Está en la página 1de 2

EL APRENDIZAJE

Desde que nacemos, nuestro cuerpo y el medio en que nos desarrollamos se van

adaptando mutua y permanentemente. La mano de un minero es distinta a la de un

oficinista. La mano de una mujer que lava la ropa manualmente es distinta a la de una

que utiliza una máquina lavadora.

Pero dos personas que se crían en un mismo ambiente y en las mismas circunstancias

–como dos hermanos, por ejemplo–, no son iguales. Estamos abiertos al medio, pero éste

no nos determina. Lo que pasa con el cuerpo depende de la persona, no del medio. La

influencia externa puede ser muy poderosa, pero no obliga a nadie a desarrollarse de una

determinada manera. En las mismas circunstancias, no a todos nos sucede lo mismo. Por

eso Maturana concluye que los seres humanos no somos sistemas abiertos, sino

cerrados. Esta interpretación rompe con un entendimiento cultural milenario.

Esta influencia –o aprendizaje– comienza en la infancia, en los brazos de nuestra

madre. Sigue en la convivencia familiar y en el colegio, con los amigos. Asimilamos una

manera de actuar que nos es propia y nos identifica. La aprendemos, en gran parte, en la

interrelación con los miembros de una comunidad. Una vez aprendida seguimos actuando

igual sin darnos cuenta. No nos preguntamos si nos gusta o no comportarnos así.

Sencillamente, lo hacemos.

Un padre colmado en su paciencia le exige a su hijo que lo mire a los ojos y le dice:

“Con tu mamá nos sacrificamos por entregarte lo que tienes. Las cosas cuestan. Si

quieres ser alguien en la vida, tienes que esforzarte”.

Si le preguntamos al papá qué le enseñó al hijo, él dirá: “Le enseñé el valor del

sacrificio, de las cosas, y que debe esforzarse para ser alguien en la vida”. Ésa es la idea

que comúnmente tenemos de enseñar.

Pero la pregunta no es qué enseñó el papá, sino qué aprendió el hijo. Cada uno es un

mundo distinto. Y lo que se enseña no es necesariamente lo que se aprende. El

aprendizaje ocurre en la convivencia. En el ejemplo anterior, el hijo escuchó un discurso

sobre el sacrificio y el valor de las cosas. Pero lo que aprendió fue un modo de

relacionarse: aprendió a gritar, a retar.


La idea es cuestionarse lo siguiente: ¿Me gusta mi manera de actuar? ¿La gente que

21

me rodea aprende lo que yo le quiero enseñar? ¿Me siento bien con la manera que tengo

de relacionarme? ¿Me satisfacen las consecuencias que mis acciones generan en los

demás?

Nos enseñaron que el mundo existe independientemente de nosotros. En la

convivencia aprendemos un determinado modo de ver el mundo que nos lleva a

fundamentar nuestro actuar en el conocimiento y la razón. Nuestra forma de actuar

cotidiana y automática no es ni mejor ni peor que otra, pero hay que preguntarse a dónde

nos lleva. El presente exige grados de flexibilidad que el entendimiento vigente no

permite. En el siglo XXI necesitamos cierta plasticidad para adecuarnos a las

circunstancias e interpretaciones que nos permitan relacionarnos en los nuevos tiempos.

El poder en la era que comienza está ligado a la calidad de nuestras relaciones, más que a

la aplicación de conocimientos.

También podría gustarte