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CIENCIA Y (BUENA) FILOSOFÍA: UN DIÁLOGO NECESARIO

“… reivindico el conocimiento como el pilar fundamental que nos sustenta y que nos
caracteriza positivamente como especie”. Joan Manuel Serrat

“La teoría más bella y elegante vale menos que un dato bien tomado que la contradiga”.
Javier Sampedro

Guillermo Guevara Pardo

Odontólogo, Universidad Nacional de Colombia

Licenciado en Ciencias de la Educación, especialidad Biología, Universidad Distrital


“Francisco José de Caldas”

guillega28@gmail.com

RESUMEN

Ciencia y filosofía necesitan dialogar continuamente, especialmente cuando ciertas corrientes


filosóficas adelantan una cruzada plagada de oscurantismo contra el pensamiento racional.
Sobran los ejemplos de científicos que incursionan en el campo de la elucubración filosófica
y de filósofos que someten a análisis los resultados de la ciencia. Es falso que ciencia y
filosofía no puedan dialogar; no es cierto que cuando estas dos ramas del saber dialogan, la
filosofía adopta una posición “servicial” frente a la ciencia. Si algo ha iluminado el camino
del científico, es la filosofía de la ciencia.

Palabras clave: Ciencia, conocimiento, diálogo, filosofía.

ABSTRACT

Science and philosophy need to talk constantly, specially when certain philosophical currents
advance a crusade riddled with obscurantism in opposition to the rational thought. There are
many examples of scientists who venture into the field of philosophical inquiry and
philosophers who undergo analysis of scientific results. It is false that science and philosophy
could not sustain a dialogue; it is not true that when these two branches of knowledge dialog
philosophy adopts a "obliging" position opposite to the science. If something has illuminated
science path, it is the philosophy of the science.

Key words: Science, knowledge, dialogue, philosophy.

CONTEXTO
Ciencia y filosofía han estado íntimamente relacionadas a lo largo de la historia del
pensamiento humano; comparten con el mito y la religión la misma semilla. Son hijas del
ansia por conocer. La ciencia ha explicado cada vez con más profundidad las causas de los
fenómenos naturales y permitido a la humanidad la práctica del control de la naturaleza. Sus
resultados han cambiado la manera como pensamos el mundo y nuestro lugar en él. Hasta el
siglo XVII eran una sola rama. Los primeros filósofos también eran physikos, es decir,
investigadores de la physis, la naturaleza: Aristóteles fue filósofo y también científico,
aunque su ciencia fuera altamente especulativa y alejada de la observación y la
cuantificación. La Revolución Científica, impulsada primero por Galileo y después por
Newton la llevó a romper con las explicaciones mitológicas y religiosas y la alejó de la
filosofía; terminó, afortunadamente, bajo la esclavitud del mundo preguntando por el cómo
de las cosas, por el mecanismo; el por qué quedó como tema de la especulación filosófica.
Quienes se dedicaban a indagar sobre los misterios del Kosmos, dejaron de ser «filósofos
naturales» y se convirtieron en «científicos» (la palabra científico fue acuñada por William
Whewell en 1833). A pesar del alejamiento de esas dos ramas del «árbol del bien y del mal»,
el encuentro entre ciencia y filosofía siempre ha sido necesario. Esa relación es ineludible,
como bien lo señaló Federico Engels en Dialéctica de la naturaleza: “…los naturalistas se
hallan siempre bajo el influjo de la filosofía. Lo que se trata de saber es si quieren dejarse
influir por una filosofía mala y en boga o por una forma del pensamiento teórico basada en
el conocimiento de la historia del pensamiento y de sus conquistas”. El científico argentino,
Carlos E. Romero de la Universidad Nacional de La Plata, afirma: “La filosofía, pues, no
puede ser una actividad desligada de la ciencia, sino que debe realimentarse con esta, debe
cambiar con esta, y debe servir siempre para proporcionar una mejor comprensión de los
problemas científicos”. Ciencia y filosofía se desarrollan en el marco de un medio social e
histórico concretos, por eso tampoco se debe perder de vista la acertada advertencia que
hicieran Marx y Engels en La ideología alemana: “…la clase que constituye la fuerza
material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su fuerza intelectual dominante. La
clase que tiene los medios de producción material a su disposición tiene al mismo tiempo el
control de los medios de producción mental…”; no es extraño entonces que en estos tiempos
de feroz neoliberalismo y de lucha de las potencias por el dominio económico y político del
mundo, la decadente burguesía gobernante cohoneste con el desarrollo de tesis (como
instrumentos de alienación) alejadas del pensamiento científico como son el creacionismo,
el terraplanismo o la negación del cambio climático.

Hay momentos en los que el diálogo entre científicos y filósofos se debe profundizar, como
ahora, cuando algunos investigadores de la teoría de cuerdas han planteado que, si alguna
teoría física es suficientemente elegante y explicativa, ella no necesita ser sometida a la
prueba experimental, que bastan los argumentos filosóficos y estadísticos para probar su
veracidad. Para contrastar históricamente esa propuesta, veamos el espíritu de lo que en 1974
escribieron Sheldon Lee Glashow y Howard Georgi en el artículo Unity of all elementary-
particle forces, a propósito de lograr una teoría de unificación de tres de las fuerzas
fundamentales de la naturaleza. El mencionado escrito comienza de la siguiente manera:
“Presentamos una serie de hipótesis y de especulaciones que conducen sin remedio a la
conclusión […] de que todas las fuerzas producidas por partículas elementales (la fuerte, la
débil y la electromagnética) son diferentes manifestaciones de la misma interacción
fundamental que involucra a una única intensidad de conexión. Nuestras hipótesis pueden
ser erróneas y nuestras especulaciones absurdas, pero la unidad y la sencillez de nuestro
esquema son razones suficientes para que sea tomado en serio”. Glashow y Georgi no
reclamaban que los solos criterios de unidad y sencillez fueran suficientes para demostrar
como verdadera su teoría de unificación. Por el contario, ya que su hipótesis predice la
posible desintegración del protón, ellos llaman a los experimentadores a intentar comprobar
esta predicción. Más recientemente, en la revista Investigación y Ciencia de junio de 2019,
Astrid Eichhorn y Chritof Wetterich, investigadores en gravedad cuántica, invocan, no la
belleza ni la consistencia matemática interna que puedan tener ciertas teorías sobre tan
interesante fenómeno, sino al resultado experimental: “Para decidir cuál de los candidatos
a una teoría cuántica de la gravedad guarda alguna relación con la naturaleza, hemos de
comparar los resultados de los distintos modelos con las observaciones experimentales”1 así
los efectos cuánticos de la gravedad se manifiesten a energías por ahora tecnológicamente
inalcanzables: la energía a la que opera el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) es unas
1015 veces menor que la que se necesita para hacer física a la escala de Planck2 que es donde
se supone se manifestará la naturaleza cuántica de la fuerza gravitacional. Las teorías se
buscan con el objetivo de explicar el mundo material, no para despertar arrebatos estéticos;
que frente a una construcción teórica se vea o no belleza, armonía, elegancia, naturalidad,
simetría, simplicidad, unificación… ¡es harina de otro costal! Es interesante (y en mi
concepto acertada) la definición de «belleza» que dio John Ellis en una entrevista del 23 de
agosto de 2020 al diario El Tiempo; al preguntársele sobre por qué considera «linda» la
supersimetría el destacado físico teórico respondió: “Hay una discusión entre los físicos
sobre qué papel tiene la belleza en la formulación de las teorías básicas. ¿Qué es la belleza
en la materia física? Para mí, la belleza es algo que funciona muy bien. Por ejemplo, no se
puede decir que el LHC es bello; es una cosa complicada, no tiene la belleza en un sentido
tradicional, pero para mí es bellísimo porque funciona muy bien, hace su trabajo muy bien,
permite a los físicos hacer sus trabajos, entonces es una cosa bella. Por eso, para mí, la
supersimetría es una cosa bella, es una teoría complicada”.

1
No es que el científico debe dejar de sentir la sensación subjetiva de belleza frente a una determinada teoría,
pero como señala Steven Weinberg: “…sean cuales sean las teorías planteadas por nuestras ideas estéticas,
tienen que confrontarse de algún modo con la experiencia real. Y, con el paso del tiempo, hemos aprendido no
solo que las teorías planteadas por nuestro sentido de la belleza tienen que ser confirmadas por la experiencia,
sino que nuestro sentido de la belleza cambia gradualmente en función de nuestra experiencia”.
2
La escala de Planck equivale a 1,6 x 10-35 metros, unas 1020 veces menor que el tamaño de un protón; esa
distancia tan inimaginablemente corta no desempeña ningún papel en el mundo cotidiano, pero a tal longitud
la gravedad ya no puede describirse en términos de la teoría de la relatividad general, que es una teoría clásica.
En 2013 el filósofo austríaco Richard Dawid publicó el libro String Theory and the Scientific
Method donde toma la teoría de cuerdas como ejemplo del uso de la “evaluación no empírica
de las teorías” y propone una «corrección» del método científico para que las hipótesis
científicas se puedan evaluar recurriendo a criterios puramente teóricos. Los cosmólogos
George Ellis y Joe Silk publicaron en la revista Nature en diciembre de 2014 un artículo
titulado Defend the Integrity of Physics donde han señalado que hay una tendencia creciente
en la física teórica y la cosmología (particularmente entre quienes trabajan en la teoría de
cuerdas) a desechar criterios centenarios para evaluar la validez de una teoría científica, en
particular, la capacidad de hacer predicciones sobre el mundo real, y a desechar el criterio
experimental sosteniendo que no importa comprobar una teoría si ella se adapta en forma
convincente y con gran poder explicativo a otras teorías. Ellis y Silk sostienen con
preocupación que “…la física teórica corre el riesgo de convertirse en una tierra de nadie
entre las matemáticas, la física y la filosofía que, en realidad, no cumple los requisitos de
ninguna de ellas”. Renunciar al método científico es contribuir irresponsablemente a
debilitar de manera grave la columna vertebral de la ciencia y abrir de par en par las puertas
a la pseudociencia, es permitir que la evaluación de una teoría científica pase a depender de
consideraciones sociales, políticas o sicológicas. Entonces la verdad o falsedad de una
hipótesis científica no se determinará de lo que digan los resultados de la práctica
experimental sino, por ejemplo, del sentimiento de belleza que logre despertar: los que más
saben podrán dictaminar qué teorías son bellas y entonces declararlas verdaderas. Frank
Wilczek, laureado con el Premio Nobel en 2004 por sus aportes a la comprensión de la fuerza
nuclear fuerte, llega al extremo de afirmar que los investigadores descubren leyes de la
naturaleza porque ellas son bellas. ¿Cómo explicar entonces que se haya descubierto el
modelo estándar, al que muchos físicos teóricos califican de «feo»? Hasta los cambios de
paradigma de T. Kuhn se ven revisados: cuando ocurre una revolución en la ciencia los
científicos solo se desprenden de su concepto de belleza. Entonces uno tiene derecho a
preguntarse: ¿acaso no fueron ciertos hechos del mundo real los que llevaron a revisar la
mecánica clásica para llegar a la mecánica cuántica? Definitivamente el éxito de una teoría
científica radica en su capacidad de explicar una parcela del mundo, en hacer predicciones
que se puedan contrastar en experimentos en principio posibles de llevar a cabo, en estar de
acuerdo con las observaciones y en ser respaldada por los experimentos. Newton lo había
señalado con claridad: “…el método correcto de averiguar las propiedades de las cosas es
el de deducirlas a través de la experimentación”. Eso es lo primero, después vendrán los
sentimientos de belleza o fealdad que a un científico pueda despertarle una teoría. Los físicos,
no la naturaleza, son los que se cuentan unos a otros que tal o cual ley es bella o fea. En una
conversación con Sabine Hossenfelder, George Ellis le comenta con preocupación que “los
físicos han sido apartados de la filosofía por una determinada serie de filósofos que soltaban
tonterías…” (hace una corta referencia a la denuncia de Alan Sokal) y agrega: “Y hay
filósofos que, desde un punto de vista científico, dicen tonterías”,3 como las de Jacques
Lacan, de quien Sokal dice que “es un chiflado, un chiflado erudito, desde luego, pero
chiflado al fin y al cabo”.

De aceptarse la propuesta de relajar el método científico, no solo sería afectada la física sino
también todas las demás ramas de las Ciencias Naturales: uno podría imaginar, con
escalofrío, que alguien pueda proponer un modelo de la evolución humana que no sea
contrastado con los fósiles o con la genética molecular y pretender hacerlo pasar por
verdadero. También se ha recurrido al criterio de belleza4 o al acuerdo entre los miembros de
cierta comunidad que pueden volverse dogmáticos y llevar a un severo conflicto con la
objetividad científica: hasta ahora las observaciones no han podido confirmar teorías como
la supersimetría o la gran unificación, sustentadas en criterios principalmente estéticos. En
ciencia, el camino hacia la verdad, no se recorre por la senda de la estética sino por el más
escabroso y duro de la realidad y la experimentación. Jim Baggott, físico interesado en
filosofía e historia de la ciencia, plantea en su texto La historia del cuanto: “La teoría tiene
que tener la disciplina de experimentar si quiere seguir centrándose en las cosas que
realmente importan, las cosas que manifiestamente suceden en el mundo real. Sin
experimentos, la teoría corre el riesgo de recaer en la metafísica, en una especulación
relativamente ociosa acerca de cuántos ángeles caben en la punta de una aguja, o sobre
cuántas dimensiones espaciales no vistas (e invisibles) se necesitan para que puedan vibrar
en ellas las supercuerdas”. El investigador español Rafael Andrés Alemañ Berenguer
considera a los científicos como una especie de detectives muy particulares, que en lugar de
“dedicarse a buscar a quien ha infringido alguna ley, lo que buscan son las leyes de la
naturaleza en sí mismas, una clase de leyes que nadie puede romper”. Y agrega que el
científico propone preguntas específicas: “Esas preguntas, debidamente planteadas en el
marco de la ciencia, se denominan experimentos, y constituyen nuestra principal fuente de
información para descubrir cuáles son las leyes que gobiernan el universo en el que
vivimos”.

Respecto de los defensores del concepto de multiverso, Ellis pregunta si es posible defender
una teoría como científica cuando ella no puede someterse a la prueba experimental ya sea
de manera directa o indirecta.5 En honor a la verdad, hay científicos, como Lisa Randall de

3
Es de anotar que George Ellis recibió el Premio Templeton que pretende, entre otras cosas, según la
Fundación John Templeton “…ayudar a que la gente vea la infinitud del Espíritu Universal, que todavía crea
galaxias y seres vivos, y los distintos modos en que el Creador se revela a las distintas personas”.
4
Hermann Weyl, matemático alemán, que hizo importantes aportes a la física renunciaba peligrosamente al
método científico cuando declaró: “Mi trabajo trata siempre de unir lo verdadero con lo bello; sin embargo,
cuando tengo que elegir entre lo uno o lo otro, habitualmente elijo lo bello”; Weyl debía saber que lo único
que conduce hacia la verdad empírica, es el método científico.
5
Voces autorizadas se han pronunciado a favor y en contra de la posibilidad de que existan otros universos.
El cosmólogo Paul Steinhardt califica la idea de “barroca, antinatural, indemostrable y, en definitiva, peligrosa
para la ciencia y la sociedad”; para Paul Davies es “simplemente un deísmo ingenuo envuelto con elegancia en
lenguaje científico”; Para George Ellis “los defensores del multiverso …están redefiniendo de manera implícita
la Universidad de Harvard, defensores de la teoría de cuerdas y de los universos múltiples
que no han renunciado a la prueba experimental para demostrar la veracidad de esas teorías.
También es el caso de Sabine Hossenfelder, física teórica del Instituto de Estudios Avanzados
de Fráncfort, especialista en el estudio de la gravedad cuántica, que ha señalado: “…es
imposible construir una teoría científica partiendo exclusivamente de su plausibilidad
matemática. A fin de cuentas, siempre es posible considerar sistemas de axiomas que, aun
siendo coherentes desde un punto de vista matemático, no guarden ninguna relación con el
mundo real. Y, por otro lado, una teoría que no establece relación alguna con las
observaciones no merece, en mi opinión, llamarse científica”. La investigadora alemana
también se muestra escéptica respecto de la eficiencia de los criterios estéticos para valorar
la veracidad de una teoría científica (“Al final, solo la experimentación puede determinar
qué teoría de la naturaleza es correcta”.), pues al alejarse de lo empírico, se convierten en
sesgos que dificultan el conocimiento: “…aunque crear obras bellas es un oficio respetable,
la ciencia no es un arte. No buscamos teorías para provocar reacciones emocionales;
buscamos explicaciones a lo que observamos. La ciencia es una empresa organizada para
superar las limitaciones de la cognición humana y evitar las falacias de la intuición. La
ciencia no tiene que ver con la emoción; tiene que ver con números y ecuaciones, datos y
gráficas, hechos y lógica”.

Sobre el papel de las matemáticas, Max Planck uno de los más grandes científicos del siglo
XX, sostenía: “La lógica en su forma más pura, las matemáticas, solo coordina y articula
una verdad con otra. Da armonía a la superestructura de la ciencia, pero no puede
proporcionar los cimientos o las piedras fundamentales”.6 Algunos teóricos de la teoría de
cuerdas practican una especie de complicada gimnasia mental: realizan difíciles cálculos
matemáticos, que causan gran impresión, pero que al final no demuestran nada. Tampoco se
trata aquí de negar el enorme poder que tienen las matemáticas para comprender las leyes del
universo: por muy abstractos que parezcan sus conceptos, ellas están en la base de las grandes
teorías de la ciencia y de sus principales aplicaciones tecnológicas. Física y matemáticas
trabajan juntas, se retroalimentan; las ingeniosas propuestas teóricas (sustentadas con un gran
enfoque matemático) de Maxwell, Dirac, Einstein o Higgs tuvieron que finalmente enfrentar
la prueba experimental para demostrar que sus hipótesis eran verdaderas. Las matemáticas
son hermosas, funcionales y efectivas pero toda teoría científica debe ser confirmada

lo que se entiende por ciencia”; David Gross considera que la idea “huele a ángeles”; para Neil Turok la
propuesta implica “la catástrofe definitiva” y para John Horgan “las teorías del multiverso no son teorías, sino
que son ciencia ficción, teología, producto de la imaginación no limitada por las evidencias”. Desde la orilla
opuesta, a Leonard Susskind le parece “emocionante pensar que el universo pueda ser mucho más grande,
más rico, y [más] variado de lo que nunca esperamos”; para Bernard Carr “la idea de un multiverso implica
una nueva perspectiva de la naturaleza de la ciencia y no es de extrañar que ello provoque incomodidad desde
el punto de vista intelectual”; Tom Siegfried critica a sus opositores pues tienen “la misma actitud que llevó a
algunos de los científicos y filósofos del siglo XIX a negar la existencia de los átomos”.
6
Sobre este asunto Steven Weinberg apunta: “La matemática misma no es nunca una explicación de algo; es
solo el medio que utilizamos para explicar un conjunto de hechos a partir de otro y el lenguaje en el que
expresamos nuestras explicaciones”.
experimentalmente. Puede ser cierto que el idioma en que está escrito y habla el universo sea
el de los números, pero necesita de los datos empíricos para hacerse entender.

No es que sea esta la primera vez que se plantea tal exabrupto. En la década de los años 1930,
por ejemplo, Arthur Eddington uno de los científicos más destacados de ese entonces, intentó
establecer una conexión (válida) entre microfísica y cosmología tratando de encontrar una
relación entre constantes cosmológicas y atómicas. Dicho intento estaba acompañado por la
supuesta existencia de un «número cósmico» (N), definido como la cantidad de electrones (o
de protones) que hay en la porción observable del universo, cuyo valor calculó en
aproximadamente 1079. Respecto de la ambiciosa empresa del físico británico, Helge Kragh,
historiador de la ciencia, señala: “El núcleo del programa de Eddington era su intento de
deducir los valores numéricos de combinaciones adimensionales de constantes naturales a
partir de consideraciones epistemológicas y conectarlas con el gran número definitivo, el
número cósmico”. El fundamento filosófico de ese programa llevó a Eddington a identificar
el mundo objetivo, no con el de los fenómenos físicos que se estudian experimentalmente,
sino con el mundo de la consciencia y lo espiritual. De aquí que considerase las leyes de la
naturaleza como construcciones subjetivas de los físicos: “Todas las leyes de la naturaleza
que se suelen clasificar como fundamentales pueden predecirse totalmente a partir de
consideraciones epistemológicas. Corresponden a un conocimiento apriorístico y son, por
tanto, totalmente subjetivas”. Para este científico el acuerdo con los experimentos no tiene
gran importancia, lo que lo lleva a afirmar que su teoría “no se apoya en […] comprobaciones
experimentales… Debería ser posible juzgar si el tratamiento matemático y las soluciones
son correctos, sin buscar la solución en el libro de la naturaleza”. Parafraseando el concepto
de Lenin respecto de la gnoseología defendida por Henri Poicaré, se puede decir también de
Eddington que era “gran físico y débil filósofo”.

El hecho de que la teoría de cuerdas (o la cosmología inflacionaria7) al día de hoy no pueda


ser contrastada experimentalmente, no significa que la verdad de esa teoría dependa

7
En el artículo La burbuja de la inflación cósmica (Investigación y Ciencia, No 487, abril de 2017) Anna Ijjas,
Paul J. Steinhardt y Abraham Loeb, tomando como base los datos del mapa del fondo cósmico de microondas
obtenido por el satélite Planck de la Agencia Espacial Europea, ponen en entredicho la validez de la teoría de
la «inflación» que durante algo así como 35 años ha gozado del respaldo de la mayoría de la comunidad de
cosmólogos. Al final del mencionado artículo los autores plantean la necesidad de poder confrontar esta teoría
con otras, frente a las observaciones que se tienen: “Sin embargo, hay algo que lo impide: la cosmología
inflacionaria, tal y como la entendemos hoy, no puede ser evaluada mediante el método científico”. Las
particulares características de la teoría de la inflación la hacen “… tan flexible que ningún experimento puede
desmentirla”. Y agregan la siguiente reflexión de naturaleza filosófica: “Algunos científicos aceptan que la
inflación no puede ponerse a prueba, pero se niegan a abandonarla. En su lugar, proponen que es la ciencia la
que debe cambiar y deshacerse de una de sus propiedades definitorias: la verificabilidad empírica. Esta idea
ha desatado una auténtica montaña rusa de discusiones sobre la naturaleza de la ciencia y sobre su posible
redefinición en pos de algún tipo de ciencia no empírica”. Y a renglón seguido añaden (con acierto, creo yo):
“Es un error bastante común afirmar que los experimentos sirven para falsar una teoría. En la práctica, una
teoría fallida se torna cada vez más inmune al experimento a medida que la vamos enmendando. Se vuelve
cada vez más esotérica y rocambolesca para ajustar las nuevas observaciones, hasta que su poder predictivo
únicamente de la consistencia matemática o de argumentos estéticos: “Hasta que los
partidarios de las cuerdas no interpreten propiedades percibidas del mundo real,
simplemente no están haciendo física”, escribió el físico estadounidense Sheldon Lee
Glashow en su mordaz crítica a los teóricos de cuerdas que intentan sustituir la noción
empírica de verdad por consideraciones puramente estéticas. 8 Estas propuestas rompen con
siglos de tradición filosófica que define el conocimiento científico como esencialmente
empírico, con ellas se corre el riesgo de enviar el método científico al cesto de la basura.
Aceptarlas, es negarle a la ciencia la posibilidad de describir la realidad; además significa
abrir de par en par las puertas a las seudociencias, que pedirán entonces ser tratadas en pie
de igualdad con la ciencia. No hay que olvidar la popularidad que en su momento tuvo el

disminuye hasta tal punto que ya ni siquiera se persigue. La capacidad predictiva de una teoría se mide por el
conjunto de posibilidades que excluye. Una mayor inmunidad equivale a menor exclusión y, por tanto, a una
capacidad menor. […] Declarar que una teoría vacía constituye la visión canónica e incuestionable requiere
algún tipo de garantía más allá de la ciencia. A falta de oráculo, la única alternativa es el principio de autoridad.
La historia nos enseña que este no es el camino correcto”.
En este apasionante e importante debate científico y filosófico, la defensa de la cosmología inflacionaria
también ha hecho sentir su voz. En la misma revista citada más arriba Juan García – Bellido, investigador en el
Instituto de Física Teórica adscrito a la Universidad Autónoma de Madrid y el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC), y aliado de Andrei Linde y Alan Guth (dos de los fundadores de la teoría
inflacionaria), ha esgrimido conceptos especializados en defensa de la susodicha teoría y se queja de que el
tono empleado en el debate por parte de Ijjas, Steinhardt y Loeb lo que busca es “predisponer al lector en
contra de un paradigma fuertemente afianzado en la comunidad científica, de enorme éxito epistemológico y
cuyas predicciones han sido contrastadas con exquisita precisión por los experimentos. Un paradigma que,
además, nutre la investigación de un creciente número de científicos de reconocido prestigio”. El escrito de
García - Bellido en defensa de la teoría de la inflación finaliza con la siguiente reflexión: “Para acabar, los
argumentos de cariz teleológico, o de «diseño inteligente», empleados por los autores (su insistencia en que
una teoría cosmológica debería predecir un universo tal y como el que vemos, y no otras cosas) recuerdan a
los ataques lanzados hace 150 años contra la teoría de Darwin, la cual proporcionaba un mecanismo genérico
para explicar la evolución biológica. Es muy cierto que la selección natural no predice la existencia de las
especies y los seres vivos que hoy pueblan la Tierra, sino la evolución de unas especies en otras; pero
¿deberíamos rechazarla por ello?”.
“Es más, la teoría de Darwin no hacía ninguna predicción concreta que pudiera contrastarse mediante las
observaciones ni los experimentos. Ese no es el caso de la teoría inflacionaria, la cual sí predice varias de las
propiedades clave del universo que observamos… [Y aquí pasa a enumerar algunas de ellas que para lo que
interesa no viene al caso detallar]. Todas esas predicciones se han visto confirmadas con extraordinaria
precisión por los datos de Planck. La única que falta por verificar es la impronta de las ondas gravitacionales
primordiales en el fondo cósmico… Es de esperar que el enorme desarrollo experimental en el estudio del fondo
de microondas nos permita confirmar este fenómeno en un futuro próximo”.
“La inflación proporciona un mecanismo genérico coherente para explicar con un detalle asombroso
numerosas cualidades no triviales del universo. También nos permite entender su dinámica y evolución a
escalas que se encuentran fuera del alcance de los aceleradores de partículas presentes o futuros. Los datos
de Planck, gracias a su exquisita precisión, han situado este gran paradigma científico en una posición mucho
mejor que nunca”. El debate científico aún no está definido, el epistemológico hace siglos se saldó.
8
Por su parte, el premio nóbel de física Gerard’t Hooft, en una entrevista a la revista Investigación y Ciencia
de mayo de 2019 señalaba: “En mi honesta opinión, la teoría de cuerdas está muy lejos de poder describir
nuestro universo”. Antes, Steven Weinberg, en su texto El sueño de una teoría final, declaraba que “…las
teorías de cuerdas representan potencialmente un paso importante hacia una explicación racional de la
naturaleza”, aunque también reconoce que “…hasta el momento no ha surgido ninguna predicción
cuantitativa detallada que nos permita una prueba decisiva de la teoría de cuerdas”.
físico teórico estadounidense Fritjof Capra con su libro de 1975 Tao de la física, donde
sostenía haber encontrado una profunda relación entre la mecánica cuántica y el misticismo
oriental, como el budismo Zen.9 A propósito de esa supuesta relación el físico teórico Sean
Carroll señala con claridad que la ancestral sabiduría budista “…no estaba basada en la
quiebra del determinismo clásico a escala atómica ni prefiguraba la física moderna en
ningún sentido razonable, más allá de las inevitables semejanzas casuales en la elección de
las palabras al hablar de grandiosos conceptos cósmicos…Es una falta de respeto tanto
hacia los filósofos antiguos como hacia los físicos modernos ignorar las diferencias reales
en sus objetivos y métodos, en un intento de crear vínculos tangibles a partir de semejanzas
superficiales”. En esta misma línea mística Gary Zukav, en su texto The Dance Wu Li
Masters, publicado también en la década de los años 1970, atribuye conciencia a los fotones
(las partículas de la luz) pero se niega a aceptar la existencia de los átomos: “Los átomos
nunca fueron en absoluto cosas “reales”. Los átomos son entes hipotéticos construidos para
que las observaciones experimentales sean inteligibles. Nadie, ni una sola persona, ha visto
jamás un átomo”. Algo semejante sostenía el positivista Ernst Mach, para quien como “los
átomos no pueden apreciarse por los sentidos…son cosas del pensamiento”. Con este
enfoque filosófico la física pasa a ser un reflejo de la mente humana (conociéndose a sí
mismo, se logra el conocimiento del mundo), en lugar de la descripción de fenómenos
conformados de campos, fuerzas y partículas cuya existencia es independiente del sujeto que
los investiga.

Ciencia y filosofía dialogan, a pesar de lo que piensa, por ejemplo, Martín Zubiria en su
análisis del tratado aristotélico Sobre el cielo, donde plantea que “…entre ciencia y filosofía
no puede haber diálogo posible, en la medida que cada una continúe siendo lo que de suyo
y por principio es”; además supone que “…cada vez que las ciencias positivas y la filosofía
se juntan en connubio, engendran una suerte de saberes híbridos que luego se multiplican
por sí mismos con el descontrol de las células cancerosas…cuando la filosofía corre a
ocuparse de otros saberes y promueve el surgimiento de disciplinas tales como las llamadas
“filosofía de la ciencia”, “filosofía de la matemática”, “filosofía de la biología”, “filosofía
de la comunicación”, “filosofía de la educación”, etc., parece dar por supuesto que no tiene
una cosa propia de que ocuparse, y en el temor de verse barrida, por así decir, del campo
del saber científico, busca el contacto con las llamadas “ciencias” para justificar de ese
modo su propia existencia. Asume así una posición “servicial” frente a los saberes positivos
e incluso “técnicos”, con la pretensión de auxiliarlos en la tarea de determinar sus
respectivos estatutos epistemológicos”.

9
Algunos defensores de estas extrañas ideas sostienen que el ser humano es un reflejo del cosmos y para
probarlo alegan que los «sabios ayurvédicos» descubrieron que el número de huesos del cuerpo humano,
equivale al número de días que tiene un año: el número resulta de sumar los 308 huesos de un recién nacido,
32 dientes y 20 uñas. Lo increíble es que la suma es igual a 360 días y la órbita sideral de la Tierra se da en
365,25636 días.
La valoración de Zubiria no puede ser más injusta con el papel que la filosofía ha jugado en
la historia de la ciencia. Cualquiera que haya leído Azar y necesidad de Jaques Monod o el
Anti Dühring de Federico Engels, o Materialismo y Empiriocriticismo de Lenin, o El juego
de lo posible de François Jacob, o La estructura de las revoluciones científicas de Thomas
S.Kuhn por citar solo estos ejemplos, no podrá dejar de apreciar la riqueza que gana la
explicación científica cuando ella es sometida al escrutinio desde un sistema filosófico; nadie
podrá alegar que Monod, Engels, Lenin, Jacob o Kuhn utilizan la filosofía como una lacaya
de la ciencia. ¿O es que, por ejemplo, en el sueño de una teoría del todo en la física, como
búsqueda de unidad y simplicidad en la naturaleza, la filosofía no tiene nada que decir porque
esa es una empresa que le compete más a la ciencia? Y ¿no tienen que entrar a dialogar
científicos y filósofos cuando Thomas Nagel, de la Universidad de Nueva York, propone
tener en consideración la posibilidad de la existencia de leyes naturales teleológicas? Cuando
Ignacio Morgado, profesor de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona
(España), plantea: “El mundo es una ilusión creada por el cerebro… Nada de lo que hay
aquí está realmente fuera, todo son ilusiones creadas por nuestro cerebro” y, Albert Einstein
defendía que: “La creencia en un mundo exterior independiente del sujeto perceptor, es la
base de toda ciencia natural”, ¿no hay aquí dos hombres de ciencia anclados en los campos
filosóficos irreconciliables del idealismo y del materialismo? El hecho de interpretar el
mundo (y de intentar transformarlo) en cualquiera de sus dimensiones, implica
necesariamente adoptar una posición filosófica.

Los logros de la ciencia pasan por el crisol del análisis filosófico y la filosofía es una guía
para la acción en la investigación científica. El científico debe atreverse a la elucubración
filosófica y el filósofo adentrarse en el campo de la ciencia: cuando un presocrático, como
Tales de Mileto, se preguntaba por el origen de todas las cosas planteaba una pregunta de
carácter filosófico y de naturaleza científica. El milesio fue capaz de determinar la fecha de
un eclipse de sol y de idear un procedimiento matemático para medir la altura de una
pirámide, tareas propias de la ciencia. Los filósofos jonios fueron los primeros en intentar
dar una explicación racional de los fenómenos que veían, sin recurrir a los dioses. Las
observaciones de Nicolás Copérnico pusieron a la Tierra y demás planetas a girar alrededor
del Sol y desataron una revolución en la esfera de la ciencia que tuvo significativas
repercusiones filosóficas. Otro caso más cercano a nuestra centuria es la idea de “selección
natural”, que tanta atracción ejerce sobre científicos con inquietudes filosóficas y sobre
filósofos interesados en los resultados de la ciencia. Agreguemos los debates filosóficos que
genera la teoría de la relatividad, o los debidos a los insólitos comportamientos de las
partículas atómicas explicados por la mecánica cuántica, o los que suscita la ingeniería
genética, especialmente ahora cuando se tienen tecnologías que permiten modificar el
genoma humano de células enfermas, pero también el de óvulos y espermatozoides.10 Estos

10
La técnica más moderna de edición génica recibe el nombre de CRISPR, siglas de clustered regularly
interspersed palindromic repeats («repeticiones breves palindrómicas agrupadas y regularmente
espaciadas»). Con esta novedosa técnica, científicos chinos han obtenido cabras que producen más cachemir
y otros ejemplos se han repetido en el tiempo con Aristóteles, Demócrito, Lucrecio,
Pitágoras, pasando por Descartes, Galileo, Kepler, Newton, Kant, Laplace, Darwin, Marx,
Engels y tantos más, hasta llegar a Planck, Einstein e inclusive al muy renombrado Stephen
Hawking.

PELIGRO POSMODERNISTA

La ciencia es el camino más expedito que tiene el hombre para alcanzar el conocimiento
objetivo de la realidad material que lo rodea. La objetividad (aceptar que el mundo tiene una
existencia independiente de nuestra conciencia) previene al pensamiento de la tentación de
pretender ir más allá de la verdad científica para buscar inexistentes principios metafísicos
«superiores». Sostener que en el ámbito de las ciencias naturales no sea el experimento el
evaluador de la veracidad o falsedad de una teoría, sino que sea la belleza interna (cualquier
cosa que ello signifique) o el consenso de los que más saben es renunciar al principio de
objetividad, es traspasar peligrosamente los límites del pensamiento científico. Sin el recurso
de tal principio es imposible obtener un conocimiento fidedigno de las leyes que gobiernan
el comportamiento de los fenómenos naturales y sociales. 11 Además, él permite el desarrollo
tecnológico de los conocimientos logrados: la ingeniería genética, por ejemplo, es posible
solo como consecuencia del cúmulo de conocimientos adquiridos sobre la estructura y
función de la molécula del ácido desoxirribonucleico (ADN), que tiene realidad objetiva, no
es una creación de la mente, existe con independencia del sujeto cognoscente; dicha
tecnología permite la manipulación de los genes, hacer algo que la naturaleza nunca ha hecho:
insertar el gen humano de la insulina en la intimidad del genoma de un microorganismo y
con esa elegante jugada, mejorar la calidad de vida de quienes sufren diabetes.12

que las tradicionales silenciando un gen que controla la longitud del pelo en diversos animales, ser humano
incluido. CRISPR también se ha empleado en experimentos con embriones humanos para controlar una
enfermedad genética (la talasemia), para impedir que el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) penetre
en células sanas y en octubre de 2016 para tratar un paciente con cáncer de pulmón. Y hay numerosos
proyectos para desarrollar en el futuro inmediato.
11
La inmensa mayoría de los científicos estarán de acuerdo en que el conocimiento es una «creencia
verdadera y justificada por los datos experimentales», mientras que los defensores del posmodernismo lo
consideran como «cualquier sistema de creencias colectivamente aceptado». Otros sostienen que las leyes
físicas se aplican solamente durante un experimento. Si las ecuaciones de Maxwell solo son válidas en un
laboratorio de electrónica, ¿cómo se puede explicar su utilidad en todos los medios de comunicación que
utilizamos a diario?
12
Los filósofos afectos al posmodernismo suponen que esta visión heredada de Descartes y Newton, ha sido
puesta en duda por los estudios en el campo de la filosofía de la ciencia “y, más recientemente, las críticas
feministas y posestructuralistas han desmitificado el contenido sustantivo de la práctica científica occidental
dominante, revelando la ideología de dominación oculta tras la fachada de «objetividad». De este modo, se
ha evidenciado cada vez más que la «realidad» física, al igual que la «realidad» social, es en el fondo una
construcción lingüística y social; que el «conocimiento» científico, lejos de ser objetivo, refleja y codifica las
ideologías dominantes y las relaciones de poder de la cultura que lo ha engendrado; que las pretensiones de
La peligrosa moda del relativismo filosófico riñe con el principio de objetividad al sostener,
por ejemplo, que en el ámbito de la ciencia cualquier explicación es válida. 13 Valga el caso
del filósofo Paul Feyerabend para quien las proposiciones “la Tierra gira alrededor del Sol”
y “la Tierra es una esfera hueca que contiene el Sol, los planetas y las estrellas fijas” 14,
tienen el mismo grado de validez. La ciencia, la seudociencia, la magia negra y el vudú
terminan en pie de igualdad: “una distinción entre ciencia y seudociencia no es ni posible,
ni deseable”.15 Contrasta tan anárquica concepción de Feyerabend con la clara y precisa del
matemático italiano Carlo Frabetti, que sin dejar ningún asomo de duda considera: “La
seudociencia no solo es la peor enemiga de la ciencia (después de la religión, que constituye
un capítulo aparte), sino de la racionalidad misma y de la cultura en su conjunto...”. No
puede caber ninguna duda de que la distinción tiene que ser posible y deseable en la lucha
sin cuartel por defender la integridad del pensamiento racional. 16 Para el relativismo

verdad de la ciencia dependen, de un modo inherente, de la propia teoría y son autorreferenciales; y, por
consiguiente, que el discurso de la comunidad científica, a pesar de su innegable valor, no puede aspirar a un
estatuto epistemológico privilegiado respecto a las narrativas antihegemónicas que emanan de las
comunidades disidentes o marginadas”.
13
El peripatético profesor Brudzewski, desagradable personaje de la novela Copérnico, del escritor irlandés
John Banville, dice: “La astronomía no muestra al universo tal cual es, sino tal como nosotros lo observamos;
por lo tanto, cualquier teoría que describa nuestras observaciones es correcta”. Cualquier seguidor del
posmodernismo o del principio antrópico seguramente firmaría con ojos cerrados tan fantasiosa como
absurda afirmación.
14
En El péndulo de Foucault, novela de Umberto Eco, uno de sus personajes plantea algo semejante: “La Tierra
es hueca: nosotros no vivimos fuera, en la costra externa, convexa, sino dentro, en la superficie interna,
cóncava. Lo que creemos que es el cielo, sólo es una masa de gas con zonas de luz brillante, es el gas que llena
el interior del globo. Hay que revisar todas las medidas astronómicas. El cielo no es infinito, sino circunscrito.
El Sol, suponiendo que exista, no es más grande de lo que parece. Es una pajita de treinta centímetros de
diámetro situada en el centro de la Tierra. Ya lo sospechaban los griegos”.
15
A pesar de una aparente contradicción entre posmodernismo y seudociencia estas dos formas de
irracionalidad terminan convergiendo: en ocasiones los defensores de la seudociencia recurren a los
argumentos del posmodernismo cuando se les cuestiona la racionalidad de sus datos y, el desprecio del
pensamiento posmoderno por las afirmaciones de la ciencia entra en simbiosis con alguna forma de la
seudociencia. Piénsese, por ejemplo, en el terraplanismo, las abducciones por extraterrestres, la homeopatía
(forma de medicina alternativa de base biológica vitalista creada por el médico alemán Samuel Hahnemann
en 1796 y cuyos principios se han mantenido desde entonces casi inalterados, a pesar de los espectaculares
avances en biología, física y química), la terapia del toque terapéutico, las diferentes versiones del
creacionismo, la telepatía, las cadenas de oración o la «medicina cuántica». Mientras creer en el terraplanismo
puede ser que no tenga efectos nocivos (a pesar de la muerte de Mike Hughes en 2020 cuando quiso
demostrar que la Tierra es plana empleando un cohete casero), recurrir a la homeopatía, al toque terapéutico
o a la medicina cuántica sí que puede ser grave para la vida de una persona, por ejemplo, renunciar en el
tratamiento de un cáncer a la quimioterapia para reemplazarla por prácticas de meditación que cultiven una
«mente en calma» (cualquier cosa que esto signifique). La ciencia nunca se ha jactado de tener todas las
respuestas, pero sí tiene muy claro que en la naturaleza no hay espacio para las seudociencias.
16
Las creencias seudocientíficas pueden tener efectos prácticos sobre los derechos de miles de personas. En
algún Estado del sur de la India un destacado político invocó la ayuda del Vastu Shastra (doctrina hindú que
trata sobre la influencia del cosmos en la arquitectura) para resolver sus líos políticos. Los «expertos» en esas
creencias le aconsejaron que sus embrollos se solucionarían si accedía a su oficina por una puerta que diera
al oriente. El problema era que hacia ese lado de la oficina había una barriada. Solución: ¡expulsar a los
habitantes y demoler sus casas!
filosófico no hay “estándares objetivos y universales, todo vale por igual: la filantropía y el
canibalismo, la ciencia y la magia, tu virtud y mi vicio”, ha escrito el físico y epistemólogo
argentino Mario Bunge. A estas alturas del siglo XXI el pensamiento racional sigue siendo
acechado por un nuevo tipo de oscurantismo, el cual, adoptando formas sutiles y engañosas,
valiéndose de un lenguaje complicado, barnizado con algunos conceptos científicos a veces
distorsionados, pretendiendo cambiar la belleza por el experimento, adelanta desde el siglo
pasado una cruzada en contra de la racionalidad científica.

El pensamiento científico asume la existencia de la verdad objetiva, que es posible conocer.


A ella se accede a través de la observación de la realidad, mediante la experimentación. Si la
realidad fuera una construcción social o una ilusión creada por la mente, no sería posible
llevar a cabo experimentos, pues estos se basan precisamente en el reconocimiento de la
existencia objetiva de dicha realidad. El posmodernismo, como expresión de la filosofía
idealista renuncia a la búsqueda de la verdad objetiva, actitud que le permite acercar la ciencia
a la religión y hacer que verdad y dogma queden estrechamente vinculados. La verdad deja
de ser vista como el reflejo de lo que existe y en la comunidad de científicos esta no se busca
en relación con las cosas, sino por el consenso que se logre en el interior de dicha comunidad
(igual que en la teología): es verdadero únicamente aquello que los científicos acuerden que
es verdadero; la verdad depende de la competencia de quien la enuncia: ¡el mundo exterior
resulta creado por las negociaciones entre los científicos!17 Para el físico francés Serge
Haroche (premio Nobel de Física en 2012): “La verdad científica no es un dogma congelado
esperando ser revelado. Es una construcción paciente de la mente humana basada en la
observación de la realidad objetiva interpretada de acuerdo a un análisis racional”. A
quienes niegan la existencia de la verdad, es bueno recordarles las palabras que el gran
Antonio Machado puso en boca de su personaje Juan de Mairena: “La verdad es la verdad,
dígala Agamenón o el porquero”.

Para el pensamiento posmoderno no es el concepto el que se debe ajustar al objeto, sino al


contrario, este al concepto. Esta idea explica por qué Bruno Latour sostiene como regla
metodológica que nunca se debe recurrir a la naturaleza “para explicar por qué y cómo se
ha dirimido una controversia [científica]”. Gaston Bachelard defiende una tesis subjetivista
parecida; la formación de lo que denomina el espíritu científico es más efectiva en tanto el
individuo se aparte de la naturaleza: “El espíritu científico debe formarse en contra de la
Naturaleza…”. Pero los científicos, afortunadamente, no siguen tan extraña metodología:
ellos recurren a la naturaleza como árbitro que dirime sus controversias y diseñan
experimentos para probar sus hipótesis. Latour, Lyotard, Vattimo y toda la banda de

17
El filósofo estadounidense Richard Rorty (1931-2007) dice que “la objetividad no es una cuestión de
correspondencia con los objetos, sino de ponerse de acuerdo con otros sujetos, y que la objetividad en realidad
es intersubjetividad”. Se puede llegar al acuerdo intersubjetivo de que la Tierra es plana o que la muerte de
miles de palestinos a manos del régimen israelí no existe: ¿coincide esto con los hechos objetivos? Como no
hay manera de saber si las teorías científicas representan la realidad, entonces «todo vale» y por lo tanto no
tiene sentido preguntarse si el discurso astrofísico es más correcto que el astrológico.
pensadores de esta corriente filosófica son seguidores incondicionales de Nietzsche,
proclamado como el primer gran precursor de la posmodernidad, quien sostiene que “No hay
hechos sino interpretaciones”, y toda interpretación depende de su contexto.18 Aunque Jean
F. Lyotard (autor de La condición postmoderna) proclama no defender el irracionalismo sí
aspira al adelgazamiento de la racionalidad, cuando la ciencia lo que necesita es todo lo
contario: se hace necesario el fortalecimiento del pensamiento racional para adelantar la
noble tarea de tener un conocimiento cada vez más profundo del universo.

Los científicos indagan sobre las causas de los fenómenos naturales valiéndose del siempre
renovado método científico, apoyándose en el formalismo matemático, planteando teorías,
concatenando observaciones y diseñando experimentos que terminan por respaldar o
rechazar una hipótesis, en fin, haciendo lo que sea necesario para transitar por camino seguro
hacia la verdad científica; por ejemplo, la materia ordinaria del universo observable contiene
unos 1080 protones y neutrones (nucleones, formados por quarks y gluones), de los cuales no
se sabe gran cosa sobre el origen de su masa y de su espín (una propiedad cuántica que guarda
cierta semejanza con la rotación); para responder a este problema los científicos plantean la
necesidad de tener datos experimentales, pues el conocimiento teórico al respecto (aportado
por una teoría denominada cromodinámica cuántica) es muy limitado. Dichos datos se
obtendrán cuando se ponga en funcionamiento el Colisionador de Electrones e Iones (EIC,
por sus siglas en inglés) en el cual se emplearán electrones para explorar el interior de
neutrones y protones.

La evolución de la ciencia ha permitido explicar más y más fenómenos con mayor precisión,
es decir, con profundidad creciente: pensemos en la química de hoy y la que Lavoisier hacía
en el siglo XVIII o, en la genética que el padre Mendel descubrió en el huerto de su
monasterio y los desarrollos logrados en la biología molecular o, en el hecho de que hasta
hace unos pocos años no conocíamos ningún planeta más allá del sistema solar y hoy se han
encontrado miles de ellos.

La ciencia es la forma más elaborada de organización de los conocimientos que la


humanidad, a lo largo de su desarrollo histórico, ha venido acumulando sobre el

18
Alan Sokal en su texto Más allá de las imposturas intelectuales muestra un ejemplo de cómo los
posmodernistas caen en contradicciones cuando se apoyan en su concepto de «hecho». El filósofo de la
ciencia Gérard Fourez, muy importante en temas de pedagogía en Bélgica por su libro La construction des
sciences (dirigido a profesores de Ciencias Naturales), define hecho como “la interpretación de una situación
que nadie quiere cuestionar por el momento”. Para sustentar su definición pone el siguiente ejemplo: “Que el
Sol daba cada día una vuelta alrededor de la Tierra se consideró un hecho durante muchos siglos. La aparición
de otra teoría, la rotación diaria de la Tierra, conllevó la sustitución de este hecho por el siguiente: «La Tierra
gira alrededor de su eje diariamente»”. ¿De verdad el filósofo Fourez puede creer que la Tierra empezó a girar
alrededor de su eje a partir del descubrimiento de Copérnico? Esto surge cuando se introducen conceptos
que confunden conceptos como hecho (al que se minimiza) y creencia. Los fenómenos naturales (hechos)
ocurren de manera independiente del conocimiento que podamos tener (o no tener) de ellos: las ondas
gravitacionales existen desde hace miles de millones de años (de ellas no supo Newton), así solamente hasta
inicios del siglo XX empezara a vislumbrarse la posibilidad de su existencia.
funcionamiento de la naturaleza y la sociedad. La ciencia no puede considerarse simplemente
como otro punto de vista. La validez de sus hipótesis y teorías no depende de la belleza que
se pueda apreciar en ellas, de la fe o de la autoridad de un individuo, sino del veredicto de la
práctica experimental, de su relación con los hechos: fue experimentando con planos
inclinados como Galileo demostró que los cuerpos caen de manera idéntica
independientemente de su peso, fue el experimento de Joseph John Thomson cuando
descubrió el electrón el que demostró que la secular creencia en la indivisibilidad del átomo,
era falsa; fue el experimento bien hecho, el que definió que los neutrinos no pueden viajar
más rápido que la luz; también fue con el experimento como se demostró la existencia del
bosón de Higgs; fue el experimento el que demostró sin lugar a dudas que los quarks son los
componentes de los diversos hadrones (como protones y neutrones) y no un «elemento de
cálculo» como inicialmente lo creía Murray Gell-Mann, quien propuso su existencia; fue con
el complejo experimento en el Observatorio de Ondas Gravitacionales por Interferometría
Láser (LIGO, por sus siglas en inglés) como se encontraron en 2015 las ondas
gravitacionales, son los fósiles (experimentos que hace la naturaleza) los que demuestran la
veracidad de la teoría de la evolución. Será el experimento el que defina si existen las
partículas supersimétricas o los gravitones, o si la teoría de cuerdas es cierta o falsa, serán
los fósiles los que darán luz para aclarar el origen del género Homo en el escenario del drama
evolutivo. Con los resultados experimentales en la mano el investigador hace predicciones
sobre nuevos hechos (algo de lo que carecen las seudociencias): fue así, por ejemplo, como
Wolfgang Pauli pronosticó la existencia del neutrino; John Couch Adamas y Urbain J. J. Le
Verrier la de Neptuno, y Dimitri Mendeléyev la de tres nuevos elementos químicos. La
ciencia es una síntesis de teoría y práctica: sin la práctica experimental, queda reducida a la
pura especulación; sin la teoría, se convierte en práctica protocientífica, en conocimiento
cotidiano.

Ciencia y filosofía son caminos para desechar prejuicios y supersticiones, para lograr una
visión racional de los fenómenos que suceden en el mundo natural y social. Esto hace parte
de su grandeza. No importa que a veces el conocimiento científico y sus aplicaciones
tecnológicas entren en contradicción con la dignidad humana y traigan consecuencias
indeseables, como cuando la bomba atómica fue dejada caer sin misericordia alguna sobre
Hiroshima y Nagasaki. La culpa no está en el conocimiento científico, recae en la forma de
organización social que hoy tiene la humanidad. A pesar de todo eso, la ciencia ha hecho que
nuestra vida sea mejor que la de todos los humanos que nos precedieron, quienes vivieron
momentos históricos donde el saber científico era radicalmente inferior. Es entonces un
contrasentido plantear la existencia de un mundo sin ciencia y sin los instrumentos
tecnológicos construidos con su ayuda o adelantar políticas económicas que impidan su
desarrollo.

NEXO ECONÓMICO
La filosofía no es una entelequia sin ninguna conexión con el mundo real; debates en esa
esfera del pensamiento pueden tener consecuencias graves que sean desfavorables para
millones de personas; piénsese, por ejemplo, en la defensa teórica del neoliberalismo y la
privatización de derechos fundamentales como son la salud y la educación. 19 El
posmodernismo es una corriente filosófica que sirve a los intereses económicos del
neoliberalismo. No en vano su inicio y auge coincide con las transformaciones neoliberales
impulsadas durante los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Hay que recordar
lo que este último dijera en 1967: para el mal actor convertido en peor Presidente, el Estado
“no tiene por qué subsidiar la curiosidad intelectual”. No es coincidencia que Martha Lucía
Ramírez vicepresidenta de Colombia piense algo semejante al sostener que la investigación
en ciencia básica “es solo vanidad”. No es tampoco una simple coincidencia que neoliberales
y posmodernos se identifiquen en la exaltación casi enfermiza del “individuo” como el agente
histórico fundamental, único. Por ejemplo, para Milton Friedman, el éxito económico de una
nación no radica en la intervención estatal, sino en la iniciativa individual.

La ciencia hace rato se convirtió en palanca fundamental para el desarrollo y progreso de las
naciones: un porcentaje importante del Producto Interno Bruto (PIB) de los Estados Unidos
proviene de las aplicaciones de la mecánica cuántica. Los países del Tercer Mundo ven con
pavor que la brecha científica y tecnológica se amplía y profundiza continuamente respecto
de los que pertenecen al Primer Mundo desde donde se escuchan recomendaciones que
sugieren que Colombia debe dedicarse a lo que sabe hacer bien, pero no cometer el error de
tratar de incursionar en temas más sofisticados en los cuales no tiene ninguna oportunidad;
esos cantos de sirena niegan la posibilidad de contribuir al desarrollo del conocimiento
científico, dicen que lo único que hay que hacer es leer y tratar de entender la ciencia que en
otros países se está haciendo y vender a las metrópolis aquellos recursos naturales (hoy los
mineros) que permitan comprar, ya elaborada, toda la tecnología que necesita el país. Ese
tratamiento discriminante les asegura a las potencias mundiales su posición de dominio
imperial. Nos dejan la astrología a cambio de la astronomía. Nos niegan la oportunidad de
un desarrollo científico y tecnológico decente.

Esas tesis han encontrado eco abyecto en los gobiernos que hemos tenido que padecer, que
han definido que no vale la pena que en Colombia se haga un esfuerzo importante para crear
una capacidad propia de producción de ciencia y tecnología, que lo mejor que podemos hacer
es dejar esos temas a los países desarrollados y contentarnos con adquirir la tecnología y la
mayoría de alimentos que ellos producen, mientras nosotros nos dedicamos a exportarles
uchuvas. Las políticas económicas neoliberales impuestas y obedecidas por los gobernantes
del país han puesto a la Nación en el último vagón del tren del conocimiento. Además, de la

19
Razón de sobra tiene Noam Chomsky cuando sostiene que pregonar “que el «proyecto de la Ilustración»
está muerto, que debemos abandonar las «ilusiones» depositadas en la ciencia y la racionalidad [es un]
mensaje que alegrará los corazones de los poderosos, encantados de monopolizar esos instrumentos para su
propio uso”.
prometida “mermelada” de las regalías la comunidad científica apenas si saborea una
insignificante pizca, pues ellas han quedado sometidas al manejo politiquero de gobernadores
y alcaldes, amén del debilitamiento de Colciencias (convertido ahora en Ministerio de
Ciencia y Tecnología y al frente del cual se puso una persona que dio la espalda al método
científico) y del nulo incremento del presupuesto para el desarrollo de la ciencia, la tecnología
y la innovación.

Quienes creen que cualquier forma de explicación es válida, «que todo vale» o ven en el
método experimental «un mito de los epistemólogos», han terminado por convertirse en
idiotas útiles de las políticas económicas y educativas que se agencian desde las más altas
esferas del Gobierno Nacional. A quienes hoy detentan el poder no les importa en lo más
mínimo las perjudiciales consecuencias de sus decisiones políticas, pues sus intereses no son
los de la nación colombiana.

Hay científicos de renombre, como el neurobiólogo Rodolfo Llinás, que han reclamado del
gobierno colombiano darle a la ciencia y la tecnología la importancia necesaria para
contribuir a mejorar el bienestar de las gentes del país. Con claridad el doctor Llinás ha
señalado: “Colombia no está dando todo lo que puede dar desde el punto de vista humano.
Definitivamente nuestros artistas son fantásticos, nuestros escritores son fantásticos, pero
nuestros científicos no pueden ser fantásticos. No porque falte capacidad, sino porque
simplemente no existe el interés ni la voluntad social y política necesaria para sostener un
eje científico fuerte”. Jorge Reynolds Pombo (el inventor del primer marcapasos externo con
electrodos internos) no ha recibido un solo peso de los entes oficiales para poder adelantar
sus investigaciones, y el instituto donde Manuel Elkin Patarroyo adelantaba sus trabajos
sobre la vacuna contra la malaria (independientemente de su eficacia), fue cerrado, el edificio
abandonado y sus alrededores convertidos en parqueaderos. De esa dimensión es el
tratamiento que la ciencia recibe en Colombia, amén del abandono de cualquier intento de
apoyar la investigación en ciencia básica.

Los centros de poder mundial han decidido condenarnos, por ahora, a cien años de soledad
científica y tecnológica. Para lograrlo necesitan debilitar al máximo la soberanía nacional y
arrasar con la débil estructura industrial (el país se ha convertido en importador de bienes que
antes producía la industria nacional) y agropecuaria (desaparecidos el algodón, el trigo, la
cebada, corren peligro el arroz y otras actividades agrarias y pecuarias; la mayor parte de los
alimentos son importados) objetivos que están alcanzando desde que se inició lo que se
conoce como la apertura económica y que se ha profundizado con los tratados de libre
comercio negociados con Estados Unidos y la Unión Europea, además de los TLC con
Canadá, Corea del Sur y otros países. La industria (un importante campo para las aplicaciones
científicas) ha perdido peso en la economía nacional: mientras en la década de los años 1980
representaba el 20% del PIB hoy apenas alcanza un lánguido 12% y, el 60% de las
exportaciones son materias primas sin ninguna clase de transformación. Se explica así que
de 2009 a 2014 en Colombia solamente se haya invertido en Investigación y Desarrollo un
0,21% del PIB cifra que contrasta, y de qué manera, con lo que invirtieron en 2011 algunas
de las naciones más desarrolladas: Israel (3,97%), Japón (3,39%), Corea del Sur (4,04%),
Singapur (2,05%), Finlandia (3,8%), Suecia (3,39%), Estados Unidos (2,76%), Canadá
(1,79%). Y para hacer más dramático el cuadro de nuestro atraso científico y tecnológico,
aún estamos lejos de los porcentajes destinados por dos de nuestros vecinos geográficos:
Brasil (1,21%) y Argentina (0,65%).

Estas lamentables cifras demuestran que las políticas económicas con que se ha gobernado
el país, no permitieron el salto cualitativo a la producción de bienes de alta tecnología. El
economista Mario Alejandro Valencia lo señala claramente: “El país no crea conocimiento
importante y el nivel de investigación es menor al de los países ricos. Por el contrario, los
pocos logros en materia industrial conseguidos entre las décadas de 1940 y 1970, se han
venido desvaneciendo, al punto que hoy la actividad económica del país con más dinamismo
consiste en la especulación financiera y en extraer, sin ninguna transformación, los recursos
de la naturaleza, cuyo esfuerzo más significativo consiste en inventarse y producir las
máquinas para sacarlos del subsuelo; máquinas que Colombia no produce”.

En las condiciones de diseño de un país atrasado dedicado únicamente a la producción de


bienes primarios, no hay necesidad de una educación que imparta una enseñanza científica y
tecnológica de alta calidad, que garantice la formación de profesionales, tecnólogos y
científicos de primerísimo nivel. A un país dedicado únicamente a la explotación de materias
primas, para nada le sirven personas que sepan secuenciar genes, resolver complejos
problemas matemáticos, explicar el universo, diseñar moléculas novedosas, buscar fósiles o
clasificar crustáceos. Se explica entonces, lo que en su momento expresó Marco Palacios
cuando era rector de la Universidad Nacional: “Quizás estemos enseñando demasiado,
entregando un profesional que supera los requerimientos del mercado”. Se entiende también
el debilitamiento que ha venido sufriendo el SENA tanto en su presupuesto como en la
calidad de sus programas. Ante semejante panorama y el deplorable estado de la educación
pública, solamente se puede calificar de vulgar “cañazo” de jugador de póquer la pretensión
de Juan Manuel Santos de convertir a Colombia en “la más educada de América Latina”.

Todo este neoliberalismo que está afectando de manera tan grave al desarrollo científico y
tecnológico del país, ha sido impuesto desde Estados Unidos como una vía para ayudar al
Imperio del Norte a resolver la crisis económica que arrastra y que se agrava cuando ahora
se ve enfrentado a competidores de la fortaleza de China, el bloque de la Unión Europea con
Alemania a la cabeza y los llamados BRICS. Ya lo había señalado claramente Colin Powell
en los días que impulsaba el ALCA: “Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las
empresas norteamericanas, el control de un territorio que va del polo ártico hasta la
Antártida, libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, para nuestros productos, servicios,
tecnología y capital en todo el hemisferio”. Y para que no quede ningún asomo de duda está
la declaración de Robert Zoellick, quien fungió como cabeza del equipo negociador
estadounidense del TLC Colombia–Estados Unidos: “El ALCA abrirá los mercados de
América Latina y el Caribe a las empresas y agricultores de Estados Unidos al eliminar las
barreras al comercio, a las inversiones y a los servicios”. Quitemos de las citas ALCA,
pongamos TLC y el objetivo del Imperio sigue siendo el mismo. Todo este mandato
neoliberal, que tanto daño le está haciendo al país, ha sido seguido al pie de la letra por los
gobiernos de los últimos años, especialmente por los de Uribe, el de Santos y el actual de
Duque que lo ha profundizado hasta niveles que no se atrevieron quienes lo antecedieron en
la Casa de Nariño.

La apropiación exclusiva de conocimientos es una táctica de dominación muy vieja en la


historia de las naciones. Eso ya lo habían ensayado los Ptolomeos, la dinastía griega que
gobernó Egipto durante tres siglos. Los príncipes ptolemaicos consideraban que a un imperio
no le bastaba con disponer de información exclusiva, sino que era indispensable evitar que
otros la tuvieran. Para lograrlo, fundaron la colosal biblioteca de Alejandría, robaron
colecciones privadas, copiaron ajenas, confiscaron las de los vencidos e hicieron todo lo que
fuera posible para que las ciudades rivales no pudieran acumular papiros. Este ejemplo
muestra que el dominio del conocimiento es parte del dominio económico y político.

OSCURANTISMO POSMODERNO

¿Son las teorías científicas una descripción aproximadamente fiel de la realidad material?,
¿tiene la ciencia la misma capacidad explicativa que el mito?, ¿existe la realidad
independientemente de la conciencia o es una proyección de ésta?, ¿cómo logramos saber
que una teoría científica es falsa o verdadera? ¿Existe la verdad absoluta? ¿Qué es la verdad
relativa? Propongo estas inquietudes porque los defensores del relativismo epistémico han
dado respuestas muy particulares a estas inquietudes, con las que pretenden defender una
concepción epistemológica que, en el fondo, ataca al conocimiento científico y que hace parte
de los planteamientos posmodernistas y constructivistas tan en boga en algunas facultades y
departamentos universitarios, especialmente de Ciencias Humanas.

El significado más común de la palabra relativismo tiene que ver con la afirmación de que
podemos atribuir un peso o valor equivalente a cualquier explicación posible, pues no existe
un criterio objetivamente válido para decidir cuál de todas las opciones es la verdadera, ya
que toda afirmación depende de las condiciones o contextos de la persona o grupo que la
afirma. Quienes adoptan el relativismo puro como teoría del conocimiento, niegan el aspecto
objetivo que está implícito en la verdad científica. Sobre este asunto Lenin en Materialismo
y Empiriocriticismo anota lo siguiente: “…fundar la teoría del conocimiento sobre el
relativismo, es condenarse fatalmente bien al escepticismo absoluto, al agnosticismo y a la
sofística, bien al subjetivismo. El relativismo, como base de la teoría del conocimiento, es
no sólo el reconocimiento de la relatividad de nuestros conocimientos, sino también la
negación de toda medida o modelo objetivo, existente independientemente del hombre,
medida o modelo al que se acerca nuestro conocimiento relativo. Desde el punto de vista del
relativismo puro, se puede justificar toda clase de sofística, se puede admitir como algo
“condicional” que Napoleón haya muerto o no el 5 de mayo de 1821, se puede por simple
“comodidad” para el hombre o para la humanidad admitir junto a la ideología científica
(“cómoda” en un sentido) la ideología religiosa (“muy cómoda” en otro sentido), etc.”

“La dialéctica – como ya explicaba Hegel − comprende el elemento del relativismo, de la


negación, del escepticismo, pero no se reduce al relativismo. La dialéctica materialista de
Marx y Engels comprende ciertamente el relativismo, pero no se reduce a él, es decir,
reconoce la relatividad de todos nuestros conocimientos, no en el sentido de la negación de
la verdad objetiva, sino en el sentido de la condicionalidad histórica de los límites de la
aproximación de nuestros conocimientos a esta verdad”.

El relativismo epistémico considera que la ciencia no es más que un “mito útil”, una
“narración”, una “construcción social” u “otra forma de hacer política”. Consideraciones
semejantes tuvieron algunos científicos alemanes y otros estudiosos antes que el nazismo
llegara al poder cuando impulsaron la creación de una «ciencia aria» que suplantara a la
existente, la cual ponían en tela de juicio. La nueva ciencia se basaría más en principios
intuitivos que en aquellos derivados de la teoría; en el éter, lugar de residencia del Geist
(espíritu); en considerarla un constructo social donde el origen racial del observador «afecta
directamente la perspectiva de su obra» de tal manera que científicos de razas no arias no
estaban cualificados para trabajar en ciencia; el materialismo, fundamento del marxismo,
debía ser completamente erradicado de la ciencia; la práctica científica se basaría no en la
prioridad de la materia, sino en el espíritu; la objetividad en la ciencia se consideraba como
una tetra de los profesores universitarios para defender sus intereses. Para Adolfo Hitler:
“Asistimos al fin de la Edad de la Razón […] Una nueva era caracterizada por la explicación
mágica del mundo está surgiendo, una explicación basada en la voluntad antes que en el
conocimiento: la verdad no existe, ni en el sentido moral ni en el científico […] La ciencia
es un fenómeno social, y por tanto está limitada por la utilidad o por el daño que produce.
Con su eslogan sobre la objetividad de la ciencia, la comunidad universitaria solo busca
liberarse de la tan necesaria supervisión del Estado. Eso que llaman crisis de la ciencia no
es más que los hombres empiezan a descubrir por sí mismos que han tomado el camino
equivocado abrazando la objetividad y la autonomía”. Otro personaje, Václav Havel
(dramaturgo, último presidente de Checoslovaquia y primero de la República Checa, premio
Príncipe de Asturias, entre otros títulos), innegablemente favorito de las potencias
económicas del mundo, pregonaba respecto de la ciencia ideas semejantes a las de Hitler.
Para Havel las principales causas de los conflictos del siglo XX estaban en el hábito de
«pensamiento racional y cognitivo», en la objetividad que se ha deshumanizado y en el «culto
a la objetividad». En uno de sus más célebres ensayos que apareció a modo de editorial en el
New York Times, el dramaturgo nacido en Praga escribía: “La era moderna ha estado
dominada por la creciente creencia, expresada de distintas maneras, de que el mundo –y por
tanto el Ser− es un sistema totalmente reconocible gobernado por un número finito de leyes
universales que el hombre es capaz de comprender y moldear en beneficio propio […] Esta
era…se caracterizó por el rápido avance del pensamiento racional, cognitivo. Ello a su vez
desembocó en la orgullosa creencia de que el hombre, en tanto pináculo de todo lo que
existe, era capaz de describir de forma objetiva, de explicar y controlar todo lo que existe, y
de poseer la única verdad sobre el mundo. Fue esta una era en la que se dio el culto a la
objetividad despersonalizada, una era en que el conocimiento objetivo se amasó y explotó
tecnológicamente […] Una era de ideologías, doctrinas, interpretaciones de la realidad, una
era en la que el objetivo último consistía en encontrar una teoría universal del mundo, y con
ella, la llave a la prosperidad universal […] El comunismo fue el resultado de un perversión
extrema de esta tendencia […] La caída del comunismo puede interpretarse como una señal
de que el pensamiento moderno –que se basa en la premisa de que el mundo es susceptible
de ser objetivamente conocido− ha llegado a su crisis última”. Para el conocimiento del
mundo el hombre debe desdeñar la objetividad, que está en crisis, según Havel. Lo que el
hombre necesita para superar la supuesta crisis de objetividad es “espiritualidad individual,
conocimiento personal y de primera mano de las cosas […] y, sobre todo, confiar en su
propia subjetividad como su lazo principal de unión con la subjetividad del mundo…”. En
contraste con las concepciones sobre la ciencia de Hitler y Havel, en 1944 (mientras se
encontraba en prisión) Jawaharlal Nehru, que después sería Primer Ministro de la India, había
alabado: “…el talante intrépido y a la vez crítico de la ciencia, la búsqueda de la verdad y
de conocimientos nuevos, el rechazo a aceptar nada que no se haya comprobado, la
capacidad de modificar conclusiones antiguas ante datos nuevos, la confianza en los hechos
observados y no en la teoría preconcebida, [y] la dura disciplina mental […] El enfoque y
talante científicos son, o deberían ser, un estilo de vida, una conducta del pensamiento, un
método de actuación y asociación con el prójimo”. Desafortunadamente algunos
compatriotas de Nehru, como la física y filósofa Vandana Shiva, hicieron oídos sordos a su
llamado siguiendo el camino del posmodernismo. Shiva considera que la «pretensión de
verdad» de la ciencia es «fraudulenta», y asevera: “Según la visión común, la ciencia
contemporánea es el descubrimiento de las propiedades de la naturaleza conforme a un
«método científico» que genera un conocimiento «objetivo», «neutral» y «universal». Es
posible rechazar esta idea de la ciencia contemporánea en tanto que descripción de la
realidad tal como es, sin prejuicios de valor. […] El mundo social de los científicos, y no el
mundo natural, es el que determina los hechos científicos”. Entonces no es de extrañar que
en 2001 la Comisión de Becas Universitarias de la India considerara la regeneración de la
astrología védica una necesidad de carácter urgente. ¡Es realmente lamentable todo el daño
intelectual que puede hacer una mala filosofía!

Así como Hitler aspiraba a la creación de una «ciencia aria», también Havel llamaba a la
fundación de una nueva forma de ciencia, una «ciencia que sea nueva, posmoderna,
liberadora», ciencia que se aleje del concepto de verdad objetiva, de la realidad, pues en
últimas esta es solo una «construcción histórica»; y liberadora porque los seres humanos
pueden romper con la tiranía de conceptos como «verdad absoluta» y «realidad objetiva» que
caracterizan el autoritarismo y elitismo de la llamada ciencia tradicional. Por lo tanto, una
ciencia posmoderna no desarrolla postulados que sean una descripción «fiel» de la realidad
sino únicamente metáforas. ¡Qué cerca del espíritu de oscurantismo que destilan el Füher y
Havel están los pregoneros del “novísimo” posmodernismo!, concepción que considera la
ciencia como uno de los tantos mitos culturales, no más verdadero ni válido que los de
cualquier otra cultura. Por ejemplo, la ciencia sostiene que los indígenas americanos
proceden de ancestros asiáticos que atravesaron el estrecho de Bering hace unos 10.000 a
20.000 años, mientras que muchas creencias nativistas dicen que los indígenas siempre han
vivido en suelo americano desde que sus ancestros salieron a la superficie desde un hueco
situado en el interior de la tierra, habitado por espíritus. Objetivamente una de las dos tesis
tiene que ser falsa. La primera cuenta con pruebas recabadas desde el registro fósil y el
análisis genético; para la segunda no hay ninguna prueba empírica que la respalde, no se basa
en leyes de la naturaleza; puede ser un bello vuelo imaginativo, pero de ahí no pasa. Para
evitar la contradicción el arqueólogo británico Roger Anyon, quien durante años estuvo
estudiando al pueblo zuni que habita en Nuevo México (Estados Unidos), encuentra esta vía
intermedia: “La ciencia es una manera, una entre muchas, de conocer el mundo… La visión
de los zuni es tan válida como la que la arqueología nos propone sobre el pasado
prehistórico”.20 Al igual que los escolásticos, los posmodernistas inventan sistemas y
terminan forzando los hechos para acomodarlos a sus principios; o como en la teología, donde
las verdades surgen por el acuerdo entre las personas y no por el acuerdo con las cosas. Así
es como trabajan, por ejemplo, los pregoneros de esa nueva forma del creacionismo llamada
diseño inteligente que les permite tener en Petersburgo, Kentucky, un Museo de la Creación
donde un dinosaurio comparte la tranquilidad del Edén con Adán y Eva sin importar que la
evidencia empírica dice que eso es completamente falso.

Todo ese anarquismo filosófico lleva a que el inicialmente citado Feyerabend en su tratado
Contra el método, plantee esta barbaridad: “Mientras los padres de un niño pueden escoger
entre educarlo en el protestantismo, en la fe judía, o suprimir toda instrucción religiosa, no
gozan de la misma libertad en el caso de las ciencias, pues resulta obligatorio aprender

20
Sobre esta situación Alan Sokal en Más allá de las imposturas intelectuales hace la siguiente observación:
“…quizá la cita del doctor Anyon no era exacta, pero uno oye hoy día con bastante frecuencia afirmaciones de
este tipo, y me gustaría analizarlas. Obsérvese, ante todo, que la palabra «válido» es ambigua: ¿se entiende
en sentido cognoscitivo o en algún otro sentido (por ejemplo, para describir la función psicológica o social de
un sistema de creencias)? Si es lo segundo, no tengo nada que objetar; pero la referencia a «conocer el mundo»
sugiere lo primero. Ahora bien, tanto en filosofía como en el lenguaje cotidiano hay una distinción entre
conocimiento (entendido, grosso modo, como creencia verdadera y justificada) y mera creencia; por eso la
palabra «conocimiento» tiene una connotación positiva, mientras que «creencia» es neutra. ¿Qué entiende,
entonces, Anyon por «conocer el mundo»? Si entiende la palabra «conocer» en su sentido tradicional, entonces
su afirmación es lisa y llanamente falsa: las dos teorías en cuestión son mutuamente incompatibles y no
pueden, por tanto, ser ambas verdaderas (ni siquiera aproximadamente verdaderas). En cambio, si se limita a
observar que diferentes personas tienen creencias diferentes, entonces su afirmación es verdadera (y banal),
pero en este caso el empleo del término positivo «conocimiento» induce a error”.
física, astronomía e historia” y referirse a los docentes con estas desobligantes palabras: “Me
gusta muy poco la actitud del educador…que trata sus infelices ideas como si fueran un
nuevo sol que ilumina las vidas de los que viven en las tinieblas; desprecio a los maestros
que…se revuelcan en la verdad como cerdos en el fango”. Hay que recordar que Feyerabend,
durante la Segunda Guerra, hizo parte de las SS alemanas donde alcanzó el grado de teniente,
militancia de la cual nunca se arrepintió y que justificó de la siguiente manera: “Porque un
hombre de las SS tenía un aspecto mejor, hablaba mejor y caminaba mejor que los mortales
corrientes”. Además, en La ciencia en una sociedad libre, se pregunta: “¿Qué tiene de
grandioso la ciencia? ¿Qué hace a la ciencia moderna preferible a la ciencia de los
aristotélicos o a la cosmología de los Hopi?, según Feyerabend, absolutamente nada. El
epistemólogo vienés sueña con un mundo donde la ciencia “no juegue ningún papel”, el cual
“sería más agradable de contemplar” que en el que hoy vivimos. De verdad, ¿es posible que
exista un mundo donde no haya ciencia, uno que renuncie a sus aplicaciones tecnológicas?
Aceptar las tesis feyerabendianas implica, ni más ni menos, que se podría implementar un
sistema educativo con un currículo donde los conocimientos de la astronomía serían
reemplazados por las ficciones de la astrología; donde el maestro que quisiera enseñar sobre
el origen del hombre podría escoger libremente uno de entre los miles de mitos que sobre el
tema existen, desechando los conocimientos logrados por la investigación
paleoantropológica. Como para el posmodernismo todos los puntos de vista son válidos y
deben ser respetados, entonces la afirmación de que el holocausto nazi haya ocurrido es una
cuestión de creencia personal; o deben tener la misma validez el hecho de que el planeta
Tierra se originó hace 5.000 millones de años y el cálculo de 1650 del canónigo irlandés
James Ussher que dató la creación del mundo la noche anterior al domingo 23 de octubre del
año 4004 a.C.; o a la teoría del diseño inteligente se le debe dar la misma respetabilidad que
a la teoría de la evolución darwiniana.

Alan Sokal y Jean Bricmont en su magnífico libro Imposturas Intelectuales definen al


posmodernismo como “una corriente intelectual caracterizada por el rechazo más o menos
explícito de la tradición racionalista de la Ilustración, por elaboraciones teóricas
desconectadas de cualquier prueba empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural que
considera que la ciencia no es nada más que una “narración”, un “mito” o una construcción
social”; Sokal emplea el término «relativismo» para designar “cualquier filosofía que
proclame que la verdad o la falsedad de una afirmación es relativa a un individuo o a un
grupo social”. Por su parte Alex Callinicos lo rechaza porque no cree que “vivamos en una
“nueva era”, en una era “postindustrial y postmoderna” fundamentalmente diferente del
modo capitalista de producción que ha dominado el mundo durante los dos siglos anteriores.
Niego las principales tesis del postestructuralismo por considerarlas sustancialmente
falsas…, gran parte de lo que se ha escrito para sustentar la idea de que vivimos en una
época postmoderna me parece de ínfimo calibre intelectual, usualmente superficial, a
menudo desinformado y en ocasiones totalmente incoherente”. Vale la pena introducir aquí
la aclaración que hace Ana Rioja, Profesora Titular de Filosofía de la Universidad
Complutense de Madrid: “…una cosa es reconocer la dimensión social de la ciencia, tanto
desde el punto de vista histórico como sistemático, y otra muy diferente convertir el
conocimiento científico en mera construcción social. Introducir una perspectiva social e
histórica en el estudio de la ciencia en tanto que actividad surgida y llevada a cabo en el
seno de una determinada colectividad no significa disolver el contenido mismo de las
diversas teorías científicas en el producto consensuado de los miembros de esa colectividad.
Ni las leyes físicas tienen el mismo estatuto que las leyes políticas, ni los laboratorios son
parlamentos”.

Algunos de los exponentes más connotados del pensamiento posmoderno han pregonado
ideas tan absurdas como el “fin de la historia” supuesto por Francis Fukuyama con lo que
supone que para la humanidad, después del capitalismo, no hay nada más (“Somos testigos
de la terminación de la evolución ideológica de la humanidad y de la universalización del
modelo liberal de democracia como el modelo final de gobierno humano”)21; la negación de
la posibilidad del pensamiento humano para lograr una explicación objetiva de la realidad;
idioteces como la de Jaques Lacan de hacer equivalente la erección del miembro sexual
masculino a la raíz cuadrada de menos uno, o sea, a un número imaginario; a tratar de
establecer una relación entre el lenguaje poético y la teoría matemática de conjuntos, como
pretendía Julia Kristeva; a calificar ese monumento científico de la Física, los Principia, de
Newton, como poco más que un manual de destrucción lleno de metáforas del científico
macho invadiendo y desgarrando la naturaleza en pedazos, como piensa Sandra Harding;22 a
Luce Irigaray plantearse la pregunta de si la más famosa ecuación de la física (E= mc2) “es
sexuada”: ella cree que sí, pues la ecuación privilegia “lo que camina más aprisa”. Por su
parte Bruno Latour, al conocer la noticia de que Ramsés II pudo haber muerto por
tuberculosis hacia el año 1213 a.C., comentó que le parecía un anacronismo que al Faraón lo
hubiera matado una bacteria que fue descubierta por Robert Koch en 1882 y llegó al extremo
de afirmar que “antes de Koch, el bacilo no tiene existencia real”. Para el oscurantismo
posmoderno el mundo exterior es una consecuencia del trabajo científico, no su causa, la
naturaleza no existe, lo que existe es tan solo una red de comunicaciones entre científicos:
“…los supuestos hechos brutos están, en realidad, bien domesticados, hechos por la teoría
desde la que se observan, construidos por el lenguaje, por proyecciones antropomórficas,

21
Años antes, Albert Moritz Schlick, figura prominente del Círculo de Viena, esa banda al servicio del idealismo
que pretendió resucitar el cadáver del pensamiento filosófico de Ernst Mach para reencarnarlo en el
“novísimo” positivismo lógico, cuando el auge del nazismo ensombrecía el continente europeo, solicitaba “tan
poco Estado como sea posible” y proclamaba que el liberalismo “es la única forma de pensamiento político
adecuado a la forma de vida moderna, determinada por la circulación y la técnica”.
22
El filósofo alemán Ernst Krieck, ideólogo del régimen nazi y rector de la Universidad de Heidelberg en los
años 1937-1938, sostenía: “Nunca ha existido una ciencia sin presuposiciones, «objetiva» y libre de valores y
de perspectiva. […] Si el sistema de Newton conquistó el mundo, no fue por su contenido de verdad ni por sus
valores intrínsecos, ni por su poder persuasivo, sino porque fue un efecto secundario de la hegemonía política
que adquirieron los británicos en aquel tiempo, que creció hasta convertirse en un imperio”. Y para mayor
consternación pensaba que: “Un alemán observa y comprende la naturaleza sólo según su condición racial”.
(Citado por Alan Sokal en Más allá de las imposturas intelectuales, Paidós, Barcelona, 2010, p. 430-431).
por intereses, presupuestos…”, se pontifica en el Diccionario Crítico de Ciencias Sociales.
Si se siguiera la lógica de Latour, entonces tendríamos que aceptar que la radiación cósmica
de fondo (el “eco” del big bang de hace 14.000 millones de años) solamente existe desde
1965 cuando fue descubierta por Arno Penzias y Robert Wilson; que los elementos químicos
cumplen la ley de la periodicidad únicamente a partir del momento en que Mendeleiev los
organizó en una tabla periódica; que la realidad física del bosón de Higgs inicia en 2012
cuando fue descubierto en la Gran Colisionador de Hadrones. A estos y otros absurdos se
llega cuando se aceptan tan irracionales argumentos. Razonar de esta manera no es aceptable,
de hacerlo no existiría la ciencia (que se fundamenta en la razón), nuestro cuerpo de
conocimientos sería un caos donde no podría distinguirse con claridad lo razonable de lo
absurdo. El posmodernismo reduce la ciencia a un objeto cultural sin ninguna relación con
la realidad del mundo ni con la verdad; los objetos de la ciencia (quarks, neutrinos, genes,
microbios, dinosaurios…) no están separados de la sociedad, son fetiches a los que se les
concede en determinado momento existencia objetiva, de la misma manera que lo hace
cualquier cultura: primero construye estatuas o fetiches y después los dota de autonomía y
de eficacia causal. La teórica del feminismo y profesora del programa de Historia de la
Conciencia en la Universidad de California, Donna Haraway, lo ha expresado con claridad:
“La forma en la ciencia es retórica social creadora de artefactos que configuran el mundo
en objetos efectivos. Es una práctica de persuasiones que cambian el mundo y que se
disfrazan de maravillosos objetos, tales como microbios, los quarks y los genes”. Con razón
Mario Bunge dijo que los militantes de la escuela posmoderna francesa “eran los mayores
exportadores de basura intelectual del mundo”.

Otro aspecto particularmente chocante de los filósofos adscritos a la corriente posmodernista,


es la tendencia que tienen en sus escritos a emplear un lenguaje rimbombante, oscuro,
enredado, con el cual pretenden parecer profundos y decir mucho, dejándole al lector una
desagradable sensación de “minusvalía intelectual” cuando en realidad, en muchos casos,
están diciendo sandeces con aire de profundidad. Seguramente piensan que todo lo que es
claro es de por sí, superficial. La siguiente descripción de las partículas atómicas y del
principio de incertidumbre de Heisenberg es un ejemplo patético: “…las partículas son
composiciones infinitamente compuestas por puntos de vista no sintetizables, prolijos y
elementales, que constituyen un punto de vista holográfico e indivisible como la
multiplicidad bergsoniana. Así, la doble naturaleza de la partícula elemental, de la cual no
se puede establecer al mismo tiempo su dirección y su posición, implica una composición
polifónica irreducible a la suma de estas dos naturalezas que, en cambio, multiplica sus
determinaciones”. 23 Frente a este ejemplo no puedo dejar de citar lo que al respecto dijo

23
Los teóricos del posmodernismo son muy dados a contraponer los términos «pensamiento lineal» y
«pensamiento no lineal». Sobre este aspecto Alan Sokal, en su libro Más allá de las imposturas intelectuales,
señala qué es lo que realmente se esconde en el fondo: “Este último concepto [«pensamiento lineal»] nunca
se define con mucha precisión, pero la idea general está bastante clara: designa al pensamiento lógico y
racionalista de la Ilustración y de la llamada ciencia «clásica» (a menudo acusada de reduccionismo y
Peter Medawar, premio Nobel de Medicina: “El que escribe de forma oscura, o no sabe de
lo que habla, o intenta alguna canallada”. Puede tener razón otro premio Nobel, Steven
Weinberg (al que se puede calificar sin lugar a dudas de materialista vergonzante), en su
alegato en contra de la filosofía: “… de cuando en cuando he tratado de leer los trabajos en
curso sobre la filosofía de la ciencia. He encontrado que algunos de ellos están escritos en
una jerga tan impenetrable que sólo puedo pensar que pretendían impresionar a aquellos
que confunden la oscuridad con la profundidad”.

FINAL

Como conclusión final no puedo dejar de citar las palabras que Planck expresó en 1923 con
motivo de su conferencia La ley de la casualidad y la libertad de la voluntad: “Pues el rasgo
característico de la verdadera ciencia consiste en que sus conocimientos son universales,
objetivos, vinculantes para todas las épocas y todos los pueblos, que sus resultados
pretenden por ello un reconocimiento sin límite y que al final se imponen siempre. Los
progresos de la ciencia son definitivos y es imposible ignorarlos por mucho tiempo”. En
estos momentos en que la corrupción está en auge y el talento es escaso, según expresión de
Honoré de Balzac, de tanta confusión ideológica, donde la triquiñuela, la picardía, la mentira
descarada, el desinterés de los gobernantes de turno por el destino de la Nación, el facilismo
intelectual, se hace necesario tener claridad filosófica en los asuntos del conocimiento
científico si deseamos, junto con la claridad política, forjar una sociedad donde la ciencia y
sus aplicaciones tecnológicas puedan ser disfrutadas por las más amplias mayorías de la
Nación. El país requiere de unas condiciones políticas y económicas tales que el diálogo entre
ciencia y filosofía se pueda garantizar, profundizar y desplegar en todo el territorio nacional.

BIBLIOGRAFÍA

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4) Ellis, George y Silk, Joe, Defend the integrity of phisics, Nature, Vol. 516, diciembre,
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matematicismo extremos). Este modo presuntamente superficial y obsoleto de pensar ha quedado superado,
según los posmodernos, por un «pensamiento no lineal» mucho más profundo. El contenido preciso de este
nuevo modo de pensamiento nunca se explica muy claramente ‒ello sería, seguramente, demasiado lineal‒,
pero la idea básica parece ser la de ir más allá de la mera razón, uniéndola con la intuición y la percepción
subjetiva (y quizá también con la espiritualidad)”.
5) Hossemfelder, Sabine, Perdidos en las matemáticas, Barcelona, Ariel, 2019.

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