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Thoreau, el filósofo que nos


descubrió la naturaleza, vuelve
a estar de moda
02 DE JULIO DE 2017 César-Javier Palacios

El Lago Walden en una imagen de época, lugar


de inspiración de Thoreau.

Hay un par de libros que todos los amantes de la


naturaleza deberíamos de tener en nuestra
librería. Uno es Walden, la gran obra de Thoreau.
El otro es su diario.

Henry David Thoreau (1817-1862) fue un filósofo


de la naturaleza
naturaleza, observador paciente,
anotador escrupuloso y padre de la conciencia
medioambiental y de la desobediencia civil.
También está considerado el gran impulsor de
esa vida tranquila que algunos ensalzan como
elogio a la pereza
pereza.

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Su gran obra es Walden, donde narra los dos


años, dos meses y dos días que vivió en una
cabaña construida por él mismo cerca del lago
Walden. Con ello logró demostrar que la vida en
la naturaleza es la verdadera vida del
hombre libre
libre. Él mismo lo explica así:

“Fui a los bosques porque quería vivir


deliberadamente sólo para hacer frente
a los hechos esenciales de la vida, y
ver si no podía aprender lo que tenía
que enseñar, y no descubrir al morir
que no había vivido. No quería vivir lo
que no era vida. Ni quería practicar la
renuncia, a menos que fuese
necesario. Quería vivir profundamente
y chupar toda la médula de la vida, vivir
tan fuerte y espartano como para
prescindir de todo lo que no era vida…”

Nos faltaban sus diarios, considerados un tesoro


de la prosa inglesa, pero era complicado. El
texto original tiene 7.000 páginas
páginas, unos dos
millones de palabras que Thoreau fue anotando
en 14 libretas a lo largo de 25 años (1836-1861).
Damion Searls hizo una gran selección en 2009
que es la que Capitán Swing edita ahora en dos
tomos. Leer los diarios de Thoreau es una
auténtica delicia
delicia.

Sorprende la variedad de temas y ángulos de


observación que el autor nos ofrece, fruto de
una curiosidad voraz. El ermitaño del lago
Walden, ahora lo descubrimos, no vivía tan
aislado de la mundanal actualidad como
pensábamos. En estos textos se nos presenta
mucho más cercano y contemporáneo, pues
sus preocupaciones siguen siendo las nuestras.
Suya es esta frase que todos firmaríamos:

“Es vano escribir sobre las estaciones,


a menos que tengas las estaciones
dentro de ti”

Observador contumaz, analiza sus propios


estados de ánimo, retrata a amigos y vecinos,
condena la esclavitud y la destrucción del
mundo viviente, y se regocija en la belleza
belleza.
Su incansable curiosidad se extiende sobre casi
todos los fenómenos de la naturaleza y la vida
en la Nueva Inglaterra del siglo XIX. Sus apuntes
son una rica fuente de historia social, ambiental,
natural y cultural, que mira tanto al paisaje
exterior como al interior.

Me gusta mucho la introducción de Ernesto


Estrella para el segundo tomo del diario donde
se hace un feliz homenaje a los paseos del
naturalista:

Las caminatas de Thoreau —y leer este


libro es salir a caminar con él— son
seminarios al aire libre, siempre
cargados de descubrimientos
inesperados. A veces, la caminata no
requiere más que ir del salón a un
cuarto soleado cuando llegan las
primeras mañanas frías del otoño.
Otras veces, es necesario pasar la
tarde recorriendo las calles y patios de
Concord y sus alrededores en busca de
un cerdo salvaje que se nos ha
escapado de la piara. También habrá
tardes de primavera en las que
nuestros sentidos se abren y nuestro
cuerpo se transforma en mero registro
para la mano de la naturaleza. O, en
invierno, noches en las que nos
aventuramos a salir a patinar sobre el
río con un amigo.

Termino seleccionando una entrada de su diario


recién publicado. Elijo al azar la más cercana al
calendario. La dedicada al 21 de junio de 1856
1856,
hace ahora 161 años. También entonces hacía
calor por esas fechas:

Un día de mucho calor, igual que ayer,


98 grados [36,7 grados centígrados] a
las 2:00 p. m., 99 [37,2 grados
centígrados] a las 3:00; 128 grados
[53,3 grados centígrados] al sol. Los
chotacabras llevan chillando y
aleteando fuertemente desde las 5:00.
Los vi volar a ras del suelo y tocar el
agua como hacen las golondrinas
sobre Walden. Mi vino de abedul es
ahora mucho más ácido, pero está
mucho más bueno con azúcar. Me
sorprende ver el efecto efervescente
que tiene al echarle azúcar blanco;
queda todo blanco como si fuera una
soda.

El Diario de Thoreau fue presentado el viernes


23 de Junio en la librería Desnivel
Desnivel. Contó
con unos padrinos de lujo. Antonio Muñoz
Molina, escritor español y miembro de la RAE,
Joaquín Araújo (naturalista y escritor) y Ernesto
Estrella Cózar (poeta, investigador y músico).

‘El Diario’. Henry David Thoreau. Traducción de


Ernesto Estrella. Capitán Swing, 2017. 372
páginas. 20 euros.

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Tags: Antonio Muñoz Molina, filosofía, Joaquín


Araújo, naturaleza, pereza, Thoureau, Walden |
Almacenado en: Educación ambiental

Doñana no es una isla ni un parque, es nuestro


corazón en llamas

El marfil de sangre aniquila a los últimos elefantes

Sobre mí
Soy geógrafo, naturalista y periodista ambiental. He
trabajado en la Estación Biológica de Doñana, en la
Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y en SEO/BirdLife.
Me entusiasma el campito, la ciencia, la comunicación y
los viajes. Me aterra la falta de empatía con los animales y
la inacción ante la actual crisis climática. Desde 2004 trato de
contagiaros mi pasión por la naturaleza a través de un blog que quiere
ser observatorio pendiente (y crítico) del discurrir de la vida.

Comentarios

todo pasa, nada queda, y lo que anda se


pudrirá andando dice:
2 julio 2017 a las 13:28

Veí aantes los cielos cubrirse por días, incluso


semanas enteras llegando al mes sin ver sol,
pintando todo de gris plomizo, contundentes nubes,
nubarrones de grueso calibre q parecían querer
venirse abajo del peso.
Hoy veo hilillos de nubes de cuando en cuando,
tonos más claros, apenas llueve. Cantan los pájaros
en invierno, florecen árboles en otro momento,
animales surcan cielos y terreno q no se veían
antes. Los peces comienzan a ser temidos por lo
tóxico de otros lugares que comienza a entrar en su
cadena alimenticia. El aire hace toser, huele a
quemado, no es el puro aire de antaño, y no se tose
sólo y apor tabaco. Antes el aire era más puro y la
gente también se moría antes.
L naturaleza es preciosa mientras nos sea benigna y
haya vacnas y pastillas contra las enfermedades,
que si no...

el futuro imperfecto dice:


2 julio 2017 a las 13:34

A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron,


eso fue que el panelero se hizo caca en él. Que ni
abejas habrá.
Quien a buen árbol se arrima, algún pájaro le caga
encima, o un rayo que lo parte bien en seco
invierno, ácido mar.
Los refranes también perderán su valor de siempre.
¿Seremos el hazmereír de la evolución por
antonomasia?

Jaime dice:
2 julio 2017 a las 14:19

Está mal escrito el nombre. Es Thoreau.


Imperdonable una errata así.

César-Javier Palacios dice:


3 julio 2017 a las 11:00

Muchas gracias Jaime por detectar la errata. Ya está


corregida.

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