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Artículo Articulación
Artículo Articulación
formación docente*
La etimología de la palabra articulación es: unión, lo que sirve para unir, enlazar, atar.
Desde esa definición, por una parte su función es bien tangible, es unir elementos de
dos dimensiones variadas. Pero al mismo tiempo provoca la diversidad de opiniones al
no quedar claro qué alcances tendrá esta unión de elementos cuando en realidad no
se conoce qué se ubica en sus extremos. Centrándonos en el ámbito educativo, nos
preguntamos: ¿qué unimos, qué conjugamos, cuáles son los polos a articular entre los
diferentes niveles?, ¿y al interior de ellos? Creemos que esta es una discusión
importante a plantear en contextos de formación docente ya que existen variadas
concepciones en torno al término articulación.
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¿Cómo encontrar entonces cohesión o congruencia, ante cuestiones tan diversas?
¿Cómo alcanzarla en el marco de la tensión continuidad/ diferenciación característica
del acto de articular?
Sabemos que son múltiples los factores que dificultan el logro para esta cohesión en el
sistema educativo. Sólo mencionaremos algunos:
las representaciones sociales que tiene cada nivel y a veces cada ciclo;
los diversos cambios que se producen para el alumno a medida que transita
por los diferentes niveles del sistema que van desde lo estructural (edilicio,
funciones de cada nivel, métodos de trabajar) hasta lo personal (emocional, la
relación con otros pares y con adultos);
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La articulación y la normativa jurisdiccional
Por otra parte, en el Marco General del Diseño Curricular para la Educación Primaria
se señala: “Esta reforma curricular se fundamenta en la concepción de que el
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Dirección General de Cultura y Educación. Régimen Académico. 2015
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conocimiento científico y el saber cultural, en general, son construcciones colectivas.
Esta idea tiene múltiples efectos a la hora de pensar la enseñanza. Por un lado,
implica concebir que los conocimientos a los que los alumnos/as deben
progresivamente acceder, han sido producto de intercambios, debates, discusiones,
transformaciones, abandonos y errores, revisiones y acuerdos entre personas de una
misma época y lugar, o de espacios y tiempos diferentes. El carácter de provisoriedad
atraviesa la mirada sobre los objetos que se estudian: una teoría puede ser
reemplazada por otra, existen diversas miradas sobre un mismo fenómeno, múltiples
formulaciones de un conocimiento y cualquiera de dichas manifestaciones culturales
se va transformando según las necesidades del pueblo o grupo en el que circulan o de
la humanidad. […] Concebir la cultura como producción colectiva tiene un fuerte
impacto en la escuela: considerar también el grupo de alumnos/as como una pequeña
comunidad de producción y transformación de conocimientos.”2
Los alumnos elaboran sus propias ideas, mediante un trabajo productivo, en el cual,
lejos de reproducir lo que ven, realizan esfuerzos personales para interpretar los
fenómenos y problemas a los que se enfrentan. La producción de conocimientos
permite explicar tanto los pequeños avances en las ideas, los grandes saltos y
aciertos, las originalidades en el camino de elaboración de nuevas ideas y puntos de
vista, como los errores que se producen en los procesos de aprendizaje. Esta postura
respecto de la producción de conocimientos por parte de los alumnos atraviesa todos
los niveles educativos, considerando por supuesto las herramientas conceptuales que
ellos tengan disponibles, por lo que resulta central considerarla a la hora de articular
aprendizajes.
2
Marco General del Diseño Curricular para la Educación Primaria (p. 15).
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pedagógicas y didácticas que permitan a los estudiantes alcanzar los saberes a los
que se apunta.
Las políticas educativas procuran la construcción de una realidad deseada. Para ello,
los procesos de producción de ese horizonte deben ser verdaderamente participativos
para profundizar la democracia y aportar a la consolidación de lo común y lo colectivo.
Esto significa posibilitar a todos los sujetos el ingreso al entramado de oportunidades y
el ejercicio pleno de sus derechos. “3
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Marco Gral de Política Curricular de la DGCyE (pag 12).
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con distintos miembros de la comunidad escolar y del contexto contribuyen al logro de
su misión.
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Asimismo, en la articulación entre niveles, se hace necesario el acuerdo de normas de
funcionamiento, y de la organización de estructuras funcionales para las tareas
compartidas entre docentes involucrados de ambos niveles. Dos evidencias pueden
sostener este eje:
Por otra parte, los equipos de conducción tienen que habilitar a la escuela como un
espacio de integración para todos los alumnos. Para lograrlo, el equipo de conducción
tendrá que:
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conformar grupos de trabajo integrados por docentes, miembros del equipo de
Orientación Escolar y directivos para coordinar proyectos específicos de la
institución;
El PNFP sostiene la concepción de que todos los alumnos pueden aprender y de que
es la escuela la que debe gestionar para lograr ese fin. En esa línea, el equipo de
conducción tendrá que:
promover entre los docentes y las familias altas expectativas sobre las
posibilidades de aprendizaje de los alumnos;
reconocer las áreas/ asignaturas que causan mayor dificultad entre los
alumnos, y trabajar en conjunto con los docentes para diseñar e implementar
estrategias que faciliten la comprensión de los contenidos y el aprendizaje
consecuente;
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Ver capítulo 4 del Régimen Académico del Nivel Primario.
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instalar el debate acerca de qué significa “saber” en cada área de enseñanza;
Retomamos aquí nuestra pregunta inicial: ¿qué unimos, qué conjugamos, cuáles son
los polos a articular? La articulación debería ser necesariamente el espacio donde
nuevos aprendizajes ensamblarán con los ya obtenidos sin cortes o fragmentaciones,
considerando siempre la continuidad pero también la diferenciación entre los mismos.
Debemos tener en cuenta que, muchas veces y con las intenciones de hacer todo más
simple, los docentes establecemos tantas similitudes entre los saberes viejos y los que
estamos enseñando que replegamos estos últimos a los anteriores, lo que conduce a
que los alumnos no aprendan nada nuevo (Steinberg, 1988).
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del que se trate, considerando por supuesto las herramientas conceptuales que los
alumnos tienen disponibles.
Desde esta posición intentamos colaborar con los directivos para ayudarlos a
desnaturalizar la mirada sobre la escuela y también sobre quienes asisten a ella en
calidad de alumnos. Los niños, adolescentes o adultos que llegan a la escuela, lo
hacen con sus modos particulares de crianza de acuerdo con su etnia, cultura, clase
social, barrio, familia. En la escuela aprenden lo que Philippe. Perrenoud (1990),
denominó “el oficio de alumno”. Es necesario observar que tener éxito en la escuela no
significa solo aprender los contenidos académicos (los que, normalmente, aparecen en
el curriculum formal), sino también aprender a desempeñar adecuadamente el oficio
de alumno. Este autor con esta categoría muestra el particular desempeño que se
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espera de los niños/ jóvenes en clase y la importancia de entender los rasgos de este
oficio para tener éxito en la escuela.
Consideramos central plantear este asunto en los encuentros con directores: desde la
perspectiva de un alumno, desempeñar esta tarea es sumamente complejo si
pensamos en que dependiendo de la escuela, del nivel, del ciclo, de la sección/ año,
del docente, de la materia… el oficio de alumno tendrá “versiones” diferentes.
Es una forma de concebir lo que algunos especialistas han dado en llamar la “cultura
escolar” o “matriz escolar”: las tradiciones, prácticas, rituales y principios que
permanecen y no logran ser alterados por los intentos de reforma. Pasan los años y
estos modos de ser escuela y posicionar los lugares de los sujetos no se modifican
con facilidad.
Dentro de las condiciones pedagógicas, uno de los aspectos centrales son las formas
o modos que tiene el alumno para adquirir conocimientos escolarizados. Decimos el
modo de aprender del “alumno”, y por lo tanto nos referimos a esa forma de aprender
dentro de un contexto particular como es la escuela (no estamos aludiendo a un niño o
joven en su contexto de crianza, sino que pensamos en un niño/joven en su condición
de alumno).
Dentro de este marco, una cuestión que no habría que dejar de tener en cuenta es
considerar que la articulación implica no solo vínculos y conexiones entre los
contenidos, sino también entre las concepciones de enseñanza y de aprendizaje; con
la idea de sujeto que le subyace y con acuerdos acerca de qué significa “saber”.
Preocuparse por la trayectoria escolar es avanzar en que los alumnos logren una
apropiación del espacio escolar coherente, articulado y, en simultáneo, producir una
diferencia en las formas de acompañar el recorrido y el tránsito del proceso de
enseñanza y el de aprendizaje, según las particularidades marcadas por las
situaciones. El reto es mantener constante la relación entre lo común y lo diferente.
Estamos convencidos de que la igualdad sigue siendo un valor fundamental para una
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sociedad más justa y más plena y sabemos que no es un concepto unívoco. Nos
cuestionamos y debemos cuestionar en los espacios de formación, la equivalencia
entre igualdad y homogeneidad y entre desigualdad y heterogeneidad. Para ello es
imprescindible considerar las formas de aprender de los alumnos, las cuales no
pueden disociarse de una mirada dirigida hacia ellos como niños o jóvenes que están
inmersos en una cultura plural, diversificada, atravesada por realidades sociales
complejas, críticas y en ocasiones donde se han vulnerado sus derechos.
Visualizar esto conlleva a reflexionar no solo sobre los cambios sociales culturales y
generacionales, sino en particular sobre la enseñanza y en especial sobre las
categorías disciplinares-curriculares que forman parte del mundo escolar y que
constituyen la práctica de enseñanza. Se trata de mirar de otra forma las áreas o
disciplinas curriculares, el objeto de conocimiento, los procedimientos, los objetivos,
las formas de la transmisión y las de participación. En síntesis, mirar con otra
perspectiva la situación educativa.
El reto está en pensar entonces los pasajes, estas transiciones de una escuela a otra;
de un nivel a otro, de un ciclo a otro, de una sección/ año a otro; de un docente de una
materia a otro de la misma materia; o entre los docentes de las otras materias; con
una responsabilidad colectiva política e institucional. Sosteniendo una vez más que
todos pueden aprender bajo condiciones pedagógicas adecuadas, lo que nos debe
llevar, por tanto, a revisar en cada nivel aquello que es propio como aquello que une,
entrelaza. Lo cual implica no diluir la especificidad de cada nivel pero sí comprender
que el proceso formativo de los niños y adolescentes es continuo.
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Dentro de la dimensión curricular, todo esto supone decisiones institucionales y áulicas
entre docentes que optimicen las prácticas de enseñanza en cada nivel e incluyan la
apropiación particular que elige y acuerda cada colectivo institucional para
implementar en cada uno de los niveles, estableciendo progresiones y
complejizaciones de los contenidos y de los procesos de enseñanza. Es importante no
solamente hacer una selección de contenidos, sino revisar en torno a qué se enseña y
cómo en cada nivel, con qué grado de complejidad, con qué secuenciación y cuáles
son las formas de abordar la enseñanza.
Ahora bien, centrarnos en los sujetos, en sus recorridos, articular, supone poder
acompañar el acto mismo de ese pasaje desde las propias instituciones. El trabajo de
las trayectorias escolares acontece siempre entre instituciones y sujetos, produciendo
subjetividad. Al decir de María Beatriz Greco y Sandra Nicastro: “Cada trayectoria abre
a un recorrido que es situado, particular, artesanalmente construido y que remite al
mismo tiempo a dimensiones organizadas previamente más allá de las situaciones y
las particularidades. En ese territorio intermedio, por momentos incierto e indefinible,
sin fronteras claras entre sujetos y organizaciones es que la trayectoria se despliega”.
(Greco y Nicastro, 2009)
Por eso desde las escuelas se puede proponer que ese pasaje no implique
sobresaltos innecesarios o se constituya en instancias traumáticas. Es preciso ayudar
a distinguir entre aquello que se percibe como estable, conocido y seguro, y también el
cambio, aquello que está por venir, lo que implica expectativas como una variable
necesaria de todo proceso vital.
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Estas concepciones muchas veces terminan por constituirse en teorías implícitas que
condicionan y regulan el accionar docente, al no mediar espacios de reflexión que
permitirían hacerlas explícitas. Recordemos que las opciones de enseñanza que
plantean los diferentes enfoques no son diferentes caminos para enseñar los mismos
conocimientos. Por el contrario, diferentes enseñanzas configuran distintos objetos de
conocimiento y, por lo tanto, posibilitan aprendizajes muy diversos.
Construir un aprendizaje en clase, cuyos resultados sean previsibles por lo menos con
una alta probabilidad y cuyas particularidades sean reproducibles, exige un análisis
riguroso del problema de la relación entre la enseñanza y el aprendizaje -relación
acerca de la cual no se ocupa la Psicología Genética-, y es en cambio uno de los
objetos de estudio esenciales de todas las Didácticas específicas.
Así, el objetivo central de esas didácticas es poder identificar las condiciones en las
que los alumnos movilizan conocimientos bajo la forma de herramientas que
conduzcan a la construcción de nuevos conocimientos.
Guy Brousseau (1986) define así su concepción de aprendizaje: “El alumno aprende
adaptándose a un medio que es factor de contradicciones, de dificultades, de
desequilibrios, un poco como lo hace la sociedad humana. Este saber, fruto de la
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adaptación del alumno, se manifiesta por las respuestas nuevas que son la prueba del
aprendizaje (...)”
Los límites de su saber frente a la situación, son los que provocan que el sujeto ponga
en duda sus conocimientos y se aboque a la búsqueda de nuevas formas de
resolución. Se aprende por necesidad y carencia.
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idea de que la multiplicación “agranda” siempre (idea que él ha podido elaborar
estudiando los naturales)”.
La didáctica hace entrar en escena al alumno, a ese niño/ joven que al estar “sujeto” al
orden de la institución escolar (Chevallard, 1985) se convierte en sujeto didáctico. Es
un alumno que frente a las situaciones que le plantea el maestro/ profesor, realiza una
búsqueda dentro de todo lo que sabe para decidir qué es lo más pertinente y ponerlo
en juego.
No será esto posible si piensa que el trabajo consiste en hacer lo que se le pide tal y
como se lo piden imitando los procedimientos o ideas de otros, o que lo que produce
es algo que se hace para luego ser abandonado sin que se pueda establecer ningún
vínculo con lo precedente o los aprendizajes futuros, o que su trabajo es importante
realizarlo solamente para “pasar de grado”, “para que mi mamá se ponga contenta”,
etc.
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Es el docente el que puede lograr que el alumno acepte la responsabilidad de una
situación de aprendizaje, siempre y cuando no esté dispuesto a darle indicios que lo
ayuden a averiguar con el menor costo la respuesta que está esperando de él. Muchas
veces como producto de estas “ayudas” el alumno logra una respuesta correcta sin
haber puesto en juego sus conocimientos. La trampa que encierra esto es suponer
que el alumno ha aprendido, la decepción surge cuando frente a una nueva situación
se evidencia la ausencia de ese saber.
Podemos pensar al recorrido de una trayectoria educativa como uno de los modos de
hacer lugar a las subjetividades y a las legalidades. Y esto nos conduce a retomar la
transmisión educativa como el lugar donde ambas se articulan; entonces, no ya como
un traspaso de conocimientos, normas, costumbres o tradiciones sino como un acto.
Es por este acto que decimos “trabajo de la transmisión”: trabajo implica
transformación, producir algo nuevo con lo que hay. Más que solicitud de obediencia a
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lo que alguien transmite desde un lugar de autoridad, en lugar de dominación y
sometimiento, la transmisión implica el trabajo artesanal entre varios, más de uno, de
un tejido de acciones y palabras, desplegadas, dichas y escuchadas, en silencio y en
forma de voces, de un mundo común que nos incluye a todos por igual y que otorga,
política y subjetivamente, espacios de libertad. El acto de la transmisión incluye en una
filiación, nombra y pone en movimiento la búsqueda de otros modos de estar filiado.
Es pasado movilizado en un presente. (Nicastro, y Greco, 2009)
Como vimos, un aporte sustancialmente valioso que pueden realizar los directores al
sostenimiento de las trayectorias se vincula con el fortalecimiento de la continuidad de
las propuestas de enseñanza a lo largo de toda la escuela.
Nos referimos a que los alumnos puedan transitar la escuela sabiendo qué se espera
de ellos. Y que efectivamente en términos de su quehacer de alumno, se espere lo
mismo a lo largo de toda su trayectoria reconociendo, por supuesto, las diferencias
propias de cada nivel/ciclo. Sabemos que hay versiones diferentes de ese quehacer. A
lo largo de su trayectoria un alumno puede ser convocado a realizar el despliegue de
un trabajo de tipo exploratorio: probar, ensayar, abandonar, representar para imaginar
o entender, tomar decisiones, conjeturar, explicar, comparar con las producciones de
otros, identificar errores, reutilizar lo aprendido en nuevos contextos, etc. Pero también
puede sucederle que -incluso en el mismo año que cursa-, otro docente espere de él
que reproduzca lo enseñado tal y como se lo enseñó, que el funcionamiento del aula
no sea el de una “comunidad de producción de conocimientos” sino un ámbito
silencioso en el que cada uno obtiene la devolución de su trabajo en el cuaderno/
carpeta a través de un “bien”, “regular” o “mal”.
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Es el director quien puede portar el cuidado de cierta memoria pedagógica, de una
mirada integral de las propuestas de trabajo en el transcurso del año, de los ciclos y,
en suma, del recorrido de cada alumno por la escuela. Eso es articular.
En este sentido, sostener esa memoria facilita que para cada alumno la escuela no
empiece cada año de cero, que no sea cada vez una nueva vez, evitando que los
conocimientos y las experiencias obtenidos en años o materias o con docentes
diferentes no sean tenidos en cuenta, sino que por el contrario, se acumulen
proactivamente, de manera de aprovechar mejor el tiempo de enseñanza.
Saber lo que los alumnos han leído cada año, para volver a ello solo si es
intencionalmente necesario y no por casualidad debido al desconocimiento del
docente de este año de lo que hizo el del año anterior y el anterior, armar bancos de
problemas que aumentan progresivamente su dificultad entre años y ciclos, “tironear”
de los conceptos construidos a propósito de la resolución de otros problemas para
abordar los problemas actuales, apelar a los conocimientos construidos en otro
tiempo, con otro docente, consensuar modalidades de trabajo que se secuencien a lo
largo de los años, acordar qué permanece invariable y qué necesita ser modificado
año a año, conforme los niños o los adolescentes crecen, son discusiones que
entendemos prioritarias para dar entre los grupos de directivos de manera que puedan
trasladarlas a la escuela que conducen.
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Bibliografía
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Perrin Glorian, M. J. (1993): “Condicionamientos de funcionamiento de los docentes en
el colegio secundario: lo que nos enseña el estudio de cursos flojos”, Francia,
Recherches en didactique des mathématiques, N° 13.
Terigi, Flavia (1999): Currículum, itinerarios para aprender un territorio, Buenos Aires,
Santillana.
—— (2006): Diez miradas sobre la escuela primaria, Buenos Aires, Siglo XXI.
* Artículo realizado por Beatriz R. de Moreno. Lectura crítica: Ana Lía Crippa y
Leo Biondi.
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