Está en la página 1de 1

A mi edad, en esa puerta donde suelen escucharse los huesos quebrarse, el

pánico adquiere el significado de aflicción, cuando el amanecer entra


indebidamente por la ventana, dibujando mi cuerpo sudoroso, templando, con una
temperatura sospechosa de fiebre y nadie a mi lado… tan solo para decirle: -“me
siento mal”

Algunos rostros llegan a mi cabeza colmada de dolor agudo: -“¿A quién llamo?”,
“¿Quiénes inmediatamente vendrían a socorrerme, tan solo porque les importo?-
¿Quién?...
Los que habitan conmigo, si me vieran desfallecer, harían guasa de eso, hay
demasiada testosterona entre ellos y la fragilidad de un poeta rodeado de
sospechosas mariposas… prefiero callarme los malestares…
Los que habitan a mi alrededor, los vecinos… no saben que existo, no les conozco
sus nombres, agacho siempre la mirada para no saludarlos. El único que me hace
muecas con mucho cariño, es un mendigo que duerme frente a mi casa, siempre
me da los buenos días, me sonríe y una vez me regaló un mango. Con los vecinos
prefiero callarme lo malestares…
Los que están en la agenda de mi teléfono celular, pertenecen a esa agenda, son
nombres, gente que habla mucho o poco dependiendo de sus minutos libres,
gente que está en otro lado, que si les digo que no me siento bien, me hablarían
de las distancias, de las lejanías, de lo imposible que es materializarse a mi lado.
Los que están en mi agenda telefónica, son solamente números, prefiero callarme
los malestares…

Af estudio
antonio franco

También podría gustarte