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Prólogo

Lo bárbaro
La segregación más radical se funda en la negación de la palabra del sujeto; es
decir, que cuando se le niega el derecho a la palabra a alguien se le niega el
reconocimiento simbólico de su ser; debido a que un sujeto que no puede
acceder al vínculo simbólico de la palabra es excluido del vínculo social.
Lenguaje y palabra:
El campo del lenguaje refiere a la estructura simbólica de significantes que
constituyen ese universo; mientras que la función de la palabra supone la
relación de ese sujeto con la palabra efectivamente.
Hay que distinguir dos registros en el fenómeno de la segregación, en primer
lugar, está la segregación estructural, la cual es inherente al lenguaje como
operación simbólica que excluye necesariamente algo en su exterior para
construir un interior limitado. No hay ordenación simbólica que no deje algo
fuera de ella; y a falta de esa exclusión originaria es el sujeto el que es
segregado como objeto de goce.
El problema es cómo responde cada sujeto a esta segregación estructural; se
suele encontrar la segregación social como fenómeno de respuesta a la
segregación estructural; por ejemplo, el racismo, que sería una respuesta a la
segregación social de un goce diferente al representado por el universo
simbólico del sujeto.
En segundo lugar, está la segregación como discurso del vínculo social,
tratando de identificar al otro de cada sujeto, del psicótico, del loco, con el goce
segregado estructuralmente. Es lo extranjero, lo bárbaro, que encarna para
cada uno un goce segregado.
Lo bárbaro, según Maragall, es un goce que está en la triangulación edípica, es
un cuarto elemento que da a ese triángulo y al goce su vertiente humana.
Según el psicoanálisis, ese cuarto elemento es el falo, como símbolo de una
ausencia y esa falta produce toda una serie de trastornos en el niño que son
trastornos de lenguaje.
INDAGACIONES PSICOANALÍTICAS SOBRE LA SEGREGACIÓN:
El sujeto es un polo de atribuciones, es un agujero que requiere ser nombrado,
por lo que el nombre y la demanda provienen del Otro. El nombre de la
segregación, cualquiera sea, es un nombre que estremece, porque está
destinado a nombrar un más allá de lo simbólico, y que concierne en sus
fundamentos a la pulsión de muerte.
La nominación, la designación, la descripción de un objeto, no puede prescindir
bajo ningún concepto de la dimensión subjetiva, por lo que debe soportar las
consecuencias del acto de producir un marco de referencia. El sujeto es
responsable de la trama simbólica que genera, y esa trama siempre está al
servicio de su satisfacción pulsional. Nadie puede escapar a su nombre propio,
es un atributo que le viene al sujeto desde el Otro.
La segregación se sitúa en un punto estructural de la dimensión subjetiva: el
modo en que el sujeto imagina cómo el Otro lo ha deseado como sujeto. El
modo en el que el sujeto descifra la palabra que el Otro lo ha hablado; de allí
deriva la eficacia de la segregación y sus efectos. Será entonces su saber
hacer con su sinthome, en tanto anudamiento de los tres registros, lo que
decidirá allí el impacto del efecto segregante.
Desde la perspectiva de Lacan, la segregación se puede considerar como la
expresión máxima del odio al goce de otro, por ser desconocido. No es
equivalente a la agresión que supone una tensión narcisista entre un sujeto y
su semejante. La agresión es parte del lazo del lenguaje; y el odio demanda la
desaparición de ese goce extraño.
En la segregación se odia la manera de gozar de otro. Desde siempre la
humanidad ha soñado un modo de goce para todos. El rechazo al goce es
admitir el fracaso de lo simbólico, que no logra nunca una continuidad sólida, y
también su importancia para dar cuenta de lo real de la pulsión.
El que segrega se ve atravesado por su posición de goce, atrapado quizás sin
saberlo en una dimensión que lo precipita a una satisfacción ligada al control
de otro goce, el de un semejante.
La coexistencia fáctica en la diferencia radical de los goces requiere una
comunidad con una determinada modalidad discursiva, pero también
gobernantes que sostengan el semblante del lugar de la autoridad, sabiendo
distinguir la diferencia entre ocupar un lugar y ser el lugar, o sea que puedan
estar a la altura de la función simbólica que encarnan.
El rechazo de la segregación solo puede establecer por la vía del acto, en tanto
que este acto define a una cultura en particular, e imprime condiciones
específicas del lazo social.

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