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EL IMPERIO DESDE LOS MÁRGENES

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EL IMPERIO
DESDE LOS MÁRGENES

La frontera de Buenos Aires


en tiempos borbónicos
(1752-1806)

María Eugenia Alemano

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Alemano, María Eugenia
El imperio desde los márgenes. La frontera de Buenos Aires en
tiempos borbónicos (1752-1806) / María Eugenia Alemano. – 1a
ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Teseo; San Fernando:
Universidad de San Andrés, 2022.
386 p.; 20 x 13 cm.
ISBN 978-987-723-346-9
1. Historia de la Provincia de Buenos Aires . 2. Política. I. Título.
CDD 982.12

© Editorial Teseo, 2022


Buenos Aires, Argentina
Editorial Teseo
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra,
escríbanos a: info@editorialteseo.com
www.editorialteseo.com
ISBN: 9789877233469
Imagen de tapa: Buenos Aires desde el camino de las carretas
(1789-1794), de Fernando Brambilla. Archivo del Museo Naval
de Madrid
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El Imperio desde los márgenes


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A la memoria de Bea, Fer y Luki

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Índice

Introducción .................................................................................. 11
La frontera de Buenos Aires y las reformas borbónicas. 19
Organización del libro y metodología................................. 40
1. Una frontera entre dos mundos........................................... 45
La atracción de la frontera: migraciones y
asentamientos............................................................................. 50
El ruedo del mercado: circuitos mercantiles y comercio
interétnico ................................................................................... 60
La cultura material y el universo simbólico....................... 69
Los rostros de la violencia ...................................................... 74
Los cruzadores de frontera y la paradoja de la
identidad ...................................................................................... 83
Conclusiones .............................................................................. 89
2. El Cabildo de Buenos Aires y la frontera .......................... 93
La creación de los blandengues y del Ramo de Guerra .. 98
El Ramo de Guerra bajo el Cabildo de Buenos Aires
(1752-1761) ............................................................................... 114
La frontera y el Ramo de Guerra bajo la gobernación
(1761-1776) ............................................................................... 137
Conclusiones ............................................................................ 149
3. Los Invencibles de Salto....................................................... 153
La capilla y el fuerte ................................................................ 160
La autoridad legítima en la frontera .................................. 165
Juegos de honor........................................................................ 172
“En nombre de todos los vecinos del Salto”: génesis de
un vecindario ............................................................................ 179
La acción gremial de los blandengues ............................... 188
Negociando el servicio al rey ............................................... 191
Los soldados de La Invencible: las bases sociales del
reclutamiento............................................................................ 195

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10 • El Imperio desde los márgenes

El malhadado caso del capitán Linares: la defensa del


orden comunitario .................................................................. 198
Conclusiones ............................................................................ 204
4. La reforma miliciana en la frontera de Buenos Aires
(1766-1779) .................................................................................. 209
La reforma militar de 1764 en Buenos Aires................... 214
Una estructura de mando fallida: los comandantes de
los fuertes................................................................................... 219
Movilización miliciana y resistencias de los
pobladores ................................................................................. 225
Enemigos íntimos: las relaciones interétnicas en la
frontera....................................................................................... 236
Las trayectorias sociales de los oficiales de milicias ...... 245
Conclusiones ............................................................................ 258
5. Frontera y reformas borbónicas: la lucha por el
Estado en Buenos Aires (1779-1806).................................... 263
La centralización virreinal (1779-1784) ........................... 268
La “pax virreinal” (1784-1797)............................................. 295
El ochocientos, un nuevo ciclo de reformas
(1797-1806) ............................................................................... 316
Epílogo: la frontera, la invasión inglesa al Río de la Plata
y la militarización revolucionaria....................................... 333
Conclusiones ............................................................................ 337
Conclusiones. Tras la huella de la frontera ......................... 343
Bibliografía ................................................................................... 361
Fuentes .......................................................................................... 379
Fuentes editadas....................................................................... 379
Fuentes manuscritas ............................................................... 381

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Introducción

A mediados del siglo XVIII, Buenos Aires era una ciudad


mediana, capital de la gobernación homónima1 en el sur
del Virreinato del Perú, en los confines del Imperio hispá-
nico de los Borbones en América. La ciudad contaba con
su propio Cabildo y la rodeaba una estrecha franja territo-
rial –bajo su jurisdicción2– que estiraba sus brazos hacia el
noroeste, limitando con Santa Fe, y hacia el sur, donde algu-
nas estancias alcanzaban a rozar el río Salado. La ciudad
y su entorno rural no pasaban de los 20.000 habitantes en
total,3 aunque, a partir de aquel momento, se intensificaron
las migraciones provenientes tanto del interior rioplaten-
se como de distintos puntos de América, Europa y África.
Esta pequeña pero pujante población basaba su economía
en la actividad agropecuaria, el comercio interno colonial,
la exportación de cueros y el contrabando de esclavos, un
redituable negocio que drenaba hacia el Atlántico una par-
te importante de la plata producida en Potosí. Antes de

1 La gobernación de Buenos Aires fue creada en 1617 tras la escisión de los


territorios litorales de la gobernación del Paraguay, lo que desplazó a Asun-
ción como centro hegemónico rioplatense; contaba con una gran autono-
mía política y militar, aunque su mando se limitaba al estrecho corredor
litoral que jalonaban la propia Buenos Aires, Santa Fe, Concepción del Ber-
mejo y Corrientes. Ver Barriera, Darío G., “Tras las huellas de un territorio”,
en Fradkin, Raúl O. (dir.), Historia de la Provincia de Buenos Aires. Tomo 2. De la
Conquista a la crisis de 1820, Buenos Aires, UNIPE/Edhasa, 2012, pp. 70-72.
Cuando se fundó Montevideo, en 1726, se constituyó como una capitanía
militar autónoma de la gobernación.
2 Dentro de la campaña cercana a Buenos Aires, el pueblo de Luján obtuvo en
1757 el estatus de villa, y con ello el privilegio de constituir Cabildo, desga-
jándose de la jurisdicción porteña.
3 Según el padrón de 1744, vivían en la Ciudad de Buenos Aires 12.044 habi-
tantes y 4.664 en su campaña, aunque siempre hay que considerar el subre-
gistro en las fuentes censales, especialmente en este período “preestadístico”.
Ver Moreno, José Luis, “Población y sociedad en el Buenos Aires rural a
mediados del siglo XVIII”, Desarrollo Económico, vol. 29, n.º 114, 1989, p. 267.

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12 • El Imperio desde los márgenes

convertirse en sede de un nuevo virreinato, la adminis-


tración de esta capital provinciana estaba en manos del
gobernador, un obispado, una pequeña guarnición militar y
algunos oficiales reales. La irregular llegada de una corrien-
te de metálico desde el Alto Perú, conocida como Situado,
bastaba para el mantenimiento de esta básica estructura
administrativa.
Por fuera de la ocupación colonial, la región pampeana
era dominada por poblaciones indígenas independientes
esparcidas en pequeños asentamientos o “tolderías” que
ocupaban las sierras del sudeste pampeano, los bosques de
caldén de la pampa central y las márgenes de los ríos Negro
y Colorado. Su economía se basaba en la actividad pastoril
y artesanal, el intercambio con otros grupos y el comercio
con agentes coloniales. Si bien la base del vínculo entre los
pueblos indígenas y la ocupación colonial era conflictiva,
los malones indígenas y las expediciones militares colonia-
les se combinaban con ocasionales tratados de paz, alianzas
bélicas y un incesante comercio interétnico. En el caso de
Buenos Aires, no existía una línea definida que deslindara
la ocupación colonial del territorio indígena, aceptándose
el río Salado como límite “natural” entre ambas sociedades.
En las décadas centrales del siglo XVIII, nuevos contingentes
indígenas se sumaron a la población residente, lo que impli-
có un aumento de la conflictividad intra e interétnica y la
complejización del panorama étnico de tierra adentro4 con
vínculos a ambos lados de la cordillera andina.
Para la Corona, la importancia estratégica del Río de
la Plata, y de Buenos Aires en particular, se modificó al

4 Denominamos “tierra adentro” a los territorios indígenas contenidos entre


el sur del virreinato del Perú y los ríos Negro –en el lado oriental de la Cor-
dillera– y Toltén –en el lado occidental–, que corresponden, en la perspecti-
va mapuche, a su territorio ancestral o Wallmapu, abarcando del Atlántico al
Pacífico a la región pampeana, norpatagónica y surcuyana y los actuales
departamentos de Araucanía y Valdivia en Chile. Ver De Jong, Ingrid, Cor-
dero, Guido y María Eugenia Alemano, “Pensando la tierra adentro. La
territorialidad indígena en las pampas y la Patagonia (1750-1850)”, Diálogo
Andino. Revista de Historia, Geografía y Cultura Andina, en prensa.

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El Imperio desde los márgenes • 13

compás del ciclo de guerra atlántica que tuvo su punto


de inflexión con la tardía y frustrante entrada de España
en la guerra de los Siete Años (1762-1763). A partir de la
derrota infligida por los ingleses en La Habana, la dinastía
borbónica se decidió a implementar una serie de refor-
mas en la defensa, administración y fiscalidad de su impe-
rio americano. En este contexto, en los prolegómenos de
la guerra de Independencia norteamericana, los Borbones
decidieron formar un nuevo virreinato con los territorios
del sur peruano que sirviera de antemuralla en previsión a
un posible ataque atlántico de los ingleses. Con la creación
del virreinato del Río de la Plata en 1776, Buenos Aires
se convirtió en capital virreinal y cabeza de puente de las
iniciativas reformistas de los Borbones para el Atlántico
sur, lo que llevó al establecimiento de una burocracia civil
y militar.5 La inclusión del Alto Perú en el nuevo virrei-
nato, junto a la creación de la Aduana de Buenos Aires
y la incorporación del puerto en el Reglamento de Libre
Comercio con la Península (1778), permitiría financiar las
nuevas estructuras administrativas.
En las décadas virreinales, la jurisdicción de Buenos
Aires experimentó un importante incremento demográfico
que la llevaron de los 36.000 habitantes que acusaba en
1778 a los casi 100.000 habitantes que contaba al iniciar-
se el proceso revolucionario.6 El territorio que rodeaba a
la ciudad, sin grandes avances en la ocupación, pretendía

5 Entre otras medidas, se enviaron a Buenos Aires ejércitos de refuerzo y se


organizaron desde la capital virreinal la expedición de reconocimiento de
límites tras el Tratado de San Ildefonso con Portugal (1777), la represión de
las rebeliones altoperuanas (1780-1783) y la primera implementación del
sistema de intendencias en América (1783). Además de alojar a la corte
virreinal, la ciudad fue sede de una Real Audiencia (1785) y de un Consulado
de Comercio (1799).
6 En 1778 vivían 24.083 personas en el recinto urbano y unas 12.000 en el
área rural, mientras que en 1815, fecha del primer padrón general de la
población del período independiente, la Ciudad de Buenos Aires tenía
49.737 habitantes, y su jurisdicción rural, 42.557 habitantes. Ver Johnson,
Lyman L. y Susan M. Socolow, “Población y espacio en el Buenos Aires del
siglo XVIII”, Desarrollo Económico, vol. 20, n.º 79, 1980, p. 331; Moreno, José

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14 • El Imperio desde los márgenes

defenderse de incursiones indígenas y extranjeras mediante


una serie de fuertes y fortines que iba desde Chascomús
en el sur de la jurisdicción hasta Melincué en el límite con
Santa Fe. Durante la época virreinal, la ciudad y su entorno
vivieron un período de prosperidad y crecimiento econó-
mico, solo interrumpidos por el resurgir intermitente del
conflicto internacional que enfrentó a la Corona españo-
la con sus pares europeas. La sociedad indígena allende la
frontera, luego del malón más importante del siglo produci-
do en Luján en 1780, pareció llegar a un entendimiento con
la sociedad colonial basado en la continuidad del comercio
y el respeto de las mutuas territorialidades.
De este modo, durante la segunda mitad del siglo XVIII
y primeros años del siglo XIX, coincidiendo con el auge
del reformismo borbónico bajo los reinados de Carlos III
(1759-1788) y de su hijo Carlos IV (1789-1808), Buenos
Aires experimentó una significativa transformación que la
llevó de ser una colonia periférica, epicentro de un intenso
comercio ilegal, a una de las mayores apuestas del proyec-
to imperial borbónico en América del Sur, y a la postre a
uno de sus más rotundos fracasos en términos políticos y
militares. Esta transformación se debió a que Buenos Aires
y su jurisdicción vivieron profundos cambios económicos,
sociales y político-institucionales de la mano de las lla-
madas “reformas borbónicas”,7 que vieron en la ciudad y
su entorno la posibilidad de crear un “baluarte imperial”8

Luis y José Antonio Mateo, “El ‘redescubrimiento’ de la demografía históri-


ca en la historia económica y social”, Anuario IEHS, n.º 12, 1997, pp. 41-43.
7 Las reformas borbónicas fueron una serie de medidas de gobierno, tomadas
fundamentalmente en la segunda mitad del siglo XVIII, que pretendían
modificar el gobierno, la fiscalidad y la defensa del Imperio americano de los
Borbones. Sin embargo, más allá del ímpetu reformista, las distintas medi-
das adoptadas no respondían a un programa coherente predeterminado, por
lo que llamarlas en conjunto “reformas borbónicas” es más una construc-
ción historiográfica que una realidad histórica.
8 Halperín Donghi, Tulio, “Las finanzas de un baluarte imperial (1791-1805)”,
Guerra y finanzas en los orígenes del Estado argentino (1791-1850), Buenos Aires,
Prometeo, 2005, pp. 28-70.

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El Imperio desde los márgenes • 15

para sostener el dominio hispánico en el sur del continen-


te americano. Sin embargo, la estructura militar montada
sucumbió ante el primer embate certero de la guerra atlán-
tica, y poco después Buenos Aires encabezó un movimiento,
a la vez local y continental, de emancipación de la tutela
política de la península. Hasta el momento, los dilemas que
acarrearon estas transformaciones han sido examinados a
la luz de lo que ocurrió en la ciudad, dando un panorama
detallado pero incompleto de la recepción local de la crisis
de la monarquía. El punto de vista por el que opta este libro
es, por el contrario, una visión del Buenos Aires borbónico
desde su frontera.
¿Qué puede aportar el estudio de la frontera para expli-
car estas transformaciones? Este libro se propone exami-
nar el proceso de construcción y centralización política del
territorio, las fuerzas milicianas y los recursos fiscales de la
frontera de Buenos Aires entre mediados del siglo XVIII y
principios del XIX. Este objetivo nos permite enfocar otro
ángulo de la relación entre la Corona, la administración
colonial y las élites locales bonaerenses en el contexto de
las reformas borbónicas, así como evaluar el impacto de la
agencia de sectores subalternos e indígenas. Argumentamos
que la frontera fue central en la estructuración social y
política de la Ciudad de Buenos Aires y su entorno rural y
que las consecuencias de su devenir histórico pueden vis-
lumbrarse en la articulación del territorio bonaerense, los
disputados procesos de construcción estatal y la conforma-
ción de identidades políticas colectivas. A través del estudio
de la frontera de Buenos Aires, este libro pretende consti-
tuir un aporte al problema más general de la naturaleza y
las consecuencias de la gestión borbónica en sus territorios
americanos en cuanto a los procesos de construcción estatal
y la dinámica imperial.
A lo largo de los diferentes capítulos, nos proponemos
analizar las diversas dimensiones de la presencia de la fron-
tera en la vida social y política del Buenos Aires borbónico.
El capítulo 1 explora la configuración, a escala regional, de

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16 • El Imperio desde los márgenes

la frontera que articulaba a Buenos Aires y otros territorios


del sur del virreinato del Perú con las poblaciones indíge-
nas independientes del área arauco-pampeana.9 Entre otros
procesos, se destacan el crecimiento demográfico, la articu-
lación de redes mercantiles regionales y las diversas formas
de vinculación interétnica que combinaban guerra, comer-
cio y diplomacia. Consideramos que la disputa fundamental
por el territorio llevó a la radical distinción entre dos cam-
pos identitarios opuestos: el de los “cristianos” contra los
“infieles”, o che versus wingka en la visión indígena. A su vez,
los vínculos diferenciales establecidos entre segmentos de
la sociedad indígena y las diversas jurisdicciones colonia-
les llevaron a la cristalización de identidades territoriales
particulares, tanto en el lado hispano-criollo, como en el
indígena.
El capítulo 2 se centra en la actuación del Cabildo
de Buenos Aires respecto a la frontera desde mediados del
siglo XVIII hasta los albores del virreinato. En primer lugar,
se examina el proceso de toma de decisión por el que en
1752, asumiendo la representación de los intereses de los
hacendados y en contra de la voluntad del rey, el Cabil-
do sancionó la creación de compañías de milicias pagas
para la frontera, denominadas “blandengues”, y de un Ramo
de Guerra para financiarlas. En segundo lugar, se anali-
za el funcionamiento del Ramo de Guerra mientras duró
la administración del Cabildo (1752-1761) en cuanto a la
estructura de recaudación y el gasto. Por último, el capítulo
narra cómo los conflictos locales y la guerra internacio-
nal llevarían al gobernador Pedro Cevallos a centralizar el
Ramo de Guerra y a poner a las compañías de blandengues
bajo el mando de la gobernación, lo que abriría un campo
de disputa política con el Cabildo que se mantendría latente
hasta los últimos años borbónicos.

9 Ver Bechis, Martha, “Los lideratos políticos en el área arauco-pampeana en


el siglo XIX: ¿autoridad o poder?”, Piezas de etnohistoria del sur sudamericano,
Madrid, CSIC, 2008, pp. 263-296.

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El Imperio desde los márgenes • 17

El capítulo 3 examina la experiencia de la compañía


de blandengues La Invencible y la formación del pueblo
de San Antonio de Salto en el noroeste de la frontera de
Buenos Aires. Más allá de las sucesivas órdenes del rey para
formar “pueblos defensivos”, en la formación del pueblo de
Salto el protagonismo lo tuvieron los soldados blandengues
y sus familias campesinas, que veían en la frontera una vía
de acceso a la tierra y un canal de ascenso social. Asimis-
mo, frente a una amenaza de desalojo, el pueblo de Salto
se constituyó como “vecindario”, es decir, una comunidad
local con representación política en el seno de la monar-
quía. A contrapelo de una persistente visión de la frontera
como un lugar con una vida política nula o netamente auto-
ritaria, se analiza la cultura política de los habitantes de la
frontera a partir de la apropiación y las variantes locales
de nociones de legitimidad política pactistas y corporativas
comunes al orbe hispánico. Por último, se examinan las
prácticas políticas concretas de negociación y disputa de la
autoridad local en los años que van desde la formación del
pueblo hasta los inicios del virreinato.
Sobre estos desarrollos locales, se desplegarían las ini-
ciativas reformistas de la administración borbónica.
A partir de la década de 1760, alentada por la guerra
internacional en que estaba envuelta la Corona española,
tuvo lugar la implementación de la reforma militar que
se orientó principalmente a la universalización y discipli-
na del servicio miliciano.10 Para el caso de Buenos Aires,
la historiografía usualmente ha indicado el escaso impacto
que habría tenido la política borbónica de formación de
“milicias provinciales”, ya fuera porque la reforma llegara
demasiado tarde o por el poco interés que suscitó en la

10 Ver Kuethe, Allan J., “Conflicto internacional, orden colonial y militariza-


ción”, en Tándeter, Enrique (dir.), Historia General de América Latina. Volumen
IV. Procesos americanos hacia la redefinición colonial, Unesco/Trotta, 2002, pp.
325-348.

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18 • El Imperio desde los márgenes

población, en particular entre las élites urbanas.11 Varian-


do esta perspectiva, el capítulo 4 evalúa el desarrollo de la
reforma miliciana en la frontera desde mediados de la déca-
da de 1760 hasta los albores del virreinato. Allí, la reforma
alcanzó su propósito de encuadrar virtualmente a la tota-
lidad de la población masculina adulta libre en el servicio
de las armas. Sin embargo, dados los entramados sociales
sobre los que se asentaban las compañías de milicias y las
resistencias a la estructura de mando peninsular, aquellas
difícilmente pudieron constituirse en el “ejército de reser-
va” que la Corona pretendía. Por su parte, la oficialidad
miliciana de extracción local, compuesta de hacendados y
pequeños comerciantes rurales, capitalizaron su influencia
social y desarrollaron prácticas de movilización a ras del
suelo que le permitieron construir un poder territorial que
adquirió gran autonomía en la década de 1770.
Por último, el capítulo 5 se centra en el devenir
de las reformas virreinales que, en sendos ciclos de
reformas entre 1779-1784 y 1797-1802, buscaron “paci-
ficar” la frontera, centralizar los recursos fiscales del
Ramo de Guerra y crear, sobre la base de las antiguas
compañías de blandengues, un cuerpo veterano de caba-
llería orientado a los fines dispuestos por la Corona.
La introducción de estas reformas estuvo condicionada
tanto por la coyuntura externa como por la subleva-
ción interna, y su implementación fue tensionada por
los recursos disponibles y las adaptaciones, los conflic-
tos y las resistencias suscitadas en la población. Por
otra parte, el período intermedio que llamamos de “pax
virreinal” (1784-1797) alentó el desarrollo de proyectos
alternativos para las fuerzas militares y recursos de
la frontera y satisfizo las aspiraciones de preeminen-
cia social de las élites locales que se incorporaron a

11 Por ejemplo, ver Halperín Donghi, Tulio, “Militarización revolucionaria en


Buenos Aires, 1806-1815”, El ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Bue-
nos Aires, Sudamericana, 1978, pp. 121-158.

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El Imperio desde los márgenes • 19

la oficialidad del cuerpo de blandengues. En el ocho-


cientos, a medida que el esquema defensivo virreinal
dependía cada vez más de los cuerpos militares y los
recursos fiscales locales, los motivos de descontento de
las élites urbana y rural se sumaban, mientras que se
veían acrecidas las resistencias de la población. En este
contexto, el relanzamiento del proyecto de avanzar la
frontera emergió en el debate público y abroqueló los
intereses urbanos y rurales. No obstante, el reinicio de
la guerra atlántica frenó cualquier iniciativa local, hasta
que uno de los coletazos de la batalla de Trafalgar asestó
un golpe fatal al poder virreinal y dejó a Buenos Aires
con su destino político en sus manos.

La frontera de Buenos Aires y las reformas borbónicas

La historiografía americanista asume que los territorios que


conformaron el virreinato del Río de la Plata resultaron en
general beneficiados por la implementación de las reformas
borbónicas y la nueva atención que concitó la región en aras
del conflicto atlántico. En particular, las élites locales de
Buenos Aires pudieron verse favorecidas por el ascenso de
la ciudad a capital virreinal, la apertura de su puerto al libre
comercio con la península, el aumento del gasto militar,
la creación de una nueva burocracia civil y del Consulado
de comercio y la instauración de la Audiencia de Buenos
Aires, entre otras medidas que se sucedieron en el curso
de las últimas décadas del siglo XVIII. Incluso la más repre-
sentativa de las reformas borbónicas, la implementación del
sistema de intendencias en el virreinato del Río de la Plata
en 1783, habría sido recibida –de acuerdo al historiador
John Lynch– con cierto beneplácito por las élites locales,
insuflando una nueva vitalidad a los cabildos de la región.
Para Lynch, los conflictos sobrevendrían recién en la últi-
ma década de gobierno colonial debido a la designación

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20 • El Imperio desde los márgenes

de funcionarios particularmente incapaces y la progresiva


toma de conciencia de las élites urbanas.12
Con todo, las investigaciones a escala local sugieren
que la implementación de reformas, tanto antes como des-
pués de la creación del virreinato, conllevó procesos de
negociación y conflicto en torno al ejercicio del poder entre
los cabildos y los funcionarios borbónicos. Por ejemplo, el
gobernador de Córdoba del Tucumán Manuel Fernández
Campero recibió durante la década de 1760 la oposición
a varias medidas de su gobierno, en particular en relación
con la expulsión de los jesuitas y el control de la caja para
financiar la defensa de las fronteras, y sufrió un connato
de sedición que terminaría expulsándolo de la gobernación.
En este contexto, según la historiadora Ana María Lorandi,
el Cabildo de Córdoba funcionó como “campo de lucha”
y “caja de resonancia” de la política local.13 Con el nuevo
virreinato, las cosas no fueron mejor para todas las regio-
nes. El historiador Gustavo Paz, a partir del caso de Jujuy,
evalúa que la instauración del régimen de intendencias de
1782 produjo beneficios dispares: “lo que pudo haber resul-
tado beneficioso para las ciudades capitales como Salta y
Córdoba no produjo los mismos resultados en ciudades
secundarias”, por lo que, según este autor, los cabildos se
convirtieron en la principal instancia de defensa de los
derechos del “pueblo” y de sus viejos privilegios.14
En el caso del Alto Perú, la rebelión general de las
comunidades indígenas que se desató hacia 1780 en la zona

12 Lynch, John, “Intendants and Cabildos in the Viceroyalty of La Plata,


1782-1810”, Hispanic American Historical Review, vol. 35, n.º 3, 1955, pp.
357-361.
13 Ver Lorandi, Ana María, Poder central, poder local. Funcionarios borbónicos en el
Tucumán colonial. Un estudio de antropología política, Buenos Aires, Prometeo,
2008, pp. 132-138.
14 Paz, Gustavo, “La hora del Cabildo: Jujuy y su defensa de los derechos del
pueblo en 1811”, en Herrero, Fabián (comp.), Revolución. Política e ideas en el
Río de la Plata durante la década de 1810, Buenos Aires, Ediciones Cooperati-
vas, 2004, pp. 160. También Mendoza bregó por recibir su propia intenden-
cia antes de ser incluida bajo la égida de la de Córdoba.

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El Imperio desde los márgenes • 21

de Potosí tuvo como motivo manifiesto el desacato de la


Audiencia de Charcas a la autoridad del virrey de Buenos
Aires, cuyo dictamen había sido favorable a los representan-
tes indígenas de las comunidades.15 Luego de la derrota de
la rebelión indígena, cuya represión fue comandada desde
Buenos Aires, la ciudad de Charcas sufrió las consecuencias
de la militarización e inició un proceso de confrontación
política hacia la administración colonial. De acuerdo al his-
toriador Sergio Serulnikov,

el Cabildo de La Plata empezó a servir como órgano de


representación política del vecindario, se erigió en abierta
oposición a las principales instancias de poder español y sus
partidarios y los sectores sociales a los que proclamó repre-
sentar abarcaban, de manera muy activa y tangible, no sólo a
las élites sino también a la plebe urbana.16

En este sentido, comprimida entre un campo indígena


robusto y el proyecto centralizador borbónico, la ciudad
forjó sus propias nociones identitarias y comenzó a ser per-
cibida no solo como un sujeto abstracto de derechos, sino
como un actor político colectivo representativo de sectores
sociales amplios y en oposición a la administración colonial.
En cuanto a la propia Buenos Aires, el estudio de la
frontera puede brindar una nueva visión sobre la recepción
local de las reformas borbónicas, complementando la que
se tiene debido a otras dimensiones del reformismo que a
priori más tenían que ver con el ámbito urbano como las
reformas administrativas y comerciales.17 En este libro se

15 Serulnikov, Sergio, “Representaciones antagónicas de legitimidad colonial:


autoridad y subversión en la sublevación indígena de 1777-1780”, Conflictos
sociales e insurrección en el mundo colonial andino. El norte de Potosí en el siglo
XVIII, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 247-257.
16 Serulnikov, Sergio, “Crisis de una sociedad colonial. Identidades colectivas y
representación política en la ciudad de Charcas (siglo XVIII)”, Desarrollo Eco-
nómico, vol. 48, n.º 192, 2009, pp. 442-443.
17 Ver Lynch, John, Administración colonial española, 1782-1810. El sistema de
intendencias en el Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, Eudeba, 1967;
Santilli, Daniel V., “¿Perjudiciales o beneficiosas? La discusión sobre el

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22 • El Imperio desde los márgenes

examina la implementación de tres tipos de reformas que


afectaron directamente a la frontera de Buenos Aires: la
reforma militar emprendida en la década de 1760, la centra-
lización de recursos fiscales con miras a financiar el gasto
militar, y la política de “pacificación” de las fronteras con
las sociedades indígenas independientes. De esta manera,
a través de la frontera, se enfoca la interrelación entre las
orientaciones metropolitanas, la administración colonial y
las élites locales, así como las diversas resistencias genera-
das en la población.
En primer lugar, la frontera nos brinda una nueva pers-
pectiva sobre el lugar del Cabildo de Buenos Aires en el
siglo XVIII, su relación con la administración colonial y su
lugar dentro de la monarquía. Jorge Gelman ha caracteriza-
do al Cabildo de Buenos Aires para el siglo XVII como una
institución vigorosa, representativa de una poderosa élite
polivalente local.18 Sin embargo, durante el siglo XVIII, de
acuerdo al historiador John Lynch, los cabildos del naciente
virreinato se habrían visto sumidos en la inercia y la apa-
tía producto de sus penurias financieras y su escasa repre-
sentatividad social.19 El capítulo 2 de este libro varía esta
perspectiva, mostrando cómo la gestión de la frontera le
brindó al Cabildo de Buenos Aires una iniciativa, repre-
sentatividad política y capacidad financiera inusitadas en el
contexto de las ciudades del sur del virreinato. En efecto,
al establecer en 1752 compañías de milicias pagas en la
frontera y un Ramo de Guerra para financiarlas, el Cabildo
asumió la representación de los intereses rurales, dotó a su
jurisdicción de una fuerza miliciana y creó una fuente de
recaudación propia. Por otra parte, su actuación entraba en

impacto económico de las reformas borbónicas en Buenos Aires y su


entorno”, Fronteras de la Historia, vol. 18, n.º 2, 2013, pp. 247-283; Socolow,
Susan, The Bureaucrats of Buenos Aires, 1769-1810: Amor al Real Servicio, Dur-
ham, Duke University Press, 1987.
18 Gelman, Jorge, “Cabildo y élite local. El caso de Buenos Aires en el siglo
XVII”, Revista de Historia Económica y Social, n.º 6, 1985, pp. 3-20.
19 Lynch, John, “Intendants”, op. cit., pp. 340-345.

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El Imperio desde los márgenes • 23

abierta contradicción con las órdenes del rey que prohi-


bían la creación de nuevos impuestos y ordenaban formar
“pueblos defensivos” en la frontera. Finalmente, cuando la
gobernación se hizo con el mando sobre las compañías de
blandengues y puso al Ramo de Guerra bajo el control de
la Real Hacienda, la frontera se convirtió para el Cabildo en
arena de disputa política con la administración colonial.
Asimismo, la historiografía sobre el Río de la Plata tar-
docolonial e independiente ha destacado el carácter político
de la experiencia miliciana.20 En este sentido, el historiador
Carlos Oreste Cansanello ha demostrado el nexo entre el
servicio en las milicias y la condición de “vecino” (es decir, el
reconocimiento de la pertenencia a la comunidad política)
en el Buenos Aires rural, siendo un antecedente clave para
la transición a la ciudadanía.21 Por su parte, María Elena
Barral y Raúl Fradkin sostienen que el despliegue de la
estructura miliciana sobre el mundo rural, así como de la
civil y eclesiástica, llevó al establecimiento de redes locales
de poder y de los pueblos rurales como escenarios predilec-
tos de la lucha política.22 Con todo, la experiencia política
de la frontera, a pesar del fuerte componente miliciano, fue
frecuentemente caracterizada como nula o con un marcado
sesgo autoritario producto de la militarización y el origen

20 Pablo Birolo ha desarrollado el contrapunto entre militarización y lucha


facciosa en la militarización general ordenada por el gobernador Pedro
Cevallos en 1762 para la toma de Colonia de Sacramento. Ver Birolo, Pablo,
Militarización y política en el Río de la Plata colonial. Cevallos y las campañas
militares contra los portugueses, 1756-1778, Buenos Aires, Prometeo, 2015. Por
su parte, Tulio Halperín Donghi enfatizó el carácter novedoso y la politiza-
ción abierta con la militarización de Buenos Aires tras las invasiones ingle-
sas. Ver Halperín Donghi, Tulio, “Militarización”, op. cit.
21 Ver Cansanello, Oreste Carlos, “De súbditos a ciudadanos. Los pobladores
rurales bonaerenses entre el antiguo régimen y la modernidad”, Boletín del
Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie,
n.º 11, 1995, 113-140.
22 Barral, María E. y Raúl O. Fradkin, “Los pueblos y la construcción de las
estructuras de poder institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”,
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”,
tercera serie, n.º 27, 2005, pp. 7-48.

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24 • El Imperio desde los márgenes

castrense de la autoridad. Por ejemplo, para Carlos Mayo


y Amalia Latrubesse, el universo social turneriano de la
frontera estaba en contradicción con el carácter burocrá-
tico y autoritario de un “Estado colonial prelockeano” y la
autoridad absoluta de los comandantes de los fuertes.23 En
cambio, Eugenia Néspolo propone que la asociación entre
la participación miliciana y la condición de vecino potenció
el crecimiento de autoridades civiles-milicianas locales. De
esta manera, la frontera como un “espacio políticamente
concertado” entre el esfuerzo defensivo, la actuación de los
vecinos y la compleja presencia indígena definida como la
de un “enemigo político”.24
Con todo, la experiencia política de las compañías de
blandengues en la frontera ha sido, hasta el momento, poco
explorada. En este sentido, el capítulo 3 narra el derrotero
de la compañía de blandengues La Invencible, destinada al
pago de Arrecifes en el noroeste de la jurisdicción, respon-
sable de la formación del pueblo de San Antonio de Salto y
de su constitución como un “vecindario” en la frontera, es
decir, una comunidad política local de carácter corporativo
y territorial. En efecto, frente a la desidia de las autoridades,
fueron los soldados y sus familias campesinas quienes, con
su voluntad de arraigo y capacidad de trabajo excedente,
levantaron los primeros edificios permanentes, crearon una
sólida comunidad local y defendieron sus intereses ante dis-
tintas amenazas de disolución. Los “vecinos” de Salto eran
los varones cabeza de familia en estrecha asociación con su
pertenencia a las milicias, en las que participaban hombres
de diversa extracción sociorracial en relativo pie de igual-
dad. El capítulo narra la incipiente vida política del pueblo
de Salto desde su formación hasta los albores del virreinato,
mostrando los límites y desafíos a la noción de autoridad

23 Mayo, Carlos y Amalia Latrubesse, Terratenientes, soldados y cautivos. La fron-


tera, 1736-1815, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1998, pp. 47-49.
24 Néspolo, Eugenia A., Resistencia y complementariedad, gobernar en Buenos Aires.
Luján en el siglo XVIII: Un espacio políticamente concertado, Villa Rosa, Escara-
mujo, 2012.

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El Imperio desde los márgenes • 25

que marcan variantes idiosincráticas en la apropiación local


de la cultura política pactista y corporativa que circulaba en
todo el orbe hispánico.
Sobre estos desarrollos locales, se introducirían, a partir
de la década de 1760, distintas reformas borbónicas que afecta-
ron a la frontera de Buenos Aires. Debido a los múltiples fren-
tes de guerra en los que estaba sumida la Corona, se trató de
incorporar las compañías de milicias y blandengues existentes
al esquema defensivo imperial y centralizar los recursos fiscales
creados por el Cabildo de Buenos Aires para financiarlas, para
lo que se debió disciplinar a los poderes de la frontera y “pacifi-
car” las relaciones interétnicas. En el caso de la frontera de Bue-
nos Aires, la nota distintiva del ímpetu reformista consistió no
tanto en crear nuevas estructuras e incorporar a la población a
su funcionamiento, sino en tomar las estructuras locales exis-
tentes buscando reorientar su sentido a los fines marcados por
la Corona.
La primera de las reformas acaecidas fue la militar. En efec-
to, a partir de la derrota infringida por la Corona británica con
la toma de La Habana en 1762, la dinastía borbónica comen-
zó a pensar en reformar el sistema de defensa americano, has-
ta ese momento acotado a una serie de plazas fuertes y redu-
cidas guarniciones militares. Luego de descartar opciones más
costosas o impracticables, la reforma militar se orientó a uni-
versalizar el servicio de milicias para todos los varones libres
en condiciones de tomar las armas sin importar su condición
social. Como medio para atraer a las élites locales a los cuadros
de oficialidad, se otorgó el fuero militar, y a los milicianos se les
daría el uniforme y un sueldo mientras fueran movilizados. Las
compañías así formadas serían comandadas y adoctrinadas por
elementos regulares del Ejército, asegurando de esta manera su
adiestramiento y disciplina. El plan maestro, en caso de con-
flicto, era que el Ejército regular fuera la cabeza de la defensa,
y las milicias, el “ejército de reserva” necesario si el conflicto se
extendía en el tiempo.25

25 VerKuethe,AllanJ.,“Conflicto”,op. cit.

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26 • El Imperio desde los márgenes

En los últimos años, la historiografía americanista ha


avanzado en el conocimiento de la implementación de la
reforma militar en Hispanoamérica, señalando sus alcances
y límites y las consecuencias de su aplicación.26 En general,
se acepta que los resultados de la implementación de la
reforma del sistema defensivo estuvieron en función de los
contextos de su aplicación, dependiendo de factores regio-
nales tales como la aceptación de las élites locales, las fuen-
tes de financiamiento y la urgencia de la amenaza bélica.
Así, se llegó a un modelo según el cual las regiones que se
beneficiaban de la recepción de un “Situado” (remesa fiscal
para sufragar el gasto militar) fueron más exitosas en su
implementación, mientras que en las regiones interiores,
alejadas de la amenaza externa y de donde salían las remesas
de metálico para la defensa de las costas, habrían resisti-
do con mayor énfasis su aplicación.27 El historiador Juan
Marchena Fernández, estudiando la implementación de la
reforma en el virreinato del Perú, sostiene que la aceptación
de las élites locales fue clave en el éxito de la reforma, y
esta estuvo en función de su capacidad de manipular el
fuero militar.28 En este esquema, el caso de Buenos Aires
presentaba cierta paradoja, ya que se trataba de una pla-
za beneficiada por el régimen de Situados y expuesta a la
amenaza de una invasión marítima; sin embargo, el escaso
entusiasmo en la población por el servicio en las milicias
y la resistencia de las élites a sus deberes militares habrían
hecho de las compañías de “milicias provinciales” poco más

26 Para un balance, ver Kuethe, Allan J. y Juan Marchena F., “Presentación.


Militarismo, revueltas e independencias en América Latina”, Soldados del
Rey. El Ejército borbónico en América colonial en vísperas de la independencia,
Castelló de la Plana, Universitat Jaume I, 2005, pp. 7-16.
27 Kuethe, Allan J., “Las milicias disciplinadas en América”, en Kuethe, Allan J. y
Juan Marchena F. (eds.), Soldados del Rey. El Ejército borbónico en América colo-
nial en vísperas de la independencia, Castelló de la Plana, Universitat Jaume I,
2005, p. 116.
28 Marchena F., Juan, Ejército y milicias en el mundo colonial americano, Madrid,
MAPFRE, 1992, p. 146.

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El Imperio desde los márgenes • 27

que compañías “de papel”, existentes en la planificación de


los reformadores, pero no en los hechos.29
Visto desde la frontera, el problema adquiere un cariz
diferente. Como veremos en el capítulo 4, allí las compa-
ñías de milicias provinciales lograron encuadrar a la prác-
tica totalidad de la población masculina adulta. Además, los
hacendados y comerciantes rurales abrazaron los cuadros
de oficialidad y la plana mayor de las milicias como canal
de ascenso social y vehículo de identificación de clase.30 Sin
embargo, las compañías de milicias de la frontera estuvie-
ron lejos de constituir el “ejército de reserva” que la reforma
ambicionaba. Por un lado, dados los entramados locales
sobre los que se apoyaba y la resistencia a la autoridad de
los comandantes de los fuertes, otrora caracterizados como
los “todopoderosos” de la frontera, la reforma no pudo dis-
ciplinar al elemento miliciano ni tampoco pudo establecer
la autoridad militar como garante de la implementación de
otras reformas en la frontera. Por otro lado, al hacerse con
el mando de las compañías y sostener la movilización de
los pobladores a las milicias, los hacendados volvieron a la
estructura miliciana funcional a sus intereses en la frontera,
autonomizándose de las directivas de la gobernación.

29 Halperin Dongui, Tulio, “Militarización”, op. cit. Por su parte, Raúl Fradkin
detecta la existencia de arraigadas tradiciones militares coloniales desde
antes de la militarización iniciada con las invasiones inglesas, tomando para
ello un radio más amplio que el de la jurisdicción porteña. Ver Fradkin, Raúl
O., “Tradiciones militares coloniales. El Río de la Plata antes de la revolu-
ción”, en Heinz, Flavio (comp.), Experiências nacionais, temas transversais: sub-
sídios para uma história comparada da América Latina, São Leopoldo, Editora
Oikos, 2009, pp. 74-126.
30 De forma similar a la que José Alfredo Rangel Silva encuentra para las mili-
cias de San Luis Potosí, en la frontera norte novohispana, donde la reforma
miliciana fue ampliamente aceptada por los comerciantes y hacendados
locales ya que permitía acceder al poder político local y además porque, a
diferencia de las ciudades, el servicio miliciano era un elemento esencial de
la vida cotidiana en la frontera. Ver Rangel Silva, José Alfredo, “El discurso
de una frontera olvidada: el Valle del Maíz y las guerras contra los ‘indios
bárbaros’, 1735-1805”, Cultura y representaciones sociales, vol. 2, n.º 4, 2010,
pp. 119-153.

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28 • El Imperio desde los márgenes

Asimismo, la renovación historiográfica señala que las


consecuencias contingentes de la reforma militar fueron
más significativas a largo plazo que los resultados con-
cretos alcanzados. Un aspecto central de la reforma mili-
tar fue que incorporaba criterios, tales como el ascenso
militar de individuos no privilegiados, la amplitud social
del reclutamiento y el alcance del fuero militar, que a la
postre resultarían contradictorios del Antiguo Régimen, ya
que limitaban la injerencia de las diferencias socioétnicas y
modificaban el espacio otorgado a sectores antes excluidos
del sistema corporativo de poder.31 Los estudios de caso
para Chile, el Caribe y Nueva España sugieren que el fuero
militar y la participación en las milicias fueron apropiados
por la población de color para mejorar su estatus social
como “pardos”, a través del reconocimiento de su condición
“libre” y de ciertos privilegios políticos.32 En la frontera de
Buenos Aires, como veremos en el capítulo 4, la convoca-
toria al servicio de milicias generó ciertas resistencias en
la población y, como en otros ámbitos, se hizo necesaria la
negociación cotidiana de la autoridad. Pero, a la larga, si

31 Para un balance sobre la subversión de los patrones sociales del Antiguo


Régimen, ver Chust, Manuel y Juan Marchena F., “Introducción: de milicia-
nos de la Monarquía a guardianes de la Nación”, Las armas de la nación. Inde-
pendencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1820), Madrid, Iberoamerica-
na, 2007, pp. 7-12.
32 Sobre estos casos hispanoamericanos, ver Belmonte Postigo, José Luis, “El
color de los fusiles. Las milicias de pardos en Santiago de Cuba en los albo-
res de la revolución haitiana”, en Chust, Manuel y Juan Marchena F. (eds.),
Las armas de la nación. Independencia y ciudadanía en Hispanoamérica
(1750-1820), Madrid, Iberoamericana, 2007, pp. 37-51; Bock, Ulrike, “Entre
‘españoles’ y ‘ciudadanos’. Las milicias de pardos y la transformación de las
fronteras culturales en Yucatán, 1790-1821”, Secuencia, n.º 87, 2013, pp.
9-27; Garrido, Margarita, “‘Free men of all colors’ in New Granada. Identity
and obedience before Independence”, en Jacobsen, Nils y Cristóbal Aljovín
de Losada (eds.), Political Cultures in the Andes, 1750-1950, Durham, Duke
University Press, 2005, pp. 164-183; Vinson III, Ben, “Los milicianos pardos
y la relación estatal durante el siglo XVIII en México”, en Ortiz Escamilla,
Juan (coord.), Fuerzas militares en Iberoamérica, siglos XVIII y XIX, Ciudad de
México, El Colegio de México/El Colegio de Michoacán/Universidad Vera-
cruzana, 2005.

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El Imperio desde los márgenes • 29

la movilización fue exitosa, fue porque la participación en


las milicias comportaba beneficios concretos para los sec-
tores populares rurales, tales como la percepción de pagos
en efectivo y en especias, la protección del fuero militar
e, incluso, el usufructo de la condición de “blanco” para
hombres libres afrodescendientes, un caso –en lo que se
conoce hasta el momento– inédito en el contexto hispa-
noamericano.
En cuanto a los objetivos estratégicos de la reforma,
la idea fuerza detrás de la creación del virreinato del Río
de la Plata era que este constituyera un “baluarte imperial”
que defendiera las posesiones de la Corona en la frontera
luso-brasileña y protegiera el frente atlántico de eventuales
embates de la fuerza naval británica. La recuperación de
Colonia de Sacramento en 1777 y el envío de guarnicio-
nes del Ejército regular peninsular en los primeros años
virreinales iban en dirección a satisfacer esa expectativa. A
la vez, desde Buenos Aires se envió una de las expediciones
encargadas de reprimir las grandes sublevaciones indíge-
nas que afectaron a todo el sur andino entre 1780 y 1783.
Concluida la guerra de Independencia norteamericana con
la firma del Tratado de París en 1783, el novel virreina-
to podía verse satisfecho de haber superado con éxito la
crítica coyuntura.
Sin embargo, el impulso de los primeros años no se
sostuvo en el tiempo, y el éxodo constante de los cuerpos
regulares hizo que en el esquema defensivo virreinal tuvie-
ran un cada vez mayor protagonismo las fuerzas locales de
la frontera. En 1784, las antiguas compañías de blanden-
gues se convirtieron en un cuerpo veterano dentro de los
ejércitos del rey que contaba con 600 plazas, un sistema
regular de promociones y ascensos y fuero militar. Poste-
riormente, en 1797, se creó un cuerpo de caballería de blan-
dengues en la Banda Oriental que contaría con 800 plazas.
Finalmente, el reglamento de milicias de 1801 respondió a
los mismos propósitos de centralizar el mando y discipli-
nar la estructura miliciana existente. De esta manera, las

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30 • El Imperio desde los márgenes

modificaciones introducidas en sendas coyunturas de gue-


rra buscaban sacar partido de la población y los recursos
locales, poniendo a la “nación en armas” frente a un even-
tual ataque externo, posibilidad temida desde los inicios
mismos del virreinato.
La renovación historiográfica sobre la reforma militar
en el Río de la Plata ha mostrado los límites con los que
se topó y la distancia existente entre las proyecciones en
el papel y la realidad de la defensa. En cuanto al cuerpo
de blandengues, el historiador Raúl Fradkin señala que fue
la opción “económica” de los Borbones para los proble-
mas de defensa del virreinato debido al mantenimiento de
algunos atributos milicianos tales como la obligación que
regía para la tropa de costear sus uniformes y caballos.
Según el autor, este carácter “híbrido” y la capacidad de
resistencia campesina fueron los principales obstáculos al
disciplinamiento de la tropa y explican los límites con que
se topó la reforma.33 Asimismo, el arribo de un reglamento
para disciplina de las milicias en 1801 fue juzgado tardío
y, una vez concluida la guerra, limitantes financieras y de
equipamiento impidieron completar su implementación en
tiempos de paz.34
El capítulo 5 de este libro muestra algunos aspectos
poco conocidos del funcionamiento interno del cuer-
po de blandengues. Con el nombramiento de una ofi-
cialidad veterana y peninsular para las compañías de
blandengues, medida que eventualmente condujo a su
conversión en un cuerpo regular dentro de los ejér-
citos del rey, el virrey Juan Joseph de Vértiz buscaba
recuperar el mando de las compañías desplazando a

33 Ver Fradkin, Raúl O., “Tradiciones”, op. cit.


34 Ver Aramburo, Mariano J., “Reforma y servicio miliciano en Buenos Aires,
1801-1806”, Cuadernos de Marte, vol. 2, n.º 1, 2011, pp. 9-45; Caletti Garcia-
diego, Bárbara, “Del dicho al hecho... La aplicación del Reglamento de 1801
en la Intendencia de Buenos Aires y la frontera hispanoportuguesa”, en XI
Jornadas Internacionales de Estudios sobre las Monarquías Ibéricas, Tandil,
2015.

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El Imperio desde los márgenes • 31

la vieja oficialidad miliciana de cuño local. El objetivo


virreinal era pacificar la frontera mediante la política
del “cordón defensivo” y poner al cuerpo de blanden-
gues en estado de enfrentar “algo más” que indios.
Los posteriores ciclos de reformas acentuaron aún más
el redireccionamiento de las funciones del cuerpo de
blandengues para servir en el conflicto externo. No
obstante, los años intermedios de paz atlántica –que,
no casualmente, coincidieron con una “pax” política–
permitieron la criollización del cuerpo de oficiales, el
relajamiento de la disciplina de la tropa y la emergencia
de un proyecto alternativo para el cuerpo de blanden-
gues como motor del avance de la frontera, superando
la constricción impuesta por el “cordón defensivo”. Por
lo demás, este cuerpo y su homólogo de Montevideo se
seguían solventando con el Ramo de Guerra, un ramo
impositivo local que gravaba la exportación de cueros,
y no con el Situado potosino, por que los hacendados y
el Cabildo de Buenos Aires se sintieron en derecho de
influir en su utilización.
La renovación historiográfica señala que una de
las consecuencias no anticipadas y trascendentales de
la reforma militar fue que, junto a la responsabilidad
de la defensa, se transfería a manos americanas un
elemento fundamental del poder político. Al decir de
Allan Kuethe, al umbral de la crisis monárquica que
sacudiría la estructura de pactos de gobernabilidad, las
distintas regiones americanas contaban con ejércitos
comandados y financiados por las élites locales que se
definirían en función de sus intereses.35 A principios
del siglo XIX, luego de décadas de éxodo de los cuadros
militares peninsulares, los blandengues eran la fuerza
regular mayoritaria en el virreinato del Río de la Plata.
Su oficialidad estaba compuesta por jóvenes oficiales
hijos de familias criollas que, lejos de sus lugares de

35 Kuethe, Allan, “Conflicto”, op. cit., p. 347.

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32 • El Imperio desde los márgenes

origen, estaban llamados a defender la frontera hispano-


portuguesa y la plaza de una eventual invasión extran-
jera por mar. A la hora de la verdad, con el cuadro de
una oficialidad desafecta y una tropa desacostumbrada
a los rigores de una guerra regular, sumado al error
táctico de dividir las fuerzas, el cuerpo de blandengues
poco hizo para resistir la invasión inglesa al Río de
la Plata de 1806, posibilidad temida desde la creación
del virreinato y a la que todo el esfuerzo defensivo se
había dirigido a repeler. A continuación, las compañías
de blandengues se sumarían a la resistencia local a la
ocupación inglesa y al cuerpo expedicionario que, al
mando del capitán Santiago de Liniers, llevaría a cabo
la reconquista de la ciudad. La posterior unción local de
Liniers como nuevo virrey del Río de la Plata, un acto de
subversión inédito en el contexto hispanoamericano, se
dio en el marco de la intensa politización desatada por
la crisis monárquica y que desembocaría en el proceso
revolucionario de Mayo.
En segundo lugar, en intrínseca relación con la
reforma militar borbónica, se dio la reforma fiscal. A
partir de la segunda mitad del siglo XVIII, las fuerzas
regulares y milicianas americanas representaron el pri-
mer rubro del gasto fiscal de la Real Hacienda. A través
del régimen de Situados, una masa de metálico que
las regiones que generaban excedentes fiscales (Nueva
España, Alto Perú) enviaban a las regiones donde debía
resolverse el gasto militar (Cuba, Lima, Chile, Río de la
Plata), la Corona lograba que la plata americana cubriera
las necesidades de defensa del propio espacio americano,
aunque también es cierto que el gasto militar llevó a
una utilización local de recursos fiscales que de otro
modo hubieran tomado el camino de la metrópolis. En
este sentido, si bien se discute el alcance que pudieron
tener la coerción y la negociación en la definición del
gasto, hay cierto consenso en que el régimen de Situados
afectó positivamente al crecimiento económico de las

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El Imperio desde los márgenes • 33

regiones receptoras y que las élites locales pudieron


influir en su utilización.36
En este contexto historiográfico, el Río de la Plata
usualmente es visto como beneficiario de la política
fiscal de la Corona, una situación derivada de la recep-
ción, desde el siglo XVII, del Situado potosino.37 Con
la creación del virreinato del Río de la Plata, el Situa-
do creció en monto y adquirió una regularidad anual,
por lo que se constituyó para Buenos Aires en “una
colonia de segundo grado en el Alto Perú”, al decir de
Tulio Halperín Donghi.38 De acuerdo a las aproxima-
ciones cuantitativas al tema, el gasto virreinal superó
con creces a la recaudación local en Buenos Aires, défi-
cit que fue financiado con la transferencia de fondos
desde otras cajas, particularmente desde la de Potosí,
con esperables efectos multiplicadores en la economía
local.39 Paralelamente, con la incorporación del puerto
de Buenos Aires en el Reglamento de Libre Comercio
(1778), se creó la Aduana de Buenos Aires, la que se
convertiría en el componente principal de la Caja de
Buenos Aires, y se aumentó la burocracia fiscal para
mejorar la recaudación local, de forma que las arcas
virreinales se beneficiaron del crecimiento del comer-
cio atlántico y la legalización del puerto de Buenos
Aires.40 En la mirada del historiador Daniel Santilli, las
reformas borbónicas influenciaron poderosamente en el

36 Ver Marchena F., Juan, “La defensa del Imperio”, en Castillero Calvo,
Alfredo (dir.), Historia General de América Latina. Vol. III. Consolidación
del orden colonial, Madrid, Unesco/Trotta, 2007, pp. 615-668.
37 Sobre el Situado en el siglo XVII y los usos a que dio lugar por parte de
las élites locales de Buenos Aires, ver Moutoukias, Zacarías, Contra-
bando y control colonial en el siglo XVII, Buenos Aires, CEAL, 1988, pp.
193-195.
38 Halperín Dongui, Tulio, “Las finanzas”, op. cit., p. 29.
39 Ver Klein, Herbert S., “Structure and profitability of Royal Finance in
the Viceroyalty of the Río de la Plata in 1790”, Hispanic American Histo-
rical Review, vol. 53, n.º 3, 1973, pp. 440-469.
40 Ver Socolow, Susan, op. cit., pp. 25-50.

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34 • El Imperio desde los márgenes

crecimiento y la integración económica de la Ciudad de


Buenos Aires y su entorno rural.41
La política fiscal borbónica en Buenos Aires tiene
otro aspecto si se la mira desde la frontera, ya que afec-
ta nuestra visión sobre las fuentes del financiamiento
militar y el rol de las élites en la definición del gasto.
Por un lado, el Situado potosino se dirigió primordial-
mente a financiar las expediciones y el gasto militar
en la frontera luso-brasileña. En cuanto a las fronteras
con los pueblos indígenas no sometidos, la orientación
imperial era fundar “pueblos defensivos” que con el
tiempo se volvieran autosustentables. Los municipios,
en cambio, bregaron por darse sus propias políticas de
frontera, en consonancia con los intereses de las élites
a las que representaban. Los cabildos de Buenos Aires,
Santa Fe y Córdoba crearon compañías de milicias a
sueldo y nuevos impuestos para financiarlas. Es decir,
a diferencia de la frontera araucana y la frontera norte
novohispana, que recibían el Situado para financiar sus
guarniciones militares y presidios, las fronteras indíge-
nas rioplatenses se financiaron localmente por iniciativa
de sus respectivos cabildos.
En efecto, como veremos en el capítulo 2, en 1752 el
Cabildo de Buenos Aires creó, junto a las compañías de
blandengues, un Ramo de Guerra compuesto de diversos
impuestos a la circulación mercantil, entre ellos, uno a
la exportación de cueros. Dados el tamaño del mercado
y la posición comercial hegemónica de Buenos Aires, el
Ramo de Guerra adquirió una magnitud excepcional en
el contexto rioplatense y permitió financiar la expansiva
política del Cabildo. Durante sus primeros diez años de
existencia, la administración del Ramo de Guerra estuvo
a cargo del Cabildo de Buenos Aires, hasta que en 1761
el gobernador Pedro Cevallos, en el contexto de los
preparativos para su campaña a Colonia de Sacramento,

41 Santilli, Daniel, op. cit., p. 277.

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El Imperio desde los márgenes • 35

puso el Ramo de Guerra bajo la órbita de la Real


Hacienda. Posteriormente, en los inicios del virreinato,
el intendente de Real Hacienda Manuel Fernández bregó
para centralizar el Ramo de Guerra, acrecido por el libre
comercio, para la Aduana de Buenos Aires.
El control y destino del Ramo de Guerra se convir-
tieron en arena de disputa entre la corporación capitular
y la administración colonial hasta el fin del dominio
borbónico. En conjunto, el Ramo de Guerra tuvo un
lugar relativamente importante en el total del gasto
militar; además, dada la irregularidad del Situado, en
determinados años sus fondos fueron clave para ade-
lantar recursos a la administración, en particular en los
años previos a la creación del virreinato (1770-1775) y
en los años clave de 1804-1805 y 1808-1809 (cuadro 1).
Si bien su destino original era financiar las compañías
de milicias y blandengues de la frontera, las élites locales
pudieron influir cada vez menos en su utilización. En
los últimos años virreinales, la élite mercantil de Buenos
Aires, a través del Cabildo y la prensa, formó el proyecto
de avanzar la frontera, reclamando para ello la aplica-
ción del Ramo de Guerra. Sin embargo, en esos precisos
años, el reinicio de la guerra atlántica y la suspensión
de los envíos potosinos hicieron del Ramo de Guerra
la fuente principal de financiamiento del gasto militar
virreinal, orientado al conflicto externo.

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36 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 1. El gasto militar en Buenos Aires (en pesos)

Fuente: elaboración propia con base en datos de AGN, Sala xiii, Caja de Bue-
nos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4; el Colegio de México, “Cajas de la Real
Hacienda de la América española, siglos xvi a principios del siglo xix”, 2015.

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El Imperio desde los márgenes • 37

Por último, además de la reforma militar y la política fiscal


borbónica, la Corona buscó, durante la segunda mitad del siglo
XVIII, reordenar y pacificar las fronteras de los distintos virrei-
natos. De acuerdo al historiador Manuel Lucena Giraldo, la
Corona, situada en un nuevo marco de relaciones internaciona-
les y apoyada en dispositivos militares y científicos, buscó plas-
mar una nueva lógica de organización territorial y el efectivo
control social y político de esos espacios.42 Con esta faceta del
reformismo, se asocian la creación de la Comandancia General
de las Provincias Internas (1776) en la frontera norte novohis-
pana y de la Comandancia General de Fronteras en Buenos
Aires (1779), la fijación de límites respetados, las expediciones
de reconocimiento, la ubicación permanente de españoles en
“pueblos defensivos” y la concertación de tratados de paz con las
poblaciones indígenas independientes, medidas que traslucen
una nueva conciencia geográfica territorialista.
Respecto a las relaciones interétnicas con las poblaciones
indígenas independientes, hasta el momento la Corona había
sostenido una política basada en presidios militares y misiones
evangelizadoras a cargo de las órdenes religiosas. Sin embargo,
a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, se impulsaron nuevas
modalidades de relacionamiento que se plasmaron en una serie
de tratados de comercio, amistad y alianza donde el reconoci-
miento de los derechos a la autonomía de los indígenas tomó la
forma de tratados escritos basados en el derecho de las nacio-
nes. Según el historiador David J. Weber, esta política respondía
a una nueva orientación imperial madurada durante la segunda
mitad del siglo XVIII: “El pensamiento ilustrado y los ejemplos
inglés y francés sugirieron otra estrategia a los Borbones: con-
trolar a los indígenas a través del comercio más que por medio
de la conquista física y espiritual”.43

42 LucenaGiraldo,Manuel,“Elreformismodefrontera”,enGuimerá,Agustín(ed.),El
reformismo borbónico,Madrid,Alianza, 1996, p.268.
43 Weber, David J., “Borbones y bárbaros. Centro y periferia en la reformulación de la
políticadeEspañahacialosindígenasnosometidos”,Anuario del IEHS,n.º13,1998,
p.152.

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38 • El Imperio desde los márgenes

El virreinato trajo al Río de la Plata la implementación


de esta suerte de “programa” para las fronteras indígenas.
Sin embargo, si las nuevas sensibilidades ilustradas pueden
haber tenido alguna influencia, su implementación respon-
dió a un cúmulo de factores de nivel imperial y regional y
a las propias realidades locales de la frontera. El capítulo
5 muestra que, en el caso de Buenos Aires, la decisión de
“pacificar” la frontera respondió a una coyuntura altamente
conflictiva para el novel virreinato, en la que, al reinicio de
la guerra con Inglaterra, se sumaba el estallido de la suble-
vación de Tupac Katari en el Alto Perú. En este contexto, los
grandes malones sobre Luján (1780) y La Matanza (1783)
convencieron al poder virreinal de la necesidad de reorien-
tar la política en la frontera, hasta entonces en manos de los
hacendados y jefes milicianos.
El virrey Vértiz fue artífice de la política del “cordón
defensivo” para la frontera de Buenos Aires, que consistía
en una línea definida de fuertes y guardias que se cerraban
sobre el territorio y la búsqueda de acuerdos de paz con
todas las parcialidades de las pampas. De esta manera, los
recursos militares y fiscales de la frontera podrían eventual-
mente volcarse hacia el conflicto externo y las prioridades
borbónicas. En este sentido, el “cordón defensivo” implicó
doblegar la política deliberadamente agresiva de los jefes
milicianos y postergar por tiempo indefinido el proyec-
to sustentado por los hacendados de avanzar la frontera.
Es decir, también el reformismo en materia de fronteras
enfrentó los proyectos alternativos de la administración
colonial y de un sector de la élite mercantil local.
En cuanto al nuevo modelo de relaciones interétnicas,
en los primeros años virreinales se suscribieron tratados de
paz con los pehuenches al sur de Mendoza (1782), con los
ranqueles en la frontera de Córdoba (1796) y con los caci-
ques “pampas” del sudeste pampeano (1790). Sin embargo,
más que plasmar un ideal de humanismo ilustrado, los dis-
tintos tratados buscaban pacificar las fronteras trasladando

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El Imperio desde los márgenes • 39

el conflicto hacia tierra adentro.44 Además, para alcanzar


tales tratados, no se escatimaron medios bélicos para indu-
cir a las parcialidades y doblegar a las más renuentes. Por
otro lado, lejos de lograr “controlar” a las poblaciones indí-
genas independientes, estas obtuvieron grandes beneficios
de los tratados de paz, tales como una política de agasajos,
amplios reconocimientos territoriales y facilidades para el
comercio interétnico.
Por último, la formación de “pueblos defensivos” en
las fronteras tenía como fin el ahorro de recursos fiscales
y militares y se apoyaba en la creencia ilustrada acerca de
los beneficios de la vida urbana. El alcance de esta política
en la frontera sur rioplatense estuvo en función del interés
de las élites locales, los recursos disponibles y las resisten-
cias generadas en la población. En Entre Ríos y el sur de
Córdoba, por ejemplo, se fundaron pueblos defensivos a los
que se les dio el estatus de “villa” –y, con ello, la posibilidad
de formar cabildo– como forma de atraer el compromiso
de las élites locales en su formación.45 También se enviaron
expediciones de reconocimiento y se fundaron distintos
enclaves en la Patagonia.46

44 Ver Carlón, Florencia, “Una vuelta de tuerca más: repensando los malones
en la frontera de Buenos Aires durante el siglo XVIII”, Revista TEFROS, vol.
12, n.º 1, 2014, pp. 26-49; Roulet, Florencia, “De cautivos a aliados: los
‘indios fronterizos’ de Mendoza (1780-1806)”, Xama, n.º 12-14, 1999-2001,
pp. 199-239.
45 Sobre estos casos, ver Román, César, “Agentes del Imperio, autoridades
locales y trabajo coactivo en el proceso de fundación de villas. Los ‘entre-
rríos’ en el último tercio del siglo XVIII”, en Canedo, Mariana (ed.), Poderes
intermedios en la frontera. Buenos Aires, siglos XVIII y XIX, Mar del Plata, Eudem,
2012, pp. 111-142; Rustán, María Elizabeth, “Reformas borbónicas y rela-
ciones interétnicas en la frontera sur de la Gobernación Intendencia de
Córdoba. Segunda mitad del siglo XVIII”, en XXI Jornadas de Historia Econó-
mica, Caseros, Asociación Argentina de Historia Económica, 2008.
46 La permanencia del enclave de Carmen de Patagones fue alentada por la
convergencia de intereses entre las autoridades del fuerte y las poblaciones
indígenas que se beneficiaban del comercio interétnico. Ver Luiz, María
Teresa, “Re-pensando el orden colonial: los intercambios hispano-indígenas
en el fuerte del río Negro”, Mundo Agrario, vol. 5, n.º 10, 2005. Disponible en
bit.ly/3NcBnMv.

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40 • El Imperio desde los márgenes

En cambio, la política de formación de “pueblos defen-


sivos” en Buenos Aires fue mucho más radical, y sus resul-
tados, por lo menos magros. Como se analiza en el capítulo
5, la intención era que, en los alrededores de los fuertes del
“cordón defensivo”, se fundaran pueblos con colonos de ori-
gen peninsular, a los que se les proveería de tierras, semillas
y herramientas para producir sus subsistencias. Sin embar-
go, dado lo caro de esta política, la política virreinal pronto
optó por el traslado compulsivo de familias pobres. Lejos de
contar con algún privilegio político, las nuevas poblaciones
apenas recibían alguna ración, y la violencia que sufrieron
en el traslado quedaría guardada en la memoria colectiva.
En síntesis, las distintas reformas borbónicas que se
implementaron en la frontera de Buenos Aires (la refor-
ma militar, la centralización fiscal y la “pacificación” de
la frontera), más que responder a un programa coherente,
emanaron de la articulación de las orientaciones metro-
politanas, el pragmatismo de los funcionarios borbónicos
y los contextos locales de aplicación. A su vez, las refor-
mas implementadas en la frontera modularon la relación
de la administración colonial con distintos actores sociales
y corporativos y generaron un cúmulo de resistencias en
la población. En este sentido, el estudio de la frontera, al
sugerir un carácter menos “benéfico” y consensualista de lo
supuesto, puede modificar nuestra visión sobre el reformis-
mo borbónico en Buenos Aires y aportar un estudio de caso
para la discusión más general sobre el carácter y las conse-
cuencias de las reformas borbónicas en Hispanoamérica.

Organización del libro y metodología

Este libro procede de mi investigación doctoral, realizada


bajo el auspicio de una beca interna del Conicet y en el
marco del posgrado en Historia de la Universidad de San
Andrés (Argentina). La tesis de doctorado, bajo el título “El

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El Imperio desde los márgenes • 41

Imperio desde los márgenes. La frontera del Buenos Aires


borbónico (1752-1806)”, fue defendida en marzo de 2016
con un jurado integrado por los Dres. Raúl Fradkin, Roy
Hora y Eduardo Míguez. Posteriormente, la tesis obtuvo
una mención de honor en la tercera edición del premio Aso-
ciación Argentina de Investigadores en Historia (ASAIH) a
la mejor tesis doctoral y el primer premio del cuarto con-
curso para la publicación de tesis de maestría o doctorado
realizada en el marco del posgrado en Historia de la Uni-
versidad de San Andrés, a cargo de la Editorial Teseo. La
edición del texto para su publicación respeta en términos
generales la estructura original de la tesis, aunque se redu-
jeron algunos capítulos y se adecuó el estilo mediante la
modernización de las citas textuales de los documentos.
Los capítulos siguen un orden cronológico y temático.
El capítulo 1 plantea un escenario, el de la frontera entre la
ocupación colonial y el mundo indígena arauco-pampeano
durante la segunda mitad del siglo XVIII en perspectiva
regional. Los capítulos centrales desarrollan distintos acto-
res y experiencias en el período 1752-1779. El capítulo
2 atiende al vínculo entre el Cabildo de Buenos Aires, la
administración borbónica y la gestión de la frontera. El
capítulo 3 enfoca la experiencia de la compañía de blanden-
gues La Invencible en la frontera y la formación del pueblo
de San Antonio de Salto. El capítulo 4 estudia la implemen-
tación de la reforma miliciana en la frontera examinando
a ras del suelo las prácticas de movilización, resistencias y
construcción de poder en las milicias. El capítulo 5 se aboca
al período virreinal entre 1779 y 1806 para analizar las
reformas borbónicas que afectaron a la frontera, con espe-
cial atención a la relación entre la administración virreinal,
las élites y los sectores populares locales.
El resultado de la investigación se sustenta en un inten-
so trabajo de fuentes primarias depositadas en el Archivo
General de Indias, el Archivo General de Simancas y el
Archivo General de la Nación en Argentina. Además, se
recurrió a fuentes editadas, particularmente los Acuerdos

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42 • El Imperio desde los márgenes

del Extinguido Cabildo de Buenos Aires y los viajes de


expedicionarios recopilados por Pedro de Ángelis. Esta bús-
queda heurística derivó en la constitución de un corpus de
más de 12.000 fojas de documentación.
En el Archivo General de Indias, se consultaron legajos
correspondientes a la Audiencia de Buenos Aires cuyos
documentos enseñan la comunicación del más alto nivel
virreinal con el Ministerio de Indias. El Archivo General de
Simancas atesora documentación de carácter militar, per-
mitiendo observar el funcionamiento interno de los cuer-
pos en el período virreinal. Su consulta fue sistemática para
el caso del Cuerpo Veterano de Caballería de Blandengues
de la Frontera de Buenos Aires desde su constitución hasta
la invasión inglesa al Río de la Plata (1784-1806).47
En cuanto al Archivo General de la Nación, vale des-
tacar la riqueza, el estado de conservación y la accesibili-
dad de sus repositorios. La documentación consultada allí
constituye el núcleo de la investigación, y la diversidad de
fondos a los que se accedió imposibilita enumerarlos todos.
Este libro hace un uso sistemático de tres de ellos: los fon-
dos Teniente de Rey, Comandancias de Fronteras (ambos
en Sala IX) y el Ramo de Guerra de la Caja de Buenos
Aires (Sala XIII).
El fondo Teniente de Rey fue clave para iluminar el
período de la gobernación. Consiste en el intercambio epis-
tolar entre el gobernador y el teniente de rey de Buenos
Aires. La de teniente de rey es una figura poco estudiada
a pesar de que era en quien se delegaba el gobierno polí-
tico y militar de la plaza durante los períodos en que el
gobernador se ausentaba de Buenos Aires. Dadas las ocu-
paciones militares de los gobernadores en la frontera luso-
brasileña, el teniente de rey podía acumular largos períodos

47 Una gran cantidad de documentación proveniente de archivos españoles fue


puesta a disposición del público en forma online y digitalizada a través del
proyecto PARES auspiciado por el Ministerio de Cultura y Deporte del
Gobierno de España. Disponible en: http://pares.mcu.es/.

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El Imperio desde los márgenes • 43

de gobierno, especialmente en coyunturas bélicas. Durante


sus interinatos, el teniente de rey le enviaba al gobernador
informes de carácter reservado sobre las novedades y los
asuntos políticos de la plaza. Este fondo llegó hasta 1783,
cuando el cargo de teniente de rey desapareció, reemplaza-
do por un subinspector de Ejército y milicias con funciones
únicamente militares.
Los legajos de Comandancias de Fronteras contienen
los partes informativos que los comandantes de los fuertes y
otras autoridades de la frontera enviaban cotidianamente a
Buenos Aires. En esta investigación se examinaron exhaus-
tivamente y en forma combinada los legajos de distintas
comandancias correspondientes al sector noroeste de la
jurisdicción de Buenos Aires (Pergamino, Salto, Arrecifes,
San Nicolás, Fontezuelas y Cañada de Escobar) entre 1752
y 1779. Por otro lado, el fondo Comandancia General de
Frontera conserva los tratados de paz suscriptos con las
parcialidades indígenas y las declaraciones de excautivos, a
los que se interrogaba al momento de su devolución a la
sociedad colonial con el fin de obtener informaciones sobre
las tolderías y el estado de los asuntos de tierra adentro.
Por último, en esta investigación se analizaron en for-
ma sistemática los libros de cuenta del Ramo de Guerra
desde su creación en 1752 hasta su centralización por la
Real Hacienda en 1761, período en que fue administrado
en forma directa por el Cabildo de Buenos Aires. El libro
de cargo (ingresos) cuenta con 1.300 entradas, y el de data
(gastos), con 348 entradas para los nueve años que duró la
administración del Cabildo. En cada operación se consigna
la fecha, el objeto de la imposición o de la erogación, el
monto a percibir o a pagar y la firma del responsable. El
libro de data informa sobre el pago de los sueldos de los
blandengues, el gasto en la construcción de fuertes, la con-
tratación de proveedores y las compensaciones dadas a los
“indios amigos”, permitiendo observar las actividades del
Cabildo de Buenos Aires en su jurisdicción rural y allende
la frontera. De esta manera, el análisis de la recaudación

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44 • El Imperio desde los márgenes

y el gasto del Ramo de Guerra da una nueva visión sobre


la posición financiera y la vitalidad política del Cabildo de
Buenos Aires en la década central del siglo XVIII.

Resulta sumamente necesario agradecer a las personas e


instituciones que hicieron posibles la investigación doc-
toral y la publicación de este libro. En primer lugar, al
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET), que me permitió una dedicación exclusiva a
la formación doctoral. A la Universidad de San Andrés y
a la Editorial Teseo por el premio y la publicación de este
libro. A Sergio Serulnikov, director de la tesis de doctorado,
por la confianza que depositó en mí, su compromiso y su
generosidad intelectual. A los jurados Raúl Fradkin, Roy
Hora y Eduardo Míguez, por su aguda lectura, sus valiosos
comentarios y justas críticas. A los profesores del posgrado
en Historia de la Universidad de San Andrés que eligieron
esta tesis para su publicación, en especial a Lila Caimari y
Eduardo Zimmermann, por su calidad académica y huma-
na. A los investigadores que conocieron resultados parciales
de esta investigación y aportaron sus puntos de vista, espe-
cialmente a Darío Barriera, Manuel Chust, Julio Djered-
jian, Juan Francisco Jiménez y Florencia Roulet. A Eugenia
Néspolo, que incitó esta investigación, y al recordado Raúl
Mandrini, por sus ideas y la generosidad con la que las
compartía. A mis colegas y amigas Florencia Carlón, Laura
Mazzoni y Cecilia Wahren, que brindaron su asesoramiento
desinteresado durante todos estos años. A mi familia y mis
amigos, por el cariño y el apoyo en este trayecto. Por último,
un agradecimiento especial a Antonella Comba y a Ignacio
Molina por su asistencia en la redacción.

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1

Una frontera entre dos mundos

Esta acción me hace temer algún estrago pues sin embargo


de ser bárbaros tuvieron discurso para decirme los dos Indios
que mandó [el cacique] Lepin que no haríamos mucho caso,
de Dios ni del Rey, cuando la palabra que les habíamos dado
en nombre de ambos, la habíamos quebrantado sin dar ellos
motivo alguno.

Un capitán de blandengues, 177048

Con el silencio que el caso pedía acercó [el sargento mayor


Diego] Trillo su gente esa misma noche [de noviembre de
1778], y al rayar el día cayó de improviso sobre el enemigo.
Fueron pocos los indios que se encontraron, de los que muer-
tos catorce varones y veinte mujeres, se reservaron hasta 45.
Luego de que Trillo se halló dueño del campo lo entregó al
saco de los soldados, y se descubrieron por este medio no
pocos restos de los despojos tomados antes a los cristianos
[…] Trillo regresó desde aquí con su gente, trayendo más de
400 animales útiles y otros efectos de rescate.

Deán Gregorio Funes, 181749

Durante mucho tiempo se pensó a la frontera como una


línea que separaba la “civilización” del “desierto”. Aunque

48 Carta del capitán de blandengues Joseph Vague al gobernador Francisco de


Bucarelli y Ursúa (subrayado en el original). En Archivo General de la
Nación, Sala IX, gobierno colonial (en adelante, AGN, Sala IX), Comandancia
de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 9 de junio de 1770.
49 Funes, Gregorio, Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos-Ayres y Tucu-
mán, vol. 3, Buenos Aires, Imprenta de Benavente y Cía, 1817, p. 234.

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46 • El Imperio desde los márgenes

se sabía habitado por tribus indígenas, existía una imagen


incuestionada de ellas como hordas nómadas que asolaban
la frontera con sus frecuentes malones, el arreo de ganados
y el rapto de mujeres blancas. Enfrente de este mundo sal-
vaje, se erigía la industriosa sociedad “blanca” que basaba su
economía en la producción agropecuaria. Entre “indios” y
“blancos”, existió un conflicto perenne catalogado como una
“guerra de fronteras” de tres siglos de duración. La frontera
era una línea militarizada que separaba, no ya dos socie-
dades, sino dos estadios de civilización; la superioridad de
uno sobre el otro hacía ineluctable el final anunciado por la
Conquista del Desierto.
Como ha sido mostrado, este relato se construyó en
paralelo a la ejecución de las campañas militares argentinas
de 1879-1883 con el fin de justificarlas. Las investigadoras
Florencia Roulet y María Teresa Garrido sostienen que la
construcción del indio como nómade depredador susten-
taba la idea de que se trataba de “salvajes”, legitimando de
esta manera la guerra sin cuartel en términos del todavía
vigente derecho de gentes.50 Este discurso ideológico tuvo
su correlato en una historia militar celebratoria de las cam-
pañas militares y el “avance” de la línea de fronteras, una
historia económica centrada en la estancia ganadera y la
incorporación de tierras productivas al mercado mundial
y en un casi completo divorcio de la historia respecto al
pasado de las sociedades indígenas.51
La renovación historiográfica emprendida en los años
80 en Argentina produjo sustanciales quiebres en este
esquema interpretativo. Por un lado, frente a la imagen tra-
dicional de un “desierto” apenas habitado por el gaucho y
sus ganados, desde la historia social se ha destacado una
noción de la frontera como un espacio social de caracterís-

50 Roulet, Florencia y María Teresa Garrido, “El genocidio en la historia: ¿Un


anacronismo?”, Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana, vol. 11, n.º
2, 2011. Disponible en bit.ly/3Pbdoi9.
51 Ver Mandrini, Raúl J., “La historiografía argentina, los pueblos originarios y
la incomodidad de los historiadores”, Quinto Sol, n.º 11, 2007, pp. 19-38.

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El Imperio desde los márgenes • 47

ticas turnerianas.52 La historiografía sobre el mundo rural


rioplatense ha permitido vislumbrar un universo social más
complejo donde coexistían las grandes estancias junto a una
pléyade de pequeños y medianos productores independien-
tes. En el caso de Buenos Aires, su campaña o jurisdicción
rural se encontraba, a mediados del siglo XVIII, en pleno
crecimiento demográfico y económico, dinamizado por las
redes mercantiles que articulaban el espacio y la construc-
ción de poder social e institucional que tenía su sede en los
pueblos rurales.53 A su vez, frente a la imagen monolítica
y consensualista de la sociedad colonial, se ha llamado la
atención sobre una sociedad en crecimiento pero de capas
sociales abigarradas, en procesos de conflicto y resistencia
social, y en la que la construcción del Estado es más un
anhelo que una agencia unívoca.54
A su vez, el pasado de la sociedad indígena pampeana
ha entrado plenamente al campo de estudios de la etnohis-
toria y la antropología histórica. Los aportes pioneros han
caracterizado la diversidad de actividades económicas de
las poblaciones indígenas de la región pampeana y patagó-
nica, que incluían la producción agropecuaria y la partici-
pación mercantil.55 Al mismo tiempo, se destacó la comple-
jidad de la organización sociopolítica de estas sociedades y

52 Ver Mayo, Carlos y Amalia Latrubesse, op. cit.


53 Para un balance sobre la renovación de la historia rural rioplatense, ver
Fradkin, Raúl O. y Jorge Gelman, “Recorridos y desafíos de una historiogra-
fía. Escalas de observación y fuentes en la historia rural rioplatense”, en Bra-
goni, Beatriz (ed.), Microanálisis. Ensayos de historiografía argentina, Buenos
Aires, Prometeo, 2004, pp. 31-54.
54 Ver Fradkin, Raúl O., “Poder y conflicto social en el mundo rural: notas
sobre las posibilidades de la historia regional”, en Fernández, Sandra y
Gabriela Dalla Corte, Lugares para la historia. Espacio, historia regional e histo-
ria local en los estudios contemporáneos, Rosario, Editorial de la Universidad
Nacional de Rosario, 2001, pp. 119-135.
55 Ver Mandrini, Raúl J., “Desarrollo de una sociedad indígena pastoral en el
área interserrana bonaerense”, Anuario IEHS, n.º 2, 1987, pp. 71-98; Paler-
mo, Miguel Ángel, “La innovación agropecuaria entre los indígenas
pampeano-patagónicos. Génesis y procesos”, Anuario IEHS, n.º 3, 1988, pp.
43-90.

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48 • El Imperio desde los márgenes

se debatió entre su definición como “tribus” o como “jefa-


turas”.56 Por otro lado, desde diversos ángulos, se criticó la
noción de la etnología clásica acerca de la “araucanización
de las pampas” como reemplazo poblacional.57 La antropó-
loga Martha Bechis criticó esta concepción por el equívoco
que encierra la idea de una población indígena pampeana
esencialmente diferente a la de la Araucanía y acuñó la
noción de “área arauco-pampeana” para referirse al mundo
indígena a un lado y otro de la cordillera andina compuesto
de una pluralidad de grupos étnicos vinculados entre sí por
lazos de parentesco y comercio.58

56 Bechis, Martha, op. cit.; Mandrini, Raúl J., “Sobre el suttee entre los indígenas
de las llanuras argentinas, Nuevos datos e interpretaciones sobre el origen y
práctica”, Anales de Antropología, vol. 31, 1994, pp. 261-278.
57 El término fue acuñado por la etnología clásica de la Escuela Histórico-
Cultural para referirse al proceso de instalación de grupos araucanos en la
región pampeana que habría culminado con la conformación de los grandes
cacicazgos de mediados del siglo XIX. Ver Canals Frau, Salvador, “La arauca-
nización de la Pampa”, Anales de la Sociedad Científica Argentina, vol. CXX,
Buenos Aires, 1935, pp. 221-232. En cambio, para la historiadora Sara Orte-
lli, la araucanización no fue producto de una invasión o una imposición,
sino de la apropiación que hicieron los grupos locales de la cultura mapuche
para apuntalar sus propios procesos de cambio sociopolítico. Ver Ortelli,
Sara, “La ‘araucanización’ de las pampas: ¿realidad histórica o construcción
de los etnólogos?”, Anuario del IEHS, vol. 11, 1996, pp. 203-225. Por su parte,
Axel Lázzari y Diana Lenton reclaman desestimar el concepto de “araucani-
zación” ya que no podría aislarse de su origen apegado al difusionismo de la
Escuela Histórico-Cultural ni de sus eventuales connotaciones racistas y
militaristas. Ver Lazari, Axel y Diana Lenton, “Etnología y Nación: facetas
del concepto de araucanización”, Revista Avá, vol. 1, n.º 1, 2000, pp. 125-140.
58 Bechis, Martha, op. cit. La historiografía chilena desde hace unas décadas
viene constatando la unidad regional de la sociedad indígena merced a los
vínculos políticos y comerciales que atravesaban la cordillera. Ver Pinto
Rodríguez, Jorge, “Integración y desintegración de un espacio fronterizo. La
Araucanía y las Pampas, 1550-1900”, Araucanía y Pampas. Un mundo fronteri-
zo en América del Sur, Temuco, Universidad de la Frontera, 1996, pp. 11-46.
Por otra parte, este enfoque regional coincide con la visión mapuche acerca
de su territorio histórico o Wallmapu. Ver Marimán Quemenado, Pablo, “Los
mapuche antes de la conquista militar chileno-argentina”, en Marimán Que-
menado, Pablo, Caniuqueo, Sergio, Millalén, José y Rodrigo Levil, ¡…Escucha
winka...! Cuatro ensayos de Historia Nacional Mapuche y un epílogo sobre el futu-
ro, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2006, pp. 53-126.

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El Imperio desde los márgenes • 49

La renovación historiográfica cambió fundamental-


mente la percepción de la frontera pampeana y de las socie-
dades concurrentes. Los aportes historiográficos de los últi-
mos años han puesto el foco en una pluralidad de formas de
encuentro no violentas entre indígenas e hispano-criollos
motivadas por el comercio y la diplomacia.59 Estas dieron
paso a una miríada de personajes mediadores y mestizos
culturales, destacándose el lugar de los cautivos, renega-
dos y lenguaraces de la sociedad colonial, así como de los
caciques y las mujeres indígenas en la mediación diplomáti-
ca.60 Incluso detrás de los malones, se observó un conjunto
más complejo de motivaciones que la mera rapiña, entre
las cuales la incidencia de la violencia colonial no ha sido
la menor.61 Asimismo, la perspectiva de la etnogénesis ha
permitido desentrañar las múltiples y cambiantes formas de
identidad indígena, así como develar sus conflictos inter-
nos, complejizando la visión sobre un actor que se creía
“sin historia”.62

59 Refiriéndonos al siglo XVIII, ver Nacuzzi, Lidia R., “Tratados de paz, grupos
étnicos y territorios en disputa a fines del siglo XVIII”, Investigaciones Sociales,
vol. X, n.º 17, 2006, pp. 435-456; Néspolo, Eugenia A., “Cautivos, ponchos y
maíz. Trueque y compraventa, ‘doble coincidencia de necesidades’ entre
vecinos e indios en la frontera bonaerense. Los pagos de Luján en el siglo
XVIII”, Revista TEFROS, vol. 6, n.º 2, 2008; Roulet, Florencia, “Con la pluma y
la palabra. El lado oscuro de las negociaciones de paz entre españoles e indí-
genas”, Revista de Indias, vol. LXIV, n.º 231, 2004, pp. 313-348.
60 Nacuzzi, Lidia R. (comp.), Funcionarios, diplomáticos, guerreros. Miradas hacia
el Otro en las fronteras de Pampa y Patagonia, siglos XVIII y XIX, Buenos Aires,
Sociedad Argentina de Antropología, 2002; Ratto, Silvia, “Caciques, autori-
dades fronterizas y lenguaraces: intermediarios culturales e interlocutores
válidos en Buenos Aires (primera mitad del siglo XIX)”, Mundo Agrario, vol. 5,
n.º 10, 2005; Roulet, Florencia, “Mujeres, rehenes y secretarios: mediadores
indígenas en la frontera sur del Río de la Plata durante el período hispánico”,
Colonial Latin American Review, vol. 18, n.º 3, 2009, pp. 303-337.
61 Ver Carlón, Florencia, op. cit.; Roulet, Florencia, “Violencia indígena en el
Río de la Plata durante el período colonial temprano: un intento de explica-
ción”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2018. Disponible en bit.ly/3NdCETB.
62 Ver Nacuzzi, Lidia R., Identidades impuestas. tehuelches, aucas y pampas en el
norte de la Patagonia, Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropología,
2005; Roulet, Florencia, “Identidades étnicas y territorios indígenas en la
obra de don Luis de la Cruz: entre pehuenches, huilliches, llanistas, ranque-

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50 • El Imperio desde los márgenes

Este libro analiza el proceso histórico que vinculó a la


sociedad colonial con el mundo indígena arauco-pampeano
durante la segunda mitad del siglo XVIII. Si bien los capítulos
centrales están dedicados al caso de Buenos Aires y su
jurisdicción, este formaba parte de un complejo fronterizo
interoceánico.63 Hacia mediados del siglo XVIII, estaba cla-
ro para españoles e indígenas cuáles eran sus respectivos
ámbitos de dominio. Esta divisoria se expresaba geográ-
ficamente en el río Salado al sur de Buenos Aires, el río
Cuarto en Córdoba, el Diamante en Mendoza y el Bío Bío
en la Araucanía. El presente capítulo analiza en perspec-
tiva regional la circulación de personas, bienes y símbolos
a través de la frontera, los conflictos y enfrentamientos
entre ambas sociedades y las identidades que se forjaron
en el espacio rioplatense tardocolonial y el mundo indígena
arauco-pampeano.

La atracción de la frontera: migraciones


y asentamientos

De acuerdo al saber historiográfico, las fronteras consti-


tuyen un polo de atracción de migraciones y a la vez una
válvula de escape social y política de zonas nucleares más
densamente pobladas. Darío Barriera vincula las corrientes
colonizadoras españolas del sur rioplatense con la necesi-
dad de “descarga política” de la tierra, es decir, una forma
de premiar y al mismo tiempo alejar a los capitanes más

linos y pampas (1806)”, Revista Complutense de Historia de América, 2011, vol.


37, pp. 221-252; Villar, Daniel y Juan Francisco Jiménez, “La tempestad de la
guerra: Conflictos indígenas y circuitos de intercambio. Elementos para una
periodización (Araucanía y las Pampas, 1780-1840)”, en Mandrini, Raúl J. y
Carlos D. Paz (eds.), Las fronteras hispanocriollas del mundo indígena latinoame-
ricano en los siglos XVIII-XIX, Tandil, IEHS/CEHIR/UNS, 2003, pp. 123-172.
63 Ver Boccara, Guillaume, “Génesis y estructura de los complejos fronterizos
euro-indígenas: Repensando los márgenes americanos a partir (y más allá)
de la obra de Nathan Wachtel”, Memoria Americana, n.º 13, 2005, pp. 21-52.

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El Imperio desde los márgenes • 51

jóvenes y ascendentes de los núcleos coloniales principales


en Perú, Charcas o Asunción.64 Las corrientes coloniza-
doras dejaron puntos salpicados en el espacio que, con el
correr de los años, llegaron a ser ciudades importantes. La
corriente colonizadora cuyo centro estaba en Santiago de
Chile (1541) avanzó del oeste hacia el este fundando las
ciudades de Mendoza (1561), San Juan (1562) y finalmen-
te San Luis (1596). Por su parte, la corriente colonizadora
proveniente del Perú llegó hasta Santiago del Estero (1553),
de donde se desprendió Córdoba (1573). La disputa por
el estuario rioplatense entre esta corriente y el núcleo de
poder de Asunción motivó la expedición de Juan de Garay,
perteneciente a este último, quien terminó fundando las
ciudades de Santa Fe (1573) y Buenos Aires (1580).
Una vez en marcha, estos circuitos alentaban su propio
poblamiento. Estos puntos se vincularon con los caminos
que, al tratar de unirlos, iban creando en su recorrido nue-
vos centros de población. En las fronteras tienden a predo-
minar los factores de atracción de migraciones, tales como
el acceso directo a los medios de producción y subsistencia
o bien salarios más altos y mejores oportunidades de tra-
bajo. En el caso de Buenos Aires, la ciudad y la franja de
tierra que la rodeaban experimentaron durante la segunda
mitad del siglo XVIII un vertiginoso proceso de crecimiento
demográfico. Sin embargo, mientras que la población urba-
na solo se duplicó, la población rural de Buenos Aires se
triplicó entre 1744 y 1778, acusando más de 12.000 habi-
tantes en la segunda fecha. El aumento de la población rural
se debió al crecimiento vegetativo de una población emi-
nentemente sana,65 pero sobre todo producto de las migra-
ciones protagonizadas por sectores sociales excluidos de

64 Barriera, Darío G., op. cit., pp. 67-69.


65 Así lo observaba el viajante Concolorcorvo: “Todo el país de Buenos Aires y
su jurisdicción es sanísimo, y creo que las dos tercias partes de los que mue-
ren son de caídas de caballos y cornadas de toros, que los estropean, y como
no hay buenos cirujanos ni medicamentos, son éstas las principales enfer-
medades que padecen y de que mueren”. En Concolorcorvo, El lazarillo de

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52 • El Imperio desde los márgenes

las posibilidades de ascenso social en zonas coloniales más


densamente pobladas.
Los itinerarios migratorios seguían una cadena y, en
ocasiones, se desarrollaban en dos pasos, correspondientes
al ciclo vital del migrante: el recién llegado se “agregaba” en
algún hogar campesino o puesto de estancia, mientras que,
cuando contraía matrimonio, partía a puntos más alejados
con la esperanza de acceder a la tierra. El matrimonio pre-
vio y la disponibilidad de tierras explican el predominio de
familias nucleares en la frontera.66 Con todo, en su destino
final, los migrantes desarrollaban patrones de asentamiento
entre hogares emparentados cuya proximidad física hace
pensar en la cooperación parental en los momentos álgidos
de producción agropecuaria, facilitando física y emocio-
nalmente la “formación neolocal del hogar”. Es decir, más
que un desierto anómico, el poblamiento de la frontera se
sustentaba en una densa trama familiar y campesina. 67
Estas condiciones favorecieron el desarrollo de pueblos
agrarios salpicados alrededor de Buenos Aires. En una pri-
mera etapa, el poblamiento se extendió a las zonas más
cercanas al puerto (La Matanza, San Isidro, San Fernando
y Las Conchas) y a aquellas orientadas hacia la “carrera
de Potosí” (Luján, San Antonio de Areco y San Nicolás de
los Arroyos). En la frontera, las oportunidades mercanti-
les y el gasto estatal favorecieron la aparición de pequeñas
aglomeraciones urbanas. Según un recuento de la población
hecho en 1779, en el pueblo de Pergamino vivían 324 habi-
tantes, mientras que alrededor del recientemente fundado
fuerte de Rojas habitaban 72 personas.68 En 1781, el virrey
Juan Joseph de Vértiz impulsó la formación de un “cor-
dón defensivo” en la frontera de Buenos Aires compuesto

ciegos caminantes, Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Ban-


co, 1908 [orig.: 1771], p. 47.
66 Mateo, José, op. cit.
67 Moreno, José Luis y José Mateo, op. cit., pp. 50-51.
68 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, f. 615, 23
de julio de 1779.

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El Imperio desde los márgenes • 53

por fuertes y fortines y dictaminó que a sus alrededores se


establecieran pueblos defensivos que agruparan la pobla-
ción dispersa.69 Para 1781, se habían formado los pueblos
de San José de Luján70 (464 habitantes), San Juan Bautista
de Chascomús (con 374 habitantes), San Miguel del Monte
(345 habitantes), Nuestra Señora del Pilar de los Ranchos
(235 habitantes) y San Claudio de Areco71 (85 habitantes),
mientras que los “viejos” pueblos de San Antonio del Salto y
San Francisco de Rojas contaban con 421 y 325 habitantes
respectivamente.72
Una red de caminos conectaba los pueblos rurales de
Buenos Aires con la ciudad y con el interior rioplatense.
Dejémonos trasportar por estos antiguos caminos y pueblos
coloniales. Para llegar desde Buenos Aires a Luján, esta-
ción obligada, había dos caminos: el que vadeaba el río Las
Conchas73 por el lado este y el que atravesaba la capilla
de Merlo hacia el oeste de la ciudad. Una pampa ondula-
da e irrigada por el corredor norte, más seca y feraz en
el corredor oeste, donde el paisaje era de una monotonía
de pastizales solo salpicada por la infinidad de cardos que
poblaban las pampas. En Luján, con estatus de villa y con
Cabildo propio desde 1757, se podía hacer noche porque
allí todo estaba preparado para atender a los trajinantes. El
camino continuaba bordeando el río Areco con extensos
campos a cada lado donde habitaban labradores y pastores
de ganado, jalonados por los pueblitos de San Antonio de
Areco y Arrecifes. Sus casas blanqueadas de ladrillo y teja,
sus arboledas y huertas conformaban, según un testigo de
la época, “un objeto agradable a la vista”.74 Una multitud de

69 Ver capítulo 5.
70 Actual localidad de Mercedes, Provincia de Buenos Aires.
71 Actual localidad de Carmen de Areco, Provincia de Buenos Aires.
72 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 1º de noviem-
bre de 1781.
73 Actual río Reconquista.
74 De Amigorena, Joseph Francisco, “Descripción de los caminos, pueblos,
lugares que hay desde la ciudad de Buenos Aires a la de Mendoza”, Cuadernos
de Historia Regional, n.º 11, 1988 [orig.: 1787], p. 9.

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54 • El Imperio desde los márgenes

ranchos empezaban a poblarse sobre el río hasta su naciente


en la encrucijada con el arroyo Fontezuelas. El camino de
las carretas empujaba unas leguas más hasta Pergamino, el
último pueblo en jurisdicción porteña, que contaba con una
capilla y un fuerte bien provisto de cañones y pedreros,
debajo del cual amanecían unas 40 casas y ranchos. Al sur
y al oeste, campeaba el territorio controlado por los indí-
genas pampeanos. El primer trecho del camino que restaba
hasta Santa Fe, yendo hacia el norte, estaba habitado por
algunos criadores pobres. Luego quedaban solo los aves-
truces y las pilas de decenas de huevos amontonados por
sus hembras en aquel “inmenso mar de tierra cuyos pastos
peina el viento pampero”.75
Del lado indígena, en la segunda mitad del siglo XVIII,
condensaron dos corrientes migratorias provenientes de la
cordillera andina. Por un lado, entre 1750 y 1770 se pro-
dujo la instalación de grupos pehuenches que compitieron
con los antiguos ocupantes puelches por el sur cuyano.
Derrotados los puelches, entre 1769 y 1782 los pehuen-
ches mantuvieron un duro enfrentamiento con los hispano-
criollos, para luego aliarse con ellos. Por otro lado, des-
de 1750 se fueron instalando algunos linajes huilliches y
pehuenches en la zona del Mamül Mapu76, en la pampa cen-
tral, y en las cadenas medanosas y las Salinas Grandes de
la pampa centro-oriental.77 Desde mediados de la década
de 1770, estos grupos se reconocerían como parcialidades

75 Concolorcorvo, op. cit., pp. 46-51.


76 El Mamül Mapu se trataba de un territorio inmenso y apenas poblado, con
densos montes de caldenes y algarrobos, que lindaba por el norte con las
fronteras mendocina, puntana y cordobesa y proporcionaba el acceso a las
rutas que unían a Buenos Aires con Córdoba y Mendoza. En Villar, Daniel y
Juan Francisco Jiménez, “Botín, materialización ideológica y guerra en las
pampas, durante la segunda mitad del siglo XVIII. El caso de Llanketruz”,
Revista de Indias, vol. 60, n.º 220, 2000, p. 702.
77 Ver Villar, Daniel y Juan Francisco Jiménez, “Los indígenas del País de los
Médanos, Pampa centro-oriental (1780-1806)”, Quinto Sol, vol. 17, n.º 2,
2013, pp. 1-26; Alemano, María Eugenia, “La prisión de Toroñan. Conflicto,
poder y ‘araucanización’ en la frontera pampeana (1770-1780)”, Revista
TEFROS, vol.13, n.º 2, 2015, pp. 27-55.

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El Imperio desde los márgenes • 55

escindidas, denominadas genéricamente “rancacheles” por


las autoridades coloniales. En el sudeste pampeano, el área
comprendida por las sierras de Tandil y Ventana era den-
samente poblada por indígenas que eran señalados como
“aucas”. Sin embargo, pocos años antes los “aucas” podían
sentirse extranjeros en un terreno que todavía no conside-
raban propio. A partir de 1770, estos grupos adquirieron
una mayor autonomía y visibilidad; nombrados al princi-
pio como “aucas”, su denominación evolucionaría a la de
“pampas”.78 Su crecimiento hizo retroceder a los antiguos
ocupantes tehuelches del territorio, que dominaban ahora
un estratégico pero acotado territorio en las cercanías de las
desembocaduras de los ríos Negro y Colorado.79
La migración de grupos araucanos también respondía,
entre otros factores, a las necesidades de “descarga política”.
Según Daniel Villar y Francisco Jiménez, los longkos que
encabezaban los contingentes migratorios, excluidos de las
posibilidades de concentración e institucionalización del
poder que se estaban operando entre sus parientes trasandi-
nos, buscaban al este de la cordillera nuevas oportunidades
para reafirmar su liderazgo.80 Sin embargo, a diferencia de
los núcleos coloniales, los nuevos asentamientos respon-
dían a la forma descentralizada y rizomática de organiza-
ción del poder político y no necesariamente perdían sus
lazos con el territorio de origen. En la memoria histórica
mapuche, los hijos de los longkos se trasladaban a través
de su “país” en busca de nuevas oportunidades, según lo
recordaba un longko a principios del siglo XX:

78 Roulet, Florencia, Huincas en tierra de indios. Mediaciones e identidades en los


relatos de viajeros tardocoloniales, Buenos Aires, Eudeba, 2016, p. 72.
79 La batalla clave por el territorio serrano entre estos dos segmentos de la
sociedad indígena –“aucas” y “tehuelches”– se dio en 1768. Ver Alemano,
María Eugenia, “La mano invisible. Liderazgo, economía política y relacio-
nes sociales en el sudeste pampeano (1770-1830)”, Cuadernos del Sur. Fascícu-
lo de Historia, n.º 47, 2018, pp. 36-37.
80 Villar, Daniel y Juan Francisco Jiménez, “Botín”, op. cit.

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56 • El Imperio desde los márgenes

Antes [de que los gobiernos nacionales les arrebataran sus


tierras] había mucha facilidad para cambiarse de un lugar a
otro. El hijo de un lonko sin las tierras necesarias, se estable-
cía en otra parte y fundaba una familia. Cualquiera que se
sintiese mal en una reducción, se iba a otra parte y toma-
ba los terrenos desocupados, a veces con permiso del lonko
más inmediato.81

Este modelo de asentamiento disperso motivado


por la descentralización política es característico de los
grupos arauco-pampeanos. En el diario de una expe-
dición de 1770, se anotó, todavía con cierta sorpresa,
que “pampas” y “aucas” no tenían subordinación a sus
caciques: “…pues cuando quieren, dejan a uno y van
a vivir con otro”.82
La forma de asentamiento predilecta de los distintos
grupos araucanos instalados en las pampas era en cam-
pamentos o “tolderías” semipermanentes conducidas por
un cacique. Las tolderías podían ser bastante populosas.
Cada toldo albergaba a una familia extensa compuesta
por varios matrimonios junto a sus hijos, ancianos y
dependientes, que sumaban entre 20 y 30 personas.
Tomemos como ejemplo la descripción que hizo en 1780
el piloto Antonio de Viedma de los toldos tehuelches:

Las separaciones interiores las acomodan desde el centro


hasta el fondo para cada matrimonio, y los hijos y demás
familia y parentela duermen todos revueltos en el resto, que
queda franco hasta la puerta, uniéndose aquí viudos, viu-
das, solteros, solteras, parientes, criados y esclavos, y en fin,

81 Declaración de Lorenzo Koliman en 1913. Citada en Marimán Quemenado,


Pablo, op. cit., p. 54.
82 Hernández, Juan Antonio, “Diario que el capitán, don Juan Antonio
Hernández ha hecho, de la expedición contra los indios teguelches, en
el gobierno del señor don Juan José de Vertiz, gobernador y capitán
general de estas Provincias del Río de la Plata, en 1º de octubre de
1770”, en De Ángelis, Pedro (ed.), Colección de viajes y expediciones a los
campos de Buenos Aires y a las costas de Patagonia, Buenos Aires, Impren-
ta del Estado, 1837 [orig.: 1770], p. 60.

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El Imperio desde los márgenes • 57

cuantos dependen o tienen relación con la cabeza principal


o amo del toldo.83

En las negociaciones de paz entabladas a partir de


1780 con el cacique “auca” Lorenzo Calpisqui, los eventua-
les emisarios del poder colonial quedaron impactados por
la cantidad de tolderías y de personas que las habitaban.
Un blandengue declaró que desde la frontera caminó cuatro
días para encontrar al cacique “siempre a vista de Tolde-
rías” y que en las de Calpisqui vio “infinidad de indios” y
más de 200 cautivos.84 Calpisqui tenía su asentamiento en
sierra de la Ventana sobre dos lagunas contiguas una de la
otra con 60 toldos en total. El piloto Pablo Zizur, quien
se entrevistó con el cacique en 1781, estimó en al menos
500 los hombres de armas, y en “otro tanto” las mujeres y
los niños.85 El problema, para las autoridades españolas, era
que Calpisqui extendía su autoridad más allá de su toldería:
“Son muchas tolderías y todas llenas de muchos indios”,
expresó el cautivo Pedro Zamora. “Son muchos caciques
[…] Lorenzo gobierna a todos”86. Otro testigo declaró que
Lorenzo tenía “mucha indiada en toda la sierra adentro” y
señaló que, sobre el río de los Sauces, había hasta diecisiete
tolderías.87 Mientras que el indio “auca” Mateo afirmaba
que Calpisqui contaba con más de 1.000 indios de pelea,

83 De Viedma, Antonio, “Diario de un viaje a la costa de Patagonia, para reco-


nocer los puntos en donde establecer poblaciones”, en De Ángelis, Pedro
(ed.), Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de
las provincias del Río de la Plata, tomo VI, Buenos Aires, Plus Ultra, 1969 [orig.:
1780], p. 81.
84 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 6 de noviembre de 1781.
85 Extraído de Vignati, Milcíades Alejo, “Un diario inédito de Pablo Zizur”,
Revista del Archivo General de la Nación, vol. III, 1973 [orig.: 1781], p. 78.
86 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 22 de febrero
de 1781. Declaración del cautivo Pedro Zamora.
87 Declaración del excautivo Branco Xavier Díaz, 6 de febrero de 1784. Extraí-
da de Mayo, Carlos (dir.), Fuentes para el estudio de la frontera, voces y testimo-
nios de cautivos, fugitivos y renegados (1752-1790), Mar del Plata, EUDEM,
2002, p. 61.

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58 • El Imperio desde los márgenes

siendo el que más tenía,88 el indio “criollo” Joseph Zampallo


ratificó que todos los caciques respondían a Lorenzo y que
juntos podían reunir más de 2.000 indios.89
Para la misma época, contamos con declaraciones de
excautivos que dan una idea de la fisonomía de las tol-
derías instaladas en los alrededores de Salinas Grandes.
Marcos Gómez declaró que había seis tolderías en las que
vio “mucha indiada” y que los caciques Catuén y Canupa-
yan estaban al mando de 400 guerreros.90 Según Atanasio
Vicente Salazar, la toldería del cacique Villator tenía doce o
catorce toldos y en cada toldo vivían entre 20 y 30 perso-
nas, es decir, eran entre 240 y 420 personas.91 Blas Pedrosa,
quien estuvo cautivo entre 1778 y 1786, dijo que en las
Salinas había cuatro caciques con entre 14 y 20 toldos cada
uno cuya fuerza total era de 600 “hombres de pelea”, y
mencionó que, en las tolderías en las que residió, al man-
do de los caciques Anteman y Canevayon, vivían alrededor
de mil personas.92
Por último, una lista confeccionada en 1779 enumera
los caciques que tenían sus tolderías en las cadenas meda-
nosas al oeste del camino entre Buenos Aires y Salinas
Grandes, con el detalle de la cantidad de toldos y el número
de “indios” que las habitaban. Allí figuran 46 caciques que
reunían a 712 “indios”, esto es, varones cabeza de familia
disponibles para la guerra, y 380 toldos en total. Es decir,
si bien se trataría de pequeñas tolderías con un promedio
de nueve toldos cada una y dos indios por toldo, juntas

88 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 11 de septiem-


bre de 1784. Declaración del indio auca Mateo.
89 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 11 de septiem-
bre de 1784. Declaración de Joseph Zampallo, indio criollo de la reducción
de Magdalena.
90 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 1 de mayo de 1781. Declaración
del excautivo Marcos Gómez.
91 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 19 de agosto
de 1784. Declaración del excautivo Atanasio Vicente Salazar.
92 Declaración del cautivo Blas Pedrosa, diciembre de 1786. Extraída de Mayo,
Carlos (dir.), op. cit., pp. 64 y ss.

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El Imperio desde los márgenes • 59

representaban entre 7.600 y 11.400 habitantes, lo que las


acercaba a la población de la jurisdicción rural de Buenos
Aires para la misma época. El mismo documento menciona
que más al oeste, sobre el río Chadileuvú en el corazón
del Mamül Mapu, existían doce tolderías pehuenches, de
las que solo aclaran que tenían “mayor número [de indios]
que los anteriores”. Por ejemplo, el cacique Panemanqué
contaba con 60 “indios” guerreros y cientos de habitantes
en su toldería.93
Los relatos de excautivos y las descripciones de las
expediciones coinciden en lo populoso de las tolderías de
tierra adentro. Cada toldería podía tener algunos cientos de
habitantes, un orden de magnitud similar al de los pueblos
de la frontera de Buenos Aires. Pero además los caciques de
cada parcialidad desarrollaron patrones de corresidencia,
disponiendo sus tolderías arracimadas como forma de con-
trolar territorios estratégicos entre caciques aliados defen-
didos por miles de lanzas. Estas poblaciones se nuclearon en
el Mamül Mapu en la pampa central y en las cadenas meda-
nosas, Salinas Grandes y sierras del sudeste pampeano.
Estas últimas mantenían estrechos vínculos con la frontera
de Buenos Aires basados en el enfrentamiento o la coope-
ración militar, la diplomacia y el comercio interétnico.

93 De las Casas, Diego y Ventura Echeverría, “Noticia individual de los caci-


ques o capitanes pehuenches y pampas que residen al sur, circunvecinos a
las fronteras de la Punta del Sauce, Tercero y Saladillo, jurisdicción de la ciu-
dad de Córdoba: como asimismo a la del Pergamino, Rayos y Pontezuelas de
la capital de Buenos Aires y Santa Fe [etc.]”, en De Ángelis, Pedro (ed.), Colec-
ción de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provin-
cias del Río de la Plata, tomo IV, Buenos Aires, Plus Ultra, 1969 [orig.: 1779],
pp. 194-203.

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60 • El Imperio desde los márgenes

El ruedo del mercado: circuitos mercantiles y comercio


interétnico

El descubrimiento historiográfico del mercado interno colo-


nial ha permitido reconsiderar la función articuladora de la cir-
culación de mercancías, así como valorar la participación mer-
cantil de indígenas y otros sectores subalternos. La frontera sur
rioplatense resultaba articulada por la intensa circulación de
mercancías entre el Atlántico y el Pacífico que vinculaba a la
región con los mercados mundiales en formación.94 Además, las
vías de circulación coloniales daban sustento a un sistema de
intercambios interregionales que canalizaba las distintas pro-
ducciones locales en los mercados regionales. De varia mane-
ras, estas redes mercantiles no se detenían en la frontera sino
que penetraban y eran sostenidas también desde la sociedad
arauco-pampeana.95
A lo largo del siglo XVIII, el sur del virreinato peruano sufrió
un proceso de atlantización de su economía que fue reconocido
por las autoridades con la habilitación de Buenos Aires como
puerto legal en 1778. Aún antes de la creación del virreinato del
Río de la Plata, Buenos Aires concentraba gran parte de la plata
producida en Potosí de dos maneras: por vía fiscal, a través de la
percepción del Situado, y por vía mercantil, mediante la redis-
tribución de mercancías importadas y “de la tierra” a los mer-
cados regionales que éstos pagaban con la plata de sus propias
ventas al mercado potosino. En sí misma, con unos 28.000 habi-
tantes en 1778,96 era una de las ciudades más populosas de la
región. De esta manera, la ciudad de Buenos Aires se constituyó

94 VerGascón,Margarita,“LaarticulacióndeBuenosAiresalafronterasurdelimpe-
rioespañol, 1640-1740”,Anuario IEHS,n.º13,1998, pp.193-213.
95 Ver Mandrini, Raúl J., “Articulaciones económicas en un espacio fronterizo colo-
nial. Las pampas y la Araucanía a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX”, en Her-
nández, Lucina (comp.), Historia ambiental de la ganadería en México, Xalapa (Méxi-
co),InstitutodeEcología,2001, pp.48-58.
96 Johnson,LymanL.ySusanM.Socolow,op. cit.,p.331.

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El Imperio desde los márgenes • 61

en una importante plaza a donde arribaban todo tipo de bienes


para su consumo, exportación o redistribución.97

Mapa 1. Circuitos mercantiles coloniales e indígenas


durante la segunda mitad del siglo XVIII

Fuente: elaboración propia con base en Amigorena, op. cit.; Mandrini,


Raúl J., “Articulaciones”, op. cit.

97 Garavaglia,JuanCarlos,Mercadointernoyeconomíacolonial.Tressiglosdehistoriadela
yerba mate,CiudaddeMéxico,Grijalbo, 1983, pp.417-418.

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62 • El Imperio desde los márgenes

Este proceso de ascenso regional también vería crecer


el comercio entre Buenos Aires y el Pacífico, vía Cuyo
y Santiago de Chile, que, en medio siglo entre 1730 y
1780, quintuplicó sus valores.98 La “carrera cuyana”, como
se denominaba en la época, se componía de una red de
caminos que, partiendo desde Luján, atravesaba el sur de la
jurisdicción de Santa Fe, Córdoba y San Luis para alcanzar
Mendoza y, eventualmente, Santiago de Chile y el Pacífico.
Desde las mismas vías de circulación, existía la posibilidad
de empalmar con el camino a la ciudad de Santa Fe o seguir
por el Camino Real hacia la ciudad de Córdoba. La impor-
tancia de la ruta cuyana hizo que, a fines del siglo XVIII,
surgieran otros cuatro caminos alternativos que conectaban
a Buenos Aires con la región de Cuyo partiendo desde Per-
gamino y uniéndose al camino principal a la altura de Punta
del Sauce99 en el sur cordobés (mapa).
Amén de otras mercancías, por la “carrera cuyana” cir-
culaban los vinos y aguardientes que se enviaban a Buenos
Aires desde Mendoza y San Juan respectivamente. Según
datos de Juan Carlos Garavaglia y María del Rosario Prieto,
entre 1752 y 1781 se triplicó la exportación de vinos y
aguardientes cuyanos a Buenos Aires, pasando de 20.000
a 62.000 arrobas anuales.100 La contrapartida de este flete
eran los envíos de yerba mate a Cuyo, Chile y el Pacífico
desde que Buenos Aires le ganara la pulseada a Santa Fe en
este comercio. Este tráfico implicaba un gran movimien-
to de personas, carretas y arrias de mulas ocupadas en su
transporte y logística. Hacia fines del siglo XVIII, se necesi-
taban unas 700 carretas y casi 2.000 mulas para transportar

98 Garavaglia, Juan Carlos y Juan Marchena F., “Las transformaciones del espa-
cio rioplatense”, América Latina de los orígenes a la Independencia. Vol. II. La
sociedad colonial ibérica en el siglo XVIII, Barcelona, Crítica, 2005, pp. 264-266.
99 Actual localidad de La Carlota, Córdoba.
100 Garavaglia, Juan Carlos y María del Rosario Prieto, “Diezmos, producción
agraria y mercados: Mendoza y Cuyo, 1710-1830”, Boletín del Instituto de His-
toria Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, tercera serie, n.º 30, 2007,
pp. 23-24. Una arroba equivalía aproximadamente a 16 litros.

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El Imperio desde los márgenes • 63

los vinos y aguardientes cuyanos hacia Buenos Aires. Asi-


mismo, el transporte de yerba mate desde Buenos Aires
hacia Cuyo y Córdoba requería unas mil carretas anuales.101
Esta capacidad de transporte significa que anualmente se
necesitaban alrededor de 1.500 personas por tramo para el
transporte de estos productos.102
Por su parte, la sociedad indígena arauco-pampeana
consolidó en el siglo XVIII una red de circulación que atrave-
saba la cordillera y comunicaba a los distintos grupos entre
sí y con las fronteras coloniales. Los caminos o las “rastrilla-
das” paralelos a los ríos Colorado y Negro enlazaban la lla-
nura herbácea pampeana con el sur de Chile. Dos caminos
principales conectaban estas rastrilladas con las fronteras
de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires. Uno era el que atrave-
saba el territorio del Mamül Mapu. El otro se conocía como
“rastrillada de los chilenos”, o también “rastrillada grande”;
su importancia era vital tanto para el mundo indígena como
para la sociedad colonial, ya que conectaba las Salinas Gran-
des con la frontera de Luján. Luego, una multitud de cami-
nos menores partían de las rastrilladas principales uniendo
a las distintas tolderías y vinculándolas a las fronteras.103
Las fronteras fungían como verdaderos “polos de atrac-
ción” para la sociedad indígena en busca de botines de
guerra, pero también de oportunidades comerciales. Los
indígenas buscaban colocar sus productos en los mercados
coloniales y, a través de ellos, en los mercados mundiales
en formación. Estos bienes consistían principalmente en

101 Garavaglia, Juan Carlos, Mercado, op. cit., pp. 452-453.


102 Unas catorce personas eran necesarias para la conducción de una tropa de
diez carretas, aunque no tenemos datos sobre el personal necesario para
conducir una arria de mulas. Ver Rosal, Miguel Ángel, “Transportes terres-
tres y circulación de mercancías en el espacio rioplatense, 1781-1811”,
Anuario IEHS, n.º 3, 1988, p. 146.
103 Ver Mandrini, Raúl J., “Articulaciones”, op. cit., pp. 49-50; Pérez Zavala, Gra-
ciana y Marcela Tamagnini, “Dinámica territorial y poblacional en el Virrei-
nato del Río de la Plata: indígenas y cristianos en la frontera sur de la gober-
nación intendencia de Córdoba del Tucumán, 1779-1804”, Fronteras de la
Historia, vol. 17, n.º 1, 2012, p. 6.

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64 • El Imperio desde los márgenes

pieles, cueros, sal y artesanías textiles, los cuales no siempre


eran producidos por los propios grupos, sino que articu-
laban circuitos de intercambios intraétnicos. En la misma
operación comercial, buscaban volver a las tolderías con
aquellas mercancías coloniales que las distintas parcialida-
des que habitaban las pampas y la Norpatagonia habían
incorporado a su cotidianeidad, pero que, por razones eco-
lógicas o sociotecnológicas, no se producían en territorio
indígena. La demanda indígena de mercancías atraía redes
mercantiles regionales y transatlánticas. Algunos eran bie-
nes, como el aguardiente, la yerba mate y el tabaco, que no
se producían en el espacio colonial cercano, sino que articu-
laban extensas redes mercantiles regionales. Otras mercan-
cías demandadas por la sociedad indígena eran elementos
confeccionados en vidrio y metal que, al estar prohibida su
producción en territorio americano, idealmente provenían
del comercio transatlántico. De esta manera, una multi-
tud de bienes atravesaba la frontera articulando múltiples
intereses; acudiendo a diversas prácticas y escenarios, este
flujo no cejó siquiera en los momentos de mayor tensión.
De hecho, los fuertes y pueblos de frontera se convir-
tieron en escenarios de un prolífico comercio interétnico.
En Luján, los comandantes del fuerte otorgaban permi-
sos para que los indígenas pasaran a vender sus ponchos
o a comprar maíz en las chacras cercanas.104 El comer-
cio con los indígenas permitió incluso la supervivencia de
asentamientos coloniales formados a inicios del virreinato.
como el fuerte de Chascomús, en el sur de Buenos Aires,
y el enclave de Carmen de Patagones, a 900 kilómetros
de la capital virreinal.105 Incluso en tierra adentro, los pul-
peros y vivanderos del comercio rural se aventuraban a
ir a las tolderías a ofrecer sus productos. Por ejemplo, la

104 Néspolo, Eugenia A., “Cautivos”, op. cit.


105 Ver Galarza, Antonio F., “Relaciones interétnicas y comercio en la frontera
sur rioplatense. Partidas indígenas y transacciones comerciales en la guardia
de Chascomús (1780-1809)”, Fronteras de la Historia, vol. 17, n.º 2, 2012, pp.
102-128; Luiz, María Teresa, op. cit.

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El Imperio desde los márgenes • 65

expedición hispano-indígena que partió en 1770 hacia tie-


rra adentro encontró que tres españoles comerciaban en
los toldos del cacique Flamenco cuando fueron sorpren-
didos por sus correligionarios.106 A su vez, los indígenas
organizaban expediciones comerciales hacia Buenos Aires
donde había casas especializadas con posada para recibirlos.
En el período virreinal, estas expediciones se hicieron cada
vez más frecuentes y adquirieron el carácter de auténticas
embajadas, sometidas a normas diplomáticas y auscultadas
por el propio virrey. Para fines de siglo, existían en Buenos
Aires al menos tres casas comerciales especializadas que
pugnaban entre sí por obtener posiciones monopólicas en
el comercio indígena.107
Las expediciones coloniales a las Salinas Grandes,
emplazadas en pleno territorio indígena, eran vehículo de
un intenso comercio interétnico. Entre 1716 y 1810, se
realizaron 48 expediciones a Salinas Grandes organizadas
por el Cabildo de Buenos Aires en busca de este insumo
vital para la economía colonial. Cada expedición moviliza-
ba cientos de carretas y bueyes flanqueados por una fuerte
escolta miliciana que partían desde Luján y se internaban
120 leguas108 en dirección sudoeste por la “rastrillada gran-
de”. Si bien el cometido principal era la extracción de la
sal, de acuerdo a Gabriel Taruselli, “el abastecimiento de
la propia expedición y el intercambio con los indios con-
vertían al viaje en una verdadera caravana comercial”.109 El
viaje duraba dos meses y se realizaba durante la primave-
ra. Los pulperos salían de Luján con sus carretas cargadas

106 Hernández, Juan Antonio, op. cit., p. 49.


107 Archivo General de Simancas, Secretaría del Despacho de Guerra (en ade-
lante, AGS, Secretaría de Guerra), leg. 6812, exp. 5. “Manuel Izquierdo.
Comercio indios”.
108 Cada legua antigua equivalía aproximadamente a 4 kilómetros, siendo la
distancia total de unos 500 km.
109 Taruselli, Gabriel D., “Las expediciones a salinas: caravanas en la pampa
colonial. El abastecimiento de sal a Buenos Aires (Siglos XVII y XVIII)”, Quinto
Sol, n.º 9-10, 2005-2006, p. 138.

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66 • El Imperio desde los márgenes

de mercaderías que esperaban vender a los indígenas para


luego recoger la sal y emprender el regreso.
Tomemos el ejemplo de la expedición a las Salinas
Grandes de 1786.110 En esa ocasión se movilizaron 253
carretas que implicaban a unas 400 personas en su con-
ducción. La escolta estaba compuesta por 200 blandengues
con armas de fuego, cuatro artilleros, 150 milicianos y 50
peones “pardos” ocupados en el arreo de 700 cabezas de
ganado. El comandante de la expedición debió negociar el
paso de la caravana por territorio indígena y dijo: “Muchos
Indios e Indias instaron a que se les diese lugar para hacer
sus tratos, por cuyo motivo paramos”. Los indígenas se
acercaban en grupos de 50, de 60 y hasta de 150 hombres
y mujeres a los campamentos de la expedición ofrecien-
do cueros, pieles, mantas, ponchos y otras artesanías como
riendas, frenos y plumeros a cambio de las apetecidas mer-
cancías coloniales. En varias oportunidades, la expedición
debió detener su marcha e incluso desviarse para permitir
la realización de estas auténticas ferias en las que indíge-
nas y cristianos intercambiaban mercancías y compartían
borracheras.
Desde el punto de vista indígena, el sostén del comercio
interétnico lo constituyeron procesos de intensificación de
su producción doméstica. Entre otras actividades económi-
cas, los pueblos indígenas que habitaron el sudeste pam-
peano practicaban la cría intensiva de ganados, recolecta-
ban sal y producían textiles y manufacturas en cuero con
fines mercantiles. En cuanto a la ganadería indígena, los
españoles que pasaron por las tolderías quedaron impacta-
dos por la cantidad y la variedad de sus animales. Un excau-
tivo declaró que, en las tolderías de los caciques tehuel-
ches Negro y Tomás, había vacas, caballos, yeguas y ovejas.
Según la explicación del cautivo, los indígenas conseguían
aguardiente, tabaco, yerba y harina en el enclave de Carmen

110 AGN, Sala IX, Cabildo de Buenos Aires. Archivo, leg. 19-3-5, f. 556 y ss. Dia-
rio de la expedición a Salinas comandada por Manuel Pinazo (1786).

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El Imperio desde los márgenes • 67

de Patagones, a cambio de caballos, pieles y carne char-


queada con que abastecían a los moradores.111 Los grupos
“aucas” con acceso a las Salinas Grandes eran conscientes
del valor mercantil y estratégico que tenía este mineral en
su vinculación con la sociedad colonial. En 1766, los caci-
ques Ante-Pan y Linco-Pan se apersonaron en la frontera,
en ocasión de la construcción de un nuevo fuerte en Salto,
con la excusa de vender su sal e inquirir “si acaso los espa-
ñoles estaban enojados con ellos”.112
Las largas tratativas de paz entre las autoridades colo-
niales y el cacique Lorenzo Calpisqui permiten conocer
algunos detalles respecto a la economía de los “aucas” del
sudeste pampeano. En septiembre de 1781, el lenguaraz
Luis Ponce, venido de las tolderías de Lorenzo en Sierra
de la Ventana, declaró que los indígenas tenían “mucha
Caballada, y Gorda, por ser el paraje abundante de Pastos,
con agua permanente”.113 Poco después el blandengue Die-
go Lara tendría la misma apreciación. Declaró que, para
encontrar a Lorenzo, caminó cuatro días “siempre a vista
de Tolderías, que es mucha la porción de Indios que ha
visto, que haciendas son imponderables las que tienen, y
ganado bastante”. Luego el propio cacique salió a recibirlo e
hizo traer “reses gordas” de obsequio, quizás algunos de los
mejores ejemplares de su rodeo personal.114
La orientación ganadera no excluía otras actividades
productivas. Las mujeres en las tolderías tejían y producían
artesanías para vender en los mercados coloniales. Los pon-
chos y las mantas “pampas” eran muy demandados por la
sociedad colonial; ponderados por su calidad, su valor mer-
cantil era más alto que el de los textiles santiagueños y

111 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, ff. 212-213, 28
de octubre de 1780. Declaración del excautivo Mateo Funes.
112 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6.
113 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 18 de septiembre de 1781.
114 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 6 de noviembre de 1781.

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68 • El Imperio desde los márgenes

cordobeses.115 En las tolderías también se producían artesa-


nías en cuero adaptadas a la demanda colonial. Un cautivo
enviado por Lorenzo a Buenos Aires señaló que en los tol-
dos “quedaban trabajando las Indias frenos, Botas, Quiya-
pis116, Plumeros, Bolas para traer a vender, si había Paces”.117
Poco después, cuando le preguntaron a un indio “pampa” en
qué pasaban el tiempo los indígenas que aguardaban la paz,
dijo que hacían riendas y componían plumas.118
Por otro lado, el comercio no era la única manera
en que las mercancías circulaban. Los caciques se fueron
aficionando a géneros y bienes suntuarios provistos por la
sociedad colonial y cada vez más demandaron su entrega
cuando se requirió su mediación política. Además, solicita-
ban bienes de consumo popular, como aguardiente, yerba
y tabaco, para redistribuir entre los suyos. A través de la
cooperación militar, los indígenas recibían distintos pro-
ductos de la sociedad colonial. En 1751, las listas de gastos
del Ramo de Guerra porteño consignan entregas regula-
res de yerba y tabaco para los “pampas” del cacique Bravo,
y ocasionalmente de reses y cuchillos.119 Las autoridades
coloniales no dudaban en halagar a sus contrapartes indí-
genas. A mediados de 1778, por ejemplo, las autoridades
virreinales obsequiaron aguardiente, yerba y tabaco al caci-
que Juan Tipá (que respondía a Lorenzo), pretendiendo con
ello “hacer del ladrón, fiel”.120
La travesía del indio “auca” Juan Ortubia condensa las
distintas prácticas y escenarios del comercio interétnico. En

115 Garavaglia, Juan Carlos y Claudia Wentzel, “Un nuevo aporte a la historia
del textil colonial: los ponchos frente al mercado porteño”, Anuario del IEHS,
vol. IV, 1989, p. 218.
116 Los quiyapis o “quillangos” eran mantas formadas de pieles cosidas de origen
indígena cuyo uso se extendió a la sociedad colonial.
117 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 22 de febrero
de 1781.
118 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 18 de octubre
de 1784.
119 Ver capítulo 2.
120 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 10 de julio de 1778.

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El Imperio desde los márgenes • 69

el invierno de 1784, Ortubia fue, como era costumbre, a


“hacer trato” con Carmen de Patagones. Allí, el comandante
español le encomendó la conducción de un pliego hacia
Buenos Aires, a 900 kilómetros de distancia. Juan dudó
en aceptar el encargo alegando la gran distancia y la falta
de compañía para la travesía. Para convencer al indio, el
comandante le dio tres caballos y un barrilito de aguar-
diente y le prometió que el virrey le daría más aguardiente,
tabaco y yerba y también vestido para él y una manta para
su mujer. Una vez en Buenos Aires, el indio Juan se entre-
vistó con las autoridades y explicó las promesas que se le
habían hecho; lejos de sentirse intimidado, pidió “que la
Chupa [fuera] azul, y la Bayeta colorada”.121 El conocimiento
de las prendas, los géneros y las tintes coloniales descubre
una cultura material común a ambos lados de la frontera; la
predilección por los colores rojo y azul es una especificidad
cultural mapuche.

La cultura material y el universo simbólico

Españoles e indígenas compartían un universo de referen-


cias simbólicas y bienes materiales. Por medio del intercam-
bio, la diplomacia y el saqueo en las fronteras, los indígenas
no solo obtenían ganados o bienes de prestigio, sino tam-
bién yerba, tabaco, aguardiente, harina y otros artículos de
consumo cotidiano, distintos géneros y prendas de vestir,
utensilios de metal y artículos ecuestres. En sus tratos con
la sociedad colonial, los indígenas ofrecían ganado en pie,
cueros, carne charqueada, sal, textiles de lana y artesanías en
cuero. De esta manera, una cultura material de rasgos seme-
jantes se derramaba a ambos lados de la frontera, aunque su
consumo significara distintas cosas en un lugar u otro.

121 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 11 de septiem-
bre de 1784.

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70 • El Imperio desde los márgenes

Las negociaciones de paz emprendidas desde Buenos


Aires con los caciques “aucas” liderados por Lorenzo Cal-
pisqui permiten aproximarnos a los consumos coloniales
indígenas. En 1781, luego de que los cristianos hicieran lo
propio hacia las tolderías de Lorenzo, una comitiva com-
puesta por cuatro indígenas fue a Buenos Aires a llevar el
pedido de los cautivos que querían rescatar. Vértiz envió
a los chasques de vuelta a las tolderías con una abundante
cantidad de regalos para el cacique Lorenzo y su familia,
así como para los caciques Toro y Cayupilqui. El objetivo
del virrey era “agasajar a los indios” hasta que fueran a
Buenos Aires. María Catalina, una parienta de Lorenzo que
estaba presa en la Casa de la Residencia, se ofreció para
guiar a los chasques y convencer a Calpisqui de “entrar en
aquel convenio”.122 Entre los destinatarios de los regalos, se
descubre la predisposición en las autoridades coloniales a
agasajar a las mujeres de la familia de Lorenzo, consideradas
intermediarias clave en la negociación.
La lista de regalos enviados por el virrey Vértiz a los
caciques para aceitar las tratativas de paz muestra la gran
diversidad y el amplio conocimiento de los bienes de origen
criollo y europeo por parte de sus mandantes indígenas.
Forman parte del ajuar bienes de consumo y subsistencia
como aguardiente, yerba, tabaco, azúcar, pan y jabón, ele-
mentos para la equitación (frenos, espuelas, lomillo, cabeza-
das), artículos de metal (jarros de hojalata, dedales, cuchillos
y navajas), géneros de tela y prendas de vestir. En espe-
cial, los indígenas apreciaban el envío de peinetas, espejitos,
sortijas y cuentas de vidrio de colores con las que confec-
cionaban adornos corporales; su inclusión en una lista de
regalos diplomáticos da cuenta de su importancia para la
sociedad indígena.123 Por último, la lista de regalos reconoce

122 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 8 de julio de 1781.
123 Sus usos tenían funciones sociales importantes para la sociedad indígena,
tales como la ceremonia de menarca, la práctica del pago de la novia y en los
ajuares mortuorios. Ver Tapia, Alicia y Lía Pera, “Las mujeres en la sociedad
ranquelina del siglo XIX. Perspectivas etnohistórica y arqueológica”, en Fer-

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El Imperio desde los márgenes • 71

la jerarquía cacical mediante una marcada diferencia no


solo en la cantidad, sino también en la calidad de los envíos.
Mientras que al cacique Lorenzo (y a su tía intermedia-
ria) se le obsequió bayeta traída de Europa, a los caciques
Toro y Cayupilqui les tocó recibir el mismo género, pero
“de la tierra”, es decir, de origen local, lo que habla de un
refinado sentido del gusto capaz de distinguir las distintas
calidades de tela.124
Además de bienes materiales, un universo de signifi-
cantes transitaba de un lado a otro de la frontera. Las per-
sonas que la atravesaban a menudo eran bilingües y hasta
trilingües si su lengua original no era alguna de las dos len-
guas francas de la frontera, el mapudungun y el castellano. Ya
en 1742, el náufrago inglés Isaac Morris señaló que, entre
los tehuelches que lo hospedaron, todos sabían hablar al
menos un “poquito” de castellano.125 En ambas sociedades
existían “lenguaraces” que servían de intérpretes de la otra
lengua en situaciones de contacto. La mayoría de los cau-
tivos cristianos terminaba por entender el mapudungun, si
no otras lenguas, aun cuando fueran analfabetos del caste-
llano. Las mujeres indígenas eran particularmente proclives
a conocer el castellano, como la tía María Catalina, que era
“muy impuesta en nuestro idioma”, al decir de las autori-
dades coloniales.126
La necesidad de un lenguaje común para las situaciones
de contacto empujó cierta equiparación de las jerarquías

nández, Mabel (comp.), Género, saberes y labores de las sociedades indígenas


pampeano-patagónicas, Luján, Edunlu, 2018, pp. 145-223.
124 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1. Lista de regalos enviados al caci-
que Lorenzo Calpisqui y su familia para aceitar las negociaciones de paz,
1781.
125 Según el náufrago Isaac Morris, el cacique Cangapol le habría hecho algunas
preguntas en español, del que “todos” podían “hablar un poco”. En Morris,
Isaac, A narrative of the dangers and distresses which befel Isaac Morris, and seven
more of the crew, belonging to the Wager store-ship, which attended Commodore
Anson in his voyage to the south sea: containing an account of their adventures,
after they were left by Bulkeley and Cummins, on an uninhabited part of Patagonia,
Londres, S. Birt, 1752, p. 50. La traducción es propia.
126 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 8 de julio de 1781.

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72 • El Imperio desde los márgenes

indígenas con las de la sociedad colonial, al menos en el


plano lingüístico. Por ejemplo, los tehuelches le dijeron a
Isaac Morris que Cangapol era su “rey” y que debía pagar
obediencia a “Su Majestad”. Claro que, para los indígenas,
un “rey” no significaba exactamente lo mismo que para
los europeos, como el inglés Morris no dejó de notar con
cierta ironía:

Aunque tienen lo que ellos llaman un rey, él parece ser sola-


mente un jefe o capitán de un partido; por lo que, como ellos
no tienen un domicilio fijo, sino que viven esparcidos en toda
esa parte del mundo en pequeños pueblos o partidos, cada
partido parece tener un jefe, que preside sobre ellos como
un reyezuelo.127

Por su parte, las autoridades coloniales reconocieron a


los caciques más poderosos con términos y títulos extraídos
de sus propias concepciones. En las paces pactadas en 1742,
al cacique Cangapol se le otorgó el título de “maestre de
campo” de todas las sierras, una categoría de la jerarquía
militar –inversamente, el maestre de campo de las milicias
rurales de Buenos Aires Manuel Pinazo fue referenciado
por los indígenas como “cacique Pinazo”–.128 Las autorida-
des coloniales entregaron además un “bastón de mando” a
Cangapol, el que era reconocido entre los indígenas como
fuente de autoridad cacical, tal como demuestra la disputa
abierta por la sucesión de este cacique entre su hijo Guibar y
su hermano Guelquen, quien acudió a las autoridades de la
frontera para que dirimieran a quién correspondía el bastón
que poseyera “don Nicolás”.129 Asimismo, en el tratado de
paz finalmente suscripto con Lorenzo Calpisqui, las autori-
dades coloniales lo reconocieron como “Cacique principal

127 Morris, Isaac, op. cit., p. 51. La traducción es propia.


128 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 10
de diciembre de 1779.
129 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. El Zanjón, leg. 1-5-3, 22 de febre-
ro de 1757.

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El Imperio desde los márgenes • 73

de todas las Pampas” y, fiel a sus propias tradiciones polí-


ticas, “Cabeza de esta nueva República” que se formaba en
las sierras del sudeste pampeano; para que no quedasen
dudas, el gobierno virreinal se comprometía a otorgarle
“el Título correspondiente”.130 Estos ejemplos muestran que
indígenas y cristianos reconocían las jerarquías y la orga-
nización de la otra sociedad, las proyectaban y se pensaban
reflejados en ellas.
A medida que ambas partes fueron convirtiéndose en
interlocutores políticos, no solo tuvieron que dominar la
lengua y equiparar simbólicamente su organización inter-
na, sino también comprender y adoptar ciertos símbolos y
rituales de la otra sociedad. Por ejemplo, las paces estable-
cidas en Laguna de los Huesos en 1770 se juramentaron
sobre las “Dos Majestades” del mundo hispánico, Dios y el
Rey. El cacique Lican-Nahuel se lo recordó al capitán de
blandengues de Luján al reprocharle el ataque inopinado
a una partida indígena, diciéndole: “No haríamos mucho
caso, de Dios ni del Rey, cuando la palabra que les habíamos
dado en nombre de ambos, la habíamos quebrantado sin
dar ellos motivo algo”.131 La acusación de quebrantar “la
palabra” era un motivo común en las relaciones estableci-
das entre españoles e indígenas. Un capitán de blandengues
opinaba sobre los indígenas: “En este Gentío no hay palabra
salvo que les tenga mucha cuenta”.132 En otra ocasión, el
cacique Linco-Pan, que respondía a Lorenzo, se presentó
en la frontera alegando: “[Ellos] no quieren, ni desean otra
cosa que permanecer en la legalidad, y buena armonía que
tienen ofrecido, esperanzados en que los Españoles harán
lo mismo”.133 De esta manera, los indígenas recuperaban
significantes coloniales como Dios, el rey, la “legalidad” y

130 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-1-6, 17 de noviembre de 1790.
131 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Arrecifes, leg. 1-4-1, 29 de junio
de 1770. Subrayado en el original.
132 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, ff. 226-227, 6 de
abril de 1774.
133 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 29 de marzo de 1778.

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74 • El Imperio desde los márgenes

la “buena armonía” para apuntalar la legitimidad del propio


argumento en las relaciones interétnicas. La insistencia en
el valor de la palabra denota la importancia que tenían los
juramentos y las lealtades personales en estas relaciones, así
como el recelo y la desconfianza que las caracterizaban.
Por último, no solo las palabras, sino también los gestos
eran significativos en la ritualidad política que rodeaba a las
tratativas entre españoles e indígenas. Por ejemplo, duran-
te la expedición hispano-indígena que siguió al tratado de
Laguna de los Huesos de 1770, el sargento mayor Manuel
Pinazo, rodeado de su oficialidad, recibió a los caciques
“aucas” en su campamento de la siguiente manera: “Se die-
ron las manos uno a uno hasta el último oficial, y retirán-
dose el comandante y dichos oficiales con los caciques, los
regaló”.134 Además de los consabidos obsequios y agasajos, el
gesto de que “uno a uno” se dieran las manos no era casual.
El mismo capitán que ofició de cronista de dicha expedición
diría unos años después: “Darse las manos […] es la mues-
tra de amistad entre ellos”, los indígenas.135 Determinados
símbolos y gestos, tales como Dios, el rey, la legalidad, la
buena armonía, el darse las manos y el valor de la palabra,
eran significantes culturales que circulaban en la fronte-
ra y otorgaban legitimidad en las situaciones de contacto.
Sus disímiles significados estaban dados por su diferencial
apropiación en virtud de la radical distinción y el enfrenta-
miento de ambas sociedades.

Los rostros de la violencia

La visión tradicional de la frontera suponía una guerra


permanente entre “indios” y “blancos”. El argumento cen-
tral era que los “indios”, organizados en bandas u hordas,

134 Hernández, Juan Antonio, op. cit., p. 38.


135 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 21 de junio de
1774.

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El Imperio desde los márgenes • 75

habían sustituido la caza y la recolección silvestres por


la caza de ganado en pie. Una vez extinguido el ganado
cimarrón, comenzaron los malones sobre las estancias de
la frontera con el objetivo de arrear el ganado y tomar
mujeres cautivas. De esta manera, se calificaba a la violencia
indígena como irracional, congénita, depredadora, fruto del
salvajismo propio de su estadio de civilización. Las accio-
nes armadas de los “blancos” eran siempre respuestas a los
aleatorios y despiadados ataques indígenas, en una “guerra
de fronteras” sin cuartel en la que la “civilización” habría
necesariamente de imponerse. Gran parte de este cuadro
tradicional ha sido revisado por la renovación historio-
gráfica. En especial, se extendió el conocimiento sobre la
amplia gama de actividades económicas indígenas que les
permitía no depender del suministro de ganados mediante
la apropiación violenta. Sumado a ello, existía una diver-
sidad de formas de vinculación interétnica que incluían el
comercio, la diplomacia y todo tipo de contactos pacíficos.
Estos hallazgos obligan a repensar la violencia colectiva que
ejercían indígenas y cristianos sobre su enemigo radical.
Aunque una revisión de su significado profundo requeriría
un análisis caso por caso, una morfología de la violencia que
se cernía en la frontera puede ser trazada.
Entre españoles e indígenas, la violencia era bidirec-
cional y compartía algunas similitudes. La caballería era
central en la estrategia de ambos. La tecnología de guerra no
mostraba una rotunda superioridad de un bando sobre otro.
Los guerreros indígenas, por caso, llevaban cascos y cotas
de malla, de los que carecían los milicianos cristianos. Sus
principales armas eran las lanzas y chuzas, sables en algunos
casos, a los que se sumaban las boleadoras, en el caso de los
indígenas, y las armas de fuego y algo de artillería, en el caso
español. Estas se inutilizaban en caso de lluvia. En cambio,
decía el militar ilustrado español Félix de Azara con res-
pecto a las “bolas”: “[Son] un arma tan temible como las de
fuego y que quizás se adoptaría en Europa si la conociesen

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76 • El Imperio desde los márgenes

[…] yo preferiría mandar a una caballería provista de bolas,


contra otra armada de espadas, o pistolas y corazas”.136
Las tácticas empleadas eran similares, y en ellas
predominaban el rodeo, la sorpresa y la emboscada al
enemigo. Los ataques sorpresivos al rayar el alba, la
incineración de viviendas, el saqueo de los despojos, los
arreos de ganado y la captura de personas eran prácticas
de guerra comunes.137 Además, cristianos e indígenas
vertían el elemento sobrenatural sobre el campo de
batalla. Por ejemplo, como las armas de fuego españolas
eran inútiles cuando había lluvias, los indígenas llevaban
en sus partidas a un adivino “sólo ocupado a pedir agua
a sus Dioses, para que imposibilitase prender fuego a las
Armas de los Cristianos”.138 Por su parte, en el malón de
1780, los cristianos creyeron ver la intervención de la
Virgen de Luján, que habría impedido el avance sobre la
villa. De acuerdo al cura párroco Cayetano de Roo, “el
instrumento de que se valió esta Santa Señora para que
sus enemigos no llegaren a su Santuario fue una densa
niebla que no les dejaba conocer el lugar ni Campo
por donde andaban”.139
La escala de los episodios de violencia colectiva
era inversamente proporcional a su frecuencia, siendo
los grandes malones o expediciones sobre las tolderías
acontecimientos más bien excepcionales. La frontera
era también ese término intermedio entre las últimas
guardias y el río Salado, un terreno que ninguno de los
dos conjuntos sociales había logrado controlar, al que

136 De Azara, Félix, Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata, Buenos
Aires, Editorial Bajel, 1943 [orig.: c. 1790], pp. 69-70.
137 Ver Quijada, Mónica, “Repensando la frontera sur argentina: concepto,
contenido, continuidades y discontinuidades de una realidad espacial
y étnica (siglos XVIII-XIX)”, Revista de Indias, vol. LXII, n.º 224, 2002, p.
114.
138 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 17 de
diciembre de 1780. Declaración del indio Alcaluan.
139 Registros parroquiales de Nuestra Señora de Luján, Libro de defun-
ciones, f. 102 vta., 28 de agosto de 1780.

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El Imperio desde los márgenes • 77

los boyeros criollos llevaban sus ganados a pastorear y


donde las partidas indígenas “potreaban” sus manadas
de caballos. Esta convivencia generaba sus roces, como
cuando, a mediados de 1770, soldados blandengues ata-
caron a una partida de indígenas que se hallaba potrean-
do en las cercanías de Salto al amparo del tratado de paz
suscripto poco tiempo antes, mataron a cinco de ellos y
les arrebataron la tropilla. La ofensa fue tal que requirió
la intervención del propio gobernador y la remoción
del capitán de blandengues de Salto. En la primavera
de 1777, fueron los indígenas quienes mataron a un
boyero en el Saladillo (en las afueras de Rojas) y se
quedaron con los ganados a su cargo. En respuesta, los
oficiales milicianos organizaron una expedición sobre
la toldería y la atacaron de improviso, con un saldo
de cinco indígenas muertos y dos tomados cautivos. La
expedición recuperó la hacienda hurtada más otros 700
caballos en poder de los indígenas.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, los indí-
genas asaltaron a las tropas de carretas y arrias de
mulas que transitaban por la ruta cuyana con las cargas
de yerba mate, vinos y aguardientes, principalmente en
el sur cordobés –donde se registraron trece episodios
entre 1764 y 1785–140 y al norte de la jurisdicción
del Cabildo de Buenos Aires, donde detectamos siete
incursiones (cuadro 2). Este tipo de ataques era una de
las modalidades predilectas por los indígenas ya que
les proveía un jugoso botín a bajo riesgo. El viajante
Concolorcorvo describió su metodología:

Estos pampas, y aún las demás naciones, tienen sus espías,


que llaman bomberos, a quienes echan a pie y desarmados,
para que, haciendo el ignorante, especulen las fuerzas y pre-
venciones de los caminantes, tanto de caballería y recuas

140 Rustán, María Elizabeth, op. cit.

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78 • El Imperio desde los márgenes

como de carretería y demás equipajes, para dar cuenta a sus


compañeros.141

Estas acciones requerían cierta logística, implicando


a decenas o cientos de guerreros, y a menudo conlleva-
ban niveles elevados de violencia. En 1773, por ejemplo,
una tropa de mulas que conducía aguardiente fue sor-
prendida en el paraje nombrado El Zapallar por unos
200 indígenas.142 En octubre de 1777, en el Saladillo
de Ruy Díaz, fue atacada la tropa de carretas en que
viajaba el presbítero Pedro Cañas junto a Blas Pedroza y
dos esclavos cautivados por el cacique Anteman. Según
la declaración posterior de Pedroza, unas 40 personas
perecieron en el episodio.143 Al mes siguiente, murieron
16 personas en el ataque a una tropa de carretas en el
Camino de las Petacas. Entre los despojos, se encon-
traron petacas144 rotas y vacías y una gran cantidad de
fardos de yerba enteros, pero también algunos rotos y
mermados, mientras que fueron abandonados los cajo-
nes de libros y un baúl con hierbas medicinales.145 En
1785, los indígenas asaltaron otra recua de mulas en el
Zapallar que venía de San Juan conduciendo aguardien-
te, vino y porotos; tres peones murieron en el episodio,
mientras que el capataz logró escapar.146
Algunas parcialidades parecían especializadas en
este tipo de ataques. Este fue el caso de los habitantes

141 Concolorcorvo, op. cit., p. 52.


142 AGN, Sala IX, 1-5-6, Comandancia de Fronteras. Pergamino, 28 de
septiembre de 1773.
143 Mayo, Carlos (dir.), op. cit., pp. 64 y ss.
144 Real Academia Española, “Petaca”, Diccionario de Autoridades
(1726-1739).
145 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Fontezuelas, leg. 1-4-4, f.
709, 5 de noviembre de 1777.
146 Comunicación del gobernador-intendente Rafael de Sobremonte con
el virrey marqués de Loreto, 6 de octubre de 1785. Citado en Villar,
Daniel y Juan Francisco Jiménez, “Un argel disimulado. Aucan y poder
entre los corsarios de Mamil Mapu (segunda mitad del siglo XVIII)”,
Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2005. Disponible en bit.ly/3z6ekid.

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El Imperio desde los márgenes • 79

del Mamül Mapu, cuyos líderes fueron perseguidos como


“corsarios públicos”. Según Daniel Villar y Juan Fran-
cisco Jiménez, las cargas de vinos y aguardientes eran
distribuidas por los caciques en los generosos festines
que tenían lugar luego de los saqueos. Otros ítems
como prendas de vestir, armas y objetos de culto se
distinguían por no poder ser adquiridos a través del
intercambio, por lo que su obtención y exhibición eran
una forma de expresar simbólicamente el éxito de sus
empresas bélicas y la excelencia de los líderes étni-
cos como guerreros.147 Los “rancacheles” de las Salinas,
según el excautivo Francisco Ovejero, tenían caballos
especiales para desplegar ataques relámpago sobre los
caminos en acciones que podían reunir a más de 400
guerreros. Con todo, los “rancacheles” no dependían
económicamente de estos asaltos. Una diversidad de
intereses caracterizaba a esta parcialidad. El joven cauti-
vo mencionó que sus captores criaban caballos, cabras y
ovejas. El árido paisaje que habitaban hacía que cavaran
profundos pozos para aguada de sus ganados.148 Solo
tras la prisión de su cacique principal Toroñan por parte
de las autoridades de la frontera, los “rancacheles” se
lanzaron decididamente al ataque.149
Si bien las consideraciones políticas no estaban
ausentes de los episodios de violencia más cotidianos de
disputa por los recursos, los malones y las expedicio-
nes sobre las tolderías requerían de acuerdos políticos
previos y la movilización de cientos de guerreros o
soldados. Estos ataques, si bien conllevaban los con-
sabidos arreos de ganado y la toma de cautivos por
ambas partes, respondían en primer lugar a decisiones

147 Villar, Daniel y Juan Francisco Jiménez, “Botín”, op. cit.


148 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 3 de mayo de 1781. Decla-
ración del excautivo Francisco Ovejero.
149 Villar, Daniel y Juan Francisco Jiménez, “Los indígenas”, op. cit.

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80 • El Imperio desde los márgenes

políticas que buscaban modificar el curso de las rela-


ciones interétnicas.
En la primavera de 1770, tuvo lugar una expedición
hispano-indígena concertada entre el poder miliciano
en la frontera y una facción de los “aucas” encabezada
por Lepín Nahuel, cuyo objetivo era la eliminación de
los líderes y las tolderías rivales en la disputa por la
hegemonía en el mundo indígena y el posicionamien-
to de caciques “amigos” de los cristianos.150 Durante
la expedición, las milicias españolas y los contingentes
indígenas que las auxiliaban atacaron en primer lugar
a un potrero tehuelche, en el que dieron muerte a más
de cien varones indígenas, y se alzaron con un rico
botín ganadero de más de 4.000 cabezas. En segundo
lugar, dieron con la toldería del cacique “auca” Guayqui-
tipay. Cristianos e indígenas formaron en semicírculo
durante la madrugada y, con las primeras luces del día,
arreciaron sobre los toldos de Guayquitipay, en los que
se contaron 154 víctimas fatales, incluido el cacique,
y decenas de prisioneros. La toldería fue destruida y
entregada al “saco” de los soldados.

150 Alemano, María Eugenia, “La prisión”, op. cit.

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El Imperio desde los márgenes • 81

Cuadro 2. Conflictos hispano-indígenas en la frontera de Buenos Aires


(1768-1784)

Fuente: elaboración propia con base en información recogida en AGN,


Sala ix, Comandancia de fronteras, legs. 1-4-4, 1-5-2, 1-5-3, 1-5-6.
Nota: entre las víctimas se distingue con (i.) las indígenas y con (c.)
las cristianas.

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82 • El Imperio desde los márgenes

El gran malón de 1780 sobre Luján, concertado entre


“aucas”, tehuelches y “rancacheles”, tenía como motivo prin-
cipal “el haberse roto la paz con los Indios” por parte del
virrey Vértiz, quien el año anterior había rechazado un
pedido de paz de los caciques y tomado prisioneros a varios
de ellos. En agosto, más de 2.000 guerreros indígenas avan-
zaron en arco incendiando los puestos de estancia, dego-
llando a los varones adultos y raptando a las mujeres y los
niños que encontraban a su paso, contándose 101 víctimas
fatales directas, alrededor de 20 personas cautivas y miles
de cabezas de ganado arreadas.151 En esa oportunidad, los
indígenas amenazaron que “habrían de volver por el tiempo
de la siega, a quemar los trigos”, acción de devastación que
supera el mero pillaje económico.152
La violencia en la frontera fue endémica, una realidad
que no parece conmovida por la eventual suscripción de
tratados de paz. El número de víctimas habla por sí solo de
los límites de la convivencia interétnica. En el transcurso
de una década y media de episodios de violencia colectiva
en la frontera de Buenos Aires, se produjeron 949 víctimas
fatales de las que tenemos registro, de las cuales el 70 por
ciento corresponde a indígenas. Asimismo, se tomaron 549
prisioneros indígenas y 223 cautivos cristianos (cuadro 2).
Es tiempo de que la imagen del malón y las cautivas blancas
sea reemplazada por la realidad más frecuente de las inva-
siones coloniales a las tolderías y la captura de indígenas
para ser empleados como mano de obra forzada.

151 Registros parroquiales de Nuestra Señora de Luján, Libro de defunciones,


ff. 102-103, 28 de agosto de 1780.
152 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 28 de octubre
de 1780. Declaración del excautivo Mateo Funes.

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El Imperio desde los márgenes • 83

Los cruzadores de frontera y la paradoja


de la identidad

Dentro de lo que consideraban su botín de guerra, cristia-


nos e indígenas apreciaban la toma de cautivos, rehenes y
prisioneros. Para los indígenas, los cautivos cristianos ser-
vían para rescatar a sus propios parientes prisioneros de la
sociedad colonial, canjearlos por mercancías en la frontera,
venderlos a otras parcialidades o como fuerza de trabajo
forzada. Las negociaciones de paz con Lorenzo Calpisqui
permiten conocer las múltiples funciones de los cautivos
y la magnitud del fenómeno. A Pedro Zamora, cautivo
de Calpisqui, se lo llevaron una madrugada de su casa en
Magdalena junto a su mujer y su hija prometiéndoles no
quitarles la vida. Pasó tres meses en las tolderías “aucas”
de las sierras del sudeste, donde vio a otros “doscientos”
cautivos en su misma situación. Cuando se enteró de que
Calpisqui quería mandar una persona a pedir las paces, el
cautivo Zamora se ofreció a bajar a Buenos Aires junto a
dos “chinas” que lo guiaran, a cambio de su libertad y la de
su familia. Para ello, Zamora debía además recuperar a dos
mujeres indígenas, parientas de Lorenzo, que estaban pre-
sas en la Casa de la Residencia y volver con algo de “yerba,
tabaco y cuentas de abalorio”.153 En el derrotero de Pedro
Zamora, se conjugan el valor para sus captores como pieza
de intercambio mercantil y como prenda e intermediario
en la negociación diplomática, destino que, por otro lado,
podían compartir cientos de sus correligionarios.
Los cautivos cristianos circulaban entre distintos “due-
ños”, tolderías y parcialidades. Una forma era mediante
trueques o compraventas. El excautivo Francisco Ovejero,
un peón de 25 años, declaró que, antes de lograr escaparse,

153 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, f. 309, 22 de
febrero de 1781. Declaración del cautivo Pedro Zamora.

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84 • El Imperio desde los márgenes

fue vendido varias veces entre caciques “rancacheles”.154


Justa Fredes declaró que el cacique Negro la cautivó en
el malón a Luján de 1780 y luego la vendió a los “aucas”.
Otras veces los cautivos eran objeto de rapiña y forma-
ban parte del botín de un ataque sobre otra parcialidad.
Una vez devuelta a Buenos Aires, la esclava María Merce-
des declaró que primero la cautivó el cacique “auca” Zorro
Negro y luego, los tehuelches.155 Debido a esta circula-
ción, los excautivos resultaban informantes privilegiados y
eran interrogados minuciosamente cuando retornaban a la
sociedad colonial.
Al interior de la toldería, las personas cautivas res-
pondían al “amo” o guerrero que las cautivó y pasaban a
formar parte de su grupo doméstico. Su situación variaba
de acuerdo a sus condiciones de edad y género. Las muje-
res jóvenes podían llegar a ser desposadas por sus amos;
los niños eran educados a la manera indígena. Es pensable
que los cautivos gozaban de ciertos márgenes de sociabili-
dad y autonomía en las tolderías. Algunos formaban familia
y optaban por radicarse definitivamente en las tolderías.
Marcos Gómez, un pergaminense de 18 años, pudo obser-
var que había otros 20 cristianos en la toldería “rancachel”
en la que permaneció apresado por unos meses. Entre los
cautivos que conoció, dos se habían “connaturalizado” con
los indígenas, uno casado con una india, y otro, con otra
cautiva en las tolderías. Asimismo, el cautivo Mateo Funes
conoció en las tolderías de Lorenzo a otra prisionera lla-
mada Bernarda, natural de Buenos Aires, quien le contó
“que la llevaron los Indios pequeña, y que aunque después la
rescataron sus parientes, con un hijo que ya tenía, se volvió
a los mismos Indios”.156

154 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 3 de mayo de 1781. Declaracio-
nes de los excautivos Marcos Gómez y Francisco Ovejero.
155 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 23 de agosto de 1781. Declara-
ciones de las ex cautivas Justa Fredes y María Mercedes (esclava).
156 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, ff. 212-213, 28
de octubre de 1780. Declaración del excautivo Mateo Funes.

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El Imperio desde los márgenes • 85

Por su parte, mucha menos atención historiográfica


han recibido los cautivos indígenas tomados por la sociedad
colonial. Algunos caciques fueron tomados prisioneros por
las autoridades coloniales cuando se acercaban a la frontera
a comerciar o pedir la paz. Este fue el caso de los caciques
Flamenco (preso en el Zanjón en 1770), Toroñan (preso en
Luján en 1774) y Linco-Pagni, capturado en 1779 cuando
fue a Buenos Aires a solicitar la paz. Su destino eran la pri-
sión de Montevideo o el destierro a Malvinas. En las nego-
ciaciones de paz, las autoridades coloniales usaban solicitar
un pariente de cacique como rehén en las tratativas y garan-
tía de los acuerdos. Por ejemplo, en 1770 el gobernador de
Buenos Aires solicitó un “hijo de cacique” como garante de
la paz, el que sería bien tratado y educado en las costum-
bres cristianas. Pese a estas alentadoras palabras, el cacique
Lepín Nahuel envió a un sobrino suyo, disculpándose de
que no tenía hijos a quienes mandar.157
Las expediciones sobre las tolderías redituaban un rico
botín humano compuesto especialmente de mujeres y niños
indígenas. El itinerario de esta “chusma”158 es más incierto.
Algunos testimonios dan indicios de la utilización de los
cautivos indígenas como mano de obra forzada. En el caso
de las mujeres, eran enviadas a la Casa de la Residencia
en Buenos Aires, una especie de prisión para mujeres, y
luego eran repartidas para servicio doméstico de las casas
de sociedad porteñas.159 Este fue el caso de dos mujeres
“pampas” que fueron a parar a la casa de las hermanas Saya-
go en el Barrio del Alto. Víctimas de malos tratos, las dos
mujeres se fugaron a la frontera, donde se refugiaron en la

157 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 5 de mayo de
1770.
158 Se denominaba “chusma” a las mujeres, niños y ancianos indígenas que no
tomaban parte directa en los combates.
159 Ver Salerno, Natalia, “Cautivas indígenas. Abusos, violencia y malos tratos
en el Buenos Aires colonial”, en Alioto, Sebastián L., Jiménez, Juan Francisco
y Daniel Villar (comps.), Devastación. Violencia civilizada contra los indios de las
llanuras del Plata y sur de Chile (siglos XVI a XIX), Rosario, Prohistoria, 2018, pp.
237-257.

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86 • El Imperio desde los márgenes

casa del maestre de campo Manuel Pinazo, al que se referían


como “cacique Pinazo”. A los pocos días, las Sayago fueron
a la casa de Pinazo a reclamar la devolución de las indias,
diciéndole “que eran suyas, y se les habían Huido”. Pinazo
estuvo de acuerdo, pero las indígenas se resistieron a ser
devueltas a la ciudad “dando a entender que las degollasen
primero porque las maltrataban”. Finalmente, las dos muje-
res “pampas” permanecieron en la frontera cuatro meses
hasta que volvieron a huir, esta vez a sus toldos.160
En cuanto a los muchachos, lo más probable es que
fueran repartidos entre los participantes de las expedicio-
nes, como aquel indiecito “auca” que el maestre de campo
Manuel Pinazo encontró perdido en la frontera: “Conside-
ro se ha Huido de los nuestros, de aquellos que trajeron
[los sargentos mayores] don Martín Benítez, y don Diego
Trillo de sus expediciones y dieron a los que los Acompaña-
ron”.161 Es decir, el “botín humano” también era una forma
de compensar lealtades. Es poco dudoso que los indígenas
que los oficiales de milicias “daban” a sus acompañantes
fueran empleados en las faenas rurales.
En las tolderías, los cautivos cristianos comenzaban
a confundirse con los soldados desertores, esclavos prófu-
gos y otros renegados de la sociedad colonial. El servicio
en las milicias no siempre generaba el consenso necesario
entre los campesinos. El propio gobernador Pedro Cevallos
reconoció en 1765: “[Es] conveniente no contar mucho con
ellos, porque la abundancia de caballos, y dilatada exten-
sión de la campaña les facilita la fuga, a que los incita su
repugnancia a la guerra”.162 Los soldados desafectos podían
fugarse a campo abierto, como aquellos milicianos que

160 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 10
de diciembre de 1779.
161 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 20
de mayo de 1779.
162 Archivo General de Indias, Audiencia de Buenos Aires (en adelante, AGI,
Buenos Aires), Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 525, 15
de diciembre de 1765.

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El Imperio desde los márgenes • 87

desertaron en 1772 y andaban “a monte durmiendo en el


campo sin tener subsistencia en parte ninguna”,163 o asilarse
en las tolderías.
Debido a su unión a la causa de los indígenas, quienes
vivían entre ellos por propia voluntad eran considerados
“desertores”, merecedores del repudio de la sociedad colo-
nial. Esta era una especial preocupación de las autoridades
coloniales, ya que, por lo general, los cristianos aqueren-
ciados entre sus congéneres indígenas oficiaban de infor-
mantes, espías, traductores y guerreros en contra de los
intereses de la sociedad colonial. Por ejemplo, en 1777 las
milicias bonaerenses ultimaron a un “cristiano paraguayo”
que había oficiado de baqueano en una invasión. Asimismo,
un excautivo declaró que el malón de 1780 sobre Luján
fue guiado por un mulato “de los muchos que por gusto
[había] entre ellos”. Mateo Funes, cautivo en las tolderías de
Lorenzo, había visto allí a un “santiagueño” que participó
del malón de 1780 y “era muy matador de Cristianos”.164
Existía también quien estaba dispuesto a trasponer
la frontera por la simple percepción de un mejoramiento,
como le ocurrió al viejo Medina, excarretero de las Salinas,
quien se negó a volver a Buenos Aires “porque ahí [en las
tolderías] le iba bien…”.165 Una ocasión crucial para el tras-
vase de personas era durante las expediciones a Salinas. Así
lo declaró el comandante Manuel Pinazo, quien, no sin cier-
to orgullo, aseguró que “en ninguna expedición a Salinas le
han cautivado hombres, aunque sí desertaron voluntaria-
mente peones de carretas”.166 Por otro lado, el camino podía
ser el inverso, como en el caso de aquel “Indio mozo que
en la expedición pasada de Salinas salió diciendo quería ser

163 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 19 de


diciembre de 1772.
164 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 28 de octubre
de 1780. Declaración del excautivo Mateo Funes.
165 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 22 de febrero
de 1781.
166 AGN, Sala IX, Cabildo de Buenos Aires. Archivo, leg. 19-3-5, f. 560.

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88 • El Imperio desde los márgenes

Cristiano”. El joven, luego de un breve período en Luján,


terminó por radicarse en Buenos Aires.167
La trasposición de la frontera combinaba en grados
diversos formas coercitivas y márgenes de autonomía per-
sonal. Se trataba de casos individuales, y en general com-
portaba cierta ritualidad para su acogimiento en la sociedad
receptora. El caso de dos muchachos indígenas reclamados
por sus parientes ilustra esta dinámica. En 1784, en ple-
nas negociaciones de paz con las autoridades virreinales, el
cacique Catumillan solicitó la restitución de sus sobrinos
Calisteo y Coloneo, de 20 y 7 años de edad respectivamen-
te, quienes habían sido cautivados en la última expedición
española. Desde la Casa de Reclusión donde estaban inter-
nados, informaron que el menor de ellos, Coloneo, no podía
ser devuelto porque “el chinito está Cristiano de agua, y
óleos y se le puso por nombre Juan Joseph”. Para los indí-
genas solicitantes, el argumento debía tener cierta validez,
ya que reclamaron que por lo menos se les devolviera a
Calisteo (el muchacho de 20 años), alegando que este no
estaba bautizado.168 Como vemos, el bautismo fue conside-
rado un impedimento para que el pequeño Coloneo/Juan
Joseph volviera a cruzar la frontera.
Un caso característico es el del cacique “rancachel”
Guchu-lepe, quien fue preso en 1772 y enviado a las islas
Malvinas, donde permaneció confinado hasta 1775, cuan-
do, merced a sus servicios de informante, obtuvo su salvo-
conducto a Buenos Aires, donde se alojó en casa del sargen-
to mayor Bernardo Lalinde. El maestre de campo Manuel
Pinazo informó sobre él: “En Malvinas se ha cristianado […]
ahora se llama Juan”. En aquel momento, teniendo la opción
de regresar a las tolderías, Guchu-lepe solicitó a las autori-
dades coloniales quedarse a vivir en la Capital, adonde pidió

167 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 11
de diciembre de 1779.
168 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 18 de octubre
de 1784.

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El Imperio desde los márgenes • 89

que se le llevara a su mujer y a su hijo, “y si fuese posible


a toda su gente”, alegando que, ahora que era cristiano, no
quería “ir al Campo”. El entonces gobernador Juan Joseph
de Vértiz avaló la solicitud de Guchu-lepe/Juan para que se
quedara “para vivir como Cristiano”.169
Los cruzadores de fronteras (cautivos, prisioneros,
desertores, renegados y conversos) encierran la paradoja de
su propio periplo vital. Salidos de su mundo conocido en
circunstancias extraordinarias, experimentan una recom-
posición de su identidad personal que los enfrenta a su
pasado. Más que forjadores de un nuevo mundo mestizo,
los cruzadores de frontera señalan la brecha que separa a
dos mundos enfrentados.

Conclusiones

En primer lugar, hemos analizado los procesos que llevaron


a la articulación, a mediados del siglo XVIII, de una frontera
de intercambio y conflicto a nivel regional entre la sociedad
colonial y el mundo indígena independiente. Durante los
siglos XVII y XVIII, los confines del espacio colonial bajo
dominio español, así como las dilatadas pampas al Este de la
cordillera andina, funcionaron como una válvula de escape
social y política. Tanto las corrientes colonizadoras tem-
pranas, como el inicio de la llamada “araucanización” de
las pampas respondieron a sendos procesos de “descarga
política” de sus territorios de origen. Durante la segunda
mitad del siglo XVIII, la jurisdicción rural de Buenos Aires
y el área arauco-pampeana circundante experimentaron
un sustantivo crecimiento demográfico producto tanto del
crecimiento vegetativo de la población, como de intensos
procesos migratorios desde la cordillera hacia las pampas
y desde el llamado “interior” rioplatense hacia los campos

169 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-3, 19 de junio y 5 de julio de 1775.

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90 • El Imperio desde los márgenes

del sur del virreinato. Estas migraciones se desarrollaban


“en cadena” a partir de las estructuras de parentesco que las
precedían y habilitaron la formación de aglomeraciones de
hasta 500 habitantes en las tolderías más grandes y en los
pueblos rurales que se fueron formando en la frontera.
Las poblaciones de la frontera se incorporaron a las
redes mercantiles que articularon –tanto del lado indígena
como colonial– un corredor bioceánico que conectaba los
mercados locales con los regionales y, a través de ellos, con
los mercados mundiales en formación. En la frontera, estas
conexiones mercantiles se sustentaron en la circulación de
metálico, en la ampliación del consumo mercantil de indí-
genas y sectores populares rurales, en un intenso comer-
cio interétnico –que abarcaba una pluralidad de actores y
escenarios– y en las especializaciones productivas, tanto
coloniales como indígenas, desarrolladas para abastecer los
circuitos comerciales. Dentro de la sociedad indígena, la
captación de bienes provenientes del otro lado de la fron-
tera se convirtió en un recurso primordial en la estrategia
de poder de los caciques. Para los indígenas, existían otras
formas, además del comercio interétnico, de abastecimiento
de bienes y mercancías, tales como el intercambio de obse-
quios entre autoridades, la entrega de raciones a los “indios
amigos” y la consecución de botines de guerra durante los
malones o mediante la piratería terrestre. Estas vías de cir-
culación se entrelazaban formando un continuum dentro de
las estrategias redistributivas de los caciques.
Resulta necesario destacar que la violencia en la fron-
tera era bidireccional y multicausal. Ambas sociedades eran
capaces de emprender acciones ofensivas de envergadura
que, si bien redituaban un jugoso botín ganadero y humano,
tenían motivos políticos más o menos explícitos, tales como
vengar un líder preso o muerto, eliminar a los enemigos
políticos de una alianza o forzar negociaciones de paz. Así
ocurrió en el caso de la expedición hispano-indígena lanza-
da en 1770 contra “aucas” y tehuelches, y en el gran malón
de 1780 sobre los pagos de Matanza y Luján. Por otro

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El Imperio desde los márgenes • 91

lado, si bien los asaltos indígenas a las tropas de carretas


y recuas de mulas que circulaban por la ruta Cuyo-Buenos
Aires tenían como objetivo táctico la apropiación directa
de mercancías y personas, el botín era utilizado política-
mente para consolidar clientelas y reafirmar liderazgos, a la
vez que motivos ideológicos anti-winka acompañaban esta
práctica guerrera. Por su parte, las milicias coloniales tam-
bién llevaban a cabo ataques relámpago sobre las tolderías
más cercanas a la frontera que, a título de escarmiento bajo
dudosas acusaciones, buscaban apropiarse de mercancías,
ganados, mujeres y niños indígenas.
Por otro lado, los llamados “tratados de paz” no siem-
pre se trataban de simples armisticios, sino que en ocasiones
implicaban una serie de acuerdos y alianzas que compro-
metían a las autoridades milicianas de la frontera con los
caciques involucrados en disputas hegemónicas internas.
Este fue el sentido principal de la “paz” acordada en Laguna
de los Huesos en 1770, que permitió la expedición hispano-
indígena posterior. Por último, el largo camino a la paz
acordada en Cabeza de Buey en 1790 no solo implicó un
intenso proceso diplomático entre las autoridades virreina-
les y el “cacique principal” de las pampas, sino también la
eliminación y el amedrentamiento de los líderes y las par-
cialidades indígenas más renuentes a los acuerdos. El trata-
do suscripto en aquel momento representó una innovación
por el reconocimiento de los indígenas como “nación” y de
su territorialidad en el sudeste pampeano. Asimismo, el tra-
tado sancionó y consolidó la entrega de regalos y raciones a
las parcialidades indígenas “amigas”, política que durante el
siglo XIX tendría un largo derrotero.
En todo caso, puede considerarse que la multiplicidad
de formas de la violencia en la frontera era la forma que
asumía una guerra entre dos enemigos políticos enfrenta-
dos por el territorio. Para unos, del otro lado de la frontera
se hallaba el winka invasor frente a quien se erigía la “gente
verdadera” (reche) o, más adelante, haciendo más explícito
el motivo territorial, la “gente de la tierra” (mapuche). Para

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92 • El Imperio desde los márgenes

los cristianos, las poblaciones indígenas eran “infieles”, un


estatus axiológicamente más bajo que el de paganos ya que,
conociendo la existencia del Evangelio, se declaraban en
rebeldía frente a él. De esta manera, la expansión territorial
adquiría el espíritu de las cruzadas y la reconquista ibéri-
ca y se legitimaba en la obra de Dios. En otras palabras,
sobre el trasfondo de elementos de la cultura material y
del universo simbólico que circulaban a ambos lados de la
frontera, los procesos identificatorios encarnados por las
poblaciones definieron una forma binaria de distinguirse
mutuamente que encubría ideológicamente la disputa terri-
torial fundamental.
Sobre esta dinámica de intensa vinculación y radical
enfrentamiento, se desplegarían procesos de etnogénesis
y construcción política en el mundo indígena arauco-
pampeano, como así también la construcción estatal y la
cristalización de identidades territoriales en la sociedad
colonial. A este último proceso, se abocan los siguientes
capítulos para el caso de Buenos Aires entre mediados del
siglo XVIII y el fin de la dominación borbónica, donde la
frontera fue el haz de unión entre la ciudad y su entorno
rural y arena de confrontación del proyecto imperial bor-
bónico y unos muy definidos intereses locales.

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2

El Cabildo de Buenos Aires y la frontera

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, las distintas pose-


siones de España en América redefinieron sus políticas fis-
cales y de defensa, apostando por esas vías a un mayor
control del territorio. En general, se ha asociado dicho
proceso a la iniciativa de la Corte borbónica alentada por
las necesidades de defensa creadas por el ciclo europeo
de guerra internacional.170 Otros estudios han señalado el
fuerte desafío interno que estaba sufriendo el propio orden
colonial como un poderoso motor de las reformas y han
destacado la iniciativa autónoma de los funcionarios bor-
bónicos en América.171 La bibliografía de los últimos años
ha sumado a las fronteras con los indígenas no sometidos
como factor de los cambios acaecidos en los dispositivos
fiscales y de defensa.172
La frontera de Chile con la Araucanía, desde el siglo
XVII, tenía apostadas guarniciones del Ejército regular que
se financiaban mediante la recepción de un Situado emana-
do de las cajas peruanas. Consideraciones geoestratégicas,

170 Ver Kuethe, Allan J., “Conflicto”, op. cit.


171 Ver Marchena F., Juan, Ejército, op. cit., pp. 31-57.
172 Por ejemplo, ver Alemano, María Eugenia, “La frontera y la construcción del
Estado virreinal en Buenos Aires (1750-1805)”, en Dell’Elicine, Eleonora,
Francisco, Héctor, Miceli, Paola y Alejandro Morin (comps.), Prácticas estata-
les y regímenes de territorialidad en las sociedades premodernas, Los Polvorines,
Editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento, 2018, pp.
147-186; Ortelli, Sara, “Las reformas borbónicas vistas desde la frontera. La
élite neovizcaína frente a la injerencia estatal en la segunda mitad del siglo
XVIII”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravig-
nani”, tercera serie, n.º 28, 2005, pp. 7-37; Rangel Silva, José, op. cit.

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94 • El Imperio desde los márgenes

tales como el arribo de embarcaciones extranjeras a la zona


y la protección de la ruta altoperuana, así lo demandaban.173
Las provincias septentrionales de Nueva España, que com-
partían la frontera con indígenas apaches y chichimecas,
vieron nacer una estructura de presidios financiada con el
envío de Situados de las Cajas Reales de México y Yuca-
tán. Sus ricos distritos mineros, en pleno boom productivo
durante el siglo XVIII, valían el esfuerzo fiscal de la Coro-
na.174 En el Río de la Plata, en cambio, la única frontera que
contaba, desde el punto de vista de la administración bor-
bónica, era la frontera luso-brasileña.175 La Corona, hasta
muy entrado el siglo XVIII, no tenía una orientación cla-
ra respecto a la política a seguir en las distintas fronteras
indígenas de Pampa, Patagonia y Chaco, aunque se expresó
muchas veces en favor del envío de colonos y la forma-
ción de “pueblos defensivos” que con el tiempo se volvieran
autosustentables.
De esta manera, la defensa de la frontera sur riopla-
tense, que articulaba las jurisdicciones de Córdoba, Santa
Fe y Buenos Aires, dependió de la formación de milicias
locales a iniciativa de los respectivos cabildos que se finan-
ciaron con impuestos locales a la circulación mercantil. En
el caso de Santa Fe, el Cabildo propuso en la década de 1720
la construcción de fuertes y de dos compañías de milicias
de 150 efectivos en total. Para ello, tras varios retaceos de
la Caja de Buenos Aires, el gobernador Bruno de Zavala

173 Ver Gascón, Margarita, “Frontera y periferia imperial: conceptualizando la


localización espacial, la dinámica colonial y la estrategia defensiva del siglo
XVII”, en Areces, Nidia y Sara Mata de López (comps.), Historia Regional. Estu-
dios de casos y reflexiones teóricas, Salta, EDUNSa, 2006, pp. 51-69.
174 Ver Serrano Álvarez, José Manuel y Allan J. Kuethe, “Aportaciones metodo-
lógicas y económicas al sistema presidial de Texas, 1720-1772”, História (São
Paulo), vol. 25, n.º 1, 2006, pp. 70-99.
175 El enfrentamiento regular con el enemigo portugués en la frontera litoral
rioplatense se combinó con el desafío de los pueblos guaraníes en la zona de
las Misiones. Ver Quarleri, Lía, Rebelión y Guerra en las fronteras del Plata.
Guaraníes, jesuitas e imperios coloniales, Buenos Aires, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 2009.

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El Imperio desde los márgenes • 95

dispuso la creación de ciertos arbitrios176 locales impues-


tos sobre la circulación de determinadas mercancías que, a
pesar de haber sido aprobados por la Audiencia de Char-
cas, inmediatamente recibieron el rechazo de los cabildos
de Asunción y de Buenos Aires. Finalmente, el rey terció
en el asunto, aprobando en 1726 los arbitrios dispuestos.
Sin embargo, la suerte de estos impuestos correría pareja
al decaimiento del comercio santafesino y, por otro lado, la
élite local representada en el Cabildo no estaba tan interesa-
da en la defensa de la frontera sur, sino que para sus miem-
bros era prioritario proteger la frontera chaqueña.177
En el caso de la ciudad de Córdoba, en la década de
1740 se estableció el cobro del derecho de Sisa sobre la
introducción de aguardiente, yerba y tabaco para el sosteni-
miento de las dos compañías de “partidarios” de la frontera
de 40 hombres cada una. Dicho impuesto encarecía los pre-
cios de venta de las bebidas alcohólicas, por lo que fue muy
resistido por parte de la población local y por los comer-
ciantes de Mendoza y San Juan, quienes, mediante distintas
peticiones, lograron que el virrey de Perú por momentos
suspendiera el cobro de la Sisa o autorizara amplias exen-
ciones.178 Aun así, la Sisa sería una importante fuente de
recursos financieros para Córdoba, por lo que, de acuerdo a
Ana María Lorandi, fue uno de los ejes de las disputas entre
el Cabildo y el gobernador Fernández Campero, quien fue
acusado de malversación de fondos y de no llevar a cabo una
política de frontera acorde a los intereses de la región.179

176 Por “arbitrio” se entendía “el medio que se propone extraordinario, y no


regular para conseguir algún fin: como los medios que se discurren para
socorrer las necesidades del Príncipe, por lo regular gravosos a los Pueblos”.
En RAE, “Arbitrio”, Diccionario de Autoridades (1726-1739), en línea.
177 Ver Fradkin, Raúl O. y Silvia Ratto, “Reducciones, blandengues y ‘el enjam-
bre de indios del Chaco’: entre las guerras coloniales de frontera y las gue-
rras de la revolución en el norte santafesino”, Folia Histórica del Nordeste, n.º
20, 2012, pp. 23-47.
178 Punta, Ana Inés, “Córdoba y la construcción de sus fronteras en el siglo
XVIII”, Cuadernos de Historia, n.º 4, 2001, pp. 175-177.
179 Lorandi, Ana María, op. cit., pp. 132-138.

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96 • El Imperio desde los márgenes

En vista de estas experiencias, y convocándolas


como ejemplo a seguir, el Cabildo de Buenos Aires
hizo lo propio con su frontera y creó, en 1752, tres
compañías de milicias a sueldo, denominadas “blanden-
gues”, de 60 hombres cada una, y un “Ramo de Guerra”
para financiarlas. La creación de las compañías y del
correspondiente Ramo de Guerra estuvo supeditada a
la acción del Cabildo y de pobladores e intereses loca-
les, junto a la aquiescencia del gobernador Joseph de
Andonaegui y de otros agentes de la Corona, quienes
actuaron a pesar de la conocida prohibición de imponer
nuevos arbitrios sin la autorización real que regía para
los ayuntamientos. Posteriormente, en 1761, el goberna-
dor Pedro Cevallos decidió centralizar el mando sobre
las compañías y que el Ramo de Guerra pasara a formar
parte de la Real Hacienda.
De esta manera, a lo largo de casi una década, el
Cabildo de Buenos Aires contó con una fuerza armada
de servicio permanente y una fuente de recaudación
propias, con las que se conformaron nuevos fuertes en
la frontera. Los estudios sobre el Cabildo de Buenos
Aires lo presentan como una institución vigorosa para el
siglo XVII, pero que habría perdido su representatividad
e iniciativa política en el XVIII. Según el estudio de John
Lynch sobre la administración colonial española bajo
Carlos III en el Río de la Plata, en el período previo a las
reformas carloterceristas, los cabildos del futuro virrei-
nato habían estado sumidos en el “servilismo” y la “iner-
cia”. El origen de tal situación, según este autor, tenía
dos causas fundamentales: la carencia, por un lado, de
“toda base firme de representación popular” y, por otro,
de “adecuados recursos financieros”. Refiriéndose espe-
cíficamente al Cabildo de Buenos Aires, dice Lynch:

A principios del siglo XVIII la edad heroica de los cabildos ya


no era más que el recuerdo de un pasado remoto en todas
las partes del imperio hispano, y no se exceptuaron aquellas

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El Imperio desde los márgenes • 97

provincias más meridionales. Habían pasado los días en que


el cabildo de Buenos Aires podía ofrecer una vigorosa y afor-
tunada oposición a los gobernadores.180

El presente capítulo busca mostrar el vínculo que


el Cabildo de Buenos Aires estableció con su frontera a
mediados del siglo XVIII, que le permitió constituirse como
un actor político de relevancia. En primer lugar, describe
el proceso de toma de decisiones que llevó al Cabildo a
crear las compañías de blandengues y el Ramo de Guerra
y examina los mecanismos de negociación que permitie-
ron su supervivencia a pesar de la desaprobación recibida
de la Corte en Madrid. Luego analiza la composición y
el funcionamiento del Ramo de Guerra mientras duró su
administración por el Cabildo de Buenos Aires, especial-
mente en cuanto al origen geográfico de los recursos y su
impacto en la sociedad local. A continuación, se narran las
tensiones que suscitó el Ramo de Guerra y los conflictos en
las compañías que llevaron a su centralización por parte del
gobernador Cevallos y a una aprobación condicionada por
parte de Carlos III. Por último, muestra cómo el problema
de la frontera se convirtió durante el período de la gober-
nación en una arena de disputa política entre el Cabildo de
Buenos Aires y los funcionarios borbónicos.
De esta manera, argumentamos que la iniciativa políti-
ca del Cabildo de Buenos Aires respecto a la frontera refor-
zó su autonomía dentro del Imperio, permitió la articula-
ción de intereses urbanos y rurales y derivó en la creación
de un mecanismo fiscal que drenaba recursos financieros
de todo el virreinato hacia la jurisdicción rural de Buenos
Aires. Con ello, el Cabildo de Buenos Aires se constituyó
como un influyente actor político-corporativo que ejerció
una acendrada oposición política a la administración de los
funcionarios borbónicos, disputando su lugar en el seno
de la monarquía.

180 Lynch, John, Administración, op. cit., pp. 192-193.

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98 • El Imperio desde los márgenes

La creación de los blandengues y del Ramo de Guerra

Durante el siglo XVIII, se vivió un recrudecimiento de la


conflictividad en las fronteras entre la ocupación colonial
y el complejo mundo arauco-pampeano al este de la cordi-
llera andina. Desde al menos 1740, la frontera se presentó
a la sociedad porteña como un inminente desafío, tanto
por la competencia por sus recursos pecuarios establecida
con cordobeses y mendocinos, como por las incursiones
perpetradas por nuevos grupos y líderes indígenas.181 Las
autoridades de Buenos Aires acordaron en 1742 un tratado
de paz en la sierra del Casuatí que reconocía a Cacapol “el
Bravo” como “cacique principal de las pampas” y “maestre
de campo de toda la sierra”. Por tal tratado, se establecía
que Cacapol y sus aliados permitirían el establecimiento y
la prédica de misioneros dentro de su territorio. Desde el
punto de vista de la sociedad colonial, el señalamiento de
Cacapol como maestre de campo y cacique principal de las
sierras oponía la ventaja de bloquear los avances de otros
grupos indígenas, así como controlar el acceso a las sierras
y sus ricos recursos ganaderos por parte de mendocinos
y cordobeses.182
La década de 1750 trajo varias novedades. Por un lado,
tras la muerte de Cacapol, lo sucedió como cacique prin-
cipal su hijo Nicolás Cangapol, quien, junto a una más o
menos vasta alianza guerrera, terminó por malonear sobre
las misiones establecidas por los jesuitas, expulsándolos
definitivamente del territorio.183 Por otro lado, a partir de

181 Acerca de la disputa por el ganado bagual, ver Campetella, Andrea, “‘Las
vidas y las vacas’: indios e hispano-criollos en el área interserrana a princi-
pios del siglo XVIII”, en X Jornadas Interescuelas / Departamentos de Histo-
ria, Rosario, Universidad Nacional del Litoral/Universidad Nacional de
Rosario, 2005.
182 Nacuzzi, Lidia R., Identidades, op. cit., pp. 435-456.
183 Las reducciones fundadas por los jesuitas en la región pampeana fueron de
corta duración, abarcaron a unos pocos grupos y terminaron siendo aban-
donadas o desmanteladas por los propios indígenas. Estas fueron las
siguientes: Concepción de Los Pampas (1740-1753), en el río Salado, y

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El Imperio desde los márgenes • 99

mediados de la década, se intensificó el arribo de nuevos


contingentes indígenas, que, provenientes de la cordille-
ra, presionaron sobre la territorialidad de Cangapol y la
frontera en general. Ya en 1749, una tropa de carretas que
venía de Chile con destino a Buenos Aires fue asaltada en
el sur de la jurisdicción de Córdoba. El mismo año, otros
mercaderes que llevaban géneros hacia el Alto Perú fueron
sorprendidos a la altura de Salto de los Arrecifes. Estos
hechos golpeaban el corazón de la circulación mercantil
alertando a las autoridades sobre los límites de la política
de “amistad” con Cangapol para contener las incursiones de
los nuevos grupos que se estaban instalando en las pampas.
Su insidiosa presencia se hizo sentir en la ominosa invasión
a Pergamino de 1751, en la que murió el cura del pueblo, y
en el malón de 1753 sobre el pago de La Matanza.

El proceso de toma de decisión


La creación de milicias y, sobre todo, la imposición de nue-
vos arbitrios municipales eran un viejo anhelo del Cabildo
de Buenos Aires y contaba para ello con el ejemplo de los
cabildos de Tucumán y Santa Fe. En efecto, ya en febrero
de 1741, el procurador del Cabildo Gaspar de Bustamante
presentó un memorial en el que planteaba la necesidad de
levantar fuertes en “las fronteras de cada pago”. El punto
sensible de la iniciativa era la forma de financiarla: Bus-
tamante proponía que se hiciera con fondos de la Real
Hacienda “hasta que la Ciudad pudiera disponer de arbi-
trios como en los casos de Tucumán y Santa Fe”.184 La Real

Nuestra Señora del Pilar de Puelches (1746-1751), en la actual Laguna de


los Padres (partido de General Pueyrredón, Provincia de Buenos Aires). En
1750, se proyectó una tercera, denominada Misión de los Desamparados de
Tehuelches, que no llegó a ponerse en funcionamiento. Ver Vassallo, Jorge
Nahuel, “Las reducciones jesuíticas del sur del Imperio Español: los conflic-
tos fronterizos y el accionar misional, 1742-1753”, Revista Latino-Americana
de História, vol. 8, n.º 20, 2018, pp. 161-184.
184 AGN, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (en adelante, AECBA),
serie II, tomo VIII, 15 de febrero de 1741.

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100 • El Imperio desde los márgenes

Hacienda alegó “falta de fondos” para concretar el proyecto,


pero el Cabildo consiguió al año siguiente la autorización
para cobrar el “Real de Carretas”, un peaje a las carretas que
ingresaban a la ciudad con fines de abasto para solventar
las milicias. Luego, en 1745, una “junta de guerra” se reunió
en el fuerte de Buenos Aires para discutir el tema de la
frontera. El gobernador Ortiz de Rozas ordenó al maestre
de campo Juan de San Martín organizar un servicio alter-
nado de milicias en los pagos de Arrecifes, Areco, Luján,
Las Conchas, Matanza y Magdalena. Cada pago contaría
con una guardia de hasta 30 vecinos –que serían relevados
mensual o bimensualmente– y una asignación de 200 pesos
mensuales. Además, los fuertes debían ser construidos por
los propios milicianos, cuya manutención y provisión de
armamento estarían a cargo del Cabildo de Buenos Aires.
Por último, el gobernador Joseph de Andonaegui eliminó el
pago en efectivo a las milicias, y lo cambió por una ración
de yerba, tabaco y carne.185
La creación de milicias a sueldo para la frontera de
Buenos Aires fue una iniciativa de los hacendados y jefes
milicianos de la jurisdicción en una nueva coyuntura álgida
de las relaciones interétnicas. En 1751, tras la invasión al
pueblo de Pergamino, Francisco Basurco, un importante
hacendado de Arrecifes y teniente coronel de los drago-
nes provinciales186, realizó una presentación ante el Cabildo
de Buenos Aires para constituir con fondos municipales
compañías de “gente del país asalariadas competentemen-
te” que defendieran la frontera indígena, ya que el servicio
alternado de milicias a ración y sin sueldo era considerado
insuficiente.187 Frente a la iniciativa de los hacendados, el
Cabildo acordó en la creación de dos compañías de milicias
permanentes de 50 hombres cada una, pero a lo que no

185 AGN, AECBA, serie II, tomo IX, 17 de febrero de 1745, 20 de mayo de 1746 y
20 de diciembre de 1747.
186 Los dragones provinciales eran una fuerza miliciana de caballería formada
como complemento de los dragones del Ejército regular.
187 AGN, Sala IX, 19-2-4, Cabildo de Buenos Aires. Archivo (1751-1752).

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El Imperio desde los márgenes • 101

estaba dispuesto era a costearla con fondos propios. Para su


financiamiento, el Cabildo propuso el arriendo del usufruc-
to de Salinas Grandes188 (ubicadas en pleno territorio indí-
gena) y solicitar al gobernador la aplicación de cuatro plazas
militares de las compañías del presidio de Buenos Aires,
argumentando que estas nunca se hallaban completas.189
Sin embargo, el proyecto de crear milicias a sueldo con
parte del presupuesto militar de Buenos Aires fue rechaza-
do por el gobernador Andonaegui y por el rey Fernando VI.
Cuando les fue presentado a cada uno, Andonaegui declaró
que “no se da[ba] por entendido de nada de ello”, mien-
tras que Fernando VI dijo admirarse de que, habiendo en
Buenos Aires “una guarnición considerable”, se diera lugar
a las invasiones que se ejecutaban.190 Es decir, ni el rey
ni el gobernador estaban dispuestos a distraer o a asignar
recursos adicionales, fiscales o militares, a la defensa de la
frontera indígena.
Ante estas respuestas, en marzo de 1751 el Cabildo de
Buenos Aires envió un nuevo pliego a la Corte en Madrid
en el que volvía a exponer la necesidad de formar dos o tres
compañías de 50 hombres y sugería crear para ello nue-
vos impuestos municipales. El Cabildo proponía percibir
un derecho de un real por cada cuero que se embarcara
en los “navíos de Registro” y de un peso (ocho reales) por
cada quintal191 de hierro y acero que se introdujera por
Buenos Aires hacia las provincias “de arriba”. Entre sus fun-
damentos esgrimía:

… los diferentes recursos que en varios tiempos [el Cabildo]


ha hecho para la concesión de arbitrios; lo gravoso al común
que considera algunos de los propuestos anteriormente, y lo
más proporcionado que son los que nuevamente ha discurri-
do, así por su moderada imposición como por refundirse en

188 Ver mapa 2.


189 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 8 de febrero de 1751.
190 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 17 y 20 de febrero de 1751.
191 Medida de peso equivalente a 46 kilogramos.

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102 • El Imperio desde los márgenes

los contribuyentes el beneficio que producirá la seguridad de


los caminos y haciendas.192

Es decir, el Cabildo de Buenos Aires buscaba crear


una nueva fuente de recaudación propia para financiar
las compañías de la frontera que afectara lo menos posi-
ble “al común” de la población, gravando el comercio
exterior de cueros y la introducción de hierro y acero a
las provincias, los que se beneficiarían de “la seguridad
de los caminos y haciendas”. Por su parte, el gobernador
Andonaegui esta vez acompañó la solicitud, entendiendo
que el reducido número de la tropa veterana con el que
contaba hacía imposible que se le confiara el servicio
en la frontera.193
En paralelo al envío del pliego a Madrid, los capitulares
convocaron a un “cabildo abierto”194 sobre la cuestión de
la frontera que se llevó a cabo el 1.º de abril de 1751,
al que asistieron algunos capitulares, el maestre de campo
Juan de San Martín y los hacendados Juan Francisco Basur-
co, Joseph Arroyo y Juan Gutiérrez de Paz. El gobernador
Andonaegui no estuvo presente ya que estaba ocupado en la
comisión demarcadora de la frontera luso-brasileña, aun-
que dejó dicho que “se acordase lo que se tuviese por más
Conveniente al Bien Público”. Ausente el gobernador, en
representación del rey se hallaba el teniente general Floren-
cio Antonio Moreyra, miembro de la Audiencia de La Plata
y del Consejo de Su Majestad. El cabildo abierto llegó a la
conclusión de que lo más “útil” para defender la frontera
era crear dos compañías (“o más si se pudiere”), buscando
para su financiamiento “el modo o forma más conveniente y

192 Citado en Beverina, Juan, El Virreinato de las Provincias del Río de la Plata. Su
Organización Militar, Buenos Aires, Círculo Militar, 1935, p. 62.
193 Citado en ibid., p. 63.
194 El “cabildo abierto” se convocaba en coyunturas extraordinarias –de
ordinario, bélicas– para dirimir asuntos de importancia pública local.
Esta institución se diferenciaba de las “juntas de guerra” por la repre-
sentación de los intereses de la ciudad que el primero suponía.

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El Imperio desde los márgenes • 103

menos gravosa al vecindario de la Ciudad, y su Jurisdicción”,


siguiendo la línea de lo propuesto al rey.195
Si bien la idea de crear milicias pagas tenía con-
senso, las diferencias emergieron a la hora de decidir
sobre quién debía recaer el peso de la contribución. Los
hacendados accedieron al pago de un arancel de dos
reales por cada cuero que se embarcara en los navíos
de Registro, a pagar a medias entre el productor y
el comprador, y propusieron además el cobro de otro
derecho de dos reales por cada petaca, baúl o cajón
de mercaderías y los tercios196 de yerba y tabaco que
salieran de la ciudad para las provincias, argumentando
que el impuesto sobre los cueros sería insuficiente. Es
decir, los hacendados aceptaban su contribución, pero,
a diferencia de la propuesta del Cabildo al rey, pro-
ponían gravar el comercio interno y no se habló del
impuesto al hierro y el acero importados. La propuesta
de los hacendados recibió la oposición de los capitulares
presentes, quienes, como representantes interesados en
ese comercio interior, no estaban convencidos de la
creación de nuevos impuestos sobre él. En este punto, el
cabildo abierto no llegó a ningún acuerdo y finalmente
la sesión fue levantada, según las actas, “por ser tarde
en la deliberación”.197
La oposición del Cabildo de Buenos Aires a la
creación de nuevos impuestos que pudieran afectar las
actividades particulares de sus miembros hizo que la
formación de las compañías de milicias para la frontera
se postergara. Dos días después del cabildo abierto, los
capitulares manifestaron un “deseo de Asegurar sus con-
ciencias” acerca de los impuestos que se buscaba crear
ínterin se diera cuenta a su Majestad, y propusieron para
ello consultar al deán eclesiástico. Con este subterfugio,

195 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 1.º de abril de 1751.


196 Medida de peso de aproximadamente 90 kilogramos.
197 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 1º de abril de 1751.

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104 • El Imperio desde los márgenes

los capitulares buscaron bloquear la propuesta de los


hacendados ya que, naturalmente, el deán se opuso a
la creación de nuevos impuestos que pudieran “afectar
a la comunidad”.198 En agosto, tras la invasión sobre el
pueblo de Pergamino, el maestre de campo San Martín y
el hacendado Basurco, junto a otros oficiales milicianos,
se apersonaron ante el Cabildo y lograron que este se
comprometiera a aplicar el Ramo de Guerra e impartir
todo el auxilio necesario.199 Sin embargo, pese a las
promesas, el Cabildo de Buenos Aires no tomaría nin-
guna medida ni volvería a pronunciarse sobre el tema
por el resto del año.
Finalmente, fue el oidor Florencio Moreyra, repre-
sentante del rey en el cabildo abierto, quien terció en
el asunto, con lo que logró saldar las diferencias habi-
das entre el Cabildo y los hacendados. Tras una nueva
invasión ocurrida sobre las estancias de Magdalena a
fines de 1751, para Moreyra, el asunto recaía en una
cuestión de hecho de si era o no urgente la necesidad,
y notaba que, habiendo pasado ya algún tiempo de
que se discutiera el tema, los “insultos de los indios”
habían proseguido, por lo que juzgaba preciso imponer
arbitrios equivalentes a los establecidos en Santa Fe y
Córdoba. El oidor se inclinaba por los impuestos pro-
puestos por los hacendados ya que, según él, tanto ellos
como los dueños de navíos y comerciantes contribuyen-
tes se beneficiarían de la seguridad de los caminos y las
haciendas. En conclusión, Moreyra avalaba la propuesta
surgida del cabildo abierto, aunque con la condición de
dar cuenta al rey y de que, en caso de que este ratificara
lo actuado, los nuevos impuestos se mantuvieran solo
por el tiempo que durase “la Necesidad”.200

198 AGN, AECBA, serie III , tomo I, 3 de abril de 1751.


199 AGN, AECBA, serie III , tomo I, 21 y 26 de agosto de 1751.
200 AGN, AECBA, serie III , tomo I, 7 de enero de 1752.

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El Imperio desde los márgenes • 105

Con este veredicto, el Cabildo de Buenos Aires


acordó a principios de 1752 la creación de tres compa-
ñías de milicias a sueldo para la frontera de 60 hombres
cada una y del Ramo de Guerra para financiarlas. Este
quedó conformado por una contribución de dos reales
por cada cuero que entrara a la Ciudad (a pagar por par-
tes iguales por el vendedor/productor y el comprador/
comerciante), cuatro reales por cada petaca o tercio de
mercaderías que salieran de la Ciudad a las provincias
“de arriba”, y dos reales por quintal de hierro y acero que
se introdujera con el mismo destino.201 Vale decir que el
agregado del impuesto sobre la introducción de hierro
y aceros fue objetado por el oidor Florencio Moreyra,
ya que no se había hablado de él en el cabildo abierto.
El Cabildo ratificó dicha imposición, justificándose en
que la contribución que pesaba sobre los cueros era por
el momento inútil por la prohibición que recaía sobre
la matanza de ganado.202 Finalmente, el gobernador
Andonaegui confirmó por bando estas resoluciones: “Se
establece un Impuesto al Cuero, para poder mantener
tres Compañías de gente, que deben reprimir, los daños
que causan a la población los Indios rebeldes”.203

201 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 10 y 11 de abril de 1752.


202 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 27 de enero de 1752.
203 AGN, Sala IX, Bandos, leg. 8-10-2, ff. 346-347, 11 de febrero de 1752.

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106 • El Imperio desde los márgenes

Imagen 1. Carátula de los libros contables del Ramo de Guerra (1752-1761)

Fuente: AGN, Sala xiii, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg.
41-7-4.

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El Imperio desde los márgenes • 107

De esta manera, la creación de los blandengues y del


Ramo de Guerra resultó de la conjunción y negociación
de intereses entre los hacendados, el Cabildo y los agentes
de la Corona en el Río de la Plata. La oportunidad estu-
vo brindada por una coyuntura conflictiva y por la escasa
disposición del rey y de los gobernadores de turno a asig-
nar plazas militares o recursos de la Real Hacienda para la
frontera. La puesta en marcha y la continuidad, una vez que
el rey desaprobara todo lo actuado, de los blandengues y
del Ramo de Guerra dependieron de la negociación entre
todos los sectores y de los mecanismos propios del “con-
senso colonial”.204

La puesta en marcha
El interés del Cabildo de Buenos Aires centrado en el Ramo
de Guerra hizo que su recaudación comenzara de inmediato en
enero de 1752. Durante los primeros meses, el Ramo de Guerra
fue administrado directamente por el alcalde de primer voto, y
luego el Cabildo designó a Domingo Basavilbaso como tesore-
ro, un vecino de la Ciudad de Buenos Aires dedicado al comer-
cio que había ejercido varios oficios capitulares. Además, el
Cabildo designó un “intendente” para cada compañía de blan-
dengues que supervisara sus gastos. De esta manera, si bien el
Ramo de Guerra no fue formalmente incluido entre los “pro-
pios” municipales, el Cabildo retuvo el control de la recauda-
ción y el gasto y, con ello, su influencia sobre las compañías.
En la carátula de los libros contables del Ramo de Guerra,
se incluyó el dibujo del escudo de armas español ligeramente
modificado en su versión local (imagen 1). En este caso, se trata

204 El historiador Zacarías Moutoukias denomina “consenso colonial” a la


dinámica política colonial en la cual los grupos dominantes locales y las
estructuras de poder imperial se confundían en una única y tupida trama de
vínculos primarios. Ver Moutoukias, Zacarías, “Gobierno y sociedad en el
Tucumán y el Río de la Plata, 1550-1800”, en Tándeter, Enrique (dir.), Nueva
Historia Argentina. Tomo II. La sociedad colonial, Buenos Aires, Sudamericana,
2000, pp. 355-411.

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108 • El Imperio desde los márgenes

del clásico escudo cuartelado con las armas castellanas y las leo-
nesas, pero con la particularidad de la inserción en su centro
de un recuadro con la imagen de un ave y un ancla, una ver-
sión reducida del escudo de armas acordado por el Cabildo de
Buenos Aires en la sesión del 5 de noviembre de 1649 en el que
se aprecia una paloma de alas abiertas y un ancla en posición
horizontal (imagen 2). Es decir, en esta sociedad respetuosa de
la etiqueta de la palabra y de la imagen, el ícono que encabezaba
el libro de caja del Ramo de Guerra era el de la monarquía espa-
ñola con la Ciudad de Buenos Aires bien inserta en su centro.

Imagen 2. Escudo de la ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa


María de los Buenos Aires (1649)

Fuente: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Disponible en bit.ly/


3MsJnZS.

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El Imperio desde los márgenes • 109

Las compañías de blandengues debieron esperar un


poco más y fueron erigiéndose gracias a la intervención del
gobernador Andonaegui y el compromiso de la población
local. En abril de 1752, se creó la primera compañía, bau-
tizada La Valerosa, y se la destinó a la guardia de Luján,
en las afueras del pueblo homónimo. El hacendado Joseph
Zárate fue nombrado como su capitán, quien solicitó cuatro
meses de sueldo adelantados para sí y dos para su oficiali-
dad y soldados. La recluta para las compañías por crearse
dependía del adelanto de los sueldos, ya que los soldados
amenazaban con marcharse en caso de que sus demandas
no fueran atendidas El Cabildo accedió al pedido con la úni-
ca condición de que los fondos se entregaran una vez que la
compañía fuera presentada y revistada en la Plaza Mayor.205
Un informe muy posterior indica que por este acto, en que
los milicianos “blandieron” sus espadas, las compañías fue-
ron conocidas como los “blandengues” de la frontera.206
Posteriormente, fue nuevamente Andonaegui quien
apuró la creación de las siguientes dos compañías, reco-
mendando para ello aplicar un derecho de Sisa sobre el
aguardiente, tal como se percibía en otras gobernaciones.
Con gran sentido de la oportunidad, el Cabildo rápida-
mente gravó en 12 reales cada botija de vino y odre de
aguardiente que entrara por tierra a la Ciudad, decisión
que fue confirmada por bando del gobernador.207 Así, a La
Valerosa se sumó La Invencible, creada el 21 de junio con
60 reclutas al mando del capitán Isidro Troncoso, la que
se destinó al noroeste de la jurisdicción, asentándose en
“el salto” del río Arrecifes, una zona fuertemente ganadera

205 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 11 de abril de 1752.


206 De Azara, Félix, “Diario de un reconocimiento de las guardias y fortines, que
guarnecen la línea de frontera de Buenos-Aires, para ensancharla”, en De
Ángelis, Pedro (ed.), Colección de viajes y expediciones a los campos de Buenos
Aires y a las costas de Patagonia, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1837
[orig.: 1797], p. 36.
207 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 17 de mayo de 1752; AGN, Sala IX, Bandos,
leg. 8-10-2, ff. 356-357, 18 de mayo de 1752.

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110 • El Imperio desde los márgenes

y de tráfico mercantil. Para erigir la compañía, el capitán


Troncoso reunió 50 “hombres escogidos”, los que pedían no
ya dos, sino seis meses de sueldo adelantado. El Cabildo
ofertó a La Invencible el adelanto de dos meses de sueldo, a
ejemplo de la compañía de Luján; los soldados, sin embargo,
“dijeron no Admitían y que se Volverían”. El Cabildo, pese
a que alegaba hallarse sin fondos, finalmente aumentó la
oferta del adelanto a tres meses.208 Por su parte, el capitán de
la compañía de Luján debió haberse enterado de este bene-
ficio ya que unos días más tarde exigió que se libraran los
sueldos de sus soldados por dos meses más.209 Por último, el
8 de septiembre se constituyó la compañía Los Atrevidos al
mando del capitán Juan Blas Gago, la cual se estableció en
el sur de la jurisdicción en el paraje del Zanjón, una zona
fuertemente ganadera y de convivencia multiétnica.
Es decir, la puesta en marcha de las compañías de blan-
dengues requirió el compromiso de la “gente del país”, tanto
de los hacendados para los cargos de oficiales, como de los
pobladores que se enrolaban en las milicias para marchar a
la frontera. Este ineludible componente popular se aprecia
en el alto poder de negociación que enseguida demostró
la recluta para solicitar, acompañados por sus oficiales, el
adelanto de sus sueldos, práctica que bien conocían los
empresarios rurales que contrataban mano de obra libre
asalariada, en una sociedad con crónica escasez de brazos,
según la historiografía.

El “consenso colonial” en acción


Cuando se crearon las compañías de blandengues y el Ramo
de Guerra para la frontera, las partes interesadas, el Cabildo
y los hacendados, estaban de acuerdo en que debían actuar
en la “urgencia”, sin esperar los tiempos que hubiera impli-
cado consultar al rey. Por supuesto, eran conscientes de que

208 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 15 de junio de 1752.


209 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 27 de junio de 1752.

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El Imperio desde los márgenes • 111

Fernando VI había rechazado distintas propuestas por parte


del Cabildo de Buenos Aires para crear nuevos graváme-
nes municipales. El Ramo de Guerra no sería la excepción.
Cuando el Cabildo informó sobre el establecimiento de las
compañías y del Ramo de Guerra, más de medio año des-
pués de su creación, le suplicó al rey lo siguiente: “se digne
Confirmar el dicho Impuesto Atendiendo [a que] el haber
este Cabildo tomado esta determinación en Consorcio del
Señor gobernador ha sido solo a fin de remediar por lo
pronto los grandes insultos que Ejecutan los indios enemi-
gos”.210 El Cabildo resaltaba de esta manera la situación de
emergencia en la que había actuado y la participación del
gobernador en la decisión, en vista de la expresa prohi-
bición que pesaba sobre los ayuntamientos para imponer
nuevos gravámenes.
Estos argumentos no convencieron a Fernando VI, a
quien le podía resultar indiferente la creación de nuevas
compañías de milicias (aunque recordó que el medio que
consideraba más útil para la defensa de la frontera era el
establecimiento de poblaciones), pero no así la de nuevos
impuestos: estaba en juego nada menos que su potestad
tributaria. Por lo tanto, el 10 de julio de 1753, el rey resolvió
lo siguiente: “…desaprobar por ahora (como desapruebo) los
arbitrios que propone a las necesidades que representa; y
que hagáis cesen luego (como os lo mando) los que se han
puesto en práctica para la formación y subsistencia de las
compañías establecidas”. Por otro lado, el rey abría un mar-
gen de negociación al comisionar al marqués de Valdelirios,
presente en el Río de la Plata, como su representante perso-
nal en este asunto, quien estaba facultado para recomendar
su aprobación si verificaba su “radical urgencia”.211

210 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 21 de agosto de 1752.


211 Real Cédula del 10 de julio de 1753. Citada en: BEVERINA, op. cit., p. 64.
Valdelirios estaba en el Río de la Plata desde 1750, encargado de la ejecución
del Tratado de Madrid entre España y Portugal.

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112 • El Imperio desde los márgenes

Debido a la demora que implicaba la comunicación


entre el rey y sus posesiones americanas, la noticia de la
suspensión del Ramo de Guerra tocó tierras americanas
recién en 1755, dos años después de promulgada. Cuando la
cédula llegó a Buenos Aires, el Cabildo envió sendas cartas
al gobernador Andonaegui y al marqués de Valdelirios con
la intención de comunicarles, con una pretendida sorpresa
no exenta de ironía, “la Complacencia” que había tenido la
Ciudad de que hubiera puesto “Su Majestad a su Cuidado
este negocio”.212 El gobernador ordenó una reunión urgente
con Valdelirios y dos representantes del Cabildo. El resul-
tado de dicha reunión fue el acatamiento de la Real Cédula
de 1753. En el anhelo de mostrarse apegados a las directivas
del rey, los cuatro reunidos declararon que “desde luego”
consideraban “gravosa cualquiera imposición [sic]” y que el
medio “más Conveniente” para defender las fronteras era
“estableciendo Poblaciones” tal como pretendía el rey. Ade-
más de la desaprobación del rey, una denuncia de fraude se
cernió sobre el Ramo de Guerra, específicamente, sobre la
exacción de la Sisa. 213
Por su parte, el marqués de Valdelirios decidió negociar
con el Cabildo de Buenos Aires mientras el gobernador
estaba ausente de la capital, habiendo partido una vez más
a las Misiones, para lo que convocó a dos miembros del
Cabildo a su casa particular, donde acordaron que el Ramo
de Guerra continuaría por un año más y bajo la administra-
ción del Cabildo, a excepción de la Sisa, que debía subastar-
se públicamente.214 En su recomendación al rey, Valdelirios
escribió: “Esforzando las Súplicas de esta Ciudad [para que]
subsista el impuesto para la guerra, ínterin se arbitra otro

212 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 20 de agosto de 1755.


213 La Audiencia de Chile, de la que dependían los cabildos de Mendoza y San
Juan, denunció que los porteños recaudaban en concepto de Sisa más del
doble de lo que figuraba en los registros, un fraude que, según denunciaba,
alcanzaba los 40.000 pesos. AGN, AECBA, serie III, tomo I, 11 de octubre de
1755.
214 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 9 de noviembre de 1755.

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El Imperio desde los márgenes • 113

medio o bien sea estableciendo, las Poblaciones” que el rey


ordenaba. Además, el marqués afirmaba que sería “siempre
más útil” que el Cabildo estuviera a cargo de la administra-
ción del Ramo de Guerra. Respecto a la denuncia de fraude,
comunicó que el Cabildo no había tenido “la menor culpa”,
aunque admitía que la Sisa debía “sacarse a remate” para
“evitar en adelante el desorden” que se había “padecido”.215
Es decir, el dictamen de Valdelirios prorrogó por un año la
existencia del Ramo de Guerra y ratificó su administración
por el Cabildo de Buenos Aires, aunque señaló la necesidad
de que la Sisa, que era el principal componente de la recau-
dación, fuera subastada públicamente.216
Al año siguiente, un nuevo gobernador había llega-
do a Buenos Aires. Vencido el plazo de un año otorgado
por Valdelirios a fines de 1756, Pedro de Cevallos, urgi-
do por los estertores de la guerra guaranítica, dispuso el
mantenimiento de las tres compañías de blandengues y,
por consiguiente, determinó y ordenó que se continuara
y prosiguiera “en la exacción y cobranza de la contribución
impuesta”.217 El impuesto sobre los vinos y aguardientes
ingresados a Buenos Aires finalmente nunca fue subasta-
do, por lo que continuó bajo la órbita directa del Cabildo.
Sin embargo, a partir de entonces, los nombramientos para
las compañías y los gastos del Ramo de Guerra debían ser
supervisados por un “inspector de milicias”, cargo de nue-
va creación, cuya primera designación recayó en el militar
peninsular Francisco Maguna. De esta manera, se inicia-
ba una serie de cambios por los que el gobernador Ceva-
llos pretendió ejercer un mayor control sobre los recursos
defensivos de la frontera.

215 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 2 y 29 de diciembre de 1755.


216 Ver ut infra.
217 AGN, Sala IX, Bandos, leg. 8-10-2, 2 de enero de 1757.

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114 • El Imperio desde los márgenes

El Ramo de Guerra bajo el Cabildo de Buenos Aires


(1752-1761)

Las milicias y los fuertes creados en la frontera de Buenos Aires


con los “indios infieles” no participaron del Situado ni recibie-
ron remesas genuinas de la Real Hacienda, sino que se financia-
ron, al igual que en el resto de la frontera sur rioplatense, con
impuestos locales a la circulación mercantil. Como vimos, el
Cabildo de Buenos Aires creó en 1752 un Ramo de Guerra para
financiar su frontera, integrado por un derecho sobre los cue-
ros exportados, una alcabala sobre las mercaderías y los metales
que salieran hacia otras provincias y una Sisa sobre los vinos y
aguardientes introducidos por tierra a Buenos Aires. Estos tres
impuestos de nueva creación se agregaban al Real de Carretas
que ya existía y gravaba a las carretas que entraban a Buenos
Aires con fines de abasto.
El Cabildo de Buenos Aires tuvo un control exclusivo de
los fondos del Ramo de Guerra desde el inicio de su recaudación
en febrero de 1752 hasta junio de 1761, cuando pasó a manos de
la Real Hacienda. Antes de eso, en 1757, debió aceptar la super-
visión del gasto de las compañías por parte de un “inspector de
milicias”, pero continuó al mando de la recaudación. Durante
los algo más de nueve años que transcurrieron entre febrero
de 1752 y mayo de 1761, el Ramo de Guerra recaudó 236.381
pesos con 6 reales, lo cual da un promedio de unos 26.000 pesos
anuales. Las erogaciones del Ramo de Guerra, por su parte, se
ubicaron muy cerca de la recaudación, alcanzando en el mismo
período los 231.535 pesos con 6 reales, lo cual resulta un ejer-
cicio neto de 4.846 pesos (gráfico 1). Para el Cabildo de Buenos
Aires, que hasta el momento carecía prácticamente de recur-
sos propios,218 el Ramo de Guerra aportó una masa de recur-
sos monetarios por demás jugosa, de la que disponía casi sin
mediaciones.

218 Según datos de John Lynch, los “propios” del Cabildo en 1751 sumaban solamente
844pesos.EnLynch,John,Administración,op. cit.,p.194.

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El Imperio desde los márgenes • 115

Para la administración colonial, el Ramo de Guerra


representaba un buen porcentaje del total de recursos fis-
cales disponibles. Durante este período, lo recaudado por el
Ramo de Guerra equivalía al 27 por ciento de lo recibido
por la gobernación en concepto de Situado, así como al 42
por ciento del superávit de la Caja de Buenos Aires en esa
década.219 Es decir que, si la gobernación hubiera tenido que
invertir en la frontera, habría debido asignar recursos fisca-
les de su propio presupuesto militar, lo que habría reducido
el superávit fiscal de la década a casi la mitad. A diferen-
cia de las partidas de la Real Hacienda, los recursos del
Ramo de Guerra eran gastados íntegramente en Buenos
Aires, lo cual generaba esperables efectos multiplicadores
para la Ciudad y su jurisdicción.
En cuanto a la evolución general de la recaudación
y el gasto del Ramo de Guerra, los números de conjunto
esconden variaciones anuales significativas para explicar
los cambios que sobrevinieron en su gestión. La recau-
dación aumentó incesantemente entre 1752 y 1757, y
alcanzó su pico para el período en este último año,
con unos 38.000 pesos. Luego empezaron a manifes-
tarse las dificultades: la recaudación cayó en 1758 a la
mitad de su valor del año anterior, repuntó en 1759
y luego volvió a valores deprimidos en 1760 y 1761.
Por su parte, las erogaciones consignadas durante este
período acompañaron los ingresos registrados, aunque
con una menor variabilidad.220 La tendencia del gasto

219 Estimaciones propias con base en datos extraídos de AGN, Sala XIII, Caja de
Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4; el Colegio de México, “Cajas de
la Real Hacienda de la América española, siglos XVI a principios del siglo
XIX”, 2015.
220 Esto se debió, en primer lugar, a que el gasto debía acompañar a la
recaudación ya que por el momento no se concebía el financiamiento
por endeudamiento, por lo que cualquier déficit generado debía ser
compensado por la propia caja. Además, el gasto fiscal es –en toda
época– mucho más inelástico que la recaudación, máxime cuando el
90 por ciento de él discurre en salarios, como ocurría en el caso del
Ramo de Guerra.

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116 • El Imperio desde los márgenes

se mostró ascendente hasta 1757, debió declinar obli-


gada pero menos violentamente que la recaudación en
1758, recuperó algo al año siguiente y cayó junto con la
recaudación en 1760 y 1761.

Gráfico 1. Evolución del Ramo de Guerra bajo la administración del Cabildo


de Buenos Aires, 1752-1761 (en miles de pesos)

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN,


Sala xiii, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4.

La tendencia declinante de la recaudación explica los


déficits anuales de 1758 y 1760. En 1758, cuando el déficit
anual arrojaba unos 8.224 pesos, Cevallos redujo el núme-
ro de efectivos de las compañías temiendo que aquellas
comenzaran a gastar los caudales de la Real Hacienda.221

221 AGN, Sala IX, Portugueses (Banda Oriental), leg. 4-3-2, 26 de agosto de
1758. Sin embargo, si observamos los saldos acumulados, la situación no era
tan desesperante como parece a primera vista. Al término de 1757, la caja
hipotéticamente contaba con un saldo a favor de 10.666 pesos que hubiera
alcanzado para absorber el déficit de 1758. Claro que esto podía pasar inad-
vertido por el gobernador y los administradores, ya que la contabilidad se
realizaba por simple adición, y no existían avances tales como un sistema
normalizado de contabilidad por partida doble para los ingresos y gastos, ni
tampoco balances mensuales o anuales. Tales innovaciones se producirían
recién en 1784, cuando la Contaduría General de Madrid emitió una ins-

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El Imperio desde los márgenes • 117

Esta reducción apenas logró morigerar el gasto en aquel


año, el que recuperó rápidamente su nivel al siguiente. Si
bien 1759 pareció dar un respiro a la tendencia menguante
de la recaudación, la nueva década emergió con el mismo
sesgo negativo de aquel fatídico año. Hay razones políticas
y de mercado que explican las repentinas fluctuaciones en
la recaudación que se verán más adelante. Baste por ahora
señalar que fue en 1760 cuando el tesorero del Cabildo
presentó su defección al Ramo de Guerra, alegando que
este se encontraba “exhausto”. El gobernador aprovechó la
ocasión para decidir que su administración pasara a la Real
Hacienda.
A continuación, se analiza el funcionamiento del Ramo
de Guerra bajo la administración del Cabildo de Buenos
Aires. La información proviene de los libros, llevados por
el tesorero del Ramo de Guerra, de “cargo” (recaudación) y
“data” (gasto).222 El libro de cargo cuenta con 1.300 entradas,
y el de data, con 348 entradas entre el inicio de su recau-
dación en febrero de 1752 y su centralización por la Real
Hacienda en junio de 1761. En cada operación se consigna
la fecha, el objeto de la imposición o de la erogación, el
monto por percibir o por pagar y la firma del responsable.
En primer lugar, se analiza la estructura de la recaudación
del Ramo de Guerra con el objetivo de identificar sobre
quién recaía la carga fiscal impuesta por el Ramo de Guerra
y qué tipo de relaciones económicas entre Buenos Aires y
otras regiones sustentaba la recaudación. En segundo lugar,
se examina la estructura del gasto con miras a evaluar el
impacto del Ramo de Guerra en la jurisdicción de Bue-
nos Aires, identificando los distintos rubros de gasto y los
actores sociales que se beneficiaban de él. Ambas variables
muestran que, a través del Ramo de Guerra, el Cabildo de
Buenos Aires estableció nuevas formas de relacionamiento

trucción para todas las tesorerías americanas en que explicaba estas téc-
nicas.
222 AGN, Sala XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4.

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118 • El Imperio desde los márgenes

hacia las demás jurisdicciones que componían el virreinato


del Perú, así como hacia los intereses y sectores sociales
emergidos en la frontera y jurisdicción rural. Favoreciendo
así a su propia preeminencia, el Ramo de Guerra caería
luego como moneda de cambio en la sorda lucha política
establecida en aquellos años entre el Cabildo de Buenos
Aires y el gobernador Pedro de Cevallos.

Estructura de la recaudación
El Ramo de Guerra se componía de cuatro rubros de recau-
dación. Se trataba de impuestos a la circulación de mercan-
cías, sin que se gravara en forma directa a la producción y
el consumo. Estos eran el derecho sobre venta de cueros,
la Sisa sobre la introducción de vinos y aguardientes “de
la tierra”, una alcabala sobre el comercio interior y el Real
de Carretas que gravaba al abasto. Como veremos, debi-
do a las actividades gravadas, las prácticas recaudatorias y
las condiciones de mercado, la mayor parte de la recau-
dación era aportada por agentes externos a la jurisdicción
de Buenos Aires. De esta manera, el Ramo de Guerra se
convirtió en un mecanismo fiscal por el que Buenos Aires
logró drenar hacia sí misma una masa de recursos financie-
ros provenientes de las distintas regiones que componían
el virreinato peruano.
Durante 1752-1761, el principal rubro de recaudación
del Ramo de Guerra resultó la Sisa sobre los vinos y aguar-
dientes cuyanos, aportando casi la mitad (47 por ciento) de
lo recaudado (gráfico 2). Recordemos que, en un golpe de
audacia, el Cabildo de Buenos Aires había establecido el
derecho de Sisa en 12 reales por botija de vino u odre de
aguardiente ingresado por tierra a su jurisdicción. Además,
nombró un recaudador asalariado para la Sisa e instaló una
guardia en Luján que pasaba el aviso de las tropas de carre-
tas y recuas de mulas que ingresaban a la jurisdicción. Pos-
teriormente, frente a las denuncias que se cernieron sobre
la Sisa, el Cabildo se comprometió a subastar públicamente

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El Imperio desde los márgenes • 119

su recaudación, pero dicho remate nunca se verificó, lo que


demuestra la importancia que tenía en su óptica la recauda-
ción de este impuesto.
Es decir, el comercio de vinos y aguardientes cuyanos
pagaba la parte mayoritaria del costo de las compañías de blan-
dengues establecidas en la frontera de Buenos Aires. El trans-
porte de las cargas de vino y aguardiente desde Cuyo era una
actividad potencialmente beneficiaria de la creación de milicias
pagas en la frontera, ya que las protegerían del ataque de saltea-
dores indígenas. Sin embargo, estas actuaban exclusivamente
en la jurisdicción de Buenos Aires, dejando sin protección
largos trechos de la “carrera cuyana”. Además, una de las
compañías, la de El Zanjón, quedaba por fuera de los circui-
tos mercantiles principales. Por otro lado, los introductores
cuyanos no pudieron trasladar este impuesto directamente
a sus precios de venta, ya que el mercado porteño se veía
periódicamente inundado por vinos y aguardientes prove-
nientes de la península que regulaban su precio.223 Debido
a los costos de transacción, el flete y la carga impuesta por
el Ramo de Guerra, cuando los precios de venta caían en
Buenos Aires, la producción cuyana tenía muchas dificulta-
des para sostener su competitividad.224 La carga impositiva
recaía mayormente, entonces, sobre la renta cuyana. Esta
onerosa carga explica la airada reacción de los cabildos de
San Juan y Mendoza y de la Audiencia de Chile que se
irguió en su representación y los conflictos que se desarro-
llarán más adelante.

223 El historiador Martín Cuesta ha establecido las series de precios de varios


productos locales e importados, entre ellas la del vino importado de la
península, y observa que existe una relación inversa en ciertas coyunturas
entre el precio del vino (importado) y el arribo de barcos al Río de la Plata,
oscilando entre los 14 y los 20 pesos por botija. Ver Cuesta, Martín, “Precios
y mercados en Buenos Aires en el siglo XVIII”, América Latina en la Historia
Económica, n.º 28, 2007, p. 51.
224 La férrea regulación ejercida por la importación se demuestra, por ejemplo,
en 1756, cuando el precio de la botija de vino importado cayó a 14 pesos; ese
año se introdujeron alrededor de 6.000 botijas de vino cuyano, la mitad que
en 1754, cuando el precio del importado había trepado a 20 pesos.

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120 • El Imperio desde los márgenes

Gráfico 2. Composición de la recaudación del Ramo de Guerra (1752-1761)

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN,


Sala xiii, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro
de cargo.

El segundo renglón de recaudación eran los cueros


exportados, a los que se impuso una tasa de dos reales por
unidad (su precio de venta oscilaba entre 8 y 14 reales).
Desde 1752 hasta mayo de 1761, se vendieron en Buenos
Aires 370.518 cueros para ser exportados, lo que aportó
92.629 pesos con 4 reales o el 39 por ciento de la recau-
dación. El derecho sobre los cueros se percibía sobre los
que salían desde Buenos Aires al mercado de ultramar, sea
en forma directa o a través de los puertos de Colonia y
Montevideo, es decir, contemplaba tanto al comercio legal
como al contrabando. Los dueños de los navíos de Registro
o de las lanchas a Colonia debían exigir el impuesto de dos
reales al comerciante, quien a su vez era el encargado de
“retener” el real en teoría aportado por los productores de
quienes obtuvo los cueros.
La producción de cueros puede considerarse una
beneficiaria directa de las políticas de frontera, ya que
fueron los propios hacendados quienes solicitaron la
creación de milicias a sueldo. Además, dos de las tres

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El Imperio desde los márgenes • 121

compañías se establecieron en zonas fuertemente gana-


deras de Buenos Aires (Arrecifes y Matanza/Magdalena).
Por ello, los hacendados de Buenos Aires ofrecieron en
el cabildo abierto pagar –como productores– la mitad
del derecho sobre los cueros, mientras que la otra mitad
debía ser abonada por el comerciante exportador. Sin
embargo, la práctica recaudatoria hacía que fueran los
comerciantes quienes hacían efectivo el pago, lo que
facilitaba la evasión de los productores. Más aún, gran
parte de los cueros exportados provenían de otras juris-
dicciones, particularmente del Litoral y Córdoba, por lo
que parte de la contribución la pagaban los productores
pecuarios de esas jurisdicciones.225 De esta manera, los
hacendados de Buenos Aires, principales beneficiarios
de las nuevas políticas de frontera, eran responsables de
menos de la mitad de lo recaudado por el derecho sobre
los cueros, el que, a su vez, representaba menos de la
mitad del Ramo de Guerra.226
¿Quiénes eran los comerciantes que abonaban el
derecho sobre los cueros? El Ramo de Guerra registra
194 operaciones por venta de cueros durante esos diez
años, con un promedio de 1.910 cueros y 477 pesos
abonados al Ramo de Guerra por operación. Se trata,
sin duda, de grandes comerciantes, capacitados para
realizar una inversión –riesgosa– de más de 3.000
pesos para una operación promedio.227 Podría pensarse
que se trataba de comerciantes especializados en este
comercio y, por tanto, beneficiarios indirectos de las
políticas de frontera. El propio tesorero del Ramo de

225 En 1760, según estimaciones de Ana Inés Punta, los cueros cordobeses
representaban alrededor de un quinto del total de cueros exportados
por Buenos Aires. Ver Punta, Ana Inés, Córdoba borbónica. Persistencias
coloniales en tiempo de reformas (1750-1800), Córdoba, Universidad
Nacional de Córdoba, 1997, p. 98.
226 Por otro lado, el Ramo de Guerra no gravó otras actividades pecuarias
tales como el comercio de mulas o el abasto porteño de carnes.
227 Para tener una idea de la magnitud de esta inversión, ese número
equivale al valor de diez esclavos adultos varones en la plaza porteña.

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122 • El Imperio desde los márgenes

Guerra, Domingo Basavilbaso, aportó 4.243 pesos por


tres operaciones realizadas entre 1754 y 1760 en las
que despachó 17.000 cueros. Su familiaridad con este
comercio le debió haber valido el puesto de tesorero,
del que, por otro lado, obtuvo casi el doble de lo que
aportó, como se verá más adelante. Como él, hay un
grupo pequeño de contribuyentes caracterizados por
haber despachado más de 10.000 cueros en el período y
haber participado en más de una operación, cuyo monto
total aportado representa un tercio de lo recaudado en
este rubro (cuadro 3).

Cuadro 3. Grandes contribuyentes al Ramo de Guerra por el derecho


de exportación de cueros (1752-1761)

Contribuyente Monto Cueros (un.) Años Número de


operaciones
Francisco Álva- 11.311 45.244 1752-1756 6
rez Campana
Francisco de 6.640 26.560 1759-1760 4
Segurola
Manuel de Cue- 6.349 25.396 1760-1761 3
to
Domingo Basa- 4.243 16.972 1754-1760 3
vilbaso
Manuel Joseph 3.407 13.628 1760 2
de Borda
Total 31.950(34%) 127.800(34%) 18 (9 %)

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN,


Sala xiii, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro
de cargo.

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El Imperio desde los márgenes • 123

Es lo más cercano que encontramos a una “especiali-


zación” en la actividad. La mayor parte –casi dos tercios–
de la recaudación recae en comerciantes que aparecen una
sola vez en el registro del Ramo de Guerra. Se trataba en
general de operaciones singulares seguramente con un alto
rédito, pero también con un alto riesgo, algo que podríamos
definir como “golpes de mercado”, o bien del aprovecha-
miento ocasional de las bodegas de los navíos de Registro.
Es decir, la parte contributiva de los cueros en el Ramo
de Guerra recaía mayormente sobre grandes comerciantes,
con capacidad de llevar a cabo una inversión alta pero ries-
gosa, pero que no habían desarrollado una especialización
en este comercio y mucho menos se confundían aún con los
menesteres de la producción.228
La alcabala sobre las mercaderías y los metales inter-
nados a las provincias, si bien es el tercer rubro de recau-
dación, ocupa el primer lugar en cantidad de operaciones
registradas, recaudándose en este concepto 20.922 pesos
para 1.021 operaciones registradas. Parte de la alcabala,
propuesta por los hacendados y resistida por los capitu-
lares, gravaba en cuatro reales cada petaca, cajón o tercio
de mercaderías, tanto “de Castilla” como “de la tierra”, que
salieran de Buenos Aires hacia otros mercados regionales.
La otra parte, agregada de cuño propio por los cabildantes,
era el pago de dos reales por cada quintal de hierro o acero
importados introducido con el mismo destino.

228 Sobre la exportación de cueros de Buenos Aires en este período, Fernando


Jumar ha enfatizado el rol del comercio legal en “navíos de Registro”, y Zaca-
rías Moutoukias, el del contrabando. Ver Jumar, Fernando, Le commerce
atlantique au Río de la Plata, 1680-1778, tesis de doctorado, École des Hautes
Études en Sciences Sociales, 2000; Moutoukias, Zacarías, “El crecimiento en
una economía colonial de antiguo régimen: reformismo y sector externo en
el Río de la Plata (1760-1796)”, Arquivos do Centro Cultural Portugues, n.º 34,
1995, pp. 771-813.

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124 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 4. Mercaderías enviadas de Buenos Aires a otras regiones según


Ramo de Guerra (1752-1761)229

Región/mercado de destino Toneladas Carretas


Región peruana 2.605 1.489
Potosí 1.184 677
Perú 521 298
Tucumán 368 211
Jujuy 275 157
Córdoba 207 118
Salta 49 28
Santiago del Estero 1 1
Región cuyana-Chile 885 506
Chile 802 458
Mendoza 50 29
San Juan 31 17
San Luis 2 1
Catamarca 0 0
Región litoral 274 157
Paraguay 165 94
Santa Fe 78 45
Corrientes 23 13
Misiones 5 3
Montevideo 2 1

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN, Sala


xiii, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro de cargo.

229 Para la elaboración de estos datos, se convirtieron las diversas unidades de


medida de las distintas categorías de peso (tercios, quintales y arrobas) a
kilogramos, y las categorías de volumen (cajones, barriles y petacas) a litros y
luego a kilogramos, dependiendo de la materia de que se tratase. Luego, para
la consideración de las carretas necesarias para su transporte, se tomó el
cálculo de 1.725 kg por carreta, aunque también podían utilizarse mulas,
cuya capacidad de carga individual es de 138 kg. Ver Rosal, Miguel Ángel, op.
cit., p. 145 y ss.

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El Imperio desde los márgenes • 125

Si agrupamos las operaciones por mercado de destino,


prácticamente la totalidad de los mercados regionales fue-
ron impactados por la imposición del Ramo de Guerra
(cuadro 4). El pago por “mercaderías” encubre una enorme
diversidad de bienes redistribuidos por Buenos Aires, como
telas, ponchos, cera, papel, algodón, pellones, ropa “de la
tierra”, cordobanes e –incluso– libros. Dada la centralidad
del comercio de Buenos Aires, es factible que los trafican-
tes porteños que abonaban el Ramo de Guerra no tuvieran
problema en trasladar el costo a sus precios de venta, cons-
tituyendo de esta manera un impuesto indirecto al consumo
y la producción de las distintas regiones. En el caso de los
metales, Buenos Aires tenía una posición casi monopólica
para su comercialización, por lo que todos los mercados
regionales, necesitados de este insumo básico para la pro-
ducción y para la construcción (se trataba de hierro en barra
y labrado, clavos, herrajes, frenos y espuelas, etc., los que,
dentro de la jurisdicción de Buenos Aires, estaban exentos),
eran impactados por el Ramo de Guerra. De esta manera,
Buenos Aires extraía de la región no solo un excedente mer-
cantil, sino también una importante renta fiscal.
Por último, el llamado Real de Carretas era el único
impuesto preexistente y representó, con 10.652 pesos, el 5
por ciento del total recaudado por el Ramo de Guerra entre
1752 y 1761. El Real de Carretas era el único de los compo-
nentes del Ramo de Guerra que estaba autorizado por el rey
y el único cuya recaudación se subastaba públicamente. El
arrendatario, después de pagar un canon fijo, tenía derecho
a percibir un real por carreta que entrara a Buenos Aires
desde su entorno rural y cuatro reales por las que ingre-
saran procedentes de otras jurisdicciones. En la medida en
que el canon pagado por el arrendatario guardaba relación
con el número de carretas ingresado a la Ciudad, el Real de
Carretas representaba la participación del abasto porteño
en el Ramo de Guerra. Si bien las carretas y los productores
rurales de Buenos Aires pueden considerarse beneficiarios
de las políticas de frontera, el Real de Carretas discriminaba

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126 • El Imperio desde los márgenes

el ingreso de géneros de abasto de otras jurisdicciones,


demostrando la intención mercantilista de proteger la pro-
ducción de la propia jurisdicción.
En suma, teniendo en cuenta el destino de las mer-
cancías gravadas por el Ramo de Guerra, puede trazarse
un mapa económico que muestre cuáles eran los merca-
dos y las rutas mercantiles que sostenían su recaudación
(gráfico 2). El primer mercado en importancia gravado
por el Ramo de Guerra era la propia Ciudad de Buenos
Aires, que recibía los vinos y aguardientes cuyanos más
los productos enviados para el abasto, representando el
52 por ciento de la recaudación. Siguiendo al mercado
porteño, se encuentran los envíos de cueros a Espa-
ña y otros mercados de ultramar, tanto por vía legal
como por contrabando (39 por ciento). Por otro lado,
la diversidad y las distancias de los mercados alcanza-
dos por la alcabala al comercio interior (9 por ciento
de la recaudación) dan cuenta del rol del comercio
porteño como distribuidor de mercancías en todo el
espacio peruano. Las características de la recaudación del
Ramo de Guerra muestran una vez más la constitución
en Buenos Aires a mediados del siglo XVIII como un
sólido mercado y plaza redistribuidora, así como la
importancia de su comercio de ultramar en el período
previo a su conversión en sede del último virreinato de
los Borbones.230 Esta posición no la podían reproducir
las plazas mercantiles de Córdoba ni de Santa Fe, las
otras jurisdicciones que habían impuesto gravámenes a
la circulación para financiar sus fronteras.
Por último, la evolución de la recaudación por
año y por rubro permite identificar la dinámica eco-
nómica de fondo de la que dependía. Ninguno de los

230 Lo que confirma la apreciación de Juan Carlos Garavaglia de que


“durante estos años (1744-1778) es cuando se reafirma definitivamen-
te el papel de Buenos Aires como mercado, polo de arrastre y centro
de redistribución para un vasto conjunto regional”. En Garavaglia,
Juan Carlos, Mercado, op. cit., pp. 417-418.

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El Imperio desde los márgenes • 127

rubros del Ramo de Guerra demostró estabilidad en


las cifras recaudatorias. Hasta 1757 inclusive, años de
funcionamiento “normal” del Ramo de Guerra,231 los
dos rubros más fuertes (la Sisa y el derecho sobre los
cueros) tuvieron comportamientos opuestos: en los años
en que los cueros tenían picos de recaudación, los vinos
y aguardientes declinaban, y viceversa. Esto de alguna
manera permitió que el global de la recaudación del
Ramo de Guerra fuera más bien estable a pesar de las
fuertes fluctuaciones que afectaban a ambos rubros. Por
su parte, la salida de mercaderías hacia las provincias
tuvo algunos picos (1753, 1756, 1759) que coinciden con
los de la recaudación por exportaciones de cueros.

Gráfico 3. Evolución del Ramo de Guerra por año y por rubro


de recaudación (en pesos)

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN,


Sala xiii, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro
de cargo.

231 No afectado por la rebelión fiscal cuyana (que se verá ut infra) ni por
contiendas bélicas que regularmente cortaban el tráfico transatlántico.

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128 • El Imperio desde los márgenes

Estas evoluciones disímiles sugieren una lógica del


comportamiento del Ramo de Guerra durante el perío-
do. Las fuertes fluctuaciones en la recaudación por la
salida de cueros están sin duda directamente vincula-
das a la disponibilidad o no de navíos de Registro en
que despacharlos.232 La presencia de navíos de Registro
implicaba también la llegada de importaciones de Cas-
tilla (metales y efectos) redistribuidas por Buenos Aires,
explicando la coincidencia en los años que muestran
picos recaudatorios tanto en la salida de cueros, como
en la alcabala al comercio interior (1753, 1756, 1759).
Ahora bien, el comportamiento inverso de la Sisa res-
pecto a los cueros se explica por el mismo factor. La
llegada de embarcaciones de registro al Río de la Plata
significaba también la inundación del mercado porteño
de vinos y aguardientes peninsulares, y, dada la falta
de competitividad de los productos cuyanos, se reducía
su entrada al mercado porteño. Inversamente, los años
malos para el comercio exterior eran prósperos para el
comercio de los vinos y aguardientes cuyanos en el mer-
cado porteño. Esto daba un mecanismo compensatorio
“de mercado” que estabilizaba las sumas recaudadas por
el Ramo de Guerra. La diversificación, al igual que en
el resto de la economía, reducía riesgos y aumentaba la
estabilidad. Pero contenía un peligro: lo que no podían
tolerar los ingresos fiscales del Ramo de Guerra es
que sus dos principales componentes cayeran al mismo
tiempo. Esto fue lo que ocurrió en los años finales de la
década de 1750 y durante la guerra de los Siete Años,
cuando la crisis en la recaudación del Ramo de Guerra
llevó a la centralización practicada por Cevallos.

232 Fernando Jumar argumenta en su tesis doctoral que la navegación


española cubrió, a partir de 1738, el vacío dejado por la navegación
inglesa y francesa. Ver Jumar, Fernando, op. cit., pp. 235-236.

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El Imperio desde los márgenes • 129

Estructura del gasto


El Ramo de Guerra permitió al Cabildo de Buenos
Aires darse una política de frontera autónoma que no
dependió de las remesas potosinas ni de la asignación
de plazas del Ejército regular. Las materias que debían
financiarse con el Ramo de Guerra eran, en primer
lugar, los sueldos de las compañías de blandengues,
pero también el sostenimiento de determinados pique-
tes milicianos, la dotación de armas, la construcción
de fuertes, los gastos operativos e incluso los regalos
brindados a las parcialidades indígenas “amigas”, además
de los gastos de administración del propio ramo. Como
vimos, si bien el gasto del Ramo de Guerra estaba con-
dicionado por las cifras de recaudación, las variaciones
anuales del gasto fueron mucho menos marcadas, gene-
rando algunos déficits que alarmaron a las autoridades
responsables. Esta inelasticidad relativa se debía, por
un lado, a que la estructura del gasto era mucho más
concentrada que la de la recaudación, pero sobre todo
a que el Ramo de Guerra creó actores e intereses con
gran capacidad de negociación.
Los gastos efectuados por el Ramo de Guerra pue-
den dividirse en cinco rubros. El gasto mayoritario
era el pago de los sueldos de los blandengues, que
absorbían el 84,6 por ciento de los recursos. Eso sig-
nificaba que una masa de metálico de más de 15.000
pesos, y en ocasiones superior a los 25.000 pesos, se
volcaba anualmente en la frontera. Concretamente, en
el período 1752-1761, se pagaron solo en concepto de
sueldos alrededor de 58.000 pesos en el Zanjón, 65.000
pesos en Salto y 70.000 pesos en la guardia de Luján.233
Desde ya podemos imaginar los efectos multiplicadores
que estos desembolsos podían tener para la economía

233 Datos extraídos de AGN, Sala XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de
Guerra, leg. 41-7-4, libro de data.

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130 • El Imperio desde los márgenes

y la sociedad locales, sobre todo allí donde no existían


poblaciones estables previas a la formación de las com-
pañías de blandengues.234

Gráfico 4. Composición del gasto del Ramo de Guerra (1752-1761)

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN,


Sala xiii, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro
de data.

El pago de los sueldos se verificaba a través del traspaso


de los fondos del alcalde o regidor del Cabildo a los capita-
nes de las compañías, quienes a su vez debían distribuirlos
entre sus suboficiales y tropa. Esta operación se verificaba
cada dos o tres meses, y hasta 1761 no se produjeron atrasos
en los sueldos. Una compañía completa se formaba con un
capitán, un teniente, cuatro cabos, 54 soldados y, en oca-
siones, un capellán. Según una escala salarial de marzo de
1767, los sueldos devengados eran de 50 pesos al mes en el
caso del capitán, 25 pesos en el del teniente, 20 pesos en el
del capellán, si lo había, 14 pesos a cada sargento, mientras
que 11 pesos cobraban los cabos y 10 pesos los soldados.
El costo de la compañía ideal era, entonces, de 678 pesos

234 Ver capítulo 3.

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El Imperio desde los márgenes • 131

mensuales. De ese total, el 80 por ciento correspondía a los


sueldos de los soldados de tropa.
El desembolso de los sueldos tenía un importante sig-
nificado para los integrantes de las compañías, sus familias
y la sociedad rural que los circundaba. Para los oficiales,
que no eran militares de carrera, sino productores y comer-
ciantes locales, se trataba de una cantidad de metálico que
podían reinvertir en otras actividades económicas.235 Ade-
más, tanto los pulperos locales como los tenderos de la
capital se beneficiaban de la existencia de milicias a sueldo
pagadas por el Ramo de Guerra. Es significativo que, a poco
de montarse un nuevo fuerte o piquete miliciano, un pul-
pero se instalaba en sus cercanías: lo que los atraía, como la
luz a las polillas, era la llegada del metálico.
Para la tropa, el sueldo como blandengues, su regula-
ridad y, sobre todo, su percepción en efectivo eran vitales
para la economía familiar de los soldados. El monto de
10 pesos mensuales era mayor que el salario percibido por
un peón rural (calculado en ocho pesos). Además, mientras
que una de las características del trabajo en la campaña era
la estacionalidad y la inestabilidad,236 la ocupación como
blandengue era permanente, lo cual hacía que el monto
anual percibido por los soldados fuera aún mayor respecto
a otros empleos. Otro aspecto importante es que, a dife-
rencia de otras experiencias milicianas, los sueldos de los
blandengues eran puntualmente pagados en efectivo, lo que
les permitía a los soldados no solo tomar mercadería a cré-
dito en la pulpería local, sino incluso reinvertir sus habe-
res en pequeños emprendimientos comerciales. Por otro
lado, su desempeño como soldados no obstruía el desarrollo
de otras actividades económicas, mayoritariamente agrope-
cuarias e independientes.237 Es decir, para los soldados, el

235 Ver capítulo 4.


236 Johnson, Lyman, “Salarios, precios y costo de vida en el Buenos Aires colo-
nial tardío”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio
Ravignani”, tercera serie, n.º 2, 1990, p. 3.
237 Ver capítulo 3.

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132 • El Imperio desde los márgenes

salario percibido era un complemento monetario que forta-


lecía su consumo mercantil y la autonomía de la economía
doméstica campesina.
Al pago de los salarios blandengues, le seguía, en orden
de importancia, el gasto en otros tipos de milicias. El gober-
nador echaba mano de los fondos del Ramo de Guerra
para financiar gastos de las milicias que a priori hubieran
correspondido a la Real Hacienda. Por decreto del gober-
nador Andonaegui, el Ramo de Guerra pagaba el sueldo
del maestre de campo de las milicias rurales, regulado en
600 pesos anuales y una ayuda de 200 pesos mensuales
a las compañías de milicias de forasteros citadinas. Pero,
además, en 1755 el Cabildo creó una nueva compañía de
milicias de servicio permanente para La Matanza compues-
ta por 50 vecinos al mando del sargento mayor José Antonio
López.238 Los milicianos de La Matanza no percibían un
sueldo, sino una ración compuesta de carne, yerba y tabaco.
A ella se destinaban mensualmente 32 reses, tres arrobas de
tabaco y cuatro arrobas y media de yerba, con un costo de
104 pesos. Es decir, cada miliciano de La Matanza costaba
al Ramo de Guerra algo más de dos pesos mensuales.
¿Qué significado tenían las raciones para los vecinos
enrolados en las milicias? Según las cuentas del Ramo de
Guerra, cada miliciano de La Matanza recibía mensualmen-
te 86 kg de carne, 1 kg de yerba y 700 gramos de tabaco.239
En el caso de la carne, es evidente que la ración excedía
la capacidad de consumo individual, pudiendo servir para
la manutención de toda la familia, para revenderla o para

238 AGN, Sala IX, Cabildo de Buenos Aires. Archivo, leg. 19-2-5. La compañía
de La Matanza se estableció en el sitio conocido como “puesto de López”,
que luego desapareció, reemplazado en 1772 por un fuerte en Ranchos.
239 Juan Carlos Garavaglia ha calculado, a partir de las cabezas ingresadas a los
corrales de abasto, el promedio de consumo (urbano) de carne vacuna de la
época en 193 kg anuales per cápita. Ver Garavaglia, Juan Carlos, Pastores y
labradores de Buenos Aires. Una historia agraria bonaerense, 1700-1830, Buenos
Aires, Ediciones de la Flor, 1999, p. 243. Manteniendo las estimaciones de
Garavaglia, cada miliciano de La Matanza quintuplica la media urbana de la
época.

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El Imperio desde los márgenes • 133

compartir con amigos, paisanos y parientes, reafirmando


las redes de solidaridad y parentesco. La yerba y el taba-
co eran consumos populares netamente mercantiles. Si los
milicianos hubieran tenido que acudir al mercado para todo
ello (carne, yerba y tabaco), habrían tenido un gasto de al
menos dos pesos mensuales, lo que representa una cuarta
parte del salario típico de un peón rural. Es decir, para los
vecinos de La Matanza, participar de las milicias redituaba
una generosa cantidad de carne para el asado y los sumi-
nistros para los consabidos “vicios”: mates y cigarros. De
esta manera, reducían la salida de efectivo y fortalecían la
autonomía de la economía familiar campesina.240
Además, el abasto de las compañías milicianas generaba
efectos de arrastre para el comercio y la producción rural.
Para los requerimientos de yerba, carne y tabaco, las auto-
ridades se sirvieron de distintos proveedores particulares.
Tenemos datos de 106 operaciones distribuidas entre 32
proveedores por un total de 5.359 pesos.241 La mayoría de
ellos aparece solo una vez en el registro, denotando una
apreciable cantidad de pulperos y productores a los que se
podía acudir para satisfacer esta demanda. Con todo, los
primeros tres proveedores en orden de importancia con-
centraron más de la mitad de las operaciones y alrededor
de un 40 por ciento del gasto en este rubro. Esto significa
que el Ramo de Guerra se surtió tanto de pequeños como
de importantes contratistas, capaces de abastecer las gran-
des cantidades de reses, yerba y tabaco que mensualmente
consumían las milicias.

240 Usualmente, se entiende la retribución del servicio en raciones y no


mediante un salario como pauta del carácter forzoso del enrolamiento, lo
que a su vez repercutía en la ineficacia e inestabilidad de las milicias. Como
vimos, parte de este diagnóstico estaba presente en la opinión de los hacen-
dados interesados en crear milicias a sueldo de servicio permanente, y no
alternado. Sin embargo, creemos que la participación miliciana, más allá de
su eficacia defensiva, pudo tener un carácter menos forzoso del que se asu-
me. Ver capítulo 4.
241 AGN, Sala XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro de
data.

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134 • El Imperio desde los márgenes

En tercer lugar, un no despreciable cuatro y medio por


ciento (algo más de 10.000 pesos) del gasto total del Ramo
de Guerra se extinguió en su propia administración. El
principal favorecido fue Domingo de Basavilbaso, a quien,
como tesorero del Ramo de Guerra, se le asignó una remu-
neración de 800 pesos anuales, y que embolsó hasta 1761,
año en que renunció a la conducción de las cuentas del
Ramo de Guerra, unos 7.300 pesos por su función. Con
esta remuneración, compensaba con creces lo que él mismo
aportó en esos años en concepto de derecho de exportación
de cueros (4.243 pesos). En tanto, a los contadores del Ramo
de Guerra, que eran los propios regidores del Cabildo, se les
asignó una retribución de 300 pesos anuales.242 Además, en
dos ocasiones aparecen consignados pagos a dos escribanos,
uno de la Real Hacienda y el otro, del Cabildo. Es decir, dis-
tintos actores citadinos, en general miembros o vinculados
al Cabildo, se hicieron con el gasto de administración.
Las construcciones, el equipamiento y los gastos ope-
rativos de la frontera absorbieron solo el cuatro por cien-
to (unos 9.000 pesos) del gasto del Ramo de Guerra en el
período. Este porcentaje resulta exiguo teniendo en cuenta
que, en este primer período, todo estaba por hacerse, desde
la construcción de los fuertes hasta su dotación en hombres
y armas. De este total, solo una cuarta parte fue utiliza-
da para erigir las fortificaciones y los edificios anexos que
debían alojar a las compañías de blandengues de la frontera.
En estos años se instituyeron cuatro fuertes: los previs-
tos para Salto (1753), guardia de Luján (1754) y El Zanjón
(1759) y, por un decreto de Cevallos de 1757, un fuerte
adicional en Pergamino. Los materiales utilizados para su
construcción consistían en maderas y postes de ñandubay
para los cercos. Los fuertes en general se acompañaban
de cuarteles para los soldados y, en ocasiones, de alguna
construcción anexa, tal como galpones o corrales para los

242 Ellos eran Juan Antonio Jijano, Juan de la Palma Lobatón y Miguel Geróni-
mo de Esparza.

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El Imperio desde los márgenes • 135

caballos. Además, se compraron cepos para prisión de los


soldados y un costoso ornamento para decir misa en la capi-
lla del Salto del Arrecife. La hechura de los fuertes destaca
por su baratura: quitando esos gastos extraordinarios para
la disciplina y la guía de las almas de los soldados, no se
gastó más de 500 pesos en promedio por fuerte. El gasto en
armamento resulta aún más exiguo; de hecho, no parece que
el Ramo de Guerra hubiera invertido en armamento para
sus milicias.243 Otros gastos operativos eran los fletes, el
correo y el servicio de confesión y misas para las compañías
de blandengues. Tanto la construcción de los fuertes como
la reparación de armas, así como el gasto en fletes, correos
y misas, generaron una red de proveedores del Ramo de
Guerra: transportistas, artesanos y sacerdotes.
La realización de expediciones allende la frontera
generaba un importante movimiento de dinero. Durante
este período se realizaron dos expediciones generales en
1753 y 1754 y dos entradas punitivas de menor envergadu-
ra en 1755 y 1759, y se costeó la realización de la expedición
a Salinas de este último año. Las expediciones generales
tuvieron un costo de alrededor de 2.000 pesos cada una.
Debían abastecerse de víveres (reses y bizcocho, principal-
mente) y armas (cañones, pólvora, balas, lanzas), gratificar a
los indígenas y la gente miliciana y contar con un cirujano y
un capellán. Las entradas punitivas eran de más corta dura-
ción y generaban el consabido gasto en la manutención de
los expedicionarios. Por último, la expedición a las Salinas
de 1759 tuvo un costo de 800 pesos, pero con la particulari-
dad de que en teoría debían ser devueltos por el Cabildo.
El gasto en “indios amigos”244 contempla las erogacio-
nes en forma de “efectos” (cuchillos y lienzos, principal-

243 Los poco más de 300 pesos que registra el gasto del Ramo de Guerra en este
concepto fueron para la provisión de insumos (pólvora, balas y piedras de
escopeta) y la reparación de las armas de fuego y artillería (cañones, carabi-
nas, fusiles y esmeriles).
244 Utilizamos la categoría “indios amigos” para designar a las parcialidades
coyunturalmente aliadas a los cristianos.

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136 • El Imperio desde los márgenes

mente) y víveres (yerba, tabaco y reses) entregados a los


indígenas del cacique Nicolás Cangapol del linaje de los
Bravo. El reducido porcentaje de este tipo de erogaciones en
el monto total (0,4 por ciento) no debe oscurecer que aque-
llas entregas permitieron sostener una determinada políti-
ca interétnica. En efecto, la amenaza de grupos indígenas
provenientes del occidente pampeano no solo motivó la ini-
ciativa de los hacendados para crear compañías de milicias
a sueldo, sino que creó la necesidad de reforzar la alianza
con los caciques Bravo. El Ramo de Guerra permitió aceitar
las negociaciones, recuperar cautivos y gratificar a los indí-
genas por su participación en la expedición de 1754, acen-
tuando las diferencias entre los grupos indígenas que parti-
cipaban de tales acuerdos y los que estaban excluidos.245
De manera general, gracias al Ramo de Guerra, el
Cabildo de Buenos Aires pudo darse una política autónoma
de las directivas imperiales y forjar un vínculo material con
su jurisdicción rural. Los principales beneficiarios del gasto
del Ramo de Guerra fueron distintos sectores de la sociedad
rural, incluyendo la élite de hacendados, los productores,
pulperos y comerciantes proveedores y los sectores popu-
lares rurales que, como soldados blandengues o milicianos,
fortalecieron su capacidad de consumo mercantil y, con
ello, la autonomía del hogar campesino. Asimismo, el Ramo
de Guerra sufragó algunos gastos del Cabildo de Buenos
Aires y los miembros individuales de este sacaron un rédito
personal de su administración, e incluso los gobernadores
acudían a él para gastos de último momento y verían con
buenos ojos que las compañías de la frontera no costaran
un duro a la Real Hacienda. Es decir, una multiplicidad de
actores se beneficiaba de la existencia del Ramo de Gue-
rra. Cuando este entró en un conflicto jurisdiccional y en
una crisis financiera, no podía simplemente desaparecer. El
gobernador Cevallos creyó encontrar la solución alejando
al Cabildo de su administración y poniéndolo bajo la órbita

245 Ver capítulo 1.

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El Imperio desde los márgenes • 137

de la Real Hacienda, decisión que tuvo un cierto costo polí-


tico y cuyos resultados no fueron en lo inmediato exitosos.

La frontera y el Ramo de Guerra bajo la gobernación


(1761-1776)

Cuando Pedro Cevallos llegó a la gobernación, a fines de


1756, se encontró con el hecho consumado de las compa-
ñías de blandengues y decidió que el Ramo de Guerra conti-
nuara, aunque con un mayor control de su gasto, designan-
do al militar peninsular Francisco Maguna en esa función.
Sin embargo, a principios de 1757, Cevallos partió en una
nueva expedición para aplastar a la rebelión guaranítica que
lo tuvo alejado de la capital hasta mediados de 1761. Duran-
te esos cuatro años, el gobierno político y militar recayó en
manos del teniente de rey Alonso de la Vega, quien mante-
nía gentiles relaciones con el Cabildo de Buenos Aires. En
el ínterin en que Cevallos estuvo alejado de la capital, murió
el rey Fernando VI, quien fue sucedido por Carlos III. La
noticia tocó tierras americanas en julio de 1760. Ese año, el
gobernador había participado a la distancia en las eleccio-
nes para los cargos del Cabildo de Buenos Aires, animando
a una facción que fue finalmente derrotada por la facción
rival encabezada por Gerónimo Matorras.246
A fines de 1760, Buenos Aires celebró sus propias exe-
quias del difunto rey y la aclamación de Carlos III, y se
celebró a sí misma. Los festejos fueron organizados por el
Cabildo y financiados –como no podía ser de otra manera–
por el Ramo de Guerra.247 El 16 de noviembre, tuvo lugar el
acto principal en la Plaza Mayor encabezado por el alcalde
del Cabildo Gerónimo Matorras, reputado como el vecino
más acaudalado de la Ciudad. Fue él quien, portando el Real

246 Birolo, Pablo, op. cit., pp. 30-31.


247 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 9 de julio de 1761.

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138 • El Imperio desde los márgenes

Estandarte y arengando desde el centro de la Plaza Mayor


por “España y las Indias” y por Carlos III, se identificó con
todos los símbolos del poder real, bajo la atenta mirada de
los reyes de cartón que asomaban desde el Cabildo. Después
de la ceremonia de proclamación, hubo desfiles a cargo de
los gremios de artesanos con carrozas alegóricas, músicos
y bailes de enmascarados que recorrieron las calles de la
Ciudad hasta la medianoche. Los festejos se extendieron
durante dos semanas en las que el pueblo pudo disfrutar de
espectáculos musicales, desfiles y funciones de teatro mon-
tadas en la Plaza Mayor y corridas de toros especialmente
pensadas para los vecinos rurales.248
En el universo de la representación, los festejos por la
proclamación de Carlos III funcionan como perfecta sinéc-
doque de la constitución de la monarquía, a ojos de los
porteños. La Ciudad se erigió en el centro de la proclama-
ción de Carlos III como rey, eligiendo para ello el día de
su santo patrono San Martin de Tours y con el gobernador
convenientemente alejado desde hacía más de tres años de
la capital donde debía gobernar. El Cabildo envió a Madrid
detallados informes sobre las “exequias” de Fernando VI y
la “aclamación” de Carlos III realizadas en Buenos Aires. La
grandilocuencia de los festejos se ofrecía como una “segura
prueba” del “respeto, amor, y la lealtad” que abrigaba la
Ciudad por su novel rey, a quien consideraba el “Tutor y
Padre” de la monarquía.249 Su centralidad en el plano sim-
bólico se correspondía con los éxitos políticos y materiales
de la Ciudad y de su Cabildo. En el curso de pocos años,
este se había hecho con una fuente de recursos financieros
propia, había asumido la representación de un territorio
más amplio que el recinto urbano y le había disputado y
ganado a Cevallos las últimas elecciones para el Cabildo.

248 Basado en el “Informe del Cabildo referente a la aclamación del rey Carlos
III”, en AGN, AECBA, serie III, tomo II, diciembre de 1760, pp. 549-567.
249 AGN, AECBA, serie III, tomo II, diciembre de 1760, “Informe del Cabildo
referente a la aclamación del rey Carlos III”, p. 550.

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El Imperio desde los márgenes • 139

La “esplendidez y grandeza”250 de los festejos por la acla-


mación de Carlos III eran una afirmación de la esplendidez
y grandeza de la Ciudad. A propósito de ellos, el anciano
teniente de rey Alonso de la Vega escribió a la Corte: “Jamás
se han visto aquí festejos más completos”.251 Buenos Aires
no necesitaba desafiar a la monarquía para hacer su afirma-
ción de poder, sino hacer del autogobierno el buen gobierno,
tener sus propias exequias y aclamaciones de reyes, llevar el
centro a la periferia, el poder real a una plaza en los confines
del mundo cristiano.
Sin embargo, en pocos meses la situación política
mudaría. Con el anuncio de la entrada de España en la gue-
rra de los Siete Años, el gobernador regresó a la capital para
preparar la expedición de toma de Colonia del Sacramento.
En febrero de 1761, falleció el teniente de rey Alonso de
la Vega, cargo que ocuparía Diego de Salas, un militar del
séquito del gobernador Cevallos.252 En mayo, el gobernador
puso las compañías de blandengues bajo su mando y trans-
firió el Ramo de Guerra a manos de sus oficiales reales de
confianza. Por último, el alcalde Gerónimo Matorras sería
puesto en prisión en el fuerte de Buenos Aires, acusado de
vender “harina con gusanos”.253 Los motivos de su deten-
ción eran, sin embargo, políticos: según el informe reser-
vado de Salas al gobernador, en las tertulias animadas por
Matorras se hablaba mal del gobierno, circulaban noticias
y un libelo opositor:

Carlos es gran socarrón/


Muy amigo de la Caza/
Ni oye misa ni Sermón/
En Nápoles fue Melón/
Y en España Calabaza.254

250 AGN, AECBA, serie III, tomo II, 27 de junio de 1761.


251 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 9 de enero de 1761.
252 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 15 y 16 de febrero de 1761.
253 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-2, 2 de agosto de 1763.
254 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-2, 6 de septiembre de 1763.

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140 • El Imperio desde los márgenes

El Ramo de Guerra acosado: rebelión fiscal


y corrupción
Antes de su regreso a la capital, el gobernador Cevallos reci-
bió informes acerca de la acusada rebelión fiscal de los veci-
nos cuyanos, las denuncias que se cernían sobre el Ramo de
Guerra y el inminente colapso de las compañías de blanden-
gues. Como vimos, la imposición del Ramo de Guerra sobre
los vinos y aguardientes que introducían a Buenos Aires
significaba para ellos una reducción neta de sus ganancias
o directamente la imposibilidad de competir con los pro-
ductos peninsulares. Es por ello por lo que los vecinos de
San Juan y Mendoza llevaron a cabo una rebelión fiscal con
relación al Ramo de Guerra porteño que asumió múltiples
formas y trepó distintas escalas jurisdiccionales. En 1755,
los cuyanos se negaron a seguir abonando el gravamen
sobre los vinos y aguardientes basándose en la “Voz que se
extendió de que [el Ramo de Guerra] Venía quitado”, refi-
riéndose a la noticia de su suspensión por Fernando VI. A
fines de ese año, los cabildos de San Juan y Mendoza denun-
ciaron en la Audiencia de Chile que el Ramo de Guerra
recaudaba más de lo que registraban sus libros.255 Por otro
lado, mendocinos y sanjuaninos le ofrecieron al gobernador
de Buenos Aires pagar por las compañías de blandengues a
condición de que el Ramo de Guerra recayera en su poder
y amenazaron con suspender por un año la remesa de vinos
y aguardientes si Buenos Aires no quitaba el impuesto.256
Como última instancia, los cabildos de San Juan y Mendoza
solicitaron al rey la eliminación del Ramo de Guerra.257
Mientras esperaban el laudo imperial, la rebelión de los
cuyanos siguió su curso. En 1759 consiguieron que el virrey
de Perú extendiera a San Juan y Mendoza la exención que

255 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 9 de noviembre de 1755.


256 AGN, AECBA, serie III, tomo II, 8 de julio de 1756. El Cabildo de Buenos
Aires se expidió solicitando al gobernador que no se admitiera más este tipo
de solicitudes y el marqués de Valdelirios volvió a interceder a favor suyo.
257 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 20 de junio de 1761.

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El Imperio desde los márgenes • 141

gozaban los eclesiásticos del pago de toda alcabala. De esta


manera, los cuyanos encontraron un subterfugio para elu-
dir el gravamen sobre los vinos y aguardientes que envia-
ban a Buenos Aires. A partir de entonces, la mayor parte
de los vinos y aguardientes cuyanos que se introducían en
Buenos Aires se hacía a nombre de eclesiásticos. En los pri-
meros meses de 1760, debido a las exenciones eclesiásticas,
se perdió la mitad de la recaudación.258 La práctica fue in
crescendo, y, en los meses de agosto y septiembre, casi el 70
por ciento de las botijas de vino y odres de aguardiente que
entraron a Buenos Aires (1.259 de 1.803 piezas) lo hicieron
a nombre de eclesiásticos. El mecanismo de la evasión se
alimentaba a sí mismo. Según observaba el teniente de rey,
los particulares se veían obligados a comerciar por medio
de los eclesiásticos “porque de otra suerte, o se [habían]
de postergar en las ventas, o [habían] de perderse en los
precios”.259 El ardid de los cuyanos fue creciendo a tal punto
que entre 1759 y 1760 lo recaudado en concepto de Sisa se
redujo en un 40 por ciento (gráfico 4).
La rebelión fiscal de los cuyanos impactó negativamen-
te en el Ramo de Guerra. Hacia finales de la década, los
saldos entre la recaudación y el gasto anual fueron nulos
o arrojaron déficits (gráfico 1). A principios de 1760, el
tesorero Domingo Basavilbaso se presentó ante el teniente
de rey Alonso de la Vega y manifestó la “decadencia” del
Ramo de Guerra. El teniente de rey, en carta al goberna-
dor, realizó un preciso diagnóstico de la situación. En su
opinión, la decadencia que experimentaba el Ramo de Gue-
rra se debía a que, debido a la guerra, no había navíos de
Registro en los que embarcar cueros y a que estaba cortada
la internación de efectos, por lo que el único derecho que

258 Según un informe de abril de 1760, los haberes del Ramo de Guerra ascen-
dían en ese momento a 4.115 pesos, mientras que, debido a las exenciones
eclesiásticas, se habían perdido otros 3.991 pesos y cuatro reales en los pri-
meros meses del año. AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 29 de abril
de 1760.
259 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 24 de septiembre de 1760.

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142 • El Imperio desde los márgenes

se recaudaba era el impuesto sobre los vinos y aguardientes


cuyanos, “pero con el arbitrio o fraude que en [los] últi-
mos tiempos [habían] discurrido [sic] de traerlo casi todo
con certificaciones de pertenecer a eclesiásticos, y Religio-
nes”.260 De esta manera, De la Vega solicitó al gobernador
que tomara cartas en el asunto “a fin de precaver” que no
llegara el caso de que no hubiera “con qué satisfacer las
tres compañías” que cubrían estas fronteras, “levantadas a
expensas del mencionado Ramo”.261
En efecto, la crisis financiera del Ramo de Guerra había
cortado la cadena de pagos, comenzando por los sueldos. En
mayo de 1760, se verificó el último pago a la compañía La
Invencible de Salto, a Los Atrevidos en julio y a La Valerosa
de Luján en septiembre del mismo año.262 En pocos meses
la situación se desmadraba, y se hacía sentir la inquietud de
los soldados. Las voces de los soldados se alzaron a oídos
de sus oficiales, de allí a los del intendente de las compañías
y de este al teniente de rey y, a través de él, al gobernador.
El inspector de milicias informó repetidas veces “lo mucho
que se temía de que si no se les acudía prontamente con
algún socorro, hubiese en ellas una considerable deserción,
pues sus Capitanes le habían manifestado que no hallaban
ya voces con que poder contener su Gente”.263 El teniente
de rey, a su vez, transmitió al gobernador: “Los capitanes
[de blandengues] me han manifestado les será imposible
mediante los clamores de los soldados por la paga, para su
preciso alimento, el poderlos contener”.264 La consecuencia
previsible era la deserción y el abandono de las compañías.
Por otro lado, algunas sospechas de corrupción rodea-
ban a las compañías de blandengues y el Ramo de Gue-
rra. Antes de regresar a la capital, el gobernador desplazó
al inspector de milicias Francisco Maguna, sospechado de

260 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 24 de septiembre de 1760.
261 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 16 de febrero de 1760.
262 AGN, Sala XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4.
263 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 15 de mayo de 1761.
264 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 26 de enero de 1761.

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El Imperio desde los márgenes • 143

participar en el “fraude de las plazas supuestas”, que consis-


tía en la elaboración de listas engordadas de soldados con el
fin de percibir sus haberes.265 En los meses siguientes, a las
denuncias que ya acumulaba, un nuevo escándalo rodeó al
Ramo de Guerra, ya que el recaudador de la Sisa, un tal Juan
Joseph de Leiva, había sustraído “algunos miles de pesos”
del Ramo de Guerra y, temeroso de ser apresado, se refugió
en la iglesia de San Nicolás.266
Con estos antecedentes, en la coyuntura de su arribo
a Buenos Aires y de los preparativos para la guerra que se
avecinaba, el gobernador Pedro Cevallos decidió en 1761
poner a las compañías de blandengues bajo su mando y que
el Ramo de Guerra pasara a ser administrado por oficiales
de la Real Hacienda. Cevallos argumentó que, en manos
de los oficiales reales, se ahorrarían los gastos que ocasio-
naban la administración y recaudación de “particulares”.267
En verdad, quienes serían los nuevos administradores, los
oficiales reales Pedro Medrano, Juan de Bustinaga y Mar-
tín de Altolaguirre, formaban parte –de acuerdo a Zacarías
Moutoukias– de “la tupida e inestable trama de lealtades
personales en la que se apoyaba el gobernador Pedro de
Cevallos”.268 Por otro lado, el gobernador dispuso reducir
en 10 hombres cada compañía, seleccionando para ello “los
más inútiles y entre ellos a los cavilosos o inquietos, […]
perniciosos al Real Servicio”,269 seguramente en referencia
a la forma tumultuosa en que habían hecho oír su reclamo.
En los prolegómenos de la expedición a Colonia de Sacra-
mento, el gobernador Cevallos buscó asegurarse el control

265 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 15 de diciembre de 1760.
266 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 15 de mayo de 1761.
267 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 4 de junio de 1761.
268 Moutoukias, Zacarías, “Redes personales y autoridad colonial. Los comer-
ciantes de Buenos Aires en el siglo XVIII”, Annales. Histoire, Sciences Sociales,
n.º 2, 1992, pp. 4-7.
269 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 24 de mayo de 1761. De esta
manera, quedarían 50 soldados en la compañía de Salto y 40 en las de Luján
y El Zanjón.

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144 • El Imperio desde los márgenes

de los fondos del Ramo de Guerra y la disciplina de las


compañías de blandengues.
Contemporáneamente a estas decisiones de Cevallos,
llegó a Buenos Aires la Real Cédula por la que Carlos III
dirimía la solicitud presentada por los vecinos de Mendoza
y San Juan para quitar el Ramo de Guerra. El novel rey
autorizó la existencia de los blandengues y del Ramo de
Guerra, pero les impuso algunas restricciones. El Ramo de
Guerra podría recaudarse solo por el término de seis años,
y el impuesto sobre los vinos y aguardientes se reducía a
un tercio de su valor actual (de 12 a 4 reales por botija de
vino u odre de aguardiente). Además, el sobrante del Ramo
de Guerra debía usarse para fundar “pueblos defensivos”, a
razón de uno por año, lo que seguía siendo, en la perspecti-
va de las autoridades metropolitanas, la forma más eficiente
de proteger la frontera.270
De esta manera, mientras que Carlos III se limitó a
actuar como un árbitro en la disputa jurisdiccional y a
recordar la intención de formar “pueblos defensivos”, el
gobernador Pedro Cevallos, en una coyuntura en la que
su desembarco en Buenos Aires, una capital que le había
sido políticamente esquiva, empalmaba con los preparati-
vos para la entrada de España en la guerra de los Siete Años,
creyó más prudente poner bajo su tutela el Ramo de Guerra
y recuperar la disciplina de los blandengues.

Los distintos proyectos para la frontera


El destino de las compañías de blandengues y del Ramo
de Guerra fue objeto de debate entre el Cabildo de Bue-
nos Aires, el sector de los hacendados, la gobernación y la
Corte en Madrid, cada uno abrigando sus propias ideas y
proyectos para la frontera. La polémica por el uso de los
fondos del Ramo de Guerra en la década de 1760 y el deba-
te sobre el avance de la frontera en la de 1770 permiten

270 Real Cédula de 7 de septiembre de 1760. Citada en Beverina, op. cit., p. 66.

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El Imperio desde los márgenes • 145

vislumbrar los distintos proyectos y su falta de acuerdo.


En el primer caso, frente a la zozobra que padecían las
compañías de blandengues, el Cabildo acusó al gobernador
de haber malgastado los fondos, una acusación que tuvo
eco en la historiografía posterior sobre el tema, pero que,
como veremos, no es del todo acertada. El segundo debate
emergió cuando el rey Carlos III pidió un informe sobre
el avance de los “pueblos defensivos” que debían haberse
formado según la Real Cédula por la que autorizaba el esta-
blecimiento del Ramo de Guerra. Ambos casos muestran
que la frontera se convirtió en un campo de disputa política
entre la administración colonial y distintos actores sociales
y corporativos locales.
Algunos historiadores han entendido que el abandono
de las compañías de blandengues en la década de 1760 se
debió al “despilfarro” o al “desvío” de fondos por parte de
la gobernación hacia otros fines que no eran para los que
había sido establecido el Ramo de Guerra.271 Sin embar-
go, el atraso en los sueldos se debió a un problema en la
recaudación, y no a un supuesto desvío o despilfarro de los
fondos. Además, si bien resulta plausible la sugerencia del
historiador Pablo Birolo de que el gobernador utilizara el
Ramo de Guerra para financiar la operación de Colonia, el
caso fue el inverso; Cevallos, en un gesto que no se repetiría,
liberó fondos del Situado de la expedición para satisfacer
parte de la deuda con los blandengues. Recién en la década
siguiente la gobernación se serviría del Ramo de Guerra
para suplir fondos al Situado.
¿En qué se basa la opinión acerca de una supuesta dilapida-
ción de los fondos del Ramo de Guerra? En realidad, esta fue la
postura que adoptó el Cabildo de Buenos Aires luego de perder
el control del Ramo de Guerra. En septiembre de 1766, el Cabil-
do se expidió de la siguiente manera al gobernador Pedro Ceva-
llos: “…a fin de solicitar de su Excelencia que respecto a que la
imposición de dicho Ramo fue para fomentar la Guerra contra

271 Ver Marfany, Roberto H., op. cit., p. 95; Birolo, Pablo, op. cit., p. 110.

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146 • El Imperio desde los márgenes

el Indio infiel que invade estas fronteras, Se invierta en este


ministerio y no en otro, su producido”.272 Pero al mes siguiente
de manifestar querer fomentar la guerra contra el “indio infiel”,
el Cabildo realizó una presentación al gobernador adoptando
la postura del rey de la necesidad de formar “pueblos defensi-
vos” y suspender el cobro del Ramo de Guerra: “…libertándo-
se a los vecinos de estas contribuciones; y acaso cediendo en
beneficio de tanto miserable, que puede pasar a poblarse, con
el alivio pronto de tierras, y algún ganado”.273 Es decir, el Cabil-
do se mostraba indeciso de la política a seguir en la frontera, si
hacer la “guerra al indio” o formar los “pueblos defensivos” que
había ordenado la Corte. En verdad, lo que subtiende a la ambi-
valente postura del Cabildo es la pérdida del control del Ramo
de Guerra, en una coyuntura en la que, debido al crecimiento
del comercio exterior y la reducción de la Sisa decretada por
el rey, los vecinos de Buenos Aires se habían convertido en sus
principales contribuyentes.
En los años siguientes, el Ramo de Guerra se convirtió en
arena de disputa y acusaciones de corrupción entre el Cabil-
do y la gobernación de Buenos Aires. En 1769, el gobernador
Francisco de Bucarelli transfirió al Cabildo una Real Cédula
que pedía un informe sobre los pueblos que, según la Coro-
na, debían fundarse con el remanente del ejercicio del Ramo
de Guerra. Los capitulares resolvieron enviar al gobernador un
informe “del tenor Siguiente” (tenor que evidencia el fastidio
con que el Cabildo arrastraba la pérdida de la administración
del Ramo de Guerra):

los Caudales que dimanaban de este derecho [del Ramo de


Guerra] se manejaban con conocimiento e intervención de
este cabildo, hasta fines del mes de Mayo de 1761 […] Que
desde este tiempo no se le ha considerado parte para la
administración de este Ramo, habiéndosele, inhibido de su
conocimiento.

272 AGN,AECBA,serie III,tomo III,1deseptiembrede1766.


273 AGN,AECBA,serie III,tomo III,17deoctubrede1766.

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El Imperio desde los márgenes • 147

En este contexto, el Cabildo de Buenos Aires solicitó


a los oficiales reales un informe exacto de las cuentas del
Ramo de Guerra. Habiéndolas estudiado, los capitulares
objetaron supuestas irregularidades en el Ramo de Guerra.
En particular, señalaron la “falta de la individualización y
Claridad” en las entradas del Ramo de Guerra, así como
también acusaron que “eran muy Contadas las partidas de
data, que según la erección de este Ramo se hubiesen con-
vertido, en sus premeditados fines”. Es decir, los capitulares
denunciaban una subejecución o bien una mala utilización
de los fondos del Ramo de Guerra. Con este diagnóstico, los
capitulares solicitaron al gobernador que suspendiera todo
pago ajeno al Ramo de Guerra, cuyo único propósito debía
ser “la urgente necesidad de Sujetar a los Indios”, siendo
los vecinos de la Ciudad y su jurisdicción sus principales
contribuyentes.274 De esta manera, cercenado de su admi-
nistración, el Cabildo de Buenos Aires intentó disputar el
destino de los fondos del Ramo de Guerra y condicionar las
prioridades bélicas de la administración borbónica.
En la década de 1770, a raíz de la Real Cédula que
pedía informes sobre el avance de los “pueblos defensivos”,
se abrió el debate entre distintos actores locales acerca de
la mejor ubicación de estos y la conveniencia de avanzar
la frontera. En 1771, el gobernador Juan Joseph de Vér-
tiz propuso crear dos poblaciones fronterizas en la sierra
del Volcán275, muy lejos del término de la ocupación his-
pánica.276 El gobernador sometió su idea al escrutinio del
Cabildo de Buenos Aires, el cual requirió la opinión de los
jefes de milicias, que eran a su vez los principales hacen-
dados de la frontera.277
Con estos designios, en 1772 se realizó una expe-
dición para reconocer los terrenos y verificar los sitios

274 AGN, AECBA, serie III, tomo III, 24 de enero de 1769.


275 Actual partido de Balcarce, Provincia de Buenos Aires.
276 De Marco, Miguel Ángel, La guerra de la Frontera. Lucha entre indios y blancos
1536-1917, Buenos Aires, Emecé, 2010, pp. 66-67.
277 Ver capítulo 4.

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148 • El Imperio desde los márgenes

más convenientes para los “pueblos defensivos”. El Cabildo


nombró como perito de parte a Pedro Pablo Pavón, mien-
tras que el gobernador designó en la misma comisión a los
pilotos Ramón Eguía y Pedro Ruiz. El sector de los hacen-
dados, por su parte, estaba representado por los oficiales
de milicias que formaron la escolta de la expedición. De
dicha expedición surgieron dos proyectos diversos. Si bien
todos coincidieron en la necesidad de avanzar la frontera,
los dictámenes de los peritos fueron inversos a las inten-
ciones originales. El piloto del Cabildo aconsejó la fun-
dación de establecimientos en la línea de las sierras hasta
Salinas Grandes, sitio de particular interés para el abasto
de la Ciudad. Por su parte, los comisionados por Vértiz
se manifestaron contrarios a poblar las sierras, señalando
como lugares convenientes los manantiales de Casco y la
laguna del Carpincho, en la margen norte del río Salado.
Los hacendados, representados por el maestre de campo
Manuel Pinazo, apoyaron la segunda opción.278
Las distintas conclusiones arribadas en la expedición
de reconocimiento pueden resultar paradójicas ya que, por
un lado, el gobernador y el Cabildo invirtieron sus parece-
res originales y, por otro, los hacendados se mostraron con-
trarios a la opinión de avanzar la ocupación hasta las sierras
del sudeste pampeano. En verdad, el proyecto sustentado
por el Cabildo contempla la intención de tener un acceso
expedito a las Salinas, materia de su especial interés y juris-
dicción. Los pilotos del gobernador advirtieron la imposibi-
lidad de convertir aquello en una ocupación efectiva, seña-
lando que los mejores sitios para los “pueblos defensivos” se
hallaban “dentro de las fronteras de esta ciudad” y “por nin-
gún término en las sierras”.279 El apoyo de los hacendados a
este segundo proyecto se explica porque, como oficiales de

278 Citado en Cabodi, Juan Jorge, Historia de la ciudad de Rojas hasta 1784, La Pla-
ta, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires,
1950, pp. 27-30.
279 De Marco, Miguel Ángel, op. cit., p. 68.

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El Imperio desde los márgenes • 149

milicias, reconocían la imposibilidad de incorporar las tie-


rras allende el Salado y juzgaban más prudente consolidar
la ocupación y la protección de sus estancias.
Aunque este debate evidenció la falta de acuerdo entre
los distintos actores e intereses locales sobre su emplaza-
miento, haciendo que el proyecto de formar “pueblos defen-
sivos” quedara –una vez más– en el papel, entre las élites
rural y urbana comenzó a formarse un consenso en torno
a la necesidad de avanzar la frontera. Finalmente, cuando
en 1774 llegó a Buenos Aires una Real Cédula que auto-
rizaba el establecimiento de las poblaciones en las sierras
propuestas en 1771 por Vértiz, esta cayó en saco roto. Más
tarde, durante el virreinato de Vértiz (1778-1784), se llevó
a cabo una política de formación de “pueblos defensivos”
en la frontera, pero sin que se produjera ningún avance
en la ocupación.280 El proyecto de avanzar la frontera, jun-
to a la recuperación para el Cabildo del Ramo de Guerra,
quedarían como motivos del acervo ideológico de las éli-
tes locales.

Conclusiones

Antes del advenimiento de las reformas borbónicas, de


acuerdo a la versión historiográfica hasta el momento
dominante, el Cabildo de Buenos Aires se encontraba lejos
del esplendor de antaño, debido a su falta de representati-
vidad y de recursos financieros adecuados. Sin embargo, en
este capítulo hemos mostrado cómo la asunción de la causa
de la frontera a mediados del siglo XVIII sacó al Cabildo de
Buenos Aires de su letanía política y lo posicionó como un
actor político-corporativo de relevancia. Con la creación
de las compañías de blandengues y del Ramo de Guerra,
el Cabildo asumió –no sin reticencias– la representación

280 Ver capítulo 5.

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150 • El Imperio desde los márgenes

de los intereses de los hacendados de la jurisdicción y se


vinculó con los pobladores rurales a través de una relación
salarial. Además, el Cabildo demostró una gran capacidad
de accionar autónomo ya que, cuando el rey desaprobó lo
actuado, el “consenso colonial” permitió la continuidad de
las compañías de blandengues y del Ramo de Guerra. Entre
1752 y1761, el Cabildo vivió una suerte de “edad de oro” en
la cual, a través del Ramo de Guerra, encontró un mecanis-
mo fiscal para captar una importante masa monetaria con la
que llevar adelante una política de frontera propia y sufra-
gar otros gastos pertinentes a su propia jerarquía política.
¿Sobre quién recaía la carga fiscal impuesta por
el Ramo de Guerra? En cuanto a la recaudación, el
Ramo de Guerra estaba compuesto por cuatro impuestos
que gravaban la exportación de cueros y la circulación
interna de mercancías. Dada la centralidad del comercio
porteño y la posición de Buenos Aires como princi-
pal mercado de consumo regional e intermediario con
ultramar para una vasta región que producía excedentes
pecuarios para la exportación, los costos derivados del
Ramo de Guerra eran absorbidos por los comerciantes
y productores de las provincias. Bajo la administración
del Cabildo, el Ramo de Guerra significó una masiva
transferencia de excedentes hacia Buenos Aires que, de
esta manera, hacía extensiva su dominación económica
a una dominación fiscal aún antes de la creación del
virreinato del Río de la Plata.
¿Cuál fue el impacto fiscal del Ramo de Guerra? La
inversión del Ramo de Guerra en la frontera fomentó
la producción y el comercio rural, representados por
los proveedores, artesanos y pulperos. En particular,
resulta indudable el enorme impacto de los estipen-
dios en los sectores populares rurales enrolados en las
milicias. La percepción regular de una ración o de un
salario, una pequeña pero significativa masa monetaria,
fortaleció su capacidad de consumo y de crédito mer-
cantil, permitiendo la reproducción social de la unidad

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El Imperio desde los márgenes • 151

doméstica y fomentando incluso cierto ascenso social


sin la necesidad de pasar los rigores del empleo asala-
riado en las haciendas. En este sentido, puede afirmarse
que la participación mercantil y el empleo estatal, en
vez de enajenar, fomentaron la autonomía de la eco-
nomía campesina.
La centralización de los blandengues y del Ramo
de Guerra por parte de la gobernación, decretada por
Pedro Cevallos en 1761, no fue fruto de una orientación
reformista por parte de la Corte, sino que devino de las
tensiones locales a las que habían arribado, en las que
se conjugaba un cuadro de rebelión fiscal, corrupción y
resistencia miliciana, en el contexto de una nueva gue-
rra internacional en ciernes. Mientras tanto, Carlos III,
quien actuó más como un árbitro que como un monarca
centralizador, redujo la contribución de los cuyanos y
recomendó una vez más la formación de “pueblos defen-
sivos” en la frontera. El Cabildo, despojado del Ramo
de Guerra, instaló la polémica por el uso de sus fondos,
mientras que la gobernación comenzó a utilizarlo para
cubrir parte del presupuesto militar ante la falta del
Situado. De esta manera, en vísperas de la creación del
virreinato, los distintos actores pusieron en juego sus
proyectos para la frontera en la disputa política.
En suma, la frontera no solo constituyó al Cabildo
de Buenos Aires como un actor político-corporativo
relevante –otorgándole una iniciativa política, una
representación y una capacidad financiera inusitadas en
términos de la región y la época–, sino que le brindó
un campo de disputa y oposición política a los poderes
de la gobernación. Sin embargo, la falta de un proyecto
unificado para la frontera subvirtió las posibilidades de
ejercer una oposición eficaz, allanando el terreno para
que el virreinato de Vértiz lograra capturar todo ello
para sí. Con todo, el proyecto de recuperar el Ramo de
Guerra y avanzar la frontera subsistió como una causa
de las élites rural y urbana frente a la administración

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152 • El Imperio desde los márgenes

colonial. Sus reivindicaciones volvieron a reunirse en la


coyuntura del cambio de siglo en un proyecto común
para la frontera, cuya concreción debería esperar aún
el paso de la Revolución y la caída del proyecto libe-
ral rivadaviano.

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3

Los Invencibles de Salto

A principios de 1752, a pedido de un grupo de hacendados


y jefes milicianos, el Cabildo de Buenos Aires decidió crear
tres compañías de milicias a sueldo para la defensa de la
frontera y un Ramo de Guerra para sufragarlas. Las com-
pañías se destinarían a los pagos de Luján, Arrecifes y Mag-
dalena con el objetivo de proteger la riqueza agropecuaria
y la circulación de mercancías dentro de la jurisdicción de
Buenos Aires. La Corona censuró la creación de milicias a
sueldo y sugirió que la formación de “pueblos defensivos”
era la forma más conveniente de proteger la frontera.281
Sin embargo, poco hicieron los funcionarios locales para
poner en práctica la política oficial para la frontera.282 A
partir de 1766, en el contexto de la reforma militar bor-
bónica, se universalizó el servicio en las milicias rurales y
se incorporó a las compañías de blandengues al “servicio
al rey”. Este capítulo se enfoca en observar cómo se resol-
vió la tensión entre estos distintos proyectos a partir de la
agencia de pobladores y autoridades locales en la frontera
de Arrecifes. Allí, para el sostenimiento de la compañía de
blandengues, denominada “La Invencible”, y la formación
del pueblo de San Antonio del Salto, no bastaron las dis-
posiciones y directrices reformistas de las autoridades de

281 Ver capítulo 2.


282 En 1756, el gobernador de Buenos Aires Pedro Cevallos, urgido por los
estertores de la guerra guaranítica, prorrogó la existencia de los blanden-
gues y del Ramo de Guerra, dejando para más adelante la tarea de fundar los
“pueblos defensivos”. Ver AGN, Sala IX, Bandos, leg. 8-10-2, 2 de enero de
1757.

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154 • El Imperio desde los márgenes

Buenos Aires –aun cuando fueran acompañadas de decisión


política y una razonable partida presupuestaria–, sino que
se sustentaron en un intenso proceso político local.
La historiografía ha prestado atención, desde distintos
ángulos, tanto a las compañías de blandengues como a la
formación de los pueblos rurales bonaerenses. En su estu-
dio sobre la organización militar del virreinato, el coronel
Juan Beverina entendía que los blandengues eran un tipo
peculiar de milicias ya que habían sido creadas por el Cabil-
do de Buenos Aires, llevaban un tipo de guerra irregular
contra los indígenas y su personal estaba compuesto de
“gente del país”. Según este autor, las compañías tuvieron
una precaria existencia hasta que el virrey Juan Joseph de
Vértiz (1778-1784) las “reorganizó con eficacia, aumentan-
do su composición orgánica y los efectivos de las compa-
ñías, y obteniendo la autorización real para transformarlo
en unidad veterana”, en referencia a la real orden de 1784
que constituía a las compañías de blandengues en un cuerpo
veterano dentro de los Ejércitos del rey.283
En su estudio sobre las tradiciones militares coloniales,
el historiador Raúl Fradkin llama la atención sobre la cen-
tralidad de la experiencia miliciana de los blandengues, que
permeó el período posterior, consolidando de esta manera
una “tradición de caballería veterana de matriz miliciana”,
y anticipó un problema decisivo para los años posrrevo-
lucionarios como es la reconversión de fuerzas milicianas
en veteranas.284 El autor señala tres aspectos materiales que
hicieron de los blandengues la “solución local” al problema
borbónico de la defensa: el hecho de que fueran solven-
tados con fondos locales, el reclutamiento entre la “gente
del país” y la obligación para los soldados de mantener sus
caballos y uniformes. De esta manera, Fradkin afirma que
“la experiencia de los blandengues es interesante porque
ilustra con suma claridad acerca de la existencia de formas

283 Beverina, Juan, op. cit., p. 216.


284 Fradkin, Raúl, O. “Tradiciones”, op. cit., p. 22.

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El Imperio desde los márgenes • 155

híbridas que no pueden reducirse a una dicotomía entre


veteranas y milicianas”.285
Desde la historia social, Carlos Mayo y Amalia Latru-
besse explican la aparición de los blandengues por la nece-
sidad de contar, frente a la ineficacia de las milicias a ración,
con una guardia permanente pagada por el fisco, aunque
también afirman que la sociedad de frontera en la que se
desplegaba limitaba el alcance de esta “militarización”.286
Entre otras limitantes, los autores señalan la regularidad
de las deserciones, la indisciplina de los soldados y el per-
miso dado por las autoridades para ausentarse durante la
cosecha. Eugenia Néspolo, contrariando la visión de estos
autores, sostiene que el esfuerzo defensivo se sustentó jus-
tamente en las milicias rurales, y no en los blandengues, ya
que tres dotaciones de 60 hombres no pudieron defender
700 kilómetros de frontera.287 En todo caso, la decisión de
formar tres compañías de blandengues no fue contradicto-
ria con el mantenimiento y reforzamiento de las milicias a
ración en la frontera.288 Esta convergencia se daba también
en una práctica que denominamos de “articulación defensi-
va”, aunque la convivencia entre unas y otras también podía
dar lugar a conflictos de autoridad entre sus oficiales.289
Por otro lado, la historiografía ha vinculado de diversas
formas la formación de algunos pueblos rurales de Buenos
Aires con el establecimiento de los fuertes y las compañías
de blandengues en la frontera. Por ejemplo, para el historia-
dor Ricardo Marfany, la desidia y el desvío de fondos en que

285 Ibid., p. 31.


286 Mayo, Carlos y Amalia Latrubesse, op. cit., pp. 25-26.
287 Néspolo, Eugenia A., “La ‘frontera’ bonaerense en el siglo XVIII, un espacio
políticamente concertado. Resistencia y complementariedad política entre
vecinos e indígenas en los pagos de Luján”, Mundo Agrario, vol. 7, n.º 13,
2006.
288 Ver capítulo 2.
289 Alemano, María Eugenia y Florencia Carlón, “Prácticas defensivas, conflic-
tos y autoridades en la frontera bonaerense. Los pagos de Magdalena y Per-
gamino (1752-1780)”, Anuario del Instituto de Historia Argentina, n.º 9, 2009,
pp. 15-42.

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156 • El Imperio desde los márgenes

habrían incurrido los distintos gobernadores del período


habrían provocado el “abandono” de la defensa, mientras
que la idea de formar “pueblos defensivos” no habría pasa-
do en este período de un proyecto en papel. Para el autor,
estas deficiencias solo serían subsanadas con las reformas
introducidas por Vértiz que revivieron a las compañías e
incluyeron además la construcción de fuertes en forma de
“cordón defensivo” y la fundación de nuevos pueblos en sus
alrededores.290 Contradiciendo esta visión tradicional, la
renovación en la historia rural rioplatense ha visto el origen
y la formación de pueblos como resultado de procesos de
poblamiento complejos, la extensión de redes mercantiles
y el despliegue de estructuras de poder institucional.291 En
este sentido, la historiadora Mariana Canedo llama la aten-
ción sobre los límites en la implementación de la política
borbónica de poblamiento y la conveniencia de distinguir
entre “fundación” y “formación” de pueblos.292 Para el caso
de las villas fundadas por Rocamora en Entre Ríos, Julio
Djenderedjian señala que estas no se formaron sobre el
vacío, sino que había una historia previa de poblamiento y
construcción de poder.293
El pueblo de San Antonio del Salto nunca tuvo un acto
de fundación ni estatuto de “villa”294, que era una de las
maneras que encontrarían las autoridades borbónicas para

290 Marfany, Roberto H., “Los pueblos fronterizos en la época colonial”, en


Levene, Ricardo (dir.), Historia de la Provincia de Buenos Aires y formación de
sus pueblos, vol. 1, La Plata, Taller de Impresiones Oficiales, 1940, pp.
137-146.
291 Ver Moreno, José Luis y José Mateo, op. cit.; Mateo, José, op. cit.; Barral,
María E. y Raúl O. Fradkin, op. cit.
292 Canedo, Mariana, “Fortines y pueblos en Buenos Aires colonial borbónico.
Entre las políticas de gobierno y los intereses de los pobladores”, Mundo
Agrario, vol. 7, n.º 13, 2006.
293 Djenderedjian, Julio C., “Construcción del poder y autoridades locales en
medio de un experimento de control político: Entre Ríos a fines de la época
colonial”, Cuadernos del Sur, n.º 32, 2003, pp. 190-191.
294 El título de “villa” otorgado a un poblado usualmente venía acompañado de
ciertas distinciones, como la erección de justicia y cabildo, escudo de armas
y otros privilegios.

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El Imperio desde los márgenes • 157

atraer pobladores a la frontera. Su formación se vincula al


establecimiento, en 1752, de la compañía de blandengues
La Invencible en el paraje del Salto sobre el río Arrecifes
(hoy río Salto) en el noroeste de la jurisdicción de Buenos
Aires. A diferencia de las villas fundadas en las fronteras
de Entre Ríos y el sur de Córdoba en el último cuarto del
siglo XVIII,295 San Antonio del Salto carecía de cabildo y
autoridades jurisdiccionales propias, y hasta 1796 –cuando
se convirtió en viceparroquia– tampoco tuvo cura párro-
co, siendo el capitán de blandengues la principal autoridad
local.296 En las décadas de vida colonial, el pueblo tuvo un
fuerte crecimiento demográfico que lo aproximó al millar
de habitantes hacia 1810.297

295 Sobre otras fronteras coloniales rioplatenses, ver Barral, María Elena,
“Alboroto, ritual y poder en los procesos de institucionalización de un área
periférica del litoral rioplatense (Gualeguay, fines del siglo XVIII)”, Fronteras
de la Historia, 2012, vol. 17, n.º 2, pp. 129-158; Djenderedjian, Julio C., op. cit.;
Pérez Zavala, Graciana y Marcela Tamagnini, op. cit.; Román, César, “Agen-
tes del Imperio, autoridades locales y trabajo coactivo en el proceso de fun-
dación de villas. Los ‘entrerríos’ en el último tercio del siglo XVIII”, en Cane-
do, Mariana (ed.), Poderes intermedios en la frontera. Buenos Aires, siglos XVIII y
XIX, Mar del Plata, Eudem, 2012, pp. 111-142; Rustán, María Elizabeth, op.
cit.
296 Jurisdiccionalmente, San Antonio del Salto dependía del Cabildo de Buenos
Aires, que anualmente nombraba alcaldes de la Hermandad y jueces comi-
sionados ad hoc para la campaña; luego de la Revolución, en 1816, se conver-
tiría en cabecera de su partido homónimo. A nivel eclesiástico, Salto depen-
día del curato con sede en el pueblo de San José de los Arrecifes. Ver Barral,
María E. y Raúl O. Fradkin, op. cit.
297 En 1762, el pueblo de Salto contaba con 75 habitantes; un informe elevado
en 1782 por el comandante de frontera dice que Salto contaba con 493 habi-
tantes sin contar soldados, solteros y peones, por lo cual era la población
más numerosa de la frontera, y en 1799, con 750 habitantes, lo que significa-
ba un ritmo de crecimiento anual de 6,42 %, mayor al de la Ciudad de Bue-
nos Aires y al de la campaña en general (1,78 % y 3,24 % respectivamente
para el período 1778-1810). Los datos de población de Salto en AGN, Sala
IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 25 de abril de 1762; y Mar-
fany, Roberto, op. cit., p. 145. Sobre las tasas de crecimiento de ciudad y cam-
paña, ver Gelman, Jorge, “La economía de Buenos Aires”, en Fradkin, Raúl
O. (dir.), Historia de la Provincia de Buenos Aires. Tomo 2. De la Conquista a la
crisis de 1820, Buenos Aires, UNIPE/Edhasa, 2012, pp. 103.

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158 • El Imperio desde los márgenes

Los inicios de Salto como una guarnición militar y


su emplazamiento en la frontera dieron a la vida política
del pueblo un carácter peculiar. Algunos autores consideran
que el “origen castrense” de algunos pueblos rurales y la
carencia de organismos representativos contribuyó al debi-
litamiento de su experiencia política. El académico Alberto
de Paula, en su estudio “Origen, evolución e identidad de
los pueblos bonaerenses”, distingue entre los pueblos de ori-
gen reduccional, los vinculados a los caminos, y los pueblos
surgidos al calor de las “necesidades de defensa”. En este
cuadro, la creación de tres compañías de blandengues en
1752 fue un importante “aporte al desarrollo urbano”,298
pero este origen castrense “contribuyó a debilitar el desa-
rrollo de una experiencia política autónoma”.299 Como estos
pueblos carecían de cabildos propios y solo “tuvieron como
autoridades a los comandantes de los diversos fortines”, se
cimentó la “antinomia política e institucional advertida en
el siglo XIX” entre la ciudad y los pueblos de la campaña “al
enfrentarse una tradición parlamentaria […] y el autorita-
rismo de las poblaciones habituadas a no experimentar otra
forma de poder, que los comandantes de los fortines y los
alcaldes y jueces de paz que se les imponían”.300
Por su parte, Carlos Mayo y Amalia Latrubesse, en su
estudio ya citado, realizan similares consideraciones sobre
la experiencia política en la frontera. Afirman que “la tem-
prana experiencia política de los pagos fronterizos estuvo
signada por un claro sesgo autoritario”, ya que “el alcalde de
la hermandad y el comandante militar reinaron sin contra-
partida ni contrapeso institucional local”.301
Desde otro punto de vista, para María Elena Barral
y Raúl Fradkin, el hecho de que los pueblos rurales de la
jurisdicción de Buenos Aires fungieran como “sedes” de

298 De Paula, Alberto, “Origen, evolución e identidad de los pueblos bonaeren-


ses”, Investigaciones y Ensayos, n.º 45, 1996, p. 631.
299 Ibid., p. 638.
300 Ibid., p. 621.
301 Mayo, Carlos y Amalia Latrubesse, op. cit., p. 47.

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El Imperio desde los márgenes • 159

distintas “redes de poder institucional” presentes en el mun-


do rural (eclesiástica, militar-miliciana y judicial-policial),
los convertía en “escenarios privilegiados para la acción
política en la campaña”.302 Otros autores destacan la expe-
riencia política que implicó para los pobladores rurales la
participación en las milicias, vinculada con la adquisición
del estatuto de “vecino”. De acuerdo a Carlos Oreste Cansa-
nello, el requisitos para ser considerado vecino en el Buenos
Aires colonial era poseer domicilio establecido, actividad
laboral reconocida y prestación en las milicias, por lo que
considera al “servicio en la milicia como el tránsito hacia
la obtención de la ciudadanía”. Sin embargo, según el autor,
“resulta imposible comparar a los vecinos de la campaña,
que no elegían autoridades, con los vecinos de la ciudad, que
sí lo hacían”. Con todo, cumplir el servicio de milicia para la
defensa de las fronteras otorgaba a los vecinos un “derecho
a petición” a las autoridades.303 Asimismo, según Eugenia
Néspolo, la necesidad de hombres para la defensa acentuó
el servicio en las milicias como condición de “vecindad” y
posibilitó que algunos vecinos-milicianos accedieran a ins-
tancias de autoridad y construyeran poder personal.304
Este capítulo se centra en la experiencia de la compa-
ñía de blandengues de Arrecifes durante su período mili-
ciano, es decir, antes de las reformas introducidas por el
virrey Juan Joseph de Vértiz que culminaron en 1784 con
su sanción como un cuerpo regular de caballería. En el
período que va de 1752 a 1779, si bien su peso numéri-
co fue por momentos exiguo y su existencia, por demás
precaria, la presencia de los blandengues en la frontera fue

302 Barral, María E. y Raúl O. Fradkin, op. cit., p. 31. En su balance sobre la reno-
vación en la historia rural rioplatense, Raúl Fradkin y Jorge Gelman recono-
cen en los pueblos rurales y las formas de hacer política en ellos un nuevo
ámbito de estudio que puede ofrecer una imagen divergente de la hasta aho-
ra todavía aceptada acerca del carácter vertical y clientelar de la construc-
ción y el ejercicio del poder en el medio rural. Ver Fradkin, Raúl O. y Jorge
Gelman, op. cit., pp. 47-52.
303 Cansanello, Oreste Carlos, op. cit., p. 115.
304 Ver Néspolo, Eugenia A., “La ‘frontera’”, op. cit.

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160 • El Imperio desde los márgenes

tan permanente como el riesgo de su disolución, y estas


dos condiciones fueron las que moldearon una experiencia
miliciana con significados particulares para sus protagonis-
tas, quienes tomaron ventajas de una y otra situación.
Pero, asimismo, el capítulo enfoca un aspecto poco
reconocido en la formación de un pueblo –además de los
fenómenos socioeconómicos y los estímulos instituciona-
les–, que es la experiencia política de la frontera. La par-
ticipación en las milicias, en cualquiera de sus formas, era
–para los varones adultos de la época– criterio de inclu-
sión o exclusión del cuerpo político de la monarquía y un
importante medio para la formación y difusión de la cultura
política local.305 La evidencia presentada en este capítulo
permite ver la “vecindad” no tanto como una condición
que atañía a individuos, sino como sustento de una forma
colectiva de organización política, el “vecindario”, es decir,
una comunidad local de carácter corporativo y territorial
que expresa una determinada cultura política común al orbe
hispánico –con sus nociones de autoridad y legitimidad–
apropiada en una praxis política idiosincrática. Como vere-
mos, fue la conformación de este “vecindario” el que permi-
tió la supervivencia del pueblo de Salto y determinó la for-
ma que adquiriría su gobierno, las luchas por su obtención
y los lazos hacia las autoridades sitas en Buenos Aires.

La capilla y el fuerte

La segunda de las tres compañías de milicias pagas pro-


yectadas por el Cabildo de Buenos Aires estaba destinada
al pago de Arrecifes, en el noroeste de su jurisdicción, un
área fuertemente ganadera y circundada por las principales
vías de comunicación entre Buenos Aires y las provincias

305 Ruiz Ibáñez, José Javier, “Introducción: las milicias y el rey de España”, Las
milicias del rey de España. Sociedad, política e identidad en las Monarquías Ibéri-
cas, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 13.

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El Imperio desde los márgenes • 161

interiores.306 En el invierno de 1752, Isidro Troncoso y Lira,


vecino de Baradero y capitán de milicias, reunió a 50 hom-
bres para formar la compañía destinada a Arrecifes, quienes
exigieron el adelanto de media paga anual para marchar a la
frontera. El Cabildo de Buenos Aires, aunque adujo falta de
fondos, cedió ante la amenaza de deserción y adelantó a los
soldados tres meses de sueldo a condición de que la com-
pañía se presentara y revistara en la Plaza Mayor.307 En este
acto, los soldados se autodenominaron “los invencibles” y,
debido a que “blandieron” sus espadas y lanzas para regocijo
del público, serían reconocidos como los “blandengues” de
la frontera.308 Los soldados marcharon a la frontera con los
tres sueldos adelantados en sus bolsillos y el poco arma-
mento que les proveyó el Cabildo: lanzas, algunas escopetas
y un pequeño cañón. Unas 40 leguas309 separaban a Buenos
Aires de Arrecifes. Más al sur y más al oeste, se hallaba la
tierra adentro, el territorio controlado por los pueblos indí-
genas de la región pampeana.
La compañía acampó en la cabecera del río Arreci-
fes, en la encrucijada con el arroyo Saladillo, en un para-
je nombrado “el Salto” por una pequeña cascada que for-
maba el curso de agua. El sitio parecía haber sido creado
para ser habitado: contaba con aguadas, piedra caliza para
las construcciones y tierras libres en las que los soldados
podían producir “lo necesario para la Vida”.310 El Cabil-
do les proveyó las maderas para la construcción del fuerte
y los cuarteles que los albergarían, rústicas construccio-
nes de madera, adobe y piedra.311 Junto a los cuarteles, los

306 En lo que hace a la producción, el norte bonaerense (partido decimal de


Arrecifes) ha sido caracterizado como de vocación mixta, aunque con un
fuerte desarrollo ganadero orientado sobre todo a la producción de mulas
para el Alto Perú. Ver Garavaglia, Juan Carlos, Pastores, op. cit., pp. 97-110.
307 AGN, AECBA, serie III, tomo I, 15 de junio de 1752. Ver capítulo 2.
308 De Azara, Félix, op. cit., p. 36.
309 Alrededor de 200 kilómetros.
310 AGN, AECBA, Serie III, Tomo I, Acuerdo del 17 de mayo de 1752.
311 AGN, Sala XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro de
data, 15 de enero de 1753.

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162 • El Imperio desde los márgenes

blandengues erigieron una precaria capilla donde frailes iti-


nerantes atendían sus necesidades espirituales.
Los primeros años, los sueldos de la compañía fueron
puntualmente pagados, condición para sostener la presen-
cia de la tropa en la frontera. Los capitanes, en cambio, no
duraron en su destino. El capitán Isidro Troncoso se mar-
chó al cumplirse el año de su mandato, y fue reemplazado
por don Francisco Suero, quien de todos modos tampoco
permaneció mucho en el cargo. A principios de 1755, arribó
a Salto el capitán Bartolomé Gutiérrez de Paz, proveniente
de una familia de hacendados del pago de Luján compro-
metida con el proyecto de defensa de la frontera.312 Al año
siguiente, el padre franciscano Matías Cabral se convirtió
en el primer capellán de la compañía La Invencible. Cabral
consagró la capilla de Salto a San Antonio y solicitó la com-
pra de una suntuosa imagen del santo patrono pintada al
óleo y dorada a la hoja.313
El historiador Eric Van Young, en su estudio sobre las
aldeas rurales mexicanas, afirma que la sacralización del
espacio de las comunidades locales, necesaria para la consu-
mación de los sacramentos, solidificaba vínculos afectivos
e ideológicos entre sus miembros y reforzaba su identi-
dad corporativa.314 En aquel momento se consumaron los
primeros matrimonios en Salto. En pocos años hubo una
decena de casamientos entre blandengues de La Invencible

312 Bartolomé era hermano del hacendado Juan Gutiérrez de Paz, uno de los
promotores de las compañías a sueldo en el Cabildo y capitán de la de Luján.
313 La imagen de San Antonio importó la friolera de 405 pesos. En AGN, Sala
XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro de data, 25 de
abril de 1757. A esta consagración debe el pueblo su nombre originario
como San Antonio del Salto. Posteriormente, en 1825 durante el gobierno
de Rivadavia, se cambió al patrono del pueblo (por prestarse a confusiones
con San Antonio de Areco), y se consagró la parroquia a San Pablo. Hasta el
día de hoy, la fiesta en honor de San Pablo en enero es una de las fiestas tra-
dicionales más populares de Buenos Aires.
314 Van Young, Eric, “Etnia, política local e insurgencia en México, 1810-1821”,
en Chust, Manuel e Ivana Frasquet (eds.), Los colores de las independencias ibe-
roamericanas. Liberalismo, etnia y raza, Madrid, CSIC, 2009, p. 154.

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El Imperio desde los márgenes • 163

y mujeres lugareñas315, o bien con las hijas de otros solda-


dos.316 La sucesión de casamientos emparentó políticamen-
te a los blandengues entre sí y con el capitán Gutiérrez de
Paz, quien en la mayoría ofició de testigo y matrimonió a
sus propios hijos con los soldados y sus familias.317 Otros
blandengues llegaron a la frontera ya con familia y bauti-
zaron a sus hijos más pequeños en Salto.318 Sin embargo, el
pueblo no contaría hasta mucho después con un camposan-
to, y los muertos debían ser trasladados hasta San José de
los Arrecifes para darles santa sepultura.
A partir de 1757, el gobernador Pedro Cevallos quiso
tener más injerencia en las compañías de la frontera, para lo
cual designó a un “inspector de milicias” de origen veterano.
Hacia finales de la década, los cuarteles que albergaban al
capitán y a la tropa estaban listos, pero el fuerte era todavía
una promesa. Acaso por el atraso en la obra, el inspector
de milicias Francisco Maguna envió a Salto al alférez de
Dragones Pedro Castellanos. En octubre de 1759, comenzó
la obra del fuerte, dirigida por Castellanos y con el trabajo
de los propios blandengues de la compañía. El alférez espe-
raba que la obra “cuanto antes” estuviera concluida, pero los
soldados repartían su tiempo entre las batidas de campo, la
construcción del fuerte y la siembra de sus tierras:

315 En 1756, el sargento Domingo Reguera y el soldado Alejandro Ramos des-


posaron a las hermanas Victoria y Mariana Cruz Villarroel. Al año siguiente,
el sargento Cayetano Correa, portugués proveniente de Los Arroyos, se casó
con María Juana Farías, oriunda de Fontezuelas. En 1758, el soldado Andrés
Velázquez lo hizo con Ana María Areco. En 1759 el blandengue Marcos
Fonseca dio el sí para desposar a María Candelaria Picolomino.
316 En 1757, el soldado Juan Joseph Cardoso se casó con Dionisia Naranjo, hija
de un cabo de la compañía. Al año siguiente, el cabo Francisco Rivera con-
trajo matrimonio con Gregoria Ávalos, hija del soldado Joseph Ávalos.
317 En 1759, Marcela Gutiérrez se casó con el blandengue José Issusi y Diego
Gutiérrez lo hizo con Damancia Ávalos, hija del soldado Joseph Ávalos. En
Archivo Diocesano de San Nicolás de los Arroyos, Parroquia San José de los
Arrecifes, Libro de Matrimonios (1756-1793).
318 En 1758 el cabo Joseph Bedoya y su mujer Patricia Juárez, oriundos de Cór-
doba, bautizaron a María Luisa y el soldado Joseph Ávalos y Mercedes Rive-
ra a Manuela. En Archivo Diocesano de San Nicolás de los Arroyos, Parro-
quia San José de los Arrecifes, Libro de Bautismos (1756-1789).

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164 • El Imperio desde los márgenes

… si trabajara toda la gente todos los Días pero no trabajan


sino catorce que son los que entran de Guardia, por dar Lugar
a que trabajen los que tienen que sembrar pues todos los
soldados trabajan en el Fuerte con bastante gusto, y empeño
deseosos el que quantuantes [sic] se acabe.

Unos meses después las paredes del fuerte estaban


levantadas, aunque faltaban los corrales y terraplenes. Los
“indios” parecían estar lejos: los corredores de campo “lo
más que encontraron fue unos fogones ya viejos como de
un mes a distancia de unas cincuenta Leguas” de allí. En
los alrededores del cuartel, había solo dos ranchos viejos y
algunos corrales. El alférez se mostraba optimista respecto
a que el sitio se poblara: “En cuanto a Vecinos espero en
Dios que con el buen agrado ande ir [sic] viniendo”.319
Salto nunca tuvo un acta de fundación ni estatuto de
pueblo. La consagración de la capilla al santo patrono vene-
rado por la orden de los franciscanos fue el evento sim-
bólico más importante, una suerte de bautismo del pueblo
que a partir de entonces sería conocido como San Anto-
nio del Salto de los Arrecifes. La sucesión de casamientos
y bautismos en Salto indica una voluntad de arraigo por
parte de los soldados de La Invencible, quienes dividían su
tiempo entre las batidas de campo, sus trabajos campestres
y la construcción de los cuarteles, el fuerte y la capilla.
Frente a la ausencia de una política oficial consistente, el
protagonismo en la formación del pueblo lo tuvieron los
blandengues y sus hogares campesinos, piezas fundamenta-
les del poblamiento de Salto y responsables de las primeras
construcciones del futuro pueblo.

319 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 22 de noviembre de 1759.

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El Imperio desde los márgenes • 165

La autoridad legítima en la frontera

A principios de 1760, en el pueblo de Salto ya había unas


14 o 15 personas, aparte de los soldados y sus familias,
algunos ranchos, una pulpería y la “capilla”, un modesto
galpón sin puerta y con techo de paja. El nuevo capellán de
la compañía, Joseph Antonio González, tuvo la iniciativa de
remodelarla. La obra se llevó a cabo con un gasto mínimo
gracias al esfuerzo de los blandengues. González informó
que “entre todos los soldados se hizo la capilla” sin gastar
más dinero que el de los materiales, disponiendo para ello
que a mediodía fueran “a comer a sus casas”. Por su parte,
según el capellán, el capitán Bartolomé Gutiérrez de Paz se
excusó de la obra arguyendo que “la hiciese el Rey, que él no
estaba obligado a hacer tal capilla, que mentían todos”.320
El capitán de La Invencible también se ganó la suspi-
cacia del alférez Castellanos, quien comenzó a enviar infor-
mes negativos al inspector Maguna. Según Castellanos, el
capitán Gutiérrez de Paz, enfadado por una carta del gober-
nador, andaba todo el día “ofreciendo palos a los soldados
sin fundamento”, por lo que temía que “los aburriera”, en
el sentido de llevarlos a abandonar las filas. En el mismo
informe, el alférez acotaba que la llegada del nuevo capellán
lo llenaba de esperanza: “…estamos con el capellán nuevo
muy gustosos, pues el Día de San Joseph hizo una Plática
muy buena, y espero en Dios sacaría bastante fruto”.321
El entredicho por el asunto de la capilla motivó la furia
del capellán Joseph Antonio González, quien, en consor-
cio con el alférez Castellanos, denunció al capitán de La
Invencible don Bartolomé Gutiérrez de Paz frente al ins-
pector Maguna.322 El fray González comenzaba su misiva

320 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 24 de enero de
1760.
321 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 23 de marzo de 1760.
322 La denuncia completa en AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto,
leg. 1-5-2, 24 de enero de 1760.

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166 • El Imperio desde los márgenes

afirmando que su deseo era que el pueblo “cada día creciera


a palmos su aumento”, es decir, vinculaba la naturaleza de
la denuncia que iba a realizar con la posibilidad de que el
Salto se poblase o no. A continuación, enumeraba una serie
de conductas reprobables del capitán Bartolomé Gutiérrez
de Paz que justificaban su remoción al frente del Salto. En
la denuncia de González, pueden vislumbrarse qué com-
portamientos se esperaban y cuáles se repudiaban en una
autoridad, involucrando específicas nociones de lo público
y lo legítimo, relacionadas con la naturaleza de la comuni-
dad política que se estaba formando.
Dentro de la reprochable conducta del capitán, el cape-
llán mencionaba, en primer lugar, los “vicios” que tenía
Gutiérrez de Paz y la vida licenciosa que llevaba. González
afirmaba que “todo se frustra por estar destinado al lugar
una tan infeliz Cabeza que todo lo desazona con sus conti-
nuas Borracheras”. Al hábito de la bebida, se sumaba el del
juego. Según el capellán: “[El capitán] desde que se levan-
ta, después del mate, que toma pasa a asentarlo donde se
celebra la descomulgada bebida del Aguardiente, y de ahí
se va a la pulpería a jugar gasto hasta medio día”. Conti-
nuando con la rutina del capitán de La Invencible, decía
González: “Cada vez, que van dos hijas grandes que tiene [el
capitán] se anda fandangueando323 las más noches con ellas
de rancho en rancho”. En la concepción del fraile, ciertas
conductas personales, como darse a la bebida, al juego o a
la noche, eran altamente reprobables en quien era conside-
rado la “cabeza” del pueblo, en una alusión que replica la
metáfora corporal del reino, con sus sentidos de naturaleza
y jerarquía, a nivel local.324

323 Deriva del sustantivo “fandango” utilizado para referirse al “baile introduci-
do por los que han estado en los Reinos de las Indias, que se hace al son de
un tañido muy alegre y festivo”. En Real Academia Española, “Fandango”,
Diccionario de Autoridades (1726-1739). Disponible en bit.ly/3ovTTp3.
324 Cañeque, Alejandro, “Cultura vicerregia y Estado colonial. Una aproxima-
ción crítica al estudio de la historia política de la Nueva España”, Historia
Mexicana, vol. 51, n.º 1, 2001, pp. 13-15.

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El Imperio desde los márgenes • 167

Además, el capellán resentía que el capitán hiciera uso


de un lenguaje impúdico y lanzara insultos e injurias que
incitaban a la violencia. Según denunciaba González, Gutié-
rrez de Paz utilizaba una “maldiciente lengua”, insultaba a
los habitantes del pueblo y hacía contar “mil deshonesti-
dades”. Además, no distinguía su público, ya que lo hacía
estuviera quien estuviese “delante amaneciéndose en esto”
y “llevando por delante” cuanto veía “sin reparar” si “los
individuos del lugar” eran “hombres casados”, “difamando
de continuo a todos y todas, levantándoles mil quimeras
cuantas se le proponen a su idea llevado alta borrachera”. Lo
peor era que el capitán brindaba un mal ejemplo a quienes
debían ser sus acólitos: “…la Continua deshonestidad para
conversación dando mal ejemplo a cuantos le oyen sean
chicos, sean grandes”, y se loaba “de haber sido, y ser malo”.
De acuerdo a lo que observaba el capellán González, las
mentiras, los insultos y las palabras obscenas del capitán
Gutiérrez de Paz eran tanto peor cuanto no distinguían
destinatario y eran un “mal ejemplo” para los pobladores.
El fraile señalaba también la corrupción del capitán y
la ausencia de normas que reinaba en Salto. Cotidianamen-
te, crecían “las desmedidas medidas de un tomar sin regla
alguna”, algo que tendría “terribles” consecuencias, amena-
zando con sumir al pueblo en una disputa constante: “A
no estar pronto el reparo se matarán como perros”, en una
metáfora cara al universo hobbesiano325. Además, González
denunciaba que el capitán recibía sobornos de “ladrones
conocidos […] ociosos paseantes del lugar”, a los que el capi-
tán apresaba para luego dejarlos libres a cambio de alguna
pequeña coima: “…a los tres días de cepo con la más inferior
dadiva […] libres de culpa y de pena”. Así, reflexionaba el

325 En referencia al estado de naturaleza, el filósofo inglés llegaba a la siguiente


máxima en su justificación del poder absoluto: “Para hablar imparcialmente,
estos dos dichos son muy verdaderos: que el hombre es una especie de Dios para
el hombre y que el hombre es un auténtico lobo para el hombre”. En Hobbes, Tho-
mas, De Cive, Madrid, Alianza, 2000 [orig.; 1642], pp. 33-34. Cursiva en el
original.

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168 • El Imperio desde los márgenes

fraile con amargura: “…los que no caben en otra parte tie-


nen su lugar en el Salto”. Es decir, en la argumentación del
cura, los procederes arbitrarios y deshonestos del capitán
amenazaban con sumir al pueblo en la inmoralidad y vol-
verlo al caos primigenio.
Por último, y no menos importante, González se enfo-
có en la conducta religiosa del capitán de La Invencible ya
que, según el capellán, Gutiérrez de Paz rara vez asistía a
misa, dando un mal ejemplo a los pobladores:

… no puedo conseguir el que se halle el primero como capitán


para que a su ejemplo se muevan todos no es posible, cuando
quiere oye misa y cuando no quiere no la oye sea el día que se
fuye [sic] pues fingiendo negocios.

Además, sus procederes deshonestos eran responsables


del estado de la “capilla” construida por los soldados: “La
capilla es un galpón mal forjado con techo de paja y sin
puertas pues hasta los umbrales que traje de la costa los ha
dado a un hijo suyo para su casa”. En la óptica del fraile,
el capitán no hacía gala de una religiosidad apropiada ni
fomentaba el culto entre sus acólitos.
En el cierre de su argumentación, el capellán González
retomó el argumento, sensible a las autoridades de Buenos
Aires, de la amenaza de despoblación:

Tan violentos se hallan así vecinos como los señores soldados


que de repente está arriesgado, que desamparen el lugar, si
esto no tiene mejoría quieren varios vecinos de otro lugar
Venirse a poblar en dicho Paraje y con lo que ven cuando son
los pagamentos se desengañan y se van, y así ¿ha de haber
aumento en semejante paraje?

Al recibir la denuncia del capellán de La Invencible, el


inspector Francisco Maguna solicitó informes de varios tes-
tigos, entre ellos el alférez Pedro Castellanos. Los testigos
hicieron hincapié en que el alcoholismo del capitán, el mal-
trato a los soldados y las ofensas propinadas a los habitantes

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El Imperio desde los márgenes • 169

–y, en particular, a las mujeres casadas del pueblo– habían


caldeado los ánimos en Salto. El alférez Castellanos infor-
mó sobre Gutiérrez de Paz:

… prescindiendo de otros defectos el de la embriaguez lo


posee quasi [sic] diariamente con exceso de que se origina
maltratar a los soldados, y estos mirarle con sumo desprecio
y aun con abominación lo mismo a los demás Habitantes, que
están establecidos, y a las Mujeres de unos, y de otros, que
injuria de palabras notablemente.

A juicio del alférez, los pobladores se hallaban “con


bastante razón Irritados y quejosos”.326 Idénticas apreciacio-
nes tenía otro testigo, Domingo Reguera, sobre el capitán:
“Diariamente es hombre que es muy largo en el beber como
todos lo dirán si V. S. lo pregunta, y es causa de que haga
mil absurdos por lo que tiene la Gente muy descontenta”.
Y señaló la vulnerabilidad de las mujeres casadas, expues-
tas a un tiempo a las ignominias del capitán y el castigo
de sus maridos:

Lo segundo es que tratándolos con indecorosas palabras así a


ellos como a sus Mujeres, poniéndolas en peligro a las mise-
rables de que sus maridos hagan alguna desgracia con ellas,
motivados de lo que oyen decir de sus mujeres al Capitán.327

La denuncia de González tuvo el efecto esperado. El


inspector Maguna suspendió al capitán de La Invencible
y, muñido con estos informes, se dirigió al teniente de
rey para solicitar su remoción, argumentando que, si se
mantenía al capitán en su puesto, sobrevendría el consa-
bido perjuicio para el aumento de la población: “Mien-
tras él se mantenga en este empleo mal podrá aumentarse
aquella Población […] que hoy día si dicho capitán hubiera
tenido otra conducta me han asegurado que su población

326 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 28 de abril de 1760.
327 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 28 de mayo de 1760.

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170 • El Imperio desde los márgenes

pasaría de cien vecinos…”.328 Finalmente, ausente Cevallos,


el teniente de rey ratificó la decisión de remover al cuestio-
nado capitán Gutiérrez de Paz.
¿Cómo interpretar este conflicto que determinó la
remoción del capitán de La Invencible? La denuncia del
capellán González era todo menos ingenua. El capellán
Joseph Antonio González utilizó los conceptos y las nocio-
nes de una cultura política común al conjunto de la monar-
quía para denunciar la ilegitimidad del capitán de Salto
Bartolomé Gutiérrez de Paz con el fin de obtener su remo-
ción. La ratificación de sus dichos por los “testigos” y la
aceptación de la argumentación por el inspector de milicias
certifican que no se trataba de una ocurrencia individual,
sino de un sentido común de la época.
El eje común que recorría a la denuncia era la publicidad
de los actos, en el sentido negativo que le atribuye la histo-
riadora Annick Lempérière en su estudio sobre los espacios
públicos del Antiguo Régimen:

… publicidad, palabra utilizada comúnmente para concep-


tualizar la idea de lo que se hace “a la vista de todos” o es
conocido de todos, encerraba en sí un riesgo para la comu-
nidad. La constante amenaza de la publicidad residía en la
posibilidad del escándalo […]. El escándalo podía presentarse,
con igual peligro, en las costumbres individuales y colectivas;
abarcaba un abanico de conductas contrarias a la “virtud”, a
la “decencia”, a la “modestia” que el consenso social espera-
ba de los miembros de la comunidad: “indecencia”, “vicios”,
“mal ejemplo”.329

Lempérière entiende la comunidad política como un


sistema de reciprocidad moral donde la publicidad –en sen-
tido negativo– revelaba a la vista de todos los “vicios” o

328 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 28 de mayo de 1760.
329 Lempérière, Annick, “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen
(Nueva España)”, en Guerra, François-Xavier, Annick Lempérière et al., Los
espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII-XIX,
Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 62.

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El Imperio desde los márgenes • 171

las “malas costumbres” de algunos, entre ellos, la ebriedad


pública, los juegos prohibidos y las palabras escandalosas y
obscenas, sobre todo acompañadas de acciones indecentes,
todas piezas que encajaban en la denuncia de González.
Por otro lado, la publicidad legítima, es decir, en su sentido
positivo, residía en la práctica religiosa, en el esplendor del
culto y en la manifestación pública de la devoción. De allí
el énfasis puesto por el cura en la ausencia del capitán en
las misas y su poca colaboración en la construcción de un
templo apropiado. Afirma Lempérière: “No podía disociar-
se la idea de comunidad de la de publicidad, puesto que la
colectividad y los individuos que la componían eran recí-
procamente responsables de su salvación”.330
Es decir, el incipiente pueblo del Salto ya se pensaba
como una comunidad política, a imagen y semejanza de las
“repúblicas” de los espacios urbanos iberoamericanos:

La república constituía la “comunidad perfecta”, o sea, la que


se distingue de un simple conglomerado de familias e indi-
viduos por ser la comunidad del pueblo, unida por vínculos
morales, religiosos y jurídicos e, idealmente, autosuficien-
te tanto desde el punto de vista espiritual como político y
material.331

La particularidad, en este caso, estaba dada por el con-


texto de frontera. Las conductas reprochables y los proce-
deres ilegítimos del capitán Gutiérrez de Paz amenazaban
con despoblar la frontera, cuando lo que se quería era esta-
bilizar y aumentar la población. El hecho de poblar la fron-
tera, participando o no en las milicias, fue en lo sucesivo
fuente de legitimidad para las autoridades, los vecinos y el
vecindario de Salto.

330 Ibid., pp. 62-63.


331 Ibid., p. 56.

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172 • El Imperio desde los márgenes

Juegos de honor

El gobernador Cevallos, aún fuera de la capital, designó a


Joseph César Conti, vecino de Buenos Aires, como nuevo
capitán de La Invencible. Cuando llegó a Salto en febrero
de 1761, Conti encontró el armamento en pésimo estado
y enseguida pidió el reemplazo de todos los pertrechos y
la provisión de municiones como pólvora, balas y piedras.
También algunas esposas, cadenas y grilletes para prender
“delincuentes” y obligarlos a trabajar en la obra de la for-
taleza.332 Con la entrada de España a la guerra de los Siete
Años, que haría del Río de la Plata uno de sus escenarios, el
gobernador ordenó el enrolamiento universal de la pobla-
ción en las milicias. Asimismo, el Ramo de Guerra se hallaba
menguado y el Situado se destinó a la expedición de Colo-
nia del Sacramento. El nuevo capitán tendría a su cargo la
difícil tarea de concluir la construcción del fuerte, sostener
la compañía de blandengues y evitar el despoblamiento del
pueblo de Salto en su hora más difícil.
En aquel momento, acababa de asumir un nuevo
teniente de rey, don Joseph Marcos de Larrazábal,333 quien
comunicó su asunción mediante una circular enviada a
todos los capitanes de blandengues, en la que los intimaba
a que cada uno guardase y observase “exactamente todas
las Instrucciones y [órdenes] que se le hubieran comunica-
do por el Excelentísimo Gobernador”.334 El capitán de La
Invencible, Joseph César Conti, respondió al novel teniente
de rey saludándolo por la asunción, para luego expresarle,
respecto a la necesidad de seguir las órdenes e instruccio-
nes dadas: “Ni de mi Capitán general, ni del antecesor de
V. S. no tengo algunas hasta la hora presente, ni menos

332 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 3 de abril de
1761.
333 Ver capítulo 2.
334 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 67, 16 de
febrero de 1761.

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El Imperio desde los márgenes • 173

haberlas encontrado en poder de mi antecesor”.335 Es decir,


aunque desde 1757 había asumido su mando, el gobernador
no había emitido hasta entonces ninguna regulación para
la práctica defensiva.
El capitán César Conti entró en conflictos de autoridad
tanto con el sargento mayor de Arrecifes, Joseph Peñalba,
como con el juez comisionado por el Cabildo a raíz de la
protección que el capitán brindó a un soldado de La Inven-
cible perseguido por la justicia rural. Al calor de los conflic-
tos entre autoridades locales acaecidos en Salto, el teniente
de rey emitió una “instrucción” para La Invencible que pue-
de considerarse el primer reglamento de la frontera.336 Los
primeros artículos señalaban la obligación que regía para
los oficiales de milicias y blandengues de cuidar que sus res-
pectivas compañías se hallaran completas y que los soldados
tuvieran bien acondicionado su armamento. Luego refe-
ría que, en cuanto fuera advertida la presencia de “indios
enemigos” en la frontera, el capitán de blandengues debía
dar inmediato aviso al sargento mayor de las compañías
sueltas de milicias para que le enviara la “gente necesaria”
para salir a campaña bajo el mando del primero “por conve-
nir el que todos” fueran sujetos “a unas mismas ordenes”.
El resto del articulado de dicho reglamento estaba des-
tinado a deslindar la jurisdicción del capitán de blanden-
gues respecto a la del sargento mayor de milicias y de la jus-
ticia ordinaria en la frontera. De acuerdo con el reglamento,
el mando del capitán de blandengues sobre las milicias se
limitaba a los momentos de campaña, evitando entrar en
conflictos con los oficiales milicianos a quienes dejaría que
cuidasen “de su Gente”. El reglamento también señalaba los
límites de la jurisdicción del capitán de blandengues en lo
atinente a la pretensión de castigar delincuentes: “No se

335 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 61, 19 de
febrero de 1761.
336 El documento completo en AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto,
leg. 1-5-2, ff. 207-208, “Ynstrución que deven observar, los Capitanes; y Ôfi-
ciales subalternos, de las Compañías destinadas, a la Frontera”, 1766.

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174 • El Imperio desde los márgenes

mezclará en otros asuntos más que en aquellos de cuidar


de su compañía, pues para los demás de prender y perse-
guir a los delincuentes están destinados los Jueces Comi-
sionarios [sic]”.337
El capitán César Conti recibió estas instrucciones con
cierta incomodidad y se puso a escribir cartas para revalidar
su imagen frente al teniente de rey. En la primera de ellas, el
capitán de La Invencible puso en juego nociones específicas
de honor miliciano en aras de su propia legitimación. Des-
tacaba en primer lugar sus méritos anteriores a su arribo
al cargo, un periplo que, según su relato, se inició a los
diez años de edad e incluyó África y el sitio de Gibraltar.
Respecto a la protección que brindó a un soldado de su
compañía, Conti la justificó así:

[por] el honor de verme obligado a Ley de lo que he aprendido


desde mi Niñez en la Milicia; Pues ¿cuál es aquel oficial, que
procediendo lo dicho, no procura por el honor de la tropa
que está a su Cargo?

Es decir, la “ley” que había aprendido Conti en la


milicia era que el honor de los oficiales era una propie-
dad transitiva a la tropa. El capitán agregaba, con un dejo
cierto de ironía:

Puedo asegurar con toda verdad a Ley de hombre blanco,


que no he recibido de cuantos superiores en el discurso dicho
reprehensión como con la que V. S. se sirve favorecerme; doy
le [sic] a V. S. las gracias por lo mucho que me ama.338

En una segunda carta, el capitán de La Invencible se


enfocó en su gestión al frente del Salto. Conti afirmaba
que siempre procuró “la Sociedad de Tropa, y Vecindario”.

337 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, ff. 59-60, 22 de
mayo de 1761.
338 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 31 de mayo de
1761.

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El Imperio desde los márgenes • 175

Según su relato, cuando llegó a la frontera, tuvo noticias


de que “algunos de los Vecinos de ella, procuraban el reti-
rarse a otros partidos”: “[por lo que] procuré esparcir la
Voz, de que hacían mal en semejante atentado, haciéndome
el cargo, que lo que se desea, es aumentar esta Población”,
en referencia a la intención borbónica de formar “pueblos
defensivos” en la frontera.
Conti acompañó sus cartas con una nota del capellán
Joseph Antonio González (el mismo que había denunciado
los “desórdenes” de su antecesor) que destacaba las cualida-
des del capitán en el gobierno del Salto:

jamás ha gozado gracias al Señor este lugar más sosiego, y


enmienda, en todos los aspectos y reforma de todas las Cos-
tumbres, sino desde que la persona del capitán Don Joseph
César de Conti dentro de esta plaza que lo administra todo
con sobradísima prudencia portándose como buen cristiano
en lo temporal, y espiritual, con tan eficaz Celo a vista de
todos que lo tengo por imposible el que persona alguna
pudiese tan en corto tiempo lograr la tranquilidad y paz.

Como un recorte en negativo de su descripción del


capitán anterior, el capellán González le atribuía a Conti ser
un “buen cristiano” portador de la virtud de la “prudencia”
con la que había logrado en tres escasos meses el “sosiego”,
la “enmienda” y la “reforma de todas las costumbres”. El
teniente de rey no se dejó impresionar por estos conceptos
y le contestó secamente a Conti: “…continúe V. M. con su
prudencia y discreción que es la sal con que se preserva
de toda corrupción semejantes genios”, en referencia a los
inquietos pobladores de la frontera.339
Más tarde, cuando Larrazábal fue reemplazado en su
cargo por Diego de Salas, el capitán Conti se dirigió al nue-
vo teniente de rey refiriéndose a los “disgustos” que había
tenido con su antecesor y al recorte que había sufrido en sus

339 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 10 de junio de
1761.

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176 • El Imperio desde los márgenes

funciones. Según Conti, Larrazábal había llegado a manci-


llar el honor del capitán sin más motivo que las precisas
representaciones que este ejerciera en razón de su empleo
y de hallarse a cargo “no tan sólo de esta compañía sino
de esta frontera”. El motivo de estas desavenencias eran
diversas actuaciones en las que el capitán de La Invencible
decía haberse visto precisado de “atender a lo militar, y Polí-
tico”, es decir, exceder sus funciones estrictamente defen-
sivas para acometer las de gobierno y justicia. Conti hacía
referencia al reglamento que, como hemos visto, limitaba
su mando sobre las milicias a los momentos de campaña y
recortaba sus prerrogativas jurisdiccionales:

de suerte, que ha llegado a tal extremo, que quitó del dominio


de esta Capitanía, hasta los vecinos de este pueblo, y los
forasteros, que ha él se le agregan habiendo estado desde su
fundación de bajo las órdenes en lo militar, y Político, de los
capitanes de esta compañía.

De esta manera, Conti reivindicaba su intención no solo


de conducir a La Invencible, sino de gobernar al pueblo de Sal-
to siguiendo el argumento de los usos y las costumbres, ya que,
según él, desde su “fundación” el pueblo había sido gobernado,
tanto en lo militar como en lo político, por el capitán de la com-
pañía de blandengues. Además, Conti argumentó que la unifi-
cación del mando político y militar se justificaba por la nece-
sidad de disciplinar y corregir los “vicios” de “una Gente atre-
vida, y Cuez [sic, ¿soez?]” acostumbrada a “vivir en libertad de
conciencia”. Esta parte de la argumentación del capitán remi-
te, sin duda, a la “reforma de las costumbres” a la que anterior-
mente había hecho referencia el capellán de la compañía Joseph
González. En adición, la necesidad de unificar el mando políti-
co y militar se justificaba no solo por la necesaria “reforma de
las costumbres”, sino también por la presencia de “un enemigo
como el Infiel”, que era “un Rayo en sus Invasiones”.340

340 AGN,Sala IX,TenientedeRey,leg.28-9-2, 30deenerode1763.

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El Imperio desde los márgenes • 177

¿Qué nos dice este conflicto de poder sobre la auto-


ridad en la frontera? El capitán de La Invencible César
Conti entró en conflictos de autoridad y jurisdicción con
el sargento mayor y con el juez comisionado del partido
de Arrecifes tanto por su pretensión de gobernar al pue-
blo, como por ejercer un fuero militar de facto sobre sus
soldados. Por lo mismo, el teniente de rey Marcos Joseph
de Larrazábal emitió un reglamento para La Invencible, el
primero de su tipo en la frontera, que se proponía orien-
tar la práctica defensiva y deslindar esferas de competencia
entre las distintas autoridades locales. La operación de legi-
timación de Conti en tres pasos (sus cartas y la del capellán
a Larrazábal, y la posterior a Diego de Salas) tenía como
propósito revalidar su imagen y reivindicar su pretensión
de unificar el mando político y militar.
Un elemento que salta a la vista en la operación de
legitimación es la cuestión del honor miliciano, resaltando
un específico sentido del honor en la frontera. Si nos ate-
nemos a los sentidos asociados a él, el honor, usualmente
una característica hereditaria y vinculada a la virtud del
nacimiento, tenía que ver aquí también con el “mérito” de
una trayectoria ejemplar en la milicia. Además, el honor
en la milicia, considerado por la élite patrimonio exclusivo
de ella, se extendía también hacia la tropa justificando el
ejercicio de un fuero militar de facto (“¿Cuál es aquel oficial,
que procediendo lo dicho, no procura por el honor de la
tropa que está a su Cargo?”). Por último, el honor era algo
vinculado a la condición de hombre blanco (vinculación
entendida por Conti cuando se autolegitima en la “ley de
hombre blanco”).
Estos sentidos se emparentan con lo que sabemos sobre
el honor en la Hispanoamérica colonial, a la vez que per-
miten detectar las especificidades de este en la frontera. La
historiadora Ann Twinam ha señalado que en Hispanoa-
mérica, frente a la ausencia de componentes migratorios
judíos y moros, la “limpieza de sangre” asociada al honor
asumió connotaciones explícitamente racistas a favor de los

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178 • El Imperio desde los márgenes

“blancos” y “sin ninguna mezcla de mulatos”.341 Con todo, la


autora señala que la presencia o ausencia de honor estaba
constantemente “sujeta a negociación”.342 En el caso anali-
zado, la milicia, una carrera abierta al mérito, daba honor.
Ergo, la milicia daba la condición de hombre blanco. En la
mentalidad barroca de la época, todavía afecta al razona-
miento por un silogismo falto de empiria, se tenía honor
porque se era hombre blanco, pero también se era hombre
blanco porque se tenía honor. El honor en la milicia se
extendía también a la tropa; en el caso de La Invencible,
esta se componía mayoritariamente de afrodescendientes
y gentes de color (cuadro 6), quienes recibían, por lo tan-
to, el trato de hombres blancos. Es decir, sin invalidar el
cuadro general de los privilegios y las connotaciones racia-
les asociados al honor en la Hispanoamérica colonial, la
frontera abría resquicios para el ascenso en la condición
personal de los individuos, quienes, sin importar su origen
étnico, estaban capacitados con el “honor” propio de los
“hombres blancos”.
En última instancia, lo que se disputaba en estos con-
flictos de honor era el gobierno del pueblo. ¿Tenía el capitán
de la compañía de blandengues prerrogativas políticas y
jurisdiccionales sobre la población? El capitán César Con-
ti abogó por la unificación del mando político y militar
–como había sido, según él, la costumbre desde la fun-
dación del pueblo– justificada por la necesidad que había
en la frontera tanto de contener al “enemigo infiel”, como
de enmendar los vicios y la “libertad de conciencia” de la
población. Para ello, la imagen que se construyó de Con-
ti contrasta con la de su antecesor Gutiérrez de Paz. La
calidad de “buen cristiano” y la “prudencia” del capitán

341 Twinam, Ann, “The Negotiation of Honor. Elites, Sexuality, and Illegitimacy
in Eighteenth-Century Spanish America”, en Johnson, Lyman L. y Sonya
Lipsett-Rivera (eds.), The Faces of Honor: Sex, Shame, and Violence in Colonial
Latin America, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1998, pp.
73-77. La traducción es propia.
342 Ibid., p. 89.

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El Imperio desde los márgenes • 179

refrendaban su legitimidad al frente del Salto. Estas condi-


ciones refieren a la idea de la comunidad moral del pueblo y
de la autoridad como la “cabeza” que tenía que irradiar con
su ejemplo y “reformar” a una población que evidentemente
gozaba de ciertas libertades y licencias impensables en otros
contextos. Por último, un nuevo actor y una nueva esfera
asoman en las palabras de Conti. En efecto, el capitán adu-
cía que había evitado el anunciado despoblamiento de Salto
–congruente con el deseo de las autoridades de Buenos
Aires de “aumentar esa población”– “esparciendo una voz”
en el “vecindario”. A continuación, a partir de un conflicto
por las tierras de Salto, se analizará la formación de esta
comunidad política y del espacio público local.

“En nombre de todos los vecinos del Salto”: génesis


de un vecindario

En este apartado, se estudiará un caso específico en que


los pobladores de Salto hicieron uso del “derecho de peti-
ción” que los asistía como “vecinos” a raíz de un conflicto
generado por la venta de las tierras del fuerte y del pue-
blo del Salto a un particular. En efecto, en el contexto de
la actitud errática que asumió respecto a la frontera luego
de haber perdido el control del Ramo de Guerra y de las
compañías de blandengues,343 el Cabildo de Buenos Aires
vendió las tierras de Salto a un vecino de la ciudad e impulsó
su desalojo a través del juez comisionado que era su brazo
en la campaña. A partir del análisis de la actuación de los
vecinos, se podrá observar cuáles eran las condiciones de
vecindad y cuáles sus significados prácticos en la frontera.
Entre ellos, se enfatizará que la vecindad no era solo una
condición privilegiada individual, sino también una forma
colectiva de organización política: el “vecindario”.

343 Ver capítulo 2.

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180 • El Imperio desde los márgenes

En el otoño de 1762, el juez comisionado de Arrecifes


se presentó en el pueblo para ejecutar el desalojo de las
tierras que rodeaban al fuerte. En ese momento vivían en el
pueblo 75 personas entre soldados, mujeres, niños y escla-
vos (cuadro 5). Los habitantes de Salto pusieron el grito
en el cielo. La venta de las tierras del fuerte afectaba en
primer lugar a los soldados de La Invencible, quienes tenían
ganados en ellas y amenazaban –una vez más– con retirarse
de la frontera. Ante la noticia del desalojo, le comunicaron
al capitán que a fin de mes se retirarían de la compañía y
del pueblo, ya que venía “otro a Poseer lo que a ellos les
[había] costado tanto en poner sus Vidas a riesgo continua-
mente”. Ante la amenaza, el capitán César Conti suspendió
provisoriamente la ejecución de las tierras, lo que informó
“en público” para que los soldados “serenasen sus contrarias
determinaciones de retirarse de este sitio”.344
A continuación, los vecinos de Salto redactaron una
“petición” dirigida al gobernador Pedro Cevallos firmada
por 22 hombres, entre ellos el excapitán Bartolomé Gutié-
rrez de Paz y otros integrantes de La Invencible, quienes
decían hablar “en nombre de todos los vecinos del Salto”.
Querían que el gobernador dictaminara si era o no “lícito
el que por un particular” padecieran “la violencia” de que
cuanto antes desocupasen el lugar. Los vecinos afirmaban
que hacía “muchos años” poblaron ese terreno expuesto al
enemigo “sin que persona alguna les [hubiera] impedido a
estar”, mientras que ahora se veían “con un laberinto de tan-
tos dueños del lugar” que los pasaban “al desamparo”. Los
vecinos argumentaban que, si durante ese tiempo lo habían
defendido “a su costa” y solo luego “bajo paga”, había sido
“solo a fin de disfrutar un pedazo de tierra del Rey Nues-
tro Señor”.345 De esta manera, los vecinos reivindicaban

344 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 108, 25 de abril
de 1762.
345 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 23 de abril de
1762.

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El Imperio desde los márgenes • 181

derechos consuetudinarios sobre la tierra alegando haber


poblado la frontera aun antes de la llegada de la compañía.
El capitán César Conti acompañó la presentación de
los vecinos con una carta y un padrón del poblado. En
la misiva, el capitán reivindicó el derecho a la tierra de
los habitantes de Salto ya que, según él, se les había pro-
metido que siempre se los atendería “con la distinción de
Pobladores”:

… pues siendo esta población de las que más agradaba a V.


E. [el gobernador] puedan estar ciertos estos Pobladores y
los que Viniesen […] serían atendidos particularmente dán-
doles a cada Uno las tierras necesarias para mantener sus
Haciendas.

Es decir, la de “poblador” era una “distinción” que iba


en paralelo a la que otorgaba la vecindad y que, en virtud
de la voluntad de las autoridades borbónicas de poblar la
frontera, comportaba el derecho a poseer la tierra.
Al mismo tiempo, se vivía por primera vez un atraso
prolongado en el pago de los sueldos de los blandengues.346
De acuerdo al capitán de la compañía, los vecinos prorrum-
pían voces de que querían marcharse a otro lado por esta
demora “pues anteriormente se hallaban con menos nece-
sidad”. Asimismo, mientras que quienes ya eran soldados
reclamaban el pago de sus sueldos, otros “vecinos” se queja-
ban de que no se les permitiera sentar plaza en la compañía
de blandengues y decían que, ya que estaban “viviendo en el
peligro, tuvieren mucho gusto el servir en ella por el alivio
del Sueldo, para la manutención de sus familias”.347 Es decir,
las familias contaban con este complemento monetario e
iniciaron acciones de queja que incluían la amenaza de reti-
rarse de la población, mientras que otras pedían una plaza

346 Ver capítulo 2.


347 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, ff. 108-109, 25
de abril de 1762.

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182 • El Imperio desde los márgenes

de blandengue basando su solicitud en su propia estancia


en la frontera.
Por otro lado, el pago de los sueldos no beneficiaba solo
a los blandengues, sino a todo el pueblo. Según el capitán,
con la “corrida de la plata” que se verificaba cuando los
sueldos llegaban, los vecinos “podían Vender en sus casas lo
preciso para este Común”. Incluso, a fin de que ellos “tuvie-
ran este lucro”, Conti había prohibido a los “forasteros” que
“Viniesen a Vender cosa alguna”. De esta forma, el pago
de los sueldos de la compañía de blandengues beneficiaba
al comercio local, permitiendo que los “vecinos” abrieran
pequeñas tiendas en sus casas, lucro del que estaban exclui-
dos los “forasteros”.
¿Qué nos dice este conflicto sobre el significado de la
experiencia miliciana para los pobladores de la frontera?
Los habitantes de Salto consideraban que las tierras de Salto
les pertenecían porque eran “del rey”, porque “nadie había
impedido” que las ocuparan y porque las habían defendido
“a su costa”, insinuando que su establecimiento era previo
al de la compañía de blandengues. Su poder de negocia-
ción radicaba en su propia presencia como soldados y como
habitantes de un pueblo de reciente formación en la fron-
tera. Esta doble condición fundamentaba la pretensión de
ser atendidos como “pobladores” con derecho gracioso a
la tierra y a su vez como “vecinos”, miembros del cuerpo
político con derecho a peticionar a las autoridades. Con
una acción colectiva que incluyó el desacato miliciano, la
manifestación de “voces” y quejas públicas y la redacción
de un petitorio al gobernador, el conflicto por las tierras
se resolvió a favor de los vecinos de Salto. El gobernador
Cevallos ordenó suspender el desalojo de tierras en el Salto
y satisfizo a los soldados de La Invencible ocho meses de
sueldos atrasados.348 Todo lo cual, señaló con un dejo de

348 AGN, Sala XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-7, libro de
data, 2 de junio de 1762.

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El Imperio desde los márgenes • 183

paternalismo el gobernador al capitán Conti, podría anun-


ciar a los soldados para que se “consolasen”.349
¿Quiénes eran los “vecinos” de Salto? De los 22 hom-
bres que suscribieron el petitorio, al menos diez pertene-
cían o habían pertenecido a la compañía de blandengues
La Invencible de Salto. De ellos, solo dos eran oriundos de
Buenos Aires, mientras que seis habían llegado de distintas
provincias como Córdoba, Santa Fe y Santiago del Estero.
Sobre su estado civil, sabemos que 11 de los vecinos eran
casados y que solo uno estaba soltero al momento de firmar
el petitorio. De los casados, dos recibían el tratamiento de
“don”, cuatro conducían unidades domésticas de cinco o
más personas y dos de ellos incluso contaban con al menos
un esclavo. En cuanto al origen socioétnico, el panorama
era diverso: entre de los que contamos con datos sobre su
“color” de piel, cuatro eran “blancos”, tres eran “morenos” y
dos eran “trigueños”.350 Por último, los 22 firmaron idónea-
mente el petitorio (imagen 3).
¿Qué nos dicen estos datos? Que el panorama de la
“vecindad” en Salto era diverso. Reunía a hombres de dis-
tintas condiciones, aunque se destacan como características
asiduas (pero no excluyentes) el matrimonio y la perte-
nencia a la compañía de blandengues. En cuanto al ori-
gen geográfico y el perfil sociocultural, la mayoría eran
inmigrantes, su situación económica –a pesar de la penuria
alegada– podía ser acomodada y se encontraban suficien-
temente alfabetizados como para firmar la petición. Por
último, y no menos importante, el color de piel no era una
restricción para ser considerados “vecinos”. En conjunto,
a pesar de la estrecha correlación entre la vecindad y la
pertenencia a las milicias, la calidad de vecino pareciera no
provenir de su desempeño como blandengues, sino de un

349 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 108, 25 de abril
de 1762.
350 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2. “Filiaciones de la
Comp[añí].a de S[a].n Antt[oni].o del Salto del Arrecife nombrada la Imben-
cible”, 1766.

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184 • El Imperio desde los márgenes

conjunto de condiciones sociales, y, por otro lado, la calidad


de vecino podía ser alegada justamente para obtener una
plaza de blandengue. Aun así, la compañía La Invencible
brindaba un espacio de sociabilidad donde reafirmar aque-
llos criterios sociales y articular políticamente las demandas
de la población. Esto hacía que inmigrantes y hombres “de
color” pudieran arrogarse la condición de “vecinos”, algo
inverosímil en otros contextos hispanoamericanos.

Imagen 3. Firmas del petitorio elevado al gobernador


por el vecindario de Salto (1762)

Fuente: AGN, Sala ix, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 23


de abril de 1762.

Más significativo aún, la vecindad tenía en este caso


una dimensión colectiva. Los firmantes del petitorio decían
hablar “en nombre de todos los vecinos de Salto”, es decir, se

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El Imperio desde los márgenes • 185

veían como un subgrupo representativo de una comunidad


mayor. El historiador Peter Sahlins, en su estudio sobre
las comunidades locales de la frontera de los Pirineos, ha
aprehendido esta dimensión colectiva de la vecindad. Sah-
lins señala que, en aquel contexto, las comunidades aldea-
nas emergieron como “personas morales” que, a pesar de
la desigual distribución de la riqueza entre sus miembros,
se estructuraban como grupos corporativos cerrados que
explotaban colectivamente los recursos comunes:

La identidad corporativa de la comunidad aldeana definía, en


estrictos términos, los límites entre propios y extraños. Los
primeros eran los “vecinos”, cabezas de familia que habían
vivido en la aldea al menos un año y que por lo tanto disfru-
taban de todos los privilegios de la vecindad. Los extraños o
“forasteros” estaban excluidos del pleno disfrute, particular-
mente de los recursos comunales.351

De esta manera, según Sahlins, la identidad colectiva de


la comunidad aldeana tenía una específica base corporativa
y territorial, aun cuando durante el Antiguo Régimen esta
fuera disputada y se encontrara todavía en construcción.352
En el caso tratado, el “vecindario” de Salto se cons-
tituyó en el conflicto generado por la venta de las tierras
del pueblo a un vecino de la ciudad. Un grupo de hombres,
cabezas de familia en su mayoría, con distintos niveles de
riqueza y en representación de la “totalidad” de los vecinos
de Salto, se reunió para reivindicar el usufructo de las tie-
rras del pueblo. Además, la vecindad comportaba otros pri-
vilegios corporativos, tales como el permiso para comerciar
del que estaban excluidos los “forasteros”. Tal como lo regis-
tró el capitán César Conti en su empadronamiento de las

351 Sahlins, Peter, “The nation in the village: state-building and communal
struggles in the Catalan borderland during the eighteenth and nineteenth
centuries”, The Journal of Modern History, vol. 60, n.º 2, 1988, p. 146. La tra-
ducción es propia.
352 Ibid., pp. 156-157.

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186 • El Imperio desde los márgenes

“Familias de Población del fuerte de San Antonio del Salto


de los Arrecifes”, la de Salto era una sociedad internamen-
te jerarquizada cuyos átomos sociales eran las “familias”
(donde entraban mujeres, niños y esclavos) que obtenían
representación política a través del “vecino” cabeza de fami-
lia. El “vecindario” de Salto era, entonces, una comunidad
política de tipo corporativo (exclusiva y jerarquizada) cuya
activación en el conflicto analizado determinó la territoria-
lización (o evitó la desterritorialización) del pueblo.

Cuadro 5. Vecindario de San Antonio del Salto (1762)

Vecino Unidad doméstica


Don Bartolomé Gutié- Doña Petronila Pérez (esposa)
rrez de Paz Doña Marcelina (hija)
Don Esteban (hijo)
Manuel (hijo)
Antonia (hija)
Josepha (hija)
Ignacia (esclava)
Don Diego Gutiérrez Doña Damansia Ávalos (esposa)
Tadea Narcisa (hija)
Miguel Charras Rosa Maldonado (esposa)
María Ana (hija)
María Josepha (hija)
María Justa (hija)
Joseph Cecilio (hijo)
María de los Santos (hija)
Antonio Zoloaga María del Tránsito Aguilera (esposa)
Rosa (hija)
Juan Ignacio Cardoso Bartolina Naranjo (esposa)
Joseph Antonio Gaio- María Basilia de Casas (esposa)
so
Vicente Ruiz Bernarda Gonzales (esposa)

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El Imperio desde los márgenes • 187

Justo Joseph (hijo)


Juana Gabriela (hija)
Martina (hija)
María Manuela (hija)
Simona (esclava)
Joseph Farías Jazinta Ponze (esposa)
Miguel (hijo)
María Vizenta (hija)
Laureano (hijo)
Damansia (hija)
Joseph Ávalos María Mercedes Rivera (esposa)
Manuela (hija)
Simón (hijo)
Micaela Rivera (cuñada)
Pablo (esclavo)
Domingo Villarroel María Nieves Cejas (esposa)
Francisco (hijo)
Antonio (hijo)
Pascual (hijo)
Alejandro Ramos María Victoria Villarroel (esposa)
Francisco Tomás (hijo)
Roque Castro Elena Juárez (esposa)
Manuela (hija)
Andrés Velásquez Juana María Areco (esposa)
María Cipriana (hija)
Fermín Aguilar Laurencia Naranjo (esposa)

Fuente: AGN, Sala ix, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 25


de abril de 1762. “Familias de Población del fuerte de S[a].n Antonio
del Salto de los Arrezifes”.

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188 • El Imperio desde los márgenes

La acción gremial de los blandengues

Durante la participación de España en la guerra de los Siete


Años, las compañías de blandengues sufrieron consecutivos
atrasos en el pago de los sueldos. Como vimos, al término
del conflicto por las tierras de Salto, los soldados de La
Invencible consiguieron que se saldara parte de la deuda.
Sin embargo, unos meses después, los soldados dejaron de
servir en la compañía, alegando tener que atender a sus
“trabajos” o, en caso contrario, sus familias perecerían de
“hambre y desnudez”. El capitán César Conti dijo haber-
se quedado solo y solicitó su retiro “pues sin soldados no
hay Capitán”.353 Paralelamente, los capitanes de las otras
dos compañías de blandengues remitieron cartas de simi-
lar contenido. Los ruegos tuvieron efecto, y el gobernador
Cevallos liberó fondos con que se suplió a los blandengues
dos meses de sueldo a cuenta de lo adeudado.354
Pese a este pequeño alivio, en el verano de 1763, los sol-
dados de La Invencible llevaron adelante una nueva acción
colectiva en reclamo de los 19 meses de sueldo que se les
debía desde mayo de 1761. El 28 de enero, después de
rezar el rosario matutino, se presentaron ante el capitán
César Conti y amenazaron nuevamente con retirarse. Conti
intentó apaciguarlos, y acordaron que harían los reconoci-
mientos habituales del campo, aunque los soldados se nega-
ron a cumplir con el servicio en las guardias de Pergamino
y Areco. Sin embargo, el clima no era el mejor y el capitán
solicitó la recluta de nuevos soldados tanto para reemplazar
a cuatro desertores como para “arrojar de esta compañía,
muchos de ellos, por su Vaguez [sic], y otros por sediciosos,
y mal divertidos”.355 El capitán, que tan bien había acompa-
ñado el reclamo de las tierras, veía ahora que sus soldados
eran muy prontos a soliviantarse.

353 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 4 de septiembre de 1762.
354 Ver capítulo 2.
355 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-2, 28 de enero de 1763.

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El Imperio desde los márgenes • 189

A continuación, los soldados asentaron sus demandas


por escrito y elevaron al capitán un petitorio. Así, “Toda la
Compañía nombrada la Invencible” le expresó al capitán “la
suma desdicha” de que se hallaban “desnudos” y sin tener
cómo mantenerse. Los soldados pretendían que el capitán
en persona “bajara” a la Ciudad a llevar a cabo las diligencias
por los 19 meses que se les debían por lo que llamaron sus
“servicios”. En caso contrario, solicitaban sus licencias para
retirarse de la compañía y que no se los volviera “a tener
con entretenidas” como se los tuvo en esos tiempos. De
esta manera, la práctica del “derecho de petición” se había
vuelto un componente fundamental del repertorio local de
acción colectiva.
La negociación entre el capitán y los soldados de La
Invencible concluyó ese mismo día. Conti, presionado por
sus soldados, pero desconfiado de que las cosas fueran peor
en su ausencia, se negó a ir él a la Ciudad y autorizó a que
fueran a Buenos Aires un cabo y dos soldados que ellos
mismos eligieran. A las nueve de la noche del 28 de enero de
1763, el capitán de La Invencible escribió al teniente de rey
avisándole de la comitiva que bajaba a Buenos Aires. Conti
justificó el permiso dado a sus soldados en la necesidad de
que reconocieran “la sinceridad” de su “amoroso corazón”
conforme habían “experimentado desde aquel instante” en
que se puso “a la testa de esta compañía”, y esperaba del
teniente de rey que “su recta Justicia, y benigno corazón”, los
atendiera “en Justicia”.356 Como vemos, en las palabras del
capitán, se repite la noción de la autoridad como una figura
paternal y cabeza (“testa”) del cuerpo político cuyo fin era
impartir justicia, aunque, detrás de estas bellas imágenes, se
adivina un capitán puesto en apuros por sus soldados.
¿Qué nos dicen estos acontecimientos menudos de la
frontera sobre la experiencia miliciana de los blandengues?
Las acciones propuestas por los soldados de La Invencible
en reclamo de sus sueldos subrayan la peculiaridad de esta

356 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-2, 28 de enero de 1763.

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190 • El Imperio desde los márgenes

experiencia miliciana. En efecto, los blandengues cumplían


su servicio en virtud de la promesa de un salario que, en
esos años, demoraba en llegar. Los soldados de La Inven-
cible eran perfectamente conscientes de esta situación y
llevaban justa cuenta de lo que se les había pagado y de lo
que todavía se les debía por sus “servicios”. Implementan-
do un repertorio de acciones que incluyeron la acostum-
brada amenaza de “retirarse”, la reducción del servicio, la
formulación de un petitorio, la presión a las autoridades
con representantes electos y hasta acciones más “sediciosas”,
buscaron alternativas para obtener de las autoridades pagos
parciales a cuenta de lo adeudado.
Con todo, la acción más radical, la deserción, no fue
colectivamente implementada. Pese a que el capitán mani-
festó, en septiembre de 1762, haberse quedado “solo”, cuatro
meses después se encontraba negociando con el completo
de su compañía, en la que solo faltaban cuatro hombres. Si
bien, luego de la acción gremial de enero de 1763, los sol-
dados de La Invencible parecen haber recibido algún des-
embolso, la decadencia del Ramo de Guerra y la negativa de
la Real Hacienda a acudir con fondos propios hicieron que
los sueldos dejaran de pagarse desde aquel verano y hasta la
primavera de 1766. Sin embargo, la compañía de blanden-
gues de Salto no parece haber desaparecido, ni haber dejado
de contar los meses de deuda acumulados. Cuando se enca-
ró la reorganización miliciana a fines de 1766, La Invencible
fue la única compañía que el maestre de campo Juan Ignacio
de San Martín encontró “completa”, con su capitán, alférez,
sargento, cabos y 40 soldados que reclamaban el pago de 36
meses de sueldos atrasados.357

357 El monto reclamado indica que, en los años intermedios, parte de la deuda
había sido satisfecha (de lo contrario, el monto a reclamar hubiera sido de
más de 60 meses). Además, 22 de los soldados de La Invencible formaban
parte de la compañía desde 1762, cuando reclamaron por sus tierras,
habiendo atravesado todo el período de atraso de los sueldos y supuesto
abandono de las compañías.

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El Imperio desde los márgenes • 191

Negociando el servicio al rey

La reorganización de las milicias y los blandengues de la


frontera vino de la mano de la reforma militar borbónica.358
Si bien el corazón de la reforma era la universalización del
servicio en las “milicias provinciales” y su comando por uni-
dades veteranas denominadas “asambleas”, las autoridades
de Buenos Aires no desdeñaron las preexistentes compañías
de milicias a sueldo y de servicio permanente de la frontera.
Gracias a que la recaudación del Ramo de Guerra se hallaba
en franca recuperación,359 se tomaron medidas para recupe-
rar a las alicaídas compañías de blandengues. Por un lado, se
restableció el número, reducido por Cevallos en tiempos de
guerra, de 60 hombres por compañía. Para ello, se sancionó
un nuevo reglamento de sueldos360 y se regularizó el pago
de haberes cada tres meses. Por otro lado, se nombraron
nuevos capitanes para las tres compañías de blandengues.
Por último, se ordenó la reconstrucción de los fuertes de
Pergamino, Salto y el Zanjón. Los blandengues quedaban de
esta manera incorporados al “servicio al rey”.
En aquel momento se sancionó una instrucción que
pretendía regular el reclutamiento, el funcionamiento y la
disciplina de las compañías de blandengues de la frontera.361
La instrucción era particularmente insistente en la cuestión
de la disciplina de los soldados. Uno de los artículos seña-
laba que los oficiales no debían permitir juegos de cartas en
los que los soldados empeñaran sus vestuarios y cabalgadu-
ras, y que los capitanes debían prohibir las mesas de juego
en los pueblos donde se ubicaban los fuertes o las guardias.

358 Ver capítulo 4.


359 Ver capítulo 2.
360 Según escala salarial de marzo de 1767, el prest ofrecido era de 50 pesos al
mes al capitán, 25 al subteniente, 20 al capellán, 14 pesos a cada sargento, a
los cabos 11, y a los soldados, 10 pesos mensuales.
361 El documento completo en AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto,
leg. 1-5-2, ff. 207-208. “Ynstrución que deven observar, los Capitanes; y Ôfi-
ciales subalternos, de las Compañías destinadas, a la Frontera”, 1766.

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192 • El Imperio desde los márgenes

El último artículo insistía en la necesidad de que los capita-


nes velaran porque sus soldados observaran en sus oficiales,
sargentos y cabos “aquella cortesía, urbanidad, y atención”
que les correspondía, permaneciendo “subordinados y obe-
dientes, sin réplica alguna, en lo que se les mandare del
Servicio del Rey”. El que así no lo hiciera sería severamente
castigado “por ser el punto principal, y más importante del
Real Servicio, la ciega obediencia, y subordinación de los
soldados”. La disciplina de la tropa era, por tanto, la pie-
dra angular del servicio en las compañías de blandengues
incorporadas, a partir de entonces, al “servicio al rey”.
A continuación, se llevó a cabo una inspección de la
frontera a cargo del maestre de campo Juan Ignacio de San
Martín. Cuando San Martín llegó a Salto en la primavera de
1766, encontró “completa” a La Invencible con su capitán,
alférez, sargento, cabos y 40 soldados, quienes reclamaban
los 36 meses de sueldos atrasados.362 El maestre de campo
se detuvo algún tiempo en Salto, durante el cual intentó
“arreglar” a la compañía y culminar las obras pendientes del
fuerte. Durante su estadía, sin embargo, San Martín se topó
con la férrea defensa de los derechos adquiridos por parte
de la compañía de blandengues, demostrando los límites
que planteaba la obediencia a una autoridad considerada
extraña al vecindario.
Por el lado de la oficialidad, durante su estadía en
Salto, el maestre de campo despidió al capitán César Conti
y designó interinamente a Marcos Pineda al frente de La
Invencible. Además, desplazó de su cargo al sargento Caye-
tano Correa y designó como nuevos sargentos a Bartolomé
Toledo y Rafael Peralta.363 En tanto, el sargento desplazado

362 Su situación era mejor que la de sus homólogas de Luján y Magdalena: La


Valerosa de Luján contaba en ese momento solamente con un alférez, dos
sargentos, tres cabos y nueve soldados. Por su parte, la compañía del Zanjón
contaba con 22 integrantes entre oficialidad y tropa. Ver capítulo 2.
363 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 27 de noviembre
de 1766. Marcos Pineda, Bartolomé Toledo y Rafael Peralta conformaban
una de las redes políticas locales. Ver ut infra.

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El Imperio desde los márgenes • 193

inició una acción en defensa de su puesto con un petitorio


al gobernador. Cayetano Correa, quien había servido en
la compañía de blandengues por nueve años, recurrió al
gobernador presentándose como “vecino de la Frontera del
Salto” y pidiendo ser restituido en el cargo que “con tanto
deshonor” se lo había depuesto. En su opinión, el maestre
de campo debía ser apercibido para que se moderase “en
los tratamientos” que debía “guardar y observar con los
empleados en dicha Compañía”.364
El sargento desplazado acompañó su presentación con
los informes de dos excapitanes sobre su conducta, entre
ellos el del también desplazado César Conti, quien asegu-
ró que el sargento se comportaba, como soldado y como
vecino, “con la mayor honradez que es posible en un Hom-
bre”.365 En su descargo, San Martín señaló que Cayetano
Correa era “de Nación portuguesa” y que, por lo tanto,
no podía ejercer empleos de esta naturaleza. El goberna-
dor Francisco de Bucarelli fue, sin embargo, determinante:
ordenó al maestre de campo que no debían producirse más
remociones ni “hacer otra novedad” que las que advirtieran
sus órdenes,366 demostrando que las intenciones de cambio
eran respetuosas de la antigüedad en la frontera y de las
relaciones sociales previamente existentes. La vecindad, en
este caso, fue el reaseguro para que Cayetano Correa –a
pesar de su origen portugués– fuera repuesto en su cargo
de sargento de La Invencible.
En cuanto a la tropa de la compañía, un notable epi-
sodio de resistencia se suscitó al año siguiente cuando San
Martín se hallaba en la obra del fuerte de Pergamino y un
boyero lo alertó sobre la presencia de unos 50 indígenas en
los alrededores. El maestre de campo dispuso que saliera

364 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, ff. 116-117, 3 de
noviembre de 1766.
365 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 118, 3 de
noviembre de 1766.
366 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 117, 7 de
noviembre de 1766.

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194 • El Imperio desde los márgenes

una partida de seis hombres a cargo del cabo Joseph Bedo-


ya, que se encontraba de guardia en Pergamino. Además,
San Martín le ordenó al cabo que marchara también con
su hijo, a lo que Bedoya respondió que “no marcharía su
hijo aunque lo mandara Cristo”. Ante esta contestación, el
maestre de campo ordenó apresar al cabo, quien se resistió
amenazando con la lanza enristrada que “no se le acercase
nadie”, hasta que los oficiales veteranos presentes en el fuer-
te lograron ponerlo en el cepo. Lejos de ser doblegado por
la prisión, el cabo convocó a los seis hombres de su partida
para que desobedecieran las órdenes de San Martín. Uno de
los soldados se apersonó en el fuerte y declaró –mientras
blandía su trabuco– que “no marcharía sin su cabo”. San
Martín puso preso también a este soldado para “castigo de
semejante desobediencia, y ejemplo de los demás”. Respecto
al cabo díscolo, señaló al gobernador que no merecía “estar
sirviendo en ésta, ni en otra compañía en calidad de hombre
blanco por ser un mulato conocido”.367
El episodio demuestra que la movilización de los
pobladores dependía de los sargentos y cabos, una subofi-
cialidad cuyo nombramiento –como vimos por el episodio
anterior– la plana mayor miliciana no controlaba completa-
mente. Además, este acto de insubordinación manifiesta la
ambigüedad de armar a los pobladores, quienes resistieron
amenazando con sus trabucos y lanzas. También enseña la
importancia para las autoridades de contar con prisiones
y poder ejercer un castigo ejemplificador, al poner a un
cabo de la compañía en el cepo a vista del pueblo. Por últi-
mo, el cabo insumiso debía ser expulsado de todo servicio
miliciano –que comportaba la calidad de hombre blanco–
por ser “mulato conocido”, pero solo un caso (grave) de
indisciplina puso la cuestión racial sobre el tapete, siendo
que hasta el momento había servido “en calidad de hombre
blanco”. ¿Cuántos había en su misma situación?

367 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, f. 24, 20 de
noviembre de 1767.

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El Imperio desde los márgenes • 195

Los soldados de La Invencible: las bases sociales


del reclutamiento

¿Quiénes eran los soldados de La Invencible? Durante la


inspección de la frontera de 1766, se confeccionó una lis-
ta con los datos filiatorios de los soldados y cabos de La
Invencible, consignando su procedencia geográfica, el nom-
bre del padre (dato que permitía certificar un nacimiento
“honrado”), el estado civil, la edad, el “color” y, a ojo de buen
cubero, la talla del sujeto en cuestión (cuadro 6). Estos datos
nos permiten analizar la procedencia social de los soldados
y aproximarnos a las motivaciones para el enrolamiento.

Cuadro 6. Extracción social de la tropa de la compañía de blandengues


La Invencible (1766)

N.° %
Color Moreno 33 66
Blanco 11 22
Trigueño 6 12
Origen Interior 34 68
Buenos Aires 16 32
Estado civil Casado 33 70
Soltero 13 28
Viudo 1 2
s/d 3 —
Talla Buena estatura 40 80
Estatura mediana 7 14
Poco cuerpo 3 6

Fuente: elaboración propia con base en AGN, Sala ix, Comandancia


de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, “Filiaciones de la Comp[añí].a de S[a].n
Antt[oni].o del Salto del Arrecife nombrada la Imbencible”, 1766.

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196 • El Imperio desde los márgenes

El dato más impactante es, sin duda, que, de 50 indivi-


duos que componían la tropa, la gran mayoría (dos tercios)
eran “morenos” y uno de cada diez era de color “trigueño”,
mientras que solo un quinto eran “blancos”. Uno de los que
figura como “moreno” es el cabo Joseph Bedoya, quien, en
la queja que esgrimió el maestre de campo, servía en las
milicias “en calidad de hombre blanco”. El caso del cabo
Bedoya permite ver, entonces, que la milicia habilitaba a
individuos visualizados como “morenos” o “trigueños” ser
tratados como si fueran “blancos”. Este debe haber sido un
gran aliciente para enrolarse en las milicias. En efecto, si
la población “de color” en la campaña, según calcula José
Luis Moreno basado en el padrón de 1744, apenas superaba
el 15 por ciento de la población,368 la población blanden-
gue “de color” (“trigueños” y “mulatos”) rozaba el 80 por
ciento de las filas.
La cuestión racial introduce cierta especificidad para
esta zona del imperio americano de los Borbones. En los
últimos años, diversos trabajos han destacado la importan-
cia de la participación de la población afrodescendiente en
las milicias del rey. Según estos estudios, la participación
en las milicias de la población libre de color fue un instru-
mento utilizado por esta para mejorar su posicionamiento
social, dados ciertos privilegios como el goce del fuero mili-
tar y la portación de armas, que legalmente estaba prohibida
para este sector social.369 Con todo, en los casos tratados
por esta renovada historiografía americanista, tales como
las milicias de Yucatán y Cuba, la población afrodescen-
diente se incorporaba al servicio miliciano en las compañías
de “pardos”, lo cual requería que tanto el individuo como
el entorno social lo identificasen bajo esta denominación.370

368 Moreno, José Luis, “Población”, op. cit., p. 270.


369 Para el caso de Nueva España, ver Bock, Ulrike, op. cit.; Vinson III, Ben, op.
cit.; para el caso cubano, ver Belmonte Postigo, José Luis, op. cit.
370 José Luis Belmonte Postigo es específico sobre esta cuestión. Según este
autor, en la isla cubana, la participación en las milicias en calidad de “pardo”
favorecía que el miliciano ascendiera dentro de su grupo étnico-social dados

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El Imperio desde los márgenes • 197

En el caso de Nueva Granada, las compañías reunían a


sujetos de distinta procedencia socioétnica bajo una sola
etiqueta de “hombres libres de todos los colores”.371
La frontera de Buenos Aires resulta un caso donde el
servicio miliciano ofrecía, al igual que en otras latitudes,
un espacio para el ascenso social de individuos no privi-
legiados. Sin embargo, su especificidad resultaba aún más
disruptiva de los cánones sociales del Antiguo Régimen. Sin
abandonar absolutamente la injerencia de las diferencias
raciales (de allí la preocupación por anotar el “color” del
recluta), los pobladores con antepasados africanos se incor-
poraban a las compañías de blandengues en pie de igualdad
con quienes presuntamente no los tenían. Desde el punto de
vista de su consideración social, en una sociedad donde el
color de piel determinaba privilegios, los blandengues eran
todos hombres “blancos”.
En cuanto a su procedencia geográfica, solo un tercio
era nativo de Buenos Aires, mientras que el resto provenía
de distintas partes del interior rioplatense. El historiador
José Mateo ha demostrado, para el caso de Lobos, la exis-
tencia de un patrón migratorio “en dos pasos” a la fronte-
ra: jóvenes migrantes del interior llegaban a los pueblos y
pagos de la campaña cercana, donde se empleaban, y, cuan-
do lograban casarse, se retiraban a la frontera, donde podían
emprender una actividad económica independiente gracias
al acceso más fluido a la tierra.372 En el caso de los blanden-
gues de Salto, una tasa de nupcialidad mayor al 70 por cien-
to y la alta correlación entre el origen migrante y el estado
civil casado parecían responder al patrón de migración “en

los privilegios y el prestigio anejos; empero, desde el punto de vista de la


población blanca antillana, la denominación de “pardo” todavía indicaba
impureza de sangre, una mancha social que impedía, por ejemplo, el acceso
a cargos públicos. Ver ibid., pp. 40-41.
371 Ver Garrido, Margarita, op. cit.
372 Mateo, José, “Migrar y volver a migrar. Los campesinos agricultores de la
frontera bonaerense a principios del siglo XIX”, en Garavaglia, Juan Carlos y
José Luis Moreno (comps.), Población, sociedad y familia en el espacio rioplaten-
se. Siglos XVIII y XIX, Buenos Aires, Cántaro, 1993, pp. 123-148.

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198 • El Imperio desde los márgenes

dos pasos” propuesto para una frontera de reciente forma-


ción –inversamente, de los cinco soldados que acreditaban
la doble condición de “blanco” y bonaerense, tres eran sol-
teros–. En este sentido, el asentamiento en la frontera y
el enrolamiento en la compañía de blandengues parecían
culminar un ciclo migratorio familiar campesino.
Es decir, la base social para el reclutamiento se correspon-
de aproximadamente con lo que conocemos sobre las caracte-
rísticas de la población rural y la migración a la frontera en el
Buenos Aires tardocolonial. El hecho de que migrantes y gente
“de color” estén sobrerrepresentados en la lista de filiaciones de
blandengues respecto al total de la población ratifica la presun-
ción de que el reclutamiento para estas compañías se realizaba
entre las capas más bajas de la población, pero que a la vez conta-
ban con gran capacidad de desplazamiento geográfico y ciertas
expectativas de movilidad social ascendente. Desde este pun-
to de vista, las compañías de blandengues se sentaban sobre la
participación de los jefes de familias de sectores populares que
veían en ello una forma de asegurar su subsistencia y fomentar
cierto ascenso social con base en la percepción regular de un
salario en metálico, el usufructo de la tierra y su consideración
como “vecinos” e incluso como “hombres blancos”.

El malhadado caso del capitán Linares: la defensa


del orden comunitario

Luego del breve interinato de Marcos Pineda, el maestre de


campo Juan de San Martín designó al mando de La Invencible
al capitán Joseph Linares. Cuando Linares asumió el cargo a
fines de 1766, encontró a los soldados “pobres, desnudos y fal-
tos de todo equipaje”, por lo que solicitó al gobernador algún
“socorro” para los soldados “por ser fin de año”.373 Poco después

373 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 21 de diciembre de
1766.

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El Imperio desde los márgenes • 199

informó sobre las obras del fuerte. No sin orgullo mencionó que
los cuarteles estaban hechos de paredes de piedra y techo de paja
tejida y que se había edificado un cuarto para alojamiento de los
oficiales con cimientos de piedra y paredes de adobe crudo.374
Pese a estos buenos augurios, la autoridad del capitán Linares
fue desafiada por una constelación política local y por las prác-
ticas de gobierno del propio capitán vistas como ilegítimas a
ojos del vecindario. El malhadado caso del capitán Linares nos
dará oportunidad, entonces, de observar las disputas facciosas
y la emergencia de un orden político comunitario peculiar en
la frontera.
Desde la reforma miliciana, la autoridad de los capi-
tanes de blandengues debía convivir con la de los oficiales
de milicias en el “servicio al rey”. En el caso del capitán
Linares, su capacidad de mando sobre las milicias y las pre-
rrogativas de gobierno en Salto fueron cuestionadas por los
oficiales de milicias, vecinos de arraigo en la frontera. Al
año siguiente de su arribo a Salto, el capitán de la compañía
de milicias de Arrecifes, Francisco Sierra, denunció al capi-
tán Linares por su conducta destemplada, supuestos abusos
de poder y excesos en su jurisdicción. La carta que Sierra
dirigió al maestre de campo muestra cómo esos vecinos y
oficiales de milicias entendían el orden comunitario, y la
forma que tomaba la disputa por el poder local.375
El capitán Francisco Sierra comienza su carta explican-
do el lugar que, según él, le correspondía al capitán de blan-
dengues en Salto, quien debía mantener la “buena armonía”
con los oficiales de milicias y los vecinos, abocándose a
su función principal, que era la de castigar al enemigo, sin
“propasarse a gobernar”:

Hallándose en esta Frontera del Salto una Compañía de Veci-


nos pagados, la que siempre ha servido para el resguardo

374 AGN,Sala IX,Comandancia deFronteras.Salto,leg.1-5-2, 30deabrilde1767.


375 La denuncia completa en AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto,
leg. 1-5-2, 11 de noviembre de 1767.

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200 • El Imperio desde los márgenes

de todo el Vecindario; que con profesar buena armonía, los


Señores Capitanes, que la han gobernado, con los Capitanes
de Milicias, y aun con los Vecinos de dicho lugar, atendién-
dose siempre al principal fin de Castigar al enemigo siempre
que nos amenace, o hallase Invasión de ellos, sin que ninguno
se propasase a gobernar

A continuación, Sierra explica el conflicto de autoridad


que motiva su exposición frente al maestre de campo (que
“conoce a todos”) ya que Linares pretendía mandar sobre
los soldados y suboficiales de las compañías de milicias,
interfiriendo en la autoridad de la oficialidad miliciana:

hallándose actualmente de Capitán Don Joseph Linares, aun-


que nos conste tener letras superiores de S. E. (aunque por
lo que ha vociferado se ha hecho público tenerla verbal) y de
esta no nos consta. Ocurro a V. S. como a nuestro superior
inmediato, y que conoce a todos, diciendo que el referido
Don Joseph Linares apropiándose una facultad absoluta, que
como he dicho, ha divulgado tener verbal de dicho Excelen-
tísimo Señor [gobernador] ha querido, y pretende tenerla no
sólo sobre los soldados Milicianos sino con los Capitanes y
demás Oficiales subalternos de dichas compañías repartiendo
órdenes conminativas, y muy escasas de aquella atención, que
enseña, y trae consigo el Servicio del Rey mi Señor, trascen-
diendo esta jurisdicción que debo llamar la apropiada, y de
ningún modo comunicada a todo el Vecindario.376

Así, según Sierra, en su pretensión de mando no solo


sobre los vecinos milicianos, sino incluso sobre su oficia-
lidad, Linares se apropiaba de una “facultad absoluta” que
trascendía a su jurisdicción. Por otro lado, la autoridad que
se arrogaba Linares no estaba legitimada por una orden
escrita del gobernador (se había “hecho público” tenerla
verbal y esta no les constaba a los vecinos) y no fue “de
ningún modo” comunicada a todo el “vecindario”, lo que

376 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 11 de noviembre
de 1767.

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El Imperio desde los márgenes • 201

sugiere la existencia de ciertas prácticas consuetudinarias


de negociación y legitimación de la autoridad dentro del
espacio público local.
La disputa de poder había llevado a que el capitán Lina-
res dictaminara el destierro de la frontera de varios vecinos
y oficiales de milicias. Uno de ellos era Diego Gutiérrez
de Paz, “sujeto de circunstancias” y hermano del excapitán
Bartolomé Gutiérrez de Paz. Otro era Juan Peñalba, oficial
miliciano y “Vecino muy Importante por su Baquía”. Por
último, según la misma denuncia, el destierro le llegó a un
capitán de milicias llamado Mariano Pereira por una deuda
que tenía con Linares, por cuyo reclamo hubo disparos y
desórdenes en la iglesia del pueblo.
En su carta, el capitán Francisco Sierra detalló otros
abusos de poder en los que Linares habría incurrido, espe-
cialmente contra los “pobres” de Salto. Según consignaba
la denuncia, Linares impuso un tributo sobre la factura
de pan que recaía sobre los más humildes, utilizando para
su exacción a los oficiales de la compañía de blandengues.
De acuerdo con Sierra, Linares le ordenó al alférez de La
Invencible que, en cuanto viera humear algún horno, fuera
a pesar el pan sin excepción. En una ocasión, el alférez quiso
pesar un poco de pan que una “pobre mujer” había hecho
para sí; la infausta panadera, resistiendo la acción, le pegó
al oficial un garrotazo en la cabeza. En ese momento, el
alférez precipitadamente sacó su pistola y le disparó, mien-
tras que dos criaturas que estaban en la casa “escaparon
de milagro”. El episodio servía a la denuncia para mostrar
que pobres, mujeres y niños también eran víctimas del afán
desmedido del capitán.
La corrupción y las iniquidades de Linares no que-
daban allí. En otra oportunidad, el capitán de La Inven-
cible encontró a un cabo de milicias jugando cartas y lo
castigó poniéndolo en el cepo y quitándole su sable, para
luego venderlo. Si bien el reglamento de la frontera avalaba

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202 • El Imperio desde los márgenes

el proceder del capitán,377 la injusticia venía dada porque


–según Sierra– en la propia casa del capitán había juegos de
cartas “dándoles él mismo plata, y sacándoles coima, para
mantener dicho Juego como es público”. La denuncia era
gravísima en cuanto el capitán Linares no solo contravenía
el artículo 7.° del reglamento (por el que los capitanes de
blandengues debían “celar con todo cuidado” que no hubie-
ra mesas de juego en los respectivos pueblos), sino que lo
burlaba abiertamente montando una en su propia casa y
lucrando con ello “como es público”.
Por último, Sierra acusaba al capitán Linares de obte-
ner un beneficio particular en el ejercicio de sus funciones,
y no del común del vecindario. Durante una recogida del
ganado disperso ordenada por el gobernador, según su pro-
pio relato, Sierra le enrostró en una a Linares:

Si Yo hubiese sabido que cuando salió al Campo Usted era


sólo a meter su ganado y no el del Vecindario, no le hubiese
dado auxilio por ser la salida sólo en beneficio propio, y no
del Común contra la mente de nuestro Excelentísimo Señor
[gobernador].378

Extracto que, por su énfasis y ubicación en el cierre


de la misiva, evoca la noción extraída de una antigua tra-
dición republicana por la que la autoridad legítima debía
perseguir el bien común por sobre el interés particular, dis-
tinguiendo al buen gobierno del tirano.379 Si hacemos caso a
la denuncia del capitán Francisco Sierra, el poder “absoluto”
que pretendía ejercer el capitán Linares desafiaba los límites
impuestos por el “vecindario” de Salto.

377 El artículo 3.º disponía que los capitanes de blandengues evitaran que los
soldados jugaran “Juego alguno de Cartas”. En AGN, Sala IX, Comandancia
de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, ff. 207.
378 Subrayado en el original.
379 Sobre la noción de “bien común” en comunidades campesinas, ver Escalante
Gonzalbo, Fernando, “Introducción: moral pública y orden político”, Ciuda-
danos imaginarios, Ciudad de México, el Colegio de México, 1992, pp. 32-34.

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El Imperio desde los márgenes • 203

He aquí el quid de la cuestión. Una incisiva tradición


liberal no ha querido ver la atrapante aunque peculiar vida
política de los pueblos de la frontera. O se la tachaba por
nula o se la reducía al “poder omnímodo” del comandante
del fuerte. Sin embargo, si nos corremos de la expectativa de
encontrar prácticas representativas de carácter moderno,
vemos emerger un orden político peculiar en el pueblo de
Salto. Ciertos temas se jalonan en torno a la resolución de
los problemas de autoridad, jerarquía, justicia y coexisten-
cia pacífica en esta sociedad local de reciente formación. El
decoro, la prudencia, el buen ejemplo, el honor, la justicia,
el bien común, la profesión pública de la fe y el respeto
de las jerarquías y de los privilegios son los temas que se
ordenan como una “estructura de moralidad pública”, un
sistema de usos, costumbres y formas de acción y de rela-
ción dotadas de sentido que reposa no sobre la coerción
externa, sino sobre la aceptación de la validez intrínseca
de las normas.380
En su estudio sobre las comunidades campesinas del
México decimonónico, el historiador Fernando Escalan-
te Gonzalbo sostiene que la existencia de una “moralidad
pública” produce un orden, es decir, organiza la vida social
en pautas, regularidades, valores y jerarquías. Este orden no
es un tipo ideal ni inmóvil, sino el resultado de la cotidiana
práctica interpretativa:

El orden es la trama misma de la política. El orden es la raíz


del desventurado vicio de la obediencia y, más importante
todavía, de las formas de obediencia. Y hablar de orden, es
hablar de normas, de valores. La estructura de la moral públi-
ca se expresa como orden político.381

Según este investigador, la comunidad es el referente


fundamental de la moralidad pública campesina y la defensa

380 Ibid., pp. 41-42.


381 Ibid., p. 48.

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204 • El Imperio desde los márgenes

del orden comunitario, la forma arquetípica de la política


en las sociedades campesinas de Antiguo Régimen.382
En nuestro caso, la comunidad de referencia era el
“vecindario”; cualquier elemento exógeno que amenazara
su reproducción física y simbólica chocaba con la capacidad
de autodefensa comunitaria. En efecto, de acuerdo a las
denuncias, el capitán Linares gobernaba en forma “absolu-
ta” –es decir, sin el consentimiento de los vecinos–, cometía
abusos de poder en contra del “vecindario” de Salto (ricos y
pobres, mujeres y niños), fomentaba el juego y la corrupción
y utilizaba la fuerza y los recursos defensivos para su propio
interés y no del “común”. El sumario acumulado por el capi-
tán Linares hizo que los vecinos de Salto y los pobladores de
Arrecifes se rehusaran a servir bajo sus órdenes. El capitán
de milicias Francisco Sierra concluyó su denuncia señalan-
do que reconocía en el ánimo de sus soldados una “total
repugnancia” a servir en la guardia de Salto tanto por los
“modos tan agrios”, como por la “precipitación” del capitán
Linares.383 En este sentido, la obediencia en la comunidad
política de Salto tenía que ver con la coherencia entre lo
que la moralidad pública como orden político mandaba y la
forma en que las autoridades se conducían. La obediencia a
la autoridad del capitán de La Invencible fue puesta en jaque
a raíz de este acendrado sentido de la moralidad pública.

Conclusiones

El pueblo de San Antonio de Salto no tuvo acta de funda-


ción e incluso en una oportunidad la justicia capitular quiso
desalojar las tierras del fuerte. Si bien existieron distintos
proyectos para fundar poblados defensivos en la frontera,
las autoridades habían hecho poco por llevarlos a cabo.

382 Ibid., pp. 59-61.


383 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 11 de noviembre
de 1767.

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El Imperio desde los márgenes • 205

En este sentido, la renovación historiográfica permite estar


atentos a explicaciones multicausales y procesuales en la
formación de un pueblo. La llegada de la compañía de blan-
dengues La Invencible a la frontera del pago de Arrecifes
fue, sin duda, el factor fundamental en la formación del
pueblo de San Antonio del Salto. Tan importante como la
llegada de soldados es que estos fueran campesinos ávidos
de tierra que formaron familia o se trasladaron con ella a la
frontera, demostrando su intención de arraigo. Los solda-
dos de la compañía construyeron los cuarteles, la capilla y el
fuerte, primeros edificios permanentes de Salto, tarea que
alternaban con el cuidado de sus cosechas y animales. La
erección de la capilla y su advocación a San Antonio mar-
caron una sacralización del espacio, lo que permitió casa-
mientos y bautismos que terminaron de emparentar a la
comunidad del pueblo. La llegada regular de una corriente
de metálico para pagar los sueldos de los soldados hizo que
prosperara el comercio local y pronto aparecieran las pri-
meras pulperías. En suma, fueron los soldados y sus fami-
lias campesinas, con su capacidad de consumo y de trabajo
excedente, los protagonistas en la formación del pueblo de
San Antonio de Salto.
Existieron diversos factores que alentaron la migración
a la frontera y el enrolamiento en la compañía de blan-
dengues. Para sentar plaza de blandengue, el ofrecimiento
de sueldos relativamente altos, en efectivo y por adelanta-
do, fue uno fundamental. Paradójicamente, el salario de los
blandengues fortalecía la economía doméstica campesina ya
que reforzaba el consumo mercantil de las familias sin nece-
sidad de un empleo de tiempo completo o de malvender la
cosecha. Cuando el desembolso de los sueldos comenzó a
espaciarse, los soldados llevaron justa cuenta de la deuda
y desarrollaron acciones colectivas para reclamarla, entre
las que se contaron la huelga o reducción de sus funciones,
la presión sobre sus oficiales, la redacción de petitorios, la
elección de delegados y, fundamentalmente, la amenaza de
desguarnecer el fuerte y despoblar la frontera. Sin embargo,

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206 • El Imperio desde los márgenes

la medida más radical –la deserción– no fue aplicada en


forma colectiva. El accionar de los blandengues permitió
que la compañía de Salto se mantuviera relativamente com-
pleta a pesar de las amenazas de deserción y el riesgo cierto
de disolución.
Asimismo, tanto para los blandengues y sus familias
como para otros pobladores, uno de los principales
atractivos para radicarse en la frontera era el acceso a
la tierra. Quienes poblaron el Salto lo hicieron bajo la
convicción de que las tierras que ocupaban eran “del
rey”, quien los reconocería como “pobladores”, con dere-
cho al usufructo de la tierra. A principios de 1760, el
pueblo entero –que en ese momento contaba con unos
75 habitantes– se organizó para resistir un intento de
desalojo. Entre otras acciones colectivas, los poblado-
res redactaron un petitorio que firmaron “en nombre
de todos los vecinos de Salto”, en el que solicitaron
la suspensión del desalojo y el reconocimiento de sus
derechos consuetudinarios a la tierra. La resolución del
gobernador fue favorable a los vecinos de Salto, que
lograron de esta manera defender su integridad terri-
torial. Los “vecinos” que suscribieron el petitorio eran
los varones cabeza de familia del pueblo, de condición
racial y estatus socioeconómico diversos. Individual y
colectivamente, los pobladores de Salto integraron este
“derecho de petición” a sus prácticas de representación
política frente a las autoridades. En el curso del con-
flicto por las tierras, se constituyó el “vecindario” de
Salto, una comunidad política de carácter territorial y
corporativo en los márgenes de la monarquía.
El “vecindario” o comunidad política de Salto forjó
en la frontera una cultura política idiosincrática con
sus propias nociones de autoridad y legitimidad. Los
materiales con los que se construyeron estas nociones
estaban arrancados de una cultura política común a todo
el orbe del imperio, pero adaptados y apropiados en las
condiciones particulares brindadas por la frontera. La

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El Imperio desde los márgenes • 207

fe cristiana, cemento ideológico e identitario último de


toda empresa en la frontera, era todavía una fe barro-
ca, devota de las expresiones exteriores; la autoridad,
por tanto, debía manifestar su devoción públicamente
y fomentar el esplendor del culto. El “bien común”, un
valor de larga tradición republicana, fue invocado para
proteger los intereses de los vecinos frente a foraste-
ros y elementos extraños a la comunidad. El caso del
honor es paradigmático. En la frontera el honor sufría
una democratización inédita en el contexto hispanoa-
mericano. Todos los vecinos y hombres de milicias,
incluso aquellos cuya piel lucía oscura a la vista, eran
portadores de honor; por lo tanto, eran considerados
en calidad de hombres blancos y no tenían vedado el
acceso a la vecindad.
La historiografía tradicional ha hecho hincapié en
el “origen castrense” de los pueblos de la frontera, una
marca de origen grabada en el carácter autoritario de la
vida política de estos pueblos, carentes de instituciones
representativas y sometidos a la autoridad despótica de
los comandantes. Sin embargo, si bien los capitanes de
la compañía de blandengues lograron muy pronto aunar
el mando militar y político de Salto, su poder estaba
limitado por un orden político que replicaba a nivel
local las nociones pactistas y corporativas que consti-
tuían al reino. La autoridad se consideraba la cabeza del
cuerpo político, no se distinguía de él, y su misión era
más la de un juez o un padre que la de un gobernante
ejecutivo. Asimismo, la autoridad del capitán del fuerte
debía ser consensuada con los vecinos, respetando los
derechos y las jerarquías adquiridos, y con el resto de las
autoridades locales presentes en la frontera. Por último,
el vecindario se consideraba una “persona moral” con
sus propios valores acerca de lo que estaba bien y lo
que estaba mal, lo legítimo y lo ilegítimo, por lo que
quien se erigiera como autoridad del pueblo o de la
compañía de Salto debía predicar con el “buen ejemplo”

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208 • El Imperio desde los márgenes

en el sentido de lo que la moralidad pública indica-


ba. Este orden político, cimentado en un determinado
sentido de la moralidad pública, era el fundamento de
toda obediencia esperable y podía esgrimirse en defensa
del orden comunitario. Esta era la constitución política
de la monarquía, vista desde la frontera. Los intentos
de reforma venideros tuvieron que vérselas con esta
tradición recientemente inventada.

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4

La reforma miliciana en la frontera


de Buenos Aires (1766-1779)

Las milicias, definidas como la participación activa de los


vecinos en el servicio de las armas, fueron un elemento
central de la experiencia política moderna.384 El adveni-
miento de la dinastía borbónica a la monarquía española
dio un decidido impulso a la formación de milicias. En la
península, la administración borbónica buscó incorporar a
las milicias urbanas385 a su esquema defensivo, adosándo-
les un nuevo encuadramiento territorial y centralizando su
mando para la Corona. Con este sentido, Felipe V sancionó,
en 1734, una Real Ordenanza sobre las Milicias Provin-
ciales de la Corona de Castilla, con el objetivo de discipli-
nar y organizar homogéneamente a las milicias, dotarlas de
armamento y uniforme y confiar su instrucción y mando a
la tropa veterana. A cambio, los milicianos gozarían del fue-
ro militar y recibirían un sueldo por el tiempo que fueran
movilizados.386 De esta manera, los Borbones pretendían
mantener un “ejército de reserva” susceptible de ser movili-
zado en casos de emergencia.
El modelo de “milicias provinciales” aplicado en la
península no fue inmediatamente trasladado a América,
observando los riesgos implícitos de armar a una población

384 Ver Ruiz Ibáñez, José Javier, op. cit.


385 El historiador José Javier Ruiz Ibáñez señala que existía en las ciudades de la
Europa moderna una tradición de formación de milicias urbanas, como par-
te de una cultura política urbana de origen común que se expandió con la
colonización europea. Ver ibid., p. 12.
386 Kuethe, Allan J., “Conflicto”, op. cit., pp. 329-330.

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210 • El Imperio desde los márgenes

distante.387 La derrota sufrida en La Habana en 1762 a


manos de la poderosa Armada británica obligó a reformular
el sistema de defensa americano. De esta manera, Carlos III
emprendió una reforma militar con el objetivo de expandir
las fuerzas armadas americanas mediante el aumento de
los regimientos fijos y la multiplicación y disciplina de las
milicias. Debido a los costos y las resistencias que implicaba
el envío de efectivos regulares a América,388 las reformas
pronto se orientaron a universalizar el reclutamiento en las
milicias, de forma que todos los varones adultos en con-
diciones de tomar las armas –sin importar su condición
social, solo que fueran libres– debían cumplir el “servicio
al rey”. El influyente ministro de Indias José de Gálvez lo
comunicaba así a las autoridades americanas, mostrando
que los nuevos principios organizativos buscaban aparecer
como una continuidad de los anteriores lazos de reciproci-
dad que definían el vínculo del rey con sus vasallos:

La necesidad y la política exigen que se saque de los naturales


del país todo el partido que se pueda. Para esto es preciso
que los que mandan los traten con humanidad y dulzura,
que a fuerza de desinterés y equidad les infundan amor al
servicio.389

Estas milicias serían “disciplinadas”, es decir, entrena-


das por oficiales veteranos, y gozarían del fuero militar y de
la provisión de armas y uniformes. El comando de las mili-
cias estaría a cargo de efectivos regulares, preferentemente
peninsulares, reteniendo, junto al mando militar, el control
político de las nuevas unidades creadas.390

387 Ibid., p. 336.


388 Entre ellos, puede mencionarse no solo la variable fiscal, sino también las
dificultades en la recluta y el traslado hacia el continente americano y den-
tro de él y la resistencia de los oficiales peninsulares a destacarse en Améri-
ca. Ver Marchena F., Juan, “La defensa”, op. cit., p. 642.
389 Ministro José de Gálvez al virrey de Nueva Granada. Citado en ibid.
390 Ver Kuethe, Allan J., “Las milicias”, op. cit., pp. 105-110.

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El Imperio desde los márgenes • 211

La reforma miliciana llegó al Río de la Plata con la


“Real instrucción para la formación de milicias provincia-
les” de noviembre de 1764, por la que la Corona ordenaba
al gobernador Pedro Cevallos formar y “arreglar” el mayor
número de compañías de milicias que fuera posible. Para
ello, los milicianos gozarían del fuero militar y se les otor-
garía un uniforme, y las élites eran convocadas a conformar
los cuadros de oficialidad. El comando y adoctrinamien-
to de las compañías estaría a cargo de oficiales del Ejér-
cito regular reunidos en “asambleas”.391 Se enviaron desde
la península los oficiales que conformarían Asambleas de
Infantería y Caballería –para las milicias de la Ciudad– y
de Dragones –para las de campaña–.392 Se suponía que los
oficiales peninsulares de las asambleas debían no solo dis-
ciplinar a las milicias, sino también ser el respaldo de la
implementación de otras políticas reformistas, algo que la
historiografía de la reforma militar conoce como la milita-
rización del estilo de gobierno.393
La renovación historiográfica sobre la reforma militar
borbónica sostiene que el éxito con el que se llevó a cabo
la reforma miliciana dependió de variables regionales tales
como la aceptación de las élites locales, las fuentes de finan-
ciamiento disponibles y la urgencia de la amenaza béli-
ca. Los estudios de caso sugieren que en las fronteras la
reforma miliciana tuvo en general buena aceptación ya
que empalmaba con una más larga tradición de moviliza-
ción y autodefensa, eran zonas que se beneficiaban con la
recepción del Situado y además porque las élites locales
encontraban en las milicias un vehículo para el ascenso

391 Beverina, Juan, El Virreinato, op. cit., pp. 263-265.


392 Reales Órdenes a Cevallos. Expediente sobre el envío de oficiales veteranos,
tropas, armas y pertrechos, año 1764. Citado en Marchena F., Juan, Ejército,
op. cit., p. 138.
393 Ver Marchena F., Juan, “La expresión de la guerra: el poder colonial. El ejér-
cito y la crisis del régimen colonial”, en Carrera Damas, Germán (ed.), Histo-
ria de América Andina. Volumen 4. Crisis del régimen colonial e independencia,
Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 1996, pp. 88-89.

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212 • El Imperio desde los márgenes

y la consolidación de su prestigio social.394 Sin embargo,


esta misma historiografía señala que, en el caso de Bue-
nos Aires, el servicio miliciano habría generado un escaso
interés en la población local, debido al desinterés de las
élites mercantiles en formar parte de los cuadros de mando
y el reducido impacto social derivado de la recepción del
Situado.395 El propio Cevallos era cauto en cuanto a los
resultados alcanzados:

Los milicianos de aquí hacen los días de fiesta sus servicios,


todos los oficiales y otros individuos tienen sus uniformes
y se va aficionando la gente al Real Servicio, pero con todo
siempre será conveniente no contar mucho con ellos, porque
la abundancia de caballos y dilatada extensión de la cam-
paña les facilita la fuga, a la que los incita su repugnancia
a la guerra.396

La frontera presenta un panorama algo diferente. Allí,


los reformadores borbónicos alcanzaron su propósito de
encuadrar a la práctica totalidad de los varones adultos
libres en las compañías de “milicias provinciales”. Además,
los cuadros de oficiales interesaron a una élite de hacenda-
dos y comerciantes rurales que buscaban consolidar sus tra-
yectorias de ascenso y prestigio social.397 Sin embargo, las
amplias resistencias ejercidas por los pobladores limitaron
el objetivo de conformar las milicias disciplinadas que los
Borbones pretendían.398 Por otro lado, si bien el servicio en

394 Para el caso de la frontera norte novohispana, ver Ortelli, Sara, “Las refor-
mas”, op. cit.; Rangel Silva, José Alfredo, op. cit.; Serrano Álvarez, José Manuel
y Allan J. Kuethe, op. cit.
395 Ver Kuethe, Allan J., “Las milicias”, op. cit., pp. 118-120.
396 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 525,
15 de diciembre de 1765.
397 Eugenia Néspolo destaca la importancia del servicio miliciano para la defi-
nición de la “vecindad” en el mundo rural –que, en el caso de Luján, incluía
la elección de Cabildo– y las oportunidades abiertas para el potenciamiento
de autoridades civiles-milicianas locales. Ver Néspolo, Eugenia A., “La ‘fron-
tera’”, op. cit.
398 Fradkin, Raúl O., “Las milicias”, op. cit., pp. 144-146.

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El Imperio desde los márgenes • 213

las milicias tuvo una mayor aceptación en la élite rural, esta


lograría –al menos por un tiempo– orientar su sentido, más
que a conformar un “ejército de reserva” para la Corona, a
la protección y expansión de sus intereses sociales.399
Este capítulo estudia la implementación de la reforma
y la experiencia miliciana en la frontera de Buenos Aires,
específicamente, en el sector noroeste de la frontera con-
formado por el pago de Arrecifes, una zona de fuerte desa-
rrollo ganadero y articuladora de los caminos que unie-
ron a Buenos Aires con Santa Fe, Cuyo y Córdoba. En
esta estratégica zona, en el pueblo de Pergamino, se ins-
taló una comandancia de frontera desde la que se debía
organizar y disciplinar a las milicias de todo el partido y
supervisar la circulación mercantil y el paso del Situado
real. Sin embargo, los oficiales del Ejército regular investi-
dos como comandantes del fuerte –con mando político y
militar sobre la población– tuvieron serias dificultades para
hacerse obedecer en virtud justamente del tejido social que
sostenía a las milicias, cuyas redes de parentesco y paisa-
naje no manejaban.
Esta estructura de mando fallida dejaría un vacío ocu-
pado por una oficialidad miliciana de extracción local con-
formada por hacendados y comerciantes de mediano fuste
que vieron en las milicias un canal de ascenso y consoli-
dación de su prestigio social. Estos oficiales fueron efica-
ces en la convocatoria de los pobladores a las milicias a
partir de diversas prácticas de movilización a ras del suelo
y disciplinamiento de los milicianos y la articulación de
redes de vínculos primarios hacia sus pares y subordinados.
Las milicias fueron utilizadas por estos oficiales no solo
para su reconocimiento como “vecinos” –que ya lo eran–,
sino también para la protección de sus intereses rurales
y la construcción de poder social. Entre 1766 y 1779, la

399 Ver Alemano, María Eugenia, “Construcción de poder y ascenso social en


una frontera colonial: el caso de Diego Trillo”, Revista ANDES, vol. 24, n.º 1,
2013, pp. 179-209.

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214 • El Imperio desde los márgenes

oficialidad miliciana convocó a los pobladores a diversas


campañas contra las tolderías indígenas que redituaban un
rico botín ganadero y humano y que tensaron las relacio-
nes interétnicas. De esta manera, la oficialidad miliciana
construyó un poder territorial autónomo al que Juan Joseph
de Vértiz se vería urgido de incorporar y subordinar al
poder virreinal.400

La reforma militar de 1764 en Buenos Aires

La reforma militar que los Borbones impulsaron en todo


su imperio americano no actuó en Buenos Aires tabula rasa,
sino que los pobladores conocían experiencias previas de
movilización. Antes de la “Real instrucción…”, la pobla-
ción de Buenos Aires había tenido diversas experiencias de
movilización, de las cuales algunas subsistían. En la Ciudad,
el mayor impulso a la formación de milicias se dio con la
entrada de España a la guerra de los Siete Años. En los
preparativos de su expedición a Colonia de Sacramento,
el gobernador Pedro Cevallos sancionó en 1761 un regla-
mento que universalizaba el servicio miliciano a todos los
hombres libres en condiciones de tomar las armas mientras
durara la guerra.401 En el ejército que constituyó Cevallos
para la toma de Colonia, el elemento miliciano fue predo-
minante, aportando tres cuartas partes de los hombres de la
expedición.402 De esta manera, aun antes del desastre de La

400 Ver capítulo 5.


401 De acuerdo a Pablo Birolo, Cevallos solicitó a la Corte refuerzos de tropa
veterana para su expedición, pero desde la península le contestaron seca-
mente que contaba con más tropas de las que nunca había habido en Buenos
Aires y que procurara aumentar las milicias. Ver Birolo, Pablo, op. cit., pp.
34-37.
402 De los cuales 1.546 eran milicias de Buenos Aires y 1.146 eran milicias de
guaraníes abocadas a tareas auxiliares. Ver Molina, Ignacio, Las milicias del
Rey en el Río de la Plata: españoles, pardos e indios durante la Guerra de los Siete
Años (1762-1763), tesis de Licenciatura en Historia, Buenos Aires, Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2021, p. 8.

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El Imperio desde los márgenes • 215

Habana y el término de la guerra, los funcionarios borbóni-


cos fomentaron la formación de milicias y su utilización en
los propósitos marcados por la guerra internacional.
En la frontera, existían diversas formaciones milicianas
desde mucho antes de la sanción de la “Real instrucción…”.
En 1745, en virtud de repetidas solicitudes del Cabildo de
Buenos Aires que el gobernador Andonaegui avaló, se crea-
ron seis compañías sueltas de milicias para la frontera que
debían completarse con hasta 100 hombres cada una. Su
servicio era alternado y no contaban con un sueldo, sino
solamente con una asignación de yerba, tabaco y carne en
los períodos de campaña. En 1752, el Cabildo creó, motu
proprio, tres compañías de milicias de 60 hombres cada una
de servicio permanente y con goce de sueldo para la fronte-
ra. Por último, el Cabildo creó en 1755 una nueva compañía
de milicias de 50 hombres para La Matanza también de
servicio permanente, quienes, si bien no percibían un suel-
do, recibían una generosa asignación de raciones.403 Estas
milicias tuvieron distintas experiencias de movilización en
la guerra irregular llevada en la frontera404 y durante el sitio
de Colonia de Sacramento, a donde, una vez tomada la pla-
za, se enviaron milicianos de las compañías de los distintos
partidos rurales al mando del sargento mayor Manuel Pina-
zo, quien ya era reputado como el más “activo y honorable”
de los oficiales milicianos.405
Es decir, la “Real instrucción…” de 1764, como el pri-
mer intento de reforma miliciana en el Río de la Plata, no
creaba milicias desde cero, sino que se proponía sostener
en tiempos de paz la movilización dispuesta por Cevallos

403 Ver capítulo 2.


404 En 1753 y 1754, se llevaron a cabo sendas expediciones tierra adentro de las
que participaron “gente miliciana y vecinos”, blandengues de Luján y Salto,
milicianos “pardos” e incluso “indios amigos” del cacique Nicolás Bravo. En
AGN, Sala XIII, Caja de Buenos Aires. Ramo de Guerra, leg. 41-7-4, libro de
data.
405 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-1, 26 de noviembre de 1762.
Manuel Pinazo llegaría a ser maestre de campo y acumularía un encomiable
poder en la frontera.

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216 • El Imperio desde los márgenes

para la guerra y reorganizarla bajo el modelo de “milicias


provinciales”. En la Ciudad, con las compañías de milicias
existentes, se formaron un regimiento de caballería y un
batallón de infantería con 1.196 y 627 hombres, respectiva-
mente.406 En la jurisdicción rural, existían en aquel momen-
to 24 compañías que encuadraban a 2.198 vecinos (cuadro
7). La plana mayor miliciana estaba formada por un maestre
de campo y cuatro sargentos mayores que reunían el mando
de las compañías sueltas de cada partido. Cada compañía
se componía de idealmente 100 hombres al mando de un
capitán, un teniente, sargentos y cabos.

Cuadro 7. Plana mayor y fuerza de las milicias rurales de Buenos Aires


(1765)

Maestre de Partido Sargento Cantidad de Número de


campo mayor compañías tropas
La Costa y Manuel Pina- 7 695
Juan Ignacio Conchas zo
de San Martín
Luján Juan Ponce 7 632
de León
Arrecifes y Juan Tomás 4 380
Pergamino Benavídez
Matanza y Clemente 6 491
Magdalena López Osor-
nio
Total 24 2.198

Fuente: Beverina, Juan, op. cit., p. 273.

De forma que se trataba de encuadrar las compañías de


milicias existentes en el “servicio al rey” bajo la disciplina
y el adoctrinamiento impartidos por oficiales del Ejército

406 Para el Regimiento de Caballería Provincial, los datos son de AGI, Buenos
Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 525, 30 de
diciembre de 1768; para el Batallón de Infantería de Buenos Aires, son de
AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 28-9-2, 1º de enero de 1767.

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El Imperio desde los márgenes • 217

regular. En cuanto a esta estructura de mando, junto a la


“Real instrucción…”, se nombraron oficiales peninsulares
para las Asambleas de Infantería, Caballería y Dragones que
tendrían a su cargo el comando y adiestramiento miliciano,
quienes fueron beneficiados con un ascenso en el escalafón
militar por acceder a esta tarea.407 En la nueva concepción
borbónica, los mandos veteranos debían ser no solo la cabe-
za de la reorganización militar, sino también un respaldo en
la ejecución de las políticas reformistas de la Corona.
Con todo, las condiciones locales del servicio hacían
que las compañías de milicias provinciales recién creadas
difícilmente pudieran ser consideradas un verdadero “ejér-
cito de reserva”. El número de enrolados no significa que
todos pudieran ser simultáneamente movilizados. Los mili-
cianos cumplían turnos de tres o cuatro meses, y el servicio
se limitaba a la participación en los ejercicios doctrinales
que se dictaban los “días de fiesta”. Además, dado que la
tropa no recibía un sueldo, sino solamente una ración de
yerba, carne y tabaco, la movilización y la permanencia en
campaña eran extremadamente dificultosas.
En la frontera, estas condiciones se agudizaban dadas
las funciones que consuetudinariamente se les asignaban a
las milicias, la estructura social que las sostenía y las faci-
lidades que existían para desertar. Los milicianos resistían
particularmente movilizarse fuera de su territorio. El envío
de milicianos en 1762 a la “otra banda” del Río de la Plata
fue realmente excepcional ya que, alejados de su tierra de
origen, aumentaban el ausentismo y las deserciones. Según
un informe posterior del gobernador Juan Joseph de Vértiz,
solo la mitad de los vecinos encuadrados en las milicias
rurales podía ser movilizada a la Banda Oriental si esta
era atacada. Los motivos, según el gobernador, eran que

407 En general, este era un beneficio común en la implementación de la reforma


miliciana; por pasar a servir en las milicias, los oficiales veteranos ostenta-
ban un grado o dos más alto que el que habían gozado en el cuerpo regular
del que procedían. Ver Kuethe, Allan J., “Las milicias”, op. cit., p. 112.

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218 • El Imperio desde los márgenes

se trataba de “gente labradora y hacendada” y que estas


milicias se abocaban “impedir las irrupciones de los Indios
enemigos” en la frontera.408
El resultado de todo ello fue que, en poco tiempo,
y sobre la base de milicias preexistentes, se montara en
Buenos Aires una estructura miliciana que encuadraba a
la mayor parte de la población masculina adulta. Pero, en
términos prácticos, las compañías de milicias provinciales
difícilmente podían constituir el “ejército de reserva” que
la Corona estaba necesitando para hacer frente al conflicto
externo. Existían condiciones estructurales y disposiciones
subjetivas que limitaban el disciplinamiento de las milicias.
Por último, los oficiales peninsulares que conformarían
las asambleas llegaron al Río de la Plata recién en 1767,
dos años después de su nombramiento. Las de Infantería y
Caballería se ocuparon de las milicias de la Ciudad, mien-
tras que las milicias de la frontera quedaron a cargo de la
Asamblea de Dragones. Su cabecera se instaló en Luján y
se establecieron distintas “Comandancias” en la frontera.
Cada comandante, además de mandar sobre las milicias del
partido, tenía funciones de gobierno, policía y justicia en
su destino. Es por ello que los comandantes de los fuertes
fueron tradicionalmente considerados los “todopoderosos”
de los pueblos, dueños de un poder despótico. En su trabajo
sobre la frontera de Buenos Aires, Carlos Mayo y Amalia
Latrubesse afirman que

La política fronteriza no fue más que una prolongación de


la militarización de la frontera, del poder militar del coman-
dante del fuerte, convertido en señor de vidas y haciendas,
en juez y parte, en árbitro todopoderoso […] El poder de los
comandantes de los fuertes fue ejercido, como decíamos, casi
sin reato y de manera a menudo sumarísima y dura.409

408 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 526,
2 de marzo de 1771.
409 Mayo, Carlos y Amalia Latrubesse, op. cit., pp. 47-48.

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El Imperio desde los márgenes • 219

Sin embargo, como veremos a partir del caso de Perga-


mino, esta reunión de funciones tuvo como consecuencia,
más que el endurecimiento, un debilitamiento de su auto-
ridad ya que los comandantes debían ejecutar políticas de
gobierno que afectaban intereses locales y reprimir prácti-
cas sociales consuetudinarias de los mismos pobladores a
los que debían convocar a las armas.

Una estructura de mando fallida: los comandantes


de los fuertes

En 1771, el teniente de la Asamblea de Dragones Joaquín


Stefani de Bamfi, un militar peninsular de calidad noble, fue
designado como comandante de Pergamino. Cuando llegó
a Pergamino a hacerse cargo de la Comandancia, el pueblo
contaba con una iglesia a medio construir, tres pulperías y
unos 40 vecinos que, según un testimonio de la época, eran
“otros tantos milicianos con sus oficiales correspondientes”.
El fuerte, recién concluido, era lo suficientemente grande
como para alojar al puñado de Dragones que lo guarnecía
y a los vecinos-milicianos en caso de convocatoria. Ade-
más, contaba cuatro cañoncitos de campaña y un foso con
puente levadizo.410
El comandante de Pergamino no solo debía disciplinar
a las milicias del partido, sino también ejercer funciones de
gobierno y de justicia. En particular, dada la ubicación de
Pergamino, debía supervisar el tráfico mercantil y reprimir
el contrabando. A poco de arribar a su destino, el coman-
dante Stefani de Bamfi, en su afán por regular el comercio
y vigilar el contrabando, se enemistó con los pulperos de
Pergamino. En efecto, Bamfi mandó a demoler una pulpe-
ría alegando que se encontraba justo “bajo la muralla del

410 Concolorcorvo, op. cit., p. 58.

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220 • El Imperio desde los márgenes

fuerte” y obstaculizaba la vigilancia.411 Unas semanas más


tarde, el comandante denunció al pulpero Diego Trillo por-
que vendía cueros robados, orejanos y “hasta del Rey”.412
Por último, Bamfi prohibió las pulperías en Pergamino y
dictaminó que las existentes se transfirieran a otros desti-
nos. Esta radical medida llamó la atención del gobernador
Juan Joseph de Vértiz, quien, ante el reclamo de los vecinos
damnificados, suspendió el destierro y exigió explicaciones
al comandante.413
El problema, para Bamfi, era que los pulperos forma-
ban parte de las compañías milicias y gozaban, por tan-
to, del fuero militar y del amparo de sus superiores.414 En
este contexto, el sargento mayor de milicias de Arrecifes, el
hacendado Francisco Sierra, dispuso retirar todos sus sol-
dados de Pergamino, de manera que dejó a Stefani de Bamfi
prácticamente sin hombres en el fuerte. En tono patético, el
comandante escribió al gobernador: “Entonces, señor, ¿de
qué sirve este Fuerte? ¿Ni qué defensa podrá nadie arre-
glar en él, sin más que dos hombres y yo?”. Además de la
desavenencia con la oficialidad miliciana, el comandante
se refirió a las dificultades que encontró desde su llegada
para disciplinar a la tropa, a pesar de que notaba “alguna
mejoría” después de haber castigado “suavemente” a cua-
tro soldados que no habían hecho su guardia. Bamfi fue
rotundo en su diagnóstico de la tropa con la que contaba:
“A estos Milicianos, la más leve fatiga (aunque sea en su
beneficio) se les hace gravosa; por un efecto (sin duda) de su
poquísima disciplina”.415 Es decir, el comandante reconoció

411 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 28 de octu-
bre de 1771.
412 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 9 de octu-
bre de 1771.
413 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 20 de sep-
tiembre de 1771.
414 El pulpero Diego Trillo, sin ir más lejos, era teniente de una de las compa-
ñías de Arrecifes.
415 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, f. 128, 6 de
octubre de 1771.

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El Imperio desde los márgenes • 221

su incapacidad para convocar a las milicias sin la anuencia


de sus oficiales, así como las dificultades que encontraba
para disciplinarlas, a pesar de haber aplicado castigos “sua-
ves” y ejemplificadores.
La desconfianza de las milicias resultó un serio incon-
veniente para el ejercicio de las funciones de policía y jus-
ticia, en las que se suponía debían auxiliarlo. Poco después
del conflicto con los pulperos de Pergamino y el desamparo
de las milicias, Stefani de Bamfi aseguró al gobernador que
solo “para perseguir pícaros” no tenía gente suficiente ya
que no se podía “fiar de nadie” y solicitó el envío de “al
menos” dos hombres veteranos porque “los demás todos
son unos”.416 Sus palabras traslucen la soledad de su situa-
ción y la identidad o, al menos, la connivencia entre los
milicianos y los “pícaros” a los que debía perseguir.
En otra oportunidad, la solidaridad miliciana obstacu-
lizó la actuación de oficio del comandante. En el verano de
1772, tras un homicidio ocurrido en una de las pulperías de
Diego Trillo, el comandante mandó cerrarla, embargar sus
bienes y desterrar a su dueño. Sin embargo, el asunto pasó
luego a manos del juez comisionado por el Cabildo de Bue-
nos Aires Pedro Joseph Acevedo, también oficial de milicias
y amigo personal de Trillo, quien suspendió el embargo y
la orden de destierro.417 En estos casos, la falta de personal
“de confianza” (es decir, veterano) resultaba un obstácu-
lo para el ejercicio de las funciones judiciales y policiales
del comandante y demuestra la densa trama de solidaridad
pueblerina y miliciana.
El caso del comandante Stefani de Bamfi ejemplifica
cómo un oficial veterano de origen peninsular se veía aco-
rralado por las distintas funciones que se le habían asignado
ya que debía reprimir las prácticas sociales de los mismos

416 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, f. 154, 20
de noviembre de 1771.
417 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, f. 198, 25
de febrero de 1772

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222 • El Imperio desde los márgenes

pobladores a los que debía convocar a las armas. Con este


motivo, los vecinos de Pergamino desahuciaron las convo-
catorias del comandante del fuerte en diversas oportuni-
dades y obstaculizaron las diligencias judiciales y policiales
que se proponía llevar a cabo.
El ejemplo de lo ocurrido con su sucesor demuestra
que el de Bamfi no fue un caso aislado. Poco después de
los hechos narrados, Bamfi fue reemplazado por el coman-
dante Francisco Faijoo y Noguera, también oriundo de la
península y teniente de la Asamblea de Dragones.418 El nue-
vo comandante puso a su cargo la administración de jus-
ticia en Pergamino, según informó al gobernador en clara
demostración de su celo burocrático:

en todos [los] Asuntos procuro con eficacia y desinterés sub-


ministrar Justicia en asuntos mínimos, sin atender al Rico ni
al Pobre, sino a el que mi corta inteligencia reconoce tiene
razón […] sin admitir dádivas, sino mantenerme aunque me
resulte empeño a costa de mi corto sueldo.

Sin embargo, la administración de justicia en Per-


gamino también era pretendida por el juez comisionado
Pedro Joseph Acevedo, mucho mejor relacionado, y a quien
ya vimos actuar en el caso del homicidio de la pulpería. El
conflicto estalló cuando, una tarde de primavera de 1772,
el juez detuvo a dos vecinos y los puso presos en su propia
casa, sin comunicárselo al comandante Noguera. Este man-
dó a llamarlo y le recriminó: “…cómo faltaba a la política
que debía practicar en haber venido a comunicarme esta
su Determinación […] conforme se practicaba en cualquier
Pueblo donde se halla establecido comandante”. Según el
comandante, ante su “justa queja”, Acevedo volvió las espal-
das y se fue. Ante esta actitud, Noguera se presentó en
la casa particular del juez para averiguar el paradero de

418 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 27 de abril
de 1772.

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El Imperio desde los márgenes • 223

los presos, y allí se dio el siguiente diálogo que relata el


comandante:

Me respondió que allí estaban; y que así como yo había


enviado a llamarle debía haberlo practicado en ir a su posada,
manifestándome tenía obligación de pasar a tomar sus órde-
nes; en vista de esta urbanidad, le respondí que me hallaba
constituido en otro carácter, y que no me correspondía a mi
honor someterme a sus órdenes, me respondió que tampoco
estaba obligado a las mías, y para no animar escándalo al
Pueblo, me retiré al fuerte con los presos.

En este episodio, el conflicto de autoridad tomó la


forma de una disputa por el protocolo, y el decoro ante el
pueblo hizo que la discusión cesara. Sin embargo, la cues-
tión de fondo era el gobierno del pueblo a través de la
justicia. Según el propio comandante: “Me persuado [que
el juez Acevedo] tendrá Celos de que se vaya aumentando
este Pueblo al que también quiere venir a gobernarle, sin
reparar al honor del oficial que se halla constituido a su
reparo”.419 Legitimándose en su eficacia para aumentar el
pueblo y el honor de su cargo y calidad noble, el coman-
dante Faijoo y Noguera admitía la disputa de su autoridad
como gobernante del pueblo.
En pocos años, los comandantes de Pergamino per-
dieron la capacidad de disponer las acciones defensivas
del fuerte e incluso fueron excluidos de las expediciones
que los oficiales milicianos emprendieron contra los indí-
genas. En la primavera de 1777, por ejemplo, los oficiales
milicianos decidieron contestar un ataque sobre los cami-
nos con una expedición punitiva sobre la toldería señala-
da como responsable. En esa ocasión, el comandante de
Pergamino Alonso Quesada informó al virrey los motivos
por los cuales “con tanto dolor” se quedó sin acompañar
a la expedición. En primer lugar, alegaba el comandante,

419 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 22 de


noviembre de 1772.

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224 • El Imperio desde los márgenes

no podía abandonar el fuerte de Pergamino “sin tener a


quien confiarlo”; en segundo lugar, dijo “no tener jurisdic-
ción alguna con esas milicias”, pues estaban “subordinadas
a su maestre de campo”; y, por último, el comandante alu-
dió a lo siguiente:

… el abandono, y mal arreglo de estas compañías, poca subor-


dinación y ningún esmero en sus oficiales, uno de los cuales
dispone las corridas de campo sin mi conocimiento, por más
advertencias que le tengo hechas, siendo el último a quien
le llegan los acaecimientos de la campaña, todo lo que he
tolerado por conservar la mejor armonía, y de que V. E. había
de llegar para su remedio.420

El comandante Quesada admitía no tener ningún poder de


decisión en la frontera (“siendo el último a quien le llegan los
acaecimientos de la campaña”) debido a la falta de personal de
confianza, el “mal arreglo” de la tropa y la insubordinación de
los oficiales de las milicias, quienes respondían únicamente a
su maestre de campo. Si las milicias y el maestre de campo se
recostaban en el teniente de rey, el comandante aguardaba espe-
ranzado el retorno del virrey a la capital, mientras se mostraba
tolerante para conservar “la mejor armonía” de la población.
El caso de los comandantes de Pergamino muestra que
las llamadas “asambleas”, compuestas por efectivos regulares de
origen peninsular y pensadas como “cabeza” del sistema defen-
sivo, tuvieron que vérselas en la frontera con una estructu-
ra miliciana con un profundo arraigo en el tejido social local.
Los oficiales de la Asamblea de Dragones fueron empoderados
como comandantes de los fuertes de la frontera, aunando a sus
funciones estrictamente militares una virtual autoridad guber-
nativa, de policía y de justicia. Sin embargo, la autoridad de
estos comandantes era resistida por los pobladores y disputada
por otras autoridades locales presentes en el territorio (oficiales
milicianos, jueces comisionados por el Cabildo, etc.). Muchas

420 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 27 de octu-
bre de 1777.

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El Imperio desde los márgenes • 225

veces los comandantes no lograron hacer pie en la acción defen-


siva justamente por aquello que ha sido señalado como la base
de un supuesto poder omnímodo: sus atribuciones gubernati-
vas y jurisdiccionales. De esta manera, la autoridad de las asam-
bleas se estrelló contra la estructura parental y vecinal sobre la
que se apoyaba el armazón miliciano. La resistencia de la pobla-
ción a ser conducida por estos recién llegados generó un espacio
vacante de autoridad que la oficialidad miliciana estaría llamada
y acometida a ocupar.

Movilización miliciana y resistencias de los pobladores

Dada esta fallida estructura de mando, la efectiva movilización


de los pobladores al servicio de milicias dependía de la capaci-
dad de convocatoria y mando de la oficialidad y plana mayor
milicianas. Los pobladores rurales muchas veces lograron sor-
tear el servicio miliciano, ya sea eludiendo el reclutamiento o
desertando de sus filas. Para la tropa, una cosa era concurrir los
“días de fiesta” a los ejercicios de adiestramiento, pero, cuando
se trataba de expediciones tierra adentro o de tareas particular-
mente resistidas, los motivos y las posibilidades para desertar
eran muchos. Otras veces, se resistieron a obedecer órdenes y
se plantaron en desafío abierto a la autoridad. El examen de las
resistencias que ejercieron los pobladores nos permite visua-
lizar no solo los límites y condicionamientos que impusieron
a las pretensiones de la oficialidad miliciana, sino también el
carácter de la relación de poder y los factores estructurales que
tendían a nivelarla.421

421 Michel Foucault señala que, más que analizar el poder desde el punto de vista de su
racionalidadinterna,setratadeanalizarlasrelacionesdepoderatravésdelantago-
nismo de las estrategias de los sujetos: “Con el propósito de entender de qué se tra-
tanlasrelacionesdepoder,talvezdeberíamosinvestigarlasformasderesistenciay
losintentoshechosparadisociarestasrelaciones”.EnFoucault,Michel,“Elsujetoy
elpoder”,Revista Mexicana de Sociología,vol.50,n.º3,1988, p.7.

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226 • El Imperio desde los márgenes

Como ha sido señalado por la historiografía, un problema


recurrente con que debieron lidiar las autoridades de la frontera
fueron las deserciones que raleaban las filas milicianas. Por
ejemplo, a fines de 1772, varios milicianos se fugaron del fuerte
de Pergamino, por lo que el gobernador ordenó que los deserto-
res fueran perseguidos y puestos en prisión. El sargento mayor
del partido Francisco Sierra hizo las correspondientes averi-
guaciones y sus informantes le dijeron que los individuos bus-
cados andaban “a monte”, durmiendo en el campo “sin tener
subsistencia en parte ninguna”. Para lograr prenderlos, a Sierra
le pareció necesario guardar silencio y dejar “enfriar” los áni-
mos por algunos días para que no llegara a oídos de los deserto-
res la orden de su detención.422 En este caso, los campos abiertos
facilitaron las deserciones, mientras que el rumor y la protec-
ción vecinal impidieron la inmediata detención de los infrac-
tores.
Entre las tácticas que desplegaban los pobladores para
eludir el reclutamiento, se encontraba el aprovechamiento
de los intersticios y solapamientos jurisdiccionales. Cuando
Francisco Sierra dejó el cargo en 1774, el pulpero Die-
go Trillo, al momento teniente de la compañía de milicias
de Arrecifes, asumió como sargento mayor de todas las
milicias del partido. En aquel momento, Trillo solicitó al
gobernador la ratificación de su jurisdicción sobre los habi-
tantes de Arroyo Seco, cerca de la frontera con Santa Fe,
ya que estos se resistían a servir en las compañías que él
comandaba, pretextando servir en las de Santa Fe: “Éstos,
señor, no tienen más motivo sino buscar pretextos para no
servir a el Rey”.423
Los pobladores no solo aprovecharon las poco claras
divisiones administrativas, sino también la superposición
de las jurisdicciones judicial y miliciana. En septiembre de

422 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, f. 314, 19 de
diciembrede1772.
423 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Fontezuelas, leg. 1-4-4, f. 766, 6
de mayo de 1774.

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El Imperio desde los márgenes • 227

1774, el maestre de campo Manuel Pinazo le pidió a Tri-


llo que reuniera 150 milicianos para una eventual expedi-
ción. Sin embargo, el sargento mayor no pudo cumplir esta
solicitud y se explicó de este modo: “…por no servir a el
Rey van algunos sujetos y se valen de los Señores Alcaldes
sacándoles comisión y con ese motivo cuando lo citan dicen
son alcaldes y que no pueden servir al Rey”, mostrando
la competencia entre la jurisdicción del Cabildo y la del
rey.424 Entonces, si bien la movilización de los poblado-
res a las armas estaba legitimada por el debido “servicio al
rey”, en este caso, como en el de los pobladores de Arro-
yo Seco, es notorio el aprovechamiento de los pobladores
de los vericuetos jurisdiccionales que les permitían eludir
la movilización.
En ocasiones, los pobladores desafiaron abiertamente
a la autoridad. Estos actos de insubordinación eran dura-
mente castigados por los oficiales de milicias con el fin de
que el ejemplo no se propagara. Así ocurrió en el otoño de
1774, cuando un soldado se negó a participar de los ejer-
cicios doctrinales, llegando a amenazar con un arma a los
oficiales que pretendían su reclutamiento. Según el sargen-
to mayor Diego Trillo, el sujeto en cuestión normalmente
portaba una daga con la que, “por más que los oficiales de
su Compañía lo citasen”, no había sido posible “reducirle
a obedecer ni asistir a los Ejercicios Doctrinales atenido a
la Daga expidiendo Voces que el que le persiguiese para
prenderle experimentaría su muerte”. Trillo logró prender
al soldado insumiso y remitirlo preso a la capital, de manera
que castigó “estos atentados tan perniciosos a la buena dis-
ciplina de los demás soldados”.425 Es decir, el soldado resultó
preso por su insubordinación, pero sobre todo para evitar
que el ejemplo se propagase.

424 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Fontezuelas, leg. 1-4-4, f. 775, 5
de septiembre de 1774.
425 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Fontezuelas, leg. 1-4-4, f. 769, 10
de mayo de 1774.

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228 • El Imperio desde los márgenes

Por su parte, los sargentos mayores se apoyaban en


la oficialidad subalterna para la movilización capilar de los
pobladores y la ejecución de sus órdenes, por lo que los
sargentos mayores de cada partido buscaban que los sub-
oficiales fueran hombres de su confianza. Así lo expresó
el maestre de campo Juan Ignacio de San Martín cuando
comenzó la reorganización de las milicias en 1766, señalan-
do: “Los Sargentos [deben ser] a satisfacción de los Capita-
nes, y demás oficiales, como por ser estos las llaves de las
compañías, y en quien recuestan todo”.426 El sargento mayor
Diego Trillo, a poco de asumir, solicitó varios ascensos
para cubrir las plazas de oficiales vacantes de las compañías
que comandaba, nombrando capitanes y tenientes para las
de Arrecifes y Pergamino.427 De esta manera, el sargento
mayor se aseguraba el acceso de hombres de su confianza a
su cuadro de oficialidad.
Asimismo, en el partido de Arrecifes, a pocos kilóme-
tros del pueblo, se encontraba el fuerte de Salto, donde se
alojaba una compañía de blandengues al mando del capitán
Juan Antonio Hernández. El sargento mayor de milicias y el
capitán de blandengues colaboraban cotidianamente en la
práctica defensiva, y las compañías de blandengues y mili-
cias se mezclaban en campaña. En el invierno de 1774, en el
clima de inquietud generado por la muerte del gran cacique
Lincon,428 se advirtió la presencia de “doscientos” indíge-
nas sobre el Camino Real.429 Unos días después salieron a
campaña el sargento mayor Diego Trillo con 115 hombres
de la compañía del Pergamino y el capitán Juan Antonio
Hernández con su compañía de blandengues y la de milicias

426 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 21 de noviembre
de 1766.
427 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Arrecifes, leg. 1-4-4, f. 774, 10 de
octubre de 1774.
428 Ver ut infra.
429 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 10 de junio
de 1774.

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El Imperio desde los márgenes • 229

de Arrecifes.430 Una vez en campaña, los oficiales milicianos


se valieron de improvisados discursos para motivar a la
tropa y evitar deserciones. Trillo y Hernández se reunieron
en Mar Chiquita al frente de cientos de milicianos y blan-
dengues y partieron, según Hernández, no sin antes

haber exhortado a la gente, que tuviesen, amor al Real Ser-


vicio, y bien de la patria, que luego que se les diese noticia
alguna de los Indios enemigos concurriesen en prontitud,
celo y esmero a la defensa de sus familias y haciendas.431

Como vemos, las arengas de campaña eran necesarias


para excitar el ánimo de los soldados; en esta, los motivos
aludidos fueron el amor al real servicio, el bien de la patria
y la defensa de sus familias y haciendas.
Frente a las tareas más resistidas por la tropa, como
la construcción y reparación de los fuertes, los oficiales
de las milicias debieron implementar diversas estrategias
para retener a los soldados. En particular, los capitanes de
blandengues, ante los reiterados atrasos de sueldos en que
incurría la administración borbónica, debían valerse de la
persuasión e, incluso, de su propio ejemplo para motivar
a los soldados y que no desertasen. En 1774, frente a un
nuevo atraso en los sueldos, el capitán Hernández logró
que sus blandengues trabajaran en la reparación del fuerte
de Salto valiéndose de palabras y poniéndose a la cabeza
de la tarea.432
Otra de las tareas resistidas era el entierro de cadáveres,
trabajo por el que los oficiales milicianos debieron gratificar
a los soldados. En la primavera de 1777, un grupo de “indios
infieles” invadió una tropa de 14 carretas en el camino de

430 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 18 de junio
de 1774.
431 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 272, 1 de sep-
tiembre de 1774.
432 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 272, 1 de sep-
tiembre de 1774.

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230 • El Imperio desde los márgenes

las Petacas433, lo que dejó el mortífero saldo de 16 víctimas


fatales. Entre los despojos, se hallaron libros, muebles y ter-
cios de yerba “de los cuales se repartió uno que estaba a la
mitad a los soldados de Milicias”, quienes habían trabajado
en enterrar los cadáveres.434
En otras ocasiones, los oficiales milicianos debieron
pagar sueldos o entregar raciones de su propio peculio. El
capitán Hernández también se vio precisado en más de una
oportunidad de “socorrer esta compañía para su manuten-
ción y entretenimiento”.435 Sin embargo, las palabras y las
dádivas no siempre eran suficientes. En 1779, por la deses-
perada situación que se vivía, el capitán Hernández agregó
diez hombres “por la fuerza” a su compañía de blanden-
gues, aunque aclaró que de todos modos se les devengaría
el sueldo.436
En 1777, la oficialidad miliciana dispuso la construc-
ción de un nuevo fuerte en la Horqueta de Rojas, al noroeste
de Salto. Para esta encomienda, el sargento mayor Diego
Trillo dispuso de 29 hombres “entre trabajadores y soldados
Milicianos […] sin distinguir unos de otros en este tra-
bajo”.437 El sargento mayor dijo haber precisado gratificar
“sobradamente” a los trabajadores, dándoles yerba, tabaco,
papel y “otras dádivas”, por lo que consiguió que “acabaran
todo tan pronto”.438 Más tarde, el mismo sargento mayor
separó 30 soldados de las compañías que comandaba para
guarnecer el fuerte de Rojas. Según Trillo, les encargó a
los soldados “el más celoso esmero, celo y cuidado”, aunque

433 Ver mapa 1 en el capítulo 1.


434 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 5
de noviembre de 1777.
435 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 332, 14 de
enero de 1779.
436 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 31 de enero de
1779.
437 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 146, 3 de enero
de 1778.
438 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 3 de enero de 1778.

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El Imperio desde los márgenes • 231

debió retribuirlos con un sueldo igual al que gozaban los


blandengues.439
Como vemos, el pago de sueldos y la entrega de dádivas
fueron contemplados como una alternativa válida para rete-
ner a los milicianos. Sin embargo, medios más “tradicio-
nales” para imponer disciplina no fueron dejados de lado.
Prueba de las resistencias ejercidas por la población rural, la
necesidad de prisiones y cepos fue repetida por las autori-
dades fronterizas. Cuando Trillo culminó la obra del fuerte
de Rojas, dijo que en esa guardia “lo que más falta” hacía
era un cepo, seis cadenas y seis pares de grillos.440 Si que-
dan dudas sobre el sentido de estos elementos, el pedido
se repitió luego de la fuga de un preso y de los soldados
que salieron a su captura. En estas condiciones, los oficia-
les milicianos reclamaron “proveer esta Guardia de prisio-
nes en particular de cepo pues sin ellos” no podía “haber
mayor respeto”.441
Un límite estructural que encontraron las autoridades
defensivas en la movilización de los pobladores eran los
momentos álgidos del calendario agropecuario, lo que rati-
fica la identificación de los milicianos con los labradores
y criadores de la campaña. En el verano de 1778, una vez
concluida la obra del fuerte en la Horqueta de Rojas, el sar-
gento mayor Diego Trillo no pudo retener a sus milicianos
y trabajadores: “Toda esta gente con que me hallaba en esta
fatiga todos a una voz me dijeron que ya no podían subsistir
más y que todos tenían trigo que coger y diciendo esto se
han ido dejándome solo”. En ese momento, Trillo mandó
llamar a un sargento y un cabo para que trajeran soldados
de sus compañías para la guardia del nuevo fuerte. Los sub-
oficiales acudieron a la Horqueta de Rojas, pero sin solda-
dos, y le expresaron al sargento mayor que “ninguno quería

439 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 333, 10 de
enero de 1779.
440 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 304, 1778.
441 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Fontezuelas, leg. 1-4-4, f. 787, 28
de enero de 1779.

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232 • El Imperio desde los márgenes

venir, que todos tenían trigo que coger”. En estas circuns-


tancias, Diego Trillo permitió al teniente y al cabo retirarse
diciéndoles, afligido, que “sin gente” él “no era nada”,442 una
declaración que hace nítida la base de su poder.
A su vez, en coyunturas de alta conflictividad o para la
realización de expediciones tierra adentro, el sargento mayor
de Arrecifes Diego Trillo, junto al capitán de blandengues
de Salto Juan Antonio Hernández, colaboraron con el sar-
gento mayor Martín Benítez del vecino partido de los Arro-
yos, aunando las fuerzas bajo su comando. En octubre de
1777, después del asalto indígena en el camino de las Peta-
cas, los sargentos mayores Diego Trillo y Martín Benítez
reunieron en la Horqueta de Rojas unos 130 y 200 hom-
bres respectivamente, mientras que el capitán Hernández
aportó 30 blandengues de Salto.443 La expedición lanzó un
ataque sobre la toldería en el que murieron tres varones y
una mujer indígenas, además de un “cristiano paraguayo”
que oficiaba de baqueano, sin que se hubiera experimen-
tado, según informaban los oficiales, “la menor desgracia”
de los suyos.444
Los oficiales milicianos recurrían a diversas prácticas
de movilización para la realización de estas expediciones.
Una de las formas de movilización más habituales era la
promesa del botín. Las expediciones sobre las tolderías
retribuían un jugoso botín en ganados y cautivos indígenas,
y los oficiales solían repartir una parte entre la tropa. En
la expedición de 1777 comandada por Hernández, Trillo y
Benítez, se rescató la hacienda supuestamente hurtada en
el Saladillo y se tomaron otros 700 caballos que tenían los
indígenas. Además, se llevaron prisioneros a una mujer y
a un muchacho. El capitán Hernández, como era habitual,

442 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 146, 3 de enero
de 1778.
443 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 27 de octu-
bre de 1777.
444 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 3 de
noviembre de 1777.

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El Imperio desde los márgenes • 233

procedió al reparto del botín entre los soldados, el que se


componía no solo de los ganados, sino también de cau-
tivos indígenas.445 Así lo corrobora el maestre de campo
Manuel Pinazo, tras haber hallado a un muchacho identifi-
cado como “auca” perdido en la frontera:

El Indiecito Auca que se halló junto a la Guardia de la


Esquina considero se ha Huido de los nuestros, de aquellos
que trajeron [los sargentos mayores] don Martín Benítez, y
don Diego Trillo de sus expediciones y dieron a los que los
Acompañaron.446

Otra práctica consuetudinaria era el saqueo del terri-


torio vencido. Una expedición de 1778, comandada por
Diego Trillo, sorprendió a una toldería al despuntar el alba.
En el ataque murieron 14 varones y 20 mujeres indíge-
nas, mientras que 45 “indios de chusma” fueron reservados
como botín humano. Según la crónica, una vez que Trillo
se halló “dueño del campo”, lo entregó “al saco de los solda-
dos”, como era la práctica guerrera del Medioevo europeo.
Trillo y su gente volvieron de la expedición con la “chus-
ma”, más de 400 cabezas de ganado y “otros efectos” que
lograron rescatar.447
En aquella ocasión, el sargento mayor dispuso que la
“chusma” fuera puesta prisionera en el fuerte de Salto y
le ordenó su custodia a un cabo de su compañía, quien
desobedeció sus órdenes y llegó a amenazarlo con un fusil.
Según el relato de Trillo:

[El cabo me responde] que no se hace cargo de ir donde le


mando, le mando por dos, y tres veces me responde lo mismo,
le mandé se quedase en esta guardia, responde no me conoce
para nada, él a caballo, yo a pié quise atajarlo me abocó el

445 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 3 de


noviembre de 1777.
446 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, f.
495, 20 de mayo de 1779.
447 Funes, Gregorio, op. cit., p. 234.

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234 • El Imperio desde los márgenes

Cañón del fusil, le agarré su Espada, y con ella le di tres palos,


lo puse preso en el Cepo…448

En este caso, el cabo desobedeció la orden alegando


que no conocía “para nada” al sargento mayor, al que llegó a
amenazar con un arma desde su caballo. El sargento mayor,
por su parte, castigó físicamente al cabo insubordinado y lo
puso en el cepo. El episodio revela lo ambiguo de armar a
los pobladores y la exigencia de estos de que, para cumplir
sus órdenes, debían “conocer” desde antes a sus oficiales.
La agresiva política de la oficialidad miliciana generó
un clima de inquietud en la frontera. A fines de 1778, en
las compañías de Arrecifes se produjo una deserción masiva
tras una invasión a la frontera. En esa ocasión, el sargento
mayor Diego Trillo decidió aprehender a los “tumultuan-
tes”, aunque detalló con qué dificultades:

… no pierdo tiempo de solicitar el Paradero de estos [deser-


tores] de los cuales se hallan dos en estos Destinos, y para
que todos juntos paguen su delito no los prendo a fin que
no llegue a oídos de los ausentes […]. Yo personalmente ten-
go hecho el ánimo de prender estos tumultuantes pues en
estos casos no hay que comisionar al que no sepa servir con
toda legalidad pues no tengo de quien fiarme porque todos
son parientes.449

Las palabras de Trillo demuestran las reiteradas estra-


tegias de las que se valían los pobladores a la hora de eva-
dir el castigo: el rumor pueblerino y la protección de los
paisanos y parientes. Esto era posible por las característi-
cas de los procesos de migración hacia la frontera, donde
las familias desarrollaban patrones de asentamiento que las
conectaban con una red parental.450 Es decir, los oficiales

448 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 302, 29 de
octubre de 1778.
449 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 313, 15 de
diciembre de 1778.
450 Moreno, José Luis y José Mateo, op. cit., pp. 50-51.

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El Imperio desde los márgenes • 235

debían comandar y disciplinar unas milicias sustentadas en


densas redes de parentesco y paisanaje. “Todos son parien-
tes”, dice Trillo.
Sin duda, el “amor al real servicio” no era suficiente
para convencer a los vecinos de dejar sus casas y trabajos
para servir como soldados en las milicias. La asistencia de
los pobladores a las milicias y la disciplina que pretendían
sus oficiales eran todo menos automáticas. Los pobladores
opusieron un abanico de tácticas evasivas al servicio mili-
ciano apoyadas en la superposición administrativa y juris-
diccional, el calendario agrícola, la protección de las redes
de parentesco y paisanaje, los campos abiertos y la circula-
ción de armas y caballos. Así lo señalaba el sargento mayor
Trillo al gobernador: “Señor, es mucha la desidia de estas
gentes para el Real Servicio”.451
Los oficiales y sargentos mayores de las milicias debie-
ron concebir y desplegar una batería de prácticas de movi-
lización para convocar a los pobladores, quienes tenían
poderosos motivos y posibilidades para eludir el servi-
cio miliciano. Una forma de atraer y retener soldados era
mediante compensaciones materiales como el pago de suel-
dos, la entrega de dádivas, la promesa del botín y el saqueo
de las tolderías arrasadas. Además, los oficiales milicianos
se valieron de la persuasión para retener a sus soldados
sobre la base de promesas, la predicación con el ejemplo o
mediante arengas en campaña en las que los motivos alu-
didos eran el servicio al rey y la patria y la defensa de sus
familias y haciendas. En las ocasiones en que los soldados
desafiaron abiertamente a la autoridad, desobedeciendo las
órdenes de sus oficiales a punta de fusil o de arma blan-
ca, los oficiales milicianos se valieron de azotes, tiempo en
prisión y cepo para reprimir la insubordinación y ofrecer
un castigo ejemplar. Sin embargo, el uso de la fuerza no
podía constituir una base permanente y previsible de poder.

451 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 333, 10 de
enero de 1779.

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236 • El Imperio desde los márgenes

Este se basaba en la capacidad de convocatoria de los oficia-


les, quienes debían demostrar las relaciones sociales previas
que los unían a sus soldados como requisito a la pretensión
de ser obedecido.

Enemigos íntimos: las relaciones interétnicas


en la frontera

Además de su capacidad de movilización, la oficialidad


miliciana demostró un profundo conocimiento del mundo
indígena y una voluntad de intervenir en él con el fin de
asegurar el control político de la frontera. El tratado de
Laguna de los Huesos de 1770 y la relativa paz que trajo
a la frontera le valieron al sargento mayor Manuel Pina-
zo su nombramiento como maestre de campo de todas las
milicias y consolidó al poder miliciano en la toma de deci-
siones en la frontera. El poder de esta red política urdida
desde Luján se basaba en la capacidad de convocatoria de
los pobladores a las milicias y fue además concertado con
una parte del mundo indígena.452 Paulatinamente, el poder
miliciano se fue autonomizando en la toma de decisiones
en la frontera, tanto de las llamadas “asambleas de efectivos
regulares”, como de las directivas del propio gobernador.
El tratado de Laguna de los Huesos de 1770 no ha sido
ignorado por la historiografía, que lo ha analizado bajo la
figura del “tratado de paz”, entendido este como armisti-
cio.453 Un análisis contextual y documental más detenido

452 Néspolo, Eugenia A., “La “frontera”, op. cit.


453 El historiador Abelardo Levaggi entiende que el tratado de paz fue el instru-
mento jurídico utilizado por las autoridades coloniales para poner fin al
conflicto armado. Ver Levaggi, Abelardo, Paz en la frontera. Historia de las
relaciones diplomáticas con las comunidades indígenas en la Argentina (siglos
XVI-XIX), Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino, 2000, p. 19.
Desde la antropología, Lidia Nacuzzi señala que dichos tratados, muchas
veces vistos como elementos de aculturación y dominación por parte de los
españoles, evocaban la suficiente ambigüedad como para que algunas de sus

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El Imperio desde los márgenes • 237

que destaque la agencia y las fisuras tanto al interior del


mundo indígena como del mundo cristiano puede reve-
lar la insuficiencia de considerar el tratado de Laguna de
los Huesos como un simple armisticio bajo las condiciones
impuestas por la autoridad colonial. Por el contrario, el tra-
tado de 1770 implicó una alianza militar entre la oficialidad
miliciana y los “aucas” de Lepín Nahuel, en la que los jefes
milicianos de la frontera quedaron comprometidos en una
serie de conflictos que larvaba al mundo indígena.454
En efecto, la solicitud de paz de los caciques “aucas”
acaudillados por Lepín fue presentada al gobernador Fran-
cisco de Bucarelli en 1770. El gobernador le envió al sar-
gento mayor Manuel Pinazo las cláusulas que los caciques
debían aceptar como condición de paz, entre las que se
encontraban la entrega de un hijo de Lepín como rehén
y el compromiso de los caciques de hacer acatar el acuer-
do al cacique “pampa” Rafael Yahatí o traer su cabeza a la
frontera. En caso de que no aceptaran estas duras condi-
ciones, Bucarelli instruyó a Pinazo para que los caciques
fueran castigados “con la mayor severidad posible para su
escarmiento”.455
En la frontera las cosas tenían, sin embargo, un cariz
diferente. En el otoño de 1770, un grupo de oficiales mili-
cianos conducidos por el sargento mayor Manuel Pinazo de
Luján y 12 caciques “aucas” encabezados por Lepín Nahuel
se reunieron en la Laguna de los Huesos y negociaron los
términos de una posible alianza. Allí, los caciques acepta-
ron las condiciones de la paz dispuestas por el goberna-
dor, las que, según Pinazo, les fueron explicadas “clara y
distintamente” en su idioma. Sin embargo, se introdujeron
dos modificaciones a lo dispuesto por Bucarelli. En pri-
mer lugar, Lepín afirmó no tener hijos para entregar como

cláusulas resultaran beneficiosas para los suscriptores indígenas. Ver


Nacuzzi, Lidia R., “Tratados”, op. cit., pp. 452-453.
454 Ver Alemano, María Eugenia, “La prisión”, op. cit.
455 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 5 de mayo de
1770.

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238 • El Imperio desde los márgenes

rehenes, por lo que remitió a un sobrino suyo. En segun-


do lugar, en vez del “pampa” Rafael, era el cacique “auca”
Guayquitipay quien, “por bien o por mal”, sería obligado a
aceptar el acuerdo.456 El sentido de estas modificaciones es
inequívoco. En Laguna de los Huesos, los oficiales milicia-
nos prometieron a Lepín que sus enemigos serían enemigos
de los cristianos, así como los enemigos de los cristianos
serían los del cacique.457 De esta manera, quedaba estableci-
da la alianza guerrera entre los “aucas” de Lepín y las fuerzas
milicianas que respondían a Manuel Pinazo.
Como resultado de la alianza sellada en mayo de ese
año, en la primavera de 1770 una expedición de composi-
ción hispano-indígena comandada por el sargento mayor
Manuel Pinazo partió desde Luján hacia tierra adentro. La
conexión con el tratado suscripto cinco meses antes se vis-
lumbra en la composición y los objetivos de la expedición.
Del lado indígena, marcharon casi 300 “aucas” armados con
lanzas y bolas conducidos por 13 caciques, siete de los cua-
les habían estado presentes en la Laguna de los Huesos,
entre ellos su “principal”, Lepín Nahuel. Del lado de los
cristianos, la expedición estaba compuesta por el sargento
mayor Manuel Pinazo y los capitanes Joseph Vague y Juan
Antonio Hernández –también presentes en Laguna de los
Huesos– y otros seis oficiales –todos vecinos de Luján–,
junto a 166 soldados de milicias y blandengues. El objetivo
principal de la expedición era dar con el cacique Guayqui-
tipay. Su toldería se hallaba en las sierras del sudeste pam-
peano y contaba con unos 1.500 habitantes. Antes de aco-
meter a Guayquitipay, la expedición hizo un gran rodeo en
busca de los tehuelches –también enemigos de los “aucas”–,
pero no lograron dar con ellos, ya que estos advirtieron su
presencia y se retiraron tierra adentro. Al no encontrarlos,

456 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, f. 18, 20 de
mayo de 1770.
457 Citado en Taruselli, Gabriel D., “Alianzas y traiciones en la pampa rioplaten-
se durante el siglo XVIII”, Fronteras de la Historia, vol. 15, n.º 2, 2010, p. 380.

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El Imperio desde los márgenes • 239

la expedición se despachó contra un potrero perteneciente


a los tehuelches cerca del río Quequén, acción en la que
fueron muertos más de 100 hombres. Posteriormente, las
fuerzas aliadas se dirigieron al territorio de las serranías,
donde se hallaba la toldería de Guayquitipay, a la que ata-
caron por sorpresa en la madrugada del 29 de noviembre,
asalto en el que mataron a más de un centenar de guerre-
ros “aucas”, incluyendo a su cacique principal, y cautivaron
numerosa “chusma”.458
El tratado de Laguna de los Huesos y la expedición de
1770 consolidaron a la facción de los Nahuel dentro del
mundo “auca” y al poder miliciano en la frontera. A fines
de ese año, el cacique Lepín Nahuel falleció de viruelas, y
pronto Lincon Nahuel fue reconocido como “cacique prin-
cipal de las pampas”, un título que desde la época de Cacapol
entregaban las autoridades coloniales a sus caciques aliados
junto a un “bastón de mando”.459 En efecto, Lincon aportó
el contingente más grande de guerreros a la expedición y
tomó gran protagonismo en las acciones bélicas, tanto por
su actuación individual, como por las capacidades logísticas
que su toldería brindaba. Asimismo, la relativa tranquilidad
que se vivió en la frontera tras el “tratado de paz” y la expe-
dición hispano-indígena fue recompensada a Manuel Pina-
zo con su designación como maestre de campo de todas las
milicias rurales de Buenos Aires. A su vez, Manuel Pinazo
ascendió a Joseph Vague y Juan Antonio Hernández, veci-
nos de Luján que formaron parte de la expedición, como
capitanes de blandengues (antes eran capitanes de milicias
y, por lo tanto, no percibían un sueldo) de Luján y Salto,
respectivamente.
A fines de 1773, el maestre de campo Manuel Pinazo
escribió al gobernador Juan Joseph de Vértiz para desearle
un “feliz éxito” en la expedición que iba a emprender, asegu-
rándole que, en la frontera de Buenos Aires, no ocurría en

458 Ver Hernández, Juan Antonio, op. cit.


459 Ver capítulo 1.

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240 • El Imperio desde los márgenes

ese momento “novedad alguna particular”.460 Pese a la tran-


quilidad que quiso transmitir Pinazo, la concordia estable-
cida con algunos grupos indígenas tras el tratado de Laguna
de los Huesos comenzaba a resquebrajarse. Esa primavera
unos “doscientos” indígenas atacaron una tropa de mulas
que llevaba aguardiente a Buenos Aires en el sitio conocido
como El Zapallar, cerca de Melincué en el sur de Santa
Fe, con un saldo de cuatro muertos y tres peones tomados
cautivos. Los sargentos mayores de milicias Diego Trillo y
Martín Benítez y el capitán de blandengues Juan Antonio
Hernández fueron destacados en el área. Poco pudieron
hacer más que recolectar las petacas rotas y los sacos vacíos
y dar sepultura a los cuerpos muertos.461
Las líneas por las que ese precario equilibrio se iba a
romper estaban marcadas de antes y tenían su origen en la
política de la tierra adentro indígena. Ello se demostró en
la crítica coyuntura de 1774. En marzo de ese año, feneció
el gran cacique Lincon Nahuel, quien, como vimos, había
ganado la posición de “cacique principal” en alianza con los
cristianos. La desaparición de Lincon trajo incertidumbre
sobre su sucesión y, por lo tanto, sobre la alianza con los
cristianos y la quietud de la frontera. Muy pronto, el maes-
tre de campo Manuel Pinazo escribió al gobernador Juan
Joseph de Vértiz sobre la conveniencia de entregar el bastón
de “cacique principal” a Naval-Pan, hijo de Lincon Nahuel,
presente también en la expedición de 1770. En esa carta,
Pinazo se refería a Naval-Pan como uno de sus “amigos” y
creía que, favoreciendo al hijo de Lincon en la lucha por
la sucesión, sería “introducida la envidia” entre los caciques
para que “entre ellos” tuvieran “sus quimeras”.462

460 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, f. 45, 4 de
diciembre de 1773.
461 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 28 de sep-
tiembre de 1773.
462 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 29
de mayo de 1774.

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El Imperio desde los márgenes • 241

En agosto de ese crítico año, en un oscuro episodio,


el cacique “rancachel” Toroñan fue tomado prisionero en
Luján por los hombres de Pinazo.463 Implacable, pocos días
después Pinazo dio orden al capitán Juan Antonio Her-
nández y al sargento mayor Diego Trillo de atacar a los
parciales de Toroñan.464 El maestre de campo hacía una
distinción geográfica entre los indígenas al sur del camino
a Salinas, los que eran “confederados y aliados”, mientras
que los que se ubicaban al norte de tal camino debían con-
siderarse enemigos y tenía que “pasarse a cuchillo” a todos
los mayores de ocho años, lo que motivó la atribulada con-
sulta del capitán Hernández al gobernador sobre “si deberé
observar dicha orden”.465 El gobernador lacónicamente le
contestó que se atuviera a lo que dispusiera Pinazo.
En esos días, Manuel Pinazo recibió repetidos avisos
de informantes indígenas sobre una eventual invasión de
los “rancacheles” sobre la frontera. El maestre de campo
era partidario de la opción de avanzar sobre ellos e insis-
tió en la necesidad de adelantarse al anunciado golpe.466 El
gobernador Vértiz, por el contrario, opinaba que la prisión
de Toroñan y otros caciques disuadiría a los indígenas de
perpetrar cualquier ataque, ya que correría riesgo la vida de
aquellos, por lo que ordenó no tomar otra providencia más
que reforzar las guardias hasta estar ciertos de los propósi-
tos de los indígenas. La sensata opinión de Vértiz se apoyaba
en un informe que decía que Catuén y Willawiñan (hijo y
hermano de Toroñan, respectivamente) se oponían a atacar
la frontera por no “agravar más el asunto, y poner los Presos
en riesgo de que los Degollasen” al menos hasta ver “si los
españoles le cumplían la palabra” de devolver a los caciques

463 Sobre este acontecimiento, ver Alemano, María Eugenia, “La prisión”, op. cit.
464 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 19
de septiembre de 1774.
465 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 278, 3 de octu-
bre de 1774.
466 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, 13
de marzo de 1775.

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242 • El Imperio desde los márgenes

presos.467 Pinazo, partidario de una acción ofensiva, acató


las órdenes, aunque aclaró que lo hacía “con bastante dolor
de [su] Corazón”.468
Sin embargo, el tenaz maestre de campo aprovechó
las prolongadas ausencias del gobernador de la capital
para lanzar expediciones ofensivas contra los “rancacheles”,
decididas en consejos de guerra ad hoc de composición neta-
mente miliciana y con el aval del teniente de rey. En efecto,
en 1775 Pinazo encabezó una expedición contra los “ran-
cacheles” que duró 47 días y tuvo como saldo 40 varones y
cuatro mujeres indígenas muertos y 16 tomados cautivos.
Los oficiales de la expedición se repartieron la “chusma” y
un botín compuesto por ganados y otros enseres. Duran-
te la primavera de 1776, otra junta de guerra decretó una
nueva expedición que partiría con más de 1.000 soldados de
milicias al mando de Manuel Pinazo, los capitanes Joseph
Vague y Juan Antonio Hernández y el sargento mayor de
La Matanza (en el sur de la jurisdicción) Clemente López
Osornio. En dos ataques sobre las tolderías de la sierra del
Cahirú y Laguna Blanca469, perecieron más de 300 indíge-
nas (entre ellos, siete caciques) y se tomaron 45 prisioneros
y 127 “indios de chusma”.470 Sin duda, estas expediciones
asestaron un duro golpe a los “rancacheles”, a quienes se les
atribuía los últimos asaltos sobre los caminos y que, fun-
damentalmente, no formaban parte de los acuerdos polí-
ticos de la frontera.
Las hostilidades, si no declaradas, estaban abiertas. Los
saqueos de ganado, los episodios de asaltos a los caminos
y las invasiones sobre la frontera comenzaron a sucederse

467 Citado en Villar, Daniel y Juan Francisco Jiménez, “Los indígenas”, op. cit., p.
16.
468 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Fontezuelas, leg. 1-4-4, 13 de
marzo de 1775.
469 Actual partido de Olavarría, Provincia de Buenos Aires.
470 Ver Tabossi, Ricardo, Historia de la Guardia de Luján durante el período
hispano-indiano, La Plata, Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires
“Dr. Ricardo Levene”, 1989, pp. 109-110.

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El Imperio desde los márgenes • 243

con mayor asiduidad y virulencia, lo que culminó en los


grandes malones de 1780. Las primaveras eran los momen-
tos de mayor vulnerabilidad de la frontera debido a la
reanudación del tráfico mercantil desde la cordillera y hacia
ella. En la primavera de 1777, por ejemplo, fueron invadidas
dos tropas de carretas. En el primero de los ataques, pere-
cieron 31 personas en el camino de Buenos Aires a Punta
del Sauce, al sur de Córdoba. En noviembre, otra tropa de
carretas fue invadida en el camino de las Petacas. Los jefes
milicianos destacados en el lugar de los hechos encontraron
16 víctimas fatales entre los despojos de muebles, libros y
tercios de yerba desparramados. En 1778, el virrey, alertado
por aquellos episodios sobre los caminos, emitió un bando
para que las tropas siguieran “el camino de la Costa” y no
fueran “por el de Melincué”, que se consideraba más riesgo-
so.471 Pero, a fines de ese año, se produjo un nuevo ataque a
dos arrias de mulas provenientes de Mendoza en el camino
de Las Palmitas, al sur de Santa Fe.472
Los episodios de ataques sobre los caminos y la amena-
za de una invasión a gran escala eran patentes. En noviem-
bre de 1777, el comandante de Pergamino informó que una
porción de indígenas se hallaba en las inmediaciones de
Melincué “con designio de invadir todas estas fronteras, las
de Areco y Salto”.473 La inquietud generada en la frontera
amenazaba con su despoblamiento. Aseguró que el fuerte
estaba “hecho un refugio de todas las familias dispersas de
estas campañas”, aunque “muchas de ellas” se habían pasado
“a la costa con el motivo de los acaecimientos de los infie-
les”.474 Ese año el teniente de rey autorizó el establecimiento

471 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 2 de octu-
bre de 1778.
472 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 5 de
noviembre de 1778.
473 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 9 de
noviembre de 1777.
474 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 15 de
noviembre de 1777.

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244 • El Imperio desde los márgenes

de nuevos fuertes en Melincué y en Rojas, al noroeste de


Salto, para proteger la circulación mercantil y las pobla-
ciones de la frontera. Paralelamente, debido a las recientes
invasiones en el sur de la jurisdicción, se fundaron los fuer-
tes de Monte y Lobos.475
Las primaveras se presentaban conflictivas no solo por
la reanudación del tráfico desde Cuyo y hacia él, sino tam-
bién porque era la estación en la que se realizaba la expe-
dición a Salinas Grandes en pleno territorio indígena.476
Durante la expedición a Salinas de 1778, comandada por
el capitán Juan Antonio Hernández, las guardias de Salto y
Rojas fueron reforzadas con 30 milicianos y 17 dragones
a cargo del sargento mayor Diego Trillo.477 A pesar de las
previsiones, en noviembre se produjo una invasión que Tri-
llo no pudo resistir por las deserciones que se produjeron
en sus compañías.478 Pasado el malón, muchas familias se
retiraron de la frontera, y las que quedaron de noche fueron
“a recogerse del fuerte”, pues estaban “sumamente asusta-
das”.479 Cuando el capitán Hernández regresó de la expe-
dición a Salinas, comentó al virrey con pesadumbre: “Lo
arruinado que han dejado esta frontera los Indios enemigos
y de haberles robado a esta Tropa de mi cargo sus caballadas
y demás haciendas”. La inquietud se había enfrascado en la

475 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Pergamino, leg. 1-5-6, 7 de octu-
bre de 1777. La selección del emplazamiento y la construcción de estos
fuertes estuvieron a cargo de la oficialidad miliciana. Ver Alemano, María
Eugenia, “Construcción”, op. cit., pp. 189-190.
476 Estas expediciones, no exentas de riesgos, eran acompañadas por una fuerte
guardia miliciana, por lo que la frontera durante esas semanas era más vul-
nerable de lo habitual. Ver Taruselli, Gabriel D., “Las expediciones”, op. cit.
477 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 9 de noviembre
de 1778. La presencia veterana en la frontera no se limitaba ya solo a las
asambleas, sino que fueron enviados muchos soldados de regreso de la expe-
dición de Colonia del Sacramento.
478 Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Escribanía de Gobierno,
leg. 13-1-1-11. “Proceso seguido contra Joaquín Galisteo por inobediencia a
órdenes para salir en seguimiento de los infieles”, 1778.
479 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 17 de noviembre
de 1778.

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El Imperio desde los márgenes • 245

frontera y amenazaba con despoblarla. Significativamente,


en nota al margen, el virrey Juan Joseph de Vértiz apuntó:
“Para hablar con Pinazo sobre este asunto”.480
En efecto, la agresiva política del maestre de campo
Manuel Pinazo había llevado a un recrudecimiento de los
ataques sobre la frontera, registrándose invasiones, arreos
de ganados y ataques a los caminos de la frontera. El tenien-
te de rey y los oficiales de milicias intentaron contener
estas agresiones con nuevos fuertes y expediciones puni-
tivas, pero las hostilidades abiertas amenazaban la circula-
ción mercantil y el propio poblamiento de la frontera. Es en
este punto en que Juan Joseph de Vértiz, devuelto a Buenos
Aires empoderado como virrey, decidió tomar cartas en el
asunto, y estableció una serie de cambios en la estructura de
mando de la frontera que desplazaría al poder construido
por la oficialidad miliciana de extracción local.481

Las trayectorias sociales de los oficiales de milicias

¿Cuál era el perfil social de los oficiales que accedieron a


la plana mayor miliciana? En este apartado, hemos reuni-
do información acerca de la procedencia, las actividades
económicas, la actuación política, la sociabilidad y el patri-
monio al morir de un grupo de 11 oficiales de milicias y
blandengues del período comprendido entre 1766 –con la
puesta en marcha de la reforma miliciana– y 1779 –cuando
el virrey Vértiz introdujo una serie de cambios que afectaría
justamente a la conducción de blandengues y milicias–. Se
trata de los maestres de campo Juan Ignacio de San Mar-
tín y Manuel Pinazo, los sargentos mayores Pedro Joseph
Acevedo, Martín Benítez, Clemente López Osornio, Fran-
cisco Sierra y Diego Trillo y los capitanes de blandengues

480 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, f. 317, 17 de
diciembre de 1778.
481 Ver capítulo 5.

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246 • El Imperio desde los márgenes

Juan de Mier, Juan Antonio Hernández, Joseph Linares


y Joseph Vague. Para ello hemos consultado fuentes tales
como padrones, sucesiones, libros de alcabalas, registros del
abasto de carnes, el archivo del Cabildo y fuentes secun-
darias, con el objetivo de analizar el perfil socioeconómico
de los oficiales de milicias y blandengues y comprobar si
existieron trayectorias de ascenso social apuntaladas por la
participación en las milicias.
Tanto los oficiales de milicias como los capitanes de
blandengues del período analizado pertenecían a lo que
podríamos laxamente denominar las “clases propietarias”
rurales. Igualmente, todos desarrollaron actividades gana-
deras, y para la mayoría tenemos información sobre su
incursión en el comercio. Casi todos eran propietarios de
tierras, y la mayor parte de ellos tuvo pulperías, atahonas
y carretas.
Los oficiales que accedieron a la plana mayor miliciana
(esto es, maestre de campo y sargentos mayores) acusaban
un perfil social muy definido y se contaban entre el puña-
do de las mayores fortunas conocidas para la campaña. Al
momento de su muerte, los maestres de campo Juan Ignacio
de San Martín y Manuel Pinazo acusaban bienes por 36.106
y 40.000 pesos respectivamente,482 mientras que los sargen-
tos mayores Diego Trillo y Pedro Joseph Acevedo testaron
bienes por un valor neto de 37.484 y 28.663 pesos.483 El
sargento mayor Clemente López Osornio legó 9.268 pesos,

482 Sobre el perfil socioeconómico de Manuel Pinazo, ver Fradkin, Raúl O.,
“Los comerciantes de Buenos Aires y el mundo rural en la crisis del orden
colonial: Problemas e hipótesis”, en Marchena F., Juan y G. Mira (comps.), De
los Andes al mar: Plata, familia y negocios en el ocaso del régimen colonial español,
Sevilla, 1992. Su trayectoria miliciana se puede seguir en Néspolo, Eugenia,
Resistencia, op. cit., 485-533. La información respecto a Juan Ignacio de San
Martín es extraída de Garavaglia, Pastores, op. cit., pp. 150 y ss.
483 AGN, Sala IX, Sucesiones, n.º 867 (Pedro Joseph Acevedo); n.º 8456 (Diego
Trillo). Para tener una idea de magnitud, la máxima fortuna rural que cono-
cemos es la de Januario Fernández, hacendado de Magdalena, cuyos bienes
al morir –que incluían dos estancias y propiedades urbanas– se valuaron en
52.788 pesos. Ver Mayo, Carlos A., Estancia y sociedad en la pampa 1740-1820,
Biblos, Buenos Aires, 1995, p. 62.

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El Imperio desde los márgenes • 247

pero únicamente contando su patrimonio rural (no tene-


mos datos sobre las propiedades urbanas que eran comu-
nes en esta clase de hacendados).484 En cuanto al sargento
mayor Francisco Sierra, fue señalado en 1787 como “vecino
el más rico de estos Pagos”, y se informó que su estancia en
Arrecifes contaba “con su buena Casa, Oratorio, 6 ranchos
contiguos, Atahona, y grande Arboleda de Duraznos con
más de 40 personas de familia”.485
Además, estos oficiales de milicias eran grandes pro-
pietarios de tierra: Juan Ignacio de San Martín tenía dos
chacras y cuatro estancias; Manuel Pinazo, una estancia en
Luján y tierras en Escobar; Pedro Joseph Acevedo poseía
una gran estancia productora de mulas en San Nicolás de
alrededor de 17.000 hectáreas; Francisco Sierra tenía en su
estancia “muy crecido el número de hacienda […] de todas
clases”;486 Martín Benítez era un gran propietario de tierras
sobre el Arroyo del Medio en Santa Fe.487 La estancia de
Fontezuelas de Diego Trillo contaba con unas 17.000 hec-
táreas de superficie y más de 20 esclavos para trabajarla. La
mayoría de ellos también tenía casas en la Ciudad. Es decir,
en el caso de la plana mayor miliciana, estamos, sin duda,
ante la élite socioeconómica de la campaña, fuertemente
asentada en la tierra.
En el caso de los capitanes de blandengues, si bien
también desarrollaban actividades económicas vinculadas a
la ganadería y el comercio, su situación no era tan acomo-
dada como la de sus colegas en las milicias. Por ejemplo,
el capitán de blandengues Joseph Vague, de Luján, también
tuvo pulperías, desarrolló actividades ganaderas y participó

484 Sobre la trayectoria de Clemente López Osornio, abuelo de Juan Manuel de


Rosas, ver Gresores, Gabriela, “Poder social y poder estatal. Los terratenien-
tes de la Magdalena en la segunda mitad del siglo XVIII”, Cuadernos del PIEA,
n.º 5, 1998, pp. 15-52.
485 De Amigorena, Joseph Francisco, op. cit., p. 9.
486 Ibid.
487 AGN, Sala IX, Sucesiones, n.º 4333 (Martín Benítez).

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248 • El Imperio desde los márgenes

del abasto porteño de carnes.488 Juan de Mier, capitán de


blandengues de El Zanjón entre 1766 y 1777, era propieta-
rio de alrededor de 2.500 hectáreas de tierra, 700 cabezas de
ganado vacuno y 70 yeguas con sus respectivas marcas, lo
que lo convertía en un hacendado mediano en términos de
la época.489 Entre las propiedades del capitán Juan Antonio
Hernández, quien llegó a ser comandante del cuerpo de
blandengues, se cuentan una casa con pulpería en Salto, dos
casas en Luján, mulas, carretas, atahonas y esclavos, lo que
denota sus quehaceres en la producción y el comercio y su
situación por lo menos próspera.490
Es decir, los oficiales de milicias y los capitanes de
blandengues compartían un abanico de actividades econó-
micas que incluía la cría de distintos tipos de ganados, el
comercio rural y el acopio, transporte y abasto porteño de
sal, granos y carnes, entre otras. En cierto sentido, su parti-
cipación miliciana era el complemento ideal de sus intereses
bien afincados en la frontera. Sin embargo, la evidencia
indica que los segundos lo hacían a una escala menor que
sus colegas de las milicias y con una menor capacidad para
capitalizarse tal como lo harían los sargentos mayores y
maestres de campo. En el caso de los capitanes de blanden-
gues, el sueldo que percibían y el empleo permanente en su
cargo no les impidieron desarrollar con mediano éxito otras
actividades lucrativas. Sin embargo, no lograron acumular
durante su vida patrimonios de la magnitud que alcanzaron
los bienes legados por los maestres de campo y sargentos
mayores de las milicias, lo que permite pensar que el empleo
en los blandengues era poco atractivo para la élite socioeco-
nómica. Desde otro punto de vista, esto también indica que,

488 AGN, Sala XIII, Libros de Alcabalas para pulperías y estancias, leg. 14-4-1.
489 AGN, Sala XIII, Libros de Alcabalas para pulperías y estancias, leg. 14-3-6.
490 Ver Andreucci, Bibiana, “Cinco generaciones en la campaña bonaerense.
Patrimonio y reproducción social, siglos XVIII al XX”, en Mallo, Silvia y Bea-
triz Moreyra, Miradas sobre la historia social en la Argentina en los comienzos del
siglo XXI, Córdoba/La Plata, Universidad Nacional de Córdoba/Universidad
Nacional de La Plata, 2008, pp. 435-451.

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El Imperio desde los márgenes • 249

para subvenir una carrera exitosa en las milicias, se debía


disfrutar de una situación acomodada.
La diversidad de actividades económicas y la situación
patrimonial de los oficiales que integraban la plana mayor
de las milicias rurales de Buenos Aires no deja dudas de
que se trataba de quienes en la época se reconocían como
hacendados, siendo los más ricos representantes del mundo
rural, con inversiones comerciales y propietarios de gran-
des extensiones de tierra, ganados y esclavos.491 El carácter
de hacendados de los oficiales de milicias plantea el pro-
blema de la relación entre el perfil hacendado y el desem-
peño miliciano, es decir, si el rango de oficiales milicianos
confirmaba una preeminencia social previa o si, por el con-
trario, el desempeño miliciano coadyuvó a una trayectoria
de ascenso social. El historiador Juan Marchena Fernández,
para el caso de Perú, sostiene que la reforma miliciana en
la sierra peruana fue aprovechada por los hacendados para
confirmar su preeminencia social con los honores anejos al
cargo, el uso del uniforme y el ejercicio del fuero militar,
sin que necesariamente desarrollaran una fatigosa carrera
miliciana:

Los oficiales de las milicias eran seleccionados entre el patri-


ciado urbano de las ciudades, o entre los hacendados más
poderosos en el ámbito rural […]. En algunos casos, práctica-
mente nacían con el grado, y apenas si existían ascensos en el
escalafón […] prácticamente toda la élite criolla se daba cita
en la oficialidad miliciana.492

En el caso de la frontera de Buenos Aires, como en


otras latitudes de Hispanoamérica, existían ciertos requisi-
tos materiales para subvenir un cargo de oficial de milicias.

491 En efecto, la historia rural rioplatense ha caracterizado socialmente a los


hacendados por la propiedad de grandes extensiones de tierra, ganados y
esclavos y la diversificación de sus actividades económicas. Ver Garavaglia,
Juan Carlos, Pastores, op. cit., p. 326; Mayo, Carlos A., op. cit., pp. 70-71.
492 Marchena F., Juan, Ejército, op. cit., pp. 107-108.

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250 • El Imperio desde los márgenes

La disponibilidad de tiempo libre y de los medios necesarios


para proveerse (y proveer a la tropa) de armas, uniformes y
caballos requería contar con cierto caudal económico. Sin
duda, también, los honores del cargo y el fuero militar eran
altamente atractivos para aquellos que desearan acompa-
ñar su enriquecimiento personal con cierta preeminencia
social. La información aportada hasta aquí muestra que los
oficiales de milicias, por lo menos aquellos que formaron
parte de la plana mayor, lograron amasar las mayores fortu-
nas terratenientes de la campaña. Pero, si hemos de decidir
si –como en Perú– era la condición de hacendados la que
habilitaba su empleo como oficiales de milicias, hemos de
notar que, para gran parte de los oficiales de milicias bonae-
renses, existen fuertes indicios de que el caso es el inverso,
es decir, que la carrera miliciana coadyuvó a procesos de
enriquecimiento y ascenso social que condujeron a su iden-
tificación como hacendados.
En primer lugar, los oficiales que alcanzaron la plana
mayor lo hicieron luego de una larga carrera en las milicias,
lo que descarta que hubieran accedido en forma “directa” a
la oficialidad atraídos por el prestigio del cargo. En efecto,
de los cuatro casos en los que contamos con información
fehaciente sobre esta carrera, todos entraron en la mili-
cia como soldados rasos, incluyendo al maestre de campo
Manuel Pinazo, quien, antes de ser designado como tal, se
desempeñó sucesivamente como soldado, cabo, capitán y
sargento mayor de milicias de la Cañada de Escobar. Tam-
bién entraron a las milicias como soldados los sargentos
mayores Martín Benítez (Martín ingresó al servicio en 1742
y pasó por las milicias santafesinas, cordobesas y bonae-
renses antes de ser graduado sargento mayor), Diego Tri-
llo (soldado, teniente y sargento mayor de milicias) y Juan
Antonio Hernández (soldado, capitán de milicias, capitán y
comandante del cuerpo de blandengues). Estos casos tien-
den a demostrar que el acceso a la oficialidad, más que cons-
tituir el patrimonio exclusivo de una élite social, culminaba
una carrera exitosa en las milicias.

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El Imperio desde los márgenes • 251

En segundo lugar, estos oficiales de milicias, si bien


considerados blancos y por tanto miembros privilegiados
de la sociedad, contaban con orígenes migrantes y relati-
vamente humildes. Resulta difícil pensar en grandes hacen-
dados sometiéndose a las órdenes de cabos y sargentos. De
hecho, Manuel Pinazo, Juan Antonio Hernández y Diego
Trillo eran pulperos cuando entraron a las milicias. Tri-
llo y Hernández emigraron de la península con un escaso
capital y se casaron en la frontera con jóvenes criollas hijas
de pulperos y chacareros. Los orígenes de Martín Benítez
en Santa Fe eran aún más humildes. El padrón de 1744
registra a Bertola Contreras, viuda de Pablo Benítez, a car-
go de sus hijos Juan, Martín y José. En ese momento no
eran propietarios de la tierra que ocupaban y la trabajaban
personalmente para su manutención.493 A fines de siglo,
Martín Benítez era vecino de San Nicolás de los Arroyos y
un gran propietario de tierras sobre el Arroyo del Medio en
Santa Fe.494 Es decir, la mayoría de los oficiales de milicias
demuestra un franco proceso de ascenso socioeconómico
en su ciclo vital.
Al lado de estas trayectorias de ascenso, existían oficia-
les de milicias que parecen haber tenido una base de sus-
tentación económica sólida previa a la ocupación del cargo.
Por ejemplo, Clemente López Osornio, sargento mayor de
La Matanza entre 1765 y 1779, contaba con cerca de 10.000
hectáreas en el pago de Magdalena antes de la ocupación
del cargo. Durante su desempeño como oficial miliciano,
obtuvo dos mercedes de tierra y aumentó su patrimonio
fundiario a 17.000 hectáreas. Además, su familia tenía una
tradición de relación con las milicias y arraigo en el pago.495
Por su parte, el maestre de campo Juan de San Martín (quien
ocupó ese cargo entre 1764 y 1771) también provenía de

493 AGN, Sala IX, Padrones de Buenos Aires, ciudad y campaña, leg. 9-7-5.
Padrón de habitantes de la campaña de Buenos Aires, 1744.
494 AGN, Sala IX, Sucesiones, n.º 4333 (Martín Benítez).
495 Ver Gresores, Gabriela, op. cit., pp. 18-19.

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252 • El Imperio desde los márgenes

un linaje miliciano –su tío llegó a ser maestre de campo– y


además fue regidor del Cabildo de Buenos Aires.496
Es decir, entre los oficiales de milicias bonaerenses,
predominaban las carreras de ascenso socioeconómico,
pero también existían casos que provenían de familias
patricias de tradición miliciana y terrateniente. Los inte-
grantes del primer grupo tenían una más marcada vincula-
ción con el comercio, aunque eso no les impidió capitalizar-
se en tierras, ganados y esclavos cuando las circunstancias
lo requirieron y permitieron. Es posible que el acceso a la
oficialidad miliciana abriera canales para el ascenso social
y la amalgama de una élite rural terrateniente y comer-
ciante.497
De alguna forma, Manuel Pinazo sintetiza ambas ver-
tientes de reclutamiento social de la oficialidad miliciana.
Su figura fue varias veces revisitada por la historiografía.
Hombre fuerte de la frontera en el período 1766-1779,
Manuel Pinazo nació en Buenos Aires, ingresó a las milicias
de la Ciudad y hacia 1750 se instaló con una pulpería en
la capilla Nuestra Señora del Pilar. En esos años adquirió
sus primeras tierras (unas 1.000 hectáreas) en la Cañada de
Escobar, y en 1760 fue nombrado capitán de milicias del
partido. Participó de la expedición a Colonia de Sacramen-
to comandada por Pedro Cevallos, donde obtuvo el favor
del gobernador. Llegó a ser sargento mayor de milicias
de Cañada de Escobar y maestre de campo de las mili-
cias rurales de Buenos Aires. Además, fue alcalde ordina-
rio del Cabildo de Luján, participó del Gremio de Hacen-
dados y comandó varias expediciones a Salinas. Cuando
redactó su testamento en 1794, Pinazo dejó dos casas, dos
lotes urbanos, una estancia en Luján y tierras en Escobar,
con un granero y 12 esclavos, un patrimonio valuado en

496 Garavaglia, Juan Carlos, Pastores, op. cit., p. 150.


497 Como señala Alfredo Rangel Silva para el caso de la frontera norte novohis-
pana, la guerra defensiva y el servicio miliciano fueron “vehículos de ascen-
so social, factores para la identificación de clase entre las élites y medio de
acceso al poder político local”. En Rangel Silva, José Alfredo, op. cit., p. 139.

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El Imperio desde los márgenes • 253

unos 40.000 pesos que forjó combinando la producción, la


comercialización y la percepción de rentas.498 En su trayec-
toria se vislumbra tanto el origen patricio y el arraigo local
propios de la oficialidad miliciana de viejo cuño, como la
cristalización de las oportunidades de ascenso social que
ofrecía la frontera.
En tercer lugar, el desempeño miliciano parece haber
tenido una incidencia directa en la acumulación y el creci-
miento patrimonial de estos oficiales. La coincidencia, en el
caso de algunos oficiales, de una extensa carrera miliciana,
construida desde los escalafones más bajos, con una tra-
yectoria de movilidad social ascendente no demuestra, por
sí sola, que una y otra estuvieran relacionadas. El análisis
de un caso, el del sargento mayor Diego Trillo, permitirá
mostrar los vínculos que podían existir entre una carrera en
las milicias, la acumulación económica y el reconocimiento
social como hacendado.
Diego Trillo499 fue sargento mayor de las milicias de
Arrecifes entre 1773 y 1779, cargo al que llegó luego de 13
años de carrera miliciana. De origen andaluz,500 Diego se
casó en 1759 con una criolla en la parroquia de Arrecifes.
En ese momento, Trillo contaba con 1.000 pesos de capital
(lo que equivalía a una pulpería y una casa modesta), mien-
tras que la familia de su mujer aportó una pequeña dote.
Al año siguiente, Trillo entró en la compañía de milicias de
Arrecifes. Diez años después, ya era un próspero comer-
ciante, dueño de dos pulperías en Pergamino, y teniente de
la compañía de milicias de Arrecifes, lo que le otorgaba el
fuero militar. Además de las pulperías, Trillo comerciaba
en la ruta Cuyo-Buenos Aires y también se lo vinculaba al
contrabando de cueros. En 1773, Diego Trillo fue ascendido

498 Ver Fradkin, Raúl O., “Los comerciantes”, op. cit.


499 Sobre la trayectoria social de Diego Trillo, ver Alemano, María Eugenia,
“Construcción”, op. cit.
500 Oriundo de Jerez de la Frontera, Sevilla.

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254 • El Imperio desde los márgenes

a sargento mayor de las milicias de Arrecifes, Pergamino,


Tala y Hermanas.
En el período que fue sargento mayor, Diego Trillo
comandó varias expediciones sobre las tolderías, particu-
larmente en el bienio 1777-1778, en las que los cristianos se
apropiaron de gran cantidad de ganado y cautivos indígenas
que fueron repartidos para el empleo doméstico y agrope-
cuario. Asimismo, participó como carretero de las expedi-
ciones a Salinas Grandes en 1774, 1778, 1786, 1790, 1798
y 1800, en las que los transportistas no solo aprovecha-
ban para abastecerse de sal, sino también para vender sus
productos en el mundo indígena. Además, como jefe mili-
ciano, Trillo estaba encargado de las periódicas “recogidas
de ganado” del partido, al término de las cuales se devolvía
a cada dueño el ganado de su marca, mientras que el ganado
orejano o de marcas no reconocidas se repartía entre los
participantes.501 Una de las últimas tareas de envergadura
que llevó a cabo Diego Trillo como sargento mayor fue la
construcción de un fuerte en Rojas, obra que culminó a
fines de 1777. Trillo fue quien seleccionó su emplazamiento
en el sitio de una horqueta que formaban el río Rojas y el
arroyo Dulce, cuyas aguas permanentes y la fertilidad de
sus pastos eran aprovechadas por los carreteros que viaja-
ban a Mendoza y San Juan con yuntas de bueyes y por los
hacendados de Arrecifes y los Arroyos en tiempos de sequía.
Diego Trillo era ambas cosas, carretero y hacendado, o al
menos se estaba convirtiendo en ello.
A la par de su desempeño como oficial en las milicias,
Trillo conformó una estancia ganadera en Fontezuelas, un
paraje intermedio entre Arrecifes y Pergamino, que comen-
zó a producir carnes para el abasto porteño, mulas para el
mercado altoperuano y cueros para los mercados de ultra-
mar. En 1775, Trillo compró sus primeras 1.500 varas de

501 Ver Fradkin, Raúl O., “Ley, costumbre y relaciones sociales en la campaña de
Buenos Aires (siglos XVIII y XIX)”, La ley es tela de araña. Ley, justicia y sociedad
rural en Buenos Aires, 1780-1830, Buenos Aires, Prometeo, 2009, p. 129.

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El Imperio desde los márgenes • 255

tierra (unas 2.000 hectáreas). En ese momento tenía menos


de 300 cabezas de ganado vacuno. Tres años después, en
1778, cuadriplicaba la cantidad original con más de 1.200
vacunos. En esos años, Trillo participó del abasto porte-
ño de carnes, despachó mulas al Alto Perú y puso varias
pulperías, una en la estancia de Fontezuelas y otras en los
pueblos de Arrecifes, Pergamino y Rojas. Para 1780, Trillo
había septuplicado las tierras de su propiedad, que pasaron
de 1.500 a 10.500 varas (unas 14.000 hectáreas).
Marginado de su cargo de sargento mayor en 1779,
Diego Trillo no abandonó la esfera pública. En 1786502, ya
fuera de las milicias, Trillo fue elegido como alcalde de la
hermandad de Pergamino en 1786 y de Arrecifes en 1794 y
1795. Además, participó del Gremio de Hacendados junto
a colegas suyos de las milicias como Manuel Pinazo y Cle-
mente López Osornio. A principios del ochocientos, Die-
go Trillo era vecino de Buenos Aires y propietario de tres
casas en la Ciudad, una casa con pulpería en el pueblo de
Arrecifes y una enorme estancia en Fontezuelas, con miles
de animales entre vacunos, equinos, mulas y ovejas y más
de 20 personas esclavizadas. Cuando murió, en 1802, don
Diego Trillo fue amortajado con el hábito de la Tercera
Orden franciscana y sepultado en la iglesia de la Merced
de Buenos Aires, privilegio reservado a los miembros de
la élite porteña.
Desde su arribo a tierras americanas, Diego Trillo tuvo
un franco ascenso social que le permitió pasar de simple
pulpero rural a potentado vecino y hacendado de Buenos
Aires, cuando lo encontró la muerte. La actividad económi-
ca de Trillo estuvo definida por la existencia de dos etapas
diferenciables por la magnitud y el carácter de sus negocios.
El paso de la etapa de pulpero a la de hacendado estuvo
marcado por la actuación de Diego Trillo como sargento

502 El año anterior, el Cabildo de Buenos Aires subdividió la campaña en nume-


rosos partidos cuya jurisdicción era ejercida por los alcaldes de la herman-
dad. Ver Barral, María E. y Raúl O. Fradkin, op. cit., pp. 30-32.

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256 • El Imperio desde los márgenes

mayor de milicias. Como puede adivinarse, las activida-


des y diversas funciones asignadas a los oficiales de mili-
cias otorgaban oportunidades para acrecentar o proteger
su propio patrimonio económico. En el caso de Trillo, la
participación en expediciones tierra adentro, con su apropia-
ción de ganado y mano de obra indígenas, y la injerencia
en la política de frontera tenían directa relación con sus
intereses económicos.
Por último, vale destacar que la oficialidad miliciana
compartía instituciones y espacios de sociabilidad formal e
informal que ponían en circulación ideas y valores, acen-
drando su capacidad de actuar como grupo. Las expedicio-
nes hacia la tierra adentro indígena, ya fueran exploratorias,
en busca de sal o campañas punitivas, daban la oportuni-
dad para que los oficiales milicianos de distintos partidos
convivieran semanas enteras e, incluso, meses. En efecto,
de los 11 oficiales estudiados, casi todos participaron de
las expediciones a Salinas como comandantes o carrete-
ros, excursiones que tenían dos meses de duración durante
los que se acampaba en pleno territorio indígena. Asimis-
mo, las actividades económicas de estos oficiales milicianos
seguramente los reencontraban en los mercados y rutas
mercantiles.
Además, los oficiales de milicias no despreciaron otras
esferas de actuación pública. Los oficiales de milicias no
solo desarrollaban actividades económicas propias de los
hacendados, sino que se organizaron corporativamente
como tales. Al menos cuatro de los oficiales analizados for-
maron parte del Gremio de Hacendados, y uno de ellos,
el sargento mayor Clemente López Osornio, lo hizo como
apoderado.503 Desde el gremio, los hacendados formularon
distintas propuestas acerca de la gestión del mundo rural
y de su frontera. En 1791, por ejemplo, en medio de una

503 Ver Fradkin, Raúl O., “El Gremio de Hacendados en Buenos Aires durante la
segunda mitad del siglo XVIII”, Cuadernos de Historia Regional, vol. 3, n.º 8,
1987, pp. 72-96.

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El Imperio desde los márgenes • 257

prolongada sequía, los hacendados firmaron una petición


al Cabildo de Buenos Aires para recoger los ganados dis-
persos, vender los cueros de los animales muertos y crear
un tribunal contra vagos y “agregados” bajo su jurisdicción.
En los últimos años virreinales, el Gremio de Hacendados
tuvo un rol fundamental en la formulación del proyecto de
avanzar la frontera.504
Los oficiales de milicias también se desempeñaron en
la esfera de la justicia civil, especialmente después de 1779,
cuando muchos de ellos fueron expulsados de la plana
mayor miliciana y encontraron en la división jurisdiccio-
nal de 1785 una nueva esfera de actuación pública. Por lo
menos dos de los oficiales estudiados fueron regidores del
Cabildo de Buenos Aires, y tres de ellos, alcaldes de la Santa
Hermandad, brazo de la justicia capitular en el mundo rural.
Otro espacio de sociabilidad compartido por los oficiales
milicianos fueron las terceras órdenes mercedaria y fran-
ciscana presentes en la frontera de Buenos Aires.505
Incluso, entre algunos oficiales de milicias, existían
vínculos personales de amistad y compadrazgo. Por ejem-
plo, el sargento mayor Diego Trillo era amigo personal
de Pedro Joseph Acevedo, quien fue jefe miliciano, juez y
hacendado de los Arroyos. Trillo también se convirtió en
compadre del capitán Juan Antonio Hernández después del
bautismo del hijo de este en una sencilla ceremonia en el
fuerte del Salto. Por su parte, los sargentos mayores Martín
Benítez y Pedro Joseph Acevedo fueron consuegros por el
casamiento del hijo del primero, Tomás Aquino, con María
Leonor Acevedo, hija del potentado de los Arroyos.
Es decir, los oficiales milicianos reunían una serie de
rasgos en común que permite definirlos como un grupo

504 Ver capítulo 5.


505 Las terceras órdenes eran espacios de sociabilidad asociativa que congrega-
ban a laicos y eran comunes en espacios de frontera –donde, por lo general,
lo que escaseaba era el clero secular– organizadas en torno a distintas advo-
caciones como, por ejemplo, el rescate de cautivos. Agradezco a la Dra. Lau-
ra Mazzoni la comunicación personal.

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258 • El Imperio desde los márgenes

social que compartía vínculos interindividuales, espacios


de sociabilidad e ideales corporativos. La carrera milicia-
na podía ser aprovechada por un determinado sector del
mundo rural para la acumulación originaria y el ascenso
social de una clase de hacendados. Este ascenso social no
estaba abierto para todo el mundo. Se requerían ciertas
condiciones materiales para sostener una carrera miliciana
exitosa, tales como la disponibilidad de tiempo libre y de
recursos económicos para abastecer a la tropa, por lo que
esas oportunidades solo podían ser evaluadas y aprovecha-
das por individuos con cierto nivel socioeconómico (par-
ticularmente, pulperos y pequeños productores) y conecta-
das a determinadas coyunturas regionales de prosperidad
comercial. Es por ello por lo que el período entre 1770
y los primeros años virreinales fue aprovechado por algu-
nos oficiales de milicias, que eran a la vez comerciantes de
mediano fuste, para capitalizarse en tierras, ganados y mano
de obra forzada. Corridos de las milicias por las reformas
que introdujo el virrey Vértiz en la frontera,506 estos nuevos
hacendados encontrarían otras esferas de actuación para
defender sus intereses en la justicia rural y en el Gremio
de Hacendados, convirtiéndose y ayudando a amalgamar a
un importante actor social de la sociedad bonaerense de
fines de siglo.

Conclusiones

La reforma militar llegó al Río de la Plata en el contexto


de la guerra de los Siete Años, cuyas nuevas modalidades y
calamitoso fin obligaron a la Corona a un replanteamiento
del sistema defensivo americano. Los Borbones buscaron
crear un “ejército de reserva” a partir de la universaliza-
ción del servicio de milicias cuya disciplina y conducción

506 Ver capítulo 5.

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El Imperio desde los márgenes • 259

quedarían en manos del Ejército regular. En 1764, la Coro-


na despachó al gobernador de Buenos Aires una “Real ins-
trucción para la formación de milicias provinciales”, que
disponía la convocatoria universal de los varones libres a las
armas y su conducción por elementos veteranos del Ejérci-
to. En el caso de Buenos Aires, tanto en la Ciudad como en
la frontera existían antecedentes de formación de milicias y
de su movilización reciente, por lo que la novedad de “Real
instrucción…” no era tanto la generalización del servicio
miliciano, sino el intento de disciplinar las compañías exis-
tentes, orientándolas hacia los objetivos político-bélicos de
la Corona, y respaldar la ejecución de políticas reformistas
con el envío de efectivos del Ejército regular.
En la frontera, las compañías de milicias provinciales
englobaron a la práctica totalidad de la población masculina
adulta. Sin embargo, el objetivo de disciplinarlas y obtener
un “ejército de reserva” fue coartado por una estructura de
mando fallida. Las asambleas –diseñadas para el comando
y adoctrinamiento de las milicias y compuestas oficiales
del Ejército peninsular– no lograron consolidar su autori-
dad en la frontera. Los comandantes militares, en pos de
imponer políticas de la Corona tales como la lucha contra
el contrabando, debían reprimir prácticas consuetudinarias
de los vecinos y pobladores. De esta manera, los comandan-
tes, más que “todopoderosos” de la frontera, eran elementos
extraños a la comunidad de vecinos enrolados en las mili-
cias, lo que erosionaba a un tiempo su capacidad de mando
en las milicias y de gobierno sobre los pueblos.
Este vacío de poder local fue ocupado por una oficiali-
dad miliciana de extracción local, compuesta por hacenda-
dos y comerciantes rurales, quienes eran los encargados de
la movilización efectiva de los pobladores a las armas. Los
pobladores demostraban una gran capacidad de resistencia
autónoma; ellos no resentían tanto el servicio miliciano en
sí, sino que disputaban el sentido de lo que se entendía por
“servicio al rey”, rechazando ciertas tareas ingratas, defen-
diendo su tiempo de trabajo durante la cosecha o velando

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260 • El Imperio desde los márgenes

por el cumplimiento de las condiciones de movilización


pactadas. En estos casos, los pobladores podían eludir las
convocatorias, desertar de las filas o desafiar abiertamente a
la autoridad, tácticas evasivas amparadas en las redes paren-
tales y vecinales, el abrigo de los campos y la disponibilidad
de armas y caballos.
Si bien la oficialidad miliciana no dudó en utilizar la
coerción en casos de desafío abierto a la autoridad, los ofi-
ciales de milicias pusieron en práctica métodos de movi-
lización a ras del suelo que se basaban no tanto en el uso
de la fuerza, sino en la activación del lazo social previo,
la persuasión y la recompensa material a los milicianos.
Además, para aumentar su potencial ofensivo, los oficiales
colaboraron entre sí con milicias y blandengues de distintos
partidos, llevando de esta manera a la articulación de sus
respectivos territorios. Esto le permitió a la oficialidad mili-
ciana construir un poder territorial basado en el manejo de
las redes parentales y vecinales que eran, en sustancia, sobre
las que descansaban las milicias, capital social del que los
comandantes militares de los fuertes carecían.
La capacidad de movilización de los pobladores a las
milicias, junto al conocimiento del mundo indígena y la
voluntad de intervenir en él, permitieron la consolidación
y autonomización del poder territorial miliciano. El poder
miliciano así consolidado progresivamente se autonomizó
de las directivas de la gobernación y de las asambleas y
llevó adelante una agresiva política de expediciones mili-
tares sobre las tolderías. La respuesta indígena no se hizo
esperar, y en esos años se reavivaron los saqueos de gana-
dos, los ataques a los caminos y las invasiones a la fron-
tera, lo que culminó con el gran malón de 1780 en Luján.
Cuando el recién creado virreinato del Río de la Plata tuvo
que hacer frente a nuevos desafíos internos y externos, el
virrey Vértiz no vería con buenos ojos la apertura de un
nuevo frente de guerra en la frontera y llevaría a cabo una
serie de reformas que apuntaban, en esencia, a disciplinar
al poder miliciano.

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El Imperio desde los márgenes • 261

En cuanto a la trayectoria social de estos oficiales mili-


cianos, al término de sus carreras milicianas, la mayoría de
ellos eran hacendados de reconocido fuste. Si bien algunos
de ellos lo eran previo al ejercicio del cargo, provenientes
de familias patricias terratenientes y de tradición milicia-
na, la mayoría de los oficiales atravesó un franco proce-
so de ascenso social de la mano de la carrera miliciana, y
logró ubicarse dentro de la élite socioeconómica de Buenos
Aires. El desempeño como oficiales de milicias favorecía de
diversas maneras su acumulación económica y consolida-
ción patrimonial, la capitalización de las redes vinculares
que manejaban y el reconocimiento político por parte de
la gobernación. Además, los oficiales milicianos se vincu-
laron entre sí a través de lazos de amistad y parentesco y
se encontraron en espacios de sociabilidad dentro y fuera
de las milicias, en particular, en el Gremio de Hacenda-
dos, cuando este se formó. En este sentido, cabe destacar el
valor de la frontera en la formación de este actor social, su
capacidad de actuar como grupo y la conciencia de la iden-
tidad de sus intereses, convirtiéndose en un actor político-
corporativo de relevancia durante el período virreinal.
Por estos motivos, la reforma militar en la frontera de
Buenos Aires fue exitosa en alentar la formación de “mili-
cias provinciales”, pero fallida en su objetivo de constituirlas
como un “ejército de reserva” y un respaldo a las políticas
gubernamentales. Como un efecto no buscado, la reforma
dio nueva legitimidad y permanencia a la construcción de
poder por parte de una oficialidad miliciana de extracción
local. El poder miliciano se medía en la capacidad de movi-
lización de los pobladores y de interlocución hacia el mun-
do indígena como dos formas de control del territorio. Los
jefes milicianos, además, consolidaron sus trayectorias de
ascenso social y se identificaron como hacendados. A partir
de allí, fueron capaces de consolidar un poder territorial
autónomo que se vería inaceptable en el nuevo esquema
de poder virreinal.

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5

Frontera y reformas borbónicas:


la lucha por el Estado en Buenos Aires
(1779-1806)

La guerra con los infieles ha sido continua, sosteniéndola el


vecindario con sus personas, hasta que creciendo en habe-
res ha podido confiar su defensa a dos cuerpos de caballería
y otras compañías sueltas, que se pagan perpetuamente de
arbitrios municipales, cosa de que no puede gloriarse otra
provincia de toda la monarquía, ni acaso tiene ejemplar en
el orbe, si se compara este costo con el número y rentas
del vecindario.
Al mismo tiempo que ha sido tan enérgica y belicosa esta
capital del Río de la Plata, es muy notable que jamás se haya
en ella sentido, desde su fundación, el más leve rumor de
tumulto ni alboroto público, que es otra no pequeña gloria.

Oficial don José Joaquín de Araujo, 1803507

Todo esfuerzo es en vano para promover en estos Países


la afición al servicio de soldado, por la abundancia de los
efectos necesarios para la vida en la Campaña, y la libertad
que ésta ofrece.

Marqués de Sobremonte, 1802508

507 De Araujo, José Joaquín, Guía de forasteros del virreynato de Buenos-Ayres para
el año de 1803, Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco,
1908 [orig.: 1803].
508 Comunicación del subinspector de Ejército y milicias Rafael de Sobremonte
al virrey Joaquín del Pino. En AGI, Buenos Aires, Expedientes sobre asuntos
de guerra (1770-1811), leg. 522, 9 de agosto de 1802.

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264 • El Imperio desde los márgenes

El presente capítulo busca evaluar el impacto de las refor-


mas borbónicas en el Río de la Plata a través de la perspecti-
va que brinda la frontera del Buenos Aires virreinal. Con el
virreinato del Río de la Plata, se creó una estructura política,
militar y fiscal orientada a defender el sur de las posesio-
nes españolas en América, fundamentalmente encaminada
a contener al enemigo luso en la frontera brasileña y repeler
un posible embate de la guerra atlántica, aunque a su poco
andar debió vérselas también con el fuerte desafío interno
provocado por la sublevación altoperuana. Por lo general,
se sostiene que las reformas borbónicas tuvieron un impac-
to benéfico en la región y que su implementación suscitó
pocas reacciones adversas en la población. En efecto, la
creación del virreinato significó en Buenos Aires una con-
centración de recursos administrativos, fiscales y militares
que hicieron de la capital un centro político de envergadura
y alentaron el crecimiento económico de la región.
En el aspecto administrativo, la creación de una serie
de nuevas agencias estatales, sobre todo relacionadas con la
contabilidad, alentó el crecimiento de la burocracia y abrió
nuevas oportunidades de inserción para los jóvenes educa-
dos de la élite criolla.509 Además, en 1783 se implementó en
el Río de la Plata –por primera vez en América– la reforma
de intendencias que buscó homogeneizar las jurisdicciones
territoriales y centralizar el mando político. Para historia-
dores como John Lynch, los cabildos del virreinato vieron
con beneplácito la erección de las intendencias y solo el
activismo fiscal de los últimos años y las personalidades
de ciertos funcionarios enturbiaron las relaciones entre las
corporaciones urbanas y la administración borbónica.510
En el aspecto fiscal, el pionero estudio de Herbert Klein
sobre la estructura y rentabilidad del virreinato señala que
la Corona gastó en la Intendencia de Buenos Aires “abru-
madoramente” más de lo que recaudó (alrededor de un 25

509 Ver Socolow, Susan M., op. cit., pp. 25-50.


510 Lynch, John, “Intendants”, pp. 357-361.

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El Imperio desde los márgenes • 265

por ciento más). La diferencia entre las sumas era aportada


por la transferencia de fondos desde otras regiones, particu-
larmente desde Potosí.511 En similar sentido, Tulio Halperín
Donghi, al analizar la Real Caja de Buenos Aires entre 1791
y 1805, señala que el virreinato implicó la creación en el
área rioplatense de un núcleo administrativo y militar cuyo
gasto fiscal superaba los ingresos de la región provistos por
las exportaciones pecuarias, del que las cajas altoperuanas
aportaron casi el 60 por ciento.512
El balance sobre los efectos económicos de estas refor-
mas es más matizado. Para Halperín Donghi, estas eran las
finanzas de un “bastión imperial” que se orientó a mante-
ner el área firmemente integrada al sistema imperial, pero
que apenas se propuso afectar a la economía y la socie-
dad regionales.513 Para Daniel Santilli está claro que, si bien
las reformas tenían motivaciones de estricta índole fiscal
y militar, el efecto neto del reformismo tuvo un impacto
benéfico en la economía regional. Las principales medidas
que Santilli relaciona con este crecimiento son la capitali-
zación de Buenos Aires, la sanción del libre comercio en
1778 y la asignación del Situado potosino.514 En cambio,
para Zacarías Moutoukias, la sanción del libre comercio
absorbió el comercio ilegal y, más que una liberalización,
representó una reafirmación del monopolio gaditano que
facilitaba un control fiscal centralizado.515
En el aspecto militar, el virreinato nació en la víspera
de una nueva guerra con Gran Bretaña y sus aliados, que
tensaba la frontera luso-brasileña y hacía temer una inva-
sión atlántica. Un ejército expedicionario al mando del pri-
mer virrey, Pedro Cevallos, logró la recuperación de Colo-
nia de Sacramento, para lo que se enviaron numerosos

511 Klein, Herbert S., op. cit., p. 450.


512 Halperín Dongui, Tulio, “Las finanzas”, op. cit., pp. 28-29.
513 Ibid., p. 47.
514 Santilli, Daniel V., op. cit., pp. 257-260.
515 Moutoukias, Zacarías, “El crecimiento”, op. cit., p. 802.

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266 • El Imperio desde los márgenes

elementos regulares desde la península.516 A su vez, des-


de la capital virreinal, se organizó la expedición dirigida a
reprimir los levantamientos altoperuanos de 1780-1783, al
mando del coronel José Antonio de Reseguín.517 El novel
virreinato podía darse por satisfecho después de haber
hecho frente con éxito a sus primeros desafíos militares
de envergadura.
Con todo, con el correr de los años, la estructura mili-
tar se resintió por la constante pérdida de efectivos y los
múltiples frentes territoriales que debía atender. Las auto-
ridades virreinales apostaron una vez más por impulsar el
enrolamiento de la población local en las milicias, para las
que se sancionó un nuevo reglamento en 1802 que otorgaba
amplios privilegios a los soldados, tales como la percep-
ción de un sueldo o prest mientras fueran movilizados, el
goce del fuero militar y la provisión de uniformes y arma-
mentos.518 Sin embargo, limitantes de índole financiera y
social obstaculizaron su implementación plena. Fundamen-
talmente, el escaso interés de las élites locales en conducir
las milicias y las amplias posibilidades de resistencia de la
población local obturaron la eficacia de la reforma.519
En efecto, el quid de las reformas borbónicas era el
consenso o las resistencias que pudieran generar en la
población, así como las consecuencias no anticipadas de su
implementación. De acuerdo al historiador Jorge Gelman,
la aceptación y el compromiso de las élites locales fueron lo
que determinó el éxito o fracaso de las reformas borbóni-
cas en lo que el autor denomina una “lucha por el Estado”
en Hispanoamérica. El caso de Buenos Aires habría sido

516 Sobre la campaña de Cevallos, ver Birolo, Pablo, op. cit.


517 Ver Marchena F., Juan, “Ilustración y represión en el mundo andino
1780-1795. El sangriento camino al corazón de las tinieblas”, Túpac Amaru.
La revolución precursora de la emancipación continental, Cusco, Universidad
Nacional de San Antonio Abad del Cusco, 2013, pp. 39-160.
518 Aramburo, Mariano, op. cit.
519 Ver Fradkin, Raúl O., “Las milicias”, op. cit.; Caletti Garciadiego, Bárbara, op.
cit.; Halperín Dongui, Tulio, “Militarización”, op. cit., pp. 122-123.

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El Imperio desde los márgenes • 267

un caso “exitoso” en cuanto “las reformas alcanzan éxito


al principio, se crea un aparato estatal fuerte a manos de
‘hombres nuevos’, si bien las ‘costumbres viejas’ tienden a
imponerse a la larga y las élites parecen acoger con bene-
plácito los cambios”. La paradoja, señalada por el autor, es
que las regiones más favorecidas –los casos de Venezuela
y Buenos Aires– serían las más decididas impulsoras de la
ruptura del vínculo colonial.520
En suma, hoy el consenso historiográfico señala que
la región rioplatense fue favorecida por las consideraciones
geoestratégicas imperiales que llevaron a la formación de
un nuevo virreinato y a la concentración de una serie de
funciones políticas y económicas en la Ciudad y el puerto
de Buenos Aires. Sin embargo, no son pocos los estudios
que señalan los límites del reformismo en sus intenciones
y los recursos con los que contaba y las resistencias abier-
tas o solapadas que generó. Fundamentalmente, subsiste
la incógnita acerca de las formas concretas que asumió la
“lucha por el Estado” en el caso de Buenos Aires entre la
administración virreinal, las élites y la población local.
El presente capítulo analiza el lugar de las fuerzas mili-
tares y de los recursos fiscales de la frontera de Buenos
Aires en la construcción estatal del virreinato, así como la
lucha que se estableció entre las élites locales y la adminis-
tración borbónica por su control y las resistencias genera-
das en la población. Esta centralización implicó la conver-
sión de los blandengues en un cuerpo veterano, la absorción
del Ramo de Guerra por la aduana, la “pacificación” de la
frontera, y la disciplina del poder miliciano. Este proceso
se desplegó en coyunturas críticas tanto por el recrudeci-
miento del conflicto internacional (1779-1783, 1797-1802,
1804-1806), como por el fuerte desafío interno que sufrió

520 Gelman, Jorge, “La lucha por el control del Estado: administración y elites
en Hispanoamérica”, en Tándeter, Enrique (dir.), Historia General de América
Latina. Volumen IV. Procesos americanos hacia la redefinición colonial, Unesco/
Trotta, 2002, pp. 262-264.

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268 • El Imperio desde los márgenes

el propio orden colonial (1780-1783), pero también dio


lugar a un período de relajamiento del ímpetu reformista
(1784-1796) donde las élites pudieron reacomodarse y los
sectores populares, avanzar en la reivindicación de sus pre-
rrogativas y costumbres.
El virreinato logró, no sin dificultades, la centraliza-
ción para sí de los recursos militares y fiscales dispuestos
en la frontera, y a la larga estos representaron el grue-
so del Estado virreinal en Buenos Aires. Sin embargo, su
reconversión a los objetivos imperiales abrió una grieta
respecto a los más conspicuos intereses de las élites loca-
les bonaerenses. El Cabildo de Buenos Aires, el Gremio
de Hacendados y el cuerpo de blandengues –que tenía su
propia idiosincrasia e intereses corporativos que defender–
lograron formular un proyecto alternativo que buscaba el
apoyo de sectores sociales más amplios para la utilización
de los recursos estatales en el avance de la frontera. A su
vez, el espíritu corporativo del cuerpo de blandengues y las
resistencias de la tropa limitaron su disponibilidad para el
conflicto externo, lo que, sumado al éxodo de otros cuerpos
regulares, dejó al virreinato en una situación de vulnera-
bilidad militar. Ambas situaciones harían eclosión durante
la invasión inglesa al Río de la Plata de 1806, dejando al
descubierto las falencias políticas y militares del andamia-
je virreinal.

La centralización virreinal (1779-1784)

En los últimos años de la década de 1770, las políticas


borbónicas para el Río de la Plata se orientaron hacia una
mayor centralización y territorialización del poder estatal.
En los últimos años antes de la creación del virreinato, se
enviaron a Buenos Aires batallones de refuerzo con los que
se organizaron campañas militares de cierta envergadura,
como la expedición que el gobernador Juan José de Vértiz

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El Imperio desde los márgenes • 269

comandó en 1773 contra la avanzada portuguesa en la fron-


tera de Río Grande.521 La creación del virreinato del Río
de la Plata (1776) significó asimismo una concentración de
recursos militares, administrativos y fiscales en la región, y
en particular en la nueva capital virreinal de Buenos Aires.
El virreinato tuvo su bautismo de fuego con la expedi-
ción a Colonia del Sacramento, comandada por el veterano
virrey Pedro Cevallos, que logró recuperar la plaza devuel-
ta a manos portuguesas tras el Tratado de París (1763).522
Además, dicha expedición legó un importante contingente
de oficiales del Ejército regular y soldados reclutados en la
península que pasarían a servir en los cuerpos virreinales.
Por otro lado, la creación del virreinato y la expedición de
Cevallos fueron financiadas con los extraordinarios Situa-
dos de 1776, que por primera vez superó el millón de pesos,
y sobre todo de 1777 y 1778, que se ubicaron por enci-
ma de los dos millones y medio de pesos.523 Por último, la
incorporación del puerto de Buenos Aires al libre comercio
con la península (1778) y la creación de la aduana, junto
al arribo de una nueva burocracia contable, aumentaron
sustancialmente la recaudación de la Real Hacienda.
A pesar de estos vientos halagüeños, las circunstancias
que rodearon el cambio de década conformaron una coyun-
tura crítica para el novel virreinato. En 1779 el frente
externo se volvía a abrir con la declaración de guerra a Gran
Bretaña, lo que –una vez más– tensaba la frontera luso-
brasileña y hacía temer un embate británico por mar. Al
conflicto externo se yuxtapuso la más grande sublevación
interna que conoció el régimen colonial español, y que –con
uno de sus epicentros en el Alto Perú– barrió a toda la

521 Ver Cherubini, María Belén, “Hacer la guerra en tiempos de reforma: Juan
José de Vértiz y la organización de la expedición a Río Grande (1773)”, Bole-
tín Americanista, 2020, n.º 81, pp. 63-87. Disponible en bit.ly/3sKhNPN.
522 Sobre la expedición, ver Birolo, Pablo, op. cit.
523 Ver cuadro 1 en la introducción.

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270 • El Imperio desde los márgenes

región andina.524 Ambas circunstancias exigían, tanto en el


plano militar como político, una mayor centralización en la
toma de decisiones y eficacia en su puesta en práctica, para
lo que se debían forjar canales de mando más confiables.
Para más, el conflicto externo e interno mermaba el comer-
cio atlántico y el comercio interno colonial y, con ellos, la
actividad económica y la recaudación fiscal del virreinato.
El virrey Juan Joseph de Vértiz (1778-1784) fue quien
mejor encarnó las nuevas orientaciones borbónicas. Su
espíritu marcial y su marcado prejuicio antiamericano –a
despecho de su nacimiento en Yucatán– lo señalaban como
el indicado para conducir al recién nacido virreinato en
tiempos de guerra. Durante su virreinato, se implementa-
ron distintas reformas de gobierno, incluyendo el régimen
de intendencias, y se organizó la represión del foco paceño
de la sublevación andina.525 Con todo, el celo reformista de
los funcionarios borbónicos no debe opacar el inagotable
pragmatismo que caracterizó su actuación y la conciencia
de la finitud de los recursos frente a las extraordinarias
circunstancias internas y lo inconmensurable de las nuevas
guerras internacionales.
Cuando el exgobernador Juan Joseph de Vértiz llegó
al Río de la Plata investido como virrey, desembarcó en
Montevideo, preparó su arribo a la capital haciendo jurar
fidelidad a las corporaciones y ordenó al Cabildo de Buenos
Aires que no hiciera gastos en su recibimiento.526 Al poco
tiempo, Vértiz entró en conflictos con el teniente de rey
Diego de Salas, de quien comenzó a enviar informes reser-
vados a la Corte. Salas había llegado al Río de la Plata como
parte del séquito de Cevallos, quien lo nombró teniente
de rey en 1762, momento desde el cual ocupó el cargo de

524 Ver Stern, Steve, “La era de la insurrección andina, 1742-1782: una reinter-
pretación”, Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII
al XX, Lima, IEP, 1990, pp. 50-96.
525 Ver Marchena F., Juan, “Ilustración”, op. cit.
526 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 29 de julio de 1778.

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El Imperio desde los márgenes • 271

forma continuada.527 La suspicacia de Vértiz provenía del


tiempo cuando fuera gobernador.528 Por su parte, el Cabildo
de Buenos Aires remitió a la Corona una encendida defensa
de Diego de Salas, que no obstó para que aquella decidiera
su remoción y la desaparición del cargo de teniente de rey,
reemplazado por el de subinspector de Ejército y milicias
con estrictas funciones militares.529
En el aspecto fiscal, luego de los extraordinarios situa-
dos de 1777 y 1778 que acompañaron la creación del virrei-
nato y la toma de Colonia del Sacramento, en 1779 el valor
del Situado cayó a medio millón de pesos. En tanto, el
Ramo de Guerra, engordado por el auto de libre comercio
de 1778, ese año triplicó su recaudación, superando por
primera vez la barrera de los 100.000 pesos.530 En este con-
texto, según consigna el historiador John Lynch, el Cabildo
de Buenos Aires presionó al virrey para que los fondos del
Ramo de Guerra volvieran a sus arcas, pero el intendente
de Real Hacienda Manuel Fernández reclamó a la Corte
la confirmación de su control exclusivo de estos fondos,
lo que se le concedió por una real orden de 9 de marzo
de 1779.531 De esta manera, el Ramo de Guerra quedó en
adelante bajo la órbita exclusiva de la Aduana de Buenos
Aires y sus fondos fueron a parar a la Real Hacienda, repre-
sentando algo más del 10 por ciento del gasto militar de
todo el virreinato.532
En este desafiante contexto, Vértiz comenzó a intro-
ducir reformas en la frontera de Buenos Aires. El virrey
avanzó con pies de plomo en materia de frontera, cuya
intención era, en principio, restaurar a las compañías de

527 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 527.
“Hoja de servicios del coronel don Diego de Salas”.
528 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 526,
12 de marzo de 1771. Informe reservado de Vértiz.
529 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 531,
1.° de octubre de 1783.
530 Ver cuadro 2 en la introducción.
531 Lynch, John, Administración, op. cit., p. 197.
532 Ver cuadro 1 en la introducción.

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272 • El Imperio desde los márgenes

blandengues y contener los ataques indígenas. Puesto en la


disyuntiva de si avanzar o consolidar la frontera existente,
se inclinó por esta segunda opción, y diseñó un “cordón
defensivo” que se cerraba sobre la jurisdicción de Buenos
Aires. Pero, además, el gran malón de agosto de 1780 en
Luján lo convenció de que la búsqueda de tratados de paz
con las parcialidades indígenas era lo más conveniente a
los intereses de un virreinato ya bastante amenazado. El
objetivo de esta “pacificación” de la frontera era ahorrar
recursos fiscales y militares y, de ser posible, reorientarlos
hacia los objetivos político-bélicos del Imperio español. Era,
en suma, una política conservadora ya que, a contrapelo de
los intereses rurales locales, no buscaba conquistar nuevos
territorios, aunque en su implementación no se escatima-
ron medios bélicos contra los grupos y líderes indígenas
más renuentes. Para su consumación, el virrey debió impo-
nerse también en el frente interno ya que la disciplina del
poder miliciano era el factor fundamental del éxito de la
reforma. Vértiz, a su manera, lo logró, aunque no sin límites
y resistencias y, fundamentalmente, no sin consecuencias
para el proceso político virreinal.

El disciplinamiento del poder miliciano


En la segunda mitad de la década de 1770, la oficialidad
miliciana de extracción local fue tomando cada vez más
injerencia en la toma de decisiones sobre la frontera –pri-
mero, autonomizándose de las directrices de los comandan-
tes militares y, luego, convocándose en junta de guerra para
lanzar expediciones sobre las tolderías–. Además, los oficia-
les milicianos fueron convocados por las autoridades virrei-
nales para dar su opinión en distintos temas concernientes a
la frontera. En esas oportunidades, la oficialidad miliciana,
conducida por el maestre de campo Manuel Pinazo, demos-
tró su capacidad para actuar como grupo en defensa de sus
intereses sociales. Una de esas ocasiones fue cuando Juan
Joseph de Vértiz, recién asumido como virrey, convocó una

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El Imperio desde los márgenes • 273

Junta de Guerra para deliberar sobre la “entrada general”


planificada por su antecesor el virrey Pedro Cevallos, quien,
al regreso de Colonia de Sacramento, ideó una ambiciosa
campaña contra los indígenas que contemplaba el lanza-
miento coordinado de tropas veteranas y de milicia desde
“las cuatro fronteras”, a saber, Buenos Aires, Córdoba, San
Luis y Mendoza.533
La junta de guerra convocada por Vértiz se reunió
en septiembre de 1778 y estaba compuesta por la plana
mayor miliciana de Buenos Aires, Mendoza, Córdoba y
Paraguay. Por pedido del maestre de campo de Buenos Aires
Manuel Pinazo, se incorporaron los capitanes de blanden-
gues Joseph Vague y Juan Antonio Hernández. En su delibe-
ración, la junta detectó inconsistencias y errores en el plan
de Cevallos que impedían su concreción. En consecuencia,
los oficiales milicianos expresaron que lo que hallaban “más
conveniente, con menos costos al estado y bien de los vasa-
llos”, era que se trasladaran “las guardias [de Buenos Aires]
avanzando un considerable Terreno”.534 El virrey estuvo
en principio de acuerdo y, en junio de 1779, comunicó al
ministro de Indias José de Gálvez que “avanzar las guardias”
era el mejor medio para asegurar la frontera y los caminos
a las provincias.535
A continuación, la oficialidad miliciana, encabezada
por el maestre de campo Manuel Pinazo, tendría la oportu-
nidad de formular un plan integral para avanzar la frontera
presentado al Ministerio de Indias. Los oficiales milicianos
proponían avanzar las guardias existentes a nuevos empla-
zamientos distantes entre 8 y 25 leguas de su lugar original,
ganando terrenos del otro lado del río Salado. Cada fuerte
debía guarnecerse con una compañía de blandengues de 55
hombres armados por cuenta del rey o del Ramo de Guerra.

533 Ver Cabodi, Juan Jorge, op. cit., pp. 61-65.


534 Ibid., p. 62.
535 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 528,
f. 169, 8 de junio de 1779.

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274 • El Imperio desde los márgenes

El proyecto, remitido por Pinazo, incluía un detallado plan


con los materiales, los utensilios y la artillería necesarios
para los nuevos fuertes y las fuentes de financiamiento para
su ejecución.536
Sin embargo, a Vértiz, la idea de traspasar el río
Salado le pareció demasiado ambiciosa. En carta al influ-
yente ministro Gálvez, escribió: “…habiendo mucho terreno
despoblado antes de los actuales fuertes, no ocurre la nece-
sidad de ocupar aquél más avanzado”. Desacreditado el plan
de Pinazo, el virrey convocó al teniente coronel Francis-
co Betbezé para que reconociera la frontera e ideara un
nuevo plan de formación de fuertes y guardias. Betbezé
era comandante de Artillería de Buenos Aires y, según la
consideración del virrey, un “sujeto de notoria inteligencia,
aplicación, celo, y amor al Real Servicio”, alguien cercano
al ideal borbónico. El coronel realizó la inspección de la
frontera en el otoño de 1779, y formó un plan mucho más
modesto en sus objetivos. Proponía mantener las posiciones
de los fuertes existentes en Monte, Luján, Salto y Rojas y
solo adelantar ligeramente el de El Zanjón a Chascomús.
El virrey Vértiz elevó al Ministerio de Indias este segundo
proyecto y le declaró su apoyo, refiriéndose despectivamen-
te a los oficiales de milicias que habían acuñado el plan de
adelantamiento: “Estoy resueltamente determinado a seguir
este parecer, no fiándome del poco, o ningún discernimien-
to, que advierto en los Oficiales del Campo”.537
Paralelamente, ese mismo año, el maestre de campo
Manuel Pinazo fue pasado a retiro. Pinazo le escribió a
Vértiz a fin de “rendir las gracias” por el retiro alcanzado,
pero se lamentó de su caída en desgracia en la conside-
ración del virrey:

536 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 528.
“Fuertes que deben avanzarse de donde hoy se hallan a la otra banda del Río
Salado a saber”, 1779.
537 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 528,
f. 169, 8 de junio de 1779.

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El Imperio desde los márgenes • 275

Pero Señor quedo con el desconsuelo que a lo Último he veni-


do a quedar en mal Concepto con V. E. [Vuestra Excelencia]
pues me aseguran haber informado a V. E. que el motivo que
tuve para informar de que se sacasen las Guardias afuera, fue
porque tenía tierras en Navarro, no faltando quien al mismo
tiempo lo ha extendido por esa Ciudad.538

De esta manera, Pinazo vinculaba su retiro con la


existencia de un rumor en su contra, que habría llegado
a oídos del virrey, propagando que el plan de adelantar
las guardias respondía a sus intereses particulares como
propietario de tierras.
En una coyuntura ajustada para el virreinato, Vértiz
desoyó la opinión de la oficialidad miliciana y recha-
zó el proyecto de avanzar la frontera, y se inclinó a
seguir el parecer de un oficial de carrera como Betbezé,
conformándose con consolidar la ocupación existente.
Para su ejecución, el retiro del servicio del influyente
maestre de campo Manuel Pinazo fue más que opor-
tuno. De esta manera, las patentes diferencias en cuanto
a los objetivos que perseguir en la frontera abrieron una
brecha entre el poder virreinal y la oficialidad miliciana
de perfil hacendado y extracción local.

La política del “cordón defensivo”


A poco de asumir como virrey, Vértiz solicitó un infor-
me sobre el estado de las compañías de la frontera.
En aquel momento, debido a las sucesivas reducciones
que habían sufrido por razones presupuestarias, cada
compañía constaba de 33 o 34 individuos, por lo que el
virrey ordenó que se pusieran sobre su “primitivo pie y
fuerza” de 60 hombres cada una. Para ello, se sancionó
un nuevo reglamento de sueldos que las nombraba como
“milicias” y detallaba la obligatoriedad para los soldados

538 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, f.
492, 20 de mayo de 1779.

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276 • El Imperio desde los márgenes

de mantener a su costa el uniforme y los caballos.539


Su función principal continuaba siendo, en la óptica
del virrey, la de “servir” en todo lo que ocurriera “a la
defensa de la frontera”.540
El plan de Betbezé buscaba formar un “cordón
defensivo” que se cerrara sobre la jurisdicción de Bue-
nos Aires, remozando los fuertes existentes y dotando
a cada uno de ellos de una compañía de blandengues
conducida por una oficialidad más confiable. La función
primordial de las compañías de blandengues sería de
vigilancia, evitando salir de la frontera y el empeño
con grupos de indígenas. El virrey envió instrucciones
para que las partidas exploradoras batieran, registraran,
y cruzaran “los intermedios de Guardia a Guardia”,
cerrando de esta manera los intersticios del “cordón
defensivo”. Contrastando con las veleidades expansi-
vas de la oficialidad miliciana, el conservadurismo que
impregnó las políticas virreinales para la frontera se
evidenció no solo en la decisión de no adelantar las
guardias, sino también en las funciones que debían
cumplir las compañías de blandengues, limitadas a la
vigilancia cotidiana de los espacios intermedios entre
fuerte y fuerte.
De esta manera, el poder virreinal se apoyó en las
compañías de blandengues para consolidar la ocupación
territorial, las que tendrían estrictas funciones de vigi-
lancia, batiendo el campo de diestra a siniestra, pero
sin batirse con el enemigo ni producir grandes avances
en la ocupación. En este sentido, la disciplina de las
compañías era juzgada fundamental. A continuación, se
introdujeron significativas modificaciones en la estruc-
tura de mando de la frontera unificando y verticalizando

539 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-1-4. “Reglam[en].to de las cin-
co Comp[añía].s de la Frontera”, 1779.
540 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 2 de
marzo de 1779.

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El Imperio desde los márgenes • 277

el mando sobre blandengues y milicias. Eventualmente,


estos cambios llevaron a la creación del cuerpo de blan-
dengues de Buenos Aires y a su declaración como un
cuerpo veterano dentro de los ejércitos del rey.
En primer lugar, se nombró una plana mayor
para las compañías de blandengues, compuesta por un
comandante y dos ayudantes mayores, de manera que se
conformaba un “cuerpo” que respondía a un mando uni-
ficado. Resaltando esta unidad, las compañías, más allá
de donde estuvieran radicadas, se numeraron ordinal-
mente como 1.º, 2.º, 3.º, 4.º y 5.º. Asimismo, se produje-
ron nuevas designaciones al frente de las compañías de
blandengues. Los capitanes de las compañías de Luján y
El Zanjón fueron desplazados y en su lugar se nombró
a Nicolás de la Quintana y Pedro Escribano, respectiva-
mente.541 El único capitán que supervivió a los nuevos
nombramientos fue Juan Antonio Hernández, a quien
de todos modos se le encargó que dejara Salto para
encargarse de la construcción del nuevo fuerte de Rojas
–ya que al anterior se lo consideró mal hecho y peor
ubicado–.542 En su lugar, al frente del Salto se nombró
a Fernando Navarro, mientras que la formación de una
nueva compañía en Monte estuvo a cargo del capitán
Jaime Viamonte (cuadro 8). Tras la invasión indígena de
1780, se crearía una nueva compañía para Ranchos, a
cargo del capitán Vicente Cortés, y se aumentaría a 100
el número de plazas de cada una, por lo que el pie del
cuerpo de blandengues quedaría en 600 hombres.

541 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 26 de


mayo de 1779.
542 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, 10 de julio
de 1779.

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278 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 8. Cuerpo de blandengues (1780)

Plana Mayor
Comandante Juan José Sardén
Ayudantes mayores Francisco Balcarce
Sebastián de la Calle
Compa- Capitán Sargentos Tambores Cabos Soldados Total
ñía
1.º Chas- Pedro 2 1 4 47 54
comús Nicolás
Escribano
2.º Monte Jaime 2 1 4 47 54
Viamonte
3.º Luján Nicolás 2 1 4 47 54
de la
Quintana
4.º Salto Fernando 2 1 4 47 54
Navarro
5.º Rojas Juan 2 1 4 47 54
Antonio
Hernán-
dez
Total 270

Fuente: elaboración propia con base en AGN, Sala ix, Guerra. Estado de
fuerza y extractos, leg. 9-10-8.
Nota: en 1781 se agregó una compañía en Ranchos y se aumentó a 100
el número de hombres de cada una.

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El Imperio desde los márgenes • 279

Desde el punto de vista virreinal, la estructura de


mando de la frontera era más confiable con el nom-
bramiento de una plana mayor veterana y peninsular.
El primer comandante del cuerpo de blandengues fue
Juan José Sardén, cuyo perfil era muy distinto al que
podían ostentar hombres como Pinazo: nacido en Peñís-
cola (Valencia), era un militar de carrera de condición
“noble” que se desempeñaba como capitán de la Asam-
blea de Caballería. Francisco Balcarce, ayudante mayor
del cuerpo de blandengues, era un militar de carrera
nacido en Barcelona también de condición “noble” que
se desempeñaba como teniente de la Asamblea de Caba-
llería de Buenos Aires.
En cuanto a los capitanes de cada compañía, a
excepción de Juan Antonio Hernández, se trataba de
militares de carrera que se habían destacado previamen-
te en el Fijo de Dragones de Buenos Aires (alcanzaban
el grado de alféreces Nicolás de la Quintana y Fernando
Navarro, y de cabo, Pedro Escribano), en la Asamblea de
Infantería (como teniente, Jaime Viamonte) o en el Fijo
de Infantería (Vicente Cortés, quien alcanzaba el grado
de alférez). Casi todos eran nacidos en la península; el
único oriundo de Buenos Aires, Nicolás de la Quintana,
acreditaba una condición “noble” (cuadro 9). Es decir,
la conducción del cuerpo de blandengues recayó sobre
militares de carrera, la mayoría de origen peninsular
y condición “noble”, que aumentaron su rango como
incentivo a que mudasen su actividad a la frontera.543

543 Esta era una política de la Corona para fomentar el servicio de oficia-
les peninsulares en América. Ver Kuethe, Allan J., “Conflicto”, op. cit.,
p. 332.

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280 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 9. Origen de la oficialidad del Cuerpo de Caballería de Blandengues


de la Frontera de Buenos Aires (1784)

Cargo Nombre Lugar de Condición Último empleo


nacimiento Cuerpo Grado
Comandan- Juan José Peñíscola Noble Asamblea Capitán
te Sardén (Valencia) de Caballe-
ría
Ayudante Francisco Barcelona Noble Asamblea Teniente
Mayor Balcarce de Caballe-
ría
Capitán 1.º Pedro Peninsular Sin datos Fijo de Cabo
compañía Nicolás (sin especi- Dragones
(Chasco- Escribano ficar)
mús)
Capitán 2.º Jaime Via- Peninsular Sin datos Asamblea Teniente
compañía monte (sin especi- de Infante-
(Monte) ficar) ría
Capitán 3.º Nicolás de Buenos Noble Fijo de Alférez
compañía la Quintana Aires Dragones
(Luján)
Capitán 4.º Fernando Madrid Noble Fijo de Alférez
compañía Navarro Dragones
(Salto)
Capitán 5.º Juan Anto- Santander Honrada Compañía Capitán
compañía nio Her- de blan-
(Rojas) nández dengues
Capitán 6.º Vicente Aragón Honrada Fijo de Alférez
compañía Cortés Infantería
(Ranchos)

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGS,


Secretaría de Guerra, Regimientos y Milicias. Empleos. Agregaciones.
Grados, leg. 7257, exp. 15, “Cuerpo de Caballería de Blandengues de la
Frontera de Buenos Aires”, 1787; AGS, Secretaría de Guerra, Blanden-
gues de la frontera de Buenos Aires, leg. 6822, exp. 13, “Pedro Nicolás
Escribano. Jaime Viamonte. Retiros”.

Con el reclutamiento de la plana mayor y oficialidad


blandengue en las filas del Ejército regular, Vértiz buscó
asegurarse los canales de mando y la obediencia de las

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El Imperio desde los márgenes • 281

compañías. Sin embargo, surgía un inconveniente porque


las compañías se seguían rigiendo por el reglamento de
sueldos de 1779 que las sindicaba como milicias. Por esta
razón, los oficiales de Real Hacienda entraron en dudas
sobre si los oficiales de blandengues debían gozar de todos
los beneficios y descuentos correspondientes a su carrera y
al Montepío Militar544. Vértiz remitió el problema al Minis-
terio de Indias e informó que los oficiales merecían este
reconocimiento ya que se hallaban en “guerra permanente”
en la frontera. Con estos antecedentes, el 3 de julio de 1784,
una real orden declaró que los oficiales de blandengues
debían considerarse como tropa veterana, pese al nombre
de milicias que les daba el reglamento.545 Posteriormente, el
ministro José de Gálvez comunicaría la resolución al virrey
Loreto, sucesor de Vértiz, de la siguiente manera: “…se ha
servido S.M. [Su Majestad] declarar que esta Tropa debe
considerarse en todo como Veterana…”, extendiendo esa
condición a la totalidad del cuerpo.546 A partir de entonces,
fue creado, con carácter regular, el Cuerpo de Caballería de
Blandengues de la Frontera de Buenos Aires.
Por otro lado, se tomaron medidas para aunar en la
frontera el mando sobre blandengues y milicias, las que
seguían representando el componente mayoritario de la
defensa. El comandante del cuerpo de blandengues sería a
su vez comandante general de la frontera, por lo que las
compañías de “milicias provinciales” debían responder a
él. Para anoticiar de los cambios, Vértiz lanzó una circular
para que “todos los Individuos de Milicias y Veteranos exis-
tentes en estos Partidos” estuviesen “en lo concerniente al
Servicio militar al mando del Inspector y Comandante de

544 Institución de previsión social fundada en 1761 para auxiliar a los funciona-
rios y sus familias.
545 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 530,
f. 784, 3 de julio de 1784.
546 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-1-4. Joseph de Gálvez al virrey de
Buenos Aires, 1788.

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282 • El Imperio desde los márgenes

frontera”.547 Asimismo, replicando la medida a nivel local,


se dictaminó que los capitanes de blandengues fueran a la
vez comandantes en sus respectivos fuertes, al mando por
tanto no solo de sus compañías, sino también de las de
milicias. Los sargentos mayores de cada partido seguirían
asistiendo en la práctica defensiva de forma subordinada
y debían socorrerse mutuamente “por ser generalmente
pública la causa y no estar por lo mismo sujeta a territo-
rios ni Partidos”.548
En suma, la implementación del plan de Betbezé y
la necesidad de asegurar canales de mando más confia-
bles en la frontera llevaron al aumento de las compañías
de blandengues, el nombramiento de una nueva oficialidad
veterana y peninsular y la subordinación de las milicias.
Como corolario, y casi de manera impensada, se convirtió
a las compañías de blandengues en un cuerpo veterano de
caballería, en condiciones –en palabras del propio Vértiz–
de “enfrentar algo más que indios”.549 En adelante, el cuer-
po de blandengues tendría a su cargo defender no solo la
frontera, sino también la retaguardia del “baluarte imperial”.
Pero, para ello, primero había que lograr la “pacificación”
de la frontera.

La “pacificación” de la frontera
Antes de ser pasado a retiro, el maestre de campo Manuel
Pinazo y su gente tuvieron una nueva oportunidad de
influir en las políticas de frontera, cuyas funestas con-
secuencias se hicieron sentir en 1780 y profundizarían
el rumbo reformista. En 1779, un grupo de 18 caciques
“aucas” encabezados por Linco Pagni realizó una propues-
ta de paz en la frontera. Vértiz envió una orden circular

547 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, f.
933. 29 de julio de 1779.
548 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Cañada de Escobar, leg. 1-4-4, f.
796, 2 de junio de 1779.
549 Citado en Beverina, Juan, op. cit., p. 219.

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El Imperio desde los márgenes • 283

al entonces maestre de campo Manuel Pinazo y siete sar-


gentos mayores para conminarlos a que dieran su parecer
sobre el pedido de paz de los “aucas”. Los oficiales milicia-
nos unánimemente argumentaron sobre la poca fiabilidad
de tales tratados y la necesidad de sostener una política
agresiva.550 Apoyándose en el parecer de la oficialidad mili-
ciana, el virrey rechazó la propuesta de paz, hizo apresar
a Linco Pagni en Luján y desterrarlo a Malvinas y prohi-
bió el comercio y cualquier trato con los indígenas. Las
consecuencias de ello no se harían esperar: el 20 de agosto
de 1780, un malón de más de 2.000 lanzas arreció sobre
Luján, golpeando las puertas de la capital virreinal, con un
saldo de más de 100 víctimas fatales y decenas de cristianos
tomados cautivos.551
Estos hechos decidieron al poder virreinal a buscar
acuerdos de paz con las parcialidades indígenas arauco-
pampeanas, tal como era la orientación borbónica y se
practicaba en otras fronteras imperiales.552 Sin embargo, la
búsqueda de acuerdos de paz no había sido la orientación
inicial del virrey Vértiz. Junto a la contundente respuesta
indígena a su pedido de paz desahuciado, la coyuntura era
crítica para el virreinato por el desarrollo de las rebelio-
nes peruana y altoperuana y el relanzamiento del conflicto
externo. Ambos conflictos hicieron disminuir la recauda-
ción del Ramo de Guerra. En las cavilaciones del virrey, con
el acuerdo de paz con las parcialidades “aucas”, se podría
disminuir el número de blandengues, que amenazaban con
empezar a consumir fondos genuinos de la Real Hacienda:

550 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 529,
1780.
551 Para dicho malón, se aliaron no solo parcialidades “aucas”, sino también
“pehuelches” y “rancacheles”, las que durante la década de 1770 habían sufri-
do el hostigamiento y las expediciones punitivas dispuestas por el poder
miliciano. Ver Alemano, María Eugenia, “La prisión”, op. cit.
552 La política reformista en las fronteras consistía en el trato diplomático con
las “naciones” indígenas, atrayéndolas a la celebración de acuerdos de paz,
facilitados por la entrega de regalos y el incentivo del comercio. Ver Weber,
David J., op. cit.

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284 • El Imperio desde los márgenes

si por este medio [el acuerdo de paz] se llegase a conseguir la


seguridad, que se desea, procuraría disminuir el número de
Blandengues, que conviniese […] que ha minorado el fondo
[Ramo de Guerra], de que éste se mantiene, por la poca salida
de los cueros, y que cortado el comercio del Peru […] ya
empezarán a gastar los Caudales de la Real Hacienda.553

Fundamentalmente, Vértiz pretendía contar con el


remozado cuerpo de blandengues en caso de amenaza
externa. En marzo de 1781, ante la amenaza de una invasión
británica, el virrey ordenó a los capitanes de las compa-
ñías la remisión urgente de blandengues a Montevideo.554
Más tarde, en su memoria de gobierno, el propio Vértiz
declararía que las modificaciones introducidas en el cuerpo
de blandengues apuntaron a “poner este cuerpo en estado
respetable para enfrentar algo más que indios”.555
Estos hechos y circunstancias llevaron a Vértiz a buscar
el camino de la paz. Mediante una nueva junta de guerra,
reunida esta vez en Montevideo y compuesta exclusiva-
mente por militares de carrera, el virrey decidió descono-
cer las opiniones vertidas por los oficiales milicianos dos
años antes e iniciar las tratativas de paz con los caciques
“aucas”, entre quienes, en reemplazo del cacique preso, se
erigió Lorenzo Calpisqui.556 Las negociaciones diplomáti-
cas se llevaron a cabo, a diferencia de lo ocurrido en el
tratado de Laguna de los Huesos de 1770, en un ida y vuelta
entre las tolderías de los caciques Negro y Lorenzo y la
sede de gobierno en Buenos Aires, salteando de esta mane-
ra las autoridades de la frontera. La atención personal del
virrey fue lo que marcó el talante de estas negociaciones
diplomáticas, cuyo objetivo estaba claro: “Es mi ánimo que

553 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 529,
30 de abril de 1781.
554 AGN, Sala IX, Circulares, leg. 23-2-1.
555 Citado en Beverina, Juan, op. cit., p. 219.
556 Ver capítulo 1.

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El Imperio desde los márgenes • 285

estos tratados comprendan a todos los que viven en las


Pampas”,557 sentenció Vértiz.
Con todo, para concretar los acuerdos, el virreinato no
escatimó medios para amedrentar a las parcialidades indí-
genas renuentes e incluso a las que solicitaban la paz. En
1784, con las negociaciones todavía en marcha, fue lanza-
da una ofensiva conjunta desde Buenos Aires, Córdoba y
Mendoza que, aunque de limitadas miras, buscó amedren-
tar a la parcialidad de los “rancacheles” que no admitían la
propuesta de paz.558 Las largas negociaciones con las par-
cialidades de las pampas concluyeron con un nuevo tratado
de paz suscripto en 1790 en la laguna Cabeza de Buey que
reconocía a las parcialidades “pampas” y “aucas” su terri-
torialidad en las sierras del sudeste pampeano y a Lorenzo
Calpisqui como la autoridad principal.559 Paralelamente, un
tratado había sido firmado en 1783 entre las autoridades
mendocinas y los pehuenches, y en 1796 las autoridades
cordobesas acordarían un tratado de paz con los ranqueles
de Mamül Mapu.560
En definitiva, la presión ejercida por las parcialidades
indígenas, con el impresionante despliegue del más grande
malón registrado hasta entonces, fungió como el cataliza-
dor de una política reformista en la frontera condicionada
por los imperativos de la guerra exterior, las rebeliones que
se estaban desarrollando en el sur andino y la estructu-
ra de financiamiento de la defensa. Con la “pacificación”
de la frontera, el virrey esperaba que el renovado cuerpo
de blandengues cuidara las espaldas de Buenos Aires en

557 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 1º de diciembre de 1781.
558 Al mando del comandante de blandengues Francisco Balcarce, el capitán de
Infantería Félix Mestre de Córdoba y el comandante de armas de Mendoza
Joseph Francisco de Amigorena.
559 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-1-6, 17 de noviembre de 1790.
560 Sobre estos tratados, ver Roulet, Florencia, “De cautivos”, op. cit., pp.
230-235; Tamagnini, Marcela y Graciana Pérez Zavala, “El tratado de paz de
1796: entre la delimitación de la frontera sur cordobesa y el reconocimiento
político de los ranqueles”, Sociedades de paisajes áridos y semiáridos, año 1, n.º
1, 2009, pp. 5-21.

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286 • El Imperio desde los márgenes

caso de producirse una invasión británica y, eventualmen-


te, pudiera ser movilizado a campañas externas. Adicional-
mente, buscaba que el cuerpo de blandengues continuara
financiándose con los fondos locales del Ramo de Guerra
y no consumiera fondos genuinos de la Real Hacienda. La
disponibilidad del cuerpo de blandengues también implica-
ría una apuesta por la formación de “pueblos defensivos”
que reemplazasen sus funciones en la frontera, como era la
vieja orientación regia. Como toda política reformista, su
éxito dependía de las condiciones de su implementación y
el compromiso de la población en la frontera.

Los “pueblos defensivos”: coerción y resistencias


La necesidad de ahorrar recursos fiscales y la idea de contar
con el cuerpo de blandengues para el conflicto externo lle-
varon al virrey Vértiz a dar impulso a la política de forma-
ción de “pueblos defensivos”, como era la vieja pretensión
regia. En el sur de Santa Fe, la zona del Entrerríos y al sur de
Córdoba y Mendoza, se realizaron consistentes intentos en
ese sentido.561 En Buenos Aires, Vértiz ordenó que se for-
maran pueblos en los alrededores de los fuertes allí donde
no existían, algo que el rey había reclamado desde 1753 en
repetidas ocasiones.562 Dichos pueblos fueron Chascomús,
Ranchos, Monte, Mercedes, Rojas y Carmen de Areco. Un
asesor del virrey recomendaba que no vivieran “en desiertos
las familias” a fin de que lograsen “los Hijos más humana
Crianza” de la que podían “tener en los Yermos”.563 Como
vemos, además de considerarse un método para ahorrar
recursos defensivos, subyacía a estas órdenes un imaginario

561 Estos pueblos eran Melincué en el sur de Santa Fe, las villas de Gualeguay,
Concepción del Uruguay y Gualeguaychú en el Entrerríos, la villa de San
Carlos (1787) en Mendoza y La Carlota (anteriormente denominado Punta
del Sauce) en Córdoba.
562 Ver capítulo 2.
563 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 24 de noviembre de 1781.

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El Imperio desde los márgenes • 287

que depositaba en los agrupamientos urbanos las esperan-


zas para un nuevo orden civilizatorio.
La forma que asumió la política de formación de pue-
blos en Buenos Aires inspiró la más encarnizada resistencia
de la población. Al principio, la intención era alentar el
poblamiento de familias peninsulares. En mayo de 1780, el
intendente de la Real Hacienda Manuel Ignacio Fernández
propuso al ministro Gálvez llevar algunas familias gallegas
a poblar la frontera de Buenos Aires. En octubre, familias
oriundas de la Coruña fueron enviadas a la frontera como
preludio a su población en la Patagonia.564 Durante 1781,
se enviaron al puesto de Ranchos otras 15 familias asturia-
nas. Sin embargo, pronto se descubrió que esta política de
“enganche” de familias peninsulares resultaba muy costosa,
y, además, no siempre se encontraban voluntarios, por lo
que se decidió reemplazarla por el envío compulsivo de
familias de la campaña.
En la primavera de 1780, Vértiz publicó un bando
para que todos los pobladores que vivieran internados en
el territorio se recogieran “a tiro de cañón” de los fuer-
tes, con pena de vida para el infractor. Justificado en la
amenaza de una nueva invasión indígena, en verdad sus
intenciones escondían una voluntad de reforma de la vida
y las costumbres de la población rural. Según su memoria
de gobierno, la principal consideración para fundar pue-
blos en la frontera era la de “reducir a una vida cristiana,
civil, y sociable la mucha gente dispersa por esos campos”
y, adelantando ideas panópticas, “contener con este medio
los hurtos, muertes, y otros desórdenes, que de esto se ori-
ginaban, porque sus autores no estaban a la vista de quienes
pudieran reprimirlos”.565
Pese a la amenaza que recaía sobre la población rural,
el bando no produjo un movimiento “espontáneo” hacia los

564 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 6 de octubre
de 1780.
565 Citado en Cabodi, Juan Jorge, op. cit., p. 108.

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288 • El Imperio desde los márgenes

fuertes de la frontera. Al otoño siguiente, el virrey dio orden


a los sargentos mayores para que condujeran a los fuertes
a todas las familias que estuvieran situadas en parajes apar-
tados y a los individuos que carecieran de residencia fija,
a los “agregados” y a los vagabundos en general.566 Estas
medidas generaron una fuerte resistencia. Como observó
un informado testigo, muchos se fugaron como un “natural
efecto de la violencia que expresa habérseles irrogado en
la Transmigración de su domicilio”.567 Según un informe
de abril de 1781, en el fortín de Carmen de Areco, había
nueve familias (47 personas) que habían sido “involunta-
riamente traídas” y pasaban por una “extrema” necesidad,
solo paliada por las raciones de yerba, carne y sal con que
se las auxiliaba.568 El de Areco no era un caso aislado. Ese
año muchos vecinos elevaron petitorios a las autoridades de
frontera para no ser comprendidos entre los destinados a
las poblaciones, quienes alegaron propiedad y “buena con-
ducta” certificada por los curas párrocos, lo que evidencia
que se trataba de una especie de “condena” para familias
pobres.569 La persecución llegó incluso a vecinos que fueron
acusados de ocultar a las familias que debían trasladarse a la
frontera y condenados a prisión por ello.570
Pero la violencia irrigada también señala la capacidad
de resistencia campesina y las prácticas de solidaridad
parental y vecinal. El envío compulsivo de familias e indi-
viduos a la frontera fue ampliamente resistido por la pobla-
ción rural. Fue el propio Vértiz quien, lejos de ser triunfalis-
ta, enunció las resistencias que esto generó y la desobedien-
cia de la población a las disposiciones virreinales: “…rehu-
sando venir a población subsistían muchos de ellos en unos
muy infelices y despreciables ranchos […] y muchos de
ellos con continuo trato con los Infieles, por donde sabían

566 Marfany, Roberto H., op. cit., p. 144.


567 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 24 de noviembre de 1781.
568 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 26 de julio de 1781.
569 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 29 de abril de 1781.
570 AGN, Sala IX, Teniente de Rey, leg. 30-1-1, 4 y 19 de septiembre de 1781.

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El Imperio desde los márgenes • 289

nuestros movimientos cuando se dirigían a buscarlos en


sus tierras”.571 El sueño de las prósperas comunidades de
agricultores dispuestos para la defensa de sus intereses y
los del rey contra el enemigo “infiel” era poco más que un
proyecto de papel, obstaculizado por la falta de recursos
y la densidad de las redes campesinas. Esta capacidad de
resistencia se iba a mostrar también frente a la estructura
de mando peninsular que se montó en la frontera.

Resistencias milicianas
Tanto el virrey Vértiz como quienes le sucedieron debieron
enfrentar un delicado equilibrio entre reformismo, tensio-
nes locales y financiación. Los desafíos a la autoridad no
provenían únicamente de las élites, sino también de los
sectores populares enrolados en las milicias. En la nueva
estructura de autoridades de la frontera, los otrora pode-
rosos sargentos mayores de milicias quedaban francamente
postergados, tras el mando de la plana mayor y oficialidad
blandengues, cuestión que iba a ser sentida por los oficiales
milicianos. El nuevo comandante de la frontera Juan José
Sardén, veterano y peninsular, tenía el desafío de movilizar
y disciplinar a las milicias sin la anuencia de sus oficiales. En
aquel momento, existían unas 50 compañías de milicias, y se
calculaba su tropa en casi 2.500 vecinos rurales.572 Los con-
flictos acaecidos entre el comandante y los milicianos lleva-
ron al fracaso de su gestión y determinaron su remoción.
En efecto, las dificultades del comandante Sardén para
hacerse obedecer por las milicias se hicieron muy pronto
evidentes. En la primavera de 1780, tras el malón acaecido
en Luján, para Sardén era la oportunidad de emprender
una acción de envergadura que revalidara sus credenciales
en la frontera. El 24 de noviembre, las fuerzas reunidas
bajo su mando sorprendieron a un grupo de indígenas en

571 Citado en Cabodi, Juan Jorge, op. cit., p. 148.


572 Ver capítulo 4.

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290 • El Imperio desde los márgenes

la laguna Esquivel con la intención de “escarmentarlos”.


A pesar de la sorpresa y de la superioridad numérica de
los bonaerenses, fue mayor el número de bajas milicianas
que las de los propios indígenas, mientras que los soldados
supervivientes huyeron dejando sus armas y prendas en el
camino. El desastre de la laguna Esquivel motivó la prisión
y el procesamiento de Juan José Sardén en una corte marcial
a instancias del propio virrey. Según el informe de los prác-
ticos y la “voz general del pueblo”, el desastroso resultado
del encuentro se debió al desorden con que se condujeron
las milicias. Aunque esta era también la opinión de Vértiz,
Juan José Sardén resultó indemne de los cargos, recuperó
su libertad y, en mayo de 1782, fue repuesto en la coman-
dancia de la frontera.573
Sin embargo, la relación del comandante Sardén con
las milicias continuó siendo conflictiva. En diciembre de
1782, luego de un aviso que alertaba sobre la presencia de
indígenas, Sardén informó que se produjeron deserciones
y “motines” en las milicias. El comandante era consciente
de lo delicado de su situación y se justificó arremetiendo
contra las milicias:

Ah Señor, mucho se censura del comandante de frontera,


mucho se grita pero no se reflexionan las flaquezas, y cali-
dades de sus súbditos, viéndose precisado, aunque conoce
muy bien estos defectos, a callarlos, porque no se le impute
que solicita descargar sus desgracias con el descrédito de las
Milicias, hasta que la práctica pone por delante los escándalos
que se han visto, y se tocan en el Día.574

Es decir, Sardén se reconocía cuestionado en la fron-


tera (“…mucho se censura… mucho se grita”), pero res-
ponsabilizaba a las malas “calidades” de sus súbditos y las

573 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 530,
20 de febrero de 1782.
574 AGN, Sala IX, Comandancia de Fronteras. Salto, leg. 1-5-2, ff. 424-425, 16
de diciembre de 1782.

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El Imperio desde los márgenes • 291

“flaquezas” de las milicias por sus “desgracias” y los “escán-


dalos” que habían ocurrido. En otra oportunidad, tras una
invasión indígena registrada en Areco en 1783, el sargen-
to mayor de Areco Francisco Julián de Cañas inició una
demanda contra el comandante Sardén. Sus deponentes
fueron todos los integrantes de la milicia que participaron
de la acción fallida de defensa.575
Con estos antecedentes, el virrey Vértiz se convenció
de que este oficial ya no resultaba adecuado para conducir
los destinos de la frontera. Si bien le reconocía a Sardén
“espíritu y aplicación”, el virrey entendía que no era “su
genio tan a propósito como se creyó para el servicio del
campo, ni sus ideas afortunadas”, por lo que pidió a la Corte
su traslado a otro destino. El ministro de Indias concedió lo
solicitado por Vértiz, instruyéndole para que se nombrara
como comandante a “otro oficial más a propósito para su
cabal desempeño”.576 Es decir, la idea original del virrey
de ubicar a un leal militar de carrera en la Comandancia
General de Frontera motivó múltiples resistencias en la
población miliciana y rispideces con sus oficiales. El ayu-
dante mayor Francisco Balcarce, quien había sido coman-
dante interino durante los meses de prisión de Sardén, fue
confirmado en el cargo, y, a pesar de su origen peninsular,
tendría una larga carrera en el cuerpo de blandengues, al
que ingresarían también sus hijos.

Una opinión dividida


A pesar de haber sido postergados en la estructura de
mando, el virrey Vértiz convocó a los oficiales milicianos
a dar su opinión en distintas cuestiones coyunturales. Si
bien en algunos ya pueden vislumbrarse ciertas intuicio-
nes fisiocráticas, lo cierto es que no había acuerdo entre

575 Ver Cansanello, Oreste Carlos, op. cit., p. 115.


576 AGI, Buenos Aires, Fortificaciones, pertrechos de guerra y situados, leg. 530,
24 de mayo de 1782.

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292 • El Imperio desde los márgenes

una posición moderada de consolidación territorial y una


agresiva de avance de la frontera. Las diferencias se acre-
centaban cuando se oponía la opinión de la frontera a las
necesidades de la Ciudad. Hasta el momento, la actitud
del Cabildo de Buenos Aires con respecto a la frontera se
mantuvo ambigua y por momentos prescindente. Atendió
el pedido de los hacendados de crear compañías a sueldo
solo cuando vio la oportunidad de controlar una sustantiva
fuente de recaudación propia. Cuando el Ramo de Gue-
rra pasó a la esfera de la gobernación, el Cabildo llegó a
sugerir la disolución de las compañías de blandengues y la
implementación de la política de “pueblos defensivos”. En la
década de 1770, el Cabildo apoyó el avance de la frontera,
pero con la mira puesta en lograr el control de las Salinas
Grandes. Hasta el fin de la dominación colonial, la corpo-
ración urbana encarnó una política de corte mercantilista
en pos de mantener incólume el abasto de sal, carne y gra-
nos al mercado porteño.577 Estas diferencias de opiniones
se mostraron en una suerte de polémica que se suscitó en
1783-1784 con motivo de la organización de la expedición
anual a Salinas Grandes, ubicadas en territorio indígena.
En 1783, el virrey Vértiz ordenó una junta de guerra
de composición mixta, miliciana y regular para arbitrar
los medios para escoltar la expedición y proteger la
frontera.578 El primero en expedirse fue el viejo líder
miliciano Manuel Pinazo, quien era partidario de una
fuerte expedición ofensiva en ocasión de la expedi-
ción a Salinas Grandes. Para ello, hizo un diagnóstico
sobre lo que había crecido “la osadía de los Indios
Barbaros”, resultando que, “antes de pocos años”, logra-
rían “destruirlos”. A continuación, el maestre de campo
ya retirado recomendaba que la expedición a Salinas

577 Ver capítulo 2.


578 Participaron el subinspector de Ejército y milicias Antonio Olaguer y
Feliú, el comandante Francisco Balcarce, el ayudante mayor Nicolás de
la Quintana, los oficiales milicianos Joseph Salazar y Matías Corro (de
Morón y Luján, respectivamente) y el oficial retirado Manuel Pinazo.

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El Imperio desde los márgenes • 293

partiera con 1.400 hombres de escolta para ir buscar a


los indígenas “en sus madrigueras”, tal como él mismo
lo había hecho en 1770. Legitimaba su postura en que
esta era una campaña que estaba “pidiendo a voces la
necesidad pública”.579
En cambio, el comandante Francisco Balcarce, junto
a quien firmaron los oficiales de milicias, desestimó la
expedición a las tolderías propuesta por Pinazo por-
que se habrían requerido más de 1.000 hombres, ade-
más de ganados y otros auxilios, y porque la frontera
habría quedado desprotegida, “y aún así” no habrían
escarmentado. Según Balcarce, tal expedición ofensiva
solo hubiera sido asequible si se sumaban las fuerzas
de Córdoba y Mendoza.580 El comandante, si bien no
descartaba una ofensiva conjunta en el futuro, prefería
proteger la frontera y no exponerla en ocasión de la
expedición a Salinas, que era, en definitiva, una empresa
que beneficiaba mayormente a la Ciudad. Si bien la
expedición a Salinas resultó momentáneamente suspen-
dida, las previsiones de Balcarce se vieron satisfechas
cuando, a principios del año siguiente, se lanzó la expe-
dición conjunta de Mendoza, Córdoba y Buenos Aires
que castigó severamente a la parcialidad “rancachel” que
habitaba las Salinas y los terrenos linderos.581
Estas condiciones habilitaron la realización de la
postergada expedición en búsqueda de la sal. El coman-
dante de la frontera debía organizar la escolta, para lo
que Balcarce dispuso que no solo marcharan las milicias
de la frontera, sino también las de la Ciudad. Así lo
justificó al marqués de Loreto, nuevo virrey del Río de
la Plata: “Podrá conceptuar Justo o indispensable si del
Abasto de Sal resulta el Beneficio público, redundando

579 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 1° de


septiembre de 1783.
580 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 5 de
septiembre de 1783.
581 Alemano, María Eugenia, “La prisión”, op. cit.

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294 • El Imperio desde los márgenes

éste, me parece también regular, recaiga la pensión de la


Escolta igualmente en las Milicias de esa Capital, como
en las del Campo”.582 Es decir, Balcarce conceptuaba que
el abasto de sal beneficiaba principalmente a la Ciudad,
por lo que la escolta de la expedición debía recaer
no solo en las milicias de la frontera, sino también
en las de la Capital.
El comandante apoyaba su parecer en el dictamen
de los sargentos mayores de milicias. Uno de ellos,
Francisco Julián de Cañas, promovía la utilización de
las milicias de la Ciudad para la expedición a Salinas
argumentando que el trabajo de la gente de campo era
tanto o más útil al público que la extracción de la sal:

Consta a V.M. –decía al comandante– la pobreza de las


gentes de Campaña […] como también le consta, que el tra-
bajo anual de estas gentes resultan Innumerables abastos no
menos necesarios al público que la Sal para la mantención,
razón que me parece suficiente para no usar de ella para dicha
fatiga, sino de otros ramos […] particularmente de las Milicias
de la Ciudad por no ser éstas por las razones expuestas tan
necesarias al público como las de Campaña.

Lo que demuestra esta pequeña polémica sobre la


mejor forma de realizar la tradicional expedición a Sali-
nas Grandes es, por un lado, la afirmación de una visión
pragmática y de cierto fisiocratismo espontáneo entre
los representantes del mundo rural. En efecto, frente
a la propuesta inicial inflexible de un viejo líder como
Manuel Pinazo, se afirmó la más pragmática esbozada
por el comandante Francisco Balcarce, quien, si bien
reconocía la necesidad de “escarmentar” a las parciali-
dades enemigas, abogaba por esperar a que se dieran
las condiciones necesarias. Por otro lado, las opinio-
nes vertidas reflejan la escisión todavía existente entre

582 AGN, Sala IX, Comandancia General de Fronteras, leg. 1-7-4, 23 de


agosto de 1784.

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El Imperio desde los márgenes • 295

los intereses rurales y urbanos. Al convocar para la


escolta de la expedición a las milicias urbanas, Balcarce
defendió los intereses del mundo rural frente a la inje-
rencia del Cabildo de Buenos Aires. Quedaba, todavía,
un trecho para que estos intereses se aunaran en un
proyecto común.

La “pax
pax virreinal” (1784-1797)

La centralización política virreinal de las fuerzas de la


frontera culminó con el control virreinal de los fondos
del Ramo de Guerra, la “pacificación” de la frontera, el
traslado compulsivo de familias pobres a los “pueblos
defensivos” y la conversión de las antiguas compañías
de blandengues en un cuerpo veterano disponible para
enfrentar el conflicto externo. Como se ha mostrado,
esa centralización no se dio sin conflictos y resistencias
que limitaron o modificaron su impacto a nivel local.
Con todo, una vez aplastada la sublevación altoperuana
y firmado en 1783 el Tratado de París, que ponía fin al
conflicto bélico con Gran Bretaña, el momento político
se distendió a favor de una “pax virreinal” que se exten-
dió hasta fines de siglo.
En este contexto, varios factores coadyuvaron a sua-
vizar las aristas más urticantes del proyecto reformista
de Vértiz para la frontera. Sin duda, el cambio de virrey
favoreció cierto relajamiento del celo reformista que
Vértiz imprimió a su actuación. Además, la conversión
de los blandengues en un cuerpo regular permitió la
incorporación de cadetes provenientes de la élite crio-
lla, los que ascenderían a la oficialidad y plana mayor
del cuerpo. A su vez, durante estos años, la prosperi-
dad del comercio de cueros alimentó los recursos del
Ramo de Guerra, permitiendo algunas concesiones a la
tropa de blandengues. En los últimos años de la “pax

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296 • El Imperio desde los márgenes

virreinal”, la administración borbónica, las corporacio-


nes locales y el mundo popular rural coincidieron en
el proyecto de avanzar la frontera, cuyo resultado más
concreto fue la expedición de Félix de Azara de 1796
para la exploración y el reconocimiento de las tierras
allende la frontera.

La criollización del cuerpo de oficiales


Como vimos, las reformas que introdujo el virrey Vértiz
en las compañías de blandengues comenzaron por el
nombramiento de una plana mayor y oficialidad vetera-
na y peninsular, medida detrás de la cual se adivina la
intención de lograr un control político del cuerpo que
le permitiera al virrey disponer de él según los objetivos
bélicos imperiales. Sin embargo, el alejamiento de Vértiz
del virreinato y la suspensión de la amenaza externa
consintieron que la oficialidad blandengue sufriera un
proceso de criollización muy visible para fines de siglo.
La tendencia se veía acentuada, al igual que en el resto
de la América hispana, por el éxodo continuado de los
elementos regulares del Ejército y la imposibilidad de
la metrópolis de mandar nuevos contingentes de refuer-
zo. Como señala el historiador Allan Kuethe, “de este
modo, tanto en el cuerpo de veteranos como en el de
milicianos, la oficialidad del ejército colonial llegó a ser
esencialmente americana”.583
En efecto, al formularse como veterano, el cuerpo
de blandengues ofreció la clase de “cadetes” para quienes
quisieran incorporarse y hacer carrera en él. Dadas las
desventajosas condiciones del servicio en el cuerpo de
blandengues, tales como la obligación de autoproveerse
de uniformes y caballos, el servicio en él difícilmente
podía resultar atractivo para los soldados profesionales
de otros cuerpos veteranos, por lo que la incorporación

583 Kuethe, Allan J., “Conflicto”, op. cit., p. 346.

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El Imperio desde los márgenes • 297

como cadetes interesó principalmente a los jóvenes hijos


de familias acomodadas de Buenos Aires. En adelan-
te, los cadetes se convirtieron en la principal fuente
de reclutamiento para las plazas de oficiales que iban
quedando vacantes.
Contamos con los datos filiatorios de oficiales, sub-
oficiales y cadetes del cuerpo de blandengues para fines
del siglo XVIII (cuadro 10). En ese momento, la mitad
del personal era de origen criollo, mientras que otra
mitad había hecho toda su experiencia en el servicio
de las armas dentro del cuerpo de blandengues. Pero
existen diferencias significativas si distinguimos entre
las distintas clases mencionadas. En cuanto a la oficia-
lidad, los cargos habían sido cubiertos en tiempos de
Vértiz con personal oriundo del norte y oeste de la
península, principalmente de las provincias de Vizcaya y
Aragón, muchos de ellos llegados al Río de la Plata con
la expedición que en 1776-1777 reconquistó Colonia
del Sacramento. De allí en adelante, las vacancias de
oficiales estuvieron mayormente reservadas a los jóve-
nes criollos de condición “noble” ingresados al cuerpo
de blandengues en la clase de cadetes (cuadro 11). De
esta manera, para 1798, la mitad de la oficialidad era de
origen criollo y nacida en Buenos Aires.

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298 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 10. Extracción de oficiales, suboficiales y cadetes del cuerpo


de blandengues de Buenos Aires (1798)

Oficiales Suboficiales Cadetes Total


(16) (29) (9) (54)
Cant. % Cant. % Cant. % Cant. %
Origen geo- Buenos 8 50 6 21 9 100 23 43
gráfico Aires
Resto del 0 0 4 14 0 0 4 7
virreinato
Península 8 50 19 65 0 0 27 50
Recluta- Cuerpo de 5 31 12 41 9 100 26 48
miento blanden-
gues
Expedición 5 31 13 45 0 0 18 33
1777
Otros cuer- 6 38 4 14 0 0 10 19
pos vetera-
nos
Cantidad de años en el 15,5 16 5,1
cuerpo (promedio)
Calidad Noble 10 63 0 0 8 89 18 33
Honrada 6 37 29 100 1 11 36 67
Edad (pro- 41,6 44,5 21,6
medio)

Fuente: elaboración propia a partir de hojas de servicios de oficiales


en AGS, Secretaría de Guerra, Regimientos y Milicias. Empleos. Agre-
gaciones. Grados, leg. 7258.

El componente peninsular se ve, sin embargo, signifi-


cativamente aumentado en el renglón de la suboficialidad,
donde dos tercios del total reconocen este origen. Los sub-
oficiales son el grupo más avejentado (con un promedio
de edad de 44,5 años) y con más años en el cuerpo (15,7
años en promedio). La mayoría había ingresado al cuerpo de
blandengues entre 1779 y 1782, proviniendo principalmen-
te del cuerpo expedicionario formado por Pedro Cevallos.

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El Imperio desde los márgenes • 299

Además, todos los suboficiales –peninsulares o criollos–


alegaban una condición “honrada”, es decir, plebeya. Estos
datos dibujan una trayectoria clara para la mayoría de los
suboficiales. Se trataba de plebeyos de las regiones centro
y sur de la península (Andalucía y Castilla, principalmente)
reclutados para formar parte de la expedición comandada
por Cevallos. Recobrada la Colonia del Sacramento, estos
soldados se afincaron en el Río de la Plata e ingresaron en
las compañías de blandengues entre 1779 y 1782, obtenien-
do en ese momento la graduación de cabos. En las décadas
que siguieron, estos peninsulares “honrados” mantuvieron
su empleo en el cuerpo de blandengues, y su máxima aspi-
ración, tras dos décadas de servicio, era el ascenso a la
categoría de sargentos.
Muy distinta era la extracción social de los cadetes del
cuerpo de blandengues. Estos eran jóvenes bonaerenses de
condición “noble” que habían ingresado al servicio militar
a la edad de 16 años y hallaban rápidas posibilidades de
ascenso. La mayoría de ellos contaba con uno o más familia-
res dentro del cuerpo: de los nueve cadetes de los que tene-
mos datos, siete pertenecían a alguno de los clanes fami-
liares que identificamos dentro del cuerpo de blandengues.
Tal como predice Kuethe, “los cadetes solían ser hijos de
oficiales, con frecuencia españoles casados en América, o de
mercaderes y hacendados”.584 Esta circunstancia favorecía
sus chances de ascender en el escalafón militar. En efecto,
existió una clara tendencia familiar en los nombramientos
para cargos de oficiales. De las 11 nuevas incorporaciones
para el cuerpo de oficiales, siete correspondieron a dichos
clanes (cuadros 11 y 12).

584 Kuethe, Allan J., “Conflicto”, op. cit., p. 346.

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300 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 11. Incorporaciones a la clase de oficiales del cuerpo


de blandengues de Buenos Aires (1784-1800)

Lugar de naci- Calidad Grado alcan- Origen


miento zado
Antonio Bal- Buenos Aires Noble Capitán Cadete
carce
Juan Ramón Buenos Aires Noble Teniente Cadete
Balcarce
Marcos Bal- Buenos Aires Noble Alférez Cadete
carce
José Balcarce Buenos Aires Noble Alférez Cadete
Feliciano Her- Luján Noble Teniente Cadete
nández
Gabriel Her- Luján Noble Alférez Soldado
nández
Esteban Her- Luján Noble Teniente Cadete
nández
Pedro Espino- Buenos Aires Noble Alférez Cadete
za
Gabriel Casa- Castilla Honrada Alférez Sargento
do
José Ruiz Andalucía Honrada Alférez Sargento
Rafael Orti- Buenos Aires Noble Alférez Cadete
guera

Fuente: elaboración propia a partir de AGS, Secretaría de Guerra, Blan-


dengues de la frontera de Buenos Aires, legs. 6810, 6824, 6825.

¿Cuáles eran las familias de Buenos Aires encaramadas


en el cuerpo de oficiales blandengues? La principal era la
familia encabezada por quien fuera comandante del cuerpo
de blandengues entre 1786 y 1796, don Francisco Balcarce.
Francisco había logrado ingresar a cinco hijos en el cuerpo;
al menos cuatro de ellos alcanzarían rango de oficiales. Le
seguía en importancia la familia de Juan Antonio Hernán-
dez, quien había sido por largos años capitán de la compa-
ñía de Rojas y en 1794 fue nombrado segundo comandante

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El Imperio desde los márgenes • 301

del cuerpo, poco después de lo cual falleció. Detrás de Juan


Antonio, ingresaron sus cuatro hijos varones, de entre quie-
nes al menos tres alcanzarían grado de oficiales. Los Her-
nández y los Balcarce, con cinco y seis de sus miembros en
la oficialidad y plana mayor, constituían verdaderos clanes
familiares dentro del cuerpo de blandengues. En el caso
de la familia Hernández, resulta curioso que padre e hijos
diferían en su condición “noble” u “honrada”, lo que habla
de un proceso de ennoblecimiento familiar de la mano del
desempeño militar. Otros apellidos que se repiten dentro
del cuerpo son los Escribano y los Rodríguez Peña.

Cuadro 12. Clanes familiares en el cuerpo de blandengues de Buenos Aires


(1800)

Nacimiento En el Cuerpo de Blandengues


Fecha Lugar Condición Ingreso Prove- Grado
niencia alcanzado
Familia Balcarce
Francisco 1744 Barcelona Noble 1779 Asamblea 1.º
de Caba- coman-
llería dante
Antonio 1776 Buenos Noble 1788 Cuerpo Capitán
Aires de Blan-
dengues
Juan 1773 Buenos Noble 1789 Cuerpo Teniente
Ramón Aires de Blan-
dengues
Marcos 1777 Buenos Noble 1790 Cuerpo Alférez
Aires de Blan-
dengues
José 1779 Buenos Noble 1791 Cuerpo Alférez
Aires de Blan-
dengues
Diego 1784 Buenos Noble 1798 Cuerpo Cadete
Aires de Blan-
dengues

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302 • El Imperio desde los márgenes

Familia Hernández
Juan 1734 Santan- Honrada 1772 Milicias 2.º
Antonio der provin- coman-
ciales dante
Gabriel 1764 Luján Noble 1780 Cuerpo Alférez
de Blan-
dengues
Esteban 1768 Luján Noble 1788 Cuerpo Teniente
de Blan-
dengues
Feliciano 1771 Luján Noble 1789 Cuerpo Teniente
de Blan-
dengues
Agustín 1774 Salto Honrada 1790 Cuerpo Cadete
de Blan-
dengues
Familia Rodríguez Peña
Nicolás 1776 Buenos Noble 1795 Cuerpo Cadete
Aires de Blan-
dengues
Juan de 1777 Buenos Noble 1795 Cuerpo Cadete
Dios Aires de Blan-
dengues
Familia Escribano
Pedro s/d Península s/d 1779 Fijo de Capitán
Nicolás Dragones
Pedro 1783 Buenos Noble 1795 Cuerpo Cadete
Blas Aires de Blan-
dengues

Fuente: elaboración propia a partir de hojas de servicios de oficiales


en AGS, Secretaría de Guerra, Regimientos y Milicias. Empleos. Agre-
gaciones. Grados, leg. 7258.

Durante los años de la “pax virreinal”, el cuerpo de


blandengues comenzó un proceso de criollización que, para
fines de siglo, estaba muy avanzado. Esta criollización es
visible en términos no solo cuantitativos, sino sobre todo de
poder e influencia. En vísperas de un nuevo siglo, la mitad

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El Imperio desde los márgenes • 303

de los oficiales eran criollos de Buenos Aires, revirtiendo


la tendencia impuesta por Vértiz de nombrar peninsula-
res para esos puestos. La clase de suboficiales es donde se
acomodaba la mayoría de los peninsulares del cuerpo (y
estos eran “peninsulares” con más de 20 años en el terri-
torio) y también los criollos venidos de otras partes del
virreinato. Los suboficiales tenían pocas posibilidades de
ascenso y muchas menos de acceder a puestos de jerarquía.
En cambio, la clase de cadetes, de donde se reclutaban los
nuevos oficiales, estaba compuesta en su totalidad por jóve-
nes criollos de condición “noble”. Aún más, un puñado de
familias de Buenos Aires acaparó los caminos de acceso a la
oficialidad. Dos familias, en particular, colocaron a sus hijos
varones en la carrera militar: los Hernández y los Balcar-
ce. Estos formaron verdaderos clanes familiares dentro del
cuerpo de blandengues.

La conciencia corporativa
De alguna manera, el cuerpo de blandengues venía a ser
una solución económica a los problemas de defensa de la
frontera y del virreinato.585 Sus condiciones de existencia
eran claramente desventajosas respecto al servicio en otros
cuerpos regulares. El cuerpo había sido declarado veterano
en 1784 y, sin embargo, se seguía rigiendo por el regla-
mento de sueldos de su época miliciana, que –como vere-
mos– perjudicaba sobre todo a la clase de oficiales. Ade-
más, siendo una fuerza de caballería, los animales no los
daba el rey, sino que debían ser aportados por los pro-
pios soldados y oficiales. Por último, su servicio implicaba
su acantonamiento permanente en la frontera, a diferencia
de otros cuerpos regulares que eran acuartelados solo en
tiempos de guerra.
Los oficiales de blandengues eran plenamente cons-
cientes de esta situación y en diversas ocasiones accionaron

585 Fradkin, Raúl O., “Tradiciones”, op. cit., pp. 21-24.

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304 • El Imperio desde los márgenes

corporativamente en pos de alcanzar una igualación respec-


to al resto de las fuerzas veteranas. En 1788, el habilitado
del cuerpo de blandengues, Alfonso Sotoca, hizo una pre-
sentación ante el intendente de la Real Hacienda en la que
solicitó que se igualase “a este Cuerpo con los demás de la
Provincia”. Las demandas específicas eran que los oficiales
blandengues recibieran dos pesos mensuales en concepto
de ración, que los capitanes obtuvieran 14 reales mensuales
por gasto de papel y que se abonara el gasto de “reengan-
chamiento” de la tropa.586 Para fundamentar estos pedidos,
el delegado de los blandengues se explayó sobre las condi-
ciones desventajosas respecto de otros cuerpos de carácter
regular. Por un lado, los oficiales blandengues, pese a ser
una fuerza de caballería, gozaban sueldos equivalentes a los
de infantería. Por otro lado, los blandengues debían pro-
curarse sus propios caballos, mientras que a los Dragones
les eran proporcionados por la Real Hacienda. Por último,
Sotoca señalaba que los blandengues, a diferencia del resto
de los regimientos regulares, se hallaban movilizados en
forma permanente: “No había tropa en la Provincia quien
con más justa causa la disfrutase por estar siempre en cam-
paña con las Armas en las manos ya por la realidad o sos-
pecha del continuo insulto de los Indios”.587 Sotelo cerraba
su misiva suplicando al intendente que accediera a la “justa
gracia” solicitada para que cesase “el incesante clamor de los
oficiales de este cuerpo”. Entonces, las diferencias salaria-
les, la provisión de caballos y las condiciones del servicio
eran las cuestiones que estructuraban la conciencia de la
oficialidad blandengue.
Los oficiales de la Real Hacienda fueron llamados a dicta-
minar sobre el asunto, quienes evitaron pronunciarse sobre la
cuestión general y solo lo hicieron sobre el particular del gasto

586 Ver ut infra.


587 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-1-4, 7 de marzo de 1788. “El habili-
tado del Cuerpo de Blandengues sobre que se iguale a este Cuerpo con los
demás de la Provincia”.

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El Imperio desde los márgenes • 305

de ración, haciendo notar que había sido solicitado reiteradas


veces y siempre rechazado: “Sin embargo del buen aspecto de
esta pretensión, que se nos ha hecho verbalmente por el Habi-
litado diferentes veces, hemos resistido siempre acceder a ella”,
señalaron.588 Por su parte, el Tribunal de Cuentas argumentó,
en el mismo sentido, que no correspondía abonar el gasto de
ración, ya que consideraba que el reglamento de 1779 era espe-
cífico en que los blandengues tenían que proporcionarse el sus-
tento por sí mismos y comprar y mantener sus caballos, obli-
gación que no la tenían los dragones porque se los daba el rey.
Según el mismo tribunal, tampoco debía abonarse el reengan-
chamiento, mostrándose optimista en que no era “tan necesa-
rio”, porque en el cuerpo de blandengues había siempre quien
sirviera y tomase plaza “con empeño”.589 De esta manera, el Tri-
bunal de Cuentas desestimaba el pago de la ración y el reengan-
chamiento y solo accedía a la dádiva del gasto de papel.
Es decir, entre los oficiales blandengues y la Real Hacienda,
no había acuerdo sobre las consecuencias económicas de la
declaración de los blandengues como cuerpo veterano. Unos
querían la igualación de sus condiciones de existencia con res-
pecto a las del resto de los cuerpos regulares del virreinato,
mientras que la segunda se aferraba al reglamento de sueldos
de 1779 para evitar nuevos desembolsos de las arcas reales. El
asunto llegó a manos del rey, quien en 1791 expidió una real
orden en que aprobaba los gastos de ración y papel, pero no el
de reenganchamiento:

Su Majestad concede a las compañías de Blandengues los


dos pesos mensuales en dinero que por ración se le da a
la demás tropa como igualmente el abono de los catorce
reales mensuales por Compañía que previene la Ordenanza
pero no ha venido en que se les acredite el gasto de reen-
ganchamiento.590

588 AGN,Sala IX,GuerrayMarina,leg.24-1-4, 15deabrilde1788.


589 AGN,Sala IX,GuerrayMarina,leg.24-1-4, 24demayode1788.
590 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, real orden de 10 de julio de
1791. Subrayado en el original.

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306 • El Imperio desde los márgenes

El veredicto del rey puede considerarse una victoria


parcial de los oficiales blandengues, quienes vieron
satisfechos dos de sus tres pedidos, reivindicando su
lugar como oficiales veteranos de pleno derecho. De esta
manera, el cuerpo de oficiales blandengues no solo com-
partía una afinidad de origen y fuertes lazos familiares,
sino también la conciencia sobre su peculiar situación y
una experiencia de reivindicación. Sin embargo, subsis-
tía la cuestión de fondo sobre las diferencias salariales
que existían respecto a otros regimientos montados,
cuestión que resurgiría con fuerza en una coyuntu-
ra caliente cuando tornara el siglo. Por otro lado, la
denegación del gasto de reenganchamiento, que atañía
primordialmente a la tropa, no obstó para que este
siguiese obrando en la práctica, como se verá en el
próximo apartado.

Deserciones y “reenganches”
El “reenganche”, tal como se practicaba en los demás
cuerpos regulares, era una prima que se abonaba por
única vez a aquellos soldados que desearan continuar
en el servicio una vez concluidos los ocho años del
primer enganche. Como vimos, en el caso del cuerpo
de blandengues, en 1791 el rey rechazó con énfasis el
gasto de “reenganchamiento”. Sin embargo, la resistencia
de la población a ser enrolada, las deserciones y la
conveniencia de una tropa disciplinada y experimen-
tada hicieron que las autoridades virreinales optaran
por mantener la práctica del “reenganchamiento”. Para
más, fueron los propios soldados los que presionaron
para que así fuera.
En efecto, a principios de 1795, un grupo de 41
soldados solicitó su retiro del cuerpo de blandengues,
pero alegaban estar dispuestos a continuar en el servicio
si se les abonaba la gratificación de dos pesos por cada
año de “reenganchamiento”, tal como se practicaba en

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El Imperio desde los márgenes • 307

los demás cuerpos de la provincia. El subinspector de


ejército y milicias Olaguer y Feliú informó al virrey
Arredondo a favor de la pretensión de la tropa, ya que
se trataba de hombres experimentados, “acostumbrados
a la fatiga de la Campaña, y prácticos de los Terrenos”.591
En estas circunstancias, el virrey expidió orden a la
Real Hacienda para que abonara el gasto de “reengan-
chamiento”, sin que haya servido de impedimento la
anterior decisión real, en un gesto típico de la gestión
de los asuntos americanos.
Lejos de ser un caso puntual, el “reenganche” se
siguió practicando año a año en el cuerpo de blanden-
gues hasta fin de siglo. La práctica del “reenganchamien-
to”, si bien contrariaba las disposiciones metropolitanas,
respondía a las condiciones locales del reclutamiento. El
“reenganche” aseguraba la calidad y disciplina de los sol-
dados. El soldado que se reenganchaba tenía la experien-
cia de ocho años de servicio y demostraba cierta fiabili-
dad (al menos no había desertado en su primer empeño)
y disciplina, ya que solo aquellos que habían mantenido
una buena conducta eran candidatos a “reengancharse”.
El número de “reenganches” producidos durante esos
años sobre el total de efectivos con que contaban las
compañías de blandengues demuestra la importancia de
la recluta retenida de esta manera. A principios de 1800,
sobre un total de 675 soldados, el 40 por ciento (254
soldados) eran “reenganchados” (cuadro 13).

591 AGN, Sala IX , Guerra y Marina, leg. 24-3-8, 12 de enero de 1795.

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308 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 13. Reenganchamientos en el cuerpo de blandengues de Buenos


Aires (1795-1799)

1795 1796 1797 1798 1799 Total


1ª Chas- 9 1 7 4 10 31
comús
2ª Monte 5 10 6 4 23 48
3ª Luján 12 5 6 12 12 47
4ª Salto 20 7 1 4 7 39
5ª Rojas 18 5 9 2 3 37
6ª Ran- 7 0 19 2 24 52
chos
Total por 71 28 48 28 79 254
año

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN,


Sala ix, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, 1801.

Además de la experiencia y disciplina que acre-


ditaban los soldados “reenganchados”, este mecanismo
garantizaba que las compañías se mantuvieran com-
pletas a pesar de las deserciones y la resistencia de
la población a ser enrolada. Las dificultades para el
reclutamiento local fueron subrayadas durante todo el
período por distintos funcionarios. El hecho de que fue-
ran los soldados blandengues, y no los oficiales, quienes
gozaban de igual sueldo que sus pares del cuerpo de
dragones habla de por sí de la necesidad de incentivar
a la tropa o, dicho de otra manera, de la resistencia
ejercida por la población a ser reclutada. Incluso el
Tribunal de Cuentas se desdijo de su anterior optimismo
sobre la prescindibilidad de este gasto:

Es notorio que ni el prest, ni las excepciones Militares por


sí solas pueden estimular a la gente útil a que prefiera el
empeño de su persona en este servicio por ocho años, cuando
a querer dedicarse, tienen mayor ganancia sin las sujeciones

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El Imperio desde los márgenes • 309

Penalidades y riesgos de la bandera, en las demás ocupaciones


de la campaña, sus Pueblos, y haciendas.592

Es decir, para los oficiales contables, ahora resultaba


evidente que la “gente útil” prefería el empleo en las ocu-
paciones rurales (donde tenían “mayor ganancia” y menos
“sujeciones, penalidades y riesgos”) a su empeño como sol-
dados, aun cuando como tales se les garantizaba un sueldo
(o prest) y el goce del fuero militar.
Por último, a las dificultades para conseguir nuevas
reclutas, se sumaba el crónico problema de las deserciones
y las bajas en general. En los nueve años que mediaron
entre enero de 1792 y diciembre de 1800, se produjeron
270 bajas en el cuerpo de blandengues, un desgranamiento
incesante a un ritmo promedio de 30 bajas por año. Los
soldados desertores eran el segundo motivo por el que se
produjeron bajas (70), solo después de los soldados muer-
tos (140); más atrás quedaban las bajas por licencia (36) y
por invalidez (24).593
Entonces, las múltiples resistencias ejercidas por los
pobladores rurales (a ser reclutados, a continuar en el ser-
vicio, a la disciplina que se pretendía imponer…) llevaron
a que la práctica del “reenganchamiento” floreciera en el
cuerpo de blandengues más allá de la real orden que pesa-
ba en su contra. Vale decir que estas resistencias fueron
permitidas por las diversas posibilidades de empleo que
ofrecía una pampa próspera. En estas condiciones, como
los oficiales reales admitían, ni el sueldo ni los privilegios
militares bastaban para asegurar el completo y la discipli-
na de la tropa.

592 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, 17 de agosto de 1801.
593 Información extraída de AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-3-8.

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310 • El Imperio desde los márgenes

Un proyecto para la frontera


En el último tramo del siglo XVIII, algunas voces locales
relanzaron el proyecto de avanzar la frontera. En 1786, en
vísperas de la expedición anual a Salinas Grandes, el Cabil-
do de Buenos Aires solicitó al intendente que en aquella
ocasión se hiciera un plano de dicho territorio, señalando
los parajes más adecuados donde pudiera establecerse una
población y una fortaleza. Según el Cabildo, los beneficios
de poblar las Salinas eran poder surtir de sal a la Ciudad a
menor costo y contar con más terrenos para apacentar al
ganado, garantizando el abastecimiento citadino en tiempos
de seca. Para ello, el comandante de la expedición, que sería
el hacendado y maestre de campo retirado Manuel Pina-
zo, debía marchar con un piloto que levantara los planos
pagado con los fondos del Ramo de Guerra que eran “los
destinados para resguardo de las Fronteras, y fundación de
las poblaciones”.594 Por su parte, el Gremio de Hacendados
elevó en 1793 una solicitud al virrey para formar pobla-
ciones avanzadas en la convicción de que esta era la mejor
forma de aumentar la riqueza agropecuaria y extender el
dominio civilizador. Por último, en plena ebullición del
pensamiento fisiocrático en el Río de la Plata,595 el propio
virrey saliente Nicolás de Arredondo identificaba a la agri-
cultura como un potencial “manantial de riqueza para estos
pueblos” si se liberaba de las trabas impuestas, entre ellas, la
del “cordón defensivo”.596
Con estos antecedentes, en 1796 el virrey Melo de
Portugal ordenó una expedición de reconocimiento de las

594 AGN, AECBA, serie III, tomo VIII, 19 de septiembre de 1786. Representación
del Cabildo al gobernador-intendente (copia).
595 Chiaramonte, José Carlos, La crítica ilustrada de la realidad. Economía y socie-
dad en el pensamiento argentino e iberoamericano del siglo XVIII, Buenos Aires,
CEAL, 1982, pp. 46-54.
596 Memoria del virrey Nicolás de Arredondo, 16 de marzo de 1795. Citado en
Barba, Fernando E., Frontera ganadera y guerra con el indio. La frontera y la ocu-
pación ganadera en Buenos Aires entre los siglos XVIII y XIX, La Plata, Editorial de
la Universidad Nacional de La Plata, 1997, p. 54.

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El Imperio desde los márgenes • 311

fronteras con el objetivo de formar poblaciones avanzadas.


Según Melo, dicho proyecto contaba con el “unánime” apo-
yo de diversos sectores rurales y urbanos:

Reflexionando maduramente cuanto me expresan los dipu-


tados hacendados de esta banda del Río de la Plata, con lo
informado por el Ilustre Cabildo de esta capital, a quien tuve
por conveniente oír en la materia […] las continuas instancias
de los vecinos, cabildos, jefes militares y prácticos de la fron-
tera para sujetar las repetidas hostilidades de los indios bár-
baros de ellas […] conviniendo también todos unánimemente
en el beneficio que resultaría de formarse poblaciones

Es decir, el avance de la frontera mediante la formación


de “pueblos defensivos” era reclamado no solo por los
hacendados, sino también por el Cabildo, los jefes milita-
res, los vecinos y los conocedores de la frontera en gene-
ral. Además, según el virrey, las proyectadas poblaciones
ya contaban con la aprobación del rey y, adicionalmen-
te, el Ramo de Guerra se hallaba “algo desembarazado” en
aquel momento.
Con este balance, el virrey comisionó al capitán de la
Real Armada Félix de Azara –un militar ilustrado597– para
que realizara “un prolijo reconocimiento de toda la frontera
y sitios más adecuados a fundar las poblaciones”. Según sus
disposiciones, Azara sería acompañado por el comandante
de la frontera Nicolás de la Quintana, el maestre de campo
reformado Manuel Pinazo, el teniente de dragones Carlos
Belgrano Pérez y el geógrafo Pedro Cerviño. Asimismo, la
Real Hacienda debía informar sobre el estado exacto del
Ramo de Guerra para conocer con cuántos fondos conta-
ba el renovado proyecto de avanzar la frontera fundando
nuevas poblaciones.598

597 Para una reseña del pensamiento de Azara, ver Chiaramonte, José Carlos, op.
cit., pp. 54-65.
598 Oficio del virrey Pedro Melo de Portugal al capitán de navío Félix de Azara,
Buenos Aires, 29 de febrero de 1796. En Azara, Félix de, “Diario de un reco-

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312 • El Imperio desde los márgenes

La expedición se llevó a cabo desde el 17 de marzo


hasta el 31 de julio de 1796. A su regreso, Azara redactó
un minucioso informe que, debido a la cantidad, calidad y
coherencia de sus propuestas, debe tomarse como un ver-
dadero programa para la frontera. En cuanto a la cuestión
capital, la de si convenía o no avanzar la frontera, el capitán
de la Real Armada era contundente:

Es para mí indudable que conviene avanzar la frontera, por-


que con eso se gana terreno, y en él se aseguran muchos cue-
ros para el comercio, carne y pan para la capital, y mulas para
el Perú, y quedarán seguras nuestras estancias actuales, donde
no podrán penetrar los indios so pena de ser cortados.599

Es decir, Azara contemplaba los intereses rurales y


urbanos que justificaban el avance de la frontera. En cuanto
a la extensión territorial, el objetivo máximo debía ser la
ocupación de la estratégica isla Grande de Choele Choel,
con el doble propósito de ganar territorio y obstruir la cir-
culación mercantil indígena:

si nos establecemos en Chuelechel [sic] será imposible que los


bárbaros puedan conducir a Chile los ganados robados […]
Me limito, pues, a decir que miro muy factible y fácil estable-
cernos en Chuelechel, y que con esto […] seríamos dueños de
las pampas desde aquí al Río Negro.600

En su informe, Azara especificaba las condiciones bajo


las que debía ejecutarse este avance de la frontera. Según
decía, las dificultades para garantizar el poblamiento eran

nocimiento de las guardias y fortines, que guarnecen la línea de frontera


de Buenos-Aires, para ensancharla”, en De Ángelis, Pedro (ed.), Colección
de obras y documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las pro-
vincias del Río de La Plata, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1837 [orig.:
1797], pp. 3-5.
599 Ibid., p. 36.
600 Ibid., p. 43. Cabe destacar que la isla Grande de Choele Choel sería finalmen-
te incorporada al dominio criollo tras la llamada “expedición al desierto” de
Juan Manuel de Rosas de 1833.

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El Imperio desde los márgenes • 313

el argumento predilecto de los detractores de la idea de


avanzar la frontera. Para paliar este inconveniente, según el
capitán, el mejor modo de poblar la frontera era formando
nuevos pueblos con rango de “villa” (es decir, con cabildos
propios) y repartir las tierras en propiedad. En su concep-
ción, la distribución de la tierra no solo llevaba a “edificar,
cultivar, plantar y mejorar las posesiones”, sino que también
era “una cadena que fija a los hombres para siempre”. Ade-
más, el arreglo de los pueblos debía ir por cuenta del Ramo
de Guerra, costeando “la capilla o iglesia, y la casa capitular”,
ya que los nuevos pobladores no podrían hacerlo: “Todo
pueblo nuevo se compone de gente pobre que busca la for-
tuna, por consiguiente no debe exigirse de los pobladores
que hagan edificios vistosos ni de algún costo”.601
En cuanto a la concesión a los pueblos del estatus de
“villa”, capacitados, por lo tanto, a elegir cabildo, Azara la
postulaba como un factor de atracción, pero limitaba esta
prerrogativa a los primeros años de su fundación. Decía:
“Como todo pueblo es un seminario de enredos, es preciso
que a los diez años primeros no haya casa capitular, alcal-
des y cabildos, ni más jefe que el militar, y que éste lo sea
en todo”.602 Esto indicaría que la concesión del estatus de
villa buscaba comprometer a las élites locales en la empresa
(tal como había ocurrido en las exitosas experiencias de la
frontera sur de Córdoba y del Entrerríos) y que, una vez
asegurada su supervivencia, las autoridades civiles podrían
eliminarse en pos de una autoridad única militar.
Al inicio, el núcleo de los nuevos poblados lo con-
formarían los blandengues. Durante la expedición, Azara
tuvo la oportunidad de consustanciarse con sus penurias
(“El servicio impuesto a los blandengues por su fundador
toca en inhumano, y no llena el fin”, decía). Su confianza
era plena en la capacidad de arraigo de los blandengues y
sus descendientes:

601 Ibid., p. 40.


602 Ibid., p. 42.

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314 • El Imperio desde los márgenes

Para mí es muy claro que de los blandengues debe esperarse


la población de las pampas; no sólo porque las defienden
y aseguran como soldados, sino también porque son pobla-
dores natos y seguros, y lo será su descendencia, dándoles
tierras y sitios, y porque su plata es la que ha de vivificar y
fomentar a los paisanos.603

Entonces, Azara proponía que los terrenos de la fronte-


ra fueran repartidos entre los blandengues “no con la igual-
dad que Garay, sino mejorando a los oficiales y sargentos,
y aún a los soldados de haberes suficientes”. La habitación
de los blandengues se complementaría con la de “paisanos”,
no traídos por medios violentos, sino atraídos por el lucro
derivado de los sueldos blandengues, la “corrida de la plata”
y, sobre todo, por el reparto de tierras, evitando de esta
manera las malas experiencias del pasado:

Aunque se podría juntar pobladores con la fuerza, es mejor


hacerlo por medios suaves […]. Éste es un inconveniente que
pudo precaverse cuando se fundaron las guardias actuales
repartiendo las tierras, pues era fácil conocer que nadie per-
manecería donde nada tenía, sino lo que podía tocarle del
sueldo que esparcían los blandengues, y que faltando este
recurso era preciso que abandonasen el sitio y las tierras,
dejándolas como cuando las hallaron, sin un árbol ni durazno
para fruta y leña.604

Además de blandengues y paisanos, otros eventuales


beneficiarios del reparto de tierras y ejidos serían el cacique
“pampa” Miguel Yahati (quien hacía ocho años residía con
su familia en Chascomús) y “cualquiera otro indio” que
desease vivir entre ellos, aunque no quisiera “ser católico”.
Es decir, en el proyecto de avance y poblamiento de la fron-
tera, fueron contemplados los sectores populares rurales e
incluso “indios amigos”, atraídos por el reparto de la tierra

603 Ibid., p. 40.


604 Ibid., p. 42.

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El Imperio desde los márgenes • 315

y la corrida de la plata, y no por la fuerza ni con impera-


tivos evangelizadores.
Cerrando su alegato, Azara se refirió a la cuestión fis-
cal. El capitán no solo recordó en su informe que la for-
mación de “pueblos defensivos” estaba en los designios del
rey cuando aprobó el establecimiento del Ramo de Guerra,
sino que argumentó que la expansión de la frontera redun-
daría en un beneficio fiscal: “Es preciso que el erario se
aumente, y de ningún modo se logra mejor que fomentando
la población y la riqueza, y no ahogándola con el velo de
ridículos intereses”.605
El proyecto de Félix de Azara para la frontera no puede
ser tomado como una mera iniciativa individual. Es eviden-
te que cristalizaba consensos previos y otros por construir
en torno a la cuestión de la frontera. El acompañamiento
del comandante del cuerpo de blandengues, el hacendado y
maestre de campo retirado Manuel Pinazo, y de un miem-
bro de la élite porteña como Belgrano Pérez no puede, en
este sentido, llevar a confusión. Estos bien afincados intere-
ses locales se combinaban con la presencia de funcionarios
ilustrados como Pedro Cerviño y el propio Azara. La idea
de avanzar la frontera, incorporando tierras hasta Choele
Choel, no podía ser sino una fórmula de consenso entre
distintos sectores de las élites locales: el Cabildo de Buenos
Aires, el Gremio de Hacendados, la opinión pública ilustra-
da y el cuerpo de blandengues, que tenía una identidad e
intereses corporativos que defender. Cabe agregar, asimis-
mo, la fe ilustrada en las bondades de la vida “urbana” que
portaban los funcionarios borbónicos y la emergencia del
pensamiento fisiocrático en sectores más o menos amplios
de la sociedad virreinal.
Vale destacar que el proyecto presentado al virrey
Melo concedía un amplio espacio a los sectores populares
rurales –representados por blandengues y “paisanos” de a
pie– y a los indígenas “amigos” que quisieran vivir en los

605 Ibid., p. 41.

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316 • El Imperio desde los márgenes

pueblos por fundarse, atrayéndolos mediante la distribu-


ción de solares y el reparto de la tierra. Es sin duda suges-
tivo que semejante programa reproducía palmo a palmo la
experiencia de hacía más de tres décadas de los blandengues
de La Invencible, cuando ellos y sus familias se hicieron con
las tierras del Salto.606 Asimismo, la idea de que los “indios
amigos” vivieran en los pueblos sin que se les exigiera cris-
tianización también tomaba en cuenta la mala experiencia
pasada de las misiones jesuíticas, las que terminaron siendo
desalojadas por los propios indígenas. Por último, el pro-
yecto rechazaba de plano los medios coercitivos de que se
había valido el virrey Vértiz y que habían quedado grabados
en la memoria colectiva. Las propuestas de Azara para la
frontera no eran, entonces, los devaneos abstractos de una
mentalidad ilustrada, sino la culminación de un proyecto
que eslabonaba una serie de opiniones, acuerdos y expe-
riencias locales solo pasible de ser expresada y anhelada en
el contexto de la “pax virreinal”. Sin embargo, los vientos de
guerra pronto volverían a rugir con fuerza.

El ochocientos, un nuevo ciclo de reformas


(1797-1806)

El reinicio de las acciones bélicas contra Gran Bretaña


(1797-1802) y Portugal (1801-1802) impulsó un nuevo ciclo
de reformas en el Río de la Plata. La principal apuesta fue
por los blandengues, que, por su economía y adecuación
a las formas de hacer la guerra en el Río de la Plata, fue-
ron considerados el pilar de la defensa virreinal. Además,
el nuevo ciclo de reformas intentó disciplinar a las mili-
cias, poniéndolas bajo reglamento y otorgándoles el fue-
ro militar. La tarea estuvo a cargo del marqués Rafael de
Sobremonte, quien en 1799 dejó su cargo de gobernador-

606 Ver capítulo 3.

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El Imperio desde los márgenes • 317

intendente de Córdoba para asumir como subinspector de


Ejército y milicias del virreinato.607 El drama de la reforma
fue que la idea de poner a la “nación en armas” desde sus
propios recursos, disponiendo de blandengues, milicias y
el Ramo de Guerra para rebatir al enemigo externo, cho-
caba fuertemente con tradiciones e intereses locales que
portaban una noción muy definida de su mejor destino en
la frontera. Reverberando sobre estos acontecimientos, la
invasión británica de 1806 dejó expuestas la herida abierta
y la contradicción intrínseca del planteo borbónico.

La apuesta por los blandengues


Frente al relanzamiento de la guerra atlántica, dados el
éxodo de los elementos regulares del Ejército y la imposibi-
lidad de la metrópolis de compensarlo, la principal apuesta
virreinal fue por los blandengues. En 1797 se aumentó el
pie de las seis compañías de blandengues a 120 hombres
cada una y se creó un cuerpo homólogo para la frontera de
Montevideo, compuesto idealmente por ocho compañías de
100 hombres. Hacia 1800, el cuerpo de blandengues de Bue-
nos Aires contaba con 675 efectivos, y el de Montevideo,
con 506. Juntos representaban algo más del 40 por ciento
de todas las fuerzas regulares del virreinato; dentro de la
caballería, un arma clave dado el tipo de guerra que se libra-
ba, los blandengues representaban dos tercios de las fuerzas
veteranas disponibles. En Buenos Aires, el conflicto bélico
con Portugal determinó la salida de la mayor parte de las
tropas veteranas, por lo que el peso numérico de los blan-
dengues aumentaba al 60 por ciento de las fuerzas regulares

607 Desde su llegada al Río de la Plata, Sobremonte se desempeñó sucesivamen-


te como secretario del virrey Vértiz, gobernador-intendente de Córdoba,
subinspector de Ejército y milicias y luego virrey. Como gobernador de
Córdoba, se ganó la aquiescencia de las élites locales y fundó en la frontera
sur varios “pueblos defensivos” otorgándoles el estatus de “villa”, suscribió
un tratado con los ranqueles y mejoró la defensa en general. Ver Pérez Zava-
la, Graciana, y Marcela Tamagnini, op. cit.

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318 • El Imperio desde los márgenes

(cuadro 14). Es decir, en el entresiglos, cuatro de cada diez


efectivos regulares disponibles en el virreinato –dos de cada
tres en la caballería– eran blandengues. En Buenos Aires, la
proporción aumentaba a seis de cada diez.

Cuadro 14. Fuerzas regulares en el virreinato del Río de la Plata (1801)

En ttodo
odo el virr
virreinat
einatoo
N.° tropas %
Infantería 1.048 36
Blandengues Buenos Aires 675 23
Montevideo 506 18
Dragones 662 23
Total 2.891 100
En B
Buenos
uenos Air
Aires
es
N.° tropas %
Blandengues 675 60
Dragones 290 25
Infantería 168 15
Total 1.133 100

Fuente: elaboración propia con base en información extraída de AGN,


Sala ix, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, 1.° de diciembre de 1801.

La opción de la administración borbónica por los


blandengues resulta comprensible en virtud de su pecu-
liar forma de financiación y equipamiento. Por un lado,
todos acordaban en que la caballería era el arma más
adecuada para el tipo de guerra que se llevaba en el
Río de la Plata. Los blandengues, siendo una fuerza de
caballería, representaban un gran ahorro respecto a los
dragones, ya que los sueldos de sus oficiales eran sen-
siblemente más bajos, mientras que los soldados debían
proporcionarse sus propios caballos y uniformes. Fun-
damentalmente, las compañías de blandengues, tanto

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El Imperio desde los márgenes • 319

de Buenos Aires como de Montevideo, se financiaban


con el Ramo de Guerra, un ramo impositivo local que
no afectaba a los caudales de la Real Hacienda.608 En
estas circunstancias, las autoridades borbónicas espe-
raban que los blandengues estuvieran preparados para
repeler cualquier amenaza de invasión marítima y, even-
tualmente, para servir en la frontera luso-brasileña. Sin
embargo, sus pretensiones fueron de diversas maneras
cortapisadas.

Una oficialidad disconforme


La oficialidad de ambos cuerpos de blandengues, ya
fuertemente acriollada y con vínculos entre sí, arreme-
tió en la cuestión de fondo para la igualación de su
estatus con respecto al de otros cuerpos veteranos: el
reconocimiento salarial. Su prest estaba entre un quinto
y un tercio por debajo del percibido por sus pares en el
cuerpo de dragones –la otra fuerza de caballería–, dis-
criminación que no sufrían ni el comandante del cuerpo
ni la tropa, llegando la diferencia a 37,5 por ciento en
el caso de los capitanes (cuadro 15). Los oficiales y sub-
oficiales blandengues eran plenamente conscientes de la
desventaja de su situación respecto a la de los dragones
y accionaron corporativamente para subsanarla.

608 Ver capítulo 2.

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320 • El Imperio desde los márgenes

Cuadro 15. Comparación escala salarial de blandengues y Dragones

Dragones Blandengues* Diferencia (%)


Comandante 115 115 0
Capitán 80 50 -37,5
Teniente 40 32 -20
Alférez 35 25 -28,6
Sargento 18 14 -22,2
Cabo 10 11 +10
Soldado 8 10 +25

Fuente: elaboración propia con datos extraídos de AGS, Secretaría de


Guerra, Blandengues de la frontera de Buenos Aires, leg. 6818, exp. 18.
(*) En todas las clases de blandengues, deben considerarse dos pesos
de descuento para caballos y uniformes. En el caso de los soldados,
recibían dos pesos extras mensuales en concepto de ración, compen-
sando aquel descuento.

A fines de 1799, en plena conflagración bélica atlántica, los


oficiales blandengues de Buenos Aires y de Montevideo formu-
laron un petitorio para que sus sueldos se igualaran a los del
Regimiento de Dragones, lo que demostraba la existencia de
vínculos entre los oficiales blandengues de ambas bandas del
Plata.609 La misiva presentada por los de Buenos Aires resulta
muy ilustrativa de la imagen que tenían de sí mismos y del ser-
vicio que prestaban. Los oficiales blandengues afirmaban que
su servicio contribuía a la prosperidad de la campaña de Bue-
nos Aires ya que, según ellos, al abrigo de los fuertes se atendía
“sin sobresalto al incremento y cría de los ganados” y se pobla-
ban “los terrenos desiertos”. A continuación, los oficiales bonae-
renses señalaban que las condiciones de servicio eran mucho
más rudas que las de otros cuerpos del virreinato y de Améri-
ca. Según ellos, se hallaban permanentemente movilizados a la

609 El documento completo en AGS, Secretaría de Guerra, Blandengues de la frontera


de Buenos Aires, leg. 6818, exp. 18, Frontera de Buenos Aires, 20 de diciembre de
1799.

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El Imperio desde los márgenes • 321

intemperie, dependiendo de “la contingencia de la caza” para


sobrevivir y sin contar siquiera con “el agua que debe servir de
refrigerio a la más extremada sed”. Estas condiciones, evalua-
ban, no las conocían “en la mayor parte los demás cuerpos del
distrito de este continente”.
De esta manera, los oficiales blandengues argumentaban
que, a pesar de contribuir a la prosperidad regional y sufrir
mayores penalidades que otros cuerpos de carácter regular, sus
sueldos apenas igualaban a los de Infantería, siendo ellos una
fuerza de caballería. Los oficiales aludían a su penosa situación
financiera, debida a lo caro de la vida en la frontera y a la obliga-
ción de comprar y reponer los caballos y las monturas necesa-
rios. En suma, se concluía:

Estos gastos son sin duda exorbitantes para unos Oficiales


que sin embargo de titularse de Caballería, verificar la calidad
de servicio que pertenece a esta Tropa, y merecer la misma
denominación en los Reales Despachos que V. M. se ha dig-
nado expedirles, únicamente gozan el prest con igualdad al
asignado para los de su clase en la Infantería.

Además, los oficiales blandengues de ambas bandas reco-


nocían que la prosperidad del Ramo de Guerra brindaba la
oportunidad para que sus reivindicaciones fueran satisfechas.
Los bonaerenses señalaban: “…lo Pingüe del Ramo Municipal
de la nominada Capital que es el destinado para las ocurrencias
de la Frontera, y satisfacción de nuestros sueldos, con el mejor
rendimiento”. Lo mismo argumentaban sus pares de Montevi-
deo:

Tenemos más a nuestro favor el no ser pagado este Cuerpo


por la Real Hacienda, sino por el Ramo de Guerra con que
contribuyen gustosos los Hacendados, con solo el objeto de
tener quien les defienda de las invasiones de tantos contrarios

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322 • El Imperio desde los márgenes

como les circundan, y lograr por este medio vivir tranquilos


en sus casas, y guardar sus Haciendas.610

Es decir, los oficiales blandengues reclamaron la igua-


lación de sus sueldos con respecto a los de los dragones
argumentando que eran una fuerza de caballería y que su
servicio, a la par que contribuía a la prosperidad regional,
acarreaba mayores gastos y penalidades que el de los otros
cuerpos virreinales. Asimismo, recordaron a las autoridades
virreinales que sus funciones estaban en la frontera a cuyo
fin se había impuesto el Ramo de Guerra.
La solicitud llegó a manos de la Corte en Madrid. El
virrey Avilés recomendó no atender a lo solicitado por los
oficiales blandengues, argumentando que ellos “entraron
a servir con conocimiento de los actuales sueldos de sus
Empleos” y que, “por los destinos” que ocupaban, no les
eran necesarios “muchos gastos que atrae la precisa decen-
cia para mantenerse en Poblaciones de numeroso Vecinda-
rio”. Es decir, el virrey rebatía el argumento del encareci-
miento de la vida en la frontera sugiriendo que mayores
eran los gastos que exigía la decencia de la vida urbana. Con
todo, el problema principal para el virrey radicaba en que
el Ramo de Guerra se hallaba escaso de fondos y en estado
que, si duraba “dos años la Guerra con la Gran Bretaña”,
habría tenido “que suplirlos la Real Hacienda”.611 Con este
dictamen, el rey resolvió, aun reconociendo que se trataba
de cuerpos de caballería, no conceder a los oficiales blan-
dengues de Buenos Aires y Montevideo los sueldos señala-
dos para el Regimiento de Dragones.612
En este caso, la estructura de financiamiento y el con-
flicto externo impidieron la igualación de sueldos y, por

610 AGS, Secretaría de Guerra, Blandengues de la frontera de Buenos Aires, leg.


6818, exp. 18, Maldonado, 24 de octubre de 1799.
611 AGS, Secretaría de Guerra, Blandengues de la frontera de Buenos Aires, leg.
6818, exp. 18, Buenos Aires, 5 de abril de 1800.
612 AGS, Secretaría de Guerra, Blandengues de la frontera de Buenos Aires, leg.
6818, exp., 18, Madrid, 14 de julio de 1800.

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El Imperio desde los márgenes • 323

tanto, su reconocimiento como fuerza regular de caballería.


Es comprensible que no solo la denegación de lo solicitado,
sino también los argumentos esgrimidos por el virrey en
su contra, fastidiaran a los oficiales blandengues. La dis-
criminación que sufrían en la escala salarial debía parecer,
en este sentido, absurda a sus ojos. Ellos se comparaban al
resto de las fuerzas regulares y creían estar cumpliendo un
sacrificado servicio solventado por la población local que
redundaba en la prosperidad de la región.

Resistencias en la tropa
A inicios del ochocientos, tuvo lugar un nuevo conflicto
relacionado al gasto ocasionado por el cuerpo de blanden-
gues, que involucró esta vez mayormente a la tropa, y con
un resultado diferente al obtenido por la oficialidad. Como
vimos anteriormente, en 1791 el rey expresamente rechazó
el pedido de los blandengues para que se abonara el gas-
to de “reenganchamiento” como en el resto de los cuerpos
veteranos. La decisión real no obstó para que, por decisión
del virrey en virtud de una solicitud del comandante del
cuerpo, el “reenganchamiento” se practicara regularmente
entre 1795 y 1800, algo que los tiempos de la “pax virreinal”
permitían. En enero de 1801, ante la nueva coyuntura ajus-
tada para el Ramo de Guerra –debida a la merma del tráfico
atlántico–,613 la Real Hacienda se negó a seguir abonando
el gasto de “reenganchamiento” y amenazó con descontar
al cuerpo de blandengues lo percibido hasta el momento
en este concepto.
En esta ocasión, el subinspector de Ejército y milicias
Rafael de Sobremonte obró a favor de la continuación del
abono del “reenganchamiento”, exponiendo ante el virrey
Avilés los perjuicios a los que se exponía al cuerpo en caso
contrario:

613 Ver cuadro 1 en la introducción.

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324 • El Imperio desde los márgenes

A V. E. [Vuestra Excelencia] consta la baja de estos cuerpos,


especialmente la del de esta banda, las dificultades que se
tocan en sostenerlos de gente útil, y que si con el aliciente
de los reenganches se experimenta, [¿]cuán grande sería, si
este hubiese faltado hasta aquí? V. E. conoce las ventajas del
soldado formado, y conocido por su conducta, que es [el] que
únicamente se admite el reengancharse.

Es decir, Sobremonte señalaba las dificultades de la


recluta, las deserciones y la formación y disciplina de
los soldados como poderosos motivos para continuar con
la práctica del “reenganchamiento” de soldados. De otra
manera, reflexionaba el marqués, “¿qué objeto les [quedaba]
de interés para volver a empeñar su libertad…?”.614
Por su parte, el comandante del cuerpo, Nicolás de
la Quintana, encendió voces de alarma ante la insinua-
ción de la Real Hacienda de que el cuerpo de blandengues
debía devolver el gasto de “reenganchamiento” de los últi-
mos años.615 En tal sentido, el comandante informaba que
el cuerpo no tenía fondos y fue enfático en que tampoco
podrían reintegrarse con el “extraño arbitrio de descontarla
del prest” de los que la habían recibido, ya que, por un lado,
muchos de ellos ya no estaban en el servicio y, por otro,
a los que continuaban en él estaría “faltándoseles a lo que
formalmente pactaron al tiempo de su nuevo empeño”, lo
que podía “ser origen de muy malas consecuencias”.616 En
similar sentido opinaba su par, el comandante del cuer-
po de blandengues de Montevideo Cayetano Ramírez de
Arellano, arguyendo que el descuento de los reenganches
abonados a sus beneficiarios pondría en juego el honor de
sus “jefes”:

614 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, Montevideo, 4 de febrero de
1801.
615 La Real Hacienda reclamaba 3.194 pesos que se habían abonado por 253
“reenganchamientos” verificados entre enero de 1795 y diciembre de 1799.
616 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, Luján, 22 de enero de 1801.

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El Imperio desde los márgenes • 325

En este caso sería comprometer el honor de la verdad de


los Jefes en el contrato que han celebrado, y a que no puede
faltárseles, porque clamarían y con razón, diciendo que ha
sido un engaño para seducirlos al empeño que no hubie-
ran contratado, si no fuera por el cumplimiento de aquella
promesa.617

Es decir, tanto la elusiva posibilidad de conseguir nueva


recluta, como la necesidad de preservar la disciplina de
los soldados en servicio, a quienes se les habían realizado
determinadas concesiones y promesas para que “volvieran
a empeñar su libertad”, eran poderosos motivos para que se
concediera a la tropa lo que a la oficialidad se le negaba:
la igualación, en el caso del “reenganchamiento”, con otros
cuerpos regulares.
En estas circunstancias, en agosto de 1803, el virrey
Joaquín del Pino resolvió que se siguiera abonando el gasto
de “reenganchamiento” a los cuerpos de blandengues de
Buenos Aires y Montevideo “en el modo” que lo disfruta-
ban “los demás cuerpos veteranos”, aclarando que este gasto
correría por cuenta del Ramo de Guerra.618 Alcanzando esta
igualdad de los blandengues con respecto a otros cuerpos
regulares, la tropa triunfó allí donde los oficiales habían
fallado. El reconocimiento del gasto de “reenganchamien-
to”, lejos de conformar una tropa regular disciplinada, es
indicio de las múltiples resistencias ejercidas por los solda-
dos y la población en general.
Con todo, si las condiciones locales habían hecho
arrancar estas concesiones para la tropa, su disponibilidad
para enfrentar el conflicto externo no podía equipararse a
la de otros cuerpos regulares. La disputa por las funciones
que debían cumplir los blandengues no era nueva, pero con
Sobremonte vio su último y capital episodio. Las compañías

617 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, Maldonado, 11 de enero de
1801.
618 AGN, Sala IX, Guerra y Marina, leg. 24-3-8, Buenos Aires, 30 de octubre de
1804.

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326 • El Imperio desde los márgenes

de blandengues habían sido creadas por el Cabildo de Bue-


nos Aires para guarnecer la frontera de su jurisdicción.
Vértiz esperaba lo mismo de ellas cuando inició su ciclo
de reformas, pero el significativo aumento del número de
plazas y su transformación en un cuerpo veterano lo lle-
varon a creer que podían enfrentar “algo más que indios”.
Sin embargo, la detención del conflicto externo y su salida
del virreinato no le permitieron a Vértiz ver concretarse su
predicción. El nuevo ciclo de guerra atlántica alumbraría a
la vez la oportunidad y la frustración de las esperanzas de
los funcionarios borbónicos.
En 1802, el subinspector de Ejército y milicias, mar-
qués de Sobremonte, elevó al virrey Joaquín del Pino un
extenso informe sobre el lamentable estado defensivo del
virreinato. En dicho informe, Sobremonte alude a la utili-
zación de los blandengues durante el reciente conflicto con
Portugal. Según dice, cuando se declaró la guerra en toda
la dilatada “Frontera del Brasil”, había solo 50 hombres de
infantería y “otros tantos Blandengues que, repartidos entre
ocho Puestos a considerables distancias”, había sido “suma-
mente fácil a las tropas de aquella nación poseerlos”. Luego,
antes de que finalizara la guerra, se habían reunido 300
blandengues de Buenos Aires e igual cantidad de dragones
para contener las incursiones de los portugueses. Es decir,
durante el conflicto con Portugal, los blandengues fueron
efectivamente movilizados a la frontera luso-brasileña, pero
en un número que el subinspector de Ejército y milicias
juzgaba insuficiente.
En adelante, Sobremonte esperaba contar con el com-
pleto de ambos cuerpos de blandengues para enfrentar el
conflicto externo. Era consciente de que los blandengues
eran requeridos en la “frontera de las pampas” para con-
tener las irrupciones de las “naciones errantes” de “indios
infieles”. Sin embargo, como estratega militar que era, y
ante la imposibilidad de contar con “los costosos socorros
de la Península”, estimaba que con los cuerpos de blan-
dengues de Buenos Aires y Montevideo podrían ponerse

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El Imperio desde los márgenes • 327

más de 3.000 tropas de línea para llevar una guerra con


superioridad numérica a la “nación vecina”, en referencia
a los luso-brasileños.
Sin embargo, más allá de las estimaciones en el papel,
las condiciones de servicio, tal como eran entendidas por
los soldados, atentaban contra la posibilidad de movilizar-
los fuera de la frontera. Si en la urgencia se enviaban blan-
dengues de Buenos Aires a la frontera con Brasil, reflexiona
Sobremonte, no solo quedarían expuestas sus respectivas
fronteras, sino que también se reduciría la recluta porque,
“sacados de su domicilio, o inmediaciones”, les era “repug-
nante pasar a la Banda Septentrional” del Río de la Plata “a
tanta distancia”, y crecía “la deserción considerablemente”.
Es decir, pese a ser una tropa de línea, los soldados blanden-
gues se resistían a servir fuera de su territorio, que era la
frontera. Esto motivó el agrio lamento del marqués: “Todo
esfuerzo es en vano para promover en estos Países la afi-
ción al servicio de soldado, por la abundancia de los efectos
necesarios para la vida en la Campaña, y la libertad que ésta
ofrece”.619 Sus palabras tendrían el eco que se cerniría como
un epitafio sobre su carrera política.

La reforma imposible: el disciplinamiento de las milicias


El nuevo ciclo de reformas intentó disciplinar a las milicias
según el modelo cubano, tarea que estuvo a cargo del sub-
inspector de Ejército y milicias, el marqués de Sobremonte.
En 1800, previendo la inminente guerra con Portugal, la
Corona expidió una real orden para poner a las milicias
del virreinato del Río de la Plata bajo reglamento, tal como
venía fomentándose en distintas partes del imperio hispano
en América. El modelo de milicias disciplinadas, aplicado
por primera vez en Cuba en 1768, implicaba la moviliza-
ción universal de todos los hombres aptos entre los 16 y

619 AGI, Buenos Aires, Expedientes sobre asuntos de guerra, leg. 522, 9 de agos-
to de 1802.

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328 • El Imperio desde los márgenes

los 45 años, a los que se ofrecería un prest por el tiempo


que fueran efectivamente movilizados, armas y uniformes
provistos por la Corona y el beneficio del fuero militar. A
principios de 1801, el subinspector Sobremonte sancionó el
“Reglamento para las milicias regladas de infantería y caba-
llería del Virreynato de Buenos ayres”. Con él, se buscaba
crear en el Río de la Plata un “ejército de reserva” de 14.000
hombres, 6.000 de los cuales pertenecerían a la Intendencia
de Buenos Aires.620
Sin embargo, su aplicación se topó con múltiples obstácu-
los. En primer lugar, la Real Hacienda no estaba en condicio-
nes de vestir, armar y equipar a semejante número de efecti-
vos. Según informó luego el subinspector Sobremonte, la gue-
rra encontró a las milicias sin el equipamiento necesario, “care-
ciéndose de Armas, especialmente de Pistolas, y Espadas […] y
de Caballos”. La situación contrastaba con las milicias portu-
guesas, constituidas “sobre un pie de rigurosa disciplina”; los
habían vestido y armado “perfectamente”, y estaban “provis-
tos de muchos y muy buenos caballos”. De esta manera, si bien
la inspiración para la sanción del “Reglamento…” venía de la
inminente guerra con los portugueses, esta comenzó y terminó
en el Río de la Plata sin que la reforma de las milicias hubiera
tenido aplicación. Según informó Sobremonte, al transcurrir la
guerra, las milicias estaban “sin la disciplina necesaria, por no
haberse aún establecido el nuevo Real Reglamento”.
Por lo tanto, el subinspector insistía todavía en agosto de
1802 en la necesidad de fomentar “el buen arreglo de estas Mili-
cias según el Reglamento”, para lo cual debían vencer “las difi-
cultades” que se presentaban “para hacerse de arbitrios con que
proveerlas de Vestuario, y buen Armamento”, del que se care-
cía allí, pues no había “espadas ni aún para dos Regimientos, ni
Carabinas”, ni parecía conveniente esperar que hubiera “fondos
para su provisión”.621

620 Fradkin, Raúl O., “Tradiciones”, op. cit., p. 34.


621 AGI, Buenos Aires, Expedientes sobre asuntos de guerra, leg. 522, 9 de agosto de
1802.

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El Imperio desde los márgenes • 329

Es así que la falta de fondos para armas y uniformes


se convirtió en una gran limitación para disciplinar a las
milicias. Sobremonte creía que la Real Hacienda no podía
sufragar dicho gasto, sino que las nuevas formaciones mili-
cianas debían ser sostenidas por ramos o arbitrios munici-
pales, existentes o de nueva creación, pero se enfrentó en
este punto con la resistencia de los cabildos.622
El deficiente equipamiento y la falta de financiamiento,
si bien eran aspectos claves, no fueron el único obstáculo
con que tropezó la reforma. El límite infranqueable que
encontró fue que semejante encuadramiento de la pobla-
ción debía concitar la adhesión de las élites locales. Raúl
Fradkin ha señalado que el nuevo reglamento “no dejó de
suscitar oposiciones, entre ellas la del Cabildo de Mon-
tevideo y del Gremio de Hacendados, que temían que se
agudizara la ya crónica escasez de mano de obra por el alis-
tamiento general”.623 Es probable que, si esos hacendados
hubieran visto utilizarse las nuevas formaciones milicia-
nas en pos de sus intereses sociales, como repetidas veces
habían reclamado en el último cuarto de siglo, o hubieran
reconquistado su control político, arrebatado en tiempos
de Vértiz, quizás hubieran acompañado la aplicación de la
reforma.
Por último, el “Reglamento…” no tuvo la aquiescencia
del Cabildo de Buenos Aires, esencial para el éxito de la
reforma, ya que, celoso de su jurisdicción, veía recorta-
das sus prerrogativas sobre la población rural. En 1803, el
Cabildo se presentó ante el virrey Joaquín del Pino para
manifestar los “inconvenientes” que resultaban “de ponerse
en ejecución en estas partes el nuevo reglamento de Milicias
Provinciales”. En particular, los capitulares señalaban las
dificultades encontradas para la administración de justicia
en la campaña dado que la mayoría de las diligencias judi-
ciales implicaba a sujetos que gozaban del fuero, por lo que

622 Ver Caletti Garciadiego, Bárbara, op. cit.


623 Fradkin, Raúl O., “Tradiciones”, op. cit., p. 35.

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330 • El Imperio desde los márgenes

la justicia ordinaria debía contar con la venia de los jefes


milicianos para su prosecución.624 En este asunto, Sobre-
monte apuntó que se podía eliminar este requisito en casos
urgentes, pero, consciente de las dificultades en la recluta,
fue taxativo en que eliminar la venia militar “de ningún
modo” convenía porque era “ir contra lo mandado por S. M.
[Su Majestad]” y era “abolir el privilegio [del fuero militar]
en esta parte”, siendo uno de los principales atractivos del
enrolamiento en las milicias.625
Con el dictamen de Sobremonte, el virrey Del Pino
resolvió que los alcaldes ordinarios podían proceder en sus
diligencias sin necesitar recabar la autorización de los jefes
militares “cuando el caso fuese sobremanera urgente”, cir-
cunstancia que esos mismos jueces graduarían, y que, en
los casos en que no se presentara tal urgencia, cualquier
oficial o subalterno podía autorizar la diligencia por oficio
o verbalmente.626 Es decir, si bien no se eliminaba la apli-
cación del fuero militar, se ampliaban tanto las ocasiones
para eludirlo que casi lo dejaba en abstracto. Aun así, resulta
evidente la incomodidad del Cabildo con el “Reglamento…”,
sobre cuya aplicación argüía que “diariamente” ocurrían
“nuevas circunstancias”, que hacían “desde luego impracti-
cable el proyecto”.627 La resistencia del Cabildo de Buenos
Aires entroncaría de esta manera con la norma señalada
por Juan Marchena de que las élites locales acompañaron
o no a la reforma miliciana en virtud de su capacidad para
controlar el fuero militar.628

624 AGN, Sala IX, Cabildo de Buenos Aires. Correspondencia con el virrey, leg.
19-7-8, 23 de agosto de 1803.
625 AGN, Sala IX, Cabildo de Buenos Aires. Correspondencia con el virrey, leg.
19-7-8, 26 de agosto de 1803.
626 AGN, Sala IX, Cabildo de Buenos Aires. Correspondencia con el virrey, leg.
19-7-8, 18 de septiembre de 1803.
627 AGN, Sala IX, Cabildo de Buenos Aires. Correspondencia con el virrey, leg.
19-7-8, 29 de agosto de 1803.
628 Marchena F., Juan, Ejército, op. cit., p. 146.

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El Imperio desde los márgenes • 331

La frontera en la opinión pública


En los últimos años virreinales, un ideario protoliberal
con un marcado sesgo fisiocrático se fue afirmando entre
miembros de las élites locales y otros sectores sociales y
empezó a mancomunar los intereses rurales y urbanos.
Luego de presentado el plan de Félix de Azara para la fron-
tera y pasados los temblores de la guerra, entre las élites
bonaerenses resurgieron las críticas a la política del “cordón
defensivo” de Vértiz y se afianzó el proyecto de avanzar la
frontera. Los medios intelectuales, el comandante del cuer-
po de blandengues y el Cabildo de Buenos Aires dieron
forma a una opinión pública en favor del programa azara-
niano para poblar hasta Choele Choel y el Río Negro. Las
condiciones materiales, juzgaba esa misma opinión pública,
obraban a su favor debido a la revitalización del Ramo de
Guerra; en definitiva, para eso había sido creado, decían.
La opinión ilustrada sobre el tema de la frontera se
nucleó en torno al Semanario de Agricultura, Industria y
Comercio fundado por Hipólito Vieytes. Desde sus páginas,
el geógrafo Pedro Cerviño, integrante de la expedición de
Félix de Azara –de quien, además, era amigo–, se explayó
en torno al problema de la frontera. En una serie de cartas
publicadas entre fines de 1802 y 1803, Cerviño reivindicó el
plan de avance de la frontera hasta el Río Negro, la idea de
que los blandengues debían ser los pioneros y las virtudes
del reparto de tierras entre los pobres.629 Es decir, Cerviño
compartía las líneas maestras del plan de Azara y, con su
prédica en el único periódico circulante, las ponía a dispo-
sición del público. Es poco dudoso que el geógrafo también
se explayara sobre estos temas en las tertulias organizadas
en su casa particular, a las que asistían, entre otros, el deán
Gregorio Funes y los jóvenes abogados Juan José Castelli

629 Ver Navallo, Tatiana, “Articulaciones históricas y culturales en zonas de


frontera, difundidas en la prensa del Río de la Plata (XIX)”, Estudios Históricos,
n.º 3, 2009, pp. 19-21.

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332 • El Imperio desde los márgenes

y Manuel Belgrano. La declaración del oficial José Joaquín


de Araujo que abre este capítulo, vertida en su Guía para
forasteros de 1803, es la de un criollo ilustrado que participa
del mismo clima de opinión.
Una vez concluida, aunque más no fuera momentánea-
mente, la guerra externa, no tardaron en surgir las críticas al
“cordón defensivo” de tiempos de Vértiz y todavía vigente.
En 1803, el procurador del Cabildo de Buenos Aires Cris-
tóbal de Aguirre, en un memorial dirigido al virrey, criticó
abiertamente esta política por considerarla inútil e insufi-
ciente para proteger las estancias:

Plan de defensa tan inútil debía haberse ya abandonado […]


será siempre éste insuficiente para cubrir nuestras estancias
[…] pues extendida la línea de fuertes por más de 80 leguas,
sus extremos y aún otros puntos menos distantes, no pueden
auxiliarse mutuamente.630

Por su parte, el comandante del cuerpo de blandengues,


Nicolás de la Quintana, en 1804 propuso al virrey avanzar
la frontera considerablemente, concentrando las compañías
de su comando en Laguna Blanca631 y repartiendo la tierra
pública en propiedad.632
En 1804, el marqués Rafael de Sobremonte asumía
como nuevo virrey del Río de la Plata. A sabiendas de que
un nuevo conflicto con Gran Bretaña se avecinaba, Sobre-
monte solicitó refuerzos militares a la metrópolis, que le
fueron denegados, por lo que primó su idea de disponer del
cuerpo de blandengues y las milicias para rebatir al enemi-
go externo. Sin embargo, el Cabildo de Buenos Aires tenía
ideas muy distintas respecto a las del funcionario borbónico
en cuanto a la utilización de los blandengues y del Ramo de
Guerra. En un acuerdo celebrado en diciembre de 1804, el
Cabildo se pronunció al respecto:

630 Citado en Barba, Fernando E., op. cit., pp. 67-68.


631 Actual partido de Olavarría, Provincia de Buenos Aires.
632 Citado en ibid., pp. 70-72.

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El Imperio desde los márgenes • 333

Es de indispensable necesidad se saquen más afuera las guar-


dias de la Frontera: por cuanto éstas se hallan resguardadas
con la multitud de estancias que se han poblado fuera del
cordón; y están éstas totalmente desamparadas sin defensa
alguna que las liberte de las invasiones del Indio infiel, contra
el fin y objeto con que fueron establecidas estas guardias, y
para lo que se impuso el vecindario el gravamen del derecho
municipal de guerra.633

Es decir, la élite capitular criticaba el “cordón defen-


sivo” existente, juzgándolo insuficiente, y proponía nueva-
mente avanzar la frontera “sacando las guardias”. A tal fin,
recordaban los capitulares, el “vecindario” se había impues-
to el Ramo de Guerra.634
Claro que poco de esto contaba entre las prioridades
virreinales. Ese mismo diciembre, España declaraba for-
malmente la guerra a Gran Bretaña. La frontera y los impe-
rativos del ciclo europeo de guerras ponían de relieve las
diferencias de objetivos entre la élite capitular y otros acto-
res locales y los funcionarios borbónicos, quienes dispu-
taron, una vez más, las fuerzas militares de Buenos Aires y
los recursos fiscales con que se financiaban. Las circunstan-
cias que siguieron a la batalla de Trafalgar (1805) abrirían
un nuevo escenario donde estas sordas disputas tendrían
oportunidad de expresarse.

Epílogo: la frontera, la invasión inglesa al Río


de la Plata y la militarización revolucionaria

El proceso político y de militarización de la Ciudad de


Buenos Aires que se abrió con la invasión inglesa al Río de

633 AGN, AECBA, serie IV, tomo I, 22 de diciembre de 1804.


634 Esta referencia no resulta casual dado que, tanto en 1804 como en 1805, no
se verificó la llegada del Situado potosino, por lo que todo el gasto militar
del virreinato en esos años fue financiado con el Ramo de Guerra. Ver cua-
dro 1 en la introducción.

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334 • El Imperio desde los márgenes

la Plata, especialmente luego de la Reconquista, fue amplia-


mente estudiado por la historiografía, y sus consecuencias
se señalaron como revolucionarias.635 Tal como indica el
historiador Alejandro Rabinovich, “el sistema militar colo-
nial español se rindió rápidamente, y dejó la tarea de repeler
a los invasores en manos de la población local, que, desde
ese momento en adelante, fue militarizada de modo dura-
dero y revolucionario”.636 Sin embargo, la defensa del Río de
la Plata desde hacía algún tiempo estaba mayoritariamente
en manos de la población local; la antítesis sistema militar
colonial español/vecinos en armas se trataba, en la práctica,
de dos caras de una misma moneda.
En enero de 1805, tras la declaración de guerra con
Gran Bretaña, el virrey Rafael de Sobremonte recibió órde-
nes de organizar la defensa de Buenos Aires, para lo cual
redactó un plan. Las fuerzas regulares –básicamente, el
cuerpo de blandengues y algunas compañías de granade-
ros–, junto a milicias de infantería, debían defender la Plaza
Mayor, mientras que las milicias de caballería harían lo mis-
mo con las costas al sur y norte de la Ciudad, desde Quilmes
hasta Ensenada y desde Las Conchas637 hasta Olivos.638 Es
decir, el corazón de la defensa lo formaría la vieja estructura
de milicias y blandengues. Era el sueño de la “nación en
armas”, a punto de ser estrellado.
En junio de 1806, 1.635 tropas inglesas al mando de
William Carr Beresford entraron al Río de la Plata.639 El
virrey dividió al cuerpo de blandengues entre Buenos Aires

635 Ver Halperín Dongui, Tulio, “Militarización”, op. cit.; Rabinovich, Alejandro
M., “The making of warriors: the militarization of the Río de la Plata,
1806-07”, en Bessel, Richard, Guyatt, Nicholas y Jane Rendall (eds.), War,
Empire and Slavery, 1770-1830, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2010, pp.
81-98.
636 Ibid., p. 81. La traducción es propia.
637 Actual localidad de Tigre, Provincia de Buenos Aires.
638 Sobremonte, Rafael de, “Disposiciones de Sobremonte para la defensa de
Buenos Aires”, 8 de octubre de 1805.
639 Para lo que sigue, ver Roberts, Carlos, Las invasiones inglesas del Rio de la Plata
1806-1807, Buenos Aires, Emecé, 2000 [orig.: 1938].

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El Imperio desde los márgenes • 335

y Montevideo y ordenó el acuartelamiento de las milicias


de Buenos Aires. En la mañana del 25 de junio, los invasores
desembarcaron en Quilmes. Los esperaban 200 blanden-
gues, al mando de su comandante Nicolás de la Quinta-
na, y otros tantos milicianos. Los blandengues ofrecieron
cierta resistencia, limitada a algunas descargas de fusilería,
mientras que al día siguiente se produjo una escaramuza
en Quilmes, que terminó con la desbandada de las milicias,
que dejó libre el camino para que los ingleses tomaran la
Ciudad.640 El virrey Sobremonte se reunió con el coman-
dante del cuerpo de blandengues Nicolás de la Quintana en
Monte Castro. Tras la reunión cumbre, uno marchó a Cór-
doba, donde reuniría un ejército expedicionario de 2.000
hombres que nunca logró pisar Buenos Aires. El otro reapa-
recería en la Reconquista.
Poco después, comenzó la resistencia. En la frontera,
los blandengues, al mando del segundo comandante Anto-
nio de Olavarría, se unieron a las milicias de caballería que
el potentado Juan Martín de Pueyrredón reunió en Luján.
Mientras tanto, en Montevideo, el gobernador Ruiz Hui-
dobro y el capitán de navío Santiago de Liniers organiza-
ron una fuerza expedicionaria para marchar sobre Buenos
Aires. Ya en territorio bonaerense, se unieron las milicias
de infantería de Buenos Aires, vestidas y armadas por el
comerciante Martín de Álzaga, las milicias de caballería de
Pueyrredón y el resto de las compañías de blandengues, al
mando de Olavarría. El resultado fue un ejército de unos
1.600 hombres compuesto por 350 tropas de línea, 500
blandengues y unos 800 milicianos de Buenos Aires, Mon-
tevideo y Colonia. El día 12 de agosto, las fuerzas coman-
dadas por Liniers marcharon sobre Buenos Aires, donde,

640 El 27 de junio, los ingleses cruzaron el Riachuelo y Beresford se apoderó de


Buenos Aires. Luego se autodesignó gobernador e hizo prestar juramento
de obediencia al rey de Gran Bretaña a las principales corporaciones y a ofi-
ciales españoles.

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336 • El Imperio desde los márgenes

unidas a la población civil, lograron la Reconquista de la


Ciudad.
Con la Reconquista, se activó el tiempo de la política en
Buenos Aires. La Ciudad, mediante un cabildo abierto, le quitó
al virrey sus atribuciones militares y se las otorgó al héroe de
la Reconquista, Santiago de Liniers, mientras que la Audiencia
retuvo el mando civil del virreinato. Aquel preparó la defensa
para una probable segunda invasión. La población urbana se
organizó en compañías de milicias de acuerdo a su proceden-
cia geográfica, marcando una militarización con consecuencias
revolucionarias. Al año siguiente, las fuerzas locales lograron
repeler a las huestes británicas, esta vez compuestas por 12.000
hombres; a continuación, depusieron al virrey ausente y alza-
ron a Liniers como nuevo virrey del Río de la Plata.
En cuanto al cuerpo de blandengues, reconquistada la Ciu-
dad, los comandantes Nicolás de la Quintana y Antonio de Ola-
varría, junto a los oficiales de blandengues Antonio y Marcos
Balcarce, formaron parte del Estado Mayor de Liniers. Durante
la organización de la defensa para la segunda invasión inglesa,
Liniers despachó al grueso del cuerpo de blandengues a Mon-
tevideo, donde participaron, al mando de Nicolás de la Quin-
tana, de la defensa de la ciudad sitiada por los británicos hasta
su rendición el 3 de febrero de 1807. Nicolás de la Quintana, al
igual que sus oficiales y tropas, fue embarcado como prisionero
por los ingleses. En 1808, al establecerse la paz entre españo-
les y británicos, fueron liberados y combatieron junto al resto
de las tropas porteñas en la guerra de independencia de Espa-
ña. Finalmente, un grupo de 11 oficiales (entre ellos, los oficia-
les de blandengues Nicolás de la Quintana, Antonio, Diego y
Marcos Balcarce y José Rondeau) con 45 soldados que tenían
a su cargo regresaron al Río de la Plata en 1810.641 Las firmas
de Juan Ramón Balcarce y Esteban Hernández figuran entre las
primeras del petitorio firmado el 25 de mayo de 1810, por el
que los “vecinos, comandantes y oficiales” de Buenos Aires, “a

641 Se les concedió licencia de embarque en buques que zarparon entre el 19 y el 26 de


mayode1810.EnAGI,BuenosAires,Arribadas, 1810, leg.79,exp.2,ff.201-208.

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El Imperio desde los márgenes • 337

nombre del Pueblo”, solicitaron la conformación de una nue-


va junta de gobierno presidida por Cornelio Saavedra. Junto a
ellas, están las de Pedro Andrés García, Eustaquio Díaz Vélez
y Martín Rodríguez, conocidos promotores del avance de la
frontera.642

Conclusiones

Las reformas borbónicas en la frontera de Buenos Aires


no fueron tanto un programa o un conjunto específico de
medidas, sino el producto de las decisiones que los funcio-
narios borbónicos pragmáticamente fueron tomando, dic-
taminadas por el contexto local y regional en coyunturas
de relanzamiento del conflicto externo. De esta manera, se
estableció una “lucha por el Estado” entre el poder virrei-
nal y distintos sectores sociales y actores corporativos en
un proceso que no fue lineal, sino que atravesó episodios
álgidos y fases de distensión. En 1779-1784 y 1797-1802,
se verificaron sendos ciclos de reforma que implicaron la
apropiación, por parte del poder virreinal, de los recur-
sos defensivos de la frontera y el intento de reorientarlos
hacia los objetivos dinásticos de preeminencia internacio-
nal. Entre 1784 y 1797, se vivió un período de “pax virrei-
nal” que implicó un relajamiento del celo reformista, lo que
permitió aflorar la conducción y los proyectos de determi-
nadas élites locales y compensar por medios pecuniarios la
distensión de la disciplina de la soldadesca.
El virreinato de Juan Joseph de Vértiz (1778-1784)
pronto se encontró con una coyuntura signada por la guerra
con Gran Bretaña, la sublevación altoperuana y la renovada
conflictividad que se vivía por esos años en la frontera, que
alcanzó su cénit con el gran malón de 1780. La política de
Vértiz implicó la consolidación territorial y la pacificación

642 Petitoriodel25demayode1810, sitoenelarchivodelMuseoHistóricoNacional.

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338 • El Imperio desde los márgenes

de la frontera, doblegando las aspiraciones y la autonomía


con la que la oficialidad miliciana acostumbraba gobernar
la frontera. Con estos designios, el virrey diseñó un “cordón
defensivo” que se cerraba sobre Buenos Aires, confiando su
vigilancia a los blandengues. Para ello, se aumentó el pie de
las compañías y se nombró una nueva plana mayor veterana
y peninsular, conformando con ellas un cuerpo regular de
caballería. De esta manera, el virrey procuró poner a los
blandengues en estado de enfrentar “algo más” que indios.
En efecto, las funciones de los blandengues en la fron-
tera serían reemplazadas en el mediano plazo por los habi-
tantes de nuevos “pueblos defensivos”, para lo que pobla-
dores y familias peninsulares y criollas fueron compulsi-
vamente enviados a la frontera bajo diversos grados de
coerción. Por otro lado, mediante una mezcla de seduc-
ción y amedrentamiento, se alcanzaron acuerdos de paz con
las parcialidades indígenas pampeanas, las que obtuvieron
amplios reconocimientos territoriales y facilidades para el
comercio. De esta manera, el “cordón defensivo” represen-
taba una política de pacificación de la frontera que buscaba
ahorrar recursos fiscales en el mediano plazo, abandonando
cualquier veleidad expansionista, y eventualmente disponer
del cuerpo de blandengues para el conflicto externo.
Las reformas introducidas por Vértiz no dejaron de
suscitar reacciones adversas y resistencias en la frontera.
Las milicias, el otro pilar de la defensa de la frontera, resis-
tieron la autoridad de la nueva estructura de mando. Asi-
mismo, el envío compulsivo de familias pobres a la frontera
generó una fuerte resistencia y dejó una estela de resen-
timiento en la población rural. Sin embargo, las medidas
tomadas por Vértiz no encontraron una oposición unifi-
cada. Si bien emergía en el sector rural una conciencia
–teñida de un fisiocratismo espontáneo– de la prioridad
económica de la frontera, sus portadores oscilaban entre
una posición intransigente frente al desafío indígena y una
más pragmática y sensible a los equilibrios de poder; a la

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El Imperio desde los márgenes • 339

par, existía una marcada distancia entre los intereses rurales


y los de la Ciudad.
Por fin, el período 1784-1797 fue de una “pax virreinal”
que coincidió con la relativa paz internacional, el aplasta-
miento de la sublevación altoperuana y la tranquilidad de
la frontera aportada por los tratados de paz y el comercio
interétnico. La “pax virreinal” consintió la distensión del
momento político, permitiendo a las élites locales recuperar
posiciones y acuñar un proyecto unificado para la fronte-
ra. En el cuerpo de blandengues, el comando y la oficiali-
dad peninsulares puestos por Vértiz dejaron su lugar a una
fuerte criollización del cuerpo de oficiales, controlado por
un puñado de familias patricias como los Hernández y los
González Balcarce. Mientras tanto, los recursos del Ramo
de Guerra se derramaban para paliar las falencias de la tro-
pa. La práctica del “reenganchamiento”, una prima otorgada
a los soldados que continuaban en el servicio después de
sus primeros ocho años, siguió desarrollándose a pesar de la
expresa prohibición del rey. En el reverso de esta práctica,
puede vislumbrarse la multiforme resistencia ejercida por
una población rural que gozaba de amplitud de movimien-
tos y oportunidades alternativas.
Hacia fines de siglo, el Cabildo de Buenos Aires, el
Gremio de Hacendados y el propio cuerpo de blandengues
relanzaron el proyecto de adelantar la frontera. Con auto-
rización del virrey, este proyecto se formuló a partir de la
expedición del oficial de marina Félix de Azara para reco-
nocimiento de la frontera. El proyecto presentado por Aza-
ra era un elaborado plan de adelantamiento de la frontera
mediante la ocupación hasta Choele Choel y la formación
de “pueblos defensivos” compuestos por los blandengues,
sectores populares rurales e incluso “indios amigos” atraí-
dos por el reparto de la tierra. De esta manera, el proyecto
de Azara se nutría de las buenas y malas experiencias pre-
vias y expresaba un consenso que abrazaba las expectativas
de los distintos sectores locales interesados.

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340 • El Imperio desde los márgenes

Sin embargo, en el ochocientos sobrevendría otro ciclo


de reformas. Ante el reinicio de la guerra con Gran Bretaña,
el éxodo de los cuerpos regulares y la imposibilidad de la
metrópolis de reemplazarlos, la apuesta virreinal fue por los
blandengues y las milicias. En 1797, se aumentó el pie del
cuerpo de blandengues de Buenos Aires y se creó uno nuevo
para Montevideo, de forma que los blandengues pasaron a
ser la primera fuerza regular del virreinato y abrumadora-
mente mayoritaria en Buenos Aires. Sin embargo, la situa-
ción era delicada porque las condiciones de servicio eran
claramente desventajosas respecto a otros cuerpos regula-
res. En particular, la oficialidad blandengue, con vínculos en
ambas bandas del Río de la Plata, inició acciones corporati-
vas para igualar su estatus y obtener mejoras salariales, las
que no fueron atendidas por las autoridades virreinales.
Paralelamente, el subinspector de Ejército y milicias en
ese momento, marqués de Sobremonte, encaró la misión de
reformar a las milicias bajo un mando veterano, armadas y
equipadas adecuadamente y con el otorgamiento del fuero
militar y un prest mientras fueran movilizadas. Sin embar-
go, ni las armas ni el equipamiento llegaron, y las élites
locales fueron excluidas del mando militar, por lo que el
fuero fue visto como una irritante cortapisa a la jurisdicción
del Cabildo. En estas circunstancias, la reforma miliciana
proyectada en el reglamento de 1801 fue poco más que una
expresión de deseos de Sobremonte, quien fue el primero
en asumir su fracaso.
Desde el punto de vista virreinal, los blandengues
tenían la ventaja de financiarse con un ramo impositivo
local que no dependía de los envíos potosinos, aunque los
cabildos de Buenos Aires y Montevideo se creían con dere-
cho justificado a influir en su utilización. Mientras tanto,
el proyecto de avanzar la frontera había tomado forma en
la opinión pública. Distintas voces comenzaron a criticar
el “cordón defensivo” vigente y creyeron que la oportuni-
dad era propicia para la implementación del proyecto de
Azara que el Semanario de Agricultura, animado por Hipólito

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El Imperio desde los márgenes • 341

Vieytes, colaboró a difundir, en el cual el cuerpo de blan-


dengues sería el motor del avance y el Ramo de Guerra
provendría su financiamiento. El Cabildo de Buenos Aires y
el comandante del cuerpo de blandengues abrigaban expec-
tativas en el mismo sentido. Sin embargo, las autoridades
virreinales esperaban contar con los blandengues y el Ramo
de Guerra para defender la frontera luso-brasileña y repeler
cualquier amenaza externa.
Los motivos de discrepancia con el nuevo virrey, el
marqués de Sobremonte, uno a uno se solapaban. Cuando,
luego de Trafalgar, una pequeña escuadra inglesa desem-
barcó en Buenos Aires, no había allí fuerzas milicianas ni
regulares capaces de resistir la invasión. Las otrora podero-
sas “milicias provinciales” estaban desbaratadas, y el cuerpo
de blandengues, fuerza regular mayoritaria, fue incapaz de
dar una respuesta orgánica, con el cuadro de una oficiali-
dad desafecta y unos soldados demasiado acostumbrados a
ejercer estrechas funciones de vigilancia en la frontera. La
primera víctima política de este fracaso militar fue el propio
Sobremonte, quien fue obligado a dimitir y fue reemplaza-
do por el héroe de la Reconquista, Santiago de Liniers, en
una maniobra política orquestada por el Cabildo de Buenos
Aires, que se desvivió por explicar a las inciertas autorida-
des metropolitanas cambios tan inverosímiles.

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Conclusiones

Tras la huella de la frontera

A mediados del siglo XVIII, la frontera entre el sur de la ocu-


pación colonial y la sociedad indígena arauco-pampeana se
articuló a partir de una dinámica de intensa vinculación
y, a su vez, de radical enfrentamiento. Se trataba de una
frontera en pleno crecimiento demográfico y económico,
con circuitos mercantiles atestados y un profuso comer-
cio interétnico. La cultura material y el universo simbólico
compartidos por indígenas y cristianos propiciaron formas
de encuentro y mediación, aunque el conflicto fundamental
por el territorio afloró en distintos momentos y la vio-
lencia se enseñoreó en la frontera. En el mundo indíge-
na arauco-pampeano, las diversas estrategias de relaciona-
miento frente a la sociedad colonial alentaron procesos de
etnogénesis y cambio sociopolítico cuyos alcances forman
parte de una agenda de investigación que se encuentra en
pleno desarrollo.
La desafiante presencia de la frontera tuvo asimismo
importantes consecuencias políticas para la sociedad colo-
nial rioplatense. Tras el fracaso de las misiones jesuíticas al
sur del Salado, los sectores locales interesados, hacendados
y jefes milicianos, pugnaron por llevar adelante una política
estatal. Debido a la prescindencia de la Corona hasta bien
entrado el siglo XVIII, los cabildos de las ciudades del sur del
virreinato del Perú –Mendoza, Córdoba, Santa Fe y Buenos
Aires– tomaron la iniciativa en la defensa de sus fronteras,
creando compañías de milicias y nuevos impuestos para
financiarlas para la protección de los intereses de comer-
ciantes y hacendados. Con el advenimiento de las reformas

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344 • El Imperio desde los márgenes

borbónicas, la administración colonial buscaría disciplinar


las estructuras locales de poder y reorientarlas hacia los
objetivos marcados por la Corona. En este libro, hemos
abordado cómo, en el caso de Buenos Aires, la frontera
propició la construcción estatal y moduló la lucha que se
estableció por su control en el contexto de las llamadas
“reformas borbónicas”.
En primer lugar, la frontera moldeó el posicionamiento
del Cabildo de Buenos Aires como un actor político-
corporativo de relevancia en el escenario político local pre-
vio a la introducción de las reformas borbónicas. Por un
lado, la frontera le permitió al Cabildo ampliar su repre-
sentatividad social hacia los intereses del mundo rural. En
1751, tras una serie de malones acicateados por la presen-
cia misionera en pleno territorio indígena, el Cabildo de
Buenos Aires convocó a un “cabildo abierto” del que parti-
ciparon los hacendados y jefes milicianos que bregaban por
la creación de milicias a sueldo para la frontera y proponían
la creación de nuevos impuestos para financiarlas. Aunque
discutieron sobre los gravámenes específicos que imponer,
los miembros del Cabildo acompañaron la propuesta de los
hacendados con la esperanza de justificar de esta manera
la creación de nuevos impuestos que mejoraran las exiguas
arcas municipales. De este modo, el Cabildo asumió –no sin
reticencias– la representación de los hacendados, un sector
importante de la sociedad colonial que hundía sus intereses
en un mundo rural que empezaba a despegar al compás del
crecimiento demográfico y del aumento de la demanda de
productos agropecuarios.
Cuando el Cabildo, actuando a contrapelo de las inten-
ciones del gobernador y del rey, sancionó a principios de
1752 la creación de tres compañías de milicias a sueldo
para la frontera y de un nuevo “Ramo de Guerra” para
sufragarlas, demostró una iniciativa y una audacia políticas
inusitadas. Posteriormente, el rey desautorizó lo actuado y
ordenó que se formaran “pueblos defensivos” en la fron-
tera, pero la negociación del Cabildo con los funcionarios

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El Imperio desde los márgenes • 345

coloniales y las necesidades militares de la gobernación ase-


guraron la continuidad de las compañías de blandengues
y del Ramo de Guerra. Claro que no se trataba de una
situación de abierta rebeldía frente a la Corona, sino que la
autonomía que se construyó el Cabildo era factible en las
condiciones político-institucionales de la gobernación. De
un lado, las disposiciones del rey –a miles de kilómetros
de distancia– tardaban años en llegar y el equipamiento
político de la gobernación era exiguo para hacerlas cumplir;
de otro, la naturaleza pactista de la sujeción a la Corona y
un orden normativo plural y casuístico permitían evadir su
acatamiento, situación de la que la conocida sentencia “Se
obedece, pero no se cumple” hace síntesis.643
Por supuesto, el Cabildo de Buenos Aires perseguía
un interés propio centrado, más que en las compañías de
blandengues, en la recaudación del nuevo Ramo de Guerra
que –entre 1752 y 1761– estuvo bajo su directo control. El
Ramo de Guerra quedó compuesto por distintos impuestos
sobre la exportación de cueros, la introducción de vinos y
aguardientes cuyanos a Buenos Aires, la salida de mercade-
rías hacia las provincias y el ingreso de carretas a la Ciudad,
todas actividades mercantiles que supuestamente se bene-
ficiarían de la seguridad provista por las milicias y fuer-
tes de la frontera. Dadas la inestabilidad del comercio de
exportación, la posición monopólica de Buenos Aires en el
comercio interior y las prácticas recaudatorias del Cabildo,
la carga fiscal impuesta por el Ramo de Guerra recayó no
tanto sobre los productores y exportadores locales –quienes
habían promovido su establecimiento–, sino mayoritaria-
mente sobre los comerciantes, productores y consumidores
del resto de las provincias del sur del virreinato peruano. En
particular, los introductores cuyanos debieron, para seguir
siendo competitivos en el mercado porteño, deducir de sus
ganancias la carga impuesta por el Ramo de Guerra, lo que
desató una rebelión fiscal y una disputa interjurisdiccional

643 Cañeque, Alejandro, op. cit., pp. 33-37.

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346 • El Imperio desde los márgenes

que llegaría a oídos del rey. En suma, a través del Ramo de


Guerra, Buenos Aires obtuvo una renta fiscal de las provin-
cias que se superponía a su ganancia comercial ordinaria,
sentando un poderoso precedente en la estructura fiscal.
En cuanto a la forma en que se invertían sus recursos,
va de suyo que el Cabildo de Buenos Aires y sus miem-
bros en forma particular aprovecharon los fondos del Ramo
de Guerra para pagar sueldos y sufragar gastos propios de
la corporación urbana. Pero, fundamentalmente, el Ramo
de Guerra le permitió al Cabildo estrechar lazos con su
entorno rural y territorializar su jurisdicción. Además de
los hacendados, distintos sectores del mundo rural se bene-
ficiaron en forma directa de la creación de milicias y la
erección de fuertes en la frontera. Los pobladores rurales,
a cambio de enrolarse en las compañías de milicias y blan-
dengues, obtenían –amén de otros reconocimientos socia-
les– un sueldo en efectivo y raciones de yerba, tabaco y
carne que fortalecían su capacidad de consumo mercantil
y, con ello, la autonomía de la unidad doméstica campesi-
na. Asimismo, productores, pulperos rurales y una miríada
de contratistas –artesanos, transportistas y sacerdotes– se
beneficiaron de la llegada de metálico contante y sonante a
la frontera; incluso, los “indios amigos” (aliados circunstan-
ciales de los cristianos) recibieron recompensas materiales
por su auxilio militar.
Sin embargo, el accionar del Cabildo de Buenos Aires
no fue incontestado. A principios de la década de 1760, a la
rebelión fiscal de los cuyanos y el laudo imperial de Carlos
III –que reducía la carga impuesta sobre los vinos y aguar-
dientes–, se sumó una mala coyuntura para el comercio
atlántico, que provocó la crisis financiera del Ramo de Gue-
rra. Los sueldos de los blandengues comenzaron a llegar en
forma cada vez más espaciada a la frontera, y los soldados
presionaron a sus capitanes amenazando con desertar. A su
vez, diversas denuncias de corrupción se cernieron sobre la
administración del Ramo de Guerra. Con estos anteceden-
tes, y en el contexto de su propia disputa con el Cabildo y de

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El Imperio desde los márgenes • 347

los preparativos para una nueva guerra en puerta, el gober-


nador Pedro Cevallos en 1761 decidió poner las compañías
de blandengues bajo su mando y que el Ramo de Guerra
pasara a manos de la Real Hacienda.
Es decir, la creación de las compañías de blandengues
y del Ramo de Guerra tuvo una significación fundamental
para el Cabildo de Buenos Aires, permitiéndole desarro-
llar una política de frontera autónoma de las orientaciones
imperiales, ampliar su representatividad social y jurisdic-
cional y contar con recursos adecuados para financiar una
pequeña “edad de oro”. Su centralización por el goberna-
dor Cevallos no fue fruto de un programa reformista, sino
una decisión pragmática debida a las tensiones locales a las
que habían arribado en el contexto de los preparativos para
la guerra que se avecinaba. En adelante, las compañías de
blandengues y el Ramo de Guerra fueron arena de disputa
política del Cabildo de Buenos Aires y otros actores locales
con la administración colonial, al establecerse una lucha por
su control y destino.
En segundo lugar, la construcción de fuertes y la apa-
rición de tres compañías de milicias pagas de 60 hombres
cada una en la frontera, cualquiera fuera su efectividad
para conjurar el peligro indígena, representaron un salto
cualitativo y cuantitativo para el desarrollo del territorio.
Como hemos observado, para los sectores populares rura-
les, la percepción regular de un salario y la expectativa de
acceder a la tierra resultaron poderosos motivos por los
que sentar plaza de blandengue y migrar con sus familias
–consumadas o en ciernes– a la frontera. La llegada de
una corriente regular de metálico y el afincamiento de los
blandengues tuvieron un decidido impacto en la fronte-
ra, favoreciendo a la producción y el comercio locales y
generando las condiciones para el arraigo de la población
y la formación de pequeños pueblos en los alrededores de
los fuertes. El pueblo de San Antonio de Salto –a pesar de
las intenciones declaradas por las autoridades borbónicas
de formar villas o pueblos defensivos– no tuvo un acto

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348 • El Imperio desde los márgenes

fundacional ni recibió el título de “ciudad” o “villa”. En su


formación, el protagonismo lo tuvieron los soldados blan-
dengues, quienes se distribuyeron la tierra, construyeron
los primeros edificios, consagraron la capilla a San Antonio,
formaron familia y se emparentaron entre sí, de manera
que conformaron una pequeña pero consistente comunidad
campesina en la frontera.
Por otro lado, si la historiografía tradicional suponía
el carácter nulo de la vida política de los pueblos y el
poder absoluto de los comandantes de los fuertes, un aná-
lisis localizado en la frontera muestra una realidad algo
diferente, portadora de otras tradiciones y experiencias. A
través del caso de San Antonio de Salto, pudimos obser-
var la emergencia de una cultura política idiosincrática y
de aspiraciones de representación política y ascenso social
en la frontera. Cuando, a principios de la década de 1760,
frente a un intento de desalojo de las tierras del pueblo,
los habitantes de Salto iniciaron una acción colectiva que
incluyó el ejercicio del “derecho de petición” al gobernador,
el incipiente pueblo se constituyó como un “vecindario”,
es decir, una comunidad política local de carácter terri-
torial y corporativo que expresaba su particular forma de
concebir su sujeción al rey y a las autoridades coloniales
desde la frontera.
Asimismo, la historiografía americanista ha insistido
en la importancia del estatus de “vecino” para el recono-
cimiento como súbdito de la monarquía con determinados
privilegios, y también en que se trataba de una condición
negociada en el seno de la comunidad local.644 En la fronte-
ra, la vecindad sufría una democratización fundamental. En
Salto, los “vecinos” eran los hombres cabeza de familia, en
su mayoría mulatos o mestizos de reciente migración a la
frontera, quienes, no obstante, recibían el trato de hombres

644 Herzog, Tamar, “La vecindad: entre condición formal y negociación conti-
nua. Reflexiones en torno de las categorías sociales y las redes personales”,
Anuario IEHS, n.º 15, 2000, pp. 123-131.

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El Imperio desde los márgenes • 349

“blancos”, una condición asignada retrospectivamente una


vez que la comunidad los reconocía como sus miembros. Es
decir, sin invalidar las escalas sociorraciales de la época, las
condiciones sociopolíticas de la frontera de Buenos Aires
habilitaban el reconocimiento como “vecinos” a migrantes
y gentes de color que culminaban de esta manera su estrate-
gia de reproducción y ascenso social, un caso sin parangón
conocido en el mundo hispanoamericano dieciochesco.
Por último, los vecinos de Salto desarrollaron nociones
pactistas y corporativas de legitimidad política arrancadas
de una cultura política que circulaba en todo el orbe hispá-
nico, pero apropiadas y acondicionadas a la realidad local.
En la cultura política hispánica, la autoridad legítima era
la “cabeza” del cuerpo político, no se distinguía de él, por
lo que debía predicar con el “buen ejemplo” en su conduc-
ta personal, favorecer el esplendor del culto y demostrar
públicamente su fe cristiana. De esta manera, una estructura
de moralidad pública podía volverse fundamento de la obe-
diencia política o, por el contrario, justificar el desacato. A
su vez, la autoridad se sostenía en una relación de pacto que
implicaba el consentimiento del cuerpo político a ser regido
por un gobierno cuyo fin era propender a la justicia y el
“bien común”. En las condiciones de interpretación de Salto,
donde la comunidad no era una de iguales, sino jerárquica,
la “justicia” se interpretaba como dar a cada quien lo que
le correspondía, y el “bien común” se entendía en sentido
meramente negativo como la ausencia de interés particular
detrás de las acciones de gobierno.
En el pueblo de Salto, los capitanes de la compañía
de blandengues bregaron por reunir el mando político y
militar. Sin embargo, más que convertirse en gobernan-
tes absolutos, los sucesivos capitanes debieron negociar su
autoridad tanto dentro de la compañía, como fuera de ella.
En las expectativas del pueblo, los capitanes debían osten-
tar una conducta personal ejemplar, conducir los destinos
del pueblo en “buena armonía” con los vecinos y reco-
nocer y respetar las jerarquías sociales preexistentes. Las

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350 • El Imperio desde los márgenes

condiciones en las cuales el “vecindario” juzgaba si la auto-


ridad del pueblo se ajustaba a sus nociones de legitimidad
se resolvían en el espacio público local, es decir, el espacio
concreto del pueblo y sus redes parentales y vecinales, don-
de circulaban rumores y proclamaciones y se articulaba una
“voz pública”. De esta manera, los soldados, los vecinos y
las familias de Salto acompañaron el gobierno de los capita-
nes legítimos, o bien supieron resistir su autoridad cuando
no lo consideraban así, insubordinándose individualmen-
te, formando bandos o protagonizando levantamientos en
defensa del orden comunitario. En síntesis, lejos del carác-
ter autoritario y estático de la vida política que la visión
tradicional le asigna a la frontera, el vecindario de Salto
acuñó y puso en juego sus propias nociones de legitimidad
política para negociar las relaciones de poder y disputar la
autoridad a nivel local.
Por lo tanto, la frontera con el mundo indígena arauco-
pampeano independiente motivó en Buenos Aires una serie de
desarrollos locales tales como la creación de milicias pagas, el
despliegue territorial del Cabildo, la llegada de recursos fiscales
dragados de todo el virreinato peruano y la formación de pue-
blos y comunidades políticas locales. Sobre este trasfondo local,
operó lo más sustantivo del reformismo borbónico en el Río
de la Plata, cuyo objetivo último era poner a la gobernación de
Buenos Aires, y luego al virreinato, en condiciones idóneas de
defensa frente al recrudecimiento del ciclo europeo de guerras.
En Buenos Aires, las reformas borbónicas tomaron para sí las
estructuras locales de poder territorial e intentaron reorientar
su sentido hacia los fines dispuestos por la Corona y subsumir
sus formas a la lógica verticalista y homogeneizadora del pro-
yecto borbónico. Sin embargo, las élites locales portaban sus
propias aspiraciones y proyectos para la frontera, mientras que
los pobladores demostraron una gran capacidad de resistencia
autónoma. La frontera fue entonces el ámbito donde se acumu-
laron tensiones políticas y militares que marcaron el derrotero
del proyecto borbónico en el Río de la Plata.

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El Imperio desde los márgenes • 351

Las reformas borbónicas en el Río de la Plata se desa-


rrollaron en ciclos relacionados mayormente con la reaper-
tura de la guerra atlántica y el conflicto colateral en la fron-
tera luso-brasileña, aunque también la sublevación interna
y las fronteras con los indígenas no sometidos motorizaron
su implementación. El primer impulso reformista se dio
como consecuencia de la malograda entrada de España a la
guerra de los Siete Años. La derrota sufrida en La Haba-
na en 1762 demostró, dadas las capacidades logísticas del
enemigo inglés para llevar a cabo un asedio duradero, que el
Ejército de dotación debía acompañarse de un “ejército de
reserva” que interviniera en caso de un conflicto sostenido,
especialmente en las plazas expuestas a ataques navales. En
Buenos Aires, el gobernador Pedro Cevallos ya se había
adelantado a estos objetivos al universalizar la convocatoria
a las armas antes de la toma de Colonia de Sacramento en
1761-1762 y durante ella, por lo que la reforma solo debía
ratificar en tiempo de paz la movilización de la población
dispuesta por el gobernador y adaptarla al modelo de “mili-
cias provinciales”, en particular en lo atinente a su comando,
instrucción y disciplina.
En la frontera, el éxito inicial de la reforma fue enor-
me: en vísperas de la llegada de las asambleas, las compa-
ñías de “milicias provinciales” enrolaban a la totalidad de
la población rural en condiciones de ser movilizada. Una
estructura de mando veterana y peninsular tendría a su
cargo imprimirles una dirección y disciplina. A pesar de
estas propicias condiciones iniciales, las milicias de la fron-
tera difícilmente pudieron constituir el “ejército de reserva”
que la reforma ambicionaba. Los oficiales peninsulares del
Ejército regular, investidos como comandantes de los fuer-
tes con amplias facultades en la frontera, se toparon con
enormes dificultades para hacerse obedecer, acuciados por
la falta de infraestructura y de personal de confianza. Fun-
damentalmente, las amplias resistencias de los pobladores
a estos elementos “extraños” a la comunidad, al amparo de
densas tramas de solidaridad parental y vecinal, hicieron

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352 • El Imperio desde los márgenes

que los comandantes militares fallaran a un tiempo tanto en


su rol de gobierno, como en la defensa de la frontera.
El vacío de poder dejado por esta fallida estructura de
mando fue aprovechado por una oficialidad miliciana de
extracción local que era la responsable de la movilización
efectiva de la población a las armas. De hecho, los poblado-
res tenían amplias posibilidades de eludir el reclutamiento,
imponer las condiciones de su servicio o bien desertar de
las milicias sin ser alcanzados por los castigos previstos. En
ocasiones, los milicianos desafiaban abiertamente la auto-
ridad de sus oficiales valiéndose de amenazas verbales y de
sus armas y caballos, tanto en forma individual como orga-
nizándose en motín. Por supuesto, los oficiales milicianos
castigaban severa y ejemplarmente estas acciones, pero la
fuerza poco podía frente a las tácticas para eludir el ser-
vicio y la sorda resistencia de las fugas y deserciones. En
este sentido, para movilizar a los pobladores, los oficiales
se valieron de la persuasión, de la activación del lazo social
previo y de prácticas de movilización a ras del suelo que
incluyeron recompensas materiales.
De esta manera, los oficiales de milicias de la frontera
lograron la movilización de cientos de pobladores y cola-
boraron entre sí en una práctica de “articulación defensiva”,
construyendo un poder territorial que procuraron volcar a
favor de sus intereses. A contrapelo de las intenciones del
gobernador Juan Joseph de Vértiz, quien se inclinaba por
una estrategia netamente defensiva frente a los indígenas,
la oficialidad miliciana llevó adelante una agresiva política
de expediciones sobre las tolderías que le redituaban un
jugoso botín en ganados y cautivos indígenas. Asimismo, en
diversas juntas de guerra, los oficiales milicianos rechaza-
ron las tratativas de paz con los indígenas y abrazaron el
proyecto de avanzar la frontera al otro lado del río Salado.
La intransigente política de la oficialidad miliciana, encabe-
zada por el maestre de campo y hacendado Manuel Pinazo,
tuvo como corolario un recrudecimiento de la conflictivi-
dad en la frontera que culminó con el gran malón indígena

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El Imperio desde los márgenes • 353

de 1780 en Luján, a escasos kilómetros de Buenos Aires,


ahora convertida en la capital de un nuevo virreinato.
Vale destacar que estos oficiales de milicias tenían un
perfil social similar, aunque diferían en sus trayectorias
particulares. En general, los oficiales eran hacendados que
provenían de familias patricias de tradición miliciana o que
habían llegado a serlo a partir de una trayectoria de ascenso
social. En este caso, se trataba de inmigrantes que se instala-
ban en la frontera con algún comercio o pequeña estancia y
que, desde muy temprano, se enrolaban en las milicias para
obtener su reconocimiento como “vecinos” y el goce del
fuero militar con que proteger sus actividades económicas.
Ya como oficiales de milicias, se les presentaban múltiples
oportunidades de enriquecimiento y podían disponer de las
tareas y los recursos defensivos (fuertes, guardias, recogidas
de ganados) en función de sus intereses. En particular, las
expediciones sobre las tolderías redituaban un jugoso botín
en ganados y cautivos indígenas que eran repartidos como
fuerza de trabajo compulsiva. De esta manera, combinan-
do astucia económica con una carrera exitosa en las mili-
cias, algunos oficiales milicianos llegaron a ser reconocidos
como los más importantes hacendados de Buenos Aires.
Además, la participación en las milicias les brindó a los
hacendados la posibilidad de conformarse como un actor
con cohesión social y consciencia de sus intereses. Final-
mente, cuando fueron corridos de las milicias, los exoficia-
les conformaron el Gremio de Hacendados, de modo que
se convirtieron en un influyente actor político-corporativo
de la sociedad virreinal.
Es decir, la reforma miliciana alcanzó en la frontera
una gran propagación, pero las compañías, en vez de con-
formar el “ejército de reserva” disciplinado que las autorida-
des borbónicas ansiaban, fueron la base de sustentación de
un poder territorial crecientemente autónomo identificado
con un sector social emergente, el de los hacendados. Los
nuevos ciclos de reforma que se presentaron en la fron-
tera en sendas coyunturas de guerra externa se dirigieron

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354 • El Imperio desde los márgenes

fundamentalmente a doblegar esa autonomía y a disciplinar


la estructura miliciana para que pudiera actuar frente a un
eventual ataque exterior. Sin embargo, no lo hicieron sin
consecuencias para el proceso político virreinal, sobre todo
porque crearon distintas oposiciones que hicieron eclo-
sión cuando la estructura defensiva virreinal efectivamente
sufrió un embate de la guerra externa, posibilidad temida
desde la creación del virreinato y que las reformas habían
pretendido conjurar.
Con el virreinato del Río de la Plata, se creó una estruc-
tura militar y fiscal que buscaba ser el “baluarte imperial”
de la Corona española en el flanco atlántico de América
del Sur. A pesar de los recursos volcados en los prime-
ros años y los buenos resultados iniciales, pronto el novel
virreinato se vio inmerso en una coyuntura crítica por el
recrudecimiento de la guerra externa y el estallido de la
sublevación interna. En este contexto, el malón de 1780
en Luján debió verse inaceptable a los ojos virreinales. En
estas circunstancias, urgían la pacificación de la frontera, el
ahorro y la centralización de recursos fiscales y la disciplina
del aparato miliciano. Con estos objetivos en mente, y al
calor de los acontecimientos, el virrey Juan Joseph de Vértiz
(1778-1784) introdujo una serie de reformas cuyo resultado
fue que el virreinato lograra incorporar las fuerzas mili-
cianas y los recursos defensivos de la frontera al esquema
defensivo virreinal, pero en su consecución se enajenó el
apoyo de las élites locales y se suscitaron encendidas resis-
tencias en la población.
En primer lugar, desconociendo la opinión vertida por
los oficiales milicianos y hacendados, el virrey Vértiz bus-
có pacificar la frontera, consolidando las posiciones exis-
tentes y mediante la búsqueda de acuerdos de paz con las
parcialidades indígenas. El virrey, apoyado en el consejo
de militares peninsulares, propuso la creación de un “cor-
dón defensivo” con los fuertes existentes cuyos intersticios
serían recorridos por las compañías de blandengues, las
que tendrían estrictas funciones defensivas y de vigilancia,

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El Imperio desde los márgenes • 355

sin enfrascarse en acciones ofensivas ni producir avances


territoriales significativos. Asimismo, en los alrededores de
los fuertes, debían formarse “pueblos defensivos” que en
el mediano plazo permitieran ahorrar recursos fiscales y
disponer de los blandengues para el conflicto externo. Por
otro lado, los tratados de paz debían alcanzar a todas las
parcialidades de las pampas; con ese sentido, se firmaron
sendos tratados con “pampas”, pehuenches y ranqueles, las
que obtuvieron amplias concesiones en términos de facili-
dades para el comercio interétnico y reconocimientos terri-
toriales.
Para que la pacificación de la frontera pudiera ser lleva-
da a cabo, el virreinato debía disciplinar al poder miliciano,
subsumiéndolo a una estructura de mando vertical y cen-
tralizada. La vieja oficialidad miliciana fue desplazada y se
nombraron nuevos capitanes para las compañías de blan-
dengues reclutados entre oficiales peninsulares del Ejército
regular, conformando con ellas un cuerpo con un mando
unificado. Por último, se creó la Comandancia General de
la Frontera y se nombró en ella a un oficial peninsular de la
Asamblea de Caballería. Más tarde, los oficiales de blanden-
gues de origen veterano reclamaron seguir percibiendo los
beneficios y privilegios que detentaban en el Ejército regu-
lar. De esta manera, se conformó en 1784 el Cuerpo Vete-
rano de Caballería de Blandengues de la Frontera de Buenos
Aires, con 600 plazas y en condiciones de enfrentar “algo
más que indios”, al decir de las autoridades virreinales.
Este conjunto de reformas atravesó varios conflictos
y debió doblegar distintas resistencias. En particular, la
oficialidad y las tropas milicianas resistieron la autoridad
del primer comandante general de la frontera, con lo cual
lograron que finalmente este fuera desplazado de su car-
go y que, en adelante, se nombraran comandantes mucho
más afines a los intereses locales. Por otro lado, los planes
originales de Vértiz –dado su desprecio de la población–
era que los “pueblos defensivos” se fundaran con familias
peninsulares. Sin embargo, al no contar con los recursos

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356 • El Imperio desde los márgenes

necesarios, el virrey optó por el traslado compulsivo de


familias pobres y pobladores de la campaña, lo que desató
una multiforme resistencia en la población y, debido a la
violencia irrigada, un resentimiento que quedaría grabado
en la memoria colectiva. Con todo, las medidas virreina-
les no encontraron una oposición unificada en cuanto no
había todavía una coincidencia entre los intereses urbanos
y rurales y, aun dentro de estos, no existía acuerdo sobre la
política que seguir en la frontera.
Con todo, el reformismo borbónico demostró ser una
política de fines, y no de medios; cuando la coyuntura bélica
se distendió, el proceso político tornó a una “pax virrei-
nal” que se extendió hasta fines de siglo. En este período,
pudieron asomar los proyectos y las aspiraciones de las
élites locales, mientras que las mejoradas arcas virreinales
permitieron compensar con medios pecuniarios la indisci-
plina de la tropa y la resistencia de la población por ser
reclutada. Por un lado, la clase de cadetes del cuerpo de
caballería de blandengues fue ocupada por los jóvenes hijos
de la élite criolla, que pronto fueron ascendidos a la clase
de oficiales, de modo que formaron auténticos clanes fami-
liares. En cuanto a la tropa, las dificultades para la recluta,
las deserciones y la necesidad de garantizar la disciplina
determinaron la práctica del “reenganchamiento” (un pre-
mio monetario al soldado reenganchado) a pesar de que
estaba prohibida por el rey. De esta manera, el cuerpo de
blandengues de la frontera de Buenos Aires logró mantener
completas sus filas, conducidas por una oficialidad criolla
unida por estrechos lazos de parentesco y firme arraigo
local. En los últimos años de “pax virreinal”, con el con-
senso del Gremio de Hacendados, el Cabildo de Buenos
Aires, el cuerpo de blandengues y la opinión ilustrada, se
relanzó el proyecto de avanzar la frontera, cuya formula-
ción más acabada fue el plan presentado en 1797 por el
militar ilustrado Félix de Azara que recogía las experiencias
y aspiraciones locales.

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El Imperio desde los márgenes • 357

Sin embargo, el reinicio de la guerra con Inglaterra y


Portugal postergó los proyectos y las aspiraciones locales
y suscitó un nuevo ciclo de reformas, esta vez a cargo del
subinspector de Ejército y milicias Rafael de Sobremonte,
que volvería a tensar las relaciones con las élites locales y
suscitar la multiforme resistencia de la población.
En primer lugar, dado el continuo éxodo de los cuerpos
regulares del virreinato y la imposibilidad de la Corona de
reemplazarlos, la apuesta virreinal fue por los blandengues
y el disciplinamiento de las milicias, buscando poner a la
“nación en armas” para rebatir al enemigo externo. Con este
sentido, se aumentaron las plazas del cuerpo de blanden-
gues de Buenos Aires y se creó un nuevo cuerpo de blan-
dengues –y su correspondiente Ramo de Guerra– para la
frontera de Montevideo. Desde el punto de vista de los fun-
cionarios borbónicos, la opción por los blandengues tenía
sus ventajas, resaltadas en este caso por la ausencia de alter-
nativas, dado que, al ser una fuerza de caballería, sus sueldos
eran más bajos que los de dragones y además se financiaba
con el Ramo de Guerra, un ramo impositivo local, mientras
que el resto de los cuerpos regulares dependía del Situado
potosino, de irregular caudal y frecuencia. De esta mane-
ra, los blandengues se convirtieron en la primera fuerza
regular del virreinato, representando en Buenos Aires dos
tercios de las fuerzas regulares disponibles.
A pesar del carácter regular del cuerpo y el robuste-
cimiento de su número, las condiciones de servicio de los
blandengues conspiraban contra las intenciones de formar
con ellos un ejército disciplinado al servicio de los obje-
tivos dinásticos. Por un lado, los oficiales de blandengues
–con vínculos en ambas márgenes del Río de la Plata–
en distintas ocasiones peticionaron colectivamente para la
igualación de su estatus con respecto al resto de los cuer-
pos regulares del virreinato. Sin embargo, si bien lograron
arrancar algunas concesiones, la cuestión de fondo –las
diferencias salariales– no fue resuelta. En cuanto a la tropa,
aunque sus sueldos eran relativamente altos y la práctica

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358 • El Imperio desde los márgenes

del reenganchamiento continuó, los soldados blandengues,


acostumbrados a ejercer estrechas funciones de vigilancia
en los fuertes de la frontera, rehuían los traslados y la
entrada en combate, momentos en que las deserciones eran
incontenibles. Con el cuadro de una oficialidad descon-
tenta y una tropa poco disciplinada, la disponibilidad del
cuerpo de blandengues para enfrentar el conflicto externo
era limitada.
Por otro lado, al igual que en anteriores coyunturas
reformistas, se buscó movilizar y disciplinar a las milicias.
Para ello, se sancionó un reglamento en 1801 según el cual
todos los milicianos gozarían del fuero militar, recibirían
armas, uniformes y entrenamiento y percibirían un sueldo
mientras fueran movilizados. Sin embargo, la implementa-
ción del nuevo reglamento fue limitada tanto por la escasez
de recursos materiales y fiscales, como por la resistencia del
Cabildo de Buenos Aires a la aplicación del fuero militar,
piedra angular de la reforma. En estas condiciones, el ejér-
cito de miles de vecinos al servicio del rey fue poco más que
un sueño de papel. Fue el propio Sobremonte quien confesó
–y sufriría en carne propia– el fracaso de la reforma: “Todo
esfuerzo es en vano para promover en estos países la afi-
ción al servicio de soldado, por la abundancia de los efectos
necesarios para la vida en la Campaña, y la libertad que ésta
ofrece”, se quejó quedamente.
Por último, por esos años el proyecto de adelantar la
frontera se instaló firmemente en la opinión pública. Tan-
to desde las páginas del Semanario de Vieytes, como la del
comandante de blandengues y del propio Cabildo de Bue-
nos Aires, distintas voces comenzaron a criticar el “cordón
defensivo” de Vértiz y se pronunciaron a favor de adelan-
tar la frontera, recordando que con ese fin el “vecindario”
se había impuesto el Ramo de Guerra. En suma, el último
ciclo virreinal de reformas fue de limitadas miras y mucho
menos alcance, trajo varios perjuicios en la relación con las
élites locales y no logró amilanar la capacidad de resistencia
autónoma de la población. En el camino, los motivos de

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El Imperio desde los márgenes • 359

oposición política se sumaron y los distintos proyectos para


la frontera extenuaron las diferencias entre las élites locales
y la administración colonial.
La invasión inglesa al Río de la Plata de 1806 expuso
las falencias políticas y militares del planteo borbónico.
La suerte del “baluarte imperial” estaba en manos de una
estructura defensiva que combinaba fuerzas regulares y
milicianas de composición y financiamiento locales. La
delicada situación hubiera requerido la mediación de las
élites locales para la efectiva movilización de una población
dispuesta en todo momento a defender celosamente sus
márgenes de libertad. Nada de ello ocurrió. La incapaci-
dad del cuerpo de blandengues –una tropa de campesinos
apostada en la frontera dirigida por una oficialidad criolla
insatisfecha– y de la estructura miliciana en general para
resistir el ataque no solo expuso las debilidades del esquema
defensivo de Sobremonte, sino que demostró el fracaso de
medio de siglo de reformas.
La frontera de Buenos Aires, ese límite engañoso y, sin
embargo, presencia feroz, llevó a la creación de las primeras
estructuras estatales en el territorio y moldeó experiencias
políticas particulares. A su vez, distintos actores sociales y
corporativos se beneficiaron de la creación de milicias y de
la captación de recursos fiscales destinados a financiar los
fuertes de la frontera. Cuando la administración borbónica
puso el ojo en Buenos Aires, producto del ciclo europeo de
guerras en que se hallaba envuelta, intentó constituir allí un
“baluarte imperial” mediante un esfuerzo de construcción
estatal del que la creación del virreinato del Río de la Plata
fue el mayor resultado, pero que también echó mano de
las estructuras existentes. En sendos ciclos de reformas, la
administración colonial buscó pacificar la frontera, centra-
lizar sus recursos fiscales y verticalizar el mando sobre mili-
cias y blandengues. Sin embargo, en muchos aspectos, las
iniciativas reformistas chocaban con las experiencias y los
entramados previos y unos muy definidos intereses sociales
y corporativos, lo que generó un sinfín de resistencias en

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360 • El Imperio desde los márgenes

la población y la oposición política de las élites y corpo-


raciones locales, emplazando a la frontera como arena de
disputa frente a la administración colonial. A medida que
el virreinato representó cada vez menos una inyección de
recursos externos y dependió cada vez más de la población
y los recursos locales para su defensa, quedó claro para
Buenos Aires que en sus manos estaba su destino.

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