventud está perdida? Jóvenes y sexualidad: entre el
placer y el peligro. Noemi Parra Abaunza 137
¿Cómo vemos a las personas jóvenes? 138
Riesgo, moral sexual y feminismo 139
Si no puedo bailar esta no es mi revolución 143

Cuarta parte. Construir alianzas. Un feminismo más allá de la


identidad145

12. No necesitamos aliados. Miquel Missé147


Sobre el transfeminismo español 148
Sobre el identitarismo en las luchas trans 149
Sobre lo que podemos aprender del debate entre luchas
feministas y luchas trans 151
Sobre la emergencia de lo «cis» 153
Sobre las consecuencias de todo esto 154
Sobre los hombres 155

13. Dime cómo te identificas y te diré qué me chirría.


Sejo Carrascosa 159
Interin I: Del variado mundo de las identidades sexogenéricas 161
Escolio: las olimpiadas de la opresión 162
Interin 2: ¡Piedra, papel… tijeras! 164
Escolio: «¿Qué hay de lo mío?» 165

14. Los hombres en el feminismo. Josetxu Riviere Aranda167


Es urgente interpelar e involucrar a los hombres para impulsar
los cambios 168
¿Podemos construir nuevos espacios feministas? 170
Algunas reflexiones sobre las líneas de trabajo dirigidas a los
hombres173

Quinta parte. Redistribución y derechos para todas. Contra el


capitalismo, las fronteras y la desigualdad estructural 177

15. ¿A quién libera el feminismo? Clase, reproducción social y


neoliberalismo. Nuria Alabao179
Feminismo liberal, feminismo de clase 180
Mujeres ¿una casta? 182
Alianzas rebeldes

¿Por qué hablamos de feminismo anticapitalista? 184


Feminismo de base, feminismo de clase 186

16. Un feminismo que defienda los derechos de todas, también


de las prostitutas. Mamen Briz189
En busca de alianzas imperdibles 190
#NingunaPutaProtegida192
Los derechos de las mujeres trans trabajadoras del sexo son
derechos humanos 194
Putas feministas 197

17. Trabajadoras del hogar y de los cuidados: el feminismo que


habitamos. Mamen Briz199
Los cuidados y la ausencia de los Estados 202
Sostenernos las unas a las otras 204
Por un feminismo de la escucha y del apoyo mutuo 207

18. Los feminismos de la hispanidad.


Siobhan Guerrero Mc Manus209
Hispanidad y Decolonialidad 212
Decolonialidad y Género 214

Bibliografia217
Prólogo

¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiraron quienes


nos precedieron? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un
eco de voces ya acalladas?

Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia

Hoy me vienen a la mente estas palabras de Benjamin; algo parecido


flota en el ambiente mientras escribo estas líneas. Una especie de feli-
cidad, un aire de alegría que me impregna cuando contemplo, releo y
aspiro el aroma del libro que tengo el honor y el placer de presentar. Yo
formo parte de las predecesoras, mis voces están, quizá, entre las aca-
lladas, pero algo me dice, y la prueba la tengo ante mis ojos, que aún se
puede percibir el eco y que resuenan retazos de aquellas voces de antaño.
Antaño no es hogaño, pero no está tan lejos en el tiempo, aunque ha-
yamos cambiado de siglo. Solo han pasado unos años, unos cuarenta y
cuatro años, desde finales de mayo de 1976, cuando celebramos en Bar-
celona las primeras Jornades Catalanes de la Dona. Miles de mujeres
de todo el Estado español se juntaron, descubrieron el feminismo, rom-
pieron el silencio para pedir, por primera vez, todas juntas «la mitad del
cielo»: derechos, reconocimiento, igualdad, libertad. Con todas nuestras
fuerzas defendimos nuestro derecho al placer sexual ignorado hasta
entonces, ampliando las concepciones y vivencias sobre sexualidad.
Rompimos la equiparación sexualidad igual a maternidad y también la

 11
Alianzas rebeldes

manera de entender la sexualidad exclusivamente como heterosexuali-


dad. Nos rebelamos ante el hecho de que el trabajo doméstico, las tareas
del hogar, fueran el destino de las mujeres, como así se reflejaba en el
Carnet de Identidad –de profesión: «sus labores»–. Exigíamos el acceso
al trabajo asalariado para las mujeres. Estas y otras muchas reivindica-
ciones, absolutamente novedosas en aquel entonces, nos unieron a todas
las asistentes. Volvimos a nuestras vidas cotidianas con una energía, una
fuerza, dispuestas a comernos el mundo. Para muchas de nosotras hubo
un antes y un después de aquellas jornadas.
Salíamos entonces de tiempos oscuros. Habíamos luchado mucho,
habíamos dejado por el camino algunos ideales, pero se abría ante nosotras
un tiempo más luminoso, una época prometedora. Y éramos jóvenes. Si-
guieron otras Jornadas feministas multitudinarias: Granada, Barcelona,
Santiago, Madrid, Córdoba… Siguieron combativas conmemoraciones
del 8 de marzo. Siguieron manifestaciones, encierros, acciones imagina-
tivas para reclamar nuestras demandas. Siguieron intensos debates, lec-
turas y propuestas, intercambios internacionales. Y se fueron alcanzando
derechos democráticos y reformas. Durante más de veinte años, el mo-
vimiento feminista tuvo un protagonismo sorprendente e inusual; se ganó
el respeto y el reconocimiento en amplios sectores de la opinión pública
y contribuyó a crear un ambiente social más igualitario entre hombre y
mujeres. Y sin embargo, el movimiento feminista envejecía –o eso pare-
cía–, se acallaba. La juventud, golpeada por sucesivas crisis económicas,
dificultades para encontrar empleo, dispersión geográfica y emigración,
se enfrentaba a situaciones que requerían demasiada energía. Las femi-
nistas de los setenta nos sumergimos en polémicas y disensiones que
ponían sobre el tapete antiguas discrepancias que ahora se mostraban
profundas y difíciles de conjugar. Parecía el fin, el cierre de un ciclo.
Pero no era nuestro destino que el olvido nos alcanzara. El femi-
nismo no iba a desaparecer, iba a rejuvenecerse, a dotarse de savia nueva,
a enfocar nuevos problemas y desafíos, sin por eso olvidar o menospre-
ciar los antiguos. Un nuevo siglo se había iniciado con pronósticos poco
alentadores, pero la segunda década irrumpe avasalladora: se llenan las
plazas de voces juveniles y en ellas destacan y resuenan las voces feme-
ninas, no ya con timidez y en sordina, como lo habíamos hecho en el
pasado, sino con seguridad, firmeza, exigiendo atención, buscando otra
vez la mitad del cielo.
Estas jóvenes saben que se ha avanzado en igualdad, que se han
conseguido derechos, pero constatan también en su propia piel que el

12 
Prólogo

camino es largo todavía. No están solas; cuentan con sectores de una


juventud masculina más igualitaria a la que le exigen que compartan su
lucha; cuentan con una sociedad más consciente de la necesidad de
desterrar el machismo si se quiere avanzar hacia una sociedad más igua-
litaria. Se han educado en una sociedad más libre, más permisiva en
materia de sexualidad y de libertad femenina y no están dispuestas a
retroceder. Se han educado también en la diversidad, social, sexual, étnica
y quieren defender esa riqueza. Han sufrido o han conocido de primera
mano las privaciones económicas, las dificultades para encontrar trabajo,
la precariedad y los bajos salarios; vuelven la vista, por ello, hacia las
personas más desfavorecidas, más marginadas, para las que la reivindi-
cación de igualdad y respeto cobra un singular valor. Estas jóvenes, en
definitiva, saben que no parten de cero. Sienten en el ambiente el aire
que otras respiramos y perciben el eco de algunas voces que nunca
fueron del todo acalladas. De todo ello da testimonio este libro.

Empar Pineda
Barcelona, 2021

 13
Introducción

Durante los últimos años el feminismo ha cobrado cada vez más


presencia; los análisis de género han llegado a las redacciones de mu-
chos diarios y revistas, se han multiplicado los libros que las editoria-
les publican sobre el tema, las mujeres han avanzado posiciones en los
partidos políticos y hoy existe de nuevo en España un Ministerio de
Igualdad. Sin embargo, al mismo tiempo, el feminismo está en la ac-
tualidad atravesado por enfrentamientos enconados. Los últimos años
se han exacerbado las lógicas identitarias dentro del conjunto de la
izquierda y el feminismo no está consiguiendo ser una excepción. Des-
pués de un periodo de crecimiento exponencial el feminismo parece
albergar no sólo un conjunto de demandas o intereses que parecen
irreconciliables, sino que en su interior se dan unos enfrentamientos
especialmente violentos y amargos. Proliferan las identidades fuertes y
la búsqueda de un sujeto del feminismo con fronteras nítidas y en guerra
con otros sujetos políticos. Algunos de los feminismos más asentados en
el contexto español afirman la incompatibilidad de su proyecto con las
demandas del colectivo trans y parecen defender una conservadora vuelta
a la biología como criterio para establecer los límites del sujeto del femi-
nismo. En medio de un escenario caracterizado por la polarización y en
un espacio público permanentemente sacudido por la violencia de la
extrema derecha y el clima bélico en las redes sociales, el feminismo no
demuestra capacidad de tener una cultura política alternativa a este
clima de guerra permanente.

 15
Alianzas rebeldes

Después de años avanzando parece que asistimos hoy a un repliegue


conservador e identitario. Porque el feminismo tiene hoy más espacios
desde los que actuar y más altavoces desde los que hablar, pero no parece
nada claro que sea capaz de transformar las lógicas más dogmáticas que
recorren a la izquierda: las tentaciones de censura, el punitivismo y, en
definitiva, las pulsiones identitarias que favorecen los fanatismos. En efecto,
el feminismo tiene hoy más poder que ayer, y justamente por eso es crucial
preguntarnos críticamente al servicio de qué se está poniendo ese poder y
para qué se está usando. Las posibilidades de que el feminismo sirva para
construir una alternativa al capitalismo, a los proyectos reaccionarios, al
auge del totalitarismo y al avance de las recetas de la ultraderecha, depen-
den de que el feminismo no solo sea hegemónico y tome el poder sino que
sea crítico en su ejercicio del poder y no lo reproduzca en sus formas
autoritarias, excluyentes y patriarcales.
Quienes participamos en este libro compartimos muchas de las rei-
vindicaciones que el movimiento feminista ha venido planteando en los
últimos cuarenta años; sin embargo, no todas y no siempre nos sentimos
representadas por las posiciones que el feminismo hegemónico defiende.
Este libro es una apuesta decidida por la pluralidad, esa pluralidad que
siempre corre el riesgo de quedar sepultada por cualquier hegemonía.
Quiere hacer públicas otras miradas, otras opiniones, otra manera de
entender el feminismo, normalizando la diversidad del feminismo y
mostrando que en su seno se manifiestan distintos enfoques, variadas
estrategias y análisis contradictorios. Los autores y autoras que escri-
ben estas páginas forman parte de esa pluralidad y este libro pretende
que sus voces se oigan, que puedan explicar sus concepciones y contras-
tarlas con otras voces discrepantes. En una sociedad que parece hacerse
cada vez más intolerante, este libro y las personas que participamos en
él defendemos sin reservas la pluralidad de los feminismos, la libertad
de expresión y el derecho al disenso. Pensamos que los debates son
positivos, enriquecen las ideas y ayudan a avanzar, siempre que se man-
tengan en un clima de colaboración y deseo de entendimiento.
Y es que, si uno de los riesgos de nuestra época es el dogmatismo,
los otros son el cinismo y la indiferencia. Respetar las distintas posicio-
nes en el feminismo y no necesitar expulsarlas no quiere decir renunciar
a discutirlas. Las voces que escriben estos textos no eluden contrastar y
debatir, no renuncian a tomar partido y a comprometerse. El resultado
es un conjunto de textos que demuestran que la pluralidad es una for-
taleza y que es justamente la homogeneidad impuesta – esa artificiosa

16 
Introducción

unidad del feminismo que siempre ha tenido sus ganadoras y sus ex-
cluidas– la que más puede debilitar los objetivos feministas con los que
tantas personas estamos comprometidas. Demasiadas veces hemos oído
utilizar el feminismo para justificar que «ahora no toca» , que « no es el
momento» , que « hay que cerrar filas» , que « no nos viene bien» plan-
tear dudas o ser críticas dentro de nuestros propios espacios y movi-
mientos. El deseo de avanzar en los derechos, libertades y autonomía
de las mujeres y el empeño por combatir los abusos y discriminaciones
nunca debe usarse como argumento para negar las diferencias, acallar
las críticas o estigmatizar los desacuerdos. Las diferencias van a perma-
necer y los debates pueden enriquecer las ideas y las acciones; es en el
marco de la acción política – que asume el conflicto y aborda los des-
acuerdos– donde podremos encontrarnos. Esta apuesta por la cultura
política de la diversidad recorre este trabajo colectivo en su conjunto,
pero es específicamente tematizada en la primera parte de este libro.
Paloma Uría recuerda que el feminismo ha estado siempre atravesado
por diferencias y que la mayoría de los debates que existían ayer siguen
existiendo hoy. Clara Serra y Santiago Alba Rico escriben contra el
dogmatismo y defienden un feminismo sin trampas identitarias ni cen-
suras securitarias.
Otra de las grandes apuestas de este libro es la crítica al poder punitivo
y por eso estas páginas dan espacio a las voces que estos últimos años se
han manifestado contra la incorporación por parte de algunos feminismos
de las lógicas del castigo. Al compás de las reformas legales para enfren-
tar las violencias machistas, especialmente en el marco de los debates
entorno a la violencia sexual, han crecido los discursos centrados en las
soluciones penales y, en nombre de la protección de las mujeres, se han
defendido las respuestas punitivas. Ahora bien, si el feminismo quiere
ser una alternativa a las formas tradicionales y autoritarias del poder y
a las nuevas amenazas de la ultraderecha no podrá serlo si no es renun-
ciando a las recetas reaccionarias. Si el feminismo quiere transformar
el poder no podrá hacerlo reproduciendo las formas patriarcales del
poder. Este libro defiende la transformación social como nuestra gran
tarea. Lo hace desde la convicción de que para combatir las violencias
que se ejercen sobre las personas en razón de su género u orientación
sexual, es necesario no centrarse en el castigo de las conductas indivi-
duales sino en la prevención, la educación, la lucha ideológica y el com-
bate de las condiciones estructurales. Apostar por la transformación
social y la justicia, y no por la venganza y el castigo, supone hacerse cargo

 17
Alianzas rebeldes

de algo que nos han enseñado los análisis feministas: las violencias
tienen un origen social, cultural y estructural y no podrán ser erradica-
das a través de un sistema penal que solo puede individualizar sus cau-
sas y es incapaz de enfrentar las estructuras que las reproducen. El
castigo, aunque a veces sea inevitable, es ya la prueba de un fracaso.
Los textos de Paz Francés, Laura Pérez, Violeta Assiego o Miren
Ortubay son una decidida crítica contra el punitivismo, es decir, contra
el recurrente recurso al Código Penal y a su endurecimiento con los que
algunos feminismos pretenden abordar y solucionar los problemas so-
ciales. No obstante, a lo largo de sus aportaciones, cabe encontrar dife-
rentes perspectivas. Algunas autoras, como Paz Francés, se sitúan
dentro de una línea abolicionista del sistema penal, mientras otras, como
Violeta Assiego, se centran en la necesidad de reformarlo desde el en-
foque de los derechos humanos. Hay una pluralidad de miradas, pero
todas ellas nos invitan a dedicar nuestras energías a cambiar los com-
portamientos machistas a través de la transformación de las institucio-
nes y estructuras que los promueven y a través de la educación en la
igualdad y el fortalecimiento de nuestra libertad.
La incorporación de soluciones punitivas por parte de algunos
discursos feministas no es la única inercia conservadora que existe en
el feminismo hoy. La importancia de las cuestiones relativas a la vio-
lencia sexual genera también una proliferación de discursos centrados
en el peligro que supone el sexo para las mujeres y que reintroducen
viejos moralismos patriarcales y formas de recortar la libertad sexual.
Los últimos años hemos visto con preocupación cómo se censuraban
jornadas dedicadas a debatir sobre el trabajo sexual y hemos asistido a
un recrudecido silenciamiento de las prostitutas, a las que se les sigue
impidiendo aparecer en el espacio público con su propia voz. Hemos
visto cómo se hacían campañas para prohibir seminarios que analizaban
la pornografía en la Universidad y cómo se censuraban carteles e imá-
genes con desnudos femeninos por considerarlos denigrantes. Las
autoras que en este libro toman la palabra para hablar de la sexualidad
quieren defender que no hay nada denigrante en el cuerpo de las per-
sonas, que no hay nada inmoral en el deseo, ni en sentirlo ni en hacerlo
sentir. Y ni es censurable la exposición pública de los cuerpos ni son
asumibles las constantes prohibiciones que se producen invocando un
supuesto ataque a la dignidad de la mujer. De nuevo, si queremos que
el feminismo transforme nuestra sociedad, en vez de ser el incauto
colaborador de la reacción, la solución no es la censura. Para combatir

18 
Introducción

los viejos estereotipos patriarcales y ampliar la libertad sexual de las


mujeres debemos reclamar educación sexual y potenciar una cultura y
un pensamiento críticos, porque esa es la mejor forma de defender la
dignidad de las personas y la libertad de sus prácticas sexuales, basadas
siempre en la elección, el acuerdo y el consentimiento.
Así pues en la tercera parte de este libro se reúnen una serie de textos
en torno a la defensa decidida de libertad frente al auge de discursos pu-
ritanos y moralistas y frente a la instauración por parte de algunos femi-
nismos de nuevas normatividades sexuales. La crítica a la heterosexualidad
como norma no puede llevarnos a reinventar una nueva manera correcta
de sexualidad feminista. Nuestro objetivo es ampliar el campo para
explorar, sentir y perseguir nuestro deseo. Estas páginas apuestan por
reivindicar como legítimas las relaciones libremente consentidas entre
las personas, independientemente de su sexo y de su género y entiende
que la variedad y riqueza del placer sexual contempla también el uso y
disfrute de la pornografía, que puede ser resignificada y puede formar
parte del imaginario y de las fantasías de las mujeres. Con el objetivo
de ampliar la libertad sexual femenina las autoras de este libro cuestio-
nan críticamente la esencialización del papel de víctimas pasivas de las
mujeres y las políticas centradas en exclusiva en la protección para rei-
vindicar que el sexo no es solo un escenario de peligros, violencias y
daños. Frente a los neomoralismos y las purezas feministas que reapa-
recen en el campo de los discursos actuales, los textos de Cristina Ga-
raizábal, Laura Macaya y Noemí Parra apuestan por un feminismo que
habla de la sexualidad más en clave de placer y menos en clave de pe-
ligro y critican los discursos funcionales al pánico moral y al terror
sexual que siempre han servido como herramientas para restringir el
campo de la sexualidad. Las mujeres, como también los hombres y
todas las personas cuya sexualidad ha sido excluida y estigmatizada,
seguimos teniendo una importante batalla que ganar por ampliar los
límites, los imaginarios y los roles tradicionales que han regulado his-
tóricamente nuestra sexualidad.
En su conjunto este libro quiere impugnar una perspectiva sin duda
hegemónica en las izquierdas en la actualidad: las luchas políticas ba-
sadas en la identidad. A lo largo de estas páginas, de diversas maneras,
se pone en cuestión esta indiscutida verdad de nuestros tiempos que
considera que el feminismo es una lucha política que solamente le co-
rresponde a las mujeres. Es esa premisa, una vez asumida, la que genera
la búsqueda dogmática de la autenticidad y la pureza de las «mujeres de

 19
Alianzas rebeldes

verdad». Quizás es más necesario que nunca recordar hoy que muchos
feminismos críticos han puesto en duda que el feminismo deba ser un
movimiento identidario basado en el sexo biológico o en una supuesta
identidad femenina. Las mujeres somos diversas tanto por lo que res-
pecta a la percepción de nuestra identidad personal como a nuestra
situación social, con diferencias muy profundas. Además, son muchas
las personas que adquieren una percepción difusa de la propia identidad
genérica o que transitan hacia un género diferente al que les fue asignado
socialmente o que no quieren hacer política desde una adscripción iden-
titaria. El feminismo que se defiende en este libro tiene como objetivo
el combate contra todas las injusticias y discriminaciones derivadas de
la existencia de obligaciones y sanciones hacia hombres y hacia muje-
res y entiende que son muchas las personas (no solamente las mujeres)
que se ven afectadas por el patriarcado, sus mandatos y sus imposicio-
nes. Pero es, además, un feminismo que apuesta por reunir a todas y a
todos los que, más allá de nuestras identidades, nuestros cuerpos y
nuestros agravios, queremos cambiar nuestra sociedad y sus desigual-
dades. Parece, sin duda, una rebeldía aspirar a esas alianzas, pero este
libro quiere trabajar por un feminismo amplio, plural y mestizo más allá
de la identidad. En la cuarta parte de esta obra Josetxu Riviere, Sejo
Carrascosa y Miquel Missé defienden sus ideas acerca de un feminismo
que cuente con los hombres y los incluya, de un movimiento trans no
identitario y de una izquierda cuyo objetivo sea una lucha común más
allá de nuestras diferencias.
Puede ser que en algún momento sea interesante apostar por unas
identidades políticas débiles, transitorias y contingentes. Pero, antes que
«mujeres», «maricas» o personas «racializadas» o «trans», somos perso-
nas que nos unimos no por lo que somos sino por lo que queremos, por
el proyecto político que defendemos. Lo que compartimos es más im-
portante que lo que nos diferencia y son esos objetivos compartidos los
que nos mueven.
Por último, hay en estas páginas una apuesta por combatir las gran-
des desigualdades económicas y estructurales que nos atraviesan a todos
y a todas, por defender sin tibiezas los derechos de las personas más
golpeadas por la pobreza y la precariedad, así como por las fronteras y
el racismo institucional. Los recortes en las políticas sociales, la globa-
lización económica y el dominio del poder económico sobre el poder
político presentan un panorama de crisis socioeconómica que los femi-
nismos deben enfrentar. Forma parte de los objetivos de un feminismo

20 
Introducción

transformador responder a la situación de discriminación laboral, de


explotación y de pobreza a la que se ven sometidas tantas personas,
especialmente tantas mujeres. La desigualdad salarial y las dificultades
de muchas mujeres dependen o bien de su dedicación a un trabajo de
cuidados no remunerado o bien de su dedicación a un trabajo que,
cuando es remunerado, es realizado en condiciones de falta completa de
derechos. Muchas de estas cuidadoras son inmigrantes, a veces « sin
papeles» , que pueden sufrir, además de la precariedad, la xenofobia o el
racismo social e institucional. Además, la situación de las mujeres inmi-
grantes se enfrenta a una ley de extranjería injusta que dificulta o impide
su integración. Son muchas las que se dedican al trabajo sexual, bien
obligadas por la necesidad o por ser su mejor elección, y esa condición
de alegalidad, invisibilidad institucional y carencia de derechos labora-
les de las trabajadoras sexuales golpea como un mazo a mujeres pobres,
inmigrantes y trans. Contra el aumento de las desigualdades económi-
cas y sociales que han generado las recurrentes crisis del capitalismo
financiero, este libro defiende un feminismo en combate contra todas
las formas de exclusión y discriminación y, por tanto, en alianza con las
mujeres con vidas más precarias, como las trabajadoras de cuidados, como
las migrantes, como las trabajadoras sexuales. Los textos de Mamen Briz,
en diálogo con Iris Aldeide, trabajadora del sexo y activista en Afemtras,
y con Rafaela Pimentel, trabajadora del hogar y los cuidados y activista
en el Sindicato Estatal SINTRAHOCU, abordan la situación que mu-
chas mujeres, invisibles para las instituciones o en condiciones de infor-
malidad y alegalidad, tienen que afrontar. Este libro defiende sin excusas
sus derechos, empezando por su derecho a hablar y a tomar la voz en el
feminismo. Frente al avance de discursos abolicionistas paternalistas que
dicen defender los derechos de las prostitutas así sea contra la voz y las
demandas de las prostitutas, quienes escribimos estas páginas defende-
mos un feminismo codo a codo con ellas como compañeras de lucha
imprescindibles. También Nuria Alabao escribe sobre la importancia de
un feminismo anticapitalista en alianza con las luchas de las trabajado-
ras sexuales, en defensa de los servicios públicos, por el derecho a la vi-
vienda, por la renta básica universal; un feminismo contra las élites que
luche por los derechos del 99 %. Siobhan Guerrero aporta a esta última
parte, una mirada crítica de la hispanidad y recuerda que un feminismo
interseccional solo puede ser decolonial.

***

 21
Alianzas rebeldes

Este es un libro crítico con muchas perspectivas feministas que quieren


intervenir en los debates de nuestro presente. Pero es también, un ho-
menaje a una genealogía que nos precede. Queremos defender a dónde
vamos pero visibilizar también de dónde venimos. Alianzas y genealo-
gías podrían ser las dos caras de una misma moneda, porque la forma
en la que leemos el pasado determina cómo nos situamos en el presente
y qué formas de organización proyectamos hacia al futuro. De ahí la
importancia de lecturas críticas que cuestionen la recepción de deter-
minadas narrativas excluyentes y de configurar memorias propias que
nos conecten, fortalezcan nuestras alianzas y activen nuestras luchas. Es
clave visibilizar la historia de la participación de las personas trans en
el feminismo español, así como trazar recorridos históricos que muestran
que las lesbianas o las trabajadoras sexuales han formado parte esencial
del activismo feminista desde prácticamente sus inicios, o que las mu-
jeres trans en las últimas décadas han sido acogidas en las diferentes
jornadas estatales, en infinidad de encuentros y colectivos locales. Es
urgente rescatar esta genealogía inclusiva que se diferencia de aquellas
experiencias excluyentes donde la expulsión de las trabajadoras sexuales
o las personas trans ha determinando el devenir de un movimiento
feminista identitario y esencialista.
Algunas de las personas que intervienen en este libro forman parte de
ese pasado que reivindicamos y hacemos nuestro para crear nuestro presente.
Este libro tiene que ver con una militancia feminista nacida ya en
las Jornades Catalanes de la Dona, en mayo de 1976, así como con el
activismo que a partir de los años 80 reunió a varios colectivos de les-
bianas dedicados a convencer al feminismo para que evitara una mirada
heterocentrista, para que incorporara la posibilidad del deseo lésbico,
para que criticara la heterosexualidad como norma de obligado cum-
plimiento para todas las mujeres y para que denunciara la invisibilización
de las lesbianas en relación a los hombres gays. Algunas de las inquie-
tudes de los textos de las próximas páginas aparecieron ya en las páginas
de la revista Nosotras que nos queremos tanto, editada por el Colectivo de
Feministas Lesbianas de Madrid y muy influyente en un feminismo
que empezaba a abrir intensos debates en su interior.
Las ideas de este libro han existido en el feminismo español desde
sus más tempranos inicios y estuvieron presenten en los principales
hitos del movimiento feminista desde comienzos de la Transición. Los
debates sobre los valores femeninos y las cuestiones relativas a la iden-
tidad de género aparecieron ya en las primeras jornadas feministas de

22 
Introducción

carácter estatal, celebradas en Granada en 1979 y las tensiones entre el


placer y el peligro en relación a la sexualidad se abordaron ya en las Jor-
nadas Feministas de Santiago, en 1989. Las jornadas de Madrid de 1993
fueron el escenario de importantes preguntas sobre el sujeto del movi-
miento feminista, el concepto de género y su carácter no esencialista y en
las Jornadas de Madrid de 1993 se planteó la participación de las mu-
jeres trans en el movimiento feminista y en sus manifestaciones públi-
cas. Ya en esas mismas jornadas cobraron visibilidad las trabajadoras
sexuales en el marco de una mesa redonda titulada «Soy puta, ¿y qué?»,
en la que algunas trabajadoras del sexo expusieron las reivindicaciones
más urgentes de su colectivo.
El hilo que hilvana todas estas fechas significativas pasa también por
la creación en marzo de 1995 de Hetaira (Colectivo en Defensa de los
Derechos de las Prostitutas) por parte de Concha García, Cristina
Garaizabal y Mamen Briz, entre otras compañeras. Hetaira fue el
principal bastión, durante más de veinte años, en la defensa de los
derechos de las trabajadoras del sexo y sus activistas, apoyándose en
una parte del movimiento feminista, tratarían de contrarrestar el inci-
piente movimiento abolicionista vinculado con el PSOE. Esa militan-
cia pro derechos fue fundamental para poder establecer una clara
división entre la lucha contra la trata de personas con fines de explota-
ción sexual y la defensa del derecho de las prostitutas a ejercer su trabajo
sin ser estigmatizadas y criminalizadas.
En este libro queremos recoger y proseguir esta historia de alianzas que
nos precede y que ha trenzado las luchas feministas tanto con las luchas
de las trabajadoras sexuales como con las luchas de un movimiento trans
organizado desde finales de los años 90. Frente a los feminismos que
defienden un sujeto feminista homogéneo y cerrado las y los que escribi-
mos estas páginas queremos reivindicar la historia de los mestizajes. En
nuestro país ha existido también un movimiento travesti y transexual que
históricamente ha dialogado con el feminismo en torno a temas como la
naturalización del género, la prostitución o los derechos trans y que, desde
las Jornadas Feministas Estatales de Córdoba del año 2000, nombramos
como «transfeminismo». Un transfeminismo que se volvió a hacer pre-
sente en las Jornadas Feministas Estatales de Granada del 2009 en las
que la presencia de los hombres trans ocupó una parte importante de las
reflexiones de aquellos días, pero también la despatologización trans, el
racismo y las políticas migratorias, el trabajo del hogar y de cuidados y
los derechos de las trabajadoras sexuales.

 23
Alianzas rebeldes

Este libro quiere continuar los caminos, las perspectivas y las reivindi-
caciones de un feminismo sin miedo a la pluralidad de su sujeto y de
un feminismo decidido a poner a la cabeza de sus prioridades la falta
de derechos de las más vulnerables. Rescatar esta genealogía nos parece
importante para afrontar los debates actuales del feminismo español,
unos debates en los que un sector pretende negar la participación y la
voz de las trabajadoras del sexo o de personas trans borrando una parte
de la historia del feminismo. Somos muchas las y los feministas que en
estos cuarenta años hemos cuestionado que el feminismo sea una lucha
identitaria sólo de las mujeres, que apostamos por seguir construyendo
un movimiento que no esté basado en el sexo biológico ni en la guerra
con otros sujetos políticos. Y, aunque parezca una rebeldía en tiempos
de identidades fuertes, este libro es sobretodo un alegato a favor de un
movimiento para todas y todos los que queremos transformar las desi-
gualdades en una lucha feminista común desde la suma, la confluencia,
la fuerza colectiva y las alianzas.

Clara Serra, Cristina Garaizabal, Paloma Uría y Miriam Solá


Barcelona, marzo de 2021

24 
Agradecimientos

Este libro nace como un proyecto colectivo de mucha gente a la que


nos unen las ideas expuestas en estas páginas. Cristina Garaizabal,
Mamen Briz, Miriam Solá, Alba Pez, Belén Gutiérrez, Belén Gonzá-
lez, Clara Serra, Miquel Missé, Laura Macaya, Empar Pineda, Jara
Cosculluela, Josetxu Riviere, Laia Rosich, Concha García, Isabel Cer-
cenado, María Nebot, María López, Nanina Santos, Noemí Parra,
Paloma Uría, Sara Rodríguez, Sara Combarros, María Teresa Márquez
y Celia García han formado parte de esta idea desde sus inicios. Pero
este es, además, un trabajo colectivo que tiene que ver con más gente
que nos hemos venido encontrando para pensar y debatir sobre los
temas que más nos preocupan y nos interpelan.
En abril de 2019 unas cien personas nos encontramos en un local de
Madrid para debatir sobre la situación actual de los feminismos y un
año más tarde volvimos a reunirnos, esta vez más de doscientas personas,
en Barcelona. En esos encuentros físicos, interrumpidos después por la
pandemia del Covid-19, compartimos preocupaciones por las derivas
de ciertos feminismos así como compartimos el deseo de reunirnos en
torno a otros feminismos posibles y la voluntad de poner en marcha
proyectos colectivos que apuesten por un feminismo no identitario, no
excluyente, no censor y no punitivo, un feminismo plural, diverso, que
apueste por la discusión pública y la reivindicación de los disensos. Un
feminismo de alianzas amplias y sujetos diversos que defienda los derechos
de las trabajadoras de cuidados, de las mujeres trans, de las migrantes y

 25
Alianzas rebeldes

de las trabajadoras sexuales. Gracias a todos y todas las que nos hemos
ido encontrando para pensar juntos y juntas porque sin ese calor y esa
inteligencia colectiva este libro no habría visto la luz.
Gracias, por supuesto a las autoras y los autores. Gracias a Paloma
Uría, a Santiago Alba Rico, a Clara Serra. Gracias a Paz Francés, a
Violeta Assiego, a Laura Pérez y a Miren Ortubay. Gracias por sus
textos también a Laura Macaya, a Cristina Garaizabal, a Noemi Parra,
a Miquel Missé, a Sejo Carrascosa y a Josetxu Riviere. Gracias a Siobhan
Guerrero, que desde México ha participado en este proyecto, y gracias
a Nuria Alabao. Y, por último, muchas gracias a Rafaela Pimentel y a
Iris Aldeide porque sus entrevistas han sido fundamentales para recoger
en este libro sus testimonios y sus voces como parte fundamental de los
análisis que contienen los textos de Mamen Briz.
La preparación de este libro, que ha implicado más de un año de
duración y ha estado atravesada por la crisis del Covid-19 y los periodos
de confinamiento, ha contado con la importante colaboración de Mi-
riam Solá al comienzo del proceso y con la coordinación llevada a cabo
por Cristina Garaizabal, Laura Macaya y Clara Serra hasta el final.
Queremos, por último, agradecer a Bellaterra y, especialmente, a
Simón Vázquez, que hayan apostado por dar espacio editorial a un libro
arriesgado que quiere abrir debates serenos y calmados en momentos
de tanto ruido. Gracias por la valentía, por la confianza y por todas las
horas dedicadas.

26 
Dedicado a todas las personas que incluso en los tiempos más difíciles
defienden sus ideas con pasión.
Primera parte

Debate, pluralidad y disenso.


Contra la censura y la imposición de la unidad.

 29
1.
El feminismo surca aguas procelosas

PALOMA URÍA RÍOS

El feminismo se renueva; los debates permanecen

El feminismo ha experimentado un fuerte impulso en la última década.


Al mismo tiempo que aumentan las movilizaciones se han hecho pa-
tentes las diferencias dentro del feminismo, diferencias que se mani-
fiestan a veces en agrios debates, ante una opinión pública sorprendida
y un importante número de mujeres feministas desconcertadas y preo-
cupadas. Sin embargo, la situación no es nueva. Desde sus orígenes el
feminismo se ha caracterizado por sus diferencias teóricas o ideológi-
cas, por sus debates y por el enfrentamiento de las ideas y propósitos.
Y lo que es más importante: los motivos de las diferencias, los núcleos
de los debates son los mismos hoy que ayer y han permanecido, laten-
tes o explícitos, a lo largo de varias décadas. Con este artículo pretendo
recuperar y relacionar el pasado con el presente y presentar discrepancias
que nunca se han solucionado.
En los momentos del despertar del feminismo contemporáneo en
España, allá por los años setenta, y en los momentos de auge y comba-
tividad, en los ochenta, el movimiento aparecía con un impulso unitario,
y ciertamente lo era, no solo por una relajada unidad orgánica, sino, y,
sobre todo, porque sus objetivos inmediatos satisfacían sin grandes ma-
tices las aspiraciones de las mujeres que lo impulsábamos. Eran estos,
en gran medida, objetivos democráticos que se avenían perfectamente
con las aspiraciones de la lucha antifranquista y con los propósitos del

 31
Alianzas rebeldes

periodo de transición, derechos de los que ya se disfrutaban en la ma-


yoría de las democracias occidentales y que además implicaban una
reivindicación genérica de igualdad entre los sexos.
Las polémicas que este feminismo suscitaba en la sociedad postfran-
quista se establecían y se solventaban en diálogo con una opinión bas-
tante hostil en un principio, pero que pronto fue perdiendo agresividad,
opinión que se sustentaba en concepciones impregnadas de moralismo
religioso, de trasnochadas concepciones de los papeles sociales de hom-
bres y mujeres, o simplemente de machismo puro y duro. Transcurren,
pues, unas décadas de relativa calma en las que un leve feminismo va
permeando el tejido social sin grandes, aunque a veces si sonadas, con-
troversias. Y de pronto, al filo del siglo XXI, entrada ya la primera dé-
cada, se arma la marimorena. La lucha feminista se reinventa, se
rejuvenece, se agita y se convierte por un tiempo en la protagonista de
la agitación social: Jornadas de Granada del 2009, asambleas del 15M
(2011), politización intensa de las movilizaciones y, cuando nadie lo
esperaba, nutridas y combativas manifestaciones, como la del tren de la
libertad, las protestas por la sentencia de «la manada» y las manifesta-
ciones y huelgas feministas del 8 de marzo (2017, 2018, 2019...).
¿Qué estaba pasando? Hay una parte de la posible explicación que
tiene que ver con el despertar de una juventud azotada por el paro y la
precariedad que sus padres no habían conocido o ya habían olvidado,
pero en el caso de las mujeres, el desencanto era mayor y más patente.
Se les había prometido la mitad del cielo y se encontraban con que las
habían engañado: el cielo era inalcanzable e incluso lo conseguido ame-
nazaba con retroceder. Malos tratos, violencia sexual, discriminación
laboral, todo el peso del hogar sobre sus hombros… ¿Dónde estaba la
igualdad? El derecho al aborto cuestionado una vez más, junto con una
renovación del moralismo de épocas pasada, ¿dónde quedaba la libertad
y la autonomía de las mujeres? Las jóvenes reaccionaron con furia, y la
opinión pública, en un principio con asombro y luego, con la división
habitual entran la simpatía y la comprensión de muchos y el rechazo de
los de siempre y de los nuevos, que pensaban ¿pero no les habíamos ya
dado lo que pedían?
En toda esta agitación y lucha hay un factor nuevo que llama pode-
rosamente la atención: algunas de las principales y más acervas críticas
contra el feminismo proceden del mismo campo feminista. Aparecen
en los medios y en las redes sociales críticas y descalificaciones a veces
argumentadas, pero con frecuencia sumarias y aun dogmáticas, y las

32 
1. El feminismo surca aguas procelosas

propias movilizaciones dejan de ser unitarias en muchas ocasiones. Y


todo ello en contraste con el reconocimiento social que en estos años
despierta el feminismo.
Si, ¿qué está pasando? ¿No es el feminismo un movimiento unitario
con unos objetivos claros? Pues no. No lo es ahora ni lo fue entonces. El
feminismo, como otros movimientos sociales, generó teorías e ideologías
diversas y contradictorias, y ello sin prejuicio de que durante cierto tiempo
predominasen unos objetivos comunes. Pero el feminismo en España,
desde sus inicios, mostró sus discrepancias internas, en parte propias de
la situación en nuestro país y en parte heredadas o reflejadas de las pro-
fundas discrepancias existentes en el feminismo occidental. Hoy muchas
de esas polémicas se renuevan y se recrudecen. Las principales se derivan,
en mi opinión, de dos postulados característicos de algunas corrientes
feministas: la conversión del feminismo en un movimiento identitario y
la confusión del plano estructural con el individual.

La construcción de la identidad

Las primeras polémicas en el naciente feminismo de finales de los se-


tenta se centraron en analizar el significado de ser mujer; no solo el
papel social que desempeñaban, sino la esencia de la feminidad. La
mayoría de las teóricas del feminismo descartaban una identidad apo-
yada en lo biológico y se inclinaban más bien por considerar, siguiendo
a Beauvoir, la construcción social de la identidad («la mujer no nace, se
hace»). Sin embargo, el esencialismo se filtró de manera imperceptible
al buscar en la identidad femenina características, valores o rasgos que
marcasen la diferencia con los hombres y que fuesen permanentes y
esenciales para todas las mujeres... Sobre este empeño se construyó el
concepto de género binario y blindado, clasificando el género en dos
formas opuestas que se identificaban rígidamente con lo masculino y
lo femenino. Esta construcción identitaria se discutió con ardor en las
Jornadas Feministas de Granada de 1979 y provocó la primera división
en el feminismo unitario.
Años más tarde, en las Jornadas Feministas de Madrid de 1993, ante
más de 2000 feministas que mostraban su apoyo al movimiento, se
celebró una mesa redonda con la participación de una mujer transexual
que explicó la situación de este colectivo y sus reivindicaciones más
inmediatas. Durante varios años, mientras el movimiento transexual se

 33
Alianzas rebeldes

iba consolidando, las relaciones con una parte importante y visible del fe-
minismo fueron fluidas, pero otra parte del movimiento se fue mostrando
cada vez más crítica con la inclusión de las mujeres transexuales en el fe-
minismo. Hoy esta posición se ha radicalizado. Algunas feministas cualifi-
cadas hacen derivar la identidad femenina solamente de las características
anatómicas e identifican la morfología sexual con el género, por lo que ven
con sospecha, desconfianza y rechazo la transexualidad. Además, no com-
prenden que se pueda adoptar una identidad de género débil o mutable, ni
entienden el deseo intenso de tránsito de género. Sorprende y preocupa la
actitud de rechazo y de hostilidad que algunos grupos manifiestan hacia las
mujeres transexuales y su participación en el movimiento feminista.

Las diferencias entre mujeres

La crisis de la identidad no se debe solamente al movimiento transexual,


sino que le precede. A partir de los noventa, en el movimiento feminista
se hicieron patentes las diferencias entre las mujeres, diferencias a veces
muy profundas de clase, de raza, de cultura, de preferencia sexual, que
sacaban a la luz las contradicciones entre las mujeres y ponían en cues-
tión la existencia permanente de unos objetivos comunes. Esta consta-
tación produjo un cierto vértigo en el feminismo, que llegó a interrogarse
sobre la posibilidad de su viabilidad como movimiento.
Pero el feminismo continuó su actividad con dos enfoques diferen-
tes. Una parte del mismo se propuso asumir las diferencias, analizarlas,
buscar los puntos en común y reconocer las contradicciones, y al mismo
tiempo tratar de recoger y apoyar las reivindicaciones de las mujeres en
situaciones más difíciles, porque la discriminación y la violencia, aunque
hieren profundamente a las mujeres, no afectan de la misma manera a
una mujer con recursos que a una inmigrante sin papeles que puede
ver destruido ya totalmente su futuro; lo mismo que la brecha salarial
no significa lo mismo para una profesional cualificada que para un
camarera de piso o una temporera, que apenas pueden sobrevivir, o la
búsqueda de empleo: por muchas dificultades que hoy tenga para las
mujeres, estas no son comparables con las que sufre una mujer transexual
o una mujer inmigrante, especialmente si es negra o musulmana, ni las
consecuencias de la pandemia repercuten de la misma manera en una
empleada de la administración que en una prostituta. Atender a estas
situaciones no es en modo alguno relativismo cultural, como algunas

34 
1. El feminismo surca aguas procelosas

detractoras de nuestro feminismo afirman; es simplemente reconocer


la realidad y poner los medios para lograr mayores cuotas de igualdad
y de justicia social. Hoy creo que una parte del movimiento feminista
está en este camino, pero hay otros sectores para los que los objetivos y
los intereses son siempre comunes y la identidad de género prevalece
por encima de cualquier diferencia de clase o situación social.
Sin embargo, esta prevalencia ya no parece tan clara. Los interro-
gantes sobre la metafísica de la modernidad, se unen a los interrogan-
tes que plantean los movimientos identitarios que la habían desafiado.
El yo deja de ser seguro e idéntico a sí mismo. La identidad personal
ya no es un refugio, y las identidades colectivas han demostrado su
capacidad de coartar la libertad individual. Frente al concepto de su-
jeto ontológico, basado en una identidad metafísica, se postula, por
algunas autoras, un sujeto político, es decir un sujeto de derechos, de
suerte que han de ser los derechos por los que se luche en cada co-
yuntura histórica los que determinen el sujeto político. Por otra parte,
las mujeres en concreto, que habíamos afirmado nuestra pertenencia
inequívoca a una feminidad que no habíamos definido, nos preguntá-
bamos si la feminidad nos unía o nos diferenciaba y si la feminidad no
era más que un rasgo de otros muchos de nuestra personalidad indi-
vidual y social, y si su relevancia dependía de una circunstancia con-
creta, de una discriminación o de una opresión, más que de una esencia
o una construcción social ya inapelable. Dicho de otra manera, la iden-
tidad nos parecía necesaria para el feminismo, pero al mismo tiempo
contingente: una paradoja que no resultó paralizadora, sino desafiante
y enriquecedora.

La sexualidad

La sexualidad había centrado desde los inicios las preocupaciones, de-


bates y reivindicaciones del feminismo. Viniendo, como veníamos, del
franquismo y de la moral católica más estricta, la cuestión sexual era un
tema urgente y privilegiado en las lecturas y debates de los círculos
feministas y el clamor era: libertad sexual. Es decir, libre expresión de
nuestra sexualidad, de nuestros deseos, de nuestras prácticas libremente
elegidas. Al mismo tiempo, y como garantía de nuestra libertad, exigía-
mos la condena de la violencia sexual y los cambios correspondientes
en el Código Penal vigente: no más delitos contra la honestidad, sino

 35
Alianzas rebeldes

delitos de agresión sexual con su correspondiente castigo penal No


pedíamos más cárcel ni mayores castigos; habíamos sufrido un régimen
represor y nos habíamos impregnado de una cultura antirrepresiva y un
tanto libertaria (¡Habíamos leído a Foucault!).
A mediados de los ochenta se producen cambios. En el feminismo
más identitario cobra fuerza un nuevo enfoque, potenciado por la influen-
cia del llamado feminismo cultural (o radical) estadounidense, que cen-
traba en la sexualidad la diferencia entre los géneros y afirmaba que la
sexualidad masculina era, ya fuera por naturaleza o por impronta cultural,
agresiva y depredadora. Según esto, las relaciones heterosexuales serían
en general violentas y denigrantes para las mujeres, la violación sería una
práctica propia de esta sexualidad masculina agresiva y la pornografía, un
aprendizaje para la violación.
Este debate se mantuvo en las Jornadas Feministas de Santiago
(1988) y rompió para bastante tiempo la convivencia de ambos sectores
del feminismo. Había bastantes feministas que, aunque probablemente
sin seguir todas las posiciones ideológicas del feminismo cultural, com-
partían la idea de la sexualidad como núcleo de la identidad femenina,
las prevenciones más o menos explícitas ante la heterosexualidad y la
creencia en la agresividad per se de la sexualidad masculina. Por ello
centraron los debates en la crítica a la pornografía y a cualquier mani-
festación explícita de la sexualidad de las mujeres o de su cuerpo, dedi-
caron gran parte de su actividad a la denuncia de las agresiones o acosos
sexuales y se opusieron radicalmente la prostitución.
En las polémicas actuales, esta versión del feminismo se ha forta-
lecido y, en algunos casos, se ha hecho doctrinaria y dogmática. Esta-
blece una ética sexual pretendidamente feminista que proscribe
cualquier desviación de lo establecido en ella y condena sin paliativos
el ejercicio de la prostitución, la pornografía y toda práctica sexual que
se salga de su ética. Acusa de antifeministas a quienes seguimos de-
fendiendo que no hay sexualidad feminista o no feminista, sino rela-
ciones o prácticas libremente consentidas. No parece aceptar que las
mujeres puedan sentirse orgullosas o cómodas con mostrar su cuerpo
y su sexualidad, porque consideran que se están exponiendo a los deseos
eróticos o sexuales incontrolados de los hombres. Y no aceptan que el
recurso a la pornografía, tanto para hombres como para mujeres, no es
una forma ilícita de obtener placer (sobre todo si va acompañada de
educación sexual en la igualdad), sino que responde a las fantasías se-
xuales y no al plano de la realidad.

36 
1. El feminismo surca aguas procelosas

Lo individual o lo social. Los hombres o el patriarcado

El movimiento feminista dirigió muchas de sus demandas a los prime-


ros gobiernos democráticos, exigiendo cambios en el cuerpo legislativo
y reclamando el reconocimiento de derechos. Era, en este sentido, un
movimiento político que estaba impulsado por numerosas mujeres pro-
cedentes de la izquierda y de los movimientos antifranquistas y que,
siguiendo el ejemplo de otros movimientos feministas europeos y esta-
dounidenses, calificaba de patriarcal la estructura social imperante. Aca-
bar con el patriarcado era el objetivo a largo plazo, objetivo que en
algunos sectores feministas se vinculaba con la destrucción o superación
del capitalismo. Al mismo tiempo, el feminismo se dirigía a toda la
sociedad para lograr cambios en la conciencia y en el comportamiento
social mediante la educación, la sensibilización y la difusión de sus
justas demandas, de suerte que entre todos se pudiera alcanzar una
sociedad más libre e igualitaria; era sobre todo un movimiento social
con un objetivo ético y cultural. Asimismo, en los debates y escritos
feministas se consideraba también la responsabilidad masculina, se de-
nunciaban los privilegios de género y la complicidad con el manteni-
miento de la discriminación de las mujeres, pero las acusaciones contra
los hombres iban dirigidas a las denuncias de graves abusos perpetrados
por individuos concretos para las que se pedía la acción de la justicia.
Con el paso del tiempo se fueron aprobando leyes y disposiciones
que daban cumplimiento a buena parte de las reivindicaciones del mo-
vimiento y se fueron alcanzando niveles más altos de igualdad formal.
Muchas participantes en el movimiento feminista se fueron integrando
en las instituciones (institutos de la mujer, ministerios de igualdad…)
y el PSOE, partido del gobierno durante mucho tiempo, impulsó nu-
merosas organizaciones feministas de mujeres. Todo ello contribuyó a
afianzar a un sector del movimiento que puso sordina a la denuncia del
sistema social para desplazar las responsabilidades derivadas de una
sociedad todavía marcadamente patriarcal hacia los individuos del gé-
nero masculino, en tanto que posibles y quizá probables culpables de la
desigualdad y, sobre todo, de la violencia contra el género femenino.
Esta tendencia del feminismo, al tiempo que culpabiliza al género
masculino, convierte en víctima a todo el género femenino, de suerte que,
si una mujer es maltratada, o violada, o discriminada, todas las mujeres lo
somos. A los hombres se les pide solidaridad, pero no se concibe que sien-
tan el mismo rechazo que una mujer al conocer un asesinato machista.

 37
Alianzas rebeldes

Y no se explica por qué una mujer puede sentir un crimen machista más
que un crimen racista si la víctima es un hombre. ¿Acaso la solidaridad de
género debe prevalecer sobre la solidaridad humana?
El movimiento feminista ha mantenido a los hombres alejados de su
lucha. En casos extremos del feminismo más radical, porque los consi-
deran sustentadores de la opresión y discriminación de las mujeres, con-
fundiendo el plano estructural con el individual. En el mejor de los casos,
reconociendo que existen hombres justos que comprenden las reivindi-
caciones del feminismo, se les confiere el papel de apoyo o de aliado
circunstancial, probablemente pensando que su participación más activa
puede devaluar, difuminar el perfil feminista, es decir, la identidad de
género que lo sustenta. En el fondo también subyace la idea de que solo
se puede luchar con decisión contra una injusticia cuando esta se sufre
directamente. Se da por cierto que el conocimiento procede solo de la
experiencia y no de la información, de la razón, de la reflexión. No se
tiene en cuenta que las mujeres hemos participado en luchas contra
injusticias o desigualdades que no nos afectan directamente.
El victimismo hace que se reclame cada vez más protección al Es-
tado, a través del ordenamiento legislativo y jurídico, un proteccionismo
que en casos individuales extremos puede ser necesario, pero que, ge-
neralizándolo, no contribuye a potenciar la autonomía personal de las
mujeres, sino que las infantiliza y pone en cuestión su capacidad de
decisión. La misma tendencia del feminismo al proteccionismo se ma-
nifiesta con el recurso a acudir a la denuncia o a exigir la prohibición o
censura de determinados actos. Este feminismo, que ha adoptado una
determinada ética en materia de sexualidad o de comportamiento en la
relación entre los géneros, exige y con frecuencia consigue que el Estado
haga suya su ética, coartando la libre decisión, acertada o no de las
personas, como ocurre en el caso de las trabajadoras sexuales.
La apelación a los tribunales y a las censuras y prohibiciones se ha
convertido en un recurso demasiado utilizado en los debates y enfren-
tamientos sociales. Se pretende solucionar mediante vías autoritarias
cuestiones que deberían tratarse desde el debate social, la educación
y la capacidad de convivir con las discrepancias y con lo que no nos
agrada o nos molesta. Frente a las prohibiciones y censuras debería
predominar la libertad de expresión, que nos permite, además, ejercer
con firmeza el derecho a la crítica ante las discriminaciones o mani-
festaciones de machismo o ante cualquier ataque a la dignidad e igual-
dad de las personas.

38 
1. El feminismo surca aguas procelosas

La intervención del Estado es, con todo, controvertida, sobre todo


cuando se contradice con el ejercicio de la libertad individual o cuan­do
determina la ética y la moralidad. El lema feminista de «lo personal es
político» se presta a ambigüedades. Se trata, en realidad, de una cues-
tión que ni la izquierda ni el feminismo han sabido resolver: la con-
tradicción entre el bien colectivo y la libertad individual.

Diversidad del movimiento feminista

El feminismo es hoy un amplio movimiento social. En su seno hay


organizaciones de mujeres, intelectuales expertas en teoría feminista,
activistas que acuden a los llamamientos de las organizaciones y gentes
de diversos ámbitos que se siente solidarias con las reivindicaciones del
movimiento o con la idea general de igualdad entre los sexos. Es, pues,
un movimiento muy diverso y con objetivos no siempre coincidentes.
Las organizaciones feministas han mantenido la unidad de acción
cuando los objetivos eran coincidentes: derechos civiles, modificaciones
de los códigos civiles y penales del franquismo, derecho a la contracep-
ción y al aborto; es decir, hasta finales de los años ochenta. Pero las
diferencias fueron y siguen siendo notorias y tienen que ver, como
hemos visto, con concepciones ideológicas muy arraigadas. Si estas
diferencias han pasado casi desapercibidas hasta tiempos recientes, se
ha debido a la capacidad de manifestarse y hacerse oír ante la opinión
pública de una determinada versión del feminismo –lo que se ha dado
en llamar feminismo hegemónico–, mientras que las voces disidentes,
las organizaciones que han mantenido y mantienen otras posiciones
hemos carecido de los medios materiales y el apoyo institucional para
hacernos oír con la misma fuerza.
Contra viento y marea, hemos defendido desde el feminismo nuestras
ideas y las hemos enriquecido con la experiencia, la reflexión y el debate;
porque los debates no rompen una utópica unidad que nunca existió, fuera
de determinadas coyunturas. Los debates son útiles, ayudan a avanzar,
pueden modificar o afinar las respectivas posiciones y sobre todo, sirven
para que el amplio movimiento al que nos dirigimos se informe, reflexione,
conozca las bases de las disensiones y las distintas concepciones sobre los
géneros, la identidad, la libertad y el cambio social.
A veces, las diferencias no generan una brecha insalvable, sino
que, mediante un debate respetuoso y sosegado, se pueden alcanzar

 39
Alianzas rebeldes

coincidencias y acuerdos, y se puede mantener la unidad de acción para


avanzar en algunos derechos y para defender los obtenidos, que pueden
correr peligro de retroceso, como ha ocurrido con el derecho al aborto,
por ejemplo. Otras veces, en cambio, la brecha es más profunda.
Miremos al futuro, pues. Las polémicas son, como he tratado de
exponer, muchas e importantes. Pero hay algo que permanece en el
feminismo: el deseo de lograr la igualdad y la autonomía de las mujeres;
el empeño por desterrar abusos y discriminaciones. Las diferencias van
a permanecer, pero los debates pueden enriquecer las ideas y las accio-
nes, siempre que se mantengan en un clima de respeto, de colaboración
y de deseo de entendimiento. La mitad del cielo sigue siendo un obje-
tivo. En ello estamos.

40 
2.
Más allá de nosotras mismas

CLARA SERRA

En primer lugar, es imperativo rechazar el identitarismo, y reconocer


que no hay identidades, sólo deseos, intereses e identificaciones. [...]
Nadie es, en esencia, nada en concreto.

Mark Fisher

Para la construcción política de un futuro feminista que no haga re-


proches a la historia en la que nació, puede que necesitemos desatar
nuestros vínculos afectivos con la subjetividad, la identidad y la moral
y reparar nuestro poco desarrollado gusto por la discusión política.

Wendy Brown

Una rendición celebrada

En nuestro contexto actual, caracterizado por una larga crisis econó-


mica generalizada que ha instalado la incertidumbre y la precariedad
en nuestras vidas, las izquierdas se enfrentan a la necesidad de hacer
imaginable la posibilidad de habitar un mundo construido sobre
vínculos, solidaridades y deseos compartidos. El reto consiste en di-
bujar una alternativa al individualismo atroz que ha colonizado nues-
tras formas de subjetividad durante décadas de hegemonía neoliberal.

 41
Alianzas rebeldes

La emergencia de proyectos reaccionarios y la eficacia política de las


promesas de volver al orden, a la comunidad y a las identidades del
pasado, demuestran hasta qué punto estamos faltos de certidumbres en
esta modernidad tardía. Y mientras las derechas reaccionarias venden
como receta una idílica vuelta al ayer, las izquierdas parecen a menudo
poco capaces de dibujar una alternativa en la construcción de alguna
forma de comunidad.
Las derivas identitarias se aceleran en los discursos políticos y los
movimientos sociales, levantando muros aparentemente infranquea-
bles y abriendo abismos entre sujetos que reivindican su especificidad
hasta el solipsismo y que alejan de nuestro escenario las alianzas
sobre las que tiene que construirse cualquier proyecto colectivo. Se
multiplica la asunción de unas diferencias esenciales, metafísicas e
insalvables, que nos vuelven irremediablemente extraños unos de otros.
No compartir todas y cada una de las opresiones o exclusiones que
atraviesan el espacio social −multiplicables, por otra parte, hasta el
infinito− parece implicar que no compartimos absolutamente nada.
Hoy es casi una locura extemporánea, una provocación o incluso una
ofensa aspirar a comprendernos, a ponernos en el lugar del otro, a
luchar por las reivindicaciones y los derechos del otro. Y esta deriva
identitaria que caracteriza a nuestro presente se hace especialmente
evidente si echamos la mirada a nuestros espacios de debate público,
sobre los que este texto quiere reflexionar.
Cuando desaparece un horizonte compartido –algún vínculo que
sobreviva a las diferencias– desaparece no solo la posibilidad de com-
prender y entender al otro sino también el sentido mismo de hablar,
debatir y disentir con el otro. Si las diferencias se vuelven abismos y
somos enemigos esenciales −radical e insalvablemente ajenos− no te-
nemos, claro, nada de lo que hablar. El diálogo, el debate, la argumen-
tación pública, la interpelación a quienes sostienen otras posiciones,
la intención de convencer a quienes piensan de otra manera, solo tiene
sentido mientras sea imaginable algún acuerdo, algún deseo compar-
tido, algún valor o principio común que hagan posible un encuentro
en alguna parte. Cuando las lógicas identitarias lo devoran todo, pasan
dos cosas: en primer lugar, que los otros devienen antagonistas abso-
lutos cuya identidad y existencia es directamente irreconciliable con
la nuestra; en segundo lugar, que todos -desde el dirigente fascista
hasta la compañera de militancia feminista- son susceptibles de ser
los otros.

42 
2. Más allá de nosotras mismas

Mark Fisher denunciaba en un artículo titulado Salir del castillo del


vampiro ese sentido común identitario de una gran parte de la iz-
quierda de nuestros días que ha renunciado a cualquier forma de ca-
maradería y solidaridad desde la que cuestionar, criticar y tratar de
transformar los errores o las equivocaciones de los demás. La llegada
del clima maccarthista, la cultura de la cancelación y los linchamien-
tos en las redes sociales que ha asimilado la izquierda −sostiene− la
han convertido en servidora incauta de la clase dominante y en cola-
boradora de un individualismo que asume las categorías impuestas
por el poder. Desde la mirada identitaria que impregna hoy nuestros
espacio políticos –anulado todo vínculo que sobreviva a las diferen-
cias– los otros no tienen actitudes u opiniones machistas o racistas,
los otros son machistas o racistas, lo son esencialmente y lo son, por
lo tanto, sin remedio. ¿Para qué enseñarles a no serlo? ¿Para qué hacer
pedagogía? ¿Para qué seguir tendiendo puentes? ¿Para qué tratar de
convencer a quienes no solo están enfrente, sino que son los de en-
frente? ¿Para qué debatir con ellos? ¿Qué sentido tiene hablar con
quienes siempre serán mis enemigos?
Este texto de Fisher es, sobre todo, una crítica a la derrota y al
conformismo. Pues es la derrota lo que caracteriza a una izquierda
purista que ha renunciado a hacer política en terreno hostil, que ha
convertido en supuesta victoria no salir de sus propios espacios de
confort, que ha desertado en el intento de ir buscar a los otros y salir
más allá de nosotros mismos. «La izquierda burguesa-identitaria co-
noce cómo propagar la culpa y lleva a cabo una cacería de brujas, pero
no sabe cómo hacer conversos. [...] El objetivo no es popularizar una
posición de izquierdas, o ganar a la gente y sumarla a un proyecto, sino
permanecer en una posición de superioridad elitista» (Fisher, M.,
2019)1. Fisher critica a esa izquierda que considera que «está bien
protestar contra aquello que ha hecho el parlamento, pero no está bien
entrar en el parlamento o en los medios de comunicación de masas
para intentar llevar a cabo un cambio desde allí», que elige su propia
identidad y su pureza antes que la transformación, que dice «mejor
«resistir» inútilmente antes que arriesgarse a ensuciarse las manos». Y
es que la identidad esencializada, mitificada, reificada solo puede de-
venir identitarismo, nos aboca a juntarnos solo con nuestros idénticos
y, lo que es peor, a celebrar eso como una victoria. Nos ahorra, por

1 Fisher, Mark. «Salir del castillo del vampiro». On line en la revista Sin permiso.

 43
Alianzas rebeldes

tanto, todo ese trabajo de tratar de acortar las distancias con los otros,
hablar con los otros, tratar de convencer y cambiar a los otros. A los
otros, simplemente, no se les espera para nada; queremos hablar solo
entre nosotros mismos. O entre nosotras mismas. En efecto, esa iden-
tidad que se reafirma cada vez que ponemos en valor todas las dife-
rencias que nos separan abismalmente de los demás es, ante todo, una
inmensa derrota política, el abandono de todo intento de transformar
el mundo, de transformar a las personas, de transformar lo que las
personas piensan. Es, simplemente, la claudicación de la política y el
fracaso −celebrado− de toda transformación social.
La crítica de Fisher tiene máxima vigencia en este tiempo extraño
en el que es habitual que para demostrar nuestro compromiso con unas
ideas presumamos que no estamos dispuestas a discutirlas con nadie,
a explicárselas a nadie y, en definitiva, a defenderlas ante nadie que no
las comparta ya. Sentarse a hablar con quien sostiene ideas contrarias
a las nuestras −y defender nuestras ideas, por lo tanto, allí donde más
falta hace hacerlo− puede ser no solo impopular sino un verdadero
acto de traición a «los nuestros». Este fanatismo es sin duda uno de
los síntomas más inquietantes y desoladores de nuestro presente y
hace de nuestra paupérrima cultura del debate un escenario en el que
leer las inercias más dogmáticas e identitarias de la época que vivimos.
Existe un sentido común compartido que celebra la rendición y per-
petúa los bandos identitarios, que nos dice que demos por perdidos a
todos los que no piensan ya como nosotros, a todos los que no están
ya en nuestra trinchera, a todos los que no son como nosotros. Invita
a pensar que los males de quienes tenemos enfrente, no pueden ser
ignorancias, errores o equivocaciones que podemos evitar, remediar y
cambiar −con política, con alianzas, con solidaridades, con empatía,
con camaradería, con alguna forma de vínculo que sobreviva a las
diferencias− sino males que les definen, que son parte de su naturaleza,
que tienen que ver con quiénes son, que son consustanciales a su
identidad y que son, por tanto, inevitables. Da, por tanto, por inmu-
tables las fronteras que nos dividen y, de esta forma, las consolida, las
perpetúa, las fortifica. Y así, en la reificación de las identidades de los
de enfrente, consolidamos también la nuestra. La identidad −por ejem-
plo ser mujeres, ser excluidas, ser víctimas de la violencia− no es un
punto de partida para una política que tiene como objetivo trascender
ese lugar, es un lugar a conservar, un destino santificado y mistificado
en el que permanecer.

44 
2. Más allá de nosotras mismas

La santificación de las víctimas

Las víctimas deben ser escuchadas, reconocidas, confortadas, protegi-


das, indemnizadas, pero no pueden convertirse en un sujeto político
y menos en un sujeto legislativo.

Santiago Alba Rico, Discurso contra las víctimas

A pesar de que el feminismo ha llevado a cabo una profunda crítica


del sujeto masculino, justamente en la medida en la que encerraba una
identidad −es decir, una reunión de los mismos (los hombres) que ex-
cluía y dejaba fuera a las otras−, gran parte del feminismo siente pánico
ante la posibilidad de renunciar a un sujeto identitario para el femi-
nismo. En nombre de salvaguardar el feminismo se insiste en que el
feminismo es una lucha de las mujeres, lo cual, a su vez, suele descansar
en dos tesis hartamente discutibles. Por una parte, la afirmación de que
los límites que rodean a las víctimas del patriarcado coinciden exacta-
mente con los límites −supuestamente nítidos y claros− de «las muje-
res», lo cual me parece una tesis profundamente equivocada en la
medida en que ignora a muchos otros damnificados por el sistema de
género y la masculinidad patriarcal. Por otra parte, la tesis de que es
justamente la condición de víctima la que constituye la vía de acceso a
la posición de sujeto del feminismo; son agentes del feminismo no
quienes tengan una crítica al sistema patriarcal, no quienes defiendan
una sociedad alternativa, no quienes tengan la fórmula para construirla,
sino quienes comparten un dolor y un agravio. O, en todo caso, solo las
víctimas del agravio pueden tener una crítica verdadera al sistema pa-
triarcal, solo ellas defienden una sociedad alternativa y solo ellas tienen
la fórmula para construirla.
Wendy Brown ha puesto de manifiesto la paradoja que supone sos-
tener, por una parte, que las mujeres, en tanto que víctimas del patriar-
cado, están sometidas a la dominación y constreñidas por el poder y, al
mismo tiempo, que las mujeres son tan libres frente al poder como para
tener una especial y privilegiada clarividencia acerca de su propio sistema
de dominación. Brown dedica un buen número de páginas de su libro
Estados del agravio a discutir críticamente con Catherine MacKinnon,
Nancy Hartsock y, en general, los feminismos que han querido investir
a las mujeres con privilegios epistemológicos, a los que la autora

 45
Alianzas rebeldes

identifica bajo el concepto de «fundacionalismo reaccionario». «Mien-


tras que insisten en el carácter construido del género, la mayoría buscan
salvaguardar una suerte de «toma de conciencia» como modo de discernir
y dar a luz la «verdad» sobre las mujeres (Brown, W., 2019: 109). Dentro
de estas coordenadas la participación de las mujeres en el feminismo no
se explicaría por el hecho de que las mujeres −o, mejor dicho, muchas
mujeres− hayan tenido más interés que los hombres en conocer y pensar
en el género y más deseo de emanciparse de sus imperativos, sino por una
supuesta relación de causalidad necesaria entre la identidad −ser mujeres−
y una determinada manera de ver el mundo. Una vinculación que, por
otra parte, la realidad nunca confirma, puesto que ni todas las mujeres son
feministas ni todas las feministas ven el mundo de la misma manera.
Desde las miradas esencialistas que Brown critica ser víctima deviene
místicamente un lugar de privilegio tanto moral −las víctimas son bue-
nas− como epistemológico −las víctimas tienen la razón− en el que acaba
mereciendo la pena permanecer. Y, obviamente, una vez aceptadas estas
premisas, el arbitraje acerca de quién tiene y quién no tiene derecho a
hablar de feminismo, como el arbitraje acerca quién es y quién no es
una «verdadera mujer» solo pueden cobrar una creciente presencia en
nuestros espacios de debate. En efecto, así ha sido.
En nuestro contexto político, en el que la voz de muchas mujeres ha
irrumpido en el espacio público a través de campañas como el Me too y
se ha abierto paso bajo lemas como el #Yosítecreo, se está poniendo en
juego una necesaria denuncia de la deslegitimación y el silenciamiento
que históricamente han vivido las mujeres. Se denuncia que la credibi-
lidad de las mujeres ha sido anulada desde el apuntalamiento patriarcal
de la autoridad de los hombres. Sin embargo, en este contexto, emergen
también los «fundacionalismos reaccionarios», es decir, los discursos
que, en lugar de impugnar los privilegios de cualquier sujeto identitario
−es decir, excluyente−, sustituyen la autoridad de los hombres por la
autoridad de las mujeres. Así, algunos discursos feministas convierten
la reclamación del derecho a hablar de las mujeres en otra cosa muy
distinta que el feminismo venía justamente a criticar: una verdad que
es verdad no por lo que dice sino por quién la dice.
En nuestro presente tienen un altavoz significativo los discursos
feministas permanentemente centrados en el dolor, el agravio y en el
daño a través de los cuales «la identidad politizada [...] se afirma a sí
misma, simplemente afianzando, replanteando, dramatizando e inscri-
biendo su dolor en la política» (Brown, W., 2019). Desde estas mismas

46 
2. Más allá de nosotras mismas

perspectivas identitarias hablan esos discursos antiteóricos que condenan


los argumentos racionales siempre en nombre del dolor de las víctimas y
que justifican la limitación de la pluralidad y la complejidad de nuestros
debates como una supuesta manera de protegerlas. Cualquier argumento
es inválido si produce dolor y, a la vez, cualquier argumento puede pro-
ducirlo porque el dolor no tiene que obedecer a razones. ««Los sentimien-
tos» y las «experiencias» adquieren un estatus que resulta política si no
ontológicamente esencialista: más allá de la hermenéutica», dice Brown.
Es decir, los sentimientos de las víctimas, aparecen en el espacio político
como argumento, pero, al mismo tiempo, reclamando su carácter íntimo
y privado, y, por tanto, indiscutible e incuestionable. Por supuesto, estas
posiciones sentimentalistas que legitiman formas contemporáneas de
silenciamiento y censura han asumido, equivocadamente, que cuando
censuramos las razones en nombre de los sentimientos no estamos cen-
surando también a las víctimas. Es decir, han asumido que las propias
víctimas −las mujeres, las personas trans, las personas racializadas− no
pueden aportar algo más que el relato del dolor. En realidad, convertir
la palabra de las víctimas en un relato incuestionable en nuestro espacio
público es la vía directa hacia un silenciamiento asegurado de las vícti-
mas que no cumplan con el papel que se espera de ellas o que no de-
fiendan las posiciones mayoritariamente aceptadas. Defender el carácter
indiscutible de nuestras ideas, por mucho que se haga en nombre de los
o las de abajo, implica una censura y un silenciamiento que ejercemos
también contra aquellos que decimos defender.

Tanto Wendy Brown como Mark Fisher hacen uso de Nietzsche para
analizar críticamente los discursos contemporáneos de los movimientos
identitarios que restauran el imaginario cristiano de la víctima. También
Santiago Alba Rico ha alertado sobre los peligros de una política que
convierte en su sujeto político a esta «víctima sacrificial», una «víctima
(que) debe ser pura, completa, sin mancha2», una víctima siempre buena
que debe cumplir con virtud y santidad su papel de víctima absoluta y
perfecta. Justamente las mujeres, candidatas preferidas para encarnar a
las víctimas inocentes y sacrificiales de las religiones, y patrulladas du-
rante siglos por una moral cristiana que ha vigilado la virtud y la san-
tidad femeninas, deberíamos conocer bien la trampa que implica ocupar
ese lugar. El correlato necesario de esta premisa que algunos feminismos

2 Alba Rico, Santiago. «Discurso contra las víctimas», Revista Contexto.

 47
Alianzas rebeldes

parecen haber comprado −que si eres víctima entonces eres buena− es


que si no eres buena no puedes ser una víctima. Si algo debe hacer el
feminismo es justamente impugnar esa trampa y defender que la única
manera de tratar con justicia a las víctimas es protegerlas de las injus-
ticias sin exigirles como condición que demuestren su bondad, su
santidad, su excelencia o −como rezaba nuestro Código Penal hasta
1995− su «honestidad». En este sentido merece la pena pensar crítica-
mente acerca de esa insistencia con la que ciertos feminismos se afanan
por defender que las mujeres no ponen denuncias falsas y que siquiera
plantearlo es un agravio contra las mujeres. El engaño y la mentira han
sido las características que los discursos misóginos han relacionado
siempre con las mujeres y en un mundo machista no es casual que los
delitos que denuncian fundamentalmente las mujeres generen la sos-
pecha de ser mentira. La respuesta feminista, sin embargo, no es que
las mujeres no mienten nunca, sino que tienen al menos el mismo de-
recho a mentir que el que tienen los hombres. ¿Acaso no sería esperable
que en los delitos de violencia de género haya denuncias falsas si las hay
en otros delitos? ¿Y por qué la existencia de denuncias falsas no ha
llevado nunca a cuestionar esos delitos? ¿Acaso tenemos que demostrar
que las mujeres son un colectivo que nunca miente para merecer la
protección de nuestros derechos? ¿Acaso si las mujeres fueran también
violentas o mentirosas no deberíamos seguir luchando contra las injus-
ticias que les afectan? Cuando hemos hecho de la víctima nuestro sujeto
político, es decir, cuando el feminismo es una política victimista, el fe-
minismo restituye a las víctimas santas que el patriarcado siempre nos
ha obligado a ser. Ese feminismo renuncia a la emancipación y «redibuja
inadvertidamente las mismas configuraciones y efectos del poder que
pretende derrotar».
Defender que solo las mujeres pueden hablar de feminismo −porque
solo ellas son las víctimas− no solo priva al resto de sujetos de la palabra
pública en un asunto que aspiramos a que sea colectivo y común, priva
a las mujeres de la posibilidad de hablar como algo más que víctimas.
El victimismo supone elegir permanecer en la celebración del agravio
en vez de reivindicar nuestra autonomía y nuestra libertad. El identita-
rismo es, ante todo, una política conservadora. Porque en realidad ni las
mujeres somos las únicas víctimas −tampoco del patriarcado− ni ser
víctimas nos da a nadie la razón en nada. No hay nada bueno ni verda-
dero en ser una víctima y la mejor noticia que una política emancipadora
y radical puede traer es justamente que podemos dejar de serlo.

48 
2. Más allá de nosotras mismas

La culpa y el castigo

Perdida la promesa de un movimiento hacia adelante, una vez que la


libertad política auténtica no parece ya posible, ni siquiera inteligible,
lo mejor que cabe esperar es un poco de alivio respecto de los excesos
de la dominación: no libertad, sino censura, no las garantías de la
Primera Enmienda sino más derechos para presentar demandas por
daños; no experimentos arriesgados con la resignificación y la eman-
cipación, sino más policía, más regulación, más pestillos de seguridad
en las puertas.

Wendy Brown

En Salir de la casa del vampiro, Mark Fisher describía el funcionamiento


de las redes sociales como un verdadero ejemplo de lo que Nietzsche
en la Genealogía de la moral identificaba como el mecanismo reaccionario
y vengativo de la mala conciencia. La actual cultura de las redes ejem-
plifica a la perfección la renuncia a la transformación y la sustitución de
la política (que pretende cambiar el mundo, cambiar a las personas y
cambiar lo que piensan las personas) por la moral cristiana. Lo que está
detrás de las polémicas y los linchamientos cotidianos de Twitter tiene
también que ver con la búsqueda dogmática de la pureza, de la auten-
ticidad, de la identidad. En las redes ya no hay gente a la que convencer
de que está equivocada, hay buenos (nosotros) en una cruzada contra
los malos. No se trata de que haya más gente de nuestra parte sino de
reclamar el reconocimiento que nos merecemos y al servicio de eso
colaboramos para ejecutar en la plaza pública a los malos ante los ojos
de los demás o apedrear a algún indeseable que ha dicho algo indebido.
Este mecanismo funciona especialmente en los que más necesitan expiar
sus culpas y por eso es posible que entre los soldados más entusiastas
de los linchamientos contra alguna feminista que se ha salido del tiesto
haya hombres, que algunos de los discursos que más insistentemente
victimizan a las personas queer sean heteros o que asistamos a verdade-
ras reprimendas morales por parte de personas cis que consideran tráns-
fobos los discursos de algún activista trans crítico que no dice lo que
era de esperar en una víctima. Fisher analiza el carácter anestesiante
que estos linchamientos tienen en nuestra mala conciencia burguesa.
Después de expiar nuestra culpa, volvemos a nuestra vida, sabiendo que
no somos machistas, ni racistas, ni homófobos, que somos buenos

 49
Alianzas rebeldes

(porque hemos linchado a alguno de esos) y tenemos la conciencia


tranquila. En realidad, no hemos cambiado ni un gramo el mundo,
porque no hemos hecho política para transformarlo, no hemos conven-
cido a nadie de que abandone el machismo, no hemos producido el
deseo de combatir el racismo, no hemos contagiado inspiración para
aprender a desarmar el sexismo. Solo hemos colaborado con la culpa y
con el miedo porque todo se trataba de afirmar nuestra bondad, nuestra
pureza y nuestra identidad.

Si estas prácticas censoras tienen que ver con el individualismo y son


«servidoras incautas de la clase dominante» −en palabras de Fisher− es
porque abandonan el abordaje estructural de los problemas. El mal deja
de tener que ver con un problema estructural y pasa a ser una caracte-
rística particular de un grupo o unos individuos en cuestión con los
que «los buenos» no compartimos nada. Esta sustitución de la política
−y el análisis estructural− por la moral −y el señalamiento individual−
nos acaba llevando a hablar no del mal y de la posibilidad de todos y
todas de reproducirlo −lo cual haría muy pertinente que habláramos
entre todos de cómo no hacerlo− sino de los malos −con los que no hay
nada de qué hablar−, y de la importancia de silenciarlos. En los últimos
años, durante un periodo en el que el feminismo se ha expandido y
popularizado, se han levantado también muchas voces contra las deman-
das feministas, se ha expresado el temor de muchos hombres a su pérdida
de poder o estatus y se han escrito muchos artículos machistas y reac-
cionarios. Siempre he pensado que esas manifestaciones en el espacio
público son positivas para hacer visibles los prejuicios y los miedos de
quienes reaccionan al cambio, para poder debatirlos, rebatirlos y trans-
formarlos. Cada artículo de un famoso escritor o cada declaración de un
afamado director de cine que se ha hecho contra el feminismo abría una
oportunidad: la de escribir otros muchos artículos y hacer visibles otras
muchas declaraciones que hoy, a diferencia de los tiempos en los que el
feminismo no era un asunto de interés social generalizado, sí van a ser
leídos y escuchados. ¿Por qué razón habría que pedir al periódico en el
que publica la vieja guardia patriarcal que censuren a sus opinadores
cuando es posible pedirle que publiquen a las feministas que les con-
testan? ¿Por qué hacer campañas para silenciarles en vez de rebatirles?
¿Por qué prohibir una canción, un músico, un concierto cuando es po-
sible potenciar y generar espacios desde los que hacer una crítica femi-
nista de nuestra cultura? ¿Por qué recurrir a la solución de la censura en

50 
2. Más allá de nosotras mismas

vez de asumir una discusión pública en los tiempos del interés por el
feminismo? ¿Por qué dejar de intentar convencer a los lectores, a los
oyentes o a los espectadores rebatiendo en público a sus antiguos pres-
criptores de opinión? ¿Por qué asumir una posición derrotista y perde-
dora cuando tenemos tanto que ganar?
En los tiempos que vivimos, con un campo social polarizado, un
espacio público estrechado por la lógica belicista de las redes sociales y
al compás de unas políticas identitarias centradas en el daño y el agravio,
los llamados delitos de odio se han convertido en uno de los instrumen-
tos penales más recurrentes para (supuestamente) proteger a los colec-
tivos vulnerables. Dean Spade, como otros activistas y colaboradores
reunidos en torno a Against Equality, han puesto sobre la mesa los peligros
de engrosar un sistema penal cuya violencia acaba cayendo contra la po-
blación negra, las personas migrantes, pobres o las personas trans y queer.
Los delitos de odio, recibidos con júbilo por gran parte de la izquierda e
incorporados a las legislaciones LGTB de los últimos años, son hoy el
gran coladero para poner en marcha políticas identitarias. Son el instru-
mento jurídico para muchas de las restricciones de nuestras libertades de
expresión llevadas a cabo no solo por los gobiernos sino también por
empresas privadas de la comunicación3, a las que estamos invistiendo de
legitimidad y poder para limitar derechos fundamentales.
Dean Spade plantea una cuestión que recorre también este artículo:
la búsqueda de reconocimiento como víctima o subalterno entraña siem-
pre el peligro de reproducir el poder y las relaciones que producen la
subalternidad misma. «Esta […] experiencia continua de marginaliza-
ción […] este anhelo desesperado por reconocimiento, salud y seguridad
puede hacer que invirtamos esperanza en el único método de respuesta
a la violencia que muchas personas habíamos escuchado: el encarcela-
miento y el exilio. Muchas personas queremos escapar a los estigmas de
homofobia y transfobia, y que se nos reconoza como «buenas» (buenos,
buenes) en el ojo público. En las políticas contemporáneas, ser una
«víctima de crimen» produce más empatía que ser una persona consi-
derada «criminal». Al desear reconocimiento dentro de los términos de
este sistema, se nos lleva a luchar por legislaciones criminalizantes que

3 Véase la ley francesa aprobada en 2019 contra el odio en internet, que ha dispa-
rado el control y las investigaciones por apología del terrorismo, habilitando a las
plataformas de redes sociales a eliminar los contenidos y produciendo una censu-
ra que algunos activistas LGTB franceses han padecido y denunciado.

 51
Alianzas rebeldes

de ninguna manera reducirán nuestras experiencias de marginalización


y violencia». Esta es también la advertencia que Brown hace en el terreno
feminista: el énfasis en el daño y en «la protección legal de determina-
das identidades formadas en el agravio consolida [...] la misma conexión
agravio-identidad que denuncia». La política feminista hecha desde el
lugar de la víctima que elige como su sujeto al sujeto del daño y centra
sus esfuerzos en el reconocimiento de ese dolor fortifica las fronteras
identitarias y los lugares asignados por las relaciones patriarcales de
poder. Impregnar nuestros espacios públicos de discusión y debate de
esa lógica victimizante no nos hará más libres, ni más capaces de ima-
ginar la sociedad que queremos, como tampoco hará que seamos más
quienes trabajemos por ella. La censura y el silenciamiento, como todas
las soluciones punitivas, implican un paso hacia atrás. Por una parte
porque renuncian a cambiar a los que faltan, por otra parte porque son
siempre una peligrosa arma de doble filo que suele volverse contra los
más débiles.

Salir de nosotras mismas

Hemos de aprender, o volver a aprender, cómo construir camaradería


y solidaridad en vez de hacer el trabajo del capital condenándonos e
insultándonos los unos a los otros. Esto no significa, por descontado,
que tengamos que estar siempre de acuerdo: al contrario, hemos de
crear las condiciones donde pueda darse la falta de acuerdo sin temor
a la exclusión y a la excomunión.

Mark Fisher

Hay quienes, ante la imagen de una izquierda cainita y fragmentada,


sostienen que hemos abandonado los verdaderos frentes de lucha y
renunciado a los verdaderos sujetos revolucionarios. En el contexto es-
pañol La trampa de la diversidad de Daniel Bernabé puede ser un buen
ejemplo de ese obrerismo que ve un problema en la diversidad de los
movimientos sociales contemporáneos y que, como dice Judith Butler,
habla desde «la nostalgia de una unidad falsa y excluyente».  El pro-
blema, sin embargo, no es la diversidad sino justamente la identidad, es
decir la búsqueda de sujetos claros, privilegios epistemológicos y víctimas
santas. El problema no es que hayamos abandonado el verdadero frente

52 
2. Más allá de nosotras mismas

de lucha −por encima de otros−, el problema es que creamos en los ver-


daderos frentes de lucha. Sin duda abandonar la perspectiva de clase es
un enorme error que ningún movimiento social puede permitirse y así lo
afirma también Mark Fisher. La diferencia entre los obrerismos y las
posturas, por ejemplo, de Fisher o de Brown no es el anticapitalismo,
compartido por todos ellos, sino la defensa de una cultura de la plurali-
dad y el disenso. Es justamente el identitarismo el que arruina, y ha
arruinado en el pasado, las potencialidades políticas de los movimientos,
incluyendo, por supuesto, al marxismo. Y es que, obviamente, la identidad
no es un invento del siglo XXI y el marxismo tuvo, qué duda cabe, sus
derivas identitarias, su búsqueda de la pureza y sus carnets a los verdade-
ros camaradas. Podemos llamarlo, por resumir, estalinismo. 
El problema, por tanto, no es la diversidad de los movimientos, sino
esa unidad impuesta, esa identidad mitificada. La solución pasa por
defender la diferencia no solo entre colectivos o sujetos distintos de
lucha sino como diversidad interna de esos movimientos, como dife-
rencia constitutiva de los mismos. Butler argumenta claramente en esta
dirección cuando sostiene que «la diferencia no se reduce simplemente
a las diferencias externas entre los movimientos, entendidas como las
que distinguen un movimiento de otro, sino, por el contrario, a la pro-
pia diferencia en el seno del movimiento, a una ruptura constitutiva que
hace posibles los movimientos sobre bases no identitarias» (Butler, J.,
2016). Cuando el feminismo esencializa en exceso «la voz de las muje-
res» los damnificados no son solo los hombres. Ni en la limitación de
la pluralidad del feminismo contribuyen solo las mujeres feministas.
De hecho, en esta causa se enrolan, paradójicamente, muchos de los
hombres que defienden el silencio de los propios hombres para dar −
condescendientemente− la palabra a las mujeres. Esta mistificación
del feminismo como discurso coherente en el que las mujeres vienen
a decir lo mismo es un flaco favor para el reconocimiento de las mujeres
como sujetos y para la calidad de un debate público feminista del que
desaparecen así no solo las voces de los hombres, sino también las
voces de otras mujeres.
Cuando el feminismo evidencia su pluralidad interna en vez de do-
mesticarla deshace la ficción de la identidad de las mujeres −en realidad
no somos las mismas−, revelando que las identidades políticas son siem-
pre precarias, ilusorias y ficticias. Para deshacer la verdadera trampa, la
trampa de la identidad, necesitamos construir movimientos políticos
que, a diferencia de las peores derivas del marxismo, abandonen toda

 53
Alianzas rebeldes

pretensión de reunir a los mismos consigo mismos, que asuman y defien-


dan en su interior a los otros. Son los movimientos políticos no identi-
tarios −la lucha contra el sida en la que las mujeres lesbianas fueron
protagonistas sin ser las víctimas, las luchas trans en las que tanta gente
cis ha militado, la reivindicación de los derechos de las trabajadoras
sexuales en las que cualquiera está convocado, el movimiento por la
vivienda digna en la que luchan tantas personas no directamente afec-
tadas− los que son políticamente productivos hacia el exterior: saben
que en su interior no se han reunido los idénticos y, por lo tanto, invitan
a los de fuera a sumarse. Justamente porque no buscan la identidad
interior esos movimientos acortan la distancia entre el adentro y el
afuera: ni los de dentro somos tanto los mismos ni los de afuera son tanto
nuestros otros. Esa es una política radical e inspiradora, una política
que se puede poner a «decidir qué es lo que queremos en lugar de
deducirlo de supuestos o argumentos acerca de quiénes somos» (Brown,
W., 2019: 121). Como dice Wendy Brown tenemos que reemplazar «el
leguaje de «ser» por el de «desear»» como vía para poder imaginar otros
modos de ser más allá de las categorías del poder. El feminismo debe
abandonar toda colaboración con el miedo, la culpa y el castigo −son
armas del poder que nunca alumbrarán un mundo nuevo ni un mundo
mejor− y debe apostar por la politización del deseo. La pregunta acerca
de qué mundo deseamos es a la que todos y todas estamos convocados. 
Creo firmemente que una de las apuestas políticas que debe em-
prender el feminismo con determinación es la defensa de la cultura
democrática del debate, de la discusión pública y del disenso tranquilo.
Eso es escapar a las derivas dogmáticas de la izquierda, eso es andar
otros caminos y eso es enfrentar a los peores monstruos de nuestro
presente construyendo una alternativa. Dice Wendy Brown que «el
espacio político democrático está demasiado infrateorizado en el pen-
samiento feminista contemporáneo» Y es cierto. Lo es especialmente
en tiempos en los que la censura, la intolerancia o la violencia de las
redes sociales son tentaciones en las que participa tanto la izquierda
como el feminismo. Necesitamos un feminismo que elija debatir las
ideas y renuncie a debatir sobre las personas, un feminismo que quiera
hablar no con las mismas sino con los otros, que apueste por la argu-
mentación pública y no por la victimización sentimentalista. Necesi-
tamos «aprender a hablar públicamente y a gozar de los placeres que
brinda la argumentación en el espacio público, no para superar nuestra
condición situada, sino para asumir la responsabilidad de nuestras

54 
2. Más allá de nosotras mismas

situaciones y movilizar un discurso colectivo que sea expansivo» 


(Brown, W., 2019: 125). 

Las feministas que creemos que la identidad no conduce a ningún lugar


fuera de las redes del poder tenemos que defender a ultranza las liberta-
des de expresión tanto en el espacio público como en el interior de nues-
tros propios movimientos e impugnar una supuesta «unidad del
feminismo» que siempre se asienta sobre el silencio y la exclusión de al-
gunas voces. «Esta resistencia a la «unidad» encierra la promesa democrá-
tica para la izquierda» (Butler, J., 2016). Más allá del miedo está el deseo.
Más allá de la culpa está la libertad. Más allá del castigo está la transfor-
mación. Más allá de la unidad, la identidad y la pureza, más allá de noso-
tras mismas todo es posible.

 55
3.
Vivir en peligro

SANTIAGO ALBA RICO

En los años sesenta del siglo pasado el sociólogo italiano Ernesto de Mar-
tino forjó el concepto de «oligosemia» para describir el proceso de dese-
camiento o deshidratación del sentido en virtud del cual la relación
palabra-significado se empobrece hasta la univocidad más claustrofóbica.
De Martino lo utilizaba para describir, entre otros fenómenos, los fana-
tismos religiosos y, en general, los puritanismos ideológicos, que impo-
nen circuitos cerrados de significación casi tautológicos: solo hay una
forma de nombrar a Dios –o el gobierno o el sexo– y cualquier otra no
autorizada pone en peligro la estabilidad del mundo y, desde luego,
nuestra propia seguridad. Ahora bien, ateniéndonos a esta misma lógica,
también podríamos decir –al revés– que toda oligosemia, religiosa o no,
entraña e induce un puritanismo: reclama una sola forma de desear, una
sola forma de conocer el mundo, una sola forma de reconocer al otro,
una sola forma de vestir e incluso una sola forma de saludar. La esta-
dounidense Mary Douglas, en su clásico Peligro y pureza, interpretaba
la voluntad colectiva de pureza como una defensa contra el desorden
que nos amenaza siempre desde el exterior y frente al cual delimitamos
precisamente un interior cada vez más encogido y más pobre.
Añadamos que la oligosemia suele aparecer en períodos de crisis
general y como contrapunto o reacción a lo que yo he llamado, a la vez,
«episemia» o, más radicalmente, «pansemia», para describir, en el otro
extremo, el exceso enfermizo de significación y la desintegración del
sentido por saturación: las palabras significan tantas cosas, y tan

 57
Alianzas rebeldes

dispersas, que dejan de tener significado; nos contagian, por así decirlo,
su insignificancia y ello hasta tal punto que el lenguaje mismo, exte-
nuado, pierde la capacidad de comunicar. Si la oligosemia deja el signi-
ficado en manos de una tradición normativa impersonal, la pansemia
lo corroe, emancipado de todo patrimonio común, a fuerza de arbitra-
riedad individual o repetición partidista. La oligosemia fosiliza el sen-
tido; la pansemia lo derrite. Es así como en los últimos años se han
nombrado en público tantas veces y con intención y contenido tan di-
ferente algunos vocablos vertebrales que ya no sabemos qué contienen:
pensemos en «libertad» o en «democracia» o incluso en «España». Con-
tra la pansemia la gente necesita saber qué significan las cosas y cual-
quiera que les diga qué significan (Mujer, Madre, Dios) resulta creíble,
aunque mienta, pues uno se siente más seguro creyendo en una sola
mentira que teniendo que deliberar junto a otros dónde está la verdad.
Podemos decir, para que se entienda, que la religión tiende a la oligo-
semia y el mercado capitalista a la pansemia. ¿No habrá que explorar
más bien, y defender, lo que está en medio de los dos?
¿Y qué hay en medio de los dos? La polisemia y la sinestesia, térmi-
nos de los que hablaremos enseguida.

Feminismo e izquierdismo

Demos antes un pequeño rodeo. Como hemos dicho más arriba, en todo
marco de interpretación y transformación del mundo –y más en un
contexto de crisis– conviven estas dos tentaciones opuestas que hemos
llamado «oligosemia» y «pansemia»: la tentación, es decir, de concebir
religiosamente tanto la doctrina como la organización (lo que en la tra-
dición marxista sería el estalinismo) y la tentación contraria, muy mar-
cada en nuestra época, de sustituir mercantilmente cualquier forma de
«criterio» potencialmente universal por prácticas discursivas de auto-
consumo (lo que se ha llamado «identitarismo»). De algún modo, todo
el debate en el seno de la izquierda se ha visto reducido en la última
década a un intercambio de golpes entre estas dos posiciones: la de los
que denuncian, a veces con fundamento, «las trampas de la diversidad»
desde un marxismo obrerista muy oligosémico, y la de los que, frente a
él, acaban por considerar, no sin argumentos, cualquier «sentido común»
una trampa epistemológica tendida a los subalternos por los europeos,
los ilustrados, los blancos y, por supuesto, los marxistas.

58 
3. Vivir en peligro

Creo que los feminismos nacieron, hace ya más de una centuria, muy
bien situados entre estas dos tentaciones, de tal modo que, en el arran-
que del presente siglo, se proponían como la matriz más poderosa y
transversal de un consenso transformador global. Los feminismos, con
su propia historia incontaminada por el poder, se ofrecían como un
humanismo expansivo, gestado un poco a contrapelo o en paralelo a la
tradición del «marxismo diamat» dominante el siglo pasado; pero tam-
bién, por razones que ha explicado muy bien el ecofeminismo, contra
las «fantasías de la individualidad» (por citar a Almudena Hernando)
asociadas al capitalismo. Fue siempre, desde su nacimiento, polisémico,
y si de hecho ha tenido muchas veces una relación de complicidad
pugnaz con el marxismo, ha sido a causa de su «izquierdismo» (el del
marxismo); es decir, de su voluntad oligosémica de reducir todo conflicto
humano a la contradicción capital/trabajo, olvidando otras contradic-
ciones, entre ellas, obviamente, la contradicción de género y, más allá,
la contradicción naturaleza/capitalismo y la contradicción naturaleza/
patriarcado (atención: con «naturaleza» me refiero al planeta Tierra y
la reproducción biosocial de sus recursos limitados).
Ahora bien, uno tiene la sensación de que los feminismos han acabado
también encallados en la época, perdiendo con ello buena parte de su
capacidad emancipadora «universal». Si pensamos en las campañas «Me
too» y «yo sí te creo», hemos visto cómo su formidable impulso inicial
contra la mordaza del miedo se inclinaba luego peligrosamente hacia la
victimización y el identitarismo antiilustrado. Si pensamos en el debate
sobre la prostitución, hemos visto cómo, en nombre del ideal más puro,
se imponía silencio a las propias trabajadoras sexuales. Si pensamos en la
reciente polémica sobre la «transfobia», hemos visto cómo oligosémicas
y pansémicas, con su enfrentamiento estéril, hacían inaudibles o crimi-
nalizaban las voces más aristotélicas (como la del activista y pensador
Miquel Missé). El feminismo –valga decir– se ha «izquierdizado», tam-
bién en el sentido de que unas pocas voces antagonistas –oligosémicas y
pansémicas– han sofocado el debate, encerrándolo en alvéolos sin otra
comunicación que la invectiva y la excomunión; y dando, de paso, argu-
mentos al neomachismo rampante que amenaza con reconquistar un
«sentido común» que los feminismos estaban moldeando.
De eso se trata. Los feminismos, a mi juicio, no pueden ser un «iz-
quierdismo» si quieren aspirar a mejorar el mundo. Y esto quiere decir:
1) que no pueden ser solo para las mujeres y menos aún para las muje-
res concebidas como víctimas; 2) que no pueden ser solo para mujeres

 59
Alianzas rebeldes

que «saben», militantes vanguardistas no-alienadas; 3) que la condición


de sus transformaciones no puede ser la construcción de una mujer
nueva o de un entramado de relaciones nuevas, y no porque la derrota
del patriarcado no deba ir acompañada de transformaciones antropo-
lógicas sino porque esas transformaciones antropológicas no pueden ser
el resultado del heroísmo moral de un puñado de elegidas, ni de una
hipernormatividad represiva; 4) que no pueden desdeñar los desplaza-
mientos milimétricos y las conquistas homeopáticas en el seno del pa-
triarcado dominante, por la misma razón que un marxista sensato no
debería rechazar unos presupuestos socialdemócratas en el seno del
capitalismo; y, 5) que no pueden consistir en una discusión autorrefe-
rencial sobre la definición de feminismo, es decir, no puede ser una
ortodoxia, con su tentativa aparejada de imponer una esencia y regular
un comportamiento.
Es cierto que el contagio pansémico de incomunicación ha deslizado
en las corrientes transformadoras derivas de autoconsumo muy disolven-
tes (pensemos en la ecuación deseo = identidad = liberación), pero el
feminismo no puede ser, por un reflejo contractivo, una oligosemia. Con-
tra la pansemia y sus abismos, contra la oligosemia y su pureza securitaria,
los feminismos tienen que aceptar, en todo caso, que hay que correr ries-
gos. ¿Cuáles? ¿Dónde? Esa es la pregunta fundamental que debe hacerse
y a la que debe responder toda propuesta democrática basada en los
derechos humanos. Y más si su campo de batalla son los cuerpos y sus
opacidades radicalmente irreductibles.

La necesidad de correr riesgos

Hace cien años, las amenazas contra la democracia derivaban de la


tentación del peligro; el fascismo europeo del período de entreguerras
llamaba a vivir la aventura de la «autenticidad». En este nuevo Weimar
global, los autoritarismos y destropopulismos se apoyan, en cambio, en
la demanda de seguridad total. Nadie quiere una revolución; todos que-
remos muros, fronteras, alambradas, policía, mascarillas, vacunas. Los
manifestantes derechistas del barrio de Salamanca de Madrid, por ejem-
plo, que se manifestaban en mayo de 2020 contra el estado de Alarma
decretado por el gobierno, no reivindicaban su derecho a contagiarse y
poner en peligro sus vidas; negaban la realidad de la amenaza sanitaria
y la pertinencia de las medidas oficiales, destinadas –según ellos– a

60 
3. Vivir en peligro

matar, no el virus, no, sino su «España». De alguna manera, y por para-


dójico que parezca, salían a la calle, exponiéndose al contagio, porque se
sentían ya en «seguridad total» y, más allá de la manipulación ideológica,
acusaban al gobierno de introducir «inseguridad» en sus vidas. Pero esta
demanda –o conciencia ilusoria– de «seguridad total», como hemos visto
al principio, es inseparable de la pureza y del puritanismo como expre-
siones sociales de la pobreza comunicativa y, si se quiere, del fanatismo
religioso.
Contra el fanatismo religioso, hay que correr riesgos. ¿Dónde? ¿Cuá-
les? Sabemos muy bien dónde no hay que correrlos. No hay que correr-
los en el trabajo, ni durmiendo en la calle entre cartones, ni en un
hospital con pocos recursos. No hay que correrlos por no poder pagar
la luz o por no llegar a fin de mes. No hay que correrlos en un tribunal
ni en una residencia de ancianos. No hay que correrlos en manos de un
marido violento y maltratador. ¿Dónde? ¿Cuáles entonces?
Uno de esos riesgos se llama «democracia». O, si se quiere, polisemia.
Hay que correr el riesgo de escuchar lo que uno no quiere oír, lo que
implica defender el derecho a ponerse en peligro en el discurso a través
de la libertad de expresión. Hay que correr el riesgo de que el otro no
busque la felicidad de la misma manera que yo, lo que implica el dere-
cho a ponerse en peligro en los afectos y en los deseos a través de las
libertades civiles, incluida la libertad sexual. Y hay que correr el riesgo
de que el delincuente –el mismo que quizás me ha robado o incluso
violado– reincida; lo que implica defender el derecho a ponerse en
peligro en la contingencia del mundo a través de una justicia penal
basada en la proporción entre los delitos y las penas, y orientada a la
rehabilitación del condenado.
El segundo riesgo que hay que correr se llama «arte». O, si se quiere,
sinestesia. Mientras que la polisemia apunta a la pluralidad de las voces,
la sinestesia señala la ambigüedad de los sentidos (de los lingüísticos y
de los corporales). La sinestesia es el tropo literario que –pensemos en
Lope o Quevedo– describe el amor con un «frío que quema» o «un
volcán que hiela»; el que hace que se pueda percibir con un sentido lo
que pertenece a otro, de manera que se pueda olfatear con los dedos y
mirar con la nariz y saborear con los ojos. Y que se pueda construir,
mediante esa ambigüedad de la sensibilidad, como quiere Kant, un
recinto común para el juicio y la civilización. Ese mestizaje o promis-
cuidad de los sentidos tiene que ver, naturalmente, con nuestro cuerpo
finito y, por lo tanto, con el deseo como lugar necesariamente opaco en

 61
Alianzas rebeldes

el que ocurren cosas que no queremos, acontecimientos oscuros que


nuestra voluntad puede quizás reprimir y gobernar, pero no determinar.
En un cuadro, en un poema, en una novela, en una canción, tenemos que
sentirnos en peligro. También en un abrazo: nadie puede darnos la se-
guridad de que vamos a ser queridos o deseados o satisfechos a la medida
de nuestras necesidades. Si en un cuadro o en un poema o en una novela
no ocurren cosas que no queremos; si imponemos nuestra voluntad,
pretendidamente clara, a los colores y los personajes, a las metáforas y
al desenlace, borrando la diferencia realidad/ficción que tantos siglos
hemos tardado en conquistar; si, en definitiva, tratamos de sustituir las
sinestesias por instrucciones pedagógicas o prescripciones políticas,
privamos al «arte» de toda su capacidad educativa, inseparable de los
disgustos que nos da y de las amenazas a las que nos somete.
Lo mismo ocurre con el otro dominio sinestésico por antonomasia:
la sexualidad. Si confundimos libertad sexual con satisfacción sexual,
si reclamamos un imposible «derecho a ser amados», si no aceptamos
que la sexualidad es una negociación –atravesada por el poder y la
penumbra– en la que no siempre se gana, nos veremos obligados, bien
a aceptar la propuesta del Marqués de Sade (el derecho universal a la
violación), bien a imponer una «sexualidad políticamente correcta»,
como han hecho siempre todas las iglesias.
Entre la oligosemia y la pansemia, existe –y debemos preservar– un
hueco para la polisemia y la sinestesia, el único donde caben la demo-
cracia, el Estado de derecho, los derechos humanos, y asimismo la pa-
labra y la belleza, con todos sus placeres y todos sus dolores; ese hueco,
amenazado en tiempos de crisis, que los feminismos deben contribuir
a mantener y a ampliar. Si eliminamos la polisemia y las sinestesias
eliminamos con ellas, sí, todos los peligros, pero con los peligros elimi-
namos asimismo el mundo que queremos cambiar, y las bellezas que
queremos proteger, y las palabras e imágenes que nos sirven para com-
partirlas; y en su lugar establecemos –en nombre de Dios, Marx, la
tecnología o el feminismo– una distopía oligosémica presidida por el
puritanismo más autoritario. No podemos querer eso. No. Las y los
feministas debemos defender sin descanso, junto a la igualdad material
y legal, el derecho inalienablemente humano a la inseguridad, el riesgo,
el desconcierto y el dolor. Porque pesar duele; y más aún pensar; y más
aún vivir en un mundo liberado de oligosemias y pansemias (religiones
y mercados), prisioneros de nuestros cuerpos libres y sus infinitos nudos
tormentosos.

62 
Segunda parte

Transformación social y justicia versus castigo.


Contra el punitivismo.

 63
4.
A la búsqueda de alternativas en la justicia
desde los feminismos4

PAZ FRANCÉS

Introducción

Hasta los años setenta del siglo XX la mirada en el estudio del delito fue
exclusivamente androcéntrica. En esos años nace la que se denominó
hasta hoy criminología feminista, que desde ese prisma empezó a ana-
lizar todo el fenómeno delictivo (delito, víctima, control social y delin-
cuente) y la política criminal. Desde entonces, una de las afirmaciones
que ha adquirido cierta centralidad es que el movimiento feminista ha
impulsado y reforzado la deriva punitiva de las políticas criminales –y
en concreto la expansión de la prisión– fundamentalmente porque las
campañas feministas contra la violencia sexual fueron –y siguen siendo–
ingredientes integrales para el giro carcelario en el capitalismo tardío,
entretejiéndose el neoliberalismo con las políticas sexuales y de género5.
Un ejemplo recientísimo lo encontramos en la propuesta de la deno-
minada ley de libertad sexual por la cual serán típicas penalmente las
denominadas agresiones verbales. Otro fue la introducción de la prisión
permanente revisable para casos de asesinato subsiguiente a llevar a cabo

4 Estas reflexiones se enmarcan en mi trabajo de tesis doctoral que estoy llevando a


cabo en la Universidad Pública Vasca bajo la dirección de Gema Varona Martínez
y que lleva por título «En la búsqueda de una justicia no androcéntrica. Un análisis
de las posibilidades de la justicia restaurativa desde una mirada feminista».
5 Berstein, Elizabeth: Carceral politics as gender justice? The «traffic in women» and neo-
liberal circuits ofcrime, sex, and rights, en: Theory and Society, 2012/41, pp. 233-259.

 65
Alianzas rebeldes

una agresión sexual. Esto es una realidad, y a este feminismo se le ha


denominado generalmente feminismo carcelario. Este es el feminismo
más oficial y visible, el que se ha institucionalizado, que relegó la pro-
tección de los derechos humanos al derecho penal, que comulga con la
causa punitiva, que recurre al derecho penal sin miramientos y desco-
nociendo sus límites y, sobre todo, sus limitaciones. En él confluyen, con
seguridad, los feminismos de la igualdad y la mayor parte de las pro-
puestas de la diferencia.
Pero no todos los feminismos han impulsado esta tendencia político
criminal. Hay otros feminismos que han denunciado lo contrario, que
la agenda punitiva neoliberal ha cooptado la causa feminista6 y que han
profundizado en la idea de que la estructura del derecho y proceso
penal es profundamente patriarcal7 por lo que debe ser transformada
desde los feminismos. Estas dos premisas son acogidas por los llamados
feminismos minimalista o garantistas y por los directamente abolicio-
nistas de la cuestión penal y de la prisión, denominados abolicionistas
o antipunitivistas, siendo que muchos de los análisis que desarrollan
vienen a coincidir y/o insertarse con los planteamientos amplios que
trae la criminología crítica, el abolicionismo8 y en parte las propuestas
de justicia restaurativa. Se puede afirmar que, en buena medida, pero
con muchos matices, en estas tesis convergen algunos sectores del fe-
minismo de la diferencia y feminismos de la tercera ola, desde las teorías
de la interseccionalidad o del feminismo posmoderno.

6 Mackinnon, Catherin: Feminism unmodif ied: discourses on life and law. Cam-
bridge: Harvard University Press, 1987; Berstein, Elizabeth: Carceral politics as
gender justice? The «traffic in women» and neoliberal circuits ofcrime, sex, and
rights, en: Theory and Society, 2012/41, 233-259.
7 Davis, Angela: Are prisons obsolete?, New York, Seven Stories Press, 2003; Maqueda
Abreu, Mª Luisa: «¿Es la estrategia penal una solución a la violencia contra las
mujeres?» en: InDret. Revista para el Análisis del Derecho, 4 (2007), pp. 2-43; Macaya,
Laura: Esposas nefastas y otras aberraciones: el dispositivo jurídico como red de construcción de
feminidad, Barcelona, Diletants, 2013; Francés Lecumberri, Paz/Restrepo Rodríguez,
Diana: «Rasgos comunes entre el poder punitivo y el poder patriarcal», en: Revista
Colombiana de Sociología, 39 (2016), pp. 21-49; Barona Villar, Silvia: «La necesaria de-
construcción del modelo patriarcal de Justicia», en: Análisis de la Justicia desde la perspec-
tiva de género, Tirant lo Blanch, Valencia, 2018, pp. 29-70; Francés Lecumberri, Paz/
Restrepo Rodríguez, Diana: ¿Se puede terminar con la prisión? Críticas y alternativas
al sistema de justicia penal, Madrid, Los libros de la Catarata, 2019.
8 El término abolir significa «derogar o dejar sin vigencia una ley, precepto o cos-
tumbre». Cuando en este ámbito se hace referencia al abolicionismo, se está refi-
riendo a la abolición de la prisión y/o más ampliamente a la abolición del sistema
penal tal y como hoy existe. No confundirlo con la abolición de la prostitución.

66 
4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos

Los feminismos garantistas


y abolicionistas de la cuestión penal

Los feminismos garantistas y abolicionistas confluyen en la idea de que


la lógica penal tiene efectos sociales contraproducentes y perversos. El
primero, el de la expansión del control penal caracterizado por la selec-
tividad, con un impacto de las penas en la persona enorme –especial-
mente las privativas de la libertad– y el olvido de la víctima. En segundo
lugar, ambos feminismos coinciden en que el derecho penal no es un
instrumento idóneo para resolver conflictos y en que esta vía produce
más problemas de los que pretende resolver. Un tercer eje de estudio se
encuentra en mostrar cómo el sistema penal es en sí mismo un disposi-
tivo de creación de feminidad, en el que se aplican criterios aparente-
mente objetivos y neutrales, pero que en realidad responden a un conjunto
de valores e intereses para el patriarcado9. En concreto, por un lado, se
muestra que la cárcel trata de perpetuar los modelos hegemónicos y
heterocentristas de « buena mujer» y «buena madre»10 y supone una
doble condena para las mujeres11. Por otro, se analiza cómo el espacio
penal victimiza sobre todo a las mujeres y cómo estereotipa a la mujer-
víctima ideal, creando más dispositivos de género12. En ambos casos se
denuncia cómo el Estado interviene concretando distintas violencias de
género institucionalizadas13. Por último, cabe destacar el énfasis de estos

9 Iglesias Skulj, Agustina: «Violencia de género en América Latina: aproximacio-


nes desde la criminología feminista», en: Delito y Sociedad 35 (2013), pp. 85-109;
Camps, Clara: «La cosmovisión feminista como antídoto de la actividad punitiva
y represiva estatal. Una reflexión sobre la etapa de crisis económica y política en
Catalunya», en: Anuari del conflicte social, pp. 56-80, 2018.
10 Almeda, E., Corregir y castigar: El ayer y hoy de las cárceles de mujeres, Barcelona:
Ediciones Belletera, 2002; Lagarde, M., Los cautiverios de las mujeres: madresposas,
monjas, putas, presas y locas, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
4ª Ed., 2005; Juliano, Dolores: «Delito y pecado. La transgresión en femenino»,
en Política y Sociedad (46), pp. 79-95, 2009.
11 Almeda, Elisabet. Corregir y castigar: El ayer y hoy de las cárceles de mujeres.
Barcelona: Ediciones Belletera, 2002; Lagarde, Marcela. Los cautiverios de las
mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, México, Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, 4ª Ed., 2005; Juliano, Dolores: Delito y pecado. La
transgresión en femenino. Política y Sociedad (46), 79-95, 2009.
12 Macaya, Laura: Esposas nefastas y otras aberraciones: el dispositivo jurídico como red
de construcción de feminidad, Barcelona, Diletants, 2013; Francés Lecumberri,
Paz/Restrepo Rodríguez, Diana: «Rasgos comunes entre el poder punitivo y el
poder patriarcal», en: Revista Colombiana de Sociología, 39 (2016), pp. 21-49
13 Bodelón, Encarna: «Derecho y Justicia no androcéntricos», en Quaderns de Psico-
logia, Vol. 12, núm. 2, 2010, pp. 183-193; Bodelón, Encarna: «Violencia

 67
Alianzas rebeldes

feminismos en subrayar las relaciones de poder insertas en el poder


punitivo, su violencia intrínseca y las lógicas de dominación a él inhe-
rentes: el sistema penal y la cárcel son piezas fundamentales de la espi-
ral de las violencias14.
Desde las tesis feministas afinadas con el garantismo penal, se con-
sidera que si la lucha contra lo que domina es una característica esencial
de la ideología feminista, el feminismo debe canalizarse a través de un
planteamiento garantista15. Desde las premisas del garantismo, las pro-
puestas para la transformación del sistema penal no exceden de los lí-
mites del sistema ya existente16. De este modo se plantean, por ejemplo,
la necesidad de revisar los valores de supuesta objetividad y neutralidad
en los que aparentemente se funda el sistema penal, pero sin ir más allá;
ponen en el centro la idea de no cuestionar la capacidad de agencia de
las mujeres; traen la necesidad de ser conscientes de las limitaciones del
propio derecho penal17; también apuntan a la necesidad de formación
específica e integral en género por parte de los operadores que atienden
a mujeres que han sufrido18. Básicamente son quienes propenden a la
introducción de lo que se denomina perspectiva de género en el derecho
penal pero desde planteamientos escrupulosos de intervención mínima

institucional y violencia de género», en: Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 48


(2014), pp. 131-155.
14 Francés Lecumberri, Paz/Restrepo Rodríguez, Diana: ¿Se puede terminar con la
prisión? Críticas y alternativas al sistema de justicia penal, Madrid, Los libros de
la Catarata, 2019.
15 Barrere Unzueta, María Ángeles: «Feminismo y garantismo ¿Una teoría del de-
recho feminista?», en Anuario de Filosofía del Derecho, 1992, pp. 75-89.
16 Larrauri Pijoán, Elena: «Criminología crítica: abolicionismo y garantismo», en
Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, 1997, pp. 133-168.
17 Maqueda Abreu, Mª Luisa: «¿Es la estrategia penal una solución a la violencia
contra las mujeres?» en: InDret. Revista para el Análisis del Derecho, 4 (2007), pp.
2-43; Laurenzo Copello, Patricia: «La violencia de género en el derecho penal: Un
ejemplo de paternalismo punitivo», en: Género, Violencia y Derecho, Tirant lo
Blanch, Valencia, 2008, pp. 329-362; Laurenzo Copello, Patricia: «¿Hacen falta
figuras de género específicas para proteger mejor a las mujeres?», en: Estudios pena-
les y criminológicos, XXV (2015), pp. 783-830; Ortubay Fuentes, Miren: «Cuando la
respuesta penal a la violencia sexista se vuelve contras las mujeres: las contradenun-
cias», en: Oñati Socio Legal Series, 5-2 (2015), pp. 645-668; Villacampa Estiarte,
Carolina: «Pacto de estado en materia de violencia de género: ¿más de lo mismo?»,
en: RECPC, 4 (2018), pp. 1-38; Jericó Ojer, Leticia: «Perspectiva de género, vio-
lencia sexual y Derecho Penal», en: Mujer y Derecho Penal. ¿Necesidad de una refor-
ma desde una perspectiva de género?, Bosch, Barcelona, 2019, pp. 285-337.
18 Francés Lecumberri, Paz/Zuloaga Lojo, Lohitzune: «Claves para una mirada
amplia sobre la introducción de la perspectiva de género en el ámbito policial»,
en: Boletín Violencia de Género JJPDem, 8 (2019), pp. 3-11.

68 
4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos

del derecho penal limitado a los casos más graves y con respeto absoluto
a los derechos de las personas investigadas y condenadas. Estos femi-
nismos no piensan en un proyecto alternativo, sino tan solo en que el
derecho incorpore la perspectiva de género, es decir, que atienda a todos
los colectivos sociales para definir lo que es injusto y que atienda a sus
necesidades19, por lo que la incorporación de esta perspectiva no impli-
caría una renuncia a los principios generales del derecho penal, de lo
punitivo. No obstante, miran el imaginario punitivo críticamente.
Son las feministas antipunitivistas o abolicionistas quienes responden
al anhelo de un proyecto alternativo20. Comparten todas las reflexio-
nes y alertas anteriores, pero dan un paso más allá. Desde sus postu-
lados, la crítica que se hace es más fuerte que la que viene desde el
garantismo y consideran que el poder punitivo es un sistema de vio-
lencia estatal organizada sexista, racista, revictimizante, selectivo en su
control pero sobre todo absolutamente inadecuado para el logro del
proyecto feminista de manera amplia, ya que lo punitivo es una pieza
angular para el sostenimiento del sistema patriarcal que sigue propa-
gando los mismos modelos de interpretación/acción respecto al género,
sexualidad, clase, raza y poder21. Por ello, se considera una estructura
fracasada y que debe ser abolida. Desde la evidencia de que el poder
punitivo (el poder del Estado para castigar) es un poder patriarcal se
considera que se le debe confrontar de manera radical para pensar en
otros modelos. Dicho de otro modo, si desde el feminismo se quiere
cambiar la forma de estar en el mundo, el cambio en la justicia tendrá
que darse y ser jalonado por los feminismos22.

19 Larrauri Pijoán, Elena: «Criminología crítica: abolicionismo y garantismo», en


Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, 1997, pp. 133-168.
20 Larrauri Pijoán, Elena: Criminología crítica: abolicionismo y garantismo, Anuario
de Derecho Penal y Ciencias Penales, 1997, 133-168.; Francés Lecumberri, Paz/
Restrepo Rodríguez, Diana: ¿Se puede terminar con la prisión? Críticas y alter-
nativas al sistema de justicia penal, Madrid, Los libros de la Catarata, 2019.
21 Iglesias Skulj, Agustina: Violencia de género en América Latina: aproximaciones
desde la criminología feminista, en: Delito y Sociedad 35 (2013), 85-109.
22 Francés Lecumberri, Paz/Restrepo Rodríguez, Diana: ¿Se puede terminar con la
prisión? Críticas y alternativas al sistema de justicia penal, Madrid, Los libros de
la Catarata, 2019.

 69
Alianzas rebeldes

Algunas propuestas para avanzar


hacia caminos más justos

Es en este marco en el que se inscribe esta breve reflexión y las propues-


tas que se harán a continuación, con excusa de la necesaria falta de
profundización por las limitaciones de espacio. Se pretende, por tanto,
un replanteamiento epistemológico, metodológico y ético radical en
materia penal para desafiar el terreno político23, y todo esto que estoy
enunciando ya está pasando.
Del mismo modo que, como se decía al inicio del texto, es una evi-
dencia que el feminismo hegemónico impulsa el refuerzo del sistema
penal, otros feminismos, más minoritarios y que se mueven en los már-
genes, son quienes desde hace varias décadas están impulsando el pro-
yecto abolicionista de manera más evidente en todo el mundo, y en
concreto la abolición de las cárceles. Son notables los trabajos desde
distintas partes del mundo que toman en cuenta los efectos del patriar-
cado y cómo convergen en la prisión. Por ejemplo, se han documentado
las huellas de las acciones políticas y las ideas que constituyeron el fe-
minismo anticarcelario en EE. UU. y que dieron forma a debates más
amplios sobre las causas y remedios de la violencia contra las mujeres y
cómo la política feminista anticarcelaria ha crecido dentro de los muros
de la prisión para afianzarse como movimiento sólido fuera de ella24. Otros
trabajos documentan los linajes históricos de la resistencia feminista frente
a la violencia de género y el abolicionismo de la prisión y otros analizan
los rasgos comunes entre el poder punitivo y el poder patriarcal25.
Desde las calles y desde la academia son/somos feministas quienes
estamos aupando los movimientos abolicionistas de la prisión más
amplios y los debates y cuestionamientos de lo penal más radicales. En
la historicidad de las políticas penales se conocen distintas rupturas: la
desaparición de los castigos corporales o la aparición de la cárcel son
algunas de ellas. Considero que algunos de los planteamientos

23 Valencia, Sayak:« Teoría transfeminista para el análisis de la violencia machista y


la reconstrucción no-violenta del tejido social en el México contemporáneo», en:
Universitas Humanística, núm. 78 (2014), pp. 65-88.
24 Thuma Emily (2019:) All our Trials. Prisons, Policing and the feminist fight to end
violence, University of Illinois Press.
25 Carlton, Bree. & Russel E. K. (2018): Resisting Carceral Violence. Women´s impris-
onment and the politics of abolition, Palgrave Macmillan.

70 
4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos

político-criminales de estos feminismos ya están suponiendo progresiva-


mente una ruptura con lo conocido hasta ahora. Lo estamos viviendo.
¿Cuáles son por tanto los pasos para avanzar hacia caminos más
justos en el ámbito del abordaje de las violencias? ¿Qué modelos acoger?
¿Cómo hacerlo lejos de la distopía del capitalismo y fuera de las lógicas
patriarcales? ¿Por qué se puede pensar que desde estos modelos las vio-
lencias patriarcales van a ser mejor atendidas?

¿Cuáles son por tanto los pasos para avanzar hacia caminos más justos
en el ámbito del abordaje de las violencias?

Empecemos por la primera de las preguntas. En primer lugar, es esen-


cial comenzar a construir polos de referencia distintos y para ello, tene-
mos que ser conscientes de que estamos hechas de orden patriarcal y
que aprendimos a hacer justicia desde lo punitivo26. No hay solución
simple, pero desde los feminismos tenemos que ir más allá. Se tratará
de construir caminos opuestos a lo que existe, de deconstruir el pensa-
miento heteropatriarcal-sexista asentado en la justicia, empezando por
poner la vida de todas las personas en el centro y para eso es absolutamente
central salir de la lógica binaria o dualista presente constantemente en lo
penal-penitenciario: delincuente-víctima/persona buena-persona mala,
pero también en algunos feminismos. Es necesario terminar con el
binomio mujer víctima/hombre monstruo27. No se trata de traer el modo
de ser/hacer masculino o femenino, o el modo de hacer justicia mascu-
lino o femenino, no es una cuestión de esencialismos: es una cuestión
de estructura. Va más allá de los géneros, pero sin invisibilizar sus luchas.
Esto implica traer a la justicia la producción de conocimiento feminista
y luchas feministas y eso significa también traer lo que a lo largo de la
historia se ha encomendado a las mujeres. Los cuidados, las vulnerabi-
lidades, la comunidad y el rechazo a todas las opresiones son elementos
fundamentales para construir otro modelo de abordaje de los conflictos
y de las violencias. En definitiva, se trata de transformar la forma en
que entendemos la justicia y pensarla y construirla bajo las variables de

26 Segato, Rita Laura (2016): La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de
Sueños.
27 Iglesias Skulj, Agustina: «Violencia de género en América Latina: aproximacio-
nes desde la criminología feminista», en: Delito y Sociedad 35 (2013), pp. 85-109.

 71
Alianzas rebeldes

devenires minoritarios. El acento, por lo tanto, está puesto en el poder,


en su cuestionamiento, en la consciencia de que el poder y la violencia
están íntimamente relacionados.
La consecuencia central de lo anterior es el rechazo inicial y rotundo
del recurso a la prisión por ser el símbolo por excelencia de la domi-
nación de los cuerpos y de las mentes y esto lo hemos aprendido muy
bien de las experiencias de encierro femenino. Como el derecho penal
ha tenido como objeto de castigo fundamental los devenires minori-
tarios, las mujeres han sido a lo largo de la historia objeto de un enorme
control excepcionalmente victimizante. Solo por ello se plantea cómo
entonces podemos recurrir al derecho penal o pensar que se puede
obtener algo transformador de ello.

¿Qué modelo acoger? ¿Cómo hacerlo lejos de la distopía del capitalismo y


fuera de las lógicas patriarcales? ¿Por qué se puede pensar que desde estos
modelos las violencias patriarcales van a ser mejor atendidas?

Respondiendo a esta pregunta, la primera afirmación será un modelo en


el que la prisión no cabe y en el que las consecuencias jurídicas no están
atravesadas por las lógicas del ejercicio de violencia que es lo que implica
el castigo ¿Y cómo será el abordaje de las violencias y los conflictos? Lo
que propongo son dos espacios de acción: uno dentro de la justicia insti-
tucional y otro fuera de ella, con la creación de un espacio de justicia
puramente comunitario que se ensanche progresivamente28.
Respecto del primero, atendiendo al principio de realidad, considero que
no se puede renunciar a una transformación paulatina de lo que ya existe.
Esa transformación no será radical, no cuestionará las estructuras básicas
en las que se asienta y será necesariamente lenta, pero en la actualidad es
imprescindible. En este camino las alianzas con el garantismo y las pro-
puestas desde la justicia restaurativa son esenciales. El cambio en este
ámbito ya existente pasa, en primer lugar, por reducir las conductas con-
tenidas en los códigos penales, no confrontar los derechos de las personas
investigadas con los de las víctimas, apostar por políticas públicas claras
y reales de justicia social y por dejar de pensar la justicia institucional

28 Lo recogido en este apartado se desarrolla con mayor extensión en: Francés Lecum-
berri, Paz/Restrepo Rodríguez, Diana: ¿Se puede terminar con la prisión? Críticas y
alternativas al sistema de justicia penal, Madrid, Los libros de la Catarata, 2019.

72 
4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos

como un espacio donde la comunidad no participa, donde la justicia es


en sí misma un producto, e introducir poco a poco mecanismos de re-
solución de conflictos intrajudiciales más complejos y que involucren
más directamente a las partes. Para ello será necesario el impulso de
políticas públicas que relocalicen la justicia y que formen a todos los
agentes que participan en el proceso penal en la resolución de conflictos
para ir progresivamente cambiando los paradigmas. Afortunadamente
esta agenda está asentada en algunos países de Europa y muy poco a poco
se está extendiendo también en el Estado Español, con desarrollos muy
asimétricos entre Comunidades Autónomas.
Respecto del segundo espacio de acción, hemos de empezar a pen-
sar que muchos de los conflictos que llegan a los órganos de justicia
institucionalizados pueden ser resueltos en el seno de la propia comu-
nidad, que es donde nacen, enraízan, se hacen virulentos y con los que
muy probablemente se tendrá que seguir conviviendo. Se trata de ir
ensanchando ese espacio comunitario, tan reivindicado desde los femi-
nismos, y que todas las personas nos involucremos en los procesos co-
munitarios de resolución de conflictos de todo tipo para vivir más
seguras en nuestras comunidades. Se trata de crear progresivamente una
gestión comunitaria de resolución de conflictos cercana a las personas,
donde exista una corresponsabilidad y un real abordaje de lo que nos
sucede como seres humanas en comunidad. Esta propuesta de gestión
comunitaria actuaría en distintas dimensiones, muy claramente pro-
puestas por los planteamientos de la justicia transformativa. Así, por un
lado, uno de los pilares de acción es el de crear y afirmar en las comu-
nidades valores y prácticas que resistan el abuso y la opresión y motiven
la seguridad con el fin de transformar las condiciones políticas que
refuerzan la opresión y la violencia. Básicamente se trataría de un trabajo
comunitario en red. Como segundo pilar se habrán de desarrollar es-
trategias sostenibles para abordar el comportamiento abusivo de los
miembros de la comunidad, creando para ellos un proceso que les per-
mita responsabilizarse de sus acciones y transformar su comportamiento
proporcionando seguridad y en tercer lugar es indispensable el apoyo a
las personas de la comunidad que han sido atacadas violentamente res-
petando su autodeterminación. La actuación por tanto atraviesa con-
juntamente el nivel político-colectivo y el político-personal dando
respuestas concretas a los conflictos creando procesos satisfactorios para
todas las partes. Esta, básicamente, se trata de una propuesta de crear
desde abajo y desde aquí podemos empezar cuando queramos, sin que

 73
Alianzas rebeldes

sea una renuncia a un abordaje cuidadoso y exquisito de los conflictos,


especialmente en los casos más graves. En base a estas nociones, aunque
de manera poco estructurada, se están concretando desde hace al menos
una década experiencias de tipo informal en algunos espacios colectivos,
barrios y ciudades del Estado con más o menos éxito, impulsadas funda-
mentalmente por el feminismo autónomo. No queda espacio en este texto
para describir cuáles están siendo los puntos fuertes de las intervenciones,
que han sido muchos, y tampoco los débiles, pero sí quisiera apuntar que
estos últimos se encuentran en la reproducción en los procesos de las
mismas lógicas que la justicia institucional, trasladando simplemente el
poder del Estado y sus prácticas a la comunidad, sin cuestionarlas.
Para que esto no suceda, considero que las líneas imprescindibles
para plantear verdaderas alternativas tanto en ese ámbito de la justicia
institucionalizada –es decir, llevar a cabo una implementación auténtica
del modelo garantista y restaurativo, y no usarlo para otros intereses–,
como desde la comunitaria no institucionalizada –es decir, sin reprodu-
cir la justicia patriarcal–, son los que a continuación se apuntarán de
forma necesariamente sucinta.
En primer lugar, se ha de partir del reconocimiento de la otra per-
sona, cualquiera que sea la parte, como igual en dignidad. Es decir, se
ha de afirmar la dignidad humana de todas las personas, rechazando
cualquier visión que establezca relaciones de amigo/enemigo entre las
partes o que conduzca a la búsqueda de a quién colgar la culpa (chivas
expiatorias) en lugar de generar espacios en los que sea determinante
la autonomía de las partes.
En segundo lugar, será necesario no atender a los fines de la pena,
que es el objeto del derecho penal y del castigo, sino a las personas
implicadas y sus necesidades. Esto significa verdaderamente poner a las
personas en el centro y abandonar en sí mismo el acto de juzgar.
En tercer lugar, en estos procesos, se habrán de conservar y respetar
de manera absoluta los principios de voluntariedad, confidencialidad,
razonabilidad, proporcionalidad, gratuidad y neutralidad. En todos ellos
es importante que progresivamente se trate de utilizar un lenguaje di-
ferente al que utiliza y promociona el sistema punitivo para modificar
lo que le subyace. En cuanto a las implicaciones respecto de las personas
involucradas me remito a lo expresado por la justicia transformativa,
pero quisiera añadir que en esta lógica eminentemente restaurativa se
podrán pensar intervenciones comunitarias de reparación más amplia
con una transformación de los trabajos en beneficio de la comunidad,

74 
4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos

también en su dimensión de realización de programas específicos; o sim-


plemente en espacios de encuentro como círculos restaurativos o foros
abiertos que aborden los conflictos existentes.
Cumplidas estas premisas, esta forma de entender la justicia dentro
y fuera de lo institucional, se presenta como posible y perfecta alterna-
tiva a la idea de justicia actual en un mundo globalizado de corte occi-
dental. Es más, precisamente por las características del mundo global,
esta propuesta es especialmente realista ya que atiende realmente a las
personas y no nos deja desamparadas en nombre de otras finalidades.

Las sinergias entre las propuestas y reflexiones finales

Con todo lo dicho, el planteamiento desde estos feminismos está muy en


consonancia con el de la criminología crítica, el abolicionista de lo penal-
penitenciario y las perspectivas de justicia restaurativa29. Esto implica que
sea posible pensar en un modelo que ponga en el centro todas aquellas
cuestiones que desde los feminismos se han evidenciado: visibilización
de las violencias del patriarcado sin individualizar o exonera de respon-
sabilidad a los Estados (que es, o al menos era, una de las prioridades de
la denuncia de los feminismos), la necesidad de abordaje de esas violencias
y nombrar su gravedad, pero renunciando al enfoque criminalizador y
puramente simbólico del derecho penal, que es lo que plantea la perspec-
tiva abolicionista, otorgando a los mecanismos de justicia un enfoque más
humanitario, basado en la reparación de las víctimas y el trabajo con los
ofensores. La dimensión restaurativa no implica de ninguna manera re-
nunciar a la cuestión pública de las ofensas, aunque tal vez sea esta la
principal objeción al abordaje de la cuestión penal desde los feminismos30.

29 Pali, Brunilda: «Dangerous Liaisons?: A Feminist and Restorative Approach to


Sexual Assault», en: TEMIDA, Journal of the Victimology Society of Serbia, March,
2011; pp. 49-65; Pali, Brunilda: «Towards integrative frameworks for addressing
sexual violence. Feminist, abolitionist, social harm and restorative perspectives»,
en: Restorative Responses to Sexual Violence. Legal, Social and Therapeutic Dimen-
sions, London and New York, Routledge, 2017, pp. 28-43.
30 Pali, Brunilda: Dangerous Liaisons?: A Feminist and Restorative Approach to Sexual
Assault, en: T EMIDA, Journal of the Victimology Society of Serbia, March, 2011;
pp. 49-65; Pali, Brunilda: Towards integrative frameworks for addressing sexual
violence. Feminist, abolitionist, social harm and restorative perspectives, en: Restor-
ative Responses to Sexual Violence. Legal, Social and Therapeutic Dimensions,
London and New York, Routledge, 2017, pp. 28-43.

 75
Alianzas rebeldes

Quienes defendemos estas posiciones nos esforzamos por hacer ver que
no se trata esta de una privatización de los conflictos, ni de devolver en
el caso de las violencias hacia las mujeres (agresiones sexuales, violencia
en el ámbito de la familia, trata de seres humanos…) al ámbito privado
estos problemas. Sobre esta cuestión se muestra cómo es posible seguir
manteniendo la visibilización de la violencia estructural contra las muje-
res y generar constantemente debate público sobre ello, con crear alter-
nativas de alto estándar para las mujeres que necesitan apoyo real. Esto
responde a la última de las preguntas enunciadas.
Para ir cerrando. Desde los devenires minoritarios, donde la atención
al abuso de poder, de la dominación y las estrategias comunitarias y
horizontales son fundamentales para la llevanza de la vida, es desde
donde se va a poder construir un modelo de justicia realmente atento
a la violencia que sufrimos las personas en comunidad con resultados
tangibles. Esto pasa por el rechazo de las estructuras contrarias frontal-
mente a este planteamiento: la hipercriminalización de las conductas
(«todo debe ser delito»), la prisión y los procesos penales hiperburocra-
tizados que olvidan a las personas por las abstractas finalidades de la
pena. Pasa por ser conscientes de que las condiciones que permiten que
se dé la violencia son las que deben ser transformadas, que las respues-
tas estatales y sistémicas a la violencia no logran promover la justicia
individual y colectiva, sino que toleran y perpetúan los ciclos de violen-
cia31, así como por entender que en la búsqueda de alternativas desde
los feminismos habremos de estar atentas a todos los escenarios en los
que hoy se mueve el derecho penal y la pena en los albores del siglo XXI.
Además, es importante dejar de esencializar la violencia (en concreto
la violencia sexual) y de ser conscientes de que el género por sí solo
como categoría no sirve para el análisis, no sirve sino es interseccio-
nado con la raza, la clase, y el estatus migratorio… si no es así no tiene
perspectiva crítica alguna.
En concreto, recapitulando lo dicho, las acciones a emprender serán
las de transformar radicalmente la forma de construir justicia desde las
instituciones (no de impartir justicia), donde todos los actores serán im-
portantes y transformarán el papel actual y la creación de espacios de
resolución comunitaria de los conflictos atentos a las lógicas del poder.

31 Generation Five: Towards Transformative Justice, Generation Five, 2017.


www.transformativejustice.eu.

76 
4. A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos

Ya se ha dicho que no hay soluciones sencillas, ni un manual de


instrucciones, las alternativas habremos de construirlas entre todas
en un proceso largo, constante y laborioso. Los ingredientes funda-
mentales que aquí se proponen son: más feminismo, más garantismo,
abolición de la prisión, justicia restaurativa en lo institucional y trans-
formativa en los barrios, además de, por supuesto, imprescindibles
políticas públicas amplificadoras de derechos y el desarrollo de so-
ciedades radicalmente más democráticas.

 77
5.
Justicia feminista: la revolución inaplazable

VIOLETA ASSIEGO

Las rosas de la resistencia nacen del asfalto... Vamos a hacer política,


vamos a resistir, vamos a dar la cara.

Marielle Franco (8 de marzo de 2018)

«El feminismo punitivista puede echar por tierra una gran cantidad de
conquistas», afirmaba Rita Segato en la 4ª edición del Encuentro Lati-
noamericano de Feminismos32, a finales del año 2018. Para la escritora,
antropóloga y activista feminista argentina, madre de una parte impor-
tante del pensamiento contemporáneo en el estudio de las violencias
contra las mujeres, la clave en la búsqueda de justicia por parte del
movimiento feminista frente a estas violencias ha de estar en «el proceso
de ampliar los debates» y no en el objetivo de perseguir «la sentencia
como una cosa», como un fin último.

32 El Encuentro Latinoamericano de Feminismos (ELLA) es un encuentro latino-


americano de feminismos que se realiza colaborativamente desde el 2014 en di-
ferentes países de la región buscando articular y empoderar a mujeres, lesbianas,
trans, travestis, todas, por medio del intercambio de experiencias, la visibilización
de las diversas luchas feministas y el fortalecimiento del tejido social.

 79
Alianzas rebeldes

Es esta premisa, la de ampliar los debates entorno a la idea de jus-


ticia feminista, la propuesta de este capítulo33. Sobre todo, teniendo en
cuenta que el modelo de hacer justicia que conocemos, vinculado al
sistema penal, está estrechamente sustentado en construcciones ideo-
lógicas misóginas y coloniales que, desde el mismo momento en que
la mujer víctima de una violencia machista interpone una denuncia es
menospreciada. No se da credibilidad a su palabra, se la cuestiona, se
desconfía de ella y se la coacciona en un proceso de revictimización
inaceptable que, sin duda, perjudica gravemente su integridad y digni-
dad34. Una justicia ineficiente a la hora de dar respuesta a las mujeres
víctimas, que genera impunidad y que suma violencia institucional a la
ya sufrida por la mujer.
Por tanto, la justicia feminista ha de implicar una forma de concebir
una idea de justicia diferente a la que conocemos. Una idea que subvierta
el actual modelo de justicia para, por un lado, desactivarlo como instru-
mento de control y sometimiento y, por otro, para transformarlo en un
modelo de justicia universal que garantice el derecho de las mujeres a
una vida libre de violencias sin que ningún colectivo ni grupo social
quede marginado. De esta forma, justicia feminista es sinónimo de des-
patriarcalización y decolonización de los espacios y estructuras donde
se toman las decisiones no solo judiciales sino también políticas, eco-
nómicas y morales. Aquellas que afectan a la vida de las mujeres, pero
también a las otras vidas que a ojos del orden patriarcal no tienen valor,
no cuentan. Las vidas que Silvia López y Lucas Platero nombran como
los cuerpos marcados35 porque «la acción política e institucional protege

33 La estructura de este capítulo tiene su origen en la charla-debate «¿Qué es la justi-


cia feminista?» en la que participamos Laia Serra, Justa Montero y Violeta Assiego
en la librería Traficantes de Sueños (16 de enero de 2020).
34 «Amnistía Internacional lleva años denunciando la persistencia de múltiples obs-
táculos para la protección e identificación de las víctimas, y subrayando que no
basta con la legislación. Hacen falta recursos humanos y materiales para poner en
práctica y evaluar –con la participación de víctimas, familiares y expertas en gé-
nero– las medidas legales, el funcionamiento de los juzgados especializados en
violencia machista, la aplicación de los mecanismos de protección. Hace falta
formación a todos los niveles para prevenir el maltrato institucional de las vícti-
mas en ámbitos policiales y judiciales. Y hace falta concienciación social, un ob-
jetivo fundamental en el que los medios de comunicación podrían jugar un papel
clave». Extracto de la situación de «Los derechos humanos en España en relación
con la Violencia contra las mujeres» (2020).
35 Cuerpos Marcados. Vidas que cuenta y políticas públicas. Silvia López y R. Lucas
Platero (eds.). Ediciones Bellaterra. (2019).

80 
5. Justicia feminista: la revolución inaplazable

y hace posibles unos cuerpos y no otros, a estos los daña, humilla, vio-
lenta e incluso deja morir». Vidas a las que atraviesa las violencias se-
xistas, racistas, LGTBófobas, antigitanistas, capacitistas, xenófobas,
clasistas... todas aquellas que vulneran el derecho a la no discriminación
recogido en la normativa de derechos humanos36.

La justicia feminista no puede ser derecho penal del enemigo

En esa necesidad de ampliar los debates sobre qué es y en qué consiste


la justicia feminista frente al punitivismo populista es necesario subrayar
que ambos enfoques de justicia son antagónicos. La justicia feminista
nada tiene que ver con el deseo de castigo ejemplarizante y de venganza
en el que se fundamenta el punitivismo. La justicia feminista se articula
y se construye desde la lógica de los derechos humanos. Es decir, desde
una lógica contraria al derecho penal del enemigo que deshumaniza a los
sujetos a los que incrimina pasando por encima de sus derechos indi-
viduales bajo la excusa de garantizar una falsa seguridad colectiva.
En la justicia feminista, la búsqueda de la verdad, la justicia, la repa-
ración y la recuperación de las mujeres que son víctimas de las violencias
machistas no puede desvincularse de los valores y los principios de
derechos humanos, es decir, de la universalidad, la individualidad, la
indivisibilidad, la interdependencia, la inalienabilidad y la no discrimi-
nación. No podemos obviarlos cuando desde los feminismos se habla
de justicia. Al fin y al cabo, el feminismo representa un movimiento de
liberación de las mujeres, una reivindicación de soberanía sobre sus

36 La prohibición de discriminar está íntimamente ligada al concepto de igualdad y


la aplicación de los principios de universalidad y no discriminación consagrados
en el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. La prohibi-
ción de la discriminación es un aspecto fundamental de los derechos humanos,
presente en todos los tratados internacionales generales de la materia, tanto en el
ámbito universal de protección de los derechos humanos (Sistema de Naciones Uni-
das) como en los ámbitos regionales (africano, americano y europeo). El Comité de
Derechos Humanos del Sistema de Naciones Unidas, ha definido a la discrimina-
ción como: «(...) toda distinción, exclusión, restricción o preferencia que se basen en
determinados motivos como la raza, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión
política o de otra índole, el origen nacional o social, la posición económica, el naci-
miento o cualquier otra condición social y que tenga por objeto o por resultado
anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igual-
dad, de los derechos humanos y libertades fundamentales de todas las personas»
(Comité de Derechos Humanos de la ONU, Observación General núm. 18).

 81
Alianzas rebeldes

cuerpos y sus proyectos de vida, una exigencia de que se ponga fin a las
violencias que sufren cuando se les niega esa autonomía en base a leyes,
creencias religiosas o prácticas culturales que atentan contra su dignidad
e integridad personal.
En contraposición a la justicia feminista, el populismo punitivo que
se inspira en el derecho penal del enemigo. Tomando como referencia lo
que establece la Sentencia 655/2007, de 25 de junio de la Sala 2ª del
Tribunal Supremo, es necesario destacar cómo este se caracterizaría por
tres elementos incompatibles por su enfoque antiderechos con un mo-
vimiento emancipador como el feminismo:

• Criminaliza conductas que en sí no son constitutivas de delito y


lo hace por el hecho de que quien las realiza es señalado ideoló-
gicamente como enemigo. En consecuencia, se penaliza la exis-
tencia de ese sujeto por lo que representa y no por lo que sus
actos sean constitutivos de ilícitos penales.
• Aumenta la gravedad de las penas más allá de la idea de propor-
cionalidad, lo que puede implicar la aplicación de penas de prisión
de larga duración contrarias a los derechos humanos37.
• Se relativizan las garantías procesales de la tutela judicial efectiva
y un juicio justo y se limitan los derechos fundamentales del
imputado durante el procedimiento.

En consecuencia, las propuestas punitivistas que se escuchan de


agravar la duración de las penas a los agresores sexuales se basan en esta
idea de derecho penal mucho más autoritario de lo permitido en un
marco de derechos humanos. Un modelo de derecho penal que evoca

37 Por ejemplo, «Desde que en el año 2015 se aprobó, las principales organizaciones
defensoras de derechos humanos, asociaciones de jueces, de fiscales y de abogados,
así como expertos en materia penal han reiterado cuáles son los argumentos jurídi-
cos que deslegitiman la medida de prisión permanente revisable así en un sistema
penal que busca y persigue la reinserción y la reeducación. Entre estos argumentos
quizá resulte útil destacar de forma muy somera algunos de ellos como que niega
la posibilidad de que una persona interna en una prisión pueda reinsertarse en la
sociedad implica la violación del artículo 3 del Convenio Europeo de Derechos
Humanos. Garantizar la rehabilitación y reinserción de las personas condenadas
es algo que no solo recomienda el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, sino
que recoge de forma explícita el artículo 25.2 de nuestra Constitución. La actual
redacción de la prisión permanente revisable no garantiza esa alternativa de rein-
serción». Argumentos contra la prisión permanente revisable. Violeta Assiego (el-
diario.es, 09 de febrero de 2018).

82 
5. Justicia feminista: la revolución inaplazable

al que se aplicaba por los regímenes autoritarios del último siglo como
por ejemplo el propio franquismo38. Un sistema penal que señala, de-
moniza y deshumaniza a aquellos sujetos que considera peligrosos, in-
feriores, inmorales o no dignos del modelo de ciudadano ideal que
promueve el régimen, y todo ello en base a motivaciones sexistas, racis-
tas, xenófobas, lgtbófobas, antigitanistas, capacitistas y aporófobas. De-
fender la justicia punitiva es defender este orden penal donde el derecho
penal del enemigo otorga al Estado el control absoluto para cometer
crímenes de poder que vulnerarían derechos recogidos en nuestra Cons-
titución, entre ellos, el artículo 14.
Este modo de hacer justicia, sus medios y sus fines, no está en sinto-
nía con los orígenes y la experiencia histórica del movimiento feminista.
Más bien lo contrario. Quienes quieren instrumentalizar el feminismo
para endurecer las penas no quieren más que dar continuidad a la re-
presión de la justicia patriarcal. Perpetuar las opresiones sexistas, socia-
les, racistas, clasistas, religiosas que permiten al poder político, religioso,
económico para mantener el control de las vidas subyugadas, está muy
lejos de garantizar la seguridad a las mujeres.
La única forma de erradicar las violencias machistas contra las mu-
jeres es la decisión firme de los Estados de colocar el valor de la vida y
de los cuidados en el centro de sus políticas públicas39. Es poner fin a la
hegemonía de una economía neoliberal que cosifica, mercantiliza y sa-
crifica los cuerpos marcados y las vidas precarias como objeto a

38 El franquismo reformó la Ley de vagos y maleantes de 1933 para castigar con


mayor dureza distintos comportamientos considerados antisociales (vagabundos,
nómadas, proxenetas...) incluyendo también a los homosexuales. Se trataba
de una ley que no sancionaba delitos, sino que intentaba evitar la comisión futu-
ra de los mismos no incluía penas, sino medidas de alejamiento, control y reten-
ción de los individuos supuestamente peligrosos hasta que se determinara que se
había acabado su peligrosidad. Durante el franquismo fue utilizada arbitraria-
mente para la represión de las personas sin recursos. En 1970, se sustituyó esta
ley de orden penal por La ley sobre peligrosidad y rehabilitación social que reforzaba
el control de todos los elementos considerados antisociales (mendigo, homo-
sexuales, consumidores de drogas, prostitutas y proxenetas, inmigrantes ilega-
les...) y que fueran considerados peligrosos moral o socialmente por el Régimen
franquista. Esta ley no fue derogada completamente hasta la reforma del Código
Penal de 1995, si bien algunos aspectos dejaron de aplicarse en los años 80.
39 Uno de los trabajos más recomendables en esta materia es el de Amaia Pérez
Orozco y en concreto su libro: Subversión feminista de la economía Aportes para un
debate sobre el conflicto capital-vida. Editorial Traficantes de Sueños, (2014).

 83
Alianzas rebeldes

domesticar, a explotar y a consumir del que deshacerse cuando no tiene


utilidad40; especialmente la vida de las mujeres.

La justicia feminista ha de ir más allá de la justicia penal

Y, ¿cómo ampliar los debates para materializar la justicia feminista desde


la lógica de los derechos humanos? Ensanchando el foco. Buscando
respuestas y prácticas sociales de prevención, educación, mediación, re-
solución de conflictos, nivelación de desequilibrios y reparación que
trasciendan al orden penal. Interviniendo con mirada y ética feminista
en otros órdenes jurisdiccionales de la administración de justicia e in-
terviniendo en el desarrollo de políticas públicas que transversalicen
medidas de igualdad y de trato justo41, que vayan más allá de la disuasión
a la que puede aspirar el derecho penal. Como defiende la primera
mujer fiscal general de Guatemala, Claudia Paz y Paz, las elevadísimas
cifras de feminicidios y de violencia contra las mujeres nos dicen que el
derecho penal no puede actuar solo, hay que sumarle medidas de pre-
vención, de educación que enfrenten el sistema patriarcal, al tiempo que
mantiene que el derecho penal bien utilizado puede significar una pro-
tección para las mujeres42.

40 Sobre esta idea es muy recomendable leer la obra de Zigmunt Bauman, especial-
mente Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias (Editorial Paidós. 2005)
De este libro es la famosa cita: «De las fábricas parten a diario dos tipos de ca-
miones: un tipo se dirige a los almacenes y grandes almacenes, el otro a los ver-
tederos. El cuento con el que hemos crecido nos ha adiestrado para advertir
(contar, valorar, preocuparnos por) tan sólo el primero tipo de camiones».
41 En este sentido, estás surgiendo iniciativas enormemente transformadoras como
las de los proyectos de remodelación de los patios de los colegios públicos desde
una perspectiva de género. Una experiencia que se apunta en este artículo de
Marta Borraz «Patios feministas contra el monopolio del fútbol: así cambia el
recreo cuando niños y niñas pueden jugar a más cosas» (eldiario.es – 8 de junio
de 2019).
42 Claudia Paz y Paz, se define como feminista y garantista. Es reconocida por ha-
ber investigado el mayor genocidio de Guatemala y llevado a la Justicia a José
Efraín Ríos Montt. Impulsó la Comisión Internacional contra la Impunidad en
Guatemala (CICIG) y creó el Modelo de Atención Integral para mujeres vícti-
mas de violencia de género en Guatemala que supuso una reforma del sistema de
acceso a la justicia que permitió sacar a la luz las altísimas tasas de violencia que
sufren las mujeres en su país. En su participación en el Segundo Encuentro Re-
gional de Feminismos y Política Criminal explicó la experiencia práctica de ese
Modelo de Atención Integral como «un intento de que haya derecho penal cubra
deudas históricas con las personas que no gozaron de su protección nunca: las

84 
5. Justicia feminista: la revolución inaplazable

En este sentido, la justicia feminista ha de trascender de la justicia


penal, especialmente cuando desde una mirada de derechos, llegar a este
orden jurisdiccional deja al descubierto el estrepitoso fracaso e insuficien-
cia de las políticas públicas existentes, la incapacidad del sistema de bie-
nestar para corregir las desigualdades sociales y, también, pone de relieve
el deterioro de la estructura de apoyo social que, desde la colectividad,
puede ofrecer las alternativas educativas y comunitarias como forma de
prevención y resolución de los conflictos que enmarañan en el origen
de las violencias machistas. Como señala Foucault, el derecho penal
«administra de manera diferencial los ilegalismos, esto quiere decir que
persigue a unos, tolera a otros, participa en otros y encubre a otros»43, y,
por otro, también pone en evidencia que vivimos en sociedades cada
vez más desiguales, insensibles y polarizadas dónde va calando lo que
Rita Segato denomina la «pedagogía de la crueldad y del poder»44.
Si bien, el derecho penal no deja de ser el único medio que tenemos
en este momento para afrontar las violencias machistas ya cometidas
contra las mujeres, desde los feminismos no debemos de dejar de tener
una mirada crítica hacia ese medio de resolución de conflictos que no
responden a un problema individualizado, sino a un problema de raíces
estructurales que requiere crear un nuevo sentido social. Un conflicto

mujeres». En este momento es directora del Centro por la Justicia y el Derecho


Internacional (CEJIL) por Centroamérica y México.
43 Foucault, M. Vigilar y Castigar. Nacimiento de la Prisión. Editorial Siglo XXI,
(2006).
44 « Llamo pedagogías de la crueldad a todos los actos y prácticas que enseñan, habi-
túan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. [ ..]
La repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje
de la crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía
indispensables para la empresa predadora. La crueldad habitual es directamente
proporcional a formas de gozo narcisista y consumista, y al aislamiento de los
ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros. [ ....]) Na-
turalmente, las relaciones de género y el patriarcado juegan un papel relevante
como escena prototípica de este tiempo. La masculinidad está más disponible
para la crueldad porque la socialización y entrenamiento para la vida del sujeto
que deberá cargar el fardo de la masculinidad lo obliga a desarrollar una afinidad
significativa –en una escala de tiempo de gran profundidad histórica– entre mas-
culinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, entre masculinidad y distan-
ciamiento, entre masculinidad y baja empatía. Las mujeres somos empujadas al
papel de objeto, disponible y desechable, ya que la organización corporativa de la
masculinidad conduce a los hombres a la obediencia incondicional hacia sus pa-
res –y también opresores–, y encuentra en aquéllas las víctimas a mano para dar
paso a la cadena ejemplarizante de mandos y expropiaciones ». Contra-pedagogías
de la crueldad. Rita Segato. Prometeo Libros. (2018).

 85
Alianzas rebeldes

de raíces estructurales que exige una transformación cultural que solo


es posible garantizan los derechos políticos, civiles económicos, sociales
y culturales sin discriminación, sin dejar fuera a ningún colectivos ni
grupo social. La justicia feminista, en consecuencia, es justicia social, es
parte de la lucha por los derechos de todas y de todos, por una trans-
formación social que no deje a nadie afuera; una contribución a la lucha
global contra las estructuras que producen injusticia, miseria y violencia.

La justicia feminista y la reparación a las víctimas

Ante las violencias machistas, y desde una lógica de derechos humanos,


la justicia feminista ha de ser capaz de poner en el centro a las mujeres
víctimas a través de la búsqueda de la verdad, de la justicia, de la reparación
y de las garantías de no repetición. Esta demanda justa no tiene nada que
ver con la venganza. La no impunidad de los hombres que agreden a las
mujeres que actualmente se materializa con el derecho penal, desde los
feminismos no busca el linchamiento, busca que el poder clasista y pa-
triarcal deje de amparar a los criminales. Busca romper los pactos de si-
lencio que encubren y permiten esas violencias al tiempo que quiere
garantizar que estas no se repitan, que no se reproduzcan como parte del
mandato de masculinidad que dicta el patriarcado.
Ambos elementos, romper el silencio y garantizar la no repetición de
las violencias, están estrechamente conectados al derecho a la reparación
de las mujeres víctimas, de las mujeres asesinadas y de las mujeres su-
pervivientes. Un derecho que no puede entenderse únicamente como
una indemnización económica (que la mayor parte de las veces es ver-
gonzosamente insuficiente45), ni tampoco como el apoyo emocional que

45 A este respecto es interesante leer el artículo de Laia Serra, «La reparación de las
violencias sexuales», en la revista Píkara (12 de febrero de 2020): «Poco sabido es,
que en la práctica judicial, salvo algunos casos señalados, los abusos sexuales a mu-
jeres adultas se suelen indemnizar con importes de entre los 2.000 y los 4.000
euros y las violaciones, con importes de entre los 6.000 y los 12.000 euros. Poner
precio al dolor y a la afectación del proyecto vital de una mujer o niña es hiriente y
complejo. Cuando las abogadas consensuamos con las mujeres que representamos
los importes de las indemnizaciones que reclamaremos cuando ejercitemos la acu-
sación, sabemos que nos exponemos a lógicas contaminadas por estereotipos de
género. «Si pides tan poco, es que no te ha afectado tanto y quizás la agresión no
sea tan cierta o grave …», «si pides tanto dinero y superas el importe reclamado por
la Fiscalía, es que pretendes enriquecerte y quizás sea éste el verdadero móvil de la
denuncia …». Decidamos lo que decidamos, será cuestionado y deslegitimado».

86 
5. Justicia feminista: la revolución inaplazable

recibe la mujer de forma condicionada a si interpone una denuncia,


si obtiene una resolución favorable o si existe recurso público espe-
cializado cerca de su lugar de residencia46. El derecho a la reparación
debe incluir también la potencia transformadora de la reparación sim-
bólica. Es esta la que puede transformar la estructura, impactar en lo
colectivo. Es en esta donde se gesta la potencia de justicia feminista.
Como bien explica la jurista María Naredo, «en la violencia machista
la situación en la que se produce la violencia está marcada por un
contexto de discriminación machista, por motivos de género, es muy
importante poner eso de relieve. Es decir, el derecho a la reparación
de las víctimas de violencia machista es un derecho que debe tener
un componente individual, pero otro componente estructural. La
transformación individual tiene que llevar en paralelo la transforma-
ción del contexto, de las raíces de lo que produjo esa violencia»47.
Desde una defensa de la justicia feminista es necesario reivindicar
esa potencia del derecho a la reparación plena para acercarla a una idea
de justicia transformativa que atiende la sanación del daño a las víctimas,
pero que no pierde de vista la necesidad de que haya una comprensión
comunitaria y colectiva de cuáles son las raíces de la violencia y posibi-
lite la asunción de la responsabilidad personal por parte del autor sin
necesidad de pasar por encima de sus derechos de reinserción. Trabajar
en garantizar que las violencias no se repitan tratando de manera posi-
tiva en las circunstancias estructurales que están en el origen de las
violencias machistas. Una justicia feminista que apuesta por transformar
la sociedad, humanizar el apoyo colectivo desde los vínculos y tejer la
corresponsabilidad comunitaria48.

46 Hasta el mes de enero de 2020 no se había abierto en España, en concreto en Ma-


drid, el primer centro de crisis 24 horas de atención a mujeres víctimas de violencia
sexual. Sobre la necesidad e importancia de este tipo de recursos de atención inte-
gral en la reparación y recuperación de las mujeres víctimas es de gran valor el
trabajo desarrollado la investigadora y experta en violencia sexual Barbará Tardón
Recio: La violencia sexual: Desarrollos feministas, mitos y respuestas. Normativas glo-
bales. UAM, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, (2017).
47 María Naredo participó en el Estudio Flores en el asfalto, Causas e impactos de las
violencias machistas en las vidas de las supervivientes resultado de una investigación
de dos años que realizó Mugari Gabe junto con Hegoa. Como parte de ese tra-
bajo de investigación, María Naredo apunta en una de las entrevistas cómo el
movimiento feminista debe apropiarse del derecho a la reparación para su reivin-
dicación, (2017).
48 Sobre qué es la justicia feminista y cuál debería ser su concepto y modelo es ne-
cesario consultar el documento final del trabajo de reflexión que se ha hecho en

 87
Alianzas rebeldes

Paradójicamente, la potencia transformadora que tiene el derecho a


la reparación a las víctimas en la sociedad es algo que temen los funda-
mentalismos contemporáneos (tal y como los nombra Rita Segato) que
velan por los intereses del neoliberalismo y del patriarcado travistién-
dose de fascismo. Cuando un partido como Vox se niega a hacer un
minuto de silencio por las mujeres asesinadas, o amordaza las declara-
ciones institucionales que condenan las violencias machistas, o se con-
tramanifiesta para reivindicar que todas las violencias son iguales no solo
busca deslegitimar la voz de las mujeres víctimas. Está tratando de des-
activar la potencia de transformación social que implica el feminismo al
nombrar las violencias, denunciarlas públicamente y exigir que como
sociedad no se deje de lado a las víctimas. Es querer imponer el silencio
y la impunidad para perpetuar una falsa conciencia de que la sociedad
está del lado de los hombres y despreciar los derechos de las mujeres
supervivientes de las violencias y la memoria de las mujeres asesinadas.

La justicia feminista y la comprensión colectiva

En la problematización del debate entre justicia feminista y populismo


punitivo no puede obviarse el momento político y económico que vivi-
mos con el auge de las retóricas fascistas como aliadas imprescindibles
del neoliberalismo y de sus modos de explotación, pero también de los
fundamentalismos religiosos y su oposición violenta al reconocimiento
y respeto de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y de
las disidencias sexuales. Un contexto que tiene consecuencias en las
vidas y los cuerpos de las personas, dejando secuelas emocionales y
económicas que ahondan en la vulnerabilidad, indefensión, fragilidad
y frustración en la que se encuentra millones de niñas y mujeres, pero
no solo, también otros sujetos cuyos cuerpos marcados son objeto y
objetivo de las violencias estructurales del racismo, la LGTBfobia, el
capacitismo, el antigitanismo, la xenofobia, el clasismo, la aporofobia y
el sexismo.

el Seminario de Justicia Feminista del Grupo de Género dentro del Foro Social
Permanente y que se presentó en forma de ponencia en las V Jornadas Feminis-
tas de Euskal Herria «La Justicia Feminista a debate» (Durango, 1-3 de noviem-
bre de 2019).

88 
5. Justicia feminista: la revolución inaplazable

A esta coyuntura de agotamiento vital, precariedad laboral, tensión


política y desgaste cruel se une la incertidumbre añadida ante el futuro por
el impacto de la COVID-19. Un escenario de estados de ánimo y riesgo
real de colapso social que está siendo instrumentalizado por los poderes
políticos, económicos y religiosos para avivar los miedos y las insegurida-
des, para estrangular más a las capas vulnerables de la sociedad, para
obtener beneficios con sus operaciones extractivas49. Un cóctel explosivo
entre precariedad y susceptibilidad que representa el escenario perfecto
para desplegar las tesis punitivas, los discursos de odio que atentan
contra la dignidad de las personas. En este contexto de vulnerabilidad
y ansiedad el derecho penal del enemigo cala fácilmente entre la ciudada-
nía, tanto en aquella que no quiere perder sus privilegios como entre la
que ve que sus derechos básicos no están siendo protegidos y están al
límite, se sienten frustrados e indefensos.
Enfrentarse a esta ola reaccionaria y a la mayor crisis social de las
últimas siete décadas desde los feminismos, implica seguir avanzando
sin que nadie se quede atrás. Es aquí donde la justicia feminista se torna
en una revolución inaplazable para blindar la protección de la vida y
de la dignidad de las mujeres, pero no solo. En este momento histórico
es la hora de justicia feminista para desmotar y desarticular el patriar-
cado como paradigma de poder, para politizar lo comunal, lo colectivo
y los cuidados; para recuperar el control de los propios proyectos de vida,
la soberanía de los cuerpos y la autonomía económica. La justicia femi-
nista como potencia feminista capaz de hacer frente a la necropolítica
con más prevención, más cuidado, más igualdad y más justicia50.
Ante el auge de los neoliberalismos travestidos de fascismo y su
proliferación de violencias patriarcales, la justicia feminista viene a apor-
tar una nueva gramática de lucha. Una comprensión colectiva para cui-
dar las vidas y los cuerpos que el mandato patriarcal dice que no valen.
Una forma de relación que nombra y transforma el abandono en escu-
cha, el aislamiento en redes de apoyo, y los conflictos y las diferencias
en aprendizajes personales y colectivos. Puede que no haya mejor oca-
sión que el ahora para desnaturalizar los abusos y las violencias sobre las

49 En esta línea de pensamiento se recomienda leer La Internacional feminista. Lu-


chas en los territorios y contra el neoliberalismo. Verónica Gago, Marta Malo y Luci
Caballero (eds.), Editorial Traficantes de Sueños, (2020).
50 Resulta muy inspirador para proyectar un horizonte ético diferente que supone
la justicia feminista recuperar los Documentos y Manifiestos 2015/2018 del movi-
miento Ni Una Menos. Amistad política + inteligencia colectiva (2018).

 89
Alianzas rebeldes

que se erigen las opresiones de género, raza y clase construyendo de ma-


nera conjunta un horizonte ético que es ahora, que es presente. Como
dice Virginia Cano en una entrevista que le hicieron en medio del con-
finamiento de la pandemia en Argentina51, «quien sabe, quizás ahora
mismo –y más allá de cualquier garantía–, estemos avivando la fuerza de
esos mundos otros que venimos ensayando, practicando, imaginando y
atesorando; esos mundos que nunca están a salvo, pero que guardan la
potencia siempre esquiva de un-otro-modo, de una otra-vida-en-común».
Quién sabe cuál puede llegar a ser la dimensión global del movi-
miento feminista si articula una justicia feminista que haga cuerpo co-
mún desde la inteligencia colectiva, la justicia social y la búsqueda de la
verdad, de la justicia y de la reparación desde la lógica de los derechos
humanos. En el espíritu de la democracia, contra la crueldad solo es
posible más feminismo.

51 Virginia Cano es doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, do-


cente, investigadora, activista lesbiana y feminista «Un diálogo desde la fragilidad
y la incertidumbre». Por Marta Dillon (10 de abril de 2020, Suplemento LAS12
de Página 12).

90 
6.
Una institución feminista

LAURA PÉREZ CASTAÑO

En lugar de estar preguntándonos continuamente en qué se equivo-


can estas mujeres, lo que les tendríamos que hacer es preguntar cómo
están solucionando los problemas y qué podemos aprender de ellas.

Dolores Juliano

Podéis imaginar que darle centralidad al feminismo no es un propósito


sencillo en política institucional, una actividad históricamente contro-
lada y ejercida por hombres que sigue siendo profundamente andro-
céntrica, con formas y dinámicas patriarcales. También las propias
estructuras de partido promueven la verticalidad, la acumulación del
poder y las dinámicas de la informalidad. Pero la política institucional
puede ser también la oportunidad para llevar a la práctica y plasmar en
intervenciones concretas las ideas de un feminismo no identitario, no
punitivo e interseccional que no ha sido hegemónico en la política
institucional feminista y que a veces ha tenido que pelear por sus ideas
desde los textos o la academia. Estar al frente de una concejalía es, por
tanto, la oportunidad de demostrar que los discursos y las teorías femi-
nistas que algunas defendemos tienen su correlato en la práctica y que
si apostamos por ellos es porque se traducen en políticas concretas más
eficaces y más transformadoras.
En muchas ocasiones durante estos años al frente de la concejalía
de feminismos y LGTBI me han preguntado si la convicción femi-
nista de este gobierno tenía que ver con que la alcaldía estuviera

 91
Alianzas rebeldes

ocupada por primera vez en la historia de la ciudad por una mujer. La


entrada de feministas en la institución, no solo mujeres, es clave para
avanzar en este sentido y aplacar resistencias. Pero es momento de de-
cir que expresiones como «feminizar la política» son claramente esen-
cialistas, aunque nos hayan servido para comunicar con facilidad ese
«hacer política de otra manera» que podían representar figuras como
Manuela Carmena o Ada Colau. No se trata de ser mujeres, aunque
este valor simbólico ayude a la ampliación de horizontes de todas las
mujeres. Se trata de tener un proyecto claramente fundamentado en el
feminismo, en su teoría y en la práctica también.
El objetivo es incorporar una perspectiva estructural, superar la mi-
rada de los servicios dirigidos exclusivamente a las mujeres, ampliar
horizontes en la lucha contra el machismo e impregnar toda la institu-
ción de los objetivos de la justicia de género. Aplicar esa lógica inclu-
yendo además del género variables como el racismo, la LGBTIfobia, la
pobreza, la precariedad económica y de tiempo… en un contexto mar-
cado por una ley de extranjería racista y una ley de seguridad ciudadana
que ha sido utilizada para perseguir libertades. El feminismo en la ins-
titución ni puede ni debe ser el instrumento para conseguir que algunas
mujeres accedan a lugares de poder a costa del esfuerzo de otras. Cuando
se ha utilizado de esta forma se han quedado fuera las reivindicaciones
de justicia social y global.
En las páginas que siguen me centraré en tres de los ámbitos en los
que hemos concentrado nuestros esfuerzos: el cambio institucional desde
un punto de vista feminista, implementando la transversalidad de género;
el abordaje de la división sexual del trabajo en el núcleo duro de la po-
lítica pública, es decir, la economía; y la prevención del sexismo. De cada
uno de ellos se desprende también la perspectiva no punitiva, intersec-
cional, no identitaria, que ha caracterizado el feminismo que defende-
mos. Y todo ello sin huir de los debates más duros del feminismo,
acogiendo una postura pro derechos de las trabajadoras sexuales que
siguen perseguidas en muchas ciudades del Estado por distintas orde-
nanzas municipales que las acaban endeudando y acorralando.
La transversalidad de género constituye una pieza clave en cualquier
proyecto político. El buen gobierno no se puede entender solo desde
una perspectiva de eficiencia y eficacia; buen gobierno es también una
administración inclusiva y democrática, capaz de producir unas políti-
cas no solo bien diseñadas, gestionadas y evaluadas, sino que den res-
puesta a las necesidades de toda la ciudadanía. Esto implica transformar

92 
6. Una institución feminista

las prácticas y la cultura de nuestras instituciones. Desde revisar las ru-


tinas para incorporar la igualdad como requisito (por ejemplo, en los
presupuestos, las contrataciones públicas y las subvenciones), formar al
personal político y técnico en igualdad de género, revisar los objetivos
de todas las políticas para que persigan la justicia de género (en cultura,
salud, deportes, economía, seguridad, ecología, urbanismo, etc.); generar
herramientas analíticas e informativas. Y hacerlo, sabiendo incorporar
al movimiento feminista y la sociedad civil organizada en el diseño y
seguimiento de las políticas públicas.
Si tuviera que escoger un ámbito en materia de transversalidad des-
tacaría aquellas políticas transversales que tienen que ver con la economía
y la redistribución de los recursos. La institución como motor económico
haciendo más equitativos los presupuestos, los precios públicos y las tasas
(viendo qué programas incrementan desigualdades por sexo y trabajando
para cambiarlos, y en precios públicos viendo qué exenciones o reduccio-
nes serían más positivas para las mujeres). Y también sobre la contratación
pública. Hay que exigir cláusulas de género a las empresas que trabajan
con las administraciones públicas para que incluyan la paridad entre hom-
bres y mujeres en los diferentes perfiles y categorías profesionales, corri-
jan la brecha salarial o actúen contra el acoso sexual o por razón de sexo,
orientación sexual, identidad o expresión de género.
Además, hay que dar el ejemplo analizando la brecha salarial de las
administraciones y aplicando medidas para corregirla. Esta es siempre
una de las decisiones en la que se encuentra más resistencia interna.
¿Quién querría conocer la brecha salarial propia y ponerse en evidencia?,
me dijeron varias veces y yo contestaba: «quien está dispuesto a poner
medidas para acabar con ella». En todo este proceso, que nos llevó más
de tres años de perseverancia, me quedo con el desenlace y con el re-
cuerdo de una de las «opositoras», un alto cargo interno que se acabó
confesando «conversa» el día que presentábamos el análisis de la brecha
y que hoy es una de las que trabaja con más empeño para corregirla.
Hay un cambio sustancial entre convocar reuniones a las que los depar-
tamentos envían al perfil técnico más bajo para cumplir con el expe-
diente a estar en el máximo interés de la gerencia de una organización
municipal. Pasar de ser la asignatura a la que nadie le ve interés a uno
de los ejes centrales del buen gobierno, y que las diferentes áreas nece-
sitan para mejorar sus procesos.
Es este un camino interesante, en el que el contexto de auge de la
sensibilización y las movilizaciones masivas en la calle nos aúpa en

 93
Alianzas rebeldes

nuestros objetivos. Las demandas feministas hoy ya no pueden ser ig-


noradas. Aún recuerdo cuando decidimos poner el nombre de Feminis-
mos y LGTBI a la Concejalía y la directora del área me pidió que no
lo hiciera. «Suficientemente difícil ya es presentarse como área de la
mujer, que nadie te hace caso, como para colgarnos el cartel de femi-
nistas». Pero hoy, gracias al contexto social de movilización feminista
estamos en un lugar diferente. Quiero pensar que de alguna manera se
ha roto (ampliando las alianzas) con la idea que se tiene a menudo del
feminismo como movimiento político, ubicado exclusivamente en el eje
de los movimientos identitarios. Cuando es identificado de esta forma,
se tiende a ignorar que es el movimiento que más fuertemente ha com-
binado los cambios en la representación (el poder y decisión), en el plano
económico y en la libertad y el reconocimiento. Cuando se busca hablar
de valores y de identidad al hablar de feminismo (o de antifeminismo)
caemos en la trampa de apartar las demandas feministas que apuestan
por transformaciones profundas, es decir las económicas, las de división
del poder y las de violencia y libertad.
Otro de los elementos que he tenido claro desde el principio es
que las políticas feministas además de transversales tienen que ser
necesariamente interseccionales. Que una mujer llegue a un espacio
de decisión no significa que lleguen todas. Si la interseccionalidad no
se tiene en cuenta de manera consciente y activa, las de siempre que-
darán invisibilizadas y marginadas, especialmente en el ámbito de los
derechos económicos.
Es clave poner nuestros esfuerzos en medidas económicas contra la
feminización de la pobreza y la precariedad. Si bien hasta el momento
las administraciones locales acumulan experiencia en el trabajo con
mujeres directivas, se trata de orientar las políticas de igualdad a las
precarias, las migrantes, las que están en una situación administrativa
irregular, las racializadas, las putas, las monomarentales, las mujeres ma-
yores que sufren la brecha en las pensiones después de toda una vida
trabajando (en esos trabajos reproductivos no remunerados, en trabajos
de la economía informal), las trans. Lejos de los discursos de la igualdad
formal que propugna el feminismo liberal, el feminismo por el que apuesto
es el de la defensa de los derechos sociales y laborales de todas. Como
dice Nancy Fraser en su Manifiesto de un feminismo para el 99 %» el femi-
nismo para el 99 % representa la alternativa al feminismo liberal, ese que
tiene como espacio de comodidad el objetivo de «romper el techo de
cristal» y cuyas principales beneficiarias son mujeres directivas.

94 
6. Una institución feminista

Además, estas políticas, para ser fructíferas y transformadoras, deben


de ser también ejercicios de coproducción de política pública. Contar
en su redacción y diseño con los equipos técnicos, políticos, con acadé-
micas y expertas y con mujeres de diferentes ámbitos que manifestan y
viven en primera persona la precariedad: mujeres de sectores laborales
como las kellys o las trabajadoras del hogar en régimen interno, las
familias monomarentales con menos recursos o las trabajadoras sexua-
les. De ellas he aprendido mucho estos años. A ellas, les agradezco su
tiempo (siempre escaso y valioso cuando de precariedad se trata) porque
no hay política pública de calidad diseñada sin las protagonistas. Son
ellas quienes te explicarán las dificultades de alquilar una habitación
con una persona dependiente, cuando no puedes permitirte un aparta-
mento. O lo que supone el estigma de puta en actos cotidianos como
la visita del médico o la reunión del colegio de tu hija.
En la defensa de derechos, no podemos olvidar ni ignorar la situación
de las trabajadoras sexuales. Muchas ciudades hemos heredado una
serie de ordenanzas del civismo por las que se multa a mujeres que
ofrecen servicios sexuales en el espacio público y a clientes que los so-
licitan. Son numerosos los informes y estudios en los que se han eva-
luado los impactos de este tipo de ordenanzas sobre la vida de las
mujeres que ejercen el trabajo sexual. Los resultados son un fracaso.
Las justificaciones que mantienen los defensores de las ordenanzas
no se cumplen. Ni se ha conseguido «reducir el número de mujeres en
calle» ni ha sido una herramienta de lucha contra la trata de personas.
Justamente las mujeres más multadas son precisamente las mujeres en
situación de trata, ya que están más horas en la calle debido a la coacción
que sufren. Además, al multarlas se vulnera la Directiva 2011/36/UE,
en su artículo 11, que obliga a los Estados miembros a proteger y aten-
der a las mujeres que puedan estar en situación de trata y el artículo 8
que obliga a los Estados miembros a no imponerles multas.
Por tanto, las ordenanzas no cumplen sus objetivos y además tienen
un impacto cuyos impulsores quieren ignorar: la situación de las muje-
res multadas es cada vez de mayor vulnerabilidad económica. Tanto que
por un lado las policías locales multan y por otro lado las entidades
sociales y las propias administraciones públicas tienen que ofrecer ser-
vicios de atención social para paliar la situación de vulnerabilidad que
se genera ¡Un sinsentido, vaya!
Ante esta situación, tengo muy claro que el camino no son estas
normas punitivas y de control, sino trabajar desde un marco de no

 95
Alianzas rebeldes

criminalización y de garantía de derechos para mejorar las condiciones


de vida de estas mujeres, de todas y cada una de ellas, estén en situa-
ción de trata o no.
Con este objetivo, es fundamental dividir las líneas de trabajo en
materia de trata de la de prostitución no forzada. Crear unidades y
servicios específicos contra la trata de seres humanos con una dotación
económica anual real, recursos coordinados con judicatura, fiscalía,
entidades sociales y todos los cuerpos policiales, y que ofrezcan acom-
pañamiento judicial, viviendas protegidas, inserción laboral y ayudas
económicas.
Por otro lado, elaborar un diagnóstico de necesidades y demandas
con representantes de mujeres que ejercen la prostitución de manera no
forzada. Dar agencia política y reconocer su criterio para diseñar pro-
gramas municipales es clave. Las trabajadoras sexuales han sido a me-
nudo expulsadas del debate sobre su propia situación, cosa que
resultaría inverosímil en cualquier otro colectivo. Es difícil entender el
estigma de puta si no se habla con ellas. El diálogo con estos actores
permite impulsar y enriquecer nuevos programas de formación e inser-
ción al mercado laboral formal, reforzar el servicio de atención dedicado
a informar a las mujeres de sus derechos y a ofrecer servicios jurídicos,
sociales, de acceso a vivienda o al sistema sanitario centrados verdade-
ramente en sus necesidades. Y algo importante respecto al cambio de
rol de la policía local: el énfasis debe estar en mesas de trabajo con di-
ferentes agentes sociales para trabajar la protección y el derecho a la
seguridad ante violencias que puedan sufrir y no en la persecución a
través de multas.
El eje de prevención del sexismo es el último que quisiera destacar
por la importancia del enfoque. Como receta para luchar contra el ma-
chismo hemos escuchado a feministas como la cofundadora de Femen
en Brasil, Sara Winter, defender la reducción de la edad penal, la cas-
tración química o el aumento de penas para violadores, propuestas todas
ellas del actual presidente del país, Jair Bolsonaro. Son propuestas pu-
nitivas que se acaban volviendo contra quienes se supone que defiende.
Frente a este tipo de políticas, apuesto por poner el acento en las estra-
tegias educativas, en proyectos estructurales en las escuelas e institutos,
en el trabajo conjunto con el ocio nocturno de nuestras ciudades y en la
generación de puntos de sensibilización en las fiestas populares en alianza
con las entidades del territorio, consiguiendo así difundir el mensaje de
la libertad sexual y la agencia de las mujeres.

96 
6. Una institución feminista

En este sentido, es esencial que las campañas de comunicación de


prevención del sexismo lancen también mensajes directamente diri-
gidos a los hombres. Instar a los hombres a actuar frente actitudes y
comportamientos machistas, señalar el machismo cómplice, el silen-
cio y la permisividad como el mejor caldo de cultivo para la discri-
minación y la violencia.
Tengo el claro convencimiento de que hay que trabajar un feminismo
que incluya en la solución del problema a los hombres. Si no, seguiremos
aplaudiendo con una sola mano. «Feminismo para que los hombres
habiten nuevas formas de ser hombres» que escribe Roy Galán en su
libro Fuerte. Y aquí se nos presenta una línea de trabajo a la que muchas
le estamos dando vueltas pero que nos queda mucho recorrido por
hacer. Cómo nos dirigimos a los hombres, a los chavales y a los niños
que están aprendiendo su masculinidad y construyéndola, cómo les
ofrecemos una alternativa libre de cómo ser un hombre, integrándoles
como parte activa en la lucha contra el machismo. Solo reduciremos la
violencia machista si la otra mitad de la población se implica. Solo
podremos erradicar las prácticas violentas si los hombres actúan, y para
ello tenemos que saber también (porque creo que lo ignoramos) cuáles
son las estrategias que utilizarían los hombres para reducir la violencia
machista. Y hablarles a los hombres, no como culpables, sino como parte
efectiva y necesaria de la solución. Y digo a los hombres en general, pero
sobre todo a aquellos que hoy están aprendiendo qué significa ser un
hombre, qué comportamientos son premiados y cuáles se penalizan.
Todo eso que se va aprendiendo e incorporando desde bien pequeños
porque no, no se nace machista. Se aprende a no mostrar afecto al amigo,
a chocar la mano en lugar de abrazar, a esconder la pluma, a abandonar
aficiones que te gustan para complacer una masculinidad que impone
tremendos límites.
Sigamos apostando por un feminismo que va mucho más allá de la
feminidad, y más allá de las mujeres, un feminismo del 99 % que pone
el cuidado en el centro, que transforma los imaginarios sexuales y cor-
porales, que promueve la diversidad. El nuestro es un feminismo que se
compromete con la libertad, la de las mujeres, pero también la de los
hombres para que puedan rebelarse contra las imposiciones de una
masculinidad que les encasilla; un feminismo que no se erige contra
nadie, sino que pretende incluir a todo el mundo.

 97
7.
Violencia sexista:
qué podemos esperar del derecho penal

MIREN ORTUBAY FUENTES

«Ninguna agresión sin respuesta». Cuando gritamos o escuchamos esta


reivindicación, normalmente pensamos en una respuesta punitiva y, en
general, en una sanción impuesta por un juzgado penal. Esta asociación
mental es muy lógica, porque durante años se ha transmitido a las mu-
jeres el mensaje de que, si quieren protección frente a la violencia sexista,
tienen que interponer una denuncia penal. Pero ¿qué pueden ellas es-
perar del sistema penal?, ¿es este capaz de responder a sus expectativas?
Expondré a continuación unas breves reflexiones sobre lo que la vía
penal ofrece a las mujeres que reaccionan frente a la violencia machista
[1], para pensar luego sobre la (in)capacidad de la justicia de satisfacer
las demandas de reparación que ellas formulan [2]52. Voy a centrarme
en la violencia que surge en el seno de una relación de pareja (la deno-
minada «violencia de género»), porque es la que, con muchísima más
frecuencia que otras violencias sexistas, se plantea ante los tribunales53.

52 Las ideas del apartado primero se encuentran más desarrolladas en la ponencia


que presenté en el Congreso I nternacional Feminismo 4.0 (Tolosa, Gipuzkoa,
2019, disponible en internet) y, con otro enfoque, en «La violencia sexista en la
pareja: revisando algunos tópicos», en Grand Place núm. 12, 2019, pp. 109-128.
La segunda parte, coincide básicamente con mi artículo «Violencia de xénero:
reparación vs castigo», en Luzes núm. 79.
53 Cabe recordar que la Ley I ntegral de 2004 condiciona la mayoría de los dere-
chos y recursos que articula para las « víctimas» a la obtención de una Orden de
Protección (penal).

 99
Alianzas rebeldes

El castigo como respuesta

El aparato penal –el más violento, vertical y jerárquico de los instrumentos


jurídicos– tiene como fin principal (y casi exclusivo) el castigo. Su objetivo
es imponer una pena a quien ha infringido la ley; y suele darse por supuesto
que tal objetivo coincide con el de la persona que se ha visto perjudicada
por el delito. En ese sentido, se dice que el sistema penal protege o defiende
a las víctimas, pero en realidad, los intereses de estas, sus vivencias y sus
necesidades no son tenidas en cuenta en el proceso penal.
Puede afirmarse con rotundidad que la investigación de un delito no
busca la verdad, sino la prueba de que han ocurrido determinados hechos
que tienen relevancia penal. Solo estos hechos concretos, individualiza-
dos y aislados del significado que han tenido para sus protagonistas son
objeto de juicio y de sanción. Y está bien así, porque un derecho penal
garantista debe juzgar conductas externas y no formas de ser, de vivir o de
pensar. El problema es que la violencia de género es un modo de relacio-
narse, es un contexto vital (y social, cultural, político... pero esta es una di-
mensión que aquí no podemos abordar). Cuando ese clima de abuso
y control se ha instalado en la pareja, para las mujeres que lo sufren, el he­cho
concreto que provocó la denuncia es, muchas veces, el menos relevante.
Por otra parte, el derecho penal no busca resolver el conflicto inter-
personal que subyace bajo el delito. Es más, lo normal en los hechos
delictivos es que no haya vínculo personal entre el autor y el sujeto
pasivo. En este sentido, la violencia en el seno de la pareja es una ex-
cepción que, de algún modo «estresa» al sistema. A un mecanismo pen-
sado para castigar al extraño, al desconocido que nos ha hecho daño, le
resulta difícil asimilar los sentimientos ambivalentes que la víctima del
maltrato tiene hacia la persona de quien ha estado enamorada y a quien
un día eligió para compartir la vida. A diferencia de otros ámbitos de
la criminalidad, para las mujeres que han sufrido violencia lo más difí-
cil es reconocerse como víctimas. Tampoco les resulta fácil gestionar los
sentimientos de culpa, vergüenza y fracaso que surgen ante la decisión
de ruptura. Entre los mandatos de género más fuertes que el patriarcado
impone a las mujeres está el de ser el sostén afectivo de la pareja y de la
familia. Denunciar la violencia supone una rebeldía frente a ese man-
dato... y conlleva un alto coste para las que lo desobedecen.
¿Y qué encuentran cuando se atreven a hacerlo? Ellas quieres ser
oídas, pero el sistema no las escucha. Se busca su testimonio como
prueba de cargo; no interesan sus vivencias o sus demandas concretas.

100 
7. Violencia sexista: qué podemos esperar del derecho penal

Se espera de ellas un relato conciso y ordenado de hechos que la ley


considera delitos, no de aquello (gestos, silencios, actitudes...) que a ellas
les haya causado sufrimiento. Por estos y otros motivos que no podemos
desarrollar muchas mujeres que acuden a denunciar sienten que en el
juzgado no se les comprende, no se les cree, se escruta su forma de vivir
y sus actitudes... se sienten juzgadas e, incluso, condenadas (y en oca-
siones lo son, literalmente).
Las mujeres buscan poner fin a la situación de violencia y retomar las
riendas de su vida, y el sistema les ofrece «justicia». Es cierto que una
sentencia condenatoria proclama públicamente que el sufrimiento infe-
rido a la mujer es injusto e intolerable y eso supone «hacer justicia». Al
evitar la impunidad del hecho, la condena reconforta a la víctima y atri-
buye la responsabilidad al agresor; tiene un importante efecto simbólico.
Pero es solo eso, un hito, que puede señalar el inicio de un camino, pero
no es la meta. La vida libre de violencia –si se logra– va a desarrollarse a
partir de ese momento y, en todo caso, al margen del sistema penal.
Y, siguiendo con esta cuestión, ¿cuál es la medida del castigo «justo»?
Por una parte, podría pensarse que la pena correcta es aquélla «que haga
cambiar» al agresor, pero ¿cuánto es eso? No se puede renunciar a la
proporcionalidad, ni pensar que la prisión –máxima expresión de la cul-
tura patriarcal– va a eliminar las creencias machistas. Por otra parte,
frente al tópico de la víctima vindicativa, ellas sienten que más pena no
significa más satisfacción. No es fácil traducir el dolor y el daño causado
en días de prisión o en jornadas de trabajo en beneficio de la comunidad;
la cuestión es más compleja. Con frecuencia, lo que se castiga no es lo
que más ha hecho sufrir a la víctima; las definiciones penales no siem-
pre captan el significado que los hechos tuvieron para ella.

¿Es posible una justicia diferente?

Las reflexiones anteriores pueden resumirse en una idea: el modelo


tradicional (patriarcal) de justicia responde a un mal (el delito) con otro
mal (la pena). Así, lo que ofrece a las mujeres que piden protección
penal frente a la violencia sexista es el castigo de los agresores, siempre
que –en un proceso duro y hostil para ellas– se haya podido demostrar
la comisión de un hecho prohibido. Pero a menudo, las mujeres no
quieren el castigo de los hombres con los que han convivido y, en todo
caso, no buscan solo el castigo.

 101
Alianzas rebeldes

Como cualquier persona que haya sufrido una vulneración de su


dignidad y de sus derechos, ellas aspiran a ser escuchadas, a que se co-
nozca lo sucedido y se reconozca la injusticia padecida; y, sobre todo,
buscan poder rehacer su vida. Ello requiere, entre otras cosas, cierta
seguridad hacia el futuro (garantía de no reiteración), pero también la
reparación del daño sufrido. Asumiendo que esta última reivindicación
puede tener múltiples significados54, la pregunta es en qué medida puede
conseguirla el aparato punitivo.
Partiendo de la base de que el sistema penal no resuelve conflictos
interpersonales, sino que solo castiga a quien incumple la ley, es claro
que los protagonistas del juicio son el Estado que acusa y la persona
acusada, mientras que la víctima tiene un papel muy secundario. Sin
embargo, hay una medida que está pensada para compensarle por el
daño sufrido: la responsabilidad civil.
Al respecto, la ley establece que la «reparación del daño podrá con-
sistir en obligaciones de dar, de hacer o de no hacer», pero lo cierto es
que, en general, se concreta en una indemnización económica, que es el
modo en que nuestra sociedad valora los perjuicios sufridos. Evidente-
mente, el dinero es una reparación muy limitada, pero a nivel simbólico
es un reconocimiento importante. Al respecto, juristas feministas han
denunciado las pequeñas cantidades que se acuerdan en sentencias por
violencia sexista frente a otras indemnizaciones (por ejemplo, por lesión
al honor de un futbolista famoso)55.
Por tanto, una pena, más o menos grave, y una indemnización eco-
nómica es la reparación que puede ofrecer el sistema. ¿Y el reconoci-
miento del daño causado? El proceso penal establece la culpabilidad
por el delito cometido, pero se trata de una responsabilidad impuesta
desde una instancia externa al sujeto. Y ese castigo no asumido suele
alimentar la visión indulgente hacia sí mismo del infractor, que se siente
injustamente tratado. En el juicio el acusado tiene un papel pasivo (es
juzgado, es castigado), no se pretende que reconozca el daño causado

54 A veces la « reparación» se refiere a la recuperación de las mujeres, mediante la


atención integral a todas las secuelas de la violencia (psicológicas, sociales, eco-
nómicas...); intervenciones plenamente exigibles, pero fuera del sistema penal.
También se habla de reparación como obligación del Estado de indemnizar en
los casos en los que ha habido una falta de diligencia en la protección de la vícti-
ma (por ejemplo, el caso de Ángela González Carreño ante el Comité CEDAW).
En lo que sigue voy a reflexionar preferentemente sobre la reparación moral.
55 Laia Serra en «Pensar juntas para definir la justicia feminista», Pikara Magazine
2020/01.

102 
7. Violencia sexista: qué podemos esperar del derecho penal

ni, mucho menos, que lo asuma. Es más, lo más frecuente es que el pro-
cesado no llegue ni siquiera a tener conciencia del sufrimiento y los per-
juicios que ha causado a la víctima. Tampoco en los procedimientos con
«conformidad», mecanismo muy utilizado en los juicios por violencia
sexista, se produce el reconocimiento del daño. En esas condenas, el acu-
sado se conforma con la pena (porque de esa manera consigue una re-
baja) y, para ello, acepta los hechos que se le imputan, lo cual no
significa que conozca lo que sus actos han supuesto para la mujer y,
mucho menos, que lo asuma o se arrepienta. Solo acepta el castigo
impuesto, aunque en su fuero interno lo considere injusto o excesivo.
No implica que sienta pesar por lo que ha hecho ni que pida perdón. Y
esto no da satisfacción moral a la mujer.
Parece evidente que el proceso penal no favorece la asunción, por
parte del agresor, del daño causado56. Es más, muestra cierta indiferen-
cia hacia una expectativa que surge con frecuencia entre las víctimas de
cualquier delito. Por el contrario, el reconocimiento del daño causado
es el punto de partida de la «Mediación penal», forma de justicia res-
taurativa que está expresamente prohibida para todos los casos de vio-
lencia de género. Es cierto que, a menudo, no cabe ni siquiera plantear
la mediación en ese tipo de relaciones abusivas, dada la desigualdad
entre las partes (por ejemplo, en casos de violencia psicológica ejercida
durante años, que destruye la autoestima de la mujer). Sin embargo, la
prohibición absoluta, ignorando que ni todas las manifestaciones de
violencia de género son iguales, ni todos los agresores lo son, ni todas
las mujeres resultan afectadas del mismo modo, ni tienen los mismos
recursos, supone uno de esos automatismos de la ley, que, al ignorar la
voluntad de las mujeres, provoca justo lo contrario del empoderamiento
supuestamente perseguido.
Tampoco debe ignorarse que, a pesar de la prohibición absoluta, en
la realidad se están haciendo mediaciones sin ese nombre. Es lo que
ocurre, por ejemplo, para obtener la conformidad en los juicios penales,
donde se negocia entre profesionales de la abogacía –a menudo sin
formación adecuada– y se alcanzan pactos sin intervención de la mujer
y al margen de su opinión. También se hacen mediaciones en el ámbito

56 Es más, el arrepentimiento moral o el pesar por el daño cometido son circuns-


tancias ajenas a los fines del sistema penal, y tienen que seguir siéndolo: el dere-
cho no puede ni debe penetrar en el ámbito interno del sujeto. Otra cosa es que
deba propiciar el reconocimiento del daño y, sobre todo, premiarlo cuando se dé.

 103
Alianzas rebeldes

del derecho de familiar para llegar a acuerdos de divorcio. Al respecto,


hay que recordar que la mayoría de las mujeres que salen de una relación
violenta no van por la vía penal, sino por la civil, aceptando muchas
veces condiciones de divorcio muy injustas para desvincularse del mal-
tratador. Mientras el debate siga centrado en mediación sí o no, estamos
dejando fuera del análisis terrenos en los que se negocian cada día las
condiciones reales de la vida de muchas mujeres.
Por otra parte, hay que recordar que la mediación es solo uno de los
instrumentos de la justicia restaurativa, que es un concepto mucho más
amplio. Resultaría muy conveniente indagar en otros mecanismos de
resolución de conflictos en los que no tiene por qué darse la confron-
tación directa de la mujer con su agresor. Lo esencial de la justicia
restaurativa es partir de los daños y necesidades que el delito ha produ-
cido en la víctima, así como la participación activa de aquélla y del
agresor para elaborar un acuerdo sobre la reparación. Para lograrlo, la
flexibilidad es fundamental y existen múltiples instrumentos, con dife-
rente grado de participación de las partes: conferencias del grupo de
allegados, círculos sentenciadores, paneles restaurativos, etc.57.
Incluso dentro de la idea de mediación, las dinámicas pueden ser
muy distintas: desde la utilización de víctimas o infractores «sustitutos»
(por ejemplo encuentros de un agresor con mujeres supervivientes que
no sean su pareja, o viceversa), a la utilización de medios telemáticos
o diálogos no simultáneos (con grabaciones). Igualmente, si bien la
mediación penal que se utiliza en nuestro sistema se desarrolla en
general antes del juicio, para tener un efecto de atenuación en la pena,
lo cierto es que los encuentros restaurativos podrían darse también des-
pués de la condena, por ejemplo para facilitar (o no) la suspensión o
incluso durante la ejecución de la pena de prisión o a la salida de esta,
para favorecer la reinserción social. Todas estas modalidades de justicia
restaurativa podrían realizarse sin incurrir en la prohibición legal y se-
ría muy deseable, para rescatar lo que la justicia restaurativa tiene de
sanador y de reparador para la mujer: expresar sus sentimientos, sentirse
escuchada y apoyada, que él conozca (y reconozca) el daño que le ha
causado, para asumirlo y desear no haberlo hecho; para pedir perdón...
y, sobre todo, para comprometerse a no reiterarlo.

57 Una completa exposición con amplia bibliografía: Cristina Ruíz López, Justicia
restaurativa y violencia de género: la voluntad de las víctimas en su reparación, 2016,
TFM disponible en el repositorio de la Universidad Carlos III, Madrid.

104 
7. Violencia sexista: qué podemos esperar del derecho penal

En la línea de promover respuestas menos punitivas, cabe reflexio-


nar sobre el tratamiento de los agresores, una medida de la que se
habla muy poco, cuando en realidad es reclamada por muchas mujeres.
Bajo las críticas –a veces muy superficiales y generalizadoras– a este
tipo de respuesta, se percibe un juicio negativo (¡otro más!) sobre las
que lo solicitan, entendiendo que eso implica una opción por mantener
la relación con su maltratador. En efecto, hay mujeres que no quieren
romper (y habrá que aceptarlo, respetando su autonomía y su ritmo),
pero también demandan respuestas rehabilitadoras muchas que ya han
salido del maltrato y que no quieren que les pase a otras. La garantía de
no repetición es un elemento fundamental de la reparación y este aspecto
se está descuidando. Aunque la ley penal impone «cursos» obligatorios
para acceder a la suspensión o a las penas alternativas a la prisión, lo
cierto es que luego no se aportan los recursos necesarios para que esas
intervenciones sean eficaces, ni se garantiza la formación feminista de
quienes los imparten. Aun así, se están obteniendo resultados, porque
si desciende el nivel de reincidencia, ya es un avance, en el que habrá
que profundizar58.
Quedan muchas cuestiones pendientes sobre las que se debería pensar.
Una de ellas, el papel de los grupos de supervivientes: El apoyo mutuo y
el acompañamiento de quien ha pasado lo mismo es de gran ayuda para
las mujeres que quieren reaccionar frente a la violencia (que es el primero
y más difícil de los pasos). Y al revés, empoderarse tras una experiencia
traumática y apoyar a otras mujeres en ese proceso puede resultar muy
enriquecedor. Favorecer la organización de este tipo de colectivos, con
financiación y con formación, es también una vía de reconocimiento so-
cial y de reparación simbólica frente a la violencia de género.
Y hay otras muchas respuestas no (o no tan) violentas y punitivas
sobre las que seguir reflexionando para avanzar hacia una sociedad más
humana y respetuosa con los derechos de todas las personas.

58 Gema Varona et al., Evaluación externa del programa Gakoa de trabajo educativo y tera-
péutico con hombres condenados por violencia de género, Donostia-San Sebastián, 2018.

 105
Tercera parte

Un feminismo de la libertad.
Contra normatividades sexuales,
purezas y moralismos.
8.
La violación o la vida: subjetividades punitivas

LAURA MACAYA ANDRÉS

Las formas de entender la violencia sexual, la experiencia de las víctimas


y los motivos que llevan a ejercerla están fuertemente condicionados
por los valores normativizados de género respecto a la sexualidad mascu-
lina y femenina. Pero a pesar de que gran parte de la izquierda y el fe-
minismo es crítico con el determinismo de género y entiende que las
marcas de diferenciación como hombre/mujer, así como las relaciones
que se establecen entre ambos, son constructos sociohistóricos que res-
ponden a criterios de utilidad social y económica, la violencia sexual
dispara el esencialismo. La violencia sexual hace aflorar las nociones
más tradicionales de la sexualidad femenina y masculina y un cierto
irracionalismo del sentir común invade las propuestas políticas y los
discursos. Impugnarlos es poco menos que cometer un nuevo crimen
contra las víctimas.
Sin embargo, creo que nos hacemos un flaco favor aceptando tal cosa.
Me parece absolutamente imprescindible evidenciar la contingencia de
los discursos existentes en torno a la violencia sexual. Esto nos aporta un
necesario escepticismo ante el determinismo respecto a, por ejemplo, la
irrecuperabilidad de las víctimas o la depredación sexual con la que se
asocia a quien la ejerce. Evidenciar la trampa de los discursos existentes
(Brown, W., 2014: 71)59 supone cuestionar los significados otorgados a
los cuerpos y a la sexualidad que resultan más útiles a los modos de

59 Brown, Wendy (2014), La política fuera de la historia, Madrid, Enclave de Libros.

 109
Alianzas rebeldes

producción y organización patriarcal y capitalista que a las políticas de


liberación. Evidenciar la trampa de los discursos existentes es importante
para elaborar políticas más fructíferas a través de la posibilidad de ha-
cernos preguntas. ¿Por qué el daño que se infringe a las mujeres me-
diante la violencia sexual es mayor y de más difícil sanación que el de
otras violencias? ¿Realmente es así? ¿Por qué los hombres no son vio-
lados por las mujeres? ¿Por qué las mujeres no son violadas por otras
mujeres? ¿Cómo han acabado siendo los delitos sexuales los que tienen
penas más altas en el Código Penal español? ¿A qué intereses beneficia
que así sea? ¿En qué medida las políticas existentes desafían o repro-
ducen los valores y modelos socioeconómicos y las subjetividades pa-
triarcales y capitalistas? ¿Es útil para el feminismo el par víctima/
culpable? ¿Cómo se inscribe este en la organización binaria de género?
¿Podemos escapar de las lógicas de castigo cuando hablamos de res-
puestas políticas a la violencia sexual? ¿Es útil el marco penal para
solventar o atender esta violencia?
Escapa a la extensión y profundidad de este artículo responder como se
debiera a cada una de estas preguntas y es por ello que quisiera cen-
trarme en dos cuestiones.
En primer lugar, se tratará de abordar la cuestión de cómo la víctima
de violencia sexual es constituida mediante una serie de atribuciones
normativas que, no solo la vuelven vulnerable, sino que además repro-
ducen los valores clásicos de la feminidad que están en el origen de esa
misma violencia. Por otra parte, y en relación con ello, se pretende
mostrar cómo el disciplinamiento sexual de las mujeres mantiene una
relación fructífera y necesaria con la cultura punitiva y sus estructuras
de poder. Se incide, de esta forma en la idea de que la regulación de la
sexualidad femenina resulta central para el desarrollo de determinadas
racionalidades políticas y regímenes sociales y económicos (Butler,
2016)60 para los cuales las estructuras del poder punitivo son un ele-
mento clave.

60 Butler, J. y Fraser, N. (2016), ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate entre


marxismo y feminismo, Madrid, Traficantes de sueños y New Left Review.

110 
8. La violación o la vida: subjetividades punitivas

El disciplinamiento sexual de las víctimas

Al final el robo de las guitarras me dolió más que la violación. A ver, nos
quedamos sin equipo.

Debbie Harry

En su autobiografía, De cara, Debbie Harry, cantante de Blondie, explica


el ataque que sufrió junto con su entonces pareja y también miembro
de la banda, Chris Stein. Un día, tras un concierto, la pareja se disponía
a entrar en su apartamento cuando un hombre les amenazó con un
cuchillo para acceder junto a ellos a la vivienda. El atacante no solo les
robó los instrumentos, sino que además ató y violó a Debbie. A pesar
de que el relato de la cantante no quita hierro a la agresión, e incluso
reconoce haber sentido miedo, este ha sido recogido por la prensa como
una reacción atípica al exponer que a la larga fue más dañina la pérdida
de los instrumentos que el ataque sexual, debido a la situación económi-
camente precaria en la que se encontraba en ese momento. Pero es que,
efectivamente, el relato de Harry es atípico e incluso poco ajustado a los
valores femeninos en cuanto a la sexualidad. La construcción sociohis-
tórica de la feminidad supone unas características respecto a la sexualidad
de las mujeres que se ajustan más a la enajenación o el hundimiento
emocional producido por la violación que al relato de Harry.
Para entender la atipicidad de relatos como el de Debbie Harry y
cómo esta atipicidad puede generar en quienes los enuncian consecuen-
cias que van desde el rechazo a la estupefacción, hay que partir de una
determinada mirada. Lejos de entender que la sexualidad es algo natu-
ral, íntimo y privado me parece imprescindible que, siguiendo los su-
gerentes planteamientos iniciados por Michel Foucault, pensemos la
sexualidad como una experiencia construida de acuerdo a los propósitos
políticos de la clase social dominante (Lauretis, 1989)61. El poder disci-
plinario, característico del auge de la burguesía, permite el adiestra-
miento de los cuerpos para garantizar una inserción economizada y útil
de estos en los dispositivos de poder a través de técnicas disciplinarias
recogidas en reglamentos legales, escolares, laborales o terapéuticos.
Además, estos discursos acerca del sexo constituyen unas formas de

61 Lauretis, T (1989), Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and Fiction,


London, Macmillan Press.

 111
Alianzas rebeldes

subjetividad determinadas en las mujeres, es decir una forma concreta de


ser entendidas y entenderse como seres sexuales. Ahora bien, no solo los
reglamentos derivados de las instituciones constituidas por el poder pro-
mueven tales discursos, sino que, lamentablemente, estos valores tradi-
cionales relativos a la sexualidad, también están siendo el punto de partida
en la elaboración de determinadas políticas de izquierdas y feministas que
han obtenido una cierta hegemonía, precisamente porque son útiles a los
intereses dominantes en cuanto al rol sexual de las mujeres. Partiendo de
esta perspectiva quisiera nombrar algunos de los valores que subyacen –a
veces ocultos– tras pretendidas medidas feministas, en los principales
discursos promovidos en torno a la violencia sexual.

La sexualidad sagrada de las mujeres

Parece indiscutible que, en el marco de la heterosexualidad, hombres y


mujeres muestran el deseo sexual de forma distinta. Hemos oído infinidad
de veces las historias de mujeres cansadas de la insistencia de sus parejas
para obtener sexo y, a su vez, las historias de hombres que se quejan de que
sus demandas sexuales no son atendidas. El exceso de demanda por parte
de los hombres, a veces constitutiva de presión poco respetuosa, y la instru-
mentalización de la carencia en el sexo por parte de las mujeres constituye
uno de los relatos más típicos de la heterosexualidad. Pero, tal y como se
pregunta Carole S. Vance, «la naturaleza sexual femenina y la masculina
¿son esencialmente distintas? ¿o son producto de condiciones específicas
culturales e históricas?» (1998: 10). Como se lleva insistiendo a lo largo de
este artículo, me adscribo a esta segunda opción. Esto no implica que, salvo
honrosas y numerosas excepciones, estos comportamientos sexuales dife-
renciados en cuanto al sexo no sean comunes y sobre todo normativos.
En este sentido, como apunta Cristina Garaizabal62, la sexualidad
femenina ha sido construida como menos explícita, más difusa y siem-
pre centrada en la finalidad afectiva. Por otra parte, la sexualidad de los
hombres se constituye como voraz, compulsiva, irrefrenable e incluso,
en ocasiones, violenta.
La regulación de la sexualidad femenina en estos términos ha sido
imprescindible para garantizar la reproducción de la heterosexualidad

62 Cristina Garaizabal, «Ese oscuro objeto de deseo», CTXT, https://ctxt.es/es/20200302/


Politica/31266/sexo-deseo-feminismo-codigo-penal-cristina-garaizabal.htm.

112 
8. La violación o la vida: subjetividades punitivas

y de la familia monógama, tan útil al sistema de producción capitalista.


La productividad capitalista debía ser garantizada mediante la reclusión
de la sexualidad al ámbito de la alcoba y del espacio íntimo de la fami-
lia. La sexualidad, y especialmente la sexualidad masculina, podía resul-
tar desestabilizadora y dificultar la disciplina obrera que requería el
trabajo asalariado, debido a las consecuencias desbordantes del deseo.
En este contexto «las mujeres se convierten en custodios morales del
comportamiento masculino que se supone que ellas instigan y desen-
cadenan» (Vance, C., 1989: 14)63. El constreñimiento sexual de las mu-
jeres supuso situar a las mismas como garantes de la conservación de la
familia, los valores tradicionales, la reproducción humana y con ello del
funcionamiento de la economía política.
El incumplimiento de este mandato femenino suponía (y supone)
para las mujeres exponerse a diversos castigos, siendo la violencia sexual
uno de los mecanismos de regulación privilegiados para obtener la su-
bordinación de las mujeres a tales requerimientos. Si el apetito sexual
masculino es insaciable e irrefrenable, y además es despertado por las
mujeres, estas deberán someter a regulación la libre expresión de su
deseo y convertir su cuerpo en un templo impenetrable. Las que no lo
hagan, que se atengan a las consecuencias. La llamada a la «respetabi-
lidad» de los cuerpos de las mujeres «sirve para condonar la violencia
masculina contra las llamadas mujeres incastas y culpar a esas mujeres
por cualquier abuso que puedan sufrir» (Petherson, G., 2000: 103)64.
La tendencia actual del feminismo más hegemónico a extender los
límites de lo que es considerado violencia contra las mujeres hasta extre-
mos insospechados se hace eco precisamente de esta llamada a la «respe-
tabilidad» extrema de los cuerpos femeninos, complementaria a su vez
con la supuesta voracidad sexual masculina. La futurible incorporación
como delito del acoso callejero en el Código Penal español a través de la
Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual o la considera-
ción de las miradas lascivas65, los comentarios sexuales incómodos66, los
chistes sexistas, las insinuaciones sexuales no deseadas o la reiteración en

63 Vance, C.S. (comp.) (1989) Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina,


Madrid, Talasa.
64 Pheterson, G. (2000) El prisma de la prostitución, Madrid, Talasa.
65 Macroencuesta de violencia contra la mujer 2019. Delegación del Gobierno contra
la Violencia de Género. Gobierno de España.
66 Informe Noctámbul@s 2017-2018, https://www.drogasgenero.info/wp-content/uploa
ds/5InformeNoctambulas_2017-18.pdf.

 113
Alianzas rebeldes

el cortejo en cualquier circunstancia como violencia sexual contra las


mujeres no solo constituyen una base para justificar excesos punitivos,
sino que, además, refuerza la idea de que la sexualidad de las mujeres es
sagrada, afectuosa y tierna y, por tanto, especialmente afectable.
La formulación del consentimiento que hacen determinados feminis-
mos bajo el lema del «solo sí es sí», que está siendo incorporada en algu-
nas políticas públicas y normativas legales, también responde, entre otras
cosas, a esta idea respecto a la sexualidad femenina. Si para las mujeres el
sexo no tiene como finalidad la satisfacción de su propio placer físico, sino
que su objetivo es el amor, la afectividad, o la búsqueda de pareja, se en-
tiende que para ellas el sexo y el propio placer es algo secundario y, por
tanto, supeditado a otros intereses «más elevados». No es de extrañar
entonces que, ante un ofrecimiento sexual, debe partirse del «no» de en-
trada y esperar a la explicitación afirmativa para presumir el consenti-
miento, hecho que solo es válido en el caso de las mujeres, ya que a los
hombres se les presupone disponibilidad sexual total y continuada.

La emocionalidad lábil y fácilmente afectable de las mujeres

Laura y Sophia son las protagonistas de un desternillante relato de Jane


Austen en el cual ambas damas se desmayan sin parar por los motivos
más diversos. Lo que parece ser una moda de la época, que la autora
relata en forma de sátira, representa una característica de la feminidad
que, sin ser llevada a tal extremo, sigue presente en algunos de los rela-
tos respecto a la violencia sexual: la labilidad emocional de las mujeres,
su irracionalidad y su afectabilidad extrema. Estos atributos de la femi-
nidad han tenido un doble resultado: por una parte, una tendencia
generalizada a la sobreprotección de las mujeres y, por otra, aunque
relacionada con la anterior, la patologización de las mismas. La psico-
patologización no afecta únicamente a las mujeres, es evidente, pero en
ellas se naturaliza cierta tendencia a la debilidad mental y la fragilidad
emocional que las constituye como género en oposición al ideal de lo
sano, normal y razonable.
En la ya citada Macroencuesta de Violencia Contra la Mujer (2019) se
apunta a que sufrir una violación multiplica por 6 el riesgo de tener pen-
samientos de suicidio, idea que remite al impacto fatal que la violencia
sexual tiene en las víctimas reforzando el carácter frágil y lábil de la emo-
cionalidad de las mujeres. Ahora bien, los hombres representan más del

114 
8. La violación o la vida: subjetividades punitivas

75 % de los casos de suicidio en España, casos que además, como apunta
Maria Jesús Izquierdo67, también responden a causas de género relacio-
nadas con los mandatos de la masculinidad hegemónica. Destacar el dato
de los pensamientos autolesivos de las mujeres y relacionarlos con un
episodio concreto en sus vidas –la violencia sexual fuera de la pareja– re-
fuerza el mito de la irrecuperabilidad de la violación, a la vez que consti-
tuye a las víctimas en marcos escasamente empoderadores.
Uno de los puntos clave de la mencionada propuesta de Ley Orgá-
nica de Garantía Integral de la Libertad Sexual es la eliminación en el
Código Penal de la distinción entre abuso y agresión sexual. En este
sentido la propuesta de articulado establece que todo acto que atente
contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento será
considerado agresión sexual, entendiendo que no existirá consenti-
miento cuando la víctima no manifieste su voluntad expresa de parti-
cipar en el acto mediante actos exteriores, concluyentes e inequívocos.
Esta forma de expresar la noción de consentimiento es la plasmación
jurídica del ya nombrado lema feminista «solo sí, es sí» mediante el cual
se desplaza la necesidad de articular una respuesta negativa, porque solo
cuando se afirma la voluntad es un acto consentido. De nuevo la men-
cionada propuesta de ley incide en los mandatos de la feminidad pa-
triarcal, en este caso, partiendo de la base de que la frágil identidad
femenina no está capacitada para articular una negativa o establecer un
límite sexual.
Además, la idea de que las mujeres deben decir que sí para que se
presuma su consentimiento es profundamente problemática en cuanto
a la forma en la que entiende la sexualidad. La decisión de mantener
una relación sexual no es lineal y absoluta. El deseo puede moverse y
desplazarse en cuestión de segundos y el hecho de que alguien ya no
esté disfrutando, no esté deseando a la otra persona e incluso se sienta
incómoda con la relación y muestre poco entusiasmo no implica nece-
sariamente que darle continuidad a la misma sea siempre constitutivo
de un agravio o un daño, y mucho menos de una agresión. Relacionarse
con un amante torpe, narcisista e incluso indeseable puede resultar de-
sagradable y muchas mujeres pueden sentirse humilladas y dolidas tras
estas experiencias. Ahora bien, limitar la posibilidad de experimentación

67 María Jesús Izquierdo, «Lo que cuesta ser hombre: costes y beneficios de la mas-
culinidad», https://estudiscritics.files.wordpress.com/2011/02/izquierdo-sare-
2007-ponencia-lo-que-cuesta-ser-hombre.pdf.

 115
Alianzas rebeldes

sexual, a través de la contractualización y establecer un marco penal-


estatal para proteger a las mujeres de cualquier acto sexual que no hayan
consentido explícitamente me parece absolutamente contraproducente.
Se constituye a las mujeres como seres frágiles y sexualmente inmadu-
ros, remitidos sin opción posible a los significados sagrados de su cuerpo,
a la vez que se establece que el derecho penal estatal es el garante de su
protección sexual.

Las mujeres como víctimas bondadosas

La exigencia de bondad y excelencia a las mujeres responde, a mi en-


tender, a dos cuestiones principales. Por una parte, la bondad, la exce-
lencia, la abnegación y la entrega son atributos clásicos de la feminidad
patriarcal. La potencial capacidad de engendrar de algunas mujeres es
significada con una supuesta tendencia a desarrollar labores de sostén
y cuidado de la vida. Estas labores, que exigen de ellas todas las virtudes
de las que ya hemos hecho mención, las remiten a unos marcos relacio-
nales y profesionales determinados, normalmente infravalorados y mal
pagados pero ensalzados moralmente. En este sentido, la bondad y la
entrega están directamente relacionadas con la inferiorización respecto
a los ámbitos legitimados del reconocimiento social y económico.
Por otra parte, no es algo específico del feminismo que, en la bús-
queda del reconocimiento y la legitimidad de sus reivindicaciones, así
como la integración de las mismas en la agenda institucional, se incida
en la respetabilidad y la razonabilidad de las personas integrantes del
movimiento. Como apunta Dolores Juliano «se sigue así la lógica de
cualquier sector socialmente débil de tomar distancia con respecto a sus
integrantes más estigmatizables» ( Juliano D., 2017: 78)68.
Responde a esta atribución de bondad a las mujeres y a esta exigen-
cia de excelencia moral la tendencia del feminismo más hegemónico a
negar la posibilidad de que existan denuncias falsas de violencia de
género, dejando la interpretación de este fenómeno y su uso manipula-
dor y estratégico a la extrema derecha. Negando a las mujeres la posi-
bilidad de actuar de forma reprobable, instrumental o malvada se les
niega la posibilidad de ser igual de mediocres y mezquinas que el resto

68 Juliano, D. (2017), Tomar la palabra. Mujeres, discursos y silencios, Barcelona: Edi-


cions Bellaterra.

116 
8. La violación o la vida: subjetividades punitivas

de grupos sociales, lo que, a mi entender, constituye un elemento básico


de la desigualdad. Las mujeres también pueden comportarse de forma
dañina para otros, pero no solo como consecuencia de las violencias o
agravios sufridos, sino atendiendo a que, en función de una composición
identitaria compleja, pueden desarrollar ejercicios perniciosos del poder
en base a pertenecer a algún otro grupo constituido como «opresor».

Subjetividades punitivas

El fiscal era bastante más repugnante que el violador (…).


El que menos me espantaba era el chico.

Carmen Maura

Hemos intentado mostrar cómo algunos de los mandatos de la feminidad


patriarcal se encuentran contenidos en muchas de las políticas y estrategias
feministas actuales. La reproducción de estos mandatos no es un efecto
deseado por parte de muchas de estas intervenciones, pero suceden como
efectos perversos de determinadas configuraciones políticas. La politiza-
ción de la identidad como eje alrededor del cual articular las demandas
es una de estas configuraciones, ya que la forma contemporánea de
articulación política identitaria supone la homogeneización de los gru-
pos oprimidos en torno a heridas o agravios históricos compartidos.
Estas heridas constituyen a estas identidades políticas como poseedoras
de la verdad y la bondad en contraposición al poder y la opresión. Pero
al negar el poder, la potencia y la fuerza afirmativa o transformadora, la
reivindicación se convierte en un lamento moralizador que señala que
la injusticia social es «fruto de comentarios, posturas o discursos par-
ticulares y no como un problema de formaciones de poder históricas,
político-económicas y culturales» (Brown W., 2014: 61).
La forma en la que son entendidas las posiciones sociales hombre y
mujer en algunos de los ejemplos anteriores responde a esta manera de
pensar la política y constituye la base que justifica abordajes de la vio-
lencia sexual que, a mi entender, refuerzan el poder punitivo. Como
apunta Michel Foucault «no hay que confundir una situación de poder,
un tipo de ejercicio, una distribución o economía determinadas del
poder en un momento dado, con simples instituciones de poder, como
pueden serlo, por ejemplo, el ejército, la policía o la administración»

 117
Alianzas rebeldes

(Foucault M., 2012: 121)69. Es por este motivo que el poder punitivo no
es algo que se encuentre únicamente en las instituciones estatales como
el sistema penal y sus presidios, sino que también está presente en in-
finidad de relaciones, y prácticas sociales y políticas, sin la complicidad
de las cuales estos no dispondrían de la legitimidad necesaria para su
continuidad en los términos actuales. Y, entonces, ¿de qué forma algu-
nas estrategias políticas feministas reproducen el poder punitivo?

La feminidad frágil y su utilidad para el poder punitivo.

La individualización de la violencia al par víctima/culpable, excluyendo la


responsabilidad que sobre el mantenimiento de la misma tienen las insti-
tuciones y la colectividad, es un mecanismo necesario para justificar las
intervenciones punitivas. La víctima de violencia sexual es construida
como sexualmente inapetente, inocente, dócil y frágil, características que
le serán exigidas para activar su reconocimiento como víctima. Cuando
Carmen Maura, explicó que en su experiencia de violación el fiscal fue
lo más terrible de todo el proceso, se refería a que tanto este, como los
policías que la atendieron, dudaron de su relato y la acusaron de usarlo
para conseguir fama. Era el año 1975 y ella era una mujer que vivía sola
en el centro de Madrid y desarrollaba la tan «indecente actividad» de
actriz. Esta experiencia es compartida por muchas mujeres que, al de-
nunciar una agresión sexual, son puestas en cuestión por no cumplir con
los mandatos de la feminidad exigibles en cada época determinada. El
poder punitivo requiere de víctimas necesitadas de protección para sos-
tener su propia legitimidad, a la vez que, exigiendo determinados man-
datos de la feminidad, cumple con otra función clásica del mismo, la
criminalización de aquellas mujeres incumplidoras.
La propuesta de modificación del Código Penal que hace la Ley Or-
gánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual (que condena el lucro
económico por parte de terceros del trabajo sexual aun con el consenti-
miento de la propia trabajadora) está incidiendo en esta visión: la visión
que victimiza a las mujeres, negándoles incluso su capacidad para establecer
pactos comerciales con su cuerpo, a la vez que establece la sospecha sobre
aquellas trabajadoras sexuales que se opongan a la medida. De hecho, es

69 Foucault, M. (2012), El poder, una bestia magníf ica. Sobre el poder, la prisión y la
vida, Siglo veintiuno editores.

118 
8. La violación o la vida: subjetividades punitivas

frecuente que determinadas posiciones feministas partidarias de la abo-


lición de la prostitución, pasen de leer a las trabajadoras sexuales como
víctimas pasivas a desaprobarlas o incluso insultarlas y desprestigiarlas
cuando su relato no coincide con la victimización a la que pretenden
someterlas.
La insistencia en la inocencia sexual de las víctimas de violencia y
en su falta absoluta de complicidad con la persona agresora en cuanto
al cortejo, incide también en esta visión. Nos hacemos un flaco favor
cuando, desde determinados feminismos, se insiste en tales visiones, ya
que contribuimos a establecer jerarquías entre las víctimas y, por tanto,
a incidir en la consabida distinción entre mujeres buenas, sexualmente
pasivas, y mujeres malas sexualmente activas y deseantes. Pero a su vez,
instituimos, de nuevo, la eterna minoría de edad sexual para las mujeres
al excluirlas de la capacidad para hacerse responsables de sus actos, lo
que no debe ser entendido como una falta de reconocimiento de dere-
chos ante el ataque sufrido.
Por otra parte, la relación de las mujeres con una sexualidad afectuosa
y suave, a la vez que fácilmente afectable, está contribuyendo también a
limitar cada vez más los marcos de la libertad de expresión mediante otra
estrategia punitiva, la censura. La pornografía o las exposiciones musica-
les y artísticas que muestran a hombres incitando o expresando su deseo
por el sexo duro con mujeres son consideradas ofensivas o promotoras de
la violencia, dando por hecho que esto no responde a los deseos femeni-
nos y criminalizando, con todo ello, a las mujeres que se sienten atraídas
por tales expresiones de la sexualidad. La cuestión es que, aunque así fuera
«es decir, aunque a algunas mujeres no les gustara o no les excitara esta
expresión de la sexualidad masculina», ello no conlleva que deba de dejar
de existir o que resulte dañina para las mismas.

La masculinidad sexualmente violenta


y su utilidad para el poder punitivo

La construcción de la sexualidad masculina en estos términos pone


bajo sospecha a todos los hombres. Si los hombres no pueden contener
su sexualidad y cuando esta se expresa es esencialmente dañina y agre-
siva contra las mujeres, no es de extrañar que las medidas que se pro-
pongan acaben remitiendo a marcos de castigo. Es evidente que hay
hombres que ejercen violencia sexual contra las mujeres, ahora bien, ni

 119
Alianzas rebeldes

esto es debido a un impulso sexual voraz, ni la solución a ello pasa por


encerrarlos en una institución carcelaria o castigarlos de cualquier otra
forma. El castigo basa su legitimidad en la modificación de las conduc-
tas sobre las que interviene, pero la realidad empírica nos da muestras
reiteradas de su ineficacia para tal fin. Por otra parte, la existencia de la
violencia sexual contra las mujeres responde a factores sociales, econó-
micos y culturales que renunciamos a transformar si nos centramos
únicamente en castigar a la persona individual que la lleva a cabo.

El uso extensivo de la violencia sexual


y su utilidad para el poder punitivo

Ya hemos hecho referencia a que actualmente se inscriben bajo el con-


cepto de violencia sexual conductas de intromisión sexual leve e incluso
conductas que pueden no tener una intencionalidad de ofensa. Me re-
fiero, por ejemplo, a situaciones en las que se insiste en el cortejo, se
mira con deseo sexual explícito o se hacen comentarios sexuales no
deseados para la persona que los recibe. Las consecuencias de esta ex-
tensión del concepto de violencia es que se acaban desdibujando los
márgenes entre lo que puede ser una conducta sexista o discriminatoria,
una conducta de reproducción del sexismo o simplemente un cortejo
no deseado o por parte de la persona equivocada. Esto simplifica inad-
misiblemente la complejidad del funcionamiento del patriarcado y las
estrategias que deben pensarse para combatirlo, pero a su vez contribuye
a constituir identidades femeninas hipersusceptibles y victimizadas. Lo
que es definido como violencia no solo constituye unos determinados
marcos de lo que en cada época puede ser permitido o bien recibido,
sino que también constituye a sus potenciales víctimas. Es por ello que
debemos de ser cuidadosas al definir y limitar tales conceptos. El resul-
tado de esta extensión del concepto de violencia sexual está sirviendo
para que muchas chicas jóvenes se consideren víctimas al ser observadas
con deseo, «piropeadas» o cuando se cruzan con un hombre que se
masturba en la vía pública. No quiero decir con ello que estas situacio-
nes sean deseables o agradables, pero de ahí a nombrarlas como violen-
cia –lo que significa que quien las recibe es una víctima– hay una
distancia significativa. Todo ello refuerza la autopercepción victimizada
y amplía desmesuradamente los contextos y las experiencias de dolor,
agravio y malestar para las mujeres, principalmente las chicas jóvenes,

120 
8. La violación o la vida: subjetividades punitivas

las cuales crecen bajo la sensación de vivir continuamente sometidas a


ataques sexuales. Esto aumenta el terror sexual y limita la libertad de
movimiento para las mujeres, pero además favorece al poder punitivo y
su vertiente, cada vez más instaurada, del control preventivo. El control
preventivo se activa principalmente promoviendo la sensación de riesgo
en la población y, con ello, antes de que se haya producido ningún daño
determinado, los potenciales grupos productores de riesgo pueden ser
controlados preventivamente. De forma reiterada son determinados
grupos sociales estigmatizados los que suelen ser objeto de tales accio-
nes de corte preventivo. Esto pasa en el marco coercitivo estatal ya que,
como apunta David Garland, «la penalidad se ocupa de una población
que en su abrumadora mayoría proviene de las clases trabajadoras» y
más estigmatizadas (2018: 77)70. Pero también pasa en contextos no
estatales, en los cuales suelen ser las personas con menos prestigio o
recursos sociales las que acaban siendo tratadas como agresoras reales
o potenciales.

El poder punitivo ha sido y sigue siendo un mal aliado para las mujeres,
pero sobre todo para aquellas mujeres que pertenecen a sectores más vul-
nerables social y económicamente. De hecho, las primeras muestras his-
tóricas de una de las técnicas de castigo más destacadas del poder punitivo,
el encierro, se establecieron para corregir las feminidades descarriadas. Ya
a finales del siglo XVII, antes de la extensión de la cárcel como castigo
prioritario de los sistemas penales europeos, se encerraba a mujeres
pobres a las que, además, se les suponía una sexualidad promiscua y
visible que resultaba peligrosa e incitadora para los hombres.
Estas subjetividades femeninas, sexualmente frágiles y útiles para el
poder punitivo, contribuyen a construir la experiencia de las víctimas
de una forma excesivamente dolorosa. Como feministas, tenemos la
responsabilidad política y ética de ofrecer otros relatos a las víctimas
que no las suman en estados de permanente desesperanza y malestar.
Tenemos la responsabilidad de intervenir para que no haya víctimas,
efectivamente, pero partiendo de la inevitabilidad del conflicto y el
malestar en cualquier relación humana.
No es de extrañar que aquellos feminismos que promueven discur-
sos sobre la sexualidad que normativizan y disciplinan la sexualidad de
las mujeres hayan alcanzado cierta hegemonía. Pero ello no debe

70 Garland, D. (2018) Castigar y asistir, Buenos Aires, Siglo XXI.

 121
Alianzas rebeldes

hacernos abandonar la empresa de un feminismo liberador que nos


permita arriesgarnos a todo lo emocionante que pueda precipitarse en
el marco de la sexualidad, a la vez que elaboramos estrategias políticas
para incidir en las estructuras que nos hacen débiles y vulnerables.

122 
9.
El sexo en disputa.
Relatos feministas sobre sexualidad

CRISTINA GARAIZABAL

Escribo este artículo desde la perplejidad que me crea ver la virulencia


que se está dando en las polémicas feministas actuales en relación a la
sexualidad. Perplejidad muy asociada al retorno de viejas discusiones
que se dieron al principio de nuestro movimiento feminista y que vuel-
ven con más fuerza y más encono en la actualidad. Es mi intención en
este artículo plantear qué relatos sobre la sexualidad sostienen estas
polémicas y su relación con el feminismo cultural norteamericano y
cómo estos relatos en pugna se concretan en las consignas y en muchas
de las posiciones sobre pornografía, prostitución, la violencia sexual o
el sujeto feminista.

Los primeros años

La preocupación por el ámbito de la sexualidad ha sido una constante


en el movimiento feminista de nuestro país desde sus comienzos. La
crítica a la hegemonía masculina en las relaciones heterosexuales, la de-
fensa del derecho al placer sexual para las mujeres, la denuncia del ca-
rácter social de la imposición de la heterosexualidad y la defensa del
deseo lésbico como posible para todas las mujeres fueron ejes de la acción
feminista en aquella época. Y todo ello cambió favorablemente las vidas
de muchas mujeres. No obstante, la visión sobre la sexualidad era bas-
tante simplista ya que contemplaba algunos elementos que intervienen

 123
Alianzas rebeldes

en la expresión de la sexualidad (fundamentalmente el conocimiento


del cuerpo y las conductas) pero dejaba de lado otros tan importantes
como el deseo o las fantasías. Es decir, se ignoraban todos aquellos
elementos que tenían que ver con el ámbito de lo simbólico.
Esta acción tan positiva no estuvo exenta de algunos problemas.
Teníamos una concepción excesivamente monolítica de las mujeres,
entendiendo la identidad de género como algo que nos homogeneizaba
a todas, y pensando que el hecho de ser mujer era el que prevalecía
siempre y para todas las mujeres en la manera de insertarse en el mundo.
La teoría feminista sobre los géneros estuvo muy influenciada por
el ensayo que Gayle Rubin escribió en 1975, Tráfico de Mujeres, en el
que formula el sistema sexo/género. Unas teorizaciones, desde mi punto
de vista, profundamente impregnadas de la dicotomía naturaleza/cultura
y que implicaban una identidad colectiva en sentido fuerte, en la que se
basaba la acción del movimiento.
Estas formas tan monolíticas de entender el género fueron puestas en
cuestión al hacerse explícitas las diferencias entre las mujeres que partici-
paban en el propio movimiento. En 1993 en unas Jornadas celebradas en
Madrid y convocadas por La Federación Estatal de Organizaciones Fe-
ministas se visibiliza esta diversidad cuando unas mujeres trans presentan
la ponencia «Me llaman Pepe, me siento Maria» en la que explican sus
vivencias y experiencias. Así mismo, trabajadoras del sexo presentan otra
ponencia «Soy puta y qué» en la que plantean el estigma que sufren y los
problemas que tienen.
No obstante, los debates más intensos sobre los diferentes relatos de la
sexualidad se desarrollaron a finales de los años ochenta y principios de
los noventa al calor de la lucha contra las agresiones sexuales. Debates que
han vuelto a resurgir con inusitada virulencia en los últimos años al tratar
nuevamente cuestiones como la pornografía, el trabajo sexual, la inclusión
en el feminismo de las personas trans o la violencia sexual.
Muchas de las ideas que se manifiestan en estos debates por parte
de un sector del feminismo71, que pide la censura de la pornografía o la
abolición de la prostitución y niega la pertenencia al movimiento de las
trabajadoras del sexo o de las personas trans, son ideas ya antiguas que
tienen su origen en EE. UU. en los ochenta y que se agrupan bajo el
nombre de feminismo cultural.

71 Un feminismo que aparece como hegemónico, entre otras razones por la acogida
que le brindan muchos medios de comunicación.

124 
9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad

Feministas culturales

El feminismo cultural norteamericano se desarrolla en EE. UU. en la


época Reagan (1981 a 1989) y centra su labor en impulsar un movimiento
antipornografía en alianza con la Nueva Derecha norteamericana, que
exige la prohibición de la pornografía, consiguiendo que esta se aprobara.
Los desafueros cometidos bajo esta prohibición, así como la acción de
otros sectores feministas hicieron que años después se derogara. A par-
tir de 1988 esta corriente feminista, con K. Barry como líder, funda la
Coalición Contra el Tráfico de Mujeres, centrando sus esfuerzos polí-
ticos en conseguir la abolición de la prostitución. Algunas de sus autoras
más significativas son Andrea Dworkin, Mary Daly, Susan Griffin,
Katheleen Barry, Adrianne Rich, Alice Schwartzer, Jannice Raymond,
Sheila Jeffreys… (aunque algunas de ellas, como Adrianne Rich, se
salieron de este movimiento al ver sus derivas represivas).
Para las feministas culturales la sexualidad es el núcleo fundamental
de la opresión patriarcal, siendo su base el dominio sexual de los hom-
bres. Género y sexualidad se esencializan y se concibe la sexualidad
masculina y femenina como dos sexualidades antagónicas e irreductibles.
La sexualidad de los hombres es explícita, volcánica, depredadora, letal,
dominante e impositiva y la de las mujeres es una sexualidad menos ex-
plícita, difusa, más sensual que sexual, siempre ligada al amor. En defini-
tiva, a las mujeres no les interesa el sexo tanto como a los hombres, ni les
interesa de la misma manera. Aparecen así mujeres y hombres como
grupos homogéneos, enfrentados radicalmente en su sexualidad, donde
la heterosexualidad no se puede concebir como preferencia sexual sino
exclusivamente como institución de dominio. La heterosexualidad
queda así bajo sospecha y las mujeres en ella solo pueden ser víctimas
o colaboradoras del patriarcado. El deseo heterosexual es visto como «la
connotación erótica de la desigualdad de poder a través de la cual se
eleva a norma el dominio de una persona y la subordinación de la otra»72.
Lo natural y lo bueno es la sexualidad lesbiana, pero un lesbianismo que
responda a esa sensualidad femenina, sin sexo «duro» ni muy explícito.
Un lesbianismo donde lo fundamental es apartarse de los hombres y
visibilizar los lazos emocionales entre mujeres. Es lo que dio lugar al

72 Sheila Jeffreys. La Herejia Lesbiana, p. 281, Ed. Cátedra, Col. Feminismos, Ma-
drid, 1996.

 125
Alianzas rebeldes

lesbianismo político, una corriente que en nuestro país no ha tenido


mucho impacto.
Este feminismo parte de que la sexualidad es la base de las discrimina-
ciones que sufren las mujeres. La heterosexualidad no es una preferencia
sexual de las mujeres sino una relación de dominación básica del poder
patriarcal. En las relaciones heterosexuales las mujeres aprenden la sumisión
que luego manifiestan en otras esferas de su vida. Este poder patriarcal se
expresa y reproduce a través del sadismo cultural que es el conjunto de
prácticas que favorecen la violencia sexual contra las mujeres. La pornogra-
fía y la prostitución son las manifestaciones prácticas del sadismo.

Feminismo Pro Sexo

Frente al feminismo cultural, también en EE. UU. una serie de feminis-


tas, entre las que se encuentran Carole S. Vance, Gayle Rubin, Alice
Echols, Joan Nestlé o Gayl Pheterson, decidieron montar una Confe-
rencia Feminista en el Barnard College de Nueva York en 198273, para
tratar «los temas del placer sexual, libertad de elección y autonomía
sexual de las mujeres, reconociendo que la sexualidad es simultánea-
mente campo de limitaciones, represión y peligro, a la vez que de ex-
ploración, placer y actuación humana. Este doble enfoque es importante,
creemos, porque hablar únicamente de placer y gratificación es ignorar
la estructura patriarcal en que se mueven las mujeres; pero hablar úni-
camente de violencia y opresión sexual equivale a ignorar la experiencia
de las mujeres como agentes de sexualidad con opciones sexuales y,
sin quererlo, incrementan el terror y desengaño sexual en que viven
las mujeres74». Para ellas «No basta con alejar a las mujeres del peligro
y la opresión; es necesario moverse hacia algo: hacia el placer, la acción,
la autodeterminación. El feminismo debe aumentar el placer y la
alegría de las mujeres, no sólo disminuir sus desgracias75».

73 Esta Conferencia sufrió los ataques de las feministas culturales que pidieron su
prohibición. Algo parecido a lo que ha ocurrido en nuestro país este año con las
mesas redondas pro-derechos de las trabajadoras sexuales que se programaron en
muchas u niversidades.
74 Carole S. Vance. Acta de la Conferencia Barnard publicada en el libro Placer y
peligro antes mencionado.
75 Carole S. Vance «El placer y el peligro: hacia una política de la sexualidad». Edi-
tado en el libro Placer y peligro.

126 
9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad

Este feminismo, con el que me identifico, parte de que las vivencias


sexuales, especialmente de las mujeres, son contradictorias, moviéndose
entre el placer que la sexualidad provoca y el peligro que suscitan las
consecuencias indeseadas: los embarazos, las infecciones, las agresiones
sexuales, pero también, y esto es muy importante para nuestro horizonte
feminista, la sensación de miedo y peligro que nos puede provocar sa-
lirnos de la norma y desear aquello «prohibido» por la ideología hete-
ropatriarcal. Entienden la sexualidad como una construcción histórica.
Y se manifiestan en contra de la censura, apuestan por los derechos de
las prostitutas y defienden la diversidad sexual, no solo en relación a la
orientación del deseo, sino también de prácticas sexuales, siempre que
exista el consentimiento y el respeto mutuo.
Hoy en el movimiento feminista de nuestro país estamos asistiendo
a una reproducción de muchos de estos debates.

Heterosexualidad y violencia sexual

El mayor número de denuncias de las agresiones sexuales y la magnitud


de esta violencia ha colocado este tema en el centro de la agenda femi-
nista. En los comienzos del movimiento feminista la libertad sexual de
las mujeres era central en la lucha contra las agresiones. Actualmente
parece que la violencia sexual ocupa un lugar primordial, apareciendo
la libertad sexual desdibujada y asociada exclusivamente a la ausencia
de violencia. Así mismo algunos sectores ven la respuesta feminista
como «una rebelión contra la violencia patriarcal... Una violencia en
sentido amplio, que se expresa de muchas maneras: como violación,
como acoso, como maltrato, como asesinato, como desigualdad econó-
mica y laboral, como pornografía, como prostitución, como trata… una
rebelión contra lo que creo que se está configurando como el nuevo
paradigma del patriarcado: el patriarcado violento76».
Este tipo de pensamiento magnifica la violencia; al meter en el mismo
saco la violencia estructural y la violencia ejercida individualmente, resalta
especialmente la violencia sexual, confunde las conductas indeseables
con las conductas delictivas o pretende convertir en delito lo que no gusta
o no parece apropiado, como se hace en el anteproyecto de la Ley

76 Luisa Posada en su artículo «El sujeto político del feminismo en la 4ª ola».


El diario.es

 127
Alianzas rebeldes

Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual con cualquier


forma de acoso ocasional callejero entendiendo por tal «aquellas expre-
siones, comportamientos o proposiciones sexuales o sexistas que creen a la
víctima una situación objetivamente humillante, hostil o intimidatoria»
(Art. 172). Como se puede ver, una definición excesivamente amplia que
no diferencia entre conductas de distinta gravedad.
Así mismo, la heterosexualidad queda connotada siempre negativa-
mente, pareciendo que solo puede ser habitada de manera normativa.
Para mí hay que diferenciar muy claramente la sexualidad de las agre-
siones sexuales. Agredir se puede hacer a través de la sexualidad y de
cualquier otra faceta del comportamiento humano y lo que define una
agresión es la imposición a través de la violencia o la intimidación de la
voluntad de una persona sobre otra. No son las prácticas sexuales en sí las
que son buenas o malas sino si son consentidas o impuestas. Por ejemplo,
una relación sexual en la posición tradicional puede ser una violación si
la mujer no la quería mientras que las relaciones BDSM consensuadas
pueden ser de lo más placenteras. Además, no hay que olvidar que todos
los comportamientos humanos y la sexualidad tienen una estrecha relación
con la agresividad. La agresividad forma parte del ser humano y negarlo
no es buen punto de partida. Por el contrario, aceptarla en nosotras y
jugar con ella en el sexo, el deporte, en nuestras fantasías, etc. nos ayuda
a gestionarla, a transitarla, modularla y elaborarla, para evitar así, en mu-
chos casos, convertirnos en personas violentas.
A partir de la Sentencia de «la manada de Pamplona» se ha puesto
sobre el tapete la necesidad de reformar el Código Penal en lo relativo
a las agresiones sexuales. ¿Es realmente necesario? ¿Es el Código Penal
lo que está mal o es su aplicación? La necesidad de esta reforma se
argumenta haciendo especial hincapié en el consentimiento, pero hay
que tener en cuenta que el consentimiento es un tema con muchas
aristas, su plasmación legal no es fácil y según cómo se formule, podemos
volver a escrutar más a la víctima que al acusado.
En los primeros tiempos del movimiento feminista la consigna del
«no es no» pretendía romper con el mito heteropatriarcal de que las
mujeres cuando decimos «no» en el fondo queremos decir que «sí» pero
no lo expresamos directamente por pudor. Ese pudor sexual que se nos
imponía a las mujeres en la época franquista. Actualmente el feminismo
mayoritario aboga por cambiar el «no es no» por la consigna de «solo
sí es sí». Este cambio se presenta como una manera de hacer hincapié
en la falta de consentimiento de la víctima en el delito de violación, y

128 
9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad

tenemos sobre el tapete una ley sobre las libertades sexuales basada en
ello. ¿Qué implica este cambio?
Parece que se parte de que, en el caso de las mujeres, lo habitual
frente a la sexualidad es el «no» y, salvo que sea muy explícito el «sí», no
hay consentimiento. Nuevamente se vuelve a reproducir la idea de que
la sexualidad no va con las mujeres. Por otra parte, parece presuponerse
que a todas las mujeres les cuesta decir «no». Cosa cierta pero que refleja
una parte de la realidad. Poder decir «no» es una capacidad que muchas
mujeres tienen que desarrollar, pero al mismo tiempo es necesario poder
explorar también el campo del «SÍ», es decir, atrevernos a explorar
nuestros deseos sexuales y ser capaces de llevarlos a la práctica de una
manera autoafirmativa. Necesitamos aumentar nuestra capacidad de
poner en práctica nuestras decisiones y seguir aprendiendo a poner lí-
mites. Pero no veo como solución pedir al Estado que los ponga por
nosotras. Generalizar esta intervención del Estado y partir de ello es
reforzar la idea de que las mujeres somos seres vulnerables, incapaces
de expresar lo que queremos. Además, ¿el deseo siempre se expresa
claramente en un «sí» o un «no»? La mayoría de las veces, el juego sexual
y la seducción pasan por terrenos indefinidos y el deseo se expresa de
manera ambigua. Es necesario darle más vueltas al tema del
consentimiento con el horizonte de que todas las personas sean
plenamente capaces de decir «sí» o «no» ante las propuestas de otros.
Pero quizás tendríamos que ir un poco más allá, reconociendo todo lo
que tiene el juego sexual de situaciones no explícitas, todo aquello que
incita nuestro deseo porque se mueve en los límites, porque entronca
con lo prohibido. Partir de esto, respetar los límites que nos pone la otra
persona, aprender a leer el lenguaje corporal ajeno y empatizar para
saber qué está expresando, ser conscientes de nuestros propios límites,
atrevernos a explorarlos cuando nos sentimos en terreno seguro y abor-
dar el sexo sin el dramatismo y la importancia que hoy se le da puede
ser un camino más fructífero para autoafirmarnos como seres sexuales
sin convertir la sexualidad en un protocolo de normas que puede acabar
matando el deseo y el juego sexual.

Los debates sobre la pornografía

En las polémicas actuales un sector feminista plantea la censura de la


pornografía por considerarla una de las máximas expresiones de la opresión

 129
Alianzas rebeldes

patriarcal. Independientemente de la crítica que se puede hacer a la


industria pornográfica, muchas de las ideas que sustentan estas posicio-
nes siguen reproduciendo las ideas fuertes del feminismo cultural que he
explicado anteriormente. Para este feminismo, la exigencia de censura
de la pornografía está basada en que mediante ella se construye lo que
es una mujer: un objeto al servicio sexual de los hombres o en palabras
de Andrea Dworkin «El núcleo de la opresión sexual es el uso de las
mujeres como pornografía y tomar la pornografía como lo que son las
mujeres». Para ellas, lo que excita de la pornografía es el poder mascu-
lino y al convertir la violencia de género en fuente de excitación sexual,
se reproduce la violencia, ya no solo en el terreno de la representación,
sino en el de la vida real: la pornografía es la teoría, los hombres apren-
den de esa teoría y la concretan en violaciones y otras agresiones hacia
las mujeres. Por eso plantean que es necesario acabar con la pornogra-
fía porque es una práctica política de dominio y viola los derechos de
las mujeres. Su posición se resume en la frase «La pornografía es la
teoría y la violación la práctica». Pornografía y prostitución no son temas
discutibles y opinables, sino que son lo que define el pensamiento fe-
minista, por ser ambas cuestiones la base de la violencia patriarcal.
Estas posiciones hoy vuelven a reproducirse en nuestro movimiento77,
muchas veces de manera mimética y otras de manera más matizada,
pero con un relato que entronca con el del feminismo cultural. Me
parece discutible que se acepte el porno escrito pero no el filmado,
«porque en este último hay mujeres reales implicadas». Los problemas,
en este caso, vienen de las condiciones precarias de trabajo que tienen
las mujeres y hombres contratados para ello (especialmente las mujeres),
pero no por el hecho en sí de filmar escenas pornográficas. ¿Por qué es
denigrante rodar estas escenas y no otras? ¿Qué nos molesta? ¿El sexo
heterosexual explícito?
Para mí es fundamental no perder de vista que estamos hablando
de una producción fantasiosa y la fantasía no puede ser analizada como
si se tratara de la realidad. Fantasías y realidad son mundos diferentes
que tienen sus propias claves, sus propios códigos. Nuestra personalidad
es la expresión de complejos equilibrios entre fantasía y realidad, as-
pectos conscientes e inconscientes, deseos y frustraciones. Conocer

77 Vease por ejemplo el programa de la XVII Escuela Feminista Rosario de Acuña


donde se resalta una ponencia sobre «La pornificación de la sociedad o de cómo
(re)legitimar la humillación y la violencia».

130 
9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad

mejor los impulsos más inconscientes que subyacen y a veces, en parte,


están detrás de nuestros actos, amplía la capacidad de actuación volun-
taria en el ámbito de la realidad. Y es precisamente en este terreno, el
de la realidad, donde la ideología y los principios éticos adquieren su
verdadero carácter: servir de guía para movernos en ella intentando
transformarla. Y la pornografía puede ser un instrumento interesante
para entendernos mejor a nosotras mismas y entender también los ima-
ginarios colectivos.
Otro argumento que se esgrime sin cuestionamiento es que existe
una relación causa-efecto entre pornografía y violaciones, una relación
más que discutible y que no está demostrada. Además, si ver pornogra-
fía implica un aumento de la violencia sexual ¿qué pasa con otras pro-
ducciones cinematográficas? ¿Creemos que en la realidad existen los
superhéroes o que es posible trepar por las paredes como Spiderman?
Creo que el elemento fundamental es entender que la realidad y la
fantasía son planos diferentes y que lo que ocurre en las películas no es
lo que ocurre en realidad.
Parto de que la pornografía dominante tiene muchos contenidos
discutibles desde una perspectiva igualitaria y en este sentido me parece
importante desarrollar la capacidad crítica ante ellos: el coitocentrismo,
la presencia del pene elevado a la categoría de falo, la reproducción de la
sexualidad dominante dejando de lado la diversidad de expresiones se-
xuales... Igualmente me parece un problema que la gente joven, espe-
cialmente los chicos, acceda a la sexualidad casi exclusivamente a través
de la pornografía. Pero intentar prohibirles el acceso a ella no es la so-
lución, entre otras cosas porque parece algo imposible, pero especial-
mente porque la censura nunca ha sido una buena aliada, ni de las
mujeres, ni de la causa feminista. Las soluciones punitivas refuerzan el
Estado y acaban volviéndose en contra de los grupos marginados y dis-
criminados78. Creo que la solución pasa porque entiendan que la porno-
grafía es fantasía y que la realidad va por otros derroteros. La educación
en valores, el respeto a los deseos de la otra persona, aprender a respetar
los límites propios y ajenos, romper los tabúes que aún hoy rodean la
sexualidad y que impiden hablar abiertamente de ella, entre otras cues-
tiones son la vía para evitar las consecuencias indeseadas que puede
tener su consumo en adolescentes.

78 Laura Macaya, «Contra el feminismo punitivo: herramientas para destruir la


casa del amo». Catalunya Plural 11/06/2018.

 131
Alianzas rebeldes

La prostitución como punto de ruptura

El enconado debate que se está produciendo cuando se menciona la


prostitución es una buena expresión de los diferentes relatos feministas
sobre la sexualidad. Un debate además en el que se falsean los términos:
a favor o en contra de la prostitución no es el debate. Nadie está a favor
de la prostitución y las cosas no se resuelven por estar en contra. Un
feminismo que incida en el cambio social y en las políticas públicas debe
partir de lo que hay, debe ser un feminismo político y no solo ideológico.
Y, en este sentido, la discusión sobre qué hacer con la prostitución no
se mueve entre abolición o regulación.
El movimiento de trabajadoras sexuales y de las organizaciones pro
derechos está en contra de las regulaciones neoliberales, como la que
planteó Ciudadanos, porque están pensadas para controlar a las traba-
jadoras sexuales (registros policiales) y para defender los intereses em-
presariales, dejando desprotegidas a aquellas. Criminaliza a las que
captan su clientela en la calle (al considerarlo delito), deja al resto en
manos de los abusos empresariales (al no regular las relaciones laborales
y no contemplar los derechos en tanto que trabajadoras) y estigmatiza
como grupo de riesgo a estas (controles sanitarios obligatorios y «car-
tillas de buena salud»). Las organizaciones feministas pro derechos
tienen como preocupación fundamental la situación de las mujeres que
ejercen el trabajo sexual y qué hacer para mejorarla apoyando las ini-
ciativas de autoorganización de las mismas. Porque entendemos que las
propuestas políticas, además de coincidir con nuestros deseos, tienen
que tener en cuenta las consecuencias sobre las mujeres implicadas. No
hacerlo es una irresponsabilidad. Por ello es imprescindible contar con
las trabajadoras del sexo y diferenciar la trata de seres humanos del
trabajo sexual ejercido por decisión propia. Cosa impensable desde un
sector feminista que niega la voz de las trabajadoras sexuales.
¿Qué posiciones teóricas se enfrentan en este debate? Nuevamente
las ideas del feminismo cultural reaparecen y se concretan en propuestas
que resultan lesivas para las prostitutas como intentaré explicar. Las
abolicionistas fundamentalistas consideran que las trabajadoras del sexo
empoderadas son traidoras a la causa feminista. Convierten el abolicio-
nismo en un rasgo identitario central «Feminismo es abolicionismo».
¿Por qué la prostitución es una institución más patriarcal que otras,
el matrimonio, por ejemplo? Como todas las instituciones sociales pue-
den ser habitadas de maneras muy diversas, y las trabajadoras del sexo,

132 
9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad

organizadas y empoderadas, no son precisamente colaboradoras del


patriarcado, sino todo lo contrario.
Pero no se diferencia entre la estructura y las personas y se niega
la agencia de quien habita esta estructura. Desde luego, la prostitución
no es un lugar magnífico para trabajar porque, incluso en las mejores
condiciones las trabajadoras están estigmatizadas. La prostitución se
puede ejercer en condiciones muy diversas y es una realidad llena de
luces y sombras a la que muchas mujeres llegan por ser una opción
menos mala y más lucrativa que otras para poder vivir más desahoga-
damente o incluso sobrevivir. Cuando se dice que todas las prostitutas
están obligadas a serlo, se recoge una cierta realidad, la de aquellas que
viven mal su trabajo, que no se sienten trabajadoras del sexo porque
están deseando dejarlo y que se han sentido muy condicionadas para
decidir dedicarse a ello. Pero la solución a esto no pasa por abolir la
prostitución sino por luchar para que existan mejores trabajos remu-
nerados para las mujeres, para que las inmigrantes puedan acceder a
trabajos remunerados sin los problemas que hoy se encuentra, luchar
contra la Ley de Extranjería que pone tantas trabas a las personas
migrantes, contra los CIES que son como cárceles a las que van mu-
chas de las supuestas víctimas de trata detectadas, por modificar el
Plan Contra la Trata para que defienda realmente a las víctimas de
este grave atentado contra los derechos humanos.
La crítica a las estructuras no puede negar la capacidad de agencia
de las trabajadoras del sexo, su voz y su derecho a organizarse. Cuestio-
nar la capacidad de decidir de las mujeres (por ser pobres, por la vulne-
rabilidad, por el patriarcado…) y olvidarla, aunque sea pequeña, hablar
de mujeres prostituidas o en contexto de prostitución, conceptos ambos
que ocultan esta agencia, no deja de ser una posición profundamente
clasista y elitista. Considerar que todas las prostitutas son víctimas obli-
gadas a ejercer esta actividad refuerza el imaginario patriarcal que cons-
truye la prostitución y coincide con este en ver a las mujeres como objeto,
pasivas, como menores de edad, sin capacidad de decisión sobre sus vidas.
Las posibilidades de decisión no son las mismas para todas las mujeres
y hay que apostar por ampliar estas posibilidades. Muchas trabajadoras
sexuales han recorrido un largo camino en este sentido: apoderándose
de la palabra puta para resignificarla, reclamando derechos, apareciendo
empoderadas y nada victimizadas, fortaleciendo y desarrollando su ca-
pacidad de negociación con los clientes para imponer sus condiciones
y no aceptar siempre las de ellos. Esta realidad, que es el contrapunto

 133
Alianzas rebeldes

antagónico de lo que la ideología patriarcal pretende, no puede ser


negada desde el feminismo, porque es puro feminismo.
Pero para el feminismo que hunde sus raíces en el feminismo cultural
modernizado la prostitución es un símbolo de todos los males que el
patriarcado genera a las mujeres y como tal símbolo poco importan las
condiciones concretas en las que las trabajadoras del sexo viven su vida
y su trabajo. Tampoco importan las resistencias que plantean al sistema.
Negar la capacidad de decisión para ejercer el trabajo sexual es uno
de los puntos fuertes del abolicionismo, cuando proclama que toda la
prostitución es obligada o pretende prohibir las tercerías locativas, aun-
que sean consentidas. Es cierto que la capacidad de decisión está pro-
fundamente condicionada y no es igual para todas las personas. Pero
una cosa es problematizar la libertad de decidir teniendo en cuenta las
estructuras de poder y las distintas posiciones en relación a él y otra
rechazar de plano su validez en función de la situación estructural en la
que se encuentren determinadas personas. Porque ¿cómo y quién decide
el grado de libertad para consentir? ¿Negamos la voz de quien dice
consentir cuando ésta no nos gusta? ¿Negamos la validez de su decisión
e imponemos la que a nosotras nos parece bien? ¿Decidimos por ella?
En base a qué. ¿Porque somos más feministas? ¿Porque somos más
listas? ¿No es esta una forma de ejercer esos privilegios que tanto de-
nunciamos cuando los ejercen otros?
Una de las cuestiones que más me preocupan son las consecuencias
que tienen las propuestas políticas abolicionistas. A la vista de lo que
ha ido sucediendo en diferentes países, incluido el nuestro, no diferen-
ciar prostitución decidida de la trata de mujeres implica una mayor
vulnerabilidad de las trabajadoras del sexo. Se las estigmatiza como
grupo cuando por la COVID-19 se cierran los prostíbulos; cuando son
perseguidas por normativas municipales que las obligan a hacer tratos
rápidos y trabajar en lugares más escondidos e inseguros; cuando se
niegan sus derechos o cuando se las criminaliza con multas y acosando
a los clientes.
Suecia aparece siempre como el paraíso de las políticas abolicionis-
tas. El estudio de Anna Jordan del Washinton College de la American
University «La Ley sueca: un experimento fracasado de ingeniería
social», publicado en abril de 2012, demuestra cómo la aplicación de la
ley implicó un mayor riesgo de violencia para las trabajadoras, un me-
nor número de hombres que testifican contra la trata y los abusos,
mayor estigma contra las trabajadoras sexuales, más acoso policial y

134 
9. El sexo en disputa. Relatos feministas sobre sexualidad

consecuencias negativas para la salud por las dificultades para negociar


sexo seguro y porque los condones eran confiscados la policía.

Recapitulando

El Feminismo Cultural norteamericano de los años ochenta revive hoy


en nuestro país, cuarenta años después, en un contexto social comple-
tamente diferente de aquél en el que nació. Sus ideas básicas vuelven a
esgrimirse cuando se discuten asuntos relacionados con la sexualidad
como es la pornografía, la prostitución o la violencia sexual o cuando se
debate sobre el sujeto del feminismo.
Frente a un feminismo identitario, esencialista y punitivo, ideolo-
gizado y fanático79 –que afirma los propios principios morales hacién-
dolos prevalecer sobre los intereses reales de las personas de carne y
hueso, e indiferentes al daño que sus creencias moralistas ocasionan,
que es elitista, porque ellas determinan cuáles son los intereses de las
mujeres, negándoles la legitimidad y la palabra a todas aquellas que
disienten– Yo apuesto por un feminismo radical, que contempla otros
ejes de opresión que se dan en nuestras sociedades y que se preocupa
especialmente por aquellos sectores más excluidos y marginados. Un
feminismo inclusivo capaz de atraer a todas aquellas personas que
cuestionan el sistema de géneros. Un feminismo que trabaja para am-
pliar nuestra capacidad de agencia, nuestro poder de decisión, que
apuesta por ampliar los márgenes estructurales e individuales de liber-
tad y seguridad de las mujeres, pero sabiendo que la vida es insegura y
que la seguridad total es imposible y puede ser contraria a la libertad.
Muchas decisiones implican riesgos y la posibilidad de equivocarse pero
yo apuesto por ello, defiendo el derecho de las mujeres a decidir, a equi-
vocarnos y correr riesgos. Y aspiro y trabajo para que tengamos las
herramientas suficientes para decidir con autonomía, responsabilidad y
teniendo un amplio abanico de opciones. Porque en nuestra situación
interseccionan diferentes ejes de opresión y los márgenes no son los
mismos para todes. Es necesario, por lo tanto, luchar para ampliar estos
márgenes, y eso no es solo un problema individual sino estructural. Y,
por último, un feminismo antipunitivo, consciente de los problemas que
tiene el castigo penal como presunta solución a los conflictos sociales.

79 En el sentido que los plantea el filósofo inglés Richard Hare.

 135
10.
¿La juventud está perdida?
Jóvenes y sexualidad: entre el placer y el peligro

NOEMI PARRA ABAUNZA

Cuando empecé mi andadura en el activismo feminista y la intervención


social era joven. Rondaba el 2005 y comenzamos la campaña «sin fecha
de caducidad» Por los Buenos Tratos80 que se convirtió en un eje perma-
nente de actividad en diversas organizaciones del Estado español81. Uno
de los asuntos centrales de nuestra «caja de herramientas» era la impor-
tancia de un trabajo «de jóvenes para jóvenes82» de modo que, como mu-
jer joven, participé y me empapé de esta iniciativa. Ha pasado más de una
década. Muchas experiencias y unas cuantas canas después, sigo engan-
chada entre jóvenes y sexualidades. Desde ahí parten estas reflexiones.
En los últimos años la sexualidad volvió a estar presente en los
debates feministas, inunda las redes sociales y las personas jóvenes
manifiestan la necesidad de una educación sexual, lo que nunca ha
dejado de ser una demanda política de primer orden. Al mismo tiempo,
surgen los pánicos morales protagonizados por la ultraderecha, pero
también por algunos sectores del feminismo más conservador. «Jóvenes

80 www.porlosbuenostratos.org
81 En Canarias el Programa tuvo una importante implantación desde el comien-
zo. En la actualidad Buenos Tratos Canarias es dinamizado por la Asociación
Draga Espacio Feminista LGTBIQ* (www.dragafeministas.org) con un inten-
so trabajo en la educación sexual, en el acompañamiento a adolescentes trans y
en el activismo feminista joven.
82 Las bases de la experiencia se pueden consultar en González, B., & Parra, N.
(2010), «La caja de herramientas del programa Por los Buenos Tratos», en Buenos
Tratos: Prevención de la violencia sexista, Talasa.

 137
Alianzas rebeldes

y sexualidad» es una combinación habitual, tanto que muchas veces uno


contiene al otro. La sexualidad parece surgir y terminar en los contornos
marcados por la juventud como tiempo físico. Esto hace que los miedos
y los deseos contemporáneos sobre lo sexual encuentren en las personas
jóvenes una caja de resonancia. En estas líneas comparto algunas ideas
sobre ello. En primer lugar, me centraré en cómo vemos (y construimos)
a las personas jóvenes y su relación con la sexualidad, posteriormente me
adentraré en el abordaje de la sexualidad en la juventud, donde se dispu-
tan el placer y el peligro. Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina
de Carol S. Vance, publicada en el Estado español en 198983, es el título
de un libro fundamental en los estudios feministas de la sexualidad, sus
planteamientos resuenan en el año 2020. Tomo prestado su título para
pensar sobre el tándem «sexualidad y juventud», con la idea también de
traspasar las fronteras del tiempo y de la edad. Allá vamos.

¿Cómo vemos a las personas jóvenes?

Las personas jóvenes, especialmente las adolescentes, vienen a sostener


una buena parte de aquello que no queremos ver en nosotros mismos,
pero que indudablemente nos cuenta algo sobre la sociedad que cons-
truimos colectivamente. Frases como «la juventud está perdida» se re-
piten como un mantra generación tras generación: siempre está perdida.
¿Será acaso que estamos siempre perdidos? Pero en la juventud también
se concentran los anhelos de una vida que puede tomar diversos cami-
nos: es un tiempo de deseo.
La juventud, como construcción social, está hecha de un material
endeble, y en su análisis y explicación han predominado los mapas bio-
médicos y desarrollistas. En términos muy generales, se entiende como
un lugar de tránsito. Pero no cualquier tránsito, sino aquel que devendrá
en la estabilización del sujeto, del adulto. La adultez se traza como
destino. El límite entre juventud y adultez es una frontera social que en
las experiencias biográficas de los individuos no es tan evidente. La
frontera de la edad funciona como un ideal regulatorio, vigila sus con-
tornos, castiga las disidencias y, sobre todo, modela la norma. Así se
justifican las intervenciones sobre lo considerado como «no adulto»,
encaminadas a que la estabilización tenga lugar. En ella está justificada

83 Su primera edición data de 1984 en EE. UU.

138 
10. ¿La juventud está perdida? Jóvenes y sexualidad: entre el placer y el peligro

la intervención de los progenitores y/o tutores y el Estado a través de la


escuela, el sistema de salud y los servicios sociales. En este sentido, se
naturalizan e individualizan cuestiones que entran en el plano de las re-
laciones sociales y la cultura84.
La sexualidad en la juventud es un asunto que hace saltar las alarmas
y extremar la vigilancia, ya lo decía Foucault. La sexualidad entendida
como una fuerza natural, que despierta y se desboca en la juventud y
que hay que controlar y modelar, también implica estabilizar la identi-
dad de género sobre un cuerpo, unas preferencias y prácticas sexuales.
Se da por hecho que la juventud es un tiempo de confusión, de experi-
mentación y de riesgo que, «naturalmente», pasará y si no, dependerá
de la intervención que seamos capaces de orquestar. Pero ¿acaso confu-
sión, experimentación y riesgo no nos acompañan toda la vida?
Se hacen dos movimientos de delimitación: hacia los lados, con la
frontera etaria, y, hacia abajo, colocando a las personas en una posición
subalterna. Así se niega su agencia, su capacidad de elegir, actuar y trans-
formar, sus estrategias de resistencia, sus innovaciones culturales y el
espacio común que habitamos y construimos. Es evidente que esto no
viene solo, los márgenes de la edad y la sexualidad están enredados con
otras experiencias sociales como el género, la racialidad, la posición
social o la capacidad funcional. Acercarnos a las experiencias de la se-
xualidad juvenil desde el diálogo transfronterizo entre generaciones es
una herramienta de transformación social. La mirada atenta sobre la
forma en que pensamos y actuamos sobre las personas jóvenes en rela-
ción con la sexualidad es el primer paso.

Riesgo, moral sexual y feminismo

Como atinadamente afirmó Jeffrey Weeks, en El malestar de la sexualidad,


hace ya unas décadas (sigue estando de rabiosa actualidad), la sexualidad
es hoy, tal vez en una medida sin precedentes, una zona conflictiva: se ha
convertido en un campo de batalla moral y político, lo que tiene una
narrativa concreta sobre las experiencias de las personas jóvenes.

84 Un ejemplo de ello lo hemos visto en la gestión de los rebrotes de la COVID-19,


como ha puesto en evidencia el Colectivo AMA Asturies con su campaña «Valió
de sermones, queremos soluciones». En ella hacen hincapié en la responsabilidad
colectiva frente a los discursos culpabilizadores de las personas jóvenes.

 139
Alianzas rebeldes

Entre «el placer y el peligro» la narrativa del riesgo en la juventud ha


sido la hegemónica. Los peligros de lo sexual, unidos a las características
atribuidas a la adolescencia y a la normatividad sexo/genérica, han faci-
litado que predominen abordajes e intervenciones centradas en los ma-
les a evitar, así como en el control de los cuerpos, las identidades y las
prácticas de las personas jóvenes y en la naturalización de las relaciones
de género.
Esta narrativa del peligro se justifica dentro de una lógica biomédica
e higienista de la sexualidad, donde la normatividad sexo/genérica es
parte constitutiva de la misma. Los temas que se configuran como cen-
trales en esta narrativa son las infecciones de transmisión sexual y em-
barazos no planificados, empapados de una concepción de lo sexual y
de la erótica hetero-ciscentrada, que se corresponde con un modelo
procreativo. Así, poco espacio queda para un imaginario de lo sexual
que reconozca corporalidades, identidades, prácticas eróticas y amoro-
sas que excedan los mandatos del orden sexual y de género y, por tanto,
se restringen y acotan las posibilidades de lo sexual en un sentido amplio
(cuerpos, subjetividades y deseos) para todas las personas. ¿Cómo vamos
a contarnos que lo erótico no se reduce a la penetración del pene en la
vagina mientras basamos la única clase de educación sexual en el uso del
condón?, ¿o, acaso, son determinadas normas morales sobre lo aceptable
en el ámbito de lo sexual lo que impide hacerlo?, ¿es posible hablar de
lo anterior sin afianzar la norma de género?85 Imaginemos una campaña
de promoción de prácticas eróticas sin riesgos dirigida a personas jóve-
nes en la que se hable de penetración anal con arnés y dildo. Imaginemos
una clase de educación sexual en la que se hable del ciclo menstrual sin
reducirlo a lo femenino que explique el control reproductivo y el aborto.
Imaginemos que hablamos de la erótica sin limitarla a identidades que
dan por supuestas determinadas corporalidades y capacidades. Todavía
esto da miedo. Hablar del placer da miedo. Todavía hoy afrontar una
educación sexual con mayúsculas, que hable de la constitución biográ-
fica de sujetos sexuados, de su experiencia sexual en la norma de género,
en donde lo anterior puede aparecer porque puede formar parte de sus
experiencias, da miedo. Da miedo porque seguimos inmersos en una

85 Una forma de abordaje se puede explorar en la colección de Guías de derechos se-


xuales y reproductivos para las mujeres jóvenes que elaboré para el Instituto Canario
de Igualdad entre los años 2017 y 2018: .https://www.gobiernodecanarias.org/
icigualdad/organismo/los_servicios_al_publico/ediciones_publicaciones/publi-
caciones_del_ici/guias-sexualidad/.

140 
10. ¿La juventud está perdida? Jóvenes y sexualidad: entre el placer y el peligro

batalla cultural de lo sexual que no es nueva y que está llevando a que


te censuren una actividad, que te acosen en redes y fuera de ellas, que
te pongan un «pin parental», ¡hasta que te lleven a los juzgados!86. El
sexo siempre es culpable mientras no se demuestre lo contrario. La
narrativa del peligro es profundamente conservadora de cierta moral
sexual. El miedo se moviliza y el ataque conservador toma forma de
cruzada moral en el terreno de lo sexual.
Por un lado, la derecha social y política y los grupos ultracatólicos
apelan a ese sentimiento de vulnerabilidad para arengar contra «los pe-
ligros sexuales»: el aborto, el matrimonio igualitario, las realidades trans
en la infancia y la educación sexual en la escuela. El temor a la incerti-
dumbre de la diversidad sexo/genérica y una consideración autoritaria
de las relaciones de edad («con mis hijos no te metas» que es algo así
«como «mis hijos son míos»») pone en marcha un arsenal de combate
basado en un proyecto naturalizado de la sexualidad y la edad que jus-
tifican como «científico» y «neutral» desde el punto de vista ideológico,
donde las desiguales relaciones sociales son el correlato de las diferencias
biológicas. Su propuesta es profundamente normativizadora, excluyente
y considera lo sexual como un asunto privado.
Para dar respuesta como feministas es fundamental una visión radi-
cal de la teoría y la práctica sexual, es necesario y urgente profundizar en
ella y ampliarla. El papel del feminismo en el cambio cultural respecto
a la sexualidad ha sido fundamental desde los años setenta en el Estado
español, como Paloma Uría en El feminismo que no llegó al poder (2009)
que las feministas de los setenta eran hijas de la revolución sexual. El
feminismo fue fundamental en lo que se vino a denominar la modernidad
sexual porque puso en cuestión la naturaleza sexual y desveló los aspectos
sociales y culturales implicados en desigualdades. Pero la tensión «placer
y peligro» de la sexualidad también está presente en el feminismo, porque
la sexualidad forma parte del entramado de relaciones de género y desi-
gualdad. Cuando esta tensión cae del lado del peligro, se articula teórica-
mente desde el feminismo cultural, que considera que la opresión de las
mujeres se basa en la sexualidad y los hombres tratan de mantener su

86 Esto lo hemos vivido en los últimos años como, por ejemplo, la suspensión del
Programa Skolae (https://www.eldiario.es/navarra/skolae-coeducacion-igual-
dad-veto-parental_1_1062512.html) o en relación al trabajo de compañeras en
el plano educativo como La PsicoWoman (https://chochocharla.blogspot.com)
o Serise Sexología en La Rioja (https://www.larioja.com/la-rioja/fiscalia-archi-
va-denuncia-20200220193048-nt.html)

 141
Alianzas rebeldes

poder ejerciendo violencia sexual. Esto deriva en una concepción del sexo
como inmutable, la dualidad en la construcción de la sexualidad femenina
y masculina y en la sospecha sobre la heterosexualidad. De aquí vienen,
las derivas de un feminismo conservador que en la actualidad fortalece la
diferencia sexual, y afirma el esencialismo de «los sexos» y los peligros de
la erótica heterosexual. De nuevo el sexo es el culpable y las personas
jóvenes están en riesgo (algunos dirán que más que antes) y hay que
salvarlas de la violencia de género, la pornografía, la prostitución y ahora
también de «o queer». La coeducación en este caso, cuando toca la sexua-
lidad, corre el riesgo de poner demasiado énfasis en el «peligro sexual».
Pero, el origen de este peligro para las mujeres ¿está en una naturaleza
violenta de los hombres y en la heterosexualidad o las relaciones sociales
de género? El riesgo de individualizar y también esencializar las relacio-
nes de poder a los hombres, nos aleja del género como un entramado de
relaciones sociales y de la heterosexualidad como un ideal regulatorio. Se
individualizan cuestiones sociales, se naturaliza la diferencia sexual y el
binarismo de género. Pero, además, se reifica la masculinidad tradicional
y esto, dentro del orden de género, también esencializa la feminidad.
Porque las identidades aparecen como previas a las relaciones de género,
se fija una posición de dominio-sumisión que permite poco espacio para
la rebeldía y la disidencia. Por ejemplo, abordar la prevención de la vio-
lencia de género desde esta perspectiva tiende más a la estabilización de
las subjetividades y relaciones de género que a su transformación.
Consignas como «no te líes con chicos malos» abundan en ello.
Otro de los problemas es que se pueda llegar a asumir que hay
prácticas y/o relaciones intrínsecamente liberadoras o degradantes,
llevando al extremo la consigna «lo personal es político», que pro-
mulgue una «militancia de los deseos» y que esta militancia termine
ofreciendo un modelo de sexualidad feminista simplificador de la
complejidad del deseo, la biografía de los sujetos y localización de las
experiencias en términos históricos y sociales. Y es que el problema de
las ideas correctas es que se pueden transformar fácilmente en ideas
correctivas y nos deslizamos en el terreno resbaladizo de las desigual-
dades de poder en las relaciones de edad. Esto se enreda con la consi-
deración de la juventud desde una perspectiva adultocéntrica, donde sus
experiencias y realidades, sus intereses y dificultades quedan a expensas
de lo que pensamos que es lo mejor para ellos.
Para justificar la priorización de la acción dirigida a la juventud
sobre los riesgos, se argumenta que esta generación es más machista,

142 
10. ¿La juventud está perdida? Jóvenes y sexualidad: entre el placer y el peligro

que «vamos para atrás», algo que no se sostiene con los datos, como
agudamente han señalado María Antonia Caro y Belén González87,
o que los talleres de diversidad sexual de las asociaciones que entran
en los centros educativos los confunden ¿se nos ha ocurrido pregun-
tarles qué piensan sobre ello?, ¿se nos ha ocurrido preguntarles qué es
lo que quieren?88 No hace falta, ya lo hicieron en la huelga estudiantil
del 2018 contra el machismo y el sexismo en las aulas donde reclamaron
una asignatura de educación sexual «inclusiva, evaluable y obligatoria»89.
¿Les escuchamos?

Si no puedo bailar esta no es mi revolución

¿Acaso no podemos denunciar las desigualdades mientras nos


sacudimos el polvo? ¿Dónde queda el deseo y el placer? El exceso de
énfasis en los riesgos y el peligro de la sexualidad tiene como contra-
partida que puede convertir en tabú el discurso sobre el placer y el
deseo, desgraciadamente de esa medicina ya bebimos y contra sus
efectos secundarios seguimos combatiendo. Frente a las políticas ju-
veniles del peligro sexual estamos presenciando un desborde hacia el
placer protagonizado por mujeres jóvenes, hacia la diversidad sexual y
de género y hacia las relaciones no convencionales. Solo hace falta dar
un paseo por Instagram, por las clases de secundaria y por los pasillos
de las universidades. Pero también vemos los efectos de las políticas del
peligro en las subjetividades de las jóvenes. El miedo y el riesgo de las
ideas correctivas están dejando poco espacio para la autonomía y ha-
ciendo mella en las vivencias de la sexualidad. Jeffrey Weeks nos habla
de la importancia de la política del deseo, de una política de la elección
que defina los criterios mediante los cuales podemos elegir nuestros
propios compromisos sexuales y sociales. Para ello es fundamental re-
conocer a las personas jóvenes como agentes que actúan y transforman

87 Los datos y argumentos los aportan en este artículo Caro, M. A., & González, B.
(2017, febrero 21). «Jóvenes y violencia sexista: Alarmas, profecías y realidades»,
Píkara Magazine. https://www.pikaramagazine.com/2017/02/jovenes-y-violen-
cia-sexista-alarmas-profecias-y-realidades/
88 En el programa Salvados «Sexo: la mala educación» se aborda esta cuestión fron-
talmente.
89 https://www.elplural.com/sociedad/estudiantes-en-huelga-para-exigir-el-fin-
del-machismo-de-las-aulas_206362102

 143
Alianzas rebeldes

la realidad social, en vez de convertirlas en un receptáculo de los páni-


cos morales sobre lo sexual. Los peligros son evidentes, pero una política
del miedo no moviliza los cambios ni favorece el desborde de las normas
sexo/genéricas, muy al contrario, las estabiliza. Las posibilidades de
placer, de goce, de deseo y el disfrute de unos cuerpos en sujeción son
excesos necesarios frente a la represión, el abuso y la violencia. En la
tensión entre el placer y el peligro, se disputa la sexualidad. No una
sexualidad para jóvenes, viejas o niñas. En los espacios liminales de la
edad, en ese lugar que permite conectar lo vivido con lo que está por
vivir, podemos empezar a hablar de una política del deseo para todas.

144 
Cuarta parte

Construir alianzas.
Un feminismo más allá de la identidad
12.
No necesitamos aliados

MIQUEL MISSÉ

El pasado 2018 tuvieron lugar en Barcelona unas jornadas sobre polí-


ticas LGTB críticas tituladas Municipalismo Queer organizadas por
Barcelona en Comú. En ellas participaba Sergio Vitorino, uno de los
activistas gays portugueses más interesantes que he conocido y un in-
cansable activista contra la patologización trans en su país. En su inter-
vención, Vitorino nos contó una anécdota reveladora que había vivido
recientemente cuando salió, como cada año, a la manifestación trans de
Lisboa, un evento importante para él, entre otras cosas porque fue uno
de sus impulsores. Explicó que, en la última edición, al llegar a la ma-
nifestación se encontró con un grupo de activistas trans que sostenían
una pancarta en la que estaba escrito «No necesitamos aliados». El lema
quería expresar que las personas trans no necesitaban a las personas cis
en sus luchas, que la lucha trans es de las personas trans. Y Sergio, sin
salir de su asombro, relataba su sorpresa y también su tristeza frente a
ese repliegue identitario de una parte del activismo trans portugués. Y
yo, escuchándole, sentí esa misma tristeza porque en mi cabeza, Sergio
es también un activista trans, es uno más cuando salimos a la calle a
denunciar la transfobia de este mundo. No ser trans no le ha impedido
jamás pelearse a mi/nuestro lado contra el estigma, la violencia, y el
miedo. Y sobre todo este debate trata este artículo, sobre la tristeza y
sobre cómo conservar a todos los Sergios del mundo en nuestras luchas.
Si tienes este libro entre tus manos es porque por diversas razones un
conjunto de personas hemos sentido que queríamos divulgar nuestros
argumentos compartidos frente a la emergencia de discursos en los

 147
Alianzas rebeldes

feminismos y las luchas LGTB que nos parecen problemáticos. Entre


estos discursos se encuentra el identitarismo, es decir la convicción de que
las personas autorizadas para librar una lucha política son aquellas
afecta­das directamente por esa discriminación o desigualdad en cuestión,
aquellas que comparten una identidad concreta. Por ejemplo: el feminismo
es la lucha de las mujeres, la homofobia es la lucha de los gays, la trans-
fobia es la lucha de la gente trans, y así hasta el infinito. Las personas que
no están atravesadas en primera persona por esa desigualdad pueden
mostrar su apoyo, animar desde la barrera, pero nunca trabajar de igual a
igual la estrategia política, las acciones y los argumentarios. Este texto en
concreto viene a problematizar esta idea, muy presente en las luchas femi-
nistas y LGTB actuales, y a hacer una defensa del valor de las alianzas, de
la importancia de compartir las luchas con quienes compartimos valores
y romper con la ilusión de que por compartir una identidad compartimos
un ideario político. A la vez, aclaro, que a pesar de que quiera cuestionar
el identitarismo como forma de hacer política, creo que hay que ser pro-
fundamente respetuoso con las distintas formas en las que las personas
eligen organizarse. Es una obviedad, pero en estos tiempos quería resaltarlo:
cuestionar o discutir políticamente la estrategia identitaria no implica ne-
garla, o despreciar a quien la encarna. Dicho esto, en este texto se desarro-
lla una reflexión crítica con la deriva identitaria y a veces incluso
esencialista de los feminismos y las luchas LGTB. Pretende inspirar una
reflexión colectiva que se traduzca en prácticas políticas concretas.

Sobre el transfeminismo español

En mi experiencia como activista trans he vivido muchos momentos en los


que se me ha hecho evidente la importancia de mantener las puertas abier-
tas a quienes quieran trabajar por los mismos objetivos, independientemente
de si han realizado transiciones de género o no. Por ejemplo, la lucha por
la despatologización de la transexualidad en España nunca habría llegado
donde lo hizo sin la implicación y el incansable trabajo de muchas activis-
tas lesbianas y gays feministas. O, por poner un ejemplo actual, diría que
todas las personas que firman en este libro sienten el mismo compromiso
que yo con erradicar la transfobia y el estigma. Estos dos ejemplos tienen
que ver con una misma dinámica que ha ido creciendo en nuestro contexto
en la última década: el encuentro entre el activismo trans y el feminismo, y
lo que se ha denominado la corriente transfeminista, una cultura política

148 
12. No necesitamos aliados

muy impregnada de la crítica antidentitaria. A diferencia del contexto an-


glosajón, en donde el transfeminismo es una reacción defensiva de las ac-
tivistas trans norteamericanas frente a los argumentos beligerantes de
algunas feministas, en el caso español el transfeminismo es una alianza. Es
una relación constructiva que se forja principalmente cuando entorno al
año 2009 y sus emblemáticas Jornadas Feministas Estatales de Granada,
desde el activismo, algunas personas trans acudimos al movimiento femi-
nista para que nos ayude a combatir la patologización trans, y muchas fe-
ministas reaccionan a esa llamada con energía y compromiso. Creo que vale
la pena insistir en ello y no trasladar la narrativa anglosajona a nuestro
contexto. Aquí, entre activistas trans y activistas feministas tenemos muchas
más historias de alianzas que de rupturas. Y diría algo más, cruzarse con el
feminismo es una de las mejores cosas que les han sucedido a las luchas
trans, fue clave para desarrollar marcos para pensar lo trans lejos del inna-
tismo biológico y proporcionó herramientas para atender la dimensión
estructural y cultural de la experiencia trans. No sería honesto decir que
alianza estuvo exenta de fricciones entre las filas del activismo transexual,
que consideraba esa complicidad inoportuna y que, paradójicamente, nos
suposo el insulto a muchas personas que hemos defendido. Nos llamaron
queer, trangéneros, travestis y se argumentó que el feminismo no tenía nada
que ver con la transexualidad. (Sorprendentemente el mismo argumentario
que escuchamos hoy en voz de algunas feministas respecto a los movimien-
tos trans). Pero, a pesar de esas tensiones, el recorrido del imaginario trans-
feminista fue extenso y transformador. Entre sus particularidades se
encuentra una forma no identitaria de entender la transformación de la
normatividad de género, la capacidad de agencia de los sujetos frente a
estructuras que les atribuyen roles y recorridos vitales rígidos, o, dicho de
otra forma, que a pesar de que tú en este mundo seas una persona que no
has realizado una transición de género puedes resistirte a reproducir la
transfobia e incluso combatirla. Desde esta perspectiva, esta posición crítica
con el identitario es más que una estrategia, una posición fundamental de
la política transfeminista.

Sobre el identitarismo en las luchas trans

Como decía al principio, este artículo quiere promover una crítica al


identitarismo en nuestras luchas y para ello quería tomar como ejemplo
al movimiento trans. Actualmente estamos en un episodio de fuertes

 149
Alianzas rebeldes

expresiones identitarias por parte de muchos activismos trans, principal-


mente expresadas con el argumento de que las personas cis deben echarse
a un lado, como señalaba la pancarta de aquella manifestación trans en
Lisboa. Sin embargo, históricamente esta estrategia no ha sido muy po-
pular en el pasado de las luchas trans. En efecto, la tentación identitaria
ha estado presente desde sus inicios en este movimiento, tensada por
disputas sobre los límites de la transexualidad, quien puede nombrarse
trans y quien no, quien se opera y quien no, quien es una persona trans
auténtica y quien no, y un largo etc., (y es que, si las fronteras del sujeto
mujer son complejas para el feminismo, las fronteras del sujeto transexual
son casi imposibles para la lucha trans). Pero estas derivas nunca han
alcanzado una hegemonía en las luchas trans, principalmente porque
convivían en el tiempo con la gran pelea por la despatologización, en la
que repetíamos incesantemente que los médicos no podían decir quién
era trans y quién no. Frente a la normatividad transexual de los manua-
les de enfermedades donde se estipulaba exactamente qué características
tiene una auténtica persona transexual, las luchas trans ha librado bata-
llas cruciales para cuestionar esos mandatos y defender que el espectro de
la experiencia trans es más amplio, más plural y rico que los criterios
diagnósticos del DSM. En este sentido, el principal eslogan del movi-
miento trans de los últimos años ha sido que nadie puede evaluar nuestro
género ni autorizarnos para vivir como queramos, y después de defender
que la transexualidad no puede diagnosticarse, es muy contradictorio que
el movimiento trans pueda establecer quién es y quién no es trans. Por
todo esto, todo lo que implica de algún modo patrullar las fronteras del
sujeto trans nos resuena de alguna u otra forma a la tutela psiquiátrica. Y
diría que, precisamente, esa imposibilidad de señalar la frontera clara
entre la experiencia trans y otras posibles es una de las mayores riquezas
y ventajas del movimiento trans, una especie de antídoto contra el iden-
titarismo (aunque a veces fracasa). Podría decirse que las luchas contra la
patologización trans y el marco transfeminista mantuvieron las tensiones
identitarias del movimiento trans en un segundo plano.
Sin embargo, en los últimos años en el contexto español, el movi-
miento transfeminista ha perdido muy buena parte de su fuerza y sus
altavoces por motivos que escapan al objetivo de este artículo. La con-
secuencia es que han emergido «nuevas» corrientes de pensamiento
dentro de los movimientos trans y «nuevos» protagonistas han tomado
las riendas del debate público sobre la transexualidad. (Pongo entre
comillas esto de «nuevos» porque de hecho no es que sean nuevos, son

150 
12. No necesitamos aliados

más bien los herederos de los discursos a los que el transfeminismo arre-
bató la hegemonía de lo trans hace diez años que se han adaptado al
escenario político y social actual). En la actualidad, observamos cómo han
vuelto a emerger discursos sobre la transexualidad más esencialistas e
identitarios y sobre todo cómo se ha amplificado enormemente un intenso
debate entre algunos sectores del feminismo y algunos sectores del mo-
vimiento trans cuyo epicentro es justamente la cuestión de la identidad,
sus límites y sus excesos. Y como decía, esta dinámica se explica por di-
versos factores complejos, entre los que se encuentra la disolución de los
análisis y propuestas transfeministas.

Sobre lo que podemos aprender del debate entre luchas


feministas y luchas trans

Más allá del ruido y las dinámicas de polarización de este debate, se


intuyen preguntas profundas y complejas que puede suponer una
enorme riqueza para ambos movimientos. Pero para eso, de nuevo, hay
que trascender el debate identitario y cambiar el ángulo desde el que
se presenta el debate.
La transexualidad como institución, como imaginario, representa un
enorme reto para el feminismo. Eso no es nada nuevo, y vienen siendo
compartido por activistas trans y feministas en nuestro país desde hace
décadas. Lo que es nuevo es la forma en la que se presenta el debate,
como si se tratara de una guerra de bandos que enfrentaran a personas
trans presuntamente no feministas y feministas presuntamente cis. Si
tratáramos de rescatar las reflexiones más interesantes que ha elevado
este debate podríamos destacar dos ejes principales. Desde el sector
feminista más crítico con las reformas legislativas respecto al cambio
de la mención de sexo en la documentación oficial de las personas trans
se señala el riesgo de que se reconozca legalmente la identidad de género
autopercibida por sus posibles efectos colaterales en las políticas de
igualdad basadas en el sexo registral como las leyes de violencia ma-
chista, las acciones de discriminación positiva o el ámbito deportivo.
Desde algunos sectores del movimiento trans se alerta de las conse-
cuencias de responsabilizar a la gente trans de los usos fraudulentos de
los cambios de documentación y del peligro de poner en manos de
terceros el control de las identidades de género trans tras el enorme
fracaso de la psiquiatría en dicha tarea. Ambas críticas son pertinentes y

 151
Alianzas rebeldes

nos obligan a pensar con mayor detenimiento el diseño de las políticas


públicas trans y feministas. Lamentablemente, el debate no aborda este
reto, sino que se ha dejado vencer por una dinámica de acusaciones cru-
zadas. Algunas feministas acusan a las personas trans de que su forma
de entender el género no hace más que reforzar la normatividad y las
convierte en sospechosas de ser cómplices con el sexismo. Algunas per-
sonas trans distribuyen acusaciones de transfobia a cualquiera que quiera
abordar la relación entre transexualidad y normatividad de género desde
un marco feminista y por lo tanto estructural. Es un callejón sin salida.
Y además alimenta un falso debate. Cada vez que he escrito en este
texto «las luchas feministas y las luchas trans» lo he hecho con muchas
contradicciones porque es de alguna forma aceptar el marco de que son
dos luchas distintas en esencia. Lo cierto es que no es así, que no se nos
condena a una partida de tenis entre dos polos. Existe una propuesta
política que desde hace años en este país trata de atender con el mismo
empeño la crítica al esencialismo de género en las experiencias trans y la
legitimidad de las transiciones de género en una sociedad binaria. Es
cierto que esta postura política ha estado rezagada o incluso fuera de juego
durante buena parte de este debate, pero probablemente eso se explique
por la imposibilidad misma de debatir en este marco, por la percepción
de que no hay espacio para la complejidad y el miedo al linchamiento.
En cualquier caso, publicar este libro forma parte del empeño de muchas
personas en sacar de nuevo a flote una propuesta feminista que incorpore
los aprendizajes y retos de las luchas trans, entre otros.
Halberstam señalaba en su imprescindible trabajo Masculinidad feme-
nina que la transexualidad es la política de la contradicción. Y es que la
transexualidad no tiene por qué ser particularmente revolucionaria pero
tampoco tiene por qué ser normativa. Pero, a la vez, es particularmente
revolucionaria pero también particularmente normativa. Tiene ese doble
efecto mediante el que dinamita el sistema de género a la vez que lo
apuntala. Por eso es tan difícil hacer una política trans feminista y es tan
necesario. El feminismo es probablemente lo mejor que le puede pasar a
la política trans, porque está preocupado por sus excesos, sus límites y sus
retos. Y la política trans es también clave para el feminismo, porque le
recuerda que más allá de la estructura, está también la agencia, la super-
vivencia, y la promesa de que la libertad es posible incluso en un mundo
binario y cargado de imposiciones culturales de género. Las luchas femi-
nistas y las luchas trans se necesitan las unas a las otras para construir un
mundo más complejo, su enfrentamiento es una derrota colectiva.

152 
12. No necesitamos aliados

Sobre la emergencia de lo «cis»

Sin duda, la discusión actual respecto a los derechos de las personas trans
que enfrenta a sectores del feminismo y del movimiento trans, se desgrana
en múltiples debates importantes, pero en este texto quería centrarme en
el debate respecto al identitarismo. Concretamente a la presuposición
por parte de algunos activismos trans de que las personas que no han
realizado transiciones de género no pueden comprender la experiencia
trans y cuando argumentan críticamente lo hacen desde el pedestal de
su «privilegio cis». Quizás una de las contradicciones más importantes
de la estrategia identitaria es que a pesar de que puede resultar muy
empoderadora para el grupo de iguales que la protagoniza, es proble-
mática en la forma que configura al «otro», a su antagonista. Poder
nombrar a nuestro supuesto antagonista, las personas cis, es algo muy
reciente en el contexto español. Durante mucho tiempo no teníamos
ni siquiera una palabra para nombrar a quienes no habían realizado
transiciones de género y dábamos vueltas con frases subordinadas para
explicitar que tal persona no era trans. La emergencia en nuestro len-
guaje de la categoría cis, que desde un punto de vista de la economía
lingüística era una categoría interesante, aceleró a un ritmo frenético
la deriva identitaria. La palabra «cis» ha esencializado la frontera en-
tre lo trans y lo cis, como si fuera algo tangible y como si las personas
cis fueran distintas a las personas trans. Estoy convencido de que no
lo son, han vivido experiencias distintas en relación con el género, pero
no son dos tipos distintos de personas. Es además enormemente con-
tradictorio, porque todo este relato se da en el marco de un discurso que
defiende la fluidez absoluta de las experiencias trans, pero condena a la
rigidez total a las personas cis. No es casual tampoco que en plena
emergencia de la categoría cis emerja también el dualismo binario/no
binario, conceptos que se utilizaban más bien para hablar de imaginarios,
utopías o ideologías, han devenido ahora categorías identitarias. Como
decía antes, la configuración de comunidades políticas en torno a iden-
tidades puede tener un sentido en un momento vital concreto para
muchas personas. Pero si de lo que se trata es de transformar el mundo
y no solo a ti, diría que la estrategia identitaria tiene enormes limitacio-
nes. Para empezar, porque dibuja y encorseta al «otro», en el mejor de los
casos le atribuye características, ideas y motivaciones, en el peor le asigna
la voluntad de dañarnos, discriminarnos o hacernos desaparecer. Noso-
tras, las personas que hemos sido configuradas por discursos

 153
Alianzas rebeldes

discriminatorios y alienantes y que hemos combatido con fuerza que


nos nombren y definan, deberíamos procurar no reificar a nuestros an-
tagonistas. ¿Las personas trans, que hemos denunciado la definición
psiquiátrica porque nos encorsetaba terriblemente, porque definimos
ahora a las personas cis y les atribuimos formas determinantes de vivir
su género? No solo no me parece justo, sino que sobre todo no me
parece estratégico. Si yo digo que la transfobia es una cosa mala que la
gente cis le hace a la gente trans casi todo el mundo reparará en que es
de un simplismo absoluto, pero lamentablemente a veces parece que
nuestras estrategias políticas respondan a esa definición del problema.
Obviamente, la transfobia no es patrimonio de las personas cis, en el
movimiento trans se dan constantemente derivas excluyentes como se-
ñalábamos al principio de este texto, pero sobre todo la transfobia no
es tanto un ejercicio individual como un edificio en el que habitamos
todas las personas. Es una desigualdad estructural. Podemos seguir ima-
ginándola en manos de personas cis que mediante acciones intencio-
nadas nos arrebatan derechos, pero la realidad es que el engranaje es
mucho más complejo. Y, finalmente, la experiencia y la historia nos
dicen que muchas personas cis se han rebelado contra la transfobia sin
ser trans porque les parecía que se trataba también de sus libertades.

Sobre las consecuencias de todo esto

En plena emergencia del identitarismo se han acelerado también las cam-


pañas contra personas concretas en nombre de la lucha contra la transfobia.
O por decirlo de otra forma, el identitarismo es el abono de la cultura del
linchamiento. Ambas dinámicas están estrechamente relacionadas y tienen
que ver con una forma de entender el debate político. Un debate en el que
el «otro», el que habita la identidad del poder y privilegio, tu antagonista,
es de partida una amenaza, así que debe demostrarte que no es amenazante
porque de otro modo merece la pena ser derribado. Ya no es solo que in-
corporemos que quien no piensa como uno merece ser derribado, sino que
al final es algo que se extiende a quien no tiene la misma identidad de uno.
(Y, si no, pensemos en luchas identitarias que sean profundamente respe-
tuosas con el disenso político y promuevan marcos de diálogo con sus ad-
versarios políticos). Pero más allá del planteamiento ético que subyace a
estas formas de pensar el debate político, que se discuten ampliamente en
otros artículos de este texto, el problema es que la cultura del señalamiento

154 
12. No necesitamos aliados

es poco productiva políticamente, en el sentido de que produce pocas trans-


formaciones en los individuos a los que se señala.
El señalamiento moviliza sentimientos de culpa, y la culpa es una
autopista al esencialismo. Si le decimos constantemente a la gente cis
que no desear los cuerpos de las personas trans es transfobia probable-
mente emerjan defensas esencialistas de la orientación sexual. Si le de-
cimos constantemente a la gente trans que su forma de vivir el género
reproduce la normatividad sexista, es muy probable que alguna gente
trans ante tal acusación respondan argumentando que la transexualidad
no es una elección sino un destino biológico sobre el que no se tiene
agencia. Es exactamente lo que estamos viendo, exactamente como hace
cincuenta años, cuando la acusación de vicio y frivolidad llevó a activis-
tas trans a pensar que el relato de la enfermedad mental se ajustaba
mucho mejor a la realidad y favorecía la conquista de derechos. Al
movimiento trans le ha costado décadas salir del biologicismo de la
transexualidad y desarrollar posturas políticas complejas que abarquen
la tensión entre denunciar el binarismo de género y defender a la vez a
quienes buscan en las transiciones de género vidas más habitables. Ha
sido difícil construir el edificio de la crítica transfeminista porque el
equilibrio entre la estructura y el individuo es siempre complejo. Pero
es posible. Ni las transiciones de género tienen que ver con algo innato,
ni se trata de promover la transición en un gigantesco casino del género.
Se trata de hablar de la agencia y de la libertad en el itinerario trans
pero también de sus límites. Y esa misma complejidad es la que debe-
ríamos promover a la hora de definir estrategias para la transformación
social. Las personas cis son igual de complejas que las personas trans,
tienen tensiones con la normatividad de género como las personas
trans, tienen malestares corporales como las personas trans. En distinto
grado, probablemente, pero en cualquier caso en el mismo termómetro.

Sobre los hombres

Sigue siendo más fácil abordar la crítica al identitarismo poniendo como


ejemplo a la lucha trans que a la lucha feminista. Pero de hecho se trata
del mismo engranaje con parecidas consecuencias. Es más, el movi-
miento trans ha aprendido del feminismo buena parte de su relato
identitario. Al final la reflexión es la misma, aunque mucho más impo-
pular, porque los discursos identitarios en el feminismo son mucho más

 155
Alianzas rebeldes

antiguos y han calado con más fuerza. Y cuando digo la misma, me


refiero a que los hombres son igual de complejos que las mujeres, tienen
tensiones con la normatividad de género como las mujeres, tienen ma-
lestares corporales como las mujeres. En distinto grado, probablemente,
pero en cualquier caso en el mismo termómetro.
A activistas trans lisboetas les diría sin duda que no solo necesitamos
aliados, sino que tenemos que dejar de tratar a la gente cis como alia-
dos, cesar de marcar una diferencia de rango entre quienes se acercan
a las luchas sociales en base a su identidad y tomarnos en serio su
compromiso político por transformar las injusticias sociales. Y exacta-
mente lo mismo sobre el papel de los hombres que se comprometen
con el feminismo.
En el momento actual, el identitarismo trans tiene distintas ramifi-
caciones. Por ejemplo, algunos de estos discursos están siendo sostenidos
por algunos sectores del feminismo que señalan que dentro de lo que se
denomina el espectro trans existen identidades que nada tienen que ver
con lo trans. Si miramos al contexto anglosajón, donde estos debates
llevan existiendo desde hace mucho más tiempo, se observa de hecho
una alianza entre el sector más esencialista del movimiento trans y el
sector más identitario del feminismo: ambos comparten que la transe-
xualidad es una cosa muy concreta y delimitada y que dentro del mo-
vimiento trans hay una especie de intrusismo que debe combatirse. En
nuestro país no existe todavía un discurso fuerte dentro del movimiento
trans que abogue por expulsar a estos intrusos, pero lamentablemente
creo que puede llegar en cualquier momento.
En una interpretación rápida de la batalla campal que se libra entre
estos sectores feministas y algunes activistas trans podríamos deducir
que el movimiento trans estaría dividido por un sector más esencialista
(y hasta ahora minoritario), que concuerda con estas feministas y que
piensa efectivamente que hay que depurar el sujeto trans, y otro sector
más posmoderno (y hasta ahora mayoritario) y abierto, que piensa que
las fronteras de lo trans no pueden patrullarse y que hacerlo es un ejer-
cicio de transfobia. En las cabezas de muchas personas que tratan de
descifrar este complejo debate se interpreta a este segundo sector como
el sector transfeminista y creo que es importante matizar esta idea. En
mi interpretación, la voz mayoritaria del debate trans es una mezcla de
activismos esencialistas de lo trans y de interpretaciones muy neolibera-
les del transfeminismo, que comparten como objetivo una determinada
reforma legislativa y se otorgan el monopolio de la lucha contra la

156 
12. No necesitamos aliados

transfobia en nombre de un identitarismo trans muy excluyente con la


gente cis. En el epicentro del movimiento trans más autorizado en el
debate público hay un magma de posturas y tradiciones políticas bas-
tante contradictorio, un menú a la carta de argumentos que a veces
parecen inconexos. El identitarismo es quizás el más problemático, por-
que si efectivamente el sujeto trans es frágil y difuso, es extraño ese
señalamiento tan fuerte del privilegio cis.
Bajo mi punto de vista, la propuesta transfeminista, al menos la
que mucha gente tenemos en la cabeza, sería algo así como un tercer
sector del movimiento trans que todavía no ha emergido con fuerza
en este debate porque, entre otras cosas, se está pensando. Pero diría
que entre sus coordenadas estarían una crítica al esencialismo trans y
a sus identitarismos, pero también una crítica a la mirada individualista
respecto a las transiciones de género en favor de una mirada estructural
y por lo tanto feminista de la cuestión trans.
Una de las dinámicas más problemáticas de los activismos trans actua-
les (y cuando digo discursos me refiero desde a los artículos hasta los tuits
que se publican) es que han incorporado una mirada identitarista que
dificulta la construcción de puentes y diálogos. Digo que la ha incorporado
porque pienso que es una deriva reciente, como explicábamos más arriba.
Y, para ser justos, no es que el movimiento trans esté haciendo nada
particularmente mal, sino que el identitarismo es un pesado manto que
ha cubierto y ensombrecido muchas luchas sociales recientes.

 157
13.
Dime cómo te identificas
y te diré qué me chirría

SEJO CARRASCOSA

Las lesbianas no son mujeres.


M. Wittig. El pensamiento heterosexual

Que menos que para empezar cite a Wittig y su magistral sentencia


como forma de reflexionar, dentro de mis limitaciones metodológicas,
sobre las identidades sexuales, genéricas y de deseo sexual, en el intento
de ver un poco de luz en lo que se refiere al sujeto político en los mo-
vimientos de disidencia sexual. La cuestión del sujeto político está ligada
a lo que se suele entender por identidad y la identidad ha sido una
cuestión que está íntimamente unida a la especie humana. Diferenciarte
de los demás parece ser una «necesidad» inherente al individuo, es más,
es lo que constituye al individuo en sí. Las identidades colectivas han
supuesto a lo largo de la historia un motivo de reconocimiento, sobre
todo basado en la «diferencia»: yo soy diferente al otro, nostres somos
diferentes a vosotres, a elles.
Las diferencias no siempre tienen que situarse en un orden jerár-
quico; es decir las diferencias pueden ser vividas como una parte más
de la diversidad sin que haya lugar a la desigualdad. Es en este caso
donde la identidad no solo no es vivida como marginación ni opresión,
ni siquiera es vivida como injuria. Hay identidades que pueden ser
vividas, vividas como un simple apetito, costumbre o deseo. Existen
las identidades que no friccionan ni colapsan, si no al revés, que pue-
den enriquecer con matices o nuevos tropos la existencia en común.

 159
Alianzas rebeldes

Por mucho que un sector de la población prefiera, frente a otro, la


tortilla de patatas con cebolla, el mar o la montaña para pasar las vaca-
ciones, el café sin azúcar, las películas sin doblar y con subtítulos, esto
no supondrá más que algún pequeño conflicto convivencial de no muy
difícil resolución: se pueden hacer dos tortillas, una con cebolla y otra
sin ella, se va de vacaciones a la hermosa cornisa cantábrica donde el
mar y la montaña están juntas, se hace una cafetera grande y quien
quiera se pone azúcar en el café, y se puede ver la película en colectivo
con auriculares para el público que la prefiera doblada a su idioma.
Sin embargo la identidad adquiere una importancia esencial cuando
esta se convierte en la base de la cuestión política. Su importancia tiene
que ver con que la opresión, la desigualdad y la marginación son estruc-
turas a cuestionar, a abolir y es importante determinar quién las padece.
A lo largo de la historia la identidad se ha construido como una nece-
sidad de delimitar el sujeto político oprimido. Ha sido, y es, una forma
clara de visibilizar a determinados sujetos ante conceptos universales que
servían para difuminar una realidad cuando menos injusta. Son muchos
los ejemplos de esta confrontación que resulta un continuum en el de-
venir de eso que se llama humanidad. La plebe y la casta patricia, la
población esclava y sus propietarios, las creencias religiosas minoritarias,
la clase proletaria y la burguesía pueden ser ejemplos de esta dualidad.
Pero también otros como la raza, el sexo o el deseo sexual han sido, y
son, motivos de desigualad, dando lugar a conceptos como raza, mujer,
y, en el caso del deseo, persona pervertida, desviada, pecadora o enferma.
Y son precisamente estas identidades, y el cuestionamiento de sus lími-
tes, las que en estos momentos están en nuestra palestra. Esta palestra
es el feminismo y su ad later la disidencia sexogenérica.
Así pues el sujeto político entra en escena. En los últimos tiempos
hemos vivido cómo en el feminismo han surgido debates, a veces, otras
veces descalificaciones sin más, sobre el lugar que ocupan los cuerpos que
no son hembras de la especie humana en el feminismo, es decir las mu-
jeres transexuales. Por extensión este debate se ha ido agrandando y tam-
bién ha surgido un cuestionamiento de la prostitución y de si el trabajo
sexual puede considerarse trabajo. En este tema, solo quisiera apuntar
que parten de una misma matriz, que no solo es blanca, colonialista, de
clase media y totalmente cisheteronormativa, sino que es un ejercicio
de silenciamiento e invisibilidad tanto de las personas trans como de
las trabajadoras sexuales. El quitar la voz, el hablar por boca de las otras,
con la falta de humildad y empatía que esto representa, siempre ha sido

160 
13. Dime cómo te identificas y te diré qué me chirría

un privilegio al que el cisheteropatriarcado nos tenía acostumbradas y


que ahora nos produce indignación cuando se usa desde postulados
feministas. Pero sigamos con la cuestión del sujeto político y de las
identidades, para ello me gustaría utilizar como ilustración un par de
experiencias vividas en el seno del activismo.

Interin I:
Del variado mundo de las identidades sexogenéricas

Un grupo de jóvenes y/o adolescentes entre 17 y 22 años (utilizo esta


terminología porque en mis cortas entendederas no sé bien los límites
sociológicos o legales de estas definiciones) se pone en contacto con
Lumagorri Chat por medio de una persona conocida. Este grupo se
formó asistiendo a una manifestación del 28J. Tras descubrir sus aficio-
nes comunes crearon un grupo de Whatsapp para reunirse de vez en
cuando para compartir sus aficiones, dudas e inquietudes. Desde en-
tonces se suelen juntar de vez en cuando, sobre todo en casa de una de
las participantes que tiene una movilidad reducida por su diversidad
funcional. En este grupo, compuesto por doce personas además, se dan
otras circunstancias remarcables, a mi entender. Cinco son racializadas,
seis de ascendencia latinoamericana y/o africana, tres de ellas pertene-
cen a familias monomarentales precarias, una persona en situación de
acogida por las instituciones debido a la LGTBfobia familiar y otra se
mueve en una silla de ruedas. Una miscelánea que puede ser el reflejo
de la sociedad.
Con este grupo se planteó hacer una actividad desde una perspectiva
–no hay que negarlo– totalmente maternalista. Se trataba de crear un
espacio cómodo para un encuentro intergeneracional, con la perversa y
adoctrinadora intención de introducirles en las diferentes prácticas del
activismo y con el objetivo de lograr una mínima toma de conciencia
que les sirviera como herramienta para su formación. La actividad con-
sistió en la proyección de la película Pride (2014).
En la presentación fue sorprendente que, además de la edad y el
nombre, todo el mundo se presentaba proclamando su identidad sexual,
de género o de atracción, que ya no queda claro ningún concepto bajo
el extraño paraguas de lo LAGTBIQ+.
Dos chicos jóvenes se identificaron como gays, una género fluido,
otra gender queer, otra no binaria y otra no binarie. Completaban el

 161
Alianzas rebeldes

grupo una neither, una pansexual, tres bisexuales y una escoliosexual.


Quien suscribe estas líneas confiesa que tiene como insana afición la de
releer la Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebbing e ir guardando en un
cuaderno las diferentes parafilias conocidas o las nuevas que salen a la
luz. Pero ni siquiera ese acercamiento por catalogar y archivar las lla-
madas «perversiones» sexuales me permitía comprender de qué me
estaban hablando. Tras la pregunta por las diferencias entre género
fluido, gender queer, no binaria y no binarie, respondieron como si de
tomarles el catecismo se tratara, con respuestas de carrerilla que direc-
tamente no entendí, por sus matices y conceptos. Las identidades para
esta gente joven, adolescentes, era una forma importante de estar en el
mundo, una forma de singularidad, la identidad confundida con la in-
dividualidad, sus identidades no parecían nombrar su existencia sino
etiquetar sus diferencias.

Escolio: las olimpiadas de la opresión


Si nos remontamos a los setenta, los debates que se producían en los
incipientes grupos de liberación homosexual fueron radicales y escla-
recedores. No hay que olvidar el contexto histórico en el que se produ-
cían. Desde los postulados que habían surgido del Mayo del 68, por un
lado, y de la llamada contracultura que se estaba dando en los Estados
Unidos, hasta el contexto antiimperialista y de contestación que se
producían en otras partes del planeta: Palestina, Latinoamérica, Che-
coslovaquia, México. Esta efervescencia de luchas era un fresco cues-
tionamiento de las políticas clásicas de izquierda que se habían
establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Es en este escenario donde
la identidad homosexual es cuestionada desde las posturas radicales, con
análisis marxistas de nuevo cuño. El presupuesto del que se partía era
que la diferencia homosexual/heterosexual era un falso dilema, ni las
prácticas ni la preferencia afectiva o sexual suponían una identidad. La
identidad venía producida por la prohibición u opresión de las mismas.
Era el régimen patriarcal el que las generaba y jerarquizaba como forma
de sometimiento y represión.
No podemos olvidar que la identidad es siempre un efecto y no una
causa. La criatura bollera, el niño marica recibe la identidad como insulto,
como injuria, como una suerte de estigma que arrastrar. Por eso el marica
tiene que inventarse en un mundo que no es el suyo y por eso las

162 
13. Dime cómo te identificas y te diré qué me chirría

bolleras, las lesbianas, no son mujeres, no existen en el contrato social


que es la heterosexualidad. La identidad nos es necesaria para vivir, la
identidad nos hace pertenecer a un grupo al mismo tiempo que nos
diferencia de otros grupos, de otras formas de sentirse idénticos. Hay
discursos, relatos que nos dan sentido, son porciones pequeñas de gran-
des relatos que nos dotan de una cierta sensación de unidad.
En El padrino, en una reunión cuyo objetivo es acabar con una gue-
rra de familias mafiosas, Don Vito Corleone pronuncia una frase me-
morable: «¿Cómo hemos podido llegar a esto? No es personal, son
negocios». Si extrapoláramos la frase, y la situación mutatis mutandi, a
lo que estamos viviendo dentro de la diversidad sexual con las diferen-
tes identidades sexogenéricas quedaría así: «cómo hemos podido llegar
a esto? No es individual, es política».
Lo personal es político, sí, está claro, pero lo político siempre es
colectivo, ningún deseo personal, simplemente por el hecho de ser deseo,
puede convertirse en un derecho, lo que no quiere decir que ese deseo
no sea realizable. Y si no es cierto que estemos asistiendo a una guerra,
sí lo es el que el insulto y la descalificación son las únicas herramientas
usadas ante la falta de representación o representación incorrecta de una
multitud de identidades. Sabemos que las siglas LGTBI* plus no son
más que un paraguas en el que se refugian las diferentes identidades
del chaparrón de la heteronormatividad. Sabemos que no hay lugar
para el debate si queremos hacer política dentro de unas estructuras,
de eso que se podía denominar las olimpiadas de la opresión.
Que haya tantísimas «identidades» sexuales, ¿a qué se debe? ¿No ha
terminado siendo el sexo, un producto más dentro de los pasillos del
gran mercado del capitalismo donde uno escoge lo que considera que
va mejor para su imagen? No debemos caer en la confusión entre con-
sumir y construir la identidad. Nadie tiene el monopolio de la lucha, ni
de la identidad, porque la lucha solo puede ser colectiva, y la identidad
una ficción política que es posible redefinir.
El problema es que huyendo de las identidades binarias caemos de
lleno en otras identidades igualmente coercitivas. El imperativo de gé-
nero transgresor vuelve a crear nuevas jerarquías, dependiendo de si eres
más o menos queer o más o menos fluido, lo que nos habla del retorno
a la identidad rígida allí donde más se pretendían transgredir las iden-
tidades de género. No olvidemos que, a fin de cuentas, la identidad se
basa en modelos sociales propuestos para responder a la pregunta sobre
qué soy, la subjetividad se pregunta por el quién soy y deja más abierto

 163
Alianzas rebeldes

el campo. Como bien dijo el filósofo más queer que conozco, Spinoza:
llamamos libertad a la ignorancia de las causas que nos determinan.
Es cierto que la proliferación de identidades puede despistar y en-
tretenernos de no perder la verdadera fuente de la opresión: la norma
cisheterosexual. También es cierto que la multitud de identidades socava
la norma cisheteronirmativa en sus principios, a la vez que cuestiona los
rígidos conceptos de las personas dentro sus privilegios cisheteronor-
mativos a las que no les da el cerebro para pensar en otras formas de
relacionarse, de desear y de estar en el mundo.

Interin 2: ¡Piedra, papel… tijeras!

En la ya desaparecida Sare Transbollomaribi de Vitoria Gasteiz, aunque


dedicada en especial a generar respuestas ante las agresiones al colectivo,
se decide realizar un cartel para publicitar el 26 de abril, día de la visi-
bilidad lésbica. En el cartel se representaban dos manos con los dedos
índice y corazón extendidos y contrapuestos, en el espacio entre sus
nudillos llevan pintada unas rayas negras, la imagen pretende ser una
alegoría de cuatro piernas de mujer y sus pubis. En el cartel reza la frase:
«Piedra, papel… Tijeras!». La intención es visibilizar una práctica sexual,
la tijereta, entre mujeres con la imagen del juego infantil. La imagen es
colgada en diferentes redes y en una de ellas se recibe una queja o de-
nuncia anónima en la que se acusa a la Sare de transmisoginia por in-
visibilizar a las lesbianas transexuales que tienen pene, y un miembro
de la red sin debatirlo en la asamblea decide eliminar el cartel de las
redes. Quedó claro que la intención del cartel no era la visibilidad de la
diversidad corporal de las lesbianas. De hecho, no se representaba un
cuerpo sino unos dedos de unas manos. Se podían haber recibido
críticas de las lesbianas racializadas por que los dedos eran solo blan-
cos, de las que tienen diversidad funcional motriz de articulaciones
inferiores por amputación o inmovilidad, de las lesbianas gordas cuyos
dedos son rechonchos, de las lesbianas mayores con pieles arrugadas,
de las que hacen sexo con un mínimo de tres personas o de las bi-
sexuales… pero solo fue una mujer lesbiana con polla la que se sintió
in visibilizada. A muchas se nos vino a la cabeza las reflexiones sobre
el falocentrismo y el genitalismo del feminismo, o de los gays cuando
se ocupaban de más cosas que la moda, la depilación y las competi-
ciones sexuales, de otros tiempos donde el debate, por lo menos,

164 
13. Dime cómo te identificas y te diré qué me chirría

cuestionaba privilegios y deseos desde lo personal entendido como po-


lítico y por ende colectivo y no de las individualidades preocupadas por
«lo suyo». Y es que de nuevo la polla sigue siendo el epicentro del tema.

Escolio: «¿Qué hay de lo mío?»

Los distintos grupos defienden los derechos basándose en una sola


etiqueta y de forma homogénea. Incluso los mismos colectivos de per-
sonas con discapacidad (las personas sordas o ciegas, personas con dis-
capacidad física, o intelectual…) defienden sus espacios y derechos de
manera aislada. También, el movimiento feminista defiende y lucha por
la igualdad de género, pero no piensa en las afrodescendientes, en las
mujeres de las zonas rurales, que ni siquiera tienen acceso al concepto
de igualdad de género; ni en las mujeres y niñas con discapacidad, que
tienen falta de acceso a los derechos sexuales y reproductivos, por ejem-
plo. No sabemos cuántos indígenas con discapacidad hay, cuántos son,
dónde están. Por eso es importante que desde los feminismos se abran
nuevas sensibilidades que enriquezcan el sujeto político, es necesario
seguir cuestionando el sistema de opresión a la vez que cuestionamos
nuestras propias teorías. El feminismo no puede estancarse en un sujeto
mujer, blanca, autóctona, capacitada y cisheterosexual. Es más, debe
pensar si esas categorías no son -que lo son- constructos occidentales
y colonialistas.
El término «política de identidad» se popularizó por primera vez
en el manifiesto de 1977 del Combahee River Collective, una organi-
zación de activistas feministas negras. En una entrevista, Barbara
Smith, una de las fundadoras del colectivo, aborda los errores comunes
en los que suele caerse en el uso actual del término. Según Smith, «los
usos actuales del concepto a menudo son muy diferentes de lo que
pretendíamos. No queríamos decir en absoluto que trabajaríamos con
personas que solo eran idénticas a nosotros» Insiste, «creíamos firme-
mente en las coaliciones y en trabajar con personas de diversas identi-
dades en problemas comunes».
La interseccionalidad es en realidad una idea bastante sencilla: si
las formas de prejuicio tienen la misma raíz, crecer a partir de la es-
tructura de poder dominante del «patriarcado capitalista supremacista
blanco» –como dice la creadora del concepto Bell Hooks–, desafiar un
aspecto del poder estructural, solo es totalmente ineficaz. Quizá la

 165
Alianzas rebeldes

interseccionalidad puede ser una herramienta que nos permita crear un


relato, un relato político que sume (más que reste) y que no difumine,
en aras de una visión personal y esencialista, el enemigo a combatir. O
quizá, como se cuestiona desde posturas decolonialistas, la interseccio-
nalidad se convierta en otra forma de jerarquizar cuerpos y realidades.
Pero lo que es seguro es que si buscamos en nuestras necesidades más
irreductible siempre podemos encontrar un buen puchero para com-
partir en compañía. Solo el tiempo y el debate sosegado pueden dar luz
a espacios y tiempos donde el desencuentro no nos haga olvidar el
enemigo común.

166 
14.
Los hombres en el feminismo

JOSETXU RIVIERE ARANDA

En los últimos tiempos ha aumentado el interés de los hombres por el


feminismo y su presencia en los actos públicos feministas, 8 de marzo,
25 de noviembre.90 El empuje del movimiento feminista está haciendo
preguntarse a muchos hombres cuál es su papel y su responsabilidad en
conseguir una sociedad igualitaria. A su vez, esta situación también plan-
tea qué aportación, qué lugar, qué tareas podemos asumir los hombres
en ese esfuerzo de emancipación colectiva que suponen hoy las pro-
puestas de los feminismos.
Situar a los hombres en el feminismo tiene como objetivo dotarnos
de herramientas y espacios que impulsen y multipliquen nuestra impli-
cación efectiva y real a favor de la igualdad, supone que asumamos como
propio el conjunto de ideas, análisis y propuestas a favor de una sociedad
igualitaria y sin discriminación sexista, que es lo que conforma el fe-
minismo, y plasmar todo ello en acciones concretas. Resulta difícil
pensar que se pueda producir un cambio social profundo y duradero a
favor de la igualdad sin que el conjunto de la ciudadanía crea y trabaje
a favor del mismo y, por tanto, sin contar con una mayoría significativa
de hombres que la asuman como propia. Ese trabajo que debemos

90 En el artículo utilizaré hombres y mujeres refiriéndome a aquellas personas que


se identifican con esa identidad de género, aunque soy consciente de que ese bi-
nomio no recoge la totalidad de identidades que existen y el hecho de que en sus
márgenes y entre ellas hay movimientos y debates.

 167
Alianzas rebeldes

realizar los hombres supone poner en cuestión nuestras identidades de


género, nuestros aprendizajes, nuestras ventajas y privilegios y, en gran
medida, nuestra estructura social.

Es urgente interpelar e involucrar a los hombres


para impulsar los cambios

Cada vez nos encontramos con más hombres que no están de acuerdo
con formar parte de una sociedad sexista, que se sienten incómodos con
los mandatos de género y con las ideas preconcebidas sobre ser hombre
en las que se han socializado, y que no están de acuerdo con la discri-
minación y desigualdad sexista que se derivan de una posición social de
ventaja masculina. Esas posiciones favorables a la igualdad en el plano
de las ideas van en aumento. Así, un estudio de la revista Contexto en
2018 indicaba que el 45.1 % de los hombres se siente (mucho o bastante)
feminista y en Euskadi el 99 % de los hombres piensa que la igualdad
de mujeres y hombres es un tema importante en nuestra sociedad91. En
el plano práctico, político, social y cotidiano, sin embargo, esa implica-
ción de los hombres en los cambios concretos no está al mismo nivel
que lo expresado en las encuestas: por ejemplo, los hombres representan
apenas el 7.4 % de las excedencias para cuidado de criaturas en Euskadi
y un 15.4 % en el caso de cuidados a mayores y dependientes. La violen-
cia machista, la brecha salarial, la discriminación,., nos indican que las
resistencias a la igualdad estructurales, colectivas e individuales siguen
estando ahí. Queda mucho trecho que recorrer para conseguir la igual-
dad y, en ese camino, debería ser una preocupación constante en el fe-
minismo y en la lucha por la igualdad cómo y de qué manera sumamos
más hombres, no solo para que se identifiquen con las ideas de igualdad,
sino para que su vida cotidiana, sus prácticas sociales y políticas contri-
buyan a conseguirla. Para ello, además de interpelar directamente a los
hombres y pedir responsabilidades, debemos también reflexionar sobre
nuestro papel y lugar en el espacio feminista. Es decir, debemos cam-
biar. ¿Dónde lo hacemos? ¿En qué corriente de ideas enmarcamos esta
lucha? ¿Desde qué organizaciones feministas los hombres podemos

91 Barómetro sobre Feminismo realizado por 40dB para CTXT. 2018. https://bit.
ly/3aXM1Da; En Euskadi, encuesta del Gabinete de Prospección Sociológica de
la Presidencia del Gobierno Vasco. 2019.

168 
14. Los hombres en el feminismo

impulsar el cambio social hacia la igualdad? ¿Debemos organizarnos


exclusivamente de manera separada en grupos solo de hombres? Al
plantear si el feminismo también debería ser un espacio que incluyera
la participación de los hombres, surgen hoy debates que versan sobre el
mismo carácter del espacio feminista. Esto es, si este es un espacio de
lucha y cambio social exclusivo de las mujeres, es decir, de quienes sufren
fundamentalmente la opresión sexista y la desigualdad o si, por el con-
trario, entendemos que el sujeto político de una lucha emancipadora
puede estar formado por todas aquellas personas que tienen la volun-
tad y el convencimiento de que los derechos humanos deben ser pa-
trimonio del conjunto de la ciudadanía y están dispuestas a trabajar
para que desaparezcan las desigualdades sexistas.
No creo que tengamos respuestas sencillas y simples a estas cuestio-
nes. Está claro que los hombres no somos discriminados por serlo, ni
soportamos la desigualdad y la discriminación sexista como las mujeres.
Sin embargo, muchos hombres y mujeres participamos en otras luchas
sin ser directamente afectadas, bien porque creemos en una sociedad
mejor y consideramos que, como parte de la ciudadanía, debemos in-
tervenir, bien porque las situaciones de injusticia y falta de derechos nos
parecen insostenibles y pensamos que deben desaparecer. Si nos plan-
teamos que solo el grupo específico que sufre una discriminación es el
legitimado para organizarse y trabajar para que desaparezca, debemos
preguntarnos si podemos ser antirracistas siendo blancos, pertenecer a
redes de apoyo a los derechos de las personas refugiadas sin serlo, im-
pulsar colectivos que denuncian los abusos del Estado sin ser directa-
mente afectados o si debemos denunciar a ETA sin haberlo sufrido
directamente. Muchos grupos sociales que luchan y se movilizan están
compuestos por personas que participan en ellos desde posiciones éticas
y políticas, al margen de la manera en la que les afecta esa discriminación
personal o colectivamente. La defensa de la igualdad debería ser un
esfuerzo cívico al margen de si somos hombres o mujeres o si nos de-
finimos como hetero, gay o… Está claro que los colectivos afectados
por una discriminación deben ser sus protagonistas principales, sus vo-
ces y referentes. En ese sentido, no se trata de poner en cuestión a las
organizaciones feministas, ni la necesidad de que existan espacios y
acciones exclusivamente protagonizados por mujeres, ni de cuestionar
el protagonismo y liderazgo de las mujeres, sino de explorar formas de
trabajo y militancia que construyan una base social lo más amplia po-
sible para logar una sociedad sin discriminación de género.

 169
Alianzas rebeldes

La necesidad de la incorporación de los hombres al feminismo no


tiene que ver exclusivamente con una defensa de derechos. Nos incumbe,
además, porque están en cuestión unos mandatos de género que señalan
a los hombres unas formas de ser y de estar en el mundo cerradas y rígi-
das. No se trata solo de que no abordemos la desigualdad como algo ajeno
que les sucede a otras personas que requieren nuestra solidaridad, de que
renunciemos a nuestros privilegios o de que denunciemos el sexismo. El
camino hacia el modelo más tradicional de éxito masculino supone asu-
mir conductas que para muchos hombres tienen efectos negativos. Los
problemas que los mandatos de género suponen a un número significativo
de hombres nos indican que la relación de estos con el poder y los privi-
legios es compleja; por ejemplo, los índices de toxicomanías, de suicidios
masculinos, de muertes violentas,., indican que también hay un precio
que pagar por el éxito. Señalar los efectos negativos de la idea de mascu-
linidad en los hombres no significa desviar la mirada de la desigualdad y
del machismo; de hecho, esos efectos son producto de la misma concep-
ción machista y sexista de nuestra sociedad. Tampoco supone victimizar
a los hombres colectivamente y situarlos como afectados por el patriarcado
en la misma forma que las mujeres.
Debemos trabajar desde la perspectiva de que un cambio en la concepción
de las masculinidades supone fomentar nuevos valores que consideramos
más positivos y, asimismo, fomentar prácticas sociales beneficiosas para
la ciudadanía y también para los hombres, como, por ejemplo, la impor-
tancia del reparto del poder, el cuidado y la vida. Por ello, la implicación
de los hombres en la consecución de la igualdad deber ser como «parte
interesada», y no tanto desde una posición de «aliados» desde fuera, en
una posición más pasiva, como si la igualdad fuera un asunto y una preo-
cupación de las mujeres donde aportamos exclusivamente nuestra soli-
daridad92. Debemos tomar parte en ella como sujetos activos que se
involucran, se organizan y que asumen su responsabilidad en el cambio.

¿Podemos construir nuevos espacios feministas?


Trabajar para construir esos espacios mixtos, feministas y diversos que
cuenten con la participación de los hombres nos obliga a reflexionar

92 «Hombres, masculinidades y cambios en el poder». Men engage. 2015. https://


bit.ly/35nOVjA.

170 
14. Los hombres en el feminismo

sobre las maneras de hacerlo posible, sobre las maneras de dirigirnos a


los hombres, con qué mensajes, enfoques y metodologías.
Cuando hablamos de los hombres en relación a su participación en
espacios feministas, aparecen muchas dudas y desconfianzas, en parte
naturales si pensamos que hemos construido una sociedad que nos re-
servaba los puestos de poder y ventajas tanto en el mundo público como
en el privado; de igual forma, para plantear un espacio feminista que
incluya a los hombres, debemos tener en cuenta que muchas veces se-
guimos arrastrando formas de hacer y trabajar que generan desigualdad.
En demasiadas ocasiones existe un excesivo reconocimiento y aplauso a
los hombres que se declaran feministas o que tienen comportamientos
igualitarios: padres que cuidan a sus criaturas, que toman excedencias para
el cuidado de mayores y dependientes..., y se premian comportamientos
que deberían ser normales y que, cuando son realizados por mujeres,
pasan sin pena y gloria. Los hombres feministas suelen tener, también,
mucha voz y presencia pública y con excesiva frecuencia sus artículos,
libros y opiniones son más valorados que los de las mujeres.
Algunas ideas que, en mi opinión, deberíamos abordar tienen que
ver con una mirada sobre los hombres como una identidad homogénea
sin fisurasni diversidad,. Señalar que los hombres no somos iguales es
una obviedad y, sin embargo, parece que decirlo suena a excusa, a qui-
tarnos responsabilidades, a separar a los hombres entre buenos y malos.
Pero esa no es la cuestión. Reconocer la diversidad del machismo en los
hombres nos indica en qué forma estamos cambiando, dónde están las
mayores resistencias y cuáles son las medidas más útiles para avanzar.
Plantear que todos los hombres somos igualmente machistas no refleja
la realidad, pues es evidente que no tienen el mismo comportamiento
quienes justifican o minimizan la violencia machista que quienes se
manifiestan frente a ella, o quienes defienden la presencia en equidad
de las mujeres en el terreno público que quienes no lo hacen. Los hom-
bres nos comportamos de formas distintas, con actitudes e ideas más
favorables o más contrarias a la igualdad y debemos reseñarlo sin miedo
a que esa diversidad oculte la existencia de la discriminación. Debemos
considerar, además, esa diversidad y esos cambios como avances que
se han producido fundamentalmente gracias al feminismo, y no seña-
larlos es, de alguna manera, invisibilizar sus logros. Es necesario ana-
lizar las responsabilidades de los hombres en el mantenimiento de los
privilegios masculinos. En ese sentido, una de las cosas que nos resulta
más difíciles reconocer los derechos que las mujeres no disfrutan, como

 171
Alianzas rebeldes

caminar sin la posibilidad de sufrir acoso sexual o tener más posibili-


dades profesionales y económicas. No es fácil reconocer que perteneces
a un grupo que tiene privilegios o ventajas sociales, pero se trata de un
esfuerzo imprescindible para que desaparezcan. Tenemos que tener en
cuenta que estar contra la discriminación no hace que dejemos de dis-
frutar de ella, es decir, que incluso quienes estamos a favor de la igual-
dad y en contra de los privilegios disfrutamos de ellos. No obstante, no
debemos confundir disfrutar de un privilegio, con favorecerlo y mante-
nerlo. Mensajes del tipo «todos los hombres son agresores» o «todos los
hombres son iguales» no solo no son ciertos, sino que tampoco son
útiles a la hora de trabajar con los hombres a favor de la igualdad; por
el contrario, suelen conseguir casi exclusivamente que muchos hombres
se sitúen en posiciones defensivas.
Así como las responsabilidades en el mantenimiento del machismo
en los hombres son diversas, también sus ventajas nos alcanzan a todos
de forma desigual. Esto es así por varias razones; por un lado, porque
nuestra posición social no solo depende del género, nuestras vidas están
atravesadas e influidas por otros factores, como la clase social, la edad,
el color de nuestra piel, nuestra situación legal, nuestra capacidad fun-
cional, etc. Y, por otro lado, porque no todas las expresiones de mascu-
linidad tienen el mismo prestigio social, y los hombres que se alejan de
las normas tradicionales también están alejados del éxito y del recono-
cimiento. Nuestra mirada a los hombres tiene que ser compleja y, aun-
que la discriminación sexista es transversal, debemos tener en cuenta el
resto de factores que hacen que el poder otorgado por el patriarcado
tradicional a los hombres no es ejercido ni disfrutado por todos de la
misma manera.
Un tema particular es el de la prevención a la participación de los
hombres en el feminismo por el peligro de la reproducción de la vio-
lencia machista por su parte. Es evidente que ninguno está exento de
tener comportamientos sexistas y que decir que uno es feminista no
significa que no pueda tener comportamientos de violencia machista,
pero también es cierto que los comportamientos violentos de los hom-
bres no tienen que ver con su biología sino con los modelos de sociali-
zación masculina. Para los hombres, esos modelos forman parte de su
aprendizaje, pero no son ni inevitables ni obligatorios. Pensar que en
un espacio en el que participen los hombres siempre hay peligro o
presencia de violencia es, en alguna medida, apoyar las ideas biologicis-
tas sobre la diferencia entre hombres y mujeres, de la misma manera

172 
14. Los hombres en el feminismo

que no podemos pensar que en espacios exclusivos de mujeres no se dan


relaciones de poder, de desigualdad o de violencia.

Algunas reflexiones sobre las líneas de trabajo


dirigidas a los hombres

Para conseguir el cambio en los hombres, es importante apuntar algu-


nas líneas de trabajo. El punto de partida es apelar a su responsabilidad.
es necesario preguntarnos qué estamos haciendo (no solo pensando) a
favor de la igualdad, reflexionar sobre nuestros privilegios y qué actitu-
des generan sexismo y desigualdad, comprometernos en la defensa ac-
tiva de los derechos de las mujeres. No creo que sea muy útil para este
trabajo apelar al buenismo o a la culpa. Categorizar a los hombres en
buenos y malos descontextualiza la desigualdad como problema colec-
tivo y estructural, convirtiéndolo en individual y relacionado con la
moral de cada cual. ¿Qué significa ser buenos en relación a la igualdad?
¿No discriminar, no matar, no agredir, eso es ser un hombre bueno?
¿Hacer lo correcto te convierte en un hombre bueno? Creo que la gran
mayoría de los hombres nos movemos con muchas contradicciones,
acertando en ocasiones y fallando en otras. La idea de ser bueno parece
que lleva aparejado, además, cierto premio y reconocimiento, volviendo
de nuevo a la idea de premiar a los hombres. Tampoco parece que re-
forzar el sentimiento de culpabilidad en los hombres sea muy útil para
conseguir su cambio, pues existen bastantes dudas sobre si generar
incomodidad a los hombres, salvo en procesos largos de trabajo, sea
muy productivo. Entre estas dos ideas creo que es más útil enfocar el
trabajo con los hombres en subrayar su responsabilidad en el cambio,
la importancia de su toma de conciencia del sexismo y sus privilegios,
así como favorecer su participación activa en los procesos personales y
colectivos a favor de la igualdad.
Muchos hombres a favor de la igualdad trabajamos y militamos en
proyectos, redes y grupos de hombres. Estos grupos de hombres por la
igualdad son una parte de esta transformación social y ofrecen una
posibilidad muy interesante para trabajar individual y colectivamente
las masculinidades y fomentar la igualdad. Esa doble vertiente de trabajo
guarda un precario equilibrio entre el trabajo individual y el activismo
político público que demasiadas veces se decanta por centrarse en el
cambio personal. Esta escasez de activismo público se ha dado, en parte

 173
Alianzas rebeldes

por las críticas recibidas desde colectivos feministas a su presencia pú-


blica y en parte por cierto sentimiento de «culpa» al pertenecer al grupo
privilegiado socialmente. Es obligado funcionar con grandes y necesarias
dosis de modestia y no pretender ir dando lecciones de feminismo; sin
embargo, creo necesario el activismo político y social de los grupos de
hombres en lugar de pensar que mejor nos callamos y solo tomamos
nota, como si no pudiésemos sustraernos a nuestra identidad y generar
análisis, activismo y propuestas feministas. A ese respecto debemos re-
conocer que por parte de algunos grupos de hombres y activistas se cae
en ocasiones en ciertos esencialismos como el de proponer una «nueva»
forma de masculinidad cerrada, la mejor, la acertada; serían esos hombres
sensibles, cuidadosos, con hijos e hijas, como si solo hubiera una manera
de ser hombre feminista o igualitario. Creo que es un error dibujar un
modelo único y válido para todos los hombres y, si algo deberíamos
hacer, es reconocer y legitimar la diversidad de modelos. En este camino
aparece también cierta mistificación de la paternidad que, supuesta-
mente, sería el termómetro para medir la temperatura igualitaria de los
hombres. No se puede negar la importancia de la paternidad como una
situación excelente para trabajar con los hombres a favor de la igualdad,
ya que supone un cambio importantísimo en su vida y sus relaciones, y
muchos hombres se han acercado a la igualdad a través de ella. Existen,
igualmente, otras formas de cuidados que también son importantes a
nivel individual y social (el cuidado de padres y madres, parejas forma-
les o informales, círculos de amistades, cuidados colectivos, etc.).
Creo que el papel de los hombres en el feminismo es el de trabajar
por la diversidad de las masculinidades o, mejor aún, por la desapari-
ción de las identidades cerradas de género y de las discriminaciones
sexistas y violencias machistas. Creo que ese trabajo podemos hacerlo
mejor si, fundamentalmente, aunque no de forma exclusiva, nuestros
esfuerzos se dirigen a otros hombres para potenciar su cambio. Creo
que esa intervención no se consigue callándonos o situándonos fuera
de las luchas feministas sino desde ellas, desde el trabajo en conjunto
con las mujeres, las personas trans y todas aquellas gentes que apues-
ten por una sociedad justa.
En este camino me parece fundamental generar espacios en el fe-
minismo en los que la participación dependa no de la identidad de
género sino de nuestra voluntad por construir otro modelo social, esto
es, grupos no excluyentes, organizaciones mestizas que contribuyan a
ampliar el espacio feminista. Hoy ya existen algunas redes, grupos y

174 
14. Los hombres en el feminismo

campañas feministas en las que lo que nos une es el trabajo a favor de


una sociedad diferente, justa, equitativa y no sexista. Pienso que poten-
ciarlas, hacerlas más amplias, más concurridas y diversas es el camino.

 175
Quinta parte

Redistribución y derechos para todas.


Contra el capitalismo, las fronteras y la
desigualdad estructural
15.
¿A quién libera el feminismo?
Clase, reproducción social y neoliberalismo93

NURIA ALABAO

Últimamente, se hacen virales imágenes de mujeres que limpian pla-


tós mientras candidatos electorales –todos varones– y sus asesores se
preparan para ocuparlo. Este tipo de escenas circulan porque conden-
san simbólicamente un tema central feminismo hoy: la cuestión de
la división sexual del trabajo –la asignación tradicional de roles entre
actividades productivas y reproductivas– y sus consecuencias en la
estructura social.
La interpretación más común de este tipo de situaciones tiende a
señalar que el principal problema es que no hay más mujeres en cabeza
de los partidos –u otros lugares de poder/representación equiparables
ya sean empresas o instituciones–. Aunque no hay ni un solo indicio de
que aumentar el número de mujeres en estos espacios, más allá de su
valor como símbolo y su aportación al cambio cultural, vaya a acercarnos
un solo paso a la disolución de la división sexual del trabajo. Más bien,
las soluciones que seamos capaces de imaginar tendrán que venir de
conseguir que limpiar no sea un trabajo «feminizado», es decir, con
malas condiciones laborales y escasa consideración social. Cambiar la
sociedad implica darle la vuelta a esas jerarquías entre trabajos valorados
–los que proporcionan buenos salarios y estatus– y los no valorados
–muchos de estos ocupados por mujeres, por su relación con las tareas

93 Texto redactado sobre la base de un artículo publicado en La Maleta de Portbou


núm. 37, septiembre-octubre, 2019.

 179
Alianzas rebeldes

de reproducción social,cuidados–. Transformar su consideración social


implica también transformar las condiciones de vida asociadas a ellos
–sean o no salarizados.

Feminismo liberal, feminismo de clase

Las distintas consideraciones sobre el poder que se producen en el fe-


minismo actual condensan una de las principales batallas en su seno. Es
la diferencia entre una propuesta política que lucha para que las muje-
res ocupen lugares de poder y la quiere transformar el significado de
este poder –redistribuirlo, allanar las jerarquías–; es decir, cambiar la
actual forma de organización de la sociedad.
Es cierto que cualquier propuesta política que tenga vocación de al-
terar la configuración del mundo necesita «poder» para hacerlo, pero ese
poder necesario no es el poder de «representar» a las mujeres en los esca-
lones más altos de la estructura social, sino el que emana de los proyectos
colectivos, la única posibilidad real de mejorar la vida de las mujeres y no
solo la propia en un sentido individual. Ahora que el feminismo se ha
constituido en una enorme potencia social y, por tanto, se ha convertido
en una fuente de legitimidad y capital simbólico, asistimos a una disputa
sobre cuál va a ser su principal función: una vía de promoción social
para las que tienen más posibilidades de «llegar» o una herramienta de
transformación que se proponga la redistribución de poder y recursos
para la mayoría. Para simplificar mucho una cuestión compleja, podría-
mos hablar de la confrontación existente entre el feminismo liberal y el
feminismo de clase, una división que viene de lejos, pero que se expresa
en términos parecidos por lo menos desde los años sesenta y setenta del
pasado siglo.
En general, podemos decir que el feminismo liberal –en el Estado
español podríamos llamarle socialdemócrata– concibe la desigualdad
entre hombres y mujeres como una «disfunción del sistema» que se
puede superar sin tocar demasiado el resto de la organización social. Y
esto es así porque entiende la igualdad como igualdad de oportunidades,
no como igualdad real, material, de condiciones y posibilidades de vida.
En muchas ocasiones reproduce toda la ideología neoliberal al preten-
der que podamos obtener «lo que cada una nos merecemos si nos es-
forzamos lo suficiente» y por ello, las medidas que propone son
políticas muy centradas en superar el «techo de cristal».

180 
15. ¿A quién libera el feminismo? Clase, reproducción social y neoliberalismo

Este tipo de propuestas son equiparables a lo que en EE. UU. se


llamó «políticas de discriminación positiva» –afirmative action– y que
acabaron configurando el paradigma del feminismo institucional en este
país desde la era Nixon. A partir de 1961 se elaboraron numerosas leyes
destinadas a mitigar la desigualdad en los estratos profesionales, mien-
tras se impulsaban y financiaban las organizaciones feministas cuya
acción consistía en vigilar la aplicación de estas mismas leyes –pleitear
por ejemplo–. Como explica Susan Watkins94, esto produjo una one-
geización o profesionalización del feminismo estadounidense –que
había sido muy radical durante las décadas del sesenta y setenta del
pasado siglo– y la reconducción de sus energías políticas hacia fines no
impugnadores sino más bien de carácter legalista e incluso de refuerzo
del sistema. Para Watkins, todo ello se produjo al tiempo que se desa-
rrollaba el proyecto feminista internacional, cuyo modelo estratégico
era el de «incorporar a las mujeres a la corriente principal» del orden
existente, sobre todo a las capas empresariales y profesionales.
Esta versión del feminismo fue impulsado por intereses corporativos.
La Fundación Ford, por ejemplo, estuvo invirtiendo a partir de la década
de 1970 hasta 200 millones de dólares anuales en financiar organizacio-
nes feministas cuyas acciones eran compatibles con el reforzamiento del
modelo empresarial neoliberal y con las políticas de discriminación po-
sitiva. Esta financiación, entre otros factores, permitió deslindar el fe-
minismo capaz de integrarse frente al que siguió trabajando de forma
autónoma, e impulsar el primero frente al segundo. El discurso del
«empoderamiento» de las mujeres desde la perspectiva liberal se con-
virtió así, desde hace mucho tiempo, un mantra del establishment glo-
bal y una línea fundamental del feminismo de las organizaciones
internacionales –ONU, Banco Mundial, etc.– Un proyecto político muy
vinculado a las políticas oficiales de desarrollo que fomentan el sector
privado y que promueven la incorporación masiva de las mujeres a la
fuerza de trabajo –como mano de obra barata–; o su inclusión en la eco-
nomía formal mediante el emprendi a través de la economía de la deuda
y el sistema financiero –como hacen por ejemplo los programas de
microcréditos. Como explica Watkins, la agenda feminista global sir-
vió para impulsar las nuevas doctrinas y prácticas neoliberales. Sus
principales consecuencias han sido que los avances en la igualdad de
género, que indudablemente se han producido a nivel global, han ido

94 Watkins, S. (2018, marzo-abril), «¿Qué feminismos?», New left Review, núm. 109.

 181
Alianzas rebeldes

acompañados de un aumento de la desigualdad económica y del em-


peoramiento de las condiciones de vida en todo el planeta, también en
muchos de aquellos países incorporados al «desarrollo».
Pero ¿cómo han funcionado las políticas de «discriminación posi-
tiva» a nivel nacional? ¿Han mejorado la vida de las mujeres? En
EE. UU., después de varias décadas de su aplicación, estudios como
The Gender Revolution de Paula England demuestran que entre las
capas profesionales –el 15 % más alto–, la brecha de género en salarios
y estatus casi se había cerrado en la década de 1990. Debido a que la
devaluación cultural e institucional de las actividades realizadas por las
mujeres ha cambiado poco, las mujeres tenían un fuerte incentivo para
ingresar a trabajos masculinos, mientras que los hombres han tenido
pocos para asumir actividades o trabajos femeninos. Mientras esto
sucedía, para la gran mayoría de ingresos medios –60 % de los trabaja-
dores–, la brecha de género se redujo, pero debido a un descenso del
salario y un empeoramiento las condiciones de trabajo de los hombres95.
En las posiciones más bajas de la escala social, estas políticas de dis-
criminación positiva a penas se han notado, la brecha permanece.
En definitiva, sus beneficios han alcanzado mayoritariamente a la
clase media-alta mientras se dejaba tras de sí una base de la pirámide
social racializada, empobrecida y desigual. Del feminismo liberal se ha
beneficiado tan solo una minoría de mujeres que han visto cómo se les
abría una multiplicidad de oportunidades profesionales y de ascenso
social de las que estaban excluidas hasta entonces, mientras el resto
proseguía su propia lucha por la supervivencia.

Mujeres ¿una casta?

Muchas veces, los destinos de las feministas de élite –perfiles como el de


Ana Botín– se encuentran estrechamente relacionados con la banca o el
capitalismo financiero; es decir, con los intereses materiales que hay detrás
de las políticas de austeridad, recortes y privatizaciones. Las dos últimas
presidentas del FMI se consideran feministas. Y ya sabemos que cuando
se desmantela el Estado del bienestar las que salimos más perjudicadas
somos las mujeres. En el sector público se dan los empleos en mejores

95 Francine D. Blau & Lawrence M. Kahn, 2017. «The Gender Wage Gap: Extent,
Trends, and Explanations», Journal of Economic Literature, vol 55(3), pp. 789-865.

182 
15. ¿A quién libera el feminismo? Clase, reproducción social y neoliberalismo

condiciones para nosotras, aunque eso esté cambiando precisamente


por las políticas que impulsan una contracción del gasto público. Este
sector, además, es el que proporciona apoyo material y prestaciones para
ocuparse de las tareas de cuidados –excedencias laborales, subsidios,
cuidado de niños, etc.– que pueden rebajar un poco la opresión que
supone la carga del trabajo reproductivo. Sin embargo, los sectores pú-
blicos vaciados y degradados por las mismas autoridades que esgrimen
sus credenciales feministas están devolviendo las responsabilidades del
cuidado al hogar, es decir, a las mujeres.
Por tanto, los llamados a la sororidad o la transversalidad, a menudo
enmascaran conflictos de clase, ocultan que no todas las mujeres, ni
todas las feministas tenemos los mismos intereses. Es cierto que los
temas relacionados con las agresiones machistas pueden sentar un cierto
suelo común, aunque es evidente que no nos afectan de igual manera.
Las mujeres en situaciones de mayor vulnerabilidad están más expuestas
a abusos laborales y sexuales, como es el caso de las mujeres inmigrantes,
ya que cuantos menos derechos, menos posibilidades de protegerse de las
agresiones o de denunciarlas. Como ejemplo claro, el caso de las jornale-
ras que cosechan la fresa en Huelva, trabajadoras por contingentes que
han denunciado abusos sexuales y laborales en repetidas ocasiones. El
caso de las trabajadoras domésticas en régimen de internas es otro ejem-
plo de extrema vulnerabilidad y niveles altísimos de explotación laboral,
sobre todo cuando no se tienen papeles o se depende del salario para
sostener a la familia al otro lado del océano. ¿Pueden por tanto ser los
intereses de clase del sector gerencial los mismos que los de sus propias
trabajadoras domésticas sin las cuales muchas de estas mujeres no podrían
llevar adelante sus carreras profesionales?
La llegada de los hijos en un contexto de cuidados infantiles priva-
tizados tiende a asestar un duro golpe a las carreras profesionales feme-
ninas en contextos donde los cuidados están privatizados. No se ha
hecho frente a la desigualdad radical que impone la maternidad me-
diante una mayor asunción social de los cuidados o un reparto más justo
entre géneros, sino mediante la llegada de un nuevo estrato de trabaja-
doras domésticas que explota la brecha salarial global: las cadenas glo-
bales de cuidados96.

96 El concepto de cadenas globales de cuidados se refiere a cómo las mujeres profe-


sionales de países desarrollados descargan sus tareas de cuidados en mujeres que
han tenido que migrar como estrategia de supervivencia, al tiempo que abandonan

 183
Alianzas rebeldes

En España, las trabajadoras domésticas tienen un régimen laboral


especial, de manera que no tienen los mismos derechos que cualquier
trabajador –no cotizan por todo el salario para el cálculo de la pensión,
no tienen derecho a paro, etc.–. No hay ningún colectivo de trabajadores
por cuenta ajena que padezca tal discriminación legal. Y no estamos ha-
blando de un número pequeño, ya que se calcula que es un sector que
ocupa a unas 700.000 personas –la inmensa mayoría mujeres e inmigran-
tes, sobre todo latinoamericanas– de las que muchas trabajan en negro.
Esta situación no es un olvido ni responde a la dificultad de regular el
trabajo en la «intimidad del hogar». Las mujeres que salimos en masa al
mercado laboral ya no podemos o queremos cuidar y ni la sociedad, ni
los hombres, han asumido esas tareas que nosotras abandonamos. Esta
es una de las caras de lo que denominamos «crisis de cuidados», uno de
los problemas más graves de nuestras sociedades envejecidas. De hecho,
durante uno de los intentos de equiparación de los derechos de las
domésticas que se produjo durante el gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero, la patronal advirtió literalmente que de hacerse «peligraba la
participación de las amas de casa en el mercado laboral al no poder
pagar a la empleada que atendía sus labores domésticas». Es decir, sin
el trabajo barato de las migrantes, las españolas lo tendrían mucho más
difícil para su equiparación laboral.
Esta falta de derechos tiene la misma función que la Ley de Ex-
tranjería: mantener una mano de obra femenina migrante –y por
tanto, barata y explotable– atada a esos estratos del mercado de tra-
bajo, una mano de obra mal remunerada que es la «solución» que se
le está dando a la crisis de cuidados en nuestro país –y en buena parte
del mundo desarrollado.

¿Por qué hablamos de feminismo anticapitalista?

Conceptos como el de reproducción social dan cuenta de un proceso


histórico sin el cual no se puede entender plenamente el capitalismo ni
su actual configuración. Feministas marxistas del área de la autonomía
–con autoras como Silvia Federici, Maria Rosas Dallacosta o María
Mies– nos proporcionaron herramientas imprescindibles para dar forma

sus hogares, dejando sus propias tareas de reproducción y el cuidado de los suyos a
cargo de otras personas.

184 
15. ¿A quién libera el feminismo? Clase, reproducción social y neoliberalismo

a un feminismo de clase –y también nos enseñaron que eso solo se puede


hacer a partir de las luchas concretas.
Ellas analizaron cómo en los orígenes del capitalismo, que Marx llamó
proceso de acumulación originaria, se expropió a los campesinos de los
recursos comunes que les permitían vivir con cierto grado de autonomía,
creando así una gran masa de trabajadores que a partir de entonces de-
penderían de un salario97. Este proceso también supuso forzar a las mu-
jeres a ocuparse de los trabajos del hogar que serían separadas así de toda
actividad productiva. Es decir, fueron obligadas a reproducir la fuerza
de trabajo como mandato «natural» no asalariado. De esta manera se
consiguió crear una jerarquía laboral –trabajo pagado fuera del hogar
frente a trabajo gratuito «por amor» en la casa– que permitió ocultar áreas
enteras de explotación –naturalizarlas e invisibilizarlas. Estas autoras
descubrieron que el salario es un mecanismo de regulación no solo del
ámbito mismo de la producción, sino también del mundo no asalariado,
como sucede con el trabajo del hogar que quedaba tradicionalmente
subordinado al salario del marido –el patrón de la casa. De esta manera,
al tiempo que se desvalorizaba, quedaba fijada la consideración del tra-
bajo de la mujer como un recurso natural de libre disposición como el
aire y el agua. Esta será la base que fundará la división sexual del trabajo
sobre la que se erigirán el resto de desigualdades de género y que cons-
tituye el corazón de nuestra desigualdad.
Como explica María Mies en Patriarcado y acumulación a escala mun-
dial 98, la «domestificación» –encadenar a la mujer a los cuidados–
implicaba la externalización de los costes de reproducción de la mano de
obra que, de otro modo, hubiesen tenido que ser asumidos por los
capitalistas. Un proceso que Mies equipara con la apropiación que se
produce durante el sistema colonial del trabajo de la mano de obra primero
esclava, luego sujeta a los condicionantes de la división internacional del
trabajo y los flujos migratorios. Por tanto, cuando hablamos de la
subordinación de las mujeres estamos diciendo que la organización
capitalista del mundo se ha construido sobre el patriarcado –y el sistema
colonial–, sobre la apropiación del trabajo de mujeres y racializados.

97 Ver, por ejemplo: Federici, S. (2010) Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumu-
lación originaria Madrid, Traficantes de Sueños.
98 Mies, M., (2019), Patriarcado y acumulación a escala mundial, Madrid, Traficantes
de Sueños.

 185
Alianzas rebeldes

Hoy el trabajo no asalariado de las mujeres abarca aproximadamente


el 60 % de toda la producción humana especializada. La dedicación de
las mujeres a estas tareas es, precisamente, lo que las sitúa en relación
de inferioridad en un mercado laboral en mundo diseñado para com-
petir y para estar disponible para el trabajo asalariado, no para cuidar a
otros. La cuestión sexual es el elemento ideológico que viene a legitimar
el sometimiento de las mujeres a la domesticidad. Un sistema que ne-
cesita de un alto grado de violencia para sujetarnos y que las mujeres
vivimos a través de las agresiones machistas.
Por supuesto, existe también una relación estrecha entre la globali-
zación capitalista, el nuevo proceso de acumulación por desposesión en
marcha y la escalada de violencia contra las mujeres en todo el mundo
–tanto en las excolonias como en el centro–, como explica la antropóloga
Rita Laura Segato en La guerra contra las mujeres99. En los lugares que
fueron atravesados por los planes de ajuste estructural del FMI y el
Banco Mundial durante la década de los ochenta y noventa y que fue-
ron arrasados por el proceso de globalización neoliberal se produjo un
aumento paralelo de la violencia contra las mujeres, según Mies. Como
ejemplo, hoy en Ghana miles de mujeres viven aisladas en campos para
evitar ser asesinadas por brujas. Mientras, en lugares como Ciudad Juá-
rez, se da una de las tasas de asesinatos de mujeres más altas de planeta
–muchas de ellas trabajadoras de las maquilas–. Ya sea por el proceso
de precarización vital que impulsa a los hombres a reafirmar su hombría
a través del dominio y su espectacularización (Segato), o porque la
violencia es ejercida como castigo frente a la resistencia mostrada por
las mujeres contra la apropiación de sus cuerpos y su fuerza de trabajo
(María Mies), violencia machista y desposesión, van de la mano.

Feminismo de base, feminismo de clase

Hoy aquí esta apropiación del trabajo de las mujeres continúa en los
hogares y también a partir de la estratificación del mercado laboral en
torno al género/raza o el origen migratorio (esas domésticas atadas a
los sectores más precarios y a los trabajos feminizados de las tareas de
reproducción social). Precisamente, los posfascismos o nuevas extremas
derechas emergentes refuerzan ideológicamente con sus discursos

99 Segato, R. L. (2016) La guerra contra las mujeres, Madrid, Traficantes de Sueños.

186 
15. ¿A quién libera el feminismo? Clase, reproducción social y neoliberalismo

racistas y de «regreso al hogar» de las mujeres esta estratificación del


mercado de trabajo en un momento de crisis global. Las apelaciones a
las mujeres a que recuperen su sitio –el del trabajo gratuito– es también
una llamada a reproducir la fuerza de trabajo «nacional». Pero las res-
puestas no están en el pasado, como pretenden los posfascismos, están
por articularse en el futuro.
Si, como hemos visto, la subordinación de las mujeres no puede en-
tenderse sin el capitalismo, el feminismo no puede sino impugnarlo. No
hay liberación feminista si no implica la liberación de la mayoría. En el
centro de los análisis y de las luchas del feminismo de clase se encuentra
la cuestión de la reproducción social, como lugar del que emerge una
nueva propuesta política de carácter universalista. Esa propuesta implica
volver a unir producción y reproducción social, separación artificial que
subordina la segunda la primera. Pero no es una división natural, sino
que necesita la fuerza –y la violencia– de todo un sistema para afirmarse
constantemente contra nuestras necesidades vitales. Ahí reside una de
nuestras principales luchas.
Lograrlo implica, como proponíamos al principio, trastocar las propias
jerarquías que estructuran nuestro mundo y, por tanto, que limpiar no sea
una tarea desvalorizada que conlleva malas condiciones vitales y de trabajo.
Tenemos pues, toda una tarea política pendiente de reelaboración discur-
siva a partir del desmantelamiento de las categorías asociadas al trabajo
y su valor. La propuesta que nace de estas consideraciones contiene el
proyecto histórico del feminismo de clase en un momento de agotamiento
de las utopías nacidas del movimiento obrero.
Pero también tenemos la tarea de organizar esa fuerza colectiva que
encarne ese proyecto histórico y solo puede partir de un feminismo
constituido por un sujeto plural. Un sujeto transversal, en el sentido de
que pueda sumar luchas en marcha: las de libertad sexual y de género
pero también las articuladas a partir de la redistribución de la riqueza,
por el derecho a la vivienda, en defensa de los servicios públicos, por la
renta básica universal, por los derechos de todas las trabajadoras –tam-
bién las sexuales–. Medidas, en definitiva, que poniendo en el centro de
la batalla las condiciones de vida aumenten la autonomía de las mujeres
–y de todxs–, del 99 % y no solo de las élites, y nuestra capacidad para
autodeterminarnos.

 187
16.
Un feminismo que defienda los derechos de
todas, también de las prostitutas

MAMEN BRIZ

Quienes hemos desarrollado nuestro activismo feminista trabajando


junto a las prostitutas, en mi caso en Hetaira, colectivo en defensa de
los derechos de las prostitutas (1995-2019), reclamando los derechos
que aún se les niegan y peleando por acabar con el estigma que les rodea,
algo aprendimos de interseccionalidad. El trabajo cotidiano con este
colectivo obliga a atravesar realidades muy diferentes, a las que hay que
hacer frente sin demora.
La heterogeneidad de la prostitución te lleva a trabajar con mujeres
que pisaron la cárcel; mujeres con adicciones; mujeres que sufrieron
maltrato en sus relaciones de pareja; mujeres mayores y jóvenes; muje-
res gitanas; mujeres con nacionalidad española y mujeres inmigrantes
llegadas de culturas y países muy diferentes, con papeles y sin papeles;
mujeres cis y mujeres trans; hombres, maricas o no; lesbianas, hetero-
sexuales y bisexuales; mujeres que ejercen la prostitución esporádica-
mente para llegar a fin de mes y mujeres que hacen de la prostitución
su profesión; mujeres que vienen de familias acomodadas y mujeres a
quienes la pobreza golpeó con fuerza. Pero todas comparten algo en
común: irremediablemente, el peso del estigma recae sobre ellas, una y
otra vez, por no adecuarse a los cánones sexistas de dictan lo que es una
«buena mujer».
Apoyados en el desconocimiento, los prejuicios hacia la prostitución
y hacia quienes la ejercen son complicados y difíciles de desenmascarar.
Nadie como las propias prostitutas para hacerlo. 

 189
Alianzas rebeldes

Este capítulo es fruto de una conversación –desordenada, por cierto–


con Iris Aldeide, compañera de activismo en Hetaira, trabajadora del
sexo, de nacionalidad ecuatoriana, con más de 23 años viviendo en nues-
tro país, y una de las fundadoras de la Agrupación Feminista de Traba-
jadoras del Sexo (AFEMTRAS) del polígono de Villaverde en Madrid.
«Nos educan como nos educan. Los prejuicios hacia la prostitución los
tiene todo el mundo, incluso quienes viven de ella. Así que, a veces, no se
nombra. Trabajas y consigues dinero para vivir como deseas, pero no lo
cuentas. El estigma no es una camiseta de la que te puedas desprender
fácilmente. El estigma «puta» es tan fuerte que hace que a las mujeres que
ejercen la prostitución les cuesta aparecer públicamente y reconocerse
como sujeto político», explica Iris. El juicio moral marca sus vidas. Y
recuerda sus comienzos en el activismo pro derechos, las ocasiones en
que asistimos a algunos programas de radio. Allí estaba su voz, allí es-
taban sus ideas, allí se podía escuchar su discurso, pero mostrar su ros-
tro no era una opción en ese momento: «Empecé por la radio para
evitar que se me reconociera». Y este es uno de los muros a derribar,
¿cómo crear autoorganización de prostitutas si el estigma les impide
aparecer públicamente y reconocerse como «sujetos políticos»? 
No, no hay respuesta, excepto la opción de seguir luchando contra
el estigma. Las organizaciones mixtas, compuestas por trabajadoras del
sexo y activistas –que se ganan la vida en otro tipo de trabajos ajenos a
la prostitución– ayudan en ocasiones a eludir el señalamiento público
y jugar a la ceremonia de la confusión: fiestas, charlas manifestaciones
con máscaras, etc.… a la espera de que cada quien haga su proceso
personal y tome la decisión de dar la cara (o no) cuando decida y como
decida. El panorama ha cambiado mucho en los últimos años en nues-
tro país y, si bien es cierto que cada vez más mujeres y hombres que
ejercen la prostitución están tomando las riendas del movimiento or-
ganizado, queda conseguir un movimiento organizado fuerte, represen-
tativo de todas las formas del ejercicio de la prostitución, actuando en
los distintos territorios del país y con interlocución política válida ante
las instituciones. En ello están.

En busca de alianzas imperdibles

El crecimiento de cualquier movimiento también trae consigo diferen-


tes maneras de organizarse y diferentes formas de ver y tratar de incidir

190 
16. Un feminismo que defienda los derechos de todas, también de las prostitutas

en la realidad. Por el camino, probablemente encontraremos experien-


cias organizativas y propuestas políticas venidas desde grupos organi-
zados de prostitutas: con algunas estaremos de acuerdo y con otras no.
Hay quienes estamos empeñadas en construir un feminismo que
dialogue y debata, donde los matices encuentren su lugar. Desestimamos,
por tanto, un feminismo basado en la censura, en la prohibición o en
atacar a quien no piensa igual. Las ideas del feminismo abolicionista, y
sobre todo algunas de sus propuestas políticas, han causado tanto dolor
entre las trabajadoras del sexo que es lógico que muchas de ellas se
sientan enfadadas y ajenas con él y, de paso, ajenas a cualquier tipo de
feminismos. Sin embargo, el movimiento pro derechos de las prostitu-
tas, que comenzó a desarrollarse a finales de los años noventa en nues-
tro país (Hetaira comenzó su actividad en 1995), sentó sus bases apoyado
fuertemente en el feminismo. Tal vez, tendremos que hacer un mayor
esfuerzo comunicativo y organizativo para que las prostitutas entiendan
que el feminismo no es monolítico y que las feministas pro derechos
pueden y deben ser una de sus mejores alianzas.
Incluso, cabe la posibilidad de lograr acuerdos con feministas aboli-
cionistas antipunitivistas, por ejemplo, con quienes se pueda denunciar la
violencia institucional gratuita hacia las prostitutas a través de la ley mor-
daza (ley de seguridad ciudadana) y lograr que ni prostitutas –ni clientes–
puedan seguir siendo multadas por captar a sus clientes en la calle.
Las redes sociales disparan odio: la reflexión y los matices no tienen
cabida. Las redes solo aceptan consignas y frases que pretenden ser «la
verdad absoluta». Le planteo a Iris si no sería mejor olvidarse de dar
respuesta a algunas «urgencias» que se plantean desde posiciones abo-
licionistas y concentrarse en hacer llegar el discurso pro derechos a otros
sectores de la sociedad, sectores que puedan acabar entendiendo que es
necesario que existan políticas públicas destinadas a lograr un mayor
bienestar entre las prostitutas y que tan solo hace falta voluntad política
para ponerlas en marcha.
Y en caso de que no quede más remedio que dar una respuesta, hacerlo
organizadamente y buscando alianzas. Un buen ejemplo de esto sucedió
en otoño de 2019, cuando la Universidad de A Coruña decidió suspender
una jornada sobre trabajo sexual, tras las presiones recibidas por parte de
grupos abolicionistas. Y muchas feministas académicas pro derechos res-
pondieron organizando los llamados Debates universitarios sobre trabajo
sexual en más de una veintena de universidades públicas de todo el país,
dando así voz a las prostitutas. Una forma efectiva de generar sinergias. 

 191
Alianzas rebeldes

Iris opina que a veces las trabajadoras del sexo pueden dar la sensa-
ción de que responden como «histéricas»: «El estigma está tan presente
y afecta tanto en nuestras vidas que es inevitable. El estigma «puta»
puede atravesar a cualquier mujer, pero le hace daño a quien lo sufre.
Putas somas todas para el patriarcado y estamos marcadas. Nos han
educado a alejarnos de la figura de la puta, a ser una mujer buena y
alejarme de todo aquello que sé que conlleva un castigo. Pero hablar
desde ese sujeto puta es muy distinto. Podemos aparecer en ocasiones
como «histéricas», como «locas». Como decía una activista trans, mu-
chas veces el que parezcamos «locas» no significa que no tengamos
razón. A veces se pueden hacer afirmaciones que son bofetadas y el
patriarcado siempre nos niega la razón con esa idea del estar «locas».
Creo que es un tanto inevitable cuando alguien te está sacudiendo. Yo
no sé si las putas deberíamos alejarnos de ese toque de «locura», de esa
irritabilidad. Lo que está claro es que cuando se habla desde la opresión
es difícil la contención. Muchas mujeres se definen como putas porque
están peleando por libertades sexuales para las mujeres, pero vive la
prostitución y vas a saber verdaderamente lo que es el estigma «puta»».
Probablemente, no, las putas no puedan, ni deban, alejarse ni de la
irritabilidad ni de la indignación, que tan importantes son para construir
movimiento. Igual se trata de pensar, en cada momento, en cómo cana-
lizarlas de forma que multipliquen; como en el caso de las profesoras
universitarias que decidieron apostar por los debates sobre trabajo sexual
en sus universidades aun conociendo que podría acarrear un enorme
costo en su carrera profesional.

#NingunaPutaProtegida

Nuestra conversación tiene lugar a distancia, ya nos hemos acostumbrado


a comunicarnos por teléfono, WhatsApp y videollamadas. Estamos aún
en confinamiento debido a la COVID-19 y han sido muchas las conver-
saciones en torno a lo urgente: el bienestar de las trabajadoras del sexo
que conocemos. Así que nos contamos quién pudo cancelar viajes y re-
gresar a tiempo a su lugar de residencia habitual, quién cuenta con ahorros
y quién no, quién ha de pagar irremediablemente el alquiler y quién no,
quién pudo optar a alguna ayuda alimentaria en su barrio, qué organiza-
ciones pueden ofrecer alimentos para poder repartir, quién enfermó y
quién se recuperó… y recordar y llorar, también, a quien perdimos:

192 
16. Un feminismo que defienda los derechos de todas, también de las prostitutas

nuestra querida Pili trabajadora en la calle de la Ballesta en Madrid, una


calle que nunca más volverá a ser la misma sin su presencia.
Las organizaciones de trabajadoras del sexo de Barcelona, Murcia,
Valencia Sevilla y Madrid trabajaron con rapidez para poner en marcha
una recaudación económica (Fondo de Emergencia para las Trabajado-
ras Sexuales) que pudiera aliviar las situaciones más difíciles de las tra-
bajadoras del sexo, sin posibilidad alguna de trabajar durante el
confinamiento; algunas de ellas alojadas en los propios clubes y teniendo
que pagar el alquiler. Cuando la COVID-19 se asentó en nuestro país,
la pobreza ya estaba allí. La enfermedad tan solo consiguió mostrarla
en toda su fealdad. Como bien explica Iris: «El COVID-19 ha demos-
trado el grado de vulnerabilidad en el que vivimos. Las trabajadoras del
sexo autoorganizadas en Madrid, por ejemplo, nos hemos visto, de re-
pente, imbuidas por el asistencialismo, pero es que es ahora cuando
necesitamos de todas las ayudas posibles».
E inevitablemente nos preguntamos qué ha pasado con las decisio-
nes gubernamentales durante este difícil periodo. El 21 de abril, el Mi-
nisterio de Igualdad anunció la ampliación del Plan de Contingencia
Contra la Violencia de Género, aprobado el 31 de marzo, con medidas
específicas dirigidas a víctimas de trata con fines de explotación sexual
y para mujeres en contextos de prostitución ante la situación de emer-
gencia derivada del confinamiento por la epidemia de coronavirus. Bajo
la etiqueta #NingunaMujerDesprotegida anunciaba: «Tendrás derecho
a un Ingreso Mínimo Vital si lo necesitas y tu situación se adapta a los
criterios acordados, también si te encuentras en situación administrativa
irregular», explicaban en una guía.
Comenta Iris que no le gusta nada la expresión «en contexto de
prostitución», pero que, al menos, trataron de nombrar a las prostitutas
de algún modo. Sin embargo, como siempre, todo fue humo: «Estába-
mos esperanzadas con el Ingreso Mínimo Vital y que llegara a todas las
mujeres. Ha sido una enorme decepción. Siguen siendo migajas que no
significan nada. Han quedado muy bien, mientras los titulares de los
medios de comunicación decían: «Las prostitutas van a contar con ayu-
das», cuando eso no se ha convertido en una realidad. Nos han dejado
fuera. Y no se han reunido con las asociaciones de prostitutas, porque
no les interesa».
Entrar en el simulador del Ingreso Mínimo Vital y saber que es
imposible acceder a él si trabajas en la prostitución y comprobar que
de los documentos oficiales desaparece «mujeres en contextos de

 193
Alianzas rebeldes

prostitución» para hablar tan solo de víctimas de trata de seres humanos


y explotación sexual: «¿Qué mujer hoy en día puede presentar de que
ha estado cotizando el año anterior? Si no se me reconoce como
trabajadora, ¿cómo voy a poder ahora demostrar que sí pude cotizar el
año anterior? A esta situación lleva la criminalización». También lleva
a esta situación el no reconocimiento de la prostitución como trabajo.
El castigo a la pobreza por no entrar en los cánones de «buena víctima».
Las instituciones han dejado a muchos sectores a la espera de bue-
nas noticias, que nunca sucedieron. No solo ha dejado en la estacada a
las prostitutas sino a todas las mujeres que continúan viviendo y so-
breviviendo gracias a la economía sumergida en este país. Iris comenta
su propia situación: «Los contratos a los que he podido acceder, al mar-
gen de la prostitución, como mucho eran contratos de 20 horas al mes.
¿Cuántos contratos tengo que ir acumulando? Y con horarios a discre-
ción por parte de la patronal. Varios trabajos precarios tampoco te llevan
a poder llegar a fin de mes. Exactamente, han quedado fuera mujeres
que se emplean en el servicio doméstico, por ejemplo. Para nosotras esto
es triste porque demuestra que hay un feminismo clasista, que no está
teniendo en cuenta la transversalidad».
Las trabajadoras del sexo continúan estando desprotegidas y sa-
biendo que cuando el confinamiento finalice todo volverá a ser igual
que antes: precios abusivos por el alquiler de una habitación en un club,
multas por captar a la clientela en la calle, etc.…
No hay aún resultados ni cifras oficiales para conocer con exactitud
si este Plan de Contingencia Contra la Violencia de Género sirvió de
refugio y atención para alguna víctima de trata. El Gobierno de Nava-
rra anunciaba ante los medios, y así se hicieron eco de ello, de un nuevo
recurso puesto en marcha durante la pandemia. Por un lado, reconocía
las dificultades habitacionales de víctimas y prostitutas y por otro, ex-
plicaba que abría un piso. Sí, un piso, con capacidad para 4 mujeres. Así,
con esta falta de recursos, es imposible enfrentarse a la trata ni ofrecer
otras alternativas a las prostitutas.

Los derechos de las mujeres trans trabajadoras del sexo


son derechos humanos

Estamos de acuerdo en que la sociedad va caminando siempre un par


de pasos por delante de lo que se hace y se dice desde las instituciones:

194 
16. Un feminismo que defienda los derechos de todas, también de las prostitutas

«Tenemos un enorme problema, ¿quién tiene el micro para poder llegar


más a la gente? si los grupos de poder solo facilitan a unas el altavoz, eso
puede ocasionar que la sociedad retroceda. Ahora, por ejemplo, estamos
sorprendidas de esa transfobia en algunos sectores del PSOE. Podemos
decir no hagamos caso a la Escuela Feminista Rosario Acuña de Gijón,
pero esas voces están dentro de un partido que está trabajando y haciendo
políticas. Están dentro de la Academia y están creando, bajo marcos teó-
ricos, ideas conservadoras en nombre el feminismo. Están en el Gobierno,
aun sabiendo que dentro del Gobierno puede haber pugnas».
Este año, la Asamblea Moza d’Asturies (AMA) organizó a princi-
pios del mes de julio –coincidiendo con la XVII Escuela Feminista
Rosario de Acuña– la Escuela de Pensamiento Feminista para Todas,
ha sido todo un éxito tanto por las ponentes y las personas que la han
podido seguir como por el programa, en el que también se abordaba la
cuestión trans. El 80 % de las personas trans están en el desempleo o
bien en la economía sumergida o en el trabajo sexual. Obviarlo, no es
justo. Algunas políticas escribían estos días en redes sociales: «Los de-
rechos de las mujeres trans son derechos humanos». Los derechos de
las mujeres trans trabajadoras del sexo, también. Iris piensa que se está
dando un viraje: «El movimiento LGTBI ya entiende que muchas trans
son trabajadoras sexuales. Hay lesbianas cisexuales que son trabajadoras
sexuales. El trabajo sexual no solo tiene que ver con la heterosexualidad.
En el caso de los chaperos, su estigma pasa por ser «homosexual». Si eres
una mujer culta, cisexual y lesbiana tienes más privilegios, volvemos otra
vez a la lucha de clases. El movimiento LGTBI tiene que pensar también
en las más pobres». Y que el argumentario del PSOE no nos es ajeno a
quienes hemos recibido constantes ataques por defender los derechos
de las prostitutas: «Se repite: «las mujeres trans borran a las mujeres
auténticas’, ‘las mujeres auténticas pierden derechos». Este mismo débil
argumento ya se usaba para decir: «los derechos de las trabajadoras
sexuales borran del mapa a las víctimas de trata», algo completamente
incierto y erróneo».
La realidad es tozuda y el panorama laboral no es precisamente alen-
tador para nadie, menos aún para las trabajadoras del sexo. Así lo explica
Iris: «Cada vez se recortan más derechos. Algunas mujeres desean tra-
bajar en otros sectores, pero no te renueva contrato más allá de los tres
meses. No existen alternativas reales de empleo para quienes deseen
abandonar el ejercicio de la prostitución. El cupo laboral trans parece
una buena idea, pero que no sea en trabajos precarios. Un trabajo es

 195
Alianzas rebeldes

digno solo si te permite vivir. Cuando me prostituyo, puedo estar cansada,


con frío, pero una vez en casa, me bajo de los tacones y puedo disfrutar
de una casa cálida, con las facturas de los servicios básicos pagadas. Ahí
está la dignidad. Sirve lo mismo para quienes se parten el lomo limpiando
las habitaciones de los hoteles. Si ese trabajo te permite gozar o no de
calidad de vida cuando finalizas tu turno. Las putas también hemos sido
empleadas de hogar en ocasiones. Y si hay alguna mujer que desea aban-
donar la prostitución para ser trabajadora del hogar, al menos que cuente
con los mismos derechos que el resto de trabajadoras y trabajadores, no
para estar como están ahora, sin derecho al paro, entre otras cosas. Por
último, me gustaría trabajar en lo que yo quiera sin tener que cargar con
el estigma de haber sido «trabajadora sexual».

Una de las fortalezas del movimiento autoorganizado de prostitutas es


la unión entre ellas, indistintamente de dónde o cómo trabajen, porque
todas están atravesadas por el estigma y por la falta de derechos: «Lo
bueno del movimiento de trabajadoras sexuales es que estamos teniendo
plena conciencia de clase y eso permite una coalición entre las mujeres,
aunque vivamos realidades diferentes. El lugar donde trabajes es sim-
plemente un escenario».
Y uno de sus mayores retos: lograr llegar a más mujeres y que ad-
quieran conciencia política: «Nos faltan herramientas para poder llegar
a más compañeras y politizarlas. Hay muchas mujeres partiéndose la
cara cada día en el polígono, están luchando de forma individual, porque
no tienen conciencia colectiva, pero se parten la cara por sus derechos.
Unidas seríamos más fuertes y podríamos hacer incidencia política. Hay
que seguir explicándoles a las mujeres de la calle que no son «malas
mujeres» por ejercer la prostitución, lo que existen son malas leyes». 
¿Qué políticas públicas habría que exigir a quienes gobiernan? Para
Iris está claro que habría que despenalizar el trabajo sexual, tal y como
propugnan organizaciones internacionales como Amnistía In­ter­na­ci­o­
nal: «Esto es fundamental. No puede ser que se penalice a las mujeres
por estar intentando trabajar y esto tiene que ver también con las li-
bertades. Los clientes también sufren persecución. En realidad, es un
recorte de derechos. Hay que dejar a un lado la teoría porque la verdad
es más simple». 
La ley de extranjería (Ley Orgánica sobre Derechos y Libertades de
los Extranjeros en España y su Integración Social) aprobada el 11 de enero
de 2000 nos recuerdan las deportaciones exprés desde la Casa de Campo

196 
16. Un feminismo que defienda los derechos de todas, también de las prostitutas

directas al aeropuerto y a su país de origen, con la ropa de trabajo y sin


haberles permitido pasar siquiera por su domicilio. Actualmente es la
ley mordaza quien criminaliza a las prostitutas y quien les quita poder
de negociación o de denuncia ante sus clientes. Iris se pregunta: «¿Cómo
nos quieren Vds? ¿con derechos o clandestinas? Me preocupa el femi-
nismo punitivista o carcelario. No queremos un patronato de protección
de las mujeres. Este feminismo victoriano, no». En realidad, los Gobier-
nos las prefieren víctimas, buenas víctimas que encajen en su discurso
bienpensante, fácil y caritativo, o en el peor de los casos delincuentes,
pero nunca trabajadoras con derechos.

Putas feministas

Iris se recuerda como una voz inquieta dentro de las prostitutas en Madrid
y evoca cómo se acercó al feminismo: «Quienes hemos venido de las
canteras de Hetaira (colectivo en defensa de los derechos de las prostitu-
tas de Madrid, desde 1995 hasta 2019) y hemos estado en sus reuniones,
en sus fiestas… compartíamos reivindicaciones y trabajo colectivo. En
uno de los talleres que organizábamos abordamos el tema del feminismo.
Gracias al feminismo pude empezar a identificar mis opresiones y ahí fue
cuando decidí implicarme más. Lo mismo les sucedió a otras compañeras.
Abrazamos el feminismo siendo conscientes de que lo necesitábamos.
Somos profesionales en nuestro trabajo, pero en ocasiones en nuestra vida
personal somos un desastre y dices, ostras, el feminismo es lo que necesito,
porque esto va a ser para mí el equilibrio. He aprendido en todos estos
años lo importante que es respetarme y trasladar este respeto al resto de
mis compañeras. Muchas prostitutas son feministas sin saberlo. Ellas han
puesto el tope a la violencia, se aconsejan unas a otras para trabajar mejor,
aprender a negociar y poner límites a los clientes. Eso es feminismo y
nosotras no lo sabíamos o no le poníamos nombre. Y tener esa concien-
cia de que no puede existir el feminismo sin las putas. El feminismo
muchas mujeres lo llevan en su día a día sin saberlo. Creo que el femi-
nismo pro derechos es el feminismo que necesitamos, no ese feminismo
punitivo con el que no nos identificamos».
La Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo (AFEMTRAS)
ha cumplido cinco años, inició su andadura tras la puesta en marcha de
la ley mordaza, y ahora están muy preocupadas por el regreso a la «nor-
malidad»: «La policía está molestando y se acercan días difíciles, algunas

 197
Alianzas rebeldes

compañeras ya están pensando en la posibilidad de manifestarnos».


Habrá que repensar cuál es la «normalidad» que ansiamos que, desde
luego, no pasa por el no reconocimiento de derechos para todas las
mujeres, también para las trabajadoras del sexo por decisión propia.

198 
17.
Trabajadoras del hogar y de los cuidados:
el feminismo que habitamos

MAMEN BRIZ

«Negra», «inmigrante», «pobrecita» son algunas de las descripciones


habituales, que parecen caídas del cielo y que acompañan silenciosa-
mente cual si fuera su sombra a mujeres como Rafaela Pimentel: «La
idea que se tiene de nosotras, de quienes iniciamos un viaje para cumplir
un sueño de vida es que no sabemos a qué venimos. Sí sabemos, sabemos
que nos vamos a dedicar al empleo del hogar y de los cuidados o al
trabajo sexual. Son trabajos, pero la sociedad determina que no son
iguales a otros y, por tanto, no tenemos los mismos derechos. Al capi-
talismo, al patriarcado le interesa que las migrantes nos dediquemos a
las «cosas» que hacemos las mujeres». «Cosas de mujeres» que, por lo
general, no le cuestan dinero a nadie, cuando se realiza en el marco
familiar. A pesar de llevar más de 20 años residiendo en nuestro país,
tener su DNI y de que su nieto Gael luzca nacionalidad española mu-
chas personas continuarán percibiéndola de este modo. Una percepción
que no existe en el caso de los hombres migrantes, a quienes no se les
descalifica de este modo. Nadie se refiere a ellos como los pobres chicos
que vinieron engañados a nuestro país para trabajar en cualquier cosa,
para ser explotados. «Cosas» del machismo.
Coincidimos en lo necesario que es huir de cualquier tipo de vic-
timismo, que se aplica de manera instantánea a algunas mujeres. Ella,
como muchas otras migrantes, sabía que venía a trabajar en lo que
pudiera con la idea de sacar a su familia y a sí misma adelante. Llegó
desde República Dominicana a nuestro país en 1992, con 32 años.

 199
Alianzas rebeldes

Su hijo, Mayobanex, tenía 10 y ya residía aquí, junto a su exmarido. Fue


Mayi, a pesar de su corta edad, quien le enseñó la ciudad, a subir al
metro, a llegar al cole…
Rafaela Pimentel prefiere presentarse como trabajadora doméstica,
feminista, migrante, madre y abuela. En este preciso orden: «Pero me
ha costado y nos cuesta definirnos como «trabajadoras domésticas».
Tiene mucho que ver con la infravaloración». La pescadilla que se
muerde la cola: se desvaloriza el trabajo del hogar y los cuidados y, por
tanto, a las propias trabajadoras.
Cada vez que nos encontramos, y esto sucede con bastante frecuen-
cia, acabamos conversando y compartiendo nuestras impresiones sobre
la actualidad y las realidades que atraviesan a quienes se emplean en el
trabajo del hogar y los cuidados, a las mujeres en general, e imaginamos
lo que haríamos a través del feminismo con el que nos identificamos.
Así que decidimos sentarnos y compartir con quienes ahora nos leéis
algunas de nuestras preocupaciones e inquietudes. Se nos ha hecho
tarde pero no importa, Rafaela Pimentel comienza a hablar de la si­tu­a­ción
de su colectivo y el cansancio se esfuma y sus ojos vuelven a brillar
con intensidad. Es arrolladora. Te contagia sin siquiera pretenderlo.
La fuerza de las asociaciones y de las trabajadoras del hogar y de los
cuidados está haciendo que la percepción social de desvalorización so-
bre ellas cambie, aunque sea poco a poco. Y cuenta que en su última
charla en la Universidad ante un público joven se encontró con una
buena acogida y se la trató con mucho respeto. Atrás quedaron esos
otros momentos en donde participando en mesas redondas se presentaba
a todas las participantes con sus títulos académicos y a ella tan solo
como «trabajadora del hogar» a secas, sin decir siquiera su nombre: «Eso
ha cambiado. Sé que falta mucho, pero son pequeñas pinceladas».
Antes de migrar formaba parte de un equipo de educación popular
haciendo teatro y organizando actividades con mujeres, básicamente lo
que ya venía haciendo de forma activista, pero con una remuneración
económica: «Yo era feminista ya en mi país, un país muy machista como
es República Dominicana». Así que una vez en Madrid buscó alguna
asociación en la que poder participar y echar una mano. Y recuerda, con
total claridad, el inicio de su andadura feminista en el Grupo de Mu-
jeres de Vallecas: «Para mí fue una escuela feminista el encontrarme con
mujeres con vidas muy distintas. Empar Pineda era una referente para
las feministas dominicanas y venir a Madrid y ver que acudía con re-
gularidad a Vallecas fue todo un descubrimiento. Aprendimos a

200 
17. Trabajadoras del hogar y de los cuidados: el feminismo que habitamos

escucharnos y a escuchar. Fue un laboratorio de escucha mutua. Colec-


tivizábamos nuestras preocupaciones. Aportábamos al feminismo y
recibíamos saberes y apoyo. Era una forma de trabajar fundamental:
escuchar y no percibirse las unas frente a las otras». En aquel grupo
había trabajadoras de todo tipo de sectores, profesionales, paradas, es-
tudiantes, del barrio, migrantes... además de mucha alegría e imagina-
ción política.
Sé de lo que me habla. En aquellos años, la búsqueda de un piso
económico compartido para continuar estudiando periodismo me llevó
a vivir al barrio de Vallecas. El feminismo académico, con el que por
entonces andaba coqueteando, estalló en mil pedazos cuando me acer-
qué a una reunión del Grupo de Mujeres de Vallecas. Fue allí donde
entendí el sentido y el valor del feminismo para el día a día de todas las
mujeres. La Asamblea de Mujeres de la Universidad Complutense,
donde era activista, miró a los libros, pero también a «lo que se cocía»»
en las calles y en los barrios.
Estaba muy lejos aquella escuela feminista vallecana del discurso del
rescate, del discurso de las «pobres mujeres» que abanderan algunos fe-
minismos. Porque bajo el discurso del rescate es fácil –sea intencionado
o no– negar la voz a las protagonistas de las luchas. Allí, en el Grupo de
Mujeres de Vallecas, entre otras mujeres poderosas, estaba Rafaela Pi-
mentel, enseñando y mostrando su realidad. Y ese es uno de los aspectos
clave del feminismo que abrazamos: sabernos diferentes, pero también
sabernos dispuestas a trabajar unidas y con los mismos objetivos.
Le pregunto sobre qué piensa de esas voces que hablan de abolir el
trabajo del hogar: «Tendríamos que pensar y repensar y sí, ojalá no exis-
tiera el trabajo doméstico, pero si no existiera tendría que haber una
enorme reorganización social. El trabajo doméstico supone que descargas
a otras personas de una tarea que hay que realizar y si está valorado y bien
pagado no le veo ningún problema. Habría que trabajar en la cotidianei-
dad de las vidas de las personas que requieren a una trabajadora doméstica
o a una cuidadora para que éstas mejoren. Hay que pensar en políticas
públicas que no dejen en el abandono ni a las familias ni a nosotras». En
el «mientras tanto» de especular sobre si podría abolirse o no, las traba-
jadoras de este sector lo que necesitan son plenos derechos.
Quiero conocer también su opinión sobre quienes se preguntan si se
puede ser feminista y tener una empleada de hogar. Me despacha rápido:
«No dejo de ser feminista por cuidar de mi hogar y de mi familia y tam-
poco por ser trabajadora doméstica. Prefiero estar en una casa donde se

 201
Alianzas rebeldes

valore mi trabajo. Tenemos que ir más allá de este discurso banal. Hay
tanto por construir que tenemos que centrar nuestros esfuerzos en otro
lugar». Sí, parece más que razonable apuntar hacia otros objetivos.

Los cuidados y la ausencia de los Estados

Incorporar los cuidados ha sido, bajo mi punto de vista, uno de los me-
jores aciertos del movimiento organizado de estas trabajadoras: «A medida
que fuimos avanzando en nuestra lucha y en la exigencia de plenos dere-
chos y la inclusión en el Régimen General de la Seguridad Social comen-
zamos a hablar también de los cuidados. Las personas mayores necesitan
unos cuidados y una pensión justa para poder tener a una persona que
pueda acompañarla en esos cuidados. Estamos hablando de que la so-
ciedad ha de tener unas políticas públicas que faciliten los cuidados y
que nadie pueda quedarse sin ellos por no tener condiciones económi-
cas». Rafaela Pimentel sabe mirar su realidad desde diferentes ángulos.
Se trata de pensar en el bienestar común.
Frente a unas políticas públicas casi inexistentes en esa materia se abre
paso el «negocio de los cuidados», normalmente en manos de unas cuan-
tas empresas que priman el rédito económico y no la calidad: «Sabemos
que son las mujeres quienes están cuidando (de menores, de mayores) y
para algunas familias, que necesitan ayuda, supone un gran coste econó-
mico. Hay familias que «compran» los cuidados, porque no les queda otra.
Pero los compran con dignidad y con humanidad. Saben que hay que
pagarlo lo mejor posible y con condiciones para las trabajadoras. Otras
familias solo compran servicios, pero ni siquiera conocen el nombre de la
persona que cuida de sus mayores, porque hay vidas que no les importan».
Tampoco les importan a estas empresas o «agencias de colocación»
las condiciones en que se realice ese trabajo. Por ejemplo, no suele ha-
blarse de la enorme carga psicológica que supone cuidar, tanto para las
familias, como para las trabajadoras: «Como decimos en Territorio Do-
méstico: «querían brazos y llegamos personas». El trabajo de los cuida-
dos supone una dura carga emocional. Cuando cuidas a una persona y,
de repente, te despiden es duro. O cuando fallece».
De nuevo ponemos el feminismo sobre la mesa: «Si no nos recono-
cemos las unas a las otras, mal vamos. Hay mujeres blancas con recursos
que pueden recurrir a la externalización de los cuidados sin problemas.
Y hay mujeres blancas viviendo situaciones de precariedad muy

202 
17. Trabajadoras del hogar y de los cuidados: el feminismo que habitamos

difíciles, sin posibilidades de externalizarlos. Tienes a tu madre y no


puedes pagar a una cuidadora porque no tienes recursos. Y te tienes que
buscar la vida como sea. El Estado está ausente».
El trabajo del hogar y de los cuidados ha entrado a formar parte,
desde hace ya años, de las agendas políticas, sindicales y feministas.
Ahora, con la COVID-19, se ha hablado más que nunca de las traba-
jadoras esenciales. No deja de tener su gracia si no fuera porque es
dramático: trabajadoras esenciales sin derechos esenciales. ¿Qué es lo
que impide que se les incluya dentro del Régimen General de la Segu-
ridad Social (supondría entre otras cosas, derecho al paro), que estén
protegidas por la Ley de Prevención de Riesgos Laborales o que España
ratifique el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) que supondría dignificar el trabajo doméstico? Rafaela Pimentel
lo resume en dos contundentes frases: «No hay voluntad política» y «El
clasismo, el racismo, el machismo atraviesa al trabajo doméstico y de
cuidados». Y ahí están ellas, atrapadas: «Las migrantes seremos siempre
el colchón de esa falta de voluntad política de Estados que no quieren
comprometerse, que no hacen lo que debieran hacer».
Está cansada Rafaela Pimentel de oír hablar de derechos humanos,
de violencia sexista, de ética, de feminismo… pero que todo esto desapa-
rezca a la hora de legislar, a la hora de concretar derechos laborales: «La
mayoría de las mujeres estamos haciendo trabajos esenciales no valorados:
las limpiadoras de los hospitales, las camareras, las cajeras, las recogedoras
de frutas y verduras... Necesitamos que se nos garanticen derechos, solo
así se termina con la precariedad, con las mafias y con la desvalorización
de trabajos importantes para la continuidad de la vida: ¿Cómo íbamos
a haber pasado este momento de pandemia cuando nos dijeron iros a
casa y quedaros allí sin el trabajo de muchas mujeres?».
Y señala directamente al sistema capitalista: «Al capitalismo le interesa
continuar con esta rueda, que seamos las personas más precarias quienes
realicemos esos trabajos sí o sí, mal pagados y sin derechos». Derechos
básicos, por otra parte, como bien puntualiza: «No estamos pidiendo la
luna. Lo que no puede ser es que seamos quienes sostengamos la base de
la pirámide, porque sin nosotras, sin nuestro trabajo, se caería todo». La
consigna «Si nosotras paramos se para el mundo» fue una de las más
coreadas durante la huelga feminista del 8 de marzo de 2018.
La excusa económica de cuánto costaría dotarles de derechos se
extiende a que este colectivo no esté protegido por la Ley de Prevención
de Riesgos Laborales: «Desde que sales de casa hasta que llegas a tu

 203
Alianzas rebeldes

trabajo puede ocurrirte cualquier cosa y trabajar «cuidando vidas» es de


una enorme responsabilidad y nosotras también necesitamos cuidados.
Te puedes caer limpiando unos cristales, te puedes quemar, te puedes
hacer daño en la espalda, levantando a una persona mayor, jugando con
los niños en un parque o en la casa, te puedes resbalar, te puede caer
encima una mampara. Los riesgos laborales que tenemos en este sector
son enormes, pero no se habla de ello ni se trabaja para cambiarlo. Al
parecer los riesgos laborales están en las grandes empresas pero no en
los domicilios». El principal problema que se aduce siempre es la im-
posibilidad de acceder a los hogares a hacer inspecciones, al tratarse de
un ámbito privado. Pero Rafaela Pimentel pone un buen ejemplo que
desenmascara, una vez más, la falta de voluntad política: «Cuando te
van a revisar una caldera a tu casa o a revisar cualquier servicio básico
esa persona transita por tu casa. Entrar a un hogar para conocer si
existen o no riesgos laborales debería ser posible. Tanto la trabajadora
como la persona que emplea tendrían una seguridad».
La figura del desistimiento es otro de los grandes muros con que se
topan: «Quiere decir que a ti te echan por cualquier cosa. Esto pesa
mucho sobre las trabajadoras, de modo que normalmente no se niegan
a realizar lo que se les pide, aunque implique riesgos para ellas. Siempre
existe la denuncia y se pueden ganar juicios por despidos, pero tiene que
haber un acompañamiento. Las asociaciones y colectivos han de impli-
carse en ello. Porque es muy complicado conseguirlo. Además, las tra-
bajadoras están viviendo el día a día y no pueden dejar de buscar un
nuevo empleo. Hemos ganado muchos juicios. La negociación con la
parte empleadora es importante en estos casos». Pensar, cada día, que
puedes ser despedida por cualquier motivo puede llegar a ser extenuante.

Sostenernos las unas a las otras

El teléfono de Rafaela Pimentel está siempre disponible para cualquier


mujer, conocida o no, que necesite ayuda. Muchas le llaman para pre-
guntarle qué derechos tienen: «Estamos potenciando mucho los talleres
de derechos laborales porque hay mucha desinformación y la gente des-
conoce sus derechos. Si desconoces tus derechos es imposible que pelees
por ellos». El desconocimiento de derechos trasciende a las trabajadoras
del hogar, pocas personas trabajadoras conocen a qué convenio colectivo
están sujetas, por ejemplo.

204 
17. Trabajadoras del hogar y de los cuidados: el feminismo que habitamos

Las llamadas se agudizaron durante el confinamiento. Asegura que


a pesar de la diversidad enorme de mujeres que conforman el colectivo
de las trabajadoras domésticas y de los cuidados este año está siendo
durísimo para todas: «El estar organizadas, el sostenernos las unas a las
otras es lo que nos ha ayudado. De no haber sido así, habría sido un
varapalo terrible». No todas las trabajadoras están dadas de alta en el
Régimen Especial de la Seguridad Social, se estima que casi 400.000;
el resto, unas 200.000 (hay quienes hacen una estimación aún mayor)
forman parte de la economía sumergida. La inseguridad se agudizó
durante la pandemia: «Ha sido demoledor. Había que seguir trabajando
porque hay tareas que no pueden parar, no puedes dejar de cuidar de
los mayores ni de los pequeños (a quienes primero enviaron a casa).
Nosotras sí o sí, teníamos que trabajar. Muchas trabajadoras internas
han cuidado durante 4 meses sin descanso, sin salir de la casa, sin tener
contacto con nadie, sin poder salir a enviar remesas a sus familias porque
los locutorios estaban cerrados, entre otras cosas».
Las trabajadoras del hogar y de los cuidados se «salvaron» entre sí y
se organizaron para poder acceder a recursos esenciales, aun sabiendo
que no es esta su función. De nuevo la dejadez institucional: «Las mis-
mas personas que estaban necesitando recursos son las que se han or-
ganizado. Pero ha sido una enorme lección ver cómo la ciudadanía, desde
los barrios, se ha organizado: con los bancos de alimentos o abriendo
las wifis de sus casas. Porque hemos conseguido hacerlo, a pesar de que
era algo que no nos competía, pero se tenía que hacer. Ahora tenemos
que politizar toda esta acción, porque el virus ha atacado a todo el
mundo, pero no ha atacado de la misma manera. Las condiciones de
vida son muy distintas entre unos sectores sociales y otros».
¿En qué piensan, cuando ponen en marcha políticas públicas, quienes
gobiernan?: «Los gobernantes tienen que saber cómo vive la gente y
cuando pones en marcha medidas tienes que saber cómo va a repercu-
tir en las personas», explica Rafaela Pimental. Desconocimiento o des-
preocupación o probablemente una mezcla de ambas y el no contar con
la opinión directa de las personas afectadas.
Las organizaciones de trabajadoras del hogar y de los cuidados deci-
dieron presionar al Gobierno español para que tomara cartas en el asunto,
movilizándose a través de las redes sociales: «Conseguimos un subsidio
para las trabajadoras del hogar que estuvieran cotizando. Es muy restric-
tivo. Se pedían unos requisitos difíciles de cumplir. Muchas migrantes
trabajan sin contrato (y esto se sabe). Y quienes no tienen papeles se han

 205
Alianzas rebeldes

quedado fuera. Sobre las migrantes indocumentadas recae el peso del


trabajo de internas, pero nunca podrán optar a este subsidio del 70 % (que
no es del 100 %)». No es que estén felices con este subsidio así planteado,
pero sí entienden que puede ser una pequeña puerta que se abre para
poder continuar empujando hacia la prestación por desempleo: «No nos
conformamos con cualquier cosa y seguiremos nuestra lucha, pero sabía-
mos que suponía un alivio para algunas mujeres».
Tras el anuncio del subsidio por parte del Gobierno, llegó la decep-
ción: «Se suponía que el 5 de mayo todo estaría listo para cobrar, pero
meses más tarde, muchas aún no han cobrado o han empezado a cobrar
a finales de julio. Hemos tenido una entrevista con el Ministerio de
Trabajo, han contratado a algunas personas para agilizar los trámites,
pero nosotras todos los días hacemos repaso entre las compañeras y a
muy pocas les ha llegado. Seguimos insistiendo en la necesidad de reu-
nirnos con el Gobierno, donde todos los colectivos podamos participar
y que se nos pueda escuchar, porque nosotras tenemos ideas sobre cómo
podría ser este subsidio y cómo podría realizarse. Estamos decepcio-
nadas porque cuando se ha podido hacer algo con un gobierno de iz-
quierda, vivimos lo de siempre: «las trabajadoras del hogar y de los
cuidados podemos esperar», como si no fuéramos rentables». No ser
rentable. No ser rentable electoralmente hablando. Tal vez ahí esté una
de las claves de la falta de voluntad política. Las necesidades de las
trabajadoras del hogar y de los cuidados pueden esperar. Siempre pue-
den esperar. Siempre hay cuestiones más urgentes que resolver. Algo
que nos suena muy familiar a las feministas.
En la tesitura de la pandemia países como Portugal e Italia decidie-
ron actuar y se decantaron por la regularización de la migración en sus
fronteras, ambos con excepciones. En el caso portugués se concedieron
de forma exprés permisos de residencia y trabajo a todas las personas
migrantes que tuvieran su solicitud en curso. En el caso italiano se re-
gularizó, con una duración de seis meses con posibilidad de prórroga, a
temporeras y temporeros del campo y trabajadoras del hogar y de los
cuidados. De la medida se beneficiaron más de medio millón de mi-
grantes sin papeles.
No ha sido así en el caso español. Rafaela Pimentel piensa que el
discurso político sobre la migración no ha cambiado nada: «Continúan
repitiendo lo mismo: «No podemos dejar entrar a todo el mundo». La
gente migrante está viviendo aquí y está aportando y podríamos apor-
tar más a la Seguridad Social y esos recursos beneficiarán a toda la

206 
17. Trabajadoras del hogar y de los cuidados: el feminismo que habitamos

sociedad. Ni vamos a acabar con los recursos ni venimos a quitar trabajo


(entre otras cosas porque son durísimos) como dicen esos falsos bulos
que hace circular la derecha». Atrás quedaron las regularizaciones ex-
traordinarias: más de 450.000 durante el Gobierno de Aznar y
5.000.000, en 2005, bajo el mandato de Zapatero.
El futuro no parece halagüeño: «A quienes estamos a este otro lado
nos tocará seguir peleando para conseguir reconocimiento y derechos.
Si no los peleamos, no nos los van a regalar, hay que arrebatarlos. Sa-
bemos que supondría que algunas personas suelten privilegios y esto no
va a ser tan fácil».
Ella conoce de primera mano lo que significa estar en este país sin
papeles. Supone que policías de paisano te pidan los papeles cuando te
ven cuidando de un niño blanco en un parque, o tener que huir en me-
dio de la noche de tu domicilio y tener que esconderte, con un crío aún
pequeño entre contenedores de basura, hasta que la policía se marche.
Ahora solo ansía un país en donde su nieto no sufra discriminación por
el hecho de tener una madre de origen colombiano y un padre de origen
dominicano, ambos criados en Madrid.

Por un feminismo de la escucha y del apoyo mutuo

Hablamos del feminismo en que habitamos, aquel que nos ayuda a


construir en común, aquel que nos lleva a organizarnos: «El feminismo
en que yo milito es el feminismo de la escucha y el feminismo del apoyo
mutuo. Hay mujeres que no son trabajadoras del hogar y de los cuida-
dos y, sin embargo, están muy interesadas en que nuestra situación cam-
bie, porque como sociedad va a repercutirnos a todas. Da igual si soy o
no trabajadora del hogar, da igual si soy negra o migrante… Es cierto
que los privilegios existen, pero en el feminismo en el que milito nunca
he tenido estos problemas. El feminismo que me he encontrado, y en
el que participo, es el de otras mujeres que escuchan… Para mí lo im-
portante es escucharnos, valorarnos, nos vemos, nos acuerpamos mirán-
donos a los ojos y nos hacemos saber que, aunque yo no esté en esa
realidad, a mí me importa. Al fin y al cabo, el capitalismo y el patriarcado
tampoco hacen distinciones, van contra todas».
La lucha de las trabajadoras del hogar y de los cuidados que nos
interesa y compartimos no habría sido nunca la misma sin una pers-
pectiva feminista inclusiva: «No habríamos llegado donde estamos.

 207
Alianzas rebeldes

Llevamos el feminismo inclusivo a nuestros espacios de pelea para con-


seguir cambios sociales: que las mujeres dejemos de ser violentadas,
perseguidas, que trabajemos con derechos, que tengamos voz propia.
Las trabajadoras del hogar y de los cuidados estamos en la agenda
política del feminismo porque nos hemos encargado de que así fuera.
Somos esenciales para un cambio social. El feminismo ha sido nuestra
linterna y nos ha politizado».
Rafaela Pimentel no concibe el cambio sin un feminismo que sepa
aglutinar a multitud de mujeres, con sus propias particularidades, sus
propias vidas y precariedades. Muchas feministas, entre quienes me
encuentro, tampoco: «Es fundamental hablar del trabajo del hogar y de
los cuidados, de la migración, del racismo… con feministas blancas, que
han entendido que eso que estamos peleando es para todas y que si no
están con nosotras y nos sostienen y nos apoyan va a ser difícil conse-
guirlo. Tendremos que seguir construyendo el feminismo en el que
queremos habitar. Tenemos que luchar desde el feminismo, no «mandar»
a que el feminismo luche por nosotras, pero sin nosotras».
En esas estamos, tratando de construir un feminismo en el que nos
reconozcamos en nuestra diversidad, un feminismo en donde quepa-
mos todas para salvarnos juntas.

208 
18.
Los feminismos de la hispanidad

SIOBHAN GUERRERO MC MANUS

La hispanidad es una noción incómoda o al menos lo es para una parte


importante de la intelectualidad latinoamericana. Nombra a algo más
que a un conjunto de hablantes de esta lengua que llamamos español.
Nombra vínculos afectivos y familiares, vínculos económicos, ideológi-
cos y políticos, pero nombra también a una comunidad construida sobre
una herida que, tras cinco siglos, no ha terminado de sanar. La hispa-
nidad es un bonito nombre para llamar a una colectividad construida
sobre una historia colonial que, incluso ahora, no ha dejado del todo de
operar. En América Latina el término genera cierto escozor porque
pareciera querer hermanar a quienes hasta hace no tanto guardaban
entre sí relaciones verticales y no horizontales.
Empero, a pesar de los malestares que pueda evocar el término –o
quizás justamente por eso mismo–, creo que hoy resulta necesario pen-
sarnos como parte de la hispanidad y de otras tantas comunidades glo-
bales que pueden resultar algo incómodas. En este sentido, es urgente
pensar la hispanidad como una de las encarnaciones de la globalización,
con todas las complejidades que eso conlleva. A simismo, pensar los
horizontes de justicia que imaginamos como posibles dentro de sus
fronteras geográficas y lingüísticas. Pensar, desde luego, lo que habrán
de ser las luchas feministas, transfeministas, queer/cuir y LGBTI+ al
interior de esas mismas fronteras.
Todo esto viene a cuento porque este año, 2020, al que han decidido
nombrar como el año del Gran Confinamiento, ha evidenciado una

 209
Alianzas rebeldes

serie de aspectos importantes sobre la globalización. Primero, el mundo


está profundamente conectado a través de relaciones de intercambio,
movilidad y comunicación; esto en sí no es un hecho novedoso, pero sí
hizo posible habitar el aislamiento físico que ha demandado el combate
a la pandemia sin que esto implicase un aislamiento social. Es más, esta
muy particular forma de convivir sacó a relucir las íntimas conexiones
afectivas, políticas e identitarias que podemos compartir aun cuando
nos separen decenas de miles de kilómetros.
Segundo, esas conexiones recapitulan la historia que fue haciendo
posible el siquiera imaginar un orbe cuya arquitectura fuera la de un
mundo pequeño, una aldea global. Es a causa de esto que los países
hispanohablantes guardan entre sí una cercanía que no comparten con
el mundo de habla francesa o alemana y que comparten en mucho
menor medida con el mundo anglófono, aunque en este último caso la
relación sea mucho más unidireccional y asimétrica. Tanto una cosa
como la otra son efectos de las relaciones coloniales y neocoloniales que
se establecieron entre nuestras naciones. De allí que también al interior
de la hispanidad existan flujos un tanto asimétricos, ya sean de personas
e ideas o de materias primas y mercancías. La asimetría existe incluso
en el ámbito de las utopías y distopías.
Esto puede verse con claridad si atendemos a las formas tan dispares
en las que se reciben las experiencias nacionales de España, Argentina y
Uruguay en el grueso de nuestros países. Hablo aquí, desde luego, de si-
tuaciones sumamente concretas que versan acerca de la relación entre los
feminismos y las disidencias sexo genéricas en su búsqueda por incidir en
el Estado con el objetivo de crear marcos jurídicos que garanticen de-
rechos civiles, políticos y, en algunos casos, económicos y culturales.
Argentina, por ejemplo, ha sido un país pionero en el reconocimiento
de la identidad de género en personas trans tanto adultas como meno-
res de edad y recientemente ha implementado medidas para asegurar
que el Estado contrate de manera obligatoria a un porcentaje dado de
personas trans –el famoso cupo laboral100–. Uruguay, por su parte, posee
quizás la legislación más avanzada del mundo en este tema ya que su
enfoque integral no so lo incluye el reconocimiento de la identidad de

100 Detalles de esta nueva política pueden consultarse en la siguiente nota: https://
www.dw.com/es/argentina-establece-un-cupo-laboral-para-travestis-y-trans-
en-el-sector-p%C3%BAblico/a-54821179 (consultada por última vez el 8 de
septiembre de 2020).

210 
18. Los feminismos de la hispanidad

género sino que garantiza el derecho a la educación, a la salud, al trabajo


y a la vivienda con el fin de combatir la pauperización y exclusión de este
sector poblacional101. Por su parte España, a pesar de haber sido hasta hace
una década un referente de vanguardia, se ha visto rezagada en el combate
a la patologización de las personas trans y actualmente se encuentra su-
mida en un debate muy álgido en el cual un sector del feminismo se ha
lanzado en contra de reformas como las que ya existen en diversos países
de América Latina desde hace un lustro o más.
Tristemente, no es la experiencia argentina o uruguaya la que pare-
ciera tener un efecto mayor sobre el grueso de los países de la hispani-
dad. Al menos en el caso de México, y en cierta medida de Colombia,
Ecuador y Chile, es el debate español el que ha parecido extenderse
encontrando tierra fértil en nuestros países. Con esto no quiero sugerir
que no se conozca lo ocurrido en Argentina o Uruguay, porque sin
duda estos avances han brindado a los activismos trans de estos países
posibles rutas de acción. Empero, tal parece que son los miedos distó-
picos de España y no los avances cuasi utópicos del Sur los que estruc-
turan los imaginarios de lo posible para una parte importante de los
feminismos hegemónicos de América Latina. Esto, como he dicho, es
desafortunado, porque son justamente los avances del Sur los que falsean
los miedos del Norte. Y es aquí donde cabe preguntarnos por qué esto
ocurre y qué otros procesos perniciosos acompañan a esta dinámica.
La respuesta, por supuesto, ya ha sido anticipada y radica en los
persistentes efectos de una historia colonial. De allí que hoy resulte
imperativo el tomarnos en serio al pensamiento decolonial latinoame-
ricano para entender no únicamente nuestras complejas relaciones con
España sino también los flujos del conocimiento, de las utopías y disto-
pías, de los imaginarios políticos y, sin duda, de los cuerpos. Pero no
será suficiente hablar de pensamiento decolonial si no hacemos un
cruce entre este y el pensamiento feminista, también de corte decolo-
nial, que puso en el centro la historicidad misma de un cuerpo sexuado
que no puede pensarse más como un invariante histórico y transcul-
tural. So lo así lograremos responder a cabalidad la pregunta que he
planteado y so lo así lograremos comprender plenamente los legados
persistentes de ese colonialismo cuyos efectos todavía observamos en

101 Algunos detalles sobre dicha Ley pueden consultarse en: https://www.presi-
dencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/ley-trans-reglamentacion
(revisado por última vez el 8 de septiembre de 2020).

 211
Alianzas rebeldes

las relaciones raciales, de género y, desde luego, económicas que estruc-


turan nuestra cotidianidad tanto en uno como en otro lado del Atlántico.

Hispanidad y Decolonialidad

Un buen punto de inicio para ello nos lo proporciona el teórico Ramón


Grosfoguel102, pues a este autor le ha interesado conectar el pensamiento
decolonial desarrollado por Aníbal Quijano con las famosas epistemo-
logías del Sur que ha articulado Boaventura de Sousa Santos. Así, ha
querido mostrar cómo es necesario pensar a la colonialidad como un
patrón de poder persistente y emanado del colonialismo al cual de he-
cho sobrevivió. Es decir, el colonialismo nombra una época que habría
finalizado a comienzos del siglo XIX –al menos para América Latina– y
tras la cual los virreinatos americanos pasaron a ser naciones indepen-
dientes. Por el contrario, la colonialidad implica un arreglo específico
de las relaciones de poder entre la vieja metrópolis y sus ex colonias; ese
arreglo incluiría desde luego las lógicas de intercambio económico, pero
también las relaciones de influencia en el plano ideológico y epistemo-
lógico e, incluso, en el ámbito de la ontología misma de lo humano, i.e.,
de cómo va a habitarse esa humanidad presuntamente compartida. Por
ende, la colonialidad en su persistencia es ante todo y sobre todo una
colonialidad del poder, una colonialidad del saber y una colonialidad
del ser.
Aquilatar lo que esto significa requiere atender a dos observaciones.
Por un lado, el grueso del pensamiento crítico europeo y europeizado
le ha prestado poca atención a América Latina y no únicamente en lo
que respecta a su producción intelectual sino incluso como un sitio
históricamente importante. Santiago Castro Gómez ejemplifica esta
afirmación tomando a Foucault como ilustración paradigmática en su
conocido texto Michel Foucault: colonialismo y geopolítica. Como bien
sabemos, este autor fue un gran teórico en lo que respecta a la historia
de la sexualidad, la herencia y la biopolítica, pero el grueso de sus pro-
puestas historiográficas habla de una Europa que pareciera estar plegada
sobre sí misma de tal suerte que se nos narra la historia de estos

102 Retomo en particular las ideas que este autor desarrolló en su texto «La desco-
lonización del conocimiento: diálogo crítico entre la visión descolonial de
Frantz Fanon y la sociología descolonial de Boaventura de Sousa Santos».

212 
18. Los feminismos de la hispanidad

elementos como si sus desarrollos fueran únicamente un fenómeno


europeo. Ello obvia que, sin embargo, todas estas empresas ideológicas
se aplicaron en las colonias americanas y construyeron de este modo un
orden racial, económico y de género. Esto es, esos saberes se emplearon
como herramientas gubernamentales en este lado del Atlántico para
luego retornar a Europa en calidad de un conocimiento empíricamente
validado. Irónicamente este hecho se le escapa al propio Foucault y,
como señala Castro Gómez, ello no es una situación excepcional sino
un elemento característico de un pensamiento europeo que borra cons-
tantemente su relación con sus exteriores en el proceso mismo de ir
delimitando sus tradiciones políticas e intelectuales. La colonialidad del
saber implica así una persistente falta de conciencia sobre la relación
que guarda el pensamiento europeo con sus alteridades, esto incluso en
aquellos aspectos donde se han co producido mutuamente.
Por otro lado, todo lo dicho hasta ahora podría parecer una reflexión
posmoderna que le otorga excesiva importancia a los discursos, ya sean
académicos o políticos, mientras se ignoran las relaciones sociales y las
prácticas materiales que no están contenidas en el ámbito de lo discur-
sivo. Empero, es aquí donde el pensamiento decolonial se hace eco de
los estudios de la ciencia y la tecnología. Como nos ha enseñado este
campo de estudios, los hechos científicos no están dados, sino que se
construyen y estabilizan de muy diversas maneras. No es este el lugar
para pasar revista a los múltiples modelos que se han elaborado para
dar cuenta de este proceso, pues bastaría señalar un punto de acuerdo
general. Básicamente, que lo que una sociedad interpreta como hechos
verdaderos sobre los que habrá de fundar su cosmovisión –o cosmopo-
lítica, si preferimos a Isabelle Stengers– cambia con el paso del tiempo
y que, en cualquier caso, el proceso que conduce a declarar cierta colec-
ción de proposiciones como verdaderas rebasa con mucho a las relacio-
nes teoría-evidencia. Y no es que la evidencia en sí sea irrelevante, sino
que los estándares de prueba son ellos mismos cambiantes y atienden
a demandas e imperativos axiológicos que no se agotan en el mero
interés por hallar la verdad. En ese sentido es menester no olvidar que
la cultura de una época, tanto material como simbólica, acota fuerte-
mente aquello que puede siquiera ser candidato a ser considerado como
verdadero. Todo esto lo hemos de tener cuenta, así como también el
hecho de que los saberes son finalmente herramientas que hacen po-
sibles ciertas intervenciones en el mundo social y natural, ya sea al
permitir ciertas acciones como la extracción de recursos o al configurar

 213
Alianzas rebeldes

ciertos ordenamientos del mundo que habrán de tomarse como natu-


rales. Son, así, los saberes algo mucho más contextual y situado de lo
que solemos reconocer y esto no implica en ningún modo negar la
realidad del mundo sino todo lo contrario: reconocer su complejidad y
los desafíos que conlleva el aprehenderla de forma situada.

Decolonialidad y Género

Sostener que los saberes son algo mucho más contextual y situado de
lo que suele aceptarse ha llevado al pensamiento decolonial a señalar
que la colonialidad del poder conlleva una colonialidad del saber y que,
de manera conjunta, estas dan lugar a una colonialidad del ser donde
se gestan jerarquías ontopolíticas, es decir, órdenes ontológicos atrave-
sados ya por lo político, en las cuales hay categorías que se juzgan su-
periores o inferiores a otras103. Hay, asimismo, formas de ser que se
vuelven abyectas o prohibidas y se ven revestidas por afectos que hacen
que dichas categorías se vuelvan inocupables, pues habitarlas implica
morar la deshumanización. Esa es, por ejemplo, la historia de la sodomía
en Abya Yala, como bien ha señalado el pensamiento nuestramericano
que hoy desentierra los nombres olvidados de América.
Son estos puntos los que permiten entender la relevancia del pensa-
miento decolonial. Regresando a Grosfoguel, la colonialidad creó marcas
que aplicó sobre los cuerpos para jerarquizarlos y gobernarlos y esto
inauguró un orden raci-clasista que aún persiste en ambos lados del
Atlántico. Introdujo en el proceso un universalismo o monocultura que
no únicamente arrojó los saberes locales al ámbito del mito, sino que en
muchas ocasiones los exterminó a través de un epistemicidio que erradicó
cosmologías completas. Forzó así una visión única del saber, del mundo,
del propio cuerpo y de las diferencias entre los cuerpos al jerarquizarlos
y naturalizar dicha jerarquización como si fuese un hecho bruto del
mundo y no un producto más de la historia colonial.
Para Grosfoguel se puede incluso sostener que la universalización
del capitalismo fue el resultado del orden colonial donde América

103 El término de ontopolítica lo he tomado originalmente de Annemarie Mol


pero el sentido con el cual se le usa en este texto atiende directamente a un
trabajo anterior escrito en colaboración con Leah Muñoz y titulado Ontopolíti-
cas del cuerpo trans .

214 
18. Los feminismos de la hispanidad

Latina fue y sigue siendo un sitio del que se toman cuerpos y recursos
naturales para el enriquecimiento del Norte global. Si bien esto último
podría parecer exageradamente dicotómico y binario, para este pensador
ello explica la zonificación del mundo en dos regiones. En una, habitan
aquellos individuos cuyas formas de ser, su «Zona del Ser», no es cues-
tionada, sino que emana respeto y se reconoce como digna y poseedora
de derechos. En otra, la «Zona del No Ser», moran los cuerpos abyectos
y marcados como diferentes; aquí habitan esos cuerpos que quedan fuera
de la circunscripción del humanismo, los cuerpos de los migrantes, de
las personas racializadas, discapacitadas o de la diversidad sexual, los
cuerpos que ejercen el trabajo sexual y muchos otros más. En la «Zona
del Ser» las promesas del liberalismo, el diálogo y la democracia operan
como ideales políticos pues sus sujetos gozan, en efecto, del reconoci-
miento de su voz y dignidad. No así en la «Zona del No Ser», donde
los individuos no satisfacen los estándares mínimos de aquellas filoso-
fías políticas. Podríamos incluso decir que a estos otros cuerpos los
gobierna la necropolítica y no el derecho; qué son pues los crímenes de
odio sino ejemplos de esto último.
Sea como fuere, la hispanidad como globalidad se debe a sí misma
una reflexión sobre sus propias polaridades y exclusiones. En el caso
concreto que nos convoca, esto es, la pregunta por lo que habrán de ser
los feminismos y los activismos LGBTI+ en nuestra región, esto es sin
duda ineludible. María Lugones justamente ha hecho ver la relevancia
del pensamiento decolonial en estos ámbitos, al señalar cómo la colo-
nialidad del ser y del saber instauraron una historia del cuerpo sexuado
profundamente cis heterosexista. Se borraron con ello las cosmologías
americanas en las cuales la diversidad sexo genérica no era un hecho
abyecto o patológico a curar o lamentar sino parte misma del mundo.
Ello dio lugar a una visión binarista de las relaciones en la América
precolombina que bien podía romantizar dicho binarismo y leerlo como
complementariedad sin jerarquía o, por el contrario, postulaba la exis-
tencia de un entronque entre patriarcados como realidad americana pos
conquista, lo que se traducía en la afirmación de un orden binario y
jerárquico en la época precolombina.
Tanto uno como otro movimiento implican el olvido de las muchas
sociedades con más de dos géneros y con conductas no heterosexuales.
Ello no so lo conlleva la eliminación de estas formas de ser de la me-
moria histórica sino la naturalización del binarismo mismo como
lógica clasificatoria que ahora vendría a verse como transhistórica y

 215
Alianzas rebeldes

pancultural104. Esta colonialidad del saber, este epistemicidio, de facto


impide ver lo históricamente contingente de la forma en la que hoy
dividimos al cuerpo sexuado en dos categorías presuntamente exhaus-
tivas y exclusivas. Se oculta así la construcción de este hecho científico
y su modo de universalización a través precisamente de la colonialidad
misma. Y, finalmente, se oculta también el legado colonialista que está
implícito en el discurso de quienes afirman la universalidad y validez
de ese mismo hecho para reducir a las disidencias sexo genéricas a un
mero subproducto de lo más decadente de los siglos XX y XXI.
Por todo esto es que María Lugones afirmaba que la intersecciona-
lidad debía leerse necesariamente en clave decolonial. Pensar así en cómo
detrás de cada cuerpo yace una historia de la producción misma de su
ser y del saber que le da coherencia que hace eco de la historia geopolí-
tica de la modernidad. La interseccionalidad no es meramente un ejer-
cicio de cruzar identidades y tampoco de pensar en el enclavamiento de
opresiones, sino que requiere una mirada histórica de los modos de hacer
mundo y hacer cuerpo, de declarar a ciertos sujetos como legítimos mien-
tras otros más se vuelven abyectos, y de generar toda una lógica de go-
biernos y violencias que nos sitúan en ciertas categorías.
Es esta la reflexión que creo, al menos yo, que nos debemos en los
pensamientos críticos de la hispanidad. Y no so lo entre uno y otro lado
del Atlántico sino entre nuestras élites y nuestras subalternidades nacio-
nales, entre nuestras voces presuntamente anhelantes de libertad, eman-
cipación y esperanza. Ello ya que hoy por hoy esos legados coloniales
siguen haciéndose presentes en nuestras distopías y utopías, y en nuestras
capacidades de escucha y aprendizaje. Recordemos de este modo que
quienes claman por justicia sin escuchar al Sur no van a poder producirla
y se colocarán como herederos involuntarios de la espada y la conquista.

104 Un buen ejemplo de cómo la propia antropología cuestiona hoy en día esta visión
en torno al cuerpo sexuado nos la proporciona M. K. Stockett, en su texto On the
importance of difference: re-envisioning sex and gender in ancient Mesoamerica .

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