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Battista Borsato

Imaginar
el matrimonio

Editorial SAL TERRAE


Santander
I si i n iduicioii de ¡mmaginare il Maiiimomo se publica en virtud de
un K n u d o con Centio Editonale Dehoniano (Bologna) y con la media-
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Titulo del original italiano


Imina^maie il Matrimonio
©200 by Centro Editonale Dehoniano
Bologna (Italia)

Ti aducción
Alfonso Oitiz Gama
© 2003 by Editoiial Sal Terrae
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39600 Maliaño (Cantabna)
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ISBN 84 293 1496 2
Dep Legal BI 539 03

Diseño de cubierta
Copicentro - Santandei

Fotocomposicion
Sal Terrae Santander
Impresión y encuademación
Grato, S A - Bilbao
índice

Prólogo 9

1. Casarse... ¿para qué? ¿Para ser felices? . . . . II


2. ¿Qué añade al amor el casarse en la Iglesia? . 25
3. Vivir el amor es ya vivir la fe 37
4. De la vida de Jesús
La calidad del amor conyugal 46
5. Naturaleza esponsal de los sacramentos . . . . 61
6. La pareja y el compromiso en el mundo . . . . 79
7. La comunicación en la pareja 91
8. Sexualidad y espiritualidad.
Deseo del otro y búsqueda de Dios 106
9. La promoción de la mujer:
¿un ataque a la estabilidad conyugal? 120
10. El amor como aprendizaje de la alteridad . . . 133
I 1. Vivir la paz entre la pareja y los hijos 148
12. Crisis de la pareja:
¿un hecho saludable o un fracaso? 161
«Ten cuidado con tu forma de interpretar el mundo,
porque el mundo es tal como tú lo interpretes»
(Erich Heller)
Prólogo

Cuando me proponen dar alguna charla sobre temas fami-


liares o matrimoniales o escribir algún artículo para una
revista, procuro atenerme a la competencia o a la sensibi-
lidad «diversa» en relación con la teología del matrimonio
y la experiencia pastoral que me reconocen quienes me
invitan.
Confieso que, por fortuitas y afortunadas circunstan-
cias, y quizá también por mi propia inclinación, el tema de
la relación entre los esposos ha ocupado buena parte de mi
atención y mi reflexión. Pero con la misma franqueza me
gustaría señalar que mi interés y una gran parte de mis estu-
dios se han dirigido y siguen dirigiéndose a buscar el senti-
do auténtico de lo que significa ser Iglesia y a investigar la
relación Iglesia-mundo.
Reconozco, sin embargo, que no he vivido estos dos
intereses (con relación a la realidad matrimonial y a la rea-
lidad eclesial) ni de forma paralela ni de manera alternati-
va. Siempre me ha seducido la idea de que la relación
matrimonial es un paradigma de las relaciones que deberí-
an reinar dentro de la Iglesia para que ésta pueda ser comu-
nidad: lo será el día en que sepa centrar su atención en la
comunidad esponsal y familiar. Se trata de dos comunida-
des que tienen el mismo temperamento: la comunión. No
pueden ignorarse; más aún, tienen que conocerse y fecun-
darse mutuamente. La Iglesia nunca llegará a ser Iglesia si
no es una comunidad nupcial en que las personas priman
sobre las funciones, la comunión sobre la organización, la
tensión hacia el futuro sobre la mirada al pasado.
10 IMAGINAR El. MATRIMONIO

Por algo el Concilio Vaticano n, al reflexionar sobre lo


que es la Iglesia, ha vuelto a descubrir el carácter evocador
del matrimonio y, analizando a continuación la comunidad
matimonial, ha vislumbrado que allí está ya presente la
Iglesia. También la relación de la Iglesia con el mundo se
ve iluminada por el amor conyugal: hacer crecer al mundo
dejando que sea mundo, sin obligarlo a ser Iglesia; acudir a
él para aprender lo que nos puede enseñar; saber apreciar el
pluralismo de ideas y de opciones...: todas éstas son actitu-
des que se derivan del amor de alteridad, que adquiere valor
y tiene su fuente en la relación de los esposos.
Podría incluso decirse que el estímulo más significativo
que procede de la relación conyugal guarda relación con el
sentido de la fe. ¿Qué significa «creer»? ¿Cuándo es uno
creyente? El análisis del acto de amor lleva a iluminar la
naturaleza de la fe y su cualidad. Amar es realizar el éxodo
del yo al otro, es la llamada a dejar la propia tierra (el pro-
pio yo) para caminar hacia otra tierra (hacia el otro). Este
dinamismo es también el que se activa en el acto de fe.
Hablar del amor del hombre y de la mujer es, por tanto,
tocar la estructura misma del ser humano como ser abierto
al otro. El amor es percibir que el yo no lo es todo, que no
se basta a sí mismo y que siente el deseo del otro: es ésta
una puerta tras de la cual pueden abrirse otras muchas,
hasta llegar a aquella que nos abre al Otro que es Dios.
En los distintos capítulos de este libro he intentado
penetrar en ese entramado y esbozar su imagen. Se trata de
un entramado en el que las diversas realidades (el amor
humano, la fe, la Iglesia, el mundo) se iluminan mutua-
mente, como para hacer ver que ninguna de ellas puede
aclararse y crecer sin las otras.
Indudablemente, se trata de un pensamiento que no
pasa de ser una intuición; pero también es cierto que algu-
nas meras intuiciones pueden dar paso a un futuro y a unas
metas más amplias. Sobre este horizonte, sobre este tras-
fondo, es como adquiere todo su significado el título
imaginar el matrimonio.
1
Casarse... ¿para qué?
¿Para ser felices?

Preguntas

/. Casarse... ¿para qué? Mientras que, hasta hace algunos


años, en nuestra cultura se preguntaba (y en parte se sigue
preguntando hoy) «¿para qué casarse en la iglesia?», hoy la
pregunta se ha hecho más radical y se refiere precisamente
al «¿para qué casarse?», es decir, al sentido del matrimonio.
Ha de reconocerse que el actual progreso social y cultu-
ral plantea preguntas «nuevas» y «distintas» respecto del
pasado. Y ello nos obliga a pensar para hallar nuevas
respuestas.
No se trata nunca de preguntas ociosas, ya que nos obli-
gan a repensar continuamente el sentido de lo que vivimos
y escogemos: este sentido, «recuperado en su antiguo
esplendor», nos dará impulso para vivir mejor la realidad,
en nuestro caso la realidad matrimonial.
Además, presenciamos con preocupación el naufragio
de muchas parejas: cansancio, separaciones, divorcios, que
nos alarman y nos hacen pensar a todos...
Esta inquietante realidad no se debe tanto a la falta de
compromiso del individuo o de la pareja concreta (hay
demasiados y demasiado fáciles juicios moralistas al res-
pecto), ni siquiera a la falta de preparación para la vida
matrimonial (esto puede tener una cierta influencia, pero no
decisiva). Es más bien el reflejo de la transformación cultu-
ral y del cambio social que afectan hoy a nuestra vida. «El
12 IMAGINAR EL MATRIMONIO

género humano se encuentra hoy en una nueva era de su


historia, caracterizada por la gradual expansión, a nivel
mundial, de cambios rápidos y profundos»1.
Hoy vamos hacia la cultura del sujeto; es decir, la per-
sona quiere buscar por si sola y darse de manera autónoma
la respuesta a sus problemas; por eso no acepta verse englo-
bada en una respuesta dada por otros o de una vez para
siempre, sino que quiere ser creadora de su futuro a partir
de su realidad.
Caminamos hacia la cultura de la diferencia y de la
alteridad. Procedemos de una cultura de la unidad, que se
confundía con la uniformidad. En nombre de esta unidad se
exigía una autoridad fuerte, se invocaban leyes concretas y
se postulaba la obediencia. El primer ataque, al menos a
nivel popular, contra esta unidad llegó de este descubri-
miento que es casi un grito: «La obediencia ha dejado de
ser una virtud» (don Milani); este grito denuncia la unidad
y exalta el valor de la conciencia, el valor de la respuesta
personal. En términos culturales y filosóficos, este ataque a
la unidad, entendida como uniformidad, procede del pensa-
miento débil, que afirma que cada persona es distinta y
diferente de las demás; que no puede haber respuestas uní-
vocas, proyectos iguales para todos; y, sobre todo, que no
puede haber una visión global a la que todos tengan que
someterse.
Así pues, este valor de la diferencia acentúa la impor-
tancia de la originalidad de cada uno, la cual exige que no
se sofoque a la persona ni siquiera en nombre del amor, y
que se respete y promueva el proyecto de cada uno. En
efecto, se ha dado un giro en la manera de concebir el amor
y el matrimonio: del amor entendido como fusión se está
pasando al amor entendido como respeto a la alteridad de la
pareja.
También la verdad se concibe, no ya como una realidad
estática, sino dinámica. Está siempre en camino. El libro //

1 Gaudnim el Spes 4
CASARSP ¿PARA Q U F 7 6 PARA SER PFL ICES 9 13

pensiero nómade'' pone de relieve que la verdad camina,


crece, y que el hombre tiene que ser un caminante, como
Abrahán, en busca de esa verdad plena siempre nueva En
este libro se subraya que el «hombre carece de tierra fija y
estable», que debe irse cada vez más lejos de su tierra, es
decir, que no debe detenerse en los sentidos absolutos, ya
que la tierra está deshabitada de sentidos absolutos Tal
actitud es notablemente creativa, pero es también compro-
metedora, a veces inquietante, porque no da tregua alguna
ni reposo El mismo concilio Vaticano n se mueve en esta
línea cuando afirma que la Iglesia es un pueblo peregrino
El gran filósofo Popper sostiene que «el hombre nunca
puede pretender haber alcanzado la verdad»'
En esta atormentada pero también fascinante eferves-
cencia cultural, el hombre no puede vivir las realidades de
siempre -el matrimonio, los hijos, la sexualidad, la felici-
dad - sin preguntarse por su sentido Estas realidades han
recibido significados diversos en relación con las diversas
épocas de la historia, que no siempre se sostienen fíente a
los cambios culturales, sino que exigen otras respuestas No
hemos de ver esto como una derrota, sino como una opor-
tunidad que nos permite calar en profundidad, excavar otios
sentidos, de manera que estas realidades adquieran nuevo
brillo y manifiesten mejor su significado y la intencionali-
dad que inscribió en ellas el Creador
Por eso, si los jóvenes se preguntan hoy «¿paia que
casarse7», no es que tengan una actitud derrotista con res-
pecto al matrimonio, sino que manifiestan la exigencia de
hacer una opción conociendo mejor su sentido, para vivirla
con mayor intensidad y sabiduría

2 Junto a la normal convivencia convugal están despun-


tando las «c onvn ene las parciales», caracterizadas por el

2 E BAC c ARINI (ecl ) // pensil io nómade Assisi 1994


1 K POPPFR II futuro e api i to Rusconi Milano 1996 100 101 (tracl
cast El ponenir eita almrto Tusquets Barcelona 1992)
14 IMAGINAR Fl MATRIMONIO

hecho de que ambos miembros de la «pareja» viven casi


siempre solos, cada uno en su piso, aunque mantienen rela-
ciones afectivas. Esta forma de convivencia es más fre-
cuente en personas maduras que prefieren su propia liber-
tad a un vínculo global \ definitivo; pero parece ser que está
atrayendo la atención de los más jóvenes, ya que ello le
permitiría a cada uno seguir su propio camino sin estar
demasiado vinculado al otro. Es evidente que en estos casos
el problema de los hijos queda anulado automáticamente,
que la propia libertad se antepone al amor al otro y que, al
final, la pareja acaba por no compartir la vida, o compartir-
la muy escasamente: tan sólo en la medida en que no per-
turbe demasiado la autonomía de cada uno. Se acude al otro
pensando más bien en uno mismo.
No sé si tendrá éxito esta cultura del «part-time» en la
relación hombre-mujer, pero podría suceder perfectamente,
porque responde mejor a la tendencia general del neo-indi-
vidualisrno rampante. Pero habría que tener el coraje de
decir que esta actitud no es conforme con la vocación ori-
ginal del hombre, que está llamado a «dejar su tierra, su
yo», para «ir a otra tierra, al encuentro del otro», abriéndo-
se así a otras perspectivas y a horizontes halagüeños.
La vocación del hombre no es la de detenerse, sino de
salir y caminar. Hay que salir para oír. en tierras descono-
cidas, la palabra humana de Dios. Algunos hablan de la
necesidad del «desarraigo» (wnitheui) para crecer. El amor
es la llamada a este «desarraigo, a dejar las seguridades y
las experiencias anteriores («el padre y la madre») para
adentrase en nuevos conocimiento. Por eso el repliegue
sobre uno mismo, uno de cuyos síntomas lo constituye la
convivencia parcial, es índice de una cultura estática que
teme al futuro y que no tiene el coraje de «perder la propia
vida para ganarla».

3. También nos interpela el problema de las «convivencias


conjugales» Pero éstas tienen una característica distinta
de las convivencias parciales. Aquí lo único que falta es el
C\SARSh ¿PARA Q U h 7 6 PARA SbR Ffcl ICLS 7 15

aspecto institucional civil o religioso, porque en reali-


dad los dos intentan compartir su vida, su tiempo, su eco-
nomía. La opción por la convivencia puede deberse a vanas
motivaciones.
Hay quien escoge compartir para no comprometerse
definitivamente con el otio. en cuyo caso parece imposible
que nazca un compartir seguro y global.
Hay quien escoge compartir para conocerse mejor antes
de celebrar el matrimonio, corriendo el nesgo, a mi juicio,
de que, trente a los inevitables conflictos, falte la energía
suficiente para afrontarlos y superarlos, ya que puede ser
más natural, dentro de las tensiones, acabar pensando que
no está hecho el uno para el otro.
Hay, finalmente, quien decide convivir proyectando un
amor fiel, indisoluble, abierto a la vida y a la solidaridad,
pero deseando que ese amor no se vea garantizado desde
fuera a través de leyes civiles o religiosas, sino que, asu-
miendo la precariedad, encuentie en sí mismo la fuerza para
rejuvenecer y crecer continuamente Esta actitud puede
parecer presuntuosa, pero, positivamente, puede indicar que
el camino para mantener vivo el amor no pasa nunca por
fuera, sino siempre por dentro de nosotros mismos.

Casarse... ¿para qué?

(Es posible tone ebir un mundo futuro sin matrimonio, o es


pret¡sámente el matrimonio el tamino para llegar a sei
personas > Es ésta una pregunta sobre la que vale la pena
reflexionar y en relación con la cual podría resultar estimu-
lante y ennquecedora la colaboración de todos. Habría que
afrontarla sin prejuicios históricos ni ideológicos, pero sí
con seriedad. También la tradición podría resultar nociva en
esta investigación. La pregunta se refiere a todos, creyentes
y no creyentes, ya que de lo que se trata es de buscar el
camino para ser personas. Como creyentes, intentaremos
escudriñar también el pensamiento bíblico, pero antes nos
16 IMAGINAR El MATRIMONIO

detendremos más bien en la «naturaleza» de la persona en


cuanto persona humana. Encontraremos en ella algunas
líneas de orientación estimulantes, aunque sin el afán de
«liquidar», ni mucho menos «agotar», este interrogante. Lo
trataremos desde dos perspectivas: la antropológica y la
bíblica.

* Mirada antropológica. Una de las características más


marcadas del hombre es el deseo. El hombre es un ser
que desea.
Ante todo, quien desea es porque suele carecer de
algo. El deseo revela la falta de plenitud de nuestra rea-
lidad humana: no lo somos todo; somos seres indigen-
tes, seres necesitados. Desear significa, además, orien-
tarse hacia fuera de sí, ser algo más allá de uno mismo,
superarse. Lévinas, filósofo judío, dice que el deseo
nace también en una persona no necesitada. Según él,
nace para conocer otras experiencias. Incluso Dios, en
esta visión, es un ser de deseo.
La relación con el otro es, pues, una dimensión
constitutiva de la persona. El individuo no puede que-
darse encerrado en sí mismo: tiende a proyectarse hacia
fuera, trascendiéndose, y en esta trascendencia se en-
cuentra con objetos, pero además encuentra a muchos
individuos. Es verdad que puede tratarlos como objetos
o como antagonistas, pero puede también aceptar el
nesgo del encuentro. En este segundo caso, se comien-
za por reconocer al otro, por respetarlo, por promocio-
narlo, para ir dejando espacio, poco a poco, a una rela-
ción mutua, profunda y solidaria. Esta relación no es un
límite para la libertad humana; puede percibirse como
tal cuando el individuo se ve a sí mismo como un ser
infinito, dotado de libertad absoluta. Pero el ser humano
es un «ser de deseo», es decir, un ser limitado, abocado
a la relación con los demás. Por consiguiente, la inter-
subjetividad es lo que salva al hombre de ser víctima de
sí mismo, de atribuirse unas prerrogativas que no tiene,
CASARSE... ¿PARA QUÉ? ¿PARA SER FELICES? 17

a la vez que pone al individuo en una situación de rela-


ción que lo mantiene constantemente abierto a la supe-
ración, a la trascendencia de la realidad de los hechos,
es decir, a la libertad. Por consiguiente, la persona se
hace libre, se realiza a sí misma, en la relación con el
otro (hombre o mujer) en el diálogo, la confrontación y
el reconocimiento mutuo.
No hay nadie absoluto, sino que cada cual se realiza
en el encuentro con el otro, pero respetando su alteridad
y su diferencia. La relación hombre-mujer es la condi-
ción para que cada uno pueda crecer. De donde se deri-
va que, cuanto más fiel y estable sea esta relación, tanto
más crecerá el camino de reconocimiento mutuo, de
identificación y de desarrollo de las propias posibilida-
des. La decisión de casarse indica el deseo de hacer
estable esta relación, en la que se lleva a cabo el propio
crecimiento y el del otro.

Mirada bíblica. En el segundo capítulo del Génesis


encontramos el relato de la creación de Eva. Se trata de
un relato teológico, no histórico. Se da allí una podero-
sa e intuitiva reflexión sobre la relación hombre-mujer,
sobre su atracción mutua. ¿Cuál es el sentido más denso
de este relato? Se afirma que Dios, después de haber
creado a Adán (se trata siempre de un lenguaje simbóli-
co), se puso a pasear con él a la hora de la brisa (3,8) y
habló con él. Se trata, por tanto, de una relación de inti-
midad y de diálogo entre Dios y Adán. Luego se indica
que Dios entregó toda la creación a Adán: las plantas,
los animales, los ríos, la tierra... Adán se convierte en
dueño de todos los bienes materiales. Sin embargo, está
triste, se nos dice, porque está solo. ¿Cómo solo? ¿Aca-
so no tiene la amistad de Dios? ¿No tiene la posesión de
las cosas, de los bienes materiales? Estas dos realidades
no consiguen remediar la soledad del hombre. Esta sole-
dad será vencida con la llegada de Eva. ¿Cuál es el sen-
tido de esto? Sólo la relación interpersonal hombre-
18 IMAGINAR EL MATRIMONIO

mujer consigue dar al hombre y a la mujer el significa-


do de la vida; sólo la relación paritaria permite el diálo-
go y la confrontación. El Génesis utiliza para referirse a
Eva la expresión «aliado que está delante de mí (tradu-
cido impropiamente por «ayuda adecuada»). El escritor
sagrado se muestra atrevido: tiene el coraje de decir que
la religión. Dios, no basta para dar sentido a la vida, y
que tampoco los bienes materiales y el progreso son
suficientes para colmar el vacío y la soledad del hom-
bre. Dios está demasiado arriba, y las cosas demasiado
abajo: sólo la relación hombre-mujer crea esa intimidad,
esa comunión que hace al hombre y a la mujer capaces
de vivir y de perseguir su identidad. Cito a este propósi-
to una frase de Juan Pablo n, quizá una de las más ilu-
minadoras en este sentido: «El hombre no puede vivir
sin amor. Sigue siendo un ser incomprensible para sí
mismo. Su vida está privada de sentido si no se le reve-
la el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo expe-
rimenta, si no lo hace suyo, si no participa activamente
en él... La familia recibe la misión de custodiar, revelar
v comunicar el amor»4.

Así pues, el sentido de la relación conyugal hombre-


mujer consiste en romper la soledad del hombre y darle su
identidad. El hombre es creado, en su origen, «varón y
mujer», comunión de personas y comunidad, y no como
una realidad individualista y disgregada.

¿Casarse para ser felices?

Hay que reconocer que no es fácil la vida en común del


matrimonio, como lo demuestran las innumerables crisis y
separaciones. Resulta más arduo vivir juntos que vivir
solos. Una persona sola puede sufrir de soledad, pero tiene

4. JUAN PABLO II, Familiaris consorlio, 18.17.


CASARSE... ¿PARA QUÉ? ¿PARA SER HÉLICES? 19

también sus ventajas: menos responsabilidad, más libertad


e independencia, más posibilidades de seguir su propio
espíritu creativo...
El matrimonio, al menos aparentemente, parece conlle-
var una o diversas renuncias.
Confieso que personalmente no acepto, al menos a nivel
de tensión ideal, que el matrimonio sea considerado como
el lugar de la renuncia, es decir, como la situación en la que
ambos renuncian a algo para poder lograr su unión. Habrá
que retocar los propios hábitos de vida o el propio carácter
instintivo (estar con el otro podrá y tendrá que limar nues-
tras miras egoístas), pero el casamiento no puede ser el
lugar de la renuncia, ni siquiera de la renuncia por amor.
Dios le pide a la persona que exprese lo más que pueda sus
posibilidades, no que las mortifique o las recorte. Eso no
sería amor a sí mismo ni, por consiguiente, amor a la pare-
ja. ¿Cómo podría una persona mortificada en sus dones,
aunque fuese el amor el que dictase esa mortificación, vivir
una vida matrimonial gozosa y creativa? ¿Qué beneficio
obtendría el otro miembro de la pareja de tener que convi-
vir con un compañero no realizado y no vivo? El amor y el
matrimonio no tienen que vivirse como una renuncia, sino
como lugar de promoción y de liberación.
Vuelvo ahora a la pregunta inicial: «Casarse... ¿para
qué?». Muchos responden: «Para ser felices» o «para ser
más felices». En efecto, algunos leen el relato de la crea-
ción de Eva bajo la perspectiva de la felicidad. Adán se
siente triste en su soledad, y con Eva estalla de felicidad.
Pero hoy esta lectura ha sido puesta justamente en discu-
sión. El gozo explosivo de Adán nace de haber encontrado
a «otro» con quien dialogar. Casarse para lograr la felicidad
es una actitud, un objetivo que suena a egoísmo. Como si se
dijera: «Me caso contigo para tener la felicidad». El fin no
es el amor tuyo, el amor a ti, sino mi felicidad. El otro se
convierte en un instrumento para la propia felicidad.
Esta misma distorsión se verifica también en la cultura
teológica. Abrazar la vocación al presbiterado o a la vida
20 IMAGINAR FL MATRIMONIO

religiosa ha estado motivado muchas veces por el deseo de


conseguir la felicidad, si no en este mundo, sí al menos en
el otro. De todas formas, se trataba de buscar al propio yo.
En lo cual había mucho de egoísmo y de individualismo.
Por otro lado, me parece que se puede afirmar, que si dos se
casan para alcanzar la felicidad, dejando de lado el hecho
de que se trata de un objetivo egoísta, nunca serán felices.
La felicidad es una realidad periférica: puede llegar como
consecuencia de otros valores y de otros objetivos.
¿Para qué casarse? Vuelve insistente la pregunta. Puede
haber muchos motivos para ello, pero recogeré uno que
creo que es el más convincente y que, con agradable sor-
presa, he encontrado muy bien expuesto en una carta de la
escritora Milena Jeshenka, que tuvo una larga relación afec-
tiva con el escritor Kafka. Afirma Jeshenka: «La función
del matrimonio consiste en tolerar la naturaleza del otro, en
tolerar que el otro se sienta libre para ser lo que es».
En la cultura actual podría decirse lo siguiente: «La fun-
ción del matrimonio consiste en acoger y promover la dife-
rencia del otro dejando que sea otro». Por tanto, si nos ate-
nemos a esta afirmación, uno no se casa para ser feliz, sino
para consentir al otro que se exprese, que crezca tal como
es. Casarse es activarse mutuamente, el uno y el otro, sus
diversas posibilidades.
Jeshenka desarrolla esta idea con otra afirmación incisi-
va: «El amor es el apoyo para una conciencia enferma de sí
misma». Toda persona sabe que está enferma, que es débil
y frágil, que se equivoca y que puede equivocar al otro.
Casarse significa encontrarse con una persona que te acep-
ta incluso en tus errores, que no te rechaza ni siquiera en el
pecado, que está contigo pase lo que pase: y este sentirse
amado «pase lo que pase» te da ganas de vivir y de afron-
tar cualquier problema que se te presente.
En este punto, me gustaría dar una sugerencia a los
esposos: no soñéis con un matrimonio feliz, sino compro-
meteos a no arredraros en la ayuda al otro, para que cada
uno encuentre su propio camino y busque su propio pro-
CASARSE... ¿PARA QUÉ? ¿PARA SER FELICES? 21

yecto sin aflojar nunca, aun cuando afloren los defectos y


se cometan algunos errores. No es el matrimonio el que
hace felices: son las dos personas las que pueden hacer
«feliz» al matrimonio.
Aquí encuentra su lugar el valor liberador de la fideli-
dad incluso en el tiempo. La persona puede crecer, desde
luego, incluso con unas relaciones provisionales; pro sólo
en una relación estable, definitiva, puede entrar en la pro-
fundidad del propio ser y revelarse plenamente sin miedo a
verse abandonada.
Pero esta definitividad no puede vivirse como una ley o
un deber, sino como el camino a lo largo del cual se hace
auténtica la relación y en el que cada persona alcanza el
grado más alto de plenitud. En este sentido, la indisolubili-
dad es un valor, una profecía a la que hay que tender.
A propósito de la felicidad, me gustaría recoger dos
ideas incisivas, una del filósofo Kant y la otra de Feuerbach.
Las recojo porque pueden servirnos para captar la ambi-
güedad de la tensión a la felicidad. Si la fidelidad se con-
vierte en un ídolo, es peligrosa; pero si es la consecuencia
de un modo de vivir, hay que acogerla y saborearla. Kant
afirma que la razón ordena al hombre liberarse de todo
impulso y de todo instinto que, aunque no sean egoístas,
ponen el placer y la felicidad por encima de todo. La razón
mueve al hombre, no ya a alcanzar la felicidad, sino a bus-
car un fin: el crecimiento de la propia persona, que, una vez
alcanzado, puede llevarlo a la felicidad. Así pues, ésta
puede conseguirse cuando no se busca por sí misma, sino
cuando llega como fruto de un proyecto de vida".
Feuerbach, por su parte, sostiene que el instinto del
hombre tiende a la felicidad. El hombre quiere su propia
felicidad, se identifica con ella, y cuando se siente privado
de ella, se suicida. Por tanto, según Feuerbach, el hombre
que desea a toda costa la felicidad ya no es libre: no es libre

5. I. KANT, Crítica de la razón práctica, .Sigúeme, Salamanca 1994,


118-120.
22 IMAGINAR Fl MATRIMONIO

quien se aferra a su propia felicidad hasta el punto de no


poder seguir existiendo sin ella6.
Tan sólo los hombres y las mujeres desligados de la bús-
queda afanosa de felicidad tienen la valentía de proseguir
objetivos de justicia. Los profetas no buscaron su felicidad,
pero sí incrementaron los valores de la persona dentro y
fuera de ellos. Los profetas, una vez promocionados, pro-
vocaron también la felicidad, que es la consecuencia natu-
ral de una persona realizada o de un objetivo buscado, aun-
que no haya sido alcanzado todavía.
En la perspectiva matrimonial, la felicidad sólo podrá
proceder de una relación que se desarrolle dentro del respe-
to, la acogida, la escucha del otro. Pero el acento no hay que
ponerlo en la felicidad, sino en mantener viva la autentici-
dad de la relación.

¿Qué dificultades desaconsejan el matrimonio?


/. La visión egoísta de la libertad. El tema de la libertad ha
dominado en la cultura occidental de los últimos siglos
(filosofía de la Ilustración), y hay que reconocer que se trata
de una conquista indiscutible. La persona no es persona si
no es libre para pensar y proyectarse. La Biblia ha defendi-
do y promovido siempre la libertad. Jesús puede conside-
rarse como su paladín, ya que luchó contra todo someti-
miento y tiranía. Pero la libertad es un valor que puede
impulsar a la persona a encerrarse dentro de sí. a pensar en
salvar su propia autonomía, o puede, por el contrario,
impulsarla a abrirse para promover la libertad del otro. En
el primer caso, la libertad lleva a la persona a tener miedo
del otro y, por tanto, a considerarlo hostil. En esta visión no
podrá nacer nunca una verdadera relación con el otro, ya
que se le considera como un riesgo y un límite para la pro-
pia libertad.

6 L F-LUhRBACH, Spintualismo e mateuahsmo spec talmente m relazione


alia hbeita del \oleie íed F Andolfi), Laterza, Roma 1993
CASARSF ( PARA QUF ? ( PARA SI R FFI ICES } 23

En el segundo caso, la persona se \e movida a abrirse al


otro, no solo para proteger y hacer que crezca su libertad,
sino también para liberarse con el otro El otro deja de sei
visto como un enemigo del que defenderse y es considerado
mas bien como el amigo que nos ayuda a buscar la libertad
Si en la libertad el centro es el yo, resulta difícil toda
relación con el otro, incluso la relación matrimonial, si en
la libertad el centro es el otro, porque se reconoce que el
otro nos abre nuevos horizontes y nos hace mas libies.
entonces la relación no solo es positiva, sino que hay que
buscarla
Dice Levinas que el mundo nuevo surgirá cuando la res-
ponsabilidad venga antes que la libertad, ya que sólo enton-
ces el mundo podra hacerse mas humano
2 El miedo al compromiso definitivo Es un miedo no sólo
individual, sino «cultural» Hoy se presta más atención a lo
provisional, a lo relativo Lo que parece definitivo se pre
senta como una atadura para la persona Ésta se siente como
encadenada y sofocada El «para siempre» es como un vin-
culo que cierra y mortifica Entonces se prefiere tener amis
tades y lazos no definitivos La opción por la «convivencia»
entra dentro de este horizonte
Se tratara de ver si el compromiso definitivo tiene que
entenderse como tensión para estar con el otro afrontando
los inevitables conflictos o, más bien, como una ley que
obliga a estar juntos aunque ya no haya amor
En el primer caso, uno se compromete a hacer definiti
va la relación por medio de un despertar continuo del amor
se trata de una definitividad siempre provisional que hay
que alimentar En el segundo caso, uno se confía a la defi-
nitividad como baluarte del propio amor El amor quedaría
garantizado, no ya por el amor mismo solicitado continua
mente, sino por la ley o el deber La cultura actual rechaza
este tipo de definitividad El nesgo consiste en caer en la
provisionahdad sin descubrir el valor liberador y promotor
de la definitividad, entendida como tensión interior a vivir
y a encender el amoi
24 IMAGINAR EL MAfRIMONIO

3. Miedo a que cese el amor. Se trata de un miedo relacio-


nado con el anterior; pero, mientras que antes se hablaba
del miedo al compromiso definitivo, aquí se habla del
miedo a que se extinga el amor. Este miedo se ve sostenido
por la experiencia de los fracasos matrimoniales que se
observan alrededor. El problema está en que se confunde el
enamoramiento con el amor. El enamoramiento cesa, tiene
que cesar, al menos en sus formas propias de la adolescen-
cia. Muchos creen que con ello cesa también el amor;
«¿Qué sacamos con amarnos, si ya no estamos enamora-
dos?». Es una pregunta a la que habremos de dedicar nues-
tra atención. Hay que reconocer que se da el enamoramien-
to propio de la adolescencia, el de la fusión del uno en el
otro, y el enamoramiento que nace del amor, es decir, el de
la «separación». En el amor, las dos personas son ellas mis-
mas, con sus diferencias, y se enamoran de esta excitante
diferencia. Éste es el enamoramiento adulto.
2
¿Qué añade al amor
el casarse en la Iglesia?

Tres equívocos que hay que superar

/ Casarse en la Iglesia no hac e del amot humano un amor


sagrado, sino que deja que siga siendo humano, pero puri-
ficándolo v haciéndolo más profundo «Los cristianos se
casan como todos los demás»1 estas palabras tocan ya el
corazón del problema el matrimonio de los cristianos con-
siste en «casarse como los demás» Lo cual no es ninguna
una vulgaridad Ll matrimonio ha sido siempre, sobie todo
en la cultura romana, una manera de vivir que nacía del
consenso libre de los dos cónyuges con el compromiso de
fidelidad y definitividad Sólo en casos excepcionales con-
templaba la ley la posibilidad de disolver el matrimonio
También los cristianos se comprometían, como todos los
demás, a asumir así el matrimonio La íe que les animaba
les volvía aún más motivados e iluminados para vivir con
radicahdad su amor conyugal Pero el amor era el mismo,
lo que ocurre es que se veía con mayor conciencia y pro-
fundidad Por eso la Iglesia no advirtió hasta el siglo iv la
necesidad de un rito particular eclesiástico del matrimonio
Esto se produjo, no ya porque desde el principio no hubie-
ra intuido la Iglesia la cualidad sacramental del amor del
hombre y la mujer, sino tan sólo porque había descubierto

1 Disatiso a Dtognito V 5 en Pautes apostólicos B\( Mddiid 1974


8<S0
26 IMAGINAR EL MATRIMONIO

que únicamente viviendo el amor se celebraba la sacramen-


talidad. El rito, como veremos, podrá desvelar esta sacra-
mentalidad, iluminarla, pero no fundarla. Se funda en el
amor: el amor del hombre y de la mujer es ya, incluso para
los no creyentes, de manera implícita, signo y sacramento
del amor de Dios.
Vivir el sacramento es vivir el amor esponsal sabiendo
mirar más allá del egoísmo, abriéndolo al prójimo y al
mundo.

2. La indisolubilidad pertenece ya al amor. Además,


muchos piensan que al casarse en la Iglesia escogen vivir su
amor de manera indisoluble, pensando que falta este com-
promiso en quienes se casan «por lo civil». Pensar de este
modo es ofender a numerosas parejas de esposos que, aun
casándose civilmente, proyectan vivir su amor hasta el
final, con la esperanza de que no cese jamás.
El hombre que se casa con una mujer, no se casa tan
sólo con su pasado y su presente; se casa también con su
futuro. El tiempo forma parte substancial de la persona. La
persona se hace con el tiempo, y por eso el amor a la per-
sona incluye también su devenir en el tiempo. El «para
siempre» no es tanto una característica del «sacramento»,
sino un atributo del amor conyugal en cuanto tal. La cele-
bración del matrimonio en la Iglesia revelará con mayor
claridad esta «naturaleza», y la bendición de Dios dará el
impulso (la gracia) para que los dos encuentren la fuerza y
el gozo de intercambiarse continuamente esta promesa de
fidelidad y amor.
Los antiguos teólogos describen este concepto con la
siguiente fórmula: «El sacramento no destruye el amor,
sino que lo perfecciona».

3. El prejuicio chirriante sobre el elemento sexual. En lo


que se refiere a la sexualidad, ha habido una indebida pre-
varicación puritana, más que cristiana. En efecto, de las
palabras de muchos creyentes se podría sacar la impresión
¿QUF AÑADh AL AMOR EL CASARSE EN LA IGLESIA? 27

de que el casarse en la Iglesia va destinado esencialmente a


hacer «limpia» una cosa que de suyo es «sucia», tal como
sería inevitablemente la unión sexual del hombre y la
mujer. La bendición de Dios la haría tolerable, aceptable
incluso para los cristianos que no logran prescindir de ella2.
Lo cual es un error, porque la relación hombre-mujer,
incluso en su elemento sexual, es obra del Creador. De
varias maneras y en muchos contextos, la Biblia celebra su
dignidad e incluso la señala como un signo de Dios, que
ama como esposo a su pueblo, que es su esposa. La comu-
nión afectuosa y estable del hombre y la mujer es, en toda
la tradición bíblica cristiana, la imagen más alta de la rela-
ción de Dios con los hombres.
Oseas fue el primero que tocó este tema, y el Cantar de
los Cantares fue el primero en desarrollarlo y celebrarlo.
No hay, pues, necesidad de bendición eclesial alguna para
«ennoblecer» una realidad que ya lleva consigo la bendi-
ción del Creador. Por tanto, si estas ricas realidades están ya
presentes en el amor, ¿qué sentido tiene casarse en la
Iglesia?
Intentemos desgranar alguna respuesta.

Reconocer que el amor es un don

Celebrar el propio amor en una liturgia es, ante todo, ensal-


zar a Dios y exultar por haber recibido el don del amor.
Nunca se acabará de afirmar y anunciar que el don del amor
es el mayor de los dones para el hombre. La persona se hace
en el amor. En el amor se identifica, se reconoce, se des-
pliega. Los demás dones, como la inteligencia, la fantasía,
la capacidad profesional, la tranquilidad o el bienestar eco-
nómico no le dan al hombre lo que le da el amor. El hom-
bre puede vivir sin dinero, pero no sin amor. «Encuentra

2 P A ShQUERi. Ma tos'i questo per tanta gente ', Glossa. Milano 1989.
24-25
28 IMAGINAR El MATRIMONIO

tiempo para amar y ser amado, y encontrarás el gozo», dice


un poeta uruguayo. El peligro de hoy y de siempre, a lo
largo de toda la vida de una persona, consiste en preferir
otros dones u otros valores al amor. De esa manera queda
desquiciada la vida de la persona, ya que pierde la finali-
dad, la razón y el sentido de su existir. La tristeza que
envuelve a muchas personas que a veces llegan a solucio-
nes dramáticas se deriva principalmente de no valorar el
amor, la relación amorosa. Hoy de una manera especial, la
tendencia a tener cada vez más está empobreciendo y deso-
rientando a las personas.
En la novela de Orwell Que vuele la aspidistra encon-
tramos una especie de anti-himno de la caridad, donde el
dinero ocupa el puesto del amor:
«Aunque hablara la lengua de los hombres y de los ánge-
les, si no tengo dinero, soy como bronce que suena o
címbalo que retiñe El dinero es paciente, es servicial...
El dinero todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta... Ahora subsisten la te. la esperanza y
el dinero Pero la mayor de todas estas tres cosas es el
dinero»'

Muchas veces también nosotros hemos acuñado una


nueva versión del himno de Pablo y la hemos recitado con
la variante del dinero, resumiendo en él todas las cosas. El
matrimonio es una invitación (podemos aquí seguir la céle-
bre imagen de Jesús en Mt 13) a estar dispuestos a vender-
lo todo para adquirir la perla preciosa. Cuanto más auténti-
ca, despegada e interiormente pobre es uno, tanto mayor es
su capacidad de encontrar en su interior la perla del amor.
Al casarse en la Iglesia, por tanto, se reconoce pública-
mente el valor del don del amor, y los esposos se compro-
meten a darle la primacía sobre cualquier otro compromiso
0 cualquier otra ocupación. Antes que el trabajo está el

1 Ct G RAVASI, // Canino da umtuí, P D B . Bologrui 1988. 89


¿QUÉ AÑADE AL AMOR EL CASARSE EN LA IGLESIA? 29

amor de la pareja; antes que el dinero o la carrera está la


relación con el esposo/a; antes que la actividad pastoral está
el «velar por el propio amor».
El amor es una realidad viva, la cual, como toda reali-
dad viva, puede crecer y morir. Se afirma que el amor es
una empresa difícil y que, como se hace con todo lo que es
difícil, hay que cuidarlo con esmero. Se afirma, además,
que el amor es frágil y que, por tanto, su fuerza tiene que
construirse progresivamente.
Al casarse en la Iglesia, la pareja quiere afirmar que el
amor es la perla preciosa, el tesoro escondido, y se esmera
en cultivar el «sano temor» a perderlo, buscando tiempos,
lugares, modos de renovarlo y motivarlo continuamente.
¿De dónde viene este don? Es un don que nos precede.
El amor despierta en la relación con las personas, con una
persona en particular. La fuente está fuera de nosotros.
También la cultura griega identificaba esta fuente en una
divinidad: el dios del amor, llamado Eros. Para los griegos
el amor era una experiencia tan exultante que sólo la divi-
nidad podía ser su fuente.
También para nosotros, los creyentes, de manera distin-
ta, Dios es el origen del amor, porque ha creado al hombre
a su imagen y semejanza. Y Dios se ha ido manifestando
progresivamente como amor, más aún, como el Amor.
Este mensaje no es ajeno a la intuición de Platón, que
definía el amor como «un delirio divino». Entonces, la cele-
bración expresa el sentido de gratitud y alabanza a Dios,
dador de este don maravilloso.

Reconocer que no se está a la altura


de lo que la relación conlleva
Vivir el amor es una llamada a relacionarse con el otro.
Esta relación exige a la persona salir de sí, de sus nece-
sidades, de sus perspectivas, para encontrarse con otras
perspectivas y responder a las necesidades del otro. El amor
es un continuo éxodo. Es dejar el propio yo para encontrar-
30 IMAGINAR EL MATRIMONIO

se con el otro. Es la misma aventura a la que fue llamado


Abrahán. También él se vio impulsado a dejar su horizonte
para caminar hacia otro; a dejar a su dios para buscar el
nuevo rostro de Dios.
Sólo se crece soltando amarras. Sólo descentrándose se
encuentra uno con el otro. De esta manera, el yo no es mor-
tificado, sino ensanchado.
En la experiencia amorosa, en la persona que se des-
centra para acercarse al otro, se reproduce la misma expe-
riencia de Abrahán. Por eso algunos definen justamente la
experiencia del amor como una experiencia religiosa. Hoy
se discute de qué manera tiene lugar la experiencia de Dios.
Realmente, no es justo limitar esta experiencia tan sólo al
amor del hombre y la mujer. También la relación con la
naturaleza y la palabra de Dios, o con el compromiso por la
justicia en sus múltiples facetas, puede sacar al hombre de
su propio yo, hacerle percibir la realidad vital que lo supe-
ra y moverle a tender hacia ella.
Pero quizás el encuentro con el otro que se inscribe en
la pasión amorosa constituye un desarraigo tan poderoso
del propio yo que no tiene parangón en otras experiencias.
En el encuentro con el otro se da también la percepción del
Otro, con la O mayúscula que en él se refleja.
Quien vive una verdadera relación con el otro, vive ya
el encuentro con Dios, como veremos más adelante. La
relación no tiene que ser vista como una realidad ajena a la
vida o más allá de ésta, sino que es la vida misma vivida
intensa y plenamente. Sólo en su interior se percibe «algo»
que nos supera, una alteridad que está dentro de ella, pero
que no identificamos totalmente. Como el amor: está den-
tro de la relación, pero siempre la desborda.
Por otra parte, la relación con el otro se desarrolla en el
respeto a su libertad y a su diferencia. Exige una escucha
atenta", se expresa en la respuesta a sus exigencias y a sus
esperas. El centro es el otro.
El hombre y la mujer saben que no están a la altura de
lo que su relación pone de manifiesto.
¿QUE ANADt ALAMOR EL CASARSE EN LA IGLESIA1? 31

Saben que la malicia y el abuso del otro amenazan todos


los días a su amor, y por eso se ponen delante de Dios y de
la Iglesia para invocar su presencia, la gracia
Algunos, correctamente, ven el matrimonio como el
«nesgo común», su devenir está bajo el signo del nesgo, es
una aventura Por eso se necesita la bendición de Dios, por
eso se necesita también la oración de los creyentes, su soli-
daridad La comunidad cristiana es ciertamente testigo de la
voluntad de los esposos de unir sus vidas en matrimonio,
pero no sólo acoge el sí de su voluntad expresa de vivir en
pareja, sino que advierte además su petición de oración y de
solidaridad

Vivir el amor según la palabra de Dios

Uno de los momentos que debería revestir una especial sig-


nificación simbólica en la celebración es la entrega de la
Biblia Se trata de un rito que ocupa un lugar especial en la
liturgia protestante, pero que empieza a practicarse también
en muchas celebraciones matrimoniales católicas Es un
gesto que realiza la Iglesia con toda la fuerza de su convic-
ción y que puede ir acompañado de estas palabras u otras
similares
«Vuestra comunidad os ofrece ahora la Biblia Que la
Palabra de Dios sea lámpara para vuestros pies, luz en
vuestro camino, pan de vuestra vida, fuente perenne de
agua viva, en la que cada día busquéis la orientación y la
tuerza que constantemente vais a necesitar»

¿Cuál es el alcance simbólico de este rito 9 Se intenta


comunicar que los dos recién casados se comprometen a
vivir su matrimonio bajo la inspiración, la lógica, el man-
dato de la palabra de Dios Al casarse en la Iglesia, ambos
aceptan vivir su matrimonio en la línea de la espiritualidad
bíblica
32 IMAGINAR t-L N4ATRIMONIO

Pero no anda lejos el peligro de considerar la espiritua-


lidad como un alejamiento de la materia o de los compro-
misos concretos y humanos. Nos han precedido siglos de
sospecha sobre la materia y sobre la corporeidad considera-
das como el origen del mal.
Concebir de este modo la espiritualidad sería incurrir en
la división o, peor aún, en la oposición entre el espíritu y la
materia, entre el alma y el cuerpo, entre el amor y el sexo
división y oposición contrarias a la intención de Dios, que
revela claramente en la Biblia la bondad de las cosas, del
cuerpo y de la historia humana. La espiritualidad debe
entenderse en el sentido que le da Pablo cuando invita a los
cristianos a vivir, «no según la carne, sino según el Espí-
ritu» Vivir según la «carne» significaba para Pablo vivir
según la mentalidad que proponían las filosofías e ideolo-
gías de su época, y no tanto seguir las pasiones ávidas del
cuerpo Vivir según el Espíritu, siempre para Pablo, es darle
una dimensión nueva a la vida, la que nace del seguimien-
to de la propuesta de Cristo «Espiritualidad», pues, indica
una mentalidad, una óptica, una actitud protunda, que lleva
a obrar de determinada manera Así pues, la espiritualidad
presupone la elección de un valor o unos valores de base
que sirvan de orientación para toda la vida, tanto personal
como social Para que sea posible esta mentalidad o, mejor
dicho, esta espiritualidad, es preciso que la persona, o la
pareja, tenga una referencia sobre la que fundar su propia
vida, y que luego vaya comprometiendo concretamente su
vida en aquello que considera que es un valor para su exis-
tencia Vivir espintualmente no es vivir de forma evasiva,
sino darle a la propia vida (individual o de pareja) un «sen-
tido», una «orientación de fondo» que se convierta en guía,
en luz, en estímulo para cumplir las propias opciones y lle-
varlas a cabo
La pareja que se casa en el Señor fundamentará su espi-
ritualidad (su orientación de vida) en la palabra de Dios. Se
confrontará con ella, se dejará iluminar, conducn y esti-
mular por ella Sin una amorosa y constante confrontación
¿QbB <\ÑADE AL AMOR hL CASARSE EN LA IGLLS1A ' 33

con la Palabra, la pareja no se casará con el Señor (el


matrimonio es un acontecimiento que se realiza de manera
progresiva).
Para aclarar mejor esta idea podemos afirmar que casar-
se en el Señor es casarse con el Señor. Esta expresión puede
sorprendernos o desorientarnos de algún modo. En reali-
dad, en la carta de Pablo a los Romanos se lee: «Revestios
más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la
carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rm 13,14). Es
una frase que condensa con lucidez el sentido de la voca-
ción conyugal. Quien se casa en el Señor está llamado a
hacer una opción: no vivir ya según la carne, sino según el
Señor. Como decíamos antes, el término «carne», en san
Pablo, no alude al deseo sexual ni a la búsqueda ansiosa del
placer, sino que significa vivir según la lógica humana,
según la lógica y la ideología del tiempo. El hombre que
vive según la «carne» es el hombre que se basa en la pura
racionalidad humana, condicionada muchas veces por la
filosofía del tiempo; por el contrario, el hombre que vive
según el Señor es el que escoge asumir la lógica de Dios, el
que acepta su mentalidad, el que se propone conocer y vivir
su pensamiento sobre el amor y sobre el matrimonio.
En Pablo no se da sospecha alguna en relación con el
cuerpo, lo que hace es invitar a vivir el amor -incluido el
cuerpo, que es un bien-, no ya según la mentalidad huma-
na, demasiado estrecha, sino según la mentalidad amplia y
liberadora de Dios.
La decisión, por tanto, de casarse en la Iglesia no puede
reducirse a la liturgia del día de la boda. Esta es importan-
te, pero tiene que remitir a una opción radical: vivir el
matrimonio a la luz de la palabra de Dios, que ambos se
comprometen a escuchar con frecuencia, a leer, a meditar,
para que se convierta en luz y guía en su manera de vivir.
Casarse en la Iglesia es, por consiguiente, casarse con un
estilo de vida que se despliega en el encuentro constante
con la Palabra y se concreta en el trato con la comunidad
cristiana, dentro de la cual todos se iluminan y se animan
mutuamente.
34 IMAGINAR FL MATRIMONIO

Entregar el propio amor al Señor

Hay que entregar el propio amor al Señor a fin de que se


sirva de él para dar a conocer su amor y construir la comu-
nidad. En la explicación de esta afirmación hay que decir,
ante todo, que Dios no es el enemigo del amor del hombre
y la mujer, ni de la intimidad especial que se crea entre
ambos, ni de la relación sexual que le caracteriza. Y no sería
poco el que todos estuviéramos convencidos de ello4 Pero
es que, además, en esta afirmación radica el valor vocacio-
nal y sacramental del matrimonio Se ha afirmado que
ambos «van a la Iglesia-» para que Dios esté presente en su
arriesgada aventura y para pedir la oración y la solidaridad
de la comunidad Se trata de un noble sentimiento, pero que
está todavía en la línea del pedir y del tener Es verdad que
nadie puede dar si antes no posee Pero el giro vocacional
se da cuando ambos ponen su amor a disposición de Dios
Es un don que han recibido y que han de agradecer: pero
Dios da un don paia que, a su vez, quien lo recibe lo dé a
los demás Los dones son de todos, tienen un destino uni-
versal. También el amor es un don, más aún, como se ha
dicho, es el más valioso de los dones Es un don que se
entrega a los dos esposos para que lo vivan y lo saboreen
Fs un don que vive en ellos, pero que no es sólo para ellos
Están llamados a vivirlo para que se convierta en un recur-
so para la comunidad Pnvatizarlo sería privar a la sociedad
humana de un bien que necesita con urgencia
El tonot imiento de Dios Dios se revela y se da a cono-
cer a través del amor del hombre y de la mujer Cuanto más
se aman, es decir, cuanto más se escuchan, se respetan y se
perdonan, tanto más se revela Dios y más presente se hace
como un aliado del hombre, rico en intimidad, en ternura,
en fidelidad, en solicitud, en atenciones Dios se sirve del
amor y del hombre y de la mujer para comunicar su amor

4 PA Siyi F-RI op (it 4^ 44


¿QUÉ AÑADE AL AMOR EL CASARSE EN LA IGLESIA? 35

Por eso los dos esposos se comprometen a vivir su amor en


su profundidad humana, para que Dios pueda revelarse al
mundo. «El hombre quiere que su mujer esté bien atendida,
que tenga una buena imagen, que no padezca dificultades
excesivas, que sea amada y respetada por todos. Y la mujer
quiere que su esposo sea apreciado, que no se canse inútil-
mente, que esté contento en su compañía, que se sienta
orgulloso de su familia. Lo mimo pasa con Dios. Pero
¿cuántos niños habéis conocido que hayan crecido con esta
idea de Dios?»'.
Aprender a ser comunidad. Realmente, el amor del
hombre y de la mujer lleva dentro de sí el secreto de una
tenacidad «instructiva» para todo tipo de vinculación de
amor entre los hombres. En la relación del hombre y de la
mujer se percibe «cómo» hay que vivir las relaciones entre
las personas.
La misma comunidad cristiana debería aprender de los
esposos a ser comunitaria. En la comunidad esponsal se
piensa juntamente, se respeta el pensamiento y la conciencia
del otro, las personas priman sobre sus funciones, se da una
apertura al futuro. Estas actitudes deberían pasar también a
la Iglesia. El matrimonio se convierte así en el sacramento
del Reino, que va creciendo en la Iglesia y en el mundo.
Algunos teólogos se preguntan si ciertas imágenes un
tanto vagarosas, asépticas, clericales y áridas que a veces
caracterizan a las formas cotidianas de la vida eclesiástica
no dependerán, quizá, de la debilidad de sentido que ha
rodeado a este sacramento, es decir, de la distancia que
mantiene la vida eclesiástica con respecto al amor de los
hombres y de las mujeres. ¿No habrá que decir, tal vez, que
la Iglesia se olvida de la palabra pronunciada por Dios
desde la creación del mundo y confirmada por el Señor?
¿No se habrá impuesto quizá con tanta fuerza el clericalis-
mo por causa del rebajamiento o el menosprecio de la rea-
lidad esponsal?

5. Ibitl.. 45.
36 IMAGINAR El MATRIMONIO

Pues bien, la Iglesia en el Concilio Vaticano n se ha des-


cubierto a sí misma como comunión y ha descubierto que
el matrimonio es el primer signo de esta comunión. Entre la
Iglesia doméstica y la gran Iglesia debe haber una mutua
escucha. Sólo así podrá revelarse Dios y hacer que crezca
el Reino.
Tanto los esposos como la Iglesia están llamados a ser
conscientes y responsables. Es entonces cuando de verdad
se realiza un verdadero matrimonio en la Iglesia y en el
Señor. Entonces sí que se descubre que éste es «un misterio
grande» (Ef 5,32).
3
Vivir el amor
es ya vivir la fe

Interrogantes

/. ¿Cómo hacer freme a la indiferencia religiosa? Es éste


un problema que preocupa hondamente a nuestra Iglesia.
Algunos afirman que estamos viviendo en lo religioso una
fase prometedora, porque en muchas personas la fe se va
haciendo más adulta y reflexiva. Es verdad, y éste es un
signo de gran esperan/a. Como también es verdad que
otros sostienen que está creciendo en el pueblo la búsque-
da de signos prodigiosos, como apariciones y milagros
Esta realidad, aunque interpretada de diversas formas,
puede ser una señal de que el mundo no se rinde ni se resig-
na a vivir una vida chala, meramente temporal y ligada úni-
camente al «tener». El hombre se da cuenta de que su per-
sona es algo más que su cuerpo. Se da, por tanto, dentro de
él un plus que intenta salir afuera y expresarse.
Pero no puede negarse que la indiferencia religiosa está
conquistando a masas enteras de jóvenes y de adultos.
Muchos viven como si Dios no existiera. Los criterios de
vida y de elección no se arraigan ya en Dios, sino en cada
individuo. El hombre se pone a sí mismo como único punto
de referencia para sus opciones. Está desarrollándose den-
tro de su conciencia, haciendo de ella el absoluto a la hora
de determinar y decidir acerca de su vida. Aquí está, a mi
juicio, la línea de división que separa al creyente del no ere-
^8 IMAGINAR EL MATRIMONIO

yente. El creyente es o debería ser una persona que vive una


conciencia despierta, es decir, que trata de escuchar la ver-
dad, que habita fundamentalmente fuera de sí y que, por
tanto, es alguien que escucha, que busca, que se confronta,
que se abre a la venida de la verdad, mientras que el no cre-
yente es alguien que se encierra en sí mismo y hace de su yo
un absoluto, fijándose únicamente en sus ideas y fiándose
sólo de su inteligencia Es el «homo clausus», cuya con-
ciencia se hace absoluta, es decir, libre de toda confronta-
ción con el mundo externo y con los demás Ve a los demás
como posibles agresores de su segundad y de sus convic-
ciones, como un estoibo y un motivo de pieocupación
Comprendo que en este punto es fácil caer en el enga-
ño, ya que ha> personas que se declaran no creyentes, pero
a las que les gusta la confrontación, mientras que hay per-
sonas que se proclaman creyentes pero que, de hecho,
viven en su mundo cerrado
Esta distinción debería servir, en la presente reflexión,
para hacer ver, ante todo, que el no cieyente podría habitar
en muchos cristianos que se apoyan sólo en su propia con-
ciencia, que no quieren buscar, que no reflexionan sobre
sus propias opciones de vida y no se dejan inquietar y sacu-
dir por la confrontación con los demás. Si viven de este
modo, hay que reconocer que están impregnados de indife-
rencia religiosa, aunque asistan con frecuencia a la iglesia
o pertenezcan a grupos operativos de la comunidad
En un estupendo artículo, Giancarlo Zizola observaba
que hay multitud de jóvenes que aclaman al papa, pero que
en la mayoría de los casos no hacen caso al papa y a sus
propuestas para sus opciones de tipo afectivo, sexual o
social Muchas veces el mundo religioso está para ellos
separado del mundo de la vida. No siempre se entrecruzan
estos dos mundos, a veces incluso chocan entre sí, por eso
puede decirse que la indifeiencía religiosa está más presen-
te de lo que muchos piensan
¿Cómo afrontarla9 Muchos, demasiados, insisten en la
catequesis, en «conocer» y dar a «conocer» las verdades de
VIVIR EL AMOR ES YA VIVIR LA TE 39

fe. Seguimos estando anclados en la concepción ilustrada


de la fe. Si entendemos de este modo la nueva evangeliza-
ción, creo que estamos destinados al fracaso, a no ser que
le demos al verbo «conocer» el significado bíblico que
tiene: el de afectividad, el de amor, el de relación. Sólo
puede acercarse al conocimiento aquel que entra antes en
relación. Si no se ama antes, no se conoce. Si no nace antes
el deseo, no se inicia el camino de búsqueda.
En este sentido, el amor del hombre y de la mujer puede
ser el «sacramento» que evoca la relación con Dios, que la
traduce y la vive. ¿No podría, pues, ser ya la relación con
el otro un acto de fe? ¿Al menos de fe implícita? ¿Puede
darse un acto de fe explícita en Dios sin este acto de amor
al otro?
Son preguntas a las que no voy a dar una respuesta ade-
cuada, pero que tienen que «rugir» en nuestros ánimos,
porque aquí se está jugando quizá la educación en la fe y su
crecimiento.
Debemos distinguir la educación religiosa de la educa-
ción en la fe: la educación religiosa supone adiestrarse para
vivir ciertos momentos religiosos y asumir ciertos compor-
tamientos; la educación en la fe es aprender a vivir la rela-
ción con el Otro y hacer un éxodo de sí mismo al Otro. Es
una preocupación continua en la búsqueda de pensamien-
tos, de proyectos que se manifiestan en las voces y en los
rostros de los demás. Es la misma diferencia que se da entre
la instrucción y la educación en el amor. Nuestra catcque-
sis se mueve quizás en el primer terreno, lejos aún de la
educación en la fe.

2. Para comprender la fe hay que mirar al amor; para


vivirla hay que vivir el amor. Para comprender la fe hay que
mirar al amor: ésta es la propuesta de los profetas. Oseas es
el primero en señalar este camino, pero también lo reco-
rrieron Jeremías, Isaías y Ezequiel. Todos ellos intuyeron
que en el amor del hombre y la mujer se refleja el amor de
Dios a la humanidad. La dinámica que existe entre Dios y
40 IMAGINAR E-.L MATRIMONIO

el pueblo (entre Dios y el creyente) es la misma que inter-


viene en el amor del hombre y de la mujer, entre el esposo
y la esposa. Aquí no se trata sólo de un ejemplo, sino de una
correlación de pertenencia: el amor de Dios al pueblo se
hace presente en el amor del hombre y de la mujer. Los
esposos, al vivir su amor, hacen presente el amor de Dios,
lo revelan, lo comunican. Para aprender a conocer a Dios
hay que mirar a ese amor: para aprender a vivir a Dios hay
que vivir ese amor y las características del mismo.
Podría decirse que para ser creyentes hay que aprender
antes a amar. Casi podría incluso decirse que no es impor-
tante educar en la fe, sino educar en el amor, ya que el hom-
bre y la mujer que se aman viven ya la fe, se encuentran ya
con Dios, aunque no lo sepan, aunque tuvieran que recha-
zarlo verbalmente. Desde este punto de vista, la indiferen-
cia religiosa está menos extendida de lo que parece, ya que
el amor está más difundido de lo que se piensa. Se plante-
an entonces dos interrogantes: ¿basta vivir el amor para ser
creyente?: ( puede el hombre aprender a amar y a vivir el
amor sin conocer a Dios?
Ambos caminos se entrecruzan: vivir el amor esponsal
es ya participar de Dios, de su amor al hombre; y al mirar
cómo Dios amó al hombre en Jesús, el amor conyugal se
purifica, se consolida, se eleva. Pero es el mismo amor. Por
tanto, la fe no puede nacer ni vivir sin la relación de amor.
¿Es la fe la que impulsa a amar o es la experiencia de amor
la que suscita la fe? Ciertamente, no es ésta una pregunta
que admita una respuesta alternativa; pero si respondemos
que es la experiencia afectiva la que lleva a la fe, no es por-
que mantengamos una postura neopelagiana (en el sentido
de que el hombre sería capaz de amar más allá de la gracia
de Dios y que, por tanto, esta gracia sería inútil): se trata
más bien de pensar que Dios ha puesto en el hombre, desde
la creación, un impulso a salir de sí mismo para encontrar-
se con el otro. Ya por naturaleza, el hombre ha sido creado
así, y eso no es él el origen de este poderoso impulso, el
cual está ligado a una llamada que viene de fuera. El hom-
VIVIR EL AMOR ES YA VIVIR LA FE 41

bre responde a una llamada, y esta llamada, para quienes


son creyentes, viene de Dios. Sin embargo, el punto de par-
tida es de naturaleza afectiva.
Se intuye entonces fácilmente que el amor del hombre
y de la mujer es la base, el fundamento para descubrir el
sentido de la fe, cómo vivir la fe, cómo crecer en ella.
En este sentido, la pastoral matrimonial es el centro de la
pastoral.
En este capítulo intentaremos, pues, esbozar las carac-
terísticas principales de la fe a partir del amor conyugal.

¿Cuándo puede decir una persona que vive la fe?

/. Cuando vive el sentido de la creaturaíidad. Sentirse


«criatura» significa reconocer el sentido de dependencia o,
mejor dicho, de insuficiencia. Sabemos que la cultura y la
filosofía de la modernidad se puede resumir en el principio
de la liberación de toda dependencia, sobre todo de la
dependencia religiosa: Dios, en esta filosofía, es considera-
do como el amo que limita al hombre. El hombre, para ser
y sentirse libre, tiene que «matar» a Dios. «Dios ha muerto
y el hombre ha nacido», es el grito liberador de Nietzsche,
que sintetiza de este modo el esfuerzo autonomista del
hombre, presente en la concepción de la modernidad.
La liberación de una imagen distorsionada de Dios debe
considerarse como algo justo y positivo; pero si se entien-
de como negación a acoger la propia creaturaíidad, los pro-
pios límites, está destinada, como ocurre hoy, a engendrar
en el hombre todavía más desastres y ruinas que cuando se
aceptaba la idea, aunque estuviera equivocada, de Dios.
Frente al síndrome de impotencia que está invadiendo y
corroyendo el ánimo de muchos hombres y mujeres, crean-
do en ellos desilusiones y frustraciones, hoy se está insis-
tiendo en el terreno laico en el «valor del límite». El hom-
bre se recupera y vuelve a apropiarse de sí, vive bien con-
sigo mismo, cuando «honra sus límites».
42 IMAGINAR FL MATRIMONIO

Honrar los propios límites no significa quedar aprisio-


nado dentro de sí, sino que significa que no es posible nin-
gún crecimiento de la persona si antes no se acepta a sí
misma tal como es, si no se reconoce en su finitud Sólo
aceptando los propios límites se siente la necesidad del
otro, de aprender de él, sólo su limitación lleva al hombre a
salir y a relacionarse y, consiguientemente, a crecer. El sen-
tirse independiente hace insignificante al otro y debilita la
propia identidad verdadera, así como la propia libertad La
libertad se actúa a sí misma sólo en la solicitación que pro-
viene de los otros Se ha puesto de relieve el valoi que tiene
convivir «con» los otros, pero habrá que acentuar además el
valor que tiene el vivir «de» los otios.
Cuanto más recono/ca el hombre su propia creaturali-
dad, tanto más saldrá al encuentro de los otros Y este cami-
no lo llevará al Otro que es Dios
El comienzo de la íe, a mi juicio, comienza cuando el
yo pierde su soberanía y su centralidad. Este es también el
recorrido del amor.

2 El camino continuo hacia los otros, hacia el Otro. Ya nos


hemos encontrado con esta idea: cuando el yo abandona su
soberanía, se abre a experiencias y llamadas que vienen de
fuera Lutero definía la fe como «escuchar a un extra nos»
Este salir ha sido visto por la filosofía ilustrada como una
pérdida de sí mismo, como un depender de otros y, por
tanto, como la destrucción de la propia autonomía, en cam-
bio, en la visión del límite, esta dependencia es considera-
da como apertura, como camino para construir la propia
libertad y autonomía. Considerando a los demás como
«posibles maestros» y poniéndose a escuchar sus voces, el
yo emigra hacia otros países Es una emigración de ensan-
chamiento y de enriquecimiento. El centro de gravedad del
hombre no está dentro, sino fuera de él. Tan sólo despla-
zándose fuera de él, podrá crecer; y cuanto más se despla-
ce fuera de sí, mayor identidad y estabilidad podrá conse-
guir En esta visión, el otro no es una amenaza, sino un
VIVIR fcl AMOR ES YA VIVIR 1 A PE 43

recurso. Nuestra cultura occidental se ha desarrollado en


torno al miedo al otro miedo a que nos robe espacio, liber-
tad, autonomía. Pero debería desarrollarse más bien en
torno a la hospitalidad del otio, en torno a la búsqueda de
lo distinto, ya que sólo así encontrará el yo estímulos para
su crecimiento Es el otro el que rompe las cadenas, el que
llama, el que identifica. El creyente es consciente de que
Dios le habla por el rostro del otro las voces de los hom-
bres son las voces de Dios Deberá haber un discernimien-
to, pero no una cerrazón a esas voces. Ni siquiera hemos de
detenernos en el «Dios ha hablado» (la Biblia escrita), sino
que hemos de caminar hacia el «Dios que sigue hablando»
(la Biblia vivida)

3 La comunidad como lugar donde se encuentran los


oíros También la estabilidad es un valor Cuando hablamos
de Iglesia, es fácil concebirla como institución formal,
como si íuese una realidad por encima de las personas De
hecho, al pronunciar o escuchar la palabra «Iglesia»,
muchos no piensan en sí mismos, en su pertenencia ecle-
sial Se ven llevados a pensar en una realidad superior Pero
la Iglesia o comunidad cristiana es el encuentro de perso-
nas que buscan a Dios ¿Y dónde lo encuentran? Hay
muchas huellas de la presencia de Dios (la huella indica
una presencia ausente o una presencia escondida, ya que
Dios nunca es plenamente visible o asible) También a lo
largo de la historia del cristianismo se han celebrado algu-
nas huellas de la presencia de Dios, olvidando quizá la más
importante y significativa. Se ha celebrado la presencia de
Jesús en la Eucaristía, la presencia de Dios en la Palabra,
presencias que no hay que perder, sino, por el contrario,
reconocer en todo su valor. Pero no se ha valorado sufi-
cientemente la presencia de Dios en la comunidad, en el
encuentro entre las personas. Sin embargo, el evangelio de
Mateo habla con claridad. «Donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt 18,20)
Donde las personas buscan la verdad, allí está Dios presen-
44 IMAGINAR Ll MAFR1MOMO

te Entonces la comunidad está formada por aquellas per-


sonas que se interesan por conocei a Dios, sus pensamien-
tos Y como estos pensamientos están escondidos, hay que
descifrarlos Y se descifran escuchando, interpretando las
esperanzas, los anhelos, los problemas de la gente También
Jesús obró así También él descubrió el proyecto del Padre
dentro de las necesidades, los sufrimientos, las ansias de
libertad y dignidad de las personas
Cuanto mas estable es esta comunidad, tanto mejor
puede realizarse este proceso de interpretación y descara-
miento A la pareja se le llama «pequeña Iglesia», o «Igle-
sia doméstica», en el sentido de que ambos esposos forman
el espacio en que la confrontación, la búsqueda, permiten
acercarse en profundidad a los pensamientos de Dios

Conclusión abierta
Esta reflexión partió de un interrogante el amor que impul-
sa al hombie hacia la mujei ¿puede ser considerado ya
como un acto de fe7 Si la respuesta es afnmativa, tal como
hemos intentado proponerla, ello significa que la fe, como
se decía, está mucho más presente de lo que parece, ya que
no se identifica con el «conocimiento de unas verdades»,
sino con la aceptación de la propia insuficiencia y con la
salida hacia el otro Hablar del amor del hombre y la mujer
es tocar la estructura del ser humano como abierto al otro
El amor es percibir que el yo no lo es todo, que no se basta
a sí mismo y que siente el deseo del otro
En el amor hombre-mujer se lleva a cabo, de manera
consciente o inconsciente, el encuentro con Dios. Escribe
el teólogo Raniero Cantalamessa «Personalmente, cuanto
más reflexiono sobre el fenómeno del enamoramiento entre
dos personas, tanto más me parece un acto de humildad,
quizá el más radical Es una rendición muchas veces sin
condiciones, es admitir que el hombre no se basta a sí
mismo, que tiene necesidad del otro, es ésta una puerta
VIVIR EL AMOR ES YA VIVIR LA Ffc 45

detrás de la cual se pueden abrir otras muchas, hasta llegar


a aquella que nos da paso al Otro que es Dios».
De esta visión nacen tres pistas de compromiso pastoral:
* Educar en el amor como relación con el otro. El amor
no puede reducirse a «sentimiento», a «experimentar
una emoción». La emoción sigue siendo un movimien-
to del yo, reducción del otro a objeto. La relación indi-
ca, por el contrario, el respeto y la valoración del otro
en su subjetividad irreductible e inasimilable. La rela-
ción camina y crece entre dos subjetividades que se
relacionan entre sí, pero que no se poseen. Es la misma
relación de alianza que se da entre Dios y su pueblo.
* Hacer ver que, viviendo así la relación de amor, se
encuentra uno con Dios, ya que en la relación respetuo-
sa y acogedora del otro nos encontramos con el Otro.
Por tanto, no es posible una relación auténtica de fe con
Dios sin relación con el otro. Aquí es donde se viven la
fe y la alianza con Dios.
H
La educación en la relación se compone de tres
actitudes:
- reconocer las propias limitaciones; nadie es absoluto;
nadie se basta a sí mismo;
- amar y respetar la diferencia del otro, ya que sola-
mente se crece en la confrontación con el «diferente»;
- aprender del otro. La acogida no puede reducirse al
respeto, sino que ha de ampliarse al aprendizaje. El
otro viene de otro país, posee otros horizontes y pen-
samientos. Sumirse en esos pensamientos, emigrar a
aquel país, significa revestirse de otras sensibilida-
des. Significa aproximarse más a los pensamientos de
Dios, que se revelan, aunque siempre de forma enig-
mática, en los pensamientos de los hombres y de las
mujeres.
Los límites entre el amor y la fe son muy sutiles: vivir
el amor es vivir ya la fe; vivir la fe es una llamada a vivir
el amor.
4
De la vida de Jesús.
La calidad del amor conyugal

Premisas interrogativas

/. Los evangelios son las únicas fuentes para conocer a


Jesús. En estos libros se presenta a Jesús como «célibe»,
como «no casado» No se nos dice por qué no se casó. Pero
en él no se detecta el menor desprecio por el matrimonio;
al contrario, se sirve ampliamente de él para indicar el sen-
tido del proyecto y del Reino que está construyendo. Com-
para precisamente el Reino con un banquete de bodas, es
decir, con la comunión y el gozo que se derivan del amor
conyugal. Jesús está plenamente en línea con los profetas
que cantaron el amor de los esposos como la imagen más
poderosa y exultante del amor de Dios a su pueblo. El
mismo Jesús es llamado el «esposo de la humanidad». En
la Carta a los Efesios se lee: «Mandos, amad a vuestras
mujeres como Cristo amó a la Iglesia». Así pues, Jesús,
esposo de la humanidad, encarna y transmite el modo de
amar de Dios.
Jesús, a pesar de haber escogido el celibato, no se opone
al amor conyugal, sino que lo valora y lo erige en signo,
puesto que en el amor del hombre y la mujer está ya pre-
sente el Reino. De ahí es de donde parte y hacia donde
camina. Más aún, el célibe es realmente tal cuando está ani-
mado por el amor esponsal a la humanidad, cuando se reía-
DE LA VIDA DE JESÚS. LA CALIDAD DEL AMOR CONYUGAL 47

ciona con el proyecto y la misión arrastrado por la misma


pasión y la misma calidad del amor esponsal. En esta pers-
pectiva, el celibato no es una alternativa al amor esponsal,
sino una manera distinta de vivirlo. La esponsalidad
(comunión, pensar juntos, afectividad, escucha mutua...)
debería animar también en profundidad la vida del (y la)
célibe. Si se viviera como huida del matrimonio o, peor
aún, como un desprecio del mismo, no estaría en línea con
la vida de Jesús. Quizá Jesús escogió el celibato para poder
ser esposo, no de una persona sola, sino del pueblo, de la
humanidad. Desde este punto de vista, todo matrimonio
debería expresar una boda con la humanidad. Casarse en el
Señor es casarse con el otro; pero en el otro se casa uno con
los afanes de todos los demás, de la humanidad entera. Se
realiza de este modo una apertura que parte de la familia,
pero que la desborda.
Vivir el celibato «esponsalmente» significa vivirlo apa-
sionadamente, para que se convierta en escucha y recepción
de las instancias del mundo; vivir el matrimonio «celibata-
riamente» significa vivirlo bajo el signo del Reino, que
comienza en la pareja, pero que debe ramificarse hasta lle-
gar a «desposarse» con los problemas y las esperanzas de
todos los hombres. Sólo así el matrimonio se convierte en
«sacramento del Reino».
Acercarse a Jesús para conocer su vida y sus opciones
es la mejor manera de aprender a amar al otro también en
la relación de la pareja.

2. ¿ Cuáles son los acontecimientos o los sucesos más sig-


nificativos y densos de la vida de Jesús? Toda su vida, aun
en sus más mínimos detalles, es signo de cómo hay que
amar. Baste pensar en su atención a los pecadores, a los
publícanos, para captar su amor como perdón y libertad
interior. Pero hay cuatro episodios en su vida llenos de
fuerza y de elocuencia y que ponen de manifiesto cuatro
grandes características o dimensiones del amor conyugal.
48 IMAGINAR LL MATRIMONIO

Si él, como decíamos, es esposo de la humanidad, en el


modo de vivir su relación con ésta se manifiesta cómo ha
de vivirse la relación esponsal. Nunca se debe olvidar que
la educación en el amor es el compromiso que hay que
urgir con más insistencia, bien porque todavía existe la
nociva convicción de que el amor es un hecho espontáneo
que no necesita ninguna construcción o purificación, bien
porque el hombre, aprendiendo a amar, alcanza su identi-
dad y, por tanto, su felicidad. El deber de ser felices es una
llamada que viene de Dios. El «jardín terrenal» no recoge
la realidad histórica del pasado, sino que designa la profe-
cía del futuro. Dios ha creado a los hombres para que vivan
felices. Esta felicidad se ve comprometida por el hecho de
que los hombres no siempre han encontrado el camino
justo para amar y ser amados. Se da en ellos la tentación de
conseguir la felicidad dominando a los otros. Esta actitud
les priva de la felicidad: es el pecado del hombre.
Por pecado hay que entender «disminución de humani-
dad» y, en consecuencia, mengua de felicidad.
Al repasar la vida de Jesús me detendré en cuatro gran-
des sucesos en los que se vislumbra el rostro del amor, la
encarnación, el anuncio del Reino, la pasión y muerte, la
resurrección.

La encarnación: el amor como gratuidad


«El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,18).
En esta expresión se contiene la decisión de Dios de hacer-
se hombre. Es una decisión «unilateral», es decir, tomada
sin exigir nada a cambio; es una decisión sin condiciones.
Dios eligió compartir hasta el fondo la vida del hombre. El
verbo «habitar», además, expresa la continuidad, la estabi-
lidad, la definitividad de esta opción. Dios no realizó un
gesto aislado; se comprometió hasta el fondo, totalmente y
de forma estable. También el tiempo pertenece al hacerse
de la persona. Amar al otro es compartir todo su tiempo,
incluso su tiempo futuro.
f
DL LA VIDA Dfc JbSUS. L A CALIDAD DEL AMOR CONYUGAL 49

Quizá no se ha acentuado aún suficientemente el valor


del tiempo, del «para siempre», como algo esencial al
amor. El «para siempre» se ha visto más como un peso o
una ley a la que uno se obligaba en el matrimonio, pero no
como la construcción y la manifestación del amor. Pues
bien, el «para siempre» es el valor que tonifica la unión
conyugal, que da frescura a la vida de la pareja. Jesús vino
para que la vida del hombre sea plena y para que el amor
del hombre y la mujer alcance su mayor intensidad de
comunión, de gozo, de placer.
Dios es para el hombre, no lo quiere oprimir, condicio-
nar, sino ensanchar y completar. Por eso el tema de la indi-
solubilidad tiene que verse bajo la perspectiva del valor y
de la profecía. Es un valor que no encadena a las dos per-
sonas aunque ya no se amen, sino que las empuja a crecer
y a profundizar su vida en el amor.
Otro aspecto que rara vez se desarrolla se refiere a la
debilidad. Juan afirma que «el Verbo se hizo carne». Podía
haber dicho que «el Verbo se hi/o hombre»; pero prefiere
decir «carne», para subrayar su fragilidad y su debilidad.
Dios se hace frágil. Dios asume la fragilidad del hombre o,
mejor aún, Dios se hace compañero del hombre en su fra-
gilidad y en su impotencia.
El amor del esposo y la esposa (que es también para-
digma para los otros amores-relaciones) no se da entre dos
personas perfectas, ya construidas, que ya han llegado, sino
entre dos sujetos en devenir. Son como dos «nómadas» en
busca de sí mismos, siempre en tensión para descifrar su
propia identidad y responder a un proyecto. Pero ( puede
esta búsqueda llevarse a cabo sin sacudidas, sin turbacio-
nes, sin desviaciones? Pretender del otro la perfección o
que no peque nunca, ¿es realmente amar al otro en su con-
creción y en su realidad?
Hay que subrayar con energía que la desviación afecti-
vo-sexual es un acto que destruye la vida de pareja, por lo
que no podemos cerrar los ojos ante esa fuerza demoledo-
ra que la amenaza. Hay a menudo situaciones en las que
50 IMAGINAR EL MATRIMONIO

una persona se siente incapaz de sostener este choque tre-


mendo: a pesar de amar a su cónyuge, no logra contener su
indignación. Habrá que poner, por tanto, el máximo cuida-
do para no llegar nunca a esa situación desgarradora que
puede comprometer irremediablemente la vida de la pareja.
Pero me parece justo señalar que nuestro Dios no nos
abandona en nuestra traición, por muy cruel que sea. La
fidelidad de Dios para con nosotros es inquebrantable.
Aunque lo traicionemos, él no nos traiciona; aunque no lo
amemos, él nos sigue amando. Es el Dios que cubre la des-
nudez de Adán y Eva tras el pecado, símbolo de su amor
que envuelve su debilidad; es el Dios que imprime un signo
en Caín para que nadie pueda tomarse la libertad de matar-
lo; es el Dios que espera al hijo perdido y que carga sobre
sus hombros a la oveja descarriada. Dios no ama al hombre
porque sea justo o mientras sea justo, sino para que pueda
hacerse justo.
Un esposo no puede amar a su esposa (y viceversa) sólo
mientras sea irreprensible o porque sea justa, sino para que
pueda serlo. Frente a un error, o incluso frente a una dolo-
rosa desviación afectiva, la pareja debe ser el lugar donde
los dos se interroguen, se confronten, busquen juntos el
porqué de ese error y se propongan juntamente volver a
empezar. Si así no fuera, significaría que no había amor o
que el amor no era adulto, porque no estaba abierto al otro,
sino a las propias esperan/as en el otro. Amar al otro es
aceptar también su debilidad, sus imperfecciones, sus posi-
bles pecados.

El anuncio del Reino: el amor como liberación


El centro de la predicación de Jesús es el anuncio del
Reino. Jesús nunca dijo expresamente en qué consistía el
Reino de Dios. Lo cual significa que él presuponía en sus
oyentes una esperanza y una precomprensión del mismo. El
Reino de Dios no era tan sólo una de tantas esperanzas de
Israel: era la esperanza suprema y fundamental.
DE LA VIDA Db JESÚS LA CALIDAD DF1 AMOR CONYUGAI 51

En tiempos de Jesús se esperaba el Reino de Dios como


liberación de todo dominio injusto y como afirmación de la
justicia, sobre todo en provecho de los débiles y de los
pobres
La venida del Reino coincidiría con la realización plena
del shalom, es decir, de la paz entendida como nueva rela-
ción de unas personas con otras, de las personas con Dios
y de las personas con la creación entera El Reino de Dios
quería ser la respuesta a la condición humana, a esos inte-
rrogantes que angustian desde siempre a los hombres y que
se le siguen planteando al hombre contemporáneo con
nueva intensidad «¿Cuál es el sentido de la vida 9 6 Por qué
se da en el mundo la violencia y la desazón 7 ¿Qué caminos
emprender para sanear esta situación 7 »
- Está el desgarramiento dentro del propio hombre
escisión entre espíritu y cuerpo, entre conocer y querer
(ct Rm 7,l8ss) A ello hay que añadir la experiencia del
sufrimiento
- Está el desgarramiento entre los hombres el odio, la
mentira, los conflictos, la injusticia, la conupción, la inca-
pacidad de diálogo
- Está el desgarramiento entre el hombre \ el mundo
la naturaleza muchas veces, en vez de ser madre, es una
madrastra que tiene el terrible poder de aplastar al hombre,
y el hombre, a su vez, en ve/ de portarse con ella como
«señor» y «guardián» inteligente y noble, se convierte con
frecuencia en «explotador» y «amo», sin consideración de
ningún género
Frente a esta situación surge a menudo una doble pre-
gunta ¿Cuál es la causa de todo esto 9 c Llegará algún día
una «salvación» 9
El hombre ha intentado desde siempre dar respuesta a
estas preguntas, ya que en él se da el «principio esperanza»
(E Bloch), que engendra continuas utopías de superación y
de una suprema felicidad Todas las religiones e ideologías
conocen estos intei rogantes y les dan, a su modo, algún tipo
de respuesta
I
52 IMAGINAR EL MATRIMONIO

De manera particular en del pueblo hebreo, la reflexión


sobre la condición humana alcanzó una profundidad extra-
ordinaria, gracias entre otras cosas a la luz que procedía de
la revelación. El pueblo de la Biblia, por lo que respecta a
la primera cuestión, tiene una respuesta concreta: esta
situación de desgarramiento es la consecuencia de haberse
roto la relación de comunión hombre-Dios (pecado), de las
pretensiones del hombre de ser autosuficiente y de tener en
sus manos el secreto de la propia felicidad. Y cuando el
hombre se olvida de su Dios y escoge ser él mismo el arbi-
tro de su propio destino, acaba encontrándose solo, esclavo
de su propia impotencia, desgarrado y dividido (cf. el dra-
mático relato del Génesis).
Pero -y ésta es la segunda pregunta- ¿existe una salida?
De esta situación de alienación radical el hombre no puede
liberarse por sí solo, con sus propias fuerzas. No puede
escapar de las arenas movedizas tirando hacia arriba de sus
propios cabellos. El camino del éxodo resulta insuficiente;
es necesario el adviento, la venida de Dios al hombre.
Este adviento no es un hecho invisible: se realiza a tra-
vés del rostro del otro. El otro es, de alguna manera, el
signo, la huella, el sacramento de Dios.
Por eso, en relación con el amor de la pareja, se podría
decir: «El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está
cerca». En la relación esponsal se realiza el Reino. En el
amor del hombre y de la mujer comienza la «curación» y la
«salvación» propias de la esperanza mesiánica.
¿Qué curación? Ante todo, la persona tiene necesidad
de seguridad interior. Ésta nace de saberse uno acogido >
reconocido.
Todos llevamos en nosotros no pocas heridas. Unas se
derivan de la estructura genética; otras se nos han ido
abriendo a lo largo de la vida. Curarlas es una responsabi-
lidad de todos, y se pueden curar a través de la atención psi-
cológica, pero, sobre todo, cuando se da una relación de
amor en la que se nos puedan desvelar y donde podamos
liberarnos mutuamente. Cuanto más estable es la relación,
tanto más fácil resulta la liberación.
Dh LA VIDA DL JESÚS. LA CALIDAD DEL AMOR CONYUGA! 53

La más profunda curación consiste en transformar la


inteligencia en seguridad, los sentimientos y las emociones
en conciencia sensible y en respuesta generosa y compren-
siva. En una palabra, la curación implica disponibilidad y
realización del propio potencial. La disponibilidad se hace
real cuando se da una relación positiva con uno mismo y,
en consecuencia, con los demás, en los planos físico, psí-
quico e intelectual. Es una explicación de la frase del Se-
ñor: «Amarás al prójimo como a ti mismo».
Es fundamental convencerse de que para crecer tene-
mos necesidad no sólo de nosotros mismos, sino también
de los demás, ya que el crecimiento tiene lugar en la rela-
ción. El crecimiento más provechoso se realiza dentro de
unas relaciones que no se ven agobiadas por la necesidad
de la supervivencia, sino marcadas por la atención afectuo-
sa de unos a otros. En otras palabras, cada cual actúa con
respecto al otro como «partera», haciendo consciente lo
inconsciente, valorando sus iniciativas, animando sus expe-
rimentos, ofreciéndole asistencia en el momento del sufri-
miento, del fracaso y de la desesperación; en suma, ayu-
dándole a afrontar e integrar el lado oscuro de su ser. Este
camino de liberación se abre paso dentro de unas relacio-
nes que permitan una revelación mutua de nuestro mundo
interior, en la gama más amplia posible. Así pues, la «evo-
lución» se lleva a cabo a través del rostro del otro; pero en
ese «otro» está la presencia del Otro que es Dios. Dios se
hace liberador a través del rostro de las personas.

La muerte de Jesús: el amor como centralidad del otro

A medida que se iba divulgando por Galilea el anuncio del


Reino, crecía en el pueblo la expectativa mesiánica y
aumentaba la presión sobre Jesús para que aceptase el
papel del Mesías esperado por el pueblo: el papel de un
Mesías vencedor. Esta tentación acompañó a Jesús desde el
S4 IMAGINAR EL MATRIMONIO

principio hasta el final Pero él rechazó todas estas pio-


puestas No aceptó el camino de la rebelión ni el de Mesías-
rey o del celo nacionalista Se puso en el camino del anun-
cio, es decir, del despertar de las conciencias para que fue-
ran éstas las que siguieran el camino de la liberación, inclu-
so de la liberación social y política
Y consiguió despeitar esas conciencias con sus gestos y
sus palabras
Así, después de haber roto con la ideología de la reli-
gión oficial, que ya no revelaba la voluntad de Dios, Jesús
indica dónde tienen que buscar los discípulos la manifesta-
ción de la voluntad de Dios compartiendo con los pobres
Jesús vive, no ya un mesianismo victorioso, tal como espe-
raba el pueblo, sino un mesianismo perdedor la cruz se
convierte en el signo de un Dios que acepta limitarse para
responsabilizar al hombre La cruz se convierte en la auto-
rrevelación y la autodefinición insuperable de Dios Según
la forma común de ver las cosas, Dios se manifiesta en el
podei, en la fuerza, en la gloria Pero en la cruz se revela en
todo lo contrario de lo que se considera como grande,
noble, bello, respetable en la extrema impotencia, debili-
dad e insignificancia La cru/ es la autoahenación de Dios
(kénosis cf Flp 2,7. «se despojó de sí mismo») Ningún
discurso teológico será capaz jamás de traducir en concep-
tos esta nueva y revolucionaria concepción de Dios Por
tanto, la interpretación cristiana de Dios (es decir, la que
parte del acontecimiento Cristo y no de una filosofía gené-
rica), basada en el fundamento de la cruz de Cristo, supone
una crisis de nuestra manera de entender a Dios Un escán-
dalo (cf 1 Cor 1,18ss) Esta nueva forma de concebir a
Dios es la que intuyó Bonhoeffer en su caita del 16 julio
1944, una de las últimas que escribió

«jEl Dios que está con nosotros es el Dios que nos


abandona (Me 15,34)' El Dios que nos hace vivir en el
mundo sin la hipótesis de trabajo Dios es el Dios ante el
cual nos hallamos constantemente Ante Dios y con
DE LA VIDA DE IESÚS. LA CALIDAD DEL AMOR CONYUGAL 55

Dios vivimos sin Dios. Dios clavado en la cruz, permite


que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el
mundo, y precisamente sólo así está Dios con nosotros
y nos ayuda»'.

La muerte física de Jesús es ciertamente real, pero es


consecuencia y símbolo de su muerte espiritual y ética:
Jesús no pensó en sí mismo; pensó en los demás. Abandonó
su propio yo para dejar sitio a las esperanzas, los proble-
mas, los sueños de los otros.
Hoy se nos invita justamente a amar y a respetar la dife-
rencia del otro. Pero me gustaría decir que una cosa es la
diferencia, y otra la alteridad. Al poner el acento en la dife-
rencia, se reconoce que cada ser es distinto y que debe
imponerse el respeto a esta diferencia, si se le quiere valo-
rar. Admitir la diferencia lleva a la tolerancia, pero no toda-
vía a la solidaridad; puede conducir al respeto, pero no a la
valoración de las diferencias; puede dar origen a una con-
vivencia no violenta, pero no a que el uno aprenda del otro.
Al contrario, poner el acento en la alteridad es recono-
cer una relación asimétrica: entre el yo y el otro, el centro
no es el yo, sino el otro. El yo está llamado a reconocer en
el otro al maestro, al aguijón, al estímulo que viene a inte-
rrogarlo, a perturbarlo, a descomponerlo, a desembriagarlo.
Podía decirse de cualquier otro que es diferente, pero no
indiferente, ya que lleva consigo sugerencias y tensiones
sin las cuales no puede evolucionar el yo. Sin el otro, la per-
sona corre el riesgo de cristalizarse. El otro se convierte en
un despertar, en un estímulo, en una llamada a no conten-
tarse, a no establecerse, sino a salir.
La alteridad crea la comunión y la interdependencia.
Subrayar sólo la diferencia dispone para la tolerancia. La
tolerancia es sin duda un valor, pero no es la cima de la con-
vivencia humana. La alteridad, por el contrario, representa

1. D. BoNHOt.FFER, Resistencia y sumisión. Cartas v apuntes desde el cau-


tiverio. Sigúeme, Salamanca 2 0 0 1 . 252.
1
56 IMAGINAR EL MATRIMONIO
l

salir de uno mismo, transcender del yo al otro, convirtién-


dose así en un impulso poderoso hacia una humanidad
solidaria
Así pues, ya que el otro está en el centro, hay que depo-
ner el propio yo Esta afirmación puede dar la impresión de
que hay que renegar del yo y renunciar a las propias res-
ponsabilidades, lo cual es algo que hay que rechazar sin
ningún género de dudas La verdadera relación de amor es
posible entre dos personas que están en pie, bien erguidas
La relación no se sostiene cuando queda anulada una de las
dos partes
Por tanto, «deponer el propio yo» no indica un «suici-
dio», sino una «despotenciación», es decir, una renuncia a
ser el centro de todo No se elimina el yo y su valor, sino que
se quiere romper su centrahdad Quizá la palabra que mejor
aclare esta idea sea precisamente la de «deposición», en el
sentido en que se emplea para referirse al derrocamiento de j
un déspota o de un tirano Deponer al yo de su soberanía,
para dejar sitio al otro y a su rostro indestructible, significa
establecer relaciones de palabra, de comunicación, de ense-
ñanza Más que un acto de generosidad, es un acto de justi-
cia No sólo de justicia con el otro (no dominarlo o manipu-
larlo), sino con nosotros mismos El yo, al «despotenciar-
se», vuelve a situarse dentro de los límites que le hacen
capaz de crecer, dejándose amaestrar por el otro
La relación tiene que darse, no ya entre «seres», sino
entre «rostros» El «rostro» indica al ser que está destituido
y que siente la responsabilidad de responder a las necesi-
dades y esperanzas del otro Esta deposición, más que un
vaciamiento de sí, es un éxodo, salir de sí, de la propia
patria, siguiendo la senda de Abrahán y de Moisés No es
un perderse, sino un ensanchar horizontes, abrirse a posibi-
lidades escondidas, imprevisibles
También Jesús, al hablar de su muerte, la llamaba
«éxodo» El éxodo indica la liberación liberación de la
cerrazón y de la agresividad del propio yo. fuente de vio-
lencia y de intolerancia. Jesús, como hombre, al deponer su
DL LA VIDA DE JESLS. LA CALIDAD DEL AMOR CONYUGAL 57

propio yo, se convierte en origen, causa, motivo de atrac-


ción para construir el mundo bajo el signo de la fraternidad
y de la libertad.

La resurrección:
el amor como regalo de una maravilla

/. La resurrección de Jesús es una sorpresa. No sabemos si


Jesús como hombre estaba ya al corriente de aquel suceso
que habría de ocurrirle. Podemos creer que no, ya que hoy
se piensa que el Dios que habitaba en él no lo iluminó sobre
su futuro y que, por tanto, la humanidad de Jesús recorrió
su aventura terrena con todas las dudas e incertidumbres
propias de cualquier ser humano. Así pues, Dios le habría
regalado a Jesús la sorpresa de la resurrección, la maravilla
del acontecimiento liberador inesperado. Pero, si en el caso
de Jesús queda aún cierta incertidumbre acerca de esta falta
de previsibilidad, para los discípulos y para las mujeres que
lo seguían esta sorpresa fue seguramente total. ¡Qué asom-
bro experimentaron las mujeres cuando, al ir al sepulcro,
encontraron la piedra corrida y oyeron una voz que les
anunciaba: «No está aquí. Ha resucitado»...! Y esta nove-
dad corrió de boca en boca, de discípulo a discípulo, aun-
que mezclada con algunas dudas. Al tratarse de un hecho
inesperado, no podía menos de suscitar al mismo tiempo
dudas y asombro.
Toda la predicación de los apóstoles será el anuncio de
esta maravilla: ¡Jesús ha resucitado! Y este anuncio invadi-
rá al mundo entero, abriéndolo a la esperanza: la esperanza
de que el bien prevalezca sobre el mal, de que la verdad
nunca quede bloqueada, de que la vida se imponga defini-
tivamente sobre la muerte.
La catequesis no deberá reducirse a transmitir verdades,
dogmas, principios; deberá comunicar más bien el asombro
que nace de este acontecimiento prodigioso y único en la
historia.
^8 IMAGINAR EL MATRIMONIO

También el amor del hombre y la mujer debería ser una


experiencia de esta maravilla. ¿, Acaso en el amor no prue-
ba la persona el estremecimiento de una resurrección7, ¿no
se abre en ella un mundo nuevo, imprevisto hasta enton-
ces 9 , 6 no descubre en su interior energías, dones, posibili-
dades antes desconocidas9, 6 no se despliega ante sus ojos
un futuro maravilloso9

2 En nuestra cultura occidental la reflexión ha predomi-


nado sobre el asombro, la idea sobre la sugerencia El
logos ha suplantado al eros El eros, que lleva en sí la mara-
villa, parecía demasiado ligero, demasiado fluctuante
había que ponerle las riendas, controlarlo, quizá incluso
eliminarlo
La mujer, que era el símbolo de esta naturaleza fluc-
tuante y entusiástica, no podía tener una función directiva
en la vida social y eclesiástica Era mejor para todos que
tueía «buena» y se quedara en casa realizando tranquila-
mente las tareas domésticas, sin perturbar con sus senti-
mientos volubles el orden compacto de la vida social Con
la marginación de la mujer, se marginó también esa mara-
villa que hunde sus íaíces en el eros, en el sentimiento En
una entrevista sobre la nueva reforma de la escuela,
Umberto Galimbertí se expresaba de este modo «La escue-
la no debería ocuparse únicamente de la instrucción inte-
lectual, sino también, y quizá sobre todo, de la instrucción
emotiva, en donde se educan los sentimientos de una per-
sona» Puede decirse con toda tranquilidad que también en
la catequesis y en la predicación normal se ha hecho refe-
rencia casi exclusiva a las ideas, a la inteligencia, a los
conocimientos, y mucho menos, como habría sido necesa-
rio, al sentimiento, al experimentar emociones, al ser capaz
de asombrarse

2 A J HFSCHEL L nomo non L solo RUSLOÍII Milano 1987 48 49


í

D t LA VIDA Db JESÚS LA CALIDAD DEL AMOR C ONYl'GAL 59

3 El amor no es una afirmación, sino una exclamación. El


amor es una realidad tan rica e inmensa que se la puede
observar desde muchos puntos de vista, también desde el
punto de vista de la admiración Todos están de acuerdo en
que es una cosa maravillosa, es decir, una realidad que pro-
duce estupor, arrebato, éxtasis Nace de lo que conocemos
de la persona No se refiere a lo cognoscible, sino a algo
que trasciende el conocimiento La persona amada alude a
algo distinto Encarna algo imposible de expresar
El amor a una persona no nace ni se cultiva solamente
conociendo sus ideas y sus proyectos, sino saboreando su
presencia, permaneciendo a la escucha de su revelación
Es lo que sucede con el matrimonio no se configura
tanto como aceptación de un compromiso, sino como deseo
de acogida del otro La forma adecuada para expresar esta
acogida no es tanto una sobria afirmación como una excla-
mación Desde este punto de vista, el amor crece cuando se
cultiva el asombro, es decir, la actitud de continua sorpresa
trente al otro El otro no es nunca igual En él hay siempre
algo nuevo

4 El otro nunca es un objeto, sino un sujeto Hay que reco-


nocer siempre que el otro es diferente y que, por tanto, es
imposible retenerlo o poseerlo El otro sigue siendo otro,
siempre diverso Hay que superar la presunción de que se
le conoce y se le domina Esa actitud mata el sentido de
asombro Sometida al deseo de poder, nuestra mente se va
acostumbrando a absorber para saquear, en vez de entrar en
comunión para amar Transformamos muchas veces al otro
en un objeto que estudiai, en una cosa que comprender, y
ello nos impide acercarnos a su realidad El hombre no
debe ir hacia el otro como el cazador en busca de la presa,
sino como el amante que responde al amor. Cegados por las
conquistas del entendimiento en la ciencia y en la técnica,
nos sentimos llamados a creernos los amos de la tierra y de
los demás, y a considerar nuestra voluntad como el criterio
supremo de lo que es justo y lo que es erróneo Si el hom-
60 IMAGINAR EL MATRIMONIO

bre cultiva el espíritu de admiración, no sólo verá en el otro


al sujeto que interroga, porque lleva dentro de sí lo inefa-
ble, sino que superará además su arrogante y nociva actitud
de dominio. Mientras en los demás veamos únicamente
objetos, estaremos solos. Cuando empezamos a cantar, can-
tamos por todas las cosas. La música, en su esencia, más
que describir lo que existe, intenta transmitir lo que la rea-
lidad significa. El universo es una partitura de música eter-
na; nosotros somos sus notas, su vo/. La ra/ón, al explorar
las leyes de la naturaleza, intenta descifrar esas notas, pero
no percibe su armonía; al contrario, el canto es el que se
encarga de sugerir lo inefable. Cuando pensamos, expresa-
mos con palabras o símbolos lo que captamos de las cosas;
al contrario, cuando cantamos, nos vemos arrastrados por el
asombro; y los gritos de admiración son signos o símbolos
de lo que las cosas significan. El sentido de asombro está
presente en muchos de los episodios y hechos de Jesús, que
se admira de ver cómo el Padre se revela a los pequeños y
a los pobres; de que haya más fe fuera que dentro de Israel;
de que los pecadores y pecadoras precedan a los escribas y
fariseos en el reino de Dios .. También él descubre el amor
del Padre mirando las maravillas de su acción en el mundo.
Quizás era este su asombro el que suscitaba la esperanza en
las personas más lejanas.
5
Naturaleza esponsal
de los sacramentos

Interrogantes

/ 6Son los sacramentos «lugares»para doblegar y aplacar


a Dios o para dejarse interpelar por su mentalidad9 En el
ámbito teológico está teniendo lugar una viva y valiente
reflexión sobre los sacramentos, y en particular sobe la
sacramentalidad de la Iglesia Una de las declaraciones del
Vaticano n dice así «La Iglesia es sacramento de Cristo
para el mundo»' En esta definición destacan dos aspectos
importantes que nos ayudan también a comprender los
sacramentos
«La Iglesia, sacramento de Cristo» esta primera afir-
mación traza con claridad la finalidad de la Iglesia, que es
ser memoria de Cristo El sentido del ser Iglesia es el de
conservar y custodiar la acción y las decisiones de Jesús Su
finalidad es hacer que no le falte al mundo de todos los
tiempos el conocimiento del ardor y el coraje con que Jesús
llevó adelante el proyecto del Padre, un proyecto que tiene
como objetivo la comunión de los hombres Esta comunión
es la que evoca el amor esponsal, que se convierte en signo
y paradigma de todas las relaciones

I lumen Gentnim 1 «Fste sagrado Concilio desea vehementemente


iluminar a todos los hombres con la claudad de Cristo que resplandece
en el rostro de la Iglesia La Iglesia es en Cristo tomo un sacramento
o señal e instrumento de la intima unión con Dios y de la unidad de todo
el genero humano» Cf n 8
62 IMAGINAR FL MATRIMONIO

La Iglesia, para ser sacramento de Cristo y, por tanto, de


su Reino, debería vivir en su interior la cualidad de las rela-
ciones que están presentes en la vida de la pareja el diálo-
go, la confrontación, la búsqueda libre, la elección hecha en
común La prohibición o la imposición no pertenecen a la
mentalidad esponsal natural
«La Iglesia es sací amento para el mundo» en esta
segunda declaración se anuncia que la Iglesia no existe para
sí, sino para el mundo Hasta hace algunos años, se propo-
nía el trinomio «Dios - Iglesia - mundo», donde la Iglesia
ocupaba el centro, por eso se hablaba de «eclesiocentns-
mo» Todo tenia que girar en torno a la Iglesia, como para
afirmar que el mundo tenía que convertirse en Iglesia para
«salvarse» Faltaba el sentido de la laicidad de las realida-
des terrenas
Hoy este trinomio se ha alterado «Dios mundo -
Iglesia» En el centro esta el mundo A Dios no le interesa
tanto la Iglesia como el mundo Dios ha creado el mundo y
sueña con que éste camine hacia su plenitud espiritual, eco
lógica, cultural, antropológica, escatologica Éste es su pro-
yecto inicial
Indudablemente, a Dios le interesa también la Iglesia,
con tal de que ésta se apasione, como él, por la construcción
del mundo La Iglesia debería ser un conjunto de personas
que aman al mundo como Dios lo ama y se comprometan
con él a buscar su desarrollo y hacerlo crecer Así pues el
centro es el mundo, llamado a vivir los valores propios de
la creación No tiene necesidad, por tanto, de ser «consa-
grado» con especiales bendiciones, ni la Iglesia esta llama-
da a poner etiquetas religiosas sobre el mundo, sino,
haciendo memoria de Jesús, hombre laico, hacer brotar y
estimular las energías que Dios ha puesto en él desde el
principio y que Jesús ha venido a revelar y completar Por
eso la Iglesia es sacramento cuando se introduce como
levadura para hacer que germinen las «semillas» que Dios
ha esparcido por el mundo Lo mismo que Jesús no vino no
para quitar nada, sino para traer la plenitud, así también la
NATURALF7A ESPONSAL DE LOS SACRAMENTOS 63

Iglesia tiene la obligación, no ya de desarraigar las cultu-


ras, la religiosidad presente en las personas y en los pue-
blos, sino de llevarlas a su cumplimiento Son interesantes
los tres verbos que emplea el Concilio para indicar la
acción y la presencia de la Iglesia en el mundo purificar,
consolidar, elevar La Iglesia lleva a cabo su servicio cuan-
do ayuda al mundo a ser mundo, y al hombre a ser hombre
en su totalidad
Este interés de Dios por el mundo se describe en la
Biblia a través del amor y la pasión que existen entre el
hombre y la mujei De este modo, el matrimonio se con-
vierte en vehículo y signo del amor de Dios al mundo La
relación de Dios con el mundo es de tipo esponsal

2 La relación esponsal ofrece la perspectna para com-


prender \ vivir los sacramentos No quisiera forzar o inver-
tir la teología sacramental afirmando que los sacramentos
se basan en la relación hombre-mujer y que su tarea con-
siste en engendrar la cualidad de esta relación en el ámbito
eclesial y social Reconozco que el fundamento de los
sacramentos se arraiga en el acontecimiento pascual, en el
que se realiza la fidelidad de Jesús al Padre y a los hombres
Es el momento en que Jesús acepta la muerte para llevar
adelante el proyecto del Padre Su decisión de comprome-
terse hasta el fondo («tanto amo a los hombres que dio su
vida») para atestiguar la verdad sobre Dios, implantar la
justicia y encender la subjetividad de las personas, debería
proseguir en la vida y en las opciones de sus discípulos
Pero este amor pascual de Jesús a la humanidad ¿ no es
el mismo que se expresa en la relación hombre-mujer7 La
expresión evangélica «Tanto amó a los suyos que dio su
vida» (no es un reflejo del amor esponsal7 6 No se compa-
ró muchas veces Jesús con el esposo frente a la humanidad,
su esposa7 Él mismo se presenta directamente como el
esposo «¿Pueden acaso los invitados a la boda estar tristes
mientras el novio esta con ellos 7 Días vendrán en que les
será arrebatado el novio, ya ayunarán entonces» (Mt 9,15)
!

64 IMAGINAR EL MATRIMONIO

Esta expresión simboliza proféticamente el misterio pas-


cual, ya que se habla de muerte («les será arrebatado») y se
describe e interpreta el acontecimiento con la imagen nup-
cial. Así pues, no creo que esté fuera de lugar, ni mucho
menos que sea poco decoroso para la centralidad de Cristo,
afirmar la centralidad de la relación esponsal para trazar el
discurso sacramental. Lo único que se pretende decir con
ello es que Jesús vivió y murió esponsalmente, porque se
sintió atravesado por el amor apasionado al Padre y a la
humanidad. Su muerte y su entrega no deben leerse en la
dimensión del deber o de la ética fría, sino en la del amor.
Y el amor más apasionado y comprometido que puede
manifestarlo es el amor del hombre y la mujer.
Por eso la perspectiva más penetrante para captar la pro-
fundidad del misterio pascual consiste en leerlo a la luz de
la esponsalidad. Es lo que intentaré proponer en las refle-
xiones siguientes.

Bautismo: no pertenecerse
El sacramento del bautismo se ha visto indudablemente
empobrecido a lo largo de los siglos, quedando reducido a
instrumento de purificación del pecado original y, como tal,
limitado casi exclusivamente a ser un salvoconducto para la
vida eterna. La adquisición de méritos y el deseo de asegu-
rarse el «más allá» eran los motivos que impulsaban a la
gente a acercarse a él.
Quizás el verbo que mejor puede caracterizar el signifi-
cado del bautismo sea «no pertenecerse». La persona, al
aceptar bautizarse (en la Iglesia de los orígenes la praxis
normal era la del bautismo de adultos), declara que ya no
quiere pertenecerse a sí misma, es decir, escoge vivir su
propia vida no ya por unos objetivos individuales, como
puede ser la afirmación de sí mismo, el prestigio o el dine-
ro, sino para ampliar el proyecto de Dios en la historia. Esto
compromete a hacer de la humanidad una familia en la que
se vivan la comunión, la justicia y la libertad. Este proyec-
NAIURALE/A ESPONSAL DL LOS SACRAMFNTOS 65

to tendrá su cumplimiento en aquel futuro que llamamos


«vida eterna», pero que tendrá que germinar y empezar a
crecer ya desde hoy.
Lo cual supone una inversión de cultura y de vida: no ya
pensar en liberarse, sino en liberar; no ya tender a salvarse,
sino a salvar; no ya trabajar por afirmarse, sino por promo-
ver a los demás. Este movimiento de conversión expresa un
no pertenecerse radical y profundo, un desprivatizarse para
consagrarse a una tarea que es la de la formación de la
familia de los hijos de Dios, caracterizada, según decíamos,
por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Este «no perte-
necerse» es la actitud fundamental que se realiza en la rela-
ción esponsal. Tan sólo uno que no se pertenece a sí mismo,
que no busca ante todo su propia realización y su propia
libertad, puede comenzar a vivir una relación respetuosa y
fecunda con el otro.
¿Qué significa «no pertenecerse? Puede entenderse de
forma negativa, como un expropiarse, un sacrificarse, o de
forma positiva, como un abrirse a los estímulos que provie-
nen de fuera, como un descubrir que el punto neurálgico de
la persona no está ya dentro, sino fuera de ella. Es el otro el
que te hace ser. No se quiere negar el yo, sino que se inten-
ta decir que el yo se construye poniendo en el centro al otro.
Admitir que no nos pertenecemos nos permite la apertura a
perspectivas y horizontes más amplios que el yo. Esta diná-
mica está densamente presente en la relación hombre-
mujer, en la cada uno deja de buscar su propia libertad o su
propia realización (el otro se vería entonces reducido a ins-
trumento) y busca la realización y la libertad del otro. Para
cada uno, en el centro está la promoción del otro.
Esta relación «extrovertida» y «recíproca» se hace posi-
ble cuando cada uno vive su bautismo, es decir, escoge salir
de sí mismo y renunciar a buscar los propios objetivos indi-
viduales, para consagrarse a la promoción de la dignidad y
los dones presentes en el otro.
Se puede afirmar también que vivir la relación esponsal
como pertenencia al otro es ya vivir el bautismo. La perte-
66 IMAGINAR TL MATRIMONIO

nencia al otro no es de posesión, sino de relación t Dónde


está la diferencia 7 En la pertenencia de posesión, cada uno
renuncia a sí mismo, a su consistencia personal, para dejar-
se guiar por el otro, en la pertenencia de relación, por el
contrario, se tiene la conciencia de que en una relación esta-
ble, afectuosa, acogedora, uno puede abrirse y esperar su
continuo crecimiento como persona
Así pues, en el bautismo tiene lugar el éxodo desde el
yo (el yo no tiene ya en sí el significado último de la exis-
tencia) para abrir una relación con el Otro (Dios), pero al
que no es posible encontrar más que a través de la relación
con el otro/a.

Confirmación: liberar al otro

En la confirmación tiene lugar la llamada a liberal En la


sinagoga de Na/aret, después de leei la profecía mesiánica
de Isaías, Jesus se declara «ungido por el Espíritu para pro-
clamar la liberación a los cautivos, para dai la libertad a los
oprimidos» (Le 4,16-19)
Quien se confirma asume este compiomiso, prometien-
do dar su aportación a la obra de liberar al mundo de las
injusticias y del mal Se trata de una opción de responsabi-
lidad Esta misma opción es la que se realiza también en la
relación de la pareja Los dos esposos viven la «confirma-
ción» cuando se comprometen a liberarse el uno con el otro
En la mentalidad común, la gente está convencida de
que para vivir bien el matrimonio cada uno de los cónyuges
tiene que recortar alguno de sus deseos, restringn alguno de
sus proyectos Casarse sería, pues, sacrificar «algo de sí
mismo» 6 Acaso amarse significa sacnficarse, tener que
cercenar los propios deseos y proyectos' 7 La relación
esponsal tiene que verse, por el contrario, como la oportu-
nidad que permite a ambos desvelaise y liberarse de sus
ataduias Para desvelarse, cada uno tiene que desprenderse
de su yo Alguien (Lévinas) ha denominado este acontecí-
NATURALEZA ESPONSAL DE LOS SXCRAMFNTOS 67

miento con la expresión «desemborrachamiento», en el


sentido de que la concentración en sí mismo impide ver con
objetividad y mirar lejos Este «desemborrachamiento»
sólo puede realizarse en la relación con el otro Es el otro el
que sacude al yo, el que desencadena en él el movimiento e
impide de ese modo la somnolencia y la petrificación. Así
es como la persona empieza a despertar En la relación con
el otro se da un continuo éxodo del descanso al despertar,
de la quietud a la inquietud, de la posesión a la petición, del
sopor al deseo de nuevas perspectivas. Pero es |usto insistir
en el hecho de que la relación de altendad descompone
ciertamente al yo, pero no lo aliena ni lo destruye, sino que
lo despierta a la búsqueda de algo más allá La persona
corte el nesgo de detenerse en su propia identidad y, por
tanto, cristalizarse, consolidarse en la pesadez de su pensar
y de su sei Esta sería la dependencia más alienante ser
esclavo de uno mismo
Sería algo así como encerraise o adormecerse paia des-
cansai dentro de las fronteras del propio ser
El «otro» se convierte oportunamente en alguien que se
encaiga de despertarnos, de no dejamos doimn, alguien
que nos llama a no contentarnos, a no establecernos, sino a
saín y liberarnos

Eucaristía: vivir con el otro


La Eucaristía se encaiga de íecotdarnos que vivimos con el
otro Jesús invita a los hombres al banquete donde comuni-
ca su amor, de manera que los hombres puedan amarse
unos a otros con la cualidad y la densidad que se da entre el
esposo y la esposa Este amor esponsal es signo y fuente del
amor que debe impregnar las relaciones humanas
La alianza de Dios con los hombres expresada en la
Eucaristía está significada igualmente en la alianza nupcial
Entre la Eucaí istia y el matrimonio se da un entramado de
mutua evocación
( Qué significa vivir con el o t r o '
68 IMAGINAR EL MATRIMONIO

/. Ante todo, superar el miedo al otro. El pensamiento occi-


dental se ha desarrollado en torno al tema del individuo, del
yo. Así nació la cultura del yo, de los derechos del yo
(Constitución norteamericana). Este yo se siente asustado
por la presencia del otro. Por eso nos vemos inclinados a
considerar al otro como un enemigo. Sólo lo aceptamos en
la medida en que no amenace nuestra intimidad y contribu-
ya a nuestra felicidad individual: primero viene mi libertad,
y luego el otro; primero mi felicidad, y luego el otro. Esta
cultura es también un desafío para la vida del matrimonio,
ya que en ella puede surgir el miedo a que el otro haga daño
y mortifique a su pareja. Todavía hay muchos que entien-
den el matrimonio como ponerse a vivir juntas dos perso-
nas que tienen que renunciar a algo para poder permanecer
juntas. En consecuencia, se ve al otro como una limitación.
Pero el amor disipa este miedo. En el amor, la persona
advierte que no queda empobrecida o reducida, sino enri-
quecida y ensanchada. En este sentido, el amor conyugal
inaugura la nueva fase humanitaria, en la que es superado
el miedo a la diversidad y comienza la «convivencia» de la
alteridad.

2. El otro es un don. El teólogo ortodoxo Zizioulas define a


la persona como «alteridad en la comunión» J . ¿Qué es lo
que quiere decir? Sencillamente, que la persona es una
identidad que surge de la relación. Es un yo que existe por-
que está ligado a otro que afirma al mismo tiempo su exis-
tencia y su alteridad. Si aislamos el yo, perdemos no sólo la
alteridad del otro, sino también su mismo ser. El yo no
puede ser sin el otro. La identidad de la persona no tiene
que buscarse dentro, sino fuera de ella, en otra parte. Su
representación adecuada no es el Narciso, que se destruye a
fuerza de mirar su propia belleza en el espejo, sino el
Éxodo, que busca fuera de casa, más allá del mar Rojo, una

2 «I¡ mistero e il mmistero della Koinoma» Penóla, Spinto e Vira 16


(1995) pp 305-317
NATURALEZA F.SPONSAL DE LOS SACRAMENTOS 69

tierra que mana «leche y miel». Es el otro el que me hace


ser, es el otro el que me «dice». Es el Oriente, por ejemplo,
el que está en disposición de definir al Occidente. En tér-
minos cristianos, una necesaria lección de humildad. Sólo
quien tiene el coraje de «perderse», se «encontrará».
Vivir con el otro es reconocer que es él quien te hace
ser, quien rompe tu aislamiento. El otro es siempre un don;
la esposa es un don para el esposo; los hijos son dones para
sus padres, y viceversa. Esto debe encender el sentido de la
gratitud y del reconocimiento: esta gratitud es la que se
celebra en la Eucaristía.

3. Vivir con el otro exige paridad v escucha. El esposo ama


a su esposa cuando la considera tan importante que está con
ella para aprender, para enriquecerse. En la Iglesia, el pres-
bítero está con las personas porque las considera tan impor-
tantes que merece la pena escucharlas para recibir estímulo
de ellas y poder crecer.
Así también la Iglesia está realmente con el mundo
cuando lo mira como un campo adonde llegan los signos de
Dios, consciente de que la historia es el lugar donde Dios
habita. No hay duda alguna de que el amor consiste en dar,
pero, sobre todo, en aprender en una relación de paridad.
Como ocurre entre el esposo y la esposa.
Se vive el amor esponsal cuando ambos piensan juntos,
se proyectan juntos y eligen juntos. Un esposo ama a su
esposa, no cuando piensa en ella, sino cuando piensa con
ella. Así, la Iglesia ama al pueblo, no cuando piensa en el
pueblo, sino cuando piensa con el pueblo. El amor es autén-
tico cuando es el encuentro de dos subjetividades que se
respetan y se encienden la una con la otra.
En el documento Comunión y comunidad (n. 10) se
habla de cultura de comunión y se invita a fomentar la acti-
tud de pensar juntos. Esta actitud puede muy bien transmi-
tirla a la Iglesia esa pequeña iglesia que es la comunidad
esponsal. Esta se convierte en comunidad eucarística cuan-
70 IMAGINAR fcL MATRIMONIO

do ambos cónyuges se viven respectivamente como don y


se acogen sin reservas ni imposiciones de uno sobre el otro,
transmitiendo así esta cualidad de vida a la gran Iglesia.

Reconciliación: amar al otro a pesar de todo

Con respecto al perdón, se advierte una especie de ignoran-


cia difusa. Parece como si con esta palabra se indicase que
«se pasa la esponja» sobre los hechos cometidos por una
persona o por un grupo. ¿Es posible dejar de reaccionar
frente a los abusos del gran capital? ¿Frente al macabro y
absurdo tirar piedras desde el arcén? ¿Frente al fenómeno
desolador de la pedofilia? ¿Frente al comercio de drogas y
de armas?...
El perdón cristiano no puede coincidir con la permisivi-
dad y el silencio. Jesús perdonó, pero no condescendió con
el delito. Más aún, fue matado por su valiente oposición al
mal, a los prhilegios, a las violencias.
Tampoco en la vida de la pareja «perdonarse» significa
cerrar los ojos ante los problemas hirientes. Más aún, el
«perdonarse» exige buscar las causas de las heridas infligi-
das contra el otro y afrontar los motivos de las divergencias,
a fin de comprenderse más y mejor.
Sentirse perdonados y sentirse amados a pesar de los
propios defectos y errores. El hecho de saber que no le
rechazan a uno da ganas de volver a comenzar, de levantai -
se de nuevo. Advertir que uno es persona incluso dentro del
error, da una sensación de asombro y de sorpresa que abre
la vida a una dimensión nueva, «distinta». Es la misma sor-
presa desconcertante del hijo pródigo, que se sintió acogi-
do de nuevo como hijo, incluso después y dentro de sus gra-
ves equivocaciones.
El perdón no es dejar de ver los errores del otro, sino
pensar que el otro es más grande que sus errores. Podrá
tener la fuerza de superarlos, no a través del rechazo y la
condena, sino a través de un amor tan acogedor que la per-
NA1URALFZA E.SPONSAL DE LOS SACRAMENTOS 71

sona se sienta amada antes y más que los valores; que se


sienta amada aunque no viva los valores.
En una pareja, el uno o el otro siempre podrá pasar
momentos difíciles, sufrir alguna derrota, incluso equivo-
carse. El perdón no consiste en ignorar ni en justificar, ni
mucho menos en condenar; consiste en descargar sobre la
persona el propio amor para que se sienta animada a supe-
rarse y a superar. Esta actitud de «perdón» debería florecer
constantemente en la comunidad cristiana y en la Iglesia.
Dentro de ella hay caminos diversos, a veces lentos, a veces
discutibles. ¿Cómo vivir estas dixersidades o estas desvia-
ciones? ¿Con la ruptura? ¿Con la condena? ¿Con la margi-
nación? ¿O más bien con la acogida que intenta compren-
der, dialogar, confrontarse? Perdonar no es, como se decía
antes, callar (en algunos momentos, sin embargo, se podría
exigir el silencio); es, sobre todo, escuchar para compren-
der de dónde nace la divergencia o la desviación. No se
puede pretender una humanidad ya pura y perfectamente
lograda. Todos estamos en camino.
El no aceptar, dentro de la pareja y de la comunidad
cristiana, tensiones, errores e incluso pecados, no está en
línea con el Evangelio, donde Jesús se revela como perso-
na «humana», que sabe comprender y acoger las debilida-
des y los fallos de las personas, no ya para compartirlos,
sino para devolver la esperanza y la confianza en la posibi-
lidad de una recuperación Perdonar es establecer la cultu-
ra de la esperanza y de la confianza incluso con quien se ha
equivocado. No hay nada tan peligroso como el cultivo del
odio. Crearse un enemigo es engendrar la cultura de la vio-
lencia, que es desoladora. Hay que sanear la memoria.
Perdonar es comprender a lo grande. Es la voluntad de vivir
a pesar de todo y de dejar vivir. Decía Nietzsche:
«Guardaos de quienes creen que hay que castigar siempre,
en nombre de una justicia ciega, porque tienen un ánimo
ruin, son unos miserables...».
72 IMAGINAR El MAmiMONlO

Orden: compartir el poder

Qui?á resulte extraña esta expresión referida al sacramento


del orden. En el orden se consagra a una persona para una
misión. Hay en él una llamada al servicio. Toda tarea y todo
ministerio deben ser vividos en la línea del servicio.
También el papa se define como scrvus servarían Dei
(«siervo de los siervos de Dios»). Pero no quisiera que des-
mitificáramos el poder o que dijéramos que no existe o no
debe existir, porque la única realidad existente sería el
servicio.
Si pensásemos de este modo, estaríamos equivocados.
Cada uno de nosotros, incluso en nuestro pequeño mundo,
posee un poder que tiene que asumir con sentido de res-
ponsabilidad. No podemos sostener que el presbítero en
una parroquia no tiene poder alguno (hoy tiene incluso
demasiado: ¡no se hace nada sin contar con él!). Será pre-
ciso verificar el ejercicio de ese poder. No se puede afirmar
que un maestro, un médico o un jefe de correos no tengan
poder. Del mismo modo, tampoco se puede afirmar que un
esposo o una esposa no tengan ningún poder el uno sobre el
otro, o con respecto a sus hijos, o en relación con la orien-
tación de la familia.
El problema no está en renegar del poder ni en recha-
zarlo, sino en el modo de administrarlo. ¡Ay, si un presbíte-
ro no asumiera y no ejerciera responsablemente su
poder...!: la comunidad sufriría entonces desastrosas conse-
cuencias. Escribe W. Kasper con respecto a la autoridad de
la Iglesia: «Hoy la Iglesia no sufre por causa de su poder,
sino por falta de poder». Se refiere sobre todo al modo equi-
vocado y antievangélico de ejercer el poder eclesiástico.
Del mismo modo, si un hombre no viviese responsable-
mente su papel de esposo y de padre, dañaría sin duda algu-
na la relación conyugal y la educación de los hijos.
Entonces, ¿dónde está el problema? Nadie está obligado a
renunciar a su poder (de ahí se seguirían consecuencias
negativas para los demás), pero cada uno está llamado a
NATURALEZA LSPONSAI DE LOS SACRAMENTOS 73

reconocer también el poder que tienen los demás. En rela-


ción con la pareja, el hombre tiene su propio poder como
esposo y como padre, pero ha de reconocer que tiene el
mismo poder su mujer como esposa y como madre.
Administrar juntos el poder en la confrontación y el diálo-
go, reconocerle al otro su poder ayudándole a cumplirlo, es
el modo de conseguir que el poder no se convierta en des-
potismo, en prevaricación, en autoritarismo.
Así, en la comunidad cristiana el presbítero tiene cierta-
mente un poder que le viene del orden, pero también los fie-
les tienen un poder que proviene del bautismo. Juntos, están
llamados a respetar el poder de los unos y de los otros. El
poder del pastor no es el de mandar, sino el de suscitar y
responsabilizar el poder de los laicos; y los laicos desem-
peñan su poder cuando asumen tareas de responsabilidad.
Es evidente que los limites de las diversas responsabilida-
des no puede definirse con claridad, entre otras cosas por-
que tenemos detrás una larga historia en la que todo el
poder eclesiástico residía en los pastores: los laicos tenían
sólo la función de obedecer.
En la nueva etapa de Iglesia-comunión, en la que vuelve
a destacar el valor de los ministerios laicales, este reparto de
poder no podrá menos de producir algunas fricciones. Pero
no hay por qué tener miedo, ya que los conflictos obligarán
a encontrar el camino exacto y las medidas adecuadas.
La pareja y la familia serán los lugares donde podamos
aprender la «gestión comunitaria del poder». Ahí es más
fácil, porque el amor lleva a comprenderse, a relacionarse,
a respetarse en las funciones y ámbitos de cada uno: el
amor conduce a su reconocimiento y a su valoración. En
muchas parejas se verifica una fermentación llena de espe-
ranzas de la dignidad de cada uno de los dos, con el respe-
to hacia sus respectivos poderes y funciones. ¿No podrá ser
la pareja el signo de cómo vivir «esponsalmente» el poder
en la comunidad cristiana y en la Iglesia?
74 IMAGINAR BL MATRIMONIO

Matrimonio: amarse sin diluirse


El tema del amor del hombre y la mujer llena todas las
páginas de la literatura mundial y también las de la Biblia.
El Cantar de los Cantare^ constituye su centro de exaltación
más entusiasta. Pero ¿cómo concebir y vivir este amor? En
muchos relatos y descripciones se narra y se exalta como el
impulso en el hombre a fundirse con la mujer, a fin de con-
vertirse los dos en «una sola carne, un solo pensamiento,
una sola realidad». En los años sesenta, al recuperarse la
densidad vocacional del matrimonio, se sostenía que la
pareja, al ser una única realidad, tenía que asumir también
un único proyecto. ¿Es éste el modo de amarse entre los
dos, entre el hombre y la mujer? ¿Tendrán que suprimir
ambo^ su individualidad para formar un nuevo ser? ¿O, por
el contrario, es el amor un encuentro con el otro que sólo
estimula y abre horizontes si sigue siento otro?
El teólogo ortodoxo Olivier Clément escribe: «Los pri-
meros años de la vida en común se caracterizan por un fer-
vor que tiende a la fusión, y en ellos a veces cada uno de los
dos, y la mayoría de las veces uno sólo de ellos, convierte
al otro en un ídolo (eran dos. y ahora son uno solo: mas
¿cuál de los dos?, se preguntaba Chesterton). Luego deja de
tener importancia cuál de los dos se fusiona en el otro, pero
el uno pasa a ser dos en el encuentro, en el encuentro de dos
vocaciones, cada una de las cuales es única.»'.
Hoy ya no se habla de fusión, sino de alteridad. ¿Cuál
es el significado de este amor de alteridad?
Refiriéndonos a la parábola del buen Samaritano (Le
10,30-37), podemos señalar dos tipos de amor.
El primer tipo es el que representa el comportamiento
del sacerdote y del levita, que, frente al pobre diablo mal-
tratado por los ladrones, no se detienen y siguen adelante.
Lo importante es comprender por qué pasan de largo.
Aunque no se explícita, el motivo tiene que buscarse en el

3 O C'l EMLNT, teología e poesía del coipo, Piemme, Milano 1995. 1 1 I


NATURALH//V ESPONSM DE LOS SAC RAMENTOS 75

hecho de que el desventurado es un extraño para ellos, no


pertenece a su familia ni a su propio grupo de amigos ni al
mismo círculo profesional. Si ese desventurado hubiera
estado emparentado con el sacerdote o el levita, ciertamen-
te se habrían detenido a socorrerlo. Esto significa que las
dos figuras de la clase sacerdotal representan para Lucas el
amor de identidad, el de quien ama al otro por pertenecer al
propio «mundo», mientras que lo ignora si pertenece a otro.
Aman al que está ya dentro de su «mundo» (afectivo, de
sangre, de parentesco o de intereses), mientras que se des-
interesan, se des-conocen y se muestran indiferentes con
los demás; pero, al obrar así, en realidad sólo se aman a sí
mismos y su propia «identidad»; son los prototipos del
amor de identidad, en el que el otro es amado porque está
ya «dentro» del yo y le es necesario.
El samaritano, por el contrario, que, a diferencia del
levita y del sacerdote, y por razones étnicas y culturales, era
extraño al apaleado por los ladrones y además, en cuanto
samaritano, enemigo, representa el amor de des-identidad,
de alteridad, y se define como aquel para quien el otro no
es homogéneo a su propio proyecto, sino que lo contradice
y lo pone a su servicio. Al detenerse e inclinarse sobre el
desdichado medio muerto con quien se ha encontrado en el
camino, el samaritano no sólo no lo encierra dentro de su
propio proyecto, sino que ve cómo este proyecto se viene
abajo y se vuelve a definir, no como autocumplimiento,
sino como servicio. El amor de alteridad, que tiene en el
samaritano su imagen narrativa, no lleva al otro al horizon-
te de su yo, sino que convierte a su yo a su servicio.
El amor de alteridad consiste en reconocer y respetar la
distancia del otro, en no querer capturarlo y colonizarlo
para que pase a ser parte de un proyecto que lo englobe y
lo unifique: Dios está en favor de la separación. La creación
en la Biblia se describe como «separación» (de las aguas
superiores y las inferiores, de la tierra seca y las aguas, del
cielo y la tierra, de los peces y las fieras del campo, etc.) y
el verbo que más se utiliza es «dividir», «separar».
76 IMAGINAR BI MATRIMONIO

Esta separación no va en contra de la unidad, sino que


se lleva a cabo para que ésta sea posible. La unidad debe
entenderse como el encuentro de dos que están separados y
que a través del amor se separan cada vez más.
De este modo, la Iglesia se convierte en lugar de comu-
nión cuando cada uno de los creyentes sigue estando sepa-
rado, cuando cada uno es original, vivo. La comunión ecle-
sial es auténtica cuando no absorbe a las personas, sino que
las despierta; cuando no las uniforma, sino que las des-une.
El amor de alteridad hace visible aquello de Dios, que no se
autocelebra ni se autodifunde, sino que se inclina sobre el
otro para que pueda llegar a ser él mismo. Es una bondad
totalmente gratuita. Así, el esposo se inclina sobre su espo-
sa para que pueda hacerse otra, para que sea ella misma.
Esta actitud esponsal debería realizarse en la Iglesia, donde
cada uno (pastor, religioso, laico) cuidara del otro para que
se hiciera otro y respondiera a su vocación original.
La uniformidad y el alineamiento son todo lo contrario
del amor de alteridad La separación es la que hace posible
el encuentro y el amor. Por eso Lévinas define el amor
como «el encuentro en la separación».

Unción de los enfermos: dar esperanza

Habría que liberar el sacramento de la unción del senti-


miento mágico de muchas personas que sueñan con una
curación milagrosa como efecto del mismo; y tiene que ser
liberado, sobre todo, de la idea de la muerte: este sacra-
mento era considerado como el viático para el más allá.
Hoy, al extender la unción también a los ancianos y a
los enfermos de cierta gravedad, pero no moribundos, la
Iglesia ha vuelto a dar un nuevo significado al sacramento,
en el que desea anunciar que Dios está a favor de la vida y
que toda persona, frente a la enfermedad, está llamada a
luchar para vencerla. La comunidad, al ungir a la persona,
desea cargarle de esperanza y apoyo para que pueda afron-
NATURALEZA FSPONSXL DF LOS SACRAM1 NI OS 77

tar los momentos difíciles, venciendo sobre todo el senti-


miento de desánimo y abatimiento
Algunos estudios actuales muestran que la fe va pareja
con un cierto bienestar subjetivo y constituye un recurso
para la persona a la hora de afrontar las situaciones trau-
máticas de la vida En efecto, un grupo de investigadores ha
resaltado que la oración y la religión favorecen la curación
de las enfermedades La fe ofrece una fuerza de recupera-
ción privilegiada, sobre todo en las enfermedades con
implicaciones psicológicas Esta capacidad terapéutica no
se deriva de la le ni de la oración entendidas como ener-
gías milagrosas, sino de la confianza y la esperanza de no
estar solos en la lucha contia la enfermedad
El enfermo que tiene a su lado a una persona que lo
ama, lo sostiene, lo estimula, lo cuida, recibe una fuerza (el
oleo) para que no se hunda y para que renazcan en él las
ganas de vivir Dios se hace presente a través del rostro y la
voz de esa persona
Una característica o. mejor dicho, la característica fun-
damental del amor conyugal consiste en darse esperanza el
uno al otro Esta actitud no se limita sólo a los momentos
difíciles, sino que actúa en la vida cotidiana 6Quién no
experimenta en ocasiones un sentimiento de vacío 7 6Quién
no se las tiene que ver de vez en cuando con derrotas y fra-
casos7 < Quien no experimenta a veces el pavor de sentirse
inútil7 ¿Quien no se ve llevado por el pesimismo y el miedo
frente a la dificultad, (rente a la novedad7 Vivir juntos en el
amoi consiste en ofrecerse mutuamente la fuerza para no
caer en la desilusión frustrante, consiste, sobre todo, en
buscar juntos los motivos para comprometerse, para no
sucumbir en la lucha Amarse es vivir los momentos difíci-
les y los fracasos como una oportunidad para centiarse de
nuevo y aclarar los propios objetivos
Los profetas experimentaron la amargura, la desilusión,
la opresión, querían abandonar su empeño («No volvere a
recordarlo, ni hablare mas en tu Nombre» Jr 20,9) ¿Dónde
encontraron la fuerza para empezar de nuevo7 Cada uno
78 IMAGINAR t i MATRIMONIO

habrá tenido su punto de apoyo; pero lo más probable es


que ese apoyo fuera una persona o una comunidad.
También Jesús tenía su grupo y sus amigos más íntimos,
en los que encontraba fuerzas para luchar. I
El matrimonio es el lugar donde el hombre y la mujer se
ungen, es decir, se sostienen, se animan el uno al otro, se
dan esperanza mutuamente. Y esta comunidad conyugal
tendrá que ser también el signo para que la comunidad cris-
tiana aprenda a comunicar esperanza. No debemos seguir
viendo la comunidad cristiana, la parroquia, la Iglesia,
como lugares donde se reciben órdenes y se aprenden dog-
mas, sino como ámbitos donde se realiza la experiencia de
la ternura a través del diálogo, la amistad y la acogida: sólo
esta ternura impulsará a las personas a enfrentarse a la vida
con todo su peso inevitable de penas y de fracasos.
Darse mutuamente esperanza es aún más importante
que corregirse el uno al otro.
6
La pareja
y el compromiso en el mundo

Premisas

/. Más allá de la privatización. Procedemos de una cultura


privatizadora. El recorrido cultural de Occidente, centrado
en el yo, ha acentuado casi exclusivamente el valor del indi-
viduo, vaciándolo de su dimensión comunitaria y política.
Se veía a los demás como un peligro para la libertad del
individuo y no como un posible estímulo. Esta cultura
penetró también en la teología cristiana, que presentó
muchas veces los sacramentos como acontecimientos sal-
víficos para el individuo, pero no como llamadas a hacer
florecer las relaciones humanas y construir el Reino, que es
esencialmente comunión entre los hombres y con Dios.
También la pareja ha tenido que soportar este recorrido
individualista, si bien atemperado por la fecundidad. Los
hijos eran el signo del compromiso de la pareja con respec-
to al mundo, pero, de hecho, se les veía también como un
bien privado de la familia. No pertenecían al mundo, a la
humanidad, sino a la familia: eran propiedad de los padres.
Por todo ello, todavía les cuesta trabajo a las parejas en
nuestros días percibir el valor comunitario y social de su
amor. «¿Qué tiene que ver la Iglesia con mi amor? ¿Qué
tiene que ver el Ayuntamiento con nuestro compromiso
afectivo?». Se trata de preguntas frecuentes en los novios, a
las que cuesta trabajo hacer que llegue un mensaje distinto.
80 IMAGINAR Fl MATRIMONIO

Las convivencias conyugales, que parecen estar en


constante crecimiento, son para la inmensa mayoría un
indicio de esta mentalidad pnvatizante. Como no se com-
prende el valor social del amor, tampoco puede percibirse
el porqué de una intervención religiosa o civil Sólo cuan-
do las parejas adviertan que su amor, además de ser un don
para los dos, lo es también para la humanidad, podrán per-
cibir el porqué del matrimonio civil y/o religioso

Así pues, este descubrimiento exige una nueva cultura,


una transición cultural hacia la lelación Lo mismo que el
hombre no se hace hombre sin su relación con la mujer,
tampoco la pareja crece sin relacionarse con el mundo, es
decir, con las diversas instituciones civiles o religiosas El
pequeño mundo de la pareja no puede crecer sin el gran
mundo externo Me he detenido primero en señalar el
aspecto de la pareja «necesitada» del mundo, porque de
ordinario los autores se fijan más en el mundo que tiene
necesidad de la pareja Eso sigue siendo verdad, pero hoy
da la impresión de que la salida de la pareja de sí misma,
de su encierro, sólo podrá llevarse a cabo cuando advierta
la «riqueza» que puede venirle de fuera La pareja tiene que
vencer (lo mismo que cada individuo) la sensación malig-
na de que lo de fuera es peligroso, tiene que descubrir que
el mundo exterior es tan rico en estímulos y en sugerencias
que conviene abrir las ventanas para dejar que entre el aire
Luego la pareja se dará cuenta de que, a su vez, también
ella puede y debe dar algo al mundo

2 Antes que a hacer «cosas» por el mundo, la pareja está


llamada a ser \a el mundo nue\o. El «hacer» ha tenido en
estos últimos años la primacía sobre el «ser» Se ha
impuesto sobre todo con la llegada de la era científica y téc-
nica. Además, el marxismo ha incrementado esta mentali-
dad, ya que en la tesis xi de Marx se dice que «ha llegado
el tiempo, no de interpretar el mundo, sino de cambiarlo»
Este desplazamiento de acento ha acabado, sin duda, deva-
L \ PARFJA Y FL COMPROMISO EN EL MUNDO 81

luando al «ser». Pero no debería existir una contraposición


entre el «hacer» y el «ser» El ser de una persona es un
«devenir». Su identidad está siempre en construcción; por
tanto, el ser se expresa en el hacerse, y el hacer contribuye
a la evolución de la persona Lo mismo ocurre con la pare-
ja su ser deviene a través del hacer Cuando se tiende a
negativi/ar el «hacer», es porque se entiende como una pro-
yección hacia lo extenor y, sobre todo, porque parece
menoscabar el pensar y el reflexionar, que son la savia que
permite al «hacer» alcanzar sus objetivos
Así pues, la pareja, antes de pensar en transformar a la
Iglesia y al mundo para que «se unan en matrimonio», debe
vivir antes el hecho de que son pareja en busca de su ver-
dadera identidad Debería expresarse ya en ella el «mundo
nuevo», ya que sólo así se convertirá en «signo» (en «sacra-
mento», para nosotros los creyentes) de la transformación
de la realidad ¿ Cuáles son los valores que la pareja está lla-
mada a vivir para ser el signo-presencia del mundo nuevo
que se avecina'' Intentaremos descifrarlos a continuación

3 Mas acá y más alia del compromiso político Cuando se


habla de mundo, es fácil incurrir en malentendidos ( Qué
es lo que se entiende por «mundo»7 ¿,La creación? 6 Las
relaciones humanas entre los pueblos7 ¿,Las instituciones
civiles7 6E1 conjunto de todas estas realidades7 Lo que
mejor define al «mundo» es su relación con la Iglesia
Iglesia-mundo es el binomio que ha dominado y sigue
dominando la cultura de nuestro Occidente cristiano Por
un lado está la Iglesia con sus instituciones y principios,
por otro, el mundo, que tiene también sus instituciones, con
la pluralidad y complejidad de las ideas que en el habitan
Ha existido un continuo conflicto o choque entre la
Iglesia y el mundo. La Iglesia ha intentado hacer del mundo
un hecho eclesial, absorbiéndolo de tal manera que pensa-
se según la Iglesia. El mundo ha juzgado este intento como
una opresión y una invasión y se ha rebelado contra ello,
alimentando en su ánimo el anticlencahsmo Muchas
1

82 IMAGINAR BL MATRIMONIO

veces, esta actitud manifiesta más bien una reacción y una


defensa que una ofensa El mundo desea seguir siendo
mundo Ama su profanidad y no quiere convertirse en un
lugar sagrado ¿Va en contra de Dios este obstinado deseo
del mundo7 t Es un signo de irreverencia para con la palabra
de Dios9 ¿No expresará acaso el proyecto de Dios sobre el
mundo0 Dios, en la Biblia, ¿quiere bautizar al mundo, con-
sagrarlo (consecratw mundi), o quiere mas bien que el
mundo siga siendo lo que es, desarrollando las energías y
las posibilidades que ha depositado en el7 Las relaciones
interpersonales y entre los pueblos ¿pertenecen al orden
religioso o al orden de lo humano, de lo existenual9
¿Colonizo Jesús al mundo o hizo brillar en el la forma
auténtica de vivir y de relacionarse entre las personas7
Nunca se insistirá bastante en la afirmación de que Jesús
acabo con las corrupciones de una religión que, en vez de
ser el camino para ayudar al hombre a ser hombre, y al
mundo a ser mundo, pretendió revestirlos de un habito reli-
gioso, atándolos con una cadena de reglas mortificantes y
de principios inamovibles La propuesta de Jesús fue la de
formar un grupo, la de hacer un pueblo dispuesto a poner-
se en camino en busca de las llamadas de Dios que provie-
nen del mundo, sin la pretensión de conocerlas ya o, al
menos, de conocerlas definitivamente
Entonces una pareja manifiesta su compromiso con el
mundo no tanto cuando desempeña una función política
(aunque esto es importante y vale la pena valorarlo) como
cuando vive con simpatía su relación con el mundo, visto
como «la casa donde Dios habita», y se pone en actitud de
escucha para interpretar su presencia y percibir sus cami-
nos No tiene por qué existir una contraposición entre la
Iglesia y el mundo, sino que ha de darse entre ellos una
comunión, una sintonía Más aún, es el mundo el que ocupa
el centro, no la Iglesia Esta (si escucha de verdad a Cristo)
será levadura, fermento, luz y sal dentro del mundo y su
objetivo sera iluminar este mundo, «salarlo» no ya captu
rarlo o absorberlo Y la Iglesia recibe esta luz de la vida y
LA PAREJA Y EL COMPROMISO EN EL MUNDO 83

la palabra de Jesús (que siempre habrá que investigar) y de


su esfuerzo por caminar dentro de la realidad, ya que es en
ella donde siempre se encienden nuevas luces.

Matrimonio y familia, lugares de libertad

La primera aportación que la pareja puede dar al mundo


es ser un lugar de libertad. «Libertad» es una palabra
mágica, pero peligrosamente ambigua. ¿Qué significa ser
libres? Para comprender y vivir el sentido auténtico de la
libertad hay que hablar de liberación. Nos convertimos en
personas libres a través de una ación de liberación. El hom-
bre no nace libre; a lo más, nace sólo potencialmente libre.
Pero, fundamentalmente, se hace libre. Y esta liberación es
fruto de unas opciones que tienen lugar en la confrontación
y el apoyo de los demás. Los dos esposos viven plenamen-
te su vida conyugal cuando intentan liberarse el uno con el
otro y se ayudan de este modo a ser personas libres. La vida
en pareja no ha de verse únicamente como el lugar donde
se da rienda suelta a las emociones y a los sentimientos
(que, sin duda, habrá que cultivar siempre), sino sobre todo
como el lugar donde los esposos se hacen y se construyen
como personas.

¿CUÁNDO SE CONVIERTE LA PAREJA EN ESPACIO DE LIBLRTAD?

a) Cuando se libera del tener. «Nuestra sociedad actual


tiene su objetivo muy preciso: producir. Para producir se
necesita alguien que compre, para comprar se necesita
dinero, y para tener dinero se necesita ganar más; para ello
hay que dar trabajo; el trabajo se ha hecho para producir; se
produce para abrir el mercado, se abre el mercado para ven-
der el producto; y el producto, para poder ser comprado,
debe ser apetecido y solicitado: estamos, pues, metidos en
un círculo sin fin.
!

84 IMAGINAR FL MATRIMONIO

Vivimos en una sociedad que ha transformado la fami-


lia en un mercado seguro. Educa a los que crecen para que
pidan cada vez más; de lo contrario, ¿,para quién produciría
la sociedad'? Al ciudadano que crece se le educa en el gusto
de tener, en la mentalidad de poseer, en el afán de tener
cada vez más y mejor Esto es lo que se le pide a la familia
de nuestra sociedad: que enseñe a los hijos a «vivir» de este
modo. La sociedad no tiene un lugar mejor para educar a
los nuevos ciudadanos que crecen, y por eso se muestra
muy atenta a la familia. Los cristianos se encuentran, pues,
en la situación de tener que actuar en una familia basada en
la ley del tener, del producir, del alcanzar el éxito. Pero t es
tolerable para los cristianos vivir en una familia fundada
sobre semejante base9» (G. Pattaro)
Los cristianos, si quieien servir a la sociedad dentro de
la familia tal como está estructurada, tienen que romper con
este modelo No para dar vida a otra familia, sino para vivir
de manera distinta la familia Libertad respecto del «tener»
significa ser libres del mito consumista que impide la pri-
macía de las personas y el crecimiento de su conciencia crí-
tica El afán de enriquecerse adormece a las personas e
impide la búsqueda de ciertos valores, como el diálogo, la
acogida, la cultura, la búsqueda de la verdad ..

b) Cuando se libera del poder También es ambigua la pala-


bra «poder». Son muchos los que dicen que toda persona
posee un poder. El mal no está en tener el poder, sino en el
modo de ejercerlo. Podemos decir, entonces, que hay que
liberarse del uso «despótico» del poder. El «poder» que
posee una persona no es para dominar al otro, sino para
hacerle crecer
En este sentido Lévinas nos invita a «deponer la sobe-
ranía del yo». No pretende anular al yo, sino hacer que éste
abdique de su voluntad de dominio La pareja debería ser el
lugar donde ambos miembros ejerzan el poder, no para
dominarse mutuamente, sino para servirse, para cuidar el
uno del otro Tanto la Iglesia como las instituciones civiles
l.A PAREJA Y HL COMPROMISO EN EL MUNDO 85

deberían aprender de la pareja a vivir el poder como servi-


cio a las conciencias de las personas. La autoridad, incluso
religiosa, tiene que renunciar a su tendencia a anular y res-
tringir las conciencias: su tarea es más bien la de desper-
tarlas y encenderlas.

c) Cuando se libera del éxito. ¿Qué significa «tener éxito»?


Si se entiende el «éxito» según los criterios del mundo,
ciertamente hay muchos que ya no son libres. Están some-
tidos al aplauso de los demás para conseguirlo. Pro si se
presenta el «éxito» como si consistiera en hallar la res-
puesta a los propios dones y, sobre todo, en sentirse res-
ponsable de los problemas y las esperan/as de los demás,
el asunto es distinto.
Por desgracia, en la mentalidad común el «tener éxito»
se entiende como hacer carrera, conseguir un puesto de
prestigio o de dominio. El objetivo es la elevación del pro-
pio yo. Entendido el «éxito» de esta manera, la persona ya
no es libre, porque no puede pensar con la propia cabeza,
no puede hacer las opciones que considera justas, ya que, si
siguiera esos criterios, podría chocar con los demás y com-
prometer el éxito que anhela.
Jesús, por el contrario, era una persona libre.
Podemos decir que Jesús fue libre de sí mismo, porque
no puso su yo en el centro; fue también libre de la riqueza:
vivió pobre, sin tener siquiera un sitio «donde reclinar la
cabeza» (Mt 8,20), y murió igualmente pobre, despojado
hasta de sus vestidos (Mt 27,35); fue igualmente libre de
los demás, porque no se dejó condicionar por el éxito ni por
el aplauso de quienes lo rodeaban. Buscó el bien de los
demás, no su benevolencia o su consentimiento, ya que esto
le habría condicionado. Por el bien de los demás y del pue-
blo, fue incluso capaz de ir contra sus expectativas mesiá-
nicas. No se sirvió de la gente, sino que sirvió a la gente
aun a costa de que no lo comprendieran y lo rechazaran.
Jesús no tuvo como objetivo el «éxito», sino hacer que
creciera la justicia, es decir, el Reino.
86 IMAGINAR El. MATRIMONIO

El amor entre dos esposos, si es auténtico, permite a


cada uno de ellos expresarse libremente, porque no hay
ninguna voluntad de éxito frente al otro. La pareja es un
encuentro entre dos personas, no entre dos éxitos. Cuando
a uno se le ocurre ser más importante que el otro, la pareja
está abocada a la extinción o a la ruptura.
En la familia, los dos cónyuges (y luego los hijos) debe-
rían aprender que no es el éxito lo que da valor a la vida,
sino el tener un proyecto. Escribe Salvatore Natoli:
«Incluso la muerte se convierte en un pensamiento menos
duro cuando se muere por alguien o por algo. Y deja de
tener importancia la preocupación por dejar algo en heren-
cia: lo importante es dejarse a sí mismo en herencia».

Desmitifiear el trabajo

Esta expresión podrá parecer irreverente ante nuestra


Constitución, que fundamenta la República en el trabajo. Y
puede parecer aún más desagradable frente al inquietante
problema del desempleo. «Desmitifiear» no significa des-
preciar ni, mucho menos, depreciar. En el trabajo, la perso-
na se hace y contribuye al bienestar de la familia y de la
sociedad. Hay que luchar para que todos puedan adquirir el
derecho a trabajar. Pero el trabajo es un medio, no un fin.
Hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar. No se
puede ni se debe ser esclavo del trabajo. Desmitificarlo sig-
nifica no hacer de él un ídolo al que se sacrifiquen deter-
minados valores: la salud, la relación con las personas, el
crecer en cultura, el alimentar la propia fe, el participar en
los problemas del barrio...
En nuestro ambiente, el trabajo se está convirtiendo
realmente en un factor de disgregación. No queda ya tiem-
po para hablar, para dialogar, para estar con los hijos, para
leer. Está expropiando a las personas de su pensamiento y
de su conciencia. Todo se hace aprisa. Todo es meramente
funcional.
LA PAREJA Y EL COMPROMISO EN EL MUNDO 87

Se habla de desempleo, pero hay personas que realizan


dos y hasta tres trabajo. En otros tiempos, estas personas
eran muy apreciadas incluso por la Iglesia. Se las conside-
raba personas serias y comprometidas. Hoy se mira justa-
mente con reservas este comportamiento. Si este doble o
triple trabajo es necesario para sostener a la familia, no hay
por qué oponerse a él. Si se realiza para enriquecerse a
costa de otros valores (propios o de otras personas), no
debería ser apoyado.
¿Y el trabajo de la mujer? Muchos mantienen una posi-
ción negativa con respecto a la mujer que desarrolla un tra-
bajo fuera de su casa. Se ve a la mujer como la principal e
incluso la única educadora de los hijos. ¿Es justo seguir
considerándola así? ¿Es indiferente o indispensable la pre-
sencia paritaria del padre? ¿Tiene que renunciar la mujer al
desarrollo de sus dones y sus competencias y al servicio
social de la humanidad, encerrándose dentro de las paredes
domésticas?
Se trata de preguntas que exigen nuevas respuestas y, en
cualquier caso, una reflexión perfectamente articulada.
Lo importante es que la opción de trabajar por parte de
la mujer y del hombre (se trata de paridad) no debería estar
inspirada por la necesidad económica ni, mucho menos,
por el afán de enriquecerse. Una sociedad es verdadera-
mente humana cuando no obliga a los dos cónyuges a tra-
bajar «necesariamente» para poder atender a los gastos de
una vida normal. En tal caso se trataría de una constricción
que impediría una verdadera opción. Una cosa es trabajar
para expresarse y para expresar las propias competencias, y
otra trabajar por necesidad económica: ésta es una depen-
dencia alienante.
Discernir cuándo es «necesario» el trabajo y cuándo es
más bien una oportunidad para expresarse y no para enri-
quecerse, deberá ser tarea de la pareja en confrontación con
la Palabra, que pone a la persona por encima de las cosas.
De todas formas, el trabajo no tiene tan sólo un valor
económico, sino también social (contribuye al crecimiento
88 IMAGINAR EL MATRIMONIO

de la salud, de la cultura, del bienestar de las personas)


Entonces la mujer, al hacer su opción, deberá tener también
en cuenta la aportación que puede hacer al cumplimiento
de esta dimensión social constructiva El mundo del traba-
jo tiene necesidad de la aportación femenina para humani-
zarse más

Participar en la vida del territorio

«Territorio» es una palabra concreta Indica el espacio


humano en que la pareja tiene que vivir Y este espacio está
constituido por las relaciones que se establecen, por la pre-
sencia o ausencia de zonas verdes donde los niños puedan
jugar y tratar entre sí, por las estructuras socio-sanitarias,
por los ambientes deportivos, por las estructuras escolares
y por la presencia de las instituciones municipales
< Cómo puede y cómo debe una pareja cristiana ínterac-
tuar con su territorio}
Antes de sugerir algunas actitudes y algunas presencias
prioritarias, es justo decir que la pareja debe tener, ante
todo, una mentalidad abierta, poseer una cultura de comu-
nión No pude sentirse tan sólo mera usuaria del territorio,
sino sujeto que contribuye a la vitalidad del mismo
El tenitono está formado por familias, y cuanto más se
comprometan éstas a participar con una sensibilidad cons-
tructiva y no sólo reivindicativa, tanto más fácil será crear
un entramado social que permita ampliarse las relaciones,
sin las cuales se empobrecerían ellas mismas
Recojamos algunas actitudes fundamentales que pue-
den contribuir a transformar el territorio en un espacio
humano

ÍMicidad Los ambientes y estructuras civiles, sanitarias o


escolares no son ámbitos religiosos (es la parroquia el lugar
de encuentro para crecer en la fe) ni ideológicos (son los
partidos los lugares donde se confrontan y se debaten los
1 A PARbJA Y EL COMPROMISO EN El MLNDO 89

diversos proyectos políticos: también éstos deberían dejar-


se iluminar más por la realidad que por una determinada
ideología). Es importante que todas las estructuras territo-
riales estén al servicio del hombre en cuanto hombre.
Podrían ser los lugares donde las personas desarrollaran sus
relaciones humanas, cultivaran sus intereses deportivos y
culturales y encontraran la manera de conseguir su bienes-
tar físico y psicológico. También como cristianos tenemos
que comprometernos, no ya para que se conviertan en
ambientes religiosos, sino en lugares donde todos puedan
encontrarse como hombres con los demás.

Tolerancia Hoy son cada vez mayores las diferencias ide-


ológicas, de raza, de cultura, de religión ; caminamos
hacia una cultura multiétnica, y el territorio da cobijo a esta
diversidad Es evidente que no siempre es fácil vivir en
contacto con personas distintas, pero ésta es la realidad, y
debemos considerarla como una oportunidad Se crece con
la diversidad Vanos puntos de vista amplían el pensamien-
to y la mente La primera actitud para aprender a vivir la
diversidad es la tolerancia
Toleíancia significa respetar, acoger y permitir a los
otros ser diversos. En este sentido, la tolerancia es la con-
dición fundamental para una convivencia pacífica. Tolerar
significa, en concreto, aceptar y dar cabida a la diversidad
en la familia, en la Iglesia, entre los partidos, entre las reli-
giones No significa indiferencia o aquiescencia a todo,
sino respeto a las posiciones del otro, así como conciencia
de que nuestras ideas pueden estar equivocadas y que, de
todas formas, no son la única verdad, ya que la verdad habi-
ta en cada ser humano
Escribe Karl Popper en su libro La sociedad abierta v
sus enemigos. «La sociedad abierta a lo que está abierta es
al mayor número posible de ideas y de ideales diversos e
incluso contrapuestos Al mayor número posible, pero no a
todos: la sociedad abierta no puede menos de estar cerrada
a los intolerantes».
90 IMAGINAR t i MATRIMONIO

Educarse en el «gusto de hacer política»

Dentro de la familia se reflejan todos los problemas huma-


nos y sociales: educativos, escolares, económicos, labora-
les, sanitarios, de vivienda..
La familia debe sentirse sujeto a la hora de señalar y
proyectar soluciones y de afrontar los problemas
No se puede delegar en «algunos» para que resuelvan
esos problemas, sino que han de colaborar y participar
todos, y en especial las familias
Habrá personas o familias que, por un don particular,
puedan servir de guía a la hora de buscar soluciones y asu-
mir encargos sociales y políticos; pero no puede ni debe
faltar la aportación de todos Las familias deben adquirir el
«gusto de hacer política», entendiendo por «política» la
construcción de la ciudad, del ambiente, para que se con-
viertan en un espacio de promoción humana en todos los
niveles
Una manera de amar a los hijos es comprometerse para
que encuentren un traba)o, un ambiente ecológicamente
sano, una posibilidad de vivir y expresar sus propias poten-
cialidades. A los hijos no se les ama ni se les educa sola-
mente comprometiéndose dentro de la familia, sino tam-
bién modificando y purificando el contexto social y
ambiental en su globahdad Esta es la manera de «no robar-
les el futuro»
f

7
La comunicación
en la pareja

Premisas

/ Quizá esta reflexión no satisfaga a algunos, que ¡a con-


sideraran poco práctica, carente de sugerencias operati-
\as. pero, a mi JUICIO, llevará inevitablemente a nuevos
comportamientos y hasta será fuente de los mismos, aun-
que luego le corresponda a cada persona y a cada pareja su
traducción y concreción Nadie es igual a otro, por consi-
guiente, ninguna sugerencia operativa podra aconsejarse de
manera indiferenciada En el transcurso de esta reflexión
intentaré averiguar dónde se encuentra la raíz, la fuente de
las incomprensiones entre esposo y esposa, así como de su
frecuente incomunicación

2 Vivimos en una época de incomunicación Incluso la


Constitución Gaudium et Spes, cuyos tieinta años hemos
celebrado hace poco, denuncia la apona, el contraste exis-
tente entre la aceleración y la difusión de los medios de
comunicación y la incapacidad para comprenderse El
hombre se siente solo, incomprendido, incapaz de mante-
ner unas relaciones comunicativas Pasolini utilizaba el
símbolo del desierto para describir el sentimiento de inco-
municación que nos rodea Hay un dicho que re/a
«Algunos leen muchos libros para no pensar por su cuen-
ta» Parafraseando, podiíamos decir «Se dicen muchas
92 IMAGINAR FL MATRIMONIO

palabras y se pronuncian muchos discursos para no tener


que comunicar». Se entrevé que las palabras pueden cubrir
la comunicación y hasta obstaculizarla. Habrá que recupe-
rar el lenguaje de los signos, que son más intuitivos y
comunicativos. También la Iglesia advierte el malestar de
no saber comunicar con el mundo, con las nuevas culturas.
Se habla de «nueva inculturación». En el fondo, quizá es
que no se sabe percibir que la comunicación no está hecha
solamente de palabras (decir, anunciar), sino de sentimien-
tos (primero hay que amar al otro), de signos (dar señales a
través de determinadas elecciones). Esta incomunicación
está afectando también a la pareja, que debería ser el lugar
más fértil y más libre de la comunicación y del diálogo.
¿Por que no se da esta comunicabilidad en nuestra época y
en la pareja? Se trata de una pregunta abierta. Puede que a
lo largo de nuestra reflexión surjan algunas indicaciones.

¿Para qué ser pareja?

Es éste un interrogante un tanto nuevo: hace algunos años


no se planteaba, y si se hacía, la respuesta estaba clara: ser
pareja significaba la posibilidad de ejercer la sexualidad, el
acceso a la propia autonomía, sobre todo para la mujer,
pero también para el hombre, que, apartándose de su fami-
lia paterna y materna, aprendía a actuar por cuenta propia.
Significaba vivir la procreación; los hijos eran deseados,
porque se les consideraba con o un don importante para la
familia y para la sociedad.
Pues bien, estos significados de la pareja ya no se sos-
tienen. ¿Por qué? Porque el ejercicio de la sexualidad (no
estoy emitiendo un juicio ético) se vive también, de hecho,
fuera de la pareja; la autonomía se vive hoy tranquilamen-
te dentro de la propia familia -incluso hoy son más autó-
nomos los hijos que sus padres- y, en lo que se refiere a la
procreación o a la fecundidad física, estamos en un régimen
de baja natalidad. El hijo está perdiendo significado. Y
1 A COMUNICACIÓN FN LA PAREJA 93

vuelve a surgir la pregunta: «¿Para qué ser pareja?». Esta


pregunta estaba ya presente en los dos primeros capítulos
del Génesis.
Cuando leemos los relatos bíblicos, pensamos a veces
que nacieron de manera abstracta, fuera de la vida y por
encima de ella. Lo cierto es que son respuestas a problemas
vivos y concretos de unas personas y una cultura determi-
nadas. Por ejemplo, cuando se escribió el capítulo 2 del
Génesis, donde se cuenta cómo Dios crea a la mujer a par-
tir de una costilla de Adán, el objetivo era responder a una
pregunta que se hacían entonces: ¿qué sentido y qué fun-
ción tiene la mujer? ¿Cuál es el motivo fundamental que
mueve al hombre a salir de su familia, e incluso de sí
mismo, para unirse a su mujer? Hay que señalar que este
relato (que no es histórico, sino simbólico) se remonta al
año 1000 a.C, en el periodo que transcurre entre la ancia-
nidad de David y los primeros años del rey Salomón, un
periodo de espléndido progreso cultural, social y económi-
co. Terminadas las guerras, Salomón puede proceder a la
construcción del Templo, que no era sólo un símbolo reli-
gioso, sino que constituía el signo visible de la riqueza y la
prosperidad cultural del reino de Israel. Con el progreso,
asoman los derechos de las personas, la búsqueda del senti-
do de las cosas. Y las preguntas son: ¿Es la mujer igual o
inferior al hombre 7 (,Cuál es su función?: ¿la de ser ma-
dre?; ¿la de ser fuerza de trabajo? ¿Cuál es el sentido y el
objetivo de la sexualidad?... En los pueblos que rodeaban a
Israel había muchas concepciones religiosas a este respecto.
Para responder a estas preguntas el autor sagrado com-
puso tales relatos, que son aparentemente inocentes e ino-
fensivos, pero que encierran unos significados auténtica-
mente revolucionarios Intentemos, pues, descubrirlos.
Se propone, ante todo, una teología de la mujer, de la
pareja y del progreso.
«No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle
una ayuda adecuada» (Gn 2,18). Es el problema de la sole-
dad. En el hombre se da un profundo desequilibrio: se le ha
94 IMAGINAR EL MATRIMONIO

dado todo (el mundo, los animales, las plantas...), pero todo
eso no basta. El hombre no vive sólo de tareas, no vive sólo
de misión, de compromiso. El hombre tiene una necesidad
prolunda de algo que lo cure de la soledad. Y el remedio
que se le propone es la relación con la mujer. La creación
de la mujer responde a la necesidad profunda del hombre
de tener una relación antes que una tarea. Aquí está el sen-
tido profundo del ser pareja, así como del objetivo de una
pastoral conyugal: ayudar a las personas a tener relaciones
antes de desarrollar tareas. La soledad, además, indica la
falta de plenitud del hombre. El hombre tiene ciertamente
una relación con Dios, pero no es suficiente (la religión no
basta), tiene ciertamente una relación con los animales y
con la naturaleza, pero eso solo no le satisface (es la insa-
tisfacción de la ciencia y del progreso: son cosas buenas,
pero insuficientes).
No basta la religión ni la cultura para acabar con la tris-
teza de la soledad El hombre tiene necesidad de una rela-
ción de igual a igual para dialogar y reconocerse. Aquí radi-
ca la densidad del valor de la relación afectiva y el sentido
de la diferencia sexual, no basta con la pandad; se necesita
además la diferencia sexual para derrotar a la soledad.
¿Qué quiere decir «ayuda adecuada»? Es una traduc-
ción impropia que no expresa plenamente el sentido del
texto hebieo. En el original destacan dos palabras ilumina-
doras: «Ezer» y «kenegdo». Ezer significa «aliado». Léñem-
elo significa «que está enfrente». Se ve a la mujer como un
aliado que está enfrente. Es una persona a la altura del
hombre, su igual. Pero la palabra kenegdo se deriva del
verbo hebreo nagad, que significa «explicar» La mujer es
la «explicación» del hombre. En el diálogo con la mujer, el
hombre se autocomprende, se identifica. Y sin tal diálogo
es un ser incomprensible, que no se define. Es en la rela-
ción con la mujer donde se define; de lo contrario, se queda
en una soledad que podría compararse con el desierto.
En este relato, por tanto, el autor responde a la pregun-
ta: ¿qué sentido tiene la mujer'1 ¿Cuál es su función? La
LA COMUNICACIÓN EN LA PAREJA 95

identidad de la mujer no consiste en dar a luz, en ser madre,


sino en ser la «compañera» (la aliada) del hombre para
hacerle ser, para desatar sus potencialidades. En clave
actual, podría decirse que la mujer es primero esposa y
luego madre.
Menos aún es la mujer fuerza de trabajo del hombre. No
deberíamos escandalizarnos si el autor expresa semejante
opinión: de hecho, vivía en una sociedad eminentemente
patriarcal, en la que el hombre consideraba a la mujer como
propiedad suya. También en Ex 20,17 se da esta mentalidad.
El hombre y la mujer están en relación mutua, no ya la
una subordinada al otro, y mucho menos el hombre puesto
al frente de la mujer. Ambos están llamados a vivir la reci-
procidad de la presencia, y el diálogo es la esencia de esta
relación. Eva fue creada para dialogar con Adán. Dice el
Sirácida: «El que adquiere una mujer, adquiere el comien-
zo de la fortuna, una ayuda semejante a él (ezer) y colum-
na de apoyo» (36,24).
La enfermedad de la soledad no se cura con el éxito
(trabajo) ni con el encuentro vertical con Dios (religión),
sino con el encuentro-diálogo con otra persona: la mujer.
El biblista Giuseppe Florio, tras un examen filológico,
llega a decir que las palabras «sexo», «costilla» y «aliado»
contienen todas ellas el tema del hablar: por consiguiente, el
sentido de ser pareja consistiría en el diálogo que permite a
las dos personas comprenderse, definirse, liberarse. Si no
hay diálogo, no hay pareja. También la relación sexual es un
modo -el modo privilegiado- de dialogar y de comunicar.

El matrimonio es un viaje

Quizás el viaje constituya una imagen de la condición exis-


tencial. Vivir es viajar, caminar. El viaje representa la ten-
sión hacia lo desconocido, la necesidad de nuevas expe-
riencias, la ansiedad que orienta en busca de otros horizon-
tes. Es salir de una situación (del yo) para ponerse en con-
1

96 IMAGINAR EL MATRIMONIO

tacto con otros pensamientos (con el otro). No es una huida


(Kafka) ni una ilusión (Nietzsche). ya que nuestro existir es
en sí mismo el camino
También el matrimonio puede considerarse como un
viaje fascinante del uno hacia el otro Es salir del propio yo,
es dejar la propia tierra para adentrase en el otro, en la tie-
rra del otro. Y en este viajar hacia el otro, que es siempre
inalcanzable y extranjero, se realiza un profundo cambio y
un continuo renacer
El éxodo es una de las categorías bíblicas que define la
identidad de Israel y que puede definir igualmente las iden-
tidad de cada creyente y de cada ser humano. Reconocer el
sentido de esta experiencia, de la necesidad de una vida iti-
nerante, móvil, precaria, de ser caminantes sin una expe-
riencia real de haber alcanzado la meta, es la manera de ser
personas, de crecer como personas
El nesgo de detenerse (lo cierto es que resulta arduo
caminar) y construirse ídolos ante los que doblar la rodilla
es una tentación constante
También en el matrimonio puede insinuarse el deseo de
detenerse, de dejar de discutir, de no hablarse, de no bus-
carse ya Se renuncia a conocerse, con la presunción de
ser ya conocidos. Si el matrimonio es un camino hacia el
otro para conocerlo, para acercarse a su conocimiento, para
explorar nuevos pensamientos y dejarse fecundar, 6 cómo es
posible este camino'^ Me parece que pueden señalarse tres
senderos

/. Escúchense a si mismo. No podemos encontrar al otro si


antes no somos nosotros mismos. El prime viaje consiste en
descender a las misteriosas profundidades del propio yo, y
para llevar a cabo esta aventura es preciso aprender a guar-
dar silencio La nuestra en una época en la que se ha deste-
rrado el silencio En nuestro tiempo, los momentos de
silencio se han hecho cada vez más exiguos. «El hombre
moderno -ha escrito R. Pamkkar- ya no sabe estar solo ni
soporta el silencio. En la inmensa soledad en que lo encie-
1 A COMUNICACIÓN EN LA PAREJA 97

rran la vida frenética, el progreso y la misma arquitectura


contemporánea, busca nerviosamente a la gente e intenta
ahogar su propia desa/ón sumergiéndose en rumores de
todo tipo» La depreciación del silencio encierra una sene
de peligros que el filósofo Romano Guardini denunció
repetidas veces en sus escritos «La fuer/a del silencio y de
la interioridad amenaza con abandonar a Europa. Y verda-
deramente acaba abandonándola, entonces Occidente se
vendrá abajo, porque su grandeza, en el tondo, se alimen-
taba de esa fuerza» El nesgo que corre el hombre enfermo
de ruido, que incluso en los lugares donde reina el silencio
tiene que soportar el alboroto de la ciudad y el de su propio
ánimo, es ver cómo se disipa su misma humanidad «Quien
no sabe callar hace de su vida lo mismo que haría quien
quisiera únicamente espirar y no inspirar La humanidad de
quien no calla jamás, se disuelve» Esta condición puede
señalarse como lo que caracteriza de forma especial al
hombre occidental, que, después de una intensa vida ope-
rativa, tiene que reconocer muchas veces que en realidad no
ha vivido Toda su existencia se ha desarrollado «en fun-
ción de», «como preparación para» un fin, un objetivo, una
meta Ha sido moldeada, en cualquier caso, por la catego-
ría del tener, y al final ya no le queda tiempo para gozar del
íruto de su trabajo, peor aún no sabe gozar del resultado de
su obra, porque no está en condiciones de ello, ya que ha
perdido su peso profundo y su sentido auténtico y original
En esto, el pensamiento oriental tiene algo que decir al
occidental

Únicamente con los sentidos refinados y despertados


por el silencio, la realidad se despliega ante nuestros ojos y
nuestros oídos, y nace la esperanza de un encuentro vital
con el otro. En el silencio, la realidad ya no es chata y
monótona, sino que se percibe en sus pliegues y matices
más recónditos y se aprende a contemplarla en su variedad.
Y por «realidad» no entiendo sólo la naturaleza y la histo-
ria, sino también la persona del otro Recobrados los lími
98 IMAGINAR EL MATRIMONIO

tes de nuestra alma, podremos ser receptivos y abrirnos a la


escucha y a la mirada del rostro del otro.

2. Escuchar al otro. Un cambio que va resultando cada vez


más necesario consiste en pasar del diálogo a la escucha.
¿Qué quiero decir con esto? Es imposible un verdadero diá-
logo si no se da antes una escucha del otro y de sus razo-
nes; si no se da antes, como indicábamos más arriba, la
escucha de sí mismo. La escucha auténtica del otro sólo
resulta posible cuando se tiene esta convicción: el otro es
otro, distinto, diferente. Vive en otro país. No se le puede
conocer si está dentro de nosotros. Sólo saliendo de nues-
tras concepciones, de nuestros esquemas, podemos acercar-
nos a él. Hay que emigrar del propio yo y dejar en suspen-
so nuestras propias ideas. Pretender conocerlo a través de
nuestras ideas es reducirlo y hasta desfigurarlo. No es el yo
quien conoce, sino el otro quien puede darse a conocer. Y
puede darse a conocer si en nosotros se da la disponibilidad
a escucharlo. Este mismo dinamismo es el que se encuentra
en la fe: no es el hombre quien conoce a Dios, sino Dios
quien se da a conocer al hombre. Por eso la categoría fun-
damental de la fe es la escucha. «Escucha, Israel, al Señor
tu Dios»: ésta era la plegaria fundamental del israelita.
Escuchando al otro, se amplía el yo. El otro no le roba
espacio al yo, no le arrebata la libertad; al contrario, se con-
vierte en alguien que le interroga, que le estimula, que le
abre a otros horizontes. La escucha del otro no es un acto
de cortesía, de benevolencia: es un acto de amor a uno
mismo. Podría parecer una actitud egoísta, pero amar el
crecimiento de uno mismo es responder a la propia voca-
ción, que consiste en desarrollar las propias virtualidades.
Escuchar al otro no es sólo escuchar sus palabras, sino
también sus gestos, las diversas señales que emite.
Oigamos un interesante relato oriental:

«Un marido que tenía problemas con su mujer acudió a


un sabio para pedirle consejo sobre cómo recomponer la
LA COMl'NK ACIÓN bN LA PARf-JA 99

pareja. El sabio le dijo: "Escucha durante un mes todas


las palabras que te diga tu mujer". AI cabo de un mes, el
marido volvió a ver al sabio > le dijo: "He escuchado
atentamente todas las palabras que mi mujer me ha
dicho". Y el sabio le repuso: "Ahora vuelve a casa y
escucha todas las palabras que ella no te dice"»
Las palabras son un instrumento de comunicación; pero
hay una comunicación que no pasa por la palabra y que es
tan importante, y quizás a veces más sutil y más profunda,
llamada «comunicación no verbal», o también «analógica»,
ya que el mensaje se transmite a través de símbolos. El llan-
to, la sonrisa, la mirada, el tono de la vo/, los gestos... están
cargados de mensajes. Saber leerlos constituye la mejor
manera de sintonizar con el otro.
Todo ese mundo de gestos afectivos entia en el terreno
de la comunicación. Las caricias, los abrazos, los besos, el
tomarse de la mano... son expresiones de ternura. Indican
estima, aprecio, cariño, atención.
Es verdad que el encuentro sexual es y debería ser el
punto máximo de la comunicación y la comunión, pero
también este gesto puede resultar árido o ser el lugar de la
posesión, cuando no está sostenido por signos de cariño y
de afectividad.
3. El diálogo. La persona crece en el diálogo. El diálogo es
la condición o, mejor dicho, la situación en la que una per-
sona tiene la posibilidad de crecer. Esta afirmación puede
dar la impresión de que, dialogando con el otro, la persona
puede enriquecerse con sus ideas, con su experiencia. Y sin
duda que esto es verdad. El hombre y la mujer crecen cuan-
do tienen el coraje de reconocer su propia insuficiencia y se
escuchan el uno al otro para ampliar sus perspectivas y
horizontes. Si se consideraran «ya llegados», «autosuíi-
cientes», «seguros», nunca se pondrían a dialogar y, por
tanto, perderían la ocasión de crecer. La primera condición
para el diálogo es «saber que no se sabe» y, por consi-
guiente, desear estar con el otro para aprender. Conviene
100 IMAGINAR FL MATRIMONIO

subrayar que el diálogo hace crecer a la persona, no en


cuanto que ella recibe del otro, sino en cuanto que tiene la
manera de expresarse, aclararse y definirse mediante esa
expresión. La pareja sena entonces e) espacio libre en el
que puede revelarse y manifestarse cada uno y, manifestán-
dose, tomarse de la mano. No es importante que el otro te
diga, te verifique; lo importante es que el otro te escuche y
que, escuchándote, te ayude a entrar en tus profundidades
para explorar lo que eres, lo que piensas, lo que intuyes.
Cada uno guarda en su interior un montón de cosas escon-
didas (Freud lo llama «el inconsciente»), que sólo la escu-
cha afectuosa del otro le permite llevar a su conciencia; y
cuando toma conciencia de ello, se hace más rico, más
seguro, más él mismo.
La primera tarea de cada uno de los cónyuges es la de
ser un espacio para que el otro tenga la valentía y también
el gozo de revelarse. Y esta revelación será posible sobre
todo si no se «trivializan» los sentimientos y las sensacio-
nes del otro. Esta misma reflexión podría hacerse a propó-
sito de los hijos.
El diálogo permite a una persona entrar en sí misma,
descubrirse, definirse, identificarse. Este diálogo puede
realizarse también con otras personas y en otros encuen-
tros: pero lo que califica al diálogo de la pareja es el «tiem-
po». Aquí es donde mejor se percibe el valor del «para
siempre» del matrimonio, que permite llegar al fondo de
uno mismo sin tener que empe/ar siempre de nuevo.
No hay que entender el diálogo como un comentario
sobre los hechos o los acontecimientos, ni siquiera sobre
los hijos, sino como hablar de uno mismo, de los propios
problemas, de las propias perspectivas, de los propios sen-
timientos, intuiciones, sensaciones, sugerencias... Esta
expresión es el florecimiento del propio mundo interior,
misterioso pero estimulante.
Para dialogar es preciso saberse escuchar. Adquirir esa
actitud de escucha es uno de los procesos educativos más
urgentes.
LA COMUNICACIÓN EN LA PAREJA 101

Algunas indicaciones para la comunicación

/. El valor del conflicto. Está bastante generalizada la idea


de que el amor, cuando existe, no debería experimentar
obstáculos ni dificultades. Cuando surgen los conflictos,
parece como si el amor perdiera tono y calidad. ¿Es el con-
flicto una señal de que ya no se ama o una llamada a amar
más aún? El conflicto nace del encuentro de dos personas
que desean vivir y crecer juntas, pero sin perder su propia
identidad y originalidad. Entonces puede indicar, no ya
taita de amor, sino la llamada a reencontrarse, a entrar en
uno mismo para vivir rectamente el amor, que es cercanía
(estar juntos, compartir la propia vida) y, al mismo tiempo,
lejanía (no absorberse, no eliminarse). El amor crece asu-
miendo los conflictos, percibiendo en ellos las señales para
que sean el lugar donde dos personas se acojan, respetán-
dose, pero dentro de su alteridad. El conflicto no es negati-
vo; puede llegar a serlo cuando falta el coraje necesario
para leer y captar las llamadas que subyacen al mismo. El
conflicto sigue siendo una llamada, tal vez dolorosa, para
que la persona crezca. El psicoterapeuta López habla de
«tensión creativa». A través de las tensiones y los conflic-
tos, las personas pueden llegar a modelos nuevos y más
complejos de maduración.

2. ¡Amarse sin fantasías! Amarse con fantasía, pero sin fan-


tasías. Amarse con fantasía significa comunicar más allá de
los modelos prefabricados, en serie. Hay muchos gestos y
muchos símbolos prefabricados que invitan a hacer lo que
hace todo el mundo. Sin embargo, hay que saber comuni-
car con signos propios, distintos, en relación con las perso-
nas y con las situaciones. Pero ¿qué quiere decir amarse sin
fantasías?
Vencer la tentación proyectiva. Esto lleva a amar al otro
como un ideal del amor cultivado dentro de uno mismo y
proyectado hacia fuera. En este caso, no amamos al otro en
su realidad de persona rica pero limitada, sino que amamos
102 IMAGINAR EL MATRIMONIO

nuestro propio sueño. Se da una verdadera comunicación


cuando se toma al otro como persona que es amada a pesar
de los límites que se reconocen en ella. Más aún, se aman
incluso sus límites.
Amarse a sí mismo sin fantasías. Los fenómenos de
proyección indican sueños que la persona cultiva dentro de
sí y para sí y que proyecta hacia fuera, como para decir que
tiende a realizarse en el otro. El otro se convierte en la rea-
lización de uno mismo y, por tanto, tiene que ser objeto de
un control constante.
También aquí es importante que cada cual acepte los
conflictos, los limites, la finitud, sin sentido alguno de
desesperación, viviéndolos como un destino desde el que
habrá que partir a continuación para crecer. Sin esta acepta-
ción del límite y sin perder la omnipotencia de la imagina-
ción, nunca podrá crecer una comunicación seria y objetiva.

3. ¡Prohibido ser mártires! El amor puede definirse en tér-


minos humanos como «preocupación por el bienestar del
otro casi tanto como uno se preocupa por su propio bien».
Preocuparse por el propio bienestar parece sonar a egoís-
mo. Pero hoy se habla de «sano egoísmo», es decir, se pone
de relieve que la persona tiene que amarse a sí misma, apre-
ciarse a sí misma: sólo quien se posee, quien tiene intereses
vitales, puede tener una relación de estima y de confianza
en el otro. «Ama al prójimo como a ti mismo», dice el
Evangelio. De esta forma se quiere decir que, si antes no se
ama uno a sí mismo, no podrá amar y respetar al prójimo,
o lo amará para obtener una compensación o para llenar el
vacío que hay en su interior. Tener exigencias de amor, de
afecto, sentir la necesidad de ser deseado, no es pecado, ni
tampoco es un signo indeseable de debilidad. Comunicarse
estas exigencias, estos deseos, es tonificar y alimentar la
vida de la pareja.

4. No ser esclavos de esquematizaciones, sino amar la


complejidad. Esta expresión quizá no resulta del todo clara
1
I
i
(
LA COMUNICACIÓN EN LA PARhJA

bro, la admiración. Pues bien, para ir hacia el otro con


asombro hay que liberarse de esquemas, de ideas precon-
103

a las inmediatas. Se ha dicho que hay que activar el asom-

1 cebidas, de preocupaciones. El sentido de admiración nace


cuando soy consciente de que el otro es un misterio, un
enigma al que puedo acercarme, pero sin llegar a poseerlo
jamás. El marido podrá acercarse a la mujer, pero nunca
conocerla o contenerla plenamente: es una realidad que
siempre le supera y le sobrepasa. Nosotros, sin embargo,
tendemos a poseer al otro, a controlarlo, y para controlarlo
lo definimos, lo esquematizamos, lo encuadramos. Pero
entonces ya no conozco al otro: conozco mi idea, mi ima-
gen del otro. En ese momento ya no comunico; tan sólo
hablo conmigo mismo.
Aceptar la complejidad significa aceptar que no se com-
prende, dejarse asombrar para comprender quiza más tarde,
como la virgen María, que sentía estupor ante los aconteci-
mientos que en ella se realizaban, sin llegar a comprender-
i los, y les permitía entrar en su corazón para que fuesen
i ellos los que hablasen, los que se hicieran comprender.
No pretender comprender, sino aguardar a que el otro se
haga comprender: he ahí lo que permite una relación justa.
Por eso, cultivar el asombro es quizá la manera más huma-
¡I na y más verdadera de hacer posible la comunicación. A
este respecto escribe Heschel: «Tratamos a los demás como
si fuesen objetos, instrumentos que emplear para nuestros
fines egoístas. Por tanto, es raro que nos acerquemos a una
persona como persona. Todos estamos dominados por el
deseo de apropiarnos de las cosas y poseerlas. Tan sólo ver
a las personas como sujetos, como un misterio al que acer-
carnos con temor y temblor, permitirá el asombro y la ver-
dadera comunicación».
8
Sexualidad y espiritualidad.
Deseo del otro y búsqueda de Dios

Interrogantes

/. ¿Es lícito unir la sexualidad y la espiritualidad? Esta


pregunta es sumamente oportuna, ya que procedemos de
una concepción y una cultura filosófica y religiosa negati-
va y pesimista con respecto a la sexualidad y la corporei-
dad, consideradas como radicalmente opuestas a la espiri-
tualidad. Escribió San Agustín: «El amor conyugal crece en
la medida en que se aleja de la corporeidad». La forma de
vivir la espiritualidad consistía en apartarse de la sexuali-
dad y hasta negarla. De hecho, la virginidad, que era una
opción de amar sin intervención alguna del cuerpo, era con-
siderada como el camino más perfecto para llegar a Dios y
estar espiritualmente vivo. Pero ha de reconocerse que la
concepción negativa y llena de tabúes de la sexualidad no
se deriva de la Biblia, donde se afirma que fue Dios (y lo
que Dios crea es bueno) quien creó la naturaleza, el cuerpo,
la sexualidad, sino de la tradición órfica recogida por la
filosofía griega, donde se considera el cuerpo como un obs-
táculo y una cárcel del alma.
Hoy se afirma, incluso en el campo católico, que vivir
la sexualidad es aprender a encontrarse con el otro, que en
la sexualidad se realiza el aprendizaje de la alteridad del
otro. En esta nueva concepción se perfila la idea de que en
la sexualidad puede expresarse y desarrollarse un proceso
espiritual.
SEXUALIDAD Y LSP1R1TUALIDAD 107

2 Quizás haya que corregir v rectificar la idea de espiri-


tualidad Generalmente, se ha visto en la espiritualidad una
superación de la materialidad Se afirmaba la oposición
entre materia y espíritu, entre alma y cuerpo El hombie y
la mujer estaban espintualmente vivos cuando conseguían
elevarse más allá y por encima del cuerpo, con el consi-
guiente peligro de concebir la espiritualidad como un apar-
tarse de la materia o de los compromisos concretos y huma-
nos Anastramos siglos de sospecha en relación con la
materia y la corporeidad, consideradas como el origen del
mal Pero concebir de ese modo la espiritualidad sería incu-
inr en la división o, peor aún, en la oposición entre espíri-
tu y materia, entre alma y cuerpo, entre amor y sexo, divi-
sión y oposición contrarias a la intención de Dios, que en la
Biblia revela claramente la bondad de las cosas, del cuerpo
y de la historia humana La espiritualidad ha de entenderse,
por el contrario, como decíamos más arriba, en el sentido
que le daba Pablo cuando invitaba a los cristianos a vivn,
«no según la carne, sino según el Espíritu», no según la
mentalidad propuesta por las filosofías y las ideologías de
aquel tiempo, sino según la óptica de Dios
Vivir espintualmente no es vivir evasivamente, sino
darle a la propia vida (individual o de pareja) un «sentido»,
una «orientación de tondo» que se convierta en guía, luz y
estímulo para llevar a la práctica las propias opciones La
pareja que se casa en el Señor fundaia su espiritualidad (su
onentación de vida) en la palabra de Dios Se confrontara
con ella y se dejaiá iluminar, guiar y estimular por ella
Estamos llamados, pues, a vivir la espiritualidad inclu-
so en la sexualidad o. mejor dicho, a vivir la espiritualidad
de la sexualidad Vivir la espiritualidad de la sexualidad
significa poner de manifiesto el sentido de ésta, que es la
que lleva a la persona a salir de sí misma para encontrarse
con el otro
Decimos que hay dos modos de vivir la sexualidad un
modo «carnal», en el que se expresa la búsqueda posesiva
de la propia satisfacción (el otro es un instrumento, un
\

108 IMAGINAR EL MATRIMONIO

objeto para mí), y un modo «espiritual», en el que se vive


el encuentro con el otro y se relaciona uno con él.
La espiritualidad no debe entenderse, pues, como una
evasión en busca de algo externo o etéreo, sino como la
búsqueda del modo de vivir la realidad de acuerdo con la
intencionalidad puesta en ella por Dios.

3. «Sexualidad y espiritualidad» es un tema que puede


enfocarse desde diversos ángulos:
- el primero: ¿cómo vivir espiritualmente la sexualidad,
es decir, cómo vivir el sentido oculto de la sexualidad
para que se convierta en encuentro y no en choque con
el otro, en diálogo y no en monólogo? Es una perspec-
tiva buena y justa;
- el segundo: ¿puede ser la sexualidad el lugar donde se
experimente la transcendencia? ¿Puede ser el lugar del
encuentro con Dios? Recuerdo una conferencia que
pronunció don Giancarlo Vendrame, teólogo moralista,
con el título «Sexualidad: entre el deseo del otro y la
búsqueda de Dios». Con sentido de humildad, quisiera
aventurarme en este segundo aspecto, aunque el prime-
ro sería más cómodo y más fácil de desarrollar. Mis
reflexiones no tienen la pretensión de ofrecer muchas y
claras perspectivas; pero me parece justo iniciar al
menos esta reflexión y esta investigación.

La sexualidad como experiencia espiritual


Saber que existe una relación entre la sexualidad y la espi-
ritualidad resulta desconcertante para algunos, al menos
para quienes no han leído nunca en la Biblia el Cantar de
los Cantares, que comienza de esta forma: «¿Qué me bese
con los besos de su boca...!». Este cántico es un exquisito
dueto erótico entre dos amantes reales, que simboliza la
relación amorosa entre Dios y su pueblo. La experiencia
sexual se convierte en el lugar y el modo de expresar la
SFXUAL1DAD Y ESPIRITUALIDAD 109

experiencia religiosa En la Biblia se entrelaza la alianza de


Dios con su pueblo con la experiencia sexual Los profetas
utilizan esta experiencia para describir el amor de Dios a su
pueblo
En la Biblia no sólo no se da una demonización de la
sexualidad, sino que la lectura de esta experiencia permite
intuir la relación de Dios con su pueblo.
También Gollwitzer (teólogo protestante) se pregunta
por qué Dios escogió esta experiencia para anunciar su
amor a los hombres Y íesponde de este modo «No hay en
el mundo un amor tan apasionado y visceral como el que se
da entre el hombre y la mujer Y Dios, para manifestar la
pasión y la viscerahdad con que arna al hombre, no ha
encontrado nada mejor que este amor»'
Leyendo y escudriñando, pues, la dinámica que existe
en la sexualidad humana, se puede descubrir la dinámica
del amor de Dios al hombre, y también cómo el hombre es
llamado a amar a Dios La sexualidad se convierte en lugar
teológico donde Dios se manifiesta y de donde podemos
partir para conocerlo
Pero existe un tipo de religión que considera el sexo x
la sexualidad como un hecho demoníaco El hombre esta-
ría tentado continuamente por la lujuria y los placeres peca-
minosos de la carne En esta concepción, la única relación
posible entre la sexualidad y la espiritualidad es una rela-
ción conflictiva, donde uno de los dos contendientes tiene
que derrotar al otro Esta concepción «demoníaca» de la
sexualidad pertenece, sin embargo, a una visión primitiva,
aunque ha durado muchos siglos y está presente todavía en
muchas capas sociales, y creo que no se libran de ella
muchas personas cristianas y católicas
6 Cómo percibir, pues, la nueva y positiva visión de la
sexualidad9 Quizás el mito del hombre andrógino sea el
que mejor pueda iluminarnos.

1 H GoilwiT/bR IIpoima bíblico clell amori tra nomo t donna Canino


deiCantuí Claudiana Tormo 1979 77
110 IMAGINAR FL MATRIMONIO

Según este mito, los hombres ínicialmente eran todos


andróginos, es decir, de un solo sexo, pero como iban
adquiriendo poder y estaban usurpando la autoridad de los
dioses, los dioses mismos dividieron a los hombres en dos
mitades machos y hembras Como criaturas a medias, no
podían ya competir con los dioses
Los hombres, reducidos a la mitad, experimentaban
hondamente su sentido de taita de plenitud y se pusieron a
íeconquistar la integridad pedida buscando constantemente
su otra mitad, esperando que en el momento del encuentro
sexual con esa otra mitad fuera posible experimentar de
nuevo la felicidad perdida de su totalidad casi divina

Me gustaría destacar dos interesantes perspectivas en


esta concepción mitológica
- Nuestra sexualidad nace de una falta de plenitud Es una
experiencia de imperfección, y se da un deseo muy
agudo de salir en busca de la totalidad Pero Lacaso la
espiritualidad no es la misma cosa 7 ¿Qué es la espiri-
tualidad, sino una experiencia nacida de una sensación
de finitud y que se manifiesta en un enorme deseo de
totalidad y en el «ansia» de lo divino 9
- La pareja es el signo de la divinidad Según el mito, los
dioses dividieron a los hombres porque éstos estaban a
punto de ser como ellos, usurpando su poder Lo cual
significa que los hombres, cuando se encuentran y se
juntan para rehacer su unidad, se hacen como Dios, rea-
lizan la experiencia de la totalidad y de la divinidad
Podríamos decir que intuyen lo que significa la divini-
dad Esta experiencia no puede ciertamente agotar la
sed de Dios
Dios está siempre más allá, pero se le puede percibir
simbólicamente en esta experiencia, que se convierte
entonces en un sacramento de Dios, en un camino para

2 M S PliK ün infinita \oiilia di b(ii( Frassinelli MiLmo I W 220


SEXUALIDAD Y ESPIRITUALIDAD I II

encontrarse con él, en un lugar donde Dios se hace presen-


te, aunque nunca por completo.
Esta concepción mítica choca también con la Biblia.
¿No se dice en el Génesis que Dios creó al hombre «a ima-
gen suya: macho y hembra los creó»? Si la unión sexual es
imagen de Dios, ello significa que experimentando y
viviendo el encuentro sexual se realiza la percepción de
Dios. Se convierte en una experiencia religiosa, de fe, en el
sentido más profundo de la palabra.
Se trata de una experiencia humana totalmente humana
y, por ello mismo, religiosa. No es una religión al lado de
la vida, sino la vida misma, que, vivida de determinada
manera, se hace religiosa: un encuentro con Dios, a quien
se encuentra y se experimenta en la vida. Escribe Valsecchi
en su sugerente libro Nuevos caminos de la ética sexual:
«La dimensión social de la sexualidad permite vislum-
brar con cierta claridad cómo contiene ya una referencia
a lo absoluto y cómo su despertar representa para el
hombre una invitación insoslayable y acuciante a la
transcendencia».
«Este reconocimiento -continúa Valsecchi- no es
nuevo, ni mucho menos, dado que también la Biblia
indica y utiliza la imagen de la sexualidad como "sím-
bolo de transcendencia", como '"revelación del amor
transcendente de Dios"».

Las expresiones más significativas de Valsecchi, en este


sentido, se encuentran al final del capítulo 2, donde afirma:
«Cuanto más alto es el impulso hacia el goce que se cree
posible en el encuentro sexual, tanto más íntimamente
se palpan sus limitaciones; cuanto más codiciada es la
expansión personal y comunitaria que puede actuar la
sexualidad, tanto más intenso es el sentimiento de sole-
dad, de extrañeza a veces, que puede derivarse de ella:
cuanto más amplia es la exigencia de sentirse uno pre-
sente entre los hombres y en el mundo, de una forma tan
\

112 IMAGINAR FL MATRIMONIO


i

robusta y profunda como es la sexual, tanto más doloro-


sa resulta la percepción, continuamente palpitante, de
que la muerte puede en cualquier momento señalar su
fin (,No se abre, precisamente en esta situación conflic-
tiva del vivir sexual, un resquicio por donde asomarse a
esa indecible necesidad de trascendencia} Si la sexuali-
dad es, tal como se nos presenta, una realidad tan para-
dójica y tan enigmática, 6 no esconderá también en sí
misma el valor de una referencia vital a una comunión
finalmente íesolutiva y beatificante, la comunión con
Dios'

En el diario La Repubblica apareció el 22 de julio de


1999 un incisivo artículo de Umberto Gahmbertí titulado
«Conventi, beata solitudine», cuyo núcleo era el siguiente:
«Lugar de las ultimas preguntas, el convento, lejos de
ser el recinto de la tranquilidad, es el espacio de la
inquietud, donde quienes se dirigen a él buscan un sen-
tido ulterior más allá de toda mesura reconocida, un
palpito de trascendencia que evite a la vida contraerse y
limitarse a ser una mueca burlona de la muerte, someti-
da a la sed fragmentaria de placel, sin ninguna finalidad
ni trascendencia»

Pero que nadie lo malentienda No es ésta una invita-


ción a la castidad, y menos aún a la abstinencia, porque
quizá no se dé un plus de sentido más que precisamente allí
donde el amor se entrega a un exceso en su expresión En
este exceso, la carne, que no sabemos aún conjugar con el
espíritu aunque seamos todos hijos de la religión de la
encarnación, sale de su opacidad y responde a la llamada
que describe de este modo el Cantar de los Cantares «Ven,
amado mío; salgamos al campo, pasemos la noche en las
aldeas. De mañana iremos a las viñas, veremos si la vid está

í A VAISETCHI Nue\o\ caminos de la ética \e\ual Sigúeme Salamanca


1974 61 y 68-69 ct todo el capitulo II
SEXUALIDAD Y ESPIRITUAL 1DAD 113

en ciernes, si las yemas se abren y si florecen los granados


Allí te entregaré el don de mis amores» (Ct 7,12-13).
Este entramado entre Dios y Amor, donde Amor ve en
Dios SU horizonte de trascendencia, y Dios ve en Amor su
naturaleza, que no podría conocer de otro modo, es quizá lo
que los visitantes buscan inquietos en la aparente tranquili-
dad conventual. No se trata de sentimentalismos, ni tampo-
co de impulsos místicos, sino de ese nexo indescifrable
entre el Amor y Dios, que no es un privilegio ni de los vir-
tuosos ni de los sabios, sino que -como escribe Chnstos
Yannaras, quizás el mayor teólogo ortodoxo de nuestro
siglo- «se ofrece a todos con las mismas posibilidades. Y
se trata tan sólo de saborear previamente el Reino, de la
única superación real de la muerte. Porque sólo si sales de
tu yo, aunque sea por los hermosos ojos de una gitana,
sabrás lo que pides a Dios y por qué corres detrás de Él».
Por tanto, no sólo en la percepción de la insuficiencia y
la transitonedad de esta experiencia se advierte una exi-
gencia de algo trascendente, de algo insuperable, sino tam-
bién, y sobre todo, se percibe una cierta incomunicabilidad
con el otro que remite a algo más, dentro de la plenitud
afectiva presente en la sexualidad. Hay dentro de ella un
plus que supera la experiencia concreta y que apela a lo
trascendente.

La sexualidad como experiencia del éxodo


/. LM sexualidad es deseo. El rostro inmediato de la sexua-
lidad se presenta como deseo. Sus expresiones más subli-
mes, así como las más ambiguas, presentan este aspecto: la
sexualidad hace del hombre un ser de deseo. Pero ¿qué sig-
nifica «desear»?
En primer lugar, al que desea le falta algo:
* No se desea lo que se tiene, sino lo que le falta a uno.
La sexualidad revela, por tanto, la finitud de nuestra
realidad: no lo somos todo; somos seres indigentes,
seres necesitados.
114 IMAGINAR EL MATRIMONIO

* Desear significa orientarse fuera de sí, buscar algo más


allá de uno mismo, superarse. El deseo puede concre-
tarse de varias maneras, que fundamentalmente se pue-
den reducir a dos: la necesidad y el deseo abierto (deseo
de desear)4.

El deseo se convierte en necesidad cuando busca, sobre


todo, saciarse y apagarse, anulándose como tal y adueñán-
dose del objeto deseado. No siempre, ni para todos, logra
apagarse este deseo. Pero cuando una persona es buscada
como objeto, al final acaba cesando el deseo. Hoy se pre-
gunta por qué falta muchas veces el deseo sexual. Puede ser
ésta una de las causas, o quizá la causa.
Pero ni siquiera en ese caso llega nunca el deseo a anu-
larse del todo. Siempre queda cierta insaciabilidad, cierta
apertura, cierta posibilidad de concretarse de otro modo,
siempre que se le tome en serio.
El deseo abierto (la otra posibilidad) no renuncia al
gozo, al placer de saciarse, sino que vive el placer como
nueva apertura, como apertura a lo que está siempre más
allá. Aquí no se realiza el encuentro con un objeto, sino con
un sujeto Pero cuando la persona es sujeto, nunca es asible
del todo. Sigue siendo un misterio imposible de captar, y
por eso sigue vivo el deseo de ella Nunca llega el apaga-
miento total, ya que la persona siempre se nos escapa.

2. La sexualidad es reconocimiento del otro. ¿Qué es lo que


desea la sexualidad? ¿Cuál es el objeto del deseo? ¡La
sexualidad no desea «algo», sino a «alguien»! Es deseo del
otro. Es verdad que el deseo puede concretarse como domi-
nio sobre el otro o como dejarse dominar por él. Es ésta una
posibilidad real, pero no la única.
El deseo de otra persona, cuando se concreta como
encuentro afectivo, puede engendrar la «admiración», ya

4 G VFNDR\MC, Sessualita, Cooperativa Servi/i Cultural), Treviso 1994


ei 24-38
SEXUALIDAD Y ESPÍRITU UJDAD 115

que el otro al que encontramos afectivamente es una per-


sona más rica y, en cualquier caso, irreductible al otro ima-
ginado. La admiración rompe nuestra costumbre de no
fijarnos en el otro, de utilizarlo, de encuadrarlo, de servir-
nos de él.
La admiración nos revela la presencia viva del otro. Y
si, una vez vivida y aceptada, se convierte en «ternura»,
deja de ser ignorancia, indiferencia, dominio sobre él. para
convertirse en apertura, acogida, atención, respeto, que
desembocan en su reconocimiento: es bueno que tú estés
ahí; es bueno que tú seas tú.
El otro, afirmado y reconocido, no es nunca un objeto;
es un tú que conserva abierto el deseo del yo en el momen-
to mismo en que lo llena de gozo y de felicidad.

3. La sexualidad es reciprocidad. Pero la sexualidad no es


solamente deseo del otro, reconocimiento del otro. Es tam-
bién deseo de ser deseado por el otro, de ser reconocido por
el otro. Es verdad que esto puede dar origen a ciertas for-
mas de egoísmo, pero también es posible que se concrete
en realidades que nada tienen de egoísmo. Es indudable
que cada uno de nosotros desea ser deseado y reconocido.
Este reconocimiento afirma la dignidad de cada uno. En el
reconocimiento mutuo se supera la dimensión del ser-para-
los-demús, abierta todavía a los riesgos del protagonismo,
del paternalismo y del asistencialismo, concretándola como
ser-con-los-demás, donde cada uno reconoce al otro y es
reconocido por él, y todos se reconocen como compañeros
de un camino que han de recorrer juntos.
En el reconocimiento mutuo, el deseo, lejos de verse
saciado y extinguido, da origen a una dinámica abierta, en
la que todo apagamiento es al mismo tiempo cumplimien-
to que crea placer y gozo, por un lado, y condición para un
deseo ulterior, por otro.

4. La sexualidad como apertura de un mundo. Es una expe-


riencia común el hecho de que el enamoramiento acentúa el
116 IMAGINAR EL MATRIMONIO

trabajo de la fantasía Nada cambia en apariencia, todo


parece ser como antes Pero, en realidad, todo adquiere una
luz distinta Esto sucede porque se ve todo en la perspecti-
va de un mundo distinto, abierto por la experiencia del
encuentro El trabajo de la fantasía sufre una gran acelera-
ción, se imaginan mundos nuevos, horizontes nuevos, se
hacen proyectos para el futuro Es la dimensión de la crea-
tividad de la sexualidad, que no se limita a la relación entre
los dos esposos, sino que abre todo un mundo, su mundo
Es este el contexto en que ha de insertarse también la
procreación en sentido humano el hijo no es tanto el here-
dero o un producto pui amenté biológico, sino que entra
dentro de esta apertura de un mundo que quiere comuni-
carse a los demás, es una expresión la expresión de una
creatividad más amplia, aunque genérica Por otra parte, el
hijo, esperado o quizá incluso programado, no es conocido
todavía, y si se le acoge en su novedad, alimenta la creati-
vidad de los padres llamándolos a renovar el mundo ya
expresado
La creatividad de la sexualidad no se limita a la pareja
ni al mundo de la pareja, sino que se abre al mundo social,
revistiéndolo de una carga que tiende a descubrir las posi-
bilidades de evolución ya presentes y a introducir otras
nuevas El objetivo consiste en trabajar por un mundo en el
que sean reconocidos todos y cada uno, valorando las posi-
bilidades concretas de liberación Muy oportunamente,
Dostoyevski, en Los hermanos Karamazov, hace decir a
Alejo Karamazov y a Lisa, finalmente enamorados «Vol-
veremos a los hombres, no los condenaremos, los trata-
remos a todos como enfermos, ¡nuestro amor les hará
resurgir'»

5. La sexualidad como experiencia del límite La sexuali-


dad es también experiencia del límite en su origen, en su
vivencia actual, en su cumbre Ya hemos dicho que en su
origen, en cuanto deseo, la sexualidad conlleva una caren-
cia, revela a un ser indigente Pero la experiencia del lími-
SEXUALIDAD Y ESPIRITUALIDAD 117

te se encuentra también en la cima la comunión sexual,


aun la más lograda humanamente, está marcada por el lími-
te desde dos puntos de vista En primer lugar, ningún gesto
sexual es eterno tiene un comienzo y un término En
segundo lugar, y sobre todo, la comunión sexual nunca es
una identificación romántica de los esposos, sino una alte-
ndad insuperable ninguno podrá jamás vivir la experiencia
tal como la vive el otro
La experiencia del limite puede ser origen de sufri-
miento, pero no es negativa Más aún, es tuente inagotable
de respeto, de escucha, de reconocimiento del otro que
siempre se repite Es la condición para que el deseo no se
cierre nunca en sí mismo, sino que se vuelva a abril cons-
tantemente, precisamente en el momento en que parece
estar a punto de apagarse
No insistiré en que la sexualidad como deseo del otro,
como reconocimiento del otro, como reciprocidad y como
experiencia del límite, describe y vive la misma experien-
cia religiosa que se define como desear, es decir, como
deseo de trascenderse, como encuentro con otro que es aun
más rico e irreducible un Dios que ama y que desea ade-
más ser amado (Dios con nosotros) Quiero recordar las
expresiones ya citadas del teólogo Raniero Cantalamessa,
que habla del enamoramiento, aunque lo que dice puede
referirse igualmente a la experiencia sexual «El amor es
percibir que el yo no lo es todo, que no es suficiente, que
no se basta a sí mismo y que siente el deseo del otro Pues
bien, es evidente que, cuando el yo pierde su omnipotencia,
se abre para acoger al otro y, en el otro, a Dios»

Dos conclusiones en perspectiva


/ El ene uentio sexual como experiencia mística Me inspi-
ro para esta primera conclusión en el psiquiatra católico
norteamericano Scott Peck, el cual nos dice1 que el gran

•5 MS PE-CK op at 221 222


J18 IMAGINAR bL MATRIMONIO

psicólogo Abraham Maslow se decidió un día a estudiar, no


ya a los enfermos, sino a las personas particularmente
sanas, ese uno por diez mil que parecía haberlo resuelto
todo, que parecía haber actuado todo su potencial humano,
que parecía haber realizado plenamente su propia humani-
dad. Llamó a estas personas «auto-realizadas» (personal-
mente, yo prefiero el término «co-realizadas») Al estudiar-
las, señaló al menos tiece características comunes a todas
ellas, una de las cuales era que percibían el orgasmo como
un acontecimiento espiritual y hasta místico
Una vez más, el término «místico» indica mucho más
que una analogía A lo largo de los siglos, los místicos han
hablado de la muerte del et>o como un paso necesario del
viaje espiritual y místico y hasta como el objetivo final y la
meta de dicho viaje Y quizá todos sepamos que los france-
ses llaman tradicionalmente al orgasmo «la petite mort», es
decir, «la pequeña muerte». La calidad subjetiva de la expe-
riencia orgásmica -continúa dicho psiquiatra- depende
mucho, naturalmente, de la calidad de la relación entre la
pareja
«Así, si estáis buscando una experiencia óptima del
orgasmo, la mejor maneía de conseguirla es realizarla
con alguien a quien améis profundamente Pero, aunque
la relación con la persona amada sea necesana para
alcanzar las cumbres místicas de la experiencia orgásmi
ca, una vez alcanzadas esas cumbres perdemos en reali
dad la conciencia del cónyuge En ese instante fugaz de
la "pequeña muerte" nos olvidamos de quiénes somos y
de dónde estamos Y en un sentido muy real, a mi JUICIO.
esto sucede porque hemos de)ado esta tierra y hemos
penetrado en el mundo de Dios El placer existe cuando
existe el amor profundo al otro Y el placel acrecienta,
ahonda este amor, habla de Dios Y este amor es expe
nencia de Dios, que es amor»'

6 Ibul 22\
SEXUALIDAD Y ESPIRITUALIDAD 119

De este modo, la experiencia sexual es potencialmente


religiosa. Se pregunta además Scott Peck si la experiencia
religiosa no será también sexual. «No creo que sea una
casualidad el que, a lo largo de la historia, la mejor poesía
erótica haya sido compuesta por monjes y por religiosas.
Quizá muchos conozcan la poesía En una noche oscura, de
san Juan de la Cruz, donde se entrelazan el amor de Dios y
la experiencia sexual»7.

2. No bajar el tono de la sexualidad y no trivializar la rela-


ción sexual. Trivializar la relación sexual significa no des-
cubrir ni reconocer toda la importancia y el significado que
residen en la sexualidad. Trivializarla significa privar al
encuentro sexual de la densidad que debería expresar. Se
trata del momento más intenso y más denso con la alteridad
del otro, con su misterio. Es una penetración no sólo física,
sino también interior, psicológica, moral, en el otro. No
puede ser un momento expeditivo, ocasional, posesivo,
invasor, presuntuoso, ya que el otro tiene otras sensibilida-
des, otros tiempos, otras esperanzas. Debería expresar el
encuentro de dos personas, más que de dos cuerpos; es el
encuentro de dos historias, de dos promesas, de dos futuros.
Es el momento decisivo en que dos vidas intentan mezclar-
se sin confundirse, comprometerse, conjugarse. Es la alian-
za que se expresa en la «sangre» y en la «carne». «A través
de la sexualidad, el sujeto entra en relación con lo que es
absolutamente otro». Hoy es frecuente el riesgo de bajar el
tono, la calidad de esta relación. Es fácil genitalizarla,
impidiendo de este modo que se convierta en signo de la
comunión y del compartir en su más alta expresión.

7. Ibid., 222.
9
La promoción de la mujer:
¿un ataque a la estabilidad conyugal?

Premisas

/ Vamos a ceñirnos al tema No quisiera meterme en digre-


siones sobre el porqué de la promoción de la mujer y los
motivos por los que no se ha logrado todavía en determina-
dos ambientes Tampoco voy a detenerme en el problema
eclesial, hoy particularmente sentido, referente al sacerdo-
cio de las mujeres Sabemos que es un tema candente y
sobre el que aún no se han apagado las polémicas, incluso
internas, ni siquiera después del documento de la Congre-
gación para la Doctrina de la Fe, que ha decidido de forma
«definitiva» excluir a las mujeres del sacerdocio Pero en el
terreno teológico se está discutiendo sobre el valor y el sen-
tido de esta «definitividad», y son muchos los que desean
un debate abierto sobre esta cuestión (lo mismo que sobre
otras) para llegar «todos juntos» a una opción motivada y
basada en razonamientos escnturísticos y evangélicos
El centro de nuestra reflexión será el siguiente 6está la
promoción de la mujer (un hecho hoy incontrovertible) ata-
cando y corroyendo la estabilidad conyugal7

2 Creo que se puede sostener que la opinión más difundi-


da, incluso entre los católicos, es afirmativa la promoción
y la emancipación de la mujer es una de las causas pnncí-
LA PROMOCIÓN DE LA MUJER... 121

pales de la disgregación familiar. Recuerdo que, durante


una transmisión radiofónica donde se hablaba del matrimo-
nio, intervino una mujer de unos 50 años, que afirmaba: «Si
la mujer no vuelve a casa, no podrá haber una familia esta-
ble». No quisiera, desde luego, minimizar esta afirmación,
aunque resulte muy discutible y quizá haya quedado ya
superada. Una joven esposa que ha sido durante varios años
una inteligente animadora de grupos juveniles y luego cate-
quista, comprometida hoy en la pastoral matrimonial, me
ha confiado sus dificultades para conciliar la atención a la
casa con el desempeño de una profesión fuera de ella. Es
logopeda, ha tenido ya su tercer hijo, Lucas, y ahora tendrá
que volver a su trabajo en la. Ha solicitado el part-tirne, y
se lo han negado. Me ha asegurado que le gusta estar en
casa, pero que se ha dado cuenta de que así no crece como
persona, que se restringen sus posibilidades y que va
aumentando cada vez más su insatisfacción y su inquietud.
No se puede negar, por tanto, que la salida de casa de la
mujer supone o ha supuesto muchas veces ciertos desga-
rrones en el entramado familiar, aunque a mi juicio no es
posible crear nada nuevo sin algún crujido o discordia. To-
da novedad conlleva un desarraigo del pasado; pero tal de-
sarraigo sirve para crecer. La cultura hebrea se apoya en el
tema del éxodo y del destierro: tener una mentalidad de
éxodo es la manera de crecer y de ser creyentes. Mante-
nerse en posiciones estáticas y definitivas no lleva sino a
encerrarse y a no percibir el pulso de los signos de los
tiempos.

Tres grandes horizontes

/. El nuevo rostro de la estabilidad conyugal. De manera


un tanto simple, que esperamos no sea simplificadora,
podemos afirmar que la estabilidad conyugal del pasado se
apoyaba en tres pilares.
122 IMAGINAR FL MATRIMONIO

I L ^ SLMISION DF I A MUJER M HOMBRE,


DF LA ESPOSA AL MARIDO

Era una subalternidad jurídica, económica y social jurídi-


ca, en el sentido de que el Código civil considerabaa al
hombie como cabeza de la familia, y era él, por tanto, quien
podía decidir autoritariamente; económica, en el sentido de
que la fuente de producción era el mando, por lo que la
mujer no tenía ninguna actividad remunerada como propia,
social, porque se educaba a la mujer para estar al servicio,
a la disposición del mando Estas reglas «subordinacionis-
tas» son muy antiguas Incluso la Carta a Timoteo expresa
esta cultura de manera dura e intransigente, aunque, lógi-
camente, debe interpretarse en el contexto social de la
época
«La mujer oiga la instrucción en silencio con toda
sumisión No permito que la mujer enseñe ni que domi-
ne al hombre Que se mantenga en silencio Porque
Adán fue formado pumero, > Eva en segundo lugar Y el
engañado no fue Adán, sino la mujer, que, seducida,
incurrió en la transgresión Con todo, se salvará por su
maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en
la candad y en la santidad» (1 Tim 2,1 1-15)

También en la Carta a los Efesios aparece esta mentali-


dad de subordinación de la mujer
«Sed sumisos los unos a los otros en el amor de Cristo
Las mujeres a su mando, como al Señor, porque el
mando es cabe/a de la mujer, como Cristo es Cabeza de
la Iglesia, el salvador del Cuerpo Así como la Iglesia
esta sumisa a Cristo, así también las mujeres deben
estarlo a sus mandos en todo» (Ef 5,21 22)

El filósofo Fernando Savater afirma que las mujeres


estaban destinadas al gregarismo, privadas de un mundo de
acción propia Les estaba prohibido tomar parte en la \ida
r

1 A PROMOCIÓN DE LA MUJER 1 23

pública Por eso mismo, afirma el filósofo, se vieron obli-


gadas a tener relaciones entre ellas, desarrollando amistades
femeninas hasta llegar al chismorreo, mientras que los hom-
bres no tenían tunta facilidad para desarrollar la amistad'

II L A IF Y \ 11 nrBt R

Podríamos hablar también de dos pilares, ya que puede dis-


tinguirse entre la ley y el deber Los he unido, porque la
mentalidad subyacente es la misma. Descienden de una
misma cultura una vez asumido un compromiso, hay que
observarlo y cumplirlo con sentido de responsabilidad
Aunque cesara o pudiera cesar el amor, la ley no permitía
disolver el vínculo conyugal, y el deber para con el otro
impedía acceder a la disolución del matrimonio Se supera-
ban las dificultades que se encontraban, precisamente por-
que no había otra salida Y no podemos decir que la ley y
el deber ayudasen a muchas parejas a estar unidas y,
muchas veces, a replantearse o a reavivar su propio amor.
La facilidad de disolución no ayuda ciertamente a las
parejas a afrontar los problemas Hoy se advierte la tenden-
cia a evadirse de las dificultades y, en esa evasión, a no ha-
cerse cargo de la propia relación para revisarla y aclararla
Antaño, muchos matrimonios llevaban una vida lángui-
da, sin amor y a veces con opresiones y esclavitudes que
deshumanizaban a las personas. La ley y el deber estaban
por encima del hombre y de la pareja, y no siempre a su ser-
vicio Era una estabilidad externa y no interna la que tenía
que vivir la pareja

1 F SWATHK, la uigione appasuonata Frassinelli Milano 1996, 5 ? s)4


124 IMAGINAR H MATRIMONIO

111 LOS HIJOS

Los padres seguían juntos por los hijos. El hijo y su educa-


ción era el cimiento que unía a los dos, aunque cesara el
amor.
«La pareja ha adquirido una enorme importancia en el
mundo moderno En otros tiempos, la familia era muy
extensa estaban los parientes. Hoy la gente se casa por-
que "se quiere", porque "está enamorada" Siguen estan-
do juntos mientras siguen gustándose, mientras siguen
considerándose enamorados Los mismos hijos no cons-
tituyen ya un motivo suficiente para seguir unidos, si los
cónyuges "no se aman" Lo que sostiene ahora la unión
es tan sólo el vínculo amoroso entre un hombre y una
mujer Y eso une a dos individuos más libres, más ricos,
más maduros, cada uno con su red de relaciones, con su
trabajo, con sus ideas políticas y religiosas La pareja es
una unidad dinámica, un crisol creativo en el que las dos
personalidades se tunden, se mezclan, discuten, se com-
plementan para enfrentarse a un mundo cada vez más
complejo El amor es el mordiente de esta tensión y de
esta unión»'

Pues bien, es evidente que, si la estabilidad conyugal


tiene que nacer del amor interpersonal, éste no podrá
menos de desarrollarse en personas que estén en un plano
de igualdad, que se miren cara a cara. Y entonces la pro-
moción de la mujer y la afirmación de su pandad tendrá
que ser un apoyo de la estabilidad conyugal, la que nace de
una relación de igual dignidad. Hoy las separaciones tienen
lugar cuando una persona (por lo general la mujer) se
encuentra en una posición subalterna.
2. Amor y libertad. Es un binomio cuyos términos no se
excluyen, sino que se reclaman mutuamente. El amor exige
libertad, y la libertad hace crecer el amor.

2 F Alberoni, Ti amo, Rizzoli, Milano 1996,14


LA PROMOCIÓN DE LA MUJER 125

6Puede un amor ser tal si no respeta la dignidad y la


libertad del otro 9 6Y puede una persona expresarse a sí
misma, sus posibilidades, si no es libre de actuar como
quiera9
En muchos esta arraigada la idea de que casarse signifi-
ca limitarse, humillarse También en la mentalidad común
está presente la convicción de que, para vivir bien el matri-
monio, cada uno de los cónyuges tiene que recortar alguno
de sus deseos, restringir alguna de sus esperanzas, renun-
ciar a alguno de sus proyectos Casarse, se dice, es un
encuentro de dos personas en el que cada una de ellas está
destinada a «sacrificar» algo El amor se expresaría en este
«sacrificio mutuo» Y como hoy -se afirma- falta la dispo-
nibilidad paia este «sacrificio», muchos matrimonios en-
tran en crisis y fracasan Esta crisis parece aludir a la explo-
sión de la autonomía y de la libertad La persona ya no
acepta ser sacrificada, ni siquiera en nombre del amor'
¿Amarse significa sacrificarse9 ¿Renunciar a sí mismo9
¿Recortar los propios deseos y perspectivas en nombre de
una opción de comunión7 Todavía son muchos, incluso
entre los jóvenes, los que piensan que «sacrificarse» por el
otro por amor es un gesto de libertad Incluso sostienen esta
convicción apoyándose en la palabra de Dios, que parece
invitar a la «renuncia de si mismo» por el otro «El que no
se niega a sí mismo, no puede ser discípulo mío» Sirve de
contrapeso a esta convicción una frase de Bonhoeffer
«Hay un cierto altruismo que es pretencioso y opresivo,
hay un cierto egoísmo que es menos pretencioso y más
altruista» {Resistencia \ sumisión)
Bonhoeffer parece afirmar que amarse a sí mismo es el
camino para amar correctamente al otro Quien no se ama
a sí mismo acudirá al otro para refugiarse o para compen-
sar su falta de afecto hacia si mismo De todos modos, acu-
dirá a él con una intención avarienta Y fácilmente el en-

3 D L O P F / - S C O R B H LA Liberta e aman Bollati Bonnghien Tormo


1991 cf 193 211
126 IMAGINAR EL MATRIMONIO

cuentro se transformará en captura del otro. Pero quien se


ama a sí mismo, tendrá una consistencia y acudirá al otro
por el otro, sin deseo alguno de transformarlo, convertirlo o
asimilarlo.
La evangélica «renuncia a sí mismo» ¿indica que hay
que «sacrificarse» o, más bien, «liberarse del yo»? En esta
distinción es en la que debemos centrar nuestra atención.
«Liberarse del yo» es romper con el sentimiento de omni-
potencia que impide progresar, aprender, mientras que
«sacrificarse» indica renunciar a las propias ideas, proyec-
tos y posibilidades.
Sacrificarse por la esposa (o por el esposo) podría ser
una manera de no amarlo, ya que amar es urgir al otro, no
desresponsabih/arlo ocupando su puesto. Una persona
sacrificada (en el sentido de que renuncia a sus propias
potencialidades) no podrá construir una relación de pareja,
en la que los dos, como hemos dicho, se miren cara a cara
en pie de igualdad.
Sobre este mismo tema del amor y la libertad me gusta-
ría citar algunas expresiones: una de Louis Evely y otra de
Etty Hillesum:
«Nunca habéis de poseer al otro
más que con su libeitad.
Correr continuamente el nesgo de perderlo-
con esta condición se le conserva.
Pero si le aferráis la mano en exceso, si lo apresáis.
mataiéis lo que poseéis» (L. Eveh).

Dos personas son aliadas cuando se respetan como


iguales. La subordinación o la dependencia de uno respec-
to del otro no indica amor. La lucha emprendida por la
mujer para apropiarse de su dignidad o paridad no va sólo
en favor de la mujer, sino en favor de la pareja. La pareja
será lo que debe ser cuando esté formada por dos personas
que piensan juntas, que se aman, que se ponen al mismo
nivel frente a las responsabilidades.
LA PROMOCIÓN DE LA MUJER... 127

Sobre la idea de paridad se inserta la idea de libertad.


«Dejar completamente libre a una persona a la que se
ama, dejarla totalmente libre para que haga su vida, es la
cosa más difícil de lograr»4.

Aquí entra el tema de la autonomía y la libertad del


otro. Amarse es ayudarse a crecer cada uno en su propia
originalidad y diferencia.
La filósofa francesa Luce Hirigaray, en su libro Je l 'tu-
rne, afirma que el amor es una relación entre dos subjeti-
vidades autónomas y que debe expresar la pasión por la
diferencia.
Así pues, el crecimiento de la mujer y la lucha por su
dignidad pueden hacer que se tambalee una relación de
pareja basada en la subordinación, pero pueden y deben
también hacer crecer y consolidar una relación basada en la
comunión y en el respeto a la diferencia y la libertad pro-
pias de cada uno.
3. Hoy el desconcierto es del varón. Hoy son los hombres
quienes están empezando a padecer una crisis de identidad.
Desde luego, viven con más incertidumbres que las muje-
res. En esta promoción de la mujer, quien ha perdido el
monopolio ha sido el hombre. Durante mucho tiempo fue
él quien detentó el monopolio de la preeminencia social,
del significado, de la sabiduría. Una vez perdida esta posi-
ción, ha entrado en crisis.
En esta situación tan convulsa hay hombres que, al sen-
tirse amenazados, reaccionan y fundan clubs de varones;
hay otros que ven en todo ello una posibilidad ofrecida por
las mujeres para descubrir otros aspectos de ellos mismos
rechazados hasta ahora, como el poder confiarse a otro
hombre o desarrollar un mundo de fragilidades y de senti-
mientos. Hoy los hombres pueden permitirse el lujo de ser
frágiles, cosa que antes era absolutamente impensable.

4. E. HlLl.BSUM. Diario, Milano 1987. cf. 78-85.


128 IMAGINAR EL MATRIMONIO

Las mujeres podían ser frágiles, y los hombres debían


ser necesariamente fuertes, aun cuando en ambos casos se
tratase muchas veces de una ficción Ahora las mujeres
aceptan ser fuertes, y los hombres se atreven a descubrir su
fragilidad sin avergonzarse ni sentirse acomplejados
Viviendo de este modo su humanidad, el marido volverá a
ser hombre y no un despota, un amigo y no un amo Y den-
tro de esta pandad recuperada nacerá la comunión estable
y verdadera

Las conquistas de la mujer, ¿desestabilizadoras


o constructivas para la vida de pareja?
/ El rechazo de la subordinación La mujer ha tomado
conciencia de su dependencia del mando e incluso, a veces,
de su explotación Ya no acepta que sea el mando quien
decida cómo conducir la familia Reivindica la igualdad en
la toma de decisiones Ya no acepta vivir la unidad de la
pareja como una situación en la que el decide y ella dice
que sí Entiende la unidad como un vivir y escoger juntos,
en igualdad, aunque dentro de la diversidad de ideas y
sensibilidades
Esta reivindicación de igualdad de peso y dignidad,
como ya hemos indicado, podrá parecer a veces que rompe
y desestabiliza la unidad de la pareja, pero no hace mas que
sacudir una falsa unidad para proyectar la verdadera

2 El rechazo de la dimensión meramente domestica La


mujer no acepta que su papel se reduzca a ser «madre», es
decir, reconoce que la maternidad es una dimensión de su
ser personal, pero no toda su persona La exaltación de la
maternidad a lo largo de los diversos periodos históricos
parece haber reprimido en la mujer la conciencia de su peso
personal y social Hoy se está analizando de nuevo el valor
y el sentido de la maternidad, sobre todo para que no se
viva de modo que apague en la mujer la libertad y la glo-
bal idad de los valores
LA PROMOCIÓN DE LA MUJER... 129

Respecto a la relación con los hijos, merece la pena des-


tacar algunos hechos:
* A menudo, los hijos de mujeres que trabajan fuera de
casa sufren menos perturbaciones y son más robustos y
responsables psíquicamente (Bellotti). Parece que es
peor el exceso de presencia que el exceso de ausencia.
En cualquier caso, si es problemática la ausencia, tam-
bién lo es el exceso de presencia.
* Una mujer reprimida y mortificada crea fácilmente des-
compensaciones psicológicas en el niño. Al invertir
todo lo que es (ideales, futuro, realización personal...)
en el hijo, pone en marcha mecanismos educativamente
nocivos y perturbadores. Si la mujer es persona antes de
ser madre, con su propia consistencia, podrá tener una
relación educativa más verdadera y gratuita.
Así pues, también la pretensión de salir de casa y de
ejercer una profesión o mantener un compromiso social o
político, no perjudica a la pareja ni a la educación de los
hijos, que podrán incluso confrontarse con una persona
que, a través de sus experiencias, se ha hecho madura y ha
acumulado sabiduría.

J. La negativa a vivir la sexualidad «al servicio» del hom-


bre. La mujer pretende que el cuerpo y el sexo sean expre-
siones de un camino de comunión global. Recojo en este
sentido una página de Valerio Albisetti que me parece ser
una buena ilustración al respecto:
«Las mujeres, sobre todo en estos últimos años, se sien-
ten parcialmente desilusionadas, frustradas en sus rela-
ciones de pareja. No las aprecian tanto como sus man-
dos, ni las consideran capaces de satisfacerlas afectiva-
mente, emotivamente. Hay que decir, en cualquier caso,
que la mujer tiene a menudo unas expectativas exagera-
das, faltas de realismo, con respecto a su marido. Tam-
poco hemos de olvidar que la mujer, más que el hombre.
130 IMAGINAR EL MATRIMONIO

espera ver satisfecha por su mando cualquier exigencia


matrimonial
Los mandos, por el contrario, se muestran satisfe-
chos del matrimonio Es difícil que los terapeutas de la
pareja encontremos mandos que se lamenten de la rela-
ción conyugal Quizá porque, bajo el stress del trabajo,
de la competición profesional, están deseando estar en
casa y descansar con su mujer
Además, últimamente, los mandos tienden tada vez
más a respetar la esencia del matrimonio, la monogamia,
mientras que las mujeres tienen muchas más relaciones
extraconyugales que sus respectivos maridos
Hoy los hombres tienden a asumir una actitud pasiva
en el matrimonio, menos agresiva que las mujeres
Prefieren, por ejemplo, fantasear sobre otras mujeres,
peí o sin abandonar a la suya propia Para ser correctos,
hemos de decir que los hombres son más superficiales
que las mujeres con respecto al matrimonio, quizá por
eso sea precisamente éste el motivo de su tranquilidad
conyugal
Sin embargo, un número cada vez mayor de mandos
empieza a preguntarse qué es lo que quieren las mujeres,
y en estos últimos tiempos los jóvenes y las parejas en
general están volviendo a los valores tradicionales
Por consiguiente, éste es el momento de aumentar la
conciencia personal para llevar mayor serenidad y felici-
dad al matrimonio»'

Promoción de la mujer y vida de la pareja

/ La cultura occidental, sobre todo del siglo xvm, se ha


basado en el valor de la razón E incluso de una razón
mutilada, por haberse dedicado eminentemente al cálculo

5 V ALBiSFrn Terapia dtII amare coniugaU Paoline Milano 1994


11 12
t
LA PROMOCIÓN DE LA MUJER .. 131

La ciencia y la técnica han dominado sobre el sentimiento,


que se consideraba perteneciente al mundo de lo incalcula-
ble. De ahí ha surgido una cultura productivista, racionalis-
ta. La razón quería ver «claro y distinto» para poder clasi-
ficar y esquematizar
Esta cultura ha impedido una verdadera relación entra
las personas. En efecto, la persona es misterio. No es posi-
ble conocerla sólo por la razón; se la conoce con el senti-
miento, con la pasión. Creo que puede y debe existir una
razón apasionada, una razón que tenga en cuenta el senti-
miento, para ser verdaderamente racional.
«No se ve bien sino con el corazón» 6 . Por eso la relación
de pareja cobrará nuevo vigor si se da cabida al sentimien-
to y a la intuición, dos cualidades que posee preferente-
mente la mujer.
La comunión es más fruto del sentimiento que del razo-
namiento. El Espíritu Santo que une es amor, sentimiento;
y en el lenguaje hebreo es del género «femenino».
2. El amor como inversión de toda la persona. Como ya
hemos indicado, el peligro del varón consiste en considerar
la sexualidad, así como el amor, como una parte de su pro-
pia vida, y quizá una parte tan sólo secundaria o funcional.
El hombre invierte más en el trabajo o en la vida social o
política. No se trata de desconocer la importancia del tra-
bajo o del compromiso social, pero éstos deben permanecer
anclados en el amor y descender de él. Si el hombre no
invierte toda su persona en el amor, ni se humaniza ni
puede ya humanizar su profesión ni sus opciones socio-
políticas.
No queremos reducirlo todo al matrimonio y a la fami-
lia, pero cuando las personas se comprometen en profupdi-
dad en una experiencia de apertura, de compartir, de con-
frontación, de participación, no hay duda de que aportan
una nueva cualidad a su vida profesional y social.

6 A nh S\iNT-Exi'PFR>, tlpnnt tpito Alian/a/Emece. Madrid 1982 . 8 7


132 IMAGINAR El MATRIMONIO

No se puede vivir el amor tangencialmente; el amor, o


compromete o no es amor. Si no compromete, se transfor-
ma en todo lo contrario, en egoísmo: se ve al otro en fun-
ción del propio yo y los propios intereses. Y aquí la mujer,
con su insatisfacción, es una llamada al hombre para que
entienda y viva «de otro modo» el amor.

i. Vivir el amor como tolerancia y acogida de lo distinto.


El sello del amor en masculino es de naturaleza más racio-
nal. Y la razón tiende a definir lo que es claro y lo que es
oscuro, establece fronteras perfectamente trazadas. En
cambio, el sello del amor en femenino es más personal. La
persona no es toda ella clara ni toda ella oscura. Posee
características distintas, cargando interiormente con todos
sus defectos. Cuando se ama a la persona, se la ama tal
como es, en su diversidad y diferencia, aceptando y aco-
giendo todos sus defectos. Jesús amó así a las personas.
El amor tendrá que ser animado ciertamente por la
razón para poder comprender. Pero se necesita una razón
acogedora. Y esta acogida tolerante es la que propone la
mujer, que puede de este modo ofrecer una aportación pri-
vilegiada a un amor más verdadero.
10
El amor
como aprendizaje de la alteridad

Interrogantes

/ El de este capitulo es un título «parcial», que intenta cap-


tar un aspecto del amor, pero que no pretende abarcar toda
su pujante amplitud Expresa la intención de descubrir una
dimensión del mismo que por mucho tiempo, especialmen-
te en el pasado, ha quedado olvidada o sepultada 6 Acaso
no es verdad que en el amor la idea de unidad ha prevaleci-
do sobre la de distinción7
En las diversas y entusiastas reflexiones que se han ela-
borado sobre el amor, ¿no se descubre fácilmente una ten-
dencia común a cantar más la «fusión» de dos personas y
dos corazones que a ensalzar el «milagro» de dos personas
que se aman y se acogen en su diversidad y que saben reve-
larse en su diferente alteridad' ¿Amar es asimilarse, fun-
dirse o, más bien, diferenciarse y ser cada cual uno mismo 7
Son éstos los interrogantes que animarán nuestra búsqueda

2 La insistencia en el tema de la alteridad y de la diferen-


cia en el amor no pretende arrojar sombra alguna sobre el
amor como sueño, como sorpresa, como «poesía de la
vida», como encuentro de un mundo nuevo
En una pequeña novela, K Gibran canta autobiográfi-
camente su primera experiencia amorosa
1

134 IMAGINAR EL MATRIMONIO

«Tenía dieciocho años cuando el amor me abrió los ojos


con sus rayos mágicos y tocó mi espíritu por primera vez
con sus dedos de fuego, y Selma Karamy fue la primera
mujer que despertó mi espíritu con su belleza y me con-
dujo al jardín del noble afecto, donde los días pasan
como sueños y las noches como ceremonias nupciales .
Selma fue la Eva de mi corazón, lo llenó de secretos
y de maravillas y me hizo comprender el significado de
la vida»'

El amor del hombre y de la mujer es un acontecimiento


prodigioso que lleva continuamente a llenar los corazones
de secretos y de maravillas y a transformar la soledad en
momentos felices.
¿Cómo podrán regenerarse esta frescura y este impulso
pasional superando o disolviendo el polvo del tiempo, que
trata de adormecer y mortificar el amor?
Vivir el amor como el encuentro de dos consistencias,
de dos alteridades o, como dice ítalo Calvino, «como el
encuentro de dos que no se encuentran» 2 (porque son y
seguirán siempre extraños el uno al otro), es quizás el cami-
no que permite la sorpresa y el dejarse sorprender constan-
temente por el otro.

Amar no es fácil

Está muy generalizado el convencimiento de que amar es


fácil. Pero lo que es fácil es enamorarse, no amar. «Amar
es una empresa difícil» (R.M. Rilke). Existe una gran y
lamentable confusión entre el enamoramiento y el amor. El
enamoramiento es sentirse preso, como poseído, por el
amor. La persona se ve arrastrada, «invadida», expropiada.

1 K GIBRAN, Le ali s-pe;:aie Mondadon, Milano 1995, 2S (trad cast


Alus rotas, Ramos-Majos, Barcelona 1982)
2 I CMVINO, Amon diffiah, Mondadon, Milano 199^, 11 (trad cast U>s
amores thfíalis, Tusquets, Barcelona 1989)
EL AMOR COMO APRENDIZAJE DE LA ALTER1DAD 135

Muchos han comparado este amor con el rapto extático.


Platón habla incluso de «delirio divino». David lo compara
con el sueño hipnótico. Kierkegaard afirma: «El amor tiene
muchos misterios, y este primer enamoramiento es también
un misterio, y no precisamente el más pequeño». ¿Es amor
esa forma de posesión o de «desposesión»? ¿O bien habrá
que configurar esta experiencia extática como enamora-
miento? ¿Dónde está la diferencia entre enamoramiento y
amor?
En el enamoramiento acechan tres grandes riesgos:
* Se vive un entusiasmo arrollador, por el que todo pare-
ce fácil, factible. Hay un sentido de omnipotencia con
respecto al futuro, el cual se presenta luminoso, sin que
se vislumbre ninguna dificultad. Parece casi imposible
que el amor pueda tener ocaso.
* La persona proyecta sus esperanzas en el otro, en quien
ve la realización de sus propias posibilidades y de sus
propios sueños. No es tanto que se ame al otro, sino que
el otro es, a nivel inconsciente, la compensación de las
propias necesidades.
* La persona enamorada pierde los límites de su yo, se
encuentra fundida con el otro. No son dos personas dis-
tintas, sino que resultan ser una única realidad, con un
único pensamiento y un único proyecto. No existe el yo,
no existe el otro; sólo existe el amor.
El enamoramiento no es un acto de la voluntad, no es
una opción consciente; es un arrebato que domina a la
voluntad.
«El enamoramiento es una experiencia inevitablemente
temporal. Lo cual no significa que en u determinado
momento dejemos de amar a una persona de la que estába-
mos enamorados, sino que se ha acabado el éxtasis»1.

^ M S PECK, Un'infímla vogha di bene, Frassinelli, Milano 1995. 115


}

136 IMAGINAR El MATRIMONIO

Cuando se desvanece el enamoramiento, o los enamo-


rados se separan o empiezan realmente a amarse Se entre-
vé que un nombre y una mujer empiezan a amarse cuando
se debilita el encanto del enamoramiento, porque el amor
es respetar, valorar, hacer crecer al otro en su diferencia y
altendad Amar es encontrarse con el otro superando la ten-
tación de absorberlo o de homologarlo Amar es permitir
que el otro sea él mismo, e incluso estimularlo para que
busque y viva su propia identidad y siga su proyecto Amar
es hacer que salga al extenor el «yo del otro», liberar su
irrepetible diversidad
En esta línea, el amor de pareja no es la fusión de dos
personas, sino la comunión de dos libertades, de dos con-
sistencias, de dos diferencias
Pues bien, amar la libertad del otro, respetar su diferen-
cia de ideas y de proyectos, no es una empresa fácil ni una
realidad que se improvise Es una construcción difícil, un
camino hacia arriba, ya que significa salir del propio yo y
de las propias esperanzas Por otra parte, sólo el «estar fren-
te al otro» se convierte también para el yo en fuente de
estimulo y de despertar
En Gn 2,18 se lee- «No es bueno que el hombre esté
solo Voy a hacerle una ayuda adecuada» «Adecuada» es la
traducción de una luminosa palabra hebiea, Lenegdo, que
significa «estar delante, estar de frente» La relación hom-
bre-mujer indica una relación entre dos que están el uno
frente al otro, una relación que exige la consistencia de los
dos El amor no la elimina ni la rebaja, sino que la refuer-
za, ya que sólo en esta «consistencia bi-fronte» pueden
ambos identificarse y desplegarse

El amor como relación de alteridad

Hasta ahora he empleado indistintamente los términos alte-


ridad y diferencia, afirmando que el amor se expresa en el
respeto a la diferencia del otro. Es oportuno, sin embargo,
1

FL AMOR COMO APRENDIZAJE DE 1 A A1TFRIDAD 1 37

distinguir entre diferencia y altendad, que no son pala-


bras sinónimas: una cosa hablar de «diferencia», y otra de
«altendad»
Al poner el acento en la diferencia, se puede reconocer
que cada ser es indiferente y que hay que imponer el res-
peto a esta vanante si se desea valorar a cada uno. El res-
peto a la diferencia lleva a la tolerancia, pero no todavía a
la solidaridad, puede conducir al reconocimiento, pero no a
la valoración de las diferencias; puede producir una convi-
vencia no violenta, pero no promueve el aprendizaje del
uno por parte del otro.
Poner el acento en la altendad significa reconocer una
relación asimétrica Entre el yo y el otro, el centro no es el
yo. sino el otro El yo está llamado a reconocer en el otro
al maestro, el estímulo que le plantea preguntas, el de-
sorden que viene a perturbarlo, a descomponerlo, a
desembriagarlo4.
En la relación con el otro se da un continuo éxodo de la
tranquilidad a la inquietud, de la posesión a la demanda, del
adormecimiento al deseo de nuevas perspectivas. Cuando
se pone al otro en el centro, desconcierta y descompone al
yo, pero no lo destruye, no lo aliena, sino que le hace cre-
cer, lo despierta, le obliga a caminar en busca de «algo
más»
Decimos que todos los otros son diferentes, pero no hay
ningún otro que sea indiferente, ya que lleva consigo suge-
rencias, tensiones, sin las que el yo no puede crecer Sin el
otro, la persona corre el peligro de petrificarse, consolidán-
dose en la gravedad de su pensar o de su ser. La diferencia
crea la coexistencia, mientras que la altendad crea la
comunión y la intersubjetividad.
También el amor de pareja crece cuando se alimenta de
este valor urgente de la altendad: cada uno de los dos está
llamado a abandonar la centrahdad del propio yo para asu-

4 E LFVINAS, roialiilad t infinito Sigúeme, Salamanca 1977. cf


228 2^2
138 IMAGINAR EL MATRIMONIO

mir la centralidad del otro. El amor no consistirá en preten-


der que el otro responda a nuestras propias exigencias, sino
en poner el propio yo al servicio de sus esperanzas, para
hacer que brote la «riqueza» que hay depositada en él. Y
esta riqueza es de otro horizonte, porque el otro habita en
otro país. Se da en él un excedente que supera los horizon-
tes del yo.
En esta perspectiva, amar no es tanto servir o dar cuan-
to escuchar el murmullo que procede del lugar en el que
nunca se ha habitado y que no es posible conocer si no es
saliendo de las propias perspectivas, del propio yo. Tengo
que dejar mi tierra, mi horizonte, y marchar a otra tierra
(Gn 12,1).
Amar es adquirir y alimentar la calidad de la escucha
recíproca, escucha que se convierte en atención, en respeto,
en confrontación, en estímulo.

Del amor-espontaneidad al amor-mandato

Aquí se perfila un repentino cambio de dirección que tal


vez haga que muchos se sientan desplazados. De hecho, se
trata de un cambio que no es fácil de comprender y, quizá,
ni siquiera de aceptar. Trataré de exponerlo y explicarlo.
En el libro del Deuteronomio se habla de la alianza de
Dios con el pueblo de Israel. Moisés dice al pueblo:
«Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,5). Se utiliza el impe-
rativo futuro: «Amarás». También en el evangelio encon-
tramos este imperativo: «Amaos los unos a los otros como
yo os he amado» (Jn 15,12). El mismo Pablo afirma:
«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5,25).
Nosotros asociamos el amor a la espontaneidad. El amor
parece verdadero, sincero, generoso, cuando es espontáneo.
Cuando es mandado, nos parece una contradicción.
EL AMOR COMO APRFNDIZAJE DE LA ALTbRIDAD 139

Sin embargo, «en la alianza y en la Biblia el amor y el


mandamiento presentan una perfecta reciprocidad el amor
sólo puede ser mandado, y el mandamiento sólo puede ser
producto del amor» s
El amor espontáneo es el que brota del yo, del ser
humano, y este amor se dirige hacia el otro por una propia
necesidad de ser, en busca de la propia identidad, es un
amor cautivador, posesivo No es una salida de sí, sino un
hacer entrar al otro dentro de las propias necesidades Este
amor no conoce una verdadera altendad, una trascendencia
más allá del yo, por decirlo con una imagen, es como la
peregrinación de Ulises, que regresa a casa después de mil
peripecias El amor como mandamiento, por el contrario,
dice ruptura de la identidad, respuesta a una llamada que
viene de fuera, obediencia a una llamada, éxodo hacia un
país extraño Y el ejemplo es Abrahán
La altendad del otro queda garantizada cuando el amor
no parte del yo, sino que es respuesta a una participación
propuesta desde fuera
Me permito subrayar algunas ideas,
A
El amor espontáneo no es un amor libre, sino que busca
el propio placer, el propio interés Es salir para tener,
para compensarse, es un amor ávido No es el encuen-
tro real con el otro, con sus exigencias, consigo mismo,
con las propias exigencias Y cuando el otro no corres
ponde ya a nuestras expectativas, deja de interesarnos
* El amor espontáneo es la expresión del yo capturador e
imperialista que, creyéndose el centro de todo y «juez»
de todo, resulta sofocante para la libertad del otro El
amor referido al imperativo es, por el contrario, el amor
que se hace acogida, apertura, responsabilidad de la
altendad del otro
* Por consiguiente, el amor tiene que recorrer un cami-
no pasar de la espontaneidad a la altendad El amor de

<5 A RvzuEwdo Edizioni Cultura della Pace Fiesole 1990 28-^0


140 IMAGINAR t i MATRIMONIO

pareja nace del entusiasmo espontáneo, pero no hay que


detenerse en él Tiene que conducir a la altendad ¿Qué
significa esto'7 El amor auténtico es responsable de las
exigencias del otro, es obediente Obediencia se deriva
de ob-audire, que significa oír en profundidad Es un
amor que se convierte en escucha para captar las pers-
pectivas, los estímulos, las esperanzas del otro y res-
ponder a ellas Más aún, siguiendo a Lévinas - y creo
que esto está también en línea con la palabra de Dios-,
el verdadero amor es «responsabilidad» para con el
otro. Uno ama cuando es responsable del otro, más aún,
cuando decide ser responsable o, mejor, cuando se deja
prender por la responsabilidad para con el otro El ser
responsables es lo que nos echa fuera y nos permite per-
cibir al otro en sus exigencias reales
Es lo mi«mo que puede deducirse también de la pará-
bola del buen samantano El sacerdote y el levita «ven»,
pero pasan de largo, el samantano, por el contrario, «se
acercó y se conmovió» También aquí hay un «ver»,
pero un ver que se produce después de haberse «acer-
cado» El «vei» no es una condición (me hago prójimo
porque te he visto), sino una consecuencia (te veo por-
que me he hecho prójimo).
Amoi-mandato no significa amar por sentirse obligado
desde juera, sino amar «obedeciendo» a las necesida-
des, a las esperanzas, a los problemas del otro.
El amor entre el hombre y la mujer es deponer cada
uno el propio yo, las propias necesidades, despojarse de
la propia soberanía, para asumir las expectativas y los
problemas del otro Es un éxodo.
Amarse no es darse, sino despertarse El «dar» al otro
contiene una orgullosa pretensión que fácilmente se
transforma en captura, el amor, por el contrario, es des-
pertar al otro dejándolo en su altendad y despertarse a
sí mismo para que el yo crezca en su propia identidad
respondiendo al otro, dejándose provocar, inquietar, por
f

EL AMOR COMO APRENDIZAJE DE LA ALTERIDAD 141

los horizontes distintos del otro. Aquí es donde nace el


«verdadero placer». El «placer» es descubrir las propias
posibilidades y abrirles camino. Este descubrimiento se
lleva a cabo cuando el amor no es cerrado, interesado
(espontáneo), sino cuando se convierte en respuesta
(mandato).

Del amor-«eros» al amor-«agapé»

Como veremos, no se da estrictamente una alternativa entre


estos dos amores, pero trataré de presentarlos en forma de
alternativa para poder percibir mejor el camino que está lla-
mado a vivir el amor para ser auténtico. El amor es una rea-
lidad viva que, para crecer, tiene que superar continuamen-
te el riesgo de poseerse y de poseer {ems), para llegar al
encuentro real con el otro (ágape).
Alguien ha intentado representar visiblemente este con-
traste poniendo frente a frente a Atenas y a Jerusalén.
Atenas es el símbolo de la filosofía griega. Allí se ve al
amor como ems, y el ems encierra la aspiración más pro-
funda del hombre hacia todo lo que es bello, dotado de
valor, merecedor de admiración. Dios mismo es objeto del
ems; es incluso su objeto supremo, ya que es sumamente
hermoso, verdadero, grande, digno.
El ems tiene una estructura en la que el sujeto -el aman-
te- es el hombre, y el objeto -el amado- es Dios. Este amor
tiende a unir al hombre con Dios. La chispa divina que hay
en el hombre tiende a unirse a la fuente de este fuego. Todo
el mundo, todas las criaturas poseen chispas de este amor
divino que aspiran a recomponer la gran unidad. Es el
impulso del amante hacia lo que puede aplacar su sed. Es
la tensión a realizarse, a recomponerse.
Jerusalén, por el contrario, es el símbolo de otro amor,
del amor ético, del amor de la libre benevolencia, como se
anuncia en el Nuevo Testamento. No es el movimiento que
lleva a subir hacia lo que es bello, sino el que lleva a indi-
142 IMAGINAR FL MATRIMONIO

narse hacia lo que está privado de valores para promoverlos


en él; es la voluntad de aplacar el hambre y la sed del otro
El agapé invierte el movimiento del eras, porque, mientras
que en él el amante se acerca al amado para llenarse de la
riqueza que el amado encierra, en el agapé el amante se
acerca al amado con las manos llenas para colmar su vacío.
Como dice Lutero, Dios ama al hombre, no porque el hom-
bre sea amable, sino para hacerlo amable. Se puede decir
que el eros indica el movimiento con que el hombre des-
pierta a la existencia del mundo y que le lleva a hacerse, a
construirse (el hombre se hace identidad, lo que algunos
llaman «sano egoísmo»), mientras que el agapé es vivir el
amor como hecho ético, propio del hombre cuando ha des-
pertado a la responsabilidad con el mundo y con quienes
viven en él.
Por tanto, si me abro al mundo como necesidad de
cosas, significa que cada una de mis relaciones está orde-
nada por esta intencionalidad «egocéntrica» o, lo que es lo
mismo, que «el otro» es vivido como aquello que me col-
ma, como el otro-para-mí Esta actitud está presente sobre
todo en el caso del enamoramiento, en cuanto que se vive
al otro como aquel que colma toda necesidad personal
Es preciso aclarar que este «natural ego-centnsmo» no
es egoísmo en el plano ético, sino la expansión natural del
yo que acude a los demás como instrumentos de su creci-
miento Este es un movimiento necesario de la persona,
pero a este movimiento tiene que suceder la opción ética
amar al otro por sí mismo y no por lo que me gusta a mí.
Eso es el amor ético
En las Escrituras se recomienda vivamente el amor al
«extranjero» Este amor es el que está también presente en
la parábola del buen samantano, considerado como
«extranjero» por los judíos. El amor al extranjero va más
allá de la naturaleza humana, más allá de la espontaneidad
El amor al amigo, al compatriota, al correligionario, es el
que consolida al ser, ya que el sujeto se siente entonces gra-
tificado, garantizado, no amenazado. El amor al extranjero
J

EL AMOR COMO APRENDIZAJE DE LA ALTER1DAD 143

indica un salto por encima de la naturaleza; es la invitación


urgente a amar al otro que no forma parte de mi mundo y
con quien no me liga ninguna relación previa. No es esta-
blecer un vínculo con el prójimo, sino «hacerse prójimo»
de aquel con quien no tengo vínculos. Es ir más allá del ser;
es «otro modo de ser». Ya no es la búsqueda de sí mismo,
sino la búsqueda del otro, no porque él sea parte de mí, sino
porque lo necesita6.
Amar es participar de la opción con que Dios ha deci-
dido intervenir en favor del Israel extranjero, del afecto y
complacencia con que Jesús se sentó a la mesa con los
pecadores.
¿Y la propia felicidad? ¿Y el amor a uno mismo?
¿Acaso no dice el propio Evangelio: «Amarás al prójimo
como a ti mismo»? Es verdad que, a primera vista, el amor
ético, el amor como agapé, parece ser la negación del yo y
de la persona y, por tanto, la supresión del placer y de la
felicidad. Y eso no estaría en línea con el mensaje evangé-
lico, en el que se resalta el valor de la persona, de su pro-
moción y también de su placer.
Para intentar responder a estas justísimas objeciones
podemos indicar dos caminos:
1) La reciprocidad. En el ámbito conyugal, el amor existe
cuando se da reciprocidad. Amar al otro y sentirse amado
como otro da un sentido de verdadera comunión y de feli-
cidad fecunda. Pero si nos sentimos parte del terreno de
otro, o bien instrumentos de su realización, no puede nacer
ni el sentimiento de felicidad ni el sentimiento de placer.
Este se alimenta y se refuerza cuando uno se siente amado
por sí mismo y no por alguna finalidad ajena a la propia
persona.
2) El extranjero que hay en mí. Hemos puesto al extranjero
en el lugar del «prójimo». Amo al otro, no porque me sea
afín, sino porque él lo necesita. También nuestro yo es un

6. A. Rl'//i. Crisi e rk osiruzione delta monde. SEI. Tormo 1992, 68-71


144 IMAGINAR EL MATRIMONIO

ser necesitado Y ha de ser amado como el otro que hay en


mí, como el extranjero que habita dentro de mí. No puedo
olvidar las necesidades que llevan el sello del valor y de la
dignidad, no puedo pasar de largo ante lo humano que hay
en mí Pero este «justo» amor a mí mismo no es un ele-
mento de la naturaleza humana, no expresa la tensión de la
naturaleza por su desarrollo, no contiene el eros que inten-
ta colmar una necesidad Si así fuera, el yo volvería a estar
en el centro de todo.
Amarse a sí mismo como extranjero es algo distinto
significa servir al otro que hay en mí y que no me pertene-
ce, de quien me reconozco guardián y administrador, no
dueño Por eso mismo, hablar de amor ético no significa
abandonar el mundo de los sentimientos para elevarse a una
racionalidad enrarecida La relación entre el «eros» v el
«agapé» no equivale a la relación entre la pasión \ la
razón
«El amor ético, el afelpé, trasciende la pasión y la ra/ón,
porque responde a una llamada que viene de fuera, de
otro lugar Pero hay que subrayar la posibilidad y la
oportunidad de que el amor ético se revista de carne, de
sentimiento y, por así decirlo, de que se deje caldear por
la pasión por el otro»

De la primacía del amor a la primacía de la justicia


La idea de justicia a que nos referimos es muy parecida a la
que nos presenta el Antiguo Testamento «No hay en el
Antiguo Testamento ningún concepto de importancia tan
central para las relaciones vitales del hombre como el de
justicia No sólo mide las relaciones del hombre con Dios,
sino también las relaciones de los hombres entre sí, llegan-
do hasta las discordias más insignificantes, e incluso a sus
relaciones con los animales y con su medio ambiente natu-
ral. Podemos, sin más, designar la justicia como el valor
FL AMOR COMO APRENDIZAJE DE 1 A ALTERIDAD 145

supremo de la vida, sobre el cual descansa toda vida cuan-


do está en orden»7
La idea de justicia contiene la idea de altendad, que es
distancia imposible de asimilar y promoción y realización
del otro La justicia explícita el movimiento de atención y
escucha del otro, apartando al sujeto de toda forma de cap-
tura y prevaricación
El amor agápico podría ser casi sinónimo de esta justi-
cia Es saludable, a mi juicio, esta provocación, ya que se
ha hablado y se sigue hablando con demasiada facilidad del
amor como encuentro con el otro Pero muchas veces el
amor no es respeto a la singularidad del otro, sino absor-
ción del mismo El otro se convierte en la extensión de la
propia subjetividad amante, que tiene el peligro de conver-
tirse en «posesión» o, por emplear el lenguaje de Lévinas,
en «violencia», en «reducción» del otro a uno mismo El
acceso al otro no se lleva a cabo sin pasar por ese respeto y
esa responsabilidad frente a los valores objetivos de la jus-
ticia y la altendad, que constituyen la «custodia» ínehmi-
nable del «secreto», del «misterio» de la persona, que es
también «huella» del Infinito que se hace presente-ausente
en el rostro
Por eso Lévinas se muestra implacable al afirmar que el
principio fundamental es la «separación», sólo así puede
uno moverse realmente hacia el otro" Por consiguiente, la
ética de la justicia quiere anunciar que no es posible supri-
mir, en nombre del amor, las leyes externas que son el signo
visible de la exterioridad del otro, pero, sobre todo, quiere
recordar que el otro tiene una voz, una exigencias, unas
perspectivas, a las que debo responder y cuyo conocimien-
to no puede realizarse a través de un «amor sentimental»,
sino a través de una escucha inteligente y dispuesta a
emprender el éxodo

7 G VON RAD Teología del Antiguo Te stamento I Sigúeme Salamanca


1978 453 468
8 E LEVINAS op cit 128*.*.
146 IMAGINAR hL MATRIMONIO

«No me agrada demasiado la palabra amor, de la que


tanto se usa y se abusa Prefiero más bien hablar de asun-
ción el destino del otro No es el yo el que decide amar
ni el que escoge amar a partu de su voluntad y de sus
exigencias, sino el otro que me interpela, me invita, me
despierta El amor es una respuesta a una llamada »

Visto de este modo, el amor se convierte en justicia, que


significa poner al otro en el centro sin que se convierta en
parte de mi territorio o en objeto de mi amor Insisto en afir-
mar que subrayar el carácter central del otro no significa
renegar del yo o de la identidad personal Nadie puede res-
ponder a otro si antes no es él mismo Si el amor es «estar
cara a cara», exige que ambas personas sean consistentes
El yo no debe dejar de ser él mismo De aquí surge la invi-
tación a un «sano egoísmo» y también a cultivar el eras El
egoísmo es un momento importante en la formación de un
sujeto
7
6 Cómo se relacionan, entonces, el yo y el otro No tiene
que darse la conveisión del yo en el otro ni del egoísmo en
altruismo Hay que descubrir más bien que el yo no tiene
en sí su significado último Viene de otros, lo cual no supri-
me, sino que hace sensata la existencia del yo Y de esta
manera el otro libera, ensancha, cumple al yo Sólo un yo
que se deja interrogar por el otro está destinado a ampliar-
se y a desarrollar plenamente todas sus potencialidades
En el éxodo del yo hacia el otro, el yo no deja de ser él
mismo, lo que ocurre es que se ve llamado e impulsado
hacia nuevas dimensiones y nuevos caminos
«El amor es un encuentro en la separación» (Lévinas)
Por consiguiente, también el amor de pareja exige distancia
y separación Una distancia y separación que no debe
entenderse en el sentido negativo de indiferencia o de apa-
tía, sino en el sentido de respeto y reconocimiento del
«misterio» que habita en el otro, y también en el sentido de
que no se debe, al menos tendencialmente, apoyarse en el
otro Por tanto, cada uno tiene que cultivar su propia con-
EL AMOR COMO APRENDIZAJE DE LA ALTER1DAD 147

sistencia y autonomía. La pareja no puede ser el lugar de la


restricción de la propia libertad.
Muchas parejas entran en crisis por diversos motivos,
pero a menudo es por una dificultad interna para vivir con-
juntamente la intimidad y la autonomía con respecto al
otro. Una visión demasiado simbiótica de la intimidad
puede desembocar en la captura del otro; una fijación rígi-
da en la autonomía puede conllevar el miedo a rebajarse en
la intimidad. La intimidad y la autonomía subrayan la
«buena vecindad» y la «justa distancia» que deben convivir
en la vida de la pareja.
Aprender a vivir la alteridad es el camino para conjugar
la intimidad y la autonomía, que son los dos elementos
esenciales y vitales del amor, a través del cual dos personas
viven el sueño, la embriaguez, el milagro de una comunión
en la que se exaltan singularmente en su maravillosa e irre-
petible originalidad.
I

11
Vivir la paz
entre la pareja y los hijos

Interrogantes

/. Los padres adquieren el compromiso de «educar» al hijo.


Hay quienes se preguntan si debe hablarse de «educar»,
porque este verbo parece expresar una especie de «aprisio-
namiento» de la persona Si se entendiera así, habría, natu-
ralmente, que oponerse a la educación.
Sin embargo, educar {c-ducere) es hacer que «salgan»
al exterior las capacidades inscritas en el hijo. El hijo no
puede «educarse» por sí solo, ni puede por sí solo conocer,
reconocer y activar sus propias posibilidades. Pero sí es
verdad que en todo camino educativo el protagonista, sobre
todo a medida que va avanzando su consciencia, sigue sién-
dolo el hijo mismo. Entonces, 6 dónde, cuándo y cómo se
ubica la presencia de la pareja? Esta acción sinérgica gene-
ra frecuentemente contrastes e incomprensiones entre
padres e hijos. ^Cómo llegar a sanar tal disfunción?

2. La libertad no es ya un problema, sino el verdadero pro-


blema. Hay que educar al hijo para la libertad y en la liber-
tad, y de ello están convencidos los propios padres. Pero si
el hijo emprende un camino de muerte, ¿es justo permitir
que lo siga en nombre de la libertad? ¿No exige el amor
hacer todo lo posible para que el hijo viva un proyecto de
vida en el que realmente pueda realizarse? El problema más
VIVIR LA PAZ ENTRE LA PAREJA Y LOS HIJOS 149

espinoso se plantea cuando el hijo considera su opción


como una opción de vida y no de muerte. ¿Cómo desenga-
ñarlo? Hacer libre a una persona ¿no exige a veces una pre-
sencia fuerte e incluso «violenta»? ¿No libera Jesús a las
personas endemoniadas que no quieren ser liberadas? (cf.
Me 1,21-26).

3. Cuando un hijo emprende un proyecto de muerte, surge


infinidad de interrogantes. ¿Es siempre y únicamente la
familia la responsable? A mi juicio, la familia es objeto hoy
de una lamentable serie de prejuicios. Por supuesto que le
competen unas innegables responsabilidades, sobre todo
durante los primeros años de vida del hijo: la infancia sigue
siendo el lugar educativo de máxima importancia. Pero el
ambiente externo (escuela, trabajo, amistades, espacios
deportivos y recreativos) está adquiriendo hoy un peso
decisivo en las opciones de un muchacho. Y entonces surge
una nueva pregunta: ¿puede la pareja educar al hijo única-
mente en el interior de la familia?

Actitudes naturales

/. El amor «preocupado». Los padres dedican su tiempo y


sus energías a «seguir» al hijo. Están tan cerca de él que no
le permiten libertad personal alguna. Apenas le dejan espa-
cio, para que no pueda equivocarse. ¿A qué se debe esta
actitud de «ansiosa cercanía» y de «amor preocupado»?
¿Es una actitud realmente educativa?
Muchos recuerdan los años, no tan lejanos, en que se
abandonaba a los hijos a sí mismos o, mejor, en que admi-
nistraban por sí mismos su tiempo y sus esfuerzos. No es
que los padres estuvieran ausentes, porque ellos seguían
siendo el punto de referencia al que los hijos se sentían
ligados y al que debían rendir cuentas. Se trataba de una
lejanía física y una cercanía educativa o, mejor dicho, una
lejanía que permitía la justa dimensión educativa.
!

150 IMAGINAR Fl MATRIMONIO

¿A qué se debe, pues, esa nuestra obsesiva cercanía


actual? Son muchos los motivos, tanto positivos como
negativos. En cuanto a los primeros, son esencialmente
dos: un mayor diálogo con los hijos y una mayor sensibili-
dad educativa.
Antaño, el progenitor era una figura que inspiraba
temor; hoy, en cambio, es alguien con quien el hijo puede
dialogar y confrontarse. Ha crecido la dimensión afectiva
entre padres e hijos. Y este sentirse amados por los padres
engendra en los hijos una mayor seguridad y una más níti-
da individuación.
El segundo motivo positivo tiene que ver con una mayor
responsabilidad educativa. El hijo vive hoy en una sociedad
pluralista. Mientras que, hasta hace muy pocos años, la cul-
tura en la que vivía el hijo era uniforme, hoy es más bien
pluriforme: existen ideas y propuestas diversas tanto en el
nivel religioso como en el social o en el político. Con lo
cual no se pretende emitir un juicio negativo sobre el plu-
ralismo existente; al contrario, éste dará lugar, junto con
una momentánea confusión, a una futura fecundidad en
todos los niveles; pero el hecho es que el hijo se siente más
acompañado a la hora de comprender y vivir el pluralismo.
En otros tiempos, la familia era incondicionalmente
apoyada por la escuela, por la sociedad y por la Iglesia,
entre las cuales se daba un acuerdo unánime en relación
con el proyecto educativo. Hoy, en cambio, la familia tiene
a veces que llevar a cabo su acción educativa en conflicto
con la escuela, con la sociedad y hasta con la Iglesia, en el
sentido de que ciertas orientaciones de pensamiento pro-
puestas por estas realidades sociales no encajan siempre, o
no encajan del todo, con las convicciones familiares de que
los padres querrían hacer partícipe al hijo.
Esta excesiva cercanía al hijo puede también ser debida
a una sene de motivos discutibles.
El primero sería la actitud posesiva, que no es fácil de
definir ni de desenmascarar. A menudo la vivencia que se
tiene del hijo es la de algo sumamente valioso; pero, en
VIVIR LA PAZ F.NTRE LA PAREJA Y LOS HIJOS 151

definitiva, «algo», es decir, una cosa, un objeto que hay que


plasmar. No siempre se le ve como una persona que es
dueña de sí misma y que tiene ya sus propios dones, sus
propias y originales cualidades que hay que liberar y
promover.
Esta liberación se verifica ciertamente con el acompa-
ñamiento educativo, pero no sin el consenso libre del pro-
pio hijo, que es siempre el protagonista de su propio creci-
miento. Los padres, por el contrario, tenderían a dispensar-
le de tener que afrontar los esfuerzos y los riesgos siempre
presentes en dicho proceso, y desearían asumir personal-
mente tales esfuerzos para no hacerle sufrir o para impedir
que se equivoque. No llegan a comprender que el error más
irreparable consiste en no capacitar al hijo para autodeter-
minarse y ser responsable de su propia vida.
A este objeto, en muchas tribus africanas, llegados la
edad de la pubertad, los muchachos a son enviados por gru-
pos a la selva para que aprendan a hacerse hombres enfren-
tándose a un ambiente hostil.
En nuestros ambientes, por el contrario, es cada vez
mayor el número de jóvenes que no saben asumir sus res-
ponsabilidades. El hecho generalizado de que se difieran el
matrimonio y la paternidad es un indicio en este sentido.
¿A qué se debe esta actitud posesiva de los padres? El
reducido número de hijos, el deseo de recuperar en el hijo
las propias expectativas incumplidas, el amor no vivo de
pareja... pueden constituir el caldo de cultivo para esta acti-
tud ansiosa y posesiva. Tal vez la mejor manera de llegar a
un equilibrio entre una adecuada cercanía y una distancia
fecunda consista en intensificar la vida de pareja.
El segundo motivo negativo puede tener sus raíces en el
afán de competir con las otras familias, por lo que el fraca-
so del hijo se convierte, a los ojos de la gente, en fracaso de
los padres.
A veces no se sabe si los padres, en el caso de un fraca-
so o una desviación del hijo, sufren por éste o por el hecho
de sentirse severamente juzgados por los demás. Por
I

152 IMAGINAR hl MATRIMONIO

supuesto que ambos sentimientos suelen estar presentes,


pero el segundo, cuya presencia casi nunca se reconoce,
puede ser en realidad más punzante
Los padres deben, por una parte, librarse de la preten-
sión de ser educadores «perfectos» y, por otra, esforzarse
únicamente en ofrecer a los hijos una presencia que les
ayude a individuarse y a desarrollar sus capacidades origi-
nales, haciéndoles tomar conciencia de que su vida y sus
cualidades les han sido dadas para hacer crecer a la huma-
nidad Lo de menos es el camino que emprendan los hijos,
lo importante es que no entierren sus «talentos» ni los uti-
licen exclusivamente en su propio interés

2 Primacía del reproche sobre el estímulo Provenimos de


una cultura y de una ética del reproche Y esa misma cultu-
ra, si bien un tanto atenuada, anida también dentro de la
Iglesia Los documentos eclesiales destacan más los defec-
tos y los pecados de nuestro tiempo que sus valores, y, sin
embargo, las virtudes son abundantes para quienes saben
mirar con ojos lúcidos y positivos Es reconfortante escu-
char a un papa, a un obispo o a un sacerdote que manifies-
tan su admiración por las actitudes y sensibilidades presen-
tes en personas y grupos y les estimulan a cultivarlas y
hacerlas crecer. Mons Tonino Bello sostenía que es más
fácil oír el ruido de una rama seca que se desgaja de la plan-
ta que percibir el crecimiento de un bosque Si no vemos
crecer a la humanidad (en nuestro caso, el Reino), no es
porque no crezca, sino porque no tenemos los sentidos lo
bastante afinados para ver y escuchar
Lo mismo ocurre con los hijos Se observan sus defec-
tos, pero no se presta atención a sus dones y posibilidades
En consecuencia, surge espontáneamente el reproche
Existía (o existe) también la convicción de que al privile-
giar el reproche se incitaba al hijo a no darse nunca por
satisfecho
Tal actitud no debe ser descartada Pero el peligro está
hoy en «agigantar» las cualidades del hijo, por lo que, fren-
1

VIVIR LA PAZ ENTRE LA PAREJA Y LOS HIJOS 153

te a cualquier fracasos por su parte, el reproche ya no se le


dirige a él, sino al mundo exterior a los profesores, a los
educadores y a las estructuras, que no consiguen detectar ni
estimular sus cualidades Lo cierto, en cualquier caso, es
que una persona que es constantemente objeto de reproches
puede experimentar tal frustración que pierda su autoesti-
ma y comprometa para siempre su proceso de crecimiento
Al hijo hay que enseñarle a estimarse y a creer en sus posi-
bilidades La autoestima, que es el objetivo de toda educa-
ción sana, no equivale, sin embargo, a la autoexaltacion La
autoestima consiste en que la persona reconozca en sí
misma valores y cualidades (¿quién no los tiene9) que
entreve que pueden significar una aportación a la familia, a
los amigos, a la comunidad Adquirir este sentido de digni-
dad y de importancia es un importante objetivo de la acción
educativa Y este ob|etivo se consigue más mediante el estí-
mulo que mediante el reproche
Lo cual no significa, como ya hemos insinuado, que el
reproche deba ser eliminado de raíz Hay situaciones que
exigen a veces emplear un tono fuerte y decidido, aun cuan-
do el normal desarrollo educativo debería efectuarse
mediante un diálogo que mas propenso a infundir ánimos
que a mortificar

3 Primacía de la directnidad sobre el aprendizaje A


menudo se considera la educación como un intento de
orientar, enderezar y dirigir al educando Según esta con-
cepción, el hijo es un objeto que hay que plasmar en fun-
ción de las ideas y perspectivas del educador En el pasado,
muchas veces se comparaba la acción educativa con la del
escultor Del mismo modo que el escultor tiene en su mente
una imagen y la imprime en la piedra, así también el edu-
cador tendría ya en su mente la imagen hacia la que debe-
ría encaminar al niño El centro, pues, no sería el niño, sino
la imagen a la que éste debería adaptarse Desde ahí se
comprende toda la aversión desencadenada en los años
sesenta contra la familia, la escuela y la Iglesia, que habían
154 IMAGINAR bL MATRIMONIO

tratado de homologar a las personas con las tradiciones del


pasado, ahogando su creatividad En particular, la familia
fue considerada como la principal célula de la represión,
porque era el lugar donde se «educaba» al hijo para que
repitiera los esquemas del pasado Y cuando un hijo se
apartaba de ese camino, era como si hubiera fracasado toda
la obra educativa Pero 6 se trataba de un fracaso o de una
llamada a revisar el sentido auténtico de la educación9 6 Era
un fracaso o era la verdadera consecución del objetivo de la
intervención educativa, que ha de tratar de hacer que crez-
ca la autonomía del hijo9 El deseo de orientar a un hijo se
apoya en una unidad de medida, que es la de quien orienta
Según esta perspectiva, «educar» es pretender que el hijo
viva según los propios parámetros y criterios Lo cual no
parece justo, porque cada hijo está llamado a descubrir los
criterios y los valores de acuerdo con los cuales vivir
Deberá responder de sus dones, que son únicos e irrepeti-
bles, y deberá hacerlo siguiendo sus propios caminos y
senderos
Un educador podrá ciertamente comunicar de manera
responsable sus criterios y sus experiencias, pero no como
algo absoluto, sino como referencias con las que el hijo
pueda conformarse, pero sin pretender que los adopte par-
cial o totalmente Educar, pues no es suplir al educando,
sino ayudarle a descubrirse a sí mismo, a romper sus ata
duras y a hacerle comprender que el «sí mismo» nunca sera
plenamente identificado Se le exigirá un compromiso para
toda la vida, porque toda persona es una identidad móvil y
dinámica

Actitudes motivadas

/ El \alor de la distancia > de la ausencia Para percibir


este valor voy a servirme de una expresión que ciertamen-
te habrá que explicar, pero que en sí misma es muy ilumi-
nadora «Para educar al hijo conviene no amarlo» Con esta
VIVIR 1 A PAZ ENTRF LA PAREJA "> IOS HIJOS 155

afirmación no se pretende negar al hijo la acogida afectuo-


sa que le permita identificarse y estimarse a si mismo, sino
poner de relieve el peligro de un amor tan «cercano», tan
«presente», que resulte «absorbente» e «invasivo» El hijo,
aun dentro de un clima de acogida estimulante, debe apren-
der a vivir por si solo, a experimentar los riesgos de su pro-
pia libertad «También Dios -afirma Simone Weil-, des-
pués de haber creado, se quedó a un lado para que el hom-
bre se hiciera íesponsable»
Es verdad que a veces puede darse un exceso de ausen-
cia con respecto al hijo, pero puede darse también un exce-
so de presencia Siempre se ha evidenciado, desde el punto
de vista educativo, el nesgo de la ausencia, pero casi nunca
el riesgo del exceso de presencia
La sociologa Bellotti, tras un análisis estadístico, llega
a decir que la mayor parte de los hijos inadaptados y que
han sucumbido al drama de la droga provienen de familias
en las que la madre está en casa a tiempo completo, míen
tras que en aquellas familias en que la madre trabaja fuera
de casa los hijos sufrirían menores problemas Por supues-
to que las situaciones no deben juzgarse con un único pará-
metro, pero sí puede afirmarse que un exceso propicia la
tendencia a suplir al hijo en la toma de sus pequeñas deci-
siones y la asunción de sus pequeños compromisos, con el
nesgo mas que probable de equivocarse Como puede per-
cibirse casi de manera instintiva, los limites entre distancia
y cercanía, entre presencia y ausencia con respecto al hijo,
no pueden ser nítidos ni iguales para todos Pero es muy
sano caer en la cuenta de este problema, porque, en muchí-
simos casos, el hijo está hoy superprotegido, y la cercanía
de los padres se ha hecho casi absorbente Lo cual, aunque
pueda parecer una expresión de «amor», en realidad puede
encubrir un cierto egoísmo y miedo, por parte de los
padres, a sufrir un fracaso educativo
Para vivir correctamente la ausencia y la distancia me
parece conveniente
I5d IMAGINAR EL MATRIMONIO

* una vida de pareja sana que no busque compensación


alguna en los hijos;
* no obsesionarse con el logro de resultados inmediatos;
* no vivir los errores o las limitaciones del hijo como un
fracaso propio ni como un fracaso suyo: cada cual se
construye dentro de sus propios errores y limitaciones.
La educación consiste en hacer que e hijo acepte sus
limitaciones y errores sin resignarse a ellos y sin caer en
ningún tipo de crisis;
* superar la competitividad en todos los niveles. Las frus-
traciones de los padres y de los hijos se derivan a menu-
do de la concurrencia con los modelos sociales;
* amar al hijo, y no la imagen que tenemos de él.

2. Crear intereses. El principal problema educativo es esti-


mular en el hijo las ganas de vivir, de fantasear y de inven-
tar, porque siempre acecha el peligro del conformismo, es
decir, de ir a remolque del grupo a la hora de divertirse y
evadirse, contentarse con una vida anodina y carente de
creatividad y compromiso, concebir el trabajo como un
simple medio de obtener dinero, no como un lugar donde
manifestar la inventiva y la responsabilidad.
Sin intereses personales, la vida se irá marchitando
poco a poco, y la droga podrá ser el signo extremo y soma-
tizado de esa vida sin brillo. Educar es estimular, animar y
transmitir intereses y tensiones. También la fe tendría que
entrar en esta lógica; es decir, no debería reducirse a un
conjunto de leyes que observar, sino que debería ser el
momento en que un joven toma conciencia de sus respon-
sabilidades frente a la creación y la humanidad, para ofre-
cer su propia aportación original, única y creativa.
¿Cómo suscitar estos intereses? Sin rebajar el valor de
la «palabra» que incita, interpela y despierta, lo cierto es
que el testimonio de las personas y de un ambiente vivo es
insustituible. Un padre, por ejemplo, apasionado por el
excursionismo, contagiará su gusto por la montaña, la larga
\ 1V1R LA PAZ ENTRL LA PAREJA Y LOS HIJOS 157

y fatigosa marcha y la contemplación del paisaje Lo cual


no significa que el hijo tenga que compartir la pasión del
padre, sino que, dentro de esa experiencia entusiástica,
podrá descubrir la importancia de vivir una vida con intere-
ses apasionantes Podrán cambiar las formas y las expresio-
nes de esos intereses, pro siempre quedará el convincente
mensaje de que una vida carente de objetivos y de tensiones
es una vida árida y, en último término, insignificante
La falta de compromiso y la pasividad son, pues, disva-
lores En el futuro, el hijo podrá tomar decisiones profesio-
nales, religiosas o sociales que no correspondan a las de la
familia, y los padres no deberán sentirse fracasados por
ello, sí debería preocuparles, en cambio, que el hijo viviera
sin tomar decisiones, malgastando sus capacidades y mos-
trando falta de autoestima
Tal vez uno de los aspectos educativos que haya que
acentuar, como ya hemos insinuado, sea la autoestima, que
a menudo se confunde con la autoexaltación Aprender a
estimarse y a amarse a uno mismo supone tomar concien-
cia de los propios dones Cada uno de nosotros tiene un
«yo» profundo, una riqueza inagotable que hay que desen-
terrar Quien aprende a estimarse, aprende también a com-
prometerse La autoexaltación, por el contrario, nace de la
negación de las propias limitaciones, que, sin embargo, son
innatas a la naturaleza humana Nadie nace autárquico o
absoluto Todos nacemos limitados y, por tanto, necesita-
dos del otro La autoestima procede del reconocimiento de
los propios valores, pero es también saludablemente cons-
ciente de las propias limitaciones Apreciar aquéllos y asu-
mir éstas es la manera de crecer como personas y de desa-
rrollar unas relaciones humanas constructivas

3 Adaptarse y no adecuarse Son éstos dos verbos que


expresan dos actitudes el primero indica la «cercanía» del
progenitor que intenta comprender las exigencias del hijo,
el segundo, por el contrario, subraya la «distancia» del pro-
genitor que no puede ni debe confundirse con el hijo El
158 IMAGINAR FL MATRIMONIO

progenitor siempre seguirá siendo distinto, y sólo en cuan-


to tal puede ser un punto de confrontación para el hijo; y si
es distinto, no puede adecuarse a las exigencias de éste.
¿Cómo podría estimularle si se confundiera con él?
En estos últimos años se ha hablado hasta la saciedad de
«ser amigo de los hijos», que es algo a lo que se oponen los
psicólogos; y ello por dos motivos: ante todo, ha de ser el
hijo quien escoja a sus amigos; y los escogerá en función
de sus sensibilidades y de sus exigencias. Los padres no
pueden pretender ser escogidos como amigos, y ni siquiera
sería justo que lo fueran. Su papel consiste precisamente en
ser padres. Lo cual no significa que no deban ser cercanos
a sus hijos, abiertos siempre al diálogo. Pero el hijo podrá
y deberá tener, con un amigo, una relación distinta de la que
tiene con su padre o con su madre. En esta relación de
amistad podrán surgir ciertas confidencias que nunca surgi-
rían con los padres. Lo cual, por lo demás, no debería dar
lugar a celos de ningún tipo por parte de los padres; al con-
trario, debería tranquilizarles el hecho de que el hijo pueda
crecer con la variedad y diversidad de sus relaciones.
El segundo motivo es que el amigo es casi siempre de
la misma edad, lo cual permite estimar y comprender de
manera más inmediata y natural los problemas personales.
El hecho de que los amigos no tengan una responsabilidad
hacia el otro permite a menudo una mayor transparencia en
las confidencias. A diferencia de lo que ocurría en el pasa-
do, hay que reconocer, sin embargo, que hoy son más fre-
cuentes las confidencias «amistosas» entre padres e hijos.
Lo cual es positivo. Pero animar a los hijos a que cultiven
sus propias amistades supone una mayor atención educati-
va, porque de esa manera el hijo se educa en un diálogo y
una apertura que mejorarán su capacidad para vivir en el
futuro la relación de pareja.

4. Educarse y educar en la diversidad. Siempre se ha


defendido el principio de que el padre y la madre tenían que
«ir a una» en la educación del hijo, porque si entre ambos
VIVIR LA PAZ ENTRE LA PAREJA Y LOS HIJOS 159

se advirtiera una diversidad de ideas religiosas, políticas o


sociales, ello pondría en peligro el equilibrio del hijo, el
cual, sintiéndose «desgarrado» entre ideas y propuestas
diversas, podría crecer con la sensación de que nada es ver-
dad y de que, por tanto, se puede vivir de forma oportunis-
ta y arbitraria.
Es verdad que el niño, que no es capaz aún de crear sín-
tesis propias, no debería ser «bombardeado» por propues-
tas diversas, porque podría experimentar un cierto sentido
de inseguridad que le dañaría para toda la vida. Por eso
necesita unos educadores responsables que tengan en cuen-
ta este hecho. Pero también es cierto que el padre es distin-
to de la madre, que las ideas del uno casi nunca son iguales
a las del otro; y aún es más cierto que el hijo, ya desde el
parvulario, se encontrará con amigos de distinta religión,
de distinta extracción social y política e incluso, actual-
mente, de distinta raza y de distinta ética.
Estas diferencias no se le pueden ocultar al hijo, a quien,
por el contrario, habrá que educar en la diversidad, pero en
una diversidad comprometida y no permisiva. Habrá que
sugerirle que la verdad es infinita, que ninguna cultura, reli-
gión o ideología puede contenerla, y que se refleja en todas
las religiones, culturas y razas. Si ama la verdad y desea
buscarla, tendrá que aprender por tanto a conocer y estimar
a todas las personas, culturas y religiones
Dios es tan infinito, tan inmenso, que es absolutamente
incontenible y no puede ser encerrado de ningún modo.
Para acercarse a él hay que amar la diversidad y la diversi-
dad de «lenguas».
Y es que la diversidad no es una amenaza, sino una
riqueza. Por eso, aunque dentro de la pareja y de la familia
haya concepciones religiosas y políticas diversas, el hijo
aprenderá a respetarlas y a reconocerlas como un valor,
porque en cada una de ellas se refleja algo de la «verdad»
y de la «divinidad».
A medida que vaya creciendo, el hijo escogerá su pro-
pio camino, pero sabiendo que éste es parcial y limitado y
160 IMAGINAR EL MATRIMONIO

que, por tanto, necesita ser ampliado en la confrontación


con otros Lo importante es que se comprometa de veras a
seguirlo De este modo ofrecerá su propia aportación a la
búsqueda de la verdad

Conclusión abierta

El sociólogo Francesco Alberoni, a propósito de la educa-


ción, hace una sene de consideraciones inquietantes
«En casi todos los casos, los progenitores están renun
ciando a ejercer una guia solida y segura con respecto a
sus hijos
Piensan que basta con el amor y la comprensión
Creen que su deber consiste en darles cuanto pidan
Siempre dicen que sí Ya no saben decir "no' Cuando un
hijo llega a casa con malas notas, le hacen un regalo para
consolarlo y critican al profesor por haber sido poco
comprensivo Si fracasa en una competición deportiva,
están dispuestos a excusarlo diciendo que "el pobrecillo
estaba cansado y estresado " Les da miedo que los
hijos dejen de quererlos y se hagan unos seres neuróticos
e inseguros si les dan órdenes y les prohiben algunas
cosas
Pero la verdad consiste en todo lo contrario La per
sonahdad sólo se forma y se refuer/a cuando el indivi
dúo aprende a controlar sus propios impulsos inmediatos
y apiende a demorar sus propios deseos La personalidad
no es sólo espontaneidad y creatividad, sino también
autocontrol, autodisciplina, capacidad de fijarse unas
metas y de alcanzarlas»
{Corriere della Sera 28-07-95)
12
La crisis de la pareja:
¿un hecho saludable o un fracaso?

Premisas

/ Cada vez resulta más evidente que la crisis no afecta hoy


tan sólo a algunas parejas, sino a todas Y no sólo a las pare-
jas de «no creyentes», sino también, y en la misma medida,
a las parejas de creyentes En suma, la crisis es un hecho
transversal que afecta a la pareja en sí misma, aunque,
obviamente, no todas las parejas viven la crisis con igual
intensidad y tonalidad, porque sabemos que cada pareja
tiene sus propias experiencias, proviene de una formación
determinada y posee unas características propias
En un grupo de estudio se ha comprobado que, cuando
en una pareja no existe ninguna conflictividad, uno de los
dos miembros, o ambos al mismo tiempo, experimenta una
cierta opresión que se intenta eludir mediante el silencio
Existe el peligro muy frecuente de callar, de preferir de
alguna manera el silencio a la confrontación crítica, la cual
no deja de crear malestar
El término «crisis» tiene un significado etimológico y
otro popular En términos populares, la crisis se asocia más
bien a la idea de fracaso, de ruptura, de final, de muerte, de
disolución Por el contrario, en términos etimológicos, la
palabra crisis proviene del verbo griego «krino», que signi-
fica «juzgar», es decir, poner en cuestión, revisar, repensar
162 IMAGINAR EL MATRIMONIO

Desde este punto de vista, la pareja que entra en crisis


es la que pone en cuestión su matrimonio, quiere repensar-
lo, revisarlo, porque no encuentra en él lo que soñaba
encontrar Uno de los dos (o ambos) se siente oprimido por
la situación matrimonial, trente a la cual surge el deseo de
repensar la propia relación Es evidente que poner en cues-
tión el matrimonio podría conducir a su desaparición, pero
también podría desembocar en una verificación para buscar
una forma distinta de vivirlo Por eso podemos decir que la
crisis, entendida como cuestionarniento, puede llevar a
aclarar ideas y perspectivas, regenerando una convivencia
que no signifique limitación alguna de dos personas, sino
su expansión

La vida de pareja comienza con el noviazgo, y llega a


una cierta estabilidad con el matrimonio, pero su camino no
siempre es lineal y tranquilo, sino que muchas veces es un
camino tortuoso y cuesta arriba Este mismo recorrido acci-
dentado está también presente en la historia de la alianza de
Dios. Si observamos la trayectoria de la alianza de Dios con
su pueblo, comprobamos que es enormemente serpentean-
te y conflictiva La pareja, Adán y Eva, no se fía de Dios y,
consiguientemente, no hace caso de su propuesta, de su
proyecto, el pueblo hebreo en el desierto, mientras camina
hacia la libertad, entra vanas veces en crisis y duda de la
presencia amorosa de Dios El enérgico gesto de Moisés de
romper las tablas de la ley es el símbolo de Dios, que que-
rría romper su alianza con el pueblo Pero Moisés se per-
mite «reconvenirle» a Dios Es éste un episodio realmente
estimulante porque, trente a un Dios que querría interrum-
pir de manera irreversible su alianza con el pueblo, se yer-
gue Moisés, que recuerda a Dios su fidelidad y su amor al
pueblo El Dios de Moisés es mejor que la imagen de Dios
que se habían creado muchos pueblos: la de un Dios que
castiga, que abandona, que no perdona. En el desierto, la
alianza entre el pueblo y Dios se vivió, pues, a través de
innumerables altibajos.
CRISIS DE LA PAREJA: ¿UN HECHO SALUDABLE O UN FRACASO? I 63

El destierro en Babilonia es la experiencia más dramá-


tica y desgarradora que tuvo que vivir el pueblo hebreo,
porque era para él como si Dios ya no existiera; sin embar-
go, fue también el momento en que la comunidad hebrea
repensó sus relaciones con Dios y llegó a una nueva rela-
ción, a una nueva alianza más auténtica, más verdadera.
Y es que las crisis, en la Biblia, tienen la función de
obligar a repensar la idea de Dios, aclarar las relaciones de
éste con su pueblo y dar nuevo brillo a esas relaciones.
También la pareja, que es el símbolo sacramental de la rela-
ción de Dios con su pueblo, entra a menudo en crisis, casi
necesariamente, para depurar y reproponer una y otra vez
su propia relación.
Refiriéndose a Dios, aunque su afirmación es válida
también para la pareja, el teólogo J.-Y Congar afirma que
hay dos grandes pecados en el hombre, que luego se rami-
fican en diversos comportamientos. El primero es el hom-
bre que sustituye a Dios, que ocupa el lugar de Dios, que
quiere hacerse Dios. Adán y Eva fueron el primer ejemplo.
Este pecado, dice Congar, ha sido siempre desenmascara-
do, y la Iglesia lo ha condenado siempre.
Hay además un segundo pecado que no siempre ha sido
desvelado y condenado por la Iglesia, y que consiste en
dejarse sustituir por Dios: el hombre delega en Dios para
que haga la historia y cumpla la justicia. El actual resurgi-
miento de lo sagrado, reflejado, por ejemplo, en la abun-
dancia de «apariciones», es revelador de cómo se pretende
que sea Dios quien cambie el mundo. Este hacerse sustituir
por Dios, sin embargo, es un pecado del hombre.
Ambos pecados pueden manifestarse también en la
pareja. El primero se da cuando uno de los miembros se
empeña en sustituir al otro, dominándolo, poseyéndolo,
poniéndose en su lugar; el segundo se manifiesta cuando
uno de los dos se entrega de pies y manos al otro, se deja
sustituir por el otro: esta renuncia a sí mismo por el otro es
negativa.
Ií>4 I M U i l N A R H MAIR1MONIO

Pues bien, dado que estas dos tendencias se dan en la


pareja, las crisis sirven para percibir primero, y desmante-
lar después, ambas tentaciones, con el fin de mejor rectifi-
car la relación En este sentido, las crisis deben considera-
se como saludables y providenciales
La crisis es saludable, con tal de que no sea generada
por la «presencia» de otra persona Cuando lo que suscita
la crisis no es el deseo de rectificar la relación, sino la pre-
sencia de un tercero, de ordinario no se pone uno en cues-
tión a sí mismo, sino al cónyuge Y, por lo general, estas cri-
sis son difíciles sanables

2 La segunda premisa se refiere al problema de cómo com-


portarse en la crisis, de cómo vivirla Digamos que se trata
de una invitación a revisar los valores del amor, de la sexua-
lidad, de la felicidad, pero quizá, más que de todo eso, se
trata de revisar tamo se xiven estos \alores en la propia
pareja1 La crisis debería hacer que cada cual perdiera su
propia segundad, la forma correcta de afrontarla consiste
en que cada uno de los dos renuncie a toda pretensión de
absolutez y omnipotencia El dudar de si se ama al otro es
providencial, y deberíamos educar en este sentido a los
jóvenes, y especialmente a los novios, que suelen estar tan
enamorados que no dudan de su propio amor Dudar de si
se ama al otro significa cultivar la sospecha de que no se
responde plenamente al otro, de que no se conocen todas
sus cualidades, sus deseos, sus aspiraciones Quien cree
haber comprendido al otro y estar seguro de amarlo consti-
tuye un peligro en el camino de la pareja
Recuerdo un pequeño episodio En un encuentro sobre
las parejas en crisis, se levantó un joven esposo con ocho
años de matrimonio y dijo «Mi mujer se marchó hace tres
meses Yo estaba bien con ella 6Por qué se ha ido7» Y el
psicólogo respondió «6Y tú? 6Nunca te has preguntado si

I C SlNCiER Del buon uso della (risi Servitium Sotto íl Monte


(Bergamo) 1999 cf el capitulo «11 sacro nell'amore > 63 82
CRISIS DE LA PAREJA: ¿UN HECHO SALUDABLE O UN FRACASO? 165

ella estaba bien contigo?». Ni siquiera se le había ocurrido


pensar que su mujer pudiera tener dificultades para estar
con él. En cambio, duda si el otro puede estar mal contigo
o no estar del todo bien resulta ser una duda saludable.
La manera de afrontar la crisis consiste, pues, en que cada
cual se cuestione a sí mismo y renuncie a su pretensión de
infalibilidad.

Tres impulsos culturales


que afectan a la vida de la pareja
L A CULTURA DE LA PERSONA

Hoy la atención se centra más que nunca en la persona: no


sólo en su dignidad, sino también en su irrepetible origina-
lidad, en su unicidad. Hoy se subraya el hecho de que toda
persona es única, diferente, irrepetible, y que hay que amar-
la y acogerla en su diversidad.
Tampoco la relación de pareja puede destruir la digni-
dad y la unicidad de la persona. Toda forma de homologa-
ción, de planificación, de sofocación de las cualidades del
otro o de la otra es absolutamente inaceptable. El sacrifi-
carse hasta la muerte por el otro, con tal de seguir estando
juntos a toda costa, no se considera ya como un valor, no se
acepta. Antaño, cuando un miembro de la pareja (por lo
general la mujer) sufría vejaciones, ofensas, violencia
(incluso física)..., se imponía el principio de seguir juntos a
toda costa, aunque ello acabara acarreando la muerte de la
persona en cuestión. En la nueva cultura, la persona ya no
está dispuesta a dejarse despersonalizar. Sacrificarse en
nombre de una ley o de un deber no se considera ya un
valor, sino una mengua de humanidad. Mientras que anta-
ño era un valor el hecho de morir por el otro, hoy esto se
considera un pecado, porque dejarse anular por el otro sig-
nifica sacrificar los dones que Dios le ha dado a uno. Aquí
la «muerte» no se entiende como don de sí, sino como
extinción de las propias posibilidades.
166 IMAGINAR FL MATRIMONIO

También en el ámbito católico se discute si es justo que


una persona sea sacrificada en nombre de un principio, y se
cita la frase evangélica que afirma que «el sábado se ha
hecho para el hombre, no el hombre para el sábado» Y aquí
surge el problema de la relación entre pareja y persona
¿,puede autohmitarse la persona para vivir la vida de pare-
ja 9 , ^puede la vida de pareja exigir la mortificación de la
persona 9 , ¿puede la vida de pareja ser vital cuando las dos
personas resultan mortificadas*7
Khahl Gibran dice que la tensión entre pareja y perso-
na debe existir siempre
«Nacisteis juntos, y juntos estaréis para siempre
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte
esparzan vuestros días Si, estaréis juntos aun en la
memoria silenciosa de Dios Pero dejad que haya espa-
cios en vuestra cercanía Y dejad que los vientos del
cielo dancen entre vosotros Amaos el uno al otro, pero
no hagáis del amor una atadura Que sea, más bien, un
mar movible entre las costas de vuestras almas Llenaos
el uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola
copa Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis
del mismo trozo Cantad y bailad juntos y estad alegres,
pero que cada uno de vosotros sea independiente»

Aquí se describe espléndidamente la relación entre co-


munión y persona La persona se hace con la relación que
la libera, la potencia, la desarrolla, y cuanto más consisten-
tes son las personas, tanto más crece la comunión La rela-
ción entre persona y pareja no es antitética o paralela, es
una relación intrínseca, que no anula ni a la una ni a la otra
Por consiguiente, la pareja no puede construirse sobre la
mortificación o el ahogamiento de una persona o, peor aún,
de ambas personas La pareja es para la persona, y luego,
cuando está viva, la persona da vida a la pareja

2 K GIBRAN Elprojita en Obras (omplttas II Barcelona 1908 ^Ss


CRISIS DE LA PAREJA. 6UN HECHO SALUDABLF O UN TRACASO9 167

LA CULTURA DE I A LIBERTAD

La libertad es una de las palabras más celebradas en nues-


tro tiempo. Este aliento de libertad ha estado siempre pre-
sente en el hombre, pero en la filosofía ilustrada del siglo
xvín fue tematizada de forma decisiva: independizarse,
liberarse de la dependencia de los demás. De esta forma se
potencia el individualismo: se ve en el otro a alguien que te
impide ser persona; por eso se le considera como un riesgo
para tu libertad, que requiere liberarse de todas las depen-
dencias. Toda persona tiene el compromiso de ser autóno-
ma, independiente.
Aquí se inserta la crítica a la autoridad, tanto religiosa
como civil, consideradas como lesivas de la libertad y fau-
toras de las dependencias. El ateísmo, al menos el llamado
ateísmo militante, conducía a liberarse de todas las esclavi-
tudes, incluso del sometimiento a Dios, considerado como
el gran amo, porque de alguna manera restringía la libertad
del hombre Se comprende así el significado del axioma de
Nietzsche: «Dios ha muerto, ha nacido el hombre». Si Dios
ha muerto y ha dejado de existir, el hombre puede nacer,
porque go/a de libertad, de independencia. Obviamente, lo
que aquí estaba en juego era una caricatura de Dios, debi-
do sobre todo a la predicación de aquel tiempo. Y es justo
que tenga que morir este tipo de Dios para que pueda nacer
el hombre. Bajo el impulso, por áspero que sea, de esta filo-
sofía, los católicos hemos revisado y seguimos revisando la
palabra de Dios para mejor poder percibir en ella su autén-
tica imagen. Hoy asistimos al nacimiento de la llamada cul-
tura autorreferencial: cada sujeto, al tener que hacer sus
opciones, «se autorrefiere», es decir, se refiere a sí mismo,
a su conciencia, y no ya a la autoridad, a las leyes, al magis-
terio. Busca una referencia en sí mismo. Al formular sus
opciones, mira a su propia conciencia. Aquí asoma un irre-
frenable sentido de autonomía y de libertad. La conciencia
quiere reapropiarse de sí misma frente a la manipulación y
la desautorización a que se veía sometida en el pasado.
I

168 IMAGINAR EL MATRIMONIO

Esta cultura puede llevar al subjetivismo (cada cual


piensa a su modo), pero puede llevar también a la subjeti-
vidad, es decir, a una personalidad responsable. Ninguna
persona se hace responsable si no es mediante la libertad y
usando la libertad. Esta situación cultural actual da miedo,
porque parece arrastrar hacia la dispersión, pero puede ser
la premisa favorable para fundar una Iglesia y una sociedad
más comprometidas y responsables.
En cualquier caso, esta tendencia a la libertad engendra
también tensiones en la pareja. El amor es un encuentro
entre dos personas, entre dos libertades, y es evidente que
semejante relación puede resultar difícil y problemática.
Pero es correcto preguntarse: ¿puede expresarse el amor en
plenitud en personas no libres? ¿No exige el amor libertad
para ser uno mismo? ¿Es este deseo de libertad un aconte-
cimiento disgregador o bien, en último término, agregador?

LA CULTURA DEL PLACER Y DE LA FELICIDAD

Utilizo estos dos términos con el mismo significado, por-


que le doy al placer un sentido positivo, muy cercano al de
la felicidad.
Procedemos de una cultura que ha sospechado siempre
del placer y de la felicidad, y particularmente del primero.
El placer era considerado como la búsqueda de uno mismo
y, por tanto, como una forma de egoísmo. Es cierto que
nuestra cultura está cargada de hedonismo y materialismo,
a pesar de lo cual hay que decir que el placer es un valor,
que la felicidad es un don que hemos de buscar. Vivir para
el placer es un hecho negativo, pero vivir con placer es
positivo. Hoy se advierte una revaloración del placer y de
la búsqueda de la felicidad, tanto en el terreno cultural
como en el cristiano. Jesús vino para que el mundo viviera
y viviera feliz, y no sólo en el más allá, sino también en el
más acá.
Vivir la vida con placer significa mantener con la vida
una relación serena, libre, equilibrada; quien no vive a
CRISIS DE LA PAREJA: ¿UN HECHO SALUDABLE O UN FRACASO? 169

gusto se aferra a las cosas o a las personas; quien vive a


gusto es más libre y hace más libres a los demás. Quien no
vive con placer su vida busca al otro con avidez para encon-
trar en él lo que le falta, para compensar su vacío. Hay que
considerar el placer, la búsqueda de la felicidad, con menos
sospecha que en tiempos pasados.
Muchos se casan para ser felices y, por tanto, consideran
el matrimonio como lugar de la felicidad. Casarse para la
propia felicidad, se decía, es una actitud egoísta, en el sen-
tido de que uno se sirve del otro para alcanzarla; por tanto,
el otro no está en el centro; el centro es la propia felicidad.
Pero los términos del problema cambian por completo si la
felicidad, en vez de ser buscada directamente como fin,
llega como señal de que se han alcanzado otros objetivos y
valores, como un matrimonio vivido en plenitud.

Afrontar positivamente el tema de la crisis

EDUCAR EN LA ALI BRIDAD

La palabra «alteridad» resulta hoy bastante familiar, aun-


que no siempre se conoce plenamente su sentido. Tiene dos
significados: el primero, el más normal, indica el compro-
miso de dejar que el otro sea otro, sin querer asimilarlo,
capturarlo. En términos más simples, indica educarnos en
la diferencia del otro, en el respeto a su diversidad. Es ésta
una reflexión importante y hasta nueva, ya que descende-
mos de una cultura que lo planifica y lo uniforma todo y
que, por eso mismo, no siempre ha respetado la diferencia
del otro. La tolerancia, que es también un tema afín, no per-
tenece aún totalmente a nuestra cultura.
Hay un segundo significado mucho más denso, deriva-
do de la filosofía de Lévinas, que utiliza el término «alteri-
dad» en sentido fuerte: toda persona tiene que despoten-
ciarse, tiene que deponerse a sí misma para poner al otro en
el centro, ya que el otro es el maestro. El otro es el sobera-
170 IMAGINAR El MATRIMONIO

no a cuya escucha hemos de ponernos, ya que habita en


otro país, es de otra naturaleza. No se le puede conocer que-
dándose uno en su propio lugar, permaneciendo dentro de
sí mismo; hay que salir, hay que realizar un éxodo para
conocer al otro. Por tanto, si se quiere crecer, hay que des-
tronar al propio yo. Este destronamiento es un acto de jus-
ticia para con el otro, ya que, si no deponemos nuestro yo,
colonizaremos al otro, tenderemos a someterlo, dado que,
por naturaleza, el yo es un «usurpador», un «homicida».
Pero si el yo se depone, pierde su rapacidad, su avidez, y
respeta al otro. Deponer el propio yo significa, ante todo,
respetar al otro, ser justo con el otro.
Este «destronamiento» es, además, un acto de justicia
para con nosotros mismos, porque el yo que se destrona,
que se pone a la escucha del otro, podrá crecer y desarro-
llarse; un yo que se crea soberano, omnipotente, no crece-
rá, no se dejará inquietar por los demás. Si uno quiere ser
justo consigo mismo, tiene que optar por su propio destro-
namiento. Se trata de un éxodo que, sin embargo, no se tra-
duce en el vaciamiento del yo o del otro. Si en la pareja
cada uno de los dos vive al otro como maestro, si cada uno
de los dos pone al otro en el centro, y se convierten así en
discípulos el uno del otro, se establecerá una relación
mutua de respeto, de promoción, de escucha.
Dice Nietzsche: «Hemos construido mal al hombre; hay
que reconstruirlo». Según Lévinas, el modo de reconstruir
al hombre es vivir la alteridad.

PASAR D H PENSAMIENTO ÚNICO AL PENSAMIENTO DUAL

Nuestra cultura occidental se ha desarrollado siempre en


torno al pensamiento único, según el cual no existe más que
una sola forma de mirar la realidad, una sola forma de ir
hacia Dios, una sola forma de vivir el amor, la sexualidad;
esta actitud ha engendrado luego la idea de que nuestra cul-
tura es la única cultura, nuestra religión la única religión,
CRISIS Dr L A PAREJA t UN Hl-CHO SALUDABLE O UN FRAC ASO ' 171

nuestra moral la única moral Por consiguiente, hemos


absolutizado nuestra verdad, así como nuestra religión Por
tanto, de un pensamiento único se deriva una manera única
de ir hacia Dios
De esta idea de unicidad, de verdad absoluta, brotó tam-
bién la otra idea la de exportar esta verdad con métodos
persuasivos e incluso coercitivos Recuerdo una relación
presentada recientemente por un teólogo y titulada
«Primero la \erdad, luego la caridad», donde se sostenía
que la verdad tiene que ser propuesta y hasta impuesta por
amor al otro y a Dios De aquí se derivó el desarraigo de
culturas y tradiciones, para imponer la propia religión, se
acudió a la violencia tanto psicológica como tísica Y esto
no sucedió sólo en nuestra religión, sino también en otras
El pensamiento único es un pensamiento violento; no
sólo violento contra quien piensa de otra manera, porque no
tolera la diversidad, sino también porque reduce la realidad
de Dios, que es múltiple, compleja, imposible de abordar
desde un único punto de vista Es preciso mirarla por todos
lados, desde muchos puntos de observación para intentar
acercarnos a la verdad y al conocimiento de Dios
Hoy se habla, por el contrario, de «pensamiento dual»,
una expresión que indica pluralidad El pensamiento dual
contiene la idea de que existe el yo, pero existe también el
otro Se piensa dualmente cuando el uno piensa con el otro,
cuando el yo se confronta con otra perspectiva o con una
perspectiva distinta Por tanto, el yo no es absoluto todo es
como yo lo digo Lo cual no significa que no sea importan-
te el pensamiento de una persona es siempre importante,
pero no único, porque está también el pensamiento del otro
En el horizonte de la pareja, tener un pensamiento único
significa que uno de los dos tiene que someterse al otro, que
es lo que ha ocurrido históricamente con la mujer Tener y
vivir un pensamiento dual significa que cada uno piensa
con el otro, que mira también con la mirada y la sensibili
dad del otro Aquí radica el valor de la diferencia y de la
altendad
172 IMAGINAR EL MATRIMONIO

N O PONER EN EL CENTRO LA INDISOLUBI1 IDAD, SINO EL AMOR

Hay que educar a las parejas en el sentido de que pongan


en el centro el amor
Decir que el matrimonio es indisoluble no es afirmar
que sea indestructible, ya que, de hecho, existen matrimo-
nios que han quedado destruidos Desde siempre se ha afir-
mado en el terreno jurídico que la indisolubilidad sigue en
pie aunque se haya destruido el matrimonio, aunque haya
muerto el amor Una vez que el matrimonio se ha celebra-
do en la Iglesia, nace la indisolubilidad, que permanecería
como un yugo aunque el amor no existiese
Hoy, sobre todo en la teología ortodoxa, se tiende a ver
que la indisolubilidad está ligada a la comunión No es una
realidad que esté por encima de la comunión, sino que es la
comunión la que se hace indisoluble Pero, si no hay comu-
nión, ¿seguirá siendo indisoluble7
Recientemente apareció un interesante y documentado
libro de un profesor del «Alfonsianum» de Roma, titulado
// matrimonio puo moriré -" Es un problema que todo el
mundo percibe Se trata de interrogar de nuevo a la palabra
de Dios para averiguar si existe todavía el matrimonio
cuando el amoi ha muerto De todas formas, más allá de la
investigación teológica, no tenemos que educar a las perso-
nas en la ley de la indisolubilidad, sino mantener vivo el
amor, de manera que se haga indisoluble La indisolubili
dad no puede vivirse como una tenaza o una ley férrea que
mata, sino como una oportunidad liberadora y salvífica
Recuerdo que hace algunos años, cuando se casó uno de
los animadores parroquiales, les regalé un pequeño marco
de madera con esta frase «No te prometo estar contigo para
siempre, pero sí mantener vivo mi amor para que podamos
estar juntos para siempre» Se trata de desplazar el acento

3 B PETRA II matrimonio puo moriré? E D B Bologna 1996


CRISIS DE LA PAREJA: ¿UN HECHO SALUDABLE O UN FRACASO? 173

Para mantener vivo el amor, hay que vencer sobre todo la


tentación de la rutina; si la pareja deja de mirarse, acaba por
no verse ya más.
Lo que en la pareja crea ruptura o cansancio no se deri-
va tanto de la discusión, de la conflictividad, de la falta de
dinero, ni quizá siquiera, en definitiva, de la infidelidad
conyugal: lo que rompe y corroe a la pareja es la rutina,
cuando se dispensan de mirarse.
El verdadero amor es un tanto inquieto. Y es que hay
que ser un tanto inquietos; no con la inquietud de la incer-
tidumbre, sino de la invención, del más todavía, del más
allá. Inventar siempre nuevos modos de escuchar, de com-
prender al otro o de decirle que le amamos, se convierte en
la manera de mantener vivo el amor. El deber del esposo es
mantener vivo ante su esposa (y viceversa) el propio amor,
no dejarse morir, no dejarse vivir. Si la pareja no está for-
mada por personas vivas, ciertamente que tampoco la vida
de la pareja podrá ser vital.

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