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Un gato muy silvestre.

En un barrio cercano vive un gato silvestre y así lo llaman, Silvestre. A veces lo

confunden con un personaje de la televisión al que se le parece. Pero a él eso no le

parece. Mi nariz es diferente dice. Yo sí soy silvestre.

Su nariz es negra y blanca. Su pelaje también. Como el día y la noche a la vez.

A veces duerme entre las ramas de un árbol, debajo de los carros o encima de ellos, y

sobre el césped en días de sol radiante.

Cuando está feliz corre a toda prisa para tomar impulso y bailar a su modo. Es un gato

que vive en libertad. Es un gato silvestre.

En días nublados, en cambio, se enoja demasiado porque no le gustan las lluvias ni los

vientos y del frío mejor ni hablemos. Y si no hay motivo para molestarse a veces se los

inventa. Se pelea con las nubes, con los gatos que sonríen, con los pájaros que cantan y

con los ratones que no se dejan atrapar. Entonces, algunas personas le tiran agua para ya

no escucharlo pelear. A él ese frío le duele más.

Vivir en la calle no es sencillo, por eso a veces se asoma por las ventanas de las casas

con la esperanza de que lo vean y lo inviten a pasar. Pero ve cómo esas ventanas se

cierran y de pronto, algo en él también… se vuelve a cerrar.

¿Por qué te enojas tanto? Le preguntaron las margaritas con la intención de ayudarlo.

Silvestre no quiso responder. Pobre Silvestre. Siente que no lo entienden.

Al día siguiente, llegó al barrio un nuevo vecino de carácter alegre y cola muy larga, su

nombre era Tom. En seguida hizo amigos en todo el vecindario. Apenas amanecía los
gatos lo buscaban para jugar, los ratones para bailar y los pájaros cantaban con él.

Hasta las nubes también le sonreían.

Silvestre miraba lo que ocurría detrás de un arbusto. Él también quería jugar con ellos,

pero la gran mayoría ya le temía.

Entonces, las margaritas que todo lo ven y todo lo saben, le preguntaron:

-¿Qué deseas, Silvestre?

-Lograr mi gran sueño. Respondió esta vez sin pensarlo.

-Qué raro, si siempre te vemos durmiendo. Le contestaron.

- Mi gran sueño es tener un hogar.

-Pero Silvestre si eso es lo que deseas por qué no buscas uno, en vez de perder tanto

tiempo en renegar. Las margaritas le respondieron. Tu mal carácter antes debes cambiar.

De lo contrario nunca te adoptarán.

Fue así que Silvestre tomó su consejo y echó patitas a andar.

Un día la señora del departamento 106 dio un grito que despertó al vecindario. Encontró

a Silvestre durmiendo en su cama, pero como era corta de vista, en la oscuridad lo

confundió con un fantasma. Luego se puso los lentes y se molestó con el gatito. Tuvo

que huir a toda prisa.

Entrar sin permiso no era tan buena idea. ¿Cómo haría ahora entonces? Mientras

pensaba en su próximo plan, vio a cierta distancia que el nuevo vecino Tom era recibido

con cariño en una de las casas. Entonces, en vez de molestarse o entristecerse,

comprendió que a un corazón alegre siempre se le abrirían las ventas y las puertas.
Fue así que volvió a sentirse feliz en los días nublados. Cada vez tenía menos motivos

para molestarse. Y las nubes empezaron a sonreírle, los pájaros le enseñaron a cantar

mientras los ratones bailaban y todos los gatos lo buscaban para jugar. Así se respiraron

nuevos tiempos en aquel barrio cercano.

Un día un nuevo vecino llegó. Silvestre lo miró con curiosidad.

-¿Cómo te llamas? Le preguntó. Él respondió con un ronroneo.

Luego el nuevo vecino abrió las ventanas, la puerta de su casa y lo abrazó. El gato

silvestre había alcanzado su más grande sueño.

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