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Vivimos sobre una minúscula mota de polvo que flota en el infinito vacío que
llamado Universo
Por Yaakov Brawer
https://es.chabad.org/library/article_cdo/aid/1328045/jewish/La-realidad-y-su-sombra.htm
El gran genio de la Torá, Rabí Iosef Rozín, conocido como el Rogatchover Gaón, recibió
cierta vez una carta del gobierno ruso ordenándole pagar dos tipos de impuestos. Examinó
la cuenta y las detalladas evaluaciones, y concluyó diciendo que un tipo de impuesto era
legítimo y debía pagarse conforme los dictados de la Torá (Talmud de Babilonia, Tratado
de Guitín) que estipula que "la ley del país es ley". El segundo impuesto, sin embargo, no
se ajustaba a las normas de la Torá y se rehusó a pagarlo. En aquella época, el Gaón vivía
en Leningrado, un centro de la burocracia comunista en la virulentamente antisemita Unión
Soviética, bajo un régimen famoso para su odio feroz a la religión en general y a la Torá en
particular. Después de varios días recibió una carta del departamento impositivo del
gobierno soviético, no sentenciándolo a exilio en Siberia, sino más bien disculpándose por
su errónea evaluación y absolviéndolo de pagar el segundo impuesto.
Una óptica usual es que la Torá es la respuesta de Di-s a estas preguntas. Las facetas
homiléticas, filosóficas y místicas de la Torá explican por qué y cómo la Creación es de la
manera que es, en tanto que la halajá (la Ley de la Torá) nos enseña cómo operar en el
mundo de una forma consistente con el más alto potencial humano por Di-s concedido.
Según esta óptica, la Torá podría observarse como un libro de instrucciones del Fabricante
que explica exactamente qué tenemos y cómo usarlo.
La suposición natural y aparentemente lógica de todo esto es que la existencia del mundo,
con sus innumerables detalles, complejidades, y posibles problemas, exige la existencia de
la Torá.
Por ejemplo, como lo sabe cada estudiante serio del Talmud, pozos y bueyes no se mezclan.
Las regulaciones que gobiernan las potencialmente calamitosas relaciones entre estas dos
entidades, como se estipulan en el capítulo 5 del Tratado Talmúdico de Babá Kamá, son
numerosas y excesivamente complejas. ¿Cuál es el alcance de tu responsabilidad si cavas
un pozo y mi buey cae dentro de éste?
Depende.
¿Cuán profundo era el pozo? ¿Se mató el buey o sólo se lastimó? ¿Cayó al pozo porque
estaba asustado por el ruido al excavar? ¿Cayó hacia atrás o hacia adelante? Etcétera.
Uno podría suponer razonablemente que dado que los bueyes y los pozos son realidades de
la vida, la Torá debe implementar leyes para regir sus muchas posibles interacciones así
como para asegurar armonía y justicia según la voluntad Divina.
De hecho, la situación es justamente al revés.
Bueyes y pozos no son realidades de la vida que la Torá debe considerar, sino más bien la
Torá es la realidad de la vida que precisa de la existencia de bueyes y pozos. Los bueyes y
los pozos existen sólo para que algún aspecto de la justicia Divina pueda revelarse y
concretarse a través de ellos.
Esta paradoja resulta de la tendencia natural de confundir Aspecto con Realidad. Nosotros
suponemos que lo que vemos o experimentamos es lo que hay. La percepción experiencial
es inmediata y obligada, en tanto que las causas subyacentes, accesibles únicamente
mediante la deducción, resultan con frecuencia difícil de aceptar. Los estudiantes de física
de la escuela secundaria, por ejemplo, frecuentemente se inquietan cuando aprenden que en
un vacío, una pluma y una bala de cañón caen con idéntica velocidad. Este hecho, que es
enteramente aceptable al intelecto, está en conflicto con la intuición derivada de la
experiencia. Las balas de cañón simplemente deberían caer más rápido que las plumas.
Nosotros experimentamos el mundo directamente, y la instintiva infalibilidad de nuestras
percepciones nos obliga a tomar lo que vemos como nada más que lo que parece ser.
El mundo en que vivimos es llamado por el Zohar como Alma deShikra, el "mundo de la
ilusión" o, para ser menos magnánimos, el "mundo de la mentira". Paradójicamente, a pesar
de muy reales, verdaderamente sorprendentes avances de la ciencia y la tecnología, esta
descripción jamás ha sido más apropiada que como lo es hoy. Obviamente, no sufrimos una
falta de información. Además, la Torá (de la que el Zohar es un componente) insiste en que
el mundo es objetivamente real en algún sentido absoluto. ¿A qué se alude, entonces, con
término Ilusión?
Un brillante sabio versado en los más profundos misterios de la existencia tenía un pequeño
alumno al que amaba profundamente. A causa de su ilimitado afecto, anheló compartir con
éste sus más interiores conocimientos. Quería dar al alumno su tenencia más preciosa, su
sabiduría.
El problema era cómo hacerlo.
La comprensión ilimitada del sabio estaba totalmente más allá de la extremadamente
limitada capacidad intelectual del alumno. El alumno simplemente no tenía medios para
captar siquiera los más simples pensamientos de su enaltecido profesor. El sabio, por lo
tanto, tomó únicamente los aspectos superficiales de su sabiduría, y los invistió en una serie
de alegorías. Sin embargo, se dio cuenta de que aun estos estaban más allá de la captación
de su alumno, de modo que redujo sistemáticamente los conceptos y los simplificó más
aún, mientras ampliaba y elaboraba más las alegorías, analogías y metáforas. Finalmente,
después de una muy extensa serie de pasos mentales en que la sabiduría pasó a estar
progresivamente enmascarada, el sabio habló y contó una larga historia que el alumno
podía comprender.
Parecería que al intentar comunicar una sabiduría tan sublime a un nivel tan bajo
escondiéndola tan hondamente en la parábola y alegoría, el propósito original debería
perderse. La verdad, sin embargo, es que aunque profundamente oscurecida por una
altamente disímil apariencia, el cristal original de la sabiduría está allí. Además, cada
detalle de la historia contada por el sabio corresponde a algún aspecto específico de la
sabiduría original, y por lo tanto es la llave a ésta. Si el alumno comprende la intención de
la historia, se abocará con considerada devoción a la tarea de desenmarañarla a fin de hallar
el regalo oculto. A medida que desarrolla su intelecto y a medida que su mente madura,
comenzará a ver progresivamente niveles de significado más profundos, y gradualmente,
mediante grandes esfuerzos, llegará a la sabiduría en su forma sin disfraz y no adulterada,
que inicialmente estaba tan lejos de su captación.
El dinero, las zanahorias, las opciones de la bolsa de valores, los bueyes y los pozos, son
todos metáforas que invisten aspectos específicos de la voluntad y sabiduría del Creador.
Además, los detallados aspectos de cada elemento de la creación están singularmente
diseñados para conformar requerimientos particulares de la Torá. Por ejemplo, el hecho de
que el cerebro tenga dos hemisferios cerebrales, que el período promedio de gestación
humana sea de nueve meses, o que la mayoría de las variedades de manzana sean rojas,
todos representan, y son ocasionados, por modos específicos de revelación Divina, con los
que los estudiantes de los misterios de la Torá están familiarizados.
La trampa, sin embargo, es que la historia es muy realista e interesante tal cual es y
nosotros somos intuitivamente proclives a tomarla en su valor nominal. Como en el caso de
los cristales de esmalte, suponemos que la imagen es la realidad. Es fácil olvidar que el
mundo no es inherentemente real. Es natural ver dinero, no como instrumento mediante el
cual el atributo Divino de piedad puede concretarse, sino simplemente como un medio para
adquirir cosas. Instintivamente uno ve un etrog como nada más que un trozo de fruta de
precio exagerado, y es inconcebible en el nivel intuitivo que una zanahoria sea realmente
una vestimenta que oculta un potencial Divino. Además, la historia misma puede ser
bastante agradable y acaparadora. En esta historia, por ejemplo, es posible ser un ejecutivo
corporativo, un médico opulento y respetado, o incluso un senador. Todo esto crea una
poderosa ilusión de importancia y realidad intrínsecas que, de sucumbirse a ella, resulta en
la desvinculación del mundo de su verdadera causa, que es la Torá. El producto es un
comprometedor pedazo de ficción, frecuentemente absurdo, muchas veces trágico,
ocasionalmente cómico, pero esencialmente sin sentido en sí mismo.
Así, aunque la oportunidad sea estupenda, el peligro de error es muy real. Esto podría verse
como una desventaja importante, que es una desafortunada e ineludible consecuencia del
proceso de ocultamiento Divino. En verdad, sin embargo, es una notable bendición que nos
concede el libre albedrío. Nos confiere la responsabilidad de decidir qué será del mundo.
En el último análisis, cómo observamos el mundo y cómo operamos en él decide su
destino.
Nosotros determinamos si el mundo es el mundo de la mentira descripto en el Zohar, o si
asume un escenario totalmente diferente, también expresado por el Zohar: "El Santo,
bendito sea, miró en la Torá y creó el mundo; de modo que el hombre mira en la Torá, y
mantiene vivo al mundo".