Está en la página 1de 2

A Francisco Enrique Díaz Jiménez.

In memoriam.

Mis queridos policías…

…hoy ha caído otro de los vuestros. Lo diré mejor: hoy ha caído otro de los nuestros. Sí,
de los nuestros, de todos y cada uno de los que cada día podemos ir tranquilamente a
nuestro trabajo, salimos en paz a pasear con nuestra familia y nos acostamos con la
seguridad de saber que nuestros custodios están ahí, cumpliendo con su deber para
que nuestro sueño no sea perturbado.

Por eso duele, duele mucho, cuando en una algarada callejera sois
vilipendiados, escupidos, heridos y ultrajados cuando unos energúmenos sacan a flote
sus más abyectos instintos y se escudan en marchas por la dignidad. ¡Qué gracia!
¿Patear y golpear salvajemente a un policía es reivindicación de dignidad? ¿De qué?

Hoy ha vuelto a caer otro de los nuestros. Ha sido Francisco Enrique,


apuñalado por un salvaje, cuando cumpliendo con su deber procedía simplemente a
identificarlo. Francisco iba a hacer su trabajo, -el que todos le hemos encomendado- y
que, por ser algo nuestro, tenemos que respetar pues cada vez que se viola el
acatamiento a las instrucciones de estos servidores públicos algo se vuelve más débil
en la sociedad. Y a las pruebas me remito.

Hoy dos familias han quedado destrozadas: la de la sangre y la del Cuerpo


Nacional de Policía. Mañana Francisco no dará un beso a su mujer y a su pequeña
cuando se vaya a trabajar. Pero sí las besará con infinito amor de esposo y padre, con
un beso no físico, porque ya está en otro lugar, en otra dimensión intangible e
incomprensible para nosotros pero no menos real que ésta. Desde allí, al lado de
tantos y tantos ángeles custodios estará feliz velando sobrenaturalmente por su
familia. Rogando a través de esa maravillosa comunión de los santos por su mujer
para que la desesperanza no se haga fuerte en su interior y por la bendita inocencia de
esa niña de tres años que algún día será capaz de decir orgullosa que su papá murió
por todos y cada uno de nosotros y por hacer una España mejor pues, ¿quién sabe
cuántas vidas ha podido salvar dando la suya? Y ¡cómo no! Francisco también estará
velando por todos y cada uno de sus compañeros que a lo largo y ancho de nuestra
geografía se entregan por la ley cada día que amanece, por esa ley que bien podría ser
cambiada en algunos aspectos para que la balanza se mueva alguna vez hacia el otro
lado.

Viene a mi recuerdo una estrofa de vuestro antiguo himno: Rindo culto leal al
Caído/ que en servicio su vida entregó…/Yo no sé de traiciones ni de olvido…/ Sus luceros
alumbran mi honor.
Desde hoy un nuevo lucero resplandece con rutilante luz dando su calor a los que
vestís el uniforme azul en generosa vela por la paz de España. Ese lucero es Francisco Enrique.
Y es que hoy ha caído otro de los nuestros.

Eduardo López Aranda.

También podría gustarte