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La poetisa y el percusionista

Fragmento del Cap. 9 del “Arte de la terapia familiar” - Salvador Minuchin

Cassandra inicialmente llamó a la clínica, localizada en una comunidad afro-americana económicamente


deprimida, pidiendo ayuda por problemas de pareja. Había estado previamente en tratamiento en otra clínica,
donde recibió terapia individual. Ella, aparentemente, terminó el tratamiento cuando el terapeuta le instó a
dejar a su esposo. Los expedientes clínicos de este terapeuta indicaban que Raymond era un alcohólico que
cuando se encontraba bebido se encolerizaba y violentaba. En una ocasión, según el informe, agredió a
Cassandra hasta el punto “de dejar sangre por todas las paredes”. También fue presentado como
extremadamente celoso y limitaba casi todas las actividades sociales de Cassandra.

La historia de Cassandra era trágica. A la edad de dos años y medio fue abandonada por su madre, y creció
en hogares de adopción hasta que cumplió ocho, cuando ella y su madre fueron reunidas. Cassandra tuvo un
hijo, que nació cuando ella tenía quince años. Raymond y Cassandra se mudaron juntos después de
conocerse el uno al otro durante unos pocos meses. Se casaron al siguiente año. Cassandra había
completado dos años de Universidad y había asistido a una escuela de teatro.

Raymond creció con desventajas similares. Sus padres estaban separados, aunque su padre permanecía en
contacto con él. Informó que la madre de Raymond sufría explosiones de ira y abusaba físicamente de su
hijo. En una ocasión rompió el brazo de Raymond. Raymond estuvo también expuesto a los frecuentes
encuentros sexuales de su madre. Él describió la casa como caótica. Raymond llegó a entrar de lleno en las
drogas cuando era un adolescente tardío y joven adulto. Abandonó las drogas cuando se unió a la nación del
Islam, mientras ésta permaneció bajo el liderazgo de Elijah ben Mohammed y Malcom X. Después abandonó
la nación del Islam pero todavía es un musulmán practicante. Raymond tiene dos hijos avanzados en la
treintena, fruto de su primer matrimonio. También tiene dos hijos apenas adolescentes, producto de un
segundo matrimonio. Cassandra informa que Raymond abusaba físicamente de su segunda esposa, quien
murió cuando los hijos eran niños. El rumor en la comunidad es que Raymond fue culpable de su muerte,
quizás no directamente pero sí a través de los abusos reiterados. Cassandra defiende a su marido en este
asunto.

La primera vez que hablé con Cassandra por teléfono, me dijo que a mucha gente le intimidaba su esposo. A
ella le preocupaba que yo también le temiera. Reconoció que para que fuera útil, yo no debía tener miedo. Yo
le reaseguré que había trabajado con una gran variedad de personas y que me sentía confiado en que podría
manejarme a mí mismo.

Adam (el terapeuta) había crecido en una familia acomodada de clase media, disfrutando de seguridad, amor,
y protección. Tal educación hacía que entender historias como las de Cassandra y Raymond fuera muy
complicado. ¿Qué tipo de habilidades humanas, de flexibilidad, y resistencia se necesita para superar una
infancia de infortunio? ¿Poseía, en realidad, Adam las herramientas para ayudar? O estaba mintiéndose de
forma más o menos convincente: “puedo manejarme a mí mismo”. 1

Al citarme con Raymond, estaba impresionado por sus gafas de sol, las cuales tuvo puestas durante la sesión
completa y por el olor a alcohol de su aliento. Durante la primera sesión, les pregunté a Raymond y
Cassandra por su historia de violencia y me referí al informe de la sangre en las paredes. Raymond respondió
que este comentario era exagerado y reconocía solamente un incidente violento, cuando se encontraron por
primera vez hacía ya algunos años. Cassandra confirmó esta afirmación.

Cassandra habló de los celos y la actitud protectora de Raymond. Él negó tales acusaciones, apuntó que
siempre se le estaba acusando y replicó que ella le estaba controlando. Entendía a qué se refería Cassandra
en su llamada telefónica inicial. Raymond era un hombre enorme; vivía su presencia como intimidante. Fue
durante esta primera sesión cuando comencé a darme cuenta de que el orden del día para Raymond era que
Cassandra recibiera consejería y terapia individual en su presencia. La meta de este tratamiento sería llevar a
Cassandra a enfrentar su historia de abuso sexual. Raymond estaba presente para aparentemente “ayudar,”
pero de acuerdo a Cassandra, él no podía tolerar que ella fuera recibida a solas. Yo sospeché que Cassandra
esperaba emplear las sesiones para trabajar el tema de la pareja y procedí de esta manera.

Parte de mi respuesta hacia Raymond durante esa primera sesión y las posteriores, guardaba relación con su
tamaño y proceder. También me queda claro, sin embargo, que parte de mi respuesta se relacionaba con la
raza. El estilo preferido de Raymond al presentarse hacía que fuera fácil verle como una encarnación del
estereotipo de “hombre negro enfadado”.

Me gusta pensar en mí mismo como un terapeuta sensible a las cuestiones de la raza y la etnia. Ciertamente,
el haber crecido en una familia que se enorgullecía de su conciencia social me predispone a pensar de esta

1 Las cursivas refieren comentarios de Minuchin.


manera. He aprendido el valor de reconocer abiertamente mi ignorancia con los pacientes que son diferentes
a mí de una manera racial o étnica. Aprecio que, dado el amplio e insidioso racismo que existe en nuestra
sociedad, el afro-americano necesita evaluar el potencial de discriminación en cualquier interacción con un
americano blanco, y la terapia no iba a constituir una excepción.

De manera que cuando detecté en mi respuesta a Raymond la presencia de un estereotipo racial, me esforcé
para moverme más allá de él. Pensé que había tenido éxito. Ahora, en retrospectiva, me pregunto si mi
sentido de capacidad cultural me traicionó. Quizás mi habilidad para detectar el pensamiento estereotipado
me confundió al sobrestimar la facilidad con la cual podría superarlo. Aunque pensé que había tenido éxito en
depurar el componente racial de mi respuesta hacia Raymond, continué experimentándole como airado y
amenazante. Como quedará claro, era precisamente esta sistematización de Raymond como amenazante la
que debía cambiar antes de que yo pudiera intervenir efectivamente con él.

Mis primeras sesiones con Raymond y Cassandra no me llevaron a ningún lado. Fui capaz de reconocer lo
mucho que Raymond dominaba a Cassandra, el modo en que él hablaba de ella y la interrumpía. También
percibí cómo ella caía presa de sus trampas verbales y como intentaba, sin éxito, hacerle ver que la estaba
controlando. A pesar de tales observaciones, mis intervenciones eran escasas e ineficaces. Lo que sigue es
un extracto de una sesión que presenté en la supervisión. Cassandra comenzó observando que su marido
parecía estar tenso ese día. Ella pensó que se debía a su anticipación de la sesión.

RAYMOND: No era así, oh caramba, odio ir a este sitio. El estrés que sientes por venir aquí hoy, pues eso,
tienes que expresarlo. Ya sabes, habla por ti misma.
CASSANDRA: Yo en realidad no me sentía (mirando abajo)-
RAYMOND: ¿Y no estarías bien si no intentaras?-
CASSANDRA: ¿Hablar por ti?
RAYMOND: Hablar por mí.
CASSANDRA: Solo estaba intentando dar cuenta de por qué me parecía que todo lo que decía, por pequeño
que fuera, lo tomabas por el lado equivocado.
RAYMOND: ¿Ah, sí?, ¿por ejemplo?
CASSANDRA: No importa. No tengo por qué identificarlo-
RAYMOND: ¿Te acuerdas?
CASSANDRA: Sí, pero no quiero hablar sobre ello.
RAYMOND: Ah, no vas a hablar sobre ello. Entonces no sé de qué estás hablando.
CASSANDRA: Sentí que más bien estábamos toda la tarde reñidos el uno con el otro y lo atribuí al hecho de
venir aquí hoy por la tarde.
RAYMOND: ¿Ah, sí, a eso lo atribuiste? Yo te pregunté qué querías para cenar. ¿Verdad que te lo pregunté?
CASSANDRA: Sí.
RAYMOND: Y hablamos sobre lo que podríamos tomar para cenar. Acordamos que camarones o algo así.

En esta interacción, Raymond frustró el intento de Cassandra por discutir sus preocupaciones negando su
validez, y pidiéndole que se centrara en aspectos concretos y desviándose desde el asunto principal hacia los
detalles. Él también dominó la conversación interrumpiéndola frecuentemente. Ella respondió sólo al
contenido y de esta forma fue controlada por él. La sesión continúo en su mayor parte del mismo modo. Más
tarde Raymond elevó la apuesta, sugiriendo que si Cassandra era tan infeliz debería presentar un pleito para
divorciarse o de lo contrario dejar de quejarse. Me sentí tomando partido silenciosamente por ella como
víctima y deseando que abandonara a Raymond. A pesar de todo, era consciente de que ella no quería
dejarle. También era consciente de que estaba observando a los Jackson comportarse de una sola manera.
Era quizá el único “baile” que conocían, pero existía la posibilidad de que en otro contexto surgiera otro estilo
de interacción diferente.

En esta sesión, me mantuve en silencio la mayor parte. No poseía ninguna clave sobre cómo ayudarles a
cambiar el contexto. La verdad es que temía a Raymond y no tenía palabras para oponerme a su postura
combativa. Realicé otro intento bastante débil de subrayar la complementariedad de su situación: Cassandra
deseaba que su marido llegara a ser menos intimidador, mientras que él quería que ella fuese menos
temerosa. Mi aproximación intelectual fue tan efectiva como intentar que un niño de 10 años deje su guante
de béisbol para llegar y tocar el piano. Mis palabras e ideas tenían poca relevancia para la emotividad y enojo
de la pareja. Al igual que Cassandra, me encontraba inmovilizado. No es que no lo supiera todo. Pero estaba
en tensión, como resultado de percibir a Raymond como alguien amenazador. Y bajo el estrés, regresé a mi
punto fuerte, a mi habilidad para emplear el lenguaje. En la sesión, me convertí en prisionero de mi estilo
terapéutico preferido. Hasta el punto de que mi facilidad con el lenguaje reflejó mi educación judía, quedé
atrapado por mi propia etnicidad.

También estaba estresado cuando presenté la sesión a supervisión, aprehensivo en relación a cómo
respondería Salvador a mi inmovilidad durante la sesión. Tras ver la grabación durante varios minutos y
preguntar en momentos claves por qué estaba yo callado y no intervenía, él preguntó: “¿él toca en una
banda?”
Adam ha estado rastreando el diálogo de Cassandra y Raymond, realizando comentarios sobre la naturaleza
de su relación. Sus intervenciones estaban construidas fina pero suavemente, así que desaparecían en la
emotividad de esta pareja. Pensé que él necesitaba estar allí, no comentar. También supe que cuando Adam
hablaba, se embarcaba en una narrativa continuada que no dejaba espacio para cuestiones o dudar. Le había
observado en la sesión durante diez o quince minutos incapaz de levantar su voz por encima de la intensa
área interpersonal de la sesión, y entonces le había escuchado racionalizar su falta de efectividad durante la
supervisión con una narrativa coherente. Necesitaba ayudarle a descubrir cómo había estado, dónde se
sintió, cómo podría crear una pausa, cómo incrementar la intensidad, cómo ser discontinuo, cómo sobrevivir a
la intensidad emocional y el enojo de la pareja y ser útil. Yo empecé con “¿toca él en una banda?” Sabiendo
sólo que lo que quería es que Adam experimentara que había estado controlado y había sido poco efectivo
como consecuencia de su miedo a Raymond.

ADAM: Sí él toca en una serie de bandas.


MINUCHIN: ¿Y es el director? ¿Se te ocurrió que fuera el director?
ADAM: Se me ocurre que la percusión controla el ritmo. Pero no lo del director. También me parece que tocar
el tambor es muy tormentoso.
MINUCHIN: Sí, pero lo ves si piensas en el enojo, serás intimidado, pero... Si piensas en una orquesta y que
él es el director, pero que no te deja tocar cualquiera que sea el instrumento que manejas, incluso aunque tu
instrumento fueran los platillos, sabrás que él no tendrá una buena orquesta. Yo me habría trasladado a algún
tipo de metáfora que hable sobre los silencios y la melodía. ¿Puedes tener una orquesta que sea sólo de
percusión? En este punto yo diría, “ya sabes, en esta sesión me siento silenciado. No eres sólo el
percusionista sino también el terapeuta”. Algo que diga: “dame espacio”. Algo que diga: “déjame hablar”.

Imitando el estilo de Adam al jugar con las palabras, le ofrecí una metáfora que usaba el contenido de la
sesión pero que se apartaba de él, hasta un nivel más generalizable. Quizás él podría ser capaz de vincular
las cuestiones del contexto interpersonal, la mutualidad y la autonomía en el campo de la música, uniéndose
a Raymond a la vez que confrontándole.

ADAM: Me sentí intimidado por su ira.


MINUCHIN: Eso no es ira, sino control. Te sentiste intimidado por su control. Te sentiste incómodo porque él
no te dejaba hablar. Pero tú deberías haber buscado algo para recuperar tu sensación de capacidad.
Prepárate, haz algo.
ADAM: ¿Quiere decir que cambie mi postura? ¿Qué pelee?
MINUCHIN: Si le desafías de forma directa, él será mejor que tú. No hay peligro. Te vencerá. Tú estás más
cómodo en una postura en la que puedas comentar algo que tenga sentido, que él tome eso que has dicho y
juegue con ello.
ADAM: Sí, sé que es más fuerte que yo. Sé que no puedo ganar.
MINUCHIN: Entonces, ¿qué puedes hacer?
ADAM: No lo sé.
MINUCHIN: Necesitas saberlo, porque tú estás allí.

En este punto, Minuchin me introdujo en un juego de roles en el cual él tomaba el papel del paciente. A veces
se dirigía a mí y otras a la clase, pero todos sus comentarios estaban dentro del contexto del juego de roles,
donde él intentaba frustrar mi efectividad como terapeuta, un poco como lo había hecho Raymond.

Sabía que no había sido útil. A través de una curiosa y dinámica trama, estábamos reactuando la sesión
dentro de la supervisión, y Adam al sentirse controlado por mí, reproducía esa falta de discurso. El
isomorfismo entre la supervisión y la terapia me ofreció en este momento la experiencia de ver como Adam
responde cuando no puede emplear el lenguaje y el significado de forma libre. Pero dudaba que Adam
entendiera esto. Por lo tanto me comprometí en un role playing, una técnica que empleo rara vez, con la
esperanza de empujarle a emplear otros aspectos de su repertorio cuando se encuentre en situaciones
similares.

MINUCHIN (cambiando de asiento): Entonces di algo. Soy Raymond. Y le comenté a Adam todo lo que
Raymond le dijo. (Como Raymond) estoy diciendo algo franco y tú lo enredas.
ADAM: Bien, yo...
MINUCHIN (interrumpiendo): Espera un momento, tú sabes. Porque eso es exactamente lo que hiciste. Y
nosotros vinimos, incluso pagamos dinero, pero-
ADAM: Yo creo que–
MINUCHIN (interrumpiendo): ¡No!, verás–
ADAM: No me estas permitiendo tocar mi instrumento (eso es difícil).
MINUCHIN: ¿Qué clase de instrumento tocas Adam?
ADAM: Toco el instrumento de un terapeuta.
MINUCHIN: Bien, ¿y qué instrumento es ese?
ADAM: Ya lo ves –
MINUCHIN: ¿Ves lo que estás haciendo?
ADAM: ¡Tú alejas la melodía de mí! Te pones a la defensiva. Yo no puedo ayudarte. No puedo hablar si me
pones contra la pared. Eres muy bueno en eso.
MINUCHIN: ¿Qué estás haciendo ahora?
ADAM: Creo que sabes de qué estoy hablando.
MINUCHIN: Estas jugando. Melodías, instrumentos. ¿Por qué no eres franco? Creo que tienes algo en mente,
pero no dices qué es. Estas jugando.
MINUCHIN (como supervisor ahora): Necesitas hacer algo que no cree una maniobra de poder. Raymond no
es peligroso. Es controlador y paranoico, pero él no es peligroso para ti. Salvo que de momento te ha
paralizado. Él está amenazando tu presencia como terapeuta competente. Mira lo que te está haciendo a ti.
Te está avergonzando en presencia de esta excelente audiencia. En este punto te está venciendo en tu
propio juego. No es su juego. Raymond está diciendo a Cassandra como pensar y sentir. Y tú estás callado.

Yo quería que Adam sintiera la presencia de la clase la próxima vez que se encontrara con Cassandra y
Raymond. Así que terminé la supervisión en un punto de intensidad alto. Esperaba que Adam, al sentirse
observado por nosotros, tuviera que moverse más allá de su estilo preferido y expandirlo hasta intentar
cualquier cosa diferente.

A pesar de que se me comunicó que era mi falta de presencia en la sesión y no yo, lo desastroso, me sentía
fatal. Había intentado durante el role playing incorporar la metáfora y el estilo del supervisor de forma
indiscriminada durante la interacción. Finalmente reconocí que ni el estilo de mi supervisor, ni su aprobación
me convertiría en un terapeuta mejor. Necesitaba ir más allá de los límites percibidos y ser diferente antes de
que mis pacientes pudieran actuar de otro modo. La supervisión me ayudó a reconocer mi miedo a Raymond.
También me ayudó a ver cómo había sido inducido a jugar un papel que Raymond y Cassandra necesitaban
que yo desempeñara.

La ironía es que en efecto yo necesitaba convertirme en un incompetente. Tenía que experimentar la


incomodidad de no saber cómo intervenir y ver mi primera línea de defensa superada, para descubrir otros
recursos.

El siguiente fragmento de la sesión posterior, ilustra como la lucha emocional que experimentaba después de
sentirme incompetente frente a la pareja y al grupo de supervisión, me permitió encontrar un discurso
diferente. La supervisión me ayudó a moverme más allá de mi confianza en el lenguaje. Con Salvador como
enemigo, fui incapaz, porque simplemente le arrojaba palabras y mis palabras me fallaron. Reconocí que mi
posición hacia Raymond tenía que ser distinta. Debía desafiar a Raymond en un nivel diferente, más
emocional con el fin de crear un espacio para mí mismo. Elegí interrumpir a Raymond hasta que él tuviera
que escucharme. No era lo que yo tenía que decir en lo que radicaba la diferencia; sino en el hecho de que le
requería que escuchara.

En esta sesión, Cassandra comenzó pidiendo la finalización del tratamiento de pareja y el comienzo de una
terapia individual. Ella también requirió una terapeuta femenina. Raymond creía que ella se sentía incómoda
viendo a un hombre, pero Cassandra insistió en que él genero del terapeuta era irrelevante para ella.

CASSANDRA: Digo que si Adam fuera mi terapeuta –digamos que tú y yo no estuviéramos casados y
necesitara un consejero y ellos lo hubieran elegido como tal, él estaría sentado en esa silla y yo le contaría
exactamente como me siento, esto no es un reproche hacia ti Raymond, no me importaría mientras tuviera
una buena relación.
RAYMOND: ¿Le revelarías toda tu historia pasada a él?
CASSANDRA: No me importaría. No me importa lo que Adam podría pensar sobre eso.
RAYMOND: Así que te preocuparía y no te preocuparía –
CASSANDRA: No me importaría, con tal de que me ayude.
ADAM: Raymond déjame hacerte una pregunta.
RAYMOND: Así que no tendrías ningún problema con eso.
CASSANDRA: No me importaría, porque sé que eres tú, y no yo, el que tiene problema con ello.
RAYMOND: ¿Tú crees que me siento incómodo con ello?
CASSANDRA: Por supuesto que te sientes incómodo.
RAYMOND: Entonces por qué me quedo aquí mientras tu estas revelando tus cosas.
ADAM: Raymond me gustaría hacerte una pregunta.
RAYMOND: ¿Por qué no me siento aquí mientras tú revelas tu pasado?
ADAM: Raymond.
RAYMOND: No puedo obtener una respuesta.
ADAM: Raymond.
CASSANDRA: Especialmente cuando pareces tan enfadado.
RAYMOND: ¡Ah! Ahora entonces parezco enfadado. Me está acusando de mirarle con enfado.
ADAM: Raymond es difícil conseguir tu atención.
RAYMOND: No, quiero tener una respuesta a esta pregunta.
ADAM: No, estoy diciendo que es complicado obtener tu atención. Lo que yo quería decir es que eres un
músico. Eres un percusionista. Estoy interesado en el jazz. Pero no conozco mucho sobre ello. Cuando estas
tocando la percusión ¿quién dirige el grupo?
RAYMOND: Quien esté a cargo. Puede ser el organista. Podría ser quien quiera que toca la trompa.
ADAM: ¿Y es siempre el percusionista?
RAYMOND: Algunas veces.
ADAM: Y cuando estas tocando la percusión, escuchas a lo que las otras personas están–
RAYMOND: ¡Estás en el mismísimo bolsillo del ritmo! Justo allí, en sincronía con lo que está pasando. Estas
maravillosamente juntos, y mantendrás esa marcha. Como un reloj sincopado. Haces constantemente eso,
constantemente dejas que fluya el ritmo. Y sin importar lo que este tocando, las trompas, el piano. Sabes
dónde están los cambios, porque vuelves al puente de la canción. Haces tus cambios y regresas. Haces tus
cambios y regresas. Y desmóntalo todo.
ADAM: Lo que está ocurriendo aquí en este dueto es que tú estás haciendo toda la percusión. Tú estás
liderándole, ¿cómo podríamos llamarlo el dúo? No creo que el instrumento de Cassandra en realidad este
siendo escuchado.
RAYMOND: Esta bien, de acuerdo a lo que acaba de decir, no tiene ningún problema en estar en sesión
contigo, o cualquier otro, en una situación uno a uno tú con ella. ¿Es eso correcto?
CASSANDRA: Sí.
RAYMOND: Entonces más vale que me vaya.
CASSANDRA: ¿Por qué querrías irte?
ADAM: Ya lo ves, hay melodías diferentes en una orquesta.
RAYMOND: Cómo podría yo estar-
ADAM: Raymond, estoy hablando.
RAYMOND: Cómo–
ADAM: ¡Raymond! (Raymond suspira). Raymond, existen diferentes melodías en una orquesta, en un dúo en
un cuarteto. Hay melodías distintas. Tú tienes la melodía dominante.
RAYMOND: Aquí sólo porque estoy bajo protección de este forum, de ti mismo. En casa no puedo hacer
frente a eso.
ADAM: Me refiero a lo que ocurre aquí.
RAYMOND: En casa ella lo orquesta todo.
ADAM: Su voz no está expresándose. Al igual que en un cuarteto de jazz, necesitas dejar espacio para el
contrabajo, porque si no le dejas espacio, no se escuchará.
A pesar de que la metáfora del director y la orquesta introducido por Minuchin fue útil, lo que estableció la
diferencia fue mi persistencia para lograr que Raymond me escuche. El cuestionamiento de su dominio, fue
crucial para ayudar a la pareja a salir de sus papeles dominante-sumiso. Por último Cassandra necesitaría
sentirse lo suficientemente vigorizada como para encargarse por sí misma de Raymond.

Más tarde en la sesión, desafíe a Raymond más directamente.

ADAM: No me dejas hablar. Estas devaluando mis palabras.


RAYMOND: Habla, no estoy devaluando la voz de nadie.
ADAM: No, no, con las miradas que echas.
RAYMOND: Estaba mirando a mi esposa.
CASSANDRA: Pero yo intento decirle que eso me lo hace a mí.
ADAM: Cassandra, estoy hablando con Raymond. Eres un hombre dinámico. Estoy seguro de que eres
talentoso en lo que haces. Pero de lo que me doy cuenta cuando miro el cassette de la última sesión–
(Raymond comienza a interrumpirme y Cassandra toca su pierna. Raymond echa una risotada).
RAYMOND: ¿Viste lo que me hizo? Le hizo una señal de “estate quieto”.
ADAM: Lo que descubrí es que cuando miré el vídeo la semana pasada, no dije nada. Que tú estabas
excluyéndome.
RAYMOND: ¿La semana pasada?
ADAM: Y hoy. Eso debe de ser lo que necesitas hacer, y está bien, pero entonces yo no puedo ser un
terapeuta para ti.
RAYMOND: ¿Entonces qué es lo que sugiere que haga?
ADAM: No tengo ninguna sugerencia para ti –
RAYMOND: Pero lo que estás diciendo –
ADAM: En términos de lo que deberías hacer. Quiero ver si puedes entender a Cassandra, y quiero que
entiendas mi argumento.
RAYMOND: De acuerdo. Si te digo cual es la base de su argumento y estoy en lo cierto, ¿eso te diría que la
entiendo?
ADAM: Ella tiene que decirte que se siente comprendida. Quizás tú puedas entenderlo. Yo no sé si serás
capaz o no.

Después le pedí a Cassandra que explicara a Raymond porqué se había sentido maltratada por él durante la
sesión pasada. En este punto, se dio un cambio perceptible en ella. Por primera vez, abandonó su postura de
resignación y se sentó erguida en su silla. Su voz comenzó a elevarse y animarse más. Estaba preparada
para ocuparse de su esposo más que para enzarzarse en argumentos sin sentido. Yo permanecí callado, y
Cassandra luchó por su derecho a hablar, de forma muy similar a la que ella me había observado haciéndolo
momentos antes. Cuando Raymond intentó obligarla a que concretara en detalles, ella se resistió. Le dijo a
Raymond que sus reacciones a los comentarios la silenciaban.

Hacia el final de la sesión, Raymond interrumpió a Cassandra, quien respondió con una risotada. Yo le
pregunté por qué ella se reía cuando en este momento en particular en realidad quería llorar. Ella reconoció
que sus verdaderos sentimientos no estaban revelándose. Sugerí que este tipo de respuesta complicaba el
trabajo de Raymond para entenderla. Después la pregunté cómo trasmitía la tristeza en su poesía. Cassandra
recitó un poema muy triste y bello que había escrito, y comenzó a llorar. Después se dirigió a su esposo de
una manera directa y franca con relación a los problemas del matrimonio. Ella continuó con esta postura más
fortalecida en la siguiente sesión. Desafortunadamente para mí, esta sesión tenía que ser la última.
Cassandra consiguió un nuevo trabajo y dijo que no iba a ser capaz de continuar en el tratamiento.

Un año después, llamadas de seguimiento por separado a Cassandra y a Raymond arrojaron interesantes
descubrimientos. Aproximadamente dos meses antes de la llamada, Raymond vino a casa una noche para
encontrarse con que Cassandra había abandonado el apartamento. Después de que él la había dejado en el
trabajo esa mañana, ella había regresado con un amigo, había cogido sus ropas, la televisión e incluso los
cuadros de la pared, y se trasladó a un nuevo apartamento. Raymond se encontraba devastado y no pudo
comer ni dormir durante varios días. El también admitió haberse deshecho en lágrimas. A pesar de que él
conocía donde trabajaba Cassandra y tenía acceso a su nuevo número de teléfono, no la persiguió. Tres
semanas después Cassandra contactó con Raymond y se reconciliaron, pero con la condición de que
Raymond consiguiera un trabajo de día. Raymond informó que las cosas habían mejorado y que la marcha de
Cassandra le había obligado a reexaminar su papel en la relación. Se quedó impresionado por lo mucho que
se había derrumbado cuando ella se marchó, y ahora la toma mucho más en serio.

Cassandra etiquetó la reconciliación como condicional, a pesar de que reconoció que no había aclarado ese
punto con Raymond. Ella insistió en que él mantuviera su propio apartamento y que no estaba preparada para
que él se trasladara con ella hasta que encontrara trabajo y las cosas de la relación mejoraran. Ella reconoció
que él había cesado de ser sarcástico y verbalmente abusivo y que la permitía mantener relaciones sociales
sin él. Sin embargo ella sintió que eran necesarios cambios adicionales y creyó que la pareja necesitaría
terapia para realizar mayores progresos. Ambos, Raymond y Cassandra, informaron que no había existido
violencia desde que terminaron la terapia conmigo.

Raymond sintió que algunos aspectos de la terapia fueron beneficiosos. Él pensó que mi presencia le había
ayudado a afirmar sus sentimientos sin ser percibido como un monstruo por parte de Cassandra. También
sintió que había reconocido que él podría ganar a Cassandra en una discusión sobre un terreno meramente
técnico, independientemente de quien estaba en lo cierto. Aceptó que este hecho impedía su comunicación
de forma muy considerable.

También Cassandra consideró que la terapia había sido útil. Ella dijo que fui el primer terapeuta que no temió
a su esposo, o al menos si lo sentía lo había ocultado. Ella creía que esta falta de temor le ayudó a trabajar
con la pareja y también le permitió conocer a alguien que no tenía miedo de Raymond.

Más valiosa fue la comprensión que adquirió sobre su falta de voz en la relación. Una semana antes de que
ella saliera de casa, había revisado una de las grabaciones de la sesión que yo le había copiado. Consideró
que esta grabación fue algo instrumental en su decisión de dejarle.

Para mí, estas llamadas de seguimiento al cabo del año fueron extremadamente interesantes y llenas de
sorpresas. Estaba sorprendido de oír que fuera Cassandra quien había finalizado la terapia, aunque lo hizo
bajo presión de Raymond. Estaba impresionado con que cada uno de ellos había extraído algo concreto y
sustancial de las sesiones, e incluso más sorprendido de que la visualización de Cassandra de una sesión
grabada había provocado su traslado. No hay duda de que queda mucho trabajo por efectuar con esta pareja.
Pero ellos se habían adelantado, se habían adentrado en lo desconocido y empezaron a cambiar. Cassandra
había intentado adquirir un nuevo discurso y tocaba un nuevo instrumento, y creo que Raymond puede haber
reafinado su tambor.

Al revisar mi trabajo con los Jacksons, me doy cuenta que yo también había efectuado algunos cambios. A
través de la supervisión, reconocí que debía interactuar de forma muy diferente con Raymond con el fin de
ganar espacio para mí mismo como terapeuta. Para confrontarle necesitaría abandonar la distancia de
seguridad con un porte calmado y objetivo, y abandonar mi castillo de palabras. Tenía que ponerme los
guantes de boxeo y entrar en el ring. Desde aquella época yo he notado un cambio en mí mismo como
terapeuta. Concibo lo que digo y cómo lo digo, más como una intervención que como una comunicación.
Como resultado de ello, mi lenguaje refleja más la educación de la familia y es más metafórico. Por ejemplo,
con una familia cuyo padre sirvió en el ejército y está ahora en el cuerpo de seguridad, yo empleé frases
como “divide y vencerás” o “línea de defensa”. Al abordar a una madre cuyo novio había abusado
sexualmente de sus hijos, yo le pregunté: “¿de quién era el alma más herida por estos acontecimientos?” No
le pregunté cómo había reaccionado cada uno de sus hijos ni quien le preocupaba más.

También me siento más deseoso de tomar riesgos, y creo que me divierto más. En un reciente ejemplo, una
pareja había recurrido a mí para ayudarles a resolver sus conflictos maritales. Un foco del conflicto guardaba
relación con la dificultad del marido para mantener la erección durante las relaciones sexuales con su esposa.
La pareja eran profesionales, judíos y su estilo altamente verbal e intelectualizado, me era completamente
familiar. Sus peleas a menudo comenzaban sobre alguna cualidad abstracta de la relación. Cualquier detalle
llegaría a convertirse fundamental en un momento determinado. Entonces la pareja divagaba a través de
discusiones sin sentido que evitaban efectivamente el conflicto.

Al comienzo del tratamiento intenté unirme con ellos en su exceso de confianza en las palabras. Tan pronto
como comprendí el ámbito del problema y los antecedentes, mis intervenciones llegaron a ser más complejas.
En una sesión, la esposa intentó convencer a su marido de que ya que él sabía que no sería capaz de
mantener una erección, no existía ninguna razón para que él se preocupara sobre lo que era o no capaz de
hacer. Yo observé esta irónica crítica, pero en vez de comentarla, escribí dos notas, las estruje en dos trozos
de papel y se las arrojé una a la esposa y la otra al marido.

La incapacidad que había vivido en manos de los Jackson, en coordinación con el desafío que había
experimentado con Salvador, me había creado tensión e incomodidad. La solución que encontré fue descubrir
una nueva área de habilidad, un área familiar para mí en otras facetas de mi vida pero poco conocido como
terapeuta.

Al final, lo que encontré a través del proceso de la supervisión fueron nuevas voces dentro de mí. En el
lenguaje de la metáfora que empleé con Raymond, aunque en la supervisión tocaba en la orquesta de
Minuchin, era todavía mi interpretación del material lo que importaba.

Me trae a la memoria la historia de Leo Smitt, el pianista famoso por su asociación con el compositor Aaron
Copelan. Al principio de su carrera, Smitt tuvo la oportunidad de ejecutar un nuevo trabajo de Copelan para el
compositor. Él esperó el día con agitación. Después de todo: ¿qué podría ocurrir si su interpretación de la
pieza no agrada a su creador? Cuando la fecha de la actuación llegó, se sorprendió de encontrar a Copelan
tendido en un sofá como si –dijo Smitt– estuviera anticipando un evento placentero. Tras la actuación,
Copelan le alabó. Smitt preguntó si la actuación se encontraba en la línea de las intenciones originales del
compositor. Copelan respondió que eso no le importaba. Lo que le fascinaba era la variedad con que eran
interpretados sus trabajos.

De forma similar, por muy duro que me esforcé para emular el estilo de Minuchin, el éxito estriba en mí.
Mientras que algunas cosas cambian, otras siguen igual. No soy un devoto de la música clásica. Escuché la
historia de Smitt y Copelan en la radio nacional pública.

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