Está en la página 1de 2

“Dios es juez justo, Y Dios está airado contra el impío todos los días” (Salmo

7:11).

Este texto presenta dos declaraciones que están íntimamente conectadas:

La primera es que Dios es juez, pero no cualquier tipo de juez, sino uno que es
justo. Que Dios sea justo quiere decir que Dios siempre actúa de acuerdo con lo
que es recto. Esta es una definición de la misma Biblia: “Porque todos sus
caminos (todo lo que Él hace, sus comportamientos) son rectitud; Dios de verdad,
y sin ninguna iniquidad en él; Es justo y recto (Dt 32: 4)”.

Ahora bien, el hecho de que Dios sea juez justo tiene muchas implicaciones. En
primer lugar, Dios es quien decide qué es lo correcto e incorrecto, qué es lo bueno
y lo malo, que es verdad y qué no; Él es la norma final de todo lo que es recto,
verdadero, bueno, o justo. Del mismo modo, debido a la justicia perfecta que lo
caracteriza, es necesario que él aplique el castigo a quienes quebrantan sus leyes,
sus mandamientos. En su calidad de juez justo, Él no puede permitir que el
pecado (la transgresión de la ley) quede impune, sin castigo. El profeta Habacuc,
refiriéndose a Dios, dice: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal”. Y las otras
Escrituras repiten una y otra vez, en textos como Nahúm 1:3 y Números 14:18,
que el Señor “no tendrá por inocente al culpable”.

Es por esa razón, pues, que el salmista declara, en la segunda parte de nuestro
versículo, que Dios está airado contra el impío todos los días. En otro Salmo, el 5,
se dice de Dios: “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El
malo no habitará junto a ti. Los insensatos no estarán delante de tus ojos;
Aborreces a todos los que hacen iniquidad”. Y es lógico que sea así. Pues,
¿cómo podría Él, que es uno cuyo carácter y juicios son santos e incorruptibles,
mirar con satisfacción el pecado y el vicio? ¿Cómo podría el que es infinitamente
santo ignorar el pecado y negarse a manifestar Su severidad hacia él? ¿Cómo
podría Él, que se deleita solo en lo que es puro y digno de Él, no detestar y odiar
lo que es impuro y vil? La naturaleza misma de Dios, pues, hace que él aborrezca
el pecado y esté airado contra quien lo practica.

Nótese que el enojo de Dios con el impío es una cosa de todos los días. En otras
palabras, Dios todos los días, en todo tiempo, siente y manifiesta, unas veces de
forma más clara que otras, ira contra el pecador y de una forma que es constante.

¿Saben? Cuando nosotros pensamos en nosotros mismos, tenemos la tendencia


a pensar en términos muy positivos, y muchos pueden decir “estos textos no
pueden estar refiriéndose a mí, sino a un tipo de persona exageradamente mala y
perversa”. Y es cierto que hay grados de maldad entre la humanidad; es obvio que
algunas personas son más malvadas que otras. También es cierto que no todas
las personas son tan malas como pudieran llegar a ser. Pero también es un hecho
cierto que todos hemos nacido en pecado, que ninguno aquí puede considerarse
excluido de haberlo practicado y que todos hemos sido radicalmente corrompidos
por el mal de manera que no hay parte o facultad en nosotros que no haya sido
afectada por él. Nuestras mentes, nuestras voluntades, y nuestros cuerpos se han
visto afectados por el mal. Hablamos palabras pecaminosas, desarrollamos
acciones pecaminosas, tenemos pensamientos impuros. Nuestros propios cuerpos
padecen los estragos del pecado. Dice el apóstol Pablo en Romanos 3:22, 23:
“Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios”. Y de igual manera, en el libro de Eclesiastés: “Ciertamente
no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”.

Así que, quien quiera que seas, esta tarde Dios te está hablando a ti. Y él también
te dice que, a pesar de tu condición, aún hay esperanza. Porque el Señor es un
Dios, declara Números 14:18: “tardo para la ira y grande en misericordia, que
perdona la iniquidad y la rebelión, aunque (nos deja muy en claro) de ningún
modo tendrá por inocente al culpable”.

Sí, Él es el Dios que puede perdonar el pecado y permanecer inalterablemente


justo. Y lo puede hacer porque otro ya pagó el pecado de todos aquellos que viene
a tener fe en él. Porque cuando Dios envió a Cristo como sacrificio para llevar el
castigo del pecado, lo hizo «para así demostrar su justicia. De este modo Dios es
justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Ro 3:25-26).
Cuando Cristo murió para pagar la pena de los pecados, de todos aquellos que
ponen su esperanza de salvación en él, mostró que Dios era realmente justo,
porque en efecto aplicó el castigo apropiado al pecado en la humanidad de su hijo,
aunque perdonó a su pueblo sus pecados.

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su
sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Romanos 5:8-10)

También podría gustarte