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1952 LA REVOLUCIÓN (Bolivia Siglo XX)

La Revolución de 1952 fue el primer paso de la constitución genuina de la democracia en


la sociedad boliviana. El proceso que comenzó en abril no escogió, como proponía
intuitivamente Guevara, la formación del ciudadano con toda su implicación conceptual
desde la óptica liberal, sino la construcción de una Nación que pudiera entretejer lazos de
convivencia e intercambio entre el conjunto de los habitantes de este territorio.

Esa es la naturaleza verdaderamente central de la Revolución: la apropiación objetiva del


espacio geográfico por todos sus habitantes.

La idea de democracia tiene aquí una connotación especial, pero no es todavía la


aplicación de unas reglas de juego en las que comience a aplicarse de un modo más o
menos sofisticado el concepto de derechos y deberes de ciudadanos iguales y soberanos.
Pero está claro que sin ese paso que cambió definitivamente el eje de las relaciones de
poder, y que permitió el tránsito hacia la práctica democrática, lo ocurrido en1982 era
simplemente impensable.

La Reforma Agraria, el Voto Universal y la Reforma Educativa resolvieron en gran medida


el viejo entrabamiento basado en las exclusiones y planteado como el «problema
indígena», y abonaron el terreno para la participación real de todos en los destinos de la
República. No debe escapar de nuestra visión el hecho de que, tras el primer gobierno de
la Revolución, el partido gobernante vivió un duro debate a propósito del camino a seguir.
La imposición de las posturas moderadas que aceptaban la Constitución de 1947 y la
reapertura del Parlamento, no fue fácil. Otra vez, la democracia se concebía en el seno del
MNR de maneras muy distintas. La fuerte influencia de posturas marxistas y Feudo
fascistas dominó el escenario de ese debate hasta el final de los años 80, mucho después
de concluido el ciclo de la Revolución Nacional, y sólo fue superada por el vendaval de los
hechos más que por el convencimiento de una derrota en el campo de las ideas. Lo
democrático, en consecuencia, no tenía una lectura equivalente en ese período; la
recuperación de la democracia poco tuvo que ver, salvo en sectores de élites más bien
aislados y arrinconados por mucho tiempo, con el modelo que empezó a construirse a lo
largo de las dos últimas décadas del siglo XX.

No se trata, por tanto, de la discusión de una filosofía, de una mirada conceptual sobre
cómo construir la sociedad, sino de revertir la práctica que excluye a la base de la
sociedad y la reivindicación de la democracia que, a título de cambio «revolucionario»,
está controlada y capturada por nuevas élites autocráticas.

A partir de la Revolución, a la par que se agudizaba el debate sobre las diferentes


concepciones de lo democrático, sobre todo con la idea de las democracias populares de
corte marxista que parecían opciones importantes y posibles como alternativa al
liberalismo clásico, la sociedad boliviana se reconfiguró y las mayorías excluidas
sistemáticamente del banquete comenzaron a integrarse a la sociedad. Paradójicamente,
la brecha campo-ciudad no sólo en tanto implica grandes diferencias sociales y
económicas, sino en tanto el mundo rural mantuvo aislada su visión de cultura y práctica
política casi sin cambios, planteó una fuerte discusión de tono culturalista que desembocó
en las transformaciones iniciadas en 2003.

Los hechos terminaron por demostrar que la confrontación de las ideas a lo largo de varias
décadas había prescindido de un ingrediente central: intentar comprender la realidad del
otro, pero no sólo en tanto ese otro tenía necesidades y carencias, no sólo en tanto el otro
debía ser también un ciudadano, sino en tanto ese otro no funcionaba en la lógica de un
modelo de pensamiento, de un conjunto de valores y de una visión determinada del tiempo
y del espacio. La compulsa de poder en Bolivia estuvo siempre bajo el paraguas de un
paradigma claramente occidental: el paradigma del progreso.

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