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LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL DE SAN FRANCISCO

ES NUESTRA ESPIRITUALIDAD

Quiero recordar, aquello que mencionaron de Francisco y Clara, personajes de talla


universal y manifiesta lo que ambos han significado para el mundo.

El pensador francés Ernesto Renán (1823-1892) estaba convencido de que había tres
momentos decisivos en la historia de la humanidad: El nacimiento del Cristianismo, La
Revolución Francesa y el Movimiento Franciscano en el siglo XIII.
Paul Sabatier, estudioso e investigador protestante, a quien como Familia Franciscana
tenemos mucho que agradecerle, nos refiere lo que Renán le manifestó al respecto:
“Al comienzo de mi trabajo, soñaba con el proyecto de consagrar toda mi vida al
estudio de tres épocas históricas - ¡benditos sean los sueños de la juventud! – Tales
períodos son: El Origen del Cristianismo, vinculado a la historia de Israel; La
Revolución Francesa, y La Maravillosa Renovación Religiosa Emprendida por
Francisco de Asís; pero desafortunadamente, sólo he logrado realizar el primer punto
de mi proyecto.
Dicho esto, Renán se volvió hacia un joven que parecía rebosar de salud, pero que
poco después murió a causa del exceso de trabajo, y dirigiéndose al muchacho le dijo:
-Señor Leblond, usted será el encargado de reconstruir la historia religiosa de la
Revolución. Luego, se volvió a otro a quien el propio Paul Sabatier puso su mano
sobre su hombro para que no se le escapara y le dijo: -¡Usted será el historiador
Seráfico!, ¡Cómo lo envidio!, Francisco siempre ha sonreído a sus historiadores. El
proceso que él desencadenó y las consecuencias que dicho proceso ha tenido en los
siglos posteriores jamás han sido suficientemente destacados y comprendidos. Él fue
quien salvó a la Iglesia del siglo XIII, y su Espíritu permanece sorprendentemente lleno
de vida. Tenemos necesidad de ese Espíritu. Si así lo deseamos realmente, él
volverá”.-
Efectivamente, Paul Sabatier llegó a ser uno de los más importantes investigadores
de nuestra historia franciscana. A partir de sus escritos, la propuesta de Francisco es
como un aguijón clavado en la carne de la Familia Franciscana, e incluso en la carne
de toda la humanidad. No es puramente casual el hecho que continuamente se sigan
publicando obras sobre la vida y el movimiento de Francisco. Sin embargo, debemos
preguntarnos si por ello hoy en día sabemos realmente más sobre él. ¿Hemos
comprendido en realidad lo que Francisco y Clara nos han querido decir?, ¿Acaso no
deberíamos dejarnos fascinar siempre, por su bella sonrisa y su propuesta espiritual?

Francisco y Clara de Asís lideraron un movimiento que en la Iglesia y en el mundo de


hoy, sigue teniendo una misión que cumplir. Entonces: ¿en qué consiste la misión
propia y peculiar del movimiento franciscano?, ¿qué lugar ocupa en la Iglesia?, ¿qué
importancia reviste para el mundo, y viceversa?, ¿qué significado tiene el mundo para
el movimiento franciscano?
El franciscanismo debe encontrar respuesta a estas preguntas.

Francisco y Clara de Asís nos han mostrado con sus vidas un estilo y una forma muy
especial de vivir la fe en Jesucristo. Una fe que quiere humanizar a los hombres y
hacer más habitable nuestro mundo.
Siguiendo el ejemplo de ambos, también nosotros debemos dar testimonio de un Dios
que se “entromete” en la vida del mundo y que interviene en nuestra vida.

De entrada, en pocas y sencillas afirmaciones podemos definir nuestra espiritualidad


franciscana como el seguimiento de Jesús encarnado, hoy y aquí.

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La espiritualidad es nuestra. Es el seguimiento de Jesús: asumiendo su causa,
adoptando sus actitudes, viviendo según su espíritu, al estilo de Francisco.

Aquí, en nuestro querido Perú, en medio de nuestro pueblo, en nuestros colegios,


en nuestras parroquias, en nuestras comunidades de base, en la cultura Juvenil, etc.
Podríamos cortar aquí ya el texto, y sumergirnos en estas palabras subrayadas.
Abriendo con sinceridad el corazón al clamor de nuestros hermanos y al viento del
espíritu, no sería tan difícil descubrir cuál debe ser nuestra espiritualidad.

- Reconocer en primer lugar de una manera abrupta que “espiritualidad” es una


palabra infeliz, desmoralizada, por el abuso teórico y práctico con que fue
utilizada - aún lo es- como esfera distante de la vida real, como espiritualismo
desencarnado y huida de compromiso.

- Si espiritualidad deriva de “espíritu”, y si espíritu se opone a la materia, al


cuerpo, una persona será espiritual cuando viva sin preocuparse de lo que es
material ni siquiera de su propio cuerpo, instalándose en etéreas realidades
espirituales.

- Esta concepción de espíritu y espiritualidad como realidades opuestas a lo


material de lo corporal, provienen de la cultura griega. En la cultura franciscana
no es así. Y tampoco en el mundo cultural semítico de la Biblia. La palabra de
Dios es mucho más integradora.

Aprendiendo de la historia y por un verdadero proceso de maduración, debemos


reconocer, agradecidos al Dios que nos acompaña y al Hermano Francisco quien nos
mostró, que la “espiritualidad” ya no es una palabra infeliz.

El espíritu de una persona es lo profundo y dinámico de su propio ser: sus


motivaciones mayores y últimas, su ideal, su utopía, su pasión, la mística por la cual
vive y lucha y con la cual contagia. “Espíritu” es el sustantivo concreto, y
“espiritualidad” es el sustantivo abstracto. En lenguaje común, estas dos palabras se
usan indistintamente: “Fulano tiene mucho espíritu, tiene una espiritualidad profunda”.

Cuando decimos que alguien “no tiene espíritu”, queremos afirmar que no tiene
pasión, ideal, vida profunda. Más que una persona es un tronco, es una máquina. A la
luz de la fe, Francisco descubre la presencia de Dios en el cosmos, en la vida humana
y en la historia como amor gratuito y salvación precisamente porque Jesús, hijo de
Dios e hijo de María de Nazaret, con su palabra, actividad, muerte y resurrección, nos
hace entrar vitalmente en ese descubrimiento. A partir de este encuentro de fe,
nuestra espiritualidad solo puede ser “religiosa” (como vuelta hacia el Dios vivo,
revelado por Jesús) e incluso “franciscana” (como seguimiento del propio Jesús).

El Dios de Jesús es nuestro Dios. Él es la profundidad máxima de nuestra vida, siendo


la causa de Jesús es nuestra causa. Nuestro vivir es Cristo (Fil 1,21). Él es nuestra
pasión y su espíritu es nuestra espiritualidad.

Nuestra espiritualidad es nuestra en dos sentidos:

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a) Es una espiritualidad personalizada porque nosotros vivimos consciente y
libremente en la condición de personas adultas también en la fe, con la totalidad
de nuestro ser humano, en todas las dimensiones de nuestra vida. Yo soy mi
espiritualidad. Nadie la vive por mí.

b) Es una espiritualidad explícitamente encarnada, hecha historia, hecha pueblo;


hecha tierra y de una manera clara, espiritualidad de la liberación.

Antes de todo es necesario subrayar este aspecto, que oportunamente la Modernidad


(la Post-Modernidad a su modo) hizo salir a la superficie y que nos libera del
gregarismo, del infantilismo, y finalmente, de una posible, justificada, deserción. La
espiritualidad franciscana o es personalizada o no es espiritualidad. O abarca todas las
dimensiones de mi ser (alma y cuerpo, pensamiento y voluntad, sexo y fantasía,
palabra y acción, interioridad y comunicación, contemplación y lucha, gratuidad y
compromiso) o no será mía, no me realizaré en ella y acabará mutilándome.

Caminamos hacia un misterio que está continuamente presente en medio de


nosotros: el misterio de un Dios que quiere liberarnos de toda forma de
opresión y esclavitud.
Somos así, testigos y representantes de una religión (espiritualidad) de la
encarnación, este aspecto es importante por su significación. El texto de
Celano centra este sentido.

Recordemos lo que ocurrió en diciembre de 1223. Francisco se encontraba de nuevo


en una ermita en las cercanías de Greccio - un pueblecito del valle de Rieti. De pronto
se le ocurrió una idea: -¿Qué pasaría - pensó - si pudiera contemplar con mis propios
ojos cuán pequeño y pobre quiso ser Dios?, ¿Qué sucedería si pudiera tocar con mis
propias manos la miseria en la que vino Dios al mundo? Yo quisiera recordar al niño
que nació en Belén, las estrecheces que tuvo que vivir, cómo fue reclinado en una
pesebrera y mirar con mis propios ojos cómo fue puesto en las pajas del pesebre en
medio del buey y el asno. Quisiera inclinarme con todo mi ser sobre la escandalosa
pobreza que Jesús asumió en su nacimiento en un pesebre.-
Pero Francisco no era un soñador, sentía que tenía que poner manos a la obra. Por
eso, un cierto día, invitó a una pareja de campesinos a entrar con él en una cueva;
pidió que trajeran un buey y un asno y que prepararan un pesebre con paja; pero, ante
todo, que viniera mucha gente: invitó a muchas personas, grandes y pequeños, todos
los que pudieran acudir. Y entonces Francisco vio cómo Dios se hace pequeño; palpó
la miseria de Dios, olió su presencia entre los animales y se inclinó ante el Dios pobre.
Entonó luego con todos los presentes la canción del rostro humano de Dios (según 1
Cel 84).
La Encarnación: “El verbo se hizo carne” (Jn 1,14), y se rebajó hasta nuestra
condición de criatura (Fil 2,6-8) y más aún, se hizo historia, cultura y pueblo. La
encarnación es un acto y es un proceso: El lento acostumbrarse de Dios al ser
humano, quien “se hace menor” , por ello La Encarnación es la historicidad, la
inculturación, la inserción de Dios. Verdadero ser humano, Jesús crece, discierne,
evalúa, duda, ora, decide, indigna, llora, exulta, tiene fe, pasa crisis, muere… “es
menor”

Sólo siendo Dios podía ser tan profundamente humano, Francisco dice con razón: “ Tú
eres humildad, tú eres paciencia, tú eres justicia, tú eres templanza…”

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La devoción a la Navidad del Señor en San Francisco y en Santa Clara
Son la manifestación clara de la espiritualidad, la encarnación y el
descubrimiento de nuestro espíritu “secular”. Debemos preguntarnos entonces
por la razón que llevó a Francisco a considerar la Navidad como “la fiesta de
las fiestas” (2C 199).
El teólogo franciscano Duns Scoto parte de la teología del amor de Dios. Dios
es el amor en un grado tal, que no se puede pensar en Él como soledad o
unicidad. Por eso Dios no es “el ser que existe por sí y para sí mismo” como lo
expresaron algunos filósofos. Dios es, por el contrario, total donación, entrega
absoluta, y por eso quiere un mundo en el que todas las criaturas sepan
amarse a sí mismas y a las demás, un mundo interdependiente, como una red,
una realidad definida por sus relaciones mutuas y no por cualquier clase de
limitaciones o separaciones.
Por este motivo, Dios mismo se hace presente en una forma sorprendente e
inigualable, en un hombre, Jesús de Nazareth. Por Él, Dios quiere amar a todo
el mundo y ser amado por todos. Todos deben reconocer dónde está su centro,
para poder crecer continuamente en la unidad del amor.
Es esta la razón por la cual Francisco celebra la aparición de Dios en el mundo.
Para él, Dios es la encarnación de la humildad, aquel que se da a conocer en
las cosas más insignificantes: en un niño que nace en un establo, en medio de
los desamparados que no tienen refugio ni hogar, que sufren pobreza y
miseria, en todas las situaciones de necesidad apremiante, resultantes de una
economía y una política que ven como algo natural la existencia de refugiados
y exiliados, de pobres y leprosos, como efectos secundarios e inevitables.
Dios nos invita a buscarlo entre los pobres, en medio de las criaturas
hambrientas y afligidas, entre los seres humanos y los animales.
Es esta visión la que lleva a Francisco a pedir al Emperador y a “todos los
gobernantes de los pueblos” de todo el mundo a dictar leyes que reconozcan
esta realidad.
Para él, la fiesta de Navidad debe dar el impulso para poder vencer la pobreza
y el hambre o, en otras palabras, constituye el fundamento de la verdadera
humanización del hombre.
La Navidad se proyecta en la Eucaristía: “Dios se humilla todos los días“, y se
deja sentir de todos al entrar en un simple pedazo de pan, compartido por los
que creen en él (Adm 1); su deseo es que los hombres vuelvan a reunirse
diariamente en torno a su presencia; nadie debe aferrarse a sus intereses
egoístas, nadie debe encerrarse en el refugio de sus conveniencias, todos
debemos salir de nuestros rincones y reencontrarnos nuevamente con los
demás y con todo el mundo: el mar, los campos, la tierra y el cielo, todo ha de
reconciliarse y llenarse de nueva vida (7Ct) y así la “sagrada comunión“ (Pn) lo
que hay en el cielo se hará visible y reconocible aquí en la tierra.

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La Navidad significa un vuelco diario de los valores y una transformación
radical del comportamiento de los hombres: lo que parece pequeño e
insignificante tiene que verse como grande e importante, y lo que se tiene por
importante y valioso, ha de verse como cosa sin mayor valor. Dios no piensa
como los hombres. Para Él, los leprosos están en el centro, y los poderosos
deben cederles su sitio.
En este sentido, la Cruz y la Resurrección significan la concretización, la
culminación y la consecuencia de esta actitud de Dios. Para todos aquellos que
creen y dan fe de esta Religión de la Encarnación, Dios se convierte en la
fuerza histórica que transforma la realidad.

Claves de la espiritualidad franciscana

Quisiéramos resumir en este apartado algunas claves de espiritualidad


franciscana. Son simplemente unos apuntes introductorios que persiguen
sugerir la vigencia y actualidad del mensaje de Francisco de Asís:

1. La búsqueda personal de lo absoluto

“¿Quién eres tú, Dios, y quién soy yo?”. Francisco fue un hombre de
búsquedas y preguntas que le llevaron al encuentro y la relación personal con
Dios. “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. En este proceso de preguntas y
búsquedas va intuyendo que su camino es ser seguidor de Jesús y de su
palabra evangélica. La espiritualidad franciscana implica una voluntad de
relación incesante y personalizada con Dios y de seguimiento de la vida de
Jesús mediante la escucha y lectura de su Palabra.

2. La humildad manifestada en la solidaridad

La humildad en la vida de Francisco se plasma en diferentes movimientos:


humildad ante Dios, pobreza espiritual; humildad ante uno mismo para
conocerse verdaderamente; y humildad con los otros y minoridad como
comunión de vida. Renunciar, en definitiva, a toda pretensión de poder
espiritual o material.

3. La solidaridad: restitución - redamatio

Francisco encuentra en Dios el sumo bien. Tanto amor no se puede esconder.


Es para agradecerlo y compartirlo. Francisco nos invita a restituir al Señor los
dones recibidos que como regalo de Dios, se convierte en empeño a favor de
los otros, nos hace ser mensajeros de la paz y el bien. Poder anunciar a cada
hombre y a cada mujer que: “Tú también eres amado por Dios”.

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4. La fraternidad

Vivir la fraternidad es una clave central en el itinerario de Francisco de Asís.


Fraternidad en la propia orden: “Ninguno tenga potestad o dominio sobre los
demás”; fraternidad con la Iglesia, para vivir la comunión eclesial y fraternidad
universal. La creación, los seres humanos, el mundo, la naturaleza, las
dificultades, la alegría…, todo, se vuelve fraternidad. Buscando a Dios se
encuentra con un nuevo corazón, se aprende a mirar todo con los ojos y la
mirada de Jesús. La espiritualidad franciscana es una vocación de apertura a
esa nueva mirada fraterna y no violenta con la dignidad humana de cada
persona y con todo lo que nos rodea.

La Cordialidad - Presencia

En Francisco prima de modo especial la categoría de presencia, porque todo


en él, es relación vivida; presencia frente a Dios; presencia frente a los
hermanos; presencia frente a la Iglesia; presencia frente a los hombres y muje-
res; presencia frente a los animales; cosas; circunstancias; etc. Cada persona
tiene un rostro específico; su propia personalidad; cada animal su propia
misión; en fin cada cosa su propia significación. La mirada de Francisco se
dirige a alguien o algo, nunca de un modo indefinido y anónimo.

Vivir en Relación

Desde la experiencia de la presencia, brota el ser y el estar relacionado.


Francisco se sentía en permanente relación con todos los seres, no sólo con
Dios, sino con todas las personas que encontraba en su vida y con todos los
seres animados e inanimados, a los que tenía por interlocutores válidos. Era
una relación sentida, vivida y compartida.

Encuentro

Francisco puede llamarse el santo del encuentro. ….


Francisco enseña al hombre actual la necesidad de despajarse de muchas
máscaras y resistencias para revestirse de buen humor y sana ironía; al mismo
tiempo que sea capaz de encuentros fecundos y creadores con todas las per-
sonas de su entorno y con los seres y cosas de la vida cotidiana para poder
descubrir la riqueza patente y latente del mundo natural.

Acogida
Todo encuentro sincero supone acogida. Francisco no sólo acogía al Tú infinito
con increíble gozo exultante, sino que acogía a todas las personas; aún
aquellas que socialmente eran las más rechazadas. Acoge a enfermos, lepro-
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sos, ladrones, salteadores de caminos, pobres, poderosos y a los irrelevantes
socialmente. Acoge a la creación entera, no simplemente con espíritu estético,
sino con amistad entrañable y fraterna.

Diálogo
Para poder crear el horizonte humano y espiritual de un diálogo dinámico y
fructífero, es necesario despojarse de muchos prejuicios y nutrirse de una idea
elevada de hombre, por muy adversario o esquinado que se le considere. La
visión franciscana del hombre y de la sociedad podría crear el horizonte
espiritual para alcanzar un diálogo fecundo. Respetando las legítimas
diferencias e intereses y así se pueda lograr las grandes finalidades del ser
humano como amigo, colega, hermano o compañero de viaje.

La mirada

Aunque todos los sentidos corporales son canales de comunicación con el


exterior, la mirada juega un papel especial en las relaciones humanas. La
mirada constantemente nos encubre y nos descubre, nos abre y nos oculta,
nos acerca y nos separa. Tiene un poder extraordinario de relación o de
rechazo.
Cada uno es lo que mira y ve lo que le interesa. Hay miradas que matan y
miradas que vivifican, miradas aniquiladoras y miradas creadoras, miradas que
envenenan y miradas que purifican, miradas posesivas y miradas donativas,
miradas transparentes y miradas cómplices. Toda mirada es la proyección del
yo, y lo que no sea, ese yo, saldrá por ella.
La mirada es tan importante en la vida cotidiana que constituye un vínculo
especial entre la persona y la sociedad, entre el individuo y el mundo. Cuando
Francisco se ha sentido mirado por Dios, todo su ser se ha iluminado,
comenzando a ver toda la vida con nueva perspectiva.

La escucha

Francisco, con gran cortesía y respeto hacia el otro, escuchaba atentamente a


todos. Dicen sus biógrafos que escuchaba a doctos e ignorantes, a ricos y
pobres, a ancianos y niños, a hombres y mujeres, a clérigos y laicos. Cuando
logró el gran espacio interior del silencio, escuchaba a Dios, a los otros, a los
clérigos, a los hermanos e incluso a los seres animados e inanimados de la na-
turaleza.

Cortesía
Celano cuenta que Francisco quiso alistarse en la milicia de la caballería de
Asís. “Era de desigual nobleza, lo superaba en grandeza de alma; si más pobre
en riqueza, era más desmesurado en prodigalidad” (1Cel 4)

7
La leyenda de los Tres Compañeros señala las cualidades del alma de
Francisco, cuando éste decía de sí mismo; “Tu eres generoso y cortés”...TC 3).

Por esto, cuando Francisco exhortaba a la caridad, invitaba a todos a mostrar


afabilidad y cortesía en intimidad de familia (2Cel 180*)

Su relación caballeresca con Dios era tan profunda y al mismo tiempo tan
simple que, encontrándose cierta vez en la oscuridad más densa de la noche,
pide a Dios que tenga la cortesía de iluminarla (LM 5,12*).
Cualidades de la cortesía:

La Lealtad:

La lealtad se identifica con la fidelidad. La cortesía del caballero es ser fiel.


Para Francisco la lealtad-fidelidad, aparece como esencial, la condición
primordial a los que desean ingresar a la Orden Rb 2,3: “Y si creen todas estas
cosas, y las quieran profesar y observar con firmeza hasta el fin”

Los hermanos deben trabajar con fidelidad y devoción, deseando realizar todo
con fidelidad perfecta a Dios y a los Hombres: ese es el amigo leal.

La Compasión:

La casa (corazón) abierta a todas las fronteras y a todos los pobres.


Francisco la convierte en virtud tejida de Caridad y fraternidad
“El Señor me condujo entre los leprosos y tuve compasión por ellos”
Escribe a su Ministro: “Que no haya en el mundo hermanos que por mucho que
hubiera pecado, se aleje jamás de ti, después de haber contemplado tus ojos
sin haber obtenido misericordia, si es que la busca” (CtaM 9 y 10)

Mansedumbre:
“Sean mansos, pacíficos modestos, afables y humildes, tratando a todos
honestamente como conviene” (Rb 3,11)
Para Francisco la ovejita es imagen de dulzura y gentileza, en suma es: El que
no hace daño.

La Liberalidad:

Franqueza, nobleza y magnanimidad era igual a liberalidad. Vestía al pobre


con su vestido (2Cel 5) y era generoso dándose a los pobres; tanto que llega a
pedir limosna para ellos.

Discreción:
Canto a Rolando: “Más vale la discreción que la arrogancia”
Francisco usa la discreción para con todos, virtud profundamente evangélica.
“La prudencia y no a la dureza del corazón y ama a los que esto te hacen. Y no
pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé” (CtaM 5-7)

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La Honra:

El caballero busca la honra de la mujer, consigue reputación y gloria del


mundo. Francisco convierte este concepto caballeresco en la honra del
hombre cristiano que es la humildad, (vence la vergüenza)
“Gloriarme en la cruz de N. S. Jesucristo”. Atribuía a Dios, todos los bienes y
toda la gloria porque a Él le pertenece todo bien y toda bondad.

El amor: fuente del afecto del alma

Francisco responde a la cortesía de Dios con amor. Nunca negó nada a


alguien que le pidiera en el nombre de Dios y amó a todas la criaturas, incluida
el hermano fuego.

Alegría:

Dimensión lúdica de la vida, complemento del alma y arcoíris del mundo.


Conclusión:

Nuestro compromiso debe ser invertir los valores humanos. Francisco


convertido, hace de las cualidades humanas se transformen en cortesía.
La cortesía franciscana no es más que una señal de nobleza, de costumbres y
del alma; ella es resultado del amor de Cristo.

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