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La revista digital de los Acompañantes Terapéuticos Nº 8 / Julio de 2020.

SECCIÓN: Senderos Clínicos / Tercera Edad.

AUTORES: Bruno, Carla; Parachu, Maite; Petsiotis, Gloria.


(Rosario, Argentina)
La siguiente es una presentación realizada para la Jornada Interinstituto del Colegio de
Psicólogos de Santa Fe 2da Circuscripción, realizada en abril de 2020: «Cuestiones de época,
incidencias en y de nuestras prácticas», realizada por las autoras en representación de área de
acompañamiento terapéutico del colegio.

Vitalidad como imperativo social.


Al reflexionar en torno a las incidencias de la época en y de nuestras
prácticas, hemos considerado un imperativo de la cultura contemporánea
que atraviesa transversalmente los discursos y prácticas de salud mental:
la exigencia de vitalidad. A partir de la experiencia personal y de la
experiencia clínica, pensamos que hay una representación social de
vitalidad que exige: jovialidad, energía disponible para realizar diversas
actividades en un lapso breve de tiempo, ejecutar varias acciones al día
vinculadas a lo que se considere saludable, “tener ganas” de asistir a
ciertas actividades, eventos y reuniones impuestas, etc.
La sociedad contemporánea, marcada por el consumismo y regida por las
leyes del mercado, exige no solo producción y consumo, sino también
vitalidad como un producto más de la góndola. Demanda social que no
debe desestimarse pero sí deconstruirse para así poder pensar la vitalidad
no en beneficio de la adaptación al ideal capitalista sino en torno a la
experiencia subjetiva de la cotidianeidad de cada persona.
Hemos considerado fundamental cuestionar este imperativo de vitalidad
ya que muchas veces son los profesionales de la salud mismos quienes lo
imponen en la dirección que van tomando sus estrategias, sin considerar
ponerlo en tensión con la potencialidad iatrogénica de esta exigencia.
Nos servimos para pensar esto, de la teorización de Byung-Chul Han
(2018), cuando nombra a nuestra sociedad como “sociedad del
cansancio”. Esta forma social ya no sería disciplinaria sino de rendimiento.
Los sujetos ya no serían obedientes sino autoemprendedores, ahora el
sujeto guerrea contra sí mismo. El control exterior se ha desplazado a un
autocontrol convirtiéndonos en jefes de nosotros mismos, obligados a
siempre producir con un máximo rendimiento aúnen los tiempos de ocio.
Para Han la violencia que ejerce la sociedad del cansancio es positiva, la
cual no es privativa sino saturativa y no es exclusiva, sino exhaustiva.
Expresión evidente de este imperativo de rendimiento ha sido la reacción
social frente a la declaración de la cuarentena por el covid-19. Al momento
en que se declara la cuarentena, en las redes y noticieros se empezó a
hablar rápidamente de todas las actividades que podían realizarse en casa
para así “aprovechar” el tiempo de aislamiento (limpiar, ver series, leer,
hacer ejercicio, etc). En este esquivo de encontrarse con un tiempo
muerto, no se da lugar siquiera a la pausa, a la reflexión, ni a la pregunta.
Al respecto la psicoanalista Alexandra Kohan (2020) analiza en una
entrevista a la revista “MATE”: “me llamó la atención la velocidad con la
que se pusieron a circular campañas, no hablo de las campañas oficiales,
sino de consignas, consejos, ideas, y todo tipo de cosas para hacer
durante la cuarentena”. Y agrega:
no hubo tiempo para advertir qué es esto y por eso todos los imperativos
terminaron siendo negadores de un real que nos está afectando
indefectiblemente y cuyos efectos aún son incalculables. Lo que creo es
que los discursos imperativos y moralizantes sirven para no pensar, para
negar lo que está ahí ineluctablemente. Sirven para anestesiarse, ni
siquiera para tranquilizarse. Son una especie de narcótico que impide
parar y permitirse no saber qué hacer (Kohan, 2020).
Anestesia que, sin embargo, no elimina lo traumático de la irrupción de lo
real del virus. Han (2020) se refiere a ello en una nota publicada en “El
País”, al decir que la reacción posible frente a esta situación implica volver
a un paradigma inmunológico que se basa en la negatividad del enemigo.
Hoy se cierran fronteras donde la globalización había suprimido todos los
umbrales inmunitarios “para dar vía libre al capital”, hoy no hay modo de
evitar el encuentro con la negatividad.
La irrupción de la negatividad que comporta el covid-19, es anacrónica en
relación ala dinámica de la sociedad posmoderna, que ya no se singulariza
por una modalidad inmunitaria que elimina al enemigo, sino que se
caracteriza por una saturación de lo idéntico y en la que todo aquello que
aparece como amenaza es una amenaza no a lo propio sino al
rendimiento, se presentifica como una carga (Han, 2018).
El malestar en la cultura de hoy en día en gran medida puede atribuirse a
un exceso de positividad. Ya no somos cohesionados sólo por el deber,
sino también por el poder:
La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del
deber. De este modo, el inconsciente social pasa del deber al poder. El
sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el de
obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. (Han, 2018, p.27)
De este modo, el sujeto es funcional al capitalismo no porque debe, sino
porque puede serlo: “deboser productivo, eficiente, joven, hábil, bello,
alegre, etc, porque puedo serlo”. En este enunciado resulta evidente que
la omnipotencia es solo ilusoria, por no decir utópica.
La construcción de subjetividad posmoderna se caracteriza entonces por
un ilimitado empuje hacia la productividad, más aún que en la sociedad
disciplinar.
La pretensión de vitalidad en nuestra praxix.
Frente al ideal de rendimiento es en el acompañamiento terapéutico con
adultos mayores uno de los campos donde se hace más evidente el
conflicto entre dicho ideal y la experiencia vital de cada persona. A
continuación, reflexionaremos al respecto. De todas maneras, pensamos
que es también posible y necesario llevar esta interpelación a otros
campos del acompañamiento terapéutico, por ejemplo, a.t en el ámbito
escolar, a.t con personas con alguna discapacidad, etc.
Una viñeta clínica muy recurrente es la escena en que la familia (cuando
no también el profesional) le exige al adulto mayor que se esfuerce en vivir
la vida, al modo en que lo hacen los más jóvenes, pero adaptado a sus
cambios biopsicosociales provocados por pertenecer a esta franja etaria.
De lo contrario se los estigmatiza y culpabiliza con etiquetas como “no
querés estar bien”, “estás depresivo”, “te estás dejando morir”, etc.
La postmodernidad ha traído aparejados rápidos cambios de valores y
costumbres en cuanto al funcionamiento y jerarquía del hogar y la familia.
La familia nuclear ya no es tri-generacional. Al adulto mayor se lo
representa muchas veces como una carga y como un ser pasivo. Gracias
a los adelantos médicos tecnológicos la expectativa de vida es mayor, pero
la calidad de vida no ha aumentado ya que en nuestra sociedad la vejez
porta con un estigma patologizante. Hoy, la raíz de la exigencia de vitalidad
subyace en la demanda neo-liberal, fase del modo de producción
capitalista, que más que lazos, denota vínculos veloces y lábiles, donde
es necesario producir- producirse in eternum.
La pregunta es ¿cómo modificar esta mirada sobre el adulto mayor, como
sujeto no productivo en este mercado, esta mirada patologizante que sólo
lo incluye desde la enfermedad y el entretenimiento?
Resulta interesante pensar la función del acompañamiento terapéutico
como una subversión a este intento de normativizar, como tantos otros
momentos de la vida y subjetividades, también la vejez. Así el
acompañante terapéutico no sería funcional a dichas exigencias
normativas y mucho menos portador de estos prejuicios en relación a la
vejez.
El envejecimiento es un proceso dinámico, gradual, natural e inevitable, en
el que se dan cambios biológicos, psicológicos y sociales que como en las
demás etapas de la vida difiere en las personas según su propia
subjetividad, su historia de vida, el contexto histórico–social a que
pertenece, transcurre en el tiempo y está delimitado por este (Viguera,
1997).
Esta interacción de factores da paso a que existan tantas formas de
envejecer como individuos, realidad que se vive de manera variada,
dependiendo del contexto social que se tiene.
Perspectivas e investigaciones desde la antropología[2], nos aportan
posibilidades de una mirada crítica frente a las nociones construidas
respecto a la categoría y concepto de vejez cuestionando los estereotipos,
mandatos y modelos existentes respecto al proceso de envejecimiento.
Existe una representación social despectiva de la vejez en la actualidad,
se ha atribuido una significación social a las características biológicas de
los individuos, relacionada con la improductividad, la inutilidad, y la
senilidad, por lo cual resulta necesaria una mirada gerontológica critica
que sea contrahegemónica, capaz de cuestionar los estereotipos y
mandatos existentes alrededor y respecto a la vejez, y los modelos de
envejecimiento.
Cuando pensamos en este proceso es necesario incluir las voces de
quienes transitan sus cursos vitales, conectados necesariamente con el
contexto histórico en el que vivan y la propia experiencia que hace a su
identidad colectiva y singular.
Es conveniente que quien acompañe a pacientes añosos no imparta
actividades y rutinas fijando solo el objetivo de “inyectar” vitalidad, como si
la vitalidad fuera lineal y única, haciendo eco al imperativo de que “es lo
que hace bien”. Es necesario considerar la singularidad de cada persona.
No es sólo “hacer lo que hace bien”, no se trata sólo de “hacer”. A veces
es necesario poder acompañar la pausa, los duelos, para relanzar deseos.
La inserción de quien hace un acompañamiento terapéutico en una
estrategia en salud mental muchas veces implica acompañar a la
reconstitución o la construcción de una posibilidad de lazo social que se
encuentra en dificultades. Lazo social que implica el hacer lugar común a
partir del reconocimiento subjetivo de aquel con quien se trabaja,
reconocimiento de su palabra como actor social, aunque esa palabra hable
y exprese dolor y malestar.
En muchas oportunidades los adultos mayores se encuentran atravesando
una pérdida que les implica un duelo por el lugar y la cotidianeidad que
habían construido y que se ve modificada por el paso del tiempo. Situación
que les genera dolor, ansiedad y angustias frente a nuevas
imposibilidades. Frente a estos cambios el entorno familiar o institucional
muchas veces no puede acompañar o incluso niega el conflicto queriendo
“enseñar” e imponer modos determinados de aceptar la vejez, o en
algunos casos ciertas enfermedades. De este modo se obturan sus
tiempos, su necesidad de repliegue para duelar, imponiéndole este
imperativo del hacer, negando su singularidad.
La persona que ya siente una pérdida en su autonomía, en su rol en la
familia y en la sociedad, de algún modo es resituado en este mismo lugar
de despojo al convertirse en objeto de las prácticas psicomédicas. Si nos
situamos en el mismo lugar que estas recetas seremos una pastilla más,
un mandala más, una gimnasia más entre las tantas opciones que se
indican para pasar el tiempo. A esto nos referíamos con la potencialidad
iatrogénica de ciertas prácticas.
¿Desde qué momento un viejo o una vieja pierden su derecho a negarse
o a estar disconformes con determinadas situaciones? Acompañar es
también soportar el malestar sin taparlo prestando recursos para
atravesarlo. Devolver la responsabilidad a quien acompañamos de esa
construcción de recursos con sus tiempos, sus modos y sus
consecuencias, y así poder resignificar el dolor.
Por otro lado,síresulta importante centrarse en lo vital, lo creativo, lo
placentero, no al modo de una exigencia, sino como una potencialidad que
puede pensarse también en la vejez.
Las personas adultas mayores que acompañamos pueden proyectar y
proyectarse en su cotidianeidad y en la comunidad. Sin embargo, no hay
potencia sin encuentro o reencuentro con lo propio. Para propiciarlo nos
situamos interesadxs en su palabra, en sus historias y experiencias,
implicándoles en el lazo social de la transmisión y el reconocimiento.
Desde este espacio transferencial, de diálogos e interacciones que
construimos, dando lugar a la historia común y a las marcas singulares,
surgen potencias para reinvestir el espacio, el cuerpo y la comunidad. A
veces en sus hogares y a veces por fuera de ellos, a veces construyendo
relatos y a veces armándose de expresiones creativas y armando
búsquedas y circuitos. Registramos esta potencia que se afirma en la
alegría que implica correrse de la pasividad. Justamente porque muchas
veces no se inviste la actividad porque es alegre, sino que se alegra la
actividad porque es investida.
De este modo el adulto mayor puede dejar de ser objeto de
medicalizacióny así ser considerado sujeto de deseo.
Pensamos que los profesionales de la salud mental, siendo también
atravesados por estos discursos, debemos problematizar dicho imaginario
social de vitalidad, y direccionar nuestras intervenciones según lo que
potencia lo vital para cada quien.
La dimensión de lo vital es sumamente valorable en cualquier práctica que
se pretenda terapéutica, y justamente por ello, es indispensable tensionar
conceptos y retrabajar permanentementequé es lo que entendemos por
“vital”.
El emblema de vitalidad que porta nuestra época no siempre coincidirá con
lo que da vida a un sujeto. En nuestro contexto, ir a contrapelo del
desgaste subjetivo constante se presenta muchas veces como una
intervención, no sólo posible, sino necesaria.
NOTAS
[1]Construcción social de los cuerpos y la vejez en México, 2014.

BIBLIOGRAFÍA

Flores Monrroy, C. “Discursos sobre la jubilación y los cuerpos en el
neoliberalismo” en Construcción social de los cuerpos y la vejez en
México. 2014. México: Plaza y Valdez

Gascón Navarro, D. “Es que estás hecha de plástico fino. Construcción
social de las corporalidades en la vejez” en Construcción social de los
cuerpos y la vejez en México. 2014. México: Plaza y Valdez

Han, B. (2018) La sociedad del cansancio. Buenos aires, Argentina:
Herder.

Han, B. (2020) La emergencia viral y el mundo de mañana. Revista el
país.https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-
de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-
berlin.html

Kohan, A. (2020) El mundo se detuvo y quedamos pedaleando en el
aire. Revista mate.https://www.revistamate.com.ar/2020/03/alexandra-
kohan-el-mundo-nos-silencio-a-nosotros-el-mundo-se-detuvo-y-nosotros-
quedamos-pedaleando-en-el-aire/

Viguera, V. (1997) El proceso de
envejecimiento. http://www.psicomundo.com/tiempo/educacion/clase4.ht
m

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