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Cierra la boca

de

Yunior García
ABEL GÓMEZ CERVIÑO
Nunca enciende su cigarro, pero siempre lo lleva consigo.
Podría vestir camisa blanca, con una mancha de tinta en el
bolsillo izquierdo. Usar lentes bifocales y bigote de la emisión
estelar del noticiero. Pero es un tipo normal. Su vestuario dice
poco de él.

RAIMUNDO DE LA PEÑA
Mastodonte cubano contemporáneo. Barítono de los deportes.
Éste sí lleva corbata, aunque ande sin camisa. Se peina al
costado con una raya impecable. Le sudan las manos.

MIRNA DE LA CONCEPCIÓN Y LA PEDRAJA


Barriga de siete meses. Guerrillera de uniforme y botas
semienfangadas. Nunca falta, entre sus manitas militantes,
una olla con pepinos.

SANDRA
A simple vista, no parece santiaguera, pero ella jura serlo.
Lo único significativo en su atuendo es el color de su ropa
interior. Debe cambiar en cada escena, aunque use la misma
ropa.

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I

RAIMUNDO. ¿Por dónde empezamos?


ABEL. Por el principio.
RAIMUNDO. De acuerdo. Viernes. Nueve de la noche.
ABEL. Nueve y cuarenta y tres, para ser exactos.
RAIMUNDO. La hora no es importante.
ABEL. Todos los detalles son importantes. Cuando uno se decide a
abrir la boca... tiene que ser así, ¡ra! De par en par.
RAIMUNDO. Ese es mi problema. Que te hago caso. Me quedo
mirándote como un subnormal y termino haciendo, exactamente,
lo que me dices. Por eso estamos metidos en este rollo.
ABEL. Al grano.
RAIMUNDO. Viernes. 9 y 43 PM. Portal del Trianón.
Abel. Una gigantografía anuncia el estreno de Cierra la boca.
RAIMUNDO. La calle quedó desierta en cuestión de minutos. Solo
permanecemos en el lugar nosotros cuatro, conversando, a cierta
distancia.

II

SANDRA. ¿Qué más? ¡Ah, sí, claro, perfecto! George Washington se


retrata en los escombros de lo que fue un balcón.
RAIMUNDO. Era una obra de teatro. Nada más. No te lo tomes tan a
pecho.
SANDRA. Benjamin Franklin bucea en los latones de basura del centro
comercial Carlos Tercero.
RAIMUNDO. Me estás pisando los zapatos, chica.
SANDRA. Thomas Jefferson recita un poema del Indio Naborí en la
Tribuna Antiimperialista.

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RAIMUNDO. Hay gente escuchando. Compórtate.
SANDRA. Y George W Bush posa en la Catedral ante un coro de
turistas, con un vestido amarillo del siglo diecinueve.
RAIMUNDO. Ya me cansé. ¡Te callas o te callo!
SANDRA. ¡Qué coño tiene que ver La Habana con mi tesis, mi vida!
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MIRNA. (A Abel.) Si dice algo en contra el gobierno la arrastro.
ABEL. No es tu problema. No te metas.
MIRNA. Podemos ir caminando. Estamos a diez cuadras.
ABEL. Catorce. No voy a caminar catorce cuadras.
MIRNA. Antes atravesabas La Habana de punta a cabo caminando.
ABEL. Antes no tenía carro.
MIRNA. ¡Ja! ¡Tu carro! Esa porquería que llamas carro es, en
primerísimo lugar, del Estado, que es el único dueño de las cosas
en este país. En segundo lugar, del chofer, que se lo lleva sin pedir
permiso a donde se le antoje. Y en última instancia, del mecánico,
porque tu carro nunca sale del taller.
ABEL. (Levanta un dedo amenazante.) Me cayó una gota.
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SANDRA. ¿Qué más? Ah, sí, claro. ¡Operación Tormenta del Desierto!
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Aguacero torrencial. Abel abre un paraguas. Sandra vomita.
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RAIMUNDO. Es la última vez que vienes al teatro.
SANDRA. (Explota.) Yo solo quiero un pasaje. En guagua, en tren, en
barco, ¡en lo que sea!
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MIRNA. ¡Me cago en Dios, carajo!
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Truena.

SANDRA. (A Mirna.) ¿Usted también es de Santiago, compañera?

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MIRNA. Yo soy del Partido Comunista de Cuba, de la Federación de
Mujeres Cubanas y de los Comités de Defensa de la Revolución.
¡Qué fue!
SANDRA. ¡Qué cosa! Yo soy de Vista Alegre. Encantada.
ABEL. Santiago es una ciudad… muy…
SANDRA. Rebelde ayer, heroica hoy, hospitalaria siempre.
RAIMUNDO. Sobre todo hospitalaria. La última vez que fui estuvieron a
punto de hospitalizarme.
ABEL. ¿Tiene fósforos?
RAIMUNDO. No fumo.
ABEL. ¡Qué lástima!

Escampa.

SANDRA. Veo una luz.


RAIMUNDO. Es un taxi.
ABEL. Parece lleno.
MIRNA. Viene lleno.
ABEL. Si acaso… caben solo dos personas.
SANDRA. Estoy mareada.
MIRNA. Y yo exhausta. Nosotros llegamos antes.
ABEL. Las mujeres… podrían ir adelantando.
MIRNA. Cariño, ellos llegaron después.
ABEL. La muchacha está en problemas. ¡Mírala!
MIRNA. Yo me monto. Contigo o sin ti, me monto.
ABEL. Y yo... no me opongo. Nos vemos luego... Un beso...

Mirna le arrebata el paraguas. Las mujeres desaparecen.

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III

RAIMUNDO. La vida está llena de lugares comunes. A este tipo me


parece conocerlo de alguna parte.
ABEL. Creo que lo conozco de alguna parte.
RAIMUNDO. ¿A mí? Puede ser. Es que por mi trabajo estoy viajando
siempre de un lugar a otro.
ABEL. ¿Y en qué trabaja?
RAIMUNDO. Soy comentarista deportivo.
ABEL. Ah… un trabajo muy… (Se detiene mirándolo.) Seguramente
dejé mi fosforera en el carro ¿sabe? Es que lo tengo en el taller…
RAIMUNDO. Lo comprendo. Yo tuve una moto. Pero la vendí. Me daba
demasiados problemas.
ABEL. ¿Qué tipo de moto?
RAIMUNDO. Una MZ.
ABEL. Ya.
RAIMUNDO. Me encantaba correrla. Montar a alguna chiquilla y hacer
que se agarrara de mí con fuerza. Salir a toda velocidad y abrir un
surco entre los baches. Tenía su gracia eso de ir con una niña en
la moto y acelerar y sentir cómo el pelo se le enredaba en el aire.
Ahora ya no es lo mismo. Hay que usar casco. Las pepillas no
lucen igual con esos cascos. ¿Me entiende?
ABEL. Claro… (Aparte.) Hay días en que no puedo apartar la vista de
la portañuela de otro hombre. Y no es mariconería ni alguna otra
cosa parecida. Es, digamos, autoreconocimiento. Todavía no he
visto a nadie que se le marque como a mí… De eso estoy seguro…
Gorda, abultada, sintiéndose incómoda dentro de la ropa.
Empujando hacia delante como si quisiera… Como si quisiera… (A
Raimundo.) Creo que me estoy meando, ¿sabe?
RAIMUNDO. Creo que yo también.

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IV

Sandra, en el asiento trasero de un almendrón.

SANDRA. Estimado Barack Obama. Dos puntos. A usted que nació en


Hawai y que ahora vive en Washington. Espacio. Esto no es
borrachera. Es nostalgia. La Patria, contra, el terruño. Ese
lugarcito donde la gente tiene tu mismo acento. Y donde nadie se
voltea para mirarte como diciendo: ¿Y ésta de dónde salió? De
dónde va a ser, carajo. De la cuna, de la raíz, de los ovarios de
esta Isla. La Habana es un lugar imaginario. Una idea que todos
tenemos en la cabeza. Y que no tiene nada que ver con los
escombros, ni con el adoquín, ni con El Morro. La Habana es un
sueño de adolescente enamorada. ¡Coño, pero es tan difícil verla
desde adentro! Aquí no soy más que una extraña, una sin tierra,
una palestina. Y a veces me lo creo. Y me da tanta rabia que
quisiera subirme a una guagua repleta de gente, cargarme con
granadas, dinamita, C4, con la madre de los tomates y reventar.
Por eso tengo ganas de irme. A mi suelo, a mi comarca, a mi
franja de gaza. Para que no se me deshaga por completo la
imagen de esa Habana que me desveló tantas veces.

Raimundo y Abel, de espaldas, orinando.

ABEL. ¿En cuánto la vendió?


RAIMUNDO. ¿Qué cosa?
ABEL. La moto.
RAIMUNDO. Ah. No recuerdo. Fue hace algunos años.

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ABEL. Era grande… supongo.
RAIMUNDO. ¿Qué cosa?
ABEL. La moto.
RAIMUNDO. Ah. Doscientos cincuenta CC.
ABEL. Vaya… Me gustan grandes. Le dan a uno… más…
RAIMUNDO. ¿Usted cree?
ABEL. Por supuesto. Las mujeres las prefieren grandes.

Terminan.

RAIMUNDO. Y el suyo, ¿de qué tamaño es?


ABEL. ¿Qué cosa?
RAIMUNDO. Su carro.
ABEL. Ah… (Inaudible.) Un polaquito.
RAIMUNDO. ¿Cómo?
ABEL. (Igual.) Un polaquito.
RAIMUNDO. No lo escucho.
ABEL. ¡Un polaco, un polski, una cucaracha rodante! Estoy harto de
esa mierda, para ser sincero. Lo veo y le juro que quisiera
abollarlo con un martillo y reducirlo al tamaño de… Tal vez lo
venda… no sé.
RAIMUNDO. Para comprarse uno más grande.
ABEL. Uno cualquiera. Con tal de que camine…
RAIMUNDO. Ya.
ABEL. Mire, estamos aquí… medio mojados… hablando de motos y
cosas grandes. Por qué no… ¿Cómo le explico? Por qué no…
RAIMUNDO. ¡Diga!
ABEL. ¿Le gustaría tomarse unos traguitos?
RAIMUNDO. ¿De ron?
ABEL. Claro.
RAIMUNDO. Yo estoy en alcohólicos anónimos. Nada de tragos.
Además, no creo que haya ningún lugar discreto.

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ABEL. Conozco un sitio… a unas veinte cuadras. Habría que ir
caminando… pero… ¿se embulla?
RAIMUNDO. No sé. Alcohólicos anónimos, recuerde.
ABEL. Yo también voy a un club de personas que desean dejar de...
fumar. Pero es anónimo. No saben quién es usted. Y a mi eso me
encanta. La verdad es que siempre he confiado en la bondad de
los desconocidos, ¿sabe? No hay nada mejor para el estrés que
ponerse a merced de los extraños. El sitio del que le hablo es el
lugar más discreto del mundo. Es tan discreto que cada persona lo
llama de un modo diferente. Los estirados le dicen: El bosque de
las Erinias. Los encogidos prefieren: La Potajera. Pero yo, que no
soy ni una cosa ni la otra, lo llamo: Paraíso Fiscal. Mi pequeño
Gibraltar en medio de La Habana. ¿Se embulla?
RAIMUNDO. Mmm.

VI

Mirna, en el asiento trasero de un P4 repleto de gente.

Mirna. Estar embarazada no reduce el deseo sexual. Al contrario. Voy


por la calle pensando en una sola cosa: sexo. Todo lo que miro
toma la forma del miembro masculino en erección. Los postes del
tendido eléctrico, las guaguas, los edificios, todo. El malecón es
una inmensa cosa que rodea La Habana para estrangularla. El faro
es una cosa enhiesta que copula con los barcos del puerto. La
Plaza de la Revolución es… ¡Por Dios! ¿A quién se le ocurrió
construir una cosa tan monumental? Yo soy una mujer de
multitudes. No hay nada para mí más excitante que un desfile.
Colocarme en el centro, levantar mi pancarta, sentirme
atrincherada por los cuatro costados. ¡Ay! No sé lo que me pasa.

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Estoy sudando a chorros. La vista se me nubla. Estoy empapada.
Necesito urgentemente… contemplar la cúpula del Capitolio.

VII

Abel y Raimundo duermen, desnudos, en la misma cama. Raimundo


se despierta, bebe ron directamente de una botella, descubre la
desnudez de su compañero y se sorprende. Intenta despertarlo
tocándole una pierna.

ABEL. (Todavía dormido.) ¿Qué hora es?


RAIMUNDO. Faltan seis para las cinco.
ABEL. (Se despierta asustado.) ¿Raimundo? (Pausa.) ¡Coño!
RAIMUNDO. Hay un charco de sudor en la cama.
ABEL. Soñé... que dormía desnudo con un hombre.
RAIMUNDO. Es el estrés. Yo he tenido sueños peores. Sueño que estoy
parado, completamente desnudo, en el escenario de un teatro
enorme.

Pausa. Comienzan a vestirse.

ABEL. Es el estrés… Todos mis antepasados murieron por culpa de


eso. ¿Te lo conté? Mi bisabuelo dijo adiós en medio de la Crisis
de los Mísiles. Cada vez que sonaba una alarma… le daba un
infarto. Mi abuelo pereció en la zafra del setenta repitiendo una
frase como todo un autómata: Hay que cumplir, hay que cumplir.
Mi padre sufrió una obstrucción intestinal en el ochenta que le
costó la vida. Se le ocurrió asilarse en la Embajada del Perú, pero
había mucha gente, demasiada... y murió sin poder encontrar un
baño desocupado. Mi hermano era un mediocre, murió en la

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mitad de los noventa, a la mitad del camino, con la mitad de un
remo. Yo no voy a morirme de estrés… mi mujer me va a matar.
RAIMUNDO. Y la mía. Esa guajira no entiende ni comprende.
ABEL. ¿Cómo me dijiste que se llamaba?
RAIMUNDO. ¿Quién?
ABEL. Tu mujer.
RAIMUNDO. Ah. Sandra. Tú la viste. Es una flaca de un metro setenta
obsesionada con los presidentes de los Estados Unidos. ¿Te
imaginas? Hacérselo a una mujer que te dice: Así, Stephen
Grover Cleveland. Dámela, William McKinley. Muévete Chester
Alan Arthur. Dime si alguien puede concentrarse con el Canal
Educativo puesto. Y cuando está llegando al punto grita a toda
garganta: ¡Franklin Delano Roosevelt! ¡Es el colmo! Ese tipo
estuvo como doce años en La Casa Blanca. Yo con Sandra no
llego ni a los cinco minutos.
ABEL. ¿Y cómo la cociste?
RAIMUNDO. Me la encontré en el Gillermón Moncada cuando fui a
narrar un juego de la categoría trece / catorce. Yo entraba a la
cabina acomodándome la corbata. Ella estaba sentada, al lado de
la conga, leyéndose la biografía de Abrahán Lincoln. Se veía tan
frágil, tan sensual. Las cosas cambiaron cuando pisó el asfalto.
Llevo cinco años en mi propia casa sin poder hacer lo que me da
la gana. Y sin abrir la boca. Ya lo decía el profesor Cuevas:
Nunca saques a un animalito de su entorno natural.
ABEL. ¿Te conté que mi mujer está embarazada? Bueno… ¿te conté
que… aquella gorda… es mi mujer? (Pausa.) Mejor no hablemos
de esas cosas.
RAIMUNDO. De acuerdo.

Silencio breve. Abel da vueltas por el lugar.

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ABEL. Mira, compadre. Te lo voy a decir rápido y claro. A mí lo de
anoche… lo de anoche… me gustó.
RAIMUNDO. A ver si se lo cuentas a alguien.
ABEL. ¡Qué pasa! Yo soy un hombre.
RAIMUNDO. Entonces cierra la boca.

VIII

Sandra bate un merengue. Raimundo escucha en silencio.

SANDRA. Estoy harta de oír disculpas y promesas inútiles. ¿Que si creo


en el mejoramiento humano? Por supuesto que sí, my darlin,
pero lo tuyo se pasa de castaño oscuro. Y ahora resulta que me
amas. No, si para sorprenderse no hay que ver el Discovery. En
cinco años de matrimonio nunca mencionaste la palabra love. Al
contrario, un materialista dialéctico e histórico radical no cree en
esas estupideces: El amor es una sustancia química que
segregan las células para propiciar el apareamiento entre las
especies animales. O sea, nosotros. Según las últimas
investigaciones solo dura tres meses. ¿Entonces qué yo siento
por ti, mi vida, si llevamos tanto tiempo juntos y sigo enamorada
como el primer día? Se trata de un proceso de adaptación, mi
cielo. Tu sistema endocrino necesita sentirse acompañado y
genera toxinas que incrementan la sensación de dependencia.
¡Mira! ¡Que seré palestina, pero no comemierda! Durante un
tiempo sí: ¡Qué inteligente es mi marido! ¡Cómo sabe mi esposo!
Nada de romance, nada de llevarme al ciclo de cine
independiente, nada de regalos el catorce de febrero. Mucha ropa
sucia, platos llenos de sobras y sexo mediocre. ¡Sí, sexo
mediocre y bien! No vayas a pensar que cuatro posiciones

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incómodas, ocho obscenidades y cinco minutos seguidos hacen
un buen sexo. Hacer el amor no es acrobacia. Tiene que haber
pasión, coño, pasión. Imaginarse una que todavía es bonita.
Saberse capaz de encenderle las fantasías a un hombre. ¿Qué te
crees tú, eh...? ¿Que yo estoy muy necesitada? ¿Eso te crees?

Sandra suelta el plato de merengue y se lanza encima de Raimundo.

IX

Mirna realiza ejercicios aeróbicos. Abel lee el Granma.

ABEL. ¿No crees que eso… pueda causarle algún daño al niño?
MIRNA. Estoy gorda.
ABEL. ¿Quién dice?
MIRNA. A los hombres no les gustan las mujeres gordas.
ABEL. Pues a mí no me gustan las mujeres... flacas.
MIRNA. Hace dos semanas que no me lo haces.
ABEL. Estás embarazada.
MIRNA. El médico dijo…
ABEL. El médico es un pervertido, un enfermo mental. ¿No le viste la
letra? Parece la letra de un veterinario.
MIRNA. Estudió seis años en la universidad.
ABEL. Es un mediocre. Si fuera bueno estuviera cumpliendo misión
internacionalista.
MIRNA. ¡Habla bajito! (Al mundo.) En esta casa vive una federada.
ABEL. Hablo como quiera. (Igual.) Porque aquí también vive un
militante. El jefe de núcleo soy yo. Y mientras tengas a mi hijo
metido en tu vientre… con la cabeza tan cerca del… lugar, no

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pienso hacértelo. Y deja de saltar que el techo nos va a caer
encima.
MIRNA. Dices eso porque estoy gorda.
ABEL. Digo eso porque las paredes están agrietadas, la arquitectura es
antigua, los materiales de segunda… Digo eso porque vivimos en
un barrio donde cada dos casas hay un derrumbe.
MIRNA. Entonces permutemos.
ABEL. No me hagas reír.
MIRNA. Tú tienes la culpa. Trabajas en un lugar donde hay de todo.
ABEL. ¿De todo?
MIRNA. De todo lo que hace falta para arreglar esta casa.

Pausa de tensión. Se miran amenazantes.

ABEL. ¿Tú me estás proponiendo que…?


MIRNA. Anjá.
ABEL. ¿Tú estás sugiriendo que yo, Abel Gómez Cerviño, desvíe los
recursos que el Estado asigna para la noble construcción de un
policlínico?
MIRNA. ¡Anjá!.
ABEL. No es tu idea. Ya lo había pensado antes.
MIRNA. ¿Y?
ABEL. Y nada. Es muy arriesgado. He sido muy estricto con los
trabajadores. El mes pasado sancioné a una pila de gente por
hacer… precisamente… lo que tú me recomiendas.
MIRNA. ¿Entonces?
ABEL. Entonces… olvidemos el asunto.
MIRNA. Y esperamos a que el techo se nos venga encima, ¿no? Para
contemplar las estrellas desde la cama.
ABEL. A lo mejor… te vuelves una mujer... romántica.

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X

Raimundo y Sandra ejercitan el Kamasutra.

SANDRA. No sabes dónde queda el punto G.


RAIMUNDO. A lo mejor tú no tienes punto G.
SANDRA. Todo el mundo tiene. Incluso tú. ¿Quieres que te enseñe
dónde está?
RAIMUNDO. ¿El mío?
SANDRA. El tuyo.
RAIMUNDO. Mejor nos concentramos en tus puntos. ¿No querías una
escena romántica? La tienes. Hago todo lo posible por
complacerte. ¿No aparecen las velas? ¡No importa! Encuentro un
bombillo de sesenta watts. Toda una reliquia rescatada de la
extinción, todo un clásico, pintadito de rojo, como en aquel
cuartico donde te vi desnuda por primera vez. ¿Te acuerdas? Y ni
hablar de las sábanas.
SANDRA. Las sábanas son prestadas.
RAIMUNDO. Son de seda. Eso es lo que importa.
SANDRA. ¿De seda?
RAIMUNDO. Un material bastante parecido. Los chinos son expertos en
eso.
SANDRA. La etiqueta dice Taiwán.
RAIMUNDO. Da igual. De la India hacia allá, todos son chinos. ¿Por qué
las mujeres son tan difíciles de complacer, eh? Son insatisfechas
por naturaleza. ¿Conoces el cuento del camarón encantado?
SANDRA. ¿A qué viene eso?
RAIMUNDO. El camarón le concede deseos al leñador, pero este no
quiere nada para él. Entonces su mujer comienza a obligarlo a
pedir y a pedir hasta que revientan.
SANDRA. Me sé el cuento.

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RAIMUNDO. Es un cuento machista, súper machista, diría yo. Pero al
final da en el blanco. Todas las mujeres son como Masicas:
ambiciosas, insaciables. Es un mensaje que nos envían a los
hombres nuestros antepasados diciendo: Cuidado, man, no te
conviertas en un Lopi. ¿Sientes algo ahí?
SANDRA. Negativo.
RAIMUNDO. ¿Y aquí?
SANDRA. ¿Ahí…? Falsa alarma.
RAIMUNDO. ¿Dónde rayos se metió ese punto?
SANDRA. Pregúntale al camarón encantado.

XI

Abel llega del trabajo con un portafolio. Mirna está acostada con la
olla de pepinos entre las piernas.

ABEL. ¿Para qué es eso?


MIRNA. Para darle de comer al niño.
ABEL. ¿Qué?
MIRNA. Para metérmelos cuando tenga ganas.
ABEL. ¡Cierra la boca!
MIRNA. Son para las ojeras. Una rodaja en cada ojo y quedas como
nueva. Dicen que en las tetas también da resultado.
ABEL. (Tomando un pepino.) Esto… es una aberración.
MIRNA. (Haciendo lo mismo.) Esto… es el almuerzo y la comida. Estoy
haciendo dieta.

Ella comienza a devorar un pepino. Él hace lo mismo.

MIRNA. ¿Cómo está?

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ABEL. Delicioso. (Escupe.)
MIRNA. Deberías ocuparte más de tu familia. Hacerle el amor a tu
mujer. Arreglar esta casa.

Abel saca del portafolio un ladrillo y un termo de café.

MIRNA. ¿Y esto de qué se trata?


ABEL. El manifiesto comunista se deshace ante La sagrada familia. El
termo... está lleno de cemento.
MIRNA. Perfecto. A este paso arreglaremos la casa para cuando quiten
el bloqueo.
ABEL. No puedo hacer más. La semana que viene tengo auditoría.
MIRNA. Entonces estamos en un serio problema. Te imaginas que
descubran que falta un ladrillo y media libra de cemento.
ABEL. Ya yo hice mis cuentas. De vez en cuando puedo sacar dos
ladrillos… hasta tres. Para fin de año podríamos incluso levantar
otra pared… una cuarta pared, ¿me entiendes? Cincuenta ladrillos
al mes son seiscientos al año. Y media libra de cemento al día es
un desfalco enorme. ¡Todo está cuadrado! Nadie se percata,
nadie abre la boca.
MIRNA. Eres un… amor.
ABEL. Soy un… corrupto. (Se besan. Él la aparta.) ¿Me pasas otro
pepino?

XII

Sandra cose un pantalón. Raimundo entra en corbata y calzoncillos,


con las medias y los zapatos puestos.

RAIMUNDO. Hay tres cámaras de camión en el baño.

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SANDRA. Anjá.
RAIMUNDO. ¿Y?
SANDRA. ¿Y qué?
RAIMUNDO. Que soy comentarista deportivo, no ponchero.
SANDRA. Las cámaras son mías.
RAIMUNDO. Me importa un pepino de quién son las cámaras. ¡No
quiero eso en mi baño y punto!
SANDRA. El baño también es mío. ¡Las cámaras se quedan donde
están y san se acabó! (Le arroja el pantalón y le ofrece la aguja
de coser.)
RAIMUNDO. ¿Estás hablando en serio?
SANDRA. Completamente.

Pausa. Raimundo toma el pantalón y continúa cosiendo. Sandra


intenta colocar un afiche de Bill Clinton en una de las paredes.

RAIMUNDO. No me gustan los camiones. No soporto el ruido que


hacen. Tengo un oído armónico absoluto, concebido para
diferenciar a kilómetros una nota musical. Mmm, eso es un fa.
Mmm, eso es un do. Después de mí, Zenaida Romeu y Adolfo
Guzmán. No me agrada la idea de tener que bañarme con una
cámara de camión al lado. (Se pincha el dedo con la aguja, se
queja, lame el dedo.) ¿Escuchaste el juego de ayer?
SANDRA. Nunca escucho la radio que hacen en La Habana. Me molesta
el acento de los locutores.
RAIMUNDO. Estuvo magistral. Un choque entre Boyeros y El Cotorro.
SANDRA. En la pelota les voy a Los Yankees y a Santiago, lo demás es
paisaje.
RAIMUNDO. ¿Tú recuerdas cuando yo narraba las finales entre Santiago
e Industriales?
SANDRA. ¡Hazme el favor! Desde que tengo uso de razón eso siempre
les tocó a Héctor Rodríguez y a Eddy Martin.

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RAIMUNDO. Pero yo le hice una entrevista al manager de los azules al
final de un quinto ining. ¿Quién va a ganal? ¡El mejol! Si no
hubiera sido por aquel jueguito de mierda ahora estaría en las
Olimpiadas.
SANDRA. ¿A quién se le ocurre cantar media opera de Verdi en un
juego de pelota?
RAIMUNDO. Estaba inspirado. Y el juego era pésimo. Pero nadie puede
decir que soy un comentarista sin condiciones. Tengo todo lo que
hace falta: conocimiento exhaustivo de las reglas del juego; buen
ritmo; poder de improvisación; voz de barítono. ¡Qué más
quieren!
SANDRA. Que te concentres en lo tuyo y no te metas en lo que no te
importa. Le zumba el mango venir para La Habana a ser la
esposa de un Turandot que ni pinta ni da color. Yo necesito un
hombre, ¿me entiendes? ¡Un hombre!

Sandra se dispone a salir.

RAIMUNDO. ¿A dónde vas?


SANDRA. A apuntarme en la lista de espera.
RAIMUNDO. ¿Otra vez?
SANDRA. Give me liberty or give me death.

Sale.

XIII

Marcha del pueblo combatiente. Todos desfilan.

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MIRNA. Ay, sentí una patadita. Hay hijos que patean a sus padres
desde que están en el vientre, pero son patadas de amor, como
hay golpes de amor, puñaladas de amor. Una madre nunca
devora a sus hijos, aunque estos la engorden, la agrieten, la
desangren. Siempre tenemos ante ellos un seno descubierto,
expuesto a las mordeduras del cachorro. Siempre los brazos
extendidos para sostenerlos. No importa que la nariz se
ensanche, la piel se estruje y el rostro se llene de manchas. Estar
embarazada es algo hermoso. ¿Hay algo en el mundo más
sensual que la desnudez de una mujer preñada? ¿Hay algo que
brinde más placer que hacer el amor con el amor por dentro,
hecho criatura? Dicen que el orgasmo de la mujer que espera
aumenta la inteligencia del bebé. Y yo quiero que mi hijo sea un
genio. No renuncie nunca a su condición de mujer. No escuche
los criterios de quien no sabe lo que significa estar lleno de vida
aquí, en lo más hondo. No se quede con una palabra atravesada
en la garganta. Recuerde que ser madre es, también, cambiar
todo lo que debe ser cambiado.

XIV

Abel y Raimundo, sin camisas, en la cama.

RAIMUNDO. Mi mujer me engaña.


ABEL. ¡Qué suerte! La mía engorda.
RAIMUNDO. Estoy hablando en serio.
ABEL. Yo también. Todos los días despierto con la sensación de que se
infla y se infla… A veces creo que va a explotar de un momento a
otro.
RAIMUNDO. Pero está embarazada, ¿no?

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ABEL. No lo sé. Un niño no puede ser tan grande.
RAIMUNDO. Tienes que ir a un sicólogo.
ABEL. La última vez que lo hicimos ella estaba arriba… y yo abajo. Y
trataba de concentrarme, pero nada. Y pensaba en Ana, la
vecina. Y en Katia, una tía lejana. Y hasta en la sirenita de Walt
Disney… pero nada. Y era la hora de terminar. Y me daba una
pena del carajo… y lo hice.
RAIMUNDO. ¿Hiciste qué?
ABEL. Fingí, compadre. ¿Tú nunca lo has hecho?
RAIMUNDO. ¿Yo? Al contrario. Yo finjo que no he terminado todavía. Y
tengo que seguir con el hígado en la mano. A la flaca de mi
mujer hay que darle. Ella me ve verde y sin aliento y pide más.
Yo dejo el bofe entre las sábanas y ella pide más. ¡Ya yo no
tengo de dónde sacar más! Pero ella no comprende. Por eso te
digo que me engaña.
ABEL. ¿Y tienes pruebas?
RAIMUNDO. Evidencias. Tiene el baño lleno de cosas raras. Todos los
días se va para la lista de espera. Dice que ya se le pasó y tiene
que volver al día siguiente. Ahora le ha dado por Lorca: Iré a
Santiago, iré a Santiago. No sé qué hacer.
ABEL. Déjala. Y ven a vivir conmigo.
RAIMUNDO. Estás loco. ¿Y tú mujer?
ABEL. Que se vaya con la tuya para Santiago. Le conseguimos una
casita bien cerca del Cuartel Moncada y se acabó. Así no hará
falta inventar ningún cuento. Podremos ir todos los días a
Gibraltar.
RAIMUNDO. Olvídalo. Te encanta el paraíso fiscal.
ABEL. ¿A ti no?
RAIMUNDO. No sé. Demasiada gente extraña. Una boca por aquí, una
mano por allá. Lenguas por todas partes.
ABEL. Eso es lo que me encanta.

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RAIMUNDO. Por eso es que voy. Por complacerte. En realidad prefiero
venir a este cuartico. Me gusta cuando nos quedamos solos.

Abel abraza a Raimundo. Raimundo llora.

ABEL. Tienes que ir a un psicólogo. Mira como te sudan las manos.


RAIMUNDO. Desde que era un niño. Y no es por nerviosismo ni por
cobardía. Es una enfermedad. Hiper hidrosis se llama, lo leí en
alguna parte. Mi madre me obligaba a coger ranas desde
pequeño porque pensaba que ese era el remedio. Y usaba un
pañuelito en la escuela para no mojar la libreta. Y a mi primera
novia nunca pude tomarla de la mano, por pena. Y buscaba el
lado positivo. Nací para contar billetes, me decía mí mismo. En el
fondo quería arrancármelas.

Pausa.

ABEL. Hermano, nuestra vida matrimonial es un fracaso. Solo me


siento pleno... los lunes. Cuando hacemos… lo que hacemos.
RAIMUNDO. Hasta que nos agarren.
ABEL. Hasta ese día.

XV

Sandra infla una cámara de camión. Mirna llega con su olla de


pepinos.

MIRNA. Buenas. ¿Aquí vive Raimundo de la Peña, el comentarista


deportivo?
SANDRA. Sí, ¿por qué?

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MIRNA. Es que… él debe ser amigo de mi esposo, ¿sabe?
SANDRA. Mi marido tuvo que cubrir un juego en Pinar del río y no
regresa hasta el martes. Pero pase. Pase y siéntese.

Mirna observa las cámaras y el póster de Clinton. Luego le lanza una


mirada a Sandra. Pero al rato se olvida del asunto.

Mirna. No sabía si venir o no. Resulta que encontré esta dirección en


el bolsillo de uno de sus pantalones. Pensé: Otra mujer. Pero
decía un nombre de varón: Raimundo de la Peña. Y abajo:
Comentarista deportivo. Aunque a veces esas cosas son para
despistar. Ayer tuvo guardia en el trabajo y todavía no ha
regresado a la casa. Pensé que le había ocurrido algo, pensé
muchas cosas, pensé, ¿usted me entiende?
SANDRA. (Aparte.) La vida está llena de lugares comunes. A esta tipa
me parece que la conozco de alguna parte.
MIRNA. Creo que la conozco de alguna parte.
SANDRA. ¿A mí?
MIRNA. A usted.
SANDRA. Puede ser.
MIRNA. Seguro nos hemos tropezado. Yo recorro toda La Habana,
¿sabe? En el carro de mi marido. Sí, por que mi marido tiene un
carro.
SANDRA. ¿Qué tipo de carro?
MIRNA. Un Polski.
SANDRA. Ya.
MIRNA. Me encanta pasear apretadita en el carro de mi esposo. Sentir
como sudo y el cuerpo se me escacha y mi marido me roza… ¡Sí!
Pero me aterra pensar que puede montar a otra. ¿Usted me
entiende?

Grito mudo de Mirna.

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SANDRA. ¡Ah no! Así son los hombres. Les encanta tenernos
preocupadas. Pero no podemos darles el gusto. Dicen que por
cada uno de ellos hay siete mujeres. Eso es mentira. Por cada
una de nosotras hay catorce esperando. Y si no me crees sal a la
calle y compruébalo. ¿Cuántas se meten con ellos, eh? Ahora,
¡Cuántos se meten con nosotras!
MIRNA. ¿Usted cree que estoy gorda?
SANDRA. Bueno… flaca no eres. Pero gorda, lo que se dice gorda, nada
más que un poquito. ¿Cuántos meses tienes?
MIRNA. Cinco. Y hace un montón de tiempo que mi marido no me lo
hace. ¿Usted qué me aconseja?
SANDRA. Bueno… Raimundo dejó unas cervezas en el congelador. Yo
te aconsejo que acabemos con ellas.
MIRNA. Yo no puedo tomar. Es por el niño, ¿sabe?
SANDRA. Mmm.

XVI

Abel en un club de personas que desean dejar de fumar. Abel fuma.

ABEL. Mi nombre es Abel Gómez Cerviño, tengo veintinueve años y


soy jefe de obras de la Batalla de Ideas. Fumo desde los trece…
por eso estoy aquí. Aunque mi problema real no es con el
cigarro. En realidad… respiro como un recién nacido. Mi problema
es con las áreas para fumadores. Es que ahora les ha dado por
climatizarlo todo: las guaguas, las cafeterías, las terminales de
ómnibus, las funerarias… La climatización dura poco, a veces ni
llega a realizarse, pero ahí quedan los lugares herméticamente
cerrados. Cuba es un eterno verano. La gente suda en exceso,

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las digestiones son lentas, el aliento peculiar… Y el aire se va
transformando en una sopa de fluidos que amenaza con
estrangular a cualquiera. Entonces te entran unas ganas
enormes de desestresarte. ¿Y con qué mejor que con el producto
que fascinó al mismísimo Cristóbal Colón, el embajador del
comercio cubano, el anti-estresante número uno? A donde quiero
llegar, compañeros y compañeras: Fumar es más que un vicio,
es una necesidad, un asunto genético, una postura
revolucionaria. Desde pequeño me enseñaron en la escuela a
gritar con absoluta convicción “Pioneros por el comunismo:
seremos como el Che”. Y allí estaba… en el más visible de los
murales… el paradigma, el héroe guerrillero… saboreando las
delicias de un enorme tabaco. Aquí están reunidos los que
quieren dejar de fumar. Pero yo les aseguro que son minoría. Si
fueran auténticamente democráticos reconocerían que somos
más, muchísimos más… los que no queremos dejar de fumar.
Podríamos incluso organizar una marcha de tres días frente a la
sede del enemigo que nos embarga nuestro Partagás, nuestro
Hoyo Monterrey, nuestro Cohiba. Tenemos absoluto derecho a
que se respete nuestra opinión y se eliminen de las cajetillas
todos esos letreritos subversivos: Fumar daña su salud. ¿Qué es
eso? ¿Acaso alguien ha leído en un agro mercado: La carne de
cerdo daña su salud? Yo propongo que abandonen esa actitud
discriminatoria y sometan a votación el nuevo slogan de las
cajetillas: El estrés y el cigarro dan cáncer… ¿con cuál te
quedas?.

XVII

Mirna y Sandra borrachas. Hay cuatro botellas sobre la mesa.

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SANDRA. ¿Cuántas veces te ha pasado?
MIRNA. ¿Qué cosa?
SANDRA. Orgasmos múltiples.
MIRNA. Ah. No sé. No me dedico a contar esas cosas.
SANDRA. Aproximadamente.
MIRNA. Quinientas, seiscientas veces, tal vez más.
SANDRA. No te creo.
MIRNA. ¿Qué sabes tú de mí? Yo corrí mucho mundo antes de casarme
con Abelito.
SANDRA. ¿Cuánto?
MIRNA. Desde que era una mocosa. Incluso las muchachas grandes
celaban a sus novios cuando yo andaba cerca. Fui una niña
teóricamente precoz.
SANDRA. ¿Precoz, de eyaculación precoz?
MIRNA. No. Precoz de lo mucho que le sabía a la materia siendo
apenas una chiquilla. Imagínate que cuando estaba en quinto
grado mi madre me puso en un círculo de interés de ginecología.
Practicábamos con una muñeca plástica de las que traían frases
grabadas. ¿Te acuerdas? Ni se sabe los legrados y las cesáreas
que le hice yo a esa muñeca.
SANDRA. Eres una mentirosa sin remedio.
MIRNA. Soy una mujer con un pasado interesante. A ver, ¿qué tienes
tú para contar?
SANDRA. ¿Yo?
MIRNA Sí.

Pausa.

SANDRA. Una vez tuve un novio que tenía una perla.


MIRNA. Interesante.

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SANDRA. Se hizo la herida él mismo, a sangre fría. Tomó un cepillo de
dientes, le sacó filo y se lo clavó en la carne como si estuviera
matando a un puerco. Después se acomodó la perla, se echó
agua caliente y una pomada cicatrizante. A la semana ya estaba
haciendo sufrir a todas las chiquitas en la escuela al campo.

Pausa.

MIRNA. Abelito nunca se pondría una perla.


SANDRA. Ni Raimundo. Él cree que no le hace falta.
MIRNA. Inocente.

XVIII

Raimundo en un club de personas que desean dejar de beber.


Raimundo bebe.

RAIMUNDO. Yo no solía tomar ni los domingos. Pero el estrés es una


cosa del carajo. No hay nada peor que impedirle a una persona
expresarse libremente. Decir sin problemas de ningún tipo lo que
siente, de la manera en que lo siente, y en el momento justo en
que lo siente. Por eso me gusta venir a este lugar, porque aquí
todo el mundo te escucha, aunque todos los días venga alguien a
repetir lo mismo. Yo siempre quise ser cantante, pero me hice
comentarista deportivo. Si me hubieran dejado ahora estaría en
el podio, junto a los campeones: Boby Salamanca, Eddy Martin…
Si me hubieran dejado: Iván López, Julita Osendy y Modesto
Agüero tendrían que ajustarse muy bien los pantalones. Pero me
jodieron, me hicieron un número ocho. Y todo por querer
expresarme con autenticidad. Recuerdo que era una transmisión
en vivo en la final del Play Off. El Latino repleto, rojo por aquí,

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azul por allá. Los maestros de la narración deportiva en su cabina
y yo en el terreno, preparado, esperando mi momento. Al final
del quinto me iban a hacer un pase a mí, a Raimundo de la Peña,
alias Turandot. ¿Ustedes se imaginan lo que es estar en vivo,
cámaras y micrófonos a tu disposición, frente a once millones de
personas? Mi momento llegó, las piernas me temblaban, el
estadio desaparecía, la música me llegaba del cielo, y me dejé
llevar. (Canta un fragmento del “Nessun dorma”. Le lanzan un
pomo desde las gradas. Pausa. Alza su copa.) Propongo un
brindis por los desafortunados, por los que no han tenido sus
cinco minutos de gloria, por todo aquel a quien alguna vez le han
cortado la señal. ¡Salud!

XIX

Sandra y Mirna, borrachas, se han pintado unos bigotes. Bailan. Hay


ocho botellas sobre la mesa. Raimundo llega en cueros cubriéndose
con una señal de PARE.

RAIMUNDO. ¡Qué significa esto!


SANDRA. No. ¡Qué significa eso!
RAIMUNDO. Ah, vengo de una fiesta de disfraces.
SANDRA. Pues yo pensé que estabas en Pinar del Río.
RAIMUNDO. ¿Yo? ¿Pinar? Ah, claro, Pinar del Río. ¡Precioso! ¡Una
cantidad de mogotes!
SANDRA. ¡Raimundo!
RAIMUNDO. ¡Contra, vieja, que me asaltaron! ¿No te das cuenta? Me lo
llevaron todo.
SANDRA. Ay, pobrecito, mi amor. ¿Te lastimaron? ¡No me jodas,
Raimundo! Te conozco hace cinco años y sé reconocer
perfectamente cuando me estás metiendo un cuento. Me dices
ahora mismo que fue lo que pasó… ¡o te corto el agua y la luz!

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RAIMUNDO. Está bien. Pero primero me explicas tú: ¿Quién se tomó
mis cervezas? ¿Qué haces con ese bigote? ¿Y quién es ese
gordo?

Sandra y Mirna se quitan los bigotes. Mirna se acerca a Raimundo, le


da una bofetada. Abel llega, también desnudo, cubriéndose con una
señal de CEDA EL PASO.

MIRNA. ¿Abelito?
ABEL. ¿Mirnita?
SANDRA. ¿Qué coño es esto?
ABEL. Creo que los perdí.
MIRNA. ¿A quienes?
ABEL. A los azules.
SANDRA. ¿Industriales?
RAIMUNDO. La policía, chica.
MIRNA. No entiendo nada.
RAIMUNDO. ¿Estás seguro?
ABEL. No sé… Me parece…
SANDRA. Explícame esto, Raimundo.
RAIMUNDO. Yo no sé nada, Sandra. Yo estaba en Pinar del Río.

Sandra saca un machete.

SANDRA. Me cansé. Sandrita la santiaguera se cansó.


MIRNA. El marabú está… que pincha.
SANDRA. Una trata de controlarse, pero la paciencia tiene un límite.
MIRNA. Y la juventud está… que corta.
SANDRA. Los quiero a los dos contra la pared.
RAIMUNDO. Sandra, por tu madre, contrólate. ¿Qué diría Thomas
Jefferson si te viera en esa fase?

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SANDRA. ¡A la mierda Thomas Jefferson! Yo soy de Santiago, coño,
descendiente de Mariana Grajales y de Quintín Banderas. ¡Me
cansé! Los quiero a los dos contra la pared y dándome una
explicación urgente que me deje contenta.
MIRNA. Si vas a cortar algo, empieza por Abel.
ABEL. Mirna, mi vida, que yo soy tu marido.
MIRNA. ¡Marido mierda! Te la corto y la guardo en el congelador.
Estoy convencida de que así le voy a dar un uso más productivo.
RAIMUNDO. ¿Por dónde empezamos?
ABEL. Por el principio.
RAIMUNDO. De acuerdo. Viernes. Nueve de la noche.
ABEL. Nueve y cuarenta y tres, para ser exactos.
RAIMUNDO. La hora no es importante.
ABEL. Todos los detalles son importantes. Cuando uno se decide a
abrir la boca... tiene que ser así, ¡ra! De par en par.
RAIMUNDO. Ese es mi problema. Que te hago caso. Me quedo
mirándote como un subnormal y termino haciendo, exactamente,
lo que me dices. Por eso estamos metidos en este rollo.
ABEL. Al grano.
RAIMUNDO. Viernes, 9 y 43 PM. Portal del Trianón.
Abel. Una gigantografía anuncia el estreno de Cierra la boca.
RAIMUNDO. La calle quedó desierta en cuestión de minutos. Solo
permanecemos en el lugar nosotros cuatro, conversando, a cierta
distancia.

Tocan a la puerta.

ABEL. Llegaron.
MIRNA. ¿Quiénes?
RAIMUNDO. La autoridad.
SANDRA. Que esperen. Quiero escuchar el cuento completo.

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ABEL. Sandra, Mirnita. Podemos llegar a un arreglo. La idea que les
tenemos es buenísima. Yo estoy seguro de que les va a encantar.
MIRNA. Pues canten.
RAIMUNDO. No, que va, si eso de cantar me ha traído más problemas
de la cuenta.
SANDRA. Un, dos… un, dos, tres. ¡Arriba!
ABEL. Podemos comenzar a vivir juntos, los cuatro, como personas
decentes. Yo puedo traer los materiales que tengo ahorrados y
hacer una buena barbacoa.
RAIMUNDO. En menos de una semana convertimos este apartamento
en un penthouse. Y quedamos todos felices y contentos.
RAIMUNDO. En familia, como hermanos. ¿Qué les parece?
SANDRA. ¿Un penthouse?
ABEL. Podemos inventar hasta un jacuzzi, con burbujitas y todo.
MIRNA. Eso que ustedes están proponiendo… ¡Se parece al Socialismo
del Siglo XXI!
RAIMUNDO. Exacto.

Tocan más fuerte a la puerta.

SANDRA. No sé, no sé. La idea no me convence.


ABEL. Tienes que decidirte ahora.
RAIMUNDO. Creo que las paredes se están cuarteando.
SANDRA. ¿Ustedes están seguros de que los materiales alcanzan?
ABEL. Eso es problema mío. Yo invento.

La puerta comienza a ser golpeada por un objeto contundente.

MIRNA. La van a echar abajo.


SANDRA. Un penthouse. Esa sería la única forma de sentirme
satisfecha aquí en La Habana.

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Cae polvo del techo.

ABEL. Esto se está poniendo feo.


SANDRA. Con jacuzzi y todo. Mis primos se van a quedar locos cuando
vengan a visitarme.
RAIMUNDO. Un golpe más y nos tumban el techo.
SANDRA. La sala podemos ampliarla. Y comprar un juego de muebles
de vinilo negro.
ABEL. Si siguen golpeando la puerta… se acabó el penthouse.
SANDRA. Señoras y señores, creo que he tomado una decisión.

La casa cae en pedazos. Oscuridad.

XX

ABEL. Yo le aseguro a usted, oficial, que nunca quise alterar el orden


público. No soy un maniático sexual... ni exhibicionista... ni
artista performero. En ningún momento vayan a pensar que esto
se trata de una manifestación contra el gobierno. Yo no
pertenezco a ningún grupito disidente. Tampoco es una protesta
porque la empresa me haya quitado el polski. Yo solo quería
desestresarme un poquito. (Pausa.) El nombre de mi
compañero... no puedo dárselos. Yo soy un hombre. Y un
hombre nunca delata a un amigo. Ni siquiera me di cuenta
cuando Raimundo de la Peña saltó por la ventana. La casa era de
él. Pregúntenle. Vapor, ciento veintinueve, entre Espada y
Hospital. Me sé incluso su número de carné: setenta, cero ocho,
doce, veintiséis, cero, veintiuno. Pero no me pidan que lo eche
pá lante... porque yo... la verdad... no sirvo pá eso.
_______________________________________________________

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RAIMUNDO. No soy la clase de persona que ustedes están pensando.
Yo solo frecuentaba ese lugar por Abelito. A mí nunca me ha
gustado el potaje. Yo creo en la familia, compañeros. Y en las
buenas costumbres. Si no me hubieran tumbado la casa, ahora
estaríamos los cuatro en el mismo CDR, en la misma zona de
defensa. Por la televisión repiten a cada rato que las crisis hay
que enfrentarlas con la unidad, como un solo pueblo, codo con
codo. Pues bien, ese era, precisamente, nuestro proyecto de
vida. Ahora todo se fue a la mierda. Ahora no tengo ni la menor
idea del curso que van a tomar los acontecimientos.
_______________________________________________________

Sandra habla por teléfono.

SANDRA. ¡Me voy! No me importa. Tengo tres cámaras de camión y


mucha poli espuma. ¿Si los guardafronteras me cogen…? Ay,
chica, les digo que la policía me tumbó la casa. Que ya ni soñar
con un penthouse. Que mi marido está preso porque lo agarraron
en cueros, en la calle, con otro hombre. Que me cansé de las
listas de espera. Y que los pasajes están muy caros. Yo llego,
abue. No te preocupes. En la primaria me enseñaron muy bien
cómo se hace un bojeo. Parece fácil. Y por el tiempo que demore
en el camino, despreocúpate, que más se echan los trenes. El
mar es lindo, abue. Muchísimo más cuando el viaje es para
volver a lo de uno. Nos vemos pronto. Te quiero. Se me acabó la
tarjeta.
_______________________________________________________

Mirna con su olla de pepinos.

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MIRNA. Sí, compañera delegada. No salgo de un derrumbe para entrar
en otro. Esto fue lo único que pude recuperar. De todas formas
ya lo esperaba. Era solo cuestión de tiempo. Hasta estoy más
aliviada, fíjese, porque ya no tengo la quisquilla de preguntarme
en cada momento: ¿Cuándo se irá a caer? ¿Cuándo se irá a caer?
¡Ya se cayó! Parece que fue en horas de la madrugada, pero
nadie en el barrio se dio cuenta. Yo no estaba, por suerte. Una
luz me alumbró: Cuando la cosa esté por caer, lo mejor es no
estar. Y ya usted ve. ¡Lo que es tener el muerto claro! Por mí no
se preocupe, que este niño y yo saldremos adelante. Vine solo
para que me apunte la dirección de ese albergue buenísimo que
me recomendó. ¿Tiene con qué apuntar? Yo traje.

Apagón.

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