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LYUBA VINOGRADOVA

LAS BRUJAS DE LA NOCHE


En defensa de la Madre Rusia

TE
Traducción de

EN
DAVID LEÓN GÓMEZ
ES
PR
&
DO
SA
PA

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ÍNDICE

Prefacio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

TE
1. ¡Chicas, a pilotar aviones! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

EN
2. «¿Cómo puedes fotografiar semejante desgracia?» . . . . . . 23
3. «Cuando lleguéis al frente, os podéis envolver los pies
con papel de periódico». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
ES
4. «O sea, que están reclutando hasta a jovencitas» . . . . . . . . 37
5. «¿Por qué nos abandonáis, chicos?» . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
PR

6. «No es más que una chiquilla que no había visto morir


a nadie» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
7. «¡Silencio en las filas!» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
&

8. «¡Ya está bien de coqueteos, que estamos en guerra!» . . . . 77


9. «Un avión con el que poder volar» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
DO

10. «¿Me preguntas cómo lanzamos las bombas?» . . . . . . . . . . 103


11. «¡Es maravilloso! No hay otra palabra. ¡Imagina
SA

qué velocidad!» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113


12. «Toda una vida más vieja» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
13. «Tus aviones han demostrado su valía» . . . . . . . . . . . . . . . 125
PA

14. «De gente así habría que hacer los clavos» . . . . . . . . . . . . . 131
15. Verso y prosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
16. «Pero vamos a darles lo suyo, y para eso no podemos
ablandarnos» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
17. «¡Qué desgracia! ¡Qué muerte tan inútil!» . . . . . . . . . . . . . 153
18. «Ni un paso atrás» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
19. «Podemos hacer cuanto nos propongamos; nunca
nos rendimos» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
20. «Dejarse caer como buitres» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
21. «... y ponerse a disparar en todas direcciones» . . . . . . . . . . 179
22. «¡Cielo, si has derribado un Heinkel!» . . . . . . . . . . . . . . . . 195

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400 las brujas de la noche

23. «¡Ahí va eso!» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201


24. «Mi dulce YAK alado es una máquina espléndida» . . . . . . . 207
25. El Cáucaso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
26. «¿Qué son: muchachas, o espantapájaros de un huerto?» . . . 221
27. «Ni siquiera teníamos que buscar el blanco» . . . . . . . . . . . . 229
28. «Dicen que Borís Yeriomin nos tiene miedo» . . . . . . . . . . . 235
29. «Si las matan, tendréis que responder de ellas ante mí» . . . . 249
30. «Marina Raskova, heroína de la Unión Soviética, eminente
aviadora rusa, ha concluido su gloriosa trayectoria» . . . . . . 255
31. «¿Por qué ibas a querer exponerte a un peligro mortal?» . . 265
32. «Mujeres de la calle y toda clase de tarambanas» . . . . . . . . . 273

TE
33. «Pese al dolor, ella prosiguió su lucha heroica» . . . . . . . . . . 279
34. «La peor muerte imaginable» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285

EN
35. «El exceso de confianza y de autoestima y la falta
de disciplina» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291
36. «¿Os queréis mover...? ¡Está a punto de estallar!» . . . . . . . . 297
ES
37. El regreso de Katia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
38. «Lloré como nunca había llorado» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307
PR

39. «Quiero volver a salir: no es momento de descansar» . . . . . 321


40. «Cada palabra me hace revivir el dolor y la pena» . . . . . . . . 327
41. «¿Q... qué clase de hombres sois para no ser c...
&

capaces de mantener a salvo a una n... niña?» . . . . . . . . . . . 333


DO

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369
SA

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 377
Índice alfabético . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379
Nómina de protagonistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 393
PA

Créditos de las ilustraciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 397

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1

¡CHICAS, A PILOTAR AVIONES!

Moscú estaba esperando a la Wehrmacht. Los colosales escaparates de

TE
la calle Gorki estaban cubiertos con sacos terreros hasta una altura
considerable. Por encima del Kremlin flotaban globos de barrera como

EN
peces gigantescos e inmóviles. La madre Rusia miraba a sus ciudada­
nos desde los carteles propagandísticos, triste pero severa. La ciudad
daba la impresión de haber muerto: los únicos lugares que hervían de
ES
vida eran las tiendas de comestibles y los almacenes, asaltadas por los
saqueadores que corrían desbocados en aquel intervalo inesperado de
PR

libertad, y las estaciones ferroviarias y carreteras que se dirigían al


este. Aterrados, los moscovitas y los refugiados procedentes de regio­
nes ocupadas a esas alturas por las tropas hitlerianas trataban con de­
&

sesperación de huir de la ciudad.


El pánico que atenazaba a Moscú el 15 de octubre de 1941 era com­
DO

parable al caos que se había adueñado de ella en septiembre de 1812


tras la entrada de los soldados de Napoleón. Tras hacerse con la ciudad
SA

sin necesidad de una batalla, el emperador francés se vio obligado a


retirar de inmediato a su hueste cuando sus calles quedaron sumidas en
un incendio descomunal, provocado supuestamente por los propios
PA

habitantes a fin de evitar que su venerable capital cayera en manos del


enemigo. El corso contempló con gesto grave las llamas, que destru­
yeron casi por completo aquella urbe de edificios de madera, desde su
cuartel general del palacio de Petrovski, en la periferia occidental de la
ciudad.
Este castillo neogótico achaparrado seguía en pie en 1941, aunque
sus ventanales ya no miraban a la carretera de San Petersburgo, sino a
la amplia avenida de Leningrado. En ese momento se hallaba desierta:
corrían rumores de que aquella víspera había avanzado por ella un des­
tacamento de motoristas alemanes hasta llegar nada menos que a la Es­
tación Fluvial del Norte antes de topar con resistencia alguna.1 Tam­

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14 las brujas de la noche

bién se decía que los seguían dos vehículos blindados de transporte de


tropas. Aunque estas unidades de reconocimiento habían sido elimina­
das, no cabía duda de que las seguirían otras, ya que los alemanes solo
habían necesitado tres meses y medio para alcanzar la capital soviética.
Tras capturar sin esfuerzo casi todas las ciudades principales de la na­
ción, se encontraban a las puertas mismas de Moscú. Muchos de sus
habitantes estaban convencidos de que solo podía salvarlos un mila­
gro. Había quien juraba haber oído en persona a Yuri Levitán, el locu­
tor radiofónico oficial de la Unión Soviética, reconocer en directo:
«Los alemanes están entrando en Moscú».
Todo esto hacía que resultasen por demás sorprendentes el ruido y

TE
el bullicio que reinaban en el viejo palacio de Petrovski. Los techos
abovedados en que había reverberado en otro tiempo la música de los

EN
bailes organizados por Catalina la Grande se llenaron entonces de
los ecos de voces femeninas de cuantas conformaban el grupo más abi­
garrado que hubiese conocido jamás el edificio. Se encargaba de poner
ES
orden un puñado de mujeres de uniforme militar: la capitán Militsa
Kazárinova, oficial «muy hermosa y esbelta»; la capitán Yevdokía
PR

Rachkévich, de tipo achaparrado; Vera Lomako, aviadora de gran


fama, y una o dos más. Si todas ellas eran jóvenes —tanto, que la ma­
yor apenas había cumplido los treinta años—, más aún lo eran las mu­
&

chachas a las que comandaban. A su lado había varias docenas de muje­


res con la boina ornada con una estrella roja y la chaqueta azul propias
DO

de los clubes de vuelo. Todo el mundo conocía el uniforme de las ins­


tructoras gracias a los carteles de la Asociación de Ayuda a la Defensa,
SA

la Aviación y la Industria Química (OSOAVIAJIM), el organismo


responsable de la formación deportiva y militar de la juventud soviéti­
ca y del adiestramiento de cuantos integraban la reserva de las fuerzas
PA

armadas. El resto vestía de paisano, con vestido o falda y zapato plano


o de tacón. Casi todas llevaban el cabello largo, bien con trenzas, bien
recogido en un moño. Costaba imaginar un aspecto menos marcial,
aunque pocas horas después todas irían de uniforme y con botas del
ejército sobre paños dispuestos a modo de calcetín a la usanza rusa.
En aquel momento, tras haber llevado a cabo una cantidad ingente
de quehaceres por la mañana, se dirigía hacia donde se hallaba congre­
gada tan heterogénea concurrencia otra joven de gran hermosura que
viajaba en el asiento de atrás de una limusina negra oficial.
Tenía los ojos grises, las cejas delgadas y oscuras, y un peinado
elegante y sencillo. El uniforme le sentaba como anillo al dedo y estaba

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¡chicas, a pilotar aviones! 15

rematado por una boina con estrella roja y, al pecho, la Estrella de Oro
propia de los héroes de la Unión Soviética. Pese a su escasa edad y su
belleza, no iba a bordo de un GAZ­M1 por ser esposa del director de
una fábrica ni de ningún espadón militar, sino porque el Gobierno so­
viético le había asignado aquel vehículo para uso personal, y aunque
solo contaba veintinueve años, los periódicos habían hecho que su ros­
tro se conociera de sobra a lo largo y ancho de la URSS. A todo el
mundo le resultaba habitual el nombre de Marina Raskova. Para mi­
llones de ciudadanos soviéticos tenía algo de mágico: lo asociaban de
forma ineludible al heroísmo y a cuanto tenían de romántico los vuelos
de larga distancia. No había colegial que no supiera que era el de una

TE
mujer a la que ninguna hazaña parecía desalentadora, siempre dispues­
ta a asumir cualquier reto que se le planteara. «Quiero ser como Mari­

EN
na Raskova», escribían cientos de miles de jóvenes ciudadanas soviéti­
cas en la solicitud de ingreso de los clubes de aviación y las delegaciones
de la OSOAVIAJIM. Aquella aviadora había recorrido en aeroplano
ES
la nación más extensa del planeta, primero a lo ancho, y después a lo
largo. Había probado el aparato más moderno. Había pasado diez días
PR

en solitario en los bosques de Siberia sin apenas víveres, y ninguna de


las muchachas que habían acudido al palacio de Petrovski albergaba la
menor duda de que iba a superar la última misión, nada sencilla, que se
&

había propuesto: reunir a mujeres de su misma condición, osadas y


enamoradas de su patria y de los cielos, para convertirlas en pilotos de
DO

guerra y mandarlas a sembrar la muerte desde el aire en las filas del


enemigo.
SA

En el patio moscovita donde creció Raskova, los niños interrumpían


PA

sus juegos para alzar la mirada al firmamento en las raras ocasiones en


que lo cruzaba un avión y cantar la siguiente cancioncilla:

Va más rápido que el tren.


¡Llévame, llévame, avión!
Si me caigo de la cama,
voy a hacerme un buen chichón.

Cuando todos querían ser pilotos, ella, huérfana de un profesor de


música, soñaba con ser cantante de ópera y deseaba entrar en el con­
servatorio.

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16 las brujas de la noche

Pese a sus muchos dones y la excelencia que demostraba en todas


las asignaturas de la escuela, sentía predilección por la música y la quí­
mica, materia que revestía, en aquel período de industrialización de la
Unión Soviética, la misma importancia que se le asigna hoy a la infor­
mática. Por consiguiente, cuando le llegó el momento de decidirse por
uno de estos ámbitos, y habida cuenta de que tenía que trabajar para
comer, se decantó por la química.
Ejerció durante un tiempo de técnica de laboratorio en una fábrica
de productos químicos antes de contraer matrimonio con un científico
del mismo establecimiento. Marina Malínina tomó entonces el apellido
de Raskova y tuvo una hija, aunque más tarde se divorció. Cuando la

TE
niña alcanzó cierta edad, Marina volvió a trabajar, en esta ocasión de
delineante en la Academia de las Fuerzas Aéreas, en donde descubrió

EN
un mundo completamente nuevo. El centro se hallaba plagado de jó­
venes ataviados con cazadoras de cuero que hablaban de los últimos
aviones, de vuelos a gran velocidad y altitud notable, de armas nuevas
ES
y de las distancias colosales que podían salvarse en aquel momento.
Sus rostros figuraban a menudo en los periódicos, y entre ellos se in­
PR

cluían los de héroes que conocía todo el país. Además, había alguno
que otro de mujer.
El Gobierno, en su afán por promover la industrialización de una
&

nación gigantesca y atrasada, proclamó la total igualdad de los sexos.


No había ocupación alguna que estuviera vedada a la mujer, que podía
DO

trabajar en cualquier sector de la economía en igualdad de condicio­


nes. «¡Chicas, la construcción os necesita!»; «¡Chicas, a conducir trac­
SA

tores!»; «¡Chicas, a pilotar aviones!», las instaban los «medios de pro­


paganda visual», es decir, los carteles elaborados por las autoridades
soviéticas. Aunque empezaron a aparecer pilotos entre las muchachas,
PA

aún no había ninguna navegante. En realidad, tampoco los había entre


los varones, pues todavía no había dado tiempo a adiestrar al personal
destinado a ayudar con el manejo de los primeros aparatos de gran ta­
maño ni, en caso de que surgiera la necesidad, a llevar un aeroplano
hasta su objetivo para bombardearlo de un modo eficaz. La joven deli­
neante supo ver la ocasión que se le brindaba, y fue así como Marina
Raskova se trocó en la primera mujer navegante de la URSS.
Hizo el examen en calidad de alumna externa y se graduó también
en la escuela de vuelo del aeródromo sito en la población moscovita de
Túshino; pero no tuvo demasiadas oportunidades de volar. Aun así,
esto no le impidió codearse con una nueva minoría selecta de la Unión

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¡chicas, a pilotar aviones! 17

Soviética: la de los aviadores. Dadas su belleza, su inteligencia y una


firmeza de carácter que la hacía irresistible, no tardó en verse aceptada
en aquel círculo tan exclusivo. Tampoco hubo que esperar demasiado
para que su fama eclipsara a la de casi todos sus nuevos amigos.
En 1938 participó con pilotos legendarias de la Unión Soviética en
dos vuelos de larga distancia que superaron a cuantos se habían efectua­
do con anterioridad. En el primero, de Sebastopol, en Crimea, a Arján­
guelsk, en el Ártico, acompañó a Polina Osipenko y Vera Lomako.
Tras el éxito obtenido se planteó algo aún más espectacular: viajar de
Moscú al Extremo Oriente soviético. Valentina Grizodúbova, al mando
del aparato, y su copiloto, Polina Osipenko, solicitaron sus servicios en

TE
calidad de navegante. La garbosa Valentina poseía una experiencia no­
table pese a contar solo veintiocho años. Polina, quien a primera vista

EN
podía confundirse con un hombre, había sido hasta hacía no mucho una
persona de escasos recursos económicos, empleada en una granja avíco­
la cuya férrea determinación, sin embargo, la había llevado a alistarse
ES
en la escuela de vuelo de Kacha para abrirse camino hasta los cielos. A
esas alturas se había convertido en una piloto avezada que en 1937, sin ir
PR

más lejos, había superado cinco marcas mundiales distintas en altitud,


velocidad y distancia de vuelo a bordo de diversos aeroplanos.
La notable ambición de aquel nuevo proyecto dejó sin aliento a
&

pilotos expertos. Si la Unión Soviética ocupaba más de una sexta parte


del planeta, ellas habían resuelto recorrer casi la totalidad de su territo­
DO

rio europeo y asiático, desde Moscú hasta Komsomolsk del Amur —lo
que suponía llegar casi al océano Pacífico—, en un vuelo de seis mil
SA

kilómetros sin escalas.


Aunque se esperaba que el viaje, a bordo de un gigantesco bom­
bardero de largo alcance Túpolev ANT­37 plateado al que habían
PA

bautizado Patria, durase unas veinticuatro horas, el tiempo atmosféri­


co de finales de septiembre resultaba impredecible. El día del despegue
las condiciones eran peores de lo previsto, y apenas habían salvado se­
senta kilómetros cuando las nubes hicieron que perdieran de vista por
completo el suelo. En consecuencia, llegaron a los Urales sin más
orientación que la de sus instrumentos y, una vez allí, hubieron de ha­
cer frente a un peligro añadido cuando el aeroplano comenzó a helarse.
Por la noche, tras topar con fuertes turbulencias, tuvieron que volar
por encima de la cubierta nubosa y elevarse, por lo tanto, hasta alcan­
zar los 7.500 metros de altitud, donde el frío se volvió extremo. En
aquel momento, cuando llevaban ya nueve horas en el aire, se les con­

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gelaron el receptor y el transmisor del aparato y perdieron todo con­


tacto radiofónico. La nación entera se hallaba en vilo. Al amanecer,
cerca de la frontera de Manchuria, el indicador del combustible advir­
tió que apenas tenían suficiente para otra media hora. Grizodúbova
pidió a Marina que saltara en paracaídas, toda vez que el módulo del
navegante, situado en el morro y separado de la carlinga, se hallaba en
grave riesgo de quedar destrozado en caso de aterrizaje de emergencia.
Aunque reacia a dar tal paso, Raskova, sabiendo que no tenía otra op­
ción, abrió la escotilla del suelo de la cabina sin más pertrechos en sus
bolsillos que una pistola, una brújula, una navaja, fósforos impermea­
bles y una tableta y media de chocolate.2

TE
Tras aterrizar en un bosque espeso, pasó diez días buscando el
bombardero. Se abrió camino entre densos matorrales protegida por

EN
su recio traje de aviadora forrado de pieles, avanzando poco a poco en
la dirección en que calculaba que daría con el Patria. Si el primer día,
convencida de que no iba a tardar en encontrarlo, consumió media ta­
ES
bleta de chocolate, los siguientes se limitó a tomar una onza diaria. De
cuando en cuando topó con arbustos de bayas, y en cierta ocasión, has­
PR

ta con setas; sin embargo, al tratar de cocinarlas, provocó un incendio


en el que a punto estuvo de perder la vida.
Durante una de las últimas noches transcurridas en el bosque soñó
&

con que el camarada Stalin la reprendía por haber sido mala navegante.
Avergonzada en extremo por las palabras de «la persona a la que más
DO

amaba», tal como definió al dirigente, prometió mejorar.3 La mañana


del décimo día vio aeroplanos sobrevolándola y oyó disparos. A esas
SA

alturas apenas le resultaba posible moverse sin la ayuda de un cayado;


pero no tardó en atisbar la cola plateada de un avión: «nuestro hermo­
so Patria». Al ver a Marina, los pilotos, mecánicos y médicos que había
PA

en torno al aparato corrieron a su encuentro. Llevaba calzoncillos lar­


gos y un jersey, con otro de lana sobre él y la Orden de Lenin prendida
al pecho. Tenía uno de los pies enfundado en una bota alta de pieles y
el otro descalzo. Con ademán orgulloso, rechazó la ayuda que le ofre­
cían y siguió caminando sola hacia el avión.
Sus compañeras de dotación le hicieron saber que Valentina se las
había compuesto para posar el fuselaje del aeroplano sobre un barrizal
con gran pericia sin bajar el tren de aterrizaje. Cuando comprobaron
sus relojes e instrumentos, las aviadoras estimaron que el Patria había
estado en el aire veintiséis horas y veintinueve minutos y logrado, por
lo tanto, un récord mundial.

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¡chicas, a pilotar aviones! 19

Valentina y Polina habían resuelto aguardar a Marina al suponer


que debía de haber caído en las inmediaciones. Por desgracia, no obs­
tante, no apareció ni ella, ni nadie más: aunque toda la nación se había
puesto a buscar el Patria, no resultó fácil hallarlo. Las pilotos tuvieron
por únicos visitantes a las criaturas de la taiga: primero, un lince al que
llamaron Kisya («Gatito/Minino»), y después, un oso. Cuando oye­
ron a este rascarse contra el aeroplano, pensaron que al fin las habían
encontrado. Gritando: «¡Entrad, por favor!», abrieron de par en par la
puerta de la carlinga, y al descubrir, aterradas, quién era el que había
dado con ellas en realidad, lanzaron una bengala y lo hicieron regresar
corriendo a la espesura.4

TE
Hizo falta una semana de búsqueda para que un joven piloto llama­
do Mijaíl Sájarov avistara el fuselaje plateado del Patria. Aun así, dado

EN
que nadie se atrevía a aterrizar en aquel lodazal, se optó por lanzar ví­
veres y demás provisiones en paracaídas. La noticia de la aparición de
la aeronave y dos de sus tripulantes corrió como la pólvora por toda la
ES
nación, que en los días siguientes esperó ansiosa a saber de Raskova.
Cuando esta apareció trastabillando, Valentina y Polina habían aban­
PR

donado casi por entero toda esperanza de volver a verla. Después de


tomar las cucharadas de caldo de pollo que le daba el médico, se dur­
mió al lado de sus compañeras mientras los rotativos del país prepara­
&

ban titulares con la noticia de que Marina Raskova seguía con vida.
La primera mujer que recibió el título de Heroína de la Unión So­
DO

viética llegó en un vagón especial a la estación Beloruski. Marina salió


de él con una jaula en la que saltaba de un lado a otro la ardilla que le
SA

habían regalado para su hija Tania los chiquillos del movimiento de


pioneros de Komsomolsk del Amur. Las llevaron al Kremlin en una
limusina sin capota por la calle Gorki, que estaba sembrada de flores y
PA

panfletos.
Al informar de su regreso a Moscú, la prensa calló la colisión de
dos aeroplanos sobre el lugar en que el Patria había hecho su aterrizaje
de emergencia. Un Douglas DC­3 que había enviado al rescate cierto
instituto de investigación de las fuerzas aéreas chocó de frente contra
un bombardero Túpolev TB­3 cargado de tropas aerotransportadas.
Murieron 16 soldados, ya que de cuantos viajaban en este último avión
no lograron saltar más que cuatro antes de que se estrellara contra el
suelo. Sin embargo, todo apunta a que las autoridades no querían echar
a perder la atmósfera festiva del momento.5 Los restos de las víctimas
recibieron, en cambio, sus honras fúnebres durante una ceremonia ce­

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20 las brujas de la noche

lebrada en la sociedad de obreros del astillero número 199 de Komso­


molsk del Amur.6

En sus Zapiski shtúrmana («Notas de una navegante»), que se convir­


tió en la lectura favorita de millones de mujeres de la Unión Soviética,
Raskova ofrece una narración detallada de las aventuras que corrió en
el bosque y de cómo conoció a Grizodúbova.7 Según leemos en sus
páginas, ella y «Valia» se cayeron bien desde el primer momento y no
tardaron en hacerse grandes amigas. Juntas planearon su vuelo plus­
marquista en el espacio reducido del cuarto de Valentina después de

TE
que esta hubiera acostado a su hijo. Sin embargo, la versión de la se­
gunda es muy diferente.

EN
Grizodúbova sobrevivió muchos años a Raskova y Osipenko,
pues llegó a cumplir nada menos que ochenta y tres años. A su muerte,
en 1993, ya era posible decir cosas que jamás nadie habría soñado con
ES
mencionar en otro tiempo. Y entre los muchos asuntos de los que ha­
bló la célebre aviadora, que consideraba dignos de sus revelaciones, se
PR

incluía Marina Raskova.


Aquella mujer honesta y magnánima en extremo, defensora arro­
jada de quienes habían sufrido injusticias, que no dudó en salvar de las
&

purgas estalinistas a un buen número de personas vinculadas al campo


de aviación, incluido el diseñador aeroespacial Serguéi Koroliov, ha­
DO

bló de Raskova, la compañera con la que tantas tribulaciones había so­


portado y la amiga inseparable con la que había vivido los mejores mo­
SA

mentos de su vida, con aversión manifiesta. Las declaraciones de


Grizodúbova explican en gran medida la meteórica trayectoria profe­
sional de aquella.
PA

A su decir, a Osipenko y a ella Raskova les fue «impuesta» en cali­


dad de navegante, pese a apenas poseer experiencia en tal oficio, por­
que cualquier equipo que acometiera una misión importante en la
Unión Soviética debía incluir siempre a un oficial del NKVD, la poli­
cía secreta de Stalin. Pocos sabían que, a comienzos de la guerra, la
comandante de las fuerzas aéreas Marina Raskova era asimismo pri­
mer teniente de seguridad estatal, graduación correspondiente a la de
comandante del Ejército Rojo. Su puesto de trabajo había sido durante
cuatro años un despacho de la Lubianka. Desde 1937 había estado en
la nómina del NKVD en calidad de asesora de recursos humanos, y
llegado el mes de febrero de 1939 la habían hecho oficial en toda regla

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¡chicas, a pilotar aviones! 21

de su Departamento Especial. Lo más seguro es que entrara a trabajar


para el servicio secreto aun antes de 1937 ya que, en la mayoría de los
casos, los asesores de personal habían ocupado con anterioridad el
mismo cargo en condición de externos o ejerciendo, sin más, de infor­
mantes. Aunque los documentos que desvelarían cuáles eran los come­
tidos de la teniente Raskova, en caso de existir aún, están fuera del al­
cance del público general, lo más seguro es que, entre otras cosas,
informase de las actividades de las personas con las que trataba: los
aviadores. Quizá no sea ninguna coincidencia que su ascenso en el
NKVD tomara un impulso espectacular en 1940, cuando alcanzaron
su punto culminante las medidas de represión contra aquellos. A prin­

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cipios de la guerra fueron arrestados cientos de diseñadores de avio­
nes, gerentes de fábricas aeronáuticas y oficiales de las fuerzas aéreas

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soviéticas. Muchos murieron fusilados.
«No tengo la menor idea de cómo consiguió Marina su licencia de
navegante —aseveraba Grizodúbova—, ni tampoco qué otro trabajo
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podía estar haciendo en paralelo, pero no me cabe duda de que fueron
muchos quienes sufrieron por su causa. Podía decirse que las dos ope­
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rábamos en tándem: ella hacía que encarcelasen a los demás y yo reco­


rría los despachos para intentar liberarlos.»8 Es más: «Si bien Polina
Osipenko era una piloto de primera, Marina Raskova no había recibi­
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do formación específica alguna para servir de navegante y apenas ha­


bía completado un total de treinta horas de vuelo. No tenía la menor
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idea de volar en condiciones atmosféricas extremas, y mucho menos


de noche. Si formaba parte de nuestra dotación era solo porque nos la
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habían “recomendado”».9
En 1941, sin embargo, el público soviético la conocía como avia­
dora heroica, leyenda e ídolo de toda una generación. Demostró al
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mundo entero que las aeronaves construidas por las nuevas industrias
soviéticas podían superar al resto de las del planeta y que podían ser
gobernadas por mujeres. Era el ojito derecho de la URSS y recibía de
las admiradoras de toda la nación cantidades ingentes de cartas que
tras la guerra se trocaron en verdadero aluvión. Una parte nada desde­
ñable de esta correspondencia procedía de aviadoras que habían agota­
do, sin éxito, los recursos que les ofrecía la burocracia a fin de combatir
en el frente. Las autoridades no las querían: en 1941 había un gran nú­
mero de pilotos varones, pero faltaban aeroplanos.
Marina Raskova gestó la idea de formar y encabezar un regimiento
de aviadoras militares. A diferencia de Valentina Grizodúbova, quien

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22 las brujas de la noche

a esas alturas comandaba una fuerza constituida por hombres, recluta­


ría a las mejores pilotos de la Unión Soviética: mujeres capaces de ri­
valizar con cualquiera. Por fortuna, la bella Raskova, la heroica avia­
dora que servía al mismo tiempo de oficial de la policía secreta, se
llevaba tan bien con Stalin que no dudó en acudir al Kremlin para pre­
sentarle personalmente su propuesta.
El dirigente soviético dio su aprobación, y ella se dispuso a poner
en marcha de inmediato el proyecto. Contaba con tantas voluntarias
que decidió crear tres regimientos: uno de caza, otro de bombarderos
pesados y otro de bombardeo nocturno. A mediados de octubre de
1941, culminados los preparativos, se congregaron en Moscú las fu­

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turas pilotos junto con cierto número de muchachas de formación
universitaria que iban a ser adiestradas en calidad de navegantes y me­

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cánicas.
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