Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Dom 18 La Codicia Destroza
Dom 18 La Codicia Destroza
Desplegar la verdadera Vida y dar sentido a la biológica no depende de tener más o menos,
sino de ser en plenitud. Hay frases en el relato que nos han despistado. Que lo acumulado lo
vaya a disfrutar otro, no es la razón de la estupidez, porque en el caso de que lo pudiera
disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas. La actitud del rico es
equivocada porque pone su felicidad en lo acumulado, creyendo que esa seguridad le puede
solucionar todas las necesidades que como ser humano necesita satisfacer.
Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como
acumulación de méritos que después de esta vida le pararán con creces. Llevamos muchos
siglos enredados en esta trampa sin darnos cuenta que también esas seguridades
espirituales pretenden potenciar el ego, exactamente igual o peor que los bienes materiales.
Esta manera de entender la propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide
olvidarnos del yo. Hay en el evangelio otra frase que nos ha mentido por el mismo camino
sin salida: “acumulad tesoros en el cielo…”. Las dos las hemos entendido al revés.
En la Edad Media surgieron dos personajes formidables que supieron interpretar el evangelio.
Se trata de S. Francisco de Asís y Santo Domingo. Ambos fundaros su propia orden
fundamentadas en la pobreza absoluta. Los dos vivieron desprendidos de todo, rechazando
cualquier clase de seguridad que pudiera hacer la vida más fácil. S. Francisco fue el hombre
más feliz del mundo sin poseer absolutamente nada. Era tan pobre que su felicidad no
dependía ni siquiera de su propia pobreza. Santo domingo podía decir como Jesús que no
tenía donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo estaba siempre disponible.
La meta del hombre es desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos
hace más humanos, la conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier tipo,
no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra sociedad está
en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades
tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad
alguna de marcar un límite. Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las
necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa.
La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo
o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar
sentido humano a todo lo que constituye nuestro ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo
demás es soporte. Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular
bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un
verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.
El hombre tiene necesidades como ser biológico, que debe atender. Pero a la vez, descubre
que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta
situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se
dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida
espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro,
pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. La satisfacción de
las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tiene de malo en sí.
Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la madurez
personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano,
vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El
problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la
dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser
ricos. El mensaje de Jesús nos propone ser felices porque ya somos inmensamente ricos.
Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una
plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida
humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que
nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para
mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no,
sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia de que el pobre
puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia.
La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te
impide progresar en esa dirección, es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza.
La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la
pobreza/riqueza. No puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los
demás. No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento de bienes que son
imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso actual es radicalmente injusto,
porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial. El
progreso desarrollista en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.
Esperar que las riquezas nos darán la felicidad, es la mayor insensatez. La riqueza puede
esclavizarnos. Nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto, no
puedo ser feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas desde una
perspectiva equivocada. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada
para que vea. Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente
felices. Aquello en lo que ponemos la felicidad, puede ser nuestra prisión. En realidad, no
queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible.
OTRA OBCIÓN
La petición del hermano a Jesús es solo la excusa para el verdadero mensaje que está en la
parábola del rico insensato. De todas formas hay que tener en cuenta que no se trata de
hacer frente a una injusticia. En aquel tiempo la herencia no se repartía sino que quedaba a
cargo del hermano mayor, quien heredaba del paterfamilias muerto, la dirección de todo el
negocio familiar. Toda la familia formaba un bloque económico, social y religioso. Era la única
manera de mantener una posición digna ante la sociedad. Si el hermano pide parte de la
herencia es porque pensaba separarse de su gran familia y formar una nueva.
En la parábola no se plantea el tema de la riqueza y la pobreza sino la necedad del rico que
pone toda su confianza en las riquezas acumuladas sin darse cuenta que hay otras cosas
más importantes que el satisfacer las necesidades biológicas y el placer de la satisfacción de
los sentidos. No se plantea la bondad o malicia de la riqueza o de la pobreza sino la mala
relación con las cosas que podemos poseer o de las que podemos carecer.
Se trata de un mensaje muy sutil que no hemos sabido apreciar. El mismo relato nos insinúa
que ni siquiera el que lo escribió lo tenía muy claro. En efecto. El rico no es necio porque lo
que ha acumulado lo va a disfrutar otro, dando por supuesto que la vida sería el valor
supremo. Sería igual de insensato si toda la riqueza la pudiera disfrutar él mismo. Lo que la
parábola critica es que ponga la seguridad en algo tan efímero como los bienes materiales.
Tampoco es un argumento válido para nosotros que debemos ser ricos ante Dios y no en la
acumulación egoísta. “Con esta frase y otras parecidas, como por ejemplo: no acumuléis
riquezas en la tierra… sino en el cielo…” nos han invitado a valorar las riquezas espirituales.
Sería una propuesta también descabellada, porque la hemos entendido como que tendríamos
la obligación de hacer obras buenas que se acumularían para garantizar un felicidad para el
más allá proporcional a lo buenos que hayamos sido aquí abajo.
Este planteamiento que hemos mantenido durante don mil años sigue siendo descabellado,
porque sigue proponiendo la necesidad de seguridades para el falso yo. No importa que sean
seguridades espirituales y para el más allá, porque sigues siendo necesidad de seguridades
que necesita el falso yo para subsistir y afianzarse. Jesús nunca pudo hacer esta propuesta
porque supone una concepción del ser humano como un yo separado y alejado de su
experiencia personal que era la de ser uno con el Padre.
La mente racional nos permite ocuparnos de satisfacer las necesidades biológicas y debemos
usarla con total convicción, pero la satisfacción de esas necesidades, por muy perentorias
que sean, no es el objetivo supremo ni el valor primero de nuestra existencia. Por mucho
cuidado que pongamos no podremos evitar la muerte, por tanto es absurdo pensar que
mantener la vida biológica pueda constituir el valor supremo para mi ser total.
Ahora bien, lo que atañe a mi verdadero ser está más allá de toda contingencia y por lo
tanto no tengo nada que temer, porque nada ni nadie me lo puede arrebatar. En mi
verdadera esencia lo soy todo y lo seré siempre. No tiene sentido buscar seguridades porque
ya las tengo todas. En la medida que esté en mi auténtico ser, no necesitaré seguridad
alguna ni materiales ni espirituales. Tampoco tiene sentido ninguna clase de miedo o
zozobra. Todo es absoluta calma y armonía que nada podrá romper.
En lugar de una búsqueda de seguridades externas, vengan de la tierra o vengan del cielo,
debo descubrir mi ser verdadero e instalarme en él definitivamente, trascendiendo todas la
seguridades posibles desde todos los órdenes de mi existencia. Esa toma de conciencia no
podemos hacerla desde nuestra racionalidad, sino aparcando la razón y dejando que aflore lo
que hay más allá de todas las apariencias de mi falso yo. Como mi ego está siempre
presente y actuando en contra de mi verdadero ser, siempre tendré que estar luchando
contra esta propuesta envenenada que no dejará nunca de asaltarme.
Utilizamos la parte racional de nuestra mente para ser más eficientes en esos logros
secundarios. Vivimos sin enterarnos de las posibilidades más profundas que nos llevarían a
una existencia plena. Lo específicamente humano no nos interesa porque no hemos
descubierto la grandiosidad de las posibilidades que nos aportaría. Vivimos enfrascados en
el materialismo y será muy difícil que descubramos el valor espiritual que poseemos.
Lo que ya soy es tan sublime que no nos atrevemos a aceptarlo. Mientras no sea
consciente de esa increíble riqueza, es como si no la tuviéramos. No nos hagamos
ilusiones, es esta una trampa en la que la inmensa mayoría de los seres humanos caemos.
Hace dos mil quinientos años, Buda alcanzó una plenitud humana que ninguno de los siete
mil millones hemos logrado hoy. No dedicamos el esfuerzo necesario para conseguirlo.