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SUFRAGIO UNIVERSAL

(La Barra, Santiago, 4, 5 y 6 de septiembre 1850)

Nos abstenemos de entrar por ahora a tratar esta cuestión tan vital para la
realización de la verdadera República.
Estamos sí en la convicción de que ínter no sea reconocido y practicado este
derecho, la democracia jamás podrá afianzarse, jamás existirá, porque todo poder que no
emana del sufragio universal, holla la soberanía nacional y desde luego ese Gobierno no
emana de la Nación, sino de un pequeño número; ese gobierno reconoce entonces
distinción de clases, usurpa un derecho imprescriptible y tal gobierno, no reconociendo la
fuente de todo poder, la práctica de la soberanía, ese gobierno no será democrático, será
obra de círculos, pero no la obra reconocida del pueblo.
Recomendamos a los miembros de la Sociedad de la Igualdad y a todos los
ciudadanos de conciencia, lean con meditación y madurez el artículo que a continuación
insertamos.

INSTRUCCIÓN PARA EL PUEBLO


Sufragio Universal

Los gobiernos de las sociedades han sido fundados en alguno de estos dos dogmas:
la voluntad de uno solo, o la voluntad de todos. El uno engendra el despotismo, el otro
consagra la democracia; el uno reposa sobre una usurpación que el tiempo debilita poco a
poco, hasta que lo arruina; el otro sobre un principio de igualdad y de libertad que el
tiempo afianza y desarrolla, a medida que los pueblos se ilustran y fortifican.
No vamos a manifestar aquí, porque transformaciones forzadas, el absolutismo se
mitiga asimismo y es reemplazado poco a poco por la aristocracia; no vamos a hacer otra
cosa que a manifestar porque espíritu de monopolio el poder de todos es usurpado por un
pequeño número, que forma una oligarquía.
No obstante, estas desviaciones en los hechos, encontramos siempre en la cima de
todas las instituciones políticas la regla soberana de donde la ley saca su autoridad; para
los gobiernos absolutos, la ley es la voluntad del Señor, para los gobiernos libres, la
voluntad de los ciudadanos.
Luego, cuando todo sale del Señor, no hay más derechos que los que él concede, ni
otras facultades que las que él reconoce; toda discusión sobre los votos electorales y toda
otra función pública sería enteramente inútil en presencia del déspota absoluto, que no
tiene más que responder: Yo no quiero.
Pero si por el contrario, todo deriva de la soberanía de una nación, si ella solo viene
a ser la base de la organización política, el origen del poder, el principio y la sanción de la
autoridad, no resulta evidentemente ser necesario que esta nación exprese su voluntad

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para que se le conozca? Luego, que es la voluntad nacional, sino la expresión libre de todos
los hombres que componen la nación? Y como esta expresión ha de ser conocido, sino por
el sufragio universal?
Que se acumulen del modo que se quiera sofisma sobre sofisma; desafiamos a que
no escapa uno a las consecuencias lógicas de la soberanía popular.
Si el principio de la soberanía es la ley suprema, el sufragio universal es el único
medio de hacer existir tal ley. El sufragio universal, es la soberanía del pueblo, puesta en
ejercicio, por este medio se ejerce; por él es practicada la democracia. El sufragio universal
es a la vez agente y su garantía. Inter no lo hayas obtenido, ciudadanos, podréis organizar
oligarquías más o menos inteligentes; no tendréis un gobierno legítimo. Inter hayan en
una sociedad clases enteras de ciudadanos excluidos del derecho del sufragio. La
obediencia de parte de estas clases será un acto de sumisión, o más bien esa violencia; pero
no una consecuencia de su necesaria libertad. Inter haya tal exclusión, faltará el orden
mismo de las garantías las más fuertes, y la sociedad entera estará entregada a las
agitaciones, a las sacudidas, a las amenazas continuas de revolución, y de este modo
marchará de convulsión en convulsión a la desorganización y a la ruina.
Desde luego es necesario demostrar que el sufragio universal debe ser admitido en
todo país, en donde la soberanía nacional es reconocida, puesto que el sufragio no es más
que esta misma soberanía nacional, puesta en ejercicio.
Sin embargo, los que reconocen, bajo el punto de vista lógico, la necesidad del
sufragio universal se detienen en la dificultad de la aplicación, y en los peligros que ella
encierra. Las sociedades, dicen ellos, no son conducidas por las reglas estrechas del
cálculo; es necesario que ellas se detengan, bajo pena de perecer, cuando se trata de llevar
al extremo las consecuencias de un principio.
Estamos lejos de contestar este hecho: la historia lleva brillantes testimonios. Uno
solamente se engaña cuando se quiere aplicar la lógica de las desgracias que han seguido a
las internaciones rápidas de algunos gobiernos. Si se les considera con atención, se verá, al
contrario, que la lógica sola las explica. Hay lógica, en efecto, en las pasiones como en las
ideas: las tradiciones tienen su lógica, los pronósticos también tienen la suya, y la más
incapaz de todas es la de los intereses. Todas estas generalidades, tan verdaderas como
uno las supone, son sin valor para la cuestión que nos ocupa. El día en que, después de
haber experimentado todas las apariencias de la vieja monarquía, el poder y los mismos
intereses se hallan puesto de acuerdo para proclamar la soberanía del pueblo, habrán
proclamado por este mismo hecho el sufragio universal.
¿Y cuáles son las objeciones que se oponen hoy día al sufragio universal? Es
necesario reasumirlas ligeramente y resolverlas. Ellas son de dos clases; las unas
doctrinales, y las otras prácticas.
OBJECIÓN DOCTRINAL- 1° El fin de las sociedades, es el desarrollo de todas las
fuerzas, la mejora de todas las clases, y la felicidad mayor para todos; luego, para llegar
allí, es necesario que las sociedades sean dirigidas por los hombres los más inteligentes y

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los más devotos; es necesario entonces que sean buscados por una elección de ciudadanos y
no por todos los ciudadanos. La soberanía del pueblo, reducida a su expresión material, no
es más que el despotismo brutal del hombre.
RESPUESTA.- Este menosprecio del número es verdaderamente singular: ¿qué es
lo que decide, sin embargo, en todas las discusiones públicas? La mayoría, es decir el
número; en las cámaras, el número en los colegios electorales; el número, en todos los
consejos generales, o municipales el número; en las deliberaciones aún de la magistratura,
el número. Que se opongan, si se quiere, contra esta brutalidad, pero que se destruya
entonces todo lo que hay, porque el número está en todas partes. Añadamos que no hay
otro y que no puede haber otro. Pretendéis, por ejemplo, que vuestra opinión es la sola
buena; -por mi parte yo tengo la misma pretensión sosteniendo una opinión contraria.-
Cual es entonces el juez? Es la razón, se dice.- Muy bien. Pero esta razón, donde tiene su
órgano? Soy yo que digo si o tu qué dices no? Se necesita un juez que decida, y este juez,
quién es? Es la mayoría- Es infalible? No, sin duda; pero todas las vías están abiertas para
reparar el error: el publicista discute, las asambleas preparatorias están abiertas, son
escogidas, responsables, las pruebas se dan en el gran día, y nada de lo que es falso deja de
durar largo tiempo bajo un régimen en que todo el mundo tiene, todo a la vez, el derecho
de hablar y el derecho de votar.
SEGUNDA OBJECIÓN.- Los diputados elegidos por el sufragio universal
tendrían la dirección superior del estado; las cuestiones las más difíciles del gobierno les
serán sometidas; no es absurdo el poner todas estas cuestiones en mano de una multitud
siempre ignorante, las más veces apasionada?
RESPUESTA- La multitud puede ser ignorante de los medios por los cuales se
debe conducir a los estados y gobernar las naciones; pero se confunde a propósito dos
cosas distintas.- No se procura aquí el resolver por la multitud de los ciudadanos tal o cual
cuestión de política y de gobierno; ella no obraría en tal caso más que su instinto, y el
instinto del pueblo, que es siempre admirable para indicar el punto, puede engañarse, en
verdad, sobre las vías que conducen allí con bastante facilidad; pero que es lo que pasa hoy
día cuando se interroga a los electores?
¿Los candidatos no se presentan a publicar su profesión de fe sobre principios
generales? ¿Entran ellos en los detalles de la administración? ¿Y cuál es la respuesta de
los electores? Después de haber discutido los títulos de los candidatos, declaran por su
voto que tal hombre merece su confianza.- Eh bien! Como diez mil electores no serían
aptos para responder tan bien como mil o dos mil? Cómo los ciudadanos que uno supone
ignorantes de la política serán incapaces de apreciar que tal candidato es honrado,
virtuoso, inteligente? Y la experiencia que hemos adquirido después de treinta años no nos
ha demostrado que mientras más numerosos han sido los colegios electorales, las
elecciones han sido más honorables?
Qué pasa en las elecciones fraccionadas de que está dotado nuestro país? Los
intereses locales hacen una invasión espantosa; los grandes intereses de la patria están

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olvidados. No es el mismo mérito, no es la misma capacidad, no son los servicios prestados
los que dan los títulos a los electores; la fortuna, las relaciones de familia hacen tan solo
pasar la balanza; de ahí, nacen las Cámaras en donde se encuentran todos los vicios de su
origen: pequeñas pasiones, intrigas miserables, luchas personales en donde el interés
nacional es nada, y el país entero poco a poco se enerva y se abate al espectáculo de este
antagonismo sin grandeza, y de estas discusiones sin dignidad.
No, no es cierto, que las elecciones hechas por las grandes masas puedan dar
resultados tan funestos a la nación. Todo se engrandece y se eleva con el contacto de las
asambleas numerosas; el egoísmo no se atreve a aparecer allí, las personalidades, siempre
mezquinas, se ruborizan de manifestarse. No es necesario más que hablar del pueblo, de su
vida pudiente, de sus altos destinos puesto que es al pueblo a quién uno se dirige. Los
pequeños horizontes de localidad se pierden y se absorben en la vasta atmósfera nacional.
Como que no se teme que pasiones viles triunfen en presencia de esta larga publicidad –
En vano se hablaría de la ignorancia de la multitud: la historia está allí para mostrar que
ella ha sido siempre distinguir entre la probidad y el viejo, entre el desarrollo sincero y la
hipocresía. Aun una vez, no es el pueblo reunido quien gobierna, pero el pueblo reunido es
siempre bastante ilustrado para delegar en aquellos que son los más dignos del gobierno.
Y que nos sea permitido decir aquí, en apoyo de estas consideraciones, de que
contraste nos hemos visto heridos en las elecciones inglesas. Todos saben que los
candidatos están obligados a presentarse el primer día de la elección ante el pueblo
reunido. Ellos exponen sus principios, responden a todas las preguntas dirigidas por la
multitud, y cuando se han explicado, sheriff an le haut baili, preguntan por quién son los
votos, y la multitud vota levantando la mano. Esto es lo que se llama votación nominal.
Cuando no hay dos candidatos opuestos, no hay necesidad de escrutinio después del voto
popular, y la votación nominal bastó para que la elección sea legal. Al contrario, cuando la
elección es disputada por dos candidatos rivales, los electores piden el escrutinio; el cual se
abre al día siguiente, y las más veces destruye el voto popular. Luego, nosotros hemos sido
testigos muchas ocasiones de un hecho que prueba lo que será el sufragio universal en
nuestra nación y sin pasiones.
En Inglaterra, en donde las elecciones son acompañadas de tantos escándalos, cada
vez que el pueblo sabe que la votación nominal no decidirá nada, los desórdenes los más
violentos, los gritos, el tumulto, reina en la multitud; los candidatos de que ella no gusta
son interrumpidos, insultados, ultrajados. Se diría que el meeting tenía pensado el vengarse
de antemano de alguno de los candidatos, puesto que era convidado. Todas las veces que,
al contrario, la elevación de las manos debe decidir de la elección, el pueblo, llegando con
la conciencia de su autoridad soberana, muestra una actitud tranquila, severa, contraída y
pensativa. El candidato es presentado por dos personas, todas sus promesas precedentes
son recordadas, sus derechos a la confianza pública son deducidos tanto de su vida privada
como de su vida parlamentaria, se le escucha con silencio; los aplausos o los silbidos son
distribuidos con justicia. Las cuestiones vienen en seguida, y se han visto candidatos

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tenidos durante tres horas sobre los hustings para responder a todas las objeciones, disipar
dudas, o desvanecer confianzas. Es una verdadera magistratura ejercida por el pueblo con
tanta formalidad como dignidad y entereza.
He aquí como el sufragio universal se ejerce en un país en donde no se ha recibido
aún una organización seria, en un país en donde la población está dividida en castas, en
donde las costumbres aristócratas las separan con profundos abismos. ¿Qué sería si
refiriésemos aquí lo que pasa en los cantones de la Suiza, o si presentásemos a los ojos de
nuestros lectores los imponentes y solemnes reuniones populares que tienen lugar en las
provincias Vascongadas, en donde las formas republicanas han sobrevivido y se mantienen
gloriosos al través de todas las transformaciones imponentes de la vieja monarquía
Española?
Luego, después de todos estos ejemplos pedidos a los pueblos europeos, venir a
herir de sorpresa a nuestra nación, civilizada, homogénea, la más pronta a organizarse, la
más digna en fin, porque el sentimiento de igualdad ha penetrado en todas las vías
sociales, es a la vez una injuria contra la patria, una insurrección contra la historia, un
insulto al buen sentido del país.
TERCERA OBJECIÓN.- La facultad de elegir la representación nacional no es tan
solo un derecho, sino además un deber. El ciudadano que lo ejerce no es responsable
únicamente hacia sí mismo, sino a toda la sociedad. Luego, sería absurdo exigir esta
responsabilidad de los que no tienen capacidad ni luces.
RESPUESTA.- Sí, sin duda, la facultad de elegir es un deber al mismo tiempo que
un derecho, y es por esto que la ley debe exigir que cada ciudadano de su sufragio; porque
si todo debe estar subordinado a la voluntad nacional, importa que esta voluntad sea
expresada, y si un número considerable de ciudadanos no llenasen sus deberes electorales,
en lugar de una mayoría nacional no se tendría más que una minoría más o menos
importante, pero que faltaría al principio mismo del gobierno; desde luego la elección es
un deber; pero de donde nace ese derecho de negar las luces al pueblo, cuando se trata de
preferir una persona a otra? Esta es una cuestión de confianza, ¿Y podría uno exigir luces
sobrenaturales de parte de los que están encargados de atestiguar públicamente el
sentimiento que les inspira tal o cual candidato?
Agregaremos a lo que se razona siempre después de los hechos y fuera de los
principios. A vista de los principios, todo miembro de la soberanía tiene el derecho de
sufragio, luego es necesario probar la incapacidad del que sufraga; ¿Es acaso un idiota,
enajenado, herido en sus facultades mentales? Cread entonces una excepción. Se ha hecho
culpable de robo, estafador, o de otros actos tales que importen una incapacidad mental?
Que esta excepción sea consagrada. La incapacidad material, la incapacidad moral, son dos
excepciones naturales al derecho; pero el derecho es común a todos, la exclusión es
excepcional.

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Creemos haber definido y refutado todas las objeciones un poco especiosas, que la
doctrina del sufragio universal ha levantado. Quedan aún las objeciones puramente
prácticas.
Pero esta parte ha sido ya satisfecha. Lo que podremos decir, es que hoy día no hay
para los hombres de buena fe objeción alguna seria contra la adopción del sufragio
universal. El derecho lo proclama, la soberanía del pueblo encuentra allí su consumación,
el estado actual de la sociedad lo exige.
Se ha hecho después de treinta años en Europa y sobre todo en Francia, un
inmenso ruido que uno no sabría cómo explicar. Lo que nuestras leyes civiles han
realizado para la propiedad material destruyendo los grandes feudos, ha tenido lugar en el
dominio de la inteligencia. Hoy día, sobre este punto mismo, de propietarios absorbentes
hay un número infinito de ciudadanos que se dividen la civilización común; este punto
intelectual alumbrado por la revolución francesa reina hoy día en todas las clases e ilumina
casi igualmente a todos los espíritus. Cada uno tiene no solo el sentimiento de su derecho,
sino, la aptitud de ejercerle; de allí nace una oposición peligrosa para la paz pública entre la
ley que cría un monopolio electoral y la oposición general que siente todo los dolores de
una injusticia tan grande. El gobierno debe pertenecer al mayor número, pero hoy se
apoya solo en el interés del pequeño número. Y los excluidos que sufren, no divisando
remedio alguno posible a sus males, pasan de un repente de la resignación a la violencia.
La paz pública no reposa, sino en el temor de la represión, y el día en que este temor se
debilite, la paz está comprometida; la estabilidad del poder está expuesta a todas las
variaciones de los acontecimientos; la idea misma del poder, tan elevada y tan respetable
pierde cada día su crédito sobre las poblaciones, y la sociedad no teniendo más confianza
en los que la conducen, marcha a la disolución, y pide a las revoluciones los terribles medios.

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