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Política
Los políticos se repliegan por el miedo a un tsunami electoral
Desde Cristina Kirchner hasta Mauricio Macri, los líderes hoy buscan seguridad en
su propio territorio; es el temor a una rebelión de indiferencia; esa debilidad se
agravaría si se suspenden las PASO
25 de octubre de 2022
03:16
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Carlos Pagni
LA NACION
Mauricio Macri y Cristina Kirchner
Mauricio Macri y Cristina Kirchner
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Vamos a señalar algunos movimientos que se están registrando en la política en


estos días y pueden parecer intrascendentes. Por ejemplo, el ministro de Hábitat,
Jorge Ferraresi se retira del gabinete y vuelve a Avellaneda, de la que es
intendente, o lo era con pedido de licencia. Otro ministro, el de Desarrollo
Social, Juan Zabaleta, le dejó su lugar a Victoria Tolosa Paz para volver a la
intendencia de Hurlingham que había dejado -riesgosamente para él- en manos de La
Cámpora al asumir el Ministerio. Juan Manzur deja nada menos que la Jefatura de
Gabinete de Ministros para volver a Tucumán, intentando encontrar la
vicegobernación su provincia. Si uno mira a Cristina y Máximo Kirchner, va a ver
que están pensando la política casi reduciendo el drama a la provincia de Buenos
Aires. Ese es el ajedrez que les interesa. Y Axel Kicillof intenta que no lo tomen
como un activo para proyectarlo en la escena nacional como candidato a presidente e
insistir en cambio con la reelección bonaerense. Todo esto que acabo de enumerar se
da en el oficialismo, en el Frente de Todos.

Los políticos se repliegan por miedo a un tsunami electoral. El editorial de Carlos


Pagni.
Pero si miramos del otro lado, a Juntos por el Cambio, por ejemplo, los movimientos
de Mauricio Macri, hay un propósito central en todo lo que está haciendo. Está
bien, quiere ordenar al Pro en relación a lo que sería el programa de un eventual
futuro gobierno de JxC. No sabemos muy bien si se va a postular como candidato a
presidente, él dice que no. Pero tiene un interés por encima de todos los otros: el
control de la Capital Federal, el control de la ciudad de Buenos Aires a través de
la candidatura de su primo Jorge Macri, cuyo jefe de campaña es nada menos que
Fernando de Andreis, que es la mano derecha de la vida cotidiana del expresidente.

¿Qué tienen en común estos hechos? Que los políticos se están replegando hacia
territorios que creen más seguros, sus bases originales de poder, en la perspectiva
de que puede haber un gran cimbronazo electoral. Un vendaval que se está registrado
en las encuestas, sobre todo, en las cualitativas, donde la gente no dice a quién
va a votar o qué imagen tiene sobre tal líder, sino que se expresa sobre qué
sentimientos tiene en su relación con la vida pública, respecto de la política en
general y la economía y qué visión se le ofrece sobre el futuro. Ahí hay una
crisis, se ha abierto una nueva grieta, que ya no es entre kirchnerismo y
antikirchnerismo. Esa grieta convive ahora con otra, más complicada e inquietante,
que plantea un horizonte no del todo nítido para la vida democrática, que es el
conflicto entre el electorado y la dirigencia política. El cambio de percepción
respecto de los representantes que ya no son vistos por muchos electores como
representantes sino como -para usar la palabra que usa la extrema izquierda en
España y emplea aquí la extrema derecha de Javier Milei- una casta. Algo que no
representa, sino que contradice a la comunidad. No la expresa, la oprime.

Este cambio de concepto se viene identificando hace mucho tiempo. Un experto en


opinión pública en agosto del 2020, en plena cuarentena, me señalaba: “Estoy
registrando algo raro. Nunca había aparecido. 6% del electorado no quiere a Macri
ni a Cristina. Pero tampoco quieren Alberto Fernández o a Larreta. No quieren a
nadie”. Ese porcentaje hoy representa probablemente el 25% de la fuerza electoral.
Y tendríamos que ver si no sigue creciendo. El primer dato técnico, contundente,
corroborable de esta tendencia lo tuvimos el año pasado: los niveles de abstención
que hubo en las elecciones.

Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta


Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta
Daría la impresión de que hay un repliegue hacia lo más conservador, hacia no tomar
riesgo. Es una conducta en la que no incurren dos personas, dos líderes, que tienen
muy poco que perder. Uno, lo acabo de nombrar, Javier Milei, que está en ascenso
con algo así como 25% de intención de voto. El otro, Alberto Fernández, que está
lanzado ahora, contra lo que para mucha gente serían evidencias contradictorias con
ese deseo, hacia la reelección, hacia ocupar el centro que no quiso ocupar durante
tanto tiempo durante su presidencia, el centro que ocupaba justamente en aquella
cuarentena. Toma ese centro de la forma que sea, peleándose inclusive con un
personaje ignoto de Gran Hermano que lo acusa de trapisondas que no están
demostradas. Hay una página en Internet de periodismo de investigación que se llama
El Disenso donde aparecen declaraciones antiguas de ese mismo personaje
refiriéndose a problemas que tuvo con el presidente, cuando Fernández era directivo
del Grupo BAPRO -estamos hablando de tiempos de Eduardo Duhalde-.

Está entusiasmado Fernández con el fraseo, la retórica que encontró para defender
su Gobierno, sobre todo en oposición con Mauricio Macri en el Coloquio IDEA. Está
entusiasmado con que los Kirchner lo estén dañando, quitando apoyo a Sergio Massa,
sobre todo después de documento que el PJ bonaerense -con Máximo Kirchner y Pablo
Moyano a la cabeza- dio a conocer el 17 de octubre en la Plaza de Mayo, que está en
las antípodas de lo que necesita hacer Massa para renovar el acuerdo con el FMI.
Fernández habla con Massa y le dice: “Viste, a vos te pegan como me pegaban a mí.
No es un problema mío”. Y este deterioro de Massa da la impresión de que, en algún
pliegue de conciencia, lo satisface y lo hace de nuevo dar un paso adelante.

Arma su base. ¿Con quiénes? Con aquellos que, no por adhesión a Fernández, pero sí
por temor a Cristina, están condenados a buscar una alternativa dentro del
peronismo. La CGT tradicional, en estado de alerta frente a Macri, que los pone
siempre en la picota porque entiende que el régimen laboral es uno de los grandes
problemas de la Argentina, pero también frente al kirchnerismo duro, que dio una
señal de un reformismo inconveniente para la CGT cuando en la Provincia el ministro
de Salud, Nicolás Kreplak, empezó a avalar una especie de estatización del sistema
de obras sociales. Ahí hay una señal de alarma. Los sindicatos tradicionales
calculan: “No nos conviene el avance de Cristina. ¿Qué tenemos a mano? Por ahora a
Alberto Fernández, que podrá estar devaluado, pero es el jefe de Estado, y tiene
una lapicera que sigue siendo la del jefe del Estado”. Y del otro lado el
Movimiento Evita, que tiene una relación muy conflictiva tanto con Cristina como
con Máximo Kirchner, desde que ella dejó la presidencia y los liderados por Pérsico
se alinearon con el gobierno de Cambiemos -o con el presupuesto del Estado- para
mantener su enorme maquinaria, que depende precisamente de los impuestos que
pagamos todos.

El Movimiento Evita, conducido por Emilio Pérsico y Fernando "Chino" Navarro


El Movimiento Evita, conducido por Emilio Pérsico y Fernando "Chino" Navarro
Leo Vaca - télam
Hubo una reunión entre los sindicalistas y el Movimiento Evita. Por lo que sabemos,
empezó de manera muy conflictiva. Terminaron con esto que estamos diciendo: “Bueno,
lo peor que nos puede pasar es el avance en el poder de Cristina Kirchner. Tenemos
que compensar eso desde el otro lado del sube y baja. La primera manifestación de
este entendimiento entre Alberto Fernández y la CGT la encontramos ahora en el
Presupuesto nacional. Como suele pasar, entre gallos y medianoche, aparece un
artículo, el 127, que no estaba en la versión original que mandó Sergio Massa al
Congreso, que fue incorporado en Comisión. Es para que el Estado y no los
financiadores de salud -obras sociales, sobre todo- se hagan cargo de las
prestaciones de alto precio, como los medicamentos y las tecnologías sofisticadas.
Es una idea correcta. ¿Por qué? Porque hay una especie de descalabro con respecto a
qué cosas debe y qué cosas no debe financiar el sistema de salud, por culpa de una
clase política demagógica que fue incluyendo prestaciones sin ampliar el
financiamiento de esas prestaciones. Más allá de que la idea sea correcta, la
implementación que propone este artículo es un disparate. En primer lugar, porque
le transfiere al Estado la obligación de pagar esas prestaciones que muchas veces
son carísimas -hablamos de medicamentos que podrían salir un millón de dólares. Y,
por otro lado, porque es la misma oficina del Ministerio de Salud quien va
determinar si hay que pagarlo o no. Es decir, el organismo técnico que dictamina es
el que tendría que pagarlo. Obviamente, va a haber un estímulo a no pagar
prestaciones caras.

Se habla de que hay prestadores que no van a poder, si no están registrados,


recetar esas prácticas. ¿Dónde se abrió ese registro? No lo sabemos todavía. Le
puede pasar a alguien que un médico le recete algo que el Estado después no le
reconozca o no pueda cobrar porque le dicen que médico no está inscripto en un
registro que todavía no se sabe cuál es. Una cantidad de imperfecciones, entre
otras, por ejemplo, el establecer que para reclamarle al Estado determinada
prestación costosa habrá que conseguir un dictamen judicial con sentencia firme. Ya
no alcanzaría con una medida cautelar. Todo esto, que es un debate importantísimo -
insisto, de bases razonables-. debería merecer una ley. No que pase como una
especie de pacto negro entre el Gobierno y los sindicatos para aliviar a las obras
sociales -no incluye necesariamente a las prepagas- de una carga enorme que está
consumiendo los recursos de la salud.

Fernández y Manzur
Fernández y Manzur
Presidencia
Pero lo que importa políticamente destacar es que en ese artículo hay un acuerdo
importante, entre el sindicalismo y el Gobierno. El diálogo dentro del oficialismo,
y esta es la premisa de este lanzamiento de Alberto Fernández, está roto. Un
detalle más. Así como pasó con los últimos tres ministros que designó el Presidente
hace 15 días, la designación del sucesor de Ferraresi, Santiago Maggiotti, tampoco
fue consultada con Cristina Kirchner ni con La Cámpora. Es decir, el Presidente se
ha apropiado de su propio gabinete, y hace saber que no consulta. Hay que plantear
algo más importante, de acá a enero: ¿Quién va a ser el sucesor de Manzur? ¿Quién
va a ser el jefe de Gabinete de este Gobierno durante el año electoral? Lo
podríamos poner en otros términos: ¿quién va a ser el jefe de campaña del Frente de
Todos o de la candidatura de Fernández? Esa posición, que es el jefe de los
ministros, ¿va a ser conversada entre el Presidente y la vicepresidenta o van a
seguir en líneas divergentes? Es una pregunta importante porque, si esa divergencia
se profundiza, tenemos derecho a preguntarnos si no va a haber un momento en el que
Alberto Fernández expulse al Gobierno a los funcionarios de La Cámpora que manejan
oficinas tan importantes y acaudaladas como el PAMI y la ANSES, que son territorios
de Máximo Kirchner.

Difícil conciliar esta pelea interna. Hay como una especie de malentendido que uno
no sabe si es deliberado, si no hay una decisión política de romper, si cada uno no
se siente más cómodo sin el otro. Formalmente, la dirigencia de La Cámpora le pide
al Gobierno que arme una mesa de discusión política para pensar el futuro electoral
con un acuerdo. Como respuesta, le dicen a Máximo Kirchner: “Bueno, pero Alberto
quiere que antes de armarse esa mesa hables con él”. Y responde Máximo: “¿Qué
sentido tiene hablar con Alberto?”. Ya no se habla, el que era presidente de
bloque, figura principal del kirchnerismo, presidente del PJ bonaerense, con el
Presidente de la Nación.

Es una incomunicación riesgosa porque tienen que ir a un enfrentamiento electoral.


Entonces, hay una fractura que es muy importante advertir porque puede estar
señalando cuál puede ser la dinámica electoral el año que viene y que tiene
relación directa con la realización de las PASO. Están en una encerrona. No es
fácil resolver esta situación. ¿Por qué? Porque es muy difícil para Cristina
Kirchner enfrentar a aquel al que puso como un delegado a través de un tuit un
sábado a la mañana. ¿Cómo hace para que en nuestra cabeza se desacople que ella es
Alberto, y que Alberto está ahí por ella? ¿Cómo enfrentar siendo oficialistas al
Presidente? Bueno, podríamos decir “que pongan a otro, que no vaya Alberto”. Hay
una experiencia anterior, ajena al Frente de Todos, que ilumina este problema. Fue
cuando un sector de Juntos por el Cambio -entonces Cambiemos- quiso reemplazar la
candidatura de Macri por la candidatura de María Eugenia Vidal. Febrero de 2019
aproximadamente. En esa oportunidad, Alberto Fernández, que no era ni siquiera
candidato a presidente, en un diálogo con el periodista Diego Genoud para un libro
que se llama El peronismo de Cristina razonó de la siguiente manera, muy correcta:
“Es inevitable que el candidato sea Macri porque si ponen a otro candidato yo,
desde el otro lado, le preguntaría por qué en esa silla no está Macri. Y en el
intento de responder habría una confesión de que todo ese oficialismo fracasó”.

Roberto Navarro entrevistó a Máximo Kirchner


Máximo Kirchner le concedió una entrevista importante a Roberto Navarro en la que
habló de su relación con Alberto Fernández. “Para un oficialismo, que su presidente
vaya a PASO con otros competidores es, por lo menos, extraño. No sé cuál es la otra
opción, no tengo idea en qué andan”, dijo. Esa última frase es extraordinaria y muy
sincera. Habla del Gobierno, de Alberto Fernández, Santiago Cafiero, Tolosa Paz, el
corazón del oficialismo. El Gobierno está en una encerrona y Máximo Kirchner tiene
razón. Navarro le pregunta entonces: “¿El candidato es Alberto?” Y no, tampoco
puede ser él, quien preside un Gobierno que, según el propio Máximo Kirchner, entre
otras cosas, puso de rodillas al país frente al campo. Si quisiera votar al
Presidente para la reelección, ¿cómo vuelve de no haber votado el acuerdo con el
Fondo, que es la columna vertebral en materia económica de toda esta gestión? No
hay que suponer que tienen una estrategia definida y clara. Están en un problema
cuyo origen es el tipo de aparato de poder que diseñó Cristina Kirchner cuando
decidió ponerse ella fuera de la presidencia, ponerse en la vicepresidencia y poner
como candidato a presidente a Alberto Fernández, alguien que se preciaba de pensar
en sentido contrario, en las antípodas de lo que pensaba ella. Es difícil que de un
diseño de esa naturaleza surja algo productivo, sustentable. Es un auto que está
hecho para ser visto, pero donde uno lo pone en marcha se rompe.

Mientras tanto, Alberto Fernández -en contra o a favor de lo que piensa Máximo
Kirchner- no solamente está pensando en su candidatura a presidente sino en su
vicepresidente. Y entre los nombres que baraja está el de Daniel Scioli, a quien
otros amigos de Fernández, como por ejemplo su locador Pepe Albistur, sueña como
candidato a jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Más allá de estas especulaciones respecto de Fernández hay un problema: la


candidata más competitiva que tiene hoy este oficialismo es Cristina Kirchner. El
Gobierno contrata encuestas en las que, si las elecciones fueran hoy, Cristina
Kirchner duplica en intención de votos la suma de Alberto Fernández y Sergio Massa.
El Presidente tiene 6% de intención de voto; Massa tiene 6% de intención de voto.
Sumados da 12%, mientras que Cristina tiene 24%. Es un problema, porque nadie sabe
si Cristina quiere ser candidata, entre otras cosas porque, como en 2017, está
condicionada porque tiene que tener fueros por la situación judicial endiablada en
la que está metida. En cualquier caso, los fueros son un blindaje indispensable
para la vicepresidenta y esto le impide pensar con libertad una estrategia
electoral.

La vicepresidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner


La vicepresidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner
Hay algo que va a ocurrir en los próximos días que es decisivo para todo esto que
estamos hablando: el resultado de las elecciones en Brasil. El kirchnerismo,
Cristina, La Cámpora, se miran en Lula. Miran a un candidato de izquierda, popular,
que representa a los sectores más desposeídos o indignados del sistema. Hay que
mirar el mapa electoral de Brasil: Lula tiene un 48% que se concentra básicamente
en el nordeste y en los grandes conurbanos (un formato idéntico al del kirchnerismo
o al del peronismo en general) e intenta volver al poder en una carrera muy peleada
con Jair Bolsonaro, después de una gran peripecia judicial que lo llevó a la
cárcel. No sabemos qué va a pasar con Brasil.

Un detalle ínfimo en medio de todo esto. Ya que hablamos de Scioli, si gana Lula
tiene que volver, porque se hizo demasiado amigo de Bolsonaro. Lula lo tiene en la
lista negra porque recuerda muy bien que en el año 2015 vino a la Argentina a hacer
campaña por él.

De las encuestas serias de Brasil no hay ninguna que le dé a Bolsonaro el triunfo


el próximo domingo en el ballotage, ahora es cierto que los mismos sondeos le daban
a Bolsonaro una situación mucho más desfavorable de la que finalmente tuvo en la
primera vuelta. Hay un criterio en Brasil que se puede seguir: así como se dice que
en Estados Unidos Ohio es el promedio del electorado norteamericano, así como por
años se pensaba que Tandil, tierra de Macri, era el promedio de la provincia de
Buenos Aires, Minas Gerais sido siempre el promedio de lo que vota Brasil. ¿Qué
pasó en ese estado? En la primera vuelta, Lula ganó por 48% contra 43% de
Bolsonaro. El gobernador de Minas Gerais es de Bolsonaro y se volcó a favor del
presidente, no quiso permanecer neutral. Ahora tenemos encuestas que nos dicen que
Lula va a ganar por 51%, es decir, sumaria tres puntos en ese estado, y Bolsonaro
pasa de 43% a 48%. Si esto es una dinámica, no habría que descartar que Bolsonaro
desborde a Lula, sobre todo si tenemos en cuenta que hay mucha gente que, con
grandísima razón, con muchos motivos, tiene vergüenza de decir que vota a alguien
tan impresentable como Bolsonaro. Muchísimos lo votan por animadversión con Lula y
con la imagen de corrupción que encarna el PT. Quiere decir que si miramos Mina
Gerais hay una gran incógnita, pero si vemos la aritmética fría, Lula le ganó a
Bolsonaro por seis millones de votos, y los demás candidatos entre todos sacaron 10
millones de votos. Esto quiere decir que si todos lo que votaron a Lula lo vuelven
a votar y todos lo que votaron a Bolsonaro lo vuelven a votar, y el resto concurre
a votar, haría falta que, de cada diez brasileños, nueve de esos que votaron por
terceras fuerzas voten el próximo domingo por Bolsonaro. Solo así daría vuelta la
elección. Lo cierto es que todo puede pasar.

Lula y Bolsonaro debaten de cara a las elecciones presidenciales de Brasil


Lula y Bolsonaro debaten de cara a las elecciones presidenciales de Brasil
Leco Viana - TheNEWS2 via ZUMA Press Wire
Hay una razón en particular por lo que esto es importante y es que toca la política
argentina. Cristina que es muy cautelosa, está disponiendo las piezas con el
propósito de tener la lapicera al final del camino. Más tarde verá si la utiliza
para escribir su nombre o para escribir el nombre de otro. En cambio, entre sus
seguidores hay quienes si ven que pierde Bolsonaro van a empezar ese domingo a la
noche con el operativo clamor “Cristina 2023″, que eran las banderas que se veían
el 17 de octubre en la Plaza de Mayo. El triunfo de Lula, la derrota de Bolsonaro,
tiene una proyección sobre el estado de ánimo del kirchnerismo muy importante.

Esto hace juego con algunos datos concretos. Hay gente de La Cámpora participando
de la campaña de Lula y además están estudiando el discurso de Lula por si
prefigura el discurso de una eventual Cristina candidata. Lo que destacan de ese
discurso es que Lula en toda esa campaña no nombró ni una vez a Dilma Rousseff, que
era su Alberto. Quiere decir que hay una observación muy detenida por parte del
kirchnerismo sobre lo que puede pasar en Brasil el domingo que viene.

Entonces, no sabemos qué está pensando Cristina. Hubo una comida con Lula en
diciembre pasado en la casa de “Wado” de Pedro, en Mercedes. con Lula anticipó su
estrategia y dijo que iba a girar hacia el centro. Allí explicó que estaba pensando
en un acuerdo con Fernando Henrique Cardoso, que es el acuerdo al cual llegó
llevando como segundo a Geraldo Alckmin. Esta estrategia, ¿la podría llevar
adelante el kirchnerismo en el orden nacional, con un candidato que no sería
Alberto Fernández? Algo de esto contesta Máximo Kirchner en su diálogo con Roberto
Navarro. Dice dos o tres cosas importantes: “Wado tiene una edad interesante para
ser candidato a Presidente”. Estamos viendo que Wado De Pedro quiere ser candidato
y hace un esfuerzo gigante por ir al centro, por hablarle a los empresarios. O al
embajador norteamericano. Wado es director por el Estado de Telecom, la principal
empresa en volumen del Grupo Clarín. Máximo Kirchner dice además que no cree que
Cristina quiera ser candidata a presidenta. Y dice algo más novedoso: que Axel
Kicillof debería reelegir en la provincia de Buenos Aires. Esto posiblemente le
genere algún chisporroteo con Martín Insaurralde, que es parte del grupo de
intendentes que no quiere seguir delegando el poder de la provincia de Buenos Aires
en Kicillof.

Axel Kicillof
Axel Kicillof
Twitter @kicillofok
El gobernador también está en problemas, porque ve que, si Cristina se repliega a
la senaduría para obtener con la banca los fueros, el kirchnerismo presionaría para
que él sea el candidato a presidente. Ya demostró en 2019 en la provincia de Buenos
Aires que él es capaz de retener el voto de Cristina, operación que no todos los
seguidores de la vicepresidenta son capaces de practicar.

Estos son los candidatos, pero hay algo tal vez más determinante que es el método.
¿Va a haber internas o no va a haber internas? ¿Va a haber primarias o no va a
haber primarias? Después de que se trate el presupuesto veremos si no hay una
arremetida del kirchnerismo y de parte del peronismo en tratar la suspensión de las
primarias.

Hablando del presupuesto, hay otro artículo sorprendente: el artículo 89 corrobora


algo que veíamos el anteaño pasado, y es que va a haber una especie de jubileo con
las grandes deudas que las distribuidoras eléctricas tienen con CAMMESA, con la
operadora del mercado eléctrico. En este artículo se afirma que les van a dar a
esas distribuidoras un plan de 96 cuotas. Las generadoras de energía cobran en
arreglo con los gobernadores, porque no están reguladas por el Estado nacional. Sin
embargo, muchas de ellas no le pagan a CAMMESA. Lo que cobran se lo quedan y ahora
van a financiarse con CAMMESA, es decir con nuestros impuestos. Entre los que
pensaron esta trampa antes que nadie son Daniel Vila y José Luis Manzano, santos
patronos de Sergio Massa.

Después de que se trate el presupuesto, donde se encuentran estas sorpresas, se va


a discutir si hay o no PASO. Esto es importante porque entre las funciones que
tienen las PASO es que adelantan, como una especie de encuesta perfecta, cuánto
pesa en la balanza cada candidato. En ese adelanto se reorienta el voto. Si alguien
vota a un candidato X y ve que no tiene el arrastre, la competitividad, el
atractivo que pensaba, puede pensar que en la primera vuelta es mejor votar a otro.
Esto es lo que pasó en 2019 con mucha gente que votó a Lavagna. Ve que no gana, no
quiero que gane el kirchnerismo, y bueno, voto a Macri. Macri pasó a sacar el 41%
de los votos por el corrimiento de lo que sería el voto útil. Si se elimina esa
anticipación y se disputa a ciegas la primera vuelta es posible que no haya esa
concentración en pocos candidatos. Que haya muchos candidatos en condiciones de
entrar al ballotage con muy poca intención de voto. Mientras tanto, los votos
propios son los de la primera vuelta.

Habría otra incógnita. ¿Cuántas bancas tendría el ganador? Porque las bancas de
diputados se distribuyen en la primera vuelta, no con 45 o 50% que sacó en la
segunda vuelta, sino con los 24, 25 o 30 que sacó en la primera. Es decir, si no
hay PASO estamos construyendo un presidente débil, del signo que sea. Para decirlo
en términos del barrio: “¿A quién le ganaste?” A nadie. En el mismo proceso de las
primarias hay algo virtuoso. Hay que tener una estrategia, hay que tener
argumentos. No es solamente que los kirchneristas peleen con los macristas y
viceversa. Hay una pelea entre parecidos que obliga a una mayor argumentación. Y
eso enriquece el debate y eventualmente al futuro gobierno. ¿Por qué es importante?
Porque esto de lo que estamos hablando, un presidente débil con una gran dispersión
electoral y con poco poder parlamentario, está pasando en toda América Latina.
Eventualmente es lo que le va a pasar a Lula, que va a tener un Congreso no
dominado por Bolsonaro, pero si por la derecha. Parte de esa derecha va a acordar
con él. Pero pasó en Ecuador, pasó en Perú, pasó en Chile.

¿Vamos en esta dirección? Es tan fácil como ver el compromiso del Gobierno con el
Fondo Monetario Internacional.

Si vemos el balance primario, nos encontramos con un déficit de 2,5 para este año.
El FMI le pide al Gobierno que pase en 2023 de 2,5 a 1,9. Pero al próximo gobierno
le pide que pase de 1,9 a 0,9 y después a 0 en 2025. Es decir, hay un esfuerzo
enorme para hacer. Vamos a ponerlo en términos correctos: el Fondo Monetario le
está pidiendo un ajuste feroz no a este Gobierno sino al que viene. ¿Qué poder va a
tener ese presidente? Ahí está la relación entre la conveniencia o no de las
primarias y el manejo de la economía. ¿Qué mandato va a tener? ¿O volvemos a otro
Alberto Fernández? También podemos volver a Macri, que explica en su nuevo libro
Para Qué que lo que no pudo hacer se debió justamente a que no tenía un mandato
electoral claro o que no tenía el volumen de poder suficiente como para mover esta
piedra que está trabando el desarrollo argentino hace más de una década.

Carlos Pagni
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