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La dimensión

institucional del
derecho. El Estado
de derecho
PID_00258054

David Martínez Zorrilla

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David Martínez Zorrilla

Doctor en Derecho. Profesor Agre-


gado de los Estudios de Derecho y
Ciencia Política de la UOC.

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Índice

Introducción............................................................................................... 5

1. El Estado de derecho. Concepto y características...................... 7


1.1. Separación o división de poderes ............................................... 7
1.2. Supremacía de la ley ................................................................... 8
1.3. Sometimiento de los poderes públicos al derecho ...................... 9
1.4. Derechos fundamentales ............................................................. 9

2. Las principales instituciones políticas del Estado español..... 11


2.1. La jefatura del Estado: la Corona ............................................... 11
2.2. Las Cortes Generales ................................................................... 13
2.3. El Gobierno ................................................................................. 15
2.3.1. Las relaciones entre las Cortes Generales y el
Gobierno ........................................................................ 17
2.4. El poder judicial .......................................................................... 20
2.5. El Tribunal Constitucional .......................................................... 22

3. Los derechos fundamentales........................................................... 25


3.1. Tipología de los derechos fundamentales ................................... 25

Resumen....................................................................................................... 30
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Introducción

En el módulo anterior hemos centrado la atención en los elementos que com-


ponen el sistema jurídico (normas o disposiciones). Pero como sabemos, una
característica distintiva fundamental del derecho que lo diferencia de otros
sistemas normativos es su carácter institucionalizado. La existencia del dere-
cho es inseparable de la de un entramado de órganos e instituciones que, en
conjunto, conforman lo que se denomina «Estado». Estas instituciones, en los
estados modernos, son creadas y configuradas por normas jurídicas, que de-
terminan también sus competencias y su funcionamiento. Además, muchas
de ellas tienen la capacidad de dictar, a su vez, nuevas normas jurídicas.

En este módulo nos detendremos brevemente en algunos de los principales


órganos que conforman el Estado español y en cómo están configurados jurí-
dicamente. Pero antes será conveniente que nos detengamos en un concepto
de gran importancia en los estados desarrollados actuales, puesto que prede-
termina en importante medida cómo es la configuración institucional: se trata
del concepto de «Estado de derecho».
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1. El Estado de derecho. Concepto y características

La Constitución española establece en su artículo 1 que «España se constituye


en un Estado social y democrático de derecho (…)». Cada una de estas tres
expresiones (social, democrático y de derecho) tiene importantes repercusiones
desde el punto de vista político y jurídico, pero centraremos la atención úni-
camente en la última de ellas, es decir, en la noción de «Estado de derecho».

Lo primero que sugiere esta denominación es la existencia de una estrecha


vinculación entre las nociones de «Estado» y «derecho», o, dicho de otro mo-
do, que el derecho desempeña un papel central en la configuración del Estado.
Si bien esto es cierto, es necesario entrar en más detalles, porque aunque puede
afirmarse que todo Estado cuenta con derecho, no todo Estado es necesaria-
mente un Estado de derecho. El concepto de «Estado de derecho» comenzó a
configurarse en el siglo XIX, paralelamente al desarrollo del constitucionalismo
y las revoluciones liberales. La idea central consistía (y sigue consistiendo) en
la limitación y supeditación de la actuación del Estado y los poderes públicos
al derecho, aunque desde sus inicios ha habido una importante evolución.

Referencia bibliográfica
Siguiendo al profesor Elías Díaz, podemos decir que el Estado de dere-
cho contemporáneo se caracteriza por los cuatro elementos siguientes: E.�Díaz (1998). Estado de dere-
cho y sociedad democrática (9.ª
separación o división de poderes, supremacía de la ley, entendida como ed.). Madrid: Taurus.
expresión de la voluntad general, sometimiento de los poderes públicos
al derecho, y reconocimiento y protección de los derechos fundamen-
tales.

1.1. Separación o división de poderes

Toda estructura que pueda calificarse como Estado, desde sus primeras mani-
festaciones en Oriente Medio en el II milenio a. C., ejerce poder sobre una co-
munidad y un territorio (el poder público), que se manifiesta incluso por me-
dios coactivos. Dicho poder puede configurarse de múltiples maneras, siendo
habitual históricamente su concentración en una sola persona (rey, empera-
dor, tirano, etc.) o en un reducido grupo de personas o estructuras.

La concentración o acumulación de mucho poder en pocas manos ha mos-


trado (y sigue mostrando) una marcada tendencia al abuso y a la corrupción.
Por ello, a lo largo de la modernidad y la Ilustración, diversos pensadores in-
sistieron en la necesidad de distribuir el poder político entre diversas personas
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u órganos, tanto para evitar una concentración excesiva, como para permitir
que el poder de unos sirviera como contrapeso y limitación del de los demás,
y se facilitara así un control mutuo.

Aunque la primera propuesta moderna de separación de poderes fue la del fi-


lósofo inglés John Locke (1632-1704), la más conocida es la que planteó Mon-
tesquieu en De l’esprit des lois (1748). El autor propone atribuir a órganos dis-
tintos cada una de las tres principales manifestaciones del poder del Estado:
el legislativo (capacidad de dictar normas jurídicas), el ejecutivo (ejecutar o
hacer cumplir las leyes) y el judicial (resolver controversias conforme a dere-
cho). Esta clasificación es la que, en mayor o menor medida, se ha adoptado
en la mayoría de países en los que se ha implementado la idea de la separación
de poderes. A pesar de esto, en la práctica ningún Estado ha optado por una
separación «pura» o absoluta en los términos planteados por Montesquieu,
sino que todos ellos, en mayor o menor grado (dependiendo sobre todo de
si se trata de sistemas parlamentarios o presidencialistas, como veremos más
adelante), plantean conexiones o relaciones entre los poderes legislativo y eje-
cutivo (en contraste, el poder judicial sí que suele configurarse como un po-
der estrictamente independiente). Por eso, algunos autores prefieren hablar de
«división» en lugar de «separación», en un sentido similar al de una «división
del trabajo» que no implica que haya una separación o desconexión absoluta.

En el modelo institucional español diseñado por la Constitución (que respon-


de al esquema de la denominada monarquía parlamentaria), la potestad legis-
lativa es ejercida fundamentalmente por las Cortes Generales (Congreso de
los Diputados y Senado) y los parlamentos de las comunidades autónomas,
mientras que la potestad ejecutiva recae en los gobiernos (el central y los au-
tonómicos) y la judicial en los jueces y tribunales.

1.2. Supremacía de la ley

El concepto de Estado de derecho no solo otorga un papel central al sistema


jurídico en la configuración y actuación de los poderes públicos, sino que in-
cide también en el sistema de fuentes, y atribuye un papel preponderante a
aquellas normas jurídicas que pueden considerarse como una expresión de la
voluntad general, es decir, provenientes de aquellos órganos que pueden con-
siderarse como representativos de dicha voluntad.

Por tal motivo, en el Estado de derecho, la ley (como norma parlamentaria,


emanada de los representantes de la comunidad) ocupa un lugar destacado en
el sistema de fuentes, superior al de las normas gubernamentales o reglamen-
tarias (ya que el Gobierno guarda una relación más indirecta con la voluntad
general que el Parlamento). De hecho, la jerarquía de las fuentes en los países
democráticos suele guardar una relación directa con la legitimidad democrá-
tica de su origen (esto es algo que se ve muy claramente en los sistemas par-
lamentarios): el nivel superior es el constitucional (norma aprobada directa-
mente por el poder constituyente o soberano a través de referéndum), seguido
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del legal (normas aprobadas por los representantes elegidos por el pueblo) y
del reglamentario (normas aprobadas por órganos gubernamentales, elegidos
por los parlamentos).

1.3. Sometimiento de los poderes públicos al derecho

Se trata sin duda del aspecto que mejor identifica la noción de Estado de de-
recho. Si por algo se caracteriza especialmente un Estado de derecho, es por
el hecho de que todas las instituciones y poderes públicos actúan conforme
a lo establecido por las normas jurídicas. Estas normas determinan tanto su
propia existencia, composición y competencias, como su funcionamiento y el
marco de las decisiones que pueden tomar. Toda su actividad está determinada
y limitada por el derecho, por lo que sus decisiones deben ajustarse a este y no
pueden contradecir o extralimitarse de lo establecido por las leyes.

Lo anterior constituye una de las principales garantías de la seguridad jurídica


y de los derechos de los ciudadanos. Como vimos en su momento, de poco
sirve contar con normas claras y públicas si los poderes públicos no se ajustan
a ellas, ya que en tal caso sería imposible determinar las consecuencias lega-
les de nuestros actos. Y no solo tiene un impacto directo en la previsibilidad,
sino también en la garantía y el respeto de los derechos de los ciudadanos. Los
derechos solo pueden garantizarse en la medida en que los poderes públicos
respeten las leyes, pues de nada sirve que la ley reconozca un derecho, ya sea
frente al propio Estado o frente a otro individuo, si después no se garantiza
conforme a la ley (ya sea por parte de la administración pública o de los tri-
bunales).

La principal razón que subyace en el sometimiento de los poderes públicos al


derecho es la idea de que si bien es malo que los individuos incumplan las
normas y que hay que hacer lo posible para evitarlo, es mucho peor que sea el
propio Estado (responsable del cumplimiento de la ley) el que no actúe con-
forme a sus propias reglas, pues en tal caso más que como una autoridad, esta-
ría actuando como una organización criminal o mafiosa. Por eso se considera
que la primera y más importante obligación de los poderes públicos es cumplir
y hacer cumplir las leyes, pues los derechos y libertades de los ciudadanos y la
propia legitimidad de su poder dependen de esta exigencia previa.

1.4. Derechos fundamentales

El último elemento, pero no por eso el menos importante (más bien incluso
al contrario), para considerar que un Estado es de derecho, es el del recono-
cimiento y protección de una serie de derechos fundamentales. Puede haber
diferencias en el catálogo concreto de estos derechos entre los distintos Esta-
dos, pero existe un núcleo compartido de derechos básicos (vida, integridad
física, libertad ideológica, religiosa y de expresión, libertad de movimiento,
inviolabilidad del domicilio, derecho de asociación y manifestación, etc.).
© FUOC • PID_00258054 10 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

Pero más importante que el hecho de que el sistema jurídico reconozca o enu-
mere una serie de derechos, es que existan mecanismos legales para garanti-
zarlos de manera efectiva, de modo que no se trate de simples proclamas sin
valor. Como veremos con algo más de detenimiento en el apartado 3, algunos
de estos mecanismos en nuestro sistema son, por ejemplo, el hecho de que
tengan un reconocimiento constitucional (lo que los coloca en una situación
jerárquica privilegiada, pues el resto de normas de rango inferior deben respe-
tarlos), la exigencia de desarrollo por ley orgánica (aunque no es necesario su
desarrollo legislativo para que sean directamente vinculantes) o la existencia
de mecanismos judiciales específicos para su protección.
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2. Las principales instituciones políticas del Estado


español

2.1. La jefatura del Estado: la Corona

Si bien las funciones o competencias que en cada país tiene la jefatura


del Estado dependen de lo que establezcan sus respectivas constitucio-
nes, existe una atribución que es constante y sin duda la más caracte-
rística del cargo, que es de tipo simbólico y que consiste en ser la máxi-
ma representación del Estado, tanto a nivel interno como (sobre todo)
en el ámbito internacional. Es decir, al margen de otras funciones que
puedan ir asociadas a la institución a nivel interno, el jefe del Estado es
el símbolo que representa al propio Estado en las relaciones internacio-
nales. Esta representatividad es principalmente formal y simbólica y no
implica que el jefe del Estado tenga verdaderas atribuciones o poderes
políticos o normativos (aunque puede tenerlos).

En función de cómo se configure la jefatura del Estado, puede hablarse fun-


damentalmente de dos modelos distintos: la monarquía y la república. En las
monarquías, el cargo de jefe del Estado es vitalicio, hereditario y no electo,
mientras que en las repúblicas no suele reunir estas tres características conjun-
tamente, si bien hay mucha variedad. En las repúblicas democráticas occiden-
tales, el jefe del Estado es el presidente de la república, que suele ser un cargo
temporal, electo y no hereditario.

En algunos casos, no obstante, la simple denominación «república» no sirve como cri-


terio para la existencia de diferencias reales o significativas, ya que en algunas autode-
nominadas repúblicas el cargo se ostenta de manera vitalicia y no electa, y en algunos
casos concretos, como el de Corea del Norte, resulta difícil encontrar alguna diferencia
con una monarquía, puesto que a pesar de ser formalmente una república, el jefe de Es-
tado es también vitalicio, no electo y hereditario, asemejándose más a una monarquía
absolutista.

En el caso de España, la jefatura del Estado es una monarquía (denominada


«Corona» y regulada fundamentalmente en el título II de la Constitución, «De
la Corona», artículos 56 a 65), que se configura, al igual que el resto de mo-
narquías europeas que todavía existen (como Suecia, Dinamarca, Reino Uni-
do, Países Bajos o Bélgica, entre otras), como una monarquía�parlamentaria.
Esto significa que, si bien el jefe de Estado cumple con las condiciones de una
monarquía (carácter vitalicio, no electo y hereditario), este órgano tiene un
carácter estrictamente simbólico y sin poder político o capacidad de decisión
efectivos, ajustándose así al dicho de que «El rey reina pero no gobierna». En
las monarquías parlamentarias, el rey se limita a realizar actos�debidos, con-
figurados por la Constitución o las leyes y sobre los que el monarca no tiene la
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capacidad ni para modificarlos ni para rehusarlos. Así, por ejemplo, cuando la


Constitución (art. 62) establece que corresponde al rey «sancionar y promul-
gar las leyes» (que son actos simbólicos tras su aprobación por las Cortes Ge-
nerales), el rey no puede decidir si lo hace o no, sino que tiene la obligación de
hacerlo, aunque el contenido de la ley aprobada no le guste. De modo similar,
cuando le corresponde nombrar al presidente del Gobierno o a cualquier otro
cargo, debe limitarse a hacerlo, pero ni le corresponde decidir quién va a ocu-
par el cargo, ni puede oponerse al nombramiento.

El único ámbito en el que el rey goza de cierto margen (muy limitado) de actuación es en
la propuesta al Congreso de un candidato a la investidura como presidente del Gobierno,
pero incluso en este caso el margen de maniobra es más teórico que efectivo, puesto
que propondrá al candidato con mayores probabilidades de lograr la investidura (que no
necesariamente será el candidato del partido político más votado).

Como contrapartida a esta carencia (casi) absoluta de poder de decisión, la


Constitución establece el carácter�inviolable�del�rey (art. 56.3). La inviolabi-
lidad implica que el rey no está sujeto a responsabilidad (no puede ser sancio-
nado, ni siquiera en el ámbito penal). Para que sus actos tengan consecuen-
cias jurídicas, deben ser «refrendados», normalmente por el presidente del Go-
bierno o por un ministro (art. 64), que son quienes asumen la responsabilidad
que pueda derivarse del acto. Sin el refrendo correspondiente, los actos del rey
carecen de validez y de cualquier tipo de consecuencias jurídicas. Correlativa-
mente, refrendar un acto implica asumir la responsabilidad del mismo.

Referencia bibliográfica
A pesar de las evidentes limitaciones de las atribuciones de la monarquía en nuestro
modelo constitucional, en la medida en que sigue ostentando la máxima representación
institucional del Estado, con el valor simbólico que ello supone, puede tener un papel Puede verse su interven-
muy relevante en ciertas situaciones excepcionales en las que pueda estar en peligro la ción en el siguiente enla-
propia supervivencia institucional del Estado, como cuando ocurre un intento de golpe ce: http://www.rtve.es/ala-
de estado (un intento de derrocar el orden constitucional de forma ilegal y por la vía de carta/videos/fue-noticia-en-
el-archivo-de-rtve/archi-
los hechos, normalmente –aunque no necesariamente– mediante la violencia). En estas
vo-mensaje-del-rey-juan-car-
situaciones extremas, el rey actúa como representación o encarnación del propio Estado
los-tras-intentona-golpis-
y como garante último del orden constitucional. El ejemplo más famoso en este sentido
ta-del-23/393739/.
fue el de la intervención televisiva del rey Juan Carlos I tras el intento golpista del 23-
F de 1981.

Hans Kelsen, uno de los mayores teóricos del derecho del siglo XX y de toda la historia
del pensamiento jurídico, se refiere al concepto de «golpe de estado» en varias ocasiones
a lo largo de su obra. Así, en la Teoría general del Derecho y del Estado, lo caracteriza como
la situación en la que «el orden jurídico de una comunidad es nulificado y sustituido en
forma ilegítima por un nuevo orden». En su obra más conocida e influyente, la Teoría
pura del derecho, afirma lo siguiente:

«(E)l golpe de estado es toda modificación no legítima de la constitución –es decir, no


efectuada conforme a las disposiciones constitucionales– o su remplazo por otra. Visto
desde un punto de vista jurídico, es indiferente que esa modificación de la situación
jurídica se cumpla mediante un acto de fuerza dirigido contra el gobierno legítimo o
efectuado por miembros del mismo gobierno […]. Si la revolución no triunfara […], la
antigua constitución permanecería en vigencia y no habría ocasión de presuponer, en
lugar de la antigua norma fundante básica, una nueva. Entonces la revolución no sería
entendida como un proceso de producción de nuevo derecho, sino como un delito de
alta traición, conforme a la vieja constitución y a las leyes penales fundadas en ella y
consideradas válidas».

H.�Kelsen (1960). Reine Rechtslehre (citado por la traducción castellana de 2000, Teoría
Pura del derecho, 11.ª ed., págs. 218-219). México: Porrúa.
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2.2. Las Cortes Generales

En los países democráticos la potestad legislativa es ejercida fundamen-


talmente a través de asambleas o parlamentos elegidos por sufragio uni-
versal, de manera que su composición refleja, al menos en principio, las
preferencias y la ideología política de los ciudadanos. Dependiendo del
país, puede tratarse de órganos unicamerales (una sola cámara o asam-
blea) o bicamerales (dos cámaras).

(1)
En el caso del Estado español dichas asambleas legislativas son las Cortes�Ge- Y no las «cortes españolas» co-
1 mo en ocasiones se dice en algu-
nerales , por lo que respecta al Estado central, y los parlamentos autonómicos nos medios de comunicación; las
(con la denominación que corresponda según lo que establezcan sus respecti- cortes españolas eran un órgano
del régimen franquista que des-
vos estatutos de autonomía), en el caso de las comunidades autónomas. apareció con la aprobación de la
Constitución de 1978.

La regulación básica de las Cortes Generales se encuentra en el título III de


la Constitución (arts. 66 a 96). Se trata de un órgano bicameral (a diferencia
de las asambleas legislativas autonómicas, que son unicamerales), compuesto
por el Congreso� de� los� Diputados y por el Senado, si bien con una clara
preponderancia del primero.

La Constitución establece que el Congreso de los Diputados (comúnmente


llamado «Cámara baja») está compuesto por entre trescientos y cuatrocientos
diputados (actualmente son trescientos cincuenta), elegidos por sufragio uni-
versal, libre, igual, directo y secreto (art. 68). Las circunscripciones son pro-
vinciales y de representación proporcional (a mayor proporción de votos, más
representantes), y el número de representantes aumenta conforme a la pobla-
ción de cada provincia, aunque el establecimiento de un mínimo de repre-
sentantes por circunscripción, junto con la ley d’Hondt en la distribución de
escaños, y las barreras electorales (porcentaje mínimo de votos en la circuns-
cripción para obtener representación), hacen que el modelo español no sea
demasiado proporcional.

La segunda cámara («Cámara alta») es el Senado. Está compuesto por cuatro


senadores por provincia (con independencia de la población), con reglas espe-
ciales para las islas, Ceuta y Melilla, y las comunidades autónomas, que tam-
bién pueden nombrar a un determinado número de senadores. A excepción
de estos últimos, los senadores también son elegidos por sufragio universal,
libre, igual, directo y secreto (art. 69.2).

Históricamente, la segunda cámara no era elegida por sufragio universal, sino que era
representativa de ciertos sectores o estamentos sociales (por ejemplo, la aristocracia) y
tenía como función principal la de «atemperar» las decisiones de la Cámara baja, que
solían ser excesivamente «apasionadas» o «radicales» (es decir, demasiado alejadas de los
intereses de la nobleza y de otras clases privilegiadas). Con el tiempo, su función cambió a
la de cámara de representación territorial en los estados federales o descentralizados, para
así equilibrar los intereses de todos los territorios (cada uno cuenta con un número igual
o muy similar de representantes) y evitar así que prevalezcan siempre los intereses de los
territorios más poblados (con más representantes en la primera cámara). En la práctica,
© FUOC • PID_00258054 14 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

existe un amplio consenso en que el Senado español nunca ha funcionado demasiado


bien como cámara territorial, aunque hasta la fecha tampoco ha prosperado ninguna
propuesta de reforma.

La función o competencia fundamental de las Cortes Generales es el ejerci-


cio de la potestad legislativa (elaborar y aprobar las leyes, en sentido técnico),
aunque no es la única función que tienen atribuida. Como establece el artículo
66.2 de la Constitución, «Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa
del Estado, aprueban sus presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tie-
nen las demás competencias que les atribuya la Constitución». Se distinguen
por tanto cuatro funciones básicas:

a) El ejercicio de la potestad legislativa (aprobar, modificar o derogar leyes,


incluida la reforma constitucional cuando esta no requiera referéndum).

b) La aprobación de los presupuestos generales del Estado.

Las leyes de presupuestos son un tipo específico de leyes que regulan el gasto público
(cuánto puede gastar el Estado y en qué se lo puede gastar). Son, por tanto, un instru-
mento fundamental de la política económica. Son propuestas por el Gobierno y consti-
tuyen una de las herramientas fundamentales de su política, por lo que en caso de no
ser aprobados puede desencadenarse una crisis de gobierno. En condiciones normales, la
ley de presupuestos tiene una vigencia de un año natural. En caso de no aprobarse, se
prorrogan automáticamente los del año anterior.

c) El nombramiento, control y cesación del Gobierno.

Esta función es propia de los sistemas parlamentarios (por contraposición a los sistemas
presidencialistas) y la veremos con más detalle en el apartado 2.3.1. «Las relaciones entre
las Cortes Generales y el Gobierno».

d) Otras funciones o competencias específicas que le atribuya la Constitución.

La Constitución atribuye en distintos lugares ciertas funciones a las Cortes Generales (o a


una de las cámaras), como, por ejemplo, el nombramiento de miembros de otros órganos
(como el Defensor del Pueblo o algunos de los magistrados del Tribunal Constitucional),
la creación de comisiones de investigación o la declaración de estados excepcionales (es-
tado de alarma, excepción o sitio), entre otras.

En lo que respecta a la estructura y funcionamiento de las Cortes Generales,


los principales órganos son los siguientes:

• La Mesa�de�la�cámara (Congreso o Senado). Es el órgano que preside y di-


rige toda la actividad parlamentaria: la convocatoria de los plenos, la ela-
boración del orden del día de las sesiones, la gestión de los turnos de inter-
venciones, de las votaciones, etc. Es elegida por la propia cámara, confor-
me a su Reglamento, y está compuesta por el presidente (que ejerce la re-
presentación institucional de la cámara), los vicepresidentes y los vocales.

• Los grupos�parlamentarios. Son agrupaciones de diputados (Congreso)


o senadores (Senado) conforme a sus adscripciones políticas o ideológi-
cas para actuar de manera coordinada en la actividad parlamentaria (por
© FUOC • PID_00258054 15 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

ejemplo, para asignarles turnos de palabra en los debates). Suelen coincidir


con los partidos políticos que han obtenido representación en las eleccio-
nes, pero no tiene por qué ser así necesariamente. Se requiere un número
mínimo de parlamentarios y/o porcentaje de votos obtenidos para poder
constituir un grupo; en caso de no haber obtenido los suficientes para te-
ner un grupo propio, forman parte del llamado «grupo mixto». Cada grupo
cuenta con un portavoz. El conjunto de los portavoces, junto con la Mesa,
conforman la Junta�de�portavoces, que participa en actividades como la
de discutir y decidir el orden del día de las sesiones.

• Las comisiones�parlamentarias. Son grupos de trabajo formados por par-


lamentarios de los distintos grupos para discutir sobre ámbitos o cues-
tiones determinadas (por ejemplo, sanidad, justicia, agricultura, deporte,
asuntos exteriores, cultura, defensa, etc.) dentro del contexto de la acti-
vidad legislativa (debate y discusión de los proyectos y proposiciones de
ley), antes de pasar al debate en el pleno, con todos los parlamentarios.
Cada diputado o senador suele formar parte de al menos una (y normal-
mente varias) de las comisiones parlamentarias. Además de las comisiones
de carácter permanente (por áreas temáticas), pueden constituirse comi-
siones especiales, entre las que destacan las comisiones de investigación,
que, como su nombre indica, se crean para esclarecer los hechos sobre una
cuestión determinada de interés general.

• La Diputación�permanente. La actividad parlamentaria se desarrolla en


distintos períodos de sesiones (de febrero a junio y de septiembre a di-
ciembre), pero en ocasiones es necesario tomar decisiones fuera de estos
períodos establecidos. Para estos casos existe la Diputación permanente
de cada cámara, que vendría a ser como el «parlamento de guardia». Está
formada por un mínimo de veintiún parlamentarios (art. 78.1), con una
composición proporcional a la de los grupos parlamentarios, y presidida
por el presidente de la Mesa (art. 78.2).

2.3. El Gobierno

El poder ejecutivo es ejercitado por los gobiernos, ya se trate del Go-


bierno central o de los de las comunidades autónomas, cada uno de
ellos en el ámbito de sus competencias. La regulación básica de la es-
tructura y las funciones del Gobierno del Estado se encuentra en el tí-
tulo IV de la Constitución, denominado «Del Gobierno y de la Admi-
nistración» (arts. 97 a 107). Cada estatuto de autonomía hace lo propio
respecto a sus órganos ejecutivos.
© FUOC • PID_00258054 16 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

De acuerdo con el artículo 98.1, «El Gobierno se compone del presidente, de


los vicepresidentes, en su caso, de los ministros y de los demás miembros que
establezca la ley». De aquí se extrae que podemos encontrar hasta cuatro tipos
de figuras distintas: presidente, vicepresidente(s), ministros y otros miembros,
en el caso de que así lo establezca la ley. Desde el punto de vista constitucional,
solo son obligatorias las figuras del presidente y de los ministros, aunque en
la práctica todos los gobiernos constituidos desde la entrada en vigor de la
Constitución han contado con uno o varios vicepresidentes. Por el contrario,
hasta el momento nunca se han introducido otras figuras por vía legal.

Dentro del conjunto del Gobierno, el presidente cuenta con una posición cla-
ramente preponderante. Además de dirigir y coordinar al resto de miembros,
es el único miembro que es elegido por el Parlamento (concretamente, por
el Congreso de los Diputados, como establece el artículo 99), que también
puede cesarlo antes de la finalización de su mandato (las relaciones entre las
Cortes Generales y el Gobierno se tratarán con mayor detalle en el siguiente
apartado). Además, puede nombrar y cesar libremente al resto de miembros
(vicepresidentes y ministros), sin que las Cortes Generales puedan hacer nada
al respecto.

Los vicepresidentes y los ministros suelen estar a cargo de uno o varios minis- Ministerios actuales
terios, que son, por así decirlo, los distintos «sectores» o ámbitos en los que
En el momento de escribir es-
se divide y organiza la Administración pública. Cada ministerio tiene a su car- tas líneas, los ministerios son
go todo un entramado de órganos e instituciones, organizados de manera je- los siguientes: Agricultura, pes-
ca, alimentación y medio am-
rárquica (como las secretarías de estado, las direcciones generales, etc.), a tra- biente; Asuntos exteriores y
cooperación; Defensa; Educa-
vés de las cuales el Estado desempeña sus funciones y presta sus servicios, de ción, cultura y deporte; Em-
pleo y seguridad social; Ener-
acuerdo con la ley. El número de ministerios y los ámbitos que abarca cada gía, turismo y agenda digital;
uno de ellos queda a libre disposición del presidente del Gobierno. Fomento; Hacienda y función
pública; Justicia; Presidencia
y administraciones territoria-
les; Sanidad, servicios sociales
De todos modos, no es necesario que todos los ministros dirijan uno (o varios) e igualdad; Interior.
ministerios, ya que existe también la posibilidad (si bien raramente utilizada)
de nombrar «ministros sin cartera», que participan en la toma de decisiones
del Gobierno, pero no tienen ningún ámbito de la Administración pública a
su cargo.

Según establece el artículo 101 de la Constitución, el Gobierno cesa en su ac-


tividad al terminar la legislatura, al perder la confianza del Congreso (como
veremos en el siguiente apartado), por dimisión del presidente o por falleci-
miento de este. En tanto que no sea nombrado un nuevo presidente y tome
posesión del cargo, el Gobierno cesante continúa en funciones.

En cuanto a las funciones o competencias del Gobierno, son muy amplias


y están genéricamente enumeradas en el artículo 97 de la Constitución: «El
Gobierno dirige la política interior y exterior, la Administración civil y militar
y la defensa del Estado. Ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria
de acuerdo con la Constitución y las leyes».
© FUOC • PID_00258054 17 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

Lo anterior supone que, por una parte, ejerce funciones puramente ejecutivas,
administrativas o de gestión (hacer que la «maquinaria» del Estado funcione
y se apliquen las normas, a través del entramado de la Administración públi-
ca), pero también, y de manera muy importante, «dirige la política interior y
exterior», es decir, intenta implementar un programa político a través de los
cauces y mecanismos que la Constitución y las leyes ponen a su disposición.
En este sentido, es muy importante, por ejemplo, la iniciativa legislativa del
Gobierno, a través de la presentación de proyectos de ley a las Cortes Genera-
les, para que estas los discutan y eventualmente aprueben las leyes correspon-
dientes (con o sin modificaciones respecto al proyecto presentado). También,
como vimos en su momento, tiene la capacidad de aprobar, en determinados
casos y con ciertos límites, normas con rango de ley (decretos legislativos y
decretos-leyes). También cuenta con la potestad reglamentaria, es decir, la ca-
pacidad de aprobar normas con rango reglamentario, sometidas a la Constitu-
ción y a las leyes. Controla las fuerzas de seguridad y el ejército, para mantener
el orden y la seguridad interior y exterior, y dirige la política exterior y las re-
laciones internacionales (embajadas y consulados, negociaciones de tratados
internacionales, etc.).

2.3.1. Las relaciones entre las Cortes Generales y el Gobierno

Aunque todos los países que pueden considerarse como democráticos siguen
un esquema institucional basado en el modelo de Montesquieu de división
de poderes, en ninguno de ellos existe una separación absoluta o radical, es-
pecialmente en lo que respecta al legislativo y al ejecutivo.

En función de cómo sean las relaciones entre ambos poderes, podemos


hablar de modelos parlamentarios (en los que existe un mayor grado
de colaboración) y de modelos presidencialistas (en los que el grado
de colaboración es menor).

La Constitución de 1978 configura un claro ejemplo de modelo parlamenta-


rio, similar al británico, al alemán, al sueco y al de otros países europeos (y al-
gunos no europeos, como el canadiense, el japonés o el australiano). El ejem-
plo más claro y conocido de modelo presidencialista es el de Estados Unidos,
pero es también muy común en toda Latinoamérica y en Estados relativamen-
te recientes (países africanos, repúblicas exsoviéticas, etc.).

a) En los regímenes parlamentarios, el parlamento o poder legislativo es la


institución representativa (que no titular) de la soberanía estatal y el gobierno
o poder ejecutivo está sujeto a aquel a través de una relación de confianza o
fiduciaria. Esto significa que el gobierno debe su propia existencia al hecho de
contar con el apoyo o la confianza del parlamento, que tiene la capacidad de
nombrar y de hacer cesar al ejecutivo, así como de controlar su actividad. Co-
mo contrapartida, habitualmente en los sistemas parlamentarios los gobier-
© FUOC • PID_00258054 18 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

nos cuentan con importantes atribuciones normativas (iniciativa legislativa,


posibilidad de dictar normas con el mismo rango que las del parlamento en
ciertos casos, etc.), y con la posibilidad de disolver el parlamento y convocar
nuevas elecciones antes de la finalización de la legislatura.

b) En los regímenes presidencialistas, por el contrario, y siempre que sean


democráticos, tanto el parlamento como el presidente del ejecutivo o jefe de
gobierno (que en muchos casos es también el jefe del estado, como en Estados
Unidos) cuentan con legitimidad democrática directa, ya que son elegidos di-
rectamente por los ciudadanos. Por tanto, el parlamento no puede ni nombrar
ni cesar al gobierno, y el jefe del ejecutivo no puede disolver el parlamento.
Las capacidades de control por parte del parlamento al presidente del ejecuti-
vo son nulas o muy limitadas, y las potestades normativas de este último en
relación con la actividad legislativa también lo son (por ejemplo, en Estados
Unidos el presidente solo cuenta con la posibilidad de veto a una ley aproba-
da por el Congreso, pero este puede ser superado por mayoría cualificada de
ambas cámaras, Congreso y Senado).

El título V de la Constitución, denominado «De las relaciones entre el Go-


bierno y las Cortes Generales» (arts. 108 a 116), regula los aspectos fundamen-
tales de las relaciones entre los poderes legislativo y ejecutivo. Dichas relacio-
nes pueden agruparse en distintos ámbitos: nombramiento y cese del presi-
dente del Gobierno, control de la actividad gubernamental, y actividad legis-
lativa.

1) Como se ha apuntado, en los sistemas parlamentarios existe una relación


fiduciaria o de confianza entre el legislativo y el ejecutivo. En España, esta
se concreta en la investidura (por lo que respecta al nombramiento) y en la
posibilidad de una moción�de�censura (por lo que respecta al cese).

• La� investidura. El presidente del Gobierno no es elegido directamente


por sufragio universal, sino que el Congreso de los Diputados (no el Sena-
do) vota al candidato propuesto por el rey, tras la correspondiente ronda
de consultas con todos los grupos que han obtenido representación par-
lamentaria. El candidato expone su programa de gobierno, y después se
realiza la correspondiente votación. Si obtiene la mayoría absoluta en la
primera votación, o la mayoría simple en la segunda, queda nombrado
como presidente del Gobierno.

• La�moción�de�censura. En situaciones en las que presumiblemente el Go-


bierno pueda haber perdido la confianza del Congreso de los Diputados
(como en una crisis de gobierno), este puede utilizar el mecanismo de la
moción de censura para hacer cesar al Gobierno e investir a otro presiden-
te. En nuestro sistema, las mociones de censura son de tipo «constructi-
vo», lo que significa que al tiempo que se intenta hacer cesar al Gobierno,
se debe proponer a un candidato alternativo (lo que supone una mayor
dificultad para que prospere, ya que es más difícil obtener un consenso no
© FUOC • PID_00258054 19 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

solo en retirar la confianza al presidente actual, sino también en nombrar


a un presidente alternativo). Si dicho candidato obtiene la mayoría abso-
luta de los votos de la Cámara, automáticamente será el nuevo presidente
del Gobierno.

Por su parte, el presidente del Gobierno cuenta también con el mecanismo


de la moción�de�confianza, que consiste en solicitar, por propia iniciativa,
la confianza de la cámara para seguir en el cargo. Esto suele hacerse cuando
por alguna circunstancia el Gobierno se plantea tomar alguna medida impor-
tante y que suele ser impopular, o se ve forzado, por decisión propia o por las
circunstancias, a cambiar su propuesta de gobierno o su proyecto político y
quiere tener garantías de que cuenta con el apoyo suficiente para llevarlo a
cabo (por ejemplo, para que se aprueben las leyes que quiere presentar a las
cámaras). A diferencia de la moción de censura, para superar la moción de
confianza basta con obtener la mayoría simple.

Por último, y como se ha comentado con anterioridad, el presidente del Go-


bierno cuenta con la capacidad de disolver el Parlamento (solo una cámara o
ambas), lo que implica automáticamente la convocatoria de elecciones.

2) Los sistemas parlamentarios se caracterizan también por las capacidades que


tiene el parlamento para controlar la actividad del ejecutivo. Dicho control se
manifiesta obviamente a través de la posibilidad de una moción de censura,
pero al margen de esta, existen otros mecanismos, entre los que destacan las
sesiones parlamentarias de control, en las que se plantean preguntas, interpe-
laciones o mociones a miembros del ejecutivo. El presidente o los ministros
tienen la obligación de acudir a la cámara si ésta lo solicita y de responder a
las preguntas que se les planteen. Los miembros del gobierno también pueden
por iniciativa propia solicitar acudir al Congreso o al Senado.

3) El Gobierno cuenta también con importantes atribuciones relacionadas con


la actividad legislativa de las Cortes Generales. Al margen de la potestad regla-
mentaria que todos los gobiernos tienen habitualmente atribuida, en España,
el Gobierno cuenta con importantes competencias de iniciativa legislativa a
través de la presentación de proyectos de ley para su discusión y eventual apro-
bación parlamentaria. También, como se señaló en su momento, en determi-
nados casos excepcionales y con los límites establecidos por la Constitución,
puede aprobar directamente disposiciones con el mismo rango jerárquico que
las leyes parlamentarias: los decretos legislativos y los decretos-leyes.
© FUOC • PID_00258054 20 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

2.4. El poder judicial

El tercero de los poderes «clásicos» del Estado es el judicial, que suele


describirse como la capacidad de juzgar y hacer cumplir lo juzgado, o
dicho en términos algo más precisos, la capacidad de resolver contro-
versias conforme a derecho, y de ejecutar las resoluciones dictadas en el
seno de sus actuaciones. Lo anterior implica poder determinar de ma-
nera autoritativa (vinculante) si se ha vulnerado alguna norma jurídica
y establecer las consecuencias legales que correspondan en tal caso.

El poder judicial del Estado se regula en el título VI de la Constitución («Del


poder judicial», arts. 117 a 127). Se ejerce a través de un conglomerado de
órganos que, en conjunto, se conoce como «Administración de justicia». Esta
está compuesta por juzgados (órganos unipersonales, los jueces) y tribunales
(órganos colegiados, de tres o cinco magistrados, según los casos), a los que
ha de añadirse el Consejo General del Poder Judicial, que desempeña tareas de
coordinación y gobierno interno del poder judicial (nombramientos, ascensos,
inspecciones, sanciones disciplinarias, formación, etc.), y que está compuesto
también por jueces y magistrados, veintiuno en total.

La actuación de jueces y magistrados se rige por una serie de principios básicos


enumerados en el artículo 117: independencia, inamovilidad, responsabilidad
y exclusivo sometimiento al imperio de la ley.

a) El principio de independencia supone que los jueces y tribunales actúan


sin instrucciones ni injerencias de otros órganos o instituciones, ya sean de
otros poderes (ejecutivo o legislativo), como de otros órganos judiciales. Es
decir, no existe una organización jerárquica en el seno de la Administración
de justicia. Si bien existen casos en que las decisiones de un órgano pueden
ser revocadas o invalidadas por otro órgano cuando no comparten el mismo
criterio (por ejemplo, como consecuencia de un recurso), eso no quiere decir
que los tribunales «inferiores» actúen bajo las órdenes o siguiendo las instruc-
ciones de los órganos «superiores», a diferencia de la Administración pública,
que depende del Gobierno.

b) El principio de inamovilidad implica que una vez nombrados, los jueces


y magistrados no pueden ser relevados o expulsados de sus funciones, salvo
por las causas establecidas por la ley y tras los procesos correspondientes. Por
tanto, un juez no puede ser inhabilitado o expulsado simplemente porque «no
gusten» sus decisiones desde el punto de vista político. La inamovilidad es,
por tanto, también una garantía de su independencia.

c) El principio de responsabilidad consiste en que, como consecuencia de su


sometimiento a la ley, los jueces y tribunales deben responder de las posibles
consecuencias legales de sus actos y decisiones (por ejemplo, si dictan una
© FUOC • PID_00258054 21 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

resolución contraria a derecho). Como cualquier poder público en un Estado


de derecho, su actuación está sometida y limitada por la ley, por lo que han
de asumir las consecuencias de cualquier transgresión de la misma.

d) Por último, el sometimiento�del�imperio�de�la�ley viene a ser una sínte-


sis y un recordatorio de todo lo anterior: en la medida en que están sujetos
solamente a la ley, no están sometidos a las órdenes o instrucciones de otros
órganos o instancias «superiores», y deben asumir las consecuencias (respon-
sabilidad) de las actuaciones contrarias a la misma.

La competencia o «jurisdicción» de cada órgano (es decir, la capacidad de dic-


tar decisiones con efectos legales vinculantes) está delimitada tanto desde el
punto de vista territorial como sustantivo o material. Así, desde el punto de
vista territorial, la competencia de un órgano judicial puede limitarse al parti-
do judicial (como en los juzgados de primera instancia o los juzgados de ins-
trucción), a la provincia (las audiencias provinciales), a la comunidad autóno-
ma (los tribunales superiores de cada comunidad autónoma) o a todo el terri-
torio del Estado (como la Audiencia Nacional o el Tribunal Supremo). Desde el
punto de vista material o sustantivo, existen diversos «órdenes jurisdicciona-
les»: el civil, el mercantil, el penal, el contencioso-administrativo, el social y
(muy residual) el militar. Además, dentro de cada orden jurisdiccional, puede
haber órganos especializados en cuestiones más concretas (por ejemplo, los
juzgados de menores o los de violencia de género en el ámbito penal).

La competencia o jurisdicción de cada órgano está pues delimitada tanto por


la materia como por el territorio. Por ejemplo, un juzgado de lo social tiene
competencia sobre asuntos de derecho del trabajo y de la Seguridad Social en el
ámbito de un partido judicial. En el caso de los tribunales, como, por ejemplo,
las audiencias provinciales o el Tribunal Supremo, se dividen en «salas». Así, el
Tribunal Supremo cuenta con la Sala 1.ª (civil y mercantil), la Sala 2.ª (penal),
la Sala 3.ª (contencioso-administrativo), la Sala 4.ª (social) y la Sala 5.ª (militar).

La jurisdicción militar tiene un ámbito muy concreto y limitado, ya que se refiere única-
mente a las infracciones penales en el ámbito castrense (las que se recogen en el Código
penal militar y que no se aplican a la población civil).

Las decisiones (o «resoluciones», como se denominan técnicamente) de los


órganos judiciales son de tres tipos: providencias, autos y sentencias. Estas
últimas son las más importantes, ya que son las que dan una respuesta sobre
el fondo del asunto, poniendo fin al procedimiento. Las resoluciones judicia-
les habitualmente pueden ser objeto de impugnación o «recurso», ya sea ante
el mismo órgano u otro distinto. El recurso puede ser estimado (se revoca la
resolución impugnada y se sustituye por la otra nueva) o desestimado (se con-
firma la resolución impugnada). Cuando se han agotado todos los recursos,
o cuando se ha dejado transcurrir el plazo para recurrir sin haberlo hecho, la
resolución deviene firme y vinculante a todos los efectos.
© FUOC • PID_00258054 22 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

Las resoluciones judiciales son de obligado cumplimiento, tanto para las partes
como para las demás personas o instituciones afectadas por ellas. Los poderes
públicos y los particulares han de prestar colaboración a los órganos judiciales
cuando estos lo requieren. Una manifestación concreta y especialmente rele-
vante de la colaboración con los órganos judiciales es la de la policía�judicial.
No se trata de un cuerpo especial de policía, sino de efectivos que las distintas
fuerzas y cuerpos de seguridad (como la Guardia Civil, el Cuerpo Nacional de
Policía o las policías autonómicas) ponen a disposición de los jueces y tribu-
nales para el desempeño de las tareas que estos les asignan (investigaciones,
registros, detenciones, etc.) y que actúan directamente bajo las órdenes del
juez o tribunal, y no del ministerio o consejería correspondiente.

2.5. El Tribunal Constitucional

Aunque hoy en día nadie pone en duda el carácter jurídico y vinculante de las
constituciones (formales), así como su posición de supremacía dentro del sis-
tema jurídico, no siempre ha sido así. Históricamente, los textos constitucio-
nales eran vistos más bien como declaraciones políticas, sin verdadero poder
normativo vinculante, de modo que no existían mecanismos jurídicos (sino
a lo sumo políticos) para asegurar la supremacía o prevalencia constitucional
frente a la ley parlamentaria, de modo que si esta contravenía lo dispuesto en
la constitución, este hecho no tenía mayores consecuencias.

A fin de evitar esta situación y garantizar la jerarquía normativa y la preva-


lencia constitucional como norma suprema del ordenamiento jurídico, Hans
Kelsen ideó un órgano cuya función consistiera precisamente en llevar a ca-
bo un control de la constitucionalidad de las leyes y que tuviera la capacidad
de invalidar cualquier disposición legal que contraviniera la constitución. Se
trataría, pues, de un legislador�negativo, en el sentido de que no puede pro-
mulgar ninguna disposición legal, pero sí anular o invalidar aquellas que no
se ajustan a lo que la constitución establece, garantizando de ese modo, de
manera efectiva, la supremacía de esta última en la jerarquía de fuentes. Kel-
sen denominó a ese órgano «Tribunal Constitucional», y se implementó por
primera vez en la Constitución austríaca de 1920 (más tarde, el propio Kelsen
sería el presidente de dicho órgano), y a partir de entonces se fue convirtiendo
en una institución cada vez más habitual en las distintas constituciones que
se han ido aprobando en muchos países del mundo. En España, un órgano si-
milar se implementó por primera vez en la Constitución republicana de 1931,
denominado «Tribunal de garantías constitucionales».

La actual Constitución de 1978 regula el Tribunal Constitucional (TC) en el


título IX (arts. 159 a 165). A pesar de que se denomine «tribunal», de que sus
miembros sean «magistrados» y de que actúe de manera similar a los órganos
judiciales, dictando resoluciones que reciben el nombre de autos y sentencias,
© FUOC • PID_00258054 23 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

no forma estructuralmente parte del poder judicial, sino que es un órgano


especial separado, que tiene unas competencias y funciones muy específicas y
limitadas (aunque también, como veremos, muy importantes).

Está compuesto por doce magistrados, con un mandato de nueve años (se re-
nuevan tres miembros cada tres años), que no necesariamente deben ser pre-
viamente jueces (pueden ser también fiscales, profesores de universidad, abo-
gados o funcionarios públicos, todos ellos con al menos quince años de ejer-
cicio profesional). Cuatro de los magistrados son designados por el Congreso,
otros cuatro por el Senado (en ambos casos por mayoría cualificada de tres
quintos), dos por el Gobierno y dos por el Consejo General del Poder Judicial
(art. 159.1). El presidente el TC es elegido por sus mismos miembros, con un
mandato de tres años (art. 160).

En cuanto a sus competencias, como se ha indicado, son muy delimitadas, pe-


ro también muy importantes. Se indican en el artículo 161 y son las siguientes:

a) El control� de� la� constitucionalidad de las normas con rango de ley (el
control de la constitucionalidad de las normas reglamentarias lo ejercen los
órganos del poder judicial directamente, que pueden invalidar un reglamento
si consideran que es inconstitucional o ilegal). Dicho control lo ejerce a través
de dos vías: el recurso de inconstitucionalidad y la cuestión de inconstitucio-
nalidad.

• El recurso�de�inconstitucionalidad solo pueden interponerlo ciertos ór-


ganos (art. 162.1) y durante un plazo establecido (determinado por la Ley
orgánica del Tribunal Constitucional) tras la aprobación de la disposición
con rango de ley.

• La cuestión�de�constitucionalidad, en cambio, es un mecanismo que tie-


nen a su disposición los órganos judiciales cuando, a la hora de resolver un
caso, deben aplicar una norma con rango de ley y tienen dudas respecto
de su constitucionalidad (art. 163). En esta situación, plantean su consulta
al TC y dejan la decisión del caso en suspenso a la espera de la respuesta
de dicho órgano. En función de cuál sea la decisión del TC, decidirán el
caso que están juzgando como corresponda.

La decisión del TC puede declarar la constitucionalidad de la norma (esto es, su


compatibilidad o adecuación a la Constitución) o, por el contrario, determinar
que ciertos aspectos o contenidos son inconstitucionales, en cuyo caso son
nulos de pleno derecho. También, si la situación lo permite, pueden dictar una
sentencia�interpretativa: si la disposición analizada es incompatible con la
Constitución bajo una determinada interpretación pero compatible con ella
si se interpreta de otro modo, el TC puede establecer la obligación de optar por
la interpretación de la disposición que resulte compatible con la Constitución.
© FUOC • PID_00258054 24 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

b) La defensa�y�protección�de�los�derechos�y�libertades�fundamentales reco-
nocidos constitucionalmente (básicamente en el título II de la Constitución),
a través del recurso� de� amparo (se verá con mayor detalle en el siguiente
apartado, referido a los derechos fundamentales).

c) La resolución�de�los�conflictos�de�competencia entre el Estado y una co-


munidad autónoma, o entre distintas comunidades autónomas. La distribu-
ción competencial en España es bastante compleja porque depende tanto de
lo establecido en la Constitución como en los diversos estatutos de autono-
mía, que al ser distintos dan lugar a una distribución competencial «asimétri-
ca» (cada comunidad autónoma tiene competencias distintas), a diferencia de
lo que suele ocurrir en la mayoría de estados federales. En ocasiones se plan-
tean discrepancias o conflictos en relación a quién es competente en qué ma-
teria, y corresponde al TC dar una respuesta a la cuestión.

d)�Otras�competencias que establezca la Constitución o la Ley orgánica del


TC. En este sentido, el Tribunal es también competente, por ejemplo, para
imponer sanciones por el incumplimiento de sus decisiones.
© FUOC • PID_00258054 25 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

3. Los derechos fundamentales

Una de las mayores conquistas sociales, reflejada en la configuración de los es-


tados liberaldemocráticos, es el reconocimiento y protección legal de un catá-
logo de derechos y libertades fundamentales, ya sea como una parte integran-
te de los propios textos constitucionales o en declaraciones de derechos con
valor constitucional. Desde la famosa Déclaration des droits de l’homme et du ci-
toyen de 1789, los estados liberales (primero) y democráticos (después) han ido
recogiendo, y también en muchos casos ampliando, un conjunto de derechos
y libertades fundamentales como parte de su ordenamiento constitucional.

3.1. Tipología de los derechos fundamentales

Los historiadores del derecho suelen hablar de distintas «generaciones» de de-


rechos fundamentales, haciendo referencia a diferentes tipologías de derechos
y libertades que se han ido incorporando a los sistemas jurídicos, y que res-
ponden a evoluciones en el modelo de estado y al papel de este en la vida social
y en la economía. En este sentido, suele hablarse de los derechos�liberales o
de primera generación (propios del modelo de estado liberal), de los derechos
democráticos o de segunda generación (propios del modelo de estado liberal
y democrático), y de los derechos�sociales o de tercera generación (propios
del modelo de estado liberal, democrático y social).

1) En primer lugar, los derechos fundamentales más «clásicos» o de «primera


generación» son los derechos de tipo liberal, ya que se basan en el pensamien-
to propio de la Ilustración que subyacía en las primeras revoluciones libera-
les, como la francesa y la estadounidense. Tales derechos se caracterizan por
consistir básicamente en esferas o ámbitos de libertad individual en la que no
pueden entrometerse otros individuos, ni (sobre todo) los poderes públicos.
Se trata, pues, en su mayor parte de derechos�negativos o deberes de abste-
nerse de interferir en el ámbito de libertad y autonomía protegidos por tales
derechos.

Ejemplos típicos de estos derechos son la libertad ideológica y religiosa, la


libertad de circulación y residencia, la inviolabilidad del domicilio, el derecho
a la intimidad, el derecho al honor, la libertad de expresión y de prensa, el
secreto de las comunicaciones, la libertad de asociación, la protección contra
detenciones arbitrarias y la presunción de inocencia, el derecho a la vida y a la
integridad física, la propiedad (a no ser privado de ella de manera arbitraria),
etc.

2) Con el transcurso del tiempo, amplios sectores de la población no se con-


tentaron con disponer de ámbitos de libertad o autonomía protegidos frente a
injerencias del estado, sino que reclamaban poder participar en la vida pública
© FUOC • PID_00258054 26 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

y en la toma decisiones colectivas. Se trataba del movimiento democrático,


que reclamaba ampliar y generalizar los derechos de participación política, y
que logró importantes conquistas a lo largo del siglo XIX y principios del XX,

con el reconocimiento del sufragio�universal (primero únicamente mascu-


lino y después también femenino).

A esta categoría pertenecen derechos como los de asociación, reunión, mani-


festación y, sobre todo, los derechos de sufragio activo (votar para elegir a los
representantes y cargos públicos) y sufragio pasivo (derecho a presentarse para
ser elegido).

3) En los siglos XIX y XX tuvo también una gran importancia el movimiento


obrero y la ideología socialista y comunista, que aspiraban a la superación del
modelo de estado liberal, al que consideraban burgués y elitista. Aunque estos
movimientos no consiguieron su objetivo en los países occidentales, sí que
tuvieron un papel determinante en el reconocimiento e implantación (duran-
te el siglo XX y especialmente tras la Segunda Guerra Mundial) de una serie
de derechos�sociales, caracterizados por implicar una serie de prestaciones o
servicios de carácter socioeconómico (educación pública gratuita, pensiones,
protección contra el desempleo, asistencia sanitaria, etc.), especialmente diri-
gidos a los sectores más humildes o vulnerables de la población.

A diferencia de los derechos liberales y democráticos, cuyo reconocimiento e


implementación tiene un coste económico nulo o muy pequeño, los derechos
sociales requieren grandes inversiones económicas, por lo que su extensión
depende de los recursos que los poderes públicos tengan a su disposición. Por
eso estos derechos están vinculados al modelo del llamado estado� social o
estado�del�bienestar, caracterizado por una mayor presencia y un mayor in-
tervencionismo del estado en la actividad económica y en la redistribución de
la riqueza y los recursos de la sociedad.

Aunque la clasificación en tres «generaciones» de derechos es la más habitual, algunos


autores hacen referencia a una «cuarta generación» de derechos, que ya no se referirían
estrictamente a prestaciones relacionadas con las condiciones materiales de vida, sino
más bien a aspectos más genéricos vinculados a la «calidad» de vida, como el acceso
a la cultura, el derecho al ocio y al tiempo libre, al deporte o a disfrutar de un medio
ambiente adecuado (libre de contaminación, ruido, etc.), entre otros. E incluso empieza
a hablarse de unos derechos de «quinta generación», vinculados a la sociedad digital,
como el derecho de acceso a la red, al acceso y protección de nuestros datos personales
en internet, etc.).

La Constitución regula los derechos fundamentales en el título I (arts. 10 a 55),


donde se recoge tanto su enumeración como los aspectos básicos que deben
seguirse en su desarrollo legislativo, así como sus mecanismos de protección.

En el título I se recogen derechos de todo tipo (liberales, democráticos, socia-


les e incluso de «cuarta generación»), aunque entre ellos existen diferencias
importantes respecto de los niveles de garantía y protección, de manera que
se pueden diferenciar al menos tres grupos distintos:
© FUOC • PID_00258054 27 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

a) En primer lugar, existe un núcleo especialmente protegido de derechos (arts.


14 a 30), que principalmente son de tipo liberal y democrático: la igualdad
ante la ley (art. 14); el derecho a la vida, la integridad física, prohibición de
la tortura, de los tratos inhumanos o degradantes y de la pena de muerte (art.
15); la libertad ideológica y religiosa (art. 16); el derecho a la libertad y la se-
guridad y garantías frente a la detención (art. 17); el derecho al honor, a la
intimidad y a la propia imagen, la inviolabilidad del domicilio y el secreto de
las comunicaciones (art. 18); la libertad de circulación y residencia (art. 19);
la libertad de expresión e información (art. 20); el derecho de reunión y ma-
nifestación (art. 21); el derecho de asociación (art. 22); el derecho de sufragio
activo y pasivo (art. 23); el derecho a la tutela judicial efectiva –el derecho
a acudir a los tribunales para la defensa de nuestros derechos e intereses y a
que estos proporcionen una respuesta basada en derecho– (art. 24); garantías
penales y limitaciones a las penas (art. 25); la prohibición de los «tribunales
de honor» –un tipo de instituciones del anterior régimen franquista– (art. 26);
el derecho a la educación (art. 27); el derecho de huelga y a la sindicación (art.
28); el derecho de petición a los poderes públicos, conforme a la ley (art. 29),
y el derecho a la objeción de conciencia al servicio militar (art. 30).

Este conjunto de derechos subjetivos son los más protegidos de todo el sistema
jurídico español. Además de su posición jerárquica prevalente en tanto que
preceptos constitucionales (por lo que ninguna otra disposición de rango legal
o reglamentario puede contravenirlas), se exige que su desarrollo legislativo
se realice mediante ley orgánica (art. 81), y que dicho desarrollo o regulación
legal de su ejercicio respete siempre su contenido esencial (art. 53.1).

Este aspecto de la regulación legal del ejercicio de los derechos fundamentales es impor-
tante. A pesar de ser normas jurídicas vinculantes y de rango constitucional, no basta
simplemente con alegar que se está ejerciendo un derecho para contar con la correspon-
diente protección institucional. El ejercicio de los derechos puede estar sujeto a una serie
de condiciones, requisitos, procedimientos o limitaciones legalmente establecidos, que
tienen como objetivo primordial proteger y asegurar los derechos de los demás. Como
ejemplos muy obvios, no puede alegarse la libertad de expresión para insultar o amenazar
a los demás, o la libertad de asociación para fundar una organización que tenga como fin
realizar o promover comportamientos delictivos (como promover la mutilación genital
femenina o intercambiar contenidos protegidos por derechos de autor), o la libertad de
manifestación para impedir la libre circulación de los demás, o la libertad ideológica para
promover el genocidio de una minoría étnica o religiosa. Por eso la ley (y en muchos
casos la propia Constitución) puede establecer requisitos formales y/o sustantivos, como
la exigencia de comunicación o autorización previa (en casos de huelga o manifestacio-
nes), un registro (como cuando quiere crearse una asociación o un partido político), etc.
La ley también puede establecer ciertas limitaciones, como cuando un juez ordena un
registro en un domicilio o la intervención de las comunicaciones en el curso de una in-
vestigación criminal.

Pero, sin duda, el mecanismo de protección más destacable es la posibilidad de


acudir al Tribunal Constitucional a través del recurso�de�amparo (art. 53.2).
En tanto que normas jurídicas vinculantes, es posible acudir a los tribunales
ordinarios cuando consideramos que se nos ha vulnerado algún derecho fun-
damental, con lo que estos examinarán si ha existido o no tal vulneración, y
tomarán las decisiones oportunas en cada caso. Pero, además, tratándose de
los derechos aquí indicados (arts. 14 a 30), existe la posibilidad de acudir al
Tribunal Constitucional una vez agotada la vía judicial ordinaria para la de-
© FUOC • PID_00258054 28 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

fensa de nuestros derechos, a través de un mecanismo procesal específico de-


nominado «recurso de amparo», que tiene por objeto exclusivo determinar si
ha existido una violación de derechos fundamentales, tomando las decisiones
pertinentes en tal caso para su protección o restablecimiento. Debe destacar-
se que es una vía excepcional y subsidiaria, porque el mecanismo normal de
protección de los derechos es la vía judicial ordinaria y solo puede acudirse al
TC una vez agotados todos los recursos judiciales.

b) Un segundo grupo de derechos son los enumerados en los artículos 31 a 38,


entre los que se encuentran, por ejemplo, el derecho a contraer matrimonio
con plena igualdad jurídica de hombres y mujeres (art. 32), la propiedad pri-
vada (art. 33), la negociación colectiva entre trabajadores y empresarios (art.
37) o la libertad de empresa (art. 38).

Estos derechos también son directamente vinculantes e invocables ante los


tribunales, pero no están protegidos por el recurso de amparo, ni tampoco se
exige su desarrollo y regulación por ley orgánica (aunque sí por ley ordinaria,
que debe respetar siempre el contenido esencial de esos derechos).

c) El tercer grupo o categoría de derechos fundamentales constitucionalmente


reconocidos es el que se recoge en el capítulo tercero del título I («De los prin-
cipios rectores de la política social y económica»). Como su nombre sugiere,
se trata principalmente de derechos sociales o de tercera generación (e incluye
también algunos de «cuarta generación»), es decir, relacionados con servicios
y prestaciones sociales por parte de los poderes públicos. Así, se recoge el dere-
cho a la protección de la salud, de la familia, de la infancia, de la tercera edad,
a un régimen público de seguridad social, a la atención de los disminuidos, a
la protección de consumidores y usuarios, a la vivienda digna, al acceso a la
cultura, a la promoción de la ciencia, a la protección del medio ambiente, etc.

La diferencia jurídica fundamental entre estos derechos y los de las categorías


anteriores (determinada básicamente por su impacto económico) es que no
resultan directamente invocables ante los tribunales, sino que tan solo «infor-
marán la legislación positiva, la práctica judicial y la actuación de los pode-
res públicos» (art. 53.3). Esto significa que únicamente pueden ser alegados
en los procesos judiciales en la medida y en los términos en que hayan sido
desarrollados por la legislación. Es decir, estas normas constitucionales obli-
gan al legislador a desarrollar y proteger estos derechos, pero los ciudadanos
solo pueden reclamar jurídicamente los derechos en la medida en que hayan
sido reconocidos y desarrollados por las leyes.

Esto significa que, por ejemplo, no puede acudirse a los tribunales para exigir que el
Estado nos proporcione una vivienda digna (art. 47). El derecho a la vivienda digna se
manifiesta a través de las medidas que las leyes establecen para su protección, como, por
ejemplo, la promoción de viviendas de protección oficial más económicas, los alquileres
sociales o las ventajas fiscales por la adquisición o rehabilitación de la vivienda habitual.
Son esas medidas las que sí pueden exigirse jurídicamente, en los términos previstos en
las leyes.
© FUOC • PID_00258054 29 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

Por último, deben tenerse también en cuenta los tratados internacionales so-
bre derechos ratificados por España. En este sentido, además de su carácter
vinculante por el propio hecho de ser tratados ratificados y en vigor (lo que
puede suponer el reconocimiento de nuevos derechos o de nuevos mecanis-
mos para su protección y garantía), son importantes en la medida en que afec-
tan a la interpretación de los derechos por parte de los tribunales y el resto de
poderes públicos. Tal y como establece el artículo 10.2 de la Constitución, «Las
normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Cons-
titución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración univer-
sal de derechos humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las
mismas materias ratificados por España». Algunos de estos tratados, aparte de
la Declaración universal de derechos humanos de la ONU, son el Pacto inter-
nacional de derechos civiles y políticos y el Pacto internacional de derechos
económicos, sociales y culturales, ambos de 1966. España es además un Estado
miembro del Consejo de Europa (no confundir con la Unión Europea), una
organización internacional fundada en 1949 que agrupa a la práctica totali-
dad de estados europeos para la promoción de los derechos humanos, la de-
mocracia y el imperio de la ley, y que destaca, entre otros aspectos, por contar
con el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) de Estrasburgo, al cual
pueden acudir los ciudadanos de cualquier Estado miembro una vez agotadas
todas las instancias internas para la defensa de los derechos fundamentales.
© FUOC • PID_00258054 30 La dimensión institucional del derecho. El Estado de derecho

Resumen

Una característica principal de los sistemas jurídicos es su carácter institucio-


nalizado, lo que implica que están indisolublemente ligado a todo un entra-
mado de estructuras, que en conjunto son lo que denominamos «Estado». El
Estado y el derecho, en consecuencia, son conceptos inseparables, en la me-
dida en que el Estado es la manifestación políticoinstitucional del derecho, y
este es creado por el Estado.

En este quinto módulo hemos examinado brevemente algunos aspectos rela-


cionados con la dimensión institucional del derecho español. En primer lugar,
nos hemos detenido en el concepto de Estado de derecho, que no consiste me-
ramente en la existencia de normas jurídicas, sino que requiere de los cuatro
elementos siguientes: división de poderes, supremacía de la ley, sometimien-
to de los poderes públicos al derecho, y reconocimiento y protección de los
derechos fundamentales.

En segundo lugar, se han expuesto brevemente algunas de las características


principales de las instituciones fundamentales del sistema español: la jefatura
del Estado (la Corona), el poder legislativo (las Cortes Generales), el poder
ejecutivo (el Gobierno), el poder judicial (la Administración de justicia y el
Tribunal Constitucional). Se han examinado también las relaciones existentes
entre los poderes legislativo y ejecutivo, que responden al diseño institucional
conocido como «sistema parlamentario de gobierno», por contraposición al
modelo presidencialista.

En el tercer y último apartado, se ha expuesto el modelo español de recono-


cimiento y protección de los derechos fundamentales, y se ha realizado una
enumeración de los mismos, diferenciando entre diferentes tipos o categorías
y mostrando los principales mecanismos para su protección.

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