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Título: Sistematización de los rubros indemnizatorios en el Código Civil y Comercial de la Nación


Autor: Fiol, Gerardo
Publicado en: SJA 21/12/2016, 21/12/2016, 8 -
Cita: TR LALEY AR/DOC/4590/2016

Sumario: I. Introducción.— II. Concepto.— III. Requisitos.— IV. Rubros indemnizables.— V. Rubros en
particular.— VI. En definitiva.— VII. Intereses
I. INTRODUCCIÓN
Hoy más que nunca, el daño ha tomado un papel protagónico en la materia. No sólo por tratarse, en esencia,
de uno de los presupuestos que deben necesariamente acreditarse a los fines de endilgarle responsabilidad a otro,
sino a partir del cambio de paradigma que en este ámbito se ha dado, dejando atrás la noción de la "Teoría de la
responsabilidad civil" para pasar a la de "Derecho de daños".
Ello, lejos de ser un cambio meramente nominal, refleja que ahora el foco está puesto no en la
antijuridicidad o en el reproche, sino más bien en la verificación de un daño injusto y el deber —en virtud del
título atributivo del que se trate— de repararlo (1).
Desde esta óptica, hoy imperante nacional e internacionalmente, se entiende que el resarcimiento de los
daños queda delimitado —en cuanto a su piso y su techo— por el perjuicio causado y en la posibilidad de
repararlo, ya sea en especie (2) o a través de una indemnización sustitutiva, siempre en aras de permitir al
damnificado quedar en la misma situación en la que se encontraba antes de la lesión.
A su vez, más allá de la concepción del sistema de reparación de daños que impere, uno de los problemas
más engorrosos a los que, desde antaño, los operadores del Derecho se han tenido que enfrentar es el de la
cuantificación de los perjuicios sufridos. Ciertamente, el análisis del daño conlleva, intelectualmente, dos
desafíos: por un lado, verificar la existencia de una lesión a un bien jurídicamente tutelado sufrida por una
persona, y, por el otro, una vez superado ello, medir los efectos dañosos que el hecho generó para determinar,
con la mayor precisión posible, su reparación.
En este escenario, el objeto de este trabajo radica en esclarecer los lineamientos jurisprudenciales y
doctrinarios que se han ido trazando en torno a los distintos rubros indemnizatorios, y al mismo tiempo,
conjugarlo con las recientes modificaciones —en algunos aspectos sustanciales— introducidas por el Código
Civil y Comercial de la Nación (ley 26.994). En particular, la idea es armonizar las consecuencias
indemnizatorias de cada rubro y lograr una cuantificación ajustada a los padecimientos concretos y reales de la
víctima, pero a la vez, evitar el fenómeno de la sobreindemnización.
II. CONCEPTO
Hay daño cuando se lesiona un derecho o un interés no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga
por objeto la persona, el patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva (conf. art. 1737 del CCiv.yCom.).
Ahora bien, de la definición de daño arriba indicada, se deducen dos aspectos tipificantes:
Primer aspecto: la licitud de interés afectado.
Más allá de las distintas corrientes que se suscitaron en torno al concepto de daño jurídico, el nuevo Código
receptó el criterio del interés jurídico. Esta tesis afirma que no es exigible que el interés tenga categoría de
derecho subjetivo ya que protege al interés lícito, aunque no surja de una norma legal o convencional, pero a
condición de que sea un interés lícito, cierto y de relevancia.
En esta inteligencia, el daño es un concepto jurídico abierto e indeterminado cuyo contenido los jueces
deben concretizar hermenéuticamente, en base a la prudencia y circunstancias del caso (3).
En suma, se pone el foco en la juridicidad del interés legítimo o simple en la medida que no sea contrario a
derecho. En otras palabras, se ha dicho que "lo que el derecho tutela el daño vulnera"(4).
Segundo aspecto: los bienes tutelados.
 

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El Código señala cuáles son los bienes protegidos como asiento u objeto sobre el que recae el perjuicio. A
saber: la persona, el patrimonio y los bienes colectivos.
La referencia que el art. 1737 del CCiv.yCom. hace a "persona", "patrimonio" y "bienes colectivos" no
supone asignarle emancipación resarcitoria entre sí y generar terceras categorías de daños con autonomía
indemnizable, puesto que, como se verá, la indemnización admite sólo dos especies: patrimonial y no
patrimonial o extrapatrimonial (5).
Por otro lado, es de destacar que la inclusión de los bienes colectivos no es sino el correlato de la fuerte
presencia del derecho colectivo en el nuevo Código y de la jurisprudencia de la CSJN de estos últimos años, que
ha propiciado la existencia de tres categorías de derechos: 1) individuales; 2) individuales homogéneos; y 3)
colectivos (6).
III. REQUISITOS
Para que se configure un daño debe verificarse la existencia de un perjuicio directo o indirecto, actual o
futuro, cierto y subsistente (conf. art. 1739 del CCiv.yCom.).
Así, la certeza del daño alude a su existencia, esto es que debe ser real y efectivo por oposición al daño
hipotético. El hecho de que el daño no sea liquidable no le quita certidumbre en su existencia. En los intereses
difusos o colectivos el daño debe ser igualmente cierto, aunque la titularidad del bien afectado sea compartida.
Por otro lado, el daño será directo cuando el titular del interés afectado sea la víctima del ilícito; mientras
que será indirecto cuando el perjuicio invocado derive de una lesión a bienes patrimoniales o extrapatrimoniales
de un tercero (7).
La actualidad implica que se produjo o que se producirá antes de la sentencia definitiva, siendo que, por el
contrario, el daño futuro es el que surtirá efectos inexorablemente después de ésta.
Por último, la subsistencia del daño tiene que ver con que éste, al momento del dictado de la sentencia, no
haya desaparecido. Vale resaltar que el daño se mantiene subsistente si la víctima afrontó la reparación por sí
misma o si lo hizo un tercero.
En efecto, no todo daño será objeto de resarcimiento, sino tan sólo aquél que cumpla con los requisitos
propios del daño resarcible en los términos del aludido art. 1739.
IV. RUBROS INDEMNIZABLES
El nuevo Código prevé expresamente que la indemnización comprende la pérdida o disminución del
patrimonio de la víctima, el lucro cesante en el beneficio económico esperado de acuerdo a la probabilidad
objetiva de su obtención y la pérdida de chances. Incluye especialmente las consecuencias de la violación de los
derechos personalísimos de la víctima, de su integridad personal, su salud psicofísica, sus afecciones espirituales
legítimas y las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida (conf. art. 1738 CCiv.yCom.).
Como ya se dijo, no existen terceras categorías de daños con autonomía indemnizable. La indemnización
admite sólo dos especies: patrimonial y extrapatrimonial.
Ello, sin perjuicio de la independencia conceptual que cada rubro posea, que hace, en definitiva, a la
identificación del objeto de la lesión, pero a la hora de su cuantificación, cada uno se deriva en las partidas
patrimonial y/o moral, para lo cual debe tenerse en cuanta en qué medida cada ítem integra un daño de índole
pecuniaria o bien moral.
En otras palabras, cada uno de los rubros indemnizatorios que seguidamente serán tratados goza de
autonomía conceptual, en cuanto al tipo de consecuencias dañosas que sobre la víctima puede generar un hecho
dañoso, lo que no necesariamente debe ser interpretado como una autonomía resarcitoria; esto es, que se tengan
que indemnizar separadamente.
Por ende, en nuestro sistema el daño sólo puede ser patrimonial o moral, pues las nuevas categorías que se
hallen por fuera de ello carecen de bases normativas (8). La razón de ello radica en tratar de evitar la
 

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sobreindemnización, esto es, resarcir un mismo perjuicio dos veces o más, o bien resarcir por más de lo que fue
la lesión real y efectivamente sufrida.
De este modo, es preciso señalar que el daño patrimonial o material es el que altera, afecta y ataca el activo
patrimonial de la víctima. Así, se ha considerado que este tipo de perjuicio entraña siempre lesión o quebranto
de ciertos valores económicos, distinguibles en dos clases: el valor de uso y el valor de cambio (9). A los fines
de su configuración, poco interesa que se trate de una lesión corporal en la persona física o en los bienes de su
pertenencia (10).
Es que, como se dijo, lo que trasciende no es el bien atacado sino los efectos que produce el elemento
fáctico; si dichas consecuencias afectan valores económicos o pecuniarios, el daño es patrimonial; por el
contrario, si los mentados efectos alteran valores morales, el daño es extrapatrimonial.
V. RUBROS EN PARTICULAR
a) Daño emergente
Se trata del perjuicio efectivamente sufrido en el empobrecimiento, disminución o minoración patrimonial
que produjo el hecho nocivo (11).
Es decir, el daño emergente consiste en la disminución o empobrecimiento económico del patrimonio de la
víctima; ya sea en los bienes por su destrucción, deterioro o menoscabo, o bien en los perjuicios sufridos sobre
la persona de la víctima o un tercero, en virtud de los cuales debieron efectuarse erogaciones o gastos para su
curación (12).
Naturalmente, pertenece a la esfera patrimonial, sin que puedan observarse facetas no patrimoniales de este
rubro.
Así, dado que, esencialmente, es un daño de contenido meramente patrimonial, su cuantía debe
corresponderse con la pérdida material efectivamente producida (vgr. gastos de reparación de vehículo) o a
producirse (vgr. costo de operación futura), conforme haya sido acreditado en la causa, para lo cual deberán
tomarse como referencia los valores de adquisición y/o reparación de los bienes involucrados que arroja el
mercado al momento en que efectivamente se ha dado la disminución o desmejora en el patrimonio del
damnificado, sin perjuicio de la actualización que por vía de los intereses corresponda otorgar.
Ello así, puesto que lo que concretamente se indemniza es el bien o parte de él que el hecho dañoso sustrajo
del patrimonio del afectado, debido a su desaparición, deterioro o imposibilidad de uso.
La reparación en este tipo de daño sólo comprende lo necesario para volver el bien dañado a su estado
anterior al hecho que causó el daño o, de no ser posible, su sustitución por otro idéntico; pero impide incluir en
este rubro cualquier aspiración adicional relativa a los perjuicios derivados de la imposibilidad de gozar del bien
afectado o de obtener utilidad o ganancia de él.
b) Lucro Cesante
Este daño importa la frustración o pérdidas de ganancias que la víctima haya dejado de percibir a raíz del
hecho dañoso. Al igual que el daño emergente, pertenece exclusivamente a la esfera patrimonial.
Este rubro pone el foco en que se impide "el enriquecimiento legítimo del patrimonio de la víctima" (13) o,
en otras palabras, en la pérdida del "enriquecimiento patrimonial razonablemente esperable"(14).
Para su determinación, rige lo relativo a la razonabilidad, por lo que es necesario un análisis conforme a un
criterio de previsibilidad ordinario y a las probabilidades que brindan los antecedentes del caso concreto, puesto
que solo se reparan las consecuencias dañosas que tengan nexo adecuado de causalidad con el hecho productor
del daño (conf. art. 1726 del CCiv.yCom.). Ello siempre, sin desatender el requisito de la certidumbre, como
presupuesto de todo daño resarcible.
Aunque el sistema plasmado en el nuevo Código haya eliminado la clásica división entre responsabilidad
contractual y extracontractual, resulta relevante recordar, al menos desde su conceptualización y a los fines de la
 

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delimitación de este rubro en ciertos casos, que en la esfera contractual la pérdida de beneficios siempre se ha
vinculado con el efectivo cumplimiento de aquél y, por ello, se dice que es la privación del provecho o ventaja
no obtenida como consecuencia del incumplimiento (15).
Una especial mención merece lo relativo a la privación de uso de una cosa y el lucro cesante, puesto que se
los ha asimilado en cuanto a su régimen jurídico.
No está demás decir que el uso de una cosa puede o no producir ganancias; pero, aunque no se obtenga de
ella una renta, su mero uso significa siempre una ventaja patrimonial apreciable para quien puede aprovecharla,
y, por ello, privarlo de la cosa por un tiempo determinado le ocasiona un daño cierto, que no requiere prueba
especial, sino que es evidente (16).
Para cuantificarlo entonces, debe tenerse en cuenta que "1) Toda "privación de uso" de un automotor
ocasiona al propietario un daño cierto, que debe ser indemnizado, bastando la prueba del tiempo que no pudo
disponer del vehículo; 2) esta privación de uso deberá calcularse, por aplicación analógica de las normas que
regulan la mora en el cumplimiento de las obligaciones, como el interés correspondiente al "capital" que es el
valor del coche; 3) si el propietario pretendiese un "lucro cesante" especial deberá probar la existencia y cuantía
de ese rubro indemnizatorio" (17).
c) Pérdida de Chance
Al analizar este rubro, debe pensarse en todos los casos en los cuales el sujeto afectado podía realizar un
provecho, obtener una ganancia o beneficio, o evitar una pérdida, y ello fue impedido por el hecho dañoso de un
tercero. Pese a que no puede superarse la incertidumbre de saber si el efecto beneficioso se habría o no
producido, lo cierto es que se ha cercenado una expectativa, una probabilidad de una ventaja patrimonial (18).
La pérdida de chance se presenta como una probabilidad suficiente que supera la condición de un daño
eventual o hipotético para convertirse en un perjuicio cierto y, por ello, resarcible.
No está demás la aclaración de que el hecho de que la chance sea indemnizable no significa que se prescinda
de la verificación del presupuesto de la certeza —propio, como se dijo, de todo daño resarcible—, sino que, por
el contrario, la certidumbre en este rubro existe sobre la pérdida de las expectativas o de las probabilidades
objetivas de obtener un beneficio económico o una ganancia.
En este entendimiento, el Máximo Tribunal de la Nación tiene dicho que la pérdida de chance se constituye
sólo cuando la posibilidad de las ganancias alegadas se presentan como una probabilidad suficiente de beneficio
económico que supere el campo de lo hipotético y conjetural (19).
Su valoración se hace en sí misma y no en relación al eventual beneficio frustrado, variando el quantum
según que la probabilidad haya sido más o menos grande (20).
La cuantía de la chance indemnizable no es el equivalente a todo el beneficio esperado como ocurriría en el
lucro cesante (vgr. todos los sueldos no percibidos mientras se ve imposibilitado de prestar servicios a raíz del
hecho dañoso), ya que no es la ventaja a obtener lo que se indemniza (ej. El premio total de la competencia),
sino la probabilidad de obtener tal beneficio, lo que siempre será más reducido, dado que el beneficio último
constituye un todo (100%) y las probabilidades a resarcir, en definitiva, se miden en porcentajes de ese todo.
En torno a la dirección en la que la parte debe conducir la prueba, es de destacar que el rubro no prosperará
en tanto no existan constancias que permitan determinar la existencia de un perjuicio con un concreto grado de
probabilidad de convertirse en cierto (Fallos 329:3403), puesto que el resarcimiento de la pérdida de chance
exige la frustración de obtener un beneficio económico siempre que éste cuente con probabilidad suficiente
(Fallos 330:2748).
La pérdida de chance puede tener repercusiones tanto en la esfera patrimonial como no patrimonial (vgr.
padecimiento y aflicción por la pérdida de la probabilidad de contraer matrimonio o constituir pareja) (21).
En definitiva, en cuanto a este rubro, cabe tener en cuenta que:
 

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— Es un daño resarcible, cuando implica una probabilidad suficiente de beneficio económico que resulta
frustrado a raíz del hecho dañoso.
— No es indemnizable cuando presenta una posibilidad muy general y vaga.
— Puede ser valorada en sí misma aun prescindiendo del resultado final incierto, en su intrínseco valor
económico de probabilidad.
— La indemnización debe ser de la "chance" misma, y no de la ganancia estimada en forma matemática, por
lo que debe ser apreciada judicialmente y de acuerdo a las circunstancias de cada caso.
Tipos de Pérdidas de chance
a) Pérdida de Chance de obtener éxito en un juicio: Se trata del mal desempeño de la práctica abogadil.
Algunos supuestos pueden ser la perención de la instancia, la falta de interposición en un recurso, falta de
contestación de la demanda, entre otros.
b) Pérdida de chance de sobrevida: ya sea a raíz de una mala técnica de curación o un diagnóstico
equivocado o bien tardío.
c) Pérdida de Chance de la futura manutención de los hijos hacia los padres: Esto se traduce en una falta de
ayuda en la vejez o en la edad madura, cuando las posibilidades de autoabastecimiento decrecen en los
progenitores y los aportes económicos de los hijos devienen necesarios.
d) Pérdida de la Chance Matrimonial: Existen en este punto posturas contrapuestas. Por un lado, el criterio
jurisprudencial ha llegado a reconocer a tal perjuicio el carácter de patrimonial (22), mientras que, por el otro, se
sostiene que la consideración del matrimonio como un acto esencialmente de contenido espiritual o moral es
argumento suficiente para rechazar la postura adoptada por alguna jurisprudencia y doctrina (23).
e) Pérdida de chance de ascensos en la carrera laboral: En el ámbito del trabajo se han reconocido
indemnizaciones ante la pérdida de chance, cuando el accidente ha privado a la víctima de la posibilidad futura
de ascender en su carrera profesional (24).
f) Pérdida de Chance por impedimento de dedicarse profesionalmente a un deporte: En los casos en que
resulta evidente que la pérdida de la posibilidad de desempeñarse como jugador profesional de algún deporte
(fútbol, tenis, etc.) con expectativas lucrativas razonables (25).
d) Daño Moral
Tradicionalmente, este tipo de daño ha sido definido como "(...) la lesión en los sentimientos que determina
dolor o sufrimiento físicos, inquietud espiritual o agravio a las afecciones legítimas, y en general toda clase de
padecimientos insusceptibles de apreciación pecuniaria" (26).
Además, se ha explicado que "(...) el daño moral se traduce en el sentimiento de dolor que experimenta la
víctima o sus parientes, generalmente en los delitos que lesionan los bienes personales —vida, integridad física
o moral, honor, libertad" (27) .
Más cerca en el tiempo, se describió a este rubro como toda "(...) modificación disvaliosa del espíritu en el
desenvolvimiento de su capacidad de querer o sentir, que se traduce en un modo de estar de la persona diferente,
a consecuencia del hecho y anímicamente perjudicial" (28) .
En el Código Civil y Comercial de la Nación no se realiza una definición al respecto sino que sólo se alude a
la problemática de su legitimación. Así, el art. 1741 de este cuerpo normativo prevé que "[e]stá legitimado para
reclamar la indemnización de las consecuencias no patrimoniales el damnificado directo. Si del hecho resulta su
muerte o sufre gran discapacidad también tienen legitimación a título personal, según las circunstancias, los
ascendientes, los descendientes, el cónyuge y quienes convivían con aquél recibiendo trato familiar ostensible
(...)".
En definitiva, en cuanto a su concepto, vale decir que subsisten los criterios desarrollados con anterioridad,
 

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para lo cual debe tenerse en cuenta que cuando el Código se refiere a daño no patrimonial debe entenderse como
equivalente al daño extrapatrimonial o moral, indistintamente, por oposición al patrimonial (29).
En lo relativo a quién puede reclamar el resarcimiento de daño moral, es dable señalar que como todo tema
de legitimación, en última instancia, se trata de una decisión político-legislativa, ya que por la naturaleza propia
de este tipo de daño las personas perjudicadas en sus sentimientos a raíz de un hecho dañoso sufrido por otra
persona podrían extenderse ad infinitum.
En esta inteligencia, el legislador reconoce legitimación activa amplia al damnificado directo del hecho
nocivo y, respecto de los damnificados indirectos —es decir, aquellos que experimentan un perjuicio por vía
refleja de hecho lesivo—, consagra una legitimación activa restrictiva, aunque —es digno resaltar— más
generosa que la consagrada en el art. 1078 del derogado Código de Vélez.
En efecto, se establecen dos supuestos que autorizan el reclamo del damnificado indirecto, esto es, si del
hecho resulta su muerte o sufre gran discapacidad del damnificado directo, también tienen legitimación a título
personal los ascendientes, los descendientes, el cónyuge y quienes convivían con aquél recibiendo trato familiar
ostensible. Según se ha expresado, este último supuesto "(...) faculta el reclamo del conviviente de uno u otro
sexo, los hijos de crianza de las familias ensambladas, los hermanos con los que convivía, etc." (30) .
Un tema verdaderamente inquietante ha sido desde siempre la cuantificación del daño moral sufrido por el
reclamante, puesto que a mayor precisión anhelada, mayor complejidad e interrogantes obtenidos.
Precisamente, lo complejo sobre este rubro es medir el daño, el dolor o el menoscabo espiritual, en tanto
ningún hecho dañoso repercute de igual forma en cada persona, pues la gravedad de las secuelas morales muta
en la biografía de cada sujeto y se halla condicionada por factores altamente subjetivos, inherentes a su
personalidad. Y ello es porque "(...) el dolor no puede medirse o tasarse" (31) .
Como consecuencia de ello, se ha dicho que "[l]a reparación 'integral' del daño moral es un mito o ilusión:
tanto desde la perspectiva del daño mismo, porque es imposible restituir la situación al estado anterior a la
lesión, como desde la perspectiva de la indemnización, ya que el monto que se fije no puede representar ni
traducir el perjuicio" (32).
En este escenario, es de destacar que el nuevo Código —aunque lejos de neutralizar los inconvenientes
arriba señalados— traza un sendero a través del cual se fija el monto de la indemnización por daño moral. Así,
en la última parte del art. 1741 reza: "El monto de la indemnización debe fijarse ponderando las satisfacciones
sustitutivas y compensatorias que pueden procurar las sumas reconocidas".
En aras de esclarecer esta fórmula, se ha dicho que "(...) se trata de afectar o destinar el dinero a la compra
de bienes o la realización de actividades recreativas, artísticas, sociales, de esparcimiento que le confieran al
damnificado consuelo, deleites, contentamientos para compensar e indemnizar el padecimiento, inquietud, dolor,
sufrimiento, (...)" (33).
Se trata ciertamente de concebir al resarcimiento de este rubro como el "precio del consuelo" —
abandonando la antigua y cuestionada noción del "precio del dolor"—. Para ello, lo que se procura es mitigar el
dolor de la víctima por medio de bienes deleitables que conjuguen la tristeza, la desazón o las penurias
padecidas. En otras palabras, importa proporcionarle a la víctima recursos aptos para menguar el detrimento
causado o bien confortarle el padecimiento (34).
Es que como tiene dicho la Corte Suprema de Justicia de la Nación, "(...) aun cuando el dolor no puede
medirse o tasarse, ello no impide justipreciar la satisfacción que procede para resarcir —dentro de lo
humanamente posible— las angustias, inquietudes, miedos, padecimientos y tristeza propios de la situación
vivida por el actor, teniendo en cuenta la índole del hecho generador de la responsabilidad y la entidad del
sufrimiento causado, que no tiene necesariamente que guardar relación con el daño material, pues no se trata de
un daño accesorio a éste" (35).
Por otro lado, la indemnización en concepto de daño moral resulta —valga la redundancia— reparatoria y no
 

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represiva, dado que, como se dijo, persigue satisfacer, compensar o paliar en parte la lesión al espíritu, mas no
sancionar al responsable del daño.
¿Cómo cuantificar las satisfacciones sustitutivas o compensatorias?
Aunque la perspectiva de cómo concebir la reparación del daño moral ha cambiado, no lo ha hecho lo
relativo a su concreta mensura, problema —no menor— que genera en muchas ocasiones una reticencia por
parte de los jueces a su reconocimiento, logrando resultados en la práctica a veces disvaliosos, en uno u otro
sentido. Es decir, por un lado, frente al temor de indemnizar "por demás", y ante la ausencia de cálculos
matemáticos concretos que arrojen la suma de dinero adecuada para resarcir, se ajusta "para abajo"; mientras
que, por el otro, en tanto por definición se trata de una lesión que no puede tasarse con precisión, se suele
conceder por conducto de este rubro todo aquello que no ha podido acreditarse en la partida del daño
patrimonial.
No puede desconocerse, entonces, su trascendencia. Pero lo cierto es que la falta de pautas claras y concretas
es propio e inherente del bien que en definitiva tutela el daño moral. De allí que el error sería seguir esperando
la invención de fórmulas fijas que indiquen el quantum del daño. Justamente, el desafío pasa por lograr una
cuantificación sin ellas y con base en las distintas variables que hagan al caso.
El Máximo Tribunal ha trazado algunos lineamientos para cuantificar esta lesión. Así, ha dicho que debe
tenerse en cuenta en cada caso i) la índole del hecho generador de la responsabilidad y ii) la entidad del
sufrimiento causado, que no tiene necesariamente que guardar relación con el daño patrimonial (36).
Por otro lado, en un interesante trabajo de doctrina, la jurista Zavala de González brindó algunas pautas
atinentes a la indemnización (37). Allí, la autora señaló que la indemnización debe:
— ser justa, aunque no sea integral. La autora enfatiza que pretender que la indemnización por daño moral
sea integral es un sinsentido y un mito, ya que nunca se podrá alcanzar una fiel congruencia con la magnitud real
del perjuicio espiritual en una persona.
— ser suficiente y posible para que cumpla con su función satisfactiva.
— atender la situación de la víctima.
— No prescindir de las posibilidades del responsable.
— encaminarse a su pronto pago, pues su dilación puede redimensionar la indemnización del daño moral, al
margen de los intereses que correspondan.
— tener en cuenta, cuando se trata de daños morales colectivos (por lesión al medio ambiente, actitudes
discriminatorias contra grupos, etc.), la socialización de las consecuencias, calculadas en bloque y con destino
grupal.
En suma, no es posible fijar indemnización justa por daño moral sin vincular las diversas variables
relevantes de cada caso (cultura, edad, estado físico, intelectual, profesión, posición económica y social,
expectativa de vida, grado de parentesco, cultura, edad, educación, entre otros).
Daño Moral y Prueba
Como principio general, rige el postulado de que quien alega un daño tiene la carga de probar su existencia
(conf. art. 1744 CCiv.yCom.).
Sin embargo, a esta altura ya puede anticiparse que el daño moral no está sujeto a reglas fijas. Su
reconocimiento y cuantía dependen del arbitrio judicial, sin que sea necesaria indefectiblemente prueba
específica alguna cuando ha de tenérselo por demostrado por el solo hecho de la acción antijurídica (38).
Existe en materia probatoria la atenuación de la carga procesal cuando la existencia del daño surge del
propio acto antijurídico. Así, al tratarse de daños a la integridad psicofísica de las personas, el daño moral se
prueba con una presunción que encuentra como indicio el propio hecho lesivo. Ello así, debido a que el perjuicio
 

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recae en el cuerpo o en la psique de las personas, en su salud, honor o libertad de movimiento.


En definitiva, el daño moral por las lesiones a la integridad de las personas se derivan in re ipsa del hecho
dañoso y no recae respecto de ellos la carga de probarlos (39).
Ahora bien, cabe preguntarse qué ocurre en relación al daño moral derivado de bienes patrimoniales. Claro
está que no se trata aquí de analizar las repercusiones espirituales en la integridad psicofísica de las personas,
sino más bien las que devienen de las lesiones a las pertenencias materiales de éstas.
Al respecto, vale decir que no todo perjuicio económico se traduce necesariamente en un daño moral, sino
que para que ello ocurra debe verificarse que la subjetividad del dueño, de alguna manera y en mayor o menor
medida, se encontraba proyectada a sus bienes materiales, de suerte que la lesión de éstos provoca de ordinario
cierta desazón, molestia o alteración anímica relevante (40).
Se ha puntualizado que el valor de tal afección "(...) no es, en principio, el que se sufre ante el daño
patrimonial en sí, sino el que se tutela en virtud de un interés extrapatrimonial, jurídicamente relevante, que
existe, además del interés económicamente pecuniario" (41).
Como referencia, puede acudirse a comprobar en cada caso si el bien patrimonial dañado es susceptible de
ser reemplazado, ya sea en especie o bien en dinero. De allí, si resulta reemplazable, no existirá un daño moral
pese a la repercusión que el hecho haya tenido en la sensibilidad del damnificado; y si, por el contrario, no lo es,
por la inexistencia o imposibilidad de reproducir el bien —vgr. la obra de arte irremplazable— o por la
insatisfacción subsistente luego de la reparación patrimonial —vgr. el anillo de matrimonio—, cabe entonces
afirmar la existencia de un interés de afección autónomo del económico (42).
Jurisprudencialmente, se ha dado en materia de accidentes de tránsito una interpretación restrictiva para
tener por acreditado el daño moral en caso en los que sólo han mediado daños materiales en el vehículo, no
verificándose tal rubro por las simples molestias, incomodidades o inconvenientes transitorios, pues no alcanzan
para producir padecimientos espirituales de cierta entidad (43).
Daño moral y Personas jurídicas
Cabe preguntarse, en este momento, si las personas de existencia ideal pueden ser sujetos pasivos de un
agravio moral. Al respecto, existen dos posturas opuestas:
a) Entre los que niegan que las personas jurídicas pueden sufrir daño moral encontramos a Orgaz, Bueres,
Bustamante Alsina, Cazeaux, Echevesti, Mosset Iturraspe, Pizarro, Roitman, Saux y Zavala de González.
Principalmente, el fundamento dado radica en que las personas jurídicas no pueden sufrir este tipo de daño en su
aspecto subjetivo, puramente afectivo, en tanto carecen de subjetividad, por lo que, conceptualmente, no puede
concebirse que un hecho determinado alcance o perturbe los sentimientos, seguridad personal, entre otros.
Lo anterior no impide que las personas de existencia ideal puedan ser sujetos pasivos de un ataque a
derechos de índole extrapatrimonial (vgr. nombre o reputación), pero ello siempre tendrá cierta repercusión en
su patrimonio, de manera que en tales casos tampoco se llegaría a configurar estrictamente un daño moral, sino
más bien patrimonial.
Por su parte, la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el precedente 'Kasdorf' ha rechazado la reparación
del daño moral pretendido por sociedades comerciales (44), en el entendimiento de que no cabía afirmar que
pudieran sufrir padecimientos de tal índole, atento a que su capacidad jurídica se encuentra limitada por el
principio de especialidad (art. 2º de la ley 19.550) y a que su finalidad —por definición— consiste en la
obtención de ganancias (art. 1º de dicha ley).
b) En la línea opuesta, encontramos a Alterini, Ameal y López Cabana, Basso y Monjo, Roberto H. Brebbia,
de la Fuente, Irigoyen, Nissen, Tale, Zannoni y Trigo Represas. Ellos, en cambio, argumentan, a groso modo,
que debe partirse de que se trata de personas (ya sea jurídicas o físicas), a lo que agregan que dicha condición
comporta siempre la existencia de ciertos atributos que indefectiblemente la acompañan, aun cuando se trate
solamente de personas ideales. Así, citan a título ejemplificativo bienes susceptibles de lesión como protección
 

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del buen nombre, imagen, concepto público, libertad contractual, industrial; inviolabilidad del domicilio y de la
correspondencia privada, y exclusión de toda injerencia arbitraria, privada o pública, en los asuntos internos;
entre otros.
Por mi parte, me inscribo en la primera de las posturas reseñadas. Es que, aun reconociendo que las personas
jurídicas pueden resultar perjudicadas en los bienes precedentemente indicados, lo cierto es que, por definición,
los efectos negativos que de ello se deriven nunca importarán una lesión a los sentimientos o un desmedro al
espíritu, puesto que para ello sería necesario afirmar, previamente, que las personas de existencia ideal poseen
sentimientos y/o espíritu.
En definitiva, no es la denominación que se utilice (buen nombre, imagen, libertad contractual) lo que
determina la procedencia del daño moral, sino la verificación de perjuicios efectivamente padecidos sobre los
sentimientos o el espíritu de la persona damnificada, y desde esta perspectiva, aunque parezca de perogrullo, no
puede lesionarse lo que no se posee.
Bajo esta premisa, reconocerles a las personas jurídicas daño moral sólo se sustentaría desde una ficción, lo
cual resulta incompatible con uno de los requisitos del daño resarcible, esto es, la certeza —que, como se dijo,
requiere de la efectiva constatación de un padecimiento real y concreto, desechando lo conjetural y ficticio—.
Por último, resta decir que, a mi modo de ver, esto no es sino otra tendencia a sobreindemnizar los
perjuicios, ya que los daños sobre los bienes jurídicos indicados —buen nombre, imagen, concepto público,
libertad industrial, etc. — también son reparados desde la esfera patrimonial en la incidencia que en los aspectos
lucrativos y financieros haya tenido, por ejemplo, la difamación del nombre de una sociedad.
e) Daño psicológico
Se ha dicho que existe daño psicológico cuando se verifica la perturbación profunda del equilibrio
emocional de la víctima, que guarda adecuado nexo causal con el hecho dañoso, y que entraña una significativa
descompensación que altere su integración en el medio social (45).
Importa, así, un quebranto de la personalidad que se traduce en un menoscabo a la salud, en su aspecto
integral. Tal quebranto debe ser patológico y verificarse que la víctima ha enfermado a raíz de la agresión,
aunque no constituya una situación perdurable, sino tan sólo un morboso desequilibrio pasajero (46).
En definitiva, se trata de un trauma generado por el hecho dañoso que altera más allá de la previsible
configuración interior ante un mal, distorsionando la personalidad y activando tendencias y predisposiciones
subyacentes.
Un debate típico en torno a este rubro es el relativo a su pretendida autonomía indemnizatoria. Vale decir
que al tratarse, en definitiva, de una lesión al cuerpo —más específicamente, al funcionamiento de la psiquis—
el daño psíquico o psicológico puede constituir, por un lado un daño patrimonial (formando parte de un aspecto
de la 'incapacidad sobreviniente') y, a su vez, extrapatrimonial (integrando la faz moral del resarcimiento).
Es decir, si bien cabe reconocer le autonomía conceptual al daño psicológico, ello no se traduce,
necesariamente, en una tercera órbita al momento de encuadrarlo en patrimonial o extrapatrimonial. En otras
palabras, sobre esta cuestión "(...) prevalece la tesis clásica de que el daño psicológico no constituye un tercer
género de daños entre el moral y el patrimonial, pues el padecimiento de una lesión de este tipo puede incidir en
forma indistinta y aun simultánea tanto en el daño moral como en el patrimonial" (47) .
En palabras del Dr. Iribarne, aun reconociendo la autonomía conceptual de este rubro, para no multiplicar los
ítems resarcitorios, se deben considerar sus efectos en la esfera patrimonial o extrapatrimonial o en ambas (48).
Daño psíquico y tratamiento terapéutico
Hay que remarcar que, aunque en ocasiones se lo confunda, el daño psíquico no equivale al tratamiento
terapéutico, pues como enseña Zavala de González: "Una terapia onerosa es consecuencia de la lesión, y no ésta
misma" (49).
 

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Ciertamente, el rubro tratamiento terapéutico no es más que un sub ítem del daño emergente, a poco que se
advierta que, en definitiva, la lesión recae en el peculio de quién debe efectuar los gastos y desembolsos
necesarios para obtener la asistencia psicológica —vgr. honorarios profesionales, estudios médicos y traslados
pertinentes—.
Explica la jurista antes señalada que quien ha sufrido un trauma que provoca un daño psíquico debe poder
reclamar por tratamiento terapéutico, incluso si sus perspectivas de curación son limitadas, ya que siempre la
asistencia profesional logra paliar la sintomatología perturbadora, proporcionando un alivio.
Ahora bien, es cierto que debe evitarse una injustificada duplicidad resarcitoria y, consecuentemente, no
cabe indemnizar íntegramente las secuelas como inmodificables y, simultáneamente, el costo terapéutico para su
corrección o mitigación. Sin embargo, "(...) debe entenderse dicha argumentación en su preciso sentido: sólo es
válida, según se ha dicho, a propósito de derivaciones irreversibles pues, en la medida subsanable, resulta
legítimo el esfuerzo de la víctima tendiente a amenguarlas y, dentro de estos límites, serían acumulables los
gastos por terapia y la compensación por el desequilibrio existencial inherente al daño síquico a partir del hecho
lesivo y hasta la conclusión de aquélla, además de las secuelas que puedan subsistir después".
En efecto, si la lesión es irreversible, el tratamiento mal puede ser otorgado bajo la expectativa de resultar
curativo, por lo que no corresponde indemnizar ambos aspectos. No obstante, ello no impide que, según las
particularidades del daño psíquico permanente, no quepa resarcimiento en cuanto a los gastos del tratamiento
psicológico al que deberá someterse el damnificado para prevenir un agravamiento del trastorno, frente a lo
cual, entonces, la indemnización debe reparar el estado psíquico definitivo de la víctima y, también, el costo del
tratamiento para prevenir su agravamiento.
f) Valor Vida
En un sentido estrictamente jurídico, el alcance de la expresión "valor de la vida humana" o "pérdida de la
vida humana" debe entenderse como el atinente a los perjuicios que sufren terceros a partir de la muerte de la
víctima, siendo que no está en juego determinar el valor de esa vida sino precisar si la muerte les produjo algún
daño a éstos (50).
Cabe decir que los efectos económicos que el fallecimiento de la víctima puede provocar en los
damnificados indirectos se circunscribe estrictamente a la esfera patrimonial, por cuanto importa determinar en
qué medida se ven afectados patrimonialmente por la disminución de bienes que percibían del occiso.
Conocida es la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación sobre la materia: "la vida
humana no tiene valor económico per se, sino en consideración a lo que produce o puede producir. No es dable
evitar una honda turbación espiritual cuando se habla de tasar económicamente una vida humana, reducirla a
valores crematísticos, hacer la imposible conmutación de lo inconmutable. Pero la supresión de una vida, aparte
del desgarramiento del mundo afectivo en que se produce, ocasiona indudables efectos de orden patrimonial
como proyección secundaria de aquel hecho trascendental, y lo que se mide en signos económicos no es la vida
misma que ha cesado, sino las consecuencias que sobre otros patrimonios acarrea la brusca interrupción de una
actividad creadora, productora de bienes. En ese orden de ideas, lo que se llama elípticamente la valoración de
una vida humana no es otra cosa que la medición de la cuantía del perjuicio que sufren aquellos que eran
destinatarios de todo o parte de los bienes económicos que el extinto producía, desde el instante en que esta
fuente de ingresos se extingue" (51) .
En este entendimiento, es que el art. 1745 del CCiv.yCom. dispone en qué debe consistir la indemnización
por fallecimiento. Así, desde lo patrimonial, incluye:
a) los gastos necesarios para asistencia y posterior funeral de la víctima;
b) lo necesario para alimentos del cónyuge, del conviviente, de los hijos menores de veintiún años de edad
con derecho alimentario, de los hijos incapaces o con capacidad restringida, aunque no hayan sido declarados
tales judicialmente; esta indemnización procede aun cuando otra persona deba prestar alimentos al damnificado
 

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indirecto; el juez, para fijar la reparación, debe tener en cuenta el tiempo probable de vida de la víctima, sus
condiciones personales y las de los reclamantes; y/o
c) la pérdida de chance de ayuda futura como consecuencia de la muerte de los hijos; este derecho también
compete a quien tenga la guarda del menor fallecido.
Aquí, con el afán de mejorar la redacción del art. 1084 del derogado código, se prevé que la indemnización
por fallecimiento debe contener, entre otras cosas, 'lo necesario para los alimentos', que en sustancia refiere a los
aportes económicos concretos que recibía el reclamante y que abarcan todos los aspectos materiales,
espirituales, recreativos y sociales.
Es menester aclarar que el valor de la vida humana no resulta apreciable tan sólo sobre la base de criterios
exclusivamente materiales, ya que no se trata de medir en términos monetarios la exclusiva capacidad
económica de las víctimas, lo que vendría a instaurar una suerte de justicia compensatoria de las
indemnizaciones según el capital de aquéllas o según su capacidad de producir bienes económicos con el trabajo
(52).
Bajo estas premisas es que se ha superado la problemática relativa a cuantificar el valor vida en casos en que
la víctima se encontraba desempleada en el momento del hecho o bien ejercía un rol de ama de casa.
En esta dirección, es frondosa la jurisprudencia que propicia que para fijar la indemnización por el valor
vida no han de aplicarse fórmulas matemáticas sino que es menester considerar y relacionar las diversas
variables relevantes de cada caso en particular, tanto en relación con la víctima (capacidad productiva, cultura,
edad, estado físico e intelectual, profesión, ingresos, laboriosidad, posición económica y social, expectativa de
vida, etc.) como con los damnificados (grado de parentesco, asistencia recibida, cultura, edad, educación,
condición económica y social, etc.) (53).
Legitimados activos de dicho daño
Se trata de una presunción iuris tantum del daño en favor del cónyuge, el conviviente, los hijos menores de
21 años (conf. art. 658 CCiv.yCom.) o con derecho alimentario (conf. art. 663), los incapaces o con capacidad
restringida aún no declarada judicialmente.
Unos no excluyen en su legitimación a otros, pero sí debe tenerse en cuenta que el aporte del fallecido es
uno sólo y forma un todo que no puede ser multiplicado ficticiamente por cuantos legitimados activos reclamen,
sino que, en todo caso, deberá hacerse la repartición que corresponda. Así, los montos resarcitorios diferirán
entre un legitimado y otro respecto de este rubro, y ello dependerá de la distinta situación vivencial de cada uno
con la víctima.
El elenco de legitimados activos dado por el art. 1745 no descarta la existencia de otros legitimados,
respecto de los cuales no recae una presunción iuris tantum, pero que bien pueden, en su caso, acreditar el daño
sufrido en la medida que dependían económicamente del fallecido.
g) Incapacidad Sobreviniente
La noción de incapacidad en el ámbito del Derecho de Daños comprende aspectos tanto laborativos como
no-lucrativos, pues intenta abarcar todas las singularidades de una persona, cuya afectación es por sí misma
resarcible.
De esta manera, la incapacidad psicofísica es la inhabilidad o impedimento o algún grado de dificultad para
el ejercicio de las funciones vitales (54).
El impedimento de ejercer las funciones vitales que naturalmente se hallan predispuestas de tal forma para
que cada individuo las lleve a cabo dentro de sus posibilidades importa, como se dijo, por sí mismo un valor
indemnizable (55), y se parte para ello del presupuesto biológico de la plena capacidad anterior al hecho. De
todas formas, cabe decir que dicho presupuesto no significa desatender las circunstancias preexistentes de la
víctima a los fines de su cuantificación. El punto es que presuponer la plena capacidad con anterioridad al hecho
 

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tendrá efectos en cuanto a la no necesidad de acreditar que el damnificado no sufría ningún tipo de impedimento
psicofísico previo al hecho —pues el hombre se presume capaz para el desarrollo de la vida en sociedad—, de
manera tal que sí será materia de acreditación probatoria si la demandada aduce impedimentos anteriores y
ajenos al hecho dañoso.
Un punto interesante para aclarar es que el daño se constituye por más que la curación y readaptación sea
más o menos completa, porque aun siendo así no podría devolverse al organismo alterado la situación de
indemnidad anterior (56).
Como se dijo, los aspectos que mediante este rubro se indemnizan son no solamente los económicos sino
también las restantes manifestaciones de la persona humana tanto desde el punto de vista individual como desde
el social.
Incapacidad permanente
El art. 1746 del CCiv.yCom. establece que la indemnización por lesiones o incapacidad permanente, física o
psíquica, total o parcial, "(...) debe ser evaluada mediante la determinación de un capital, de tal modo que sus
rentas cubran la disminución de la aptitud del damnificado para realizar actividades productivas o
económicamente valorables, y que se agote al término del plazo en que razonablemente pudo continuar
realizando tales actividades. Se presumen los gastos médicos, farmacéuticos y por transporte que resultan
razonables en función de la índole de las lesiones o la incapacidad. En el supuesto de incapacidad permanente se
debe indemnizar el daño aunque el damnificado continúe ejerciendo una tarea remunerada".
Este artículo reemplaza al art. 1086 del código de Vélez, que regulaba respecto de "heridas u ofensas
físicas". El nuevo artículo innova en los términos que emplea al decir "lesiones o incapacidad física o psíquica",
ya que recepta la concepción de incapacidad sobreviniente desde la noción de alteración a la plenitud humana o
a la integridad corporal o daño a la salud.
Sustancialmente, la incapacidad sobreviniente compromete tres aspectos vitales de la víctima:
A) capacidad laborativa o productiva: es la que repercute en la pérdida de ingresos, rentas o ganancias
específicas a raíz de la disminución de la aptitud lucrativa;
Este sub ítem debe acreditarse concretamente en cada caso y refiere a sueldos, ingresos, edad, vida útil
restante, entre otros.
B) capacidad vital: o la aptitud y potencialidad genérica: es la que —sin ser estrictamente productiva—
recae en la idoneidad intrínseca del sujeto para trabajar o para producir bienes o ingresos.
Aquí, la lesión se presume a partir del entendimiento de que, por regla, toda persona tiene aptitud o
potencialidad intrínseca con valor económico mensurable, por lo que —en todo caso— deberá ser desvirtuada
por prueba en contra (57).
C) Vida en relación: es la lesión a la actividad social estrechamente vinculado con la capacidad intrínseca del
sujeto. Si bien se discutía si el daño a la vida en relación debía ser indemnizado mediante la partida del daño
moral, la Corte Federal consolidó la tesis que la incluye como una sub especie de la incapacidad permanente, al
decir que cuando la víctima resulta disminuida en sus aptitudes físicas o psíquicas de manera permanente, esta
incapacidad debe ser objeto de reparación al margen de que desempeñe o no una actividad productiva, pues la
integridad física tiene en sí misma un valor indemnizable y su lesión afecta diversos aspectos de la personalidad
que hacen al ámbito doméstico, social, cultural y deportivo con la consiguiente frustración del desarrollo pleno
de su vida (58).
En suma, la concepción receptada por el nuevo código abarca "(...) todos los detrimentos patrimoniales que
afectan a la integridad física, incluidos los denominados daños nuevos (al proyecto de vida, daño biológico, a la
integridad sexual, a la intimidad, etc.) conceptualmente autónomos pero resarcitoriamente dependientes del daño
moral o del patrimonial" (59).
 

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Incapacidad transitoria
Cuando las lesiones o incapacidades físicas o psíquicas, luego de transcurrido un tiempo determinado o bien
tras haber transitado por el tratamiento médico científico que correspondiere, desaparecen o se revierten sin que
se consolide en ningún grado de permanencia, se plantea el interrogante respecto de si dicha incapacidad
temporaria debe resarcirse como tal o por el lucro cesante.
No es casual, en este sentido, la aclaración que realiza el art. 1764 citado, en cuanto se trata de incapacidades
permanente, ya sean físicas y/o psíquicas, totales o parciales. El punto es que el grado detectado de incapacidad
debe ser definitivo y no transitorio.
En este sentido, ha triunfado la postura que pregonaba que la incapacidad temporal se indemniza mediante el
rubro lucro cesante, y no por conducto del rubro incapacidad sobreviniente. Estos rubros no deben confundirse,
sino que deben ser armonizados, pues cuando indemniza uno el otro cede, y viceversa.
Así, en un caso en el que luego de transcurrido el período de curación o restablecimiento, la víctima ha
consolidado una incapacidad permanente, el rubro lucro cesante consistirá en el resarcimiento de las ganancias
dejadas de percibir durante el tiempo que haya demandado la curación del damnificado (piénsese, por ejemplo,
en una internación con sometimientos quirúrgicos y sus respectivos plazos de recuperación pos operatorios),
mientras que la reparación de la incapacidad resarcirá la repercusión de dicha disminución física en la capacidad
laborativa, potencialmente laborativa y de vida en relación, en el grado y porcentaje que se ha perpetuado la
incapacidad.
No obstante esta distinción, es dable aclarar que tanto para el caso de incapacidad permanente como
transitoria es aplicable la parte del art. 1746 que refiere a que "[s]e presumen los gastos médicos, farmacéuticos
y por transporte que resultan razonables en función de la índole de las lesiones o la incapacidad" (60) .
h) Daño estético
El daño estético es la alteración o deformación que afea o desfigura la belleza corporal o la integridad de su
aspecto (61).
Se ha dicho, en cuanto a su configuración, que ante la existencia de cicatrices que alteran el aspecto habitual
que presentaba la víctima antes del accidente, no resulta necesario que aquéllos sean francamente "rechazantes"
para concebir la indemnización por la lesión estética (62).
En otras palabras, no cabe aquí efectuar una comparación de belleza o fealdad del aspecto físico de la
víctima antes y después del hecho lesivo, sino una alteración al aspecto previo.
También su autonomía resarcitoria ha sido defendida. Sin embargo, el criterio imperante es el que considera
que las lesiones estéticas deben ser evaluadas según incidan en la esfera patrimonial de la víctima, como
incapacidad sobreviniente, o extrapatrimonial, como daño moral, sin brindarle tratamiento autónomo como un
tercer grupo (63).
No obstante se deseche la idea su autonomía resarcitoria, es de resaltar que su entidad debe ser
prudentemente apreciada si se toma en cuenta que la cirugía reparadora podrá atenuar en buena medida sus
efectos (64), puesto que justamente la cuantía de su perjuicio pasará a integrar las partidas de 'incapacidad
sobreviniente' y/o la de 'daños moral'.
Como pautas para la cuantía del daño estético, cabría valorar la naturaleza de las lesiones sufridas, la edad
del damnificado y cómo habrán de influir aquéllas negativamente en sus posibilidades de vida futura e,
igualmente, la especifica disminución de sus aptitudes laborales (65).
i) Daño Biológico
Con fuertes influencias de la doctrina italiana, aparece en un contexto de recategorización de daños la noción
de daño biológico como parte de la lesión misma a la persona. Esto parte de la idea de que el menoscabo sobre
la persona es el que incide en su integridad psicosomática y se exterioriza en el daño biológico y a la salud (66).
 

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Sin aspiraciones de profundizar al respecto, lo destacable es que en el intento de importar estos conceptos al
derecho argentino se sostuvo que, en principio, no resultaba posible incorporar dicha construcción
jurisprudencial a nuestro sistema, sin que ello se traduzca en potenciar la indemnización (67).
Así, en principio, se ha negado la autonomía resarcitoria de este rubro (68), postulando que las
consecuencias que se intenta reparar mediante esta categoría bien pueden serlo por medio de la clásica división
entre daño patrimonial y moral.
Muy excepcionalmente, se lo ha admitido. Es dable resaltar un precedente de la Dra. Highton de Nolasco
como jueza de primera instancia, donde sostuvo que el daño biológico o a la salud es el que afecta el equilibrio
psicofísico, es decir, la integridad psicofísica de la persona, considerada en sí y por sí, y que es autónomamente
resarcible cualesquiera fueran las consecuencias patrimoniales (lucro cesante y daño emergente) o no
patrimoniales (sufrimientos) de la lesión sufrida (69).
Más allá de aislados pronunciamientos, como el antes referido, lo cierto es que el régimen del daño y la
reparación deberían ser entendidos integralmente, con referencia a todos los perjuicios injustamente sufridos, y
en esa dirección, el debate en torno al daño biológico se encuentra actualmente vigente en la jurisprudencia y
doctrina nacionales, en aras de lograr un lugar en nuestro ordenamiento, ya sea como parte integrante del daño
moral, del daño patrimonial o como categoría autónoma (70).
j) Daño Sexual
En cuanto a su conceptualización, se ha enseñado que, en esencia, se trata de la lesión que incide en la
función o goce sexual (71); o bien la pérdida de las facultades sexuales que genera la necesidad de reparación
por afectar también el proyecto de vida de quien lo padece (72).
Con mayor grado de precisión, Kemelmajer de Carlucci lo ha definido como la pérdida o disminución de la
función o del complejo de funciones de los órganos sexuales, en sus componentes endocrínicos y exocrínicos,
cuya finalidad es: a) el desarrollo sicofísico del individuo que se traduce en la madurez sexual; b) la
reproducción; c) el placer de la libido (73).
En torno a esta categoría, también, se han suscitado discusiones en cuanto a su autonomía. Sin embargo, una
vez más, la doctrina y jurisprudencia mayoritarias han trazado el modo de concebir este rubro como parte
integrante de la clásica división de daño ya aludida.
En efecto, el daño sexual conforma normalmente el daño moral, pero simultáneamente podrá integrar un
daño patrimonial (por cuanto se acredite incapacidad irreversible o transitoria).
Ahora bien, no puede soslayarse la complejidad que en este supuesto se presenta al momento de discriminar
las proyecciones del daño en las órbitas patrimonial o extrapatrimonial.
A título ilustrativo, una disfunción sexual, como podría ser una 'impotencia transitoria' generada a raíz de
una agresión física o psíquica puede producir repercusiones en la integridad corpórea y en la pérdida o
minoración de aptitudes laborativas o productivas concretas; en el psiquismo, requiriendo tratamiento
psicológico y psiquiátrico; en la esfera emocional de la persona; en las relaciones de pareja y/o de la vida de
relación.
Frente a ello, se ha dicho que la tarea interpretativa del juez, con base en los aportes periciales del caso,
radica en identificar las incidencias del daño sexual, procurando concretar la lesión, categorizarla, delimitarla y,
luego, cuantificar sus repercusiones patrimoniales y extrapatrimoniales (74).
El daño a la salud sexual importará un daño patrimonial derivado de la incapacidad sobreviniente, de modo
genérico y en conjunto con otros sub-rubros, cuando se integre y complemente con las restantes afecciones y
alteraciones a las otras facetas de la persona y sus incidencias sean relativamente proporcionadas.
Se plantea un interesante interrogante en cuanto a si los damnificados indirectos se hallan legitimados para
reclamar el daño moral que sufren a raíz del ataque sexual sufrido por la víctima. Claro está que ello no se
 

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refiere a cualquier tipo de damnificado directo sino al cónyuge, conviviente o pareja estable de la víctima.
Tradicionalmente, y a la luz del art. 1078 del anteriormente vigente Código Civil de la Nación, se entendía
que carecían de título para reclamar el daño moral propio, el esposo, esposa o pareja estable de quién fue
víctima de un ataque sexual, o de quién contrajo una enfermedad, dolencia o lesión sexualmente incapacitante,
por la imposibilidad permanente o transitoria de mantener relaciones (75).
No obstante, y pese a que el sistema de la legitimación activa de los damnificados indirectos para reclamar
daño moral en el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación (art. 1745) no ha virado sustancialmente al que
establecía el art. 1078 CCiv., la cuestión continúa latente en la actualidad y merece un nuevo replanteo en
sintonía con el avance en cuanto a la protección constitucional de la noción de familia (76) y con los cambios
estructurales que el aludido Código ha traído en materia de matrimonio (77).
k) Vida en Relación
Si bien éste fue tratado anteriormente, como un sub rubro que integra los aspectos patrimoniales a resarcirse
en el rubro incapacidad sobrevinientes, cabe realizar algunas precisiones que hacen a su concepto, en tanto no
está de más reiterar que, aun cuando sea resarcido dentro de la partida de otro rubro, ello no le quita su
autonomía conceptual.
En primer término, se ha dicho que el daño a la vida de relación "(...) comprende la dimensión social y
espiritual de la persona humana y se refiere a la imposibilidad o dificultad del sujeto disminuido en su integridad
de reinsertarse en las relaciones sociales o de mantenerlas a nivel normal" (78).
En palabras de Zavala de González, a través de esta categoría, se intenta poner de relieve una comprensión
integral de la proyección existencial humana, entendiendo que existe en el ser humano una dimensión social o
interpersonal de la vida no separable sino en vinculación dialéctica con la dimensión individual. Esa dimensión
social no se circunscribe sólo al ámbito productivo o laborativo, pues las relaciones humanas se desenvuelven en
planos inagotables: recreativos, deportivos, artísticos, culturales, etc.
Ahora bien, por un lado, existen autores que han considerado que el daño a la vida de relación es un
supuesto propio del daño moral (79), mientras que, por el otro, se lo ha encuadrado en la incapacidad
sobreviniente, con sustento en el art. 1086 del Código de Vélez, al entender que la pérdida casi total de la
audición sufrida por el actor y sus graves secuelas "(...) producen un serio perjuicio en su vida de relación, lo
que repercute en las relaciones sociales, deportivas, artísticas, etc. de la víctima"(80).
Sin embargo, la jurisprudencia mayoritaria y a partir de la doctrina sentada por la Corte Suprema de Justicia
de la Nación al respecto ya citada, no puede ignorarse que el rubro incluye, en definitiva, la afectación a
desarrollar en plenitud de la vida de relación de la víctima y de obtener ventajas a las que habría razonablemente
accedido de no mediar el hecho dañoso, y es por ello que sus repercusiones no pueden limitarse sólo a un plano
moral, sino que habrá que evaluar en cada caso las consecuencias patrimoniales y/o morales que el hecho trajo
(81).
En idéntica forma, se ha dicho que "[e]l daño a la vida de relación (...) es un componente más -de
importancia, por cierto- pero sólo como elemento integrativo del daño patrimonial o extrapatrimonial. De
ordinario constituye un daño patrimonial en la incapacidad sobreviviente; otras veces integra el daño moral y
excepcionalmente pueden coexistir y concurrir ambas repercusiones lesivas, aunque ello no debe erigirse como
principio genérico. Sólo cuando no se contemple el daño a la actividad social en el daño patrimonial
corresponderá acudir a su enmarcamiento en el moral" (82).
Para cuantificar este tipo de lesiones, toma radical importancia lo aseverado por la CSJN en cuanto a que no
han de aplicarse fórmulas matemáticas sino que es menester considerar y relacionar las diversas variables
relevantes de cada caso en particular, tanto en relación con la víctima (capacidad productiva, cultura, edad,
estado físico e intelectual, profesión, ingresos, laboriosidad, posición económica y social, expectativa de vida,
etc.) como con los damnificados (grado de parentesco, asistencia recibida, cultura, edad, educación, condición
 

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económica y social, etc.) (83).


l) Proyecto de Vida
Tal como fuera indicado al comienzo de este trabajo, la indemnización debe comprender, entre otras, las
lesiones que resultan de "(...) la interferencia en su proyecto de vida" (conf. art. 1738 CCiv.yCom.). Así, este
rubro ha ganado una mención expresa en el texto del Código Civil y Comercial de la Nación consolidando su
existencia como tal, status que —vale remarcar— otros rubros no merecieron.
La noción de esta categoría radica en la lesión que afecta la libertad de cada persona y que trastoca o frustra
el proyecto de vida que libremente se formula cada uno para su realización como ser humano (84).
El autor citado explica que el 'proyecto de vida' es posible en tanto el ser humano es libre y temporal, pues
surge necesariamente de una decisión libre para su realización en el futuro. De allí que todos los seres humanos,
en cuanto libres, generamos proyectos de vida. Así, libertad y tiempo son, por consiguiente, los dos supuestos
existenciales del proyecto o rumbo que se le pretende dar a la vida.
Consecuentemente, el daño al proyecto de vida es aquél que incide sobre la libertad del sujeto a realizarse
según su propia libre decisión, o en otras palabras, el que afecta la manera en que el sujeto ha decidido vivir, o
bien como expresa el profesor Fernández Sessarego, el "(...) que trunca el destino de la persona, que le hace
perder el sentido mismo de su existencia".
Vale decir que este rubro fue receptado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso
'Loayza Tamayo', donde entendió que constituía una noción distinta del daño emergente y del lucro cesante, toda
vez que, por definición, este tipo de daño atiende a la realización integral de la persona afectada, considerando
su vocación, aptitudes, circunstancias, potencialidades y aspiraciones, que le permiten fijarse razonablemente
determinadas expectativas y acceder a ellas (85). En tal ocasión, se reconoció autonomía conceptual al daño al
proyecto de vida, aunque ello no se tradujo en un resarcimiento económico autónomo.
De tal precedente, se ha inferido que se habla de tres rubros autónomos diferentes y no cabe confundirlos:
daños materiales (daño emergente y lucro cesante), daño moral y daño al proyecto de vida. Para la Corte, el
'daño al proyecto de vida' lesiona el ejercicio mismo de la libertad ontológica del ser humano mientras que el
daño moral, incide en el aspecto psíquico de la persona, más precisamente en el emocional.
En definitiva, frente al interrogante de cómo se indemniza, se ha postulado que este rubro no debe escapar a
la clásica división de las esferas patrimonial y moral. Así, se ha dicho que: "el daño al proyecto de vida
menoscaba a la persona misma en su integridad espiritual y, por tanto, constituye una vertiente agravadora de
perjuicios morales, los cuales no deben restringirse a sufrimientos, sino comprender con amplitud los
desequilibrios existenciales" (86).
La citada autora ha postulado que el daño al proyecto de vida es tanto más serio cuanto menores sean las
posibilidades de sustitución. Desde esta premisa, no es desacertado atender a la edad de la víctima. Así, el daño
al proyecto de vida de un niño debe ser valorado con una óptica más objetiva y abstracta que en el caso de los
adultos, que ya han trazado una trayectoria determinada por sus acciones y por las circunstancias en las que han
vivido.
Por otro lado, contrariamente a lo anterior, el profesor Fernández Sessarego considera que el daño al
proyecto de vida es un rubro autónomo dentro de la clasificación de los daños a la persona.
VI. EN DEFINITVA
A partir de las precedentes consideraciones de cada rubro indemnizatorio, podemos determinar cómo y de
qué se integra la partida patrimonial y la extrapatrimonial.
Por un lado, siempre y cuando se encuentre debidamente acreditado, la esfera patrimonial puede estar
integrada de:
— daño emergente,
 

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— lucro cesante,
— pérdida de chance,
— valor vida —en caso de fallecimiento de la víctima—,
— incapacidad sobreviniente, el que puede contener, a su vez, daño psicológico, daño estético, daño
biológico, daño sexual, vida en relación y proyecto de vida —siempre en la medida que se traduzca en
incapacitante para la víctima desde un aspecto pecuniario—.
Por otro lado, siempre y cuando se encuentre debidamente acreditado, la esfera extrapatrimonial puede estar
integrada:
— daño moral, el que, también, estará comprendido por los aspectos extrapatrimoniales del daño
psicológico, daño estético, daño biológico, daño sexual, proyecto de vida, pérdida de chance matrimonial y vida
en relación.
VII. INTERESES
Por último, cabe hacer una mención respecto de la regulación que el Código Civil y Comercial de la Nación
efectúa sobre los intereses, cuestión que no es insignificante, a poco que se repare que las funciones que éstos
poseen en la materia son, a la vez, recomponer el capital de las variaciones sufridas por el transcurso del tiempo
-si los montos fueron medidos a valores históricos- y compensar al acreedor la indisponibilidad de su
utilización.
Es decir, para mensurar en dinero un perjuicio, se puede cuantificarlo, ya sea en virtud del valor histórico
(esto es, lo que valía al momento en que se produjo el daño) o bien de valores actualizados al tiempo del dictado
de la sentencia. En el primer caso, a la hora de fijar los intereses corresponderá recomponer las fluctuaciones
que hubiera sufrido el capital adeudado y, asimismo, compensar a la víctima la indisponibilidad del mismo;
mientras que en el segundo supuesto, en tanto las sumas han sido determinadas conforme los valores actuales
del mercado, no cabe recomponer, sino solamente compensar la indisponibilidad del capital debido.
Asimismo, es dable señalar que el nuevo Código unifica el comienzo del cómputo del curso de los intereses,
cuestión que en el régimen anterior generó fuertes controversias, principalmente, en materia de responsabilidad
contractual.
Así, el art. 1748 del CCiv.yCom. establece que "[e]l curso de los intereses comienza desde que se produce
cada perjuicio". Este artículo recepta un viejo plenario de la Cámara Nacional en lo Civil que decidió que los
intereses corrían desde el día en que se produce cada perjuicio (87), y cambia, en cierta medida, el criterio
adoptado por el Alto Tribunal de la Nación, en tanto ha sostenido como principio general que los intereses se
devengan desde el hecho dañoso.
En definitiva, dado que la obligación resarcitoria es una deuda de valor, ella debe cumplirse conforme al
valor real/actual y no al histórico (88), pues el tiempo en que el juez efectúa la valuación del daño es al
momento de dictar sentencia, ocasión en la que debe atenderse tanto las variaciones intrínsecas del daño como
también la eventual variación del curso de la moneda.
De esta forma, el devengamiento de intereses moratorios posibilita atender al tiempo transcurrido desde que
el damnificado —directo o indirecto— sufrió el perjuicio hasta que se hace efectivo el pago de la indemnización
que se le reconoce.
Puntualmente, del texto del artículo citado se sigue que habrá que analizar cada rubro y computar intereses
desde que cada perjuicio se produjo o comenzó a producirse. En líneas generales, las reglas son (89):
— Daño moral: generalmente, desde el hecho lesivo.
— Gastos o desembolso: desde que se efectuó cada gasto o desembolso.
— Daño material: desde el hecho dañoso.
 

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— Daños futuros: desde la sentencia condenatoria.


— El Lucro cesante: desde el vencimiento de cada período.
— El tratamiento psicológico futuro: desde la notificación de la sentencia (90).
En suma, habrá que estar no sólo a la naturaleza de cada perjuicio, sino también al modo en que en el caso
concreto se produjo, para poder establecer con precisión desde cuando comienzan a correr los intereses.
 (1) En esta dirección, el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación prevé en su art. 1716 que "[l]a
violación del deber de no dañar a otro (...) da lugar a la reparación del daño causado, (...)", y, en su art. 1717,
que "[c]ualquier acción u omisión que causa un daño a otro es antijurídica si no está justificada".
 (2) En el aludido cuerpo normativo, al igual que había sido previsto en el Código de Vélez, se establece que
la reparación consiste en la restitución de las cosas al estado en que se encontraban con anterioridad al hecho
dañoso, agregándose que la víctima puede optar por la restitución de las cosas a su estado anterior (especie), o
por una indemnización en dinero (sustitutiva) (conf. art. 1740).
 (3) Iribarne, Héctor Pedro: De los daños a la persona, Ediar, Buenos Aires, 1993, p. 435.
 (4) Calvo Costa, Carlos, Daño resarcible, Hammurabi, Buenos Aires, 2005, p. 61.
 (5) Lorenzetti, Ricardo, Código Civil y Comercial de la Nación Comentado, t. VIII, Rubinzal-Culzoni,
Santa Fe, 2015, p. 477.
 (6) Corte Sup., "Mendoza", del 8/7/2008, "Halabi", del 24/2/2009, "Padec", del 21/8/2013, entre otros.
 (7) Bustamante Alsina, Jorge, Teoría General de la Responsabilidad Civil, 9ª edición Ampliada y
Actualizada, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1997, p. 177.
 (8) Pizarro, Ramón Daniel, Daño moral, Hammurabi, Buenos Aires, 2004, ps. 72 y ss.
 (9) Llambías, Jorge Joaquín, Tratado de derecho civil. Obligaciones, t. I, 2ª ed., Buenos Aires, p. 299, n.
243.
 (10) Mazeaud-Tunc, Tratado de la responsabilidad, t. I, Ejea, Buenos Aires, 1962, p. 299, n. 215.
Bustamante Alsina, Jorge, ob. cit., p. 169, n. 320.
 (11) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 484.
 (12) Zannoni, Eduardo, El daño en la responsabilidad civil, Astrea, Buenos Aires, 1992, p. 35, n. 16.
 (13) Bustamante Alsina, Jorge, ob. cit., p. 170, n. 322.
 (14) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 484.
 (15) Bueres, Alberto Jesús, "Resarcimiento del lucro cesante en el pacto comisorio", en La responsabilidad
(Homenaje al prof. Isidoro Goldenberg), Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1995, ps. 249 y ss.
 (16) Luis Moisset de Espanés, Guillermo Tinti y Maximiliano Calderón, "Daño emergente y daño lucro
cesante", publicado online en www.acaderc.org.ar/).
 (17) Íd. Anterior.
 (18) Cazeaux, Pedro, "Daño actual. Daño futuro. Daño eventual o hipotético. Pérdida de una chance", en
Temas de responsabilidad civil. En honor al doctor Augusto M. Morello; p. 23 n. 10.
 (19) Fallos 320:1361, 321:3437, entre otros.
 (20) Mayo, Jorge Alberto, "La pérdida de la "chance" como daño resarcible", LL 1989-B-102 -
Responsabilidad Civil Doctrinas Esenciales, t. II, p. 1411.
 (21) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 490.
 (22) Suprema Corte de Tucumán, Revista La Ley, t. 47, p. 636.
 (23) Mayo, Jorge, ob. cit.
 

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 (24) Fallos 331:570.


 (25) Fallos 318:1715.
 (26) Bustamante Alsina, Jorge, ob. cit., p. 237.
 (27) Orgaz, Alfredo, El daño resarcible, Lerner, Buenos Aires, 2011, p. 223.
 (28) Zavala de González, Matilde, Resarcimiento de Daños, t. 2, Hammurabi, Buenos Aires, 1993, p. 49.
 (29) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 500.
 (30) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 502.
 (31) Corte Sup., "Baeza, Silvia Ofelia v. Provincia de Buenos Aires y otros" del 4/12/2011.
 (32) Zavala de González, Matilde, "Cuánto por daño moral", LL 1998-E-1057.
 (33) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 504.
 (34) Iribarne, Héctor Pedro, ob. cit., p. 143.
 (35) Fallos 334:1821.
 (36) Fallos: 321:1117; 323:3614 y 325:1156, entre otros.
 (37) Conf. "Cuánto por daño moral", ob. cit.
 (38) Sup. Corte Bs. As., "P. J. R. v. Banco Francés S.A. s/daños y perjuicios", del 29/4/2009.
 (39) Corte Sup., "Ramos", Fallos 328:2546, "Baeza", Fallo 334:376, entre otros.
 (40) Zavala de González, Matilde, "Daño moral por lesión de bienes patrimoniales", LL 1985-B-968.
 (41) Zannoni, Eduardo, El daño en la responsabilidad civil, Astrea, Buenos Aires, 1982, p. 359.
 (42) Zavala de González, Matilde, ob. cit.
 (43) CNCiv., sala E, 2/3/1978, Rev. La Ley, t. 1979-B, p. 472, CNCiv., sala B, 30/8/1974, Rev. La Ley, t.
1975-C, p. 377, CNCom., sala D, 30/7/1982, Rev. La Ley, t. 1982-D, p. 465, CNCiv., sala F, 24/7/1973, Rev. La
Ley, t. 152, p. 399, entre otros.
 (44) Fallos 313:284.
 (45) Taraborrelli, José, "Daño psicológico", JA 1997-II-777.
 (46) Kemelmajer de Carlucci, Aída, "Breves reflexiones sobre la prueba del llamado daño psíquico.
Experiencia jurisprudencial", en Revista de Derecho de daños, Rubinzal-Culzoni, n. 4. "La prueba del daño", p.
134.
 (47) Galdós, Jorge Mario, "Daños a la persona", en Revista Responsabilidad Civil y Seguros 2005, año VII,
febrero.
 (48) Iribarne, Héctor Pedro, ob. cit., ps. 165, 303 y 336.
 (49) Zavala de González, Matilde, "Daño síquico y rubros indemnizables", LL Online.
 (50) CNCom., sala B, "Salinas de Franco, Adela v. Corrales, Gustavo Alberto y otros", del 30/12/2008.
 (51) Fallos 316:912; 317:728, 1006 y 1921; 318:2002; 320:536; 322:1393; 323:3614; 324:1253 y 2972;
325:1156.
 (52) Fallos 331:570.
 (53) Fallos 310:2103; 316:912; 317:728 y 1006; 320:536; 323:3616; 324:2972; 325:1156 y 1277, entre
otros.
 (54) Zavala de González, Matilde: Resarcimiento de Daños..., ob. cit., p. 343.
 (55) Fallos 316:2775.
 

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 (56) Fallos 310:1826; 315:2331; entre otros.


 (57) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 524.
 (58) Fallos 321:1124, 322:1792, 322:2658, 325:1156, 326:847, entre muchos otros.
 (59) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 526.
 (60) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 526.
 (61) Galdós, Jorge Mario, "Daños a la persona", ob. cit.
 (62) CNCiv., sala C, "Grasso, Eduardo Miguel y otro v. Colegio Galileo Galilei SAE y otro", del 4/9/2007.
 (63) Corte Sup. Fallos 321:1117; 326:1673; CNCiv., sala C, 3/12/2008, Verdecchia"; CNCiv., sala G,
25/9/2009, "Fernández"; entre muchos otros.
 (64) Fallos 312:2085; 321:1117; ver también Vázquez Ferreyra, Roberto A., "Daños y Perjuicios: lesión
estética", LL 1992-B-251.
 (65) CNCiv., sala E, "Pérez Jazbec, Sebastián Gabriel y otros v. Zavaleta, Marcelo Enrique y otros", del
15/4/2008.
 (66) Fernández Sassarego, Carlos, "Protección a la persona", en Andorno-Cifuentes y otros, Daños y
protección a la persona humana, La Rocca, Buenos Aires, 1993, p. 21.
 (67) Kemelmajer de Carlucci, Aída, "El daño a la persona ¿Sirve al derecho argentino la creación pretoriana
de la jurisprudencia italiana?", en Revista de Derecho Privado y Comunitario, p. 76.
 (68) Borda, Guillermo, "Acerca del llamado daño biológico", ED 152-491.
 (69) "García, Gustavo Alejandro y otro v. Dos Santos Goncalves, María Alcina s/ sumario", ED 152-491.
 (70) Berger, Sabrina, "El daño biológico en el derecho argentino", LL 27/7/2011, 1, LL 2011-D-995.
 (71) Galdós, Jorge M., "Daños a las personas", ob. cit.
 (72) Calvo Costa Carlos, ob. cit., p. 353.
 (73) Kemelmajer de Carlucci, Aída, "El daño a la persona. ¿Sirve al derecho...?", p. 69.
 (74) Galdós, Jorge Mario, "¿Hay daño sexual?", RCyS 2006-129.
 (75) Pizarro, Ramón, ob. cit., p. 222; Zavala de González, Matilde, ob. cit., p. 469; y Bueres, Alberto Jesús
en el Prólogo al libro de Calvo Costa Carlos Daño resarcible, ob. cit. p. 29.
 (76) Concebida no sólo como la surgida del matrimonio legítimo (Fallos 312:1833; 313:226: 313:751).
 (77) En este sentido, el art. 431 CCiv.yCom. prevé "el deber moral de fidelidad" entre esposos.
 (78) Zavala de González, Matilde, ob. cit., p. 462; Kemelmajer de Carlucci, Aída, "El daño a la persona
¿sirve al derecho...?", p. 87.
 (79) Mayo, Jorge, "El daño moral. Los diversos supuestos característicos que lo integran", Revista de
Derecho de Daños, n. 6, Daño moral, p. 179; Piaggio, Aníbal, "Daño moral y personas privadas de conciencia en
estado de vida vegetativo" en Revista de Daños n. 6. Daño Moral, p. 240.
 (80) Corte Sup., 5/8/1986, "Luján, Honorio Juan v. Nación Argentina", Fallos 308:1111.
 (81) Iribarne Héctor Pedro, ob. cit., p. 607.
 (82) Galdós, Jorge Mario, "Daño la vida de relación", LL 2006-D-921, Revista del Colegio de Magistrados
y Funcionarios del Departamento Judicial de San Isidro n. 19, p. 31.
 (83) Fallos 310:2103; 316:912; 317:728 y 1006; 320:536; 323:3616; 324:2972; 325:1156 y 1277, entre
otros.
 (84) Fernández Sessarego, Carlos, ob. cit., p. 55.
 

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 (85) Corte Interamericana de Derechos Humanos, 27/11/1998, "Loayza Tamayo María E.".
 (86) Zavala de González, Matilde, "Daño a Proyectos de vida", Revista de Responsabilidad Civil y Seguros,
La Ley, n. 4, Año 7, abril de 2005.
 (87) CNCiv. en pleno, "Gómez, Esteban", del 16/12/1958.
 (88) Zannoni, Eduardo A., ob. cit., p. 308.
 (89) Lorenzetti, Ricardo, ob. cit., p. 534.
 (90) Corte Sup., "Baeza, Silvia v. Provincia de Buenos Aires", del 12/4/2011.

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