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duerme en el castillo. Nadie puede hacerlo sin permiso del conde. Pero usted no tiene
tal permiso, o al menos no lo ha presentado.
El alcaide dormía, pero un subalcaide, uno de los subordinados, un tal Fritz, estaba allí.
El joven, que se presentó como Schwarzer, explicó que había encontrado a K, un hombre
en la treintena, bastante andrajoso, durmiendo tranquilamente en un jergón de paja con
una minúscula mochila como almohada y con un bastón nudoso al alcance de la mano.
Era evidente que le había resultado sospechoso, y como el mesonero había descuidado
ostensiblemente su deber, la obligación de Schwarzer consistía en llegar al fondo del
asunto. El hecho de despertarle, el interrogatorio, la amenaza derivada del deber de
expulsarlo del condado, habían sido tomados con indignación por parte de K, por lo
demás, según había resultado al final, con razón, pues afirmaba ser un agrimensor
solicitado por el conde. Naturalmente que suponía al menos un deber formal
comprobar esa afirmación, y Schwarzer le pedía por ese motivo al señor Fritz que
averiguase en la secretaría central si realmente se esperaba a un agrimensor de ese tipo
y que telefonease la respuesta en seguida.
Pero si da lo mismo —dijo K—, os llamaré Artur a los dos. Si envío a Artur a algún lado,
iréis los dos juntos, si le doy un trabajo a Artur, lo hacéis los dos; esto, por cierto, implica
para mí la gran desventaja de no poder emplearos en tareas separadas, pero me da en
cambio la ventaja de que, para todas las cosas que os encomiende, tengáis una
responsabilidad conjunta e indivisa. La manera de cómo habréis de repartiros el trabajo
me tiene sin cuidado; lo que no podéis hacer es excusaros culpándoos el uno al otro:
para mí, sois un hombre único.
Él tiene razón, es imposible: sin permiso, ningún forastero puede ir al castillo. ¿Dónde
hay que solicitar el permiso? No lo sé, tal vez haya que pedírselo al alcaide. Entonces,
se lo solicitaremos por teléfono, ¡id y hablad inmediatamente con el alcaide!, ¡ambos!
Muy estimado señor: está usted, como ya lo sabe, aceptado para el servicio señorial. Su
superior inmediato es el alcalde de la aldea, el cual le informará también acerca de todo
lo concerniente a su trabajo y condiciones de salario, y al cual deberá usted, a su vez,
rendir cuentas. Sin embargo, yo tampoco le perderé de vista. Barnabás, el portador de
ésta, irá de tiempo en tiempo a preguntarle sus deseos, y me los comunicará. Me halará
usted siempre dispuesto a complacerle, en la medida en que esto sea posible, pues me
interesa que mis obreros estén siempre contentos.
(Fdo. Ilegible)
Jefe de la X oficina
¡Que Klamm hable con usted! ¡Cuando el ni siquiera con los habitantes de la aldea habla!
Nunca habló todavía ni siquiera con alguien de la aldea. ¡Si ésa es precisamente la gran
distinción de Frieda, una distinción que será orgullo mío hasta el fin de mis días!
El trato directo con las autoridades no era por cierto excesivamente difícil, pues las
autoridades, por buenas que fuesen sus organizaciones, no tenían que defender nunca
sino causas invisibles y remotas en el nombre de señores invisibles y remotos, mientras
que K. bregaba por algo vivamente cercano: por sí mismo; y por otra parte, él lo hacía
por propia voluntad –cuando menos muy al comienzo así fue- pues era el atacante.
Como habrá notado, señor agrimensor, ya estaba yo al tanto de todo este asunto. Que
no haya dispuesto nada hasta ahora, tiene su origen, primero, en mi enfermedad, y
luego en la circunstancia de que dejara usted pasar tanto tiempo antes de presentarse;
ya estaba por creer que había usted abandonado el asunto. Pero ahora, ya que es tan
amable de venir a verme personalmente, debo comunicarle, por cierto, toda la
desagradable verdad. Está usted contratado como agrimensor, según dice, pero
desgraciadamente no nos hace falta ningún agrimensor. No habría para el ni el menor
trabajo. Los deslindes de nuestras pequeñas fincas están amojonados, todo está
debidamente empadronado. Cambios en la propiedad apenas se producen, y las
pequeñas cuestiones de límites las resolvemos nosotros mismos.
Como ya dije, no tengo ante usted secretos oficiales; pero permitirle que usted mismo
escudriñe los expedientes es algo que iría demasiado lejos, algo en que, a pesar de todo,
no puedo consentir.
Hay solamente oficinas de control. Cierto que no están destinadas a descubrir errores
en el sentido bruto de esa palabra, puesto que tales errores no se producen, y aun
cuando alguna vez se produce un error, como en el caso suyo, ¿quién podría decir
definitivamente que es un error?
Las primeras oficinas de control lo reconocen efectivamente, en este caso. Pero, ¿quién
podría afirmar que así lo juzgan también las segundas oficinas de control, y asimismo
las terceras, y sucesivamente las demás?
Esta carta no es, de ningún modo, una comunicación oficial, sino una carta particular.
Esto puede verse claramente ya en el encabezamiento: “Muy estimado señor”. Por otra
parte, no está dicho ahí, ni con una sola palabra, que esté usted contratado como
agrimensor; antes bien, háblase sólo en términos generales del servicio señorial; y
tampoco está dicho en forma que comprometa, sino que está usted aceptado “como ya
lo sabe”, lo cual quiere decir que todo el peso de la demostración de que ha sido usted
aceptado, se le endosa a usted. Y para terminar, queda usted remitido, en cuanto a todas
las cuestiones oficiales, a mí, exclusivamente a mí, el alcalde, como su superior
inmediato, quien ha de comunicarle todos los detalles, cosa que en su mayor parte ya
está hecha. (…). Que usted, un forastero, no lo reconozca, es cosa que no me extraña. En
total, la carta no significa sino que Klamm personalmente se propone ocuparse de usted,
para el caso de que fuese usted contratado para el servicio señorial.
(…) le pareció a K. que habían interrumpido con él toda relación, y ahora, ciertamente,
era más libre que nunca, y que bien podía quedarse esperando cuanto quisiera en ese
sitio que le estaba en general vedado, y que esa libertad la había obtenido bregando
como apenas hubiera podido hacerlo otro, y que nadie tenía derecho de incomodarlo
de echarlo; más aún, de dirigirle siquiera la palabra; y que sin embargo –esta convicción
era al menos tan fuerte como la otra-, no había, al mismo tiempo, nada más absurdo,
nada más desesperado, que esa libertad, esa espera, esa inmunidad.
El señor alcalde teme que, en caso de hacerse esperar demasiado tiempo la resolución
sobre su asunto, cometa usted alguna imprudencia procediendo por su propia cuenta.
Yo, por mi parte, no sé por qué teme tal cosa; opino que lo mejor ha de ser dejarle que
haga usted lo que más le plazca. No somos sus ángeles de la guarda, y no tenemos
ninguna obligación de vigilar todos sus pasos. Y bien: el parecer del señor alcalde es
otro. Cierto es que él no puede acelerar la resolución misma, que es asunto de las
autoridades condales. No obstante, desea tomar una decisión provisional,
verdaderamente generosa, que cae dentro de su jurisdicción, y sólo depende de usted
el aceptarla o no: lo ofrece, provisionalmente, el puesto de bedel de la escuela.
- Ya que estamos aquí tan alegremente reunidos todos, yo le rogaría a usted, señor
agrimensor, muy encarecidamente, que completara con algunos datos mis expedientes.
- Mucho se escribe aquí.
- Sí, una mala costumbre, pero tal vez no sepa usted todavía quién soy. Soy Momus, el
secretario aldeano de Klamm.
Para tal caso, quiero recordarle ahora que el único camino que conduce a Klamm y que
usted podría usar, pasa por aquí, por estos protocolos del seños secretario. Pero no
quisiera exagerar: acaso el camino no conduzca hasta Klamm, acaso termine mucho
antes de llegar a él, esto ya es cosa que decide el criterio del señor secretario. No
obstante, es éste, en todo caso, el único camino que, en su situación, señor agrimensor,
por lo menos va en dirección hacia Klamm. ¿Y siendo así, quiere usted renunciar a este
camino único, por ningún otro motivo que no sea la terquedad?
Al señor Agrimensor en el Mesón del Puente: Los trabajos de agrimensura que ejecutó
usted hasta ahora, merecen mi aprobación. Son dignos de elogio también los trabajos
de los ayudantes: sabe usted estimularlos en el trabajo como es debido. ¡No ceda usted
en su ahínco! Procure que los trabajos tengan un buen fin. Me irritaría toda
interrupción. Por otra parte, pierda usted cuidado: la cuestión del salario se decidirá
próximamente. No le perderé de vista.
Klamm
Te lo facilitaré más aún diciéndote que Barnabás, aun cuando traiga del castillo algún
mensaje para ti, ya no podrá ir hasta la escuela para darte parte. El pobre muchacho no
puede caminar tanto, se está consumiendo en este servicio. Y tendrás que venir tú
mismo en nombre de la noticia.
Hace mucho ya que debería haber recibido, no una librea, que en el castillo no existe,
sino un traje oficial; por otra parte, se lo prometieron, pero en este sentido son muy
morosos en el castillo, y lo grave es que nunca se sabe qué significa esta morosidad;
puede significar que el asunto sigue su trámite, como también puede significar que este
trámite aún no ha comenzado; que todavía por ejemplo continúa en pie la intención de
poner a prueba a Barnabás; y finalmente puede significar también que el trámite ha
terminado ya, que por cualesquiera motivos se ha retirado la promesa, y que Barnabás
no obtendrá nunca su traje.
Los funcionarios son muy instruidos pero, aun así, sólo lo son parcialmente; en
cuestiones de su especialidad, al oír una sola palabra, un funcionario comprende
inmediatamente y por entero largas asociaciones de pensamiento, pero si se trata de
cosas que pertenecen a otra sección, éstas pueden explicársele durante horas, y tal vez
asentirá cortésmente con la cabeza, mas no comprenderá ni jota.
Cuando los funcionarios viajan a la aldea, o bien de regreso al castillo, no realizan, por
cierto, con ello viajes de placer; tanto en la aldea como en el castillo les espera el trabajo,
y viajan por lo tanto a máxima velocidad. Tampoco se les ocurre mirar por la ventanilla
del coche hacia fuera en busca de solicitantes; al contrario, los coches están repletos de
expedientes, que los funcionarios van estudiando.
Era su aspiración, y en ello ya coincidía cono los deseos de los interesados, que enfrente
del mesón señorial se construyese un edificio en el cual pudiera esperar la gente. Más
que nada le hubiese agradado que también las audiencias y los interrogatorios tuviesen
lugar fuera del mesón señorial, pero a ello se oponían los funcionarios, y si los
funcionarios se oponían seriamente, la mesonera, claro está, no podía hacerse valer, a
pesar d que en cuestiones secundarias, gracias a su celo incansable y a la vez
feminilmente delicado ejercía una suerte de tiranía menor. Pero las audiencias y los
interrogatorios, por lo que podía preverse, tendría que soportarlos también en adelante
en el interior del mesón señorial, pues los señores del castillo se negaban a abandonarlo
hallándose en la aldea por asuntos oficiales.
(…) pues claro que las formas pueden ser guardadas, si uno así se lo propone, durante
la noche con el mismo rigor que durante el día. De modo que no se trata de eso; lo que
en cambio sí se resiente durante la noche es el criterio oficial. Involuntariamente tiende
uno a juzgar las cosas, durante la noche, desde un punto de vista más privado; los
alegatos de las partes interesadas adquieren mayor peso del que les corresponde; se
entremezclan con el claro juicio consideraciones que nada tienen que ver ahí y que
atañen a la situación general de los interesados, a sus penas y a sus preocupaciones; se
afloja la separación necesaria entre los interesados y los funcionarios, y donde otrora,
tal como debe ser, sólo iban y venían preguntas y repuestas, parece tender lugar, a
veces, un extraño intercambio de las personas, absolutamente inadecuado.