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Clase 3
Clase 3
Introducción:
Para los antiguos, el objeto de la psicología es el alma. No decimos que con ello son
fieles a la etimología, pues, en realidad, se ha producido lo contrario: crearon la palabra
para expresar lo que hacían. En todo caso, el tratado en el que Aristóteles expone los rasgos
principales de su psicología tiene por título περι ψυχης.
En cosmología se estudian los entes materiales móviles, pero dentro de éstos hay
unos entes que se mueven por y desde ellos (tienen automoción), y a los que se les llama
seres vivos o animados. Por tanto, el objeto material de la Psicología será el ente vivo.
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No obstante, conviene matizar que por este automovimiento no sólo se entiende el
cambio de lugar, sino cualquier cambio cualitativo, biológico, etc. Por eso, el
automovimiento es aquel cambio en el que la causa y el efecto son intrínsecos al sujeto que
se mueve, y a las que llamamos operaciones inmanentes.
De este modo, podemos definir la psicología filosófica como «la ciencia que tiene por
objeto los seres que realizan operaciones inmanentes, es decir, que se mueven por si mis-
mos en tanto que están animados».
1. Características de la vida
Lo que es la vida lo sabemos por experiencia. Y decimos que un ser está vivo
cuando se mueve. De tal manera que moverse y estar vivo son sinónimos. Por eso,
concluimos que la vida es automovimiento.
1.1. Vivir no es idéntico a obrar, sino que es el modo de ser de los vivientes
Hemos dicho que el moverse es sinónimo de estar vivo, y por lo tanto podríamos
llegar a la conclusión de que la vida es una operación (p Ej.: alimentarse, sentir, trasladarse
de lugar y entender). Pero esto es falso, porque resultaría que un ser estaría más vivo cuanto
más se moviese. En cambio, tan vivo está un ser que realiza más operaciones que aquel que
realiza menos.
Por tanto, podemos decir que vida designa aquello por lo cual el viviente se mueve a
sí mismo, es decir, que la vida hace relación a la substancia a la que por naturaleza
conviene moverse espontáneamente e impulsarse a la operación. De tal manera que el
alimentarse, el sentir, el trasladarse de lugar y el entender son predicados accidentales, y en
cambio el estar vivo es un predicado substancial.
Así se entiende que Aristóteles diga que «para los vivientes, vivir es ser». Por esto,
un hombre no está más vivo cuando anda que cuando duerme, sino que está igual de vivo.
Quizás ahora se entienda mejor el que digamos que las operaciones son predicados
accidentales, pues lo que queremos decir con ello es que el viviente es viviente, realice o no
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realice dichas operaciones; y también se entenderá mejor que digamos que vivo es un
predicado esencial, al decir que el viviente existe como tal si está vivo. y que la vida no
puede faltarle sin que deje de ser existente (p. Ej.: un viviente puede estar sin pensar, pero
no puede existir sin vida).
Ahora bien, el «quedarse dentro» puede ser de muy diversas maneras, ya que no es
lo mismo el estudio, que antes explicábamos, que la permanencia de un alimento o de una
sensación. Eso da lugar a diversas formas de inmanencia, o dicho con otras palabras, a
diversas formas de vida.
Santo Tomás divide los grados de vida como grados de inmanencia, y la vida será
más perfecta en la medida que lo que se emana (es decir, lo que surge de una realidad
espontáneamente según su naturaleza) es más íntimo (o sea, lo más inmanente). Intimo
quiere decir no pasar, no estar distendido espacialmente. Por eso, decimos que lo más
íntimo de cada uno es el «yo», porque el «yo» no pasa, sino que mantiene lo vivido dentro
de sí; de esta manera, el estar dentro o intimidad no es primariamente una denominación
espacial, sino temporal. Por eso, la clasificación de los grados de vida se realiza como
grados de inmanencia, y son los siguientes:
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El primer nivel de vida es la vegetativa, en la que hay un primer grado de
inmanencia, de tal manera que lo que se emana (el fruto) procede de dentro, aunque lo que
se emana acaba por convertirse en algo totalmente extrínseco. Sin embargo, la intimidad
puede entenderse como el metabolismo vegetal.
Es el grado más perfecto de inmanencia, y por lo tanto de vida. No sólo conoce, sino
que se conoce, y lo conocido, que es el mismo intelecto, queda dentro de él. Sin embargo,
la vida intelectiva humana no es la más perfecta, pues para conocer hay que partir de algo
exterior.
Por último, podemos decir que los grados superiores de vida contienen, a su manera, la
perfección de los inferiores y la superan (p. Ej.: el animal, además de tener sus facultades
sensitivas, tiene la nutritiva, la de crecimiento y la de reproducción). Todo el universo
viviente se divide en estos tres grados de vida: vegetativa, sensitiva e intelectiva, dándose
una jerarquización no sólo entre los tres, sino también dentro de cada uno de ellos (p. Ej.: la
ostra es inferior a los mamíferos superiores).
2. El alma:
Después de haber estudiado lo que es la vida y sus grados, nos toca ahora ver el
principio del vivir. Al principio de vida de los seres vivientes le llamamos alma o psique.
Desde un punto de vista histórico, en el mundo antiguo la mayoría de los filósofos
consideraron el alma como espiritual e inmortal, aunque algunos también la consideraban
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como material y mortal. Con algunas diferencias, esa división permanece también en
nuestros días.
Santo Tomás explica que no todo principio de operación vital es alma, porque
entonces los ojos serían alma, ya que en cierto modo son el principio de la visión. Y lo
mismo se podría decir de otros órganos. Ahora bien, el alma es el «primer» principio de la
vida. Por eso, ningún cuerpo puede ser el primer principio de la vida, pues de lo contrario
todo cuerpo sería viviente. Luego si el ser viviente no le compete por ser cuerpo, lo recibirá
por parte del acto (no del cuerpo, que es la potencia). Por ello el alma, que es el primer
principio de la vida, no es cuerpo, sino acto del cuerpo. En consecuencia, el alma es primer
principio e incorpóreo.
A los primeros principios activos de los seres vivos los llamamos almas, y por lo
tanto podemos llamar alma al principio activo del animal, vegetal o mineral, aunque téc-
nicamente al principio del mineral se le llama sólo forma o forma substancial.
En consecuencia, con Aristóteles podemos afirmar que la definición del alma es «el
acto primero de un cuerpo orgánico», o también «aquello por lo que primeramente vivimos,
sentimos, nos movemos o entendemos».
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No obstante, hay que aclarar que la forma o alma y la materia no existen por
separado. En las realidades corpóreas, el alma no espiritual de los seres no racionales no
puede existir sin el cuerpo, del cual es el principio organizador y activo. Por lo tanto, lo que
existe en sí es la substancia viviente, es decir, todo el animal o el vegetal.
Finalmente, podemos insistir en las características del alma no espiritual, que son:
simple, inextensa, incorpórea y única.
2. El alma humana
En los diferentes niveles de vida, las formas son inmateriales, y de ellas se dice que
son espirituales las que no necesitan de la materia para subsistir. Este es el caso del alma
humana.
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En consecuencia, al afirmar que el alma humana es espiritual significamos que, aun
siendo forma substancial del cuerpo, no necesita del cuerpo para subsistir en el ser. Por eso,
el cuerpo subsiste con el ser (esse) del alma, y el alma subsiste con su propio ser (esse)
independientemente del cuerpo.
Santo Tomás sostiene que la causa del alma es la nada, es decir, que no tiene causa
material. Con otras palabras, antes del alma espiritual no hay nada a que referirla, y por
tanto, es creada. Como resulta que Dios es la misma causa eficiente creadora, como
veremos en teodicea, el alma es creada directamente por Dios de la nada, y por tanto Dios
es la única causa del ser del alma.
El alma, creada por Dios, la infunde en un cuerpo generado por los padres. Estos
transmiten la naturaleza humana en su parte material, y con esto ejercen una causalidad
preparatoria en orden a la infusión del alma por parte de Dios. Tal infusión es una acción de
Dios de orden natural, no milagroso. Por eso, desde el punto de vista filosófico y también
científico, desde el primer momento de la concepción ya hay individuo de suyo
independiente, cuya vida se debe respetar siempre.
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Como la forma substancial, que es el alma humana, no depende del cuerpo para
nada, no puede dejar de ser por la corrupción del cuerpo. El razonamiento para demostrar la
inmortalidad del alma es el siguiente:
a) El primer paso es mostrar que el hombre realiza acciones en las que no interviene el
cuerpo, es decir, mostrar el carácter espiritual del conocimiento, que se demostró an-
teriormente al estudiar que el alma es espiritual y se completará al ver el tema del
conocimiento.
b) El segundo paso consiste en mostrar que si el alma puede obrar sin el cuerpo (en el
entender y en el querer) también puede existir sin él, porque el modo de obrar depende del
modo de ser.
c) El tercer paso consiste en mostrar que el alma es una forma substancial espiritual simple,
de tal manera que cuando el cuerpo desaparece, el alma (la forma y esse) sigue existiendo.
d) El cuarto paso y último consiste en probar que una forma espiritual y simple no puede
corromperse. Y las formas sólo pueden ser corrompidas por la acción de sus contrarios, por
la corrupción de su sujeto o por defecto de su causa, pero el alma humana no puede
corromperse por la acción de su contrario, porque no hay nada contrario a ella, pues por el
entendimiento posible es a la vez conocedora y receptiva de todos los contrarios; ni por la
corrupción de su sujeto (p. eh: al destruir el ojo desaparece la capacidad de ver), pues ya se
ha demostrado que el alma humana es una forma y no depende del cuerpo en cuanto al ser;
ni tampoco, por fin, por la corrupción de su causa (p. Ej.: el aire pierde la luminosidad al
desaparecer el sol), pues no puede tener otra causa que la eterna.
Sobre el destino eterno del alma, la filosofía tiene muy poco que decir: sólo que el alma
separada posee un obrar diverso al que tenía cuando estaba unida al cuerpo, y que la
voluntad queda adherida al último fin que eligió antes de la muerte.
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El hombre no es sólo su alma, ni sólo su cuerpo, sino la totalidad unificada de alma y
cuerpo.
Santo Tomás afirma que el hombre no puede definirse como el alma (“el alma es el
hombre”) porque en la definición de las cosas naturales no se significa solo la forma de esa
realidad sino también su materia; por eso la materia de las cosas naturales es parte de la
especie.
No puede entenderse como identificada el alma con el hombre porque esto solo sería
posible si el alma sensible cumpliera sus operaciones sin el cuerpo, ya que en tal caso
“todas las operaciones atribuidas al hombre le corresponderían sólo al alma, puesto que
cada cosa es aquello por lo que realiza sus operaciones” (si las realiza solo por el alma, el
hombre sería el alma). Pero el sentir no es una operación exclusiva del alma (Santo Tomás
demostró esto antes, en S.Th., I, 75, 3: “Aristóteles sostuvo que entre las operaciones del
alma sólo el entender se realiza sin órgano corporal. En cambio, el sentir y las operaciones
propias del alma sensitiva es claro que se realizan con alguna mutación corporal, como, al
ver, la pupila se cambia por la especie del color. Lo mismo sucede con otras operaciones.
Resulta evidente, así, que el alma sensitiva no tiene, por sí misma, ninguna operación
propia, sino que toda operación del alma sensitiva va unida a lo corporal”).
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eminente, perfeccionante, que las potencias de la forma espiritual realizan de las potencias
corpóreas.
El alma de un niño no puede proceder del cuerpo de sus padres, porque es espiritual.
Dice Santo Tomás: “es imposible que la virtud (= capacidad, fuerza) activa que está en la
materia extienda su operación a la producción de algo inmaterial” (S.Th., I, 118, 2).
II. No puede proceder tampoco del alma de sus padres, porque estas son simples y
no pueden dividirse para dar origen a otras almas.
Tenemos que afirmar esto porque toda generación se produce o de la materia (ex
materia), o de la nada (ex nihilo). Pero un espíritu no puede proceder de una transformación
de la materia. Por tanto, nos vemos obligados a sostener que es sacado de la nada, lo que
equivale a decir que es creado (cf. Santo Tomás, De Potentia 3, 9).
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Decimos, además, que es creada inmediatamente por Dios. Con lo que afirmamos
que Dios no se sirve de ningún intermediario para la creación del alma
También afirmamos que las almas no preexisten al cuerpo, como sostuvieron algunos; por
ejemplo, Platón porque no hay ningún argumento en favor de la hipótesis.
Tesis de ética: para las implicaciones éticas no hay diferencia entre las dos posibilidades,
porque la obligación ética es la misma: la vida de ese ser, desde el momento de la
concepción, es inviolable. Ya sea que se acepte la antigua teoría del preformismo (que creía
que desde el primer instante había un ser humano adulto microscópico), ya se acepte la
teoría de la infusión inmediata (puesto que entonces es un ser humano con un alma humana,
aunque aún no se hayan desarrollado los distintos órganos corporales), o ya sea que se
sostenga una animación retardada, porque en este caso vale el principio dado en la
antigüedad por Tertuliano: “Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo”
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prosigue su propio ciclo vital (supuestas todas las condiciones necesarias y suficientes) bajo
el control autónomo del sujeto mismo, que se autoconstruye en un proceso altamente
coordinado, dictándose a sí mismo las direcciones de crecimiento según el programa de
ejecución inscrito en su propio genoma. El neo-concebido humano mantiene en cada fase
evolutiva la unidad ontológica con la fase precedente, sin solución de continuidad, sin
saltos de cualidad y de naturaleza. Su desarrollo manifiesta, desde su inicio, el finalismo
intrínseco de la naturaleza humana: la gradualidad del proceso biológico está orientada
teleológicamente, según una finalidad ya presente en el zigoto. No se da un estadio de su
desarrollo cualitativamente diverso o separado del proceso global iniciado en el momento
de la concepción. Por ello, desde este momento nos encontramos siempre ante el
mismísimo ser humano”.
Por tanto, si en el caso del embrión apenas concebido estamos ante un individuo
perteneciente con todo rigor a la especie humana, autónomo en su proyecto individual (o
sea, en el plan evolutivo que desenvolverá con rigor matemático a lo largo de los días,
meses y años siguientes), aunque no sea autónomo en su subsistencia (y no lo será tampoco
por un buen tiempo después de nacido), entonces es una persona humana. Si no lo es ahora,
¿por qué habría de serlo más adelante? ¿Es la persona algo tan accidental que pueda ser
“producido” por un mero accidente local o temporal? De ahí el juicio que redondea las
reflexiones de todos los documentos citados, a pesar de no querer entrar en disquisiciones
metafísicas: “No llegará a ser nunca humano si no lo es ya entonces”.
Conclusión
Como defensores de la teoría hilemórfica debemos afirmar que los fenómenos de orden
superior (pensamiento, conciencia, intencionalidad, subjetividad, etc.) nunca se podrán
explicar reduciéndolo al cerebro (movimientos químicos, reacciones eléctricas) como
afirman los materialistas pseudocientíficos; a lo sumo podremos constatar que cuando
pensamos o tenemos conciencia o amamos hay reacciones o actividades en nuestro cerebro
y no puede ser de otra manera, puesto que el cerebro es el instrumento de que se sirve
nuestra alma y todo instrumento se inmuta al ser utilizado, pero su efecto lo trasciende ( se
desparrama óleo y se mueve el pincel combinando maravillosamente los colores en un
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cuadro, pero ningún necio diría que es el pincel quien está produciendo la obra de arte y
que está intentando darnos un mensaje “mental”).
BIBLIOGRAFÍA
R. Spaemann, Personen. Versuche über den Unterschied zwichen «etwas» und «jemand»,
Klett-Cotta, Stuttgart 1996, 264; citado por Melina, op. cit.
Santo Tomás, Cuestión disputada De Malo, 5,5. En efecto, si bien hemos dicho que al
hombre le es natural la corrupción, hemos de aclarar que esta corrupción no viene por la
forma que es principio del ser y de la perfección, sino por la inclinación misma de la
materia. Se sigue de aquí que por razón de su forma (alma racional) al hombre le es más
natural la incorrupción que la corrupción, pero por razón de su cuerpo material y
compuesto de contrarios se sigue la corrupción del todo. S.Th., I-II,85,6. Cf. S.Th., I,97,1.
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