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24.

EL CUARTO PROHIBIDO

Era un leñador que tenía tres hijas muy guapas. El leñador era hombre pobre y vivía
pobremente. Todos los días salía al monte a cortar leña y, en una de éstas, atacó un árbol
con su hacha y salió del interior del árbol un gigante, que dijo al leñador:
–¿Qué es lo que haces? ¿Es que acaso te atreves a cortar este árbol donde tengo yo mi
casa?
El leñador, asustado, contestó:
–Por Dios, señor Gigante, no me haga nada que yo no sabía que ésta era su casa.
–Está bien –dijo el gigante–, no te haré nada. Pero dime: ¿cuántos hijos tienes?
A lo que respondió el leñador:
–Yo tengo tres hijas. Vengo al bosque para cortar leña con la que ganarme la vida y
alimentar a mis hijas y a mi esposa, que es costurera, y con la costura y la leña apenas
ganamos para sostenernos.
–Pues mira –dijo el gigante–, aquí te doy esta bolsa de oro si me traes a tu hija mayor.
El leñador tomó la bolsa de oro y, cuando llegó a casa, contó lo que le había sucedido
y la hija mayor se avino a ir con el gigante. Volvió, pues, el leñador con su hija a donde
estaba el árbol y la dejó allí. El árbol tenía una puerta grande que daba a una escalera que
descendía bajo la tierra y allí estaba la casa del gigante.
Y el gigante le dijo a la muchacha:
–Tú serás la dueña y señora de todo esto si te comportas como yo te diga. Y lo
primero que has de hacer es esto –le dice–: aquí tienes esta oreja, que te has de comer
cruda. Yo ahora me tengo que ir, pero cuando vuelva te la habrás comido cruda y, si no,
te mataré.
La muchacha vio que era una oreja de una persona y sintió un asco terrible; y se
decía: «¡Ay de mí! ¿Cómo voy a comerme esta oreja, y además cruda?».
Y luego pensó: «Pero ¿ha de saber el gigante si me la comí o no?».

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Y sin pensárselo dos veces la tiró detrás del pajar.
Volvió el gigante y preguntó lo primero de todo:
–¿Qué? ¿Ya te has comido la oreja?
La muchacha contestó que sí, y entonces el gigante dijo en voz alta:
–¡Oreja! ¡Orejita!
Y contestó la oreja:
–¿Qué quieres?
Y dijo el gigante:
–¿Dónde estás, oreja?
Y dijo la oreja:
–Aquí, detrás del pajar.
Y dijo el gigante a la muchacha:
–¿No decías que te la habías comido? Pues ahora verás.
Cogió a la muchacha, la llevó a un cuarto que había en la casa y allí la degolló y la
dejó muerta.
Al otro día, el leñador andaba por el bosque cortando leña cuando llegó el gigante y le
dijo:
–Escucha, leñador, que dice tu hija mayor que echa de menos a la mediana y que
quiere que le dé compañía. Si tú me la traes, te doy esta otra bolsa de oro.
El leñador cogió la bolsa, fue a buscar a la hija mediana y la convenció para que se
fuera a hacer compañía a su hermana mayor, alegando que se encontraba muy sola. Y la
hija mediana fue con el leñador hasta la casa del gigante y se metió en el árbol.
Y le dijo el gigante:
–Puedes usar la casa como te plazca, excepto este cuarto –y le señaló el cuarto donde
degollara a su hermana–, en el que nunca debes entrar bajo ningún pretexto. Y ahora yo
tengo que salir, pero te dejo esta oreja que te has de haber comido cuando yo vuelva –y
se fue.
La pobre muchacha se decía: «¡Ay, qué asco! ¿Cómo me voy a comer esta oreja que
no es de animal?».
Luego pensó que el gigante no tenía por qué saber que no la había comido y fue y la
tiró a un pozo.
Conque llegó el gigante y le preguntó:
–¿Te has comido la oreja?

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Y dijo ella:
–Sí que la comí.
Entonces el gigante dijo en voz alta:
–¡Oreja! ¡Orejita!
Y contestó la oreja:
–¿Qué quieres?
Y dijo el gigante:
–¿Dónde estás, oreja?
Y dijo la oreja:
–Aquí, en el pozo.
Y dijo el gigante:
–Ahora baja al pozo y saca la oreja.
Entonces ella tiró el cubo y subió la oreja dentro de él. Y el gigante cogió a la
muchacha, la metió en el cuarto prohibido, la degolló y la dejó muerta junto a su
hermana.
Al otro día el padre se llegó hasta el árbol por ver si veía a sus hijas, a las que echaba
de menos, y salió el gigante y le dijo:
–Te doy otra bolsa de oro si me traes a tu hija pequeña, que quieren estar las tres
juntas y no se pueden pasar la una sin la otra.
El padre, aunque se quedó apesadumbrado, dijo que bueno y cogió a su hija pequeña,
que se llamaba Mariquilla, y le dijo:
–Mira que tus hermanas te reclaman.
La llevó al árbol donde vivía el gigante y éste se la llevó escalera abajo y cuando
llegaron a su casa le dijo:
–Tú has de ser la dueña de todo esto si te comes esta oreja cruda que hay sobre la
mesa.
La pequeña estaba muy extrañada de no ver a sus hermanas saliendo a recibirla y tuvo
miedo, pero lo disimuló y le dijo al gigante:
–Bueno, yo me la comeré.
Cuando se fue el gigante ella pensó que no se quería comer una oreja que no era de
animal y en esto decidió esconderla entre sus ropas y la escondió junto a la barriga bien
apretada para que no se le cayera.
Conque al rato volvió el gigante y le dijo:

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–¿Qué? ¿Ya te has comido la oreja?
Y dijo ella:
–Ya me la comí.
Entonces el gigante dijo en voz alta:
–¡Oreja! ¡Orejita!
Y contestó la oreja:
–¿Qué quieres?
Y dijo el gigante:
–¿Dónde estás, oreja?
Y dijo la oreja:
–En la barriga de Mariquilla.
Al oír esto, el gigante saltó de gozo y le dijo a Mariquilla:
–¡Pues tú has de ser mi mujer! Ya eres la dueña de todo lo que tengo y te doy mis
llaves. Pero hay un cuarto que no debes abrir –y le señaló el cuarto donde se
encontraban sus hermanas muertas– bajo ningún pretexto.
Dicho lo cual, se marchó más contento que unas castañuelas.
Entonces Mariquilla se dijo: «¿Y por qué será? ¿Por qué no podré abrir yo ese
cuarto?», y la curiosidad pudo más que el temor.
Abrió el cuarto y, según abrió, vio un gran charco de sangre y se llevó tal susto que se
le cayó la llave en mitad del charco y se manchó toda de sangre. Pero al volver a mirar,
vio a muchas personas que colgaban de los pies y de la cabeza y entre ellas reconoció a
sus hermanas. Y luego vio que en una mesa había un pucherito con un mejunje y una
botella de agua.
Apenas salió del cuarto, fue a todo correr a lavar la llave, pero, por más que frotaba, la
sangre no desaparecía. Entonces oyó venir al gigante y, a toda prisa, se cortó un dedo y
manchó con su sangre la llave del cuarto prohibido.
Conque llegó el gigante y le dijo:
–¿Has conocido ya toda la casa?
Y ella le dijo que sí.
–¿Y qué? ¿Entraste en el cuarto prohibido?
Ella lo negó. Y el gigante le dijo:
–Pues enséñame la llave.
Al ver la llave manchada de sangre se enfureció y le dijo:

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–¿Y esta mancha de sangre que veo en la llave?
Y Mariquilla le mostró su dedo herido y le dijo:
–Esa mancha es porque me corté en la cocina.
Entonces el gigante quedó satisfecho y le dio su confianza.
Al día siguiente el gigante volvió a salir para dedicarse a sus ocupaciones y le anunció
que esta vez tardaría tres días en volver y que se ocupara de la casa hasta su regreso.
Apenas se aseguró Mariquilla de que el gigante había partido y de que no le mentía,
porque ahora ya tenía confianza, ella tomó la llave manchada y volvió corriendo al cuarto
prohibido y fue a la mesa donde estaban el pucherito y el agua. Untó con el mejunje las
cabezas de sus hermanas y las unió por el cuello a sus cuerpos y después las lavó con el
agua. Y al lavarlas, resucitaron las dos hermanas y se abrazaron las tres muy contentas y
emocionadas.
Entonces fueron al fondo de la habitación, que daba a una cueva profunda donde
había grandes tesoros y riquezas y lo cargaron todo en unos sacos. Y después untaron a
todas las personas que estaban colgadas con el mejunje y las lavaron con agua y todas
volvieron a la vida. Y las tres hermanas se fueron a buscar a sus padres llenas de
riquezas. Y resultó que entre las personas que había en el cuarto estaban un rey con sus
tres hijas, el cual mandó a sus soldados que prendieran al gigante y le cortaran la cabeza
y después invitó al leñador y a su familia a vivir en su reino y todos se fueron para allá
contentos y felices y enriquecidos con los tesoros que Mariquilla encontró en la cueva y
los que el rey les entregó en premio por haberlos salvado. Y ya nunca más tuvieron
preocupaciones.

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