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L- Fragmento de Globalización, bobalización (Eduardo Galeano)1

Hasta hace algunos años, el hombre que no debía nada a nadie era un virtuoso
ejemplo de honestidad y vida laboriosa. Hoy, es un extraterrestre. Quien no debe, no es.
Debo, luego existo. Quien no es digno de crédito, no merece nombre ni rostro: la tarjeta
de crédito prueba el derecho a la existencia. Deudas: eso tiene quien nada tiene; alguna
pata metida en esa trampa ha de tener cualquier persona o país que pertenezca a este
mundo.
El sistema productivo, convertido en sistema financiero, multiplica a los deudores
para multiplicar a los consumidores. Don Carlos Marx, que hace más de un siglo se la vio
venir, advirtió que la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la tendencia a la
superproducción obligaban al sistema a crecer sin límites, y a extender hasta la locura el
poder de los parásitos de la «moderna bancocracia», a la que definió como «una pandilla
que no sabe nada de producción ni tiene nada que ver con ella».
La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las
guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio
turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble. La parranda aturde y nubla la mirada;
esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero
la cultura del consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la
verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo,
acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la
demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El
sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones
necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de
las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de
todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre
compradora; pero ni modo: para casi todos, esta aventura empieza y termina en la pantalla
del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más
que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías
que a veces materializa delinquiendo (…)
(…) El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime
cuánto consumes y te diré cuánto vales (…).

1
Galeano, E. (1998). “Globalización, bobalización” en Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Buenos
Aires; Catálogos, 1999. Pp. 255- 256.
Cs. E- Fragmento de Consumismo y sociedad: una visión crítica del Homo
Consumens (Susana Rodríguez Díaz) 2
El consumo es algo más que un momento en la cadena de la actividad económica.
Es una manera de relacionarse con los demás y de construir la propia identidad. De hecho,
en las sociedades denominadas como avanzadas, desde la irrupción de la producción en
masa, el consumo, y especialmente el consumo de mercancías no necesarias para la
supervivencia, se ha convertido en una actividad central, hasta el punto de que se puede
hablar de una “sociedad consumista”. Esto es algo sobre lo que conviene reflexionar al
haber triunfado, en las últimas décadas, un estilo materialista y egoísta que ha acabado
por ocasionar un agravamiento de la desigualdad social y que ha sido, con toda
probabilidad, una de las causas de una crisis que, para algunos, no es solamente de
carácter económico, sino también una crisis cultural, de valores.
Lo primero que destacaremos es que el consumo es una actividad que desborda el
dominio de lo meramente material; esto es (…) la dimensión simbólica del acto de
consumir, íntimamente ligado con el contexto cultural e histórico en el que tal actividad
se desenvuelve. No estamos, pues, ante un simple proceso económico y utilitario, sino
ante un fenómeno que depende, como muestra Jean Baudrillard (1988, 2001), más del
deseo –de convertirse en un determinado tipo de persona– que de la satisfacción de una
necesidad biológica preexistente.
Sin duda, los objetos cuentan con unas características materiales y físicas, pero no
importan por sí mismos, sino por sus propiedades. Cada cultura carga a cada objeto de un
conjunto de significados simbólicos determinados por su sistema de creencias. Con esto
no queremos decir que no existan necesidades básicas que tengan que ser satisfechas
mediante el consumo, como alimentarse o guarecerse.
Sin embargo, incluso estas necesidades pueden satisfacerse de diversas maneras y
cada sociedad marca pautas distintas en relación a ellas. Por ello, resulta difícil establecer
unas necesidades básicas y mínimas para todos los seres humanos; aun así, el debate sobre
el consumo debe incluir un planteamiento sobre la provisión de unos mínimos para que
todo ser humano pueda vivir con dignidad.

2
Rodríguez Díaz, Susana (2012). Consumismo y Sociedad: una visión crítica del Homo Consumens.Nómadas. Critical
Journal of Social and Juridical Sciences, vol. 34, núm. 2, Euro-Mediterranean University Institute. Roma, Italia.
Recuperado el 7 de noviembre de 2022 de https://www.redalyc.org/pdf/181/18126057019.pdf
H- Fragmento de Escenarios del consumismo: desde lo social a lo individual
(Elio Parisí) 3
El contexto cultural es definido por Lipovetsky (1996) como un estado de
conmoción de la sociedad, de las costumbres, de un individuo contemporáneo, de la era
del consumo masificado, la emergencia de un modo de socialización y de
individualización inédito.
La mutación histórica que está en curso, y que se ha profundizado con el inicio
del nuevo siglo, han generado una nueva forma de control de los comportamientos, a la
vez que una diversificación incomparable de los modos de vida, una imprecisión
sistemática de la esfera privada, de las creencias y de los roles, dicho de otro modo, una
nueva fase en el individualismo occidental.
Se ha producido una erosión de las identidades sociales, abandono ideológico y
político, desestabilización acelerada de las personalidades. Esta es una segunda
revolución individualista (…).
Por supuesto que el derecho a ser íntegramente uno mismo, a disfrutar al máximo
de la vida, es inseparable de una sociedad que ha erigido al individuo libre como valor
cardinal y no es más que la manifestación última de la ideología individualista; pero es la
transformación de los estilos de vida unida a la revolución del consumo lo que ha
permitido ese desarrollo de los derechos y deseos del individuo, esa mutación en el orden
de los valores individualistas. La lógica individualista plantea el derecho a la libertad, en
teoría ilimitado, pero hasta entonces circunscrito a lo económico, a lo político, al saber,
se instala en las costumbres y en lo cotidiano (…)
En una cultura donde el "deber ser", que sería el mandato social, se anuda con el
individualismo como promesa de respeto incondicional de la libertad del otro, y la libertad
está planteada como libertad de elección en función, no sólo de hacer lo que se quiera,
sino de elegir lo que se quiera, de tener lo que se quiera, el consumo se propone como la
amalgama cultural que satisface los mandatos sociales y los deseos particulares. Deseos
que, por cierto, el mismo mercado va creando.
La atracción por el consumo, estimulada por la publicidad y anclada en la angustia
del ser, en la angustia de la existencia, es exhibida por el mercado como el camino contra
el sufrimiento y el encuentro con la felicidad.

3
Parisí, Elio (2011). Escenarios del consumismo: desde lo social a lo individual. Psicologia para América Latina, (22),
1-17. Recuperado el 07 de noviembre de 2022 de
http://pepsic.bvsalud.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-350X2011000200006&lng=pt&tlng=es.
P- Fragmento de As riquezas da Bruzundanga (Alfonso Lima Barreto)4
Quando abrimos qualquer compêndio de geographia da Bruzundanga; quando se
lê qualquer poema patriótico desse paiz, ficatoos com a convicção de que essa nação é a
mais rica da terra.
«A Bruzundanga, diz unf livro do grande sábio Volkate ben Volkate, possue nas
entranhas do> seu solo todos os mineraes da terra...
A província das Jazidas tem ouro, diamantes; a dos Bois, carvão de pedra e turfa;
a dos Cocos, diamantes, ouro, mafmpre, saphiras, esmeraldas; a dos Bambus, cobre,
estanho e ferra. No reino mineral, nada pede o nosso paiz aos outros. Assim! também no
vegetal, era que é sobremodo rica a nossa maravilhosa terra.
A borracha, continua elle, pôde ser extrahida de varias arvores que crescem' na
nossa opulenta nação; o algodoeiro é quasi nativo; o cacáo pôde ser colhido duas vezes
por anno; a canna de assucar nasce espontaneamente; o café, que é a sua principal riqueza,
dá quasi sem! cuidado algum' e assim todas as plantas úteis nascem! na nossa
Bruzundanga coto facilidade e rapidez, proporcionando ao estrangeiro a sensação de que
ella é o verdadeiro paraíso terrestre.» Nesse tom), todos os escriptores, tanto os mais cal-
• mos e independentes com os de encommenda, cantam a formbsa terra da Bruzundanga.
Os seus accidentes naturaes, as suas montanhas, os seus rios, os seus portos são.
também assim decantados. Os seus rios são os mais longos e profundos do mundo; os
seus portos, os mais fáceis ao acesso de grandes navios e os mais abrigados, etc , etc.
Entretanto, quem examinar com calma esse dithyrambo e o confrontar com a
realidade dos factos ha de achar estranho tanto enthusiasmo.
A Bruzundanga tem carvão, mas não queima o seu nas fornalhas de suas
locombtivas. Compra-o á Inglaterra, que o vende por boto preço. Quando se pergunta aos
sábios do paiz porque isto se dá, elles fazem um relatório deste tamanha e nada dizem.
Falam em calorias, em teor de enxofre, em escorias, em grelhas, em fornalhas, em carvão
americana, em briquettes, em camadas e nada explicam de todo (…)
Arranjando o empréstimo, está a coisa acabada. Elles, os olygarchas, nadam em
ouro durante cinco annos todo o paiz paga os juros e o povo fica mais escorchado de
impostos e vexações fiscaes. Passam-se os annos, o café não, dá o bastante par a o luxo
dos doges, dogarezas e dogarinhas da baga rubra, e logo elles tratam de arranjar uto a
nova valorização

4Lima Barreto, Alfonso (1922). “As riquezas da Bruzundanga” en Os bruzundangas. Rio de Janeiro; Jacinto Ribeiro Dos
Santos (Editor). Pp. 60-61.

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