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IES. Josefina Aldecoa. Departamento de Lengua castellana y Literatura.

Gustavo Adolfo Bécquer, El monte —Ese monte que hoy llaman de las Ánimas
pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí,
de las ánimas (Leyenda soriana) a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y
La Noche de Difuntos me despertó a no sé qué hora religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes,
el doble de las campanas. Su tañido monótono y el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender
eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello
hace poco en Soria. notable agravio a sus nobles de Castilla, que así
hubieran solos sabido defenderla como solos la
Intenté dormir de nuevo. ¡Imposible! Una vez
conquistaron. Entre los caballeros de la nueva y
aguijoneada la imaginación es un caballo que se
poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó
desboca y al que no sirve tirarlo de la rienda. Por
por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo.
pasar el rato, me decidí a escribirla, como en efecto
Los primeros tenían acotado ese monte, donde
lo hice.
reservaban caza abundante para satisfacer sus
A las doce de la mañana, después de almorzar bien, necesidades y contribuir a sus placeres. Los
y con un cigarro en la boca, no le hará mucho efecto segundos determinaron organizar una gran batida en
a los lectores de El Contemporáneo. Yo la oí en el el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los
mismo lugar en que acaeció, y la he escrito clérigos con espuelas, como llamaban a sus
volviendo algunas veces la cabeza con miedo enemigos. Cundió la voz del reto, y nada fue a parte
cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, a detener a los unos en su manía de cazar y a los
estremecidos por el aire de la noche. otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada
Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella
copas: las fieras. Antes la tendrían presente tantas madres
como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello
—Atad los perros, haced la señal con las trompas no fue una cacería. Fue una batalla espantosa: el
para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos, a
a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento
Santos y estamos en el Monte de las Ánimas. festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el
—¡Tan pronto! monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se
declaró abandonado, y la capilla de los religiosos,
—A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se
rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a
arrojado de sus madrigueras, pero hoy es imposible. arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega
Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana
y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su de la capilla, y que las ánimas de los muertos,
campana en la capilla del monte. envueltas en jirones de sus sudarios, corren como
—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres en una cacería fantástica por entre las breñas y los
asustarme? zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos
aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos. Y al otro
—No, hermosa prima. Tú ignoras cuanto sucede en día se han visto impresas en la nieve las huellas de
este país, porque aún no hace un año que has
los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en
venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo Soria lo llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso
también pondré la mía al paso, y mientras dure el he querido salir de él antes que cierre la noche.
camino te contaré esa historia.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que
grupos. Los condes de Borges y de Alcudiel da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al
montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos resto de la comitiva, la cual, después de
siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las
a la comitiva a bastante distancia. Mientras duraba el estrechas y oscuras calles de Soria.
camino, Alonso narró en estos términos la prometida
historia: II
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Los servidores acababan de levantar los manteles; El acento helado con que Beatriz pronunció estas
la alta chimenea gótica del palacio de los condes de palabras turbó un momento al joven que, después
Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando de serenarse, dijo con tristeza:
algunos grupos de damas y caballeros que alrededor —Lo sé, prima; pero hoy se celebran Todos los
de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento Santos y el tuyo entre todos; hoy es día de
azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
salón.
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió
Sólo dos personas parecían ajenas a la la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz
seguía con los ojos, y absorta en un vago Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y
pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso volvióse a oír la cascada voz de las viejas que
miraba el reflejo de la hoguera chispear en las hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del
azules pupilas de Beatriz. aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el
triste y monótono doblar de las campanas.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo
Las dueñas referían, a propósito de la noche de tornó a reanudarse de este modo:
Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y
los aparecidos representaban el principal papel; y las —Y antes que concluya el día de Todos los Santos
campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes,
lejos con un tañido monótono y triste. sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo
harás? —dijo él, clavando una mirada en la de su
—Hermosa prima -exclamó, al fin, Alonso, prima, que brilló como un relámpago, iluminada por
rompiendo el largo silencio en que se encontraban-, un pensamiento diabólico:
pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las
áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y —¿Por qué no? —exclamó ésta, llevándose la mano
guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales, sé al hombro derecho, como para buscar alguna cosa
que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo
acaso por algún galán de tu lejano señorío. bordado de oro, y después, con una infantil
expresión de sentimiento, añadió:
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia: todo un
carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa —¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la
contracción de sus delgados labios. cacería, y que no sé qué emblema de su color me
dijiste que era la divisa de tu alma?
—Tal vez por la pompa de la Corte francesa, donde
hasta aquí has vivido se apresuró a añadir el joven. —Sí.
De un modo o de otro, presiento que no tardaré en —¡Pues... se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba
perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una dejártela como un recuerdo.
memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al
templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la —¡Se ha perdido! ¿Y dónde? —preguntó Alonso,
salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que incorporándose de su asiento y con una
sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. indescriptible expresión de temor y esperanza.
¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu —No sé... En el monte acaso.
oscura cabellera! Ya ha prendido el de una
desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el —¡En el Monte de las Ánimas! —murmuró,
ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres? palideciendo y dejándose caer sobre el sitial. ¡En el
Monte de las Ánimas! —luego prosiguió, con voz
—No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi entrecortada y sorda—: Tú lo sabes, porque lo
país una prenda recibida compromete una voluntad. habrás oído mil veces. En la ciudad, en toda Castilla,
Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún
presente de manos de un deudo..., que aún puede ir podido probar mis fuerzas en los combates, como
a Roma sin volver con las manos vacías. mis ascendientes, he llevado a esta diversión,
imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud,
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todo el ardor hereditario de mi raza. La alfombra que del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a
pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto lo lejos.
por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus III
costumbres, y he combatido con ellas de día y de
noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie Había pasado una hora, dos, tres; la medianoche
dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se retiró a
ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, y, a querer,
gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
noche..., ¿a qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? —¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven, cerrando
Las campanas doblan, la oración ha sonado en San su libro de oraciones y encaminándose a su lecho,
Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán después de haber intentado inútilmente murmurar
ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre algunos de los rezos que la Iglesia consagra en el
las malezas que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, día de Difuntos a los que ya no existen.
cuya sola vista puede helar de terror la sangre del
más valiente, tornar sus cabellos blancos o Después de haber apagado la lámpara y cruzado las
arrebatarlo en el torbellino de su fantástica carrera dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con
como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa un sueño inquieto, ligero, nervioso.
adónde. Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible entre sueños las vibraciones de las campanas,
se dibujó en los labios de Beatriz, que, cuando hubo lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos.
concluido, exclamó en un tono indiferente y mientras Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su
atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz
leña, arrojando chispas de mil colores. ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de
la ventana.
—¡Oh! Eso, de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora
al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan —Será el viento —dijo—, y poniéndose la mano
oscura, noche de Difuntos y cuajado el camino de sobre su corazón procuró tranquilizarse.
lobos! Pero su corazón latía cada vez con más violencia,
Al decir esta última frase la recargó de un modo tan las puertas del oratorio habían crujido sobre sus
especial, que Alonso no pudo menos de comprender goznes con chirrido agudo, prolongado y estridente.
toda su amarga ironía; movido como por un resorte Primero unas y luego las otras más cercanas, todas
se puso en pie, se pasó la mano por la frente, como las puertas que daban paso a su habitación iban
para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y
no en su corazón, y con voz firme exclamó, grave, y aquellas con un lamento largo y crispador.
dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada Después, un silencio; un silencio lleno de rumores
sobre el hogar, entreteniéndose en revolver el fuego: extraños, el silencio de la medianoche; lejanos
—Adiós, Beatriz, adiós, hasta pronto. ladridos de perros, voces confusas, palabras
ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir
—¡Alonso, Alonso! —dijo ésta, volviéndose con de ropas que arrastran, suspiros que se ahogan,
rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer respiraciones fatigosas, que casi se siente,
detenerlo, el joven había desaparecido. estremecimientos involuntarios que anuncian la
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo presencia de algo que no se ve y cuya aproximación
que se alejaba al galope. La hermosa, con una se nota, no obstante, en la oscuridad.
radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza
sus mejillas, prestó oído a aquel rumor que se fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil
debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente,
último. tornaba a escuchar; nada, silencio.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de
ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios
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Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios,
crisis nerviosas, como bultos que se movían en rígidos los miembros, muerta, ¡muerta de horror!
todas las direcciones, y cuando dilatándolas las IV
fijaba en un punto, nada; oscuridad de las sombras
impenetrables. Dicen que después de acaecido este suceso, un
cazador extraviado que pasó la noche de Difuntos
—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro
cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho. día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió
¿Soy yo tan miedosa como esas pobres gentes cuyo cosas terribles. Entre otras, se asegura que vio a los
corazón palpita de terror bajo una armadura al oír esqueletos de los antiguos Templarios y de los
una conseja de aparecidos? nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla
Y cerrando los ojos, intentó dormir...: pero en vano levantarse al punto de la oración con un estrépito
había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles,
volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más perseguir como una fiera a una mujer hermosa y
aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y
brocado de la puerta habían rozado al separarse, y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba
unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
rumor de aquellas pisadas era sordo, casi
imperceptible, pero continuado, y a su compás se
oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se G. A. Bécquer, Los ojos verdes
acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio
que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir
grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubría, cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha
escondió la cabeza y contuvo el aliento. presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes
en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la capricho volar la pluma.
fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y
monótono; los ladridos de los perros se dilataban en Yo creo que he visto unos ojos como los que he
las ráfagas de aire, y las campanas de la ciudad de pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo
Soria, unas cerca, y otras distantes, doblaban los he visto. De seguro no los podré describir tal
tristemente por las ánimas de los difuntos. cuales ellos eran: luminosos, transparentes como las
gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la los árboles después de una tempestad de verano.
noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, De todos modos, cuento con la imaginación de mis
despuntó la aurora. Vuelta de su temor entreabrió lectores para hacerme comprender en este que
los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré
una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan algún día.
hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las
cortinas de seda del lecho, tendió una mirada serena I
a su alrededor, y ya se disponía a reírse de sus —Herido va el ciervo..., herido va... no hay duda. Se
temores pasados, cuando de repente un sudor frío ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte,
cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus
palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el piernas... Nuestro joven señor comienza por donde
reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la otros acaban... En cuarenta años de montero no he
banda azul que fue a buscar Alonso. visto mejor golpe... Pero, ¡por San Saturio, patrón de
Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad
notificarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que los perros, soplad en esas trompas hasta echar los
por la mañana había aparecido devorado por los hígados, y hundid a los corceles una cuarta de hierro
lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la en los ijares: ¿no veis que se dirige hacia la fuente
encontraron inmóvil; asida con ambas manos a una de los Álamos y si la salva antes de morir podemos
de las columnas de ébano del lecho, desencajados darlo por perdido?
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Las cuencas del Moncayo repitieron de eco en eco Satanás, que permitir que se me escape ese ciervo,
el bramido de las trompas, el latir de la jauría el único que ha herido mi venablo, la primicia de mis
desencadenada, y las voces de los pajes resonaron excursiones de cazador... ¿Lo ves?... ¿Lo ves?...
con nueva furia, y el confuso tropel de hombres, Aún se distingue a intervalos desde aquí; las piernas
caballos y perros, se dirigió al punto que Íñigo, el le fallan, su carrera se acorta; déjame..., déjame;
montero mayor de los marqueses de Almenar, suelta esa brida o te revuelvo en el polvo... ¿Quién
señalara como el más a propósito para cortarle el sabe si no le daré lugar para que llegue a la fuente?
paso a la res. Y si llegase, al diablo ella, su limpidez y sus
Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los habitadores. ¡Sus, Relámpago!; ¡sus, caballo mío! Si
lebreles llegó a las carrascas, jadeante y cubiertas lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de mi
joyel en tu serreta de oro.
las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una
saeta, las había salvado de un solo brinco, Caballo y jinete partieron como un huracán. Íñigo los
perdiéndose entre los matorrales de una trocha que siguió con la vista hasta que se perdieron en la
conducía a la fuente. maleza; después volvió los ojos en derredor suyo;
—¡Alto!... ¡Alto todo el mundo! —gritó Íñigo todos, como él, permanecían inmóviles y
entonces—. Estaba de Dios que había de consternados.
marcharse. El montero exclamó al fin:
Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las —Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto
trompas, y los lebreles dejaron refunfuñando la pista a morir entre los pies de su caballo por detenerlo. Yo
a la voz de los cazadores. he cumplido con mi deber. Con el diablo no sirven
valentías. Hasta aquí llega el montero con su
En aquel momento, se reunía a la comitiva el héroe
de la fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito ballesta; de aquí en adelante, que pruebe a pasar el
capellán con su hisopo.
de Almenar.
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—¿Qué haces? —exclamó, dirigiéndose a su
montero, y en tanto, ya se pintaba el asombro en sus —Tenéis la color quebrada; andáis mustio y
facciones, ya ardía la cólera en sus ojos—. ¿Qué sombrío. ¿Qué os sucede? Desde el día, que yo
haces, imbécil? Ves que la pieza está herida, que es siempre tendré por funesto, en que llegasteis a la
la primera que cae por mi mano, y abandonas el fuente de los Álamos, en pos de la res herida,
rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus
fondo del bosque. ¿Crees acaso que he venido a hechizos. Ya no vais a los montes precedido de la
matar ciervos para festines de lobos? ruidosa jauría, ni el clamor de vuestras trompas
despierta sus ecos. Sólo con esas cavilaciones que
—Señor —murmuró Iñigo entre dientes—, es
os persiguen, todas las mañanas tomáis la ballesta
imposible pasar de este punto.
para enderezaros a la espesura y permanecer en
—¡Imposible! ¿Y por qué? ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la noche
—Porque esa trocha —prosiguió el montero— oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en
conduce a la fuente de los Álamos: la fuente de los balde busco en la bandolera los despojos de la caza.
Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. ¿Qué os ocupa tan largas horas lejos de los que
El que osa enturbiar su corriente paga caro su más os quieren?
atrevimiento. Ya la res, habrá salvado sus Mientras Íñigo hablaba, Fernando, absorto en sus
márgenes. ¿Cómo la salvaréis vos sin atraer sobre ideas, sacaba maquinalmente astillas de su escaño
vuestra cabeza alguna calamidad horrible? Los de ébano con un cuchillo de monte.
cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes
Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el
que pagan un tributo. Fiera que se refugia en esta
chirrido de la hoja al resbalar sobre la pulimentada
fuente misteriosa, pieza perdida.
madera, el joven exclamó, dirigiéndose a su
—¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de servidor, como si no hubiera escuchado una sola de
mis padres, y primero perderé el ánima en manos de sus palabras:
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—Íñigo, tú que eres viejo, tú que conoces las Todo allí es grande. La soledad, con sus mil rumores
guaridas del Moncayo, que has vivido en sus faldas desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga
persiguiendo a las fieras, y en tus errantes el espíritu en su inefable melancolía. En las
excursiones de cazador subiste más de una vez a su plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las
cumbre, dime: ¿has encontrado, por acaso, una peñas, en las ondas del agua, parece que nos
mujer que vive entre sus rocas? hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que
—¡Una mujer! —exclamó el montero con asombro y reconocen un hermano en el inmortal espíritu del
hombre.
mirándole de hito en hito.
—Sí —dijo el joven—, es una cosa extraña lo que Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la
me sucede, muy extraña... Creí poder guardar ese ballesta y dirigirme al monte, no fue nunca para
secreto eternamente, pero ya no es posible; rebosa perderme entre sus matorrales en pos de la caza,
en mi corazón y asoma a mi semblante. Voy, pues, a no; iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en
revelártelo... Tú me ayudarás a desvanecer el sus ondas... no sé qué, ¡una locura! El día en que
misterio que envuelve a esa criatura que, al parecer, saltó sobre ella mi Relámpago, creí haber visto brillar
sólo para mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha en su fondo una cosa extraña.., muy extraña..: los
visto, ni puede darme razón de ella. ojos de una mujer.
Tal vez sería un rayo de sol que serpenteó fugitivo
El montero, sin despegar los labios, arrastró su
entre su espuma; tal vez sería una de esas flores
banquillo hasta colocarse junto al escaño de su
que flotan entre las algas de su seno y cuyos cálices
señor, del que no apartaba un punto los espantados
parecen esmeraldas...; no sé; yo creí ver una mirada
ojos... Este, después de coordinar sus ideas,
que se clavó en la mía, una mirada que encendió en
prosiguió así:
mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de
—Desde el día en que, a pesar de sus funestas encontrar una persona con unos ojos como aquellos.
predicciones, llegué a la fuente de los Álamos, y, En su busca fui un día y otro a aquel sitio.
atravesando sus aguas, recobré el ciervo que
vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi Por último, una tarde... yo me creí juguete de un
sueño...; pero no, es verdad; le he hablado ya
alma del deseo de soledad.
muchas veces como te hablo a ti ahora...; una tarde
Tú no conoces aquel sitio. Mira: la fuente brota encontré sentada en mi puesto, vestida con unas
escondida en el seno de una peña, y cae, ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre
resbalándose gota a gota, por entre las verdes y su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación.
flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de Sus cabellos eran como el oro; sus pestañas
su cuna. Aquellas gotas, que al desprenderse brillan brillaban como hilos de luz, y entre las pestañas
como puntos de oro y suenan como las notas de un volteaban inquietas unas pupilas que yo había
instrumento, se reúnen entre los céspedes y, visto..., sí, porque los ojos de aquella mujer eran los
susurrando, susurrando, con un ruido semejante al ojos que yo tenía clavados en la mente, unos ojos de
de las abejas que zumban en torno a las flores, se un color imposible, unos ojos...
alejan por entre las arenas y forman un cauce, y
luchan con los obstáculos que se oponen a su —¡Verdes! —exclamó Iñigo con un acento de
profundo terror e incorporándose de un golpe en su
camino, y se repliegan sobre sí mismas, saltan, y
huyen, y corren, unas veces, con risas; otras, con asiento.
suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con Fernando lo miró a su vez como asombrado de que
un rumor indescriptible. Lamentos, palabras, concluyese lo que iba a decir, y le preguntó con una
nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel mezcla de ansiedad y de alegría:
rumor cuando me he sentado solo y febril sobre el
—¿La conoces?
peñasco a cuyos pies saltan las aguas de la fuente
misteriosa, Para estancarse en una balsa profunda —¡Oh, no! —dijo el montero—. ¡Líbreme Dios de
cuya inmóvil superficie apenas riza el viento de la conocerla! Pero mis padres, al prohibirme llegar
tarde. hasta estos lugares, me dijeron mil veces que el
espíritu, trasgo, demonio o mujer que habita en sus
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aguas tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro por en el cerco de sus pestañas rubias brillaban sus
lo que más améis en la tierra a no volver a la fuente pupilas como dos esmeraldas sujetas en una joya de
de los álamos. Un día u otro os alcanzará su oro.
venganza y expiaréis, muriendo, el delito de haber Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se
encenagado sus ondas. removieron como para pronunciar algunas palabras;
—¡Por lo que más amo! —murmuró el joven con una pero exhalaron un suspiro, un suspiro débil, doliente,
triste sonrisa. como el de la ligera onda que empuja una brisa al
—Sí —prosiguió el anciano—; por vuestros padres, morir entre los juncos.
por vuestros deudos, por las lágrimas de la que el —¡No me respondes! —exclamó Fernando al ver
Cielo destina para vuestra esposa, por las de un burlada su esperanza—. ¿Querrás que dé crédito a
servidor, que os ha visto nacer. lo que de ti me han dicho? ¡Oh, no!... Háblame; yo
—¿Sabes tú lo que más amo en el mundo? ¿Sabes quiero saber si me amas; yo quiero saber si puedo
tú por qué daría yo el amor de mi padre, los besos amarte, si eres una mujer...
de la que me dio la vida y todo el cariño que pueden —O un demonio... ¿Y si lo fuese?
atesorar todas las mujeres de la tierra? Por una El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por
mirada, por una sola mirada de esos ojos... ¡Mira sus miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con
cómo podré dejar yo de buscarlos! más intensidad en las de aquella mujer, y fascinado
Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la por su brillo fosfórico, demente casi, exclamó en un
lágrima que temblaba en los párpados de Íñigo se arrebato de amor:
resbaló silenciosa por su mejilla, mientras exclamó —Si lo fueses.:., te amaría..., te amaría como te amo
con acento sombrío: ahora, como es mi destino amarte, hasta más allá de
—¡Cúmplase la voluntad del Cielo! esta vida, si hay algo más de ella.
III —Fernando —dijo la hermosa entonces con una voz
semejante a una música—, yo te amo más aún que
—¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde
tú me amas; yo, que desciendo hasta un mortal
habitas? Yo vengo un día y otro en tu busca, y ni veo
siendo un espíritu puro. No soy una mujer como las
el corcel que te trae a estos lugares ni a los
que existen en la Tierra; soy una mujer digna de ti,
servidores que conducen tu litera. Rompe de una
que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en
vez el misterioso velo en que te envuelves como en
el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas,
una noche profunda. Yo te amo, y, noble o villana,
fugaz y transparente: hablo con sus rumores y
seré tuyo, tuyo siempre.
ondulo con sus pliegues. Yo no castigo al que osa
El sol había traspuesto la cumbre del monte; las turbar la fuente donde moro; antes lo premio con mi
sombras bajaban a grandes pasos por su falda; la amor, como a un mortal superior a las supersticiones
brisa gemía entre los álamos de la fuente, y la del vulgo, como a un amante capaz de comprender
niebla, elevándose poco a poco de la superficie del mi caso extraño y misterioso.
lago, comenzaba a envolver las rocas de su margen.
Mientras ella hablaba así, el joven absorto en la
Sobre una de estas rocas, sobre la que parecía contemplación de su fantástica hermosura, atraído
próxima a desplomarse en el fondo de las aguas, en como por una fuerza desconocida, se aproximaba
cuya superficie se retrataba, temblando, el más y más al borde de la roca.
primogénito Almenar, de rodillas a los pies de su
La mujer de los ojos verdes prosiguió así:
misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el
secreto de su existencia. —¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves
esas plantas de largas y verdes hojas que se agitan
Ella era hermosa, hermosa y pálida como una
en su fondo?... Ellas nos darán un lecho de
estatua de alabastro. Y uno de sus rizos caía sobre
esmeraldas y corales..., y yo..., yo te daré una
sus hombros, deslizándose entre los pliegues del
felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado
velo como un rayo de sol que atraviesa las nubes, y
en tus horas de delirio y que no puede ofrecerte
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nadie... Ven; la niebla del lago flota sobre nuestras —Se cayó a pedazos de puro viejo hace una porción
frentes como un pabellón de lino...; las ondas nos de años.
llaman con sus voces incomprensibles; el viento —¿Y el alma del organista?
empieza entre los álamos sus himnos de amor;
ven..., ven. —No ha vuelto a aparecer desde que colocaron al
que ahora lo sustituye.
La noche comenzaba a extender sus sombras; la
luna rielaba en la superficie del lago; la niebla se Si a alguno de mis lectores se le ocurriese hacerme
arremolinaba al soplo del aire, y los ojos verdes la misma pregunta después de leer esta historia, ya
brillaban en la oscuridad como los fuegos fatuos que sabe por qué no se ha continuado el milagroso
corren sobre el haz de las aguas infectas... Ven, portento hasta nuestros días.
ven... Estas palabras zumbaban en los oídos de I
Fernando como un conjuro. Ven... y la mujer
misteriosa lo llamaba al borde del abismo donde —¿Veis ese de la capa roja y la pluma blanca en el
estaba suspendida, y parecía ofrecerle un beso..., un fieltro, que parece que trae sobre su justillo todo el
beso... oro de los galeones de Indias; aquel que baja en
este momento de su litera para dar la mano a esa
Fernando dio un paso hacía ella..., otro..., y sintió otra señora que, después de dejar la suya, se
unos brazos delgados y flexibles que se liaban a su adelanta hacía aquí, precedida de cuatro pajes con
cuello, y una sensación fría en sus labios ardorosos, hachas? Pues ése es el marqués de Moscoso, galán
un beso de nieve..., y vaciló..., y perdió pie, y cayó al de la duquesa viuda de Villapineda. Se dice que
agua con un rumor sordo y lúgubre. antes de poner los ojos sobre esta dama había
Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron pedido en matrimonio a la hija de un opulento señor;
sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron mas el padre de la doncella, de quien se murmura
ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en que es un poco avaro... Pero, ¡calla!, en hablando
las orillas. del ruin de Roma, cátale que aquí se asoma. ¿Veis
aquel que viene por debajo del Arco de San Felipe, a
pie, embozado con una capa oscura y precedido de
G. A. Bécquer, Maese Pérez el un solo criado con una linterna? Ahora llega frente al
retablo.
organista (Leyenda sevillana)
¿Reparasteis, al desembozarse para saludar a la
En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y imagen, en la encomienda que brilla en su pecho? A
mientras esperaba que comenzase la misa del Gallo no ser por ese noble distintivo, cualquiera lo creería
oí esta tradición a una demandadera del convento. un lonjista de la calle de Culebras... Pues ése es el
Como era natural, después de oírla aguardé padre en cuestión. Mirad cómo la gente del pueblo le
impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de abre paso y lo saluda. Toda Sevilla lo conoce por su
asistir a un prodigio. colosal fortuna. Él solo tiene más ducados de oro en
sus arcas que soldados mantiene nuestro señor el
Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano
rey don Felipe, y con sus galeones podría formar
de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos
una escuadra suficiente a resistir a la del Gran
motetes con que nos regaló su organista aquella
Turco...
noche.
Mirad, mirad ese grupo de señores graves; ésos son
Al salir de la misa no pude por menos que decirle a
los caballeros veinticuatro. ¡Hola, hola! También está
la demandadera con aire de burla:
aquí el flamencote, a quien se dice que no han
—¿En qué consiste que el órgano de maese Pérez echado ya el guante los señores de la Cruz Verde
suene ahora tan mal? merced a su influjo con los magnates de Madrid...
—¡Toma! —me contestó la vieja—, ¡es que ése no Ese no viene a la iglesia más que a oír música... No,
es el suyo! pues si maese Pérez no le arranca con su órgano
lágrimas como puños, bien se puede asegurar que
—¿No es el suyo? ¿Pues qué ha sido de él? no tiene su alma en su almario, sino friéndose en las
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calderas de Pedro Botero... ¡Ay, vecina! Malo..., Pero, vamos, vecina, vamos a la iglesia, antes que
malo... Presumo que vamos a tener jarana. Yo me se ponga de bote en bote..., que algunas noches
refugio en la iglesia. Pues, por lo que veo, aquí van a como ésta suele llenarse de modo que no cabe ni un
andar más de sobra los cintarazos que los grano de trigo... Buena ganga tienen las monjas con
paternóster. Mirad, mirad: las gentes del duque de su organista... ¿Cuándo se ha visto el convento tan
Alcalá doblan la esquina de la plaza de San Pedro, y favorecido como ahora?... De las otras comunidades
por el callejón de las Dueñas se me figura que he puede decirse que le han hecho a maese Pérez
columbrado a las del de Medina Sidonia. ¿No os lo proposiciones magníficas. Verdad que nada tiene de
dije? extraño, pues hasta el señor arzobispo le ha ofrecido
montes de oro por llevarlo a la catedral... Pero él,
Ya se han visto, ya se detienen unos y otros, sin
nada... Primero dejaría la vida que abandonar su
pasar de sus puestos... Los grupos se disuelven...
órgano favorito... ¿No conocéis a maese Pérez?
Los ministrales, a quienes en estas ocasiones
Verdad es que sois nueva en el barrio... Pues es un
apalean amigos y enemigos, se retiran... Hasta el
santo varón pobre, sí, pero limosnero, cual no otro...
señor asistente, con su vara y todo, se refugia en el
Sin más pariente que su hija, ni más amigos que su
atrio... Y luego dicen que hay justicia... Para los
órgano, pasa su vida entera en velar por la inocencia
pobres.
de la una y componer los registros del otro...
Vamos, vamos, ya brillan los broqueles en la ¡Cuidado que el órgano es viejo!... Pues nada; él se
oscuridad... ¡Nuestro Señor del Gran Poder nos da tal maña en arreglarlo y cuidarlo, que suena que
asista! Ya comienzan los golpes... ¡Vecina, vecina! es una maravilla... Como que lo conoce de tal modo,
Aquí..., antes que cierren las puertas. Pero, ¡calle! que a tientas... Porque no sé si os lo he dicho, pero
¿Qué es eso? Aún no han comenzado cuando lo el pobre es ciego de nacimiento...¡Y con qué
dejan... ¿Qué resplandor es aquel?... ¡Hachas paciencia lleva su desgracia!... Cuando le preguntan
encendidas! ¡Literas! Es el señor arzobispo. que cuánto daría por ver, responde: Mucho, pero no
La Virgen Santísima del Amparo, a quien invocaba tanto como creéis, porque tengo esperanzas.
ahora mismo con el pensamiento, lo trae en mi ¿Esperanzas de ver? Sí, y muy pronto —añade,
ayuda... ¡Ay! ¡Si nadie sabe lo que yo debo a esta sonriendo como un ángel—. Ya cuento setenta y
Señora!... ¡Con cuánta usura me paga las candelillas seis años. Por muy larga que sea mi vida, pronto
que le enciendo los sábados!... Vedlo qué hermosote veré a Dios.
está con sus hábitos morados y su birrete rojo... Dios ¡Pobrecito! Y si lo verá..., porque es humilde como
le conserve en su silla tantos siglos como deseo de las piedras de la calle, que se dejan pisar de todo el
vida para mí. Si no fuera por él media Sevilla hubiera mundo... Siempre dice que no es más que un pobre
ya ardido con estas disensiones de los duques. organista de convento, y puede dar lecciones de
Vedlos, vedlos, los hipocritones, cómo se acercan solfa al mismo maestro de capilla de la Primada.
ambos a la litera del prelado para besarle el anillo... Como que echó los dientes en el oficio... Su padre
Cómo lo siguen y lo acompañan confundiéndose con tenía la misma profesión que él. Yo no lo conocí,
sus familiares. Quién diría que esos dos que pero mi señora madre que santa gloria haya, dice
parecen tan amigos, si dentro de media hora se que lo llevaba siempre al órgano consigo para darle
encuentran en una calle oscura... Es decir, ¡ellos, a los fuelles. Luego, el muchacho mostró tales
ellos!... Líbreme Dios de creerlos cobardes. Buena disposiciones que, como era natural, a la muerte de
muestra han dado de sí peleando en algunas su padre heredó el cargo... ¡Y qué manos tiene, Dios
ocasiones contra los enemigos de Nuestro Señor... se las bendiga! Merecía que se las llevaran a la calle
Pero es la verdad que si buscaran... Y si se de Chicharreros y se las engarzasen en oro...
buscaran con ganas de encontrarse, se Siempre toca bien, siempre; pero en semejante
encontrarían, poniendo fin de una vez a estas noche como ésta es un prodigio... Él tiene una gran
continuas reyertas, en las cuales los que devoción por esta ceremonia de la misa del Gallo, y
verdaderamente baten el cobre de firme son sus cuando levantan la Sagrada Forma, al punto y hora
deudos, sus allegados y su servidumbre. de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro

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Señor Jesucristo..., las voces de su órgano son parecido al del mar cuando se alborota, prorrumpió
voces de ángeles... en una exclamación de júbilo, acompañada del
En fin, ¿para qué tengo que ponderarle lo que esta discordante sonido de las sonajas y los panderos, al
noche oirá? Baste ver cómo todo lo más florido de mirar aparecer al arzobispo, el cual, después de
Sevilla, hasta el mismo señor arzobispo, vienen a un sentarse junto al altar mayor, bajo un solio de grana
humilde convento para escucharlo. Y no se crea que que rodearon sus familiares, echó por tres veces la
sólo la gente sabida, y a la que se le alcanza esto de bendición al pueblo.
la solfa, conoce su mérito; sino que hasta el Era hora de que comenzase la misa. Transcurrieron,
populacho. Todas esas bandadas que veis llegar sin embargo, algunos minutos sin que el celebrante
con teas encendidas, entonando villancicos con apareciese. La multitud comenzaba a rebullirse
gritos desaforados al compás de los panderos, las demostrando su impaciencia; los caballeros
sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que cambiaban entre sí algunas palabras a media voz, y
es la de alborotar las iglesias, callan como muertos el arzobispo mandó a la sacristía a uno de sus
cuando pone maese Pérez las manos en el familiares a inquirir por qué no comenzaba la
órgano...; y cuando alzan no se siente una mosca...: ceremonia.
de todos los ojos caen lagrimones tamaños, al —Maese Pérez se ha puesto malo, muy malo y será
concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es imposible que asista esta noche a la misa de
otra cosa que la respiración de los circunstantes, medianoche.
contenida mientras dura la música... Pero vamos,
vamos; ya han dejado de tocar las campanas, y va a Esta fue la respuesta del familiar.
comenzar la misa. Vamos adentro... Para todo el La noticia cundió instantáneamente entre la
mundo es esta noche Nochebuena, mas para nadie muchedumbre. Pintar el efecto desagradable que
mejor que para nosotros. causó en todo el mundo sería imposible. Baste decir
Esto diciendo, la buena mujer que había servido de que comenzó a notarse tal bullicio en el templo, que
cicerone a su vecina atravesó el atrio del convento el asistente se puso en pie y los alguaciles entraron
de Santa Inés y, codazo con éste, empujón en aquél, a imponer silencio confundiéndose entre las apiadas
se internó en el templo perdiéndose entre la olas de la multitud.
muchedumbre que se agolpaba en la puerta. En aquel momento, un hombre mal trazado, seco,
II huesudo y bisojo por añadidura, se adelantó hasta el
sitio que ocupaba el prelado.
La iglesia estaba iluminada con una profusión
asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de —Maese Pérez está enfermo —dijo—. La ceremonia
los altares para llenar sus ámbitos chispeaba en los no puede empezar. Si queréis, yo tocaré el órgano
ricos joyeles de las damas, que arrodillándose sobre en su ausencia, que si maese Pérez es el primer
los cojines de terciopelo que tendían los pajes y organista del mundo, ni a su muerte dejará de
tomando el libro de oraciones de manos de sus usarse este instrumento por falta de inteligente.
dueñas, vinieron a formar un brillante circulo El arzobispo hizo una señal de asentimiento con la
alrededor de la verja del presbiterio. cabeza, y ya algunos de los fieles, que conocían a
Junto a aquella verja, de pie, envueltos en sus capas aquel personaje extraño por un organista envidioso,
de color galoneadas de oro, dejando entrever con enemigo del de Santa Inés, comenzaba a prorrumpir
estudiado descuido las encomiendas rojas y verdes, en exclamaciones de disgusto, cuando de improviso
en la una mano el fieltro, cuyas plumas besaban los se oyó en el atrio un ruido espantoso.
tapices; la otra sobre los bruñidos gavilanes del —¡Maese Pérez está aquí!... ¡Maese Pérez está
estoque o acariciando el pomo del cincelado puñal, aquí!...
los caballeros veinticuatro, con gran parte de lo
mejor de la nobleza sevillana, parecían formar un A estas voces de los que estaban apiñados en la
muro destinado a defender a sus hijas y a sus puerta, todo el mundo volvió la cara.
esposas del contacto de la plebe. Esta, que se
agitaba en el fondo de las naves con un rumor
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Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba, en incienso, apareció la Hostia a los ojos de los fieles.
efecto, en la iglesia, conducido en un sillón, que En aquel instante, la nota que maese Pérez sostenía
todos se disputaban el honor de llevar en sus se abrió y una explosión de armonía gigante
hombros. estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el
Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su aire comprimido y cuyos vidrios de colores se
hija, nada había sido bastante a detenerle en el estremecían en sus angostos ajimeces.
lecho. De cada una de las notas que formaban aquel
—No —había dicho—. Esta es la última, lo conozco. magnífico acorde se desarrolló un tema, y unos
Lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, cerca, otros lejos, éstos brillantes, aquéllos sordos,
esta noche sobre todo, la Nochebuena. Vamos, lo diríase que las aguas y los pájaros, las brisas y las
frondas, los hombres y los ángeles, la tierra y los
quiero, lo mando. Vamos a la iglesia.
cielos, cantaban, cada cual en su idioma, un himno
Sus deseos se habían cumplido. Los concurrentes lo al nacimiento del Salvador.
subieron en brazos a la tribuna y comenzó la misa.
En aquel punto sonaban las doce en el reloj de la La multitud escuchaba atónita y suspendida. En
catedral. Pasó el Introito, y el Evangelio, y el todos los ojos había una lágrima; en todos los
espíritus, un profundo recogimiento. El sacerdote
Ofertorio; llegó el instante solemne en que el
sacerdote, después de haberla consagrado, toma que oficiaba sentía temblar sus manos, porque
con la extremidad de sus dedos la Sagrada Forma y Aquel que levantaba en ellas, Aquel a quien
comienza a elevarla. Una nube de incienso que se saludaban hombres y arcángeles, era su Dios, y le
desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la parecía haber visto abrirse los cielos y transfigurarse
iglesia. Las campanas repicaron con un sonido la Hostia.
vibrante y maese Pérez puso sus crispadas manos El órgano proseguía sonando; pero sus voces se
sobre las teclas del órgano. apagaban gradualmente, como una voz que se
Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en pierde de eco en eco y se aleja y se debilita al
un acorde majestuoso y prolongado, que se perdió alejarse, cuando de pronto sonó un grito en la
poco a poco, como si una ráfaga de aire hubiese tribuna, un grito desgarrador, agudo, un grito de
mujer.
arrebatado sus últimos ecos.
A este primer acorde, que parecía una voz que se El órgano exhaló un sonido discorde y extraño,
elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano semejante a un sollozo, y quedó mudo.
y en un torrente de atronadora armonía. Era la voz La multitud se agolpó a la escalera de la tribuna,
de los ángeles que, atravesando los espacios, hacia la que, arrancados de su éxtasis religioso,
llegaba al mundo. volvieron la mirada con ansiedad todos los fieles.
Después comenzaron a oírse como unos himnos —¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? —se decían unos
distantes que entonaban las jerarquías de serafines. a otros, y nadie sabía responder, y todos se
Mil himnos a la vez, que al confundirse formaban empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión, y el
uno solo, que, no obstante, sólo era el alboroto comenzaba a subir de punto, amenazando
acompañamiento de una extraña melodía, que turbar el orden y el recogimiento propios de la
parecía flotar sobre aquel océano de acordes iglesia.
misteriosos, como un jirón de niebla sobre las olas —¿Qué ha sido eso? —preguntaron las damas al
del mar. asistente, que; precedido de los ministriles, fue uno
Luego fueron perdiéndose unos cuantos; después, de los primeros en subir a la tribuna y que, pálido y
otros. La combinación se simplificaba. Ya no eran con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto
más que dos voces, cuyos ecos se confundían entre donde lo esperaba el arzobispo, ansioso, como
sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota todos, por saber la causa de aquel desorden.
brillante como un hilo de luz. El sacerdote inclinó la —¿Qué hay?
frente, y por encima de su cabeza cana, y como a
través de una gasa azul que fingía el humo del —Que maese Pérez acaba de morir.
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En efecto, cuando los primeros fieles, después de no es suya, sino de los que le consienten esta
atropellarse por la escalera, llegaron a la tribuna, profanación. Pero así va el mundo... Y digo... No es
vieron al pobre organista caído de boca sobre las cosa la gente que acude... Cualquiera diría que nada
teclas de su viejo instrumento, que aún vibraba ha cambiado de un año a otro. Los mismos
sordamente, mientras su hija, arrodillada a sus pies, personajes, el mismo lujo, los mismos empellones
lo lloraba en vano entre suspiros y sollozos. en la puerta, la misma animación en el atrio, la
multitud en el templo... ¡Ay, si levantara la cabeza el
III
muerto! Se volvía a morir por no oír su órgano
—Buenas noches, mi señora doña Baltasara. tocado por manos semejantes.
¿También usted viene esta noche a la misa del
Gallo? Por mi parte, tenía hecha intención de ir a Lo que tiene que, si es verdad lo que me han dicho,
oírla a la parroquia pero, lo que sucede... ¿Dónde va las gentes del barrio le preparan una buena al
Vicente? Donde va la gente. Y eso que, si he de intruso. Cuando llegue el momento de poner la mano
decir la verdad, desde que murió maese Pérez sobre las teclas, va a comenzar una algarabía de
parece que me echan una losa sobre el corazón sonajas, panderos y zambombas que no hay más
cuando entro en Santa Inés... ¡Pobrecillo! ¡Era un que oír... Pero, calle, ya entra en la iglesia el héroe
santo!... Yo de mi sé decir que conservo un pedazo de la función. ¡Jesús!, ¡qué ropilla de colorines, qué
de su jubón como una reliquia, y lo merece... Pues gorguera de cañutos, qué aire de personaje! Vamos,
en Dios y en mi ánima que si el señor arzobispo vamos, que hace ya rato que llegó el arzobispo y va
tomara mano en ello, es seguro que nuestros nietos a comenzar la misa... Vamos, que me parece que
lo verían en los altares... Mas ¡cómo ha de ser!... A esta noche va a darnos que contar para muchos
muertos y a idos no hay amigos... Ahora lo que priva días.
es la novedad..., ya me entiende usted ¡Qué! ¿No Esto diciendo la buena mujer, que ya conocen
sabe usted nada de lo que pasa? Verdad que nuestros lectores por sus exabruptos de locuacidad,
nosotras nos parecemos en eso: de nuestra casita a penetró en Santa Inés, abriéndose, según
la iglesia y de la iglesia a nuestra casita, sin costumbre, un camino entre la multitud a fuerza de
cuidarnos de lo que se dice o deja de decir... Sólo empellones y codazos.
que yo, así..., al vuelo..., una palabra de acá, otra de Ya se había dado principio a la ceremonia. El templo
acullá... sin ganas de enterarme siquiera, suelo estar estaba tan brillante como el año anterior. El nuevo
al corriente de algunas novedades. organista, después de atravesar por en medio de los
Pues, sí, señor. Parece cosa hecha que el organista fieles que ocupaban las naves para ir a besar el
de San Román, aquel bisojo que siempre está anillo del prelado, había subido a la tribuna, donde
echando pestes de los otros organistas; que más tocaba, unos tras otros, los registros del órgano con
parece jifero de la Puerta de la Carne que maestro una gravedad tan afectada como ridícula. Entre la
de solfa, va a tocar esta Nochebuena en lugar de gente menuda que se apiñaba a los pies de la iglesia
maese Pérez. Ya sabrá usted, porque esto lo ha se oía un rumor sordo y confuso, cierto presagio de
sabido todo el mundo y es cosa pública en Sevilla, que la tempestad comenzaba a fraguarse y no
que nadie quería comprometerse a hacerlo. Ni aun tardaría mucho en dejarse sentir.
su hija, que es profesora, después de la muerte de —Es un truhán que, por no hacer nada bien, ni aun
su padre entró en un convento de novicia. Y era mira a la derecha —decían los unos.
natural: acostumbrados a oír aquellas maravillas,
cualquiera otra cosa había de parecernos mala, por —Es un ignorantón que, después de haber puesto el
más que quisieran evitarse las comparaciones. Pues órgano de su parroquia peor que una carraca; viene
cuando ya la comunidad había decidido que en a probar el de maese Pérez —decían los otros.
honor del difunto, y como muestra de respeto a su Y mientras éste se desembarazaba del capote para
memoria, permaneciera callado el órgano en esta prepararse a darle de firme a su pandero, y aquél
noche, hete aquí que se presenta nuestro hombre percibía sus sonajas, y todos se disponían a hacer
diciendo que él se atreve a tocarlo... No hay nada bulla a más y mejor, sólo alguno que otro se
más atrevido que la ignorancia... Cierto que la culpa aventuraba a defender tibiamente al extraño
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personaje, cuyo porte orgulloso y pedantesco hacía —Ya veis —le dijo este último cuando lo trajeron a
tan notable contraposición con la modesta su presencia—. Vengo desde mi palacio aquí sólo
apariencia y la afable bondad del difunto maese por escucharos. ¿Seréis tan cruel como maese
Pérez. Pérez, que nunca quiso excusarme el viaje tocando
la Nochebuena en la misa de la catedral?
Al fin llegó el esperado momento, el momento
solemne en que el sacerdote, después de inclinarse —El año que viene —respondió el organista—
y murmurar algunas palabras santas, tomó la Hostia prometo daros gusto, pues por todo el oro de la
en sus manos... Las campanillas repicaron, tierra no volvería a tocar este órgano.
asemejando su repique una lluvia de notas de cristal. —¿Y por qué? —interrumpió el prelado.
Se elevaron las diáfanas ondas de incienso y sonó el
órgano. Una estruendosa algarabía llenó los ámbitos —Porque... —añadió el organista, procurando
de la iglesia en aquel instante y ahogó su primer dominar la emoción que se revelaba en la palidez de
acorde. su rostro—, porque es viejo y malo, y no puede
expresar todo lo que se quiere.
Zampoñas, gaitas, sonajas, panderos, todos los
instrumentos del populacho, alzaron sus El arzobispo se retiró, seguido de sus familiares.
discordantes voces a la vez; pero la confusión y el Unas tras otras, las literas de los señores fueron
estrépito sólo duraron algunos segundos. Todos a la desfilando y perdiéndose en las revueltas de las
vez, como habían comenzado, enmudecieron de calles vecinas; los grupos del atrio se disolvieron,
pronto. El segundo acorde, amplio, valiente, dispersándose los fieles en distintas direcciones, y
magnífico, se sostenía aún, brotando de los tubos de ya la demandadera se disponía a cerrar las puertas
metal del órgano como una cascada de armonía de la entrada del atrio, cuando se divisaban aún dos
inagotable y sonora. mujeres que después de persignarse y murmurar
una oración ante el retablo del Arco de San Felipe,
Cantos celestes como los que acarician los oídos en prosiguieron su camino, internándose en el callejón
los momentos de éxtasis, cantos que percibe el de las Dueñas.
espíritu y no los puede repetir el labio, notas sueltas
de una melodía lejana que suena a intervalos, —¿Qué quiere usted, mi señora doña Baltasara? —
traídas en las ráfagas del viento; rumor de hojas que decía la una—. Yo soy de este genial. Cada loco con
se besan en los árboles con un murmullo semejante su tema... Me lo habían de asegurar capuchinos
al de la lluvia, trinos de alondras que se levantan descalzos y no lo creería del todo... Ese hombre no
gorjeando de entre las flores como una saeta puede haber tocado lo que acabamos de escuchar...
despedida de las nubes; estruendos sin nombre, Si yo lo he oído mil veces en San Bartolomé, que era
imponentes como los rugidos de una tempestad; su parroquia, y de donde tuvo que echarlo el señor
coros de serafines sin ritmo ni cadencia, ignota cura por malo; y era cosa de taparse los oídos con
música del cielo que sólo la imaginación comprende, algodones... Y luego, si no hay más que mirarlo al
himnos alados que parecían remontarse al trono del rostro, que, según dicen, es el espejo del alma... Yo
Señor como una tromba de luz y de sonidos..., todo me acuerdo, pobrecito, como si lo estuviera viendo,
lo expresaban las cien voces del órgano con más me acuerdo de la cara de maese Pérez cuando, en
pujanza, con más misteriosa poesía, con más semejante noche como ésta, bajaba de la tribuna,
fantástico color que lo habían expresado nunca. después de haber suspendido al auditorio con sus
primores... ¡Qué sonrisa tan bondadosa, qué color
... tan animado!... Era viejo y parecía un ángel... No
Cuando el organista bajó de la tribuna, la que éste, que ha bajado las escaleras a
muchedumbre que se agolpó a la escalera fue tanta trompicones, como si le ladrase un perro en la
y tanto su afán por verlo y admirarlo, que el meseta, Y con un olor de difunto y unas... Vamos, mi
asistente, temiendo, no sin razón, que lo ahogaran señora doña Baltasara, créame usted, y créame con
entre todos, mandó a algunos de sus ministriles para todas veras: yo sospecho que aquí hay busilis...
que, vara en mano, le fueran abriendo camino hasta Comentando las últimas palabras, las dos mujeres
llegar al altar mayor, donde el prelado lo esperaba. doblaban la esquina del callejón y desaparecían.
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Creemos inútil decir a nuestros lectores quién era sollozo ahogado dentro del tubo de metal, que
una de ellas. vibraba con el aire comprimido en su hueco y
reproducía el tono sordo, casi imperceptible, pero
IV
justo.
Había transcurrido un año más. La abadesa del
Y el reloj de la catedral continuaba dando la hora, y
convento de Santa Inés y la hija de Maese Pérez
hablaban en voz baja, medio ocultas entre las el hombre aquel proseguía recorriendo las teclas. Yo
sombras del coro de la iglesia. El esquilón llamaba a oía hasta su respiración.
voz herida a los fieles desde la torre, y alguna que El horror había helado la sangre de mis venas;
otra rara persona atravesaba el atrio, silencioso y sentía en mi cuerpo como un frío glacial, y en mis
desierto esta vez, y después de tomar el agua sienes fuego... Entonces quise gritar, quise gritar,
bendita en la puerta, escogía un puesto en un rincón pero no pude. El hombre aquel había vuelto la cara y
de las naves, donde unos cuantos vecinos del barrio me había mirado...; digo mal, no me había mirado,
esperaban tranquilamente a que comenzara la misa porque era ciego... ¡Era mi padre!
del Gallo. —¡Bah! Hermana, desechad esas fantasías con que
—Ya lo veis —decía la superiora—: vuestro temor es el enemigo malo procura turbar las imaginaciones
sobre manera pueril; nadie hay en el templo; toda débiles... Rezad un paternóster y un avemaría al
Sevilla acude en tropel a la catedral esta noche. arcángel San Miguel, jefe de las milicias celestiales,
Tocad vos el órgano, tocadlo sin desconfianza de para que os asista contra los malos espíritus. Llevad
ninguna clase; estaremos en comunidad... Pero... al cuello un escapulario tocado en la reliquia de San
proseguís callando, sin que cesen vuestros suspiros. Pacomio, abogado contra las tentaciones, y
¿Qué os pasa? ¿Qué tenéis? marchad, marchad a ocupar la tribuna del órgano; la
—Tengo... miedo —exclamó la joven con un acento misa va a comenzar, y ya esperan con impaciencia
los fieles... Vuestro padre está en el cielo, y desde
profundamente conmovido.
allí, antes que daros sustos, bajará a inspirar a su
—¿Miedo? ¿De qué? hija en esta ceremonia solemne, para el objeto de
—No sé..., de una cosa sobrenatural... Anoche, tan especial devoción.
mirad, yo os había oído decir que teníais empeño en La priora fue a ocupar su sillón en el coro en medio
que tocase el órgano en la misa, y, ufana con esta de la comunidad. La hija de maese Pérez abrió con
distinción, pensé arreglar unos registros y templarlo, mano temblorosa la puerta de la tribuna para
a fin de que os sorprendiese... Vine al coro... sola..., sentarse en el banquillo del órgano, y comenzó la
abrí la puerta que conduce a la tribuna... En el reloj misa.
de la catedral sonaba en aquel momento una hora...,
no sé cuál..., pero las campanas eran tristísimas y Comenzó la misa y prosiguió sin que ocurriera nada
muchas..., muchas..., estuvieron sonando todo el notable hasta que llegó la consagración. En aquel
tiempo que yo permanecí como clavada en el momento sonó el órgano, y al mismo tiempo que el
órgano, un grito de la hija de maese Pérez. La
umbral, y aquel tiempo me pareció un siglo.
superiora, las monjas y algunos de los fieles
La iglesia estaba desierta y oscura... Allá lejos, en el corrieron a la tribuna.
fondo, brillaba como una estrella perdida en el cielo
de la noche, una luz moribunda...: la luz de la —¡Miradlo! ¡Miradlo! —decía la joven, fijando sus
lámpara que arde en el altar mayor... A sus reflejos desencajados ojos en el banquillo; de donde se
debilísimos, que sólo contribuían a hacer más visible había levantado, asombrada, para agarrarse con sus
todo el profundo horror de las sombras, vi..., lo vi, manos convulsas al barandal de la tribuna.
madre, no lo dudéis; vi a un hombre que, en silencio, Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El
y vuelto de espaldas hacia el sitio en que yo estaba, órgano estaba solo, y, no obstante, el órgano seguía
recorría con una mano las teclas del órgano, sonando...; sonando como sólo los arcángeles
mientras tocaba con la otra sus registros..., y el podrían imitarlo... en sus raptos de místico alborozo.
órgano sonaba, pero sonaba de una manera ...
indescriptible. Cada una de sus notas parecía un
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IES. Josefina Aldecoa. Departamento de Lengua castellana y Literatura.

—¿No os dije yo una y mil veces, mi señora doña médulas ha de parecer que salen los alaridos; o esta
Baltasara; no os lo dije yo? ¡Aquí hay busilis! Oídlo. otra: La cuerda aúlla sin discordar, el metal atruena
¡Qué! ¿no estuvisteis anoche en la misa del Gallo? sin ensordecer; por eso suena todo y no se confunde
Pero, en fin, ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla nada, y todo es la Humanidad que solloza y gime; o
no se habla de otra cosa... El señor arzobispo está la más original de todas, sin duda, recomendada al
hecho, con razón, una furia... Haber dejado de asistir pie del último versículo: Las notas son huesos
a Santa Inés, no haber podido presenciar el cubiertos de carne; lumbre inextinguible, los cielos y
portento..., ¿y para qué?... Para oir una cencerrada, su armonía..., fuerza:..., fuerza y dulzura.
porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo —¿Sabéis qué es esto? —pregunté a un viejecito
el dichoso organista de San Bartolomé en la catedral que me acompañaba, al acabar de medio traducir
no fue otra cosa... Si lo decía yo. Eso no puede
estos renglones, que parecían frases escritas por un
haberlo tocado el bisojo, mentira...; aquí hay busilis, loco.
y el busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez.
El anciano me contó entonces la leyenda que voy a
referiros.
Gustavo Adolfo Bécquer, El miserere I
(Leyenda religiosa)
Hace ya muchos años, en una noche lluviosa y
Hace algunos meses que, visitando la célebre oscura, llegó a la puerta claustral de esta abadía un
abadía de Fitero, y ocupándome en revolver algunos romero y pidió un poco de lumbre para secar sus
volúmenes de su abandonada biblioteca, descubrí ropas, un pedazo de pan con que satisfacer su
en uno de sus rincones dos o tres cuadernos hambre y un albergue cualquiera donde esperar la
bastante antiguos, cubiertos de polvo y hasta mañana y proseguir con la luz del sol su camino.
comenzados a roer por los ratones.
Su modesta comida, su pobre lecho y su encendido
Era un Miserere. hogar puso el hermano a quien se hizo esta
Yo no sé música; pero le tengo tanta afición que, demanda a disposición del caminante, al cual,
aun sin entenderla, suelo coger a veces la partitura después que se hubo repuesto de su cansancio,
de una ópera y me paso las horas muertas hojeando interrogó acerca del objeto de su romería y del punto
sus páginas, mirando los grupos de notas más o adonde se encaminaba.
menos apiñados, las rayas, los semicírculos, los —Yo soy músico —respondió el interpelado—. He
triángulos y las especies de etcéteras que llaman nacido muy lejos de aquí, y en mi patria gocé un día
llaves, y todo esto sin comprender una jota ni sacar de gran renombre. En mi juventud hice de mi arte un
maldito el provecho. arma poderosa de seducción y encendí con él
Consecuente con mi manía, repasé los cuadernos, y pasiones que me arrastraron a un crimen. En mi
lo primero que me llamó la atención fue que, aunque vejez quiero convertir al bien las facultades que he
en la última página había una palabra latina, tan empleado para el mal, redimiéndome por donde
vulgar en todas las obras, finis, la verdad era que el mismo pude condenarme.
Miserere no estaba terminado, porque la música no Como las enigmáticas palabras del desconocido no
alcanzaba sino hasta el décimo versículo. pareciesen del todo claras al hermano lego, en quien
Esto fue, sin duda, lo que me llamó la atención ya comenzaba la curiosidad a despertarse, e
primeramente; pero luego que me fijé un poco en las instigado por ésta continuara en sus preguntas, su
hojas de música, me chocó más aún el observar que interlocutor prosiguió de este modo:
en vez de esas palabras italianas que ponen en —Lloraba yo en el fondo de mi alma la culpa que
todas, como maestoso, allegro, ritardando, piú vivo, había cometido; mas al intentar pedir a Dios
a piacere, había unos renglones escritos con letra misericordia no encontraba palabras para expresar
muy menuda y en alemán, de los cuales algunos dignamente mi arrepentimiento, cuando un día se
servían para advertir cosas tan difíciles de hacer fijaron mis ojos por casualidad sobre un libro santo.
como esto: Crujen..., crujen los huesos, y de sus Abrí aquel libro, y en una de sus páginas encontré
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IES. Josefina Aldecoa. Departamento de Lengua castellana y Literatura.

un gigante grito de contrición verdadera, un salmo adelante debió de ser de la piel del diablo, si no era
de David, el que comienza: Miserere mei, Deus! el mismo diablo en persona, sabedor de que sus
Desde el instante en que hube leído sus estrofas, mi bienes estaban en poder de los religiosos y de que
único pensamiento fue hallar una forma musical tan su castillo se había transformado en iglesia, reunió a
magnífica, tan sublime, que bastase a contener el unos cuantos bandoleros, camaradas suyos en la
grandioso himno de dolor del Rey Profeta. Aún no la vida de perdición que emprendiera al abandonar la
he encontrado; pero si logro expresar lo que siento casa de sus padres, y una noche de Jueves Santo,
en mi corazón, lo que oigo confusamente en mi en que los monjes se hallaban en el coro, y en el
cabeza, estoy seguro de hacer un Miserere tal y tan punto y hora en que iban a comenzar o habían
maravilloso, que no hayan oído otro semejante los comenzado el Miserere, pusieron fuego al
nacidos; tal y tan desgarrador, que al escuchar el monasterio, entraron a saco en la iglesia, y a éste
primer acorde los arcángeles dirán conmigo, quiero, a aquél no, se dice que no dejaron fraile con
cubiertos los ojos de lágrimas y dirigiéndose al vida. Después de esta atrocidad se marcharon los
Señor: ¡Misericordia!, y el Señor la tendrá de su bandidos, y su instigador con ellos, a donde no se
pobre criatura. sabe, a los profundos tal vez. Las llamas redujeron
el monasterio a escombros; de la iglesia aun quedan
El romero al llegar a este punto de su narración calló
en pie las ruinas sobre el cóncavo peñón de donde
por un instante, y después, exhalando un suspiro,
nace la cascada que, después de estrellarse de
tornó a coger el hilo de su discurso. El hermano
peña en peña, forma el riachuelo que viene a bañar
lego, algunos dependientes de la abadía y dos o tres
los muros de esta abadía.
pastores de la granja de los frailes que formaban un
círculo alrededor del hogar, escuchaban en un —Pero —interrumpió impaciente el músico— ¿y el
profundo silencio. Miserere?
—Después —continuó— de recorrer toda Alemania, —Aguardaos —continuó con gran sorna el
toda Italia y la mayor parte de este país clásico para rabadán— que todo irá por partes.
la música religiosa, aún no he oído un Miserere en Dicho lo cual, siguió así su historia:
que pueda inspirarme, ni uno, ni uno, y he oído
tantos, que puedo decir que los he oído todos. —Las gentes de los contornos se escandalizaron del
crimen: de padres a hijos y de hijos a nietos se refirió
—¿Todos? —dijo entonces, interrumpiéndole, uno con horror en las largas noches de velada; pero lo
de los rabadanes—. ¿A que no habéis oído aún el que mantiene más viva su memoria es que todos los
Miserere de la Montaña? años, tal noche como en la que se consumó, se ven
—¿El Miserere de la Montaña? —exclamó el músico brillar luces a través de las rotas ventanas de la
con aire de extrañeza—. ¿Qué Miserere es ese?. iglesia; se oye como una especie de música extraña
y unos cantos lúgubres y aterradores que se
—¿No dije? —murmuró el campesino, y luego
prosiguió con una entonación misteriosa—: Ese perciben a intervalos en las ráfagas del aire. Son los
monjes, los cuales, muertos tal vez sin hallarse
Miserere, que sólo oyen por casualidad los que,
preparados para presentarse en el Tribunal de Dios
como yo, andan día y noche tras el ganado por entre
limpios de toda culpa, vienen aún del purgatorio a
breñas y peñascales, es toda una historia, una
impetrar su misericordia cantando el Miserere.
historia muy antigua, pero tan verdadera como, al
parecer, increíble. Es el caso que en lo más fragoso Los circunstantes se miraron unos a otros con
de esas cordilleras de montañas que limitan el muestras de incredulidad; sólo el romero, que
horizonte del valle, en el fondo del cual se halla la parecía vivamente preocupado con la narración de la
abadía, hubo hace ya muchos años, ¡qué digo historia, preguntó con ansiedad al que la había
muchos años!, muchos siglos, un monasterio referido:
famoso, monasterio que, a lo que parece, edificó a —¿Y decís que ese portento se repite aún?
sus expensas un señor con los bienes que había de
legar a su hijo, al cual desheredó al morir, en pena —Dentro de tres horas comenzará sin falta alguna,
de sus maldades. Hasta aquí todo fue bueno; pero porque precisamente esta noche es la del Jueves
es el caso que este hijo, que por lo que se verá más
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Santo y acaban de dar las ocho en el reloj de la Las gotas de agua que se filtraban por entre las
abadía. grietas de los rotos arcos y caían sobre las losas con
un rumor acompasado, como el de la péndola de un
—¿A qué distancia se encuentra el monasterio?
reloj; los gritos del búho, que graznaba refugiado
—A una legua y media escasa. Pero, ¿qué hacéis? bajo el nimbo de piedra de una imagen en pie aún
¿A dónde vais con una noche como ésta? ¡Estáis en el hueco de un muro; el ruido de los reptiles, que,
dejado de la mano de Dios! —exclamaron todos, al despiertos de su letargo por la tempestad, sacaban
ver que el romero, levantándose de su escaño y sus disformes cabezas de los agujeros donde
tomando el bordón, abandonaba el hogar para duermen o se arrastran por entre los jaramagos y
dirigirse a la puerta. zarzales que crecían al pie del altar, entre las
—¿A dónde voy? A oír esa maravillosa música, a oír junturas de las lápidas sepulcrales que formaban el
el grande, el verdadero Miserere, el Miserere de los pavimento de la iglesia, todos estos extraños y
que vuelven al mundo después de muertos y saben misteriosos murmullos del campo, de la soledad y de
lo que es morir en el pecado. la noche llegaban perceptibles al oído del romero,
que sentado sobre la mutilada estatua de una
Y esto diciendo, desapareció de la vista del tumba, aguardaba ansioso la hora en que debiera
espantado lego y de los no menos atónitos pastores. realizarse el prodigio.
El viento zumbaba y hacía crujir las puertas, como si Transcurrió tiempo y tiempo, y nada se percibió;
una mano poderosa pugnase por arrancarlas de sus aquellos mil confusos rumores seguían sonando y
quicios; la lluvia caía en turbiones, azotando los combinándose de mil maneras distintas, pero
vidrios de las ventanas, y de cuando en cuando la siempre los mismos. ¡Si me habrá engañado!, pensó
luz de un relámpago iluminaba por un instante todo el músico; pero en aquel instante se oyó un ruido
el horizonte que desde ellas se descubría. nuevo, un ruido inexplicable en aquel lugar, como el
Pasado el primer momento de estupor: que produce un reloj algunos segundos antes de
sonar la hora: ruidos de ruedas que giran, de
—¡Está loco! —exclamó el lego. cuerdas que se dilatan, de maquinaria que se agita
—¡Está loco! —repitieron los pastores, y atizaron de sordamente y se dispone a usar de su misteriosa
nuevo la lumbre y se agruparon alrededor del hogar. vitalidad mecánica, y sonó una campanada..., dos...,
tres...; hasta once.
II
En el derruido templo no había campana, ni reloj, ni
Después de una o dos horas de camino, el
torre ya siquiera.
misterioso personaje que calificaron de loco en la
abadía, remontando la corriente del riachuelo que le Aún no había expirado, debilitándose de eco en eco
indicó el rabadán de la historia, llegó al punto en que la última campanada; todavía se escuchaba su
se levantaban, negras e imponentes, las ruinas del vibración temblando en el aire, cuando los doseles
monasterio. de granito, que cobijaban las esculturas, las gradas
de mármol de los altares, los sillares de las ojivas,
La lluvia había cesado; las nubes flotaban en
los calados antepechos del coro, los festones de
oscuras bandas, por entre cuyos jirones se deslizaba
tréboles de las cornisas, los negros machones de los
a veces un furtivo rayo de luz pálida y dudosa; y el
muros, el pavimento, las bóvedas, la iglesia entera
aire, al azotar los fuertes machones y extenderse por
comenzó a iluminarse espontáneamente, sin que se
los desiertos claustros, diríase que exhalaba
viese una antorcha, un cirio o una lámpara que
gemidos. Sin embargo, nada sobrenatural, nada
derramase aquella insólita claridad.
extraño venía a herir la imaginación. Al que había
dormido más de una noche sin otro amparo que las Parecía como un esqueleto de cuyos huesos
ruinas de una torre abandonada o un castillo amarillos se desprende ese gas fosfórico que brilla y
solitario: al que había arrostrado en su larga humea en la oscuridad con una luz azulada, inquieta
peregrinación cien y cien tormentas, todos aquellos y medrosa.
ruidos le eran familiares. Todo pareció animarse, pero con ese movimiento
galvánico que imprime a la muerte contracciones
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que parodian la vida, movimiento instantáneo, más gota de agua que se filtraba, y el grito del búho
horrible aún que la inercia del cadáver que agita con escondido, y el roce de los reptiles inquietos. Todo
su desconocida fuerza. Las piedras se reunieron a esto era la música y algo más que no puede
las piedras; el ara, cuyos rotos fragmentos se veían explicarse ni apenas concebirse; algo más que
antes esparcidos sin orden, se levantó intacta, como parecía como el eco de un órgano que acompañaba
si acabase de dar en ella su último golpe de cincel el los versículos del gigante himno de contrición del rey
artífice, y al par del ara se levantaron las derribadas salmista con notas y acordes tan gigantes como sus
capillas, los rotos capiteles y las destrozadas e palabras terribles.
inmensas series de arcos que, cruzándose y Siguió la ceremonia; el músico, que la presenciaba
enlazándose caprichosamente entre sí, formaron absorto y aterrado, creía estar fuera del mundo real,
con sus columnas un laberinto de pórfido.
vivir en esa región fantástica del sueño, en que
Una vez reedificado el templo, comenzó a oírse un todas las cosas se revisten de formas extrañas y
acorde lejano que pudiera confundirse con el fenomenales.
zumbido del aire, pero que era un conjuro de voces Un sacudimiento terrible vino a sacarlo de aquel
lejanas y graves que parecía salir del seno de la estupor que embargaba todas las facultades de su
tierra e irse elevando poco a poco, haciéndose cada espíritu. Sus nervios saltaron al impulso de una
vez más perceptible. conmoción fortísima, sus dientes chocaron,
El osado peregrino comenzaba a tener miedo; pero agitándose con un temblor imposible de reprimir, y el
con su miedo luchaba aún su fanatismo por todo la frío penetró hasta la médula de los huesos.
desusado y maravilloso, y alentado por él dejó la Los monjes pronunciaban en aquel instante estas
tumba sobre que reposaba, se inclinó al borde del espantosas palabras del Miserere:
abismo por entre cuyas rocas saltaba el torrente,
despeñándose con un trueno incesante y espantoso, —In iniquitatibus conceptus sum: et in peccatis
y sus cabellos se erizaron de horror. concepit me mater mea.
Mal envueltos en los jirones de sus hábitos, caladas Al resonar este versículo y dilatarse sus ecos
las capuchas, bajo los pliegues de las cuales retumbando de bóveda en bóveda, se levantó un
contrastaban con sus descarnadas mandíbulas y los alarido tremendo que parecía un grito de dolor
blancos dientes las oscuras cavidades de los ojos de arrancado a la Humanidad entera por la conciencia
sus calaveras, vio los esqueletos de los monjes, que de sus maldades; un grito horroroso, formado por
fueron arrojados desde el pretil de la iglesia a aquel todos los lamentos del infortunio, de todos los
precipicio, salir del fondo de las aguas y, aullidos de la desesperación, de todas las
agarrándose con los largos dedos de sus manos de blasfemias de la impiedad; concierto monstruoso,
hueso a las grietas de las peñas, trepar por ellas digno intérprete de los que viven en el pecado y
hasta tocar el borde, diciendo con voz baja y fueron concebidos en la iniquidad.
sepulcral, pero con una desgarradora expresión de Prosiguió el canto, ora tristísimo y profundo, ora
dolor, el primer versículo del salmo de David: semejante a un rayo de sol que rompe la nube
—Miserere mei, Deus, secundum magnam oscura de una tempestad, haciendo suceder a un
misericordiam tuam! relámpago de tenor otro relámpago de júbilo, hasta
que, merced a una transformación súbita, la iglesia
Cuando los monjes llegaron al peristilo del templo, resplandeció bañada en luz celeste; las osamentas
se ordenaron en dos hileras y, penetrando en él, de los monjes se vistieron de sus carnes; una
fueron a arrodillarse en el coro, donde, con voz más aureola luminosa brilló en derredor de sus frentes;
levantada y solemne, prosiguieron entonando los se rompió la cúpula, y a través de ella se vio el cielo
versículos del salmo. La música sonaba al compás
como un océano de lumbre abierto a la mirada de
de sus voces: aquella música era el rumor distante los justos.
del trueno, que, desvanecida la tempestad, se
alejaba murmurando; era el zumbido del aire que Los serafines, los arcángeles y los ángeles y las
gemía en la concavidad del monte; era el monótono jerarquías acompañaban con un himno de gloria
ruido de la cascada que caía sobre las rocas, y la este versículo, que subía entonces al trono del
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Señor como una tromba armónica, como una anotada, y el sueño huyó de sus párpados y perdió
gigantesca espiral de sonoro incienso: el apetito, y la fiebre se apoderó de su cabeza, y se
—Auditui meo dabis gaudium et laetitiam: et volvió loco, y se murió, en fin, sin poder terminar el
Miserere, que, como una losa extraña, guardaron los
exultabunt ossa humiliata.
frailes a su muerte, y aún se conserva hoy en el
En este punto, la claridad deslumbradora cegó los archivo de la abadía.
ojos del romero, sus sienes latieron con violencia,
...
zumbaron sus oídos y cayó sin conocimiento por
tierra, y no oyó más... Cuando el viejecito concluyó de contarme esta
historia, no pude menos de volver otra vez los ojos al
III
empolvado y antiguo manuscrito del Miserere, que
Al día siguiente, los pacíficos monjes de la abadía de aún estaba abierto sobre una de las mesas.
Fitero, a quienes el hermano lego había dado cuenta
de la extraña visita de la noche anterior, vieron In peccatis concepit me mater mea...
entrar por las puertas, pálido y como fuera de sí, al Estas eran las palabras de la página que tenía ante
desconocido romero. mi vista, y que parecía mofarse de mí con sus notas,
sus llaves y sus garabatos ininteligibles para los
—¿Oísteis, al cabo, el Miserere? —le preguntó con
cierta mezcla de ironía el lego, lanzando a hurtadillas legos de la música.
una mirada de inteligencia a sus superiores. Por haberlas podido leer hubiera dado un mundo:
—Sí, respondió el músico. ¿Quién sabe si no será una locura?
—¿Y qué tal os ha parecido?
—Lo voy a escribir. Dadme un asilo en vuestra casa Espronceda, La pata de palo
—prosiguió, dirigiéndose al abad—, un asilo y pan
para algunos meses, y voy a dejaros una obra Voy a contar el caso más espantable y prodigioso
inmortal del arte, un Miserere que borre mis culpas a que buenamente imaginarse puede, caso que hará
los ojos de Dios, eternice mi memoria y eternice con erizar el cabello, horripilarse las carnes, pasmar el
ella la de esta abadía. ánimo y acobardar el corazón más intrépido,
mientras dure su memoria entre los hombres y pase
Los monjes, por curiosidad, aconsejaron al abad que de generación en generación su fama con la eterna
accediese a su demanda. El abad, por compasión, desgracia del infeliz a quien cupo tan mala y tan
aun creyéndole un loco, accedió, al fin, a ello y el desventurada suerte. ¡Oh cojos!, escarmentad en
músico, instalado ya en el monasterio, comenzó su pierna ajena y leed con atención esta historia, que
obra. tiene tanto de cierta como de lastimosa; con
Noche y día trabajaba con un afán incesante. En vosotros hablo, y mejor diré con todos, puesto que
mitad de su tarea se paraba y parecía como no hay en el mundo nadie, a no carecer de piernas,
escuchar algo que sonaba en su imaginación, y se que no se halle expuesto a perderlas.
dilataban sus pupilas, saltaba en el asiento y Érase que en Londres vivían, no ha medio siglo, un
exclamaba: comerciante y un artífice de piernas de palo,
—¡Eso es; así, así, no hay duda..., así! —y famosos ambos: el primero, por sus riquezas, y el
proseguía escribiendo notas con una rapidez febril, segundo, por su rara habilidad en su oficio. Y basta
que dio en más de una ocasión que admirar a los decir que ésta era tal, que aun los de piernas más
que lo observaban sin ser vistos. ágiles y ligeras envidiaban las que solía hacer de
madera, hasta el punto de haberse hecho de moda
Escribió los primeros versículos y los siguientes
las piernas de palo, con grave perjuicio de las
hasta la mitad del salmo; pero al llegar al último que
naturales. Acertó en este tiempo nuestro
había oído en la montaña le fue imposible proseguir.
comerciante a romperse una de las suyas, con tal
Escribió uno, dos, cien, doscientos borradores: todo perfección, que los cirujanos no hallaron otro
inútil. Su música no se parecía a aquella música ya remedio más que cortársela, y aunque el dolor de la
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operación le tuvo a pique de expirar, luego que se –En una palabra, quiero una pierna..., vamos, ya que
encontró sin pierna, no dejó de alegrarse pensando estoy en el caso de elegirla, una pierna que ande
en el artífice, que con una de palo le habría de librar sola.
para siempre de semejantes percances. Mandó –Como usted guste.
llamar a Mr. Wood al momento (que éste era el
nombre del estupendo maestro pernero), y como –Conque ya está usted enterado.
suele decirse, no se le cocía el pan, imaginándose –De aquí a dos días –respondió el pernero tendrá
ya con su bien arreglada y prodigiosa pierna que, usted la pierna en casa, y prometo a usted que
aunque hombre grave, gordo y de más de cuarenta quedará complacido.
años, el deseo de experimentar en sí mismo la
Dicho esto se despidieron, y el comerciante quedó
habilidad del artífice le tenía fuera de sus casillas.
entregado a mil sabrosas y lisonjeras esperanzas,
No se hizo esperar mucho tiempo, que era el pensando que de allí a tres días se vería provisto de
comerciante rico y gozaba renombre de generoso. la mejor pierna de palo que hubiera en todo el reino
–Mister Wood – le dijo, felizmente necesito de su unido de la Gran Bretaña. Entretanto, nuestro
habilidad de usted. ingenioso artífice se ocupaba ya en la construcción
de su máquina con tanto empeño y acierto, que de
–Mis piernas repuso Wood están a disposición de allí a tres días, como había ofrecido, estaba acabada
quien quiera servirse de ellas. su obra, satisfecho sobremanera de su adelantado
–Mil gracias; pero no son las piernas de usted, sino ingenio.
una de palo lo que necesito. Era una mañana de mayo y empezaba a rayar el día
–Las de ese género ofrezco yo, replicó el artífice que feliz en que habían de cumplirse las mágicas
las mías, aunque son de carne y hueso, no dejan de ilusiones del despernado comerciante, que yacía en
hacerme falta. su cama muy ajeno de la desventura que le
–Por cierto que es raro que un hombre como usted aguardaba. Faltábale tiempo ya para calzarse la
que sabe hacer piernas que no hay más que pedir, prestada pierna, y cada golpe que sonaba a la
puerta de la casa retumbaba en su corazón. «Ese
use todavía las mismas con que nació.
será», se decía a sí mismo; pero en vano, porque
–En eso hay mucho que hablar; pero al grano: usted antes que su pierna llegaron la lechera, el cartero, el
necesita una pierna de palo, ¿no es eso? carnicero, un amigo suyo y otros mil personajes
–Cabalmente –replicó el acaudalado comerciante; insignificantes, creciendo por instantes la
pero no vaya usted a creer que se trata de una cosa impaciencia y ansiedad de nuestro héroe, bien así
cualquiera, sino que es menester que sea una obra como el que espera un frac nuevo para ir a una cita
maestra, un milagro del arte. amorosa y tiene al sastre por embustero. Pero
nuestro artífice cumplía mejor sus palabras, y ¡ojalá
–Un milagro del arte, ¡eh! repitió míster Wood. que no la hubiese cumplido entonces! Llamaron, en
–Sí, señor, una pierna maravillosa y cueste lo que fin, a la puerta, y a poco rato entró en la alcoba del
costare. comerciante un oficial de su tienda con una pierna
de palo en la mano, que no parecía sino que se le
–Estoy en ello; una pierna que supla en un todo la iba a escapar.
que usted ha perdido.
–Gracias a Dios exclamó el banquero, veamos esa
–No, señor; es preciso que sea mejor todavía. maravilla del mundo.
–Muy bien. –Aquí la tiene usted –replicó el oficial–, y crea usted
–Que encaje bien, que no pese nada, ni tenga yo que mejor pierna no la ha hecho mi amo en su vida.
que llevarla a ella, sino que ella me lleve a mí. –Ahora veremos– y enderezándose en la cama,
–Será usted servido. pidió de vestir, y luego que se mudó la ropa interior,
mandó al oficial de piernas que le acercase la suya
de palo para probársela. No tardó mucho tiempo en
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calzársela. Pero aquí entra la parte más lastimosa. la ventana y como vio a su sobrino venir tan chusco
No bien se la colocó y se puso en pie, cuando sin y regocijado corriendo hacia ella, empezó a
que fuerzas humanas fuesen bastantes a detenerla, sospechar si habría llegado a perder el seso, y
echó a andar la pierna de por sí sola con tal mucho más al verle tan deshonestamente vestido. Al
seguridad y rapidez tan prodigiosa, que, a su pasar el desventurado cerca de sus ventanas le
despecho, hubo de seguirla el obeso cuerpo del llamó y, muy seria, empezó a echarle una
comerciante. En vano fueron las voces que éste exhortación muy grave acerca de lo ajeno que era
daba llamando a sus criados para que le detuvieran. en un hombre de su carácter andar de aquella
manera.
Desgraciadamente, la puerta estaba abierta, y
cuando ellos llegaron, ya estaba el pobre hombre en –¡Tía!, ¡tía! ¡También usted! respondió con lamentos
la calle. Luego que se vio en ella, ya fue imposible su sobrino perniligero.
contener su ímpetu. No andaba, volaba; parecía que No se le volvió a ver más desde entonces, y muchos
iba arrebatado por un torbellino, que iba impelido de creyeron que se había ahogado en el canal de la
un huracán. En vano era echar atrás el cuerpo Mancha al salir de la isla. Hace, no obstante,
cuanto podía, tratar de asirse a una reja, dar voces algunos años que unos viajeros recién llegados de
que le socorriesen y detuvieran, que ya temía América afirmaron haberle visto atravesar los
estrellarse contra alguna tapia, el cuerpo seguía a bosques del Canadá con la rapidez de un
remolque el impulso de la alborotada pierna; si se relámpago. Y poco hace se vio un esqueleto
esforzaba a cogerse de alguna parte, desarmado vagando por las cumbres del Pirineo,
corría peligro de dejarse allí el brazo, y cuando las con notable espanto de los vecinos de la comarca,
gentes acudían a sus gritos, ya el malhadado sostenido por una pierna de palo. Y así continúa
banquero había desaparecido. Tal era la violencia y
dando la vuelta al mundo con increíble presteza la
rebeldía del postizo miembro. Y era lo mejor, que se prodigiosa pierna, sin haber perdido aún nada de su
encontraba algunos amigos que le llamaban y primer arranque, furibunda velocidad y movimiento
aconsejaban que se parara, lo que era para él lo perpetuo.
mismo que tocar con la mano al cielo.
–Un hombre tan formal como usted _le gritaba uno_
en calzoncillos y a escape por esas calles, ¡eh!, ¡eh! Edgar Allan Poe, El corazón delator
Y el hombre, maldiciendo y jurando y haciendo ¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso,
señas con la mano de que no podía absolutamente terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman
pararse. ustedes que estoy loco? La enfermedad había
Uno le tomaba por loco, otro intentaba detenerle agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o
poniéndose delante y caía atropellado por la furiosa embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos.
pierna, lo que valía al desdichado andarín mil injuriasOía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo.
y picardías. El pobre lloraba; en fin, desesperado y Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar
aburrido se le ocurrió la idea de ir a casa del malditoloco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta
fabricante de piernas que tal le había puesto. cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi
Llegó, llamó a la puerta al pasar; pero ya había historia.
transpuesto la calle cuando el maestro se asomó a Me es imposible decir cómo aquella idea me entró
ver quién era. Sólo pudo divisar a lo lejos un hombre en la cabeza por primera vez; pero, una vez
arrebatado en alas del huracán que con la mano se concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía
las juraba. En resolución, al caer la tarde, el ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico.
apresurado varón notó que la pierna, lejos de aflojar, Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada
aumentaba en velocidad por instantes. Salió al malo. Jamás me insultó. Su dinero no me
campo y, casi exánime y jadeando, acertó a tomar interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue!
un camino que llevaba a una quinta de una tía suya Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo
que allí vivía. Estaba aquella respetable señora, con celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo
más de setenta años encima, tomando un té junto a clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a
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poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo
al viejo y librarme de aquel ojo para siempre. sentí moverse repentinamente en la cama, como si
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché
Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro
hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con como la pez, ya que el viejo cerraba completamente
qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que
previsión... con qué disimulo me puse a la obra! le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y
Jamás fui más amable con el viejo que la semana seguí empujando suavemente, suavemente.
antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la
hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre
¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
era lo bastante grande para pasar la cabeza, -¿Quién está ahí?
levantaba una linterna sorda, cerrada,
completamente cerrada, de manera que no se viera Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una
ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese
ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama.
pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había
lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la
Me llevaba una hora entera introducir pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
completamente la cabeza por la abertura de la Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el
puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es quejido que nace del terror. No expresaba dolor o
que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del
entonces, cuando tenía la cabeza completamente fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien
dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente...
conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente
¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió
abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba
de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los
abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía
cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durantebien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le
siete largas noches... cada noche, a las doce... perotuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi
siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era corazón. Comprendí que había estado despierto
imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo desde el primer leve ruido, cuando se movió en la
quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no
mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es
en su habitación y le hablaba resueltamente, más que el viento en la chimenea... o un grillo que
llamándolo por su nombre con voz cordial y chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse
preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ánimo con esas suposiciones, pero todo era en
ustedes que tendría que haber sido un viejo muy vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había
astuto para sospechar que todas las noches, aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a
justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra
dormía. imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi
que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de cabeza dentro de la habitación.
un reloj se mueve con más rapidez de lo que se Después de haber esperado largo tiempo, con toda
movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví
había sentido el alcance de mis facultades, de mi abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la
sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión linterna.
de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a
poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué
secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un
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fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó


corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía
de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre. el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé no volvería a molestarme.
a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán
claridad, de un azul apagado y con aquella horrible de hacerlo cuando les describa las astutas
tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía precauciones que adopté para esconder el cadáver.
ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo
como movido por un instinto, había orientado el haz con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé
de luz exactamente hacia el punto maldito. el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente Levanté luego tres planchas del piso de la habitación
por locura es sólo una excesiva agudeza de los y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los
sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano
resonar apagado y presuroso, como el que podría -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor
hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido diferencia. No había nada que lavar... ninguna
también me era familiar. Era el latir del corazón del mancha... ningún rastro de sangre. Yo era
viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el demasiado precavido para eso. Una cuba había
redoblar de un tambor estimula el coraje de un recogido todo... ¡ja, ja!
soldado. Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. la madrugada, pero seguía tan oscuro como a
Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo medianoche. En momentos en que se oían las
que no se moviera, tratando de mantener con toda la campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la
firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué
el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía podía temer ahora?
cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy
a momento. El espanto del viejo tenía que ser civilmente como oficiales de policía. Durante la
terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo
siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy
cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado.
nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el Al recibir este informe en el puesto de policía, habían
terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar comisionado a los tres agentes para que registraran
tan extraño como aquél me llenó de un horror el lugar.
incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía
algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la
crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había
que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice
ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía saber que el viejo se había ausentado a la campaña.
escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a
sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente,
linterna y me precipité en la habitación. El viejo acabé conduciéndolos a la habitación del muerto.
clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa
un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis
el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los
que me había resultado todo. Pero, durante varios tres caballeros que descansaran allí de su fatiga,
minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto
ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el
podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por cual reposaba el cadáver de mi víctima.
fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los
y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, habían convencido. Por mi parte, me hallaba
completamente muerto. Apoyé la mano sobre el perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de
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cosas comunes, mientras yo les contestaba con No espero ni pido que alguien crea en el extraño
animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar aunque simple relato que me dispongo a escribir.
que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos
dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y
oídos; pero los policías continuaban sentados y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a
charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito
resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz inmediato consiste en poner de manifiesto, simple,
muy alta para librarme de esa sensación, pero sucintamente y sin comentarios, una serie de
continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez episodios domésticos. Las consecuencias de esos
más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que episodios me han aterrorizado, me han torturado y,
aquel sonido no se producía dentro de mis oídos. por fin, me han destruido. Pero no intentaré
explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí
resultarán menos espantosos que barrocos. Más
hablando con creciente soltura y levantando mucho
adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia
la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía
reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una
hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un
inteligencia más serena, más lógica y mucho menos
sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en
excitable que la mía, capaz de ver en las
algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento,
circunstancias que temerosamente describiré, una
y, sin embargo, los policías no habían oído nada.
vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el
sonido crecía continuamente. Me puse en pie y Desde la infancia me destaqué por la docilidad y
discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi
violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía corazón era tan grande que llegaba a convertirme en
continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban
lado a otro, a grandes pasos, como si las especialmente los animales, y mis padres me
observaciones de aquellos hombres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado
enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más
¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba.
espumarajos de rabia... maldije... juré... Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando
Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis
raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido principales fuentes de placer. Aquellos que alguna
sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y
alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la
seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era naturaleza o la intensidad de la retribución que
posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor
que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se de un animal que llega directamente al corazón de
estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así aquel que con frecuencia ha probado la falsa
lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a amistad y la frágil fidelidad del hombre.
aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa
que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo
compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto
sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o por los animales domésticos, no perdía oportunidad
morir, y entonces... otra vez... escuchen... más de procurarme los más agradables de entre ellos.
fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte! Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que perro, conejos, un monito y un gato.
lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí! ¡Donde Este último era un animal de notable tamaño y
está latiendo su horrible corazón!
hermosura, completamente negro y de una
sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia,
mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa,
Edgar Allan Poe, El gato negro aludía con frecuencia a la antigua creencia popular

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de que todos los gatos negros son brujas interesar al alma. Una vez más me hundí en los
metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos
seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de lo sucedido.
de recordarla. El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto
Plutón -tal era el nombre del gato- se había que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un
convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya.
daba de comer y él me seguía por todas partes en Se paseaba, como de costumbre, por la casa,
casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al
de mí en la calle. verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua
manera de ser para sentirme agraviado por la
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de
evidente antipatía de un animal que alguna vez me
los cuales (enrojezco al confesarlo) mi
había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó
temperamento y mi carácter se alteraron
en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi
radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia.
caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de
Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable
la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este
e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué,
incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi
alma existe como de que la perversidad es uno de
terminé por infligirle violencias personales. Mis
los impulsos primordiales del corazón humano, una
favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio
de las facultades primarias indivisibles, uno de esos
de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que
sentimientos que dirigen el carácter del hombre.
llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo,
¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces
conservé suficiente consideración como para
en momentos en que cometía una acción tonta o
abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los
malvada por la simple razón de que no debía
conejos, el mono y hasta el perro cuando, por
cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia
casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en
permanente, que enfrenta descaradamente al buen
mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -
sentido, una tendencia a transgredir lo que
pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-,
constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este
y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y,
espíritu de perversidad se presentó, como he dicho,
por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las
en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía
consecuencias de mi mal humor.
mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su
Una noche en que volvía a casa completamente propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo,
embriagado, después de una de mis correrías por la me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el
ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una
Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por
me mordió ligeramente en la mano. Al punto se el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo
apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos
que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se y el más amargo remordimiento me apretaba el
separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había
que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció querido y porque estaba seguro de que no me había
cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía
un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado
animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si
saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita
mientras escribo tan condenable atrocidad. misericordia del Dios más misericordioso y más
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando terrible.
hube disipado en el sueño los vapores de la orgía La noche de aquel mismo día en que cometí tan
nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!"
remordimiento ante el crimen cometido; pero mi Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda
sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos
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escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y misma especie y apariencia que pudiera ocupar su
yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se lugar.
perdieron y desde ese momento tuve que Una noche en que, borracho a medias, me hallaba
resignarme a la desesperanza. en una taberna más que infame, reclamó mi
No incurriré en la debilidad de establecer una atención algo negro posado sobre uno de los
relación de causa y efecto entre el desastre y mi enormes toneles de ginebra que constituían el
criminal acción. Pero estoy detallando una cadena principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos
de hechos y no quiero dejar ningún eslabón había estado mirando dicho tonel y me sorprendió
incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a no haber advertido antes la presencia de la mancha
visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la
desplomado. La que quedaba en pie era un tabique mano. Era un gato negro muy grande, tan grande
divisorio de poco espesor, situado en el centro de la como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un
casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el
de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta
acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi
aplicación. Una densa muchedumbre habíase todo el pecho.
reunido frente a la pared y varias personas parecían Al sentirse acariciado se enderezó prontamente,
examinar parte de la misma con gran atención y ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y
detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras pareció encantado de mis atenciones. Acababa,
similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi pues, de encontrar el animal que precisamente
que en la blanca superficie, grabada como un andaba buscando. De inmediato, propuse su compra
bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco
al tabernero, pero me contestó que el animal no era
gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada
maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo de él.
del animal.
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía
Al descubrir esta aparición -ya que no podía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a
considerarla otra cosa- me sentí dominado por el acompañarme. Le permití que lo hiciera,
asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en deteniéndome una y otra vez para inclinarme y
mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a
un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de
del incendio, la multitud había invadido mi mujer.
inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la
soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía
abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de
esa forma. Probablemente la caída de las paredes lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir
comprimió a la víctima de mi crueldad contra el cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me
enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el
acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta
produjo la imagen que acababa de ver. alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme
con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo
Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo.
que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o
ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero
Durante muchos meses no pude librarme del gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo
fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi
con inexpresable odio y a huir en silencio de su
espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin detestable presencia, como si fuera una emanación
serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar de la peste.
la pérdida del animal y buscar, en los viles antros
que habitualmente frecuentaba, algún otro de la Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue
descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a
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casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. angustia en un hombre creado a imagen y
Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude
más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella
alto grado esos sentimientos humanitarios que criatura no me dejaba un instante solo; de noche,
alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente
despertaba hora a hora de los más horrorosos
de mis placeres más simples y más puros. sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de
mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con la que no me era posible desprenderme- apoyado
una pertinencia que me costaría hacer entender al eternamente sobre mi corazón.
lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió
bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los
sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad;
entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o los más tenebrosos, los más perversos
bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis pensamientos. La melancolía habitual de mi humor
ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo
momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi
golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la
primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo habitual y paciente víctima de los repentinos y
ahora mismo- por un espantoso temor al animal. frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal abandonaba.
físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me
otra manera. Me siento casi avergonzado de acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra
reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió
siento casi avergonzado de reconocer que el terror, mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a
el espanto que aquel animal me inspiraba, era punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó
intensificado por una de las más insensatas hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi
quimeras que sería dado concebir. Más de una vez rabia los pueriles temores que hasta entonces
mi mujer me había llamado la atención sobre la habían detenido mi mano, descargué un golpe que
forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, hubiera matado instantáneamente al animal de
y que constituía la única diferencia entre el extraño haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo
animal y el que yo había matado. El lector recordará su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención
que esta mancha, aunque grande, me había a una rabia más que demoníaca, me zafé de su
parecido al principio de forma indefinida; pero abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo
gradualmente, de manera tan imperceptible que mi quejido, cayó muerta a mis pies.
razón luchó durante largo tiempo por rechazarla Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al
como fantástica, la mancha fue asumiendo un punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el
contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa,
algo que me estremezco al nombrar, y por ello
tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de
odiaba, temía y hubiera querido librarme del que algún vecino me observara. Diversos proyectos
monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; cruzaron mi mente. Por un momento pensé en
representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego
siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano.
terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al
y de la muerte! pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se
Me sentí entonces más miserable que todas las tratara de una mercadería común, y llamar a un
miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al
semejante había yo destruido desdeñosamente, una fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y
bestia era capaz de producir tan insoportable decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como

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se dice que los monjes de la Edad Media costó mucho responder. Incluso hubo una
emparedaban a sus víctimas. perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía
muros eran de material poco resistente y estaban asegurada.
recién revocados con un mortero ordinario, que la Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se
humedad de la atmósfera no había dejado presentó inesperadamente y procedió a una nueva y
endurecer. Además, en una de las paredes se veía rigurosa inspección. Convencido de que mi
el saliente de una falsa chimenea, la cual había sido escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve
rellenada y tratada de manera semejante al resto del inquietud. Los oficiales me pidieron que los
sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni
ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez,
agujero como antes, de manera que ninguna mirada bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un
pudiese descubrir algo sospechoso. solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como
el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente
de un lado al otro del sótano. Había cruzado los
saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y,
luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de
aquí para allá. Los policías estaban completamente
pared interna, lo mantuve en esa posición mientras
satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría
aplicaba de nuevo la mampostería en su forma
de mi corazón era demasiado grande para reprimirla.
original. Después de procurarme argamasa, arena y
Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una
cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del
palabra como prueba de triunfo y confirmar
anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo
doblemente mi inocencia.
enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de
que todo estaba bien. La pared no mostraba la -Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la
menor señal de haber sido tocada. Había barrido escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus
hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de
torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa
he trabajado en vano". está muy bien construida... (En mi frenético deseo
de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me
Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia
daba cuenta de mis palabras). Repito que es una
causante de tanta desgracia, pues al final me había
casa de excelente construcción. Estas paredes...
decidido a matarla. Si en aquel momento el gato
¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una
hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado
gran solidez.
sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado
por la violencia de mi primer acceso de cólera, se Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas,
cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la
humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual
maravilloso alivio que la ausencia de la detestada se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.
criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella ¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del
noche, y así, por primera vez desde su llegada a la archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis
casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, golpes cuando una voz respondió desde dentro de la
pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al
alma. comienzo, semejante al sollozar de un niño, que
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador luego creció rápidamente hasta convertirse en un
no volvía. Una vez más respiré como un hombre largo, agudo y continuo alarido, anormal, como
libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa inhumano, un aullido, un clamor de lamentación,
para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede
Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi haber brotado en el infierno de la garganta de los
negra acción me preocupaba muy poco. Se condenados en su agonía y de los demonios
practicaron algunas averiguaciones, a las que no me exultantes en la condenación.
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Hablar de lo que pensé en ese momento sería agobiante, de que se marchen, o de marcharme yo,
locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la de estar solo.
pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres Este anhelo es más que un impulso, es una
en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, necesidad irresistible. Y si las personas en cuya
una docena de robustos brazos atacaron la pared, compañía me encuentro siguiesen a mi lado, si me
que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy viese obligado, no a prestar atención, pero ni
corrompido y manchado de sangre coagulada, siquiera a escuchar sus conversaciones, me daría,
apareció de pie ante los ojos de los espectadores. con toda seguridad, un ataque. ¿De qué clase? No
Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único lo sé. ¿Un síncope, tal vez? Sí, probablemente.
ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible
bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y Tanto me agrada estar solo, que ni siquiera puedo
cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. soportar que otras personas duerman bajo el mismo
¡Había emparedado al monstruo en la tumba! techo que yo. No vivo en París, porque sería para
mí una perpetua agonía. Me siento morir
moralmente, es para mí un martirio del cuerpo y de
Guy de Maupassant, ¿Quién sabe? los nervios esa muchedumbre inmensa que
hormiguea, que se mueve a mi alrededor, hasta
1 cuando duerme. Porque, aún más que la palabra de
¡Señor! ¡Señor! Al fin tengo ocasión de escribir lo los demás, me resulta insufrible su sueño. Cuando
que me ha ocurrido. Pero ¿me será posible sé, cuando tengo la sensación de que, detrás de la
hacerlo? ¿Me atreveré? ¡Es una cosa tan pared, existen vidas que se ven interrumpidas por
extravagante, tan inexplicable, tan incomprensible, esos eclipses regulares de la razón, no puedo ya
tan loca! despertar.
Si no estuviese seguro de lo que he visto, seguro ¿Por qué soy de esta manera? ¡Quién lo sabe! Es
también de que en mis razonamientos no ha habido imposible que la razón de todo esto sea muy
un fallo, ni en mis comprobaciones un error, ni una sencilla; todo lo que ocurre fuera de mí me cansa
laguna en la inflexible cadena de mis muy pronto. Y son muchos los que se encuentran
observaciones, me creería simplemente víctima de en mi mismo caso.
una alucinación, juguete de una extraña locura. En la tierra vivimos gentes de dos razas. Los que
Después de todo, ¿quién sabe? tienen necesidad de los demás, aquellos a quienes
Me encuentro actualmente en un sanatorio; pero si los demás distraen, ocupan, sirven de descanso, y
entré en él ha sido por prudencia, por miedo. Sólo a los que la soledad cansa, agota, aniquila, lo
una persona conoce mi historia: el médico de aquí; mismo que la ascensión a un nevero o la travesía
pero voy a ponerla por escrito. Realmente no sé de un desierto, y aquellos otros a los que, por el
para qué. Para librarme de ella, tal vez, porque la contrario, los demás cansan, molestan, cohíben,
siento dentro de mí como una intolerable pesadilla. abruman, en tanto que el aislamiento los tranquiliza,
les proporciona un baño de descanso en la
Hela aquí: independencia y en la fantasía de sus meditaciones.
He sido siempre un solitario, un soñador, una En resumidas cuentas, se trata de un fenómeno
especie de filósofo aislado, bondadoso, que se psíquico normal. Unos tienen condiciones para vivir
conformaba con poco, sin acritudes contra los hacia afuera; otros, para vivir hacia adentro. En mí
hombres y sin rencores contra el cielo. He vivido se da el caso de que la atención exterior es de corta
solo, en todo tiempo, porque la presencia de otras duración y se agota pronto, y cuando llega a su
personas me produce una especie de molestia. No límite, me acomete en todo mi cuerpo y en toda mi
es que me niegue a tratar con la gente, a conversar alma un malestar intolerable.
o a cenar con amigos, pero cuando llevan mucho
rato cerca de mí, aunque sean mis más cercanos Como consecuencia de todo lo que antecede, yo
familiares, me cansan, me fatigan, me enervan, y me apego, es decir, estaba fuertemente apegado a
experimento un anhelo cada vez mayor, más los objetos inanimados, que vienen a adquirir para
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mí una importancia de seres vivos. Mi casa se como un hilo, despide un brillo alegre que regocija
convierte, se había convertido en un mundo en el el corazón y traza en el suelo sombras bien
que yo llevaba una vida solitaria, pero activa, en dibujadas; la segunda apenas derrama una luz
medio de aquellas cosas: muebles, chucherías mortecina, tan apagada que casi no llega a formar
familiares, que eran para mí como otros tantos sombras.
rostros simpáticos. Había ido llenándola poco a Distinguí a lo lejos la masa oscura de mi jardín y,
poco, adornándola con ellos, y me sentía contento y sin que yo supiese de dónde me venía, se apoderó
satisfecho allí dentro, feliz como en los brazos de de mí un malestar al pensar que tenía que entrar
una mujer agradable cuya diaria caricia se ha en él. Acorté el paso. La temperatura era muy
convertido en una necesidad suave y sosegada. suave. Aquella gruesa mancha del arbolado
Hice construir aquella casa en el centro de un parecía una tumba dentro de la cual estaba
hermoso jardín que la aislaba de los caminos sepultada mi casa.
concurridos, a un paso de una ciudad en la que me Abrí la puerta y penetré en la larga avenida de
era dable encontrar, cuando se despertaba en mí tal sicomoros que conduce hasta el edificio y que
deseo, los recursos que ofrece la vida social. Todos forma una bóveda arqueada como un túnel muy
mis criados dormían en un pabellón muy alejado de alto, a través de bosquecillos opacos unas veces y
la casa, situado en un extremo de la huerta, que bordeando otras los céspedes en que los
estaba cercada con una pared muy alta. Tal era el encañados de flores estampaban manchones
agrado y el descanso que encontraba al verme ovalados de tonalidades confusas en medio de las
envuelto en la oscuridad de las noches, en medio pálidas tinieblas.
del silencio de mi casa, perdida, oculta, sumergida
bajo el ramaje de los grandes árboles, que todas las Una turbación singular se apoderó de mí al
noches permanecía varias horas para saborearlo a encontrarme ya cerca de la casa. Me detuve. No
mis anchas, costándome trabajo meterme en la se oía nada. Ni el más leve soplo de aire circulaba
cama. entre las hojas. "¿Qué es lo que me pasa?", pensé.
Muchas veces había entrado de aquella manera
El día de que voy a hablar habían representado desde hacía diez años, y jamás sentí el más leve
Sigurd en el teatro de la ciudad. Era aquélla la desasosiego. No era que tuviese miedo. Jamás lo
primera vez que asistía a la representación de ese tengo durante la noche. Si me hubiese encontrado
bello drama musical y fantástico, y me produjo un con un hombre, con un merodeador, con un ladrón,
vivo placer. todo mi ser físico habría experimentado una
Regresaba a mi casa a pie, con paso ágil, llena la sacudida de furor y habría saltado encima de él sin
cabeza de frases musicales y la pupila de lindas la menor vacilación. Iba, además, armado. Llevaba
imágenes de un mundo de hadas. Era noche mi revólver, porque quería resistir a aquella
cerrada, tan cerrada que apenas se distinguía la influencia recelosa que germinaba en mí.
carretera y estuve varias veces a punto de tropezar ¿Qué era aquello? ¿Un presentimiento? ¿El
y caer en la cuneta. Desde el puesto de arbitrios presentimiento misterioso que se apodera de los
hasta mi casa hay cerca de un kilómetro, tal vez un sentidos del hombre cuando va a encontrarse
poco más, o sea veinte minutos de marcha lenta. frente a lo inexplicable? ¡Quién sabe!
Sería la una o la una y media de la madrugada; se
aclaró un poco el firmamento y surgió delante de mí A medida que avanzaba, me corrían escalofríos
la luna, en su triste cuarto menguante. La media por la piel; cuando me hallé frente al muro de mi
luna del primer cuarto, es decir, la que aparece a gran palacio, que tenía las contraventanas
las cuatro o cinco de la tarde, es brillante, alegre, echadas, tuve la sensación de que tendría que
plateada; pero la que se levanta después de la dejar pasar algunos minutos antes de abrir la
medianoche es rojiza, triste, inquietante; es la puerta y entrar. Me senté en un banco que había
verdadera media luna del día de las brujas. Esta debajo de las ventanas del salón. Y allí me quedé,
observación han debido hacerla todos los un poco trémulo, con la cabeza apoyada en la
noctámbulos. La primera, aunque sea delgada pared y los ojos abiertos y clavados en la sombra
del arbolado. Nada de extraordinario advertí a mi
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alrededor en aquellos primeros instantes. Me hombre, sino de patas de madera y de patas de


zumbaban algo los oídos, pero ésta es una cosa hierro que vibraban como címbalos. Y, de pronto,
que me ocurre con frecuencia. A veces creo oír veo en el umbral de la puerta un sillón, mi cómodo
trenes que pasan o campanas que tocan o el sillón de lectura, que se marchaba de casa,
pataleo de muchedumbres en marcha. contoneándose. Y se fue por el jardín hacia
adelante. Y detrás de él, otros, los sillones de mi
Pero aquellos ruidos interiores se hicieron más
salón, y a continuación los canapés bajos,
netos, más precisos, más identificables. Me había
arrastrándose como cocodrilos sobre sus patitas
engañado. No era el bordoneo habitual de mis
cortas, y en seguida todas las sillas, dando saltitos
arterias el que me llenaba los oídos con aquellos
de cabra, y los pequeños taburetes que trotaban
rumores; era un ruido muy característico y, sin
como conejos.
embargo, muy confuso, que procedía, sin duda
alguna, del interior de la casa. ¡Era una cosa emocionante! Me escondí en un
bosquecillo, y allí permanecí agazapado,
Distinguía aquel ruido continuo a través del muro,
contemplando aquel desfile de mis muebles, porque
tenía casi más de movimiento que de ruido, un
se marchaban todos, uno detrás de otro, con paso
confuso ajetreo de una multitud de objetos, como si
moviesen, cambiasen de sitio y arrastrasen con vivo o pausado, de acuerdo con su altura o su peso.
Mi piano, mi magnifico piano de cola cruzó al
mucho tiento todos mis muebles.
galope, como caballo desbocado, con un murmullo
Estuve largo rato sin dar crédito a mis oídos; pero musical en sus ijares; los objetos menudos iban y
aplicando la oreja a una de las contraventanas para venían por la arena como hormigas, los cepillos, la
distinguir mejor aquel extraño ajetreo que parecía cristalería, las copas en las que la luna ponía
tener lugar dentro de mi casa, quedé plenamente fosforescencias de luciérnagas. Las telas reptaban
convencido, segurísimo, de que algo anormal e o se alargaban a manera de tentáculos, como
incomprensible ocurría. No sentía miedo, pero pulpos de mar. Vi que salía mi escritorio -mi querido
estaba..., ¿cómo lo diré?, asustado de asombro. No escritorio- una hermosa reliquia del siglo pasado, en
amartillé mi revólver, porque tuve la intuición segura el que estaban todas las cartas que yo recibí, la
de que no me haría falta. Esperé. historia toda de mi corazón, una historia antigua que
Esperé largo rato, sin decidirme a actuar, con la me ha hecho sufrir mucho. Dentro de él había
inteligencia lúcida, pero dominado por loca también fotografías.
inquietud. Esperé de pie y seguí escuchando el De improviso se me pasó el miedo, me abalancé
ruido, cada vez mayor, que adquiría por momentos sobre el escritorio, lo agarré como se agarra a un
una intensidad violenta, hasta parecer un refunfuño ladrón, como se agarra a una mujer que escapa;
de impaciencia, de cólera, de motín misterioso. pero él llevaba una marcha incontenible y, a pesar
Me entró de pronto vergüenza de mi cobardía, eché de mis esfuerzos, a pesar de mi cólera, no conseguí
mano al manojo de llaves, elegí la que me hacía moderar su velocidad. Yo hacía esfuerzos
falta, la metí en la cerradura, di dos vueltas y desesperados para que no me arrastrase aquella
empujé con todas mis fuerzas, enviando la hoja de fuerza espantosa y caí al suelo. Entonces me
la puerta a chocar con el tabique. arrolló, me arrastró por la arena y los muebles que
venían detrás empezaron a pisotearme,
Aquel golpe resonó como el estampido de un fusil, magullándome las piernas; lo solté por fin y
pero le respondió, de arriba abajo de mi casa, un entonces los demás pasaron por encima de mi
tumulto formidable. Fue una cosa tan imprevista, cuerpo, lo mismo que pasa un cuerpo de caballería
tan terrible, tan ensordecedora, que retrocedí unos que carga por encima del soldado que ha sido
pasos y, aunque tan convencido como antes de su derribado del caballo.
inutilidad, saqué el revólver de la funda.
Loco de terror, conseguí al fin arrastrarme hasta
Esperé todavía, aunque muy poco tiempo. Lo que fuera de la gran avenida y ocultarme de nuevo entre
ahora oía era un pataleo muy raro en los peldaños los árboles, a tiempo de ver cómo desaparecían los
de la escalera, en el entarimado, en las alfombras, objetos más íntimos, los más pequeños, los más
pero no era un pataleo de calzado, de zapatos de
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modestos, los que yo conocía menos entre todos más insignificante de mis chucherías, ni se llegó a
los que habían sido de mi propiedad. dar con el más ligero rastro de los ladrones. ¡Claro
está que si yo hubiese dicho lo que sabía!... Si
Así estaba, cuando oí a lo lejos, dentro de mi casa,
hubiese hablado..., me habrían encerrado a mí; no
que había adquirido sonoridad como todas las
a los ladrones, sino al hombre que aseguraba haber
casas vacías, un ruido formidable de puertas que se
visto semejante cosa.
volvían a cerrar. Empezaron los portazos en la parte
más alta, y fueron bajando hasta que se cerró por Supe cerrar la boca. Pero no volví a amueblar mi
último la puerta del vestíbulo que yo, insensato de casa. ¿Para qué? Se hubiera repetido siempre el
mí, había abierto para facilitar aquella fuga. mismo caso. No quería entrar de nuevo en ella. No
entré. No volví a verla.
También yo escapé, echando a correr hacia la
ciudad, y no recobré mi serenidad hasta que me vi Regresé a Paris, me instalé en un hotel y consulté a
en sus calles y tropecé con algunas gentes los médicos acerca de mi estado nervioso, que me
trasnochadoras. Fui a llamar a la puerta de un hotel preocupaba mucho desde los acontecimientos de
en el que era conocido. Me había sacudido las aquella noche lamentable.
ropas con las manos para quitar el polvo; les Me animaron a que viajase. Seguí su consejo.
expliqué que había perdido mi llavero, en el que
tenía también la llave de la huerta en que estaba el 2
pabellón aislado donde dormían mis criados, huerta Empecé por hacer una excursión a Italia. El sol me
rodeada de altas tapias que impedían a los sentó bien. Vagabundeé por espacio de seis meses
merodeadores meter mano en las verduras y frutas. de Génova a Venecia, de Venecia a Florencia, de
Me tapé hasta los ojos en la cama que me dieron, Florencia a Roma, de Roma a Nápoles. Recorrí
pero no pude conciliar el sueño, y aguardé la después toda Sicilia, país admirable por sus
llegada del día escuchando los golpes acelerados paisajes y sus monumentos, reliquias dejadas por
de mi corazón. Les había dicho que avisaran a mi los griegos y por los normandos. Me trasladé al
servidumbre en cuanto amaneciese, y mi ayuda de África y crucé pacíficamente el gran desierto
cámara llamó a mi puerta a las siete de la mañana. amarillo y tranquilo, en el que van de aquí para allá
los camellos, las gacelas y los vagabundos árabes,
Parecía trastornado. cuya atmósfera ligera y transparente está libre de
-Ha ocurrido esta noche una gran desgracia, señor, espectros, lo mismo de día que de noche.
-me dijo. Regresé a Francia por Marsella; a pesar de la
-¿Qué sucedió? alegría provenzal, sentí tristeza, porque el cielo
tenía menos luz. Al poner otra vez el pie en el
-Han robado todo el mobiliario del señor;
continente, experimenté esa especial sensación de
absolutamente todo, hasta los objetos más
insignificantes. un enfermo que se cree curado ya de su
enfermedad, pero al que un dolor sordo le advierte
Aquella noticia me alegró. ¿Por qué? ¡Vaya usted a que no está apagado aún el foco del mal.
saber! Yo me sentía muy dueño de mí, estaba
Volví a París. Al mes, ya sentía aburrimiento. Era en
seguro de poder disimular, de no decir a nadie una
otoño, y antes que se echase encima el invierno,
palabra de lo que había visto, de ocultar aquello, de
quise hacer una excursión por Normandía,
enterrarlo en mi conciencia como un espantoso
desconocida para mí.
secreto. Le contesté:
Empecé por Ruán, como es natural, y vagabundeé
-Entonces se trata de los mismos individuos que
durante ocho días, distraído, encantado,
anoche me robaron a mí las llaves. Es preciso dar
entusiasmado en aquella ciudad de la Edad Media,
parte a la policía inmediatamente. Voy a levantarme
y me reuniré en seguida con usted. en aquel maravilloso museo de monumentos
góticos extraordinarios.
Cinco meses duró la investigación. No se llegó a
Una tarde, a eso de las cuatro, al meterme por una
descubrir el paradero de nada, no se encontró la
calle inverosímil, por la que corre un río negro como
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esa tinta que llaman "agua de Robec", y mientras Me adelanté, atónito, agonizante de emoción, pero
iba fijándome en el aspecto curioso y antiguo de las me adelanté, porque soy valiente; me adelanté
casas, mi atención se desvió de improviso hacia como pudiera penetrar un caballero de las épocas
una serie de comercios de chamarileros, que se tenebrosas en una mansión de sortilegios. Paso a
sucedían una puerta sí y otra también. paso fui encontrando todo lo que me había
pertenecido: mis candelabros, mis libros, mis
¡Bien habían sabido elegir el sitio para sus negocios
cuadros, mis tapicerías, mis armas, todo, menos el
aquellos sórdidos traficantes de cosas viejas, en
escritorio que llevaba mis cartas, al que no vi por
una callejuela quimérica, encima de la siniestra
parte alguna.
corriente de agua, al abrigo de aquellos techos
puntiagudos de tejas y pizarras en los que se oía Anduve de un lado para otro, bajando a galerías
rechinar aún las giraldillas del pasado! oscuras para en seguida subir a los pisos
superiores. Estaba solo. Llamaba, pero nadie
Al fondo de aquellos lóbregos comercios se
contestó. Estaba solo; no había nadie en aquella
amontonaban las arcas talladas, las porcelanas de
casa inmensa y tortuosa como un laberinto.
Ruán, de Nevers, de Moustiers, las estatuas
pintadas, las de madera de roble, los cristos, las Se echó encima la noche, y tuve que sentarme, en
vírgenes, los santos, los ornamentos de iglesia, medio de aquellas tinieblas, en una de mis sillas,
casullas, capas pluviales, hasta algunos vasos porque no quería marcharme de allí. De cuando en
sagrados y un antiguo tabernáculo de madera cuando gritaba:
dorada, del que Dios se había mudado. ¡Qué -¿Hay alguien en casa? ¿Hay alguien en casa? ¿No
extrañas cavernas las que había en aquellas altas hay nadie?
casas, en aquellos caserones, atiborrados desde
las bodegas hasta los graneros de objetos de toda Llevaría más de una hora cuando oí pasos, unos
clase cuya existencia parecía acabada, que habían pasos callados, lentos, que no podía precisar en
sobrevivido a sus poseedores naturales, a su siglo, dónde sonaban. Estuve a punto de echar a correr,
a su tiempo, a sus modas, para ser comprados pero poniéndome rígido volví a llamar otra vez y
como curiosidades por las nuevas generaciones! distinguí una luz en la habitación de al lado.
Mi ternura por las chucherías volvió a despertarse -¿Quién anda ahí? -preguntó una voz.
en aquella ciudad de anticuarios. Pasaba de un Yo contesté:
comercio a otro, atravesando en dos zancadas los
puentes de cuatro tablas podridas tendidos sobre la -Un comprador.
nauseabunda corriente del "agua de Robec". Me replicaron.
¡Misericordia! ¡Qué sacudida! En el extremo exterior -Es muy tarde para entrar de ese modo en un
de una bóveda atiborrada de objetos, que parecía la comercio.
entrada de las catacumbas de un cementerio de
muebles antiguos, vi de pronto uno de mis más Volví a decir:
hermosos armarios. Me acerqué todo tembloroso, -Estoy esperándolo desde hace más de una hora.
tan tembloroso que no me atreví a tocarlo. Adelanté
-Podía usted volver mañana.
la mano, y me quedé vacilando. Sin embargo, era el
mismo: un armario Luis XIII, único, que cualquiera -Mañana me habré marchado ya de Ruán.
que lo hubiese visto una vez lo identificaría. Dirigí Yo no me atrevía a avanzar y él no venía hacia mí.
de pronto los ojos más hacia el interior, hacia las Seguía viendo el resplandor de su luz, que se
más lóbregas profundidades de aquella galería, y proyectaba sobre un tapiz en el que dos ángeles
distinguí tres de mis sillones tapizados, y más volaban por encima de los cadáveres de un campo
adentro aún, mis dos cuadros Enrique II, tan raros de batalla. También era de mi propiedad. Le dije:
que hasta de París venían a verlos.
-¿Viene usted o no?
¡Figúrense! ¡Figúrense cuál sería el estado de mi
alma! Él me contestó:

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-Lo estoy esperando. -Verá usted, caballero -me dijo en cuanto me vio-
No hemos dado con nuestro hombre. Mis agentes
Me levanté y fui hacia donde él estaba.
no han podido echarle el guante.
En el centro de una habitación muy espaciosa había
-¿Cómo ha sido eso?
un hombrecito muy pequeño y muy grueso, grueso
como un fenómeno, como un repugnante Me sentí desfallecer.
fenómeno. -¿Pero han encontrado la casa, verdad? -seguí
Tenía una barba extravagante, de pelos desiguales, preguntando.
ralos y amarillentos, pero no tenía ni un solo pelo en -Desde luego. Será vigilada hasta que él regrese.
la cabeza. ¡Ni un solo pelo! Como sostenía la vela Porque ha desaparecido.
encendida a todo lo que daba su brazo para verme
a mí, su cráneo me hizo el efecto de una luna -¿Que ha desaparecido?
pequeña en aquella inmensa habitación atiborrada -Desaparecido. Acostumbra pasar las noches en
de muebles viejos. Tenía la cara arrugada y como casa de una vecina, chamarilera también, una
entumecida, y no se le distinguían los ojos. Regateé especie de bruja, la viuda de Bidoin. Dice que no lo
el precio de tres sillas, que eran de mi propiedad, y ha visto esta noche y que no puede dar dato alguno
le pagué por ellas en el acto una fuerte cantidad, sin sobre su paradero. Habrá que esperar hasta
dar más que el número de mi habitación en el hotel. mañana.
Deberían entregármelas al día siguiente antes de
las nueve de la mañana. Me marché. ¡Qué siniestras, inquietantes y
espectrales me parecieron las calles de Ruán!
Salí y él me acompañó a la calle con mucha
cortesía. Acto seguido, me dirigí a la Comisaría Dormí muy mal, con un sueño interrumpido por
Central de Policía y relaté al comisario el robo de pesadillas.
mis muebles y el descubrimiento que acababa de Al día siguiente, para que no me creyesen
hacer. demasiado intranquilo ni precipitado, esperé hasta
En el acto solicitó informes por telégrafo al juzgado las diez antes de presentarme en la comisaría.
que había instruido las diligencias en aquel robo, El chamarilero no había sido visto y su almacén
rogándome que tuviese a bien esperar la seguía cerrado aún.
contestación. Le llegó al cabo de una hora, y fue
completamente satisfactoria para mí. Entonces me El comisario me dijo:
dijo: -He dado todos los pasos necesarios. El juzgado
-Voy a mandar a que detengan a ese hombre para está al corriente del asunto; vamos a ir juntos a ese
proceder en seguida a interrogarlo, porque pudiera comercio, lo haré abrir y usted me indicará todo lo
ser que hubiese concebido alguna sospecha, que es suyo.
haciendo desaparecer lo que es propiedad de Un cupé nos llevó hasta la casa. Delante del
usted. Vaya a cenar y vuelva dentro de un par de comercio había algunos guardias con un cerrajero.
horas; lo retendré aquí para someterlo a un nuevo Se abrió la puerta.
interrogatorio en presencia de usted.
Pero, una vez dentro, no vi ni mi armario ni mis
-Encantado, señor; se lo agradezco de todo sillones ni mis mesas ni nada, absolutamente nada
corazón. del mobiliario de mi casa, siendo que la noche
Cené en mi hotel, con mejor apetito del que me anterior no podía dar un paso sin tropezar con
había imaginado. Estaba de bastante buen humor. alguno de los objetos de mi pertenencia.
Le habíamos echado el guante. El comisario central, sorprendido, me miró al
Al cabo de dos horas me presenté de nuevo ante el principio con desconfianza.
funcionario de policía, que me estaba esperando. -Pues, señor -le dije-, la desaparición de estos
muebles coincide de un modo extraño con la del
comerciante.
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Se sonrió: Pero no le echaron el guante. No, señor. No le


echaron el guante, y le tengo miedo, igual que si
-Es cierto. Hizo usted mal en comprar y pagar ayer
fuese una fiera que han soltado para que me
noche aquellas sillas, porque con eso le dio usted la
persiga.
alerta.
Nadie lo encuentra, nadie puede encontrar a aquel
Yo agregué:
monstruo con el cráneo de luna. Nadie le echará el
-Lo que me parece incomprensible es que todos los guante jamás. No volverá a su casa. ¡Bastante le
espacios que anoche ocupaban mis muebles están importa a él su casa! Yo soy el único que podría dar
ahora ocupados por otros. con él, pero no quiero.
-Eso no es extraño -contestó el comisario-, porque ¡No quiero! ¡No quiero! ¡No quiero!
ha dispuesto de toda la noche y seguramente de
Y aun en el supuesto de que volviese y entrase en
cómplices. Esta casa debe tener comunicación con
su comercio, ¿quién va a probarle que mis muebles
las de al lado. Descuide usted, señor; me voy a
estaban allí? No hay en contra suya más que mi
ocupar con gran interés de este asunto. No andará
testimonio, y me doy perfecta cuenta de que
suelto mucho tiempo el ladrón, porque vigilamos su
guarida. empieza a ser sospechoso.
¡Cómo iba yo a poder vivir así! Tampoco podía
¡Ah, mi corazón, mi pobre corazón, cómo palpitaba!
guardar el secreto de lo que han visto mis ojos. No
Permanecí quince días en Ruán, pero nuestro me era posible seguir viviendo como una persona
hombre no volvió. ¿Por qué? ¿Quién podía ponerle cualquiera, con el temor de que esos hechos se
obstáculos o sorprenderlo? repitiesen cualquier día.
El decimosexto día recibí de mi jardinero, que había Vine a ver al médico que dirige esta casa de salud y
quedado para guardar la casa saqueada, esta carta se lo he referido todo.
tan extraña:
Al cabo de un largo interrogatorio, me dijo:
Señor:
-¿Tendría usted inconveniente, caballero, en
"Tengo el honor de informarle que ha ocurrido, permanecer aquí algún tiempo?
durante la noche pasada, algo que no entiende
-Me quedaré gustosísimo.
nadie, y mucho menos la policía. Han vuelto todos
los muebles, todos sin excepción; hasta los objetos -¿Quiere usted un pabellón independiente?
más pequeños. La casa se encuentra hoy dispuesta -Sí, señor.
exactamente como lo estaba la víspera del robo. Es
para volverse loco. Esto ha ocurrido la noche del -¿Desea recibir a algunos amigos?
viernes al sábado. Igual que el día de su -No, señor; a nadie. El hombre de Ruán podría
desaparición, los caminos están llenos de huellas, tratar de llegar hasta aquí mismo con idea de
como si hubiesen arrastrado todas las cosas, desde vengarse...
la entrada del jardín hasta la puerta de la casa.
Y desde hace tres meses vivo solo, solo,
"Quedamos esperando al señor, de quien soy absolutamente solo. Estoy casi tranquilo. Un miedo
humilde servidor. tengo, sin embargo: que el anticuario se vuelva
Felipe Raudin" loco..., y que lo traigan a este asilo... Ni las cárceles
son seguras.
¿Volver yo? ¡Eso sí que no! ¡Eso sí que no! ¡Eso sí
que no! Llevé la carta al comisario de Ruán, quien
me dijo:
Bram Stoker, El huésped de Drácula
-Es una devolución muy hábil. Nos haremos el
muerto y le pondremos la mano encima a nuestro Cuando iniciamos nuestro paseo, el sol brillaba
hombre cualquier día de estos. intensamente sobre Múnich y el aire estaba repleto
de la alegría propia de comienzos del verano. En el

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mismo momento en que íbamos a partir, Herr forma, excitó mi curiosidad, así que le hice varias
Delbrück (el maitre d'hôtel del Quatre Saisons, preguntas. Respondió evasivamente, sin dejar de
donde me alojaba) bajó hasta el carruaje sin mirar una y otra vez su reloj como protesta. Al final,
detenerse a ponerse el sombrero y, tras desearme le dije:
un placentero paseo, le dijo al cochero, sin apartar -Bueno, Johann, quiero bajar por ese camino. No le
la mano de la manija de la puerta del coche: diré que venga si no lo desea, pero cuénteme por
-No olvide estar de regreso antes de la puesta del qué no quiere hacerlo, eso es todo lo que le pido.
sol. El cielo parece claro, pero se nota un frescor en Como respuesta, pareció zambullirse desde el
el viento del norte que me dice que puede haber pescante por lo rápidamente que llegó al suelo.
una tormenta en cualquier momento. Pero estoy Entonces extendió sus manos hacia mí en gesto de
seguro de que no se retrasará -sonrió-, pues ya súplica y me imploró que no fuera. Mezclaba el
sabe qué noche es. suficiente inglés con su alemán como para que yo
Johann le contestó con un enfático: entendiese el hilo de sus palabras. Parecía estar
siempre a punto de decirme algo, cuya sola idea era
-Ja, mein Herr.
evidente que le aterrorizaba; pero cada vez se
Y, llevándose la mano al sombrero, se dio prisa en echaba atrás y decía mientras se persignaba:
partir.
-Walpurgis Nacht!
Cuando hubimos salido de la ciudad le dije, tras
Traté de argumentar con él pero era difícil discutir
indicarle que se detuviera:
con un hombre cuyo idioma no hablaba.
-Dígame, Johann, ¿qué noche es hoy? Ciertamente, él tenía todas las ventajas, pues
Se persignó al tiempo que contestaba aunque comenzaba hablando en inglés, un inglés
lacónicamente: muy burdo y entrecortado, siempre se excitaba y
acababa por revertir a su idioma natal.... y cada vez
-Walpurgis Nacht1. que lo hacía miraba su reloj. Entonces los caballos
Y sacó su reloj, un grande y viejo instrumento se mostraron inquietos y olisquearon el aire. Ante
alemán de plata, tan grande como un nabo, y lo esto, palideció y, mirando a su alrededor de forma
contempló, con las cejas juntas y un pequeño e asustada, saltó de pronto hacia adelante, los aferró
impaciente encogimiento de hombros. Me di cuenta por las bridas y los hizo avanzar unos diez metros.
de que aquella era su forma de protestar Yo lo seguí y le pregunté por qué había hecho
respetuosamente contra el innecesario retraso y me aquello. Como respuesta, se persignó, señaló al
volví a recostar en el asiento, haciéndole señas de punto que había abandonado y apuntó con su látigo
que prosiguiese. Reanudó una buena marcha, hacia el otro camino, indicando una cruz y diciendo,
como si quisiera recuperar el tiempo perdido. De primero en alemán y luego en inglés:
vez en cuando, los caballos parecían alzar sus -Enterrados..., estar enterrados los que matarse
cabezas y olisquear suspicazmente el aire. En tales ellos mismos.
ocasiones, yo miraba alrededor, alarmado. El
camino era totalmente anodino, pues estábamos Recordé la vieja costumbre de enterrar a los
atravesando una especie de alta meseta barrida por suicidas en los cruces de los caminos.
el viento. Mientras viajábamos, vi un camino que -¡Ah! Ya veo, un suicida. ¡Qué interesante!
parecía muy poco usado y que aparentemente se
Pero a fe mía que no podía saber por qué estaban
hundía en un pequeño y serpenteante valle. Parecía
asustados los caballos.
tan invitador que, aun arriesgándome a ofenderlo, le
dije a Johann que se detuviera y, cuando lo hubo Mientras hablábamos, escuchamos un sonido que
hecho, le expliqué que me gustaría que bajase por era un cruce entre el aullido de un lobo y el ladrido
allí. Me dio toda clase de excusas, y se persignó de un perro. Se oía muy lejos, pero los caballos se
con frecuencia mientras hablaba. Esto, de alguna mostraron muy inquietos, y le llevó bastante tiempo
a Johann calmarlos. Estaba muy pálido y dijo:
1
Noche de las brujas.
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-Suena como lobo..., pero no hay lobos aquí, ahora. hallaron a los hombres y mujeres con el aspecto de
vivos y las bocas rojas de sangre. Y por eso,
-¿No? -pregunté inquisitivamente-. ¿Hace ya mucho
buscando salvar sus vidas (¡ay, y sus almas!.... y
tiempo desde que los lobos estuvieron tan cerca de
aquí se persignó de nuevo), los que quedaron
la ciudad?
huyeron a otros lugares donde los vivos vivían y los
-Mucho, mucho -contestó-. En primavera y verano, muertos estaban muertos y no.... no otra cosa.
pero con la nieve los lobos no mucho lejos. Evidentemente tenía miedo de pronunciar las
Mientras acariciaba los caballos y trataba de últimas palabras. Mientras avanzaba en su
calmarlos, oscuras nubes comenzaron a pasar narración, se iba excitando más y más, parecía
rápidas por el cielo. El sol desapareció, y una como si su imaginación se hubiera desbocado, y
bocanada de aire frío sopló sobre nosotros. No terminó en un verdadero paroxismo de terror:
obstante, tan sólo fue un soplo, y más parecía un blanco el rostro, sudoroso, tembloroso y mirando a
aviso que una realidad, pues el sol volvió a salir su alrededor, como si esperase que alguna horrible
brillante. Johann miró hacia el horizonte haciendo presencia se fuera a manifestar allí mismo, en la
visera con su mano, y dijo: llanura abierta, bajo la luz del sol. Finalmente, en
una agonía de desesperación, gritó: «Walpurgis
-La tormenta de nieve vendrá dentro de muy poco. Nacht!», e hizo una seña hacia el vehículo,
Luego miró de nuevo su reloj, y, manteniendo indicándome que subiera. Mi sangre inglesa hirvió
firmemente las riendas, pues los caballos seguían ante esto y, echándome hacia atrás, dije:
manoteando inquietos y agitando sus cabezas, -Tiene usted miedo, Johann... tiene usted miedo.
subió al pescante como si hubiera llegado el Regrese, yo volveré solo; un paseo a pie me
momento de proseguir nuestro viaje. sentará bien. -La puerta del carruaje estaba abierta.
Me sentía un tanto obstinado y no subí Tomé del asiento el bastón de roble que siempre
inmediatamente al carruaje. llevo en mis excursiones y cerré la puerta. Señalé el
camino de regreso a Múnich y repetí-: Regrese,
-Hábleme del lugar al que lleva este camino -le dije, Johann... La noche de Walpurgis no tiene nada que
y señalé hacia abajo. ver con los ingleses.
Se persignó de nuevo y murmuró una plegaria Los caballos estaban ahora más inquietos que
antes de responderme: nunca y Johann intentaba retenerlos mientras me
-Es maldito. imploraba excitadamente que no cometiera tal
locura. Me daba pena el pobre hombre, parecía
-¿Qué es lo que es maldito? -inquirí.
sincero; no obstante, no pude evitar el echarme a
-El pueblo. reír. Ya había perdido todo rastro de inglés en sus
-Entonces, ¿hay un pueblo? palabras. En su ansiedad, había olvidado que la
única forma que tenía de hacerme comprender era
-No, no. Nadie vive allá desde cientos de años. hablar en mi idioma, así que chapurreó su alemán
Me devoraba la curiosidad: nativo. Comenzaba a ser algo tedioso. Tras señalar
la dirección, exclamé: «¡Regrese!», y me di la vuelta
-Pero dijo que había un pueblo. para bajar por el camino lateral, hacia el valle.
-Había. Con un gesto de desesperación, Johann volvió sus
-¿Y qué pasa ahora? caballos hacia Múnich. Me apoyé sobre mi bastón y
lo contemplé alejarse. Marchó lentamente por un
Como respuesta, se lanzó a desgranar una larga
momento; luego, sobre la cima de una colina,
historia en alemán y en inglés, tan mezclados que
apareció un hombre alto y delgado. No podía verlo
casi no podía comprender lo que decía, pero a
muy bien a aquella distancia. Cuando se acercó a
grandes rasgos logré entender que hacía muchos
los caballos, éstos comenzaron a encabritarse y a
cientos de años habían muerto allí personas que
patear, luego relincharon aterrorizados y echaron a
habían sido enterradas; y se habían oído ruidos
correr locamente. Los contemplé perderse de vista
bajo la tierra, y cuando se abrieron las fosas se
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y luego busqué al extraño pero me di cuenta de que pendientes y depresiones visibles aquí y allá. Seguí
también él había desaparecido. con la vista el serpentear del camino y vi que
trazaba una curva cerca de uno de los más densos
Me volví con ánimo tranquilo hacia el camino lateral
grupos de árboles y luego se perdía tras él.
que bajaba hacia el profundo valle que tanto había
preocupado a Johann. Por lo que podía ver, no Mientras miraba noté un hálito helado en el aire, y
había ni la más mínima razón para esta comenzó a nevar. Pensé en los kilómetros y
preocupación; y diría que caminé durante un par de kilómetros de terreno desguarnecido por los que
horas sin pensar en el tiempo ni en la distancia, y había pasado, y me apresuré a buscar cobijo en el
ciertamente sin ver ni persona ni casa alguna. En lo bosque de enfrente. El cielo se fue volviendo cada
que a aquel lugar se refería, era una verdadera vez más oscuro, y a mi alrededor se veía una
desolación. Pero no me di cuenta de esta brillante alfombra blanca cuyos extremos más
particularidad hasta que, al dar la vuelta a un lejanos se perdían en una nebulosa vaguedad. Aún
recodo del camino, llegué hasta el disperso lindero se podía ver el camino, pero mal, y cuando corría
de un bosque. Entonces me di cuenta de que, por el llano no quedaban tan marcados sus límites
inconscientemente, había quedado impresionado como cuando seguía las hondonadas; y al poco me
por la desolación de los lugares por los que di cuenta de que debía haberme apartado del
acababa de pasar. mismo, pues dejé de notar bajo mis pies la dura
superficie y me hundí en tierra blanda. Entonces el
Me senté para descansar y comencé a mirar a mi
viento se hizo más fuerte y sopló con creciente
alrededor. Me fijé en que el aire era mucho más frío
fuerza, hasta que casi me arrastró. El aire se volvió
que cuando había iniciado mi camino: parecía
totalmente helado, y comencé a sufrir los efectos
rodearme un sonido susurrante, en el que se oía de
del frío a pesar del ejercicio. La nieve caía ahora tan
vez en cuando, muy en lo alto, algo así como un
densa y giraba a mi alrededor en tales remolinos
rugido apagado. Miré hacia arriba y pude ver que
que apenas podía mantener abiertos los ojos. De
grandes y densas nubes corrían rápidas por el cielo,
vez en cuando, el cielo era desgarrado por un
de norte a sur, a una gran altura. Eran los signos de
centelleante relámpago, y a su luz sólo podía ver
una tormenta que se aproximaba por algún lejano
frente a mí una gran masa de árboles,
estrato de aire. Noté un poco de frío y, pensando
principalmente cipreses y tejos completamente
que era por haberme sentado tras la caminata,
cubiertos de nieve.
reinicié mi paseo.
Pronto me hallé al amparo de los mismos, y allí, en
El terreno que cruzaba ahora era mucho más
un relativo silencio, pude oír el soplar del viento, en
pintoresco. No había ningún punto especial digno
lo alto. En aquel momento, la oscuridad de la
de mención, pero en todo él se notaba cierto
tormenta se había fundido con la de la noche. Pero
encanto y belleza. No pensé más en el tiempo, y fue
su furia parecía estar abatiéndose: tan solo
sólo cuando empezó a hacerse notar el
oscurecimiento del sol que comencé a preocuparme regresaba en tremendos resoplidos o estallidos. En
aquellos momentos el escalofriante aullido del lobo
acerca de cómo hallar el camino de vuelta. Había
pareció despertar el eco de muchos sonidos
desaparecido la brillantez del día. El aire era frío, y
similares a mi alrededor.
el vuelo de las nubes allá en lo alto mucho más
evidente. Iban acompañadas por una especie de En ocasiones, a través de la oscura masa de las
sonido ululante y lejano, por entre el que parecía nubes, se veía un perdido rayo de luna que
escucharse a intervalos el misterioso grito que el iluminaba el terreno y que me dejaba ver que
cochero había dicho que era de un lobo. Dudé un estaba al borde de una densa masa de cipreses y
momento, pero me había prometido ver el pueblo tejos. Como había dejado de nevar, salí de mi
abandonado, así que proseguí, y de pronto llegué a refugio y comencé a investigar más a fondo los
una amplia extensión de terreno llano, cerrado por alrededores. Me parecía que entre tantos viejos
las colinas que lo rodeaban. Las laderas de éstas cimientos como había pasado en mi camino, quizá
estaban cubiertas de árboles que descendían hasta hallase una casa aún en pie que, aunque estuviese
la llanura, formando grupos en las suaves en ruinas, me diese algo de cobijo. Mientras

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rodeaba el perímetro del bosquecillo, me di cuenta La noche de Walpurgis en la que, según las
de que una pared baja lo cercaba y, siguiéndola, creencias de millones de personas, el diablo
hallé una abertura. Allí los cipreses formaban un andaba suelto; en la que se abrían las tumbas y los
camino que llevaba hasta la cuadrada masa de muertos salían a pasear; en la que todas las cosas
algún tipo de edificio. No obstante, en el mismo maléficas de la tierra, el mar y el aire celebraban su
momento en que la divisé, las errantes nubes reunión. Y estaba en el preciso lugar que el cochero
oscurecieron la luna y atravesé el sendero en había rehuido. Aquél era el pueblo abandonado
tinieblas. El viento debió de hacerse más frío, pues hacía siglos. Allí era donde se encontraba la
noté que me estremecía mientras caminaba; pero suicida; ¡y en ese lugar me encontraba yo ahora
tenía esperanzas de hallar un refugio, así que solo..., sin ayuda, temblando de frío en medio de
proseguí mi camino a ciegas. una nevada y con una fuerte tormenta formándose
a mi alrededor! Fue necesaria toda mi filosofía, toda
Me detuve, pues se produjo un repentino silencio.
la religión que me habían enseñado, todo mi coraje,
La tormenta había pasado y, quizá en simpatía con
para no derrumbarme en un paroxismo de terror.
el silencio de la naturaleza, mi corazón pareció
dejar de latir. Pero eso fue tan sólo momentáneo, Y entonces un verdadero tornado estalló a mi
pues repentinamente la luz de la luna se abrió paso alrededor. El suelo se estremeció como si millares
por entre las nubes, mostrándome que me hallaba de caballos galopasen sobre él, y esta vez la
en un cementerio, y que el objeto cuadrado situado tormenta llevaba en sus gélidas alas no nieve, sino
frente a mí era una enorme tumba de mármol, tan un enorme granizo que cayó con tal violencia que
blanca como la nieve que lo cubría todo. Con la luz parecía haber sido lanzado por lo míticos honderos
de la luna llegó un tremendo suspiro de la tormenta, baleáricos... Piedras de granizo que aplastaban
que pareció reanudar su carrera con un largo y hojas y ramas y que negaban la protección de los
grave aullido, como el de muchos perros o lobos. cipreses, como si en lugar de árboles hubieran sido
Me sentía anonadado, y noté que el frío me calaba espigas de cereal. Al primer momento corrí hasta el
hondo hasta parecer aferrarme el corazón. árbol más cercano, pero pronto me vi obligado a
Entonces mientras la oleada de luz lunar seguía abandonarlo y buscar el único punto que parecía
cayendo sobre la tumba de mármol, la tormenta dio ofrecer refugio: la profunda puerta dórica de la
muestras de reiniciarse, como si quisiera volver tumba de mármol. Allí, acurrucado contra la enorme
atrás. Impulsado por alguna especie de fascinación, puerta de bronce, conseguí una cierta protección
me aproximé a la sepultura para ver de quién era y contra la caída del granizo, pues ahora sólo me
por qué una construcción así se alzaba solitaria en golpeaba al rebotar contra el suelo y los costados
semejante lugar. La rodeé y leí, sobre la puerta de mármol.
dórica, en alemán: Al apoyarme contra la puerta, ésta se movió
“CONDESA DOLINGEN DE GRATZ EN ESTIRIA. ligeramente y se abrió un poco hacia adentro.
BUSCÓ Y HALLÓ LA MUERTE EN 1801”
Incluso el refugio de una tumba era bienvenido en
En la parte alta del túmulo, y atravesando medio de aquella despiadada tempestad, y estaba a
aparentemente el mármol, pues la estructura estaba punto de entrar en ella cuando se produjo el
formada por unos pocos bloques macizos, se veía destello de un relámpago que iluminó toda la
una gran vigueta o estaca de hierro. extensión del cielo. En aquel instante, lo juro por mi
Me dirigí hacia la parte de atrás y leí, esculpida con vida, vi, pues mis ojos estaban vueltos hacia la
grandes letras cirílicas: “Los muertos viajan deprisa” oscuridad del interior, a una bella mujer, de mejillas
sonrosadas y rojos labios, aparentemente dormida
Había algo tan extraño y fuera de lo usual en todo sobre un féretro. Mientras el trueno estallaba en lo
aquello que me hizo sentir mal y casi desfallecí. Por alto fui atrapado como por la mano de un gigante y
primera vez empecé a desear haber seguido el lanzado hacia la tormenta. Todo aquello fue tan
consejo de Johann. Y en aquel momento me repentino que antes de que me llegara el impacto,
invadió un pensamiento que, en medio de aquellas tanto moral como físico, me encontré bajo la lluvia
misteriosas circunstancias, me produjo un terrible de piedras. Al mismo tiempo tuve la extraña y
estremecimiento: ¡era la noche de Walpurgis! absorbente sensación de que no estaba solo. Miré
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hacia el túmulo. Y en aquel mismo momento se cabeza. Por entre mis pestañas vi sobre mí los dos
produjo otro cegador relámpago, que pareció grandes ojos llameantes de un gigantesco lobo. Sus
golpear la estaca de hierro que dominaba el aguzados caninos brillaban en la abierta boca roja,
monumento y llegar por ella hasta el suelo, y pude notar su acre respiración sobre mi boca.
resquebrajando, desmenuzando el mármol como en Durante otro período de tiempo lo olvidé todo.
un estallido de llamas. La mujer muerta se alzó en Luego escuché un gruñido, seguido por un aullido, y
un momento de agonía, lamida por las llamas, y su luego por otro y otro. Después, aparentemente muy
amargo alarido de dolor fue ahogado por el trueno. a lo lejos, escuché un «¡eh,eh!» como de muchas
La última cosa que oí fue esa horrible mezcla de voces gritando al unísono. Alcé cautamente la
sonidos, pues de nuevo fui aferrado por la cabeza y miré en la dirección de la que llegaba el
gigantesca mano y arrastrado, mientras el granizo
sonido, pero el cementerio bloqueaba mi visión. El
me golpeaba y el aire parecía reverberar con el lobo seguía aullando de una extraña manera, y un
aullido de los lobos. La última cosa que recuerdo resplandor rojizo comenzó a moverse por entre los
fue una vaga y blanca masa movediza, como si las cipreses, como siguiendo el sonido. Cuando las
tumbas de mi alrededor hubieran dejado salir los voces se acercaron, el lobo aulló más fuerte y más
amortajados fantasmas de sus muertos, y éstos me rápidamente. Yo temía hacer cualquier sonido o
estuvieran rodeando en medio de la oscuridad de la movimiento. El brillo rojo se acercó más, por encima
tormenta de granizo. de la alfombra blanca que se extendía en la
Gradualmente, volvió a mí una especie de confuso oscuridad que me rodeaba. Y de pronto, de detrás
inicio de consciencia; luego una sensación de de los árboles, surgió al trote una patrulla de jinetes
cansancio aniquilador. Durante un momento no llevando antorchas. El lobo se apartó de encima de
recordé nada; pero poco a poco volvieron mis mí y escapó por el cementerio. Vi cómo uno de los
sentidos. Los pies me dolían espantosamente y no jinetes (soldados, según parecía por sus gorras y
podía moverlos. Parecían estar dormidos. Notaba sus largas capas militares) alzaba su carabina y
una sensación gélida en mi nuca y a todo lo largo apuntaba. Un compañero golpeó su brazo hacia
de mi espina dorsal, y mis orejas, como mis pies, arriba, y escuché cómo la bala zumbaba sobre mi
estaban muertas y, sin embargo, me atormentaban; cabeza. Evidentemente me había tomado por el
pero sobre mi pecho notaba una sensación de calor lobo. Otro divisó al animal mientras se alejaba, y se
que, en comparación, resultaba deliciosa. Era como oyó un disparo. Luego, al galope, la patrulla avanzó,
una pesadilla..., una pesadilla física, si es que uno algunos hacia mí y otros siguiendo al lobo mientras
puede usar tal expresión, pues un enorme peso éste desaparecía por entre los nevados cipreses.
sobre mi pecho me impedía respirar normalmente. Mientras se aproximaban, traté de moverme; no lo
Ese período de semiletargo pareció durar largo rato, logré, aunque podía ver y oír todo lo que sucedía a
y mientras transcurría debí de dormir o delirar. mi alrededor. Dos o tres de los soldados saltaron de
Luego sentí una sensación de repugnancia, como sus monturas y se arrodillaron a mi lado. Uno de
en los primeros momentos de un mareo, y un ellos alzó mi cabeza y colocó su mano sobre mi
imperioso deseo de librarme de algo, aunque no corazón.
sabía de qué. Me rodeaba un descomunal silencio,
-¡Buenas noticias, camaradas! -gritó-. ¡Su corazón
como si todo el mundo estuviese dormido o muerto, todavía late!
roto tan sólo por el suave jadeo de algún animal
cercano. Noté un cálido lametón en mi cuello, y Entonces vertieron algo de brandy entre mis labios;
entonces me llegó la consciencia de la terrible me dio vigor, y fui capaz de abrir del todo los ojos y
verdad, que me heló hasta los huesos e hizo que se mirar a mi alrededor. Por entre los árboles se
congelara la sangre en mis venas. Había algún movían luces y sombras, y oí cómo los hombres se
animal recostado sobre mí y ahora lamía mi llamaban los unos a los otros. Se agruparon,
garganta. No me atreví a agitarme, pues algún lanzando asustadas exclamaciones, y las luces
instinto de prudencia me obligaba a seguir inmóvil, centellearon cuando los otros entraron
pero la bestia pareció darse cuenta de que se había amontonados en el cementerio, como posesos.
producido algún cambio en mí, pues levantó la
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Cuando los primeros llegaron hasta nosotros, los colocaron sobre un caballo. Saltó a la silla tras de
que me rodeaban preguntaron ansiosos: mí, me sujetó con los brazos y dio la orden de
avanzar; dando la espalda a los cipreses,
-¿Lo hallaron?
cabalgamos rápidamente en formación.
La respuesta fue apresurada:
Mi lengua seguía rehusando cumplir con su función
-¡No! ¡No! ¡Vámonos.... pronto! ¡Éste no es un lugar y me vi obligado a guardar silencio. Debí de
para quedarse, y menos en esta noche! quedarme dormido, pues lo siguiente que recuerdo
-¿Qué era? -preguntaron en varios tonos de voz. es estar de pie, sostenido por un soldado a cada
lado. Ya casi era de día, y hacia el norte se
La respuesta llegó variada e indefinida, como si reflejaba una rojiza franja de luz solar, como un
todos los hombres sintiesen un impulso común por sendero de sangre, sobre la nieve. El oficial estaba
hablar y, sin embargo, se vieran refrenados por ordenando a sus hombres que no contaran nada de
algún miedo compartido que les impidiese airear lo que habían visto, excepto que habían hallado a
sus pensamientos. un extranjero, un inglés, protegido por un gran
-¡Era... era... una cosa! -tartamudeó uno, cuyo perro.
ánimo, obviamente, se había derrumbado. -¡Un gran perro! Eso no era ningún perro -
-¡Era un lobo..., sin embargo, no era un lobo! -dijo interrumpió el hombre que había mostrado tanto
otro estremeciéndose. miedo-. Sé reconocer un lobo cuando lo veo.
-No vale la pena intentar matarlo sin tener una bala El joven oficial le respondió con calma:
bendecida -indicó un tercero con voz más tranquila. -Dije un perro.
-¡Nos está bien merecido por salir en esta noche! -¡Perro! -reiteró irónicamente el otro. Resultaba
¡Desde luego que nos hemos ganado los mil evidente que su valor estaba ascendiendo con el sol
marcos! -espetó un cuarto. y, señalándome, dijo-: Mírele la garganta. ¿Es eso
-Había sangre en el mármol derrumbado –dijo otro obra de un perro, señor?
tras una pausa-. Y desde luego no la puso ahí el Instintivamente alcé una mano al cuello y, al
rayo. En cuanto a él... ¿está a salvo? ¡Miren su tocármelo, grité de dolor. Los hombres se
garganta. Vean, camaradas: el lobo estaba echado arremolinaron para mirar, algunos bajando de sus
encima de él, dándole calor. sillas, y de nuevo se oyó la calmada voz del joven
El oficial miró mi garganta y replicó: oficial:
-Está bien; la piel no ha sido perforada. ¿Qué -Un perro, he dicho. Si contamos alguna otra cosa,
significará todo esto? Nunca lo habríamos hallado se reirán de nosotros.
de no haber sido por los aullidos del lobo. Entonces monté tras uno de los soldados y
-¿Qué es lo que ocurrió con ese lobo? -preguntó el entramos en los suburbios de Múnich. Allí
hombre que sujetaba mi cabeza, que parecía ser el encontramos un carruaje al que me subieron y que
menos aterrorizado del grupo, pues sus manos me llevó al Quatre Saisons; el oficial me acompañó
estaban firmes, sin temblar. En su bocamanga se en el vehículo, mientras un soldado nos seguía
veían los galones de suboficial. llevando su caballo y los demás regresaban al
cuartel.
-Volvió a su cubil -contestó el hombre cuyo largo
rostro estaba pálido y que temblaba visiblemente Cuando llegamos, Herr Delbrück bajó tan
aterrorizado mientras miraba a su alrededor-. Aquí rápidamente las escaleras para salir a mi encuentro
hay bastantes tumbas en las que puede haberse que se hizo evidente que había estado mirando
escondido. ¡Vámonos, camaradas, vámonos rápido! desde dentro. Me sujetó con ambas manos y me
Abandonemos este lugar maldito. llevó solícito al interior. El oficial hizo un saludo y se
dio la vuelta para alejarse, pero al darme cuenta
El oficial me alzó hasta sentarme y lanzó una voz insistí en que me acompañara a mis habitaciones.
de mando; luego, entre varios hombres me Mientras tomábamos un vaso de vino, le di las
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gracias efusivamente, a él y a sus camaradas, por Anton Chejov, Una apuesta


haberme salvado. Él se limitó a responder que se
sentía muy satisfecho, y que Herr Delbrück ya había I
dado los pasos necesarios para gratificar al grupo Era una oscura noche de otoño. El viejo banquero
de rescate; ante esta ambigua explicación el maître caminaba en su despacho, de un rincón a otro,
d'hôtel sonrió, mientras el oficial se excusaba, recordando una recepción que había dado quince
alegando tener que cumplir con sus obligaciones, y años antes, en otoño. Asistieron a esta velada
se retiraba. muchas personas inteligentes y se oyeron
-Pero Herr Delbrück -interrogué-, ¿cómo y por qué conversaciones interesantes. Entre otros temas se
me buscaron los soldados? habló de la pena de muerte. La mayoría de los
visitantes, entre los cuales hubo no pocos hombres
Se encogió de hombros, como no dándole de ciencia y periodistas, tenían al respecto una
importancia a lo que había hecho, y replicó: opinión negativa. Encontraban ese modo de castigo
-Tuve la buena suerte de que el comandante del como anticuado, inservible para los estados
regimiento en el que serví me autorizara a pedir cristianos e inmoral. Algunos opinaban que la pena
voluntarios. de muerte debería reemplazarse en todas partes por
la reclusión perpetua.
-Pero ¿cómo supo que estaba perdido? -le
pregunté. -No estoy de acuerdo -dijo el dueño de la casa-. No
he probado la ejecución ni la reclusión perpetua,
-El cochero regresó con los restos de su carruaje,
pero si se puede juzgar a priori, la pena de muerte, a
que resultó destrozado cuando los caballos se
mi juicio, es más moral y humana que la reclusión.
desbocaron.
La ejecución mata de golpe, mientras que la
-¿Y por eso envió a un grupo de soldados en mi reclusión vitalicia lo hace lentamente. ¿Cuál de los
busca? verdugos es más humano? ¿El que lo mata a usted
-¡Oh, no! -me respondió-. Pero, antes de que en pocos minutos o el que le quita la vida durante
llegase el cochero, recibí este telegrama del muchos años?
boyardo2 de que es usted huésped -y sacó del -Uno y otro son igualmente inmorales -observó
bolsillo un telegrama, que me entregó y leí: alguien- porque persiguen el mismo propósito: quitar
“BISTRITZ. Tenga cuidado con mi huésped: su la vida. El Estado no es Dios. No tiene derecho a
seguridad me es preciosa. Si algo le ocurriera, o lo quitar algo que no podría devolver si quisiera
echasen a faltar, no ahorre medios para hallarle y hacerlo.
garantizar su seguridad. Es inglés, y por Entre los invitados se encontraba un joven jurista, de
consiguiente aventurero. A menudo hay peligro con unos veinticinco años. Al preguntársele su opinión,
la nieve y los lobos y la noche. No pierda un contestó:
momento si teme que le haya ocurrido algo.
-Tanto la pena de muerte como la reclusión perpetua
Respaldaré su celo con mi fortuna.” - Drácula.
son igualmente inmorales, pero si me ofrecieran
Mientras sostenía el telegrama en mi mano, la elegir entre la ejecución y la prisión, yo,
habitación pareció girar a mi alrededor y, si el atento naturalmente, optaría por la segunda. Vivir de alguna
maître d'hôtel no me hubiera sostenido, creo que manera es mejor que de ninguna.
me hubiera desplomado. Había algo tan extraño en
Se suscitó una animada discusión. El banquero, por
todo aquello, algo tan fuera de lo corriente e
aquel entonces más joven y más nervioso, de
imposible de imaginar, que me pareció ser, en
repente dio un puñetazo en la mesa y le gritó al
alguna manera, el juguete de enormes fuerzas..., y
joven jurista:
esta sola idea me paralizó. Ciertamente me hallaba
bajo alguna clase de misteriosa protección; desde -¡No es cierto! Apuesto dos millones a que usted no
un lejano país había llegado, justo a tiempo, un aguantaría en la prisión ni cinco años.
-Si usted habla en serio -respondió el jurista-
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Señor ilustre, antiguo feudatario en Rusia o Transilvania. apuesto a que aguantaría no cinco sino quince años.
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-¿Quince? ¡Está bien! -exclamó el banquero-. obligaba a permanecer en la casa quince años
Señores, pongo dos millones. justos, a partir de las doce horas del catorce de
-De acuerdo. Usted pone los millones y yo pongo mi noviembre de 1870 hasta las doce horas del catorce
de noviembre de 1885. La menor tentativa de
libertad -dijo el jurista.
infringir estas condiciones por parte del jurista,
¡Y esta feroz y absurda apuesta fue concertada! El aunque fuera dos minutos antes del plazo, liberaba
banquero, que entonces ni conocía la cuenta exacta al banquero de la obligación de pagarle los dos
de sus millones, mimado por la suerte y millones.
despreocupado, estaba entusiasmado por la
apuesta. Durante la cena bromeaba a costa del En su primer año de reclusión el jurista, por cuanto
se podía juzgar a través de sus breves notas, sufrió
jurista y le decía:
mucho a causa de la soledad y el tedio. En su casita
-Piénselo bien, joven, mientras no sea tarde. Para mí se oían constantemente los sonidos del piano. El
dos millones no son nada, pero usted se arriesga a vino y el tabaco fueron rechazados por él. El vino,
perder los tres o cuatro mejores años de su vida. Y escribía, provoca los deseos, y los deseos son los
digo tres o cuatro porque más de eso usted no va a primeros enemigos del recluido; además, no hay
soportar. No olvide tampoco, desdichado, que una cosa más aburrida que beber un buen vino y no ver
reclusión voluntaria resulta más penosa que la nada. En cuanto al tabaco, vicia el aire de la
obligatoria. La idea de que en cualquier momento habitación. En el primer año se le enviaba al jurista
usted tiene derecho a salir en libertad le envenenará libros de contenido preferentemente fácil: novelas
la existencia en su prisión. ¡Tengo lástima de usted! con complicada intriga amorosa, cuentos policiales y
Y ahora el banquero, caminando de un rincón a otro, fantásticos, comedias, etc.
recordaba todo aquello y se preguntaba a sí mismo: En el segundo año ya dejó de oírse la música en la
-¿Para qué esta apuesta? ¿Qué provecho hay en casita y el jurista sólo pedía en sus notas libros de
haber perdido el jurista quince años de su vida y en autores clásicos. En el quinto año se volvió a oír la
tirar yo dos millones de rublos? ¿Puede ello música y el prisionero solicitó vino. Los que lo
demostrar a la gente que la pena de muerte es peor observaban por la ventanilla relataban que durante
o mejor que la reclusión perpetua? No y no. Es un todo ese año no hacía sino comer, beber, quedarse
dislate, un absurdo. Por mi parte ha sido el capricho en cama bostezando y conversar malhumorado
de un hombre satisfecho y por parte del jurista, una consigo mismo. No leyó más libros. A veces, de
simple avidez por el dinero... noche, se ponía a escribir durante largo rato y a la
madrugada hacía pedazos todo lo escrito. Más de
Y él se puso a recordar lo que había ocurrido una vez se le oyó llorar.
después de la velada descripta. Se decidió que el
jurista cumpliera su reclusión bajo severa vigilancia, En la segunda mitad del sexto año el recluido se
en una de las casitas construidas en el jardín del abocó con ahínco al estudio de los idiomas, la
banquero. Se convino que durante quince años sería filosofía y la historia. Acometió estas ciencias con
privado del derecho de traspasar el umbral de la tanta avidez que el banquero apenas alcanzaba a
casa, ver a la gente, escuchar voces humanas, pedir libros para él. En el lapso de cuatro años
recibir cartas y diarios. Se le permitía tener un fueron solicitados por correo, a su pedido, cerca de
instrumento musical, leer libros, escribir cartas, seiscientos volúmenes. En este período el banquero
tomar vino y fumar. Con el mundo exterior, según el recibió de su prisionero una carta que decía así: «Mi
convenio, no podría relacionarse de otra manera que querido carcelero: Le escribo estas líneas en seis
en silencio, a través de una ventanilla arreglada para idiomas. Muéstrelas a personas entendidas. Que las
este propósito. Mediante una esquela podría solicitar lean. Si no encuentran ni un solo error, le ruego
todo lo necesario, los libros, la música, el vino, etc., hagan disparar una escopeta en el jardín. Este
todo lo cual recibiría, en cualquier cantidad, disparo me dirá que mis esfuerzos no se perdieron
únicamente por la ventanilla. El convenio preveía en vano. Los genios de todos los tiempos y países
todos los detalles que conferían al recluido la hablan en distintas lenguas, pero arde en ellos la
condición de estrictamente incomunicado y le misma llama. ¡Oh, si usted supiera qué dicha
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sublime experimento ahora en mi alma porque salvación de la bancarrota y del oprobio está en la
puedo comprenderlos!». El deseo del recluido fue muerte de este hombre!
cumplido. El banquero mandó disparar la escopeta Dieron las tres. El banquero aguzó el oído: todos
en el jardín dos veces. dormían en la casa y sólo se oía el rumor de los
A partir del décimo año el jurista permanecía helados árboles detrás de las ventanas. Tratando de
sentado a la mesa, inmóvil, y sólo leía el Evangelio. no hacer ningún ruido, sacó de la caja fuerte la llave
Al banquero le pareció extraño que el hombre que de la puerta que no se abría durante quince años, se
en cuatro años había vencido seiscientos tomos puso el abrigo y salió de la casa.
difíciles, hubiera gastado cerca de un año en la El jardín estaba oscuro y frío. Llovía. Un viento
lectura de un libro no muy grueso y de fácil húmedo y penetrante paseaba aullando por todo el
comprensión. Al Evangelio lo sustituyeron luego la jardín y no dejaba en paz a los árboles. El banquero
historia de las religiones y la teología. esforzó la vista, pero no veía ni la tierra, ni las
En los dos últimos años de reclusión, el prisionero blancas estatuas, ni la casita, ni los árboles. Se
leyó una extraordinaria cantidad de libros, sin acercó entonces al lugar donde se hallaba la casita y
ninguna selección. Ora se dedicaba a las ciencias llamó dos veces al sereno. No hubo respuesta. Por
naturales, ora pedía obras de Byron o Shakespeare. lo visto, el sereno, huyendo del mal tiempo, se
En sus notas solicitaba a veces, al mismo tiempo, un refugió en la cocina o en el invernadero y se quedó
libro de química, un manual de medicina, una novela dormido.
y un tratado de filosofía o teología. Sus lecturas «Si soy capaz de llevar adelante mi propósito -pensó
daban la impresión de que el hombre nadase en un el viejo- la sospecha recaerá antes que en nadie
mar entre los fragmentos de un buque y, tratando de sobre el sereno.»
salvar la vida, se aferraba desesperadamente ya a
uno ya a otro de ellos. En la oscuridad tanteó los escalones y la puerta y
entró en el vestíbulo de la casita; luego penetró a
II tientas en el pequeño pasillo y encendió un fósforo.
El viejo banquero recordaba todo eso, pensando: Allí no había nadie. Vio una cama sin hacer y una
«Mañana a las doce horas él obtendrá su libertad. oscura estufa de hierro en un rincón. Los sellos en la
Según las condiciones, tendré que pagarle los dos puerta que conducía al cuarto del recluido estaban
millones. Y si le pago, está todo perdido: estoy intactos.
arruinado definitivamente...». Cuando la cerilla se había apagado, el viejo,
Quince años antes no sabía cuántos millones tenía, temblando de emoción, miró por la ventanilla.
mientras que ahora le daba miedo preguntarse ¿qué La opaca luz de una vela apenas iluminaba la
era lo que más tenía: dinero o deudas? El habitación del recluido. Éste estaba sentado junto a
imprudente juego en la Bolsa, las especulaciones la mesa. Sólo se veían su espalda, sus cabellos y
arriesgadas y el acaloramiento, del cual no pudo sus manos. Sobre la mesa, en dos sillones y sobre
desprenderse ni siquiera en la vejez, poco a poco la alfombra, junto a la mesa, había libros abiertos.
fueron debilitando sus negocios y el osado, seguro y
orgulloso ricachón se transformó en un banquero de Transcurrieron cinco minutos y el prisionero no se
segunda clase, que temblaba con cada alza o baja movió ni una sola vez. La reclusión de quince años
de valores. le había enseñado a permanecer inmóvil. El
banquero golpeó con el dedo en la ventanilla, pero el
-¡Maldita apuesta! -farfullaba el viejo, agarrándose la recluido no hizo ningún movimiento. Entonces el
cabeza-. ¿Por qué no habrá muerto este hombre? banquero arrancó cuidadosamente los sellos de la
Sólo tiene cuarenta años. Me quitará lo último que puerta e introdujo la llave en la cerradura. Se oyó un
tengo, se casará, disfrutará de la vida, jugará en la ruido áspero y el rechinar de la puerta. El banquero
Bolsa y yo, como un mendigo, lo miraré con envidia esperaba el grito de sorpresa y los pasos, pero al
y todos los días le oiré decir siempre lo mismo: «Le cabo de tres minutos el silencio detrás de la puerta
debo a usted la felicidad de mi vida, permítame que seguía inalterable. Decidió entonces entrar en la
le ayude». ¡No, esto es demasiado! ¡La única habitación.
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Junto a la mesa estaba sentado, inmóvil, un hombre profesaba nuevas religiones, conquistaba imperios
que no parecía una persona común. Era un enteros...
esqueleto, cubierto con piel, con largos bucles »Sus libros me dieron la sabiduría. Todo lo que a
femeninos y enmarañada barba. El color de su cara través de los siglos iba creando el infatigable
era amarillo, con un matiz terroso; tenía las mejillas pensamiento humano está comprimido cual una bola
hundidas, espalda larga y estrecha, y la mano que dentro de mi cráneo. Sé que soy más inteligente que
sostenía su melenuda cabeza era tan delgada que todos vosotros.
daba miedo mirarla. Sus cabellos ya estaban
salpicados por las canas, y a juzgar por su cara, »Y yo desprecio sus libros, desprecio todos los
avejentada y demacrada, nadie creería que sólo bienes del mundo y la sabiduría. Todo es miserable,
tenía cuarenta años. Dormía... Delante de su perecedero, fantasmal y engañoso como la fatal
inclinada cabeza, se veía sobre el escritorio una hoja morgana. Qué importa que sean orgullosos, sabios y
de papel, en la cual había unas líneas escritas con bellos, si la muerte los borrará de la faz de la tierra
letra menuda. junto con las ratas, mientras que sus descendientes,
la historia, la inmortalidad de sus genios se
«¡Miserable! -pensó el banquero-. Duerme y, congelarán o se quemarán junto con el globo
probablemente, sueña con los millones. Pero si yo terráqueo.
levanto este semicadáver, lo arrojo sobre la cama y
lo aprieto un poco con la almohada, el más »Ustedes han enloquecido y marchan por un camino
minucioso peritaje no encontrará signos de una falso. Toman la mentira por la verdad, y la fealdad
muerte violenta. Pero leamos primero estas por la belleza. Se quedarían sorprendidos si, en
líneas...». virtud de algunas circunstancias, sobre los
manzanos y los naranjos, en lugar de los frutos,
El banquero tomó la hoja y leyó lo siguiente: crecieran de golpe las ranas y los lagartos o si las
«Mañana, a las doce horas del día, recupero la rosas comenzaran a exhalar un olor a caballo
libertad y el derecho de comunicarme con la gente. transpirado; así me asombro por ustedes que han
Pero antes de abandonar esta habitación y ver el cambiado el cielo por la tierra. No quiero
sol, considero necesario decirle algunas palabras. comprenderlos.
Con la conciencia tranquila y ante Dios que me está
viendo, declaro que yo desprecio la libertad, la vida, »Para mostrarles de hecho mi desprecio hacia todo
la salud y todo lo que en sus libros se denomina lo que representa la vida de ustedes, rechazo los
bienes del mundo. dos millones, con los cuales había soñado en otro
tiempo, como si fueran un paraíso, y a los que
»Durante quince años estudié atentamente la vida desprecio ahora. Para privarme del derecho de
terrenal. Es verdad, yo no veía la tierra ni la gente, cobrarlos, saldré de aquí cinco horas antes del plazo
pero en los libros bebía vinos aromáticos, cantaba establecido y de esta manera violaré el convenio...».
canciones, en los bosques cazaba ciervos y jabalíes,
amaba mujeres... Beldades, leves como una nube, Después de leer la hoja, el banquero la puso sobre
creadas por la magia de sus poetas geniales, me la mesa, besó al extraño hombre en la cabeza y
visitaban de noche y me susurraban cuentos salió de la casita, llorando. En ningún momento de
maravillosos que embriagaban mi cabeza. En sus su vida, ni aún después de las fuertes pérdidas en la
libros escalaba las cimas del Elbruz y del Monte Bolsa, había sentido tanto desprecio por sí mismo
Blanco y desde allí veía salir el sol por la mañana como ahora. Al volver a su casa, se acostó
mientras al anochecer lo veía derramar el oro enseguida, pero la emoción y las lágrimas no lo
purpurino sobre el cielo, el océano, las montañas; dejaron dormir durante un buen rato...
veía verdes bosques, prados, ríos, lagos, ciudades; A la mañana siguiente llegaron corriendo los
oía el canto de las sirenas y el son de las flautas de alarmados serenos y le comunicaron haber visto que
los pastores; tocaba las alas de los bellos demonios el hombre de la casita bajó por la ventana al jardín,
que descendían para hablar conmigo acerca de se encaminó hacia el portón y luego desapareció.
Dios... En sus libros me arrojaba en insondables Junto con los criados, el banquero se dirigió a la
abismos, hacía milagros, incendiaba ciudades, casita y comprobó la fuga del prisionero. Para no

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suscitar rumores superfluos, tomó de la mesa la hoja Kuchkin salía de allí tan alterado? ¿Por qué su
con la renuncia y, al regresar a casa, la guardó en la mesa, sus libros, sus papeles, sus ropas, estaban en
caja fuerte. desorden?… Allí acababa, a todas luces, de
efectuarse un registro en regla. Pero ¿con qué
motivo?, ¿en busca de qué?…
Un escándalo, Chejov La visible turbación del criado, el trajín que reinaba
Macha Pavletskaya, una muchachita que acababa en la casa, el llanto de la doncella, se relacionaban,
de terminar sus estudios en el Instituto y ejercía el sin duda, con el registro. ¿Se le suponía, quizás,
cargo de institutriz en casa del señor Kuchkin, se autora de algún delito?
dijo, al volver del paseo con los niños: «¿Qué habrá
pasado aquí?» El criado que le abrió la puerta Macha se puso aún más pálida de lo que estaba, las
estaba colorado como un cangrejo y visiblemente piernas le flaquearon y se sentó en un cesto de ropa
blanca.
alterado. Se oía en las habitaciones interiores un
trajín insólito. «Acaso la señora -siguió pensando la Entró una doncella.
muchacha- esté con uno de sus ataques o le haya
armado un escándalo a su marido.» -Lisa, ¿podría usted decirme por qué se ha hecho en
mi habitación… un registro? -preguntó la institutriz.
En el pasillo se cruzó con dos doncellas, una de las
cuales iba llorando. Ya cerca de su habitación vio -Se ha perdido un broche de la señora…, un broche
salir de ella, presuroso, al señor Kuchkin, un que vale dos mil rublos…
hombrecillo calvo y marchito, aunque no muy viejo. -Bien; pero ¿por qué se ha registrado mi habitación?
-¡Es terrible! ¡Qué falta de tacto! ¡Esto es estúpido, -¡Se ha registrado todo, señorita! A mí me han
abominable, salvaje! -iba diciendo, con el rostro registrado de pies a cabeza, aunque, se lo juro a
bermejo y los brazos en alto. usted, no he tocado en mi vida ese maldito broche.
Y pasó, sin verla, por delante de Macha, que entró Incluso he procurado siempre acercarme lo menos
en su habitación. posible al tocador de la señora.

Por primera vez en su vida la joven sintió ese -Sí, sí, bien…; pero no comprendo…
bochorno que tanto conocen las gentes dedicadas a
-Ya le digo a usted que han robado el broche. La
servir a los ricos. Se estaba efectuando un registro
señora nos ha registrado, con sus propias manos, a
en su cuarto. El ama de la casa, Teodosia todos, hasta a Mijailc, el portero… ¡Es terrible! El
Vasilievna, una señora gruesa, de hombros anchos,
señor parece muy disgustado; pero la deja hacer
cejas negras y espesas, manos rojas y boca un tanto
mangas y capirotes… Usted, señorita, no debe
bigotuda-una señora, en fin, con aspecto de ponerse así. Como no han encontrado nada en su
cocinera-, colocaba apresuradamente dentro delhabitación, no tiene nada que temer. Usted no ha
cajón de la mesa carretes, retales, papeles… cogido la alhaja, ¿verdad?, pues no sea tonta y no
Sorprendida por la aparición inesperada de la se apure…
institutriz, se turbó, y balbuceó: -Pero ¡es que clama al cielo -dijo Macha,
-Perdón…, he tropezado…, se ha caído todo esto… ahogándose de cólera- lo humillante, lo ofensivo, lo
y estaba poniéndolo en su sitio. bajo, lo vil del proceder de la señora! ¿Que derecho
tiene ella a sospechar de mí y a registrar mi cuarto?
Al ver la cara pálida, asombrada, de la muchacha,
balbuceó algunas excusas más y se alejó, con un -Usted, señorita -suspiró Lisa-, depende de ella…
sonoro frufrú de sayas ricas. Aunque es usted la institutriz, la considera al fin y al
cabo -perdóneme usted- una criada… Usted come
Macha contemplaba el aposento, presa el alma de su pan, y ella se cree con derecho a todo y no se
un terror vago y de una angustia dolorosa. ¿Qué para en barras.
buscaba el ama en su cajón? ¿Por qué el señor

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Macha se dejó caer en la cama y rompió a llorar -¿Qué hay de tercer plato? -le preguntó con voz de
amargamente. Nunca había sido humillada, mártir a un criado.
insultada, ultrajada de tal manera. ¡Ella, una
muchacha bien educada, sentimental, hija de un -Esturión a la rusa -contestó el sirviente.
profesor, considerada autora posible de un robo y -Lo he pedido yo, querida -se apresuró a decir el
registrada como una vagabunda! señor Kuchkin-. Hace mucho tiempo que no hemos
Al pensar en el sesgo que podía tomar el asunto, la comido pescado. Pero si no te gusta, diré que no lo
institutriz se horrorizó. Si se le había podido suponer sirvan… Yo creía…
autora del robo, ¿quién le garantizaba que no se A la señora no le gustaban los platos que no había
podía incluso detenerla?… Quizás la desnudaran, ella pedido, y se sintió tan ofendida, que sus ojos se
delante de todos, para ver si ocultaba la alhaja, y la llenaron de lágrimas.
llevaran a la cárcel, a través de las calles llenas de
gente. ¿Quién iba a defenderla? Nadie. Sus padres -¡Vamos, querida señora, cálmese! -le dijo el doctor
vivían en un apartado rincón de provincias y su Mamikov, que se sentaba junto a ella.
situación económica no les permitía emprender un Su voz era suave, acariciadora, y su sonrisa, al dar
viaje a la capital, donde ella no tenía parientes ni su mano unos golpecitos sedativos en la de la dama,
amigos y estaba como en un desierto. Podían, por lo era no menos dulce.
tanto, hacer de ella lo que quisieran.
-¡Vamos, querida señora! Tiene usted que cuidar
«Iré a ver a los jueces, a los abogados -se dijo, esos nervios. ¡Olvide ese maldito broche! La salud
llorando- y lo explicaré todo; les juraré que soy vale más de dos mil rublos…
inocente. Acabarán por convencerse de que no soy
una ladrona.» -No se trata de los dos mil rublos -dijo la dama con
voz casi moribunda, secándose una lágrima-. Es el
De pronto recordó que guardaba en el cesto de la hecho lo que me subleva. ¡No puedo tolerar ladrones
ropa blanca algunas golosinas: fiel a sus costumbres en mi casa! ¡No soy avara; pero no puedo permitir
de colegiala, solía meterse en el bolsillo, cuando que me roben! ¡Qué ingratitud! ¡Así pagan mi
estaba comiendo, algún pastelillo, algún melocotón, bondad!
y llevárselos a su cuarto.
Todos los comensales tenían la cabeza baja y
La idea de que el ama lo habría descubierto la hizo miraban al plato; pero a Macha le pareció que
ponerse colorada y sentir como una ola cálida por habían levantado la cabeza y la miraban a ella. Se le
todo el cuerpo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué horror! hizo un nudo en la garganta. Apresurándose a
El corazón empezó a latirle con violencia y las cubrirse la faz con el pañuelo, balbuceó:
fuerzas la abandonaron. -¡Perdón! No puedo más… Tengo una jaqueca
-¡La comida está servida! -le anunció la doncella-. La horrorosa…
esperan a usted. Se levantó con tanta precipitación que por poco tira
¿Debía ir a comer?… Se alisó el pelo, se pasó por la la silla, y, en extremo confusa, salió del comedor.
cara una toalla mojada y se dirigió al comedor. -¡Qué enojoso es todo esto, Dios mío! -murmuró el
Habían ya empezado a comer. A un extremo de la señor Kuchkir-. No se ha debido registrar su
mesa se sentaba la señora Kuchkin, grave y cuarto… Ha sido un abuso…
reservada; al otro extremo su marido; a ambos lados -Yo no afirmo -replicó la señora- que sea ella quien
los niños y algunos convidados. Servían dos criados, ha robado el broche; pero ¿pondrías tú la mano en
de frac y guante blanco. Reinaba el silencio. La el fuego?… Yo confieso que estas… institutrices…
desgracia de la señora ataba todas las lenguas. Sólo me inspiran muy poca confianza.
se oía el ruido de los platos.
-Sí, pero -contestó el amo de la casa con cierta
El silencio fue interrumpido por el ama de la casa. timidez- ese registro…, ese registro…, perdóname,
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querida…, no creo que tuvieras, con arreglo a la ley, -¿Qué hace usted? -preguntó, mirando las maletas
derecho a efectuarlo. abiertas.
-Yo no sé de leyes. Lo que sé es que me han robado -El equipaje para irme. No puedo continuar aquí. Ese
el broche, ¡y lo he de encontrar! registro ha sido para mí un insulto intolerable.
La dama dio un enérgico cuchillazo en el plato, y sus -Comprendo su indignación de usted…; pero hace
ojos lanzaron temerosos rayos de cólera. usted mal en tomarlo tan por la tremenda. La cosa,
al cabo, no es tan grave…
-¡Y le ruego a usted -añadió dirigiéndose a su
marido- que no se mezcle en mis asuntos! La muchacha no contestó y siguió entregada a sus
preparativos.
El señor Kuchkin bajó los ojos y exhaló un suspiro.
El señor Kuchkin se retorció el bigote, la miró en
Macha, cuando llegó a su cuarto, se dejó caer de silencio unos instantes y añadió:
nuevo en la cama. No sentía ya temor ni vergüenza;
lo único que sentía era un deseo violento de volver -Comprendo su indignación, señorita; pero… hay
al comedor y darle un par de bofetadas a aquella que ser indulgente. Ya sabe usted que mi mujer es
señora grosera, malévola, altiva, pagada de sí. ¡Oh, muy nerviosa y está un poco tocada… No se le debe
si ella pudiera comprar un broche costosísimo y juzgar demasiado severamente.
tirárselo a la cara a la innoble mujer!¡Oh, si la señora
Kuchkin se arruinase y llegara a conocer todas las Macha siguió callada.
miserias y todas las humillaciones y se viera un día -Si usted se considera ofendida hasta tal punto, yo
forzada a pedirle limosna! ¡Con qué placer se la estoy dispuesto a pedirle perdón. ¡Perdón, señorita!
daría ella, Macha Pavletskaya!¡Oh, si ella heredase
una gran fortuna! ¡Qué delicia pasar en un hermoso La institutriz no despegó los labios. Sabía que aquel
coche, con insolente estrépito, por delante de las hombre, casi siempre borracho, sin voluntad, sin
ventanas de la señora Kuchkin! energía, era un cero a la izquierda en la casa. Hasta
la servidumbre lo trataba con muy poco respeto. Sus
Pero todo aquello era pura fantasía, sueños. Había excusas no tenían valor alguno.
que pensar en las cosas reales. Ella no podía
continuar allí ni una hora. Era triste, en verdad, el -¿No contesta usted? ¿No le basta que yo le pida
perder la colocación y tener que volver a la casa perdón? Se lo pediré entonces en nombre de mi
paterna, tan pobre; pero era preciso. No podía ver a mujer… Como caballero, debo reconocer su falta de
la señora, y el cuarto se le caía encima. Se ahogaba tacto…
entre aquellas paredes. La señora Kuchkin, con sus El señor Kuchkin dio algunos pasos por el cuarto,
enfermedades imaginarias y sus pujos de dama suspiró y prosiguió:
prócer, le inspiraba profunda repulsión. Sólo el oír su
voz le crispaba los nervios. ¡Sí, había que marcharse -¿Quiere usted, pues, que la conciencia me
en seguida de aquella casa! remuerda toda la vida, señorita? ¿Quiere usted que
yo sea el más desgraciado de los hombres?…
Macha saltó del lecho y se puso a hacer el equipaje.
-Ya sé yo, Nicolás Sergueyevich -le contestó Macha,
-¿Se puede? -preguntó detrás de la puerta la voz del volviendo hacia él sus grandes ojos arrasados en
señor Kuchkir. lágrimas-, ya sé yo que no tiene usted la culpa.
-¡Adelante! Puede usted tener la conciencia tranquila.

El amo entró y se detuvo a pocos pasos del umbral. -Sí, pero… ¡Se lo ruego, no se vaya usted!
Su mirada era turbia y brillaba su nariz roja. Se Macha movió negativamente la cabeza.
tambaleaban un poco. Tenía la costumbre de beber
cerveza en abundancia después de comer. Nicolás Sergueyevich se detuvo junto a la ventana y
se puso a tamborilear con los dedos en los cristales.

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-¡Si supiera usted -dijo- lo bochornoso que es todo capataces a una taifa de bribones, ¡el diablo se los
esto para mí! ¿Qué quiere usted? ¿Que le pida lleve!, que me hubieran hecho la vida imposible…
perdón de rodillas? Usted ha sido herida en su
orgullo, en su amor propio; pero yo también tengo -¡Nicolás Sergueyevich! -gritó por el pasillo la señora
amor propio, y usted lo pisotea… ¿Me obligará usted Kuchkin-. ¿Dónde se ha metido?
a decirle una cosa que ni al confesor se la diría a la
-¿Conque no quiere usted quedarse? -preguntó el
hora de mi muerte? amo, levantándose y dirigiéndose a la puerta-. Lo
Macha no contestó. mejor sería que se quedase… Yo vendría todas las
noches a charlar un rato con usted… Si se va usted
-Bueno; ya que se empeña usted, se lo diré todo. seré aún más desgraciado. Usted es en la casa la
¡Soy yo quien ha robado el broche de mi mujer!… única persona que tiene cara humana. ¡Es terrible!
¿Está usted contenta?… Yo he sido, yo…
Naturalmente, cuento con su discreción de usted, y Y miraba a la institutriz con ojos suplicantes; pero
espero que no se lo dirá a nadie… Ni una palabra, ni ella movió negativamente la cabeza. El señor
la menor alusión, ¿eh? Kuchkin salió del aposento, pintada en el rostro la
desesperación.
Macha, estupefacta, aterrada, seguía haciendo el
equipaje. Con mano nerviosa echaba a la maleta su Media hora después Macha Pavletskaya se disponía
ropa blanca, sus vestidos. La pasmosa confesión del a tomar el tren.
señor Kuchkin aumentaba su prisa de irse. ¿Cómo
había podido vivir tanto tiempo entre aquella gente?
-¿Está usted asombrada? -preguntó, tras un corto
silencio, Nicolás Sergueyevich. ¡Es una historia muy Pobres gentes,
sencilla, una historia vulgar! Yo necesito dinero y mi León Tolstoi
mujer no me lo da. Esta casa y cuanto hay en ella
eran de mi padre. Todo esto es mío. Mío es también En una choza, Juana, la mujer del pescador, se halla
el broche. Lo heredé de mi madre. Y, sin embargo, sentada junto a la ventana, remendando una vela
ya ve usted, mi mujer lo ha acaparado todo, se ha vieja. Afuera aúlla el viento y las olas rugen,
apoderado de todo… Comprenderá usted que no rompiéndose en la costa... La noche es fría y oscura,
voy a llevar el asunto a los tribunales… Le ruego, y el mar está tempestuoso; pero en la choza de los
señorita, que no me juzgue con demasiada pescadores el ambiente es templado y acogedor. El
severidad. Perdóneme y quédese. Comprender es suelo de tierra apisonada está cuidadosamente
perdonar… ¿Se queda usted? barrido; la estufa sigue encendida todavía; y los
cacharros relucen, en el vasar. En la cama, tras de
-¡No! -contestó con voz firme y resuelta la
una cortina blanca, duermen cinco niños, arrullados
muchacha, llena de indignación-. ¡Le ruego que me
por el bramido del mar agitado. El marido de Juana
deje en paz!
ha salido por la mañana, en su barca; y no ha vuelto
-¡Qué vamos a hacerle! -suspiró el borrachín, todavía. La mujer oye el rugido de las olas y el aullar
sentándose junto a la maleta-. Me place que haya del viento, y tiene miedo.
aún quien se indigne, quien se ofenda, quien
defienda su honor… No me cansaría nunca de Con un ronco sonido, el viejo reloj de madera ha
admirar ese gesto de indignación… ¿No quiere dado las diez, las once... Juana se sume en
usted, pues, seguir aquí?… Lo comprendo… ¡Quién reflexiones. Su marido no se preocupa de sí mismo,
estuviera en su lugar!… Usted se irá, y yo…, ¡yo no sale a pescar con frío y tempestad. Ella trabaja
podré nunca dejar esta casa! Hubiera podido desde la mañana a la noche. ¿Y cuál es el
retirarme al campo, a alguna de las fincas que resultado?, apenas les llega para comer. Los niños
heredé de mi padre; pero mi mujer ha colocado en no tienen qué ponerse en los pies: tanto en invierno
ellas de administradores, de agrónomos y de como en verano, corren descalzos; no les alcanza
para comer pan de trigo; y aún tienen que dar
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gracias a Dios de que no les falte el de centeno. La Una vez en su choza, instala a los niños dormidos
base de su alimentación es el pescado. "Gracias a en la cama, junto a los suyos; y echa la cortina. Está
Dios, los niños están sanos. No puedo quejarme", pálida e inquieta. Es como si le remordiera la
piensa Juana; y vuelve a prestar atención a la conciencia. "¿Qué me dirá? Como si le dieran pocos
tempestad. "¿Dónde estará ahora? ¡Dios mío! desvelos nuestros cinco niños... ¿Es él? No, no...
Protégelo y ten piedad de él", dice, persignándose. ¿Para qué los habré cogido? Me pegará. Me lo
tengo merecido... Ahí viene... ¡No! Menos mal..."
Aún es temprano para acostarse. Juana se pone en
pie; se echa un grueso pañuelo por la cabeza, La puerta chirría, como si alguien entrase. Juana se
enciende una linterna y sale; quiere ver si ha estremece y se pone en pie.
amainado el mar, si se despeja el cielo, si hay luz en
el faro y si aparece la barca de su marido. Pero no "No. No es nadie. ¡Señor! ¿Por qué habré hecho
se ve nada. El viento le arranca el pañuelo y lanza eso? ¿Cómo lo voy a mirar a la cara ahora?" Y
un objeto contra la puerta de la choza de al lado; Juana permanece largo rato sentada junto a la
Juana recuerda que la víspera había querido visitar cama, sumida en reflexiones.
a la vecina enferma. "No tiene quien la cuide",
piensa, mientras llama a la puerta. Escucha... Nadie La lluvia ha cesado; el cielo se ha despejado; pero el
contesta. viento sigue azotando y el mar ruge, lo mismo que
antes.
"A lo mejor le ha pasado algo", piensa Juana; y
empuja la puerta, que se abre de par en par. Juana De pronto, la puerta se abre de par en par. Irrumpe
entra. en la choza una ráfaga de frío aire marino; y un
hombre, alto y moreno, entra, arrastrando tras de sí
En la choza reinan el frío y la humedad. Juana alza unas redes rotas, empapadas de agua.
la linterna para ver dónde está la enferma. Lo
primero que aparece ante su vista es la cama, que -¡Ya estoy aquí, Juana! -exclama.
está frente a la puerta. La vecina yace boca arriba,
con la inmovilidad de los muertos. Juana acerca la -¡Ah! ¿Eres tú? -replica la mujer; y se interrumpe, sin
linterna. Sí, es ella. Tiene la cabeza echada hacia atreverse a levantar la vista.
atrás; su rostro lívido muestra la inmovilidad de la
muerte. Su pálida mano, sin vida, como si la hubiese -¡Vaya nochecita!
extendido para buscar algo, se ha resbalado del
colchón de paja, y cuelga en el vacío. Un poco más -Es verdad. ¡Qué tiempo tan espantoso! ¿Qué tal se
lejos, al lado de la difunta, dos niños, de caras te ha dado la pesca?
regordetas y rubios cabellos rizados, duermen en
una camita acurrucados y cubiertos con un vestido -Es horrible, no he pescado nada. Lo único que he
viejo. sacado en limpio ha sido destrozar las redes. Esto
es horrible, horrible... No puedes imaginarte el
Se ve que la madre, al morir, les ha envuelto las tiempo que ha hecho. No recuerdo una noche igual
piernecitas en su mantón y les ha echado por en toda mi vida. No hablemos de pescar; doy gracias
encima su vestido. La respiración de los niños es a Dios por haber podido volver a casa. Y tú, ¿qué
tranquila, uniforme; duermen con un sueño dulce y has hecho sin mí?
profundo.
Después de decir esto, el pescador arrastra la redes
Juana coge la cuna con los niños; y, cubriéndolos tras de sí por la habitación; y se sienta junto a la
con su mantón, se los lleva a su casa. El corazón le estufa.
late con violencia; ni ella misma sabe por qué hace
esto; lo único que le consta es que no puede -¿Yo? -exclama Juana, palideciendo-. Pues nada de
proceder de otra manera. particular. Ha hecho un viento tan fuerte que me
daba miedo. Estaba preocupada por ti.
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-Sí, sí -masculla el hombre-. Hace un tiempo de mil lástima. Todo el lavadero sabía al dedillo los males
demonios, pero... ¿qué podemos hacer? de la asistenta, y hallaba en ellos asunto para
interminables comentarios. Nadie ignoraba que la
Ambos guardan silencio. infeliz, casada con un mozo carnicero, residía, años
antes, en compañía de su madre y de su marido, en
-¿Sabes que nuestra vecina Simona ha muerto? un barrio extramuros, y que la familia vivía con
desahogo, gracias al asiduo trabajo de Antonia y a
-¿Qué me dices? los cuartejos ahorrados por la vieja en su antiguo
oficio de revendedora, baratillera y prestamista.
-No sé cuándo; me figuro que ayer. Su muerte ha Nadie había olvidado tampoco la lúgubre tarde en
debido ser triste. Seguramente se le desgarraba el que la vieja fue asesinada, encontrándose hecha
corazón al ver a sus hijos. Tiene dos niños muy astillas la tapa del arcón donde guardaba sus
pequeños... Uno ni siquiera sabe hablar y el otro caudales y ciertos pendientes y brincos de oro.
empieza a andar a gatas... Nadie, tampoco, el horror que infundió en el público
la nueva de que el ladrón y asesino no era sino el
Juana calla. El pescador frunce el ceño; su rostro marido de Antonia, según esta misma declaraba,
adquiere una expresión seria y preocupada. añadiendo que desde tiempo atrás roía al criminal la
codicia del dinero de su suegra, con el cual deseaba
-¡Vaya situación! -exclama, rascándose la nuca-. establecer una tablajería suya propia. Sin embargo,
Pero, ¡qué le hemos de hacer! No tenemos más el acusado hizo por probar la coartada, valiéndose
remedio que traerlos aquí. Porque si no, ¿qué van a del testimonio de dos o tres amigotes de taberna, y
hacer solos con la difunta? Ya saldremos adelante de tal modo envolvió el asunto, que, en vez de ir al
como sea. Anda, corre a traerlos. palo, salió con veinte años de cadena. No fue tan
indulgente la opinión como la ley: además de la
Juana no se mueve. declaración de la esposa, había un indicio
vehementísimo: la cuchillada que mató a la vieja,
-¿Qué te pasa? ¿No quieres? ¿Qué te pasa, Juana? cuchillada certera y limpia, asestada de arriba abajo,
como las que los matachines dan a los cerdos, con
-Están aquí ya -replica la mujer descorriendo la un cuchillo ancho y afiladísimo, de cortar carne. Para
cortina. el pueblo no cabía duda en que el culpable debió
subir al cadalso. Y el destino de Antonia comenzó a
El indulto infundir sagrado terror cuando fue esparciéndose el
rumor de que su marido «se la había jurado» para el
Emilia Pardo Bazán día en que saliese del presidio, por acusarle. La
desdichada quedaba encinta, y el asesino la dejó
De cuantas mujeres enjabonaban ropa en el avisada de que, a su vuelta, se contase entre los
lavadero público de Marineda, ateridas por el frío difuntos.
cruel de una mañana de marzo, Antonia la asistenta
era la más encorvada, la más abatida, la que torcía Cuando nació el hijo de Antonia, ésta no pudo
con menos brío, la que refregaba con mayor criarlo, tal era su debilidad y demacración y la
desaliento. A veces, interrumpiendo su labor, frecuencia de las congojas que desde el crimen la
pasábase el dorso de la mano por los enrojecidos aquejaban. Y como no le permitía el estado de su
párpados, y las gotas de agua y las burbujas de bolsillo pagar ama, las mujeres del barrio que tenían
jabón parecían lágrimas sobre su tez marchita. niños de pecho dieron de mamar por turno a la
criatura, que creció enclenque, resintiéndose de
Las compañeras de trabajo de Antonia la miraban todas las angustias de su madre. Un tanto repuesta
compasivamente, y de tiempo en tiempo, entre la ya, Antonia se aplicó con ardor al trabajo, y aunque
algarabía de las conversaciones y disputas, se siempre tenían sus mejillas esa azulada palidez que
cruzaba un breve diálogo, a media voz, entretejido se observa en los enfermos del corazón, recobró su
con exclamaciones de asombro, indignación y silenciosa actividad, su aire apacible.
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¡Veinte años de cadena! En veinte años -pensaba -Mi madre... ¡Caliénteme la sopa, por Dios, que
ella para sus adentros-, él se puede morir o me tengo hambre!
puedo morir yo, y de aquí allá, falta mucho todavía.
El coro benévolo y cacareador de las vecinas rodeó
La hipótesis de la muerte natural no la asustaba, a Antonia. Algunas se dedicaron a arreglar la comida
pero la espantaba imaginar solamente que volvía su del niño; otras animaban a la madre del mejor modo
marido. En vano las cariñosas vecinas la consolaban que sabían. ¡Era bien tonta en afligirse así! ¡Ave
indicándole la esperanza remota de que el inicuo María Purísima! ¡No parece sino que aquel hombrón
parricida se arrepintiese, se enmendase, o, como no tenía más que llegar y matarla! Había Gobierno,
decían ellas, «se volviese de mejor idea». Meneaba gracias a Dios, y Audiencia y serenos; se podía
Antonia la cabeza entonces, murmurando acudir a los celadores, al alcalde...
sombríamente:
-¡Qué alcalde! -decía ella con hosca mirada y
-¿Eso él? ¿De mejor idea? Como no baje Dios del apagado acento.
cielo en persona y le saque aquel corazón perro y le
ponga otro... -O al gobernador, o al regente, o al jefe de
municipales. Había que ir a un abogado, saber lo
Y, al hablar del criminal, un escalofrío corría por el que dispone la ley...
cuerpo de Antonia.
Una buena moza, casada con un guardia civil,
En fin: veinte años tienen muchos días, y el tiempo ofreció enviar a su marido para que le «metiese un
aplaca la pena más cruel. Algunas veces, miedo» al picarón; otra, resuelta y morena, se brindó
figurábasele a Antonia que todo lo ocurrido era un a quedarse todas las noches a dormir en casa de la
sueño, o que la ancha boca del presidio, que se asistenta. En suma, tales y tantas fueron las
había tragado al culpable, no le devolvería jamás; o muestras de interés de la vecindad, que Antonia se
que aquella ley que al cabo supo castigar el primer resolvió a intentar algo, y sin levantar la sesión,
crimen sabría prevenir el segundo. ¡La ley! Esa acordóse consultar a un jurisperito, a ver qué
entidad moral, de la cual se formaba Antonia un recetaba.
concepto misterioso y confuso, era sin duda fuerza
terrible, pero protectora; mano de hierro que la Cuando Antonia volvió de la consulta, más pálida
sostendría al borde del abismo. Así es que a sus que de costumbre, de cada tenducho y de cada
ilimitados temores se unía una confianza indefinible, cuarto bajo salían mujeres en pelo a preguntarle
fundada sobre todo en el tiempo transcurrido y en el noticias, y se oían exclamaciones de horror. ¡La ley,
que aún faltaba para cumplirse la condena. en vez de protegerla, obligaba a la hija de la víctima
a vivir bajo el mismo techo, maritalmente con el
¡Singular enlace el de los acontecimientos! asesino!

No creería de seguro el rey, cuando vestido de -¡Qué leyes, divino Señor de los cielos! ¡Así los
capitán general y con el pecho cargado de bribones que las hacen las aguantaran! -clamaba
condecoraciones daba la mano ante el ara a una indignado el coro-. ¿Y no habrá algún remedio,
princesa, que aquel acto solemne costaba mujer, no habrá algún remedio?
amarguras sin cuenta a una pobre asistenta, en
lejana capital de provincia. Así que Antonia supo que -Dice que nos podemos separar... después de una
había recaído indulto en su esposo, no pronunció cosa que le llaman divorcio.
palabra, y la vieron las vecinas sentada en el umbral
de la puerta, con las manos cruzadas, la cabeza -¿Y qué es divorcio, mujer?
caída sobre el pecho, mientras el niño, alzando su
cara triste de criatura enfermiza, gimoteaba: -Un pleito muy largo.

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Todas dejaron caer los brazos con desaliento: los y su crimen era horrendo; ¡matar a la indefensa vieja
pleitos no se acaban nunca, y peor aún si se que no le hacía daño alguno, todo por unas cuantas
acaban, porque los pierde siempre el inocente y el tristes monedas de oro! La terrible escena volvía a
pobre. presentarse ante sus ojos: ¿merecía indulto la fiera
que asestó aquella tremenda cuchillada? Antonia
-Y para eso -añadió la asistenta- tenía yo que probar recordaba que la herida tenía los labios blancos, y
antes que mi marido me daba mal trato. parecíale ver la sangre cuajada al pie del catre.

-¡Aquí de Dios! ¿Pues aquel tigre no le había Se encerró en su casa, y pasaba las horas sentada
matado a la madre? ¿Eso no era mal trato? ¿Eh? ¿Y en una silleta junto al fogón. ¡Bah! Si habían de
no sabían hasta los gatos que la tenía amenazada matarla, mejor era dejarse morir!
con matarla también?
Solo la voz plañidera del niño la sacaba de su
-Pero como nadie lo oyó... Dice el abogado que se ensimismamiento.
quieren pruebas claras...
-Mi madre, tengo hambre. Mi madre, ¿qué hay en la
Se armó una especie de motín. Había mujeres puerta? ¿Quién viene?
determinadas a hacer, decían ellas, una exposición
al mismísimo rey, pidiendo contraindulto. Y, por Por último, una hermosa mañana de sol se encogió
turno, dormían en casa de la asistenta, para que la de hombros, y tomando un lío de ropa sucia, echó a
pobre mujer pudiese conciliar el sueño. andar camino del lavadero. A las preguntas
Afortunadamente, el tercer día llegó la noticia de que afectuosas respondía con lentos monosílabos, y sus
el indulto era temporal, y al presidiario aún le ojos se posaban con vago extravío en la espuma del
quedaban algunos años de arrastrar el grillete. La jabón que le saltaba al rostro.
noche que lo supo Antonia fue la primera en que no
se enderezó en la cama, con los ojos ¿Quién trajo al lavadero la inesperada nueva,
desmesuradamente abiertos, pidiendo socorro. cuando ya Antonia recogía su ropa lavada y torcida
e iba a retirarse? ¿Inventóla alguien con fin
Después de este susto, pasó más de un año y la caritativo, o fue uno de esos rumores misteriosos, de
tranquilidad renació para la asistenta, consagrada a ignoto origen, que en vísperas de acontecimientos
sus humildes quehaceres. Un día, el criado de la grandes para los pueblos, o los individuos, palpitan y
casa donde estaba asistiendo creyó hacer un favor a susurran en el aire? Lo cierto es que la pobre
aquella mujer pálida, que tenía su marido en Antonia, al oírlo, se llevó instintivamente la mano al
presidio, participándole como la reina iba a parir, y corazón, y se dejó caer hacia atrás sobre las
habría indulto, de fijo. húmedas piedras del lavadero.

Fregaba la asistenta los pisos, y al oír tales anuncios -Pero ¿de veras murió? -preguntaban las
soltó el estropajo, y descogiendo las sayas que traía madrugadoras a las recién llegadas.
arrolladas a la cintura, salió con paso de autómata,
muda y fría como una estatua. A los recados que le -Si, mujer...
enviaban de las casas respondía que estaba
enferma, aunque en realidad sólo experimentaba un -Yo lo oí en el mercado...
anonadamiento general, un no levantársele los
brazos a labor alguna. El día del regio parto contó -Yo, en la tienda...,
los cañonazos de la salva, cuyo estampido le
resonaba dentro del cerebro, y como hubo quien le -¿A ti quién te lo dijo?
advirtió que el vástago real era hembra, comenzó a
esperar que un varón habría ocasionado más -A mí, mi marido.
indultos. Además, ¿Por qué le había de coger el
indulto a su marido? Ya le habían indultado una vez, -¿Y a tu marido?
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-El asistente del capitán. Y al sonido de aquella voz donde Antonia creía oír
vibrar aún las maldiciones y las amenazas de
-¿Y al asistente? muerte, la pobre mujer, como desencantada,
despertó, exhaló un ¡ay! agudísimo, y cogiendo a su
-Su amo... hijo en brazos, echó a correr hacia la puerta.

Aquí ya la autoridad pareció suficiente y nadie quiso El hombre se interpuso.


averiguar más, sino dar por firme y valedera la
noticia. ¡Muerto el criminal, en víspera de indulto, -¡Eh..., chst! ¿Adónde vamos, patrona? -silabeó con
antes de cumplir el plazo de su castigo! Antonia la su ironía de presidiario-. ¿A alborotar el barrio a
asistenta alzó la cabeza y por primera vez se tiñeron estas horas? ¡Quieto aquí todo el mundo!
sus mejillas de un sano color y se abrió la fuente de
sus lágrimas. Lloraba de gozo, y nadie de los que la Las últimas palabras fueron dichas sin que las
miraban se escandalizó. Ella era la indultada; su acompañase ningún ademán agresivo, pero con un
alegría, justa. Las lágrimas se agolpaban a sus tono que heló la sangre de Antonia. Sin embargo, su
lagrimales, dilatándole el corazón, porque desde el primer estupor se convertía en fiebre, la fiebre lúcida
crimen se había «quedado cortada», es decir, sin del instinto de conservación. Una idea rápida cruzó
llanto. Ahora respiraba anchamente, libre de su por su mente: ampararse del niño. ¡Su padre no le
pesadilla. Andaba tanto la mano de la Providencia conocía; pero, al fin, era su padre! Levantóle en alto
en lo ocurrido que a la asistenta no le cruzó por la y le acercó a la luz.
imaginación que podía ser falsa la nueva.
-¿Ese es el chiquillo? -murmuró el presidiario, y
Aquella noche, Antonia se retiró a su cama más descolgando el candil llególo al rostro del chico.
tarde que de costumbre, porque fue a buscar a su
hijo a la escuela de párvulos, y le compró rosquillas Éste guiñaba los ojos, deslumbrado, y ponía las
de «jinete», con otras golosinas que el chico manos delante de la cara, como para defenderse de
deseaba hacía tiempo, y ambos recorrieron las aquel padre desconocido, cuyo nombre oía
calles, parándose ante los escaparates, sin ganas de pronunciar con terror y reprobación universal.
comer, sin pensar más que en beber el aire, en Apretábase a su madre, y ésta, nerviosamente, le
sentir la vida y en volver a tomar posesión de ella. apretaba también, con el rostro más blanco que la
cera.
Tal era el enajenamiento de Antonia, que ni reparó
en que la puerta de su cuarto bajo no estaba sino -¡Qué chiquillo tan feo! -gruñó el padre, colgando de
entornada. Sin soltar de la mano al niño entró en la nuevo el candil-. Parece que lo chuparon las brujas.
reducida estancia que le servía de sala, cocina y
comedor, y retrocedió atónita viendo encendido el Antonia sin soltar al niño, se arrimó a la pared, pues
candil. Un bulto negro se levantó de la mesa, y el desfallecía. La habitación le daba vueltas alrededor,
grito que subía a los labios de la asistenta se ahogó y veía lucecitas azules en el aire.
en la garganta.
-A ver: ¿No hay nada de comer aquí? -pronunció el
Era él. Antonia, inmóvil, clavada al suelo, no le veía marido.
ya, aunque la siniestra imagen se reflejaba en sus
dilatadas pupilas. Su cuerpo yerto sufría una Antonia sentó al niño en un rincón, en el suelo, y
parálisis momentánea; sus manos frías soltaron al mientras la criatura lloraba de miedo, conteniendo
niño, que, aterrado, se le cogió a las faldas. El los sollozos, la madre comenzó a dar vueltas por el
marido habló. cuarto, y cubrió la mesa con manos temblorosas.
Sacó pan, una botella de vino, retiró del hogar una
-¡Mal contabas conmigo ahora! -murmuró con acento cazuela de bacalao, y se esmeraba sirviendo
ronco, pero tranquilo. diligentemente, para aplacar al enemigo con su celo.
Sentóse el presidiario y empezó a comer con
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voracidad, menudeando los tragos de vino. Ella -¿Y tú? -exclamó dirigiéndose a Antonia-. ¿Qué
permanecía de pie, mirando, fascinada, aquel rostro haces ahí quieta como un poste? ¿No te acuestas?
curtido, afeitado y seco que relucía con este barniz
especial del presidio. Él llenó el vaso una vez más y -Yo... no tengo sueño -tartamudeó ella, dando diente
la convidó. con diente.

-No tengo voluntad... -balbució Antonia: y el vino, al -¿Qué falta hace tener sueño? ¡Si irás a pasar la
reflejo del candil, se le figuraba un coágulo de noche de centinela!
sangre.
-Ahí... ahí..., no... cabemos... Duerme tú... Yo aquí,
Él lo despachó encogiéndose de hombros, y se puso de cualquier modo...
en el plato más bacalao, que engulló ávidamente,
ayudándose con los dedos y mascando grandes Él soltó dos o tres palabras gordas.
cortezas de pan. Su mujer le miraba hartarse, y una
esperanza sutil se introducía en su espíritu. Así que -¿Me tienes miedo o asco, o qué rayo es esto? A ver
comiese, se marcharía sin matarla. Ella, después, como te acuestas, o si no...
cerraría a cal y canto la puerta, y si quería matarla
entonces, el vecindario estaba despierto y oiría sus Incorporóse el marido, y extendiendo las manos,
gritos. ¡Solo que, probablemente, le sería imposible mostró querer saltar de la cama al suelo. Mas ya
a ella gritar! Y carraspeó para afianzar la voz. El Antonia, con la docilidad fatalista de la esclava,
marido, apenas se vio saciado de comida, sacó del empezaba a desnudarse. Sus dedos apresurados
cinto un cigarro, lo picó con la uña y encendió rompían las cintas, arrancaban violentamente los
sosegadamente el pitillo en el candil. corchetes, desgarraban las enaguas. En un rincón
del cuarto se oían los ahogados sollozos del niño...
-¡Chst!... ¿Adónde vamos? -gritó viendo que su
mujer hacía un movimiento disimulado hacia la Y el niño fue quien, gritando desesperadamente
puerta-. Tengamos la fiesta en paz. llamó al amanecer a las vecinas que encontraron a
Antonia en la cama, extendida, como muerta. El
-A acostar al pequeño -contestó ella sin saber lo que médico vino aprisa, y declaró que vivía, y la sangró,
decía. Y refugióse en la habitación contigua llevando y no logró sacarle gota de sangre. Falleció a las
a su hijo en brazos. De seguro que el asesino no veinticuatro horas, de muerte natural, pues no tenía
entraría allí. ¿Cómo había de tener valor para tanto? lesión alguna. El niño aseguraba que el hombre que
Era la habitación en que había cometido el crimen, el había pasado allí la noche la llamó muchas veces al
cuarto de su madre. Pared por medio dormía antes levantarse, y viendo que no respondía echó a correr
el matrimonio; pero la miseria que siguió a la muerte como un loco.
de la vieja obligó a Antonia a vender la cama
matrimonial y usar la de la difunta. Creyéndose en
salvo, empezaba a desnudar al niño, que ahora se
atrevía a sollozar más fuerte, apoyado en su seno; ¡Adiós Cordera!
pero se abrió la puerta y entró el presidiario. Leopoldo Alas (Clarín)
Antonia le vio echar una mirada oblicua en torno
Eran tres: ¡siempre los tres! Rosa, Pinín y la
suyo, descalzarse con suma tranquilidad, quitarse la
Cordera.
faja, y, por último, acostarse en el lecho de la
víctima. La asistenta creía soñar. Si su marido
El prao Somonte era un recorte triangular de
abriese una navaja, la asustaría menos quizá que
terciopelo verde tendido, como una colgadura,
mostrando tan horrible sosiego. El se estiraba y
cuesta abajo por la loma. Uno de sus ángulos, el
revolvía en las sábanas, apurando la colilla y
inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo
suspirando de gusto, como hombre cansado que
a Gijón. Un palo del telégrafo, plantado allí como
encuentra una cama blanda y limpia.
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pendón de conquista, con sus jícaras blancas y sus Asistía a los juegos de los pastorcicos encargados
alambres paralelos, a derecha e izquierda, de llindarla1, como una abuela. Si pudiera, se
representaba para Rosa y Pinín el ancho mundo sonreiría al pensar que Rosa y Pinín tenían por
desconocido, misterioso, temible, eternamente misión en el prado cuidar de que ella, la Cordera, no
ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho, se extralimitase, no se metiese por la vía del
cuando a fuerza de ver días y días el poste tranquilo, ferrocarril ni saltara a la heredad vecina. ¡Qué había
inofensivo, campechano, con ganas, sin duda, de de saltar! ¡Qué se había de meter!
aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo posible a
un árbol seco, fue atreviéndose con él, llevó la Pastar de cuando en cuando, no mucho, cada día
confianza al extremo de abrazarse al leño y trepar menos, pero con atención, sin perder el tiempo en
hasta cerca de los alambres. Pero nunca llegaba a levantar la cabeza por curiosidad necia, escogiendo
tocar la porcelana de arriba, que le recordaba sin vacilar los mejores bocados, y, después,
las jícaras que había visto en la rectoral de Puao. Al sentarse sobre el cuarto trasero con delicia, a rumiar
verse tan cerca del misterio sagrado, le acometía un la vida, a gozar el deleite del no padecer, del dejarse
pánico de respeto, y se dejaba resbalar de prisa existir: esto era lo que ella tenía que hacer, y todo lo
hasta tropezar con los pies en el césped. demás aventuras peligrosas. Ya no recordaba
cuándo le había picado la mosca.
Rosa, menos audaz, pero más enamorada de lo
desconocido, se contentaba con arrimar el oído al “El xatu (el toro), los saltos locos por las praderas
palo del telégrafo, y minutos, y hasta cuartos de adelante... ¡todo eso estaba tan lejos!”
hora, pasaba escuchando los formidables rumores
metálicos que el viento arrancaba a las fibras del Aquella paz sólo se había turbado en los días de
pino seco en contacto con el alambre. Aquellas prueba de la inauguración del ferrocarril. La primera
vibraciones, a veces intensas como las del diapasón, vez que la Cordera vio pasar el tren, se volvió loca.
que, aplicado al oído, parece que quema con su Saltó la sebe de lo más alto del Somonte, corrió por
vertiginoso latir, eran para Rosa los papeles que prados ajenos, y el terror duró muchos días,
pasaban, las cartas que se escribían por los hilos, el renovándose, más o menos violento, cada vez que
lenguaje incomprensible que lo ignorado hablaba la máquina asomaba por la trinchera vecina. Poco a
con lo ignorado; ella no tenía curiosidad por poco se fue acostumbrando al estrépito inofensivo.
entender lo que los de allá, tan lejos, decían a los del
Cuando llegó a convencerse de que era un peligro
otro extremo del mundo. ¿Qué le importaba? Su que pasaba, una catástrofe que amenazaba sin dar,
interés estaba en el ruido por el ruido mismo, por su redujo sus precauciones a ponerse en pie y a mirar
timbre y su misterio. de frente, con la cabeza erguida, al formidable
monstruo; más adelante no hacía más que mirarle,
La Cordera, mucho más formal que sus sin levantarse, con antipatía y desconfianza; acabó
compañeros, verdad es que, relativamente, de edad por no mirar al tren siquiera.
también mucho más madura, se abstenía de toda
comunicación con el mundo civilizado. y miraba de En Pinín y Rosa la novedad del ferrocarril produjo
lejos el palo del telégrafo como lo que era para ella, impresiones más agradables y persistentes. Si al
efectivamente, como cosa muerta, inútil, que no le principio era una alegría loca, algo mezclada de
servía siquiera para rascarse. Era una vaca que miedo supersticioso, una excitación nerviosa, que
había vivido mucho. Sentada horas y horas, pues, les hacía prorrumpir en gritos, gestos, pantomimas
experta en pastos, sabía aprovechar el tiempo, descabelladas, después fue un recreo pacífico,
meditaba más que comía, gozaba del placer de vivir suave, renovado varias veces al día. Tardó mucho
en paz, bajo el cielo gris y tranquilo de su tierra, en gastarse aquella emoción de contemplar la
como quien alimenta el alma, que también tienen los marcha vertiginosa, acompañada del viento, de la
brutos; y si no fuera profanación, podría decirse que gran culebra de hierro, que llevaba dentro de sí tanto
los pensamientos de la vaca matrona, llena de ruido y tantas castas de gentes desconocidas,
experiencia, debían de parecerse todo lo posible a extrañas.
las más sosegadas y doctrinales odas de Horacio.
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Pero telégrafo, ferrocarril, todo eso, era lo de menos: Somonte. Este regalo era cosa relativamente nueva.
un accidente pasajero que se ahogaba en el mar de Años atrás, la Cordera tenía que salir a la gramática,
soledad que rodeaba el prao Somonte. Desde allí no esto es, a apacentarse como podía, a la buena
se veía vivienda humana; allí no llegaban ruidos del ventura de los caminos y callejas de las rapadas y
mundo más que al pasar el tren. Mañanas sin fin, escasas praderías del común, que tanto tenían de
bajo los rayos del sol a veces, entre el zumbar de los vía pública como de pastos. Pinín y Rosa, en tales
insectos, la vaca y los niños esperaban la días de penuria, la guiaban a los mejores altozanos,
proximidad del mediodía para volver a casa. Y luego, a los parajes más tranquilos y menos esquilmados, y
tardes eternas, de dulce tristeza silenciosa, en el la libraban de las mil injurias a que están expuestas
mismo prado, hasta venir la noche, con el lucero las pobres reses que tienen que buscar su alimento
vespertino por testigo mudo en la altura. Rodaban en los azares de un camino.
las nubes allá arriba, caían las sombras de los
árboles y de las peñas en la loma y en la cañada, se En los días de hambre, en el establo, cuando el
acostaban los pájaros, empezaban a brillar algunas heno escaseaba, y el narvaso2 paraestrar3 el lecho
estrellas en lo más oscuro del cielo azul, y Pinín y caliente de la vaca faltaba también, a Rosa y a Pinín
Rosa, los niños gemelos, los hijos de Antón de debía la Cordera mil industrias que le hacían más
Chinta, teñida el alma de la dulce serenidad suave la miseria. ¡Y qué decir de los tiempos
soñadora de la solemne y seria Naturaleza, callaban heroicos del parto y la cría, cuando se entablaba la
horas y horas, después de sus juegos, nunca muy lucha necesaria entre el alimento y regalo de
estrepitosos, sentados cerca de la Cordera, que la nación4 y el interés de los Chintos, que consistía
acompañaba el augusto silencio de tarde en tarde en robar a las ubres de la pobre madre toda la leche
con un blando son de perezosa esquila. que no fuera absolutamente indispensable para que
el ternero subsistiese! Rosa y Pinín, en tal conflicto,
En este silencio, en esta calma inactiva, había siempre estaban de parte de la Cordera, y en cuanto
amores. Se amaban los dos hermanos como dos había ocasión, a escondidas, soltaban el recental,
mitades de un fruto verde, unidos por la misma vida, que, ciego y como loco, a testaradas contra todo,
con escasa conciencia de lo que en ellos era corría a buscar el amparo de la madre, que le
distinto, de cuanto los separaba; amaban Pinín y albergaba bajo su vientre, volviendo la cabeza
Rosa a laCordera, la vaca abuela, grande, agradecida y solícita, diciendo, a su manera:
amarillenta, cuyo testuz parecía una cuna.
La Corderarecordaría a un poeta -Dejad a los niños y a los recentales que vengan a
la zacala del Ramayana, la vaca santa; tenía en la mí.
amplitud de sus formas, en la solemne serenidad de
sus pausados y nobles movimientos, aires y Estos recuerdos, estos lazos, son de los que no se
contornos de ídolo destronado, caído, contento con olvidan.
su suerte, más satisfecha con ser vaca verdadera
que dios falso. La Cordera, hasta donde es posible Añádase a todo que la Cordera tenía la mejor pasta
adivinar estas cosas, puede decirse que también de vaca sufrida del mundo. Cuando se veía
quería a los gemelos encargados de apacentarla. emparejada bajo el yugo con cualquier compañera,
fiel a la gamella5, sabía someter su voluntad a la
Era poco expresiva; pero la paciencia con que los ajena, y horas y horas se la veía con la cerviz
toleraba cuando en sus juegos ella les servía de inclinada, la cabeza torcida, en incómoda postura,
almohada, de escondite, de montura, y para otras velando en pie mientras la pareja dormía en tierra.
cosas que ideaba la fantasía de los pastores,
demostraba tácitamente el afecto del animal pacífico * * *
y pensativo.
Antón de Chinta comprendió que había nacido para
En tiempos difíciles, Pinín y Rosa habían hecho por pobre cuando palpó la imposibilidad de cumplir aquel
la Cordera los imposibles de solicitud y cuidado. No sueño dorado suyo de tener un corral propio con dos
siempre Antón de Chinta había tenido el prado yuntas por lo menos. Llegó, gracias a mil ahorros,
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que eran mares de sudor y purgatorios de hombre que miraba con ojos de rencor y desafío al
privaciones, llegó a la primera vaca, la Cordera, y no que osaba insistir en acercarse al precio fijo en que
pasó de ahí; antes de poder comprar la segunda se él se abroquelaba. Hasta el último momento del
vio obligado, para pagar atrasos al amo, el dueño de mercado estuvo Antón de Chinta en el Humedal,
la casería que llevaba en renta, a llevar al mercado a dando plazo a la fatalidad. “No se dirá, pensaba, que
aquel pedazo de sus entrañas, laCordera, el amor yo no quiero vender: son ellos que no me pagan
de sus hijos. Chinta había muerto a los dos años de la Cordera en lo que vale.” Y, por fin, suspirando, si
tener la Corderaen casa. El establo y la cama del no satisfecho, con cierto consuelo, volvió a
matrimonio estaban pared por medio, llamando emprender el camino por la carretera de Candás
pared a un tejido de ramas de castaño y de cañas de adelante, entre la confusión y el ruido de cerdos y
maíz. La Chinta, musa de la economía en aquel novillos, bueyes y vacas, que los aldeanos de
hogar miserable, había muerto mirando a la vaca por muchas parroquias del contorno conducían con
un boquete del destrozado tabique de ramaje, mayor o menor trabajo, según eran de antiguo las
señalándola como salvación de la familia. relaciones entre dueños y bestias.

“Cuidadla, es vuestro sustento”, parecían decir los En el Natahoyo, en el cruce de dos caminos, todavía
ojos de la pobre moribunda, que murió extenuada de estuvo expuesto el de Chinta a quedarse sin
hambre y de trabajo. la Cordera; un vecino de Carrió que le había
rondado todo el día ofreciéndole pocos duros menos
El amor de los gemelos se había concentrado en de los que pedía, le dio el último ataque, algo
la Cordera; el regazo, que tiene su cariño especial, borracho.
que el padre no puede reemplazar, estaba al calor
de la vaca, en el establo, y allá, en el Somonte. El de Carrió subía, subía, luchando entre la codicia y
el capricho de llevar la vaca. Antón, como una roca.
Todo esto lo comprendía Antón a su manera, Llegaron a tener las manos enlazadas, parados en
confusamente. De la venta necesaria no había que medio de la carretera, interrumpiendo el paso... Por
decir palabra a los neños. Un sábado de julio, al ser fin, la codicia pudo más; el pico de los cincuenta los
de día, de mal humor Antón, echó a andar hacia separó como un abismo; se soltaron las manos,
Gijón, llevando la Cordera por delante, sin más cada cual tiró por su lado; Amón, por una calleja
atavío que el collar de esquila. Pinín y Rosa que, entre madreselvas que aún no florecían y
dormían. Otros días había que despertarlos a zarzamoras en flor, le condujo hasta su casa.
azotes. El padre los dejó tranquilos. Al levantarse se
encontraron sin la Cordera. “Sin duda, mio pá6 la * * *
había llevado al xatu.” No cabía otra conjetura. Pinín
y Rosa opinaban que la vaca iba de mala gana; Desde aquel día en que adivinaron el peligro, Pinín y
creían ellos que no deseaba más hijos, pues todos Rosa no sosegaron. A media semana se personó el
acababa por perderlos pronto, sin saber cómo ni mayordomo en el corral de Antón. Era otro aldeano
cuándo. de la misma parroquia, de malas pulgas, cruel con
los caseros atrasados. Antón, que no admitía
Al oscurecer, Antón y la Cordera entraban por reprimendas, se puso lívido ante las amenazas de
la corrada7 mohínos, cansados y cubiertos de polvo. desahucio.
El padre no dio explicaciones, pero los hijos
adivinaron el peligro. El amo no esperaba más. Bueno, vendería la vaca a
vil precio, por una merienda. Había que pagar o
No había vendido, porque nadie había querido llegar quedarse en la calle.
al precio que a él se le había puesto en la cabeza.
Era excesivo: un sofisma del cariño. Pedía mucho Al sábado inmediato acompañó al Humedal Pinín a
por la vaca para que nadie se atreviese a llevársela. su padre. El niño miraba con horror a los contratistas
Los que se habían acercado a intentar fortuna se de carnes, que eran los tiranos del mercado.
habían alejado pronto echando pestes de aquel La Cordera fue comprada en su justo precio por un
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rematante de Castilla. Se la hizo una señal en la piel la calleja, de altos setos, el triste grupo del
y volvió a su establo de Puao, ya vendida, ajena, indiferente comisionado y laCordera, que iba de
tañendo tristemente la esquila. Detrás caminaban mala gana con un desconocido y a tales horas. Por
Antón de Chinta, taciturno, y Pinín, con ojos como fin, hubo que separarse. Antón, malhumorado
puños. Rosa, al saber la venta, se abrazó al testuz clamaba desde casa:
de la Cordera, que inclinaba la cabeza a las caricias
como al yugo. -Bah, bah, neños, acá vos digo; basta de pamemes.
Así gritaba de lejos el padre con voz de lágrimas.
“¡Se iba la vieja!” -pensaba con el alma destrozada
Antón el huraño. Caía la noche; por la calleja oscura que hacían casi
negra los altos setos, formando casi bóveda, se
“Ella ser, era una bestia, pero sus hijos no tenían perdió el bulto de la Cordera, que parecía negra de
otra madre ni otra abuela.” lejos. Después no quedó de ella más que
el tintán pausado de la esquila, desvanecido con la
Aquellos días en el pasto, en la verdura del distancia, entre los chirridos melancólicos de
Somonte, el silencio era fúnebre. LaCordera, que cigarras infinitas.
ignoraba su suerte, descansaba y pacía como
siempre, sub specie aeternitatis, como descansaría y -¡Adiós, Cordera! -gritaba Rosa deshecha en llanto-.
comería un minuto antes de que el brutal porrazo la ¡Adiós, Cordera de mío alma!
derribase muerta. Pero Rosa y Pinín yacían
desolados, tendidos sobre la hierba, inútil en -¡Adiós, Cordera! -repetía Pinín, no más sereno.
adelante. Miraban con rencor los trenes que
pasaban, los alambres del telégrafo. Era aquel -Adiós -contestó por último, a su modo, la esquila,
mundo desconocido, tan lejos de ellos por un lado, y perdiéndose su lamento triste, resignado, entre los
por otro el que les llevaba suCordera. demás sonidos de la noche de julio en la aldea.

El viernes, al oscurecer, fue la despedida. Vino un ***


encargado del rematante de Castilla por la res.
Pagó; bebieron un trago Antón y el comisionado, y Al día siguiente, muy temprano, a la hora de
se sacó a la quintana laCordera. Antón había siempre, Pinín y Rosa fueron al praoSomonte.
apurado la botella; estaba exaltado; el peso del Aquella soledad no lo había sido nunca para ellos
dinero en el bolsillo le animaba también. Quería hasta aquel día. El Somonte sin la Cordera parecía
aturdirse. Hablaba mucho, alababa las excelencias el desierto.
de la vaca. El otro sonreía, porque las alabanzas de
Antón eran impertinentes. ¿Que daba la res tantos y De repente silbó la máquina, apareció el humo,
tantos xarros de leche? ¿Que era noble en el yugo, luego el tren. En un furgón cerrado, en unas
fuerte con la carga? ¿Y qué, si dentro de pocos días estrechas ventanas altas o respiraderos,
había de estar reducida a chuletas y otros bocados vislumbraron los hermanos gemelos cabezas de
suculentos? Antón no quería imaginar esto; se la vacas que, pasmadas, miraban por aquellos
figuraba viva, trabajando, sirviendo a otro labrador, tragaluces.
olvidada de él y de sus hijos, pero viva, feliz... Pinín
y Rosa, sentados sobre el montón de cucho8, -¡Adiós, Cordera! -gritó Rosa, adivinando allí a su
recuerdo para ellos sentimental de la Cordera y de amiga, a la vaca abuela.
los propios afanes, unidos por las manos, miraban al
enemigo con ojos de espanto y en el supremo -¡Adiós, Cordera! -vociferó Pinín con la misma fe,
instante se arrojaron sobre su amiga; besos, enseñando los puños al tren, que volaba camino de
abrazos: hubo de todo. No podían separarse de ella. Castilla.
Antón, agotada de pronto la excitación del vino, cayó
como un marasmo; cruzó los brazos, y entró en el Y, llorando, repetía el rapaz, más enterado que su
corral oscuro. Los hijos siguieron un buen trecho por hermana de las picardías del mundo:
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-La llevan al Matadero... Carne de vaca, para comer “Allá iba, como la otra, como la vaca abuela. Se lo
los señores, los curas... los indianos. llevaba el mundo. Carne de vaca para los glotones,
para los indianos; carne de su alma, carne de cañón
-¡Adiós, Cordera! para las locuras del mundo, para las ambiciones
ajenas.”
-¡Adiós, Cordera!
Entre confusiones de dolor y de ideas, pensaba así
Y Rosa y Pinín miraban con rencor la vía, el la pobre hermana viendo el tren perderse a lo lejos,
telégrafo, los símbolos de aquel mundo enemigo, silbando triste, con silbido que repercutían los
que les arrebataba, que les devoraba a su castaños, las vegas y los peñascos...
compañera de tantas soledades, de tantas ternuras
silenciosas, para sus apetitos, para convertirla en ¡Qué sola se quedaba! Ahora sí, ahora sí que era un
manjares de ricos glotones... desierto el prao Somonte.

-¡Adiós, Cordera!... -¡Adiós, Pinín! ¡Adiós, Cordera!

-¡Adiós, Cordera!... Con qué odio miraba Rosa la vía manchada de


carbones apagados; con qué ira los alambres del
*** telégrafo. ¡Oh!, bien hacía la Cordera en no
acercarse. Aquello era el mundo, lo desconocido,
Pasaron muchos años. Pinín se hizo mozo y se lo que se lo llevaba todo. Y sin pensarlo, Rosa apoyó la
llevó el rey. Ardía la guerra carlista. Antón de Chinta cabeza sobre el palo clavado como un pendón en la
era casero de un cacique de los vencidos; no hubo punta del Somonte. El viento cantaba en las
influencia para declarar inútil a Pinín, que, por ser, entrañas del pino seco su canción metálica. Ahora
era como un roble. ya lo comprendía Rosa. Era canción de lágrimas, de
abandono, de soledad, de muerte.
Y una tarde triste de octubre, Rosa, en
el prao Somonte sola, esperaba el paso del tren En las vibraciones rápidas, como quejidos, creía oír,
correo de Gijón, que le llevaba a sus únicos amores, muy lejana, la voz que sollozaba por la vía adelante:
su hermano. Silbó a lo lejos la máquina, apareció el
tren en la trinchera, pasó como un relámpago. Rosa, -¡Adiós, Rosa! ¡Adiós, Cordera!
casi metida por las ruedas, pudo ver un instante en
un coche de tercera multitud de cabezas de pobres
quintos que gritaban, gesticulaban, saludando a los
árboles, al suelo, a los campos, a toda la patria
familiar, a la pequeña, que dejaban para ir a morir en
las luchas fratricidas de la patria grande, al servicio
de un rey y de unas ideas que no conocían,

Pinín, con medio cuerpo fuera de una ventanilla,


tendió los brazos a su hermana; casi se tocaron. Y
Rosa pudo oír entre el estrépito de las ruedas y la
gritería de los reclutas la voz distinta de su hermano,
que sollozaba, exclamando, como inspirado por un
recuerdo de dolor lejano:

-¡Adiós, Rosa!... ¡Adiós, Cordera!

-¡Adiós, Pinínl ¡Pinín de mío alma!...

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