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DOMINGO 18 (C)

(Ecl 1,2;2, 21-23) "Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad..."


(Col 3,1-11) "Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra."
(Lc 12,13-21) Guardaos de toda clase de codicia. Un rico tuvo una gran cosecha...

Acaparar los bienes necesarios para la vida es causar la muerte.

Desplegar la verdadera Vida y dar sentido a la biológica no depende de tener más o menos,
sino de ser en plenitud. Hay frases en el relato que nos han despistado. Que lo acumulado lo
vaya a disfrutar otro, no es la razón de la estupidez, porque en el caso de que lo pudiera
disfrutar él mismo, parece que sería válida la acumulación de riquezas. La actitud del rico es
equivocada porque pone su felicidad en lo acumulado, creyendo que esa seguridad le puede
solucionar todas las necesidades que como ser humano necesita satisfacer.

Tampoco se trata de proponer como alternativa el ser rico ante Dios, si se entiende como
acumulación de méritos que después de esta vida le pararán con creces. Llevamos muchos
siglos enredados en esta trampa sin darnos cuenta que también esas seguridades
espirituales pretenden potenciar el ego, exactamente igual o peor que los bienes materiales.
Esta manera de entender la propuesta va en contra del mensaje de Jesús que nos pide
olvidarnos del yo. Hay en el evangelio otra frase que nos ha mentido por el mismo camino
sin salida: “acumulad tesoros en el cielo…”. Las dos las hemos entendido al revés.

En la Edad Media surgieron dos personajes formidables que supieron interpretar el evangelio.
Se trata de S. Francisco de Asís y Santo Domingo. Ambos fundaros su propia orden
fundamentadas en la pobreza absoluta. Los dos vivieron desprendidos de todo, rechazando
cualquier clase de seguridad que pudiera hacer la vida más fácil. S. Francisco fue el hombre
más feliz del mundo sin poseer absolutamente nada. Era tan pobre que su felicidad no
dependía ni siquiera de su propia pobreza. Santo domingo podía decir como Jesús que no
tenía donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo estaba siempre disponible.

La meta del hombre es desplegar su humanidad. El evangelio nos dice que tener más no nos
hace más humanos, la conclusión es muy sencilla: la posesión de bienes de cualquier tipo,
no puede ser el objetivo último de ningún ser humano. La trampa de nuestra sociedad está
en que no hemos descubierto que cuanto mayor capacidad de satisfacer necesidades
tenemos, mayor número de nuevas necesidades desplegamos; con lo cual no hay posibilidad
alguna de marcar un límite. Ya los santos padres decían que el objetivo no es aumentar las
necesidades, sino el conseguir que esas necesidades vayan disminuyendo cada día que pasa.

La vida es un desastre solo para el que no sabe traspasar el límite de lo caduco. Querámoslo
o no, vivimos en la contingencia y eso no tiene nada de malo. Nuestro objetivo es dar
sentido humano a todo lo que constituye nuestro ser biológico. Lo humano es lo esencial, lo
demás es soporte. Aspirar a los bienes de arriba y pensar que lo importante es acumular
bienes en el cielo, es contrario al verdadero espíritu de Jesús. Ni la vida es el fin último de un
verdadero ser humano ni podemos despreciarla en aras de otra vida en el más allá.

Es muy difícil mantener un equilibrio en esta materia. Podemos hablar de la pobreza de


manera muy pobre y podemos hablar de la riqueza tan ricamente. No está mal ocuparse de
las cosas materiales e intentar mejorar el nivel de vida. Dios nos ha dotado de inteligencia
para que seamos previsores. Prever el futuro es una de las cualidades más útiles del ser
humano. Jesús no está criticando la previsión, ni la lucha por una vida más cómoda. Critica
que lo hagamos de una manera egoísta, alejándonos de nuestra verdadera meta como seres
humanos. Si todos los seres humanos tuviéramos el mismo nivel de vida, no habría ningún
problema, independientemente de la capacidad de consumir a la que hubiéramos llegado.

El hombre tiene necesidades como ser biológico, que debe atender. Pero a la vez, descubre
que eso no llega a satisfacerle y anhela acceder a otra riqueza que está más allá. Esta
situación le coloca en un equilibrio inestable, que es la causa de todas las tensiones. O se
dedica a satisfacer los apetitos biológicos, o intenta trascender y desarrollar su vida
espiritual, manteniendo en su justa medida las exigencias biológicas. En teoría, está claro,
pero en la práctica exige una lucha constante para mantener el equilibrio. La satisfacción de
las necesidades biológicas y el placer que pueden producir, nada tiene de malo en sí.

Solo hay un camino para superar la disyuntiva: dejar de ser necio y alcanzar la madurez
personal, descubriendo desde la vivencia lo que en teoría aceptamos: El desarrollo humano,
vale más que todos los placeres y seguridades; incluso más que la vida biológica. El
problema es que la información que nos llega desde todos los medios nos invita a ir en la
dirección contraria y es muy fácil dejarse llevar por la corriente. La sociedad nos invita a ser
ricos. El mensaje de Jesús nos propone ser felices porque ya somos inmensamente ricos.

El error fundamental es considerar la parte biológica como lo realmente constituyente de


nuestro ser. Creemos que somos cuerpo y mente. No tenemos conciencia de lo que en
realidad somos, y esto impide que podamos enfocar nuestra existencia desde la perspectiva
adecuada. El único camino para salir de este atolladero, es desprogramarnos. Debemos
interiorizar nuestro ser verdadero y descubrir lo que en realidad somos, más allá de las
apariencias y tratar de que nuestra vida se ajuste a este nuevo modo de comprendernos.

Se trata de desplegar una vida verdaderamente humana que me permita alcanzar una
plenitud. Solo esa Vida plena, puede darme la felicidad. Se trata de elegir entre una Vida
humana plena y una vida repleta de sensaciones, pero vacía de humanidad. La pobreza que
nos pide el evangelio no es ninguna renuncia. Es simplemente escoger lo que es mejor para
mí. No se trata de la posesión o carencia material de unos bienes. Se trata de estar o no,
sometido a esos bienes, los posea o no. Es importante tomar conciencia de que el pobre
puede vivir obsesionado por tener más y malograr así su existencia.

La clave está en mantener la libertad para avanzar hacia la plenitud humana. Todo lo que te
impide progresar en esa dirección, es negativo. Puede ser la riqueza y puede ser la pobreza.
La pobreza material no puede ser querida por Dios. Jesús no fue neutral ante la
pobreza/riqueza. No puede ser cristiana la riqueza que se logra a costa de la miseria de los
demás. No se trata solo de la consecución injusta, sino del acaparamiento de bienes que son
imprescindibles para la vida de otros. El cacareado progreso actual es radicalmente injusto,
porque se consigue a costa de la miseria de una gran parte de la población mundial. El
progreso desarrollista en que estamos inmersos, es insostenible además de injusto.

Esperar que las riquezas nos darán la felicidad, es la mayor insensatez. La riqueza puede
esclavizarnos. Nos han convencido de que si no poseo aquello o no me libro de esto, no
puedo ser feliz. Tú eres ya feliz. Solo tu programación te hace ver las cosas desde una
perspectiva equivocada. Si el ojo está sano, lo normal es la visión, no hay que hacer nada
para que vea. Sin tener nada de lo que ambicionamos podríamos ser inmensamente
felices. Aquello en lo que ponemos la felicidad, puede ser nuestra prisión. En realidad, no
queremos la felicidad sino seguridades, emociones, satisfacciones, placer sensible.
OTRA OBCIÓN

Solo el falso yo necesita seguridades. Mi verdadero ser es plenitud y nada le falta.

La petición del hermano a Jesús es solo la excusa para el verdadero mensaje que está en la
parábola del rico insensato. De todas formas hay que tener en cuenta que no se trata de
hacer frente a una injusticia. En aquel tiempo la herencia no se repartía sino que quedaba a
cargo del hermano mayor, quien heredaba del paterfamilias muerto, la dirección de todo el
negocio familiar. Toda la familia formaba un bloque económico, social y religioso. Era la única
manera de mantener una posición digna ante la sociedad. Si el hermano pide parte de la
herencia es porque pensaba separarse de su gran familia y formar una nueva.

En la parábola no se plantea el tema de la riqueza y la pobreza sino la necedad del rico que
pone toda su confianza en las riquezas acumuladas sin darse cuenta que hay otras cosas
más importantes que el satisfacer las necesidades biológicas y el placer de la satisfacción de
los sentidos. No se plantea la bondad o malicia de la riqueza o de la pobreza sino la mala
relación con las cosas que podemos poseer o de las que podemos carecer.

Se trata de un mensaje muy sutil que no hemos sabido apreciar. El mismo relato nos insinúa
que ni siquiera el que lo escribió lo tenía muy claro. En efecto. El rico no es necio porque lo
que ha acumulado lo va a disfrutar otro, dando por supuesto que la vida sería el valor
supremo. Sería igual de insensato si toda la riqueza la pudiera disfrutar él mismo. Lo que la
parábola critica es que ponga la seguridad en algo tan efímero como los bienes materiales.

Tampoco es un argumento válido para nosotros que debemos ser ricos ante Dios y no en la
acumulación egoísta. “Con esta frase y otras parecidas, como por ejemplo: no acumuléis
riquezas en la tierra… sino en el cielo…” nos han invitado a valorar las riquezas espirituales.
Sería una propuesta también descabellada, porque la hemos entendido como que tendríamos
la obligación de hacer obras buenas que se acumularían para garantizar un felicidad para el
más allá proporcional a lo buenos que hayamos sido aquí abajo.

Este planteamiento que hemos mantenido durante don mil años sigue siendo descabellado,
porque sigue proponiendo la necesidad de seguridades para el falso yo. No importa que sean
seguridades espirituales y para el más allá, porque sigues siendo necesidad de seguridades
que necesita el falso yo para subsistir y afianzarse. Jesús nunca pudo hacer esta propuesta
porque supone una concepción del ser humano como un yo separado y alejado de su
experiencia personal que era la de ser uno con el Padre.

Intentaré explicarme, aunque sé que por el camino de la razón y de la lógica nunca


podremos llegar a entenderlo. Si necesito seguridades de cualquier tipo o echo algo en falta,
es señal de que estoy planteando mi existencia desde mi ser biológico o “creatural” como
decía Eckhart. Mi verdadero ser es absoluto y no le falta nada. Es uno con la Realidad Última
y plena que está volcada en mi propio ser y por lo tanto nunca le falta nada. Este ser que
soy ha existido siempre. Ni ha nacido ni puede morir. Por tanto no puede echar en falta ni
siquiera la vida que sería el aparente valor supremo de lo que creo ser.

La mente racional nos permite ocuparnos de satisfacer las necesidades biológicas y debemos
usarla con total convicción, pero la satisfacción de esas necesidades, por muy perentorias
que sean, no es el objetivo supremo ni el valor primero de nuestra existencia. Por mucho
cuidado que pongamos no podremos evitar la muerte, por tanto es absurdo pensar que
mantener la vida biológica pueda constituir el valor supremo para mi ser total.
Ahora bien, lo que atañe a mi verdadero ser está más allá de toda contingencia y por lo
tanto no tengo nada que temer, porque nada ni nadie me lo puede arrebatar. En mi
verdadera esencia lo soy todo y lo seré siempre. No tiene sentido buscar seguridades porque
ya las tengo todas. En la medida que esté en mi auténtico ser, no necesitaré seguridad
alguna ni materiales ni espirituales. Tampoco tiene sentido ninguna clase de miedo o
zozobra. Todo es absoluta calma y armonía que nada podrá romper.

En lugar de una búsqueda de seguridades externas, vengan de la tierra o vengan del cielo,
debo descubrir mi ser verdadero e instalarme en él definitivamente, trascendiendo todas la
seguridades posibles desde todos los órdenes de mi existencia. Esa toma de conciencia no
podemos hacerla desde nuestra racionalidad, sino aparcando la razón y dejando que aflore lo
que hay más allá de todas las apariencias de mi falso yo. Como mi ego está siempre
presente y actuando en contra de mi verdadero ser, siempre tendré que estar luchando
contra esta propuesta envenenada que no dejará nunca de asaltarme.

Si necesito seguridades, si tengo miedos o me atenaza la idea de qué será de mí en el


futuro, es señal de que el falso yo está ganando la batalla. La religión no puede ayudarme
porque todas han caído en la trampa de responder a las necesidades del ego, en vez de
ayudarnos a superar su influencia nefasta. En concreto nuestra religión, nos ha metido por el
camino sin salida de una seguridad de un más allá donde todos tus deseos serán cumplidos
con creces. Eso sí sin darse cuenta que está fomentando el falso yo.

El falso yo está instalado en el tiempo y no puede prescindir de él, porque desaparecería.


Pero el verdadero ser nunca ha nacido sino que está siempre en la eternidad y por lo tanto
nada puede perder ni nada puede añadírsele. Descubrir y vivir en ese Ser eterno supone
vivir lo eterno desde lo efímero; estar en lo absoluto desde la contingencia. Como podéis ver
la razón se estrella contra esta manera de hablar.

Normalmente vivimos en la superficie de nuestro ser y no dedicamos tiempo y esfuerzo a


descubrir nuestro ser más profundo. Vivimos la biología, preocupándonos de comer, vestir,
buscar lo fácil, lo cómodo, lo que me agrada en el momento y no nos queda tiempo para
preocuparnos de lo que me hace verdaderamente humano. El hedonismo que nos
envuelve es el mayor peligro a la hora de desarrollar una vida verdaderamente humana.

Utilizamos la parte racional de nuestra mente para ser más eficientes en esos logros
secundarios. Vivimos sin enterarnos de las posibilidades más profundas que nos llevarían a
una existencia plena. Lo específicamente humano no nos interesa porque no hemos
descubierto la grandiosidad de las posibilidades que nos aportaría. Vivimos enfrascados en
el materialismo y será muy difícil que descubramos el valor espiritual que poseemos.

Lo que ya soy es tan sublime que no nos atrevemos a aceptarlo. Mientras no sea
consciente de esa increíble riqueza, es como si no la tuviéramos. No nos hagamos
ilusiones, es esta una trampa en la que la inmensa mayoría de los seres humanos caemos.
Hace dos mil quinientos años, Buda alcanzó una plenitud humana que ninguno de los siete
mil millones hemos logrado hoy. No dedicamos el esfuerzo necesario para conseguirlo.

Identificamos la religiosidad con esta posibilidad de alcanzar plenitud, pero la mayoría de


las religiones nos llevan por caminos equivocados al confundir fidelidad a unas normas con
plenitud humana. La institución que debía ser una ayuda, se ha convertido en el mayor
obstáculo, porque ha encaminado los mejores esfuerzos por cominos equivocados.

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