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Empirismo y racionalismo
A los ojos de la historia de la ciencia moderna se destaca que la ciencia que emergió en el siglo
XVII marcó un cambio radical en relación con toda la ciencia anterior. A este cambio se le ha
denominado: Primera Revolución Científica debido a los logros de la ciencia en este siglo, en
el que una gran mayoría de las ideas y teorías científicas antiguas fueron superadas y
desechadas desde la nueva racionalidad científica. En esta época se produjo un importante
cambio de estilo científico con el desarrollo de relevantes propuestas metodológicas.
En el Novum Organum de Francis Bacon, un texto publicado por primera vez en 1620,
emblemático en la historia de la ciencia moderna y central para la Filosofía de la Ciencia, se
enfatiza el camino del método experimental de la inducción a partir de una amplia base
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empírica.
Bacon resume a través de aforismos la eficacia del nuevo método y todo un programa de la
nueva ciencia experimental que ensalza la conjunción de las metas del conocimiento y el
poder y dominio sobre una Naturaleza considerada femenina y convertida en pura materia
muerta por parte de la nueva ciencia. Mediante procedimientos inquisitoriales de interrogación y
tortura el nuevo método experimental estará encargado de extraer los secretos a una
Naturaleza que es percibida como lo hacían las sociedades arcaicas y medievales. El mundo
natural comienza a ser considerado como simple materia física, inerte y mecánica, como pura
extensión y recurso mensurable, descomponible en partes y cognoscible, y desprovisto del
dinamismo interno, de las capacidades creativas y del espíritu que lo habitaba tal y como las
antiguas creencias y conocimientos mágicos y religiosos le atribuían. El nuevo método científico
ensalzado por F. Bacon tiene como un objetivo doble: el conocimiento y el dominio, la conquista
y transformación prometeica sobre la Naturaleza. El nuevo “mago-científico” liberado de
creencias y restricciones religiosas y éticas está interesado en controlar y dominar la
Naturaleza para conocer y explicar las causas y formas de la misma. Para ello, Bacon se
propone un camino experimental:
“El trazar bien una línea recta o una circunferencia, si se dibujan a pulso, depende en gran parte de
la firmeza o del ejercicio de la mano; en cambio, estas cualidades cuentan poco o nada cuando se
hace con una regla y un compás. Lo mismo sucede en nuestro método”.
(F. Bacon)
Es sabido que F. Bacon auspiciaba una unión entre “arañas y hormigas” en las abejas, según
él en las abejas se conjuga la agudeza de las arañas y la infatigabilidad de las hormigas, la
curiosidad por el mundo y la capacidad de seleccionarlo y transformarlo. La metáfora
baconiana en torno al empirismo versus racionalismo, hoy día conserva una parte consistente
de su valor si se aplica a los conexos repartos de trabajo creados a partir de las seculares
distinciones entre las reflexiones arácnidas (racionalistas) tan propias de los filósofos de la
ciencia y el hacer de las hormigas (empiristas) más propio de los historiadores de la ciencia.
“Las ciencias han sido tratadas o por los empíricos o por los dogmáticos. Los empíricos, semejantes
a las hormigas, sólo saben recoger y gastar; los racionalistas, semejantes a las arañas, forman telas
que sacan de sí mismos; el procedimiento de la abeja ocupa el término medio entre los dos; la abeja
recoge sus materiales en las flores de los jardines y los campos, pero los transforma y los destila por
una virtud que le es propia. esta es la verdadera imagen del trabajo de la filosofía” (F.Bacon)
Serán Locke y Berkeley los primeros filósofos empiristas que realizarán la crítica al
racionalismo de Descartes, Espinoza y Leibniz, pero será realmente D. Hume el portavoz de la
versión más radical de un empirismo sin residuos racionalistas, aunque el mismo reconoce los
límites e imposibilidades internas de la aplicación del método inductivo para obtener verdades
científicas sobre el mundo estudiado. Los avances que se dan en la Inglaterra del siglo XVII
permitieron el auge de la nueva filosofía empirista representada en Inglaterra por Hobbes y
Locke. En un contexto histórico de un mayor y progresivo conocimiento de la realidad natural
junto a los formidables hallazgos científicos de Newton, de reformas religiosas y de ascenso de
la burguesía, la nueva clase social que desarrolla el libre-comercio, se favoreció una alternativa
a través de los filósofos escoceses, y sobre todo por la crítica realizada por Hume al
racionalismo cartesiano y al cientificismo empirista.
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La teoría de D. Hume puede ser considerada como una primera formulación global del enfoque
positivista en la ciencia que entiende la explicación causal de los fenómenos como:
El programa clásico de la Filosofía de la Ciencia defiende esta nueva razón científica positivista
con su exigencia del primado formal y avalorativo del método científico como camino y
herramienta formalizada y exigible para el acceso primordial a la verdad en sus dos caminos:
deductivo e inductivo, con un endurecimiento de las condiciones y exigencias de contrastación
empírica de las hipótesis teóricas.
La ciencia positivista
Este dominio del positivismo se expresa claramente en el éxito del enfoque sociológico del
estructural- funcionalismo, que ha sido hasta muy recientemente el paradigma fundamental
de la Sociología, e incluso la misma Sociología de la Ciencia ha nacido en su seno, lo que ha
contribuido a reforzar sus aspiraciones dentro de la estrecha racionalidad positivista. La
Sociología de la Ciencia de autores como Merton a mitad del siglo XX asume así una forma
de neopositivismo: la aceptación del carácter acumulativo de la ciencia y la imputación de
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Como se comentará más adelante, son nuevas las posibilidades abiertas a partir de los años
60 del siglo XX por pensadores como Thomas Kuhn y sus seguidores, que han cambiado
enormemente este panorama de reflexión sobre la ciencia. Desde ellas ya no se puede
entender la ciencia como una simple actividad independientemente de la estructura institucional
y social en la que inserta sus actividades tal y como la describe la ingenua sociología
mertoniana.
La Filosofía positiva de los padres precursores teóricos de la Sociología como son Saint
Simon y Comte desarrolla una versión abreviada del positivismo como ideal de racionalidad
organizadora y legitimizadora de la evolución y desarrollo de las sociedades, una visión que ha
subsistido a lo largo del siglo XIX y XX dirigiendo sus críticas contra las especulaciones
metafísicas de todo tipo.
Algunas de las reglas fundamentales que desarrolla esta amplia y diversa corriente de
pensamiento en relación con el conocimiento científico, son las siguientes:
I) Cuestiona los planteamientos de las doctrinas metafísicas tradicionales y
contrariamente afirma : que no existe diferencia real entre lo observado y el fenómeno o
realidad de estudio. Reducen lo ontológico y lo real a lo captado por la observación y las
tecnologías de registro y medida al priorizar la experiencia obtenida mediante la observación y
los sentidos.
II) No reconoce la existencia de los objetos y realidades que no estén dados por la
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experiencia sensible. En otras palabras, es una crítica al saber abstracto que no sea un modo
de ordenación concisa y clasificatoria de los datos experimentales.
III) Niega los valores cognitivos de los juicios de valor y de los enunciados normativos
en general. Debido a que son atribuciones simbólicas y de significado que no son dadas a la
experiencia sensible y la observación, resulta ilícito el pretender fundar por medio de los datos
de la experiencia los juicios de valor, ya que según la óptica positivista estos no dependen de
razones científicas sino de otro tipo de razones y valores no cognitivos de elección arbitraria y
social y que sólo pueden ser objeto de juicios tecnológicos e instrumentales, es decir relativos a
la eficacia en función de los resultados deseados.
IV) Defiende “el cientismo”, es decir, una ideología muy distorsionante que parte de la
idea de que existe una unidad fundamental del método de la ciencia en todos los
campos y áreas del conocimiento, y al margen de los diferentes objetos o fenómenos a
estudiar. Por encima de la variedad de interpretaciones que ha tenido este principio, en su
forma más general se trata de la creencia de que los modos de adquisición de un saber válido
son fundamentalmente los mismos en todos los campos de la experiencia, en el mundo físico y
en el mudo social. De ello se puede suponer que las particularidades de las diferentes ciencias
son la manifestación de su grado de desarrollo y de un cierto estadio histórico de la ciencia
dentro de un progreso continuado que tiende en último término hacia la nivelación o incluso
reducción de todas las ciencias a una sola y misma ciencia unificada. Se trata en definitiva de la
esperanza de reducir todo el saber al de las ciencias físicas tomadas como modelo, debido a
que de entre todas las disciplinas empíricas, estas son las que han elaborado los más valiosos
modos de descripción, observación, medida, predicción, y cuyas propiedades se extienden a
los fenómenos más universales dentro de la Naturaleza y el mundo en general.
El optimismo del positivismo tradicional ha continuado a lo largo del siglo XIX y parte del XX
concebido a demás como fuerza impulsora para el desarrollo y el bienestar de las sociedades
industrializadas en la idea de su contribución al avance del progreso social, intelectual,
económico y moral, alimentándose de la ilusión sobre la existencia de un camino certero para
conseguir verdades científicas mediante métodos y reglas formales de procedimiento. Estas
creencias parten en realidad de una errónea concepción sobre la verdad construida mediante
teorías científicas.
La euforia metodológica del positivismo ha sido una opción filosófica que también ha estado
muy ligada no solo a la emergencia del pensamiento científico-social en el siglo XIX, también al
desarrollo y avance del conocimiento científico. Está íntimamente ligada al mismo surgimiento
de las ciencias humanas y sociales infundiendo optimismo, éxito y aceptación social, seguridad
y solidez en los avances del conocimiento científico. Esta especie de “pseudo-religión” o de
ingenua creencia sobre el la unidad del método científico y sus exigencias formales ha estado
presente desde el inicio en las orientaciones nucleares de las ciencias sociales, desde finales
del siglo XIX y a comienzos del XX. El primado del formalismo metodológico sirvió para
amortiguar la oposición entre las ciencias del espíritu y las ciencias de la naturaleza,
impulsó su unificación en torno a un sólo modelo de quehacer científico, rompiendo con ello el
idealismo de los viejos métodos comprensivos de conocimiento practicados por la
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Pero frente al optimismo de estos sistemas de creencias positivistas sobre el saber científico,
las conclusiones a que llegan los debates contemporáneos sobre el conocimiento científico,
señalan la necesidad de moderar y cuestionar la confianza depositada en el principio del
método. Se han hecho cuestionamientos a la fe positivista desde numerosos ángulos, y los
recortes que la evolución de la misma Filosofía de la Ciencia ha imprimido en el siglo XX ya no
permiten aceptar el positivismo de viejo o de nuevo cuño como metodologías adecuadas. Aún a
pesar de esto, en muchas de las mentalidades científicas actuales aún perdura la fuerte
convicción de que el avance científico depende en buena medida del rigorismo metodológico
positivista.
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Mara Cabrejas
Universitat de València
Materiales docentes