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Clase Nº 3: La vida y el alma

Clase perteneciente al Curso anual de Psicología Integral y práctica clínica de la


Fundación CEyTEC, 2020

Lic. Marcos Randle

Introducción:

La Psicología, como ya se ha dicho en las clases anteriores, es la ciencia del alma, el


hombre interior, como dice Santo Tomás. Su objeto propio es estudiar la naturaleza, las
potencias y las operaciones del alma-actos, pasiones, estados y hábitos-; esto es, todo el
caudal de la riquísima experiencia psíquica, desde los fenómenos de la inteligencia y de la
voluntad cuyo sujeto es el alma sola, hasta los fenómenos de la sensibilidad y del instinto
cuyo sujeto es el alma junto con el cuerpo.

Para los antiguos, el objeto de la psicología es el alma. No decimos que con ello son
fieles a la etimología, pues, en realidad, se ha producido lo contrario: crearon la palabra
para expresar lo que hacían. En todo caso, el tratado en el que Aristóteles expone los rasgos
principales de su psicología tiene por título περι ψυχης.

¿Qué entendía él por alma? El principio vital de un cuerpo organizado. La


psicología era, pues, para él, el estudio de los seres vivos como tales, es decir no como
cuerpos, parecidos a los demás cuerpos de la naturaleza, sino como vivientes y distintos de
los cuerpos brutos. En esta perspectiva, la psicología engloba los tres reinos de la vida: las
plantas, los animales y el hombre.

En cosmología se estudian los entes materiales móviles, pero dentro de éstos hay
unos entes que se mueven por y desde ellos (tienen automoción), y a los que se les llama
seres vivos o animados. Por tanto, el objeto material de la Psicología será el ente vivo.

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No obstante, conviene matizar que por este automovimiento no sólo se entiende el
cambio de lugar, sino cualquier cambio cualitativo, biológico, etc. Por eso, el
automovimiento es aquel cambio en el que la causa y el efecto son intrínsecos al sujeto que
se mueve, y a las que llamamos operaciones inmanentes.

De este modo, podemos definir la psicología filosófica como «la ciencia que tiene por
objeto los seres que realizan operaciones inmanentes, es decir, que se mueven por si mis-
mos en tanto que están animados».

1. La vida y sus grados:

1. Características de la vida

Lo que es la vida lo sabemos por experiencia. Y decimos que un ser está vivo
cuando se mueve. De tal manera que moverse y estar vivo son sinónimos. Por eso,
concluimos que la vida es automovimiento.

1.1. Vivir no es idéntico a obrar, sino que es el modo de ser de los vivientes

Hemos dicho que el moverse es sinónimo de estar vivo, y por lo tanto podríamos
llegar a la conclusión de que la vida es una operación (p Ej.: alimentarse, sentir, trasladarse
de lugar y entender). Pero esto es falso, porque resultaría que un ser estaría más vivo cuanto
más se moviese. En cambio, tan vivo está un ser que realiza más operaciones que aquel que
realiza menos.

Por tanto, podemos decir que vida designa aquello por lo cual el viviente se mueve a
sí mismo, es decir, que la vida hace relación a la substancia a la que por naturaleza
conviene moverse espontáneamente e impulsarse a la operación. De tal manera que el
alimentarse, el sentir, el trasladarse de lugar y el entender son predicados accidentales, y en
cambio el estar vivo es un predicado substancial.

Así se entiende que Aristóteles diga que «para los vivientes, vivir es ser». Por esto,
un hombre no está más vivo cuando anda que cuando duerme, sino que está igual de vivo.
Quizás ahora se entienda mejor el que digamos que las operaciones son predicados
accidentales, pues lo que queremos decir con ello es que el viviente es viviente, realice o no

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realice dichas operaciones; y también se entenderá mejor que digamos que vivo es un
predicado esencial, al decir que el viviente existe como tal si está vivo. y que la vida no
puede faltarle sin que deje de ser existente (p. Ej.: un viviente puede estar sin pensar, pero
no puede existir sin vida).

1.2. El ser vivo como sujeto de operaciones inmanentes

Como ya hemos dicho, la vida se puede definir como la capacidad de realizar


operaciones por sí mismo y desde sí mismo, a las cuales las llamamos inmanentes. De esta
manera, la inmanencia significa que en el ser vivo hay un «sí mismo» que permanece
siempre, y en el cual permanecen también los efectos de las operaciones (p. Ej.: un hombre
que estudia, lo que estudia permanece dentro de él).

Ahora bien, el «quedarse dentro» puede ser de muy diversas maneras, ya que no es
lo mismo el estudio, que antes explicábamos, que la permanencia de un alimento o de una
sensación. Eso da lugar a diversas formas de inmanencia, o dicho con otras palabras, a
diversas formas de vida.

Por eso, podemos definir la vida como «capacidad de realizar operaciones


inmanentes», de tal manera que dichas operaciones se efectúan desde el mismo viviente y
su efecto modifica al viviente perfeccionándolo.

2. Los grados de vida

Santo Tomás divide los grados de vida como grados de inmanencia, y la vida será
más perfecta en la medida que lo que se emana (es decir, lo que surge de una realidad
espontáneamente según su naturaleza) es más íntimo (o sea, lo más inmanente). Intimo
quiere decir no pasar, no estar distendido espacialmente. Por eso, decimos que lo más
íntimo de cada uno es el «yo», porque el «yo» no pasa, sino que mantiene lo vivido dentro
de sí; de esta manera, el estar dentro o intimidad no es primariamente una denominación
espacial, sino temporal. Por eso, la clasificación de los grados de vida se realiza como
grados de inmanencia, y son los siguientes:

2.1 Vida vegetativa

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El primer nivel de vida es la vegetativa, en la que hay un primer grado de
inmanencia, de tal manera que lo que se emana (el fruto) procede de dentro, aunque lo que
se emana acaba por convertirse en algo totalmente extrínseco. Sin embargo, la intimidad
puede entenderse como el metabolismo vegetal.

2.2. Vida sensitiva

El segundo grado de vida es el que se da en los animales, que tienen un


conocimiento sensible, y la inmanencia es superior a la de los vegetales, porque aunque se
parte del exterior (el conocimiento conoce lo extramental), lo conocido queda impreso en
los sentidos externos, pasa luego a la imaginación y después a la memoria, quedando en el
interior del animal.

2.3. Vida intelectiva

Es el grado más perfecto de inmanencia, y por lo tanto de vida. No sólo conoce, sino
que se conoce, y lo conocido, que es el mismo intelecto, queda dentro de él. Sin embargo,
la vida intelectiva humana no es la más perfecta, pues para conocer hay que partir de algo
exterior.

Por último, podemos decir que los grados superiores de vida contienen, a su manera, la
perfección de los inferiores y la superan (p. Ej.: el animal, además de tener sus facultades
sensitivas, tiene la nutritiva, la de crecimiento y la de reproducción). Todo el universo
viviente se divide en estos tres grados de vida: vegetativa, sensitiva e intelectiva, dándose
una jerarquización no sólo entre los tres, sino también dentro de cada uno de ellos (p. Ej.: la
ostra es inferior a los mamíferos superiores).

2. El alma:

1. Principio vital de los vivientes

Después de haber estudiado lo que es la vida y sus grados, nos toca ahora ver el
principio del vivir. Al principio de vida de los seres vivientes le llamamos alma o psique.
Desde un punto de vista histórico, en el mundo antiguo la mayoría de los filósofos
consideraron el alma como espiritual e inmortal, aunque algunos también la consideraban

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como material y mortal. Con algunas diferencias, esa división permanece también en
nuestros días.

Santo Tomás explica que no todo principio de operación vital es alma, porque
entonces los ojos serían alma, ya que en cierto modo son el principio de la visión. Y lo
mismo se podría decir de otros órganos. Ahora bien, el alma es el «primer» principio de la
vida. Por eso, ningún cuerpo puede ser el primer principio de la vida, pues de lo contrario
todo cuerpo sería viviente. Luego si el ser viviente no le compete por ser cuerpo, lo recibirá
por parte del acto (no del cuerpo, que es la potencia). Por ello el alma, que es el primer
principio de la vida, no es cuerpo, sino acto del cuerpo. En consecuencia, el alma es primer
principio e incorpóreo.

Pero en el campo de la bioquímica podemos encontrar actualmente científicos que


sostienen que no hay diferencia entre los cuerpos animados e inanimados. A éstos habría
que decirles lo siguiente: la materia tiene unas veces unas propiedades y otras veces otras.
En unas situaciones (en los seres inanimados) se rige por unas leyes, y en otras ocasiones
(seres animados) con leyes diferentes. Y aquí podemos preguntarnos: ¿las leyes de la
materia son también materia?, y también, ¿por qué la misma materia funciona unas veces
con unas leyes y propiedades y otras veces con otras? La respuesta a estos interrogantes es
la siguiente: una materia se diferencia de otra materia porque tiene propiedades y leyes
diferentes; luego estas últimas no son materia, sino no-materia, y por tanto los entes
materiales no se diferencian por la materia, sino por la no-materia. Esas no-materias son lo
que llamamos en filosofía formas o actos formales (que también se llaman esencia y
naturaleza). Por lo tanto, concluimos que los cuerpos materiales se asemejan entre sí por la
materia y se diferencian entre sí por la forma, es decir, por el principio activo o alma.

A los primeros principios activos de los seres vivos los llamamos almas, y por lo
tanto podemos llamar alma al principio activo del animal, vegetal o mineral, aunque téc-
nicamente al principio del mineral se le llama sólo forma o forma substancial.

En consecuencia, con Aristóteles podemos afirmar que la definición del alma es «el
acto primero de un cuerpo orgánico», o también «aquello por lo que primeramente vivimos,
sentimos, nos movemos o entendemos».

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No obstante, hay que aclarar que la forma o alma y la materia no existen por
separado. En las realidades corpóreas, el alma no espiritual de los seres no racionales no
puede existir sin el cuerpo, del cual es el principio organizador y activo. Por lo tanto, lo que
existe en sí es la substancia viviente, es decir, todo el animal o el vegetal.

Finalmente, podemos insistir en las características del alma no espiritual, que son:
simple, inextensa, incorpórea y única.

2. El alma humana

2.1. Espiritualidad del alma humana

En los diferentes niveles de vida, las formas son inmateriales, y de ellas se dice que
son espirituales las que no necesitan de la materia para subsistir. Este es el caso del alma
humana.

Como dice santo Tomás, el principio de la operación intelectual, es decir, el alma,


es un principio incorpóreo y subsistente. Y esto, ¿por qué es así? Es debido a que el hombre
puede por su entendimiento conocer la naturaleza de todos los cuerpos. Pero para que se
puedan conocer cosas diversas es preciso que no se tenga ninguna de ellas en la propia
naturaleza, ya que las que naturalmente estuvieran en ella impedirían el conocimiento de las
demás. Por esto, si el principio de la intelección tuviese en sí la naturaleza de algún cuerpo,
no podría conocer todos los cuerpos, ya que cada cuerpo tiene una naturaleza determinada;
luego en una primera aproximación podemos afirmar, como decía santo Tomás, que es
imposible que el principio de la intelección sea un cuerpo.

Tampoco es posible que el hombre entienda por medio de un órgano corpóreo,


porque la naturaleza concreta de tal órgano corpóreo impediría también el conocimiento de
todos los cuerpos.

Por consiguiente, el entendimiento, que es el principio de la intelección, tiene una


operación propia en la cual no participa el cuerpo. Ahora bien, si algunos actos humanos
son operaciones en las que no participa el cuerpo, y como el obrar sigue al ser, concluimos
que el alma no depende del cuerpo en cuanto a la subsistencia (estos actos son el entender y
el querer). Luego el alma es incorpórea y subsistente.

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En consecuencia, al afirmar que el alma humana es espiritual significamos que, aun
siendo forma substancial del cuerpo, no necesita del cuerpo para subsistir en el ser. Por eso,
el cuerpo subsiste con el ser (esse) del alma, y el alma subsiste con su propio ser (esse)
independientemente del cuerpo.

No obstante, el intelecto necesita del cuerpo, y más concretamente de la


imaginación, para obtener los objetos que va a conocer. Sin embargo, para realizar el acto
de conocerlos no necesita del cuerpo, y por ello es netamente espiritual.

La prueba de la espiritualidad de la voluntad y de su acto es del mismo género. Si la


voluntad puede quererlo todo el universo entero y más universos que hubiera- quiere decir
que la voluntad está fuera del universo, porque lo abarca, y por tanto no es del orden de lo
corpóreo. Por tanto, concluimos que si una forma, que es el caso del alma humana, además
de su actividad de informar a una materia tiene una operación que realiza por sí misma sin
esa materia, también tiene el ser (esse) y la substancia por sí misma.

2.2. El origen del alma humana

Santo Tomás sostiene que la causa del alma es la nada, es decir, que no tiene causa
material. Con otras palabras, antes del alma espiritual no hay nada a que referirla, y por
tanto, es creada. Como resulta que Dios es la misma causa eficiente creadora, como
veremos en teodicea, el alma es creada directamente por Dios de la nada, y por tanto Dios
es la única causa del ser del alma.

El alma, creada por Dios, la infunde en un cuerpo generado por los padres. Estos
transmiten la naturaleza humana en su parte material, y con esto ejercen una causalidad
preparatoria en orden a la infusión del alma por parte de Dios. Tal infusión es una acción de
Dios de orden natural, no milagroso. Por eso, desde el punto de vista filosófico y también
científico, desde el primer momento de la concepción ya hay individuo de suyo
independiente, cuya vida se debe respetar siempre.

2.3. Inmortalidad del alma

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Como la forma substancial, que es el alma humana, no depende del cuerpo para
nada, no puede dejar de ser por la corrupción del cuerpo. El razonamiento para demostrar la
inmortalidad del alma es el siguiente:

a) El primer paso es mostrar que el hombre realiza acciones en las que no interviene el
cuerpo, es decir, mostrar el carácter espiritual del conocimiento, que se demostró an-
teriormente al estudiar que el alma es espiritual y se completará al ver el tema del
conocimiento.

b) El segundo paso consiste en mostrar que si el alma puede obrar sin el cuerpo (en el
entender y en el querer) también puede existir sin él, porque el modo de obrar depende del
modo de ser.

c) El tercer paso consiste en mostrar que el alma es una forma substancial espiritual simple,
de tal manera que cuando el cuerpo desaparece, el alma (la forma y esse) sigue existiendo.

d) El cuarto paso y último consiste en probar que una forma espiritual y simple no puede
corromperse. Y las formas sólo pueden ser corrompidas por la acción de sus contrarios, por
la corrupción de su sujeto o por defecto de su causa, pero el alma humana no puede
corromperse por la acción de su contrario, porque no hay nada contrario a ella, pues por el
entendimiento posible es a la vez conocedora y receptiva de todos los contrarios; ni por la
corrupción de su sujeto (p. eh: al destruir el ojo desaparece la capacidad de ver), pues ya se
ha demostrado que el alma humana es una forma y no depende del cuerpo en cuanto al ser;
ni tampoco, por fin, por la corrupción de su causa (p. Ej.: el aire pierde la luminosidad al
desaparecer el sol), pues no puede tener otra causa que la eterna.

Luego de ninguna manera puede corromperse el alma humana, y por lo tanto es


inmortal.

Sobre el destino eterno del alma, la filosofía tiene muy poco que decir: sólo que el alma
separada posee un obrar diverso al que tenía cuando estaba unida al cuerpo, y que la
voluntad queda adherida al último fin que eligió antes de la muerte.

3. El hombre: totalidad unificada de alma y cuerpo:

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El hombre no es sólo su alma, ni sólo su cuerpo, sino la totalidad unificada de alma y
cuerpo.

Santo Tomás afirma que el hombre no puede definirse como el alma (“el alma es el
hombre”) porque en la definición de las cosas naturales no se significa solo la forma de esa
realidad sino también su materia; por eso la materia de las cosas naturales es parte de la
especie.

No puede entenderse como identificada el alma con el hombre porque esto solo sería
posible si el alma sensible cumpliera sus operaciones sin el cuerpo, ya que en tal caso
“todas las operaciones atribuidas al hombre le corresponderían sólo al alma, puesto que
cada cosa es aquello por lo que realiza sus operaciones” (si las realiza solo por el alma, el
hombre sería el alma). Pero el sentir no es una operación exclusiva del alma (Santo Tomás
demostró esto antes, en S.Th., I, 75, 3: “Aristóteles sostuvo que entre las operaciones del
alma sólo el entender se realiza sin órgano corporal. En cambio, el sentir y las operaciones
propias del alma sensitiva es claro que se realizan con alguna mutación corporal, como, al
ver, la pupila se cambia por la especie del color. Lo mismo sucede con otras operaciones.
Resulta evidente, así, que el alma sensitiva no tiene, por sí misma, ninguna operación
propia, sino que toda operación del alma sensitiva va unida a lo corporal”).

El hombre no es, pues, ni un cuerpo, ni un espíritu, sino un ser compuesto de un


alma y un cuerpo.

a- En el hombre el alma “asume de modo eminente” las formas inferiores


vegetativas y sensitivas

La animalidad está en la humanidad perfeccionadamente, es decir, la forma humana (el


alma) contiene las perfecciones propias del animal (el ser sensitivo) pero sobreelevando
esas perfecciones a un nivel más alto. El ojo humano ve más perfectamente que el del
animal, aunque llegue menos lejos, porque ve entendiendo y captando significados.

Nada hay de animal como tal en el hombre. Su sensibilidad se racionaliza y su


afectividad se hace espiritual. La maravillosa unidad del cuerpo y el alma no es una unidad
cualquiera sino que proviene de la posesión del cuerpo por parte del alma, de la asunción

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eminente, perfeccionante, que las potencias de la forma espiritual realizan de las potencias
corpóreas.

Pero esta asunción eminente no se da tan perfectamente que no queden tensiones. En


toda personalidad hay sectores que no están plenamente integrados que explica que haya
desequilibrios al menos esporádicos incluso en personas que parecen muy armónicas y
maduras. De todos modos, incluso en quienes tienen problemas lo que más resalta es la
unidad fundamental y trascendente de la persona que no pueden borrar estos desequilibrios.

4. Origen del alma

a- Los “imposibles” orígenes del alma

I. El alma humana no puede proceder de sus padres:

El alma de un niño no puede proceder del cuerpo de sus padres, porque es espiritual.
Dice Santo Tomás: “es imposible que la virtud (= capacidad, fuerza) activa que está en la
materia extienda su operación a la producción de algo inmaterial” (S.Th., I, 118, 2).

II. No puede proceder tampoco del alma de sus padres, porque estas son simples y
no pueden dividirse para dar origen a otras almas.

b- El alma humana es creada inmediatamente por Dios.

Tenemos que afirmar esto porque toda generación se produce o de la materia (ex
materia), o de la nada (ex nihilo). Pero un espíritu no puede proceder de una transformación
de la materia. Por tanto, nos vemos obligados a sostener que es sacado de la nada, lo que
equivale a decir que es creado (cf. Santo Tomás, De Potentia 3, 9).

Esta creación, sin embargo, no es un milagro. Porque un milagro es una derogación de


las leyes naturales, mientras que la creación del alma es según las leyes naturales: es natural
que un hombre engendre a un hombre, incluso si esta generación requiere una intervención
especial de Dios. Esta idea permite apreciar en su justo valor la nobleza y dignidad del alma
humana: cada una de ellas resulta de una voluntad particular, de un acto de amor único de
Dios.

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Decimos, además, que es creada inmediatamente por Dios. Con lo que afirmamos
que Dios no se sirve de ningún intermediario para la creación del alma

También afirmamos que las almas no preexisten al cuerpo, como sostuvieron algunos; por
ejemplo, Platón porque no hay ningún argumento en favor de la hipótesis.

c- El momento de la infusión del alma

El alma es creada en el momento en que es infundida en un cuerpo. Pero ¿en qué


momento tiene lugar esto? La posibilidad es que sea infundida en el momento de la
concepción o más adelante, cuando se llegue a cierto grado de desarrollo del embrión. Tres
tesis complementarias para su demostración:

Tesis de ética: para las implicaciones éticas no hay diferencia entre las dos posibilidades,
porque la obligación ética es la misma: la vida de ese ser, desde el momento de la
concepción, es inviolable. Ya sea que se acepte la antigua teoría del preformismo (que creía
que desde el primer instante había un ser humano adulto microscópico), ya se acepte la
teoría de la infusión inmediata (puesto que entonces es un ser humano con un alma humana,
aunque aún no se hayan desarrollado los distintos órganos corporales), o ya sea que se
sostenga una animación retardada, porque en este caso vale el principio dado en la
antigüedad por Tertuliano: “Es ya un hombre aquel que está en camino de serlo”

Tesis embriológica: desde el primer instante de la concepción, es decir, en el momento de


la singamia (fusión de los núcleos del espermatozoide y del óvulo) hay un nuevo individuo
perteneciente a la especie humana, es decir, con un patrimonio genético humano completo
y en condiciones de comandar por sí mismo todo el ulterior desarrollo del embrión, del niño
y del adulto.

Tesis filosófica: “Los conocimientos científicos sobre el neo-concebido en su primerísima


fase de existencia unicelular (el zigoto) nos permiten tener la certeza de que se trata de un
nuevo ser humano, diverso y distinto de sus padres: nos encontramos ante un cuerpo de un
ser humano, desde el momento que su genoma es humano, como es humano el diseño-
proyecto en él inscrito. El neo-concebido es un sujeto irrepetible de la especie humana,
caracterizado por una específica individualidad, que, conservando siempre su identidad,

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prosigue su propio ciclo vital (supuestas todas las condiciones necesarias y suficientes) bajo
el control autónomo del sujeto mismo, que se autoconstruye en un proceso altamente
coordinado, dictándose a sí mismo las direcciones de crecimiento según el programa de
ejecución inscrito en su propio genoma. El neo-concebido humano mantiene en cada fase
evolutiva la unidad ontológica con la fase precedente, sin solución de continuidad, sin
saltos de cualidad y de naturaleza. Su desarrollo manifiesta, desde su inicio, el finalismo
intrínseco de la naturaleza humana: la gradualidad del proceso biológico está orientada
teleológicamente, según una finalidad ya presente en el zigoto. No se da un estadio de su
desarrollo cualitativamente diverso o separado del proceso global iniciado en el momento
de la concepción. Por ello, desde este momento nos encontramos siempre ante el
mismísimo ser humano”.

Por tanto, si en el caso del embrión apenas concebido estamos ante un individuo
perteneciente con todo rigor a la especie humana, autónomo en su proyecto individual (o
sea, en el plan evolutivo que desenvolverá con rigor matemático a lo largo de los días,
meses y años siguientes), aunque no sea autónomo en su subsistencia (y no lo será tampoco
por un buen tiempo después de nacido), entonces es una persona humana. Si no lo es ahora,
¿por qué habría de serlo más adelante? ¿Es la persona algo tan accidental que pueda ser
“producido” por un mero accidente local o temporal? De ahí el juicio que redondea las
reflexiones de todos los documentos citados, a pesar de no querer entrar en disquisiciones
metafísicas: “No llegará a ser nunca humano si no lo es ya entonces”.

Conclusión

Como defensores de la teoría hilemórfica debemos afirmar que los fenómenos de orden
superior (pensamiento, conciencia, intencionalidad, subjetividad, etc.) nunca se podrán
explicar reduciéndolo al cerebro (movimientos químicos, reacciones eléctricas) como
afirman los materialistas pseudocientíficos; a lo sumo podremos constatar que cuando
pensamos o tenemos conciencia o amamos hay reacciones o actividades en nuestro cerebro
y no puede ser de otra manera, puesto que el cerebro es el instrumento de que se sirve
nuestra alma y todo instrumento se inmuta al ser utilizado, pero su efecto lo trasciende ( se
desparrama óleo y se mueve el pincel combinando maravillosamente los colores en un

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cuadro, pero ningún necio diría que es el pincel quien está produciendo la obra de arte y
que está intentando darnos un mensaje “mental”).

BIBLIOGRAFÍA

R. Spaemann, Personen. Versuche über den Unterschied zwichen «etwas» und «jemand»,
Klett-Cotta, Stuttgart 1996, 264; citado por Melina, op. cit.

Verneaux, Roger, Filosofía del hombre.

Wolfgan Seibel , El hombre, imagen sobrenatural de Dios. Su estado original, Madrid


(1977).

Santo Tomás, Cuestión disputada De Malo, 5,5. En efecto, si bien hemos dicho que al
hombre le es natural la corrupción, hemos de aclarar que esta corrupción no viene por la
forma que es principio del ser y de la perfección, sino por la inclinación misma de la
materia. Se sigue de aquí que por razón de su forma (alma racional) al hombre le es más
natural la incorrupción que la corrupción, pero por razón de su cuerpo material y
compuesto de contrarios se sigue la corrupción del todo. S.Th., I-II,85,6. Cf. S.Th., I,97,1.

Melina, Livio, El embrión humano: Estatuto biológico, antropológico y jurídico,


Universidad de Navarra, «Jornadas Internacionales de Bioética», Pamplona, 21-23 octubre.

Pithod, A., El alma y su cuerpo, Buenos Aires (1994).

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