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Relatoria: N° 10

Tema: El horror de lo inmanejable


Relatores: Maria José Pertuz, Mariana Yepes Calderón
Fecha: 11 de octubre de 2022

La incertidumbre de desconocer
Zygmun Bauman, autor de Miedo líquido, fue un filósofo y sociólogo. Nació el 19 de
noviembre de 1925 y murió el 9 de enero de 2017 en Leeds, Inglaterra, después de pasar gran
parte de su vida enseñando. El autor, adoptó el término de modernidad líquida a los tiempos
actuales, basándose en los conceptos de fluidez, cambio, flexibilidad, adaptación, entre otros.
Hacía referencia a lo “líquido” como una metáfora de la época moderna, ya que esta sufre
continuos e irrecuperables cambios. Asimismo, el líquido no se fija en el espacio ni se ata al
tiempo, se desplaza con facilidad, no es posible detenerlo fácilmente, lo cual describe a la
época moderna actual.

Según Bauman, con la llegada de la modernidad todo se individualiza. Ser moderno significa
estar un paso delante de uno mismo; es decir, debíamos transformarnos en lo que cada uno es.
La modernidad cambió las reglas. Ahora cada individuo es culpable de su destino, de lo que
le pasa o no.

“Lo que no somos capaces de manejar nos es desconocido, y lo desconocido nos asusta.”
(Bauman, Z. 2007, 124). Bauman introduce el texto planteando que la humanidad ha
alcanzado la capacidad de autodestrucción; propagando así los desastres naturales y
amenazas del planeta contra la humanidad. Estos fenómenos no son más que daños
autoinflingidos causados por la negligencia humana e incapacidad de autolimitación. Todo
esto se suma al cambio negativo que la humanidad está teniendo sobre el planeta, ya que en
nuestra búsqueda particular por crear un mejor lugar, lo hemos deteriorado, a tal punto que
para poder mantener a la humanidad no alcanzan los recursos de tres o cuatro planetas en
simultáneo.

Es por esto que se puede afirmar que la vida humana está diseñada para ser aprovechada por
unos pocos. La lógica de la vida moderna resulta paradójica pues, la búsqueda en el presente
de nuestras comodidades y de una "buena vida" indirectamente nos lleva a un fin suicida que
es inevitable. Nos acerca cada vez más a la catástrofe definitiva.

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Como ejemplo, el autor habla sobre el Huracán Katrina, el cual da cuenta que con este tipo de
acontecimientos, que deberían causar un daño igualitario -sin importar distinción alguna
sobre quien tiene mas o menos- termina siendo todo lo contrario; pues incluso los desastres
naturales afectan mayormente a aquellas poblaciones en riesgo, haciendo énfasis en las
personas pobres y de raza negra, las cuales considera carentes de las mismas posibilidades de
sobrevivir que tienen los privilegiados. Pues, “ser pobre es peligroso” (Bauman, Z. 2007,
105).

Es así como la promesa moderna vino acompañada de la ilusión de protección de la


humanidad frente a los caprichos ciegos de la naturaleza, efectuada como un calmante ante el
miedo de no poder controlar y prevenir los desastres. Esta lucha moderna contra los temores
humanos para restar poder a las calamidades naturales, produce una redistribución social,
dividiendo a la humanidad en las vidas que no vale la pena que vivan, y a quienes se cree que
son merecedores de un tipo de “inmunidad”, lo que implica un reparto desigual de miedos.
Quienes poseen riqueza obtienen las máximas posibilidades de vivir, cosa que no era así
antes, pero ahora la ciencia médica ofrece soluciones a quienes puedan pagarlas.

La época moderna se introduce desde la separación de los conceptos de desastre natural y


desastre social. Las concepciones modernas del mal se desarrollaron en el intento de dejar de
culpar a Dios del estado del mundo y empezar a responsabilizarnos de nuestras acciones.
Entre más nos responsabilizamos menos dignos nos sentíamos para afrontar los problemas,
más perdidos y sin rumbo nos sentíamos, las esperanzas de crecer eran cada vez más nulas.

El mal natural tuvo que renunciar a su carácter de natural por su oposición a la cultura. Esta
se propuso corregir a la naturaleza. Se preveía desde hace tiempo, que en algún momento el
territorio temporalmente cedido a la naturaleza, sería completamente conquistado y absorbido
por el espacio de la cultura, totalmente sometido a la gestión humana (por ende, al dominio
de responsabilidad humana). Con ello, el mal social/moral, adquirió las características del
mal natural: se produce al azar, afecta a culpables e inocentes por igual, imposible de prever y
fuera de toda capacidad humana de detenerlo o impedirlo. La humanidad era cada vez más
ambiciosa y la naturaleza cada vez más inerte e insensible a las aspiraciones humanas.

Si bien el temerle a lo desconocido es primordial para la permanencia de la humanidad, ya


que inconscientemente crea barreras al peligro real que algunas situaciones puedan generar, si
dicho miedo muta en ansiedad o un miedo más profundo, puede llegar a convertirse en un
problema.

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Continuando, el autor nos expone cómo todo esto ocasiona que el miedo de la raza humana
no se centré en la acción como tal sino sobre el poder que éste ejerce sobre el ser humano y
las consecuencias que pueda traer para él. Con lo cual, podemos afirmar que estamos en
acuerdo con Bauman, ya que si es cierto, que el pensar en cómo pueden llegar a suceder las
cosas, puede generar un miedo en nosotros. Sin embargo, es solo hasta el momento en que
pensamos en la estrecha relación que tiene el fenómeno con nosotros y como esta puede
generar un cambio o un poder sobre nuestras vidas, que sentimos el verdadero temor.

Este miedo que tenemos al poder y a las consecuencias es una herramienta usada por las
personas al mando de cada sociedad. Y es gracias a esto que Thomas Hobbes afirmaba que:
"el origen de las sociedades grandes y duraderas no se ha debido a la mutua benevolencia de
los hombres, sino al miedo mutuo” (Hobbes, T. 1999). Dicha afirmación se suma a lo que nos
dice Bauman de la burocracia, afirmando así que “La burocracia era un aparato al servicio de
la tarea de la inhabilitación ética de los individuos.” (Bauman, Z. 2007, 124). Gracias al
mecanismo de la burocracia y cómo se creó el miedo a dicha imagen de poder, es como
empezamos a actuar temiendo a las malas consecuencias en lugar de una responsabilidad
moral.

Por otro lado, el tratamiento de Bauman con respecto al miedo líquido tiene como causa los
siguientes aspectos: a) la modernidad tecnológica, la cual reduce la capacidad de respuesta
moral frente a las acciones; b) el temor a lo que no podemos manejar, causando fenómenos
como la globalización; c) los riesgos disminuyen entre más cerca los tengamos, y
proporcionalmente las incertidumbres aumentan con la lejanía y, d) el fin de las profecías
anuncia un colapso real.

Como un factor adicional a la llegada de la época moderna, el autor hace una reflexión acerca
de las invenciones humanas, de los aparatos automáticos, producto de nuestra creación, a lo
que un día nos veremos indefensos, como lo estamos actualmente ante los fenómenos
naturales. La nueva tecnología se comporta: “crece”, “se desarrolla”, igual que la naturaleza.
Esta tecnología (que cada día adquiere mayor independencia) se convierte en fuerza
inhumana, que nos despoja de la carga de libertad y autonomía. Esta proporciona una especie
de “sedación ética”, que proporciona atajos de salida para los impulsos morales y soluciones
de reparación rápida para los dilemas éticos, eximiendo a su vez a los actores de su
responsabilidad, desplazando el peso de la responsabilidad a los artefactos, causando que a
largo plazo se inhabilite moralmente a estos actores, adormeciendo su conciencia moral,

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acolitando su insensibilidad a las repercusiones, desarmandolos moralmente al momento de
elegir opciones complicadas. Más concretamente la “sedación ética” se refiere a la
tranquilidad de conciencia y ceguera moral. Sus consecuencias son el traspaso del
conocimiento ético a lo desconocido, creando catástrofes que la capacidad humana no logra
predecir y prevenir.

El escritor cita a tres autores que llegan a una misma conclusión: nuestra generación está
sujeta a un retraso moral, pues la única forma en que llegamos a ver con claridad los motivos
de nuestras acciones es en forma de reflexión, a posteriori. Nunca nos sentamos a pensar
antes de, acerca de los efectos que pueda traer nuestra acción, solo lo analizamos con
posterioridad. Siendo nuestras acciones impulsadas en gran parte por impulsos o intuiciones
morales o por los recursos que tenemos a nuestra disposición.

Para concluir, queremos recalcar que se creía que la modernidad iba a ser aquel período de la
historia humana en el que, por fin, quedarían atrás los temores que atenazan la vida social del
pasado y los seres humanos podríamos controlar nuestras vidas y dominar las fuerzas
impredecibles de lo social y natural. Como afirmaba Kant, es necesario que hagamos uso de
la razón para ser capaces de evolucionar la afirmación y vista de comportamiento universal a
la categoría de ley natural. Ocurriendo todo lo contrario, pues, aun estando en el siglo XXI,
seguimos viviendo una época de miedo.

Hemos aprendido a como liberar fuerzas reprimidas, antes de aprender a cómo usarlas y
frenarlas. Y nos horroriza la idea de ahora que se han puesto en movimiento, y posiblemente
desarrollado un autoimpulso, sea demasiado tarde para descifrar cómo dominarlas.

Con el paso del tiempo vamos perdiendo cada vez más nuestras ilusiones, pero no nuestros
miedos. Hemos tratado de afrontarlos sin éxito alguno, consiguiendo el efecto contrario, de
sumar a la lista nuevos miedos. Uno de los más horrendos de nuestros temores, es el miedo
de impedir el hecho mismo de tener miedo. “Tememos a aquello que no podemos controlar”
(Bauman, Z. 2007, 124) y ello significa la incomprensión, la imposibilidad de control. Esa
indefensión que sentimos es lo más semejante a la sensación de miedo. Y sentimos miedo por
aquellas cosas que están fuera de nuestra comprensión o capacidad de manejarlo, ese es el
horror de lo inmanejable.

Bibliografías:

- Moreno, V. 2018. Biografía de Zygmunt Braumant, Busca biografías.

4
- Bauman, Z. 2007, Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores, Editorial
Paidos, España.

- Hobbes, T. (1999). Tratado sobre el ciudadano. trad. Joaquín Rodríguez Feo, Madrid,
Trotta.

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