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¡Qué gracioso es es niño sentado en un banco del jardín de las tullerías!

Un hombre, impulsado por un oculto designio, se sienta a su lado, en el mismo


banco, con aire equívoco. ¿Quién es? No necesito decíroslo, pues le reconoceréis
por su tortuosa conversación.

Escuchemos sin molestarles:

- ¿En qué piensas, niño?


- Pensaba en el cielo.
- No es necesario que pienses en el cielo; bastante as ya pensar
en la tierra. ¿Estás cansado de vivir cuando apenas acabas de nacer?
- No, pero todo el mundo prefiere el cielo a la tierra.
-Pues bien, yo no, ya que, si el cielo, como la tierra, fue creado por Dios,
ten por seguro que encontrarás allí los mismos males que auí abajo.
Después de tu muerte no serás recompensado de acuerdo con tus méritos;
pues si en esta tierra cometen contigo injusticias (como, más tarde, sabrás
por experiencia), no hay razón alguna para que, en la otra vida, no las
cometan también. Lo mejor que puedes hacer es no pensar en Dios y tomarte
la justicia por tu mano, puesto que te la niegan.
Si uno de tus camaradas te ofendiera, ¿no te sentirías feliz matándole?

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