INDICE
Capitulo 1: El viejo lobo de mar ...
Capitulo 2: Perro Negro
Capitulo 3: Adiés al capitan
Capitulo 4: | batil del marinero
Capitulo 5: El final del ciego
Capitulo 6: Los papeles del capitan
Capitulo 7: En Bristol
Capitulo 8: Ultimos preparativos
Capitulo 9: La travesia
Capitulo 10 : Lo que escuché desde el barr de manzanas
Capitulo 11: Consejo de guerra
Capitulo 12: En tierra .
Capitulo 13: El hombre de la isla
Capitulo 14: En el fortin
Capitulo 15: Al ataque
Capitulo 16: La piedra blanca .....
Capitulo 17: iMonedas de oro!
Capitulo 18: Motin de amotinados ...
Capitulo 19: En busca del tesoro
Capitulo 20: EI final...
-on CamSconnerNacié el 13 de noviembre de 1850 en Edimburgo.
Escocia. Escribié historias desde nifo. Durante la
adolescencia, acompafié a su padre en sus viajes
e inicié asf la pasion por las travesias y los relatos
de aventuras. Estudié derecho pero nunca ejercid
como abogado. En busca de un clima favorable
para sus delicados pulmones, viajé constantemen-
te. Se caso con la estadounidense Fanny Ousborne,
con quien vivid en Suiza, Estados Unidos —donde
entablé amistad con Mark Twain- y las islas del Pa-
cifico Sur. La isla del tesoro se publicé por primera
vez en 1883.
Muri en 1894, en Samoa Occidental. En su
tumba esta grabado el nombre que le dieron
sus amigos samoanos: “Tusitala’, que signi-
fica “contador de historias”.
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El viejo lobo de mar
y fuerte, con una larga cicatriz en la mejilla. Usaba
el pelo atado y un rotoso abrigo azul. Entré a nues-
tra posada arrastrando un bau marinero, y enseguida
pidio ron.
—éViene mucha gente por aca? —pregunté con voz
ruda y gastada.
Mi padre respondidé que no; que por desgracia tenia
pocos clientes.
—Entonces es el lugar perfecto para mf —dijo él-. Voy
a quedarme un tiempo. Me alcanza con un poco de ron
y un sitio para ver los barcos que llegan a la costa.
Después arrojé tres monedas de oro so-
bre el mostrador y dijo:
—Aviseme cuando se haya acabado.
Apesar de su aspecto, hablaba como
alguien acostumbrado a dar ordenes.
Cuando mi padre le preguntd su
nombre, lo Unico que dijo fue:
—Puede llamarme capitan.
En general hablaba poco. Se
pasaba el dia cerca de los acan-
tilados, mirando el mar con un
catalejo. Al anochecer se sentaba
a beber en una esquina del salon,
cerca del fuego. Si alguien le dirigia
| o recuerdo como si fuera hoy. Era un hombre alto
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6 Me Robert Louis Stevenson fe
la palabra, él respondia con una mirada hostil, reso-
plando por la nariz. Asf que enseguida aprendimos a
dejarlo tranquilo.
Un dia me llamo aparte y me prometid una moneda
de plata cada mes. A cambio, yo tenia que estar atento
y avisarle si vefa a un hombre con una sola pierna.
Yo no imaginaba quién podia ser ese hombre, ni por qué
le importaba tanto al capitan, pero no hacia preguntas.
Asi pasaron varios meses. Cuando le reclamaba mi
paga, el capitan casi siempre me devolvia una mirada
horrible y un bufido. Pero al final me daba mi moneda
y me repetia la orden de estar atento a la llegada del
marinero con una sola pierna.
Muchas noches nuestro huésped tomaba demasia-
do ron y se ponia a cantar a los gritos. Todavia recuer-
do su vozarr6n entonando esa cancion de piratas que
solia repetir:
iQuince hombres en el bau! del muerto
jaja ja, y una botella de ron!
Y todos los presentes, con un terror mortal, tenfan
que hacerle coro o él se enfurecia. Lo mismo cuan-
do contaba sus siniestras historias de ahorcados y
tormentas en el mar. Daba un golpe en la mesa para
imponer silencio y estallaba en gritos si alguien no le
prestaba atencion.
Un solo hombre se atrevié una vez a hacerle frente.
Fue el doctor Livesey, que por esos dias venia a la po-
sada a atender a mi padre enfermo.
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Aquella noche el doctor estaba fumando su pipa en el
salén. Me acuerdo del contraste entre Livesey y el capi-
tan. El doctor con su peluca blanca como la nieve y sus
modales suaves, y el capitan todo sucio, borracho, con
los brazos sobre la mesa. De repente el capitan empezo a
cantar su eterna cancién, que para el doctor era nueva.
iQuince hombres en el bau del muerto
jajaja, y una botella de ron!
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El médico alzé la vista y lo observé un momento con
disgusto. Después siguid conversando con el viejo
Redruth, el jardinero.
El capitan cantaba cada vez mas fuerte, y de repen-
te dio un manotazo sobre la mesa. Todos enmudecie-
ron. Pero el doctor siguid hablando como si nada, con
su voz clara y amable. Entonces el capitan aporred de
nuevo la mesa y grité:
—iSilencio, ahi!
—-éMe habla a mi, sefior? —pregunt6 el doctor.
El capitan dijo que sf y solté un insulto.
—Tengo una sola cosa para decirle, sefior —respondid
el doctor con tranquilidad-, y es que si sigue tomando
tanto ron, el mundo se librara muy pronto de un rufian
inmundo.
La furia del capitan fue tremenda. Se pard y sacé su
navaja. Pero Livesey no se inquieto.
—Si no guarda ese cuchillo ya mismo le prometo que
ir a la horca —dijo con voz tranquila—. No solo soy mé-
dico, también soy juez.
El capitan dud6, le echo otra mirada feroz y al final
volvié a sentarse.
-Y ahora, sefior —agregé el doctor-, sepa que si llego
a ofr alguna queja sobre usted, haré que lo expulsen de
este pueblo.
Poco después trajeron hasta la puerta el caballo del
doctor y este se retird. Y por esa noche, y muchas mas,
el capitan se qued6é muy tranquilo.
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oe Capitulo 2co
Perro Negro
se levanté muy temprano y salid hacia la playa con
su rotosa capa, su sable y su catalejo. Mi madre
estaba arriba con mi padre y yo limpiaba el salén.
Entre mi madre y yo realizabamos todas las tareas de
la posada, porque mi padre ya no podia levantarse de
la cama. Estaba muy grave y era claro que no llegariaa
la siguiente primavera.
Yo estaba poniendo la mesa del desayuno para el ca-
pitan, cuando se abri6 la puerta y aparecid un hombre
que jamas habia visto. Era un tipo alto y palido. Le fal-
taban dos dedos en la mano izquierda. Pe oxtirn
Miré sus piernas: tenia ambas. s
Se acercé hasta la mesa y me
pregunt6 con tono burlén:
—éEsta es la mesa de mi amigo Bill?
Le dije que no conocia a su amigo y
que la mesa era para un cliente a
quien llamabamos capitan.
—Bueno —dijo-, a mi amigo Bill
le gusta que lo llamen capitan.