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Lo Primario en Freud. Estructura y Fantasma
Lo Primario en Freud. Estructura y Fantasma
1. Introducción
En 1894 la clínica que Freud revela se ordena entre las neuropsicosis de defensa y las neurosis
actuales. Para esta primera ordenación construye una representación auxiliar. En la función psíquica
hace falta distinguir algo (etwas) con las propiedades de una cantidad no medible, que se desplaza
como monto de afecto o suma de excitación por las huellas mnémicas de las representaciones.
Strachey la conecta con la doctrina de la abreacción y con el principio de constancia, y la extiende,
al denominarla teoría de la investidura, a 1915. Pero no libra a la teoría freudiana de los atolladeros
en que desembocan los modelos psicofisiológicos con relación a los afectos, a la descarga y a la
tensión.
Ello se debe a que Strachey no se pregunta en que se sostiene la hipótesis auxiliar y apresura, en
una sola dirección, sus conclusiones: realizada la reacción no tramitada -antes de que Freud haya
abandonado la hipnosis-, el afecto pierde intensidad y el recuerdo despojado de afecto cae en el
olvido y sucumbe al desgaste.
Sin embargo, para Freud la representación auxiliar se sostiene en la separación entre la
representación y la suma de excitación: la defensa frente a la representación inconciliable acontece
mediante el divorcio entre ella y su afecto.
Sin la separación no hay hipótesis auxiliar. A su vez esta separación, que consiste en convertir la
representación intensa en una débil, arrancarle el afecto, la suma de excitación que sobre ella gravita,
conduce en otra dirección.
Extendida a 1915 nos indica, en la introducción a Das Unbewusste, que lo reprimido -que se ha
constituido- no recubre todo lo inconsciente (1).
Ubicada en 1894 a partir de un proceso único, nos permite diferenciar lo que ocurre, por una parte,
en las neuropsicosis de defensa, por otra, en las neurosis actuales y, fuera de esa ordenación, en la
melancolía.
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I. Neuropsicosis de defensa: histeria, neurosis obsesiva, paranoia
II. Neurosis actuales: neurosis de angustia, fobias ocasionales o típicas
III. Melancolía
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Vale decir, el sujeto, determinado por la estructura, allí donde esta en juego el retorno de lo real en
las neurosis, se diferencia del fantasma. Estos retornos diferentes a lo reprimido amplían los límites
del campo analítico y, por lo mismo, las operaciones posibles en el marco de la transferencia.
En la paranoia Freud parece aún ignorar las condiciones clínicas y las relaciones temporales de
placer y displacer en la experiencia primaria con la Cosa. Igualmente la supone "de naturaleza
semejante a la de la neurosis obsesiva".
Pero no se forma, como consecuencia de dicha experiencia, ningún reproche luego reprimido
como en la neurosis obsesiva: "así el paranoico rechaza la creencia en un eventual reproche" (10). El
displacer que se genera es atribuido al prójimo y "la defensa se exterioriza entonces en increencia"
(11).
El sujeto de la confusión alucinatoria, en 1894, deniega la creencia en el conflicto enmarcado por
el rechazo y la no-separación: la Verwerfung de la representación amenazada-amenazadora. De igual
manera el sujeto de la paranoia rechaza la creencia en el reproche que proyecta. Ni en la confusión ni
en la paranoia se produce la división del sujeto como falta en el campo del Otro.
En el neurótico, en cambio, esta escisión, que connota la separación y la coordinación de la
representación sexual con la suma de excitación, se pone de manifiesto, transformada la
representación en inconciliable, por el contraste entre la representación compulsiva y el monto de
afecto, asociados a posteriori.
En la psicosis "las voces devuelven el reproche" que no se ha formado -vale decir, rechazado-
como un síntoma de compromiso: "en primer lugar [...] mudado en amenaza, y en segundo término,
no referido a la experiencia primaria, sino, justamente, a la desconfianza, o sea, al síntoma primario".
En ese síntoma el monto de afecto conduce al goce. Un goce marcado con displacer que no está
ligado al reproche, ese significante, en la neurosis, que barra dicho goce. Atribuido al Otro en la
desconfianza nos lleva a la tesis que Lacan introduce en 1966: la paranoia identifica el goce en el
lugar del Otro.
Con las "alucinaciones de voces" el goce rechazado de lo simbólico vuelve de lo real acompañado
del significante, pues el retorno abarca al "afecto" y al "recuerdo" de la experiencia primaria.
La creencia denegada al reproche primario "queda disponible sin limitación alguna para los
síntomas de compromiso".
En la paranoia, pues, el sujeto cree en las voces, sin vacilar, y no las considera como algo ajeno
sino que es incitado por ellas "a unos intentos de explicación que es licito definir como delirio" (12).
Aquí el proceso halla su cierre en dicho delirio prestando a las voces aquella creencia que se
denegó al reproche primario.
La increencia del paranoico en el reproche primario se sostiene en la Verwerfung representación
suma de excitación -posteriormente en el rechazo de la Bejahung- y se define como "la ausencia de
uno de los términos de la creencia, el término donde se designa la división del sujeto" (13).
El melancólico, al igual que en la paranoia en la que esa vivencia de goce es atribuida al prójimo
del que luego se desconfiará, deniega el reproche primario pero, posteriormente, en forma secundaria
presta creencia a las transposiciones, a las desfiguraciones del reproche hasta el total avasallamiento
del yo, ya que no hay nada que se oponga a este reproche, no hay nada que valga como ajeno.
En la melancolía el sujeto dividido por la angustia se instala en el delirio de indignidad, a falta de
fantasma que sostenga con lo ajeno el marco. ¿Podríamos pensar que el auto-reproche es un intento
de separación que se reitera una y otra vez sostenido en su fracaso? ¿Una separación del yo [i(a)],
de aquel objeto que le hace penar?
“Frágil protección, ya que al no estar sostenido ese auto-reproche en la erotización del sufrimiento
(masoquismo) no alcanza para funcionar como defensa y mantener a raya ese goce mortífero” (14).
Y aún, a falta de fantasma que sostenga el marco, con la imperiosidad de traspasarlo y la “ilusión”
de construirlo, puede pasar al acto allí donde “el no sirve” (fallaste … no servís) lo realiza como objeto
inmundo.
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No obstante, puede, a veces, vía transferencia, constituir una suplencia sostenido en un
significante ideal que lo separa de la angustia y del retorno de goce mortífero. Pero no se trata, sin
ninguna duda, de un final de análisis.
4. Bejahung y goce
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En la neurosis obsesiva el reproche ocurre porque el sujeto se atribuye una vivencia de goce
(primaria). Este reproche (también primario) se acredita como culpa, como falta moral carente de
contenido pero luego se enlaza a un sustituto (lo cual da cuenta del funcionamiento de las leyes que
regulan el aparato) que se vuelve obsesivo. En este caso el yo se contrapone a la representación que
se ha vuelto obsesiva, es decir, la vive como ajena y le deniega creencia con ayuda de una
representación contraria formada por la escrupulosidad de la conciencia moral, síntoma primario,
efecto de la defensa lograda.
El rechazo de la creencia, o sea la increencia en la representación compulsiva, a diferencia de lo
que ocurre con la paranoia y la melancolía, no es del orden de la estructura pues ha operado en la
constitución del sujeto del inconsciente la separación entre la representación y la suma de excitación.
Vale decir, el sujeto se delimita como falta en el campo del Otro. No obstante, resta algo que no se
puede solucionar. Como señalamos con la psicosis: lo ajeno. En la paranoia vuelve desde afuera
como alucinación y en la melancolía conduce a un retorno de la pérdida que se vuelve mortífero para
el sujeto. Es decir, esa ajenidad no termina de producirse y el odio primario y constitutivo de lo
extraño recae sobre su ser.
Con la neurosis obsesiva, en cambio, cuando la enfermedad se prolonga sobresalen aquellas
extrañas satisfacciones que eluden toda defensa. "Constituye un triunfo de la formación de síntoma
-escribe Freud- que se logre enlazar la prohibición con la satisfacción de suerte que el mandato o la
prohibición originariamente rechazantes cobren también el significado de una satisfacción [...]. En
casos extremos el enfermo consigue que la mayoría de sus síntomas añadan a su significado
originario el de su opuesto directo [...]”.
Con una severidad despiadada, vía superyó, y por eso mismo no siempre exitosa, se proscribe
-añade- la tentación de continuar con el onanismo de la primera infancia.
Pero toda desmesura lleva en sí el germen de su autocancelación "pues justamente el onanismo
sofocado -concluye- fuerza, en la forma de acciones obsesivas, una aproximación cada vez mayor a
la satisfacción".
¿Cómo lograr que ceda, aquí, aquella temprana Zwang (compulsión) cuando presiona el más allá
pulsional que precipita en el pensar mismo -la obsesión-, con el marco de la representación, esa rara
satisfacción? (16)
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La aptitud para la conversión en la histeria, a su vez, anuncia en la infiltración del síntoma, más
allá del éxito sobre la suma de excitación, esa dimensión del cuerpo como soporte necesario del goce
de la insatisfacción, que escapa al síntoma-metáfora que la histeria promueve siempre a un primer
plano: la experiencia primaria estuvo dotada de demasiado poco placer.
En Emma lo ajeno (das Ding) no se deja sustituir enteramente por el símbolo. Una parte de ese
goce retorna. No se trata de sentimiento ni de emoción. Alcanza el cuerpo indicando que algo no va
bien en la proton pseudos.
Como el aparato psíquico se constituye, en esa diferencia estructura-fantasma, con una
imperfección (17), vale el retorno de lo real en estas neurosis, más acá y más allá de la neurosis de
transferencia y, por lo mismo, de la dimensión fantasmática.
En la fobia, justamente, “no se encuentra ninguna representación reprimida de la que se hubiera
divorciado el afecto de la angustia” (18).
¿Qué ha ocurrido entre la operación de fundación que sólo determina al sujeto y la inscripción de
dicho sujeto?
El agorafóbico, allí donde no hallamos ninguna representación inconciliable de la que se hubiere
separado la angustia, no tiene aún los medios de situarse como sujeto dividido en el campo del Otro.
¿Qué lo divide?
¿Qué ocurre con la fobia en 1894? “El mecanismo de la fobia es totalmente diferente del de las
obsesiones”. No vale el mecanismo de la sustitución. Sólo se encuentra angustia, que “no proviene
de una representación reprimida” (19). El enlace del afecto liberado aprovecha cualquier
representación, pero es secundario.
¿Qué ha ocurrido entre la operación de fundación que sólo determina al sujeto y la inscripción de
dicho sujeto como falta?
En la neurosis fóbica, al mismo tiempo que restituye la función deficiente, a través del objeto
fobígeno, se presentifica como angustia, se hace presencia real en el agujero realizado en el intervalo
y amenaza al sistema simbólico (20).
¿Por qué indica ese lugar de caída del orden simbólico? Pues “falta el apoyo de la falta” (21). En la
fobia se trata de una separación, anterior a la alienación, que sólo cuenta con la “carencia paterna”
como dirección. Vale decir, la Bejahung afirma el objeto indecible. Pero lo que queda excluido en el
tiempo primero, como testimonio del goce perdido, no se mediatiza en la fórmula del fantasma.
La Bejahung como intersección de lo simbólico y de lo real inmediato en la Respuesta a Hyppolite,
afirma un goce como imposible y produce como resto el “objeto indecible”. Dicha intersección se
mediatiza en el fantasma por lo que quedo excluido en el tiempo primero de la simbolización. El
sujeto fijado a su fantasma como “Verneinung primitiva”, como “negación del juicio atributivo” supone
la renegación de la Bejahung.
Así ocurre en la neurosis obsesiva y en la histeria que cuentan con estructura fantasmática. Pese a
lo cual no están libres de cierto retorno: la compulsión de una pura obsesión (la Rattenidee en el caso
del Hombre de las Ratas) o el rechazo de un cuerpo fuera-de-representación (el “catarro vaginal” en
Dora). Y por supuesto la angustia que vuelve con la cercanía de un objeto fobígeno (la “mancha
negra” que tiene el caballo delante de la boca en Hans).
De allí que el peligro que amenaza en el campo de la angustia y en el parapeto de la fobia no es la
angustia de castración. ¿Qué es? Es el derrumbe del conjunto del sistema simbólico. En Inhibición,
síntoma y angustia: ese doble peligro exterior. La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma, lo
es porque conlleva un auténtico peligro exterior. ¿Cuál? En el fondo se sustituye un peligro exterior, el
de la castración, por otro peligro también exterior, el de la perturbación económica.
Pues bien, la perturbación económica anticipa, para las otras neurosis, otras formas de retorno. El
falo dejará de brindar una común medida. El perturbador será el objeto a en lo que tiene de
irreductible. La alteración provendrá del resto, de aquello que, desde la hipótesis auxiliar, no posee
común medida, de lo que opera como causa y no como razón.
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La neurosis fóbica lo adelanta: su objeto introduce el orden de lo real no permitiendo hablar ni de
represión ni de retorno de lo reprimido. “Lo borroso, la mancha negra, tal vez tenga cierta relación con
la marca de la angustia, como si los caballos recubrieran algo que aparece por debajo y cuya luz se
ve por detrás, esa negrura que empieza a flotar” (22).
Las articulaciones que propone Inhibición, síntoma y angustia nos llevan “más allá de esa
insistencia -la propia insistencia de Freud- en la pérdida de objeto” (23).
Freud pasa de la ausencia-añoranza del objeto al exceso o aumento de las magnitudes de
estímulo.
El primer giro lo introduce el desamparo inaugural: la angustia originaria con relación a la falla en
que se constituye el sujeto. Una imperfección del aparato anímico, estrechamente relacionada con su
diferenciación en un yo y un ello.
El segundo: la situación traumática de orfandad vivenciada.
En la situación traumática, frente a la cual uno está desvalido, “coinciden peligro externo e interno,
peligro realista y exigencia pulsional”. Un dolor que no cesa, un exceso en las magnitudes de
estímulo que llevan al displacer de la satisfacción. La situación económica es, en ambos, la misma,
se ubica allende la perdida del objeto protector, y “el desvalimiento motor encuentra su expresión en
el desvalimiento psíquico”.
Finalmente una nueva dimensión del peligro, que puede provocar una angustia que no es ni
adecuada, ni inadecuada, ni surge sólo por pura indefensión. Los niños pequeños, ya que un
reconocimiento instintivo de peligros que amenacen de afuera no parece innato en ellos, “hacen
incesantemente cosas que aparejan riesgo de muerte, y por eso mismo no pueden prescindir del
objeto protector”.
El tercer giro entonces: el encuentro entre imperfección, indefensión y satisfacción masoquista.
La exigencia pulsional ante cuya satisfacción el sujeto retrocede horrorizado es pues la
masoquista, “la pulsión de destrucción -interior- vuelta hacia la persona propia -como exterior-”. Con
esta coincidencia entre el defecto, el desvalimiento y el goce no interesa ya que “la reacción de
angustia resulte desmedida e inadecuada al fin”.
¿Cómo contraponer -se preguntaba en 1916- la libido que en el fondo le pertenece al sujeto,
“como algo exterior al mismo”?. ¿Se trata -ampliamos la pregunta- de la modificación de la naturaleza
del objeto? (24).
Con la novedad de la pulsión de muerte, del masoquismo primario y, reubicados, los dos primeros
destinos de la pulsión, se ha modificado el estatuto del objeto, de la satisfacción y del peligro.
Las fobias a la altura le permiten, en una llamada a pie de página, recrear la vuelta de la pulsión de
destrucción como exterior: ese breve momento donde atrapa el espanto de caer al vacío, desde una
ventana, una torre o un abismo (25).
¿Cómo se sostiene el exceso económico? ¿Cuál es el modo de regulación de la satisfacción en la
agorafobia?
De nuevo, entre ese exterior excluido que lo divide, separando estructura y fantasma, y esa
cantidad que lo embaraza (“esa angustia frente al objeto, alimentada desde la fuente pulsional
inconsciente” (26)), el fóbico, a diferencia del histérico y del obsesivo, no puede asumir lo que ha
perdido al producirse como sujeto.
En 1969 el falo designa un goce sexual radicalmente forcluído. ¿Qué ha ocurrido entre el momento
fundante que lo divide y esa cantidad que el fóbico no puede asumir?
Más acá de la positivización del sujeto la marca de la angustia reaparece en el embarazo del falo
que atañe al pequeño Hans. En 1977 se trata de un goce fálico anómalo (lo ajeno) asociado al cuerpo
de esa inicial disyunción, es decir, a un cuerpo fuera-de-representación.
Ese embarazo del falo arrastra algo del objeto, es decir, con la angustia “un objeto a puede estar
allí implicado” (27), mirada o voz, sin la coordinación con el (-) que lo inscribiría como falta. El
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significante comodín viene a ese lugar para clavar al sujeto a la imagen, cercando y, a la vez,
separándolo del objeto a.
¿Qué es lo que hace obstáculo a la disolución de la neurosis de transferencia? En 1919, la cura
misma como satisfacción sustitutiva. Vale decir, el goce del fantasma. Ese lugar que lo protege al
sujeto de la castración del Otro como real. El histérico y el obsesivo encuentran en la estructura
misma del deseo como deseo del Otro lo que los salvaguarda de la castración del Otro.
La cura como satisfacción sustitutiva sostenida en el fantasma, por esa falta de coordinación con el
- de la castración, no es posible en la fobia. Ventaja pues en el tiempo de la neurosis de
transferencia. Con angustia, un poco más allá del dispositivo protector, no es el deseo quien preside
el saber en esta neurosis sino, tal como lo introduce la inminencia del objeto insostenible, el horror.
La fobia a la altura recorta ese instante en que, desde una ventana, “la pulsión masoquista vuelta
hacia la propia persona” (28) empuja a traspasar el marco y caer al vacío.
Con la vía de la construcción en un análisis es posible recortar ese residuo de real que no logra
velar el objeto fobígeno (“un llamado del más allá” que remite al campo invocante), es decir, abordar
la marca de la angustia como rechazo de goce y reinscribir el intervalo significante (29).
No es el deseo pues quien preside el saber, sino, tal como lo introducen estos “bordes” de la
neurosis, el horror. No hay pues el menor deseo de inventar el saber.
Los momentos de aparición de la marca de la angustia que irrumpen en los análisis con el retorno
de lo real en las neurosis, como anticipamos, amplían los confines del campo del psicoanálisis. En
ese lapso las operaciones transferenciales no coinciden, se separan de la dimensión del fantasma.
Actuar sobre la marca de la angustia es arrancar a la angustia su certeza. Y cuando la
interpretación se liga al acto analítico “es operar una transferencia de angustia” (30).
Tiempo de escanción que suspende el deseo de saber adjudicado al Otro y pone en cuestión la
naturaleza de la posición del analista (31).
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17. Ver J. C. Cosentino, “Indefensión y peligro: trauma y señal”, en Angustia, fobia, despertar,
ob.cit, págs. 87-100.
18. S. Freud, Las neuropsicosis de defensa, A.E., III, 58, llam. 26.
19. S. Freud, Obsesiones y fobias, ob.cit, 81-2.
20. J. C. Cosentino, “Fobias: castración-perturbación económica, en Angustia, fobia, despertar,
ob.cit.
21. J. Lacan, El Seminario, libro X, “La angustia”, lección del 5-XII-62, inédito.
22. J.Lacan, El Seminario, libro 4, La relación de objeto, Paidós, Bs.As., 1994, págs. 246-7.
23. Ver J. C. Cosentino, “Angustia del nacimiento: perturbación económica”, en Angustia, fobia,
despertar, ob.cit., págs. 78-9.
24. Idem, “Indefensión y peligro: trauma y señal”, págs. 87-100.
25. Idem.
26. S. Freud, Lo inconsciente, A.E., XIV, 179-80.
27. J. Lacan, Intervención en “Discusión después de la exposición de M. Ritter”, Lettres de l’Ecole
Freudienne, N° 21, París, 1977, pág. 89.
28. S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia, cap. XI “Addenda”, A.E., XX, 157, llamada 13.
29. J. C. Cosentino, “Fobias: castración-perturbación económica”, en Angustia, fobia, despertar,
ob.cit.
30. J. Lacan, El Seminario, libro X, “La angustia”, lección del 19-XII-62, inédito.
31. J. Lacan, El Seminario, libro XXIV; “L’insu que sait de l’une-bevue s’aile à mourre”, lección del
19-IV-77, inédito.
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