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Entre sueños y recuerdos

La noche caía, y con ella llegaban imágenes que desearía no ocasionaran tanto dolor, justo
cuando pensé que caería en la penumbra de mis memorias, sentí una mano cálida sosteniendo la
mía con un suave toque, sin voltear pude saber a quién pertenecía tan reconfortante caricia, sin
embargo quise girarme para devolver el gesto con una sonrisa, o al menos ese era mi plan, hasta
que al dirigir mis ojos hacia el rostro del cual provenía la mano, no era la persona que esperaba;
retiré mi mano enseguida y entré en la triste realidad, la enfermera me vio desconcertada por mi
reacción, y solo pude disculparme, excusándome en que me tomó por sorpresa.

-Ya es hora de su pastilla Sr. Flores – dijo con tono simpático la enfermera, dándome un vaso de
agua con dos tabletas para la gripe que me aquejaba desde hace par de días.

-Entonces también es hora de dormir – suspiré luego de beber el vaso de agua junto a las
pastillas.

-Efectivamente, así que acuéstese y lo arroparé – afirmó ella.

Me acosté mientras la enfermera me acomodaba la sábana por encima del cuerpo, me


preguntaba que tanto amor al trabajo, o que tanta necesidad económica tendrían chicas tan lindas
y jóvenes como para atender cada día a personas tan viejas como yo, que no pueden valerse por
sí mismos; pero mis pensamientos fueron interrumpidos con un dulce adiós de la enfermera, me
despedí de ella con un ademán de mano y le agradecí en voz baja por la caricia con la que me
llenó de breve tranquilidad hace un rato, una tranquilidad que desde hace años sólo había podido
conseguir en mis sueños; sueños dónde siempre aparecía ella, sonriéndome como puesta de sol
en verano, con un brillo en la mirada que podía sacar una lágrima de mis apagados ojos, yo
estaba consciente de que eran meros deseos y memorias de mi inconsciente, pero no me
importaba, eran horas en las que volvía a estar con mi gran amor.

Esa noche no fue distinta a las demás que he tenido desde el día de su muerte, apenas cerré
los ojos, la pude ver, una brisa movía su largo y ya blanco cabello, haciéndolo lucir como ligeros
hilos de plata que caían moldeando su angelical figura, sí, eso parecía, un ángel, tendiéndome los
brazos como si me hubiese estado esperando todo el día, la tomé con mi mano derecha por la
cintura, y dándole media vuelta la besé en su tierna mejilla, me dedicó una risa que juraría podría
escuchar toda mi vida sin aburrir tan precioso sonido. Por alguna razón, ella nunca emitía ni una
sola palabra durante todo mi sueño, sólo se quedaba a mi lado contemplando y escuchando todo
lo que le tenía que decir, y como a mí me encantaba hablar con ella, cada noche le contaba todo
lo que me había pasado en mi día, desde lo que desayuné hasta la canción que escuché en la
radio y me recordó a ella. Cada segundo al lado de la imagen mental que se parecía y sentía tanto
a ella, era magnífico, eran los mejores segundos de mi vida; pero como toda felicidad, era
momentánea, la hermosa sonrisa se empezó a desvanecer, siendo sustituida por una cegadora luz
que me avisaba que ya era un nuevo día, un día más sin su compañía…

Al despertar, Jessica me trajo el desayuno hasta la cama; Jessica era una enfermera del asilo
que siempre estaba al pendiente de mí, se había ganado mi cariño desde hace tiempo ya, era
como la hija que nunca pude tener, por lo que me era difícil aceptar cuando cambiaba el turno
con alguna otra chica.

-Buenos días Jhon, hoy amaneces un poco más guapo que ayer- dijo Jessica sonriendo y
guiñándome el ojo.

Le devolví la sonrisa y sentándome en la cama empecé a comer el sándwich que me había


traído, le hubiese respondido con algún lindo y sarcástico comentario, como hacía de costumbre,
pero mi malestar no me lo permitió. Jessica debió darse cuenta, porque enseguida empezó a
tomarme la tensión mientras colocaba un termómetro en mi axila, con una cara un tanto
alarmada.

-¡Dios mío Jhon, tienes un poco de fiebre y la tensión alta!- gritó, y enseguida salió de la
habitación con prisa.

Al volver trajo consigo al doctor, quien empezó a examinarme. El doctor Erick era un buen
tipo, hacía su trabajo ética y responsablemente, como se esperaría de cualquier doctor, pero
sinceramente no me agradaba, no había una razón en particular, solo no me agradaba y ya.

-Hay que llevarlo rápidamente al hospital, y mantenerlo en observación.- dijo él

-Pero si estoy bien, solo es una ligera fie…- mis palabras fueron interrumpidas por un ataque de
tos
-Creí que la gripe había mejorado, pero al parecer la noche fue muy fría para él.- dijo el doctor
con un tono no muy alentador.

Me subieron a mi silla de ruedas y luego a la camioneta, a mi lado se sentó Jessica, quien no


dejaba de decirme que se quedaría a mi lado mientras me tomaba del brazo.

Cuando llegamos al hospital me subieron a una camilla y me llevaron a una pequeña


habitación donde más adelante me examinarían de nuevo, estando allí me quedé dormido sin
darme cuenta.

Al despertar, lo primero que pude ver fue a Jessica recostada sobre una silla al lado de mi
cama. Se despertó y con una sonrisa en la cara dijo:

-¡Vaya!, ¿y a que se debe ese despertar tan alegre?

No entendía por qué decía eso hasta que me vi en el espejo de la pared con una amplia sonrisa
en el rostro.

-¿Soñaste con ella otra vez cierto?- dijo ella sin saber lo acertada que estaba. La causa de mi
sonrisa había sido la misma de los orígenes de mis sonrisas desde que tenía 20.

A raíz de mi contesta afirmativa me pidió que le contara una vez más sobre mi gran historia
de amor, a pesar de que ya había escuchado el relato al menos unas 3 veces. Entre ataques de tos
se la conté una vez más:

Yo era un joven de 20 años que viajaba por todo el país, buscando mi razón de existir en éste
mundo, no tenía ni 6 meses de haber salido de casa cuando, desayunando en un café de un
pequeño pueblo cerca de la Capital, pude ver sentada muy cerca de mí a la chica más linda que
había visto en mi corta vida, quizás era una idea muy apresurada, (y pude darme cuenta de ello
poco tiempo después), pero mi primer pensamiento fue “Ella es la mujer con la que me casaré”,
seguido de tal arranque de enamoramiento a primera vista, me dirigí decidido a la mesa de la
chica para hablarle, pero casi enseguida fui rechazado de una manera tan humillante que se
escuchó a todo el salón riendo, o así me dijo un tiempo después el amigo que me acompañaba
ese día, ya que yo solo pude notar una casi inaudible pero contagiosa risa que brotaba de detrás
de la barra, era una de las meseras, una delgada y esbelta chica de largo cabello negro y piel
blanca como la nieve, cuyos ojos brillaban junto a su hermosa sonrisa, haciendo un espectáculo
visual para mí. Al volver a la realidad, no quise forzar las cosas, como recién había pasado, así
que tuve paciencia, me fui, y volví al siguiente día para idear un mejor plan de acción.

Al entrar al café, al día siguiente, me senté en el primer asiento de la barra y le pedí mi orden,
saludándola con una sonrisa que gratamente fue devuelta, en serio me volvía loco esa chica; así
que mientras comía y pasaba mi rato allí sentado, busqué la manera de invitarla a salir, hasta que
divagando entre las diversas estrategias que pasaban por mi mente, terminó siendo ella quien
soltó las primeras palabras:

-¿Oye, te quedarás ahí sentado o si me invitarás a salir? Porque tu café ya se enfrió, y ya casi es
mi hora de almorzar.

Sorprendido intenté decir algo, pero no logré modular ni una sola palabra

-Bueno, ¿qué tal si me llevas a cenar esta noche? Te veo a las 7 en el restaurant de la calle 43-
dijo ella, saliendo por la puerta de empleados y despidiéndose con la mano y una gran sonrisa.

Al caer la noche estaba casi tan nervioso como en la mañana, pero no podía dejar que
sucediera lo mismo de hace horas, tenía que tener valor y buscar enamorar a esta chica tan
hermosa. Llegué al restaurant a las 6:30, y cuando tan solo habían transcurrido 10 minutos pude
verla entrar por la puerta, iluminando todo y a todos a su alrededor, llevaba un lindo vestido
púrpura que iba muy bien con su cabello, se dirigió hacia mí y casi por encima de mi hombro le
agradecí al cielo por permitirme una cita con una de sus Diosas.

La primera cita fue de maravilla, y si, digo la primera porque después hubo muchas más, ese
tiempo conociéndonos fue maravilloso, fue como encontrar un nuevo propósito de vida, una
persona que me hacía feliz cada día, realmente no creía en las almas gemelas, y hasta el día de
hoy no creo en ellas, pero éramos algo muy parecido a ese concepto, sólo que con las diferencias
que teníamos, sabíamos convertirlas en algo que nos uniera más, y supongo que lo hicimos bien,
pues duramos casi 60 maravillosos años.

-Ella debió ser una mujer espectacular Jhon, y sé que te amaba mucho, ¿cómo no hacerlo?, si
eres el mejor hombre que conozco. – Dijo Jessica limpiando una lágrima de mi ojo.
-Entonces debes conocer mejores hombres, porque yo soy solo un viejo que le encanta hablar de
su difunta esposa.

-No tocaremos el tema de nuevo Jhon, ya los hombres no aman como antes, ninguno sirve para
una relación.

-No Jess, sólo no has conocido al indicado.

-Bueno, mañana me sigues contando tan bonita historia, ya es tarde, debes descansar.- dijo
Jessica evadiendo el tema y luego apagó la luz y se despidió deseándome buena noche, pero sin
abandonar la silla al lado de mi cama.

El sueño que tuve esa noche fue distinto a todos los que antes había tenido, estaba en la
misma habitación del hospital, viendo a Jessica sentada a mi lado, dormida profundamente, y
justo en el umbral de la puerta estaba mi angelical esposa, viéndome fijamente, sorprendido pude
ver como sus labios se movían y me decían que la acompañara, lagrimas brotaban por mis ojos
sin parar, hace mucho que no escuchaba su voz; por fin volvería a tener a mi amada entre mis
brazos…

-Te amo Jhon.

-Te amo Isabella.

Héspero

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