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JUANJO Y LA PIEDRA

Juanjo todos los días salía muy temprano de su casa para ir a la escuela. En el camino,
su diversión favorita era cazar pajaritos con una honda que el mismo había hecho con la
rama de un árbol y un pedazo de jebe.
Al salir de su casa llenaba sus bolsillos con pequeñas piedras, capulí verde y
tamborocoto; para utilizarlos como proyectiles. A veces los pajaritos caían fulminados,
otras lograban escapar, aunque con un ala o una patita rota. Y cada vez que acertaba (casi
siempre) gritaba ¡urraaaa!!!
Otra de sus distracciones era arrancar y deshojar cuanta flor se le cruzara en su camino.
Un día, como siempre, se levantó y llenó sus bolsillos de proyectiles, cogió su honda,
se colgó al hombro su bolsa de cuadernos y se fue a la escuela. En el camino vio a un
chihuaco que estaba sentado en la rama de un árbol. Muy despacito cogió una piedra de
su bolsillo, la acomodó en el jebe de la honda y calculando la distancia, empezó a jalar el
jebe para que la piedra diera justo en el cuerpo del ave… En ese mismo instante, el
chihuaco voló a otra rama y así sucesivamente, cuando Juanjo estaba listo para apuntar y
soltar el jebe, el chihuaco saltaba a otra, y a otra, y a otra rama.
A él nunca se le había escapado ningún pájaro, siempre daba en el blanco, por lo menos
sus proyectiles siempre golpeaban. Los pocos pajaritos, que luego del impacto, lograban
sobrevivir, quedaban lisiados.
Estaba corriendo detrás del chihuaco, a quién los Apus habían ordenado dar una
lección a Juanjo, cuando tropezó con una piedra. Rápidamente se paró, pero la piedra
atrapó uno de sus pies y no lo dejó caminar. Insistió en mover su pie, sacudiéndolo con
fuerza, pero era imposible hacerlo; la piedra lo tenía fuertemente sujetado.
Juanjo se puso a gritar y a insultar a la piedra por un buen rato.
‒ ¡Quieto y silencio! ‒Dijo la piedra con voz solemne.
Juanjo de impresión dio un traspié y cayó de pompis sobre un charco de lodo. Cuando
reaccionó de la que se llevó al oír hablar a una piedra, se paró y empezó a correr, ya no
estaba con el pie atrapado. Corrió y corrió, pero no iba a ninguna parte, siempre aparecía
en el mismo lugar, cerca de un enorme árbol.
Un pájaro tenía la honda de Juanjo, y tal como él solía hacer, le estaba apuntando
directo a la nariz. Juanjo soltó una enorme carcajada, murmurando mientras seguía
riéndose:
‒Oye chihuaco, mira como tiemblo, mira que me muero de miedo, jajaja. ¿Un
chihuaco amenazándome? Jajaja.
‒Ahora yo tampoco te tengo miedo –repuso el chihuaco, y le lanzó un capulí verde,
que le dejó la nariz roja.
‒ ¡Chihuaco me duele! ‒Gritó Juanjo, frotándose la nariz.
‒A mí y a mis hermanos también nos dolía cuando tú nos lanzabas proyectiles.
‒Pero es distinto, yo soy un niño y tú eres un animal.
‒ ¡No! Es lo mismo ‒respondió el pájaro- Ambos somos hijos de la misma
Pachamama.
Juanjo se encogió de hombros y sacó otra honda (una que siempre llevaba de repuesto)
y apuntó al chihuaco. El pájaro esquivó el tamborocoto que le lanzó e hizo exactamente
lo mismo que Juanjo, le disparó, dándole en la oreja.
‒Ay, ¡te mataré pájaro atrevido…!
‒No lo harás –dijo con voz muy queda‒ y ahora siéntate y responde ¿cuántos
proyectiles cargas diario en tus bolsillos?
‒Todos los que entren, serán 12 o un poco más‒ respondió Juanjo.
‒ ¿Los usas todos?
‒Sí y ¡siempre acierto! ‒gritó todo vanidoso
‒Oh! ‒exclamó el chihuaco‒ ¿Y hace cuántos años haces lo mismo?
‒Desde que tengo seis años, es decir hace cuatro años.
‒Cuatro años, equivalen a 1460 días, alrededor de 17,520 proyectiles utilizados. ¡Has
quitado la vida o dañado para siempre a 17,520 inocentes pajaritos!
Juanjo estaba consternado, dejó caer su honda al suelo cuando vio la cantidad tan
grande de pájaros muertos, heridos y huérfanos que le señalaban.
‒ ¿Cazaste por hambre, para comer o solo fue por diversión?
Juanjo se sintió muy mal y puso su cara entre las manos para no ver las caritas de las
aves a las que había maltratado por tonto.
Cuando abrió los ojos, estaba cruzando a través de la flor de un tin-tín, esa granadilla
silvestre que tanto le gustaba.
Dentro el mundo de la flor todo era de colores y los espíritus de la vida estaban
trabajando para producir un fruto de tin-tín. Era aún pequeñito, como la cabeza de un
alfiler. Juanjo miraba extasiado.
La flor pegó un grito de dolor y todo se oscureció, Juanjo cayó, otra vez, al suelo y a
su costado estaba la flor que él, el día anterior había arrancado del árbol. La flor estaba
agonizando, abrazando a su amado bebé: ese pequeño tin-tín que ya no vería la vida y que
tampoco Juanjo podría comer.
Se paró de un salto y la levantó del suelo con mucha pena, pero la flor solo lo miró y
luego cerró sus ojitos para siempre.
Juanjo estaba muy asustado y apenado. Se puso a llorar desconsoladamente, cuando
una de sus lágrimas cayó al suelo, sintió que la piedra de nuevo lo tenía atrapado. Pero
esta vez, ya no vociferó ni gritó. Solo dijo con la cabeza gacha.
‒Señora piedra, ¿puede devolverme mi pie por favor?
‒Si has aprendido la lección, sí. Respondió la piedra.
Sollozando, Juanjo dijo ‒hay que respetar la vida. La tierra es de todos los seres vivos
y también de usted señora piedra, es de los chihuacos, de los sapos, de los halcones, de
los cóndores, de las huallatas, de los monos, de las gallinas, de los ratones, de las
serpientes, de los zorros, de los pumas, de los árboles, de las flores, de los ríos, de las
moscas, de los gusanos y también de los hombres.

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