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Traducción de
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DAVID LEÓN GÓMEZ
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Prefacio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
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1. ¡Chicas, a pilotar aviones! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
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2. «¿Cómo puedes fotografiar semejante desgracia?» . . . . . . 23
3. «Cuando lleguéis al frente, os podéis envolver los pies
con papel de periódico». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
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4. «O sea, que están reclutando hasta a jovencitas» . . . . . . . . 37
5. «¿Por qué nos abandonáis, chicos?» . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
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14. «De gente así habría que hacer los clavos» . . . . . . . . . . . . . 131
15. Verso y prosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
16. «Pero vamos a darles lo suyo, y para eso no podemos
ablandarnos» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
17. «¡Qué desgracia! ¡Qué muerte tan inútil!» . . . . . . . . . . . . . 153
18. «Ni un paso atrás» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
19. «Podemos hacer cuanto nos propongamos; nunca
nos rendimos» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
20. «Dejarse caer como buitres» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
21. «... y ponerse a disparar en todas direcciones» . . . . . . . . . . 179
22. «¡Cielo, si has derribado un Heinkel!» . . . . . . . . . . . . . . . . 195
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33. «Pese al dolor, ella prosiguió su lucha heroica» . . . . . . . . . . 279
34. «La peor muerte imaginable» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 285
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35. «El exceso de confianza y de autoestima y la falta
de disciplina» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 291
36. «¿Os queréis mover...? ¡Está a punto de estallar!» . . . . . . . . 297
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37. El regreso de Katia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
38. «Lloré como nunca había llorado» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307
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Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 369
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Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 377
Índice alfabético . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379
Nómina de protagonistas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 393
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la calle Gorki estaban cubiertos con sacos terreros hasta una altura
considerable. Por encima del Kremlin flotaban globos de barrera como
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peces gigantescos e inmóviles. La madre Rusia miraba a sus ciudada
nos desde los carteles propagandísticos, triste pero severa. La ciudad
daba la impresión de haber muerto: los únicos lugares que hervían de
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vida eran las tiendas de comestibles y los almacenes, asaltadas por los
saqueadores que corrían desbocados en aquel intervalo inesperado de
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el bullicio que reinaban en el viejo palacio de Petrovski. Los techos
abovedados en que había reverberado en otro tiempo la música de los
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bailes organizados por Catalina la Grande se llenaron entonces de
los ecos de voces femeninas de cuantas conformaban el grupo más abi
garrado que hubiese conocido jamás el edificio. Se encargaba de poner
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orden un puñado de mujeres de uniforme militar: la capitán Militsa
Kazárinova, oficial «muy hermosa y esbelta»; la capitán Yevdokía
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rematado por una boina con estrella roja y, al pecho, la Estrella de Oro
propia de los héroes de la Unión Soviética. Pese a su escasa edad y su
belleza, no iba a bordo de un GAZM1 por ser esposa del director de
una fábrica ni de ningún espadón militar, sino porque el Gobierno so
viético le había asignado aquel vehículo para uso personal, y aunque
solo contaba veintinueve años, los periódicos habían hecho que su ros
tro se conociera de sobra a lo largo y ancho de la URSS. A todo el
mundo le resultaba habitual el nombre de Marina Raskova. Para mi
llones de ciudadanos soviéticos tenía algo de mágico: lo asociaban de
forma ineludible al heroísmo y a cuanto tenían de romántico los vuelos
de larga distancia. No había colegial que no supiera que era el de una
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mujer a la que ninguna hazaña parecía desalentadora, siempre dispues
ta a asumir cualquier reto que se le planteara. «Quiero ser como Mari
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na Raskova», escribían cientos de miles de jóvenes ciudadanas soviéti
cas en la solicitud de ingreso de los clubes de aviación y las delegaciones
de la OSOAVIAJIM. Aquella aviadora había recorrido en aeroplano
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la nación más extensa del planeta, primero a lo ancho, y después a lo
largo. Había probado el aparato más moderno. Había pasado diez días
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niña alcanzó cierta edad, Marina volvió a trabajar, en esta ocasión de
delineante en la Academia de las Fuerzas Aéreas, en donde descubrió
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un mundo completamente nuevo. El centro se hallaba plagado de jó
venes ataviados con cazadoras de cuero que hablaban de los últimos
aviones, de vuelos a gran velocidad y altitud notable, de armas nuevas
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y de las distancias colosales que podían salvarse en aquel momento.
Sus rostros figuraban a menudo en los periódicos, y entre ellos se in
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cluían los de héroes que conocía todo el país. Además, había alguno
que otro de mujer.
El Gobierno, en su afán por promover la industrialización de una
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calidad de navegante. La garbosa Valentina poseía una experiencia no
table pese a contar solo veintiocho años. Polina, quien a primera vista
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podía confundirse con un hombre, había sido hasta hacía no mucho una
persona de escasos recursos económicos, empleada en una granja avíco
la cuya férrea determinación, sin embargo, la había llevado a alistarse
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en la escuela de vuelo de Kacha para abrirse camino hasta los cielos. A
esas alturas se había convertido en una piloto avezada que en 1937, sin ir
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rio europeo y asiático, desde Moscú hasta Komsomolsk del Amur —lo
que suponía llegar casi al océano Pacífico—, en un vuelo de seis mil
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Tras aterrizar en un bosque espeso, pasó diez días buscando el
bombardero. Se abrió camino entre densos matorrales protegida por
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su recio traje de aviadora forrado de pieles, avanzando poco a poco en
la dirección en que calculaba que daría con el Patria. Si el primer día,
convencida de que no iba a tardar en encontrarlo, consumió media ta
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bleta de chocolate, los siguientes se limitó a tomar una onza diaria. De
cuando en cuando topó con arbustos de bayas, y en cierta ocasión, has
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con que el camarada Stalin la reprendía por haber sido mala navegante.
Avergonzada en extremo por las palabras de «la persona a la que más
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Hizo falta una semana de búsqueda para que un joven piloto llama
do Mijaíl Sájarov avistara el fuselaje plateado del Patria. Aun así, dado
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que nadie se atrevía a aterrizar en aquel lodazal, se optó por lanzar ví
veres y demás provisiones en paracaídas. La noticia de la aparición de
la aeronave y dos de sus tripulantes corrió como la pólvora por toda la
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nación, que en los días siguientes esperó ansiosa a saber de Raskova.
Cuando esta apareció trastabillando, Valentina y Polina habían aban
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ban titulares con la noticia de que Marina Raskova seguía con vida.
La primera mujer que recibió el título de Heroína de la Unión So
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panfletos.
Al informar de su regreso a Moscú, la prensa calló la colisión de
dos aeroplanos sobre el lugar en que el Patria había hecho su aterrizaje
de emergencia. Un Douglas DC3 que había enviado al rescate cierto
instituto de investigación de las fuerzas aéreas chocó de frente contra
un bombardero Túpolev TB3 cargado de tropas aerotransportadas.
Murieron 16 soldados, ya que de cuantos viajaban en este último avión
no lograron saltar más que cuatro antes de que se estrellara contra el
suelo. Sin embargo, todo apunta a que las autoridades no querían echar
a perder la atmósfera festiva del momento.5 Los restos de las víctimas
recibieron, en cambio, sus honras fúnebres durante una ceremonia ce
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que esta hubiera acostado a su hijo. Sin embargo, la versión de la se
gunda es muy diferente.
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Grizodúbova sobrevivió muchos años a Raskova y Osipenko,
pues llegó a cumplir nada menos que ochenta y tres años. A su muerte,
en 1993, ya era posible decir cosas que jamás nadie habría soñado con
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mencionar en otro tiempo. Y entre los muchos asuntos de los que ha
bló la célebre aviadora, que consideraba dignos de sus revelaciones, se
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cipios de la guerra fueron arrestados cientos de diseñadores de avio
nes, gerentes de fábricas aeronáuticas y oficiales de las fuerzas aéreas
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soviéticas. Muchos murieron fusilados.
«No tengo la menor idea de cómo consiguió Marina su licencia de
navegante —aseveraba Grizodúbova—, ni tampoco qué otro trabajo
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podía estar haciendo en paralelo, pero no me cabe duda de que fueron
muchos quienes sufrieron por su causa. Podía decirse que las dos ope
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habían “recomendado”».9
En 1941, sin embargo, el público soviético la conocía como avia
dora heroica, leyenda e ídolo de toda una generación. Demostró al
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mundo entero que las aeronaves construidas por las nuevas industrias
soviéticas podían superar al resto de las del planeta y que podían ser
gobernadas por mujeres. Era el ojito derecho de la URSS y recibía de
las admiradoras de toda la nación cantidades ingentes de cartas que
tras la guerra se trocaron en verdadero aluvión. Una parte nada desde
ñable de esta correspondencia procedía de aviadoras que habían agota
do, sin éxito, los recursos que les ofrecía la burocracia a fin de combatir
en el frente. Las autoridades no las querían: en 1941 había un gran nú
mero de pilotos varones, pero faltaban aeroplanos.
Marina Raskova gestó la idea de formar y encabezar un regimiento
de aviadoras militares. A diferencia de Valentina Grizodúbova, quien
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turas pilotos junto con cierto número de muchachas de formación
universitaria que iban a ser adiestradas en calidad de navegantes y me
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cánicas.
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