Llegamos a la actualidad de un contexto que parte no sólo de los interrogantes no
respondidos desde los enfoques estructurales y comprensivistas en forma aislada sino de las preguntas no formuladas y de la emergencia de nuevos hechos. Y, por lógica, se confluye en el “llenado” de esos huecos desde aportes externos. No es de extrañar. Es una situación vivida por el conjunto de las ciencias humanas. Por un lado, la crisis de los modelos y por el otro las hibrideces de un mundo multicultural, de fronteras abiertas, de flujos de comunicación mundializados y globalización de imágenes y acontecimientos. Las estructuras y las representaciones se mezclan, los tiempos se aceleran. El futuro no es lo que era ni el pasado garantiza volver. Surgen los Estudios Culturales, como una confluencia de aportes desde múltiples disciplinas y con paradojas vigentes, ricas y riesgosas. De los aportes fundacionales de sus pioneros es posible aprender a leer procesos históricos inéditos y formas de análisis también inéditas. No conforman hoy un cuerpo de conocimientos sistemáticos ni teóricamente homogéneos, pero sí un movimiento con presencia intelectual indudable. No son solamente estudios de la cultura, del arte y las comunicaciones, sino de la realidad social, política e histórica entendidas como un proceso cultural. Son enfoques que toman de la perspectiva antropológica la visión de la realidad como proceso cultural y el relativismo como eje crítico; de la semiótica y el análisis de discurso la importancia de las tramas de significaciones; de la historia social la ponderación de lo colectivo por sobre lo individual, lo notorio y lo institucional; del análisis literario la importancia de las representaciones y lo cualitativo, y básicamente se proclaman como un desafío abierto desde el pensamiento no rígido hacia el análisis de la realidad concebida en términos de procesos más flexibles. […] Pero la flexibilidad llega a apartarse de abordajes teóricos que tengan en cuenta lo estructural: el imperialismo, la dominación, el neocolonialismo. La teoría de la dependencia cede ante un modelo en el que prevalece la idea de articulación y la circulación de flujos significantes. Por eso los Estudios Culturales confluyen en parte con las perspectivas post-modernas, a las que la globalización pareció, muy pronto, brindar asidero para concepciones con acento en lo híbrido, lo líquido, lo “flu”, en suma: la liviandad de las indeterminaciones. Muchos se traducen en banalidades tautológicas, sobre todo cuando no se referencian en estudios de campo sólidos. […] Algunos representantes del interpretativismo y de los estudios culturales que exageran las respuestas teóricas de vuelo de perdiz, porque las confunden con la pequeña escala de los estudios empíricos y desprecian las grandes preguntas sobre la transformación (cómo tomar el poder, cómo se tomó o ejerció el poder en casos concretos), abonan al desafío pendiente de la contribución científica a las estrategias populares. Y esto está vinculado estrechamente a la recuperación de la dimensión histórica, dada por los enfoques marxistas proyectados hacia los estudios antropológicos. Algunos de estos debates pendientes son los que están dando pie a la necesaria unidad de los estudios interpretativos y estructurales. Por eso también es preciso recuperar las mismas fuentes post-estructuralistas y contextualistas y los aportes de los primeros analistas de los Estudios Culturales, a partir de la crítica al positivismo y en pos de la reconstrucción de los sentidos. El término post-estructuralismo se suele utilizar para señalar posiciones de crítica a quienes explican las acciones humanas como exclusivo resultado del cumplimiento de reglas estructuradas, en desmedro de los contextos de significación y dramas construidos, improvisados y vividos por los actores. No es casual, entonces, que incluso exponiendo sólo cuatro aportes de antropología comprensiva o interpretativismo, hayamos visto que plantean el foco en la producción simbólico-cultural (sistemas de representación y prácticas rituales) como reproducción y también postulan la concepción de las prácticas como operadores de procesos de transformación. El argentino (residente en México) Eduardo Menéndez lo subraya cuando afirma que la actual hegemonía de la Antropología norteamericana en parte es ejercida por la apropiación de pensadores europeos no antropólogos, principalmente la influencia de los teóricos de las prácticas, como el sociólogo francés Pierre Bourdieu y el reconocimiento de Bajtin, Williams, Benjamin y Gramsci. Esto les ha permitido a los norteamericanos ocuparse de la diversidad sorteando su empirismo clásico, pero a la vez en no pocas ocasiones omitiendo la ponderación de las relaciones de desigualdad, subalternidad y hegemonía (Menéndez 2000). Es que aunque traten temáticamente problemas cruciales del mundo contemporáneo como la pobreza, la marginalidad, la exclusión, en contextos de multiculturalismo y segregación, secundarizan categorías marxistas claves como la explotación y la lucha de clases. DESAFÍOS DE LA PRÁCTICA ANTROPOLÓGICA Le ha cabido a la Antropología, dada su focalización en la construcción de la otredad cultural, hacerse cargo (quizá con mayor presión que otras disciplinas) de la necesidad de cuestionar las racionalidades sobre-entendidas como únicas (etnocentrismo), desde su contrapartida relativista. El contexto de necesidad de hoy impulsa apelar a la “imaginación creativa” (Llobera 1975:384) del antropólogo en su práctica, concebida como parte de la dialéctica de la teoría como poder (Ortner 1986; Gravano 1992). En el fondo, lo que se plantea es la construcción de la verdad científica dentro de un proceso dialéctico donde parte de esa construcción sea tanto la cultura como verdad subjetiva (tal y cómo la definen los actores), cuanto la consecuente cuestión del registro objetivo de esos contenidos y formas culturales. Este registro de la realidad siempre será el resultado del entrecruce entre la visión y práctica de los actores y la visión y reflexividad práctica del observador y su verdad analítica, como esgrime Renato Rosaldo, actualizando el debate inaugurado por los pioneros Boas y Malinowski. Pero teniendo en cuenta, como lo hace el norteamericano Vincent Crapanzano (1986), la crítica al interpretativismo extremo que no objetiva los procesos totales y, por ende, también pierde al nativo en sus relaciones contradictorias con esos procesos. Dice Crapanzano de la práctica antropológica: “La etnografía, como la traducción -y parafraseando a Benjamin-, es una forma provisional de convenir con la extrañeza de lenguajes, sociedades y culturas. Sin embargo, el etnógrafo no traduce textos a la manera del traductor, pues él primero debe producirlos. Él no posee un texto previo e independiente de su propia tarea. A despecho de su pretensión de ahistoricidad y asincronía, el etnógrafo está determinado históricamente por el momento de su encuentro con quienes estudia. El etnógrafo es como un pequeño Hermes: un mensajero que, debido a las metodologías aptas para descubrir lo enmascarado, lo latente, lo inconciente, puede incluso obtener su mensaje a través de lo que se esconde. Presenta los lenguajes, las culturas y las sociedades en toda su opacidad, su extrañamiento y su incomprensibilidad; luego, como el mago o el hermeneuta, Hermes mismo clarifica la opacidad, vuelve familiar lo exótico y da significado a lo incomprensible, decodifica el mensaje e interpreta” (Crapanzano 1986). Esta cuestión de cómo testificar, de cómo expresar a un lector de la propia cultura del investigador los valores, sentimientos y vivencias de la cultura otra, que él investigó, ha sido tratada -entre otros- por Rosaldo con particu lar originalidad. La antropología clásica, al igual que el propio Geertz -afirma Rosaldo-, con su perspectiva objetivista, dejaba de lado lo que no entraba dentro del orden y el sistema: lo irregular, lo excepcio nal, el conflicto o el cambio. De esto puede uno darse cuenta cuando alguien lo investiga: “¿Qué tan válido consideraríamos el discurso etnográfico sobre otros si lo usaran para describirnos a nosotros?” (Rosaldo 1991:55). Algo similar a lo que sentimos los latinoamericanos cuando leemos que se nos considera dentro de una cultura (el “modelo latinoamericano”) con una costumbre particular que consiste en gobernar mediante los golpes de estado y el caudillismo: "Se asalta directamente la sede del poder, previo asesina to o detención del presidente" (Lewellen 1985:83). Casi dado como una receta cultural, mediante el uso del típico presente etnográfico. La “historización del presente etnográfico” es lo que precisamente plantean Marcus y Fischer, como forma de “representar la relación entre sistemas de economía política de gran escala y situaciones culturales locales” en consonancia con el experimento de “representación del momento y el contexto históricos en el informe etnográfico”: “el encuadramiento del informe etnográfico en un presente atemporal no procede de una ceguera ante la historia y la existencia de un cambio social constante, sino que es una compensación por las ventajas que ofrece la puesta entre paréntesis del correr del tiempo y la influencia de los acontecimientos, al facilitar el análisis estructural de los sistemas de símbolos y de relaciones sociales” (op.cit.:149). “El desafío no es, pues, deshacerse del marco etnográfico sincrónico, sino aprovechar plenamente lo que hay de histórico en él” (íd.:151). Incluso, dicen, las representaciones del pasado de los propios actores, presentizadas en sus procesos de deshistorización mítica, no dejan de representar una “conciencia del cambio estructural y de las consecuencias sociales de períodos históricos singulares” (íd.;155), con lo cual la cultura no es una amalgama de representaciones ahistóricas, ya que -tal como postula Sahlins y demuestra el ejemplo visto de Taussig- asegura la persistencia, pero al mismo tiempo la transformación. En el proceso de análisis, “la investigación etnográfica centra progresivamente su foco como un embudo y tiene dos componentes distintivos de su naturaleza procesual: el problema se transforma a medida que se lo estudia y se va descubriendo su estructura interna. Aquí se familiariza lo extraño y se exotiza lo familiar, se relaciona lo ideal y lo real, lo descriptivo y lo analítico y básicamente el proceso de abstracción y representación de lo real, desarrollando modelos y categorías teóricas. La relación básica de esta generación conceptual se da entre la musa teórica (o imaginación creativa) y las formas de verificarla. La imaginación trabaja mediante analogías y metáforas y se estimula con materiales nuevos de campo” (Hammersly & Atkinson 1994:191-192). A la opción metodológica de cruzar la inicial familiarización de lo exótico con la exotización de lo familiar, se le suma el desafío de la construcción teórica también a partir de estos entrecruces, en cuyo centro irremediablemente estarán el poder, las asimetrías y la lucha (como unidad de contrarios) entre los unos y los otros.