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El doble camino del método científico:


la inducción y la deducción
Se puede hacer una definición genérica de las pretensiones del conocimiento científico como
un conocimiento que se diferencia de otros tipos de conocimientos humanos al estar basado en
una racionalidad construida a partir de una doble regla metodológica:

- La afirmación lógica de teorías e hipótesis.


- La verificación o refutación empírica.

La ciencia trata de un tipo de conocimiento humano que se diferencia de otros tipos de


conocimientos y creencias como por ejemplo son las del conocimiento común. Por encima de
las diversas interpretaciones y orientaciones habidas en torno al problema del método
científico, en la raíz de su formulación está la convicción de que es prioritaria la búsqueda del
conocimiento a partir de unas reglas y exigencias estrictas que a modo de “roca dura” sirvan
para juzgar la verdad de las teorías y explicaciones sobre la realidad presentes en las
realizaciones y desarrollos científicos concretos.

La búsqueda del método ha sido obsesiva y recurrente en la historia del pensamiento de la


edad moderna. Se trata del empeño en la elaboración de una serie de criterios de demarcación
entre Naturaleza e historia, entre lo racional e irracional, entre ciencia y metafísica, que puede
resumirse de manera muy sucinta como el esfuerzo por establecer un conocimiento científico
verdadero sobre el mundo, que a diferencia de otros conocimientos racionales que
habitualmente construyen los humanos, disponga de algún mecanismo o llave privilegiada de
acceso al conocimiento de la realidad mediante el desarrollo de la razón lógica y la experiencia
empírica. Esa llave maestra constituiría entonces lo que se ha llamado el método científico, y
sobre la cual se debería fundar el desarrollo sólido de todo el edificio del saber científico.

La creencia a favor de la existencia de dicha llave especial para el acceso al conocimiento


verdadero y aplicable tanto a las ciencias naturales como a las ciencias sociales, consiste en la
aceptación de la Teoría general del método. Este es entendido como el procedimiento
adecuado para la validación de enunciados teóricos sistemáticamente y lógicamente
relacionados y contrastables empíricamente. Esta creencia en la unidad de método para las
ciencias físico-naturales y las ciencias sociales tiene desde los inicios de periodo científico
moderno en occidente unos portavoces relevantes que propusieron unos modelos y
metodologías prescriptivos que han sobrevivido a lo largo del tiempo hasta hoy.

Empirismo y racionalismo
A los ojos de la historia de la ciencia moderna se destaca que la ciencia que emergió en el siglo
XVII marcó un cambio radical en relación con toda la ciencia anterior. A este cambio se le ha
denominado: Primera Revolución Científica debido a los logros de la ciencia en este siglo, en
el que una gran mayoría de las ideas y teorías científicas antiguas fueron superadas y
desechadas desde la nueva racionalidad científica. En esta época se produjo un importante
cambio de estilo científico con el desarrollo de relevantes propuestas metodológicas.

En el Novum Organum de Francis Bacon, un texto publicado por primera vez en 1620,
emblemático en la historia de la ciencia moderna y central para la Filosofía de la Ciencia, se
enfatiza el camino del método experimental de la inducción a partir de una amplia base
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empírica.

Bacon resume a través de aforismos la eficacia del nuevo método y todo un programa de la
nueva ciencia experimental que ensalza la conjunción de las metas del conocimiento y el
poder y dominio sobre una Naturaleza considerada femenina y convertida en pura materia
muerta por parte de la nueva ciencia. Mediante procedimientos inquisitoriales de interrogación y
tortura el nuevo método experimental estará encargado de extraer los secretos a una
Naturaleza que es percibida como lo hacían las sociedades arcaicas y medievales. El mundo
natural comienza a ser considerado como simple materia física, inerte y mecánica, como pura
extensión y recurso mensurable, descomponible en partes y cognoscible, y desprovisto del
dinamismo interno, de las capacidades creativas y del espíritu que lo habitaba tal y como las
antiguas creencias y conocimientos mágicos y religiosos le atribuían. El nuevo método científico
ensalzado por F. Bacon tiene como un objetivo doble: el conocimiento y el dominio, la conquista
y transformación prometeica sobre la Naturaleza. El nuevo “mago-científico” liberado de
creencias y restricciones religiosas y éticas está interesado en controlar y dominar la
Naturaleza para conocer y explicar las causas y formas de la misma. Para ello, Bacon se
propone un camino experimental:

“El trazar bien una línea recta o una circunferencia, si se dibujan a pulso, depende en gran parte de
la firmeza o del ejercicio de la mano; en cambio, estas cualidades cuentan poco o nada cuando se
hace con una regla y un compás. Lo mismo sucede en nuestro método”.
(F. Bacon)

Es sabido que F. Bacon auspiciaba una unión entre “arañas y hormigas” en las abejas, según
él en las abejas se conjuga la agudeza de las arañas y la infatigabilidad de las hormigas, la
curiosidad por el mundo y la capacidad de seleccionarlo y transformarlo. La metáfora
baconiana en torno al empirismo versus racionalismo, hoy día conserva una parte consistente
de su valor si se aplica a los conexos repartos de trabajo creados a partir de las seculares
distinciones entre las reflexiones arácnidas (racionalistas) tan propias de los filósofos de la
ciencia y el hacer de las hormigas (empiristas) más propio de los historiadores de la ciencia.

“Las ciencias han sido tratadas o por los empíricos o por los dogmáticos. Los empíricos, semejantes
a las hormigas, sólo saben recoger y gastar; los racionalistas, semejantes a las arañas, forman telas
que sacan de sí mismos; el procedimiento de la abeja ocupa el término medio entre los dos; la abeja
recoge sus materiales en las flores de los jardines y los campos, pero los transforma y los destila por
una virtud que le es propia. esta es la verdadera imagen del trabajo de la filosofía” (F.Bacon)

En el polo racionalista opuesto al camino de la inducción defendida por Bacon, está la


depuración realizada de la filosofía tradicional y llevada a cabo por la filosofía racionalista de
René Descartes, quien subraya los aspectos racionales y deductivos de la investigación
científica para el logro de un conocimiento que pudiera garantizarse como verdadero mediante
proposiciones claras y distintas.

Serán Locke y Berkeley los primeros filósofos empiristas que realizarán la crítica al
racionalismo de Descartes, Espinoza y Leibniz, pero será realmente D. Hume el portavoz de la
versión más radical de un empirismo sin residuos racionalistas, aunque el mismo reconoce los
límites e imposibilidades internas de la aplicación del método inductivo para obtener verdades
científicas sobre el mundo estudiado. Los avances que se dan en la Inglaterra del siglo XVII
permitieron el auge de la nueva filosofía empirista representada en Inglaterra por Hobbes y
Locke. En un contexto histórico de un mayor y progresivo conocimiento de la realidad natural
junto a los formidables hallazgos científicos de Newton, de reformas religiosas y de ascenso de
la burguesía, la nueva clase social que desarrolla el libre-comercio, se favoreció una alternativa
a través de los filósofos escoceses, y sobre todo por la crítica realizada por Hume al
racionalismo cartesiano y al cientificismo empirista.
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La teoría de D. Hume puede ser considerada como una primera formulación global del enfoque
positivista en la ciencia que entiende la explicación causal de los fenómenos como:

- Registro de la secuencia meramente regular a partir de las impresiones de los sentidos.


- La observación y de la medida.
- La unidad de método para el mundo físico-natural y el mundo socio-cultural humano.
- La clara y radical distinción entre valor y hecho, asumiendo que la ciencia es neutral en
relación a los valores que no sean exclusivamente los cognitivos del conocimiento y la
verdad.

El escepticismo de Hume parte de la crítica que realiza a la inducción:

La imposibilidad de correspondencia exacta o copia entre las ideas, enunciados, teorías o


juicios emitidos como afirmaciones verdaderas y un mundo exterior que es translingüistico,
cuestionando con ello la posibilidad de obtener verdades absolutas por la vía empírica. A partir
de ello, Hume considera que sólo una parte muy reducida del conocimiento puede ser reducida
a la observación y experiencias.

Pero contrariamente a este radical escepticismo de Hume, el pensamiento ilustrado europeo


elevará al máximo la idea de existencia de una total identidad y equiparación entre la ciencia y
la racionalidad, y contra de los racionalismos se establecerá una nueva ideología positivista.
El positivismo resultará ser nueva razón científica realizada exclusivamente a partir del método
de la observación y la experimentación, y en contra de las especulaciones, la introspección y
los prejuicios metafísicos y religiosos de todo tipo. Bajo el lema del positivismo y sus ideologías
optimistas de la ciencia, el poder de la nueva burguesía industrial, económica y política en el
XIX buscará conseguir mayores cuotas secularizadas de conocimiento y de libertad política y
social.

El programa clásico de la Filosofía de la Ciencia defiende esta nueva razón científica positivista
con su exigencia del primado formal y avalorativo del método científico como camino y
herramienta formalizada y exigible para el acceso primordial a la verdad en sus dos caminos:
deductivo e inductivo, con un endurecimiento de las condiciones y exigencias de contrastación
empírica de las hipótesis teóricas.

La ciencia positivista

Si al menos en el desarrollo de la filosofía del siglo XX se han ensayado alternativas teóricas no


positivistas, por el contrario, la Sociología y las ciencias sociales desde su nacimiento en el
siglo XIX ha aceptado casi unánimemente el enfoque y los principios positivistas. Las ciencias
sociales han buscado emular los hallazgos y métodos de conocimiento basado en la
observación, la medida y la cuantificación, y desarrollados por las ciencias físico-matemáticas
desde el siglo XVII. Se puede por tanto leer la historia de la Sociología como una historia de las
luchas por alcanzar una legitimación científica mediante la formalización, la cuantificación y la
predicción aplicada a su objeto de estudio: las sociedades humanas.

Este dominio del positivismo se expresa claramente en el éxito del enfoque sociológico del
estructural- funcionalismo, que ha sido hasta muy recientemente el paradigma fundamental
de la Sociología, e incluso la misma Sociología de la Ciencia ha nacido en su seno, lo que ha
contribuido a reforzar sus aspiraciones dentro de la estrecha racionalidad positivista. La
Sociología de la Ciencia de autores como Merton a mitad del siglo XX asume así una forma
de neopositivismo: la aceptación del carácter acumulativo de la ciencia y la imputación de
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racionalidad cognitiva libre de valores al sistema de la ciencia. Merton acepta la separación


entre la ciencia entendida como sistema cognitivo (y a estudiar por la Filosofía de la Ciencia) y
la ciencia entendida como producto de las actividades de los científicos estudiada por la
Sociología. De modo que desde esta artificiosa división establecida por la Sociología de la
Ciencia funcionalista desarrollada por Merton no existe una conexión intrínseca ni significativa
entre las teorías que elabora el científico y los contextos e influencias sociohistóricas en la
misma. La Sociología de la Ciencia inicial y desarrollada por Merton continua sin cuestionar la
errónea y artificial separación entre el Contexto de la Justificación (internalismo) y el
Contexto del Descubrimiento (externalismo social e histórico). La Epistemología y la
Filosofía de la Ciencia se encargarán entonces del estudio internalista de la ciencia y la tarea
específica de la Sociología de la Ciencia será el análisis del Contexto del Descubrimiento
mediante el estudio de la comunidad de científicos con la finalidad de descubrir el ethos o
personalidad del campo científico y su específica forma de actuación mediante el debate
abierto y el debate abierto y la continua contrastación pública del conocimiento. Este será el
interés y el limitado techo el enfoque de la sociología mertoniana, hegemónica hasta la década
de los setenta del siglo XX, al tiempo que excluye de su campo de estudio las condiciones de
producción, los sistemas de legitimación, las aplicaciones sociales y las consecuencias
colaterales de las prácticas científicas reales. Esta visión mertoniana tan idealista de la ciencia
sólo identifica la lógica y prácticas de la comunidad científica en torno a cuatro criterios:
1) La acumulación de descubrimientos y de conocimiento.
2) El universalismo, criterios internos e impersonales preestablecidos que guían el hacer de los
científicos.
3) El consenso interno en torno a que los resultados de la ciencia y que están destinados a la
sociedad.
4) El desinterés y la autonomía de la ciencia como actividad institucionalizada.

Como se comentará más adelante, son nuevas las posibilidades abiertas a partir de los años
60 del siglo XX por pensadores como Thomas Kuhn y sus seguidores, que han cambiado
enormemente este panorama de reflexión sobre la ciencia. Desde ellas ya no se puede
entender la ciencia como una simple actividad independientemente de la estructura institucional
y social en la que inserta sus actividades tal y como la describe la ingenua sociología
mertoniana.

La Filosofía positiva de los padres precursores teóricos de la Sociología como son Saint
Simon y Comte desarrolla una versión abreviada del positivismo como ideal de racionalidad
organizadora y legitimizadora de la evolución y desarrollo de las sociedades, una visión que ha
subsistido a lo largo del siglo XIX y XX dirigiendo sus críticas contra las especulaciones
metafísicas de todo tipo.

Lo que habitualmente se conoce como corriente positivista constituye básicamente una


actitud normativa e idealizadora, muy reductiva y errónea sobre el conocimiento humano y la
ciencia.

Algunas de las reglas fundamentales que desarrolla esta amplia y diversa corriente de
pensamiento en relación con el conocimiento científico, son las siguientes:
I) Cuestiona los planteamientos de las doctrinas metafísicas tradicionales y
contrariamente afirma : que no existe diferencia real entre lo observado y el fenómeno o
realidad de estudio. Reducen lo ontológico y lo real a lo captado por la observación y las
tecnologías de registro y medida al priorizar la experiencia obtenida mediante la observación y
los sentidos.

II) No reconoce la existencia de los objetos y realidades que no estén dados por la
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experiencia sensible. En otras palabras, es una crítica al saber abstracto que no sea un modo
de ordenación concisa y clasificatoria de los datos experimentales.

III) Niega los valores cognitivos de los juicios de valor y de los enunciados normativos
en general. Debido a que son atribuciones simbólicas y de significado que no son dadas a la
experiencia sensible y la observación, resulta ilícito el pretender fundar por medio de los datos
de la experiencia los juicios de valor, ya que según la óptica positivista estos no dependen de
razones científicas sino de otro tipo de razones y valores no cognitivos de elección arbitraria y
social y que sólo pueden ser objeto de juicios tecnológicos e instrumentales, es decir relativos a
la eficacia en función de los resultados deseados.

IV) Defiende “el cientismo”, es decir, una ideología muy distorsionante que parte de la
idea de que existe una unidad fundamental del método de la ciencia en todos los
campos y áreas del conocimiento, y al margen de los diferentes objetos o fenómenos a
estudiar. Por encima de la variedad de interpretaciones que ha tenido este principio, en su
forma más general se trata de la creencia de que los modos de adquisición de un saber válido
son fundamentalmente los mismos en todos los campos de la experiencia, en el mundo físico y
en el mudo social. De ello se puede suponer que las particularidades de las diferentes ciencias
son la manifestación de su grado de desarrollo y de un cierto estadio histórico de la ciencia
dentro de un progreso continuado que tiende en último término hacia la nivelación o incluso
reducción de todas las ciencias a una sola y misma ciencia unificada. Se trata en definitiva de la
esperanza de reducir todo el saber al de las ciencias físicas tomadas como modelo, debido a
que de entre todas las disciplinas empíricas, estas son las que han elaborado los más valiosos
modos de descripción, observación, medida, predicción, y cuyas propiedades se extienden a
los fenómenos más universales dentro de la Naturaleza y el mundo en general.

El optimismo del positivismo tradicional ha continuado a lo largo del siglo XIX y parte del XX
concebido a demás como fuerza impulsora para el desarrollo y el bienestar de las sociedades
industrializadas en la idea de su contribución al avance del progreso social, intelectual,
económico y moral, alimentándose de la ilusión sobre la existencia de un camino certero para
conseguir verdades científicas mediante métodos y reglas formales de procedimiento. Estas
creencias parten en realidad de una errónea concepción sobre la verdad construida mediante
teorías científicas.

Defienden una concepción esencialista, asocial y ahistórica de la ciencia, en la que no se


percibe que las explicaciones científicas verdaderas son en realidad construidas socialmente y
no están dadas de antemano en la realidad y mundo a estudiar, por lo que no bastaría con
extraerlas y descubrirlas mediante los pasos adecuados y sin que sea necesario producirla o
construirla.

La euforia metodológica del positivismo ha sido una opción filosófica que también ha estado
muy ligada no solo a la emergencia del pensamiento científico-social en el siglo XIX, también al
desarrollo y avance del conocimiento científico. Está íntimamente ligada al mismo surgimiento
de las ciencias humanas y sociales infundiendo optimismo, éxito y aceptación social, seguridad
y solidez en los avances del conocimiento científico. Esta especie de “pseudo-religión” o de
ingenua creencia sobre el la unidad del método científico y sus exigencias formales ha estado
presente desde el inicio en las orientaciones nucleares de las ciencias sociales, desde finales
del siglo XIX y a comienzos del XX. El primado del formalismo metodológico sirvió para
amortiguar la oposición entre las ciencias del espíritu y las ciencias de la naturaleza,
impulsó su unificación en torno a un sólo modelo de quehacer científico, rompiendo con ello el
idealismo de los viejos métodos comprensivos de conocimiento practicados por la
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filosofía y cuestionando la introspección y la subjetividad intuitiva como caminos adecuados


para la verdad científica.

Las preocupaciones positivistas en Sociología defienden la neutralidad valorativa, la


observación sistemática y meticulosa, el uso de la estadística, los diseños experimentales o la
encuesta como técnica cuantitativa para la investigación. En resumen, se trata del interés por el
conjunto de normas epistemológicas y procedimientos metodológicos vinculados a dicha
tradición positivista, y que han tenido un importante papel en el configuración de las actuales
ciencias sociales y humanas.

La progresiva escisión entre dos disciplinas: la Filosofía de la Ciencia y Sociología de la


Ciencia como dos discursos ajenos se da a partir de los años cuarenta del siglo XX, debido a
la persistente influencia de la tradición positivista, así como de otros factores más recientes
como son las dificultades de superación del relativismo constructivista incorporado desde la
Sociología del Conocimiento de Mannheim, y como es el éxito de la propuesta de demarcación
de Hans Reichenbach en 1936, que conduce a relegar a las ciencias sociales al estudio del
Contexto del Descubrimiento y reservar para la Filosofía de la Ciencia el internalista Contexto
de la Justificación. Este doble reparto de trabajo fue aceptado por los primeros sociólogos de la
ciencia, sobre todo por Merton y sus seguidores, y con ello se concedió a la Filosofía de la
Ciencia la exclusiva competencia sobre la reflexión epistemológica al tiempo que condenaba y
excluía hacia fuera a las ciencias sociales bajo la superstición positivista que defiende la
identificación entre ciencia y racionalidad, entre la ciencia y la objetividad.

Pero frente al optimismo de estos sistemas de creencias positivistas sobre el saber científico,
las conclusiones a que llegan los debates contemporáneos sobre el conocimiento científico,
señalan la necesidad de moderar y cuestionar la confianza depositada en el principio del
método. Se han hecho cuestionamientos a la fe positivista desde numerosos ángulos, y los
recortes que la evolución de la misma Filosofía de la Ciencia ha imprimido en el siglo XX ya no
permiten aceptar el positivismo de viejo o de nuevo cuño como metodologías adecuadas. Aún a
pesar de esto, en muchas de las mentalidades científicas actuales aún perdura la fuerte
convicción de que el avance científico depende en buena medida del rigorismo metodológico
positivista.
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Mara Cabrejas
Universitat de València
Materiales docentes

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