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Cuesta & Jiménez - Teorías Literarias Del Siglo XX. Una Antología
Cuesta & Jiménez - Teorías Literarias Del Siglo XX. Una Antología
Sector Foresta, 1
2 8760-' f e Cantos
Madrid - España
www.alcd.com
ISRN-I0: 84-460-1300-X
ISBN-13: 978-84-460-1100-7.
Depósito legal: M. 45.020-2005
Impreso en Cofás, S. A.
Móstoles (Madrid)
José Manuel Cuesta Abad y
Julián Jiménez Hejfernan (eds.)
* * *
J, M, C, A, y J . J , H,
Introducción
E l retorno de la teoría
S ig n o , s ig n if ic a d o , s ig n if ic a n t e
P r im e r p r in c ip io : l o a r b it r a r io d e l s ig n o
Segundo p r in c ip io : c a r á c t e r l in e a l d e i . s ig n if ic a n te
L engua y h a bla
C o n c l u s io n e s
Sincronía
Lenguaje & l Diacronía
L a s RELACIONES SINTAGMÁTICAS
enmgner r ''flément
S
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etc./ \ etc,
etc,/
t
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changement
éducation l \ armement
BORIS EIKHENBAUM {1886-1959) fue uno de los miembros más
destacados del formalismo ruso. Estudió en ia Academia Médica
Militar y en la Facultad de Filología de la Universidad de San
Petetsburgo. Desde 1918 a 1949 lúe profesor de 1itérame;) rusa
en la Universidad de Leningrado. Su vinculación al formalismo
data de comienzos de los años veinte, cuando ingresa en ia
OPOJAZ (Sociedad para el Estudio de la Lengua Poética), de la
que será uno de sus más persuasivos portavoces. En su ensayo
seminal, «La reoría del método formal» (1926) defiende tanto la
auronom/a científica del método formal, «que tiene por objeto
la literatura considerada como una serie específica de hechos»,
como la necesidad de «liberar la palabra poética de las tenden
cias filosóficas y religiosas» propias del simbolismo. Pese a esta
orientación claramente formalista, Eikhenbaum no renuncia a
un maridaje, no causalista, enrre sociología y formalismo, pues
aunque «la literatura, como cualquier otro orden específico de
fenómenos, no se engendra a partir de los hechos de otros órde
nes, y, por lo tanto, no es reducible a los mismos», el crírico sí
acepra «relaciones de correspondencia, interacción, dependencia
o condicionamiento» («El ambiente social de la literatura», 1927),
Interesado en ei obrar autónomo del significante y en el uso
transracional de ia palabra poética, crecientemente potenciados
por el acmeísmo, redactó los estudios La melodía de la poesía líri
ca rusa (1922) y Ánna Akhmaíova (1923). Ortos libros de esta
época son A través de la literatura (1924) y Literatura (1927).
Durante los años treinra reorienta su interés hacia cuestiones de
historiíí literaria, edita numerosos clásicos rusos, y redacta estu
dios sobre la obra de Lermontov y íbisioi. En 1949 es expulsa
do de la universidad acusado de «eclecticismo y cosmopolitis
mo», y reingresa en 1956 en el Instituto de Literamra Rusa,
Otra interesante aportación de Eikhenbaum fue el concepto de
dominante, demento nodal que organiza el resto de los compo
nentes de una obra literaria, garantizando su estructura.
Boris Eikhenbaum
La teoría dei «método formal»*
A. P. de Candolle
II
' Traducimos así el termino zaumnyj que designa una poesía donde se supone
un sentido a Sos sonidos sin que constituyan palabras. [N, del B. (Todorov)]
eos del simbolismo. Es natural que los formalistas hayan librado su pri
mera batalla en este terreno: era necesario reconsiderar ante todo el pro
blema de los sonidos a fin de oponer un sistema de observaciones preci
sas a las tendencias filosóficas y estéticas de los simbolistas y sacar
inmediatamente las conclusiones científicas que de allí surgían. Se cons
tituye así la primera selección de trabajos consagrados enteramente al
problema de los sonidos en poesía y al de la lengua transracional.
En la misma época que Yakubinski, V. Sbldovski mostraba con
numerosos ejemplos, en su artículo «Sobre la poesía y la lengua transra
cional», como «la gente a veces hace uso de palabras sin referirse a su sen
tido». Las construcciones transracionales se revelaban como un hecho
lingüístico difundido y como un fenómeno que caracteriza la poesía.
«El poeta no se atreve a decir una palabra transracional; la trans-signi-
ficación se oculta habitualmente bajo la apariencia de una significación
engañosa, ficticia, que obliga a los poetas a confesar que ellos no com
prenden el sentido de sus versos». El artículo de Shklovski pone el acen
to, entre otras cosas, sobre el aspecto articulatorio, desinteresándose del
aspecto puramente fónico que ofrece la posibilidad de interpretar la
correspondencia entre el sonido y el objeto descrito o la emoción pre
sentada de una manera impresionista: «El aspecto articulatorio de la
lengua es sin duda importante para el goce de una palabra transracio
nal, de una palabra que no significa nada. Es probable que la mayor
parte de los goces aportados por la poesía estén contenidos en el aspec
to articulatorio, en el movimiento armonioso de los órganos de habla».
Ei problema de la relación con la lengua transracional adquiere así la
importancia de un verdadero problema científico, cuyo estudio facilita
ría la comprensión de muchos hechos de la lengua poética. Shklovski
formuló así el problema general: «Si para hablar de la significación de
una palabra exigimos que sírva necesariamente para designar nociones,
las construcciones transracionales permanecen exteriores a la lengua.
Pero no son las únicas que permanecen exteriores; los hechos citados
nos invitan a reflexiona!' sobre la pregunta siguiente: ¿las palabras tie
nen siempre un sentido en la lengua poética (y no solamente en la len
gua transracional) o bien hay que ver en esta opinión una resultante de
nuestra falta de atención?».
Todas estas observaciones y todos estos principios nos han llevado a
concluir qne la lengua poética no es únicamente una lengua de imágenes
y que los sonidos del verso no son solamente los elementos de una armo
nía exterior; que éstos no sólo acompañan el sentido sino que tienen una
significación autónoma en sí mismos. Así se organizaba la reconsidera
ción de la teoría general de Potehnia construida sobre la afirmación de
que la poesía es un pensamiento por imágenes. Esta concepción de la
poesía admitida por los teóricos dei simbolismo nos obligaba a tratar los
sonidos del verso como la expresión de otra cosa que se encontraría detrás
de ellos, y a interpretarlos sea como una onomaropeya, sea como una ali
teración. Los trabajos de A. Bieii caracrerizaban particnlarmenre esta
tendencia. Había encontrado en dos versos de Pushkin una perfecta
«pinrura por sonidos» de la imagen del champagne que pasaba de ia
botella a la copa, mienrras que en la repetición del grupo r, d, i, en Blok
yeía «la tragedia dei desengaño»3.
Esas Tentativas de explicar las al ireraciones, renradvas que se encon
traban en el límite deí «pastiche», provocaron nuestra resistencia intran
sigente y nos incitaron a demostrar con un análisis concreto que los
sonidos existen en el verso fuera de todo vínculo con la imagen y que
rienen una función verbal autónoma. Los am'culos de L, Yakubinski
servían de base lingüística a las afirmaciones del valor autónomo de los
sonidos en el verso. El arrículo de O. Brík «Las reperíciones de los soni
dos» (Ensayos sobre la teoría de la lengua poética, fase. 2, Petrogrado,
1917) mostraba los texros (exrractos de Pushkin y Lennon tov) y ios dis
ponía en diferentes clases. Luego de expresar sus dudas sobre la opinión
corrienre de que la lengua poética es una lengua de imágenes, Brik liega
a la conclusión siguienre: «Sea cuai sea la manera como se consideren
las relaciones entre la imagen y el sonido, queda derermínado qtie los
sonidos y las consonancias no son un puro suplemento eufónico sino el
resultado de una intención poética autónoma. La sonoridad de la len
gua poética no se agota con los procedimienros exteriores de la armo
nía, sino que representa un producto complejo de ia interacción de ias
leyes generales de la armonía. La rima, la aliteración, ere., no son más
que una manifestación aparente, un caso particular de las leyes eufóni
cas fundamentales». Oponiéndose a ios rrabajos de Bieii, el arrículo de
Brik no da ninguna interpretación al sentido de ral o cual aliteración;
supone solamente que el fenómeno de repetición de los sonidos es aná
logo al procedimiento de tautología en el folclore, es decir que en esre
caso ia repetición en sí desempeña un papel estético; «Evidentemente se
trata aquí de manifestaciones diferentes de un principio poérico común,
el principio de la simple combinación donde pueden servir como mate
rial de la combinación ya los sonidos de las palabras, ya su sentido, ya
lo uno y lo otro». Esta extensión de un procedimiento sobre materias
diferentes caracteriza el periodo inicial del trabajo de los formalistas.
Con el trabajo de Brik, el problema de los sonidos en el verso perdió su
particularidad, para entrar en el sistema general de los problemas de la
poética,
3 Cfr. los arríenlos de A. Bieli en las antologías Los Escitas (1917), Ramos (1917)
y mi artículo «Sobre los sonidos en el verso» de 1920, incluido en la selección de
trabajos: A través de la literatura (1924).
III
Sólo nos testa trazar un cuadro general. La evolución deí método for
mal que he tratado de presentar adoptó la forma de u n desarrollo conse
cutivo de principios teóricos, sin considerar el aporte individual de cada
uno de nosotros. En efecto, la Opoiaz ha realizado el modelo de trabajo
colectivo. Las razones son evidentes; desde el comienzo hemos concebido
nuestro trabajo como una tarea histórica y no como trabajo personal de
cada uno. En esto consiste nuestro contacto esencial con la época, La
ciencia evoluciona, y nosotros con ella. Indicaté brevemente los momen
tos principales de la evolución deí método formal en los últimos años:
' En ruso, la palabra «sombrero» (shliapa) puede asarse con los dos sentidos. [N. del
E. (Todorovj]
encontramos la misma exigencia primordial; la economía de la atención.
Conducir el espíritu hacía la noción deseada por la vía más fácil es, a
m enudo, cl fin único, y siempre el fin principal...» (Filosofía del estilo),
«Si el alma poseyera fuerzas inagotables, le sería seguramente indiferen
te gastar mucho o poco de esta fuente; solo tendría importancia el tiem
po que se pierde. Pero como estas fuerzas son limitadas, cabe pensar que
el alma trata de realizar el proceso de percepción lo más racionalmente
posible, es decir, con d mentor gasto de esfuerzo o, lo que es equivalen
te, con el máximo resultado» (R. Avenarius). Perrayitski, haciendo refe
rencia a la ley general de la economía de las fuerzas mentales, rechaza la
teoría de James sobre la base física del afecto. El principio de economía
de las fuerzas creadoras, que en el examen del ritmo es particularmente
cautivante, está reconocido igualmente por A. Veselovski, quien prolon
ga el pensamiento de Spencer: «el mérito del estilo consiste en ubicar el
máximo de pensamiento en un mínimo de palabras». André Bieli, que
en sus mejores páginas ha dado muchos ejemplos de ritmos complejos
que podríamos llamar «en sacudidas» y que ha mostrado el carácter oscu
ro de las epítetos poéticos a propósito de los versos' de Baratinski, consi
dera necesario discutir la ley de la economía. Su libro representa la tenta
tiva heroica de erigir una teoría del arte fundada en hechos no verificados
tomados de libros en desuso, en un gran conocimiento de los procedi
mientos poéticos y en el manual de física que se usa en los liceos de
Kraievich.
La idea de economía de Las fuerzas como ley y finalidad de creación
es tal vez verdadera en un caso particular del lenguaje, esto es, en la len
gua cotidiana; esta misma idea se hizo extensiva a la lengua poética debi
do al desconocimiento de la diferencia que opone las leyes de la lengua
cotidiana a las de la lengua poética. Una de las primeras indicaciones
efectivas sobre la no coincidencia de estas dos lenguas nos la dio la com
probación de que la lengua poética japonesa posee dos sonidos que no
existen en el japonés hablado. El artículo de L, R Yakubinski acerca de
la ausencia de la ley de disimilación de las líquidas en la lengua poética
y de la tolerancia en la misma de una acumulación de sonidos semejan
tes, difíciles de pronunciar, representa uno de los primeros trabajos que
soportan una crítica científica1: da cuerna de la oposición (digamos por
ahora que al menos en esc caso) de las leyes de la lengua poética con las
de la lengua cotidiana2.
Por este motivo debemos tratar las leyes de gasto y de economía en la
lengua poética dentro de su propio marco, y no por analogía con la len
gua prosaica,
’ I.a palabra rusa korol (rey) viene de k palabra Caríomagno (Kaiolus). [N. del E.
(Todorov)]
3 Curso sobre ¡a teoría de la literatura. Fábula, proverbio, refrán, Harkov, 1914.
Y uiu T in ia n o v (1894-1943), escritor, historiador y retí rico de Ja
literatura, fue un agente decisivo del segundo periodo del for
malismo ruso. En 1918 concluyó sus estudios de Filología rusa
en la Universidad de San Perersburgo, a la que posteriormenre se
mantuvo vinculado. En 1919 ingresa en la OPOJAZ (Sociedad
pata el Estudio de la Lengua Poética), y desde 1920 a 1931 ejer
ció la docencia de k literatura rusa en el Instituto de Historia del
Arte de Leningrado. En 1921 publica un estudio sobre
Dostokvski y GogoL y tres años después, El problema del lenguaje
poético, un trabajo determinante cu el que introduce, influido
por el dinamismo orgánico de Goethe, las nociones de estructu
ra dinámica y factor constructivo: «La unidad de la obra no es
una entidad dinámica que tiene su desarrollo propio; sus ele
mentos no están ligados por un signo de igualdad o adición, sino
por un signo dinámico de correlación y de integración». Nace así
una concepción dinámica de la obra en la cual un factor privile
giado determina la construcción dei resto, deformado por él y
subordinado a él. En el caso de !a poesía lírica, dicho factor será
el ritmo. Otra contribución sustancial de Tinianov fue su visión
de la evolución literaria, en virtud de la cual no es postble defi
nir el hecho literario desgajado del sistema literario subyacente:
«Que un hecho sea o no literario, depende de una función de sn
cualidad diferencial (es decir, que se encuentre relacionado con
ia serie literaria o exrraliteraria)». La atención a la serie extralke-
raria supone, en sí, una invitación a confrontar sistemas sociales:
«El estudio de la evolución literaria no excluye la significación
dominante de los principales factores sociales. Por el contrario,
sólo en ese marco la significación puede ser aclarada en su tota
lidad». Tinianov percibe que la desautomarizadón de una expre-
sio'n corriente puede ocasionar su ingreso en eí sistema literario,
lo que introduce un decisivo relativismo en ía presunta natura
lidad, esencial o formal, del hecho literario: «Sólo en su evolu
ción podemos analizar la definición de literatura». El conflicto
entre automatización y desautomatización, entre Arcaizantes e
innovadores (1929), genera una tensión dinámica que constitu
ye, en definitiva, la evolución literaria. Negatividad, ruptura,
renovación, como presupuestos de la lirerariedad, son rasgos que
anticipan esfuerzos hermenéuticos posteriores como el de Jauss.
Dolante los diez últimos afios de su vida, Tinianov redactó bio
grafías novelescas de escritores como Pushkin (1936), así como
guiones cinematográficos.
Yurí Tinianov
Sobre la evolución literaria*
A Btn is Eikbenbaum
1 lis suficiente analizar la «literatura de masa» de los años veinte y treinta clel
siglo XIX pata darse cuenta de la enorme diferencia evolutiva que los separa.
Alrededor del treinta, cuando se automatizaban las tradiciones precedentes y se tra
bajaba sobre la materia acumulada, el diletantismo adquiere una gran importancia
evolutiva, Al diletantismo, a esa atmósfera de «verso en las márgenes de un libro»,
debemos la aparición de un nuevo fenómeno, el de Tiuchcv, que trasforina la len
gua y ¡os géneros poéticos con sus tonalidades íntimas. La actitud «íntima» hacia la
literatura que parece corrompe! el sistema literario desde el punto de vista de la teo
ría de los valores, de hecho lo trasforma. Se ha bautizado con el nombre de «grafo
manía» al «diletantismo» y a la «literatura de masa» de la década del veinte, años de
ios «maestros», que asintieron a la creación de géneros poéticos nuevos. Los poetas
de ptimera línea de alrededor del año treinta (desde el pumo de vista de su impor
tancia en la evolución) lucharon contra las normas preestablecidas con espíritu
«diletante» (Tiuchev, Poletaev) o de epígono {Lcrmontov) cuando aún las poetas de
segundo orden de alrededor del veinte llevan la impronta de los maestros de la
época. Cfr. la «universalidad» y la «grandeza» que surgen aún en los poetas de masa
como Olin, Se ve claramente que la significación evolutiva de fenómenos como el
«diletantismo», la «influencia», ere., cambia de una época a otra y la apreciación de
esos fenómenos es una herencia de la antigua historia literaria.
3 >Para analizar este problema fundamental, es necesario convenir previa
mente en que Ja obra literaria constituye un sistema y que otro tanto ocurre
con la literatura. Unicamente sobre la base de esta convención se puede cons
truir una ciencia literaria que se proponga estudiar lo que hasta ahora apare
ce como imagen caótica de los fenómenos y de las series heterogéneas. Fbr
este camino, no se deja de lado el problema del papel de las series vecinas en
la evolución literaria; por el contrario, se lo plantea en forma verdadera.
El trabajo analítico ya realizado sobre los elementos particulares de la
obra, sobre el tenia y el estilo, el ritmo y la sintaxis en prosa, el ritmo y la
semántica en poesía, es provechoso. Nos dimos cuenta que podíamos, hasta
cierto punto y como hipótesis de trabajo, aislar todos esos elementos cu lo
abstracto, pero que ellos se encuentran en correlación mutua y en interac
ción. El estudio del ritmo en verso y del ritmo en prosa revelaron que un
mismo elemento desempeña papeles distintos en sistemas diferentes.
Llamo función constructiva de un elemento de la obra literaria (en
tanto que sistema) a su posibilidad de entrar en correlación con los otros
elementos del mismo sistema y, en consecuencia, con el sistema entero.
Un examen atento permite observar que esta función es una noción
compleja. El elemento entra simultáneamente en relación con la serie de
elementos semejantes que pertenecen a otras obras-sistemas, incluso con
otras series y, además, con los otros elementos del mismo sistema (fun
dón autónoma y función sínoma).
De este modo el léxico de una obra entra simultáneamente en corre
lación por un lado con el léxico literario y el léxico general y por otro
con los demás elementos de esas obras. Esos dos componentes, o más
bien esas dos funciones resultantes, no son equivalentes.
La función de los arcaísmos, por ejemplo, depende enteramente del sis
tema en que están empleados. En el sistema Loinonosov introducen el esti
lo culto, porque allí el matiz lexical desempeña un papel dominante (se
emplean arcaísmos por asociación lexical con la lengua eclesiástica). En el sis
tema de Tiuchev, los arcaísmos tienen otra función y designan a menudo
nociones abstractas: fbntan-vodomjot2. Es interesante notar también el
empleo de arcaísmos en función irónica: Pusbck yrom i musikijar’ en uu
poeta que emplea palabras como musikiskij con otra función completamen
te distinta. La función autónoma no es decisiva: ofrece solamente una posi
bilidad, es una condición de la función sínoma. Así, durante los siglos XVIII
y XIX, hasta la época de Tiuchev, se desarrolló una vasta literatura paródica
en la que los arcaísmos sostienen la función paródica. Pero naturalmente, en
todos estos ejemplos la decisión pertenece al sistema semántico y estilístico
“dramatizada” (o más bien “dialoguizada”) de modo tal que las escenas y Jas con
versaciones se remplazan sin cesar enrre sí. Finalmente, la narración ocupa la menor
parte. No es una “novela” porque dicha palabra implica una creación poética, una
representación artística de los caracteresy de las situaciones... Yo la llamaría novela por
que presenta todas sus pretensiones» (Druyinin, t. 6, p. 41, «Cartas de un abonado
de orra ciudad»). Y aquí se plantea otro problema interesante.
En distintas épocas, se observa en las literaturas nacionales un tipo de «relato»
cuyas primeras lineas introducen un narrador. Luego, ese narrador no desempeña
papel alguno en el tema, pero la narración es desarrollada en su nombre (Mau-
passant, Turgueniev). Es difícil explicar k función de este narrador en el argumento.
Si se eliminan las primeras líneas que lo presentan, el argumento no cambiaría. (El
«comienzo-clisé» habitual en otros relatos es: «N. N, encendió su cigarrillo y comen
zó el relato».) Pienso que aquí se trata de un fenómeno relativo al género y no al argu
mento. La presencia del narrador es una etiqueta destinada a señalar el género «rela
to» en un cierto sistema literario.
Esta señalización indica la estabilidad del género con el que el autor correlacio
na su obra. Por este motivo el «narrador» no es aquí sino un rudimento del antiguo
género. Sólo en este momento el «relato directo» pudo aparecer con Leskov. Con
dicionado al principio por Ja «orientación* hacia un género antiguo, se Jo utiliza
como medio de «resurrección», de renovación del antiguo género. Este problema
requiere naturalmente un estudio especial.
Eikhenbanm). En determinado sistema literario, el elemento formal del
nietro es el que sostiene la función del verso.
Pero ia prosa sufre modificaciones, evoluciona al mismo tiempo que el
verso. Las modificaciones de un tipo, puesto en correlación con otro, entra
ñan o más bien están ligadas a las modificaciones de este otro ripo; aparece
una prosa métrica (la de André Bieli). Al mismo tiempo la función del verso
se transfiere a otros rasgos del verso, en sil mayor parte secundarios, deriva
dos, tales como el ritmo que delimita las unidades a una sintaxis particular,
a un léxico particular. La función de la prosa en relación al verso subsiste,
pero cambian los elementos formales que la designan.
La evolución posterior de las formas puede aplicar la función de los
versos a la prosa durante siglos y transferirle un cierro número de otros ras
gos, o bien no respetarla, disminuir sil importancia. De la misma manera
que la literatura contemporánea no otorga ninguna importancia a la corre
lación de los géneros (según los rasgos secundarios), puede llegar una
época en la que será indiferente que la obra esté escrita en prosa o en verso.
7. La relación evolutiva entre la función y el elemento formal es un
problema completamente inexplorado. He dado un ejemplo en el que la
evolución de las formas entraña la evolución de la función. Se pueden
encontrar numerosos ejemplos en los que una forma que tiene una fun
ción indeterminada se apodera de otra función y la determina. Hay tam
bién ejemplos de otro ripo: la función busca su forma. Doy uno en el
que los dos casos se combinan, Alrededor del año veinte, la corriente
literaria de los arcaizantes vuelve a poner de moda una poesía épica cuya
función es a la vez elevada y popular. L a correlación de la literatura con la
serte social implica una ampliación de la obra. Peto los elementos forma
les no están allí, la «demanda» de la serie social no equivale a la «deman
da» literaria y ésra queda sin respuesta. Comienza la búsqueda de los ele
mentos formales. En 1824 Katenín propone la octava como elemento
formal de la epopeya poética. EJ ardor de las discusiones, aparentemen
te inocentes, sobre el tema de la octava, corresponde al trágico desam
paro de una función sin forma. La poesía épica de los arcaizantes no tuvo
ninguna suerte. Seis años más tarde la misma forma es utilizada por
Shevirev y Pushkín con otra función: transformar toda la poesía épica
utilizando el yambo retrapódico y crear una nueva poesía épica «vulgar»,
y no ctilra, prosaica (La casita de Kolomna).
El vínculo entre la función y la forma rio es arbitrario. No es un azar
que el léxico de un cierro ripo se combíne primero en Katenín con cier
to metro y veinte años más tarde con el mismo metro en Nekrasov que,
probablemente, no ha tomado ninguna idea de Katenín.
La variabilidad de la función de ral o de cual elemento formal, la apa
rición de ral o cual función de un elemento formal, su asociación con
una función, son problemas que por el momento no se intenta resolver
ni estudiar.
Diré solamente que todo el ptoblema de la literatura como sene o sis
tema depende de ios estudios futuros sobre ese tema.
8 . N o tenemos una imagen totalmente correcta de la forma en que
los fenómenos literarios enttan en correlación; se cree que la obra se
introduce en un sistema literario sincrónico y que allí obtiene una fun
ción. La noción de un sistema sincrónico en constante evolución es
también contradictoria. El sistema de la serie literaria es ante todo un
sistema de las funciones de la serie literaria, que a su vez está en cons
tante correlación con ¡as otras series. La serie cambia de componentes,
peto la diferenciación de las actividades humanas permanece. La evolu
ción Iitetaria, como la de otras seríes culturales, no coincide ni en su
ritmo, ni en su carácter con las series que le son correlativas, debido a
la naturaleza específica dei material que maneja. La evolución de la fun
ción constructiva se produce rápidamente; la de la función literaria se
realiza de una época a otra; Ja de las f unciones de toda la serie Iitetaria,
reclama siglos.
9. Dado que el sistema no es una cooperación fondada sobre la igual
dad de todos los elementos, sino que supone la prioridad de un grupo
de elementos («dominante») y la defotmación de otros, la obra entra en
la literatura y adquiere su función Iitetaria gracias a esta dominante, En
consecuencia, el verso se debe vincular, según algunas de sus particulari
dades, con la serie poética y no con la ptosaica. Lo mismo ocurre con la
correlación de los géneros. Actualmente, los factores que relacionan una
obra con el géneto novelístico son la dimensión, la exposición de un
argumento; en otra época, lo que decidía era la presencia de una intriga
amorosa en la obra.
Aquí tropezamos con otro hecho interesante desde el punto de vista
de la evolución. Se coloca una obra en correlación con una serie literaria
determinada para medir la diferencia que existe entre ella y la serie lite
raria a la que pertenece. Determinar el género de los poemas de Pushkin,
por ejemplo, era un ptoblema extremadamente agudo pata los críticos
de alrededor del año veinte; el género de Pushkin eta una combinación
mixta y nueva para la que no se disponía de una «denominación» esta
blecida, Cnanto más neta es la diferencia con una serie literaria, el siste
ma que se separa se pone más en evidencia. Así, el verso libre ha desta
cado el carácter poético de los rasgos extra-métricos y la novela de Sterne
acentúa cl carácter novelístico de los rasgos que no conciernen a la trama
(Shkiovski). Analogía lingüística: «Puesto que la base sufre variciones,
debemos acordarle el máximo de expresividad y extraerla del conjunto
de prefijos que son invariables» (Vendryes).
1 0 . ¿En qué consiste la correlación de la literatura con las series veci
nas? ¿Cuáles son esas series vecinas? Siempre una respuesta: la vida social.
Pero pata resolver la cuestión de ia correlación de las seties literarias
con la vida social, debemos hacer otra pregunta: ¡cómo y en qué la vida
social entra en correlación con la literatura? La vida social tiene muchos
componentes de diversos aspectos y solamente la función de esos aspec
tos le es específica. La vida social entra en correlación con la. literatura ante
todo por su aspecto verbal Lo mismo ocurre con las series ¡iterarías pues
tas en correlación con la vida social. Esta correlación entre la serie lite
raria y la serie social se establece a través de la actividad lingüística; la lite
ratura tiene una función verbal en relación con la vida social.
Disponemos de la palabra «orientación» que significa más o menos:
«intención creadora del autor», Sucede a veces, sin embargo, que «las
intenciones son buenas pero las realizaciones resultan malas». Agreguemos
que la intención dei autor puede ser sólo un fermento. Cuando maneja un
rnatetiai específicamente literario el autor se somete a él y se aleja de su
intención. L a desgracia de tener demasiado ingenio (Griboiedov) debía ser
«elevada», «grande» (según la terminología dei propio autor que no se
asemeja a la nuestra), pero resultó una comedia-panfleto político en esti
lo «arcaizante»; Eugenio Oneguin debía ser, en su origen, un «poema satí
rico» en el que el autor «descargaría su bilis». Peto cuando Pushkin tra
bajaba en el cuarto capítulo ya escribe: «¿dónde fue a patar mi sátira? No
se ye ese matiz en Eugenio Oneguin».
La función constructiva, la correlación de los elementos en el interior
de Sa obra, reducen «la intención del autor» a nada más que un fetmen-
to. La «libertad de creación» se presenta como una consigna optimista,
pero que no corresponde a la tealidad y cede su lugar a la «necesidad de
creación». La función literaria, la correlación de la obra con las series lite
rarias perfecciona el proceso de sumisión.
Si borramos de la palabra «orientación» todo el matiz, telcológico,
toda idea de destino e «intención», ¿qué se obtiene? La orientación de la
obra (y de la serie) literaria será su función vei'bal, su correlación con la vida
social.
La oda de Lomonosov tiene una orientación (función verbal) orato
ria. La palabra está elegida para ser pronunciada. Las asociaciones socia
les más elementales nos sugieren que estas pal alnas debieron ser pronun
ciadas en una gran sala, en un palacio. En la época de Karamzin, la oda
era un género literario «gastado». La orientación, cuya significación ha
disminuido, desaparece; es utilizada por otras formas que corresponden
a la vida social. Las odas de alabanzas y de cualquier otro tipo se trans
forman en versos enfáticos que pertenecen sólo a la vida social. No exis
te ningún género literario constituido que pueda remplazarías. Entonces
los fenómenos lingüísticos de la vida social se encargan de esta función. I.a
función, la orientación vetbal, buscan una fotma y la encuentran en la
romanza, la chanza, el pie forzado, la chatada, etc. Aquí, en el momen
to de la génesis, la presencia de tal o cualform a lingüística, que antes corres
pondían sólo a la vida social, adquiete sn significación evolutiva. En la
época de Karamzin, el sabor mundano desempeña el papel de serie so
cial, el salón se ttansforma entonces en un hecho literario. Se le atribu
yen así formas sociales a la función literaria.
De la misma manera existe una semántica familiat, íntima, peto sólo
tiene función literaria en el cutso de ciertos periodos. Lo mismo se pro
duce cuando se legitiman algunos resultados que surgen casualmente en la
literatura; los esbozos de versos de Pushkin y ios borradotes de sus pla
nes proporcionan la versión definitiva de su prosa. Ese fenómeno es sólo
posible si Ja serie entera evoluciona y por lo tanto su orientación.
La literatura contemporánea nos ofrece también un ejemplo de con
flicto de dos orientaciones: la poesía de mítines, representada por los ver
sos de Maiakovski (oda), se opone a la poesía «de cámara», representada
por los romances de Esenin (elegía).
11 .L a expansión inversa de la literatura en la vida social nos obliga
también a considerar la función verbal. La personalidad literaria, y el
personaje de una obra, representan, en ciertas épocas, la orientación ver
bal de la litetatura y, a partir de allí, penetran en Ja vida social. La per
sonalidad literaria de Byron, la que el lector deduce de sus versos, estaba
asociada a la de sus hétocs líricos y penetra así en la vida social. La per
sonalidad de Heine está bastante alejada del verdadero Heine, En ciertas
épocas, la biografía se convierte en una literatura oral apócrifa. Se trata
de un fenómeno legítimo condicionado por ei papel de un sistema lite
rario en la vida social (orientación verbal); recuérdese el mito creado
alrededor de escritores como Pushkin, lólstoi, Maiakovski, Esenin, que
puede oponerse a la ausencia de personalidad mística de Leskov, Tur-
gueniev, Maikov, Pet, Gumilev, etc. Esta ausencia se relaciona con la
falta de orientación verbal del sistema literario de los últimos. La expan
sión de la literatura en la vida social reclama, naturalmente, condiciones
sociales particulares.
12. Esta es la prim era fiinción social de la literatura. Se la puede deter
minar y estudiar únicamente a partir del estudio de las series vecinas, del
examen de Jas condiciones inmediatas, y no a partir de series causales
alejadas aunque importantes.
Cabe observar que el concepto de «orientación» de la función verbal
está referida a la serie literaria o al sistema literario y no a la obra particu
lar. Es necesario colocar dicha obra en correlación con la serie literaria
antes de hablar de su orientación. La ley de los grandes números no se
aplica a los pequeños números. Si establecemos las seties causales vecinas
de cada obra y cada autor particular, no estudiamos la evolución del sis
tema literario sino su modificación; tampoco estudiamos los cambios
literarios en cottelación con los de otras series, sino la deformación pto-
ducida en literatuta por las series vecinas. Este problema también puede
estudiarse, pero desde otro punto de vista.
El estudio directo de la psicología del autor y el estabJecimiento de
una relación de causalidad entre los medios, su vida, su clase social y sus
obras, es un trabajo particularmente incierto. La poesía erótica de Ba-
dushkov es el fruto de su trabajo sobre la lengua poética (cfr, su discur
so «Acerca de la i afluencia de la poesía ligera sobte la lengua») y
Viazemski rehusó con razón buscar la génesis de esta poesía en la psico
logía del autor. El poeta Polonski, que nunca fue un teórico, pero que
c o m o poeta conocía bien su oficio, escribe sobre Benediktov: «Es muy
probable que la naturaleza austera, los bosques, los pastizales.,, hayan
influido en el alma sensible de niño del futuro poeta, Pero ;cómo? Es
una cuestión difícil que nadie sabrá resolverla en forma satisfactoria. La
naturaleza, que es la misma pata todos, no desempeña aquí un papel
principal». Se observan en un at lisia giros que no pueden explicarse por
los rasgos de su personalidad: por ejemplo en Deryavin, en Nekrasov,
Durante su juventud escriben una poesía «vulgar» y satírica paralela
a la poesía «elevada», pero en condiciones particulares los dos tipos de
poesía van a confundirse para dar nacimiento a fenómenos nuevos.
Queda claro que se trata de condiciones objetivas y no individuales y psi
cológicas. Las' funciones de la serie literaria evolucionaron en relación
con las series sociales vecinas.
13, Por este motivo es necesario reconsiderar uno de los problemas
más complejos de la evolución literaria: el de la «influencia», Existen pro
fundas influencias personales, psicológicas o sociales que no dejan ninguna
huella en el plano literario (Chadaev y Pushkin), Existen influencias que
modifican las obras literarias sin tener significación evolutiva (Maia-
kovski y Gleb Uspenski). Pero el caso más impresionante es aquel en que
los índices exteriores parecen testimoniar una influencia que jamás tuvo
lugar. Ya di el ejemplo de Katenin y de Nekrasov. Estos ejemplos pueden
multiplicarse: las tribus sudamericanas crearon el mito de Prometeo sin
estar influidas por la antigüedad. Estos son hechos de convergencia, de
coincidencia. Tienen una importancia tal que desbordan la explicación
psicológica de la influencia, La cuestión cronológica acerca de quién lo
dijo primero 110 es esencial. El momento y la dirección de la «influencia»
depende por completo de la existencia de ciertas condiciones literarias1,
En el caso de coincidencias funcionales el artista influido puede encon
trar en la obra «imitada» elementos formales que le sirven para desarro
llar y estabilizar la función, Si esta «influencia» no existe, una función
análoga puede conducirnos a elementos formales análogos sin aquella
ayuda.
14. Veamos ahora el problema del principal termino del que se sirve
la historia literaria,- cl de la «tradición». Si admitimos que la evolución es
un cambio de la telación entre los- términos del sistema, o sea un cambio
de funciones y de elementos formales, ella se presenta como una «susti
tución» del sistema. Estas sustituciones observan según las épocas un
ritmo lento o brusco y no suponen una renovación y un reemplazo
repentino y total de ios elementos formales, sino la creación de una
nueva función de dichos elementos. Por este motivo, la confrontación de
un fenómeno literario con cualquier otro debe hacerse no sólo a partir
de las formas, sino también considerando las funciones. Fenómenos que
parecen totalmente diferentes, y que pertenecen a distintos sistemas fun
cionales, pueden ser análogos en su función y viceversa. El problema se
complica porque cada corriente literaria busca durante algún tiempo
puntos de apoyo en los sistemas precedentes; es lo que podríamos llamar
«tradicionalismo». Así, en Pushkín las funciones de su prosa están más
cercanas de las de la prosa de 'Ibistos, que las funciones de sus versos de
las de sus epígonos de la década del treinta y de Maikov,
15- Resumiendo, el estudio de la evolución literaria sólo es posible si
la consideramos como una serie, como un sistema puesto en correlación
con otras series o sistemas y condicionado por ellos, El examen debe ir
de la función constructiva a la función literaria, y de ésta a la función
verbal. Debe aclarar la interacción evolutiva de las funciones y de las for
mas. El estudio evolutivo debe ir de la serie literaria a las series correla
tivas vecinas y no a otras más alejadas, aunque éstas sean importantes. El
estudio de la evolución lireraria no excluye la significación dominante de
los principales factores sociales. Por e! contrario, sólo en ese marco la sig
nificación puede ser aclarada en su totalidad. El establecimiento directo
de una influencia de los principales factores sociales sustituye el estudio
de la evolución literaria por el de ia modificación y deformación de las
obras literarias.
B o iu s T o m a sh k v sk i (1890-1957), licenciado en Ingeniería eléc
trica por la Universidad de Liége, jugó un papel determinante en
la consolidación del formalismo ruso, generación de teóricos que
describió en un conocido ensayo titulado «La nouvelle école
d’histoire littéraire en Russie» (1928), distinguiendo entre orto
doxos (los miembros de la OPOJAZ), los independientes
(Shldovski, Eildienbaum y Tinianov) y los influidos (como
Zirmiinsldj y Vinogradov). Asistió en La Sorbona a cursos sobte
poesía francesa de los siglos x y ii y xvm. De vuelta a Rusia estu
dió Filología rasa en la Universidad de San Petersburgo.
Miembro de la OPOJAZ desde 1918, fue profeso t de poética y
estilística en la Universidad de Leningrado, desde mediados de
Jos anos veinte hasta la década de los treinta, cuando fue obliga
do a abandonar la docencia. Se dedicó entonces a la labor edito
rial, cuidando ediciones críticas de autores como Pushkin, Gogol,
Dostokvslú y Chejov. En sus últimos afios pudo tetomar su acti
vidad docente. Quizás su contribución más determinante ai hori
zonte formalista fueron sus diversos estudios sobte la versifica
ción de la poesía rusa, que inició temptanamente con análisis
estadísticos de la métrica de Pushkin: l a versificación rusa (1923)
y Sobre el verso (1929), libro que recoge ensayos determinantes
como «El problema del ritmo poético» (1923) o «Poesía y ritmo»
(1925). En estos estudios profundizó en el papel del acento y la
entonación en la división métrica del verso, así como en la interre-
lación entre entonación, sintaxis, fonética y semántica. Retomó e¡
concepto de dominante de Eikhenbaum, definió el ritmo en el
vetso como «la distribución de energía expiracionai dentro de los
límites de una onda, el vetso», introdujo la noción de «ritmo
atniónico» y concedió un papel televante a la recepción acústica
en la constitución de la imptesión poética. Este análisis de los
patrones rítmicos lo aplicó, iuego, de manera exhaustiva, a la
obra poética de Pushkin, sn autor predilecto, al que dedicó cua
tro estudios entre 1925 y 1960. Otra contribución imperante de
Tomashevski fue su distinción entre biografía documental y bio
grafía artística, deudora de su análisis original de la noción doble
de autor, como sujeto autoría! (legítimo objeto de estudio litera
rio) y como sujeto f/sico, externo para la literatuta. El ensayo aquí
recogido, «Temática», procede de su libro Teoría de la literatura
(1928), y supone, junto con los análisis de Propp, una propuesta
fundadora de la narratología moderna, en la que se distingue, con
escrúpulo admirable, entre las nociones de fábula, trama, moti
vación realista, motivación artística, hétoe... Sus dos úlrimos
libros, publicados postumamente por sus discípulos, fueron Verso
y lenguaje (1958) y Estilística y versificación (1959).
Boris lomashevski
Temática*
T ram a y a r g u m e n t o
4 Cuando este motivo se repite con cierta frecuencia y sobre todo cuando es
libre, o sea exterior a la trama, hablamos de leitmotiv. Así, ciertos personajes que apa
recen con nombres diferentes en el curso de la narración (disfraz) están acompaña
dos1por un motivo constante a fin de que ei lector pueda reconocerlos.
al corriente) y cada información es justificada por la explicación de cómo
y cuándo el narrador (o el personaje) la ha obtenido.
También son posibles sistemas mixtos. En el relato objetivo, el narra
dor sigue habitualmente los pases de un personaje dado y nos enteramos
sucesivamente de lo que éste ha hecho o ha sabido, M ás adelante aban
donamos este personaje por otro, y una vez más vamos enterándonos
sucesivamente de lo que este nuevo personaje hace o sabe. De esta mane
ra, el protagonista es el hilo conductor del relato, es decir, es también su
narrador; al hablar en su nombre, el autor se preocupa al mismo tiempo
de no darnos más informaciones que las que el protagonista podría
comunicamos. A veces el hecho de que el protagonista sea el hilo con
ductor del relato basta para determinar toda ía construcción de ia obra.
Si el autor siguiera otro personaje, el protagonista podría sufrir algunos
cambios aunque el material de la trama fuera el mismo.
A modo de ejemplo analizaremos el cuento de W. H au ff E l califa
cigüeña, C ieito d/a el califa Kasid y su visir compran a un vendedor
ambulante una tabaquera llena de un polvo misterioso y acompañada de
un prospecto escrito en latín. El sabio Selim descifra su texto, que dice
que quienquiera aspire este polvo y pronuncie la palabra mutabor se
transformará en un animal de su elección; pero quien ría después de la
metamorfosis olvidará la palabra y no podrá recuperar su forma huma
na. El califa y su visir se transforman en cigüeñas. Al encontrarse con
otras cigüeñas no pueden reprimir la risa, y de esta suerte olvidan la pala
bra mágica. Están condenados, en consecuencia, a seguir siendo cigüe
ñas para siempre. Volando sobre Bagdad, ven una .muchedumbre por las
calles y oyen gritar que un tal Mizra ha tomado el poder. Éste es el hijo
del mago Kashnnr, el peor enemigo de Kasid. Las cigüeñas remontan
entonces vuelo rumbo a la tumba del Profeta, donde esperan ser libera
das del sortilegio. En pleno viaje, divisan unas ruinas y deciden detener
se para pasar la noche en ellas. Allí encuentran una lechuza que habla el
lenguaje de los humanos y que les cuenta su historia. Ella es la hija única
del rey de Ja India; el mago Kashnur, que la había pedido vanamente en
matrimonio para su hijo Mizra, logró introducirse en el palacio disfra
zado de negro y dar a la princesa una poción mágica que la convirtió en
una lechuza, luego de lo cual la transportó a esas ruinas diciéndole que
continuaría siendo un pájaro hasta que alguien consintiera en casarse
con ella. Por otra parte, la princesa había oído en su infancia una pre
dicción según la cual las cigüeñas le traerían la felicidad. La lechuza pro
pone al califa indicarle el medio para liberarse del maleficio con la con
dición de que él prometa casarse con ella. Tras algunas vacilaciones, el
califa acepta y la lechuza lo guía entonces hasta la habitación donde se
reúnen los magos. Allí el califa oye a Kashnur —en quien reconoce ai ven
dedor ambulante- relatar cómo logró engañar al califa, y mencionar la
palabra mágica olvidada: mutabor. El califa y el visir recobran así su
forma humana, al igual que la lechuza: juntos vuelven a Bagdad, donde
se vengan de Mizra y de Kashnur.
El cuento se llama E l califa cigüeña; en efecto, su protagonista es el
califa Kasid, pues es su suerte la que el autor va siguiendo en la narra
ción. La historia de la princesa lechuza es introducida por medio del
relato que ésta hace al califa durante su encuentro entre las ruinas,
Basta modificar ligeramente la disposición del material para hacer de
la princesa la protagonista; para ello habrá que contar primero su histo
ria e introducir luego la del califa mediante un relato que tendrá lugar
antes de la liberación del maleficio. En tal caso la trama seguirá siendo
la misma pero el argumento habrá cambiado sensiblemente, pues el hilo
conductor de la narración será diferente.
Señalo la trasposición de los motivos: el motivo del vendedor ambu
lante y el motivo de Kashnur, padre de Mizra, resultan ser uno solo en el
momento en que el califa cigüeña sorprende la conversación del mago. Ei
hecho de que la transformación del califa representa el coronamiento de
las maquinaciones de su enemigo Kashnur nos es comunicado al final del
cuento, y no al principio como ocurriría en una exposición pragmática,
En cuanto a la trama, es doble:
M o t iv a c ió n
— Será como usted dice, pero si yo debo mezclarme en este asunto será
solamente para ir a lo de Iván Kuzmich e informarle, como es mi deber, que
en la fortaleza se está tramando un crimen contra los intereses del Estado.
El p r o t a g o n ist a
* Pravdax verdad; mifyi: caro; stctrye dumy: ideas viejas; iakhnica: tortilla; skalit'
zuby. mostrar los dientes, reír abiertamente; gmáoboi: helada. Estos nombres apare
cen en las obras de los dramaturgos rusos Fonvizin, G ribo icdov, Ostrovski y Gogol.
[N. del E. (Todorov)]
tipos positivos y negativos consriruyen un elemearo necesario para la cons
trucción de ia trama; al atraer las simpatías hacia algunos de ellos y provocar
la repulsión por otros, exige la participación emocional del lector en los
acontecimientos expuesros y su interés por la suerte de los protagonistas.
El personaje que recibe la carga emocional más inrensa se llama prota
gonista y es a quien el lector sigue con mayor atención. El protagonista pro
voca compasión, simpatía, alegría y pena. La actitud emocional hacia el
protagonisra está contenida en la obra. El autor puede atraer la simpatía
hacia un personaje cuyo carácter, en la vida real, provocaría un sentimien
to de rechazo. La relación emocional con el protagonista surge de la cons
trucción estérica, pues solamente en las formas más primirivas ¿1 coincide
necesariamenre con el código tradicional de la moral y de la vida social.
Este aspecto solía ser descuidado por los críticos-periodistas de los
años mil ochocientos sesenta, quienes evaluaban a los protagonistas desde
el punro de vista de la utilidad social de su carácrer y de su ideología, ais
lándolos de la obra literaria. Ejemplo; el empresario ruso Vasilkov, repre
sentado por Ostrovski (El dinero loco) como una figura posiriva, se con-
rrapone a la nobleza decadente; nuestros críticos, los de la intelígentúd
populista, lo consideraron un ripo negarivo de capitalista explotador en
franco ascenso social, pues sus semejanres Íes eran antipáticos en la vida
leal. Esta reinterpretación de la obra literaria orientada por la ideología
del lector, esta verificación del sistema emocional de la obra basada en
emociones cotidianas o políricas, pueden constituir un muro infranquea
ble enrre el lector y la obra. Es preciso leer de manera ingenua, obede
ciendo las indicaciones del autor: cuanro más grande es su talento, tanto
más difícil oponerse a sus directivas emocionales, ranto más convincen
te resulta la obra. La fuerza de persuasión -m edio de enseñanza y de pré
dica- es el origen de la atracción que la obra ejerce sobre nosorros.
El protagonista no es prácticamente necesario para la trama que, como
sistema de morivos, puede prescindir enteramenre de él y de sus rasgos
caracrerfsticos. El proragonisra resulta de la transformación del material en
argumento. Representa, por una parte, un medio de hilvanar los motivos
y, pot otra, una motivación personificada del nexo que los une. La anéc
dota -form a narrativa elemental- ofrece un buen ejemplo. Representa en
genera] una forma de trama reducida, vaga y fluctuante. En numerosos
casos se limita a ser la intersección de dos motivos principales (los demás
pertenecen a la morivación obligatoria: el medio, la introducción, etc.) que
crean un efecro particular de ambigüedad, de contraste, caracterizado por
los términos franceses bon m o f y pointe o concern en italiano.
Consideremos una anécdora construida en base a la conciencia de
dos motivos en una fórmula (retruécano). Un predicador llega a un pue
* Agudeza. [N. de la T ]
blo y los fieles esperan su sermón. Em pieza: «— ¿Sabéis lo que voy a deci
ros?». — «No, no lo sabemos». — «Euronces, ¿qué puedo deciros sobre lo
que no sabéis?». Y no dice el sermón. L a anécdora tiene una continua
ción que destaca el uso am biguo del verbo «saber». L a vez siguiente los
fieles responden a la m ism a pregunta: «Lo sabemos». «Si ya lo sabéis no
vale la pena que os hable de ello...»5
La anécdota está construida sobre la doble interpreración de una
palabra y subsiste en cualquier contexro. E n su realización concreta, el
diálogo está centrado siempre en un determinado protagonista (habi
tualmente el predicador). L a trama está constituida por el predicador
astuto y poco dispuesto a cum plir su tarea y los fieles burlados. El pro
tagonista es el soporte de la anécdota.
Veamos ahora una anécdota más elaborada, del folclore inglés. Sus per
sonajes son un inglés y un irlandés (en las anécdotas populares inglesas, el
irlandés es el que reacciona rardíamente y a veces de manera desacertada).
Los dos hombres marchan por el camino hacia Londres y al Ilegal' a una
encrucijada leen la inscripción siguiente: «Éste es el camino a Londres. Los
analfabetos pueden dirigirse al herrero que vive después de la curva». El
inglés ríe; el irlandés calla. Por la noche, llegan a Londres y se insralan en un
horel para dormir. En medio de la noche, el inglés es despertado por la risa
incontenible del irlandés. «¿Qué hay?» «Ahora entiendo por qué reiste al leer
el carrel que enconrramos en el cruce». «¿Ah, sí?». «Claro, el herrero puede
lio estar en su casa». Aquí también se entrecruzan los dos motivos: el verda
dero aspecto cómico del letrero y la singular interpretación del irlandés que
supone, com o el autor de la inscripción, que los analfabetos podrán leerla.
El desarrollo de esta anécdora aplica el procedimiento de adscribir
estos motivos a determinado personaje, elegido por su carácter nacional.
(En Francia florecen las anécdotas sobre los gascones, y en nuestro país
tenemos también gran cantidad de personajes regionales o extranjeros.)
Orro medio para caracterizar sucintamente al protagonista de la anécdo
ra consiste en adosar los motivos a un petsonaje histórico conocido (en
Francia el barón de Roquelaure, en Alem ania Till Eulenspiegel, en Rusia
el bufón Balakirev). Tam bién corresponden a este tipo de anécdota las
que circulan sobre diversos personajes históricos1. Napoleón, Diógenes,
Pushkin, etc. I x js tipos anecdóticos se crean a medida que se van suman
do las atribuciones de motivos a un mismo nombre. El origen de los per
sonajes de la comedia italiana es semejante (Arlequín, Pierrot, Pantalón).
I n t r o d u c c ió n
* Texto tomado de V. P rop p , Morfología del cuento, trad. F. Diez del Corral,
Madrid, Akal, 1985, pp. 5-36.
exposición no puede vulgarizarse. Cosas de las que se habla en esie libro.
Peto al menos creemos que, en su versión actual, este trabajo es accesi
ble a cualquier aficionado a los cuentos que acepte seguirnos en el labe
rinto de una diversidad cuya maravillosa unidad terminará por aparecet.
Para lograr una exposición más breve y viva hemos tenido que renunciar
a muchas cosas que el especialista habría apreciado. Tal como estaba en su pri
mera versión además de las secciones que enconttatemos más adelante, esta
obra comprendía también un estudio sobre el muy fecundo ámbito de los
atributos de ios actores, es decir, de los personajes en tanto que tales; exami
naba detalladamente los problemas de la metamorfosis, es decir, de la trans
formación del cuento; presentaba grandes cuadros comparativos {de los que
sólo los titulas subsisten en el apéndice); y en fin, iba precedida de ana más
rigurosa apreciación metodológica. Nuestro propósito era presentar no sólo
un estudio de la estructura morfológica dd cuento, sino, además, un estudio
de su estructura lógica absolutamente particular --con lo que quedaban sen
tadas las bases para un estudio histórico del cuento. La propia exposición era
más detallada. A los elementos que aquí sólo aparecen aislados como tales, se
les sometía, en esa primera versión, a minuciosos exámenes y comparaciones,
Pero aislar elementos constituye eí eje de este trabajo y determina sus conclu
siones. El lector atento podrá concluir, por sí mismo, esas esbozos.
Esta actual segunda edición se diferencia de la primera por algunas
pequeñas correcciones y una más detallada exposición en determinadas
partes, Las referencias bibliográficas insuficientes- o anticuadas han sido
suprimidas. Las referencias a la compilación de Afanassiev en la edición
anterior a ía Revolución soviética se han vuelto a transcribir y remiten a
la edición soviética.
E v o l u c ió n h is t ó r ic a d e l p r o b l e m a
Esta clasificación es mucho más fecunda que las anteriores, pero plan
tea también algunas objeciones. La fábula (tc'rmino que define cinco de
los siete grupos) es una categoría form al No está daro qué es lo que
Wundt entendía por fábula. La palabra «humorístico» es absolutamente
inaceptable, dado que un mismo cuento puede estar tratado al modo
heroico o al modo cómico, Y puede uno preguntarse también cuál es ía
diferencia entre las «fábulas puras de animales» y las «fábulas morales».
;En qué no son «morales» las «fábulas puras», y a ia inversa?
Las clasificaciones examinadas se refieren a ia división de ios cuentos
según ciertas categorías. Existe también una división de cuentos según
sus temas.
Si cuando se trata de división por categorías encontramos dificulta
des» con la división por temas entramos ya en el caos completo. Una
noción tan compleja, tan vaga como la de tema, o bien se vacía de con
tenido, o bien se rellena por cada autor según su fantasía, Pero dejemos
esto. Anticipemos un poco para decir que la división de los cuentos
maravillosos según el tema es en principio absolutamente imposible.
Debe revisarse, como también la división por categorías. Los cuentos tie
nen una particularidad; sus partes constitutivas pueden trasladarse sin
ningún cambio a otro cuento. Esta ley de permutabilidad la estudiaremos
en forma más detallada; por el momento nos limitaremos a indicar que
Baba Yaga, por ejemplo, aparece en los cuentos más diversos y con los más
variados temas, rasgo que c o n s tit u y e una particularidad específica d d cuen
to popular. Sin embargo, a pesar de esta particularidad, veamos cómo se
suele determinar el tema; se toma tina parte cualquiera del cuento (muy fre
cuentemente la que, por puro azar, se presenta a la mirada), se ve de qué
trata y sanseacabó. Así, un cuento en el que aparece un combate contra un
dragón se llamará «El combate contra el dragón»; un cuento en cl que inter
viene Kochtchei se llamara «Kochtchd», etc. Recordemos que ningún prin
cipio preside la elecdón de los elementos determinantes. Dada ia ley de per
mutabilidad, es lógicamente inevitable que la confusión sea total. Dicho
con palabras más precisas, nos encontramos ante una división superpuesta;
y una clasificación tal altera siempre la naturaleza del material estudiado.
Añadamos también que, en esta ocasión, el principio de ia división no es
aplicable hasta el final; así, una vez más, vuelve a vulnerarse una de las leyes
más elementales de la lógica. Esta situación persiste aún actualmente,
Veamos dos ejemplos ilustrativos de lo que acabamos de decir. R. M.
Volkov, profesor en Odesa, publicó en 1924 una obra dedicada al cuen
to5. Ya desde las primeras páginas del libro, Volkov declara que el cuen
to maravilloso puede tener quince temas. Seríais los siguientes;
No se nos dice con qué criterio se han establecido esos quince temas.
Si se examina el principio de la división, puede afirmarse lo siguiente; la
primera división se define por la intriga (más adelante veremos en qué
consiste, aquí, la intriga); la segunda, por el carácter deí héroe; la cuar
ta, por uno de los momentos del desarrollo de la acción, etc. Lo que
quiere decir que la división no está regida por ningún principio. De
donde resulta un verdadero caos. ¿Acaso no hay cuentos donde tres her
manos (tercera subdivisión) salen en busca de novias (quinta subdivi
sión)? ;Y es que un poseedor de talismán no se vale nunca de él para cas
tigar a su mujer infiel? N o se puede decir que esta clasificación sea una
clasificación científica, en el sentido propio de la palabra no es más que
un índice eventual de muy dudoso valor. ¿Cómo comparar este índice,
aunque sea muy aproximativamente, con la clasificación de las plantas o
de los animales, establecida no según las apariencias, sino después de un
estudio previo, exacto y prolongado, del corpus a clasificar?
Después de tratar la cuestión de la clasificación por temas, no pode
mos silenciar el índice de los cuentos de Antti Aarne6. Aarnc es uno de
los fundadores de lo que se ha llamado la escuela finlandesa. N o es éste
7 De ahora en adelante ias cifras que demos (en cursiva) corresponderán a los
cuentos de la última edición del libro d e ÁFANASSIEV, Narodye russkie skazki A, N.
Afanassiev, (Los cuentos populares rusos de Afanassiev), t. l-III, Moscú, 1958.
ull tipo de cuento particular, como un tema independiente que puede
tener sus propias variantes. Está claro que no existen criterios absoluta-
niefite objetivos para poder establecer una división entre ambos temas.
Allí donde un investigador ve un nuevo tema, otro ve una variante, y a
iá inversa. Hemos presentado un ejemplo muy simple, pero a medida
que d corpus aumenta j[ se amplía, hs dificultades se multiplican,
Sea lo que fuere, Jos método^ utilizados por esta escuela implican la
elaboración, primero, de ia lista de temas.
M ÉTO D O Y MATERIA
Una vez aisladas las funciones, se plantea otra cuestión: ¿de qué forma
se agrupan y en qué orden se presentan esas funciones? Hablemos pri
meramente de su orden. Algunos piensan que ese orden se debe al azar.
Veselovski escribe: «La elección y la disposición de las tareas y de los
encuentros [ejemplo de motivos. V Propp] [...] supone una cierta liber
tad»1*. Shklovski expresa todavía más claramente esta idea; «No se com
prende en absoluto por qué, en las diferentes versiones, deba conservarse
el orden fortuito subrayado por Shklovski. V. Propp. En los testimonios
es justamente el orden de los acontecimientos lo que primero se altera»15.
Este reenvío a los relatos que hacen los testigos de un incidente es desa
fortunado. Si los testigos alteran el orden de los acontecimientos, su rela
to no tiene sentido: el orden de los acontecimientos tiene sus leyes, y el
relato literario tiene leyes semejantes. El robo 110 puede producirse antes
de que se fuerce la puerta. En lo que respecta al cuento, éste tiene tam
bién sus leyes absolutamente particulares y específicas. Com o veremos
más adelante, la sucesión de los elementas es aquí rigurosamente idénti
ca. En este terreno la libertad está estrechamente limitada, en un grado
que puede determinarse con precisión. Y llegamos a la tercera tesis fun
damental de nuestro trabajo, tesis que desarrollaremos y demos tratemos
más adelante.
4. Todos ios cuentos mara villosos pertenecen a l mismo tipo en lo que res
pecta a su estructura.
"'Texto tomado de J . M ukarovsk 'i, Arte y semiología, trad. Simón Marchán Fiz,
Madrid, Alberto Corazón, 1971, pp. 27-38.
1 El arte como hecho semiológico se redactó inicialmente como conferencia con
motivo del VIII Congreso de Filosofía celebrado en Praga en 1934. Se publicó por
primera vez en francés con el título Vart eommefa it sémiologtque, y fue inserto en el
volumen dedicado al Congreso: Actes du huitibne Congres International de Phítosophie
i Pragtte, 2-7septembre 1934, Praga, 1936. I-a primera redacción checa ha sido publi
cada en Stude z stetiky, Praga, 1966, bajo el título Umtnljako semiologkky fakt.
2 Mukafovsky, al emplear el término semiología denuncia su independencia de
la lingüística y de la escuela ftanct'.sa, pues el uso generalizado de este término tiene
su raíz en los estudios lingüísticos en el ptopio Saussure. En la actualidad hay lina
tendencia a sustituir el término por el de semiótica, más empleado en el mundo
anglosajón y ruso y que subraya el carácter interdisdplinatioy no sólo lingüístico de.
esta ciencia.
El término sematología, empleado pot Bühlet, ha tenido menos fortuna tanto en
lingüística como en la ciencia de los signos en general. Unicamente se mantiene
vigente en cienos estudios, especialmente en alemán, del campo de la psicología de
la exptesión y del diaguósitco psicológico.
3 Cfr. E l Círculo Lingüístico de Praga. I. e. Como sabemos, el esbozo de la tesis
3c fue preparado por el propio Mukarovsky y R. Jakobson.
Me refiero a las llamadas ciencias del espíritu, que trabajan con unos
materiales que poseen con más o menos claridad el carácter de signo gta-
ciax a su doble existencia en el mundo de los sentidos y en la conciencia
colectiva.
La obra de arre no se identifica ni con el estado anímico de su crea
dor ni con cualquier otro de los estados de alma que suscita en los suje
tos que la perciben, tal como ha sostenido la estética psicológica4. Es evi
dente qne todo estado subjetivo de conciencia posee algo individual e
instantáneo. Esto le incapacita para ser captable y comunicable en su
toral idad. L a obra de arte en cambio está destinada a m ediar entre su crea
dor y lo colectivo. Queda en pie la «cosa» que representa la obra de arte
en el mundo de los sentidos, y es accesible sin restricción alguna a la
percepción de todos. Ahora bien, la obra de arte no puede ser reducida
a su materialidad, pues ocurre que una obra material sufre una trans
formación completa en su aspecto y estructura interna cuando se cam
bia en el tiempo y en el espacio. Estas transformaciones se manifiestan,
por ejemplo, cuando comparamos entre sí una serie de traducciones
sucesivas de la misma obra poética. En este caso, la obra material posee
únicamente el rango de un símbolo externo —significa rivo, «significant»
según la terminología de Saussure—, al que corresponde en la concien
cia colectiva una determinada significación - a veces denominada «obje-*
to estético»-, caracterizada por to que tienen de común los estados sub
jetivos de la conciencia producidos pot la obra material en los miembros
de un grupo determinado. Frente a este núcleo central propio de la con
ciencia colectiva, en todo acto de percepción de una obra de arte se dan
naturalmente elementos psíquicos subjetivos adicionales, que se aproxi
man a lo que Fechner sintetiza bajo el concepto «factores a so c ia tiv o sde
la percepción estética. Estos elementos subjetivos también pueden ser
A Como sabemos, e.s una tendencia de ia estética empírica surgida a finales del
siglo pasado, cuyo fundador fue G. R Fechner y cuyos mayores representantes fue
ron O. Külpe y algunos teóricos de la Einfübhmg; E Th. y R, Fischer, H. Slebeck,
J. Volkelt, Lipps, etcétera.
5 Estos «factores asociativos» operan en la estética científica de Fechner como
sexta ley estética o «principio de asociación», que versa sobre el contenido del pla
cer estético y de! que depende la mitad de la estítica. Puede resumirse del siguiente
modo: cuando una cosa cualquiera nos produce agrado estético se debe a dos clases
de elementos: por una parte, el elemento externo o todo lo que externamente nos
ofrece la presencia de la cosa: línea, color, forma, etc. Éste es el factor directo u obje
tivo de la impresión estética. El segundo factor es lo interno, es decir, ia serie de
representaciones reproducidas, apoyadas en experimentaciones anteriores, que se
fusionan en un todo con las impresiones provenientes de lo externo. Éstas constitu
yen el factor asociativo del agrado estético y contienen la significación del objeto para
nosotros.
objetivados, pero únicamente en la m edida en que su cualidad gene
ral o su cantidad esté determinada por el núcleo central que se asien
ta en la conciencia colectiva. El estado psíquico subjetivo suscitado,
por ejemplo, en un individuo cualquiera por la contemplación de un
cuadro impresionista, es de una índole completamente diferente a las
impresiones despertadas por una obra cubista. Por lo que se refiere a
las diferencias cuantitativas es manifiesto que el numero de representa
ciones y sentimientos subjetivos suscitados por una poesía surrealista es
mucho mayor que en una obra de atce clásica, La poesía surrealista con
fía al lector la tarea de imaginarse el contexto del tema, I,a poesía clá
sica, en cambio, destierra casi totalmente la libertad de sus asociaciones
subjetivas mediante una expresión precisa. De este modo los elementos
psíquicos subjetivos del sujeto percipíente adquieren un carácter obje
tivamente scmiológico, comparable al que poseen las significaciones
«secundarias» de ias palabras. Esto sucede de un modo indirecto, por
encima de la mediación del núcleo, que pertenece a la conciencia
social.
Queremos concluir estas obsem eiones generales. Pero antes debe
mos añadir que, ai no adm itir la identificación de la obra de arte con el
estado anímico subjetivo, rechazamos a l mismo tiempo toda teoría estética
hedonística. El placer producido por la obra de arte puede alcanzar a lo
sumo una objetividad mediana como «significación secundaria» y ello
solamente de un modo potencial; sería incorrecto afirmar que es un
componente indispensable de la percepción de toda obra de arte. Sí en
el desarrollo del arte hay periodos en los que se acusa la tendencia a pro
vocar ese placer, también existen otros que se comportan con indiferen
cia frente a él o que aspiran a producir el efecto contrario.
E í signo según la definición más corrien te es una realidad sensible, que
se relaciona con otra realidad, que lo debe producir. En consecuencia,
nos vemos forzados a plantearnos la cuestión de cuál es esta otra rea
lidad sustituida por la obra de arte. Podríamos darnos pot satisfechos
con la observación de que una obra de arte es un signo autónomo
caracterizado únicamente por el hecho de servir como mediador entre
los miembros de una m ism a colectividad. Pero con ello únicamente se
dejaría a un lado, sin encontrar una solución, la cuestión de la rela
ción de la obra material con la realidad, a la que tiende, Aun cuando
existan signos, que no se relacionen con una realidad diferenciada, sin
embargo, con el término signo se significa siempre algo que se des
prende naturalmente de la circunstancia de que el signo debe ser
entendido del mismo modo por su emitente y por su receptor.
Ciertamente este «algo» se oftece en eí signo autónomo sin una deter
minación visible. ¿De qué índole es esta realidad indeterminada a la
que se refiere la obra de arte? Es el contexto total de los llam ados fenó
menos sociales, por ejemplo, la filosofía, la política, la religión, la eco
nomía, etc. Por este motivo el arte es capaz de caracterizar y represen
tar una «época» determ inada mejor que. cualquier otro fenómeno social.
También por esta razón la historia dei arte se confundió durante
mucho tiempo con la historia de la educación en su sentido más
amplio, y, a la inversa, ía historia univetsal recibe prestadas con pre
ferencia las demarcaciones fronterizas de sus periodos de los momen
tos críticos en la historia del arte. La ligazón de determinadas obras de
arte al contexto total de los fenómenos sociales parece muy libre; tal
es, por ejemplo, el caso de los llamados «poetes m audits», cuyas obras
son ajenas a la ordenación axíológica contemporánea. Pero precisa
mente por este motivo permanecen excluidos de la literatura6. Y ía
colectividad los acepta cuando son capaces de expresar el contexto social
a consecuencia de su desarrollo. Todavía debemos realizar una adición
explicativa para evitar todo malentendido. Al decir que la obra de arte
apunta al contexto de los fenómenos sociales, esto no implica que tenga
que fundirse necesariamente con este contexto de una manera que pueda
entenderse como testimonio inmediato o como reflejo pasivo, Com o todo
signo puede mantener con la cosa, que significa, una relación indirecta,
por ejemplo, una relación metafórica o indirecta de cualquier otro
modo, sin dejat por ello de referirse a esta cosa. Del carácter semiológi-
co del arte se desprende que la obra de atte no debe ser empleada nunca
como un documento histórico o sociológico sin habet analizado con
anterioridad su valor documenta], es decir, la calidad de su relación con
el contexto respectivo de los fenómenos sociales. Resumamos ias notas
esenciales de la anterior discusión. El estudio objetivo de los fcnóneinos,
qne representan el arte, se otienta a la obra de arte como signo consti
tuido por el símbolo sensible. Y éste es creado por el artista de un «sig
nificado» (objeto estético), que se asienta en la conciencia colectiva y de
una relación con la cosa designada, relación que remite al contexto total
de los fenómenos sociales. De estos dos elementos, el segundo contiene
la estructura peculiar de ía obra.
Sin embargo, con lo expuesto hasta aquí no se han agotado los
problemas de la semiología de! arte. La obra de arte, junto a la fun
ción de un signo autónomo, posee otra función: la de un signo comu
nicativo o notiíí cato rio. Así una poesía no cansa una impresión sola
mente como obra de arte, sino simultáneamente como «palabta», que
expresa un estado psíquico, un pensamiento, un sentimiento, etcéte
ra. Hay artes en donde esta función comunicativa es muy evidente
-poesía, pintura, plástica—, y otras, donde aparece oculta -danza—o
deviene completamente invisible -m úsica, arquitectura-. De momen
CO NTEXTO
DESTINADOR MENSAJE DESTINATARIO
CONTACTO
CÓDIGO
5 E. Sai’IU, Language, Nueva York, 1921 [ed. cast.: E l lenguaje, México, Fondo
de Cultura Económica, 1954],
2 M, JOOS, «Descripción of language design», JASA XX!I (1950), pp. 701-708.
Cada uno de estos seis factores determina una función diferente del
lenguaje. Aunque distingamos seis aspectos básicos del lenguaje, nos sería
sin embargo difícil hallar mensajes verbales que satisficieran una única
fundón. La diversidad no está en un monopolio por parte de alguna de
estas varias fijaciones, sino en un orden jerárquico de funciones diferentes.
La estructura verbal de un mensaje depende, primariamente, de la función
predominante. Pero incluso si una ordenación (Eimtellung) hacia el refe
rente, una orientación hacia el C O N T EX T O -en una palabra, la llamada fun
ción REFERENCIAS.,, «denotariva», «cognoscitiva»- es el hilo conductor de
varios mensajes, el lingüista atento no puede menos que tomar en cuenta
la integración accesoria de las demás' funciones en tales mensajes,
La llamada función EMOTIVA o «expresiva», centrada en el DESTINA-
DOR, apunta a una expresión directa de la actitud del hablante ante
aquello de lo que está hablando. Tiende a producir una impresión de
una cierta emoción, sea verdadera o fingida; por eso, el término «emoti
vo», lanzado y propugnado por Marty3, ha demostrado ser preferible a
«emocional». El estrato puramente emotivo lo presentan en el lenguaje
las interjecciones. Difieren del lenguaje referencial tanto por su sistema
fónico (secuencias fónicas peculiares o incluso sonidos inhabituales en
otros contextos) como por su función sintáctica (no son componentes
sino más bien equivalentes de oraciones). «¡Pse! -dijo McGinty»; la elo
cución completa del personaje de Conan Doyle consiste en un sonido
africado y otro vocálico. La función emotiva, que las interjecciones
ponen al descubierto, sazona hasta cierro punto todas nuestras elocucio
nes, a nivel fónico, gramatical y léxico. Si analizamos la lengua desde el
punto de vista de la información que vehicula, no podemos restringir la
noción de información al aspecto cognoscitivo del lenguaje. Un hombre,
a! servirse de unos rasgos expresivos para patentizar su cólera o su actitud
irónica, vchicula una información visible, por más que, de toda eviden
cia, esta conducta verbal no puede compararse a actividades no semióti
cas, como la nutritiva de «comer pomelos» (a pesar del atrevido símil de
Chatman). En inglés, la diferencia entre [bigj y la prolongación enfática
de la vocal [bi:g] es un rasgo lingüístico convencional, codificado, al
igual qne la diferencia entre las vocales breves y largas como en estos
pares dcl checo [vi] «vosotros» y [vi:] «sabe», por más que en este último
par la información diferencial sea fonémica y en el primero puramente
emoriva. Si nos fijamos en las invariantes fonémicas, las ¡ií e /i:/ inglesas
se presentan como simples variantes de un mismo fonema, pero si nos
fijamos en las unidades emorivas, la relación entre las invariantes y las
variantes se invierte; la longitud y la brevedad son invariantes que vienen
REFERENCIA!.
METALINGÜÍSTICA
CONTACTO
F. PÁTICA.
CÓDIGO
E METALINGOfSTICA
El camino se lo había mostrado veinticinco años antes lafiinción estética d.e otro
fundador del Círculo de Praga: J . MuKAROVS'KY, «La denomination poétique et la
fonction esthctiqiie de la langue», Actes du IV‘ Congics International des Linguistes,
1936, Copenhague, 1938, pp. 98-104, en particular p. 100. Esta precisión es canto
menos despreciable cuanto que se omite en el conspecto histórico hecho por G.
Mounin de las «Fonctions du langage», A. JuiLí-AND (ed,), Linguistic studiespmen-
ted to AndréMartinet, Nueva York 1969, vol. 1, pp. 396-413.
Evidentemente, la función poética corresponde al aspecto del len
guaje descrito por la estilística. Pero aunque «poética» sea un mejora
miento de «estética», término urilizado primeramente por Jakobson y el
Circulo de Praga (poique el hecho poético se halla en el interior de una
estructura lingüistica, mientras que la estética es metalingüística), sigue
limitando el campo de ia función al arte verbal. Jakobson especifica cla
ramente que «la lingüística, cuando trata de la función poética, no puede
limitarse al terreno de la poesia» y que la función poética es un consti
tuyente de todas las otras actividades verbales. Incluso en tal caso, se
insiste de un modo demasiado exclusivo en !a poesía versificada a expen
sas «de la variedad prosaica del arte verbal», considerada como una forma
intermediaria (sin duda las formas métricas se prestan con mayor facili
dad al análisis que la prosa). Pero la objeción fundamental reside en el
hecho de que, cuando hablamos de arte verbal, damos por supuesto que
el objeto del análisis será escogido en función de los juicios estéticos, es
decir, de variantes (que evolucionan con el código lingüístico y el gusto
literario). Incluso en el caso de que dicha variación no le afectara, el aná
lisis seguiría limitándose a las estructuras más complejas. Semejante limi
tación traiciona la propia definición inicial de jakobson.
En mi opinión, es preferible llamar «estilística» a esra función. Ello;
nos permite abarcar las formas más simples a las que nos hemos referido
al principio2.
Quisiera subrayar ahora alguna de las consecuencias de este ensan
chamiento de la definición. La forma sólo puede reclamar nuestra aten
ción por si misma si no es especifica; es decir, si no es susceptible de ser
repetida, memo rizada, citada. De no ser así, el contenido seria el primer
objeto de ia atracción y podría repetirse en otros giros equivalentes. La
forma es preeminente porque el mensaje y su contenido perderían su
especificidad identificable y constrictora si el número, ef orden y la
estructura de los elementos verbales fueran alterados.
La lingüistica puede analizar toda ciase de mensajes, pero, como vemos,
la estilísrica sólo tiene que ver con las estructuras que no admiten sustitu
ción alguna; concierne únicamente a leyes combinatorias que impiden al
descodificador utilizar la descodificación mínima suficiente para ia com
prensión, escoger libremente lo impórtame en vez de conformarse con la
elección del codificador. Asi, la función estilística se manifiesta en los fac
tores del proceso de codificación que se traducen en una limitación de la
libertad de percepción en el curso de la descodificación (y la libertad inter
pretativa de los actores en la ejecución de una obra lireraria).
1 La diferencia enrre poética y estilística nada tiene de gratuita. Pero boy, para evi
tar vincular la terminología con tai o cual teoria de la litera.ried.ad, hablare sencilla*-
mente de función formal.
La intención (Einstellungj puesta en la forma del mensaje es actuali
zada cuando ei descodificador debe tomar en cuenta todas las variacio
nes qne caracterizan la estructura de la secuencia. Evidentemente, tales
variaciones 110 pueden tener significación sin un patrón al que m odifi
quen. Jakobson considera que el principio general de tales m odificacio
nes es la espera «frustrada». En mi opinión, ello no debiera explicarse
corno desviación respecto a la norma, que los estudios de estilística son
propensos a invocar. En otro trabajo he propuesto, para dar cuenta de la
espera frnstrada, el modelo siguiente: en una cadena verbal, ti estímulo
del efecto estilístico (contraste) descansa sobre elementos de baja previ
sibilidad codificados en uno o varios constituyentes inmediatos; los otros
constituyentes, cuyo patrón hace posible el contraste, forman el contex
to. Este concepto de contexto tiene, con relación a la norma, la ventaja
de ser automáticamente pertinente: varía con cada efecto de estilo. Sólo
esa variabilidad puede explicar por qué un mismo hecho lingüístico
adquiere, modifica o pierde su efecto estilístico en función de su posi
ción (y también por qué una desviación con respecto a la norma no
coincide necesariamente con el estilo). La baja previsibilidad obliga a
una descodificación más lenta y, por consiguiente, a concentrar la aten
ción en las formas. C o m o puede verse, este modelo 110 se apoya en un
recuento d.c rodos los efectos estilísticos conocidos: en consecuencia, no
puede vevse superado por el desenvolvimiento futuro del arte verbal ni,
en particular, por la creación de formas no gramaticales.
En el caso de los elementos que rompen el patrón, la función estilís
tica actúa esencialmente en el límite del código (el uso de elementos más
«normales» requiere, com o veremos, un tipo especial de contexto).
La génesis de las formaciones más frecuentes debe atribuirse a un
conjunto más vasto de sustituciones posibles: en vez de elementos de
mayor previsibilidad, palabras extrañas al estado de la lengua (neologis
mos, arcaísmos, barbarismos, etc.), o bien elementos pertenecientes a
una categoría gramatical distinta de la permitida por la estructura de la
ftase (perífrasis en v ti de una sola palabra, sustantivo en vez de un adje
tivo que contaba con la mayor probabilidad de ocurrencia, etc.). Otro
tipo de formación coloca en contigüidad elementos que se excluyen
mutuamente: por ejemplo, las figuras etimológicas (ejemplo: «soñar un
sueño»), en las que el desarrollo sintáctico está en contradicción con una
tautología estática, los encadenamientos de sinónimos, las significacio
nes incompatibles, etc.
Sin embargo, tales formaciones poco nos dicen por sí mismas acerca
de la bipolaridad de los contrastes estilísticos, ya qne pueden ser anuladas
en la medida en que saturan un contexto, llegando asi a ser previsibles en
exceso, El agente real de la espera frustrada es una espera acrecentada an te
nor a la ocurrencia del elemento de baja previsibilidad. Este acrecenta
miento de la espera deriva del refuerzo del patrón del contcxro. Así, pode
m os sentar en principio que ia función estilística tiende a desenvolver las
secuencias verbales según ia línea de mayor o de menor probabilidad.
En el caso de contextos breves, el patrón fuerte puede preexistir como ia!
en el código, es decir, puede ser un estereotipo, con io cual podemos dar
cuenta de la renovación de ios clichés (por ejemplo: la sustitución dé
Diderot: «EJ sudario no hace al muerto», en el contexto «e l... no hace al
contexto proveniente del adagio: «El hábito no hace al monje»), de las
estructuras simétricas como la silepsis, el quiasmo, etc., y de las varia
ciones de ritmo sobre un modelo métrico- O bien el patrón fuerte puede
hacerse inmediatamente perceptible mediante una densidad de caracte
res que compense ia brevedad de la secuencia (ejemplo: monóstico), y
cada procedimiento estilístico actúa como contexto para otro procedi
miento estilístico que le sigue inmediatamente.
En contextos más amplios, el patrón «normal» sigue siendo incierto,
libre hasta tanto las probabilidades de ocurrencia no se hallen delimita
das por cosa distinta de la estructura gramatical: los informadores tien-
den a identificar tales contextos con su idea empírica de la norma, Pero
pueden añadirse a las restricciones de la cadena de Markov y de la gra
mática otras restricciones suplementarias (procedimientos gráficos, ver
sos, saturación de la secuencia por tropos, vocabulario especial que
excluya a determinadas palabras y aumente por ello k frecuencia de
otras, etc.), como, por ejemplo, las señales convenidas de un género lite
rario. Un contexto especializado de esta índole posee, así, caracteres per
manentes, localizables más allá de los límites de ía frase, a los cuales
remite la cadena verbal después de cada contraste (mientras que, en los
contextos «normales» es frecuente qne un contraste engendre una serie
similar, que a su vez será contexto para otra clase de contraste). La fun
ción estilística en esos casos complejos se caracteriza por:
2 Existe, por cierto, un «arte» dei narrador: es el poder de crear relatos (mensa
jes) a partir de la estructura (del código); este arte corresponde a la noción de per
formance de Chomsky, y esta noción esrá muy lejos del «genio» de un autor, conce
bido románticamente como un secreto individua!, apenas explicable.
3 Véase la historia de la a hitita, postulada por Saussure y descubierta efectiva
mente cincuenta afros más rarde en li. Benvenlste, Pmblhnes de linguistique géné-
rale, Gallimard, 1966, p. 35,
descripción, la pluralidad de los relatos, su diversidad histórica, geográ
fica, cultural4.
Para describir y clasificar la infinidad de los relatos, se necesita, pues,
liria «teoría» (en el sentido pragmático que acabamos de apuntar); y es
en buscarla, en esbozarla en lo que hay que trabajar primero5. L a elabo
ración de esta teoría puede ser notablemente facilitada si nos sometemos
desde el comienzo a un modelo que nos proporcione sus primeros tér
minos y sus primeros principios. En ei estado actual de la investigación,
parece razonable6 tener a la lingüística mism a como modelo fundador
del análisis estructural del relato.
LA l e n g u a d e l r e l a t o
8 Es obvio, tomo lo ha hecho notar Jakobson, que entre la frase y su más allá hay
transiciones: ¡a coordinación, por ejemplo, puede tener un alcance mayor que la frase,
9 Véase en especial: Benveniste, op. cit., cap. X . Z. S. H a rríS , «Discourse Analysm,
language 28, 1952, pp. 1-30. N. R u w e t , «Analyse srructurale d’un po£me franjáis»,
Lmpmtks 3, 1964, pp. 62-83-
10 Sería precisamente una de las tareas de la lingüística del discurso fundar una
tipología de los discursos. Provisoriamente, se puede reconocer tres grandes tipos de
discursos: inetonímico (relato), metafórico (poesía lírica, discurso sentencioso), enti-
mema'rieo (discurso intelectual).
sai; poder nunca reducirse a una suma de frases: el relaco es una gran
fjfáse, así com o toda frase constatativa es, en cierto m odo, el esbozo de
un pequeño relato. Aunque dispongan en el relato de significantes origi
nales (a menudo m uy complejos), descubrimos en él, agrandadas y
transformadas a su medida, a las principales categorías del verbo: los
tiempos, los aspectos, los modos, las personas; además, los «sujetos» mis-
trios opuestos a los predicados verbales no dejan de someterse al mode
lo oracional: la tipología actancial propuesta por A . J. Greim as descubre
en la multitud de personajes del relato las funciones elementales del aná
lisis gramatical, l a hom ología que se sugiere aquí, no tiene sólo un valor
heurístico; implica una identidad entre el lenguaje y la literatura (en la
medida en que ésta sea una suerte de vehículo privilegiado del relato): ya
casi no es posible concebir la literatura com o un arte que se desinteresa
ría de toda relación con el lenguaje en cuanto lo hubiera usado com o un
instrumento para expresar la idea, la pasión o la belleza: el lenguaje
acompaña continuamente al discurso, tendiéndole el espejo de su propia
estructura: la literatura, y en especial hoy, ;n o hace un lenguaje de las
condiciones mismas del lenguaje11?
15 Los niveles de integración han sido postulados por la Escocia de Praga (véase
JL V a c h e k , A Prague School Reader in Linguistics, Indiana University Press, 1964,
p. 468) y retomado luego por muchos lingüistas. Es, en nuestra opinión, Benveniste
quien ha realizado aquí el análisis más esclarecedor {op. cit., cap. X).
14 «En términos algo vagos, un nivel puede ser considerado como un sisrema de
símbolos, reglas, ere., que debemos emplear pata representar las expresiones.» (E. Bach,
op. cit., pp. 57-58)
15 La tercera parte de la retórica, la inventio, no concernía ai lenguaje: se ocu
paba de la res, no de los verba.
16 Antkropologie structiaa/e, p. 233 [ed. cast.: Buenos Aires, Eudeba, 1968, p. 191].
17 Aquí mismo, infi-a: «Las categorías del relato literario».
fíícupefar ia carta: sus investigaciones eran perfectas, dice, en la esfera de
eípedálidad'. el prefecto no omitía ningún lugar, «saturaba» por entero el
nivel de la «pesquisa»; pero para encontrar la carta, protegida por su evi
dencia, había que pasar a otro nivel, sustituir la psicología del policía por
¡a del encubridor. D el m ism o modo, la «pesquisa» realizada sobre un con
junto horizontal de relaciones narrativas, por más completa que sea, para
■ser eficaz debe también dirigirse «verticalmente»: el sentido no está «al final
del relato», sino que lo atraviesa; siendo tan evidente com o La carta roba
da, no escapa menos que ella a toda exploración unilateral.
Muchos tanteos serán aún necesarios antes de poder sentar con segu
ridad niveles del relato. Los que vamos a proponer aquí constituyen un
perfil provisorio cuya ventaja es aún casi exclusivamente didáctica: per
miten situar y agrupar los problemas sin esrar en desacuerdo, creemos,
con algunos análisis que se han hecho18. Proponemos distinguir en la
obra narrativa tres niveles de descripción: el nivel de las funciones (en el
sentido que esta palabra tiene en Propp y en Brcm ond), el nivel de las
acciones (en el sentido que esta palabra tiene en Greim as cuando habla
de los personajes com o actantes) y el nivel de la narración (que es, grosso
modo, el nivel del «discurso» en Todorov). Recordemos que estos tres
niveles están ligados entre sí según una integración progresiva: una fun
ción sólo tiene sentido si se ubica en la acción general de un actante; y
esta acción m ism a recibe su sentido último del hecho de que es narrada,
confiada a un discurso que es su propio código.
L as f u n c io n e s
significación a nivel de la anécdota, sólo recupera una gran fuerza significativa a nivel
de ía escritura,
23 «Las unidades sintácticas (más allá de la frase) son de hecho unidades de con
tenido» (A. J. GREIMAS, Cours de Sémantique stmcmrak, curso roncotipado, VI, 5).
l a exploración del nivel funcional forma parte, pues, de la semántica general.
24 «No se debe partir de la palabra como de un elemento indivisible del arte lite
rario, tratarlo como el ladrillo con el que se construye el edificio. La palabra es divi
sible en “elementos verbales” mucho más finos» 0- TYNIANQV, citado por T, Todorov
en Langages 6, p. 18).
to cuatro); esto explica que algunas unidades funcionales puedan ser
inferiores a la frase, sin dejar de pertenecer al discurso: en ese caso ella!
desbordan, no a la frase, respecto de la que siguen siendo material
mente inferiores, sino al nivel de denotación, que pertenece, com o la
frase, a la lingüística propiam ente dicha.
Clases de unidades
75 Todas estas designaciones, como las que siguen, pueden ser provisionales.
¿el lado del orden); los indicios, por l a naturaleza en cierto modo vertical
¿ ¿ sus relaciones, son unidades verdaderamente semánticas, pues, contra
riam en te a las «funciones» propiamente dichas, remiten a un significado,
00 a una «operación»; la sanción de los indicios es «más alta», a veces inclu
so virtual, está fuera del sintagma explícito (el «carácter» de un personaje
jiurica puede ser designado aunque sin cesar es objeto de indicios), es una
sanción paradigmática; por el contrario, la sanción de las «Funciones»
siempre está «más allá», es una sanción sintagmática26. Fundones e Indicios
abarcan, pues, otra distinción clásica: las Funciones implican los reíala
metoiumicos, los Indicios, los relata metafóricos', las primeras correspon
den a una funcionalidad del hacer y las otras a una funcionalidad del ser27.
Estas dos grandes clases de unidades, Funciones e Indicios, deberían
permitir ya una cierta clasificación de los relatos. Algunos relatos son
marcadamente funcionales (com o los cuentos populares) y, por el con
trario, otros son marcadamente «indicíales» (com o las novelas «psicológi
cas»); entre estos dos polos se da toda una serie de formas intermedias', tri
butarias de la historia, de la sociedad, del género. Pero esto no es rodo:
dentro de cada una de estas dos grandes clases es posible determinar
inmediatamente dos subclases de unidades narrativas. Para retomar la clase
de las Funciones, digamos que sus unidades no tienen todas la misma
«importancia»; algunas constituyen verdaderos «nudos» del relato (o de
mi fragmento dei relato); otras no hacen más que «llenar» el espacio
narrativo que separa las funciones-«nudo»; llamemos a las primeras fun
ciones cardinales (o núcleos) y a las segundas, teniendo en cuenta su natu
raleza com plem entados, catálisis. Para que una función sea cardinal,
basta que la acción a la que se ¡refiere abra (o mantenga o cierre) una alter
nativa consecuente para la continuación de la historia, en una palabra,
que inaugure o concluya una incertidumbre; si, en un fragmen to de rela
to, suena el teléfono, es igualmente posible que se conteste o no, lo que no
dejará de encauzar ía historia por dos vías diferentes. E n cam bio, entre
dos funciones cardinales, siempre es posible disponer notaciones subsi
diarías que se aglomeran alrededor de un núcleo o del otro sin modificar
su naturaleza alternativa: el espacio que separa a sonó el teléfono de Bond
atendió puede ser saturado por una multiplicidad de incidentes menudas
o detalladas* descripciones: Bond se dirigid al escritorio, levantó el auricular,
dejó el cigarrillo, etcétera. Estas catálisis siguen siendo funcionales, en la
JS Valéry hablaba de «signos dilatorios». I.a novela policial hace un gran uso de
estas unidades «despistadoras».
29 N . Ruwet llama demento paramétrico a un elemento que se mantenga a lo
largo de la duración de una pieza musical (por ejemplo, el tempo de un allegro de
Bach, el carácter monódico de un solo).
continuo, extensivo a un episodio, un personaje o a toda una obra; sin
embargo, es posible distinguir indicios propiamente dichos, que remiten a
un carácter, a un sentimiento, a una atmósfeta (por ejemplo de sospecha), a
una filosofía, e informaciones, que sirven para identificar, para situar en el
tiempo y en el espacio. Decir que Bond está de guardia en una oficina cuya
ventana abierta deja ver la luna entte espesas nubes que se deslizan, es dar el
indicio de una noche de verano tormentosa y esta deducción misma consti
tuye un indicio atmosférico que remite al clima pesado, angustioso, de una
ácttón que aún no se conoce. Los indicios tienen, pues, siempre significados
implícitos; los informantes, pot el contrario, no los tienen, al menos al nivel
de ja historia: son datos puros, inmediatamente significantes. Los indicios
implican una actividad de desciframiento: se trata para el lectot de aprender
a conocet un carácfet, una atmósfeta; los' infam antes proporcionan un
conocimiento ya elaborado; su funcionalidad, como la de las catálisis, es
pues débil, pero no es tampoco nula: cualquiera sea su «inanidad» con rela
ción al resto de la historia, al informante (por ejemplo, la edad precisa de un
personaje) sirve para autentificar la realidad del referente, pata enraizar la fic
ción en lo teal: es un operador realista y, a título de tal, posee una funciona
lidad indiscutible, no a nivel de la historia, sino a nivel del discurso30.
Nudos y catálisis, indicios e informantes (una vez más, poco impottan
los nombres), tales son, pareciera, las primeras clases en que se pueden dis-
tribuít las unidades del nivel funcional. Es necesario completar esta clasi
ficación con dos observaciones. E n primer lugar, una unidad puede perte
necer al mismo tiempo a dos clases diferentes: beber whisky (en el hall de
un aeropuerto) es una acción que puede servir de catálisis a la notación
(cardinal) de esperar, pero es también y al mismo riempo el indicio de una
cierta atmósfera (modernidad, distensión, tecuerdo, etcétera): dicho de
orto modo, algunas unidades pueden ser mixtas. D e esta suette puede ser
posible todo un juego en la economía del relato; en la novela Goldfinger,
Bond, teniendo que investigat en el cuarto de su adversario, recibe una
credencial de su comanditario: la notación es una pura función (cardinal);
en el film, este detalle está cambiado: Bond quita bromeando el juego de
llaves a una sirvienta que no protesta; la notación ya no es sólo funcional,
es también «indicial», temite al carácter de B ond (su desenvoltura y su
éxito con las mujetes). E n segundo lugar, hay que destacar (cosa que teto-
maremos más adelante) que las cuatro clases de que acabamos de hablar
pueden ser sometidas a otra distribución, por lo demás más adecuada al
L a sintaxis funcional
31 Poética, 1459 a.
Brerriond, Todorov), t o d o s los cuales podrían suscribir sin duda (aunque
divergiendo en otros puntos) la proposición de Lévi-Strauss: «el orden de
sucesión cronológica se reabsorbe en una estructura matricial atemporal»32.
■£í análisis actual tiende, en efecto, a «descronologizar» el continuo narrativo
y a «relogicizarlo», a someterlo a lo q u e Mallarmé llamaba, a propósito de la
lengua francesa, los rayosprimitivos de la lógica33, O más exactamente -e s éste
aJ menos nuestro deseo™, la tarea consiste en llegar a dar una descripción
estructural de la ilusión cronológica; corresponde a la lógica narrativa dar
cuenta del dempo narrativo. Se podría decir, d e otra manera, que la tempo
ralidad no es sino una clase estructural del relato (del discurso), así como en
já lengua, el tiempo sólo existe en forma de sistema; desde el p u n t o de vista
del relato, lo que nosotros llamamos el tiempo no existe o, al menos, sólo
existe funcionalmente, como elemento de un sistema semiótico; el tiempo
no pertenece al discurso propiamente didio, sino al referente; el relato y la
lengua sóio conocen un tiempo semiológico; el «verdadero» tiempo es una
ilusión referencial, «realista», com o lo muestra el comentario de Propp y es
a título de tal como d e b e tra ta r lo la descripción estructural3!
. ¿Cuál es, pues, esa lógica que se impone a las principales funciones del
relato? Es lo que activamente se trata de establecer y lo que hasta aquí ha
sido más ampliamente debatido. N os remiriremos, pues, a las contribucio
nes de A , J. Greimas, C l. Bremond y T . Todorov, publicadas aquí mismo*,
y que tratan todas acerca de la lógica de las funciones. Tres direcciones
principales de investigación, expuestas más adelante por T. Todorov*, se
ponen de manifiesto, La primera vía (Bremond) es más propiamente lógi
ca: se traca de reconstruir la sintaxis de los comportamientos humanos uti
lizados por el relato, de volver a trazar el trayecto de las «elecciones» a las
que tal personaje, en cada punto de la historia está fatalmente sometido35
yde sacar así a la luz lo que se podría llamar una lógica energética36, ya que
ella capta los personajes en el momento en que eligen actuar. El segundo
Requerimiento Ayuda
33 Este contrapunto fue presentido por los formalistas rusos, cuya tipología esbo
zaron; también se consignaron las principales estructuras «retorcidas» de la frase.
TzVETAN TODOROV (1939), nacido en Bulgaria, se licenció en
Filología eslava en la Universidad de Sofía en 1961. Más adelante se
trasladó a Francia, donde realizó estudios de literatura en la
Universidad de París. Bajo la dirección de Roland Barthes completó
su tesis doctoral dedicada a la novela Les Liaisons dangereusa, luego
convertida en su primer libro, Literatura y significación (1967).
Desde 1964 a 1967 estuvo vinculado como investigador a l’École
Platique des Ha ufes Etudes en .Sciences .Sociales, y desde 1968 su
compromiso de investigación es con el Cenrre National de la Re-
cherche S cien ti fique (CNR.S) en París. En 1970 publica Introducción
a la literatura fantástica, un singular recorrido por la escritura de
Potocki, Nerval o Gautier, en el que demuestra sus aptitudes para el
análisis estructural. Entre 1971 y 1978 trabaja en su libro Poética de
la prosa, un trabajo ambicioso en et que examina textos canónicos,
como la Odisea, la s mil y una noches o el Decamerón, hitos de la
modernidad narrativa, como Henry James o Conrad, y géneros
menores, como la novela policíaca. Su interés por ei texio de
Boccaccio fructifica en un estudio célebre Gramática del Decamerón
(1969), cuyo título expresa la ambición estructuralista de describir la
gramática subyacente de la obra narrativa, desde una concepción
amplia del término que viaja desde las unidades mínimas hacia mar
cos supraoracionales, l a poética narrativa de Todorov, deudora de la
retórica tradicional, Saussure y el formalismo ruso, distingue entre
relaciones paradigmáticas (in absentia) y relaciones siniagmáticas (in
praesentia). Las primeras, piopias del sentido y la simbolización,
rigen el plano semántico. Las dos restantes, propias de la construc
ción, rigen los planos verbal (combinación de palabras) y sintáctico
(combinación de unidades superiores, como situaciones, persona
jes..,). Todorov confía mucho en la potencia hermenéulica de su
mirada estructuralista, que concibe como poética científica, frente a
orras formas de interpretación, exógenas, que caracteriza como «pro
yecciones». En Critica de la crítica (1984) expresa su complicidad
con la obra de Frye y Balditin y distingue entre el «dogmatismo» ideo
lógico, el pluralismo relativista, ambos condenables, y la crítica
«inmanente», estructuralista, cuyos límites sin embargo percibe. De
ahí su nueva propuesta, potenciada por sn condición de ¿migré, de
una critica dialógica, más abierta a Jas relaciones entre texto, ideolo
gía y mundo. De este nuevo interés diaíógico pot las relaciones entre
culturas, conocimiento y moral, ciencia y ética, identidad y alteri-
dad, nacen algunos estudios valiosos como La conquista de América,
o Las morales de la historia, que establecen lazos con la crítica posco
lonia] y neohistoricista. Otros estudios importantes son ¿Qué es el
estructuralismo? (1968), Los genems del discurso (1978) Teorías del
símbolo (1982) o M ikhail Bakhtin. E l principio diaíógico (1981).
Tzvetan Todorov
Análisis estructural del relato*
H ist o r ia y d is c u r s o
Las repeticiones
El modelo tríádico
objeciones de Merteuil
i
objeciones rechazadas
________J
Conducta de seducción
I
Tourvel acuerda su simpatía pretensiones de Tourvel
I
objeciones de Volanges.
I
objeciones rechazadas :
£¡ múdelo homológica
Eí amor se
concreta...
Busquemos ahora el denominador común de cada columna. Todas las
proposiciones de la primera conciernen a la acdtud de Valmont haciaTutu,,
vel. Inversamente, la segunda columna concierne exclusivamente a Toutvgj
y caracteriza su comportamiento ante Valmont La segunda columna no
tiene ningún sujeto como denominador común, pero todas las proposición,
ncs describen actos en d sentido fuerte del término. Por último, la cuarta
posee un ptedicado común: es el rechazo, la negativa (en la última línea, es
un rechazo simulado). Los dos mierabtos de cada par se encuentran en una
relación casi antitética y podemos fijar esta proporción.
Valmont: T ourvel: : las actos : rechazo de los actos.
Esta ptesentación parece tanto más justificada cuanto que indica
correctamente la relación general entre Valmont y Tourvel, la única
acción brusca de Tourvel, etc.
Varías conclusiones se imponen a partir de estos análisis:
2 Sobre el modelo triádico, cfr. el artículo de Cl. Bremond en este mismo volu
men. Sobre el modelo homológico cfr. «(Structural modeis in folidore): note sur une
recherche en cours», en Communications 8 (1967), pp. 168-172.
porque ésas no son auténticas partes, El hecho de que en el mismo lugar de
cadena aparezca una vez «pretensiones de Valmont» y otta «Tourvel se deja
admirar6' nos indica un margen peligroso de arbitrariedad y muestra que no
podemos estar seguros del valor de los tesultados obtenidos.
3 . Un defecto de nuestra demosttación se debe a la calidad del ejemplo
elegido. Un tal estudio de las acciones las maestra como un elemento inde
pendiente de la obra; nos privamos así de la posibilidad de ligarlas a los per
sonajes. Ahora bien, Les Liaisons dangereuses pertenece a un tipo de relato
que podríamos llamar «psicológico», donde estos dos elementos están muy
estrechamente unidos, No setía el caso del cuento popular ni siquiera de los
cuentos de Boceado en los que el petsonaje no es, la mayoría de las veces,
mis que un nombre que permite ligar las diferentes acciones {este es el
campo de aplicación pot excelencia de los métodos destinados al estudio de
la lógica de las acciones), Veremos más adelante cómo es posible aplicar las
técnicas aquí discutidas a los relatos del tipo de Les Liaisons dangereuses.
Regla de oposición
La regla delpasivo
E l ser y el parecer
Reglas de acción
Estas reglas tendrán como datos iniciales a los agentes y a los predi
cados de que hemos hablado y que se encuentran ya en una cierta rela
ción; prescribirán, como resultado final, las nuevas relaciones que deben
instaurarse entre los agentes, Para ilustrar esta nueva noción, formulare
mos algunas de las reglas que rigen a Les Liaisons dangereuses.
ia {leformarión temporal
En este tercer caso, el narrador sabe menos que cualquiera de sus per
sonajes. Puede describirnos sólo lo que se ve, oye, etc., pero no tiene
acceso a ninguna conciencia. Por cierto que ese puro «sensualismo» es
una convención, pues Un relato semejante sería incomprensible; pero
existe como modelo de una cierta escritura. Los relatos de este tipo son
mucho más raros que los otros y el empleo sistemático de este procedi
miento sólo se ha dado en el siglo veinte. Citemos un pasaje que carac
teriza a esta visión:
E l ser y el parecer
Desde el comienzo, las dos historias que se alternan nos son presenta
das bajo luces diferentes: Cécile cuenta ingenuamente sus experiencias a
Sophie, en tanto que Merteuil las interpreta en sus cartas a Valmont; por
otro lado, Valmont informa a la marquesa de sus experiencias con Tourvel,
que ella misma escribe a Volanges. Desde el comienzo podemos darnos
cuenra de la dualidad ya observada a nivel de las relaciones entre los per
sonajes; las revelaciones de Valmont nos informan de ia mala fe que
Tourvel pone en sus descripciones; lo mismo sucede con la ingenuidad de
Cécile. Con la llegada de Valmont a París uno comprende lo que en ver
dad son Danceny y su proceder. Al final de la segunda, parte, es la misma
Merteuil quien da dos versiones del asunto Prévan: una de lo que es en sí
y otra d e lo que debe parecer a los ojos de los demás. Se trata, pues, nue
vamente de la oposición entre el nivel apárenle y el nivel real o verdadero.
B! orden de aparición de las versiones no es obligatorio, pero es uti
lizado con fines diferentes. Cuando el relato de Valmont o de Merteuil
precede al de los otros personajes, leemos este último ante todo como
una información acerca de quien escribe la carta. En el caso inverso, un
relato sobre las apariencias despierta nuestra curiosidad y esperamos una
interpretación más profunda.
Vemos, pues, que el aspecto del relato que depende del «ser» se acer
ca a una visión «por detrás» (caso: «narrador > personaje»). Por más que
el relato sea narrado por personajes, algunos de ellos pueden, como e!
autor, revelarnos lo que los otros piensan o sienten.
Los aspectos del relato concernían al modo en que la historia era per
cibida por el narrador,* los modos del relato conciernen a la forma en que
el narrador nos la expone, nos la presenta. Es a estos modos del relato a
los que uno se refiere cuando dice que un escritor nos «muestra» las
cosas, mientras que tal otro sólo las «dice». Existen dos modos principa
les: la representación y la narración. Estos dos modos corresponden, en uu
nivel más concreto, a dos nociones que ya hemos encontrado: el discur
so y la historia.
Podemos suponer que estos dos modos del relato contemporáneo pro
vienen de dos orígenes diferentes: la crónica y el drama. La crónica o la
historia es, creemos, una pura narración, el autor es un simple testigo que
relata los hechos; los personajes no hablan; las reglas son las del género
histórico. En cambio, en el dtama, la historia no es narrada sino que se'
desarrolla ante nuestros ojos (incluso si no hacemos sino leer la pieza); n0
hay narración, ei relato está contenido en las réplicas de los personajes;
Aspectos y modos
Los aspectos y los modos del relato son dos categorías que entran en
relaciones muy estrechas y que conciernen, ambas, a la imagen del narra-
dor. Por esto los críticos literarios han tendido a confundirlas. Así 1 knry
James y, a continuación de él, Percy Lubbock, distinguieron dos estilos
principales en el telato: el estilo «panorámico» y el estilo «escénico». Cada
uno de estos dos términos implica dos nociones: el escénico es al mismo
tiempo la representación y la visión «con» (narrador = personaje); el «pano
rámico», es la narración y la visión «por detrás» (narrador > personaje).
Sin embargo, esta identificación no es obligatoria. Para volver a lis
Liaisons dangereuses, podemos recordat que hasta el desenlace la narra
ción es confiada a Valmont que tiene una visión próxima a la visión «por
detrás»; en cambio, después del desenlace, es retomada por Mme. de
Volanges que casi no comprende los acontecimientos que se producen y
cuyo relato corresponde enteramente a la visión «con» (si no «desde afue
ra»), Las dos categorías deben, pues, ser bien distinguidas para que luego
podamos comprender sus relaciones mutuas.
Esta confusión aparece como más peligrosa aún si recordamos que
detrás de todos estos procedimientos se dibuja la imagen del narrador,
imagen que es tomada a veces por la del autor mismo. En Les IJaisons
dangereuses no es evidentemente Vaímonr, que no es más que un peí so-
^ ¿ transitoriamente encargado de la narración. Abordamos aquí una
nUCva cuestión importante: la de la imagen del narrador.
Fin logrado
(ej.: éxito de la
conducta)
Actualización -> Fin no alcanzado
(ej,: conducta para (ej.: fracaso de la
alcanzar el fin conducta)
Virtualidad
(ej.: fin a Ausencia
alcanzar) de actualización
(ej,: inercia,
impedimento de actuar)
Fechoría a cometer
i
Fechoría
I
Fechoría cometida = hecho a retribuir
í
proceso de retribución
i
i
hecho retribuido
Daño a inBigir
Éstas son las reglas que someteremos a prueba en las páginas siguien
tes. Intentamos proceder a una reconstitución lógica de ios puntos de
partida de la trama narrativa. Sin pretender explorar cada itinerario hasta
sus ramificaciones líltimas, trataremos de seguir las principales arterias,
reconociendo a lo largo de cada recorrido las bifurcaciones en que las
ramas principales se escinden engendrando subtipos. Trazaremos así el
cuadro de las secuencias-tipos, mucho menos numerosas de lo que po
dría creerse, entre las que debe necesariamente optar el narrador de una
historia. Este cuadro misino pasará a ser la base de una clasificación de
f e roles asumidos por los personajes de los relatos.
El ciclo nmrativo
Mejoramiento a obtener
-*■ Ausencia
de proceso de
mejoramiento
Degradación previsible
"+ Ausencia
de proceso de
degradación
Todas las ausencias elementales que aislaremos a continuación n
especificaciones de una u otra de estas dos categorías, que nos p u ^ ir
cionan así un primer principio de clasificación dicotómica. Antes de
emprender su exploración, precisemos las modalidades según las cuales
el mejoramiento y la degradación se combinan ambos en el relato:
Proceso de degradación
T
Degradación posible
Procesos de mejoramiento
Mejoramiento
a obtener
I__ _
4
Obstáculo a
eliminar
I
i ,
Proceso de Proceso de Medios posibles
mejoramiento el ira inación
Utilización de los medios
Mejoramiento i
obtenido Obstáculo eliminado Éxito de los medios
p ()S NIVELES d e d e s c r i p c i ó n
cuento 1 Fi ai a, *3 *m
cuento 2 F, a2 f2 a2 I;3
cuento 3 F, a3 a.
1 the villain;
2 .° the doñor (provider);
3 .° the helper;
4 .° the sougbt-forperson (and her fatber);
5." the dispatcher;
6 .° the hero;
7 .° thefalse hero.
É¡ Sujeto + Destinatario
Sujeto Héroe
Desdnador Dios
Destinatario Humanidad
L a c a t e g o r í a a c t a n c i a l « a d y u v a n t e » versus « o p o n e n t e »
Estos dos haces de funciones pueden ser atribuidos a dos actantes dis
tintos, a los que designaremos con los nombres de
El m o d e l o a c t a n c ja l m í t i c o
E l i n v e s t im ie n t o «t e m á t ic o »
Sujeto......... Filósofo;
Objeto......... Mundo;
Destínador.. Dios;
Destinatario Humanidad';
Oponente.... Materia;
Adyuvante... Espíritu;
Principales f u e r z a s t e m á t ic a s
L a s in v e r s i o n e s e c o n ó m i c a s
So bre la plu ü a r id a d d e l o s c ó d ig o s a k t ís t ic o s
/ / = / / , + H2
donde
Hi = + h’¡ y H 2 - h2 + ti2
Las formas arquitectónicas son formas del valor espiritual y material del
hombre estético. Las formas de la naturaleza -como son el ambiente, las for
mas del acontecimiento en su aspecto personal, de la vida social e histórica,
ere., son todas ellas logros, realizaciones; no sirven para nada si no son au(
suficientes; son formas, en su especificidad, de la existencia estética.
Las formas compositivas que organizan el material tienen caráct
teleológico, utilitario, como inestable, y se destinan a una valorad^
puramente técnica: establecer hasta qué punto realizan adecuadamente
la tarea arquitectónica. La forma arquitectónica determina la elección d
la forma compositiva; así, la forma de tragedia (la forma del acontecí
miento, y en parte de la personalidad, es el carácter trágico) elitóg
forma compositiva adecuada: la dramática. Naturalmente, no resulta (]P
aquí que la forma arquitectónica exista de forma acabada en algún Jug;)r
y que pueda ser realizada haciendo abstracción de lo compositivo. [„,)
Las principales formas arquitectónicas [lo cómico, lo trágico, lo gF().
tesco, lo heroico,,.] son comunes a todas las artes y al entero dominio de
lo estético, constituyendo la unidad de ese dominio. Entre las fotmas
compositivas de las diferentes artes existen analogías condicionadas pnr
la comunidad de objetivos arquitectónicos; pero las particularidades de
los materiales hacen valer aquí sus derechos. [,..]
Con demasiada frecuencia, la forma es entendida como técnica; cosa
que es característica tanto del formalismo como del psicologismo en ia Kls-
toria y en la teoría del arte. Nosotros, en cambio, examinamos la formséii
el plano puramente estético. En tanto que forma significativa desdéis
punto de vista artístico. El problema principal que planteamos on esu
capítulo es el siguiente: ¿cómo puede ía forma, realizada por entero en bast
al materia] [el lenguaje], convertirse en forma del contenido, relacionan.,
con él axiológicamente? O, con otras palabras, ¿cómo puede la forras
compositiva -la organización del material- realizar la forma arquitectóni
ca, es decir, la unión y la organización de los valores cognidvos y éticos?;;
2.1.1. Por lo que al formalismo ruso respecta, se sirúan en esra via los
estudios de la literatura menos próximos a la lingüistica teórica, princi
palmente los procedentes de la Sociedad para el Estudio de la Lengua
Poérica (Opojaz) de San Petershurgo5. Prueba de la actuación formalista
en esta dirección es la proclamación qne Borís Eikhenbaum hace de la
^ Cfr, T, A v a n D ijk , Snme Aspects ofText Gmmmars, L,a Haya, Mouton, 1972;
]. S. PbtóFI, Vers une théorie partielle du texte, Mamburgo, Buske, 1975; A. García
Berrio, «Texto y oración», Analecta Malacitana 3, 1 (1978), pp. 127-146; J. S. PetóFI
y A G arcía B errio , Lingüistica del texto y crítica literaria, Madrid, Comunicación,
1979; T. A lbaladeJO y A. G arcía BERRIO «La lingüística del texto», en F. Abad Nebot
j A. García Berrio feoorek), Introducción a la lingüística, Madrid, Alhambra, 1982,
pp, 217-260; T, Ai .BAI.ADF.JO, «Considerazioni sulla reoria Lingüistica testuale», Studi
Italiani di Lingüistica Teórica ed Applicata 7, 3 (1.978), pp. 359-382; T. AlBAlADIilO,
«Aspectos del análisis formal de textos», Revista Española de lingüística 11, 1 (1981),
pp. 117-160; E. B ernárdez , introducción a la lingüística del texto, Madrid, Espasa-
Caipe, 1982.
35 Cfr. A, J, G r e im a s , Semántica estructural, Madrid, G r e d o s, 1971; A. J.
Greimas; En tomo al sentido, Madrid, Fragua, 1973; A. J. G r e im a s , «Hacia una teo
ría d el discurso poético», en A, J. Greimas et a i, Ensayos de semiótica poética,
Barcelona, Planeta, 1976, pp. 9-34; A. J. G r e im a s , Maupassam, La. sémiotique du
texte: exerckes pratiques, P arís, Senil, 1976.
muy fructíferamente aplicable al texto literario, del que este lingüista Se
ocupa en la construcción misma de su modelo, situándolo dentro <je¡
ámbito de éste. El modelo de las macroestructuras textuales de Tcun A
van Dijk3” es válido para el estudio del texto no literario y del texto líte!
rario, pues no en vano debe mucho en su elaboración a la semiología de
la narradofi. La teoría de la estructura del texto y de la estructura d¿l
mundo de jan os S. Petofi37, pot su parte, af estar concebida para la des
cripción y explicación del texto considerado en general es adecuadamen
te válida para el tratamiento del texto literario, de acuerdo con el ptoce-
der propio de la segunda via de aplicación de la lingüística en los estudio^
literarios. Es en España donde se ha llevado a calió la más productiva apli
cación de la lingüística textual a la obra literaria; la teoría de las tipologías
textuales de Antonio García Berrio38, elaborada como modelo para el tra-
-1(' Cfr. T. A. van Dijk, Same Aspeas ofText Grammar.k cit.; T, A, v a n Díjk, Btí-
trüge zur generativen Poítik, Mu nich, Fink, 1972; T. A. VAN Dl.|K, Texto y contexto:
Semántica y pragmática del discurso, Madrid, Cátedra, 1980; 1". A. VAKT DljK,
Textwissenschafi. Eine intcrdisziplin'dre Pmcbnng, Munich, Deutsche Taschenbudi
Verlag, 3980.
57 Cfr. ]. S. Petofi, Vers une tbéoriepartidle du texte, cit.; J, S. PetOfi, «Una teo
ría formal y semiótica como tcotía integrada del lenguaje natural», en J, S. Petofi y
A, García Berrio, Lingüistica del textoy critica literaria, cit., pp. 127-145; J. S, PETOFI,
«Estructura y función del componente gramatical de la teoría de la estructura del
texto y de la estructura del mundo», en j. S. Petofi y A, García Berrio, Lingüistica del
texto y crítica literaria, cit., pp. 147-189; j. S, Pü'I'OFI «Inteiprcmionc e teoría dei
testo», en: Interpretazione e contesto, Átti del I Colloquio sulla Interpretazione,
Macerata, 19-20 de abril de 1979, Macerara, Universidad de Macerata, 1979,
pp. 21-34; j, S. Pf.tOfi, «La strutmra della comunicazione in Atti 20, 17-38», en
Inteipretazione c Strutture. II Colloquio sulla Interpretazione, Macerata, 27-29 de
mareo de 3980, Turín, Marietri, 1981, pp. 303-157; j. S. PetOfi, «Meaning, Text.
Interpretation, Ptaginatie-semantic Text Classes», Poetics 13 (1982), pp. 453-491,
58 Cíir. A. GARCÍA B e r r io , «lingüistica del texto y texto lírico. La tradición textual
como contexto», Revista Española de Lingüistica 8, 1 (1978), pp. 19-75; A. GARCÍA
B e r r i o , «Tipología textual de los sonetos clásicos españoles sobre ei carpe dient»>
Dipositio 3 (1978), pp. 243-293; A. G a r c ía B e r r io , «A Text-typology of the
Classical Sonnets», Poetics 8 (1979), pp. 435-458; A. G a r c ía B e r r i o , «Cons
trucción textual en los sonetos de Lope de Vega. Tipología del macrocomponente sin-
tácticos Revista de Filología EspaFwlu 60 (1978-1980), pp. 23-157; A. GaííCM B e r r io ,
«Estatuto del personaje en el soneto amoroso del Siglo de Oto», Lexis 4, 1 (1980),
pp, 61-75; A. G a r c ía B e r r e o , «Mactocomponente textual y sistematismo tipológi
co; el soneto amoroso español de los siglos XVI y XVII y las reglas de género»,
Zeitsrfmft fiir romanische Philologie 97, 1-2 (1981), pp. 146-171; A. G a r c ía
B e r r io , «Definición macroesrrucmral de la lírica amorosa de Quevedo (Un estudio
de forma interior en los sonetos)», en Homenaje a Quevedo. Actas de la IIAcademia
Literaria Renacentistas Salamanca, Universidad de Salamanca, 1982, pp. 261-293;
jjjnienio de los sonetos amorosos del Siglo de O ro y cuyos principios
,¡polÓ£Íco-textuales son válidos para ci estudio de otros textos literarios e
Incluso pueden ser aplicados a los textos no literarios.
Con el afinanzamiento de la lingüística textual la aplicación de la lin
güistica ai estudio del texto literario relativa a Ja segunda vía, queda conso
lidada como forma adecuada y coherente de tratamiento de un imporran-
[jsinio espacio de la obra de arte verbal: aquel que corresponde al material
¡¡ngüístico-constructivo35. Y es propiamente gracias a la lingüística textual
¿orno la primera y segunda vías son enlazadas en una metodología com
prensiva y de confluencia, pues la atmazón teórica de la lingüistica textual
petmite integrar en la perspectiva de tratamiento de la obta literaria por ésta
inaugurada, en cuanto a la vía de aplicación de teorías lingüísticas previa
mente elaboradas, las aportaciones de las reflexiones y de los análisis lin-
gü(stico -inmanen tistas realizados en la vía primera de aplicación.
40 Véase A. García Berrio, «Texto y oración», cit,, especialmente pp. 132 y 142-
144; A. García Berrio, «Más allá de los “ismos”: Sobre la imprescindible globalidad
critica.», cit., pp. 359-360
41 Cfr. T. Ál-BALADEJO, «La crítica lingüistica», en P. Aullcin de Haro (coord,),
Introducción a la crítica literaria actual, cit„ pp, 141 -207, pp. 186,191
en cuanto ésta se aplica al texto literario, implica una ampliación de la
poética lingüística y de la teoría-crítica lingüísrico-inmanenásta, pues éstas
Sé ap°yan en aquéllas. I a lingüística teórica, principalmente mediante el
¿¡H'jquecimiento que suponen el desattollo y el afianzamiento de la lingüis
t a textual, funciona como marco teórico que permite interpretar desde una
perspectiva estrictamente teórico-lingüística las aportaciones de la teoría y
crítica literarias inmanentistas en las que se ha elaborado instrumental espe
cial pata ei estudio del texto literario y situar dichas contribuciones en los
¡lloares que les corresponden en una otganízación global del texto literario,
segúft los nuevos modelos lingüísticos concebidos más ampliamente que en
Jos modelos anteriores y que a aquellas apottaciones tanto debe. Así pues, en
’a organización teórica que como visión del texto literario en su dimensión
jingiiíst ico-material proporciona la lingüística textual, se integran las refle
xiones y los análisis sobre la obra literaria efectuados tanto segán la primera
come’ según la segunda vía de tratamiento lingüístico de aquélla.
Ltterattuv, cit,, pp, 107-140; S. R fjsz DE R jv aro la, «Ficcionalidad, referencia, tipos de
ficción literaria», texis 3, 2 (1979), pp. 99-170; A, WfUDEKAMP, I. VAN MONTFOORTy
W; VAN Ruisw ijk, «Ficdonalky and Convention», Poetics 9 (1980), pp. 547-567;
II. Rieser (ed.), Semantics ofFktion, número especial de Poetics 11, 4-6 (1982).
■*5 Muy importante respecto de este panto es la estética de ia recepción; cfr, H,
WE1NRICH, «Para una historia literaria del lector», en. W AA„ La actual ciencia lite
raria alemana, Salamanca, Anaya, 1971, pp. 115-134; W. IsER, Der implizite Leser,
Munich, Fink, 1976; "W. Iser, Der Akt des Leseas, Munich, Fink, 1976; H. R. Jauss,
«La historia literaria como desafío a la ciencia iiretark», en; VV. AA.., La actual ciencia
literaria alemana, cit., pp. 37-114; G. Grimm, Rezepthmsgescbiebte, Munich, Fink,
1977; J- M .a POZUELO YvaNCOS, «El pacto narrativo: Semiología del receptor in
manente en E l coloquio de los perros», Anales Cervantinos 17 (1978), pp. 147-166;
U. E co, Lector in fábula, Milán, Bompiam, 1979. Muy relacionado con este tema se
encuentra el estudio de la comprensión c interpretación dei texto literario; a este res
pecto cft, D, FreUNDLÍCH, «Understanding Poes Taies: A. V O. Schema-theoreric
View», Poetics 11 (1982), pp. 25-44; K. J. HOI.YOAK, «A n Analógica! Framework fot
Iiterarv Interpretation», Poetics 11 (1982), pp. 105-126; S. J. SCHMIDT (ed.),
Interpretarían, número especial de Poetics 12, 2-3 (1983).
46 Seguimos la organización de la semiótica expuesta en C. MORRIS,
«Foundations o f the Theory o f Signs», en C. Morris, Writings on the General Theoiy
o f Signs, La Haya, Mouton, 1971, pp. 13-71, pp. 21-33, 63-64.
4? Cfr. R. WFJ..I.JEK y A. W a rre n , Teoría literaria, Madrid, Credos, 41974,
pp. 87 ss., 143 ss.
<]amente como en la primera mitad de este siglo; por supuesto, estudios
cómo los de la biografía del autor o estudios contenidistas quedan indu
dablemente en el área de la crítica extrínseca pero, en cambio, estudios,
por ejemplo, sobre las fases de construcción de un texto literario o sobre
eí sistema de mundos posibles del texto literario, puesto que son de
carácter pragmático y semántico-extensional, respectivamente, y, en
cuanto tales, inciden en la organización misma de ia obra, son estudios
que sin dejar de ser lingüístico-literarios trascienden el ámbito cotextual,
espacio inicial de la crítica intrínseca. Esta extensión de la Poética lin
güística y de la teoría-crítica iingüistico-inmarientista permite que pueda
desde éstas enlazarse, en la medida en que la perspectiva lingüística
pueda colaborar en su estudio, con algunos de los espacios del hecho
literario tratados por la Poética clásica que en principio quedan fuera del
ámbito teórico de la Poética lingüística y de la teoría-crítica lingüistico-
inmanentista: me refiero a las dualidades horacianas ingenium-ars y doce-
re-delectare y, en cuanto a la dualidad res-verba, a su componente res
como conjunto de conocimientos del poeta y como contenido en su
dimensión extensionai o referencial48, habiendo sido ya dicho compo
nente estudiado cumplidamente por la teoría y ia critica lingüístico-
inmanentista como contenido en sil dimensión intensional o cotextual
A propósito de la separación entre ctítica intrínseca y crítica extrínseca,
hay que tener en cuerna, además, que dicha distinción, que era total
mente necesaria y operativa en tiempo de predominio de los estudios
literarios intrínsecos, no lo es tanto una vez que los estudios inmanen-
tístas han llenado, con creces, el vacío que existía cu punto al tratamien
to intrínseco de la literatura.
La teoría-crítica lingüístico-inmanentista de amplitud semiótica pue
de constituit la base de una teoría-critica integral que, por encima de la
dicotomía crítica intrínseca/critica extrínseca, aborde el hecho literario
desde diferentes perspectivas complementarias que hagan posible descri
bir y explicar éste de manera adecuada a su complejidad y a su pluridi-
mensionalidad, las1 cuales lo hacen inabarcable desde posiciones parcia
les aisladas y pretendidamente exclusivas49.
5(1 Cfr. ía muy precisa formulación de esta ley en A. I.O p e z G a r c ía , Para una
gramática tintinar, Madrid, Cátedra, 1980, especialmente pp. 23 y 20-22.
51 Cfr. A. G a r c ía B e r r io , «Retórica como ciencia de la expresividad (Pre
supuestos para una Retórica general)», Estudios de Lingüística 2 (1984), pp, 7-59.
52 Cfr. ib ídem, pp. 10 ss.
¡líente —y no es tarea pequeña ésta- describir y explicar la parre lingüís
tica, material, constructiva, de la realidad literaria, dedicando amplio
interés a las características especificas de los textos literarios. Eí análisis
lingüístico-inmanencista hace que quede explícita la construcción litera
ria, de tal modo que puede proporcionarse un soporte muy valioso inclu
so a análisis y comentarios críticos que trascienden el espacio semiótico;
de alií la importancia del tratamiento lingiíístico-inmanentista en un
estudio literario extensamente concebido.
E s t il ís t ic a y « N ew C r it ic ism »
L eo S p it z e r (1887-1960), natural de una Viena apresada en «la ado
ración por las formas de vida francesa», fue un romanista de formación
filológica tradicional, con inclinación a la tradición francesa, española
e italiana. Su trayectoria demuestra que toda filología rigurosa, en el
campo de los estudios literarios, conduce indefectiblemente al gesto
teórico consciente. Educado en el «Humanistisches Gymnasium» de
Viena en la poesis perennis (Horacio, Sófocles, Tácito), más adelante
comenzó sus estudios universitarios bajo las influencias de Meyer-
Lübke, quien impartía lecciones de lingüística francesa, y de Ph, A.
Becker, historiador de la literatura. Su asimilación de estas disciplinas
no se hizo sin tensiones: Spitzer no lograba hallar, entre el positivismo
ccdótico y el idealismo historiográfico de sus maestros, el «contenido
íntimo» de las obras estudiadas. Esta insatisfacción le inclinó hacia
una modalidad de lectura que constituye su gesto más personal, el lla
mado «círculo filológico^. La premisa de partida era que la romántica
Innere Spmchfbrm (forma interior del lenguaje) podía tolerar una com
prensión particular en cada obra, una suerte de «forma internan o
«centro vital interno» en torno al cual se organizan sus rasgos signifi
cativos. Su osadía fue asumir que el acceso a dtcho centro era similar
a la psicoanalítica de Freud, un pensador cuya obra inundaba Viena.
De este modo, los Stilstudien (estudios de estilo), título de su primer
libro de 1930, perdían su función taxonómica y cobraban una virtua
lidad detectivesca. El mecanismo del círculo filológico, deudor del
hemicnáitico Zirkel ¿m Verstehen, es mi vaivén desde algunos detalles
externos de la obra al centro interno, y a la inversa. Una vez verifica
da la pertinencia de dicho centro integrador, podrá determinarse «el
principio creador que pueda haber estado presente en eJ alma del artis
ta». Este método, que Spitzer formuló a regañadientes, debe más al
organicismo romántico que al estmcturalismo aristotélico. Cuestión
de alma (y no de estructura) era también el potencial de alearoriedad
personal de cada crítico, capaz o no de sentir el clic de la intuición
interpretativa, teñida de «buen sentido», una forma de intelección ine
ducable, Lo que destaca de Spitzer, en cualquier caso, es su habilidad
para transitar, con pulsión estructural, desde ei detalle lingüístico
hasta el diseño histórico-ideológico de conjunto. De su estancia en
Estados Unidos le quedó una desafección por los excesos formalistas
del New Criticism, por mucho que él siempre viajase hacia una
«semiología inmanentista», andada en nociones de desvío y de con
notación, De la obra de Spitzer, vastísima, destacamos tirulos como
Die Literarisiemng des Lebens in Lopes Dorotea, Zur Kttnst Quevedos in
seinem Buscón (1927), A Method oflnterpreting Literature (1949), y las
ediciones españolas, pósmmas, de Lingüística e historia literaria (1968)
o Estilo y estructura en la literatum española (1980). El impacto de
Spitzer en la estilística española ha sido muy profundo.
Leo Spitzer
Lingüística e historia literaria*
. 1Tal vez la transición de una particular línea histórica en el lenguaje, señalada por
uiia etimología, a] sistema autosuficiente de una obra literaria, pueda parecer violen
ta al lector: en el primer caso, la «raíz» es «eí alma de la nación» en el momento de la
creación de la palabra; en el segundo, es «el alma del escritor particular». La diferen
cia, como me ha indicado el profesor Singleton, esta entre la voluntad inconsciente
de una nación, que crea su lenguaje, y la voluntad consciente de un miembro de la
nación, que crea voluntariamente y más o menos sistemáticamente. Pero, aparte del
hecho de que hay elementos racionales en las creaciones lingüísticas populares y ele
mentos irracionales en las de un artista creador, lo que yo quiero destacar aquí es la
afinidad, común a ambos, entre el detalle lingüístico y ei alma del o de los que lo
emplean, y la necesidad, en ambos casos, del movimiento filológico de vaivén.
Quizá el mejor paralelo del .sistema de una obra artística fuera el sistema de un
idioma en un determinado momento de su evolución. Tai fue precisamente la carac
terización que intenté de un sistema lingüístico hace muchos años en mí articulo
sobre el español en Stiktudien, I.
je vulgar, cuya forma de hablar y hábiros de pensamiento parece sanrio
liar el escritor en su propia narración.
Nuestra observación sobre a cause de cobra eficacia al contrastarla con el
uso, en la misma novela, de otras conjunciones causales, tales como
que», porque. Por ejemplo, dice así al describirnos el amor dd chulo hacia
su dulce Berta; «él amaba aquella su voluptuosidad particular, cuando ella
juntaba su cuerpo al suyo [...] Amaba aquello que la distinguía de todas las
mujeres que había conocido, porque (parce que) era algo más dulce, porque
(parce que) era algo más delicado, porque (parce que) era su mujer propia, a
la que había conocido virgen, La amaba, porque (parce que) era honrada y
porque (parce que) lo parecía, y por todas las razones que tienen los bur
gueses para amar a su mujer». Claramente clasifica y encasilla aquí el escri
tor como burguesas las razones por las que Mauricio gustaba de abrazar a su
dulce amada (porque era algo dulce y delicado, porque era su mujer propia);
y además, en la narración de Phiiippe, este porque aparece usado como si el
escritor considerase estas razones de validez objetiva.
La misma observación es aplicable a la conjunción causal car «p u e d
en el siguiente pasaje, que describe a Mauricio como un ser a quien las
mujeres no pueden menos de amar; «Rodeábanle de su amor k s muje
res, como aves que cantan a la fuerza y al sol. Era uno de esos seres &
quien nadie puede domeñar, pues (car) su vida más fuerte y más bella
entraña el amor del peligro».
Puede a las veces suceder que, aun sin estar explícita la conjunción, esté
sobrentendida la relación causal; una relación debida al carácter gnómico
inherente, al menos en aquel medio particular, a una afirmación general,
cuya verdad quizá no es aceptada plenamente en cualquiera otra parte: «I.a
abrazó y la besó. Es una cosa higiénica y buena entie un hombre y su mujer,:
que os divierte durante nr¡ breve cuarto de hora antes de dormiros». (Phiiippe
podría también haber escrito; «car», o bien «paree que cest une chose hygiéni-
que,..»). Esto, evidentemente, es verdad solamente en el mundo particular
del realismo sensual que el novelista nos va describiendo. Al mismo tiempo,
sin em bargo, mientras por una parte el escritor parece que respalda estas vul
garidades burguesas del inframundo que describe, por otra nos sugiere su
propia crítica de ellas, crítica a un mismo tiempo firme y discreta.
Ahora bien, yo os presento la hipótesis de que todo esc enorme de
sarrollo de los usos causales en Phiiippe no puede imputarse al azar; debe
de haber «su buen por qué» para esta concepción de la causalidad. Y así
debemos pasar ahora del estilo de Phiiippe a su origen psicológico, a la raíz
de su alma, Y he llamado al fenómeno que nos ocupa «motivación pseudo-
objetiva». Al presentarnos Phiiippe la causalidad como ligazón de sus per
sonajes, parece reconocerles una especie de fuerza lógica objetiva en sus
razonamientos, torpes unas veces, vulgares otras y otras semipoéticos. La
actitud del escritor revela una bonachona simpatía fatalista, medio crítica,
cle estos seres anquilosados en su desarrollo por fuerzas sociales inexo-
7°bU'S En la motivación pseudo-objetiva, evidente en el esfilo de Philippe,
[erizos la pista de su Weltanschauung o pensamiento. Sin rebelarse, pero
con profunda pesadumbre y espíritu cristiano de contemplación, como han
u b rayado también los enríeos literarios, mira Philippe cómo funciona el
nceer el carácter filológico de ia disciplina de la historia Iketaria, cuyo objeto son las
ideas expresadas en forma literaria o lingüística, no las ideas en sí mismas (éste es el
campo de la historia de la filosofía) ni las ideas en euamo informan una acción (éste
es terreno propio <te la historia y de las ciencias sociales). Nuestra competencia pro
fesional de filólogos está circunscrita exclusivamente al terreno lingüístico-lirerario.
La clase de diseñad o nes arriba citadas revela una extensión injustificable de la ten
dencia (laudable en si) a derribar las barreras entre las distintas secciones, en tal
grado, que ia historia de la litetalura pasa a ser el campo del alegre juego de ia
incompetencia, Los estudiantes de la Sección de Historia de la Literatura llegan a
iratar los complejos asuntos de naturaleza filosófica, política o económica con la
misma autosuficiencia característica en tiempos pasados de aquellos positivistas que
escribían sobte «Ei caballo en la literatura medieval». Pero, mieiittas es posible pala
una persona corriente saber «qué es un caballo» (no tan fácil ya «uu caballo en la
Iileratura»), es mucho más difícil para un estudíame de literatura saber «qué es dine
ro» (y mucho más difícil todavía «el dinero en la literatura»). De hecho, esta nueva
cíase de tesis es solamente un rebrote de las antiguas tesis positivistas; pero, al paso
que el positivismo primitivo estaba motivado por un sincero respeto hacia la com
petencia, el neopositivismo de hoy quisiera asestar eí golpe de gracia a la competen
cia y preparación profesional.
5 Cfr. mi artículo en Modem Pbilologícal Quarterly: «Why Does Language
Change?», y la polémica resultante en Language XX, 45 y 245-
realizado por ei erudito y teólogo romántico Schldermacher, de que en fi|n.
logia el conocimiento no se alcanza solamente por la progresión gradual de
uno a otro detalle, sino por la anticipación o adivinación del todo.
«el detalle sólo puede comprenderse en función del todo y cualquier c\p;¡
cación de un hecho particular presupone la comprensión del conjunto»6, ]yj;
método de vaivén de algunos detalles externos al centro interno y, a la invet-
6 Cft. SCHLEIBRMACHER, Sarntl. Werke, III, 3, p. 343: «Über den Begriff der
Hermeneurik mil Bezug auf E A. Wolís Andeutungen und Asts Lehtbuch», discur
so pronunciado en 1828. Schleietmachet distingue cutre método «comparativo» y
método «adivinatorio», cuya combinación es necesaria en la hermenéutica; y diy¡.
diéndose la hermenéutica en dos partes, una «gramatical» y otra «psicológica»
ambos métodos deben emplearse en ambas partes de la hermenéutica. De los dos
métodos, es el adivinatorio el que exige el Zirkelschluss, Aquí hemos tratado dei-
«Zitkelschluss» en la adivinación de la psicología del autor; en lo que atañe a la «adi
vinación gramatical”, cualquier colegia] que intenta analizar un período ciceronktití
la empica constantemente; no puede comprender la construcción, si no es pasando1
continuamente de las partes al todo de la frase y del todo otra vez a sus partes.
El D l Lndwig Edelstein me ha llamado la atención sobte el otigen platónico del
descubrimiento de Schleietmachet. Es en el Fedón donde afirma Sócrates la impm-
tancia del todo para el conocimiento de las parres. Pudiera por ende parecer qlit
ando equivocado al adoptar el método «teológico» de Sclileiermachet y que mues
tro muy poco tacto diplomático al ptopugnat un método tan en desacuerdo con. ¿i;
método tradicional en las humanidades (cuando Dewey censuró a los humanistas.1
los residuos teológicos de su pensamiento, éstos se apresuraron a repudiar cualquier
preocupación teológica, al paso que yo me atrevo a proclamar; «Si, nosotros los
humanistas somos teólogos»). ¿No sería mejor, se me pregunta, señalar el irracional:
lismo inherente a cualquiet operación racional en j.as humanidades, que abogar pót-..:
el abietto itracionalismo religioso pot el que sienten profundo horror nuestras--.'.
Universidades seculares? M i respuesta es que Sócrates mismo eta un genio religioso- ■
y que a través de Platón pervive en gran parte del pensamiento cristiano. En cuan
to a la necesidad por parte del hombre de letras de valerse de la religión, cft. el con
cluyente razonamiento de Erich FRANK en su libto Phikthgical Undcrstandmg T
Rdigiom Truth (1945).
El punto de vista tradicional de la «viciosidad» del círculo filológico se man
ne desgraciadamente en el por otra parte brillante ataque «contra la manera biográ
fica en la critica literaria» (Publicaciones de la Universidad de California en Filología
Clásica XII, 288), por el profesor Harold Chemiss. En su argumentación contra ¡os
filólogos de la escuela de Stefan Geotge, que, aun no ocupándose de la biografía
externa de los artistas cree que la forma interna de la personalidad del artista puede
comprenderse en sus obras por una especie de intuición, escribe; «The intuitioti;
which discovets iu the wt¡rings of an author the “natural law” and '‘inwatd form” of
this personality, is proof against all objections, logical and philological; but, while
one must admic that a cettain native iusight, cali it ditect intellígence or intuition
as you picase, is tequired for understanding any text, it is, all rhe same, a vicious cir-
cle to intuir the nature of the author’s personality from bis writings and then to
sai del centro a otras series de detalles, no es sino la aplicación dcl «círculo
filológico». Después de todo, el concepto de lenguas romances, como basa
do ett-el-sustrato de un latín vulgar, y reflejándose en ellas bien que sin ser
Idéntico a ninguna, fue logrado por el fundador de la filología románica,
£)iex> discípulo del romanticismo, gracias precisamente a este círculo filo
¡EUetptcc those writiiigs iii accotdance with the “inner necessit/’ of that intuí red
persónalky. Moteover, once the intuición of the individual ctitic is accepted as the
ultímate basis of all interpretador!, the comprehension o fa litcraiy wotk becomes a
cíxftpletely ptivate affair, for the intuirion of any one intetptetet has no more objec-
tíve val idity tiran that o f any othet».
Yo cteo pot mi parte, que la palabta «intuición», con su deliberada implicación de
cualidades místicas extraordinarias por parte del crítico, vicia no sólo el razonamiento
de la escuela de Stcfan George, sino también el de sus contrincantes. El «círculo» es
vicioso solamente ajando a una intuición incontrolada se le permite ejercetse en las
obras litera tías, El procedimiento consistente en pasar de los detalles externos al cen
tro íntimo y a la invetsa no en sí mismo necesariamente vicioso. En realidad, la lec
tura «inteligente» que postula el profesor Cherniss sin definirla (si bien se ve forza
do a conceder un poco a regañadientes que es «a ctriain native insight, cali it dírect
intelligence ot intuirion as yon picase») está basada precisamente en el mismo áten
lo filológico, El comptcndet una ftase, una obta de arte o la fotma interna de una
mentalidad artística implica en gtado creciente movimientos irtacionales que, en
gtado creciente, también deben set controlados pot la razón.
HlsiDEGCIER, en Sén undZeit, I, 32 («Verstehen und Auslegung»), demuestra que
roda «exégesisx- es circular, es decir, una aptehensión intelectual (un asir con el enten
dimiento) que no es otra cosa que una anticipación del conjunto que líos da «exis
tencia]mente»: «Zuhaiidenes witd inuner schon aus der Bewandtnisganzlieit het vets-
tanden... Die Auslegung gründet jeweils in einet Vorsicht, die das in Vorhabe
Genommene anf eíne bestunmte Ausiegbatkeif hin "anschneidcr”... Auslegung ist nie
ein votaussetzimgioses Etfassen cines Votgegebenen... Alie Auslegung, die
Vetstandnis beistellen solí, muss schon das Auszulegende veistanden haben... Aber in
diesem Zirkel ein vitimum sehen und mch Wegen Ausschau halten, ihn zu vermeiden, ja
thtt auch nur ais unvermeidliche Unvollkommcnbeit “empfinden'y heisst das Verstehen
von Grundaus missverstehen (eí subrayado es del autot)... Das Entschcidendc ist nicht
aus dern Zirkel hetaus, sondetn in íhn nach det techteii Weise hineinmkommen...
In ihm vetbitgc sich eine positíve Moglichkeit utsptünglichsten Etkennens, die ftei-
lieh in echter Weise nur dann ergriffén ist, wenn die Auslegung vetstanden hat, dass
ihrc etste, standige und letzte Anfgabe bleibr, sích jeweils Vorhabe, Vorsicht und
Votgtiíf nicht dntch Einfalle und Volksbegriffe votgeben zu lassen, sondetn in deren
Ausarbeiiung aus den Sachen selbsr het das wissenschaftlicheThema zu sichetn. Det
“Zirker irn Vétstehen gehótt zur Sttukmr des Sinnes, welches Phánomen in, det exis-
tenzialen Vetfassung des Daseins, im auslegenden Verstehen verwurzelt ist».
Esta «Vorsicht», esta anticipación del todo es particularmente necesaria para la
compresión de escritos filosóficos. Franz R o sen z w eí G «Das neue Denken» (en
Kkinere Schrifun, 1937) escribe: «Las ptimetas páginas de los libros filosóficos son
tenidas pot el leetot en especial consideración [...] Piensa que ellos (rales libros) debie-
lógico que le permitió situarse en ci centro del fenómeno «lenguas roman
ces»; mientras que su predecesor Raynouard, al identificar una de las varie
dades romances, el provenzal, con el proto-romance, se encontró en unj
posición excéntrica, desde la que era imposible explicar satisfactoriamente
los rasgos exrernos del romance, lom ar algunos rasgos externos del lengua-
ran ser “especialmente lógicos” y enriende por lógica que cada frase depende de h que
le precede, de suerte que, si la famosa única piedra es arrancada, “todo se derrumba'».
En realidad, donde menos sucede esto es en los libros filosóficos. Aquí, una frase no sev
sigue de la que le antecede, sino mucho más probablemente de la que le sucede [...],
los libros filosóficos rechazan esa estrategia metodológica de ancien-régime; tienen qii¿S
ser contestados a lo Napoleón, en un denodado ataque contra el cuerpo principal del y:
enemigo; y, después de la victoria eti este punto, las pequeñas fortalezas caerán por
mismas». (Debo esta cita al artículo de Kurt H. WotF, «The Sociology o f Knowledge»¿;
en Philosophy ofScience, X: Wolf llama a este comprender por anticipado «actitud cen¿
tral»; «In our everyday social interacción we constantly practice the cenrral-attitudíí
approacb without which we could not “know” how ro behave toward orher pernos,':
or how ro read a book, ro see a picture, or to play or listen to a piece ofmusic...»). Lí¡
que describen Heidegger, Wolf y Rosenzweig es el método humanístico que denonm-/
ná Pascal «esprit de fincsse» (en contraposición al «esprit géome trique»). .■■■£;
Para los estudiantes de filología románica formuló Grober la idea del círculo
filológico (sin mencionar expresamente la palabra «círculo») en Grdber’s Gmndriss.
1/3 (1888): «Absiehtlosc Wahrnehrnung, unscheinbare Anfánge gehen dem zielbc-;
wussten Sucben, dem alkeirigen Erfássen des Gegensrandes voraus. lin sprungwei-
sen Durchmessen des Raumes bascht dann der Suchende nach dem Ziel. M k eínem
Schenia unfertigtr Ansichten über ahniiche Gegenst'ánde scheint er das Ganze erfas-
sen zu konnen, the Natur und Teiíe gckannt sind, Der vorschnellen Meinung folgt
die Etnsicht des Irrtums, nur langsam der Entschlsiss, dem Gegenstand in Ideme.rs
und kleinsten vorsichtigen Schritten nahe zu kommen, Teil und Teilcben zti bes-
chanen nnd nichi 7.u ruhen, bis die Überzeugung gewonnen isc, dass sie riur so nn¿
nicht anders aufgefnsst werden müssen».
Respecto al lingüista comparatista que establece sus «leyes fonéticas» fundándo
se en «etimologías evidentes», las cuales, a su ve/,, se basan en «leyes fonéticas», tam
bién es verdad que se mueve dentro de un círculo, según Jas palabras de Zupitza, en
Zeitschr. fitr vergleich, Spmcbtmíenschafi, XXXVII (1904), p. 387: «Unserc wissens-
cbafr kommt ñus einem kreislauf nicht heraus: sie geht von evidenten gieicb ungen
ans, entnimmt diesen ihic gesetzc und priift an diesen gesetzen jene gleichungen,
dic ihre grundlage bilden». Y basta la en se fian isa elemental de una lengna ha de
moverse dentro de un círculo: R. A. H a l l en Buli. o f the American University
Profmors, XXXI, 6, al abogar por d moderno «método directo» como más íitil que
el antiguo «método de lectura», escribe: -Whcn he (el estudiante) has learnt a suffi-
cient number ofexamples. tbe iingnistic analysis becomes simply a series o f obvions
deductions from whav he. has learn«!; it belps him to perceive tbt patterns inherení
in what he already knows, and tells him how far he can go in extending these pat-
terns ro new material». Esta inferencia de reglas no es otta cosa qne la anticipación
de un todo deducida de los ejemplos conocidos.
jC ele Rabelais como punto de partida para llegar al alma o centro espiritual
de Rabelais y volver, desde allí, en sentido inverso hasta los rasgos exter-
iiós de la obra de este artista, es el m ism o modus opemndi « modo de tra
bajar que el de aquel que, partiendo de algunos detalles de las lenguas romá
nicas, llega hasta el prototipo de un latín vulgar, y después, siguiendo un
orden inverso, explica otros detalles a la luz de este prototipo que ha admiti
do; o ei de aquel que por algunos de los rasgos externos fonéticos o semán
ticos de la palabra conundrum deduce su origen francés medieval, y por este
origen vuelve a explicar sus rasgos fonéticos y semánticos todos,
, Por supuesto que afirmar un alma rabelcsiana que crea de lo real en
dirección de lo irreal no constituye todavía todo lo que es de desear para
comprender la totalidad del fenómeno. L i entidad rabelcsiana ha de ser
integrada en una unidad superior y localizada en un punto de la trayecto
ria histórica, como hizo Diez maravillosamente con las lenguas romances
y como yo mismo en escala más modesta he tratado de hacer con calem-
hredmne-conundmm, Rabelais puede ser un sistema solar, que, a su vez,
forma parte de un sistema transcendente, que, igual a él, abraza a otros,
alrededor de él, antes de él y después de él, Debemos situarlo, como diría
el historiador de la literatura, dentro del entramado de la Geistesgescbicbte
o de la historia de las ideas, Ei poder de manejar las palabras como si las
palabras constituyeran un mundo de por sí entre realidad y la irrealidad,
poder que se da en Rabelais en grado singular, no puede haber brotado de
la nada, ni puede tam poco haber desaparecido después de él. Antes
de Rabelais encontramos, por ejemplo, a Pulci, quien en su Margante
Maggiore muestra particular predilección por las listas de palabras, espe
cialmente cuando presenta a sus graciosos caballeros dejándose llevar de la
manía de poner motes. Y la tendencia rabelesiana a hacer que el lenguaje
sobrepase la realidad, también en Pulci puede hallar su explicación. Cuando
éste nos vuelve a contar, con su humor semijocoso, la historia de la bata
lla de Roncesvalles, inmortalizada por Turoldo, vemos que los sarracenos,
en un abrir y cerrar de ojos, sucumben a los golpes de los caballeros cris
tianos. No se arredran ante la ordeij de morir, sino que en el acto afrontan
la muerte: no «crai o posemi o poscrilla. o posquacchera»', no «mañana, ni
pasado mañana, ni al día siguiente de pasado pasado mañana». En esta
serie de sonidos gorgoteantes, guturales, las voces crai y poscrai son autén
ticos reflejos italianos de las voces latinas eras y pósteras; en cambio, poscri
lla y posquacchera son térm inos creados por la fantasía popular7. Las ano-
matopeyas con que el lenguaje popula r gusta de juguetear, las ha empleado
aquí el poeta erudito con fines de arte grotesco. Podemos ver aquí el punto
exacto de la transición del lenguaje popular al literario, La fe de Pulci en
8 Ello «o quiere decir que jos juegos de palabras y repeticiones empleados por
Rabelais no deriven históricamente de los mismos recursos empleados por los
Santos Padres y escritores medievales. La graciosa etimología de Bornee = «(je tron-
ve) beau ce» y su reiteración de palabras como moine moinant de moinene, consti
tuyen recursos escolásticos; sólo que Rabelais los emplea <ie modo anrimedieval,
informándolos de un espíritu mundano y, ío más importante, con plena conciencia
de la autonomi» del «mundo de la palabra».
mes bien crus: penser juifi Pour les juifs! Par les juifs! Sons les juifs! Ríen
cl’autre! Tout le surplus immense des raots, les vtombissant verbiage socia-
litico-humanitaro-scientifique, rout le cosmique catafouillage de l’impéra-
tif desporique juif n’est que l’enrobage mirageux, le charabia farras ponssif,
ja sauce orientale pour ces encoulés d’aryens, la fricassée terminologique
pour rite, pour l’adnlation des “áveulis blancs”, ivrognes tampants, intou-
chables, qui sen foutrent, á bite que veux-tu, s’en mystifient, s’en baffrent
a crevet». «¡Pensamiento “social”! Esto quiere decir en la práctica, en térmi
nos mondos y lirondos, pensamiento judío, para los judíos, por los judíos,
bajo los judíos! ¡Esto y nada más que esto! Toda la demás palabrería, toda
la rechirriante verborrea sodalítico-humanitario-dentífica, todo el cósmico
perifoliaje del imperativo despótico judío no es más que la dorada envoltu
ra espejística, la algarabía farragosa y asmática, la salsa oriental para estos
pasmarotes de arios, la bazofia terminológica pata reír, para la adulación de
los 'abúlicos blancos’, horrachos rastreros, intocables, que se hartan a qué
quieres boca, se mixtifican y se atiborran hasta reventar.»
Aquí, evidentemente, la creación verbal, que es ella misma «un vrom-
bissant vetbiage», una rechit riante verborrea (para emplear el neologismo
aj iterativo de Céline), tiene implicaciones más escatológicas que cósmi
cas. El mundo de la palabra no es realmente más que un mundo de pala
bras ruidosas, sonidos chirriantes como los de tantas máquinas que atrue
nan el aire con sus estridencias sin sentido, ocultando bajo su estrépito el
temor y la rabia del hombre solitario en este mundo moderno condena
do a la ruina. Palabra y realidad marchan separadas. Realmente es esto un
voyage au bout du monde, un viaje al fin del mundo; y no al oráculo de
Bacbuc, sino al caos, ai fin del lenguaje como expresión del pensamiento.
Ai lado de la trayectoria histórica que hemos bosquejado (que podría
mos liamar la evolución de una idea, la de la «independÍ7,ación del lengua
je») y que está jalonada por las etapas Pulci-Rabelais-Victor Hugo-Céline,
corren paralelas o la cruzan otras trayectorias históricas con otros nombres
colocados en la escala histórica. Victor Hugo no es Rabelais, aunque puede
haber en Rabelais rasgos victorhuguescos y rasgos rabelesianos en Víctor
Hugo. Guardémonos de confundir una trayectoria histórica con un siste
ma solar que descansa en sí mismo. Lo que nos parece céntrico en Rabelais
puede ser periférico en Victor Hugo y a la inversa. Todo sistema solar, único
en sí mismo, indefinible (ineffabile) hasta cietto punto, se halla cruzado por
distintas trayectorias históricas de «ideas», cuya intersección crea el clima
particular en que madura toda obra grande literaria; exactamente igual que
el sistema de una lengua, está hecho a base de la intersección de diferentes
trayectorias históricas del tipo calembredaine-conundrum.
Así, nuestro punto de partida fije una trayectoria histórica particular, la
etimología de una determinada familia lingüistica, y en ella encontramos las
pruebas de un cambio de clima histórico. Después estudiamos el cambio de
todo un clima histórico expresado en las innovaciones, lingüísticas y litera
rias, de dos épocas distintas (el siglo XX y el siglo XVI) para llegar, finalm
te, a afirmat teóricamente sistemas autosuficientes: las grandes obtas de
determinadas por diferentes desarrollos históricos y reflejando en todos Sll’
detalles externos, tanto lingüísticos como literarios, su respectivo «sol» cen
tral. Es obvio que en este ensayo no me ha sido posible presentaros más qu
ejemplos dispersos, cuyas conclusiones be cargado y quizá sobrecargado con
h experiencia resultante de cientos de rales «travesías de ida y vuelta
emprendidas todas ellas bajo la dirección de íos mismos principios, pero con
destino cada una a un término impredecible, Mi método personal ha con
sistido en pasar de la observación del detalle a unidades cada vez más
amplias, que descansan en creciente medida en la especulación. Es, 3 m¡
modo de ver, el método filológico, inductivo, que pretende mostrar la
importancia de lo aparentemente fútil, en contraste con el procedimiento
deduct ivo, que comienza por supuestas unidades dadas, y que es más bien d
método seguido por los teólogos, quienes comienzan desde arriba para
tomar el camino de descenso hacía el laberinto terrestre de los detalles, yp0f
los matemáticos, que tratan sus axiomas como si fueran revelados por Dios.
En filología, que se ocupa en lo meramente y totalmente humano, y estudia
los aspectos interdependientes y entrelazados de los asuntos humanos, el
método deductivo es aplicable solamente como comprobante del principio
descubierto por la inducción, que descansa y se apoya en la observación, ;:
Por .supuesto que el intento de descubrir significación en el detalle9, e(:
hábito de tomar un detalle lingüístico con la misma seriedad que el significa-
do de una obra de arte, o, en otras palabras, la acritud que considera todas las:
9 No he podido muchas veces menos de preguntarme cómo se la,? arreglan los histo
riadores de la literatura paca sentar afirmaciones tan universales y absolutas, como acos
tumbran hacer, sobte la totalidad de la obra literaria de un poeta y de un periodo, sin des
cender a los detalles de los textos (y ¡o mismo a los detalles lingüísticos). Vienen muy bien
aquí las palabras' de Goethe (Einleitungin áie Pmpy!/len) sobre Ja «Anschammg» necesaria ,
para la percepción de las obras artísticas: «Uní von Kunsswetl«n eigentlich und mit wah-
rcm Nutren fiir steh und ándete zu sprechen, solke es freilich mu Gegenwart derselben
geschehen. Alies kommt aufs Anschauen an; es kommt darauísn, das bei dem Worte,
wodurch man ero. Kunstwetk zu eriautetn hofft, das Restimmieste gedacht werde, weil
sonst gat mchts gedacht wtrd. Daher geschieht es so oft, das derjenige, det iibet
Kunstwerke schreibt, bloss im AJlgemeinen verweilr...».
Idén tico parece habet sido el sentir de Santayana respecto a la filosofía. En The Muidle
Spiin, p. 155, nos dice lo siguiente sobre la costumbre de sns discípulos de Harvard duran
te ias últimas decadas del siglo XJX: «I doubt that the texts were much studied direedy in
those days at Harvard. The undetgraduates wete thinkíng only o f examinations and relied
on summaries in the histories o f philosophv and on lectute notes... Pbilosophy can be
communittued only by being evoked: the pupils mind must be engaged diaketiaúly in
the discussion. Otherwi.se, all that can be taught is the literary histoi'y o f pbilosophy, that
is, the pbmses that varions philosophers have rendeted lámous. To conceive what those
jj^nifotacicmes del hombre como igualmente serias, es una consecuencia de
I ¡)rme convicción preestablecida -del «axioma del filólogo- de que los deta
lles no son una agregación casual de material disperso que ninguna luz deja
¡relucir, jgj filólogo ha de creer en la existencia de una luz en lo alto, en «post
'inibila Phoebus» (tras las nubes se esconde el sol). Si no abrigase la convicción
de que al final de su camino está esperándole un trago vivificante de un licor
iiáno, no habría comenzado su trabajo; «no me buscarías si no me hubieras
va encomiado», dice el Dios de Pascal. De esta suerte, el pensamiento huma
nístico, pese a la distinción metodológica que acabo de hacer, no se halla can
completamente desvinculado del pensamiento teológico como generalmente
se cree, No es puro capricho del azar que «el círculo filológico» fuera descu-
hierco por un teólogo, que está avezado a armonizar lo discotdante y rastrear
: ta belleza de Dios en este mundo. Esta actitud se tefleja en el término acuña
do por Schleiermacher « Wdtanschaming»; «die Welt anschauem1Q, contemplar
y conocer el mundo en su detalle sensible. El filólogo, por tanto, continuará su
estudio de lo pequeño, potque en lo microscópico ve lo microcósmico: y
practicará aquella «Andacht zum Kleinen» o cariñosa atención a lo pequeño,
íjuerecomendaba Jacob Grimm. Irá llenando sus papeletas con datos y ejem
plos, en la esperanza de que una luz superior, derramándose sobre ellos, per
filará las claras lineas de la verdad, El hurrunista cree en el poder otorgado a
!á mente humana de estudiarse a sí misma. Cuando en el hombre de letras,
cuyo fin y cuyo instrumento son idénticos entre sí, se quiebra la fe en la mente
humana, como instrumento y como fin, ¿que otra cosa puede significar esto
sino que hay crisis en las Humanidades, si no es que debo decir en las
Divinidades? Y ésta es la situación actual. Un hombre sin confianza en la inte
ligencia humana es un ser incompletamente desattollado; ¿y cómo un hom
bre así puede ser humanista? Solamente podrán restaurarse las Humanidades,
cuando depongan los Humanistas sus actitudes agnósticas, cuando vuelvan a
humanizarse y compartan la creencia de aquel rey humanista y teligioso de
Rabelais: «la sabiduría no penetra en un alma malévola; y la ciencia sin con
ciencia no es más que ruina del alma» o, volviendo al dicho agustiniano, «no
se entra en la verdad más que por la puerta de la caridad».
phrases meant ot could mean wonld rcquii'e a philasophicaJ imaginarioti in the public
which cannot be cíemanded, Ali that usually exists famiiiarity with current phrases, and
a shock, perbaps of pícased curiosky but more often o f alarm and repulsión, due to the
hererodoxy of’any different phrases». Huelga añadir que una «historia literaria» que se
contenta con !a simple enumeración de las «frases» (sean célebres o no) empleadas pot un
escdtot (filosófico o de otro género), sin establecer ninguna clase de relación entre aqué
llas y el resotte principal de la inspiración del escritor, es historia literaria... falsa.
10 Según Gundolf, en su ensayo sobre .Schleierimehet. En cambio, segdn A. GóTZC,
Euphorixm (1924), este término no fue forjado por Sehleiermachet, sino que se trata
de una creación de su época.
A m a d o A l o n s o (1896-1951), nacido en Lerfn (Navarra),' estudió Filosofía y
Letras en Madrid y colaboró en el Centro de Estudios Históricos dirigido por
Ramón Menéndez Pidal. Iras cuatro años de lectot en Hambutgo, regresa a
España en 1924 y se reintegra en eí Centro de Estudios Históricos, donde im p a r
te docencia. En 1927 se marcha a Argentina a ocupar el catgo de director del
Instituto de Filosofía de k Universidad de Buenos Aires. En 1946, ttas un inci
de me desagradable con el régimen de Perón, Alonso decide marchar a los Estados
Unidos para ocupar, hasta su muetre, la prestigiosa cátedra de español de j;j
Universidad de Harvard. Miembro muy prominente de la estilística española.
Amado Alonso es autot de una vasta obta, de sustrato eminentemente lingüístico.
Este susttato alcanza ei primer plano en los ensayos de Estudios lingüísticos. Temas
españoles (1961), dedicados a geografía lingüística, diactonía y adstrato, semiolo
gía, o a «Noción, emoción, acción y fantasía de los diminutivos», y de Estudios lin
güísticos. Temas hispanoamericanos (1967), sobte geografía fonética o «Ame- -
ticanismo en !a fotma intetiot del lenguaje». Le alcanzó la muerte en Estados '
Unidos cuando completaba De la pronunciación medieval a la moderna en español'?.
(1955). En 1938 publicó, junto a Pedro Henrícjnez Uteña, una Gramática
¡Una decisiva para la formación, en la década de los cuarenta, de miles de est l i
diantes latinoamericanos. En ella define el lenguaje literario, distinto del otal, con
una hetmosa tautología y una indicación mistérica: «el que cultivan los escritores
en sus obras. Requiere aprendizaje especkl», Tautología y esotetismo es, quizá, io
que quepa achacar a su modalidad de lectura estilística, cuyo ftuto más visible fijé
el libto Poesia. y estilo de Pablo Neruda. Interpretación de una poesía hermética.
(1940). Tautología (ciiculaiídad y petición de principio) porque de la lectura del
texto poético derivaba matrices psicológicas que luego perseguía de nuevo en el tesó
lo, ya de manera analítica, buscando y encontrando rasgos de estilo que supues
tamente confirmaban la matriz propuesta. Así, el arranque de «Galope muerto»
(Residencia en la Tierra) le provoca esta insólita paráfrasis citculat: «eí tema es Sa
incesante agitación de la vida y del mundo, sin sentido, sin fotma, un puto caso,
sin meta, ni orientación ni trazado, “como la polea loca en sí misma”». Esotetismo
porque el hermetismo poético (léxico, retórico, sintáctico, temático) se resuelve
con una apelación al hermetismo psicológico (afectivo, espiritual) deí poeta. En
cualquier caso, un estudio seminal lleno de aciertos analítico-desct ipt ivos. Otras
lecturas (de Lope, Cervantes, Galdós, Valle-lnclán o Botges) se recogen en el libto
póstumo M ateria y form a en poesía (1955). Aquí se editó su celebre «Caita a
Alfonso Reyes sobte la estilística», invocación a los maestros (Saussure, Vossler,
Dámaso Alonso, Spirzet), y apología de un método que en otto lugar definía de
este modo: «la estilística de k lengua se ocupa de las sustancias afectivas, imagi
nativas, activas y asociativas que integran con k referencia lógica (significación) el
contenido total de una expresión, no en cuanto uso individual de una lengua [de
eso se ocupa k estilística del habla] sino como contenido comúnmente compartido
por todos los que hablan la lengua correspondiente». Su confianza un tanto exce
siva en la existencia de una significación lógica y en la función creativa de la expresión
es la cuota de ceguera que permite, quizá, sil lucidez.
Amado Alonso
Orta a Alfonso Reyes sobre la estilística*
que en la obra estudiada funcionan; y las estudia una por una y for
mando sistema, y, más aún, como órdenes integrantes de la construcción
t o r a l . Más materia estudiada: las experiencias biográficas y su transmu
tación-poética, y, en fin, los cinco filtros de los sentidos por donde entra
¡a materia del mundo que la alquimia poética transfigura saturándolo
todo de un nuevo e indestructible sentido.
Por último, como cada hombre es -en parte solamente- hijo de su
tiempo, como la época fija a cada artista las condiciones exteriormente
determinadas en que podrá ejercer su libertad creadora, entran necesaria
mente en la composición de una obra literaria ideas, temas, movimientos
^ maestrías deí oficio, corrientes culturales y fuerzas históricas cuya pre
sencia comprobamos, ya positiva, ya negativamente, en todos los artistas
¿oetá»eos y aun en la vida social de su tiempo, y que por eso reconoce
mos como de existencia extraindividual o supraindividual, comunal,
social, histórica. Los más hermosos trabajos de la crítica tradicional ver
san sobre estos aspectos, y si usted, querido Alfonso, quiere acordarse de
algunos -sobre Cervantes, sobre Dante, sobre Rabelais-, verá cómo va
aumentando el valor concedido a un autor a medida que se le comprue
ba como un exponente dinámico y como una suma energética de su tiem
po, La estilística se aprovecha ávidamente de estos estudios y, al tratarlos
ella misma, Ies da su sesgo particular: la estilística ve al poeta como una
energía hacedora. Y puesro que la otra crítica pone en primer plano cuá
les■son las fuerzas históricas y sociales que se juntan y armonizan en el
autor estudiado, io que ía estilística antepone es ía armonización de esas
fuer/as, qué es lo que el autor hace con ellas, cómo funcionan en la obra
constructivamente, como valiosos materiales en los actos estéticos y de
creación. Y si ía crítica tradicional desenreda y aclara qué es lo que su
sociedad y su tiempo han dado al escritor, la estilística, complementaria
mente, estudia con qué nueva potencia se lo devuelve y qué le añade. Pues
si, en parte, la historia hace a nuestro autor, en parte también nuestro
autor hace la historia. Con los riesgos de todo esquema podríamos llegar
a esta fórmula: toda creación artística resulta de la conjunción de lo indi
vidual y libre con lo social y dado; admitiendo ambos polos, la crítica tra
dicional se ha especializado en lo social; la estilística, en lo individual,
De todo esto, querido Alfonso, ya ve usted claro una cosa; que la esti
lística no pretende petulantemente declarar caduca a la crítica tradicio
nal; reconoce su alto valor y aprende de ella; sabe que en el análisis de la
obra de arte no todo se acaba con ía delicia estética y que hay valores cul
turales, sociales, ideológicos, morales, en fin, valores históricos, que no
puede ni quiere desatender. Y con la misma claridad se ve lo que pre
tende y su justicia: complementar los estudios de la crítica tradicional
haciendo ahora entrar un aspecto que estaba desatendido. Y no un
aspecto más, sino el básico y específico de ia obra de arte, eí que da valor
a todos los demás, Por eso la estilística, además de estudiar temas
vos, sigue estudiando con igual amor todos los viejos, sólo que lo haCt.
desde su punto de vista. Por ejemplo, siempre se han estudiado las fuen_
tes de un autor o de una obra, o -lo que es equivalente- el origen de |a,
ideas reinantes en un periodo literario. Pero se ha hecho por intereses
históricos, para fijar procedencias. Éste es el punto de llegada de la crít¡.
ca tradicional. Para la estilística es el punto de partida, y se pregunta;
iqué ha hecho con estas fuentes mi autor o mi época? Para usar la vieja
comparación; estudiando la miel, la crítica tradicional establece en qué
flores y de qué prados ha libado la abeja; la estilística se pregunta: ¿cómo
ha resultado este producto heterogéneo con todas sus procedencias, cuál
es la alquimia, qué originales y triunfantes intenciones le han dado vida
de criatura nueva? O volviendo a la comparación de la estatua; la crítica
tradicional estudia las canteras de que procede el mármol; la estilística,
que es lo que el artista ha hecho con él.
Este ejemplo de las fuentes literarias nos dice que la estilística toma
su nombre de uno de los procedimientos de estudio más eficaces, pero
no el único: el de las peculiaridades idíomáticas de un autor, l a estilísti
ca estudia un sistema expresivo y su eficacia estética -po r decirlo así, !a
operatoria de la creación literaria-, e intención expresiva y poder estéti
co hay también en la estructura entera y en la calidad de sus materiales
(me agrada ver que aquí se justifica la igualdad croceana: expresión i
creación), Por eso no todos los estudios estilísticos tratan de peculiari
dades idiomáticas; hasta hay autores, como los ingleses I. A, Richards y
j. Middleton Murry, cuya crítica tiene estos caracteres que atribuimos á
la estilística, y que, si bien de vez en cuando se valen de! análisis de los
modos idiomátkos, no lo hacen de manera metódica. Desde luego, tam
bién los estudios que usted mismo ha emprendido bajo el título general
de E l envés del tapiz, según la preciosa muestra que me ha mandado, son
estilísticos, y ¡de qué privilegiado valor con sus revelaciones sobre el
modo de operar y funcionar el sistema expresivo propio! 'También yo, en
mis estudios estilísticos, me estoy ocupando muchas veces de aspectos de
la obra que no son precisamente la forma idiomática (ya verá usted den
tro de unos días mi libro sobre Pablo Nemda), y lo mismo ocurre en los
estudios de Dámaso Alonso, de Karl Vossler, de Oskar Walzel, de Leo
Spitzer. Pero, de todos modos, k forma idiomática es de imprescindible
estudio, y, cuando le llega su turno, se la ha de estudiar metódicamente
y con competencia técnica. Yo fe diré a usted un punto de vista personal
que me gusta recalcar; no creo que se pueda concebir la obra de arte sin
atender a la importancia primordial que tiene el placer de ir haciéndola,
El artista tíos transmite con su criatura una pálida sombra del placer
estético que él va teniendo al hacerla. Este placer de creación —nada con
tradictorio con lo que se suele llamar «dolor de la creación artística»—se
va objetivando él mismo con la construcción entera, pero también, y
fí¡uy eficazmente, con el andar de la palabra: con el estilo. Para no poner
más que nn ejemplo concreto, el ritmo se justifica poédeamenre como
expresión, objetivación y procedimiento contagioso del placer dinámico
ík la creación. Por eso, el estudio del estilo es el medio más eficaz para
actualizar el placer estético de la creación artística en su marcha viva para
revivirlo o reexperímentarlo. También es verdad que hay multitud de
tests doctorales que se ocupan especialistamente nada más que del lado
jéjíómático de una obra o de nn autor, y que, por sí mismas, no provo
can una gran estimación por la nueva disciplina. Pero es que esas tesis, a
lo sumo, no son más que trabajos auxiliares para un verdadero estudio
estilístico. La estilística estudia el sistema expresivo entero en su funcio
namiento, y, si una estilística que no se ocupa del lado idiomático es
incompleta, una que quiera llenar sus fines ocupándose solamente del
lado idiomático es inadmisible, porque la forma idiomática de una obra
o de un autor no tiene significación si no es por su relación con la cons
trucción entera y con eí juego cnalirativo de sus contenidos.
D á m a so A l o n s o (3898-1990), filólogo y crítico literario nacido
en Madrid, se vinculó muy joven, como poera, a ios movimicrit0s
de vanguardia, en su línea purista. Miembro destacado de la Gene
ración del 27, su poesía, formalista y culta, se liberó, prosódica
mente, rras ia guerra civil, y adoptó una singular futirza neotto-
mántica {Hijos de la iva, 1944). Su carrera como filólogo comenzó
pronto, como colaborador del Centro de Esrudios Históricos de
Madrid, dirigido por Ramón Menéndez Pida!, a quién sucedió tu
el cargo. Catedrático de íireratun desde 1939, y de filología romá
nica desde 1940, Alonso se acabó conviniendo en el filólogo mij
influyente de España. Su adaptación personal de 1a estilística crocea-
na y vossieriana, filtrada por cierto ioruicionismo husseriiano y
teñida de un humanismo católico de corte agónico-cxistenciaS, je
condujo a una hermenéutica tan positivista, pegada a las recurren
cias esrruct.urales dei texto, como mistérica, respetuosa a ingredien
tes inefables que sellan la originalidad de! texto, identifican el esti
lo del aiiror, aunque yacen más allá de los «límites de k estilística^?
Su primej- estudio influyente fue La lenguapoética de Góngora (193Sjí¿;
rodaría apresado en un cientificismo positivista y estrueturalista,.(íg
claro origen sanssiireano. Esta orientación barroca de su mirata';-'
determinada por la pulsión gongorina y/o roaliarraeana de las está
ticas del 27, lo vincula al revisionismo historicista que < ínerson y
Eiiot fomentaron en Inglaterra, con sus lecturas de ía poesía metaí
física. Más adelante, m 1950, Alonso publica su obra maestra.
Poesía española. Ensayo de métodos y limites estilísticos, (Garalasój:
Fray Luis, San Juan, Góngora, Lope, Quevedo) en la que ya es triÜÍ
clara la influencia husserliana, más determinantes la nociones cís;
intuición y forma inrerior. Según Alonso, la esrilísdea debe atender
a la dirección que va del significado al significante, lo cual supone
una invitación tanto ai idealismo expresionista como a ia bunque-
rixación semántica del sujeto: «individuiini estineffabíle». Este ries
go se asume, con descarada destreza, en un cuerpo de lecturas extra
ordinarias, llenas de rigor filológico, perspicacia analítica, solvencia
comparatista, plasticidad y emoción. Otras obras críticas de impor
tancia son; Ensayos sobre poesía española (1934), Poetas españoles con
temporáneos (1952), Góngora y E l Polifemo (1961), Primavera tem
prana de la literatura europea: Lírica, Epica, Novela (1961), Cuatro
poetas españoles (1962) o En torno a Lope (1972). Maestro decisivo,
su papel seminal en la fundación de una escuela esriíísrica, integra
da, entre otros, por Amado Alonso o Carlos Bousoño, no lo con
vierte, necesariamente, en responsable de los errores de sus discípu
los, Las reacciones reóricas conrra Alonso, de múlriple signo, no
siempre son conmensurables con la erudición, densidad teórica y
finura exfígetica de sus escritos.
O m aso Alonso
El signo lingüístico como objeto de la estilística*
Iodo el análisis en que se basa este libro exige una clara comprensión
J L. b s términos «significante» y «significado» en el valor con que los
empicamos aquí.
Es evidente que «significante» y «significado» proceden de la termi
nología de Saussure. Pero el lector comprenderá enseguida cuán insalva
ble abismo nos separa de la teoría saussuriana.
No se trata de discutir el genio de Saussure, ni la utilidad, la fertili
dad de sus innovaciones. Sería estúpido. Él demostró que la portentosa
investigación del siglo XIX se mov/a, en realidad, sólo por los aledaños de
¡a verdadera ciencia del lenguaje. Con sus nuevas perspectivas llenó de
contenido la lingüística moderna. Las líneas que siguen muestran sólo
que al utilizar para nuestras indagaciones uno de los elementos del aná
lisis saussuriano nos damos cuenta de que Saussure no operaba sobre la
apariencia de un solo corte plano a través de esta masa profunda. Ahora
bien: para los fines del presente libro es indispensable, es primordial
atender a esa profundidad, a esa tercera dimensión1.
Partimos, pues, de las ideas de Saussure acerca del «significante» y del
«significado».
Son. conceptos muy conocidos. Por si este libro cae en manos de alguien
■que aún no ha leído el fundamental Cours de linguistique générale2 -base,
por aquiescencia u oposición, de casi toda la nueva lingüística- damos aquí
im extracto de su teoría, en el punto especia! que ahora nos interesa3:
E l, s ig n if ic a n t e c o m o c o m p l f jo d e s ig n if ic a n t e s parciales
Co m p l e jid a d d e l s ig n if ic a n t e e n p o e sía
veremos cómo las dos sílabas tur (turba y nocturnas) evocan en nosotros
especiales sensaciones de oscuridad fonética32 que nuestra psiqu e trans
F o rm a e x t e r i o r y f o r m a i n t e r i o r
que existe en la más modesta palabra, y aun en la menos apasionada de las elocu
ciones. Cada uno de estos significantes parciales {mediante la intuición del comple
jo significado) produce una respuesta en nosotros, es decit, a cada significante par
cial corresponde un significado parcial. Sólo apreciamos estos elementos en el habla
muy afectiva, porque allí son mucho más visibles.
16 La razón de que consideremos como significantes unidades muy largas (una
estrofa, un poema enteto, etc.) será comprensible a quien haya leído nuestra nota 5
de ia página 273. Es que la comunicación idiomática, troquelada en obra de arte,
tiene otras leyes: un soneto puede constar de varias frases; no cabe duda de que tiene
un sentido, en el que todas las pattes son necesarias; es decir, que es, en su totalidad, un
solo significante de un solo significado. Recuérdese ahora la arquitectura crinaría de
la Divina Commedia.
17 «Motivación del vínculo» no contradice la «arbitrariedad del vínculo». Son
perspectivas distintas.
«significantes», con sus resprectivos «significados». Téngase esto presen
te en las definiciones que van a seguir.
La «forma» no afecta al significante sólo, ni al significado sólo, sitio
a la relación de los dos. Es, pues, el concepto que del lado de la creación
literaria corresponde al del «signo» idiomático saussuriano. El análisis
anterior nos permite ver en la «forma» dos perspectivas:
Entendemos por «forma exterior» la relación entre significante y sig
nificado, en la perspectiva desde el primero hacia el segundo. Esa misma
relación, pero en. la perspectiva desde el significado hacia el significante,
es lo que llamamos «forma interior».
Los estudios de estilística, todos, y los míos propios y aun los de este
libro, están hechos preferentemente con la perspectiva de la «forma exte
rior», sencillamente porque es lo más fácil, porque en ésta se parte de rea
lidades concretas fonéticas. Los estudios en la perspectiva de la «forma
interior», que aquí alguna vez intentamos, son mucho más difíciles: se
trata en ellos de ver cómo afectividad, pensamiento y voluntad, creado
res, se polarizan hacia un moldeamiento, igual que materia, aun amorfa,
que busca su molde. El instante central d é la creación literaria, el pumo
central de mira de toda investigación que quiera ser peculiarmente esti¿: í
lísúca (y no andarse por las afueras) es ese momento de plasmaciórí
interna del «significado» y el inmediato de ajuste en un «significante», K:
La Estilística del futuro, si ha de ser algo, tendrá que atender por
igual a estas dos perspectivas: forma exterior y forma interior.
Tbeory o f IJtm tture, XIV, I («Style and Stylistics: Theoi'etical Discusión and
General Works», pp. 370-371). Véase también G. D e v o t o , Studi di Sti/istica,
Florencia., 1950, pp. 3-53 y nuestra breve exposición en «Sobre la enseñanza de la
filología española», Reí'. Nac. de Educación I (1941), pp, 34-37,
Por lo demás, en el presente libro no ha sido nuestra intención definir o criticar
en pormenor puncos de vista ajenos, sino exponer los propios. .Sólo, por sernos
imprescindible, criticamos en un apéndice la «estilísrica» sin «estilo» de Bally.
13 Cfr. La poesía de San Juan de k Cruz, Madrid, 4 9 4 2 , pp. 165-166. Por la
misma época, trabajando independientemente, habíamos llegado casi exactamente a
la misma formulación que Amado ALONSO: cfr. «The Srylistic Inrerpretation of
Literaiy Texrs», Modern Language Notes LVTI, pp. 489-496,
mismo. La tierna escena inmottal seguirá siendo un nódulo ardiente,
una enorme concentración de energía: hará palpitar, hará suspirar a
miles y miles de corazones humanos, estigmatizará súbitamente, cam
biándoles el curso vital, cambiándolos hacia las artes desconocidas, a
miles y miles de adolescentes una mañana de primavera, por un bosque
o por un jardín, con un libro en la mano.
Esa unicidad, esa inalienable peculiaridad, alma de la obra de arte,
eso es lo que intuye (con intuición más o menos viva y profunda) el lee-
tot, y ése es el objeto único de la indagación literaria. Ahí, en esa hura*
fia inalienabilidad, es donde reside el estilo de la obra, y ése sería el obje
to de la Estilística. Si ésta llegara a organizarse como ciencia sería la única
posible Ciencia de la Literatura.
Pero, mientras ranto, la Estilística, que no ha encontrado método
alguno para la aprehensión de lo «único» del objeto literario, no hace
sino separar en torno al núcleo del poema todo lo que es clasificaba
reducible a norma. Este modesto modo reflejo o indirecto de operar (en
el fondo del cual late una contradicción) puede tener-y de hecho tiene-
buenos resultados prácticos.
Pero, ¿nos limitaremos a aislar -para su investigación- elementos:
afectivos? ¿Quién podtía negar la importancia de lo afectivo en la indi?
vidualización de un estilo literario?
P r e s e n c ia d e l o a f e c t iv o
P r e s e n c ia d e l o im a g in a t iv o
Pero, si atendemos a la intuición total -aquí como una llama blanca, dul
cemente heridora- que la obra despierta en nosotros, ¿qué duda cabe de qué
en ella participan otros muchos elementos? De ios elementos afectivos hay
que separar los imaginativos. Es decii; aquellos en que reside la capacidad de
la obra literaria de suscitaren nosotros representaciones sensoriales. Entiendo,
pues, «imagen» como un concepto cuyo contenido puede atañer a cualquier
sentido humano: imágenes visuales, tacóles, auditivas, olfativas, etc.
No nos vamos a detener aquí, porque el análisis de estas suscitacio
nes imaginativas ha sido buena parte del análisis del presente libro, sobre
todo, cuando hemos aplicado el método general de indagación desde el
significante (como en nuestros capítulos sobre Garcilaso y Góngora).
Queremos, sí, sólo señalar como una perspectiva de los estudios esti
lísticos diferente a la afectiva, la reacción imaginativa producida por el
poema: aquélla moviliza estratos volitivos (aunque se trate de voliciones
especiales); ésta -la imaginativa-, utilizando datos de la memoria, nos
suscita imágenes sensoriales. Este aspecto suele ser confundido con lo
afectivo por los estudios de Estilística. La distinción es tan evidente que
no se comptende cómo se puede ignorar.
Este soneto tiene tres partes: en la primera digo cómo esta señora
reduce esta potencia a acto según la nobilísima parte de los ojos; en la
tercera digo esto mismo, según la nobilísima parte de su boca; y entre
estas dos partes va una partecilla, que es casi como una pedidora de
ayuda a la precedente parte y a ia siguiente, y comienza allí donde dice:
Jiiutcttemu donne. La tercera comienza allí donde dice: Ogne dolcezm. La
primera parte se divide en tres: en la primera digo cómo virtuosamente
hace gentil todo lo que ve, que es tanto como inducir Amor en potencia
donde no existe; en la segunda digo cómo reduce amor en acto en los
corazones de todos aquellos a quienes ve; en la tercera digo lo que des
pués virtuosamente obra en sus corazones. La segunda comienza allí
donde dice: ovella passa; la tercera, donde dice: e m i saluta... Después,
cuando digo Ogne dolcezza, digo lo mismo que dije en la primera parte,
según dos actos de su boca: uno de los cuales1es su dulcísimo hablar, y
otro su admirable risa; salvo que no digo de esto último cómo obra en
los corazones, porque la memoria es incapaz de retener ni esa risa ni su
operación»21.
Estos elementos, que consisten en orden, en expresión conceptual, en
ligazón, en subordinación, ¿no pertenecen al estilo de cada uno de los
sonetos? Más aún, quien compara los análisis conceptuales de los distin
tos sonetos hechos por el mismo Dante en la prosa de la Vita Nuava,
pronto comprende que la estructura del pensamiento del poeta sigue
siempre un peculiar proceso, es decir, que entre muchos de los desarro
llos particulares de cada soneto hay notables semejanzas22. Pues bien,
este elemento común pertenece, no ya al estilo de cada una de sus com
posiciones, sino al estilo del poeta.
Una indagación por la línea conceptual nos llevaría a ver reflejarse en
la expresión una forma de pensamiento: una filosofía espiritualista del
amor, en la cual la mujer es casi una alegoría; es la imagen sensible del
único amor, y por ella, por esta imagen, se asciende al amor divino, y
estamos en el tema de la D ivina Commedia. Y cada soneto (de los fun
damentales) es como una miniatura del largo poema. El pensamiento
filosófico del poeta, en cuanto expresado, pertenece también a su estilo.
* Texto tomado de J. COH KM, Estructura del lenguaje poético, trad. Martín
Blanco Áivarez, Madrid, Credos, 1974, pp. 43-50.
1 El último de los grandes retóricos. Sus dos tratados, M anuel cLusique pour
l'étude des trapes (1822) y Des figures du discours autres que les trapes (1827), nos han
servido como obras de referencia.
la diferencia R j/R 2 es una diferencia form al, que en cnanto tal puede
ser idéntica en significados diferentes y diferente en significados idénticos.
Guando el poeta crea, pues, una metáfora, lo que inventa son los tér
minos, no la relación. Encama una forma antigua en una sustancia
nueva. En esto consiste su invención poética. El procedimiento está
dado, sólo falta utilizarlo. Es indudable que, en el curso de su historia,
el arte poética no ha cesado de inventar figuras originales, es decir, nue-
i/itsformas, pero, como en las demás artes, aquí 110 siempre son los mayo
res attistas los que forjan las técnicas renovadoras. E 11 la mayoría de los
casos se limitan a explotar el arsenal de las técnicas existentes. La figura
de invención no es, pues, original en su forma, sino sólo en los términos
nuevos en los que el genio del poeta lia sabido encarnarla.
Pero ocurre que algunas de estas realizaciones se repiten, entrando en
liso por el hecho mismo. Entonces tenemos las «figuras de liso», en las que
forma y sustancia, telación y términos, ya están dados. Así, en «flamme si
noire» (Racine) tenemos una fórmula aparentemente atrevida, peto que,
de hecho, nada tiene de invención. En su época, «llama» por «amor» y
«negra» por «culpable» eran de empleo corriente. Para el público culti
vado, la inteligibilidad era inmediata, con lo cual había desaparecido la
desviación, y con ella el efecto estilístico.
Si la figura es desviación, la expresión «figura de uso» implica una con
tradicción en sus términos, ya que lo usual es ía negación misma de ía
desviación. De hecho, si esta expresión tiene sentido, es porque existen
dos usos: uno general, extendido entre el conjunto de los miembros de la
comunidad lingüística; otto especial, reservado solamente a una parte de
dicha comunidad. Com o se sabe, dentro de la lengua existen sublenguas,
dialectos provinciales, argots o jergas, que pot su misma especificidad tie
nen un valor estilístico especial. El conjunto de las figuras de uso emplea
das por los poetas tienen un valor «noble», son un signo de dignidad lite
raria. Para el mensaje, decit «llama» por «amor» es llevar esta mención;
«soy poesía». De ello se sigue un «efecto» previsible, codificado pot la
retórica antigua. Así, según el Traite de stile de Mauvillon (1751), en la
serie de los sinónimos hay un término neutro, llamado «mediocre», rnien-
ttas todos los demás están marcados estilísticamente. Por ejemplo, «face»
(rostro) pertenece al estilo «sublime», «ftimousse» (cata, acepción fami
liar) al estilo «burlesco», mientras «visage» (cara, acepción corriente) es de
estilo «mediocre». Las metáforas en uso entre los poetas no hacen sino
añadit a la lista nuevos sinónimos, portadores (en atención a su empleo
reservado) de la especificación de «estilo poético».
Pero su poder, que, pot otra parte, pronto degenera en estilo «acadé
mico» o «amanerado», no pasa de ahí. Ahora bien, la poética antigua fue
confundiendo progresivamente «figura» y figura de uso, y el atte poéti
ca se redujo a explotar estas formas coaguladas o «clichés» disponibles.
Con G. Antoine se pueden distinguir dos clases de hechos estilísticos; a
unos los llama «de selección», a otros «de creación»2. El empleo de las figu.
ras de uso pone de relieve la estilística de selección. El poeta se limita a ele
gir entre las formas que le ofrece la lengua aquellas que —son las menos-
están marcadas por el signo litetario. La invención es nula, y el efecto
degradado, Se comprende que los modernos, y los románticos en primera
fila, hayan querido desembarazarse de aquellos oropeles caducos, No otra
cosa significa la expresión de Hugo de «guerra a la tetórica». Se refiere a ia
retórica fosilizada, a esas fórmulas ya hechas que obstruyen inútilmente el
lenguaje, 110 a la retórica viva y actuante, sin la cual no habría poesía.
La contienda de la metáfora tenace periódicamente. Ya La Bruyére
exclamaba: «Que ne dites-vons: il pleuti», y es conocida Ja diatriba de
Alcestes contta el soneto de Chontes. André Bretón replicaba más
recientemente: «No, señor, Saint-Pol Roux no quiso decir...; si lo hubie
ra quetido decir, lo habría dicho». Hay aquí una necesidad de volver al
lenguaje natural, una reivindicación de «literalidad», con la cual el
poeta cree conquistar métitos más elevados. La poesía no se resigna
fácilmente a no set más que lina forma de lenguaje, una derta manera
de hablar. C om o la ciencia o la filosofía, quiete ser expresión de verda
des nuevas, descubrimiento de aspectos ignorados del mundo objetivo,;
con lo cual comete un error mortal. La poesía 110 es ciencia, sino arte,
y el arte es forma, y nada más que fotma. El poeta es dueño de revelar
verdades nuevas. Una vez más, no es ésta la razón que le convierte éft
poeta. Por definición, el lenguaje natural es la prosa. La poesía es leii-
guaje de arte, es decir, artificio. Y algunos de los poetas de hoy que
creen hablat el lenguaje natural se verían muy sorprendidos al ver que,
si el análisis se dignase aplicarse a sus obras, hallaría en ellas las figuras
tradicionales, tales como metáforas, silepsis, anacolutos, latgo tiempo
ha inventariadas y clasificadas por la retórica clásica. Las «figuras» nó
son adornos vanos. Constituyen la esencia misma del arte poética. Ellas
son las que liberan la carga poética encubierta en el mundo, a la que la
prosa retiene cautiva.
Según Valéry, Mallarmé parece haberse dado perfecta cuenta de
esto: «Dentro de la reflexión de Mallarmé, las figuras -qu e común
mente desempeñan un papel accesorio, que no parecen intervenir más
que para ilustrar o teforzar una intención y que, semejantes a adornos
de los que la sustancia del discurso puede prescindir, parecen adven
ticias—se convierten en elementos esenciales en el orden del lengua- :
je » \ Y aún más: «Las rimas, las aliteraciones, pot nn lado, y por otro
las figuras, tropos, metáforas, 110 son aquí detalles y adornos del dis
curso que se puedan suprimir; son propiedades sustanciales de la obra:
6 De tout ce que j'a i dit de moi que reste-t-il / J a i conservé defaux tréson dans des
annoirei vides. Paul ÉLUARD, «Comme deux gouttes d’eau» (1933), en Oeuvm
completes, Marcellc Dumas et Luden, (eds.), París, Gallirnard, «Bibliothéque de la
Pléiade», 1.1, 1968, p, 412,
1 Véase Le Peupk, de Jules Michelet: «Grande es la ambición de la mujer por la
limpieza, la vestimenta, la ropa de cama. Este último artículo es nuevo; el armario
de k ropa blanca, motivo de orgullo de la mujer campesina era desconocido por la
del obrero de las ciudades antes de ia revolución industrial de la que he hablado»
(cap. 111).
s En francés, or significa oro. ¡N . del T.]
pacotilla9?-. De hecho, el texto no es referencial: la contradicción exis
te solamente en el plano de la mimesis. Estas dos secuencias son varian
tes de «nada», la palabra clave de la respuesta. Son la constante de una
afirmación de decepción expresada de manera perifrástica y, si comuni
can la significación del dístico, es porque son el elemento constante de
; ésa afirmación,
La mimesis desprovista de contradicción pero manifiestamente enga
ñosa constituye un caso menor de agramaticalidad -com o contraparti
da, en ella se detecta una tendencia mayor a la repetición, una mayor
visibilidad del paradigma de los sinónimos. Es el caso de los versos si
guientes extraídos de «La muerte de los amantes» de Baudelaire:
12 Véase E co, 1976, p. 126: «Every ítem in the cade maintains a douhle set ofrela-
tíons, a systematk one with all tbe ítems o fíls own plañe (contení or expression) and a
signijying one with one or more ítems o f tbe correlatedplañe». [Cada elemento del códi
go mantiene dos tipos de relaciones: uno que atañe al sistema y le relaciona con todos
Jos elementos situadas en su mismo nivel (expresión o contenido) y otro que atañe a
la significación y le relaciona con uno o varios elementos del nivel correlativo.]
13 Tal y como la define Peirce, 5.484. Véase Eco, 1976, pp. 71-72, 121-129.
poética se caracteriza por las contradicciones entre las presuposiciones
vinculadas a una palabra y sus implicaciones. La competencia literaria14
igualmente necesaria: depende de la familiaridad del lector con los sis
temas descriptivos, los temas, las mitologías de la sociedad a la que per
tenece y, sobre todo, con los otros textos. Cuando hay condensaciones o
carencias en el texto -descripciones incompletas, alusiones o citas, por
ejemplo-, sólo esa competencia literaria le permitirá reaccionar de mane
ra adecuada, completar o restablecer las piezas que faltan conforme al
modelo hipogramdtico. Durante esta primera fase de lectura la mimesis
es captada enteramente, o, más exactamente, como ya he indicado, supe
rada: nada hace pensar que la percepción del texto, durante la segunda
fose, implique necesariamente comprender que la mimesis está fundada
en una ilusión referencial.
La segunda fase es la de la lectura retroactiva, durante la cual se forma
tíña segunda interpretación que podemos definir como lectura herme
néutica. A medida que avanza por el texto, el lector recuerda lo que acaba
de leer y modifica su comprensión en función de lo que está descodifi-
eanclo en el momento presente. A lo largp de toda su lectura, reexamina
"y revisa, por comparación con lo precedente. De hecho, practica una
descodificación estructural15: su lectura del texto le lleva a reconocer, a
fuerza de comparar, o simplemente porque ahora tiene los medios para
reuní ríos, que los elementos del discurso sucesivos y distintos, primero
percibidos como simples agramaticalidades, son de hecho equivalentes,
puesto que aparecen como las variantes de la misma matriz estructural,
El texto es entonces una variación o una modulación de una sola estructura
-temática, simbólica... poco importa-y esta relación continua en una sola
estructura constituye la significación. El efecto máximo de la lectura retro
activa, el apogeo de su función de generadora de la significación, inter
viene, claro está, al final del poema; la poeticidad es por tanto una fun
ción coextensíva al texto, ligada a una comprensión limitada del discurso
y encerrada en los límites esrablecidos por el íncipit y la cláusula (que,
retrospectivamente, percibimos como emparentados). De ahí esra dife
rencia capital: mientras que las unidades de sentido pueden ser palabras,
sintagmas o frases, es el texto entero lo que constituye la unidad de signifi
cación, Para llegar a la significación, el lector debe obligarse a superar el
IN DESERTO18
¡R Les pitons des sierras, les dunes du désert, / Ok ne potasejam ais un seul brirt d'ber-
be vert; / Im monis atix flanes zébrés de tuf, docre et de mame, / E t que l'éboulement
dejour enjour décharne; / Le givs plein de micas papillotant auxyeux, / Le sable sans
profit buvant lespleurs des eieux, / Le roeher refrogné dam sa barbe de ranee, / Lárdente
Los montes de laderas rayadas de toba, ocre y arcilla,
Y que el desprendimiento día tras día descarna;
5 La arenisca llena de micas parpadeantes,
La arena que sin provecho bebe e¡ llamo del cielo,
El peñasco enfurruñado en su barba de zarza,
La ardiente solfatara con la piedra pómez,
Están menos secos y menos muertos a la vegetación
10 Q ue Ja roca de mi corazón a las pasiones.
Dos factores, sin embargo, transforman este desfile metódico del pai
saje organizado punto por punto en un paradigma repetitivo de sir.ón;.
mos que designan imperativamente la desolación (a la vez moral y física).
La transformación es particularmente evidente si consideramos Mi-fvo
tivamente esta parte del texto en función del segundo polo de oposi- 1..,
—la última parte del poema—. El primer factor consiste en una seler.
de detalles visuales con connotaciones desagradables y que no son n¡.
sanamente típicos de la sierra (de todas formas, el lector no estará en
condiciones de reconocer su validez a menos que conozca España), j
detalles establecen un catálogo de connotaciones hostiles: así, la so
ra es más una invocación infernal traducida a un léxico paisajístico, que
una descripción de campos flégreos clara, precisa y asequible para la
mayoría de los lectores (aunque se trate de un detalle real); y lo mismo
respecto a las rocas descarnadas, motivo literario tradicional en las des
cripciones geológicas; los tres términos especializados (toba, ocre, arcilla),
solfatare avee la pierre-ponce, / Sont moins secs et moins mora aux végétatiom / Qt/ek
roe de mon coeur ne l'est auxpassions. /L e soleilde midi, sur le sommet ande, / Réptimi
h flots plombés su lumihe livide, / E t rkn nest plus lúgubre et d.ésoknt k voir / Que ce
grandjour frappant sur cegrand désespoír. ¡L e Uzardpétmé bMitte, etparm i l'herbe cuitt-
/ On entend résonner les pipetes en fuile. I La, point de marguen te au coeur étoilé d’or;:-
/ Point de muguet prodigue égrenant son tráor; / L¿t, point de violette ignorée et char-
mante, i Dans l'ombre se cacbant comme nn pále amante : / Alais ¿a broussaille roma
et le troné d'arbre mort, / Qne legenou du vent comme un areplie el tord; /L a, pos d'ot
seau cbanteur, ni d'abeiüe en voyage, / Pas de ramier p lain tif déplomnt son veiivagef!
M ais bien quelque vautour, quelque aigle monlagnard, / Sur le duque enflamniéfixant
son oeit bagard, / Et qui, du haut du pie oh son piedprcnd racine, /D an s l'or fauvedtí:
soir durement se dessine. / Tel élait le rocher qne Motse, au désert, / Toucha de sa baguen
te, et dont leflanc onvert, / Tressaillant tout il eonp, fitja illir en arcade f Sur les l!:vm
dn peuple unefrakbe cascade. / Ah, s'il venaita moi, dans mon aridité, / Quelque reine
des coeur, quelque divinité, / Une magicienne, un Moise femelle, / Traínant dans lev
déserts les penples apris elle, / Qui fiappát le rocher dans mon coeur enduró, / Comme
de l'autre roche, on en verrait aussi / Sortir en jets d ’argent des eaux ¿tincelantes, / Oit:
viendraient s’abreuver les racines des plantes; / Oh les pAtres errants condniraient leúñ!
tropeaux, / Pour se coueber a l'ombre etprendre le repos; / Oh, comme en un vivier, les
eigognes fidiks / Plongeraient letirs grands bees et laveraient leurs ailes.
dobletes técnicos de nombres de colores utilizados en pintura y de tipos
de suelo, pero, sobre todo, términos que todo el mundo encontrará
cacofónicos; o, finalmente, rayadas* (zébrés), que describe las capas y pro
bablemente sea correcto para los estratos, pero que igualmente -y tal vez
mejor- designa las huellas dejadas por el látigo.
El segundo factor de la semiosis que arrastra la representación hacia
iin sentido distinto, simbólico, reside en la forma en que el texto ha sido
construido: hasta los dos últimos versos no sabemos que se trata de una
comparación; sólo en ese momento los elementos cambian de función y
exigen una interpretación humana y moral. Ei suspense y ia inversión
semántica son fenómenos determinados por el espacio y el eje secuen-
ciaí, inseparables de la substancia material del texto y de su viraje para
dójico -el final regula la comprensión que el lector tiene del principio.
El segundo polo de la oposición es ci punto en que la semiosis gana
terreno {versos 29-44). Entre los dos encontramos dieciocho versos
totalmente descriptivos y aparentemente objetivos, que retoman la enu
meración de los rasgos físicos de la aridez. Por supuesto, esta objetividad,
iridiscutible en su propio terreno (versos 11-28), se ve negada después, o
subordinada a otra representación, pues el lector ha descubierto ya que el
conjunto del enunciado no es una descripción independiente que remi
teúnicamente a la verdad del mundo exterior, sino que participa de un
tropo. Todo el realismo depende gramaticalmente de una no-realidad y
ritj tiene en cuenta el desierto que en un principio habíamos considera
do reai (antes de comprender que se trataba de la primera parte de una
comparación), sino un desierto evocado con el fin de confirmar la metá
fora preparada por la comparación ¿a roca de mi corazón. Todo aparece
entonces como ostensiblemente derivado de un dato exclusivamente ver-
bal, el diché un corazón de piedra. El verso 29 presenta una alusión explí
cita a la asociación verbal subyacente que ha sobredeterminado, en el
contexto dei desierto, la imagen de la «roca de mi corazón»; una com
paración desencadena el desarrollo de un nuevo código centrado en la
ensoñadón de lo que el amor podría hacer de ese corazón reseco y cómo
podría hacer florecer ese desierto.
monocromos. Aliáis da su propia versión de la primera de las tres bromas. Los títu
los de los otros cinco «cuadros» funcionan de la misma manera que el que comen
to, pero plantean cuestiones ajenas a mi propósito.
atención es desviada por cierta circularidad, o en la medida en que seamos
capaces de detectar en el texto alguna característica que reconozca^
como un rasgo literario: una forma estilística o la forma de un contenió
-u n tema, por ejemplo-. El texto, entonces, «pasa» sin dificultad y, s¡ft
embargo, la modificación formal de la mimesis no es menos radical qUe j
que hemos detectado en nuestras bromas, y la semiosis no tiene más razón
de ser que en días, A título de ejemplo, citemos un pasaje extraído de un
poema de Desnos centrado en el color negro, que provocó muchas racio
nalizaciones líricas entre los críticos. Se trata de un retrato del locutor’
cabeza, corazón, pensamientos, periodo de vigilia y ahora sueño:
21 Un bon sontrneil ele boue íN ¿ du cafi et de la. ntiit et du charbon et du crípe ¿la
veuves / Et de cent milliom de ttigm i E t de l'étreinte de deux nign-s dans une mnbn é'
sapins / Et de l ’ébine et des multitudes de corbeaux sur les carnages. «Apparkion», en
Fortunes, Parfe, Gaiiimard, col. «Poésie», '¡942, p. 62. Este poema mereció e¡
siguiente comentario por parte de un crítico: «poema extraño, violento, fascinante,
que modula un largo grito» (Rosa B u c h O l l E, L'Évolution poétique de R. Desitós,
Bruselas, Acadénúe royale de la langue et iittératurc fran^aises, 1956, p. 156). De
¿farro (de boue) repite a la vez el origen (la arcilla de ¡a que está hecho el nuevo Adán)
y un hipogranuv. dormir de pie (dormir debout). Los detalles que acompañan a cuer
vos no son mim¿ricos, ni siquiera son palabras exactas en contexto, no son aquí más
que la hipérbole perifrástica del cuervo ideal y, por tanto, representan indirecta
mente un color negto ejemplar.
22 On vient de mourir ntaisje mis vivant et cependantje riaiplus d ’üme. Je ríaiplus
qu'un corps transparent a l ’interíeur duquel des colombes transparentes se jettem sur un
poignard transparent tenu p ar une main transparente. «La fóret dans la hache», en Le:
Revolver k cheveux blmtcs, 3932.
Eh este caso, estamos dispuestos a ignorar el sinsentido de la repro
potación porque la muerte es un tema eminentemente literario. No nos
rfíúíta difícil concebir que esta des-encamación es una manera muy legí-
nina representar la vida en el más allá.
P ro b e m o s con Mailarmé; nadie cuestionará la calidad literaria de sus
obras» Por ejcrnp l° Ia del soneto que empieza «Con puras uñas su ónix
ofreciendo muy aleo»23. La cuestión ni se plantea, porque, ante todo, el
desafío respecto a la mimesis nunca se lleva hasta e l extremo de que el lec
tor no pueda leer el poema como una representación. La complejidad lin
güística redime su circularidad, y la oscuridad hace menos estridente la
ausencia de ese simbolismo que debería ofrecernos una compensación
por aceptar tales desvíos en lugar de una i'eferencialidad directa. Aún más:
[a oscuridad disimula el hecho de que las implicaciones del texto tienen
tan poco alcance, son tan tenues, como en las de broma. El tono, el esti-
!o. marcan la diferencia. Pero esta diferencia depende de la actitud del lec-
,or, del hecho de que está más dispuesto a aceptar una suspensión de la
mimesis cuando no tiene la impresión de que intentan burlarse de él. En
realidad, en el interior del texto no hay diferencia, pues la estructura del
soneto de Mailarmé manifiesta la misma conversión que la q u e c n c o n -
¡r,íbamos en nuestras tres bromas o en los textos de Bretón y Desnos.
'■En el subgénero de la broma, una vez que se ha reído, el lector no
tiene medios para ir más allá de la risa, del mismo modo que no puede
ir más allá de la solución cuando ha resuelto un enigma. Tales formas se
destruyen por sí mismas una vez usadas. El soneto de Mailarmé permi
t e al lector seguir edificando mientras sus construcciones no sean total
mente incompatibles con el texto. La primera estrofa, «La Angustia a
medianoche», parece bosquejar una meditación sobre la vida o sobre la
creación artística. Eso parece tan serio que el lector se espera que el poema
trate de la realidad, física o conceptual, especialmente cuando el segundo
cuarteto presenta el interior familiar de un salón;
Postulados y definiciones
llarmd (en el verso 19, una enumeración de divinidades silvestres culmina en Chrysis
i Sylvain du Ptyxque l'hommc appelleJarticule). El mismo Hugo lo ignoraba codo del
hipotético ptyx - caracola; anteü había intentado con phtyx, neologismo inventado
en beneficio de la causa, pata que sonase a griego (véase La Légende des ¡Heles, Paul
Be.rret [ed,], París, Hachette, 1922, t, II, pp. 573, 576),
Con el fin de precisar más los términos m atriz y modelo, utilizaré un
ejemplo no demasiado pertinente en lo que a la poesía se refiere; SQS
limitaciones, no obstante, ponen de manifiesto su mecánica y lo hacen
completamente adaptado a los intereses de mis definiciones prelimina
res. Se trata de un enunciado de un verso latino de un jesuíta del siglo
XVII, Alhanasins Kirclicr32:
R e f e r e n c i a s b ib l io g r á f i c a s
B a r t h e s , R , (1 9 7 0 ) , S / Z P arís. S eu il,
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A n t o n io G a r cía B k k r ío (1 940) es en la actualidad catedral i-
co de teoría de Ja literatura y literatuta comparada en ]a
Uní versidas! Complutense de Madrid, y en su ya larga trayecto
ria docente ha sido profesor de gramática general y crítica litera
ria en distintas universidades españolas, asf como profesor invi
tado en prestigiosas instituciones académicas europeas y
norteamericanas. Tanto por la amplitud de sus intereses como
por la calidad de sus resultados, la extensa obta historiográfica y
critica de García Berrio ha contribuido decisivamente a la con
solidación en España de la teoria literaria como disciplina aca-'
démica. Sus estudios, que abarcan desde tratados fundamentales
sobre la historia de las ideas poéticas y retóricas, pasando por
una exigente aplicación a la tradición literaria hispánica de los
modelos de base lingüístico-textual, Jbasia destacadas monogra
fías sobte poetas y artistas contemporáneos, han obtenido reco
nocimiento internacional y han sido referentes en los estudios
Iketatios hispánicos de los últimos decenios. En García Berrio la
tradición de la escuela española de filología se subsume en un
ptoyeclo sistemático de modernización conceptual y metodoló
gica caracterizado por la integración de múltiples perspectivas
hislótico-ctílicas: de las tipologías textuales de Ía lírica renacen
tista y barroca a una interpretación exhaustiva de las formas de
la poelicidad que combina el análisis estilístico con la explota
ción de las estructuras antropológicas de lo imaginario que cris
talizan en las texturas retórico-figura!es del poema. En este sen
tido, los últimos trabajos de García Bertio contienen una
sugestiva reivindicación de las categorías criticas de la estilística de
raigambre idealista a travos de la revisión -via Dámaso Alonso-
del concepto romántico de «forma interior» en términos de poé
tica de lo imaginario y mkoanálisis. Una síntesis del diverso alcan
ce de sus aportaciones se encuentra en Teoría de la literatura
(1989; ^1994). En su producción bibliográfica sobresalen obras
corao Significado actual delformalismo ruso (1973), Introducción
a la Poética- clasicista (1975; a 1988), Formación de la teoría lite
raria moderna. I: La tópica horadan a en Europa; H: Teoria poéti
ca del siglo de Oro, 2 vols. (1977 y 1980), L a construcción imagi
naria en «Cántico» de Jorge Guillén (1985), [con T. Hernández]
Ut:poesispictura. Poética del arte visual { 1988), Forma interior. La
creación poética de Claudio Rodríguez (2001),
Antonio García Berrio
Impulso poético y forma interior en la creación de Claudio Rodríguez,*
C o n ju r o s , i a s e g u n d a o b r a : r e g u l a c i ó n d e i .a m e t a m o r f o s i s t e m á
t i c a A CARGO D E IA S ALEGORÍAS DEL ÉNFASIS VISIONARIO
D e p r in c i p i o a f in a l , e n C a si una ley en d a : c o n s t a n c i a e s q u e m á t i c a
DEL MITO Y FIGURAS EXPRESIVAS
lis raro, pero parece que nadie se ha ocupado de contamos cuál es,
exactamente, el objeto de la critica. H ay muchos críticos que puede que
lo hayan hecho, pero en su mayoría son aficionados. Eso es lo que, casi
siempre, han sido los críticos, aficionados, incluidos los mejores. No han
recibido preparación crítica, sino que sencillamente han emprendido
una tarea para la que no se requería ninguna cualificación específica. Es
ínás que probable que io que ellos llamaban critica cuando la produje
ron no lo sea realmente.
Hay tres tipos de individuos con preparación que podría parecer que
disponen de la competencia necesaria para la crítica. El primero es el pro
pio artista que debe reconocer el buen arte nada más vedo, pero su enten
dimiento es intuitivo más que dialéctico, no puede explicar correctamen
te la teoría de su objeto. Es cierto que los artistas literarios, por su dominio
del lenguaje, son mejores críticos de su propio arte que otros artistas. Es
posible que los mejores críticos de poesía de los que disponemos sean los
poetas. Pero podemos imaginar que el comentario de cualquier artista
sobre la obra es valioso mientras se ajuste a los aspectos técnicos, que cono
ce minuciosamente, y de los que ciertamente puede hablar si lo desea.
El segundo es el filósofo, que debería conocer en profundidad las fun
ciones de las bellas artes, Pero es muy posible que el filósofo vea mucho
basque y pocos árboles, pues su teoría es muy general y su conocimiento
de las obras de arte concretas no es constante ni íntimo, especialmente por
lo que se refiere a su conocimiento de los aspectos técnicos. Al menos eso
supongo, ya que los filósofos no han demostrado, escribiéndola, que sean
capaces de producir critica precisa. También tengo la sensación de que sus
atractivas generalizaciones se encuentran abiertas a la sospecha de encon
trarse más fundamentadas en. otras generalizaciones, las procedentes de su
previo bagaje filosófico, que en el detenido estudio de los particulares.
El tercero es el profesor universitario de literatura que, con la sofistica
ción necesaria, debería ser el auténtico profesional encargado de la activi
dad crítica. Com o crítico es algo inferior al filósofo y, tal vez, aunque no
del todo, al poeta, pero puede decepcionarnos más porque tenemos todo
el derecho a esperar mucho más de él. Los profesores de literatura están
II
1 Irving Babbit, W.C. Browneit y Paul Elmer More fueron los críticos más cono
cidos de esa escuela, en activo en Estados Unidos en las primeras décadas de este
siglo.
viación y una renovación grata para todos aquellos que se lamentaban tlt
que sus predilecciones literarias fueran ignoradas por los programas de estu
dios históricos. Pero, a la larga, dicha derivación demostró ser casi tan poco
literaria como los estudios de los que pretendía alejarse. Tras ella no se ocul
taba ninguna idea sorprendente.
Los Nuevos Humanistas eran, y son, moralistas. Más precisamente, se
trataba de historiadores y defensores de cierro sistema moral. La crítica es
un intento por definir y disfrutar de los valores estéticos o característicos de
la literatura, pero supongo que los «humanistas» se cierran ante lo «estéií-
co» tan celosamente como lo hacen los historiadores tradicionales. ¿En
alguna ocasión un «humanista» oficial ha manejado didio término? No lo
recuerdo. El término «arte» es un poco más ambiguo y se han valido de ello.
Después de siglos de un uso vago, el arte connota, para aquellos a quienes
les gusta, mucha seriedad y esa seriedad lleva, a su vez, a una ímtoconcien-
cia moral, una vigilancia interior y, finalmente, a Platón o Aristóteles. \v
Babbitt juega consistentemente con los términos de lo clásico y lo
romántico. Cada uno de ellos tiene varios significados, de manera que
Babbitt puede declararle la guerra a lo romántico por razones puramen
te morales. Su preocupación era ética, no estética. Resulta perfectamente
legítimo para los moralistas atacar la literatura romántica si pueden
defender su causa. Por ejemplo, si se basan en que se ocupa de las emo
ciones más que de principios, o si parten de que los autores se muestran
débiles, inmoderados, escapistas, poco filosóficos o, simplemente, ado
lescentes. Posiblemente, la objeción moral sea válida? el periodo román
tico sirve como testimonio de nn gran fracaso de adaptación a gran esca
la y defensa de esa inadaptación al entorno social y político, aunque, con
el consentimiento de los «humanistas», también testifica en ocasiones el
fracaso de la sociedad y del estado para sintonizar con las necesidades del
individuo. Pero, ciertamente, esa no es la acusación deT . $, Eliot, críti
co literario, contra el romanticismo. Si no me equivoco, es de carácter
estético, aunque no le interesara definirla detalladamente. En otras pala
bras, el crítico literario también tiene algo que decir sobre el romanticis
mo y podría ser algo así: que la literatura romántica es imperfecta en su
objetividad o «distancia estética» y que de esa imperfección procede su
debilidad estructural; que el poeta romántico no comprende plenamen
te la actitud estética y no es un artista puro. O podría tratarse de algo
más, Sería prematuro decir que cuando un moralista se ve obligado a
desaprobar ima obra, el crítico literario también tiene que desaprobarla.
A la excitación producida por la derivación humanista le sigue otra
procedente de la izquierda o de los proletarios, que también son deriva-
cionistas. La suya también es una derivación moral. Para ellos resulta tan
apropiado rebuscar la conciencia de clase en la literatura y hacer que ésta
sirva a la causa de su amada camaradería, como lo era para los humanis
tas el censurar el romanticismo y utilizar el tema y la exposición literaria
c0m0 ocasión para reivindicar el canon moral aristotélico. Quiero decir
que ambos son procedimientos del mismo tipo. Nunca puede tener
lúgar un debate entre un humanista y alguien de ia izquierda en térrni-
n0s estéticas puesto que los dos se encuentran inmersos en valores éti-
f0j, pero el debate en d ámbito ético sería tan animado y crearía seme
jante revuelo en un departamento de estudios ingleses que los profesores
se encontrarían en terreno resbaladizo y sus estudiantes derivarían de la
literatura unos intereses tan nuevos y sugerentes que les tentarían para
alejarse de los estudios programados.
Sin embargo, los moralistas, por distinguidos que sean, se parecen a
aquellos que lidian con los estudios históricos tradicionales en ámbitos
más puros o estéticos: no han conseguido ocupar una posición profesio
nal de importancia en los estudios anglosajones. En un departamento de
literatura inglesa, como en cualquier otro trabajo, el interés llega a ser
personal y en los departamentos más' antiguos y reputados los interesa
dos lian sido, uniformemente, caballeros que han pasado por el tamiz
histórico. Sus patentes son sus laborío,sos doctorados y publicaciones his
tóricas, Naturalmente, de manera bastante espontánea, tienden a perpe
tuar un sistema en el que el poder y la gloria les pertenece. Pero los pro
fesores de literatura inglesa de este país raramente disponen de mejores
credenciales que las logradas por el profesor Craue en su amplio campo,
el ssglo XVIíL Esto es lo que hace que su disensión sea significativa.
Realmente es una medida atroz que un departamento renuncie al res
peto por su propia identidad. Un departamento de literatura inglesa se
encuentra encargado del conocimiento y comunicación de la literatura, un
arte, aunque frecuentemente haya olvidado investigar la peculiar constitu
ción y estructura de su producto. Puede que los de literatura inglesa no se
consideren entecamente autónomos, sino lina prolongación del departa
mento de historia, con la posibilidad de declararse, ocasionalmente,
dependientes del departamento de ética. Es cierto que los estudios histó
ricos y de ética aglutinan objetos que por alguna razón se denominan artís
ticos. Pero los profesores 110 se tienen que preocupar por dio. I..a pasada
primavera, el jefe del departamento de estudios ingleses de una institución
fabulosamente equipada presentaba la siguiente objeción espontánea ante
una víctima que se consideraba perjudicada al ver forzadas sus propios
estudios en la dirección habitual: «Este es un lugar de estudios exactos y
usted quiere hacer crítica. Pues bien, aquí ño admitimos la crítica porque
es algo que cualquiera puede hacer». Pero nunca se debe hablar espontá
neamente desde una posición profesional. Es posible que esa declaración
traicionara un miedo privado que nunca debería haberse hecho público:
que no se puede ser al mismo tiempo crítico y exacto, que la historia ofre
ce una base más sólida que la estética y que, para ser sinceros, la crítica es
una tarea dolorosa para mentes que quieren estar muy seguras sobte las
cosas. N o era ésa la actitud con la que trabajaba Aristóteles para llegar a la
crítica en, al menos, una rama de las letras, ni es ésa la actitud de valiosas
mentes jóvenes que están intentando afinar su aparato crítico para con
vertirlo en una herramienta de precisión, más en esta década que uunca.
No todo el mundo puede hacer crítica. Por ejemplo, cuanto más emi
nente (como historiador) sea un profesor de inglés, menos apto será para
producir una crítica decente, a no ser que se ocupe dcl trabajo histórico de
otro profesor en cuyo caso no se trata de ctítica litetatia. Es posible que dicho
profesot no carezca de juicio estético al respetar una obra antigua, especial
mente si entta dentro de «su periodo», puesto que habrá sido juzgada pot
autoridades que, a su ver, disfruten de su respeto, Al tener que enfrentarse
con una obra nueva dudo que sea capaz de enconttat algo especial que dedr.
1a crítica contemporánea no está, en absoluto, en las manos de quienes diri
gen los estudios de literatura inglesa. I..a literatura contemporánea, dado que
raramente ofrece la posibilidad de realizar los comentarios históricos hab¡4
tuales, se ve casi obligada a pasar por estudios críticos, si es que pasa, y a ser
considerada, a duras penas, como un campo apropiado para estudios serios/
Ahí está la literatura contemporánea, espetando su crítica ¿Dónde:
están los profesores de literatura? Están regando sus propios jardines, elu-¡
cidando la historia literaria de sus respectivos periodos. Lo mismo ocurre
con sus mejores estudiantes. Los que salvan la situación y rescatan a la;
literatura contemporánea de la humillación de tener que quedarse sin crí
tica son aquellos que han tenido que abandonar la universidad antes de
tiempo potque se sentían rodeados de metos historiadores, o aquellos que
terminaron todos los cursos, soportaron el castigo, pero fueron lo sufi
cientemente duros como para no dejarse absorber ni malcriar, Son críticos
hechos a medida, Estos aficionados que llenan nuestras revistas y estudios
críticos no son demasiado brillantes, peto cuando destacan, las universi
dades de las que salíeton apenas pueden reclamar algo más que una
pequeña participación en los honotes.
No ocurre lo mismo en economía, química, sociología, teología y arqui
tectura. En esos campos se da por supuesto que la crítica de los resultadas es
la prerrogativa de aquellos que tienen una ptepatacíón formal en su teoría y
técnica- El método histórico es útil y puede aplicarse con facilidad a cualquier
actividad humana, pero sil ejercicio no se convierte en una obsesión para el
personal universitario que trabaja en otros campos; sólo los que trabajan con
la literatura desean convertirse en puros historiadores. Esto ha ido demasiado
lejos como para invalidar la utilidad de un equipo departamental mayot, posi
blemente, que ningún otro y las abundantes ayudas de que disfrutan.
III
IV
1^ fa ia c ia i n t e n c i o n a l
II
III
Hay dos reglas de oro en ía ética que no son menos doradas para la com
posición que para la vida. 1. Conócete a ti mismo. 2. Venérate a ti mismo.
Éstos son los términos lógicos de la serie ya citada. Ahí tenemos una con
fesión de cómo se escribían ios poemas que nos podría servir como defini
ción de ía poesía en tanto que «emoción recordada en tranquilidad», algo
que un joven poeta podría tomar literalmente como regla práctica. Tómese
una pinta de cerveza, relájese, salga de paseo, no piense en nada concreto,
contemple las cosas, ríndase a sí mismo, busque la verdad en su propia alma,
escuche el sonido de su voz interior, descubra y exprese la vraie vérité.
Probablemente todo esto sean excelentes consejos para los poetas. La ima
ginación juvenil encendida por Wordsworth y Carlyle posiblemente se
encuentre más próxima a la producción de un poema que la mente de un
estudiante disciplinada por Aristóteles y Richards. Es posible que el arte de
inspirar a ios poetas o, al menos, de incitar a algo parecido a la poesía en los
jóvenes, haya ido en nuestros días más lejos que nunca. Los libros de escritu
ra creativa como los producidos por la Lincoln School son tina prueba inte
resante de lo que pueden hacer los muchachos. Sin embargo, todo esto podría
parecer qne pertenece a un arte separado de la crítica, a una disciplina psico
lógica, a un sistema de autoayuda, al yoga, que e! joven poeta hace bien en
reconocer, pero que es totalmente diferente ai arte público de evaluar poemas.
Coleridge y Arnold eran mucho mejores críticos de lo que lo han sido la
mayoría de los poetas y si la tendencia crítica marchitó la poesía de Arnold
y Coleridge, no resulta inconsistente con nuestro argumento, es decir,
que enjuiciar poemas es diferente al arte de producirlos. Coleridge nos
dejó la clásica historia «anodina» y nos contó lo que pudo sobre la géne
sis de un poema, lo que él llamaba «curiosidad psicológica», pero sus
definiciones de la poesía y de la «imaginación» como cualidad poética,
podremos encontrarlas en otras partes en términos muy diferentes.
Sería extraordinario si las claves de la escuela intencional, como «since
ridad», «fidelidad», «espontaneidad», «autenticidad», «originalidad», pudie
ran equipararse con términos del tipo «integridad», «relevancia», «unidad»,
«función», «madurez», «sutileza», «adecuación» y otros aún más precisos
para la evaluación, es decir, si la «expresión» siempre significara logros esté
ticos. Peto no es asi.
El arte «estético», según el ptofesot Curt Ducasse, ingenioso teórico
de la expresión, es la objetivación consciente de los sentimientos, de la
que forma parte intrínseca el momento crítico. El artista corrige la obje
tivación cuando no es la adecuada. Pero esto podría significar que el
intento ptevio de objetivación de la identidad no tuvo éxito o «también
podría significar que se trató de una objetivación exitosa de la identidad
que, al presentarse ante nosotros con claridad, rechazamos y repudiamos
en favor de otra». ¿Cuál es Ja no tina que seguimos para aceptar o techa-
zar la identidad? FJ profesor Ducasse no lo dice. Sin embargo, sea cual
fuere, esa norma es uno de los elementos en la definición del arte que no
puede ser reducido a términos de objetivación. La evaluación de la obra
de arte sigue siendo pública. La obra se mide frente a algo externo a su
autor.
IV
Hay cierta critica de poesía y psicología del autor que, aplicadla al presen
te o al futuro, adopta la fotma de promoción inspiradora; pero la psicología
del autor también puede set histórica y, por otra parte, nos encontramos con
la biografía literaria, un estudio legitimo y atractivo en sí mismo, una aproxi
mación a la personalidad, como indicara el profesor Tiüyatd, siendo el poema
sólo una aproximación paralela. Ciertamente no es preciso ver una intención
despectiva en el hecho de señalar, dentro del ámbito de los estudios literarios,
la diferencia entre los estudias personales y los poéticos. Ahora bien, existe é
peligro de confundir los estudios personales y poéticos y se suele cometer
ei ertot de escribir sobre lo personal como si fiiera poético,
la s evidencias internas y externas pata el significado de un poema son
diferentes. Que lo interno (1) sea también público es sólo una paradoja ver
bal y superficial; se descubre por medio de la semántica y de la sintaxis de
un poema, por medio de nuestro conocimiento cotidiano del lenguaje, de la
gramática, los diccionarios y toda la literatura fílente de esos diccionarios y,
en genera], por medio de todo lo que constituye un lenguaje y una cultu
ra. Así como que lo externo (2) sea privado o idiosincrásico y no fotme
parte de la obra en tanto que hecho lingüístico: se trata de revelaciones (en
diarios, por ejemplo, en cartas, en conversaciones) sobre cómo o por qué el
poeta escribió el poema (a qué dama, mientras estaba sentado en qué jar
dín o a la muerte de qué amigo o hermano). Existe un tipo de evidencia
intermedio (3) que se refiere al carácter del autor o a significados privados
o semiptivados vinculados con palabras o temas de un autor o del grupo al
que pertenece. El significado de las palabras es la historia de las palabras y
la biografía de un autor, su utilización de una palabra y las asociaciones que
conlleva para él, forma parte de la historia y el significado de dicha palabra.
Pero ios tres tipos de evidencia, especialmente la (2) y la (3), se funden en
otra tan sutil que no siempre resulta fácil marcar 3a frontera entre ejemplos
y, por lo tanto, se plantea una dificultad para la crítica. La utilización de evi
dencias biográficas no tiene que implicar intencionalidad porque aunque
pueda ser una evidencia de las intenciones del autor, también puede serlo
del significado de sus palabras y del carácter dramático de su declaración.
Pot otta parte, puede que nada sea así y que el critico interesado por las evi-
dendas de tipo (1) y, moderadamente interesado por las del tipo (3), gene
re a latgo plazo una clase de comentario diferente al del crítico preocupado
por el (2) y el (3) donde confluye con el (2).
Todo el deslumbrante desfile en The Road to Xanadu dcl profesor Lowe,
por ejemplo, transita a lo largo de la frontera que separa a los tipos (2) y (3)
o valientemente traspasa la romántica región del (2). «Kubla Khan», indica
Lowe, «es el tejido de una visión, pero todas las imágenes que surgen de su
entramado han pasado antes a través de ella y puede parecer que no hay
nada accidental o fortuito en su reaparición.» N o resulta suficientemente
claro, ni siquiera cuando ei profesor I.owe explica que hay cadenas de aso
ciaciones, como átomos unidos, que son arrastradas en complejas relacio
nes con otras cadenas dentro del profundo pozo de la memoria de Cole
ridge y que conviven y surgen como poemas. Si no hay nada «accidental y
fortuito» en la manera en que las imágenes vuelven a la superficie, eso sig
nificaría que (1) Coleridge no podría producir lo que no tenia, que estaba
limitado en su creación por lo que había leído o experimentado, o (2) que
habiendo tecibido ciertas cadenas de asociaciones, se viera obligado a devol
verlas de la manera en que lo hizo y que el valor del poema pudiera descri
birse siguiendo las experiencias de las que había bebido. Puede que no se
acepte el último par de proposiciones (una especie de asociacionismo har-
deriano que el ptopio Coleridge rechazaba en Biographía), pues ciertamen
te hay ottas combinaciones, onos poemas, mejores o peores, que pudieron
haber sido escritos por personas que hubieran leído a Bartram, Purclias,
Bruce o Milton. Y esto es cierto sin importar lo que queramos añadir al bri
llante complejo de la lectura de Coleridge. En algunos adornos (como la
frase citada) yen los títulos de los capítulos, como «La formación del espí
ritu», «La síntesis mágica», «Imaginación Cteatrix», puede que el profesor
Lowes haya querido decir más sobre los poemas de lo que realmente ha
dicho. Hay una variedad un tanto engañosa en los sofisticados títulos de los
capítulos* Esperamos ptogresar hacia una nueva etapa de la argumentación
y lo que nos encontramos es con más y más fuentes, así como la insistencia
sobre «la naturaleza torrencial de las asociaciones».
«Wohin der Weg?» es lo que cita ei profesor Ixswe como motivo de su
libro. «Kein Weg! Ins Unbetretene.» Podríamos decir que, precisamente por
que la manera es unbetreten, nos aleja del poema. Los Trnvels de Bartram
contienen bastantes datos referentes a la historia de ciertas palabras y de cier
tas concepciones flotidianas que aparecen en «Kubla Khan». Y un alto nr
ceniaje de esa historia ha permanecido y pasado a formar parte de la pfoh'
materia de nuestro lenguaje. Tal vez, alguien que haya leído a Bai trarn ab
cié más eí poema que quien no lo haya hecho o que, buscando ei vocabul
rio de «Kubla Khan» en el Oxford English Dictionary o leyendo algunos de
los libtos que allí se citan, alguna persona pueda conocer mejor el poema
Pero añadiría muy poco al poema saber que Coleridge había leído a Banrarn
Hay un amplio sentido de la vida, de las experiencias sensoriales y mentales
que se encuentra detrás de un poema y que en nmchos casos lo provoca'
pero nunca es necesario ni preciso conocerlo para la composición verbal y
por consiguiente, intelectual que es el poema Para todos los objetos de nues
tra variada experiencia, para cada unidad, existe una acción de la mente que
corta las raíces, que difumina el contexto, de lo contrario nunca tendríam®
objetos, ideas o cualquier otra cosa de la que hablar.
Es posible que no haya nada en el amplio libro del profesor Lowe qi¡e
suponga un detrimento en la apreciación que cualquiera pudiera tener de
The Ancknt M arín er o de «Kubla Khan», A continuación presentamos un
caso en el que la preocupación por las evidencias del tipo (3) va tan lejos
que distorsiona la visión que tiene el ctítico del poema (aunque es un caso
110 tan obvio como otros que abundan en nuestras revistas de crítica).
En un conocido poema de John Donne aparecen estos cuatro versos:
S i uno lee estas palabras con oído alentó y es sensible a sus repenti
nos cambios de movimiento, el contraste entre el Támesis real y su
visión idealizada en una época anterior a que fluyera a través de una
megalópolis se encuentra sutilmente transmitido por el propio movi
miento, reconozcamos o no su procedencia en Spencer.
tÁ'FALACIA AFECTIVA
II
III
IV
: Se puede distinguir entte los que dan cuenta de lo que la poesía Ies-
provoca y los que fríamente investigan lo que provoca en ofl'os. Los inves
tigadores más resueltos entre estos últimos han terminado en la asepsia de
Ibs laboratorios poniendo a prueba con Fechner los efectos de triángulos
v rectángulos, investigando qué tipo de colores sugiere un verso de Keats,
ó midiendo la respuesta motora que provoca su lectura. Si los animales
pudieran leer poesía, el crítico del afecto podría realizar descubrimientos
análogos a los de W. B. Cannon en su Cambios corporales ante el dolor, el
■hambre, el miedo y ¡a ira: el incremento en la libetación de azúcar por el
hígado, ía secreción de adrenalina por las glándulas. El crítico del afecto
hoy puede, si lo desea, medir el «reflejo psicogalvánico» de personas
expuestas a una película, pero, como indica Herbert J. Muller en su
Science an d Criticism'. «los estudiantes han demostrado una “emoción”
sincera al ser mencionada la palabra “madre” , si bien el galvanómetro no
mostró cambio corporal alguno. Tampoco han mostrado emoción ante la
palabra “prostituta”, aunque el galvanómetro mostró alteraciones».
Thomas Mann y un amigo salieron de una película llorando copiosa
mente, pero Mann utilizaba ese incidente para defender su idea de que el
cine no eta arte: «El arte es una fría esfera», La distancia entre los diver
sos niveles de experiencia psicológica y el reconocimiento del valor sigue
siendo grande ya sea dentro o fuera del laboratorio. Del mismo modo, la
teoría general afectiva, en el nivel literario, por las propias implicaciones
de su programa, ha producido muy poca crítica, El autor del antiguo Peri
Hypsous se muestra más débil cuando intenta explicar que la pasión y lo
sublime son el paliativo o la excusa (alexipharmaka) de metáforas atrevi
das y que las pasiones que convergen son el lenitivo o el remedio (pana-
keia) ante semejantes audacias del habla, como la hipérbole. La litetatura
de la catarsis se ha ocupado de preguntarse histórica y teóricamente si
Aristóteles se refería a metáforas médicas o decorativas, si el genitivo que
sigue a katharsis se refería a la cosa purgada o al objeto purificador.
Incluso la temprana práctica crítica de I. A. Richards tiene poco que ver
con su teoría sinestética. Su Practical Criticism dependía, principalmente,
de dos importantes principios constructivos de la crítica que Richards
había descubierto y sobte los que insistía: (1) que el ritmo (si ditecto, vaP
expresión de la emoción) y la forma poética en genetal se encuentran ínii
mámente conectados e interpretados por otras partes más precisas del sig
nificado poético; (2) que el significado poético es inclusivo o múltip|c v
pot lo tanto, sofisticado. Esta última cualidad de la poesía puede ser cj
correlato objetivo del estado sinestético afectivo, pero en la crítica apl¡C3_
da no parece haber mucho espacio para la sinestética ni para los p a c e
ños detalles que la componen.
Por otro lado, la declaración de algunos lectores de qise un poema o un
cuento induce en ellos imágenes vividas, sentimientos intensos o un mayor
grado de conciencia no puede ser refutada ni tenida en cuenta por el crí
tico objetivo, La información puramente afectiva es o demasiado psicoló
gica o demasiado vaga. Los sentimientos, como clatamente indicó Hegeij
«son afectos puramente subjetivos en mí, en los que se disuelve la materia
concreta encerrada en un círculo de máxima abstracción». La única cosa
constante y ptedccible tespecro a las imágenes vividas que experimentan
los lectores más eidéticos es, precisamente, su vivacidad, como puede com
probarse si se le pide a nna ciase de estudiantes normales que ilustren un
cuento o si consultamos la última edición de un clásico de Navidad del
que ya tuviéramos conocimiento con ilustraciones de Howard Pyle o de
N .C . Wyerh, La vivacidad no es algo que se encuentre en la obra por lo
que pueda set identificada, sino el resultado de una estructura cognitiva
que es la cosa. «I.a historia es buena», como suelen decir los estudiantes en
sus trabajos, «porque lo deja todo a la imaginación». La opaca acumula
ción de detalles físicos de algunas novelas realistas ha sido apropiadamen
te denominada pot Middíeton Mutry «la falacia pictótiea».
Algunos teóricos, especialmente Richards, han indicado algunas de las
dificultades de la crítica afectiva al señalar que no es la intensidad de la emo
ción lo que caracteriza a la poesía {posiblemente den mejor cuenta de ello el
asesinato, los robos, la fornicación, las carreras de caballos, la guerra o inclu
so el ajedrez), sino ía sutil cualidad de emociones establecidas que fu ncionan
en el nivel sotettado de la disposición y la actitud. Disponemos de teorías
psicológicas sobre la distancia estética, la desfamilíanzación o la indiferencia,
con una crítica basada en estos principios que ya ha dado grandes pasos hacia
la objetividad. Si la teoría de ía vivacidad imaginativa de Eastman aparece
hoy principalmente en las encendidas páginas de la sección de libios de los
periódicos, la campaña de los semiólogos y las equilibradas emociones de
Richards, en lugar de producir su propia escuela de crítica afectiva, han con
tribuido notablemente a la creación de recientes escuelas de análisis cogniti-
vo, paradoja, ambigüedad, ironía y símbolo. No siempre es cierto que las
formas cognitiva y emotiva de la ctítica resulten tan diferentes. Si el crítico
afectivo (evitando tanto las formas psicológicas como abstractamente psico
lógicas) se aventurara a establecer con cierta precisión lo que hace un verso
.-como «nos llena de una mezcla de melancolía y reverencia ante la antigüe
dad»-, tal afirmación sería anormal o falsa, o sería la descripción de lo que
es el significado del verso: «el espectáculo de la enorme antigüedad en rui
nas», «Ligrimas, raras lágrimas» de Tennyson, dado que trata de una emo
ción que el hablante, en un primer momento, parece no entender, podría
considerarse un poema especialmente emotivo. «I.a última estrofa», indica
Brooks en su reciente análisis, «evoca una intensa respuesta emocional del
lector.» Pero esta afirmación no forma parte, realmente, de la ctítica de
Brooks respecto al poema, sino que da cuenta de su gusto por él. «I.a segun
da estrofa» -podría haber dicho Brooks en un momento anterior de su aná
lisis- «ñas ofrece la vivida comprensión momentánea de felices experiencias
pasadas que nos entristecen ante su pérdida.» Pero tealmente escribe: «La
con ju n ción de las cualidades de la tristeza y la frescura se ve teforzada pot el
' Hecho de que el mismo símbolo básico -la luz sobre las velas de un bateo-
haya sido empleado para sugerir ambas cualidades». La distinción entre
ambas formulaciones puede parecer mínima y en el primer ejemplo que
liemos presentado puede no tener ninguna importancia. Sin embargo, la
diferencia entre formulas emotivas traducibles y otras más psicológicas y psi
cológicamente vagas “ intraducibies cognitivamente- resulta de una gran
importancia teórica. I.a distinción, aunque sea sutil, se encuentra en la línea
divisoria entre caminos que llevan a puntos opuestos en la crítica, hada la
objetividad clásica y hacia la psicología del lector romántico.
El crítico cuyas formulaciones se inclinen hacia lo emotivo y aquel
que lo haga hacía lo cognirivo, a largo plazo, producirán un tipo de crí
tica muy difetente.
Cuanto más específico sea el análisis de la emoción inducida por un
poema, más próximo estará a las razones de dicha emoción y al propio
poema y será más fiable como análisis de los que puede inducir el poema en
otros lectotes suficientemente informados. De hecho, proporcionara el tipo
de información que permitirá a los lectores respondet ante el poema. No
tratará de lágrimas, angustias ni onxjs síntomas psicológicos, ni de senti
mientos de ira, alegría, calor, frialdad, ya sean intensos o vagos, sino de som
bras distintivas y relaciones entre objetos de la emoción. Es precisamente
aquí donde el crítico literario encuentra una ventaja insuperable respecto al
sujeto del experimento de laboratorio y tespecto al tegistrador de las res
puestas del sujeto. El crítico no contribuye a la creación de informes esta
dísticos sobre el poema, sino que es un maestro, explica sus significados. Sus
lectores, si están atentos, no se conformarán con aceptar lo que dice como
un testimonio, sino que lo someterán al escrutinio de una enseñanza.
L a e v a l u a c ió n
Se dice que a fuerza de ascesis algunos budistas alcanzan a ver uti pai
saje completo en un haba. Es lo que hubiesen deseado los primeros ana
listas del relato: ver todos los relatos del mundo (tantos como hay y Ha
habido) en una sola estructura: vamos a extraer de cada cuento un mode
lo, pensaban, y luego con todos esos modelos haremos una gran estruc
tura narrativa que revertiremos (para su verificación) en cualquier relato:
tarea agotadora («Ciencia con paciencia, E l suplicio es seguro») y final-:
mente indeseable, pues en cila el texto pierde su diferencia. Esta dife
rencia 110 es evidentemente una cualidad plena, itrcductible (según una
visión mítica de la creación literaria), no es lo que designa la individua
lidad de cada texto, lo que lo nombra, lo señala, lo rubrica, lo termina;
por el contrario, es una difetencia que 110 se detiene y se articula con el
infinito de los textos, de los lenguajes, de los sistemas: una diferencia de
la que cada texto es el retorno. Pot lo tanto, hay qne elegir: o bien colo
car todos los textos en un vaivén demosttativo, equipararlos bajo la mira
da de la ciencia in-diferente, obligarlos a reunirse inductivamente con la
copia de la que inmediatamente se los hará derivar, o bien devolver a
cada texto no su individualidad, sino su juego, recogerlo --aun aotes de
hablar de él- en el paradigma infinito de la difetencia, someterlo de
enttada a una tipología fundadora, a una evaluación. ¿Cómo plantear
entonces el valor de un texto? ¿Cómo fundar una primera tipología de
los textos? La evaluación fundadora de todos los textos no puede prove
nir de la ciencia, pues la ciencia no evalúa; ni de la ideología, pues el
valor ideológico de un texto (moral, estético, político, alético) es un valor
de representación, no de producción (la ideología no trabaja, «refleja»).
Nuestra evaluación sólo puede estar ligada a una práctica, y esta prácti
ca es la de la escritura. De un lado está lo que se puede escribir, y del
otro, lo que ya no es posible escribir: lo que está en Ja práctica del escri
tor y lo que ha desaparecido de ella: ¿qué textos aceptarla yo escribir (te-
escribir), desear, ptoponer, como una fuetza en este mundo mío? Lo que
la evaluación encuentra es precisamente este valor: lo que hoy puede set
esetito (recscrito): lo escribíble. ¿Por qué es lo escribí ble nuestro valor?
Potque lo que está en juego en el trabajo literario (en la literatura como
trabajo) es hacet del lector no ya un consumidor, sino un productor del
* Texto tomado de R. BARTHES, S/Z, trad. Nicolás Rosa, Madrid, Siglo XXI,
1980, pp. 9-25. [Sobte R. Barthes, véase p. 164.]
texto. Nuestra litetatura está marcada por el despiadado divorcio que la
¡(jstitución literaria mantiene entre el fabricante y el usuario del texto, su
propietario y su cliente, su autor y su lector. Este lector está sumergido
¿¡t una especie de ocio, de in transid vida d, y, ¿pot qué no decirlo?, de
Seriedad: en lugar de jugar éi mismo, de acceder plenamente al encanta
miento del significante, a la voluptuosidad de la escrituta, no le queda
jiíás que la pobre libertad de recibir o rechazar el texto: la lectura no es
nías que un referéndum. Por lo tanto, frente al texto escribible se esta
blece su contravalor, su valor negativo, reactivo; lo que puede ser leído
pero no escrito: io legible. Llamaremos clásico a todo texto legible.
: LA INTERPRETACIÓN
Tal vez no haya nada que decir de los textos escribibles. Primero:
¿dónde encontrarlos? Con toda seguridad no en la lectura (o al menos
muy poco: por azar, fugitiva y oblicuamente en algunas obras-límites): el
texto escribible no es una cosa, es difícil encontrado en librerías. Segundo:
siendo su modelo productivo (y no ya representativo), suprime toda crí
tica que, al ser ptoducida, se confundiría con él: reescribirlo no sería sino
diseminarlo, dispersarlo en el campo de la diferencia infinita. El texto
escribible es un presente perpetuo sobre el cual no puede plantearse nin
guna palabra consecuente (que lo transformaría fatalmente en pasado); el
texto escribible somos nosotros en el momento de escribir, antes de que el
juego infinito del mundo (el mundo como juego) sea atravesado, cortado,
detenido, plastificado, por algún sistema singular (Ideología, Género,
Crítica) que ceda en lo referente a la plutalidad de las entradas, la apet-
tura de las redes, el infinito de los lenguajes. Lo escribible es lo noveles
co sin la novela, la poesía sin el poema, el ensayo sin la disertación, la
escritura sin el estilo, la producción sin el producto, la estructuración sin
la estructura. Pero ¿y los textos legibles? Son productos (no produccio
nes), forman la enorme masa de nuestra literatura. ¿Cómo diferenciar
nuevamente esta masa? Es necesaria una segunda operación consiguien
te a la evaluación que ha clasificado en un principio los textos, pero más
precisa que ella, basada en la apteciación de una cierta cantidad, del más
o menos que puede movilizar cada texto. Esta nueva operación es la inter
pretación (en el sentido que-Nietzschc daba a esta palabta), Interpretar
un texto no es darle un sentido (más o menos fundado, más o menos
libre), sino por el contrario apreciar el plural de que está hecho.
Tomemos primero la imagen de un plural triunfante que no esté empo-
btecido pot ninguna obligación de representación (de imitación). En
este texto ideal las redes son múltiples y juegan entre ellas sin que nin
guna pueda teinar sobre las demás; este texto no es una estructura de sig
nificados, es una galaxia de significantes; no tiene comienzo; es reversi
ble; se accede a él a través de múltiples entradas sin que ninguna de ellas
pueda ser declarada con toda seguridad la principal; los códigos que
moviliza se perfilan hasta perderse de vista, son indecibles (el sentido no
está nunca sometido a un principio de decisión sino al azar); de esté
texto absolutamente plural, los sistemas de sentido pueden adueñarse
pero su número no se cierra nunca, al tener como medida el infinito del
lenguaje. La interpretación que exige un texto inmediatamente encara
do en su plural no tiene nada de liberal: no se trata de conceder algunos
sentidos, de reconocer magnánimamente a cada uno su parte de verdad
se trata de afirmar, frente a toda in-diferencia, el ser de la pluralidad, que
no es el de lo verdadero, lo probable o incluso io posible. Sin embargo,
esta afirmación necesaria es difícil, pues ai mismo tiempo que nada exis
te fuera del texto, no hay tampoco un todo del texto (que, por reversión,
sería el origen de un orden interno, reconciliación de las partes comple
mentarias bajo la mirada paternal del modelo representativo): es necesa
rio simultáneamente librar al texto de sn exterior y de su totalidad. Todo
esto quiere decir que en el texto plural 110 puede haber estructura narra
tiva, gramática o lógica del relato; si en algún momento éstas dejan que
nos acerquemos es en la medida (dando a esta expresión su pleno valor
cuantitativo) en que estamos frente a textos ño totalmente plurales: tex
tos cuyo plural es más o menos parsimonioso.
E n c o n t r a d e i a c o n n o t a c ió n
Si se quiere estar atento al plural de un texto (por limitado que sea), hay
que renunciar a estructurar ese texto en grandes masas, como lo hacían la
retórica clásica y la explicación escolar: nada de construcción del texto: todo
significa sin cesar y varías veces, pero sin delegación en un gran conjunto
final, en una estructura última. De ahí la idea, y por decirlo así la necesi
dad, de un análisis progresivo aplicado a un texto único, Esto tiene, al
parecer, algunas implicaciones y algunas ventajas. El comentario de un
solo texto no es una actividad contingente, colocada bajo la coartada tran
quilizadora de lo «concreto»; el texto único vale por todos los textos de la
literatura, no porque ios represente (los abstraiga y los equipare), sino por
que la literatura misma no es nunca sino nn solo texto; el texto único no
es acceso (inductivo) a un Modelo, sino entrada a una red con mil entra
das; seguir esta entrada es vislumbrar a lo lejos no una estructura legal de
normas y desvíos, una Ley narrativa o poética, sino una perspectiva (de
fragmentos, de voces venidas de otros textos, de otros códigos), cuyo
punto de fuga es, sin embargo, incesantemente diferido, misteriosamente
abierto: cada texto (único) es la teoría misma (y no el simple ejemplo) de
esta fiiga, de esta diferencia que vuelve indefinidamente sin conformarse.
Además, trabajar ese texto único hasta el último detalle es reanudar el aná
lisis estructural del relato en el punto en que ahora está detenido; en las
glandes estructuras; es darse el poder (el tiempo, la facilidad) de remontar
las venillas del sentido, no dejar ningún lugar del significante sin presentir
en él el código o los códigos de que este lugar puede ser punto de partida
(o de llegada); es (al menos cabe esperarlo y trabajar en ello) sustituir el
simple modelo representativo por otro modelo cuya progresión misma
garantizara lo que pueda haber de productivo en el texto clásico, pues el
paso a paso, por su lentitud y su misma dispersión, evita penetrar, invertir
el texto tutor, dar de él una imagen interior: no es sino la descomposición
(en el sentido cinematográfico) del trabajo de lectura: si se quiere una
cámara lema ni completamente imagen ni completamente análisis, y, por
último, es jugar sistemáticamente con la digresión (forma mal integrada
por el discurso del saber) en la escritura misma del comentario y observar
de esta manera la reversibilidad de las estructuras con que está tejido el
texto; es verdad que el texto clásico no es completamente reversible (pues
to que es modestamente plural); su lectura se hace en un orden necesario
cuyo análisis progresivo determinará precisamente su orden de escritura;
pero comentar paso a paso es por fuerza renovar las entradas del texto, evi
tar estructurarlo demasiado, evitar darle ese suplemento de estructura que
le vendría de una disertación y lo clausuraría: es esparcir el texto en lugar
de recogerlo.
El tex to e sp a r c id o
¿ C uántas lec tu r a s?
Hay que aceptar también una última libertad: la de leer el texto como si
ya hubiese sido leído. Aquellos que gustan de las bellas historias podrán
ciertamente comenzar por ei final y leer primero el texto tutor que se
ofrece en anexo en su pureza y su continuidad, tal como ha salido de la
edición, es decir, tal como se lee habimalmente. Pero nosotros, que tra
tamos de establecer un plural, no podemos detener ese plural en las
puertas de la lectura: es necesario que la lectura sea también plural, es
decir, sin orden de entrada: la «primera» versión de una lectura debe
también poder ser su versión última, como si el texto fuese reconstitui
do para acabar en su artificio de continuidad, estando entonces el signifi
cante provisto de una figura suplementaria: el desplazamiento. La relectu
ra, operación opuesta a los hábitos comerciales e ideológicos de nuestra
sociedad que recomienda «tirar» la historia una vez consumida («devo
rada») para que se pueda pasar a otra historia, comprar otro libro, y que
sólo es tolerada en ciertas categorías marginales de lectores (los niños, los
viejos y los profesores), la relectnra es propuesta aquí de entrada, pues
sólo ella salva al texto de Ía repetición (ios que olvidan releer se obligan
a leer en todas partes la misma historia), lo multiplica en su diversidad y
en su plural: lo saca de la cronología interna («esto pasa antes o después
que aquello») y encuentra de nuevo un tiempo mítico (sin antes ni des
pués)', cuestiona la pretensión que intenta hacernos creer que la primera
lectura es una lectura primera, ingenua, fenoménica, que luego sólo
habría que «explicar», que intelectual izar (como si hubiese un comienzo
de la lectura, como si todo no hubiese sido ya leído: no hay una prim e
ra lectura, aunque el texto se esfuerce por crear en nosotros esa ilusión
pedíante algunos operadores de suspense, artificios espectaculares más
(. p e r su a s iv o s ); no es ya consumo, sino juego (ese juego que es el retor
no de lo diferente). Por lo tanto si, lo que supone una contradicción
v o lu n taria en sus términos, se relee al instante el texto, es para obtener,
c o m o bajo ei efecto de una droga (la dcl recomienzo, la de la diferencia),
no el texto «verdadero», sino ei texto plural; ei mismo pero nuevo,
PAUL DF, Man (1919-1983), nació en Amberes, Bélgica, en el seno de una familia fla
menca. Comienza sus estudios de ciencias sociales en la Universidad Libre de Bruselas,
pero los interrumpe en 1941 tías la ocupación nazi Tras un invento de huir, frustrado en
la frontera española, regresa y colabora, como crírico cultural, en diversas publicaciones
locales, entre ellas el periódico Le Soir, aunque renuncia en 1942 por la censura excesiva
impuesta por las autoridades alemanas. Sus primeros ensayos, marcados por cien» nacio
nalismo cultural, demuestran la vastísima erudición dd joven De Man en campos diver
sos, como la música, la poesía, la narrativa, la filosofía, o la historia de la ciencia. Tras rea
lizar diversos trabajos, entre ellos la traducción de MobyDick al flamenco, decide emigrar
a los Estados Unidos en 1948, donde inicia una segunda vida. En 1950 se vincula a la
Universidad de Harvard bajo la tutela de Poggioü y Harry Levin, y comienza su tesis doc
toral sobre Mailarmé, Yeats y la apolla posronxántica, para cuya elaboración disfruta de
una estancia en París en 1955, en la que estrecha vínculos con jean Walil y Georges
Baraille. En esta década de las cincuenta comienza a publicar ensayos sobre narrativa y
poesia fuertemente marcados por el retñval hegeliano francés (Kojfcve, ’Wáhl, Hyppolke)
y por la estela heideggeriana (]ue atraviesa la critica literaria de Sartrc y Blanchot, Algunos
de estos ensayos, sobic Gide, Malraux, Camus, Keats, Hólderlin o Mailarmé, se publi
caron de manera postuma en Criiicd Writings, 1953-1978 (1989). La madurez crecien
te de sus escritas consolida su situación académica, que le lleva de Harvard a Comdí, y
luego a Zurich (1963-1970), ya como comparatista, más adelante a la John Hopkins y
finalmente a la Universidad de Yale, en la que ejercicio su implacable docencia des
de 1970 hasta su muerte en 1983. Su primer gran libro fue Blindness andImight. Esmys
in the Rheloric afCcmtanpoiwy Tbeoty (1971), pleno de controlada agresión a los presu
puestos impensados de !a crítica dominante, los new critics y sus herederos formalistas.
Asimismo, De Man hace una calculada apología de nuevas propuestas de lectura, como
las de Blanchor o Derrida, no sin denunciar sus áreas de ceguera hermenéutica. 1.a obse
sión demaniana es recurrente: salvaguardar, frenre al secuest ro interpretativo, la anoma
lía inmanente de cada texto. Tanto la anomalía como la inmanencia cobra, en las lean-
ras de De Man, un carácter crecientemente retórico. La influencia, aquí, de Derrida,
Genette y Barthes, es indiscutible, como lo es su atención renacida por la visión nietzs-
cheana de un lenguaje atravesado, diacrónicamente, por la aberración tropológlca. En
los ensayos de Allegories o f Reading. Figural (anguage in Rousseau, Nktzsche, Rilke And
Proust (J979)> De Man propone su gesto critico mis duradero: la disipación del espejis
mo trascendente, intencional-semántico, por parte del obrar inmanente de la maquina
ria tropológlca. El romanticismo, genéticamente asido a los tropos del símbolo y la metá
fora, queda, as/, reducido a ruina textual. De Man incorpora a su visión diacrónica de la
retórica, cada vez más influida por Ja visión benjamíniana de ía alegoría, nociones de
la pragmalingüistica. En 1982 publica 'The Rhetoric ofRomanticism, con gran parte de su
tesis doctoral, y diversos ensayos sobre Rousseau, Wordsworth y Hólderlin. Más adelan
te se publican, de manera postuma, Rommticism and Contemporary Critiásm (1993),
The Resistance to "Theory (1986), donde defiende la vigencia del pensamiento filológico en
su alianza con una teoría fuerte, y The Aesihetic Ideobgy (1996), en donde profundiza en
las aporías retóricas del lecho textual del pensamiento romántico, de Ivant a Hegel.
Silenciado por el oportunismo ideológico y la indigencia teórica creciente, el pensa
miento crítico de De Man, tan complejo como la textualidad que versa y tergiversa, con
tiene un potencial hermenéudco extraordinario rodavía por descubrir.
Paul de M an
La autobiografía como des-figuración*
2 Para una edición crítica de estos ensayos, véase \V. [, B . O w EN y Jane WoR'fHlNG-
TON Smyser (eds.), The Prose Works ofWilliam Wordsworth, Oxford, Ciarcndon, 1974.
La numeración de páginas citadas en d texto corresponde a O w e n (ed.), Wordsworths
Literary Criticism, l.ondon, Roudedge, 1974.
Ho sólo vamos a considerar ei primero de estos tres ensayos, que
Wordsworth también incluyera como una nota al Libro VII de The
Excursión (La Excursión), sino la secuencia de los tres ensayos consecuti
vos escritos ptesumihlemente en 1810, que aparecieron en The Friend.
No se requiere un argumento demasiado extenso para subrayar los com
ponentes autobiográficos en un texto que sufre una compulsiva trans
formación, que pasa de ser un ensayo sobre epitafios a ser él mismo un
epitafio y, de manera más específica, ia inscripción monumental o la
autobiografía de su autor. Los ensayos citan numerosos epitafios toma
dos de fuentes diversas, desde libros banales como Ancient Funerall
Monuments (Antiguos monumentos funerarios), de John Weever, fechado
en 1631, hasta ejemplos de alta literatura compuestos por Gray o por
Pope. Pero Wordsworth termina con una cita de sus propias obras, un
pasaje de The Excursión inspirado en el epitafio y la vida de un cierto
Thomas Holme. Narra, en un lenguaje muy crudo, la historia de un
hombre sordo que compensa su debilidad sustituyendo los sonidos de la
naturaleza por la lectura de libros.
Eí argumento general de la historia, situado estratégicamente como
conclusión ejemplar de un texto ejemplar, resulta muy familiar para
los lectores de The Prelude. Trata de un discurso que se mantiene más
allá y a pesar de una penuria que, como en este caso, puede ser un
accidente de nacimiento o puede ocurrir como un súbito shock, a
veces catastrófico, otras aparentemente trivial. El shock interrumpe
uoa situación que era relativamente estable. Uno piensa en algunos
pasajes famosos de The Preiude com o el himno al niño recién nacido
en el Libro II («Bíess’d be the infant babe», «Bendito sea el bebé infan
te...») que cuenta cómo se manifiesta «the first / Poetic spirit o f our
human life» («el primer / espíritu poético de nuestra vida humana»).
Se establece inicialmente una condición de intercambio mutuo y de
diálogo, luego se interrumpe sin aviso cuando «the props o f my affec-
tions were remov’d» («se retiraron los adornos de mis afectos») y se
restituye cuando se dice que «... the buildíng stood, as if sustain’d / By
its own spirit!» el edificio se mantuvo, como sostenido / por su
propio espíritu!», II. 294-296). O uno piensa en el ahogado en el
Libro V que « míd that beauteous scene / O f trees and hills and water,
bolt upright / Rose, wíth his ghastly face, a spectre shape / O f terror
even» («en medio de esa hermosa escena / de árboles, aguas y colinas,
se irguió / muy rígida, con rostro cadavérico, una sombra espectral /
de terror», V. 470-473). Wordsworth informa que el niño de nueve
años que él era entonces hallaba consuelo en la idea de que él ya había
encontrado previamente dichas escenas en los libros. Y uno piensa
sobre todo en el episodio igualmente célebre que casi precede a esta
escena, el del niño de Winander. Numerosos ecos verbales vinculon
este pasaje de The Excursión citado al final de los Essays upan Epitap
con la historia dcl niño cuya alcgtía mimética se ve interrumpida por
un súbito silencio prefigurador de su propia muette y de su subsi
guiente restauración. Com o es bien sabido, este episodio es el que
proporciona, en una variante anterior, la prueba textual para asumir
que estas figuras de penuria, hombres mutilados, cuerpos ahogados-
mendigos ciegos, niños a punto de morir, que recorren The Prelude
son figuras del yo poético de Wordsworth. Revelan la dimensióri
autobiográfica que todos estos textos tienen en común. Pero persiste
el problema de cómo debe entenderse esta preocupación casi obsesiva
con la mutilación, frecuentemente como pérdida de uno de los senti
dos, como la ceguera, la sordera, o, como revela la palabra clave de el
Niño de Winander, la mudez, y consecuentemente, el problema de la
fiabilidad de la pretensión derivada de compensación y restauración-
Este problema tiene importancia adicional para ia relación de estos
cuentos con otros episodios de The Prelude en los que también apate-
cen shocks e interrupciones', aunque tengan lugar en un modo de
sublimidad en el que la condición de penuria ya no se presenta clara
mente. Esto nos lleva, por supuesto, más allá del ámbito de este ensa
yo. Debo limitarme a sugerir la relevancia de los Essays upon Epitaphs
para la cuestión más amplia del discurso autobiográfico como discur
so de autorrestauración.
La pretensión de restauración frente a la muerte, que Wordsworth
formula en los Essays upon Epitaphs, se funda en un sistema consistente
de pensamiento, de metáforas, y de dicción que se anuncia al comien
zo del primer ensayo y que se desarrolla a todo lo largo. Es un sistema
de mediaciones que convierte la distancia radical de una oposición dis
yuntiva (esto o esto) en un proceso que permite el movimiento de un
extremo a otro mediante una serie de transformaciones que dejan intac
ta la negatividad de la relación (o falta de telación) inicial. Uno se
mueve, sin compromiso alguno, desde la muerte o la vida hasta la vida
y la muerte. La intensidad existencial del texto brota de la aceptación
total del poder de la mortalidad. En Wordswordi no puede decirse que
tenga jamás' lugar una simplificación en la forma de una negación de la
negación. El texto construye una secuencia de mediaciones entte
incompatibles: ciudad y natntaleza, pagano y cristiano, particularidad y
generalidad, cuerpo y tumba, reunidos bajo el principio general de
acuerdo con el cual «origen y tendencia son nociones inseparablemen
te correlativas». Nietzsche dirá exactamente lo simétricamente opuesto
en L a genealogía de la m oral—«origen y tendencia (Zweck) [son] dos pro
blemas que no están y no deben set vinculados»- y ios historiadores del
romanticismo y el posromanticismo no han dudado en usar el sistema
de esta simetría pata unit este origen (Wordsworth) con esta tendencia
(Nietzsche) en nn itinerario histórico único. Ei mismo itinerario, la
misma imagen del camino, aparecen en el texto como «las analogías
v|v;iS y conmovedoras de ia vida como viaje» intetrlímpidas, pero no
terminadas* con la muerte. La metáfora amplia que cubte y abarca todo
¿ste sistema es la del sol en movimiento: «Así como, cuando se navega
¿or el ot^ e estc Planeta, un viaje hacia las regiones en las que se pone
el sol conduce gradualmente el lado en ei que nos hemos acostumbra
do a verlo elevarse en su salida, y, de manera parecida, un viaje hacia el
este, la cima en nuestra imaginación de la mañana, lleva finalmente al
lado en el que el sol es visto por última vez cuando se despide de nues
tros ojos, así el Alma contemplativa, cuando viaja en la dirección de la
mortalidad, avanza ai país de la vida eterna, y, de manera parecida,
puede continuar explorando esas joviales extensiones, hasta que es
devuelta, para su provecho y beneficio, a la tierra de las cosas transito
rias -del pesat y de las lágrimas». En este sistema de metáforas, el sol es
aigo más que un mero objeto natural, aunque tiene el poder suficiente,
como tal, para dirigir una cadena de metáforas que permiten ver en el
trabajo de un hombre un árbol, hecho de troncos y tamas, y ver el len
guaje como algo cercano al «podet de la gravitación o el aire que respi
ramos» (p. 154), la patusía de la luz. Transmitido pot eí tropo de la luz,
el sol se torna en figura tanto de conocimiento como de naturaleza, el
emblema de lo que el tercer ensayo denomina «la mente con soberanía
absoluta sobre sí misma». Conocimiento y mente implican lenguaje y
dan cuenta de la relación que se establece entre el sol y el texto del epi
tafio: eí epitafio, dice Wotdswotth, «se abte al día; el sol mira a la pie
dra, y la lluvia del cielo la golpea». El sol se torna en el ojo que lee el
texto del epitafio. Y el ensayo nos explica en qué consiste este texto por
medio de una cita de Milton reltativa a Shakespeare: «What need’st
thou such weak witness o f thy nameh («¿Qué necesitas tú, testigo débil
de tu nombre'í»), En el caso de poetas como Shakespeare, Milton, o el
propio Wordsworth, el epitafio puede consistit sólo en lo que denomi
na «el nombre desnudo» (p. 133), ya que es leído pot el ojo del sol. A
esta altura de) argumento, cabe decir que «el lenguaje de la piedra insen
sible» adquiere una «voz», de modo que la piedra parlante sirve de con
trapeso al ojo vidente. El sistema pasa del sol al ojo, al lenguaje como
nombre y como voz. Podemos identificar la figura que completa la
metáfora central del sol y que completa de este modo el espectro tro
pológlco que el sol engendra: es la figura de la prosopopeya, la ficción
de un apostrofe a una entidad ausente, muerta o muda, que plantea la
posibilidad de la respuesta de esta entidad al tiempo que le confiere el
poder del habla. La voz asume boca, ojo, y finalmente rostto, una cade
na que se manifiesta en la etimología del nombre del tropo, prosopon
polen, conferir una máscara o un rostro (prosopon). La prosopopeya es
el tropo de la autobiografía, mediante el cual el nombre de una perso
na, como en el poema de Milton, se torna tan inteligible y memorable
como un rostto. Nuestto asunto versa sobre la concesión y retitada de
rostros, sobre el rostro y su borramiento, sobre h figura, la figuración y
la desfiguración.
Desde un punto de vista retórico, Jos Ensayos sobre epitafios son un
«atado sobre la superioridad de la prosopopeya (vinculada a los nombres
de Milton y de Shakespeare) por encima de la antítesis (vinculada al
nombre de Pope). En términos de estilo y dicción narrativa, la prosopo
peya es también el arte de la transición delicada (una ptoeza más al
alcance de la autobiografía que de la narrativa épica). Las transforma
ciones graduales ocurren de manera que «los sentimientos [que] parecen
oponerse tienen una conexión distinta y mejor que la del contraste». La
estilística del epitafio está muy alejada de las «antítesis sin sentido» de la
sátira. Opera, en cambio, mediante desplazamientos deslizantes, me
diante, asegura Wordsworth, «una gradación suave o transición delicada
hacia otra cualidad relacionada», «retenida en el círculo de ías cualidades
que tranquilamente se delimitan con sus lados recíprocos». La metáfora
y la prosopopeya producen juntas un pathos temático de dicción sutil
mente diferenciada. Alcanza, en Wordsworth, el triunfe de una nartati-
va autobiográfica fundada en una dialéctica gemiína que es también el
sistema más abarcador de tropos que quepa concebir.
Sin embargo, a pesar del cierre perfecto del sistema, el texto contie
ne elementos que no sólo perturban su equilibrio sino también su prin
cipio de producción. Vimos cómo el nombre, ya fuese el propio del
antot o el de un lugar, es un vínculo esencial en ia cadena. Pero en el
pasaje sorprendente que ejemplifica la unidad de origen y destino me
diante la metáfora de un río que fluye, 'Wordsworth afirma que, mien
tras que el sentido literal de la figura muerta puede de hecho ser, como
ocutre en el poema de Milton sobte Shakespeare, un nombre, «una ima
gen tomada de un mapa, o del objeto real en la naturaleza», «el espíri
tu... [en cambio] debe haber sido como inevitablemente un recipiente sin
límites ni dimensiones -nada menos que la infinitud». La oposición
entre lo literal y lo figura! funciona aquí por analogía con la oposición entre
el nombre y Jo innombrable, aunque el objetivo de toda su exposición
sea precisamente superar esta oposición.
La cita de Milton resulta excepcional todavía en otto sentido. Omite
seis versos del original, lo cual es ciertamente legítimo, aunque resul
ta muy revelador en relación con otra anomalía más sorprendente del
texto, La figura dominante del discurso epitáfico o autobiográfico es,
com o veíamos, la prosopopeya, la ficción de la voz de ultratumba.
Una piedra sin letras dejada al sol suspendido en la nada. N o obstan
te, en diversos m omentos a lo largo de los tres ensayos, Wordsworrh
advierte consistentemente contra el uso de ia prosopopeya, contra la
convención que hace que la voz de una persona difunta dirija el «Sta
viator» («Detente, viajero») a un viajero en el camino de la vida. Estas
figuras quiásticas, que entrecruzan las condiciones de ía muerte y de
ja vida con los atributos dei habla y del silencio son, según 'Wordsworth,
«demasiado dolotosas y demasiado transitorias» -una crítica curiosa-
¡nente formulada, puesto que el movimiento mismo de la consolación es
el de lo transitorio y puesto que los ensayos persiguen precisamente ese
(jolot del «silente mármol» plangente, como en el epitafio que escribiera
Gray pata Mrs. Clatk—. Siempre que se habla de la prosopopeya, lo que
su ced e aí menos en ttes ocasiones, el argumento s e toma singularmente
Vago. «Representar [a los muertos] como si hablasen desde su lápida» se
¡denuncia como una «tierna ficción», una «interposición brumosa [que]
úne armoniosamente dos mundos, el de los vivos y el de los muettos...»,
todo lo q«e, en otras palabras, se propuso lograr la temática y estilística
del tema autobiográfico. Sin embargo, en el páttafo siguiente se dice que
«el modo segundo, esto es, el que permite a los supervivientes hablar en
sus propias personas, me parece en general el más preferible» potquc
«excluye la ficción que es el trabajo de base de la otra» (p. 132). Gray y
Milton son censurados por lo que son en realidad, figuraciones deriva
das de la prosopopeya. El texto desaconseja el uso de su figura más
importante. Siempre que esto ocurre, indica la amenaza de una pettut-
bación lógica más profunda.
Las omisiones del soneto de Milton ofrecen una manera de explicar
esta amenaza. En los seis versos eliminados, Milton habla de la catga que
los «n timeros fáciles» de Shakespeare suponen para quienes, como todos
nosotros, sólo somos capaces de un «arce esforzado y lento». Luego añade
Georges Charbonnier,
Entreticns avec Jorge Luís Borges.
10 Hay que solucionar, mal que bien, esa carencia; por eso, quisiera proponer
que se designara esa parte de la retórica con el nombre de figurática, que al menos
no se presta a equívocos,
11 Papel simbólico» conviene precisar, pues si bien se utilizó mucho su manual
en las clases a lo largo del siglo XIX, su influencia posterior parece haber sido prácti
camente nula hasta su reciente resurrección,
II, cap. 21.
pareja figural ejemplar, polo.s opuestos insubstituibles de nuestra propia
retórica moderna: Metáfora y Metonimia.
Esa nueva reducción forma parte, salvo error, de la vulgata del for-
jnalismo ruso, desde la aparición, en ] 923 de la obra de Boris Fikhen-
bauni sobre Anna Ajmatova, incluida la equivalencia metonimia-prosa,
metáfora-poesía, Volvemos a encontrarla con el mismo valor en 1935 en
él artículo de Jakobson sobre la prosa de Pasternak y sobre todo en .su
texto de 1956, Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia, en que la
oposición clásica analogía/contigüidad (que se refiere, recordémoslo, a
los significados en relación de substitución en la metáfora y la metonimia:
el oro y el trigo, el hierro y la espada) se ve confirmada por una asimila
ción tai vez audaz a las oposiciones propiamente lingüísticas (que se
refieren, por su parte, a los significantes) entre paradigma y sintagma,
equivalencia y sucesión.
Ese episodio está demasiado próximo a nosotros y es demasiado co
nocido como para que insistamos ai respecto. En cambio, tal vez con
venga preguntarse por las razones que han podido conducir, dentro de
h propia esfera figural, a una reducción tan drástica. Ya hemos recorda
do el desplazamiento progresivo del objeto retórico de la elocuencia
hacia la poesía13, evidente ya en los clásicos, que conduce a la atención
metarretórica a centrarse preferentemente en las figuras con mayor con
tenido semántico (figuras de significado en una sola palabra) y, entre
ellas, con mayor preferencia en las figuras de semantismo «sensible»14
(relación espacio-temporal, relación de analogía), excluyendo los tropos
de semantismo considerado más intelectual, como la antífrasis, la litotes
o la hipérbole, excluidos cada vez con mayor severidad del campo poéti
co o, más en general, de la función estética del lenguaje. Ese desplaza
miento del objeto, de carácter evidentemente histórico, contribuye,
pues, a dar preferencia a las dos relaciones de contigüidad (y/o inclusión)
y de semejanza. Pero no es difícil descubrir otros movimientos conver
gentes, como el que se revela en Freud, al tratar, en Tótem y tabú, de los
«principios de la asociación». En su Esquisse d ’une théorie de la magie
(1902), Mauss, de acuerdo con una tradición que se remonta a Tylor,
admitía com o leyes de asociación mágica los íres principios asociado-
nistas de contigüidad, similitud y contraste u oposición. En Tótem y
tabú (1912), Freud, repitiendo en otro terreno el gesto de Fontanier de ex
cluir la ironía de la lista de los tropos, no conserva como principios de aso
ciación sino ios dos primeros, por lo demás subsumídos juntos en el con
58 «... en virtud de una comparación que está en ia mente» (Dumarsais, II, 10).
39 «La comparaison poe'tiquc: essai de systématíque» (Langages, 12, diciembre de
1968),
de los elementos constitutivos de la figura de analogía. Para no dejar nin
gún cabo suelto, hay que tener en cuen ta no sólo la presencia o la ausen
cia del comparante y el comparado (vehicle y tenor, en el vocabulario de
Richards), sino también del modalizador comparativo {como, igual a,
asemejarse, etc.) y del motivo (ground) de la comparación. Observamos
entonces que lo que solemos llamar «comparación» puede adoptar dos
formas sensiblemente diferentes: comparación inmotivada ( mi amor es
como una llam a), y comparación motivada (m i amor abrasa como una
llama), necesariamente más limitada en su alcance analógico, ya que se
selecciona como motivo un solo sema común (calor) de entre otros (luz,
ligereza, movilidad) que la comparación inmotivada podría al menos no
excluir; vemos, pues, que la distinción entre esas dos formas no es total
mente inútil. Resulta asimismo que la comparación canónica, en sus
dos especies, debe entrañar no sólo comparante y comparado, sino tam
bién el modalizador, sin el cual se tratará más bien de una identifica
ción1®, motivada o no, ya sea del tipo mi amor (es) una llama ardiente o
mi ardiente am or (es) una llam a («Sois mi león soberbio y generoso») o
del tipo mi amor (es) una llam a («Aquiles es un león», «pastor promon
torio» ya citado), La elipsis del comparado determinará dos formas más
de identificación, una también motivada, del tipo de mi ardiente llama,
y k otra sin motivo, que es la metátora propiamente dicha: mi llama.
El cuadro anexo reúne estas formas diferentes, más cuatro estados elíp
ticos menos canónicos pero bastante concebibles21, comparaciones
motivadas o no con elipsis del comparante (m i amor es ardiente como... o
mi amor es como...) o del comparado (... como una llama ardiente, o ...
como una llama)', como ha visto acertadamente Jean Cohén, no deben
descartarse totalmente esas formas en apariencia puramente hipotéticas:
¿quién recuerda, por ejemplo, el comparado de los «bello como...» de
Lautréamont, en que la discordancia entre el motivo y el comparante
entraña, evidentemente, algo más que la atribución dei predicado total
al duque de Virginia, aí buitre, al escarabajo, a Mervyn o al propio
Maídoror?
Comparación M i amor
inmotivada + ■+ + se parece
a una llama
Comparación
motivada M i amor arde
+ + *
sin como
comparante*
Comparación
inmotivada M i amar
sin + + se parece
comparante* a...
Comparación
inmotivada ...como tina
*
sin llama
comparado*
Identificación M i amor
motivada + + ■f (es) una
llama ardiente
Identificación
motivada sin + + M i ardiente
comparado llama
Identificación
inmotivada
sin + M i llama
comparado
(metáfora)
Esve cuadro un poco expeditivo22 no tiene otro objeto que el de maní-
{estar hasta qué punto no es ia metáfora sino una forma entre muchas otras
y que su promoción al rango de figura de analogía por excelencia se debe a
una especie de abuso. Pero falta por examinar un último25 movimiento
reductor, por el cual la propia metáfora, al absorber a su dirimo adversario,
se convertirá, «tropo de tropos» (Sojcher), «figura de figuras» (Deguy), en el
núcleo, el meollo y, por último, la esencia y casi la totalidad de la retórica.
Acabamos de recordar que Proust llamaba metáfora a toda figura de
analogía: ahora hay que añadir que, en virtud de un lapsus de lo más sig
nificativo, llega a ampliar esa denominación a toda especie de tropo, hasta
el más típicamente metonímico, como la locución «hacer catleya» (por
hacer el amor utilizando como accesorio, o al menos como pretexto, un
ramillete de catieyas)24. Más adeiante intentaré demostrar que gran núme
ro de «metáforas» prousrianas son, en realidad, metonimias o, al menos,
metáforas con fundamento metonímico. El hecho de que ni Proust ni la
mayoría de ios críticos lo hayan advertido es característico, aun cuando esa
confusión, o impropiedad, proceda de una simple carencia terminológica:
a comienzos del siglo xx, metáfora es uno de los pocos términos que han
sobrevivido al gran naufragio de la retórica y esa supervivencia milagrosa no
es, evidentemente, ni fortuita ni insignificante. En el caso de otros, la coar
tada terminológica no es admisible, como cuando Gérald Antoine llama
metalóla a un lema publicitario como A usted le sobran diez años de peso,
donde se ve con bastante claridad la designación de la causa por el efecto25,
o cuando Jean Cohén no quiere ver en los ayjiks ángelus de Mallarmé sino
una sinestesia analógica26, y sabido es que Laam encontró un día en el dic
cionario Quillec este ejemplo de «metáfora» que no le pareció «sospechosa
de haber sido seleccionada»: su gavilla no era avara ni acerba27.
22 Pasa por alto, en particular, el papel de la cópula y sus diferentes formas. Véase
al respecto Christine B r0 0 ke -R0SF,, A Gmmmar of'Metapho>\ landres, 1958.
23 Evidentemente, no hay que tomar aquí este calificativo en un sentido rigurosa
mente cronólogico. En el movimiento que describimos, ciertas etapas se superponen
y Proust, por ejemplo, representa una fase de ¡imitación más «avanzada» que Jakobson.
«Mucho después, cuando la disposición (o el simulacro ritual de 1a disposi
ción) de las catieyas ya llevaban mucho tiempo en desuso, ía metáfora “hacer catle
ya”, convertida en una simple expresión que empleaban sin pensar, cuando querían
significar el acto de la posesión física,,, sobrevivió en su lenguaje, en que lo conme
moraba, a ese uso olvidado» (Pléiade, I, p, 234).
25 «Pour une méthode d’analyse stylistiqiie des images», Langue et Líttératwe,
Les Belles Letrres, París, 1961, p. 154.
16 Structure du langage poétique, pp. 128-129.
27 Écrits, p. 506; confusión notada pot j . E Ly o ta r d , Discoim\ Figure;
Klincksieck, 1971, p. 256: «.Me parece que au gavilla... es un caso válido de meto
nimia, pues su gavilla se entiende como emblema de Booz». Lacan, propone, por lo
En retóricos tan avisados como los miembros del grupo de Lieja,
encontramos también una inflación de la metáfora que, evidentemente,
no puede deberse a ignorancia ni a descuido: así, ese grupo escogió como
sigla la letra ¡i «inicial de la palabra que en griego designa ia más presti
giosa de las metáboías». Resulta que la misma inicial, y con razón, se
encuentra en metonimia, pero no hay vacilación posible respecto de la
identidad de la prestigiosa metábola, sobre todo si recurrimos a otro per
sonaje de la Rhétoríque générale, en que leemos que la metáfora es la
«figura central de toda retórica»28. Prestigiosa podía parecer un poco
juvenil, pero transmitía una opinión común29. Central, en cambio, se
debe a una iniciativa deliberada de valorización, que recuerda irresisti-
blemente la observación de Bacheiard sobre las jerarquías anímales de
Buffon; «El león es el rey de los animales porque conviene a un partida
rio del orden que todos los seres, incluso los animales, tengan un rey»30.
Del mismo modo, seguramente, la metáfora es ía «figura central de toda
retórica» porque conviene a la inteligencia, en su debilidad, que todas las
cosas, incluso las figuras, tengan un centro.
Así, en virtud de un centrocentrismo al parecer universal e irreprimi
ble, en el núcleo de núcleos de la retórica - o de lo que de ella conserva
m os- tiende a instalarse no ya la oposición metáfora/metonimia, en ía
que aún podía pasar un poco de aire y podían circular algunos vestigios
demás (p. 507), como «fórmula» de la metáfora: «una palabra por otra», lo que es la
definición del tropo general. Lyotard declara esa fórmula «enteramente adecuada»,
pero a continuación le reprocha no decir qué es «Jo esencial de la metáfora». ¿Cómo
puede ser «enteramente adecuada» una definición que omite lo esencial? A decir ver
dad, ese elemento esencial no es para Lyotard la relación de analogía entre conteni
do y vehículo, sino (según el prejuicio surrealista erigido aquí en norma y criterio)
la novedad, o incluso la arbitrariedad de su aproximación, el hecho de una «substi
tución no autorizada por el uso»: «La verdadera metáfora, el tropo, comienza con ei
exceso en e! alejamiento, con la transgresión del campo de los sustkuibles recibidos
por el uso» (pp. 254-255)- Así, según Lacan, «gavilla* por segador es una metáfora,
y según lyotard, «llama» por amor, por formar parte del «uso», no lo es seguramen
te. El concepto de mo en definido singular, como sí sólo hubiera uno, es, evidente
mente, en éste, como en otros casos, fuente de confusión, pues la retórica vive, af
contrarío, de la pluralidad de los usos. Sin embargo, Lyotard no anda desacertado
seguramente, cuando reprocha a Jakobson su extensión subrepticia del concepto
(retórico) de metáfora al conjunto de las relaciones (lingüisticas) de selección... y yo
añadiría: del concepto de metonimia al conjunto de las relaciones de combinación.
28 Pp. 7 y 91. (El subrayado es nuestro.)
29 Recordemos que Tesauro veía en la metáfora la «reina de las figuras» 0 .
ROUSSET, Ij i littéralure de Páge baroque, p. 187) y Vico «la niís luminosa de las figu
ras» y que e! propio Aristóteles veía en ella el indicio de ána especie de genio (cu-
phuia), el don de «verlas semejanzas» {Poética 1459 a).
30 Pornhitioa de l ’esprít sáentifique> p. 45.
de un gran juego, sino sólo ia metáfora, petrificada en su realeza inútil.
«Si la poesía», escribe Jacqucs Sojcher, «es un espacio que se abre en el
lenguaje, si por ella las palabras vuelven a hablar y el sentido se recarga
de significado, es porque entre la lengua usual y la palabra recuperada
hay un desplazamiento del sentido, metáfora. En esa perspectiva, la
metáfora ya 110 es una figura entre otras, sino la figura, el tropo de tro
pos»31. Observamos en este caso el recurso implícito a la prueba etimo
lógica, según la cual «todo desplazamiento de sentido» es metáfora.
¿Hace falta recordar que el mismo argumento, si tuviera el menor valor,
lo tendría también en los casos de metonimia, metalepsis, hipálage, anto
nomasia y otros más?
Más imponente (aun haciendo abstracción del genio poético del autor)
es la argumentación de Michel Deguy en el artículo, ya citado, «Pour
une théorie de la figure généralisée», que podría también, y con mayor
razón, titularse M etáfora generalizada, «Si de lo que se trata es de subor
dinar una de las especies a un género, la metáfora, o figura de figuras, es
la que puede desempeñar el papel de género... No hay sino un género
supremo, el de la figura o metáfora... Metáfora y metonimia pertenecen,
bajo su diferencia secundaria, a una misma dimensión, para la cual el
término de metaforicidad puede servir en general»32. Deguy basa esa
superioridad jerárquica tan vigorosamente afirmada en la idea de que el
sistema de la tropología clasico-moderna (Fontanier-Jakobson), en la
propia partición que hace entre las figuras, obedece a un modelo per
ceptivo espacializado -contigüidad o proximidad o yuxtaposición en el
caso de la metonimia, intersección en el de la sinécdoque, semejanza,
«que remite a la superposición posible», en el de la metáfora—y, por con
siguiente, metafórico ya.
Esa descripción de la partición tropológica no es del todo exacta, al
menos en lo que se refiere a la época clásica. Ya hemos comprobado que el
concepto de contigüidad, utilizado por los modernos, reducía a una sola las
diversas modalidades de la relación metonímica, a la cual el propio Fouta-
nier reservaba una extensión mucho mayor bajo la denominación pruden
te de «tropos por correspondencia». A decir verdad, el esquema de la inter
sección no ha definido nunca, en ninguna tropología, clásica o moderna, la
sinécdoque se trata, en realidad, de una inclusión o pertenencia (Fontanier
dice «conexión») y más de tipo lógico que espacial: ía inclusión de vela en
nave es espacial, si se quieie, pero en grado alguno Jo es la de hierro en espa
da o la de hombre en mortal. Si así fuera, los retóricos no definirían la figu
ra «beber un vaso» corno lo hacen constantemente, es decir, como una meto
nimia del continente, sino como una sinécdoque, teniendo en cuenta que el
¡ ■
37 Habría que saber qué palabra alemana traduce aquí el Dr. Jankélévirch, pero
por alguna razón la palabra francesa me parece claramente insustituible.
tud sino su insípido reflejo, y «espiritualistas» (poéticas), inclinadas, al
contrario, a eludir el contacto o, al menos, a sublimarlo en función de la
analogía. No vamos a continuar más ese juego de extrapolaciones mani-
queístas, cuyas estaciones terminales no reservan la menor sorpresa* Más
vale seguramente examinar aquí, antes de concluir, uno de los motivos psi
cológicos -el más determinante acaso- de esa valorización de lo analógico.
Por definición, todo tropo consiste en una sustitución de términos y,
por consiguiente, sugiere una equivalencia entre esos dos términos, aun
cuando su relación no sea en absoluto analógica: decir vela por nave es hacer
de la vela el sustituto y, por tanto, el equivalente de la nave. Ahora bien, la
relación semántica más próxima de la equivalencia es, evidentemente, la
similitud, espontáneamente sentida como una cuasi-identidad, aun cuan
do no se trate sino de una semejanza parcial. Así, pues, hay, al parecer, una
confusión casi inevitable, y que sentimos la ten ración de considerar «natu
ral», entre valerpara y ser como, en nombre de la cual cualquier tropo puede
pasar por una metáfora38. Toda semiótica racional debe constituirse en reac
ción contra esa ilusión aparentemente primordial, ilusión simbolista que
Bachelaid habría podido clasificar entre esos obstáculos epistemológicos
que el conocimiento objetivo debe superar «psicoanalizándolos». La moti
vación ilusoria del signo por excelencia es la motivación analogista, y hasta
nos atreveríamos a decir que el primer impulso de la mente, ante una rela
ción semámiea cualquiera, es el de considerarla analógica, aun cuando sea
II
¿Cuántos miles de años ha durado esie estado de cosas [a saber, que los
árabes viven en «estado de guerra»)? Los que estudian los documentos;
más antiguos del desierto interior nos lo dirán, porque esle estado ss
remonta a sus orígenes; pero a lo largo de todos estos siglos, el árabe no
ha adquirido ninguna experiencia. Nunca está a salvo, y, sin embargo, ss
comporta como si la seguridad fuera su pan de cada día,
I,a distinción de trabajo entre textos culturales1 que son sociales y polí
ticos de los que no lo son -es decir, un dominio estético que se encuen
tra en cierta forma marcado por las instituciones discursivas operativas
en otras partes de la cultura- para jameson se convierte en un síntoma
maligno de la «privatización». ¿Por qué tiene que entrar inmediatamen
te lo «privado» en esta distinción? Ese término ¿se refiere a la propiedad
privada, es decir, a la propiedad de los medios de producción y a la regu-
6 Or., por ejemplo, Williarn E. ’Í ATE, The Parish Chest: A Study in the Records o f
Parochial Administmtion in Engtmd, Cambridge, Cambridge University Press,
1946.
7 Claro que, por otra parte, podemos argumentar, como lo hace Jameson, que
existen dos capitalismos. FJ antiguo capitalismo industrial fue el agente de las dis
tinciones; el nuevo capitalismo tardío es el que hace que esas distinciones pasen
inadvertidas. La detección de una u otra tendencia en una láse del capitalismo que
no le corresponda teóricamente puede explicarse invocando la distinción entre resi
dual y emergente. Este salvamento académico de la teoría me parece infinitamente
deprimente.
te de la totalización monológica, y esta elusión de la contradicción no es
un lapsus accidental, sino más bien el resultado lógico de la búsqueda
teórica de un obstáculo que bloquee la comprensión de sil visión escato- :
lógica.
Si se invoca el capitalismo no como un principio demoníaco unita
rio, sino como un. complejo movimiento histórico en un mundo sin orí
genes paradisiacos ni fabulosas expectativas, entonces la investigación de
las relaciones entre arte y sociedad en las culturas capitalistas debe ocu
parse tanto de ia formación de la división dei trabajo, sobre la que inci
de Jameson, así como el impulso totalizador de Lyotard, pues el capita
lismo no ha generado, característicamente, regímenes en los que todos
los discursos parecen coordinados, ni regímenes en los que parecen radi
calmente aislados o discontinuos, sino regímenes en los que la tendencia
hacia la diferenciación 7 hacia la organización monológica operan simul
táneamente o, al menos, oscilan con tanta rapidez que dan la impresión
de simultaneidad.
En un magnífico artículo que ha recibido una atención poco usual
-logrando la respuesta de un redactor de la Casa Blanca y, tedet\te-
mente, un segmento del programa «Sixty Minutes» de CBS-- el cientí
fico e historiador político Michael Rogin apuntaba el número de veces
que el presidente Reagan, en momentos críticos de su carrera, ha citado
palabras de sus propias películas o de otras muy conocidas. Ei presiden
te es un hombre, señala Rogin, «cuyos momentos más espontáneos
- '‘¿Dónde encontraremos a semejantes hombres?” , sobre los america
nos muertos en el D ía D; “ Estoy pagando este micrófono, Mr. Grecn”,
durante el debate en las primarias de New Hampshire en 1980}—110
son sólo preservados y proyectados en películas, sino que también
resultan ser palabras de antiguas películas»8. Asombrosamente, Ronald
Reagan, que hizo su última película en 1963, Código del hampa9, sigue
viviendo dentro de las películas; ha sido formado por ellas, toma buena
parte de su retórica de guerra fría de ellas y no puede o no quiete dis
tinguir entre éstas y la realidad extema. De hecho su carreta política ha
dependido de la habilidad para proyectarse a sí mismo y a su audiencia
masiva en un ámbito en el que no existe la diferencia entre lo simula
do y lo teal.
La respuesta de Anthony Dolan, redactor de la Casa Blanca a quien
se le pidió su opinión respecto ai artículo de Rogin, fue muy reveladora.
«Lo que realmente está diciendo», indicaba Dolan, «es qne todos noso
tros estamos profundamente marcados pot una forma de arte caracterís-
8 Michael Rogin, - Ronald Reagan», The Movie and Other Episodes in Political
Demonology, Berkeley, University of California Press, 1988.
Título original: The Killers, dirigida por Don Siegel, [N. del 77/
ticamente americana: el cine»10. De hecho, Rogin había señalado que la
personalidad del presidente «se produjo por la convergencia de un par de
sustituciones que generaron la contrasubversión durante la Guerra Fría
en los aúos cuarenta y formaron la base de su revitalización en los ochen
ta: la sustitución política del nazismo por el comunismo, dei que nació
el estado de segundad nacional; y el cambio psicológico desde una iden
tidad materializada a su simulacro en el cine». Tanto la sustitución polí
tica como la psicológica estaban íntimamente ligadas a la catrera cine
matográfica de Ronald Reagan. Dolan, como respuesta, re escribe la tesis
de Rogin convirtiéndola en una celebración del poder de «una forma de
arte característicamente americana» que nos ha formado a «todos noso
tros». El cine, le indicaba Dolan al periodista del New York Times, «resal
ta más que aminora la realidad».
Dicha afirmación patece dar la bienvenida al hundimiento de la dis
tinción de trabajo entte lo estético y lo real; lo estético no es un ámbito
alternativo, sino una manera de intensificar el ámbito único que todos
habitamos. Pero luego, el portavoz, continuaba diciendo que el presi
dente «suele reconocer las películas cuyos textos utiliza». Es decir, en el
momento de la apropiación el presidente reconoce que está recurriendo
a lo estético y, por lo tanto, reconoce la existencia de una distinción de
trabajo. Al hacer esto, respeta e incluso llama la atención respecto a la
diferencia que existe entre su propio discurso presidencial y las ficciones
en las que él mismo ha tomado parte. Son diferencias de las que depen
de, en patte, su propia transición de actor a político y son signos del sis
tema legal y económico que él representa. Dado que la estética capitalis
ta requiere reconocimientos -d e ahí las diversas marcas de derechas de
propiedad que aparecen en la pantalla o en un texto—y la atena política
insiste en que no es una ficción, no parece preocupat a nadie que el pre
sidente, sin reconocimiento alguno, lea discursos escritos por Anthony
Dolan u otros. Durante mucho tiempo ésa ha sido la norma de funcio
namiento para los políticos americanos. Pero el pueblo se preocuparía si
el presidente dieta discursos sacados de antiguas películas sin indicarlo.
Parecería, entonces, que desconoce la diferencia entre fantasía y realidad
y eso sería alarmante.
Claro está, la Casa Blanca no estaba respondiendo a un problema
teórico, sino a la implicación de que, en cierta forma, el presidente no se
estaba dando totalmente cuenta de estar citando o que, se daba cuenta y
prefería obviat el hecho para causar una impresión más fuerte. En un
caso sería una especie de sonámbulo, en el segundo un plagiario. Para
12 Norman M ah .f.r , The Executioners Song, Nueva York, Warner Books, 1979.
Aparecida en castellano con el título La canción del verdugo (1979). [N. de!. T ]
ría». Las cartas fueron cortadas y seleccionadas por un editor de Randóni
House, Erroll McDonald, y aparecieron como libro bajo el título ln the
Belly ofthe Beast (En el vientre de la bestia). Este libro también tuvo un
gran éxito y contribuyó, con la ayuda de Mailer, a conseguir la libertad
bajo palabra de su autor.
«Mientras escribo estas palabras», indicaba Mailer en la introducción
al libro de Abbott, «parece como si Abbott fuera a ser puesto en libertad
bajo palabra este verano. Ciertamente es el momento para que salga»1^;
«No he tenido ningún contacto físico con otro ser humano desde hace
casi veinte años», escribía Abbott, «excepto en peleas, en actos de lucha,
de violencia». Poco después de ser puesto en libertad, Abbott, hoy una
celebridad, se acercó a un camarero en un restaurante y le pidió usar él
servicio de caballeros. El camarero -Richard Adán, aspirante a actor y
dramaturgo- le dijo a Abbott que el restaurante no disponía de servició
de caballeros y le pidió que se marchara. Cuando Adán le acompañó
hasta la calle, Abbott, al parecer pensando que le estaban retando, le tras
pasó el corazón con nn cuchillo de cocina. Fue detenido y condenado,
nuevamente, por asesinato. El hecho se ha convertido en una obra dé
teatro, también titulada In the Belly o f the Beast, que se ha estrenado
recientemente con críticas muy favorables.
La crítica literaria tiene unos términos semejantes pata referirse a la rela
ción entre una obra de arte y los hechos históricas que refiere: hablamos de
alusión, simbolización, alegorización, representación y, sobre todo, de
mimesis. Cada uno de esos términos tiene una rica historia y resulta vir
tualmente indispensable, pero, sin embargo, todos ellos parecen curiosa
mente inadecuados para el fenómeno cultural que constituyen los libros
de Mailer y Abbott, la serie de televisión y la obra de teatro. Y su falta de
adecuación se extiende a aspectos no sólo de la cultura contemporánea,
sino de la cultura del pasado. Necesitamos desarrollar términos para des
cribir la manera en que el material -en este caso, documentos oficiales,
papeles privados, recortes de prensa, etc.- es transferido de una esfera dis
cursiva a otra, convirtiéndose en propiedad estética. Creo que sería un
error considerar este proceso como unidireccional -desde el discurso
social al discurso estético- no sólo porque el discurso estético, en este
caso, esté tan ligado a la empresa capitalista, sino porque el discurso social
ya está cargado con energía estética. Gilmore no sólo fue impresionado
explícita y poderosamente por la versión cinematográfica de Alguien voló
sobre el nido del cuco, sino que todo su patrón de comportamiento parece
haber sido formado por las representaciones características de la ficción
popular americana, incluida la del propio Mailer.
13 Introducción al libro de Jack Hcnry Abbott , In the Belly o f tbe Beast: Letters
from Prison, Nueva York, Random House, 1981, p. xviii.
Michael Baxandall recientemente ha defendido que «el arte y la
sociedad son conceptos analíticos procedentes de dos tipos distintos
Je categorización de la experiencia humana [...] construcciones siste
máticas no homologas superpuestas a temas interpenetrados». En
consecuencia, indica, cualquier intento para relacionar ambos debe
primero «modificar uno de los términos hasta que concuerde con el
Otro, manteniendo presente qué modificación ha sido precisa ya que
es una parte necesaria de la propia información»5! Es imperativo que
reconozcamos la modificación y que encontremos la manera de medir
su grado, puesto que sólo por dichas medidas podremos albergar la
esperanza de delinear la relación entre arte y sociedad. Esta admoni
ción es importante -la antoconciencia metodológica es una de las
señas diferenciadoras del nuevo histor¡cismo en estudios culturales, en
oposición al historicismo basado en la fe en la transparencia de los sig
nos y de los procedimientos interpretativos- pero debe complemen
tarse con la comprensión de que la obra de arte no es, en sí misma,
una llama pura oculta en el origen de nuestras especulaciones. Por el
contrario, la obra de arte es ella misma el producto de un conjunto de
manipulaciones, algunas de ellas las nuestras (de forma más sorpren
dente en el caso de obras no concebidas originalmente como «arte»,
sino como otra cosa: objetos votivos, propaganda, rezos, etc.), y otras
muchas procedentes de Ja construcción de Ja obra origina). Es decir,
la obra de arte es el producto de una negociación entre el creador, o
clase de creadores, equipado con un complejo repertorio de conven
ciones compartidas, y las instituciones y prácticas de la sociedad. Para
poder llevar a cabo esa negociación, los artistas tienen que crear una
moneda que sea válida para un intercambio significativo y mutua
mente beneficioso. Es importante destacar que el proceso implica no
simplemente la apropiación sino el intercambio, dado que la existen
cia del arte siempre supone algo a cambio, algo medido normalmente en
placer e interés. He de añadir que las monedas dominantes en la socie
dad, el dinero y el prestigio, se ven inevitablemente implicadas, pero
estoy utilizando metafóricamente el termino «moneda» para designar los
ajustes sistemáticos, simbolizaciones y líneas de crédito necesarias para
que pueda realizarse el intercambio. Los términos «moneda» y «negocia
ción» son signos de nuestra manipulación y ajuste de sistemas relativos.
El trabajo teórico más reciente creo que debe ser entendido dentro
del contexto de la búsqueda de un nuevo conjunto de términos para
comprender el fenómeno cultural que he intentado describir. Wolfgang
Iser, por ejemplo, escribe sobre la creación de la dimensión estética por
3 La sociedad es, desde luego, una parte de la naturaleza también, sólo que una
parte cualitativamente diferente, poseedora de sus leyes específicas.
¡4 conciencia individual es un hecho ideológico y social. H asta que este
postulado se reconozca con todas sus implicaciones, no podrá construir
se una psicología objetiva ni una ciencia objetiva de las ideologías.
El problema de la conciencia es justamente aquel que crea las principa-
íes dificultades y genera la confusión más profunda en todas las cuestiones
relacionadas tanto con la psicología como con el estudio de las ideologías.
A fin de cuentas, la conciencia ha llegado a set un asylum ignamntiae para
todos los sistemas filosóficos. L a conciencia se convierte en el depósito
de todos los problemas irresolubles, de todos ios remanentes no disgre
gabas objetivamente. En vez de buscar una definición objetiva de la
conciencia, la empezaron a utilizar para snbjetivizar y tefundir entre sí
todas las definiciones objetivas equilibradas.
U na definición objetiva de ia conciencia sólo puede ser sociológica.
No es posible deducir la conciencia inmediatamente de la naturaleza, como
trataba de hacet el ingenuo materialismo mecanicista, y com o sigue inten
tando hacerlo la psicología objetiva contemporánea (la biológica, la con-
ducrista y la reflexológica). N o se puede derivar la ideología de la concien
cia, como lo hacen el idealismo y el positivismo psieoíogista. L a conciencia
se construye y se realiza mediante ei material sígnico, creado en el pro
ceso de la com unicación social de un colectivo organizado. La concien
cia individual se alienta de signos, crece en base a ellos, refleja en sí su
lógica y sus leyes. La lógica de la conciencia es de ía com unicación
ideológica, la de la interacción sígnica en una colectividad. Si privamos
la conciencia de sn contenido sígnico ideológico, en la conciencia nada
quedará. La conciencia sólo puede manifestarse en una imagen, en una
palabra, en un gesto significativo, etc. Fuera de este material queda un
desnudo acto fisiológico, no iluminado por la conciencia, es decir, no
iluminado, no interpretado por los signos.
D e rodo lo dicho se deduce el siguiente postulado metodológico; el
estudio de las ideologías en níngiín grado depende de la psicología ni se apoya
en ésta. Por el contrario, como veremos más detalladamente en uno de los
capítulos siguientes, es la psicología objetiva ia que debefundarse en la cien
cia de las ideologías. La realidad de los fenómenos ideológicos es la realidad
objetiva de los siglos sociales. Las leyes de esta realidad son leyes de la
comunicación semiótica determinadas directamente por todo el conjunto
de las leyes económicas y sociales. La realidad ideológica es una superes
tructura inmediata que surge sobre la base económica. L a conciencia indi
vidual no es el arquitecto de la superestructura ideológica, sino tan sólo un
inquilino alojado en el edificio social de los signos ideológicos.
A l disociar previamente las fenómenos ideológicos y sus leyes de la con
ciencia individual, los hemos relacionado más sólidamente con las condi
ciones y formas de la comunicación social. La realidad del signo se define
completamente por esta comunicación. La existencia del signo no es sino la
materialización de esta comunicación. Así son todos los signos ideológicas.
Pero el carácter sígnico y el condicionamiento global y multilateral
mediante la com unicación no se expresa en ninguna forma tan desco
llante y plena com o en el lenguaje. L a palabra4 es elfenómeno ideológico
por excelencia. Toda la realidad de la palabra se disuelve por completo en
su función de ser signo. E n la palabta no h ay nada qne sea indiferente a
tal función y que no fuese generado por ella. l a palabra es el medio más
puro y genuino de la com unicación social.
Ya la misma representad vi dad d é la palabra en cuanto fenómeno ideo
lógico, su poder demostrativo, la claridad excepcional de su estructura
sígnica bastarían para colocar la palabra en el primer plano del estudio
de las ideologías. Las principales formas ideológicas de la comunicación
semiótica podrían ponerse de manifiesto de ia mejor m aneta posible jus
tamente gracias al apoyo del material verbal,
Pero esto aún no es todo, La palabta no sólo teptesenta un signo puro
y ejemplar, sino que aparece además com o un signo neutral. Todo el mate
rial sígnico restante se especializa de acuerdo con las áreas de la creación
ideológica. Cada una de ellas posee su propio material ideológico, fotma
sus signos y símbolos específicos, que resultan inaplicables en otras áreas,
en las que el signo se crea pot su función ideológica particular y es insepa
rable de ella. Por el contrario, la palabta es neutral con respecto a una (un
ción ideológica, sea ésta la científica, la estética, la moral o la religiosa.
Adem ás, existe una enorme zona de la com unicación ideológica que
no se deja relacionar con esfera ideológica alguna. Es la zona de la comu
nicación en la vida cotidiana, Ésta es sumamente rica en contenido e
importante, Por un lado, se conecta directamente con los procesos de la
producción; por el otro, toca las esferas de las diversas ideologías ya for-
5 En el original, postupok (en inglés, deed). Otra clave del pensamiento bakhti-
niano, que se desarrolla sobre todo en sus trabajos reunidos en el volumen Esteüka
slovesnogo tvnrchestva (Estética de la creación verbal) \N. de la T.]
la palabra; no existe un sustitutivo verbal idóneo ni siquiera para un gestó
cotidiano más simple. Negarlo sólo llevaría a un racionalismo más vu lg^
y a una simplificación. Pero al rnismo tiempo todos estos signos ideoló
gicos que no son reemplazables por la palabra, en ésta se apoyan y por éstá
se hacen acompañar, com o el canto es acompañado por la música.
N o existe un solo signo cultural que, al ser com prendido y concep-
tnalizado, quede aislado, sino que al contrario, todos ellos forman parte
de la unidad de una conciencia estructurada verbalmeme, La conciencia
siempre sabe encontrar una aproximación verbal hacia el signo. Por est)
alrededor de cada signo cultural se forma una especie de círculos con
céntricos hechos de reflejos y ecos verbales. Toda refracción ideológica del
ser en devenir, no importa en qué material significante se realice, es acom
pañada por una refracción ideológica en la palabra, com o fenómeno saté
lite obligatorio. La palabra está presente en todo acto de comprensión y
en todo acto de interpretación.
Todas las particularidades de la palabra que analizamos - s u pureza
sígnica, su neutralidad ideológica, su capacidad de convenirse en discurso
interno y, finalmente, su ubicuidad en cuanto fenómeno colateral de todo
acto consciente-, todos estos rasgos convierten la palabra en eí objetivo
básico del estudio de las ideologías. Las leyes de la refracción Ideológica
de la existencia en los signos y en la conciencia, las formas y la mecáni
ca de esta refracción deben ante todo estudiarse con base al material de
la palabra. La introducción del método sociológico marxista en todas las
profundidades y sutilezas de las estructuras ideológicas «inmanentes»
sólo es posible sobre la base de una filosofía del lenguaje elaborada por
el propio marxismo, de una filosofía del lenguaje com prendida corao
filosofía del signo ideológico.
GeoRG (GYÜRGY) LukACS (1885-1971), filósofo, ctítico litetario y
teórico marxista de origen húngaro, inició sus estudios en Budapest y
se trasladó más tarde a las universidades de Betlín y Heidelberg,
donde entró en contacto con el pensamiento de la escuela neokantia-
na y se fotmó en la sociología de Max Weber. A paule de 1918 hace
suyo el ideario marxista y se integra en el Pattido Comunista
Húngaro, en cuyas filas participa activamente en la política de su país
hasta que el derrocamiento de la República de los Consejos le obligó
a huir a Viena. Su agitado activismo político e intelectual le condu
jo a vivit en Moscú de 1930 a 1945, año en el que regresa a Hungría,
de cuyo gobierno reformista llegó a ser ministto durante la revolu
ción de 1956. En un primer momento la obra de Lukács se define
pot la luctte impronta del idealismo alemán y de la estética de ascen
dencia romántica, de suerte que sus escritos juveniles tesponden,
como ¿1 mismo confesará años después, a la tensión aún no resuelta
entre «una ¿tica de izquierdas y una epistemología de derechas». En
cualquier caso, el joven Lukács plasmó dicha tensión en dos obtas
maestras del ensayo filosófico del siglo XX; E l alma y las formas (1911)
y Teoría de la novela (tedactada en 1914 y publicada en 1920). Esta
última, que forma parte de los textos clásicos de la estética y la teo
ría literaria contemporáneas, ttasluce la profunda influencia de la
dialéctica hegeliana y tepresenta una brillante consecución de las
poéticas románticas. La etapa marxista de Lukács, que define la evo
lución de todo su pensamiento posterior, comienza con la publica
ción de Historia y conciencia de clase (1923), un extenso tratado his
tórico-ctítico sobte los conceptos de «cosificadón» y «alienación»
que se cuenta entre ios mayores logros del marxismo teórico, La
asunción incondicional de la ortodoxia comunista de la época deter
minó que sus estudios sobre estética y ctítica literaria se dirigieran
con un énfasis ideológico casi fanático a la apología del realismo
decimonónico en detrimento de las grandes creaciones del atte y la
literatuta modernista y de vanguardia. Esta hostilidad hacia la mejor lite
ratura del primer tercio del siglo XX se evidencia en Contra el realis
mo m al entendido (1958), donde arremete contta escritotes como
Ptoust, joyee y Kafka en un delirante escrutinio que le lleva a incu
rrir implícitamente en una ciegay contradictoria defensa de los pto-
gramas estéticos de raigambre burguesa. Con todo, la teotía crítica
lukacsiana indaga lúcidamente en los más divetsos aspectos poetoló-
gicos y sociales de las formas artísticas y literarias, y su obra está llena
de perspicaces interpretaciones de las estructuras históricas e ideoló
gicas de la novela y el drama modernos. Entte sus muchas obtas cabe
mencionar Goethe y su tiempo (1947), Thomm Mann (1949), Balzac
y el realismo francés (1952), L a novela histórica (1955) y la recopila
ción Sociología de la literatura (1961).
Georg Lukács
La novela histórica y el drama histórico*
1 La cursiva es mía.
ral izadón dramática de Shakespeare debe admirarse justo por su manera
de representar la generación vieja de la familia sólo en las figuras de Lear
y Gloucester. Si hubiese acompañado a Lear o a Gloucester, o a ambos,
una mujer -co sa que un poeta épico se hubiera viso forzado a hacer-
hubiera tenido que menguar la concentración en el choque humano (si eí
conflicto con los hijos hubiese provocado un conflicto con los padres), o ia
configuración de la mujer hubiese tenido que ser una tautología dramáti
ca. ya que sólo podría actuar com o un eco debilitador del esposo, Es carac
terístico para el enrarecido aire de ía generalización dramática el que esa
tragedia necesariamente se imponga en el espectador como una imagen
conmovedora sin que se plantee siquiera la pregunta por las mujeres ausen
tes, En cambio, en una creación épica de rasgos similares ¡a presentación
de estos destinos paralelos tendría que dar por fuerza la impresión de una
situación artificiosa que exigiría uña explicación especial, explicación que
por otra paite difícilmente podría llegar a convencer. Desde luego, podría
llevarse adelante este análisis hasta la elaboración más íntima de los deta
lles, M as aquí sólo nos interesa mostrar el contraste en su generalidad.
A l concentrar el drama el reflejo de la vida en la plaminación de una
gran colisión, al agrupar alrededor de ésta todas las manifestaciones vita
les y desplegarlas siempre en su relación con esa colisión, simplifica y
generaliza las posibles actitudes de los hombres frente a sus problemas
vitales. La plasmación se reduce a la representación típica de las más
importantes y características actitudes humanas', se restringe a aquello
que es imprescindible para la configuración dinámica de la colisión, es
decir, a los movimientos sociales, morales y psicológicos que producen y
luego resuelven la colisión, Toda figura, todo rasgo psicológico de una
figura que rebase la necesidad dialéctica de este nexo, de este vivo dina
mismo de la colisión tendrá que dar la impresión de ser superfino desde
el punto de vista del drama. Por eso caracteriza Hegel, con toda justicia,
la composición decisiva com o «totalidad del movimiento».
La riqueza y la amplitud de este tipismo dependerá de la etapa histó
rica de la evolución en que se crea el drama, y dentro de esta etapa natu
ralmente también de la individualidad del dramaturgo,
M as lo decisivo es siempre la dialéctica interna, objetiva de la colisión
misma que, en cierto modo independiente de la conciencia del dramatur
go, establece la extensión de la «totalidad del movimiento». Veamos por
ejemplo la Antigona de Sófocles. Creóm e ha dado orden de que no se ente
rrase a Polinices. La colisión dramática exige de esta situación dos y sólo dos
hermanas de Polinices, Si Antigona líjese la única hermana, su heroica opo
sición contra la orden del rey podría aparecer como una reacción normal y
socialmente nada extraordinaria, La figura de su hermana Ismena es abso
lutamente necesaria para mostrar qne el acto de Antigona es ciertamente
una expresión heroicamente natural de la moralidad pasada y desaparecida,
pero ya no una reacción espontánea y normal en las circunstancias en que
2 desenvuelve el drama. Ismena condena tanto la prohibición de Creonte
com o actitud de Antígona, pero exige de su heroica hermana que, por ser
la más débil, se someta al poder. Me parece evidente que sin Ismena, la tra
gedia de Antígona no convencería ni produciría el efecto de una imagen
artística de la totalidad histórico-social, pero igualmente obvio que una ter
cera hermana no sería dramáticamente otra cosa que una tautología,
Así pues, Lessing tiene plena razón cuando en su polémica contra la
tragédie ckssique afirma que los principios de composición dramática de
Shakespeare son en esencia exactamente los mismos que los de los grie
gos, La diferencia entre ambos es histórica, Debido a la creciente compli
c a c ió n histórico-social de las circunstancias humanas, ia estructura de la
colisión en la propia realidad humana se ha hecho más variada y comple
ja, t a composición del drama shakespeariano refleja con la misma fideli
dad y magnificencia esta nueva situación de la realidad con la que la tra
gedia de Esquilo y Sófocles había reproducido artísticamente la situación
mis sencilla de la vieja Atenas. Este cambio histórico significa una nove
dad cualitativa de la construcción dramática en Shakespeare. La novedad,
por supuesto, no consiste en un incremento exterior y simple de la proli
jidad del mundo artísticamente reproducido. Es más bien un sistema
enteramente nuevo y original, ideado por un genio, de movimientos
sedales y humanos múltiples y típicos, pero reducidos a lo típicamente
necesario dentro de su multiplicidad. Justamente por basarse la más ínti
ma esencia del drama shakespeariano en los mismos principios que la tra
gedia griega tenía que ser completamente diferente su forma dramática.
La jusieza y profundidad del análisis de Lessing se manifiesta en espe
cial en ejemplos negativos. Uno de los prejuicios más extendidos es que
la concentración externa de la acción, la reducción de los personajes a
sólo unos cuantos representaría una dirección puramente dramática,
mientras que un frecuente y multicolor cambio de escena y una gran
número de actores, etc., significaría una dirección hacia la épica, Esa idea
es superficial y errónea. El carácter verdaderamente dramático o «nove
lizado» de un drama depende de la solución al problema de la «totalidad
del movimiento» y no sólo de algunos rasgos formales,
Observemos por un lado el método de composición de la tragédie
clüssíquc. Trata de lograr la famosa unidad de espacio y tiempo. Reduce
a un mínimo los protagonistas. Pero sin excepción, dentro de ese míni
mo hay personas dramáticamente superfinas, a saber, los afamados
«hombres de confianza». Alfieri, él mismo partidario de este método de
composición, critica teóricamente el papel tan poco dramático de estas
figuras e incluso las elimina prácticamente de sus dramas. Pero ¿cuál es
el resultado? Cieno que los héroes de Alfieri no tienen «hombres de con
fianza», pero en cambio pronuncian largos nada dramáticos monólogos.
La crítica de Alfieri desenmascara un aspecto pseudodramático de la tra
gédie classique y lo sustituye con un motivo francamente antidramático,
El verdadero error de composición al que se debe todo este complejo de
problemas consiste en que la colisión fue abstraída en forma mecánica y
bruta! por esos dramaturgos {por motivos individuales e históricos dis
tintos y de manera diferente según los diversos representantes más impor
tantes de esta dirección). Con eiío se pierde el vivo dinamismo de la «tota
lidad del movimiento». Mencionemos de nuevo a Shakespeare: aun sus
héroes más' «solitarios» no están solos. Pero eí Horacio que acompaña a
Hamlet no es un «hombre de confianza», sino una fuerza motriz, autó
noma y necesaria de ia acción global. Sin el sistema de los contrastes
entre Hamlet, Horacio, Fortinbras y Laertes, la colisión concreta de esta
tragedia sería inimaginable. Del mismo modo, Metcucio y Benvolio
desempeñan en Romeo y Julieta funciones autónomas y necesarias desde
el punto de vista dramático y de contenido.
Como ejemplo opuesto nos podemos' servir deí drama naturalista. En
los casos en que se ha logrado una composición más o menos dramáti
ca, como en D ie Weber (Los tejedores) de Hauptmann, la mayoría de los
personajes es dramáticamente necesaria y representa un componente
movido y activo de la totalidad concreta de la rebelión de los tejedores.
En cambio, casi todos los dramas naturalistas, incluso aquellos que se
conforman con pocos' personajes y concentran fuertemente su acción en
tiempo y espacio, presentan una serie de figuras que sólo sirven para
mostrarle el espectador en fotma plástica el ambiente social de la acción.
Cada figura de este tipo, cada escena de esta especie «noveliza» el drama,
pues expresa un momento de aquella «totalidad de los objetos» que k es
tan extraña a la naturaleza y a la misión del drama.
Esta simplificación parece alejar al drama de la vida, y esta apariencia
ha dado lugat a numerosas teotías equivocadas acetca del drama: en tiem-
pos pasados, las diversas teotías pata justificar la tragédie ckssíque; en
nuestros días, las teorías del carácter «convencional» de la forma dramá
tica, de la «autonomía» del teatro, etc. Estas últimas no son sino reaccio
nes al necesario fracaso del naturalismo en el drama y, cayendo en el
extremo opuesto, se mueven en el mismo círculo mágico falso que el pro
pio naturalismo.
Este «alejamiento» del drama debe comprenderse él mismo como un
hecho de la vida, como un reflejo artístico de lo que la propia vida a obje
tivamente en determinados momentos de su movimiento y de cómo apa
rece necesariamente de acuerdo con esa realidad.
En general es indiscutible que el drama tiene como tema central la
colisión de fuerzas sociales en su punto extremo y más agudo. Y no se
requiere una especial inteligencia pata reconocer el nexo de la colisión
social en la fotma extrema de la transformación social, en la revolución.
Toda auténtica y profunda teoría sobre lo trágico acentúa como tasgo
esencial de la colisión, por un lado, la necesidad de la actuación en
ambos bandos de las fuerzas en pugna y, por el otro, la necesidad de un
desenlace violento de esta colisión. Y si se traducen estas exigencias for
males de la colisión trágica al lenguaje de la vida, se verán los rasgos
¿generalizados al máximo y reducidos a la forma abstracta del movi
miento- de las transformaciones revolucionarias de la vida misma.
Seguramente no es casual que los grandes periodos en que floreció la
tragedia coinciden con las grandes transformaciones históricas de la socie
dad humana. Aunque en forma mistificada, ya Hegel había teconocido
en el conflicto de la Antigona de Sófocles el choque de las fuetzas sociales
que en la realidad llevaron a la destrucción de las formas sociales primiti
vas y al surgimiento de la polis griega. El análisis que de la Orestíada de
Esquilo hace Bachofen lleva aún más lejos que Hegel las tendencias mis
tificadoras, pero formula de manera más concreta que Hegel este conflic
to social: como la trágica colisión entre el decadente matriarcado con el
naciente patriarcado. El penetrante y profundo análisis de esta cuestión
que nos ofrece Engels en E l origen de la fam ilia da una base materialista a
la teoría místico-idealista de Bachofen y propone un claro fundamento
teórico e histórico de la necesidad del nexo entre el surgimiento de la tra
gedia griega y esta tevolución social en la historia de la humanidad.
Algo patecido ocurre con el segundo florecimiento de la tragedia en la
época del Renacimiento. Esta vez, la colisión histórica entre el decadente
feudalismo y los dolores de parto de la última sociedad de clases ofrece las
condiciones materiales y formales para un nuevo auge del drama. Marx
manifestó en forma absolutamente inequívoca esta relación con respec
to al drama renacentista. En diversos escritos señaló la necesidad social
del advenimiento y de la desaparición de los periodos trágicos. Así, en su
«En torno a la crítica de la Filosofía del Derecho, de Hegel» (1844),
resaita precisamente el momento de la necesidad, del profundo senti
miento de justificación que nace de esta necesidad en la parte decaden
te de la sociedad, como condición para la tragedia. «Mientras el anden
régíme, en cuanto orden universal dominante, luchaba con un mundo
apenas naciente, tenía de su lado un error histórico, mas 110 personal.
Por eso su decadencia fue trágica».
En este tratado de juventud, así como en el posterior Dieciocho Bru-
mario, Marx ofrece un agudo análisis del hecho por el que determinadas
colisiones sociales se convierten en el curso del desarrollo histórico de
conflictos trágicos en objetos de comedia. Viene a ser muy interesante y
tiene fundamental importancia para la teoría del drama el que el resul
tado objetivo de las evoluciones históricas investigadas por Marx consista
en este caso siempre en que la trágica necesidad de la actuación se eli
mine social e históricamente en uno de los bandos combatientes: justa
mente en el opositor al progreso humano.
Peto sería falso querer restringir los hechos de la vida en que se basa la
forma dramática de modo rígido y mecanicista a las grandes revolucio
nes históricas. Esto redundaría en un aislamiento intelectual de las revolu-
dones ftente a las tendencias generales y siempre activas de la vida social, y
convertiría el hecho de la revolución nuevamente en una especie de «catás-:
ttofe natural» a la Cuvier. En contra de ello debemos decir ante todo que no
todas las colisiones sociales que tenían en sus entrañas alguna simiente revolu
cionaria desembocaron en la realidad histórica efectivamente en una revo
lución. Marx y Lenin señalaron en diversas ocasiones que ha habido situa
ciones objetivamente revolucionarias que debido al subdesarrollo del factor
subjetivo no llegaron a estallar en una revolución. R¡nscroos en el periodo de
fmes de la quinta y comienzos de la sexta década del siglo XK en Alemania
fla «nueva era» y el subsecuente conflicto constitucional en Prusia).
Mas con esto no se ha agotado, ni mucho menos, el problema de las
colisiones sociales. Una verdadera revolución popular no estalla jamás a
consecuencia de una única y aislada contradicción social. El periodo hisió-
rico-objetivo de incubación de las revoluciones está repleto, en la vida
misma, de toda una serie de contradicciones trágicas. La maduración de
una revolución muestra con creciente nitidez, el nexo objetivo de estas con
tradicciones, que con frecuencia se presentan aisladamente, y las resume en
la actuación de las masas a unas pocas y decisivas cuestiones centrales. Y dd
mismo modo pueden seguir siendo activas determinadas contradicciones
sociales aún después de una revolución por no haber sido resueltas, o inclu
so manifestarse en forma intensificada a consecuencia de esa revolución.
Todo esto tiene importantes consecuencias para el tema que aquí nos
interesa. Por una parte, se manifiesta el significativo nexo vita! entre la
colisión dramática y la transformación social. La idea que Marx y Engels
tienen acerca de la telación entre la época de auge del drama y la revo
lución se confirma plenamente; pues es obvio que la concentración his-
tórico-social de las contradicciones de la vida tiende necesariamente a
una plasmación dramática. Por otra parte, observamos que ia vetdad
vital de la forma dramática no se puede «localizar» estrecha y mecánica
mente en las grandes revoluciones de la historia humana. Pues la autén
tica colisión dramática resume, en efecto, los rasgos morales de una gran
revolución social, pero justamente por centrarse la plasmación en lo
esencial de lo humano, el conflicto concreto no tiene forzosamente que
revelar en su aparición inmediata una revolución de la cual él mismo
deriva. La transformación social constituye el ámbito general de la coli
sión, mas la unión de esta base con la forma concreta de la colisión
puede ser sumamente compleja y mediata. M ás adelante veremos que
precisamente en esta forma se manifiesta el historicismo de los dramas
más maduros y significativos de Shakespeare. Las contradicciones del
desarrollo social, la intensificación de estas contradicciones hasta llegar
al choque trágico, son un hecho general de la vida.
Esta contradicción de la vida no concluye tampoco con la eliminación
social del antagonismo de clases por la victoriosa revolución socialista.
Sería muy superficial y poco dialéctico el creer que en el socialismo sólo
ísxiste la tediosa tranquilidad de una vanidad sin problemas, luchas ni con
victos. Pot supuesto que las colisiones dramáticas reciben un semblante
enteramente nuevo, puesto que con la desaparición social del antagonis
m o clasista, de las contradicciones antagonistas, la necesaria caída trágica
¿el héroe en el drama no desempeña ya el mismo papel que antes,
,V]as también con respecto al drama de la sociedad de clases es más que
sup erficial el vet en e! trágico ocaso exclusivamente la brutal destrucción
de la vida humana, solamente algo «pesimista», a lo que en nuestro drama
habría que oponer un «optimismo» concebido con la misma banalidad,
]sJo debe olvidarse jamás que el camino hacia la caída trágica ha sido siem
pre al mismo tiempo, en los poetas dramáticos verdaderamente grandes de
Jos siglos pasados, un desenvolvimiento de las máximas energías humanas,
del supremo heroísmo humano, y que la superación del hombre ha sido
posible sólo por su fortaleza en resolver el conflicto. Cierto: Antígona y
Romeo mueren trágicamente, pero la Antígona moribunda y el Romeo
moribundo son personas mucho más gtandes, plenas y elevadas de lo que
habían sido antes de ser arrastradas por el torbellino de la colisión trágica.
Una de las cosas que más interesan hoy es subrayar este aspecto de la
colisión trágica, ver cómo se generaliza poéticamente y se hace intensa
mente experimcntable un hecho vital general en la forma dramática y a
través de ella, Y este aspecto humano de la colisión dramática, que no
tiene que estar por fuerza ligado al trágico desenlace, está presente como
hecho vital también en la realidad socialista y puede servir así de base
para una sobresaliente plasmación dramática.
AI reconocerse la verdad de la forma dramática habtá que tener muy
concretamente a la vista el problema de la colisión en cuanto hecho de
vida. Sin pretender en lo más mínimo querer agotar aquí este problema,
enumeraremos a continuación algunos hechos vitales típicos cuyo refle
jo artístico lleva necesariamente a la creación de la forma dramática.
Comencemos con el problema de la bifurcación en la vida del indi
viduo y de la sociedad. En la tragedia Herodes y M arianne de Hebbel le
dice la heroína al héroe:
Quizá tengas
justamente ahora tu destino en tus manos
y puedas guiarlo como te plazca.
A cada hombre le ¡lega el instante
en que el auriga de su estrella le entrega
a éi mismo las riendas. ¡Lo único nefasto
es que no reconozca el instante, que cualquiera
que pase, pueda serlo!
11 Los textos clásicos sobre ios modos de producción son, además de Ancient
Society (1877) de Lcwis Hentry MORGAN; Pre-Capitalist Ecommic Formations de Kari
M a r x , una parte de Gmndrisse (3857-1858) publicado por separado por Eric
Hobsbawm, Nueva York, International, 1965 y The Family, Prívate Property and tbe
State (1884) de Friedrich ENGELS. Entre las importantes contribuciones al «debate»
reciente sobre ios modos de producción están: el artículo de Etienne Ralibar en ei
volumen colectivo sobre AlXHUSSER, Reading Capital, trad. de B, Brewster, Londres,
New Lefc Books, 1970; Marxism and «Primitive» Societie.f, de Emmanuel T e.RRAY,
trad. de M. Kiopper, Nueva York, Moiuhly Review, 1972; Horízon: trajets marxistes en
anthropologie de Maurice GODEIJER, París, Maspéro, 1973; Sur le mode deproduction
asiatique de J, C h e sn e a u x , París, Editions Sociales, 1969; y Pre-Capitalist Modes of
Production de Bany HlNDESS y Paul HlRST, Londres, Routíedge & Kegan Paul, 1975-
dad humana tradicional mente han sido los siguientes': la sociedad tribal
o com unism o primitivo (la horda), la sociedad jerárquica o gens (.socie
dad neolítica), el modo de producción asiático (el llamado despotismo
¿¿fontal), la sociedad oligárquica propietaria de esclavos o polis (el anti
guo modo de producción), el feudalismo, el capitalismo y el comunismo
(coft bastante debate sobre si et estadio de transición entre estos últimos
-en ocasiones llamado «socialismo»—es un modo genuino de produc
ción)- Lo m ái importante en el presente contexto es que incluso esta
concepción esquemática o mecánica de los «estadios» históricos (lo que
Í¿s"aíthusserianos han criticado sistemáticamente bajo el término de «his-
toricismo») incluye la noción de una dominante cultural o forma de co
dificación ideológica específica de cada modo de producción. Siguiendo
el mismo orden éstas han sido generalmente concebidas com o una narra
tiva mágica o mítica: el parentesco, la religión o lo sagrado, la «política»
según ia estrecha categoría de la ciudadanía en la antigua ciudad-estado,
las relaciones de dominación personal, la cosificación de los bienes y
(presumiblemente) las formas originales y nunca desarrolladas por com
pleto de las asociaciones colectivas o comunales.
Sin embargo, antes de que podamos determinar el «texto» cultural u
objeto específico de estudio del horizonte de los modos de producción,
debemos hacer dos aclaraciones preliminares sobre los problemas meto
dológicos que plantea. El primero se refiere a si el concepto de «modo de
producción» es sincrónico, mientras que el segundo se ocupa de la ten
tación de usar varios modos de producción para una operación de clasi
ficación o ti pologiz ación, en el que los textos culturales son simplemen
te introducidos en numerosos compartimentos.
De hecho, bastantes teóricos se han inquietado por la aparente con
vergencia entre la noción propiamente marxista de un modo de produc
ción abarcador y estructurador (que asigna dentro de sí un lugar especí
fico y único a todo: la cultura, la producción ideológica, la articulación
de clase, la tecnología) y la visión no marxista de un «sistema total» en
el que los diversos elementos o niveles de la vida social son programados
de una forma cada vez mis constrictiva. Lü noción de Weber de la «jaula de
hierro» de una sociedad cada vez más burocrática12, la imagen de Foucault
52 «Los puritanos querían, trabajar por vocación, nosotros nos vemos forzados a
hacerlo, pues cuando el ascetismo salió de k s celdas monásticas, entró en la vida
cotidiana y comenzó a dominar la moral mundana, colaboró en la construcción del
tremendo cosmos dei moderno orden económico. Ese orden está ahora sujeto a las
condiciones técnicas y económicas de ia producción mecánica que hoy determina,
con fuerza irresistible, la vida de todos los individuos que nacen dentro de este
mecanismo y no sólo la de aquellos conectados directamente con la adquisición eco-
nómica. Tal vez la determinará hasta que se queme ía última tonelada de carbón
fósil. Según Baxter, la preocupación por los bienes externos sólo debe recaer sobre
del entramado de una «Tecnología política del cuerpo »13 crecientemente
omnipresente, pero rambién las aproximaciones sincrónicas más tradi
cionales respecto a la programación cultural de un «momento» histórico
dado, como las propuestas desde Vico y Hegel hasta Spengler y Deleuzc,
todos ellos modelos monolíticos de la unidad cultural de un determina
do periodo histórico, han rendido a confirmar la sospecha de la tradición
dialéctica sobre los peligros de un pensamiento «sincrónico» emergente,
en el que el cambio y ei desarrollo son relegados a ia categoría marginal
de lo meramente «diacrónico», lo contingente o io estrictamente no sig-
nificarivo (y esto incluso en los casos en los que, como Althusser, dichos
modelos de unidad cultural son atacados como formas de una «causali
dad expresiva» más apropiadamente hegeliana e idealista). Este presentí- :
miento teórico sobre los límites del pensamiento sincrónico tal vez pueda
ser aprehendido más inmediatamente en el área política, donde el mode
lo del «sistema total» parecerá que lenta e inexorablemente va eliminan
do toda posibilidad de lo negativo y reintegrando su lugar en ei sistema
a una práctica opositiva o, incluso, de mera práctica y resiste ocia «críti
ca» que invierte dicha negarividad. En concreto, todo lo referente a la
lucha de clases que se anticipaba en el anriguo marco de trabajo dialéc
tico, entendido como un espacio emergente para relaciones sociales
radicalmente nuevas, podría parecer que se reduce, en el modelo sin
crónico, a prácricas que rienden a reforzar el propio sistema que planteó
y dicró sus límites específicos. En este sentido es en el que Jean
Baudrillard ha sugerido que la visión del «sistema toral» de la sociedad
contemporánea reduce las opciones de resistencia a gestos anarquistas*
huelgas salvajes, terrorismo y muerte. Mientras tanto, rambién en el
marco del análisis de la cultura la integración en el modelo sincrónico
podría parecer que vacía la producción cultural de todas sus capacidades
anrisistema y que «desenmascara» obras, incluso abiertamente oposito
ras o políticas, como instrumentos programados, en última instancia,
por el propio sistema,
Sin embargo, la noción propuesta aquí de una serie de horizontes
teóricos ampliadores es, precisamente, la que puede asignar su espacio
apropiado a estos inquietantes marcos sincrónicos, así como determinar
su utilización apropiada. Esta noción proyecta un amplio panorama de la
historia inconsistente con la acción política concreta y con la lucha de
clases sólo si no se respeta la especificidad de los horizontes. Por lo tanto,
los hombros del santo «como un ligero manto que puede dejarse a un lado en cual
quier momento.» Pero el destino ha querido que ese manto se convirtiera en una
jaula de hiervo». The ProtestantEthic and the Spirit ofCapitalism , erad, de T, Parsons,
Nueva York, Scribners, 1958, p. 181,
M. FOUCAULT, Surveiller et punir, París, Gallimard, 1975, pp. 27-28 ss.
aunque consideremos como sincrónico el concepro de un modo de pro
ducción (y en un momento vetemos que las cosas son algo más compli
cadas) en el nivel de abstracción histórica en el que se debe utilizar con
p r o p i e d a d dicho concepro, la lección de la «visión» de un sistema toral
ess a corto plazo, uno de los límites estructurales impuestos sobre la pra
xis más que una imposibilidad de ésra.
El problema reórico con los sistemas sincrónicos enumerados ante
riormente se encuentra en otra parte, no ranto en su marco analítico como
en jo que la perspectiva marxista llamaría su refundamento infraestruc-
tural. Históricamente dichos sistemas han caído en dos grupos generales
que podríamos denominar respectivamente, la visión dura y la ligera del
sistema total. El primer grupo proyecta un futuro fantástico de tipo
«totalitario» en el que los mecanismos de dominación ~ya sean entendi
dos como parte del proceso más general de burocratización o deriven de
manera más inmediata del empleo de la fuerza física o ideológica- son
aprehendidos como tendencias, creciente e irrevocablemente omnipre
sentes, cuya misión es colonizar los últimos resquicios y supervivientes
de la libertad humana, ocupar y organizar, en otras palabras, Ío que toda
vía queda, objetiva y subjetivamente, de la Naturaleza (muy esquemáti
camente, el Tercer Mundo y el Inconsciente).
Tal vez, estas teorías se podrían asociar con los nombres centrales de
Weber y Foucault, mientras que al frente del segundo grupo estarían los
nombres de Jean Raudrillard y los teóricos americanos de la «sociedad
posrindustrial»1! Para esre segundo grupo, las características del sistema
total de la sociedad mundial contemporánea no son tanto las de la domi
nación política, como las de la programación y penetración cultural; no
la jaula de hierro, sino la snciété de comommation con su consumición de
imágenes y simulacros, sus significantes libres y su ocultación de las vie
jas estructuras de las clases sociales y de la hegemonía ideológica tradi
cional. Para ambos grupos el capitalismo mundial csrá evolucionando
hacia un sistema que no es socialista en ninguno de los sentidos clásicos,
por una parte el de la pesadilla del control roral y, por otra, las polimór-
ficas y esquizofrénicas intensidades de alguna contracultura final (lo cual
no es menas inquietante para algunos que las amenazadoras característi
cas de la primera visión). Lo que debemos añadir es que ninguno de esos
análisis respeta la norma marxista del «caso definitivamente dererminan-
ID E O LO G ÍA - * significado/significante :
H IST O R IA
Yo no comidero el arte real entre las ideologías, si bien el arte nene una
relación muy particular y específica con la ideología [...] El alte (es decir
el auténtico aite, no las obras normales o mediocres) no nos ofrece exac
tamente conocimiento en sentido estricto y, por lo tanto, 110 reemplaza al
conocimiento (en el sentido moderno: el conocimiento científico), sino
que lo que no ofrece mantiene, no obstante, una cierta relación específica
con el conocimiento. Esa relación no es de identidad sino de diferencia.
Me explicaré. Creo qne la peculiaridad del arte es "hacernos ver”, “haca-
nos percibir”, “hacernos sentir” algo que alude a la realidad [■■■] Bataac y
Solzhcnílsyn nos dan una visión de la ideología a la que alude su obra y
de la que constantemente se alimenta, una visión que presupone una reti
rada, un distanciamíento interno respecto a la misma ideología de la que
surgen sus novelas. En cierto modo nos hacen “percibir” (pero no cono
cer) desde dentro la misma ideología a la que se encuentran sujetos...2
Francisco Ynduráin1
■No t o s s o b r e l it e r a t u r a
H ablar t o d o y h a b ía r n a d a
9 Cfr, J. L, BORGES, L a flor de Coleridge, en Otras inquisiciones, vol. II, pp, 17-19.
10 Maurke B l a n c h o t , Le livre h venir, Gallimard, 1959, p. 356.
rrogó al autor. Es lo que podríamos llamar la elaboración de la lectura
de manera análoga a como Freud habló de la elaboración del sueño11. l
pregunta que el autor trató de (re)producir como respuesta en el texto y
que ahora nos sigue interrogando a nosotros de forma muy distinta a
como interrogó a su autor. (De forma muy distinta; idest, a través dé sü
propia objetívidad/objemaU12). De ahí la multiplicidad de interpretacio
nes y de ahí que el texto sea el verdadero mudo de esc escenario imagi
nario13.
Partiendo a la vez de la base de que un texto no se puede psicoanali-
zar, porque no existía transferencia, sí que podemos alargar, sin embar
go, el ejemplo de la composición analítica imaginaria. En este aspecto se
puede decir que la literatura habla «nada», como podría decirse que la
anoréxica come «nada». El analista Alexandre Stevens utiliza para ejem
plificarlo la siguiente historia, una especie de cuento popular que dic¿
así: «Se trata de un niño que nunca hablaba, que nunca profirió uitá
palabra; sus padres consultaron a los especialistas y todos lo encontraron
normal excepto que no hablaba. Un día, en la mesa, pronuncia su pn-
L it e r a t u r a e id e o l o g ía : h is t o r ic id a d (1)
n También lo señala Foucault al respecto: «.El propio Kant terminó por cerrar
de nuevo tal abertura en ia pregunta antropológica, ;¡ la cual, a fin de cuentas, ha
referido coda Ja intervención critica». Véase M. Foucault, op. cit p. í 30.
23 Las citas remiten a la traducciém española de Selecciones de la Biblioteca Oro,
de la entrañable Editorial Molino (Barcelona, 1957),
Naturaleza Humana, el Espíritu Humano, se convierte así, como indica
mos, en el eje discursivo de cualquier textualidad actual, al menos desde ¿1
siglo XVIII: es el verdadero núcleo dcl inconsciente burgués en su lucha con
tra el feudalismo. De ahí también, y sobre todo a raíz del XVIII, la necesidad
que la ideología burguesa tuvo de analizar no ya sólo la configuración de
ese Espíritu Humano (lo que hizo Kant en sus críticas, lo que hizo Hegél
en su Fenomenología del Espíritu) sino de averiguar incluso el momento de
constitución, de nacimiento del Espíritu: ¿Cuándo nació el Niño? Es decir
cuando se puede hablar del origen de la razón humana o cuando se desve
ló por fin la razón humana. Así la diferencia entre el espíritu evolutivo de
Hegel frente a la razón siempre-ya-hecha, en cierto modo, de Kant, como
se desprende de su lamosa respuesta a ¿Qué es la Ilustración? A la razón de
Kant sólo le falta el impulso, el salto: sapere aude, atrévete a pensar por d
mismo. El origen del niño está en los griegos, claro, pero para Hegel la evo
lución es biológica, como decimos, mientras que para Kant es geológica.
Para los empiristas también lo es, en cierto modo, pero sobre todo les inte
resa más el cómo de la razón que el cuándo: el cómo experiencia] del empi
rismo es la imagen de la habitación vacía que se va llenando de muebles o
de experiencias, tal como la representa Locke especialmente, pero cuya ver
dadera maravilla de explicitación está configurada en los primeros capítu
los de la Alicia de Lewis Carroll; se ha insistido siempre en que se trata de
un texto sobre el lenguaje, pero es de hecho un texto sobre el crecimiento
y el espacio a poblar. Alicia cabe y no cabe en los sitios. Por eso incluso ai
el jardín llevará siempre en cada una de las manos un trozo de seta, el que
la hace crecer y el que la hace decrecer. Un ejemplo deí primer capítulo;
«Debo estar achicándome otra vez. Se levantó y fue a la mesa para medir
se por ella; según sus cálculos, medía ahora unas sesenta centímetros de
altura y seguía encogiéndose rápidamente. Pronto advirtió que la causa de
ello era el abanico... y lo arrojó a tiempo de no seguir decreciendo hasta su
total extinción» (p. 34). O bien, el liso de las setas en la página 86 : «Luego
mordisqueó un pedacito de seta (que había guardado en el bolsillo) hasta
reducir su altura a unos treinta centímetros; atravesó el pequeño corredor,
y luego...»2! Sin duda, la muestra más magistral del espacio empirista, que
se complementa con la reflexión sobre el tiempo desarrollada en la escena
de la hora del té: «Si conocieras al Tiempo como yo —dijo el Sombrerero-,
no hablarías de emplearlo o perderlo. El es muy suyo. — No entiendo lo
que quiere decir, dijo Alicia. — Por supuesto que no -dijo el Sombrerero...-
¡Me atrevería a decir que ni siquiera le has dirigido la palabra»25. Teniendo
en cuenta que el ejemplo de Alicia nos da otra lección de escritura que
2(1 Cierta crítica norteamericana, sobre todo desde N. F rye (especialmente a pat-
tit de su Anatomía de la crítica, Caracas, Monte Ávila, 1977, cuya 1.a ed. es de 1957)
y H . B l o o m (Véase por ejemplo Poesía y creencia, Madrid, Cátedra, 1991) ha habla
do sin tapujos de universales anfívpológicos estéticos. Más sutilmente tales univetsales
antropológicos han actuado en la crítica empirista, tanto anglosajona como europea,
siempre como un as oculto en la manga Ei hecho puede verse con mayor claridad
aún. en la crítica sociológica. Por ejemplo K. M a n n h f í m (Ensayos de sociología de Id
cultura, Madrid, Aguijar, 1962) hizo demasiadas «trampas» para justificar que su
sociología del espíritu no era más que un evolucionismo enmascarado. (Pot supues
to no me refiero a la antropología como ciencia, sino al inconsciente antropologi-
zante que sostiene a toda la ideología burguesa moderna.)
27Pot supuesto que este evolucionismo, este «conrinuum» hisioricisra, hubiera sido
imposible sin la tradición del Aparato Escolar, desde la «Escuela de Traductores de
Toledo» a la «Escueta» de Sto. Tomás; desde las «humanistas» del XVI hasta hoy. Sobre
esto, aparte de los trabajos clásicos de Alchusset véase por ejemplo Lesfi-an^aisfictits, de
R. B áI IBAR (París, Haehette, 1974, presentación de E. Balibar y P. Machetey), y,
especialmente, Componente o f tbe National, culture, de P, ANDERSON (trad, esp.
Anagrama, Barcelona, 1977).
guesía nunca nos ha dicho que su razón es ia razón burguesa, sino que
es la razón humana sin más; el capitalismo nunca nos dice que es un
modo de producción especifico, sino que nos dice que es la única socie
dad posible sin más, en la que ha culminado la evolución humana y que
incluye, incluso, el fin de la historia. La literatura surgida de ahí nunca-
nos dice que es la literatura surgida de la ideología burguesa, sino que nos
dice que es la literatura sin más, con diversas épocas o en diversos con
textos, pero siempre la misma en su fondo sustancial. Así es como nos
parece normal hablar de los temas eternos en literatura, como ei amor,
la muerte, incluso el humor, etc. Claro que cuando nosotros nos encon
tramos con que en la literatura española el amor, por ejemplo, es un
invento del siglo XVI (cfr. mi texto sobre Garcilaso)28, que ei humor no:
existe en España hasta el XVSII (cfr, mi texto sobre Moratin29), o que ia
muerte (la imagen ideológica de la muerte, claro) no es io mismo en
absoluto en los Autos de Calderón 30 que en un texto como la M inuta de
un testamente?1, símbolo donde ios haya del laicismo krausista del XíX¿
todo esto parece casi un auténtico desliz teórico, una exageración. Sólo
que basta con analizar el inconsciente ideológico de los textos, su lógica
interna, línea a línea, para comprobarlo; el amor y la lógica erótica tal
como la concebimos sólo es posible en la correspondencia entre almas y
sujetos libres, y eso, en efecto, no existe en España hasta L a Celestina, o
Garcilaso (cfr. Escrito está en mi alm a vuestro gesto); el humor, concebi
do como inteligencia irónica, como distanciamiento de las cosas, no
aparece hasta Moratín (cfr, «Las condiciones para tomar el té en Ingla
terra»32); la muerte como símbolo de la verdadera vida en los Autos de
Calderón no tiene nada que ver, obviamente, con la muerte concebida
como cumplimiento final de una vida ética, como para los krausistas (b
he analizado detalladamente en un libio sobre Ía literatura en las socie
dades sacralizadas, que aparecerá próximamente). Claro que también
H is t o r ic id a d (2)
Pero para que se pueda comprender mejor toda esta serie de plantea
mientos quisiera reproducir aquí algunas líneas exttaídas del preíacio
que he escrito para la versión en inglés de mi libto Teoría e historia de la
producción ideológica. Señalo sus líneas básicas:
En primer lugar este libro (Teoría e historia...) trata de reconsttuir
cómo se desarrolló el proceso de ttansición entre feudalismo y capitalis
mo a lo latgo de los siglos X1V-XVI, es decir cuando los teinos hispánicos
medievales se transformaron primero en el Estado-temo español y luego
¿ti el Im perio hispánico que durante casi dos siglos iba a ser el referente
dominante tanto en Europa como en la América recién descubierta. Tal
historia se ha contado de muchas maneras, pero casi siempre con el
mismo planteamiento de fondo. Es decir, ignorando la lucha a muerte
entte dos modos de producción coexisten tes e ignorando las luchas socia
les y de clase en el interior de cada modo de producción y en las rela
ciones entre ambos. Por mi parte he intentado, al contrario, abarcar toda
esa serie de elementos decisivos, para mosttar que la transición no es un
paso sino un sistema social en sí mismo. Delimitar esto me ha parecido
siempre fundamental, máxime cuando en ese sistema de Transición se
establecieron las bases del mundo en que vivimos hoy, en los albores del
siglo XXI. Podríamos decir así que la época que estudio fue el primer
¡ esbozo de ia globalización del capitalismo actual.
En segundo lugar ttata de analízat los valores cotidianos e ideológi
cos de ese mundo en que nació el nuestro. Quiero decir: la aparición del
Estado y de la política; la aparición de la burocracia y el ejército profe
sional; el surgimiento del mercado capitalista, tanto a nivel manufactu
rero, como industrial, comercial o financiero; la división entre lo priva
do y lo público, y por tanto, la división entte la casa y la calle en el
ámbito de esa cosa también nueva que se llamó la ciudad. Con una con
secuencia inevitable: estas relaciones sociales generaron un nuevo tipo de
vida, una nueva mentalidad, unos nuevos valores y una nueva morali
dad, en suma, un código o una norma histórica que construyó a su vez
un nuevo inconsciente colectivo y subjetivo. Lo que he llamado un
nuevo inconsciente ideológico.
Tal inconsciente ideológico, se configura en torno a la imagen del
sujeto libre, cuya aparición resulta seminal. «Somos hombres nuevos»,
decía el poeta catalán Boscán, hablando de él y de su amigo Garcilaso.
Ellos tenían un origen de dase caballeresco o nobiliatio pero, conscien
te o inconscientemente, rompen con ese origen de clase, se inscriben en
el horizonte ideológico de las nuevas burguesías españolas y europeas y
se transforman en otra cosa. Con ello trasforman también su discurso a
partir de la figura á ú yo poético que desde entonces se considerará como
presupuesto inequívoco en cualquier tipo de discursividad occidental. Y
evidentemente es de ahí de donde podemos extraer la impottancia de la
aparición de la figura del sujeto libre.
Para entender esto decidí establecer la categoría de la radical histori
cidad de ht literatura. Pues es obvio; en el esclavismo grecorromano la
matriz ideológica clave es siempre la telación Amo/Esclavo. Ni una sola
palabra de Platón o Atistóteles, de Virgilio o de Séneca, está dicha o
esctira sino para demosttar que ellos tenían esencia humana (O usla) y
que podían poseer esclavos. El 80 por 100 de la población eta esclava, o
sea, eran animales; pero no en el sentido del Sur de los USA o del Caribe
español (en suma, como un añadido al capitalismo), sino que la esclavi
tud era la verdadera infraestructura económica de todo, incluido ej
modo de vida político, familiar, social, y el otden discursivo en cualquier
aspecto. En el feudalismo la matriz ideológica clave es la relación
Señor/siervo. Ei Señor puede ser tanto Dios, como el rey o el noble E¡
siervo, a diferencia del esclavo, tiene alma humana pero poco más. \ Ul
especial el alma del siervo, casi de la misma manera que el alma de las
mujeres, más que racional es estrictamente sensitiva y vegetativa. De
cualquier modo, como el alma feudal está siempre escrita por el Señor-
todas las palabras feudales (en la oralidad o en la escritura) no serán así
más que una Glosa del Libro de la Iglesia o del Libro de los Nobles. Dos
libros paralelos y unidos, pues sí el Papa es un refiejo de Dios, el Rey
también lo es, al modo en que los nobles son teflejo de los ángeles, etc>
Si nos fijamos, tanto los esclavos como los siervos son medios de pro
ducción en sí mismos, al igual que un buey o un arado, Con la aparición
del primer capitalismo las cosas cambian radicalmente, El capitalismo
necesita liberar a los siervos feudales. Con los siervos pegados al suelo y
a la sangre de su Señor no puede haber mercado capitalista. Por eso surge
el más famoso lema de la época; L a ciudad hace libres. En consecuencia
en el capitalismo la matriz ideológica clave tiene que cambiar radical
mente. Precisemos que no hay ninguna linealidad evolutiva en Jo que
digo. Del esclavismo 110 tenía que pasarse obligíitotiamente al feudalis
mo ni del feudalismo al capitalismo y de hecho hubo casos en los que no
sucedió así, Y habría que añadir otro matiz más: en el esclavismo y en ei
feudalismo la ganancia se extrae al final del proceso de trabajo, En el capi
talismo, por el contrario, la ganancia se extrae ya desde el interior mismo
del proceso de trabajo y el trabajo se convierte en capital también en el
interior mismo de esc proceso. Es por ello por lo que se necesita la exis
tencia del «trabajo libre». Por eso ahora la matriz ideológica clave la va a
constituir la relación Sujeto (con mayúscula)/ sujeto (con minúscula).
Para entrar en el circuito capitalista, como productor y como consumi
dor, el individuo trabajador necesita ser libre, sí, pero libre de todof o sea,
carente de todo. Sólo tiene su fuerza de trabajo para vender. Y conviene
insistir en este tercer matiz decisivo: lo que el trabajador vende no es su
trabajo, como suele pensarse, sino su fuerza de trabajo (o sea: su vida) a
cambio de un salario. Por eso en el XVE comenzarán a aparecer las vidm
de los pobres (lo que he llamado La literatura del pobre), o sea, la llama
da literatura picaresca, mientras que en el feudalismo ia vida cotidiana y
real no existe apenas en el discurso. En el feudalismo sólo existen las
hagiografías o los milagros de los santos y, patalelamente, las hazañas de
los nobles o la legitimación de los linajes de los reyes, como en el caso
del rey Arturo,
D e modo que el sujeto libre, la vida libre y el discurso libre nos pre
sentan un segundo sentido de la imagen mágica de la libertad. En reali
dad lo que el capitalismo oftece es la Hhertad de explotación: libtes para
explotar, libres para ser explotados. Sólo que con d io aparece también
un hecho asombroso: el sueño de una libertad sin explotación que ha
v e n id o deslizándose hasta hoy.
Sea como sea, el sueño de la libertad es el artefacto ideológico donde
se crea lo que llamamos literatura moderna o lo que de hecho debería
mos llamar literatura en sentido cstticto. Por eso ese libro comienza
diciendo que Lt literatura no ha existido siempre. El revuelo que causó
aquella afirmación creo que ahora se lia calmado bastante, En el aludido
texto inédito de Foucault, que acaba de publicarse en los años noventa
en francés y en español, Foucault explica la cuestión de otra manera,
pero que nos puede servir perfectamente. Dice Foucault lo siguiente res
pecto a los escritores grecorromanos: «Forman parte de nuestra literatu
ra, no de la suya, por Ja magnífica razón de que la literatura griega no exis
te, como tampoco la literatura latina. Dicho de otro modo, si la relación
dé la obra de Eurípides con nuestro lenguaje es efectivamente literatura,
:1a relación de esa misma obra con el lenguaje griego no era ciertamente
literatura» (op. cit,, p. 64)*, Pot diversos caminos, pues, habíamos llega
do a la misma conclusión, aunque Foucault, no explique que toda la
clave radica en las diferentes nutrices ideológicas de cada formación
social. Si en nuestro libro se afirma que la literatura es una producción
discursiva creada por las sociedades burguesas occidentales desde los
siglos XJV-XVI hasta hoy, esa afirmación no es gratuita en absoluto, Como
venimos señalando, se trata sólo de mostrar la radical histoticidad de los
discursos literarios, incluso de la filosofía considerada como género lite
rario ella misma. Y así sucedió en efecto: como decimos, sólo con k apa
rición de la imagen de un sujeto libre, que posee un alma igualmente libre
y bella, que se auto considera propietario privado de su lenguaje y de sus
ideas y sentimientos que puede expresar en unas formas también nuevas
y libres (el soneto de Petrarca y Garcilaso; el teatro de Shakespeare; la
novela de Cervantes), sólo entonces, repito, se puede decir que ha naci
do la literatura. Igual que podemos decir que ha nacido el amor como
relación entre almas bellas e iguales. E incluso el nuevo sentido de la
amistad y el resto de las nuevas relaciones vitales.
A esa imagen dcl alma bella y líbre (y a su telación con otras almas
bellas y libres) la he llamado Animismo, siguiendo a Bachelard, en con
traposición al Organícismo feudal. Y me explico enseguida: dentro de la
libertad capitalista se supone que el yo librees innato, no está escrito por
nadie, el yo te lo das tú mismo, té mismo te creas tu subjetividad y tu
moral en todos los sentidos. Por el contrario, en el organícismo feudal se
' Este ensayo de Foucault al que alude J. C. Rodríguez está recogido cu la pre
sente antología con el título de «Lenguaje y literatura», incluido en la .sección de
«Postestructuralismo y Deconstrucción», [Ai ¿le los E]
supone que el yo te lo día la sangre, el linaje, d cuerpo orgánico (o sea: la
sociedad) en que te inscribes, ei «cuerpo social» en el que naces y que te
incluye o excluye como tal yo.
Ésta es la diferencia abismal entre el llamado yo libre de las' burgue
sías occidentales y tos diversos nacionalismos o fundamentalismos reli
giosos que se arrastran desde el XVI hasta hoy. Se supone que el yo libe
ral parte de sí mismo, de su ptopia alma autónoma: esa es la ciave del
Animismo que luego se convertirá con Descartes, Kant o Locke en el
pleno sujeto posesivo de la burguesía (un mundo donde la religión es
siempre un asunto de la conciencia privada, etc.). Por el contrario, en el
Organicismo el yo no existe sino como un signo más de la sacralízación
religiosa o del nacionalismo populista o semirríbal, De ahí la radical dife
rencia entre afiliación líbre y filiación orgánica y/o sacralizada, Es sinto
mático que lo que escribí para los siglos XVI y XVII lo estemos experi
mentado hoy con todas las contradicciones trágicas que se han vivido y
planteado. A veces la historia misma te da la razón aunque sea en con
diciones siniestras. En cualquier caso el olvido de la realidad de la explo
tación nos lleva, de un modo u otro, a callejones sin salida. El profesor
Malcolm K, Read ha delimitado perfectamente toda esta serie de cues
tiones en su artículo: «Ftom Organicism to Animism; (Post)colonial or
Transitional Discourses?» [BH S LXXVII (2000), pp. 551-570],
Por consiguiente conviene precisar sólo otra serie de matízadones:
J) En realidad también es falso que el alma bella o el sujeto libre lo
sean realmente. Siempre estamos atrapados por un inconsciente ideoló
gico y por un inconsciente libidinal que nos construyen desde el naci
miento. Estos dos inconscientes, el ideológico que tomo de Marx y el
libidinal que tomo de Freud, plausiblemente estén unidos desde el prin
cipio, tal como nos lo muestra la experiencia del lenguaje y de ios sue
ños. Sólo que el lenguaje es siempre el lenguaje del mercado y del poder
-digámoslo así— y los sueños son siempre las' figuras del imaginario
dominante. En el Libro de los sueñas de Attemidoro, un texto básico del
esclavismo, se nos muestra que los esclavos no soñaban con la libertad
(esa idea nuestra no contaba para ellos ni para los amos: la libertad en
ese mundo era otra cosa). Por el contrario: los esclavos soñaban con sus
rodillas (o sea, con su trabajo) y con el fuego de su cocina (o sea, con su
descanso). Lo mismo que nosotros soñamos con el imaginario del fami-
liarismo de la infancia, el sexo o la muerte, pues ese familiarismo bur
gués es nuestro verdadero enclave para cualquier deseo.
2) Con un segundo matiz: hasta ahora he hablado del yo animista (o
libre) y del yo organidsta (o sacralizado: en realidad un no-yo). Pero en
la práctica el yo no existe: como señaló Freud, se trata de un manojo de
frustraciones y de deseos que intenta asomar la cabeza bajo la forma gra
matical del pronombre personal o del sujeto. Las formas gramaticales del
yo, tú, él, ella, nosotros, etc. De modo que ese nebuloso yo es... «ttans-
histórico»: todos los hombres y mujeres han sonado siempre, Pero en la
práctica diaria, en nuestra realidad vital, social y subjetiva, lo que verda
deramente existe (incluso en los sueños) son las formas ideológicas de la
radical historicidad del yo-soy. Por ejemplo, cuando El Cid dice yo soy
Ruy Díaz, lo que está diciendo es yo soy un siervo de mi Señor el Rey,
que a su vez es siervo y reflejo del Señor/Dios, que a su vez me hace a mí
-por mi sangre y mi linaje- ser Señor de mis siervos, etc. Por acercarnos
a nuestro tiempo, bastaría con señalar la interminable lucha que ha sig
nificado el poder decir yo-soy-mujer.
Es, pues, ia realidad histórica del yo-soy lo que en realidad cuenta
para nuestros análisis y para nuestra vida cotidiana. Por eso conviene
insistir tanto en la radical historicidad de la literatura y sus contradic
ciones, Una radical historicidad que, como señalo, no sirve sólo para esa
Transición que estudio en el libro, sino para analizar los discursos del
inconsciente ideológico del mundo de hoy.
Puesto que además hay un hecho clave: en los úldmos cuarenta años,
desde el fracaso revolucionario del 68 ai 78, ha variado radicalmente
nuestra manera de leer y concebir ia poesía y la litetatuta en general, y
mucho más después de lo que se ilamó el posmodetrtismo. Así por ejem
plo, lo que se planteó como la cuestión del compromiso y la pureza en
la poesía. En sus momentos álgidos, durante la Guerra Fría (pero tam
bién en los años veinte y treinta), la dicotomía pureza/compromiso
suponía un índice de clara afiliación política, sólo que ese índice carecía
de sustento teórico. No era más que una prolongación de la estupidez
kantiana de que el juicio estético es una finalidad sin fin, que pertenece
a la sensibilidad trascendental, y que, en consecuencia, cualquier inten
to de rozar la sensibilidad empírica o histórica se consideraba un rebaja
miento, nn compromiso, una impureza. En la vertiente reaccionaria del
posmodernismo, es decir, en su inmensa mayoría, está claro que hoy la
dicotomía pureza/compromiso se ha volatilizado, no por cuestiones teó
ricas sino muy prácticas: casi todos los escritores están comprometidos
hasta los tuétanos con ei sistema capitalista y pot tanto teorizar sobre ello
carecería de sentido. Pero para ser más precisos habría que constatar que
ha habido también una vertiente progresista derivada del posmodemis-
mo, una variante que podríamos llamar neomarxista y neofreudiana de
alguna manera. Y aquí sí que son fuertes no las* cuestiones ptácticas sino
sobre todo las teóricas. Por ejemplo, ya no se puede presentar al yo poé
tico como presupuesto, puesto que, como hemos dicho, sabemos que el
yo no existe salvo como proceso, como manojo de deseos y frustraciones, y
que darle la forma gramatical de sujeto es sólo una ficción. Apun
tábamos que sucede más bien todo lo contrario: en literatura, en vez, de
partir del yo expresivo, hay que partir de la imagen de que el texto es sólo
un resto, una forma de construcción del yo o más exactamente de inten
tar decir «yo soy». Tampoco podemos aferramos al tópico de que la poe
sía sería la máxima expresión de una lengua, porque sabemos también qtlL.
la lengua nos habla y que la lengua que nos habla es siempre la lengua
la hegemonía dominante. De modo que el poeta se ve obligado a ser bilin
güe en su propia lengua, al menos si quiere romper algo o construir algo
(su propio yo), aunque tal subjetividad posiblemente estará siempre podri
da por el sistema. Ni siquiera podemos hablar de una poesía del cuerpo-
como hacen las feministas, porque el cuerpo es también un efecto del dis
positivo social. En suma: si no existe el sustancialismo o el esencialismo dé
las patrias, del yo, de las lenguas, del cuerpo; si no existe el sustancialisrno
o el esencialismo de la poesía, entonces ¿de qué hablamos cuando habla
mos de todas esas cosas y en especial cuando hablamos de literatura? ;
Podríamos señalar otra cuestión: desde el romanticismo a las vanguar
dias, incluso hasta finales de los años sesenta, los escritores se sumergen en
la creencia y la pasión a vida o muerte por la literatura. ¿Podríamos leerla
nosotros hoy así, a través de tal pasión?
1 ) Evidentemente es algo que nos queda muy lejos, Aunque hoy siga
habiendo gente que escribe sin parar y que lee con fruición, aunque se
seguirán editando libros de literatura o filosofía y la cultura del libro no
muera, sin embargo el pathos, la creencia pasional en la literatura a vida
o muerte ha desaparecido sin duda. Y resulta sintomático; en Estados
Unidos y en el resto de la fortaleza blanca esa fuerza literaria ha desapa
recido, o al menos su vigor ha bajado muchísimo. Y el síntoma se desdo
bla: la literatura, decíamos, junto a la letra de cambio o el criollismo, uni
ficó eí mundo occidental» conocido desde el XVi hasta quizá 1968-1978,
En USA, acaso por su puritanismo subterráneo, acaso por su pragmatis
mo cotidiano, la literatura digamos de «estética laica» (para entendernos)
comienza a ser reconocida muy tarde: M. Twain, Hawthorne y sobre
todo E. A. Poc son unos marginados; Henry James, Eliot, Hemingway,
Scott Fitzgerald o Gertrude Scein vienen, de un modo u otro, a Europa
a aprender. A partir de la Guerra Fría, digamos a partir de 1950, la lite
ratura norteamericana invade el mundo, y todos, europeos y latinoame
ricanos, se reconocen herederos de Hemingway, de Faullmer e incluso
del britanizado T. S. Eliot, que recibe el Nobel en 1948 (es un síntoma
bastante significativo). Pero si la literatura norteamericana comenzó
tambaleándose, se encumbró luego y hoy vuelve a tambalearse, eso no lia
ocurrido en absoluto respecto a la literatura digamos industrial: la pren
sa primero y enseguida el cine, Com o se sabe, Hearst, el Ciudadano Kane
de Orson Welles, casi se inventó con sus periódicos la historia de la vola
dura del M aine y el desencadenamiento de la intervención norteameri
cana en Cuba. Hoy ocurre algo similar respecto a la globalización.
La literatura escrita (incluso el descenso de la prensa es importante)
cae en picado, mientras que la globalización económica e ideológica se
realiza a través de los media, desde los ordenadores a los móviles, la radio,
la televisión o internet. Y por supuesto las redes invisibles del capital
financiero. Y no deja de resultar divertido - o trágico- que incluso haya
intentos de resacralizar el mundo capitalista laico a través de políticas
teocráticas o sacralizadas al estilo feudal. Evidentemente, las redes de la
globalización lo abarcan todo, aunque su uso técnico pueda distribuirse
en diversos sentidos. Pero resulta claro que en nuestro mundo post-pos-
íiioderno la única poesía que perdura masivamente es de modo sinto
mático la «que se canta» a través de un pop descafeinado (donde se inclu
ye la llamada salsa latina) y un rock no menos decadente. Pero esos
síntomas ideológicos de la globalización resultan asombrosos. Un auto-
declarado liberal norteamericano como el filósofo Richard Rorty reco
noce que la filosofía ha muerto y que la literatura está en trance de hacer
lo, porque ambas ya habrían cumplido su función: «legitimar nuestra
democracia», lo que él llama el «et nocen tris mo occidental» o «ñora dán-
tico» (o sea, el protegido por el capital y por la O IA N ). Una vez legiti
mado el sistema, o mejor, una vez, que el capitalismo ha dejado de ser un
sistema social para convertirse en forma natural de vida, una vez que
hemos subjetivizado al capitalismo (o que nos ha subjetivizado), ¿para
qué servirían la literatura o la filosofía que trataban de legitimar esa sub
jetividad? Ahora se trataría sólo de vivir tal etnocentrismo occidental
(«nuestra democracia»), puesto que la televisión y los media conforman
cualquier contradicción y la suturan.
Del mismo modo, otro mítico teórico norteamericano, un emigrado
que huyó de los nazis, el célebre economista Albert Hirschman, que fra
casó en Colombia durante ei turbio periodo de la Alianza para el Progreso,
ha llegado a plantear posteriormente que el bucle o las oscilaciones del
llamado desarrollo desigual es inevitable para el paralelo desarrollo (que
curiosamente él llama no reaccionario) de la globalización; y que por
tanto en ese bucle no sólo puede contar la economía sino, a la vez, ía
sociología y el resto del poder ideológico de los media. Pero más aún:
otro teórico norteamericano, nada menos que el célebre marxista-sartrea-
110 F. jameson, llega a establecer un verdadero réquiem respecto a la lite
ratura ya en 1995. Escribe Jameson en su libro L a estética geopolítica, en
la página 172 de la edición española, lo siguiente: «En cuanto a la lite
ratura, seguramente le va peor que a rodos los modos que hemos llega
do a reconocer como mediáticos. Equivocada en rodos los cálculos, vehícu
lo del narcisismo, de la autocompasión y del mísero orgullo de los premios
comercializados, es un lamentable pretexto cultural en el destino de esa
civilización literaria, la más antigua de todas, en su camino, como todas
las demás, hacia la televisibilidad...»'16.
Claro que siempre hay discrepancias. Mientras que el dragón crítico
llamado Harold Bloom señala en 2001. que de la literatura sólo queda-
H is t o r ic id a d (3)
'ú Cfr. J, Galvino, Por qué leer los clásicos, Barcelona, T u sq u ets, 1 9 9 5 , p p . 10 3 -1 0 7 .
Pot su parte Joyce termina diciendo que la historia de Robinson y su
Viernes es el perfecto símbolo/dios de esa industria internacio
se rv id o r
nal de nuestros días «que es la fabricación económica del tipo imperia
lista ingles a precio de liquidación»^2.
Claro es que hoy tendríamos que hablar de otro matiz de ese Imperio
(su «carácter global»), pero un genio como Joyce, que rechazaba tanto eí
nacionalism o irlandés como el imperialismo británico, aunque no puede
evitar su mordacidad final, tampoco puede evitar reconocer el valor de
«obra maestra» del relato de Defoe, Sobre todo, añadiríamos nosotros,
como el logro máximo del D iario en tanto que legitimación de fondo
(como variante del Ensayo) de la literatura del yo burgués, del yo «pro
pietario» no sólo de ía isla sino de su lenguaje e incluso de sí mismo (y
de los otros).
Ésa es la verdad del relato de Defoe, y ésa es su mentira (en realidad
nadie es propietario de su yo, aunque trate de construirlo construyendo
lá isla y construyendo el rdaco), Pero Jo significativo de tal «construcción
de la isla/producción del yo» se inscribe precisamente en la minuciosi
dad de cada gesto, de cada detalle, de ese espesor de la escritura de un
texto que nos asombra en su esfuerzo por legitimarse como verdadero,
■\ Y así llegamos al otro matiz también anunciado, y ya esquematizo al
extremo: la literatura representando a lo verdadero, caminará paralela
mente a la filosofía, que pretenderá representar a la verdad, y ambas con
üh envés dificilísimo. Por ejemplo las novelas de Tolstoi (no sólo en sus
textos finales, sino incluso - o sobre todo- en ese cuadro extraordinario
que es Guerra y paz) aspiran a ser de forma absoluta ia verdad ontológi-
ca del mundo y de la historia. Y a la inversa: ¿quién podría no afirmar
que la Fenomenología del Espíritu, de Hegcl, puede -e incluso debe- leer
se como Ja «orra» mejor novela histórica, paralela a la tolstoiana, en su
desarrollo subjetivo/objetivo del héroe-espíritu enfrentado al mundo en
el XIX, hasta conquistarlo y «poseerlo» a través del Estado?
Esto es, en definitiva, lo que nos vuelven a decir las diversas pregun
tas contemporáneas a las que aludíamos. Lo que la literatura ha descu
bierto al ponerse en duda a sí misma es precisamente el «sentido último
de la literatura», es decir, la necesidad de crear y legitimar una ficción,
-eí espíritu humano-- tanto desde ei punto de vista de lo verdadero como
desde el punto de vísta de la verdad. Con una consecuencia inevitable: las
coyunturas discursivas (entre lo existencia! y lo ontológico) han llegado a
mezclarse de tal modo que ya sólo pueden identificarse a través de una
forma única: 1a inmanencia de su propia escritura. Salvo que la contradic
ción vuelve a estallar aquí: si el espíritu humano es una ficción, ¿para qué
F in a l : e n u n a ir e d e v id r io Ar id o
'>s P. Bourdieu, L a Distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Táurus,
1991. Véase igualmente; Las reglas del Arte. Génesis y estructura del campo literario,
Anagrama, Barcelona, 1 9 9 5 . De cualquier modo, esta imagen del campo había sido
ya establecida en otro sentido, más directamente absoluto, por M, BI..ANCHOT en
L'espace littem m, Ga ílim ard, 1 9 55.
■ ® Cfr. J. C. R o d r íg u e z , «1.a teoría del valor en la práctica poética», en Dichos
y escritos, op. cit., pp, 64-74,
;lciso adónde hemos llegado, pero nunca adónde vamos. Sólo podemos
jíiCLiir una situación de magma confuso, casi como sí la literatura se pre
guntara lo que la propia Alicia se pregunta a sí misma, o a nosotros, en el
Capítulo IV del primer libro, el capítulo titulado: «En la habitación del
conejo blanco». De nuevo un problema de espacio -de norma, de campo-
y de (casi) imposibilidad de salida. Dice Alicia aterrada; «Ya no puedo cre
cer más, pase lo que pase. ¿Qué va a ser de mí?»50. Pero posiblemente no
haya motivo para tanra confusión, al menos por ahora. E incluso como nos
decía el viejo George, ai final de Los asesinos-, «Mejor será no pensar en eso».
Desde la actual coyuntura histórica —y conviene pensar siempre desde la
coyuntura™ resulta imposible prever las tramas discursivas que se produci
r á (se valorizarán) a través del «orden nuevo» -pretendidamente sin con
tradicciones-- dcl sistema actual. Aunque inmediatamente surja una pre
gunta intempestiva: si no hay contradicciones ¿cómo puede surgir el
enunciado? Esta es la posibilidad del horizonte plano, el desierto de que
hablaba Deleuze51, tanto parala literatura como para la filosofía-2. La nueva
valorización de la práctica de los discursos existirá quizá de otra manera
-«un género del que no había preceptos»--, pero existirá no cabe duda.
Aunque haya que volver a sacar al discurso del «boudoir» y ponerlo a andar
por las calles.
Por supuesto, sin miedo al aire de vidrio. Aunque miremos hacia
atrás, siempre se podrá escribir entre la posibilidad de «decir nada» y de
poder decirlo todo.
2 Estoy en deuda de gratitud con el Dr. Theodor Reik por las citas que siguen s
continuación.
* Un diccionario bilingüe más moderno, el de Síaby-Grossmann (1932), da las
siguientes versiones: que causa miedo, poco tranquilizador, inquietante, de aspecto
sospechoso, fantástico, lúgubre, trágico, sentirse inquietado. Agrego que unbeimlicb
se usa vulgarmente como aumentativo admirante, en el sentido de los argentinismos
«bárbaro», «brutal»: unheimlich schonr. «bárbaramente hermoso». [N. del T.]
** En los ejemplos ilustrativos que contiene esta cita, muchas veces he dejado la
voz alemana intercalada en el texto castellano, a fin de librar al lector la elección del
término que le parezca más adecuado para el caso, término que en ocasiones he
agregado a continuación, sin paréntesis. [N. del T.]
, g, 4); término reemplazado ahora por Geheimer (véase: d 1 ) Raí-,
Hetttthcbet.
' j// Se dice de animales mansos, domesticados. Contrario de salvaje; por
. '„¡0>«Animales que ni son salvajes, ni heimlich», etc. (Eppendorf, 88 ).
3u.li.al» salvajes [..,] que se domestican para hacerlos heimlich y acos-
"umbrar^°s 3 ^as Scntes¡* (52). «Cuando estas bestiecillas son criadas
Jesdc muy jóvenes junto al hombre, se toman muy heimlich, afectuo-
<is», etc, (Stumpf, 608 a). Así también: «El cordero es tan heimlich que
onie de mi mano» (Holty). «La cigüeña siempre será un ave bella y
' yjfflüch* (Link. Schl., 146). Véase: Hduslich, 3, etcétera.
c) íntimo, familiar; que evoca bienestar, etc.; calma, confortable y
p ro te c c ió n segura, como la casa confortable y abrigada (véase: Geheuer)'.
n'Aiifi te puedes sentir heimlich en tu pais, cuando los extranjeros talan
sus bosques?» (Alexis H., I, 1, 289). «Ella no se sentía muy heimlich
junto a él» (Brenrano Wehm. 92). «En un sendero sombreado y heim-
itch [>•■]> junto al arroyuelo murmurante», etc. (Foster, tomo I, 417).
« D e s t r u ir la Heimlichkeit de la patria» (Cervinas, Lit. 5, 375), «No
encontraría fácilmente un rinconcito tan heim lich (G,, 14, 14), «Nos sen
tíamos ten cómodos, tan tranquilos y confottables, tan heimlich» (15, 9).
(i£n tranquila Heimlichkeit, en los estrechos límites del hogar» (Haller).
«Una diligente ama de casa, que con poco sabe hacer una deliciosa
Heimlichkeit» (Hartmaníi Unst., 1, 188). «Tanto más heimlich parecíale
áhota el hombre, hasta hacía poco extraño» (Kerner, 540). «Los propie
tarios protestantes no se sentían heimlich, entre sus súbditos católicos»
{Kohl. Irl, 1, 172). «Cuando todo está heimlich y silencioso, oyéndose
sóio la calma nocturna que rodea tu celda» (Tiedge 2, 39). «Silencioso y
amable y heimlich, como para reposar se anhelaría un lugar» (W. 1 1 ,
344). «No sentía nada heimlich en ese trance» (27, 170, etc,). Además:
:'*El lugar estaba tan calmo, tan solitario, tan heimlich y sombreado
(Scherr. Pílg. 1, 170); «Las olas avanzaban y se retiraban, softadotas y
heimlich, mecedoras» (Korner, Sch. 3, 3 2 0 , etc.). Véase: Unheimlich. En
patticular entre los autores suevos y suizos adopta con frecuencia tres
sílabas: «Cuán heimelich se sentía Ivo a la noche, cuando estaba acosta
do en su casa» (Auerbach, D. 1 , 249). «En esa casa me sentí tan heirne-
Sg» (4, 307). «La habitación tibia, la tarde heimelige» (Gotthelf, Sch.
127, 148). «He aquí algo que es muy heimelig, cuando el hombre siente
en el fondo de su corazón cuán poca cosa es, cuán grande es el Señor»
(147). «Poco a poco uno se encontró más cómodo y heim elig (U. 1,
297). «La dulce Heimeligkeit¡> (380, 2, 86 ). «Creo que en parte alguna
me encontraré más heimelich que aquí» (327; Pestalozzi, 4, 240). «Quien
leude de lejos [...] no podrá vivir muy heimelig (amistosamente, como
reciño) con las gentes» (325). «La cabaña donde otrora se sentara, tan
heimelig, tan alegre, entre los suyos» (Reithard, 20). «El cuerno del sere
no suena tan heimelig desde la torre; su voz, tan hospitalaria, nos invita»
(49). «Se duerme aquí tan tibiamente, tan maravillosamente /;■'
etc.). Esta acepción habría merecido generalizarse, para evitar * ^ ^ >
cuada palabra cayera en desuso, por su fá c il confusión con (2) *p 6. tUUsu^'
«Los Zeck son todos tan HEIMLICH (2)-¿HEiMLlCH? ¿Qué q u ie tv c l^ 1'^-
con HBÜMlJCHr’ -Pues bien: que me siento con ellos como ante un r C>>
nado o un estanque seco. Uno no puede pasarjunto a éstos sin tenerla''
sión de que el agua brotará de nuevo, algún día. ~Nosotros, aquí l
mos UNHEIMLICH; vosotros le decís HEIMLICH. -En qué encuentra i t
esta fam ilia tenga algo secreto e incierto?», etc. (Gutzkow, It, 2, 61) ^
d) (Véase: f), Especialmente en Silesia: alegre, jocoso; se dice tai 1 ' 1
del tiempo; véase; Adelung und Weinhold. K'n
2 .-Secreto, oculto, de modo que otros no puedan advenido
disimular algo; véase: Geheim (secreto) (2), voz de la cual no siem^.'^
distinguido con precisión, especialmente en el nuevo alto alemán y eiif
lengua más antigua, como, por ejemplo, en la Biblia: Job 1 1 , 6 ; 15 ^ !
Prov 2 , 2 2 ; I Corinc. 2 , 7; etc. También: Heimlichkeit, en lugar'4 .
Gebeimnis, secreto (Mat 13, 35, etc.). Voces que no siempre son distin
guidas con precisión, por ejemplo: Hacer algo beimlicb (tras ia espaltCb
de otro); alejarse heimlich (furtivamente); reuniones beimlicb (clandes¿
ñas); contemplar la desventura ajena con beimliche alegría; suspirar, ¡]¿i
rar heimlich (en secreto); conducirse heimlich (misteriosamente), como sisé
tuviese algo que ocultar; amor, pecado heimlich (secreto); lugares beim
liche (que el recato obliga a ocultar), (1 Sam 5, 6 ); el lugar heimlich (refi
riéndose al retrete) (2 Reyes, 1 0 , 27; Prov 5, 256, etc.); también en: Der
beimliche Stuhl (El asiento secreto), (Zinkgraf 1 , 249); precipitar a
alguien al pozo, a las Heimlichkeiten, (3, 75; Rollenhagen Fr. 83 , ere,),
«Presentóle heimlich (en secreto) las yeguas a Leomedon» (B. 161, b,
etc.). «Tan oculto, heimlich, pérfido y artero contra los señores crueles
[...] como franco, abierto, simpático y servicial frente al amigo que sufre»
(Burmeister gB 2 , 157). «Es preciso que sepas también lo que yo tengo
de más beimlicb y sagrado» (Chamisso 4, 56). «El arte heimlich (oculto),
de la magia» (3, 224). «Donde la discusión pública cesa, allí comienza la
heimliche intriga» (Foster, Br. 2 , 135). «Libertad es la palabra de orden
de los heimliche conspiradores, el grito de guerra de los revolucionarios
declarados» (G. 4, 2 2 2 ). «Una santa, heimliche influencia» (15). «Tengo
raíces que están muy heimlich (escondidas); en la tierra m is profunda
estoy arraigado» (2, 109). «Mi heimliche malicia» (véase tíeimtücke) (30,
344). «Si él no acepta abierta y conscientemente, podría tomarlo heim
lich (solapadamente) y sin escrúpulos» (39, 2 2 ). «Hizo fabricar heimlich
y secretamente unos anteojos acromáticos» (375). «En adelante, quisie
ra que nada heimlich (secreto) hubiera entre nosotros» (Sch. 3 % b),
«Descubrir, publicar, traicionar las Heimlichkeiten (secretos) de alguno;
tramar detrás de mis espaldas las Heimlichkeiten» (Alevis, H. 2 , 3, 168).
«En mis tiempos, se solía practicar' la Heimlichkeit (discreción)
Hi(>edorn>.3> 92). La Heimlichkeit (intriga) y maledicencia que se come-
at 3 ocultas» (ímmermann, M. 3, 289). «Sólo la acción del conocimien-
i¡(ííje romper la acción de la Heimlichkeit del oro oculto» (Novaíis, 1 ,
$)) «Dirae dónde la guardas, en qué lugar de silenciosa Heimlichkeit
|Síiir. 495. b). «Abejas que formáis la llave de las Heimlichkeiten» (cera
3 cellar cartas secretas) (Tieck, Cymb. 3, 2 ). «Ser experto en raras
¡fftfiilichkeiten» (artes mágicas) (Schlegel, Sh., 6 , 102, etc.). Véase:
(Jjjdm/ns L. 10; página 291 y siguientes.
Ai respecto, véase 1 c, así como, en particular, el antónimo Unheimlich'.
inquietante, que provoca un terror atroz; «Que casi le pareció unheim
lich, siniestro, espectral» (Chamisso, 3, 2 3 8 ). «Las unheimüche, siniestras
y lúgubres horas de la noche» (4, 148). «Desde hacía tiempo me sentía
ménmlich) espeluznado» (242). «Empiezo a sentirme unheimlich, extra
ñamente incómodo» (Gutzkow, 2, 82). «Se siente un terror unheimlich»
(Vertn. 1> 51). «Unheimlich e inmóvil, como una estatua de piedra»
fí&is, 1, JO). «La niebla unheimliche, llamada Haarrauch» (Immermann,
iVfi, 3, 299). «Estos pálidos jóvenes son unheimlich y meditan Dios sabe
i|iié maldad» (Laube, tomo 1, 119). «Se denomina UNHEIMLICH toda lo
que, debiendo permanecer secreto, oculto [...] no obstante* se ha manifasta-
:(¡¿> (Scheíling, 2, 2, 649). «Velar lo divino, rodearlo de cierta
ijnkemUchkeit» (misterio) (658, etc.). No es empleado corno antónimo
■fie (2), como Cam pe lo presenta, sin fundamento alguno.»
■^:0 e esta larga cita se desprende para nosotros el hecho interesante de
que la voz heimlich posee, entre los numerosos matices de su acepción,
uno en el cual coincide con su antónimo, unheimlich (recuérdese el
ejemplo de Gutzkow. «Nosotros, aquí, le llamamos unheimlich; vosotros
íc decías heimlich»). En lo restante, nos advierte que esta palabra, heim-
M , no posee un sentido único, sino que pertenece a dos grupos de
representaciones que, sin ser precisamente antagónicas, están, sin embar
go, bastante alejadas entre sí; se trara de lo que es familiar, confortable,
por un lado; y de lo oculto, disimulado, por el otro. Unheimlich tan sólo
sería empleado como antónimo del primero de estos sentidos, y no
como contrario del segundo. El diccionario de Sanders nada nos dice
sobre una posible relación genética entre ambas acepciones. En cambio,
/ios llama la atención una nota de Scheíling, que enuncia algo completa
mente nuevo e inesperado sobre el contenido del concepto unheimlich'.
Unheimlich serla todo lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que
se ha manifestado.
Parte de nuestras dudas, así despertadas, son resueltas por los datos
que nos ofrece el Deutsches Wdrterbuch, de Jacob y Wilhelm Grimm
(Leipzig, 1877; IV/ 2 , página 874 y siguientes);
«Heimüch', adj, y adv. vernaculus, occultus; alto alemán medio: hei-
meiick, heimlich. Página 874; en un sentido algo distinto: «me siento
heimlich, bien, cómodo, sin temor...».
b) Heimlich designa también un lugar libre de fantasmas,.,
875: b) familiar, amable, íntimo.
4. de HEÍMATLÍCH (propio de la comarca natal), HAEUSLICH (hogarefu,)
emana la noción de lo oculto a ojos extraños, escondido, secreto, empUdn^
se estos términos en diversas relaciones...
Página 876: «a la izquierda, junto al lago, hay una pradera heimíuh
(escondida) en el bosque» (Schiller, Tell I, 4).
... en empleo un tanto libre y raro en la lengua moderna... btimlkh
se agrega a un verbo que expresa ocultación: «me esconderá heimlich u>
su tienda» (Ps 27, 5)... «partes heimlich (secretas) del cuerpo humano»-,
pudenda... «las gentes que no morían, fueron dañadas en sus partes hchn-
liche» (secretas, órganos genitales) (I Samuel, 5, 12)...
c) Los funcionarios que deben suministrar, en cosas del gobierno, con
sejos importantes y geheim (secretos), se llaman heimliche Rathe (conseje
ros secretos), habiendo sido sustituido este adjetivo por el más corriente;
geheim (véase éste): «...El faraón nombró (a José) heimlicher Rath» (con
sejero secreto) (Gén 41, 45).
Página 878, 6 . Heimlich, en relación con el conocimiento, significa
místico o alegórico: significación heimliche (oculta): mysticus, divinúk
occukus, figuratus.
Página 878: en el ejemplo siguiente, la acepción de heimlich es:otfí¿;
sustraído al conocimiento, inconsciente.,,
Pero heimlich también significa impenetrable; cerrado a la investigación:
«¿No lo ves? N o tienen confianza en mí; temen al rostro heimlich (imperié-
trab(c) del duque de Friedland». {E l campamento de Walhnstein, acto Ti):
9. E l sentido de escondido, peligroso, oculto, que se expresa en la referen
cia precedente, se destaca aún más, de modo que HEIMLICH acaba por aceptar
la significación que habitualmente tiene UNHEIMLICH (derivado de HE!M-
I JC H , 3 b, sp. 874): “M e siento a veces como un hombre que pasea püt
la noche y cree en fantasmas: todo rincón le parece heimlich (siniestro) y
lúgubre” , (KJinger, Teatro, III, 298)».
De modo que heimlich es una voz cuya acepción evoluciona hacia la
ambivalencia, hasta que termina por coincidir con la de su antítesis,
unheimlich. Unheimlich es, de una manera cualquiera, una especie cíe
heimlich. Agreguemos este resultado, aún insuficientemente aclarado, a
la definición que dio Scheíling de lo Unheimlich, y veamos cómo el exa
men sucesivo de distintos casos de lo siniestro nos permitirá compren
der las indicaciones anotadas.
II
na; es decir: tanto el mecánico como el óptico son el padre de Olimpia tatito como
Naraniel. En la angustiosa escena de la infancia, Coppelius, luego de renunciar a!
enceguecimiento de.l niño, le había destornillado a manera de experimento los bra
zos y las piernas, tratándolo, pues, como un mecánico a su muñeco. Este rasgo enig
mático, que está en completo desacuerdo con la representación del «arenero», plan
tea un nuevo equivalente de la castración; además, señala la identidad íntima de
Coppelius con su antagonista futuro, el mecánico Spalanzani, y nos conduce inevi
tablemente a la interpretación de Olimpia. Esta muñeca automática no puede ser úna
¡a materialización de la actitud femenina de Natanielfrente a su padre, en la tempra
na infancia. Sus padres -Spalanzani y Coppola- no son más que nuevas versiones,
reencarnaciones de la pareja paterna de Nataniel; la exclamación de Spalanzani (in
comprensible de otro modo), según la cual el óptico habría robado Jos ojos ;i
Nataniel (véase más arriba) para colocárselos a la muñeca, adquiere así importancia
como ptueba de la identidad entre Olimpia y Naraniel, Olimpia es, por decirlo asi,
un complejo de N ataniel separado de éste, que se le enfrenta como persona; el domi
nio de este complejo sobre su sujeto queda expresado en el amor por Olimpia, absur
damente obsesivo. Tenemos el derecho de llamar «narcisista» a este amor y compren
deremos perfectamente que su víctima ha de alejarse del objeto amoroso real. Por
otra parte, la exactitud psicológica de la inhibición afectiva frente a la mujer que
aqueja a este joven jijad o a l padre por el complejo de castración, queda demostrada por
numerosos análisis de neuróticos cuyas historias, aunque menos fantásticas, son tan
tristes como la del estudiante Nataniel,
E. T. A. Hofiniann fue el hijo de un matrimonio desgraciado. Cuando contaba
tres años, ei padre se separó de su pequeña familia y jamás volvió a ella. De acuer
do con los datos que E. Grisebach recoge en su introducción biográfica a las obras
de HofFmann, la relación con el padre siempre fue uno de ios puntos más sensibles
en la vida afectiva del poera.
jcado con facilidad, pero, cosa extraña: en el caso del arenero se trataba de
¡.¡rean im ació n de una vieja angustia infantil; fíente a la muñeca vivien-
te en cambio, ya no hablamos de angustia: el niño 110 sintió miedo ante
(a idea de ver viva a su muñeca, y quizá hasta lo haya deseado. De modo
-JJC en este caso la fuente dei sentimiento de lo siniestro no se encon
traría en una angustia infantil, sino en un deseo, o quizá tan sólo en una
creencia infantil. He aquí algo que parece contradictorio, pero es posible
que sólo se trate de una multiplicidad de manifestaciones que más ade
lante pueda facilitar nuestra comprensión.
p„ T. A, HofFmann es el maestro sin par de lo siniestro en la litera
tura. Su novela Los elixires del D iablo presenta todo un conjunto de
teínas a los cuales se podría atribuir el efecto siniestro de la narración.
Eí argumento de Ja novela es demasiado rico y entreverado como para
que se pueda intentar referirlo en una reseña. Al final del libro, cuan
do las convenciones sobre las cuales se fundaba la acción y que hasta
entonces habían sido disimuladas al lector, le son finalmente comuni
cadas, he aquí que éste no queda informado, sino por el contrario com
pletamente confundido. El poeta ha acumulado demasiados efectos
semejantes; la impresión que produce ei conjunto no sufre por ello,
pero sí nuestra comprensión. Es preciso que nos conformemos con
seleccionar, entre estos temas que evocan un efecto siniestro, los más
¿estacados, a fin de investigar si también para eiios es posible hallar un
origen en fuentes infantiles. Nos hallamos así, ante todo, con el tema
dei «doble» o del «otro yo», en todas sus variaciones y desarrollos, es decir:
cotí la aparición de personas que a causa de su figura igual deben ser
consideradas idénticas; con el acrecentamiento de esta relación
mediante la transmisión de los procesos anímicos de una persona a su
«doble» -lo que nosotros llamaríamos telepatía-, de modo que uno par-
Ídcípa en lo que el otro sabe, piensa y experimenta; con la identificación
Üé una persona con otra, de suerte que pierde el dominio sobre su pro-
ipio yo y coloca el yo ajeno en lugar del propio, o sea: desdoblamiento
del ya, partición Aú yo, sustitución del yo; finalmente con el constante
retomo de lo semejante, con la repetición de Un mismos rasgos faciales,
caracteres, destinos, actos criminales, aun de los mismos nombres en varias
generaciones sucesivas.
El tema del «doble» ha sido investigado minuciosamente, bajo este
Mismo título, en un trabajo de O, Rank7. Este autor estudia las relacio
nes entre el «doble» y la imagen en el espejo o la sombra, los genios tute
lares, las doctrinas animistax y el temor ante la muerte. Pero también
echa viva luz sobre la sorprendente evolución de este tema. En efecto, el
«doble» fu e primitivamente una medida, de seguridad contra la destrucción
* Ningún pasaje mejor que éste para demostrar la necesidad de introducir el pie-
cario neologismo «consciencia». Corresponde ai alemán Bewusstsein y, con sus deri
vados «consciente», «concienciar», «conscientizado», se refiere a la antítesis dinámi
ca consciente-inconsciem.e (sistema cs-ics). «Conciencia», equivalente al alemán
Gewissen, ha de quedar reservado para designar una de las funciones de la instancia
censuradora en el superyó (concepto topográfico),
s A mi modo de ver, cuando los poetas se lamentan de que en la entraña huma
na moran dos almas, y cuando los psicólogos populares hablan de la escisión átíyo
en el hombre, piensan en esta división -materia de la psicología delj'tf- enere la ins
tancia crítica y el yo residual, y no aluden al antagonismo -descubierto por el psi
coanálisis- enere el/t? y lo inconsciente reprimido. Sin embargo, la diferencia entre
ambos fenómenos es borrada por el hecho de que entre los elementos reprobados
por la crítica yoica se encuentran, ante todo, los derivados de lo reprimido.
causa de adversas circunstancias exteriores, asi' como todas las decisiones
volitivas coartadas que han producido la ilusión del libre albedrío5.
Pero una vez expuesta de este modo la motivación manifiesta del
«doble», henos aquí obligados a confesarnos que nada de lo que hemos
dicho basta para explicarnos al extraordinario grado del carácter sinies
tro que es propio de esa figuta, Pot otra parte, nuestro conocimiento de
Jos procesos psíquicos patológicos nos petmiie agregat que nada hay en
¿ste contenido qne alcance a dar razón de la tendencia defensiva que pro
yecta. el «doble» fuera del yo, cual una cosa extraña. El carácter siniestro
sólo puede obedecer a que el «doble» es una formación perteneciente a las
épocas psíquicas prim itivas y superadas, en las cuales sin duda tenía un sen
tido menos hostil «E l doble» se ha transformado en un espantajo, así como
¡os dioses se toman demonios una vez caídas sus religiones (Heinc, D ie
Gotter im Exil. «Los dioses en el destierro»).
Aplicando la pauta que nos suministra el tema del «doble», es fácil
apreciar los otros transtornos del yo que Hoffmann utiliza en sus cuentos.
Consisten aquéllos en nn tetorno a determinadas fases de la evolución
del sentimiento yoico, en una regresión a la época en que el yo aún no se
■había demarcado netamente frente al mundo exterior y al prójimo. Creo
que estos temas contribuyen a dar a los cuentos de Hoffmann su carác
ter siniestro, aunque no es fácil determinar la parte que les' corresponde
en la producción de esa atmósfera.
El factor de la repetición de lo semejante quizá no sea aceptado por
■todos como fuente del sentimiento en cuestión. Según mis observaciones,
■en ciertas condiciones y en combinación con determinadas circunstan
cias, despierta sin duda la sensación de lo siniestro, que por otra parte nos
■recuerda la sensación de inermídad de muchos estados oníricos. Cierto
; día, al tecorret en una cálida tarde de verano las calles desiertas y desco-
■nocidas de una pequeña ciudad italiana, vine a dar a un barrio sobre cuyo
carácter no pude quedar mucho tiempo en duda, pues asomadas a las
ventanas de las pequeñas casas sólo se veían mujeres pintarrajeadas, de
modo que me apresuré a abandonar la callejuela tomando por el primer
atajo. Pero después de haber errado sin guía durante algún tato, encón
ateme de pronto en la misma calle, donde ya comenzaba a llamar la aten
ción; mi apresurada retirada sólo tuvo por consecuencia que, después de
un rodeo, vine a dar allí por tercera vez. iMas entonces se apoderó de mí
un sentimiento que sólo podría calificar de siniestro, y me alegré cuando,
9 En la obra de H . H. Ewers, Der Student van Prag (El estudiante de Praga), que
sirve de punto de partida al estudio de Rank sobre ei «doble», el héroe ha prometi
do a su novia que no matará a su adversario en el duelo. Dirigiéndose al lugar en el
cual debe efectuarse el lance, se encuentra con el «doble», que le comunica que acaba
de dar cuenta de su rival.
renunciando a mis exploraciones, volví a encontrar ia plaza de la cual
había partido. Otras situaciones que tiene en común con ia precedente el
retomo involuntario a un mismo lugar, aunque difieran radicalmente en
otros elementos, producen sin embargo, la misma impresión de inermí-
dad y de Jo siniestro, Por ejemplo, cuando uno se pierde, sorprendido por
la niebla en una montaña boscosa, y pese a todos sus esfuerzos por encon
trar un camino mateado o conocido, vuelve varias veces al mismo lugar
caracterizado por un aspecto determinado, O bien cuando se yetra pot
una habitación desconocida y oscura, buscando la puerta o el interruptor
de la iuz, y se tropieza en cambio por décima vez con un mismo mueble;
situación ésta que MarkTWain, aunque mediante una grotesca exagera
ción, pudo dotat de irresistible comicidad.
También hallamos fácilmente este carácter en otra serie de hechos;
sólo el factor de ia repetición involuntaria es el que no hace parecer sinies
tro lo que en otras citcunstancias sería inocente, imponiéndonos así ia
idea de lo nefasto, de lo ineludible, donde en otro caso sólo habríamos
hablado de «casualidad». Así, por ejemplo, seguramente es una vivencia
indiferente si en el guardarropas nos dan, al entregar nuestro sombrero,
un número determinado -digam os, el 6 2 - o si nos hallamos con que
nuestro camarote del barco lleva ese número. Pero tal impresión cambia
si los hechos, indiferentes en sí, se aproximan, al punto que el número
62 se encuentra varias veces en un mismo día, o si aun llega a suceder
que cuanto lleva un número -direcciones, cuartos de hotel, coches de
ferrocarril, etc.- presenta siempre la misma cifra, por lo menos como ele
mento parcial. Se considera esto «siniestro», y quien no esté acorazado
contta la superstición, será tentado a atribuir un sentido misterioso a este
obsdnado tetorno del mismo número, viendo en él, pot ejemplo, una
alusión a la edad de que no ha de sobrevivir. O sí, en otro caso, comen
zando justamente a estudiar las obras del gran fisiólogo H. Hersng, se
reciben, con pocos días de intervalo y procedentes de distintos países,
cartas de dos personas que llevan ese mismo nombre, mientras que hasta
entonces jamás se había estado en relación con individuos así llamados,
Un inteligente investigador trató hace poco de reducir a ciertas leyes los
hechos de esta clase, quitándoles así inevitablemente todo carácter sinies
tro, N o me atrevería a decidir si ha tenido éxito en su empresa10.
En cuanto a lo siniestro evocado por el retorno de lo semejante y a
la maneta en que dicho estado de ánimo se deriva de la vida psíquica
infantil, no puedo más que mencionarlo en este conexo, remitiéndo
me en lo restante a una nueva exposición del tema, en otras relaciones,
que ya tengo preparada. Me limito, pues, a señalar que la actividad psí
quica inconsciente está dom inada por un automatismo o impulso de repe-
12 Der bose B lkk und Verwandtes (E! «ma! de ojo» y manifestaciones análogas),
2 lomos, Berlín, 1910 y 1911.
1 Se denomina con este término melanesio (su homónimo latino es numen), la
concepción de. ¡o divino como algo indefinible, ubicuo, no personificado, anterior
a la adoración de Jos dioses concretos. (Según A, Haggerty Krappe, Mythologie
Universeüe.) ¡N . del T J
pasado por unafase correspondiente a este animismo délos primitivos ■
¿n ninguno de nosotros esa fase ha transcurrido sin dejar restos y trazas
capaces de manifestarse en cualquier momento, y que cuanto hoy nos
parece «siniestro» llena la condición de evocar esos restos de una actividad
psíquica animista, estimulándolos a manifestarsel3.
Será oportuno enunciar aquí dos formulaciones en las cuales quisie
ra condensar io esencial de nuestro pequeño estudio. Ante todo; si la teo
ría psicoanalítica tiene razón al afirmar que todo afecto de un impulso
emocional, cualquiera que sea su naturaleza, es convertido por la represión
en angustia, entonces es preciso que entre las formas de lo angustioso
exista un grupo en ei cual se pueda reconocer que todo esto, lo angus
tioso, es algo reprimido que retorna. Esta forma de la angustia sería pre
cisamente lo siniestro, siendo entonces indiferente si ya tenía en su ori
gen ese carácter angustioso, o si fue portado por otro tono afectivo. En
segundo lugar, sí ésta es realmente la esencia de lo siniestro, entonces com
prenderemos que el lenguaje corriente pase insensiblemente de lo «Heim-
Ucb» a su contrario, lo « Unheimlich», pues esto último, lo siniestro, no
sería realmente nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar
a la vida psíquica y que sólo se tornó extraño mediante el proceso de su
represión. Y este vínculo con la represión nos ilumina ahora la definición
de Scheíling, segiín la cual lo siniestro sería algo que, debiendo haber
quedado oculto, se ha manifestado*
Sólo nos resta aplicar el conocimiento que así hemos adquirido a la
explicación de otros ejemplos de lo siniestro.
Muchas personas consideran siniestro en grado sumo cuanto está
relacionado con la muerte, con cadáveres, con la aparición de los muer
tos, los espíritus y los espectros. Hemos visto que varias lenguas moder
nas ni siquiera pueden reproducir nuestra expresión ein unheimliches
Haus («una casa siniestra»), sino mediante la circunlocución: «una casa
encantada» (habitada por fantasmas). En realidad, debíamos haber
comenzado nuestras investigaciones con este ejemplo de lo siniestro,
quizá el más notable de todos, pero no lo hicimos porque aquí lo sinies
tro se mezcla excesivamente con lo espeluznante, yen parte coincide con
ello. Pero difícilmente haya otro dominio en el cual nuestras ideas y
nuestros sentimientos se han modificado tan poco desde los tiempos
primitivos, en el cual lo arcaico se ha conservado tan incólume bajo un
ligero barniz, com o en el de nuestras relaciones con la muerte. D os fac
La let r a en e l in c o n sc ie n t e
* Texto tomado de J. LACAN, Escritos I, trad. T. Segovia et al., México, Siglo XXI,
1971, pp. 489-503.
1 Cfr. la correspondencia, concretamente los números 107 y 119 de las cartas esco
gidas por sus editores. [Se trata de In correspondencia con W. FÜess, parcialmente repro
ducida en Los orígenes del psicoanálisis; las carras citadas aparecen en Jas ediciones de
Santiago Rueda y de Biblioteca Nueva, no así en la de Amorrortu, AS (Armando Suárez}]
cl)alquier medida a esos especímenes ornitológicos. Freud encuentra
cúm0 teferirsc a ciertos empleos de! significante en esa escritura, que
eSt¡5abortados en la nuestra, tales como el empico de determinativo, aña
diendo el expolíente de una figura categórica a la figuración literal de un
¿¡■mino verbal, pero es para conducirnos mejor al hecho de que estamos
en la escritura donde incluso el prerendido «ideograma» es una letra.
Pero no se necesita ía confusión corriente sobre ese término para que
en el espíritu del psicoanalista que no tiene ninguna formación lingüís
tica prevalezca el prejuicio de un simbolismo que se deriva de la analo
gía natural, incluso de ia imagen coaptativa del instinto. Hasta tal punto
que, fuera de Ja escuela francesa que lo remedia, es sobre la línea: ver en
el'poso del café no es leet en los jeroglíficos, sobre la que tengo que
recordarle sus principios a una técnica cuyas vías nada podría justificar
sitio el punto de mita deí inconsciente.
Hay que decir que esto sólo es aceptado trabajosamente y que el vicio
mental denunciado más atriba goza de tal favor que es de esperarse que
él psicoanalista de hoy admita que descodifica, antes que resolverse a
hacer can Freud las escalas necesarias (contemplen de este lado la esta
tua de Champollion, dice el guía) para comprender que descifra: lo cual
se distingue por el hecho de que un criptograma sólo tiene todas sus
dimensiones cuando es el de una lengua perdida.
Hacet estas escalas no es sin embargo más que continuar en la
7raumdeutung.
La Entsteilung, traducida: transposición, en la que Freud muestra la
precondición general de la función deí sueño, es lo que hemos designado
más arriba con Saussure como el deslizamiento del significado bajo el sig
nificante, siempre en acción (inconsciente, observémoslo) en el discurso.
Pero las dos vertientes de la incidencia del significante sobre eí signi
ficado vuelven a encontrarse allí.
La Verdkbtung, condensación, es la estructura de sobrennposición de
los significantes donde toma su campo la metáfora, y cuyo nombre, por
condensar en sí mismo la Dichtung1, Índica la con naturalidad del meca
nismo a la poesía, hasta el punto de que envuelve la función propia
mente tradicional de ésta.
La Verschiebung o desplazamiento es, más cerca del término alemán,
ese viraje de la significación que la metonimia demuestra y que, desde su
apatición en Freud, se presenta como el medio del inconsciente más1
apropiado para burlar la censura.
1 [En este caso la condensación es obra del propio Lacan: no hay parentesco eti
mológico entre Dichtung y Vcrdkhtung. AS]. La vinculación entre Dichtung (poesía)
y Verdichtung (condensación) procede de las poéticas de Ezra Pound y Basil
Bunring. [jV. de los E.j
¿Qué es lo que distingue a esos dos mecanismos que desempeñan
el trabajo del sueño, Traumarbeit, un papel privilegiado, de su homóf0
ga función en el discurso? Nada, sino una condición impuesta al mate
rial significante, llamada Rückskht a u f Darstellbarkeit, que habría
traducir por: deferencia a los medios de la puesta en escena (la tradu^
ción por: papel de la posibilidad de figuración, es aquí cxcesivament
aproximada). Pero esa condición constituye una limitación que se ejerce
en el interior del sistema de la escritura, lejos de disolverlo en una semio
logia figurativa en la que se contundiría con los fenómenos de la expre
sión natural. Se podría probablemente iluminar con esro los problemas
de ciertos modos de pictografía, que el mero hecho de que hayan sido
abandonados como imperfectos en la escritura no autoriza suficiente
mente a que se los considere como estadios evolutivos. Digamos que é¡
sueño es semejante a ese juego de salón en el que hay que hacer adivina-
a los espectadores un enunciado conocido o su variante por medio úni
camente de una puesta en escena muda. El hecho de que el sueño dis
ponga de la palabra no cambia nada a este respecto, dado que pata él
inconsciente no es sino un elemento de puesta en escena como los otros.
Es justamente cuando el juego e igualmente el sueño tropiecen con la
falta de material taxiemático para representar las articulaciones lógicas de
la casualidad, de la contradicción, de la hipótesis, etc., cuando datán
prueba de que lino y otro son asunto de esetitura y de pantomima. Los
procedimientos sutiles que el sueño muestra emplear para representar no
obstante esas articulaciones lógicas de manera mucho menos artificial
que la que ei juego utiliza ordinariamente, son objeto en Freud de un
estudio especial en el que se confirma una vez más que el ttabajo del
sueño sigue las leyes del significante.
El resto de la elaboración es designado pot Fteud como secundario, lo
cual toma su valor de aquello de lo que se ttata: fantasías o sueños diurnos,
Tagtraum para emplear el termino que Fteud prefiere utilizar para situarlos
en su función de cumplimiento del deseo (Wunscherftillung). Su rasgo dis
tintivo, dado que esas fantasías' pueden permanecet inconscientes, es efec
tivamente su significación. Ahora bien, de éstos Freud nos dice que su lugar
en el sueño consiste, o bien en set tomados en él a título de elementos sig
nificantes para el enunciado del pensamiento inconsciente ( TntumgeeLinke),
o bien en servit para la elaboración secundada de que se trata aquí, es decir
para una función, dice él, que no hay por qué distinguir del pensamiento
de la vigilia (von ameren) wacben Denken nicht zu untenebeíden). No se
puede dar mejor idea de los efectos de esta función que la de comparados
con placas de jalbegue, que aquí y allá copiadas a la plancha de estarcir, ten
derían a hacer entrar en la apariencia de un cuadro de tema los clichés más
bien latosos en sí mismos del rébus o de los jeroglíficos.
Pido excusas por parecer deletrear yo mismo el texto de Freud; no es
solamente pata mostrat lo que se gana sencillamente con no amputarlo,
cS para poder situar sobre puntos de referencia primeros, fundamentales
, nunca revocados, lo que sucedió en el psicoanálisis.
^ Desde el origen se desconoció el papel constituyente del significante
en el estatuto que Frend fijaba para el inconsciente de buenas a prime-
ras y bajo los modos formales más precisos,
£sto por una doble razón, donde la menos percibida naturalmente es
qUc esa fotmalización no bastaba por sí misma para hacer reconocer la
in stancia del significante, puesto qué en el momento d e la publicación
Je la Traumdeutung, se adelantaba mucho a las formalizaciones de la lin
güística a las que sin duda podría demostrarse que, por su solo peso de
verdad, les abrió el camino.
La segunda ratón no es después de todo sino el reverso de la prime
ra, pues si los psicoanalistas se vieron exclusivamente fascinados por las
significaciones detectadas en el inconsciente, es porque sacaban su atrac
tivo más' secreto de la dialéctica que patecía serles inmanente.
■■: He mostrado para mi seminario que es en ia necesidad de enderezar
(ps efectos cada vez más acelerados de esa parcialidad donde se com
prenden los virajes aparentes, o mejor dicho los golpes de timón, que
Freud, a través de su primera preocupación de asegurar la supervivencia
de su descubrimiento con los primeros retoques que imponía a los cono
cimientos, creyó deber dat a su doctrina durante la marcha.
: Pues en el caso en que se encontraba, lo tepito, de no tener nada que,
respondiendo a su objeto, estuviese en el mismo nivel de madurez cien-
tíficaj por lo menos no dejó de mantener ese objeto a la medida de su
dignidad ontológica.
El resto fue asunto de los dioses y corrió tal suerte que el análisis toma hoy
sus puntos de referencia en esas formas imaginarias que acabo de mostrar
como dibujadas en reserva sobre el texto que mutilan, y que sobre ellas es
sobre las que el punto de míra del analista se conforma: mezclándolas en la
interpretación del sueño con la liberación visionaria de la pajarera jeroglífica,
y buscando más generalmente el coottol del agotamiento del análisis en una
especie de scanninf de esas formas allí donde aparezcan, con la idea de que
éstas son testimonio del agotamiento de las regtesiones tanto como del remo
delado de la «relación de objeto» en que se supone que el sujeto se tipifica4.
I a técnica que se autoriza en tales posiciones puede ser fértil en efectos
diversos, muy difíciles de criticar detrás de la égida terapéutica. Pero una
3 Es sabido que tal es e! procedimiento por el cual una investigación asegura sus
resultados por medio de !a exploración mecánica de la extensión entera del campo
de su objeto.
4 La tipología, si no se refiere más que a) desarrollo del organismo, desconoce la
estructura en la que eí objeto está tomado respectivamente en la fantasía, en la pul
sión, en la sublimación - estructura cuya teoría elaboro (1966),
crítica interna puede desprenderse de una discordancia flagrante entre
modo operatorio con que se autoriza esta técnica -a saber, ia regia a¡ia)-'¡.¡Cj
cuyos instrumentos todos, a partir de la «libre asociación», se justifican p0r
la concepción del inconsciente de su inventor- 7 el desconocimiento com
pleto que allí reina de esa concepción del inconsciente. Lo cual sus defen
sores más expeditivos creen resolver con una pirueta: la regla analítica debé
ser observada tanto más religiosamente cuanto que no es sino el fruto de un
feliz azar. Dicho de otra manera, Freud nunca supo bien lo que hacía.
El retorno al texto de Freud muestra por el contrario la coherencia
absoluta de su técnica con su descubrimiento, ai mismo tiempo que per-
mite situar sus procedimientos en el rango que les corresponde.
Por eso toda rectificación del psicoanálisis impone que se retorne a la
verdad de ese descubrimiento, imposible de oscurecer en sn mom ento
original.
Pues en el análisis del sueño, Freud no pretende darnos otra cosa que
las leyes del inconsciente en su extensión más general. Una de las ra7«ncs
por las cuales el sueño era lo más propicio para ello es justamente, nos lo
dice Freud, que no revela menos esas leyes en el sujeto normal que en el
neurótico.
Pero en un caso como en el otro, la eficiencia del inconsciente no se
detiene al despertar. La experiencia psicoanah'tíca no consiste en otra
cosa que en establecer que el inconsciente no deja ninguna de nuestras
acciones fuera de su campo. Su presencia en el orden psicológico, dicho
de otra manera en las funciones de relación del individuo, merece sin
embargo ser precisada: no es de ningún modo coextensiva a este orden,
pues sabemos que, si la motivación inconsciente se manifiesta tanto por
efectos psíquicos conscientes como por efectos psíquicos inconscientes,
inversamente es una indicación elemental hacer observar que un gran
número de efectos psíquicos que el término «inconsciente», en virtud de
excluir el carácter de la conciencia, designa legítimamente, no por ello
dejan de encontrarse sin ninguna relación por su naturaleza con el
inconsciente en el sentido freudiano. Sólo por un abuso del término se
confunde pues psíquico e inconsciente en este sentido, y se califica así de
psíquico un efecto del inconsciente sobre lo somático por ejemplo.
Se trata pues de definir la tópica de esc inconsciente. Digo que es la
misma que define el algoritmo
/ ( S .,.S ’) S E S ( - H
f ) S * S (+) x,
supera la objeción.
Por supuesto, esto me limita a no ser allí en mi ser sino en la medi
da en que pienso que soy en mi pensamiento; en qué medida lo pienso
verdaderamente es cosa que sóío me concierne a mí, y, si lo digo, no inte
resa a nadie7.
Sin embargo, eludirlo bajo el pretexto de su aspecto filosófico es sim
plemente dar pruebas de inhibición. Pues la noción de sujeto es indis
pensable para el manejo de una ciencia como la estrategia en el sentido
moderno, cuyos cálculos excluyen todo «subjetivismo».
Es también prohibirse la entrada a lo que puede llamarse eí universo
de Freud, como se dice el universo de Copérnico. En efecto, es a la revo
lución llamada copernicana a la que Freud mismo comparaba su descu
brimiento, subrayando que estaba en juego una vez más el lugar que el
hombre se asigna en el centro del universo.
¿Es el lugar que ocupo como sujeto del significante, en relación con
el que ocupo como sujeto del significado, concéntrico o excéntrico? Ésta
es la cuestión.
No se trata de saber si hablo de mí mismo de manera conforme con
lo que soy, sino si cuando hablo de mí, soy el mismo que aquel del qué
hablo. No hay aquí ningún inconveniente en hacer intervenir el térmi
no «pensamiento», pues Freud designa con ese término los elementos
que están en juego en el inconsciente; es decir en los mecanismos signi
ficantes que acabo de reconocer en él.
N o por ello es menos cierto que el cogito filosófico está en el núcleo
de ese espejismo que hace al hombre moderno tan seguro de ser él
mismo en sus incertidumbres sobre sí mismo, incluso a través de la des
confianza que pudo aprender desde hace mucho tiempo a practicar en
cuanto a las trampas del amor propio.
Así pues, si volviendo contra la nostalgia a la que sirve el arma de la
metonimia, me niego a buscar ningún sentido más allá de la tautología^
7 La cosa es muy diferente sí, planteando por ejemplo una pregunta como: «¿Por
qué hay filósofos?», me hago más cándido de lo que es natural, puesto que planteo
«o solamente la cuestión que los filósofos se plantean desde siempre, sino aquella en
la que tal vez más se interesan.
v si en nombre de «la guerra es k guerra» y «un centavo es un centavo»
me decido a no ser más que lo que soy, ¿cómo desprenderme aquí de la
evidencia de que soy en ese acto mismo?
Tampoco yendo al otro polo, metafórico, de la búsqueda significan
te y consagrándome a convertirme en lo que soy, a venir al ser, puedo
dudar de que incluso perdiéndome en ello, soy.
Ahora bien, es en esos puntos mismos donde la evidencia va a ser sub
vertida por lo empírico, donde reside el giro de la conversión freudiana.
Ese juego significante de la metonimia y de la metáfora, incluyendo
v comprendiendo su punta activa que clava mi deseo sobre un rechazo
del significante o sobre una carencia de ser, y anuda mi suerte a la cues
tión de mí destino, ese juego se juega, hasta que termine la partida, en
su inexorable finura, allí donde no soy porque no puedo situarme.
Es decir que son pocas las palabras con que pude apabullar un instante a
mis auditores: pienso donde no soy, luego soy donde no pienso. Palabras que
hacen sensible para toda oreja suspendida en qué ambigüedad de hurón
huye bajo nuestras manos el anillo del sentido sobre la cuerda verbal.
Lo que hay que decir es: no soy, allí donde soy el juguete de mi pen
samiento; pienso en lo que soy, allí donde no pienso pensar.
Este misterio con dos caras se une al hecho de que la verdad no se
evoca sino en esa dimensión de coartada por la que todo «realismo» en
ia creación toma su virtud de la metonimia, así como a ese otro de que
el sentido sólo entrega su acceso al doble codo de la metáfora, cuando se
tiene su clave única: la S y la .f del algoritmo saussureano no están en el
mismo plano, y el hombre se engañaba creyéndose colocado en su eje
común que no está en ninguna paite.
Esto por lo menos hasta que Freud hizo su descubrimiento. Pues si
lo que Freud descubrió no es esto exactamente, no es nada.
Los contenidos del inconsciente no nos entregan en su decepcionan
te ambigüedad ninguna realidad m is consistente en el sujeto de lo inme
diato; es de la verdad de la que toman su virtud, y en la dimensión del
ser: Kern unseres Wesen, los términos están en Freud.
El mecanismo de doble gatillo de la metáfora es el mismo donde se deter
mina el síntoma en el sentido analítico. Entre el significante enigmático del
trauma sexual y el término al que viene a sustituirse en una cadena signifi
cante actual, pasa la chispa, que fija en un síntoma -metáfora donde la carne
o bien la función están tomadas como elementos significantes- la significa
ción inaccesible para el sujeto consciente en la que puede resolverse.
Y los enigmas que propone el deseo a toda «filosofía natural», su fre
nesí que imita el abismo del infinito, la conclusión íntima en que envuel
ve el placer de saber y el de dominar con el gozo, no consisten en ningún
otro desarreglo del instinto sino en su entrada en los rieles -eternamen
te tendidos hacia el deseo de otra cosa—de la metonimia. De donde su fija
ción «perversa» en el mismo punto de suspensión de la cadena signifi
cante donde el recuerdo encubridor se inmoviliza, donde la imagen fas
cinante del fetiche se hace estatua.
No hay ningún oüo medio de concebir la indestructibilidad del deseo
inconsciente -cuando no hay necesidad que, al ver que se le prohíbe su sacie
dad, no se resquebraje, en caso extremo por la consunción del organismo
mismo—. Es en una memoria, comparable a lo que se llama con este nom
bre en nuestras modernas máquinas de pensar (finidadas sobre una realiza
ción electrónica de la composición significante), donde reside esa cadena que
insiste en reproducirse en la transferencia, y que es la de un deseo muerto.
Es la verdad de lo que ese deseo fue en su historia lo que el sujeto
grita por medio de sn síntoma, como Cristo dijo que habrían hecho las
piedras si los hijos de Israel no les hubiesen dado su voz.
Ésta es también la razón de que sólo et psicoanálisis permita diferen
ciar, en la memoria, la función de la rememoración. Arraigado en el sig
nificante, resuelve, por el ascendiente de la historia del hombte, las apo-
rías platónicas de la. reminiscencia,
Basta con leer los tres ensayos sobte Una teoría sex u alrecnbíeitos para
ias multitudes por tantas glosas pseudobíológicas, para comprobar que
Ftend hace derivar toda entrada en el objeto de una dialéctica del retorno.
Habiendo partido así del vócrroc 8 holderliniano, es a la repetición lder-
kegaardiana adonde Freud llegará menos de veinte años más tarde, es decir
que su pensamiento, por haberse sometido en su origen a las únicas conse
cuencias humildes peto inflexibles de la talkingcure, no pudo desprenderse
nunca de las servidumbres viva,? que, desde el principio regio del Logos, lo
condujeron a pensar de nuevo las antinomias mortales de Empédocles.
¿Y cómo concebir, sino sobre ese «otro escenario» deí que él habla
como del lugar del sueño, su recurso de hombre científico a un Deas ex
machina menos irrisorio por el hecho de que aquí se revela al espectador
que la máquina tige al regidor mismo? Figura obscena y fetoz del padre
primordial, inagotable en redimirse en el eterno enceguecimiento de
Edipo, ¿cómo pensar, sino potque tuvo que agachar la cabeza ante la
fuerza de un testimonio que rebasaba sus prejuicios, que un hombre de
ciencia del siglo XIX haya dado en su obra más importancia que a todo
ese Tótem y tabú, ante el cual los etnólogos de hoy se inclinan como ante
el crecimiento de un mito auténtico?
Es en efecto a las mismas necesidades del mito a las que responde esa
imperiosa proliferación de cteaciones simbólicas particulares, en la que
se motivan hasta en sus detalles las compulsiones del neurótico, del mismo
modo que lo que llaman las teorías sexuales del niño.
Así es como, para colocarlos en el punto preciso en que se desarrolla
actualmente en mi seminario mi comentario de Freud, el pequeño Hans,
j los cinco años, abandonado por las carencias de su medio simbólico
jfitc el enigma actualizado de repente para él de su sexo y de su existen
cia, desarrolla, bajo la dirección de Freud y de su padre, discípulo de éste,
alrededor del cristal significante de su fobia, bajo una forma mítica, todas
jas permutaciones posibles de un número limitado de significantes.
Operación en la que se demuestra que incluso en el nivel individual, la
■solución de lo imposible es aportada al hombre por el agotamiento de todas
las formas posibles de imposibilidades encontradas al poner en una ecua
ción significante la solución. Demostración impresionante para iluminar el
laberinto de una observación que hasta ahora sólo se ha utilizado para
extraer de ella materiales de demolición. Y también para hacer captar que
en la coextensividad del desarrollo del síntoma y de su resolución curativa
se muestra ia naturaleza de la neurosis: fóbica, histérica u obsesiva, la neu
rosis es una cuestión que el ser plantea para el sujeto «desde allí donde esta
jea antes de que el sujeto viniese ai mundo» (esa subordinada es la propia
Sítase que utiliza Freud al explicar al pequeño Hans el complejo de Edipo).
Se trata aquí de ese ser que no aparece sino durante el instante de un
■relámpago en el vacío del verbo ser, y ya dije que plantea su pregunta
para el sujeto. ¿Qué quiere decir eso? N o la plantea ante el sujeto, pues
to que el sujeto no puede venir al lugar donde la plantea, sino que la
■plantea en el lugar del sujeto, es decir que en ese lugar plantea la cues
tión con el sujeto, como se plantea un problema con nna pluma y como
el hombre antiguo pensaba con su alma.
Así es como Freud hizo entrar al yo en su doctrina. Freud definió el yo
: pot resistencias que le son propias, Son de naturaleza imaginaria en el
: sentido de los señuelos coaptativos, cuyo ejemplo nos ofrece la etolog/a
de los comportamientos animales del pavoneo y del combate. Freud
mostró su reducción en el hombre a la relación narcisista, de la que yo
proseguí la elaboración en el estadio del espejo. El ya reunió allí la sínte
sis de las funciones perceptivas en que se integran las selecciones sen so-
riomorrices que ciernen para el hombre lo que él llama la realidad.
Pero esta resistencia, esencial para cimentar las inercias imaginarias
que ponen obstáculos ai mensaje del inconsciente, no es sino secundaria
en comparación con las resistencias propias del encaminamiento signifi
cante de la verdad.
Esta es la razón de que un agotamiento de los mecanismos de defen
sa, tan sensible como nos la muestra un Fenichel en sus problemas de
técnica, porque es un practicante (mientras que toda su reducción teóri
ca de las neurosis o de las psicosis a anomalías genéticas del desarrollo
libidinal es la chatura misma), se manifieste, sin que él dé cuenta de ello,
y sin que ni siquiera se dé cuerna, como el reverso del cual los mecanis
mos del inconsciente serían el derecho. La perífrasis., el hipérbaton, la elip
sis, la suspensión, la anticipación, la retracción, la negación, la digresión,
la ironía, son las figuras de estilo (figurae sententiarum de Quintiliano),
como las catacresis, la litote, la antonomasia, la hipotiposis son los tro
pos, cuyos términos se imponen a la pluma como los más propios para
etiquetar a estos mecanismos. ¿Podemos acaso no ver en ellos sino un»
simple manera de decir, cuando son las figuras mismas que se encuen
tran en acto en la retórica del discurso efectivamente pronunciado por el
analizado?
Obstinándose en reducir a una permanencia emocional la realidad de
la resistencia, de la que ese discurso no sería sino la cubierta, los psicoa
nalistas de hoy muestran únicamente que caen en el campo de una cíe las
verdades fundamentales que Freud volvió a encontrar por medio del psi
coanálisis. Es que a una verdad nueva, no es posible contentarse con darle
su lugar, pues de lo que se trata es de tomar nuestro lugar en ella. El!»
exige que uno se tome la molestia. N o se podría lograr simplemente habi
tuándose a ella. Se habitiía uno a lo real. A la verdad, se la reprime, :
Ahora bien, es necesario muy especialmente para el hombre de cien
cia, para el mago e incluso para el meigo9, ser el íínico que sabe. La idea
de que en el fondo de las almas más simples, y, peor aún, enfermas, haya
algo listo a florecer, pase; pero que haya alguien qne parezca saber tanto
como ellos sobre lo que debe pensarse de esto... socorrednos, oh catego
rías del pensamiento primitivo, prelógico, arcaico, incluso del pensar
miento mágico, tan fácil de imputar a los demás. Es que no convierte
que esos ordinarios nos tengan con la lengua fuera proponiéndonos
enigmas que muestran ser demasiado maliciosos.
Para interpretar el inconsciente como Freud, habría que ser como él
lina enciclopedia de las artes y de las musas, además de un lector asiduo
de las Fliegende Blatter. Y la tarea no nos sería más fácil poniéndonos a
merced de un hilo tejido de alusiones y de citas, de juegos de palabras y
de equívocos. ¿Tendríamos que hacer oficio de fanfi'elucbes antidetéeñ^
Hay que resignarse a ello, sin embargo. El inconsciente no es lo pri
mordial, ni lo instintual, y lo único elemental qne conoce son los ele
mentos del significante.
I.os libros que pueden llamarse canónicos en materia de inconscien
te -la Tmumdeutung, la Psicopatología de la vida cotidiana y el Chiste
( Witz) en sus relaciones con et inconsciente- no son sino un tejido de ejem
plos cuyo desarrollo se inscribe en las fórmulas de conexión y sustitución
(sólo que llevadas al décuplo por su complejidad particular, y cuyo cua
dro es dado a veces por Freud fuera de texto), que son las que damos del
significante en su función de transferencia, Porque en la Tmumdeutung,
9 {Mége, en francés: procedente del mégier, cuidar-curar, derivado del latín medi
care, quiere decir «sanador», as]
10 [Enigmas versificados de Rabelais para eruditos consumados: Gargarttáa, 1, «, TS
(Tomás Scgovia)]
■ en el sentido de semejante función como se introduce el término
^ñbsrtrap'-H ° transferencia, que dará más tarde su nombre al resorte
del vinculo intersubjetivo entre e] analizado y el analista.
Tales diagramas no son únicamente constituyentes en la neurosis para
■¡da uno de sus síntomas, sino que son los únicos que permiten envolver
)a tem ática de su curso y de su resolución. Como las grandes observacio
nes de análisis que Freud dejó, son admirables para demostrarlo.
Y para atenernos a un dato más reducido, pero más manejable, para que
¡10!i ofrezca el último sello con ei cual sellar nuestra idea, citaré el artículo
de ¡927 sobre el fetichismo, y el caso que Freud relata allí de un paciente51
para quien la satisfacción sexual exigía cierto brillo en la nariz, (Glcrnz a u f
é r Nase), y cuyo análisis mostró que lo debía ai hecho de que sus primeros
años anglófonos habían desplazado en una mirada sobra la nariz {a glance
$ the mse, y no shine on the nose en la lengua «olvidada» de la infancia del
sujeto) la curiosidad ardiente que lo encadenaba al falo de sn madre, o sea
«tesa careo cía-de-,ver eminente cuyo significante privilegio reveló Freud.
Fue esc abismo abierto al pensamiento de que un pensamiento se dé
a entender en el abismo, el que provocó desde el principio la resistencia
deí análisis. Y no como se dice la promoción de la sexualidad en el hom
bre. Ésta es con mucho el objeto que predomina en la literatura a través
de ios siglos. Y la evolución del psicoanálisis ha logrado mediante un
golpe de magia cómico hacer de ella una instancia moral, la cuna y el
jugar d e espera d e la ohlatividad y de la «amancia». La montura platóni
ca dei alma, ahora bendita e iluminada, se va derechita al paraíso.
escándalo intolerable en la época en que la sexualidad freudiana no
era todavía santa, era que fuese tan «intelectual». En eso es en lo que se
«lastraba como digna comparsa de todos aquellos terroristas cuyos com
plots iban a arruinar a la sociedad.
En el momento en que los psicoanalistas se consagran a remodelar nn
psicoanálisis bien visto, cuyo coronamiento es el poema sociológico del
yo autónomo, quiero decir a quienes me escuchan en qué podrán reco
nocer a los malos psicoanalistas: es que utilizan aereo término [jara
depreciar toda investigación técnica y teórica que prosiga la experiencia
freudiana en su línea auténtica. Este término es la palabra: intelcctiuili-
zación -execrable para todos aquellos que, viviendo ellos mismos en el
temor de ponerse a prueba bebiendo el vino de la verdad, escupen sobre
el pan de los hombres, sin que su baba por lo demás pueda tener ya
nunca más sobre él otro oficio que ei de una levadura.
II
III
! Esta palabra alemana tiene que ver con ¡a «convergencia del amor y la muer
te» y se encuentra especial menee vinculada a la ópera wagneriana,
2 Saxo Grammaticus, el historiador danés del siglo xm cuya historia ¡atina de los
daneses, Gesta Danorum, contiene el relato original de Hamlet.
secuencia musical de sonidos, pot una parte, y, por otra, forman patrones
que se aproximan a la imagen jeroglífica o pictórica. Los intentos p0)-
aproximarse lo máximo posible a. cualquiera de estos dos límites forman
el cuerpo principal de lo que se llama escritura experimental. Podemos
considerar la narrativa como el ritmo de la literatura y el patrón, com
prensión mental simultánea de la estructura verbal, sería el sentido o sig
nificado. Oímos o escuchamos una narración., pero cuando comprende
mos el patrón total de un escritor «vemos» lo que quiere decir,
La crítica literaria se encuentra más entorpecida que la crítica pictó
rica por la falacia representativa. Es por eso por lo que podemos pensar
en la narración como una representación secuencia! de acontecimientos en
una «vida» exterior y del significado como reflejo de una «idea» externa.
Usándolos con propiedad como términos críticos, la narrativa de un.
autor es su movimiento lineal y su sentido es la integridad de su forma
completa. Del mismo modo, una imagen no es simplemente una répli
ca verbal de un objeto externo, sino una unidad de la estructura verbal
entendida como parte de un patrón o ritmo total. Incluso las catsas en
las que un autor derrama sus palabras forman parte de su imaginario,
aunque sólo en casos muy especiales (como la aliteración) merecerán la
atención crítica. Por lo tanto, la narración y el significado se convierten,
respectivamente, por utilizar términos musicales, en el contexto melódi
co y armónico de dicho imaginario.
El ritmo, o movimiento recurrente, está profundamente enraizado en
el ciclo natural y todo lo natural que consideramos que guarda cierta ana
logía con las obras de arre, como una flor o el canto de los pájaros, surge
de una íntima sincronización entre un organismo y los ritmos de su
medio, especialmente el del año solar. En los animales algunas expresio
nes de sincronización, como los bailes de apareamiento en los pájaros,
casi pueden considerarse ritos. Pero en el ser humano un rito suele impli
car un esfuer/o voluntario (de ahí su elemento mágico) para volver a esta
blecer la relación con el ciclo natural. El agricultor debe recoger su cose
cha en un momento determinado del año, pero dado que esto es
involuntario, la cosecha misma no es exactamente un rito. La expresión
deliberada de la voluntad por sincronizar las energías humanas y natura
les en un momento dado es lo que produce las- canciones, los sacrificios
y las' tradiciones de la cosecha que llamamos ritos. Por lo tanto, en el rito
podemos encontrar el origen de la narrativa, siendo un rito una secuen
cia temporal de actos en los que se encuentra latente el sentido o signifi
cado consciente: puede ser visto por un observador, pero, en buena
medida, permanece oculto para los partícipes. La tendencia del rito es
hacía la narrativa pura que, si puede darse, será una repetición automáti
ca e inconsciente. También debemos señalar la frecuente tendencia del
rito a convertirse en enciclopédico. Todas las repeticiones importantes de
la naturaleza, el día, las fases de la luna, las estaciones, los solsticios, las
crisis de la existencia desde el nacimiento hasta la muerte, llevan consigo
ritos, y la mayoría de las grandes' religiones disponen de un cuerpo bien
/iehnído de risos que sugieren, si podemos decirlo así, todo el abanico de
acciones potencialmente significativas a i la vida humana.
Los patrones del imaginario o los fragmentos significativos, por otra
parte, tienen un origen oracular y derivan de un momento epifánico, del
resplandor de la comprensión instantánea sin relación directa con el tiem
po, cuya importancia fue ya apuntada por Cassirer en Myth and Language.
Guando los recibimos bajo Ja forma de refranes, juegos de palabras, man
damientos y cuentos tradicionales etnológicos ya hay en ellos un considera
ble elemento narrativo. Ellos también tienen una tendencia enciclopédica,
construyendo una estructura total del significado o doctrina, a partir de
fragmentos aleatorios y empíricos. AI igual que la narrativa pura es un acto
inconsciente, la significación pura es un estado de conciencia incomunica
ble, puesto que Ja comunicación comienza al construir una narrativa.
Eí mito es la fuerza central que confiere significado arquetípico al rito
y narrativa arquedpica al oráculo. Por lo tanto el mito es el arquetipo,
aunque setía conveniente utilizar mito sólo cuando nos referimos a la
narrativa y arquetipo cuando hablarnos del significado. En el ciclo solar
del día, en el estacional del año y en el orgánico del ser humano hay un
solo patrón de significado a partir del cual el mito construye una narra
tiva central alrededor de una figura que es en parte el sol, en parte ferti
lidad vegetativa y, en parte, un dios o un ser humano arquetípico. La
importancia crucial de este mito fue aportada a la crítica literaria, espe
cialmente, por jung y Frazer, aunque los libros disponibles sobre este
tema no sean siempre sistemáticos en su aproximación, por lo que pre
sento la siguiente tabla de sus fases:
: Por evidente que parezca este índice, encontraremos una gran varie-
:clad de imágenes y formas poéticas que se ajustan a ella. El «Viaje a
■Bizancio» de Yeats, por tomar aleatoriamente un ejemplo conocido de la
visión cómica, tiene la ciudad, el árbol, el pájaro, ia comunidad de
sabios, los giros geométricos y el alejamiento del mundo cíclico. Claro
está que sólo es el contexto cómico o trágico general el que determina la
interpretación de cualquier símbolo: eso tesulta evidente con los arque
tipos relativamente neutrales como la isla que puede ser ía de Próspero o
la de Circe.
Claro que nuestras tablas no sólo son elementales sino que esrán sim
plificadas en exceso, ya que nuestra aproximación inductiva al atquetipo
era una mera intuición. Lo importante no son las deficiencias de cual
quiera de los procedimientos, tomados en sí mismos, sino el hecho de que,
en alguna parte y de alguna manera, ambos van a unirse claramente en
un punto medio y, si lo hacen, se habrán establecido los fundamentos
pata un desarrollo sistemático y comprensivo de la critica,
C h a r le s M a ü r o n (1899-1966) es el creador de una de las más fir
m es aplicaciones del psicoanálisis a la teoría literaria. Comenzó
estudiando química, carrera que abandonó por problemas de vísw.
Se enrregó a la traducción de novelas inglesas, de Forster, Sterne, D.
H. Lawrence o Virginia Woolf, impulsado por su amigo, el crítico
de arte Roger Fry. Sus primeros libros, publicados en The Hogarth
Press, la editorial del matrimonio Woolf que dio a conocer a Freud
a los lectores ingleses, fueron The Nature o f Beauty in Art and
Literature (1927) y Aesthetícs and Psychology (1935). Atraído porei
pensamiento sobre ia intuición de Claude Bernard y Henri
Poincaré, la estética defendida por Mauron en estos libros, qü¿
atrajeron la atención de poetas posrsimbolistas, como Wallacé
Stevens, era una estérica de corre espiritualista, si bien atenta a los
avatares del inconsciente. Esta atención constante le condujo a k
formulación del llamado método psicocrfrico, que aplicó inicial
mente a la obra de Mallarmé, su autor feticlie, cuya frase «un
homme au reve habirué» gravitará sobre los tres estudios que aca
baría dedicándole; M allarmé l'obscur (1941), Introduction k la ¡isy-
chamlyse de M allarmé (1950) y M allarm é (1964), Las claves dek
psicocr/tica las expuso en Des métaphores obsédanles au tnythe per-
sonnel. Introduction ¡t la Psychocriúqut (1963), su estudio más
influyente. En el diván estaban Baudelaire, Nerval, Valéry y, claro,
Mallarmé. El primer paso es superponer textos de un mismo autor
para hacer aparecer redes de asociaciones o agrupamienros de imá
genes, obsesivas y probablemente involuntarias. Ei segundo es
localizar estructuras o figuras de fondo, situaciones dramáticas,
que converjan en un mito personal. Más adelante, dicho mito y
sus avatajes son interpretados como expresión de la personalidad
inconsciente y de sn evolución. Los resultados así obtenidos se
comparan con la vida del autor. El mérodo reconcilia gestos de ía
estilística y una variante del psicoanálisis muy influida por
Melante Klein. Mauron probó su mérodo con pinrores (La struc-
titre de Pinconscient chez Vincent Van Gogh, 1953) y lo exrendió a
diversos escrirores: Le Dernter Baudelaire (1966), Le Théátre de
Giraudoux (1971), Nerval et la psychocritique (1949), o al disputado
Racine (L'inconscient dans loeuvre et la vie de Racine, 1957), objeto
poco después de encendidas polémicas entre Picard y Barihes. La
ampliación de su mirada al género teatral (Psychocritique du genre
comigtte, 1964) ensancha el alcance de su propuesta, desbordando
el «mito personal» en una esfera más cokxtiva, en clara deuda eon
jung, y sintonía con Ftye y Balditin: «el genio cómico [,,.] jugará
al abandono y a la regresión, a la burla satírica, a la alienación pla
centera de liberarse de la doble servidumbre de las tendencias ins*
timivas y de las normas sociales-.
Ciarles M auron
jnterpretación del mito personal*
tán vasto como exacto de ios procedimientos estilísticos al servicio de juicios de valor
que a m enudo me han parecido personales, Pero, sobre todo, la base científica de la
obra es débil: no tiene en cuenta importantes trabajos psicológicos modernos y, por eí
contrario, Swedenborg ocupa en ella un lugar en mi opinión excesivo,
s Institución monástica fundada en el siglo XII!; importante centro de ia vida
intelectual y religiosa y símbolo de la rebelión jansenista. Racine se instruyó entre
síis m uros. Pasca! fue uno de ios partidarios más célebres de Port-Royal en la que
rella que concluyó con su clausura por orden de Luis XIV. /2V. d d "Y]
6 La simple idea de un inconsciente cuyos contenidos se intenta conocer provo
ca resistencias más o menos intensas, a su ve?, inconscientes, pero manifestadas a tra
vés de los juicios. El hecho es a la ve¿ muy conocido y explicable. Pero esa clase de
resistencia no nos concierne aquí. Admito una objeción sin prejuicios, y en el piano
tic ¡a crítica literaria.
cientcs. Innumerables fantasías de este tipo se presentan en niños y a(j|(¡
tos a los que no acosa ninguna inquietud metafísica. En cuanto apare
cen en un escritor, sufren la operación órfica. Pero ni su naturaleza ni su
dinamismo se ven modificados por ello, y aún menos sn origen.
Comparemos el sueño del monstruo de Baudelaire y los poemas tras
plantados de la misma fantasía. No es un sueño bonito; en él las pulsiones
infantiles se expresan claramente por todas partes: se mezclan por doquier
con preocupaciones diurnas extrañamente deformadas. Esas marcas
origen y esas escorias cotidianas han desaparecido de los textos poéticos'
E l albatros, I a bella Dorotea, E l loco y la Venus, etc. Han desaparecido, eri
consecuencia, de los entramados de asociaciones que obtenemos al super
poner esos textos. No obstante, lo que el sueño del monstruo y el poem i
tienen en común no expresa concepción metafísica alguna en Baudelaire^
pues sería necesario que el sueño dei monstruo también la expresase, y eso
es poco verosímil. La fantasía es fantasía y no poema; las- cuestiones dé
calidad o de valor, tal y como nuestra conciencia las concibe, no se plan
tean en ella. De todos modos, es cierto que interviene en la fabricación
poética, y no sólo como vil material; la misma huella ha estructurado, en
Baudelaire, el sueño impuro y los puros poemas. Esta huella, además^ es
profundamente personal. La famosa «monotonía», tan a menudo repro
chada a las interpretaciones psicoanalíiicas, refleja solamente la misma
simplicidad que se les atribuye. Existen tantos Edipos como amores,
infancias y temores combinados.
Así, la explicación del mito personal se reduce para nosotros a la his
toria de su génesis psíquica; lo esencial de esa historia se desarrolla en los
primeros años de la infancia; la génesis debe obedecer a las leyes y seguir
las etapas del desarrollo afectivo e imaginativo del niño; la estructura
esencial del mito ya está fijada en el momento en que el adolescente
puede sentir una vocación poética. El vocabulario, las nociones útiles, las
hipótesis de trabajo de la psicología científica me parecen adecuados
para describir esta secuencia de procesos. Nuestro primer modo de inter
pretación considera menos la génesis del mito que su estado acabado,
menos su formación que su forma. N o se pone el acento sobre el origen,
sino sobre la estructura y la dinámica actuales. Ei mito se considera un
hecho adquirido. Interpretarlo es entonces traducirlo en términos de
procesos inconscientes. Admitimos, con Fairbairu, que la personalidad
inconsciente expresa sus subdivisiones, sus conflictos, sus proyectos, eii
personajes, situaciones y acciones dramáticas. Al descifrar esta expresión
mediante una operación inversa, comparo una incógnita singular con
algo conocido por todos. La secuencia de personajes míticos que, en el
esquema de Racine, vincula a Hermíone con Joad parecerá extraña y casi
carente de sentido mientras no se interprete como la evolución de un
superyó, esa instancia acusadora de la personalidad inconsciente. Esa
interpretación ilumina una serie de rasgos propios de los personajes:
carácter persecutor, celos justicieros, cambio de sexo en el nivel de la
toma de conciencia edípica (Mitr(dates), etc. Pero atención, la interpre
tación no se basa en un personaje concreto de Racine —Hermíone o
joad-, sino en todo el grupo, el elemento estructural del esquema, por
jo tanto en unas relaciones que habían pasado inadvertidas a la concien
cia del escritor y del lector. Si se falseara alguna cosa, sería el esquema,
no la obra. Sólo la crídca clásica y la temática persiguen desde el primer
momento explicaciones globales de la obra. Puesto que una ignora las
relaciones inconscientes y la otra desconoce su especificidad. La psico-
efítica no pretende estudiar más que el aspecto inconsciente del texto y,
especialmente, el intervalo que lo separa del mito. Por tanto, será la últi-
rna en reconocerse culpable de un error general de interpretación, El psi-
cocrítico. no obstante, puede cometer grandes errores en su propio terre
no, descifrar mal el mito en términos de instancias, de conflictos o de
mecanismos inconscientes; sólo otro psicocrítico podrá ejercer sobre este
punió un control eficaz.
: Alguien podría preguntarse si, a pesar de tales reservas, la interpreta
ción del mito no distorsiona la de la obra. En mi opinión, la enriquece
con otras resonancias. Detrás de Hermíone, que sigue siendo ella misma,
escucho a Agripina, y detrás de Agripina, percibo la realidad de un
superyó femenino. La distorsión afecta más bien a nuestra concepción
del acto poético. Cuanto mayor sea nuestra confusión entre la imagen del
poeta y la de un ser todopoderoso y solitario, sin obligaciones hacia el pró
jimo (realidad exterior o inconsciente ajeno), que sólo siente apego hacia
sí mismo y, sin embargo, es capaz de crear todas las variedades de ilusio
nes posibles, más nos desconcertará una psicocrítica que no sólo admite
ía presencia de un «prójimo», sino su papel a la hora de considerar el acto
creador. La poesía no se concibe aquí como «el destello» de un narcisis
mo, sino como una tentativa de síntesis a partir de elementos distintos
-la conciencia y dos universos extraños; el exterior y el inconsciente-, El
mito personal representa a este último, Estas tres realidades distintas se
reconocen muy bien en un poema y, como el pensamiento consciente
ignora el mito por definición, hace mucho tiempo que llegué a la con
clusión de que el esfuerzo de síntesis debía de ser producto de otra ins
tancia. La llamé «yo órfico», ¿Se trata de lo que otros designan con los
términos supracondenesa, comciousness ofconsciousness, etc? Me gustaría
creerlo. Pero en la práctica, el empleo de estos términos y la verborrea
que habitualmente lo acompaña parecen introducir la negación del pró
jimo y la omnipotencia narcisista. El yo órfico no es más que el nombre
de una función hipotética cuya hipótesis sería práctica. En todo caso, me
parece falso atribuir a un pensamiento consciente o ukraconsciente estruc
turas, asociaciones, mecanismos, qne ya son perceptibles en el mito. El
pensamiento metafíisico de Mallarmé en 1886 no pudo ser la causa de
ios mecanismos de defensa contra la angustia ya perceptibles en el mito
de Las tres cigüeñas (1858). El acto propiamente poético de Mallarmé
adquiere, en ese instante, un aspecto diferente del que habitualmente se
)e atribuye; representa, en un contexto vivido y fechado, un proyecto <jc
integración de la personalidad total en el plano instrumental -el lengua
je poético-. La interpretación del mito formula el aspecto inconsciente
de esta operación, N o existe más lenguaje para formular la integración
total que el mismo texto poético.
B .™ El segundo modo de interpretación relaciona una fantasía incons
ciente, por una parte, con el presente y, por otra, con el pasado (en parte
olvidado) del que sueña. Es el método de explicación de los sueños pro
puesto por la Traumdeutung. Su uso supone que se quiere establecer una
relación de este tipo y que tal cosa es posible. Señalemos enseguida qué;
nueve veces de cada diez, estas condiciones previas no se cumplen.
Incluso si el autor nos cuenta (lo que es muy rato) en qué circunstancias
compuso su obra, seguimos conociendo mal el contexto biográfico, y su
relación con la obra sigue siendo hipotética. ¿Fueron los sentimientos de
Alceste hacia Célimene los mismos de Moliere hacia Armande? No tene
mos ni idea. Nuestra ignorancia nos llevaría a concluir, sin razón, que no
existe tal simetría. De hecho, las dos hipótesis se pueden defender y no
falta quien lo ha hecho, A priori, me inclinaría por la de Rene Jasinski7,
pero modificándola hasta tal punto que seguramente el autor se negaría a
reconocerla. Pues, aunque me. parece imposible animar una obra como El
misántropo sin poner en ella mucho de uno mismo, tampoco creo que k
relación entre la obra de un escritor y su vida sea un simple parecido. Esta
clase de ingenuidad no pertenece más que al pensamiento consciente. En
el proceso creador, Alceste puede ser Moliére, pero Célimene no debe
serlo menos, y esto cambia un poco las cosas.
La vinculación de la obra con un pasado individual olvidado en parte
por el autor parece aún más problemática. Sobre la infancia de los escri
tores, por ejemplo, normalmente poseemos escasa información, y rara
mente significativa. La interpretación que la utilice correrá un evidente
riesgo de resultar errónea y arhitraria.
Pero, admitiendo que fuese posible, ¿sería deseable? En sí mismo, el
conocimiento siempre lo es. Toda la crítica histórica, al menos, se basa est
ese postulado. La multiplicación de las fuentes puede fatigar a Mornet;
y a veces Lancaster nos aterroriza. La posición de Vatéry no parece menos
falsa. La creación literaria no es una experiencia in vkro. En el medio psí
quico en el que se produce, las comunicaciones circundantes, la ósmo-
sis, la permeabilidad, son inevitables. La obra se nutre de lecturas, de
impresiones, de recuerdos —y esto justifica la crítica histórica—, Pero tam
bién en este punto, encuentra una aliada en la ciencia de las fuentes inte-
8J. Delay, La Jeunesse d’André Guíe, París, Gatlimard, 1957, vol. II, pp- 516-556,
C - Infinitos grados conectan el pasado del individuo con el d > i
especie. La pertenencia del escritor a un grupo humano con historii " ' !
pia interesa a la crítica histórica. En la voz de Moliere, ésta reconocer^0
dcl burgués francés, o la del traductor de Lucrecio. Del mismo modo av
et)
un mito personal, el psicólogo percibirá necesariamente tal cstr *
uctura,
tal mecanismo, que no pertenecen a! autor, sino a algún tipo del r»'
quismo humano, y tal vez a todo hombre. Por ejemplo, Ja umjuntisSi
del picaro y del imbécil constituye una situación cómica arquetipo
la que la pareja Sbrigani-Pourceaugnac no es más que un avatar indivi
dual. Esta gradación de lo particular a lo general, en los mismos mitos
hace posible el tercer modo de interpretación.
C. G. Jung unió su nombre al mismo. En una obra ya clásica, Meta
morfosis y símbolos de la libido9, explica el poema de una paciente en fun
ción de mitos colectivos tomados de las civilizaciones más diversas. Así
M iss Miller no sueña porque sea Miss Miller, sino porque pertenece a la
especie humana. Este inconsciente colectivo tiene, en crítica hisióricaj su
correlato exacto en la historia de los contenidos conscientes: ideas, sen
timientos, costumbres, etc. Volvemos a encontrarnos la correspondencia
ya señalada a propósito de otros modos de interpretación, igual que el
mito personal hace pensar en el carácter y el desarrollo afectivo en Sa bio
grafía, los arquetipos se corresponden con estados de conciencia colecti
vos (pues ia evolución interior siempre parece fijarse más rápidamente).
Jung concede a esos arquetipos la misma fuerza obsesiva, ora fasta, ora
nefasta, que la interpretación freudiana a las fijaciones infantiles. De
hecho, ambas interpretaciones parecen calcadas una de otra. Las dos
consideran las circunstancias actuales y la reacción iniciada por k perso
nalidad consciente; la intervención del recuerdo muy antiguo y muy car
gado proporciona a la vez un esquema imaginativo y una energía. Lo que
cambia de una a otra es el alejamiento de! recuerdo olvidado. Ambas
interpretaciones son susceptibles de recibir las mismas críticas, pero agra
vadas en el caso de Jung. I a intrusión directa del pasado en el presente
implica, bien la violencia de una obsesión (trauma), bien una repetición
alimentada (re-evocación periódica), que constituyen casos excepciona
les. El caso normal sigue siendo el de una evolución viva, cuya ecuación
es mucho más compleja.
Pero hay otra objeción: el inconsciente colectivo se expresa en mito
logías que la cultura propaga conscientemente. Entonces, podemos pre
guntarnos sí ios «arquetipos» de las fantasías individuales no provienen
simplemente del medio. Jung ya ha previsto esta objeción e insiste en la
ignorancia de los pacientes, que reproducen en sus sueños mitos de los
10 C , B a u d o u in , Le Triomphe du tíéros.
haber proporcionado la energía necesaria para la reanimación de lugares
comunes afectivos.
Resumiendo: la interpretación del mito personal en función del pasa
do humano corresponde, en la psicocrítica, a la historia de las ideas, de
los sentimientos, de las costumbres, de los géneros y los movimientos
literarios en la crítica histórica, A grandes reinos, grandes incertidum-
bres. El éxito, sin duda, pero también la arbitrariedad y el posible error,
aumentan con la distancia que separa el hecho que se pretende explicar de
la causa que le atribuimos. Para empezar, se requieren unas circunstancias
excepcionales (obsesión violenta en el escritor, información minuciosa
en el crítico) para que pueda establecerse una relación válida entrévün;
mito personal y un pasado individual. La vinculación de la mismafáni
tasía con un pasado humano, es decir, para nosotros, con una mitología
general, sólo tiene un valor de termina rice en casos aún más excepciona
les. Admitiendo que los recuerdos de la especie acosen al escritor indivi¿
dual, ¿no actúan, la mayoría de las veces, a través de un doble filtro, ya
sea de convenciones conscientes, débilmente animadas, o de experien
cias típicas revividas, y por tanto reanimadas, pero convertidas ai misino
tiempo en particulares? Aun teniendo esto en cuenta, los grandes sueños;
propios de la especie no dejan de jugar un papel en la literatura; Sai
embargo, tales hipótesis nos alejan de nuestro objeto1, el texto literario,
Sólo el primer modo de interpretación permanece fiel a su literalidad;
consideraremos los otros como complementos preciosos.
GfLBERT DíJRAND, discípulo de Gascón Bachelatd, ha sido el
más fecundo continuador de ia investigación, de naturaleza freu-
diana, en torno al simbolismo antropológico. En 1953 redacta
un primer trabajo titulado Psychanalyse de la neige, en el que es
clara la deuda con sn maestro, autor dei celebrado Psychanalyse
dufeu (1938). Sn primer estudio Les síructura anthropolagiques
de l'imcigma'm (1960), subtitulado «Introducción a la arquen-
pología general», buscaba, en el fondo, sistematizar las intuicio
nes de Bacheiard mediante una organización, con criterios deu
dores de cierto estructuraiismo, del mundo piural de lo
imaginario. Esta empresa fue continuada en diversos estudios:
Le décer mytbique de «La Cbanreuse de Parme». Les structures
figumtives du román ítendhalim (1961), Vimagimition symboli-
que (1964) y Figures mythiques et visages de l ’aeuvre. De la my-
thoeritique it la mytlmnalyse (1979), En sus comienzos, Durand
supo integrar intuición antropológica de Jung con ia mirada,
literariamente formada, de Bacheiard, todo ello estratégicamen
te enmarcado en un dispositivo más o menos estructuralista, de
Leví-Strauss a Roland Barthes. Brota de ahí un orden del espa
cio imaginario: símbolos temporales (tertomorfos, nictomorfos,
catnmorfos), espaciales (ascensionales, espectaculares, diabéti
cos), el régimen diurno y el régimen nocturno de lo imaginario,
símbolos de intimidad, esim am as místicas o símbolos cíclicos.
Durand ha sido muy consciente del gesto dialéctico necesario
para que su propuesta metodológica tuviera un lugat en el seno
de las epistemologías epocalcs: refutar el racionalismo histórico,
qste condenó la fantasía, liberar al símbolo del escamoteo deter
minista al que lo sometieron las hermenéuticas reductivas de
Freud, restaurar la antropología simbolista de Eliade o corregir
el imaginario fenomenológico de Sartre. El límite de su empre
sa se cifra en la drcularidad sangrante de su premisn: si el signi
ficado simbólico no se da fuera del proceso simbólico con viene
sospechar, y mucho, de la autonomía semántico-conceptual de
dichos significados, impidiendo, por ello, que vertebren el siste
ma. Por otra parte, un examen inmanente de los símbolos, en su
aparente libertad, puede condenarnos a nna alearoriedad que no
es distinta, quizás, de la que segrega la máquina retórica.
Gilbert D uran d
Metodología, mítocrítíca y autoanálisis*
2 El original dice: «She would talk a litde to herself as she combed her hair, 7
Repeating his ñame with its patient syltables / Never iorgelting him that kept
coming eonstandy so near». [La traducción es mía. N. del 1.1
i Harmonim, eit. El original dice: «Yes: but the color o f the heavy hemlocks /
Carne srríding. / And I remembered the er>' of the peacocks», [N, del 7.7
vas y creó io que es el psicoanálisis, una ciencia de los ttopos, de las metá
foras y sus vallantes, ia sinécdoque y la metonimia». Trilling adelantó
muchos de los postulados posteriores, tanto franceses como americanos, y
hoy podríamos aportar algo a ese adelanto siguiendo el rastro de las deri
vaciones de los planteamientos de Fteud, desde la antigua retórica pasan
do por ía disciplina de transición de la psicología asociativa. Pero yo hubie
ra preferido que Freud utilizara los antiguos nombres, así como las
antiguas nociones, de manera que a la formación de una reacción pudié
ramos llamarla, aJ igual que en retórica, illusio o simple ironía, ironía como
tropo. Stevens dice que los colores otoñales hacían figuras en la habitación,
si bien lo que venía a decir era que se repetían, siendo la repetición un
juego de sustituciones y no de los propios colores. «Repitiéndose» tiene
que ser leído como su opuesto, «no podían repetirse», que es pot ío que
Stevens resulta vulnerable a la dominante negra de las cicutas y al otro
grito de mortalidad, el de los pavos reales. Para poder empezar su poema
lírico tiene que decir exactamente lo opuesto a lo que significa.
Explicar cómo y por qué esa observación es apropiada es entrar en la
teoría de la interpretación poética. Dicha teoría depende de la declara
ción vetificable de que el lenguaje de la poesía británica y americana, al
menos desde Wotdsworth hasta el presente, se encuentra sobredetermi-
nada en sus diseños y, necesariamente, infradeterminada en sus signifi
cados. Cuando Stevens se revuelve contra las figuraciones de sus apertu
ras líricas, nos tiene que ofrecer una sinécdoque para la muerte en el
dominio del color negro de la cicuta, resultando igualmente predecible
que el siguiente movimiento de su pequeño desaliento sustituye a una
Reducción metonímica como destealización obsesiva de esa sinécdoque:
Los pavos reales, como las hojas, aparecen en la habitación sólo como
colores o por sus giros y éstos abrogan momentáneamente la sombría
figuración de la cicuta, Pero esos colores también nos aproximan a una
4 Harmonium, cit. El origina] dice: «The colors of rheir tails / Were like the lea-
ves themselves / Turning in the wind, / In the twilight. wind. / They swept over the
room, / Jusl as they flew from the boughs of the hemlocks / Down to the ground».
ím .ddT .]
figuración hiperbólica, a la gran dominante de los pavos reales, bellp
mente captados en la sinestesia del «ruidoso fuego»:
A través de la ventana
vi congregarse a los planetas
al igual que las hojas
que giraban al viento.6
s Harmonittm, cit. El original dice: «1 heard them ccy —the peacocks. ( Was it a
cry against rhe twilight i or against the leaves rhemsdves l Turning in rhe wind /
Turning in the flames / Turned in the fire, / Turning as rhe tails o f the peacocks /
Turned in the loud fire, / Loud as rhe hemlocks / FulI o f the cry o f the peacocks? or
was it a cry against rhe hemlocks?». [N. del T.j
6 Hñrmonium, cir. Ei origina! dice: «Ouc o f the window / í saw how the pfariets
galhered / Uke rhe leaves themselves / Turning in the wind». [N. del T.J
En Dejection: An Ode, Coleridge mira por la ventana al cíelo del
oeste, justo antes de una tormenta, «¡y con qué mirada vacía!», antici
pándose ranto a Ia Naturaleza de Emerson, «la ruina o el vacío que
v,emos al mirar la naturaleza está en nuestros propios ojos», como a las
proras de Stevens, «el paseante se vuelve a mirar vacíamente las arenas».
Lo que ve Coleridge, las estrellas y la luna, lo ve con precisión pero sin
la capacidad de gozar con su propia visión;
Vi llegar a la noche
llegar de repente como el color de las densas cicutas.
Sentí miedo.
Y me acotdé del grito de los pavos reales.8
Esra es, una vez más, una prolepsi.s de las Auroras de Stevens que,
como «el estudioso de una vela» contempla las llamas de la aurora boreal
«y siente miedo». Sin embargo, en este temprano poema Stevens se mues
tra satisfecho por probar la derrota de la demora. El tamaño de los pasos
de la noche realza la viveza de ia oscuridad, porque el trópico «striding»
(llegar de repente, a grandes zancadas) deshace un tropo anterior de la
primera estrofa, en el que «el color de las densas cicutas / llegó de repen
te». De tal manera que la noche dando grandes pasos realiza un tropo
sobre un tropo, en inversión metaléptica, llevando los últimos versos del
poema hasta un clímax retórico casi apocalíptico, de excesiva conciencia
verbal (el equivalente textual a la auto conciencia humana).
He estado presentando Dominarían ofthe Black como patrón tropo
lóglco, si bien realizar esto es también invocar un patrón de defensas psí
quicas. Stevens termina su poema interiorizando la inminencia de la
muerte y lo hace proyectando la ficción de las hojas, que en Wordsworth
ySheiley conllevaba a la inmortalidad. Ahora quiero desarrollar una téc
7 Eí original dice: «I see diem all so exceílendy fair, / I sce. not feel, how beau-
■tiful they are!». [¡V. del T.j
s Harmonium, cil. El origina! dice: «I saw how the nighr carne, / Carne slriding
Irkc ibe color of the heavy hemlorks, / I felt aíraid. / And i remembered die ery of
the peacocks». [N. del T.j
nica para la presentación antitética de los poemas que nos debe aproxj.
mar más al funcionamiento cognitivo de la poesía, desde WordsvtáHli
hasta Stevens e incluso más allá, y que nos devolverá a Domination oftht
Black como ejemplo último. Para realizar esto debo comenzar por plan
tear, una ve?, más, el problema de las imágenes románticas a través del
principal inventor de éstas, Wordsworth.
La teoría de la imagen romántica de Owen Barfield, en su brillante
estudio teosófico Savíngthe Appearances, se fundamenta en la idea que él
denomina «participación», que es nuestra conciencia «de un vínculo
extrasensorial entre el perceptor y las representaciones», Cuando la par
ticipación menguó al cabo de los siglos, las imágenes de ia memoria la
sustituyeron cayendo nosotros en la idolatría de esas imágenes de la memo
ria, La elevada valoración de Batfield respecto al romanticismo se basa
ba en su convicción (siguiendo a Rudolph Steiner) de que la imagen,
romántica era un instrumento destructor de ídolos para devolvet aí set
humano a su participación original en los fenómenos. Para Barfield la
imagen romántica es, por lo tanto, ciertamente una figura de voluntad;
Hay una miima relación enire ei lenguaje usado por una conciencia
activa y el usado, en sentido amplio, metafórica y simbólicamente. Cuando
usamos metafóricamente el lenguaje lo manejamos a nuestra voluntad para
que su apariencia signifique algo distinto a sí mismo. Comenzamos con un
ídolo y nosotros mismos convertimos ese ídolo en representación.,.
Mientras la propia naturaleza siga siendo aprehendida como imagen, es
suficiente para el artista imitar la Naturaleza... En lo sucesivo, si la natura
leza va a ser experimentada como representación, será experimentada como
la representación del Hombre... Forma parte de las creencias de la idolatría
que, cuando hablamos del Hombre, nos referimos al cuerpo de éste o aquel
hombre o, como mucho, a su personalidad finita,
Pero esta «imaginación» tiene poco en común con esa facultad que
produce imágenes naturales que «brotarán como flores». Le señala a la
conciencia, en cambio, una posibilidad de existir enteramente por y para
sí misma independientemente de toda relación con el mundo exterior, sin
que la impulse ninguna intención dirigida a parte alguna de este mundo.
w Bloom cita del célebre estudio que Geoffrcy Hartman dedicó a Wordsworth:
Wordsworth: Pietry 1787-1814 [1964], Cambridge, Mass., Harvard Universiry
|ress, 1987. fN .d clT .]
El alma necesita de la «inescrutable labor» de su temprana asociación
con la naturaleza para resistir las crudas intervenciones e inmediatas
demandas de k razón...
1 ) ellos mismos,
2 ) otro poemas,
3) el tiempo.
Los tropos, o los giros que tienen lugar entre los significados inten
cionales y la significación de los pronunciamientos lingüísticos, son tras-
formados en el plano de la verdad aunque conectan poderosamente la
voluntad y el texto que vuela como una bandera mientras «brilla inter
mitentemente, oculta a medias, muestra a medias» los impulsos que lo
generan. Mientras la crítica formalista se ha ocupado del tropo en el
texto, Bloom ve este tipo de estudio de manera bidimensional y para
digmática. Para él, el tropo es una trenza del proceso trasformativo pro
fundamente anclada en la roca de la necesidad expresiva y extendida
hasta conectarse en la superficie con la hoja plana del texto. Las lecturas
formalistas y estructu ralis tas serían planos más o menos detallados de la
superficie textual atreviéndose sólo a dar cuenta de uno de las extremos
de la cuerda de las tropos. A Bloom le preocupa la longitud de dicha
cuerda, los estratos por los que pasa, la manera en la que, en cualquiera
de sus niveles, los distintos cabos pueden alejarse de la dirección ascen
dente a la que apunta el todo, los grados relativos de tensión, etc. La
suya es la manifestación más reciente de la extraña historia de realizar
tropos sobre el concepto mismo de tropo.
Para realizar un tropo sobre el de Hollander, una vez más, diré que Ja
noción de ttopo dei retórico conceptual, ya sea De Man o Genette, no
interpreta esta guerra entre el texto y las intenciones sino que adopta el
bando del texto. Incluso De Man forma parte del problema y no de la
solución, pues el retórico puro que considera la psique como otro texto
está situándose en una de las facciones de ia auténtica y antigua batalla;
con Sócrates, Platón y Aristóteles frente a los sofistas; con Plotino fren
te a los gnósticos; con los talmudistas frente a los cabalistas. Todas las
nociones que tenemos de la voluntad son, en sí mismas, tropos, incluso
cuando son tropos frente a la voluntad que afirman qne ésta es una fic
ción lingüística. La conciencia y la escritura nos devuelven a la voluntad
y a lo que ésta supone, pero, sin embargo, incluso esas suposiciones se
contemplan como un tropo ya que también su historia ha sido adopta
da por ambas facciones. Pero los poetas, al menos los mejores entre los
últimos poetas o los que merecen la pena entre los que disponemos en
los últimos dos siglos, son maestros del desplaza miento más que retóri
cos conceptuales y para poder estudiarlos necesitamos una definición
más amplia de tropo, más que la que nos ofrecen De Man y Genette,
Creo que necesitamos revitalizar la antigua identidad entre retórica y psi*
cologia que sigue siendo parcialmente ensombrecida por el interminable
desbrozado del terreno que llamamos «deconstrucción». Dicha identi
dad, aunque figurativa en sí misma, nos aleja momentáneamente de lo
tropológico para llevarnos a lo topológico, a los lugares comunes o de
invención, pero sólo por un bteve periodo de tiempo después del cual
podremos regresar no con una aporte, momento negativo o cruce, sino
con tres.
Walter J. O ng considera los topoi como modos para el almacena
miento de información y de conceptualización característica de la cultu
ra oral, preservados en la era de la escritura y de la imprenta como loci
communes, asociados también con la historia dei latín como materia de la
retórica académica. Richard McKeon los entiende como «artes de luga
res». Las autoridades más antiguas los describen como medios de ampli
ficación, dado que son «tópicos de invención». Para Cicerón hay dieciséis
intrínsecos a toda materia: definición, división, género, especie, contra-
rios, contradictorios, comparación, semejanza, desemejanza, adjuntos,
causa, efecto, antecedente, consecuentes, notaciones y conjugaciones. Me
ocuparé de ellos no en ese orden tradicional sino en el otden que creó
asumen en el patrón tropológlco del poema-crisis romántico y post
romárctico. Sin embargo, para dar cuenta de su reaparición en ese patrón
lile quiero fijar, al menos, en el curioso vínculo existente entre la «desa
parición» de la retórica clásica eu el siglo XVII y ia aparición de la psico
logía asociativa. El planteamiento de W ]. Bate para el complejo movi
miento al que me refiero contempla un proceso con cinco etapas: desde
la retórica a la universalidad johnsoniana de la naturaleza general; de este
último al crecimiento del individualismo, primero como premisa del
asociacionismo, después del sentimiento y la sensibilidad, hasta que
¡lega, como culminación, el romanticismo de Coleridge y Wordsworth.
El asocia ció nis roo se podría definir simplemente como las implica
ciones psicológicas de la tradición empírica de Loclce y Hume. Esto
implica que ideas similares o ideas que tienden a repetirse en series o
simultáneamente, se arrastran, de forma automática, unas a otras. Lockc,
quien inventó la expresión «asociación de ideas», fundamentó su idea en
el hábito y la memoria como modos de repetición que fijaban las ideas
jjor medio del acompañamiento del placer y del dolor. Los asociacionis-
íás posteriores, hasta llegar a Hardey, partieron de este proceso para lle
gar a la formación de hábitos de pensamiento y sentimiento que daban
lügar a principios, incentivos y acciones, Hardey confeccionó una psi
cología visionaria de las vibraciones que los asociacionistas escoceses,
ftiás racionales, convirtieron en un inmicionísmo más sutil.
Me atrevería a especular que el asociacionismo fue el «cstructuralismo»
del XVI0 y XIX y que no es tan diferente al que conocemos en el siglo XX.
De hecho podemos probar una fórmula: asociacionismo más lingüística
diferencial igual a estructuralísmo, I.ocke fue el padre de Condillac y
podríamos considerarlo el bisabuelo de Lévi-Strauss, de manera que el
estructural istmo puede ser entendido como lockeanismo tardío, florecien
do, sorprendentemente, en terreno ajeno. Hartlev incluso inventó la dis
tinción entre sincronía/diacronía que para él eran lo sincrónico y lo suce
sivo. Ésta es la. proposición 10 de la primera parte de sus Observatiom o f
Mam «se podría decir que las sensaciones estén asociadas entre ellas cuan
do sus impresiones se realizan, precisamente, en el mismo momento tem
poral o en instantes sucesivos contiguos. Por lo tanto podemos distinguir
la asociación en dos tipos, el sincrónico y el sucesivo».
Las principales ideas del asociacionismo, tanto sincrónico como suce
sivo, eran la semejanza, la contigüidad, la causa y efecto y la contrariedad,
con excursiones ocasionales hacia la comparación, la división y la defini
ción. Esencialmente el asociacionísmo ponía el énfasis en lo que podría
mos llamar los tópicos del ethos, dando lugar a los tropos reductivos del
ethos y no tanto a los tópicos y figuras del pathos. Incluso se podría decir
que el avance hacia el asociacionismo de Wordsworth y Coleridge fue un
intento por reconciliar o equilibrar la retórica romántica del pathos con la
tetórica asociativa del ethos. Para mí es un misterio porque ni el asocia-
cionismo ni sus modernos seguidores ha» trazado el evidente d
miento, por parte de los asociacionisias, de los lugates de la in 'IZ’!
hacia las nociones psicológicas que gobiernan la fotmación de las • í '0'1
Sospecho que la causa es inherente a la ambigüedad de los tópicos
invención que pasaré a explorar de camino hacia una teoría de cómo l *
patrones de imágenes y tropológlcos de! poema-crisis del alto romantí ^
mo, fueron generados por las ideas asociacionistas y por las formas ten''"
pranas de esas ideas en los tópicos de la retórica clásica. 1
Acepto que la dialéctica entre el tópico y el tropo es una de las f01
mas que adopta una confrontación más amplia entre el habla y la escr¡
tura o entre el pronunciamiento errante y la significación errante Lte
verdadero topos no es tanto un lugar común o la memoria de un lü¡>
como el lugar de una voz, el lugat desde el que surge la voz de los muer
tos. De ahí que un topos sea una imagen de la voz o del habla o el W ;ir
donde se almacena dicha imagen. Ei movimiento desde un topos a otro
el cruce, siempre es una crisis porque es un tipo de juicio o crítica entre
imágenes de la voz y entre los diferentes tipos de pensamiento figurati
vo que generan tópicos opuestos. Trabajando con premisas aso ciado nís-
tas modificadas individualmente, Coieridge y Wordsworth escribieron
poemas-crisis como Frost atM idm ghty TinternAbbey, en donde lossuje-
tos apatecían a ttaves de los tópicos de invención, alterando el patrón
clásico o ciceroniano. Se abren con los tópicos de los contrarios y de la con
tradicción, dando lugar a tropos de simple ironía que nombrando un
contrario apuntan a otro, con imágenes de ausencia/presencia. Desde este
tropo del ethos, pasan luego a la definición y a la división, el más funda
mental de los argumentos poéticos, unido a los tópicos menores del
género y la especie, todos los cuales tienden a dat lugar a sinécdoques.
Luego, el ritmo de la invención les devuelve a los problemas de causa/efec
to espaciales, unidos a los tópicos de contigüidad asociativa -caracterís
ticas, adjuntos, notaciones- todos los cuales tienden a producir figura
ciones metonímicas, con imágenes de una totalidad anterior que se vacía
al reducirse los efectos espaciales a causas espaciales, El siguiente paso de
ese proceso de invención es el de la comparación —mayor, igual, ínférior-
con figuraciones hiperbólicas, presentadas con imágenes sublimes de lo
elevado y lo profundo. A este respecto quiero recordar dos puntualiza-
dones de Martin Price. La primera de ellas, que el asociacionismo renía
una manera de disolverse en platonismo: «el reconocimiento de una
identidad trascendental que se encuentra detrás de su experiencia empí
rica es una de las exptesiones más intensas de la conciencia de la época.
Absorbe y transforma casi todo el interés en la asociadón de ideas». Esto
puede combinarse con la siguiente puntualización de Price concernien
te al apoyo del poema sublime en la hipétbole: «Nos movemos desde ta
imagen a la figura, desde el tettato a la dislocación de las palabras que
indica lo inadecuado de cualquier retrato». Yo diría que este movimietí-
¡0gi-3 su clímax con la transformación wordsworthiana del tópico aso-
‘ dativo de comparación en ia hipérbole de lo sublime romántico.
pero el curioso ritmo de la figuración romántica devolvió a Wordsworrh
Coletidge a los tópicos de la semejanza y desemejanza, con la inevita-
|)e producción de dualidades, metáforas del alto romanticismo o «imá-
eiies naturales» y, consiguientemente, al grupo final de tópicos que
®onien7-ó con causas-efectos reversibles o, más bien, eíectos-y-causas
ícmpotaíes, que junto a los antecedentes, consecuentes y conjugaciones
"dieron lugar a figuraciones metalépricas o ttasuntivas. Sé que esto es un
tanto difícil pero quiero it más allá en esos «cruces» o puntos-de-crisis,
cn [os tres momentos negativos o apunas, cuyas funciones me parecen
cruciales en la poesía post-romántica y, particularmente, en Wallace
Stevens, como principal heredero de esa poesía.
Una crisis es un punto crucial o un punto de cambio. Si volvemos al
griego, krisis, derivaba de krinein , «separar» o «decidir», de donde tam
bién procede hitos, «separado» o «elegido», así como kntikos, «capaz de
discernir» y de ahí el ser crítico, La raíz indoeuropea es skeri, «cortar,
separar», de donde proceden palabras como garabatear, escritura12 e hipo
cresía, así como crisis y critica. «Cruce» ptocede de otra raíz, de la hipoté-
(iager, para «curvar» «torcer», pero los accidentes de la lingüística histórica
hacen que naturalmente asociemos «cruce» con el grupo al que pertenecen
crisis, crítica y escritura. Yo utilizo arbitrariamente «cruce», pero lo hago
precisamente pot los momentos negativos que recogen un significado en
el poema-crisis postrromántico, dado que el significado siempre se pre
senta dentro de un texto más que en su errar entre textos. Pero también
hay un errar del significado dentro del texto y su ubicación por medio
del ctuce debe proporcionar una perspectiva para la interpretación que
no hemos tenido anteriormente, una vinculación más certera entre retó
rica y psicología de la que he podido establecer con mis propias explo
raciones para identificar ttopos y defensas.
Digamos que (siguiendo a De Man) la retórica es un texto y que sus
aspectos opuestos (sistema de tropos versus persuasión) hacen de él un texto
imposible de leer y entender, amasando toda la tetórica en Un Enorme
Poema (¡Como la cabala, la gnosis, el neoplatonismo o el cristianismo!).
vEnrre la teología (el sistema de tropos) y la creencia (la persuasión) siem
pre se encuentra la aporía (figuración de la duda, noticia incierta, dilema
mental, la necesidad de lecturas equívocas). La teología y el sistema de tro
pos son un ethos-, la creencia y la persuasión un pathos. El logos del signifi
cado se genera o por el paso represivo (represenación) del ethos al pathos,
o por el paso sublimado (limitación) del pathos al ethos. El dinamismo del
> 'a E! origen etimológico en español de esos términos difiere un tanto. Las pala
bras a las que se refiere en inglés son «sc.ribble» y «script». [N. del T.J
proceso de sustitución es el logos, que nos indica que el significado en un
poema es en sí mismo liminal, transgresivo, tanto un romper como un
hacerse. Pero estas violado oes de los umbrales son necesariamente tropo-
lógicas y topológicas. Una deconstrucción tropológlca localiza las imágenes
de la escritura y luego se ve forzada a reducirse a dichas imágenes. Sííí
embargo, los lugares de la poesía son imágenes de la voz, así como las figu
ras de la poesía son imágenes de la escritura. l a poesía es un debate entre
la voz y la escritura, un interminable cruce entre tópicos y tropos, pero
también un interminable trasiego entre tópicos y tropos.
¿Qué utilidad tiene mi curioso discuno mixto o gnosis? ¿Cómo pode
mos encontrar los cruces de un poema y qué utilidad Ies podemos dar
cuando los encontramos? Vuelvo sobre mi planteamiento del desplaza
miento, con sus tres pares dialécticos, pues ahora quiero completado
diciendo que un cruce es lo que interviene en los puntos-de-crisis de cada
uno de los tres pares, es decir, en el punto en el que una figuración del
ethos o Limitación lleva a la figuración del pathos o Representación. Creó
que sólo hay dos tropos fundamentales: los tropos de acción y los de
deseo. Los tropos del ethos son el lenguaje de lo que Emerson y Stevens
llamaban «pobreza» de las necesidades imaginativas, de la incapacidad y
de la necesidad, pero también de la acción, del incidente y del carácter.
Los tropos del pathos son el lenguaje del deseo, la posesión y el poder, En
p o es/a, un tropo de acción es siempre un iron/a, hasta que se reduce a la
metonimia y la metáfora, mientras que un tropo del deseo imaginativo
siempre comienza como sinécdoque hasta que se expande a la hipérbole
y la metalepsis, el tropo qne invierte la temporalidad,
Cuando denomino los tres grados del ethos o de la acción verbal, fases;
de limitación, estoy siguiendo la retórica de la cábala, ya que todos ellos,
como indicara Hartman, apuntan a una carencia en el lenguaje o en la
identidad, a una muerte del significado o a una contradicción de la imagen
(presencia a ausencia, plenitud a vacío, interioridad a exterioridad), Sin
embargo, todos ellos son casos de figuras de la voluntad exitosamente tra
ducidas en actos verbales, traducción que deja la voluntad ante la inade
cuación del lenguaje y sus deseos. Los tres grados del pathos, como imáge
nes de la restitución o representación, refuerzan o intentan reforzar tanto á!
lenguaje como a la identidad, pero lo realizan a través de la represión o de!
fracaso en la traducción de la voluntad en acto, que deja a la voluntad o el
deseo confrontado con el pathos. Estos tres grados del pathos o de la repre
sentación, apuntan hacia una mayor capacidad de respuesta del lenguaje, es
decir a un exceso volitivo del significado, a una restitución o expansión de
la imagen (la parte ai todo, lo bajo a lo elevado, lo tardío a lo temprano).
Ahora quiero volver sobre la relación del asociacionismo con los tópi
cos de la retórica, adenrtándome en el poema-crisis wordsworthiano y
sus cruces, pata luego completar mi círculo regresando a Dominarían of
Black de Stevens. Los asociacionistas, dado su desagrado ante los univer-
sales o la verdad general neoclásica o de Pope y Johnson, no utilizaron ni
ia definición y división, ni el pensamiento sinecdótico, así como evita
ron la comparación o pensamiento hiperbólico y el pensamiento trasun-
tivo que podría invertir el aspecto temporal de causa y efecto, Las prin
cipales facultades asociativas son la contrariedad, la contigüidad, la causa
v el efecto, y la semejanza. Por lo tanto, hay muy poco pathos o repre
sentación en su sistema. Enfatizan el punto de vista lockeano sobre el
objeto y cuando Wordsworth reacciona contra ellos hace hincapié en la
categoría que él denomina «pasión» o «entusiasmo». Wordsworth va más
allá de sus confusiones sobre la imagen haciendo de la post-imagen de la
voz su principal tropo.
En el poema-crisis wordsworthiano se unen tres cruces, como en el
lugar en el que Edipo mató al extranjero por el derecho a cruzar prime
ro. Permítanme que enumere esos cruces, aunque los ilustraré no utili
zando a Wordsworth sino Dominarían o f Black de Stevens, con el que
comencé este ensayo. También los describiré, no en términos del ttopo
sino en los de la defensa psicoanalítica, siguiendo el mismo esquema que
presenté en A M ap o f M im ading,
El cruce, traducido desde lo abstracto al mundo de imágenes del poema,
se dirige a las dilemas mentales que surgen al confrontar la muerte, o la
muerte del amot, o la muerte del don creativo, pero en orden inverso. El
primer cruce, al que yo he llamado Cruce de Elección, confronta la
muerte del don creativo y busca respuesta para la pregunta, «¿sigo sien
do un poeta?» o, tal vez, «¿soy verdaderamente un poeta?». Este es el
cruce entre la ironía y la sinécdoque o, psicológicamente, entre la for
mación de una reacción —mediante la que nos defendemos de nuestros
propios instintos manifestando lo opuesto a lo que tememos o quere
m os-y el volverse contra uno mismo, que liabitualmente es un ejercicio
de sadomasoquismo.
El segundo cruce, que he denominado el Cruce del Solipsismo, se
■enfrenta ala muerte del amor e intenta responda a la pregunta, «¿soy capaz
de amar a alguien más que a mí mismo?». Se trata del cruce entre la meto-
nimia y la hipérbole o, defensivamente, entre los movimientos regresivos y
aislantes de la propia psique y la represión del instinto que aumenta, subli
memente, la inconsciencia individual a costa de todo afecto gregario.
El tercer y último cruce, que he llamado Cruce de Identificación,
tiene lugar entre la metáfora y la metalepsis o, psicoanalítícamente, entre
la sublimación y la introspección, es decir, entre la sustitución de las
labores de los propios instintos prohibidos y el acto psíquico de identi
ficarse con algo o alguien ajeno a uno mismo que el tiempo parece haber
dejado congelado, devuelto al pasado o lanzado al futuro. El dilema, en
este caso, es la confrontación de la mortalidad, de la muerte total, y los
instintos prohibidos son la tendencia a la muerte, la autodestructividad
que para Freud se encontraba «más allá del principio del placer».
Debo añadir que creo que cada uno de estos cruces tienen tres marcas
características en casi todos los poemas en los que aparecen. Éstas son;
■*“ [Se refiere a! artículo «’ierm and Concept o f literary Ciiricism», recogido en
su libro Concept; o f Criticism, Ed. casr.: Conceptos de crítica, Caracas, Ediciones de
ia Biblioteca Central de Venezuela, 1968.J
3 Germanisch-mmaniscbc Monatsscbrift 18 (1930), pp. 1-15, reimpreso en Kleine
Schriften zar Litemtur und Geistesgeschicbte, Meideiberg, 3957, pp. 9-24.
concibe a la literatura como propia de un periodo, enjuiciada sólo en
relación con ésre. El único criterio de la crítica es ei sentimiento pers0
nal, la experiencia, la palabra mágica alemana: Eriebnis. Pero Mílch casi
no considera la diferencia enrre la crítica literaria y la teoría. Rechaza una
«ciencia de la literatura» general, ya que todo conocimiento sobre la jjre„
ratura riene su sitio en la historia y a la poética no se Ja puede divorciar
de las relaciones históricas.
Admiro que el estudio de Mílch planrea interesantes problemas his
tóricos sobre las formas en que han sido transmitidas las ¡deas de la crí
tica, y que se plantea un problema real en el debate sobre si la crítica es
un arre o una ciencia (en el antiguo sentido amplio). Me contentaré con
afirmar aquí que la crítica ha sido rransmírida en las más disímiles for
mas artísticas, hasta en poemas como los de Horacio, Vida y Pope, o en
breves aforismos, como los de Friedrich Schlegel, o en tratados escritos
en un lenguaje absrracto, prosaico e incluso de pésima calidad. La histo
ria de la «crítica literaria» (Rezension), como género, planrea problemas
de índole histórica y social, pero me parece un error identificar la crítica
con esta única forma limitada. Todavía subsiste el problema de la rela
ción entre la crítica y el arte, La sensibilidad hacia el arte forma parte de
la crítica: muchas formas críticas requieren Ja habilidad artística en ia
composición y el estilo^ la imaginación tiene sti parre en rodo conoci
miento y en toda ciencia. Sin embargo, rodavía no creo que el crítico sea
un artisra o que la crítica sea un arte (en el sentido moderno estricto). So
objetivo es el conocimiento intelectual N o crea un mundo imaginativo
de ficciones ral como el de la música o el de la poesía. La crítica es uii
conocimiento conceptual o persigue tal conocimiento. Debe propender,
en último término, a un conocimiento sistemático sobre la literatura, a
la teoría literaria.
Recientemente, esre punto de vista ha sido defendido de modo efoj
cuente por Northrop Frye en la «Polemical Introduction» a su Anatomy
o f Criticisné, trabajo de teoría literaria que ha sido elogiado como el
mejor libro de crítica desde los días de Marrhew Arnold.
Piye, de modo convincente, rechaza la opinión de que la teoría lite
raria y la crítica son una especie de parásitos de la literatura, de que el
crírico es un artista manqué y da por admitido que «la crítica es una
estructura de pensamiento y de conocimiento que se afirma en su pro
pio derecho» (p. 5 ). Estoy de acuerdo con su posición general, con su
creencia en la necesidad de una teoría de la literatura. Sólo quiero argu
mentar aquí en conrra de su intenro por convertir la reoría lireraria en la
única disciplina importante y por expulsar a la crítica (en el sentido de
' £1 señor Frye deseaba aparentemente en su muy generosa crítica que yo hubie
ra hecho tal cosa, Cfr. Virginia Q uartaiy 32 (1956), pp. 310-315.
disminuir aquel énfasis abrumador sobre el transfondo biográfico e históri
co. En las universidades, un manual, el de Brooks y Warrens, titnlmj,,
Undentanding Poetry ( 1 9 3 8 ) significó la señal del cambio. Creo que mi
Theo)j o f Litemture (1949) fue aceptada ampliamente como un ataque con
tra los métodos «extrínsecos», como el repudio a la «historia literaria», aun
que el libro en verdad contiene, al final, un capítulo sobre «historia litera
ria» en el que argumento, enfáticamente, en contra del abandono de esta
disciplina y propongo una teoría de lin a historia literaria nueva, menos
superficial. Pero en los últimos años la situación se ha invertido, y la críti
ca, la teoría literatia, toda la tarea de interpretar y evaluar la literatura como
nn orden simultáneo ha sido puesta en duda y rechazada. La Nueva Crítica
norteamericana, y en verdad cualquier tipo de ctitica, se encuentra hoy a la
defensiva. El tipo de estudio caracterizado por la disputa sobre la interpre
tación de pasajes específicos o de poemas se mueve en un nivel empírico.
El problema teótico se plantea, con frecuencia, en términos demasiado
amplios y vagos. Un títere aparece en escena: el Nuevo Crítico, quien
supuestamente niega que una obta de atte pueda ser iluminada, bajo nin
gún aspecto, por el conocimiento histórico. Es fácil, entonces, demostrar
qne los poemas no han sido comprendidos porque el significado de una
palabra obsoleta pasó inadvertido o una alusión histórica o biográfica fue
ignorada o mal leída. Pero no creo haya existido alguna vez algún «nuevo»
crítico de nombre que haya asumido la posición que le ha sido imputada.
Los Nuevos Críticos, correctamente me parece, han argumentado que una
obra literaria es lin a estructura verbal de cierta coherencia e integridad, y
que el estudio literario ha llegado a ser, a menudo, algo completamente
ajeno a este significado total, que demasiado a menudo ha profundizado en
el campo de la información externa de k biografía, las condiciones socia
les, el transfondo histórico, etc. Pero este argumento de los Nuevos Críticos
no significa ni puede ser entendido como la negación de la pertinencia de
la información histórica en el problema de la interpretación poética. Las
palabras tienen su historia; los géneros y las formas provienen de una tradi
ción; los poemas se refieren, con frecuencia, a realidades contemporáneas,
Cleanth Brooks -u n Nuevos Críticos que en vetdad se ha dedicado a la lec
tura rigntosa de la poesía- ha demostrado, en toda una serie de ensayos
(principalmente sobre poemas del siglo XVIIl), y de manera bastante preci
sa, algunas de las vías en que la información histórica puede ser necesaria
para la comprensión de determinados poemas. En un estudio de la Oda a
Horacio, de MarvclP, Brooks constantemente recurre a la situación históri
ca para interpretarla, aunque —y muy correctamente- es bastante cuidado
La reacción anímica ante las horas del día y las estaciones es distinta
según los individuos, las regiones y las épocas. Los poetas suelen hacer
encomiásticas loas de la primavera. Pero hay excepciones. F araX S. Elior
Así pues, tres variaciones del mismo motivo en la poesía latina de los
siglos XI y XII. Consideremos ahora los versos de Berceo bajo otra luz.
Comprenden, como nuestros ejemplos latinos, los motivos para poner
fin a una composición poética o a una de sus partes, Berceo ha tomado
la idea de ia técnica literaria de su época. ¿Le ha dado una nota personal?
¿Cierta ingenuidad y probidad? Habría que estudiarlo. Pero tendremos que
modificar la conclusión psicológica en el «terror medieval de la noche
vecina». Resulta evidente que no se trata de una «experiencia» personal
del poeta, sino del uso de una fórmula habitual.
También en el soleado sur puede hacer su aparición el ocaso como
fórmula de cierre, sobre todo en una conversación que se desarrolla ai
aire libre, Ésta es la situación fingida en el De oratore de Cicerón, Hacia
- Berna, A. Francke AG, 1948. Véase p. 98. Remito a este libro paia las fuentes
de Jas citas latinas que vienen a continuación.
e) final (IIJ 209) dice uno de los interlocutores: «His autem de rebus sol
me ille admonuit ut brevior essem, qui ipse iam praecipitans me quoque
haec praecipitem paene evolvere coegit». Y también la poesía pastoril uti
liza este motivo:
Son los últimos versos de algunas églogas de Virgilio (I, II, X)v
Garcilaso los varía en su Egloga primera:
And now the Sun had stretch’d out al! the hills,**
And now was dropt into the Western hay
T ó p ic a h is t ó r ic a
' «Se les ve de un lacio para otro y bajar de toda Sa ciudad» (V irg ilio , Eneida,
Madrid, Alian/a, 1986; versión de Rafael Fonrán Barreiro),
5 Servio ha sido muy utilizado. Georg BAESECHF; le lia presentado como fuente
de la saga «germánica» de Wieland (Beitrdge zur Geschickte derdeutschen Sprache und
Litemtur IJvi [1937], pp. 368-378). La Melibea de la Celestina podría tomar su
nombre de Meliboea, cuya triste historia cuenta Servio al hablar de Eneida I 720.
Tal vez se pueda decir lo mismo del modo de morir («semer de recto praecipiravir»).
En T h il o -H a g e n I, pp. 2 0 0 - 2 0 L
1 . ei apostrofe a (as armas (Eneida X ií 95 s. - Roland 2004);
2, la addubitatio («quid faciat?», Eneida IX 399 = Roland 1185, 2812,
2 9 6 1,3 9 5 6 );
; 3 . la hipérbole;
4. la exclamatio con invocación a los dioses (Eneida VI 529; Roldán
7 16 , 1849,3164).
Así pues, la expresión «voy a pasar por alto ios detalles del viaje» apa
rece por primera vez en Le Couronemment Louis, en Aymeri se ha con-
: vertido en un cliché y ei autor del Cid parece haberlo adoptado. Le
Couronemment Louis fue datado por Voretzsch, sin argumentos, ca. 1130.
Según las investigaciones de Ph. A. Bccker, constituye con el Chatroi de
Mtmeí, el Frise d'Omnge y el Moniage Guillaume una tetralogía épica de
Guillermo inspirada por Saint-Denis y redactada en torno a 1 1607. El
mismo autor data el Aymeri de Narbonne en torno a 1 1708. Si el autor
Ésta indica que eí relato detallado de viajes de los héroes de la épica esta-
■ba agotado hacia 1170. Ya no lograba interesar al oyente. Y el autor lo tenía
en cuenta. Esto se ve con mayor claridad si comparamos fórmulas seme
jantes depraeteritio. Con motivo de una comida, el román de Tebas dice:
O:
Albert von Stade (siglo xill) tiene que describir en su Troilus una bata-
lia de doce dias y lo resuelve en unos pocos versos, añadiendo (III 345 ss,);
Y sigue;
P U E R SE N E X
: A Claudiano le son ajenos los tonos cristianos. Sus versos dejan entre
va la expresión de un sentimiento y unos valores característicos de la rae-
íioanrigüedad pagana, En efecto, en Petronio encontramos «senilis in
iuvcnc prudenda» (Florida IX 38). ¡Sigamos retrocediendo! Piinio el
joven llora la muerte de una joven de trece años a la que caracteriza
ban «suavitas puellarís, anilis prudenria, matronalis gravitas» (Ep, V 16).
:0 vidio considera Ía unión de madurez y juventud un don del cielo que
se concede a los casares (Ars am and i I 183 ss.). Virgilio adorna con él al
joven lulo (Eneida IX 311):
C u l t e r a n is m o y c o n c e p t is m o
expresión que hizo fortuna. Las fórmulas olor chharizdt\ cignus citharizat
o citharizar avis se encuentran en Walter Map, Perrus Riga y Juan de
Garlandia. Góngora escribirá:
Alain de Lille:
Gautíer de Chátillon:
luego Góngora:
No en ti la ambición mora
Hidrópica de viento,
L it er a t u r a y c a r á c t e r n a c io n a l
íad, Para un francés no existen dos antigüedades, sino tres la griega, ia romana y la
francesa del siglo XVJJ [... j Esta cadena ha sido vivida por los artistas del siglo xviii;
no obstante, cuando vino e! romanticismo para romperla, ha seguido siendo objeto
de meditación por parte de ia crítica.»
)a P, V a n T i e g h e m , Histoire littéraire de l'Iiurope et de FAmérique de la Renai-
ssance a nosjours.
‘■Sólo sentimos verdaderamente las obras latinas y griegas en su duración francesa»,
r La lengua poética de Góngora, 1935, p. 220.
ma literario francés. Un triunfo del clasicismo francés es la lucha contra
el preciosismo. E! culteranismo y ei a>nceprismo se presentan, vistos
desde Francia, como la forma española de este preciosismo. Góngora,
Gradan, Quevedo son criticados o rechazados. En estos autores se veían
síntomas de decadencia28. Ernest Mérimée se lamentaba en su historia
de ia literatura española de que careciera de «such se ve re schoolmastcrs
as Malherbe, Vaugelas and the Academy». En el gongo rismo encuentra
«rhe most benign manifestación o f a deep-seated disease», en el concep
tismo, «the deep constitucional vice o f Spain»29. Estos juicios no indican
otra cosa más que el crítico mide la literatura de un pueblo ajeno con las
normas de la literatura propia. Cierran el camino a la comprensión his
tórica, El sistema literario francés se asemeja a una dogmática ecíesial(
que no se ve sacudida por una investigación crítica, Es una ortodoxia que
no puede reconocer un credo estético ajeno, o sólo lo hace en forma de
compromiso. Por eso la inclusión de Dante, Shakespeare o Goethe plan
teó dificultades a Sainte-Beuve a la hora de trazar el canon de la litera
tura mundial,
C o n c l u s io n e s
Aridrew Marveli
Hay varias rabones para pensar que la literatura constituye sistemas o que
se manifiesta ella misma como un sistema. Dejemos a un lado todas las acep
ciones no históricas de «literatura» como las que podemos encontrarnos en
la estética o en la teoría de la crítica. Asumamos que nuestro interés se cen
tra en la manifestación de los sistemas en el tiempo histórico. Existen, por
tanto, varias formas para poder hablar de sistemas literarios que se corres
ponden con las siguientes áreas de estudio (si bien éstas, posteriormente, se
pueden subdividir o añadir ottas): la poética, es decir, principalmente la teo
ría de los géneros y la aparición de sistemas de géneros; las normas y mate
riales fundamentales cales como el estilo (los «tres estilos», etc.), las figuras
retóricas, los temas, los mitos; las relaciones estructurales establecidas entre
las partes de una configuración o de un todo ya existentes, como un movi
miento, un periodo, una tradición nacional o el establecimiento de nn
canon a través de antologías; y, finalmente, ia experiencia lectora individual.
Mi interés original, cuando me aproximé por primera vez a este tema, se
centraba en la experiencia lectora5, Pero pronto comprendí que ninguna de
esas categorías podía ser tratada con independencia de las otras y que era
necesario confrontar ei problema general de la sistemática literaria. Descubtí
que dicho problema suponía, a su vez, la necesidad de una aproximación
estructural no simplemente al poema individual, sino a las unidades básicas
y a los términos de la historia literaria. (De hecho, requería la elucidación de
las estructuras en la historia.) En el presente ensayo intentaré mostrar la
importancia y complejidad básica de la sistemática literaria con especial refe
rencia a una de las áreas: la poética. Comenzaré indicando cómo los dife
rentes sistemas afines se desplazan, cambian, se superponen e interaettian
unos con otros y sugeriré que la historia de la literatuta -distinta de la del
lenguaje o la sociedad- se caracteriza no tanto por el funcionamiento de sis
temas completos, como por la tendencia hacia el sistema o la estructuración.
Por lo tanto, parece que el historiador se ve empujado a evaluar, para cada
siglo o fase en la historia de su especialidad, el alcance preciso de una limi
tada, persistente, profunda «voluntad de orden» dentro del dominio, lento
pero de constante cambio, de la literatura como un todo.
6 Cours de Unpástique généraíe, París, 4Í949, p. 157; véase también p. 124: «la
langue est un systeme dont: toutes les parties peuvent et doívent étre considérées
dans leur solidaricé synchronique».
Edición en castellano: Curso de lingüistica general, frad, Mauro Armiño, Madrid,
3980, p, 161: «La idea de valor determinada de este modo nos muestra cuán iluso
rio es considerar un término simplemente como la unión de cierto sonido con cier
to concepto. Definirlo así seria aislarlo del sistema del que forma parre; sería creer
que se puede empezar por los términos y construir el sistema haciendo la suma,
cuando por el contrario es de la totalidad solidaria de ia que hay que partir para
obtener, mediante análisis, los elementos que encierra». [A', d d T\
años, en un útil artículo sobre los aspeaos estructurales de la ant;,
filología, Hermann Usenet estudió los vínculos existentes entre los s¡st^
mas filosófico y gramático en Grecia y Roma: «la educación fxlosóílc-
que es la asunción de toda la sistemática, ha mantenido sus colore.? orí'
ginales en más de uo lugar: surgió de la escuela peripatética» («di? pf,¡
losophische Bildung, welche die Voraussetzung aller Systematik ist h“
an mehr ais einem Orte ihre ursprüngliche Farbe noch bewahrr, s'lc
stammte ans der peripatetischen Schule»)7. Durante el periodo hclenís
tico tuvo lugar la fragmentación de la filosofía de donde surgieron ¡as
diversas ramas del conocimiento: la gramática, la retórica, la poética, |a
filología, etc. Aristóteles y sus discípulos intentaron reconciliar la retóri
ca y la poética con los objetivos y ordenados procedimientos de la meta
física y de la lógica. Demostraron que la filosofía podía validar las «im¡^
taciones» poéticas que Platón había denunciado. « la s enseñanzas <lé
Aristóteles sobre el arte de la poesía», escribía E, R. Cmtius, «deben, pór
lo tanto, ser consideradas en conexión con todo su sistema, como t(I!a
disciplina paralela a la etica, la política, la retórica y la economía»*1.
También, sabemos que el famoso Jmtitut'w oratoria de Quintiliaoo, real
mente era un tratado sobre educación. Yo no creo que la continuidad
esencial de la literatura sea producto de su utilización pedagógica. Como
indicaba Curtím en su indispensable libro, el hecho de que la literatura
haya sido materia escolar desde hace casi dos mil quinientos años tiene
mucho que ver con la aparición y supervivencia de un orden teórico:
«mientras la literatura sea una materia escolar tendremos elementos para
su estudio sistematizado. Disponemos de la ciencia literaria en um
forma conveniente para principiantes. Cualquiera que lea a Homero
como texto escolar no podrá sino aprender que la 1liada, es un poema cri
verso narrativo ("pos) y que el verso es un tipo de discurso sujeto a
reglas»9. La educación no sólo ha albergado a la teoría literaria: tradicio
nal mente ha tendido puentes entre las ciencias o entre las artes y las cien
cias y ha promovido la aplicación de métodos de enseñanza desarrolla
dos en un campo para hacer más afines las ramas del conocimiento.
Estos contactos académicos y mutua fecundación han funcionado desde
la Antigüedad hasta nuestros días.
En la Alta Edad Media, la gramática, la retórica y la dialéctica (o lógi
ca) componían la tríada de las artes liberales, El abanico retórico era fle
xible, pero frecuentemente subsumía la instrucción en diversos «estilos»
o niveles poéticos --una enseñanza evidentemente estructural- o la prc-
10Citado por Curtius, ibid., p. 45. «Entre Jas artes que se (laman trivium, la gra
mática tiene el primer lugar, como fundamento de codas. Bajo ella milita el coro de
los que estriben en metro» (Literatura europea..., cit. p. 74).
11 E. Faral, Les Ans poétiques du xiie et du xuie sik-le, París. 1962, p. 345.
12 B. WF.SNBERG, A History o f Literary Criticism in the haiian Renaissattce,
Chicago, 1 96 3,1, p. 13. Sobre «La poética como ciencia» véase I, pp. 1-37.
dencia prevaleció hasta conseguir que la poética, en conjunción con fe
orras actividades culturales del hombre, faera lo más sisremática posible
La poética del Cinquecenro no coincidía con la obra o el impacto cíe
ningún reórico ni de ninguna teoría concrera. La responsabilidad del
humanista» como la de la mayoría de los eclécticos, era ¡'embarras du
choix. La History ofLiterary Criticism in tbeJtalian Renaissance de Bernatd
Weinberg trazaba el proceso cronológico de las tres principales influen
cias; Horacio, Platón y Aristóteles, Los reóricos renacentisras, por 10
tanto, se apoyaban en principios dasificatorios muy diversos: la poesía
podía ser enrendida como un logro ético, próximo a la filosofía moral, o
ser visra como una construcción verbal y una ciencia lingüística. Los crí
neos lirerarios inrentaban relacionar sus ideas con sistemas filosóficos que
no llegaban a entender del rodo o que no se ajustaban a los propósitos
arrísticos. Es decir, como demostró "Weinberg, el siglo XVI italiano no faci
lita una explicación simple: «debe quedar claro», indicaba, «que las prin
cipales teorías existen simultáneamente a lo largo del siglo»13.
Duran re el periodo más característico y creativo en la historia de la poé-
rica europea existieron simult áneament e, de hecho, diferentes sistemas y fue
su coincidencia lo qne hizo posible las famosas disputas teóricas de la segun
da mitad del siglo. Se podría decir que Minturno y Scaliger se aproximaron
a ser representativos dél periodo mientras que, por ejemplo, Patrizi fue un
excéntrico y Campanella un reaccionario. Pero Weinberg demostró que
rodos estos reóricos (no sólo los críticos prácticos) deben ser contemplados
sobre el polémico trasfondo de su riempo: «en cierta manera, la historia de
la reoría poética del Cinquecenro podría organizarse como una serie de dispu
tas y polémicas semejantes a las tan prominentes de la crítica práctica»11*. La
teoría literaria del Cinquecento, en suma, tendía a ser altamente sistemáti
ca. Como resultado de esa tendencia y del sometimiento a diferenres
influencias y principios de clasificación constantemente cambiantes, llegó a
ser una disputa interminable enrre órdenes intelectuales en competencia.
Ahora podríamos preguntarnos hasta qué punto las teorías de los
géneros han sido sistemas, ¿De qué manera han funcionado como siste
mas? En este punto de nuestra investigación me gustaría proponer las
signienres observaciones:
Ibid., I, p , 3 7 .
14 Ibid, I I , P , 8 0 9 .
2. La historia cíe la poética ofrece, por otra parre, muchos ejemplos
del fracaso para organizar modelos poéticos como sistemas de normas,
precuenremenre los itiren ros se quedan corros y nos encontramos a
medio camino de un proceso de estructuración. También podemos encon
trarnos con simples enumeraciones (ral vez como las de Horacio o como
«las denominaciones más diversas 7 especiales» de Sir Philip Sidney),
mientras la rendcncia hacia el sistema se manifiesta en orros niveles de la
teorfa artística, y de la crítica práctica.
3. Debemos enfatizar un hecho evidente pero esencial: la extraordi
naria presencia, en la literatura europea, a lo largo de los siglos de un
número limitado de modelos genéricos (podríamos adelantar que los
más persistentes han sido la comedia y las formas líricas breves) y de ios
lugares que estos modelos han ocupado dentro de los sistemas genéticos.
Aunque constantemente se han realizado cambios y adiciones, ha existi
do una conciencia generalizada sobre la inusual continuidad de las nor
tinas literarias. (Podríamos decir que durante siglos se ha mantenido una
irelativa estabilidad en el ámbito cultural. Es inevitable pensar en la ana
logía social ya que sabemos muy bien que la conciencia de la relariva
continuidad de las condiciones sociales fue, durante mucho tiempo, una
de las bases psicológicas de la distinción de clases y una razón para su
;íperpetuación.)
v 4. La relación enrre la norma (o el modelo) y el sistema al que pertene
ce es una de las condiciones para la continuidad de ambos. Así pues, el con
cepto de tragedia puede sobrevivir a un periodo en el que un solo género
■dramático, como la comedia, mantiene viva la idea de teatro (tal ve/, en
Roma, donde se escribieron algunas tragedias buenas, aunque la tragedia
ocupaba un importante lugar en el Arspoética de Horacio). En dichos casos,
el sistema retendrá que tradicionalmente le ha pertenecido. En otras oca
siones, un sisrema absorberá una obra nueva y la legitimará como mode
lo normativo por ia fuerza que te confiere cierta conexión estructural
enrre el nuevo modelo y las clases extremes. (El filólogo bizantino Focio,
ca. 820-897, consideraba los romances griegos tardíos de Heiiodoro y
Aquiles Tacio como ejemplos de dmm¿it'¡ko>i)v-. Con frecuencia ocurre que
el sisrema fuerza a una obra nueva o un autor excéntrico a entrar en una
categoría inapropiada o, por el contrario, un término genérico puede ser
«arrastrado» por el sisrema duranre mucho tiempo después de que su sig
nificado original haya sido olvidado. (Hace mucho ríempo, Wilhelm
Cloerta señaló que un buen numero de escritores con autoridad en la Edad
Media, comenzando por san Isidoro de Sevilla, no tenían idea de lo que
realmente era una representación teatral. De ahí que el error de lecmra de
55 Cfr. I. Behrens, Die liebre von der Eintfihmg der D ’tcktkumt, Halle y Saak,
19 4 0 , p , 3 8 .
Averroes respecto a la «tragedia», comentado por Renán y Menéndez Peíayo
y que inspiró a Borges para escribir una de sus mejores historias de ElA tqé.
no tuviera nada de excepcional.) El género y el sistema, en otras palatal,
se refuerzan y perpetúan mutuamente.
5. Los sistemas tienden a, en general, absorber el cambio y asimíle
la innovación. Por otra parte la asimilación supone un pequeño estadio
dentro del más amplio proceso de cambio. (Ei ejemplo clásico es la f'amu
sa disputa del siglo XVI con respecto a Ariosto. Podrían ocurrir vacias
cosas: que el romanzo fuera absorbido por la épica; que el sistema, o nías
bien sus defensores, lo rechazaran; que se pudiera encontrar un huta»
especial para una favola mista, etc. En último término, la asimilación 4 0
romanzo provocó la discordancia y la vaguedad del sistema, siendo rsi.»
una de las condiciones para el nacimiento de la novela.) En este semido,
el papel del crítico y del lector es importante. La mayoría de los c ríticos
{o escritores que funcionan como críticos) ven una obra nueva «a iray^k
del sistema: perciben, juzgan y deciden, para bien o para mal, dentro de
las coordenadas del esquema critico de que disponen. La inteligencia cií^
tica «asimila» y «acomoda» casi con el mismo sentido que el psicólogo
Jean Piaget le da a estos términos1*5,
6 . No todas las clases y agrupaciones literarias constituyen sistemas
géneros. Pero frecuentemente resulta difícil para el historiador moderno des
cubrir si una cierta clase utilizada en el pasado resulta, en absoluto, compa
rable con lo que hoy consideraría un género. Sin embargo, debe intent-ír
distinguir entre sistemas de géneros y otros sistemas parecidos, no sólo pul
que están íntimamente relacionados, sino porque uno de es ios últimos
puede haber influido, modificado o incluso desplazado a los primeros. Me
limitaré a recordar tres tipos ele clases fundamentales: (a) los propios géne
ros literarios o lo que la crítica moderna reconoce como géneros (mi aproxi
mación en este caso es primordialmente histórica). Durante mucho tiempo
fueron consideradas «especies» de un «genus» más amplio, por una eviden
te y muy buena razón: porque un modelo genérico, tautológicamente, ddn
ser susceptible de «imitación». El género Z, desde cí punto de vista moder
no, no debe ser tan comprensivo como par a no poder aplicarse a una «hrá.
20 Cfr. Die Lehre von der Einteilting der Dkhtkunsl, pp. 128-129.
21 Irene. Behrens opina que la noción de Minturno «bleibE... stehen» (p. 86) y
por tanto permanece sin desarrollar.
más», escribía Sepúlveda, «de su bando me tiene v. m.; pero sí no me
engaña mi juicio, no son tan pocas; porque ésas, si bien se mira, más son
diversos modos de que el poera usa en sus narraciones, que diversas espe
cies de imitación ¿Quién dirá que la comedia y tragedia son una especie?
¿Por ventura no se diferencian más que en número? ¿No hay mayor dife
rencia entre una comedia y una tragedia que entre dos comedias? ¿No la
hay también mayor entre una lírica y ditirámbica que entre dos líricas?
Pues éstas se diferencian en número; luego ía distinción de aquéllas
habrá de ser especie; por donde las especies de poesía más habrán de ser
de tres22».
A lo que Cascales respondió que, según su división, no había más de
tres especies (épica, Urica y escénica) «que si bien la tragedia y la comedia
son en rigor diferentes, pero porque la una y la otra es dramática, y se
representan en el tablado, se habla de ellas como de una especie. Y cuan
do las digamos, como lo son, distintas, al propósito y fin que v. m. lleva,
no importa, Pues el epigrama o soneto no se puede reducir a la comedia
ni a la tragedia, porque en nada, digo, esencialmente, convienen entre sí,
ya porque estas son dramáticas totalmente, y el soneto no lo es, ya por
que tienen acción que celebrar, y el soneto 110 la tiene; pues la fábula del
soneto es un concepto no más, y no una acción, y por las mismas causas
tampoco se puede reducir a la épica. Teniendo, pues, el soneto por alma
de su poesía 11 n concepto, como la lírica, y no comprendiendo acción,
como la heroica ni como la trágica ni como la cómica comprehende, ¿A
quién, sino a la lírica, podemos aplicar el soneto?»23.
Sepúlveda, el más conservador de los dos y el más aristotélico, consi
deraba la tragedia y la comedia especies (como entonces se denominaba a
nuestros «géneros» modernos) y proponía mantener la distinción tradi
cional entre géneros y modos. En realidad reconocía que, siguiendo a los
aristotélicos y si bien diferentes, la tragedia y la comedia son tan específi
cos como géneros, pues comparten lo que Aristóteles describía en la
Poética (1447a, 1448a), como modos de imitación. Los diversos tipos de
poesía, había indicado Aristóteles, se diferencian en tres aspectos: el
medio empleado, el objeto de imitación y la manera o modo de imita
ción. Respecto a esta última, escribía (1448a): «Hay todavía entre estas
artes una tercera diferencia que es el modo en que uno podría imitar cada
una de estas cosas. En efecto, con los mismos medios es posible imitar las
mismas cosas unas veces narrándolas (ya convirtiéndose hasta cierto
punto en otro, como hace Homero, ya como uno mismo y sin cambiar).
24 S , H . BUTCHER, Ariaotles Theory ofPoetry and Fine Arts, L o n d res, *191.1, p. 13.
Traducción de Valentín Garda. Yebra, Poética de Aristóteles, p. 1.33. [Ai del l'.\
~5 Aristotle’s Poetics, cit.,, p. 91.
26 Mimeisthai en sentido amplio «significa crear o hacer algo que guarda parecido
con otra cosa» (cfr. ARISTÓTELES, Poetics, ed. D. W. Lucas, Oxford, 1968, p. 55). La
«suplantación», más restrictiva, liega a confundirse con la otra (o con la imitatio de
grandes autores o modelos poéticos) en la mente, por ejemplo, de los teóricos rena
centistas; cfr. W einberg , Litermy Critkism in the halian Renaissance, I, pp. 60-63.
sea trágico o cómico y pone a ptucha la validez de una nueva categoría
como base apropiada para una definición de la lírica. Aristóteles había
escrito que el objeto de toda imitación poética era «el hombre en acción»
(1448a). Cascales defendía que el principal argumento (o «fábula») de un
soneto no es una acción, sino un concepto, y sugería que ése eta el aspec
to distintivo de toda la Otica, (El Tesoro de la lengua castellana de
Covarrubias, un diccionario impreso en 1611, define concepto como un
discurso nacido en la mente y ejecutado luego pot la lengua o por la
pluma: «el discurso hecho en el entendimiento, y después ejecutado, o
con la lengua o con la pluma».) El prestigio de Petrarca y de la lírica ita
liana en general llevó a los teóricos de los siglos XVI y XVII a buscar un
«objeto» particular de la poesía lírica que fueta claramente distinto de la
«acción» que se encontraba en la narrativa o en el verso dramático. El
pensamiento del poeta podía ser dicho objeto. Dado que era su propio pen
samiento, la categoría utilizada resultaba nueva pero no completamente
antiaristotélica. Procedía del sistema de modos de Aristóteles: el poeta lírico
era el poeta que hablaba por y como él mismo, sin necesidad de suplan
tar a nadie ni de «imitar» ninguna acción. Cascales, en sus Tablas poéticas,
mantiene los tres «modos de imitación», que llama exegemático, dramáti
co y mixto (el ptimero de ellos puede que se remonte al Arsgm m m atka de
Diómedes, donde exegematikon equivalía a enarrativurn, con el significa
do de «el poeta habla solo»), pero la tendencia a identificar los géneros
con los modos y aplicarlos al común orden tripartito, resulta clara. En
este sentido, deberíamos volver a leer una de las Cartas filológicas de
Cascales (Carta VI, «Sobre el número ternario»), un extenso y erudito
encomio del número tres. En un determinado momento, refiriéndose al
recóndito significado de los Tres Reyes Magos, se pregunta: ¿por qué tan
tas «triplicidades»? «Estos Reyes Magos eran ttes, según san Agustín, san
León, Ruperto y otros: se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, Tres eran
las regiones de las que procedían: Arabia, Sheba y íarsu s; tres etan los pre
sentes que ofrecieton a Jesús: oro> m ina e incienso. Pues ¿por qué tantas
triplicidades? Porque adorando a Cristo, con quien por vía de concomi
tancia asistían al Padre y el Espíritu Santo, adoraban intrínsecamente la
Santísima Trinidad; que 110 es posible que hubiesen venido tres para
menos que para símbolo de la divina Tríada, la cual quiso Dios significar
de mil maneras y en mil lugares27».
32 Cfr. Else, Arístodó Poetice cit., p. 98; Behiens, Die Lehre voti der Einteílung
der Dicbtkunst, cit., pp. 25-32.
yi Curtius, European Litemture and tbe Latín Middle Ages, cit., p. 248.
dimiento de la sistema rica. Posiblemente comenzaría con la considera
ción de las preguntas más elementales: ¿sobre qué consuman los anrólogos?
¿cuán coherentes eran las «clasificaciones de géneros» mencionadas por
Curtius? ¿qué otros órdenes o sistemas reflejaban? Sin duda, cierto upo de
antología ofrecía una mera sucesión, una elección en serie. En otros casos,
un proceso de selección se derivaba del criterio de orden, facilitando de esa
manera una lista restringida de «obras representativas», fragmentos de obras
o (como en los antiguos gramáticos) citas bteves. Ya he mencionado que,
aunque la tríada platónico-a lis voté! íca mantuvo su preeminencia, no surgió
ningún sistema de géneros ampliamente válido de la teoría literaria de
Grecia y Roma. Ante esta circunstancia, dos posiciones parecen haber sido
las' características. En primer lugar, estaba el ejemplo de Aristóteles: los
géneros eran referidos a otras disposiciones ordenadas, mientras que, al
mismo tiempo, ninguna era considetada aisladamente —de tal forma que la
épica era confrontada con la tragedia (1449b, 1459b) y las Poéticas termi
naban con la comparación final de las virtudes de ambas—. En segundo
lugar, muchos gramáticos, retóricos y teóricos simplemente enumeraban y
describían uno a uno los diferentes géneros y formas'. Encontramos dichas
series en (a autorizada gramática de Dionisio de Tiacia (siglo II a.C.), en la
obra retórica de Cicetón (De optimo genere oratorum, I) o en el Ars poética
de Horacio quien pasaba sobre la épica, la elegía y el yambo (en términos
métricos) y se extendía sobre los tres' géneros teatrales (la tragedia, la come
dia y la pieza satírica). Claro que el tono y método de una epístola como el
Ars poética tenían que ser informales, pero Horacio declaraba a lo largo de
su trabajo su familiaridad con la división tradicional en modos dramático y
narrativo (1,179: «auv. agitur res in scacnis aut acta refertur»*).
El status de ía lírica a este respecto clarifica la influencia que ejercían
los anrólogos sobre los teóricos. Si la asociación con la lira no se podía
tomar demasiado al pie de la letra y era principalmente simbólica de la
«cualidad» poética, uno con frecuencia se pregunta si denotaba en abso
luto un género o un modo. Horacio claramente aludía a los grandes poe
tas líricos en varias de sus composiciones. «El escribía poemas», indicaba
C. M . Bowra, «para ser leídos en el estudio y no para ser cantados en
compañía, pero obedeciendo a sus modelos griegos asumió la conven
ción de qne debían ser cantados a la lira. N o pretendía que esto fuera
tomado ai pie de la letra; su propósito era, más bien, proclamar su ascen
dencia espiritual y artística en Alceo, Safo y Píndaro»3! Esta última pun-
tualización es importante: H orado nunca aclaró lo que quería decir con
poema lírico. Com o otros teóricos de la Antigüedad, evitó demarcar una
55 Ibid., p. 6.
36 Ibid,, p. 14.
37 A r is t ó t e le s , L o n g in o , D e m e trio , The Poetics. On the .Sublime. On Style,
W. Hamilton Vyfe y W, Rhys Roberts (eds.), Cambridge y Londres, 1932, p. 407.
38 Cfr. Curtius, European Literature and the I,atin Middle Ages, cit., p. 249.
Baquílides) (Irene Behrens apunta que la palabra melikos se aplicaba en
Alejandría a los poetas no canónicos, mientras que lyrikos se usaba casi
exclusivamente para ios Nueve)39. Estos formarían los novem lyricí a
quienes Horacio se quería unir y emular (Carmina, I, 35-36), cosa que
haría con éxito, y de quienes Quintiliano pensaba que Píndaro era el pri
mero, con mucho, de los nueve poetas líricos (Lib. X, sec. I: «novem vero
lyticorum longe Pindarus princeps»). Después vendrían los panreones y
pléiades de poetas líricos escogidos.
Ciertamente existe diferencia entre un canon de grandes autores -como
los novem lyrici—y una antología de poemas. El primero implica un comen
tario de tipo adjetivo -lyricus como cualidad o modo-, El último presupo
ne, con frecuencia, la elección adicional de, y la limitación a, un género o un
subgénero. I a famosa Guirnalda de Meleagro (siglo I a.C,)40, sobre la que se
construyó la Antología gtiega, era una colección de epigramas -la forma poé
tica más ligera y breve-. Algunos de los escritotes elegidos por Meleagro eran
de segunda fila o, al menos, subordinados al género, la ocasión, a la antolo
gía en su conjunto. No podemos evitat la pregunta: ¿Es un hecho que la
selección de cánones clásicos y de antologías desempeñó un papel central en
la aparición de los modos líricos en general? Pero esta es una pregunta que
(como la mayotía de las preguntas interesantes en teoría literaria) sólo los
comparatistas con preparación en literaturas orientales podrían responder.
Paja los ptopósitos de este ensayo citaré brevemente las siguientes.
El monumento poético chino más antiguo era una amplia colección, eí
Shih Ching (Shih King) o Clásico de canciones, que contenía 305 poemas
compuestos y cantados erare el año 1000 y el 700 antes de Cristo. En pala
bras de James R. Hightower: «El Clásico de canciones es, a fin de cuentas,
una antología de poesía y su división en cuatro, Feng, Gran y Pequeño Ya
y Sung, puede haber sido el intento de su compilador por establecer dife
rentes categorías de canción»41. Otra antigua colección era la Ch'u tzu, que
conservó el especial verso elegiaco conocido como sao. Pero un intento más
preciso por parte de los antólogos de delimitar las diversas provincias de la
poesía tuvo lugar con posterioridad: desde los tiempos de Chih Yü, que
compiló «la primera antología conocida de géneros diversos»1*2, y que murió
en torno al año 310 d .C „ hasta el Wen hsüan del siglo XVI, con sus 37 tipos
diferentes de escritura. «El desarrollo de la teoría del género en China»,
apunta ei profesor Hightower, «ha estado íntimamente ligado con la elabo
39 Cfr. Behrens, Die Lehre von der Einteilung der Dkhtkunst, cit., p. 7.
40 Sobre los posibles antecedentes de Meleagro, cfr. The Greek Anthology, A. S.
1:. Gow y D. I., Page (eds.), Cambridge, 1 9 65 ,1, p. xvi.
41 «The Wen Hsüan and Gente Theory», p. 515, nota 7 (véase anteriormente la
nota 4).
42 Ibid., p. 515.
ración de antologías»43. Por lo que se refiere al área del islam, la influencia
de antólogos y filólogos, como Abii Tammárn y al-Buhturí, fue considera
ble durante la edad de oro de la literatura árabe, desde el siglo VIH hasta, al
menos, el XI44. «La información de que al-Walid II (d. 744) mandó realizar
una colección de “el diwan de los árabes...” parece ser bastante cierta45».
Desde la traducción de Sir Wílliam jones (1783) en el siglo xvm, los lecto
res europeos han tenido conocimiento del M uallaqat o «Las siete odas sus
pendidas.» -los ilustrativos poemas elegidos en el siglo vm por Hammad al
lí, wiya, «el Transmisor», considerados durante cientos de años como
modelos del importante arte de la qm da4<i.
Anteriormente hablé de los efectos producidos en la teoría poética
por el pensamiento de. los gramáticos, esquemático y normativo: se
dividía o desmembraba una lengua en las partes del discurso y luego se
volvía a recomponer por medio de reglas de orden. Estas estructuras
fueron legadas por los sabios de la Roma imperial a la Edad Medía euro
pea. Entre ellos hay que destacar la influencia del grammatims
Diómedcs (siglo IV), quien tenía algo que decir respecto aí tema de la
poética. Su gramática propone los modos habituales: un gemís aciívutn
vel im itativum , en el que no interviene el poeta y los personajes acidan
«solos»; un genm enarrativum, en el que habla el «poera mismo»; y un
genus cornmune, mezcla de los dos. Lo que es más, Díómedes decide
asignar a la tríada tradicional un número de «especies» subordinadas o
géneros. En otras palabras, los géneros se convierten -im portante paso-
en submodos. Hay, por ejemplo, cuatro especies del primer modo; tra-
gica, cómica, satyrtca, mímica (Aunque éstas parecen ser formas teatra
les, incluyendo obras de mimo y satíricas, el énfasis se encuentra en el
recitado directo: la primera y nove na églogas de Virgilio pertenecen a
esta categoría.) El segundo modo comprende, ínter alia, los escritos
didácticos (Empédocles, Lucrecio) que Aristóteles consideraba ajenos a
la poesía (1447b). Lucrecio es ubicado entre los poetas que hablan «por
sí mismos», pero no Horacio, ya que k poesía lírica pertenece al tercer
modo. Hay dos especies del genus commune: heroica species (Homero) y
Jyrica species (Arqníioco, Horacio)47. El esquema de Diomedes incluye
tres modos y nueve especies. (Hace un momento he hablado de los
novem lyrici.) Su contribución a la historia de la poética fue algo más
® Ib id , p. 512,
44 Cfr. F. Gabrif.li, Sim ia detía lettemtwa araba, Milán, 1962, pp. 29, 165-i f$6
y passim.
45 A. J, Arberry, The Sevtn Odes, Londres y Nueva York, 1957, p. 17.
* Vdasc k detallada referencia de Aiberry en The Seven Odes, sobre la difusión
y traducciones de estos poemas.
4? Sobre Diómedes, cfr. Curtios, Eumptan Litemture and the Latín M iddk Ages, ck„
pp. 439-441; Behrens, Die Lehrt van der Einteílung der Dichtkumt, cit., pp. 25-30.
que sucinta ya que fue uno de los primeros en sugerir nn sistema de
géneros. Ésta fue la forzada pero ordenada solución que prevalecería
durante el Renacimiento y que, por tanto, haría posible la criada gene-
rica moderna.
El viejo sistema platónico y aristotélico de los modos todavía man
tuvo su posición durante muchos siglos. Julio César Scalígero no tenía
otra división que recomendar en su respetado Poetices libri septem
(1561)4*. Pero, claro está, a Scalígero no podían preocuparle menos los
grandes escritores vernáculos y no intentó ajustar los sistemas tradicio
nales a las obras maestras de su época. Otros teóricos fueron más sensi
bles ante la necesidad de diferentes modelos y espacios ideales. Ya he
■mencionado a Antonio Minrurno y Francisco Cascales. Mínturno asis
tió al Concilio de Trento y se convirtió en obispo de Ugento y Cretona.
Su tratado latino, De poeta (1559), fue seguido por L'arte poética
(1563), un diálogo en italiano más didáctico49. Ambos libros explícita-
■jrfiente proponían la nueva tríada: « Vespasiana: Quante adunque sono le
parti deila poesía? M inturno: Tre generali: fuña si chiama Epica, Palera
Sceniea, la terza Mélica, o Lírica, che dir vi piaccia»50. Esta disposición
se enconttaba reforzada con otras numerosas tríadas: había tres tipos de
imitación. tres tipos de personaje, tres especies de épica, tres «causas de
íá poesía», tres formas de drama, etc.51. El obispo Minturno no dejó
claro, como sí lo haría su sucesor español, que Jos principales tipos eran
«especies» más que «modos», pero era un celoso creyente en la divina
Triada, como lo fueron otros humanistas cristianos de los siglos xvr y xvii.
Irene Behrens, en su útti libro, nos ha contado el resto de la historia de
la difusión gradual del sistxtma tripartito en la poética desde el siglo XVII
hasta el XIX: pasando por Gravina (1708), el abad Batteux (1746), la
expansión de una idea comprensiva de la lírica (a pesar de la debilidad
y los efectos retardatarios, en ese sentido, de los teóricos neoclásicos
franceses) y del triunfo en Alemania, en torno al 1800, del Dreiteihing
der Dicbtkunst, la división tripartita del arfe poético. Resulta tentador
ver el itinerario sistemático de nuestro tema como la secularización d.cl
número tres, Pero, incluso en los niveles más simples de sistematiza
ción, como apunté anteriormente en este ensayo, hay otras dimensio
nes que deben ser estudiadas.
55 Sobre los opuestos pitagóricos, cfr, J. A. Philip, Pythagoras and E a rly Pythago-
reanism, Toronto, 1966, pp, 44-59.
ricos, Asclcpíades de Mirieia empleó un sistema ternario,-a la manera de i -
autores de medicina, arquitectura o urbanismo; del trágico y filósofo Ióu d
Quíos (siglo V a. C.), a quien se Je atribuía un Tnagnos o disquisición sóbíe
el número tres56; de la República57 de Platón y de los diversos seguidores de
Aristóteles, quien elogiaba ei número tres en su De cáelo con respectó al
movimiento y la dimensión de los cuerpos naturales:
Aristóteles apuntaba las tres partes dei silogismo y, sobre todo, la idea
de que la virtud es- un medio entre excesos opuestos. En su Política, la
misma doctrina del medio (un buen ejemplo, creo, de una asunción
capaz de infiltrarse en la mente de los hombres) era aplicada a las tres cla
ses de la sociedad: «ahor3 en todos los estados hay tres elementos: una
clase es muy rica, otra muy pobre y una tercera es el medio» (1295b).
Usener va más allá para ilustrar la creciente difusión de la té irada en
Roma (especialmente a través del impacto de la lingüística de Vario)59,
Este punto fue confirmado por Curtius en su estudio de los diferentes
«niveles de estilo». ES veía una transición en esta área desde la tricotomía
helenística hasta la tetrada y otros sistemas en la Roma clásica y antigua,
La primera evidencia que tenemos de la noción de los «tres estilos» está
en la Rhetorica ad Herennium (ca. 86-82 a.C.) y en Cicerón, pero
Quintiliano admitía que los estilos intermedios también eran legítimos,
y Hermógenes y Demetrio (siglo I d.C.) proponían la tétrada de esti
los60. Curtius extiende esta observación (en refutación parcial de Erich
Auerbaeh) a la Edad Media, periodo, en su opinión, en el que los lími
tes no sólo entre los estilos sino entre poesía y prosa eran más fluidos: «la
56 Cfr. Usf.NBR, «Ein altes Lehrgebíiude der Philologie», pp. 2.72-276; E. BARKF.R,
Londres,31947, p. 81; y Pauly-'Wissowa, Real Encydopadie...,
Greek P o litic a l Tbcory,
Sruttgart, 1 9 16 ,1, 1864-1865,
57 Cfr. Barker, Greek P o litic a l Theory, cit., pp, 215-263.
On the Heavens, trad, W . K. C. Guthrie, Cambridge y Londres, 1939, p. 5.
59 Cfr. Usener, «Ein altes I.ehrgebaude der Philologie», cit., pp. 303-307.
60 Cfr. Demetrio, On Style, II, XXXVI, 323; y E. R. CtJRTiUS, «Die í.ehrc von den
drei .SiiJen in Altercum und Minetaker (zu Auerbachs M im esis)-», Romanische Forscb-
ungen LXIV (1932), pp. 57-70.
división de las ars dictaminis [en metro, prosa rítmica y prosa normal]
tuvo como resultado el reemplazo de la diada poesía-prosa por una tría
da o tetrada. Los límites entre poesía y prosa, por lo tanto, empezaron a
estar más difusos»65.
La doctrina del medio, evidentemente, implicaba la existencia de opo
siciones' binarias en ética, en la sociedad, en literatura. «En la propia teoría
ética de Aristóteles el objetivo de la conducta ética», escribía J. A. Philip,
«es presentado, en determinado momento, como un punto medio, pero
no necesariamente el centro, del locus total o área que se encuentra entre
los contrarios»'’2. Del mismo modo, el término medio en la vieja tríada de
estilos implicaba ia polaridad que lógicamente le precede (el estilo llama
do mediocre en san Isidoro sólo es significativo en relación con la oposición
gmndiloquuni y humite) incluso siendo dependiente, ia prosa rítmica de la
Edad Media, de un marco mucho más amplio (y el poema en prosa del
siglo XIX, en la prosa y en los poemas normales de Baudelaire}.
La oposición binaria «natural» ;da lugar, por diferentes razones histó
ricas en diversas sociedades, en conexión con sistemas lingüísticos y socia
les, a estructuras' «culturales» más complejas, de las que la más importan
te en el ámbito de la poética ha sido la tríada? Los efectos combinados de
los sistemas binarios y ternarios están palpablemente presentes en la his
toria de la teoría del arte, por ejemplo, en la Poética de Aristóteles, en J. J.
Winckelmann y en las posiciones en conflicto dentro de los sistemas del
romanticismo, Geraid F. Else ha demostrado que los procedimientos de
diaeresis (Platón, Fedro 265d-266a; los conceptos se dividen en dos hasta
que se disciernen las verdaderas clases) fueron aplicados por Aristóteles en
la Poética, aunque con las* partes de la tríada; «dentro de la división tri
partita... Aristóteles procede diacríticamente»63. Por ejemplo, las tres dif-
ferentiae de la poesía son definidas (medio, objeto y modo) bajo cada uno
de sus términos para, luego, introducir una dicotomía, la s oposiciones
resultantes resalta» visiblemente en las puntual izacioncs históricas sobre
los orígenes de la poesía (1448b-1449a); la poesía, originalmente, se «divi
dió» de acuerdo con ios personajes' que le pertenecían, hombres superio
res o sin valor; produjo invectivas o himnos heroicos y encomios; pero
con el paso del tiempo los encomios dejaron paso a la comedia y el verso
heroico a la tragedia: «los satíricos se convirtieron en escritores de come
dias y los poetas épicos fueron sucedidos por los trágicos, ya que el drama
era una forma más amplia y elevada de arte»64. Aunque las formas y los
: tramos, además de las tres fuerzas primordiales (raza, ambiente, momento), polaridades
esenciales de causa-efecto; ver la Infroduction A l'Histohv de la littérature a?tglaise,
Gilbert Chinad (ed,), Princcton, 1944, Vil, p. 25; «il y a íci des couples dans le
monde moral, comme ii y en a dans le monde physique, aussi rigoureusement enchaí-
nés et aussi universcllcment répandus dans í’un que dans l’áutre. Tout ce qui dans un
des ces couples produit, altere ou supprime le premier ternie, produír, altere ou sup-
piimc le second par contrecoup». Yo aludía al pasaje en Freud desde la concepción tri
partita de la personalidad hasta el conflicto entre Eros y el instinto de la muerte.
71 Théctm complet, R. Purnal, J. J. Thierry y j. Mélezc (eds.), París, 1963, I,
pp. 434, 422.
n Ibid., \, p . 416.
/‘í Oenvres, V. G. Le Dantec (ed.), París, 1961, p. 995.
te un musée imaginaire, sino una ciudad imaginaria? ¿O, más bien, su ver
sión personal de esa «ciudad», que es como un sistema secundario? Creo
por el momento, que necesitaríamos aclarar los términos del problema
La sistemática de la teoría del géneto ofrece uno de los muchos puntos de
partida, peto existen otros. En este ensayo me he acercado a la interacción
histórica entre las teorías dei género y ottos órdenes tales como los sistemas
de «grandes autores» y el de los «tres estilos», Con respecto a este último
disponemos del excepcional ejemplo de la Mimesis de Erich Auerhach,
basada en un modelo simplificado y muy eficiente de la relación entre sis
temas de géneros y sistemas de estilos. Existe mucha información dispo
nible referida a su conexión con las clases retóricas (las cinco divisiones de
la retótica, los tres tipos de elocuencia) o con los esquemas de la antigua
psicología y ética75. Sólo he mencionado de pasada la influencia de los sis-
temas sociales (las condiciones sociales con la mediación de la mente
humana). Los historiadores de ia literatura están razonablemente familia
rizados con sistemas tales como «la rueda de Virgilio» y su aplicación a
temas y formas poéticas de nn espacio social tripartito (simbolizado por
un círculo dividido por tres radios)76; el marco de relaciones tripartitas en
De vulgari eloquentia de Dante77; el endurecimiento de las analogías
75 Cfr. Curtius, Europem Literature and the Latin M iddle Ages, cit,, pp, 68-
69; Ch. S. Baldwin, MedievalRhetoric andPoetk (Gbucester, Mass., 1959), p. 64;
Behrens, Die Lehre van der Einteilung der Dichtkunst, pp. 124, 174, Cfr. Friedrich
S c h l e g e l , «C.iesptach íibet die Poesie», en Cbarackterutiken und Kritiken í, Hans
Eichnet (ed,), Munich, Paderbotn y Viena, 1967, p, 356. Cicerón pensaba {Orntor, 20-
21) que los tres estilos se correspondían con ios tres tipos de elocuencia, sientlo las
ttes funciones de la oratoria; docere, delectare, movere. También era tradicional men
cionar analogías entte los tres modos de poesía y las ríes facultades psíquicas del
hombre (memotiu, razón, imaginación), así como con las ttes partes del hombre
pata el cristianismo (espíritu, alma, cuerpo). Armand Nivelle ha demostrado que el
surgimiento de una ciencia estática en el siglo xvui coincidió con el reconocimien
to de lina terceta facultad estética en el ser humano, referida al «gusto», el «senti
miento» o el «juicio». Sobre la división tripartita del espíritu en J. G. Sul/er, M.
Mendelssohn y Kan?, véase A. N iv e l l e , Les Théories estkétiqnes en Ailemagtie de
Baumgarten h Kant, París, 1955, pp- 96, 103, 109, 293.
76 La rota Vergilii se encuentra descrita en Poema de John de Garland (siglo xai);
cfr. Faral, Les artspoétiques..., p. 87; el texto completo se encuentra en «Poetria magis-
tri Johannis anglici de atte ptosayea métrica et ríthmica» de Giovanni M ari, en
Románische Forschungen XIII (1902), p. 900, Las tres secciones del cítenlo se corres
ponden con la Eneida, las Églogas y las Geórgicas de Virgilio. La Eneida, pot ejemplo,
tepresenta el estilo «grave», el soldado como tipo, Héctor y Ajax como héroes, el caba
llo como animal, la espada, la ciudad o el campo de batalla, el laurel y el cedto, etc.
77 Con el ydioma mphiarum, por ejemplo la lengua de oc, oií y si (que reflejan
las tres lenguas clásicas), se corresponden las tres clases sociales de Sicilia (Lb. I, sec.
xiii), los tres tipos de seres (ángeles, hombres, bestias), las tres partes del hombre, los
sociales en la teotía literaria y en las jerarquías, especialmente «monár
quicas», del Renacimien to y el Barroco; ia división de modos poéticos en
jíobbes, siguiendo «las tres regiones de la humanidad, corte, ciudad y
¿ampo»78. También hemos visto que las tres clases sociales de Aristóteles
je deben mucho a su doctrina del medio y a las raíces lógicas y éticas de
dicha doctrina. En sí misma es una teoría, dado que, frecuentemente, el
pensamiento, en palabras de Wittgenstein, «se encuentra cautivo de una
imagen»79. La idea de que la novela moderna es un producto de la bur
guesía descansa sobre la convincente analogía entre dos «imágenes» y dos
sistemas y no entre dos conjuntos de estrictos datos. Las distinciones de
clase, como las teorías genéricas, median entre los acontecimientos mis
mos y la conciencia de los individuos y los grupos.
Hay dos maneras de enfrentarse a los problemas de la .historia 1itetaría
que no puedo compartir. La primera consiste en disolver los procesos lite
rarios en la «historia general». Su objetivo inmediato se convierte en una
.sucesión de totalidades que asumen absolutamente el principio unitario: no
Sólo tout se tient, sino tout est un. Pero ¿puede el historiador dar cuenta de
:álgo más que de los esfuerzos humanos por vislumbrar y establecet, vis-a-
'vis, la unicidad del mundo físico que nos rodea, de un orden comparable-
menre intertelacionado y coherente? «Cabe sospechar», escribía Jorge Luis
Borges, «que no hay un universo en el sentido orgánico» unificador, que
tiene esa ambiciosa palabra»80. La segunda, consiste en buscar conexiones
significativas entre las obras literarias individuales y todo un sistema social,
económico o intelectual. 1.a incongruencia resulta evidente y el problema
se plantea de un modo casi tan absurdo como el intento de relacionar un
hecho económico aislado con todo un periodo artístico. Mis intereses (para
proponer otra tríada más) se encuentran en algún punto entre esos dos
opuestos, Los sistema literarios, como los sociales o lingüísticos, existen,
mientras que el «universo», como sospechara Borges, puede que no. Creo
que nuestra tarea es identificar la carrera en el tiempo histórico de estos
diversos sistemas para descubrir cuáles han prevalecido y poder escuchar el
diálogo que mantienen entre ellos.
tres tipos de acciones (Lb. II, sec. iii), los tres estilos, las tres partes de la canzone.
Me refiero a las divisiones según aparecen en De vulga.ri eioquentia, Aristide Mango
yPier Giorgio Ricci (eds.), Florencia, 1957,
78 «The Answer to Mr. Hobbes 10 .Sit Willíam Davcnant's Preface befóte
Gondibert», en The English Works ofThomas Hobbes, Londres, 1840, IV, p. 443.
79 Citado en «Statements» de Avtum SttolJ en Epistemology. New Essays on the
Theory o f Knowiedge, A. STROLL (ed.), Nueva Yotk, 1967, p. 192.
80 «El idioma analítico de John Wilkins», en Otras inquisiciones, Buenos Aires,
1960, p. 143.
H e r m e n é u t ic a y T e o r ía d e l a r e c e p c ió n
H a n s -G e o r g G a d a m e r (1900-2001) es uno de los grandes nom
bres de la filosofía europea del siglo XX. Nacido en Matbutgo, estu
dió germanística, historia del arte, filología clásica y filosofía en
distintas universidades (Matburgo, Wtoclaw, Munich. Ftiburgo),
donde fue discípulo de P. Natotp, E, Hussetl y M. Heidegger. En
su ciudad natal comenzó una larga y prestigiosa cartera docente
que le conduciría posteriormente a las universidades de Leipzig,
Frankfutt del Main y Heidelberg, donde sucedió en la cátedta a
K. Jaspers. Gadamet inició su producción filosófica -marcada por
ei auge de la fenomenología y ia filosofía de la existencia- con estu
dios sobre el pensamiento griego -en especial el platónico- en los
que se revela la solvencia filológica de su lectuta ditecta de los tex
tos antiguos. Heredera de la gran filosofía alemana que va de Hegel
a Dilthey, la obra gadameriana no sólo da muestras de una curio
sidad enciclopédica y un rigor interpretativo excepcionales, sino
que constituye también una de las últimas tentativas conocidas en
el siglo pasado de construir un sistema filosófico. Si la filosofía
decimonónica de las ciencias del espíritu influyó no poco en 1a
fundaraentación histórica de tal sistema, sería el gito hermeneuti-
co de ía fenomenología y la ontología heidcggerianas ei que inspi
rase a Gadamer los principios teóricos sobre los que se sustenta su
obra rnayot: Verdad y Método. Fundamentos de una hermenéutica
filosófica (1960), a la que siguió un volumen de estudios comple
méntanos y polémicos {Verdady Método II, 1986). La tesis cenital
de h filosofía hermenéutica gadameriana, sintetizada en el corola
rio ontoiógico según el cual «El ser, que puede comptendetse, es
lenguaje--, postula la naturaleza transcendental de lo lingüístico y el
carácter ptcmetódico de la comptensión (y de la histoticidad que
le es inherente) pata toda forma de concepción de la tealidad y del
conocimiento científico. La enotme repercusión que ha tenido la
hermenéutica de Gadamet no alcanza sólo a vatías generaciones de
filósofos y teóricos de las ciencias sociales (Ricoeut, Habetmas,
Apel, Luhmann, Derrida, etc,), sino también a los estudiosos de la
hermenéutica teológica, jurídica, histórica y literaria. En este sen
tido, el pensamiento gadameriano "-que incluye importantes textos
sobte arte y literatura- iia estado presente en la teor/a literaria del
último medio siglo y ha dado impulso a Ja Estética de la Recepción
promovida pot H.-R. jauss y la llamada Escuela de Constanza.
Además de los títulos citados, la ingente producción filosófica y
ensayística de Gadamer, que ocupa diez extensos volúmenes en la
edición alemana de Moht, contiene obras como La ética dialéctica
de Platón (1931), Elproblema de la conciencia histórica (1963), La dia
léctica de Hegel ( 1971), La actualidad de lo bello (1977), Elogio de la
teoría (1984), Poema y diálogo (1990),
Ham-Georg Gndamer
Poetizar e interpretar* 1
Existe desde antiguo una tensión entre Ja labor del artista y la labor
del intérprete. A los ojos dei artista, el interpretar ha llegado a tener una
apariencia de arbitrario capricho, cuando no de superfluidad. La tirantez
acaba de agravarse cuando se pretende interpretar en nombre y con el
espíritu de la ciencia. Que además haya de ser posible superar, con los
métodos de la ciencia, los aspectos cuestionables del interpretar, es algo
que encuentra menos fe aún en el artista creador. Ahora bien, el tema
«poetizar e interpretar» representa un caso particular de esta relación
general entre creador e intérprete. Pues, cuando se trara de poesía y de
poetizar, el quehacer interpretativo y la propia creación artística se unen,
no pocas veces, en una sola persona. Lo cual indica que la labor de poe
tizar se halla en una relación más estrecha con el interpretar que las demás
artes. E incluso, bien puede ser que, en lo que se refiere a la poesía, el
interpretar que tiene lugar con pretensiones científicas, no sea tan cues
tionable como generalmente se le imputa. El proceder de la ciencia no
parece que se salga aquí apenas de lo que opera en cada experiencia del
pensamiento con la poesía. Esta sospecha resulta particularmente palpa
ble si se piensa en cuánta reflexión filosófica impregna la moderna poesía
de nuestro siglo, l a relación entre el poetizar y el interpretar oo sólo se
plantea del lado de la ciencia o de la filosofía; es también un problema
interno del poetizar mismo, tanto para el poeta como para su lector,
Al someter el tema a discusión en este sentido, no quiero tomar par
tido en la rivalidad que pueda existir por el derecho a interpretar entre
quien habla desde la ciencia y el artista de la palabra2. N i pretendo tam
VI
VII
6 R. W e l l e k , 1936, p. 179.
7 En Slovo a slovemst, 1, p. 192, cit. de Wellek, 1936, pp. 179 ss,
deja en pie la cuestión acerca de con qué datos la acción de una obra sin
gular puede calar en un determinado público y ser incluida en un siste
ma de normas. Hay, sin embargo, unos medios empíricos en los que
hasta ahora no se había pensado, datos literarios de los que puede obte
nerse para cada obra una disposición específica del público anterior
tanto a la reacción psicológica como la comprensión subjetiva de cada
uno de Jos lectores. Ai igual que en toda experiencia actual, forma parte
también de la experiencia literaria que trae por primera vez al conoci
miento una obra hasta ahora desconocida, un «saber previo que consti
tuye un factor de la experiencia misma y a base de él, lo nuevo que pasa
a formar parte de nuestro conocimiento se hace en general experímen-
table, o sea, se hace legible en un contexto de experiencias»8.
Una obra literaria, aun cuando aparezca como nueva, no se presenta
como novedad absoluta en un vacío informativo, sino que predispone a
su público mediante anuncios, señales claras y ocultas, distintivos fami
liares o indicaciones implícitas para un modo completamente determi
nado de recepción. Suscita recuerdos de cosas ya leídas, pone al lector en
una determinada actitud emocional y, ya al principio, hace abrigar espe
ranzas en cuanto al «medio y al fin» que en el curso de ia lectura puedan
mantenerse o desviarse, cambiar de orientación o incluso disiparse iró
nicamente, con arreglo a determinadas reglas de juego del género o de la
índole del texto. El proceso psíquico en la recepción de un texto no
constituye, en el horizonte primario de la experiencia estética, en modo
alguno únicamente una consecuencia arbitraria de sólo impresiones sub
jetivas, sino la realización de determinadas indicaciones en un proceso de
percepción dirigida que puede concebirse conforme a sus motivaciones
constituyentes y señales provocadoras y también puede describirse desde
el punto de vista de la lingüística del texto. Si determinamos el anterior
horizonte de expectación de un texto de W. D . Stempel como isotopía
paradigmática, que, en la medida en que aumenta la expresión, se con
vierte en un horizonte de expectación inmanente, sintagmático, el pro
ceso de recepción se hace descríptible en la expansión de un sistema
semiológico que se realiza entre el desarrollo del sistema y la corrección
de éste9. Un proceso correspondiente de establecimiento continuado del
horizonte y de cambio de horizonte determina también la relación de
cada texto con respecto a la serie de textos que forman el género. El
8 G, R u CK, Lemtn undErfahrung, Stuttgart, 1967, p. 56, que aquí entronca con
Husseri {Brfrthrung und Urleil, esp. § 8), pero que luego llega a una determinación,
más allá de Hiisserl, de la negatividad en e! proceso de la experiencia, importante
para la estructura del horizonte de ia experiencia esteuca (cfr. n. 111).
■' W. D. Stempel, «Pour une description des gen res littéraires», en Actes du xne
congíh international de linguistique romane, Bucarest, 1968; también en Beitrdgezur
lextlinguistík, W. D. Stempel (ed.), Munich, 1970.
nuevo texto evoca para el lector (oyente) el horizonte de expectaciones
que le es familiar de textos anteriores y las reglas de juego que luego son
variadas, corregidas, modificadas o también sólo reproducidas, I„a varia
ción y la corrección determinan la libertad de movimiento, la modificación
y la reproducción de los límites de la est ructura de un género50. La recep
ción interpretadora de un texto presupone siempre el contexto de expe
riencia de la percepción estética: la cuestión acerca de la subjetividad de
la interpretación y del gusto de diversos lectores, o sectores de lectores,
sólo puede formularse de una manera lógica si antes se ha aclarado cuál
es el horizonte transubjetivo del entendimiento que condiciona el efec
to del texto.
El caso ideal de la objetivabilidad de tales sistemas de relación de la
historia literaria lo constituyen las obras que primeramente evocan el
horizonte de expectación de sus lectores marcado por una convención en
cuanto al género, al estilo o a la forma, para enseguida destruirlo paulati
namente, lo cual no puede servir únicamente para lina intención crítica,
sino que también puede producir de nuevo efectos poéticos. Así,
Cervantes, a base de las lecturas de Don Quijote, hace nacer el horizonte
de expectación por parte de los lectores de los viejos libros de caballería
tan estimados, que luego viene a parodiar con profundo sentido la aven
tura de su último caballero51. Así, Diderot, a! principio de Jacques le
Fataliste, con las preguntas ficticias del lector al narrador, evoca el hori
zonte de expectación deJ esquema de la novela de «viajes», entonces tan
de moda, junto con las convenciones (aristotelixantes) de la fábula nove
lesca y de la providencia que le es propia, para luego, provocativamente,
oponer a la prometida novela de viajes y de amor, una venté de l'bistoire
muy poco novelesca: la extraña realidad y casuística moral de su historia
intercalada en las qne la verdad de Ja vida desmiente continuamente la
mendacidad de la ficción poética12. Así, Nerval, en sus Chimbes, cita,
combina y mezcla una quintaesencia de motivos románticos conocidos y
motivos ocultos y establece con todo ello el horizonte de expectación de
una mítica transformación del mundo, mas para interpretar ahora su ale
jamiento de la poesía romántica: las identificaciones familiares para el lec
tor o que éste puede deducir, y las relaciones de la condición mítica se
disuelven en algo desconocido en ía medida en que fracasa el intentado
]4 Para este concepto husserliano, véase G. Buck, tem en und Erfabnmg, op. át.,
pp, 64 ss,
ls Aquí utilizo resultados de la discusión sobre lo cursi como fenómeno límite de
lo estético que tuvo lugar en el III Coloquio del grupo de investigación Poetik und
Henneneutík (ahora en el tomo: D íe niebt mehr sch'ónen Künste-Grenzphünonune des
Asthetiscben, H, R. jauss (ed.), Munich, 1968). Para k actitud «culinaria» que presu
pone el mero arte de entretenimiento, lo mismo que para lo cursi, vale lo de qué aquí
«se satisfacen a priori las exigencias de los consumidores» (P Beylin), que «la expecta
ción satisfecha se convierte en norma del producto» (W Iser) o que «su obra, sin tener
ningún problema que resolver, indica el hábito de resolver problemas» (M, Imdahl),
op. cit., pp. 651-667.
16 Al igual que el epigonado, véase para elio B. TOMASHEVSKI (en Théorie de la lít-
térature,.., Todorov [ed.], cfr, n. 53, p. 305): «L’apparition d’iine génie équivaut tou-
jours a une rcvolution littéraire qui détróne le canon dominant et donne le pouvoir
aux procedas jusqu alors subordonnés. [„.] Les épigones répetent une combinaison usée
des procedes, et d’originale et revoluciono aire qu’elle était, cette combinaison devient
stcréotypée et traditionnelle. Ainsi les épigones uient parfcis pour longtemps l’aprí-
tude des contemporatns a sentir la forcé esthétiquc des exemples qu’ils imitenr. ils
discréditenc leurs maítres». [La aparición de un genio equivale siempre a una revolu
ción literaria que destrona el canon dominante y cede el poder a los procedimientos
su «sentido eterno», al parecer, indiscutible, las colocan, desde el punto de
vista de la estética de la recepción, en la peligrosa proximidad dei arte «culi
nario» que convence y puede gozarse sin resistencia; de suerte que se tequie-
re un esfuerzo especial para leer tales obras prescindiendo de la experiencia
habitual, para volver a percibir su carácter artístico (véase X),
La relación entre literatura y el público no se agota en el hecho de
que cada ohra tenga su público determinable, específica, histórica y
sociológicamente, que cada escritor dependa del medio, del círculo de
intuición y de la ideología de su público y que el éxito literario presu
ponga un libro «que exprese lo que el grupo esperaba, un lihro que reve
je al grupo sil propia imagen»17. Esta comprobación objetívista del éxito
literario en la congruencia de intención de ia obra y expectación de un
grupo social deja perpleja a la sociología de ía literatura cada vez- que hay
que explicar un efecto tardío o duradero. Por ello, R. Escarpit quiere
suponer para la «ilusión de la permanencia» de un escritor una «base
colectiva en el espacio y en el tiempo», lo cual, en el caso de Moliere,
conduce a un pronóstico asombroso: «Moliere es aún joven para el fran
cés del sig|o XX, porque su mundo todavía vive y nos une todavía a él un
círculo de cultura, intuición y lenguaje Pero el círculo va haciéndo
se más pequeño, y Moliére envejecerá y morirá, cuando muera lo que
nuestro tipo de cultura tiene aún en común con la Francia de Moliere»18,
¡Como si Moliére hubiera reflejado únicamente las «costumbres de su
época» y haya tenido éxito tan sólo por esta supuesta Intención! Allí
donde la congruencia entre ia obra y ei grupo social no existe o ya ha
dejado de existir, como, por ejemplo, en la recepción de una obra en un.
círculo lingüístico extranjero, Escarpit sale del apuro intercalando un
«mito»: «Mitos que fueron inventados por una posteridad para la cual se
hizo extraña ia realidad que fue sustituida por tales mitos»19. ¡Como si
toda recepción, más allá del primer público, socialmente determinado,
de una obra, sólo fuese un «eco deformado», una sucesión de «mitos sub
jetivos» y no tuviese en la obra recibida su objeto a p r io r i como límite y
posibilidad de ia comprensión posterior! La sociología de la literatura no
ve su objeto de una manera suficientemente dialéctica, cuando de un
hasia entonces subordinados los epígonos repiten una combinación trivial de ios
procedimientos, y, por muy original y revolucionaria que sea, esta combinación se
vuelve estereotipada y tradicional. Así, los epígonos quizás maten durante mucho
tiempo la aptitud dt' los contemporáneos a sentir la fuerza estética de los ejemplos
que imitan: desacreditan a sus maestros.]
17 R. ESCARPIT, Das Buch und ikr Leser: Entwurf einer Litemtursoziologie,
Colonia/Opladen, 1961 (primera edición ampliada alemana de Sociologie de la lit-
térature, París, 1958), p. 116.
18 Ib'td., p. 117.
13 lb¡d.. p. 111.
modo tan unilateral determina el círculo de escritor, obra y público20. La
determinación es reversible: hay ohras que, en el momento de su apari
ción, todavía no pueden referirse a ningún público específico, sino que
rompen tan pot completo el horizonte familiar de las expectaciones lite
rarias, que sólo paulatinamente puede ir formándose un público para
ellas21. Cuando, luego, el nuevo horizonte de expectativas ha alcanzado
una validez más general, el poder de la norma estética modificada puede
observarse en el hecho de que el público siente como anticuadas las obras
que hasta entonces habían tenido éxito y les retira su favor. Solamente
en la perspectiva de tal cambio de horizonte llega el análisis del efecto
literario a la dimensión de una historia literaria del lector22 y las curvas
estadísticas de los bestsellers proporcionan un conocimiento histórico.
Puede servir de ejemplo para ello una sensación literaria del año 1857>
Junto a la Madame Bovary de Flaubert, que entretanto ha alcanzado fama
mundial, apareció la hoy olvidada Panny de su amigo Feydeau. Aunque la
novela de Flaubert ocasionó un proceso por lesión de la moralidad pública,
al principio la Madame Bovaty quedó eclipsada por la novela de Feydeau:
Fantty alcanzó en un año trece ediciones y con ello un éxito cual no lo había
presenciado París desde la Atala de Chateubriand, Desde el punto de vista
de la temática, ambas novelas venían a satisfacer la expectación de un nuevo
púhlico que (según eí análisis de Baudelaire) había abjurado de todo roman
ticismo y detestaba por igual lo grande y lo ingenuo en las pasiones23: trata
w El paso que es preciso dar paca salir de esta determinación unilateral lo indi
ca-K. H. B e n d e r, «Konig und Vasal): Untersuchungcn 7,ur Chanson de Geste des
XII. jabi'hundei'fs», Studia románica 13, Meidelberg, 1967- En esta historia de la
primitiva épica francesa se expone la apatenie congtucncia de la sociedad feudal e
idealidad épica corno un proceso que se mantiene a iravés de una discrepancia cons
tantemente cambíame entre «realidad» e «ideología”, es decir, entre las coyunturas
históricas de los conflicros feudales y las respuestas poéticas de los cantos épicos.
11 Estas aspectos han sido sacados a la luz por la importante sociología de la litera
tura de Ericb. Aoerbach en la rnulripliddad de refracciones trascendentales de la relación
entre autor y público, véase además la valoración de E Schaik (ed.) en E. A uerbaCH,
GmmmdteAufiützezurromdniscben Phibhgie,.Berna/Munich, 1967, pp. II ss.
22 Véase para ello H. WE1N&1CH, «Für cine Liferat.urgeschichte des Lesers», Mercttr
noviembre 1967), interno nacido de la misma intención., el cual, en forma análoga a
la sustitución de la lingüística, antes usual del parlante por una lingüística del oyente,
aboga ahora por una consideración metódica de la perspectiva del lector en la historia
literaria y con ello se corresponde a las mil manavillas con mi propia intención. H.
Weinrich indica sobre todo también cómo los métodos empíricos de la sociología de
la literatura han de completarse con la interpretación lingüística y literaria del papel
desempeñado por eí letor y que se halla implícitamente contenido en la obra.
23 En Madame Bovary par Gustave Flaubert, Oeuvres completes, Patís, 1951, p. 998:
«Les derniéres années de Louis-Philippe avaient vu les derni¿res explosions d'un
esprit encore excitable par les jeux de l’imaginatioir, mais le nouveau romaneier se
ban un tema trivial, ci adulterio en un ambiente burgués y provinciana
Ambos autores supieron dar un giro sensacional a la relación del triángulo,
convencionalmente anquilosada, más allá de los esperados detalles de las
escenas eróticas. Pusieron bajo una nueva luz el trillado tema de los celos,
inviniendo la relación que cabía esperar de los tres papeles clásicos: Feydeau
hace que el joven amante de la femme de trente ans, a pesa' de llegar al obje
to de sus deseos, sienta celos del marido y parezca en esta situación tortura
dora; Flaubert da a los adulterios de la esposa de un médico de provincias,
que Baudelaire interpreta asm o forma sublime del dandysme, el sorprenden
te final de que precisamente ía ridicula figura del engañado Charles Bovary
adquiera rasgos sublimes. En la crítica contemporánea oficial se encuentran
voces que consideran tanto Fanny como Madame Bovary como producto de
la nueva escuela del réalisme, a la que censuran el que niegue todo lo ideal y
ataque las ideas sobre las que se basaba el orden de la sociedad en el Segundo
Imperio2! El horizonte de expectación, que aquí bosquejamos con breves
trazos, del público de 1857, que, después de la muerte de Balzac, no pro
metía grandes cosas en cuanto a la novela25, explica el distinto éxito de las
dos novelas, pero sólo después de haberse planteado también la cuestión rela
tiva al efecto de su forma narrativa- La innovación formal de Flaubert, su
principio de la «narración impersonal» (impassibilité) que Barbey de
Aurevilly atacó con la comparación de que si se pudiera forjar una máquina
de narrar a base de acero inglés, funcionaría de la misma manera que
Monsieur Flaubert2*’, habia de dejar perplejo al mismo público al que se ofre
cía el emocionante contenido de Fanny en el tono corriente de una novela
autohiográfica. También podía encontrar personificados en las descripciones
de Feydeau ideales de moda y frustrados deseos vitales de un estrato social
trouvait en face d’une societé absolument uséc -pire quusée-, abtutie et goulue,
n’ayant horreur que de la fktíon, et d’amour que pour la possession». [Los ijltimos
años de Luis-Felipe habían asistido a las últimas explosiones de un espíritu excitable
aún por los juegos de la imaginación; pero el nuevo novelista se hallaba ante una
sociedad absolutamente gastada -peor que gastada™ embrutecida y glotona, que
sólo mostraba miedo a la ficción y amor a la posesión.]
24 Cfr. ibtd., p. 999, así como acusación, defensa y juicio del proceso sobre Madame
Bovaiy, en F laubert, Oeuvres, París, ed. de la Pl¿iade, 1951, vol. 1, pp, 649-717,
esp. 717; además, para Fanny, E, Montégut, «Le román intime de la Iittératurc rea-
liste», en Revue des deux mondes 38 (1858), pp, 196-213, csp. 101 y 209 ss.
25 Como lo atestigua Baudelaire, cfr. op. est„ p, 996: « [..] car depuis la disparé
tion de Balzactonta cariosi té, relativement au román, s'etait apaisée et endormie».
[pues ttas la desaparición de Balzac (...) toda curiosidad, relativa a la novela, se había
apaciguado y adormecido.]
26 Sobre estas y otras opciones contemporáneas, véase «Die beiden Fassungen von
Flauberts “Éducation Sentimentale”», Heiddberger Jakrbücher 2 (1958), pp. 96-116
(csp. p. 97).
que daba el tono27, y deleitarse a discreción con la lasciva escena culminan
te en la que Fanny (sin sospechar que su amante la está viendo desde el bal
cón) seduce a su marido, puesto que la indignación moral ya le había sido
quitada por la reacción del desdichado testigo. Pero cuando Madame Bovary,
comprendida tan sólo por un pequeño círculo de conocedores y considera
da como punto crucial en la historia de la novela, se convirtió luego en un
éxito mundial, el público de lectores de novelas en ella formado sancionó el
nuevo canon de expectaciones, el cual hizo que los defectos de Feydeau, esti
lo florido, efectos de moda, clichés lírico-autobiográficos, resultasen inso
portables y Fanny se marchitase como bestseller del pasado.
IX
3li Ibid.
® Ibid,
40 Wahrheit and Methode, p. 374. Verdad y Método, p. 359.
41 Ibid.
42 Ibid.
43 Ibid., p. 290.
44 Esta inversión se advierte claramente en d capítulo: «Die Logi!; yon I;rage
und Antwon» (pp, 351-360). «La lógica de pregunta y respuesta», Verdady Método,
pp, 447-458.
^ Ibid., p. 280. Verdad y Método, p, 366.
Es evidente que esta contradicción está condicionada pot el hecho de
que Gadamer se aferró a un concepto del arte clásico que, más allá de la
época de su origen, la época de! humanismo, ya no puede sostenerse como
base general de una estética de la recepción. Se trata del concepto de mime
sis, entendida como «reconocimiento», tal como lo expone Gadamer en su
explicación ontológica de la experiencia dei arte: «Lo que uno experimen
ta propiamente en una obra de arte y hacia lo cual se halla uno dirigido es
más bien acerca de cuán verdadero es, es decir, en qué medida uno cono
ce y reconoce en ella algo y a sí mismo»®. Este concepto del arte puede
hacerse válido para el periodo del atte humanístico, mas no para la época
subsiguiente de nuestra modernidad, en la que la estérica de la mimesis,
como la metafísica subsiancialista que le sirve de fundamento («conoci
miento de la esencia») ha perdido su obligatoriedad. El significado de
conocimiento del atte, sin embargo, no ha llegado a su fin con esta ten
dencia de época47, de lo cual se deduce que de ningún modo estuvo liga
da a la función clásica del reconocimiento. La obra de atte puede también
procurar un conocimiento que 110 se ajusta al esquema platónico, cuando
anticipa cambios de futura experiencia, imagina modelos de intuición y
comportamiento aún no probados o contiene una respuesta a preguntas
recientemente formuladas48. La historia de la influencia de la literatura se
ve acortada precisamente en cuanto a este significado virtual y función
productiva en el proceso de la experiencia, cuando se quiere reducir al con
cepto de lo clásico la conciliación del arte pasado con el tiempo presente.
Si lo clásico, según el propio Gadamet, en constante conciliación, ha de
realizar la superación de la distancia histórica, debe, a modo de perspecti
va de la tradición hipostasiada, enfocar la mirada hacia el hecho de que el
arte clásico, en la época de su aparición, aún no parecía «clásico», sino que
más bien pudo habet inaugurado nuevas manetas de ver las cosas y pre-
fonnado nuevas experiencias, que, sólo desde una perspectiva histórica (en
el reconocimiento de lo que ya se conoce) da la impresión de que en la
obra de arte se expresa una verdad intemporal.
Incluso el efecto de las grandes obras literarias del pasado no consti
tuye un hecho que se suministra a sí mismo ni puede compararse a una
emanación: incluso la tradición del arte presupone una relación dialógi-
5Í Véase para ello V. Erlicb, Russischer Fomialismus, op. cit, pp. 284-287, R. Wellek,
1965, pp. 42 ss., y Y. STRIEDTF.R, Texte der russischen Formalisten I, Munich, 1969,
Intr. sec, X.
w H , B i .UMENBERG, en Poetík und Hermeneutik III, op, cit., p. 692.
observador como condición de ia conciliación de todas las oposiciones
formales o cualidades «diferenciales»56.
Sin embargo, la fundamentación según la estética de la recepción no sola
mente devuelve a la «evolución literaria» la dirección perdida, en raneo la
posición del historiador de la literatura se convierte en pumo de fuga (pero
no en objetivo) del proceso, sino que también permite vislumbrar la profun
didad en el tiempo de la experiencia literaria, al permitir conocer la distancia
variable entre la importancia actual y la virrual de una obra literaria. Ello
quiere decir que el carácter artístico de una obra cuyo potencial de significa
do reduce el formalismo a la innovación como único criterio de valor, en
modo alguno debe ser inmediatamente perceptible en el horizonte de su pri
mera aparición, y mucho menos puede agotarse en la pura oposición entre
la forma antigua y la forma nueva. La disrancia enríe la primera percepción
actual de um obra y sus significados virtuales, o dicho de otro modo: la resis
tencia que la obia nueva opone a la expectación de su primer público puede
ser ran grande, que .se requiera un largo proceso de recepción para alcanzar
lo inesperado e indisponible en el primer horizonte. N o obstante, puede ocu
rrir que un significado virtual de la obra permanezca desconocido hasra que
la «evolución literaria», con la actualización de una forma más reciente, haya
alcanzado el horizonte que ahora permite encontrar el acceso a la compren
sión de la forma más antigua desconocida. Así, solamente la oscura lírica de
MaíJarmé y de su escuela fue la que preparó el terreno para la vuelta a la poe
sía barroca, desde hacía mucho tiempo ya no apreciada, y por consiguiente,
olvidada, y en especial para la reinterpretación filológica y el «renacimiento»
de Góngoia. Son numerosos los ejemplos de cómo una nueva forma litera
ria puede abrir de nuevo el acceso a una poesía olvidada; entre ellos, encon
tramos los llamados «renacimientos», así llamados porque el significado de la
palabra suscita la idea del retorno independiente y con frecuencia bace olvi
dar que la tradición literaria no puede transmitirse a sí misma, o sea, que un
pasado literario sólo puede volver cuando ha traído a la actualidad una nueva
recepción, ya sea que vuelva a apropiarse voluntariamente una actitud estéti
ca modificada, ya sea que desde el nuevo momento de la evolución literaria
recaiga sobre la poesía olvidada una luz. inesperada que permite encontrar en
elía algo que antes no podía buscarse eu la misma57.
56 Segiin V. Edich, op. de., p. 281, este concepto significaba tres cosas pata los
formalistas: «en el plano de la representación de la realidad se hallaba la “cualidad
de diferencia” para el “apartamiento” de la realidad, o sea, para la deformación crea
tiva, En el plano del lenguaje, la expresión significaba el apartamiento del uso
corriente del lenguaje. Finalmente, en el plano de la dinámica literaria [...], una alte
ración de la norma artística predominante».
57 Pata la primera posiblidad puede citarse la revalorización (an til romántica) de
Boileau y de la poética clásica de la contraíate por medio de Gide y Valáty, pata la
segunda, el descubrimiento tard/o de los Himnos de Holdeiiin o del concepto de
Lo nuevo no es, pues, únicamente una categoría estética. No se agota
en los factores de la innovación, sorpresa, sobrepujamiento, reagrupación¡
alienación, a los que exclusivamente atribuía importancia la teoría for
malista. Lo nuevo se convierte también en categoría histórica, cuando el
análisis diacrónico de la literatura es llevado hasta la pregunta acerca de
cuáles son propiamente los momentos históricos que convierten en
nuevo lo nuevo de un fenómeno literario, en que grado es perceptible ya
esto nuevo en el instante histórico de su aparición» qué distancia, camino
o todeo de la comprensión ha requerido el rescate de su contenido y si el
momento de su completa actualización fue tan eficaz que pudiera modi
ficar la perspectiva de lo antiguo y con ello la canonización del pasado
literario.58 En otro contexto se ha discutido ya la forma en que en esta luz
se manifiesta la relación entre ia teoría poética y la práctica productiva,®
Es verdad que con estas exposiciones 110 se agotan, ni mucho menos, las
posibilidades de interrelación entre producción y recepción en el cambio
histórico de la posición estética. Aquí deben sobre todo indicar hacia qué
dimensión conduce una consideración diacrónica de la literatura que ya
no requiere contentarse con tener por fenómeno histórico de ia literatu
ra una serie cronológica de «hechos» literarios.
XI
X II
Este tratamiento, para que sea más claro, se puede ver en estos ver
sos: In exitu Israel de Egipto, damas Jacob de populo bárbaro, facta est
Judai santificatío ejus, Israel potistas ejus. En efecto, si miramos sólo la
letra, significa la salida de Egipto de los hijos de Israel en tiempos de
Moisés; si miramos Ja alegoría, viene significada nuestra redención por
obra de Cristo; si miramos el sentido moral, viene significada la conver
sión del alma del luto y la miseria del pecado al estado de gracia; si mira
mos el semido anagógico, viene significada la salida del alma santa de la
servidumbre de esta corrupción a la libertad de la gloria eterna.
Está claro que no hay otras lecturas posibles; el intérprete puede diri
girse en un sentido en vez de otro dentro del ámbito de esta frase de cua
tro estratos, pero siempre según reglas necesaria y previamente unívocas.
El significado de las figuras alegóricas y de los emblemas que el medie
val encontrará en sus lecturas esfá fijado pot las enciclopedias, por los
bestiarios y pot los lapidados de la época; el simbolismo es objetivo e ins
titucional. Esta poética de lo unívoco y de lo necesario supone un cos
mos ordenado, una jerarquía de entes y de leyes que el discurso poético
puede aclarar en varios niveles, peto que cada uno debe entender en el
único modo posible, que es el iastituido por el logos creador. El orden de
la obra de atte es el mismo de una sociedad imperial y teocrática; las
reglas de lectura son reglas de gobierno autoritario que guían al hombre
en todos sus actos, prescribiéndole ios fines y ofreciéndole los medios
para realizarlos.
N o es que las cuatro salidas del discurso alegórico sean cuantilativa
mente más limitadas que las muchas salidas posibles de una obra «abiet-
ta» contemporánea; como ttataremos de mostrar, estas diversas experien
cias suponen lina diversa visión del mundo.
Haciendo rápidos escorzos históricos, podemos encontrar un mani
fiesto aspecto de «apertura» (en la acepción moderna del término) en la
«forma abierta» barroca, Aquí se niega precisamente la definición estática
e inequívoca de la forma clásica del Renacimiento, del espacio desarrolla
do en totno a un eje central, delimitado por líneas simétricas y ángulos
cerrados que convetgcn en el centro, de modo que más bien sugiere una
idea de eternidad «esencial» que de movimiento. La forma barroca es, en
cambio, dinámica, tiende a una indeterminación de efecto (en su juego
de llenos y vacíos, de luz y oscuridad, con sus curvas, sus líneas quebra
das, sus ángulos de las inclinaciones más diversas) y sugiere una dilata
ción progresiva del espacio; la búsqueda de lo móvil y lo ilusorio hace de
manera que ias masas plásticas barrocas nunca permitan una visión pri
vilegiada, frontal, definida, sino que induzcan al observador a cambiar
de posición continuamente para ver la obra bajo aspectos siempre nue
vos, como si estuvieta en continua mutación. Si la espiritualidad barro
ca se ve como la primera clara manifestación de la cultura y de la sensi
bilidad modernas, es porque aquí por vez primera, el hombre se sustrae
a la costumbre del canon (garantizada por el otden cósmico y por la esta
bilidad de las esencias) y se encuentra, tanto en el arte como en la cien
cia, frente a un mundo en movimiento que reqniete actos de invención.
La poética del asombro, del ingenio, de la metáfora, tiende en el fondo,
más allá de su apariencia bizantina, a establecer esta tarea inventora del
hombre nuevo que ve en la obra de arte no un objeto fundado en rela
ciones evidentes para gozarlo como hermoso, sino un misterio a investi
gar, una tarea a perseguir, un estímulo a la vivacidad de la imaginación.
N o obstante, también éstas son conclusiones a las que llega la crítica
actual y que hoy la estética puede coordinar en leyes; pero sería aventu
rado descnbrit en la poética batroca una teorización consciente de la
obra «abierta».
Entre clasicismo e iluminismo, por último, va perfilándose una idea
de «poesía pura» precisamente porque la negación de las ideas genetales, de
las leyes abstractas, realizada por el empirismo inglés, viene a afirmar la
«libertad» del poeta y anuncia, por consiguiente, una temática de la «crea
ción». De las afirmaciones de Bnrke sobte el poder emotivo de las pala
bras, se llega a las de Novaüs sobre el puro podet evocador de la poesía
como arte del sentido vago y del significado impreciso. Una idea apare
ce entonces tanto más individual y estimulante «cuando más numerosos
pensamientos, mundos y actitudes se encuentran y entran en contacto
con ella, Cuando una obra presenta muchos pretextos, muchos signifi
cados y, sobre todo, muchas facetas y muchas maneras de set compren
dida y amada, entonces es sin duda interesantísima, entonces es una puta
expresión de ia personalidad».
Concluyendo la parábola romántica, la primera vez, que aparece una
poética consciente de la obra «abierta» es en el simbolismo de la segun
da mitad del siglo XIX. El A rt Poétique de Verlaine es bastante explícito
al respecto:
* Título original: «Is Thcre a Text in This Class?», publicado en S, F ish , Is There
a Text in This Class?, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1976, pp. 303-
321. Reproducido con permiso. Traducción de Vicente Carmona.
sólo porque «poema» y «pastoril» son etiquetas de identificación posibles
dentro de un universo discursivo que también incluye estipulaciones res
pecto a lo que se puede considerar una marca identificariva y a las mane
ras de argumentar si dicha marca está o no presente. Denrro de la asun
ción de dichas maneras, estipulaciones y clasificaciones es como Abrams
y yo podemos actuar, cosa que no podríamos hacer en absoluto si uno de
nosotros fuera alguien que no las asumiera. Tampoco basraría con darle a
alguien «dei exterior» un conjunto de definiciones (del esrilo; «un poema
es...», «un género es,.,») porque para poder captar el significado de un tér
mino primero tienes que haber captado la actividad en general (en este
caso la crítica literaria académica) en relación con la cual podemos pen
sar que tiene sentido. Un sistema inteligible no puede reducirse a una lista
de cosas que él mismo hace inteligibles. Lo que no comprende Abrams y
los que están de acuerdo con él es que la comunicación riene lugar sóio
dentro de dicho sistema (o contexto, o situación, o comunidad interpre
tativa) y que el entendimiento logrado por dos o más personas es especí
fico de ese sistema y se concreta sólo dentro de sus confines. Tampoco
comprenden que dicho entendimiento es suficiente y que el perfecto
entendimiento que desean -~un entendimiento que opera sobre o a través
de las situaciones™ no riene espacio en el mundo, incluso aunque estu
viera disponible, porque sólo en algunas situaciones -con sus especifica
ciones interesadas sobre lo que cuenta como un hecho, lo que es posible
decir, lo que se escucha como un argumento—se nos requiere entender.
Este ensayo fue originalmente una conferencia pronunciada como parte
de las John Crowe Ransom Memorial Lectures ofrecidas en Kenyon
College desde el 8 al 13 de abril de 1979, De hecho, formé parte de un
seminario con duración de toda una semana, compuesto por trescientos
participantes, que me pareció emocionante y agotador. Aparentemente,
algunos de estos sentimientos eran compartidos por la audiencia pues, en
un editorial del periódico universitario (titulado «Fish Bairs Audience»)
que generosamente elogiaba mi «habilidad intelectual», inmediatamente
la matizaba observando que, no era necesario indicar, «que no siempre fue
la habilidad de un caballero».]
El primer día del nuevo semestre una estudiante, que al parecer aca
baba de terminar un curso conmigo, se acercó a un colega de la Johns
Hopkins University. Le planteó lo que, según creo estarán de acuerdo
conmigo, es una pregunta perfectamente directa; «¿Hay un texto en esta
clase?», Respondiendo con una confianza tan completa que ni siquiera
se percató de ella (aunque al contar la historia decía que en ese momen
to «se metió en la trampa») mí colega respondió: «Sí, la Norton Anthology
o f Literature». Esto hizo que salrara la trampa (tendida no por la estu
diante sino por la infinita capacidad del lenguaje para ser apropiado):
«No, no», dijo ella, «quiero decir que si en esta clase creemos en los poe
mas y en las cosas o si sólo es cosa nuestra», Ahora resultaría posible (y
para muchos tentador) leer esta anécdota como una ilustración de los
peligros que comporta escuchar a gente como yo que defienden la ines
tabilidad del texto y ia falta de disponibilidad de determinados signifi
cados; pero en lo que sigue intentaré leerla como una Musitación de lo
infundado que, en última instancia, es el miedo a estos peligros.
De las acusaciones lanzadas contta los que Meyer Abrams ha llama
do recientemente Nuevos Lectotes (Derrida, Bloom, Fish) la más persis
tente es la de que estos apóstoles de la indeterminación y de la indife-
renciación ignotan, incluso aunque se apoyen en ellas, las «normas y
posibilidades» inherentes al lenguaje, los «significados lingüísticos» que
las palabras indiscutiblemente poseen, y, por lo tanto, nos invitan a
abandonar «nuestro ámbito de experiencia ordinario al hablar, escuchar,
leer y entender», a cambio de un mundo en el que «ningún texto signi
fica nada en particular» y donde «nunca podemos saber lo que alguien
quiete decit por lo que escribe»1. La acusación es que los significados
literales o notmativos son desestimados deliberadamente pot la acción
de sus intérpretes. Supongamos que examinamos dicha acusación en el
contexto del presente ejemplo. ¿Cuál sería, exactamente, el significado
normativo, literal o lingüístico de «hay un texto en esta clase»?
Dentro del marco del debate crítico contemporáneo (como aparece
reflejado, digamos, en las páginas de Critical Inquiry) habda sólo dos
maneras de responder a esa pregunta; hay un significado literal de esa
frase y deberíamos ser capaces de decir cuál es, o hay tantos significados
como lectores y ninguno de ellos es literal, Pero la respuesta que me
sugiere mi pequeña experiencia es que dicha fiase tiene dos significados
literales: dentro de las circunstancias asumidas pot mi colega (no quiero
decir qne diera el paso pata asumidas, sino que ya se enconttaba dentro de
esa asunción) la frase, evidentemente, pregunta si hay o no un libro de texto
que se exija para ese curso en particular; pero dentro de Jas circunstan
cias' anunciadas por la respuesta correctora de la estudiante, l a frase es,
con igual evidencia, una pregunta sobre la posición del profesor (dentro
del espectro de posiciones disponibles en la teoría literaria contemporá
nea) respecto al status del texto. Nótese que no estamos ante un caso de
indeterminación o de indiferenciadón, sino de una determinación y
diferenciación que no siempre tienen la misma forma y que puede, y en
este ejemplo lo hace, cambiar. Mi colega no dudaba entre dos (o más)
significados posibles de la frase, más bien, aprehendió inmediatamente
lo que le pareció ser un significado inevitable, dada su comprensión pte-
estructutada de la situación, para luego aprehender otro significado ine
vitable al alterarse dicha comprensión. No se impuso (palabra al gusto
2 Validity in Interpretarían, New Haven, Yale University Press, 1967, pp. 218-219.
J ¡h e Ahm ofhiterpretation, Chicago, University o f Chicago Press, 1976, p.l.
forma que quiere Hirsch, tendríamos que realizar un esfuerzo. Se podría
objetar que en el texto de Hirsch, «el aíre está frío»l no tiene ningún
contexto, sino qne ha sido meramente presentado y, por lo tanto, cual
quier acuerdo referente a su significado debe basarse en las propiedades
no contextúales de la frase. Pero hay un contexto y el síntoma de su pre
sencia es, precisamente, la ausencia de toda referencia a él. Es decir,
incluso es imposible pensar en una frase con independencia dei contex
to y cuando nos piden que tomemos en cuenta una frase sin especificar
su contexto, automáticamente la entenderemos dentro del contexto en
el que con mayor frecuencia se encuentra. Por Jo tanto Hirsch invoca un
contexto al no invocarlo. Al no rodear la frase con sus circunstancias, nos
lleva a imaginarla en las circunstancias en las que es más posible que apa
reciera y, al hacer esto, es como darle la forma que, en ese momento,
patece la única posible.
¿A qué conclusiones podemos llegar a partir de estos dos ejemplos?
En primer lugat, ni mi colega, ni el lector de k frase de Hirsch se ven
constreñidos por los significados que puedan tener las palabras dentro de
un sistema lingüístico normativo y, sin embargo, ninguno de ellos es
libre para conferir sobre una ftase el significado que quieta. De hecho,
«conferir» es, precisamente, una palabta equivocada porque implica un
procedimiento en dos etapas en el que un oyente o lector primero escru
ta una frase y luego le da un significado. Los argumentos de las páginas
anteriores se podrían reducir a la afirmación de que no existe tal primer
paso, que entendemos una frase desde dentto del conocimiento de sus
propósitos, y no de maneta preliminar, y que entender ya es haberle asig
nado una forma y un significado. En otras palabras, el problema de
cómo se determina el significado sólo es un problema si existe un punto
en el que su determinación no haya sido realizada. Yo defiendo que no
existe tal punto.
No estoy diciendo que nunca nos encontremos en la situación de
tener qne descubrir conscientemente lo que significa una frase. De
hecho, mi colega se encontraba en esa situación cuando la estudiante
le informó de que no había entendido la pregunta que ella le quería
hacer («No, no, quieto decir que si en esta clase creemos en los poemas
y en las cosas o si sólo es cosa nuestra») y, por lo tanto, tenía qne des
cubrirla. Pero el «la» en este caso (o en cualquiet otro) no es una colec
ción de palabras que espera se le asigne un significado, sino una frase
cuyo significado, ya asignado, ha demostrado ser inapropiado. Aunque
mi colega tenía que empezar de nuevo, no lo tenía que hacer desde el
punto de partida y, de hecho, nunca estuvo en el punto de partida,
pues desde el comienzo su entendimiento de la pregunta de la estu
diante estuvo informado por su asunción de las preocupaciones que
ésta podía tener. (Es por esto por lo que él no eta «libre» incluso aun
que no estuviera constreñido por determinados significados.) Es dicha
asunción, más que su actuación dentro de ella, lo que fue puesto a
prueba por la cotrección de la estudiante. Ella le dijo que había malen
tendido lo que ella quería decir, peto eso no es decir que hubiera come
tido un error ai combinar sus palabras y su sintaxis en una unidad sig
nificativa. Más bien se trataba de que la unidad significativa que él
inmediatamente discernió estaba hecha en función de una identifica
ción equivocada de las intenciones de ella (hecha antes de que ella
hablara). Él estaba preparado ante ella para escuchar el tipo de cosas
que los estudiantes ordinariamente dicen el primer día de clase y, por
lo tanto, eso fue lo que escuchó. Et no había leído mal el texto (su error
no fue de cálculo) sino que había pre-leído mal el texto y si hubiera teni
do que corregirse a sí mismo, habría tenido que hacer otta (predeter
minación de la estructura de intereses de la que partía la pregunta.
Claro que esto es, exactamente, lo que hizo y cómo lo hizo es un tema
crucial cuya mejot respuesta sería considetar primeto las maneras en
las que no io hizo.
No lo hizo atendiendo al significado literal de la respuesta de ella,
es decir, éste no es un caso en el que alguien que ha sido malintetpre-
tado aclara lo que quiere decir haciéndolo más explícito por medio de
variaciones o adiciones en las palabras de tal manera que su sentido sea
inequívoco. Dentro de las circunstancias de la frase, según él las1 asume,
las palabtas de ella son perfectamente claras y, lo que ella está hacien
do es pedirle que imagine otras circunstancias en las que las mismas
palabras sean las mismas, pero diferentemente claras. Tampoco se trata
de que las palabras que ella añade («No, no, quiero decir...») le diríjan
hacia esas otras circunstancias eligiéndolas de un inventario de todas
las posibles, pues si ese fueta el caso, tendría que haber una relación
inherente entre las palabras que pronuncia y un conjunto particular de
circunstancias (esto sería literalidad del más alto nivel), de manera tal
que cualquier hablante competente de esa lengua, al escuchar dichas
palabras, se viera inmediatamente referido a ese conjunto. Pero yo le
he contado esta historia a varios hablantes competentes que, simple
mente, no lo entendían y un amigo -profesor de filosofía- me dijo que
en el intervalo de tiempo que transcurrió desde que escuchó lo aconte
cido hasta mi explicación (cómo fui capaz de hacetlo es otro tema
importante) se encontró preguntándose «¿Qué tipo de chiste es este?
¿no lo he cogido?». Durante algún tiempo sólo era capaz de escuchar,
como le ocurriera a mi colega, «¿Hay un texto en esta clase?»; las pala
bras adicionales de la estudiante, lejos de llevarle a otra interpretación,
sólo le hacían más consciente de su distancia miento, Por el contrario
también están los que no sólo entendieron la histoda, sino que lo hicie
ron antes de que yo terminara, es decir, sabían de antemano lo que
seguía en cuanto dije que a un colega ie habían preguntado «¿Hay un
texto en esta ciase?». ¿Quién era esa gente y qué era lo que hacía que
su comprensión de la historia fuera tan inmediara y fácil? Bueno,
podríamos decir que son personas que me escuchaban conociendo de
antemano mi posición respecro a dererminados remas (o que sabían
que yo rengo una posición). Es decir, escuchan «¿Hay un texro en esta
ciase?» según aparece al comienzo de la anécdota (o como tirulo de un
artículo) a la luz de su conocimiento de lo que yo puedo hacer con ella.
La escuchaban en mi boca, en circunstancias que habían comprometi
do mi inclinación en determinados temas.
Mi colega, finalmente, era capaz de entenderla de esa manera,
como si viniera de mí, no porque yo estuviera en su clase, ni porque
la pregunta de la estudiante me señalara a mí de una manera que
tesulrara evidente para cualquier oyenre, sino porque él podía pensar
en mí, a rres oficinas de la suya, diciéndole a los estudiantes que no
hay significados determinados y que la estabilidad de un texto es una
ilusión. De hecho, según él mismo cuenta, el momento de reconoci
miento y comprensión fue cuando se dijo «¡Ah, otta víctima de Fish!»,
N o lo pensó porque !as palabras de la chica la identificaran como raí,
sino por su habilidad para verla como tai víctima que informaba la
percepción de sus palabras. La respuesta a la pregunta «¿Cóm o llegó
él a las circunstancias, dentro de las que ella quería ser entendida, a
parrir de esas palabras?», es que él ya renía que estar pensando dentro
de esas circunstancias para poder escuchar dichas palabras referidas a
ellas', Por lo ranto, la pregunra tiene que ser rechazada porque asume que
la construcción del senrido lleva a la identificación del conrexto de la
frase, en lugar de a la inversa. Esto no quiere decir que el contexto sea
anterior y que, una vez identificado, pueda empezar la construcción del
significado, Esto sólo invertiría el orden de la secuencia que esrá fuera de
lugar puesto que las dos acciones que ordena (la identificación del con
texto y el conferirle sentido) ocurren simultáneamenre. No decimos:
«Aquí estoy en una situación; ahora puedo empezar a determinar lo
que significan estas palabras». Estar en una siruación es ver las pala
bras, éstas u otras, como ya significativas. Para mi colega comprender
que podía estar anre una de mis vícrimas era, al mismo tiempo, escu
char lo que ella decía como una pregunta sobre sus creencias teóricas,
Pero disponer de una pregunta con «cómo» sólo es provocar otra; si
la pregunta de. ella no le llevó al conrexto de la frase, ¿cómo llegó a él?
¿Por qué pensó en mí diciéndole a los estudiantes que no hay significa
dos determinados y no en otra persona o en orra cosa? En primer lugar,
püede que sí lo hiciera, es decir, puede que adivinara que ella venía de
otro lado (al preguntar, digamos, si la clase se iba a centrar en los poe
mas y ensayos o en nuestra respuesra a ellos, pregunta emparenrada con
la que hizo pero bastanre distinta) o puede que simplemenre se hubiera
liado, como le ocurriera.a mi amigo filósofo, confinado, ante la ausencia
de una explicación, a la primera determinación de las preocupaciones de
k chica, incapaz de comprenderla de otra manera. Entonces, ¿cómo lo
hizo? En parte lo hizo porque podía hacerlo. Fue capaz de llegar a ese
contexto porque ya formaba parte de su manera de organizar el mundo
y sus hechos. El ya disponía de la categoría, «una de las vícrimas de Fish».
Claro que esa caregoría no ie tenía a éi, es decir, que su mundo no siem
pre esruvo organizado por ella y ciertamente no estaba presente al
comienzo de su conversación. Pero estaba disponible y todo lo que tenía
que hacer era recordarla para encontrar ios significados que comportaba.
(Si no lo hubiera esrado, el camino de su comprensión habría sido dife
rente y, en breve, nos ocuparemos de esa orra consideración.)
Sin embargo, esro lleva nuestra investigación más allá. ¿Cómo o por
qué la recordó? La respuesta a esta pregunta tiene que ser especulariva y
comenzaría con el reconocimiento de que cuando algo cambia, no todo
cambia. Aunque la comprensión, por parte de mi colega, de sus circuns
tancias se transformara a lo largo de la conversación, ésras seguían sien
do entendidas como académicas, y dentro de esa continua (aunque mo
dificada) compresión, las direcciones que pudiera haber tomado su
pensamiento ya estaban severamente limitadas. Él sigue pensando, como
al principio, que la pregunta de la estudiante tenía algo que ver con los
asuntos generales de la universidad y con la literatura inglesa en particu
lar y son las etiquetas organizativas asociadas con estas áreas de expe
riencia las que tenían más posibilidades de ocurrírsele. Una de esas eti
quetas es «qué-pasa-en-otras-clases» y una de esas otras clases es la mía.
Por lo tanto, a través de una vía que no está ni enteramente libre de mar
cas, ni totalmente determinada, llega a mí y a la noción de «una de las
víctimas de Fish» y, con eílo, a una nueva consrrucción de lo que su estu
dian re había estado diciendo.
Claro que esa vía habría resultado más transirable si él no hubiera
dispuesto de la categoría «una de las víctimas de Fish» como mecanis
mo decisivo para producir la inteligibilidad. ¿Si dicho mecanismo no
hubiera formado parte de su repertorio y no hubiera sido capaz de
recordarlo por 110 tener conocimiento de ello, cómo habría procedido?
La respuesra es que no habría podido hacerlo en absoluto, lo cual no sig
nifica que nos enconrremos arrapados para siempre en las categorías de
comprensión de que disponemos (o que disponen de nosorros), pero
la inrroducción de nuevas categorías o la expansión de antiguas para
poder incluir datos nuevos (y por lo tanto nuevamente vistos) siempre
tiene que venir desde fuera o desde lo que se percibe, durante un tiem
po, como lo exterior. En el caso de que él hubiera sido incapaz de iden
tificar la estrucrura de las preocupaciones de la estudiante porque
nunca hubieran sido las suyas, hubiera sido la obligación de la mucha
cha explicárselas, Y ahora nos encontramos con orro caso del proble
ma que hemos estado analizando. Ella no podía explicarse variando o
añadiendo otras palabras, siendo más explícita, porque sus palabras
sólo setían inteligibles si él tuviera el conocimiento que se supone tras
miten, el conocimiento de las asunciones e intereses de donde surgen.
Por tanto es evidente que ella tendría que haber vuelto a empezar, si bien
no desde cero (de hecho, empezar desde cero nunca es posible), pero
tendría que haber vuelto hasta un punto en el que existiera un acuerdo
compartido de lo que era razonable decit, para que se pudiera producir
una base de entendimiento nueva y más amplia. En csre caso en particu
lar, por ejemplo, ella podría empezar por el hecho de que su interlocutor
ya sabe lo que es un texto, es decir, tiene una maneta de pensar sobre ello y
que esa manera es la responsable de s« forma de entender la primera pre
gunta como referida a los procedimientos burocráticos de la clase (recor
demos que «él» ya no es mi colega, sino alguien que no tiene sus cono
cimientos específicos). Ella tiene que esforzarse por extender o poner a
ptueba esa manera de pensar primero, tal vez, señalando que hay otras
personas que piensan de forma distinta sobre los textos y, luego, inten
tando encontrar una categoría de su propio entendimiento que pueda
servir como una analogía para el entendimiento que él todavía 110 com
parte. Él puede estar familiarizado, por ejemplo, con esos psicólogos que
defienden el poder constitutivo de la percepción o con la teoría de lo
compartido por los espectadores de Gombrich, o con la tradición filo
sófica en la que la estabilidad de los objetos siempre ha sido materia de
discusión. El ejemplo tiene que segnit siendo hipotético porque sólo
puede encarnarse después de la determinación de unas creencias y asun
ciones particulares que hadan necesaria la explicación, pues sean las que
sean, dictarán la estrategia a seguir para suplantarlas o cambiarlas,
Cuando dicha estrategia haya tenido éxito es cuando sus palabras resul
tarán claras, no porque la muchacha las haya refotmulado o refinado
sino porque ahora serán entendidas dentro del mismo sistema de inteli
gibilidad del que partieron.
Es decir, ese interlocutor hipotético con el tiempo llegará al mismo
punto de comprensión del que disfrutaba mi colega cuando pensó, «Ah,
otta de las víctimas de Fish», aunque seguramente pensaría otra cosa. Sin
embargo, la diferencia no debe oscurecer las semejanzas básicas entre las
dos experiencias, una real y la otra imaginaria. En ambos casos las pala
bras pronunciadas son inmediatamente entendidas dentto de un con
junto de asunciones respecto a la dirección desde la que proceden y, en
ambos casos, lo que se requiete es que el entendimiento tenga lugar den
tro de otro conjunto de asunciones en relación con las cuales, las mismas
palabras («¿Hay un texto en esra clase?») ya 110 setían las mismas. Lo que
ocurre es que, mientras mi colega es capaz de cumplir con ese requisito
al recordar un contexto de la frase que ya forma parte de su repertorio,
el repertorio de su hipotético suplantadot tiene que expandirse para
incluir ese contexto por si algún día se encontrara en una situación simi
lar y tuviera que recordarlo.
Por lo tanto, la distinción que hay que hacer es entre tcnet una habi
lidad o necesitar adquirirla, pero no es una distinción esencial porque las
vías por medio de las cuales, por una parte, se puede ejercer y, pot otra,
aptendet dicha habilidad no son semejantes. Son semejantes, sobre todo,
porque están semejantemente 110 determinadas por las palabtas. Al igual
que las palabras de la estudiante no dirigirán a mi colega hacia un con
texto del que ya dispone, del mismo modo fracasarán al intentar que
alguien no preparado con ese contcxto, lo descubra. Y, sin embargo, en
ninguno de los dos casos la ausencia de dicha determinación mecánica
supondrá que la vía a seguir haya sido elegida aleatoriamente. El cambio
desde una estructura de entendimiento a otra no es una ruptura sino una
modificación de los intereses y preocupaciones que ya estaban allí y, por
tanto, constriñen la dirección de sus propias modificaciones'. Es decir, en
ambos casos el oyente ya se encuentra en una situación informada por
propósitos y metas tácitamente conocidos y, en ambos, termina en otra
situación cuyos propósitos y metas mantienen una elabotada relación
(de contraste, oposición, expansión, extensión) con los que suplantan.
(Lo que no pueden es no mantener ninguna relación) Sólo se trata de
que en un caso la red de elaboración (desde el texto, como evidente obje
to físico, al tema de si el texto es o no un objeto físico) ya ha sido articu
lada (aunque oo todas sus articulaciones se encuentren centradas al
mismo tiempo; la selección siempre tiene lugar), mientras que en el otro
la articulación de la red es el trabajo de profesor (aquí de estudiante) que
comienza, necesariamente, con lo ya dado.
La semejanza final entre los dos casos es que en ninguno se asegura el
éxito, No era menos inevitable que mi colega tropezara con el contexto de
la frase de sil estudiante que el que ella presentara ese contexto a alguien
sin ptevio conocimiento de él, De hecho, si mi colega no hubiera perma
necido sorprendido (sí, sencillamente, no hubiera pensado en mí), la estu
diante tendría que haberlo atraído de una manera indiferenciable a la que
utilizaría con alguien a quien quisiera llevar a un nuevo conocimiento, es
decir, comenzando con la forma de su actual entendimiento.
Me he entretenido tanto con el desarrollo de esta anécdota que su
telación con el problema de la autoridad en clase y en la crítica litera
ria puede parecer oscura. Déjenme que la recuerde volviendo a la pos
tura de Abrams y otros, según la cual, la autoridad depende de la exis
tencia de un determinado corazón significativo, porque sin él no habría
manera normativa ni pública de construir lo que alguien dice o escribe,
con el resultado de que la interpretación se convierte en un tema indi
vidual y privado, ninguno de los cuales puede ser puesto en duda o
corregido. En la crítica literaria eso significaría que no se podría decir
si una interpretación es mejor o peor y, en la clase, que no tendríamos
tespuesta para el estudiante que nos dijera qne su interpretación es tan
válida como la nuestra. Sólo se puede evitar un relativismo totalmente
debilitador si existe una base de acuerdo com parado que guíe la inter
pretación y proporcione un mecanismo para escoger entre varias inter
pretaciones.
Pero lo que quería hacer con mi análisis era demostrar que, aunque
«¿Hay un texto en esta clase?» no tenga un significado determinado, un
significado que sobreviva a los cambios de situación, en cualquier situa
ción podemos imaginar que el significado de una frase es perfectamen
te claro o, a lo largo del tiempo, susceptible de ser aclarado. ¿Qué es lo
que hace esto posible, si no son las «posibilidades y normas» ya codifi
cadas en el lenguaje? ¿Cómo tiene lugar (a comunicación si no es con
refetencia a una norma pública y estable? La respuesta, implícita en todo
lo que hasta ahora he dicho, es que la comunicación tiene lugar dentro
de situaciones y que encontrarse en una situación ya es estar en posesión
de (o poseído por) una estructura de asunciones, de prácticas que son
relevantes en relación con los propósitos y metas previamente estableci
dos. Dentro de la asunción de esos propósitos y metas es donde, inme
diatamente, se entiende cualquier frase. Y enfatizo ei «inmediatamente»
porque creo que el problema de la comunicación, como io postula
Abrams, sólo es un problema porque él asum e una distancia entre ¡a
recepción de una frase y la determinación de su significado. Un tipo de
espacio muerto en el que sólo se dispone de las palabras y luego hay que
enfrentarse con la tarea de articularlas. Si existiera dicho espacio, un
momento antes de que empiece la interpretación, sería necesario poder
recurrir a un procedimiento mecánico y algorítmico por medio del cual
se podrían calcular los significados y localizar los errores en relación con
ellos, Lo que yo he estado defendiendo es que los significados aparecen
ya calculados, no por la existencia de uotmas inherentes al lenguaje,
sino porque el lenguaje siempre es percibido, desde el primer instante,
dentro de una estructura de normas. Sin embargo, esa estructura no es
abstracta e independiente, sino social y, por lo tanto, no se trata de una
sola estructura con una relación privilegiada con el proceso de comuni
cación, como tiene lugar en cualquier situación, sino usía estructura que
cambia cuando una situación, con su trasfondo de prácticas, propósitos
y metas, lleva a otra. En ottas palabras, la base de acuerdo compartida
que buscan Abrams y otros nunca deja de aparecer, aunque no siempre
es la misma.
Muchos encontrarán en esta última frase, y en el argumento de la que es
conclusión, nada más que una versión sofisticada del relativismo que
temen. N o es bueno, dirían, hablar de normas y estándares que son espe
cíficos para un contexto, porque esto sería meramente autorizar una infi
nita pluralidad de normas y estándares, quedándonos sin una manera
para decidir entre ellos y entre los sistemas de valores en competencia
respecto a los que desempeñan su función. En breve, tener demasiados
estándares es como no tener ninguno.
En cierto sentido este contraargumento es irrefutable» peto en otro
resulta, finalmente, i (relevan te. Es i (refutable como conclusión general y
teórica; la postulación de normas específicas para un contexto o institu
ción anula la posibilidad de una norma cuya validez sea reconocida por
todos, sin importar la situación. Pero esto es irrelevante para cualquier
individuo en particular puesto que, dado que todo individuo está situado
en alguna parte, no existe nadie para quien ia ausencia de una notma no
situacional tenga ninguna consecuencia práctica, pues su funcionamiento
o la confianza en su habilidad para funcionar se vería impedida. De mane
ra que, aunque sea generalmente cierto que tener muchos estándares es
como lio tener ninguno, no es cierto para nadie en particular (puesto
que no hay nadie que hable desde una posición de «generalidad») y, pot
lo tanto, es una verdad de la que podemos decit que «no importa».
En otras palabras, aunque el relativismo sea una posición con la que
podamos jugar, también es una posición que nadie puede ocupat. Nadie
puede ser relativista porque nadie puede lograr uua distancia con respecto
a sus creencias y asunciones que daría lugar a que tuvieran tan poca auto
ridad para él como las mantenidas por otros. El miedo a que en un
mundo de normas y valores indiferentemente autorizados el individuo
se encuentre sin una base para la acción, no tiene fundamento porque
no hay nadie que sea indiferente a las normas y valores que permiten que
exista su conciencia. El individuo actúa y argumenta en el nombte de
normas y valores mantenidos personalmente y lo hace con toda la con
fianza que aportan las creencias. Cuando dichas creencias cambian, las
normas y valores que antes recibían un total asentimiento quedarían
degradadas al status de opiniones, convirtiéndose en objetos de atención
crítica y analítica. Pero dicha atención será posible por un nuevo con
junto de normas y valores que, por el momento, no son ni examinadas
ní puestas en duda, al igual que ocurriera con las que sustituyen. La cues
tión es que nunca hay un momento en el que no creamos en nada, en el
que la conciencia sea inocente respecto a rodas y cada una de las catego
rías del pensamiento y, sean cuales sean las categorías del pensamiento
operativas en un momento dado, éstas servirán como fundamento no
puesto en duda.
Supongo que, ahora, un defensor de los significados determinados
gritaría, «solipsismo», y argumentaría que una confianza que tiene como
fuente las categorías del pensamiento individual no tendrían valor públi
co. Es decir, sin conexión con cualquier sistema de significados compar
tido y estable, no sería posible efectuar las actividades verbales cotidia
nas; una inteligibilidad compartida sería imposible en un mundo en el
que cada persona se encontrara atrapada en el círculo de sus propias
asunciones y opiniones. La respuesta a ese planteamiento es que las asun
ciones y opiniones individuales no son «las propias» en ningún sentido
que pudiera dat cuerpo al miedo al solipsismo. Es decir, el individuo no
es su origen (de hecho sería más apropiado decir que ocurre a la inver
sa); más bien, es su disponibilidad previa Ja que delimita de antemano
Jos caminos qne puede tomar su conciencia. Cuando mi colega estaba
intentando entender la pregunta de la estudiante («¿Hay un texto en esta
clase?») ninguna de las estrategias interpretativas a su disposición eran
exclusivamente suyas, en el sentido que las pensara él, sino que eran la
consecuencia del pre-entendimienro de los intereses y metas que pudie
ran animar el discurso de alguien perteneciente a la institución de la aca
demia americana. Intereses y metas que no son propiedad particular de
nadie pero que vinculan a todo el mundo para quien su asunción sea tan
habitual como para no tener que pensarlo. Ciertamente vincularon a mi
colega y a su estudiante quienes eran capaces de comunicarse e incluso
de razonar sobre las intenciones del otro, no porque sus esfuerzos inter
pretativos estuvieran constreñidos por la forma de un lenguaje inde
pendiente, sino porque su comprensión compartida de lo que podía
estar en juego en la situación de una clase, daba lugar a un lenguaje que
para ellos tenía una misma forma (o sucesión de formas), Esa com
prensión compartida es la base de la confianza con la que ellos habla
ban y razonaban, pero sus categorías son las suyas propias en tanto que
actores dentro de una institución a la que pertenecen y de la que cono
cen las formas de producir sentido, sus sistemas de inteligibilidad. Por
esto es por lo que resulta tan difícil, para alguien cuyo ser se encuentre
definido por su posición dentro de una institución (si no esta, otra),
explicarle a alguien ajeno una práctica o significado que para él no
requiere explicación alguna, porque lo considera natural. Cuando
dicha persona se siente presionada es fácil que diga, «pero así es como
se hace» o «¿pero no resulta evidente?», testificando de esa manera que
esa práctica o significado es propiedad de una comunidad como, en
cierto sentido, lo es él.
Por lo tanto, vemos que (1) la comunicación tiene lugar, a pesar de la
ausencia de un sistema de significados independiente y libre-de-contexto,
que (2 ) los que participan de esa comunicación lo hacen con confianza y
no provisionalmente (no son relativistas) y que (3) aunque su confianza
tiene su fuente en un conjunto de creencias, esas creencias no son especí
ficamente individuales o idiosincráticas, sino comunales y convencionales
(no son solipsistas).
Claro que lo que temen Abrams y Hirsch es ai solipsismo y al relati
vismo y eso es lo que les lleva a argumentar la necesidad de significados
determinados. Pero si, en lugar de actuar por su cuenta, los intérpretes
actuaran como extensiones de una comunidad institucional, desapare
cen el solipsismo y el relativismo como temores porque no son formas
posibles de ser. Es decir, la condición necesaria para que alguien sea
solipsista o relativista, la condición para ser independiente respecto a las
asunciones institucionales y libre para originar propósitos y metas pro
píos, nunca puede ser realizada y, por io tanto, no tiene sentido intentar
protegerse de ella. Abrams, Hirsch y compañía, invierten mucho tiempo
en la búsqueda de maneras para limitar y constreñir la interpretación,
pero si pudiéramos generalizar el ejemplo de mi colega y su estudiante
(y evidentemente creo que podemos), nunca encontrarán lo que están
buscando, En breve, mi mensaje para ellos no es un reto, sino un con
suelo para que no se preocupen.
HAYDEN WHITE (1 9 2 8 ) es profesor emérito de Historia del pen
samiento en. la Universidad de California, Santa Cruz, y profe
sor de Literatura comparada en la Universidad de Stanford. En
1965 publica su ensayo «The Burden of History», que más tarde
incluiría en Tropics o f Disemine (1 9 7 8 ), en el que plantea por
primera vez el problema que supone la doble consideración de
la historia como arte y como ciencia. En 1968 tradujo del fran
cés Sciences bumaines et philmophie> de Luden Goldman». En
Metefhistory: The Histórica! Imagination (1 9 7 3 ), traza una ambi
ciosa poética de la historia, ofreciendo un complicado esquema
a partir de cuatro posiciones respecto al estudio de la historia: for
malista, mecanicista, organicista y con textualista. A esto añade
una teoría tropológlca tomada de Giambattista Vico y Kenneth
Burlte, según la cual a cada perspectiva le corresponde un tropo
dominante: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía, respecti
vamente. A lo largo de libros como Tropics o f Disemine (1978),
The Contení o f the Form (1987) y Figitml Realísm (1 9 9 7 ), White
desarrolla la idea de que la decisión de n arrar ¡vi/ar eventos rea
les como «historia» cumple la función ideológica de afianzar la
naturaleza significativa del pasado, reprimiendo la posibilidad
de codificar la realidad como caótica y carente de sentido. Así,
se convierte el pasado en objeto de deseo dotándolo del mismo
tipo de coherencia que está presente en un relato. Su método crí
tico h a estado influido por el existencia! ismo, en so énfasis en la
libertad y responsabilidad ante el mundo. Para White la multi
plicidad de elecciones en los modos de representación del dis
curso histórico supone la posibilidad de varias historias diferen
tes, y por consiguiente, de varios fiiruros potenciales. La obra de
White, además, sirve de advertencia contra el tipo de crítica
practicado por el Nuevo Historie ismo, que pretende basar sus
lecturas de textos literarios en sus correspondientes contextos
históricos. La historia nunca podrá ser el soporre neutro, factual
para sus interpretaciones, puesto que tiene los mismos cimien
tos herinenduticos que los propios textos literarios. La idea del
contexto histórico en sí, tomada como conjunto, constituye una
interpretación concreta elegida con un determinado propósito y,
por lo ranto, resulta tan problemática como el texto literario que
se enmarca en ese contexto.
Hayden White
Retórica de la interpretación*
Dans une clairiere reservée par des beaux arbres dont plusieurs
étaient aussi anciens que lui, plante a l’écart, on te voyait de loin, sveke,
immobile, durci, ne laissant par la brise que la retombée plus Icgete de
son panache pále et frémissant, Le X VlIIe siécle avait épuré l’élégance de
ses lignes, mais, fixant le style du jet, sembkit en avoir arrété la vie; tí
cette distante on avait l’impressioit de l’art plutót que la seasation de
l’eau. Le nnmage humilde Ini-méme qui s’amoncelait perpétnellement á
son faite gardait le caractere de l’époqiie córame ceux qui dans le ciel
s’assemblent autour des palais de Versailles, M ais de prés on se rendait
compre que tout en respectan!, comme les pierres d’un palais antique, le
dessin préalablement tracé, c’était des eaux loujours nouvelíes qui, s’é-
lancant et vonlant obéir aux ordres anciens de l’atchitecte, ne les accom-
plissaient exactement qu’en paraissanr les violer, leurs mil le bonds épats
pouvant seuls donner á distanee l’impression d’un unique élan, Celui-ci
était en réalité aussi souvent interrompu que I’éparpillemem de la chute,
alors que, de loin, il m’avait paru infléchissable, dense, d’une contimiiré
sans lacune. D'unpeuprés, on voyait que cette contimrité, en apparence
toute linéaire, étair assnré á tous les points de l’ascenskm du jet, partout
Olí il aurait d ú se briser, par l’ e n r r é e en ligne, par la reprise latérale d’un
jet paral lele qui montait plus haute que le premiere et était lui-méme, a
une plus grande hauteur, mais ciéjá fatigante pout luí, relevé par rrn tii-
siéme. D eprh, des gouttes sans forcé retombaient de la colonne d’eau en
croisant au passage leurs soeurs montantes et parfbis, d'chirées, saisies
dans un remous de l’air rroublé par ce jaillissement sans tréve, flottaient
avant d’etre chavirécs dans le bassin. Elles contrariaent de leurs hésita-
dons, de leur trajet en sens inverse, et estompaient de leur molle vapenr
la tectitude et la tensión de cette tige, portant au-dessus de soi un nuage
oblong fait de mille gouttelettes, mais en apparence peint en brun doré
et immuable, qui montait, infrangibie, immobile, él aneé et rapide, s’a-
jouter aux nuage du ciel. Malheureusement un coup de vent suffisait i
l’envoyer obliquement sur la terre; parfeis méme un simple jet déso-
béissarit divergeait et, si elle ne s’étak pas tenue a une distance respec-
teuse, autait mouillé jusqii’aux moelles la fonle imprudente et contem-
plative1.
* Ed. cast.: trad, Consuelo Bergés, Madrid, Alianza, 1998, pp, 71-72,
dirigida hacia e] esfuerzo de «reconocet e identificar» el objeto, es lo que
nos permite, siguiendo lo indicado por Gétard Genette, ver esta escena
como una auténtica narrativa. De hecho, más que una «pausa descripti
va» se puede considerar esta escena como una pequeña narrativa dentro
de otra mayot, en la que se relatan los acontecimientos del regreso de
Marcel a la sociedad de la que ha estado ausente durante diez años. Si
aceptamos esta caracterización de la escena podemos plantearnos su
estructura, por una parte, como una especie de interpretación narrativa
y, por otra, su función metanatrativa (como una «interferencia» narrati
va de la narración más amplia de k que forma parte).
En su comentario sobre la escena de la «interpretación» de la fuente
de Robert por parte de Marcel, Genette simplemente reproduce el texto
y marca los términos que indican su duración y la actividad de los pro
tagonistas como un «travail de la perception» y «du discernement», Es
un ejemplo, indica, de la típica descripción en fotma natrativa proustia-
na: «toute une précoce éducation de l’art de voir, de dépasser les faux
semblants, de discerner les vraies identités,,,»2, Sin embargo, si tenemos
en cuenta las modalidades figurativas utilizadas en las sucesivas caracte
rizaciones de la fuente, podemos notar dos aspectos de esa interpretación
narrativa del «jet d’cau». Una es la estructura tropológlca dei pasaje que
lo dota de un significado muy distinto al del contenido temático obser
vado por Genette («l’activité perceptive du personnage contemplant, de
ses impressions, découvertes progressives, changements de distance et de
perspective, erreurs et corrections, enthousiasmes et deceptions, etc,»3},
De hecho, las cuatro caracterizaciones sucesivas de la fuente se realizan,
respectivamente, en los modos de la metáfora, la metonimia, k sinécdo
que y la ironía, Esto nos indica algo sobre la «lógica» narrativa del pasa
je y nos proporciona una manera de caracterizar la relación entre la
narración y la descripción en la interpretación proustiana, si no en la
interpretación en general.
El otro aspecto del pasaje tiene que ver con su parecido estructural
con las tres escenas interpretativas discernibles que lo preceden dentro de
la narración más amplia que parecen interrumpir. Esas tres unidades
son: 1) el primer capítulo de Sodome et Gomorrbe que recoge las obser
vaciones del narrador, desde un escondite privilegiado, de k escena de
seducción homosexual, sus reflexiones sobre la naturaleza de ios «des
cendientes y habitantes de Sodoma» y su clasificación de ios géneros y
especies. Por el momento sólo indicaré que la mencionada taxonomía
proporciona descripciones o caracterizaciones sucesivas de cuatro espe
cies del género varón homosexual. 2) Ese prólogo se encuentra seguido
Más adelante, en el mismo capítulo, Swann explica por qn¿ el príncipe le asal
tó llevándole a una conversación en privado. El príncipe quería informarle de su
propia conversación en el caso Dreyiiisard, Swann dice no sorprenderse por la con
versación, entendiéndola como virtualmcnte inevitable, dada la «nature si droire»
del príncipe (Proust, op. cit., p. 712). Marcel señala que «Swann oubliait que, dans
l’apres-mkii, il m’avair dir au conrraire que les opinions en cette affaire D reytus
éraient commandées par Fatavisme». Mientras que Swann consideraba «inteligente»
la conversión de Saint-Loup a la cansa de Dreyfus, atribuía la del príncipe a su «droi-
ture du coeur», algo parecido a la «simpleza» que Marcel había percibido como el
secreto de la nobleza de carácter del príncipe durante su conversación con él, Pero
esa percepción de la nobleza de carácter es puesta en duda en el comentario de
Marcel sobre el reconocimiento de Swann de la «franqueza» del príncipe, «En réali-
tc, nous decouvrons toujoiirs aprés coup que nos adversaires avaient une raison d'e-
tre du parti oil ils sont et que ne tient pas a cc qu’il peut y avoir de juste dans ce
pañi, ec que ceux qui pensent comme nous, c’est que l’inrelligence, si leur narure
morale est trop basse por étre invoquée, our leur dfoiture, si leur penetration est fai-
ble, les y a contrainis.» (Ibidem.)
de figutación completamente diferente, ei de la metonimia. Desde un
punto de vista más próximo («Mais de pré.s») pareciera posible compren
derlo («on se tendait compte que»), respetando al mismo tiempo («tout en
respectant»), como las piedtas de un antiguo palacio, el diseño trazado con
anterioridad («comme les pierre.s d’un palais antique, le desin ptéalablc-
ment tracé»), el chorro de agua podía producir la «imptession d’un unique
dan» sólo lanzando nuevos torrentes de agua que, al salir hacia arriba y
obedeciendo las antiguas órdenes del arquitecto, las seguían al pie de la
letra («les accomplissaient exactement») dando la sensación («qu’en parais-
sant») de infringirlas («les violer»). El «diorto único», del que original
mente habíamos recibido la impresión, ahora se revela «en realidad, inte-
tmmpido con frecuencia como la dispersión de la caída, en tanto que en
la distancia parecía inflexible, sólido, sin tnptura en su continuidad».
Este es un pasaje muy importante, en muchas maneras, para mis pro
pósitos. En primer lugar, presenta dos contrastes: uno entte una «impres-
sion» original desde la distancia y las percepciones recibidas desde más
cerca que llevan a penetrar en la «realidad» del objeto en cuestión y otra
entre el diseño de un artista y su tealización en la propia obra de arte.
Pero, en segundo lugar, plantea una compleja relación entre las normas
tradicionales de la composición artística («ordrc.s andens de l’architecte»)
y la transgresión de esas normas que parece set necesaria para la creación
de cualquier obra de arte. De hecho, estas dos frases no sólo nos dicen
mucho de la noción proustiana de la diferencia entre apariencia y reali
dad ante cualquier objeto que parezca ser un todo, sólido, sin ruptura en
su continuidad, etc, sino que nos dicen incluso más de su noción del
papel de la figutación en la producción de la propia litetalidad.
Llamo metonímico al modo de figuración de este pasaje por dos razo
nes, Primero, reduce la apariencia «estética» del chorro a la cosa material que
es; después sustituye la causa material de la apariencia por su efecto visual.
Esa reducción queda sugerida figurativamente en el símil que vincula los
elementos fluidos del agua con las rígidas «piedras de un antiguo palacio».
En segundo lugar, el pasaje ttduce explícitamente la apariencia de orden del
chorro a la realidad de la necesidad de «violar» aparentemente los principios
que. gobiernan su composidón. Estas reducciones proporcionan la aproxi
mación tanto a la naturaleza de la creatividad artística, por una parte, como
a la manera en que, en adelante, hay que snterpretat los productos.
Pero Matcel (o Prousv) no nos deja con estas reducciones. Va más allá,
oftedendo otra descripdón más de la fuente, «D ’un peu pres», descripdón
que quiero llamar sinecdótica porque no consiste en otra cosa que en una
caracterización de la verdadera estructura, lo que podría considerarse como
el secreto estructural, del «jet d’eau». Este pasaje es d que presenta el len
guaje más literal de las cuatro descripciones; poco hay en él que pueda con
siderarse metafórico en el sentido común del tétmino. Espedfscamente, d
pasaje consiste en la explicación de cómo el efecto de una «continuité sans
lacune... en apparence toute linéaire» es producida por la disposición de los
chorros por parte del arquitecto. Verdadetamente es posible dibujar un dia
grama del recotrido de los chotros y de las relaciones entre ellos siguiendo
esta caracterización de sil estructura, de una manera que no podríamos rea
lizar con ninguna de las otras descripciones.
Al mismo tiempo, el sentido de este pasaje, tal vez por set tan literal,
por estar tan carente de tropos, resulte el más difícil de aptehender en tina
primera lectura. Parece difícil fotmatse lina «ímptesióii» de él porque trata
menos de «impresiones» del narrador que de la vetdadera estructura del
propio «jet d’eau». Aquí Marcel afirma que «uno vio» («on voyait») cómo
la «ininterrumpida continuidad del chorro» se aseguraba («était assurée»)
pot la estructura de su diseño que luego pasa a descrihit 0 pasaje no es
reductivo, como lo es el anterior, sino que es más bien esencializadon io
que tenemos es la tepresentación de la telación cutre los elementos de la
fílente de tal manera qne resulta imposible distinguir entre su «forma» y su
«contenido». A la manera de una sinécdoque, la fuente es «tomada en con
junto» como un todo indiferenciado con respecto a las pattes que lo cons
tituyen. Lo que es mis, esa descripción de la estructura de la fuente repro
duce la estructuta del ptopio pártafo: su continuidad -com o la del chotro
que describe—se asegura por el «entrar en línea», por la «incorporación
lateral» de una sucesión de descripciones, cada una en un modo diferente,
que «sube más que la anterior hasta una altura mayot pero asegutaíido su
dntación, apoyada en una tcrceta». Por lo tanto, la tercera descripción de
la fuente es una sinécdoque no sólo del «jet d’eau» sino también del párra
fo que describe dicha fuente de una manera cuádruple.
Podría parecer qne, después de haber totalizado una descripción del obje
to, la interpretación estaría completa, pero no es así. Todavía no tenemos una
descripción en primer plano («De ptés»). Esta, la cuarta descripción de la
fuente, se presenta utilizando un nuevo modo que quieto caracterizar como
irónico, no sólo poique, en la extravagancia de su técnica narrativa, llama la
atención sobre la arbitrariedad de los modos figurativos de las tres descrip
ciones que la preceden, sino porque además y sobte todo es internamente iró
nica, consistiendo en una personificación del «jet d’eau» en las dos primeras
frases seguidas por una abrupta inversión de esc proceso que devuelve la fuen
te a su condición de simple comente de agua en la tercera y última frase.
En esta última descripción no aparece abiertamente ningún sujeto
hablantes N o hay ningún «on voyait», «on avait l’imprcssion de», «on se
rendait compte que» o «il m’avuit patu» del tipo que nos hemos encon
trado en las otras desctipciones. El pasaje comienza diciendo «De prés,
des gouttes sans forcé...» qne Scott Moncrieff traducía con la siguiente
frase: «Vista de cerca, gotas sin fuerza...»5, que es una acertada vetsión de
6 Cities oftbe Plain, trad, C. K, Stott Moncrieff, Nueva York, Vintage Books,
1970, p. 43.
descripción también contrastan directamente con la asimilación de las
cualidades de la fuente con la «nobleza» sugerida por los tropos utiliza
dos en la primera descripción: «panache», «att» y «Versaillc.v». Mientras
que la cuarta descripción recupera metalépticamente el modo metafóri
co de la primera, en ambas altera radicalmente el dominio semántico del
que proceden sus tropos y abruptamente, casi con violencia, subvierte el
propio impulso a la metaforización ai recordar que la fuente es, a fin de
cuentas, sólo una fuente («desgraciadamente, un golpe de viento bastaba
para dispersarla oblicuamente sobte el suelo»).
Pot lo que se refiere a la relación de la cuarta descripción con la
segunda y la tercera podemos decir que tevisa de una manera significa
tiva el contenido figurativo de estas dos últimas. En primer lugar, el
movimiento de «ascenso», «caída» y «cruce» que se le asigna a las «gotu
res» y «gouttelettes» recoge las imágenes de «ruptura» y «dispersión» de
la segunda descripción y confirma el modo metonímico en el que es pre
sentada, incluso aunque efectivamente lo niegue por medio de la perso
nificación de los elementos del chorro. En segundo lugar, esa personifi
cación de las gotas de la fuente se presenta en oposición directa con, por
no decir que niega, el esquematismo esencialista de la terceta descripción
-sinecdótica-, en la que se presenta la estructura del «jet d’eau».
N o se trata de que la cuarta descripción sea la más precisa, correcta,
comprensiva y apropiada, en comparación con las ottas que pueden juz
garse como inferiores, La cuarta descripción parte del punto de observa
ción más próximo al objeto descrito, pero no es más precisa que las otras,
realizadas desde puntos más distantes. La cuarta descripción tampoco
puede set considerada como la que contiene la revelación o anagnóri$i$
que se supone que existe en el argumento hien hecho de toda narrativa
convencional. No se comprende mejor la fuente en la cuarta descripción
que en cualquiera de las otras tres precedentes. No se trata de que ahora
comprendamos la naturaleza de la fuente del mismo modo en que com
prendemos los acontecimientos sucesivos de una historia cuando nos
acercamos a su final y disponemos de cierta información que nos per
mite aprehendet el «sentido del todo».
Es cierto que, para el momento en que hemos registtado la cuarta
descripción, plenamente conscientes de su evidente modo irónico de
figuración, podemos discernir algo similar al tipo de «aigumento» que
permite lina correlación retrospectiva de acontecimientos de la historia,
reconociéndola como una historia particular, como una historia especí
ficamente irónica, Pero lo que nos permite comprender no es tanto la
naturaleza del «jet d’eau» como la de la propia figuración. Por medio de
este ejercicio de figuración, Proust presenta ante nosotros un modelo
pata comprender los ottos pasajes de descripción-por-narración en el
que se encuentra inmerso el pasaje en cuestión y que sólo parece «inte
rrumpir».
Digo que «parece» interrumpir porque, en verdad, el pasaje en el que
se describe la fuente con cuatro modos sucesivos de figuración comporta
la misma relación con las tres escenas interpretativas más amplias y exten
sas que tiene la cuarta descripción con las tres precedentes. Recordemos
que la escena de la fuente es la cuarta después de tres segmentos narrati
vos en los que Marcel «interpreta», siguiendo el mismo ptoceso de cuá
druple figuración, los temas de la homosexualidad masculina, los tipos
de parásitos sociales y la nobleza (en la petsona del príncipe de
Guermantes). No pondré a prueba la tolerancia para la pedantería del
lector (que ya habrá sufrido bastante), intentando demostrar que esas
tres escenas interpretativas precedentes tienen sustancialmente la misma
esttuctuta que la escena de la fuente. Pero una atenta relectura de la
bteve escena en la que Marcel es finalmente presentado al príncipe, la
escena que antecede inmediatamente a la interpretación de la fuente,
sugeriría las maneras en que esta última está relacionada con las prece
dentes dentro de la narrativa más amplia7.
En primer lugar, no hay una conexión casual ni lógica entre la esce
na en la que se interpreta la «nobleza» del príncipe y en la de que se inter
preta la fuente. La relación entte ellas sólo es trópica. Después de habet
intercambiado algunas palabras con el príncipe, Marcel, simplemente, se
«aleja» («je m’éloígnai»). Después ve al príncipe echando a Swann de la
fiesta «con la fuetza de una bomba de succión» y cuenta cómo su absor
ción en aquella compañía («tellement distrait dans le monde...») hahía
anulado sus poderes de percepción («[,..] que je n’appris que le surlende-
* Espeto que no se entienda que utilizo estos términos en ningún sentido teoló
gico, Según lo entiendo, una figura es «satisfecha» cuando todo el espectro tropoló
glco de la caracterbación metafórica de una cosa, persona, proceso, institución, etc.,
se elabora a lo largo del discurso. En ei caso de Proust, como he intentado demos
trar. lo que se ofrece originalmente como aprehensión metafórica de las cosas siem
pre ts subvertido por medio de caracterizaciones meronímkas y .sinecdóticas, dando
lugar a inversiones irónicas de la aprehensión original. No se trata de que lina «cosa»
satisfaga a otra sino de una sucesión de tropos o figuras del pensamiento que pro
gresivamente modifican, cualifican y, en última instancia, refuerzan o deshacen a la
figura que aparece en primer lugar dentro de la secuencia. Por lo tanto, pot ejem
plo, en el análisis de Marx de las «formas de valor» en el primer capítulo de El
Capital, el úlrimo término, «Ja forma numeraria del valor», podemos decir que
«satisface» al primer término, «la forma, elemen tal», en el sentido que invierte y reve
la su contenido ¡-atente. La relación enríe ei primer y úlrimo término de nna secuen
cia dada de figuraciones de una cosa no debe ser entendida como análoga a la que
gobierna la relación existente entre la premisa y la conclusión de un silogismo. La
tínica necesidad que gobierna las relaciones entre una sucesión de figuraciones es
tropológlca, es decir, viene dada por las posibles modalidades de la propia figuración
y no es de naturaleza lógica.
dad) sirve como «figura» que es progresivamente rellenada y (provisio
nalmente) «satisfecha» en la cuarta (arte). La «satisfacción» 110 debe ser
entendida a la manera de los exégetas bíblicos medievales para quienes, por
ejemplo, el Moisés del texto hebreo era una «figura» finalmente «satisfe
cha» en el Jesús del Nuevo Testamento, sino más bien como Dante uti
liza esa misma idea, como principio estructural de su Comedia, en la que
una vida en la tierra es tratada como figura de un significado inmanen
te finalmente manifiesto en un futuro (más allá del tiempo y del espa
cio, después de la muerte). En el caso de Dante, la «satisfacción» de la
vida «figurada» sobre la tira ta, consiste en la revelación de un orden de
significación cuádtuple de las acciones que constituyen (la historia de)
esa vida: literal, figurativa, moral y mística, Claro que para Dante, la
satisfacción de una figura constituía una auténtica revelación de su ver
dadero significado, de manera tal que la satisfacción de una figura da
lugar a su repetición pero, en ese caso, con su «contenido» y significa
do revelados como «continentes» o vehículos sensoriales de su signifi
cado latente, es decir, sólo como figura.
Para Proust, la ausencia de fundamento para la revelación del tipo de
significado final de Dante, reduce todo significado sólo a la «figuración».
Por esto es por lo que resulta legítimo leer la natrativa de Proust como una
alegoría de la propia figuración, siendo las modalidades de figuración por
él consttuidas las que sirven como unidades básicas de sus estrategias para
«argumentar» el drama de la conciencia qne es su tema más evidente.
La plausibilidad de esta lectura puede defenderse por un número de
puntuali?,aciones incluidas en el texto del pasaje que he estado conside
rando: «hasta entonces, como no había entendido, no veía»9, «La explica
ción es lo que te abte los ojos; despejar un etror nos ofrece un sentido adi
cional»10. «[,„] Y aquí la palabra fertilizar debe ser entendida en un sentido
moral, dado qne en el sentido físico la unión del varón con el varón debe
ser estéril...»15. «Pero algunas veces el futuro está latente en nosotros, sin
nuestro conocimiento y nuestras palabras, que creemos falsas, adelantan
una realidad inminente»12. Y, por último, con respecto a M , de Chatlus:
C o m i e n z a i.a d e s h u m a n iz a c ió n dei. a r t e
2 El «ultraísmo» es uno de los nombres más cetreros que se han forjado para
denominar la nueva sensibilidad.
3 Un ensayo se ha hecho en esle sentido extremo (ciertas obras de Picasso), pero
con ejemplar fracaso.
en la más abstracta línea ornamental vibra larvada una tenaz reminis
cencia de ciertas formas «naturales». En segundo lugar-y ésta es la razón
más impórtame-, el arte de que hablamos no es sólo inhumano por no
contener cosas humanas, sino que consiste activamente en esa operación
de deshumanizar. En su fuga de lo humano no le importa tanto el tér
mino ad quem, la fauna heteróclita a que llega, como el término a quo,
el aspecto humano que destruye. No se trata de pintar algo que sea por
completo distinto de un hombre, o casa, o montaña, sino de pintar un
hombre que se parezca lo menos posible a un hombre, una casa que con
serve de tal lo estrictamente necesario para que asistamos a su metamor
fosis, un cono que ha salido milagrosamente de lo que era antes una
montaña, como la serpiente sale de su camisa. El placer estético para el
artista nuevo emana de ese triunfo sobre lo humano; por eso es preciso
concretar la victoria y presentar en cada caso la víctima estrangulada.
Cree el vulgo que es cosa fácil huir de la realidad, cuando es lo más
difícil del mundo. Es fácil decir o pintar una cosa que carezca por com
pleto de sentido, que sea ininteligible o nula: bastará con enfilar palabras
sin nexo4, o trazar rayas al azar, Pero lograr construir algo que no sea
copia de lo «natural», y que, sin embargo, posea alguna sustanrividad,
implica el don más sublime.
La «realidad» acecha constantemente al artista para impedir su eva
sión. ¡Cuánta astucia supone la fuga genial! Ha de ser un Ulises al revés,
que se liberta de su Penélope cotidiana y entre escollos navega hacia el
brujerío de Circe. Cuando logra escapar un momento a la perpetua ase
chanza no llevemos a mal en el artista un gesto de soberbia, un breve
gesto a lo san Jorge, con el dragón yugulado a los pies,
I n v it a c ió n a co m prender
4 Que es lo que ha hecho la broma dadafcta. Puede irse adviniendo (véase la noca
anterior) cómo las mismas extravagancias y fallidos intencos del arce nuevo se deri
van con cierta lógica de su principio orgánico. Lo cua! demuestra r'x übitnditntia que
se trata, en efecto, de un movimiento unitario y lleno de sentido.
razón los viejas contri los jóvenes, siendo así que el mañana da siempre la ra
zón a los jóvenes contra los viejos? Sobre todo, no conviene indignarse ni gri
tar. Dove si grida non e vera scienza, decía Leonardo de Vinzi; Ñeque lugere
ñeque indignari, sed mtelhgere, recomendaba Spinoza. Nuestras convicciones
más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen
nuestros límites, nuestros confines, nuestra prisión. Poca es la vida si no piala
en ella un afán formidable de ampliar sus fronteras. Se vive en la proporción
en que se ansia vivir más. Toda obstinación en mantenernos dentro de nues
tro horizonte habitual significa debilidad, decadencia de las energías vitales.
El horizonte es una línea biológica, u íi órgano viviente de nuestro ser; mien
tras gozamos de plenitud, el horizonte emigra, se dilata, ondula elástico casi
al compás de nuestra respiración. En cambio, cuando el horizonte se fija es
que se ha anquilosado y que nosotras ingresamos en la vejez.
N o es tan evidente como suponen los académicos que la obra de arte
haya de consistir, por fuerza, en un núcleo humano que las musas peinan
y pulimentan. Esto es, por lo tanto, reducir el arte a la sola cosmética. Ya
he indicado antes que la percepción de la realidad vivida y la percepción
de la forma artística son, en principio, incompatibles por requerir una
acomodación diferente en nuestto aparato receptor. Un arte que nos
proponga esa doble mirada será un arte bizco. El siglo XIX ha bizqueado
sobremanera; por eso sus productos artísticos, lejos de representar un
tipo normal de arte, son tal vez la máxima anomalía en la historia del
gusto. Todas las grandes épocas del arte han evitado que la obra tenga en
lo humano su centro de gravedad. Y ese imperativo de exclusivo realis
mo que ha gobernado la sensibilidad de la pasada centuria significa pre
cisamente una monstruosidad sin ejemplo en la evolución estética. De
donde resulta que la nueva inspiración, en apariencia tan extravagante,
vuelve a tocar, cuando menos en un punto, el camino real del arte.
Porque este camino se llama «voluntad de estilo». Ahora bien: estilizar es
deformar lo real, desrealizar. Estilización implica deshumanización. Y
viceversa, no hay otra manera de deshumanizar que estilizar. El realismo,
en cambio, invitando al artista a seguir dócilmente la forma de las
cosas, le invita a no tener estilo. Por eso, el entusiasta de Zurbarán, no
sabiendo qué decir, dice que sus cuadros tienen «carácter», como tienen
carácter y no estilo Lucas o Soroila, Dickens o Galdós, En cambio, el
siglo XVIII, que tiene tan poco carácter, posee a saturación un estilo.
S i g u í : l a d e s h u m a n iz a c ió n d e l a r t e
La v u e it a d e l r e v é s
7 Sería enojoso repetir, bajo cada una de estas páginas, que cada uno de los ras
gos subrayados por mí como esenciales al arte nuevo han cíe entenderse en el senti
do de propensiones predominantes y no de atribuciones absolutas.
Has, lo mismo que d ojo al mirar no se ve a sí mismo- Dicho de otro modo,
pensar es el afán de captar medíante ideas la realidad; el movimiento
espontáneo de la mente va de los conceptos al mundo.
Pero es el caso que entre la idea y la cosa hay siempre una aksoluta
distancia, l.o real rebosa siempre del concepto que intenta contenerlo. El
objeto es siempre más y de otra manera que lo pensado en su idea.
Queda ésta siempre como un mísero esquema, como un andamiaje con
que intentamos llegar a la realidad. Sin embargo, la tendencia natural
nos lleva a creer que la realidad es lo que pensamos de ella, por tanto, a
confundirla con la idea, tomando ésta de buena fe por ía cosa misma, En
suma, nuestro prurito vital de realismo nos hace caer en una ingenua
idealización de lo real. Ésta es la propensión nativa, «humana».
Si ahora, en vez de dejarnos ir en esta dirección dei propósito, lo inver
timos y, volviéndonos de espaldas a la presunta realidad, tomamos las ideas
según son -m eros esquemas subjetivos- y las hacemos vivir como tales,
con .su perfil anguloso, enteco, pero transparente y puro -en suma, si nos
proponemos deliberadamente realizar las ideas—, habremos deshumaniza
do, desrea]izado éstas. Porque ellas son, en efecto, irrealidad. Tomarlas
como realidad es idealizar -falsificar ingenuamente-, Hacerlas vivir en su
irrealidad misma es, digámoslo así, realizar lo irreal en cuanto irreal. Aquí
no vamos de la mente al mundo, sino al revés, damos plasticidad, objeti
vamos, mundificamos los esquemas, lo interno y subjetivo.
El pintor tradicional que hace un retrato pretende haberse apoderado
de la realidad de la persona cuando en verdad, y a lo sumo, ha dejado en
el lienzo una esquemática selección, caprichosamente decidida por su
mente, de la infinitud que integra la persona real, ¿Qué tal si, en lugar de
querer pintar a ésta, el pintor se resolviese a pintar su idea, su esquema de ía
persona? Entonces el cuadro sería la verdad misma y no sobrevendría el
fracaso inevitable. El cuadro, renunciando a emular la realidad, se con
vertiría en lo que auténticamente es: un cuadro -u n a irrealidad.
El expresionismo, el cubismo, etc,, han sido en varia medida, intentos
de verifica]- esta resolución en la dirección radical del arte. De pintar las
cosas se ha pasado a pintar las ideas: el artista se ha cegado para el mundo
exterior y ha vuelto la pupila hacia los paisajes internos y subjetivos.
N o obstante .sus tosquedades y la basteza continua de su materia, ha
sido la obra de Pirandello, Seis personajes en busca de autor, tal vez la única
en este último tiempo que provoca la meditación del aficionado a estética
del drama. Es ella un claro ejemplo de esa inversión del tema artístico que
procuro describir. Nos propone el teatro tradicional que en sus personajes
veamos personas y en los aspavientos de aquéllos la expresión de un drama
«humano». Aquí, por el contrario, se logra interesarnos por unos persona
jes como rales personajes; es decir, como ideas o puros esquemas.
Cahría afirmar que es éste el primer «drama de ideas», rigorosamen
te halilando, que se ha compuesto. Los que antes se llamaban así no eran
tales dramas de ideas, sino dramas entre pseudopersonas que simbolizan
ideas. En tos Seis personajes, el destino doloroso que ellos representan es
mero pretexto y queda desvirtuado: en cambio, asistimos al drama real
de unas ideas como tales, de unos fantasmas subjetivos que gesticulan en
la mente de un autor. Ei intento de deshumanización es clarísimo y la
posibilidad de lograrlo queda eti este caso probada, Al mismo tiempo se
advierte ejemplarmente la dificultad del gran público para acomodar la
visión a esta perspectiva invertida. Va buscando el drama humano que la obra
constantemente desvirtúa, retira e ironiza, poniendo en su lugar -esto es,
en primer plano- la ficción teatral misma, como tal ficción. Al gran público
le irrita que le engañen y no sabe complacerse en el delicioso fraude del arre,
tanto más exquisito cuanto mejor manifieste su textura fraudulenta.
J o rge L u is B o rg es (1899-1986) es ei más universal de los
escritores argenrinos y una de las máximas figuras de la literatu
ra en lengua española del siglo XX, Nacido en Buenos Aires, ciu
dad de cuya Biblioteca Nacional llegó a ser director, cursó sus
primeros estudios en Ginebra y en su juventud -bajo el declara
do influjo del expresionismo alemán- simpatizó con los poetas
ultraístas españoles. De educación bilingüe (angloespañola) y
cosmopolita, vocacionalmeme europea, sin renunciar por ello a
la fascinación por lo oriental, Borges es autor de una obra pro
teica en la que poesía, relato, ensayo, crítica y traducción no son
sino variaciones sobre una misma escritura que cuestiona sus
propios límites y borra las fronteras imaginarias que se alzan
entre la realidad y la ficción. Narrador un tanto tardío, sus rela
tos traman con frecuencia fábulas metafísicas que se sirven de los
remas y los géneros más dispares (fantástico, policiaco, biográfico,
histórico, .mitológico,,,) con el propósito unas veces de reflexionar
escéptica o irónicamente sobre la frágil pretensión de conoci
miento que encierran la literatura y la filosofía, y otras de ensan
char ilimitadamente las posibilidades combinatorias de que pro
vee la imaginación poética. Las narraciones y los ensayos de
Borges no sólo han sido objeto de culto para los escritores pos
modernos europeos y americanos, sino también textos lotémicos
que, canonizados inicialmente por la nouvt'lie critique francesa,
han influido desde los años sesenta en la teoría literaria y el pen
samiento filosófico internacionales. Maestro del ensayo ficticio y
del pastiche narrativo, gurd ciego y clarividente de múltiples
heterodoxias, Borges irrumpió en el panorama literario de entre-
guerras con títulos como Inquisiciones (1925), Historia universal
de la infamia (1935) o Historia de la eternidad (1936); creaciones
de género inclasificable que preludian ortas obras suyas esenciales
como Ficciones { 1944), ElAléph (1949), Otras Inquisiciones (1952),
E l Hacedor (1960), El Informe de Brodie (1970) o E l libro de
arena (1975),
jorge Luis Borges
De las alegorías a las novelas*
2 Antonio Machado,
Quiere un rodo desde ei cual se posea cada cosa, mas no entendiendo
por cosa esa unidad hecha de sustracciones. La cosa del poeta no es jamás
la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa complejísima y real, la
cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y la que no
habrá jamás. Quiere la realidad, pero la realidad poética no es sólo la que
hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable
justicia caritativa, pues todo, todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha
podido ser jamás. El poeta saca de la humillación del no ser a lo que en
él gime, saca de la nada a la nada misma y le da nombre y rostro. El poeta
no se afina para que de las cosas que hay, unas sean, y otras no lleguen
a este privilegio, sino que trabaja para que todo lo que hay y lo que no
hay, llegue a ser. El poeta no teme a la nada.
Aparición, presencia que tiene su trasmundo en que apoyarse. La
matemática sostiene al canto. ¿No tendrá la poesía también su trasmun
do, su más allá en que apoyarse, su matemática?
Así es, sin duda: el poeta alcanza su unidad en el poema más pronto
que el filósofo. La unidad de la poesía baja enseguida a encamarse en el
poema y por ello se consume aprisa. La comunicación entre el logos poé
tico y la poesía concreta y viva es más rápida y más frecuente; el logos de
la poesía es de un consumo inmediato, cotidiano; desciende a diario
sobre la vida, tan a diario que, a veces, se la confunde con ella. Es el logos
que se presta a ser devorado, consumido; es el logos disperso de la mise
ricordia que va a quien la necesita, a todos los que lo necesitan. Mientras
que el de Ja filosoña es inmóvil, no desciende y sólo es asequible a quien
puede alcanzarlo por sus pasos,
«Todos los hombres tienen por naturaleza deseo de saber», dice Aris
tóteles al comienzo de su Metafísica, justificando así de antemano este «saber
que se busca». Mas, pasando por alto que en efecto todos los hombres nece
siten este saber, se presenta en seguida la pregunta en que pedimos cuenta a
la filosofía. ¿Cómo si todos te necesitan, tan pocos son los que te alcanzan?
¿Es que alguna vez la Filosofía ha sido a todos, es que en algún tiempo el
logos ha amparado la endeble vida de cada hombre? Si hemos de hacer caso
de lo que dicen los propios filósofos, sin duda que no, mas es posible que más
allá de ellos mismos, haya sido en alguna dimensión, en alguna manera. En
alguna manera, en algo sin duda muy vivo y muy valioso que ahora cuando
aparece destruido --con inconsciente despreocupación de algunos «filósofos»
a quienes parece dejar indiferente el que la filosofía sirva ahora-, cuando
vemos su vacío en la vida del hombre, es cuando más nos damos cuenta.
Pero, con la poesía, en cambio, no cabe esta cuestión. I,a poesía humil
demente no se planteó a sí misma, no se estableció a sí misma, no
comenzó diciendo que todos los hombres naturalmente necesitan de
ella, Y es una y es distinta para cada uno. Su unidad es tan elástica, can
coherente que puede plegarse, ensancharse y casi desaparecer; desciende
hasta su carne y su sangre, hasta su sueño.
Por eso la unidad a que el poeta aspira está tan lejos de la unidad
hacia la que se lanza el filósofo. El filósofo quiere lo uno, sin más, por
encima de todo.
Y es porque el poeta no cree en la verdad, en esa verdad que presu
pone que hay cosas que son y cosas que no son y en la correspondencia
verdad y engaño. Para el poera no hay engaño, sino es el único de excluir
por mentirosas ciertas palabras. De ahí que frente a un hombre de pen
samiento el poeta produzca la impresión primera de ser un escéptico.
Mas, no es asi: ningún poeta puede ser escéptico, ama la verdad, rnas no
la verdad excluyeme, no la vendad imperativa, electora, seleccionadora de
aquello que va a erigirse en dueño de todo lo demás, de todo, ¿Y no se
habrá querido para eso el todo: para poder ser poseído, abarcado, domi
nado? Algunos indicios hay de ello.
Sea o no así, el «todo» del poeta es bien diferente, pues no es el todo
como horizonte, ni como principio; sino en todo caso un «todo» a pos-
teriori que sólo lo será cuando ya cada cosa haya llegado a su plenitud.
La divergencia entre los dos logos es suficiente como para caminar de
espaldas largo trecho. La filosofía tenía la verdad, tenía la unidad, Y aun
todavía la ética, porque la verdad filosófica era adquirida paso a paso
esforzadamente, de tal manera que al arribar a ella se siente ser uno, uno
mismo, quien la ha encontrado, ¡Soberbia de la filosofía! Y la unidad y
la gracia que el poera halla como fuente milagrosa en su camino, son
regaladas, descubiertas de pronto y del todo, sin rutas preparatorias, sin
pasos ni rodeos. El poeta no tiene método... ni ética,
Éste es, al parecer, el primer frente a frente del pensamiento y la poesia
en su encuentro originario, cuando la Filosofía soberbia se libera de lo que
fue su calidad matriz; cuando la Filosofía se resuelve a ser razón que capta el
ser, ser que expresado en el logos nos muestra la verdad. La verdad... ¿cómo
teniéndola no ha sido la filosofía el único camino del hombre desde la tie
rra, hasta ese alto cielo inmutable donde resplandecen las ideas? El camino
sí se hizo, pero hay algo en el hombre que no es razón, ni ser, ni unidad, ni
verdad -esa razón, ese ser, esa unidad, esa verdad—. Mas, no era fácil demos
trarlo, ni se quiso, porque la poesía no nació en la polémica, y su generosa
presencia jamás se afirmó polémicamente. No surgió frenre a nada.
No es polémica, la poesía, pero puede desesperarse y confundirse
bajo el imperio de la fría claridad del logos filosófico, y aun senrir tenta
ciones de cobijarse en su recinto, Recinro que nunca ha podido conte
nerla, ni definirla. Y al sentir el filósofo que se le escapaba, la confinó.
Vagabunda, errante, la poesía pasó largos siglos, Y hoy mismo, apena y
angustia el contemplar su limitada fecundidad, porque la poesia nació
para ser la sal de la tierra y grandes regiones de la tierra no la reciben
rodavía. La verdad quiera, hermérica, rodavía no la recibe.,, «En ei prin
cipio era el logos, Sí, pero,,, el logos se hizo carne y habitó entre noso
tros, lleno de gracia y de verdad,»
J o s é Án g e l V ai.k n te (1929-2001), poeta y ensayista español, es una figura capital de las
letras hispanas contemporáneas. Nació en Orense y estudió en las universidades de
.Santiago de Cornpostela y de Madrid, licenciándose en Filología románica. Fue lector en
la Un iversidad de Oxford, do nde obtuvo el Master of.Arts, Desde 1958 a 1980 vivió enrre
Ginebra, donde trabajó como traductor de organizaciones internacionales, y París, donde
dirigió un servicio de la Unesco. Durante los años ochenta, fascinado por su paisaje, con
vierte la provincia de Almería en su segundo hogar. Poeta metódico, metamórfico, exi
gente, la escritura lirics y elegiaca de Valen te atraviesa, desde su primer libro, A modo de
esperanza (1955), diversas estéticas y tonos. Destaca, en cualquier caso, su gran capacidad
de asimilación de poéticas foráneas (italiana, francesa, inglesa y alemana). La condición
«extrapatriada» de Valen te le expone a la rigurosa contemporaneidad del pensamiento teó
rico europeo, especialmente el postestructuralismo francés (Foucaiát, De Ccrleau, Serrcs),
qtre asinnla con avidez. Asimismo, su estancia inglesa le permitió completar su visión de
la literatura europea, sus líneas de influencia, especialmente h'tspano-inglesas, su evolución
asimétrica, sus romanticismos troncados. Su ensayismo, que comienza a fines de los cin
cuenta, se vuelca inicial raen te sobre Ja obra de poetas modemisas y vanguardistas (Rilke,
jimétWA Machado, Vallejo, Cemuda, Hernández, Lotea). Otros ensayos, de corte más
teórico, como «Conocimiento y comunicación» (1957), «Tendencia y estilo» (1961), «la
respuesta de Antígona» (1969) e «Ideología y lenguaje» (1968), recogidos en Las palabras
de la tribu (1971), muestran a un pensador sintonizado con las propuestas teóricas del
momento (estructuralismo, marxismo, estilística), aunque insastisfecho con el alcance de
sus explicaciones. En el primero de estos ensayos defiende el potencial de descubrimien
to cognoscitivo que todo poema comporta: «Todo poema es, pues, una exploración del
material no previamente conocido que constituye su objeto». Valente escarba en la raíz
filosófica de la estilística (Humboldt), distorsiona a los formalistas rusos (Shldovski) o
radicaliza de forma inverosímil el materialismo de Brecht con el fin de arribar a su intui
ción de partida: el compromiso del poeta con lo oculto. Esta indagación le conduce a zonas
de afasia en la escritura clásica, indicios de una insuficiencia de! lenguaje ante la presión
de lo indecible que desemboca en bruscas condensaciones: «la posibilidad de alojar infi
nitamente en el significante lo no explícitamente dicho» {«La hermenéutica y la cortedad
del decir.:, 1969), Su insistencia en la noción de revelación lo aproxima inevitablemente a
Heidegger, Furiosamente consciente de la saturación adventicia, ideológica, del lenguaje,
Valente inicia una aventura poetológica hacía la condensación expresiva, que le lleva a
buscar apoyos en las diversas escrituras místicas, occidentales, como san Juan o la lírica
metafísica británica (Herbert) o extremoríenrales, y en el tardo modernismo más ascético
(Celan o jabés). Nacen así ensayas magistrales, de recuperación historiográfica, como su
edición de la Gula Espiritual de Miguel de Molinos (1974), o los dedicados la escritura
mística, recogidos en Variacioms sobre el pájaro y la red (1991) y La piedra y el centro
(1982), En E l elogio del calígrafo (2003), libro póstumo, se recogen ensayos sugerentes
sobre pintura y escultura (Tapies, Chillida, Broto, Sicilia), en los que su expresionismo de
sondeo no acaba de dialogar con la pulsión matérica de estos artistas. En La experiencia
abisal (2004) se agrupan ensayos sobre la nada, el saber de la quietud o el don de la lige
reza, en donde ya es clara la alianza enrre la subversión surrealista, el radicalismo mferico,
lindante con formas de heterodoxia judaizante, y el minimalismo extremoriencal.
José Ángel Valente
I,a hermenéutica y la cortedad del decir*
[ T u v im o s la e x p e r ie n c ia p e r o p e r d im o s el s e n t id o ,
y acercarse al sentido restaura la experiencia.]
[...] a lia m i a m e n t e
ripresta un poco di quel che parevi;
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
He ahí, por tanto, un material especialmente tesistente a la rememo
ración, a la aproximación al sentido. Así lo declara el santo, abundando
en el tópico de la «cortedad del decit», no sólo en el intetiot del texto,
sino -casi como regla de la exposición- en todos los prólogos de sus
comentados:
[...] porque son tantas y tan profundas las tinieblas y trabajos, así espiri
tuales como temporales [...], que ni basta ciencia humana para saberlo
entender ni experiencia para saberlo decir; porque sólo d que pot ello
pasa lo sabrá sentir, mas no decir (Noche activa del alma. Subida del
Monte Carmelo. Prólogo).
Introducción, 19
F o r m a l is m o , E s t r u c t u r a u s m o y S e m ió t ic a
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